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DUQUES DE LA RUINA

La Realeza de la Universidad de Forsyth, #4

Angel Lawson & Samantha Rue


Contenido
Duques de la Ruina ............................. 2 Capítulo 16 .......................................214
Contenido ............................................. 3 Capítulo 17 .......................................230
Argumento ........................................... 5 Capítulo 18 .......................................251
Nota de las Autoras ............................. 7 Capítulo 19 .......................................267
Casas..................................................... 9 Capítulo 20 .......................................278
Prólogo ............................................... 10 Capítulo 21 .......................................298
Capítulo 1 ........................................... 32 Capítulo 22 .......................................307
Capítulo 2 ........................................... 40 Capítulo 23 .......................................323
Capítulo 3 ........................................... 50 Capítulo 24 .......................................341
Capítulo 4 ........................................... 65 Capítulo 25 .......................................364
Capítulo 5 ........................................... 74 Capítulo 26 .......................................384
Capítulo 6 ........................................... 89 Capítulo 27 .......................................403
Capítulo 7 ........................................... 99 Capítulo 28 .......................................417
Capítulo 8 ......................................... 117 Capítulo 29 .......................................435
Capítulo 9 ......................................... 138 Capítulo 30 .......................................444
Capítulo 10 ....................................... 152 Capítulo 31 .......................................461
Capítulo 11 ....................................... 165 Capítulo 32 .......................................475
Capítulo 12 ....................................... 174 Agradecimientos ............................. 488
Capítulo 13 ....................................... 182 Sobre las Autoras ............................ 489
Capítulo 14 ....................................... 199 Nosotr@S ..........................................490
Capítulo 15 ....................................... 204
Argumento
Las coronas de la Realeza de Forsyth no están
construidas con joyas.
Están forjadas con sangre y sacrificio.

Dicen que un padre no debe tener favoritos, pero mi


maldito padre, Lionel Lucia, no forma parte del
arquetipo ideal paternal. Es un Conde, un Rey de
Forsyth, y todo lo que siempre quiso fue una hija a
quien casar y un hijo para asegurar su legado. El
matrimonio de mi hermana con el líder de los
Condes le permitiría controlar su casa. Si hubiera
tenido un hijo, todo habría sido perfecto.
En cambio, me tiene a mí.
Alguien demasiado salvaje. Demasiado imprudente. Demasiado rebelde. Soy
la mitad de bonita que mi hermana y el doble de terca. Crecí bajo la fuerza brutal
del puño de nuestro padre, pero eso no me quebró. En todo caso, simplemente me
hizo más decidida a contraatacar. Y lo habría hecho.
Si mi hermana no hubiera desaparecido.
Pasé el último año a merced de los Reyes, enjaulada y atormentada. Luego los
tres matones que llegaron por la noche, enmascarados y crueles, deciden tomarme
como suya.
Así es como llego a conocer a Maníaco, con su sonrisa afilada y sus ojos
frenéticos, agitándose a mi alrededor en un huracán de toques duros y palabras
susurradas. Para cuando Remy termina de marcarme, no estoy segura de que quede
algo que pueda llamar mío.
Acosador, con su mirada malévola y su lengua amarga, es el que más me odia.
Es más fácil con él, sabiendo que nunca podría quererme. Si ser el objeto del
resentimiento de Sy es malo, pero ser el objeto de su deseo podría ser mi perdición.
Rarito es el peor de los tres. No porque sea el más malo o duro, sino porque
no lo es. Nick Bruin, de 200 libras de músculos imponentes y tatuados, me ha estado
siguiendo desde que me convertí en un peón en este juego de poder por primera
vez. Y ahora quiere hacerme suya.

Los Duques son conocidos por ganar con los puños, pero transformar a la
cautiva de los Reyes, Lavinia Lucia, en su involuntaria Duquesa será su mayor lucha
hasta el momento.
Nota de las autoras
¡Lectores!

Primero: ¿Ya leíste la primera parte de esta serie, Lords? Si es así, continúa. Si no...
bueno, quizás quieras hacerlo. Este libro trata sobre los Duques, una de las
fraternidades de la serie Royals of Forsyth. Sigue un harén y una historia específicos.
¡PERO! Leer Lords primero será útil para comprender a los personajes, sus motivos
y antecedentes.
Segundo: si eres un amigo o familiar deberías retirarte ahora mismo. En serio.
No, de verdad. Nos tomaremos un minuto mientras sales de la habitación. Gracias.
Tercero: si te sientes aprensiva o hay algo relacionado al romance oscuro que
te hace sentir incómoda de alguna manera, NO LEAS ESTE LIBRO (no vayas a
quejarte luego en Internet de que nadie te lo dijo, como una especie de policía de
libros. Porque aquí está, te lo estoy diciendo.)
Pero, si estás aquí a propósito, ¡increíble! Eso significa que sabes en lo que te
estás metiendo. ¿Será este libro tan oscuro como los de los Lord? Dios, no tenemos
idea. No estamos aquí para sorprendernos. Si te preocupa la angustia, el trauma y
la desesperación, los Duques están llenos de eso. Será mejor que todas se pongan
las bragas de niña o niño grande y se preparen.
Advertencias de contenido: dudoso/ inexistente consentimiento, autolesión,
intento de suicidio, cautiverio, además de un montón de manipulación mental y
emocional.
¡A disfrutar!

Angel y Sam
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Casas
Prólogo
LAVINIA
—Recuerda —dice Anthony, pasando su pulgar por mi mejilla—, mientras estemos
juntos podemos hacer cualquier cosa.
Asimilo las últimas palabras y luego tiro el libro de bolsillo sobre la cama,
metiendo los dedos en mis ojos. He estado siguiendo las sexys hazañas de Anthony
y Beth, antiguos enemigos, eventuales amantes, atrapados en la Inglaterra victoriana.
Los libros, al igual que estas paredes, me están matando, pero no estoy en posición
de ser exigente.
He perdido la cuenta de cuantos días llevo aquí. ¿Unas pocas semanas? ¿Un
mes? ¿Dos meses? Un minuto se fusiona con el siguiente en una marcha imparable,
un matrimonio de días, una cadena de monotonía que hace que mis músculos se
tensen en anticipación de...
Nada.
Absolutamente nada.
Ha sido tiempo más que suficiente para leer la pila de novelas románticas de
mala calidad que me trajo Auggy. Nunca lo admitiría, pero algunas las leí más de
una vez. Probablemente debería haber dejado marcas en la pared, observando el
paso de los días como lo hacen en prisión. Supongo que cuando me trajeron aquí
por primera vez, no me di cuenta de que necesitaría realizar un seguimiento. Ahora
simplemente estoy flotando como un fantasma errático e inquieto, desesperada por
encontrar un lugar donde poner toda esta estática que se ha estado acumulando en
mis venas.
Me tomo unos momentos para disfrutar de los fosfenos que explotan detrás de
mis párpados. El destello de las estrellas me ayuda a imaginarme estar en el espacio,
un fantasma entre el cosmos, siguiendo una órbita alrededor del sol. Al menos eso
es todo el tiempo: un viaje involuntario alrededor de una estrella moribunda.
Dios, daría mi teta izquierda por un refresco.
Suspirando, alivió la presión sobre mis ojos y los dejo abrir. Es de noche, eso
lo sé por la luz tenue más allá de mi única ventana, y por el bullicio afuera de la
puerta de mi sala de estar. La habitación era más bonita cuando llegué aquí por
primera vez, con mucho espacio para un sofá y un sillón, un baño grande y un
vestidor que se le escapa a alguien que no tiene nada más que unos pocos pantalones
cortos y camisas. Eso, además de las obras de arte y los espejos en las paredes, los
muebles lujosos y la alfombra limpia, son buenas mejoras con respecto al hotel de
mierda en el que me alojaron el año pasado. Daniel Payne, el anterior Rey del Lado
Sur y propietario de este excelente establecimiento, definitivamente sabía cómo
tratar a sus chicas. Supongo que eso es lo que pasa cuando te casas con una
exprostituta. Sigues su consejo.
Y luego recibes su bala.
Sí, solía ser elegante. Un verdadero puto retiro. Una prisión con adornos
dorados. Deberían haber sabido que no debían dejarme aquí. La segunda noche,
rompí uno de los marcos de vidrio y escondí un fragmento debajo de la almohada.
La espera fue la parte fácil, tiempo, tiempo, tiempo, y la primera vez que enviaron
a una de esas putas a vestirme, le corté el maldito cuello.
Esa fue la parte difícil.
Subestimé muchísimo lo difícil que es degollar a alguien. Hay muchos tendones
y músculos ahí arriba, y ni siquiera importó que no haya podido golpear nada lo
suficientemente vital como para matarla. Fue complicado y excesivamente
asqueroso, y probablemente no lo volvería a intentar.
Pero fue suficiente para limpiar la habitación de cualquier cosa que pudiera
considerarse un arma. Movimiento inteligente por su parte. Si por mí fuera, dejaría
una maldita franja en este lugar, asqueroso o no.
El Velvet Hideaway. Marca realmente sutil, sí. No debería sorprenderme.
Daniel Payne podría haber dirigido el Lado Sur, pero nunca me pareció del tipo
creativo. ¿Por qué ser tímido con el nombre de tu burdel cuando eres dueño de
toda esta puta ciudad? Bien podría haberlo llamado Putas D’ Nosotros. ¡Donde un
pervertido puede ser un pervertido!
Ahora, sólo Auggy se ocupa de mí, siempre maliciosa y cortante cuando lo
hace. En otra vida, tal vez incluso hubiéramos sido amigas, pero como ella es la
idiota que cierra mi puerta, Augustine puede irse a la mierda. Las miradas que me
lanza son siempre una mezcla de irritación y simpatía. Puede que no hubiera soñado
con ser prostituta cuando era niña, pero seguro que es una posición mejor que la de
esclava.
Porque eso es lo que soy.
Soy una esclava.
No hay forma de disfrazarlo. No puedo irme. No tengo acceso a un teléfono o
computadora. No hay visitantes, ni armas, ni esperanzas de salir. Mi habitación está
en el sótano y, como si la patética y achaparrada ventana de salida que hay encima
de mi tocador no fuera lo suficientemente triste, también tiene barrotes,
enjaulándome.
Espontáneamente, una voz amenazadora flota en mi mente.
—Pajarito.
Temblando, salto de la cama y empiezo a caminar, de pared a pared, mis
cuatrocientos pies cuadrados de prisión. Si él estuviera aquí, si Nick pudiera verme,
haría una broma. Algo realmente desagradable sobre un pájaro en pánico que se
arroja contra los barrotes de su jaula. Así me llama. Su Pajarito. Alas cortadas,
arrojada en una jaula, atrapada mientras me lanzo por los confines de mi prisión...
Pero no puedo evitarlo. Enseñando los dientes, golpeo las paredes con el puño,
deseando poder atravesarlas. He intentado rogar antes: —No iré a ninguna parte,
déjame salir —pero nunca funciona. Nadie escucha, e incluso si lo hicieran, no les
importa. Nadie aquí lo hace nunca. Así que hago sonar los barrotes de mi jaula
golpeando las paredes con los puños y luego corro por la habitación para
convencerme de que no se ha hecho más pequeña entre un latido de pánico y el
siguiente.
No soy estúpida.
Sé que es inútil.
Nadie vendrá a salvarme. Hubo un tiempo, al principio, en el que solía
imaginarme que mi padre entraba corriendo para decirme que había aprendido la
lección. Me daría esa mirada larga, altiva y decepcionada, como si le hubiera fallado
en todos los sentidos imaginables (de hecho), pero aun así me dejaría ir. Era un
sueño agradable, durante un minuto.
Desesperada por encontrar una distracción, clasifico los libros sobre la cama,
buscando uno que no haya leído. Hay uno con un pirata sin camisa que he estado
evitando. El hombre de la portada tiene un pecho ancho y unos ojos de un azul
penetrante, y cada vez que lo miro pienso en nubes de tormenta y espinas.
Pajarito…
Mis músculos se tensan al recordar la voz de Nick. Ha pasado mucho tiempo
desde que vino aquí, lo cual es a la vez una bendición y una maldición. Nunca es
bueno cuando aparece, pero cuanto más tiempo no lo hace, más crece el temor por
su inminente llegada. Es mejor terminar con esto de una vez, soportar su mirada
intensa y espeluznante, y sus palabras obscenas durante una hora, y luego estar libre
de eso durante una semana o dos.
Acabo de coger el libro de nuevo cuando escucho un ruido fuera de mi ventana
enrejada.
Hay muchos sonidos en el Hideaway. Música. Voces elevadas. Risas. Gemidos.
Gruñidos. Gritos de placer fingido. No siempre son sonidos divertidos. También
hay alguna que otra pelea en el bar. Al menos una vez a la semana, aparece la
policía, con las luces parpadeando fuera de mi ventana, llevando a algún John que
se tomó demasiadas libertades con una de las chicas. Dos veces ha venido una
ambulancia.
Ahora estoy en sintonía con cada sonido, esperando constantemente el giro de
esa perilla.
Espero un momento, pero no escucho nada más, así que me acomodo contra
las almohadas. Abro el libro pirata en un intento de calmar la inquietud que se
retuerce bajo mi carne. Es una razón tonta para evitarlo, pensar que el hombre de
la portada se parece a Nick. Lo más odioso de él es lo engañosamente que lo apodan
por estos lares. Guapo. Qué palabra de mierda para describir a una persona tan
bellamente podrida.
Las páginas tienen ese olor a humedad de una librería vieja, y en el interior
está escrito a lápiz el precio de veinticinco centavos. Aunque creo que no me
molesta. Mis ojos se vuelven pesados, la atención disminuye, y es un consuelo cerrar
el libro y dejarlo a un lado. El apagar la luz. Agarrar torpemente la verdadera
sensación de libertad que me brindan en este jodido lugar.
Dormir.

Los cristales rotos me despiertan y mi corazón se acelera, hasta que recuerdo dónde
estoy. Lo que soy. Me niego a despertarme y afrontar por completo el drama de
medianoche del burdel. Me pongo boca abajo, con la mejilla contra la almohada y
me esfuerzo por volver a sumergirme en el sueño. Hace calor aquí, en este lugar
donde el tiempo no tiene sustancia ni forma. Así que no estoy exactamente segura
de qué es lo que hace que mis párpados se levanten. Tal vez sea la extraña brisa
contra mi espalda, o la repentina pérdida de estática en el aire, como si algo la
estuviera bloqueando.
La columna de sombra frente a mi tocador está tan quieta que al principio ni
siquiera parece nada. Parecen muebles. Una estatua. Un pilar de piedra que ha sido
parte de los cimientos de este lugar mucho antes de que cerrara los ojos, aunque
intrínsecamente sé que no pertenece. La cortina transparente que cubre la ventana
de salida de arriba se ondea a su alrededor, acariciando el hombro de la silueta.
Casi puedo creer que es parte de un sueño lento y profético.
Luego, se acerca.
Un grito ahogado se atasca en mi garganta.
Antes de que pueda siquiera distinguir la cabeza o la cruz de la figura al otro
lado de la habitación, un peso bruto cae sobre mi espalda, estrellándome contra el
colchón. Saca el aire de mis pulmones, que se escapa con un ruido mientras me
golpeo y los latidos de mi corazón se aceleran.
El peso se vuelve más pesado justo antes de que una mano cubra mi boca y las
yemas de los dedos se hundan dolorosamente en la suave elasticidad de mis mejillas.
La persona se inclina sobre mí para hablarme al oído. —Cálmate —dice la voz
trastornada—, o te destriparé como a un maldito pez. —Jadeo por la nariz, con los
ojos muy abiertos recorriendo las escasas partes de la habitación que puedo ver. Lo
único que puedo distinguir son las respiraciones ásperas y excitadas del maníaco
que me inmoviliza. El timbre bajo de su voz. Su aroma, especiado y almizcle,
mientras respira en mi oído—. Asiente si entiendes —exige el maníaco, su peso
demasiado apremiante, demasiado confinado.
Asiento rápida y forzadamente, parpadeando en la oscuridad para orientarme.
Probablemente estaría de acuerdo con cualquier cosa si eso significara quitarme el
peso de encima, si eso significara poder moverme, respirar y ser...
Pero él no se va. Su pulgar me pellizca la mejilla y dice: —Si gritas, nos
enojaremos. No querrás enojarnos, ¿verdad?
Intento negar con la cabeza, pero la torsión de mi cuello y la almohada contra
mis mejillas me impiden lograr mucho más que un tic.
La otra mano del maníaco recorre mi brazo desnudo, la piel áspera
deslizándose hasta mi cadera. Mis músculos se tensan cuando su palma encuentra
la curva de mi trasero, sus dedos se hunden en la carne. —Eres una buena chica. No
estabas mintiendo, ¿verdad? Eres una cosita dulce. ¿Ultramarina? No... azul cianina1.
—Parece estar murmurando más para sí mismo que para mí—. Pelo rubio, piel bonita,
ojos de aluminio. Sí, tenemos esto.
Aspiro aire por la nariz e intento mover la mano, pero él reacciona rápidamente
y tira de mi brazo detrás de mí. Él captura la muñeca que ya no está atrapada debajo
de mí con un agarre de acero, dejando escapar una risa áspera. —Escuché que eras
una luchadora. Normalmente, sería un momento divertido, pero el azul cianina...
eso puede salirse de control. Si quieres salir de esto, haz lo que te dicen.
—Joder —murmura una voz fría y acechante desde el final de la cama—. Deja
de balbucear tu color de mierda y fóllala ya. Tengo cosas que hacer.
—¡Es importante! —dice el maníaco—. Nunca metería mi pene en magenta
primario.
Entonces realmente me golpeo, un ruido enojado y angustiado saliendo de mi
garganta mientras trato de liberarme. Hay una razón por la que me han encerrado
en un prostíbulo. Al principio me pareció un poco gracioso que mi padre me

1 La cianina es familia sintética de colorantes. La palabra cianina viene de la palabra inglesa cyan, la cual tiene el
significado convencional de sombra azul-verdosa (similar al aqua) y se deriva del griego kyanos, que tiene significado
de un color diferente: azul oscuro.
entregara a los Reyes por eso. ¿Sería la nueva virgen sacrificada de los Barones o la
nueva madre virgen de los Príncipes? Ah, pero ninguno de ellos era lo
suficientemente severo, así que tenían que ser los Lords. La nueva y brillante
máquina de hacer dinero virgen de Daniel.
El punto es que siempre supe para qué estoy aquí: abrir las piernas y hacer una
mueca de dolor mientras un pedazo de mierda sin nombre se abre paso hacia
adentro. Y luego, tal vez después, me dejarían ir.
Pero esta no es la forma en que debía suceder.
Mi lucha es un intento casi cómico. El maníaco tiene una rodilla o algo así
plantado en la parte baja de mi espalda, y se ríe mientras yo me resisto, tratando
desesperadamente de conseguir un punto de apoyo. —Cianina clásica.
—Oye, hola —aparece una tercera voz, esta vez más suave, frente a mí. La figura
en sombras se agacha junto a la cabecera de mi cama, con el rostro oscurecido por
el negro. Mis ojos se abren cuando lo observo, sin rasgos distintivos y amenazantes,
pero su única reacción ante mis sacudidas salvajes e inútiles es extender la mano y
acariciar un nudillo por la curva de mi mandíbula, alejando la mano de su
compañero de mi boca. Su voz es un susurro áspero y sombrío—. Todo irá bien.
Esto es por tu propio bien.
Mi cerebro lentamente se pone en marcha. Tres chicos.
Maníaco, sujetándome.
Acosador, al pie de la cama.
Rarito, pasando la yema de su pulgar por mi labio.
¿Qué diablos quieren?
Ya lo sabes, Lav, me dice una vocecita. Cuando tu padre es Lionel Lucia, Rey
de los Condes, es seguro que siempre se trata de él. Incluso encerrada como un
cachorro, sigo siendo nada más que un peón en su juego.
Mis ojos finalmente se aclimatan a la oscuridad. La tenue luz que entra por la
ventana abierta ilumina lo suficiente como para hacer que los latidos de mi corazón
se aceleren. Rarito está vestido de negro y lleva una máscara puesta sobre la cabeza.
Hay dos agujeros para cada uno de sus inquietantes ojos azules, pero nada más.
—Escucha —digo apresuradamente, sin aliento por la lucha—. Si se trata de mi
papá, entonces no tendrás suerte. A él le importo un carajo. Él es la razón por la
que estoy en esta trampa de coños en primer lugar. Hacerme daño no significa nada
para él.
El hombre que me sujeta, Maníaco, deja escapar esta burla baja y siniestra. —
Está pensando demasiado en pequeño, señorita Lucia. —Escucho en su voz que gira
la cabeza y le habla a Acosador, el hombre que está al pie de mi cama—. Coge sus
tobillos.
En una ráfaga de movimiento que es demasiado rápida para contrarrestar, me
hacen caer de espaldas. Las manos de Acosador capturan mis tobillos antes de que
pueda atacar, aunque aún no lo intento. Los músculos de mi muslo arden con la
fuerza de mi patada, que lo alcanza justo en el estómago. Suelta un suspiro de
sorpresa, pero su reacción es ultrarrápida.
Acosador sisea: —¡Maldita perra! —y luego me agarra por los tobillos con un
fuerte tirón, haciéndome deslizarme hasta el final de la cama. Estoy tan atrapada en
la agudeza del gesto (el dolor de algo en mi tobillo desgarrándose) que ni siquiera
me doy cuenta de que está retirando su mano.
Su palma abierta encuentra mi cara con un fuerte y discordante crujido que
me hace caer de lado sobre el colchón. No importa que no haya sido un puño. Mis
oídos todavía zumban con la fuerza de esto, el lado izquierdo de mi cara es un
desastre sofocante de escozor y dolor. Por la repentina lentitud de mi cerebro,
supongo que ni siquiera se molestó en contenerse.
Ha pasado mucho tiempo desde que me abofetearon así. No sólo por ira, sino
por un odio ardiente y candente. Solía saber cómo prepararme para ello, pero han
pasado años desde que mi padre me miró con ese brillo de violencia en sus ojos.
Ahora, parpadeo contra las estrellas, registrando distraídamente la pelea que
ocurre cerca. Hay un gruñido y luego el sonido de hueso contra hueso. Puñetazos.
—¡Maldito! —Rarito está gruñendo—. ¿Cuál carajo te dije que era el plan? ¡Nadie
la toca!
Acosador responde: —¡Se lo merecía!
Más allá de los sonidos de su silenciosa pelea, Maníaco, todavía en la cama, ya
está luchando por volver a tumbarme en el colchón. —Ya basta de tonterías —resopla,
alcanzando mi camisa. La pasa sobre mis pechos antes de pasarla por mi cabeza, y
ahora que puedo verlo, me doy cuenta de que está vestido igual que los demás.
Enmascarado. Oscuro. Pero sus dos ojos entrecerrados son visibles, y son salvajes,
inyectados en sangre, de un verde penetrante. No es tan imponente físicamente
como Rarito, pero la energía que emana de él es eléctrica, acentuando los músculos
compactos que veo moverse debajo de su Henley negro de manga larga.
Jadea: —Terminemos con esto, ¿eh? —y tira de mis pantalones cortos.
Todavía me estoy recuperando de la bofetada y parece que los otros intrusos
todavía están peleando por eso. Eso hace que sea más fácil deslizar mi mano debajo
de la almohada mientras me retuerzo inútilmente. —Espera —digo, saboreando la
sangre en mi boca mientras intento ganar algo de tiempo. Siento que su ira crece a
mi alrededor como una nube tóxica. La ira. Podrían estar borrachos o incluso
drogados. Hay un zumbido frenético en la habitación que nunca es bueno.
—Sí, sí, sí —respira Maníaco, con los ojos trastornados fijos en mis pechos—.
Tienes unas buenas tetas aquí, cianina. Tú y yo podemos hacer esto rápido. Apuesto
que nos llevaríamos bien juntos. No deberías preocuparte tanto. —Prácticamente
puedo escuchar la sonrisa demente que lleva debajo de esa máscara, así que no me
sorprende cuando alcanza su bragueta y aprieta el botón.
Mis ojos se enfocan lentamente y veo a los otros dos luchando más adentro de
la habitación. Están tan distraídos que dudo que se den cuenta de que éste se está
bajando los vaqueros negros hasta las caderas.
También están demasiado distraídos para verme aprovechar mi oportunidad,
tal vez mi única oportunidad. Sacando mi mano de debajo de la almohada, golpeo
rápido, cortando el fragmento de vidrio que tengo agarrado en mi mano a través de
su bajo vientre.
No consiguieron todo cuando limpiaron la habitación.
Hace un ruido de sorpresa y se lanza lejos, gritando: —¡Hija de puta! ¡Me cortó!
—Aunque hay indignación en sus palabras, suena extrañamente encantado por ello—
. Mierda, rojo cadmio. Buen trabajo, Lucia.
Esto llama la atención de los demás. Se giran justo a tiempo para ver la sangre
burbujeando entre los dedos de Maníaco.
—Mierda —murmura Acosador, pero Rarito de repente se lanza hacia nosotros.
—¿Qué carajo? —escupe, acercándose a Maníaco mientras yo subo a la cama—
. ¡Te lo dije! ¡Ella es mía!
Acosador señala la herida. —¿Estás feliz ahora? Eso va a necesitar puntos.
El corte que le escindí se extiende desde el ombligo hasta la cadera. De él brota
sangre, pero lamentablemente no es profunda. Cuando levanta la vista, simplemente
deja escapar una risa tranquila y siniestra. —Oh, he tenido cosas peores. Pero ojo
por ojo, chica. Tú me dejas una marca y yo te dejaré otra. ¡Mira! Dividiste una de
mis piezas favoritas. —Debe estar hablando del tatuaje que abarca la parte inferior
de su vientre. No puedo distinguir mucho más que los bordes oscuros.
—No —dice Rarito, alejándolo—. Yo la encontré. A mí se me ocurrió el plan, y
yo los traje aquí. Ella es mía.
Acosador gruñe: —Se nos acaba el tiempo.
Rarito murmura: —A la mierda esto. —Saca un teléfono de su bolsillo y se lo
lanza a Acosador. Luego, vuelve sus ojos azules hacia mí—. No estoy aquí para
lastimarte. Puedes hacerlo difícil o fácil, pero no va a cambiar nada.
Todavía estoy agarrando el fragmento ensangrentado en mi puño, el latido en
mi mejilla enciende la furia en mis venas. —Si quieres que te corten la polla —le digo,
dándole una sonrisa sangrienta—, entonces adelante y pruébame.
Su pecho se expande y contrae con respiraciones fuertes y enojadas. —¿Lo
quieres duro? Bien. —Se agarra el cinturón y el sonido de la hebilla tintinea, metal
contra metal, tensando mis músculos—. Pero de una forma u otra, esta es tu última
noche como virgen. Inicia la grabación. —Le gruñe la última parte a Acosador
mientras sus dedos le hacen estallar la bragueta.
Sin pensar, dejo caer mi puño y el fragmento de vidrio con él, una risa incrédula
burbujeando por mi garganta. —¿Estás aquí por mi virginidad? —No trato de
contener mi carcajada, incluso cuando hace que los tres se pongan rígidos por el
gran volumen de la misma—. Dios mío, ¿son tan predecibles? —Ésa es una maldita
jerga de la Realeza de primer nivel, como la de los Reyes y Condes con los que he
pasado mi vida. Pero estos hombres no llevan anillos y los verdaderos miembros de
la Realeza no andan a escondidas. Entran por la puerta principal y toman lo que
quieren. Estos hombres son renegados, imbéciles que saben lo suficiente como para
entender lo que es valioso, pero no lo suficientemente sabios como para entender la
fachada que es todo.
Virginidad.
¡Qué montón de mierda!
—Te das cuenta de que la virginidad es sólo una construcción artificial,
¿verdad? —Pregunto, sintiéndome dolorida y beligerante—. ¡No significa nada! ¡Los
coños no tienen un puto sello de seguridad!
Maníaco simplemente se encoge de hombros. —No importa. Significa algo para
ellos, así que lo aceptaremos.
Esto me hace hacer una pausa, con el pecho agitado por la adrenalina. —¿A
ellos? —Supongo—. ¿Los Reyes?
Maníaco levanta la vista de su herida que sangra lentamente y dice: —Por
supuesto, los Reyes. Estamos aquí para arruinar su nuevo juguete.
Probablemente lo dice para que suene amenazador. No es que no sea así. Estos
tres no son miembros de la Realeza, pero conocen su funcionamiento interno. En
todo caso, eso los hace más peligrosos. Significa que no están siguiendo un protocolo
claramente definido. Significa que podrían matarme. Significa que no puedo
anticipar su próximo movimiento. Pero también significa una salida.
Tiro el fragmento de vidrio al suelo. —Bien.
Rarito se congela a mitad de bajar la cremallera. —¿Bien?
Con rigidez, me recuesto en la cama, tratando de obligarme a aceptar esto. —
Adelante, fóllame. Te dejaré.
Hay un largo latido de silencio, nada más que los sonidos distantes de la vida
en Hideaway penetran la tensión. Acosador lo rompe soltando una fuerte burla. —
Te dije que todas estas perras eran putas.
—No, no. —Maníaco es más inteligente y sacude la cabeza—. Es una trampa.
Estas son tácticas clásicas de cianina, muchachos.
Acosador sisea: —¿Podrías callarte la boca sobre los colores de pintura? Te
meteré tus medicamentos en la garganta en cuanto lleguemos a casa, lo juro por
Dios...
—Sin trampas —insisto, dejando que mis muslos se desmoronen—. Si planean
enviar ese video a los Reyes, adelante. Muéstrenles lo inútil que soy.
Quizás eso sea lo único que me saque de este infierno.
Se miran el uno al otro, dos pares de ojos azules a juego contra un tercer par
de verdes. El chico del teléfono lo levanta y asiente. —Hazlo.
Aun así, Rarito parece seguir el consejo de Maníaco. Mueve la barbilla y dice:
—¿Necesito sujetarte?
Trago el nudo en mi garganta, resentida por el temblor en mis muslos. —No
pelearé contigo.
Me mira fijamente como si estuviera esperando una señal de que estoy
mintiendo, y es inteligente al hacerlo. Pero cuando no hago nada más que quedarme
ahí, resignada a mi destino, se baja la cremallera el resto del camino.
Y luego se saca la polla del pantalón.
Está demasiado oscuro para distinguir algo más que su intimidante
protuberancia, gruesa y larga, pero también capto el corte de los huesos de su cadera
cuando planta una rodilla a los pies de la cama. Ojalá pudiera decir que no sentí
nada más que una total repulsión. Oh, está ahí, pero la vista de su polla, la
adrenalina, el corte tonificado de sus caderas... penetra la niebla del disgusto, como
lo haría una mujer al ver a un hombre atractivo.
Como prometí, no lucho mientras él se abre camino hacia mí en la cama, con
las manos agarrando mis rodillas y separándolas para dejar espacio para sus muslos.
La mezclilla de sus jeans me raspa la piel desnuda, y no importa que alguna parte
profunda y fundamental de mi libido se esté estirando para despertarse. Estoy tan
rígida que me duelen los huesos.
Sentado sobre sus talones, sus ojos ascienden por mi cuerpo desnudo, suben
por mis piernas, recorren mis muslos, se detienen en el vértice, se fijan en mi coño
y luego suben hasta mi estómago y mis pechos. Me pone más tensa, los músculos
me duelen por la tensión de alejarme de él sin realmente moverme.
—Joder —suspira, extendiendo la mano para tomar mi pecho con una palma
grande y caliente—. Mírate.
Giro la cabeza hacia un lado, desviando la mirada. —Solo hazlo —digo,
estremeciéndome cuando él toca mi pezón.
Siento más que verlo inclinarse sobre mí, con un puño presionado contra el
colchón mientras flota, observando. —Mírame. —Cierro los ojos con fuerza, con la
cara vuelta. Aun así, sé que ve mi mueca de enojo, puede sentir mi estremecimiento
ante el roce de sus nudillos sobre mi dolorida mandíbula—. Eso va a dejar una
marca. —No parece feliz por eso.
La punta húmeda de su polla se arrastra contra la parte interna de mi muslo,
haciéndome estremecer. —¡Manos a la obra!
Aun así, se toma su tiempo deslizando su mano por mi cuerpo, como si
estuviera mapeando cada una de mis curvas. —Necesito mojarte —dice Rarito, con
voz ronca y áspera mientras su mano asciende y se hunde entre mis muslos.
No pensé que podría ponerme más tensa, pero el primer toque de sus dedos
en la hendidura de mis pliegues me hace encerrarme con repulsión. En parte se
debe al contacto (invasivo, incorrecto, contundente), pero en una parte más grande:
la parte mucho, mucho peor...
Se congela, con los dedos justo afuera de mi entrada. En voz baja, con
arrogancia, susurra: —O tal vez no.
Gruño un sonido cuando reemplaza sus dedos con la cabeza de su pene,
pasándolo por la resbaladiza acumulación de mis pliegues. Su respiración es cálida
y ruidosa, tan cerca de mi oído mientras flota sobre mí.
—Mírame —dice de nuevo, pero esta vez, no acepta un no por respuesta. Me
agarra la barbilla y tira de mi cabeza hacia él. Su mirada a través de la máscara es
tan dura e implacable como la presión de su polla contra mi entrada—. Mírame
hacer mío este coño.
Jadeo ante la invasión.
Eso es exactamente lo que es: inoportuno, violador, agresivo. Él entra en mí
sin ninguna fanfarria, llenándome con un poderoso y violento empujón de sus
caderas. Su mano vuela hasta la parte superior de mi cabeza, agarrando mi cabello
mientras me empuja en contrapunto, sus ojos brillan de ira cuando mis talones se
deslizan contra las sábanas en un intento de escabullirme.
—¡Detente! —gruñe, inmovilizándome con sus caderas.
Creo que quiero decirle que se vaya a la mierda, pero lo que sale es un jadeo
lastimero. —Duele. —No quiero decirlo. Lo último que quiero darles a estos imbéciles
es la satisfacción.
Desde el borde de la cama, Maníaco tararea. —Apuesto a que sí, pequeña.
Abraza el dolor, ¿quieres? —Desde mi periferia, puedo verlo apretando su
entrepierna.
Pero Rarito no se deja llevar por la gentileza ante mi declaración. Aprieta su
puño en mi cabello y se lanza hacia mí, golpeando su polla contra mi cuello uterino.
En el momento en que mi boca se abre en un grito agudo, Maníaco está allí para
taparlo con la mano.
—Mantén tu maldita boca cerrada —espeta, su tono cambia de un deleite
malicioso a una ira pétrea tan rápido que ni siquiera puedo seguir el ritmo. Su mano
está resbaladiza, y no es hasta que el sabor metálico llena mi boca que me doy
cuenta de que está cubierta de sangre.
—Qué jodidamente apretada —murmura Rarito entre dientes. Me folla con
embestidas lentas pero brutales, esos ojos azules nunca abandonan los míos—.
¿Cómo se siente? —Pregunta, ignorando la hinchazón de mi garganta (mi grito
atrapado por la palma del otro hombre) mientras me clava—. Dime cómo se siente
saber que este coño me pertenece ahora.
Todo lo que siento es ser atrapada. Atrapada debajo de su cuerpo, debajo de
la palma de mi cara, debajo de la lente del teléfono con el que Acosador nos apunta.
Sus caderas me aplastan, inflexibles mientras me golpea con empujones apretados
que me curvan la espalda. Fijo mi mirada en el punto flexible de su hombro, sin
querer ver el sudor que oscurece la tela de su máscara.
Aunque todavía lo siento.
Cuando se inclina para presionar su cara contra mi mejilla, está húmeda. Sudor.
Aliento. Saliva. Hace que mi estómago se revuelva y se agite, y cuando giro mi
cabeza hacia un lado para evitarlo, Acosador me deja, liberando finalmente mi boca
de su agarre.
—Maldita sea —dice, flotando en algún lugar cercano. Vagamente, registro que
suena impresionado—. Realmente se lo estás dando.
Rarito... es como si ni siquiera lo escuchara. Es como si los otros dos ni siquiera
estuvieran en la habitación. Mete una mano bajo mi mejilla y me obliga a girarme
hacia él.
Y luego me besa.
En realidad no es un beso, impedido por la tela de la máscara, pero puedo
decir que eso es lo que quiere. Puedo sentir los fuertes golpes de aliento a través de
él, e incluso cuando trato de darme la vuelta, él no me deja, cubriéndome la boca
con algo que podría llamar pasión en alguien menos desquiciado.
—Eres tan jodidamente hermosa —dice, con la voz llena de áspera lija—.
Siempre supe que te haría mía. Te he estado observando durante tanto tiempo,
bebé.
Hago un sonido tenso y de disgusto contra su boca, y ni siquiera puedo evitarlo.
Empujo sus hombros, desesperada por sacarlo. He pasado el último año rodeada
de canallas, maníacos y merodeadores. ¿Quién sabe siquiera quién es este tipo?
Ninguno de ellos es bueno.
Él responde agarrando mis muñecas, lo que deposita todo su peso en mi pecho,
robándome lo último que queda de aliento. Los fija muy por encima de mi cabeza,
pero funciona.
Me deja darme la vuelta, con la mandíbula abierta mientras jadeo en
bocanadas salvajes de aire con olor a sangre.
Es más fácil entonces. Cuando lo acepta. Cuando me deja recostarme aquí,
flácida y sin aliento mientras me usa. Cuando sujeta mis muñecas y apoya su boca
contra mi mandíbula, jadeando mientras la cama cruje con la fuerza de sus caderas.
Realmente nunca se retira. Mantiene su polla tan adentro que tiene que empujarme
contra el colchón para sentir cualquier sensación de fricción. Cada embestida
insoportable hace que mi pecho se hinche, como si algo estuviera creciendo dentro
de mí y no tuviera espacio para ello.
Y luego es él quien empieza a hincharse.
Si no lo sintiera (su pene se vuelve más duro y más grande), entonces podría
escucharlo en los gruñidos cortos e irregulares que brotan de su pecho.
De repente se me ocurre lo que va a pasar.
—No —jadeo, plantando mis talones contra la cama. Empujo y me resisto,
tratando de liberar mis muñecas con tirones inútiles—. ¡No! ¡Por favor no lo hagas!
Su respuesta es inmediata. —Sujétenla —gruñe.
Maníaco corre hacia mí, con las rodillas presionando el colchón a cada lado
de mi cabeza mientras levanta mis brazos.
—¡Gritaré! —Advierto, con el corazón martilleando tan fuerte como su polla—.
¡Gritaré, te cortaré el maldito cuello, maldito…! —Mis palabras quedan atrapadas en
mi garganta cuando mi cuello se levanta, y realmente lo veo. Su cuerpo moviéndose
entre mis piernas. Sus jeans negros han bajado por sus caderas, dándome una vista
clara de los músculos superiores de su trasero, trabajando, flexionándose, para forzar
su cuerpo hacia el mío. Verlo es brevemente fascinante, como si acabara de caer de
cabeza en una experiencia que de alguna manera me sorprende.
Cuando me golpea con un estruendo profundo y agonizante, sé que es
demasiado tarde.
Envuelve sus dedos alrededor de mi garganta, tirándome de nuevo a la cama
mientras se corre con un gruñido retorcido. Puedo sentirlo en mi interior, una ráfaga
pulsante de calidez que hace retroceder cada célula de mi ser. La idea de que él
deje una parte de sí mismo dentro de mí es tan repulsiva que una oleada de náuseas
me recorre.
—Hijo de puta —grazno, sus dedos todavía presionan contra mi garganta.
Intento poner mis pies debajo de él para darle una patada, pero lo único que puedo
lograr son golpes débiles e inútiles contra sus piernas.
Se cierne sobre mí, jadeando como un perro mientras se encabrita, con la
cabeza echada hacia atrás. —Joder, necesitaba eso.
—¡Bájate! —Golpeo y me resisto, pero a pesar de que parece deshuesado por el
orgasmo, fácilmente baja mis piernas y se desliza hacia atrás para dejar que su polla
se deslice libremente.
—¿Estás listo? —Mira por encima del hombro a Acosador, que todavía sostiene
el teléfono—. Acércate.
Acosador se sube a la cama y se acerca mientras Rarito me abre los muslos
con una palma y abre cada lado. Los ojos de Acosador se contraen con cualquier
expresión que esté haciendo bajo esa máscara. —Jodidamente repugnante —dice.
Mis venas estallan con pólvora mientras los veo inspeccionar mi coño, Rarito
empuja mis rodillas hacia arriba para obtener un mejor ángulo. Hay un largo silencio
y luego la maldición murmurada de Acosador. —¿No se supone que debe haber
sangre?
Rarito mete un dedo en mi agujero y su voz es una mezcla de incredulidad y
molestia. —Viste lo fuerte que la follé. ¡Debería estar a carne viva! Maldita sea.
Están tan atrapados en su propia decepción que ni siquiera se dan cuenta de
que mis piernas están libres. Me da la oportunidad de golpear mi pie justo en la
clavícula de Rarito, enviándolo hacia atrás.
Antes de que el sonido de dolor pueda siquiera escapar de su garganta, grito:
—¡Porque no soy virgen, malditos idiotas!
Acosador deja caer su teléfono para bajar mis piernas, un gruñido brota de su
pecho. —Estoy harto de tu mierda. —Su agarre es salvaje, doloroso y me obliga a
gemir.
—¿Qué carajo? —gruñe Rarito, sujetándose el hombro—. ¿De qué estás
hablando?
—Mi virginidad —respondo, fulminando con la mirada sus ojos azules—. No he
sido virgen desde el tercer año de secundaria.
—Mierda —dice Maníaco, apretando más sus muñecas—. Los Reyes te retenían
aquí porque...
—¡Porque creen que estoy mintiendo! —Escupo, deseando poder cerrar las
piernas—. Traté de decírselos, pero no me escucharon. Resulta que creen más en mi
maldito padre que en mí. —Sin aliento, me desplomo en la cama y la comisura de
mi boca se levanta—. Pero ahora lo harán.
Es un alivio.
Incluso el costo, el dolor, el disgusto que siento por dejar que este intruso
enmascarado me viole, sigue siendo un alivio saber que he ganado. Seguramente ya
no me querrán.
—Mierda —sisea Maníaco, tirando mis muñecas lejos—. Esta maldita perra jugó
con nosotros. ¿Qué te dije? —Se mete el dedo índice en la sien—. ¡Tácticas de cianina!
Suena la voz hosca de Rarito. —¿A quién le importa? Tenemos el vídeo. Es la
prueba de que no es virgen. Vámonos de aquí.
Acosador empuja su puño contra el hombro de Rarito, justo donde le di una
patada. —¡Ese no era el objetivo! Teníamos que quitarle la virginidad para asegurar
nuestro lugar...
—De los tres —aclara Maníaco, caminando junto a la cama.
—¡Lo arruinaste! —Acosador intenta golpearlo de nuevo, pero Rarito lo esquiva
y lo empuja hacia atrás. No importa, está centrado en mí otra vez—. Es una sucia
puta, como todas las putas de este lugar.
—Aún podemos solucionar esto. —Rarito respira profundamente—. Todavía
podemos ganar. No todas las vírgenes sangran.
—Oh, a la mierda esto. —Maníaco deja de caminar y vuelve a la cama,
empujándolos fuera del camino. Cuando se levanta la camisa, ni siquiera sé lo que
espero. Definitivamente no es verlo pasar dos dedos por el corte en su estómago y
luego enterrarlos, goteando su sangre, justo dentro de mí.
—¡¿Qué…?! —Me alejo, pero él me sigue por la cama, metiendo y sacando sus
dedos ensangrentados dentro y fuera de mí.
—¡Quédate quieta! —ordena. De todos modos, los demás ya están allí. Rarito
me sujeta por un hombro mientras Acosador presiona una rodilla en mi muslo.
Cuando saca los dedos, él y Acosador me inspeccionan de nuevo y me abren—.
Necesitamos más semen —decide Maníaco. Sus pantalones ya están desabrochados,
por lo que se siente como si se sacara la polla más rápido de lo que puedo procesar.
—Ni te atrevas a meter la polla en ella —dice Rarito con voz amenazadora.
—¡No lo haré! Relájate, carajo. —Maníaco comienza a acariciarse, sus ojos van
de mi cara a mi coño. Mis propios ojos están fijos en el movimiento de su mano, en
la forma en que su propia sangre resbala por el camino.
En un momento de asombrada incredulidad, me doy cuenta: —Estás loco.
Simplemente se masturba más rápido. —No te preocupes, pequeña. Esto no
llevará mucho tiempo. Tu coño es muy caliente, ¿sabes? Todo hinchado y agotado.
Tantos colores bonitos… —Suena como si se lamiera los labios, sus ojos brillan ante
lo que sea que ve en mi cara—. Si mi amigo aquí no se enojara tanto por eso, te
follaría así. Te daría un poco más de mi rojo. Haría que te gustara.
Fiel a su palabra, sólo se necesitan un par de docenas de esos jaleos cortos y
punzantes antes de que se lance hacia adelante, con la mano sosteniendo mi cadera.
Presiona la cabeza de su polla ensangrentada contra mis pliegues, y sus hombros se
curvan mientras estalla. La sensación resbaladiza de su corrida se mezcla con el
aliento que libera, sus dedos se clavan dolorosamente en el hueso de mi cadera.
Cuando se aleja, la parte interna de mis muslos está manchada con su sangre.
—Tú eres el siguiente —le dice a Acosador, metiendo su polla nuevamente en
sus boxers.
—Sostén esto —gruñe, arrojándole el teléfono. Se sube las mangas, dejando al
descubierto unos antebrazos marrones y musculosos, antes de desabrocharse los
pantalones. Este duda antes de sacarlo, aunque no estoy segura de por qué. Por el
bulto de su entrepierna, está claramente duro. Jodidos enfermos. Le dice sus
siguientes palabras a Rarito, en voz baja y peligrosa—. Si dice algo, le taparé la cara
con esa maldita almohada.
—¡Hazlo! —responde, empujando mis hombros.
Acosador obedece, pero es muy lento y vacilante, metiendo la mano en sus
pantalones y dándole a su polla algunos golpes dentro de los límites. Cuando
finalmente lo saca, es como si me hubieran quitado todo el aire de los pulmones.
—Oh, joder, no. —Lucho contra su control, pero es como chocar con acero.
—No va a entrar —asegura Rarito, observando cómo el hombre entre mis
piernas comienza a sacudir su extraña polla.
—Una pena —dice Maníaco, presionando una palma sobre su herida
sangrienta—. Apuesto a que habría sangrado si fuera él.
Es el único comentario de esta noche con el que estoy de acuerdo. La polla de
Acosador es grotescamente gigantesca, como sacada de un espectáculo de
fenómenos. Se encorva hacia adelante mientras se da placer, casi como si estuviera
tratando de ocultarlo, pero es el equivalente a poner una manta sobre un autobús.
Es largo, venoso y lo suficientemente grueso como para que casi con seguridad me
desgarre.
Me acojono ante ello.
Se llena de ira y tira de mí hacia atrás. —¡Deja de ser una perra y tómalo! —
Deja su mano alrededor de mi muslo y sus dedos se hunden en la suave carne.
Aprieta con tanta fuerza que puedo ver los músculos de sus antebrazos tensarse con
la fuerza.
—¡Ah! —Grito, arqueando la espalda en mi intento de liberarme, pero eso sólo
hace que él apriete más fuerte, un suave sonido emerge de su garganta.
Maníaco me ayuda manteniendo mi otra pierna abierta, animando a su amigo.
—Sí, hombre, vamos. Pon semen por todo este bonito coño. ¿No es una puta? Ella
se lo merece, ¿no?
Él da un breve grito ahogado y se acerca más. —Cerca...
—De todos modos, ¿cuándo fue la última vez que tuviste algo de acción? —
Pregunta Maníaco, mirando al diablo en su hombro—. Nunca te he visto con una
chica. Imagínate cómo sería meter tu polla en ese agujero. Imagínate lo apretado
que sería. —Más bajo, insta—: Imagínate lo fuerte que gritaría.
Acosador se tambalea, con la polla en el puño y la empuja contra mí antes de
correrse. Sus hombros se agitan mientras se vacía en mis pliegues, un gruñido
arrancado de su pecho. —Coge el teléfono, coge el teléfono. —Aparentemente no es
una sugerencia, se retira, permitiendo que los otros dos me abran, con el teléfono
apuntando justo entre mis piernas.
Un bloque de pavor cae en mi estómago al darme cuenta de que nada de lo
que los Reyes tenían en mente para mí podría ser tan humillante, tan
deshumanizante, tan jodidamente indigno como esto. Los tres se acurrucan
alrededor de mi vagina, grabando la imagen de su esperma. y sangre goteando sobre
el colchón.
—Listo —dice Acosador, todavía un poco sin aliento mientras salta de la cama.
Se dirige a la cómoda, recoge algo (un bolso de cuero negro) y se lo arroja a Maníaco
y agrega—: Haz lo tuyo y vámonos.
—Cuidado —dice Maníaco, dejando la bolsa en la cama—. Necesito un ambiente
estéril, cabrón. Estéril. Jodidamente de blanco titanio. —Murmura sin sentido
mientras rebusca en la bolsa.
Miro entre ellos, sintiéndome enferma por la vergüenza y la ira inútil. —¿Y
ahora qué?
Rarito simplemente me da la vuelta y cada nervio de mi cuerpo se tensa cuando
dice: —No te muevas.
Maníaco se sienta a horcajadas sobre mi trasero y me aparta el pelo de la piel
de la espalda. Pero pasa un largo momento antes de que suceda algo. Los otros dos
se mueven, actuando cuando él exige algo. —Necesito algo de ropa mojada. —Y
luego—. Encuentra un enchufe. Conecta esto. —Y luego—. Mantenla quieta.
Se oye un clic y luego el olor acre y penetrante del alcohol, un golpe de frío
contra mi omóplato.
Y luego, está el repentino zumbido que reconocería en cualquier lugar.
Una pistola de tatuaje.
—¡Es ruidoso! —sisea Acosador, parándose cerca.
Pero a Maníaco no le importa. Puedo sentirlo encorvado sobre mí y, de
repente, toda esa energía frenética que ha estado irradiando su cuerpo desaparece.
Se queda tan quieto, tan concentrado, que me adormece hasta el entumecimiento
que se avecina.
El primer toque de la aguja contra mi piel ni siquiera me hace estremecerme.
Creo que en algún lugar, enterrado en lo más profundo de mi cerebro, está el
impulso de resistir. Luchar. Para despistarlo y huir. Pero él y Rarito me están
reteniendo y, de todos modos, no hay ningún lugar adónde ir. Pierdo la motivación
para hacer mucho más que mirar sin ver las sábanas sucias.
No puedo distinguir lo que dibuja, demasiado entumecida para seguir la
sensación aguda y caliente de la aguja perforando mi piel, pero sé que es metódico,
se toma su tiempo mientras se inclina sobre mí, dejando su marca en mí. Sé que es
pequeño, tal vez cinco o siete centímetros de diámetro.
Creo que pasan diez minutos cuando el zumbido cesa, o puede que hayan
pasado horas.
—¿Ves? Te dije que dejaría mi marca —dice Maníaco, sus labios rozan la cuenca
de mi oreja.
Su peso se va. Lo escucho a él y a los demás empacar los suministros
nuevamente en esa bolsa, ignorándome como si fuera basura desechada. Los siento
caminar hacia la cómoda y usarla para salir por la estrecha ventana de salida. Los
miro, esa ventana rota es la única parte de la habitación en mi línea de visión, y no
me molesto en darme vuelta o levantarme. Una parte de mí está firmemente
convencida de que si me quedo aquí, si me quedo lo más quieta posible, nada de
esto habrá sucedido. Moverme significará que lo sentiré. Entre mis piernas. En mi
mandíbula. Alrededor de mi tobillo. En la permanencia de la tinta en mi omóplato.
Rarito es el último en subir a la cómoda hasta la ventana. Se queda al lado de
mi cama, y es como cuando me desperté por primera vez. Un pilar de una sombra.
Una parte de la arquitectura de este lugar. Se queda mirando mi cuerpo usado,
derrotado y herido, y luego saca algo de su bolsillo y lo coloca con cuidado en la
mesa de noche.
Una lata de gaseosa.
Aguarda, como si esperara que yo reaccionara. Quizás espera gratitud. Una
sonrisa y un agradecimiento. Supongo que todas las putas merecen un pago.
Cuando no hago nada más que mirarlo inexpresivamente, él exhala con
dificultad y molestia, y luego saca algo más de su bolsillo. —De nada. —Lo arroja
sobre la cama justo al lado de mi hombro. Es un cuadro pequeño, blanco y morado,
con texto en el frente.
Plan B, una pastilla anticonceptiva.
—Te dije que algún día serías mía —dice, caminando hacia atrás—, Pajarito.
Y luego se fue, saliendo por la ventana con un movimiento ágil.
Pero me quedo mirando sin pestañear a su paso, finalmente poniendo la voz a
los inquietantes ojos azules. Nick guapo, mi conexión con los Reyes.
Me quedo así por un tiempo.
Tiempo.
Nunca ha significado menos para mí que ahora.
Mi cuerpo duerme, pero mi mente nunca lo hace. Miro fijamente la ventana
(el aleteo de la cortina) y dejo que mi carne se llene de descanso. Encierro mis
pensamientos en cosas seguras. La forma en que olían esos libros antes. La textura
de las páginas bajo mis dedos. El peso y forma de estos. El volumen de su espesor.
Pienso en el cielo y en cuánto tiempo ha pasado desde que lo vi. Las estrellas. La
luna. El amanecer.
Pienso en los pájaros y en el aleteo de las alas, y luego lloro.
No estoy orgullosa de ello.
De hecho, paso todo el tiempo resentida con cada lágrima que llega hasta el
colchón. Puedo escuchar la voz de mi padre en mi mente, diciéndome que soy débil.
Los Lucia no lloran: atacamos con veneno y con las puntas de nuestros colmillos.
Probablemente eso es lo que más me quema. Los golpes fueron malos y el sexo
peor, pero ¿el hecho de que me haya hecho llorar?
Eso es lo que me hace querer matar a Nick.
Hace mucho que salió el sol cuando muevo los dedos, permitiendo que mis
músculos y huesos se despierten lentamente y vuelvan a la vida. Sé que mi cuerpo
no está preparado para afrontarlo. El dolor entre mis piernas. El escozor en mi
mejilla. La punzada en mi tobillo. Es sólo que necesito saberlo.
Voy cojeando al baño, es una serie de desafíos que implican hacer muecas
excesivas y evitar la sangre y el semen que se seca en mis muslos. Pero en el
momento en que lo hago, le doy la espalda al espejo y finalmente veo el mensaje
que Maníaco había inscrito en mi piel.
Un oso.
No un oso cualquiera.
Todos en Forsyth saben quién es Brass Bruin, de una forma u otra. Este no fue
un simple ataque en la oscuridad de la noche. Maníaco, Acosador, Nick...
Han declarado la guerra.
Con un poco de suerte, pronto estaré en condiciones de darles una.
Capítulo 1
NICK
—Una planificación adecuada evita el mal desempeño.
Eso es lo que siempre nos decía Daniel Payne. A nosotros, sus soldados a pie.
Su audiencia cautiva. Sus pequeñas y astutas mascotas asesinas.
Era un arrogante hijo de puta, pero a veces tenía razón. No importa por qué
comencé a trabajar para él o en lo que finalmente me convertí. El Rey del Lado Sur
siempre tenía una lección que dar, y mucha gente no querría escucharla, pero si
podías atravesar la megalomanía y la codicia, tenía algunos puntos muy buenos.
Simplemente no siempre eran constructivamente solventes. Ésa es la brillantez de
esto. Daniel nos necesitaba lo suficientemente inteligentes para ser útiles, pero lo
suficientemente estúpidos como para no darnos cuenta.
Un hombre inferior podría haber visto a Daniel como una figura paterna
pasable, pero a la mierda. Ya tengo dos de esos, y ambos son muchísimo más
inteligentes que el Rey Payne.
Por ejemplo, mis verdaderos padres todavía están vivos.
Daniel Payne lleva muerto seis meses, pero todavía puedo verlo por todas
partes, etiquetado por esta ciudad como atrevidos grafitis. Está en el horizonte, la
silueta de los edificios que había financiado se elevan en el horizonte al amanecer.
Está bajo nuestros pies, la red de alcantarillas que había destripado y recuperado,
creando el perfecto laberinto de contrabando interurbano. Está en el aire, el
penetrante olor de los gases de escape de los coches y la pútrida planta de
tratamiento de residuos mantienen a distancia a cualquiera que sea demasiado
importante. Está en la gente: los traficantes que reguló y los yonquis a los que
alimenta.
Básicamente, está aquí.
La camioneta de Killian Payne está en el camino de entrada del burdel cuando
llego, con la rueda delantera a mitad de la acera. Había estacionado a toda prisa,
apresurándose cuando recibió la llamada, sin duda.
Mientras él se enteraba de lo que pasó en el sótano de Velvet Hideaway, yo
estaba ocupado limpiando la sangre de mis manos y el olor a coño de mi polla.
Nada de lo que hice pudo disminuir la adrenalina que aun corre por mi sistema. No
es sólo la emoción de conseguir finalmente lo que quería después de todo este
tiempo, aunque... sí.
No mentiré, todavía me zumban las pelotas por esa carga de semen que enterré
en el coño de Lavinia.
De todos modos, no es realmente lo que quería. Buen coño, seguro. Verla
debajo de mí, tomando mi polla mientras la penetraba, era sin duda inevitable.
Lavinia Lucia ha sido mía desde el primer momento en que la vi. Es sólo que nadie
se ha molestado en verlo todavía.
La verdadera emoción es que ahora todo está en movimiento. Puedo sentir los
engranajes girando mientras camino tranquilamente por la calzada, la satisfactoria
inmersión de la primera ficha de dominó, golpeando la siguiente. La gente me
subestima mucho, pero nada tanto como mi paciencia.
Entro al burdel con una arrogancia casual y aburrida, como si no hubiera sido
yo quien irrumpió en el sótano hace apenas unas horas. Una de las mejores lecciones
de Daniel es el arte de mostrarle a la gente exactamente lo que esperan. Los vuelve
complacientes. Los hace sentir inteligentes. Les hace pensar que lo tienen todo en
control.
En la sala principal, algunas chicas están acurrucadas, hablando en susurros,
mirándome torvamente mientras cruzo la habitación. Toda la atmósfera es pesada y
solemne, e incluso el edificio mismo se siente como si estuviera encorvado sobre sí
mismo, herido. Auggy, la madam del Hideaway, está parada cerca de la puerta del
sótano en bata y con los brazos alrededor de su cuerpo esbelto y femenino. Una fina
voluta de humo sale de la punta de su cigarrillo mientras sigue mi aproximación.
—Hola —digo, apartando mi cabello húmedo de mi frente—. Recibí una
llamada. ¿Qué está sucediendo?
—Anoche hubo un robo —dice, mirando hacia otro lado. El talón de su pie
derecho rebota nerviosamente, a pesar de que su rostro está perfectamente sereno—
. El activo de los Reyes fue el objetivo.
Activo. Alias: Lavinia Lucia. Hija de Lionel, Rey de los Condes. Realeza, pero
no. Valiosa, pero por poco. Ha estado refugiada en el sótano del burdel desde hace
un tiempo. Yo debería saberlo. He sido yo quien la ha manejado.
Mi voz emerge con cuidado. —¿Se encuentra bien?
—Fui esta mañana a dejarle algo de desayuno y la encontré... —Da una larga
calada al cigarrillo, algo delicado se estremece en sus rasgos—. Ella es un desastre,
pero está bien. Quiero decir… está viva. —Se encoge de hombros—. Ve a verla por
ti mismo.
Asiento y bajo las escaleras, pisando fuerte pero sin prisa. Porque es eso lo que
esperan.
Esta casa fue construida a medida por un rapero que tuvo problemas con el
IRS. La planta baja es una suite que construyó para su madre, completa con todas
las comodidades. Lavinia ha estado viviendo allí al servicio de Daniel, pero ahora
que él está muerto, es tan buena como una lata de sopa a la que le falta la etiqueta,
toda escondida y olvidada en la despensa. Killian, siendo hijo y heredero de Daniel,
ha estado tratando de descubrir qué hacer con esta parte de su “herencia”.
Llamo a la puerta y, un momento después, se abre. Mis ojos se dirigen a Killian,
pero sólo porque es muy grande. Imponente hijo de puta. Cubierto de tinta, el
mariscal de campo estaba en la fila para el primer draft de la NFL antes de decidir
tomar la corona de basura de su padre.
Aparto mis ojos de él hacia el desastre. El vidrio de la cómoda y del suelo brilla
con la poca luz que entra por la ventana rota de arriba. La mesita de noche y el
sillón de la zona de estar están volcados. Las sábanas de la cama están retorcidas,
con parches manchados de sangre seca hasta adquirir un color marrón rojizo.
Joder, es como si hubiera explotado una bomba aquí.
La lata de refresco que le dejé todavía está en la mesita de noche.
Pero el paquete de Plan B no.
La miro al final, posponiéndolo el mayor tiempo posible. No es que me sienta
mal, porque no es así. Hizo sus swings. Aparte del moratón en una mejilla, su rostro
está pálido y su cabello rubio es tan salvaje como sus ojos. Me mira fijamente, fría y
dura. La chica se defendió de algo desagradable, pareciendo más una vencedora
que una víctima. Pero es tal como dije. Fue por su propio bien. Me lo agradecerá,
vendrá la próxima semana.
Pero hay un pequeño indicio de temor dando vueltas alrededor de mi cabeza,
y no me gusta. Había sido un descuido decirle quién era, y básicamente lo hice.
Pajarito. Soy el único que la llama así. Si le dijera a Killian, sacaría esa pistola que
asomaba por su cintura y enterraría una bala en mi cráneo, y estaría en su derecho.
Pero lo sé en el momento en que nos miramos a los ojos, no ha dicho nada.
Lavinia también ha recibido algunas lecciones.
—¿Qué diablos pasó aquí? —Pregunto, observándola. El destello de ira que
endurece mis rasgos ni siquiera es del todo falso. Maldito Sy, arrastrándola y
abofeteándola así. Mi hermano es muchas cosas, pero el carácter ecuánime nunca
ha sido una de ellas.
—No tengo ni puta idea. —Killian lleva sudadera y una camiseta de práctica de
Forsyth. Ese pequeño mechón de su cabello está erizado y lleva dos calcetines de
diferentes colores. Me bañé, pero obviamente él no tuvo la oportunidad de hacerlo.
Parece que acaba de despertar. Lo conozco lo suficiente como para entender que sí
tuvo que abandonar la cama de su Lady, está agitado—. No es su sangre. Hice que
la señora Crane la revisara, pero… —la mira, hace una mueca y me hace un gesto
para que lo siga al pasillo. Cierra la puerta, pero no del todo, los ojos todavía
duermen hinchados a pesar de su desenfreno. La está vigilando. Puedo verlo
físicamente prepararse para mi reacción cuando dice en voz baja—: Parece que fue
violada.
Me mira. No he sido discreto acerca de mi interés en ella. Rath lo sabe, es por
eso que hice un trato con ellos para volverme contra Daniel. Es por eso que Killian
me llamó aquí al amanecer. Probablemente piensen que es un descuido de mi parte
mostrar cuánto la deseo.
Es lo que esperan de mí.
—¿Alguien la tocó? —Pregunto, con un tono claro y letal en mi voz—. ¿La
lastimaron? —Invoco esa furia silenciosa y ardiente que se hinchó en mi pecho
cuando vi la huella de la palma de Sy en su mejilla, dejándome llevar—. Dime quien.
—Busco mi propia arma, pero su mano me detiene.
Se frota la nuca. —Una vez más, no es su sangre. Parece que hirió a uno de
ellos bastante bien. No creo que necesite un caballero de brillante armadura.
Remy. Cuando me fui, Bianca lo estaba cosiendo, su última tarea como
Duquesa antes de seguir adelante. Lavinia le cortó el abdomen con un trozo de
vidrio sucio, pero se lo merecía. Incluso Remy sabía eso. Todavía se reía de eso,
incluso cuando regresamos al campus. Maldito loco.
—Sin embargo, la marcaron. —Sus ojos sostienen los míos, entrecerrándose—.
Con un oso.
—Un oso —repito, envolviendo mis dedos alrededor de mi arma—. Te refieres
a un pardo2.
—Nick —comienza, pero lo interrumpo.
Es lo que esperaría.
—Alguien me está enviando un mensaje —miento, soltándome para sacar mi
arma—. Dime quien.
Me lanza una mirada de advertencia. —El mensaje no es para ti. Saul Cartwright
me lo tiene claro. Lo ha hecho desde hace meses. Los Duques se graduaron, así que
supongo que este fue su último hurra para ellos. —Su mandíbula se tensa—. Esto es
venganza.
Bebé Payne ni siquiera se da cuenta de lo acertado que está. Saul realmente
había encomendado esta tarea a los Duques. Pero los Duques graduados ya no están,
y para convertirte en Duque, debes demostrar tu compromiso con el Rey.
Hay nuevos Duques ahora.
Me levanto en toda mi altura, dejando que mi rabia se muestre. —¿Me estás
diciendo que la hija de Lucia fue violada por alguna mierda de rivalidad entre
fraternidades? —Dicho así, suena realmente convincente.
—Sé que así es —dice Killian, lanzando una mirada prolongada a la puerta
agrietada—. Es un movimiento de poder. Saul está dando dos golpes con un puño.

2
Bruin (apellido de Nick y Sy), en español es pardo. El oso pardo es la marca de los Duques.
Duques y Condes, así sin más. —Gruñe—. Sí, si no estuviera tan enojado por eso,
estaría impresionado.
—Hacer eso bajo tu techo y luego dejar su huella es un movimiento bastante
audaz. —Lo mejor es dejar algo de escepticismo en mi voz, aunque esté guardando
mi arma. Miro hacia la habitación. Lavinia sigue en la silla, mirándonos de cerca.
—Si estás preocupado por ella, yo no lo haría. Es dura —dice Killian, pero ni
siquiera sabe ni la mitad.
Pienso en cómo peleó conmigo. Quiero decir, ella accedió a tener sexo
conmigo, aunque fuera sólo para vengarse de su padre y salir de aquí. Pero, mierda,
luchó contra ello. Uñas y dientes. Sangre y lágrimas. Y todo eso sólo hizo que su
coño se apretara más. Mierda. Me muevo, sin querer ponerme duro en medio de
todo esto.
—Es demasiado dura —añade, pasándose una mano por su desgastado rostro—
. Está demasiado expuesta aquí en el hoyo. No tengo idea de lo que estaba pensando
mi padre.
—Estaba pensando que era virgen —digo, bajando la voz, molesto—. Sé lo que
hacen los Reyes. Pero ahora que su cereza está reventada, que su virginidad ya no
existe, ese ángulo es inútil. Ha perdido su valor y es demasiado peligrosa para tirarla
al suelo con las otras chicas. —Killian asiente y va justo hacia donde lo llevo. Pero
hay más en esto.
—Story me va a matar —gime. Su Lady habla de manera molesta sobre no
dedicarse al comercio de carne. Por mis vislumbres de su vida con Rath, sé que
tener a esta chica encerrada ya estaba causando problemas en casa. ¿Story se enteró
de que Lavinia se estaba volviendo dura bajo su mando? Mi hombre está a punto
de experimentar una repentina sequía.
Levanto la barbilla. —Sabes por qué Lionel la abandonó, ¿verdad?
Me mira sorprendido. —No. Pensé que era una deuda de algún tipo. No soy
exactamente ajeno al drama familiar.
Sacudo la cabeza. —Pasó algo de mierda entre ella y su hermana mayor. Lionel
ha estado muy jodido por eso. Supongo que está desaparecida o algo así.
Killian frunce el ceño. —¿Desaparecida?
Dios, ha estado fuera de esto, concentrado en el fútbol, la familia y su Lady.
Eso sólo hace que esto sea más fácil para mí. —El punto es que, si no puedes
encontrarle ningún uso, papá vendrá a recogerla él mismo.
Ya puedo verlo luciendo molesto ante la perspectiva de que Lionel entre aquí
para llevársela. Para alguien íntimamente familiarizado con el drama familiar, Killian
Payne seguramente no quiere lidiar con el de otra persona. —Entonces déjenlo —
subraya—. No soy una maldita guardería para niñas descarriadas. Si Lionel quiere
castigarla, que lo haga.
—¿Disculpa? —Digo, bajo y letal.
Killian explica enojado: —Tengo que preocuparme por la palpitante erección
de rencor que tiene Saul Cartwright. No tengo el tiempo ni la energía para arbitrar
esta mierda. Necesito descubrir cómo sacar a Saul para siempre.
Tengo que interpretar la siguiente parte con mucho cuidado. —¿Y cómo vas a
tratar con él? —Me pregunto, burlándome—. Destronar a un Rey es más fácil de decir
que de hacer.
Parece reflexionar sobre esto y puedo ver cómo giran los engranajes. Un
dominó cayendo en el siguiente. No es una idea difícil de meter en su cabeza. Me
ha estado molestando por eso desde que se convirtió en Rey. —Nick —dice,
mirándome—. Eres un Bruin.
Eso es lo que pasa con la Realeza. Al final del día, siempre se trata de legado
y sangre. Mi bisabuelo era Rey. Mi abuelo era un Rey. Mi padre era un Rey. Los
Bruins han liderado a los Duques durante generaciones.
Hasta que mi padre abdicó de su corona, entregándosela a Saul.
Killian me lanza una mirada significativa. —Eso significa que puedes impugnar
su afirmación.
—Ya te lo dije —digo, mirando hacia otro lado—, no lo quiero. —Ni siquiera es
mentira. No quiero ser Rey. Prefiero desaparecer en la nada que gobernar el montón
de basura que comprende Delta Kappa Sigma y el Lado Oeste.
—Oh, lo harás —insiste, extendiendo la mano para abrir la puerta. Su mirada
no deja la mía, incluso cuando mis ojos se posan en la mirada abrasadora de
Lavinia—. Porque ella será tu Duquesa.
Ahí está.
El choque del dominó.
El giro del engranaje.
La culminación de mis maquinaciones.
Una planificación adecuada evita el mal desempeño.
Capítulo 2
LAVINIA
La primera vez que conocí a Nick Bruin, la mano de mi padre me empujaba al
suelo.
Todavía recuerdo el dolor de la grava cortando las palmas de mis manos y las
puntas de mis rodillas. Me dolió, pero la sensación del aire de la noche cortando mi
piel fue posiblemente lo mejor que jamás haya experimentado. Estar afuera, oler el
escape de los autos, la capacidad de moverme por primera vez en días. Recuerdo
haber mirado sus pies (de Nick guapo, que no debe confundirse con el feo), las
puntas desgastadas de sus botas, el rescoldo brillante de una colilla mientras la
descartaba con indiferencia, el peso de sus ojos en mi nuca. mientras jadeaba en el
asfalto.
Era un aparcamiento insignificante en algún lugar apartado de la avenida.
Oscuro. Abandonado. Los faros de dos coches eran lo único que iluminaba el
aparcamiento: el elegante sedán de mi padre y el imponente SUV de Daniel Payne.
—Llévatela —gruñó mi padre—. Ya conoces el trato. Úsala como quieras.
Hubo una pausa y luego la voz de Daniel Payne. —¿Estás seguro de que es...?
—Sí, sí —dijo mi papá con impaciencia—. Confía en mí. Nadie la querría. Es
carne fresca.
—No soy… —Se me escapó el aliento en un doloroso silbido cuando mi padre
enterró su pie en mi costado.
—Si no vas a confesar lo que le has hecho a Leticia, entonces no quiero oír ni
una sola palabra salir de tu puta boca —siseó.
Fue Nick guapo quien me levantó. Sería estúpido describir su atención como
gentil, pero después de tres días bajo el infierno de la ira de Lionel Lucia, seguro
que así se sentía. Ni siquiera me importó que me empujara al asiento trasero de la
camioneta, sin pelear cuando me ataba las muñecas o cerraba la puerta,
envolviéndonos a los dos en un silencio frenético e incómodamente íntimo.
Afuera, entre los haces de los faros, los dos Reyes negociaban. Carne para una
rápida represalia. Más tarde, me enteré de que mi padre le estaba explicando a
Daniel que mentiría. Que yo diría que no era virgen. Que sólo era una artimaña
para escapar de mi castigo. Que él sabe con certeza que nadie me ha tenido nunca.
Pero adentro, estábamos solo nosotros dos, tranquilos y quietos, y aquí está lo
bueno.
Empecé a llorar.
Probablemente puedo contar con una mano la cantidad de veces que he
llorado, y esta fue una de ellas. No era la perspectiva de ser el nuevo juguete de
Daniel lo que me hizo romper en lágrimas. Ni siquiera había tenido tiempo de
procesar eso todavía. No era siquiera el dolor en mi costado, los moretones que
rodeaban mi garganta, o el latido en mis nudillos y rodillas por golpear contra la
sólida madera del baúl en el que mi padre me tenía encerrada.
Era alivio. Estaba tan jodidamente feliz de ser libre que todo se estrelló en un
susurro de sollozos.
Y entonces Nick se dio la vuelta (solo un pequeño giro de su cabeza para mirar
por la ventana) y dejó escapar un largo e impasible suspiro. —Jesús, ustedes, putas
de la Realeza, son algunas de las perras más débiles que he conocido.
Recuerdo que mi sollozo fue arrebatado por una inhalación brusca. Recuerdo
tensarme y moverme, dándole la espalda a la puerta opuesta. Recuerdo el sonido
que hizo cuando el talón de mi zapato hizo contacto con su mandíbula. Recuerdo
el crujido de la ventana al romperse y el movimiento de sus manos, el peso de su
cuerpo mientras me derribaba, con expresión impasible excepto por un pequeño e
irritado pliegue que dividía la fuerte línea de su frente.
El punto es que mantengo la boca cerrada por una razón. Claro, podría
contarles a los Lords que Nick fue quien irrumpió en mi celda en Velvet Hideaway.
Podría ver al nuevo Payne vengarse, con todos los Reyes reunidos a su alrededor
para colocar sus balas y espadas en la dura pila de carne de Nick guapo. Apuesto a
que incluso me dejarían mirar mientras apagaban la luz de sus ojos azules. Mi padre
estaría allí (Pérez también, sin duda) y luego renegociarían dónde retenerme hasta...
Bueno, hasta que ya no me necesiten.
Pero que se jodan.
Si algo me enseñó Lionel Lucia es que los secretos tienen poder. El silencio es
una moneda de cambio. Y el conocimiento puede ser lo único que me mantendrá
viva.

Siempre hay un optimismo extraño y eléctrico al pasar de un par de manos a otro.


La noche que mi padre me entregó a los Reyes, el día que Daniel me trasladó al
Hideaway, esas fueron oportunidades. Veo esto por lo que es.
Por la tarde, unos contratistas callados vienen a reparar la ventana rota. Los
limpiadores llegan por la ropa sucia y las sábanas, llevándose todas las pruebas.
Luego Auggy y un par de sus compañeras putas hacen otra ronda de revisión de mi
suite en busca de armas. Pero ya no es como solía ser. Si antes me miraban con
actitud irritada y sospechosa, ahora evitan mirarme por completo. Van de puntillas
y susurran, hurgando en mis cajones con tanta suavidad que es casi como si
prefirieran no molestarme. Sumergen la habitación en un silencio solemne y sombrío
que me hace rechinar los dientes.
Me enfurece su lástima cuanto más tiempo pasa. Día tras día, el sol sale y se
pone, y nadie viene a buscarme. Auggy me deja comida mañana y noche, pero
aunque echa un rápido vistazo a la cama perfectamente hecha, no habla.
Sigue así durante mucho tiempo. Días, semanas... ¿quién sabe? El único
momento notable es cuando llega mi período, lo que confirma que el Plan B que
me dio Nick realmente funcionó.
Al menos tengo eso a mí favor.
Después de un tiempo, empiezo a pensar que tal vez aluciné la conversación
entre Killian y Nick, la de convertirme en la nueva Duquesa. Tal vez confundí uno
de mis libros con la vida real, mezclando romances de mal gusto con mi situación
actual. El trauma le hace locuras al cerebro. Yo más que nadie debería saberlo. He
pasado toda mi vida siendo la hija menos favorita de Lionel Lucia. Hay noches en
las que todavía me despierto convencida de que estoy atrapada dentro de ese baúl,
con las piernas agitándose instintivamente contra una barrera que no existe. Y luego
hay noches en las que me despierto sin poder moverme en absoluto, paralizada por
la inevitable certeza de que nunca me fui.
Puedes sacar a la chica del baúl...
Es sólo la estasis lo que me atrapa. La paso caminando a lo largo de la
habitación, una y otra vez, tan tensa por la necesidad de salir que podría asfixiarme.
Ya era bastante malo incluso antes de que llegaran, pero dondequiera que paso,
dondequiera que mire, hay un recuerdo de esa noche. Sus figuras sombrías. Sus
voces bajas y roncas. El pellizco de sus apretones, el dolor de su tacto, el escozor de
su aguja. Creo que Auggy y las demás suponen que estoy durmiendo en el sillón
junto a la puerta o en el suelo junto al armario, pero la realidad es mucho más
embarazosa.
Duermo durante el día, dentro de la fría y dura bañera, con la puerta del baño
bien cerrada.
Es mi destino.
He cambiado una caja por otra.
Cuando finalmente sucede, no lo espero.
El ruido fuera de la puerta me hace incorporarme de golpe. La luz de la ventana
recién enrejada indica que es demasiado temprano para cenar, así que cuando entra
la anciana señora Crane, llevando una gran bolsa de papel, no una bandeja de
comida, cada célula de mi cuerpo despierta a la vida.
Nunca es bueno cuando la vieja murciélago baja ella misma en lugar de enviar
a una de las otras chicas. Si Auggy es la madam del burdel, la señora Crane es la
verruga testaruda que no desaparece, o la gerente, como prefiere que la llamen. Es
básicamente la madre de los jodidos Lords. Si son malos, ella es la mitad de la razón.
—Aquí abajo huele como una maldita perrera —dice con su voz áspera y ronca.
Sus ojos abarcan el espacio, astutos y calculadores—. Cristo, ¿has estado de mal
humor?
—¿De mal humor? —Repito, entrecerrando los ojos—. No, yo jamás. He estado
usando todo mi tiempo libre encerrada en este puto sótano para resolver la crisis
mundial del hambre. —Le ofrezco una sonrisa afilada—. Después de todo, ¿por qué
podría estar de mal humor?
La señora Crane se burla duramente de mí. —¿Crees que eres la primera chica
aquí a la que violan? Probablemente ni siquiera seas la primera este mes. Tienes
comidas calientes diarias y una cómoda cama, Ricitos de Oro. Al menos no tienes
que ir a un rincón para compensar la pérdida de gastos. —Con amargura, añade—:
Diablos, yo tuve que casarme con el mío.
La miro con incredulidad, pero a pesar de que me burlo: —Sí, mi agresión
sexual violenta fue un verdadero golpe de suerte —sólo la mitad de la ira abrasadora
en mi pecho está dirigida hacia ella.
También va a esta enferma ciudad, o mi conciencia de ella, que crece cada
día.
Ella ignora el comentario y huele. —¿Cuándo fue la última vez que te bañaste?
Me encojo de hombros con indolencia. —Diablos, no lo sé. En un momento
dado, la bañera dejó de ser una ducha y pasó a ser más esa “cómoda cama” de la
que pareces tener en tan buena opinión.
—Bueno, es hora. Ve a lavarte. —Me lanza una mirada, imperturbable ante la
idea de que duerma en la bañera—. Y será mejor que frotes ese coño hasta que
brille.
—¿Por qué? —Pregunto, levantando la barbilla.
Con altivez, responde: —Porque yo lo digo.
Me pongo rígida, sabiendo que esto es todo. Mi vida se siente como una serie
de antes y después. Después de que me pusieron en el baúl. Antes de que Leticia
desapareciera. Después de que mi padre me entregó a Daniel. Antes de ser
trasladada al Hideaway. Después de la...
Violación, gritan mis pensamientos, aunque ni siquiera puedo afirmarlo como
tal.
De cualquier manera, he aprendido a reconocer los momentos, a ver las
costuras entre un antes y un después, y puedo sentirlo ahora. Ese crujido nervioso
en el aire, la mirada impaciente de la vieja bruja, la forma en que mis ojos se centran
en esa puerta, hambrientos de escapar de otra caja más.
Asiento hacia el bolso que sostiene. El logo en el costado es de una tienda con
la que quizás no esté familiarizada personalmente, pero es bien sabido que las chicas
de Avenue lo mantienen en el negocio. —¿Me envías a una cita? No pareces
exactamente un hada madrina.
—Dejé mi varita en el carruaje. —Tira la bolsa al final de la cama y yo la miro
fijamente—. Ropa nueva para el día del traslado. No puedo permitir que salgas de
aquí como una manta mojada. Es malo para los negocios.
Trasladar.
No liberar.
—Qué suerte tengo —murmuro, levantándome y recogiendo la bolsa. En el
interior, la ropa es toda negra. Una especie de algodón triturado que intentaba pasar
por una camisa, junto con unos leggings de piel sintética negros—. Oh, Dios mío,
ropa de puta.
—Lo siento, no es un vestido de fiesta, Cenicienta —espeta, luciendo molesta—,
pero si fuera tú, no le miraría los dientes a un caballo regalado.
Levanto la ropa. —¿Crees que esto es un regalo?
—Creo que no quieres vivir aquí el resto de tu vida y ésta es tu única opción.
Tenías algo que valía la pena. —Sus ojos bajan a mi entrepierna—. Y lo perdiste.
Mi antigua virginidad, sin duda.
—No perdí nada. Fue tomado y bajo tu vigilancia. —Es mentira, pero ella no lo
sabe.
Excepto que cuando encuentro su mirada, levanta una ceja. —Tal vez los
alegres imbéciles verdes que entran y salen de aquí se compren esa mierda, pero yo
no. Mírate. Probablemente perdiste la virginidad con el primer gusano de labios
húmedos que te tocó el muslo. —Me lanza una mirada larga y pensativa—. No porque
fueras fácil. Curiosa, más bien. Apuesto a que enviaste a ese imbécil a casa cojeando,
¿no? —Deja escapar una risa baja y ronca—. Sí, uno de mis muchachos me habló de
ti. Te llamó matona y no mentía. Sólo Dios sabe lo que estaba pensando Daniel.
Mis labios se aplastan con la moderación de no responder.
Pero no se equivoca.
Sobre nada.
Cuando vuelve a hablar, su voz es un poco menos áspera. —He visto muchos
coños en mi época, niña. Puedo detectar su clase a una milla de distancia. Las
estafadoras, las perras con garras, las muñequitas delicadas que se romperían si un
hombre respirara sobre ellas demasiado fuerte... —Sacude la cabeza y me mira
fijamente—. No eres el tipo de chica adecuada para este negocio. Si Killian te
retuviera y te pusiera a trabajar arriba, estarías muerta o en la cárcel en una semana,
y ambos lo sabemos. —Señala el bolso en mi mano—. Esto será más adecuado para
ti.
Doy una risa aguda y amarga. —¿Servir a tres cabrones que están atrapados
bajo un título falso de la Realeza? Sí, será mucho más adecuado.
No parece sorprendida de que sepa dónde voy. —Depende de ti lo que hagas
con ello.
Podría decirle ahora mismo que Nick fue quien me atacó. Tal vez borraría esa
mirada zalamera e impaciente de su expresión si se diera cuenta de adonde me
estaba enviando. Por otra parte, tal vez no sería así. Tal vez me diría que aun así
estoy ganando.
—Eres otra cosa, ¿sabes? —Inclino la cabeza y la miro con ojos calculadores.
¿Cree que me tiene con toda esa mierda que ha dicho?—. Me pregunto cuántas
chicas has arruinado con esa mierda. —Sus ojos se entrecierran mientras yo avanzo
casualmente—. Apuesto a que te dices a ti misma que simplemente las estás
endureciendo, preparándolas para la dura y fría realidad del mundo. No eres una
villana aquí, claro que no. Eres sólo una víctima, una de las muchas víctimas de este
lugar. Lo has perfeccionado. Ya nada te molesta. Si una chica es violada y golpeada,
debería levantarse, fingir que nunca pasó y agradecer que no haya sido peor. Oh,
sí, les estás haciendo un favor —me burlo, sonriendo ante el destello de ira en sus
ojos—. No eres amiga de estas chicas. Eres una traidora. Tengo más respeto por las
sombras de mierda que me sujetaron y me follaron. —Sostengo la bolsa—. Al menos
nunca lo disfrazaron.
Me lanza una mirada aburrida. —Me importa un carajo ganarme tu respeto. Si
mimara a todas las chicas que fueron tocadas, no tendría tiempo para nada más.
—Por supuesto, usas tu tiempo de manera mucho más constructiva.
Sus ojos se clavaron en los míos, llameando indignados. —Y ahora es el
momento de que tú hagas lo mismo. —Señala con el pulgar hacia el techo—. Esta es
una oportunidad que nadie más en esta trampa de coños verá jamás. Es posible que
tengas que abrirles las piernas, chuparles la polla, cocinarles comida y lavarles la
ropa. ¿Y qué? Cualquiera de mis chicas daría su teta izquierda por tener la
oportunidad de ocupar un puesto en la Realeza. —Cuando va a abrir la puerta,
Auggy está allí de pie con una bolsa de lona, esperando—. Haz que esté limpia y
presentable —le dice la señora Crane, lanzándome una mirada asesina—. Vienen a
buscarte durante la cena. Me importa un carajo adónde vayas, siempre y cuando no
ensucies más mis sábanas. —Se va, cerrando la puerta detrás de ella mientras
Augustine me mira.
Después de un momento de silencio suspendido, levanta la barbilla y me mira
por encima del hombro. —Estás equivocada acerca de ella. La señora Crane no es
una traidora. Ha salvado a más chicas de la calle de las que probablemente jamás
te dignaste pensar en esa gran mansión en la que creciste.
Encuentro su mirada, pero no puedo provocar ningún calor por ello. —No
sabes nada sobre cómo crecí.
Arqueando una ceja, dice: —Apuesto a que nunca pasaste hambre.
—Entonces, de nuevo —repito, enfatizando—, no sabes nada sobre cómo crecí.
El hambre no era nada. —Es mejor sentir calambres en el estómago por el hambre
que verme obligada a vivir en dos metros cuadrados del infierno. No tiene idea de
hasta dónde llegaría mi padre para conseguir lo que quiere.
—Como sea —suspira, pasando a mi lado hacia el baño—. Terminemos con esto.
Si pensaba que todo lo que recibiría sería una ducha rigurosa, entonces estaba
muy equivocada.
—Me estás jodiendo —digo veinte minutos después, con el pelo goteando
mientras observo el mostrador de mi baño.
Auggy se golpea las muñecas con un par de guantes de látex. —No te
preocupes. Yo misma depilo a todas nuestras chicas. Sé lo que estoy haciendo.
—No dejaré que te acerques a mi coño con cera caliente.
Blande una espátula de madera plana y responde: —Si lo hacemos ahora, no
tendrán que hacerlo ellos más tarde.
Parpadeo hacia ella. —No puedes hablar en serio...
—Oh, lo digo muy en serio. —Ella señala la pila de mantas colocadas en el
suelo—. Hay una razón por la que entras en batalla sin pelo. Nunca les des algo que
tirar. —Debo estar experimentando algún tipo de psicosis condicionada, porque eso
está tan profundo en mi psique que me encuentro arrancándome el vello corporal
durante la siguiente media hora—. Todo, de cintura para abajo —señala Auggy,
untándome cera en las espinillas.
Ni siquiera puedo recordar la última vez que pude afeitarme las piernas, y
mucho menos el coño, así que cada rasgadura del papel duele como un hijo de
puta, haciéndome gruñir y golpear el suelo con una ira inútil con cada tirón.
Ella deliberadamente ignora esto. —Tienes suerte de ser tan rubia, ¿sabes? Es
casi blanco. Mi cabello es tan oscuro que puedo verlo crecer nuevamente después
de una semana, pero apuesto a que esto te durará un mes o más. —Pasa un dedo
por una zona de piel roja y furiosa—. Sin embargo, es sensible. Tu piel es demasiado
clara. Te salen moretones con facilidad, ¿no? A algunos les gusta eso. —La mirada
que me da está llena de significado mientras agarra la siguiente tira pegada en el
punto central de mi muslo interno—. Esos son los que hay que tener en cuenta.
Tirón.
—¡Hijo de puta! —Grito.
Después de eso, me depila las cejas, me hidrata la cara y luego pasa mucho
tiempo peinándome los enredos del cabello, sin parecer molesta por el abuso verbal
que le lanzo en el camino.
—¿Cuánto pagan los hombres por esto? —Me burlo y la cabeza se mueve hacia
adelante con cada pasada del peine—. ¿Estoy recibiendo el trato de una puta sádica?
—Creo que te voy a extrañar —dice, sonriendo ante un nudo—. ¿Venir aquí
todos los días para alimentarte? Es como tener una mascota realmente mala a la que
no te atreves a dejar.
—Que te jodan. —Miro sin ver su bolsa de horrores. Hay todo tipo de cosas allí.
Rizadores, maquillajes y tintes para el cabello. Es el tipo de mierda que mi hermana
sabría manejar. Leticia pasaba horas preparándose por las mañanas, siempre
reprendiéndome por levantarme de la cama, recogerme el cabello en algo
descuidado y aplicar nada más que una capa de lápiz labial. Siempre sospeché que
estaba celosa. Ahora lo sé.
Auggy se toca el pecho. —Oh, ¿ves? Mis días simplemente no serán los mismos
sin que me grites. —Poco a poco, su sonrisa desaparece y su voz adquiere un tono
más serio—. No tiene por qué ser tan malo. La señora Crane tenía razón. Dales lo
que quieren y apuesto a que te tratarán como a una Reina. No todos los miembros
de la Realeza son monstruos. Basta con mirar a la Lady. Tiene una vida cómoda y
tres hombres fornidos y poderosos que la aman como locos.
Me encuentro con su mirada en el espejo, sin perder el hilo de envidia en su
voz. —Desearías ser tú. —La verdad es que me compadezco de Augustine. Me
pregunto a cuántos hombres atiende en una semana promedio. ¿A cuántos imbéciles
abusivos tiene que sonreír? ¿Cuántas pollas tiene que meterse dentro para ganarse
su lugar bajo los puños gobernantes de los Lords?
No pregunto.
En lugar de eso, señalo con la barbilla su bolso, que palpita de una manera
extrañamente familiar. —Ese tinte para el cabello ahí dentro —pregunto,
reformulando esto en lo que ella había descrito antes. En la batalla que estoy
entrando. Con fuego de cañón y granadas de mano.
No es por vanidad.
Es pintura de guerra.
—¿Tienes algo azul? —Pregunto.
La boca roja de Augustine se levanta en una sonrisa. —Esa es mi chica.
Capítulo 3
LAVINIA
El hombre que conduce la camioneta me resulta familiar. Los piercings en sus labios
brillan cuando pasamos por las bodegas, y de vez en cuando las farolas arrojan un
feo resplandor sobre el distrito de almacenes del Lado Oeste. Dimitri Rathbone, o
Rath, es bien conocido en los círculos Reales por ser un Lord y el mejor amigo de
Killian Payne. Ahora que Killian es Rey, no sé en qué convierte eso a Rath y al
tercer Lord, Tristian Mercer. En alguien más poderoso, supongo.
No está solo. Un soldado anónimo se sienta en el asiento delantero junto a él,
presionando botones de la radio y pasando de una estación a otra. La mano de Rath
se abre. En voz baja, advierte: —Deja de joder con la música, Bruce.
—Lo siento —dice el tipo, dándose cuenta de que se ha excedido. Él me mira,
con la frente arrugada—. ¿No te parece una exageración atarla así?
Mis muñecas están atadas detrás de mi espalda con una brida industrial. La
verdad es que no me molesta mucho. Tengo mucha experiencia en el arte de tener
que contorsionarme. Dame tres minutos a solas aquí y podré mover las piernas para
llevar las manos al frente. Diez minutos más y quizás hasta podría sacármelas.
—No la subestimes —dice Rath, lanzándome una mirada por el retrovisor—.
Tiene suerte de que no la até. La perra patea como una mula.
Le doy una sonrisa lobuna. —Me alegro de verte de nuevo, Rath. Deberíamos
salir más a menudo. Ha pasado un tiempo desde que te di uno bueno. ¿Cómo está
tu clavícula?
Sus ojos me miran con irritación. —O amordazarla.
La camioneta pasa por delante de un edificio familiar: el gimnasio de los
Duques. He estado en una o dos peleas aquí antes, en la escuela secundaria. Incluso
una vez me colé en una Folchevieja. Levanto la barbilla ante el cartel del gimnasio.
—No estoy segura de cómo funcionará el vestir este cuero sintético barato en una
lucha en gelatina, amigo.
Gira por el callejón y frena de golpe. —Menos mal que no lucharás.
—Entonces, ¿qué estoy haciendo aquí? —Pregunto, mientras el otro tipo abre la
puerta de la camioneta y me agarra del hombro. Me gustaría continuar con la
conversación maliciosa que tengo con este cabrón de Rath, pero la verdad es que
estoy empezando a enojarme e inquietarme—. ¿Qué es esto?
Nadie responde.
En cambio, me hacen avanzar, con una mano agarrando cada uno de mis
brazos, a través de la puerta trasera. Veo un folleto pegado a la pared con cinta
adhesiva (Viernes de Furia Nocturna) y se me erizan los pelos de la nuca. Sé lo que
pasa en los Viernes de Furia Nocturna. Dos miembros de la Realeza suben al ring.
Uno se lleva el premio.
Para el vencedor va todo el botín.
Ése es el lema de los Duques.
El pasillo trasero es largo y está desnudo, aparte de viejos folletos colgados en
la pared, una cronología de peleas pasadas. Huele a puros y a sudor de pelotas
viejas. Rath abre una puerta y nos lleva por un tramo de escaleras hasta llegar al
rellano en la parte superior. El ritmo palpitante de la música y las voces fuertes me
invaden. Encima de nosotros está el elevador que conduce a un loft vacío, pero el
brillo de las luces de colores del arco iris llama mi atención sobre la masa de cuerpos
que hay debajo. Hay otro loft en el lado opuesto del almacén y hay gente allí arriba.
Un locutor, supongo. Un juez o tres. Probablemente algunas casas de apuestas. Al
Lado Oeste le encantan los juegos de azar.
La aprensión crece en mi estómago. Odio a mi familia, pero no puedo negar
mi programación. Me criaron como a un Conde, lo que significa nunca entrar en
algo a ciegas. Estos últimos dos años no me han sacado nada de eso y dudo que
algo lo haga alguna vez.
Estoy tan ocupada inspeccionando el loft vacío de arriba que me pierdo por
completo sus cambios de agarre, el arrastrar de pies y el chasquido de una caja al
abrirse. No me pierdo de la presión repentina contra la piel detrás de mi oreja, ni
los tres segundos de dolor punzante y agudo.
Rath gruñe mientras me sacudo y me rodea la cintura con sus brazos. —
¡Quédate quieta!
—¡¿Qué carajo?! —Grito. Tengo todo este plan que implica levantar las rodillas,
dejar que Rath sostenga mi peso y patear sus espinillas como la mula que cree que
soy.
Pero entonces el otro tipo me golpea fuerte en el mismo lugar, rápido, y se
aleja. —Está hecho, está etiquetada.
Rath me arroja lejos antes de que mis talones puedan hacer contacto y me mira
fijamente. —Entrarás allí, te sentarás en silencio y esperarás a que termine la pelea.
Al final de la noche, ya no serás mi problema.
—¿Cómo se siente tu Lady al respecto? —Lanzo, con los dientes apretados
contra el dolor en mi cuello. Mientras el otro tipo presiona un vendaje adhesivo
sobre la herida, le pregunto fríamente—: ¿Le parece bien que uses a un ser humano
como bien mueble en algún estúpido concurso de medición de penes?
¿Etiquetándolas como si fueran ganado?
La comisura de sus labios se eleva en una oscura sonrisa. —Mi chica tiene el
mismo rastreador. Le gusta.
Mi boca se aprieta. —Por supuesto que sí. Todas las perras de por aquí se beben
tu mierda como Kool-Aid, ¿no?
Sus ojos parpadean con una luz amenazadora. —Ten cuidado con cómo hablas
de nuestra Lady. Si no fuera por ella, habríamos pagado a los Barones para que se
deshicieran de ti hace meses. —Sacude la cabeza y sus dientes se enganchan en un
aro en su labio—. Ya sabes cómo funciona esto. Eres una Lucia. Por mucho que
odiemos a tu padre, es obvio que tú lo odias más. Puedes usar eso a tu favor o enojar
a alguien lo suficiente como para terminar muerta en una zanja en algún lugar
mañana. Realmente no podría importarme menos cuál.
Sin pensarlo, me lanzo hacia adelante y le lanzo un grueso fajo de saliva a la
cara. —Vete a la mierda.
Hay un momento en el que sus ojos se cierran, sus fosas nasales se dilatan y
luego se levanta el dobladillo de su camisa y se seca la mejilla con una mueca. —
¿Ves? —le dice al otro chico, con la mandíbula apretada—. Trata de ser amable y
ofrece un pequeño consejo y lo único que obtendrás será saliva. La próxima vez
traeré una mordaza. —Después de un momento, agrega vehementemente—: En
realidad, a la mierda esto. No habrá próxima vez. Ya no eres una espina clavada en
mi costado. Gracias a Cristo.
Me empuja hacia adelante, excepto que es menos un empujón y más un
puñetazo, haciéndome tropezar con el borde de acero. Me preparo para la caída,
pero nunca llega. En lugar de eso, choco con la barandilla de metal y aterrizo
dolorosamente contra mi esternón. Antes de que tenga siquiera la oportunidad de
recuperar el aliento, mis manos quedan libres. Me vuelvo para reaccionar, pero el
destello de luz de la espada de Rath me hace detenerme. Más rápido de lo que
puedo procesar, el otro tipo da un paso adelante y me esposa una muñeca a la
barandilla.
Mierda.
—¿En serio me va a encadenar aquí como a un perro?
Si antes había alguna comprensión en los ojos de Rath, ahora ha desaparecido,
reemplazada por una pétrea mueca de desprecio. —¿Cómo te llama Nick? ¿Pajarito?
Tienes suerte de que no sea una jaula.
Un momento después, se han ido y tiro de las esposas. Puedo quitarme una
brida a mordiscos, pero el puño y la cadena son de metal sólido y suenan
ruidosamente contra la barandilla mientras tiro. Lo único que consigo por mis
esfuerzos es un dolor de muñeca.
Malditos hijos de puta.
El sonido procedente de abajo me aleja de mi situación y miro a través del
plexiglás, presionando con la palma el dolor ardiente en mi cuello. La multitud es
enorme, tal vez incluso más grande que en Folchevieja. Pero a las fraternidades
Reales les encanta la teatralidad. Las fraternidades normales se entregan a sus
barriles y partidos de fútbol, y claro, las casas Reales de Forsyth también lo hacen,
pero eso nunca ha sido suficiente. Estos hijos de puta se parecen más a sectas,
empresarios criminales e idiotas sádicos. Cuanto más profundizas, más problemas
encuentras.
Todas son grandes exhibiciones o vendettas ridículas, cada una de ellas en
línea con la agenda fundacional de su fraternidad. Los Lords codician la tierra y la
posesión: mujeres, vehículos, propiedades y territorio. Los Príncipes están
obsesionados con su maldito heredero dorado y con mantener una línea real pura
e inmaculada. Los Barones disfrutan siendo la sombra detrás de la máquina, con sus
secretos, influencia y tradiciones centenarias. Los Duques hacen un gran espectáculo
al gobernar Forsyth con sus puños, pero todos saben que ellos dirigen el comercio
de armas en esta ciudad, manteniendo lugares como la Avenida llenos de potencia
de fuego.
Pero a mi gente, los Condes, les encanta el flash y las posturas. Son
narcotraficantes, ladrones de coches y traficantes sexuales. No, el mercado negro y
los tratos clandestinos están por debajo de mi padre. Tiene contactos en todo el
mundo, canalizando narcóticos hacia el Lado Sur, utilizando a los Condes para
vender cosas de mierda en las calles y droga mejor y más cara en el campus. La
forma en que me trasladaron de un motel a otro antes de instalarme en el Hideaway
no es una sorpresa. El secuestro está en la timonera de los Condes. Pérez, el Conde
principal y el cabrón número uno de mi padre, aprendió su movimiento
característico de mi padre. Uno pensaría que ese pequeño imbécil no me querría,
considerando el lío en el que lo he metido, pero el poder es poder. Necesita una
hija de Lucia para convertirse en Rey de los Condes.
Y mi hermana ha desaparecido.
Por eso, cuando veo el ring de abajo, todo empieza a encajar en su lugar. Bruno
Pérez está dando algunos golpes de calentamiento en una esquina, sin camisa y alto,
con el cabello peinado hacia atrás fuera de su rostro. Incluso desde aquí arriba,
nadie lo pasa por alto. No es el hombre más atractivo en la esfera Real de ninguna
manera, pero por la forma en que se comporta, probablemente así lo crea. La línea
de su nariz es arrogante, y cuando se gira para decirle algo a uno de sus compañeros
Condes, puedo distinguir fácilmente una cicatriz que alguien le ha hecho, cortada
en su mandíbula.
Los Condes tienen su propia jerarquía: cómo ascender de un nivel al siguiente.
Mi padre ha mantenido su puesto de Rey durante mucho tiempo y no tiene prisa
por entregarlo. No engendró ningún varón para continuar la línea, por lo que la
mejor manera de mantener el control es casando a su hija con el soldado de mayor
rango y de mayor confianza; Bruno Pérez. Esto rompe con la tradición, ya que
Leticia no era Condesa, Dios no lo quiera. Lionel nunca permitiría eso. No,
simplemente haría arreglos para que ella se casara con un asqueroso traficante de
drogas y traficante sexual para conservar su poder un poco más.
Desafortunadamente, la desaparición de mi hermana ha provocado un gran
problema en el sistema.
En el otro lado del ring hay un cuerpo inconfundiblemente imponente cubierto
de tinta. Mientras Pérez está calentando, este parece contento de recostarse contra
la esquina, flexionando los músculos de sus brazos y hombros mientras envuelve
casualmente uno de sus puños. Detrás de él, un tipo enorme está al otro lado de la
cuerda, con las cejas agachadas mientras le habla al oído. Pero el luchador no lo
mira.
Él me está mirando directamente.
Nick guapo.
Estar bajo el calor de su mirada es suficiente para que la bilis suba al fondo de
mi garganta. La sonrisa arrogante y entrecerrada que está plasmada en su rostro ni
siquiera se mueve cuando retrocedo, su expresión se torce con disgusto.
De repente, sé exactamente qué es esto.
El ganador se lleva todo.
Nick ha pasado los últimos dos años dirigiendo con los Lords, no con su familia
Real, los Duques. No fue hasta esa noche que irrumpió en Hideaway y reclamó su
derecho. Todos los Reales tienen formas discretas de ganar sus títulos. El video debe
haber sido suficiente para que entrara por la puerta, pero Saul, su Rey, querrá más.
Sangre, ya sea de Nick o de Pérez. Tiene que ganar esta pelea, ganarme a mí, tal
como él y Killian planearon. Así funcionan los Duques. El que no gana, nada gana.
Intento apartar los ojos de la mirada demente de Nick, pero entonces ahí está
Pérez, mirándome con una sonrisa maliciosa. Él dobla su cuello para mirarme a los
ojos, levanta dos dedos y mueve su lengua entre la V sugestivamente. Mi agarre se
aprieta alrededor de la barandilla, estrangulándola, deseando que fuera su garganta.
Aparentemente a Nick tampoco le importaría estrangularlo un poco. Está clavando
dagas en el costado de la cabeza de Pérez, apretando el puño mientras muerde el
trozo de cinta adhesiva del rollo.
Suena la campana abajo y una voz fuerte suena por los parlantes: —
¡Bienvenidos al Viernes de Furia Nocturna! —La multitud ruge y puedo decir que
han tenido tiempo de publicitar la pelea, porque la sala está visiblemente dividida
entre víboras y osos—. ¿Habrá un Bruin en el ring por primera vez en veinte años?
¡Esta noche es el regreso inesperado del legado de los Duques, el hijo pródigo, que
sube al ring para reclamar su título! ¡Nick guapo Bruuuuuiiiinnn!
Solía tener esta idea de Nick. Una vez pensé en él como en un dedo en el
gatillo apenas inteligente. El pequeño perro faldero de Daniel. Un par de puños en
busca de alguien que los guíe.
En el momento en que nuestras miradas se encuentran, sé que estaba
equivocada.
Nick me envía una sonrisa antes de mirar a la multitud, y la flexión de sus
bíceps levantados y su abdomen bien moldeado probablemente ni siquiera está
destinado a ser ostentoso. Simplemente se mueve así, acechando y feroz, el rostro
perfecto de un Duque. Los bonitos rasgos de su rostro se ven acentuados por el
tatuaje junto a su ojo (237, el código penal de Forsyth para la violencia), pero debajo
de ese barniz cincelado está la ira silenciosa y purulenta de un Bruin. Su mirada fija
sobre la multitud es retorcida y arrogante, como si todo este evento fuera su sinfonía
y él fuera el director.
Me dan ganas de vomitar.
—Dime cómo se siente saber que este coño ahora me pertenece.
—Pero el heredero de los Duques no puede reclamar su trono sin ganar esta
pelea. ¡No es el único que tiene una cuenta pendiente! —El sonido de abucheos y
vítores se mezclan cuando se anuncia el nombre de Pérez. Sutton, la Condesa, le da
un beso dramático, pero él la ignora. Su rostro feo y lleno de cicatrices se levanta,
orgulloso y jactancioso. Hubo un tiempo en que pensaba que él y Leticia estaban
hechos el uno para el otro. En realidad, nunca estuvieron juntos, pero todos sabían
con quién juraba casarse la hija mayor de Lucia, y la cuestión es que encajan.
Vanidosos y engreídos, obsesionados con complacer a mi padre, fríos y demasiado
orgullosos. Solía divertirme mucho al pensar en ello. Nunca dos personas se habían
merecido tanto el uno al otro.
La idea de que Pérez gane me revuelve el estómago, pero puedo afrontar la
verdad. La única manera de ganar aquí es si él y Nick se matan entre sí en el ring.
—¡Que comience la furia!
Suena la campana y los dos hombres se acercan, chocando los puños en una
cómica demostración de deportividad. Las peleas de los Duques son notoriamente
sin restricciones. Tener un juez es básicamente una broma, y por el movimiento
relajado de los hombros de Nick (una risa aguda) lo sabe. Me inclino sobre el borde
de la barandilla y observo detenidamente el área VIP justo debajo de donde estoy
conectada a la barandilla. Es una pequeña sección aislada con una vista privilegiada
de la carnicería que se avecina, y mi sangre se congela al ver a los asistentes.
Los Reyes.
Los reconozco a todos. ¿Por qué no lo haría? Cada uno de ellos es como una
versión retorcida de una familia, una colección de tíos espeluznantes que intentas
evitar en una cena navideña. Por eso sé que Nick Bruin es mucho más intrigante de
lo que creía. Esto es un espectáculo. Está haciendo un espectáculo al ser iniciado,
porque ¿qué mejor premio hay que tomar a la hija de un Rey rival como Duquesa?
Es ridículo, un poco incestuoso y exasperantemente orquestado. En resumen,
perfectamente apto para la Realeza.
En medio del grupo está Saul Cartwright, Rey de los Duques. Incluso desde la
distancia, puedo ver la tensión alrededor de sus ojos mientras aplaude. Esta pelea es
más importante de lo que la mayoría de los presentes creería. Cualquier nueva ronda
de Duques significa una amenaza potencial para su título, pero cuando uno de esos
Duques es un Bruin, básicamente está jugando el equivalente de un Rey de la ruleta
rusa. De cada chico en esta universidad, solo uno tiene garantizado un lugar en el
campanario de los Duques, y está justo allí, rodeando a Pérez en el ring.
Al lado de Saul está el Rey de los Barones. Está vestido con un traje negro que
le queda bien, con el rostro velado por su siniestra máscara con cuernos de bronce.
Es un poco una farsa. Cualquiera que sepa que Clive Kayes es el Rey de los Barones,
simplemente nunca lo han visto desenmascarado. Pero nada pone más dura la polla
de un Barón que la idea de volverse invisible.
Esta podría ser la reunión de Reyes más oficial a la que he tenido el disgusto
de asistir. Ashby, Rey de los Príncipes, está allí, vestido con su fino traje blanco.
Killian Payne se sienta a su lado, luciendo menos como un chico de fraternidad y
más como el hábil y sórdido hombre de negocios para el que su padre lo había
criado. Obviamente ya no está disfrazado, pero se sienta al límite, como si estuviera
tratando de separarse del grupo de hombres que son décadas mayores. Tristian y
Rath lo flanquean y emite una vibra extraña. ¿Cuántos Reyes más serán derrocados,
me pregunto, cuando sus hijos alcancen la mayoría de edad?
Pero incluso mientras los evalúo, hay un hombre al que sigo volviendo.
Mi padre.
Se sienta con la espalda recta y la vista fija en el partido. Parece estoico como
siempre, ingeniosamente descontento. Pero nadie conoce a Lionel Lucia como yo.
Hay un fuego ardiendo en sus ojos, y hace suficiente calor como para quemarlo.
Está presente en la tensión alrededor de su mandíbula. La forma en que su mano
agarra el brazo de su silla. Las miradas breves y engañosamente casuales que sigue
lanzando a Killian. Hay una cara que he tenido que usar durante años, una que
nunca muestra miedo. Pero no negaré que la idea de que Pérez gane, de estar
nuevamente bajo el control de mi padre, hace que algo dentro de mí se convierta
en cenizas.
En el ring, Pérez y Nick se rodean, esperando el primer golpe. Pérez,
notoriamente impaciente, hace el golpe, dándole a Nick la oportunidad de apartarse
del camino y asestar su propio golpe.
Enderezo la espalda nerviosamente.
Directo a una dura pared de un cuerpo.
Dos brazos me atrapan y sus manos sujetan las mías a la barandilla. —No te
preocupes, pequeña serpiente —me susurra al oído una voz familiar—. Nick va a
ganar. Es bueno en eso: hace lo que sea necesario. Es un maldito animal cuando
quiere serlo, ¿pero cuando necesita serlo? —El chico suelta un suave silbido—. Oh,
le arrancará los brazos a Pérez. Puede guardarlos como trofeos y colgarlos sobre su
cama. Ese es nuestro Nick guapo, armado y peligroso.
Giro mi cuello ante el sonido de su risa siniestra, vislumbrando un impactante
cabello rubio y una mandíbula delgada y angulosa. No reconozco su cara, pero lo
conozco.
Reconozco su voz. Lo he oído susurrar cosas oscuras y sucias en mi oído.
Reconozco sus ojos. Todavía los veo en mis sueños, penetrantes y salvajes.
Reconozco su aroma, esa colonia cara que todavía me amarga el fondo de la
garganta.
Maníaco.
Una ira ardiente y llena de pánico me recorre, e incluso con las fuertes burlas
y cánticos de abajo, olvido la pelea.
Mi cuerpo, apretado con fuerza, retrocede. —Tienes pelotas al mostrarme la
cara, hijo de puta.
Inclina la cabeza para poder verme mejor. —Ni siquiera sabía que eras tú al
principio. Solías ser Lavinia Lucia, pero ahora eres otra cosa. Tu cabello... —Levanta
una mano para tocarlo, sus ojos verdes se concentran en el pálido mechón azul—.
Cambiaste tus colores. —Golpeo con mi mano libre para golpearlo, pero incluso si
la esposa no me estuviera reteniendo, él reacciona tan rápido como un rayo,
agarrando mi muñeca con un tisk—. Vamos. Estás invitada a mi casa esta noche.
Entonces es cuando veo las letras tatuadas en sus nudillos.
DUQUE.
Joder, soy una idiota.
Tres atacantes.
Tres Duques.
—Nunca les importó joder a los Reyes con ese video —me doy cuenta, mientras
imágenes de esa noche pasan por mi cabeza—. Esa fue su iniciación. Su verdadera
iniciación. —Jesucristo, como si mantener esa noche dentro de mí como una
enfermedad progresiva no fuera lo suficientemente malo, saber que fue solo una
estratagema estúpida para promover el status quo Real hace que mis rodillas sientan
que quieren ceder.
Tararea, sonando aburrido. —Nuestro Rey eligió el objetivo y lo logramos sin
problemas. Pero nuestro chico quiere el anillo. Puede que sea suyo por derecho,
pero tiene que ganar una pelea para conseguirlo. —Maníaco aparta el tirante de mi
camiseta y frota un pulgar sobre un trozo de piel de mi hombro—. Se ha curado muy
bien —murmura con voz áspera y distraída—. Tu piel es jodidamente increíble.
Suave. Lisa. De tono tan uniforme. —Se me ocurre que está inspeccionando la marca
que dejó. La tinta. El tatuaje.
El oso pardo.
Trago el duro nudo que tengo en la garganta. —¿Qué deseas?
Sus caderas rozan mi trasero. No hay duda de la fuerte presión de su polla
mientras parece sacudirse para salir de ella. —Simplemente me sorprende verte fuera
de tu jaula, eso es todo. Una vez más te han dejado desatendida. —Me quita el pelo
del cuello y toca el vendaje—. Estos miembros de la Realeza no te vigilan como
deberían, Vinny. Es casi como si pensaran que no vale la pena protegerte.
Su toque hace que se me ponga la piel de gallina tanto como el apodo: Vinny.
Mi hermana solía llamarme así. Intento ignorarlo, con los músculos apretados. —O
tal vez piensan que soy demasiado buena protegiéndome. ¿Alguna vez pensaste en
eso?
—¿Sabes en qué estoy pensando? —pregunta, esas yemas de los dedos jugando
con la piel en la base de mi cuello—. Causa y efecto. Como si tal vez te jodimos bien,
les quitamos el boleto dorado y ahora finalmente están listos para comenzar a usarte.
—Siento su boca flotar sobre mi cuello, una exhalación húmeda—. Estoy pensando
que estás aquí porque esos viejos polvorientos de allá abajo te van a pasar como un
disco volador esta noche.
Hay un hilo de algo en su voz, una extraña combinación de diversión y
asombro, casi como si estuviera hablando más para sí mismo que para mí. Pero
realmente no puedo entenderlo, porque estoy demasiado ocupada estando
jodidamente confundida.
Este hijo de puta no tiene ni idea de que yo soy el premio.
Mi estupor sorprendido se rompe rápidamente cuando deja caer su mano,
tirando de la cintura de mis leggings con una intención inconfundible.
Me arrastro hacia adelante, siseando: —¡¿Qué carajo?!
Se lanza contra mi espalda, inmovilizándome. —¿Un lindo coño como el tuyo
se se agotará de las pollas geriátricas de los Reyes? Que desperdicio. Te llenarán de
cinco sabores de podredumbre. —Hace una pausa, inclinando la cabeza—. Bueno,
cuatro, suponiendo que tu papá no quiera probarlo, pero es un Conde. No creo que
a nadie le sorprendiera. Tres, si Payne es fiel a su Lady. Seis, si no lo es. —Me empuja
contra la barandilla y señala con la cabeza el área VIP debajo de nosotros—. Esto es
aritmética básica aquí. Estarás llena de números y apestarás por la mañana. Si quiero
conseguir el mío (tal vez sí, tal vez no), entonces debería hacerlo aquí. Follarte ahora
mismo mientras todos miran la pelea.
Ignorando mi intento ineficaz de alejarme, su mano se desliza entre la tela y mi
piel. Cuando fuerza mis mejillas a separarse, su cuerpo atrapa el mío contra la
barandilla, su dedo no se detiene hasta que llega al agujero arrugado.
Me congelo, con el pecho agitado. —No. —Es tanto una súplica como una
advertencia.
—Déjame entrar, como lo dejaste entrar a él. —Hay un movimiento de su
hombro y luego curva su dedo hacia adentro, jugando con el anillo apretado de mi
culo—. Relájate, Vinny —respira, empujando, invadiendo, haciendo que duela. Mi
cuerpo reacciona apretándose con fuerza, la violación es dolorosa y humillante—.
No se lo digas a nadie, pero me ha estado jodiendo la cabeza. —Habla en voz baja
y casual, como si no me estuviera sujetando con un brazo y tocándome el trasero
con el otro—. Normalmente no me gusta ponerles tinta a las chicas. Es diferente con
los chicos. Sólo trabajo, ¿verdad? Pero etiquetar a una chica es jodidamente pesado.
¿Saber que llevará consigo una parte de mí por el resto de su vida? —Su exhalación
rebota contra mi piel con un escalofrío—. Me dan ganas de arrancarle la piel tanto
como me pone la polla dura. Es demasiado confuso. Eres parte de los Condes. Tú
entiendes. —Su susurro está lleno de risas contenidas—. Pero no se lo digas a los
Lords. No lo entenderían.
La multitud aplaude y pisotea abajo, y dejo que me lleve, cambiando cada
parte posible de mi conciencia. Es la única manera en que puedo correr.
Por ahora.
Miro hacia abajo y veo a Pérez balanceándose sobre sus pies, pero está
recuperando su ingenio, cruzando los pies mientras rodea a su oponente. Nick está
tan despreocupado que de hecho mira hacia otro lado y sus ojos se dirigen hacia
mí. Se congelan ante Maníaco, cuyo brazo todavía está alrededor de mi cintura,
pero Nick no es estúpido. Vuelve a mirar a Pérez, con los músculos tensos mientras
lanza otro golpe.
Maníaco fuerza su dedo más profundamente, sin preocuparse por la breve
mirada de Nick. —Sin embargo, tu coño se veía tan bonito cubierto de mi semen y
sangre. Quizás sí lo quiero. —Adopta un tono pensativo, ignorando el sonido agudo
y doloroso que hago—. Es todo traslúcido, Vinny. No... ni siquiera lo creerías. El
universo, a veces, es sólo papel encerado. Como si la luz pasara, pero todo es
jodidamente... indefinible. ¿Sabes a qué me refiero, Vinny? No puedo encontrar tus
bordes. Lo cual es raro, ¿verdad? Porque la última vez… la última vez, fuiste muy
astuta.
Asombrada, me doy cuenta: —Eres un jodido lunático.
Se queda quieto y puedo sentir los músculos de su torso contraerse. Esa es toda
la advertencia que recibo antes de que su mano libre agarre mi cuello y apriete con
fuerza. —¡No estoy loco! —Lanza con un silbido de saliva contra la curva de mi
mejilla, haciéndome estremecer.
Pero lo está. Puedo verlo en la forma en que sus ojos brillan peligrosamente.
Puedo sentirlo en la energía que emana de él. Puedo probarlo en el calor de su
respiración jadeante.
Así, sin más, me ha mostrado su debilidad.
—Puedes relajarte y ver a tu amigo pelear —digo, mi voz es un silbido bajo la
presión de su agarre—, o puedes distraerlo lo suficiente como para que Pérez tome
la delantera. Es lo mismo para mí.
Ambos miramos hacia abajo justo a tiempo para ver dos cosas.
Nick nos está mirando directamente.
Pérez le golpea la sien con el puño.
Con la mandíbula haciendo tictac, Maníaco saca su mano de mis pantalones y
retrocede. Le muestra las palmas a Nick, pero su amigo ya no mira, ocupado
sacudiéndose el golpe.
Jaque mate, psicópata.
—Bien. —Aunque aprieta los puños, Maníaco se sienta contra la barandilla a mi
lado, con sus ojos verdes fijos en la pelea—. Disfruta tomando a los Reyes y toda su
podredumbre.
Luchando por calmar mi pulso, observo a Nick mientras recupera el equilibrio,
escupiendo un fajo de sangre en la colchoneta. Mantiene los puños sueltos y un poco
flácidos mientras da vueltas, luciendo desconcertado. Hace unas semanas, podría
haberme creído el acto, pero ahora lo veo tal como es. Está haciendo que el golpe
que recibió juegue a su favor, inculcando a Pérez una falsa sensación de confianza,
dándole a Nick la oportunidad de jugar un poco con él.
Pérez da un golpe que no alcanza el riñón de Nick por apenas unos centímetros,
lo que hace que Pérez tropiece hacia adelante con el impulso. Nick se desvía hacia
un lado tan rápido que Pérez todavía está encorvado cuando Nick le clava una
rodilla en el costado. Pérez intenta agarrar sus piernas, pero Nick no se desvía en
absoluto. Salta hacia atrás, espera a que Pérez se enderece y luego golpea su puño
con tanta fuerza en la mandíbula que es prácticamente una ola visible a través de la
reacción de la multitud.
Pérez tropieza y luego cae sobre una rodilla, con el puño presionado contra el
suelo para mantenerlo erguido. Nick da vueltas a su alrededor como un león, no,
como un Bruin, como si estuviera tratando de decidir la mejor manera de acabar
con él. Brilla a causa del sudor y la línea muscular de sus antebrazos está cincelada
a la perfección. Aquí es una máquina perfectamente afinada, que se mueve con un
propósito eficiente. La multitud contiene la respiración mientras él agarra un grueso
puñado del cabello de Pérez, tirando de su cabeza hacia atrás en un movimiento
que parece tan discordante como probablemente se siente.
Pero los ojos aturdidos de Pérez no miran a Nick.
Ruedan hacia mi padre.
Lionel Lucia siempre quiso un hijo. Lo he escuchado tan a menudo que es casi
tan parte de mí como el color de mi cabello o la marca de nacimiento en mi tobillo.
Por eso mi padre nunca pudo amarme. Siempre he sido una “excepta”. Soy una
Lucia, excepto que no soy lo suficientemente buena. Soy su hija, excepto que no
soy lo suficientemente dócil. Soy una mujer, excepto que no soy lo suficientemente
bonita.
Pérez es todo lo que mi padre siempre quiso en un segundo hijo. Calculador y
despiadado, como Leticia. Creo que hubo un momento en el que me irritaba
saberlo, como si una parte de mí todavía doliera por no sentirme aceptada y
deseada.
Eso ya pasó hace mucho tiempo.
Lo sé, porque cuando mi padre encuentra la mirada de Pérez y le da un
asentimiento único y definitivo, se entienden. Una conexión que nunca pude formar.
Y lo único que siento es alarma.
Hay un destello plateado en el tobillo de Pérez y mi reacción es gritar en voz
alta e instintivamente: —¡Cuidado! —Resuena por toda la arena, pero la única
persona a la que veo llegar mi voz es a Nick.
De alguna manera, ni siquiera necesita mirarme. Sus ojos van instantáneamente
a la mano de Pérez, y cuando su pie pisa sobre ella, aplastando sus dedos bajo la
suela de su zapato, el grito resultante es lo suficientemente fuerte como para ahogar
el sonido de los acelerados latidos de mi corazón. Lentamente, Nick se inclina para
quitar el metal de su agarre, dándole a la hoja un hábil giro en el aire.
Se agacha para agarrar los dedos de Pérez, los mismos dos que se había llevado
a la boca antes, y fija su mirada helada en mi padre. Apenas puedo distinguir las
palabras que dice a través de una sonrisa llena de dientes y manchada de sangre. —
Killer tenía razón. Esto es divertido.
Luego le corta el dedo índice.
El grito ahogado que cae sobre la multitud es más fuerte que el chillido de
Pérez cuando Nick corta hábilmente su hueso, sacudiendo sus hombros musculosos
mientras lo arranca. La onda de choque me golpea incluso desde aquí arriba,
haciéndome retroceder en estado de shock.
Mi padre está a medio levantar de su asiento, pero es el Rey Barón quien se
acerca y coloca una mano tranquila sobre su hombro. Sacude lentamente su cabeza
enmascarada y mi padre cae de nuevo en su asiento, con la mandíbula apretada.
Nick solo le da una breve mirada al dedo amputado, pero está demente. Uno
pensaría que estaba inspeccionando una flor que acababa de arrancar de un jardín.
Casi espero que lo huela.
En cambio, Nick deja caer a Pérez de la misma manera que deja caer el
cuchillo, arrojado al suelo como basura desechada mientras anuncian su victoria
desde el loft opuesto. Nick levanta la barbilla, pero mientras que un Duque
normalmente daría una vuelta alrededor del ring jactancioso y orgulloso, Nick no se
molesta.
Él levanta la vista, me mira a los ojos y levanta el dedo en el aire.
Sonriendo, lo inclina en una pequeña ola burlona mientras el locutor cierra la
pelea.
—Para el vencedor va todo el botín.
Capítulo 4
SY
Al final de la pelea, me dolían las palmas de tanto apretar los puños. Es lo peor, ver
a alguien más en el ring, sabiendo que no puedo saltar y sentir la presión de sus
huesos contra mis nudillos. Y joder, lo quiero. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que
realmente pude soltarme con alguien que lo merecía? No desde la primavera. Se
convierte en un dolor, como si estuviera reprimiendo un impulso primario y animal,
y algo dentro de mí duele al negarlo.
Padre siempre ha dicho que tengo su sed de sangre Bruin, y aunque lo dice de
esa manera ligera y juguetona, puedo notar que le preocupa. No soy un Bruin, no
uno de carne y hueso, pero bien podría serlo.
Papá dice que sólo soy “equilibrado”, ya que aparte de las peleas, normalmente
soy el más sensato del grupo. —Todo el mundo —le gusta decir—, tiene un demonio
dentro. Si lo empujas hacia abajo demasiado tiempo, se abrirá camino hacia la
superficie.
Mamá simplemente dice que tengo un trastorno de control de impulsos.
Ninguno de ellos está equivocado.
Ha pasado mucho tiempo desde que mis padres recibieron esa llamada. Yo en
la oficina del director, mirando el cañón de una expulsión. Yo en la comisaría del
Sheriff, mirando hacia el fondo de un cargo de agresión agravada. Han pasado años,
pero sé que cada uno de ellos siempre teme al siguiente, lo malo es que ahora estoy
entrenado y soy peligroso.
Hablando de eso, han pasado veinte minutos desde el último mensaje de texto
de mi padre, así que estoy esperando que mi teléfono suene con otra notificación.

Padre: ¿Qué se supone que debo decirle a tu madre?

Padre: ¿Alguno de ustedes pensó en eso?

No respondo, porque esta no es una discusión que valga la pena tener por
mensaje de texto. Puede que Davis Bruin sea el padre biológico de Nick, pero no
han hablado desde el pasado Día de Acción de Gracias, hace casi nueve meses.
Sólo una razón más para estar enojado con mi hermano, dejando las consecuencias
sobre mis hombros mientras lo sigo a la trastienda del gimnasio.
Nick debería habérselo contado a nuestros padres hace semanas. Los he estado
preparando desde mi primer año en Forsyth, comprometiéndome con DKS,
dejando en claro que planeaba convertirme en Duque. Eso ya era bastante malo.
Papá no me habló durante un mes. Padre no dejaba de hablar. Mamá hizo su
habitual canto y baile al tratar de psicoanalizar por qué alguna vez querría ser parte
de una institución que es demostrablemente tóxica.
Pero Nick simplemente entra aquí, derriba a Pérez, deja el ring y no ha tenido
que escuchar ni una puta palabra al respecto.
Clásico de Nick.
Desde que me comprometí con Delta Kappa Sigma, la fraternidad de origen
de los Duques, he aprendido a controlar la violencia enconada que intenta liberarse.
Entreno tres días a la semana, poniendo toda mi energía en la disciplina, el arte, la
sofisticación de la brutalidad. Cuando golpeas a un tipo en un bar, es agresión.
Cuando lo haces en un ring, es un deporte. Divertido. Probablemente es por eso
que mis padres dejaron de expresar su desaprobación de que estuviera en DKS y
me convirtiera en Duque. Las llamadas telefónicas cesaron. En, lugar de que me
dijeran que era un problema, empezaron a aclamarme como un vencedor. Supongo
que para ellos es mejor ser Duque que pudrirme en prisión. La familia de Remy me
sacó de la fianza una vez. No puedo volver a contar con ello.
Nick, sin embargo, no tiene una excusa que valga la pena.
Está jodido.
—Se lo dirás —le advierto, mirando por encima del hombro para ver la
procesión de Reyes a lo lejos, viniendo hacia nosotros—. A padre y papá. Mamá
también. No voy a suavizar ese montón humeante de mierda de perro.
Nick se pasa una toalla por la cara, recogiendo sudor y sangre. —Nunca te lo
pedí.
—Nunca dije que lo hicieras —respondo, dejando la puerta abierta para el tren
que viene hacia nosotros—. Pero así es como siempre funciona, ¿no?
Nick pone los ojos en blanco y se deja caer en un banco para buscar en su
bolso. —Cristo, ¿un hombre no puede disfrutar de su victoria durante diez minutos?
Cruzándome de brazos, espero que la primera persona en entrar sea Saul.
En cambio, es Remy, quien los esquivó en algún momento.
Tiene su sudadera con capucha DKS negra levantada, el cabello rubio
asomando en ángulos desordenados y su boca dibuja una sonrisa. —Buen gancho —
le dice a Nick, extendiendo el puño—. Sacudió su mierda. Ahora esa pequeña perra
no puede cobrar su cheque.
Nick choca con el suyo, pero no se me escapa el destello de animosidad en sus
ojos. —¿Qué carajo estabas haciendo?
Remy mete los puños en los bolsillos y se encoge de hombros, pero lleva esa
pequeña sonrisa tortuosa. —Solo toqué un poco su trasero. No mucho.
Nick se pone pétreo y silencioso de una manera que generalmente precede a
su salida furiosa como un cabrón malhumorado, pero antes de que pueda, los Reyes
comienzan a entrar. Nick se pone de pie, con el cabello húmedo de sudor y el labio
partido todavía goteando sangre.
—Parece que tenemos un nuevo Duque —dice Saul, dándole un apretón a la
mano de Nick que, supongo, es solo el lado hostil de la firmeza. Que me ganara un
lugar ya era bastante malo, pero ¿Nick? Él es el verdadero legado. El Bruin que lleva
no sólo la sangre, sino también el valor. No es que no creciera escuchando eso todo
el tiempo. Compartimos la misma madre, no el mismo padre, y ese es el tipo de
cosas que les importa a estas personas.
Killian, Rey de los Lords, le estrecha la mano y dice: —Buena mierda, Bruin.
Nos dio un espectáculo. —Entrecierro los ojos ante la mirada que pasa entre ellos.
Está lleno de una comprensión que hace que mis entrañas estallen.
—Por supuesto que sí —espeto—. Podría haber tenido su trasero en la lona en
dos minutos. Es mi hermano, ¿no?
Los otros dos Lords, Tristian y Rath, entran a continuación y, al principio, ni
siquiera me doy cuenta de la chica que arrastran entre ellos. Sobre todo, solo
recuerdo que estos tontos y el viejo de Killian Payne han estado usando a mi
hermano como un delincuente prescindible durante los últimos dos años. Creo que
podría despreciarlos, excepto que todo es tan confuso por lo enojado que estoy con
Nick por darse la espalda a sí mismo. Después de lo que le pasó a Tate, ninguno de
nosotros era el mismo.
Pero Nick es el único que se escapó.
Ashby, Rey de los Príncipes, es el siguiente en entrar en la habitación. Es una
sorpresa para todos cuando él también le ofrece la mano a Nick. —Así que estos son
los nuevos puños de Forsyth. Será agradable volver a ver un Bruin en el campanario.
—Es un gesto extrañamente amistoso, por lo que es comprensible que Nick haga una
pausa antes de temblar. Ashby ignora la mirada mordaz de Saul y agrega—: Vi
algunas sombras de tu padre ahí afuera. En nuestros días, no era una verdadera
pelea de Bruin hasta que la sangre y la orina del otro tipo manchaban la alfombra.
—Vi el tapete —dice Killian con voz seca—. Confía en mí. Fue una verdadera
pelea de Bruin.
Finalmente puedo ver bien a la chica que sus chicos llevan a la esquina. Mi
cuello se rompe en su dirección cuando me golpea. Su cabello es diferente, pero tan
fibroso y lacio como lo había estado esa noche, hace dos semanas. Su boca está
cubierta con una gruesa tira de cinta adhesiva, pero sé cómo se ven los labios debajo.
Su piel pálida se asoma por la camiseta de puta que lleva, recordándome la marca
que dejó Remy.
La huella que dejamos.
Me toma como un maremoto, empujándome hacia abajo mientras me hundo
en el recuerdo de su coño, cubierto con mi semen. He reproducido ese video una
docena de veces. Dos docenas. Quizás incluso tres. Pensé que había perdido el gusto
por el porno hace años, pero aparentemente cuando aparece mi propia polla, mi
monstruosa polla llama la atención. Esa primera semana, fue prácticamente todo en
lo que podía pensar. Cómo podría haber sido enterrar mi polla en ella, abrirla sobre
mí, disparar mi carga profundamente dentro.
—Oh, joder, no —dijo cuando vio mi polla esa noche. La mirada de terror y
disgusto grabada en sus rasgos. No necesito que una putita me diga que soy un bicho
raro. Tiene suerte de que no se lo metí en la garganta y la dejé ahogarse.
Cuando salgo de la niebla de una lujuria repentina y repugnante, me doy
cuenta de que sus ojos están pegados a los míos.
Está congelada mientras me mira.
Me muevo incómodo, apartando los ojos mientras aprieto la mandíbula.
Maldita perra, haciéndome sentir… esto. Este desenfreno apretado y salvaje en mi
pecho. El que he estado presionando durante años. Las ganas de pelear y follar, tan
estrechamente conectadas en mi psique que es imposible desenredarlas, se han
fusionado en un demonio indefinible, amenazando con abrirse camino hacia arriba
y más arriba.
Ella no tiene derecho a meterse en mi cabeza de esta manera.
No tiene ningún derecho.
—El botín es para el vencedor —añade Saul, abriendo una caja cuadrada de
caoba. Un anillo idéntico al que está en el dedo de Saul, el que debería estar en el
de padre, está esperando dentro.
La pelea fue una producción inútil. Pretensión, muy probablemente. Los tres
pasamos su iniciación violando a la puta del Conde. La puntuación más alta en
cualquier desafío de Duques hasta el momento. Pero la gente hacía preguntas, se
preguntaba de qué se hablaba. Saul coloca el anillo en el dedo de Nick y lo empuja
sobre sus nudillos ensangrentados.
Nick ni siquiera le da una segunda mirada al anillo, ya aburrido. En cambio,
dirige su atención a los dos Reyes junto a la puerta. Los que no le ofrecieron un
apretón de manos. El Barón y el Conde. Hay un extraño crujido en el aire, y por la
mirada lenta y tensa que Remy desliza en mi dirección, puedo decir que él también
lo siente. La acumulación de estática antes de la caída de un rayo. Probablemente
tenga algo que ver con la forma en que los Lords miran a Lionel. Como si estuvieran
esperando.
Me obligo a respirar, rechazando la ardiente y creciente esperanza de que todo
esto llegue a las manos para poder entrar. Remy ni siquiera los está mirando, con
los ojos fijos en mí, listo para detenerme si se trata de hacerlo. Él. Como en los viejos
tiempos.
La grieta llega un momento después, cuando Lionel cruza la distancia entre él
y su hija. —No creas que esto significa que tu castigo ha terminado —escupe,
arremetiendo contra ella.
Nick se mueve para bloquearlo, moviendo sus hombros de una manera que
Remy y yo reconocemos. Instintivamente, reaccionamos como siempre lo hemos
hecho. No importa que no tengamos ni puta idea de lo que está pasando aquí. Que
no entendamos el fuego en los ojos de Lucia. Que los demás Reyes nos están
mirando y midiendo.
Siempre hemos sido seis puños.
Y a los míos les pica.
—Ya no es tuya para hablar con ella —dice Nick, entrando en el espacio de
Lucia. Levanta la barbilla, tan arrogante como siempre, mientras abre los brazos—.
Para el vencedor va todo el botín.
Lionel está encogido, casi como si (y el pensamiento casi me hace reír) quisiera
disparar. Killian y sus muchachos están justo detrás, pareciendo estar preparados
para alejarlo. Pero no necesitan molestarse. Lucia suelta una risita baja y desdeñosa.
—No me asustas, pequeño. ¿Crees que puedes arruinarla? —Le lanza a su hija una
larga y furiosa mirada—. No antes de que ella te arruine. —Retrocediendo dos pasos,
se ajusta enojado su chaqueta—. Pero puedes intentarlo.
Lucia sale furioso y, uno por uno, los otros Reyes lo siguen. Barón. Príncipe.
Duque. Lord.
Pero Rath se queda atrás y se vuelve para decir: —¿Mi consejo? Dejen la cinta
puesta hasta que sea completamente necesario.
Nick no se retira hasta que todos se han ido, e incluso entonces, simplemente
regresa al banco, desenrollando la cinta de sus nudillos.
Remy señala débilmente hacia la puerta y grita: —¡Disculpa! ¡Olvidaste a tu
Conde Brasula!
—¿Qué carajo —pregunto, mirando a la chica—… fue eso?
Todavía tiene esa expresión remilgada en su rostro, como si todos estuviéramos
por debajo de ella y ella por encima de esto. Nunca he conocido a una puta tan
altiva. Supongo que eso viene por ser hija de un Rey, incluso si es un bastardo
corrupto.
—Es nuestra ahora —dice Nick, engañosamente casual mientras levanta su
mirada hacia la de ella.
Pareciendo claramente poco impresionada, emite un sonido agudo y ahogado
desde debajo de la cinta. Si me obligaran a especular, supongo que ella le dice que
se vaya a la mierda.
Mis ojos se mueven entre ellos. —¿De qué diablos estás hablando?
—Desde hace diez minutos, somos oficialmente Duques. Necesitamos una
Duquesa. —Levanta una mano, como si nos estuviera presentando—. Aquí está. De
nada.
Nick siempre ha sido impredecible. Por ejemplo, nunca pensé que manejaría
la muerte de uno de nuestros mejores amigos desertando con el puto Daniel Payne.
Nunca pensé que pasaría tres años siendo su caniche de ataque. Y nunca pensé que
aparecería en la puerta de DKS queriendo reclamar el título. Significaba inscribirse
a la universidad, unirse a la fraternidad, dar muchos pasos tediosos que Remy y yo
hemos estado dando durante años.
Pero por muy impulsivo y testarudo que pueda ser Nick, también es paciente.
Estratégico. Disciplinado. Lo peor de todo es que es inteligente.
Más inteligente de lo que la mayoría de la gente sospecharía.
—No. —Mi respuesta no admite discusión.
—Sí. —Tampoco la de Nick.
Con el rostro contraído en una expresión de desconcierto, Remy interrumpe.
—Hay todo un maldito grupo de Cutsluts para elegir. ¿Por qué diablos...? —Lanza
una mano en su dirección—. ¡Es basura! Es basura de Condes, Nicky. Que se joda
esa perra.
La mirada de Nick está fija en su teléfono, probablemente un mensaje de
nuestros padres. —Ella no es basura de Condes. Es nuestra Duquesa. El trato está
hecho.
Me acerco para arrancarle el teléfono de las manos. —No está en pre-medicina.
No es una estudiante. Y lo más importante es que no está entre el grupo, cada vez
más pequeño, de perras que quiero cerca de mí.
Remy está de acuerdo. —Tenía planes para la Duquesa este año, y ninguno de
ellos incluía tener que cerrarle la puta boca con cinta adhesiva. —Cuando otro sonido
ahogado proviene de la esquina, Remy se da vuelta para mirarla—. Aunque así lo
fuera, habría hecho un mejor trabajo.
—¿Qué pasó con Verity? —digo tratando de razonar—. Ella era la elección obvia.
Pero ante esto, Remy hace una pausa, inclinando su cabeza hacia mí con
curiosidad. —¿Querías a Verity? Pero ella es tan… —Hace una mueca—. Quebradiza.
—No quería a Verity —insisto, apretando los puños—. Quería un período sin
Duquesa, pero como debemos tener una, no puedes decidir unilateralmente quién
será. —Considero seriamente agregarle algo más a ese corte en el labio—. No la
queremos.
Nick se pone de pie y me recibe de manera similar a como había conocido a
Lionel Lucia momentos antes. Levanta su puño, que, al igual que Remy, ahora tiene
“DUQUE” tatuado en los nudillos. Pero no me muestra las cartas.
Me está mostrando el anillo. —La quiero.
Mantengo su mirada, tan profunda y larga como el abismo que abrió entre
nosotros hace tantos años. —Así que así será. ¿Nos harás daño?
—Para esto. —Nick deja caer el puño y mira a la chica—. No actúes como si no
estuvieras deprimido. Mírala. —Él mueve la barbilla y cuando me giro, hay calma
en sus ojos, fijos directamente en mi hermano. No lo sabrías, mirando a Nick. Es
todo sonrisa nítida y ojos lascivos—. Es la hija de un Rey. Tenemos la oportunidad
de conquistar lo invencible.
La miro fijamente, frunciendo los labios. —Ella no vale la pena el esfuerzo.
Nick se burla y me da un puñetazo en el hombro. —Deja de actuar como si no
te hubieras encerrado en tu habitación para reproducir ese video durante las últimas
dos semanas. —Presiona un dedo en la sien—. Tienes esa mirada psicópata en tus
ojos cada vez que alguien te pone la polla dura.
Le devuelvo el golpe en el hombro. —Y debes pensar que soy un idiota si crees
que puedes soportar compartir. No se trata de que consigamos una Duquesa. Eres
tú quien consigue su propio juguete.
Remy se pasa los dedos por el pelo, luciendo cansado. —Tiene razón. Se
supone que la Duquesa nos pertenece a todos. Puedo olerlo en ti, hombre. Ella tiene
su maldito veneno en tu sangre. —Niega con la cabeza—. Estás demasiado apegado.
Pero Nick simplemente se ríe, en voz baja y oscura, mientras la mira. —Oh,
puedo compartirla. Confía en mí.
Es más fácil decirlo que hacerlo. Solía conocer a este tipo como la palma de
mi mano, pero ¿ahora? Nick no viene sólo a jugar. Está jugando para ganar.
Pero si ella no es el premio, ¿cuál es entonces?
Capítulo 5
LAVINIA
No sé cuándo empezó a llover.
Hay una tensión palpable en el auto de camino a casa e incluso yo sé que no
debo avivarla, aunque no es que pudiera. Los limpiaparabrisas llenan el espacio con
un ritmo rápido que es interceptado por la estática de la lluvia que golpea el techo
del auto. Pero aún más fuerte que eso es el silencio.
Acosador está absolutamente furioso. Hierve bajo su piel, como si tal vez si
mirara con suficiente atención, podría verlo salir de él en ondas refractadas. Su
mandíbula ha estado apretada desde que lo vi por primera vez en esa habitación
con los Reyes. Ahora que miro, puedo ver el parecido familiar. Está en los ojos, la
estructura de sus rostros, su construcción.
Estoy acostumbrada a los hombres grandes y enojados, pero mi padre es un
conde. Mantenemos esa mierda hirviendo por dentro y atacamos cuando puede
causar un daño óptimo. Los Duques son como el sello de su casa. Osos moviéndose
pesadamente y enojados, sin delicadeza ni sutileza. Acosador (Sy) lo tiene rodando,
sin preocuparse por quién lo ve. Es débil. Demasiado visible. Muestra a la gente su
área más suave.
Me pone nerviosa, pero tengo las manos atadas, al igual que los pies. Mi boca
todavía está cubierta con cinta adhesiva, así que supongo que están siguiendo el
consejo de Rath, el cabrón. Instintivamente, escaneo el interior del auto en busca de
alguna salida, pero mi corazón no está en eso. Está oscuro, estamos en lo profundo
del Lado Oeste, e incluso si pudiera escapar saltando de un auto a toda velocidad,
¿quién me ayudará? Estos tipos son dueños de esta área.
No.
No soy un oso, soy una víbora. Lo que necesito es paciencia. Un plan.
Aprovecharlo.
La Realeza me está intercambiando porque tengo valor, incluso si ya no es mi
virginidad. Ver la expresión del rostro de mi padre cuando su casa tomó esa perdida
esta noche hace que lo que venga después sea un poco más llevadero. Es curioso
pensar en ello. Hace unos años, no le habría importado quién me tuviera. Pero él es
el Conde más grande que existe, y si mostró su mano, viniendo hacia mí de esa
manera, entonces no soy idiota. Fue a propósito. Quiere que todos sepan que soy
su debilidad, porque eso me convierte en un objetivo.
Tap, tap, tappity, tap.
Joder, incluso si encontrara una manera de escapar, el loco está justo a mi lado,
con esos brazos nervudos, rápidos y dedos cubiertos de tinta que actualmente están
ocupados golpeando un ritmo errático contra la ventana. No puedo entender a este
tipo. Está caliente un minuto y frío al siguiente. Lleva una sudadera con capucha
gastada, con los símbolos Delta Kappa Sigma estampados en el frente, pero también
lleva un par de jeans que sé con certeza que rondan los cientos. Sus zapatillas son
igual de caras (una porquería de diseño), pero los cordones están sueltos y se
arrastran por la calle. Dios, y su rica colonia todavía está caliente en mi nariz. Este
tipo viene con dinero y lo parece, sin siquiera intentarlo.
Y probablemente me agarraría antes de que llegara a la mitad de la puerta.
Tap, tap, tappity, tap.
—Jesucristo, Remy —espeta el que conduce, haciéndome saltar—. Dame un
jodido descanso.
El golpeteo se detiene abruptamente y Maníaco (aparentemente Remy) mira
sus dedos por un largo momento antes de dejar caer su mano.
Acosador deja escapar un profundo suspiro. —Gracias.
Nick ha estado mirándome descaradamente por el espejo retrovisor todo este
tiempo, con los ojos oscuros e ilegibles. Ahora finalmente habla. —No te preocupes
por Sy —dice, girando la cabeza lo suficiente para que una farola que pasa ilumine
el corte afilado de su mandíbula—. Nada lo pone más irritable que un buen culo.
Los dedos de Sy se aprietan audiblemente alrededor del volante. —Así que me
ayude Dios, si no te callas...
Nick se da vuelta, sonriendo. —¿Ves? Es así de perra, realmente debes acelerar
su motor. No le gusta que le recuerden que no es un robot.
A lo lejos veo la silueta oscura de nuestro destino: la torre del reloj. La torre ha
sido la base de operaciones de los Duques desde el día en que se estableció DKS,
un regalo transferido por un benefactor de la Universidad Forsyth para proteger la
arquitectura histórica de ser arrasada. Es lo suficientemente alto como para ser visto
incluso fuera del campus, pero aunque es antiguo, conserva las complejidades
atemporales de su época. La cantería barroca. La campana de bronce envejecida en
la parte superior. Las gárgolas con cara de oso que miran como centinelas desde
cada una de las cuatro esquinas.
Según mi padre, la Realeza empezó de forma inocente: un club social para los
estudiantes varones de la universidad. Alguien tuvo la brillante idea de basarlo en
un sistema Real, llamándose a sí mismos Lords y Condes y toda esa mierda esnob.
Supongo que los chicos siempre han necesitado medirse la polla. En cualquier
cultura, no existe una figura más alta que el Rey, y Forsyth no es diferente.
La diferencia es que, en aquel entonces, no se trataba de traficar drogas, vender
armas o traficar carne. Las fraternidades originales eran académicos, solo un grupo
de nerds ricos que buscaban una manera de unir grupos de estudiantes en un
esfuerzo por mantenerlos enfocados, establecer contactos y construir la comunidad.
Por desgracia, la pequeña ciudad que rodea la Universidad pasó de ser pintoresca
y segura a estar abandonada y desamparada en unas pocas décadas. Sintió las
réplicas de los años 1970. Altos precios del gas. Soldados que regresaron a casa
como villanos en lugar de héroes. Los negocios cerraron y las fábricas (los almacenes
que bordean la ciudad) cerraron para siempre. Claro, la Universidad y los suburbios
donde crecí sobrevivieron, pero no el centro de la ciudad. No la Avenida. Poco a
poco las calles fueron invadidas por el crimen, gobernadas por matones, y la Realeza
en ese momento no desterró el declive, sino que abrazó su anarquía. Reclamaron
territorio, reclutaron soldados de infantería, crearon empresas, establecieron el
gobierno.
El auto se detiene en la base de la torre y levanto el cuello hacia el edificio alto
y escultural, tratando de ver la esfera del reloj en la oscuridad. Sé que está roto.
Probablemente ni siquiera haya funcionado en vida de mi padre, y mucho menos
en la mía. Distingo las manos congeladas, 7:23, marcándolo como el momento en
que entro a su mundo.
El día en que realmente me convierto en una esclava.

Nick es quien corta las ataduras que me atan los tobillos antes de sacarme del SUV.
Cuando entramos a la torre, hay un ascensor junto a la entrada y me quedo
rígida al verlo. Tal vez podría aguantar el viaje, tal vez, si estuviera sola y el ascenso
fuera rápido, pero ¿los cuatro metidos en esa caja de metal?
Moriré.
Sé que lo haré.
Para mi alivio, los tres lo ignoran. Probablemente está roto, como todo lo demás
en este lugar. La escalera a la que me llevan está oscura y tiene un olor extraño, una
mezcla de tierra y humedad, pero los escalones son sólidos bajo mis pies a medida
que subimos.
Y giro.
Y arriba.
Y giro.
Y arriba.
La vida en Velvet Hideaway no me dejaba mucho espacio para ejercicios
cardiovasculares, y cuento diez pisos a medida que subimos antes de que Sy diga
con desdén: —Así es, princesa. Los Duques necesitan el ejercicio. Acostúmbrate a
él.
Le lanzo una mirada fulminante, dudando de mi suposición acerca de que el
ascensor está roto.
Malditos masoquistas.
Es mejor que no sepan que prefiero subir un millón de tramos de escaleras que
estar en otra caja. Han pasado dos años desde que recibí ese tipo particular de
castigo y no tengo prisa por mostrar mis cartas. Cuando finalmente llegamos a una
puerta, estoy resoplando por la nariz y mis pantorrillas arden en señal de protesta.
La primera habitación por la que pasamos huele a cerveza rancia y hierba. Las
paredes están decoradas con pancartas descoloridas y rotas, iconografía de DKS y
una impresión enmarcada y agrietada de Muhammad Ali. Hay un televisor de
pantalla grande en una pared y la superficie larga y plana de una barra que se
extiende sobre otra. Botellas de alcohol medio vacías se alinean en los estantes detrás
de él. Arrugo la nariz ante el olor y la escena. Estos deben ser los restos de las fiestas
de fraternidad del Lado Oeste.
De repente, el Velvet Hideaway ya no se ve tan mal.
—Ve —gruñe Sy, empujándome hacia otra escalera larga y estrecha. Remy
corre, sus pies hacen eco en los escalones. A diferencia del resto de escaleras, éstas
son de metal. Hierro, tal vez. Tropiezo con la primera contrahuella, pero unas manos
fuertes me impiden caer. Mi piel retrocede al recordar la última vez que Nick me
tocó. Afortunadamente, una vez que estoy erguida, me libera.
En lo alto de la escalera, nos adentramos en la cámara principal de la torre. Es
un área cuadrada y cavernosa con techos que deben tener al menos diez metros, tal
vez incluso doce metros de altura. El aspecto del espacio es una mezcla de piedra
anticuada, yeso retro e industrial oxidado, con conductos y tuberías a lo largo de las
enormes vigas de madera. Puedo ver una cocina cerca de la parte de atrás, un
comedor monótono, un salón con dos sofás y una iluminación que se parece más o
menos a la de un sótano húmedo y acuoso.
Es como si alguien tomara una catedral y la renovara para…
Bueno, una casa de fraternidad.
Pero lo que realmente me llama la atención es la colosal esfera del reloj.
Es tan impresionante como siempre he oído, ocupando casi toda la pared, de
esquina a esquina. Uno de sus enormes números romanos podría cubrir fácilmente
todo mi torso. Está acordonado desde la habitación por un altillo elevado. Una
escalera de aspecto desvencijado en la esquina sube en espiral hasta la plataforma,
que se encuentra sobre una larga fila de altas ventanas de observación de estilo
gótico.
No es de extrañar que alguien regalara este lugar a los Duques en lugar de
verlo derribado. Incluso en medio de los sofás andrajosos y las alfombras
descoloridas, la artesanía eclipsa la suciedad. Observo las puertas a lo largo de las
paredes interiores: adiciones que, sin duda, se hicieron más avanzada la revolución
industrial que la propia torre.
—Bienvenido a casa, Pajarito —dice Nick, abriendo los brazos en un gesto
burlón.
—Tengo una pregunta —dice Sy, arrojando las llaves en un recipiente en la
barra de la cocina—. ¿Dónde exactamente planeas que se quede?
La frente de Nick se arruga. —¿Quedarse?
—Durmiendo —enuncia Sy condescendientemente—. El lugar al que ella va no
debe estar cerca de mí. ¿O ni siquiera pensaste en algo tan simple como eso?
Nick se burla, dándole a Remy una mirada cansada. —Creo que mi hermano
no sabe qué es una Duquesa. Quizás puedas explicárselo.
Remy cae en el sofá y levanta un pie, luciendo casi tan cansado como yo. —La
Duquesa no tiene dormitorio. No necesita un dormitorio. —Levanta la mirada en mi
dirección e inclina la cabeza mientras me evalúa—. Ella duerme con sus Duques.
Claro.
Mi protesta surge en forma de ojos entrecerrados y un gruñido.
—A la mierda eso. —Sy lanza una mano hacia mí—. No me acostaré con ninguna
puta zorra del Lado Norte. ¿Estás loco? ¡Nos va a apuñalar!
Nick lo mira fijamente con una mirada larga y amenazadora. —No es una puta.
Es nuestra Duquesa, nos guste o no.
Sy comienza a caminar de un lado a otro. —Dios, eres un idiota. ¿Lo sabes?
Probablemente no. Estas demasiado ocupado pensando con tu pene para usar la
última célula cerebral que trajiste del Lado Sur. ¡Mierda! —Sy golpea el mostrador
con el puño—. Sabía que traerte de vuelta era una mala idea. ¡Vas a arruinar todo
por lo que hemos trabajado!
Discuten, alzando la voz, con el pecho hinchado y las manos volando. No me
importa. Las grietas son buenas. Cuanto más se centren el uno en el otro, mejor será
para mí. Escaneo la habitación en busca de cualquier cosa que pueda usar. Armas,
rutas de escape, escondites. Estar tan alto es un problema. Una entrada, una salida.
—¡Deténganse! —Remy explota, levantándose de su asiento. Los chicos dirigen
su atención hacia él—. Tenemos dos semestres por delante aquí y no viviré con dos
bombas de esperma hasta que termine. Si quieren hacer berrinches como si
estuviéramos en la escuela secundaria, entonces está bien. Puede quedarse en mi
habitación. —Se vuelve hacia mí y esos enloquecidos ojos verdes descienden por mi
cuerpo—. No me importa compartir mi cama. De todos modos, los dos tenemos
asuntos pendientes.
Como si se hubiera accionado un interruptor, toda la conducta de Nick cambia.
—Como el infierno que lo hará. —Sus ojos azules sostienen los de Remy. Contienen
menos desafío y más advertencia—. Ella se queda conmigo.
—Sabía que no la compartirías. —Sy se pellizca la nariz y suspira
profundamente—. Joder, lo sabía. Esto es propio de ti.
—Ambos tendrán su turno —insiste Nick, dirigiendo su mirada hacia su
hermano—. Negocié, luché y la gané. Esta noche es mía.
Reprimo un escalofrío ante el hilo de oscuridad en su voz. De repente, me
transporto a esa noche. Siento su toque, huelo su piel y veo la chispa posesiva en
sus ojos. Escucho su voz, un retumbar entrecortada contra mi oído.
—Dime cómo se siente saber que este coño ahora me pertenece.

La habitación de Nick está prácticamente vacía.


Hay una cama desordenada, una caja que actúa como mesita de noche y una
lámpara de escritorio encima. A diferencia de las otras habitaciones, la mayoría de
las paredes de Nick están hechas de piedra vieja con mortero. Hay una antigua
escalera de hierro unida a la pared interior y una abertura alta en la parte superior
que conduce a las vigas que atraviesan la sala principal. Es un recordatorio de lo
que solía ser esta habitación, probablemente algo funcional para el reloj. Aparte de
eso, hay varios detritos esparcidos por ahí. Un montón de ropa tirada a una esquina.
Una bolsa de deporte, no muy distinta a la que está tirada a los pies de su cama.
Una caja de pizza.
Y luego estoy yo.
En eso es en lo que se concentra cuando gira. Toda la fuerza de esa mirada
oscura de ojos azules me inmoviliza mientras avanza. Lo sigo, tratando de sentirme
más como una depredadora que como su presa, pero todo el asunto de estar “atada
y amordazada” podría arruinar el efecto.
Se toca la comisura de la boca con el pulgar mientras se detiene frente a mí y
baja los ojos a mi garganta. Me duelen las muñecas cuando me inquieto y la brida
de plástico me pellizca la piel. Me estoy imaginando todas las cosas que me gustaría
hacerle. Golpear mi pie contra su cara engreída. Rodearle las pelotas. Cortarle los
dedos que me ha metido dentro, tal como le había hecho a Pérez.
En cambio, espero.
Paciencia.
Él se dobla antes que yo y salta hacia adelante en un frenesí de movimiento.
Agarra la parte de atrás de mi cabello y me levanta contra él, poniendo su boca en
mi mandíbula. La sólida pared de su cuerpo es el primer calor que he sentido desde
que Maníaco metió su dedo en mi cuerpo. Nick, sin embargo...
Respira por la boca como si me estuviera saboreando, extendiendo su amplia
palma sobre mi espalda baja. —¿Qué dije? —susurra, con una voz ronca y exhalada
contra mi oído—. Me tomó algo de tiempo, pero lo logré. Nadie vendrá a buscarte
ahora que te han entregado. —Siento su mano cerrarse en un puño contra mi
espalda. Eso, más el ruido que siento contra la hinchazón de mis propias tetas, debe
ser el triste vestigio de su moderación. Arrastrando su boca sobre mi mandíbula, un
rastro húmedo que me hace hacer una mueca, se detiene sobre la cinta y deja
escapar una risita silenciosa—. Casi lo olvido. —Deja que mi cabello se rasque en una
esquina, agarrándolo con fuerza antes de arrancarlo con un movimiento rápido.
Pica como un hijo de puta, que es la única razón por la que hago un sonido
agudo y doloroso. Nick intenta calmarlo tocando mi labio inferior, con los ojos fijos
en la parte suave de mi boca. Se vuelve con los párpados pesados y con aspecto
aturdido, centrándose mientras su cabeza se inclina hacia un lado.
He visto venir este beso desde que subió al ring.
Estar quieta durante tanto tiempo hace que la acción parezca un resorte
cargado. Giro mi cabeza hacia atrás y la golpeo hacia adelante, la curva de mi cráneo
choca con su nariz.
—¡Mierda! —Nick grita, tropezando hacia atrás y llevándose las manos a la cara—
. ¿Por qué carajo fue eso?
Respondo lanzándole un fajo de saliva a la cabeza. —¡Adivina, imbécil!
Se endereza, con los ojos en llamas mientras baja las palmas de las manos,
examinando la sangre. —¡Podrías haberme roto la puta nariz!
¿Podría?
Intento ocultar mi decepción con una sonrisa venenosa. —Bueno, sí al principio
no lo logro…
Él responde lanzándose hacia adelante, envolviendo sus dedos alrededor de
mi garganta solo para hacerme retroceder hasta que mis hombros chocan con la
pared. —Inténtalo de nuevo —gruñe, lanzándose hacia abajo para presionar su boca
ensangrentada contra la mía.
Me doy la vuelta antes de que pueda.
Sus labios tartamudean contra mi mejilla y se congelan allí. —¿Qué clase de
gracias de mierda es esta?
Mirando la puerta, me enojo: —Honestamente, el único tipo que tu lamentable
trasero merece. —Hay un momento en el que me preparo para el ataque, porque
Nick es un Duque. No puede ocultar su ira. Puedo sentirlo vibrar en su agarre: la
lucha por contenerse. Quiere aplastar y herir. Es todo lo que sabe hacer un Bruin.
—¡Cuál es tu problema! —espeta, desviando mi mirada hacia la suya. Esos ojos
azules se estrechan mientras me escudriña—. No me digas que todavía estás enojada
por lo del Hideaway. Te dije que era por tu propio bien.
Con incredulidad, respondo: —¿Te refieres a la parte en la que me violaste?
Él hace una burla. —¿Violación? Difícilmente. Tú lo pediste, Pajarito. —Señala
la cabeza hacia la cama, donde hay una computadora portátil—. Lo tengo en video
y todo. Tú lo quisiste.
Algo venenoso brota dentro de mí al pensar que lo tienen. Que lo ven. Pasando
a mi momento más oscuro y enfermizo. Voy a salir de aquí, eso es un hecho, pero
me hago una promesa a mí misma.
No hasta que lo destruya.
—¿Eso te hace sentir mejor? —Me pregunto, sólo medio curiosa mientras
sostengo su mirada resueltamente—. ¿Te mientes a ti mismo para calmar tu pequeño
y triste ego mientras te masturbas en la mano como el saco de mierda que tan
claramente eres?
Sus fosas nasales se dilatan y sus dedos se aprietan alrededor de mi garganta.
—Será mejor que las siguientes palabras que salgan de tu boca sean “gracias por
rescatarme, Nick” y “déjame chuparte la polla gorda para mostrarte mi
agradecimiento”.
Me esfuerzo contra su agarre, levantándome en toda mi altura para burlarme:
—Vete a la mierda, Nick. Pon tu polla cerca de mi boca y la morderé hasta que se
salga.
—¡Cuál carajo es tu problema! ¡Te salvé!
Lucho contra el impulso de agarrarle las muñecas. —Realmente no puedes estar
tan engañado —digo, mirándolo—. No es posible que me tengas atada en tu maldita
torre, haciendo planes para darle una oportunidad a tus amigos y pensar que esto
era lo que quería.
Pero lo es.
Puedo verlo en sus ojos, todos salvajes y furiosos. —Te liberé.
Boquiabierta, levanto mis muñecas atadas y golpeo su cadera. —Tal vez el
concepto de libertad haya cambiado desde que estuve encadenada en un sótano,
pero estoy bastante segura de que esto no es lo que parece.
—Entonces, ¿por qué —pregunta, flexionando su agarre—, me advertiste sobre
Pérez y el cuchillo?
Una risa forzada se escapa de mi garganta. —Oh, no te hagas ilusiones. No se
trataba de que ganaras. Se trataba de la pérdida de mi padre.
Sus ojos saltan de un lado a otro entre los míos, tan cerca que puedo saborear
el sabor a sangre en su aliento. —Ni siquiera vas a agradecerme.
—¡No!
Hay otro latido de silencio, como si estuviera esperando que admitiera que
todo es una broma, su cara se pone más y más roja a cada segundo. —¿Tienes alguna
idea de las cosas que he hecho para traerte aquí?
Mi propia cara también debe estar roja ahora, con la garganta ardiendo por el
apretón de su agarre. —No me importa.
Nunca antes había visto los ojos de alguien ponerse realmente negros. No en
color. Los ojos de Nick son tan azules como siempre, pero sus amplias pupilas no
tienen fondo, transformadas en algo más oscuro que la muerte. —Bien. —De repente,
me empujan hacia la puerta, sus dedos aprietan mi garganta mientras nos hace
avanzar a través de ella, sin importarle la forma en que estoy arañando sus
antebrazos—. Si estar en mi cama no es suficiente libertad para ti —gruñe, dándome
un fuerte empujón por la habitación principal—, entonces déjame mostrarte la
alternativa.
Estoy demasiado ocupada tratando de tomar aire, luchando contra su agarre,
para darme cuenta de hacia dónde me está tirando.
Y luego escucho el sonido del metal contra el metal.
Raspado y afilado.
El ascensor.
—¡No, espera! —Mi voz apenas puede formar un silbido bajo su agarre, y lo
siguiente que sé es que me empuja hacia adentro, la jaula de metal se cierra justo
cuando golpeo contra ella—. ¡Nick, espera!
—¡Te gané, Lavinia! —Sus puños golpean violentamente el metal, haciéndome
retroceder—. ¡Te gané!
Si tuviera alguna esperanza de que me no cierre la puerta, de que dejara abierta
la pesada puerta exterior, entonces soy una estúpida. Qué jodidamente estúpida.
Nunca funciona así, ¿verdad? Nunca es un castigo adecuado hasta que está oscuro
y cerrado, dejándote sola con nada más que tu propio tormento.
Cierra la puerta exterior con un poderoso tirón de su musculoso brazo,
envolviéndome en negro.
Han pasado dos años.
Dos años desde que estuve encerrada en la oscuridad, rodeada por nada más
que el silbido de mi propia respiración aterrorizada. Dos años desde que me
encontré luchando contra los confines de un espacio demasiado pequeño. Dos años
desde que tuve que sentir el peso aplastante del terror histérico saliendo de mi
pecho.
Lo evito todo lo que puedo, cerrando los ojos, fingiendo que estoy en otro
lugar. Son los olores y los sonidos los que me atrapan, la forma en que mi respiración
rebota en la superficie frente a mí, a mi lado. Hace que sea imposible escapar de
verdad. Las palabras que he guardado dentro de mi mente revolotean como polvo
en el viento. El ascensor es más pequeño de lo que pensaba, apenas lo
suficientemente grande para tres personas. Cada movimiento de mi peso perturba
cualquier frágil sensación de escape mental que logro reunir, enviando crujidos
feroces que cortan el silencio.
El sudor es lo primero, lo que hace que mi ropa se sienta más pesada y ajustada.
Luego las náuseas y el estómago revuelto dolorosamente cuando comienzan los
temblores. Lo siguiente es el mareo, que se vuelve aún más desorientador por mi
total incapacidad para siquiera ver lo que está arriba o abajo. Luego viene la
opresión en mi pecho, como si un puño hubiera sido envuelto alrededor de mi
corazón.
Dudo que dure diez minutos.
Explota en una estampida de urgencia, mi mandíbula se aprieta alrededor de
un grito mientras golpeo mi hombro contra la puerta. Éstas siempre han sido las
peores: las palizas. Es un instinto más fuerte que la voluntad de respirar, que me
empuja contra las paredes, mi cuerpo lucha por encontrar una salida, salir, salir.
Cuanto más dura, más siento como si se me cerrara la garganta. Racionalmente,
sé que no lo es, pero levanto la barbilla y no puedo respirar. Demasiado oscuro,
demasiado caliente, demasiado pequeño. Debo pasar horas así, retorciéndome,
luego hiperventilando y luego retorciéndome un poco más.
Después de eso viene la fatalidad: la certeza de que voy a morir aquí.
Entonces se vuelve más fácil.
No mejor.
Simplemente... más fácil.
Dolorida y sin aliento, me desplomo contra la pared, deslizándome hasta que
golpeo el suelo en un montón tenso y tembloroso.
¿Qué fue lo último que leí?
Reprimo mi pánico hacia adentro, decidida a recordar las palabras. Siempre
recuerdo lo que leí. Es lo único en lo que he sido buena: hojear las páginas en mi
mente. Tapa roja. Esquinas arrugadas. Algo que me dio Augustine. Una novela
romántica de mal gusto. Un felices para siempre.
Cerrando los ojos, lo recuerdo.
—Recuerda —dice Anthony, pasando su pulgar por mi mejilla—, mientras
estemos juntos podemos hacer cualquier cosa.

No espero el impacto de una luz brillante y penetrante cuando la puerta se abre. Es


imposible que no haya estado aquí durante veinticuatro horas. Debería ser de noche.
Sólo la luz que entra desde la esfera del reloj a través de la habitación es apagada y
gris.
Mañana tarde.
Estoy contra la puerta antes de que la puerta exterior termine de cerrarse,
tragando aire fresco a través de la celosía metálica. Nick se para frente a él y, por
alguna razón, tengo un recuerdo nítido de algo que Remy me dijo anoche.
—El universo a veces es sólo papel encerado. Como si la luz pasara, pero todo
es jodidamente... indefinible.
Nick es así, una mancha de forma en una postura agresiva. Todo está confuso
y entrecierro los ojos para protegerme de la luz, tratando de encontrar sus bordes.
Sé que es malo cuando las enloquecidas divagaciones de un Maníaco empiezan a
tener sentido.
Sus dedos son lo primero que se define, atravesando la puerta mientras su brazo
cuelga. Perezosamente, apoya su frente contra su muñeca, permitiéndose un período
de silencio suspendido. Observándome, me doy cuenta, sintiendo sus ojos trazando
las líneas de mi rostro. —Jesucristo, Pajarito. Te ves como una mierda.
—Déjame salir —murmuro, exhausta hasta la médula. Siento un dolor en el
hombro debido a uno de mis ataques de palizas que late al ritmo de mi pulso.
Su rostro se enfoca a continuación, sus ojos oscuros observan mi estado. Hay
un ceño grabado en su frente y sus ojos son oscuros debajo. —¿Estabas llorando? —
Esperaría que la pregunta fuera burlona, pero no lo es. Lo dice en voz muy baja.
Su tono es preocupado y terriblemente tierno.
Mi barbilla tiembla mientras entrelazo mis dedos a través del enrejado,
repitiendo: —Déjame salir ahora. —No debería darle esto. Para Nick es un arma saber
que esta caja de metal es mi perdición. Así que lo trago y fortalezco mi columna,
decidida a salir de allí con la cabeza en alto.
Inmediatamente, abre la puerta y la abre de golpe, atrapándome por la cintura
mientras casi me libero del aire espeso y mohoso. Nick me rodea con un brazo y
me acerca a su amplio y cálido pecho. Se queda así durante un largo momento,
presionando mi mejilla contra su hombro como si no estuviera tan rígida como el
acero.
—¿Estás agradecida ahora, Pajarito? —pregunta, metiendo una mano detrás de
mi cuello. Es una especie de abrazo perverso. El tipo de cercanía forzada que me
pone la piel de gallina—. Nadie vendrá por ti. A nadie le importa lo que te pasará.
Nadie más que yo. Entré allí y te reclamé antes de que los Lords pudieran venderte
al mejor postor. ¿No lo entiendes? —Toca mi mejilla y atrae mis ojos hacia los suyos—
. Soy todo lo que tienes. Soy todo lo que necesitas. —Más tranquilo, sus ojos se
dirigen a mi boca cuando susurra bruscamente—: Soy el único que te ama.
Me sobresalto hacia atrás, casi tropiezo con mis piernas entumecidas y me
estrello contra la pared al lado del ascensor. —No me amas. Eso es una locura. ¡Están
todos locos!
Mis palabras hacen que sus cejas se arqueen y sus brazos se tensen a los
costados. Y supongo que el tono de asombro y repulsión en el que hablo no ayuda.
Se abalanza sobre mí, pero el único lugar al que puedo huir es de vuelta a la caja.
—No estoy loco. Soy la única persona en toda esta maldita ciudad que sabe
exactamente lo que quiero y exactamente cómo conseguirlo.
Aprieto los dientes cuando me atrapa con su cuerpo, su pecho desnudo y
tatuado me rodea. —Me ganaste —admito, las palabras amargas en mi lengua—. Me
ganaste como objeto. No como persona. No puedes... amar algo así. ¡Ni siquiera me
conoces!
—Eres mía ahora. Cuerpo, mente y alma. Eso es todo lo que necesito saber. —
Trago un gemido de disgusto cuando él extiende la mano y toca mi garganta. Las
marcas, me doy cuenta. Los moretones que me hizo con los dedos anoche. Sus ojos
se concentran en ellos y hay algo agudo y disgustado en su ceño—. Jesucristo, me
tienes jodido. Nada de esto va como se suponía.
Ahora está claro que esperaba mi gratitud y, por un segundo, considero
aprovecharla. Si lo hago enojar otra vez, me volverá a meter en el ascensor. Eso es
lo que hace que mi mirada caiga hasta su boca: la pregunta de si podría hacerlo o
no. ¿Puedo pestañear y fingir? ¿Ponerme de rodillas? ¿Decirle lo agradecida que
estoy?
Casi creo que podría si eso significara evitar otra noche en esa caja.
Pero luego me mira a los ojos y sé que lo ha visto. La mirada a sus labios. La
invitación tácita. La tensión ilimitada zumbando entre nuestra piel.
Me giro justo antes de que sus labios puedan aterrizar en los míos, y esta vez,
su mano se levanta para golpear la pared al lado de mi cabeza. —¡No me pongas a
prueba, Lavinia!
—Si quieres violarme otra vez —susurro, mirando fijamente hacia el ascensor—,
entonces sigue. Estoy cansada.
Nunca fui buena fingiendo.
Hay una larga pausa, pero puedo sentir la furia y la incredulidad saliendo de
él mucho antes de que sisee: —Perra ingrata. —En el momento en que se aleja, me
deslizo por la pared, con el corazón latiendo salvajemente—. Ten —gruñe, metiendo
la mano en una bolsa que está en un sillón cercano. No entiendo lo que saca hasta
que aterriza en mi regazo, pálido y ensangrentado. Lo señala con un dedo y se
burla—: Te lo compré.
—¿Qué…? —Salto hacia arriba y lejos, dejando que el dedo caiga al suelo—. No
te pedí que hicieras eso.
—No era necesario. Pérez hizo ese gesto como señal de dominio. De lo que
quiere hacer con lo que me pertenece —dice, como si fuera la cosa más normal,
racional y sensata del mundo. La cosa—. A cambio, le mostré exactamente lo que le
pasa a cualquiera que intenta joder mis cosas.
El dedo yace allí, pálido y grotesco. Es un símbolo de lo que este hombre hará:
hasta dónde llegará para proteger las cosas que cree que son suyas.
Me tomó un tiempo verlo, entenderlo, pero Nick guapo Bruin no es sólo un
chico de fraternidad que sueña con ser un líder. Es como todos los demás Reyes
que existen. Implacable. Peligroso. Despiadado.
Debería saberlo. Crecí con uno.
Capítulo 6
REMY
Hago una pausa antes de que mi marcador toque la pared.
Irritante.
En mi residencia de estudiantes (diablos, incluso en casa) tenía la costumbre
de dibujar en las paredes. Al final siempre pintaba sobre ello, lo que me daba un
lienzo bonito y fresco con el que empezar de nuevo. Siempre lo dejaba limpio, pero
sabía que estaba allí. Los lugares donde dormimos, nos despertamos y follamos están
imbuidos de una pequeña parte de nosotros. Yo sólo lo hago visible. Estar rodeado
de las huellas de mi alma es todo lo que me ayuda a pasar algunos días.
Una voz viene desde mi derecha. —¿Vas a escribir algo? —pregunta Haley. Piel
bronceada. Pecas aquí y allá. Ojos como fauces abiertas. Amarillo diariluro.
Demasiado brillante para mí, gracias.
Mis ojos se estrechan mientras evalúo la pared. Escribir algo. Como si fuera un
puto poeta o lo que sea. ¿Quién simplemente escribe algo? No, había tenido esta
visión de las estrellas. Humo. Vidrio negro. Pelo rubio. Labios rojos.
Detente.
Mi cuerpo permanece perfectamente quieto, pero por dentro me estremezco.
Sacudiendo la cabeza, lo reconsidero. Humo. Zarcillos negros se enroscan sobre
nuestras cabezas, ansiosos por serpentear entre y alrededor de nosotros, como si la
torre misma nos estuviera tomando en sus brazos de piedra.
Esa mierda parecería muy enfermiza.
Resoplando, me inclino hacia atrás y tapo el marcador. —No.
Los tres llevamos solo unos días viviendo aquí. Lo primero que hice fue entrar
a mi habitación, evaluar el yeso y la piedra vista y preguntarme qué quería.
La respuesta fue “nada”, y no fui yo quien lo dijo.
Fue la torre del reloj.
Este gran y hermoso hijo de puta. Es difícil hacer arte encima del de otra
persona, y eso es exactamente lo que es la torre del reloj del Lado Oeste. Sería
profano intentarlo. Esa primera noche, intenté explicárselo a Sy. Cómo la torre calla,
pero sigue hablando. Es inanimado, pero perceptivo. Tiene recuerdos. Tiene
sentimientos. No puedo explicar cómo lo sé, sólo sé que lo hago. Poner mi huella
en algo es reclamarlo como propio. Intentar ser dueño de la torre sería como intentar
ser dueño de todo el puto cosmos.
Cosmos.
Estrellas. Vidrio negro. Pelo rubio. Labios rojos. El ruido de árboles desnudos
y esqueléticos.
Detente.
—¡Sube el volumen! —Le grito al DJ, haciendo un movimiento giratorio. Él sabe
lo que quiero: los graves, no el volumen. Algo en la forma en que vibra en mi sangre
y vibra en mis costillas se siente transformador, como si me estuviera apretando en
algo tenso y compacto. Lo señalo con la punta negra de mi marcador, tirando de él
hacia arriba hasta que siento el feliz destello. Si no puedo grabar mi alma en estas
paredes, entonces tal vez el pulso de nosotros pueda hacerlo.
Él asiente con aprobación, mueve la cabeza al ritmo y abandono el trozo de
pared para volverme hacia Haley. —Cerveza.
Una palabra. Simple. No es una petición.
Ella corre a buscarla.
Los subordinados de DKS reabastecieron el bar hace horas, así que todavía
está medio lleno. Habíamos estado esperando hasta que Nick reclamara su anillo
para celebrarlo de verdad y como es debido. He tenido una vocecita en mi mente
que me dice que no es real. Aunque eso sucede mucho. Todo lo inesperado es
sospechoso. Cualquier cosa demasiado esperada es sospechosa. Hay una ventana
de credibilidad muy estrecha cuando se trata de en qué puede confiar mi cerebro,
y que Nick se convierta en Duque no pasa la prueba. Sería más fácil si pudiera...
simplemente... joder...
Estrellas. Humo. Vidrio negro. Pelo rubio. Labios rojos.
Detente.
Mi marcador se detiene a unos centímetros de la pared.
Maldita sea.
—Aquí tienes —escucho detrás de mí, sintiendo uñas afiladas arrastrarse por mi
espalda. Hace una hora llevaba camiseta, pero me la quité porque no podía sentir
el aire. El aire es parte de la torre. La torre es parte de Forsyth. Forsyth es parte del
mundo. El mundo es parte del universo.
Estrellas. Pelo rubio. Vidrio negro…
¡Detente!
Además, tenía calor.
Me giro y veo a Haley ofreciéndome una bebida. Ella me sonríe, sus uñas me
arañan el abdomen y se hunden debajo de la cintura de mis jeans. —Así que supongo
que es necesario felicitarte, Remy. El título te queda bien.
Tomo la bebida y me bebo la mitad de un trago. —Lo sé.
Se ríe, como si pensara que estoy bromeando. No es así. —Es una locura pensar
que después de todo este tiempo juntos, finalmente eres un Duque.
Reconozco el brillo emocionado en sus ojos. Es familiar y esperado. Como el
que sólo porque he follado a Haley durante unos años, ella piensa que se ha
convertido en alguna mierda. La verdad es que es sólo otra cutslut, una groupie de
Duques. Tiene sed de sangre, le encantan las peleas y hace mamadas épicas. Pero
hay dos docenas de ellas en esta habitación y son como ella. Nos siguen de pelea
en pelea, de fiesta en fiesta y de cama en cama. Son buenas para ser folladas
casuales, listas para hacer lo que queramos con un chasquido de dedo. Conseguirnos
bebidas, limpiar, metérselas por el culo, lo que sea. Sin expectativas. Sin
compromiso. Más aún ahora que soy Duque.
—Escuché que los Duques en ascenso tienen que hacer algunas locuras épicas
para lograrlo —reflexiona, deslizando su dedo sobre la cicatriz arrugada y apenas
curada en mi costado. Me erizo al tacto—. ¿Qué era?
La miro, más allá del abundante maquillaje de ojos, la parte superior del bikini
negro y los pantalones cortos, y le quito la mano. —Negocios —respondo,
tomándome un momento para evaluar la piel suave y bronceada de su clavícula—.
Nada que tenga que ver contigo.
Un diseño gira en mi cabeza. Sostengo el marcador, todavía tapado, y lo
arrastro distraídamente sobre su piel. Rara vez entinto a mujeres. Es muy personal.
Hace que me pique la piel. La Lady fue una excepción que hice para saldar la deuda
de Sy y Nick. De todos modos, el diseño era bastante específico. Lo hice, pinché su
piel, pero no era mío.
Sin embargo, las Cutsluts están ansiosas por mi aguja.
Creen que son sutiles al respecto, pero no lo son. Ha sido así desde el segundo
año, para ese entonces había sólo un par de ellas persiguiéndome, ofreciéndose a
ser mi lienzo. Nunca se lo diría a nadie, pero en realidad no era bueno en ese
entonces. Tenía una técnica de mierda con un kit de mierda. Pero un chico tiene
que practicar. Nick no fue el primero, pero estuvo cerca de serlo, y siempre estaba
dispuesto a cualquier cosa. Los tatuajes nunca significaron nada para él. Ve su tinta
como un bosque.
Aún así, a veces me inspiro. Las chicas son diferentes a los chicos. Más
delicadas. Con mejores curvas. Piel más suave. De vez en cuando, trazo líneas
invisibles sobre su piel con la punta dura de mi marcador. El marcador viaja de mi
mano a entre sus pechos, viendo el diseño claramente en mi cabeza. Le daría unas
lianas debajo de las tetas. Algo femenino pero brutal. No puedes conseguir ese tipo
de contraste con los chicos, no te lo permiten. Me pierdo en mis pensamientos,
aparto la tela del triángulo y paso el marcador sobre su pezón mientras expongo la
piel allí. Su pezón se eleva y, sin pensar, me inclino y lamo el duro pezón.
Su espalda se arquea y oye. Qué diablos, puedo follarla aquí mismo para
deshacerme de esta erección que se ha estado acumulando entre mis piernas desde
anoche. Escuché a Nick y la serpiente peleando en su habitación y casi entré para
sujetarla, como la última vez. Pero lo dejé pasar. Nick tiene su veneno dentro y la
única manera de sacarlo es llegar a la fuente: esta negociación con Killian Payne,
hecha a nuestras espaldas.
Eso no significa que no rechace la idea de intentarlo de nuevo.
Agarro la muñeca de Haley y coloco su mano sobre mi polla. Ella me sonríe,
lista y dispuesta, y yo lucho por contener un escalofrío. Amarillo diariluro. Tiene un
alma tan superficial como un espejo.
Vidrio negro. Estrellas. Labios ro…
No.
—Haces que me duelan los ojos —le digo por encima de la música, porque a
veces hago eso. Pensar las cosas. Y decirlas en voz alta.
Puedo verla preguntándose si ofenderse, pedir una aclaración o tomarlo como
un cumplido. Se decide sobre este último, sonriendo. —Gracias. —Amarillo diariluro
clásico. Positividad tóxica.
Antes de que pueda decidir si romper o no su ilusión, hay un cambio en la
habitación, como si la energía se estuviera alejando de mí. Me atrae a su paso,
llamando mi atención hacia las escaleras. Nick viene como si hubiera vivido en este
lugar toda su vida. Es bueno en eso. En hacer como si todo el lugar le perteneciera.
O tal vez simplemente lo parezca. Damon, un miembro de DKS que solía compartir
habitación conmigo hace un par de años, le da una sacudida firme al hombro de
Nick mientras lo felicita ruidosamente por su victoria.
Pero a Nick no le importa.
No sobre las felicitaciones.
Tiene la serpiente bajo el brazo.
Condes, hombre. Los habitantes del Lado Norte son los jodidamente peores.
Mira a esta perra. Básicamente, vendida como esclava, y tiene la barbilla sobresalida
como si estuviera luchando contra el brazo que Nick tiene alrededor de su cuello.
Pero mi chico es más fuerte. Él la acerca más mientras asiente con la cabeza a algunas
promesas, agarrando una cerveza de la barra. El oso vence a la serpiente. No quiere
que todos los ojos estén puestos en él. Quiere lucir su premio: el trofeo de pelo azul
bajo el brazo. Lavinia puta Lucia.
Al igual que las otras mujeres en la habitación, muestra mucha piel, su carne
casi brilla contra la tenue luz del techo. Su top es corto y los tirantes están formados
por líneas entrecruzadas. El brazo de Nick puede estar sosteniendo sus hombros
firmes, pero cuando la gira para saludar a una cutslut, la marca de DKS que le había
tatuado todavía es visible. Pero la mejor parte es que también tiene múltiples tonos
de moretones. La protuberancia de su hombro es de un fantástico color azul
floreciente. Su cuello tiene la marca obvia de una asfixia y me pregunto qué parte
del púrpura moteado es mío, después de haberle apretado la garganta durante la
pelea. Mi polla se contrae al verlo y la mano de Haley aprieta el bulto.
—No lo entiendo —dice, mirando su entrada—. ¿Quién es esa perra, de todos
modos?
Observo cómo Nick la arrastra por la habitación como si fuera un perro
travieso. —Es nuestra, aparentemente.
—Pero ni siquiera quiere serlo —se queja, acurrucándose a mi lado—. Qué
desperdicio del puesto de Duquesa.
Resoplando, levanto mi botella. —Cuidado. Suenas celosa. —Las Cutsluts son
muchas cosas, pero generalmente mantienen la envidia bajo control.
Ella hace alarde de ignorarlo. —Ni siquiera un poco. Simplemente no estoy
acostumbrada a recibir una llamada para traerle ropa a una perra al azar.
—¿Llamada? —Observo distraídamente cómo Nick la hace desfilar por la
habitación. Su mano se libera de su hombro solo para caer sobre la redonda y alegre
curvatura de su trasero. Él le da un apretón agresivo que hace que su columna se
ponga rígida, y hay un destello en sus ojos que hace que todos mis nervios cobren
vida con anticipación. Espero a que muerda, muestre sus colmillos y le saque un
trozo de garganta.
Pero eso no sucede.
Y eso debe de estar matándola.
Haley divaga: —Sí, Sy llamó y pidió algo de ropa. Otras cosas también, como
un cepillo de dientes y... cosas de mujeres. Ya sabes. —Haley está más allá de
sonrojarse, pero aparentemente yo no. Eso la hace sonreír—. Me dijo que supusiera
que estaba varada en una isla y que no quería, y cito, apestar el lugar con mi coño
snob del Lado Norte. —Ella sigue y sigue. Haley siempre hablaba demasiado.
¿Realmente necesito saber sobre las necesidades de tampones de Lucia?—. Las
chicas y yo juntamos algunas cosas y las enviamos. Mierda, son cosas que ya no
usamos. Verity donó algunos zapatos y crema hidratante. Así lo llamó. “Donar”.
¿No es gracioso? ¿Una Lucia siendo el caso de caridad del Lado Oeste? —Echa la
cabeza hacia atrás y se ríe.
Bueno, no es de extrañar que la serpiente parezca una Cutslut.
No pude tener una buena vista de su cuerpo esa noche en el Hideaway. La
habitación estaba demasiado oscura, la máscara era demasiado molesta y mentiría
si dijera que tenía la medicación adecuada para ello. Pero sé cómo se siente debajo
de esos diminutos pantalones cortos negros. Su trasero estaba firme, la piel entre sus
mejillas cálida. Vulnerable. Pura. Como gran parte de su carne.
Debería haberla follado allí mismo.
Haley continúa: —En realidad, creo que ese es mi top. Es difícil notarlo. A ella
le queda diferente.
—Porque sus tetas son más grandes que las tuyas —señalo—. Y su piel también
es mejor. Más suave. Más blanda.
Haley se pone rígida, pero se abstiene de responder. Esa es la otra cosa que es
diferente. Las Cutsluts son obedientes. ¿La hija del Conde? Bueno, la cicatriz en mi
estómago y los moretones por todo su cuerpo cuentan esa historia.
Haley intenta reírse y rodea mi bíceps con su mano mientras se inclina contra
mi pecho. —Que se joda esta perra. Llévame al campanario. —Bate sus pestañas—.
Compré algunos hongos sólo para celebrar. Vámonos a fumar y a follar.
Sólo lo pienso brevemente. —La cima de la torre es probablemente el último
lugar donde quiero tener un mal viaje. —Pero no es sólo la idea de saltar
accidentalmente hacia una muerte prematura y espantosa lo que lo hace poco
atractivo. Es que mis ojos siguen a la serpiente, deslizándose por la habitación, y se
me ocurren todas estas... ideas. Escamas y capas en esa piel prístina, mis dedos
bailando con el marcador entre mis nudillos—. De hecho, no creo que vaya a follarte
más. —Miro a Haley y observo la forma en que su rostro decae—. No es nada
personal. Eres divertida y todo. Sólo necesito un poco de piel nueva. —Toco su
mejilla para suavizar el golpe, pero nunca he sido bueno en eso.
Así que saco unos cuantos billetes de cien crujientes y los meto en su top
fibroso, dándole una palmadita en la teta.
Por un trabajo bien hecho.
Me la quito de encima y me alejo, encontrando a Sy junto a la barra. Tiene los
ojos entrecerrados mientras observa el espectáculo. Y eso es exactamente lo que es.
Para el ojo inexperto, podría parecer una meada territorial, pero Sy y yo lo
conocemos mejor.
—¿Qué carajo está haciendo? —Pregunto.
Él se encoge de hombros. —No lo sé, pero ya conoces a mi hermano. Nunca
es tan tonto como sugiere esa cara bonita. —Bueno, esa es la espina. Nick puso todo
esto en marcha sin decírnoslo, hizo tratos sin consultarnos. Con un maldito Rey.
Aburrido, Sy reflexiona—: Probablemente sea multifacético. En parte a juego, en
parte territorial. Pero la forma en que actúa con ella es un poco…
—¿Excesivamente psicópata obsesivo? —Apuesto.
Sy asiente, levantando su bebida. —Ese es nuestro Nicky. ¿Sabes lo que pienso?
Me recuesto contra la barra y observo cómo se acercan a donde estamos. Desde
esta posición, veo el tatuaje sin terminar enrollado alrededor de su pantorrilla. Mis
dedos se contraen y paso el marcador sobre mis nudillos, construyendo, viendo. —
Probablemente voy a arrepentirme de esto, pero... —Tomo mi cerveza y trago—.
¿Qué opinas?
—Creo que está tratando de reemplazar a Tate.
Todavía siento el nombre, Tate, Tate, Tate, como una herida succionadora en
el pecho. Una espada en mi costado. Una vieja herida que se niega a sanar. Me hace
retorcerme por dentro, como si mis entrañas lucharan por alejarme de ello.
Estrellas. Humo. Vidrio negro…
Parpadeo larga y lentamente, advirtiendo: —No.
Hay que reconocer que Sy me lanza una mirada sombría y arrepentida. —Es
una posibilidad tan grande como cualquier otra cosa.
—Nick es un imbécil, pero sabe tan bien como nosotros que Tate es
insustituible. —Su hermano pasa, mostrando una sonrisa. La chica se mantiene rígida,
como si no pudiera soportar que él tocara. La mano de Nick se desliza
posesivamente sobre su trasero. Lo señalo—. Eso no tiene nada que ver con Tate.
De mala gana, Sy acepta: —Esto es una especie de tontería psicosexual.
Supongo que eventualmente lo descubriremos. —Pero incluso mientras lo dice,
parece molesto. Para él, no hay nada peor que sentarse y esperar a que aparezca un
problema. Sy es demasiado Tipo A para eso—. Voy a ir a prepararme para el lunes
—murmura, dejando caer su botella vacía y yéndose.
Normalmente lo obligaría a quedarse, a divertirse un poco, fingir que no odia
a la mitad de la gente aquí, pero esta noche lo dejo correr hacia su computadora y
sus libros de texto. No me ha gustado la forma de su mandíbula últimamente. La
forma en que se ve tan tenso y nervioso todo el tiempo. Han pasado años desde que
irradió ese tipo de energía. Rojo, dorado y negro.
Al otro lado de la habitación, Nick se ha sentado en un sillón, con sus anchos
hombros ocupando todo el ancho del espacio. Lavinia está sentada en su regazo
(Pajarito, la llama) con las manos apretadas en puños. Un brazo está alrededor de
su cintura, como si supiera que podría huir si él afloja su agarre. La otra mano está
ocupada jugando con las puntas de su cabello.
—Remy. —Él inclina su botella contra la mía en un brindis cuando me acerco,
haciéndome un gesto para que tome asiento. La chica me mira con cautela, esos
ojos astutos evalúan cada movimiento que hago. Pero no está peleando con él, lo
cual es... interesante. Me pregunto qué tipo de control tiene sobre ella para este nivel
de cumplimiento. Él se da cuenta de que estoy mirando todos esos hermosos
moretones y aprieta su agarre alrededor de su cintura—. Siéntate. Toma una bebida.
Miro rápidamente a Lavinia y luego me inclino, susurrándole al oído a Nick. —
Mi turno.
Se congela y se encuentra con mi mirada. —¿Disculpa?
—En el contrato dice que estás dispuesto a compartir. —Asiento con la cabeza
hacia la chica, que está incluso más rígida que Nick—. Es mi turno de jugar con el
premio.
La mandíbula de Nick se tensa. —Tal vez dentro de un tiempo, o…
Hago un sonido agudo. —Puedes usar el anillo, Bruin, pero nosotros te dimos
la oportunidad. Ella es el botín de guerra y todos somos vencedores. No seas una
perra tacaña.
El músculo en la parte posterior de su mandíbula hace un tic, y su mano sube
por su costado, aferrándose a una de sus tetas llenas. Cristo, es como un niño
pequeño que se niega a compartir su juguete. —No la he follado todavía. —Lo dice
con ese tono hostil que no es difícil de descifrar.
—Entonces puedes relajarte —le aseguro, dándole una vuelta a mi marcador—.
Te guardaré el primer golpe. Sólo necesito un lienzo nuevo.
Lo que necesito es ver hasta dónde llegan esos moretones. Emocionado por
trazarlos, la miro fijamente, esperando que retroceda o ataque. Lo que no espero
que diga es: —Está bien. Iré. —Nick dirige su mirada hacia ella, comprensiblemente
sospechoso, y ella le devuelve la mirada vacía—. Resulta que ser el dulce en el brazo
de un idiota tiene un toque de humillación que realmente no me sienta bien.
Mocosa, pero la deja ir cuando ella se pone de pie, observando cómo se
estremece y elimina el calor de su cuerpo. —Si no te portas bien… —Él le lanza una
mirada larga y amenazadora—. Habrá castigos.
Su advertencia hace que sus hombros se estremezcan un poco, y eso me gusta.
Me gusta la forma en que se vuelve hacia mí, mirando la mitad de mi pecho.
—Seré buena.
Capítulo 7
LAVINIA
Espera una oportunidad.
Juega bien.
Haz lo que tengas que hacer.
El mantra golpea mi cabeza, pero es lo opuesto a mi naturaleza. Lo supero a
través de mi sana imaginación. Pienso en lo que sería cortarle las pelotas a este
cabrón. Sería desastroso, supongo, pero probablemente satisfactorio. Eso ayuda a
mantener a raya la urgencia que se retuerce debajo de mi piel por un poco más de
tiempo.
El sonido de la fiesta se desvanece cuando Maníaco me lleva arriba. Sé que su
nombre es Remy, pero todo lo que siento cuando lo miro son sus ojos salvajes y su
energía errática. “Maníaco” es más apropiado. El tipo podría estar lúcido esta noche,
pero me violó durante la pelea antes de darse cuenta de que era uno de los riesgos
en juego. Soy muy consciente de ese poco de locura que él lleva debajo de la
superficie, porque yo tengo un poco de la mía.
Esta mañana vislumbré el portátil de Nick.
Es el diez de septiembre.
Eso me da dos semanas.
Catorce días.
—¿A dónde vamos? —Pregunto, dejando que mis nervios se noten. No me
entusiasma estar a solas con este tipo, pero debe ser mejor que Nick. Aparte de la
constante amenaza inminente de quedar encerrada en ese ascensor nuevamente, no
hay forma de engañarlo, no es fácil. Nick fue mi carcelero durante demasiado
tiempo. Me mira como un maldito halcón.
Maníaco no responde, solo silba una pequeña melodía espeluznante mientras
hace girar un marcador entre sus dedos. Cruzamos la sala de estar, pasamos la
cocina y llegamos a lo que supongo que es su habitación. En el instante en que cruzo
el umbral, hago un inventario mental.
Esto no se parece en nada al resto de la torre.
La sala principal es una mezcla de lo que parecen muebles desechados que
han sido recolectados a lo largo de los años. Y lo entiendo. Nadie quiere cargar
muebles por todos esos escalones, y sé muy íntimamente que el ascensor no es lo
suficientemente grande para nada elaborado. La habitación de Nick está vacía y fría,
apenas parece habitada.
Pero entrar en la habitación de Remy es como pasar del Lado Sur al Lado
Norte.
Este tiene electrónica. Un televisor enorme en una pared, un complicado
sistema informático en otra. Es una habitación grande, pero la mayor parte está
configurada como un espacio de trabajo improvisado y ordenado. Hay una amplia
mesa de dibujo que divide el área en dos mitades, blocs de dibujo esparcidos al azar
sobre la superficie, junto con vasos llenos de pinceles y cubículos con cien
marcadores y tubos de pigmento diferentes. Una silla grande y de aspecto
complicado se encuentra a un lado de la mesa de dibujo, pero la cama que está
apoyada contra la pared del otro lado, con las mantas arrugadas, parece una
ocurrencia tardía. Al igual que sus jeans y zapatos de diseñador, esta habitación
apesta a dinero gastado por alguien que no le prestó atención. Soy una Lucia.
Conozco las señales. Los auriculares que yacían tirados sobre la cama. Una taza de
café para llevar goteando líquido viejo sobre la bonita mesa. Remy no se ocupa de
sus cosas.
Tanto mejor para mí.
Hay un espejo alto apoyado contra la pared detrás de la silla, pero lo que
realmente me llama la atención son los diseños clavados por todas partes. Algunos
son vívidos con colores, azules eléctricos y rojos impactantes, pero otros son
opresivamente grises y caóticos con oscuridad. En el mar de ellos, puedo detectar
ciertos hilos. Imágenes religiosas, terror, anatomía, diseños abstractos a los que me
llevaría horas encontrar cara o cruz. Todos ellos, sin embargo, son dolorosamente
complejos. Atrevidos. Evocadores. Anárquicos.
Mis ojos se detienen durante un largo rato en una hilera de lienzos en particular.
Todas ellas son pinturas del cielo nocturno a medio terminar. No hay nada
realmente único en ellos, excepto el hecho de que hay muchísimos. Parecen piezas
de un pensamiento, juntas como si pudieran terminar un rompecabezas al que le
faltan aristas.
En un intento frenético de mirar algo más, me giro y lo veo. Vaqueros
desgastados y sin camisa, caídos hasta las caderas, revelando el fino rastro de cabello
que se estrechaba debajo de su ombligo. Está pintado con arte tan elaborado como
los diseños que adornan sus paredes. La imagen de la Virgen María llorando sobre
su bíceps, con el corazón empalado por espadas, me llama la atención sólo
brevemente. Remy no es del tipo de músculos abultados como Sy o incluso Nick.
Su cuerpo es esa especie de perfección esbelta, rápida y eficiente, como una
serpiente enroscada para atacar. Principalmente veo el corte a medio curar que hice,
y es con una especie de curiosidad distante que finalmente distingo el tatuaje que
arruiné. Las palabras “memento mori” están escritas en un arco sobre su ombligo, y
debajo de cada lado hay un par de pistolas en una nube de humo que se desvanece
en dos calaveras distintas. Cuando se gira para encender la luz sobre la mesa, la
cicatriz que le hice hace que el cráneo de su lado izquierdo adquiera una imagen
extrañamente distorsionada, como lo acabara de tachar.
Bien.
Vi su polla, sentí su semen caliente contra mi piel, pero también hice sangrar a
este cabrón. Tengo ganas de tocarlo. Para decirle que tomaría más, si tuviera tiempo.
Quiero decirle que tacharía todos sus recuerdos, uno por uno, si no tuviera cosas
más importantes que hacer.
Cierro la mandíbula antes de que pueda.
Espera una oportunidad.
Juega bien.
Haz lo que tengas que hacer.
¿Ves, Rath? Puedo mantener la boca cerrada.
Idiota.
—Quítate la ropa.
Vuelvo a mirarlo y el suave retumbar de su voz es tan discordante como las
palabras. —¿Qué?
Ni siquiera me mira. —Quítate la ropa. Desnúdate. —Desliza el marcador en su
bolsillo trasero y camina hacia el sillón, jugueteando con una palanca debajo que lo
hace reclinarse hasta convertirse en una cama. Es entonces cuando me doy cuenta
de que esto no es una silla. Es simplemente un tipo diferente de banco de trabajo—
. Quiero ver con qué estoy trabajando.
Tomo esa orden con calma. He aceptado que me va a follar. Eso es sólo un
sacrificio que tendré que hacer. Cuanto más obediente sea, menos herida estaré y
más bajarán la guardia.
Al menos ese es el plan.
Me quito la ropa, liberándome de los tirantes retorcidos de la blusa y bajando
los pantalones cortos que están tan arriba de mi trasero que me toma un minuto
desalojarlos. Básicamente ya estaba desnuda de todos modos, con la ropa de puta
que Nick me había traído. Las bragas de encaje son las siguientes, y las arrojo todas
en un montón descuidado en el suelo, a mis pies. La modestia es una virtud en la
que nunca he pensado mucho y que fue útil en el Hideaway. Las putas me habrían
hecho pagar por ese lujo.
Aun así, tengo que forzar mis manos hacia los costados en lugar de cubrirme.
No es que lo necesite. Le toma una eternidad siquiera reconocerme o mirarme,
distraído hojeando frenéticamente las páginas de un cuaderno de bocetos. Después
de uno o tres minutos, se detiene en uno y le da a la página tres toques decisivos.
Deja el cuaderno de bocetos sobre el escritorio, alisa la página con una palma
cuidadosa y finalmente se da vuelta y me observa.
Sus ojos verdes me inmovilizan como un insecto, pero no es tanto la mirada lo
que me hace querer retorcerme. Es la forma en que sus hombros se relajan, el pecho
se contrae con una exhalación lenta. Es la flacidez de su boca mientras su mirada
recorre mi torso, mis tetas y mi vientre. Es la forma en que se toca el labio con el
pulgar pensativamente, con la cabeza inclinada, como si estuviera tratando de
resolver una ecuación larga.
Cuando habla, estoy segura de que puede verme estremecerme. —Podemos
hacer esto de dos maneras.
Esto. Todavía no tengo ni puta idea de qué es esto.
—Bueno.
—Depende de quién de ustedes apareció hoy. —Su mirada oscura se centra en
mis rodillas mientras toma otro marcador y lo hace girar. ¿Un tic nervioso? ¿Una
fijación inquieta?—. ¿Eres la chica buena que vi con Nick? ¿O eres la chica mala a
la que tendré que atar? —Por la forma en que mueve la comisura de su boca, no
estoy segura de cuál prefiere.
Pero no desperdiciaré la oportunidad, mostrándole una sonrisa vacía. —Seré
una buena chica. —Hijo de puta.
—Ya veremos —dice, dándole una palmadita magnánima a la sillón-banco.
Se necesita todo lo que hay en mí para obedecer: una fuerza mayor de la que
sabía que poseía. Soy buena huyendo de los problemas, y soy incluso mejor
sacándoles a patadas la mierda a algunos. ¿Pero esto? ¿Deslizar mi trasero desnudo
sobre el genial vinilo y entregarle mi cuerpo a un maníaco? Mis venas palpitan en
resistencia mientras me recuesto, mirando fijamente al techo.
Parte de la resistencia que me palpita en las venas también puede deberse a mi
cuerpo, me siento como si lo hubieran pasado por una picadora de carne. Nunca
me acostumbré a esta parte del castigo. El dolor que dura días después. El impulso
de estirar mis músculos, una y otra vez. La sensación de vacío en la boca de mi
pecho, como si me hubieran frotado las tripas hasta dejarlas entumecidas.
Y luego enciende una luz del techo. Es tan brillante que me ciega y muestra
cada centímetro de mi cuerpo en una pantalla microscópica y estéril. Entrecierro los
ojos ante el resplandor, mis músculos se vuelven increíblemente rígidos. Esto
empieza a parecer menos un posible tatuaje y más como si mis riñones estuvieran a
punto de desaparecer.
—No toda la carne es igual —dice, pasando el marcador tapado a lo largo de
mi muslo—. Algunas personas tienen la piel suave. Otros tienen cicatrices. Queratina
y demás. No me importa, pero no es lo ideal. Te salen moretones con facilidad. —
Su rostro es una simple copia a través del resplandor de la lámpara, y no me muestra
nada más que la contemplativa inclinación de su cabeza—. ¿Es todo esto trabajo de
Nicky? —Entonces me doy cuenta de que está hablando de los moretones.
—No todos.
Murmura sobre mí, como si ni siquiera me oyera. —Tengo cierta debilidad por
las pecas. Marcas de nacimiento. Cicatrices. —Pasa el marcador por encima de mi
rodilla. La piel allí es áspera y elevada, un trofeo del baúl en el que mi padre solía
encerrarme—. Esas pequeñas imperfecciones humanas. Es como una galaxia de
estrellas... —Algo cae sobre su expresión, sus ojos se estremecen y tengo la impresión
de que se ha ido a algún lugar lejano. Rápidamente se lo quita de encima—. La piel
de cada persona es única para el artista.
—Para tus tatuajes —aclaro rígidamente.
Sus ojos se ponen vidriosos mientras inspecciona mi abdomen, siguiendo el
marcador alrededor de mi ombligo. —Tienes un cuerpo muy bueno, Lucia. Algunas
personas simplemente ven una superficie plana para pegar y hurgar, pero yo veo
picos y valles. Curvas y ángulos. —El marcador asciende, presionando la suave piel
debajo de mi pecho—. Miro un cuerpo como el tuyo y veo un lienzo vivo que respira.
Una obra maestra potencial.
Mi mandíbula se aprieta cuando levanta el marcador y lo pasa sobre mi pezón
puntiagudo. —¿Cuántas obras maestras has creado hasta ahora?
El marcador se detiene de repente. —Ninguna.
No se me escapa el matiz de decepción en su tono, aunque no tiene sentido.
Obviamente se tatuó él mismo, sin mencionar a Nick. Probablemente la mitad de
esta fraternidad tiene sus diseños cubriendo sus músculos.
Sin explicación, se acerca, sorprendiéndome cuando mete una mano debajo
de mi nuca y el pulgar se clava en mi mandíbula hasta que me veo obligada a
arquear la cabeza hacia atrás. Pasa el marcador por el centro de mi garganta, justo
en el espacio donde una presión específica podría cortar mi suministro de aire. Pero
de alguna manera, nada parece tan amenazador como debería.
Es casi... gentil mientras sus ojos siguen el camino.
Me está mapeando, me doy cuenta. —Sé lo que estás pensando. —Dice las
palabras a mis clavículas más que a mí, pareciendo absorto en el arrastre del
marcador—. Tienes una tormenta de estrellas en tu piel y esos moretones son
realmente bonitos. Pero no te voy a tatuar.
Trago, arrepintiéndome cuando sus ojos instantáneamente saltan al
movimiento. —¿No?
Parpadea y finalmente levanta ese marcador de mi piel. —Sy tiene toda esta
idea. —Se aleja casualmente y se detiene en el medio del banco—. No estoy realmente
seguro de estar de acuerdo con eso, pero puedo identificarme. Algo sobre aferrarse
a ciertas partes de ti mismo. —No tengo idea de lo que eso significa, y cuando su
mirada se eleva hacia la mía, debe verlo—. Nunca entinto perras con mi arte —
explica.
Miro hacia otro lado y dejo que la luz me ciegue. —El tatuaje en mi espalda
dice lo contrario.
Él suelta una risita baja y burlona. —Eso es una etiqueta, no arte. —De repente,
me agarra de la cadera y me empuja hacia un lado. Mi cuerpo se tensa, pero para
mí alivio, no va por mi trasero expuesto. Examina el tatuaje a medio terminar en mi
pantorrilla—. Y esto tampoco. No se adapta para nada a la zona. Tiene cero
imaginación. Sin pasión. Es desalmado. Sacaste esta mierda de una puta carpeta y
le arrojaste algo de dinero a un aprendiz de bajo alquiler que no podía esperar a
sacarte de su silla. Es vergonzoso.
Me giro para insistir: —¡Aún no está terminando!
Agarra mi pantorrilla y sus dedos se clavan dolorosamente en mi piel. —Este
tatuaje es una puta basura. —Sus ojos brillan con la misma ira salvaje y caótica que
veo en sus paredes—. Es un susurro de mentira al que ni siquiera te molestaste en
darle vida. Añadir un poco de color y sombreado, no hará ninguna diferencia. Esto
no es arte, ni siquiera una marca. Es una actuación. Puedo verlo en tus ojos. No se
puedes poner una serpiente encima de escamas.
—¿De qué estás hablando? —Intento darle la espalda, pero ya está quitando la
tapa del marcador con los dientes, sujetando mi pierna hacia abajo.
—Quédate quieta y en silencio durante diez minutos —dice, con el rostro
inexpresivo mientras escupe la tapa al suelo—, y pensaré en dejarte salir de este
banco con la misma cantidad de moretones con los que llegaste.
Un largo y frustrado gemido sale de mi garganta antes de quedarme inerte.
Espera una oportunidad.
Juega bien.
Haz lo que tengas que hacer.
Aparto la mirada cuando pone el marcador en mi piel, la fría punta de fieltro
dibuja contra mi carne. El marcador se puede lavar. Eso es lo que me recuerdo a
mí misma mientras él se inclina sobre mí, remodelando mi tatuaje de serpiente en
lo que crea que es más apropiado. Podría ser peor. Podría ser el filo de un cuchillo
o el calor de una marca. Así es como suelen ser marcadas las Duquesas: los símbolos
griegos de la casa DKS grabados en su carne.
Lo más molesto es que ni siquiera se equivoca. Me hice el tatuaje durante mi
tercer año de secundaria. La noche del Baile de Bienvenida. Mientras las otras chicas
de mi clase subían a las limusinas y se la chupaban a sus citas, yo caminaba por la
avenida en busca de algo que todavía no entendía del todo. Simplemente sabía que
quería algo permanente. Algo sobre lo que tenía total control. Algo que doliera.
Entré al primer salón que vi, hojeé sus carpetas de diseños cliché y elegí una
serpiente que no me repudió de inmediato.
Pero cuando la mujer, no un hombre, me preguntó qué colores quería, me
cerré. De repente, el control total parecía lo peor. Así que salí con un diseño
incompleto, nada más que el contorno de una serpiente enrollando mi pantorrilla,
desprovista de vida. Pasé el año siguiente diciéndoles a todos que tenía intención de
terminarlo, pero la verdad es que nunca lo hice. Ya es una descripción perfecta de
lo que soy. Un esbozo de una Lucia. La forma está ahí, pero no tiene sustancia ni
forma. Es exactamente lo que mi padre siempre quiso.
Un espacio vacío.
Maníaco pasa mucho tiempo llenándolo. Cuanto más pasa sobre mi piel, más
tensión parece desaparecer, de él o de mí. Es difícil decirlo. Hay algo en el
movimiento, en el ritmo tranquilo, que hace que sea difícil no relajarse. Lucho contra
ello por un tiempo, pero el cansancio de los últimos dos días se apodera de mí como
una sombra, manteniéndome tan quieta como él me había ordenado que estuviera.
No había dormido en el ascensor, aunque lo intenté. Siempre es más fácil cuando
puedo dormir. Recuerdo mucho de mi época en casa.
Meto mis manos debajo de mi mejilla y me quedo allí, parpadeando
fuertemente mientras mis ojos viajan de un lado a otro entre los diseños en la pared.
Podría ser un jodido psicópata, pero maldita sea.
Es realmente bueno.
Me hace echarle una mirada furtiva, observando mechones rebeldes de cabello
platino caer sobre sus ojos mientras inclina la cabeza, moviendo la muñeca en
elegantes movimientos hasta mi espinilla y mi rodilla. Me hace preguntarme si la
brillantez requiere un cierto nivel de locura. Pienso en los Lords y su Rey, tan
talentosos en el campo de fútbol que durante los primeros tres años de Killian en
Forsyth, no podías evitar ver su rostro. Luego está el bastardo de Rath, un prodigio
musical imperfecto. Los Príncipes, los Barones... incluso los Condes han tenido
alguna celebridad. Dudo que haya habido un estudiante verdaderamente talentoso
en Forsyth que no fuera parte de la Realeza.
Por otra parte, tal vez los Reyes simplemente cortejen a la flor y nata de la
cosecha.
Observo mientras dibuja, permitiendo que mi mirada se desvíe hacia sus
propios tatuajes. A veces cambia el marcador por una punta más fina o por un nuevo
color. Este es un hombre que es todo ángulos duros y brutalidad salvaje, pero aquí
está tranquilo. Cualquiera que sea la energía frenética que normalmente lo rodea,
parece canalizarse hacia... esto. La curvatura de su hombro mientras dibuja una línea
larga y descendiendo por mi muslo. La forma en que sus dientes se hunden
suavemente en su labio inferior, su frente se arruga en concentración mientras elige
otro marcador. La oscuridad en sus ojos permanece, pero el ardor de ellos ha
desaparecido. Creo que estoy tan desconcertada por la transformación, tan distraída
por sus dedos en mi piel, que apenas me doy cuenta de que me está colocando boca
arriba otra vez.
Y el marcador va subiendo.
Ha pasado tanto tiempo desde que sentí algo más que ira y repulsión que he
olvidado lo que se siente al ser tocada sin agresión, rencor o dolorosas muestras de
poder. Con suaves yemas de los dedos. Con cuidado. Con pasión. Puede que esté
destinado al diseño más que a mí, pero resulta que a mi cuerpo en realidad le
importa una mierda. Me golpea tan fuerte como un tren de carga e igual de
repentino: un rayo candente de deseo que se asienta como lava entre mis piernas.
Muevo mi mano para cubrir mi entrepierna, pero él la rechaza como una mosca
rebelde.
No mejora nada cuando separa mis rodillas y lleva su diseño a la parte interna
de mi muslo. El marcador sigue subiendo y subiendo, y cuanto más se acerca a mi
centro, más se tensan mis músculos y mis pezones se ponen rígidos.
Inesperadamente, se detiene.
El marcador se levanta de mi piel.
Respirando más fuerte de lo que me gustaría, pregunto: —¿Terminaste?
Se acerca y levanta los ojos. —Tu coño está todo rojo e irritado —murmura,
acariciando la piel recién depilada con el dedo—. ¿Nick?
—No. —Un temblor recorre mi cuerpo y trato de alejarme. Si sigue tocándome
así, mi coño no será lo único caliente e irritado aquí—. En el prostíbulo me lo
depilaron.
Sus dedos me persiguen mientras su otra mano me arrastra hacia atrás. De
nuevo, pasa un dedo suave y frío por la carne sobrecalentada, con la mirada fija en
mi montículo. —Te hicieron suave para mí... nosotros, quiero decir. —Mi estómago
da un vuelco, atrapado en la red entre el toque suave y la invasión no deseada
mientras su toque desciende. Es sólo el choque de adrenalina del ascensor jodiendo
mis nervios, haciéndolos cobrar vida en contra de mi voluntad. En el momento en
que roza mi clítoris, reacciono con un fuerte temblor, un temblor total que recorre
las fallas de mi cuerpo.
Me suelta lentamente, solo para agarrar mi muslo y volver a marcarme. Exhalo,
aliviada de que se haya detenido. Mi cuerpo y mi mente no están en la misma
página. En el mundo, un tipo como Remy sería mi kriptonita. No sólo su cuerpo,
sino su naturaleza salvaje. Es la volatilidad, como sentarse demasiado cerca de una
llama. Los tipos salvajes. Los pendejos descaradamente cachondos. Siempre tuve un
gusto horrible. Pero aquí necesito mi ingenio. Incluso si tengo que dejar que me
folle, disfrutarlo no está sobre la mesa. Es un medio para un fin, una oportunidad.
Dios, desearía que terminara con esto de una vez.
Coge otro marcador, éste unos centímetros más grueso que los demás. Tiene
una punta ancha que usa para llenar espacios, y cuando busca un punto alto en la
parte interna del muslo, sé que puede sentir el temblor en mis músculos.
Lo sé porque lo veo quedarse quieto otra vez.
Lentamente, sus ojos suben a mi coño. Es casi creíble como un movimiento
inocente de su muñeca cuando la punta gruesa del marcador roza mi clítoris. Pero
lo sé mejor. Instantáneamente trato de juntar mis rodillas, pero eso no le impide
presionarlas entre mis labios exteriores, empujando en la rendija.
—Puedo olerlo, ¿te das cuenta? Ese coño dulce, cálido y húmedo... —Mete su
mano libre entre mis muslos, inhalando una desagradable inhalación—. Distrae y
molesta. Ya le dije a Nicky que no lo haría. —Cuando dirige sus ojos hacia los míos,
sonríe—. ¿Qué? ¿Pensaste que le mentiría a mi mejor amigo? Tu coño no es tan
bueno. —Rompe mi mirada para ver el marcador desaparecer en la línea de mi
coño—. Probablemente no sea tan bueno.
Cierro mis manos en puños apretados, luchando contra su mano con los
músculos de mis muslos. —No lo es.
Pero ha vuelto a perder. El mismo brillo que había en sus ojos antes ha
regresado, sus labios se abren mientras separa mis muslos. —Pero tu cuerpo... —Sé
lo que se avecina, pero no se hace más fácil cuando el extremo romo del marcador
entra en mí. Cuanto más me alejo, más profundo se vuelve. Observa cómo se hunde
en su interior y dice—: Los cuerpos cambian cuando pelean y follan. Los músculos
se contraen. La piel se pone tirante. —Lo empuja más profundamente y giro mi
cabeza hacia un lado, con los ojos cerrados.
Cuando siento la presión de su otra mano sobre mi clítoris, le ruego con los
dientes apretados: —No lo hagas.
—¿Por qué no debería hacerlo? —Frota dos dedos en mi clítoris mientras me
folla con el marcador—. Ahora eres nuestra. Nuestra para tocar. Nuestra para mirar.
—Respira profunda e intensamente, su voz baja un par de octavas—. Dios, estás
jodidamente empapada. ¿No quieres correrte? Ese es nuestro trabajo, ¿sabes?
Mantener satisfecha a nuestra Duquesa. No tengo permitido pensar en estrellas, pero
puedo mostrarte algunas. —Respondo tratando de golpearlo, pero lo único que
obtengo por mis esfuerzos es su dura palma golpeando la parte superior de mi
pecho—. No es demasiado tarde para atarte —advierte, y aunque su voz está llena de
esa energía salvaje que no he pasado desapercibido, sus dedos todavía frotan un
ritmo lento y decadente en mi clítoris—. Quiero verlo y me lo vas a mostrar.
Espera una oportunidad.
Juega bien.
Haz lo que tengas que hacer.
Me relajo y abro los muslos para él.
Murmura una suave maldición y luego: —Así es. Las chicas buenas también
son agradables.
Fijo mi mirada en la mesa de dibujo, el brillo del metal hacia mí desde entre
los cubículos (tijeras) y trato de desvanecerme, al igual que el ascensor. Solía ir al
río cuando era niña. A veces, desde los acantilados, casi parece un océano. Como
si el otro lado de Forsyth estuviera a un mundo de distancia y nada pudiera tocarte
allí. Eso es lo que solía pensar cuando mi padre me metía en el baúl. Debajo del
pánico ciego y la urgencia, luchaba en el recuerdo como una proyección astral.
Intento ir allí ahora, imaginando el viento brumoso contra mis mejillas, los gritos de
los pájaros arriba y abajo, los truenos en la distancia.
—¿Puedes ver las estrellas, Vinny? —Remy me folla con una mano y hace que
mi clítoris cobre vida con la otra. Él deja escapar estos sonidos bajos y complacidos
mientras mi cuerpo se aprieta y tiembla, pero no lo miro. Me hago un instrumento
para él. Un objeto flotando en un vasto océano, fluyendo y refluyendo con los lentos
círculos que está presionando dentro de mí. Me convierto en nada. Blanco. Sin vida.
Cuando llego, me muerdo el labio con tanta fuerza que siento el sabor a sal.

Pasan las horas.


Ese es el tiempo que tarda la torre en quedarse quieta. Los sonidos de Nick y
Sy regresando arriba y encerrándose en sus habitaciones ocurrieron en algún
momento después de la medianoche. Remy se quedó dormido poco después de
arrastrarme hacia su cama y decirme lo poco atractivas que encontraba a las chicas
que daban vueltas y vueltas. Espero hasta mucho después de que su respiración se
haya estabilizado para poder incorporarme, manteniendo mis ojos en él todo el
tiempo.
Me quedé quieta y dócil después de que él me obligó a tener un orgasmo. Lo
mejor sería dejarle pensar que me rompió, que me agotó y que me jodió. Por eso
tenía que ser él. Nick me conocía mejor.
Trece días.
Miro sus manos (los dedos tatuados que deletrean DUQUE) y me niego a
reconciliar lo que me hicieron. Estoy sobreviviendo. Soy una sobreviviente. Ya dejé
de ser prisionera de estos bastardos.
Duquesa.
Hay un millón de razones por las que ésta es la puta idea más tonta que he
oído jamás. ¿Qué clase de sistema enfermo pone a hombres como estos en poder
sobre cualquiera? Idiotas, todos ellos. Muéstrales tu coño y quédate quieta, y
pensarán que te tienen en la palma de sus manos.
Coloco ambos pies en el suelo, sabiendo que tendré que renunciar a mis
zapatos. Los tacones de tiras plateadas que me dieron harán que me mate antes de
que puedan atraparme. Me levanto lentamente, observando nuevamente a Maníaco
en busca de cualquier señal de movimiento. Renuncio a las bragas y me pongo los
pantalones cortos, y luego tomo su sudadera con capucha del gancho de la puerta,
deslizando mis brazos adentro sin atreverme a cerrar la cremallera. Camino de
puntillas hacia la mesa de dibujo, hacia las tazas y cubículos con diversos materiales
de arte. El pequeño par de tijeras de acero todavía está metido entre los marcadores
y los pinceles, y lo suelto en pequeños y vacilantes incrementos, conteniendo la
respiración mientras un marcador rueda a su lado.
Una vez que están libres, los agarro con fuerza y me acerco al espejo detrás de
la silla, agachándome. Me aparto el pelo del cuello y me giro, luchando por
distinguir la piel detrás de mi oreja. La costra ayuda. No es grande. Lo que sea que
usaron para colocar el rastreador era sofisticado. De grado médico.
Abro las tijeras y presiono la hoja contra la tierna piel, inhalando un aliento
reconfortante antes de cortar la carne. Observo cómo la sangre sale a la superficie y
luego gotea por mi cuello antes de intentar sentir el implante. Mientras tanto, mis
ojos siguen saltando por la habitación, tan alerta a cualquier movimiento que un
mechón de mi propio cabello que cae casi me hace cortarme la oreja.
Respirando lo más silenciosamente que puedo, meto la uña en la herida,
excavo, busco. No lleva mucho tiempo sentir algo extraño y duro. Es más grande
de lo que esperaba, pero es fácil de mover. Me llevo la parte inferior de la sudadera
con capucha a la boca y la muerdo antes de liberar el rastreador. El agujero que
hice es demasiado pequeño, lo que me hace hacer una mueca y gruñir mientras lo
fuerzo a pasar.
Hace un pequeño sonido metálico cuando lo dejo caer al suelo y me congelo,
dándome vuelta para mirar a Remy.
Su pie se contrae.
Espero un largo momento antes de volver a moverme, colocando las tijeras en
el vinilo de la silla antes de ponerme de pie. Pero está inconsciente. El cabrón se
quedó dormido más rápido de lo que esperaba. Supongo que sujetar a alguien hasta
que se corriera sobre tus materiales de arte le quita mucho a una persona.
Sea lo que sea, no volverá a suceder, porque estoy fuera de este maldito
infierno.
Una vez que me pongo en movimiento, lo hago rápido, como arrancarme una
curita. El plan está en marcha y cargado en mi cabeza. Cuando abro la puerta, me
siento aliviada al encontrar que las otras dos puertas de los dormitorios están
cerradas. Paso de puntillas junto a ellos, con las venas vibrando de adrenalina, y me
dirijo a la cocina. Todo lo que tengo que hacer es agarrar las llaves del SUV que Sy
deja estúpidamente en un cuenco de cerámica naranja.
Excepto que cuando llego allí, no están en el maldito cuenco. Lo miro
fijamente, todo feo, naranja y exasperantemente vacío, y simplemente... respiro.
Pienso. Respiro. Miro.
¿Dónde más las guardaría?
Examino la habitación, ignorando el atronador latido de mi corazón mientras
recorro la cocina, los sofás y entierro mi mano en los dos abrigos junto a la puerta.
Esto debería haber ido bien. Borré el vídeo de la computadora portátil de Nick
mientras estaba orinando esta mañana. Jugué bien. Me alejé de él. Pasé a Maníaco.
Saqué el rastreador. Ahora las malditas llaves no están en...
Las veo. En la pequeña mesa junto a la puerta. Victoria, estúpidos idiotas.
Agarrando las llaves, exhalo y me dirijo hacia la puerta, pero me quedo helada
en el ascensor. Está entre la entrada a la escalera y el dormitorio de Nick, surgiendo
como una amenaza física. Por haber dado golpes allí anoche, sé que ninguno de los
botones internos funciona, pero los externos podrían sí. Podría llevarme al piso
inferior antes de que Nick tuviera siquiera la oportunidad de cubrir la mitad de los
tramos de escaleras. Sería el movimiento más inteligente.
Pero simplemente no puedo hacerlo.
Lanzo mis ojos hacia las vigas. El otro lado del pasillo abierto que había visto
en la habitación de Nick se eleva lo suficientemente alto como para ser peligroso
para cualquiera que piense en caminar sobre las vigas. Está oscuro, desierto, vacío,
pero me recuerda que Nick está al otro lado de la pared, durmiendo.
Abro la puerta en silencio.
Los escalones metálicos que conducen a la sala de fiestas están fríos bajo mis
pies. Todo este edificio de piedra está diez grados más frío que afuera, y mis jodidos
pantalones cortos ciertamente no ayudan. Ciertamente me abrocho la sudadera con
capucha mientras bajo las oscuras escaleras. Las únicas ventanas son pequeños
recortes a lo largo del eje y ninguna proporciona mucha luz. Utilizo mis manos y
pies para guiar el camino.
Ah, y mi nariz. Dios, el hedor que sale de la sala de fiestas es suficiente para
hacerme saber que he llegado a ese piso. Aquí es donde debo tener cuidado. Las
luces de neón de la barra le dan a la habitación un brillo inquietante lo
suficientemente brillante como para ver a las zorras patentadas de Duque
acurrucadas en los sofás. Un chico de fraternidad está durmiendo en la barra.
Reprimo cualquier impulso de hacer de él un ejemplo mientras salgo por la puerta.
Hay una razón por la que no enterré esas tijeras en la garganta de Remy arriba. La
venganza vuelve a la gente descuidada y esa no es mi motivación en este momento.
Solo escapar.
Caminando de puntillas entre charcos de cerveza y otros desechos, me dirijo a
la escalera principal y empiezo a correr por los tropecientos tramos. Voy más rápido
de lo que debería, pero encuentro el ritmo de los pasos y los recorro a ciegas.
Impacientemente.
En la parte inferior, pruebo la puerta. Está desbloqueada, al menos desde el
interior, así que la empujo para abrirla. Lo primero que hago es tomar una bocanada
de aire dulce, fresco y lleno de libertad, pero no hay tiempo para disfrutar. Me
acerco al SUV estacionado junto a la acera y no me molesto en presionar el control
remoto. Meto la llave en la cerradura, la abro manualmente y cierro la pesada puerta
lo más silenciosamente posible. Sin tomarme tiempo para celebrar, ajusto el asiento
para que mis pies puedan alcanzar los pedales y giro la llave, arrancando el motor.
El SUV cobra vida con un rugido y estoy jadeando de anticipación, apretando el
freno y extendiendo la mano para ponerlo en marcha.
Clic.
Me congelo, mi sangre se convierte en hielo.
Hay ciertos sonidos que son simplemente inconfundibles, ¿y el seguro de un
arma?
Ese es el número uno.
Levanto mis ojos hacia el retrovisor, con el corazón alojado en mi garganta. —
Nick, espera, sólo...
El resto se interrumpe cuando una mano fuerte me agarra por el cuello y me
arroja de nuevo al asiento. Huelo su aliento caliente antes de oírlo, espeso con el
aroma de la cerveza y el humo. Clava la punta dura de su arma en la carne
ensangrentada debajo de mi oreja y se enfurece: —Crees que soy un idiota, ¿no?
Lucho por hablar, pero sus dedos se clavan en mi garganta, silenciándome.
—¿Crees que me creí ese pequeño acto de “hacerse la amable” que hiciste esta
noche? Claro, porque esa es nuestra Lavinia. Tan dócil y sumisa. ¿De verdad crees
que soy tan fácil? —Hace una pausa y sé que quiere una respuesta. Sacudo la cabeza
tanto como puedo, pero su voz no es menos furiosa cuando continúa—: Yo te rescato
y tú me escupes en la cara. Intento darte un lugar agradable, cálido y seguro para
dormir, ¿y tú qué haces? Intentas huir. —Hago un sonido pequeño y urgente, pero
a pesar de que afloja su agarre, su nariz se clava en mi sien, con voz ácida—. Nadie
te trataría tan bien como yo. ¿Me oyes? Si dejaras de ser una perra tan grande
durante cinco minutos y me dejaras, lo verías. ¡Pero no lo haces!
Trago y digo: —Lo siento...
Me arroja de nuevo al asiento, gruñendo. —No te atrevas a disculparte. Sé que
no es real. —Me suelta con un gruñido, pero el arma todavía está contra mi cabeza.
Con calma, exige—: Dame las llaves.
Una serie de acciones pasan por mi cabeza. Dejé las tijeras arriba como una
idiota, pero las llaves son lo bastante afiladas. Podría apuñalarlo ahora mismo.
Sácarle los ojos, perforar sus tímpanos. Lentamente los saco del encendido, pero
antes de que pueda hacer un movimiento, su mano rodea la mía, quitándomelas
fácilmente.
Desliza el arma por la parte posterior de mi cabeza, usándola para apartar mi
cabello. Siento la sensación de duelo del metal contra sus cálidos labios en mi cuello.
Retrocedo ante ambos. —¿Adónde irías, Lav? No tienes nada. No tienes dinero. Ni
ropa. Ni posesiones. —Oigo más de lo que lo veo guardar las llaves en su bolsillo—.
Supongo que siempre puedes volver a casa con papá.
Me pongo rígida y él se ríe suavemente.
—Es lo que pensaba.
Estallé: —No sabes lo jodidamente fácil que lo tienes, ¿verdad? ¡Corriendo por
las calles, peleando, festejando, follando zorras! —Golpeo el volante con la palma de
la mano y grito—: ¡No tengo tiempo para esto! —Inmediatamente lamento el arrebato
cuando él retrocede. Me preparo para el golpe. Tal vez sea su puño, pero lo más
probable es que sea una bala.
En lugar de eso, huele, el sonido del arma al desmantelarse es lo
suficientemente fuerte como para hacerme temblar. —¿Y tienes algún lugar donde
estar?
Miro por el espejo retrovisor y capto esos fríos ojos azules. —Puede que seas un
Bruin, pero no creciste en este juego. No de la misma manera que yo lo hice. —Dejé
que mi mirada vagara por las calles del Lado Oeste, tan vacías como la serpiente en
mi pantorrilla—. Ni siquiera Killian lo entendería. Ser hijo de un Rey es mucho más
fácil que ser una hija. No es que conozcas ninguna de esas cosas.
—Tienes razón. —Nick sostiene mi mirada en el espejo, su rostro marcado por
las sombras—. Mi padre fue un tonto al renunciar al poder.
—Tu padre te dio opciones. Libertad. —Mis hombros caen en señal de derrota—
. No sabes lo que es estar atrapada.
—Bueno, por suerte para ti, no tienes que regresar. Lo resolví por ti. —Con el
ceño fruncido por la molestia, pregunta—: ¿Cuándo lo entenderás, Lavinia? Te salvé.
Doy una risa fría y sin humor. —No puedes ser tan estúpido como para creer
eso, lo que me dice que estás engañado. No sé cuál es peor.
Lionel Lucia es despiadado y el trato que hizo con Daniel Payne no es lo que
él o los Lords creen que es. ¿Renunciar a mi tan fácil? Sí, ya quisiera que fuera
jodidamente cierto. Esto es solo un movimiento en un tablero de ajedrez, con piezas
esparcidas por las casillas. Todos somos peones. Killian. Saul. Yo.
Pero ninguno tanto como Nick Bruin.
Él cree que me ha salvado, pero lo único que ha hecho es apretar las esposas
alrededor de mi muñeca. Salgo del auto por el cañón de una pistola y siento ese
profundo entumecimiento interior palpitando como una herida. —Nick. —Cierro los
ojos, una oscuridad se agita dentro de mí ante la petición que estoy a punto de
hacer—. Por favor, no me vuelvas a poner en ese ascensor.
Un silencio viene detrás de mí, y siento más que ver su mirada: una pesadez
en la nuca dolorida que va acompañada de su propia mano. —¿Dónde más puedo
ponerte, Lavinia? No puedo quedarme despierto mirándote toda la noche.
Habiendo sabido desde el principio que esa sería su respuesta, miro hacia la
torre. Si tan solo la vida fuera como ese reloj roto, las manecillas congeladas y el
tiempo detenido. Pero no lo es.
Ya he perdido suficiente y pronto se me acabará por completo.
Capítulo 8
NICK
Miro fijamente el techo, con los dientes apretados contra los sonidos. Mi cama es
grande, pero sólo estoy acostado de un lado, el otro está frío y vacío. Se suponía que
era para ella, y ahora giro la cabeza para mirarlo, tratando de imaginarla en la
almohada a mi lado, mirándome fijamente. Tal vez se acercaría a mi costado,
apoyando su mejilla en mi hombro mientras yo me inclinaba para besarla. Tal vez
su mano aterrizaría en mi vientre, haciéndome cosquillas en el parche de piel encima
de mis boxers. Tal vez sumergiría sus dedos dentro, apretando mi muslo mientras
me tocaba.
Hay un grito, amortiguado a través de la piedra y el metal, y la fantasía se
desvanece como arena entre mis dedos.
Mi habitación está justo al lado del hueco del ascensor. Anoche, me puse los
auriculares y puse música a todo volumen para ahogarla, pero cuando me los quité,
tres horas más tarde, me di cuenta de que ella todavía estaba allí dentro...
Me encontré en mi puerta, con la mano en el pomo.
Pero no me quebré.
Me recosté y lo escuché como si me estuviera dando una lección. Yo le di el
castigo. Era mi responsabilidad escucharlo. Negándome a darme la vuelta e
ignorarlo, me quedé despierto, tal como estoy ahora, y dejé que los sonidos de su
pelea se abrieran camino dentro de mí, tan agudos como alambre de púas. De nuevo
me viene la pregunta.
¿Es realmente tan jodidamente malo?
No es como si yo fuera Daniel, listo para meterla en el foso y dejar que unos
cuantos apoyadores se suelten sobre su coño. La rescaté de eso. Killian la habría
vendido, estoy seguro. El comercio de carne es un negocio indescriptible. La gente
no es comprada para hacer de niñera. La mayoría de las veces es sexual, y si un
hombre no quiere nada más que un agujero conveniente para meter su pene, podría
conseguirlo mucho más barato que comprar una esclava. No, Lavinia
probablemente habría sido subastada a personas que quisieran desarmarla, pieza
por pieza, órgano por órgano. Pero nunca habría permitido que eso sucediera. ¿No
puede ver lo que significa pertenecerme?
Lo único que pido es un poco de maldita gratitud.
Se queda en silencio poco después de las cuatro de la mañana. Mis músculos
están todos tensos, esperando el siguiente chillido, el siguiente golpe de su cuerpo
contra el metal, y me doy cuenta de que se han detenido.
Me encuentro de vuelta en mi puerta, con la mano en el pomo.
Mi resolución para esta mierda se está debilitando y presiono mi oreja contra
la pared, sabiendo que ella está del otro lado. No está muerta. Tal vez finalmente se
haya quedado dormida. Dios sabe que no durmió nada la última vez que la metí
allí. Si los constantes sonidos de ella golpeándose no eran suficientes, lo supe en el
momento en que abrí las puertas y vi sus ojos oscuros y hundidos, sus hombros
curvados en señal de exhausta derrota.
La anémica luz del amanecer que se desliza a través de la alta ventana arqueada
detrás de mi cama trae consigo un cierto tipo de claridad. No puedo soportar otra
noche así. Me retiraré, lo sé. Tengo por lo menos dos semestres por delante. No
puedo ir a la universidad si estoy despierto toda la noche esperando por ella. Y si
no puedo ir a la universidad, entonces no puedo ser un Duque, y si no puedo ser
Duque…
Entonces no puede ser mi Duquesa.
Me froto los ojos cansados. Ha pasado un tiempo desde que estuve
trasnochando para Daniel Payne. Estoy oxidado. También estoy irritado y
hambriento, y estoy preocupado por la conversación que puso todo esto en marcha,
hace casi un año.
—He oído que su Lady va a estar en el combate de lucha libre —le dije a Rath
la primera vez que trasladamos a Lavinia.
—Quería hacerlo —respondió Rath, siguiéndome hasta la habitación del motel—
. A ella le gustan mucho estas cosas de caridad con los niños del Lado Sur.
—Una pequeña filántropa, ¿eh? ¿Qué carajo está haciendo con ustedes? —Lo
dije como en broma, pero no lo fue. No tenía sentido. Su Lady, Story Austin, es
toda suave, dulce y tímida, y los tres son... bueno. Jodidos psicópatas.
Él respondió encogiéndose de hombros casualmente. —Somos sus Lords y ella
es nuestra Lady. Así es como se hace.
Esa pequeña discusión, que de otro modo sería olvidable, ha estado resonando
en mi cabeza durante horas, así que cuando finalmente salgo de la cama, más de
una meta para el día se está formando en mis pensamientos. Me pongo los jeans,
agarro mi arma y mi teléfono, salgo a la sala principal y me detengo frente a las
puertas del ascensor.
Luego marco el número de Rath.
No responde a la primera llamada, ni a la segunda, ni siquiera a la tercera, pero
a la cuarta, finalmente suena su voz ronca y amenazadora. —Hijo de puta, dime que
no me llamaste a las seis de la mañana en un fin de semana.
—Dijiste que así es como se hace —siseo, caminando en un círculo cerrado—.
Dijiste que ella es tu Lady, y te folla porque eres su Lord, y así es como es. O Lucia
nunca recibió ese memorándum o estás omitiendo algo, porque esta perra no se
mueve. Si no está tramando una manera de apuñalarnos mientras dormimos,
entonces está intentando huir. ¡¿Qué carajo?!
Se escucha una voz suave y adormilada de fondo, y luego Rath dice: —Nada,
bebé. Es sólo que Nick es un dolor de cabeza. Ve con Tris, ya vuelvo. —Después de
un momento, su voz se vuelve más clara y aún más molesta—: Si me sacaste de la
cama porque no puedes manejar a tu mujer, entonces que Dios me ayude, Bruin,
conduciré hasta allí y te golpearé hasta la muerte con mi maldito zapato.
—¡Tergiversaste la situación! —Capto mi voz antes de que pueda volverse
demasiado fuerte, hirviendo en silencio.
—Hicimos nuestra parte. La sacamos del Hideaway. La metimos en tu gran
torre con forma de pene. ¿Quieres que nos la follemos por ti también?
Aparto el teléfono de mi oreja el tiempo suficiente para mirar su nombre con
expresión asesina. —Quiero que me des algunas malditas ideas aquí. —Las mías
obviamente no funcionan. Daniel la mantuvo encerrada herméticamente con
candado y llave, pero no puedo…
No puedo soportar sus gritos.
Sin querer admitirlo ante Rath, agrego: —De lo contrario, quizás tengan que
aceptarla de regreso.
Hay una pausa, así sé que entiende lo que estoy diciendo. Killer tiene más de
una razón para alegrarse de que ella ya no sea su problema. Es un drama innecesario
entre los Reyes. Además, su Lady se volvería loca. Un fuerte suspiro cruje al otro
lado de la línea.
—No lo creo. No puedes devolverla como si fuera una prenda defectuosa. —
Hay una larga pausa—. ¿Crees que Story fue dócil cuando se convirtió en nuestra
Lady por primera vez?
—Hizo la audición.
—Sí, junto con un grupo de otras chicas que habrían hecho cualquier cosa que
les hubiésemos pedido. Parte de la diversión es el desafío. Ella era una obviedad,
pero eso no significa que cumpliera. Teníamos un contrato. Jurídicamente
vinculante. No tuvo más remedio que hacer lo que le pedíamos, e incluso entonces,
cada intercambio fue como sacarse los putos dientes.
—Así que la hicieron romperse —digo, reflexionando sobre ello—. Eso la obligó
a cumplir. ¿Cómo?
—Se podría decir que nos rompimos unos a otros. En nuestra situación, todos
teníamos necesidades que satisfacer.
Sacudo la cabeza. —Sí, eso no va a funcionar con Lavinia.
—Maldita sea, Bruin —espeta—. ¿Has intentado simplemente nivelarte a ella,
ponerte en su situación?
Aprieto los dientes y me echo el pelo hacia atrás. —Sé que conociste a esta
chica. No seas obtuso. Actúa como si tuviera algún lugar al que ir. No la puedo dejar
sola, no acepta órdenes y, para colmo, anoche se sacó el maldito rastreador del
cuello.
Otro largo suspiro. —Joder, entonces no lo sé. Haz un trato con ella. Sé que
estás acostumbrado a trabajar, pero estas chicas... no siempre puedes forzarlas
bruscamente, Bruin. Dale algo por lo que valga la pena quedarse.
Me congelo, animándome. —¿Sobornarla, quieres decir?
—Quise decir más como...
Pero le doy la vuelta. —Soborno, joder. Tienes razón. —He estado abordando
esto como si fuera algo nuevo, pero no lo es. He estado sobornando a esta perra con
dulces desde la primera vez que la vi después de arrojarla a esa habitación de motel
destartalada. Miró los Snickers que asomaban de mi bolsillo de esa forma especial
patentada por Lavinia que dejaba claro que estaría dispuesta a apuñalarme por ello.
Ahora que los engranajes están girando, agrego—: Tal vez incluso con un poco de
buena extorsión a la antigua usanza. Hacer lo que se necesite, como tu Lady y ese
cabrón acosador. —Parte de la tensión en mi pecho se disipa y lo froto, dándome
cuenta de lo hambriento que estoy—. Sí, eso podría funcionar. Buena idea. Hablaré
contigo más tarde. —Cuelgo antes de que pueda responder, mientras un plan se gesta
en mi cabeza.

Tiene incluso peor aspecto que cuando fui a buscarla ayer. Negro y azul, piel
cenicienta, moretones oscuros debajo de cada ojo, hombros caídos mientras se pone
de pie tambaleándose. Sus muñecas todavía están atadas frente a ella desde el
camino de regreso por las escaleras anoche, y todavía está con la sudadera con
capucha de Remy. No son los moretones lo que lo hacen. No es su postura: cansada
y llena de derrota. Es el dolor en sus ojos cuando finalmente me mira a través de la
puerta lo que me hace caer en cuenta.
Esto la va a matar.
No estoy del todo seguro de por qué. Es sólo un puto ascensor, y ni siquiera es
particularmente malo. Viejo como la mierda. Oscuro. Abierto a corrientes de aire.
Pero está limpio, silencioso y es seguro. Una parte de mí pensó estúpidamente que
encontraría algo de seguridad en ello. Si alguien abriera esta puerta, lo sabría. Está
mejor allí que en cualquier otro lugar de esta ciudad. ¿No sabe lo que la gente de
por aquí quiere hacerle? Joder, llevo un mes viviendo aquí y hasta yo he considerado
que podría ser un buen lugar para dormir.
Solo puedo verlo brevemente antes de que ella se levante en toda su altura,
levantando la barbilla en desafío. Cuando abro la puerta, sale volando, lo cual no
me esperaba. Se ve tan maltratada que no la creería capaz de rodearme y lanzarme
una mirada ardiente.
Espeta: —¡He tenido ganas de orinar durante horas!
Al menos verla a la luz del día me da un segundo para apreciar adecuadamente
lo que Remy estaba haciendo con ella anoche. El contorno del tatuaje de serpiente
en su pantorrilla se ha transformado completamente en un dragón de tres cabezas,
que rodea su pierna y sube por su muslo. Desaparece bajo el dobladillo de la gran
sudadera que se traga su pequeño cuerpo, pero si conozco a Remy, su cola con púas
probablemente esté apuntando directamente a su perfecto coño.
Me quedo mirando en silencio mientras la puerta del baño se cierra de golpe.
No se acostará conmigo y estoy muy seguro de que no se acostará con Remy
o Sy. Nada de esto va como pensé.
Con suerte, todo eso está a punto de cambiar.
La escucho orinar a través de la puerta, con los brazos cruzados mientras me
preparo para la próxima discusión. Lavinia necesita mano firme. Nadie lo sabe
mejor que yo. Pero no tengo tiempo para doblegarla... no tengo el suficiente para
hacerlo bien. Vacía su vejiga durante tanto tiempo que hago una mueca. Ese es otro
problema. Se me da bien que me digan que transporte suministros a un esclavo,
pero no soy tan bueno siendo responsable de uno. No puedo decirle cuándo comer,
cuándo vestirse, cuándo orinar. Eso simplemente refuerza mi determinación.
La escucho parar y luego se lava las manos, y cuando finalmente abre la puerta,
ya estoy a medio camino hacia la cocina, ansioso por poner esto en marcha. —Vamos
—le digo, agarrándola por la parte trasera de la capucha y empujándola hacia la
mesa.
—Puedo caminar sola, ¡gracias! —Se burla, tratando de alejarse. El efecto se ve
algo atenuado por su apariencia, con las muñecas todavía atadas delante de ella,
tropezando hacia la mesa de la cocina mientras la empujo hacia una silla. Su cabello
es un loco lío de marañas azules, su expresión arrugada y severa. Parece tan
amenazadora como una muñeca maltratada de un huerto de coles.
Señalo una silla junto a la vieja mesa de madera. —Siéntate. —Nos miramos
fijamente durante el tiempo que le toma decidir si va a cumplir. Le insto—: Si yo
fuera tú, no me pondría a prueba. —Vestida con la sudadera con capucha prestada
de Remy y sin nada debajo más que esos pantalones cortos ajustados. Estoy
haciendo lo mejor que puedo aquí, pero puedo inclinarla sobre la barra con la
misma facilidad que cualquier otra cosa.
Hay un destello de aprensión en sus ojos que me hace sospechar que piensa
que estoy hablando de otra cosa. Tal vez tenga miedo de que la arroje de nuevo al
ascensor. Mi Pajarito y su jaula. Jesús. La sola idea me agota.
Ella golpea agresivamente su cuerpecito apretado contra la silla, mirándome
como lava caliente.
Esa es mi buena chica.
Aunque está atada, sigo barriendo la habitación en busca de objetos punzantes
y hago un gran espectáculo colocando el bloque de cuchillos en el gabinete superior,
encima de la estufa. El movimiento revela el arma que tengo metida en mi cintura
y eso también es a propósito. Necesita saber que estoy haciendo las maletas. Ya
terminé de jugar.
Abro el refrigerador y miro dentro. En mi antiguo lugar, nunca tuve mucha
comida fresca. Daniel me tenía trabajando horas locas, así que principalmente comía
comida para llevar. Mamá B alimenta a los Duques en el gimnasio una vez a la
semana, así que de vez en cuando pasaba por ahí, siendo legado y todo. Pero las
cosas son diferentes ahora. Mi hermano mantiene bien abastecido el refrigerador y
la despensa. Quema un montón de calorías en el gimnasio y le gusta mantenerse
delgado, lo que significa que el refrigerador está lleno de proteínas como huevos,
pollo y bistec, además de un montón de verduras. Le doy a todo una mirada
desconcertada. Mi experiencia culinaria comienza y termina con bolsas de arroz
para microondas.
Como ahora tengo otra boca que alimentar, tomo los huevos, un pimiento rojo
y verde y un paquete de tocino. Puedo hacer una tortilla. Probablemente.
Ella está en silencio mientras tomo una sartén y enciendo el gas, dejando que
se caliente mientras rompo los huevos en un tazón, pero siento sus ojos sobre mí.
Corto los pimientos y mezclo toda esa mierda, pero cuando sostengo el cuenco sobre
la sartén, ella deja escapar una burla venenosa.
—Necesitas aceite, Einstein. —Su voz es ronca y fino, tanto que chirría contra el
interior.
Miro hacia arriba. —¿Aceite?
Pone los ojos en blanco con tanta fuerza que su cabeza cae hacia atrás. —Aceite
o mantequilla. Lo necesitas en el fondo de la sartén o se quemará, se pegará y hará
que este lugar huela peor de lo que ya huele. —Mientras busco en la cocina una de
estas cosas, ella continúa con su voz áspera—: Y tienes la llama demasiado alta.
¿Alguna vez has usado una estufa antes? —Encuentro una botella verde de aceite de
oliva que inmediatamente empiezo a verter en la sartén. En tono exasperada,
añade—: Eso es demasiado, y todavía aun así… ahí va.
El aceite salpica contra la superficie caliente de la sartén y explota. Saco el
sartén de la estufa, pero el movimiento hace que me quemen gotas de aceite en las
manos. —¡Maldita sea!
—Bueno, sí escucharas y usaras ese cerebro tuyo del tamaño de una nuez para
algo más que golpear a la gente y...
—¡¿Alguna vez te callas?! —Bajo la llama, tratando de ignorar la frustración que
recorre mi columna—. ¿Quién diablos eres tú, de todos modos? ¿Martha Stewart?
Nuestras miradas se encuentran a lo lejos y ella dice: —Estás cocinando huevos,
Bruin. No construyendo un rascacielos. Elije cualquier libro de cocina básico o mira
literalmente el video de YouTube para principiantes y tendrás toda la información
que necesitas.
Le doy una mirada dura. Como si necesitara que esta chica me sermoneara,
una hija de la Realeza titulada que probablemente nunca ha cocinado en su vida.
He visto la casa de su padre. Disculpa, mansión. Vuelvo a colocar la sartén en la
estufa y vierto los huevos, ignorando su mirada crítica mientras dejo que se caliente
y burbujee. Hago un lamentable intento de voltearlo por la mitad y luego empiezo
con el tocino. Para ello, se las arregla para guardar sus opiniones para sí misma, al
menos verbalmente.
Estoy buscando en el refrigerador algo sin alcohol para servir en dos vasos
cuando escucho un ruido de pies detrás de mí. Cuando me giro, me encuentro cara
a cara con Remy, quien está sin camisa, despeinado por el sueño y con los ojos
molestamente muy abiertos.
Su rostro está inquietantemente en blanco. —¿Que está sucediendo?
—Desayuno —respondo, señalando la estufa. Que está... humeando. Un poco.
Me acerco a la estufa y rápidamente retiro la tortilla del fuego. Mierda. ¿No se
supone que una Duquesa debe hacer cosas así? Nervioso, observo—: No esperaba
que te levantaras tan temprano.
—No dormí —dice, apuntando con toda la fuerza de esa mirada que chupa el
alma a Lavinia—. Simplemente soñé.
Le lanzo una mirada sufrida. —Jesús, Remy, necesito que estés jodidamente
presente. Anoche casi se escapó.
Sin tono alguno, responde: —Escuché gritos. Y hay sangre en mi habitación.
Me toma mucho tiempo hacer cálculos para darme cuenta de lo que está
hablando. —Sí, se sacó el maldito rastreador.
Lavinia sigue sosteniendo la mirada de Remy, a pesar de que sus hombros se
curvan incómodamente. —No es que fuera una operación sofisticada.
—Como decía sobre estar presente. No puedes dejarla desatendida con nada
afilado. Tienes suerte de que no te haya pateado el trasero. —Se me ocurre algo, a
medio camino entre sacar el tocino de la sartén y cortar el gas. Me giro hacia él,
buscando algo en su rostro—. Espera, ¿tuviste un sueño? ¿Cuándo empezó a suceder
eso?
Parte de haber estado ausente durante tanto tiempo es aceptar que ya no
conozco a Remy ni a Sy. Sólo han pasado un par de años, pero es tiempo suficiente
para haber perdido el control de los hilos que nos unían. Justo después de la noticia,
Remy ya no era el mismo. Brote psicótico, eso dijeron. Perder a Tate no fue fácil
para ninguno de nosotros y su mente siempre ha sido un poco frágil, pero Dios mío.
Eso lo rompió.
Ni siquiera tuve la oportunidad de verlo antes de partir hacia el Lado Sur. Su
padre debió haberlo ingresado en la clínica psiquiátrica en el momento en que
recibió la noticia, porque nunca pude ver su reacción. Nunca hablamos ni
lamentamos eso juntos. Su padre envió un arreglo floral desagradablemente
elaborado, pero Remy ni siquiera estuvo en el funeral, estaba demasiado ocupado
llenándose de antipsicóticos o lo que sea. Aparentemente mejoró con medicación y
tratamiento, pero algunas cosas se perdieron para siempre, como su memoria de ese
período y, extrañamente, su capacidad de soñar.
Entonces, cuando Remy responde: —Hace siete horas —una parte de mí se
siente tremendamente aliviada. Al menos eso es algo que no me he perdido.
—Eso es genial, hombre. —Intento darle una palmadita en el hombro, pero está
de pie, rígido y flácido. Ni siquiera lo reconoce. Supongo que estar presente durante
un solo hito realmente no borra la distancia. Le ofrezco—: Deberías contárselo a Sy.
Apuesto a que se corre en los pantalones ante el más mínimo avance.
—No puedo. —Me doy cuenta de que Remy no ha apartado la mirada de
Lavinia desde que entró en la cocina. Con cuidado, me coloco entre ellos y observo
cómo visiblemente sale del trance en el que había estado. Finalmente, me mira a los
ojos, con el rostro blanco como una sábana—. ¿Tienes idea de cuántas estrellas hay?
Entrecerrando los ojos, pregunto: —¿Como, al ojo, o…?
—No llames a mi puerta hoy, Nicky. —Y con eso, gira sobre sus talones y se va.
Miro fijamente el lugar vacío donde él estaba parado, preguntándome si debería
haber dicho algo diferente. Sy lo sabría. Pero sólo estoy flotando en el agua.
—Maldito Maníaco —murmura Lavinia.
Me doy la vuelta para decir: —Cállate, maldita sea. No es un maníaco. Es la
mejor persona en toda esta jodida ciudad. —Agarro un plato del armario y dejo caer
encima la única tortilla ligeramente quemada, junto con un puñado de tocino.
—Oh, qué mal —dice con voz burlona—. Debo haberlo confundido con el tipo
que sigue agrediéndome sexualmente. Identidad equivocada, supongo. ¿Era su
gemelo?
—Come. —Deslizo el plato sobre la mesa hacia ella.
Ella mira la tortilla. —No puedo comer eso.
—¿Por qué carajo no?
Ella levanta las muñecas, con la brida firmemente en su lugar.
—Cristo. —Cojo el tenedor y corto un trozo de tortilla, acercándolo a su boca.
Ella me mira sin pestañear. —Estás bromeando.
—No. —Dejé que el huevo colgara allí—. Mejor apúrate. Se está poniendo frío.
—Dejarlo. —Levanta la barbilla—. No me vas a alimentar como a una niña.
—Te estoy alimentando como a una perra que no sabe manejar su propia
correa.
Su boca se tuerce en una sonrisa amarga. —Como una prisionera.
Resoplo y meto el tenedor en mi boca. Suficientemente bueno. —Tus palabras
—digo sobre la comida—. Tu elección. Te traje aquí para ser la Duquesa. Para
amarte. Para follarte. Para hacerte sentir segura y jodidamente feliz. Y aquí estás,
luchando contra ello en cada paso del camino. ¿Crees que no preferiría tenerte en
mi cama que en ese maldito ascensor? —Sacudiendo la cabeza, insisto—: Tú eres la
que hace esto difícil, Lavinia. —Corté otro trozo de tortilla y se lo mostré—. No me
obligues a hacer el avión.
Me mira durante un largo momento, luego levanta la cabeza hacia atrás y
escupe. A mí.
Dejo caer el tenedor y golpea el mostrador con un fuerte ruido metálico. —Tú
—me inclino hacia ella, golpeando la mesa con las palmas de las manos—, eres la
perra más ingrata que he conocido.
—¿Ingrata? —Su voz es estridente y resuena en el alto techo—. ¡Soy una maldita
esclava, Bruin! ¡No quiero ser tu maldita Duquesa! No te lo pedí, sólo quiero irme.
Cada minuto que estoy encerrada aquí... —Visiblemente se muerde la palabra, sus
ojos brillan con enojo—. Deja de intentar engañarme haciéndome creer que me estás
haciendo un favor increíble. Puede que no lo sepas, pero yo estoy segura de que sí.
En el fondo tienes que saber la verdad. —Se lanza hacia adelante y sus ojos se
oscurecen—. No eres el tipo de hombre que repara lo que está roto, Nick. ¿La razón
por la que Daniel Payne te quería? Es porque arruinar cosas es lo único que se te
da bien. —Normalmente soy bastante bueno manteniendo mi cara bajo control, pero
algo debe pasar, porque ella asiente, recostándose tranquilamente en su silla—. Así
es. Nick el jodido. Bueno para herir y matar. No hay mucho en el departamento de
salvadores. Apuesto a que tu amigo violador (lo siento, me refiero a Remy) lo sabe
todo, ¿no? Sí, lo puedo notar cuando lo miras. Apuesto a que hace falta algo
monumentalmente de mierda para poner un rayo de culpa en los ojos de Nick Bruin.
Estoy tranquilo mientras me siento en mi silla y coloco con cuidado el tenedor
en el plato. —Esto no va a funcionar.
Su comportamiento cambia instantáneamente, enderezándose la espalda
mientras me mira fijamente a los ojos. —Tienes razón. Deberías dejarme ir. —La
forma en que me mira me atraviesa las entrañas. Suave. Suplicando—. Mantendré la
boca cerrada sobre ti. No le contaré a nadie sobre… —Su mirada cae hacia la mesa,
apretando la mandíbula—. No le diré nada a nadie.
Mi ojo tiembla, un peñasco de disgusto se asienta en mi estómago. Me partí el
culo para conseguir a esta chica. He luchado, sangrado, matado. Killian Payne no
ascendió solo a Rey. Parte de eso fui yo. Sólo una pieza de dominó en una larga fila
que se suponía que me traería hasta aquí. —Tienes razón. No soy del tipo que repara
—admito, sosteniendo sus ojos—. Pero tampoco soy un desertor.
Sus hombros se desmoronan en una curva abatida. —Oh, Dios mío, ¿por qué?
No soy… —Mira a su alrededor, como si estuviera perdida—. No hay nada especial
en mí. ¡No me quieres, Nick!
—Te equivocas. —La respuesta es instintiva, fundamental. Y en el instante en
que su boca se abre para protestar, me acerco a la mesa para agarrarle la cara y
cerrarla de golpe—. No importa por qué te quiero. Lo que importa es que te tengo.
Ahora eres de la Realeza de Forsyth, te guste o no. ¿Tienes alguna puta idea de las
cosas que he tenido que poner en marcha para meterte bajo este maldito
campanario? Incluso si quisiera dejarte ir —le doy una mirada dura y significativa—,
y no lo hago, tendría que destrozarlo todo. —Presiono distraídamente mi pulgar
contra su lujoso labio inferior, imaginándolo envuelto alrededor de mi dedo.
Suspirando, dejo ir su rostro—. De todos modos, estás haciendo todo esto mal. Algo
decepcionante. Pensé que eras más inteligente que esto.
Ella farfulla, y me siento aliviado, jodidamente aliviado, al ver que algo de esa
brillante y ardiente indignación regresa a sus ojos. —¿Que se supone que significa
eso?
Aprovecho para meterle un trozo de tocino entre los dientes. —Bueno, es como
dijiste. Arruino cosas. Soy un luchador. Un asesino. ¿Todo este esfuerzo que estás
desperdiciando para huir? Es como si un mecánico tirara su caja de herramientas.
Ahora —le doy un mordisco a la tortilla, sin molestarme en cerrar la boca mientras
mastico—. No sé qué tienes tanta jodida prisa por hacer, pero algo me dice que
probablemente sea más de mi agrado, que el tuyo. Mientras estés aquí, eres
prácticamente intocable. —Una de sus mejillas se arruga con incredulidad, así que
sé que lo comprende—. Úsame.
Levanta ambas muñecas para quitarse el tocino de la boca. —¿Utilizarte para
qué?
Me encojo de hombros. —Cualquier cosa.
Su pecho rebota con una risa vacía. —¿Qué, matarías a mi papá si te lo pidiera?
Levanto mis ojos hacia los de ella, inquebrantable. —Sí. —La observo asimilar
esto y su lengua se detiene en su tímida exploración de la grasa de tocino en sus
labios. Dejo el tenedor y me recuesto—. Pero ese es el tipo de trabajo de “hacer
estallar a este hijo de puta”, y no creo que ninguno de nosotros esté preparado para
eso. Asesinar a un Rey es como tirar una piedra al agua. Hace ondas. Cuanto más
cerca estés, más lo sientes. —Moviendo mi dedo hacia arriba y hacia abajo en el aire,
le explico—: Estás demasiado cerca de esa roca, Pajarito.
Para mi sorpresa, ella dice: —Tienes razón. —Sin apartar mi mirada, se lleva el
tocino a la boca y le arranca un bocado—. De todos modos, no me ayudaría. —
Espero a que dé más detalles, pero no lo hace.
—Entonces dame algo más. —Creo que la creciente electricidad en mi pecho
podría ser anticipación. Lavinia quiere algo y es grande. Lo suficientemente grande
como para tenerla encerrada todo este tiempo. Lo suficientemente importante como
para que otros Reyes estén involucrados. Reconozco el germen de una guerra
cuando la veo, y puede que no sea mi pelea, pero estoy dispuesto a recibir algunos
golpes.
Ella inclina la cabeza mientras me inspecciona. Eso es exactamente lo que se
siente. Una inspección. Me está midiendo, sus ojos bajan a mi pecho desnudo,
catalogando los trozos de tinta que Remy me ha dado a lo largo de los años, pero
la dureza en su mirada nunca se disipa. Es casi una decepción cuando pregunta: —
¿A cuántas personas has matado?
—¿A cuántas personas he matado? —Mi cara ni siquiera se mueve. Hay un
rumor. Sin confirmar, pero todos en Forsyth lo han oído.
Ella reacciona, pero sólo metiéndose lo último del tocino en la boca y
apoyando las manos en el regazo. —Bien.
Levanto una ceja. —¿Bien?
—Hay algo que necesito —explica, mientras traga saliva—. Si puedes conseguirlo.
Me encojo de hombros, sin perderme que sus ojos se dirigen a mi pecho
nuevamente. —Depende de lo que sea.
Ella asiente, seguramente había esperado tanto. —Es una caja. Está en mi... —
Espero, mirándola apretar los dientes—. Quiero decir, en la casa de mi padre. Está
debajo de mi vieja cama.
Sonrío y golpeo la mesa con los nudillos. Ahí está. Intriga. —¿Qué hay ahí
dentro?
Sus ojos vuelven a los míos, con la mandíbula afilada. —No es asunto tuyo.
Levanto las manos con las palmas hacia afuera. —Tranquila, pajarito. ¿No
puedo sentir curiosidad?
Ella responde bruscamente: —No.
Descarto esto con la mano, no estoy de humor para forzarlo. —Bueno. Entraré
en la mansión fuertemente fortificada de tu padre, bajo amenaza de muerte segura,
para traerte una caja de valor misterioso. ¿Y a cambio?
—No nos adelantemos —dice burlándose.
Le doy una sonrisa amenazadora. —Oh, vamos a adelantarnos por completo.
Un chico necesita algún incentivo, ¿no? —Cuando todo lo que hace es mirarme
furiosa, sacudo la cabeza—. Además, ¿la situación complicada en la que te
encuentras? Dudo que este sea un trabajo único. Esto va a ser un servicio. Eso
significa largo plazo.
Ella me devuelve una sonrisa amenazadora. —No es algo que no pueda hacer
yo misma.
—Tú y yo sabemos que eso no es cierto. —Me recuesto y levanto los pies sobre
la mesa—. Uno de nosotros ha sido prisionera de Lionel durante los últimos dos
años, y no he sido yo. —Le hago una mueca sarcástica—. Tienes esa costumbre
realmente vergonzosa de que te atrapen. Acéptalo, Lavinia, tratar con los Reyes
requiere cierta delicadeza que tú simplemente no tienes.
—Que te jodan. —Pone los ojos en blanco y mira hacia otro lado. Pero debajo
de la mesa, puedo oír su tacón golpeando el suelo de vinilo barato—. Deja ya está
mierda. ¿Qué te gustaría?
Creo que eso debería ser obvio. —Di que serás nuestra Duquesa. Sin
discusiones ni réplicas, ni la necesidad de... —Miro hacia el ascensor—… disciplina.
Ella lanza toda la fuerza de su mirada hacia mí. —¿Dices que te chuparé la polla
y te cocinaré como una buena zorra? Vete a la mierda.
—¿Quién dijo algo sobre ser un zorra? —espeto, lanzando una mano en
dirección a la puerta—. Las Cutsluts se quedan abajo en la sala de fiestas. Son zorras
fáciles. Cristo, eres muchas cosas, pero fácil nunca será una de ellas. —Paso mis
dedos por mi cabello, tirando de las raíces—. La Duquesa puede ser lo que queramos
que sea. Si quieres establecer términos, entonces escuchémoslos. —Antes de que
pueda empezar, le advierto—: Y yo expondré los míos.
Sus ojos se estrechan en respuesta, pero puedo ver su boca fruncirse mientras
lo considera. —Puedo hacer lo que quiera.
Le doy una mirada exasperada. —“Asesina a mi papá, déjame hacer lo que
quiera”. Realmente apuntas a la maldita luna, ¿no? —Me limpio la grasa de tocino
de los dedos y respondo—: Puedes salir cuando uno de nosotros esté contigo. —Su
boca se abre con indignación, pero agrego—: Pero sin restricciones.
Ella titubea. —¿Ninguna?
—Si eres amable —aclaro—. Y por amable me refiero a no morder, patear ni
apuñalar. Sin quemaduras. Nada de puñetazos, bofetadas, puñaladas, rodillazos,
cabezazos, cortes, desollados, portazos...
—¡Cristo, ya entiendo! —Me mira exasperada, pero veo la chispa de esperanza
en sus ojos. Realmente debe odiar ese ascensor—. Sin daños corporales.
—Y —agrego—, tienes que dormir en nuestras camas.
—No. —Deja caer sus muñecas atadas sobre la mesa con un golpe decisivo—.
De hecho, quiero mi propia habitación.
Miro a través del arco que conduce a la sala principal y hago un gesto con la
mano. —Tres dormitorios, cuatro personas. Haz las matemáticas.
Gira el cuello para mirar. —Nadie duerme allí arriba.
Me doy cuenta de que está mirando el loft frente a la esfera del reloj y me
cuesta mantener la cara seria. Los viejos Duques solían hacer dormir allí a su
labrador negro. —¿Quieres hacer del loft tu propio espacio? Bien por ti. —Sin puertas,
sin cerraduras, sin paredes: sólo rejas. No puede mantenernos al margen. Es una
jaula con la más endeble ilusión de libertad. Es perfecto—. Pero todavía tienes que
dormir con nosotros.
—No.
La miro fijamente, pensando que nada de esto vale la pena. Podría
simplemente obligarla y olvidarme de este compromiso. Pero recuerdo el sonido de
ella golpeando su cuerpo contra el interior del ascensor. Sus gritos, no gritos de ira,
sino aullidos. Desesperada, lamentándose, llena de pánico.
No puedo hacerlo.
Ofrezco: —De lunes a viernes. Puedes tener los fines de semana libres.
Ella se burla. —A la mierda eso. Una noche a la semana, si quiero.
—Cristo, eres una mierda a la hora de hacer concesiones. —Me froto el puente
de la nariz y mis pensamientos se dirigen a esas cervezas en el refrigerador. La perra
está a punto de llevarme a beber—. Aquí está mi mejor oferta. Un día de la semana
para cada uno de nosotros y tienes que hacer lo que queramos. —Ante su mirada
horrorizada, razona—: Eso es menos de la mitad de la semana, Lav. No habrá nada
mejor que eso.
—¡No seré tu esclava sexual por un día!
La comisura de mi boca se arquea. —¿Quién dijo algo sobre sexo? ¿Quizás sólo
queremos que friegues nuestros pisos?
Sus fosas nasales se dilatan con ira. —Tu hermano actúa como si quisiera tirarme
por ese tramo de escaleras, Remy quiere usar mi piel, y tú... —Ella sacude la cabeza,
ladrando una risa áspera—. Dios sabe incluso lo que quieres, pero a mí nunca me
gustará. —Ella me nivela con una mirada pétrea—. Nunca. Si me follas, será una
agresión. El asalto está descartado.
Dejé que mis ojos se posaran en su cuerpo, escondido debajo de la sudadera
con capucha de Remy. —Eso es un poco exagerado para alguien a quien he visto
mojarse por mí. —Cuando simplemente me mira fijamente, sin pestañear, levanto
mis pies de la mesa para inclinarme hacia adelante, con voz dura—. Tal vez todo
este asunto de la negociación te esté confundiendo, así que aclaremos algo, Pajarito.
Tu coño es mío, seas Duquesa o no. —Ella se aleja de la mesa, como si fuera a irse
furiosa. Extiendo la mano para agarrar la sudadera con capucha, golpeándola de
nuevo en su asiento—. Si quiero follarte, eso es lo que voy a hacer. Si mis hermanos
quieren follarte, es sólo porque yo se los permito. Entonces, en lugar de ser una
mocosa por tu preciosa y jodida virtud, quizás quieras empezar a pensar en cómo
puedo hacer que sea bueno para ti.
Ella levanta la barbilla, sus músculos están tan tensos que puedo ver la tensión
en su cuello. —¿Cómo puedes hacer que sea bueno para mí?
—Fácil. —Le doy al suéter un último apretón en mi puño antes de soltarlo—. Si
eres una buena chica, entonces tal vez tome en consideración tu posición al respecto.
Ella parpadea y su voz es perfecta e inexpresiva. —Guau. La posible
consideración de mi consentimiento. No te rompas la espalda por no ser un pedazo
de mierda, Nick.
—No lo haré. —Intento meterle otra rebanada de tocino en la boca, pero ella se
da vuelta, con la mandíbula apretada. Riendo, pienso—: Dios, realmente eres una
Lucia, ¿no? Todas las mujeres de este lugar saben que su coño es su mejor moneda
de cambio, pero tú crees que el tuyo está tachonado de diamantes. —Inclinándome
hacia atrás, decido decirle algo que puede resultarle una sorpresa—. ¿Alguna vez
pensaste que esa es la razón por la que lo quiero tanto?
Su mirada se encuentra con la mía lentamente, llenándose de un brillo
sospechoso. —Pura mierda.
Solía pensar que era sólo Daniel y todas sus reglas. Lavinia el pajarito de la
cárcel. Lo único que no podía tocar, y maldita sea, mis dedos definitivamente me
picaban por ello. Solía acostarme en esa cama de mierda del Lado Sur por las noches
e imaginarme llevándola. Tirándola a mi auto, conducir a algún lugar apartado, sin
cámaras ni soldados de infantería que me vieran arrancarle la ropa y robársela, tocar
cada centímetro de su piel, abrirme camino hacia el interior.
Arruinándola.
Me agacho para ajustar mi polla, ya llena solo de imaginarlo, pero la verdad es
que no fueron solo las reglas de los Reyes las que me hicieron desearla tanto. Es una
perra tan altiva que piensa que su coño está por encima de mí. Hace que un chico
quiera poseerlo.
Y ahora lo hago. —No son tonterías —le digo, deseando que mi polla se retire—
. Pero entiende una cosa, Pajarito. No soy Daniel Payne. No colecciono cosas bonitas
y las guardo bajo llave para que se pudran. No has tenido control sobre nada durante
los últimos dos años, así que tal vez esto tenga sentido para ti. —Agarro sus muñecas
atadas y la empujo contra la mesa—. Te voy a follar, Lavinia. Eso es un hecho. No
es algo sobre lo que tengas control. Pero —manteniendo mis ojos fijos en los de ella,
saco una navaja de mi bolsillo y la abro—, depende de ti cómo suceda. Puedes
hacerme trabajar para lograrlo, eso no me importa, o puedes hacer que tenga que
sujetarte y sacarte esa actitud desagradable. —Con un tirón limpio de la hoja, corto
las bridas—. Para que conste, eso tampoco me importa.
Ella se lleva las manos al pecho y las patas traseras de la silla hacen ruido
mientras su peso golpea el asiento. —Así que eso es todo, ¿eh? ¡¿Me vas a follar y no
hay nada que pueda hacer al respecto?!
—Te estoy dando algo que vale la pena aprovechar. —Sintiéndome un poco
molesto, menciono—: Y deja de actuar como si todo estuviera en tu contra. Leí el
contrato de los Lords con su Lady antes, y no creerías parte de la mierda que
pusieron por escrito. Controlaban a esa perra hasta el jabón con el que se lavaba el
coño.
—¿Y cómo exactamente —gruñe—, esperas que te haga trabajar por ello?
Cierro mi navaja y me encojo de hombros. —Eso depende de ti. No me importa
esperar. —Bajando la barbilla, enfatizo—: Por un tiempo.
Sus ojos se tensan. —¿Y mientras tanto?
Guardo la navaja en mi bolsillo y suelto una risa fría. —Podríamos hacer nueve
meses de eso. —Señalo el ascensor y sus ojos me siguen—. Pero dudo que alguno de
nosotros quiera hacerlo, por lo que debemos llegar a algún tipo de entendimiento.
¿Qué hará falta para que te calmes?
Ella se mira las manos y se retuerce los nudillos. —Quiero ropa —dice, y me
abstengo de sonreír victorioso. De hecho, está dispuesta a hacer un trueque—. Ropa
de verdad, no esos harapos que tus putas me donaron.
No me molesto en ocultar mi mueca. —Quiero decir, no me importaría. Pero
fuera de la torre, hay expectativas para una mujer de la Realeza. La ropa de puta es
sólo parte del código de vestimenta. Tú lo sabes. —Sin embargo, me comprometo—
. Te conseguiré algunas cosas para que te pongas por aquí.
—Y zapatos —subraya frotándose las muñecas—. No voy a bajar esos millones
de tramos de escaleras con tacones. Si ustedes tres quieren matarme, hay formas
menos molestas de hacerlo.
Asiento lentamente, pensando. —Supongo que eso es práctico. Siempre puedes
usar el elev...
Golpea la mesa con las palmas. —¡No más ascensores! —Cuando aparto la
mirada de las marcas rojas en sus muñecas, veo que hay una especie de alarma
mortal en sus ojos—. Negociaré contigo, Nick. Intentaré encontrar una jodida ilusión
de comodidad con esto, pero te lo digo ahora, ¿si me metes en ese ascensor otra
vez? Hemos terminado. Haré que tengas que protegerte cada segundo de tu maldito
día. —Sus ojos se vuelven duros—. Eso es tan innegociable como el hecho de que mi
coño aparentemente es tuyo ahora. ¿Me entiendes?
Las posibilidades de que nunca más tenga que encerrarla son terriblemente
escasas. Pero esto al menos puede darme unos días de paz, así que estoy de acuerdo:
—Bien. Pero si intentas huir de nuevo, realmente habremos terminado, y eso significa
que no lo pensaré dos veces antes de arrojarte allí. ¿Me entiendes?
—Y si me haces follarte de nuevo... —dice, con los ojos apretados.
—Cuando.
Ella frunce el ceño, pero continúa. —Tienes que usar condón.
Me río. —De ninguna manera. Y para que quede muy claro, la retirada también
está descartada. Lo único que se puede sacar en esta torre es ese sofá de allí.
Ella se cruza de brazos y junta sus tetas. —Entonces no hay sexo. Prefiero saltar
desde una de estas ventanas que quedar atrapada con uno de sus engendros
demoníacos.
Hago una pausa, medio mastico un trozo de tocino, dándole vueltas a ese
pensamiento en mi mente. De alguna manera, no se me había ocurrido hasta ahora.
Lavinia Lucia, con la barriga toda hinchada por las cosas que pienso hacerle. De
repente, es todo lo que puedo ver.
Aun así, sé que no debo presionarla. Por ahora.
—Tomarás anticonceptivos, no te preocupes. —Es una declaración. No hay más
negociaciones—. Lo arreglare. También necesitas un nuevo rastreador.
Su espalda se endereza. —No.
—Sí.
Más fuerte: —No.
—Eres jodidamente terrible en esto —suspiro, con la cabeza colgando hacia
atrás—. Tienes que ofrecerme algo, Lavinia.
Ella levanta las manos. —¡Bien, limpiaré o algo así!
—No es suficiente. —Me froto la barbilla, pensando. Por supuesto, quiero su
cuerpo. Su boca. Su coño. Pero todo eso será mío, de todos modos—. Tengo algunas
reglas. Nada mayor. Acéptalos y consideraré dejar ir el rastreador.
Sus ojos se estrechan con sospecha. —¿Cómo qué?
—Besos.
—¿Quieres que te bese? —Parece claramente poco impresionada.
Mis ojos se centran en su boca. Este siempre fue un problema a la hora de
convertirla en Duquesa. Compartirla con los demás. Por eso tenían que ser Remy y
Sy. Son las únicas personas con las que podría verla y no querer disparar. Sin
embargo, eso no significa que será fácil. —Quiero que solo me beses a mí.
Ella echa una mirada dramática alrededor de la torre. —No veo a nadie más
haciendo fila, así que considéralo un trato. ¿Qué otra cosa?
—Cuando esté aquí o abajo, disfrutando de un tiempo libre, te quiero en mi
regazo.
—¿Debería esperar un collar pequeño con una campana? —Las mejillas de
Lavinia se ponen rojas intensamente cuando está enojada.
Es jodidamente adorable. —No me tientes. Merezco algo extra de tu parte para
endulzar la olla, considerando que ni siquiera puedes ser una Duquesa adecuada.
—¡¿Te mereces algo de mí?! —Sus mejillas se ponen cada vez más rojas—.
¿Cómo carajo?
—No eres de pre-medicina —señalo, tomando un trozo de tocino para mí—. Se
supone que la Duquesa es nuestra cutwoman. Nuestro médico. Ahora vamos a tener
que confiar en algún extraño. Nos pone en mal estado. —Esto es algo que Sy me ha
recordado, con frecuencia y con sentimiento, durante los últimos dos malditos días.
—¿Crees que no puedo soportar tus pobres cortes de mierda? —Ella me da una
sonrisa burlona—. Por favor. Estaba cosiendo a los chicos de la Realeza antes de que
te graduaras de la secundaria. Búscame un médico que sepa cómo tratar un hombro
dislocado.
Esto es una novedad para mí y me siento con el ceño fruncido. —¿No bromeas?
Ella también se sienta más erguida y sus ojos brillan. —Haré lo de sentarme en
tu regazo. No besaré a nadie. Me quedaré en su estúpida maldita torre y no los
mataré a todos. ¿Y a cambio?
Me limpio las manos. —Entraré en la casa de tu papá y conseguiré lo que
quieras. También podrás quedarte con el loft, zapatos nuevos, ropa para el hogar y
mi puta y chispeante benevolencia. —Le deslizo el tenedor y la tortilla—. A cambio,
estarás en mi cama una vez a la semana, como mínimo. Los demás tienen un día
para ellos. Mantendrás la violencia bajo control y actuarás como una puta Duquesa,
dentro y fuera de esta casa.
Le ofrezco mi mano y, aunque todavía veo el destello de desafío en sus ojos, la
estrecha, cerrando el trato. —Y sé esto. —Aprieto mi agarre y la atraigo hacia mí, los
dos nos encontramos sobre la mesa. Mientras hablo, en voz baja y letal, observo
cómo un mechón de su cabello azul se balancea con mi aliento—. Si vuelves a
escupirme en la cara, te daré una bofetada.
Sus ojos se dirigen a los míos, captando la amenaza en mi tono tanto como mis
palabras. —¿Escupirte en la cara? ¿Es eso en sentido figurado o literal?
Levanto la mano para apartar el mechón de pelo y lo coloco suavemente detrás
de su oreja. —Hazlo y descúbrelo, Pajarito.
Capítulo 9
LAVINIA
Trece días.
Es casi medianoche y el reloj que tengo encima está inmóvil como una piedra.
Paso mucho tiempo mirándolo desde mi nido improvisado en el suelo. La pila de
mantas huele fatal, como si un perro se revolcara sobre ellas, pero soy demasiado
testaruda para ir al sofá de abajo. En lugar de eso, me llevo la camisa a la nariz,
bloqueo el olor y sigo el lento avance de la luna a través del cristal nublado. Es
extraño pensar que esas pesadas manos de hierro solían moverse, haciendo tictac
sobre las calles, y ahora son solo otra parte de esta gigantesca, imponente y decrépita
estatua. Pero ese es Forsyth. Todo lo brillante aquí se apaga. Es la bendición y la
maldición de Forsyth.
Al final todo aquí se queda quieto.
Le doy la espalda y desvío la mirada hacia la sala principal. Está tan muerta
como ese reloj, pero todavía puedo escuchar sonidos desde la habitación de Remy.
Hace una hora, estaban sobresaltándome, poniéndome nerviosa, temiendo la idea
de que esa puerta se abriera. De alguna manera, metida en mi nido, he perdido el
nerviosismo. Es más fácil aquí arriba.
Más fácil que el ascensor, sin duda. Sigo encontrando que mis ojos vagan hacia
la forma de su puerta, como si el mero pensamiento de su existencia hubiera abierto
un siniestro agujero en el mundo. Mis huesos están cansados de sus paredes. Me
duelen los músculos por cada embestida contra ellos. Me duelen los pulmones con
el recuerdo de estar dentro, desesperada por un aliento que no esté saturado con mi
propia exhalación.
Ahora mismo podría huir. Claro, Nick tomó todas las llaves y armas antes de
llevarme al loft oscuro, pero aún podría escapar. No tener otro lugar a donde ir es
mejor que los agujeros oscuros en los que me siguen metiendo. Pero luego hay
potencialmente nueve meses en ese ascensor si me atrapan, y el dolor de mis
moretones me hace considerar que tal vez Nick tenía razón. No soy muy buena
escapando. Soy buena aguantando. La pregunta es: ¿hasta dónde me llevará esa
resistencia?
Recuerdo a Nick en el ring el viernes por la noche, derribando a Pérez con
tanta facilidad. Toda esa fuerza bruta y poder discreto. Mortal. Eso es lo que es.
Tampoco es el tipo de violencia pulida y limpia que prefieren los Condes. Nick no
tiene miedo de ensuciarse, de cortar carne con un cuchillo sin filo, de cortar huesos.
Es más que un simple asesino. Es un asesino que entiende el juego.
Y cree que me ama.
Sería estúpido pensar que puedo aprovecharlo aceptando su oferta, pero me
pregunto. ¿Cómo sería tener un soldado propio? Alguien que se interponga entre el
mundo y yo. Alguien que pelee sucio. Alguien que quiere cosas que yo nunca podré
darle, porque también es alguien que me pondría en una caja cuando se dé cuenta.
Absolutamente debería huir.
Me quedo dormida, imaginando las manecillas alcanzando la parte superior
del reloj, como si estuviera haciendo un estiramiento muy atrasado. Un oso saliendo
de su hibernación. Un pájaro levantando sus alas.

Doce días.
E S el primer pensamiento que me llena la cabeza al despertar. Doce.
La segunda es que Nick es un madrugador molesto.
Parpadeo y abro los ojos para verlo deambular por la sala principal, ponerse
los zapatos, navegar por su teléfono y peinarse perezosamente el cabello con los
dedos. A diferencia de ayer, cuando estaba sin camisa y lo suficientemente
desocupado como para mirarme descaradamente desde el anochecer hasta el
amanecer, hoy se mueve con un propósito económico.
—¿Vas a ir a la casa de mi padre ahora? —Pregunto, mirándolo adormilado
encogerse de hombros sobre su chaqueta de cuero. Hay una manta enredada
alrededor de mi tobillo cuando me levanto y me la quito. Hace un poco de frío aquí
arriba, pero la verdad es que no está tan mal. Amplios espacios abiertos, ninguna
puerta que me encierre dentro, esta gran esfera de reloj entre el mundo y yo. De
alguna manera, logré dormir horas enteras anoche—. Quiero ir —salgo corriendo,
tratando de bajar la escalera de caracol sin romperme el cuello.
Pero Nick responde distraídamente: —No. —Odio cómo tiene esta forma de
decir las cosas, lo suficientemente firme como para que quede claro que ha tomado
una decisión, pero también indiferente, como si no se molestara en volver a revisarla.
Tropezando hasta el final de la escalera, insisto: —Puedo ayudar. Conozco la
entrada y la salida. Será más rápido si me llevas. —Pasé ayer repasando todos los
detalles, llegando incluso a sentarme a la mesa con él y dibujarle un mapa. Pero no
hay forma posible de que el idiota me haya escuchado. Siguió mirando mi boca y
jugueteando con mechones de mi cabello, sonriendo cada vez que me alejaba.
No se está tomando esto en serio.
—Será un riesgo si te llevo. —Busca en su bolsillo la cartera y las llaves del
coche—. Y de todos modos no es ahí adonde voy.
—¿No? —Intento mantener la urgencia fuera de mi voz. Es obvio que no saben
una mierda del arreglo que mi padre hizo con Daniel. Necesito mantenerlo así, pero
también necesito esa caja. Inmediatamente.
Doce días.
Se pone una mochila de cuero negro al hombro y finalmente se vuelve hacia
mí. —No te sorprendas ni nada por el estilo, pero resulta que el primer requisito para
ser Duque es una sumisión voluntaria a la excelencia académica. —Cuando no hago
nada más que mirarlo fijamente, él explica secamente—: Tengo clases.
Mis ojos se dirigen al tatuaje al lado de su ojo. —¿No tienen ningún problema
con el hecho de que pareces más un delincuente que un chico de fraternidad?
Se encoge de hombros y abre los brazos. —Sea lo que sea necesario para
conseguir otro Bruin en el campanario, este excelente establecimiento está listo para
entretener a casi cualquier cosa. —Para otra persona, eso podría sonar pomposo y
autoritario, pero Nick lo dice con esa mueca irónica y amarga en su boca.
Quizás no sea el único que hace concesiones.
—¿Entonces me quedo aquí todo el día? —Pregunto, tirando del dobladillo de
la sudadera con capucha de Nick. Me había quitado la de Remy la noche anterior
y casi exigió que usara la suya en su lugar. Sin embargo, no importa de quién sea la
sudadera con capucha que use. Mis piernas desnudas están frías en este lugar con
corrientes de aire—. ¿Y qué se supone que debo hacer mientras tú estás jugando a
ser un Duque? ¿Limpio? ¿Preparo la cena? —Espero que el sarcasmo en mi voz sea
más audible que la preocupación, pero de todos modos mis ojos se mueven
nerviosamente hacia el ascensor.
No puedo pasar un día allí.
Moriré.
—Puedes dejar el veneno para ratas para otro día, Pajarito. —Mueve su barbilla
por encima de mi hombro—. Vas a pasar el día con él.
En un momento de perfecta sincronización, se abre una puerta detrás de
nosotros.
El calor y la aprensión se arremolinan en mi estómago. No estoy lista para pasar
más tiempo a solas con Remy, no después de lo que pasó el sábado por la noche.
Pero, para mi absoluto alivio, Remy no está detrás de mí.
Es Simon. Acosador.
Mierda.
Sy, con cara de piedra, odioso y de enorme polla.
Joder, joder.
Tener relaciones sexuales con estos chicos es algo que sé con certeza que
sucederá. No necesité el sermón de Nick durante el desayuno de ayer para darlo a
conocer. Ser marionetas remilgadas es lo que hacen las mujeres de la Realeza, y yo
soy su Duquesa.
Pero tener esa cosa dentro de mí no sería sólo sexo. Sería una tortura literal.
Me giro hacia Nick y articulo con pánico: —De ninguna manera.
Nick simplemente da un paso adelante, su sólida pared corporal eclipsa la mía.
—No puedo quedarme contigo todo el tiempo y no se puede confiar en ti sola. Así
tiene que ser. ¿A menos que…? —Sigue mi mirada hasta el ascensor y levanta una
ceja.
Mierda.
—No. —Intento que mi voz sea firme y decisiva, pero el hilo del miedo aún sale
y atrae sus ojos hacia los míos.
Levanta la mano para tocar mi barbilla. Es gentil de una manera que no
esperaba, porque así es él: una misteriosa bolsa de dolor y ternura para la que nunca
estoy adecuadamente preparada. Cuando se inclina para despejar la distancia entre
nuestras bocas, me inclino hacia atrás. Camino. Me inclino hacia atrás tanto que
Nick se esfuerza por atraparme y finalmente se levanta de golpe para mirarme con
su fuerte nariz. —Un día —dice, metiendo el pulgar debajo de la correa de su bolso
y aplastándolo en su puño—, te arrepentirás de haber sido tan perra conmigo.
En un momento, ya había bajado las escaleras, los pies resonaban en los
escalones.
Enrosco mis manos nerviosamente y me giro hacia Simon. —Mira... —empiezo,
pero él me interrumpe.
—Ponte unos malditos pantalones y prepárate. Tengo un lugar donde estar. —
Debe ser un madrugador como Nick, porque está impecablemente vestido y ya tiene
una gran bolsa de deporte en una de sus grandes manos.
Envuelvo mis brazos alrededor de mi cintura. —No tengo pantalones. Sólo la
mierda que me dieron esas zorras.
Él se encoge de hombros. —Ya sabes qué dicen. Si el zapato de zorra te queda…
El comentario me irrita, pero que se joda. Ya he hecho suficientes concesiones
estos últimos días. Camino a través de la sala de estar hasta el pequeño rincón donde
mi ropa prestada está apilada en una silla y me pongo a revolverla.
—¿En serio? —Murmuro cuando no puedo encontrar ni un solo par de jeans
normales. Lo más parecido que puedo encontrar son un par de leggins ceñidos de
piel sintética. Me inclino para deslizar mi pie dentro de la pierna, y como no tengo
nada más que esta sudadera con capucha y esas ridículas bragas de encaje,
instantáneamente siento el aire fresco contra mi trasero expuesto.
Detrás de mí, Sy se queda repentinamente en silencio.
No hay un solo movimiento de tela, un susurro de respiración o perturbación
en el aire. Tensa, miro detrás de mí y lo encuentro parado allí. Mirando fijamente.
No sólo mirando. Básicamente, Sy me está sodomizando con sus inquietantes
ojos azules. El músculo en la parte posterior de su mandíbula hace tictac y cambia
su peso a un pie, con la mirada fija en mi trasero. Apretar y abrir los puños. Pienso
en hacer un comentario, pero en lugar de eso, me subo los leggins por las
pantorrillas, como si ignorarlo fuera a hacer que desaparezca.
Hasta que murmura en voz baja: —Maldita sea —y la próxima vez que miro
hacia atrás, veo la puerta del baño cerrándose de golpe.
Paso un momento parpadeando ante ello, con el rostro relajado y confundido.
Pero me he dado cuenta de que estas paredes son cartón glorificado. Me
sorprendería encontrar una pulgada de aislamiento entre la placa de yeso. Por eso,
cuando escucho el ritmo amortiguado de gruñidos mezclados con sutiles sonidos
carnosos, me impacta.
Me quedo boquiabierta por la indignación.
No tuve hermanos mientras crecía, solo mi hermana, pero estábamos rodeadas
por los soldados de infantería de mi padre. Nunca me sorprende que un chico sea
repugnante, son cerdos. Al mismo tiempo, escuchar a un idiota en la otra habitación,
¿un tipo que ha dejado en claro que piensa que soy basura? Hago lo único que
puedo: estar feliz de que esté usando su mano y no metiendo ese bastón en mi coño.
Termino de ponerme los leggins y los coloco sobre mis caderas. Huelo mi
cabello. ¿Huele a perro? No hay forma de que vaya al baño para comprobarlo, así
que lo arreglo para convertirlo en algo presentable. Cuando Sy sale del baño, con
la cara sonrojada y secándose las manos probablemente manchadas de semen, estoy
lista.
—¿Lo hiciste?
Sus cejas caen hasta convertirse en un brillo oscuro y tira la toalla de mano a
un lado, agarrando su bolsa de gimnasia. —¿Y bien? —Hace un gesto beligerante
hacia la puerta—. No tengo todo el día.
Más de esa indignación sale a la superficie (él era el que se masturbaba como
un animal), pero me lo guardo para mí y me pongo los incómodos zapatos de tiras
que me donaron. —Vámonos entonces.
Sus anchos hombros son todo lo que veo mientras bajamos las escaleras de la
torre. Sy no habla. Ni siquiera me mira cuando audiblemente lucho por mantener
el ritmo, con la palma presionada contra la pared de piedra para apoyarme. Es
demasiado rápido para un chico de su tamaño, pero tal vez eso sea sólo el resultado
de la energía caliente y furiosa que irradia de él. Es un alivio por más de una razón
cuando finalmente llegamos al fondo, me duelen los pies.
Se detiene en la puerta que da al exterior, con la mano en el gran pomo de
latón. —Nick dice que no huirás.
—No lo haré. —Duele decirlo, pero es verdad. Antes de que pueda hacer algo,
necesito esa caja, y por mucho que deteste a Nick, es más probable que él la consiga
que yo. Si fracasa, fracaso. Mi padre podría incluso matarlo. Muy mal, muy triste.
De cualquier manera, al menos tengo que dejar que lo intente.
Sy me lanza una mirada larga y oscura. —Si lo intentas, no seré tan amable
como él cuando te atrape.
Lo miro fijamente. ¿Él piensa que la forma en que Nick me trata es
“agradable”?
—Hicimos un acuerdo. No huiré. —Dibujo una dramática X sobre mi corazón
con mi dedo—. Lo juro.
Entrecierra los ojos y es suficiente para hacerme saber que no está al tanto de
todas las negociaciones que Nick y yo hicimos. Estos son los pequeños detalles que
guardo y archivo. Los Duques son como la galería inacabada de pinturas de estrellas
de Remy. Partes de un todo que no encajan del todo.
Afuera, abre la camioneta y yo me siento en el asiento del pasajero, recordando
con tristeza haber estado detrás del volante hace un par de noches. Una vez dentro,
instintivamente me inclino hacia un lado, presionándome contra la puerta. Sy cierra
las puertas, enciende el motor y exhala un suspiro irritado. —Oh, ya basta de una
puta vez. No te voy a follar.
—¿Qué? —dejo escapar. Entonces, antes de que pueda detenerme, suelto—: ¿Por
qué?
Él responde con indiferencia: —No me follo a putas.
—No soy una…
—¿Tienes un coño entre las piernas? —No espera una respuesta. Ya está alojada
en mi garganta—. Entonces eres una puta. Todas lo son.
¿Todas quiénes? ¿Las chicas de Velvet Hideaway? ¿Las de la Realeza? ¿Las
que conviven con los Condes? ¿O está hablando en el sentido más básico? Mujeres.
Todas las mujeres son putas.
Jesucristo.
Sé muy poco sobre la dinámica de la familia Bruin aparte de cómo empezaron.
Simon y Nick comparten la misma madre, y una vez ella fue Duquesa. Tienen
padres diferentes, pero ambos eran Duques. El padre de Nick debería haber sido
Rey, pero antes de que comenzaran a sacar a sus pequeños engendros de Duques,
salieron del escenario de Realeza y dejaron que Saul tomara el reino para sí.
Conozco la historia bastante bien. A mi padre le encantaba reírse de eso durante las
reuniones entre Reinos.
Me hace preguntarme exactamente qué piensa Papi Bruin de que Nick reclame
su legado.
El auto se detiene bruscamente y estamos de regreso frente al gimnasio. Se ve
diferente a la luz del día. Más gris. Menos festivo. Un poco triste y cansado, como si
todavía se estuviera recuperando del fin de semana. Ya somos dos.
Sy no me habla al entrar, solo me gruñe para que lo siga. En el interior, el
gimnasio está lleno de hombres haciendo ejercicio. Lo miro. —Para que conste, no
me gusta hacer ejercicio. Y no estoy vestida para ello.
Sus ojos me recorren. —Estoy en shock. —Levanta la barbilla hacia una oficina
en la parte de atrás. Tiene un amplio ventanal que da al gimnasio—. Estoy aquí para
entrenar. Vas a esperar allí hasta que termine.
—¿Voy a esperar? ¿Sola?
—No, no sola. —Me mira como si fuera estúpida—. Es posible que le hayas
prometido a Nick que no huirías, pero no lo creo. Por suerte para mí, el gimnasio
cuenta con una niñera incorporada.
Antes de llegar a la oficina, la puerta se abre y sale una mujer. Largas trenzas
oscuras recubiertas con suficiente laca para probablemente ahogar a alguien
enmarcan con un escote de aspecto pesado. Lleva una chaqueta de cuero negra y
pantalones ajustados, no muy diferentes a los míos. Botas de tacón alto que podrían
servir como pateadores de mierda le llegan hasta los tobillos y hay un intenso
destello dorado en sus dedos y lóbulos de las orejas. Un par de gafas de lectura con
alas cuelgan de su cuello con una cadena. Está vestida como una zorra que salió de
la institución y no podía aceptarlo, y las patas de gallo alrededor de sus ojos la hacen
parecer mayor de lo que sugiere el resto de su piel.
Se cruza de brazos mientras caminamos hacia ella, apoyando su costado contra
el marco de la puerta. —Diez minutos tarde —señala, mientras con la mandíbula pasa
un chicle entre los molares.
Sy me hace un gesto débil. —Todavía nos estamos adaptando.
Es realmente difícil no mencionar que su sesión de masturbación en el baño es
lo que nos detuvo.
—¿Supongo que esta es mi niñera? —Pregunto, mirando a la mujer.
—Esta —dice Sy, con la única medida de respeto que he oído salir de su voz
hasta ahora—, es Mamá B. Te diría que te cuides, pero para ser honesto, me
encantaría verla inténtalo.
La miro de arriba abajo, entendiendo. Mamá B es más que una zorra de jardín.
El astuto arco de su ceja ante mi escrutinio es una especie de advertencia, pero saca
el pecho y endereza los hombros.
A ella no le importa que la midan. —¿Terminaste de observarme? —pregunta,
levantando una mano hacia la puerta abierta—. Entonces entra.

Mamá B es la líder de las Cutsluts.


Lo sé no sólo porque ella ha sido notoria en esta capacidad desde que Leticia
o yo podemos recordar, sino también porque escuché a las chicas hablar de ella
durante la fiesta del sábado. Es bien sabido que ella mantiene a raya a las fanáticas
ruidosas de DKS, pero me sorprende lo que veo cuando la sigo adentro.
Si el hecho de que tenga la única oficina real en el edificio es un indicio, en
realidad debe dirigir este lugar. Por las carpetas, cestas y contenedores
cuidadosamente etiquetados, asumo que ella organiza las peleas, tal vez incluso paga
las cuentas y entrenadores. Mamá B es más que una Cutslut glorificada. Es la
gerencia.
También, según deduzco por el estado de su oficina, es increíblemente
organizada. Todo está perfectamente en su lugar. Su escritorio está impecable, salvo
el papeleo ordenado y un calendario plano escrito con letra clara. Los archivadores
con pequeñas etiquetas se alinean en la pared trasera. Fotografías enmarcadas de
diferentes chicas, todas acurrucadas alrededor de Mamá B con sonrisas brillantes y
escasa ropa. Una chica aparece más de una vez y el parecido es sorprendente. ¿Su
hija? También veo a algunos chicos, a veces en medio de una pelea, con el sudor
brillando en sus cuerpos. Es otra pieza del rompecabezas de los Duques, una pieza
de la que no era consciente. Los Condes nunca pondrían a una mujer en una
posición de poder. Leticia estaba lo más cerca posible. Lo único que no encaja, o
tal vez de manera inquietante, son las desagradables citas inspiradoras que salpican
las paredes con letras descabelladas y brillantes.
¡No puedes subir la escalera al éxito con las manos en el bolsillo!
¡Cree que puedes y estarás a mitad de camino!
¡La victoria siempre es posible para la persona que se niega a dejar de luchar!
—¿Quieres algo de beber? —pregunta, poniéndose las gafas.
—No, gracias —digo, sin estar preparada para ingerir nada de lo que me den
estas personas.
Sus labios forman una línea delgada, dándome la impresión de que la he
ofendido. Ella se encoge de hombros y se sienta detrás del escritorio, tomando un
bolígrafo. Hace clic en el extremo con el pulgar y comienza a clasificar una pila
organizada de papeles.
Veo una revista en la mesa auxiliar. Músculo Mensual. Una pareja corpulenta,
bronceada y venosa se aferra el uno al otro en el frente, con dientes excesivamente
blancos al descubierto como colmillos. Arrastro mis dedos y lo atrapo. Me decidí
por un artículo sobre los beneficios de los batidos de proteínas cuando ella dice: —
Te pareces mucho a ella.
Miro hacia arriba con cautela, buscando su rostro desgastado y trato de
recordar si he oído algo sobre carne. Hace mucho tiempo que aprendí que Forsyth
es un campo minado, pero mantener tabuladas en mi mente todas las rivalidades y
hostilidades es suficiente para provocarme migraña.
Aclarándome la garganta, respondo: —La gente dice eso. Que me parezco más
a mi mamá que a mi papá. —Supongo que no es una sorpresa que conociera a mi
madre. Ella era la Condesa, por supuesto, y esta mujer, Mamá B, probablemente
asistió a Forsyth aproximadamente al mismo tiempo.
Mi mamá murió cuando tenía treinta años. Leticia y yo todavía éramos
pequeñas, así que nunca la conocimos realmente. De lo único que se habla es de su
muerte. Un puñado de analgésicos y una botella de ginebra, y eso es todo lo que se
escribió. Creo que debió haber un momento en el que sentí resentimiento hacia ella
por dejarme sola con mi padre y toda su crueldad. Pero eso ya pasó hace mucho
tiempo. Ni siquiera sé qué clase de persona era mi madre. Tal vez era una Leticia,
fría y despiadada, y habría hecho mi vida aún peor. Tal vez era una buena persona
que se encontró atrapada en una situación de mierda, en cuyo caso, no puedo decir
que la culpe por tomar la ruta rápida. De cualquier manera, hay demasiadas
personas terribles viviendo actualmente como para desperdiciar mi resentimiento
con los muertos.
Finjo que no me pone nerviosa que esta mujer sepa más sobre mí que yo sobre
ella. —Supongo que tengo eso a mí favor.
—No me refiero a tu madre. —Su cabeza se inclina y su mandíbula trabaja con
el chicle—. Aunque lo veo. Estoy hablando de tu hermana.
Mi sangre se congela. —¿Mi hermana?
—Sí. —Entrecierra los ojos—. La misma nariz. La forma de la boca. Mentón,
cabello, tez. Pero no tus ojos. Son como los de tu padre.
No me digas. Rápidamente redirijo la conversación. —¿Cuándo viste a mi
hermana? No sabía que alguna vez había venido al Lado Oeste.
Doce días, resuena mi mente.
—Oh, fue hace un tiempo. —Garabatea algo en el papel—. Dos años, tal vez
más. No sé si estaba todavía en Forsyth. Fue sólo una vez. Entró buscando a alguien
y luego se fue.
—¿Buscando a quién? ¿Uno de los chicos? ¿Simon? ¿Remy? —Ni siquiera me
atrevo a decir Nick.
Tarareando, gira la silla y saca un cajón del archivador, con uñas largas y
puntiagudas atravesando las pestañas. —No lo recuerdo.
Mamá B no parece el tipo de mujer que olvidaría a una chica bonita
entrometiéndose en el territorio de las Cutsluts, pero he llegado tan lejos sin mostrar
mi interés por el paradero de Tisha a estas personas. No lo dejaré escapar ahora.
Eso no impide que mi mente dé vueltas y se formen mil preguntas más. ¿Por qué
estaba aquí? ¿Estaba sola? ¿A quién diablos estaba buscando para que haya llegado
al territorio de los Duques?
Otra pieza que falta en el rompecabezas de Leticia Lucia.
—Lo admito, fue sorprendente ver a la hija del Conde cruzar nuestras puertas.
—Baja la barbilla y me mira por encima de sus gafas aladas—. Pero no tan inesperado
como cuando Killian Payne te sacó a relucir la otra noche. —Mirando hacia atrás, al
antiguo monitor de computadora, añade—: Definitivamente no vi venir lo de la
Duquesa.
Hay un tono crítico en su tono que me pone nerviosa. La mentira surge
fácilmente. —Ya somos dos.
—Simplemente no parece que tengas ese cierto estilo que marca a los Duques.
—Sus estrechos hombros se levantan—. Sin ofender.
Le doy una sonrisa tensa. —Sí, porque ser un contenedor de semen requiere
mucho talento en bruto. —Sus ojos me miran fijamente y agrego con frialdad—: Sin
ofender.
Claramente tiene algo cortante con qué responder, pero un suave golpe en la
puerta nos interrumpe. Entra una pelirroja de ojos saltones, que parece sacada de
un comercial de cuidado de la piel. La blusa de tiras que lleva grita “puta”, pero los
jeans, los zapatos cómodos y el comportamiento suave en general me hacen pensar
lo contrario. La reconozco como la chica de las fotos de la oficina.
El rostro de Mamá B se ilumina. —Hola, cariño, ¿te diriges a clase?
—Sí, química orgánica comienza en una hora. Estoy tratando de dar un impulso
a una tarea de laboratorio. —Le entrega un trozo de papel—. Sólo quería dejar este
recibo antes de irme.
—Gracias. —Los ojos de Mamá B se mueven hacia mí y el brillo en ellos
disminuye—. Verity, esta es la nueva Duquesa. Lavinia, mi hija, Verity.
Verity se vuelve para mirarme, pero la chispa de sorpresa en su expresión dura
poco. Rápidamente baja la mirada y encorva los hombros hacia adentro. —Eh...
hola. —Levanta la mano para colocar su cabello rojo detrás de la oreja, luciendo
incómoda—. Yo, um, te envié algunos zapatos y loción, en realidad.
—Oh, gracias —respondo, con voz cáusticamente alegre—. Ha sido muy
divertido subir dieciséis tramos de escaleras en estos chicos malos. —Mis talones
golpean enérgicamente el suelo—. Mucha gente quiere matarme, pero tú... —Junto
mis manos en una lenta palmada—. Eres inspiradora. En serio.
El rostro de Mamá B se contrae con su ceño fruncido, pero Verity se encoge
visiblemente. —Sí, lo siento por eso. Los tenía por ahí, así que pensé...
Interrumpí: —Pensaste que la perra que te robó el puesto de Duquesa se sentiría
miserable con ellos. —Asintiendo, admito—: Bien jugado.
Ella se estremece aún más al darse cuenta de que lo sé. Recuerdo
perfectamente la discusión entre los Duques la noche que me ganaron.
¿Qué hay de Verity? Era la elección obvia.
Puedo ver lo que Remy quiso decir antes, acerca de que es demasiado frágil.
Obviamente no había pensado mucho en encontrarse cara a cara conmigo. Su rostro
se tiñe de un color escarlata brillante y sus manos comienzan a retorcerse. Hija única,
supongo, y apuesto a que no se ha salido con la suya ni un día en su vida. Esto es
como darle un puñetazo a un hámster. Ni siquiera es agradable. Poniendo los ojos
en blanco, la saco de su miseria. —Mira, no te preocupes. Yo lo habría hecho peor.
Ella exhala con fuerza. —¿Quizás tenga algunas chanclas viejas en mi locker?
Aparto esto con la mano y abro la revista una vez más. —Oh, Verity, no te
rindas ahora. ¿No quieres ver cuánto duro?
Ella responde con una sonrisa y le hace un gesto con el dedo a su madre antes
de salir de la oficina, con una curva abatida en sus hombros.
A Mamá B no le hace gracia. —Mi Verity es una buena chica.
—Lo sé. —Los gruñidos del intenso ejercicio flotan a través de la puerta que
había dejado abierta—. Probablemente demasiado buena para ellos. Le hice un
favor. —Me levanto y miro por la ventana que da al ring. Sy está en el medio, sin
camisa y con un par de pantalones cortos. No está boxeando, no en el sentido
tradicional. Su estilo es más MMA, pero menos sucio que el de Nick. Patadas en
arco y violentos rodillazos con una postura perfecta. Su espalda está cubierta de
músculos duros y la piel cubierta por una fina capa de sudor. Su oponente parece
más un compañero que un enemigo, lo que le da pistas en el camino. Hay algo en
él que me resulta familiar, pero no logro ubicarlo. En cualquier caso, rápidamente
se hace evidente que Sy es un luchador poderoso.
—Es bueno —me digo a mí misma tanto como a cualquiera.
—Puede que Nick tenga sangre Bruin, pero Sy es el verdadero luchador de la
familia. —El perfume y el tintineo de las joyas indican que Mamá B ya no está en su
asiento, sino que está parada junto a mí y también observa—. Para él no es un juego.
Es una misión. El chico lucha como si el eje de la tierra dependiera de que él ganara.
—Uno pensaría que con todo ese ejercicio, sería un poco menos... —Ella levanta
una ceja y termino—... imbécil.
Ella suelta una carcajada. —Te diré lo mismo que le dije a mi hija cuando la
estaba empacando esos zapatos que llevas. —Ella me mira, chasqueando chicle—.
Todo hombre poderoso tiene demonios. Las cosas que hacen para conseguirlo dejan
una huella en su alma.
—También dejan marcas en otros lugares. —Toco el tatuaje en mi hombro y mi
rostro se oscurece—. Algunos visibles. Algunos no.
Mamá B se da vuelta y agarra la mano de mi omóplato. Sus uñas afiladas se
clavan en la suave piel de mi muñeca. —Esa marca puede haber sido dolorosa,
Duquesa, pero también es un regalo. Estás protegida. Codiciada. Reclamada. —Lo
dice como si fuera algo bueno, y cuando la miro a los ojos, veo que lo dice en serio.
Es como lo que Nick sigue diciéndome. Debería estar agradecida. Ella me suelta y
asiente—. Por aquí, las chicas de tu edad y la de Verity son una de dos cosas: hablar
por ellas o hablar de ellas. No le hiciste ningún favor a mi pequeña.
La verdad es que hasta que Leticia desapareció, a nadie le importaba lo que
yo hacía, a quién pertenecía ni lo que quería.
Ahora soy tal como ella dijo. Soy alguien de quien hablar. Vulnerable. De
repente, los monstruos vienen hacia mí de izquierda a derecha, mordisqueando su
libra de carne.
Un gruñido desde el suelo llama mi atención. Con el pecho agitado, Sy se
limpia la frente con el dorso de la mano y escupe sangre en el suelo. Pero regresa
para otra ronda, exactamente como había descrito Mamá B. Como un hombre con
una misión.
Pero eso es lo que pasa con los hombres poderosos y sus demonios.
Pueden ser asesinados.
Tengo doce días para descubrir cómo.
Capítulo 10
SIMON
Balanceo, puño, patada.
Bruce esquiva y evade cada intento.
¡Golpe!
—¡Maldita sea! —Grito, tambaleándome por el golpe—. ¿Hablas en serio?
—¿Aún estás dormido, Sy? —se burla. Si fuera cualquier otra persona, saltaría
sobre él y le golpearía esa cara engreída por hablarme así. Sin embargo, Bruce es
mi compañero de entrenamiento habitual y un DKS. Hemos pasado los últimos tres
años en una competencia continua, desde nuestros días de promesas y novatadas,
hasta comparar nuestras victorias en Viernes de Furia Nocturna. Incluso intentó, sin
éxito, ganarse el puesto de Duque, lo que sólo ha aumentado nuestra rivalidad.
Desde entonces, su misión en la vida ha sido menospreciarme y enojarme.
Misión cumplida.
—Escuché que tuvieron una fiesta la otra noche —dice, saltando con cansancio.
No será difícil agotarlo. Tengo más resistencia—. ¿Quizás necesitas un poco de café?
Básicamente, sé lo que no necesito: una distracción como Lavinia Lucia, en mi
espacio, siendo alardeada por mi hermano, desapareciendo con mi mejor amigo,
quitándose sus malditos pantalones en mi sala de estar. Me la quito de la cabeza y
me pongo de puntillas, calculando mi estrategia.
Uno pensaría que masturbarme justo antes de salir de la torre me habría
ayudado a concentrarme. Al menos cortar un poco la tensión que zumba como un
cable bajo mi piel. Pero no. Todavía está más tenso que la banda en el cuello de un
sacerdote.
La peor parte de toda esta mierda de la Duquesa es que hace años que me
despojé de la lujuria constante y molesta por chicas así. No fue fácil. A todo hombre
nada le encantaría más que reventar una carga gorda en un buen coño. Pero no soy
todos los hombres. Vi como Remy, Nick e incluso Tate tenían una cola normal de
folladas, persiguiendo faldas como perros salivantes, sin siquiera importarles que
fueran esclavos de ella.
Pero yo no. Al igual que el deseo de pelear, cada vez que siento ese indicio de
deseo candente subiendo por mi columna, visualizo el agua tranquila de mi océano
interior y me lanzo a algo productivo, que vale la pena. Trabajo escolar.
Levantamiento de pesas. Capacitación. Papeleo para mi papá, registro de datos para
mi padre, trabajo de jardinería para mi mamá. No es que las chicas nunca quieran
algo, porque lo quieren. Coquetean y se visten de la manera más puta posible,
bailando a mi alrededor como pequeñas muñecas pintadas, y las rechazo a todas.
Eres demasiado duro, solía decirme Tate, con ojos de desaprobación. Pero cuanto
más cruel y frío era, menos lo intentaban, porque esta es mi verdad:
No necesito coños.
Esto es todo lo que necesito.
Mi puño encontró la mandíbula de Bruce con un clic audible, haciéndolo
tropezar hacia atrás. Me acerco a él, golpeándolo lo suficientemente fuerte como
para escuchar el aliento escapar de sus pulmones en un doloroso silbido.
La conmoción es suficiente para captar la atención de los otros chicos alrededor
del gimnasio, y mientras me limpio la sangre del labio, se agolpan alrededor del
borde del ring. Son todos de DKS. El gimnasio es sólo para miembros, aparte de
algunos entrenadores y aspirantes a luchadores más jóvenes. Potenciales DKS. Ah,
y los putones. Siempre están ahí, como dije. Pequeñas muñecas putas pintadas.
Reconozco caras de la fiesta de este fin de semana. Una cosa es dejar que esa perra
se meta en mi cabeza, pero otra es avergonzarme delante de estos tipos.
Yo —golpe—, jodidamente —golpe—, la —patada—, odio —¡golpe!
Bruce se agita hacia atrás, con los brazos enganchados en las cuerdas elásticas
alrededor del ring para evitar caer por completo. —Jesús. —Los chicos detrás de él
lo empujan para que se ponga de pie, gritándonos a los dos. Él sonríe—. Eso está
mejor.
La energía aumenta entre nosotros, la competencia amistosa normal se
convierte en una corriente subterránea de hostilidad. No me gusta. Se parece
demasiado a cómo solía ser: inestable, como un cable con corriente. La mayor parte
de mi entrenamiento estos últimos años ha sido eliminar las emociones de la pelea.
Nunca lo hago por ira, frustración o resentimiento. Ya no.
Sólo estas últimas dos semanas he sentido la furia deslizándose por mi columna
con cada golpe.
Bruce habría sido un buen Duque. Tiene las cualidades de liderazgo y el
empuje. Lo hizo bastante bien, desfigurando el altar de los Barones durante el
verano, pero una vez que volvimos con el vídeo de Lavinia (lo que le hicimos, la
hija de un Rey), se acabó. ¿Golpear a los Condes y a los Lords de un solo golpe?
Nadie podría superar eso.
También teníamos un as bajo la manga. Nick y su precioso legado de sangre
reclamaron el tercer lugar justo debajo de él. Ya dije que lo sentía, pero no fue
precisamente sincero. Incluso después de todo, incluso después de que Nick nos
diera la espalda y se convirtiera en basura del Lado Sur, todavía prefiero tenerlo a
él a mi seis que a cualquier otra persona. Creo que Bruce probablemente podría
darse cuenta. La siguiente vez que lo vi, estaba totalmente compensando en exceso
con su nuevo y llamativo auto deportivo y su elegante reloj de lujo, restándole
importancia como si no le importara nada. Es un poco patético el espectáculo que
hace la gente.
Su puño se dispara, pero lo esquivo, fallando por poco el golpe. Utilizo el
impulso para girarme y deslizarle la pierna, enviándolo a estrellarse contra la
colchoneta. Gritos y vítores provienen de los chicos alrededor del ring, abucheando
y burlándose mientras me limpio el sudor de la frente y me preparo para derribar a
Bruce un poco más.
Es por su maldito bien. Hemos sido iguales durante tres años, pero eso se
acabó. Lo supero en rango, lo anulo y lo domino. Necesita conocer su lugar.
Me abalanzo sobre él mientras todavía está en el suelo, con las piernas
inmovilizándolo contra la colchoneta. Levanto el puño, preparado para reclamar la
victoria, pero un silbido estridente me interrumpe. Es una señal familiar y universal:
Mamá B quiere nuestra atención.
—Saliste bien librado —le digo, dejando en claro que podría haberle pateado el
trasero.
Su pecho sube y baja por el esfuerzo. —Como sea, hermano.
Me levanto de un salto y, a pesar de la agitación inquieta que gira en mi pecho,
le ofrezco mi mano, sacándolo de la colchoneta cuando la agarra de mala gana. Una
de las chicas me tira una toalla y me entrega una botella de agua. —Buen trabajo, Sy
—dice, inclinándose sobre la cuerda. Ignoro sus tetas, desenrosco la tapa y miro por
encima de las cuerdas. Mamá B está parada a unos metros de distancia, con mi
Duquesa de aspecto nervioso a su lado.
Mamá B se golpea la muñeca. —Lo siento, Simon, pero se acabó el tiempo.
Tengo que hacer algunos recados. —Por la mirada rápida y de reojo que le lanza a
Lavinia, queda claro que es una buena forma de decir que ya no me cuida a mí.
Asintiendo, dejé caer la cabeza y recuperé el aliento. —De todos modos, Bruce
estaba a punto de que le dieran una paliza. Probablemente sea un buen momento
para parar.
—Que te jodan, Perilini —grita, secándose la cara—. Estaba planeando mi
regreso. Si alguien aquí tiene suerte, es tu lento trasero. —Sus ojos se dirigen a Lavinia
y un calor irritante recorre mi columna.
Enganchando la toalla sobre mi cuello, trepo por las cuerdas y salto al suelo.
Le doy a Mamá B un educado beso en la mejilla cuando la alcanzo. —Gracias por
ayudar.
Su boca se frunce de manera molesta, pero puedo ver el afecto en sus ojos. —
Está bien, pero no lo conviertas en un hábito. Tengo mucho que hacer por aquí.
—No lo haré. —Es una leve amonestación, pero soy consciente de lo que
realmente la descontenta. No se suponía que Lavinia fuera Duquesa. Su hija, Verity,
estaba en lo más alto de nuestra lista, extraoficialmente, pero Mamá B tenía que
saberlo. No me opondría. Fácil. Eso es lo que habría sido Verity. Ella entendía el
papel de una Duquesa, por lo que no habría sido necesario entrenarla. Es
ciertamente dócil. Su madre la crió para que comprendiera su lugar en la jerarquía
del sistema. Es como una hermana pequeña, no el tipo de chica que me pone la
polla dura. Además, habría hecho feliz a mamá.
En cambio, estamos atrapados con la descendencia de perra de Lucia.
Señalo con la barbilla a Lavinia. —Ven conmigo.
Me sigue, temblando un poco. Mantienen frío el gimnasio porque hacer
ejercicio es un negocio que requiere mucho sudor. A los chicos les encanta el frío
de aquí. Hace que los pezones de las Cutsluts se pongan duros todo el tiempo.
Lavinia no es diferente, intenta inútilmente cubrirse las tetas con los brazos.
Simplemente los junta, obligándome a luchar contra el impulso de mirar. Ya es
bastante malo que me haya despertado por las mañanas con los boxers sucios como
un maldito estudiante de secundaria. ¿Realmente tiene que andar por ahí como una
zorra con esas camisetas de tiras y pantalones cortos? Mierda.
Rechinando los dientes, empujo la puerta del vestuario para abrirla con
demasiada fuerza, lo que hace que se golpee contra la pared. Lo agarro en el
columpio y lo mantengo abierto, esperando. Cuando todo lo que Lavinia hace es
moverse hacia un lado, levanto una ceja hostil. —¿Qué carajo estás esperando?
Vamos.
Se congela, mirando entre la puerta abierta y yo. —¿Quieres que vaya contigo
al vestuario de hombres?
El sonido del agua corriendo y voces masculinas resuenan en los azulejos. —
Necesito ducharme y cambiarme —le digo, como si estuviera hablando con un niño
muy tonto—, y no se puede confiar en ti sola.
—No voy a ir a ninguna parte —insiste, resistiéndose—. Nick y yo llegamos a un
acuerdo.
—Sí, bueno, tú y yo no lo hicimos.
Nos miramos fijamente durante un largo momento y ella deja caer los brazos,
probablemente pensando que voy a ceder ante la señal de sus pezones duros. No.
Al final, deja escapar un resoplido de asedio y entra. Cuando pasa, recibo un soplo
de su champú y una vista de alta definición de sus nalgas moviéndose bajo una tela
brillante y ajustada. Como un perro ante una chuleta de cerdo, mi polla
inmediatamente se anima y hace que apriete los puños.
Esto, me recuerdo, es jodida culpa de Nick.
Hirviendo en silencio, la dirijo a la fila de casilleros, considerando a medio
camino si agarrarla y arrojarla dentro mejoraría o empeoraría mi situación. Me
imagino que tendría una libido anormal para acompañar mi polla anormal.
Ignorante de mi confusión interior, se apoya contra las puertas de metal, su
cuerpecito apretado tiene una curva engañosamente casual. Se necesita tanta
disciplina para apartar mis ojos de la protuberancia de sus caderas como para dejar
que Bruce se levantara antes. Peleando y follando. Mi cerebro sigue intentando que
me rompa, pero no lo hago. Me imagino mi océano, escondiéndolo todo bajo la
superficie de las olas.
Soy mejor que esto.
Abro mi casillero y empiezo a sacar mis cosas, tratando desesperadamente de
pensar en otra cosa. La risa bulliciosa de Bruce rebota en las paredes, lo cual es una
distracción útil. Definitivamente todavía está emocionado por la pelea. Alejándome
de Lavinia, me bajo los pantalones cortos y rápidamente me envuelvo una toalla
alrededor de la cintura. No necesito más comentarios sobre lo que se balancea entre
mis piernas.
Efectivamente, cuando me giro hacia ella, ella tiene los ojos muy abiertos y
mira fijamente a cualquier cosa menos a mí. —Ese tipo con el que estabas peleando.
Estaba con Rath cuando... cuando me trajeron aquí. —Se toca el cuello y lanza una
mirada cautelosa hacia su voz.
—Sí —confirmo, simplemente sintiéndome más enojado porque Nick actuó a
nuestras espaldas, ordenándole a DKS que hiciera lo que su pene le ordenara—. A
diferencia de otras personas, Bruce hace lo que le dicen.
Ella frunce el ceño al suelo. —¿Y qué se supone que debo hacer?
—Siéntate —le digo, señalando el banco—. Y no te muevas o haré que uno de
los luchadores supervise. —Ella frunce el ceño y se deja caer pesadamente en el
banco, con la cabeza tan alejada de mi entrepierna que puedo ver el tendón de su
cuello tensándose.
Camino alrededor de los casilleros hacia las duchas y me meto bajo el agua
caliente, haciéndolo rápido. Me limpio el sudor y la sangre, luchando por despejar
mi mente de sus caderas, su culo y sus tetas, pero es frustrantemente difícil
desconectarme. Por lo general, soy bastante bueno distrayéndome de la
desagradable oleada de necesidad que surge de vez en cuando. El problema es que,
desde esa noche que irrumpimos en el burdel, “de vez en cuando” se ha convertido
en una guerra diaria contra mi pene. Puede que no quiera follar, pero ¿mi polla?
Se mueve a medio camino bajo el chorro de la ducha, como un cachorro
excitado.
De repente, mi polla es como una maldita vara de radiestesia para su coño.
A dos cabezales de ducha de distancia, Bruce cierra el agua y dice: —La nueva
Duquesa está bastante buena. —Se seca con una toalla blanca—. Lucia o no, me la
follaría.
Giro las manijas y detengo el agua. —Tú te follarías un colchón cálido.
—¿Quién dice que tiene que estar caliente? —Bruce se ríe, pero puedo escuchar
el hilo de interés en su voz cuando mira hacia los casilleros—. Hablando en serio. La
sentí bien cuando puse el rastreador y vi el video. Tu hermano la dominó
amablemente, pero ¿y tú? ¿Ya le diste de comer a ese monstruo? ¿La destrozaste?
—Es una puta, sin nada de encanto. No voy a tirar mi polla a la basura de
Condes. —Me froto el pelo con una toalla—. Tú y mi hermano idiota pueden ser
indiscriminados, pero yo tengo estándares.
Bruce resopla, porque ha escuchado mi canción y mi baile antes. Pero es
verdad. Todos estos tipos lo dan gratis, pero mi polla es un regalo. Creen que es
porque tengo un tamaño antinatural, pero se equivocan. La verdad es que las perras
de por aquí hablan mucho de querer una polla monstruosa, pero cuando las cosas
se ponen feas, no pueden soportarlo.
Y cuando no pueden soportarlo, nunca es culpa suya, ¿verdad?
Antes de que pueda empezar, Bruce sale de la ducha y pasa por la fila donde
está esperando Lavinia. Su expresión es pasiva, pero sus hombros están tensos y sus
ojos alerta. Corto la fila de regreso a mi casillero y noto su mirada moviéndose por
encima de mi hombro, parpadeando alarmada. Miro hacia atrás y veo a Bruce
apoyado contra la puerta de su casillero, completamente desnudo, con la polla
semierecta entre sus piernas mientras la folla con los ojos.
—Vamos hombre. —Se agacha para tomarse en la mano—. Si no te la vas a
follar, ¿qué tal si me das una oportunidad? La estiraré y la prepararé para ti.
Resoplando, meto mi neceser en el casillero. —En primer lugar, Nick es más
grande que tú.
Bruce se burla: —No es muy probable… —pero hablo por encima de él.
—En segundo lugar, el coño de la Duquesa es sólo para los Duques. No pasaste
la corte. —Es un golpe bajo, pero hoy no me siento generoso. Mi piel se siente
caliente, mis pelotas están lo suficientemente apretadas como para dolerme. La
pelea, esta perra. Todo este maldito asunto me tiene nervioso como un nervio
expuesto, y no importa cuánto me masturbe, parece que no puedo purgarlo.
—¿Qué tal si luchamos por ello? —sugiere Bruce, cambiando visiblemente de
táctica—. El ganador se lleva todo.
—¿Qué tal si usas esa brillante personalidad tuya y consigues tu propio coño?
—respondo, sabiendo muy bien que Bruce se ha abierto camino a través de las
Cutsluts una docena de veces. Esa información me cabrea aún más. Las chicas
quieren su polla. Se les antoja. No actúan interesadas sólo para mirarlo como si fuera
un bicho raro cuando llega el momento de pagar.
Otros dos chicos se han acercado a este punto: Dave, con un par de calzoncillos
bóxer negros ajustados, y Kent, que ni siquiera se molesta en cubrir su desnudez
con la toalla que tiene colgada alrededor del cuello. DKS responde a la promesa de
que el ganador se lo lleva todo como las polillas a la llama, pero no estoy de humor
para competir, ciertamente no por este pedazo de basura. Todos están esperando a
que responda y hay algo en el hecho de que Bruce tiene que preguntar (que necesita
mi permiso antes de poner una mano sobre Lavinia) que me hace detenerme y
considerarlo.
—Dame ese reloj que sigues mostrando —decido, señalando su casillero—, y te
dejaré intentarlo. Suponiendo que puedas manejarla.
—¿Qué? —Lavinia jadea, son las primeras palabras que pronuncia desde que
llegamos aquí—. ¡No puedes hablar en serio!
La ignoro. —Sólo mantente alejado de su trasero. Remy ya ha pedido esto, así
que está prohibido.
—No te preocupes, nena —dice Bruce, buscando el reloj en su casillero y
arrojándomelo—. Puedo manejarte muy bien.
Cojo el reloj con un hábil movimiento desde el aire, haciendo lo mejor que
puedo para ocultar mi sorpresa. Es un reloj realmente bonito. El tipo de reloj que
los idiotas como Bruce ni siquiera llamarían reloj. Lo llaman “péndola”. Lo peso en
mi mano. No hay manera de que ella valga la pena. ¿Pero qué expresión exangüe,
contorsionada y horrorizada está haciendo su rostro? Eso seguro que lo es.
Ella salta de la banca en un instante, pero Bruce tiene instintos asesinos. Él salta
sobre el banco, balanceando su polla, y fácilmente la inmoviliza contra la puerta de
metal. Lavinia levanta un rodillazo, pero él lo bloquea. Le siguen los dientes.
—Oh, por cierto —digo casualmente—, es una luchadora.
Alcanzo mis boxers y escucho el sonido de sus cuerpos golpeándose contra las
puertas de metal. —Jesús —gruñe—. Agarra sus brazos, ¿quieres?
Sé que no me está hablando a mí, y eso se confirma cuando Dave y Kent le
ponen las manos encima, uno a cada lado. Me levanto los pantalones cortos mientras
ella continúa luchando, muy superada en número. Aun así, es lo suficientemente
salvaje como para tener que tirarla al suelo duro. Bruce se sienta a horcajadas sobre
sus caderas y le levanta la camisa, dejando al descubierto su sujetador negro
transparente. Tirando de las copas hacia abajo, le acaricia las tetas con las manos y
las aprieta con fuerza.
—Creo que te gusta lo duro, ¿no? —Dice Bruce, balanceando sus caderas contra
los pantalones de cuero.
Ella se agita, una combinación impía de un gruñido y un chillido saliendo de
su garganta tensa y, por un momento, me invade una extraña sensación de
decepción. Ella debería estar mejor. Es nuestra Duquesa, joder. Se supone que debe
ser fuerte e inflexible. Un destello del recuerdo (de esa noche en el Hideaway) me
agarra como un tornillo de banco. Entonces también le habían sujetado dos
hombres. Lavinia al final es como cualquier otra chica. Pequeña. Débil. Fácilmente
dominada. Recuerdo muy bien la forma de ella bajo mis manos. La forma en que
se veía mientras tomaba la polla de mi hermano. Cómo se quedó tan quieta para
Remy y para mí mientras pasábamos nuestras pollas sobre su coño usado.
Mi polla se llena dentro de mis boxers, dura y gruesa, y no hay nada que pueda
detenerla. No mientras veo a Bruce jadear como un perro, bajando la cintura de sus
pantalones ajustados. No mientras observo a los otros dos, con los ojos brillando de
anticipación y alegría mientras la someten. No mientras la veo chasquear, gruñir y
detonar con furia aterrorizada.
No mientras imagino, anhelo, estar en el lugar de Bruce.
—Vete. —Las palabras son un sonido ronco, apenas audible. Dave se ríe
mientras Bruce le separa las rodillas. Golpeo el casillero de metal con el puño y
gruño—: ¡Vete a la mierda de aquí!
Dave y Kent bajan sus brazos inmediatamente, siguiendo obedientemente mis
instrucciones. Bruce está demasiado absorto en la diversión, así que me lanzo hacia
él, lo levanto de su cuerpo y lo lanzo al otro lado de la habitación. —¡¿Estás
jodidamente sordo?! —Sin pensarlo, le lanzo su reloj, sin importarme cuando se pone
de pie de un salto, con los músculos tensos—. Vete.
—¿Qué carajo, Perilini?
Camino hacia él y le tiro una toalla al pecho. —No me obligues a decirlo por
tercera vez.
Respira larga y profundamente, con las fosas nasales muy abiertas. —De todos
modos, no será buena después de que la hayas tenido.
Un momento después, estamos solo ella y yo. El vestuario quedó sumido en
un silencio cargado. Presiono mis palmas contra la puerta y apoyo mi peso sobre
ellas, jadeando mientras trato de reprimir los impulsos. ¿Por qué esto es tan
jodidamente difícil? Han pasado años y he estado bien. Ahora puedo sentir esa
necesidad primitiva y animal abriéndose paso, y es casi como si no le importara lo
que consiga (pelear o follar), pero conseguirá algo. Me giro para mirarla, mi polla
está ardiendo y la piel tensa. Casi tengo miedo de tocarla por miedo a correrme.
Soy mejor que esto.
Lo soy.
Pero ella no lo es.
Lavinia se pone de pie y se baja la camisa con una mano mientras con la otra
se sube los pantalones. —¡Hijo de puta! —empieza, con la cara de un rojo escarlata
intenso, pero no la dejo continuar.
—Tú hiciste esto —siseo, señalando la tienda obscena en mis boxers mientras
camino hacia ella. Se aleja de mí, pero de repente choca con un casillero, sin ningún
lugar a donde correr—. ¡Lo has estado haciendo durante días! Haciéndome sentir
esto… este jodido… —Pero no puedo encontrar una palabra para eso.
Al parecer, ella puede. —¡¿Me estás culpando por ser un monstruo cachondo?!
Monstruo.
Agarro un puñado de su cabello, mi pecho se hincha de furia. —Ustedes, perras,
siempre prefieren esa palabra, ¿no? ¿Quieres saber por qué? Es porque todas son
iguales.
Su cuello se tensa mientras se esfuerza, sus ojos lucen tan enfurecidos como yo.
—Es porque es verdad y tú lo sabes —se burla, mostrando sus dientes—. Apuesto a
que la gente piensa que eres el normal entre ustedes tres, pero están equivocados.
Eres el más jodido.
Mi otro puño se levanta hacia atrás, listo para sentir su hueso debajo de mis
nudillos, pero cuando lo golpeo hacia adelante, lo detengo apenas una pulgada de
hacer contacto. Peleando y follando, follando y peleando.
Su cuerpo puede ponerse rígido, pero no se mueve.
No se inmuta.
No voy a romperme por una chica que es un cuarto de mi tamaño.
—Tienes dos opciones. —Con el pecho subiendo y bajando con respiraciones
furiosas, empujo la parte superior de su cabeza hacia abajo, obligándola a
arrodillarse—. O te deshaces de esto —digo, empujando su mejilla contra mi
erección—. O los traeré de vuelta aquí y les dejaré tener rienda suelta contigo.
Intenta alejarse, luchando contra mi agarre en su cuero cabelludo. —Si me
preguntas con quién preferiría follar, entonces bien podrías llamarlos de nuevo. ¡No
me voy a empalar en tu polla de caballo!
—¡Entonces usa tu boca! —Ladro, empujando la cintura elástica hacia abajo—.
Tú lo hiciste. ¡Te lo llevas!
Ella respira con dificultad, con los ojos fijos en algún punto vago detrás de mí,
negándose incluso a hacer contacto visual con mi polla. —Me ahogaré. —Mi polla
reacciona a esa posibilidad con un tic excitado que hace que el líquido preseminal
gotee desde la punta. Sus ojos saltan ante el movimiento y su rostro se contrae de
indignación—. Oh, Dios mío, eso te excita, maldito...
Muevo mis caderas, la punta de mi polla frota un rastro húmedo sobre su
mejilla. —Te garantizo que sería mejor que tomarlos a los tres.
—He estado allí, he hecho eso —gruñe, retrocediendo venenosamente de la
cabeza de mi pene. Lo mira con escepticismo, como si no estuviera segura de poder
soportarlo.
—No al mismo tiempo —amenazo. Cuando ella no responde, la agarro por la
nuca y la empujo hacia adelante, ordenándole—: Abre.
Aprieto su cuello con más fuerza, una forma no verbal de hacerle saber que
tomaré represalias si hace algo estúpido. Aún así, su rostro tarda un buen rato en
cambiar. Es un cambio sutil (la arruga de su frente, el brillo de agonía en sus ojos)
y lo oculta lo suficientemente rápido, cerrando su expresión. Pero todavía lo
entiendo.
Está aceptando su pérdida.
El calor purulento dentro de mi pecho aumenta ante el conocimiento.
Sí.
Conoce su lugar.
Lentamente, sus labios rosados se abren lo suficiente para que pueda detectar
el destello húmedo de su lengua detrás de sus dientes. Demasiado impaciente para
esperar, empujo contra su boca, la cabeza de mi polla se introduce en el espacio.
Sus mejillas se arrugan en una mueca, pero apenas lo noto, demasiado ocupado
probando, empujando más adentro, entendiendo finalmente lo que significa sentir
una lengua caliente y resbaladiza contra la cabeza de mi pene que gotea. Agarro
cada lado de su cabeza y la sostengo allí, empapándola. La vista de su boca envuelta
alrededor de ella, incluso solo la punta, es casi suficiente para llevarme al límite.
Ya me han hecho pajas antes. En la escuela secundaria, cuando todavía tenía
la ilusión de que el sexo significaba algo, las chicas solían hablar mucho, pero
siempre terminaban acobardándose. Envolvían sus puños alrededor de mi eje y me
daban sacudidas medio avergonzadas, como si estuvieran rezando a Dios para que
explotara mi carga y les tuviera la misericordia de no esperar nada más.
Pero ninguno de ellas hizo nada jamás por chuparme.
Sería una broma pensar que esto es mejor que esas pajas, porque Lavinia
apenas hace nada. Cierra sus labios alrededor de mí, pero mantiene su lengua
quieta, sus manos salen para apoyarse contra mis caderas cuando empujo contra
ellas, con un sonido tenso y tembloroso.
No es mi intención. Es sólo la vista de sus labios envolviéndome. El
conocimiento de que ella me está frenando, pero fácilmente podría abrirme paso
hasta el fondo de su garganta.
Al final me doy cuenta de que lo he desperdiciado.
Mientras se arroja lejos, escupiendo una espesa bola de mi semen en el suelo,
farfullando desordenadamente, ese es el primer pensamiento que me golpea.
Debería haberla empujado más, hacer que durara más, forzar cada gota de mi
esperma a bajar por su garganta. Es como cuando vi su coño esa noche bañado en
nuestro semen. Es todo en lo que he podido pensar, y ahora, esto es todo en lo que
podré pensar: su boca, esos labios y la forma en que se veía de rodillas.
Una cosa que no cambia es cuánto la odio por eso.
Capítulo 11
LAVINIA
El viaje de regreso a la torre transcurre en un silencio tenso y sombrío. Gotas de
sudor me caen por la frente. Puedo sentirlas asentarse en mi espalda baja. Sy ni
siquiera me mira, sentado rígidamente detrás del volante. Conduce como un robot,
apenas se mueve, inquietantemente eficiente. Sin ninguna razón tangible, tengo la
sensación de que está evitando la necesidad de mirarme. Tal vez sea el tic sutil
debajo de su ojo o la forma en que sus dedos siguen apretándose alrededor del
volante, con los nudillos volviéndose blancos.
El pequeño y desesperado sonido que hizo cuando se corrió todavía retumba
en mi cabeza.
—Baja la ventanilla. —Es una exigencia desesperada que rompe el silencio como
una granada. Muevo frenéticamente el botón de arriba hacia abajo, pero no pasa
nada: está bloqueado. Me obligo a enfrentarlo—. Baja la maldita ventanilla antes de
que vomite tu semen por todo el tablero.
Zum.
La ráfaga de aire es húmeda pero aún así bienvenida. Inspiro y exhalo, tratando
de mantener a raya las náuseas. Por mucho que me gustaría arrojar esperma sobre
el impecable SUV de Sy, realmente no quiero volver a enojarlo.
No es que nunca hubiera chupado una polla. Ni siquiera es como si nunca me
hubieran obligado a probar el esperma de un chico, porque antes de esa noche en
el Hideaway, Nick me había acorralado. Una vez, la Navidad pasada. Daniel me
había dado a él como un “bono”. No tocarme, esas eran las reglas, pero Nick no
tenía que tocarme para dejar su marca. Me hizo mirar mientras se masturbaba sobre
mi cara, cubriendo mi boca con su semen. Fue la única vez, pero bastó con que
Daniel hiciera una nueva regla. Nick nunca podría volver a estar a solas conmigo.
Supongo que Nick lo disfrutó demasiado. Lo tomó y lo convirtió en algo que no
existía al decidir que yo era suya.
Debe ser hereditario.
Todavía puedo sentir a Sy en la bisagra de mi mandíbula, la invasión forzada
de una intrusión demasiado grande y no invitada. Al menos Nick no había forzado
su polla a entrar. Al menos no me había hecho sentir su forma en mi lengua,
hinchada y perversa. Puede que a Nick lo cuelguen, pero el de Sy es grotesco.
—Oh Dios. —Otra oleada de náuseas me invade y asomo la cabeza por la
ventana como un perro.
—Dame un respiro —murmura—. Chupaste la polla durante tres segundos
completos y apenas tragaste nada. Maldita reina del drama. Debería haber dejado
que Bruce te tuviera.
—Sí, tal vez deberías haberlo hecho —respondo—. Al menos no es un mutante.
El auto se detiene con un chirrido, arrojando mi cabeza contra el canalón de
la ventana. Antes de que pueda recuperarme, una mano me agarra por la garganta
y me arrastra hacia dentro.
—Un día, perras como tú se darán cuenta de que una polla como la mía es
demasiado buena para sus coños rancios y gastados. —Y añade—: No al revés. —Me
da un empujón, con el ceño fruncido—. Y pensé que vivir en un burdel durante un
año te enseñaría un par de cosas sobre cómo tratar con un hombre de verdad.
Supongo que me equivoco.
—¡¿Un hombre de verdad?! —Solté una carcajada—. Eres un bicho raro y un
maldito violador.
Sus dedos se aprietan alrededor de mi garganta y sus fosas nasales se dilatan.
—Te di opciones. No te quejes conmigo porque no puedes soportar las
consecuencias de tus propias decisiones.
Lo juro por Dios, estos hombres han estado viviendo en su propio universo
alternativo. Sabía que los de la Realeza eran malos. Sabía que sus ideas eran
anticuadas y jodidas, pero la amarga rabia que surge de ésta es más de lo que puedo
soportar.
Nos miramos el uno al otro por un momento, sus dedos apretando mi garganta,
y tengo la clara impresión de que nada le encantaría más que aplastarme la tráquea
y terminar conmigo para siempre. Lucho por tragar, por respirar, y creo que puede
matarme aquí y ahora. Si fuera una perra suicida, le escupiría en la cara.
Pero ya ha llegado el momento de hacerlo.
Agarro su mano, meto mis dedos entre nuestra piel y digo: —Tendrás que
responder ante tu hermano si me matas.
Su mandíbula se aprieta y luego me suelta abruptamente. Nuevamente, lucho
por respirar, aspirándolo lentamente mientras él pone el auto en marcha. —No tienes
idea —sus dedos se aprietan alrededor del volante—, ni puta idea de lo violador que
no soy. —Me lanza dos ojos beligerantes y helados—. A los Lords les gusta conquistar
sus coños. A los Barones les gusta todo lo solemne y sacrificado, porque les hace
sentir que vale algo. ¿Príncipes? Para ellos, el coño es una herramienta que les da
algún propósito a sus lamentables traseros. Y los Condes... bueno, ya sabes lo que
los Condes piensan de los suyos. —Me lanza una mirada amenazadora—. Pero los
Duque son mejores. No le quitamos coños a nadie, lo ganamos. Para el vencedor va
todo el botín. —Hay un tenso momento de silencio antes de continuar—: Podría
haberme metido en tantas vaginas estos últimos tres años. Coños que no se sentarían
en mi asiento del pasajero quejándose después. Pero no lo he hecho. Ni una sola
vez. ¿Y quieres saber por qué?
Sin pensarlo, le respondo: —¿Te amas demasiado a ti mismo como para
engañar a tu mano derecha?
Sacudiendo la cabeza, responde fríamente: —Porque no vale la pena luchar por
ninguna de ustedes. Son todas falsas. Todas las putas de esta ciudad buscan un
ángulo para conseguir algo... tú, sobre todo.
Enojada, pregunto: —¿Qué diablos se supone que significa eso? Nunca pedí
ser...
—¿Crees que no veo lo que le estás haciendo a mi hermano? —Me mira, aunque
está claro que no quiere mi respuesta—. ¿Este pequeño acuerdo que tienes con él?
Mira todo lo que eres. La hija de Lucia, el activo de los Reyes, sospechosa de
asesinato, Condesa en ciernes. Puede que Nick esté demasiado ocupado
persiguiendo tu falda para verlo, pero yo no. —Su sonrisa es amarga y sombría—.
Eres sólo un Daniel con tetas.
Parpadeo, mirando sin ver a través del parabrisas mientras pasamos
rápidamente junto a una camioneta lenta.
Un Daniel con tetas.
No suena tan mal, la verdad. —Hablas un montón de mierda acerca de estar
por encima del juego para alguien que acaba de meterme a la fuerza su polla de
burro en la boca.
—Eso —dice—, fue un error.
Doy una risa incrédula. —¿Un error? ¿Tropezaste y te corriste en mi garganta?
Porque no es así como lo recuerdo. —Mirando por la ventana, veo pasar el mundo—
. Eres sólo un Nick sin ninguna delicadeza.
No responde durante mucho tiempo. Pasamos el desvío hacia la Avenida y
comenzamos a dirigirnos hacia el campus, pasando por un accidente, atravesando
los almacenes del Lado Oeste. —No volverá a suceder —dice finalmente, en voz baja
y dura. Lo curioso es que en realidad parece que lo cree.
Yo no tengo ese lujo.

Cuando regresamos, un bajo fuerte resuena detrás de la puerta cerrada de Remy.


Sy va directamente a la cocina y llena un vaso de agua. Luego camina hacia la puerta
de Remy y la golpea. Lo observo desde el arco de la cocina y me quito los zapatos
mientras él espera, impaciente, moviéndose de un pie a otro hasta que vuelve a
golpear la puerta con el puño. Un momento después, la música disminuye
ligeramente y la puerta se abre en una pequeña rendija. Primero aparece la mata de
cabello platino, luego los pómulos afilados de Remy.
—Estoy ocupado.
—No demasiado ocupado para esto. —Sy le da el vaso de agua y luego le tiende
la palma de la mano. No puedo ver lo que está sosteniendo, pero Remy frunce el
ceño. Sy añade con firmeza—: Lo prometiste.
—Bien. —Remy toma lo que sea, algo pequeño, y se lo mete en la boca. Oh.
Medicamento. Bien. Remy toma el siguiente vaso de agua y lo tira hacia atrás. Su
garganta se balancea con tres tragos fuertes antes de devolverle el vaso a Sy—.
Necesito volver al trabajo. —Cierra la puerta, dejando a Sy parado allí con una
expresión colgada.
Al instante, la música vuelve al mismo ritmo de antes, reverberando
desagradablemente a través de las delgadas paredes. Aun ignorándome por
completo, Sy deja el vaso en la cocina antes de desaparecer en su propio dormitorio.
Me quedo ahí, esperando que me digan qué hacer, adónde ir, pero Nick… no
está aquí. Todavía no ha regresado de clase o lo que sea que esté haciendo, y por
primera vez en meses, estoy semi-sola, sin ataduras, en una habitación más grande
que una caja de zapatos. Naturalmente, mi primer instinto es salir corriendo. A ver
hasta dónde puedo llegar. Hay una razón por la que Nick me llama su “Pajarito”.
Ese impulso de volar está grabado en mí, tan imbuido en mi carne como la serpiente
inacabada en mi pierna.
Pero Nick tenía razón.
Puede que sea hora de ajustar mi plan. Para usar a los Duques. Ser su nuevo
Daniel. Abrazar lo que es ser una Lucia. He vivido la ira de mi padre, el
encarcelamiento de Daniel, esa horrible noche en el burdel y ahora Sy.
No me romperán.
Doce días.
Lo primero que hago es coger un puñado de ropa limpia del montón de zorras
y encerrarme en el baño. Me desnudo y me veo en el espejo del baño. Estoy
demasiado delgada y los moretones de esas dos noches en el ascensor aún no han
desaparecido. Lavé la tinta del marcador de Remy anoche, pero a pesar de que
apenas tuve su diseño conmigo durante más de quince horas, de alguna manera se
siente extraño mirar hacia abajo y ver el arte original y de mierda que lo había
indignado tanto. No... lo extraño, necesariamente. Su obra de arte es buena, pero
los niveles de Dahmer son inquietantes. El dragón era detallado y elaborado,
innegablemente hermoso, pero ¿la cola puntiaguda que apuñalaba mi coño?
Simplemente me hace recordar el orgasmo que me dio en su habitación.
Estoy empezando a entenderlo ahora.
Para los hombres de la Realeza, el sexo es tanto un arma como un placer, y
estos tres no son diferentes. Sy podría pensar que los Duques son mejores o
superiores, pero se está engañando a sí mismo. Al final, todo es cuestión de poder
y propiedad. Sólo se sentirá bien cuando ellos así lo deseen. El problema es que
saben cómo manejarlo.
Quiero decir, aparte de Sy, que probablemente no podría encontrar un clítoris
con una brújula y un mapa.
¿Nick y Remy, sin embargo? Tengo que recordar que tocan para hacer daño,
incluso cuando se siente bien.
Me meto bajo el chisporroteante chorro de la ducha y empiezo a limpiarme la
tarde. El semen y el sudor, la suciedad y el engaño. De cara a la boquilla, dejo que
el agua caliente me golpeara la cara, quemando el tenso recuerdo sensorial de Sy
forzando su entrada. No me muevo hasta que se enfría, luego salgo y me congelo al
ver el fregadero.
Hay cuatro cepillos de dientes.
Inclino la cabeza y miro la pequeña taza que los contiene a todos. Es una
muestra extraña y discordante de unificación, como si alguien nos hubiera
despojado a los Duques y a mí hasta lo más mínimo y nos hubiera empujado juntos
en el fondo de este fregadero.
Si tan solo Leticia pudiera verme ahora. Nos peleabamos por todo. Desde que
tengo uso de razón, ella me miraba fijamente, tratando de ponerme en mi lugar. De
alguna manera fundamental e inexplicable, simplemente no había espacio para las
dos. Toda mi infancia la pasé luchando por extender los brazos, por extenderme,
pero mi hermana siempre estaba ahí para empujarlos hacia mis costados. Cada vez
que pensaba que había encontrado un equilibrio, ella encontraba alguna forma
creativa de empujarme hacia abajo. Mentirle a nuestro padre sobre algo que había
hecho, colocar pruebas en mi dormitorio, incluso llegar a golpearse la mejilla sólo
para culparme. Eso es lo que pasa con Leticia. A ella no le importaba salir lastimada
si eso significaba bajarme los humos. Supongo que siempre hemos tenido eso en
común.
Cuando estoy vestida con mis bragas usadas, una camiseta negra y un par de
pantalones cortos, regreso a la sala principal y subo al loft. A la luz del día, no sólo
huele como si un perro viviera allí arriba, sino que también lo parece. La manta
sucia sobre la que dormí está retorcida en el suelo y el cascarón roído de una pelota
de tenis está abandonado en un rincón. Está polvoriento, con corrientes de aire y
casi desnudo, pero, curiosamente, encuentro que no importa. Tiene una sensación
abierta y elevada. Abierto de par en par, sin paredes ni cerraduras ajustadas, y con
una vista amplia y clara de la sala de estar, incluida la puerta de entrada. El cristal
del reloj no es transparente (está empañado por la suciedad y los residuos de la
intemperie), pero proporciona una buena cantidad de luz. Sería perfecto para leer.
Apoyo los codos en la barandilla y respiro profundamente, examinando el área.
Si no significara ser esclava de tres pedazos de mierda violadores, esta podría
ser la casa de mis sueños.
Vuelvo a bajar la escalera de caracol y, justo cuando llego abajo, la puerta de
Remy se abre de golpe. La misma música fuerte y con graves se derrama en el área
común cuando sale, paralizado al verme. Sus ojos salvajes están subrayados con
moretones oscuros debajo de ellos, sus mejillas pálidas y demacradas. Parece más
un drogadicto de la Avenida que un miembro de la Realeza. Con el rostro en
blanco, su mirada cae hacia mi pierna y se fija allí durante un largo período de frío
silencio.
Me aclaro la garganta. —¿Sabes si hay una escoba?
Se sobresalta ante el sonido de mi voz y sus ojos vuelan hacia los míos. —¿Una
escoba?
Bien. Dudo que haya barrido un piso en toda su vida. —Artículos de limpieza
—le digo, asintiendo hacia arriba—. Para que pueda arreglar por aquí.
La comisura de su boca se curva. —¿Qué eres, Cenicienta?
Me encojo de hombros. —Si crees que soy mala, deberías ver a mi hada
madrina. —Especialmente después de lo que pasó con Sy, las palabras de la señora
Crane del viernes todavía están frescas en mi mente.
—Es posible que tengas que abrirles las piernas, chuparles la polla, cocinarles
la comida y lavarles la ropa. ¿Y qué?
Remy parpadea lentamente un par de veces antes de girarse hacia la cocina.
Lo sigo sin decir palabra, observando la amplia línea de sus hombros moviéndose
bajo la tela de una camiseta descolorida y gastada de una banda mientras se detiene
frente a una puerta, señalando débilmente su antiguo pomo.
Espero hasta que se gira hacia el refrigerador, alcanzando una bebida
deportiva, antes de abrir el armario... bueno, una despensa, descubrí. Pequeña.
Estrecha. Pegada. Tragando fuerte, introduzco mi cabeza, agarrando con los dedos
la jamba mientras inspecciono el contenido. Hay productos enlatados, bolsas,
contenedores de arroz y, efectivamente, escondido a un lado hay una colección de
suministros. Veo una botella de desinfectante, un par de guantes de goma y esponjas.
—La mamá de Nick y Sy los trajo. —Me giro, sorprendida de encontrar a Remy
tan cerca, y al instante me lanzo lejos del espacio. A Remy no se le escapa lo tensa
que me he puesto y sus ojos observan mi postura—. No puedo esperar a ver qué
dice sobre ti.
Abro la boca para responder, pero él ya está a medio camino de su habitación,
bebiendo la bebida roja y cerrando la puerta detrás de él.
Mi aliento sale en una exhalación ruidosa y aliviada.
Vuelvo a la despensa, inquieta ante la idea de entrar, pero distraída por la
pequeña colección de suministros. Entonces Nick y Simon tienen una madre que se
preocupa lo suficiente como para traerles estas cosas. ¿Le importa que mantengan
cautiva a una mujer para su propio placer y abuso sexual? Probablemente no. Ella
fue Duquesa en su época. Probablemente sea una mujer más por la que tendré que
sufrir un sermón sobre tener suerte.
Recojo todo lo que puedo sostener en mis brazos y lo llevo todo hasta el
desván. Paso el resto de la tarde y la noche fregándolo de arriba a abajo, llegando a
cada rincón y grieta. Tiro la manta para perros y los juguetes viejos a la basura. Sé
que quieren tratarme como a un animal, pero hay una línea que no cruzaré.
Me lleva un tiempo, pero poco a poco se va arreglando. Encuentro algunas
mantas y almohadas extra en otro armario y las coloco en un palé en el suelo. Llevo
la ropa de puta al desván y la coloco ordenadamente. Una cómoda estaría bien, o
incluso un colchón o una silla. Cualquiera de esas opciones también implicaría que
me quedaré.
Doce días.
Ya es tarde cuando termino. Ni Simon ni Remy han salido de sus habitaciones.
Nick no ha regresado y eso me pone aprensiva. Obviamente la clase terminó hace
horas, lo que significa que tal vez fue a recoger la caja a casa de mi padre. También
significa que tal vez lo atraparon.
No estoy segura de cuál me emociona más. Conseguir la caja o que lo atrapen.
Ambos tienen sus aspectos positivos. Me acomodo en mi cama, ignorando la madera
dura y desgastada que se encuentra unas cuantas capas más abajo, y respiro
profundamente. Muy pronto sabremos cuál resulta ser verdad. Sea lo que sea, mi
padre siempre es quien tiene todas las cartas.
Capítulo 12
NICK
Los Reyes tienen carne de vacuno que se remonta a la Edad Media, pero por alguna
razón, todos viven en el mismo lugar, comprando y heredando sus casas en los
deslumbrantes suburbios al norte de Forsyth. Si alguien pregunta, los Reyes serán
los primeros en insistir en que no es el verdadero Lado Norte, porque está fuera del
territorio. Naturalmente. Nunca querrían criar a sus familias en la basura que han
creado. Lo que no se dan cuenta es que al resto de nosotros nos da lo mismo: los
soldados de a pie, las abejas obreras, los que nos arriesgamos por todo. Para
nosotros, el norte es el norte.
El punto es que Lionel Lucia tiene el privilegio único de jugar en ambos lados.
Cuando le beneficie, dirá que no vive en Lado Norte. Es simplemente un tipo que
busca darle a su familia una buena vida, y ahí es donde se encuentran las mejores
oportunidades. Pero cuando quiere masturbarse con sus secuaces y miembros de la
Realeza, dirá que vive una vida norteña, de principio a fin. Lo peor es que ninguno
de los dos es del todo falso. El dinero del Conde está cubierto de drogas, sangre y
sexo, y se comercializa en callejones oscuros y en esquinas de mierda. Es natural
que criara a su familia en una ostentosa McMansion en medio de los suburbios. Por
otro lado, los Condes son responsables de la prosperidad del Lado Norte. Mientras
que Reyes como Daniel y Saul se contentan con tomar el dinero de sus respectivos
territorios, los Condes y Príncipes toman su dinero de otros lugares, dejando que el
Lado Norte y el Lado Este prosperen gracias a él. Es una mierda, considerándolo
todo.
Estaciono el auto a tres cuadras y viajo a pie hasta la comunidad cerrada. Las
calles aquí son demasiado tranquilas, demasiado serenas, para que mi auto de
mierda pase desapercibido. No es la primera vez que vengo aquí por asuntos
dudosos, pero sí es la primera vez que lo hago al servicio de un coño.
Cuando cruzo la valla perimetral principal, me detengo un segundo para
apreciar realmente este hecho.
¿Vale la pena?
¿La negociación, el compromiso, el constante pinchazo de rechazo cuando se
aleja de mí? Pero ya sé la respuesta: no importa.
Es mía.
Su cuerpo es mío, su atención es mía y, nos guste o no, sus problemas son míos.
Históricamente, la Realeza es una mierda a la hora de conservar a sus mujeres, pero
yo no. Si retenerla fuera tan fácil como follarla cruda y duramente, ¿cuál sería el
punto? No, quedarme con Lavinia Lucia va a significar ensuciarme las manos. Y,
mientras salto la valla de hierro forjado que rodea el complejo de Lucia, me doy
cuenta de que posiblemente estoy perdido. Daniel me mantuvo trabajando duro
durante mucho tiempo y pasé todo el verano inquieto y con ganas de hacer algo. Es
obvio que Saul no confía en nosotros (o en mí, específicamente) lo suficiente como
para repartir el trabajo sucio de los Duques todavía. Supongo que depende de mí
crear mis propios problemas. Bueno, con un poco de ayuda de mi Duquesa.
—Hay un soldado de infantería que camina por la propiedad. Intervalos de
quince minutos —explicó, mostrándome un mapa dibujado a mano—. Los martes y
viernes a las seis en punto tiene una reunión para asuntos del Conde. Nadie más lo
sabe, pero él desactiva toda vigilancia. Esa será tu ventana.
Espero cuatro minutos antes de que aparezca el guardia. Es un tipo grande, de
hombros anchos, e instintivamente toco el arma enfundada a mi costado, listo para
sacarla si es necesario. Por suerte, él pasa lentamente, completamente inconsciente,
y pongo en marcha el cronómetro de mi reloj. Una vez que lo pierdo de vista, me
lanzo de árbol en árbol, manteniéndome en las sombras. Hay una piscina atrás y
puedo distinguir el contorno de una réplica en miniatura de la casa. Inclino mi
cabeza mientras lo inspecciono. ¿Una casa de juguete? Un enorme columpio se
encuentra abandonado en una esquina. Viendo esto, casi se podría pensar que a
Lionel le importaban más de una mierda sus dos hijas, excepto que una desapareció
y la otra fue vendida.
Me detengo en la puerta trasera y miro los números que me escribí en la
muñeca, escondidos debajo del borde de mi guante. El código que Lavinia me dio
para la entrada de servicio por la puerta trasera. —Estarán en su estudio —me dijo—.
Hay una escalera trasera que sale de la cocina... —Me dio indicaciones para llegar a
su habitación desde allí—. Entra y sale. Nunca sabrá que estuviste ahí.
Presiono la serie de números, haciendo una pausa antes de presionar el último.
No estoy tan hipnotizado por su coño como para no haber considerado la
posibilidad de que esto sea una trampa. Los hombres de Lucia podrían estar
esperando para tenderme una emboscada. Sería una decisión inteligente, una que
yo mismo orquestaría si fuera necesario. Quizás todo esto sea una elaborada
artimaña para acabar con los Duques. Pienso en la conversación con Lavinia (el
artículo muy específico que me pidió) y decido que algo está pasando aquí. Algo
más grande que una rivalidad entre Duques y Condes.
Supongo que estoy a punto de descubrirlo.
Clavo el último número en el teclado con el dedo enguantado.
Aparte del sonido del cerrojo al desbloquearse, no pasa nada.
Espero un momento tenso antes de girar el pomo.
Entro con cuidado y en silencio, echando un vistazo a la cocina. Está
impecablemente limpia y cada superficie brilla con poca luz. El primer paso que
doy es cauteloso, con la mente acelerada al saber que los Condes están aquí, en
algún lugar de la casa.
Sus instrucciones son bastante fáciles de seguir, así que me giro hacia la escalera
a la derecha de la puerta trasera. Doy los escalones de dos en dos, evitando el quinto
escalón, que, según ella, chirría como el infierno. En el rellano me quedo pegado al
lado derecho. La izquierda está abierta, un balcón que da al estudio de abajo. Una
luz cálida llega hasta los techos abovedados. No me arriesgo a mirar hacia abajo,
pero me quedo helado cuando los escucho. Voces.
—¿Estás sugiriendo que deje de buscar? —Lionel. Su voz es baja y letal, y es la
voz familiar de Pérez la que responde.
—Estoy diciendo que deberíamos estar preparados.
No necesito estar ahí abajo para sentir la tensión entre ellos. Es una distracción
bastante buena, que me permite continuar, subir las escaleras y llegar al rellano del
segundo piso.
—Hay tres puertas en el lado izquierdo. Dos a la derecha. Mi habitación es la
segunda puerta a la derecha.
La puerta se abre sin problema y entro, cerrándola con cuidado detrás de mí.
Saco mi teléfono y enciendo la linterna. No es hasta que estoy aquí, rodeado de sus
cosas, su aroma, que me doy cuenta de que estoy en un tesoro escondido de cosas
relacionadas con Lavinia. Es voraz, esta hambre se desenrosca dentro de mí,
desesperada por agarrar algo de ella. Inspiro profundamente y capto el aroma de
una chica que nunca conocí.
—Te tengo, Pajarito —susurro, encendiendo la luz sobre su cómoda. Está
impecable, recién quitado el polvo. Paso la yema del dedo por la suave y oscura
caoba de un joyero. Cuando la abro, la figura de una bailarina cobra vida y gira.
Rápidamente lo cierro. Hay un frasco de perfume al lado y no puedo evitar
levantarlo y acercarlo a mi nariz para olerlo furtivamente. Lavanda. Interesante. Hay
un único tubo de lápiz labial en el centro de la cómoda, que llama la atención por
su soledad. Lo recojo y le quito la parte superior, revelando un color carmesí
brillante. Lo vuelvo a colocar en la superficie y dirijo mi atención al espejo.
Escondidos en el borde hay varios recuerdos. Entre ellos se encuentran talones de
entradas de conciertos que tuvieron lugar hace entre dos y cinco años. Pop, punk,
rap. Lavinia no parecía muy quisquillosa, pero apuesto a que era lo mismo. Rápida,
enérgica, viva.
Y luego están las fotos.
Una es de un grupo de chicos en edad de escuela secundaria. Me lleva un largo
momento encontrarla, agachada frente al grupo con la boca bien abierta y sus labios
carmesí enmarcando una lengua rosada y perforada. Lamo mis propios labios por
reflejo, imaginando a ese piercing contra mi polla. Lástima que no se quedó con el.
Otra foto es de dos niñas, un poco mayores. Ambas visten uniformes de
escuelas privadas, faldas a cuadros y camisas blancas escondidas debajo de chalecos
tipo suéter de color rojo brillante. Se parecen, una sonríe y la otra no. Así sé quién
es Lavinia. Ese ceño fruncido de “vete a la mierda”. Lo he visto suficiente. Sus rasgos
están menos definidos aquí, el sutil indicio de grasa de bebé que se desvanece
todavía curva sus mejillas, pero todavía estaba jodidamente sexy.
Devuelvo la foto y abro el cajón superior de la cómoda. Bingo. Un cajón de
ropa interior puede decirte todo lo que necesitas saber sobre una chica. Son en su
mayoría bragas blancas y negras, además de algunos sujetadores con bordes de
encaje. Me llevo un par de bragas a la nariz y huelo la tela limpia y suave. Puede
que no fuera virgen cuando la tomé, pero este cajón me dice que no tiene
experiencia. No hay nada especial ni abiertamente sexy, aunque si le añadimos el
atuendo de colegiala y un par de bragas de algodón blancas, mi banco de jaladas
está lleno.
Agarro algunos pares y los meto en mi mochila. Ella había negociado ropa
para usar en la torre, y cumplo, agregando camisas y pantalones.
Me giro y cambio mi atención a la cama. Es tan extravagante como todo lo
demás en esta casa. Una enorme madera oscura con ejes en cada una de las esquinas
se encuentra debajo de un dosel ornamentado. El motel de mierda y Velvet
Hideaway fueron definitivamente una degradación para nuestra Duquesa. No es de
extrañar que esté tan amargada. Puede que no fuera la favorita de su padre, pero
aun así creció como una pequeña Condesa mimada.
A los pies de la cama hay un baúl de cedro intrincadamente tallado. Ella no
había pedido una manta, pero bueno. ¿No soy tan bueno con mi Duquesa? Lo abro,
con la intención de encontrar ropa de cama, edredones, tal vez incluso almohadas,
pero en lugar de eso encuentro lo más Lavinia de todo.
Nada.
Enciendo la luz allí antes de cerrarlo, notando distraídamente que se ve
bastante deteriorado en comparación con el opulento pulido del exterior.
Luego me acerco a la mesita de noche y abro el cajón. Dentro hay tres libros,
uno de ellos una novela, una página marcada con un envoltorio de caramelo. Cada
vez que iba a verla al Hideaway, tenía algún libro jodidamente horrible cerca. La
novela es Almas Muertas, así que… ya sabes. Lectura ligera. También hay un libro
más delgado y gastado que parece escrito para un estudiante de secundaria. Hay un
gatito bostezando en el frente y el título: Un enfoque práctico para los gatitos. El
último libro es...
Entrecierro los ojos ante el título.
¿Un manual de mantenimiento de una cortadora de césped?
Me encojo de hombros, agarro a los tres y los meto en la mochila. Enciendo
mi luz alrededor del cajón, todavía sintiendo ese hambre enorme dentro de mí,
todavía hambriento de todos sus secretos, y veo algo envuelto en una toalla de mano
azul celeste. Al sacarlo, cobra vida y zumba en mi mano.
Un vibrador.
Miro fijamente el pequeño orbe y mi boca se abre en una sonrisa. Miro hacia
la cama, la polla se pone dura mientras la imagino sobre ella, con las piernas abiertas
mientras se corre, justo allí. Sucedió entre esas sábanas, su coño goteaba mientras
pensaba en ser follada. Exhalo un suspiro uniforme, obligándome a mantener ese
pensamiento para más tarde. Un vibrador. Quizás nuestra chica tenga algunos
impulsos más de los que deja ver. Eso también va en la bolsa.
No pidió estas cosas, pero ahora que la he desgastado y la he obligado a
negociar, no me hará daño tener algunas palancas más bajo la manga.
Satisfecho, me concentro en el evento principal.
Me dejo caer al suelo, retiro el borde de la alfombra y me quito un guante.
Debajo, extendí mi mano sobre las tablas del piso, buscando la correcta. —El borde
es ligeramente irregular, tus uñas se engancharán. Tira de él y se levantará.
Una y otra vez, hago lo que ella dijo, busco el borde, pero no lo encuentro.
Estoy a punto de decir que se joda, tengo todo lo que necesito, cuando la punta de
mi meñique se engancha en un borde desigual. Usando mis uñas cortas, finalmente
logro agarrarme, levanto la esquina y retiro una tabla y luego la otra.
Dentro hay una caja de madera: una caja de puros. El olor a tabaco rancio sale
del agujero, trayendo de repente una sensación de recuerdo de la oficina de mi
papá. Sacudiéndome de él, me doy cuenta de que está envuelto en una intrincada
red de bandas elásticas de colores. Alguien más podría asumir que están colocados
al azar, pero yo lo sé mejor. Este es un sistema de seguridad de bricolaje mejorado.
Apuesto a que conoce cada color y orientación, la ubicación exacta de cada banda,
tan sólida como una contraseña. Lo sacudo y escucho el contenido sonar dentro,
pero no tengo tiempo para tomar una foto y recrear el patrón de las bandas después
de abrirlo.
Molesto, lo meto todo en mi mochila y cerro la cremallera.
Miro la hora. Once minutos. Si llego lo suficientemente rápido, puedo hacer el
primer barrido de seguridad de quince minutos. Comprobando dos veces para
asegurarme de que todo esté en su lugar, me dirijo a la puerta y me detengo frente
al espejo.
No puedo decir qué me lleva a hacerlo. Tal vez sea el aspecto de Lavinia
cuando se despertó esa mañana, toda arrugada y perdida. Probablemente cree que
lo oculta bastante bien, envolviéndose en esa dignidad de perra que es tan a prueba
de balas como el Kevlar, pero lo veo. Es la mirada de alguien que está acostumbrada
a no pertenecer. Miro alrededor de esta habitación, coleccionando pequeñas piezas
del rompecabezas, y dudo que la mayoría de estas cosas sean realmente suyas. La
cama y el baúl, el dosel, las sábanas de raso, la alfombra rosa exuberante…
Todo grita soy una princesa.
Preferiría que sus paredes estuvieran pintadas de negro, rayadas de rojo,
cubiertas de carteles y tapices transparentes, vaqueros rotos tirados en el suelo y
botas volcadas al azar junto a la puerta.
Pero hay ciertas cosas que puedo decir que son simplemente... ella.
Levanto el frasco de perfume y el lápiz labial y lo deslizo en mi bolso. Por
capricho, también tomo la foto de Lavinia y su hermana y la guardo en mi bolsillo
trasero.
A mitad de camino.
Regreso por donde vine, arrastrándome por el pasillo de espaldas a la pared.
Esta vez, las voces son más fuertes, ya no suavizadas por la silenciosa crueldad por
la que los Condes son tan conocidos. Cruzo, manteniéndome entre las sombras, y
no puedo evitarlo. Miro hacia el estudio donde Lionel Lucia está sentado en un
sillón de cuero. A sus pies hay un enorme perro negro y marrón, con la cabeza tan
grande como una bola de boliche.
Un rottweiler.
Entrecierro los ojos.
Habría sido una maldita información relevante, ¿no?
Sin embargo, Lionel tiene más de un perro de ataque. Pérez ocupa el sofá con
alas frente a él, y los otros dos Condes lo flanquean. Un hematoma amarillento le
salpica el costado del ojo, evidencia de la paliza que le di.
Lionel sostiene un vaso de cristal en la mano, medio lleno de líquido ámbar. —
Nada de lo que has hecho últimamente te inspira confianza en que estás a la altura
de la tarea que tienes entre manos. Primero, los decepcionantes resultados con los
Lords cuando secuestraste a su Lady —el hielo tintinea contra el cristal—, y luego la
absoluta humillación de perder la pelea por Lavinia.
—Señor…
—Sin mencionar tu total incapacidad para asegurar a Leticia cuando te la
entregaron en bandeja de plata. —Lionel niega con la cabeza y mira fijamente su
bebida—. Le di a este reino dos hijas, ¿y qué hacen con ellas? Desperdiciarlas
La mandíbula de Pérez se aprieta. —He hecho lo mejor que pude: los Lords…
nadie anticipó su apego a su Lady. ¿Y Nick Bruin? No me digas que lo viste venir.
—Excusas —dice el hombre mayor—. Tú y yo teníamos un acuerdo y ambos
sabemos que el fracaso no es una opción para ninguno de los dos. —Lionel hace
girar el anillo de la serpiente en su dedo—. Se te está acabando el tiempo. Ahora
menos de ocho semanas.
Mi reloj suena, dándome un aviso de un minuto. Cubro el sonido, pero las
orejas del perro se animan y la nariz se levanta del suelo. Cruzo corriendo el pasillo
hacia las sombras y bajo con cuidado las escaleras. Abro la puerta, sin cerrarla del
todo (por miedo a que haga demasiado ruido) y me agacho detrás de un espeso
arbusto. En el instante en que el guardia pasa y dobla la esquina, hago una escapada
a través del patio. Estoy en el primer árbol cuando escucho pasos rápidos corriendo
por la hierba. Sigo corriendo, sin mirar atrás, pero no es el guardia. El ladrido
profundo, que hace vibrar los huesos, anuncia la presencia del perro.
¡Mierda, mierda, mierda!
Llego a la cerca, arrojo mi mochila primero y me levanto de un rápido salto.
El perro corre hacia la valla, ladra y araña el metal con sus garras. Jesucristo.
Necesito un minuto para recuperar el aliento, pero no lo tomo, agarro la
mochila y corro como un demonio por el vecindario. No paro hasta que estoy en
mi coche. No respiro hasta que estoy en la carretera.
Lo que haya en la caja será mejor que haya valido la pena.
Capítulo 13
LAVINIA
Ni siquiera puedo recordar la última vez que dormí bien, de verdad y
profundamente. No en el Hideaway, independientemente de la bonita cama. No en
el viejo motel Crane Roach. Ciertamente no esos tres días y tres noches que mi
padre tuvo conmigo después de la desaparición de Leticia. Si soy sincera, ni siquiera
antes de eso, cuando la tensión aumentaba entre nosotras, tres víboras adultas
atrapadas en un agujero oscuro, siempre enroscadas para atacar. En aquellos días
cansados y agitados de la escuela secundaria, era casi como si la gravedad estuviera
observando, riéndose de la forma en que nos deslizábamos unos alrededor de otros
en anticipación de nuestros propios colmillos. La manzana no cae lejos del árbol.
Esa siempre ha sido nuestra maldición.
Esta noche estoy acurrucada en el duro suelo, con la manta limpia hasta la
barbilla. Cuando escucho pasos en la escalera de caracol de metal, no me inmuto.
Lo oí entrar por la puerta, podía oler el aroma de la ciudad adhiriéndose a él, el
ozono y los gases de escape de los coches acariciando el fondo de mi garganta.
Aunque él fue mi salvavidas durante los últimos dos años, esta puede ser la
primera vez que me siento realmente aliviada de ver a Nick. Si está aquí, significa
una de dos cosas: tuvo éxito o fracasó. Cualquiera de ellas significará que hay un
nuevo camino por delante. Es un progreso, un “después”.
Once días.
Es poco más de medianoche. Sus pasos llegan al loft, una silueta oscura contra
la nublada esfera del reloj y el resplandor de la ciudad más allá. Permanece quieto
durante un largo rato, con la cabeza inclinada. No puedo ver sus ojos, pero puedo
sentirlos sobre mí como un peso. —No me hablaste del perro.
El timbre profundo de su voz atraviesa el silencio, vibrando a través de mis
huesos. —Ah, Amós. —No es que me haya olvidado de Amós. Padre ama a ese perro
más de lo que nunca me amó a mí. Doy un inocente—: Ups —y me siento. Si cree
que le estoy haciendo algo fácil... bueno, es más tonto que guapo—. ¿Lo tienes?
Hay una mochila colgando suelta en sus dedos. La he visto antes. La lleva a
todas partes. He aprendido que puede haber cualquier cosa dentro. Pistolas,
cuchillos, tampones, caramelos. Lo que necesito ahora es que tenga la caja de mi
dormitorio.
Cuando no responde, lo agarro con impaciencia, pero él lo tira hacia atrás,
fuera de mi alcance. —Limpiaste el loft.
—Sí —digo, mirando alrededor del espacio ordenado. Me había llevado casi
toda la tarde y la noche fregar y desinfectar los suelos, pero lo peor fue la manta. La
lavé debajo del grifo de la bañera y la dejé secar sobre los cables del reloj, por lo
que todavía está un poco húmeda. Mejor que pedirle a Sy o Remy que me mostraran
una lavadora, y definitivamente necesitaba una. Lo miro con la boca torcida con
ironía—. Tú tampoco me mencionaste un perro.
Puedo oír la sonrisa en su voz más de lo que puedo verla. —Punto justo. —
Finalmente levanta la mochila y abre la cremallera con indiferencia—. Casi no lo
encuentro —dice, sacando la caja. Incluso con poca luz, puedo decir que es la
indicada. Casi espero que lo arranque antes de que mis dedos toquen la madera,
pero me deja tomarlo.
Lo inspecciono cuidadosamente. El sistema de bandas elásticas todavía está en
su lugar. —No lo abriste.
Si escucha mi tono suave y sorprendido, lo ignora y mete la mano en la mochila
nuevamente. Esta vez, saca un pequeño bulto de ropa y un libro y los coloca en el
suelo junto a mi nido. Reconozco la novela como la que estaba leyendo la noche en
que Leticia desapareció. Almas muertas. Título apto.
Se endereza y se echa la correa del bolso al hombro. —¿Duermes aquí esta
noche? —Ante mi asentimiento, exhala, bruscamente, con la misma impaciencia que
había sentido antes—. Eso hace dos días. —Mira el fardo de mantas—. Y eso no puede
ser cómodo.
—Sí, bueno… —Miro alrededor del nido que he hecho. Es duro, incómodo y
frío, pero es lo más parecido a ser mío que cualquier cosa que haya por aquí. Veo
eso ahora—. Tuve un día largo y de mierda. Esto es mejor que la alternativa.
Sus ojos se estrechan. —¿Qué pasó?
Agarro la caja y el libro contra mi pecho. —Tu hermano sucedió. Pregúntale al
respecto.
Hay un momento de tenso silencio antes de que escuche su movimiento
mientras se agacha. —¿Te folló?
Las palabras están pronunciadas en ese tono bajo y frívolo que hace que me
dé un vuelco el estómago, pero en el momento en que lo miro, lo veo. La mandíbula
apretada, el calor territorial posesivo en sus ojos. Esa expresión nunca había sido
reconfortante antes, pero si evita que Simon haga un truco como lo hizo hoy...
Bueno, tal vez la vena obsesiva de Nick tenga alguna utilidad.
—No —respondo, viendo cómo parte del fuego letal se desvanece de sus ojos.
Me aseguro de que no llegue demasiado lejos—. Iba a compartirme, en realidad.
Algunos de sus compañeros de gimnasio querían darle una vuelta a su nueva
Duquesa. Cambió mi coño por un reloj de pulsera.
Sin embargo, no es fuego lo que brilla en sus ojos. Es un pozo de oscuridad
completo, insondable y sin fondo. —Te cambió —repite con voz vacía.
—Por un reloj —le recuerdo. Sus ojos se deslizan de los míos a la puerta del
dormitorio de Sy, abajo, y no importa que esté agachado, mirando a todo el mundo
como si estuviéramos teniendo una conversación tranquila y civilizada. Por un
momento, tengo la sensación de que planea hacer algo excesivamente violento.
Interesante. Suspirando, lo saco de su miseria—. Pero luego se retractó. Los echó a
todos fuera del vestuario y decidío usar mi boca en su lugar.
Sus ojos caen instantáneamente a mis labios, con las cejas arqueadas. —¿Le
chupaste la polla?
Me resisto a la ira en su voz. —Era eso o ser destrozada por sus tres amigos.
¿Cuál hubieras preferido que eligiera?
Su boca se tensa formando una línea apretada cuando se pone de pie
nuevamente y me mira fijamente. —Esto cuenta como una de tus noches.
—Lo sé.
Sus ojos se dirigen al libro. —Quiero algo por eso.
—¿Por qué? —Lo miro, confundida—. ¿Un libro a medio leer? ¿En serio?
—No tenía que traerlo —espeta, ajustándose la correa en su hombro—. Pero lo
hice, así que ahora me debes una.
Entonces veo cómo va a ser. Una negociación tras otra. Es agotador, pero
significa que está dispuesto a jugar y eso es algo que puedo utilizar.
Además, realmente quiero el libro...
Con los hombros cayendo, pregunto: —¿Qué quieres?
Su mirada cae de nuevo a mi boca. Estoy tan segura de que me ordenará que
se lo chupe que me toma un segundo procesar su respuesta.
—Bésame.
Parpadeo hacia él, todo desequilibrada. —¿Besarte?
—Un beso de verdad —aclara, mientras una dureza se apodera de sus rasgos—.
Sin pelear, sin quejarse, sin dar la espalda.
Es una cosa tan pequeña en comparación con lo que Nick me hizo. Lo que
Remy me ha hecho. Lo que Sy me ha hecho. Un beso. Simple. Debería agradecer
que no sea peor. Pero una sensación de temor crece en mi estómago. Hace una
semana, mi respuesta habría llegado fácilmente, probablemente en la forma de mi
rodilla golpeando sus pelotas. Ahora estoy sentada aquí pensando que no es tan
malo. Que no son ocho horas en el ascensor. Que me sienta aliviada, esto es todo
lo que quiere.
¿Debería estar agradecida?
¿Qué carajo?
No es la idea de un beso lo que me hiela la sangre. Es la nueva certeza de lo
que estoy dispuesta a hacer para evitar lo peor. Lo que Nick quiere es algo que yo
no puedo darle. Es un monstruo. Un asesino. Un hombre que puede encerrarme en
una caja y marcharse. No me importa si de repente ha decidido jugar a ser un
universitario, es peligroso. Letal.
No puedo olvidar eso.
Sin decir palabra, me pongo de pie frente a él, levantando la barbilla tanto en
desafío como en acuerdo. Su frente se arruga con escepticismo mientras busca mis
ojos. Estoy segura de que esperaba una pelea, pero estoy demasiado cansada para
darle una. No estaré agradecida. No suplicaré. Pero haré lo que necesito, si eso
significa conseguir lo que necesito.
Da un paso adelante, sus hombros se tensan mientras levanta su mano hacia
mi cara. Sus dedos son suaves mientras presionan mi mandíbula, inclinando mi cara
hacia arriba. Si pensé que lo peor de esto sería que me violaran la boca por segunda
vez hoy, entonces me equivoco.
Tan jodidamente mal.
La peor parte es fácilmente la forma en que me mira. Me he pasado la vida
siendo el segundo, tercero y cuarto mejor. Nunca soy especial para nadie, nunca
merezco una segunda mirada. Leticia era más bonita e inteligente. Era fácil ser
invisible a su lado.
Pero la forma en que Nick me mira atraviesa cualquier triste armadura que me
haya envuelto desde la primera noche que lo conocí en ese estacionamiento. Me
mira como si me quisiera, y tal vez sea en todas las formas retorcidas y perversas
con las que una chica nunca debería sentirse bien, pero maldita sea.
Es realmente difícil recordar por qué.
No se vuelve más fácil cuando se inclina y toca sus labios con los míos. Sus
ojos son un par de oscuridad encapuchada y borrosa, y no me lo espero. La forma
en que me picotea el labio inferior, obligándolo a abrirlo. La sutil ráfaga de su
suspiro cuando su lengua se asoma, cálida y húmeda, deslizándose en el pliegue.
No espero la forma en que sus dedos se acurrucan en la curva de mi cintura,
envolviéndome en su cuerpo mientras me besa.
No espero que sea tan… tierno.
Su mandíbula es fuerte, pero por una vez, no contundente. Lame por dentro
como si lo estuviera saboreando, resbaladizo y sin prisas mientras inclina la cabeza,
profundizando el beso. Su lengua se siente áspera y suave, al mismo tiempo, y es el
sonido que hace más que cualquier otra cosa lo que hace que mi mente dé vueltas:
su largo y autoindulgente gemido se dispara directamente a la parte más vulnerable
de mí. Mi respiración se entrecorta vergonzosamente, pero estoy demasiado
atrapada en la sólida amplitud de su cuerpo contra el mío (la barba incipiente
frotándose contra mi barbilla) como para pensar mucho en ello.
Y luego me rodea, con el antebrazo presionando la parte baja de mi espalda y
me levanta contra él.
Está jodidamente duro.
De repente, me inunda el recuerdo de esa noche en Hideaway. Ese beso
descuidado y áspero que me había dado a través de su pasamontañas. El ardor de
él forzando su camino hacia el interior. La dureza de su aliento en mi oído mientras
me follaba, duro e implacable.
Pongo mis manos contra su pecho y lo empujo con todas mis fuerzas,
alejándome en el momento en que se rompe la conexión. Mi espalda choca con la
barandilla de metal del loft y levanto la parte inferior de mi camisa, limpiándome
los hormigueantes labios con manos temblorosas.
Él no puede hacer eso. Ser dulce. Sexy. Es un monstruo, me repito. Un
monstruo.
Respira con dificultad, con la cabeza todavía inclinada mientras me mira a
través de sus pestañas. Mi estómago se desploma cuando me doy cuenta de que esto
significará un castigo. Mi padre solía hacerlo por horas. La respuesta duró una hora,
dos si maldecía. ¿Golpear a mi hermana? Dos horas en el baúl. Romper el toque de
queda: tres horas. Derramar algo en la alfombra, romper el columpio, rayar el
tobogán... cuatro horas. Algo más de cinco horas fue el resultado de algo más serio.
Una llamada de mi director, una mala boleta de calificaciones, el vecino
delatándome por escabullirme. Eso dependía de su estado de ánimo en ese
momento, pero los tiempos más largos siempre estaban reservados para dañar la
reputación de Lucia.
Cuando Leticia desapareció, pasaron días.
Ahora tengo un nuevo director y el corazón se me sube a la garganta mientras
me digo que esto es bueno. Me dará una idea de la escala. ¿Cuánto vale un beso
rechazado? ¿Tres horas? Esa es una métrica a seguir. Me dará un estándar, algo con
lo que medir mis futuras infracciones.
Pero en lugar de arrastrarme por la escalera de caracol, Nick simplemente me
mira fijamente, con una lenta sonrisa en sus labios. —Disfruta el libro, Pajarito. —
Levantando la mochila sobre su hombro, se dirige hacia las escaleras. Espero, con
el corazón latiendo salvajemente contra mi caja torácica, hasta que oigo cerrar la
puerta de su habitación. Sólo entonces me muevo y me desplomo sin aliento y
aliviada.
Todavía temblando, llevo mis cosas a la pila de mantas en el suelo.
Quito las bandas elásticas, lentamente, una por una, y coloco la caja en mi
regazo. Giro el pequeño pestillo dorado y levanto la tapa. El olor a puros cubanos
llega hasta mi nariz. El olor es a la vez calmante y repulsivo. Inmediatamente evoca
a mi padre, cada momento de nuestras vidas juntos. Cuero y madera. La sal de las
lágrimas. Palabras escocesas y mordaces. Lucho contra la ira y las náuseas que eso
me provoca, porque, por supuesto, esta es la caja que ella elegiría para guardar sus
secretos.
La caja no es mía.
Es de Leticia.
Después de su desaparición, busqué cada centímetro de su habitación. Sólo
cuando me puse de rodillas recordé el escondite del suelo. Los habíamos
descubierto cuando éramos pequeñas. Hacía mucho tiempo que no usaba el mío,
pero cuando levanté el tablero, descubrí la caja con las bandas elásticas en su lugar.
Dentro había objetos y fotografías. No entendí su relevancia para mi hermana, pero
eso no fue una sorpresa. No habíamos sido cercanas en mucho tiempo, si es que
alguna vez lo fuimos.
Uno de los artículos es una foto. En el primer plano de la imagen hay dos pies
rayados, cubiertos de calcetines, con los dedos inclinados uno hacia el otro. Más allá
de los pies (un tobillo muestra la mitad de un tatuaje borroso) hay una vista del agua.
Quizás un lago. Quizás incluso el río. El agua es cristalina y los árboles de la orilla
opuesta son de tonos amarillos, naranjas y rojos. Fue tomada en otoño desde un
punto elevado, tal vez un mirador. Aparte de eso, hay una cinta blanca manchada
de marrón con sangre, un recibo de farmacia arrugado con los números '4009'
garabateados en el reverso, una sola bala al azar, una flor silvestre seca y una suave
roca de granito.
Todos esos objetos todavía están en la caja, incluido el que yo mismo agregué.
Saco el sobre. Está arrugado por las pocas veces que lo he leído. La palabra “Papá”
está escrita en la inmaculada cursiva de Leticia en el centro.
Saco el papel del interior. Es una hoja de papel de color blanquecino con el
nombre “Lucia” grabado en la parte superior. La letra es inequívocamente la de mi
hermana.

Papá,
Esta no es la forma en que quería hacer esto. Sin embargo, no me has dado
otra opción. Pero ¿cuándo me has dado alguna vez la posibilidad de elegir lo que
hago con mi vida? He encontrado lo único que no puedes controlar y finalmente
estoy lista para hacerlo.
No soy la persona que quieres que sea. No puedo casarme con Pérez. No
puedo casarme con ninguno de los soldados Reales. Sé que ves esto como una
traición, un asalto a tu título, pero no lo es. Por una vez en tu vida, desearía que
pudieras entender que hay algunas cosas que no se refieren a ti. Este es uno de ellos.
Esto es lo último que sabrás de mí. Considérame muerta. Nunca me
encontrarás ni a mí ni a mi cuerpo. Me enseñaste cómo hacer eso. Si tan solo
pudieras haberme aceptado tal como soy y no solo como una extensión de ti mismo.
Leticia.

Cada vez que leo la carta, incluso ahora, busco pistas o algo que me he perdido.
Leticia dejó la carta el día que desapareció. Fui yo quien la encontró en el escritorio
de mi padre, el sobre limpio y fresco. Faltaba una semana para su vigésimo primer
cumpleaños. No había visto a Leticia en un día completo, pero eso no era inusual.
Si pasábamos días sin hablarnos, lo consideraba una bendición. Todo se había
vuelto imposible. La presión de mi padre. La boda inminente. Sabía que entraba y
salía furtivamente de la casa, pero no sabía por qué.
Cuando encontré la carta, la tomé. Deslizándolo en mi bolsillo trasero. Debería
habérsela dado a mi padre cuando desapareció, pero él estaba muy enojado y
sospechaba. Tal vez había una parte de mí que disfrutaba, sólo un poquito, la forma
en que mi padre se volvió instantáneamente contra mí, asumiendo que le había
hecho algo. A su manera, era casi halagador. Pensó que yo era lo suficientemente
intrigante y vengativa como para dañar mi propia carne y sangre. Realmente no hay
mayor cumplido por parte de Lionel Lucia.
Pero tener la carta me hacía parecer aún más sospechosa. También era la única
pista. Ella había desaparecido sin dejar rastro. Nadie pudo encontrarla. Ni los
Condes, ni la policía... nadie. Sin testigos, sin avistamientos, sin cadáver. Ella
simplemente había desaparecido.
Tal como ella dijo que lo haría.
Mi padre no necesitaba saber eso. Necesitaba pensar que ella estaba ahí fuera,
en alguna parte. Viva. Esperando ser encontrada. Disponible para casarse con Pérez.
Porque si no lo está, sólo hay una persona que puede ocupar su lugar.
Yo.

Once días.
—Hijo de... —Hago una mueca, me duele el costado por pasar la noche en el
suelo duro. Me pongo boca arriba y gruño de nuevo, moviéndome sólo para quitar
el libro de tapa dura que tengo encajado entre los hombros. Me quedo así durante
un largo momento, mirando el reloj roto, tratando de solucionar los problemas.
Es el olor a tocino lo que finalmente me pone vertical.
—Buenos días, Pajarito —dice Nick mientras bajo las escaleras de caracol a
trompicones, todavía frotándome el sueño de los ojos. Esta vez, Sy está trabajando
en la estufa y su hermano se sienta a la mesa, con el plato frente a él. Nick levanta
una ceja—. Te ves como una mierda.
—Tú también lo harías si hubieras dormido en el suelo toda la noche.
—Tú lo eliges, Pajarito. —Me mira a los ojos mientras hunde los dientes en una
baya madura. Hay una pistola junto a su codo, y cuando la apunto, la levanta con
los dedos entintados y se levanta la parte de atrás de la camisa para guardarla—. Hay
tres camas disponibles esperando a que adornes una de ellas con tu cuerpo sexy.
Lo ignoro y me froto la cara. —¿Hay café? ¿O tengo que comerle el culo a
alguien por el placer de la cafeína?
—No es mi tipo —responde Nick, luciendo desconcertado.
Sy gruñe, apenas logrando mover la cabeza en dirección a la cafetera. El
movimiento es pequeño, pero suficiente para ver algo que no estaba allí el día
anterior.
Un hematoma en la mandíbula.
¿Eso fue del gimnasio? Intento recordar mientras me sirvo una taza. Sé que él
y Bruce estaban entrenando intensamente, pero no recuerdo ninguna hinchazón
cuando me forzó en el vestuario.
Nick levanta su tenedor, y es entonces cuando noto sus nudillos frescos, rojos
y en carne viva. Miro entre ellos mientras tomo asiento, tratando de leer si se hizo o
no por mí, pero Nick me detiene. —¿Qué estás haciendo? —Pregunta, con los dedos
alrededor de mi muñeca.
Parpadeo ante mi café y luego hacia él. —¿Qué parece que estoy haciendo?
—Parece como si no estuvieras cumpliendo tu parte del trato —responde,
dándole una mirada mordaz a su regazo.
Mi mandíbula se afloja. —¿Aquí? ¿Ahora?
Hay una dureza en su mirada que hace que mi barriga se agite nerviosamente.
—Estoy aquí, ¿no? Disfrutando de un tiempo de inactividad. Siéntate. —Se da una
palmadita en el muslo, pero aunque sus palabras son educadas, el pedernal en sus
ojos es todo lo contrario.
Débilmente, dejo mi café en la mesa y me giro hacia él, bajándome para
posarme en su rodilla en gestos forzados y reacios. Su brazo se engancha alrededor
de mi cintura, tirándome hacia el duro calor de su cuerpo.
—Sy, ¿qué tal un plato para nuestra Duquesa?
Espero que Sy me arroje el plato después de llenarlo con huevos, tocino y fruta,
en parte por la mirada penetrante que me envía, pero también porque claramente
me odia. No diré que no hay agresión cuando lo deja caer sobre la mesa frente a
mí, justo al lado de Nick, pero lo mantiene bajo control. Hermanos. No entiendo
cómo funcionan, pero resulta que sé un par de cosas sobre la rivalidad entre
hermanos. La mierda se complica.
—Te preguntaría cómo dormiste, pero eso ya se ha discutido —dice Nick,
apoyando su barbilla en mi hombro—. ¿Algo que quieras compartir sobre el paquete
que te entregué anoche?
—No. —Me meto un tenedor lleno de huevos en la boca y me obligo a soltar
un gemido de felicidad. Joder, están buenos. El Master Bate es un excelente
cocinero.
—Ya veo. —Toma un sorbo de café y lentamente, con la otra mano subiendo
por mi suéter, callos ásperos patinando sobre mis costillas—. ¿No estás calurosa con
esto?
Un escalofrío amenaza con recorrer mi columna, pero me aprieto contra él,
poniéndome rígida. —¿No se supone que deberías conseguirme ropa real?
Tararea justo cuando sus dedos llegan a la parte inferior de mi pecho,
haciéndome cosquillas en la piel allí. —Mantengo mi palabra. Aunque… me gusta
verte con mi suéter. ¿Qué piensas, Sy? —Aunque está hablando con su hermano,
dice las palabras justo en mi oído.
Sy responde: —Creo que si quieres sentir a tu puta, deberías buscar otro lugar
para hacerlo.
El pecho de Nick se mueve con una risa silenciosa y mis ojos se cierran por el
miedo, porque si hay algo que sé sobre la rivalidad entre hermanos...
Sí.
Ahí está.
Nick toma mi pecho con su amplia palma, apretándolo, asegurándose de que
Sy se dé cuenta. Para mí, añade: —Bueno, todo el mundo tiene cosas que hacer hoy.
Puedes quedarte aquí, Pajarito.
Mis ojos se dirigen hacia él, ampliándose. —¿Sola?
—Obviamente. —Mantiene su mirada fija en la mía, por eso me ve mirando
hacia el ascensor. Él sacude sutilmente la cabeza y toca mi pezón—. Sólo aquí arriba.
—Oh. —Miro diligentemente mi plato, tratando de ignorar la forma en que me
acaricia—. ¿Qué se supone que debo hacer todo el día?
—¿Meditar? ¿Masturbarte? —Le da a su plato ahora vacío la misma mirada
punzante que le había dado a su regazo—. ¿Limpiar?
Entrecierro los ojos ante el fregadero lleno de platos. —Al menos Auggy me
daba libros para leer.
Nick mete la otra mano dentro de mi suéter y hago una mueca cuando se aferra
a mi otra teta. —¿Te refieres a esa basura que siempre tenías al lado de tu cama?
¿Tus libros cachondos?
—Novelas románticas —corrijo, ignorando la mirada desagradable que Sy me
lanza. Cuando Nick aprieta mis pechos, rápidamente agrego—: Y leeré cualquier
cosa. No importa. Esos son los libros que ella me daba. No estaba… quiero decir,
no estoy…
—¿Cachonda? —me susurra al oído, haciéndome retorcerme. Nick señala hacia
el desván—. Anoche te di un libro.
—-Ya lo terminé.
Se burla, patinando sus nudillos a lo largo de mis pechos. —No leíste la mitad
de Almas Muertas en una noche.
Un resoplido burlón proviene de la dirección de Sy, haciendo que mi boca se
frunza. —Tienes razón. No leí la mitad de Almas Muertas en una noche. Lo leí todo.
Nick hace una pausa y finalmente libera sus manos de mi suéter. —Sí, claro.
—Leo rápido —explico, pellizcando un trozo de tocino entre mis dedos—. Así
que si planeas evitar que me vuelva completamente loca de aburrimiento, tendrás
que hacerlo mejor que una sola novela de Gogol.
Siento su encogimiento de hombros contra mi espalda. —¿Cómo luzco? ¿Cómo
una maldita biblioteca?
—No puedo quedarme aquí sentada todo el día. Ese no puede ser el trabajo de
una... —Aprieto la mandíbula, forzándome a decir—: Duquesa.
Una mirada rápida revela que la comisura de su labio se curva hacia arriba
ante la palabra. —Tienes razón. La mayoría de las Duquesas nos acompañarían a
clase, nos chuparían la polla en el estacionamiento y tomarían una carga gorda de
semen como almuerzo. Pero la mayoría de las Duquesas también son estudiantes y
dignas de confianza. Tú no eres ninguna de las dos cosas. —Me agarra por las
caderas, apretándome contra su obscena erección antes de empujarme fuera de su
regazo—. Tengo clase.
Aliviada, me apresuro al asiento vacío junto a él, saboreando mi comida antes
de que otra demanda ridícula salga de su boca. Entre bocado y bocado, noto que
Sy sale de la cocina, solo para cruzar hacia la puerta de Remy. La golpea con tres
golpes exigentes. Un momento después, Remy emerge, sin verse mejor que el día
anterior. En todo caso, parece aún más tenso, con el pelo lacio y colgando sobre un
rostro demacrado y descolorido.
—¿Qué? —espeta. O, al menos, parece que lo intenta. La palabra termina
cayendo, aterrizando entre ellos como un globo desinflado.
—Ven a desayunar. —Sy pone su mano sobre el hombro de Remy, un gesto
que puede parecer amistoso y casual para la mayoría, pero puedo ver los bíceps de
Sy flexionarse mientras lo empuja hacia adelante, lejos del dormitorio.
Tal vez Remy podría luchar contra él si no pareciera un cadáver ambulante y
probablemente también se sintiera como tal. En cambio, sale sin camisa y con los
mismos jeans que tenía la última vez que lo vi. La tinta mancha sus dedos y hay una
larga y oscura mancha de carbón cortando sus definidos pectorales. Sy lo lleva a la
cocina y pone un plato lleno de comida en el lugar que Nick acaba de dejar libre:
junto a mí. Agrega un vaso de jugo y deja caer tres pastillas al lado.
—Vamos, ya conoces el procedimiento. —Sy le lanza a Remy una mirada
expectante hasta que finalmente se sienta en el taburete.
Hay algo en la forma en que se mueve, flácido pero mecánico, que hace que
se me erice el vello de la nuca. Es como estar en presencia de algo artificial.
Demasiado preciso y cambiario. Eso, además de los tatuajes, los rasgos cetrinos y
los ojos verde pálido, envía una sombra de escalofrío por mi columna. Levantando
su mano, los dedos largos y manchados de Remy deslizan las pastillas alrededor de
la mesa, moviendo las pequeñas formas en un movimiento circular.
Sy lo mira duramente, inclinándose para hablar cerca de su oído,
probablemente esperando que Nick y yo no lo escuchemos. Y lo hacemos. —No
creas que no me doy cuenta de lo que está pasando aquí. Has estado en esa
habitación durante días, apenas comiendo, apenas durmiendo. Ambos sabemos a
dónde lleva este camino, Remy. Toma tus medicamentos o tendré que llamar a tu
papá.
Nick mira entre ellos, congelado.
Los ojos verdes de Remy se dirigen a Sy y luego a las pastillas. Sin decir
palabra, las recoge y se las mete en la boca, tragándolas con dificultad. —¿Satisfecho?
—No —responde Sy con firmeza—. Muéstrame.
Suspirando, Remy levanta la barbilla y luego abre la boca, sacando la lengua.
—Dios, es como estar de vuelta en Saint Mary's —murmura, con los hombros
curvados hacia adentro, encorvado sobre su plato.
—Gracias —responde Sy, dándonos la espalda—. Estás de turno esta mañana y
tu primera clase es a las once. Necesito que estés listo en veinte.
Miro a Remy justo a tiempo para verlo escupir discretamente las pastillas en
este plato, escondiéndolas debajo de una pila de huevos revueltos. Siento esta loca
necesidad, como si de repente tuviera doce años y Leticia estuviera a mi lado,
rompiendo las reglas, y pudiera volverme hacia mi padre y chivarla, para ver cómo
la castigaban.
Sólo que el castigo nunca llegaba.
No para ella.
Nunca para ella.
Me trago el impulso con un sorbo de café. ¿Qué me importa si a este tipo le
importa una mierda su salud? ¿Y traicionar a Simon? Bueno, eso es sólo una guinda
a este maldito helado. No, mantengo la boca cerrada. Aprendí esa lección hace
mucho tiempo. Además, tengo que pensar que un día de presentar documentos es
castigo suficiente para alguien con la energía de Remy.
Observo desde mi periferia mientras Nick recoge sus cosas. Cartera, llaves,
mochila. Noto que no saca su arma, lo que significa que conduce hasta el campus
con ella o la esconde abajo. En el momento en que se detiene a mi lado, sus dedos
tatuados tamborilean a un ritmo uniforme contra la madera astillada, sé lo que va a
preguntar. Todavía hace que las puntas de mis orejas exploten en un destello de
calor cuando dice: —¿Es demasiado pedir un beso de despedida?
Dios, ese maldito beso.
Incluso pasar cinco horas con la nariz enterrada en Almas Muertas no fue
suficiente para escapar de ello.
Respondo metiéndose un tenedor lleno de huevos en la boca y masticando
agresivamente.
Tararea, extendiendo la mano para pasar sus dedos por mi cabello. —Podría
traerte más libros. Algo… más grueso. ¿Más cachondo?
Me alejo de él, haciendo que mi cadera golpee la de Remy. —Olvídalo. Ni
siquiera un buen libro valdría la pena volver a poner tu boca sobre mí.
Nick sigue a mi lado, con la mano todavía atrapada en mi pelo. Lo siguiente
que sé es que mi cabeza es echada hacia atrás y mi mirada se fija en unos ojos azules
y penetrantes. —¿De verdad crees que esta actitud te ayudará en algo? —Pregunta en
un tono ácido, golpeando con fuerza mi cuero cabelludo con los nudillos—. No me
presiones, Lavinia. Tengo otras formas de mantenerte tranquila durante el día. —
Nunca menciona el ascensor, ni siquiera lo mira, pero lo escucho alto y claro.
Cada vez que lo rechazo estoy jugando con fuego.
Mi cuello protesta por el ángulo hasta que me suelta. Esa sombra oscura en sus
ojos no se disipa ante el sonido bajo y doloroso que hago. —Limpia la maldita cocina
—murmura, gira sobre sus talones y sale.
Un segundo después, la puerta de la escalera se cierra de golpe detrás de él.
Después de unos minutos en los que finge hacer algo más que empujar la
comida entre las pastillas, Remy se desliza del taburete y tira la comida y los
medicamentos al triturador, diciendo: —Voy a prepararme. —Cuando se gira, me
lanza esa mirada encapuchada y de advertencia, como si supiera que acabo de verlo
todo—. Imagínate una serpiente sin su lengua bífida —es lo que dice, mientras los
músculos se mueven bajo sus hombros desnudos mientras se aleja y cierra la puerta
de su dormitorio detrás de él.
Cautivo y sola, otra vez.
Once días.
De repente, mi desayuno ya no me parece tan apetecible. Haciendo caso omiso
de los platos apilados de los chicos. Enjuago el mío y lo meto en el lavavajillas,
eliminando cualquier rastro de que he estado aquí. Ser su señora de la limpieza no
es parte de nuestra negociación. Si Nick quiere que limpie, tendrá que ofrecer algo
mucho más convincente que un tirón de pelo. Crecí con una hermana, joder.
Cierro la puerta del lavavajillas y me dirijo a la habitación principal, respirando
profundamente unas cuantas veces. Todo esto es mejor que los espacios cerrados y
estrechos, trato de recordarme, pero de vez en cuando sigo sintiendo lo mismo.
Puertas cerradas, aire limitado, paredes altas.
Toda esta torre es un gran hueco de ascensor, ¿no?
Pero el lado positivo es que es la primera vez que me dejan realmente solo en
la torre. No hay nadie aquí para amenazarme, mirarme o manosearme. Es un tipo
diferente de libertad y, por primera vez desde que desperté, me permito respirar de
verdad, exhalando la tensión.
Y luego hago lo que haría cualquier persona racional en mi situación. Husmeo.
Es obvio que los muchachos no han estado aquí el tiempo suficiente para causar
un gran desastre, pero la torre no está desnuda. Los muebles son bonitos pero están
muy gastados. Supongo que fueron proporcionado por la fraternidad. Sé que hay
presupuestos, honorarios legales, administración de propiedades. Son tanto un
activo comercial como cualquier otra cosa. Una pared está compuesta enteramente
de fotografías compuestas, filas y filas de cada clase de compromiso que se remontan
al principio. Hojeo los rostros de cientos de hombres. Las generaciones de Duques
del Lado Oeste, los puños de Forsyth. En la cima de cada clase hay un trío de líderes
(los Duques de ese año) y me pregunto qué hicieron para ganarse sus lugares en
esta torre. Sé que la Realeza rota su liderazgo, con posiciones ganadas durante una
serie de competencias y juegos que deben parecer divertidos en base a delitos
comunes, en la superficie, pero que a menudo terminan con alguien derramando
sangre. Nadie lo sabe mejor que yo, aún recordando la sangre que se arremolinaba
por el desagüe mientras lavaba todo rastro de ella de mi coño esa noche, hace
semanas.
Ahí es cuando lo veo. Hay pequeñas fotografías ovaladas justo debajo del trío
de cada año. No es otro hombre, sino una mujer joven.
Su Duquesa.
Voy de una composición a otra, mirando a la chica sonriente en cada foto.
Busco sus ojos, buscando alguna señal de que llenaron esta torre con su propia
miseria, las sombras oscuras que se reflejan en mí cuando me miro en el espejo.
Intento encontrarla, la que no quería, la que luchó, la que se sentía desesperada.
Si ella aparece en alguna de esas fotos, entonces lo ocultó mejor que yo.
Quizás Nick tenga razón. Quizás estas mujeres consideraron un honor ser
Duquesas y servir a los Duques. Tal vez pasaron sus veranos esperando, orando,
algún día estar en esta misma torre, saltando de cama en cama, escoltándolos a
clases. Quizás todas y cada una de ellas no querían nada más que ser una buena
puta para los puños de Forsyth.
Lástima que no soy una de esas mujeres.
Me doy la vuelta y me concentro en la pared adyacente. Hay una larga
extensión de estantes y gabinetes que no he tenido la oportunidad de explorar. Los
estantes son en su mayoría recuerdos de fraternidad, cosas que son demasiado
bonitas o sentimentales para guardarlas abajo, en la sala de alboroto. Nada de esto
parece tener mucho valor financiero. Es solo una colección de trofeos, estatuas de
osos y artículos de Forsyth.
Me agacho y abro un par de puertas dobles. Dentro hay un archivador y, sin
pensarlo dos veces, lo abro para revelar filas y filas de archivos. Me recorre un poco
de emoción al ver... tanta información. Muchos tienen “Clase de...”, y un vistazo
rápido a esas listas revela listas de cada clase de compromiso. Paso unos minutos
mirando los nombres, preguntándome cuándo se comprometieron estos tres. Primer
año de Simon Perilini. No sé el apellido de Remy… ni su nombre. Lo más parecido
que puedo encontrar es un Remington Maddox, de segundo año, pero eso no puede
ser correcto. Los Maddox son su propio tipo de Realeza, asquerosamente ricos y lo
suficientemente poderosos como para que no pueda imaginarme a uno de ellos
viviendo en los barrios bajos del Lado Oeste como un puño de Forsyth.
Nicholas Bruin no está aquí por ningún lado.
Me encanta ese nepotismo.
Hojeo las listas y paso a los archivos dedicados a la propia torre. Veo uno que
está mal etiquetado como “Reloj” y me detengo, mirando la enorme e inmóvil esfera
del reloj. Apuesto a que fue increíble, en su día, funcionando. ¿Era ruidoso? ¿Los
cables encima de mi loft traqueteaban? ¿Cuándo se detuvo? La curiosidad no me
sorprende (mi padre siempre decía que era mi peor cualidad), pero sí su intensidad.
Lo saco, abro la tapa y doblo las piernas debajo de mí, acomodándome para
leerlo. Es toda una historia cronológica del reloj: mantenimiento, reparaciones,
recibos de piezas, trámites de registro histórico. Aparentemente, hace
aproximadamente una década, hubo un intento de solicitar una subvención de
restauración, pero no hay indicios de que alguna vez se aprobara. Si miramos más
atrás (el papel se vuelve más fino, más arrugado, la tinta se desvanece), hubo intentos
diez años antes y diez años antes. Independientemente de lo que significó esta torre
para Forsyth, el gobierno local obviamente parece contento con dejarla pudrirse.
Por supuesto, dado que los Barones tienen en su mayoría las llaves de todo lo político
en esta ciudad, probablemente sean las manos que necesitan engrasarse.
Conociendo las rivalidades que hay por aquí, apuesto a que Duques preferiría dejar
que el edificio se derrumbara.
Los recibos de reparación más recientes relacionados con el reloj tienen casi
cincuenta años y las órdenes de trabajo están hechas jirones y apenas son legibles.
Enterrado debajo de todo lo demás hay un manual. Introducción a la relojería: el
arte de fabricar relojes.
Mi barriga se hunde de emoción.
Echo una mirada paranoica por encima del hombro antes de sacar el manual,
colocar el archivo en su lugar y cerrar el gabinete.
Definitivamente esto debería mantenerme ocupada por un tiempo.
Capítulo 14
REMY
Desaparezco por las escaleras mientras ella está en el baño, haciendo lo que sea que
hagan las chicas allí.
O lo que sea que mi mente parezca pensar que hacen las chicas allí.
No enciendo la luz de la pequeña escalera mientras subo a la habitación debajo
del campanario. Ya sé dónde está cada peldaño, puedo sentir el picaporte de la
puerta en la parte superior, sin tener que verlo. Tampoco es porque haya estado
aquí tanto tiempo. Ésta es sólo la tercera vez que subo aquí.
Diré esto, seguro que huele real. Como metal viejo, polvo y humedad. Aunque
siempre he sido bueno en eso. Los detalles. Es por eso que la gente quiere mi tinta
sobre ellos. Quieren las cosas pequeñas, las cosas que nadie más notaría o que le
importarían, pero estoy feliz de pasar horas agonizando por ello. La forma precisa
en que una sombra caiga debajo de mi ojo. Las líneas sombreadas que lo llenan. La
textura, la sombra, las curvas perfectas de un círculo.
La densidad de las estrellas.
Vidrio negro. Pelo rubio. Luces rojas. Sangre en los árboles.
Creo que lo hago bastante bien.
Es el problema de no haber hecho nada con lo que esté satisfecho durante
tanto tiempo. A veces mi cerebro simplemente decide poner todo su esfuerzo en
algo elaborado.
Como, por ejemplo, el deber de presentación.
No tiene sentido trabajar aquí. Lo sé, lo siento, lo reconozco y, aun así, me
siento en el taburete y acciono el interruptor, dándole vida al taladro. Solía conocer
a un tipo en Saint Mary's que seguía jurando que todos éramos máquinas. Quizás
no en el sentido más literal, pero hay algo de verdad en hacer las cosas
automáticamente, un músculo que se flexiona sin que se lo indiquen, como un latido
del corazón. Hay trabajo por hacer, así que mis manos comienzan a moverse. Todos
somos mecánicos hasta cierto punto. Creo en esa mierda hasta la médula. Bolsas de
carne hechas de engranajes, cables y varillas, no muy diferente a ese reloj muerto
de abajo.
La obligación de presentar documentos no es nueva para mí. Lo hice todo el
verano para Saul, así que aprendí los pequeños matices. La forma en que cae el
taladro cuando lo hundo en el metal. El sonido de las virutas levantadas. El ruido
de la mecánica, la textura del acero. Si tan solo Sy pudiera apreciar cuán exacto es
todo, tal vez esta versión de él no seguiría mirándome como lo hace.
Como si estuviera roto.
Sé que estoy funcionando perfectamente cuando termino el primero. Los cinco
finos agujeros que he perforado en la superficie del metal son lisos, pero no
demasiado. Ásperos, pero no demasiado. Joder, lo has clavado.
Y cuando suena mi teléfono, siento que mi boca se curva en una sonrisa amarga
y triunfante, porque es el nombre de mi padre el que aparece en la pantalla. Por
supuesto, me llamaba cuando siente el más mínimo orgullo. Mi mente es
jodidamente asombrosa.
Porque hace tres días caí en un sueño.
Y nunca desperté.
—¿Sí? —Así respondo, entrecerrando los ojos con sospecha. Sy había
amenazado con llamarlo antes. ¿Ya me estoy volviendo contra mí mismo? Eso
sucede a veces. No puedo evitarlo.
—No estás en clase. —El tono de decepción es tan real, tan jodidamente perfecto,
que casi me río. Definitivamente lo tengo bajo control—. Iba a dejar un mensaje de
voz.
Mirando alrededor de la habitación, decido dejar que esto suceda. Tengo
lugares donde estar. —Tengo trabajo esta mañana. Clase a las once.
—Oh. —Suena casi sorprendido, como se esperaba—. Así que supongo que aún
no has arruinado tu futuro. De lo contrario, ¿estás bien?
Golpeo la mesa con los dedos, preguntándome sobre qué valor de “bien” está
preguntando. Supongo que eso depende de mí. —No he leído ni un solo programa
de estudios. —Golpeando mis dedos más rápido, agrego—: He llegado tarde dos
veces, estoy en medio de conseguir algo de tiempo en el estudio y le jodí los sesos
a mi Duquesa con un marcador durante el fin de semana.
Hay un momento de silencio al otro lado de la línea, y luego mi padre,
exasperado, dice: —Creo que se supone que debes usar tu polla para eso.
—Oh, ¿eso crees? —Pongo un pie sobre la mesa y me encojo de hombros—. No
lo sabría. Un completo imbécil fingió enseñar en una escuela secundaria una
educación sexual basada únicamente en la abstinencia. La crianza de los hijos más
horrible que se puedas imaginar.
—Este es tu último año. —Su voz adquiere ese tono serio y autoritario que
siempre me hace doler los dientes—. Querías un título en artes y, a pesar de saber
que lo mejor que te puede dar es algo con lo que limpiarte el trasero, he hecho todo
lo posible para asegurarme de que lo consigas. ¿Qué te parece eso de una paternidad
de mierda?
—Se vuelve un poco peor cada vez que me lo arrojas a la cara. —Me froto la
barbilla—. ¿Alguna vez te has preguntado por qué no puedes llamarme sin dar
algunos golpes?
—Probablemente la misma razón por la que te agregas otro tatuaje cada vez
que tienes un ataque. —Suspira, todo sufrido. Trabajo duro, soy un buen papá—.
Quise decir, ¿estás bien? ¿Algún efecto secundario? ¿Duermes? No has respondido
ni uno solo de mis mensajes de texto y el doctor Weatherby dice que no has
programado una sesión en semanas. Ya conoces el arreglo. Necesito que me
mantengan informado sobre...
—Estoy bien —insisto, interrumpiéndolo. El doctor Weatherby es la última
persona a la que quiero ver. Durante años lo he tenido grabado en mi cabeza.
No pienses en las estrellas, Remy.
Aléjate de las estrellas, Remy.
Mantente en la luz, Remy.
No tengo permitido mirar, pero esa noche de la fiesta lo hice. Miré hacia abajo
(no era mi intención) y las estrellas estaban allí, y ahora estoy atrapado en una red
de ellas, esperando las luces rojas, la sangre y el cristal negro, y maldita sea...
Necesito verlos. Estoy cansado de que me digan que no puedo. Dijeron mi nombre
y me hicieron mirar, y ahora, si pudiera volver con ellos, podría descubrir por qué.
Es la serpiente.
Vinny.
Hace que las estrellas borboteen como en un mal experimento de química.
Suavemente miento: —He estado durmiendo como un bebé. Del tipo que tiene
padres cariñosos, incluso. La medicina moderna es asombrosa, de verdad.
Esta vez no hay suspiro. Por todo eso, es un gilipollas gigantesco. Mi papá
siempre ha sido lo suficientemente vago como para creerme cuando digo que todo
está bien. Menos trabajo para él. —Bueno, ya que eres tan jodidamente espléndido,
entonces supongo que puedo informarte que es hora de ser realista y planificar para
la escuela de posgrado.
—Ah, han pasado algunos meses desde que tuvimos esa charla, ¿no? —Joder,
soy tan bueno—. Entonces, ¿dónde quieres hacer esto?
Suena confundido y pregunta: —¿Hacer “esto”?
Asintiendo, le doy más detalles: —Sí, ya sabes. ¿Dónde quieres sermonearme
sobre el “lamentable curso que está tomando mi vida”? Porque sé que te gusta
mantener en secreto que yo soy el desastre de la familia, y como no te veo viniendo
al campus, tenemos algunas opciones. —Antes de que pueda responder, le digo—:
Siempre me ha gustado el club de campo. Obviamente no es mi escena. Pero nos
dejaron sentarnos en esa habitación, ¿la que tiene el cuadro de Rubens? Es el que
tiene todos los culos gruesos. De todos modos, creo que estoy bastante cerca de
determinar que es tremendamente falso, así que si pudiéramos ir allí, sería genial.
Prácticamente puedo oírlo frotándose el puente de la nariz. Es una de las
razones por las que me atrae tanto Sy. Hace esto de frotarse el pulgar con el dedo
índice. Me recuerda a mi papá, solo que sin todo el resentimiento enconado. —
¿Realmente crees que esa actitud te llevará a alguna parte en la vida?
Esta mañana tengo este destello repentino de Nick, tirando de la cabeza de
Lavinia hacia atrás. Estrellas. Eso es lo que veo cuando la miro. Mechones de cabello
rubio. El sonido de su grito. El pánico parpadeante en sus ojos grises. Luces rojas.
Y la ira, tanta maldita ira, ardiendo lo suficiente como para reducir toda esta maldita
ciudad a escombros y cenizas...
—¿De verdad crees que esta actitud te está ayudando en algo?
Las palabras son casi idénticas. Eso no puede ser una buena señal.
Paso mis dedos por mi cabello, empujándolo hacia atrás, parpadeando
mientras trato de reorientarme. —¿Podemos hacer esto más tarde? Realmente no me
siento muy bien.
La voz de mi papá baja una octava de enojo.
—No me ignores. O lo estás haciendo bien o no. No puedes jugar en ambos
lados cuando te convenga. Ya conoces nuestro acuerdo. Concreta una cita con
Weatherby, o si no...
Me froto la sien. —Concreta una cita con el club y estaré allí.
—¡Remington!
Cuelgo y dejo caer el teléfono sobre la mesa de trabajo mientras me agarro la
cabeza. Estrellas... tantas malditas estrellas. Pelo rubio. Luces rojas. Pánico. Enojo.
Viento. El recuerdo empieza a doler de nuevo, un latido agudo y caliente detrás de
mis ojos. Está todo borroso, como un boceto al carboncillo que ha sido manipulado
demasiadas veces, con los bordes confusos.
He intentado volver a ello. No sé cómo ni por qué, pero sé que es lo que tengo
que hacer. Se siente tan lejano. Incluso cuando Lavinia está justo frente a mí, no está
del todo bien. No lo suficientemente amarillo. No lo suficientemente rojo. Pensé que
si me quedaba aquí, volvería a mí. Pensé que si seguía el juego y dejaba que mi
cerebro solucionara los problemas de todo este asunto, podría volver a donde
empezó todo.
No funciona.
Apago el taladro y hago los movimientos de cerrar una tienda mientras mis
sienes palpitan dolorosamente. Cuanto más espero, peor se pone. Mi papá vendrá.
Sy se dará la vuelta. Nick se irá. Lavinia se desvanecerá, como las estrellas.
Si no van a venir a mí, entonces tendré que acudir a ellos.
Capítulo 15
LAVINIA
La escalera al campanario se encuentra detrás de una puerta de tamaño reducido
en el desván. Lo había notado antes, pero lo descarté como poco más que un
escondite para arañas, así que lo dejé cerrado. Considero seriamente seguir mi
instinto cuando finalmente levanto el pesado metal del marco y acciono el
interruptor de la luz justo dentro.
Estrecha.
Eso es lo que es la escalera. Estrecha, cerrado con altos muros de piedra. La
escalera de la torre principal es espaciosa en comparación con esto. Prácticamente
cavernosa. La sola idea de subir esos escalones, sabiendo que las paredes están tan
cerca de mis hombros, hace que el sudor me corra por la nuca y el estómago se
revuelva de pánico. Trago saliva mientras miro el espacio poco iluminado, mirando
las escaleras hasta la puerta en la parte superior. Cinco segundos si corro. Diez si no
lo hago. Y ni siquiera sé qué encontraré una vez que lo alcance. Tal vez sea un
armario y me estoy atrapando en el peor espacio imaginable.
Con los dedos formando puños, cuadro los hombros.
Y luego corro.
Dos pasos a la vez, apartando las telarañas de mi camino a medida que avanzo,
subo las escaleras hacia la puerta alta y de aspecto industrial que tengo delante,
como si fuera lo único que existe.
Cuando finalmente lo alcanzo, abriéndolo con los pulmones constreñidos y un
pulso martilleante, no espero lo que encuentro.
Es... brillante.
Brillantemente iluminado.
Entro a trompicones, cerrando la puerta detrás de mí mientras jadeo por aire,
dejando que el pánico salga de mí en oleadas. No es un armario, sino un espacio
grande y concurrido lleno del funcionamiento interno del reloj. Miro abiertamente
el espacio mohoso y veo al instante que todas las varillas y engranajes de latón están
polvorientos por el desuso, probablemente atascados de un millón de maneras
diferentes. Había hojeado el manual, pero ver de cerca la enorme enormidad de las
tripas es una perspectiva completamente diferente.
Tomo el libro de donde lo tenía escondido debajo de mi brazo, con la intención
de hojear las páginas en un intento de descubrir qué partes hacen qué. ¿O qué parte
dejó de funcionar? Pero hago una pausa antes de que mi dedo pueda sumergirse
entre las páginas.
Algo está mal.
El piso no está limpio, por eso puedo ver el camino desgastado que conduce
hacia el centro de la habitación. Lo sigo sin pensar, con la mente llena del hecho de
que esto no parece una cámara abandonada de una antigua torre de reloj. No puedo
explicar por qué, pero simplemente tiene esta... energía. Un extraño zumbido en el
aire, como si alguien hubiera estado aquí hace menos de cincuenta años. Quizás
incluso más recientemente que el mes pasado.
No es hasta que cruzo al otro lado de la torre, esquivando cables y cosas del
reloj, que veo las cajas, abiertas y visibles para cualquiera que pueda acceder a la
habitación más alta de Forsyth.
Armas.
Cajas enteras de ellas.
Me quedo atónita durante un largo momento, aunque no debería
sorprenderme. Todo el mundo sabe que los Duque dirigen el comercio de armas
en esta ciudad. Simplemente no esperaba que estuvieran... aquí. Muy cerca del
campus. Tan jodidamente obvias. Los Condes nunca lo harían.
Me agacho para inspeccionar una pistola, brillante y nueva, y siento una
punzada de júbilo. Podría acabar con todos ellos con una de estas bebés. Pruebo el
peso en mi mano, paso el dedo por el cañón y siento un extraño punto elevado en
el metal, como si estuviera hinchado y áspero.
Mirando hacia arriba, veo un taladro en la esquina. A su lado hay otra
maquinaria complicada (la fuente del zumbido que he estado sintiendo) y, de
repente, recuerdo las palabras de Sy antes.
—Estás de turno esta mañana...
De repente me doy cuenta de que no estoy sola.
Remy está archivando los malditos números de serie.
Se me pone la piel de gallina mientras me doy vuelta, buscando signos de su
cabello platino y sus mejillas demacradas. Aunque no veo nada. Y ese es otro
problema. Debe haber aquí cien armas (tal vez más), pero ni una sola caja de
municiones.
Irritada, dejo la pistola en su lugar.
Golpe.
Mis ojos saltan hacia el techo, mis músculos se tensan. Todo el mundo sabe
que hay un último nivel en la torre. El campanario. Un vistazo rápido al espacio no
revela una puerta, pero hay una escalera. Está en la esquina sureste, iluminada por
una bombilla débil.
La subo y aprecio plenamente lo estúpido que es hacerlo. La sala de estar
principal de la torre está restringida para todos excepto para los Duques, pero el
campanario se considera básicamente Fort Knox. Por la forma en que habla la gente,
los Duques básicamente lo tratan como algo sagrado. No creo haber conocido a
nadie que haya estado aquí, a menos que cuentes a Saul, ¿y quién lo conoce? En el
mejor de los casos, admito que meto las narices en lugares en los que no debería.
Sería simplemente mostrarles que he visto las armas, que ahora sé demasiado como
para dejarme en libertad.
Esto podría llevarme días en el ascensor.
Paso unos cinco minutos mordisqueando una miniatura antes de decidir qué
tengo que verla.
En la parte superior, empujo hacia arriba una escotilla pesada, con los brazos
tensos bajo el peso. Me encuentro con una ráfaga de viento, tempestuosa y cálida
mientras salgo al aire del final de la mañana. La enorme campana de hierro que
cuelga sobre mi cabeza me arroja sombra y me arrastro sobre manos y rodillas para
salir de debajo. No me doy cuenta de lo apretado que está mi pecho hasta que estoy
aquí arriba, inhalando aire como un hombre muriendo de sed tragaría agua. Doy
vueltas alrededor de la gran campana y corro hacia una de las aberturas arqueadas
para aspirarla. El aire, la vista, la apertura de todo. Mientras mis músculos se relajan,
observo el paisaje de abajo. Es espectacular contemplar la ciudad, cada uno de los
cuatro rincones de Forsyth visibles desde una posición tan extrema.
Fui a una escuela bíblica cuando era más pequeña, durante como una docena
de latidos. Mi padre pensó que sería de buena suerte para nosotras, Leticia y yo. No
pasó mucho tiempo antes de que ambas fuéramos expulsadas por tener “problemas
con la autoridad”. Me castigaron. A Leticia no. En cualquier caso, pasé suficiente
tiempo allí para darme cuenta de que no soy religiosa.
Pero si hay un cielo, sería así. Sin paredes, un espacio abierto hasta donde
alcanza la vista.
Estoy absorbiéndolo, mirando a Forsyth con júbilo y asombro, cuando
escucho: —Sabía que vendrías. —Saltando, giro, sorprendida por la voz detrás de mí.
Es Remy, tal como esperaba. Está caminando desde el otro lado de la campana,
inclinándose para descansar casualmente contra el soporte del arco que mira al
oeste. Lleva una gorra de béisbol, pero está al revés y sus mechones de cabello
desordenados se mueven con el viento. Incluso si no luce tan imponente como antes,
todavía hay ese vacío salvaje arremolinándose en sus ojos. Su piel es más pálida bajo
la luz del sol, y aunque me mira directamente, los orbes oscuros de sus pupilas hacen
que parezca que está a un millón de kilómetros de distancia.
Éste no es Remy en absoluto.
Es Maníaco.
—Tienes clase en veinte minutos —digo, inquieta nerviosamente. Es una
artimaña aceptable, fingir que he venido aquí para recordárselo, pero si la falta de
reacción en su rostro dice algo, no se lo cree—. Nick nunca dijo que no podía venir
aquí. —Presiono mi espalda contra la pared de piedra—. Sólo quería un poco de aire.
Sus ojos caen hacia mis dedos, que se entrelazan alrededor del cordón de la
sudadera con capucha de Nick. —Se supone que no debes usar eso.
La miro (gris oscuro, con la irónica insignia “FU” que siempre se vende bien
por aquí) y me encojo de hombros. —Básicamente, ayer me la puso por la cabeza.
No es que la haya robado o...
—No. —Algo cruza su rostro, tenso y frustrado—. Quiero decir, las cosas no eran
así. No exactamente. No eres… —Su cabeza se inclina y entrecierra los ojos—. ¿Por
qué no eres rubia?
Hago una pausa, con la cara arrugada. —¿Porque me teñí el pelo?
La frustración se suaviza, dejándolo con una expresión suave. —No importa.
Creo que descubrí cómo regresar.
—¿Regresar? —Ahora soy yo quien parece frustrada—. Eso no tiene ningún
sentido. ¡Usa palabras con contexto!
Levanta el brazo y finalmente veo el destello carmesí. Corre por su antebrazo
hasta su muñeca, sobre su palma, goteando de sus ágiles dedos. Observa el lento
chorro de sangre, con expresión desinteresada. —Esto obviamente no funcionó, no
del todo.
—Mierda... —Empiezo a avanzar, aunque al principio no sé por qué. Sólo sé
que Remy está parado frente a mí con un enorme corte en el brazo y, por alguna
razón, necesito arreglarlo.
Nick va a pensar que yo hice esto.
Eso es lo que pasa por mi mente mientras me lanzo hacia adelante, agarrando
su muñeca en el aire. —¡Levanta el brazo, maldito imbécil! —Lo levanto sobre su
pecho, con la esperanza de detener el sangrado, pero está pesado y flácido y él me
está mirando con esos jodidos ojos.
—Sólo estoy volviendo a trazar los pasos. —Sus dedos de repente rozan mi
mandíbula—. Te vi caer hacia las estrellas. No recuerdo lo que dijeron, pero te oí
gritar. Tenías… toda esta sangre…
Es entonces cuando me doy cuenta de que me lo está untando en la mejilla.
Dejo caer su muñeca y retrocedo, limpiándola frenéticamente. —¡¿Qué te pasa?! —
Pero entonces un destello de luz llama mi atención hacia su otra mano. Un brillo de
plata. Un cuchillo. Llego a una comprensión lenta y gradual, alejándome cada vez
más de él—. Tú te hiciste eso.
Sus ojos se mueven de mi mejilla al cuchillo y lo levanta, inspeccionando la
hoja. —Se suponía que iba a despertarme. —Encogiéndose de hombros, levanta el
cuchillo y con calma hace otro corte en su piel—. No es que sea un experto en mi
propia psique. Normalmente pago a la gente para que se encargue de ello. Es sólo
que… —La frustración regresa, formando un hueco entre dos cejas enojadas—. A
veces es muy confuso aquí.
Respiro profundamente y aprieto los dientes. —Remy, ya no tomas tus
medicamentos. Te vi escupirlos. Por eso los tomas, ¿verdad? ¿Es por eso que Sy te
los da? Porque estás... —Sus ojos brillan de una manera que hace que mi boca se
cierre de golpe. Suavemente, para no provocar al lunático armado, termino—:
Porque estás enfermo. Simplemente no eres tú mismo. No sabes lo que estás
haciendo.
—Oh, sé exactamente lo que estoy haciendo. —Levanta un dedo ensangrentado
y se golpea la sien—. Lo tengo todo resuelto. He estado atrapado aquí demasiado
tiempo. Se está adaptando, engañándome, haciéndome creer que es real. Pero no
lo es.
Levanto las manos, exasperada. —¡¿Atrapado en dónde?!
—¡El sueño! —espeta, y su rostro se transforma en un pellizco furioso—. Tú me
hiciste esto. Dibujar en ti, dormir contigo… me hizo soñar. Esto es tu culpa. ¡Caíste
en las estrellas y me dejaste aquí arriba! ¡¿Adónde carajo esperabas que fuera?!
Me aparto el pelo de las mejillas y respiro. ¿Porque esto? Esto es una verdadera
locura. Estoy parada frente a un loco. —Remy —lo intento, manteniendo mi voz
tranquila y uniforme—, no eres tú mismo.
—Entonces, ¿por qué…? —exige, adelantándose—, ¿por qué sigo recordando las
estrellas y la sangre?
Salto hacia atrás, sobresaltada. —¡No sé de qué estás hablando! —Sólo que, me
doy cuenta, tal vez sí. ¿Cabello rubio, sangre, el cielo nocturno? Aferrándome a un
clavo ardiendo, pregunto—: ¿Estás hablando de lo que pasó la noche que irrumpiste
en el burdel?
Sus pálidos labios se aplastan formando una apretada línea. —Este es el
problema. Nadie nunca me escucha. Me observan, pero no me oyen. Todo el
mundo quiere ver mi cerebro. ¡Todo el mundo quiere mirar las pinturas, los dibujos
y los putos tatuajes! Pero nadie quiere oírlo. —Mirando hacia otro lado, comienza a
caminar un pequeño circuito frente a la campana, murmurando con voz agitada—:
¡¿Cómo lo sé?! ¿Cómo sé que el burdel realmente existe? Tal vez te creé sólo para
esto, porque me estoy diciendo a mí mismo que debo despertar. —Se congela,
dirigiendo sus salvajes ojos verdes hacia mí—. Joder, por supuesto. Eso lo explica
todo. ¿Ese tatuaje de mierda en tu pierna? No pude terminarlo porque se me
acaBarón las ideas. No son estrellas. No son infinitos, ¿sabes?
Sintiéndome perdida, mi intento de ser firme cae tan flácido como antes su
brazo. —Remy, esto no es un sueño. Estás despierto, estás... estás justo aquí.
Deja escapar una risa que suena aliviada, inclinando su rostro hacia el sol. —Es
por eso que estás aquí, ¿no? Quizás llevo meses soñando con esto. Joder, tal vez
llevo años soñándolo. Me mostraste las estrellas porque sabes que necesito despertar,
y tal vez cuando lo haga... —Su cabeza se echa hacia atrás, como si acabaran de
golpearlo físicamente, sus ojos sin parpadear mientras se fijan en los míos. Su rostro
se oscurece con una sinceridad tan terrible que hace que mi estómago se desplome—
. Quizás cuando despierte, Tate esté vivo.
Mi sangre se convierte en hielo. —¿Quién... quién es Tate?
Su mandíbula se mueve alrededor de una respuesta silenciosa mientras me
mira fijamente, dura y con los ojos muy abiertos, como si lo hubiera horrorizado y
asombrado al mismo tiempo. —Tal vez nunca me fui. Quizás por eso duele. —Con
los dedos presionando su sien, dejó escapar una lenta exhalación—. Pero podemos
detenerlo. ¿No? Deberías saber lo que dijeron las estrellas. —Cuando todo lo que
hago es sacudir la cabeza, completamente perdida, él se inclina sobre el borde y me
hace un gesto para que mire—. ¿Ves? Ahí abajo. ¿No lo ves? —Me acerco lentamente
a él y miro. Abajo no hay nada más que una caída aterradora y un pavimento duro,
lo que se hace aún más obvio cuando una ráfaga de viento golpea el ala de su
sombrero y lo envía al suelo. Observando su aleteo descender, retrocedo y me
pongo rígida cuando su mano aterriza en mi espalda, presionando hacia abajo—.
Sabes cómo termina esto, ¿no?
Mi corazón late con fuerza y mis pies raspan la piedra mientras lucho hacia
atrás. —Remy, volvamos abajo…
—Tengo que despertarme ahora. —Se mueve abruptamente, brazos y piernas
tirando de él con fluidez hacia la cornisa. Apoya una mano en el arco y luce tan
casual. Tan calmado—. Si me despierto, tal vez podamos estar juntos de nuevo. —
Me mira con sus ojos verdes penetrantes y la cosa es que está loco. Realmente lo
está. Pero él me mira y todo lo que veo en su rostro es una desesperación sin fondo—
. Nosotros cuatro. Como debería ser.
—¿Nosotros cuatro? —Pregunto, agitando un dedo en un gesto circular que
pretende abarcarnos a los Duques y a mí. Sólo entonces me doy cuenta de que estoy
temblando—. Creo que probablemente podamos hacer eso abajo, lejos de, ya sabes,
la horrible caída hacía nuestras espantosas muertes.
Su risa es un sonido entrecortado y entrecortado. —¿Tú? No, no morirás. Te
irás, volverás a tu agujero de serpiente en mi cerebro. Pero Tate estará aquí.
Se balancea, con las piernas y los brazos sueltos. Demasiados sueltos. Sin
pensarlo, me lanzo hacia adelante para agarrar su mano. —Remy, mírame. Esto no
es un sueño. Estás teniendo algún tipo de episodio. No sabes lo que estás...
—Si lo sé. Tengo que despertarme ahora. —Sus ojos verdes caen al suelo debajo
de la torre, pestañas pálidas rozando los cansados huecos debajo de sus ojos. Puedo
oírlo desde aquí arriba. El tráfico. Las sirenas lejanas. La estática de las voces, el
viento y la vida.
Y sé que quiere saltar.
La gente piensa que soy una asesina. Se equivocan, pero no es algo de lo que
pueda librarme con algunas negativas apasionadas. Hará falta tiempo, pruebas,
preferiblemente un conjunto completo de pruebas. Si Remy se lanza en picado
desde esta torre, estoy acabada. Tengo su sangre en mi cara, en mis manos. Nadie
creerá que soy inocente. Y puede que no lo entienda, pero aman a Remy. DKS.
Nick. Jesús, incluso Sy.
No serán sólo unos días en el ascensor.
Mi cadáver será empujado allí para transportarlo.
Once días.
—Remy, mírame —ordeno, manteniendo mi voz firme. Esto es una puta tontería,
lo que significa que sólo hay una manera de afrontarlo. Una tontería aún mejor.
Espero hasta que sus ojos distraídos pasen por encima de los míos para decir—:
Tienes razón. Las estrellas me hablaron. Lo sé todo.
Su atención se dirige hacia mí, tan afilada como la cuchilla que tiene en la
mano. —¿Lo hicieron?
Asintiendo, tomo con cuidado el cuchillo de su agarre suelto y lo guardo en el
bolsillo de mi sudadera con capucha. —Dijeron que vendrías aquí. Me dijeron que
te dijera la verdad. ¿No quieres oírlo?
Sus ojos se mueven de mí a la calle de abajo, una semilla de escepticismo en
el ceño. —Ya sé la verdad.
Sacudo la cabeza. —Bien, me lo guardaré para mí. —Es un farol arriesgado,
pero me doy vuelta para alejarme, con el pulso martilleando en mi cabeza mientras
me preparo para el sonido de su salto. He visto morir a alguien antes. Una vez. Pero
era demasiado joven para recordarlo. En lo más recóndito de mi mente, me
pregunto si me sentí así. ¿Estaba asustada? ¿Traté de detenerlo?
¿Fallé?
Al instante, oigo las suelas de sus zapatos de diseñador chocando con la piedra.
—¡Espera! Las estrellas. —Al girarme, levanto una ceja ante su expresión impaciente—
. ¿Dónde están? ¿Por qué no puedo verlas?
¿Porque es de día, maldito lunático?
Me guardo mi sarcasmo para mí por una vez, sabiendo lo que tengo que hacer.
—Tienes que ir a acostarte. Ten otro sueño. Eso te gustaba antes, ¿no? —Al menos
eso parecía el otro día cuando Nick lo felicitaba por ello, como si tal hazaña fuera
impresionante y nueva.
Hay otra fuerte ráfaga de viento que le mete el pelo en los ojos y mechones
platino rozan sus pómulos. Se gira para echar una mirada por encima del hombro
a la cornisa, moviendo los dedos. —¿Tengo que ir a dormir para despertar? —De
hecho, tiene el descaro de parecer incrédulo, como si esto fuera la cosa más loca
que ha escuchado en todo el día.
—No exactamente. Vamos. —Alcanzo su mano ensangrentada y observo cómo
sus ojos se mueven ante el movimiento. Mantengo mis movimientos lentos,
apaciguándolo, alejándolo del borde—. Te mostraré las estrellas. Te lo contaré todo.
—Todo lo que quiero hacer es alejarlo de este campanario, lejos del saliente, del aire
y de la caída mortal. Lo deseo tanto que ni siquiera lo pienso dos veces antes de
ofrecerle—: Puedes recurrir a mí otra vez. Puedes arreglar mi serpiente, hazlo como
quieras.
Su primer paso es reacio, pero el segundo es sólido y seguro, permitiéndome
atraerlo hacia la campana. Él me sigue sin protestar ni hacer preguntas, agachándose
hacia la escotilla cuando la alcanzamos, y trato de ignorar el nudo en mi estómago
cuando se detiene allí, mirándome como si tuviera todas las respuestas del universo.
—Creo que hice un buen trabajo contigo —dice, con el rostro proyectado a la
sombra de la campana. Luego baja la escalera, dándome un momento de respiro
para apoyar mis palmas contra mis rodillas, mientras mi pecho se estremece de
alivio.
—Sí —digo, sin estar segura de sí puede oírme—, hiciste un muy buen trabajo.
Capítulo 16
LAVINIA
Los Duques tienen algunos suministros de primeros auxilios.
Supongo que tiene sentido. Todo el mundo sabe que el verdadero papel de
una Duquesa es reconstruir a sus hombres después de sus peleas, y no todas sus
batallas son tan estructuradas y autónomas como en los Viernes de Furia Nocturna.
Hurto en el gabinete, que había espiado antes mientras husmeaba, y comienzo a
sacar lo que necesito, mirando detrás de mí cada pocos segundos para asegurarme
de que Remy todavía está en su habitación.
Mis manos todavía tienen un sutil temblor.
Debido a esto, me desvío hacia la cocina, tomo una botella de bourbon del
mostrador antes de regresar a la sala de estar principal y cruzar hacia su puerta.
Si hubiera sentido curiosidad por saber qué estaba haciendo, encerrado aquí
durante tres días, entonces estar dentro no me da ninguna respuesta. Obviamente
destruyó todos los dibujos (y un par de lienzos) en los que había estado ocupado.
El suelo está cubierto de trozos de papel rotos con borrones y manchas negras. La
cama está deshecha. Los materiales de arte están esparcidos como si hubieran
detonado una bomba. Tengo que sortear un lienzo destrozado para llegar hasta él.
Afortunadamente, todavía está en su banco de tatuajes, el lugar más estéril de
la torre, con una pierna estirada al pie mientras espera. La audaz manía en los ojos
de Remy se ha apagado hasta convertirse en un brillo distante mientras dejo los
materiales en su mesa de dibujo. Lo difícil de Remy (quiero decir, aparte del hecho
de que está completamente loco) es que parece muy descontento. Es fácil creer que
está demasiado preocupado como para prestar atención a otras personas y, además,
es atractivo. Atractivo en el sentido en que las chicas como yo consideramos
demasiado complicado como para preocuparnos, porque probablemente hay otras
chicas, y cualquiera que pueda ser quisquillosa suele serlo, y Jesús, eso es demasiado
trabajo.
Tiene el brazo ileso echado hacia atrás, metido debajo de la cabeza mientras
me mira, con los ojos siguiendo la botella de bourbon hasta mi boca. Espera hasta
que tomo un trago para informarme: —Ese era un regalo de Saul. De época, creo.
Miro la botella. —¿De verdad? —Ante su asentimiento, tomo un trago más largo,
sintiendo el calor descender desde mi garganta hasta mi pecho, instalándose
pesadamente en mis entrañas—. Bien. Que se joda ese tipo. —Entierro una tos en mi
muñeca mientras le paso la botella, asintiendo—. Tal vez quieras algo de esto. Hace
años que no coso a alguien.
No reacciona más allá de un breve movimiento de cejas, llevándose la botella
a la boca. —Dijiste que podía recurrir a ti otra vez —dice.
—Sí. —Agarro su muñeca y coloco su mano en mi regazo para finalmente poder
ver bien los cortes que había hecho. Me alivia ver que los cortes están limpios,
aunque sean profundos.
—Quítate la ropa.
—No.
Sus ojos se estrechan. —Sé una buena chica. Háblame de las estrellas.
Mis labios se presionan formando una línea apretada. Por regla general, no me
importa mentir. En realidad, cuento con ello como una forma de vida. Y a pesar de
que estoy siendo gentil e incluso estoy considerando desnudarme para el hombre
que podría haberme arrojado de una torre hace una hora, en realidad me importa
una mierda este tipo. Que pierda la cabeza por lo que a mí me importa. Esto es
supervivencia.
Pero una mirada a sus ojos oscuros e intensos me dice no está interesado en
mis juegos. Si intento hacer de Nick mi arma, entonces Remy es un misil balístico
no guiado. Potente, pero demasiado inestable para aprovecharlo. Jugar con sus
delirios es todo riesgo y cero beneficio.
Veo una caja de guantes negros, desechables y esterilizados, y lo tomo,
pasándolos por mis dedos. —Las estrellas querrían que supieras cómo encontrarlas
—empiezo, acunando su puño en mi mano—. Los ves en tus sueños, ¿verdad? Así
que te voy a enseñar.
Haciendo caso omiso del cosquilleo oscuro y demasiado consciente de sus ojos
mirándome, agarro un montón de gasas y toallitas antisépticas y me pongo a limpiar
la sangre. Las finas líneas de sus tatuajes aparecen más claramente con cada pasada
y me permito apreciarlas de una manera más o menos desapegada, cómo cubren
sus venas y se mueven con los tendones. Por un segundo, todo su discurso sobre
considerar las curvas y la carne comienza a tener sentido, como si la mera flexión
de su puño de repente hiciera que un gorrión en su antebrazo volviera a vivir y
respirar.
—Solía tener estas... no sé, pesadillas, supongo —comienzo, aplicando presión
con la gasa mientras abro las toallitas con una mano—. Eran tan Reales, que a veces
me despertaba en medio de una huida, o golpeando el interior del... —Las palabras
golpean el fondo de mi garganta y luego se escabullen dentro de mí, pero todavía
puedo escucharlas palpitando en mis oídos.
Me despertaba golpeando el interior del baúl.
El problema era que a veces no era real, pero otras sí lo era.
Me aclaro la garganta. —Llegó un punto en el que simplemente no podía saber
qué era real o qué era un sueño. —Posiblemente lo único bueno de haber sido
entregada a los Lords es que no he tenido una de esas pesadillas en mucho tiempo.
No hasta que Nick me arrojó a ese ascensor.
—Pero los sueños nunca son tan exactos como pensamos. Como leer, por
ejemplo. —No se inmuta cuando paso el antiséptico sobre la herida, aunque tiene
que arder como una perra—. Si puedo leer, entonces sé que estoy despierta. Cuando
estoy soñando, todo es sólo un gran y confuso revoltijo de garabatos. Pero hay todo
tipo de pruebas. Contar los dedos, detener la respiración, mirarse en el espejo…
Irónicamente, Leticia me enseñó eso. —Así dejarás de gritar mientras duermes
—había dicho, entrecerrando los ojos en una mirada irritada. La lectura siempre me
ha resultado fácil y tiene más de un uso. “Superdotada”, solían llamarme mis
profesores, como si fuera a convertirme en una asombrosa prodigio académica. En
cambio, le he encontrado usos más prácticos. Sólo necesito leer algo una vez, y luego
puedo recordarlo y volver a leerlo mentalmente más tarde.
Cuando estoy encerrada, pienso, tratando de salir de ahí.
—Lo que quiero decir es que hay muchas maneras de asegurarte de que estás
despierto —digo, girando para recuperar el kit de sutura.
—No estoy loco. —Las palabras surgen en voz baja pero lo suficientemente
decisivas como para que me congele y mire hacia arriba. Sus mejillas han
encontrado un poco más de color con el bourbon, y sus ojos se clavaron en los míos
con una intensidad que raya en lo incómodo—. Con toda la gente jodiendo dentro
de mi cabeza, todos deberían estar agradecidos de que no me esté meciendo en un
maldito rincón. ¿Alguna vez te han dicho que no puedes pensar en algo? —Hay un
momento de silencio en el que sacudo la cabeza. Con firmeza, repite—: No estoy
loco.
Doy un zumbido escéptico, abro la aguja e hilo esterilizados. —Voy a asumir
que no te asustan las agujas. Simplemente quedarse quieto.
Coser heridas es algo asqueroso, pero bastante sencillo. Una vez vi a un médico
hacerlo. Un tipo al que mi padre solía pagar para que trabajara con sus soldados
cuando estaban en apuros. Alguien lo suficientemente discreto como para que no
tuviera problema en traerlo a mi habitación, mostrándole mis heridas de una noche
particularmente dura dentro del baúl. Cuando tuve la edad suficiente para ser “útil”
ahorrándole los gastos a mi padre, terminé siendo yo quien fue llevada ante la
maldita gente a las dos de la mañana.
Mis puntos no son tan complejos ni tan sofisticados como los suyos, pero hacen
el trabajo. Ambos estamos en silencio mientras trabajo, tensando la piel con cada
nudo, pero por la forma en que su otra mano comienza a golpear el vinilo de la silla,
puedo notar que todavía está agitado, cada vez más inquieto. Esto se vuelve aún
más evidente cuando sus dedos recorren mi muslo, levantando el dobladillo de la
sudadera con capucha que llevo puesta.
—Espera. —Le lanzo una mirada severa.
Pone los ojos en blanco y se hunde en el asiento. —Dijiste que podía recurrir a
ti otra vez —repite mientras termino.
Entrecierro los ojos mientras corto el hilo, examinando mi trabajo. No está nada
mal. —Bajo una condición.
Sus labios se curvan en una fría sonrisa. —No puedes poner condiciones. Eres
mía. Puedo hacer lo que quiera contigo.
Asintiendo, respondo: —Es cierto. Podrías atarme y hacer lo que quieras. Pero
no lo harás. ¿Quieres saber por qué?
Arquea una ceja. —¿Por qué?
Empiezo a prepararme para la tarea que tengo por delante. —Porque voy a
demostrar que estás despierto y que yo soy real.

Miro la parte superior de su cabeza mientras llena la serpiente en mi pantorrilla.


Era la única forma en que aceptaría seguir mis órdenes, así que me quedo aquí,
como la última vez, y le dejo hacer lo que quiera. El —camino—aparentemente
implica muchos marcadores negros y rojos, y me permito ver cómo el diseño cobra
vida. La última vez, lo había convertido en un dragón de tres cabezas, pero esta vez
es una intrincada enredadera de flores. La cabeza de mi serpiente aparece entre un
lecho de espinas y, por un momento, estoy increíblemente jodidamente molesto.
Pasé horas agonizando por este tatuaje de serpiente a medio hacer y ahora, dos
veces, él simplemente se puso manos a la obra y creó obras maestras sin esfuerzo a
partir de él.
Cabron.
A diferencia de la última vez, todavía estoy completamente vestida, o tan —
completamente—como puedo estar con los diminutos shorts de puta que me han
dado. Todavía hay suficiente piel para que él suba hasta mis rodillas, mis muslos,
sus dedos rozando la carne de una manera que todavía evoca una sensación de calor
e inquietud.
—No le cuentes a Sy lo que pasó allá arriba—, dice sin detenerse. —Se haría una
idea equivocada—.
¿La idea equivocada? ¿Qué demonios significa eso?
No pronuncio las palabras en voz alta, pero Remy responde de todos modos.
—A veces simplemente reacciona de forma exagerada—.
—Cuéntamelo—, digo, girándome para verlo mejor. —Pero claro, puedo
mantener la boca cerrada—.
Aunque agrego este pequeño dato a la lista de secretos y mentiras que estos
'hermanos' se ocultan unos a otros...
—Deberías estar desnudo—, murmura mientras lucho contra un escalofrío. Sus
ojos se elevan hacia mi centro y se detiene. —No puedo ver las estrellas cuando estás
con toda esta ropa—.
—Mierda dura—, es mi respuesta.
Sus dedos se aprietan alrededor del marcador, pero vuelve a dibujar, con la
mandíbula tensa cada vez que choca con el dobladillo de mis pantalones cortos.
Creo que hago un buen trabajo sufriendo por eso, pero cuando él comienza a
separar mis rodillas para elevar mi pierna, la aparto bruscamente, provocando un
gruñido de frustración de él.
—Se acabó el tiempo.—
Estoy totalmente esperando que él me ignore en el mejor de los casos, y que
me sujete en el peor, pero para mi asombro, simplemente frunce el ceño y da un
paso atrás. —Es una mierda. ¡Te lo dije, no puedo visualizar! Tiene la misma mirada
en sus ojos que, apuesto, precedió a que todos los bocetos fueran hechos trizas como
confeti en el suelo.
No tengo prisa por ver cómo ese impulso se traslada a la carne humana, pero
es lo único que creo que puede funcionar con él. —Quiero que me entintes, de
verdad—. Me levanto la sudadera con capucha y señalo un punto en mi cadera. —
Aquí mismo.—
Cuando desvía su mirada frustrada de mi pierna al parche de piel que le he
designado, su mandíbula pierde parte de su agudeza. —No entinto a las perras—.
Repito como un loro sus palabras de antes. —Pero ya me marcaste —. Todavía
tengo el Brass Bruin, ¿recuerdas? Aprieta los labios con fuerza, frunce el ceño y
tengo la sensación de que está discutiendo consigo mismo. Agrego: —Yo lo dibujé.
No es tu arte. No es nada, sólo unas pocas líneas—. Ante la curvatura de su labio, le
ofrezco: —O simplemente dame la aguja y lo haré yo mismo—.
—Nadie toca mi arma—. Sin decir palabra, camina hacia la mesa de dibujo,
mirando fijamente el diseño que dibujé en un cuaderno de bocetos medio destruido
mientras él trabajaba en la serpiente. Golpea con su marcador el contorno simple
de una estrella de siete puntas. No es bueno, pero no tiene por qué serlo. —Se supone
que esto demuestra que eres real—. Suena un poco sarcástico, pero también se está
poniendo un par de guantes, con la boca inclinada irónicamente mientras
inspecciona el dibujo. —¿Cómo carajo una estrella de mierda va a hacer eso?—
—Porque estamos aquí. Este momento entre nosotros es real. El tatuaje lo
demuestra. No se borrará ni desaparecerá—. Me preocupa que en el momento en
que lo digo en voz alta suene trivial y agrego: —Siempre que estés confundido,
puedes comprobarlo—.
Él frunce el ceño, claramente disgustado con mi demostración de lógica. —Y lo
quieres aquí—. Introduce su dedo índice en la cintura de mis pantalones cortos y los
tira hacia abajo.
—¡No tan bajo!—Grito, tirando de ellos hacia arriba.
Lo baja de nuevo, superándome fácilmente. —Si te quitaras la ropa, entonces
podría ver el jodido...—
Gruño: —¡Dibuja la maldita estrella, Remy!—
Su cabeza se echa hacia atrás y sus ojos se llenan de fuego. Lo tuve identificado
desde el primer momento en que entré aquí. Puedo creer absolutamente que es
Remington Maddox, porque Remy es claramente un pequeño rico mimado.
Apuesto a que nadie le había gritado antes ni le había dicho que cerrara la boca y
se pusiera manos a la obra.
—Mira—, dice, con un tono más claro que nunca, —si voy a romper mi código
de no tatuar perras, entonces necesito que cooperes un poco. No lo estoy haciendo
a medias. Mi arte es un regalo y yo decido a dónde va y cómo se desarrollará el
proceso—. Irónicamente, él me mira de la misma manera que yo lo miro a él. Como
si fuera la perra Lucia mimada a la que nunca le han dicho qué hacer. —Bájate los
pantalones cortos y déjame encontrar el lugar correcto—.
Muevo los pantalones cortos ajustados hacia abajo, dejando al descubierto mi
cadera y la mayor parte de mi área púbica. Sus dedos rozan la piel, como si estuviera
leyendo las finas líneas de un mapa. Se detiene en una suave franja de carne a unos
centímetros de mi cadera, más cerca de la línea del bikini, y presiona hacia abajo.
—Aquí.—
—Es un poco más bajo de lo que me gustaría…—Me mira fijamente. —Pero esta
bien. ¡Bien!—
Se da vuelta y abre un gabinete alto, revelando un juego completo de
instrumentos para tatuar, incluido el autoclave para esterilización. Metódicamente,
saca todo lo que necesita.
La intensidad de su concentración regresa cuando comienza a dibujar la estrella
en mi piel, rápido y seguro, a pesar de que de vez en cuando mira el cuaderno de
bocetos como referencia. La obra de arte es un millón de veces mejor que la mía,
gracias a Dios. Ya tengo un tatuaje de mierda del que arrepentirme.
El sonido del arma cobrando vida es suficiente para transportarme de regreso
a esa noche, presionado boca abajo contra el colchón del Hideaway mientras me
clavaba su insignia en el hombro. Mis manos se curvan, los músculos se tensan
cuando la aguja hace su primer toque.
Hay un placer perverso en este dolor, la aguja entra y sale como la púa de un
aguijón. Al principio lo odio, pero la sensación se extiende por mi carne. Casi
lamento que sea un trabajo rápido, un diseño pequeño y simple, porque siento el
deseo de hundirme en la vibración. Tal vez he pasado demasiado tiempo con este
psicópata, porque en el momento en que aparece, con la frente arrugada, puedo
decir que está ansioso por mejorarlo.
En cambio, el arma se queda en silencio.
Hay un largo momento en el que limpia el exceso de tinta, calmando la piel
dolorida con algo astringente y con buen olor, y tengo la sensación de que esto es
un poco ritual para él. Mientras observo que la arruga de su frente disminuye
lentamente, me pregunto cuántas veces hace esto. ¿Cuántas veces inclina la cabeza
contemplando la piel de otra persona?
—Cuéntalos—, ordeno, observando la forma en que su cabello platino cae sobre
sus ojos. —Cuenta los puntos—.
Sin fuerzas, dice: —Siete—y yo sacudo la cabeza.
—Usa tus dedos. Contar.—
Sus ojos verdes se fijan en los míos, brillando con molestia a través de los
mechones de cabello, —No soy un conde, soy un Duque—. A pesar de esto, obedece
agresivamente, clavando la yema del dedo enguantado en cada punto. —Uno dos
tres CUATRO CINCO SEIS SIETE. ¿Cómo carajo se supone que esto va a probar
algo?
Le frunco el ceño. —No es así, imbécil. Tienes que hacer la segunda parte—.
—¿Qué segunda parte?—
Levantándome del banco, ignoro la forma en que sus ojos caen
instantáneamente a mis muslos, oscureciéndose. —Ahora dormimos—, digo,
señalando la cama. —Y cuando sueñes, si me ves, no podrás contar los puntos. Así
que cuando despiertes lo sabrás—.
—Suponiendo que aún no lo haya hecho, ¿qué te hace pensar que tendré un
sueño?—
No tengo forma de saber que lo hará. Al menos, será de gran ayuda para aliviar
las sombras debajo de sus ojos, y tal vez un poco de descanso le ayude a entrar en
razón. Me encojo de hombros impotente. —Lo hiciste la última vez, ¿no?—
Inclinando la cabeza, señala: —La última vez estabas desnudo—.
—Jesús, maldito Cristo—, murmuro, con las manos golpeando furiosamente mis
muslos. —¿Sabes que? Bien. Me desnudaré… si tomas tus pastillas—.
Sus cejas se elevan esperanzadas y luego fruncen el ceño. —Piensas mucho en
ti mismo. ¿Qué te hace pensar que tus tetas merecen que me entregue al olvido y
haga la mierda once veces más confusa? Sus palabras pierden un poco de efecto, ya
que la mitad de ellas son gritadas desde el baño de al lado. Regresa a su habitación
con tres botellas, sin siquiera mirarme mientras las abre, una por una, y las coloca
sobre la mesa en una pequeña y ordenada fila. Coge la botella de bourbon y
finalmente me mira, recostándose contra la mesa de dibujo para fijarme con sus
ojos. —¿Bien?—
Señalo las pastillas. —Tú primero.—
—Tú primero.—
Poniendo los ojos en blanco, me muevo los pantalones cortos por las piernas y
los lanzo con una patada en el tobillo, arqueando una ceja.
Con los ojos fijos en mis muslos desnudos, Remy toma una de las pastillas y se
la lleva a la boca, tragándola con un trago de bourbon. —Más.—
Meto la mano debajo de la sudadera con capucha para quitarme las bragas, y
me pica la conciencia por la forma en que sus ojos siguen su descenso.
Toma la segunda pastilla. —Más.—
Suspirando, agarro el dobladillo de la sudadera con capucha y la levanto por
encima de mi cabeza, deseando haber pensado en usar sostén hoy. En el momento
en que se aclara mi cabeza, enviando mi cabello en una cascada salvaje, Remy ya
está cayendo hacia adelante, lamiéndose los labios. —Tómala—, le digo a la tercera
pastilla, con los brazos todavía en las mangas del suéter.
Él obedece distraídamente, y yo había tenido todo este plan para hacerlo abrir
la boca y levantar la lengua, pero sé que se la tragó cuando toma un par de sorbos
más de la botella, su garganta se mueve mientras sus ojos oscuros me observan.
Hago un gesto hacia la cama. —Después de usted.—
Soy un idiota por no esperar lo que viene después.
Remy comienza a desvestirse, como la última vez. —Te lo dije antes, Vinny—,
dice, sonriendo cuando me doy la vuelta. —Sólo puedo dormir desnudo—.
—Genial—, murmuro, cruzando los brazos sobre mis tetas mientras me arrastro
hacia el otro lado de la habitación.
La cama está desordenada, pero he estado durmiendo en el desván, en el suelo
frío y duro, durante tanto tiempo que resulta irritantemente atractivo. Remy no se
detiene para limpiarlo, simplemente cae en la cama, agarrándome mientras bajaba.
Me sumerjo rápidamente debajo de las mantas retorcidas, cubriéndome, pero
él ya está haciendo lo mismo, acercándose a mí. Remy es un hijo de puta susceptible,
así que ya estoy tenso por la anticipación cuando su palma cubre uno de mis senos
y su pulgar recorre mi pezón.
—Sabes—, su polla erecta roza la parte exterior de mi muslo, —la última vez que
te hice venir—.
—Me forzó.—
Estoy mirando deliberadamente lejos de él, pero todavía puedo verlo en mi
periferia, apoyando su sien en su puño mientras su otra mano aprieta mi teta. —
Podría hacerlo rápido—.
—Podría convertirte en eunuco—.
—Podría hacerte gritar—.
Me vuelvo hacia él y finalmente encuentro su mirada encapuchada. —Remy.
¿No estás cansado?
—No.—Es mentira, y por la forma en que baja la mirada, se da cuenta de lo
obvio que es. Él lanza un largo y asediado suspiro y finalmente me suelta,
desplomándose sobre su espalda. Observo cómo se aparta el pelo y mira fijamente
al techo durante un largo y silencioso momento. —¿Vinny?—
—¿Qué?—
—No creo que esté despierto—. Su voz es un estruendo que es casi tan sombrío
como las líneas alrededor de su boca.
Me pongo de lado, atraída por su perfil de alguna manera inexplicable. Un
único rayo de sol del mediodía atraviesa sus persianas, proyectando un brillo
espeluznante sobre la curva de su mejilla, y me invade la idea de que me está
pidiendo algo. Algo que sólo yo puedo darle. No es una orden, sino más bien una
súplica.
Quizás por eso pregunto: —¿Por qué no?—.
—No puedo serlo—, es su respuesta, arrastrada por el sueño. —Porque si estoy
despierto, entonces significa… así es como son las cosas. Significa que no mejora—.
Sus párpados bajan en un lento parpadeo, ocultando algo perdido y herido. —
Probablemente estoy dormido—. Su mano se vuelve flácida, una señal de que
finalmente se ha quedado dormido.
Metiendo mi mano debajo de mi mejilla, trazo las líneas de su rostro con mis
ojos. Es insensible, cruel y volátil, y en este momento, no estoy segura de haberme
resentido con algo más que las arrugas grabadas en su cara dormida, porque algo
remueve algo dentro de mí. Este es el rostro de una persona que ha estado sufriendo
durante tanto tiempo que su rostro ha olvidado el concepto de flojedad.
Al darse la vuelta, la mentira surge fácilmente. ¿Y por qué no debería hacerlo?
Me lo digo a mí mismo todos los días.
—Será mejor cuando te despiertes—.

Ruidos golpean en mi cabeza, ruidosos y perturbadores. Mis ojos se abren de golpe


y me sobresalto al mismo tiempo que la puerta se abre. Nick consume el espacio,
con la mandíbula tensa, los puños cerrados y la mirada recorriendo mi cuerpo.
—¿Qué carajo? —Empiezo, con la voz ronca por el sueño.
—¡Jesucristo! ¡No te muevas! —Remy grita y me congelo. Lanzo una mirada al
otro lado de la habitación y lo veo sentado en un taburete en la esquina. Está
completamente desnudo, sostiene un marcador en la mano y una gruesa libreta de
papel apoyada en las rodillas—. La puerta estaba cerrada, hijo de puta —le grita a
Nick—. Hicimos un trato. ¡No la cerraré si no irrumpes!
—Han pasado dieciocho horas —responde Nick con los dientes apretados—.
¡Tenía que asegurarme de que ustedes dos estuvieran vivos! ¿Qué carajo están
haciendo aquí? —Se acerca a la cama y lo veo. Ese oscuro y desafiante destello de
posesividad que siempre me ha hecho querer atacar—. Y por el amor de Dios, al
menos dale una manta —añade Nick, levantando una del suelo y arrojándola sobre
mi cuerpo.
Todavía no me he movido, no estoy exactamente segura de lo que está pasando
aquí. Lo último que recuerdo es ver la luz del sol del mediodía asomándose a través
de las persianas mientras Remy respiraba profundamente e incluso a mi lado, su
piel cálida y eléctrica contra la mía.
—Hijo de puta... —Los músculos de Remy se ondulan, la polla se balancea
pesadamente entre sus piernas mientras se lanza hacia la manta. Agarra la esquina
y la arranca—. ¡Estoy en medio de algo y lo estás arruinando! ¿Por qué siempre tienes
que arruinarlo todo?
Es una declaración cargada: todo el intercambio está lleno de ellos, desde la
puerta cerrada hasta la expresión tensa de Nick ante las palabras de Remy. Hay
tanta historia entre estos dos (estos tres) que cada vez es más difícil posicionarme
fuera de la línea de fuego. Son heridas viejas, pero también recientes. Reabiertas.
Sensiblemente irritadas. Normalmente, echarles un poco de sal sería un buen
momento, pero ayer pasé horas calmando a Remy en el desastre de fijación desnuda
y de ojos oscuros que está frente a mí en este momento. No necesito que Nick venga
aquí y lo enoje nuevamente.
—Nick —digo, tratando de moverme lo menos posible—. Obviamente Remy
necesita un poco más de tiempo. Cualquier cosa por la que hayas venido aquí puede
esperar hasta que él termine, ¿no?
Sus ojos se encuentran con los míos y hay tensión allí, como si quisiera pelear
conmigo. —Tengo algo para ti —dice, metiendo la mano en su bolsillo. Saca una
tarjeta de plástico rectangular y la sostiene en alto—. Es para la biblioteca de la
Universidad. Puedes ir con uno de nosotros mientras estemos en el campus.
Una oleada de emoción me golpea. Es demasiado enredado para ponerle un
nombre. En parte sorpresa, en parte temor y una punzada de anhelo tan intenso que
mi respuesta surge suave y ahogada. —¿Que tengo que hacer?
Sé que es demasiado grande antes de que la boca de Nick pueda siquiera
formar una sonrisa lenta y maliciosa. —Aún no lo he decidido. —Ignorándonos,
Remy se inclina para colocarme bruscamente en la posición en la que me tenía
antes. La mirada de Nick se mueve hacia él, destellos de celos chispean debajo de
su máscara de piedra—. ¿Qué carajo es eso?
Remy hace una pausa, siguiendo la mirada de Nick hasta el tatuaje, y se
estremece al ver la estrella. —Me obligó a hacerlo —responde, y cuando comienza a
presionar la yema del dedo en cada punto, moviendo los labios en silencio mientras
cuenta, encuentro una extraña especie de alivio—. Siete es bueno. Son cuatro, pero
también tres. La torre tiene cuatro lados pero tres caras. Esto es… es empírico. —Sus
ojos se encuentran con los míos, muy abiertos con una extraña y enérgica especie
de asombro—. Ahora lo entiendo. —Las cálidas manos de Remy agarran mis muslos.
Culpo a Nick y a esa tarjeta de la biblioteca por no esperar lo que viene después. El
dedo de Remy se hunde entre mis piernas y separa mis labios. Mi cuerpo se pone
rígido ante el primer roce de su dedo contra mi clítoris.
Intento cerrar mis rodillas de golpe, chillando: —¡Espera!
Pero fácilmente los separa. —Eres real, Vinny. Eso significa que no eres nada.
Significa que eres nuestra. ¿No lo entiendes todavía? ¿Has aprendido lo que significa
pertenecernos?
Lucho contra el escalofrío que amenaza con recorrer mi piel. Estos malditos
Duques. Cedes un centímetro y toman un kilómetro.
—¿Qué estás haciendo? —Pregunta Nick, con la mandíbula apretada.
Los ojos de Remy están fijos en mi centro, girando con fascinación. —Solo estoy
disfrutando de las vistas, Nicky. —Mirándolo por encima del hombro, agrega—: Ya
sabes cómo se ve cuando se corre.
Los ojos de Nick brillan con enojo, porque no lo sabe. Remy es la única
persona en el mundo que sabe cómo luzco cuando me corro. Pero a pesar de que
hay algo negro y furioso en su mirada, también hay entusiasmo en la forma en que
ve a Remy tocarme. —¿Cómo se siente? —Pregunta Nick.
—Cálida. Ya está mojada para nosotros, Nicky. —Remy empuja sus dedos hacia
adentro y envuelve su otra mano alrededor de mi muslo para abrirme más. Me mira
y hay una alegría cruel en su sonrisa que no estaba allí ayer—. ¿Alguna vez te
preguntaste a qué saben los coños? —Sosteniendo mi mirada, saca su dedo de mi
coño, sólo para deslizarlo entre sus labios.
Mis puños se aprietan contra las sábanas mientras intento permanecer quieta.
—Te ayudé —le recuerdo, como si eso me perdonara.
Remy tararea, sacando el dedo en su boca. —Sabe a miel y a estática.
Los ojos azules de Nick se ponen vidriosos mientras observa a Remy empujar
y pinchar mi coño. —Lame su coño —dice, con los párpados pesados—, haz que se
corra.
—No. —Surge de mi garganta en un gruñido bajo y decidido que hace que Nick
entrecierre los ojos.
Levanta la tarjeta de la biblioteca. —Si quieres esto, abrirás las piernas y lo
tomarás.
Pero Remy ya está cayendo entre mis muslos, su lengua recorriendo un camino
ancho y caliente por mi centro. Sin realmente quererlo, mis dedos agarran su
cabello, con el estómago apretado por la tensión de quererlos y odiarlos por ello.
Me pregunto cuándo se darán cuenta de que he ganado.
Tal vez cuando recueste mi cabeza contra la almohada, con los dedos de los
pies curvados mientras la lengua de Remy golpea mi clítoris, Nick se dará cuenta de
que este no es exactamente el castigo que quiere que sea. Tal vez cuando Remy se
agache para hundir su lengua en mi coño, sacando un suave gemido de mi garganta,
se les ocurrirá quién está de rodillas por quién. Tal vez cuando mis caderas se
muevan y mi espalda se arquee con un aliento entrecortado, Nick entenderá que es
sólo un espectador de una pelea que ya ha perdido.
Mis dedos se aprietan contra el cuero cabelludo de Remy y ni siquiera intento
rechazar las abrasadoras olas de placer que chocan contra mí con cada movimiento
de su hábil lengua. Mi pecho se agita con jadeos estremecedores y guío su cabeza,
obligándolo a acercarse a mi clítoris. Soy recompensada con un ruido sordo que
vibra a través de mi núcleo como un terremoto. Remy es bueno tomando
instrucciones. Sus manos se curvaron alrededor de mis muslos mientras me ensucia
y me pone resbaladiza. Sé que estoy cerca cuando me pregunto qué tan terrible
sería si él se levantara y me metiera su polla. Me hundo los dientes en el labio, con
los músculos tensos, por si acaso.
Por si acaso estoy lo suficientemente perdida como para pedirlo.
Diez días.
Me aseguro de mirarlo justo antes de que la banda de tensión en mi vientre se
libere. Nick. Él está mirando con esta expresión relajada e idiota. Boca apenas
entreabierta. Ojos azules vidriosos. Mano metida en unos vaqueros que han sido
desabotonados apresuradamente. Hay un hueco en su frente que se parece tanto al
dolor que hace que mis puños se aprieten en el cabello de Remy. De repente, creo
que entiendo a Auggy.
Porque aquí hay poder.
Está en la forma en que Nick se congela cuando gimo. Está en la presión de
mis muslos alrededor de la cabeza de Remy, atrapándolo. Está en la forma en que
el cuerpo de Nick se aferra al mío, el espeso semen goteando sobre su puño, ambos
lanzándonos por ese precipicio irregular sin nada más que nuestro propio placer en
mente. Grito sin querer, arqueando la espalda mientras Remy me sujeta, gruñendo
sonidos voraces en mi coño.
Mi cuerpo cae pesado y flojo, y durante un largo momento, trago aire, tratando
desesperadamente de saciar mis pulmones. Las dulces réplicas de mi orgasmo hacen
que mis muslos tiemblen mientras Remy continúa, sin importarle lo sensible que
estoy. Intento apartarlo, pero es un gesto débil y poco entusiasta del que se deshace
fácilmente.
No es hasta que escucho el gruñido saliendo de su pecho que me doy cuenta
de que ha estado bombeando su polla con los puños. Siento su liberación más de
lo que la veo, balanceándose a través de mi centro en un agudo estallido de
vibración. El semen húmedo y pegajoso cubre mis muslos.
Durante un largo momento, no se oye nada más que el sonido de los tres
recuperando el aliento.
Nick es el primero en recomponerse, con la mandíbula apretada mientras se
vuelve a poner los pantalones. —Haz tu mierda y envíala afuera. Sy la llevará al
campus hoy. Tengo que ver a Saul. —Me lanza la tarjeta de la biblioteca y aterriza
en mi pecho, justo entre mis tetas.
Probablemente pretenda ser desmoralizador. Pago por mi “servicio”. El
prostíbulo ha producido otra abeja obrera. Un bien para ser utilizado. Supongo que
la vergüenza está ahí, en el fondo, enterrada bajo la capa de armadura que me puse
encima hace mucho tiempo. Pero no estaba de rodillas. No tuve que aceptar a
ninguno de ellos. Si su objetivo era hacerme sentir como una puta, entonces falló.
Recojo la tarjeta de la biblioteca y me humedezco los labios agrietados.
Para el vencedor va todo el botín.
Capítulo 17
SIMON
Puta.
La escucho encerrada en esa habitación con Remy y Nick, pero incluso si no
lo hiciera, aún lo sabría. Está en el aire, cargado de sexo, cosas privadas y
repugnantes. Paso demasiado tiempo congelado frente a la puerta, esforzándome
por escuchar sus gruñidos. Sus jadeos. Los gemidos y la respiración. El suave crujido
de los bordes de un colchón.
Y estoy duro.
Todo el tiempo.
Lo tomo y lo empujo hacia abajo con ira, mis puños se cierran en puños
apretados y temblorosos mientras guardo los sentimientos. Un océano. Eso es lo que
uso. Se agita dentro de mí, capas blancas de rabia lo espuman, pero soy bueno
manteniéndolo debajo de la superficie, siempre escondido bajo las profundidades.
Es lo único útil que me enseñó mi mamá. Visualizar, meditar, aprender a ponerme
ordenado y parejo. Aunque parezca una tontería, hay ciencia detrás de esto.
Investigación. Evidencia verificable de que es efectivo.
Entonces, ¿por qué de repente es tan difícil calmar mi océano?
Nick es el primero en salir. Espero desde la entrada a la cocina, apoyándome
en el arco mientras mis ojos siguen su camino hacia su dormitorio. Está sonrojado y
con las extremidades pesadas, probablemente jodido. Me pregunto cómo hizo que
se corriera. ¿La inclinó sobre la mesa de dibujo de Remy? ¿Se abrió para él en la
cama de Remy? ¿Los tomó a ambos, uno tras otro? ¿O al mismo tiempo? ¿Nick
tomó su coño mientras Remy le follaba el culo? ¿La llenaron, su semen goteó de sus
agujeros y goteó por sus muslos como...?
—¡Uf! —Golpeándose contra mí, Lavinia se tambalea hacia atrás, una sábana
revoloteando hasta el suelo a su alrededor—. ¡Jesucristo! —Se apresura a cubrirse con
la sábana, pero está atrapada debajo de ella—. Usa una campana, Acosador.
Lo dice burlonamente, con una mueca en el labio, pero estoy demasiado
distraído con la vista de su cuerpo desnudo como para prestarle a su insolencia la
atención que merece. Sus hombros están desnudos, dos clavículas austeras que
enmarcan un esternón de aspecto delicado. Sus tetas son redondas y de aspecto
pesado, dos puñados perfectos coronados con dos pezones respingones.
Lo siguiente que sé es que la tengo contra la pared, mis dedos clavándose en
su cálida carne. Huele a sudor, miel y coño, y maldita sea, me la voy a follar. Voy a
abrirme camino hacia adentro y golpear su pequeño cuerpo hasta que no pueda
más. Voy a poner mi océano en ello, bombeando su coño tan lleno de mi semen
que llorará de sus malditos ojos. Voy a…
—¡Aléjate de mí, maldito psicópata! —Los puños de Lavinia golpean contra mi
pecho, que es lo único que me hace volver a mí mismo. Mi erección presiona su
vientre, inmovilizándola contra la pared tanto como mis propias manos. Manos. Una
la agarra por el hombro mientras la otra le acaricia la teta. Parpadeo por un
momento suspendido, preguntándome cuándo comencé a perder el control de mis
propias mareas internas.
Pero ya sé la respuesta a eso, ¿no?
Cuando todo lo que hace es mirarme boquiabierta, espeto: —¡Cúbrete! Sé que
acaban te acaban de follar ambos huecos, pero lo creas o no, ¡este no es Velvet
Hideaway!
Levantando la barbilla, grita: —¡No me acaban te acaban de follar ambos
huecos!
Mi ira se enciende de nuevo, casi satisfecha por su estremecimiento cuando me
acerco a ella, agarrando su pecho. —No me mientas. Te oí ahí dentro, follando sus
pollas. Probablemente al mismo tiempo. ¿Cuál te cogió el trasero? —Se queda
boquiabierta y me burlo—. Remy, por supuesto. Nick es demasiado arrogante.
Siempre entra por el frente.
Sus dientes se aprietan visiblemente. —No le tomé la polla a nadie. Ves
demasiada pornografía.
—¡Estás mintiendo!
—¡No!
Es el calor de sus ojos tanto como su piel lo que me impulsa a girarla, mi mano
aterrizando entre dos suaves escápulas, presionando contra los delicados bultos de
su columna y aplastándola contra la pared. Mi otra mano baja y fuerzo mis dedos a
su suave y cálido centro, mi sangre hirviendo por la resbaladiza que encuentro allí.
—Eres una maldita mentirosa —le gruñí al oído, deslizando mis dedos en su
coño mojado. —Eres una maldita...
Pero está apretada.
Demasiado apretada, demasiado tensa para alguien que acaba de tener a mi
hermano dentro de ella. Nick no es tan grande como yo, pero sigue siendo grande.
Estaría abierta de par en par si él la hubiera tenido, y estaría irritada, hinchada y en
carne viva si Remy la hubiera tenido.
Apretando la mandíbula, saco mis dedos de su coño sólo para deslizarlos una
pulgada hacia arriba, encontrando su culo fruncido y tenso.
Oh.
Es suave aquí abajo. Sin pelo. Carente. Mucho calor irradia entre sus lujosos
labios vaginales. Mi boca se abre contra su oreja mientras mis dedos recorren su
coño, aprendiendo la topografía de su sexo. Si así es como se siente alrededor de
mis dedos, entonces sólo puedo imaginar cómo se sentiría alrededor de mi polla.
Constrictivo. Resbaloso. El sonido de sus gritos ahogados cuando empujase su cara
contra una almohada y la tomara, hundiéndome en sus profundidades, mi puño
enredado en su cabello.
Estoy con tres dedos de profundidad en su coño cuando vuelvo a la realidad,
un chillido agudo y doloroso sale de su garganta. Furioso, me lanzo lejos. —¡Eso es
lo que te pasa por andar por aquí como una puta!
Se gira hacia mí con lava en los ojos y rápidamente recoge la sábana. Se la
envuelve como una armadura y la cosa es que es convincente. Por una fracción de
segundo, ese destello de fuego en sus ojos la hace parecer menos como si acabara
de ser violada y más como si estuviera a punto de violarme. —Estás tan loco como
tu amigo. Espero que alguien te haya recetado medicamentos a ti también, ¡porque
ya terminé de coser heridas de cuchillo de psicópatas! ¡La próxima vez que uno de
ustedes se triture como un jamón navideño, me quedaré atrás y los dejaré hacerlo!
Aparto los ojos del parche de piel sobre la sábana para preguntar: —¿De qué
estás hablando?
—¿Remy? —Me lanza esa mirada altiva y condescendiente que siempre me hace
querer abofetearla—. ¿Uno noventa y cinco, súper violador, le gusta dibujar en todo
y cortarse los brazos? ¿Te suena?
Esta vez, cuando la golpeo contra la pared, no es para poner mis manos en
ninguna parte de su cuerpo. Es para fijar su mirada a la mía. —Cuéntame qué pasó
—exijo, hundiendo los dedos en su barbilla.
Y así es como me entero de lo que pasó ayer. A través de su mirada feroz y su
mandíbula tensa, Lavinia me cuenta que Remy se cortó el brazo.
—Me miró directamente a los ojos y solo... —Hace un movimiento cortante, sus
ojos transmiten la gravedad de la situación con una especie de ira pétrea—. Bien
podría haber estado usando un marcador. Así de casual fue al respecto.
Descansa en mis entrañas como una roca que se vuelve más pesada con cada
revelación. Mi agarre se afloja, mis hombros caen y mis pies se mueven como si
estuvieran cansados de mover pesadamente mi cuerpo.
La dejo ahí contra la pared, dejándome caer en una silla junto a la mesa de la
cocina. —Mierda. —Dejo caer mi cabeza entre mis manos y exhalo. Se supone que
está mejor. Medicamentos, descanso y una rutina sólida. Se suponía que esto haría
que mierda como esta fuera cosa del pasado.
—Lo cosí —dice, arrastrando los pies en un gesto incómodo e impaciente. Y
luego—: ¿Quién es Tate?
La pregunta, tanto como la persona que la hace, hace que mi columna se ponga
rígida. Me giro para mirarla por encima del hombro y noto su cabello azul pálido
desaliñado y la curiosa inclinación de su cabeza. —Para —digo, con voz llena de
advertencia—. Hiciste un gran trabajo con Remy hoy y no lo olvidaré. Pero nunca
digas su maldito nombre. —Sin esperar respuesta, recojo la bolsa de plástico con la
que había entrado una hora antes y se la pongo en los brazos.
Con el ceño fruncido, juguetea con ella y la sábana casi se resbala. —¿Qué es
esto?
—Algo que necesitas. —Cruzando los brazos, mastico las palabras con los
dientes apretados—. Según mi hermano, se supone que debemos llevarte al campus
con nosotros. No conduzco hasta allí, corro. Es parte de mi entrenamiento. Entonces,
los días que vayas conmigo, debes vestirte como alguien que está preparada para
ser penetrada por los puños de Forsyth.
Lanzándome una mirada furiosa, mira dentro del bolso y ve el par de zapatillas
y el atuendo deportivo que le había comprado. De mi maldito dinero. Una risa
salvaje brota de su pecho. —¿Quieres que corra contigo?
—No quiero que hagas nada más que largarte de mi vida, pero como eso no va
a suceder... —Hago una pausa para esperar a que sus ojos terminen de ponerse en
blanco, extendiendo la mano para levantarle la barbilla—. He decidido que no me
voy a adaptar a ti. Tu debes adaptarte a mí. Me voy en cinco minutos. Cámbiate.

Jesús, maldito Cristo.


Esta fue una idea terrible.
Y no hay nadie a quien culpar más que a mí mismo.
Cuando Nick me dijo por primera vez que era hora de llevar a Lavinia al
campus, supe por qué. La ha mantenido encerrada en la torre y está salivando ante
la oportunidad de mostrarle a Forsyth a quién pertenece ahora. No necesitaba que
me recordara que es parte del juego. Hacer alarde de mujeres es una flexibilidad
real, una que me he ganado y que es respetada. Estuve de acuerdo sólo por esas
razones, pero tenía mi propia salvedad. Estamos corriendo hacia allí. No sólo por
mi proceso de entrenamiento, sino porque necesito gastar la mayor cantidad de
energía posible cuando estoy cerca de esta perra. El ejercicio ayuda más que nada.
O así sería, si realmente estuviéramos corriendo.
Gruño: —¡Por el amor de Dios, Lucia! ¡Estamos en territorio de Príncipes!
¿Quieres que nos apuñalen, o qué? —Estoy una cuadra más adelante, finalmente
superando el olor de su cabello como si fuera el hombre del saco o algo así. Cada
mirada por encima de mi hombro revela sus tetas rebotando en el artilugio de tiras
que le había comprado. Ropa atlética. Apretada. Abrazando sus curvas.
Que se joda la absoluta totalidad de mi vida.
—Te dije que no hago ejercicio —jadea, con el rostro rojo. Incluso cuando
reduce el paso a un paso moderado, con las manos en las caderas, el pecho agitado
con grandes y estranguladas bocanadas de aire, sus tetas pulsan hacia mí como dos
faros firmes, y ahora lo estoy recordando. Tenía una de esas cosas en la palma de
mi mano. Mierda—. ¿Qué pensabas? ¿Que estuve haciendo CrossFit en mis distintas
celdas durante los últimos dos años? Que se jodan los Príncipes. Ya estoy luchando
por mi vida aquí.
Irritado, me detengo, esperando a que me alcance. Las casas a ambos lados de
la carretera se alzan sobre nosotros como una amenaza y me erizan el cuello. Es
demasiado visible, pero he estado haciendo este recorrido desde el primer año y no
voy a trazar uno nuevo solo porque me he convertido en Duque. La casa más
cercana es PNZ (Psi Nu Zeta, la fraternidad de los Príncipes) y es justo lo que
esperaba. Una fachada de dinero en efectivo que apesta a cerveza rancia y decepción
generacional. Hay algo picante goteando desde el balcón dos pisos más arriba, y me
detengo justo antes de entrar.
—Parecías estar en muy buena forma. —Intento no mirar su cuerpo mientras lo
digo, pero es imposible. Sé que es rápida. Le dio un golpe a Remy esa noche en el
Hideaway, pero eso puede haber sido solo adrenalina. A la luz del día, sus brazos
son delgados y femeninos, aunque sus bíceps tienen una ligera curva. Su estómago
es plano, pero si lo inspecciono más de cerca, no veo mucho músculo debajo. Uno
pensaría que una mujer preparada para una vida vendiendo su coño tendría mejor
resistencia que esta.
—Supongo que las apariencias engañan —dice, finalmente poniéndose al día.
Se apoya contra la pared de hormigón de la casa y se aprieta el costado con un
puño—. Como tú. —Me mira entrecerrando los ojos, un mechón de su cabello azul
ondeando con una exhalación jadeante—. Pareces un tipo normal y no un monstruo
de circo con una polla de dragón metida en su sudadera.
Sería más fácil si fueran sólo las garras desgarradoras de la ira. Podría empujarlo
bajo la superficie de mi océano y dejar que el ritmo de las olas lo lleve. Sería incluso
más fácil si fuera sólo el pico de lujuria del cerebro de lagarto con el que tuviera
que luchar bajo las ondas, privándolo de atención.
El problema con Lavinia Lucia es que quiero matarla casi tanto como
follarmela.
Eso es lo que me impulsa hacia adelante, y el miedo que parpadea en sus ojos
es suficiente para hacer que ambos salgan a la superficie. —Estoy a punto de parecer
el tipo que te estranguló el trasero en el Lado Este y dejó que los Príncipes cargaran
con la culpa. ¿Crees que eres especial porque chupaste un par de pollas hace unas
horas? No lo eres.
Su cabeza se echa hacia atrás con indignación. —¡No les chupé la polla!
Burlándome, respondo: —Por favor. Conozco a mis muchachos. Si no te
jodieron el coño o el culo, definitivamente te jodieron la cara. —He descubierto que
cuanto más la acuso de ser una puta, más revela.
Ella me demuestra que tengo razón y echa los hombros hacia atrás para
mirarme. —Para tu información, ¡la única persona que recibió una mamada esta
mañana fui yo! —Ante mi expresión de asombro, sonríe—. Así es, mientras elegías
sujetadores deportivos para esta pequeña sesión de cardio, la cara de tu amigo estaba
firmemente plantada entre mis muslos. Y mientras yo cabalgaba su lengua como un
maldito semental, tu hermano se masturbaba con ella.
Parpadeo por un momento prolongado porque lo estoy construyendo en mi
cabeza. El océano desaparece como arena sobre mármol, dejando espacio para la
visión de Remy lamiendo su coño mientras Nick observaba. No necesito
preguntarme a qué sabe. Esa parte de la investigación se resolvió en el momento en
que nos separamos en la puerta de la cocina, mi lengua curiosamente chupó su
dedo.
¿Pero por qué?
Ninguno de los dos se la folló después.
¿Cuál fue el punto?
Antes de que pueda pensar en una respuesta, nos sobresalta el sonido de una
puerta abriéndose encima de nosotros, lo que hace que se me pongan los pelos de
punta. Hay un momento dividido de música ruidosa, la estática de la vida distante,
y luego la puerta se cierra de golpe, dejando el callejón en silencio una vez más.
O casi silencio.
Se oye un pequeño y suave llanto en lo alto.
Los ojos de Lavinia se alzan rápidamente. —¿Escuchas eso?
Principalmente oigo rechinar mis molares. —¿Escuchar qué?
Se queda quieta por un momento, con la cabeza echada hacia atrás y la palma
levantada. Ella señala hacia arriba. —Eso.
Mirando hacia arriba, veo lo que sin lugar a duda es una pequeña pata blanca
golpeando entre los barrotes del balcón. —Es un maldito gato.
Se levanta de la pared y camina hacia el otro lado de la calle para ver mejor.
—Es un gatito, no un gato. ¡Simplemente lo tiraron por ahí! —Su rostro se endurece
mientras mira la cosa—. Psi Nu chupapollas. No deberían estar a cargo de una
princesa, mucho menos de un gatito. —La bola de pelusa ve a Lavinia y comienza a
maullar en serio. Es pequeño, del tamaño de mi puño, pero llora como si fuera algo
adulto, largo y lamentable. El rostro de Lavinia cae y sus ojos se posan en los míos.
Hay un momento de tensión que no entiendo del todo hasta que suplica—: Vamos,
¿no podemos bajarlo o algo así?
—¿Disculpa? —Miro entre ella y el balcón—. Ese no es nuestro gato y, lo que es
más importante, no.
Poniendo los ojos en blanco, la observo mientras calcula la altura del balcón,
da un rebote de prueba a sus pies y luego corre libremente hacia la casa. Veo el
intento de salto viniendo desde una milla de distancia. Antes de que sus pies dejen
el suelo, la atrapo, le rodeo la cintura con los brazos y la empujo hacia la calle.
Ella golpea inútilmente mi antebrazo. —¡Oye, cabrón!
—Voy a llegar tarde —gruñí, alejándola—. Y si quieres tener algo de tiempo en
la biblioteca, ¡entonces necesitas ponerte manos a la obra!
El gatito deja escapar un grito aún más agudo y Lavinia se aleja de un salto,
mirándome. —¡Ese gatito es muy pequeño para estar en ese balcón! Podría llover o
hacer frío o...
—No es mi problema.
—Pero…
La obligo a seguir caminando. —No es nuestro problema. Ese gatito tiene un
hogar, a diferencia de otras mascotas molestas. —Le deslizo una mirada significativa—
. Alguien lo sacó por una razón. —Los pequeños llantos se hacen más fuertes cuanto
más nos alejamos—. Probablemente porque es jodidamente molesto.
—Guau. —Me mira con asombro—. Eres simplemente un idiota en todos los
sentidos, ¿no?
Resoplando, digo: —Dime algo que no sepa, Lucia —y empiezo a correr hacia
el campus.

La biblioteca no es el lugar típico para que se reúnan los miembros de la Realeza.


Suelen merodear por el centro de estudiantes o por la fuente en medio del campus.
Dondequiera que puedan flexionarse y ser vistos. A Nick le interesaría eso y a Remy
también, cuando se sienta más como él mismo. A Remy le encanta estar en medio
de la mierda. S e alimenta de la energía de la multitud, de la atención. Es por eso
que ama tanto la pelea. Pero yo no. A veces, la peor parte de una pelea es el estrépito
de la multitud, el calor de sus cuerpos y el zumbido de su energía. Ya no puedo
dejar que eso me distraiga en el ring, pero ¿antes y después? Podría prescindir de
él.
Es la victoria lo importante para mí. La idea de que he salido victorioso. La
sensación de haber conquistado. Es como le dije a mi papá acerca de convertirme
en Duque. Nunca habría sido feliz como un simple alumno de Forsyth, y nunca
habría sido feliz como un DKS normal. Si hay un escalón frente a mí, lo subiré, lo
conquistaré.
Mi especialidad no es diferente.
—¿Hay alguna razón, además de la tortura, por la que no puedes trabajar en
uno de los dos pisos por los que acabamos de pasar?
En mi mente, pensé en engañarme colocándola bajo mi brazo y reclamando
públicamente a Lavinia. He visto a otros miembros de la Realeza hacerlo con sus
chicas. Los Lords básicamente orinan sobre su Lady, marcando su territorio como
una jauría de perros salvajes. Los Condes suelen llevar a su perra con un collar y
una correa. Los Barones se agolpan alrededor de la suya como si no quisieran que
nadie la viera, pero todos sabemos que es una tontería. Los Príncipes son los peores.
Podrían llevar a su princesa por el campus en un palanquín y ni siquiera me
sorprendería.
El punto es que había planeado hacer un espectáculo, pero en el momento en
que nuestros brazos se rozaron al entrar por las puertas, mi polla se puso más dura
que una tubería de plomo, lo que provocó que mi océano se convirtiera en una
tempestuosa espuma. Dos veces hoy he perdido el control. Si vuelve a suceder,
podría ser de dos maneras. Le doy un puñetazo a alguien en la cara o me saco de
polla de mis pantalones cortos. Ninguno de los dos es aceptable.
Miro hacia atrás y la veo medio tramo de escaleras detrás de mí, sonrojada y
sin aliento. Le hice ponerse la sudadera que se había atado alrededor de la cintura
antes de entrar. Hace frío aquí y lo último que necesito son sus pezones
apuntándome toda la tarde.
—Es más tranquilo —respondo, aunque no le debo explicaciones—. Y los libros
que necesito están aquí arriba.
Se arrastra hasta los últimos escalones, con la mirada fija en el letrero que
cuelga sobre la entrada del piso: Ciencias del Comportamiento. —Oh —es todo lo
que dice, ya sea para juzgar o simplemente porque todavía está luchando por
respirar. Cruzo la habitación hasta el banco de computadoras en la esquina trasera
y tomo asiento, señalando el que está a mi lado. Se deja caer con un fuerte suspiro
y se desploma como si hubiera estado de pie durante días en lugar de dos horas.
Me alejo de la vista de sus muslos abiertos y enciendo la pantalla.
—Ciencias del Comportamiento… —Mira la pantalla—. ¿Cuál?
Le deslizo una mirada llena de advertencia. —Sabes, lo sorprendente de estar
en la biblioteca es que no hay motivo para una pequeña charla. Está en las reglas.
—Ajá. Y pareces una persona que sigue las reglas por naturaleza. —Se lleva la
mano detrás de la cabeza y tira del elástico que sujeta su cabello hacia atrás,
sacándolo—. Bien. Si no me lo dices, lo adivinaré. —Sus ojos se entrecierran en
evaluación y los evito a toda costa—. ¿Ciencias económicas? Parece aburrido, pero
no eres exactamente un modelo de aventuras, ¿verdad? ¿O tal vez Ciencias
Políticas? —Tararea para sí misma, luciendo demasiado cómoda aquí—. Supongo
que eso podría resultar útil al tratar con la Realeza. Especialmente si fueras a ser
Rey. Lo cual no eres. Tu hermano está alineado para ese lugar.
Su voz se parece cada vez más a clavos en una pizarra. Maldito dolor en mis
bolas engreída, sabelotodo y tetona. Podríamos haber tenido una chica dulce como
Verity, pero no.
Se inclina y se echa el pelo hacia delante para recogerlo entre las manos.
Aunque ella no puede verme, la observo: el cabello azul pálido que no llega a las
raíces, su cuello largo y delgado, la suave prominencia de los huesos de sus hombros,
y me sorprende un hecho inmutable y sorprendente.
Es mía.
Podría tenerla cuando quisiera.
Con un movimiento brusco, se levanta y se alisa el cabello en una prolija cola
de caballo. El olor casi me abruma.
—¿Derecho? A los Duques les vendría bien un buen abogado, pero ese también
es un trabajo de mierda con una esperanza de vida terrible, así que lo voy a tachar.
—Miro y la veo inclinar la cabeza dramáticamente mientras se toca la barbilla con el
dedo—. Eso deja la sociología o la psicología.
No me gusta lo buena que es en esto, le digo bruscamente: —¿No querías venir
a la biblioteca a buscar un libro o algo así?
Empuja una burla a través de sus labios regordetes. —¿Y qué, vas a dejarme
vagar por mi cuenta?
Lanzo una mano hacia las estanterías. —¡A por ello! Cualquier cosa para hacerte
callar y así poder trabajar un poco. —Se anima demasiado para estar cómoda, pero
de todos modos no quiero que ella esté cerca para ver lo que estoy buscando—.
Quédate en este piso y no causes ningún problema.
Antes de que pueda siquiera terminar mi frase, se va, casi corriendo hacia las
estanterías. Observo cómo se toma un minuto para orientarse y luego desaparece
por la fila más cercana. Tengo que confiar en que cualquier trato que haya hecho
con mi hermano sea lo suficientemente sólido como para garantizar que realmente
no huya. ¿Si lo hace? Tampoco estoy seguro de que eso sea lo peor. Al menos no
para mí.
Una vez que se va, abro el portal PsyGui y escribo algunos términos de
búsqueda: parasomnia, hipomanía, estados afectivos mixtos, desregulación
emocional. Todas las cosas que describen el comportamiento reciente de Remy.
Al principio pensé que era sólo la transición. Mudarse a la torre de los Duques
siempre supondría un gran ajuste para él. A Remy le gustan las estructuras: casas,
edificios, habitaciones. No es sólo que desarrolle apegos, sino también que es
extrañamente selectivo. Nick probablemente podría dormir en una acera si hay
suficiente silencio, pero Remy necesita sus garabatos en las paredes y lo que una vez
me describió como “energía púrpura”. Lo que sea que carajo eso signifique.
Haciendo una pausa, pienso en él comiéndose a Lavinia esta mañana y agrego
la hipersexualidad a la lista. Eso es lo único que puede explicar eso. No es una
sorpresa que esté obsesionado con ella. Era una de mis preocupaciones acerca de
traer a una Duquesa a la casa, y no ayudó que ya hubiéramos tenido un problema
con ella en el Hideaway. Pero ha pasado mucho tiempo desde que Remy se negó a
tomar sus medicamentos. Ya que legítimamente intentó hacerse daño. Y lo logró.
Esto es una mierda de primer año, y si no descubro por qué y cómo detenerlo,
entonces tendré que llamar a su padre.
Es el trato que hice cuando Remy salió del hospital. Convencimos a su padre
para que le permitiera inscribirse y le permitiera comprometerse con DKS para que
yo pudiera controlar su estado de ánimo y sus síntomas. A decir verdad, fui lo
suficientemente ingenuo como para creer que, como a mí, la estructura del
entrenamiento le ayudaría a nivelarse. Aunque para él no es tan sencillo. Remy y la
estructura van de la mano como bolas ocho y una buena toma de decisiones.
Por eso elegí psicología como mi especialidad. Pensé en dedicarme al
entrenamiento atlético y concentrarme realmente en desarrollar el talento en el
gimnasio. Pero cuando la mierda se volvió loca hace tres años y Remy realmente
comenzó a tener dificultades, todo hizo clic. Mi madre, como era de esperar, estaba
extasiada y preocupada al mismo tiempo. Feliz de haber decidido seguir sus pasos.
Preocupada por mi motivación.
Se equivoca en ambas cosas. No sigo sus pasos. Es una maldita psicóloga. Yo
tengo una doble especialización: psicología y biología. Voy a ser psiquiatra. Un
verdadero médico. Remy no necesita expresar sus sentimientos para mejorar.
Necesita arreglar su química. Y lo más importante, necesita a alguien a quien le
importe un carajo. No su padre, quien estaría feliz de encerrarlo en una habitación
acolchada.
—Oh, vaya, ¿quién es el bombón? No me importaría que me guiara en la
orientación para estudiantes de primer año.
—Puaj. No. Ése es del que estábamos hablando —la voz femenina siseante flota
sobre las computadoras, demasiado fuerte para ser involuntaria.
—¿Cuál? —responde la primera chica.
—¡Ya sabes! El que tiene la polla de burro gigante. —Levanto los ojos y veo a la
perra del Conde, Sutton, parada junto a otra chica, mirándome abiertamente.
—Oh Dios, te refieres al que...
—¿Se corrió antes de meterlo en el coño de Richelle? Sí. Ese es.
Richelle. El nombre me trae bilis amarga al fondo de la garganta. Todo sucedió
en la fiesta del 4 de julio en el río, en segundo año. Es uno de los pocos eventos en
los que nos vemos obligados a mezclarnos con las otras fraternidades. La
Universidad lo exige como un intento de mantenernos en el espíritu de hermandad
y servicio comunitario, como el tonto carnaval de caridad. Las mujeres de la Realeza
se llevan la peor parte al tener que trabajar juntas para la planificación, mientras que
nosotros nos emborrachamos, follamos y pasamos un buen rato. Esta fiesta en
particular no fue diferente, hasta que esta rubia con grandes tetas y un bikini apenas
visible comenzó a seguirme. No era local y no tenía idea de quién era yo, lo cual
ciertamente era un punto a favor. Comenzó a frotarse contra mí en el muelle, oliendo
a coco y ron especiado, y ni siquiera pude pensar en una buena excusa.
Fue un momento de debilidad. Un mal día. Venía de una pelea sucia (el tipo
de pelea que te sientes como Superman por ganar) y había bebido suficientes tragos
y chupitos de gelatina para alimentar un maldito motor de avión. La dejé apretar su
trasero contra mí al ritmo de la música, y luego dejé que me arrastrara hasta su auto.
Diez minutos, un beso y un poco de torpeza más tarde, estaba disparando hacia la
suave piel de su muslo.
Lo bueno es que nunca tuvo la oportunidad de ponerse rara con el tamaño de
mi polla.
Los ojos de Sutton se encuentran con los míos. Se pasa el pelo por encima del
hombro mientras cruza la distancia entre nosotros y se acerca a mí con una
arrogancia inmerecida. —Perilini. ¿Cómo te trata la vida real?
Mantengo mis ojos en la investigación, moviendo el mouse. —Mejor que
aplaudir, probablemente estés de niñera ahora. Vete.
Sutton no es nueva en el juego y lo demuestra deslizando suavemente su trasero
sobre el escritorio y cruzando sus suaves y desnudas piernas. —Simplemente tenía
curiosidad. Considerando que las cosas deben estar bastante frías en casa.
—¿Por?
Ella emite un delicado tarareo. —Hay un Bruin en el campanario otra vez. Él
tiene las llaves del reino y tú simplemente eres una perra. En sentido figurado, por
supuesto. —La oigo sonreír más de lo que la veo—. Además, traes contigo a esa tonta
idiota. Te das cuenta de que Lavinia Lucia es una asesina, ¿verdad? A decir verdad,
pensábamos que los Duque eran mejores en este malabareo con la Realeza que con
los contenedores de basura, pero es muy amable de tu parte limpiar nuestra basura.
El reciclaje es muy importante.
Hago clic con el ratón, ya aburrido. —Ya que eres su perra otra vez, sabrías
todo sobre el reciclaje de basura de los Condes.
Hay un momento largo en el que el único sonido es el de mi escritura y luego:
—Hablo en serio. —Cuando finalmente me siento lo suficientemente irritado como
para mirar hacia arriba, los ojos de Sutton son duros y sombríos—. Duque o no, eres
pre-medicina, como yo, así que te voy a dar un consejo. Deshazte de ella, Perilini.
Llévala a algún almacén abandonado del Lado Oeste, ponle una bolsa en la cabeza,
aprieta el gatillo y dale a los Barones una buena pila de dinero para deshacerse del
cuerpo. —Su rostro es inescrutable, excepto por un destello de disgusto cuando mira
hacia otro lado—. Lavinia es problemática, pero su sangre corre hacia el norte, lo
que significa que es nuestra. Que es de ellos. Cuanto más la tengas, peor se pondrán
los Condes.
La risa llega involuntariamente. —Ustedes, perras Reales, nunca paran,
¿verdad? Son las cabronas más mezquinas e inseguras de todos los rincones. Voy a
contarte un pequeño secreto. —Lanzando hacia adelante, mantengo mi voz baja y
uniforme—. ¿Los Condes están tan enojados por esto, tanto que hacen que su puta
mascota arriesgue su vida y sus extremidades para asustarme? Es lo único bueno de
que Lavinia sea mi Duquesa. Y eso es exactamente lo que es ahora. Nuestra.
Arquea una ceja. —¿De verdad quieres patear un nido de víboras?
—Tengo muchas ganas de sacar mi polla de burro y orinar en un nido de
víboras, pero tomar a Lucia como mi perra está en segundo lugar.
—Sólo van a empeorar —insiste, apretando los dedos alrededor del borde del
escritorio—. Y ya son bastante malos. Confía en mí.
—¿Hay alguna razón por la que te quejas de tus problemas conmigo? —
Pregunto, tratando de descubrir por qué la Condesa me está hablando.
—Pensé que eras inteligente, Perilini. —Un largo latido pasa entre nosotros, y
ella se inclina como lo había hecho yo antes, con voz suave y secreta—. No me
enviaron aquí para asustarte. Me enviaron aquí para distraerte.
—Mierda. —Me pongo de pie de un salto—. ¿Dónde está?
—Oh, ¿ya perdiste a tu Duquesa? —Con un chasquido de lengua, se deja caer
del escritorio y se aleja—. No te quejes de tus problemas conmigo.
Paso a su lado, tratando de recordar en qué fila de libros se dejó caer Lavinia.
Hago una suposición calculada y corro por el estrecho pasillo, estirando el cuello
para buscar. Está vacío y el siguiente también. Estoy leyendo una colección de
revistas médicas cuando escucho dos voces en la siguiente fila.
Maldito Pérez.
—Tú y yo sabemos que esto no puede durar —dice, pronunciando las palabras
en un áspero susurro—. Si crees que arrodillarte ante esos imbéciles es suficiente para
salvarte, entonces estás a punto de decepcionarte.
Hay una risa aguda. —Pobre Bruno. Pareces un maldito desastre. Papá
realmente debe estar presionándote. Me imagino que está bastante decepcionado
contigo por perder esa pelea. —Hay una pausa y luego su voz emerge con un tono
aflautado—. Sin mencionar tu dedo.
Nadie llama a Pérez “Bruno”, pero aquí está esta niña llamándolo por su
nombre.
—Perra bromista —murmura, seguido por el sonido de los libros cayendo—. ¡La
única razón por la que perdí esa pelea es porque no puedes mantener la boca
cerrada! ¿Cuándo vas a dejar de luchar y aceptar...?
—Nunca voy a dejar de luchar. —El odio en su voz está tan lleno de veneno y
acero que incluso me deja en seco—. Nunca volveré con él y, lo más importante,
nunca seré tuya.
Se oye un sonido suave y doloroso y luego Pérez sisea: —¿Crees que te quiero?
¿Crees que los Duques te quieren? Nadie lo hace. Noticia de última hora, zorra de
pelo de pitufo. Eres el premio de consolación. Eres la puta medalla de bronce de
los Lucia. La gente te acepta porque es eso o nada. Leticia era mejor que tú en todos
los sentidos imaginables, ¿y cuando finalmente tenga mi collar alrededor de tu
cuello? Vas a pagar las deudas de ambas.
Camino por la fila, me doy la vuelta al final y siento que el océano dentro de
mí se enfurece cuando aparecen a la vista.
Lavinia está apoyada contra el estante, con una pila de libros a sus pies. Pérez
tiene su antebrazo empujado contra su garganta, sus labios fruncidos en una mueca
de desprecio. Escupiéndole directamente a la cara, le dice: —El tiempo corre, cariño.
Ni siquiera tú puedes manipular la orden de un Rey.
Aprieto los puños y la visión se me pone roja de esa manera tan particular. Han
pasado años desde que me metí en una pelea fuera del ring, que es la única razón
por la que muevo mi mandíbula lo suficiente como para hablar.
—Diez segundos. —Pérez no se inmuta ante el sonido plano y amenazador de
mi voz. De hecho, cuando se gira lo suficiente para verme por encima de su hombro,
apenas parece sorprendido—. Ese es el tiempo que te voy a dar para que quites las
manos de mi propiedad. Yo diría que cinco, pero sinceramente no me gusta mucho.
No es que vaya a hacer una diferencia para ti. —Camino hacia él casualmente, como
si estuviera dando un paseo por el parque, pero la verdad es que ya ni siquiera
puedo sentir la superficie del océano, arrastrada hacia abajo por el palpitar de mis
venas—. Ella pertenece a los Duques, a mí, lo que significa que estoy a punto de
hacer que todo lo que mi hermano idiota te haya hecho parezca una pelea en el
patio de la escuela.
Los ojos de Lavinia van de mí a Pérez, y cuanto más me acerco, más me doy
cuenta de que están llenos de lágrimas. Me detiene en seco, porque hace unas horas
la tenía en la misma posición. Puedo decir lo que quiera sobre Lavinia, pero esta
perra es todo menos suave. Su capacidad para soportar un poco de abuso es la única
cualidad redentora que posee. Se necesitaría mucho más que un pequeño maltrato
para doblegarla.
Esto significa: —La has molestado. —La frente de Lavinia se arruga ante la furia
en mi tono, pero se borra en el momento en que agarro a Pérez por el cuello—. Sólo
yo puedo hacer eso.
El océano es ahora un remolino de espuma salobre, y se vuelve aún más
turbulento por el puño que Pérez me lanza, todavía vendado su dedo amputado. Es
fácil esquivarlo, atrapar su muñeca en mi mano, mirar el antebrazo que había
presionado en la jodida garganta de mi Duquesa y dejar que el océano se soltara,
liberando la presa.
Sólo un chorrito.
Lo suficiente para agarrar su codo y levantar mi rodilla, golpeando con fuerza
su cúbito.
El hueso se rompe audiblemente, una especie de sonido humano crujiente y
carnoso que resuena por el pasillo, tan frágil como las páginas que nos rodean.
El rostro de Pérez se afloja, pero sólo por un breve momento. El grito viene a
continuación, tenso entre sus dientes apretados mientras se arroja hacia atrás,
acunando su brazo roto. De manera redundante, grita: —¡Me rompiste el brazo!
Esta es siempre la parte más difícil: esconder el océano. Calmando las olas.
Calmando las corrientes. En un mundo perfecto, podría enterrar el puño que estoy
flexionando en su mandíbula unas cuantas veces. Quizás un par de patadas en el
riñón mientras está caído. Joder, sería glorioso.
Pero no pararía.
Este no es el gimnasio. Esto no es una pelea. No hay reglas, ni límites, ni
estructura. Seguía golpeando, pinchando y aplastando, hasta que Bruno Pérez no
fuera más que un trozo sin vida de carne tierna. Se lo merecería, pero yo no. No
vale la pena pasarlo mal.
Así que respiro con dificultad, luchando por contener la ira. Pienso en mis
padres y en la expresión de sus caras si recibieran la llamada. Pienso en Nick
poniéndose en mi lugar y haciéndose cargo. Pienso en Remy, porque si me enviaran
lejos, todo lo que haría falta sería un mal día y lo encerrarían en un tipo de celda
diferente.
La realidad de las consecuencias circula en mi cabeza, una y otra vez. Pero no
son ellos los que finalmente me devuelven a la racionalidad.
Es Lavinia, dando bandazos hacia adelante y golpeando con su puño la cara
sonriente de Pérez. —¡No me arrodillo ante nadie, pedazo de mierda! —Vuelve a
retirar el puño y lo veo en sus ojos. Esta es una chica sin océano.
Tampoco va a parar.
Se necesita más fuerza de la que esperaba para arrastrarla hacia atrás, con el
brazo enganchado alrededor de su cintura mientras la arrastro fuera del pasillo.
Incluso dos filas más abajo, ella todavía está luchando, con la boca en una mueca.
—Calma tus malditas tetas —gruñí, empujándola hacia la salida de emergencia
detrás del departamento de registros.
Para cuando llegamos a la puerta, la pelea casi se le ha acabado. —¡Déjame ir!
—Con un sólido tirón de su cuerpo, se libera y me lanza una mirada furiosa—. Podría
haber recibido algunos golpes más.
Le devuelvo la mirada. —¿Siempre involucras los nudillos cuando atacas a otra
persona?
Ella extiende los brazos. —Si surge la oportunidad, ¿por qué no?
—Eso fue patético —le digo—. Si hubiera tenido un arma o hubiera querido
tenerla, podría haber contraatacado.
Ella pone los ojos en blanco y forma un círculo cerrado. —Estoy bien, Simon.
Gracias por preguntar.
—Y ese golpe fue simplemente... —Sacudiendo la cabeza, no me molesto en
disimular el asombro en mi voz—. ¿Realmente metiste el pulgar? ¿Nunca nadie te
enseñó cómo golpear a alguien? Esa mierda es vergonzosa, Lucia. —Curiosamente,
mis labios se tuercen—. Golpeas como una niña.
Sus ojos brillan con enojo y maldición. Puede que no tuviera la forma o la
habilidad para respaldarlo, pero la pura determinación en su mirada probablemente
podría ayudarla a salir adelante, hasta cierto punto. —Pateo como un hombre, si
quieres una demostración.
Me giro para caminar hacia la sección de ciencias sociales, sabiendo
instintivamente que me seguirá. —Creo que te has desmoralizado lo suficiente por
un día.
Como era de esperar, el sonido de sus zapatillas corriendo detrás de mí hace
que me piquen los oídos. —Le rompiste el brazo.
Sin pedir disculpas, lo confirmo. —El cubito. Estará fuera del juego por un
tiempo.
Hay unos momentos en los que no escucho nada más que el sonido de sus
zapatos, y luego su voz tranquila, llena de malicia. —Buen trabajo. —Es el tono lo
que me atrapa. Todo condescendiente y engreído.
—Dejemos una cosa clara. —Me doy vuelta y la agarro por el hombro,
deteniéndola en seco—. No soy tu maldito oso de ataque, Lucia. Pérez obtuvo lo que
le corresponde porque perteneces a los Duques. No eres intocable porque eres
especial. —Extendiendo la mano, paso las yemas de los dedos por la piel roja y
furiosa de su cuello—. Eres intocable porque nosotros somos especiales. No lo
olvides.
Ella me sigue hasta el segundo piso sin necesidad de que se lo diga, pero sus
pasos suenan extrañamente resentidos, como si los estuviera arrastrando.
Probablemente mirándome la espalda.
—Mientras sea intocable.

El golpe a mi puerta es suave pero decidido, y no hay duda de quién está detrás.
Considero no abrirla en absoluto. Son casi las once y he tenido un día largo y lleno
de obstáculos y demasiado de Lavinia Lucia.
Sólo quiero dormir un poco.
Toc, toc, toc.
—Jesucristo —murmuro, apoyando mi libro en la cama. Efectivamente, Lavinia,
vestida con una sudadera con capucha DKS de gran tamaño y mallas, se encuentra
unos metros atrás, cambiando su peso de un pie a otro. Pasé una hora en la ducha
quitándome el olor de ella, mientras prácticamente me frotaba la polla, y aquí está
de nuevo, agrediéndome con su… maldita sea, todo.
Mis ojos recorren su cabeza hasta donde mi hermano se apoya en el marco de
su puerta, con los brazos cruzados sobre su pecho desnudo. Una expresión dura
está plasmada en sus rasgos. Celos, si conozco a Nick tan bien como creo. Este es
exactamente el tipo de mierda en la que no quería meterme.
—Es tarde —espeto. Sus ojos se fijan en mi pecho antes de deambular hacia la
banda de boxers. Lucho contra el impulso de cubrirme la entrepierna con las manos.
Esta perra está en mi territorio. No le voy a ocultar mi polla—. ¿Qué deseas?
Su mirada recorre mi cuerpo. —Sé que esto no es ideal para ninguno de los
dos, pero... —Parece encontrar algo de columna vertebral, enderezándose en toda
su altura—. Voy a dormir aquí esta noche.
Nuevamente miro a Nick. Nos mira con tranquila intensidad, pero el nudo en
la parte posterior de su mandíbula me dice todo lo que necesito saber. Levanto una
mano hacia él. —¿Te das cuenta de que mi hermano haría un maldito desfile si
durmieras en su cama?
Su mandíbula se mueve de lado a lado, cambiando de peso, y sólo he pasado
un puñado de horas con esta perra, pero de alguna manera puedo leer la mirada
apagada y cautelosa en sus ojos.
El problema no es que Nick no la quiera.
Es que lo hace.
Con un suspiro laborioso, vuelvo a la habitación. —¿Por qué no puedes
simplemente dormir en el desván como un buen perro?
Rápidamente me sigue y cierra la puerta detrás de ella, probablemente más
para mantener la mirada de Nick fuera de su espalda que cualquier otra cosa. —Hice
un trato. Esto es parte de ello. Tres noches a la semana. Anoche fue Remy y las dos
anteriores fueron mis noches libres.
Sé que eso es sólo una parte de la respuesta, pero no importa. Sé por qué ella
está aquí y no al otro lado de la torre. Nick tiene un trastorno de apego con la fuerza
de una bomba h. Mi hermano nunca quiere algo a un nivel razonable. En eso nos
parecemos.
Estar demasiado cerca, es probablemente un eufemismo. Nick no ha formado
un vínculo saludable en toda su maldita vida. Todavía no veo por qué eso significa
que tengo que compartir mi cama con esta zorra. Verity nunca me habría obligado
a hacer esta mierda.
Irritado, señalo la silla en la esquina. —Puedes dormir allí.
Se frota las sienes. —Tiene que ser la cama, o no cuenta.
La miro fijamente. —¿Estás bromeando? ¡Negocias peor de lo que golpeas! —
Hirviendo, estallo—: Bien. Toma el lado izquierdo de la cama.
La cama es tamaño King, pero no soy un hombre pequeño. Muevo mi libro
de texto del centro del colchón y lo reemplazo con dos almohadas para que actúen
como barrera, dándome la mayor parte del espacio.
Lavinia lo mira fijamente durante un largo momento antes de negar con la
cabeza. —Dios, eres raro.
—Deja de actuar como si esta no fuera la razón por la que preferirías dormir
aquí. —Alcanzo la lámpara de la mesilla de noche. —Será mejor que duermas como
una maldita piedra, porque en el momento en que me despiertes, te lo sacaré del
culo. —Levanto la colcha hasta mi estómago—. Y no robes la manta. Si me cabreas,
te llevaré de regreso con él. Por lo que a mí me importa, puede follarte hasta
convertirte en un cadáver.
Apago la luz, envolviéndonos a la oscuridad. No basta con bloquearla por
completo. Todavía puedo sentirla, pero arrastro la almohada sobre mi cabeza y me
alejo, empujando mi espalda hacia ella.
No sé exactamente qué intenta hacer mi hermano con todo esto. ¿Volverme
tan loco como Remy? Sea lo que sea, he trabajado demasiado en mi autocontrol,
en mi disciplina, como para permitir que una niña patética como Lavinia Lucia
destruya todo eso con solo mudarse a mi casa.
Capítulo 18
LAVINIA
El nidito que hice en el desván es justo lo que quería. Pasé toda la tarde y la noche
escondida allí, leyendo los libros que Sy me había permitido con impaciencia
arrancar de los estantes bajo su atenta mirada. Tengo una buena distribución. Un
par de novelas rusas más, un libro de texto sobre farmacología, un manual de
clasificación médica y (el resultado de un rápido viaje por la sección de anticuarios
de la biblioteca que dejó a Sy casi apoplético) un libro sobre ingeniería clásica del
siglo XIX.
El loft es fantástico para leer, no sólo por la luz natural de la esfera del reloj,
sino también porque puedo ver a los chicos ir y venir y saber que están concentrados
en algo que no soy yo.
El problema con mi nido es que es jodidamente incómodo.
Debe ser por eso que es tan fácil quedarse dormida al lado de estos hombres.
Lo supe antes, cuando me quedé dormida junto al cuerpo desnudo y cálido de
Remy durante un día y una noche entera, pero la cama de Sy es igual de cómoda
para conciliar el sueño.
Sin embargo, despertarse no es tan fácil.
No es la oscuridad lo que me hace luchar por respirar, aunque no ayuda. Es la
quietud. La sensación de estar encerrada, de no poder escapar, el sentimiento de
estar rodeada, y eso es exactamente lo que estoy sintiendo ahora. Hacía mucho
tiempo que no me despertaba así. Paralizada por el pánico, convencida de que
todavía estoy en el baúl, sudorosa, tembloroso e indefensa. Desde esas dos noches
en el ascensor, lo he sentido persistiendo en el borde de mi conciencia, preparado
para arrastrarme con sus garras, pero he logrado permanecer vigilante al otro lado.
Hasta ahora.
Los sueños (los terrores nocturnos) solían ser los peores. Leticia me enseñó a
saber qué es real, pero nunca nada fue como esto: despertar con la sensación de
estar restringida, atrapada por todos lados, incapaz de moverme.
Estoy acostada de lado, de eso estoy segura. Mi pecho se contrae con una
inhalación temblorosa y puedo levantar los párpados lo suficiente como para
distinguir un oscuro trozo de noche, pero no puedo moverme. Mis piernas están
atrapadas. Hay una pared sólida contra mi espalda y un peso presionando mi caja
torácica. La presión de una vara dura aplastada entre mis nalgas pulsa. Pero hay
algo más. Algo distintivo. Una especie de... agitación revoloteando contra mi
espalda. Una ondulación.
Mi cerebro estalla en una ráfaga confusa.
Fui mala.
¿Cuánto tiempo llevo dentro del baúl? ¿Me dejará salir pronto? Si grito, me
hará quedarme más tiempo. Mi padre no sufre perturbaciones. Pero a veces no
puedo evitarlo y ahora puedo sentir que se está construyendo. El grito. Está encajado
en mi diafragma como una bomba y la mecha está cobrando vida.
Pero entonces la pared se mueve detrás de mí, arrastrándome contra ella.
La ondulación es la varilla que empuja mi trasero en estas pequeñas olas
ondulantes. El aleteo agitado es cálido contra la parte superior de mi cabeza y se
filtra a través de mi cabello. Mi respiración comienza a formarse en estremecimientos
apretados que resuena a través de mi mandíbula sin nervios como un silbido, porque
no estoy en el baúl. Esto es algo nuevo.
¿El ascensor?
La imagen del rostro de mi padre en mi mente se transforma en la de Nick.
Veo el tatuaje en su sien, pero los números son formas borrosas e indescifrables.
¿Qué eran? Dos, siete… algo. Sus ojos azules arden en los míos con tanta ira. Estoy
siendo castigada, ¿no? No me acosté con Nick. Elegí a su hermano en su lugar. Fui
metida en el ascensor y encerrada hasta la mañana. Hace demasiado calor. No
puedo respirar aquí. ¿Por qué no me deja ir? ¿No sabe que moriré aquí? ¿No le
importa?
La ondulación se detiene de repente.
También lo hace el calor palpitante.
Hay un momento de tal quietud que casi me pregunto si me he quedado
dormida otra vez, pero entonces el peso sobre mi caja torácica desaparece y la pared
detrás de mí se esfuma. Se oye el movimiento de la tela y luego mi cuerpo se
balancea un poco. Estoy rodeada de un aroma casi reconocible: madera y frialdad,
un trasfondo de menta y algo agresivamente masculino.
Una voz atraviesa la oscuridad. —Cálmate. —Es un estruendo tenso, aunque
algo lento, que resuena a través de mis huesos. El silbido entre mis dientes se acelera.
Hay un suspiro y luego algo toca mi hombro—. Tienes parálisis del sueño. Despierta.
Todo comienza a encajar. Conozco este olor, especiado y frío. Conozco esta
voz, atravesando la noche con toda la brusquedad de un martillo. Nick no me ha
arrojado al ascensor.
Es Sy.
Me fui a dormir a su cama y ahí debe ser donde estoy. Puedo ver la parte
trasera de su puerta y la tenue luz que se filtra a través de la rendija debajo de ella.
Pero no puedo moverme.
Hay otro toque en mi hombro y luego Sy me hace rodar sobre mi espalda.
Todo está borroso y oscuro, es demasiado difícil encontrar los bordes. Aunque
puedo sentirlos. La mano de Sy estrechándome. Lo que ahora me doy cuenta es
que su polla empuja mi muslo. Su mano se mueve hacia mi cuello, mi garganta, y
las yemas de sus dedos empujan el tendón.
Está comprobando mi pulso.
Mi visión se nubla y, por un momento, lo veo claramente flotando a mi lado.
Su rostro es poco más que una mancha de sombra, pero un rayo de luz de la luna
resalta la línea de su mandíbula.
La presión sobre mi yugular disminuye. —¿Aún no puedes moverte? —
murmura, con la voz espesa por el sueño.
No puedo moverme. No puedo hablar. Ni siquiera cuando esos dedos
comienzan a vagar somnolientos hacia mi clavícula, trazando una línea de fuego
hacia mi esternón. Se detienen allí por un breve momento y, en la niebla de mi
visión, veo la cabeza de Sy inclinarse hacia abajo, un mechón de rizos cayendo sobre
sus ojos.
El primer roce de su palma contra mi teta no se parece en nada a antes. Aquel
había sido duro y doloroso, lleno de desprecio. Este está probando, su pulgar
rozando con curiosidad mi pezón, que puedo sentir debajo de la camisa de gran
tamaño que le robé a Remy esa mañana. Oigo más que veo a Sy mojándose los
labios, moviendo los hombros mientras su palma aprieta mi pecho. Es suave al
principio, casi... considerando.
Y luego es más duro.
En algún momento, mi respiración comenzó a calmarse. Pero él ha hecho lo
contrario, el sonido de su respiración suena fuerte en el espacio entre nosotros. Se
vuelve más fuerte y profundo con cada presión de su polla en mi muslo, un vestigio
de la ondulación de antes, con las caderas rodando contra mí.
Mi visión comienza a agudizarse cuando rueda encima de mí. Así es como sé
que también está medio despierto, con los párpados pesados mientras me separa los
muslos y comienza a arrugarme la camisa. Hay una parte distante de mi mente,
demasiado atrapada por la atracción del sueño como para salir a la superficie por
completo, que se agita, se rompe y todavía tiene miedo. Puede que este no sea el
baúl, pero tampoco es seguridad.
Es Simon Perilini, el puño de Forsyth, surgiendo en la cuna de mis muslos.
Mis ojos siguen las crestas de sus pectorales y abdominales mientras se apoya
sobre mí, empujando silenciosamente su enorme polla contra mi entrepierna. Su
silencio (sin palabras mordaces, sólo jadeos rápidos y silenciosos) es tan
incongruente con el Sy que he llegado a conocer que casi puedo engañarme a mí
misma haciéndome creer que todavía estoy dormida. Aquí no hay odio. Sin miradas
ni insultos. Sólo la curva apretada de su mandíbula mientras apoya sus antebrazos
y… me usa.
Eso es lo que está haciendo.
Soy un cuerpo cálido para que él lo coloque como quiera, una de sus grandes
palmas envuelve mi muslo y lo engancha sobre su cadera. Soy un oponente sin
arma. Aquí, en la oscuridad, incluso podría ser un secreto. Algo que sucede en el
fino vacío entre el olvido y la vigilia.
—Estás durmiendo. —Su voz es apenas un susurro y sus ojos están caídos
pesadamente. No sé si me está hablando a mí o a él mismo. El fruncimiento de sus
cejas mientras empuja contra mí, con los músculos tensos y enrollados, es demasiado
profundo y desesperado para ser algo más que inconsciente.
Cierra los ojos, abre los labios y cada presión de su pelvis contra la mía hace
que la punta de su nariz se arrastre contra mi sien. Instintivamente, sé que nunca
mostraría esta angustiosa urgencia si estuviera completamente despierto. Aquí no
hay dignidad ni poder. Simplemente lujuria pura y con cerebro de lagarto.
Está inclinado sobre mí, su cálido aliento con aroma a menta baña mi cara,
cuando empiezo a sentir los movimientos. Su polla arrastrándose sobre mi clítoris
envía una cascada de pulsos eléctricos a lo profundo de mi vientre. Los persigo,
estas ardientes chispas de vida me llevan a través de la oscuridad hacia la luz. De
alguna manera, sé que son el camino de regreso.
Mi primer movimiento libre es un pequeño movimiento de mis caderas.
Sy se congela, su pecho salta con sus respiraciones cortas, y Dios, puedo
sentirlo. Su erección palpita contra mí como un ser vivo.
El siguiente movimiento que hace es un fuerte golpe de sus caderas que sacude
todo mi cuerpo. Su polla tartamudea contra mí. Así es como sé que todavía lleva
sus boxers y yo todavía llevo mis bragas. No se siente tan desordenado como
debería, porque el siguiente momento en que me doy cuenta es que mis bragas
están empapadas.
En algún momento, mi mandíbula se aflojó, lo que significa que mi respiración
es menos un silbido y más una serie de jadeos cada vez más ansiosos. Los dedos de
mis pies se curvan, y luego gano movimiento en mis rodillas, mis muslos, y
probablemente podría encontrar una manera de colocar un pie entre nosotros y
patearlo, pero en lugar de eso, los envuelvo alrededor de sus caderas, acercándolo.
Sy hace un sonido en mi mejilla que es irregular, desgarrado y casi inhumano,
y en el instante en que recupero el movimiento en mis manos, alcanzando
ciegamente sus hombros, él las empuja hacia abajo, inmovilizando mis muñecas al
colchón. Sé que estoy despierta cuando el dolor me golpea. No es el fuerte impacto
del dolor al que estoy acostumbrada. Éste es hueso y carne, su pelvis se aprieta con
tanta fuerza contra la mía que es doloroso. Es la presión de su peso que sujeta mis
brazos a la cama. Es el arrastre de su pecho contra mis sensibles pezones, el destello
de su calor corporal lo que llena mis venas de fuego.
A pesar de todo, puedo verlo, sus rizos oscuros balanceándose contra una
frente arrugada mientras frota su cuerpo contra el mío. En esa forma apenas
consciente de estar demasiado absorbido por el placer como para pensar en una
buena razón por la que no debería hacerlo, levanto el cuello para mirar. Está oscuro
en la habitación y aún más oscuro entre nosotros, pero todavía puedo ver los bordes
de un cuerpo tallado en piedra. La flexión de los músculos debajo de la cálida y
marrón piel de Sy.
En pocas palabras, estoy fascinada por su arte, y eso es exactamente lo que es.
Escultura hecha en carne. Todos esos músculos, todo este poder, toda el hambre
cruda y desenfrenada en sus movimientos tambaleantes, se fijaron en mí como una
cosa ardiente. Si Remy pudiera ver esto, probablemente tendría algo terriblemente
poético que decir al respecto, y me invade la necesidad de saber qué sería.
Incluso cuando su respiración comienza a salir de su pecho con estos gruñidos
tensos y agonizantes, sigue siendo tan extrañamente silencioso, como si la oscuridad
nos hubiera vuelto evanescentes y ocultos. El ritmo de la fricción no me ayuda en
nada, mis jadeos se vuelven más rápidos, más agudos, alimentados por el pulso
eléctrico que se está acumulando en la parte superior de mis muslos. Aprieto mis
piernas alrededor de sus caderas, mis talones se hunden en la apretada y musculosa
curva de su trasero, y no puedo apartar la mirada.
La punta de su enorme polla se ha escapado del elástico de sus bóxers.
Es horrible verlo a la luz del día, pensar que me desgarra, pero aquí, en nuestro
extraño trance de sueño, es como su cuerpo. Un monumento a la masculinidad.
Estoy demasiado perdida para alejarme del pensamiento fugaz de mi coño mojado
y dolorido siendo presa de ese monstruo.
Mi orgasmo me atraviesa en un destello de chispas candentes que son tragadas
por la oscuridad. Mi suave llanto se incorpora a la cadencia del sonido que nos
rodea. El colchón chirriante. El jadeo frenético de Sy. Pero sé que lo siente en mi
cuerpo, mis pies golpean la cama mientras cavo contra él, saboreando la presión de
su gruesa polla golpeando mi clítoris.
Toma una bocanada de aire entrecortada y se agarra, la pelvis choca
dolorosamente contra la mía. —Oh, Dios —gime—. Oh, joder.
Siento su polla estallar.
Un semen cálido y pegajoso surge entre nosotros, cubriendo mi vientre con
calor húmedo. Las puntas de mis dedos pican por el entumecimiento porque todavía
está sujetando mis muñecas, cortando la circulación. Es lo único que me mantiene
en tierra mientras me elevo, echando la cabeza hacia atrás para tomar más aire, más
aire, más aire.
Se siente como si flotamos hacia un colapso flojo, como un par de hojas de
otoño revoloteando hasta el suelo. Me doy cuenta de que mi camisa está metida
sobre mis pechos, encajada debajo de mis axilas. El peso de su pecho contra el mío
es casi demasiado, demasiado pesado, demasiado cálido, demasiado resbaladizo por
el sudor y el semen para estar cómoda, pero sin él, podría simplemente alejarme
flotando.
Hay un largo momento en el que simplemente respiramos el uno en el otro,
mi pecho se hunde con su exhalación, su pecho se hunde con mi inhalación, y
recibo una bocanada de su aroma. Me lo transmite la suavidad de sus rizos cuando
gira la cabeza.
Su boca roza mi mandíbula.
Es como si volviera a quedarse dormido en la cuna de mi cuerpo. Es un gesto
lento y descoordinado que probablemente no sea un gesto en absoluto. Apenas está
húmedo, no es digno de ser acusado de ternura.
Pero es casi...
Es casi como si pudiera haber sido un beso.
Me alejo de él. No sé cómo, con su cuerpo tan pesado y flácido, pero me
sobresalto como si me acabaran de electrocutar.
—¡¿Qué carajo estás haciendo?! —Golpeo mi palma contra el interruptor de la
luz junto a su puerta.
Sy se levanta en un instante, pero está desequilibrado y se levanta
apresuradamente los calzoncillos. Lo observo con perfecto detalle, el paso de su
trance medio dormido al enorme caos de odio que he llegado a conocer. Es un
milagro que toda esa tensión y desprecio que regresan a su postura no lo derriben.
Se abalanza sobre mí a través de la fuerza de su mirada ceñuda. —Tú planeaste esto
—gruñe—. Tú, yo estaba dormido y tú, ¡tú me obligaste!
Frenéticamente, me bajo la camisa, dividida entre la indignación por la
acusación y el disgusto por la sensación de su semen enfriándose en mi piel. —¡Tú
eres quien…!
Pero él se lanza sobre mí, con los dientes apretados con tanta fuerza como sus
puños. —Crees que puedes venir aquí y follarme, ¿no? —Sus salvajes ojos azules
saltan a la cama y no sé cómo procesar el destello de pánico que veo dentro de
ellos—. ¡Te acostaste aquí y esperaste a que me quedara dormido, y luego me
provocaste!
—Ni siquiera podía moverme. Me viste, estaba... —¿Cuál es el término que
utilizó?—. ¡Paralizada! ¡Sabías que no podía moverme! Si alguien fue violada aquí,
soy yo.
Pero está tirando de su cabello, pareciendo estar a dos segundos de enloquecer.
—¡Todo eso fue culpa tuya! ¡Sabía que te gustó esa noche en el Hideaway!
Lo miro boquiabierta, completamente perdida. —Apuesto a que la gente piensa
que eres el estable, ¿no? Sy el normal y respetable, el único Duque que lo tiene todo
bajo control. —Doy una risa baja y amarga—. Pensé que Remy era el loco aquí, pero
es el único de ustedes tres que no se miente a sí mismo.
Sy no me detiene cuando abro la puerta y huyo de regreso a mi frío nido en el
desván.
Nueve días.

La tarde siguiente, estoy parada torpemente afuera de la puerta de Remy. La música


interminable y pulsante vibra desde la habitación, y dudo en interrumpirlo porque
es imposible saber qué versión del tipo va a abrir la puerta. ¿El rico, titulado Duque?
¿El prodigio artístico y violador? ¿O el cerebro revuelto de un maníaco que divaga
sobre estrellas y colores y me obliga a ser su lienzo?
Inhalando profundamente, levanto el puño y golpeo la madera, esperando que
sea lo suficientemente fuerte como para que él lo escuche por encima del ruido
sordo del bajo. La música baja un ritmo antes de que la puerta se abra, haciéndome
dar un paso atrás instintivamente. Está parado allí con una camisa gris oscuro con
botones, aunque los botones Reales faltan notoriamente, lo que revela una franja de
su torso tatuado. Mis ojos se posan en un par de pantalones de cuero negro
moldeados para adaptarse a su cuerpo largo y ágil como un guante.
Una ráfaga de hierba me golpea en la cara como una fuerza física.
Me mira de arriba abajo con ojos pesados e inyectados en sangre. —¿Viniste a
gritarme por no atraparte? —La pregunta se formula con una amarga inclinación de
la boca, como si tal motivo fuera plausible pero inconveniente.
Parpadeo por un segundo. Son las diez de la mañana y después de lo que pasó
entre Sy y yo hace doce horas, estoy demasiado exhausta para molestarme en
desenredar los enigmáticos comentarios de Remy. Voy al grano. —¿Tienes un pincel
que puedas prestarme?
Su cabeza se levanta de golpe, algo de esa niebla de hierba drenando de su
expresión. —¿Tipo?
Sin comprender, repito: —¿Para escribir?
—¿Redondo? ¿Suave? ¿Fino? ¿Avellana? —pregunta, levantando las cejas con
cada palabra—. Hay una docena de estilos diferentes. ¿Vidriar? ¿Angular?
Arrastro los pies con incertidumbre. —Uh, ¿algo que pueda usar para quitar el
polvo en espacios reducidos? No pintaré con él.
Aunque no aparta la mirada de mí, sus ojos se desenfocan nuevamente. Creo
que podría ser cualquier cosa que pase por sus pensamientos cuando se trata de
Remy. Sin responder, gira bruscamente sobre sus talones y se dirige a su mesa de
trabajo, recogiendo tazas de pinceles. Saca uno y lo mira pensativamente, pasando
el pulgar por las cerdas.
Regresa con paso lento. —¿Este?
—Sí, debería funcionar. —Lo alcanzo, pero él lo sostiene en alto, fuera de mi
alcance, y señala mi cadera.
—Déjame verlo.
Haciendo una pausa sólo por un momento ante la petición inesperada,
engancho mi pulgar en la cintura de mis calzas y lo tiro hacia abajo hacia un lado,
dejando al descubierto la estrella. Todavía está rojo, irritado por lo que pasó anoche
con Sy, y cubierto con una espesa capa de ungüento. Pero las líneas son claras.
Frunciendo el ceño, extiende la mano para pasar el pulgar por el punto más al
norte, contándolos en el sentido de las agujas del reloj. Su toque es suave y envía un
shock no deseado a mi núcleo. Mi objetivo había sido darle un punto de contacto
literal, algo que le ayudara a navegar por las líneas de la realidad, pero ahora me
pregunto si fue tan buena idea. La cosa se está poniendo muy confusa aquí.
Deja su toque lejos de la estrella, mirando rápidamente a través de mi área
púbica antes de alejarse. —Aquí lo tienes. —Apoyando la palma de la mano contra
el marco de la puerta, me lo entrega y sus ojos siguen mis dedos mientras lo toman.
Su barbilla cae en un gesto de asentimiento—. Buen pincel, bonito y espeso. El año
pasado le follé el culo a una pelirroja con este.
Mi mano se congela, suspendida en el aire entre nosotros. —¿Jodidamente en
serio?
—No. —Su sonrisa traviesa es cosa de sueños húmedos, estoy segura.
Probablemente sacó eso y arrasó una habitación entera llena de chicas con nada
más que ese brillo malvado en sus ojos.
Realmente necesito controlarme. —Lo devolveré cuando haya terminado.
—Quédatelo. —Él se encoge de hombros—. Puedo comprar más.
Como si hubiera admitido que ya me habían torturado lo suficiente, desaparece
dentro. La puerta se cierra con un clic. La música comienza a alcanzar su volumen
original, que induce a la migraña.
Me doy vuelta y encuentro a Nick sentado en el sofá, con esos ojos azules fijos
en mí como un láser a lo lejos del gran espacio abierto. Si la mirada de Remy es la
personificación de la travesura, entonces la de Nick es la encarnación de la
intensidad. Lleva una camiseta negra que le tira del pecho y los brazos extendidos
indolentemente a lo largo del respaldo del sofá. Ni siquiera sabía que estaba en casa,
pero me he dado cuenta de que así es él.
Invisible cuando quiere serlo.
Ineludible cuando no lo hace.
Me dirijo hacia la cocina y él emite un sonido agudo.
—¿Dónde estamos, Lavinia? ¿Qué estoy haciendo?
Me detengo en seco, frunciendo el ceño y dándole la espalda. —Sólo necesito
buscar algo en la cocina muy rápido. —Cuando no recibo respuesta, miro por
encima del hombro y capto la forma en que me mira: oscura y llena de advertencia.
Madre de todos los cabrones.
Desinflándome, me giro y cruzo la distancia entre nosotros, con el interior
ardiendo de enojo ante la forma en que su rostro se transforma en una presunción
de petulancia. Este imbécil es como un perro del infierno necesitado.
Cuando me dejo caer en su regazo, me rodea con sus brazos y me acomoda
como le gusta. Supongo que los dos hermanos tienen eso en común. Nick no está
contento hasta que me pongo un poco hacia un lado, con su creciente erección
debajo de la parte superior de mi muslo. De esta manera, no puedo evitar su mirada.
—¿Qué fue eso?
—¿Qué? —Pregunto, fijando mis ojos en el tatuaje de su cara. Dos-tres-siete. Me
hace recordar haberlo visto en ese sueño, los números eran borrosos.
—No eres el tipo de belleza adecuado para lograr ese nivel de tontería. —Me
baja la cintura y deja al descubierto la estrella. El músculo en la parte posterior de
su mandíbula se contrae cuando baja la mirada hacia él—. Remy dijo que tú lo
obligaste a hacer esto. ¿Por qué?
Me retuerzo. —Simplemente me gustó el diseño.
—Estás mintiendo, pero lo dejaré pasar. Por ahora… —Nick es exactamente lo
suficientemente guapo como para parecer “tonto”. Me pregunto si debería tomarlo
como un cumplido que él nunca lo pruebe conmigo—. ¿Por qué estabas en su puerta
hace un momento?
—Necesitaba algo.
—Por supuesto que sí. —Levanta una ceja ante el pincel y luego coloca su mano
alrededor de mi muñeca, que todavía me duele desde anoche. Hago un buen trabajo
ocultando mi mueca de dolor, apretando con más fuerza la gruesa madera del
mango del cepillo—. ¿Qué ibas a buscar en la cocina?
Doy un suspiro de resignación, inclinándome hacia su cuerpo. —Necesito una
llave inglesa y un destornillador.
Puedo sentir que su paciencia se desvanece. —¿Para qué?
—El reloj —cedo, con voz lo suficientemente aguda como para que entrecierre
los ojos—. Quería dar una vuelta por allí para ver si podía descubrir qué le pasa. Eso
es todo —agrego amargamente—, si te parece bien.
Sus ojos se dirigen a los cables que hay sobre su cabeza y frunce el ceño ante
la esfera sin vida del reloj. —Jesús, niña. Ese pedazo de basura no ha funcionado en
décadas. No sé si hay alguien vivo que haya visto alguna vez girar las manijas.
—¿Entonces estás diciendo que no hay llave inglesa ni destornillador? —Pongo
los ojos en blanco, tirando de él—. ¿Es tan jodidamente difícil responder una
pregunta básica?
Me tira hacia atrás. —Aparentemente. Has estado patinando alrededor de todas
las mías. —Sus brazos son como acero alrededor de mi cintura, apretándome cerca—
. Dejaste que Remy te tocara con tinta en tu cadera como si fuera un pincel. ¿Qué
me darás por las herramientas?
—¿Qué tal un reloj que funcione?
Una sardónica bocanada de aire se escapa de sus labios. —Me importa una
mierda el reloj. Quiero algo más. Algo que valga la pena. —Sus ojos recorren mi
cuerpo, como si estuviera reflexionando sobre las posibilidades. Pero sé en el
momento en que me sonríe, encontrando mi mirada a través de sus pestañas, que
esto es algo que ha tenido en mente durante más tiempo que el lapso de esta
discusión—. Quiero una mamada.
—Apuesto que sí. —Resoplo, pero es fácil volver a caer en el tira y afloja de la
negociación. Levantando la barbilla, ofrezco—: Puedes tocarme las tetas.
Una ola de desafío choca contra sus rasgos, que es toda la advertencia que
recibo antes de que él meta una mano en mi camisa, agarrando mi teta. —Sé que
puedo —dice con voz dura. Retrocedo ante la amenaza en su mirada, pero él me
sigue, su palma implacable—. Puedo tocar tus tetas cuando quiera. Mañana, tarde,
noche. ¿Estos? —Le da a mi pecho un apretón que es lo suficientemente agresivo
como para hacerme estremecer—. Estos son míos. Si necesito ofrecerte algo para
poder meterte la polla en la boca sin riesgo de que me muerdas, lo haré. Pero eso
no te hace responsable de esto. —De manera intencionada, me pellizca el pezón—.
Un hombre tiene necesidades y tú has sido muy negligente con sus deberes como
Duquesa. Tal vez tener esa tarjeta de la biblioteca, leer todos esos malditos libros,
sea una distracción de lo que se supone que debes hacer aquí.
Me hace recordar haberme despertado anoche, convencida de que me había
arrojado al ascensor por despreciarlo. Con todos sus “regalos” y trueques, podría ser
fácil olvidar quién es Nick, pero él nunca tarda en recordármelo. Hay una pequeña
parte de mí que se estremece ante una sensación de dolor y miro hacia otro lado,
negándome a dejar que lo vea. La tarjeta de la biblioteca había sido un gesto tan
grande que casi me hizo creer que quería darme algo grande. Algo importante. Algo
reflexivo.
Simplemente está construyendo algo que podrá derribar más tarde.
Dios, realmente es como mi papá.
Una mención de ese ascensor y podría obligarme a hacerle una mamada...
diablos, una docena de ellas, todos los días. Pero en lugar de eso, está haciendo esto.
Haciéndome ceder ante ello, poco a poco, paso a paso, de maneras de las que sólo
yo tengo la culpa. Con cada límite que cambio, empiezo a preguntarme cuál es peor.
La contundente certeza de la impotencia, o la súplica gradual y creciente ante ella.
Esta noche tendré que dormir en su cama. Quizás sea mejor establecer las
expectativas primero. —Yo... te haré una paja.
Una sonrisa de satisfacción tira de sus labios. —Eso está bien.
—Pero no necesito otro pincel. Necesito todo lo que está en esta lista. —Meto la
mano en el bolsillo estrecho del costado de las elegantes mallas deportivas que Sy
me compró y saco un trozo de papel—. No sólo el destornillador y la llave inglesa.
Todo.
Si vamos a hacer un trueque, entonces conseguiré algo que valga la pena.
Toma mi lista y la hojea, murmurando los suministros en voz alta. —Aceite,
ganchos grandes, cables, alambres… —Su ceja se eleva—. ¿Esto va a arreglar el reloj?
—No lo sé. Quizás, con conocimientos de mecánica. He estado leyendo mucho.
—Sin apreciar el tono apagado de escepticismo en su mirada, estallé—: ¡Necesito
hacer algo! Estoy atrapada aquí todos los días con jodidamente todo este material
para entretenerme, y eso me va a volver loca. ¡Lo último que necesita esta torre es
otra crisis de salud mental!
Si mi arrebato lo desconcierta, entonces lo oculta bastante bien. —Bien. —Se
guarda el papel en el bolsillo trasero y sus caderas se mueven contra mi trasero
mientras lo levanta. Señala su entrepierna, el bulto ya pronunciado—. Estoy listo
cuando tú lo estes.
Le doy una mirada hosca. —¿Ahora? ¿En serio?
Él sonríe, oscuro y sádico. —Se llama “trabajo” por una razón, Pajarito. Muestra
algo de ética.
Nos miramos fijamente durante un largo momento y se vuelve obvio que él
espera que yo haga el trabajo de desabrocharle los jeans y comenzar esto. Me niego
a dejarle ver mis nervios, aunque no quito la repulsión de mi cara. Poniendo los ojos
en blanco, agarro su cinturón y lo desabrocho con cautela. La piel de la parte inferior
de su vientre y el áspero rastro de pelo debajo de él son cálidos contra mis nudillos.
Bajo la cremallera y hago una pausa, esperando a que sus caderas se levanten antes
de bajarme de mala gana los pantalones y los bóxers. Su abdomen bajo se hunde
cuando hago contacto, y reacciona extendiendo sus brazos sobre el respaldo del
sofá nuevamente, poniéndose agradable y cómodo.
La ligera mata de pelo situada encima de su polla me saluda primero, pero
justo debajo puedo ver que ya está erecto, la dura longitud de su polla presionando
contra la entrepierna de sus jeans. Si no fuera por el hecho de que he visto a su
hermano (todavía puedo sentir el tierno hematoma en mi área púbica por el sueño
nocturno de Sy), podría decir que Nick es la polla más grande que he visto en mi
vida.
Después de un par de acercamientos abortados, finalmente me levanto y meto
mis dedos en sus pantalones, tocando su carne dura y caliente y sacándola.
—Realmente estás convirtiendo este lugar en tu prostíbulo.
Me giro y veo a Sy parada en medio de la sala de estar, con la mandíbula
apretada con tanta fuerza que parece doloroso. La polla de Nick se mueve contra
mi palma y retrocedo, apartando mi mano.
—Oye, oye, Pajarito. No hay necesidad de parar. —Nick agarra mi mano pero
me alejo, con las mejillas ardiendo. La última vez que vi a Sy, se parecía mucho a
como se veía ahora: cabreado y a unos segundos de golpear algo, solo que esta vez,
sus abdominales no están cubiertos de semen. Nick nos mira, probablemente
notando la tensión latente—. Mi hermano es un mojigato furioso, pero puede
manejarlo. Probablemente se masturbará más tarde.
Los puños de Sy se curvan. —Esto no tiene nada que ver con poder manejar
algo o no. Es hora de cenar y mamá nos pateará el trasero si llegamos tarde. —Se
acerca a la puerta de Remy y la golpea. Tan pronto como la música en el interior
se detiene, Sy ladra—: ¡Hora de cenar! ¡Nos vamos en cinco minutos!
—¿Cena? —Pregunto, mirando entre los dos. Nick hace una mueca mientras
vuelve a meter su erección en sus jeans, escupiendo una maldición en voz baja—.
Nadie me habló de una cena.
—La cena familiar —me informa Sy con hostilidad—, se realiza todos los jueves
por la noche en el gimnasio. Es para que podamos cargar carbohidratos para Viernes
de Furia Nocturna. —Le da a Nick una mirada penetrante—. Todos saben eso.
La puerta de Remy se abre de golpe. Todavía lleva los pantalones de cuero,
pero se ha puesto una camisa limpia, y esta incluso tiene botones, aunque no
comienzan hasta la mitad del esternón, dejando al descubierto su pecho tonificado
y entintado. Se pone una chaqueta sobre los hombros. La parte inferior ensanchada
en sus caderas. Parece más alerta que en días. Sus ojos instantáneamente se dirigen
a Nick y a mí en el sofá. —¿Pasa algo?
—Nada que no se pueda posponer —dice Nick, arrastrando sus dedos debajo
de mi cabello, contra mi cuello—. Un trato es un trato.
No me molesto en alejarme de él, porque eso sólo hará que su agarre en mi
cuello se apriete castigadoramente. —Cumplo mi palabra, imbécil. —Todavía
necesito las herramientas, y sé que no debería pensar que él simplemente me las
daría.
—Esta noche. —Se inclina hacia delante a la velocidad del rayo y me da un beso
con la boca abierta en el punto del pulso en el cuello. Mi cuerpo se tensa con la
lucha por ocultar el estremecimiento de sorpresa que recorre mi columna, pero él
se demora lo suficiente para sentirlo, sus palabras revolotean a un pelo de mi oído—
. Para mejor, de verdad, ya que estás durmiendo en mi cama. De esa manera podrás
tomarte tu tiempo y hacerlo bien. —De repente, toda mi vida se reduce a la cercanía
del momento, su aliento y su aroma, y tengo esta vívida imagen en mi mente de Sy
encima de mí, con el rostro contorsionado por la desesperación.
Mis ojos se dirigen a los suyos.
Sy me devuelve la mirada.
Cualquiera que sea el hechizo bajo el que estoy, se rompe bruscamente cuando
Nick se levanta del sofá y sostiene mi cabeza el tiempo suficiente para empujar el
bulto de sus pantalones contra mi mejilla. Es un gesto grosero, medio en broma, que
hace que mi estómago se revuelva por la humillación. No mejora nada cuando se
ríe y le da una palmada condescendiente a mi cabeza—. Ve y ponte algo aceptable
para una Duquesa. Esta noche es tu primera aparición real frente al club. Necesitas
dar una buena impresión.
—Muestra esas bonitas tetas —dice Remy, haciendo girar un marcador entre sus
dedos—. Algo con escote.
Frunciendo el ceño, subo corriendo las escaleras hasta mi loft,
deprimentemente agradecida por la escasa distancia para recuperarme. Hay
momentos en los que siento un poco de control y parece que puedo hacer esto,
puedo manejarlos, pero luego hay otros momentos en los que me doy cuenta de
que solo soy un objeto para que ellos lo exhiban, para que lo usen con fines de su
placer, poseer.
No sería diferente con los Condes.
A veces me pregunto por qué estoy luchando contra ello.
Capítulo 19
LAVINIA
El gimnasio tiene una vibra diferente a la que estoy acostumbrada cuando cruzamos
las puertas. Todavía tiene el abrumador olor a sudor y testosterona, pero está
mezclado con el espeso aroma a ajo de la comida italiana. Nunca había visto a la
fraternidad DKS reunida toda a la vez, y ciertamente no así: limpia, bien vestida y
de buen carácter. Incluso los putones parecen haberse calmado un poco para el
evento.
Lo cual es una puta mierda para mí porque parezco una prostituta enviada a
cumplir los sueños de un chico de trece años.
—¿Por qué me dijiste que me vistiera tan cachonda? —Siseo, golpeando mi puño
en el costado de Nick. Su brazo rodea mis hombros, su muñeca suelta y su mano
roza mi pecho con cada paso que damos.
—Me gusta cuando te vistes como una zorra —dice, mirándome, o más bien a
mis tetas. La blusa que llevo obtuvo la aprobación de Remy, es escotada y levantada.
El alambre del sujetador se clava en mi caja torácica como un pincho.
Examino la habitación, con la cara caída. —Todas las demás están vestidas
muy... bien.
“Bien” no es exactamente la palabra correcta. Me crié en el lado norte, donde
cualquier reunión, de mayor rango que un encuentro aleatorio en una tienda de
comestibles, requiere una muestra de las mejores galas y frivolidades que uno pueda
sacar de su armario de cuatrocientos pies cuadrados. Estas personas no están vestidas
“bien” según los estándares de un Conde.
Pero ciertamente lo están para los de un Duque.
Todas las Cutsluts llevan lindos vestiditos, del tipo que usarían las niñas de su
edad en la escuela dominical en el Lado Este. Además de la blusa, llevo un par de
pantalones ajustados de cuero color burdeos con diamantes cortados en el costado,
desde la cadera hasta el tobillo, mostrando mucha piel. Las Cutsluts también
trabajan duro llevando enormes cacerolas de comida y colocándolas en mesas
dispuestas en la pared del fondo. El área típicamente utilizada para los asientos en
el piso se ha transformado en un comedor con mesas y sillas largas que llenan el
espacio. Los chicos de fraternidad están reunidos en grupos a su alrededor,
obviamente todos ansiosos por comer. Todos los ojos en la habitación se vuelven
hacia nosotros cuando entramos, y sé que no solo me están mirando a mí.
Los cuatro somos un espectáculo.
Solo Remy parece una especie de dios del glam-rock, sin siquiera levantarse
las gafas de sol que ocultan sus ojos vidriosos por la marihuana.
Nick es... bueno, guapo es quedarse corto. Pero es el tipo de belleza
fundamental y sin esfuerzo lo que significa que ni siquiera tiene que mostrar esfuerzo.
¿Y Sy? Obviamente está vestido para el evento, luciendo casualmente superior
con un suéter gris oscuro con cuello en V y una camisa de cuello blanco debajo. He
aprendido lo suficiente de su historia para entender que este es su pueblo. Lo llamó
cena familiar y ahora veo por qué.
Pero no soy de la familia.
Duquesa o no, soy una intrusa en el mejor de los casos y una enemiga en el
peor.
—Te ves perfecta —dice Remy, apoyando su mano en mi trasero, con el pulgar
metido debajo de la cintura en el costado de la estrella. Me pongo rígida, sin estar
segura de si va a forzar las cosas o no, pero simplemente me da un apretón firme en
el trasero—. Nuestra pequeña y sexy serpiente.
Le echo un vistazo a Sy, quien permaneció en silencio durante todo el viaje en
auto. Sospecho que tiene algunos comentarios selectos sobre mi atuendo, pero su
atención se centra deliberadamente en toda la habitación mientras saluda a Mamá
B.
—Chicos —dice, haciéndoles señas para que se acerquen. Les da a cada uno un
rápido abrazo y un beso, y las pulseras tintinean con cada movimiento. Muy
intencionalmente me ignora—. Es muy amable de tu parte aparecer finalmente.
Tenemos muchos jóvenes hambrientos aquí y no pueden comer hasta que ustedes
lo hagan.
—Lo siento, Mamá B —dice Sy, alejándose. La huella de su lápiz labial
permanece en su mejilla—. Nos tomó unos minutos salir de la torre.
—Mejor tarde que nunca. —Ella se lame el pulgar y le limpia la marca del lápiz
labial, mimándolo como la mamá osa que es—. Primera cena familiar como cabeza
de familia. ¿Cómo se siente eso? —Mamá B le quita el pelo de la frente a Nick y le
sonríe.
—Como si tardara mucho en llegar —dice Nick, examinando la habitación. Una
melancolía cae sobre sus rasgos, un destello de algo inusualmente vacilante—.
Supongo que de esto se trata.
Remy es el siguiente en saludarla, lanzándose a mi alrededor para abrazarla
agresivamente. —¡Mamá B perra mala! ¿Esos cachorros te están volviendo loca?
Ella suelta una risa escandalosa. —Si no lo hicieran, me preocuparía. No
recuerdo un momento en el que no tuviera a todos ustedes, cretinos, bajo mis pies,
llevándome a beber.
Aquí hay un afecto extraño, demasiado físico para mi gusto. En Lado Norte,
los Condes muestran deferencia en dar dinero y muestran respeto al no desperdiciar
nada hasta que el negocio haya concluido. Aquí hay abrazos y palmaditas en la
espalda, besos y entradas juguetonas.
Me hace acercar mis extremidades.
Mamá B le da un golpe alegre al estómago de Remy. —¿Dónde se ha ido tu
masa muscular, muchacho? —Sus ojos se dirigen hacia mí y luego hacia él—. ¿Estás
comiendo lo suficiente? Parece que has pasado los últimos dos días en un callejón
del Lado Sur. No te están metiendo esa basura de víbora, ¿verdad?
Interiormente, me resisto a la mirada que ella me dirige.
—No, para nada —dice, finalmente levantándose las gafas de sol. Le apartan el
cabello de la cara mientras él se los recoge en la cabeza—. Sólo tuve unos días
difíciles. Dejé mis medicamentos por un minuto. —Esto hace que sus labios se
aprieten y hay una corriente de tensión tan palpable que prácticamente puedo verla
corriendo entre los cinco. Remy lo descarta fácilmente—. Por favor, dime que hiciste
tu pan de ajo mundialmente famoso. Mi polla ha estado dura por ese pan desde que
me desperté.
Ella dibuja una sonrisa brillante en su boca y le da una palmadita cariñosa en
la mejilla. —Guardé dos panes en la parte de atrás solo para ti. Verity los ayudará a
instalaros.
—Genial. —La besa en la mejilla y se aleja hacia un grupo de chicos, chocando
puños en el camino. La celebridad que viene con ser parte la Realeza nunca se me
ha escapado, pero sigue siendo extraño ver al mismo tipo que balbucea tonterías y
se corta los brazos.
Mamá B se vuelve hacia Sy, con los ojos oscuros. —¿Debería estar preocupada?
¿Está estable?
Sy mueve los pies y baja la mirada. —¿Tal vez? No lo sé. A veces es difícil
saberlo con él. —Sé que Sy está más preocupado de lo que deja entrever. Vi los
libros que sacó de la biblioteca de la universidad. Puede que no le haya contado
que Remy casi salta del campanario, pero tengo la impresión de que Sy puede sentir
que las cosas son peores de lo que parecen—. Pero estoy pensando que es sólo la
transición, ¿sabes? Todos los cambios.
Ella asiente. —Probablemente tengas razón. —Los chicos se dirigen hacia las
mesas largas, Nick tira de mí. Pero antes de que podamos pasar a Mamá B, siento
el agudo pinchazo de sus uñas clavándose en la parte posterior de mi brazo—.
Espera. —Me detengo y Nick mira hacia arriba, captando la dulce sonrisa de Mamá
B—. Necesito hablar con tu Duquesa, ¿te parece bien?
Nick le lanza una mirada larga y evaluadora, y creo que por un momento va a
negarse. Estaría en su derecho. Dentro de la torre podría tener poder de
negociación, pero ¿aquí afuera? Hay apariencias que guardar.
De mala gana, desliza su brazo de mi hombro, cediendo. —Te guardaré un
asiento, Pajarito.
Mamá B y yo observamos cómo se marcha, la confianza en su paso hacia el
grupo. Una cutslut inmediatamente lo intercepta para abrazarlo y se estira para
rodearle el cuello con los brazos. La vista de sus manos aterrizando en sus caderas
hace que mi boca se arrugue con molestia.
Me doy la vuelta deliberadamente para mirar a Mamá B. —Mira, lamento el
atuendo. Los chicos querían que me vistiera así, y… bueno… —tomo mis pechos—,
me pidieron que les mostrara una pequeña teta. No sabía que la cena tenía un código
de vestimenta especial.
Los ojos de mamá me recorren y se estrechan mientras se cruza de brazos. —
Me importa una mierda lo que uses. Por lo que a mí me importa, ven a cenar en un
saco de patatas. El problema es que se suponía que debías estar aquí hace dos horas.
Eres la maldita anfitriona de esta cosa.
—¿Yo? —La miro asombrada y echo la cabeza hacia atrás—. No soy la anfitriona.
¡Tú eres la anfitriona! La llaman cena familiar y tú eres la Mamá B.
Su rostro se endurece hasta convertirse en piedra. —Sé que pasaste tu vida como
una mocosa malcriada del Lado Norte, pero ya no estás en el reino de tu papá. Asi
que no te atrevas a entrar aquí como una maldita reina. No te has ganado ese título…
todavía no. —Resopla—. Apenas te has ganado el título de Duquesa. Y dudo que
alguna vez lo hagas si Lionel tiene algo que decir al respecto. —Parpadeo y ella
asiente—. Sí, sé todo sobre tu papá y tu hermana y lo jodida que estás. —Se coloca
las pulseras en la muñeca, dejando al descubierto una zarpa de oso vieja y
descolorida—. Mis raíces son profundas con la Realeza, Duquesa, así que aquí tienes
un pequeño consejo. Si quieres tener la oportunidad de permanecer en ese
campanario, será mejor que intensifiques tu juego.
Doy una risa baja e incrédula. —En primer lugar, no quiero estar en el
campanario. Y en segundo lugar, ayudaría si alguien me avisara de que se supone
que debo hacer además de chupar pollas, lavar platos y hablar con maníacos sobre
las repisas. —Señalo con la cabeza a los Duques, que actualmente están flotando
sobre una de las mesas, rodeados por sus hermanos y Cutsluts—. ¿Crees que esos
tres pueden tomar un descanso de sus libidos y viajes de poder el tiempo suficiente
para darle a su perra trofeo una introducción a las tareas domésticas?
—Oh, por favor. —Pone los ojos en blanco—. No juegues ese juego conmigo.
Eres una chica inteligente, Lavinia. Creo que puedes descubrir cómo gestionar esta
vida. —Vuelve su mirada hacia las Cutsluts y endurece la mandíbula—. Docenas de
estas chicas han pasado años entrenándose para servir en DKS, y algunas
específicamente para los Duques. Si estás tan perdida que necesitas orientación,
entonces tal vez deberías considerar bajarte para preguntarle a una de ellas.
Abro la boca para responderle algo sarcástico, pero sus dedos se aferran a mi
barbilla. Le da un apretón fuerte y amenazador. —Verity está en la cocina. Ella puede
decirte todo lo que necesitas hacer. Y mientras aprovechas eso, tal vez quieras
reflexionar sobre por qué ella puede decirte todo lo que necesitas y mostrar algo de
gracia. —Deja caer su mano, lo cual es bueno, porque estoy a un segundo de retirarla
yo mismo—. Si eso es algo de lo que eres capaz, claro está.
Esta vieja perra cree que me conoce, mi historia, pero está equivocada. Sólo
una persona sabe lo que fue crecer bajo el control de mi padre, y ya no está. No es
que los Duques sean gobernados con tanta dureza. Como si estar bajo el control de
Saul Cartwright alguna vez lograra algo por lo que valiera la pena llorar.
Me alejo antes de hacer o decir algo de lo que me arrepienta y me dirijo hacia
la puerta de la cocina en la parte trasera del gimnasio. Siento las miradas de todos
sobre mí mientras cruzo la habitación. Los únicos que no están particularmente
interesados en mí son los Duques. Los tres encajan fácilmente aquí. Nick está
ocupado contando algún tipo de historia animada, y Remy tiene su brazo colgado
sobre el respaldo de una silla, un trío de chicas rodeándolo. Incluso Simon parece
relajado, con cerveza en mano, mientras enseña a una promesa su postura de lucha.
Supongo que me tienen donde me quieren.
Sirviéndoles.
No pasaría desapercibido para ninguno de ellos haberlo planeado de esta
manera, preparándome para que Mamá B me regañara como a una niña rebelde.
El pensamiento se eriza dentro de mí como una tormenta, y cuando entro a la cocina,
estoy echando más humo que el calor de la habitación.
¿Qué clase de gimnasio tiene una maldita cocina?
La chica que conocí el otro día, Verity, está sacando una sartén del horno,
mientras otra cutslut toma una ensaladera grande y se dirige hacia la puerta que
estoy bloqueando.
—Disculpa —murmura, evitandome tanto que me pregunto si cree que el
estigma es contagioso.
—Sí, claro —murmuro en respuesta, sin molestarme en apartarme de su camino.
El fruncimiento de su frente mientras avanza lentamente a mi alrededor es lo más
cercano a la satisfacción que probablemente sentiré hoy. A Verity le digo: —Tu
mamá me envió. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar?
Aunque hace un millón de grados aquí y ella está haciendo malabarismos con
una docena de tareas, aparte de una evaluación rápida de mi atuendo, Verity no se
inmuta. —Sí, el pan necesita salir, junto con este plato de salsa. El aderezo para
ensalada está en el refrigerador... ah, y el queso parmesano.
Abro el refrigerador y tomo los artículos que enumeró, acunándolos en mis
brazos y manos. Al sacarlos, mis ojos se dirigen a la mesa donde están sentados los
chicos. Es jodidamente ridículo que alguien como Mamá B pueda acusarme de
arrogancia cuando los Duques están sentados en la cabecera de la mesa más
destacada, claramente distinguidos del resto.
Excepto, por supuesto, por la zorra sentada frente a Remy, como un aperitivo.
Ella está sobre la mesa con las piernas abiertas, dejando espacio para que él se
incline y presione su marcador contra su garganta. Su cabeza está inclinada hacia
un lado, y aunque le está sonriendo a otra chica que está unos asientos más allá, sus
dientes están cavando muescas en su labio inferior.
Él está dibujando un diseño en su garganta, descendiendo hasta su esternón.
Me detengo a medio paso y los miro sin saber realmente por qué al principio.
Algo indefinible se retuerce en mis entrañas. El sentimiento es demasiado intenso
para llamarlo decepción, pero demasiado infeliz para llamarlo irritación. Sólo sé que
se está inclinando hacia adelante, con esos ojos verdes fijos en la piel de esta perra,
y eso me hace pensar “no”.
Verity pasa frente a mi línea de visión y asiente con la cabeza hacia la multitud.
—Necesitamos poner esto sobre la mesa o pronto habrá disturbios.
Parpadeo, salgo de ahí y la sigo hasta donde ya se está acumulando la comida.
Parece ser estilo buffet, el diferencial dispuesto en un orden calculado. Lo intuyo
rápidamente, colocando el aliño junto a la ensalada al inicio del circuito previsto, y
el queso encima junto a las albóndigas.
Verity quita el papel de aluminio de un plato de pasta y mira hacia la mesa. —
No tienes que preocuparte por Haley. No está cazando furtivamente a tu hombre.
Mi espalda se endereza y me ocupo de la comida frente a mi. —No me
preocupa ninguna cutslut al azar.
—Haley no es sólo una cutslut —dice Verity, con un poco de agudeza en su
voz—. Es una chica del ring.
Levanto una ceja. —¿Qué es una chica del ring?
—Una chica del ring es la mayor animadora de un luchador. —Lleva utensilios
para servir a todos los platos—. Lo ayuda a calentar antes de una pelea, le venda las
muñecas si lo necesita, le trae agua, bocadillos... lo que sea que necesiten, en
realidad. Lo promocionará en las redes sociales y lo respalda en el campus. Es una
animadora total.
—¿Haley hace eso para todo DKS? —Hay al menos cuarenta chicos en la
fraternidad, todos luchadores de un nivel u otro.
—¿Haley, específicamente? —Niega con la cabeza—. No, ella solo trabaja con Sy
y Remy. Quiero decir, esos dos están unidos por la cadera, por lo que tiene sentido
que compartan una chica del ring. Ella sabe lo que necesitan.
¿Por qué?
¿Por qué esa frase me irrita?
Ella sabe lo que necesitan.
Parte de eso está arraigado en mí: esta aversión al fracaso. Soy la Duquesa.
Debería saber lo que necesitan. Pero otra parte es una extraña sensación de
indignación, como si ser la receptora de todo lo miserable de ser Duquesa me
permitiera ser consciente de sus elogios.
Si soy de ellos, ¿por qué carajo no son míos?
—¿Qué pasa con Nick? —Espolvoreo un poco de queso sobre un plato de
lasaña, algo para mantener mis manos ocupadas—. ¿No tiene una chica del ring?
Me da una mirada extraña. —Él no estuvo aquí el año pasado, ni el año anterior.
¿No lo sabías?
Reprimo una burla. —Créeme, nadie era más consciente de eso que yo. —Nick
no estaba aquí porque estaba ocupado en el Lado Sur, manteniéndome cautiva.
Asintiendo, su expresión confusa no desaparece. —Bueno, Nick no tiene una
chica en el ring. No necesita una chica del ring. —Hay un momento de silencio,
como si ella estuviera esperando que algo se me ocurriera—. Tiene una Duquesa.
Oh.
Entonces Nick es mío.
Malditas apariencias.
Miro hacia la mesa. Haley tiene su cabeza echada hacia atrás ahora, sus pies
balanceándose tranquilamente mientras Remy dibuja algo lo suficientemente
complejo como para que sus cejas se frunzan en concentración. Sintiendo ese mismo
giro interior y caliente, sacudo el recipiente de queso y los trozos rallados vuelan por
todos lados. —Mierda.
—Está bien. —Verity lo recoge todo en una servilleta y lo limpia en su mano,
mirando el ceño que soy demasiado lento para ocultar—. ¿Estás bien?
—Sólo… —No sé cómo expresar esto ni por qué me importa—. Parece algo que
la Duquesa haría por todos ellos. ¿Por qué Sy y Remy tienen siquiera una chica del
ring?
Ella se ríe y tira la servilleta y el queso a la basura. —Ah, no sabes mucho sobre
DKS, ¿verdad? Quiero decir, sabes sobre las cosas Reales, obviamente, pero no
sobre nuestra fraternidad o el Lado Oeste. —No lo dice de una manera arrogante,
pero aún así me hace rechinar los dientes—. El Lado Oeste no tiene muchos recursos
—explica pacientemente—. El gimnasio es genial, no me malinterpretes. Tenemos
muchos entrenadores por aquí y, a veces, Saul puede prescindir de alguien del
Departamento de Atletismo, pero ¿en su mayor parte? —Inclina su cabeza hacia la
fraternidad—. Los luchadores son responsables de su propio equipo. Por eso la
Duquesa siempre es de pre-medicina. Les da a los Duques un mejor médico del que
estamos acostumbrados.
Le doy una mirada irónica. —Entonces, ¿qué? ¿Están usando a Haley porque
no estoy entrenada para ser podóloga o algo así?
Verity desvía la mirada y una incomodidad se apodera de sus rasgos. —En
realidad no es asunto mío, pero ¿si tuviera que adivinar? Probablemente
simplemente no crean que es algo que quisieras hacer. O tal vez sea una cuestión
de confianza. Han tenido a Haley durante mucho tiempo y tú...
—Soy el enemigo —murmuro, alisando la sal y los aderezos. Todo parece listo—
. Mira, ¿hay algún manual para todo esto en alguna parte? Porque voy a necesitar
uno para saber cuándo se supone que debo llegar temprano a algún lugar, o cuándo
se supone que debo quedarme quieta y parecer una puta. —Apretando la mandíbula,
agrego—: O cuando se supone que no debo parecer una puta. ¿Hay algún código
de vestimenta o algo así? Aparecer como una prostituta en un picnic de la iglesia no
es mi problema.
Ella sonríe. —Te ves bien.
—No según tu madre.
Suspira y lanza una mirada en dirección a Mamá B. —Oye, estoy segura de que
los Duques piensan que te ves espectacular. —Bueno, al menos dos de ellos.
Sonriendo, añade—: Y ellos son los únicos que importan.
—Iugh. —Hago una mueca—. Ustedes, chicas, no se limitan a beber Kool-Aid,
sino que se atragantan con ello.
Poniendo los ojos en blanco, regresa a la cocina. Eso es lo bueno de Verity en
comparación con estas otras personas. Ella parece capaz de aceptar algunas bromas
alegres. Debe ser por eso que algo me molesta en el fondo de mi cerebro.
Enderezando mi columna, la sigo y la encuentro parada frente a un cajón abierto,
clasificando un enorme contenedor de cubiertos.
Me apoyo contra el mostrador, mirando. —¿Puedo preguntarte algo?
—Seguro.
Me entrega un manojo de tenedores que necesito agarrar con ambas manos. —
Conoces a los chicos desde hace un tiempo, ¿verdad? ¿Más que simplemente estar
en DKS?
Ella asiente. —Sí, mi mamá conoce a sus padres desde hace mucho tiempo.
—Bien. —Se resbalan algunos tenedores y aprieto mis manos con más fuerza—.
¿Sabes quién es Tate?
Ella se congela. Es casi imperceptible, pero lo capto. —¿Tate quién?
¿Mencionaron alguien llamado Tate?
—Sí, supongo que sí. —Reajusto el paquete y observo a Verity con atención—.
Ella simplemente… Remy la mencionó. Parecía que eran cercanos.
—Vaya, ha pasado un tiempo desde que escuché ese nombre. —Toma su
puñado de utensilios, pero nuevamente duda, esta vez mirándome—. Sé que quieres
entender cómo ser la mejor Duquesa. A veces eso significa no hurgar en viejas
heridas.
—No estoy tratando de tocar ninguna herida aquí, solo estoy... —Resoplando,
miro hacia la puerta, pensando en él ahí afuera, usando otro lienzo, y
preguntándome por qué eso me entumece tanto las entrañas—. Remy tuvo este
episodio realmente aterrador el otro día. Parece que cuanto más sé sobre él, mejor
puedo afrontar sus problemas. Esta chica Tate le parece importante. Lo
suficientemente importante como para arriesgarlo todo para cambiar la historia. Sólo
dímelo, Verity.
Ella sostiene mi mirada por un momento suspendido, buscando mis ojos. Todo
lo que ve allí la hace suspirar. —Tate Cross solía ir con ellos a todos lados cuando
eran niños. Todos eran locos e inseparables, como… mejores amigos. Todos
pensaron que si se comprometían, ella terminaría siendo su Duquesa, pero la verdad
es que Tate no tenía material de Duquesa. —Me lanza una mirada significativa,
sonriendo—. Tate no era material de chicos, si entiendes lo que quiero decir.
Proceso lo que dice y me doy cuenta. —Así que ella no era como... una novia.
—No más que Remy. —Verity se ríe, pero su sonrisa dura poco—. Ella murió
hace unos años. Suicidio. —Sus ojos se mueven hacia la puerta, una tristeza grabada
en sus rasgos—. Realmente los arruinó. Creo… creo que tal vez se culpan a sí mismos.
O tal vez se culpen mutuamente. De cualquier manera, después de la muerte de
Tate, Remy nunca volvió a ser el mismo. Nick huyó al Lado Sur y se unió a los
Lords. Sy se dedicó a la lucha. —Se encuentra mi mirada y baja la voz—. No se lo
digas a mi mamá, pero una pequeña parte de mí podría sentirse un poco aliviada
de que no me eligieran como su Duquesa. Son increíbles, pero dudo que alguna vez
hayan dejado entrar a otra chica. En cierto modo… —Su cabeza se inclina mientras
me evalúa—. En cierto modo, supongo que tenía que ser alguien como tú. Alguien
que no es una amiga. —Se retira un poco, con los ojos muy abiertos—. Quiero decir...
no quiero decir... eso no quiere decir que te odien, o...
—Relájate —le digo, deteniéndola—. Lo entiendo. O al menos no me molesta.
Mi lista de mierda es tan larga como mi antebrazo, y puede que no estén en la cima,
pero están bastante cerca.
Ella asiente, aceptando esto sin problemas. —Además —añade, lanzándome un
guiño—. Ahora que no tengo que estudiar medicina, puedo dejar mis clases de
química orgánica. Rayos de esperanza. Eso es lo mío.
Capítulo 20
NICK
—Vinny —dice Remy, empujando su nariz directamente contra su mejilla—. Sé una
buena chica y tráeme un trago.
Estamos en una mesa de veinte DKS, la mayoría demasiado absortos con su
comida para notar este pequeño intercambio, pero Sy y yo hacemos contacto visual
al otro lado de la mesa. Probablemente esto es lo más cerca que Remy está de pedir
amablemente cualquier cosa, y Sy parece tan curioso como yo por ver cómo
responderá.
Hace una pausa, con el tenedor flotando a unos centímetros de su boca, y
lentamente lo baja hacia su plato. Ha estado callada y solemne durante toda la cena,
probablemente enojada porque no le dijimos todos los criterios para su puesto de
Duquesa. Si tuviera que adivinar, diría que tiene la impresión de que lo hicimos a
propósito en un intento de humillarla. Probablemente sea más fácil de tragar que la
verdad, que es que a ninguno de nosotros realmente le importa su papel público
como Duquesa. Está aquí para mí, no para DKS. Por eso quiero que luzca así, toda
dura, suave y sexy. Que todos vean su piel y sepan quién la toca con los dedos. Lo
único que quiero hacer es quitarle esos pantalones y jugar con lo que hay debajo,
pero desgraciadamente tenemos obligaciones. Sentarse durante esta cena es uno de
ellos.
El brazo de Remy está enrollado alrededor de su cadera, con el pulgar metido
debajo de la cintura de los pantalones de cuero. Por la colocación y el movimiento
del cuero brillante, está frotando pequeños círculos sobre el tatuaje que le había
hecho. Todavía me irrita saber que lo hizo. Puedo contar con una mano el número
de chicas que ha tatuado, y Lavinia de alguna manera se queda con dos de los
lugares. El Brass Bruin era inevitable, pero ¿la estrella?
¿De qué carajo se trata todo eso?
—Seguro. —Se traga su vacilación y se desenreda, teniendo cuidado de no poner
su mano sobre mí para mantener el equilibrio mientras se desliza entre las sillas—.
¿Limonada o té?
Se gira para darle esa sonrisa torcida que a las chicas de por aquí siempre les
vuelve locas. —¿Un poco de ambos? —Cuando todo lo que ella hace es volverse
hacia la mesa de bebidas, él grita—: ¡Gracias, Vin!
La miro retirarse, con los ojos recorriendo cada parte de su trasero con esos
pantalones. —¿Qué le hiciste, Remy?
Clava unas cuantas hojas de lechuga en el tenedor. —¿Qué quieres decir con
qué le hice? Ella está aquí para servirnos, ¿verdad?
—Creo que lo que Nick pregunta —dice Sy, apoyándose en los codos—, es
¿cómo conseguiste que hiciera eso sin arrancarte los ojos primero?
Observo mientras comienza a llenar la taza. —Para ser justos, todavía hay
tiempo para que agregue un poco de arsénico a tu bebida. O al menos escupir en
él.
—Todos sabemos que eso no me detendría. —Cuando Sy y yo simplemente lo
miramos fijamente, esperando, Remy se encoge de hombros—. La viste hablando
con Mamá B antes. Creo que este ajuste de actitud se trata más de ser la receptora
de un sermón que de cualquier otra cosa. —Sus labios se curvan y tengo el fugaz
pensamiento de que hoy se ve mejor de lo que lo he visto en semanas, tal vez incluso
años—. O podría ser que simplemente comí su coño así de bien. —Saca la lengua,
moviéndose desagradablemente.
—Jesucristo —murmura Sy, apartando su plato casi transparente—. Estoy
tratando de comer.
Remy se acerca para golpear enfáticamente la mesa. —Un día, hermano,
aprenderás que lamer el coño de una mujer es la mejor comida que un hombre
puede conseguir.
Sy responde deslizando su silla hacia atrás y dirigiéndose a la mesa de postres.
Mientras lo veo irse, veo que alguien entra por la puerta principal. —Mierda —
murmuro, enderezándome la espalda.
—¿Qué? —pregunta Remy.
Inclino mi cabeza hacia la puerta. —Saul acaba de entrar.
Su mirada sigue la mía, observando cómo Saul cruza el gimnasio, sus zapatos
caros brillando bajo las luces del techo. Han pasado algunos días desde que
hablamos. Nos está dando tiempo para disfrutar de nuestra victoria, para adaptarnos
a vivir en el campanario, pero los Reyes nunca descansan por mucho tiempo. Un
nuevo semestre significa nuevos negocios. Siempre hay mucha actividad en el frente
real, y el comercio criminal por aquí no disminuye con los cambios de régimen.
No es inusual que un Rey se presente en un evento de fraternidad, ni es una
sorpresa que camine directamente hacia nosotros. Me levanto y arrastro a Remy
para ponerlo de pie, apreciando el protocolo. No le tengo más respeto que a
cualquier otro Rey, pero Saul es nuestro jefe. Nunca había sido Duque, pero ¿tomar
deferencia hacia un Rey?
Conozco esa mierda como la palma de mi mano.
—El Nick guapo Bruin —dice, mostrándome una sonrisa. Su mano se extiende
y capto el brillo de su anillo antes de sacudirlo. Lo peor de usar mi nombre para
entrar en la Realeza es el hecho de que tengo que compartir un anillo con él—.
¿Cómo te trata el campanario?
—Bien —digo, haciendo coincidir mi agarre con el suyo. La historia de Saul está
demasiado estrechamente vinculada a la mía: la relación de mi familia está
entrelazada con la suya—. Es un ajuste, pero nada que no pueda manejar. —Por
encima de su hombro veo a Lavinia alejarse de la mesa, con una taza en cada mano.
Hace una pausa cuando ve a Saul y al instante vuelve a la bebida—. Me gustan los
buenos desafíos.
—Sí, es cierto —responde, moviendo la mirada hacia mi derecha. Saul nunca
parece saber cómo acercarse a Remy, pero sigue intentándolo, y no es de extrañar
por qué. Remy es el heredero de la fortuna de Maddox, y eso lo hace más valioso
que cualquier otro DKS, por muy desequilibrado y extraño que pueda parecer—. Y,
eh, ¿qué hay de ti, Remington?
A Remy no le gusta tanto seguir el protocolo como a mí, así que sólo la mitad
de su atención está en Saul. La otra mitad está en el trozo de pan de ajo que acaba
de meterse en la boca. —Bien —dice, masticando con expresión pensativa—. El alma
de la torre aún no me ha echado, así que eso es una ventaja. Mucha gente mira
hacia arriba y ve descomposición, pero es sólo piel, y eso —señala el pan hacia Saul—
, es algo con lo que puedo trabajar.
—Eso suena... positivo. —Realmente no me gusta la forma en que Saul le sonríe,
la inclinación de su boca es demasiado condescendiente. Remy no es un maldito
niño. Ni siquiera suena loco una vez que entiendes su idioma. Sólo dice que la torre
es mejor de lo que la gente cree. Está diciendo que respeta su historia, lo que significa
que respeta la institución. Es un maldito cumplido.
Y Saul tiene el descaro de parecer indulgente. —Siempre has sido todo un
personaje, chico. Simplemente dile a tu papá que a la torre le vendría bien un poco
de trabajo. El Lado Oeste necesita negocios de gente como él. —Tengo cuidado de
mantener el ceño fruncido cuando Saul le da la espalda y me habla directamente—.
Entonces, miren, necesito ocuparme de algunos asuntos con la señorita B, pero
ustedes tres vengan a buscarme cuando terminen el postre. Necesitamos hablar.
—Sí, señor —respondo, mirando fijamente a Remy mientras Saul me da una
palmada en la espalda. Los dos observamos mientras él se dirige hacia donde está
Mamá B, de pie, con los brazos cruzados, apoyada contra la puerta de la oficina.
Todo el mundo sabe que se remontan a mucho tiempo atrás, pero la forma en que
ella ve su acercamiento es una mezcla de exasperación y resistencia, así que quién
sabe cómo es esa historia. Saul le pasa la mano por el brazo y se inclina para decirle
algo. Cuando entran a la oficina, cerrando la puerta detrás de ellos, finalmente dejo
libre mi mirada.
—No deberías dejar que personas como él te traten así —le digo a Remy—. Te
habló con desdén y luego básicamente te dejó fuera. Que se joda esa mierda.
Pero Remy sólo me mira en blanco y se encoge de hombros. —La gente como
él sólo conoce dos formas de tratarme. —Instintivamente sé de qué personas está
hablando. Los Reyes. Su papá. Viejos y poderosos imbéciles que ven a Remy y se
preguntan por qué no está encerrado en una habitación acolchada. Mira su
rebanada de pan de ajo con demasiada intensidad y su mandíbula se afila—. Créeme,
este es el mejor de los dos.
Somos interrumpidos por Sy, quien suelta un fuerte silbido, llamando la
atención de todos. Está parado al frente de la sala, observando cómo todos los ojos
se vuelven hacia él. —¡Mañana es la segunda Furia del semestre!
Hay un repentino estallido de vítores, tan fuerte que los hombros de Lavinia se
elevan hacia sus oídos mientras se acerca arrastrando los pies desde la mesa de
bebidas. Tan pronto como le entrega la bebida a Remy, la agarro del brazo y la
atraigo hacia mi costado.
Remy me da un codazo. —¿No se supone que debes ser tu el que está ahí
arriba? —Los Duques sólo tienen un líder: el Rey, pero yo soy un Bruin. Soy el
legado de sangre. Todo el mundo espera que sea la cara del campanario, pero
prefiero ser su puño.
Me encojo de hombros.
Simplemente se siente bien que esté Sy ahí arriba, dominando a la multitud
con nada más que su poder silencioso y su intensidad hirviente. Si DKS espera flash,
entonces no lo obtendrán. No de la forma que esperaban.
Con cara de amargura, continúa: —Sé que todos están acostumbrados a que los
Duques exalten el suspenso sobre a qué casa nos enfrentaremos los viernes. Tirar
pistas, hacerlos adivinar, hacer apuestas. Pero nosotros no somos esos Duques. —Sus
ojos recorren a los miembros, recorriendo a las Cutsluts—. Sin florituras, sin
complicaciones, sin tonterías. Mañana por la noche lucharemos contra los Beta Nu.
Observo cómo las noticias circulan por la habitación, los puños se levantan en
el aire mientras los chicos gritan en señal de aprobación. Jaiden Spann grita: —
¡Diablos, sí! ¡Que se jodan los Barones! —y todos repiten—: ¡Que se jodan los
Barones!
Sy no lo saborea, su voz atraviesa fácilmente la celebración. —No se trata de
contra quién estamos peleando. Nunca lo ha sido. Se trata de mostrarle a Forsyth
que el Lado Oeste todavía está en juego. Se trata de ganar. —Sus ojos oscuros se
posan en los de Remy—. No sé ustedes, pero estoy harto de que todos los demás
salgan victoriosos. Los Príncipes, los Barones —sus ojos se posan en mí—, los Lords
—y luego Lavinia—, los Condes. Cada año, nos roban la gloria. Esta es la única charla
que van a escuchar, así que escuchen con atención.
Levanta la barbilla y, por un segundo, es como si fuéramos niños otra vez: Sy
nos manda a todos, pero es tan competente en eso que nunca pensamos en
responder con mucha fuerza. —Este año vamos a ganar el juego. Puede que se ponga
feo. Podría ponerse sangriento. Algunos de ustedes pueden ir a la cárcel o sufrir
lesiones permanentes —Se encoge de hombros—. Pero ese es un sacrificio que
estamos dispuestos a hacer.
Hay una oleada de “abucheos” juguetones que hacen que los labios de Sy se
contraigan.
—Es un nuevo año con un nuevo liderazgo y es hora de demostrar que son
dignos de ser parte de la familia Bruin. —Levanta el puño y grita—: ¡Al vencedor le
va todo el botín!
—Guau —dice Lavinia, a mi lado—, tu hermano realmente se mete en esto, ¿no?
Instintivamente, la acerco. —Lo llevo en la sangre, pero él nació para ello —
admito—. Quiere esto, lo necesita, más que yo, de todos modos. La ambición es lo
que hace que las piezas de robot de Sy sigan funcionando. Es una de las razones
por las que regresé.
—¿Cómo es eso?
—Él podría haber sido Duque sin mí, pero habría habido un desafío sobre el
liderazgo. Conmigo aquí, no hay duda. Yo soy el verdadero legado, pero Sy puede
tomar las riendas. Ser Rey no es mi objetivo. ¿Pero Sy? —Le envío una mirada.
Su frente se arruga y estoy seguro de que está tratando de descubrir por qué
un tipo como yo se alejaría del poder. Me gusta el poder tanto como a cualquiera,
pero no me gusta estar encerrado en un sistema. Le aliso la frente con los dedos y
digo: —Tenemos que reunirnos con Saul antes de salir. Puedes ayudar a las chicas a
limpiar y nos vemos aquí dentro de veinte minutos.
—Lo que usted diga, su alteza. —Se inclina dramáticamente, su voz llena de
sarcasmo, pero mi polla se mueve entre mis piernas y la arrastro hacia atrás.
Acercando mi boca a su oreja, le susurro: —No olvides que voy a cobrar nuestra
negociación esta noche. —Lamo una raya caliente y rápida a lo largo de su cuello,
sonriendo cuando se lanza lejos de mí, quemándome con el ceño fruncido. En
respuesta, la paso y le doy un fuerte golpe en el trasero—. Nunca cambies, Pajarito.
Sy me mira duramente mientras camino hacia él y Remy. —Si las miradas
mataran. Serías un cadáver humeante ahora mismo.
—No te preocupes. Planeo guardar todas las armas bajo llave en mi habitación.
Bueno… —Agarro mi polla—. Excepto esta.
Agarro el pomo de la puerta de la oficina y la giro, empujándola para abrirla.
Primero escucho los golpes, el bang-bang-bang del portalápices en el escritorio, pero
luego veo el pálido trasero de Saul, follando a Mamá B. Su falda pasa más allá de
sus caderas, las rodillas dobladas alrededor de su cintura.
—¡Oh, mierda! —Retrocedo rápidamente, empujando a Sy fuera del camino
para poder cerrar la puerta.
Remy frunce el ceño. —¿Qué pasa?
—¿Sabes que corre ese rumor de que Saul y Mamá B tienen historia? —No me
molesto en ocultar mi mueca—. Bueno, ya no es un rumor. La está follando. —Gritos
cortos y entrecortados provienen de la oficina, confirmando mi afirmación. Sy
comparte mi mirada de disgusto, pero Remy deja escapar una carcajada.
Unos momentos después, la puerta se abre.
Mamá B me lanza una mirada dura y amonestadora. —La próxima vez, toca,
Nicholas. —Se alisa la falda y, mierda, qué cosas. Ni siquiera se sonroja.
—Señorita B —llama Saul, metiéndose la camisa—. Siempre eres buena conmigo,
cariño.
—Sí, bueno, desearía poder decir lo mismo de ti. —Me da una palmadita en la
mejilla y regresa al gimnasio, saludando por encima del hombro—. No tarden
demasiado, muchachos. Mañana será un día largo.
—Sí, señora —dice Sy, arrugando la nariz cuando entramos a la oficina. Saul
ahora está completamente recompuesto, sin señales de lo que acaba de suceder
aparte del portalápices caído sobre el escritorio. Se coloca detrás y se acomoda en
la silla de Mamá B, luciendo asquerosamente relajado.
Maldita sea, sé que es un día triste cuando un viejo cabrón como Saul
Cartwright tiene más acción que yo.
—Es hora de poner los engranajes en marcha este año, muchachos —dice,
recostándose—. Tengo un trabajo para ustedes.
—¿Qué clase de trabajo?—pregunta Sy.
—¿Terminaste con la presentación?
—Perforado y soldado, tal como me enseñaron —responde Remy, apoyándose
indolentemente contra la puerta—. Está todo empacado, listo para viajar.
Saul asiente. —Bien, entonces es hora de conducirlo. Es solo una recogida y
entrega estándar. Sencillo, pero importante.
—Claro —respondo—. Ningún problema.
—Sé que no lo es —responde Saul, mirándome largamente—. Hiciste algunas
entregas para Daniel, ¿no?
A Killian se le revolverían las bragas si yo estuviera hablando de asuntos de los
Lords, incluso si no fueran suyos, así que mantengo mi respuesta vaga. —Aquí y allá.
—La verdad es que Daniel era grande en el sistema de escaleras. El trabajo de reparto
es un trabajo duro. Todo el mundo tuvo que hacerlo en algún momento, incluso su
propio hijo. La idea de comenzar un nuevo ascenso desde el último peldaño
permanece amarga en el fondo de mi garganta.
Él asiente y toma un clip. —¿Cómo está la chica Lucia?
Los tres compartimos una mirada rápida y hay demasiados trasfondos allí para
detallarlos. —Es un dolor en el trasero. —Debido a que su trasfondo es principalmente
hostilidad, Sy comienza a enumerar agresivamente—: Perturbador, desafiante,
depravado.
Saul sonríe. —Se te pone la polla dura, ¿eh?
Sy cruza sus enormes antebrazos sobre su pecho. —No.
—No es tan mala. —Remy dice esto con el ceño fruncido, como si esto fuera
algo que acaba de darse cuenta—. Y realmente, cuando lo piensas, las estrellas no
son más que grandes bolas de fuego. Eso es lo que es Vinny. Un punto de luz desde
muy lejos, pero si la acercas lo suficiente, ¡boom! La perra se vuelve una supernova.
—Una lenta sonrisa se dibuja en su rostro—. Nunca hay un momento aburrido en el
campanario.
Meto las manos en los bolsillos, sabiendo que tengo que elegir mis palabras
con cuidado. Que Saul se interesara por mi mujer sería un problema. —Se está
adaptando. Está ahí afuera ahora mismo limpiando con las Cutsluts.
Saul se ríe sombríamente. —Podrías haber tenido a cualquiera de esas chicas.
Mamá B dice que tiene una buena cosecha este año y que está bien entrenada. En
cambio, quieres al enemigo. Eres tan malo como los Lords, eligiendo a la única
perra que no pudieron tener. —Niega con la cabeza y apenas me contengo para
corregirlo. Los Lords tienen a su Lady. Pero Saul me mira exasperado—. Sabía que
nada sería fácil contigo. ¿La sangre de un Bruin y la naturaleza de un Payne? Que
Dios nos ayude si la perra del Conde tiene alguna influencia sobre ti. —Señala a Sy—
. ¿Ahora tu hermano? Tiene la disciplina de un Duque. Eso es lo que necesito.
Sin preocuparme, me encojo de hombros. —Puede que no sea fácil, pero hago
el trabajo.
Lo de Bruin le está afectando. Es tan obvio como la mancha de semen al lado
de su cremallera. Saul tuvo tres años para convertir a mi hermano en el luchador
experimentado y diligente que es hoy. Supongo que lo entiendo. En aquel entonces,
Sy era la mayor amenaza para su corona. Ahora yo lo soy.
Y no tiene ningún control.
Golpea el clip sobre el escritorio. —Estoy preocupado por ti, Nick. Eres un buen
soldado, pero estás muy caliente. —Ante mi mirada sin pestañear, explica—: Recibí
una llamada de Lionel Lucia el otro día. Parece que alguien irrumpió en su mansión.
Bueno, “irrumpir” puede ser un término generoso para alguien que entró por la
puerta con su propio código de seguridad.
Hay una ligereza en su tono, una que sé que no debo confundir con
aprobación. Levanto la barbilla, sin molestarme en mentir. Saul necesita aprender
lo bien que corro. —La Duquesa quería algo de la casa y se lo llevé.
Desde mi periferia, puedo ver la cabeza de Sy girar lentamente para mirarme.
No le he dicho que entré en la mansión. Sabía que me diría que no lo hiciera, o
peor aún, pelearíamos por ello, y esas peleas nunca nos ayudan a ninguno de los
dos.
La expresión de Saul es de piedra. —¿Alguna vez se te pasó por la cabeza que
era una trampa? ¿Una oportunidad para que los Lucia derriben a un miembro de
la Realeza vanidoso y engreído?
—Sí —digo—. Por supuesto que sí. Pero si ese era el plan, fracasaron.
Me mira fijamente durante un largo momento. —¿Quieres decirme qué era tan
importante para la chica que corrías el riesgo de ser capturado, mutilado o algo
peor?
—No lo sé —respondo, sonando deliberadamente aburrido con la discusión—.
No miré.
—Jesucristo —sisea Sy, empujando mi hombro—. ¿Qué carajo, Nick? ¡Podría
haber sido un arma!
—¡Por el amor de Dios! —Grito, cansado de que asuman que soy un idiota—.
No era un arma. Fue una oportunidad. —Miro a Saul—. Me dejaste entrar porque
soy un Bruin, pero todos en esta sala saben que mi nombre significa mierda. Soy
una ventaja porque soy rápido y puedo cuidar de mí mismo. Sé más sobre correr
entre reinos que nadie aquí, así que no me llamen engreído por ser bueno en lo que
hago.
Saul se puso rígido a mitad de esa perorata, y ahora está sentado allí, en
silencio, con los ojos entrecerrados. Deja que la tensión en la habitación crezca antes
de hablar. —Tienes sangre real e hiciste mucho trabajo sucio para Daniel, pero no
creciste en este mundo, hijo. Tu padre abdicó de su cargo. A mí. Quiero que te
tomes unos días para pensar en lo que eso significa. —Aprieta las palmas de las
manos contra el escritorio, se pone de pie y eleva la voz con cada palabra—. Este es
un ecosistema frágil. ¡Hay reglas y procedimientos, y de ninguna manera jodes con
un Rey sin aprobación! —Me sostiene el ojo, con las venas abultadas—.
¡Especialmente no con Lucia! ¿Lo entiendes?
Este argumento no tiene adónde ir más que a lo nuclear. Es por eso que admito
que sí, e incluso me encojo de hombros cuando lo digo, como si no me quitara piel
de la espalda.
—Bien. —Hace un gesto hacia la puerta—. Les enviaré un mensaje de texto con
el lugar de entrega mañana por la noche y luego podrán demostrarme qué tan bien
siguen las órdenes.
—Sí, señor —dice Sy, y los tres salimos de la habitación.
Nos quedamos en el pasillo por un momento suspendidos, rígidos por la
tensión de la discusión. Sé que Sy va a hablar incluso antes de que se gire hacia mí,
en voz baja y cortante. —Hijo de puta.
Sonrío. —No creo que Mamá B se merezca eso.
—En serio —dice Remy. Ha estado callado todo este tiempo, pero ahora me
mira y no me gusta lo que veo en su expresión. Es cauteloso, desconfiado—. ¿Qué
demonios fue eso? ¿Entraste en casa de Lucia?
Me empujo el cabello hacia atrás y aprieto el cuero cabelludo con las yemas
de los dedos. —Dame un respiro. Ella quería algo. Necesitaba influencia. Ya sabes
cómo trabajamos. —Haciendo caso omiso de la mirada crítica de Sy, insisto—: ¡Tuve
cuidado! Apenas era un trabajo, de entrada y salida. Si hubiera hecho algo así en la
escuela secundaria, te habrías reído y me habrías suplicado más detalles.
—Eso fue antes de que tuviéramos que cuestionar tu lealtad —espeta Sy.
Aterriza tan bruscamente como él quería, haciendo que mi expresión se
contraiga. —¿Estás cuestionando mi lealtad? —Toco la esquina de mi sonrisa amarga,
mirándolos—. ¿Dónde estaba tu lealtad cuando creíste el informe policial sobre Tate?
Hay una breve pausa, ambos mirándome fijamente, antes de que Sy responda
con voz plana. —¿De qué diablos estás hablando?
—¡Estoy hablando de ustedes dos, creyendo que Tate se suicidó!
Sy me mira como si acabara de sugerir que la luna está hecha de queso. —Ella
se suicidó. Viste la evidencia, Nick. ¡Todos lo hicimos!
A pesar del resentimiento que pesa en mi pecho, mantengo mi voz tranquila.
—Fue asesinada.
Hay un momento en el que Sy me mira con tanta confusión que casi creo que
está a punto de entenderlo. Pero luego se cae, sus hombros se relajan y lo que queda
detrás es aún peor.
—Nicky —comienza con este tono exasperantemente paciente—. El duelo es
complicado. Sé que necesitas a alguien a quien culpar, algo contra quien luchar.
Pero Tate no era...
Me lanzo hacia adelante. —¿Sabías que hizo un depósito por un apartamento
en el Lado Este dos días antes de morir? Nunca se mudó ni nada. Nunca tuvo la
oportunidad. —Cuando lo único que hacen es mirarme fijamente, insisto—: ¿Quién
da un depósito por un lugar nuevo si no tiene la intención de vivir?
Sy niega con la cabeza, y casi desearía que volviera a estar frente a mí, ¿porque
está haciendo esa cosa silenciosa y solemne? Está desprovisto de ira. Vacío de lucha.
—Nick, las cosas no funcionan así. El suicidio puede ser un acto impulsivo. No
siempre está planeado. Tate tenía una enfermedad y no quería que la viéramos, pero
eso no significa...
Clavo un dedo en su pecho. —Ella nunca habría usado una de nuestras armas.
—A Remy le recalco—: Nunca.
Tate aborrecía el comercio de armas en el Lado Oeste. Si bien ser el puño de
Forsyth era divertido para ella, ser su bala nunca fue su destino. Hubo días en los
que hablamos de ello: convertirnos en Duques, manejar la potencia de fuego. Tate
no estaba interesada, pero tampoco se sorprendió. A una parte de mí le gusta creer
que ella tenía fe en que encontraríamos una manera de hacerlo mejor, de traer algún
cambio al sistema. Pero lo odiaba. A veces se negaba incluso a subirse a un coche
si sabía que estábamos haciendo las maletas. Por el contrario, a nosotros tres nunca
nos importó mucho. Demonios, en la escuela secundaria, solía hacer alarde de ello.
Mi primer arma, que me regaló mi papá, fue una posesión preciada.
Y creen que la usó para meterse una bala en la cabeza.
Tate nunca me habría echado esa culpa a mí.
No intencionalmente.
No importa que tuviéramos diferencias fundamentales al respecto. Tate nos
respetaba, nos amaba como a su propia sangre y no importaba que tuviera tetas.
Ella era nuestra hermana. En muchos sentidos, era lo único que nos mantenía unidos
y eso la tensaba. Joder, sé que la ponía tensa. No se habría marchado así. Habría
luchado hasta su último aliento.
Miro a Remy, cuyo rostro se ha vuelto ceniza, y casi me siento mal por haberle
dicho esto. Seguro que Sy me dará otro sermón: un recordatorio de que Remy es
demasiado frágil para algo como esto.
Estoy jodidamente harto de las sospechas y los comentarios sarcásticos.
Con una mirada perdida, Remy se pregunta: —¿Quién querría matar a Tate?
—y sé lo que está pensando. Para nosotros, estaba tan llena de vida.
—No lo sé. —Quizás sea la peor parte de esta confesión: admitir que no tengo
las respuestas—. ¿Pero si quisiera averiguarlo? ¿Si quisiera ser leal? —Me vuelvo hacia
el gimnasio y golpeo el hombro de Sy al pasar—. Probablemente comenzaría
infiltrándome en el Lado Sur.

Perdí mi virginidad cuando tenía catorce años con una chica de la Preparatoria
Preston en el asiento trasero de su nuevo BMW. Fue después de un partido de
fútbol. Preston tenía un mariscal de campo estelar, Emory o algo así, y nos estaban
masacrando, así que salí al estacionamiento a fumarme un porro. Esta hermosa chica
con una falda corta a cuadros roja y negra se acercó a mí y tomó una calada. Nos
drogamos y fingí ser genial, besándola como si tuviera una maldita idea. Nunca
antes había tenido una erección tan fuerte. Cuando me invitó a ir a la parte trasera
de su auto, pensé que me correría antes de que me bajara los pantalones, pero era
buena, experimentada, y su coño estaba deliciosamente caliente. O al menos ese es
mi recuerdo de ello. Definitivamente es la forma en que les conté la historia a Sy y
Remy cuando llegué a casa.
Pero en realidad, lo que me llevé de esa noche fue el olor del cuero rico y
mantecoso del auto. Por eso, hasta el día de hoy, cuando huelo cuero caro, pienso
en coño y se me pone un poco duro.
Lavinia no viste cuero auténtico. Es una especie de piel sintética, pero eso no
impide que mi pene se expanda mientras la veo quitárselos.
La primera vez que la vi, hace años, no era muy atractiva, jadeando sobre el
asfalto, toda pequeña y de aspecto lamentable. Recuerdo estar decepcionado porque
se suponía que esta chica era peligrosa. Era el epítome del Lado Norte. Mimada,
criada por su Rey, real hasta su cabello dorado, supuestamente una asesina. Pero
allí estaba ella, esta pequeña cosa, con los ojos muy abiertos y rodeados de
cansancio, con una postura que gritaba derrota.
Pero estaba equivocado.
Minutos más tarde, la suela de su bota de combate se estrelló contra mi
mandíbula. La acomodé en el cuero del asiento trasero de Daniel, toqué con mi
lengua un molar suelto y eso fue todo. Estaba enamorado.
He sido duro con ella todos los días desde entonces.
Una parte de mí extraña los días en el motel. Esas noches, abría la puerta de
su habitación de mierda y entraba. Claro, me daba esa mirada enojada y snob como
si yo tuviera la culpa de todo lo malo en su vida, pero en ese segundo entre que la
puerta se abría y mi pie cruzaba el umbral, lo veía.
Todo su rostro se iluminaría.
Era sólo un destello: parpadea y no lo verás. Sería exagerado decir que estaba
feliz de verme en lugar de cualquier comida u otra necesidad que le estuviera
llevando, pero no hizo ninguna diferencia para mí. A veces, verlo era lo único que
me ayudaba a superarlo. Eso es algo que Sy y Remy no entenderían: lo jodidamente
vacío que podría ser el Lado Sur. Nadie confiaba en mí. A nadie le agradaba.
Maldita sea, nadie se emocionaba al verme.
Nadie más que mi Pajarito.
—Esa sonrisa te hace ver tan jodidamente trastornado —murmura, subiéndose
los pantalones hasta los tobillos. Salir de esos hijos de puta apretados requiere trabajo
y estoy feliz de supervisarlo.
Con los ojos fijos en sus muslos cremosos, mi sonrisa se amplía. —Creería eso
si mi nombre fuera Nick el trastornado, pero no lo es, así que sé que soy tan guapo
como siempre. —Ella pone los ojos en blanco y suspira (oh, sí, esto es una carga)
antes de quitarse la camisa por la cabeza.
Dios, sus tetas son jodidamente espectaculares. El tipo de tetas que piden ser
ahuecadas en la palma de la mano, acariciadas por una lengua, y me quito la camisa
al verlas, pensando en cómo se sentirían contra mi pecho desnudo.
Desafortunadamente, ella no quiere oír hablar de irse a la cama desnuda, aunque
no sé por qué. Lo hace con Remy. Le permite sentir toda su carne contra la suya.
Le deja enterrar su boca entre sus muslos y probar su coño. ¿Pero yo? Tengo que
seguir inventando mierdas con las que sobornarla.
Esa mierda se está volviendo vieja.
No le di la oportunidad de volver a su loft cuando llegamos a casa después de
la cena familiar. Simplemente anuncié: —Es hora de dormir —y señalé la puerta.
Estaba preparado para una pelea (de hecho, lo esperaba con ansias), pero
simplemente se quitó los zapatos junto a la puerta y entró aquí.
Sy y Remy desaparecieron hasta el campanario y no he vuelto a saber nada de
ellos desde entonces.
Supongo que debe ser así. Ellos de un lado, mi Pajarito y yo del otro. Como
en los viejos tiempos.
La observo mientras mete los brazos en la camisa que le dejé: mi compromiso.
Es una vieja camiseta de Viernes de Furia Nocturna que me regaló mi papá en la
escuela secundaria. Es suave y casi desgastada. Sus pezones presionan la fina tela y
el dobladillo roza la parte inferior de su trasero. Mi polla salta con ansias. Ha sido
así desde que me metió la mano en los pantalones antes, cuando mi estúpido
hermano me bloqueó la polla.
Cuando lo único que hace es pararse en medio de mi habitación, con los brazos
cruzados, asiento hacia el lado vacío de la cama. —¿Que estas esperando? Mi
hermano no va a interrumpir esta vez. Nadie te va a salvar.
Ella frunce el ceño y camina hacia el lado de la cama. —No necesito que me
salven. —Aunque no entra. Hace una pausa y mira a su alrededor—. ¿Por qué no
tienes nada propio aquí? Sy tiene libros y cosas de fraternidad. Y Remy… bueno, su
habitación casi tiene demasiado de él.
Miro mis paredes desnudas. Además de la cama, la habitación tenía una
cómoda, un escritorio y una escalera que conducía a la pasarela hacia el conducto.
Mi mochila y mi computadora portátil están sobre el escritorio. Mi ropa está en la
cómoda y el armario. —No me gusta la mierda extra. Tengo todo lo que necesito —
digo, dándole una mirada mordaz a la franja vacía de la cama—. O estoy a punto de
tenerlo.
Finalmente cede y se sienta en el borde del colchón. —Es un poco extraño —
dice, jugando con los dedos con la manta—. Tengo más cosas personales en el loft
que tú aquí abajo. Quiero decir, en realidad soy yo la que está detenida contra mi
voluntad, pero vives como si estuvieras en una celda de prisión. ¿De qué trata eso?
Un destello de molestia me recorre. —¿Por qué haces todas estas preguntas?
Ella se encoge de hombros. —Supongo que tengo curiosidad.
—¿Tienes curiosidad por mí o por qué no puedes encontrar algo con lo que
manipularme? —Me lanzo hacia su cintura y la arrastro el resto del camino sobre la
cama.
—Paranoico. —Se reclina rígidamente a mi lado, con las manos cruzadas sobre
el estómago.
Le explico: —No sabrás nada sobre mí más de lo que quiero que sepas.
Ella gira la cabeza y me mira fijamente. —¿De qué estás hablando?
Toco la suave curva de su mandíbula, trazando los parches de piel que me
gustaría saludar con mi boca. Éste, justo debajo de su oreja. Ahí es donde pondría
mis dientes. —Vamos. Ya conoces este baile que estamos haciendo, Pajarito. ¿Este
acuerdo de ojo por ojo en el que tenemos influencia el uno sobre el otro? Es un
juego. Un juego de Reyes. —Mis dedos recorren su garganta, patinando sobre su
pecho—. Estoy seguro de que aprendiste mucho de tu padre, pero yo lo aprendí de
Daniel Payne y te garantizo que él era mejor en eso. —Su mano es suave cuando la
alcanzo, entrelazando mis dedos entre sus delicados nudillos—. No vas a ver nada
sobre mí que no esté listo para mostrarte.
Me dejó mover su mano hacia mi entrepierna, empujando su palma contra mi
polla. Incluso tiene la delicadeza de no parecer que quiere arrancarme los ojos a
puñaladas. Su mirada sigue su toque mientras me aprieta con cautela a través de mis
jeans. Me pregunto qué pasó en la cena familiar para que esté así (tranquila,
pensativa y desafiante), pero sobre todo me siento acalorado. Con maldito sudor
brotando, la piel ardiendo, sin querer nada más que arrancarle la camiseta del
cuerpo y presionar la mía contra toda esa fría suavidad.
Con la respiración profunda, extiendo la mano para tocar su barbilla y la giro
hacia mí. —Bésame.
Su boca se estrecha hasta formar una línea tensa. —Eso no es parte del trato.
Se necesita cada gramo de autocontrol que tengo para no meterle la mano en
el pelo y tomarlo. Podría... ambos lo sabemos. Pero no sería tan bueno como lo fue
la última vez, cuando levantó su rostro hacia mí, invitándome a entrar.
Así que tomo medidas drásticas contra el instinto y, para mis problemas, sus
dedos comienzan a avanzar poco a poco hacia la hebilla de mis jeans.
Entrelazo mis manos detrás de mi cabeza y espero.
Sus movimientos son metódicos, medidos. El tintineo de la hebilla al deslizarse,
los dientes de la cremallera al abrirse... todas estas cosas se hacen con una precisión
exacta que electriza cada uno de mis nervios. El más mínimo toque de sus nudillos
contra mi piel es suficiente para hacer que mi vientre se hunda y mis bolas se
aprieten.
Levantándose sobre un codo, rueda hacia un lado, enganchando sus dedos en
mi cintura y empujándolos hacia mis caderas. Saboreo verlo, el pequeño
movimiento que hace cuando mi polla queda atrapada dentro de mis pantalones, la
forma en que su boca se arruga cuando tiene que empujar con más fuerza para
liberarla.
Mi polla sale de mis pantalones, finalmente, lanzando peso y, con impaciencia,
pateo las partes de los pantalones para quitármelas del camino. Lucho contra el
impulso de agarrarla por la nuca y forzar esos labios hacia mi polla, darle la vuelta
y follar su coño. Porque si lo hiciera, me perdería de la forma en que sus dientes
atrapan su labio inferior mientras me mira, con la mirada fija en mi polla como un
calor tangible. No es la primera vez que se encuentran cara a cara... brevemente.
Me pregunto si está pensando en la Navidad pasada, pero es la primera vez que la
mira con algo más que disgusto.
Inclina la cabeza como si estuviera evaluando una tarea particularmente
desconcertante.
Hace que mi polla se sacuda, el líquido preseminal claro se filtra por la punta
y ella se estremece al verlo. Pero también se pone en marcha y extiende la mano
para deslizar el pulgar sobre la punta. Un profundo estremecimiento me recorre y
mis caderas se elevan.
—Sí, Pajarito. Tócame.
Ella frunce el ceño pero pasa sus dedos por mi eje, provocando temblores en
mis nervios. Nuevamente, mis caderas luchan por moverse, pero respiro
profundamente, feliz de tomar la ruta escénica.
—Las pollas son raras —espeta.
Su voz queda apagada por la sangre que bombea en mis oídos. —¿Eh?
—Pollas, miembros, penes. Son jodidamente raros. —Me mira por debajo de sus
pestañas—. El de tu hermano es una bestia.
Resoplo. —Un demonio que cabalga sobre su hombro en lugar de balancearse
entre sus piernas. —Sus labios se curvan ante eso, el más mínimo indicio de una
sonrisa, y es casi tan estimulante como sus dedos envolviendo mi eje. Es por eso que
pregunto de nuevo, en voz baja por la tensión—. Bésame.
La sonrisa se desvanece. —No.
El rechazo arde en mi pecho, pero lo supero. —Apuesto a que no puedes
encontrar nada extraño en mi polla. Nunca he tenido ninguna queja.
Lo estudia por un momento, pasando la palma de la mano por el eje. Un
zumbido se acumula en mi garganta y mis pelotas amenazan con estallar. —Tiene
una ligera curva. —Baja la cabeza y levanta una ceja—. Y tus pelotas son jodidamente
enormes.
—Esa curva es lo que hace que me sienta tan bien por dentro —le digo,
colocando mi mano sobre la de ella. Fuerzo sus dedos a abrirse, a sujetar el eje,
luego lo guío hacia arriba y abajo—. Y mis pelotas son legendarias por estos lares.
Es por eso que nadie se mete conmigo.
La vista de sus dedos alrededor de mí es casi suficiente para terminar esto. Una
de las mejores cosas de Lavinia es lo sencilla que es. Sus uñas están limpias, no
pintadas y afiladas. Su cabello siempre huele a limpio, no apelmazado por productos
nocivos. Para ella no hay ningún artificio. Sin máscara. Ningúna mierda. Es hermosa
sin siquiera pretenderlo. Pasé dos años en el Lado Sur y Lavinia Lucia era lo único
real.
Fuerzo su mano hacia arriba y hacia abajo, creando un ritmo mientras la miro,
esa mirada estudiosa fija en mi polla. Sus pestañas se abren contra sus mejillas con
cada parpadeo lento, sus dientes rastrillan su labio mientras toma el control,
moviendo su puño. Libero su mano y toco su barbilla. —Bésame, Pajarito.
—No estuvimos de acuerdo con eso.
—Todo… —Su mano empuja la punta y gruño—. Todo es negociable. Lo sabes.
Sus movimientos cobran vida propia, la muñeca se gira en cada movimiento
ascendente y roza mis bolas en cada movimiento descendente. Está jugando
conmigo, sus ojos se dirigen a los míos con un apretón experimental. Cuando
muerdo una suave maldición, su lengua se asoma para aliviar las muescas que sus
dientes han hecho en su labio.
—Es demasiado —dice, aparentemente sin darse cuenta de lo que me está
haciendo. ¿Es eso posible? ¿Que no lo sabe? Dudoso. Es la mujer de la Realeza más
inteligente que he conocido—. No hay nada que puedas darme que valga la pena.
—Tiene que haber algo. —Empujo hacia arriba, pasando la punta de mi nariz a
lo largo de la línea de su mandíbula—. Cualquier cosa. ¿Más libros? ¿Uno de esos
kindles? ¿Más mierda de tu casa? —Sus uñas rozan mis pelotas y siseo. Joder, esto es
bueno, mejor de lo que esperaba. Es caliente, sus tetas presionan contra mi camisa
y su mano se mueve con movimientos rápidos y firmes. Debería estar feliz con eso,
pero huelo su cabello y jadeo en su cuello, y quiero más.
Quiero todo.
Quiero abrirme camino en su coño. Quiero sujetarla con tanta fuerza que ni
siquiera pueda respirar. Quiero lastimarla, sólo para ser yo quien le haga sentir algo
por lo que valga la pena gritar.
—Dime lo que quieres, Pajarito. —Mi boca se arrastra sobre su mejilla, húmeda
y tartamudeante—. Dímelo y es tuyo. Sólo dame tu boca…
Ella mantiene los ojos bajos, mirando mi polla. —Bueno, hay una cosa que
quiero. Tal vez...
—Lo que sea —le digo, haciendo una mueca por el dolor en mis pelotas. Agarro
su cara con ambas manos mientras ella sigue jalándome, mi boca flotando tan cerca
de la de ella que puedo saborear su aliento—. Cualquier cosa que quieras, haré
cualquier cosa.
Finalmente levanta la vista, con los ojos pesados y brillantes. —Necesito que
vuelvas a robar algo.
Empujo mis labios contra los de ella y cierro los ojos. —Trato. Sea lo que sea,
te lo conseguiré.
—¿Lo prometes? —Lo susurra contra mi boca expectante, haciéndome
estremecer.
Apenas reconozco el sonido de mi propia voz, tensa por la tensión y la
desesperación. —Joder, cariño, lo que quieras, solo...
Su boca se abre contra la mía.
Mis manos se aferran a su cabeza mientras mi lengua se hunde entre sus labios.
Ella me está esperando, su lengua saludando la mía con un rizo cálido y resbaladizo.
El sonido que hago en su boca es sin aliento y salvaje, y no lucha cuando inclino mi
cabeza, apretándola más cerca.
Siempre supe que esta sería la parte difícil con Lavinia. Retirarme una vez que
la probara. El no devorarla. No arruinarla. Lucho con ello ahora, asaltando su boca
con besos frenéticos y dolorosos. Ella me sigue perfectamente, reflejando mi retirada
de succión, sólo para dejarme volver a entrar, su lengua se encuentra con la mía.
Con ansias.
Lavinia besa como siempre esperé que lo hiciera: impaciente y un poco
mezquina. Sus dientes muerden mi labio y luego su lengua parece empujar una gota
de sangre hacia mi boca. Extrae un sonido irregular de mi pecho y me lo devuelve,
su mano tirando de mí implacablemente. Mis dedos se entrelazan con su cabello y
sé que probablemente lo estoy tirando demasiado fuerte, pero el universo entero se
reduce a la punta de su lengua y el calor de su palma, y cuando tiro de su cabeza
hacia un lado, chupando salvajemente besos frenéticos en su cuello, empiezo a
balbucear.
—Tan jodidamente buena para mí —digo, con los dientes raspando su cuello
mientras el cosquilleo se acumula detrás de mis pelotas—. No puedo esperar para
follarte de nuevo. Es en todo lo que pienso, Pajarito. Estar dentro de ti, ver que te
corres por mí. —Su ritmo aumenta y puedo sentir mi orgasmo acelerando hacia mí
como un tren de carga—. Joder —gruñí, acercando su boca a la mía. Digo mis
siguientes palabras en la cima de un grito ahogado, resbaladizas contra su lengua—.
Te amo.
Así llego, besando la negativa de sus labios. Sé que no quiere oírlo, no quiere
creerlo, pero sé que en lo más profundo de mi alma errante, esta mujer es mía.
Incluso si ella nunca me ama, nunca la dejaré ir.
Capítulo 21
LAVINIA
Dormir con Remy es como tratar de encontrar descanso en un huracán. No es muy
susceptible una vez que se queda dormido, pero su presencia (su vibrante energía)
mantiene mi subconsciente lo suficientemente alerta como para evitar hundirme
demasiado. Tiene el sueño inquieto. Siempre en movimiento, al parecer.
Probablemente ayude que siempre esté desnuda cuando estoy en su cama. De
cualquier manera, siempre estoy alejándome del borde con él. No es un mal sueño.
En todo caso, podría ser uno de los mejores descansos que he tenido.
Dormir con Sy es como caer, si caer fuera más una cuestión de aterrizaje que
de vuelo. No es de extrañar que él y Remy sean tan buenos amigos. Sy es una
especie de agujero negro. Al principio no lo entendía, pero ahora que estoy tumbada
aquí en la oscuridad, con mi cerebro funcionando como un hámster sobre una
rueda, es en lo único que puedo pensar. Sy es una maldita esponja. Es como si su
mera presencia tuviera una forma de extraer energía.
Lo cual apesta para mí, porque de alguna manera pude alcanzar un sueño
profundo que era... problemático. Por decir lo menos.
Dormir con Nick es otra cosa.
Después de la paja, me puso medio encima de él, puso mi pierna sobre sus
caderas y al instante se quedó dormido. Pero Nick no duerme como lo hacen Remy
o Sy. Donde Remy es el caos y Sy es el vacío, Nick se muestra inertemente cauteloso.
Nunca pierde la tensión que lleva a lo largo del día, y aunque su respiración es
uniforme y su pecho sube y baja a un ritmo mesurado, la mano que ha sujetado mi
muslo nunca pierde su agarre.
Nick duerme como un hombre que intenta mantener unido al mundo.
En cualquier caso, está cálido y quieto, y aunque me agarra como a un juguete
que se resiste a soltar, no me sujeta.
Mis labios todavía están doloridos y magullados por sus besos.
Es la primera vez que veo a Nick en reposo y no puedo evitar trazar las líneas
de su rostro, su frente arrugada incluso mientras duerme. Puede que su amor no sea
real, pero él cree que lo es, y sé lo suficiente sobre nuestro mundo para entender
que eso es probablemente lo mejor que una mujer de por aquí podría esperar. Es
guapo y fuerte, y joder, seamos realistas, muy sexy. Si fuera un poco mejor
mintiéndome a mí misma, incluso podría verme cediendo. El camino de menor
resistencia. Probablemente ni siquiera sería malo... no todo el tiempo. El sexo sería
explosivo. Lo sé por la forma en que me besa, me toca, surge dentro de mí como
una ola golpeando la costa. Lo haría sentir tan jodidamente bien. Me protegería
como a una posesión preciada. Tal vez cuanto más cediese y dejara de luchar, más
amable sería él.
Pero nunca tendría otra opción.
No precisamente.
Porque Nick tenía razón. Esto que estamos haciendo es un juego. Un juego de
Reyes. Poseer, dominar, consumir: es todo lo que sabe hacer un hombre de la
Realeza. El trueque que hacemos... es sólo una fina capa de control para mí. Lo
hace porque lo hace fácil para él, no para mí. No puedo olvidar eso. Ser poseída,
dominada, consumida es todo lo que una mujer de la Realeza sabe ser.
Y estoy harta, muy harta, de estar encerrada en una jaula.
Si algo me ha enseñado la vida es que siempre hay una caja. Podría ser un baúl
al final de mi cama. Podría ser un ascensor de metal. Podría ser un armario. Podría
ser un cofre. ¿Hay un mundo grande ahí fuera, lleno de pequeños rincones para
chicas que aún no han aprendido cuál es su lugar para hombres como Nick?
Son herramientas.
Con mi cerebro funcionando tal como está, me imagino con indulgencia siendo
libre. Sería muy parecido a estar en el campanario. Cielos despejados. Un paisaje
amplio. Nada más que aire y espacio vacío entre yo y el resto del mundo. Con la
pérdida de mi conciencia antes de quedarme dormida, con la mano suelta contra su
pecho tatuado, imagino que Nick está ahí, frente a mí, interponiéndose entre el
mundo y yo. ¿Me mantiene alejada del mundo o mantiene al mundo alejado de mí?
Elijo creer en lo último.
Si no puedo sentirme libre, al menos puedo sentirme segura.
Ocho días.

El estallido me sobresalta.
Mi cabeza se levanta de golpe. Miro hacia la sala de estar desde mi loft y me
doy cuenta de que Nick ha regresado. Son sólo las nueve de la mañana, pero he
estado levantada desde el amanecer, al darme cuenta de que su lado de la cama
estaba vacío y frío.
Me desconcertó, porque había estado preocupándome sobre cómo podría ser
despertarme a su lado. ¿Otra demanda de una mamada? ¿Una oferta para sexo
completo? O tal vez, como su hermano, no se habría molestado en fingir. Tal vez
simplemente se habría despertado con fuerza y me habría inmovilizado,
obligándome a aceptarlo.
En cambio, me dejó allí en la cama, sola.
Remy y Sy salieron de sus habitaciones poco después de que subiera la escalera
de caracol, sacando los libros y los diagramas de relojes que habían llamado mi
atención estos últimos días. Remy está en el sofá con un cuaderno de dibujo en las
rodillas. Sy lo ha estado haciendo salir de su habitación un poco más desde que le
conté sobre el incidente del corte en el brazo. No sé si es que Sy quiere vigilarlo, o
que estar solo en su cabeza no es exactamente el mejor lugar para que esté Remy.
De cualquier manera, parece un poco más sensato y detiene su boceto para mirar a
Nick.
Nick, que se está quitando la chaqueta de cuero y se deja caer en el sofá junto
a su hermano. Señala la gran caja de metal que acaba de dejar sobre la mesa de
café. —Entrega especial —dice, observando mientras bajo las escaleras. Todavía llevo
la camisa que me había dado la noche anterior, y sus ojos bajan hacia la forma en
que cuelga sobre mí, con las pupilas dilatadas.
Caminando hacia la mesa, pregunto: —¿Esto es...?
Lo abre, presentándolo como un regalo. —¿Suficiente?
Respondo dejándome caer inmediatamente en su regazo, sin siquiera tener que
recibir órdenes. Una chispa de satisfacción llena sus ojos, pero estoy demasiado
ocupada inspeccionando un martillo como para preocuparme mucho. —Esto es
perfecto —digo, mirando el contenido de la caja de metal. Hay llaves,
destornilladores, alicates, todo tipo de puntas y cortadores.
—Sé cómo puedes mostrar algo de gratitud —dice, dirigiendo sus ojos a mi boca.
—Yo también. —Le doy una sonrisa aguda y sarcástica—. Lo hice anoche. El
único que tiene una deuda aquí eres tú. —En mi periferia, veo la cabeza de Sy
levantarse, sintiendo el peso de su mirada sobre mí.
Puedo ver a Nick recordando que había prometido robar algo para mi anoche,
entrecerrando los ojos. —No creo que sacar de quicio a un tipo sólo para sacarle una
promesa sea válido en el tribunal de la decencia humana. Pero está bien, Pajarito.
—Extiende la mano y toca un mechón de mi cabello—. Mantengo mi palabra. Como
puedes ver claramente.
Miro de él a la caja de herramientas, considerando que realmente es un bonito
conjunto. Todavía estamos jugando ese juego. El juego Real. No se equivocó antes
con respecto a su dormitorio. Si tuviera algo personal ahí, tal vez podría descubrir
su importancia. Quizás consiga algo que ocultarle. Por suerte para él, no se puede
sacar ni una pizca de información de su habitación.
Nada, excepto sus propias palabras.
Sin pensar demasiado en ello, me giro y le doy un rápido beso en la mejilla.
En el instante en que retrocedo, considero que este es un camino difícil por recorrer,
porque hay un brillo de asombro y deleite en sus ojos y una flacidez en su boca, y
joder, Nick Bruin es fácil. Pero es fácil por una razón y eso puede cambiar en un
instante. Hoy estoy bien, pero ¿qué pasa cuando lo cabreo?
Sy de repente se levanta, llamando nuestra atención. —Voy a prepararme —
dice en ese tono brusco, como si de alguna manera hubiera logrado molestarlo.
Me aclaro la garganta, tomo una llave inglesa y le doy un par de golpecitos en
la palma. —No sé qué le pasa al reloj, pero supongo que no ha recibido ningún
mantenimiento en años. —Miro entre Nick y Remy—. Como no es un arma y no
tiene un coño entre las piernas, puedo ver cómo lo descuidaron.
Nick, después de haber reorganizado su expresión en algo cuidadosamente en
blanco, me aprieta la cintura. —Estoy seguro de que puedes someterlo a patadas.
—Entonces —digo, tomando un rollo de alambre y inspeccionándolo—. Estoy
pensando que Simon y yo podemos salir a correr por la mañana, pero en lugar de
ir a la biblioteca, vuelvo aquí y me pongo a trabajar. —Será una pena perderse todos
esos libros, pero pasar una gran cantidad de tiempo a solas con Sy no vale la pena
como material de lectura. Apenas me ha dicho dos palabras desde que salí furiosa
de su habitación la otra noche, y Dios sabe que no le voy a decir nada.
Pero Nick dice: —¿Qué trote matutino? —y cuando Sy sale de su habitación, no
está en su ropa de correr.
Lleva un puto traje.
Estoy tan sorprendida que me quedo boquiabierta, porque Sy está jodidamente
bueno. La idea me golpea como un tráiler, desequilibrándome. Por supuesto, sabía
que era atractivo. Tiene esa bonita genética y un físico musculoso, además de una
piel cálida y morena. Su belleza siempre está rodeada de abierta hostilidad. Pero
ahora, está parado allí, pasándose los dedos por los rizos y mirando mi camisa, y
solo pienso... guau. ¿Quién diría que Sy podría ser tan aturdidor? La chaqueta está
echada sobre su brazo y lleva corbata y todo. Miro con demasiada atención la forma
en que su camisa blanca se tensa alrededor de sus bíceps y pecho, farfullando: —
Pensé...
Nick me toca la barbilla y lentamente aparta mi rostro de la vista de su
hermano. —Es Viernes de Furia Nocturna, Pajarito. Ninguno de nosotros tiene clase
el viernes. Tenemos que prepararnos.
—Pero... —Sé que aún no he recuperado el equilibrio cuando espeto—: Quería
ver al gatito.
La voz distraída de Remy resuena: —¿Gatito?
—Sí, uh... —Mis ojos se dirigen a los de Sy, desconcertada por la forma en que
me mira—. En nuestro último trote por el Lado Este. Algún pendejo tiró a su gatito
al balcón. Sólo quería ver si todavía está ahí. Tal vez pueda ir a comprobarlo sola.
¿Recuerdas anoche? Dijiste…
—Tú también tienes un día completo por delante —dice Nick,
interrumpiéndome—. Todos debemos prepararnos para la pelea.
Remy se inclina hacia adelante y está de acuerdo: —Es tu primera Furia
Nocturna oficial como Duquesa. Probablemente tengas tanto que hacer como Sy.
Empiezo a discutir, pero alguien llama a la puerta. Simon la abre y Verity se
encuentra al otro lado, toda sonriente y alegre. —¡Buen día!
—Hola, Ver —dice Simon, y sus rasgos se suavizan cuando la ve—. Justo a
tiempo.
—¿Justo a tiempo para qué? —Miro a Nick.
Los dedos de Nick se clavan en mis costillas cuando se levanta y me levanta de
su regazo. —Irás al gimnasio con ella. Te ayudará a prepararte para esta noche.
Mamá B la envió.
Sy se abotona el puño de la manga. —Para que no te avergüences ni a nosotros
ni a ti misma, como lo hiciste ayer —dice, dedicándome sólo una breve mirada con
los ojos entrecerrados.
Verity me lanza una mirada comprensiva, pero veo la incomodidad que hay
debajo. —Estoy segura de que lo harás bien.
Pongo los ojos en blanco, pero no debería sorprenderme. Mostré mi ignorancia
sobre mi papel de Duquesa y esta es la manera que tiene Mamá B de ponerme en
mi lugar. Verity nunca habría cometido tal error si hubiera sido elegida. —Está bien,
pero realmente esperaba ver cómo estaba ese gatito...
Sy finalmente me mira, me mira de verdad, por primera vez en dos días, y
explota con vehemencia: —¡Por el amor de Dios! Te han conseguido herramientas,
libros, entras a mi habitación, te hemos dado ropa, llevado al Lado Este, comido el
coño. —Dice la última parte directamente en mi cara, apartando la mano que Nick
presiona contra su pecho—. ¡Cristo, apuesto a que ese pedazo de reloj basura
requiere menos mantenimiento que tú!
Presiono una mano contra mi pecho, burlándome: —¡Oh, lo siento! ¿Todas las
tareas asociadas con mantener a una esclava no son inconvenientes para ti?
—Oh, eso te haría sentir mejor, ¿no? —dice, con los ojos desorbitados—. Pobre
Lucia. Qué víctima. ¡Mira a tu alrededor, cariño! —Lanza una mano hacia la caja de
herramientas—. Le das tu coño a mi hermano a cambio de bienes y servicios. No
eres una esclava. ¡Eres su puta!
Ni siquiera pienso en ello: es un impulso automático que hace que mi brazo
retroceda.
Mi palma encuentra su mejilla con un crujido agudo y resonante.
La cabeza de Sy se mueve hacia un lado, pero aparte de eso, la bofetada apenas
parece tocarlo. Aparte de eso, está inquietantemente quieto, congelado en su lugar
mientras el golpe resuena. Toda la habitación queda lo suficientemente silenciosa
como para que prácticamente pueda escuchar la respiración de todos.
Y luego todo sucede muy rápido.
Sy se lanza hacia mí, pero Nick se lanza entre nosotros, empujándolo hacia
atrás. —¡Déjala! —gruñe.
Remy salta del sofá y me agarra por la cintura y me dice: —No quieres ir allí,
Vinny. Confía en mí. Confía en mí.
Pero veo rojo y miro directamente a los ojos furiosos de Sy mientras me golpeo
contra su agarre. —¿Entonces soy una puta? ¡Está bien! Entonces, ¿dónde está mi
maldito pago de hace dos noches, Simon? ¿O lo del vestuario? ¡No recuerdo que
me pagaras nada por lo que pasó en el Hideaway!
Él gruñe: —¡Debería quitarte esa maldita expresión de la cara! —Observo cómo
los puños de Sy se flexionan, su cuerpo se enrosca con tanta fuerza que incluso Nick
lucha por retenerlo.
Extiendo los brazos y estallo: —¡Qué jodida sorpresa! ¿Quieres pegarme?
¿Quieres follarme? ¿Quieres castigarme por no ser la niña robot perfecta? —Siento
una risa amarga y oscura burbujear en mi garganta—. ¿Toda esa mierda que decías
en la biblioteca acerca de que eras especial? Es mentira. Hay otros catorce idiotas
de la Realeza por ahí, como tú. Son igual de malos, igual de egoístas y jodidamente
llenos de sí mismos. —Burlándome, lanzo una última púa—. Lo único que tienes de
especial está entre tus piernas.
Estoy totalmente esperando que me lo devuelva. Algo realmente conciso,
como: —Supongo que ya somos dos. —Ni siquiera sería mentira. Crecí en este
sistema. Sé lo que son las mujeres en este pueblo.
En lugar de eso, simplemente me mira fijamente con esa expresión tensa y
entumecida.
Sus músculos se relajan tan gradualmente que ni siquiera lo noto. No hasta que
Remy me haya dejado ir, inclinándose para recoger su marcador descartado.
Observo distraídamente cómo se lo coloca detrás de la oreja y se acerca a una Verity
congelada. Él se inclina y ella abre los ojos como platos, como si no estuviera segura
de lo que está haciendo, pero él simplemente le susurra algo al oído. Cuando se
inclina hacia atrás para mirarla a los ojos, le pregunta: —¿Puedes hacer eso por mí?
—S-sí. Seguro.
Él mira hacia arriba y levanta la barbilla, el calor de su ceño atraviesa mi ira.
—Verity pasará junto al gatito de camino al gimnasio. Nick, tú y yo nos llevaremos
a Sy. —Mira a Nick, Sy y a mí y nos mira fijamente con sus ojos verdes—. Y si alguien
más tiene ganas de echar la mano, entonces atrapará algunas de las mías.
Deberíamos guardar esta mierda para los Barones, no para nosotros mismos. —Su
mirada se detiene en mí—. ¿Está claro?
Nick, Simon y yo lo miramos fijamente por un momento. A veces es difícil
recordar que está al tanto de cualquier cosa que suceda en la habitación, pero la
mirada que me está dando ahora lo dice todo.
Si estoy trazando una línea, entonces él elegirá a Sy.
—Como el cristal —digo, sintiéndome extrañamente exprimida por el estallido,
como si hubiera tenido una llama dentro de mí y ahora hubiera empapado la
habitación con ella, dejando un espacio frío y vacío.
Nick mira largamente a Sy antes de decir: —Bien, está arreglado.
El viaje por las escaleras momentos después se siente más largo de lo habitual.
Nick está detrás de mí, pero no puedo decir si me está pastoreando o
protegiéndome. En una curva de la escalera, miro por encima del hombro y veo a
Sy, que mira al frente, con las cejas arqueadas y con expresión preocupada.
Cuando llegamos a la calle, Sy y Remy van por un lado y Verity y yo por el
otro.
Nick me sigue y me lleva hasta un Mustang azul brillante que está aparcado en
la acera. Es de Verity, me doy cuenta cuando camina por el lado del conductor.
Alcanzo la puerta del pasajero, pero Nick se lanza delante de mí y la abre él mismo.
Si está tratando de hacer un gesto caballeroso, entonces se ve atenuado por la forma
en que me bloquea la entrada.
—Mira —comienza, tan cerca que puedo olerlo, picante y cálido—. Esta noche
es una gran pelea para Sy. Una revancha con este hijo de puta de Barón nos dará
puntos en la competencia de fraternidades. Cualquiera que sea tu problema, no se
trata sólo de él. Se trata de todos nosotros, y eso te incluye a ti ahora. Eso significa
que tu trabajo es lucir sexy y solidaria. —Cuando no respondo, agacha la cabeza,
obligándome a mirarlo a los ojos—. Nunca querrás enfrentarte a Sy, Pajarito. No
siempre puedo estar aquí para protegerte. Él te daría una puta crema, y luego tendría
que matarlo, y luego mis padres me matarían, suponiendo que Remy no llegara allí
primero. —Él extiende la mano, su pulgar roza mi labio inferior y yo lucho contra
un escalofrío ante la oscuridad en sus ojos—. Deberías dejarme la pelea a mí.
De repente, me asalta el recuerdo de haberme quedado dormida anoche. La
noción de tener el mundo entero frente a mí y Nick interponiéndose entre él y yo.
El recordatorio de que él no siempre me mantiene alejada del mundo. A veces,
simplemente me mantiene alejada a mí.
Sé que me estoy ablandando cuando la idea me parece algo así como...
Dulce.
Antes de hacer algo impulsivo, como darle otro beso en la mejilla, me subo al
auto, evitando sus ojos mientras cierra la puerta. Se inclina por un segundo para
asentir a Verity antes de darle unas palmaditas al capó y despedirnos.
—Jesús —dice Verity, arrancando el motor con un poderoso rugido—, no es justo
que sea tan guapo.
Mientras acelera, no le digo que la belleza de Nick no es lo que me atrae. Es
todo lo demás: todas las cosas malas, la fealdad que acecha bajo la superficie, la
necesidad devoradora de sobrevivir en lo más oscuro de la realidad.
Son las partes de él las que me recuerdan a mí misma.
Capítulo 22
LAVINIA
Las Cutsluts tienen su propio vestuario, o supongo, más exactamente, un salón.
Ciertamente es mejor que lo que obtienen los chicos y huele más a loción y perfume
que a moho y bolas sudorosas. Los pisos son de madera y la sala del frente tiene
sofás de terciopelo suave, como el tocador del club de campo. La siguiente sección
tiene una larga fila de casilleros en un lado de la habitación y luego espejos y
tocadores brillantemente iluminados en el otro.
—Siéntate —dice, señalando una de las sillas. Mis hombros se tensan cuando me
ordena como un perro, pero tengo la sensación de que desafiar a esta chica me
llevaría a un mundo de dolor no sólo por parte de Mamá B, sino también por parte
de los chicos. No necesito el dolor de cabeza y, honestamente, a su manera retorcida,
está tratando de ayudar.
—Por favor, no me digas que me vas a hacer algún tipo de cambio de imagen.
—Está bien —dice, girando la silla para mirar al espejo. Hay artículos personales
en la cómoda, fotografías de Verity y su madre, un joyero y varias baratijas—. No te
diré eso, pero esta noche es muy importante, y después de la cena familiar, está claro
que estás perdida.
—Sé vestirme —respondo, lanzándole una mirada molesta—. Mi estilo es
simplemente... menos prostituta del gimnasio y más... —Hago una pausa, frunciendo
el ceño mientras pienso—. Bueno, ya ni siquiera sé qué es. No he tenido exactamente
voz en ese asunto estos últimos años. Pero si tuviera otra opción, sería mucho menos
como una cutslut. —Le doy una sonrisa tensa—. Sin ofender.
—Para nada. —Coge un cepillo y lo acerca a la coronilla de mi cabello—. Las
Cutsluts tienen un estilo único. No nos avergonzamos de ello. A los Duques les gusta
y eso es lo único que importa. —Tira del cepillo hacia abajo, sin ser cuidadosa con
los nudos y enredos—. La Duquesa necesita tener su propia marca, pero debe ser de
marca, si sabes a qué me refiero.
Lo que quiere decir es que, durante las próximas dos horas, me someteré a una
versión ampliada de lo que Auggy me hizo pasar durante mi última noche en el
Hideaway.
Me quedo quieta mientras ella corta y acaricia mi cabello, incluso cuando las
otras Cutsluts comienzan a aparecer. Se detienen y la abrazan por detrás, o le
aprietan el trasero, o le dan una pequeña palmadita en la cabeza. Cuando se acerca
a mis uñas y las pinta de un rojo intenso, casi negro, las Cutsluts entran en acción y
ayudan a Verity cuando lo necesita, encontrando pinzas, exfoliantes y maquinillas.
Nunca me ha quedado más claro que Verity estaba preparada para ocupar mi
puesto. Las otras chicas la respetan sin comentarios sarcásticos ni miradas furiosas.
Trabajan juntas como una unidad, hablando sin parar, charlando continuamente
sobre todas y cada una de las cosas. Programas de televisión, celebridades, comida
y sexo.
Actúan como si yo ni siquiera estuviera aquí.
Supongo que es una mejora con respecto a la fiesta y la cena, donde era objeto
de miradas sospechosas, teñidas de desprecio. No se me ocurre que Verity haya
tenido algo que ver hasta que una chica baja y de cabello negro entra con tres
conjuntos.
Verity organiza los juegos de perchas y pregunta: —Entonces, ¿cuál te parece?
Estoy en la silla, con el pelo recogido en rulos, los dedos extendidos sobre cada
rodilla y no puedo pensar. Apenas puedo moverme. Es una versión bastarda de lo
que pasó esa noche en la cama de Sy. Parálisis. Esa es la palabra.
Miro entre los tres conjuntos. Uno es un vestido rojo ajustado y brillante. Otro
es un top ajustado tipo corsé con un par de jeans ajustados y recortados. El último
es un top corto holgado, una chaqueta de cuero gastada y una minifalda oscura.
Esta parálisis se prolonga mientras mi mirada se mueve entre ellos, y juro que
puedo sentir el sudor brotando. Yo no elijo. Tomo lo que me dan. Ha sido así
durante años. Los libros de la biblioteca eran una cosa. Me apuraban y presionaban
y no había muchas opciones. Había cosas que necesitaba saber, así que esos fueron
los libros que compré.
¿Pero esto?
Moviéndome incómodamente, digo: —¿Qué piensas tú?
Verity parpadea y dirige su mirada a un par de chicas más. —Er… bueno, tienes
una figura realmente bonita. Estoy segura de que te verías genial con lo que sea. ¿Y
bien? —Ella les pregunta. A las Cutsluts.
Una de ellas asiente vacilante. —Eh, claro. Tienes buen cuerpo.
No es hasta que Verity menciona: —El vestido es muy... ¿del Lado Norte? —
que mis células cerebrales comienzan a ponerse en marcha.
—Tienes razón. —Extiendo la mano y lo tiro al suelo—. Dame el que tiene la
chaqueta de cuero, pero los jeans del otro.
—Punk sexy. Buena elección. —Verity asiente con satisfacción y cuelga el
conjunto ganador junto al espejo—. Voy a salir por un segundo para que todas tus
cosas puedan asentarse. Estarás bien cuando vuelva. —No lo expresa como una
pregunta, ni para mí ni para las otras chicas, simplemente se va. Así es como termino
sentada en silencio, observando torpemente rituales tan elaborados previos al juego
como intercambios de sujetadores y selfies en topless.
Para cuando Haley, la chica del ring de Sy y Remy, entra, estoy drogada por
los vapores de la laca para el cabello y el esmalte de uñas de todas las demás. La
miro en el reflejo del espejo, quitándose el vestido y revisando su casillero, tan en
topless como los demás. Lleva una tanga de encaje rosa y parece bastante indiferente
al respecto. Ninguna de las chicas parece tener una pizca de modestia.
Haley se decide por un top de tubo elástico con lentejuelas y rayas de arcoíris
y se lo pone por la cabeza. —Cheyenne —le llama a la chica del casillero de al lado—
, ¿me prestas tu lápiz labial rojo?
—Claro, cariño —dice la otra chica, revisando una bolsa de maquillaje—. Prueba
este brillo encima. Hará brillar tus lentejuelas.
—Eres una salvavidas —se inclina hacia el espejo a mi lado y se aplica el lápiz
labial—. ¿Bruce está listo para su pelea?
—Está enojado porque no es el evento principal, pero sé que tendrá su
oportunidad. Sy es el atractivo. —Cheyenne le hace un pequeño puchero a Haley—.
Lo que significa que tú también lo eres.
Cuando dice el nombre de Sy, los ojos de Haley se encuentran con los míos
en el espejo. Podría apartar la mirada, pero no lo hago. Puede que tenga lentejuelas,
pero yo soy la Duquesa. Mira a Cheyenne y dice: —¿Te reunirás con Bruce antes de
la pelea? ¿Como de costumbre?
—Dios, sí, ya sabes cómo es. Supersticioso y cachondo como la mierda. Lo follo
antes de una maldita pelea que resulta que gana, y ahora tengo que arrodillarme
antes de cada combate.
Haley se ríe y se pone un par de pantalones cortos negros de licra. —Sabes que
te encanta.
—Sé que lo hace feliz y ese es mi trabajo. —Se acerca, besa a Haley en la mejilla
y sale de la habitación—. Nos vemos ahí fuera, chica.
Haley se pone botas hasta la rodilla y pasa mucho tiempo preocupándose por
los cordones. Cuando echa la cabeza hacia atrás para rociar un poco de perfume,
tengo una vista completa del diseño descolorido que Remy dibujó en su piel durante
la cena familiar. Es un dibujo, me recuerdo. No es tinta real.
Verity regresa. —Mamá te está buscando, Haley —dice, señalando mis pies con
la cabeza—. Deberías estar bien ahora.
Haley sale de la habitación y nos deja con una ráfaga de spray corporal con
aroma a melocotón.
—¿Tu mamá realmente la está buscando? —Pregunto, sacando trozos de
pañuelos de papel de entre mis dedos expandidos.
—Sí, están haciendo algunas fotos de antemano para material promocional. —
Pone los ojos en blanco—. Medios de comunicación social. Es realmente grande en
el Lado Oeste.
—¿Quién está haciendo fotos?
—Haley y Sy, y los otros luchadores y sus chicas del ring. —Ella se mueve detrás
de mí y juguetea un poco más con mi cabello.
Muevo los dedos de mis pies, flexionándolos. —¿Y entonces qué? Falta algo de
tiempo para la pelea. ¿Practican?
Ella me mira rápidamente y me entrega la chaqueta vaquera. —Quiero decir,
podrías llamarlo práctica, pero la mayoría de la gente lo llama follar.
—Bruce y Cheyenne —digo.
—Definitivamente. Tienen cierta rutina. —Sus ojos se encuentran con los míos—
. ¿Qué? ¿Te preguntas por los chicos?
—No me importa a quién follan.
Pero incluso mientras pronuncio las palabras, algo en el pensamiento de ello:
Remy inclinando a alguien sobre una mesa, Nick atacando a otra chica en algún
cuarto oscuro, Sy mostrándole a alguien esa intensidad silenciosa que había visto
hace un par de noches...
Lo hace sentir increíblemente abarrotado. Más elementos en juego. Más sudor,
lujuria y manos.
Realmente preferiría que no lo hicieran. —Pero sería bueno saber dónde están
metiendo sus pollas, ¿verdad?
La mirada que me da me hace sentir acalorada e incómoda, y no es por la
chaqueta. —Los Duques y su Duquesa siempre tienen sus propios arreglos. Eso es
entre tú y los chicos. —La miro fijamente mientras habla—. Pero supongo que podría
decirte que Remy y Haley solían ser bastante buenos.
—¿Follan? —Pregunto—. ¿Regularmente?
Hay un escalofrío en sus ojos. —Últimamente, menos. No creo que hayan hecho
nada desde que te convertiste en Duquesa. Ya sabes, si te preocupan las ETS o algo
así. Nunca me pareció algo más que físico. Remy no es realmente ese tipo.
Honestamente, Haley tampoco lo es.
El conocimiento se retuerce dentro de mí como algo con púas, y no puedo
evitar imaginarlo. Haley es sexy, supongo. Apuesto a que lo aceptaría sin ningún
problema, abriendo los muslos para él, sin importarle cualquier letanía de tonterías
que salga de su boca mientras se la folla.
—¿Qué pasa con Simon? —digo sin querer.
—Si él quisiera, lo haría, pero creo que las folladas previas a las peleas no son
lo suyo. O no lo han sido, hasta donde yo sé. No he visto ninguna… señal. —Arregla
la mesa de maquillaje, arrugando la frente—. Sin embargo, las otras chicas en
realidad tienen experiencia con cosas sexuales.
—¿Tu no lo haces? —Pregunto, levantando las cejas—. ¿Eres virgen?
Ella asiente y guau. ¿Quién lo hubiera pensado, con todo ese equipo de
Cutsluts? —Me estaba guardando.
—¿Para ellos?
Ella se ríe de mi tono. —No para Sy, Nick y Remy... específicamente. —Vuelve
a alinear el esmalte de uñas. Por tercera vez—. Quienesquiera que sean los Duques.
Siempre estuvo destinado a ser mi lugar, ser de la Realeza. —Me envía una breve
mirada—. Y todos sabemos lo que les gusta a los miembros de la Realeza. Una virgen
en la calle y una puta en sábanas.
Todavía estoy obsesionada con la idea de que alguien se salve para tres idiotas
al azar. —¿Y si terminaran siendo…? —¿Unos raritos? ¿Acosadores? ¿Maníacos?
¿Gilipollas en general? No es que el lote actual pudiera empeorar mucho, y ella
claramente estaba dispuesta a eso—. ¿Y si no te gustaran?
—No importaría —responde simplemente—. No se trata de los muchachos, en
realidad no. Se trata de ser de la Realeza. Pertenecer a algo más grande que tú
misma. Ayudar a tu comunidad, haciendo que tu nombre signifique algo. Supongo
que el hecho de que te gusten sería una ventaja. —Antes de que pueda decirle lo
loco que es eso, continúa—: Sy parece más como si golpeara las paredes para
prepararse para la pelea o algo así. —Me da una sonrisa incómoda y un largo latido
se establece entre nosotras.
Finalmente pregunto: —¿Por qué eres tan amable conmigo?
Frunce el ceño. —Soy una buena persona.
—No, quiero decir... —Agito una mano entre nosotras—. No nos digamos
tonterías aquí. Obviamente eres más adecuada para ser Duquesa que yo y, además,
realmente lo querías. Como... lo suficiente como para que estuvieras dispuesta a
salvarte por tres psicópatas potenciales. ¿No te molesta? —En voz más baja
pregunto—: ¿No te duele?
Ella acerca un hombro a su oreja, medio encogiéndose de hombros y medio
haciendo una mueca. —No en la forma que estás pensando. No por tu culpa. Pareces
bastante amable. —Me lanza una mirada maliciosa—. Al menos para ser basura de
los Condes.
—Caramba. —Mi voz es inexpresiva—. Gracias.
Su sonrisa de respuesta es lo suficientemente provocativa como para aligerar
las palabras. —Definitivamente arruinó muchos planes, pero si soy honesta... no
todos eran míos. —La mirada que me lanza llega hasta la boca de mi pecho, porque
lo sé. Lo vi en Leticia y, a veces, lo veo en mí. Es la mirada de alguien que tiene
expectativas que cumplir—. Soy amable contigo, porque aunque no fui elegida, sigo
siendo leal a los Duques —dice con total naturalidad—. Haré todo lo que me pidan.
¿No es así?
Nos miramos fijamente.
Sé que está recordando mi pequeña pelea con Sy de antes cuando estalla en
carcajadas junto conmigo. Cualquier dolor que se haya instalado en mi pecho antes
se purga cuando echo la cabeza hacia atrás, chillando con una risa profunda que me
duele el estómago. —Sí, claro —resoplé, secándome la humedad del rabillo del ojo—
. Joder, necesitaba eso.
—Probablemente por eso tienes que ser tú. —Su sonrisa se desvanece, pero no
desaparece por completo—. Los Duques son luchadores y yo no me resistiría a nada.
Apuesto a que nunca se aburren de ti. —Abre la bolsa de maquillaje y mueve la
muñeca con un movimiento tan similar al de su madre que me sobresalta—. No te
preocupes por las otras chicas. Volverán en sí una vez que lo entiendan.
—¿Una vez que entiendan qué?
—Que no estás aquí para espiar o sabotear a nuestros muchachos. —Comienza
a colocar todo su esmalte y suministros en la bolsa y agrega—: Porque es por eso
que han esperado, Sy y Remy, al menos. Son nuestros, desde hace unos años. ¿Pero
ahora? —Se pone de pie y exhala con decisión—. Ahora son tuyos.
Es impresionante cómo tres palabras pueden decir tanto cuando se pronuncian
con tanta resolución y fiereza. No necesito ver la advertencia en sus ojos, porque la
escucho.
Los Duques tienen más que sus propios seis puños.

Verity me acompaña al ring. Tengo la sensación de que le han dicho que me vigile
hasta que regrese con los Duques. En una multitud como ésta, habría muchas
oportunidades de huir. Pero no lo haré. Estoy esperando mi momento.
Ocho días.
Como Verity me ha dejado perfectamente claro esta noche, todo el sistema
Duque valora a su Duquesa. Por ahora, es lo mejor que puedo hacer.
El Viernes de Furia Nocturna tiene una vibra diferente cuando no estás siendo
arrastrada por un Lord intimidante, con un microchip y siendo ofrecida como
premio en una amarga rivalidad entre pandillas.
No es que todavía no esté en exhibición.
Nick nos observa acercarnos desde el otro lado del gimnasio. Está de pie contra
el exterior del ring, con los brazos colgados perezosamente sobre la cuerda superior.
Debía haber estado mirando la puerta del camerino. Es la única manera de explicar
cómo sus ojos me encuentran desde el otro lado del espacio abarrotado, que estaba
vacío hace horas, pero que ahora está adquiriendo una conducta ruidosa. Su mirada
nunca me deja. Cuanto más me acerco, más erguido se pone, sus ojos azules
observan cada parte de mi cuerpo.
Realmente no había podido pensar mucho en ello en ese momento, pero el
atuendo... es exactamente el tipo de cosa que habría usado en la escuela secundaria,
cuando tuve la oportunidad.
Cuando empiezo a rodear el ring hacia ellos, Nick le da un codazo a Remy,
haciéndome sujeto a su intensa mirada también. La zona está amortajada. Los focos
se enfocan en la alfombra central, pero puedo ver la camisa y los pantalones negros
ajustados con botones de Nick. Estoy acostumbrada a verlo cubierto de salpicaduras
de sangre o semidesnudo. De esta manera, no sólo se ve guapo, sino hermoso.
Ambos se preparan para recibirme, saltando desde la plataforma, pero Nick es
quien se acerca y tira de mí hacia adelante por la presilla del cinturón.
—Veo que vamos a necesitar reconsiderar tu situación de vestuario. —
Inclinándose, me habla directamente al oído—. Nunca te he visto más sexy de lo que
estás ahora. —Enfatiza esto apretando mi trasero, sus dedos hurgando a través de
uno de los cortes justo debajo de mi nalga. Es por eso que no estoy usando bragas,
y por la forma en que se congela, un sonido bajo y tenso escapa de su garganta, lo
puede notar.
Lucho contra un escalofrío y trato de echarle la culpa al top corto. Todo mi
torso inferior está expuesto. Estoy bastante segura de que si levanto los brazos, mis
tetas se asomarán por el borde.
Pero al menos puedo usar botas.
Él reacciona envolviendo su otro brazo alrededor de mí, acercándome hasta
dejarme al ras de su pecho. —Un día, me dejarás follar tu bonito coño otra vez. Dime
tu precio, Pajarito, lo pagaré. —Otro apretón de mi trasero hace que su dedo índice
se acerque peligrosamente a cosas a las que no se ha ganado el derecho. No me
obliga a luchar contra él, girándome para enfrentar a Remy—. ¿Ves? —le pregunta,
rodeándome el cuello con sus brazos y apoyando la barbilla en mi cabeza—. ¿Lo ves
ahora?
Remy definitivamente me está viendo, pero no estoy seguro de lo que está
viendo. Sus ojos me recorren como alguien que decide si el auto que acaba de
comprar es uno bueno o no. Lo que sea que esté buscando, no parece encontrarlo.
No hasta que mete un dedo en la cintura y lo empuja hacia abajo, revelando
la estrella.
Lo observo pronunciar los números y la hendidura de su frente se alivia. Da
un paso atrás, me da una última mirada amplia y luego asiente. —Sí, lo veo. —Sus
ojos se dirigen a los míos y luego a los de Nick—. Es una jodida Duquesa, hermano.
Nick me da una sacudida que se siente extrañamente victoriosa, como si fuera
él quien hubiera ganado una pelea. —Maldita sea, lo es. Hagámoslo.
Me estremezco ante su energía, pero una parte de mí se despliega al mismo
tiempo. Es la primera vez que alguien me llama Duquesa sin que parezca forzado y
medio en broma. Empiezo a preguntarme si lo soy, si siquiera quisiera serlo, incluso
en circunstancias ideales. Conocí a Condesas antes, conocí a un par de Ladys y le
vendí un porro a una Baronesa en un espectáculo local durante mi tercer año de
secundaria. Pero éste siempre fue el lugar de Leticia. Lo siento con tanta intensidad
que casi puedo ver un destello de su cabello dorado entre la multitud. Nunca me vi
como una de ellos. Una mujer de la Realeza. Alguien que la gente mira cuando
entra en una habitación. Alguien que se convierte en el centro de atención cuando
Nick la agarra de las caderas. Me levanta sin esfuerzo hacia la mano extendida de
Remy mientras me empujan hacia el ring. Alguien que mira a la multitud y ve a un
grupo de hombres animando algo de lo que soy parte.
Por un breve momento, creo que entiendo de qué estaba hablando Verity
antes.
Nick rodea la alfombra, con los puños en el aire, mostrando su anillo dorado
y animando a la multitud. Si esto es nuevo para él, nunca lo sabrías. Supongo que
lo lleva en la sangre. La forma en que sus tatuajes se mueven contra el músculo
mientras acecha de esquina a esquina, irritando a las masas. La mirada pétrea en su
rostro, como si ni siquiera estuviera preocupado por el resultado. Nunca lo habría
considerado un artista, pero aquí está, al mando del Reino (no, de su Reino) como
un maestro con los hilos de un títere. La multitud es como un tamborileo en mi oído:
pisoteando. Algunos de los chicos de la fraternidad se inclinan hacia el ring y
golpean la lona con las palmas de las manos al ritmo de un cántico.
¡DKS! ¡DKS! ¡DKS!
Observan a Nick como si fuera un imán y está claro que lo quieren, ya sea por
su nombre o su reputación. No importa. Cuanto más levanta Nick los puños, mayor
es el estrépito de los vítores.
Sin embargo, Remy no está exento de fans, en su mayoría mujeres. No me
sorprende. Rezuma sexo mientras recorre el ring, inclinándose sobre las cuerdas
para chocar los puños. Le quita la cerveza a una cutslut y la bebe de tres grandes
tragos, arrojando la taza de nuevo al mar de brazos extendidos. La misma energía
maníaca que es lo suficientemente aguda como para cortarlo también es lo
suficientemente brillante como para brillar, y él la irradia como algo secreto y
peligroso, su desordenado cabello platino brilla como un halo torcido.
Permanezco en la esquina trasera, sin estar segura de cuál es mi papel aquí, y
no me siento menos nerviosa cuando Remy acecha hacia mí. El peso de su mano
aterriza en mi cadera, los dedos extendidos frotan la tela. —Eres una estrella, Vinny
—dice Remy, con la boca cerca de mi oreja—. Dime que esto no te moja el coño.
Hay una energía inconfundible saliendo de él, y estoy cautivada y aterrorizada
al mismo tiempo. Este es el Remy que puede saltar desde una torre o meter su mano
por mis pantalones frente a un gimnasio lleno de gente. Es una tirada de dados. Pero
una mirada revela que no hay rastro de la oscuridad que he presenciado antes. Todo
es brillante aquí, la vibración de euforia crece dentro de él.
Me arrastra hacia el centro de atención y levanta mi puño en el aire. Y joder.
La multitud se hace más ruidosa.
Parte de eso puede deberse a que se me ve el sostén.
Pero una parte más importante es simplemente tener el puesto. Duquesa. El
Lado Oeste es la casa más baja de Forsyth. Los otros Reinos le escupirían si tuvieran
la mínima oportunidad. Y, sin embargo, luchan. No para ser el mejor. No para
derribar a nadie más. Luchan porque no conocen otra manera, igual que yo. La
epifanía rebota en mi pecho como un dolor, porque soy uno de ellos. Sin siquiera
saberlo ni pretenderlo, me siento más afín a esta masa de cuerpos sudorosos y
agitados que al Lado Norte.
Miro a la multitud y no veo a nadie que me desprecie. Veo cuarenta, cincuenta
y sesenta muchachos que me animan, listos para apoyarnos a los cuatro como su
casa gobernante. Veo una multitud de hombres hechos para esto. Los puños de
Forsyth, tan dispuestos a defender algo como a oponerse a ello.
Veo un ejército.
Remy deja escapar una risa fuerte y enloquecida, y luego me lanza, aplastando
su boca contra la mía. Me agito por un segundo, pero sus brazos son como acero
alrededor de mi cintura, y no estoy segura de si el instinto de devolverle el beso,
con la boca abierta y resbaladiza, es físico o de supervivencia. Pero lo hago. Meto
una mano en su camisa y pruebo su lengua, y ni siquiera puedo escuchar mi propia
reacción interna, tan distraída por el calor de su boca y el rugido de la multitud.
En algún lugar a un lado, una persona al azar grita: —¡Sí! ¡Que se joda el lado
norte, Maddox!
Entonces recuerdo quién soy.
Una Lucia.
Eso, tanto como las manos que me separan, me envía de vuelta a la tierra.
Jadeo por aire cuando el rostro pétreo de Nick me mira fijamente, y lo recuerdo.
El acuerdo.
—Quiero que solo me beses a mí.
—¡Él lo hizo! —Insisto, el pánico crece en mi pecho ante la perspectiva de ser
castigada por esto. Naturalmente, Remy simplemente le devuelve la sonrisa,
rascándose el labio inferior con los dientes.
—Más tarde hablamos —dice Nick, alejándome de su amigo con un agarre
doloroso.
La plataforma que contiene el ring está a un metro con veinte centímetros de
altura desde la base del piso del gimnasio, y Nick salta primero, extendiendo sus
brazos hacia mí. Me atrapa sin esfuerzo, bajándome al suelo mientras Remy salta a
nuestro lado.
No me suelta, y cuando nos lleva a nuestros asientos, sé instintivamente que no
estaré sentada en ninguno de ellos. En el segundo en que Nick se sienta, me acurruco
en su regazo, con el corazón acelerado ante la posibilidad de saber dónde dormiré
esta noche. Observo su rostro atentamente mientras lo hago, buscando cualquier
signo de mal genio o crueldad.
Su expresión es inescrutable. Nick es bueno en eso: ocultar sus reacciones,
prevenir expectativas. Una de las peores cosas de él es no saber nunca lo que viene
después. Cuando finalmente encuentra mi mirada, hay una oscuridad dentro de
ellos, y sé que es mejor no retroceder cuando aplasta su boca contra la mía.
El beso es un castigo.
No hay otra palabra para la forma en que fuerza su lengua entre mis dientes,
lamiendo el sabor de la boca de Remy. Es rápido, sin embargo, y en el momento
en que se aleja, siento que me relajo. Su polla está dura debajo de mí y le está dando
a mis labios esa mirada vidriosa y satisfecha que sugiere que está satisfecho.
Nuestros asientos no son nada especiales. Las mismas gradas duras que el resto
de la multitud. Pero estamos en primera fila, y una vez que Nick se ha instalado con
sus brazos alrededor de mi cintura, mis ojos recorren ambos lados de la habitación.
La jaula donde me tuvieron la última vez y la zona VIP de los Reyes. La jaula está
vacía, así que supongo que no hay ningún premio humano en juego esta noche. En
la sección VIP, no está llena como la última vez, pero los Lords están allí, incluida
su Lady, y tres chicos lindos, debo asumir que son Príncipes, con su propia Princesa.
Es una etapa temprana del proceso, pero su vientre todavía luce plano.
Al otro lado del ring hay dos Barones y su Baronesa. Todos están sentados, de
alguna manera logrando parecer tensos y aburridos. Esto no está ni cerca de ser su
escena, lo que se hace aún más obvio por el hecho de que no hay muchos Beta Nus
entre la multitud.
Solo uno.
Está cerca de atrás. Los Barones fomentan la capacidad de perderse entre la
multitud. Ser el tipo bien vestido que puede desaparecer entre las masas. Estar
enmascarado y escondido y esperando el momento de atacar. Este es bastante bueno
en eso, pero lo veo de todos modos, apoyado contra un pilar. Está jugando con un
dispositivo que llama mi atención, lo coloca en su palma y emite una luz verde.
Sé al instante qué es.
Y sé exactamente lo que quiero hacer al respecto.
La mano de Remy se posa en mi muslo, subiendo y bajando con movimientos
largos y repetitivos. Busco el anillo y me inclino hacia Nick. —¿Dónde está Sy?
—Bruce pelea primero, luego Sy —dice, apretando su erección contra mi
cadera—. Se quedará atrás hasta que sea su turno, preparación de último minuto.
Pienso en la discusión en el salón. ¿Está metiendo su polla por la garganta de
Haley ahora mismo? ¿La está dominando y provocándole náuseas? ¿Lo acepta de
buena gana? Eso no es importante. Lo que es más importante es lo que Nick dijo
antes sobre mantener la paz con Sy. No se equivocó. Siempre he tenido mal genio
y no voy a fingir que abofetearlo no fue increíblemente satisfactorio. Pero no me
hará ningún favor. ¿Qué pasa si Nick quiere volver a ponerme en el ascensor? ¿Y si
quiere hacerme daño? Nick podría estar interponiéndose entre el mundo y yo, pero
¿quién se interpondrá entre Nick y yo?
Me levanto abruptamente. —Necesito hablar con él.
Nick me tira hacia abajo, frunciendo el ceño. —Definitivamente no.
—Necesito decirle algo.
—Entonces dime —argumenta Nick—. Se lo diré por ti.
Lo miro a los ojos. —Mira, te prometo que no estoy tramando nada. No voy a
empezar una mierda. Esto simplemente… —Vuelvo a mirar al Beta Nu entre la
multitud—. Tengo que ser yo.
Me estudia durante un largo momento, pero asiente brevemente. —Si intentas
algo, te encontraré y todos nuestros arreglos (todos) terminarán. ¿Lo entiendes?
Eso significa que el beso lo apaciguo.
Significa que no hay ascensor.
Aliviada, respondo: —Sí, lo entiendo.
El camino hacia atrás es extraño. No he estado en compañía de tanta gente
desde la secundaria, y me hace sentir irritable y demasiado sensible, como si
estuviera encerrada y atrapada. Mis músculos se sienten tan rígidos y tensos como
mi sonrisa cuando finalmente cruzo las puertas.
Haley está en el pasillo.
Está chupando un chicle, con los ojos fijos en la pantalla de su teléfono y
sentada frente a la puerta del vestuario como una gárgola guarra y brillante. Sus ojos
se mueven hacia arriba ante el sonido de la puerta abriéndose y levanta la barbilla.
No luce como alguien a quien le acaban de follar la cara con una polla monstruosa,
pero no lo dejaría pasar por alto para ninguno de los dos. Las Cutsluts de por aquí
son casi tan fanáticas como las adictas de los Condes.
—¿Dónde está Sy? —Pregunto.
Ella inclina la cabeza hacia la puerta. —Haciendo lo suyo. Preparándose. —
Asintiendo, me armo de valor, respiro profundamente y luego camino hacia la
puerta. Haley me bloquea—. Uh, no puedes entrar allí.
Doy un paso atrás y me cruzo de brazos. —A él no le importará. He estado allí
con él antes.
—No antes de una pelea, no lo has hecho. —Me da una sonrisa condescendiente
y echa los hombros hacia atrás—. Sy tiene muchos rituales previos al juego. Si te
metes con uno y pierde...
Pongo los ojos en blanco y empujo hacia adelante. —Correré el riesgo.
—¡Oye! —Ella intenta agarrarme antes de que atraviese la puerta, pero soy más
rápida y la atravieso.
Sy está sentado en el primer banco con dos cápsulas sobresaliendo de sus oídos,
pero el volumen no debe ser muy alto, porque nos lanza una mirada candente
mientras Haley me sigue a tropezones.
—¡Lo siento! —Chilla, tirando de mí por el brazo—. Traté de decirle...
—Necesitamos hablar —digo, soltando mi codo de su agarre.
Sy está sin camisa, mostrando todos sus músculos y su piel rojiza. Tengo esta
visión de la forma en que usó ese traje antes, ajustado cómodamente alrededor de
ese amplio pecho. Algo revolotea en mi vientre pero rápidamente se convierte en
piedra cuando le lanza a Haley una mirada significativa.
—No puede hablar —me dice con voz seca—. En las noches de pelea, en el
momento en que entra al gimnasio, se queda callado. Es un ritual, como dije.
Mi cara se endurece ante su tono arrogante y lo absurdo de tal cosa. —Perfecto
—respondo, cruzando la distancia entre nosotros—. Eso significa que tendrás que
mantener la boca cerrada y escucharme. Puedes irte. —Le digo la última parte a
Haley, con un dedo apuntando hacia la puerta.
Su mandíbula cae por la indignación. —No puedes simplemente…
Interrumpí: —Soy la Duquesa y quiero un minuto a solas con mi Duque. —
Asegurándome de que escuche el trasfondo posesivo de autoridad en eso, agrego—
: ¿Tienes algún problema con eso? —Puedo ver la irritación hirviendo bajo su piel,
pero se gira sobre sus talones y sale de la habitación.
Cuando encuentro la mirada de Sy, me está mirando, con el rostro compuesto
por una máscara en blanco.
Extiendo la mano y tomo uno de los auriculares de su oreja, soportando el
destello de hostilidad en sus ojos. —Hay un Beta Nu con un puntero láser. —Cuando
lo único que hace es levantar una ceja, le digo—: Es uno de esos láseres realmente
potentes. Como el tipo de mierda que probablemente podría cegar a alguien.
Supongo que la vista es algo importante para ti, así que mantén la cabeza gacha.
Una de sus mejillas se arruga y sus ojos se dirigen hacia la puerta.
Imposible, sé exactamente lo que quiere decir. —Se los voy a decir. Es sólo
que... —Pero no estoy segura de cómo terminar eso de una manera que no sea
terriblemente transparente. Entonces apuesto por la honestidad—. Es una rama de
olivo. Fuiste una mierda conmigo. Fui una mierda contigo. Pero para bien o para
mal, eres mi Duque, y eso significa que si tú caes, yo caeré contigo. —Le devuelvo
el auricular y no me pierdo la forma en que sus ojos se fijan en mi estómago desnudo
por un breve momento. Sus dedos rozan los míos mientras lo toma—. El hecho de
que nos odiemos no significa que no podamos ganar ambos aquí. —Su mirada salta
a la mía, su cabeza inclinada hacia un lado con curiosidad—. No te preocupes por
lo que estoy ganando. Solo debes saber que derribarte no es parte de esto. De hecho,
preferiría verte vencerlos... a todos ellos. Barones, Príncipes, Condes, Lords. —
Extiendo la mano y le saco la otra cápsula de la oreja, con movimientos lo
suficientemente lentos y suaves como para que con curiosidad siga mi mano con los
ojos—. Necesito que escuches esto, que realmente escuches esto —le explico con una
mirada dura—. Puedes llamarme puta. Puedes empujarme. Puedes lastimarme,
degradarme, hacerme sentir como basura. Y todavía querré verte derribarlos. No
me interpondré en tu camino, ni ahora ni nunca.
Él asimila esto con los ojos entrecerrados y flexionando las manos. Han sido
cuidadosamente pegados, nudillo con nudillo. De ocio, pienso que voy a aprender
a hacer eso. Quizás haya un libro al respecto. Cuando me asiente con la barbilla, lo
considero un acuerdo.
Pero no hasta que me de la mano.
Le da a mi mano extendida una mirada llena de confusión, pero la toma de
todos modos, casi derribándome contra su amplio pecho cuando la usa para ponerse
de pie. Se eleva sobre mí, pero no da miedo. He visto esos ojos, con párpados
pesados y llenos de necesidad. He sentido esta piel bronceada sudando contra la
mía. Escuché el sonido de su respiración agonizante mientras se frotaba contra mí
en la oscuridad de la noche. Lo he visto despojado de sus instintos más básicos y
humanos. Y sé lo que quiere, por encima de todo, más que nada.
Ganar.
Después de todo, Sy es un hombre más.
Cuando salimos del vestuario, Haley está haciendo pucheros. Trata de
ocultarlo, levantando la barbilla ante nuestro acercamiento, pero puedo ver la acidez
en sus ojos. —Ya casi es tu turno. Bruce está ganando. —Sy comienza a caminar hacia
las puertas dobles que conducen al ring, pero se detiene cuando grita—: ¡Espera! Te
estás olvidando de la tradición, Simon. La Duquesa siempre tiene que enviar a su
Duque a la lona con un beso. —Por un segundo, siento una oleada de indignación
al pensar que ella conoce las reglas de Nick por mí. Pero cuando ella me lanza una
sonrisa, está claro que simplemente entiende cuánto ninguno de nosotros quiere
hacerlo—. Es para la buena suerte.
Sy se gira, revelando una pétrea mueca de desprecio, pero Haley no se da
cuenta de que he encontrado una nueva resolución. Los Duques son mis captores.
Nunca tendré poder sobre ellos. ¿Pero el resto de DKS?
Camino con fluidez hasta donde él está y me pongo de puntillas, dándole un
beso rápido y firme al punto del pulso en su cuello. En el parpadeo entre mis labios
tocando su piel y mi retirada, sus dedos rozan mi cadera. Es sólo un gesto rápido e
involuntario, pero cuando doy un paso atrás, veo la huella de mi lápiz labial en su
cuello y la voluntad en sus ojos, y sé que va a ganar.
Tener tres Duques entre Forsyth y yo será útil. Ser Duquesa es un buen papel,
un papel importante. Pero ahora estoy jugando al juego de la Realeza y sólo un
título me pondrá en pie de igualdad con mi padre.
El de Reina.
Capítulo 23
REMY
Esta podría ser la única vez que la sala de fiestas de la torre ha estado en silencio.
La luz es tenue en todas partes menos aquí, una lámpara grande apunta
directamente a Sy. Hay velas en otros lugares, la luz parpadea en las cuatro esquinas
de la habitación. Desde mi posición ventajosa bajo el calor de la luz, el resto de la
torre podría ser un vasto abismo, y así es como se siente. Probablemente hay tres
docenas de personas en esta sala, pero parece que solo estamos nosotros cuatro. Sy,
sentado al revés en una silla, encorvado y con los brazos apoyados en el respaldo.
Nick, observando a mi lado, su mano enguantada se extiende para limpiar el exceso
de tinta cuando mi aguja se levanta. La Duquesa y toda su luz de estrellas mientras
coloca con cuidado una puntada en un corte en la ceja de Sy.
Alguien cerca de la barra tose y observo desde mi periferia cómo Nick le lanza
una mirada fulminante. La fraternidad no está acostumbrada a este ritual porque no
es de ellos. Pero lo están intentando. Es un sentimiento más espiritual de lo que estoy
acostumbrado, como si su energía estuviera pulsando en la piedra y el mortero,
envolviéndonos.
Estos son los tatuajes más importantes que me he hecho.
La espalda de Sy es un tribal redondo entre sus omóplatos, cada anillo es parte
de su herencia nativa, y el silencio es una muestra de respeto. No para Sy, aunque
se lo merece. Se trata de respetar el significado: el honor. Este es un guerrero
recibiendo su insignia.
Levanto mi arma y Nick aparece al instante, limpiando la tinta. Es la única otra
persona a la que permitiríamos ser parte de esto. La tribu se ha vuelto más compleja
y grande en los últimos tres años, cada anillo es una victoria, pero Nick no ha estado
presente en la mayoría de ellas. Puedo verlo trazando los anillos con sus ojos, tal vez
preguntándose a qué pelea pertenece cada uno.
Con cada victoria, los anillos se hacen más grandes y tardan más. Un día será
una pieza completa. Puedo visualizarlo claramente en mi mente, los anillos
expandiéndose hacia afuera como ondas.
Su papá, Manny, me enseñó los símbolos. El que actualmente estoy plasmando
en su piel es el símbolo de cambio de su tribu. Su padre aprecia el cuidado que
tengo al hacerlos, tanto que, cada año, me invita a su ceremonia de verano para que
el anciano de la tribu pueda bendecir mi tinta. Lo hemos estado haciendo desde la
escuela secundaria, y desde los primeros tonos es obvio que todavía estaba
aprendiendo, la tinta es un poco borrosa. Por lo general, mirar mi propio trabajo
mal hecho hacía que mi pecho palpitara con el instinto de arreglarlo, cubrirlo con
algo mejor, pero ¿esto?
Esta es una historia sagrada.
Tate estuvo presente en algunos de ellos.
Miro hacia arriba y veo el suave y parpadeante resplandor de la luz de las velas
que ilumina la mejilla de Vinny. Está sentada en una silla justo en frente de Sy,
sentada sobre sus rodillas. Su frente está tensa por la concentración mientras empuja
la aguja a través de la piel de Sy, atando delicadamente el hilo de un punto. Había
salido de la lona con un río de sangre corriendo por su ojo (el único buen tiro que
el Barón le pudo atizar) y Vinny fue quien le arrojó una toalla. Ahora está curando
a mi chico, con su aguja en un extremo de su alma y la mía en la otra. Hay algo en
esto que es dolorosamente íntimo, como si Vinny y yo nos encontráramos a través
del cuidado que le brindamos, entrelazándonos a través de su carne y espíritu. Si
alguno de ellos me preguntara por qué, no creo que pudiera explicarlo, pero podría
sentirlo más íntimo que el sexo.
Cuando termino el último eslabón del anillo, dejo que el zumbido de mi arma
cese y la habitación queda sumida en un silencio pesado y expectante. Nick se
acerca a mí para limpiarlo por última vez justo cuando Vinny corta el último punto.
Sy mira por encima del hombro, me mira a los ojos y asiento.
Los tres lo miramos, esperando. Comienza el ritual al atardecer y su silencio
no se rompe hasta que pierde o consigue su marca. Su espalda se expande al inhalar
y luego emerge su voz áspera. —¡Que se jodan los Barones!
Toda la habitación estalla en una fuerte y ruidosa ovación, y alguien está lo
suficientemente cerca de las luces como para encenderlas, revelando una habitación
llena de malhechores emocionados y medio borrachos.
Joder, me encanta este lugar.
Entre una ovación y otra, la música suena a través de los parlantes como un
invitado impaciente, llenando el espacio a un pulso de graves profundos.
Le doy una palmadita en el hombro a Sy mientras se pone de pie, estirando
brazos y piernas. Verity está allí con una cerveza y una sonrisa, diciendo: —
¡Felicidades! —y le revuelve el pelo.
Hay una pausa antes de que mire a Vinny, quien lo mira con expresión
cautelosa. Espero más fuegos artificiales, porque estos dos… no estoy seguro de que
lo sepan todavía, pero la tensión entre ellos es como la de su espalda: una onda de
anillos, extendiéndose, mirándonos a todos.
Ojalá ya hubieran follado.
Afortunadamente para la vibra de la noche, Sy simplemente se acerca para
darle un rápido golpe en la mejilla con la palma de los dedos. Es más una palmadita
que una bofetada, y me alivia verla tomarlo como el gesto que claramente debe ser,
dándole a Sy una pequeña sonrisa mientras recoge los suministros médicos.
Sy siempre está un poco más relajado después de una pelea.
A partir de aquí, es una fiesta de verdad. Nick me ayuda a preparar la espalda
de Sy para su curación, y yo guardo con cuidado la tinta bendita, siguiendo los
movimientos de desinfectar el área. Mi trabajo de tatuador aún no ha terminado. Se
siente bien tener mi pistola en la mano nuevamente, como si mi arte no fuera real
hasta que lo plasmara en la carne como muestra de permanencia. El ritmo me
ralentiza, la precisión metódica, el zumbido cuando la aguja se hunde en la carne.
Incluso cuando se trata de cosas fáciles, como marcar a las promesas con su primer
tatuaje, no parece el final de un ritual. Se siente como en medio de uno.
Reinicio la pistola y miro a Vinny, que actualmente está charlando con Verity
en el bar. Sus mejillas se expanden con una sonrisa, una sonrisa real, y al verla me
quedo helado al darme cuenta de que nunca la había visto antes. Es tan radiante
como el sol, y cuando se ríe de algo que dice Verity, tengo tantas ganas de que eso
brille sobre mí que la llamo.
—¡Duquesa! Tráeme una cerveza.
Su sonrisa se desinfla como un globo triste y, por un segundo, me arrepiento
de haberla llamado. Las estrellas siempre se observan mejor de lo que se sienten.
Algo le pasó en el ring. Vi cómo se la llevaban bajo el resplandor del foco y nos la
devolvían con los ojos muy abiertos y la boca expresada con una nueva resolución.
Pase lo que pase, eso la hace dispuesta a recurrir al DKS de último año que
atiende el bar y pedirle una cerveza. Él le entrega una botella de nuestra reserva y
la toma, pasando a Sy mientras él se pone la camisa. Veo la forma en que sus ojos
lo captan, el movimiento de su lengua mientras él no puede verla. Ella no es la única
chica aquí follándolo a los ojos. Demonios, sí, mi hombre podría hacer mucho ruido
si se quitara el palo del culo durante diez minutos. A las Cutsluts no hay nada que
les guste más que ser el botín de la victoria.
Lástima que Sy nunca cobra su parte.
Se acerca a mi improvisado puesto de trabajo con una cerveza en una mano y
su vaso en la otra. Me entrega la botella, todavía pareciendo un maldito petardo con
el atuendo que le puso Verity. Ya se ha sacado la chaqueta, lo cual no me sorprende.
Siempre hace demasiado calor aquí. Algo en la forma en que se ve esta noche
simplemente... encaja. Todas esas cositas de tiras que Nick sigue poniéndole son
sexys, pero no se adhieren a su cuerpo con naturalidad, como si su esencia misma
las encontrara desagradables. Muy suaves. Vinny necesita estar cubierta de cosas
duras.
Qué suerte tenemos un par de esas.
Hace que sea más difícil deshacerme de la sensación de que esta chica surgió
de mi cerebro, completamente formada. A veces, como en la pelea de esta mañana
con Sy, ella parece un maldito… problema. Ella palpita por este lugar como un
músculo dolorido, subiendo las escaleras hasta su loft, yendo de una habitación a
otra, tan inquieta por fuera como yo me siento por dentro. Es difícil sumergirme en
mis pensamientos cuando la escucho. La veo. La siento.
Pero otras veces, como ahora, casi parece demasiado buena para ser verdad.
—Gracias, Vinny —digo, tomando la mitad de un trago. Atenúa los ruidos de
mi cabeza. Las preguntas y las dudas. La alcanzo y la arrastro hacia adelante,
bajándole la cintura de los pantalones. Las puntas de la estrella se revelan y las sigo
con el dedo, contando las puntas en silencio.
—Entonces, ¿ese ritual de tatuaje posterior al juego es algo que todos hacen,
o...? —pregunta, mirando por encima del hombro a Sy.
—No —digo, deteniéndome en la piel que cubre su cadera—. Es sólo cosa de
Sy. Es una cosa de guerreros nativos. Probablemente no sea espiritualmente legítimo
debido a que soy blanco como la mierda, pero es lo que hacía su padre en sus días
de lucha.
Ella extiende la mano y empuja a la Virgen María en mi bíceps. —No los tenía
a ninguno de ustedes como del tipo religioso.
Dejé escapar una risa sombría. —Ah, fui criado como católico. Ya conoces el
dicho. —Me tiro en el banco, alzando la voz por encima de la fiesta para cantar—: Si
eres feliz y lo sabes, es pecado.
Alrededor de la sala, un puñado de DKS responden:
Aplauso. Aplauso.
—¡Ahí están mis muchachos! —Les levanto mi cerveza y sonrío irónicamente
ante sus vítores. A Vinny le explico—: Algunos de estos cabrones tuvieron que
sentarse conmigo durante la misa en la escuela. Inhalar Ritalín en la sacristía... ese
es el ritual de mi pueblo. —Me dejo caer en el banco y ordeno mis suministros—.
Nuestra Señora de las Plegarias —digo del tatuaje—. Estoy perdido, pero algunas
cosas simplemente se te quedan grabadas. Siete espadas, siete puntas. —
Definitivamente hay una pequeña montaña de evidencia aquí de que Lavinia no es
real, y me tomo un momento para volver a contar los puntos de la estrella.
No funciona en mis sueños.
Lo intenté la última vez que dormimos juntos, porque la vi. Era rubia. Siempre
lo es cuando estoy soñando. Pero finalmente vi las estrellas. Vi la luz roja. Vi el aire
y escuché los gritos, pero también vi el tatuaje.
Y no era más que una mezcla de líneas borrosas y confusas.
—¿Quieres ayudar?
Su ceja se levanta. —¿Ayuda con qué? —Hay cautela en su voz. Tiene razón en
tenerla. Podría inclinarla sobre mi banco y follarla a lo grande si quisiera. Nadie en
esta sala me detendría. Ese es el tipo de poder que se obtiene al ser un Duque. Corre
por mi sangre como un estimulante.
Señalo al estudiante de primer año que espera ansiosamente su turno. —Esos
cachorros se han ganado sus marcas. ¿Quieres ayudar?
Su expresión se transforma en sorpresa. —¿Yo?
Me encojo de hombros, tomo un frasco de tinta nuevo y le doy unas palmaditas
a la pequeña sección del banco entre mis piernas. —Seguro.
Duda un poco, pero se traga la última parte de su bebida y se sienta a
horcajadas en el banco. La agarro por las caderas y tiro de ella hacia atrás hasta que
la hinchazón de su trasero empuje contra mi entrepierna. Una calidez de excitación
se extiende a través de mí al sentirla contra mi piel desnuda. Perdí mi camisa en la
subida a la torre. Doblo su cuerpo en la curva de mi torso como un latido del
corazón. Quizás Nick esté en lo correcto con todo este asunto de sentarla en su
regazo. —Está bien, dime cuál de estos idiotas debería ir primero.
Ella mira hacia la fila. Han estado allí durante una hora, y Nick les dijo que lo
hicieran. Los pobres cabrones pensaron que iban a subir todos esos tramos de
escaleras para drogarse. En cambio, estarán haciendo fila durante la mayor parte de
la noche. Esa es la vida de una promesa. Cuando termine la fiesta, podrán limpiar
nuestra diversión.
Vinny busca en la fila y evalúa a cada chico como si estuviera eligiendo al
ganador de un concurso de belleza. —¿Qué hay de él? —dice, señalando a un idiota
al final de la fila.
Mis ojos se estrechan. —¿Por qué él? —Presiono mi palma contra su costado,
deslizándola hacia arriba debajo del dobladillo de su top corto—. ¿Crees que es lindo
o algo así?
Su hombro se levanta en lo que podría ser un encogimiento de hombros. —Me
sostuvo la puerta al salir del gimnasio. ¿No debería… otorgarle mi favor de Duquesa
o lo que sea?
Aspiro su aroma, rico y dulce, con un toque de miel. —Si empiezas a hacer eso,
tendrás a todos estos tipos arañando tus pies como perros.
Una lenta y malvada sonrisa se extiende por sus labios. —Puedo pensar en cosas
peores.
Le doy un fuerte apretón en la cintura. —No olvides a quién perteneces. Un
chico podría ponerse celoso.
—Grandes palabras provenientes del tipo que se folla a la chica del ring con
regularidad. —El ceño fruncido que le envía a Haley me sorprende lo suficiente
como para que mis manos se congelen en sus costillas—. Pero eres un Duque,
siempre puedes tener tu propia perra para rascarte la picazón, ¿sabes?
—Estás celosa —declaro con aire de suficiencia—. Jooder, Lucia. Realmente estás
llena de mierda, de verdad deseas nuestras pollas.
Se da vuelta para mirarme boquiabierta. —¡No estoy celosa!
—Lo estás —insisto, mi polla se mueve contra su trasero—. Estás como a cinco
segundos de arrancarle los ojos.
Se da vuelta, con la columna un poco más rígida que antes. —Estás delirando.
—Estás en negación. —A pesar de esto, la acerco más y paso las palmas por
debajo del dobladillo de su camisa. Mis dedos rozan la parte inferior de su sujetador,
sus tetas pesadas y regordetas, y no importa que se ponga rígida. Levanto mis
pulgares y los paso sobre sus pezones—. Haley es cosa del pasado, de todos modos.
No la he follado desde la primavera. Ya le han dicho lo que está prohibido. No es
necesario que tengas una pelea de gatas por mí. A pesar de…
Esta vez, ella realmente se retuerce. Pero no antes de sentir el escalofrío que
recorre su espalda. —No te hagas ilusiones.
Riendo en voz baja, decido guardar esta información para más tarde. —Oye,
Ballsack —le llamo al chico que ella eligió. Tropieza hacia adelante abruptamente,
como si hubiera olvidado dónde estaba por un momento. Probablemente se quedó
dormido esperando.
—¿Sí, señor?
—Estás despierto. Quítate la camisa y siéntate en la silla.
Los otros chicos le gritan mientras abandona la fila, le dan palmadas en el
hombro y chocan sus manos. Vinny me mira, su culo se retuerce y se frota contra
mi polla en el proceso. —¿Es esta su iniciación?
—Una de ellas —digo, balanceando un poco mis caderas para generar fricción—
. Tuvieron que hacer un trabajo de mierda durante algunas semanas para llegar
aquí, pero una vez que obtengan su marca de cachorro, ascenderán de rango,
obtendrán algunas responsabilidades más, ganarán algunos privilegios más.
—¿Como una Cutslut?
Ah, los celos.
Nick va a enloquecer.
—A veces. —Le hago un gesto a Ballsack para que se quite la camiseta y se
siente de lado en el banco. La marca va en la parte superior del brazo, la huella de
una pata de oso para indicar su estado de cachorro. Es un proceso por el que todos
hemos pasado. Deslizo mis brazos entre los de ella y su cuerpo y la aprieto contra
mí—. Ahora, tú y yo vamos a hacer esto juntos.
Su cuerpo se tensa. —¿Quieres que lo tatúe? Pensé que nunca dejas que nadie
más toque tu pistola de tatuajes.
Ballsack me mira y luego a ella con los ojos muy abiertos. —¿Ella lo va a hacer?
—Date la vuelta y cállate —le digo—. Y no vuelvas a mirar a mi Duquesa nunca
más. —Ballsack no es un mal chico. Ninguno de ellos lo es. Han sobrevivido mucho
para llegar hasta aquí, pero es nuestro trabajo mantenerlos a raya. Nadie sabe mejor
que yo que los puños de Forsyth son duendes del caos, dispuestos a saltar ante
cualquier promesa de destrucción. Necesitan mano firme—. ¿Entendido?
Sus ojos se lanzan hacia adelante. —Sí, señor.
—Joder, así es —murmuro. Aparto el cabello de Vinny de su hombro, dejando
que mis dedos rocen la piel de su cuello, y apoyo mi barbilla en el hueco donde
tengo una buena vista tanto de nuestro sujeto como de la suave curvatura de sus
tetas debajo de ese top corto suelto—. Y sí, lo vas a hacer. Con mi ayuda, por
supuesto.
Ya tengo la marca del cachorro preparada en una plantilla y le indico cómo
aplicarla, usando agua fría para dejar el tinte violáceo temporal. Cuando se seca,
coloco la pistola de tatuaje en su mano y envuelvo mi mano alrededor de la de ella.
—Cuando aprietes el gatillo, sonará —le recuerdo—, y te sacudirá la mano, pero
mantente firme. Estoy aquí para mantenerlo estable.
—Está bien —dice, apretando más su agarre—. ¿Así?
—Exactamente. —Envuelvo mi brazo alrededor de su estómago—. ¿Lista?
Respira profundamente y luego enciende el arma. Cobra vida y ella salta. —
Puedes hacerlo, bebé —le digo, frotando mi mano sobre su vientre plano—. Todo lo
que tienes que hacer es seguir la plantilla.
Mantengo su brazo quieto, manteniendo las vibraciones al mínimo, pero espero
a que conecte con la piel de Ballsack. Le toma un segundo llegar allí, pero no me
importa. Está muy cerca y huele a sexo. —Se estremecerá cuando hagas contacto —
le digo en voz baja al oído—. No te muevas con él. Prepárate para ello. Manten la
aguja justo debajo de la epidermis. Es más un grabado que una puñalada. —Se
acerca y finalmente la aguja toca su piel. Como dije, él se estremece, pero no mucho,
y mantengo mi agarre estable sobre su mano para mantenerla firme—. Así es. Buena
chica.
Exhala y siento que sus hombros se relajan. Lentamente, trazamos juntos el
contorno de la almohadilla central de la huella. Tiro de la pistola hacia atrás cuando
creo que está profundizando demasiado y la presiono un poco cuando está siendo
demasiado liviana. Se necesita la mitad del contorno para que sienta su profundidad,
pero una vez que lo hace, mis dedos solo cubren sus nudillos por la novedad del
toque. No creo que nunca pueda tener suficiente de su piel, toda suave y tersa.
Estas marcas son pequeñas y no tardarán mucho, así que las saboreo mientras
puedo. El año pasado, cuando mi propio grupo de promesas avanzó en el proceso,
algunos de ellos me pidieron que lo cubriera con el verdadero Bruin. El más grande
y malo.
Ella se relaja contra mí y paso mis manos arriba y abajo por sus piernas. Sólo
necesita un poco de ayuda para estabilizar el arma, pero la dejé tomar el control.
Las promesas parecen estar entusiasmados de ser marcados por la Duquesa. Ella es
así de sexy, atrapada entre mis muslos, compartiendo este momento conmigo. Mi
polla está dura como una roca, excitada por toda la escena. Es brillante y no hay
confusión en mi mente: esta chica es la Duquesa. Nos pertenece.
Se mueve hacia los contornos de las cinco almohadillas superiores sin que yo
tenga que dirigirla, y me tomo un momento para respirarla realmente. He estado
cachondo desde el día que le comí el coño delante de Nick, pero solo hay un
problema.
Nicky aún no lo ha tocado.
Sy y yo hablamos de ello anoche, sin saber qué está esperando. Nick nunca ha
sido de los que hacen promesas de gratificación y obviamente la desea. Peor que
eso, él obviamente la necesita. Incluso ahora, puedo verlo al otro lado de la
habitación, con la botella en los labios, mirándola como alguien magnetizado. Ella
tiene su veneno en todos nosotros ahora, pero ¿Nick? Lo tiene mal. Incluso recibí
una reprimenda por besarla en el ring, como si no fuera mía para hacer lo que
quisiera.
Estaría mintiendo si dijera que no me dieron ganas de volver a hacerlo.
—¿Ahora qué? —pregunta, retirando la aguja. Inclina la cabeza, reflexionando,
y me doy cuenta de que también ha hecho las pequeñas marcas de garras.
Moviéndome hacia adelante, gruñí ante la presión contra mi polla. —Tengo
que cambiar la aguja para sombrear las zonas medias.
Decido hacer el resto yo mismo, pero cuando ella intenta levantarse, la presiono
contra el banco, haciendo un sonido bajo de desaprobación. —Dime, Vinny —digo,
comenzando a presionar el manojo de agujas en los espacios vacíos—. ¿Te gustó
cuando te lamí el coño?
El cuello de Ballsack se contrae y sus ojos se abren como platos, pero obedece
las órdenes y no se atreve a mirar a la Duquesa.
No puedo apartar los ojos del tatuaje el tiempo suficiente para captar su
expresión, pero juro que puedo sentir su mirada sorprendida contra mi mano. —
Hizo el trabajo.
Burlándome, me muevo de la plataforma central a las de arriba. —Por favor, tu
cuerpo temblaba como si estuvieras teniendo un maldito ataque. —Mi mano libre
recorre su camisa. Debería haber sabido que no podía resistirme a tocar sus tetas
cuando llevaba ese top corto—. Soy bueno en lo que hago. No es ninguna vergüenza
admitirlo.
Está quieta mientras mi palma cubre su pecho, apretándolo. —No estoy
avergonzada. Obtuve exactamente lo que quería.
Los ojos de Ballsack siguen yendo hacia un lado, apenas antes de hacer
contacto con ella.
—Me alegra oírte decir eso. —Aparto el arma y dejo al descubierto el tatuaje
terminado de Ballsack—. Sólo un segundo, chico. Aguanta. —Dejo el arma y me
siento cómodo con el pecho de Vinny, deslizando mi otra mano por su camisa.
Sus manos se aferran a mis muñecas. —¿Qué estás haciendo?
—Relájate. —La inclino hacia mí, sintiendo el peso de sus tetas en mis manos—.
Ballsack es un buen cachorro. No mirará. Pero te ha causado una buena impresión
y eso significa que necesito dejar clara una cosa.
Su pecho se hunde con una larga exhalación. —¿Qué?
Le pellizco los pezones, deleitándome con su respiración entrecortada. —Que
nos perteneces. Tus tetas. Tu coño. Tu trasero. —Bajando mi voz a un susurro contra
el caparazón de su oreja, agrego—: Tu boca...
Sus pezones están en pico ahora, su cabeza descansa sobre mi hombro. —Creo
que todo el mundo lo sabe.
—Por supuesto que lo saben. —Abro la boca contra su cuello, apretando fuerte
sus tetas mientras empiezo a chupar. Han pasado algunos días y todos sus moretones
están desapareciendo. Es una pena. El azul y el morado le quedaban perfectos, un
pequeño rastro de migas de pan en cada punto de su cuerpo.
Supongo que necesitaré hacer más.
Su piel sabe a cobre y a cielo, el sabor de la luna. Alejándome, admiro el
moretón que me he hecho. —Pero nunca está de más recordárselos. —Llego a su
barbilla y la giro para que mire a los ojos. Apoyando mi pulgar en su labio, agrego—
: Y nunca está de más recordártelo.
Sus párpados me hacen parpadear mucho y sé que es perfecta cuando
inmediatamente se da cuenta. —Quieres mi boca.
Respondo inclinándome para besarla, con la intención de empujar mi lengua
entre sus labios. He estado pensando en ellos desde ese beso en el ring de antes.
Ver su huella en el cuello de Sy durante toda la pelea tampoco ayudó mucho. Que
Nick se enrede en sus calzoncillos no me hace menos imprudente.
Vinny obviamente no está de acuerdo, porque gira su cabeza hacia un lado
antes de que pueda hacer contacto. Sigo su mirada directamente hacia Nick, que
está apretando el cuello de su botella como si fuera la garganta de alguien. —No lo
hagas —advierte, tan bajo que apenas puedo oírla—. No sabes lo que me hará.
Por supuesto que lo sé.
A la gente le gusta pensar que estoy demasiado perdido en mis propios
problemas para reconocer los de ellos, pero no es cierto. Veo cosas. Veo a Sy al
borde de perder el control cada vez que está en la habitación. A veces lo veo
alrededor de la torre con la cabeza entre las manos, respirando como si sus
pulmones retuvieran todo el aire como rehén. Veo a Nick, de vez en cuando,
sentado al final de su cama, encorvado y en silencio, con los ojos tan envueltos en
oscuridad que me hace preguntarme en qué estará pensando. Lo veo levantarse
todos los días e intentar quitarse la capa del Lado Sur que está calcificada sobre su
piel, pero nunca lo logra. Cada vez que todos ven ese tatuaje en su sien (dos, tres,
siete), ven una oda al Lado Sur. Caos y destrucción. Violencia. Un verdadero
soldado.
Pero veo 7:32.
Los veo por lo que son: hombres fracturados, volátiles, demasiado internos para
sus propios bienes. Y vi a Vinny la mañana después de que Nick la arrojara a ese
ascensor: negro, azul y rojo, rojo, rojo...
—Quiero tu boca —le digo, obligándola a mirarme—. De una manera u otra.
Puedo ver cuando se da cuenta, y joder, pero ese ascensor debe ser realmente
malo, porque ni siquiera parece estar en conflicto con la elección: su boca alrededor
de mi polla o ser sometida a lo que sea que Nick tenga reservado para ella.
Sé en el momento en el que me alejo sé que no puedo esperar. —Ahora. —Hay
un destello de aprensión en sus ojos que no disminuye cuando me levanto, poniendo
el obsceno bulto de mis pantalones justo en su cara. Respirando con dificultad,
alcanzo mi bragueta y digo—: ¿Lista?
Sus ojos se abren y recorren la habitación. —Pero…
—A Nick no le importará. Besar y follar están prohibidos, pero esto no. —Ya
hemos llamado la atención de algunas personas, y eso hace que mi polla se contraiga
aún más al pensarlo—. Nadie mirará. No, al menos que yo se los diga.
Ella intenta: —Podemos subir… —sacudo la cabeza.
—Estoy tratando de dejar claro un punto. ¿Recuerdas? —Asiento hacia el suelo—
. Aquí.
Una dureza que no he visto desde esta mañana regresa a sus rasgos y mira a su
alrededor, con los ojos revoloteando sobre Ballsack y la fila de cachorros fingiendo
que no están aferrados a cada palabra.
—¿Es una orden? —pregunta.
—Si eso es lo que se necesita para ponerte de rodillas, sí. —Inclino mi cabeza—.
Eso o simplemente te obligo.
Suspirando, se levanta del banco y me da una mirada dura mientras pasa por
encima y se para frente a mí, moviendo las manos inquietamente. La agarro por el
cabello y expongo su cuello, reanudando el chupetón que había comenzado antes,
sumergiéndome para frotar mi lengua sobre la marca. La arrastro más cerca, mi
polla se clava en su bajo vientre, y luego gruño en su cuello, agachándome para
tomar dos gruesos puñados de su trasero. Así es como me doy cuenta de que no
lleva bragas. Hay un desgarro justo debajo de su nalga y mi dedo toca la piel. Si lo
empujo un poco más, es piel cálida. Y si me acurruco contra ella, deslizando mi
dedo entre sus muslos, es piel resbaladiza.
—Joder —gruñí, alejándome del chupetón el tiempo suficiente para poder ver
bien esa boca regordeta suya. Y luego, en una demostración de no tener autocontrol,
me agacho para finalmente robarme ese beso. Nick no está mirando. ¿Qué importa?
Pero retrocede, alejándose de mi boca. —No lo hagas —repite, y el destello de
pánico en sus ojos me hace detenerme.
Me pregunto si Nick tiene alguna idea de cuán efectivo es su acuerdo. No es
lealtad real de ninguna manera, pero incluso aquí, envuelta por la pelea, no romperá
su acuerdo. Mis nudillos se tensan contra la mezclilla de sus jeans mientras froto su
humedad contra la tensión de su culo. Se oye un fuerte desgarro y el corte de sus
vaqueros cede.
Una de sus palmas aterriza en mi pecho desnudo, pero la otra alcanza mi
cremallera y la baja rápidamente.
Sin previo aviso, cae de rodillas y casi rompe mi muñeca atrapada en el
proceso.
—Rápida —digo, jadeando mientras me bajo los pantalones por los muslos—.
Me gusta.
Pero antes de que pueda echar un vistazo a mi polla, lanza una mirada ansiosa
hacia la habitación. Hay un estudiante de segundo año con la boca abierta parado
en la barra, mirándonos boquiabierto a los dos.
—¿No podemos tener... como un amortiguador o algo así?
—¿Un amortiguador? —Sé que toda la sangre de mi cuerpo corre hacia mi polla,
pero no sé de qué diablos está hablando.
—Alguien que se interponga entre nosotros y... bueno, todos los demás. —Sus
ojos se dirigen a Ballsack que todavía está en la silla. Para ser justos, no le he dicho
que pueda irse.
—Eso depende. —Le doy un apretón a mi polla—. ¿Vas a tragar?
Ella responde: —¿Me dejarás respirar?
Ballsack parece que su erección podría matarlo.
Sonriendo, estoy de acuerdo: —Te dejaré respirar lo suficiente. —Asiente—.
Entonces puedo arreglar eso.
—¿Qué hay de ella? —pregunta, antes de que pueda agarrar a la persona más
cercana. Está mirando por encima del hombro a un grupo de Cutsluts al otro lado
de la habitación, y yo reprimo una risa. Chicas, hombre. Perras maliciosas a la luna
y de regreso.
Gruño: —¡Haley! ¡Trae tu trasero aquí!
No duda, salta y se queda congelada al ver mi polla en la cara de Vinny. Le
digo a Ballsack: —Siéntate aquí y asegúrate de que nadie venga. Mantén la espalda
hacia nosotros. —Haley todavía hace que me duelan los ojos (amarillo diariluro,
demasiado atrevida, demasiado brillante), pero aun así le doy una orden—. Puedes
ver a mi Duquesa tomar mi polla.
Haley pone los ojos en blanco y se cruza de brazos de mal humor, pero sé que
realmente no le importa. Vinny no sería la primera chica a la que ve chuparme.
Mi Duquesa, sin embargo...
Vinny le lanza a Haley una mirada oscura y decidida y luego envuelve sus
dedos alrededor de mi eje, haciéndome inhalar un silbido de aire. Rencorosa,
testaruda y competitiva. —Dime que no es la Duquesa perfecta —digo, riéndome
entre dientes mientras toco su mejilla. Vinny encuentra mi mirada y luego separa
esos labios rojos y lujosos. Su lengua es lo primero que siento, húmeda y caliente
contra la cabeza de mi polla. Observo, embelesado, cómo mi polla lanza una gota
de líquido preseminal directamente sobre la punta rosada de su lengua. Desaparece
al instante siguiente, su boca se hunde hacia adelante, envolviéndome en un intenso
calor.
—Joder, Vinny. —Acuno su mejilla, engatusándola más profundamente mientras
Haley mira con una expresión tensa. Todas las demás Cutsluts miran a su alrededor
y se dan cuenta de lo que está pasando. Vinny se hunde más, pero su lengua no
hace mucho. Sus ojos siguen en los míos, como si estuviera tratando de descubrir si
esto me sirve o no. Eso más que nada me hace preguntar—: ¿Alguna vez has chupado
una polla, hermosa? —Incluso mientras lo digo, sé la respuesta—. Sólo la de Sy, ¿eh?
—Él no le habría dado el espacio para sentirse cómoda con ello, no como lo haría
yo. Apoyo mis hombros contra la pared, disfrutando de sus esfuerzos, retrocediendo
para bañar la punta con su lengua—. Sí, porque eres nuestra. Apuesto a que te
estranguló, ¿no?
Ella me lanza una mirada larga y significativa.
Meto mis dedos debajo de su cabello, contra su nuca. —No le guardes rencor.
Probablemente seas la primera chica que lo intenta. —Cuando empuja más, con la
garganta saltando por una arcada, gruño—: No hagas de héroe. Usa tu mano, bebé.
—Es consciente de los ojos puestos en nosotros, los jadeos y las risas atraen más
atención de la que teníamos inicialmente. Levanto su mano de mi cadera y enrosco
sus dedos alrededor de la base. No lo necesito profundo. Sólo lo necesito así:
húmedo y lento, los sonidos de la succión descuidada mezclándose con la música.
Mueve un poco las rodillas hacia mí, torciendo un poco la boca mientras
retrocede, sólo para volver a hundirse. Puedo sentirla probándolo, respirando con
dificultad por la nariz mientras mete la mano debajo de mi polla para rozar mis
bolas con un nudillo.
Me estremezco y le rodeo el cuello con la mano. —Sí, sí, eso está bien. Muy
bien, Vinny. Mira tu boca, tan jodidamente bonita. No puedo esperar para
finalmente follarte. Apuesto a que te gustaría mucho, ¿no? Apuesto a que te sentirás
apretada cuando haya una polla metida ahí.
Haley suspira y le lanzo una mirada asesina.
Ella retrocede.
Sosteniendo el cuello de Vinny, la insto más rápido, empujando contra su
lengua. —Vamos nena. Muéstrales a todas estas perras a quién pertenecemos ahora.
Eso realmente la pone en marcha, sus hombros se curvan mientras me penetra
más profundamente, más húmedo, sus dedos acarician mis bolas con un poco más
de confianza, girándolas suavemente en su suave palma. Dejo caer la cabeza hacia
atrás, apretando la mandíbula mientras me balanceo contra sus labios. Hay un
charco abrasador de lava asentándose en mi columna y sé que ya me estoy
acercando. Me pregunto si esto es lo que Sy sintió mientras tomaba torpemente su
bestia de polla, mis muslos temblaban mientras ella sorbía su camino hacia mi eje.
—¿Qué carajo…?
Giro la cabeza y encuentro los ojos de Nick.
O lo haría si él no estuviera mirando cómo mi polla desaparecía en la boca de
Vinny.
Sy está detrás de él, mirando lo mismo.
La mayor parte de la fiesta también.
—Hola, chicos. —Ella se tensa ante la interrupción y la empujo hacia abajo, la
cabeza de mi polla saltando contra la parte plana de su lengua—. Estoy un poco
ocupado. Vuelvan en diez, ¿sí?
Haley mira entre nosotros, esperando instrucciones.
Nick es quien se las da. —Ustedes dos pueden irse.
Correcto. Ballsack también está aquí. No es como si ninguno de los dos hubiera
impedido que el grupo se diera cuenta, que era el punto. La Duquesa es mía,
nuestra. Ella representa a DKS pero nos sirve exclusivamente. La forma en que
Ballsack se aleja con estos pequeños pasos cortos y tambaleantes confirma que lo
sabe. Probablemente esté teniendo la erección más dolorosa de su corta vida.
—No pares, Vinny. —Descanso y me doy cuenta de que ella también es
consciente de la multitud que mira. Masajeo mis dedos en la base de su cráneo—.
Lo estás haciendo muy bien, cariño. Muéstrales lo que has aprendido.
Ella quita su mano de mis pelotas y la presiona contra mis abdominales, sus
uñas cavan hendiduras en mi piel mientras se balancea y lame. Los anchos hombros
de Sy nos ensombrecen, pero todavía puedo ver perfectamente la forma en que
Vinny dirige sus ojos hacia Nick, nerviosa porque nos atrapan. Probablemente se
esté cagando de miedo, pensando que se enojará.
Realmente no lo hará.
—Jooder. —La voz de Nick es una octava baja y tensa cuando se agacha y le tira
el pelo hacia atrás para mirarla—. Siempre supe que serías la chupapollas más bonita.
—Él pasa un nudillo por el borde sonrojado de su pómulo, y prácticamente puedo
ver la alarma desaparecer de su rostro.
La voz de Sy suena, lenta y distraída. —No tenemos tiempo para…
—Sí, lo tenemos —no está de acuerdo Nick, apoyando la palma de su mano en
la parte posterior de su cabeza. Su meñique descansa sobre mi pulgar, y cuando la
empuja hacia abajo, puedo sentir la presión que usa, suave pero asertiva. Sus
movimientos vacilan, sus uñas se clavan dolorosamente en mi costado mientras él la
guía profundamente, con los ojos fijos en sus labios estirados. Ella hace un sonido
húmedo y de pánico y él se relaja, pasando los dedos por su cabello mientras ella
sale, jadeando por respirar. Él se abalanza, fusionando sus labios en un fuerte beso.
No sé qué mirar: sus pestañas mojadas o la mirada de sus lenguas encontrándose
entre sus labios.
Una mirada a Sy revela que se está frotando la polla a través de los jeans con
una mano y tomando un trago de una botella de cerveza con la otra.
—¿Ya te has corrido? —pregunta.
Sacudiendo la cabeza, espero el momento oportuno, esperando a que se separe
de la exigente boca de Nick. En el momento en que lo hace, la arrastro de regreso
y le doy mi polla antes de que Nick pueda tenerla nuevamente. Afortunadamente,
él está feliz de mirar, apartándole el cabello del cuello. Ve la marca que hice allí
antes y sé lo que va a hacer antes de que aparezca el nudo irritado en la parte
posterior de su mandíbula.
Se inclina y le coloca su propia boca, chupando su propia marca en la parte
superior.
Puedo sentir el gruñido que hace a través del eje de mi polla y aprieto los
dientes. —Estoy cerca. —Creo que podría decirlo más por Nick y Sy que por ella,
porque cuando se acercan para mirar, siento esta extraña oleada de satisfacción,
como si no pudiera esperar a que vieran lo que nuestra chica aceptó.
Me golpea como un mazo en el plexo solar, robándome el aliento con un
gruñido jadeante. Los tres miramos hacia abajo para ver mi polla sacudirse entre sus
labios. Surge con la primera ola de semen, y casi es demasiado tarde para agarrar
la base y tirar de ella hacia atrás, forzando su mandíbula a abrirse.
—Veamos —exijo, y ella rápidamente obedece, abriendo la boca justo a tiempo
para que una gruesa cinta de semen se dispare sobre su lengua. Nick está ahí para
pasar sus dedos por su cabello, manteniéndola firme mientras vacío mis pelotas en
su boca caliente.
Mi polla se contrae con un último y débil chorro, y el semen cae más en su
barbilla que en sus labios. Me agacho para recogerlo y lo empujo hacia adentro con
el resto, y agrego sin aliento: —Recuerda nuestro trato. —Sus ojos húmedos brillan
hacia mí, y con un parpadeo lento y pesado, cierra la boca y traga con todo el
cuerpo, forzando mi semilla a caer en su vientre—. Esa es nuestra buena chica —
digo, tocando la humedad debajo de sus ojos.
Nick parece estar a dos segundos de desabrocharse la bragueta, pero Sy
interviene, con voz fina y profunda. —Saul acaba de llamar. Es hora de ir a hacer la
cosa. No tenemos tiempo. —Nick gruñe y se pone de pie. Sus pollas están
visiblemente tensas contra los confines de sus pantalones. Y no son los únicos. La
mitad de los DKS parecen estar a un segundo de doblar una Cutslut sobre la
superficie más cercana. De nada chicos. Sy añade—: Enciérrala arriba y...
Vinny se levanta, con los ojos llenos de fuego, mientras se tapa la boca con una
muñeca. —¡¿Me van a encerrar otra vez?! ¡Pero acabo de...! —Señala mi polla, como
si la perspectiva de estar encerrada lo hubiera vuelto obsoleto.
—No. —La decisión proviene de Nick y no admite discusión—. Es la Duquesa —
dice con total naturalidad—. Ella va a donde vamos.
Sy me mira en busca de ayuda, pero me encojo de hombros y me subo los
pantalones. También me gusta tener a la Duquesa cerca. Huele bien y bueno, si me
confundo, busco la estrella. —El hermanito tiene razón —le digo—. Nos la llevamos.
Capítulo 24
LAVINIA
Todos se van cuando los Duques se lo dicen. Incluso las promesas que nunca
obtuvieron su marca de cachorro rápidamente no descartan ningún argumento. Para
Lado Oeste, la palabra de los Duques es ley. Pero los he visto al despertar. Los he
visto irse a la cama, irse a clase, conducir juntos al gimnasio, discutiendo sobre qué
música poner. Los he visto coexistir torpemente.
Y estos tres son un desastre.
Casi tienen tantas pequeñas diferencias como Leticia y yo. La desconfianza está
siempre presente en las preguntas, las miradas sospechosas, las palabras no dichas
entre ellos. Me pone nerviosa, sin saber qué Duque es más o menos peligroso para
mí. Remy ciertamente no ha ayudado, usándome para pinchar cualquier herida que
haya entre él y Nick. Hay drama familiar, traumas pasados, preocupaciones sobre
el estado mental de Remy y lo que sea que pasó entre ellos que hizo que Nick
huyera al Lado Sur. No es que estén fracturados. Algo fracturado todavía estaría
mayoritariamente sólido. Estos tres son pedazos rotos de un todo.
Así que la forma en que entran en acción es sorprendente.
Todos parecen entender la tarea. Se visten en la sala principal, intercambian
camisas, se ponen botas y les clavan cuchillos. Me quedo callada, mis movimientos
son fluidos y precisos. No importa cuánto me resienta, la verdad es que mi coño
tiene un dolor palpitante.
Comenzó con las caricias y luego con los besos en el cuello, y aunque Remy
me haya obligado a arrodillarme frente a todo el grupo debería haber sido el
equivalente a que me mojaran con agua helada, pero simplemente me ayudó a dejar
claro a los demás que ¿esto? Los Duques y la forma torpe en que discuten, las púas
que lanzan, las miradas oscuras, los comentarios, los cuchillos, los espacios
pequeños, los espacios grandes, el castigo y los elogios, el dolor y los toques más
suaves, ser Duquesa y todos ¿El estado que conlleva?
Es mío.
Nadie se lo ha ganado como yo. Haley seguro que no. Verity lo haría si fuera
necesario, pero no lo hizo. Soy yo quien ha estado en esta torre, tolerando y
aguantando. Y si recibo todo el daño, entonces eso significa que cualquier pizca de
bien que pueda venir con ello es mío para reclamarlo, y tengo la intención de
hacerlo.
Me cambio de mis jeans rotos y mi top corto por los pantalones deportivos que
Sy me había comprado y uno de los costosos suéteres de gran tamaño de Remy, y
trato de no hacerlo tan obvio que me estoy frotando los muslos, desesperada por la
fricción. ¿Fue la emoción de ello? ¿Fue la sensación de él en mi boca? ¿Fueron los
ojos, el reconocimiento de que soy más que un simple fantasma que flota detrás de
ellos?
No lo sé.
Sólo sé que nunca he estado más cachonda en toda mi vida.
Finalmente, salen las armas y observo desde el sillón, atando las botas que
Verity me dejó conservar, mientras cada uno de ellos carga suavemente sus
cargadores. De repente son una sola entidad, sin siquiera tener que mirarse el uno
al otro para atrapar un teléfono arrojado a la distancia o pasarse un juego de llaves.
Mi padre nunca me habría dejado involucrarme en los verdaderos negocios de
los Condes, pero he estado al tanto de carreras callejeras antes. Me paré junto a uno
de sus jóvenes soldados mientras pesaba polvos para un adicto para las casas que
no aceptaba un no por respuesta. Pero nunca fue nada parecido, el ambiente
saturado de un propósito tenso.
El camino hacia abajo está lleno de una concentración silenciosa que me da
miedo romper. Mantengo mis pasos a la par de los de ellos, sin siquiera querer que
mis pisadas interrumpan la energía del momento.
Todavía puedo saborear a Remy en la parte posterior de mi lengua.
Cuando Sy regresa con el vehículo, no es el SUV lo que veo, sino una
camioneta oscura. Me quedo en la acera, observando con fascinación cómo Nick
abre las puertas traseras, busca debajo del piso y abre una especie de pestillo. Lo
levanta para revelar un compartimento secreto. Sy rodea la camioneta para levantar
la caja negra y guardarla cómodamente en el vacío sobre el tren de aterrizaje.
—¿De quién es esta camioneta? —Pregunto, dándome cuenta de que hay
muchas cosas que no sé.
—Propiedad de DKS —dice Sy, cerrando las puertas traseras—. Oficialmente, se
utiliza para transportar el equipo de la fraternidad.
—Y extraoficialmente, se usa para mover armas... —La mano de Nick se cierra
sobre mi boca, sus ojos azules brillan en los míos con una advertencia silenciosa.
—Cuidado, Pajarito. —Observo cómo se gira y mira por encima del hombro
hacia la entrada del callejón. El movimiento levanta su camisa y veo la pistola negra
metida en sus jeans—. Nunca se sabe quién está cerca.
Susurro: —¿La policía?
Remy resopla, su cabello blanco sobresaliendo de debajo de su capucha
oscura. —La policía no ha sido un problema en Lado Oeste desde que mi tío se hizo
cargo de un cuerpo. Son los otros bastardos de los que tenemos que preocuparnos.
Siempre hay alguien buscando ajustar cuentas.
La declaración envía un escalofrío por mi espalda. Tienen razón. Un Barón
podría estar aquí afuera, enojado por perder la pelea. Uno de los soldados de mi
padre podría estar aquí. Pérez podría estar aquí afuera. ¿Creía que dejarían de
vigilarme porque estoy con los Duques? Pérez me siguió a la biblioteca para entregar
ese mensaje.
Ahora soy yo quien mira furtivamente por el callejón.
Al menos distrae la atención del latido de mi clítoris.
—Revisión de cabeza, hermano. —Sy se para delante de Remy, dándole un
golpe en el hombro con los nudillos—. ¿Estás bien? ¿Cuál es tu número?
Remy asiente con la barbilla, pero hay una arruga en su frente cuando
responde: —No lo sé. ¿Cinco?
La cara de Sy cae. —¿Sólo un cinco?
Remy se pasa los dedos por el pelo y se quita la capucha. De repente, me mira
fijamente y luego avanza hacia adelante, metiendo un dedo en mis pantalones. Me
quedo quieta mientras él los baja unos centímetros, mirando la estrella. Un mechón
de su cabello tiembla con la brisa que pasa mientras cuenta, sus labios se mueven
en silencio.
Asintiendo, levanta la cabeza y se coloca un marcador detrás de la oreja como
si fuera un cigarrillo. —No, estoy bien. Siete sólidos.
Sy mira de mí a Remy, y luego mira hacia donde está el tatuaje. —¿De qué trata
eso?
Es una pregunta dirigida más a Remy que a mí, así que la ignoro. Cuando Nick
abre la puerta lateral, subo rápidamente y me deslizo sobre el banco. No quiero ser
yo quien se abra paso a golpes para descubrir la verdad. Hice un trato con Remy
de que no le contaría a Sy que casi saltó del campanario y la mantuve. Los cortes
en su brazo eran una historia diferente: son demasiado obvios para taparlos con
mentiras. Sin embargo, mantengo la verdad cerca. Cosas como estas podrían resultar
útil algún día con Remy. En cualquier caso, Sy y yo acabamos de encontrar algo
cercano a la paz y no estoy de humor para ser objeto de su odio una vez más.
Nick me sigue al interior de la camioneta, me pasa un brazo por el hombro y
me acerca a su costado. La electricidad cargada de la escalera de antes todavía se
pega a él, y el pesado silencio de la cabina la amplifica. Me toca como una
compulsión, y las yemas de sus dedos trazan distraídamente la textura del interior
de mi muñeca. Siento el impulso zumbando bajo su piel, la forma en que la pistola
de tatuajes de Remy había vibrado en mi mano. No esperaba que me gustara eso:
la sensación de poder en la punta de mis dedos, ver cómo la aguja se hundía y la
sangre manaba de la herida. Fue como si la energía de Remy surgiera de su cuerpo
al mío, de su mano a la mía.
Desde la ventana, puedo ver el rostro de Remy inclinado hacia la farola
mientras Sy le dice algo, pero lo único en lo que puedo pensar es en cómo tuve la
polla de ese hombre en mi boca hace veinte minutos.
Lo que nadie me dijo nunca sobre chupar una polla es lo poderoso que puede
ser. Estaba de rodillas y me dolía. Todo el tiempo que estuve bajando los pantalones
de Remy, mis palabras a Pérez seguían corriendo amargamente por mi cabeza.
—No me arrodillo ante nadie…
Excepto que lo hice.
Pero no lo sentí como sumisión, no cuando lo tenía temblando como una hoja,
con los nudillos blancos y respirando desesperadamente entre dientes. Fue como
esa noche con Nick, acercándolo a mi puño. Me pregunto por qué Leticia, Auggy
(diablos, incluso la señora Crane) nunca me lo dijeron.
Lleva a un hombre al borde del orgasmo y será tu perra.
Hay una presión contra mi mejilla, Nick me gira para mirarlo. La cabina de la
furgoneta está a oscuras, borrando dos sombras en las cuencas de sus ojos. —¿A qué
se debe esa pequeña sonrisa?
No estoy segura de qué me hace estremecer más. El silencio tranquilo y
aterciopelado de su voz, el recuerdo de sus ojos oscuros mirándome tomar la polla
de Remy, o la forma en que su dedo recorre mi labio inferior. —Nada.
Mi respuesta roza la punta de su dedo. No necesito luz para saber que está
mirando mi boca. —Abre —dice, con voz tan exigente como el dedo que empuja
hacia adentro.
Obedezco, más por nerviosismo que por sensación de exigencia, y abro la
mandíbula para mostrarle mi lengua. La yema de su dedo la frota, como si tal vez
estuviera esperando que lo chupara. Lo siguiente que sé es que se está sumergiendo
y lamiendo contra él, su aliento caliente y extraño mientras saborea los restos de la
liberación de Remy. Es más una invasión obscena que un beso, su mano atrapa mi
barbilla mientras me lame, y tengo esta... sensación.
La sensación de que está empezando a perder la paciencia.
—Chuparle la polla te puso cachonda. —Su voz es lo suficientemente tranquila
como para no atravesar el silencio. Simplemente disminuye con él, desapareciendo
en mi boca—. Te vi retorcerte. Apuesto a que todavía estás empapada, ¿no?
Y luego mete la mano en los pantalones.
Aparto la cara de su boca, aunque mis caderas se elevan hacia él como una
invitación. —Espera…
—No. —Fuerza sus dedos entre mis muslos—. Rompiste la regla.
Dios, ese maldito beso. Sabía que volvería y me perseguiría. —Me obligó, no
es como si yo...
—Lo sé —dice Nick, sus dedos deslizándose entre mis pliegues—. Por eso este es
tu castigo y no algo peor.
Mi respiración se corta. —¿Este?
—Acabaré contigo incluso antes de que entren. —Sus dedos encuentran mi
agujero y no necesito su gemido de respuesta para saber qué encuentran. He estado
mojada desde que Remy empezó a jugar con mis pezones en la fiesta, y no mejoró
cuando lo tuve en mi boca—. ¿Crees que Remy es el único hombre que puede hacer
que tu cerebro deje de funcionar? —susurra, frotando mi humedad en círculos.
Obligo a mi cuerpo a abrirse hacia él, abriendo los muslos. Es demasiado difícil
pensar cuando el espacio que nos rodea se calienta con nuestra respiración, tan
silenciosa y quieta, pero soy lo suficientemente consciente como para entender que
esto es mejor que una noche en el ascensor.
Ocho días.
—Eso es todo. —Nick habla contra mi mejilla, en voz baja mientras pasa sus
dedos por mis pliegues—. Este coño sabe a quién pertenece, ¿no?
Me frota algo en carne viva dentro de mí al preguntarme si tiene razón, porque
apoyo mi cabeza en su hombro y me golpeo contra su mano. Sus dedos encuentran
mi clítoris, deslizándose alrededor de él en un círculo cerrado, y no puedo evitar
mirar hacia abajo, observando dónde su muñeca desaparece dentro de mis
pantalones. Es el antebrazo el que ha sido tatuado de color negro sólido. Casi puedo
engañar a mi cerebro haciéndole creer que es otra parte de las sombras, sólo una
parte del vacío infinito que nos rodea.
Él resopla respiraciones cortas en un lado de mi cara mientras trabaja su
muñeca, sus dedos empujan con fuerza, casi demasiado, en mi clítoris dolorido. He
sido como un cable vivo desde que Remy se corrió a mi lengua, y ahora estoy
abriendo las piernas, jadeando mientras persigo sin pensar el toque de Nick.
Me frota con una precisión implacable y todo está en silencio, como esa noche
con Sy. Como si esto pudiera ser un secreto que los demás nunca sabrían. A través
de la niebla de mi cuerpo que necesita fricción, el pensamiento me parece
vagamente beneficioso y me entrego a él, esperando que sea lo suficientemente
rápido como para que no me vean tan impotente.
—Sí, dámelo —retumba Nick, frotando mi clítoris. Está a mi alrededor,
demasiado cerca, demasiado cálido. El brazo que tiene alrededor de mis hombros
se levanta y me toca la frente, aplastándome contra la curva de su cuello—. Eres mía
—dice, duro como la grava—. Muéstrame cómo te ves cuando te haga…
—Dios mío, ¿y si te callas y solo me tocas de una vez? —digo bruscamente.
Agarrando su muñeca, la empujo.
Él gruñe contra mi mandíbula, pero finalmente (Jesucristo, finalmente) se
inclina más abajo, empujando bruscamente dos de sus gruesos dedos dentro de mí.
Mi espalda se arquea y odio que él lo esté viendo: el resoplido de mi nariz, la forma
en que me muerdo una dolorosa muesca en el labio. Pero lo peor es mi ruidoso y
torturado entusiasmo cuando el orgasmo me desgarra. Su palma sale volando de mi
frente para cubrir mi boca, con los ojos atentos a los demás. Él surge con mis caderas
agitadas, la palma de su mano clavándose en mi clítoris mientras sus dedos me
follan, despiadado, decidido. Lo mantiene callado y escondido, como si fuera
demasiado codicioso para compartirlo con sus hermanos.
Después todo se siente lento y confuso. El arrastre de su mano contra mi coño
mientras saca su muñeca de mis pantalones. El cosquilleo de su dedo resbaladizo
recorriendo mi labio. El frío caliente de la punta de su lengua, lamiendo mi sabor.
Apoya su frente contra la mía, inhalando mis exhalaciones. —Si alguna vez dejas que
uno de ellos te bese otra vez —dice, acariciando con los nudillos la curva de mi
mejilla—, te cortaré la maldita lengua.
Para cuando Remy y Sy suben a la camioneta, Nick luce convincentemente
casual, pero yo estoy rígida como el acero y su amenaza resuena siniestramente en
mis pensamientos. No sé por qué me molesto en estar atenta a Nick durante los
buenos momentos, porque él siempre se apresura a recordarme quién es.
Sus ojos están alertas, escaneando el área a través de las ventanas. —Creo que
estamos bien —dice, tocando a su hermano en el hombro—. Vamos.
El motor cobra vida con un ruido sordo y emprendemos el camino.
Remy nos da una mirada rápida desde el asiento del pasajero, sus ojos verdes
parpadean en el escaso espacio entre nuestros cuerpos, pero se gira rápidamente
hacia adelante nuevamente. Hay un sonido de movimiento, un clic, y luego la
ventana a mi lado cobra vida con un zumbido, abriéndose una grieta.
Desde mi posición, apenas puedo distinguir la curva de su sonrisa.
La ruta parece torcida, y la primera vez que damos la vuelta a una cuadra y
volvemos a girar en la misma dirección, me pregunto si Sy se habrá perdido. Pero
luego se me ocurre que es intencional, atravesar el Lado Oeste de una manera que
parece sin rumbo, pero que lentamente nos lleva al Lado Sur y luego al Este.
Finalmente, me doy cuenta de que estamos en el área que Sy y yo viajamos
cuando corríamos hacia la biblioteca.
Cuando finalmente encuentro la voluntad de hablar, es para preguntar: —¿Lado
Este?
—Sí —dice Nick, pasando su mano por mi muslo—. La calle Cincuenta y Tres
es el límite. Estamos en territorio Príncipe ahora. —Me quita el pelo del cuello y me
hace sentir como si me hubieran azotado. ¿Cómo puede alguien amenazarte con
mutilarte un segundo y luego tocarte con tanta ternura al siguiente?—. No te
preocupes. Nos han invitado.
Sy finalmente estaciona la camioneta en un lugar oscuro al borde de un antiguo
edificio de apartamentos. Al unísono, los tres chicos revisan sus armas.
—¿Necesito una de esas? —Pregunto, sintiéndome ansiosa.
Sy me lanza una mirada de incredulidad. —Joder, no.
—¿Alguien puede al menos decirme en qué nos estamos metiendo?
Suspira y guarda un arma, luego otra. —Este apartamento pertenece a Félix:
seguridad de los Príncipes. Ya no hacen negocios en su mansión. No después de
que un lunático irrumpiera y profanara con sangre su espeluznante cuarto de bebés
el año pasado.
Miro entre ellos, asimilando eso. —¿Trabajo de los Barones?
—Probablemente. Están todos trastornados —dice Nick—. Pero ahora nos
reunimos fuera del sitio. De todos modos, es más fácil así. Toda esta zona es una
mierda a la que nadie le presta atención. —Nick se inclina hacia adelante y agarra el
hombro de Remy—. Cuida a la Duquesa. Quédate con ella como una perra en celo.
—¿Espera qué? —Pregunto, alarmada.
—Entendido. —Remy se gira hacia mí y muestra esa espeluznante sonrisa
maníaca—. Estás conmigo, Vinny Lu.
Sy rodea la parte trasera de la camioneta para recoger la mercancía y Nick lo
sigue, tocando con la mano el arma en su cintura mientras sus ojos exploran la calle.
Evidentemente, ese es el papel de Nick: ser nuestro hombre mientras subimos el
tramo de escaleras y entramos en un pasillo estrecho. Aunque los chicos parecen
confiados, hay un bajo nivel de tensión que resuena en mis huesos. Estoy muy
familiarizada con el doloroso tedio de la vigilancia. Así me sentí todos los días de
mi vida con mi padre. Como si una bomba pudiera estallar en cualquier momento.
Sy se detiene en una puerta y Nick se inclina para tocar tres veces: dos veces
rápido, una pausa y luego una tercera. Doy un paso atrás, mi costado presionado
contra el de Remy mientras esperamos.
Cuando la puerta finalmente se abre para revelar una chica, ninguno de ellos
parece particularmente sorprendido por ello.
—Félix está ahí —dice, señalando con el pulgar hacia la sala de estar. La chica
es bonita, tal vez lo suficientemente joven como para ser otra estudiante más. Tiene
el tono exacto de rubio seco y cobrizo que Leticia solía menospreciar sin piedad
entre sus amigos, y aunque tiene la postura de una mujer de la Realeza (hombros
hacia atrás y barbilla levantada con arrogancia), le falta la gracia de una. Hay ojeras
alrededor de sus ojos, como si no hubiera dormido en días. O tal vez todo el esfuerzo
de mantener su espalda recta así la ha agotado.
Nick saca su arma y entra primero, manteniéndola a su lado mientras mira
dentro del apartamento.
Sus ojos van de la caja al rostro de Sy. —Llegas justo a tiempo. Ambos están
esperando.
Sy se detiene al cruzar el umbral. —¿Ambos? —Hay voces que vienen desde
atrás, fuertes pero conversacionales. Sy le lanza a Remy una mirada nerviosa y
empuja la caja en sus brazos, susurrando—: Si la mierda va mal...
—Entonces ven y salva nuestros traseros —dice Nick, tocando el gatillo—. Nunca
lo olvidaré si muero en Lado Este.
La cara de Sy se contrae. —Vamos.
Remy toma la caja, me rodea la cintura con un brazo y me arrastra a un nicho
junto a la entrada. Nick lo mira ampliamente y asiente. No sé qué pasa entre ellos,
pero hace que el agarre de Remy en mi cintura se apriete.
Sy y Nick desaparecen, siguiendo a la chica a través del vestíbulo hasta la sala
principal.
Inmediatamente, estalla el sonido del pánico: maldiciones bajas, algo cayendo
al suelo, una voz desconocida que grita: —¡Vaya, espera, espera! ¡Relájate!
—No me digas que me relaje, Félix —grita Nick—. ¿Quién diablos es éste?
Estúpidamente, Félix responde: —¡Hermano, relájate!
—¡Será mejor que empieces a hablar, Félix! —Sy ruge—. ¿Qué demonios es esto?
¿Algún tipo de emboscada?
—¡Detente! —chilla la chica, en voz alta y alarmada—. ¡Deténganse!
Remy me tiene escondida detrás de él y agarro su estómago, que está duro y
encogido. Voy a mirar a su alrededor, pero agarra mi suéter y me tira hacia atrás
con una mirada furiosa.
Pero no antes de que pueda ver bien lo que está pasando.
La visión de cuatro hombres en un tenso enfrentamiento, con armas
apuntándose entre sí, se graba a fuego en mis retinas. Están Nick y Sy, además de
un tipo larguirucho que supongo que es Félix, y luego su invitado, que... por lo que
parece, fue inesperado. Es fácil entender por qué.
—Tienes dos segundos para explicar qué carajo está pasando —dice Simon, con
la voz tensa y con una moderación que se desvanece—, o los Príncipes están a punto
de perder a un hombre.
—Oye, conozco a ese tipo —le susurro a Remy, pero él está sacando su arma,
pareciendo a dos segundos de correr hacia allí. No creo haberlo visto nunca tan
alerta antes, con una mano extendiéndose hacia atrás para tocar mi cadera.
—Si alguien dispara, corre, Vinny. Recuerda, no te hagas la héroe.
Pero antes de que pueda hacer un movimiento, lo rodeo y me lanzo hacia Sy
y Remy. —Bajen las armas, furiosos desastres de testosterona.
Todas sus armas se apuntan hacia mí, y luego los ojos de Nick se tensan y su
cañón cae instantáneamente. —¡Remy! —grita, y el hombre en cuestión de repente
está detrás de mí, alejándome.
Lucho contra el agarre de Remy. —¡Es solo Cash! Es el chico al que los Condes
pagan para gestionar su basura. Yo respondo por él, ¿de acuerdo?
Cash baja su arma a continuación, con los ojos muy abiertos. —¿Mierda,
Lavinia? ¿Eres tú? —Suelta una carcajada, mostrando una sonrisa alegre que evoca
recuerdos del río de la escuela secundaria—. Maldita sea, chica, escuché que
cambiaste el abrigo por los puños, pero no lo creía cierto. Medio sospechaba que tu
padre te había entregado a los grandes B.
Sy mira entre ambos, moviéndose ansiosamente. —¿Este cabrón es un Conde?
Poniendo los ojos en blanco, levanto la mano y la bajo, haciéndole un gesto a
Sy para que suelte el arma. —Difícilmente. Es sólo un lacayo. Nos conocemos desde
hace algún tiempo.
La cabeza de Cash retrocede. —¿Lacayo? ¿Por qué tienes que lastimarme así,
nena? —Es el primero en guardar su arma, luciendo molesto—. Estaba simplemente
haciendo una entrega de rutina, suministrando lo mejor a los ciudadanos honrados
del Lado Este, y tus muchachos vienen corriendo aquí como una maldita trampa de
la Reserva Federal. Por suerte este “lacayo” no salió con un tiro en la cabeza.
—¿Tenemos suerte? —Dice Nick, todavía tocando el gatillo—. Habla un poco
más de mierda, cara de culo. Veamos qué tan lejos llegas.
Le lanzo a Félix una mirada desconcertada. —¿Programaste entregas con dos
casas rivales al mismo tiempo? El único que tiene suerte aquí es tu estúpido trasero.
Félix no se lo toma bien. —¿Quieres callar a tu perra y hacer negocios, o
quedarte aquí sosteniendo nuestras pollas?
Nick responde con una tranquilidad que desmiente sus palabras. —Vuelve a
llamar perra a nuestra Duquesa, y la única casa con la que haremos negocios esta
noche es la “gran B”.
Los Barones tratan con la carne como lo hacen los Lords. Sólo que su
especialidad es deshacerse de ella. Nadie sabe cómo, porque lo que mejor que hacen
los Barones es guardar silencio. Su negocio depende de una reputación de un siglo
de nunca encontrar un cuerpo y nunca acusar al cliente de sus asesinatos.
Impresionante, considerando el volumen que deben de pedidos que deben tener.
La tensión cae de la habitación como un peso de plomo, y la chica que ha
estado parada a un lado todo este tiempo, con las palmas tapándose la boca, se
desinfla. —No lo sabía —tartamudea—. Cuando los invité a pasar, no...
Félix guarda su arma y mira con el ceño fruncido a todos. —Se suponía que
este debería estar aquí con la entrega hace una hora.
Cash se encoge de hombros. —Nadie me dijo que era vida o muerte, hermano.
—Todo el mundo sabe que los relojes de los traficantes de drogas van más lento
que el de dos caracoles jodiendo —digo, alejándome cuando Remy finalmente me
deja ir—. Alégrate de que haya acertado en el día.
—Oye —dice Cash, mirando entre nosotros—. Nos relajamos ahora, ¿o qué? No
digo que no pueda defenderme, pero me fumé un porro en el camino y es posible
que no rinda al máximo en un tiroteo.
No son nada fríos. Nick todavía está más tenso que la cuerda de un piano, y
Sy parece estar luchando por poner en su caja cualquier instinto de supervivencia
que acaba de surgir. Pero Remy responde: —Terminemos con esta mierda de una
vez —y golpea la caja contra la mesa de café.
Sin que me lo pidan, tomo a la chica del brazo y la llevo a la cocina, justo al
lado de la sala de estar. —Probablemente deberíamos dejarles hacer lo suyo —le
explico.
Su rostro está pálido y, temblorosamente, toma un vaso del colador al lado del
fregadero y lo llena debajo del grifo. —Jesucristo.
—¿Estás bien? —Pregunto.
—Sí, eso fue simplemente... mucho más cercano a la muerte de lo que me
imaginé.
—Si, dímelo a mí. —Apoyo mi cadera en el mostrador, manteniendo un ojo en
la otra habitación. Sy está sacando un arma de la caja y apuntando al área lisa que
Remy archivó en algún momento—. ¿Esta es tu casa?
Ella hace medio gesto de asentimiento y medio encogimiento de hombros. —
Algo así. Me mudé la primavera pasada.
—Soy Lavinia —digo, sintiendo la necesidad de tener una pequeña charla
mientras los chicos hacen sus negocios.
—Autumn. —Asiento con la cabeza. El nombre me resulta vagamente familiar,
pero últimamente me he cruzado con muchos caminos, desde el antiguo motel, el
Velvet Hideaway, hasta ahora las Cutsluts del Lado Oeste. Todas estas mujeres me
parecen iguales. Presumidas y nerviosas, con ese pequeño atisbo de trauma en sus
ojos—. Holden me trajo aquí —dice de repente, como si supiera ese nombre. Cuando
lo único que hago es asentir suavemente, explica—. Era mi Príncipe. Félix es su
primo.
—¿Eres la princesa? —Eso explica la postura altiva, pero no el aspecto
demacrado. Las princesas son pequeñas caniches notoriamente mimadas.
—Era —corrige, bajando la mirada—. No pude quedar embarazada.
—Oh. —Reprimo una mueca al darme cuenta de que fue expulsada. La Princesa
sólo tiene unos meses para concebir, y si no lo hace, ya está, reemplazada por otra
bonita cámara de incubación Stepford3. La incomodidad del silencio es lo que me
hace mirar hacia otro lado, buscando otro tema. Las Princesas son las más apegadas
a su puesto. Alto riesgo, alta recompensa y mucho sexo, de cualquier manera. Dudo
que algún hombre de la Realeza tenga la capacidad de amar a una mujer, y estoy
segura de que la mayoría de las mujeres de la Realeza son iguales. Excepto las
Princesas. Siempre parecen caer con más fuerza. Una Princesa fallida debería ser
puesta bajo vigilancia de suicidio.
Entonces es cuando noto el balcón. Afuera está oscuro, pero veo algo que se
mueve más allá del cristal: una pequeña bola de pelo blanco. Está frente a la ventana
y dos ojos amarillos se reflejan en la luz. Sé cuándo abre la boca para llorar que este
es el apartamento que vi en mi recorrido matutino con Simon.
Me giro hacia la mujer. —¿Ese es tu gatito?
Ella sigue mi mirada, frunciendo el ceño. —Sí, es mío.
—¿Por qué está en el balcón? —Todo el maldito tiempo, quiero añadir.
—A Félix no le gustan los gatos.
Miro al otro lado de la cocina y a través de la puerta, y veo a Félix. Está
entrecerrando los ojos ante una de las armas, fingiendo que posiblemente no sea lo
suficientemente buena. Aquí todo el mundo sabe que las va a comprar. Yo misma
vi las armas. ¿Son sólidas y con atención al detalle en la presentación? Es una
artesanía que esta ciudad probablemente nunca haya visto una igual. Félix es alto y
delgado, y tiene una mirada tonta: la cara de un soldado, no de un miembro de la
Realeza. Primo de un miembro de la Realeza. Patético. Esta chica es demasiado
bonita para él, lo que refuerza mis valoraciones sobre las Princesas fallidas.
Vigilancia de suicidio. En serio.
—Si a tu novio no le gustan los gatos, ¿por qué tienes uno?
—Holden me lo prometió cuando intentábamos... —Su mandíbula se mueve
alrededor de una palabra que no parece dispuesta a decir. Se aclara la garganta—.
Su princesa acaba de dar a luz, así que supongo que me lo dio como premio de
consolación.

3
Referencia al libro de suspenso psicológico The Stepford Wives de Ira Levin, en el que las mujeres de la historia
viven con el único propósito de hacer felices a sus esposos, a tal punto de comportarse como robots domesticados.
Parpadeo, tratando de procesar su idiotez egoísta. —No es culpa del gatito que
te quedaras atrapada siendo la acompañante de un idiota del Príncipe.
Me da una sonrisa mordaz y amarga, sacando una botella de vodka del
refrigerador. —Muy lindo, ¿eh? No puedo tener su bebé, pero puedo tener su gatito.
Félix, el gatito y yo. Simplemente mantiene su coño en un solo lugar. —Se ríe
sombríamente de su propio chiste y eso hace que mis puños se aprieten.
Es tan Forsyth. Guardar algo bajo llave sólo para fastidiar a otra persona.
Ponerlo en una jaula porque es un inconveniente. Ni siquiera molestarte en cuidar
de tu maldito prisionero, sólo esperar que permanezca en silencio hasta que vuelva
a ser útil.
Es tan jodidamente real.
Entonces entra Félix, que parece un aspirante a gángster con su gorra de
camionero, su gruesa cadena y su chaqueta brillante. Este tipo no es un Príncipe en
absoluto, probablemente esté comprometido con los Psi Zetas porque ninguna de
las casas más duras lo aceptaría. Nos mira con desdén y murmura: —...ni un maldito
miembro Real. —Mientras se dirige al refrigerador. Agarra una sola cerveza
(tampoco es un gran anfitrión) y usa el borde del mostrador para abrir la tapa. Toma
el primer sorbo mientras me mira fijamente—. ¿Entonces eres esa princesa del lado
norte?
Señalo a Autumn. —Ella es la princesa. Yo soy la Duquesa.
—Pero perteneces a los Condes —argumenta.
—No pertenezco a nadie —insisto—. Pero si lo hiciera, sería a los Duques,
obviamente.
—Esto es lo que quiero saber. —Me señala con el cuello de su botella—. ¿Por
qué los Duques pueden tener a alguien como tú, y los Príncipes se quedan con... —
Le hace un gesto a Autumn, quien se acurruca sobre sí misma—. Si hubiera sabido
que había otro pedazo del trasero de Lucia flotando por ahí, tal vez habría luchado
por eso.
Le lanzo una larga y desdeñosa mirada. —Habrías perdido. Apuesto a que
Pérez podría tomarte con calma. —Pero entonces algo en sus palabras penetra y me
detiene—. ¿Qué quieres decir con “otra” Lucia? ¿Conoces a Leticia?
Pero Nick y Sy entran a la cocina, interrumpiéndonos. —¿Es así como hacen
negocios los Príncipes? —pregunta Sy. Su mirada es tan dura como la de su hermano,
solo que Nick dirige la suya al espacio entre Félix y yo—. ¿Desaparecer para tomar
una cerveza? No tenemos toda la maldita noche.
Félix lo mira a los ojos mientras toma un largo trago de su cerveza. —¿Es así
como hacen negocios los Duques? ¿Cobran una prima ridícula por sus piezas?
Nick responde descaradamente: —Sí.
—Todo el tiempo —coincide Sy—. Siempre se hizo y siempre se hará. Paga o
deja de hacernos perder el puto tiempo.
Felix tararea, su mirada vagando hacia mí. —No creo que valgan la pena. Pero
ésta... —Inclina el cuello de su botella en mi dirección y se acerca. Se detiene frente
a mí, mirándome de arriba abajo—. ¿Es cierto lo que dicen? Al parecer, los coños
del Lado Norte brillan. —Sonríe y su lengua se desliza sobre una hilera de dientes
torcidos—. Dame una hora con tu perra —dice, extendiendo la mano para tocar mi
cabello—, y te pagaré por...
Salto hacia atrás.
Porque me está tocando el pelo.
Por el repentino “pop”.
Por la calidez que florece en mi rostro.
Los ojos de Félix se quedan en blanco un milisegundo antes de caerse,
golpeando sin vida contra el suelo. Hay un zumbido ensordecedor en mis oídos que
se vuelve estridente y doloroso, pero al principio no me doy cuenta de lo que es,
mis ojos están fijos en la forma inerte de Félix. La sangre comienza a acumularse
alrededor de su cabeza y hay un tic en su brazo, los dedos se agitan como si estuviera
convulsionando. Pero luego no hay nada y no lo entiendo. No lo comprendo.
No hasta que giro la cabeza.
Nick está parado en medio de la cocina, vaciando casualmente la recámara de
su arma. Tiene los ojos fijos en la tarea y los labios se mueven, pero no puedo oír lo
que dice. Todo es tan ruidoso. Sólo cuando levanta la vista y pone los ojos en blanco
con exasperación hacia Autumn, me doy cuenta de que está gritando.
Remy y Cash entran corriendo a la cocina, con las armas en la mano, pero
todo lo que puedo hacer es mirar entre Nick y el idiota antes conocido como Felix,
porque está más muerto que un puto clavo.
—Le disparaste —digo innecesariamente. Incluso mi voz suena extrañamente
apagada, como si mis oídos estuvieran entumecidos hasta la médula.
Nick se encoge de hombros y se estira hacia atrás para guardar el arma
nuevamente. —No puedo decir que no se lo advertí.
Remy embiste a Autumn y le tapa la boca con una mano. Cash mira
abiertamente boquiabierto a Félix. Sy está reprendiendo a Nick con esta expresión
irritada, diciendo: —¡¿Ahora quién va a comprar las armas?! —y extendiendo una
mano en dirección a Félix, como si estuviera regañando a un cachorro por hacer un
desastre en la alfombra. Todas estas cosas están sucediendo al mismo tiempo, pero
todo lo que veo es que Nick finalmente encuentra mi mirada, con ojos duros y
seguros.
—¿Estás bien? —pregunta.
Tontamente, repito: —¿Bien? —Algo me hace cosquillas en la mejilla y levanto
la mano para alejarlo. Entonces es cuando me doy cuenta de la fuente del calor en
mi cara.
La sangre de Félix.
Nick da un paso adelante y con fluidez agarra un paño de cocina que cuelga
del mango del horno. Por alguna razón, no me inmuto cuando se acerca a mí,
tocándome la barbilla para mantenerme firme mientras comienza a limpiar
suavemente la sangre. Curiosamente no siento nada en absoluto. Donde debería
haber una sensación de horror, no hay nada. Sin pánico. Sin miedo. Sin disgusto ni
repulsión. Hay un temblor en mis nervios que hace temblar mis hombros, pero no
lo siento. Autumn está en un rincón perdiendo el control y estoy levantando la cara
para que Nick pueda ocupar el espacio debajo de mi mandíbula. Sus ojos azules se
fijan en la tarea con una especie de concentración solemne, y mientras una mano
me limpia el lóbulo de la oreja de las salpicaduras de sangre, la otra pasa el mechón
de pelo que Félix había tocado, como si Nick pudiera borrarlo.
—Oh. —Desde la entrada, Cash levanta una mano—. Te compraré tus armas.
Sy se toma un descanso de pellizcarse el puente de la nariz para lanzarle a Cash
una mirada cautelosa. —¿Las siete?
Cash asiente. —Hazme un descuento del diez por ciento y jura por tu vida que
nunca estuve aquí. Incluso te daré algo de mi mercancía.
Sy objeta con una mueca de desprecio. —El Lado Oeste no quiere drogas,
Desde el otro lado de la mesa de la cocina, la cabeza de Remy aparece, con
los ojos muy abiertos y esperanzados. —Oye, el Lado Oeste quiere algunas drogas.
—Tú —espeta Sy, apuntándole con un dedo—, no tomes drogas. Tú —señala a
Nick—, pide tu favor a los Barones y deshazte de él. ¡Quiero esta mierda tan
jodidamente limpia que Saul y Ashby pensarán que este hijo de puta desapareció
en el aire!
Mi voz emerge oxidada y débil. —¿Qué hay de ella?
Autumn se detuvo, está sentada debajo de su desvencijada mesa con las rodillas
dobladas, mirando boquiabierta el cuerpo. —Oh, Dios mío. Oh, Dios mío. Oh, Dios
mío —jadea, una y otra vez.
Princesas.
Remy le da una larga mirada, rascándose la cabeza. —¿Eh, Nicky? ¿Hay alguna
posibilidad de que los Barones nos deban dos favores?
No.
No conozco a esta chica, pero sé que no puedo verla morir. No porque algún
tipo quisiera tocarme. No por Nick, que está tan trastornado que le dispararía a un
hombre tan pronto como me sacara la lengua de la boca. No por mi culpa.
Nick se inclina para mirarla debajo de la mesa y es fácil. Su arma sobresale de
sus jeans y simplemente me abalanzo hacia ella, sacándola hábilmente de la cintura.
Él se levanta, pero antes de que pueda detenerme, estoy metiendo la mano debajo
de la mesa y agarrando un grueso mechón de su cabello, sacándola.
Arrodillándome, coloco el cañón debajo de su barbilla, ignorando su grito
lastimero. Mi voz es mucho más uniforme de lo que siento cuando pregunto: —
¿Sabes quién soy, Autumn? ¿Sabes lo que he hecho?
Las lágrimas corren por sus mejillas y está temblando tan fuerte que puedo
sentir la vibración en la empuñadura del arma. —Tú eres la Duquesa —solloza, con
los ojos cerrados—. Eres Lavinia Lucia.
Empujo el cañón con más fuerza en su mandíbula. —Entonces sabes lo que
puedo hacer, así que necesito que prestes atención. —No sé de dónde viene, esta
extraña sensación de calma y mando, pero el hecho de que todos los chicos estén
apartados, mirando en silencio, refuerza mi determinación—. Vas a salir de aquí esta
noche y abandonar el Lado Este. Vas a mantener la maldita boca cerrada. Le dirás
a cualquiera que te pregunte que Félix te echó a la calle hace días.
Ella asiente con estos pequeños tirones contra el cañón del arma, insistiendo:
—No diré nada, lo juro.
—Si lo haces, te encontraré. —Le aprieto el pelo con más fuerza, esperando que
sienta el dolor—. ¡Y vas a superar a Holden! Nunca amará a nadie más que a sí
mismo, porque así es como funcionan estos pedazos de mierda. ¿Crees que tener
un hijo suyo es un maldito cuento de hadas? ¡Mira lo que te aporta ser hija de un
Rey! —La suelto y extiendo los brazos—. ¡Una madre muerta y dos años de encierro!
No creas en las exageraciones, Princesa. —Me giro y le devuelvo suavemente el arma
a Nick.
Nick me mira con ojos astutos, pero hay algo apenas controlado debajo. Lo
oculta inmovilizándome con un ceño fruncido mientras guarda su arma nuevamente.
—Nunca toques mi maldita arma.
—Mátala y nuestro trato se cancelará —digo. Autumn es patética, pero es una
mujer de la Realeza. Producto de su propia ruina. Podría ser Leticia. Podría ser
Verity. Podría ser yo.
—Bien —responde Nick, asintiendo con la barbilla a la chica—. Toma lo que
necesites y vete.
Veo un destello blanco a través de las puertas correderas. Antes de que
Autumn encuentre el equilibrio suficiente para ponerse de pie, agrego con decisión:
—¡Y me llevaré a tu maldito gatito!

Siete días.
Amanece cuando finalmente comenzamos el viaje de regreso a la torre.
La camioneta está en silencio, iluminada por las tenues luces de la calle y la
pantalla del teléfono de Remy. Parece más cansado que yo, con la cabeza apoyada
contra la ventana mientras mira un vídeo. En el asiento del conductor, Sy mantiene
la vista al frente, su reflejo en el retrovisor es pálido e increíblemente más estoico
que de costumbre. A mi lado, Nick tiene las piernas abiertas, la cabeza apoyada en
el asiento, los brazos cruzados y los ojos cerrados. Fue una larga noche.
Evidentemente, deshacerse de un cadáver requiere mucha espera.
Lo pasé todo el tiempo escondida en la camioneta, así que nunca vi quién vino.
Quien se llevó a Félix. Cómo se llevaron a Félix. Todo lo que sé es que en un
segundo me quedo dormida con un ronroneo y al siguiente, ellos se deslizan en sus
asientos.
Desnudos.
—La ropa es evidencia —fue todo lo que dijo Remy, luciendo demasiado
cómodo mientras guardaba todas sus armas y pertenencias en la consola central,
con la polla pesada entre sus piernas.
Hay un retorcimiento contra mi pecho y miro hacia abajo, viendo al gatito
acurrucarse un poco más. Le di la vuelta a mi suéter y lo coloqué en la capucha, lo
que supongo será útil en el largo camino por las escaleras de la torre. En el momento
en que abrí la puerta del balcón, la temblorosa bola de pelo cargó contra mi tobillo
y trepó por mí como un rascador, llorando a gritos. Es tan pequeño... apenas tiene
edad para separarse de su madre, en mi opinión. Pero es fuerte. Resiliente. Pasó
media hora limpiando torpemente su pelaje blanco antes de sucumbir finalmente al
descanso.
Es un luchador.
—Necesitaremos suministros —me doy cuenta, mirando hacia arriba con
esperanza—. ¿Comida, una caja?
Los ojos de Sy se dirigen al espejo y se encuentran con los míos con cejas bajas
y enojadas. —No.
—Pero…
—¡Cierra la puta boca! —dice bruscamente, con los nudillos blancos alrededor
del volante—. ¡Tuve que desmembrar un cuerpo por tu culpa! ¡Lo último que quiero
oír es otra de tus jodidas y molestas exigencias!
Nick suspira. —Es demasiado tarde para esta mierda, Sy. Guarda tu rabieta para
mañana.
—Por favor —murmura Remy, luciendo agotado.
Brevemente, me pregunto qué implica desmembrar un cuerpo y si eso es algo
que Remy puede manejar mentalmente. Pero a pesar de que parece cansado,
recostado en el asiento delantero, completamente desnudo, no veo al Maníaco que
habita en sus ojos.
En realidad, parece algo aburrido.
Guardo un largo silencio antes de añadir de mala gana: —Los viejos Duques
tenían un perro.
—Los nuevos Duques también tienen uno —dice Sy, girando por el callejón al
lado de la torre.
Entrecierro los ojos, pero lo pienso dos veces antes de responder cuando miro
al gatito. Entonces sé que es un error: que debería dejar al gatito en alguna parte.
Sería una tontería preocuparse por algo. Sería darles a estos tres algo que usar en mi
contra. Algo inocente e indigno. Sería otra forma de controlarme. Verity lo aceptaría
si se lo pidiera. Soy la Duquesa. Podría darle una porción de su cómoda libertad.
Cuando la camioneta se detiene bruscamente, él se mueve y extiende dos
pequeñas patas para bostezar.
Lo acuno cerca mientras salgo.
La caminata hasta la torre es silenciosa y tensa, y significa mirar el musculoso
trasero de Sy y su polla de caballo balanceándose mientras camina delante de mí.
Cada uno de ellos tiene sus armas, teléfonos y billeteras en sus manos, y suben más
rápido de lo que estoy acostumbrada, luchando por mantener el ritmo. Abrazo el
capó con mis brazos y espero que estén demasiado cansados para darse cuenta de
que llevé al gatito a través de la sala de fiestas, subí las escaleras y llegué a la sala de
estar principal.
Es lo suficientemente silencioso como para que todos escuchemos sonar el
teléfono de Simon en el momento en que cruzamos la puerta. Mira la pantalla y
luego lo mira dos veces, congelándose. —Mierda —murmura, tratando de poner una
mano sobre su enorme polla. Incluso suave, esa cosa es como una manguera contra
incendios—. Tenemos un maldito problema enorme.
Remy estira los brazos en el aire, dejando que todo cuelgue, sin disculparse
cuando me pilla mirándolo. —¿Es Saul? ¿Ya le han llegado noticias?
Simon niega con la cabeza. —Peor. Es mamá.
Nick hace una mueca visiblemente. —¿Qué es lo que quiere?
—Exige que vayamos mañana a cenar —dice, mirándonos a su hermano y a
mí—. Y tenemos que llevarla.
Me congelo cuando se vuelven hacia mí. Los Duques lucen bastante
amenazadores cuando usan jeans, trajes y sudaderas con capucha, pero ¿así?
Desnudos de pies a cabeza, tatuados y musculosos, ¿un estudio de contrastes? Envía
una oleada de pánico por mi columna. Tratar con uno de ellos es bastante
intimidante. La vista de sus tres pollas colgando, cada una de ellas cobrando vida
bajo mi escrutinio paralizado, es básicamente como si me estuvieran amenazando a
punta de pene.
—Nos ocuparemos de eso después de haber dormido un poco —decide Nick.
—Voy a dormir en mi habitación —anuncio, sólo para dejar claro que no voy a
correr. Es como mirar a tres osos, con el temor de que en el momento en que les dé
la espalda, vendrán a perseguirme.
Por suerte, ninguno de ellos lo hace.
Subo las escaleras y llevo al gatito a mi loft. La suave luz del amanecer se cuela
a través de la esfera del reloj y con cuidado lo saco de mi capucha, presentándole
mi nido improvisado. Pasa un momento husmeando como si fuera una falsa borla
de polvo.
—No es mucho —le susurro, pasando dos dedos suavemente por su espalda—,
pero es mejor que estar encerrado en ese balcón, ¿eh?
El gatito gira, frotando su cadera contra mi muñeca, sus pequeñas patas
amasando la manta. Luego me mira y llora, sus grandes ojos azules entrecerrados
por la fuerza.
—Tienes hambre —noto, con la boca apretada en una línea tensa—. Veré lo que
puedo…
Me interrumpen fuertes pisadas que se acercan hacia el loft y me pongo rígida,
cruzo las piernas y empujo al gatito detrás de mí. Sy aparece con un par de
pantalones deportivos holgados y nada más, deteniéndose en el último escalón de
la escalera de caracol. La luz rosada del crepúsculo lo baña con una calidez apagada,
resaltando la escalera estriada de sus abdominales. Pasa un largo momento
mirándome, el músculo en la parte posterior de su mandíbula hace tictac.
—Necesitamos hablar. —Cuando todo lo que hago es mirarlo fijamente, él… se
desinfla. Con la cabeza echada hacia atrás, lanza un fuerte suspiro y murmura—: No
puedo creer que tenga que hacerlo... —Pero luego vuelve a su postura, apoyando un
codo en la barandilla—. Sabes que nunca quise que fueras Duquesa.
Haciendo lo mejor que puedo para contener al gatito, mi labio se curva. —Ya
somos dos.
—Pero para esta cena... necesito que cooperes.
—¿Crees que no he estado cooperando? —Giro mi otro brazo hacia atrás para
calmar al gatito, y no me pierdo cuando los ojos de Sy bajan hacia mis tetas—. He
sido un maldito rayo de sol para ustedes tres durante la última semana.
Se pasa los dedos por el pelo y parece tan cansado como yo. —Mis padres no
están al tanto de toda esta situación.
—¿Que parte? ¿Las peleas y fiestas? ¿El tiroteo? ¿O simplemente te refieres a
mí? Tu esclava.
—No son despistados. Nuestros padres eran Duques. Tanto nuestros padres
como nuestra madre... optaron por no desafiar a Saul a ser Rey. Nunca quisieron
que ninguno de nosotros se involucrara en este estilo de vida. —Sacude la cabeza y
frunce el ceño—. Pero los padres no pueden definir quiénes serán sus hijos. —La
declaración golpea fuerte, un puñetazo en el estómago, y Simon está demasiado
despistado como para siquiera reconocerlo, porque continúa divagando—. Mira,
necesitamos que te portes bien durante la cena. Actúa como si quisieras ser la
Duquesa. Usa tus modales. Sé cortés con mi mamá y ríete de los chistes de nuestros
padres.
—¿Y por qué diablos debería hacer eso? —Pregunto, con el pecho ardiendo de
indignación—. ¿Vas a amenazarme con violarme otra vez? ¿Amordazarme con tu
polla? ¿Quizás soltar a Remy durante uno de sus episodios? ¿Decirle a Nick que es
libre de castigarme de la peor manera posible? ¿Ese es el plan?
Con voz dura, responde: —No necesito que tengas miedo. Mi madre lo olfateará
en un abrir y cerrar de ojos. Necesito que seas creíble. —Se pasa la palma por la
cara—. ¿Entonces qué quieres?
—¿De qué diablos estás hablando?
—Dije, ¡¿qué quieres?! Sé que tú y mi hermano hacen esta mierda de ojo por
ojo, trueque o lo que sea. Dime lo que quieres y podremos negociar.
Lo miro fijamente durante un largo momento, determinando si habla en serio.
Tengo que asumir que así es, porque los únicos juegos que a Sy le gusta jugar son
los que tienen un trofeo al final.
Lo pienso por un segundo, fingiendo pensar en ello, pero ya lo sé. Conseguí
que Nick prometiera una cosa no especificada para ese beso, pero sé que necesitaré
que los tres estén de acuerdo.
—Déjame quedarme con el gatito.
Él parpadea. —¿Qué?
Saco al gatito de detrás de mi espalda y lo coloco en mi regazo. —Consígueme
algunos suministros: comida, juguetes, una caja. Nada extravagante. No será un
problema...
Alzando la vista, dice: —¡Los gatos son desagradables! ¡Apestan! Literalmente
se cagan en una caja. —Luciendo molesto, agrega—: ¿No puedo traerte un libro,
algunas herramientas, una barra de chocolate o algo así?
Le pongo al gatito mi dedo índice en su cabecita. —Esto es lo que quiero.
Tómalo o déjalo.
Sy suelta una risa tranquila y se cruza de brazos. —Eres un jodido dolor en mi
trasero.
Asiento y le ofrezco la mano. —¿Tenemos un trato o qué?
Lo mira con recelo, como si fuera a contraer herpes si me toca, pero lo acerco
más y él hace una mueca, tomándolo. Su mano está áspera, callosa por todas las
peleas. Una sacudida me recorre mientras la sacudimos. Siento que acabo de hacer
un trato con el diablo. Una cosa es negociar de un lado a otro sobre pequeñas cosas
en la casa, pero esto se siente diferente. Simon no sólo está negociando para llevarme
a su cama. Está reafirmando que seré buena con sus padres. Esto significa que le
importa lo que piensan.
Y eso es sólo más información que planeo archivar para más adelante.
Capítulo 25
SY
No estoy seguro de dónde sacó el vestido, pero es perfecto. La tela es un estampado
floral pálido. Nada de cuero ni lentejuelas, tirantes ni denim. El dobladillo roza sus
rodillas y la parte superior muestra sólo una pizca de sus amplias tetas. Ni siquiera
importa que esté usando esas botas hasta la pantorrilla que Verity le regaló el viernes.
Todavía parece... apropiada. Modesta. Es exactamente el tipo de vestido que usarías
para conocer a los padres.
La ola me envuelve: irritación. Enojo. ¿Cómo se atrevía a presentarse como
algo tan virtuoso? Hace un par de noches, estaba tragándose la carga de Remy frente
a toda una fiesta de victoria de DKS, y ahora está agachada con su bonita vestimenta
dominical y besa a esa pequeña rata blanca en la frente.
—Pórtate bien mientras no estamos —le dice, acercando su plato de comida.
Había llevado a Remy conmigo ayer por la tarde a una tienda de mascotas de
mala calidad en El Lado Sur para conseguirle a la criatura lo esencial, pero el viaje
fue más para comprobar dónde estaba la cabeza de Remy que cualquier otra cosa.
Nick no es ajeno al trabajo con cuerpos y, para mí, la anatomía es solo ciencia.
Clínicamente, los cuerpos (sangre, fluidos, músculos y huesos) no me molestan. Pero
Remy es impredecible y la más mínima mierda puede desviarlo de su rumbo.
Supongo que no debería haberme preocupado. Una docena de tonos diferentes de
amarillo lo harían estallar, pero ¿desmembrar un cuerpo?
Principalmente tuve que evitar que lo cortara más de lo necesario. Estaba muy
emocionado de ver cómo se veían partes demasiado específicas del interior de
alguien. —¿Son todas las médulas espinales así de translúcidas? —había dicho,
exclamando y exclamando mientras hurgaba en Félix como si fuera un plato de
dulces—. Malvado, simplemente malvado.
Así que el viaje a la tienda de mascotas fue más para asegurarme de que Remy
no se convirtiera en un maldito Barón o algo así, pero resultó en esto:
Lavinia Lucia, en medio de mi sala, sacudiendo un ratón de juguete para el
gato de nuestra víctima de asesinato.
—Jesucristo —murmuro, frotándome las sienes—. ¡Vamos!
Los reúno a todos y trato de no pensar tanto en que ella parezca una maestra
de escuela dominical. Le pedí que hiciera esto. Pretender. Actuar como si no fuera
una chupapollas que tiene a mi hermano tan azotado que está enterrando balas en
hijos de puta.
Al menos utilizó el silenciador esta vez, dejando que Remy se deslice en el
asiento trasero con ella. Envuelvo mis manos alrededor del volante del SUV e ignoro
su presencia.
Por supuesto, ella lo hace imposible. —¿Alguien quiere darme una pista sobre
qué esperar?
Nick se ha mostrado bastante indiferente a lo que pasó con Félix y eso me hace
mirarlo de forma sesgada. Si lo que dice es cierto acerca de desertar al Lado Sur
debido a algún intento fuera de lugar de investigar el suicidio de Tate, entonces no
estoy seguro de que la explicación importe. Se ha transformado en alguien que sólo
conozco a medias: un tipo que puede levantar un arma y apretar el gatillo sin darme
la más mínima indicación de lo que planea hacer.
Él responde: —¿Si tuviera que adivinar? Mamá cocinará carne y algo
vegetariano, continuando con el objetivo de su vida de impulsarnos a adoptar una
dieta basada en plantas. —Se gira para lanzarle una sonrisa—. Está convencida de
que nuestra tendencia a tener problemas se debe a la inflamación provocada por la
carne roja. —Volviéndose, continúa—: Papá beberá un whisky de más, nos llevará a
un lado y nos obsequiará historias de los “buenos viejos tiempos”, y papá nos acosará
a los tres sobre nuestros planes futuros, centrándose intensamente en “fuera del Lado
Oeste”.
Remy resopla. —Está tapando la realidad. Te espera un espectáculo, Vinny.
Son años de drama familiar que llegan a un punto crítico. —Observo desde el
retrovisor mientras él inclina su cabeza hacia la de ella—. Su madre, que es una puta
MILF4 absoluta, por cierto...
—¡Cuidado! —gruño.
Remy continúa: —Va a lagrimear un poco ya que Nicky ha decidido convertirse
en Duque. Algo de eso se transmitirá a Sy, pero Nick es su precioso bebé. Sus padres
se pondrán muy raros al respecto, porque saben que Saul es nuestro jefe y, por
alguna razón, todos son posesivos con sus hijos. —Él y Lavinia comparten una mirada
desconcertada. Supongo que a Nick y a mí no se nos permite entrar en el club de
los “niños emocionalmente abandonados”.
Lavinia no parece consolada por nada de esto. Todos los que tienen el más
mínimo interés en la psicología conocen los “Daddy Issues” y no hay duda de que
Lionel Lucia hizo un gran trabajo en este caso. Incluso si no supiera que la había
vendido, es obvio en otros aspectos. Una es su hipersexualidad: ¿el cómo finge que
no es una puta, y al mismo tiempo hace esas negociaciones con mi hermano? Todo
es una transacción, especialmente su coño. Luego está la maternidad: la atención a
la psicosis de Remy, la forma en que rápidamente me cosió la ceja después de la
pelea, su insistencia en mantener a ese felino sarnoso. Lionel la hizo cuidar de sus
soldados desde muy joven. No estoy seguro de si se ha dado cuenta todavía, pero
estaba haciendo el trabajo de una Reina (el papel de una esposa de la Realeza)
mientras aparentemente peleaba con su hermana sobre quién podía hacerlo mejor.
Pero lo que más noto, probablemente porque me resulta más familiar, es la
rabia. Es profunda y disruptiva. ¿Realmente se volvería contra su padre si tuviera la
oportunidad, o volvería a caer en la posición para la que ha sido entrenada toda su
vida?
Lo único que sé es que no confío en esta perra ni por un segundo.
El bungalow aparece a la vista, los grandes ventanales se llenan de una luz
cálida. Estaciono en el camino de entrada y ella mira la casa.

4 Mom I’d Like to Fuck. Mamá a la que me gustaría follar.


—¿Aquí es donde crecieron? —pregunta.
Nick levanta una ceja. —¿No son los mil quinientos metros cuadrados de
paraíso de una extensa propiedad que habías imaginado?
Ella parece desconcertada. —Para ser honesta, realmente no había pensado en
eso.
Todos salimos del auto, pero soy yo quien abre la puerta de Lavinia. Seguro
para niños. Fue idea de Nick. Una mirada irritada cruza su rostro mientras se desliza
del asiento de cuero, mostrándome un destello de sus bragas blancas en el proceso.
Joder.
Inhalo y exhalo profundamente, luego me ajusto. Va a ser una maldita noche
larga.
Agarrando su brazo, le recuerdo en voz baja: —Recuerda nuestro trato. Espero
tu mejor comportamiento.
Entrecierra los ojos y se libera de mi agarre. —Me he programado para
perfeccionar el modo Duquesa. No te preocupes.
Pero incluso Nick parece inquieto. Dudo que ella se dé cuenta, pero puedo
verlo en la forma en que mantiene la vista baja mientras caminamos hacia la puerta.
Esta conversación ha tardado mucho en llegar, y que sea un Duque ya es bastante
malo sin tener que añadir lo desagradable de que Lavinia sea su botín ilícito y poco
dispuesto del Lado Sur.
Nick y yo los llevamos a la puerta lateral por costumbre, filtrándonos en el
vestíbulo con suficiente tensión entre nosotros que se siente como un zumbido
eléctrico. La sensación se rompe cuando mi mamá nos encuentra allí, con los brazos
cruzados, mientras bloquea nuestra entrada al resto de la casa.
—Simon —me saluda, volviendo sus ojos azules hacia mi hermano—. Nicholas.
Nick y yo compartimos una mirada rápida.
Nombres completos.
Eso no puede ser bueno.
Mi madre es una mujer baja y esbelta con cabello castaño rizado. Nick y yo
compartimos sus distintivos ojos azules, además de un poco de su estructura facial.
Esas son las únicas cosas que nos unen físicamente. Tengo los rizos de mamá y la
tez sepia y estatura ancha de papá. Nick tiene sus labios más carnosos y el cabello
liso, la piel clara y el físico delgado de mi padre. Cuando éramos más jóvenes, la
gente solía pensar que uno de nosotros era adoptado. Esa habría sido una
explicación más fácil que la verdad, pero tener dos padres era todo lo que
conocíamos. A veces solíamos hablar de lo extraño que era que todos los demás
solo tuvieran uno y que algunos de ellos, como el de Remy, ni siquiera fueran
buenos padres.
Mamá nos mira, a sus dos malvados hijos Duques, a pesar de todos sus
esfuerzos. —Ya conocen las reglas, muchachos. No entrarán aquí hasta que vacíen
todo. —Señala la caja fuerte para armas, que convenientemente ha dejado abierta
para nosotros.
Culpable, tomo mi arma, y Nick y Remy hacen lo mismo, todos colocando
nuestras armas adentro, una por una.
Remy se aclara la garganta. —¿Los cuchillos también, Sarah? —Mamá baja la
barbilla, dándole una mirada significativa, y él hace una mueca, saca su cuchillo y
lo coloca al lado de su pistola.
Lavinia, que ha estado parada junto a la puerta haciéndose lo más invisible
posible, avanza arrastrando los pies y me lanza una mirada cautelosa antes de
agacharse y deslizar dos dedos en su bota.
De ella emerge un cuchillo.
Con cautela, nos rodea, evitando nuestras miradas atónitas mientras lo coloca
suavemente en la caja fuerte. Nick y Remy se miran el uno al otro, luego a mí, y la
pregunta está escrita en todos nuestros rostros. ¿De dónde diablos sacó un cuchillo
esta perra?
—Lo siento. —Lavinia mira a mi mamá y le dedica una sonrisa triste—. Nunca
sé a dónde me llevan estos tres.
Sólo una cosa puede penetrar la furia que palpita en mis sienes, y es la sonrisa
alegre que mi mamá le brinda. —Tú debes ser la Duquesa. —Lavinia asiente, con las
manos entrelazadas a la espalda, la imagen del decoro. Mamá la mira fijamente
durante un largo momento, con los labios arqueados—. Yo solía llevar un bate.
Lavinia parpadea. —¿En serio?
Coloca una mano en el hombro de Lavinia y la guía a través de la puerta. —Si
lo he dicho una vez, lo he dicho mil veces. La fuerza contundente es mucho menos
complicada.
Nick me lanza una mirada de reojo. —Recuérdame agradecer a la Lady por el
vestido.
Ah, de ahí vino. Suspirando, pisoteo la tierra de mis pies antes de entrar. —
Podemos enviarle un arma para mostrarle nuestra gratitud.
Remy está de acuerdo: —A las perras les encantan las armas.

Nick lo llamó, creo, arrugando la nariz ante el plato de coles de bruselas que está
sobre el mostrador. Mamá todavía sigue la dieta vegetariana. Se trata de una cena
completa a base de calabacines en forma de fideos y una variedad de otras verduras.
Tendremos que parar de camino a casa para comer una hamburguesa.
El ambiente en la mesa es tenso. Padre no nos ha dicho una palabra a ninguno
de los dos, ni siquiera mira a Nick a los ojos, y papá está sentado, su cabello negro
hasta los hombros suelto mientras sus ojos oscuros se mueven entre Nick y yo.
Ninguno de los dos parece feliz, pero al menos papá no parece tan... jodidamente
atormentado.
Sus ojos se posan en los míos.
Simplemente parece decepcionado.
—Entonces —dice mamá, sonriendo a Lavinia desde el otro lado de la mesa—.
¿Cómo te va en la escuela, Duquesa? Supongo que estás estudiando medicina.
Lavinia, que ha estado investigando a medias su montón de espaguetis
fraudulentos, me mira y luego a Nick. Es una maniobra ultrarrápida y llena de pavor,
porque todavía no hemos inventado una mentira sobre esto. Nick se pone rígido a
mi lado y trato de transmitirle un mensaje a Lavinia con la mandíbula apretada y
los ojos muy abiertos.
Miente.
Lavinia asiente. —¡Sí! La escuela es genial.
Mamá apoya los codos sobre la mesa y las manos cruzadas debajo de la
barbilla. —¿Cuál es tu clase favorita?
Lavinia apuñala un tomate. —Oh, no podría escoger. Aunque sé qué clase es
la peor. —Me lanza una sonrisa demasiado conspiradora—. Química orgánica,
¿verdad?
Le doy un parpadeo sorprendido. —Sí, la proporción de aprobados y
reprobados en la clase de Sheff es abismal.
—No para mí. —Se mete un tomate cherry en la boca y le explica a mamá—:
Esta semana haré un artículo sobre las modificaciones del grupo carbonilo.
No, no lo hará.
Pero yo sí.
—Oh —dice mamá, llamando la atención—. ¿Algún método en particular?
Nick y yo nos miramos, silenciosamente presos del pánico.
Lavinia, sin embargo, sólo asiente. —Me centraré en los mecanismos de
hidrólisis de los tioacetales, pero especialmente en los reactivos oxidantes. —Apenas
me detengo para no volver a estallar en estado de shock. Mi artículo ni siquiera trata
sobre eso.
Mierda.
Quizás debería.
Mamá la estudia detenidamente y siento que el sudor me corre por la frente al
saber lo que está sucediendo aquí. Esto no es una prueba. Es un interrogatorio
apenas velado. —¿Qué reactivo?
—Compuestos de yodo hipervalentes. —Lavinia levanta la vista y joder. Estoy
sentado aquí sudando, pero ella se ve fresca como un pepino. La mantequilla no se
derretiría en esa perra—. Bencina, ácido yodoxibenzoico, ese tipo de cosas.
Nick me lanza una mirada inquisitiva, pero estoy aún más desconcertado que
él.
¿De dónde sacó todo eso?
¿Y por qué es tan buena mintiendo?
Incluso mamá parece sorprendida y deja caer las manos. —No creo…
Padre deja caer el tenedor y el ruido metálico atraviesa el aire como un cuchillo.
—¿Realmente vamos a hacer esto? —pregunta, con la mirada fija en el anillo de
Nick—. ¿Vamos a sentarnos aquí y pretender que nuestros hijos no han violado
intencionalmente nuestros deseos? —Finalmente levanta la vista de su plato y me
mira fijamente—. Tú eres una cosa, Simon. Entiendo que necesitas una salida física
y el gimnasio ha sido una parte vital de tu terapia. No me gusta. Pero lo entiendo.
Tú, por otro lado... —Desliza su mirada, con ojos penetrantes a través de sus gafas,
hacia Nick, que está sentado rígidamente a mi lado—. ¿Tienes el descaro de llevar
el apellido Bruin, mi apellido, de vuelta a esa torre? —Padre siempre ha sido el más
irascible de los tres. Ahora se enciende, con las cejas fruncidas con enojo mientras
se lanza hacia adelante, con voz baja y amenazadora—. Cómo te atreves.
Mi mamá le toca la mano y susurra: —Davis —pero él no escucha.
—Puedo contar con una mano la cantidad de veces que me has hablado en los
últimos dos años. —Padre señala con el pulgar a papá—. Oh, hablabas con tu papá
todos los fines de semana, pero ¿tu madre y yo? No has querido tener nada que ver
con nosotros. Y ahora estás usando mi nombre para... ¿hacer qué exactamente?
¿Qué tiene de importante ser un Duque que te rebajarías a asociarte nuevamente
con el apellido Bruin? Si no puedo ser tu padre para nada más que esto, entonces
será mejor que me expliques...
—Para —dice Nick, sonando cansado—. Que me convierta en Duque… no tiene
nada que ver contigo.
El puño de padre cae sobre la mesa. —¡Tiene todo que ver conmigo!
Lavinia se estremece con tanta fuerza que el vaso que tiene junto a su codo sale
volando de la mesa y cae al suelo. El sonido de su rotura es suficiente para sumergir
la mesa en un tenso silencio. Remy mira los pedazos de vidrio y papá ya se levanta
de su asiento y dice: —Traeré la escoba —pero Lavinia...
Se pone blanca como una sábana y se arrodilla para recoger los fragmentos. —
Lo siento, no era mi intención. Lo recogeré yo misma.
Cuanto más se acerca papá, más rápido se mueven sus manos, con tanta prisa
por limpiar los escombros que se va a cortar la maldita mano.
Rápidamente, me muevo para intervenir, notando lo nerviosa que se pone con
el acercamiento de papá. Malditos daddy issues...
—Ya lo tengo —le digo, deteniendo su mano. Me lanza una mirada ansiosa y yo
le devuelvo el ceño—. Lo tengo —enfatizo, empujándola de nuevo a su asiento.
Papá se aclara la garganta y se inclina sobre mí. —Bueno, sí hemos llegado a la
fase de “arrebatos dramáticos” en la cena, entonces creo que los tres debemos
disculparnos y hablar de esto en privado. —Le lanza a Padre una mirada de
desaprobación, y luego a Nick, quien se levanta de su asiento como si prefiriera
hacer cualquier otra cosa.
—Bien —dice Nick, dejando caer su servilleta y siguiendo a nuestro padre
escaleras arriba hasta el estudio.
En el momento en que se van, Lavinia se relaja.
Pero Remy no lo hace.
Levanta la mano para frotarse la sien, con los ojos apretados en las comisuras.
Es muy bueno ocultando su neurosis en momentos como éste, momentos en los que
lo necesita. Su padre nunca hizo mucho por Remy, pero al menos le enseñó eso.
Actuar con normalidad. Pretender.
Desafortunadamente, nada se le escapa a mi madre, especialmente cuando
necesita una distracción de los gritos que vienen desde arriba. —¿Qué pasa, Remy?
Se congela y deja caer su mano en su regazo. —Nada.
Pero ella frunce el ceño y lo observa con atención. —Está bien si es algo. —
Probablemente mi mamá fue la única que lo tomó en serio cuando éramos niños.
Fue quien lo diagnosticó, antes de que cualquiera de nosotros nos diéramos cuenta
de que Remy no había estado ausente por largos períodos de tiempo debido a que
su padre era un imbécil—. No hay nada que no se pueda decir bajo este techo.
Recuerdas las reglas, ¿no?
Pero nadie lo conoce mejor que yo, y miro alrededor de la mesa, buscando...
Sí, ahí está.
Un ramo de flores silvestres llena el jarrón en el centro de la mesa. Me inclino
sobre mi plato y lo recojo, girando para dejarlo en el suelo detrás de mí. —Es sensible
al amarillo —le explico, y mamá me mira largamente.
—No me di cuenta de que estabas experimentando problemas sensoriales —
dice, adoptando su postura de encogimiento de cabeza—. ¿Cuándo empezó eso?
—Mamá —le advierto.
Ahora que las flores silvestres amarillas han desaparecido, Remy parece
contento de meterse comida en la boca, sin molestarse por su cuestionamiento. —
No creo que sea algo sensorial, Sarah. El amarillo es simplemente malo.
—¿Malo cómo?
Él se encoge de hombros. —Solo así. Demasiado brillante. Equivocado. Huele
a azufre.
Al darse cuenta de que eso no va a llegar a ninguna parte, vuelve su atención
hacia mí y levanta los ojos brevemente cuando la voz retumbante de Nick atraviesa
el techo. —¿Cómo van las cosas con tu hermano en el campanario?
—Bien —respondo, comenzando la limpieza sin que me lo pidan. Tiro los restos
de los brotes en el triturador y enciendo el interruptor, esperando que el triturado
ahogue lo que sea que Nick esté diciendo allí arriba.
—¿Sin incidentes? —pregunta, en el instante en que lo apago—. Ha pasado
mucho tiempo desde que ustedes dos vivieron juntos.
—Ya no tenemos dieciséis años. Podemos coexistir.
Mamá mira a Lavinia, que lleva una pila de platos de la mesa. —¿Cómo crees
que les va a mis hijos?
—¿Yo? —Pregunta Lavinia, tambaleándose un poco. Un tenedor se desliza y
extiendo la mano y lo agarro antes de que toque el suelo.
—Mamá —interrumpo. Debería saber que no debe sacar a relucir esta mierda—
. No creo…
—Me encantaría saber lo que piensas, Duquesa —dice mamá, ignorando mi
interjección.
—Oh, definitivamente hay tensión —dice Lavinia, empujando la pila de platos
sucios hacia mí—. Y creo que al menos una pelea a puñetazos...
Pelea que ella causó. Le lanzo una mirada dura y pronuncié la palabra
“gallina”.
—Pero en general —añade lentamente—, parecen llevarse bien. Quiero decir,
relativamente.
—¿Relativamente? —Mamá inclina la cabeza y reprimo un gemido—.
¿Relativamente con qué?
Lavinia nos mira. —Solo quiero decir… bueno, tuve muchas peleas con mi
hermana mientras crecía. Ellos no son tan malos.
Observo a mi mamá con atención, sin estar seguro de si los rumores sobre las
Lucias han penetrado tan lejos fuera de los territorios. —Tengo una hermana —dice
mamá, dándole una sonrisa privada—. No hay nada más despiadado que una
adolescente cuya camiseta favorita ha desaparecido.
Lavinia responde con una risita falsa que le dice a mi madre más de lo que las
palabras podrían haber dicho. Le doy una mirada amenazadora antes de empezar
a lavar los platos.
—Pero los hermanos pueden ser brutales a su manera —dice mamá,
levantándose para recoger los vasos—. Las cosas se complicaron cuando Nick se fue
a trabajar para Daniel Payne. Estuve convencida de que lo habíamos perdido por
un tiempo. —Mis hombros se tensan mientras mi madre sigue divagando. No me
gusta que Lavinia conozca nuestros asuntos, pero por la mirada sombría en sus ojos,
puedo ver que está perdida al enfrentar una emoción difícil—. No fue del todo
inesperado. Todo el mundo estaba de luto, y el pobre Remy...
Sin realmente quererlo, todos nos volvemos para mirarlo, parado junto al bote
de basura junto a la puerta del sótano. Se queda quieto, con una expresión
perseguida congelada en su rostro mientras su brazo se cierne a mitad de camino
sobre el contenedor.
Las flores silvestres están en su mano.
Extiendo mis brazos desventuradamente. —Amigo.
Mamá mueve una mano. —Oh, adelante, Remy. Los recogí esta mañana
durante una paciente excursión al río. No son nada especial.
Pareciendo aliviado, las arroja a la basura y la cierra con un golpe decisivo.
Sabía que no debería haberle dejado tomar todos esos estimulantes de Cash
anteanoche. —Ve abajo —digo, señalando con el dedo la puerta del sótano—. Juega
con la mesa de billar —y antes de abrir la puerta—: ¡No arruines las bolas amarillas!

—¿De luto por Tate? —Pregunta Lavinia, apoyando la cadera contra el


mostrador. El nombre me deja corto, olvidé la discusión que teníamos antes de que
Remy decidiera deshacerse del arreglo floral.
—¿Qué? —Pregunto, con voz lo suficientemente aguda como para ponerla
visiblemente tensa.
Le hace un gesto a mi mamá. —Dijo que todos estaban de luto.
—Así es. —Mamá me mira y luego a Lav—. Fue un momento difícil para todos,
especialmente para los chicos. Los supervivientes de pérdidas por suicidio
internalizan mucha más culpa...
—Está bien —digo, dejando caer el tenedor que había estado limpiando en el
agua con jabón—, ya es suficiente.
Mi madre suspira. —¿Cuántas veces te he dicho que no está bien reprimirlo
todo? Necesitas hablar de ella. —Levanta la tapa de una olla y revuelve lo que hay
dentro—. Deberías saber esto sobre mis hijos, Lavinia. Son como sus padres. Les
resulta más fácil usar los puños que lidiar con sus emociones. Atacar es más
divertido.
Mis ojos se encuentran con los de Lavinia y mantenemos el contacto por un
momento. No sé cómo responderá, pero no espero que se acerque a mi lado y se
meta debajo de mi brazo.
—No lo sé, Sarah. A Simon le gusta expresarse de muchas maneras. —Me mira
y agita las pestañas—: ¿No es así, bebé?
Cada músculo de mi cuerpo se tensa. No sólo por su tacto, sino también por
su olor y el hecho de que está jugando tan bien a este juego, un juego al que la
convencí de jugar.
Trago. —Estoy trabajando en ello.
Los ojos de mamá se iluminan. —Me alegra mucho escuchar eso. Sabía que
algún día encontrarías a la mujer adecuada en quien canalizar toda esa energía. —
Mamá se inclina hacia Lavinia y le guiña un ojo—. Me llevó algunos años, pero ahora
mis maridos son tan buenos en la cama como en el ring.
—Eso es todo —digo, apretando con más fuerza a Lavinia y sacándola de la
habitación. Cuando estamos fuera del alcance del oído, murmuro—: Jesucristo.
—Nada está fuera de los límites con eso, ¿eh? —dice, y a pesar de los temas
pesados y los torpes subterfugios, hay una extraña alegría en sus ojos. No me gusta.
—Es una terapeuta sexual. No tienes ni puta idea. —Mis dedos se aprietan
alrededor de su brazo, apretando lo suficientemente fuerte como para causarle
moretones—. Y te dije que no mencionaras a Tate. Jamás.
—¡Me dijiste que fuera creíble! —Sisea, tratando de alejarse. El movimiento hace
que sus tetas se muevan y siento que el océano dentro de mí se agita con entusiasmo.
Joder, quiero tener esas cosas en mis manos—. ¿De verdad crees que me creería que
no te lo preguntaría?
—Te diré lo que pienso —digo, sin darme cuenta de lo fuerte que estoy
apretando su brazo hasta que hace una mueca, un sonido de dolor se escapa de su
garganta—. Creo que te estás sintiendo demasiado cómoda. —Las cosas eran mucho
más fáciles cuando no eras más que una puta que Nick seguía husmeando. Ahora
está en mi casa, mi verdadera casa, con sus tetas, sus piernas y sus labios rojos y
lujosos, haciendo todas estas malditas preguntas.
Lanza una mirada fija hacia donde estoy agarrando su brazo. —¡¿Crees que
estoy cómoda?! ¿Por qué no eres sincero contigo mismo durante tres segundos, Sy?
¿Por qué estás tan alterado? —Me mira con un brillo malévolo en sus ojos—. Hice lo
que me pediste. Logre que tu madre se lo creyera ahí dentro. Estás enojado —se
acerca, sus tetas rozan mi pecho—, por esto.
Sin previo aviso, su mano toma mi polla medio dura.
En un abrir y cerrar de ojos, la tengo presionada contra el sofá, con su muñeca
atrapada en mi mano. —No lo hagas —le advierto, sintiendo mi piel demasiado
tensa—. No me presiones. —Se necesita todo, cada bocado de mi autocontrol, para
no inclinarla sobre este sofá, arrancarle las bragas y meter mi polla en el agujero
más cercano y capaz.
Su labio se curva. —Dejaré de presionarte cuando enfrentes tus propios
problemas en lugar de desquitarte conmigo.
Tengo mucho más que decir, pero somos interrumpidos por pasos en las
escaleras. Nick, padre y papá descienden y me alejo de Lavinia como si su piel
estuviera hecha de fuego. Meto mis manos en mis bolsillos, esperando que esconda
el hecho de que estoy empacando cuando entran al estudio. Parece que todos ya no
están enojados, aunque padre parece agotado.
Mientras todos bajamos, hago lo que siempre hago. Finjo que todo está bien,
que todo está bajo control, que el regreso de Nick no ha ayudado ni obstaculizado
mi vida. Que Remy no esté tambaleándose al borde de un cuchillo afilado y que
Lavinia… Le lanzo una mirada sombría mientras apoya un codo en la preciada barra
de padre, la que había instalado justo después de que me gradué.
Nick todavía estaba en la escuela secundaria en ese entonces, terminando su
último año, y recuerdo estar celoso de que tuviera un año entero con eso. Cuando
vivía aquí, no había nada en el sótano más que telas de araña, un congelador medio
funcional y posiblemente maldito, y adornos navideños mohosos.
Ahora, es una puta plataforma total.
Sé que el hacha está enterrada cuando Nick y Padre comienzan un tranquilo
juego de billar. Independientemente de las palabras que se dijeron allí, parecen
haber aliviado algo de la tensión entre ellos. Brevemente, me pregunto si Nick le
dijo lo mismo que nos dijo a Remy y a mí sobre desertar al Lado Sur para investigar
la muerte de Tate. Hemos hablado un poco de ello durante los últimos días. El tema
suele surgir en medio de otra cosa, una conversación que seguimos retomando y
dejando, como si fuera algo que ninguno de nosotros tuviera la confianza suficiente
para mirar a los ojos.
Papá y Remy están tumbados en el sofá, viendo el partido de fútbol en la
televisión. Remy está moviendo ese marcador entre sus dedos, con los ojos siguiendo
a los jugadores en el campo.
—¿Qué tal si les traigo una bebida a todos? —Dice Lavinia, caminando por la
parte trasera de la barra. La facilidad con la que se mete en el papel de la cariñosa
Duquesa es impactante.
Ni siquiera entiendo por qué me cabrea tanto. Es una actuación que le han
ordenado hacer, pero sigue siendo una actuación. Falso. Dios, odio cuando las
perras son falsas. ¿Y por qué sus tetas tienen que verse así? Todo jodidamente
agarrable. Sigo guardando la sensación de calor dentro de mi pecho hacia el océano,
pero es difícil visualizar mi serenidad cuando ella está parada allí con ese vestido.
Todo lo que se necesitaría es un dedo para bajar una correa y exponer su
pecho.
Resisto el impulso cuando me trae una cerveza. En cambio, la agarro y tomo
un trago agresivo.
Los ojos de mi hermano siguen vagando hacia ella, como un amo ansioso por
el afecto de su cachorro. Pero no pregunta, no la maltrata donde quiere. No aquí,
delante de nuestros padres, y menos aún después de haber encontrado una tentativa
de paz.
Durante una de estas miradas demasiado intensas, finalmente se acerca a él y
le rodea la cintura con un brazo. Nick parece sorprendido por un segundo, y luego
su boca se curva en una pequeña sonrisa malvada. —Ahí está mi Pajarito. —Sé lo
que viene incluso antes de que él incline su rostro para besarla.
Chupan la cara del otro.
Desagradable.
Océano, océano, océano.
Acepta su beso con el mínimo esfuerzo, llegando incluso a apretar la tela de su
camisa, pero en el momento en que su boca la libera, sus ojos se dirigen a mí.
Puta.
—¿Quién va ganando? —pregunta, apoyando su mano sobre su estómago.
Remy mira hacia arriba, con una ceja levantada. El juego de la Duquesa debe ser
más interesante que el de la televisión.
—Papá es un tiburón —dice Nick, deslizando su mano por su trasero y
apretándola un poco. De ninguna manera mi hermano dejaría pasar esta
oportunidad—. Tomará todo tu dinero si no tienes cuidado.
—Espero que ninguno de ustedes apueste en este juego —dice papá desde el
sillón, con el cigarro entre los dedos—. Va a ser un año difícil para Forsyth sin Payne
jugando. —A ninguno de nosotros le importa mucho el fútbol, pero Killian era una
leyenda en el campo. Su decisión de renunciar y concentrarse en ser Rey después
del asesinato de su padre fue sorprendente... bueno, para cualquiera que no
entendiera lo que estaba en juego—. Pero la obligación hacia la familia es difícil.
Hemos hecho todo lo posible para no ejercer ese tipo de presión sobre ustedes,
muchachos.
Aquí vamos. Nick y yo compartimos una mirada resignada. Puede que ya se
haya regañado, pero eso no significa que vayan a apoyarnos como Duques. Me
siento en el sillón reclinable, completamente preparado para una conferencia sobre
los peligros del Lado Oeste.
Nunca llega.
Pero Lavinia sí.
Se aleja de Nick mientras él prepara su siguiente tiro y cruza frente a mí,
caminando hacia el asiento vacío al lado de Remy. O eso creo, pero de repente cae
en mi regazo.
Se siente como si aspirara cada partícula de aire de la habitación,
presionándome contra la silla como si pudiera alejarme de ella.
—¿Puedo traerte algo más? —pregunta, batiendo esas pestañas rubias hacia mí.
Con los dientes apretados, respondo: —No.
—Bien. —No se retira, sino que me aprieta la entrepierna con el culo—. Supongo
que me quedaré aquí.
Aprieto los dientes, deseando que mi erección se calme. Desliza su mano detrás
de mi cuello y tira del cabello en mi nuca. Un escalofrío me recorre. Manteniendo
mi voz baja, pregunto: —¿Qué estás haciendo?
Responde apartándome el pelo de la frente con la otra mano. —
Comportándome. ¿No es esto lo que querías? ¿Una pequeña muñeca Barbie que
hace lo que quieras? ¿Una dulce y pequeña Verity sin complicaciones?
Pero no está siendo dulce. Está moviendo su culito apretado contra mi polla.
Intencionalmente. Clavo mis dedos en sus caderas en un intento de obligarla a
quedarse quieta, pero eso simplemente la aplasta más. —Necesitas parar.
—¿Necesito qué?
¡Clack!
El taco golpea la pelota y miro a mi hermano. Una bola se hunde en la tronera
mientras que la bola blanca rebota en el costado. Uno pensaría que estaría enojado
porque su mascota coquetea conmigo, pero simplemente me mira a través de sus
pestañas, sus labios se curvan en una sonrisa oscura. Está disfrutando de mi malestar.
Con la voz más baja y tranquila que puedo reunir, le digo al oído: —Sé qué
piensas que esto es gracioso, pero mi polla está bajo presión. Necesito que te
detengas. Es una orden.
Se queda quieta y casi puedo respirar. Se necesita cada gramo de moderación
para no meterme en su trasero. Si puedo contar hasta diez como lo hago
normalmente, puedo controlarlo. Pero esta perra, esta maldita provocación de
pollas, simplemente no puede dejarme en paz. Mueve su trasero discretamente,
apretándome hasta que el blanco parpadea frente a mis ojos. Le aprieto las caderas
con los dedos, pero ya es demasiado tarde. Estoy total y dolorosamente erecto.
De repente, se levanta y me mira con una sonrisa aguda y llena de veneno. —
Creo que iré a ver si tu madre necesita ayuda.
—Maldita sea —grita Nick, concentrado en el tablero. Padre se ríe, preparando
su último tiro. Remy y papá todavía están absortos en el partido de fútbol, lo que
me da la oportunidad de tomar un descanso. Hago una mueca por el dolor de estar
de pie, la fricción de mis pantalones y me dirijo al baño, con dolor en las pelotas.
No será la primera vez que me masturbo aquí abajo.
Abro la puerta, con la mano ya en la bragueta, pero tan pronto como entro,
me congelo.
Lavinia está inclinada sobre el fregadero, con las palmas de las manos apoyadas
en la encimera mientras se mira en el espejo. Cada pizca de autocontrol se desvanece
y entro, cerrando la puerta detrás de mí.
—¡Jesucristo! —salta—. ¿Qué dije sobre esa campana, Acosador?
Empujo la palma de mi mano en el centro de su espalda y la golpeo sobre el
mostrador, con la visión enrojecida. —¿Crees que puedes hacer eso? —Gruño,
arañando frenéticamente los botones de mis pantalones—. ¡¿Crees que puedes
joderme y simplemente marcharte?!
Empujo mis caderas hacia su trasero, buscando alivio de esa manera salvaje y
estúpida que odio. Nick puede hacer todas las bromas que quiera acerca de que soy
un robot, pero a veces los llamados desesperados a mi propia lógica interna son lo
único que evita que explote como una maldita bomba H. Nunca es fácil obligar a
los impulsos a regresar al interior, pero puedo hacerlo. Se necesita fuerza. Voluntad.
Determinación.
Entonces, cuando tomo la decisión de no molestarme, lo hago de manera muy
deliberada.
Lavinia es la Duquesa.
La Duquesa existe para ser utilizada.
Ella extiende una mano, luchando contra mi agarre mientras meto la mano
debajo de su vestido y le bajo las bragas por los muslos. Sus ojos brillan de pánico
y aprieta los muslos, jadeando: —¡No, Sy, espera! ¡Detente!
Le tapo la boca con la mano y me doblo sobre su espalda para sisear: —Cállate.
¡Cierra la puta boca! —Me aseguro de que me esté mirando en el reflejo antes de
agregar—: Si no lo haces, voy a meter mi polla en tu agujero.
Se queda callada. Quieta.
—¿Te gusta eso? —Pregunto, furioso—. ¿Avergonzarme delante de mi familia?
Te dije específicamente que no actuaras como una puta, pero no pudiste evitarlo,
¿verdad? —Me bajo los pantalones para liberar mi polla, sin quitar ni una sola vez
mis ojos de los de ella en el espejo—. No puedes irritarme así, ponerme jodidamente
duro y desesperado, y simplemente...
Empujo contra su trasero, sabiendo que puedo follarla, destrozarla y arruinarla
para cualquier otro hombre. Arruinarla para Nick, quien recibe sus besos, su
atención y su jodida deferencia, mientras que el resto de nosotros recibimos una
mierda. Sé que mi circunferencia lo haría, pero entonces tendría que mirar el
disgusto en su cara, escucharla llamarme monstruo.
Tal vez sólo quiero que sea humillada, de la misma manera que me humilló.
—Así que te quedarás aquí y lo aceptarás, tal como lo hice yo allí. No vas a
hacer ningún maldito sonido. —Pero no retiro mi mano hasta que asiente, y si pensé
que retorcerse en mi regazo era lo más excitante que había visto hoy, entonces me
equivoqué al ver sus ojos, brillantes con lágrimas no derramadas.
Quito mi mano de su boca, esperando que las lágrimas se derramen. Mis
manos tiemblan al pensar en eso, verla llorar. Verla sollozar. Ver lágrimas brotar de
esos ojos mientras su rostro se contrae en agonía...
Mi polla está ardiendo y la tiro en un apretón largo y furioso. Levanto la falda
de su vestido y miro su suave y desnudo trasero. Tiene las mejillas apretadas y suelto
mi polla el tiempo suficiente para separarlas, revelando las partes más escondidas
de ella. Miro fijamente el agujero arrugado, prístino. Nadie la ha llevado allí todavía.
Podría ser mío. Sería muy fácil ceder sólo por esta vez y dejarme ir, soltarme. Podría
hacerlo. Ella no tiene más remedio que dejarme.
Pero estamos en la casa de mis padres.
Alguien tendría que sacarla en una camilla.
En lugar de eso, me acerco a ella y saco una cucharada espesa de loción del
frasco que está sobre el mostrador. Lo extiendo por todas partes, poniéndola bien y
cremosa, luego coloco mi polla entre sus mejillas. La abre ampliamente y la veo
morderse el labio inferior mientras mi grosor la separa. Estoy seguro de que es
incómodo, pero ¿adivinen qué? He estado sufriendo todo el día. Toda la maldita
semana. Espero que lo sienta. Con ambas manos, aprieto los lados carnosos y
balanceo mis caderas, deslizándome contra la presión.
—Jesús, sí. —Mi voz suena como papel de lija, áspera y tranquila. Nunca he
tenido una chica así. Nunca he tenido una chica en absoluto. Y el océano dentro de
mí está haciendo espuma, con la tempestad de necesidad instalándose en la base de
mi columna. Impulsa mis caderas hacia adelante, hipnotizándome con la vista de mi
polla acurrucada entre sus mejillas. Una de sus palmas todavía está agarrada al borde
del mostrador, con el codo levantado en el aire, suspendido en un intento fallido de
escapar.
No es un ángulo cómodo. Lavinia es demasiado baja y tengo que doblar las
rodillas, pero de alguna manera, sigue siendo la cosa más sexy que he visto en mi
vida. Me quito la camisa para observar cada punto de nuestra piel conectándose con
gran detalle. La suavidad de la loción, los músculos de su trasero, moviéndose con
cada embestida que hago, la forma en que se ve la cabeza de mi polla, sonrojada
de color oscuro y púrpura, contra la tez más pálida de su piel.
Lo último que quiero hacer es estallar en tres golpes. Probablemente le daría
una falsa sensación de su propio atractivo. Agarrando sus muslos para atraerla hacia
los golpes cortos y erráticos de mis caderas, logro aguantar quince.
Chispas explotan detrás de mis ojos y gruño en el espacio entre sus omóplatos,
los dientes rechinan mientras mi orgasmo me desgarra. Observo cómo mi polla se
sacude, surgiendo semen contra su espalda baja en chorros gruesos y fibrosos.
Lavinia permanece congelada durante todo esto, adecuadamente tolerante
mientras su cabeza cuelga, su cabello azul cubre su rostro. Mi polla drena y luego
se vuelve flácida, cayendo entre mis piernas. Me retiro para ver una gran cantidad
de mi liberación deslizarse hacia el valle entre sus mejillas, extendiéndolas para
seguir su descenso sobre su culo, hacia su coño.
Todavía respirando pesadamente, un impulso me consume, y paso mi dedo
por la sustancia pegajosa, recorriendo el mismo camino, bajando por su espalda
hasta su grieta, deslizándome más abajo, hasta entre sus piernas. Su cuerpo la
traiciona, se estremece cuando jugueteo con el capullo de rosa arrugado y luego se
estremece cuando bajo, pasando mis dedos pegajosos por su coño. Ella se sobresalta
y sus caderas se balancean.
—Dios, eres una putita tan sucia —le digo, sintiendo lo hábil que es—. Acabo de
tirar mi semen sobre ti y todavía lo quieres. —Pongo todo el semen que puedo en
mis dedos y lo hago rodar alrededor de sus pliegues—. Tu coño está empapado,
muriendo por probar mi semen. —Empujo mis dedos dentro, alimentando su coño
hambriento con lo que quiere. Mi polla, agotada y flácida, vuelve a la vida. Es un
ciclo interminable con ella. Meto mis dedos dentro y fuera, mirándola en el espejo.
Es demasiado terca para apartar la mirada, pero veo la forma en que se relaja su
mandíbula y cómo se le caen los dientes del labio inferior. Me inclino para susurrarle
al oído—: Eres una putita sucia y cachonda. Te gusta sentir mi semen en tu coño,
¿no? Quieres sentirte poseída, como una perra en celo.
Sus paredes se aprietan a mi alrededor y breves ráfagas de aire salen de sus
pulmones. Se acurruca sobre sí misma, con las rodillas temblorosas y los codos
colapsando. Sus gemidos son suaves, en contraste con la forma en que su cuerpo
reacciona violentamente, el orgasmo la desgarra. La sostengo mientras se desmorona
y solo quito mis dedos cuando su coño se afloja.
No hay duda de la sensación de satisfacción en mi pecho.
—Provócame otra vez, pequeña puta —le digo, viendo las emociones inundar
su rostro. Ira, humillación, deseo—. Y no me correré simplemente sobre tu espalda.
Te destrozaré el coño, ¿entendido?
Asiente y se muerde el labio inferior como si se obligara a quedarse callada.
Bien.
Me giro y abro un armario, sacando dos paños. Le lanzo uno mientras uso el
otro para limpiarme la polla. —Límpiate —le digo—. Les diré que tienes calambres y
que tenemos que irnos.
Salgo del baño, dejándola allí para limpiar el desorden. No hay duda de la
sensación de satisfacción en mi pecho. Puede que no pueda satisfacer a una mujer
de la manera tradicional, pero no hay duda de que le di a Lavinia exactamente lo
que quería.
Capítulo 26
LAVINIA
Desodorantes, cremas de afeitar, preservativos…
Busco en el botiquín del baño, pero no está aquí. ¡Mierda!
Ahora voy a tener que preguntar.
Cierro la puerta y me miro en el espejo. Las ojeras bajo mis ojos son un claro
recordatorio de lo mal que dormí la noche anterior. Después de cenar con los padres
y recibir una paja por el culo y un dedo, opté por que anoche fuera una de mis
noches en solitario. Me di cuenta de que era un error mientras intentaba encontrar
una posición semicómoda en mi nido, pero no había absolutamente ninguna puta
manera de que fuera a tocar una de sus puertas, así que me acurruqué con el gatito
y fingí descansar tan bien como pude.
Cinco días.
El tiempo se acaba, avanza en una marcha inevitable, y estoy sentada aquí
agonizando ante la idea del semen de Sy nadando hacia mis óvulos. No me
arrepiento de haberlo incitado a hacerlo. Puede que no conozca realmente a Sy,
pero sé lo suficiente como para apreciar su odio hacia mí.
—Nada lo pone más irritable que un buen culo.
Nick lo dijo él mismo esa primera noche, ¿no?
Nunca en mi vida había conocido a alguien tan reprimido sexualmente. Pensé
que una vez que sacara una buena de su sistema, se relajaría y me daría un respiro.
Era un riesgo. Nada le impedía llegar hasta el final y forzar esa polla monstruosa
dentro de mí. Pero tenía que verlo en su punto más débil y recordarme a mí misma
que estos hombres son humanos. Carne y hueso. Bolsas de carne con hormonas.
Y ahora estoy mirando el cañón de su posible engendro de robot.
Abro la puerta del baño y camino hacia la cocina, levantando al gatito en mi
camino. Sus pequeñas garras agarran mi hombro, su nariz empuja mi cuello y, por
un momento, estoy tan inmensamente agradecida por él que me abruma. Su
pequeño ronroneo es una vibración calmante contra mi pecho. Una vez leí en un
libro que el ronroneo de un gato tiene beneficios terapéuticos médicos, y eso es lo
que siento cuando le doy un beso en la cabecita. Como si me estuviera curando, sus
grandes ojos azules brillando hacia mí con curiosidad. Se esfuerza por oler la punta
de mi nariz y luego frota el costado de su mejilla contra ella.
—Dos coños en esta casa5 —murmura Remy, apuñalando su plato de copos de
maíz—, y todavía no tengo sexo.
Dejando al gatito en su plato de comida, le acaricio la cabeza. —Entonces lo
siento por ti, porque el Archiduque duerme conmigo todas las noches y es fantástico.
Nick, que todavía está sin camisa y con el pelo mojado por la ducha, se vuelve
hacia mí lentamente. —¿Archiduque?
—Sí. —Le doy un pequeño rasguño a la barbilla del gatito—. Archie, por así
decirlo.
—Mhm, no. —Nick gira su silla sólo un poquito, lo suficiente para dejarme
espacio en su regazo, y me mira expectante.
Bien.
Hay dos mascotas en esta habitación.
¿Como podría olvidarlo?
Preparándome para la próxima solicitud, respiro profundamente antes de
despejar la distancia entre nosotros. —Tenemos un pequeño problema —digo,
sentándome en la rodilla de Nick.

5
Pussy, palabra que puede ser usada para referirse a gatos y coños.
Naturalmente, no lo permite, su antebrazo es como un agarre mientras me
arrastra hacia la curva de su cuerpo.
—Nada en este problema es pequeño —dice, apretando su polla medio dura en
mi trasero.
Reprimo un escalofrío cuando sus labios encuentran mi cuello. —Si no tienes
más de ese Plan B escondido por aquí, tendrás que pasar por la farmacia hoy antes
de ir a la escuela.
Nick se pone rígido debajo de mí, con la boca congelada contra mi garganta.
—¿Finalmente la atrapaste? Oh, gracias a Dios —dice Remy, dejando caer su
cuchara en su tazón con estrépito—. No he tenido bolas hasta el fondo de un coño
en meses. —Se pone de pie y se quita la camisa. Su lengua empuja la comisura de
su boca mientras sus ojos observan mis piernas desnudas—. Puedo perderme mi
primera clase y, oye, si le vas a dar una pastilla abortiva, entonces puedo volverme
loco dentro de ella, ¿verdad? Eso es como dos por uno en valor.
Excepto que Nick me agarra la barbilla y me hace girar para enfrentarlo. —No
me la follé —dice, con los ojos azules ardiendo.
Remy se burla, su voz teñida de irritación. —Bueno, no fui yo, y obviamente no
fue Sy, porque está... ya sabes —me hace un gesto—, caminando.
Mi cara arde, pero Nick no me deja apartar la mirada y sus dedos se clavan en
mi mandíbula. —Ayer, en casa de tus padres… —Trago audiblemente—. Sy se metió
conmigo.
—Sé —los dedos de Nick se aprietan más—, específica.
Apreté mi mandíbula contra el dolor, encontrando su mirada con la mía. —Me
tocó con su semen.
Nick me deja ir de inmediato, con el ceño fruncido por la molestia. —¿Se corrió
en ti y me la dejó para que yo la limpiara?
Mis fosas nasales se dilatan cuando digo bruscamente: —No habría sido un
problema si hubieras cumplido tu parte del trato. Dijiste que te ocuparías del control
de la natalidad.
Remy aprieta el bulto en sus pantalones, sus ojos oscuros me evalúan. —
Todavía me siento bastante bien con eso del valor, Nicky. Primero deberíamos
llenarla. Los nadadores de Sy no pueden morir solos. Esos que están ahí dentro son
tus sobrinas y sobrinos.
Me quedo boquiabierta por la indignación cuando me doy cuenta de que no
está bromeando. —¡Eres repugnante!
Por suerte, Nick y yo tenemos un acuerdo. He sido buena, pero él aún no se
lo ha ganado y Remy no puede tenerme hasta que Nick lo haga. Él no lo haría.
¿Lo haría?
Tan rápido que apenas tengo tiempo para procesar el movimiento, mi espalda
golpea la mesa, los dedos de Nick enganchan mis pantalones cortos y los tiran hacia
abajo. Instintivamente, doy una patada, mi pie rebota en la parte superior de su
muslo, pero Nick lucha con mis tobillos hacia arriba, y luego empuja un antebrazo
detrás de mis rodillas y me dobla por la mitad, mi coño expuesto tan rápidamente.
—¡Tenemos un trato! —Grito, tratando de sonar más indignada que asustada.
—¿Mi parte del trato? ¿Qué tal el tuyo? —Nick ya está respirando de esa manera
entrecortada y apenas controlada, las venas de su brazo se hinchan mientras me
sujeta. Habla con los dientes apretados—. Si quieres el Plan B, este es el precio. —
Sólo necesita una mano para liberar su polla, extendiéndose entre nuestros cuerpos
para desabrocharse los jeans y empujándolos hacia abajo—. Si te portas bien,
entonces tal vez considere llenarte con nuestro semen.
Cinco días.
Hace nueve días, la idea de que este hombre me besara me envió a una espiral
de odio catastrófico, pero ahora mis músculos amenazan con relajarse al darme
cuenta de que no tiene intención de follarme. Se me revuelve el estómago por el
costo. Necesito el Plan B. Pase lo que pase dentro de cinco días, tener un bastardo
de Duque creciendo en mi vientre no lo hará más fácil.
Mi barbilla se tambalea patéticamente y aprieto los dientes para ocultarlo. No
me romperé por esto. Pueden utilizarme como un juguete barato, pero su tiempo se
está acabando tanto como el mío, y no lo haré.
No lloraré como la perra que quieren que sea.
Dejé que mis brazos se aflojaran. —Bien. —Mi acuerdo llega con una exhalación
que casi espero que no escuche. Una cosa es que Sy me aplaste contra el lavabo del
baño y me obligue. Otra es decir que sí. Ver a Nick ponerse de pie en toda su altura,
sabiendo que no lucharé. Sentir la mano de Remy presionando la parte posterior de
mi muslo, manteniendo mis rodillas dobladas debajo de mi barbilla.
Sus miradas caen hacia mi centro, y cuando hago un espacio entre mis rodillas,
también lo veo, las partes más íntimas de mí obscenamente expuestas. Nick acaricia
su polla mientras Remy saca el suyo de sus boxers, con la lengua asomando para
mojar sus labios.
—Mantente abierta para nosotros —ordena Nick, agarrando mi mano y
reemplazando con ella la palma que metió debajo de la rodilla. Mirando hacia otro
lado, cruzo los brazos sobre los muslos, tratando de no recordar cómo me volví tan
buena contorsionándome así.
—Joder, tiene un lindo coño —murmura Remy, extendiendo la mano para
tocarme. Sus dedos extienden mis labios y se sumerge más abajo, jugando con el
borde de mi culo—. Pero todavía tengo derecho a esto. ¿Verdad, Nicky? Lo
prometiste.
Nick parece de alguna manera aturdido y poseído, y se relaja un poco mientras
avanza para frotar un rastro pegajoso de líquido preseminal en mis pliegues. —Su
trasero es tuyo. ¿Pero esto? —Observo aturdida mientras aprieta la cabeza de su
pene, acumulando una oleada de líquido preseminal en la punta de su dedo. Me
mira directamente a los ojos mientras mete el dedo en el coño, sin preocuparse por
mi mueca de dolor—. Esto es mío.
Empiezan a masturbarse al mismo tiempo, con estilos diferentes y el mismo
objetivo. Los ojos de Remy están pegados a mi culo mientras su puño vuela sobre
su polla. Nick coloca la punta de su derecha contra mi clítoris mientras acaricia
lentamente su eje. Él disfrutará cada segundo de esto, me hará sufrir. Se paran cadera
con cadera, ninguno de los cuales parece particularmente preocupado cuando Remy
coloca la cabeza de su pene contra el de Nick, intercalando mi clítoris justo entre
sus cabezas.
Miro al techo y espero que sean tan rápidos como Sy. Me pregunto si se sintió
así con Autumn. ¿Se abrió alguna vez como un recipiente, aguantando el sonido de
la carne de sus Príncipes en sus palmas? ¿Sintió el nudo en la garganta al darse
cuenta de lo que había llegado a ser? ¿Luchó tanto para evitar sentir algo? El sonido
de sus respiraciones cortas es como estática, y si me esfuerzo lo suficiente, casi puedo
ignorar la pequeña tormenta eléctrica que se está gestando en la boca de mi
estómago.
Casi.
—Oh, joder —respira Remy, arrastrando su polla por mi coño—. Se está
mojando. Échale un vistazo.
Nick agacha la cabeza mientras Remy separa mis labios, sus dedos extienden
mi creciente resbaladiza hasta mi clítoris. —Por supuesto que se está mojando —dice
Nick, frotando su polla a través de ella—. Este coño sabe a quién pertenece. ¿No es
así, Pajarito?
Me muerdo la lengua con tanta fuerza que pruebo el sabor metálico de la
sangre.
Remy es el primero en llegar.
Se construye en sus movimientos, los hombros se sacuden más rápido y más
cortos a medida que se acerca. Es un poco poético: mi trasero y mi coño son lo
único expuesto. Lo único que quieren. Un objeto en el espacio. La primera ola
cálida y pegajosa de su semen estalla directamente en mi coño. Hace un sonido bajo
y desesperado, su mano se dispara para sujetar mi muslo mientras su polla se eleva,
arrojando una segunda cuerda sobre la cabeza de la polla de Nick.
Remy se estremece para atraparlo antes de que caiga sobre la mesa, las puntas
de sus dedos lo levantan y lo empujan hacia adentro. No estoy seguro de por qué
no espero lo que viene después, pero aún así me pongo rígida cuando su resbaladizo
dedo atraviesa mi culo. —Maldita sea, deberías sentir esto. —Inclina la cabeza para
ver cómo su dedo desaparece hasta el nudillo—. Está tan jodidamente apretado,
hermano. No quiere dejarme ir.
Hago un sonido cuando saca el dedo, apresurándose a atrapar el resto de su
carga, guardándola con entusiasmo dentro. A lo lejos, me asalta la idea de que a Sy
le encantaría esto: un nivel completamente nuevo de humillación mientras Remy
llena minuciosamente mi trasero con su semilla. El pensamiento sólo es ahogado
por las fuertes respiraciones de Nick, sus músculos flexionándose artísticamente.
Estoy muy agradecida de que se esté acercando. Ni siquiera pienso en sentir la
familiar sensación de pavor cuando empuja a Remy fuera del camino y se inclina,
rozando sus labios sobre los míos.
—Abre —gruñe, moviendo su lengua contra la comisura de mis labios. La
cabeza de su polla se encaja justo contra mi agujero—. Dame tu lengua o la empujaré
hacia adentro.
Mis piernas están aplastadas entre nuestros cuerpos y empiezo a sentirme
apretada, asfixiada. Entonces, cuando abro la boca para dar un grito ahogado, es
solo la mitad de una súplica, y su lengua la invade instantáneamente. Simplemente
hace que el pánico salvaje en mi pecho crezca, porque él está justo ahí, con la polla
preparada en mi entrada, y no puedo respirar, inmovilizada por su peso y la
amenaza de penetración.
El ascensor podría haber sido mejor. Eso sé que no quiero. ¿Pero esto? Es una
lucha eterna, mi cuerpo al borde de traicionarme. Dentro de la caja sé quién es mi
enemigo.
Mientras su lengua se mueve con avidez contra la mía, su mano comienza a
bombear su polla más rápido, con movimientos más cortos, sus nudillos rozan mi
piel con cada paso. Y luego se aferra, gruñendo en mi boca mientras se corre, el
calor de su liberación bombea justo contra mi entrada. Su mano cae entre nosotros
y respiro cuando él empuja dos dedos cubiertos de semen hacia adentro.
Contra mi voluntad, los dedos de mis pies se curvan.
No se trata de sexo, se trata de posesión. Puedo decirlo por la forma en que su
boca intenta consumirme, con qué desesperación empuja su esperma dentro de mi
cuerpo. Aquí no hay ternura ni pasión. Ninguna consideración a mi placer. Es Nick
siendo Nick. Atrapándome. Infligiendo un castigo por lo que hizo su hermano en
ese baño.
Cuando finalmente se aleja, giro la cabeza hacia un lado, sin querer que vea la
resignación en mis ojos. Escucho los dientes metálicos de su cremallera y la risa baja
cuando dice: —Ver tu coño cubierto de mi semen…
—Nuestro semen —agrega Remy.
—… me trae recuerdos. —Hay un largo momento de silencio después de que
mis extremidades caigan, colgando sin fuerzas sobre el borde de la mesa—. Oye —
susurra, colocando mi cabello detrás de mi oreja. Me alejo y él hace un gesto—.
Vamos, Pajarito. No seas así.
Aprieto los muslos. —Eres un idiota.
—¿Por qué? —Tiene el descaro de parecer ofendido por eso y me roza la
mandíbula con un nudillo—. Sabes que sólo estoy recuperando lo que es mío. ¿O lo
has olvidado?
Miro sin ver hacia la cocina. —Como si alguna vez me dejaras olvidar.
Sus dedos empujan entre mis piernas como una compulsión, como si tuviera
que sentir el desastre que ha hecho conmigo para asegurarse de no olvidarlo
tampoco. —Tal vez si dejas de enojarte como una princesita mimada, puedo llevarte
a salir conmigo hoy —dice esto mientras me folla dos dedos, un gesto automático e
irreflexivo.
Lo miro, escéptica. —¿Dónde?
El rubor de sus mejillas se está desvaneciendo, dejándolo con una expresión
más estoica de lo que sugieren sus dedos. —A la farmacia —responde—. Por mucho
que quiera verte gorda y llena de un poco de Nick guapo, ahora no es el momento.
Además —agrega, con los ojos cada vez más nublados a medida que descienden
hasta mi pecho. —Podemos recetarle la píldora…
Me levanto en un instante y me subo los pantalones cortos. —A la mierda la
pastilla. Quiero el implante. Esos duran hasta tres años.
Cinco días, pienso.
Para bien o para mal, las cosas van a cambiar.

—¿No eres una pequeña bestia? —arrullo, sacudiendo el ratón de juguete para el
Archiduque. Me he sentido mal por dejarlo aquí solo durante tanto tiempo, después
de haber pasado la mañana y la tarde con Nick, pero al Archiduque no parece
importarle y le da una joroba amenazadora al ratoncito.
Al menos no quedaré embarazada.
Estoy en el suelo de la habitación de Nick, con las piernas dobladas debajo de
mí mientras paso el ratón por el suelo. Todavía me duele un poco el brazo por el
implante y estoy cansada hasta la médula. Quedan cinco días. Puedo contar eso con
una mano. En unas horas ni siquiera necesitaré mi pulgar para hacerlo.
Así que trato de no pensar en eso, hundiendo mis pensamientos en los
pequeños saltos y meneos de Archie. Mi padre nunca me habría dejado tener una
mascota. Lo más cerca que estuvimos fue Amos, que era más como otro hermano
que algo que yo pudiera cuidar o con quien pudiera formar un vínculo.
El Archiduque está lleno de entusiasmo, así que estoy tratando de cansarlo un
poco antes de acostarse, sin saber cómo reaccionará Nick ante la idea de un gatito
durmiendo en su espacio. Todo el día ha sido incómodo y tenso, Nick me arrastra
de un lugar a otro de la forma más agresiva y distante posible. Si alguien me hubiera
dicho hace un año que saldría de una clínica para mujeres y encontraría a Nick
guapo esperándome impaciente en el vestíbulo, me habría reído en su cara. La
realidad era mucho más incómoda; Nick con la cabeza echada hacia atrás, los brazos
cruzados, los ojos cerrados y el talón golpeando inquietamente el suelo. Todas las
demás mujeres en la sala de espera seguían lanzándole miradas furtivas y temerosas,
lo cual era justo. Supongo que la última persona con la que esperas compartir tu
experiencia con el examen pélvico es un matón con un tatuaje en la sien.
El punto es que pasamos todo el día girando en torno a un simple absoluto.
Soy, en el mejor de los casos, el trágico perro callejero de Nick, rescatado con
el fin de tener algo entretenido con lo que pasar las horas.
Archie se lanza detrás de la bolsa de gimnasia de Nick, mirando por un lado
mientras acecha al ratón, con las pupilas dilatadas. Realmente se prepara para el
ataque, agachándose y moviendo su pequeño trasero.
En el momento en que finalmente emerge de las sombras, con las patas volando
en el aire espasmódicamente, dejo escapar una risita encantada. Se pone boca arriba
para golpearlo con las patas traseras y le rasco la barriga.
—Serás un frío asesino en poco tiempo, ¿eh, Archiduque? —Todavía estoy
sonriendo de oreja a oreja cuando levanto la vista, congelándome al ver a Nick en
la puerta. Mi espalda se endereza y dejo caer el ratón, levantando a Archie en mi
regazo—. Pensé que podríamos dormir aquí esta noche.
Lo mejor es dejar de lado mis obligaciones ahora.
Cinco días.
Nick está apoyado contra la puerta, con el cuerpo suelto y medio escondido,
como si tal vez hubiera estado allí de pie durante un rato, observando. Espera.
Rarito. Hay una suavidad en sus ojos que se endurece cuanto más lo miro. —Te
estabas riendo.
Agacho la cabeza y le doy al Archiduque una suave caricia en la espalda. —
Debería calmarse pronto. De hecho, Archie duerme muy bien por la noche. —
Sintiéndome a la defensiva, agrego—: No será ningún problema.
Nick levanta las palmas. —Nunca dije que lo sería. —Lentamente, cruza el
umbral, con los ojos fijos en mí mientras cierra suavemente la puerta. Lo único que
ilumina la habitación es la lámpara junto a su cama, y apenas toca los ángulos de su
rostro, ensombreciendo sus ojos mientras comienza a desvestirse—. No esperaba que
vinieras.
Me encojo de hombros. —Tu cama es mejor que el suelo.
Mi respuesta no alivia la arruga de su frente. En todo caso, simplemente lo
profundiza más. —Así que estás aquí simplemente porque tienes que estarlo. —Lo
dice con un murmullo suave y monótono que cae tan plano como la camisa que
arroja a la esquina.
Archie se retuerce en mi agarre y lo dejo ir, viendo cómo su pequeña cola se
mueve mientras desaparece debajo de la cama.
No puedo darle a Nick lo que quiere.
Pero puedo darle esto. —Podría haber ido a la cama de Remy. —Lo miro
mientras se acerca, la luz se mueve a través de sus rasgos. Es imposible saber si mis
palabras tienen algún efecto. Nick solo me dejaría verlo si así lo quisiera.
Pero extiende una mano.
Una invitación.
Vacilante, la tomo y cruzo mi mano con la suya más grande. Me levanta del
suelo y luego se queda allí por un momento. Evaluándome. Sus ojos recorren mi
rostro y se detienen en mi boca. Me quedo quieta mientras sus palmas enmarcan mi
rostro, sabiendo que no lo detendré si intenta besarme. Desde que Remy me robó
ese beso en el ring, se ha convertido en una certeza tácita que este es mi verdadero
castigo por ello. Nick ha ganado mi boca, mi lengua, mis dientes.
Pero no me besa.
Presiona sus pulgares en cada esquina de mis labios y los levanta en una sonrisa
manipulada. Lo mantiene ahí por un par de segundos, pero tan pronto como lo
suelta, la sonrisa artificial desaparece. Suspirando, se encoge de hombros, se deja
caer en la cama y acaricia el espacio a su lado.
Intento respirar profundamente, pero tengo el pecho oprimido. La
preocupación de anoche, de los últimos meses, se ha convertido en algo inevitable.
—Necesito que me prometas algo —le digo.
—¿Otro trato? —dice con cansancio, frotándose la cara con la palma de la
mano—. Esta noche no, Pajarito, estoy jodidamente agotado y ahora entiendo que
necesito tener la cabeza lúcida cuando negocie contigo.
Miro al gatito una vez más, antes de quitarme los pantalones y subirme a la
cama junto a él. —No es nada importante —insisto. Sus ojos se cierran, pero todavía
está despierto, pasando su mano distraídamente por mi muslo. Apoyo mi mano
sobre la suya, pero no la muevo y no lucho—. Nick —susurro, usando
intencionalmente su nombre. Sus ojos se abren y finalmente se encuentran con los
míos—. Tienes que prometerme que te encargarás del Archiduque si yo no puedo.
Se mueve, mirándome. Su polla ya está a media asta entre sus piernas, y cuando
la siento contra mí, creo que así debe ser lo que siente ante la perspectiva de
negociar. Ahora no. —¿Es esto algún tipo de truco mental Jedi para que me
comprometa a limpiar las cajas de arena o algo así? Porque no va a pasar. Nunca.
Ni siquiera si el anal está sobre la mesa.
—Lo digo en serio. —Intento formular las palabras a las que me he aferrado
durante tanto tiempo—. Si hay un momento… en el que no esté aquí, por favor no
le hagas daño. Dáselo a Verity o a una de las chicas más responsables si es necesario,
¿vale?
Sus ojos se vuelven duros. —Lamento decírtelo, pero mientras seas la Duquesa,
estarás atrapada con nosotros. Y creo que ya sabes que si intentas huir, te encontraré.
Si las cartas estuvieran apiladas como Nick pensaba, estaría en lo cierto. Pero
no lo son. Antes de esta noche, no me importaba cómo se sentían sobre lo que iba
a pasar. De hecho, merecían que los tomaran por sorpresa. Pero ahora soy la
responsable de algo inocente y frágil, y no soy Nick.
—¿Por favor? —Pregunto.
No lastimo las cosas que digo amar.
—Te hizo reír. —Los ojos de Nick van y vienen entre los míos y luego hasta mi
boca—. No voy a lastimarlo. Es tuyo.
Miro a Nick. A su hermoso rostro. Al tatuaje al lado de su ojo. Violencia. Él la
causa. La atrae. Joder, él es violencia.
Me doy cuenta de que podría decirle que lo amo. Ya me lo dijo antes, muy
convencido. Podría usar eso y hacerle el juego, usar su obsesión conmigo en su
contra. Pero la traición que sentirá cuando se dé cuenta de que es una mentira, otra
manipulación, podría derribar toda esta torre a escombros. No queda más que decir
la verdad.
—Hay algo que no sabes —digo, mirando su mano en mi muslo—. Acerca de
mí.
—Hay muchas cosas que no sé sobre ti. —Sus dedos se sumergen bajo el
dobladillo de mi camisa—. Pero me importa un carajo, especialmente si estás a punto
de decirme que mataste a tu hermana. Ya sé eso.
Mi cabeza se levanta de golpe. —¿Qué?
—Ese es el rumor que corre sobre por qué tu papá te vendió. —Se levanta hasta
quedar sentado—. Como castigo por deshacerte de la elegida.
Me siento con él e insisto: —Yo no maté a mi hermana.
Se encoge de hombros como si realmente no le importara, y probablemente
no le importe. ¿Por qué lo haría? Nick es un asesino.
Fuerzo la verdad. —Se trata del trato que Daniel Payne hizo con mi padre.
Su frente se arruga. —Cuando Lionel te vendió.
Hago una mueca y llevo las rodillas al pecho. Todavía duele oírlo decirlo en
voz alta. —Esa es la cosa. No me vendió exactamente. Hizo un trato para que Daniel
me retuviera hasta que sucediera una de dos cosas. Si, o cuando, encuentren a
Leticia, o —encierro los dedos de las manos sobre los pies—, en mi vigésimo primer
cumpleaños.
Nick niega con la cabeza. —Yo estaba allí esa noche. Vi a tu padre y a Daniel
darse la mano. Yo mismo te metí en el coche.
Recuerdo esa noche. El mordisco del asfalto en mis doloridas rodillas. El olor
nocivo de los gases de escape de los coches. El calor de las manos de Nick mientras
me ataba las muñecas. —No escuchaste el trato que hicieron. Lo acordaron antes de
que mi padre me llevara a ese estacionamiento.
Una línea se dibuja entre sus ojos. —Pero Daniel dijo…
—¿De verdad pensaste que mi padre simplemente dejaría ir un activo así? —No
tengo que disculparme ni explicar la palabra “activo”. Ambos sabemos lo que
significa, y eso es lo que soy. Para los Condes. Para los Lords Y ahora para los
Duques—. Me necesitaba fuera de su camino, pero lo suficientemente segura como
para poder recogerme una vez que descubriera su próximo movimiento: la manera
de mantener el control. —Con amargura le explico—: Casar a una hija con Pérez es
su boleto. Ya le había desaparecido una hija. No podía arriesgar a otra, y todos
sabían que Daniel Payne era la mejor persona para mantener cautiva a una chica en
contra de su voluntad. Tenía los recursos. Cualquiera con tetas podría estar
escondida en uno de sus prostíbulos. —Envuelvo mis brazos alrededor de mis
rodillas y las aprieto—. No me dolió tener sobre mi cabeza la amenaza de
convertirme en una de las chicas del burdel si algo salía mal.
Se levanta de un salto de repente, empujando el colchón. —¿Me estás diciendo
que Killian me dio una Duquesa que no puedo poseer? —Nick me informa con los
ojos entrecerrados—. Mierda. Eso es jugar a la ruleta rusa y lo sabe.
Me burlo. —Por favor. No puedes creer que Killian Payne conozca todos los
trapos sucios de su padre. No es como si Daniel y mi padre estuvieran poniendo
por escrito su acuerdo de esclavitud temporal. Estabas allí y ni siquiera lo sabías.
Además, dudo que Daniel esperara morir.
Nick se frota la frente y un extraño parpadeo pasa por sus ojos. —No. Tienes
razón sobre eso. No tenía ni puta idea de que sus días estaban contados.
Habla de rumores. El mundo real estaba lleno de especulaciones sobre lo que
realmente sucedió la noche del incendio en la oficina de Daniel. Si alguien lo sabe,
ese es Nick guapo Bruin. Y él, sospechosamente, no habla.
—El día que cumpla veintiún años, mi padre me va a recoger y me va a regalar
a Pérez. Me obligará a casarme con él. —Lo miro y sé que ve lo que realmente estoy
diciendo. Mi padre va a intentar obligarme a casarme con él. Pase lo que pase, no
será un traspaso pacífico. Va a ser una guerra. Mi guerra—. Pérez podría desafiar a
mi padre por su título, pero todos saben que perdería. Mi padre podría hacer matar
a Pérez, pero es un perro faldero leal que hace todo lo que quiere. ¿Por qué perder
a un soldado así? Este es el mejor de todos los mundos. Mi padre mantiene su trono,
yo me caso y me oculto, y Pérez asciende en el escalafón. Él podrá hacerse cargo
cuando mi padre esté listo, tal vez una vez que haya tenido uno o dos hijos,
preservando el precioso linaje de los Lucia.
Nick camina por la pequeña habitación, dos pasos a lo largo de la cama y luego
regresa. Se acerca a su escritorio, abre el cajón y recupera su arma, saca la recámara
y la vuelve a cerrar. —Así que lo mataré —dice con voz fría como el hielo.
—¿A Pérez? —Lanzo una risa vacía—. Simplemente me entregará al segundo
mejor.
Se da vuelta y empuña el arma. —¡Así que también mataré a tu papá! Quemaré
todo su maldito reino hasta los cimientos. ¿Es eso lo que quieres oír?
Parpadeo hacia él, con la boca apretada en una línea apretada y sombría. —
¿Tú… harías eso?
Me mira boquiabierto y abre los brazos. —¡No, no soy un maldito idiota! Las
otras tres casas vendrían tras de mí. Tendría que huir como una pequeña perra.
Tendría que dejar atrás a mi maldita familia, otra vez. ¡Mierda! —Vuelve a guardar
el arma en el cajón y lo cierra violentamente. Apoya sus palmas contra la parte
superior, la espalda se contrae y se expande—. Esto no tiene ningún sentido. Yo te
gané.
—No era libre para ser ganada.
—¿Por qué carajo no dijiste algo? —Se gira hacia mí, apretando los puños—. ¿Por
qué me dejaste pensar que esto era real?
Lo miro fijamente. Dios. Sé que no es tonto, pero seguro que se engaña. Dejó
que su obsesión por poseerme nublara su juicio. —Tú fuiste quien irrumpió en
Hideaway y me violó. Tú eres quien hizo el trato con Killian Payne. Eres el bastardo
que subió al ring con Pérez y lo demolió. —Me levanto en la cama y eso nos coloca
a una altura más uniforme—. Hiciste todo esto, Nick guapo Bruin, porque estabas
pensando con tu pene y no con tu cerebro. —Lo apuñalo en la frente con mi dedo
y él aparta mi mano—. Mantuve la boca cerrada porque ser tu esclava es mejor que
quedar a merced de mi padre. Y para que conste, eso no es un cumplido.
Sus dedos se aprietan alrededor de mi muñeca, acercándose como una esposa,
uniéndome a él. —Lo hice porque te amo —espeta—. ¿Cuándo vas a entender eso?
No me inmuto ante el dolor, sus dedos pellizcan hasta que me duelen los
huesos. —No sé cómo es el amor —admito, mirando su mano. Los nudillos entintados
de Nick están blancos por la presión que está usando para abrazarme—. Pero no se
parece a esto. —Tengo que creer eso. Cualquier otra cosa sería demasiado
deprimente.
Nick no deja caer mi muñeca sino que la lanza. —Tú me obligas a hacer eso —
sisea, señalando mi muñeca roja—. Si hicieras lo que te pido y me dejaras
protegerte…
—¡Vienen por mí, Nick! ¡Y no hay nada que puedas hacer para detenerlos! —
Mi pecho se agita con la certeza de esto, y maldita sea. No quería pensar en esto...
no esta noche—. Entonces, ¿puedes prometerme que cuidarás del gatito cuando me
vaya?
—¿Cuándo es tu cumpleaños? —pide.
—Veintitrés de septiembre.
Lo veo calcular.
Cinco días.
—El día después del equinoccio —dice, su expresión se transforma en algo
seguro—. La fiesta del Barón.
—Si, supongo.
Levanta la barbilla y sus ojos penetran con una brutalidad que me hace
contener un escalofrío. Instintivamente, sé que quiere agarrarme de nuevo,
obligarme a acercarme. Puedo verlo en la ondulación de sus músculos.
Pero no lo hace.
—Te dije. En el instante en que te reclamé en el Hideaway, que te convertirías
en mía. Nada va a cambiar eso. Ni tu padre, ni mucho menos ese cabrón de nueve
dedos, Pérez.
—Nick... —empiezo, porque no hay nada que pueda detener esto.
Absolutamente ninguna posibilidad. Leticia me dejó a esta suerte cuando
desapareció.
Pero presiona su dedo contra mis labios.
—Tu padre puede ser malvado y Pérez puede estar desesperado, pero déjame
explicarte algo, Pajarito. Daniel Payne no fue eliminado por su familia. Soy yo quien
les dio la oportunidad. Yo soy quien lo planeó y plantó la semilla. Yo fui quien
eliminó a un Rey. —Presiona su boca contra la mía, besándome larga y
profundamente, haciéndome pagar por esos momentos en los que podría haberme
lastimado, pero no lo hizo. Cuando se retira, retumba—: Y no tengo ningún maldito
problema en hacerlo de nuevo.

Me doy cuenta, sé que Nick no está a mi lado. Me estaría tocando, si lo fuera, con
su constante presencia táctil.
Es el primer pensamiento que pasa por mi mente.
El segundo es que no puedo moverme.
Esto no sucedió la última vez, no con Nick y su tranquila intensidad
protegiéndome del mundo. Hay una pequeña visión a través de mis párpados, pero
todo es confuso más allá de ellos, la habitación está oscura y vacía.
Pero no totalmente vacía.
Hay una figura junto a la puerta, de hombros anchos e imponente, y mi
respiración se acelera. Alucinaciones. Lo leí en uno de los libros de texto de Sy,
porque los deja tirados alrededor de la torre. Así es como supe lo suficiente sobre
las modificaciones de los grupos carbonilo como para engañar a su madre durante
la cena con sus padres. Recito las palabras en mi cabeza a medida que la figura se
acerca. Parálisis del sueño. Un trastorno que ocurre fuera del sueño REM 6 .
Acompañado de alucinaciones. Eso es lo que es esto. No es real.
Excepto que entonces la alucinación sube a la cama, haciendo que mi cuerpo
se hunda con el peso, y sé que es Nick, aunque no tiene ningún sentido.
Está vestido y con su chaqueta.
El grito se detiene antes de comenzar, enterrado profundamente en mi pecho.
La quietud, la presión, el peso de un cuerpo contra el mío. No son las paredes duras
y planas del baúl o del ascensor. Es el cuerpo de Nick, cálido y musculoso,
rodándome sobre mi espalda.
¿Seguro? No.
¿Mejor que la alternativa?
Joder, sí.
Respiro hondo y tranquilizador. El recuerdo de mi conversación con Nick la
noche anterior pasa por mi mente. Me sorprendió lo aliviada que me sentí al decirle
la verdad, al asegurarme de que Archie estuviera bien después de mi partida.
Una mano cálida recorre mi garganta y lucho por abrir los ojos por completo,
por entender la forma en que huele. Humo de cigarrillo y aire de la ciudad.
—Lo pensé —susurra, sentándose a horcajadas sobre mí.
Me lleva un segundo procesarlo, pero sus pies presionan mis pantorrillas y sus
rodillas aprietan mis muslos. Siento el centro de sus piernas contra mi bajo vientre.
Eso, junto con la mirada salvaje en sus ojos, es lo que hace que se me hiele la sangre.
Su polla no está dura. Su polla siempre está dura. Abro la boca para decir algo,

6
Sueño de movimientos oculares rápidos (sueño REM, rapid eye movement), porque los ojos experimentan unos
movimientos rápidos aun cuando la persona todavía está dormida.
cualquier cosa, pero las palabras se alojan en algún lugar inalcanzable de mi
garganta.
—Lo pensé y así es como tiene que ser. —En la tenue luz de la habitación, algo
metálico brilla en su mano. Lucho a través de la niebla del sueño para recordar
dónde lo he visto. Se inclina sobre mí y su voz suena suave en mi oído—. No dejaré
que nadie te aparte de mí.
Estoy congelada. Paralizada en la cama. A su merced.
Inclina mi cabeza hacia un lado y las yemas de sus dedos tocan la piel justo
detrás de mi oreja. En el escaso centímetro de oscuridad que hay entre nosotros,
explica: —Es por tu propio bien. De lo contrario me volveré loco. Tendría que
encerrarte aquí las veinticuatro horas del día. Tendría que escucharte gritar en ese
ascensor todas las noches y no puedo. —Hay una nota quejumbrosa en su voz, como
si le doliera admitirlo—. Lo que sea necesario para mantenerte aquí. Para mantenerte
mía.
Intento recordar qué me sacó de ahí la última vez, cuando Sy me tenía
inmovilizada en su cama. Lucho por aspirar aire por la nariz, succionando aire y
llenando mis pulmones. No es mucho, pero se me afloja la mandíbula y digo: —No,
detente —porque de repente sé lo que tiene en la mano. Me las arreglo para levantar
una mano y golpearla débilmente contra él. La agarra, la mete debajo de su rodilla
y presiona hacia abajo.
—Esto está pasando, Lavinia —dice, con mi nombre frío en sus labios—. Nadie
te alejará de mí. Jamás.
Su mano libre desciende a un lado de mi cabeza, torciendo mi cuello. Siento
la presión del metal contra mi piel y el agudo y mordiente aguijón del rastreador
mientras se clava en mi carne. Me muerdo el labio inferior, absorbiendo el dolor, la
traición.
Teníamos un trato.
Pasa el pulgar por la herida y luego se lo lleva a la boca. Veo la mancha roja
de sangre antes de que la lama con su lengua, sus ojos azules miran directamente a
los míos. Un momento después, me suelta, levantándose de la cama (de mi cuerpo)
y flotando a los pies de ella. Es entonces cuando mis brazos y piernas se aflojan y
busco el punto dolorido con las uñas.
—Sácatelo otra vez, y te pondré uno nuevo —dice, sin mirar hacia arriba—. Pero
será un lugar al que no podrás llegar y será muchísimo más doloroso.
—¡Hijo de puta! —Grito, recuperando completamente el uso de mi cuerpo. Me
arrastro hasta ponerme de rodillas—. ¡Hicimos un maldito trato! ¡Me prometiste que
no lo volverías a poner!
—Has roto el trato a diestra y siniestra. Lo rompiste cuando besaste a Remy —
dice simplemente, con la mandíbula tensa.
—¡Eso fue una vez! Y él me besó. ¡Ya me castigaste por ello! —Odio el sonido
estridente de mi propia voz. Odio lo que me hace. Lo odio y la forma en que me
mira, tan condescendiente y tranquilo...
—Quiero creerte, Pajarito, pero Dios sabe lo que dejaste que Sy te hiciera en
ese baño. Dejaste que te llene con su semen. No puedo confiar en que no lo hayas
besado también.
—¡No lo dejé hacer nada, imbécil! —Salgo de la cama y me muevo hasta estar
justo frente a él—. No he tomado una sola decisión en semanas... ¡años! Deja de
fingir que todo esto es mi elección, que tengo autonomía o control sobre mi vida. —
Lágrimas calientes se acumulan en mis ojos y ¡ joder, joder, joder! Doy un paso más
cerca—. Te odio muchísimo.
Nick advierte: —No lo hagas —y la puerta se abre justo cuando levanto la cabeza
hacia atrás y le escupo en la cara. Su expresión se endurece y no hay duda. Es como
si su brazo estuviera conectado a ese punto de su mejilla que está mojado con mi
saliva. Es como si fuera automático.
Él echa su brazo hacia atrás y golpea, su palma golpea mi mejilla en una
explosión de fuego caliente que hace castañetear los dientes. La pura e implacable
fuerza de la bofetada me hace tropezar de lado y pierdo el equilibrio, cayendo sin
gracia al suelo. Hay un zumbido en mis oídos, una angustia en mi pecho, y acuno
mi mandíbula, luchando contra las lágrimas mientras miro hacia arriba.
Remy está parado en la puerta, mirándonos a Nick y a mí con una expresión
de asombro. —Que…
—Te dije lo que pasaría —espeta Nick, con las cejas metidas en un tenso ceño
fruncido—. Tú me obligaste a hacer esto. ¿Por qué siempre me obligas a hacer esto?
La ira y la rabia burbujean en mi pecho. Puede que no esté en el baúl o en el
ascensor o en algún lugar estrecho y confinado, pero el latido detrás de mi oreja
prueba una cosa con seguridad.
Nunca seré libre.
Capítulo 27
REMY
En la escuela primaria, a Nick le gustó esta chica de la clase de gimnasia.
Pasó seis semanas demoliendo absolutamente a esa perra en dodgeball.
La seguía a almorzar y le robaba la mochila, tirando todo su contenido al piso
justo delante de ella, como si tuviera todo el derecho del mundo. La arrastraba por
los pasillos por las muñecas, la empujaba hacia abajo cuando luchaba, la maltrataba
por no ser suya, no de la manera específica que él quería. Eso es lo que mucha gente
no entiende acerca de Nick: que es tan exigente como Sy, si no más. Cuanto más
intenso se siente acerca de algo, más inquieto se pone al respecto.
Los padres de la chica causaron un gran revuelo, probablemente porque su
hija seguía regresando a casa magullada. Más tarde comenzó a hablar de ello. Las
marcas. El morado y el azul. La sangre justo debajo de la piel. Incluso entonces me
excitaba la idea de que las yemas de los dedos de Nick dejaran impresiones en la
piel de una chica.
La pobre chica nunca tuvo oportunidad una vez que Nick puso sus ojos en ella,
pero sus padres se volvieron muy agresivos al respecto y los pusieron a él y a Sy en
un programa para “jóvenes con problemas”.
Estuve allí desde tercer grado.
Tate llegó un año después.
Ahí es donde empezó todo, los cuatro instantáneamente gravitamos el uno
hacia el otro. Ninguno de ellos era como yo. En realidad, ninguno de ellos tenía
nada de malo en ese nivel profundo y fundamental. Mi cerebro nunca ha estado
bien, pero el de ellos estaba bien. Claro, Sy se metió en muchas peleas, Tate tenía
problemas con la autoridad y Nick solo sabía cómo querer a alguien de manera
homicida, pero ninguno de esos era el verdadero problema. El problema de Sy es
que nunca supo cuándo dejar de golpear. El problema de Tate era que aún no
entendía por qué era diferente. ¿Y el problema de Nick?
El problema de Nick era una profunda creencia interna de que podía intimidar
a alguien para que también lo amara.
Cristo, algunas cosas nunca cambian.
El aire sabe a relámpago y a dolor, y Nick es el ozono. Vinny está en el suelo,
agarrándose la mejilla, con los ojos muy abiertos y húmedos por lágrimas no
derramadas.
Nick simplemente la está mirando, inmóvil como una piedra. —Te dije lo que
pasaría —dice con voz tranquila y terrible—. Tú me obligaste a hacer esto. —Más
urgentemente pregunta—: ¿Por qué siempre me obligas a hacer esto?
Presiona su muñeca contra su nariz, un patético intento de disimular un sollozo.
—Nuestro trato ha terminado. —Intenta hacer que su voz sea dura y aguda, pero se
le quiebra a la mitad.
Nick mira hacia otro lado y sus grietas son visibles. La sutil caída de sus
hombros, la flexión de su mandíbula, la forma en que se queda increíblemente
quieto. —Si eso es lo que se necesita para mantenerte a salvo.
Vinny se pone de pie y corre hacia la puerta, casi derribándome cuando me
empuja fuera del camino. Algo de enojo brilla en los ojos de Nick, pero se apaga
con el sonido de la puerta del baño cerrándose, haciendo vibrar las paredes.
Nick se deja caer al final de la cama y comienza a desatar agresivamente los
cordones de sus zapatos, con la atención demasiado concentrada en la tarea. —
Intentará huir, así que tendremos que quedarnos con ella. No la dejaremos sola aquí
otra vez.
Me cruzo de brazos y lo miro. —Nunca vas a conquistarla así.
Levanta la cabeza de golpe, con el rostro contorsionado por la ira. —¡Ya la
gané! —Mis pies me hacen retroceder un paso. Nick es mejor que nadie en esta torre
para mantener la calma, pero de repente sus puños se flexionan como si fuera Sy.
—Lo hiciste —estoy de acuerdo, mirándolo luchar para quitarse la camisa—. Tú
la ganaste. Pero nunca la conquistaste.
—Que se joda esa mierda —se burla, arrojando su camisa al otro lado de la
habitación—. He estado dejándola jugar conmigo desde que subió esas escaleras. No
soy su acompañante. Soy su Duque. Soy su dueño. —Señala con la barbilla hacia el
baño—. Deja que intente conquistarme por una vez.
Mis labios se contraen en una sombría aproximación a una sonrisa. —Si hiciera
eso, perderías interés. Por eso tienes que perseguir ese coño, el difícil. No quieres
una chica, quieres un proyecto.
—Lo que quiero —responde, con los puños cerrados—, es un poco de maldita
apreciación.
Le doy un par de golpecitos al marco de la puerta con los nudillos antes de
darme la vuelta. —Un pájaro nunca apreciará su jaula.

Me cruzo de brazos y las rodillas saltan mientras espero. El sonido de mi tacón


golpeando el suelo debe enojar al viejo sentado a mi lado, porque me lanza una
mirada asesina antes de pasar al otro lado de la sala de espera.
No quiero estar aquí.
Sacando mi teléfono, le envío un mensaje de texto a mi padre.
No quiero estar aquí.
No responde, pero no me sorprende. Mi familia tiene una única regla que
prevalece sobre todas las demás: nada de escándalos. Es por eso que mi tío mayor
y sus hijos tienen bajo control a las autoridades, probablemente durante
generaciones. Por eso mi padre es dueño de todos los hoteles lujosos del estado. Es
por eso que me han llevado de clínica en clínica, atendido por médicos a quienes
se les paga para mantenerme tranquilo y lo más normal posible.
Pero joder, realmente no quiero estar aquí.
El temor se acumula en la boca de mi pecho como un puño alrededor de mis
pulmones, y cuanto más espero, más inquieto me pongo, tamborileando contra el
brazo de la silla.
—La Dra. Weatherby está listo para verlo, señor Maddox. —Miro a la dama de
azul. Está detrás de un mostrador alto con una mampara de cristal, nada más que
una pequeña ranura abierta en la parte inferior. Siempre me dan ganas de agachar
la cabeza para que se ocupen de mí. ¿Tienen miedo? ¿Les preocupa que uno de los
clientes contagie su locura por la abertura de la ventana? ¿Temen que se infecten
con él?
El nombre de la mujer es Doreen y su sonrisa nunca parece real. Es rígida,
falsa. No puedo evitar mirar sus labios, cómo los pinta de un tono entre naranja y
rojo, haciendo que su sonrisa parezca aún más falsa.
Mirándome expectante, agrega: —Puedes ir a su oficina.
Me levanto y sacudo los brazos, rompiéndome la espalda al sentarme en las
incómodas sillas. Nada en este lugar es acogedor. Ni los asientos, ni los cuadros de
flores silvestres, ni Doreen. Pero si puedo pasar esta cita, me daré un par de semanas
enteras del silencio de mi padre.
—Gracias, Doreen. —Mientras paso junto a ella, golpeo mi marcador contra la
superficie plana de la encimera y ella entrecierra los ojos. Haz un pequeño mural de
un crucifijo follándose un coño en la pared del vestíbulo y todos sospecharán.
La oficina de la Dra. Weatherby está en la tercera puerta y la puerta está abierta.
Probablemente tenga edad suficiente para ser mi abuela, pero sus ojos astutos y su
postura de baqueta son todo menos maternales. La doctora está sentada en una silla
gris, de espaldas a una ventana del tamaño de una pared con vistas a la ciudad. Me
acerco y coloco mi mano sobre el cristal, mirando hacia abajo.
Hay tantos acantilados peligrosos en Forsyth.
—Remy —dice, levantándose y cerrando la puerta con un suave clic—. ¿Cómo
estás?
—Excelente —digo, alejándome de la ventana, del acantilado, orientándome
hacia la habitación. Me dejo caer en el sofá y dejo que mi cuerpo rebote sobre los
suaves cojines. Apuesto a que éste es el único asiento cómodo del lugar.
Probablemente una trampa—. Soy un Duque ahora.
—Oh —dice, mirándome por encima de sus gafas. Abre su pequeño cuaderno—
. Ese es un papel importante. Felicidades.
Presiono mi palma contra mi muslo, trazando distraídamente el marcador
tapado sobre las letras en mis nudillos: DUQUE. Desde anoche, he tenido estos...
parpadeos. La mejilla roja de Vinny. Sus ojos grandes y húmedos brillan como una
galaxia. Azufre y pánico. Ni siquiera me miró cuando fui hacia ella esta mañana
mientras subía las escaleras hacia su loft. Seguía mirando fijamente desde la sucia
esfera del reloj mientras yo le bajaba la pretina del pantalón, para contar las puntas
de la estrella.
—¿Cómo han estado las cosas? —Su bolígrafo está sobre el papel, sus ojos
puestos en mí—. Con el inicio de clases y todos los cambios que trae consigo un
nuevo semestre, no me sorprendería saber que has tenido problemas para adaptarte.
La Dra. Weatherby hace las mismas preguntas, de la misma manera, tomando
las mismas notas en el mismo cuaderno azul cada vez que vengo. Intenta verme,
pero cuando estoy al borde de ese acantilado, soy invisible para todos.
Excepto para ella.
—La escuela está bien. Principalmente la de arte y las clases de administración
de empresas que mi padre me obliga a tomar. —Ese es el trato. Puedo especializarme
en arte siempre que tenga una especialización en negocios. “Algo a lo que
recurrir.”—. Me gusta mi clase de filosofía.
Tararea pensativamente. —¿Y cómo has estado durmiendo? Nueva casa, nueva
habitación. —De nuevo, tengo uno de esos parpadeos, apretando los ojos contra él—
. ¿Remy? ¿Qué ocurre?
—Nada.
Ella baja la barbilla y me evalúa por encima del marco turquesa de sus gafas.
—Estás consumiendo drogas otra vez.
—No, no lo estoy.
Lo estoy, totalmente.
Suspira, anotando en el cuaderno. —Los estimulantes no reaccionan bien con
los medicamentos. —Hace una pausa—. Estás tomando tu medicación, ¿no? Tu
verdadera medicación.
—¿Consistentemente? —Pregunto, mostrando una sonrisa ganadora.
Niega con la cabeza. —Sí, consistentemente.
—Me salté mis medicamentos durante unos días —confieso, tocando el
marcador en mi rodilla—. Estoy bien, excepto... —Mis ojos se desvían hacia la
ventana, considerando la caída. Este edificio no es tan alto como la torre. Puedo
verlo a lo lejos, el reloj congelado en el tiempo. Me imagino que Vinny está ahí
ahora mismo, detrás del cristal empañado, con la mirada atravesando la distancia.
—¿Excepto? —insiste.
Me froto la frente. —Tuve un sueño sobre las estrellas y decían algo.
La Dra. Weatherby descruza las piernas y se sienta erguida. —Ya hemos
discutido esto. Las estrellas no son importantes. ¿Has dibujado algo hoy?
La miro, entrecerrando los ojos. —Las estrellas son importantes. Y no me
distraigas. Estoy confundido, pero no soy estúpido.
—Sabes por qué no hablamos de las estrellas —subraya, apretando la boca con
fuerza—. Te obsesionas, Remy. Las estrellas son una metáfora de tu disociación. No
ayuda pensar en ellas.
—Bueno, no estoy de acuerdo —digo, poniéndome de pie. La Dra. Weatherby
observa fríamente mientras camino hacia el armario de los abrigos y lo abro—. ¿Por
qué es esto una metáfora?
En el interior hay una colección de artículos que se han recogido de los
alrededores de su oficina. Ella los pone aquí cada vez que la visito y probablemente
los devuelva todos cuando me vaya.
Posavasos amarillos.
Estacionario amarillo.
Almohadas amarillas.
Entre ellos se encuentra un cuadro de flores amarillas. Es una pieza terrible: el
tipo de mierda insulsa y sin vida que probablemente se produce en una cinta
transportadora para venderse al por mayor a los centros de atención médica. Y no
está del todo bien. No es la flor adecuada.
—Pero no sé por qué —murmuro, frunciendo el labio al verlo.
Ella se aclara la garganta. —Cierra la puerta, Remy. Estamos en medio de una
discusión.
—Me gustaba mucho el amarillo —digo, señalando el cuadro—. Hablemos de
eso.
Ella vuelve a cruzar las piernas. —Los problemas sensoriales son…
—¡No es el puto color! —Exploto, lanzando mi marcador a la ventana. Choca
con el cristal y cae al suelo. Gruñendo de frustración, tomo el cuadro y lo acerco a
ella, golpeándolo contra la mesa a su lado. Clavo un dedo en una flor pintada de
amarillo—. Dime por qué mirar esto me da ganas de vomitar. ¡Dime por qué mi
Duquesa está siempre en las estrellas!
Ella me lanza una mirada exasperantemente paciente. —Remy, estas cosas no
significan nada. Estás abusando de sustancias otra vez. Siéntate y haz tus ejercicios.
Me desinfla. Por alguna razón, tenía la idea de que la Dra. Weatherby tendría
las respuestas, pero por mi vida no puedo entender por qué. Esta gente nunca quiere
ayudar. Sólo quieren que esté callado y quieto, alguien que adopte una expresión
de normalidad, por artificial que sea. Quieren que sonría como Doreen.
Vuelvo al sofá, saco mi teléfono antes de aterrizar pesadamente sobre los
cojines. —Los ejercicios nunca ayudan. —Girando el teléfono en mis manos, confieso
en voz baja—: A veces, cuando veo amarillo, pienso en... Tate. —No me doy cuenta
de por qué lo digo en voz tan baja al principio: suave, como un secreto. Es como si
decir su nombre demasiado alto provocara que algo malo sucediera. No recuerdo
mucho hace dos años. Sólo recuerdo una larga franja de habitaciones de hospital y
agujas, luces fluorescentes y suelos fríos, camas duras y comida blanda.
Lo que más recuerdo es la Dra. Weatherby y su rostro severo, muy parecido
al que tiene ahora. —Empecemos de nuevo, Remy. ¿Qué has dibujado para mí hoy?
Levanto mi mirada hacia la de ella lentamente. Se me ocurre algo. Es difícil
cuando sólo puedo contar con vagas impresiones de las cosas. El amarillo es malo.
Las estrellas se han llevado algo. Vinny es más de lo que sabemos. Las flores traen
decadencia. Pero hay una razón por la que siempre me he resistido tanto a ir a ver
a la Dra. Weatherby, y es porque me palpita la cabeza cuando pienso en ella, como
si algo se hubiera deslizado por mi oreja y me hubiera perforado un agujero en el
cerebro.
—Nunca me dejas hablar de Tate —me doy cuenta. He estado viendo a la Dra.
Weatherby desde que murió Tate, y nunca me dejó hablar de ella.
Hace clic con su bolígrafo. —Porque no creo que sea saludable para ti...
—No quieres que lo haga. —Miro mi teléfono y reviso mis contactos hasta que
encuentro el que dice “Sarah”. Sosteniendo la mirada de la Dra. Weatherby,
presiono el botón de llamada y me acerco el teléfono a la oreja.
Ella frunce el ceño. —¿A quién estas llamando?
No respondo, esperando una respuesta.
Hay un clic y luego su voz. —¿Remy? Bueno, que coincidencia. Acabo de
hablar por teléfono con Simon y...
—Necesito preguntarte algo —le digo, interrumpiéndola. La madre de Nick y Sy
no es el tipo de terapeuta que necesito, pero escuché algo que dijo la otra noche
durante la cena y me molesta en el fondo de mis pensamientos—. Se trata de mi
terapeuta.
La Dra. Weatherby arquea una ceja. —¿Con quién estás hablando?
Sarah responde: —Continúa.
—Ella dice que no debería pensar en las estrellas o las flores amarillas —digo,
con ojos acusadores—. Y no puedo hablar de Tate. ¡No puedo hablar de nada! Eso
es raro, ¿verdad? Dijiste en la cena... le dijiste a Sy que no debería reprimirlo. Dijiste
que debería hablar de ella.
Hay un momento de silencio por parte de Sarah, pero la Dra. Weatherby lo
llena. —Remy, soy el médico que te está tratando. Soy la única que comprende tu
condición y tu historial médico. A tu padre no le alegraría saber que no estás
siguiendo mi...
—Ella nunca me dejó hablar de eso —le digo a Sarah, hablando por encima de
ella—. Incluso cuando estaba en Santa María, ella… —Me agarro la cabeza, haciendo
una mueca ante el recuerdo.
—¿Estás con el mismo médico que te vio en Santa María? —Pregunta Sara—.
¿Tu padre le paga?
—Por supuesto, le paga. Probablemente una pequeña fortuna. —Más tranquilo,
lo admito—: Cuando pienso en Santa María, duele.
Los ojos de la Dra. Weatherby brillan alarmados. —Señor Maddox…
Sarah ordena con urgencia: —Vete. Levántate y sal por esa puerta, ¿me oyes?
No tienes que quedarte si te sientes incómodo.
No necesito oír más.
—¡Remington! —La Dra. Weatherby me llama mientras sigo las órdenes de
Sarah, deteniéndome solo para levantar mi marcador del piso antes de abrir la
puerta—. ¡Remy, voy a llamar a tu padre!
Huyo de sus palabras tanto como corro hacia casa. No lo entiendo, no del todo,
pero creo que estoy empezando a entenderlo.
Los parpadeos no son parpadeos. No son metáforas ni manifestaciones ni
alucinaciones. No son fijaciones malsanas.
Son recuerdos.

Cuando ella aparece a medianoche, como si la hubiera convocado con nada más
que el poder del pensamiento, estoy en medio de triturar una pastilla. Al principio
me molesta, mi atención se ve desviada de las cosas importantes, y abro la puerta
con un irritado rechinar de dientes.
Está apretando al gatito contra su pecho, con las cejas fruncidas en un ceño
agitado. —Voy a dormir aquí esta noche.
Echo un vistazo furtivo por encima de su hombro y veo a Nick mientras
desaparece en su propia habitación. Extendiendo la mano, toco su hombro,
impulsándola a cruzar el umbral. —Necesito que vengas conmigo. Sólo necesito que
lo hagas... sólo un minuto. Espera aquí. Justo aquí… —Señalo donde está parada y
luego regreso a mi mesa de dibujo, cortando la pastilla en polvo en una línea
ordenada. Me agacho y la aspiro de un trago limpio. Amargo. Me estremezco
cuando corre hacia el fondo de mi garganta. Aunque es más rápido de esta manera.
Más potente.
Estoy tan cerca de recordar...
—Remy... —Cuando me giro hacia Vinny, está mirando entre la cama y yo, con
el cuerpo rígido—. ¿Qué estás haciendo?
Sigo su mirada hasta la cama o, más exactamente, el papel que la cubre. No es
bueno... las flores. Están dibujadas de forma desordenada, el amarillo no es del todo
correcto, pero si entrecierro los ojos, es casi suficiente para que vuelva a parpadear—
. Tienes que venir conmigo —le digo, lanzándome hacia adelante para soltar al gatito
de sus manos. Ante el brillo de pánico en sus ojos, me apresuro a decir—: Él no es
parte de esto. Estará bien. A veces lo veo perseguir la luna y creo que probablemente
sobrevivirá. —Lo dejo en mi mesa de trabajo y me agacho para verlo bien a los ojos—
. El Archiduque tiene un gran alma. —Volviéndome hacia ella, agrego—: No le das
suficiente crédito.
—Mierda. —La cara de Vinny se desmorona—. Estás teniendo otro episodio,
¿no?
—No. —Hago un gesto para convencerla de que salga de la habitación—. Solo
tomará un segundo.
Pero en el momento en que nos acercamos a la puerta que conduce al
campanario, se suelta de mi agarre. —¡Absolutamente no! —Sacude la cabeza,
retrocede y hay una explosión de alarma en sus ojos que es lo suficientemente
brillante como para provocar un parpadeo en mi mente—. No volveremos a subir
allí. No después de…
Mi mano sale disparada, agarrando su brazo. —Esto ya no es como antes. —
Cuando lucha contra mi agarre, susurro con impaciencia—: ¡¿No confías en mí?!
Lanza una risa incrédula. —¡No! Ni siquiera un poquito. Ni siquiera con mi
gatito. ¡Ni siquiera contigo mismo! —gira sobre sus talones—. Voy a despertar a Sy
antes de...
Abro la puerta y la agarro por detrás, tapándole la boca con la palma de la
mano mientras la arrastro escaleras arriba.
Ella lucha contra mí, pero soy demasiado alto, demasiado grande, mis brazos
como acero alrededor de su torso. —Shh —le digo, y puede que yo sea más grande,
pero Vinny tiene mucha capacidad de lucha. Ella pega y golpea mi antebrazo con
sus puños, sus pies patean las paredes mientras la levanto cada vez más alto. Llevarla
a la primera habitación, la que tiene todos los relojes mecánicos y la máquina
archivadora, es más trabajo de lo que esperaba. Cuando finalmente cruzo la puerta
y la cierro de golpe detrás de nosotros, en realidad estoy un poco sin aliento.
Ella se sacude, liberando su boca.
Y luego aprieta los dientes sobre el tejido suave de mi mano.
—¡Maldita! —La alejo, apretando mi mano. Sus ojos muy abiertos y asustados
pasan rápidamente a mi lado, regresan a la puerta y vuelve a suceder. El parpadeo—
. Vinny, ¿podrías escucharme? ¡No estoy intentando hacerte daño!
Retrocede. —Estás teniendo un episodio y estás drogado con esa mierda que te
dio Cash. ¡No estás pensando con claridad!
La sigo más adentro de la habitación, con las palmas hacia arriba. —No estoy
loco. Las estrellas son reales. Sólo necesito ver la forma en que te tocan... —Hago
una pausa.
Vale, eso no suena un poco loco.
Algo brilla en sus ojos y se levanta la sudadera con capucha, enganchando el
pulgar en la cintura de sus pantalones cortos. —Puedes contar los puntos, ¿recuerdas?
Siete. Sabes que son las siete.
—No los necesito —insisto, mirando la escalera que lleva al campanario—. Estás
aquí, lo entiendo. Sé que esto no es un sueño. Cuando digo que las estrellas son
reales, no me refiero a un pensamiento o a una maldita ilusión. —La miro a los ojos,
asegurándome de que comprenda que estoy aquí. Estoy lúcido—. Es un recuerdo.
Es algo que mi padre pagó a los médicos para que me hicieran olvidar, pero ahora
lo recuerdo.
En todo caso, parece aún más desconcertada. —Eso es paranoia, Remy. Estás
teniendo algún tipo de reacción a las drogas. Si me dejaras despertar a Sy...
—¡No! —La idea de que él sepa acerca de las estrellas me hace agarrarme el
cabello, tirando con fuerza de las raíces—. Vinny, necesito que alguien me escuche,
que me escuche de verdad, ¡sólo por una puta vez! —Odio la forma en que me mira,
toda perdida y compasiva, como si supiera que mi mente es una ensalada de
amarillo, estrellas y rojo—. No saltaré. Sólo tengo que verte ahí arriba. No puedo...
No puedo decirte por qué, porque todavía no lo sé y sé que suena loco, pero es
importante. Es todo.
—Remy —respira, mirándome fijamente—. No sé cómo ayudarte.
—Puedes ayudarme así —insisto, extendiendo mi mano. Lo haré si es necesario,
y por la consternación en sus ojos puedo notar que ella lo sabe. Pero tiene que
significar algo que le estoy dando la oportunidad de hacerlo sola: que no soy Nicky.
Sus hombros caen. Y luego deja escapar un largo suspiro que endereza su
columna. —Hay que mantenernos alejados de la cornisa.
—¡Sí! —Estallé, moviendo los dedos—. No voy a joder esto, lo prometo.
Una dureza se apodera de sus rasgos. —Y nada de movimientos rápidos o iré a
buscar a Sy y le contaré todo. —Sus ojos se estrechan—. Todo, Remy.
Si Sy supiera lo que pasó antes, que casi salté, que casi terminé como Tate...
Eso lo destruiría.
—Trato. —Asiento alentadoramente y finalmente se acerca, deslizando su mano
en la mía. La llevo hasta la escalera, pero no la hago subir delante de mí. De todos
modos, la escotilla es demasiado pesada para ella. Apoyo mis pies en los peldaños
y la abro, el metal oxidado chirría en señal de protesta.
Arriba, en el campanario, el aire es fresco con el aire de finales de septiembre,
el tímido avance del otoño asoma en el claro cielo nocturno. El equinoccio es
mañana por la noche, a las doce y doce. Todo alineado. Cosecha, muerte,
renacimiento. Amarillo, naranja y rojo descoloridos.
Cuando ella sale lentamente, tomo su mano y la levanto con cuidado alrededor
de la enorme campana. Se quita el polvo con una mano en el muslo, pero no suelto
la otra, atrayéndola hacia el resplandor de la ciudad. La contaminación lumínica de
los otros rincones de Forsyth me lleva a la parte trasera de la torre, la que mira al
oeste. A partir de aquí, alguien casi podría fingir que los otros reinos no existen.
Ahí es donde arrastro a Vinny, ignorando sus protestas (la chispa de temor en
sus ojos) mientras la coloco donde la quiero, justo en el contexto de la noche.
Arriba, un manto de estrellas salpica el cielo.
—Aquí —respiro, observándola mirar nerviosamente por encima del hombro.
—¿Y-y aho-ora qué? —tartamudea, con las manos apretadas en el bolsillo de su
sudadera con capucha.
Ahora cierro los ojos y pienso en las estrellas. Humo. Vidrio negro. Pelo rubio.
Rojo.
Amarillo.
Hay algo suave en el recuerdo que no puedo identificar. Es una tristeza, o tal
vez un arrepentimiento. Sé que duele. Sé que me mata. Sé que quiero alejarme de
ello, porque eso es lo que me han dicho que haga: no pensar en ese lugar, en la
tristeza, el horror, el dolor.
Me obligo a afrontarlo, hundiéndome en los lugares sensibles, obligándome a
superar el dolor de ellos.
Y luego abro los ojos.
Una ráfaga de aire atrapa el cabello de Vinny, azotándolo alrededor de su
cabeza en fríos mechones de color azul pálido. Detrás de ella, las estrellas la llaman
y su luz distante salpica el espacio a su alrededor. Ella nunca abre la boca, pero la
oigo gritar. He visto esa boca, esos labios abiertos de terror. He visto la suave curva
de su mejilla mientras se hunde. He visto el vacío del olvido en sus ojos llorosos. Me
doy cuenta de que he visto su piel bajo este cielo, una flor amarilla metida detrás de
una oreja.
Y la he visto caer.
No me golpea como la bola de demolición que temía. El recuerdo acecha hacia
mí como algo oculto que sale tímidamente de las sombras. No me duele saberlo.
Aquí no hay catástrofe.
Sólo está Vinny, mirándome con curiosidad. —¿Qué? —pregunta, moviéndose
nerviosamente.
Me pregunto cómo debo estar mirándola, porque cuando doy un paso
adelante, ella se estremece. —No eres tú —le aseguro, acunando su rostro entre mis
manos mientras encuentro lo que estoy buscando. Sus ojos. Sus mejillas. Sus labios
rojos. Apoyo mi frente contra la de ella, tan aliviado que me provoca una especie
de sonrisa—. Nunca fuiste tú.
El beso es ligero como una pluma, mi boca roza la de ella tan suavemente que
su pequeño temblor es suficiente para amenazarlo. Ahora me doy cuenta de por
qué Vinny nunca estuvo del todo bien. Los sueños. La estampida en mi pecho esa
primera noche, en el sótano del Hideaway. La forma en que me mira a veces hace
que mi sien palpite con una urgencia que me irrita, como si me hubiera olvidado de
hacer algo.
El recuerdo se abre como pétalos que despiertan de un largo sueño y no está
completo. Los parpadeos todavía entran y salen, y puede que no entienda lo que
estoy viendo, pero sé a quién estoy viendo, y eso es...
La bola de demolición llega a la cima del beso y se estrella contra mí. Me
congelo, porque las estrellas podrían haber estado tristes, pero el amarillo…
—No. —Tropiezo hacia atrás, con los ojos muy abiertos. Un mar amarillo
ondulante se extiende en mi mente, lleno de cosas muertas y silenciosas. Esa es la
fuente del dolor. Este es el parpadeo que saca un gemido de mi pecho. Es la entropía
y la destrucción casual que he temido todo este tiempo—. Ella estaba en las flores —
me doy cuenta.
Vinny me mira con la frente arrugada. —¿Quién estaba… qué? —Pero no puedo
explicárselo. Ni siquiera puedo explicármelo a mí mismo. De alguna manera,
simplemente lo sé.
—¡Remy, espera! —Su voz de pánico me persigue hasta la escotilla y luego bajo
la escalera.
No sé lo que significa.
Pero sé adónde ir.
Capítulo 28
LAVINIA
Dos días.
Salgo del baño hacia el aire fresco de la torre con el pelo todavía envuelto en
una toalla. La casa está en silencio, lo que me pone nerviosa. Nick ha estado
insistiendo en que alguien esté conmigo todo el tiempo. Debería sentir alivio por el
raro momento de privacidad, aunque ahora que el rastreador está nuevamente bajo
mi piel, sé que eso no es cierto.
Miro por la puerta abierta del dormitorio de Remy. Los papeles con flores
pintadas de amarillo todavía cubren la cama, lo que significa que no ha estado en
casa desde que me dejó en el campanario, con los ojos desorbitados y el cuerpo
vibrando como si tuviera una corriente eléctrica corriendo a través de él. Una parte
de mí está agradecida de que se haya ido. Lo último que necesita esta torre ahora
es su inestabilidad. Además, tal vez la forma en que Nick y Sy han estado
preocupados por eso toda la mañana, con las cabezas inclinadas mientras hablaban
de su amigo, significa que podemos saltarnos la fiesta del equinoccio de los Barones
esta noche.
No les he contado a los demás lo que pasó en el campanario. Se despertaron
esta mañana y descubrieron que se había ido. Por un lado, no me llevo bien con
Nick. Para dos, contarle a Sy sobre nuestro segundo drama del campanario
probablemente requeriría contarle sobre el primero, y esa es una lata de gusanos
más grande de la que estoy preparada para manejar en este momento.
—Que se jodan —le digo al Archiduque mientras lo levanto. Doy el primer paso
por la escalera de caracol, susurrando palabras imposibles en su pelaje—. Tal vez
esta noche podamos irnos. —Puedo verlo ahora, alejándome de las duras luces de
Forsyth con Archie en mi regazo. Mi acuerdo con Nick ha terminado. Eso significa
que si me atrapa, será malo.
¿Pero si no lo hace?
—Oh, bien —escucho detrás de mí—, ya terminaste.
El grito casi se escapa de mi garganta y aprieto al gatito contra mi pecho mientras
giro hacia la voz. Sarah, la madre de Nick y Simon, está parada en la entrada de la
cocina con un paquete de toallas de papel en la mano. Sobre el mostrador hay una
pila de bolsas de lona llenas de comestibles.
—Me asustaste —digo, con el corazón acelerado. Miro hacia la puerta cerrada y
entrecierro los ojos—. ¿Cómo entraste?
—Tengo una llave —dice—. Hice que los chicos me dieran una copia cuando se
mudaron por primera vez.
—¿Entonces podrías ser su ama de llaves? —Asiento hacia las toallas.
Sonriendo, responde: —Madre, ama de llaves, terapeuta. A veces es todo al
mismo tiempo. —No parece ofendida. La otra noche supe que su mamá es una mujer
amable e inteligente. Es difícil creer que alguien como ella haya creado a dos
hombres como Nick y Sy, pero ¿qué sé yo? Mi padre me creó. Después de un
momento de incómodo silencio, Sarah explica—: He estado ayudándolos a localizar
a Remy. Todos estamos muy preocupados, pero yo me preocupo menos cuando
puedo hacer pequeñas cosas como ésta. —Mueve las toallas de papel—. Sé que no
es necesario. Sobrevivirán por sí solos, pero es difícil detenerlos. —Me da una sonrisa
comprensiva—. Lo entenderás algún día.
Dios, espero que no.
—Además, te traje algo —dice, apoyando las toallas junto a las bolsas de comida.
Se acerca al sofá y veo un bolso de vestir colgado del borde. Junto a ella hay una
caja cuadrada, atada con una cinta que parece antigua. Ella levanta la bolsa y me la
ofrece—. Algo para el equinoccio. ¿Es esta noche, si no me equivoco? Es cierto que
mi calendario Real está un poco anticuado.
Coloco al Archiduque en el sofá e inmediatamente salta sobre la cinta, su
pequeña cola se mueve con entusiasmo mientras agarra a su presa. Aunque tomo la
percha, no me muevo para mirar lo que hay dentro. Hay algo desconcertante en
todo esto. Que la madre de mis captores me invitara a cenar era una cosa. Allí había
un velo de engaño. Pero reconociendo los entresijos de la vida Real, lo que se pide
y se espera de mí, tanto dentro como fuera de la cama de sus hijos, es
desconcertante.
Me pregunto qué diría si supiera lo que me han hecho.
Da un paso adelante y ella misma abre la cremallera del bolso, dejando al
descubierto un vestido largo. La tela es completamente transparente, teñida de un
color óxido terroso. Hojas de fieltro en los colores cálidos del otoño cubren el
cabestro del corpiño. La parte inferior del vestido es impresionante, una falda que
continúa con el tema de las hojas caídas que caen al suelo. Parece la encarnación
del fuego: amarillo, naranja y rojo.
—Esto es asombroso —digo, impresionada por la artesanía—. Tendré que
encontrar algo bonito para ponerme debajo.
Ella me lanza una mirada astuta. —Oh, Duquesa…
Me quedo boquiabierta. —¡¿En serio?! Todo se va a mostrar.
Ella mueve una mano. —Solo usa unas bonitas bragas con él. Las hojas cubrirán
tus senos. Este puede incluso ser uno de los conjuntos más conservadores. —Alisa
las hojas y una melancolía se apodera de sus rasgos—. Lo fue cuando lo usé.
—Espera —Miro entre ella y el vestido—. ¿Esto era tuyo?
Ella asiente. —Oh sí. El equinoccio de los Barones era un gran acontecimiento,
incluso cuando yo era Duquesa.
Le doy una mirada rápida. El vestido es sexy. Impulsado por la fantasía. Está
diseñado para volver loco a un hombre. O en mi caso, nuestro caso, hombres. —
Siento que Freud tendría algo que decir al respecto.
Ella echa la cabeza hacia atrás y se ríe. —Estoy segura de que lo haría, pero te
aseguro que ninguno de mis muchachos sabe que esto existe.
No sé cómo se supone que puedes hablar de algo así con una madre. Realmente
nunca he tenido una, pero no puedo imaginarla entregándome un vestido diseñado
para seducir a alguien.
Pero en ningún mundo la Realeza opera como una sociedad normal.
—No tuvimos la oportunidad de hablar en privado la otra noche. —Su sonrisa se
atenúa hasta convertirse en una línea tensa—. Iba a darte esto entonces, pero te fuiste
tan abruptamente.
—Lo siento —digo, aunque no tengo nada por qué disculparme. Su hijo es quien
acortó la velada cuando decidió agredirme en el baño.
Sus ojos se vuelven solemnes mientras se elevan para contemplar la torre,
recorriendo las cosas de los chicos. —Sus padres y yo dejamos esta torre hace
veintidós años. Para ser honesta, se parecía mucho a lo que es ahora. —Pasa los
dedos por el respaldo del sofá y señala la esfera del reloj—. Sucedió allá arriba.
Mi cabeza se levanta para mirar con horror. —¿Que?
Dios, por favor no me digas que concebiste a alguien en el mismo lugar donde
duermo por la noche.
Por suerte, no lo hace. —Nuestro acuerdo para abandonar la Realeza. Fue más
fácil para Davis, porque había vivido bajo las expectativas de ser un Bruin toda su
vida. Había perdido su brillo para él antes de que tuviera la oportunidad de
experimentarlo. Es una de las razones por las que decidimos no criar a nuestros hijos
bajo esa presión. Creo que puedes identificarte.
Tragando, vuelvo a poner el vestido en su bolso. —Sí, sé un par de cosas sobre
eso.
—Fue más difícil para Manny y para mí —confiesa, contemplando la galería de
Duques en la pared—. Quizás ya te hayas dado cuenta de lo seductora que puede
ser la Realeza, tanto para hombres como para mujeres.
No respondo, pero la verdad es que tiene razón. Miro al Archiduque, sabiendo
que había elegido el nombre por un sentido de parentesco fuera de lugar, como si
él y yo encajáramos perfectamente en los espacios vacíos de esta torre. Allí, por un
momento, me vi como la Duquesa de este Reino. Había visto un ejército de puños
detrás de mí. Me sentí parte de algo, y no importaba que fuera incidental, que no
hubiera sido elegida por nadie excepto Nick y su depravado derecho. Brevemente,
me sentí poderosa. Importante.
Y Dios... lo quería.
Dudo que alguna vez pueda pronunciar esas palabras en voz alta, porque son
cosas oscuras y vergonzosas. Pero el regreso a la realidad (el recordatorio de que
estoy indefensa, una intrusa, una mascota) me dolió tanto como la palma de la mano
de Nick. Dolía tanto como la traición, quemaba con tanta intensidad como el
conocimiento de que los tiernos toques de Nick guapo Bruin siempre irían
acompañados de dolor.
Ella se da vuelta y me mira de cerca. —Mis hijos hicieron un buen espectáculo
la otra noche, pero yo ya hice mis deberes. Conozco un poco tus circunstancias,
Lavinia. Lo suficiente como para saber que no estás aquí por voluntad propia.
Algo dentro de mí se relaja ante la declaración. Ya no tengo energía para fingir.
—Sí, bueno... entonces probablemente también sepas que no hay nada que pueda
hacer al respecto. —Puedo sentir el rastreador, como un insecto hurgando bajo mi
piel.
Dos días.
Y entonces puede que ni siquiera importe.
—Lo siento —dice, y lo extraño es que en realidad suena genuina—. Me gustaría
pensar que mis hijos te tienen aquí por razones de caballerosidad, pero no soy
estúpida. Nick se ha vuelto inquieto y reservado. Simon se ha vuelto ambicioso y
poderoso. Y ambos siempre han sido criaturas de hábitos muy físicos. —Se sienta en
el sofá, con los ojos suplicantes—. Han superado con creces la influencia de una
madre, Lavinia. Es por eso que los hombres de la Realeza necesitan una mujer que
los guíe, que los ayude a moderar su necesidad de dominación, de sed de sangre.
Se eligen demasiado jóvenes, antes de que su corteza prefrontal esté completamente
formada. Son impulsivos, arriesgados y agresivos. Impulsados por las hormonas y el
impulso de conquista. Son todas las cosas que hacen que un joven sea perfecto para
la guerra, pero estúpido respecto de la vida y aún más estúpido respecto del amor.
—Me mira—. Por eso mi hijo cree que puede abusar de ti en mi baño sin que yo me
dé cuenta.
Trago, sorprendida por la franqueza de esta mujer.
Ella responde con una sonrisa triste. —Sé que eras demasiado joven para
recordar a tu madre cuando murió, pero yo la conocía. No éramos amigas, pero...
iguales en cierto modo. Al menos, en la forma en que las mujeres de la Realeza
tienen que trabajar juntas para gestionar este sistema. Sabía en lo que se estaba
metiendo con tu padre. Pensó que podría controlarlo, mantenerlo equilibrado. Y en
su mayor parte, creo que así fue.
Recuerdo el día en que murió. Es borroso y la mayoría de las líneas han sido
completadas por Leticia, sus recuerdos se vuelven míos. Pero recuerdo haberme
sentido asustada, como si algo inconcebiblemente catastrófico hubiera ocurrido... y
no fuera sólo porque ella ya no estuviera. Realmente todavía no entendía la
enormidad de la muerte: su permanencia.
Fue porque estaba sola.
—Si sabía que él necesitaba controlarlo, ¿por qué se suicidó y nos dejó solas con
él? —Instantáneamente me arrepiento de mis palabras, deseando poder absorberlas
nuevamente en el lugar oscuro y secreto donde las he estado escondiendo todos
estos años. Esta mujer me está psicoanalizando y caí directo en su trampa.
Suavemente dice: —Nadie puede responder a eso, Lavinia. Pero creo que tu
madre hubiera querido que te dijera que no fue tu culpa.
—Sería mentira. —Una lágrima caliente se acumula en el rabillo de mi ojo y deseo
que no caiga—. Mi padre quería un niño. Un heredero. En cambio, ella me tenía a
mí. —Se sentía como un fracaso. Incluso Leticia lo dijo. Eso es todo lo que Lionel
sabe hacer, derribar a las mujeres de su casa y ahuyentarlas, por cualquier medio
necesario—. ¿Por qué estás aquí, Sarah? —Miro el vestido, tan bien conservado, como
si esta mujer hubiera previsto pasárselo a la futura Duquesa algún día—. ¿Por qué
me trajiste esto? ¿Para qué entonces así pueda controlar a tus hijos bastardos con mi
coño? ¿Para evitar que se conviertan en los próximos Daniel Payne o Saul
Cartwright, o peor aún, Lionel Lucia? Confía en mí. Tengo menos control sobre
estos tres que cualquiera de las mujeres de la Realeza que me precedieron. No
puedo ayudarlos y, para ser sincera, no quiero hacerlo. —La miro a los ojos—. Pareces
una buena mujer, pero necesitas saber esto. Tus hijos son jodidamente terribles.
Su rostro cae de forma lenta y gradual, pero asiente y desvía la mirada. —Tenía
miedo de que pudieras decir eso. —Toca el bolso con el vestido, frunciendo el ceño—
. Es algo extraño ser Duquesa ante los puños de Forsyth. La gente espera que seas
dura como un clavo en el momento en que subes esas escaleras. Pero eso no es
cierto para ninguna de nosotras. —Ella levanta su mirada hacia mí y aprieta la
mandíbula—. Luchamos, todos los días. Pero a diferencia de nuestros Duques,
nosotros no ganamos ni perdemos. La dura verdad es que la lucha nunca termina.
Salí de esta torre hace dos décadas, pero sigo luchando. Por eso estoy aquí hoy. Es
por eso que estoy teniendo esta discusión contigo. No conseguimos trofeos, Lavinia.
No hay ningún botín para nosotras.
—Entonces, ¿por qué molestarse? —Pregunto.
Inclina la cabeza, dándome una mirada oscura. —¿Qué diablos haríamos de otra
manera? ¿Abandonar? ¿Ceder? ¿Conformarse con algo fácil? —De pie, se arregla el
traje pantalón—. Pasión, Duquesa. No todo son rosas y orgasmos. A veces es dolor
y desesperación. Lo entendería si eso no es algo que estás buscando, pero ¿mis hijos?
Lo perseguirán hasta los confines de la tierra. No sé si fue naturaleza o crianza, pero
así son ahora. Me gustaría pensar que lo están haciendo para alguien que esté
dispuesta a hacerlos trabajar por ello. —Baja la cabeza y me da una mirada
significativa—. Si te están haciendo daño, entonces sólo hay una cosa que puedes
hacer al respecto. Hazles pagar.
Toma su bolso y se va. Me quedo mirando la puerta cerrada mucho después de
que se fue, al comprenderlo. Puede que Sarah haya dejado la Realeza y todo lo que
conlleva, pero en el fondo, sigue siendo una Duquesa.
Supongo que eso significa que yo también lo soy.

Viajo a la fiesta con Nick, quien guarda un agresivo silencio mientras conduce, la
suave luz del tablero apenas alcanza para iluminar las duras líneas de su rostro.
Había regresado a la torre con una expresión pétrea que se volvió aún más pétrea
cuando me vio con el vestido.
No me ha tocado.
Ni una sola vez.
Llevo un par de bragas de encaje negro debajo de la tela transparente, y no
importa que su madre básicamente me haya dado su bendición implícita para
follarlos hasta dejarlos secos. Preferiría estar casi en cualquier otro lugar que a su
lado.
La fiesta es en un campo, en lo profundo del bosque. En las tierras de los
Barones, propiedad de su Rey. Nos reunimos en un claro designado para
estacionamiento. No he hablado con ninguno de ellos en todo el día y no tengo
planes de empezar ahora, así que Nick apaga el coche y guarda un largo momento
de tenso silencio.
La nueva distancia es a la vez bienvenida y desconcertante. Supongo que debería
estar agradecida de que no me haya metido en el ascensor todavía, y he pasado la
mayor parte de los últimos dos días preparándome internamente para la
eventualidad de que lo haga. Cada vez que lo he visto en el sofá, en la mesa, y no
me he sentado obedientemente en su regazo, he construido otra capa de armadura
a mi alrededor, anticipando.
Casi desearía que terminara con esto de una vez.
—Estás enojada conmigo. —Su voz atraviesa el silencio y sus dedos se aprietan
inútilmente alrededor del volante—. Pero quiero que sepas que lo intenté.
No digo nada.
En mi periferia, puedo ver su cabeza girar. —He sido bueno contigo, Lavinia. Fui
tan bueno contigo como me dejaste ser. Y tú... —Todo su cuerpo se tensa con ira.
Después de un segundo de furioso silencio, añade en voz baja—: Me lo he ganado.
Sabes que sí.
Cuando me giro, lo encuentro mirándome los muslos a través del vestido
transparente. —¿Ganado qué? —Cuando levanta sus ojos hacia los míos, con cara
impasible, suelto una risa incrédula—. ¿Crees que te has ganado tener sexo conmigo?
¡¿Estás jodidamente loco?! Tu hermano tiene más derecho a mi coño que tú, y
considerando lo mucho que me desprecia abiertamente, eso es decir mucho.
Su risa baja y satisfecha rezuma burla. —¿Quieres la monstruosa polla de mi
hermano? Buena suerte con eso, Pajarito. Sy Perilini nunca ha perdido nada. —A
través de la oscuridad del interior del auto, un par de faros distantes captan la curva
sonriente de su mejilla—. Virginidad incluida.
Aunque Nick ya está saliendo de la camioneta, balbuceo: —No puedes decir...
Su portazo es la única respuesta que recibo.
Afuera, Nick y yo nos quedamos en un charco de tenso silencio entre los autos,
esperando la llegada de su hermano mientras le doy vueltas a esta información en
mi mente.
No puede hablar en serio, ¿verdad?
Un Camaro negro mate, modelo antiguo, entra rápidamente en el
estacionamiento, con música alta resonando contra las ventanas, y me sorprende
cuando Sy sale, todo con el rostro sombrío y tenso. Antes de que diga algo, sé que
no encontró a Remy.
—No tengo tiempo para esto —dice, acercándose a nosotros. Me lleva mucho
tiempo reconciliar este nuevo conocimiento sobre él. Sí. Un virgen. Supongo que
no debería sorprenderme que nunca haya encontrado un hueco para esa bestia—.
Necesito estar ahí afuera, buscándolo.
Rompo mi silencio con un murmullo amargo. —Tal vez debería haberle puesto
el rastreador.
Ambos me ignoran.
—¿Llamaste a su papá? —Pregunta Nick.
—Todavía no, pero si no lo encuentro por la mañana, no tendré otra opción. —
Frunce el ceño hacia las antorchas que iluminan el camino entre los árboles—. En el
mejor de los casos, está aquí. Lo peor es que simplemente esté escondido con una
Cutslut follando hasta que el dolor desaparezca, como de costumbre. —Mira por
encima del auto a su hermano—. ¿Estás seguro de que no podemos saltarnos esto?
No debería molestarme, por la forma casual en que lo dice, la realidad de que
Remy tal vez esté con alguien más para aliviar su dolor. Los hombres de la Realeza
no son leales a sus mujeres. Dios, es parte de todo el atractivo. Y tal vez me dejó en
el campanario con un beso suave y dedos abrasadores, pero no es mío. Ni siquiera
quiero que lo sea.
Pero algo arde en mi pecho ante la idea de que Remy encuentre consuelo en
una de esas chicas. ¿No debería haber querido marcar mi piel? ¿No debería
haberme llevado a su habitación y hacerme desnudar para él? ¿No debería haber
querido hacer de mí un arte?
¿O ya he perdido el brillo?
Quizás nunca tuve ninguno.
Nick se pasa los dedos por el pelo. —No, si no quieres ofender a los Barones. Y
después de esa mierda con Félix, no podemos darnos el lujo de estar en su lista
negra. —Hay una grieta en la frente de Nick que ha estado presente desde que le
conté sobre el trato entre Daniel y mi padre. Es una dureza que nunca desaparece
y le hace parecer extrañamente desgastado—. Necesitamos ganarnos algún favor
aquí.
Sy responde bruscamente: —¿Y de quién es la puta culpa?
Nick mira hacia otro lado y no dice nada.
Y luego se quita la camisa.
La piel sobre su magro músculo y sus intrincados tatuajes se mueve y tira cuando
la levanta sobre su cabeza y la arroja por la ventana abierta del auto. Al otro lado
de la camioneta, Sy hace lo mismo y rápidamente desvío la vista de las líneas duras
y curvas de sus bíceps y antebrazos. La Realeza y sus estúpidos códigos de
vestimenta. Meto la mano en el asiento trasero y abro la caja que Sarah me dejó, la
que tiene la cinta. En su interior hay una corona hecha de enredaderas espinosas y
astas. La coloco en mi cabeza justo cuando Sy camina por la parte trasera del auto.
Sus ojos se posan en mí y hace una pausa, la nuez de Adán flotando en su garganta.
Levanta la barbilla hacia el campo. —Terminemos con esto.
Las hogueras brillan en la distancia y me levanto la falda mientras sigo a los
hombres sin camisa por el camino. Es tarde y la luna de cosecha casi llena brilla
brillantemente sobre nuestras cabezas. Sin darme cuenta, mis ojos se elevan hacia el
cielo, y no por primera vez, me pregunto qué vio Remy anoche que lo asustó tanto.
Porque eso es lo que vi en sus ojos. Terror desnudo y helado.
Por primera vez, me doy cuenta de que si lo que pasó en el campanario pudiera
ayudar a encontrarlo, probablemente hablaría.
De alguna manera, simplemente no creo que sea así.
Estoy tan perdida en la idea de que realmente podría importarme que tropiezo
con la raíz de un árbol y el dedo del pie se engancha en la parte inferior de mi
vestido. Extiendo las palmas de las manos para atraparme en el suelo cubierto de
hojas, pero dos manos fuertes me agarran por la cintura y tiran de mí hasta apoyarme
en un cuerpo duro.
—Cuidado —me dice Sy, con la piel caliente a través de la tela de encaje.
Estoy atrapada en un extraño bucle mental de querer disculparme y agradecerle,
y lo muerdo como si fuera un hueso mientras él me guía el resto del camino. Pienso
en las palabras de su madre de antes (razones caballerosas) mientras Sy me guía
alrededor de una rama de árbol caída, y no estoy segura de qué quiero hacer más:
reír o llorar.
Quizás mi padre hubiera sido más fácil de soportar.
Mucho menos confuso, desde luego.
—Quédense cerca —dice Nick en voz baja mientras nos acercamos a la juerga.
Un hombre sin camisa y con una máscara negra se acerca con una bandeja de
bebidas. Nick agarra dos y ni siquiera me doy cuenta de que me estaba diciendo las
palabras hasta que me entrega uno de ellos y me aconseja—: Esta es la oportunidad
perfecta para que Pérez haga un movimiento.
Tomo el vaso de mala gana, completamente consciente de lo que está haciendo.
Está tratando de convencerme de que todo esto es necesario: el rastreador, las
puertas cerradas, el incesante movimiento... todo. Lo hace sentirse justificado.
Caballeroso.
Bueno, puede llamarlo como quiera, pero todo es sólo una excusa para quitarme
autonomía. Él nunca quiere nada más que poseerme, y el hecho de que pueda estar
en riesgo sólo le ha hecho redoblar sus esfuerzos. Nunca debí haberle contado sobre
la fecha límite de mi padre.
—¿Lo ves? —Pregunta Sy, buscando a Remy. Sus movimientos son tensos, los
hombros desnudos están llenos de tensión. Esperaba que tal vez Remy hubiera
aparecido aquí solo, pero este es el último lugar donde estaría Remy. Podría haberle
dicho eso.
—No —responde Nick, con la frustración grabada en sus rasgos—. Sé que tienes
todo este asunto de gallina con él...
Sy corrige: —Te refieres a mamá gallina.
—Si, hijo de puta —espeta Nick—. Remy es un hombre adulto y no es nuestra
única obligación. Es nuestro primer evento entre casas desde que nos convertimos
en Duques. Ya es bastante malo que Remy no esté con nosotros. No voy a dejar
que eso arruine nuestra presentación. —Cuando extiende una mano y añade—:
Probablemente esté drogado y destrozando propiedad pública —veo un borde de
desesperación en sus ojos y me doy cuenta de que está tratando de convencerse a
sí mismo tanto como a su hermano.
Al igual que Sy, observo los pequeños fogones esparcidos por el campo, cada
uno rodeado de lujosos asientos. No estoy sólo buscando a Remy, sino tratando de
entender de qué se trata todo este evento. Parece haber un área para cada Casa, un
ícono de metal ardiendo en cada pozo: una víbora para los Condes, una calavera
para los Lords, una corona para los Príncipes, el oso pardo del Duque, y en el
medio…
Es más bien un altar, con el pentagrama característico de los Barones grabado
en el costado y gruesas columnas de velas apiladas en la parte superior.
A diez metros de distancia, un Príncipe medio desnudo se está follando a su
Princesa, justo contra un árbol.
—Jesús, ¿qué es esto? —Murmuro en voz alta. Nick me mira, sorprendido de
escuchar mi voz.
Suavemente, responde: —Una orgía.
—¿Me trajiste a una orgía? —Siseo, viendo como otro Príncipe se acerca y se
queda allí. Esperando su turno con la Princesa. No es de extrañar que Nick estuviera
hablando de que se había “ganado” el derecho a mi coño. Este absoluto hijo de puta
esperaba poder follarme aquí, delante de toda la Realeza.
Él responde: —El equinoccio de otoño es cuando los Barones presentan a su
Baronesa. Les gusta hacer un gran espectáculo de ello...
—Sé lo que son los Barones —digo, burlándome—. Y no creo que la persona que
ganó a su Duquesa cortándole el dedo a su oponente tenga lugar para lanzar piedras
sobre los grandes espectáculos.
Al menos Sy parece compartir mi disgusto, frunciendo el labio ante el libertinaje.
—¿Podemos hacer esto rápido? —Gruñe, mirando a través del campo hacia la barra—
. Mira, separémonos y hagamos un barrido rápido buscando a Remy. Si no lo
encontramos, nos reuniremos en nuestra fogata para que podamos ser amables y
salir de aquí lo antes posible.
—Por mí está bien —digo, levantándome el vestido para no tropezar con él otra
vez. Señalo en la dirección opuesta a la barra—. Estaré allí, revisando ese grupo.
Me acerco a ellos y me doy cuenta de que son en su mayoría mujeres. Mujeres
de la Realeza. Joder, no es exactamente la multitud con la que quiero mezclarme en
este momento, pero quién sabe, tal vez hayan visto a un Duque de casi dos metros,
devastadoramente guapo y mentalmente frágil deambulando por ahí. Me armo de
valor y doy un paso hacia ellas, pero una mano me agarra por el codo y me tira
hacia atrás.
—No me molestaría con ellas —dice una voz femenina. Giro y veo a una mujer.
Su cabello oscuro cae en una cascada de rizos grandes y brillantes, recogidos en el
cuello y colgando sobre un hombro. Su vestido es de un precioso color canela
pálido, del color de la piel de una cierva, con pelo recubriendo los bordes. Llega a
la mitad del muslo, dejando al descubierto sus largas piernas. Las tiras de sus
sandalias se enrollan alrededor de sus pantorrillas como enredaderas. Es llamativa,
manchas oscuras de carbón alrededor de sus ojos le dan un atractivo perverso.
—Soy Story —dice, extendiendo la mano—. La Lady.
Es más que eso, lo sé. La Realeza ha estado hablando sobre la hijastra de Daniel
Payne desde el momento en que regresó a Forsyth. Su amante y hermanastro,
Killian, es ahora Rey. Eso la convierte en su Reina.
La acepto lentamente. —Así que tú eres la razón por la que soy Duquesa.
Ella me mira emocionada, como si hubiera entendido mal todo esto y la realidad
es mucho más atractiva. —Ese honor pertenece a Nick guapo, en realidad. Te ha
echado el ojo desde hace mucho tiempo. —Tomo un sorbo de mi bebida, tratando
de decidir cómo afrontar esto. La Lady no es mi igual. Todo lo que sé sobre ella es
que participó en las maquinaciones de Nick. Sospecho que está esperando gratitud,
y por la forma en que su sonrisa se desinfla lentamente, eso es probablemente todo—
. Sé que has pasado por mucho —comienza, pero la interrumpo con una sonrisa
tensa.
—Sí, estar encarcelada en el sótano del prostíbulo de tu novio era algo seguro.
No es tan impresionante como que me ofreciera como producto dañado después de
haber sido mancillada durante su mandato. —Extiendo la mano para darle una
palmadita en el brazo—. Debes estar muy orgullosa.
Ella frunce el ceño y mira por encima del hombro, lanzando una mirada a un
apuesto rubio. Tristian Mercer. Él le da una sonrisa engreída y un guiño. —No estaba
bien que Daniel te mantuviera cautiva de esa manera y... —Una mueca de dolor—.
Tal vez debería haber presionado más para que te liberaran, pero...
—Es complicado. Lo sé. —Tomo un sorbo de mi vaso. No puedo culpar a Story
por nada de eso, no ahora que estoy en la posición en la que ella estuvo una vez.
Ahora entiendo el poco poder que hay en esto—. Créeme, lo entiendo.
—Quería sacarte en el momento en que Rath me habló de ti —insiste, con ojos
suplicantes—. Pero dijeron que teníamos que ser inteligentes al respecto, porque tu
papá...
Sacudo la cabeza. —No hay duda de que Killian Payne es poderoso, pero ¿se
enfrentarse a personas como mi padre? —Me río—. Mi destino quedó sellado mucho
antes de que tu Lord tomara posesión de mí. —Miro hacia donde está Tristian,
calentándose las manos sobre el fogón de los Lords. Los otros dos están ahora a su
lado. Killian y Rath. Fingen que no nos están vigilando, pero si mis Duques son una
indicación, dudo que alguna vez esté completamente libre de vigilancia—. Pero
supongo que obtienes puntos por qué te importe la mitad de esta mierda. Eso es
mucho más que cualquier otra persona por aquí.
Se me eriza el vello de la nuca y no necesito un dispositivo para saber que Nick
está cerca, vigilándolo.
Story nota mi incomodidad y sigue mi mirada hacia donde Nick se arrastra hacia
nosotros desde un grupo de árboles en la distancia. —¿Cómo son? —pregunta—. Sé
que puede ser… un desafío.
—Bueno, no tuve que firmar un contrato como lo hiciste tú. —Le doy una sonrisa
tensa—. O eso dicen los rumores.
—Oh, firmé un contrato —admite—. Renuncié a mis derechos sobre todo. Pero
entré sabiendo (bueno, sobre todo sabiendo) en qué me estaba metiendo. —Gira el
brazalete en su muñeca, empujando el cráneo hacia afuera. Tiene una margarita
tatuada en el brazo y me doy cuenta de que es obra de Remy, una de las únicas
mujeres a las que ha cedido en tatuarse. Verlo hace que mi estómago se revuelva
desagradablemente—. No me malinterpretes. Fue difícil: pasé muchos momentos
oscuros. Durante un tiempo no supe si lo lograría.
—¿Pero y? ¿Ahora simplemente cumples? —Me burlo con desdén—. ¿Cedes ante
ellos? ¿Eres la pequeña mascota perfecta?
Pareciendo indiferente a mi juicio, responde: —Alguien que no entendiera la
situación podría verlo de esa manera. Si estoy “conforme” —entrecomilla los dedos—
, es sólo porque no tengo motivos para no estarlo. ¿Y si no cumplo? —Sonríe—.
Entonces no les importa. Lo último que quieren es una estúpida sirvienta.
Entrecierro los ojos hacia Nick a lo lejos. —No puedo decir lo mismo.
—Los Lords y yo… pasamos por cosas locas, pero nos mantuvimos unidos. Es la
única forma en que todos sobrevivimos. —Inclina la cabeza—. Ellos me cuidan y yo
los cuido.
Asintiendo, supongo: —Así que ese es el atractivo. Te mantienen a salvo.
Para mi sorpresa, se ríe. —Cariño, si alguien mira de reojo a uno de mis hombres,
lo mataré a tiros. —Se levanta el dobladillo de la falda y veo el brillo de una pistola
atada a la parte superior de su muslo—. Los amo y ellos me aman, y sé que no es...
convencional. —Los mira por encima del hombro, con una emoción apagada
brillando en sus ojos—. No es el amor fácil que nos enseñan en los libros de cuentos.
Es mucho mejor que eso.
Sé que la mirada que le doy es de incredulidad, pero no puedo evitarlo.
Enamorarse de tres imbéciles abusivos... —Deben ser muy buenos en la cama —digo
finalmente. Después de todo, estamos en una orgía—. Si alguna vez te dejan salir de
ella.
Ella me ofrece un gesto solemne. —Cuando nos llevamos bien, es todos los días.
Cuando no nos llevamos bien —sonríe—, es cada tres malditas horas. —Antes de que
pueda entender eso, empuja su vaso contra el mío en un brindis sutil—. ¿Qué hay
contigo? He oído que Sy tiene una polla enorme. —Ante mi mirada en blanco, se
tapa la boca con una mano y se ríe—. Dios, no le digas a nadie que dije eso. Ni
siquiera puedo mirar a otro hombre sin que uno de los Lords se folle mi pierna. Es
simplemente de lo que las demás mujeres de la Realeza han estado hablando
durante semanas. —Se inclina hacia adelante y susurra—: Pero tengo curiosidad.
¿Qué tamaño tiene?
Hay una bola apretada en mi pecho, la que llevo todo el día y que se expande
y desinfla cada vez que pienso en sexo con estos tipos. Pero Story es tan casual, tan
seria. Y de nuevo, estamos en una puta orgía. ¿Admito que no he tenido relaciones
sexuales consensuales con ninguno de ellos? ¿Le hablo de las negociaciones que
Nick y yo tenemos, de cómo él está eliminando mis límites, capa por capa? ¿Le
explico que estar con Remy es como subirse a una montaña rusa en medio de una
tormenta eléctrica? ¿O le digo que Sy está dotado como un caballo, pero tiene tantas
obsesiones con su uso que es aterrador estar cerca de él? Finalmente cedo: —Es
jodidamente enorme, como... —Aproximo el largo y el grosor con mis manos y
queda boquiabierta.
—Oh, guau... —Me lanza una mirada larga e impresionada—. ¿Lo has tomado?
—No. —Agradezco la luz oscura y parpadeante del fuego, porque mis mejillas
están humillantemente rojas—. En realidad no lo ha intentado. —Virgen, mi mente
grita. Sy es virgen. Nadie ha tenido esa cosa dentro. Nunca.
—Eh. —Frunce los labios—. Bueno, un consejo para los sabios: asegúrate de que
lo lubrique bien. Mis hombres son grandes, aunque no tanto, pero cuando me follan
juntos, es mucho. Tuvimos que esforzarnos para lograrlo.
Asiento cortésmente ante su inútil consejo, tratando de descubrir cómo llegamos
a esta conversación en primer lugar. Mi estómago se revuelve con ansiedad. No
tengo ningún interés en tener la polla de Sy dentro de mí, lubricada o no, pero
puedo notar que Story no lo entendería. Está demasiado obsesionada con la idea de
tener tres idiotas codiciándola.
Me salvo de responder cuando un brazo serpentea alrededor de su cintura.
Cuando inclina la cabeza hacia atrás, Tristian captura su boca en un beso y lame su
lengua obscenamente. Su mano se desliza debajo de su blusa, ahuecando su pecho,
y me aclaro la garganta, desviando la mirada. Me pregunto cuánto tiempo
aguantarán y si podré marcharme, cuando suena un fuerte gong que vibra en el
campo. Todos miran hacia el altar, incluidos Story y Tristian. Él la rodea con sus
brazos y apoya su cabeza en su hombro, diciendo: —Finalmente. Ya has estado
burlándote de mí con esa falda durante bastante tiempo, cariño.
—Paciencia —dice, poniendo los ojos en blanco—, esta es la noche de los Barones.
—Bueno, los Barones deben darse prisa antes de que te levante la falda y
comience la orgía sin toda su teatralidad.
Story se ríe y señala con la cabeza el árbol por el que había pasado antes. —Creo
que los Príncipes ya han comenzado.
Pero todos están girando hacia un sendero entre los árboles, y el silencio cae
sobre el grupo cuando una figura se acerca. Los tres Barones, sin camisa pero ocultos
por sus intrincadas máscaras de bronce, se encuentran en la boca del camino. Las
ramas que cuelgan sobre sus cabezas vibran con la brisa que pasa cuando aparece
su Baronesa. Lleva un vestido negro largo, de aspecto antiguo, que es lo
suficientemente delgado como para mostrar sus areolas oscuras. Un velo negro
cubre su cabeza y siento tanta curiosidad por saber qué hay debajo que camino
hacia adelante con anticipación.
Un Barón está detrás de ella, envolviéndola en la curva masculina de sus
hombros mientras toca la parte inferior del velo.
—¡Reales de Forsyth, quietos! —comienza en voz alta. Todos parecen obedecer
su orden. La gente a mi alrededor se vuelve increíblemente más silenciosa. Incluso
la brisa parece entender, las hojas quebradizas inmóviles en sus ramas, las llamas en
los hoyos rígidas. A lo lejos, me recuerda al tatuaje de victoria de Sy. La reverencia.
El respeto. El ritual—. Esta noche —dice, mientras el bronce de su máscara refleja la
luz del fuego—, damos la bienvenida a nuestra siniestra hermana. Hija de la muerte.
Esposa del camino perverso. —Hay un silencio largo y solemne, antes de que grite—
: ¡Sabes su nombre!
Los otros Barones anuncian: —¡Regina Thorn!
—Conozcan su rostro —exige el de detrás de ella, levantando el velo—, y sepan
lo que les mostrarán las sombras.
Los ojos oscuros de Regina Thorn miran fijamente el claro, y el repentino
parpadeo del viento hace que el reflejo del fuego baile en ellos. Sé que este es un
rostro que algunos hombres verán antes del último aliento. Así que supongo que es
una ventaja que sea impresionante. Real. Siniestro. Malvado.
Y luego suelta un silbido estridente. —¡Vamos a emborracharnos!
—¡Hija de la muerte, de hecho! —Dice Tristian, levantando su copa hacia ella.
Mientras la multitud estalla en vítores, doy un paso atrás y digo: —Necesito... eh,
ir a buscar a mis Duques. —Ni siquiera me he dado vuelta cuando las manos de
Tristian suben por su falda.
Me abro paso entre la multitud y me dirijo al fogón del Duque. Tengo que pasar
a las otras mujeres de la Realeza para llegar allí, que es cuando lo escucho.
—... probablemente ni siquiera pueda ponerlo duro —dice alguien. No es hasta
que me acerco que me doy cuenta de quién. Sutton—. Ni siquiera sé por qué vino.
Ni siquiera se ha follado a una de sus Cutsluts. Todo el mundo sabe que Simon
tiene dos modos cuando se trata de coños. Desinterés total o gatillo instantáneo.
Otra chica que reconozco como la Baronesa del año pasado se ríe. —Es tan
aburrido. Apuesto a que esa cosa dispara agua.
Sutton resopla. —No, Simon es un robot. Apuesto a que dispara papel de recibo
con palabras sucias impresas. —Su voz cambia a un tono burlón y monótono—. Oh,
Duquesa, tu pecho ha estimulado el centro del placer de mi cerebro.
Mi mandíbula se aprieta ante su risa y me encuentro buscándolo. Sy ya está en
la fogata de los Duques, sentado en el suelo, con la espalda apoyada en uno de los
troncos de madera envejecidos intrincadamente tallados. Es como si tan pronto
como la Baronesa habló, todos empezaron a follar entre sí. Frente al foso de los
Duques, los Príncipes están teniendo otra oportunidad con su Princesa, y junto a él,
un par de ex Condes ya están sacando sus pollas para la ex Condesa con la que
Sutton estaba hablando antes.
Pérez no aparece por ningún lado.
Sy evita cuidadosamente todo esto, manteniendo sus ojos fijos en el fuego
mientras espera a Nick y a mí.
Nick, que está parado en la entrada del camino de estacionamiento, con los ojos
azules fijos en mí. Es extraño cómo estar bajo el control de alguien puede hacer que
uno esté tan en sintonía con esa persona. En este momento, sé exactamente el
pensamiento que pasa por la cabeza de Nick.
—Me lo he ganado. Sabes que sí.
Inclino mi bebida hacia atrás, lo tomo en tres largos tragos, y luego me levanto
la falda y meto la mano debajo para quitarme las bragas. La frescura del aire acaricia
mis muslos a través del vestido, pero cuando me acerco a Sy, no siento el frío. Me
oye llegar, mis pies hacen crujir las hojas secas de abajo, pero no me reconoce.
No hasta que paso por encima de él y luego me dejo caer, sentándome a
horcajadas en su regazo.
Su cabeza retrocede en estado de shock, pero su expresión instantáneamente se
transforma en confusión. —Qué vas a…
Lo agarro por la parte de atrás de su cabello. —Cállate, carajo —le digo, y luego
aprieto mi boca contra la suya.
La gente de aquí necesita aprender una lección sobre cómo funcionan las cosas
entre un Duque y una Duquesa.
Nick sobre todo.
Capítulo 29
SY
He estado escondiendo una semi erección desde que vi a la princesa tomando pollas
por detrás contra ese árbol.
Mierda.
¿A quién estoy engañando?
He estado con una semi desde que vi a Lavinia con ese vestido transparente.
Sé que hay una razón (una jodidamente buena, además) por la que debería
tirar a esta perra de mi regazo al suelo. Pero es difícil pensar con su lengua en mi
boca y su cuerpo presionado contra el mío. Es imposible procesar nada más que su
sabor a licor, que sus labios son suaves y firmes al mismo tiempo. Intenso.
Bromeando deliberadamente lo erótico. Apenas registro algo más que el agudo
rasguño de sus uñas rozando mi barbilla. Y por un momento, no pienso en lo
cachonda que es, o en lo que dice la gente mientras la ven pelear contra mí. Cómo
probablemente se estén riendo, burlándose de mí. Susurrando sobre mi cuerpo
como si tuvieran derecho.
Es cuando ella se retira con la curva pronunciada de su sonrisa que me
devuelve a la realidad. Choco con la conciencia de insuficiencia que me sigue como
un demonio arañando mi alma.
Le rodeo las caderas con las manos, hundo los pulgares en la piel expuesta y
la obligo a dejar de moverse. —¿Te estás riendo de mí? —Siseo, mirando a mi
alrededor para ver si alguien está observando mi total y absoluta humillación. No lo
están, por supuesto. Todo el mundo está demasiado absorto en su propio placer
como para presenciar el intento de mi Duquesa de humillarme.
A mi izquierda, Tristian Mercer está chupando las tetas de su Lady mientras
Rathbone le folla el culo con la polla a un ritmo constante. A unos metros de
distancia, Killian observa, acariciándose lánguidamente, esperando su turno para
atacar. A la derecha, los Príncipes tienen rodeada a su Princesa, dos de ellos dentro
de ella al mismo tiempo. Sus tetas rebotan con fuerza, su mandíbula floja, hasta que
su tercer Príncipe se para encima de ella y mete su polla entre sus labios abiertos.
Estas perras, estas putas absolutas, simplemente lo toman, llenas de polla,
rogando por más. Todos dicen que quieren una gran polla, pero cuando ven una
de verdad, cierran las piernas y echan a correr.
—No me estoy riendo de ti, idiota —dice Lavinia en voz baja, inclinándose hacia
adelante para susurrarme al oído. Sus pezones duros como rocas rozan mi pecho,
provocando una punzada en mis pelotas—. Estoy actuando como una Duquesa. ¿No
es eso lo que sigues diciéndome que haga?
Mis dientes rechinan mientras hundo mis dedos en su carne. —No cuando
intentas hacerme parecer un tonto. —El monstruo en mis pantalones salta, suplica,
palpita de deseo. Nunca tuve la oportunidad de invocar ni siquiera un pensamiento
sobre mi océano, y ahora la necesidad se retuerce en la boca de mis pelotas. El sexo
y el libertinaje son cosa de la Realeza, pero lo evito tanto como puedo. Peleo.
Estudio. Bebo y salgo con mis amigos. Sobresalgo.
Yo gano.
Gano en todas partes, menos aquí.
Cuando se trata de sexo, siempre pierdo.
—Sabes que no puedo... —Me besa de nuevo, cortando mis palabras. Me abro
a ella como un hombre que se muere de sed y lo odio. Dios, lo detesto, la necesidad
desesperada de sentir su lengua contra la mía, resbaladiza y caliente. Agarro sus
tetas y la empujo hacia atrás—. Si estás haciendo esto para enojar a mi hermano...
—Esto te hará lucir bien. —Se retuerce de nuevo y abre los labios, dejando
escapar un suave suspiro—. Nadie aquí necesita saber lo que realmente está pasando.
—Extiende el haz de tela que forma la cola de su falda y lo recoge alrededor de
nuestras caderas como un escudo. Sus labios están tan cerca de los míos que puedo
escuchar sus palabras cuando susurra—: Simplemente actúa como si estuviéramos
follando y tú y yo seremos los únicos que sabremos la verdad.
La ironía de mi vida me golpea de repente. Los años que he pasado
reprimiendo los impulsos. Metiendo mi erección en la cintura de mis pantalones,
ocultando toda evidencia con camisas holgadas. Los entrenamientos sin parar, las
peleas, lanzarme al celibato porque es más fácil que una mujer me mire así, como
si fuera deficiente, anormal. Lo que no puedo soportar es el rechazo. Es sólo otra
forma de perder, y Simon Perilini no pierde. Gané el puesto de Duque, lo que me
llevó a esta noche, un lugar en este loco ritual pagano de lujuria y depravación, y
ahora la lengua bífida de Lavinia Lucia me está engatusando hacia su calidez. Ésa
es la mayor ironía y llega hasta el hueso.
Su boca se tuerce con ironía y amargura. —Sé que no estás acostumbrado a
hacer esto con consentimiento, así que será un poco diferente para ti. Pero no te
preocupes. Te guiaré a través de ello.
Gruño un gemido al sentir su coño presionando mi erección. —Eres una perra,
¿lo sabías?
—Entonces fóllame como tal —se atreve, acercándose a mí—, simplemente actúa
como tal. Bésame. Tócame. Pon tus manos debajo de mi falda y finge que te estoy
montando. —Ella se aprieta contra mí y deja caer la cabeza hacia atrás, con los brazos
colgando de mi cuello y sus tetas frente a mi cara. Cuando me siento aquí, rígido
como un cadáver, añade—: Todos están ocupados, pero se darán cuenta si te quedas
ahí sentado como si tuvieras un palo en el trasero.
Es tan jodidamente bocazas, mandona como el infierno, y sé que si
estuviéramos solos en algún lugar nunca me diría este tipo de cosas. No se atrevería,
porque si me rompía, ella sería la primera en pagar. Sin embargo, resulta molesto
que tenga razón en que no hay nada que hacer más que fingir. En realidad no puedo
llevarla en medio de esto. No sin llamar más la atención sobre lo raro que soy. Todo
lo que puedo hacer es sentarme aquí y actuar como si tuviera un hilo de control.
Simplemente no estoy seguro de hacerlo.
Ella se interpone entre nosotros y agarra mi cinturón. —Esto es lo que vas a
hacer, amante —suelta la hebilla y me desabrocha los pantalones. Me muevo con
inquietud. Hay rumores sobre mi talla: algunas chicas lo han visto y muchos chicos
en el gimnasio, pero ¿exponerme frente a la mayoría de la casta Real? Preferiría
meterme atizadores calientes en los ojos. Su cabello roza mi cara mientras se inclina
hacia mi oreja, intoxicándome con el aroma de la miel—. Vas a actuar como si me
desearas. Y (esto es importante) vas a ser duro al respecto. Voy a lloriquear y gemir
y dejar que esta gente piense que eres un puto dios del sexo.
—¿Y entonces qué? —Detengo su mano, a pesar de que mis muslos tiemblan
por la tensión de no joder algo—. ¿Por qué estás haciendo esto? Te importa una
mierda lo que piense esta gente. —Miro a mi alrededor buscando a Nick, pero ha
desaparecido. Eso no significa que no esté ahí, mirando. Echando humo. Debería
estar buscando a Remy, no jugando.
—Hice un trato —dice, con los labios rozando el lóbulo de mi oreja—, y a pesar
de lo que piense tu hermano, lo mantengo.
Cierro los ojos y flexiono los dedos alrededor de su cintura. —Así que esto se
trata de Nick.
—¿Importa? —pregunta, mirando a su alrededor. Los sonidos sexuales nos
rodean. Nadie más habla, y si lo hacen, no se trata de esto. En cada dirección que
miro, veo lenguas, pollas y tetas. Justo al otro lado del fuego, veo el agujero rojo
arrugado del trasero de la condesa y, joder, ni siquiera sé qué están haciendo los
Barones en ese altar. Haciendo una mueca, reconozco que parece doloroso.
Cedo y observo a Lavinia con ojos pesados mientras desliza sus dedos en mi
cintura y los pasa por mis caderas. —No —digo, dejando caer la cabeza hacia atrás
al sentir su mano cálida y suave sobre mi dolorosa erección—. No, tienes razón, no
importa.
Lavinia me toca la polla con curiosidad al principio. No puede verlo porque
está oculto por su falda, pero puede sentirlo, las puntas de sus dedos recorren
tímidamente mi longitud. Espero el destello de horror en sus ojos. El miedo. El asco.
En lugar de eso, baja su cálido coño sobre él.
Respiro un grito ahogado y los dedos de los pies se curvan ante el calor de ella.
Mis dedos se hunden en sus caderas y la miro fijamente, mostrando una moderación
que no siento. —¡No estás usando ropa interior! —Siseo.
Ella mueve sus caderas de una manera lenta y agonizantemente deliberada. —
Besa mi cuello. —Cuando todo lo que puedo hacer es respirar con dificultad ante la
vista de su escote, agarra mi cabello nuevamente y tira de mi cara hacia arriba—.
¡Bésame, joder!
Perdido en el fuego de ella contra mi polla, no se me ocurre nada que hacer
más que obedecer, enterrando mi cara en su cuello y abriendo mi boca contra la
piel. El gemido de su garganta vibra contra mis labios, y luego su coño tartamudea
sobre la dolorosamente sensible cabeza de mi polla, haciendo que mis dientes se
hundan en el tendón.
Lavinia emite este sonido de sorpresa y su gemido se convierte en un grito
agudo. —Sí, así de simple —dice con la voz tensa mientras sus dedos aprietan mi
cabello—. Los Barones están mirando. —Sigue apretándose contra mí y yo sigo
apretando más sus caderas, sabiendo que tengo que estar lastimándola ahora.
En todo caso, hace que sus caderas se muevan con más intención.
Son estas pequeñas ondulaciones tortuosas que puedo sentir hasta la médula,
y al principio no me doy cuenta de que la sensación ha cambiado, se ha vuelto más
cálida y... más resbaladiza, hasta que mi mente explota con pensamientos
inquietantes. Como darle la vuelta y meter mi polla dentro. Cubriendo su boca con
mi mano mientras me abro paso. O no. Dejando que su grito llegue a los oídos de
todos los que nos rodean. Dejándoles ver a todos lo que mi polla le puede hacer a
una mujer. Ella sangraría y lloraría, y yo me correría demasiado rápido, cubriendo
sus entrañas con mi enormidad, bombeándola tan llena y forzándola más
profundamente.
Mi semen se mezclaría con su sangre, goteando un rosa espantoso por sus
suaves muslos.
—No puedo —digo, sin siquiera reconocer el sonido entrecortado de mi propia
voz—. No podré parar, yo...
Te destruiré.
Sus uñas se clavan dolorosamente en mi nuca. —No te corras todavía —dice,
mientras su coño se desliza sobre mi duro eje. Me doy cuenta de que piensa que
estoy hablando de mi corrida. Pero no es así. Estoy hablando de la necesidad, tan
profunda y primaria que mis músculos palpitan sin pensar con la necesidad de
empujar, tomar y tener—. Bésame —jadea, mi polla encajando justo entre sus pliegues
resbaladizos.
Mi primer pensamiento es que preferiría comer un puñado de tierra, pero luego
giro la cabeza y lamo húmedamente su boca que espera. No soy yo. Es esta... cosa
dentro de mí. Anhelo es una palabra demasiado débil para describirlo. Es instinto,
este impulso de meter mi mano en su cabello azul pálido y conquistar su boca
mientras me monta. Es un impulso tan absorbente que ni siquiera me doy cuenta
de que estoy arrancando la parte superior de su vestido hasta que mi palma ya está
ahuecando su teta, apretando.
Cuando me separo de su boca, hay un destello de nerviosismo en sus ojos al
que no le presto atención. Sin embargo, se va tan rápido como llega y me aprieta
más, dirigiendo mi boca hacia sus tetas.
—Chúpame —ordena, con la respiración entrecortada.
Levanto el peso de su pecho en mi mano y abro la boca alrededor de la cima,
la lengua siente la textura pedregosa de su pezón. Mis dientes presionan la carne
suave y eso la hace apretar más fuerte, un grito desgarrando su garganta.
Me muevo instantáneamente hacia el otro, tan ansioso por consumir cada
centímetro de este cuerpo suave y retorcido que ni siquiera noto todos los ojos
puestos en nosotros.
Pero Lavinia sí.
Se agacha, con el aliento caliente contra la coronilla de mi cabeza, para
susurrar: —Todo el mundo está mirando, Sy. Todos piensan que estás dentro de mí.
Pensé que alcanzaría la cima del odio cuando Lavinia se convirtiera en nuestra
Duquesa. Era todo lo que despreciaba de las mujeres. Altiva. Falsa. Manipuladora.
Débil. Pero ahora descubro un pozo de odio tan profundo que me revuelve el
estómago. Es una cosa negra, miserable, fea, porque sus palabras me producen tal
satisfacción que gruño alrededor de su pecho. Es saber que aquí todos aceptan la
mentira, y eso me gusta. La idea de que, durante estos breves momentos bajo el
vacío de la noche, la gente piense que soy normal.
Estoy ganando.
Puede que odie mi reacción de cerebro de lagarto, pero no lo niego. Por eso
levanto mi boca de su pecho para jadear contra su boca. —Más rápido.
Lavinia obedece, sus caderas trabajan contra mí a un ritmo que hace que mis
bolas se aprieten con entusiasmo. He estado tan concentrado en el calor de ella
contra mi polla que recién ahora me doy cuenta de lo pesados que se han vuelto
sus ojos, sus labios lujosos entreabiertos con sus respiraciones cortas. Sus mejillas
son rosadas, pero las puntas de sus orejas arden de un rojo vivo, y me atraviesa
como un rayo que ella está disfrutando esto.
Una pequeña grieta se forma entre sus cejas y ella respira. —Pezones. Juega con
mis pezones. —Al instante, me agacho para tomar uno entre mis dedos, fascinado
por la tensión de sus muslos alrededor de mis caderas—. Oh, joder —suspira, como
si esto fuera una novedad tanto para ella como para mí.
Encuentro mi lengua lamiendo para saborear el suspiro que se derrama de sus
labios. Estoy acostumbrado a que mi polla provoque jadeos de shock. He conocido
chicas que se pusieron rígidas al verlo, al sentirlo. Estoy familiarizado con las miradas
cautelosas y los susurros.
Nunca había visto a una chica gemir como lo hace Lavinia en ese momento.
Su rostro se contrae, como si estuviera enojada o herida, y cuando hunde su
rostro en mi hombro, dejando escapar un grito suave que suena desesperado, sé que
tiene que estar fingiendo. La forma en que su cuerpo se tensa, la ráfaga de humedad
contra mi sensible eje, el escalofrío que mece sus hombros, el temblor en sus
muslos...
Es puro rendimiento.
Tiene que serlo.
Se queda flácida, pero mi polla no ha recibido el mensaje de que este acto ha
terminado. Agarro un puñado de su trasero, planto mis pies y me lanzo hacia ella
sin sentido, persiguiendo el atractivo de mi liberación. Está mojada, joder, tan
jodidamente mojada, y nunca había tenido eso. La lujuria de una mujer cubriendo
mi polla. Es embriagador y ni siquiera noto las miradas sobre nosotros, como si lo
único que existiera estuviera entre nuestros cuerpos.
La aprieto contra mí con fuerza y ella comienza a emitir esos sonidos dolorosos
y sin aliento mientras levanto las caderas, con los dientes apretados contra la
necesidad de sentir su interior aterciopelado alrededor de mi polla. He estado
obsesionado con eso desde que forcé mis dedos en su coño durante la cena la otra
noche. Se sentiría tan apretado y cálido, tenso y suave. No es hasta que miro a los
ojos de una Sutton sorprendida, que me pregunto cómo debo lucir, con la cara
contorsionada mientras follo a mi Duquesa.
Eso es lo que es, me recuerda mi cerebro. Mía por derecho. Mía para follar.
Mía para reclamar. Mía para marcar, rellenar y usar.
Como si escuchara el camino que han tomado mis pensamientos, Lavinia gira
la cabeza para hablarme fríamente al oído. —Puedes correrte ahora. Eso es lo que
quieres ¿no? Es lo que tu cuerpo necesita. —Con los labios rozando el lóbulo de mi
oreja, ella respira—: Muéstrales a todos a quién pertenezco. Hazme tu perra, Sy.
Un gruñido sale de mi pecho mientras agarro un mechón de su cabello,
empujándola hacia mi embestida con una violencia que la hace gritar. Podría ser la
actuación nuevamente. Nadie podría creer que la follaría tan fuerte sin que algunas
lágrimas brotaran de sus ojos. Pero joder, es convincente.
Tan convincente que a mi cerebro no le importa notar la diferencia entre acto
y realidad. Piensa en ella gritando así, siniestra y quejumbrosa, y se llena de orgullo
ante la idea de causarle dolor.
Me corro con un gruñido en su cabello, con la mandíbula apretada con tanta
fuerza que me duelen los dientes. Lo siento brotar en sus pliegues y luego contra mi
vientre, cálido y pegajoso mientras mis muslos arden con el esfuerzo de mis caderas
que se mueven sin pensar. Hasta ese mismo segundo, mi mejor orgasmo lo tuve a
las tres de la mañana, medio dormido en mi cama mientras la mujer debajo de mí
yacía paralizada.
Éste ocupa el primer puesto por jodidos kilómetros.
Y Lavinia es parte de ambos.
Es tan bueno que puedo sentirlo vibrar a través de mis piernas, mis oídos
zumban por su fuerza. Pero luego me doy cuenta de que no es el orgasmo en
absoluto.
Mi teléfono suena en mi bolsillo trasero.
Lavinia hace un sonido de sorpresa cuando la levanto lo suficiente como para
arrastrar mis pantalones hasta mis caderas, haciendo una mueca mientras meto mi
polla dentro. Mi teléfono suena y suena, zumbando con urgencia, y busco a tientas
sacarlo de mi bolsillo, solo necesito ver el destello del nombre de Remy antes de
tirarla de mi regazo y contestar.
—¿Remy? —Su nombre sale entre un suspiro sin aliento. Miro a Lavinia. Está
tumbada contra la silla, con la falda todavía subida contra sus caderas, con las
mejillas rojas y con mi semen pegajoso entre sus piernas—. ¿Remy? —digo de nuevo—
. ¿Dónde carajo estás?
Capítulo 30
LAVINIA
Un día.
Es más de medianoche cuando Sy me deja, parada en la acera. Me mira entrar
a la torre, con sus ojos azules mirándome hasta que la puerta exterior se cierra detrás
de mí. Está impaciente por irse. La llamada telefónica de Remy lo puso tenso y
apresurado, pero no lo suficiente como para darme la oportunidad de huir.
No acelera hasta que está seguro de que la puerta está cerrada.
La subida a la torre lleva más tiempo de lo habitual. Está oscuro y hace frío, y
tiemblo todo el camino, casi corriendo ante la perspectiva de una ducha caliente y
la sensación de Archie en mi regazo.
Arriba, la vivienda está vacía y me quedo allí un buen rato, contemplando la
silenciosa esfera del reloj. Me pregunto si solía zumbar. ¿Los cables emitían sonidos?
¿Las manijas tintineaban cuando se movían? ¿La maquinaria llenaba esta cámara de
vida y caos, sólo para ser reemplazada por una puerta giratoria de tres hombres que
harían lo mismo?
Nick no está aquí. El conocimiento rebota a través de mí como una bala en un
barril. No hay nada que me retenga aquí... ya no. Podría tomar al Archiduque y tal
vez romper la cerradura y correr a pie. Podría deslizarme bajo tierra. He oído que
hay pasadizos ahí abajo, y aunque probablemente no sea más que un mito urbano,
se dice que pueden sacar a alguien de Forsyth.
Dejo caer la corona de espinas y astas en el sofá y, después de un largo período
de búsqueda, finalmente veo a Archie, acurrucado en una bola dentro de una caja
de zapatos que uno de los chicos dejó en la mesa de café. Me detengo en seco con
la idea de despertarlo y arrancarlo de las escasas comodidades que finalmente le
han sido otorgadas.
Presiono un dedo en la parte superior de su cabecita, preguntándome si Nick
cumpliría su promesa si desapareciera. ¿Le entregaría el gatito a una de las chivas?
¿Lo mantendría aquí, en este lugar tranquilo con sus máquinas averiadas y sus
habitantes desalmados?
Necesito una ducha más que nada. Todavía puedo sentir la corrida de Sy entre
mis piernas. Ya no es caliente, sino pegajoso y fresco. Me duele el coño por los
golpes, mi clítoris está en carne viva. Por un momento, pude ver lo bueno que podría
ser, lo bueno que podría ser Sy, si dejáramos de pelear entre nosotros y él dejara de
lado todas sus inseguridades y odio.
Entro al baño y bajo el estrépito de la luz del techo. Veo el desastre que soy.
El dobladillo de mi falda está cubierto de tierra. Las hojas alrededor de mis pechos
ahora están flácidas y estiradas de cuando Sy tiró de la parte superior hacia abajo.
Mi maquillaje está corrido. Mi cabello es un nido enredado por la coronilla y las
manos de Sy. La diosa de la fantasía de más temprano esta noche, se ha ido. Ahora
parezco una chica de fraternidad agotada después de su paseo de la vergüenza.
Me tomo mi tiempo bajo el agua, aunque debería estar corriendo como lo hizo
Sy. Debería estar preparándome, agarrando todo lo que sea útil para mí y bajando
apresuradamente las escaleras. Tal vez no pueda romper la cerradura, pero tal vez
sí pueda.
Por alguna razón, simplemente no siento la urgencia.
Un día.
El ineludible paso del tiempo me ha alcanzado, pero no siento el pánico
inminente de un destino incontrolable. La verdad es que no siento nada. Estoy
entumecida desde la superficie de mi piel hasta la médula de mis huesos, como si
me hubiera convertido en la versión perversa de Forsyth de una tarjeta de béisbol
que se hubiera intercambiado demasiadas veces, y ahora estoy descolorida,
arrugada, desgastada.
Estoy tan jodidamente exhausta.
Es una sensación curiosa, la ausencia de temor que se ha instalado en lo más
profundo de mi pecho desde que Leticia desapareció. No es mejor. No es peor.
Simplemente es lo que es. Pero es triste darse cuenta de que no tengo nada por qué
luchar. Recuerdo que entré por primera vez en esta torre y deseé que el tiempo
fuera como ese reloj: congelado y quieto. Imposible. El tiempo siempre pasará.
¿Pero las personas que lo integran?
Sin siquiera proponérmelo, me he convertido en el reloj. Manos inertes y cables
silenciosos. Engranajes inmóviles, oxidándome dentro de cuartos oscuros. Un
monumento que ha sido vaciado y ocupado por cosas feas y retorcidas. Fue estúpido
pensar que podría arreglarlo.
Cuando salgo del baño y veo a Nick, es con una nueva comprensión.
No soy su mascota, en realidad no. Soy una estructura que ha acorralado. Soy
una torre de piedra y mortero que él siempre ha estado desesperado por conquistar.
Quiere mi carne, pero no será feliz hasta que haya capturado todo lo que contiene,
hasta que haya barrido los rincones y los haya hecho suyos.
—¿Dónde está Remy, Lavinia? —pregunta. Está apoyado en el respaldo del sofá,
como si acabara de llegar, todavía con su chaqueta y sus zapatos. Tiene los tobillos
cruzados y las manos presionadas casualmente contra el respaldo del sofá. Hay un
extraño vacío en sus ojos que podría haberme sorprendido hace un par de semanas.
Ahora simplemente me hace sentir cansada.
Sintiéndome desconcertada por la pregunta, digo: —¿Qué? ¿Cómo debería
saberlo?
Me observa durante un largo momento, completamente quieto. —Primero tu
hermana. Ahora Remy. Piensa que es extraño cómo la gente sigue desapareciendo
a tu alrededor.
—No los suficientes —respondo—. De todos modos, Sy acaba de recibir una
llamada de Remy. Habla con él. ¿O eso significaría que tendrían qué comunicarse
entre sí durante una noche?
Sus ojos se tensan en las esquinas. —¿Te divertiste con él?
Respondo: —No particularmente.
Su mirada cae sobre mis hombros, mi pecho. Estoy en nada más que una toalla,
con el pelo todavía mojado, y observo cómo sus ojos siguen una gota de agua desde
mi mandíbula hasta mi escote. —Parecía que lo hacías. —Se toca la comisura de la
boca con el pulgar mientras se levanta del sofá—. Tengo curiosidad. ¿Lo hiciste
porque realmente lo deseas? ¿O se trataba de mí?
Mi labio se curva por la forma en que lo expresa. Por supuesto, tomaría una
supuesta muestra de rebelión como una especie de declaración. —Lo hice porque
podía —digo honestamente—. Lo hice porque hay un grupo cada vez más pequeño
de cosas que puedo hacer, y esa resultó ser una de ellas. Los Duques están a
disposición de la Duquesa.
—¿Por qué? —Me mira durante un largo momento, sus ojos azules oscurecidos
por la tenue luz de la habitación—. Nadie te querrá jamás tanto como yo. Nadie
jamás te amará como yo. Nadie jamás te defenderá como lo hice yo. —Sólo entonces
me doy cuenta de lo inyectados en sangre y vidriosos que están sus ojos. Alcohol,
probablemente, pero en este lugar, ¿quién sabe?—. ¿Por qué eso no es suficiente
para ti? —Dice las palabras con tal desesperación que me toma por sorpresa.
Es una pregunta patética con una respuesta sencilla. Se la doy con seriedad. —
Porque eres un imbécil insidioso que encarna todo lo enfermo de este lugar. Porque
dices amarme en un momento y luego me lastimas al siguiente. Porque nunca me
verás como persona. —Al pasar junto a él hacia las escaleras que conducen a mi loft,
agrego mordazmente—: Porque eres tú, Nick.
Me agarra del brazo, tirando de mí hacia atrás, y puedo observar
detenidamente la beligerancia en sus ojos. —Pensé en sacarte, ¿sabes? —Cuando
simplemente le devuelvo la mirada sin pestañear, explica—: Cuando estabas en el
motel. Pensé en sacarte de contrabando, llevarte a algún lugar remoto y
simplemente... —Sus dedos se aprietan alrededor de mi brazo, pellizcando la piel—
… arruinarte. Hacerte mía. Demostrarle a Daniel que eras demasiado salvaje para
enjaularte. Sólo una cosa me detenía, y no era él ni tu papá —dice, usando su otra
mano para señalar la marca de mordedura que su hermano dejó en mi hombro—.
Era la posibilidad de que pudiera hacer que me amaras también. Y supe que podía.
Incluso entonces vi lo peligrosa que eras. Eras hermosa, sexy y prohibida, todo lo
que un soldado de infantería desea. ¿Pero especialmente? —Enrosca un dedo y
desliza su nudillo entintado a lo largo de mi clavícula—. Más que nada eras una chica
triste, herida y solitaria.
Me alejo, con los nervios a flor de piel. —Cállate la puta boca.
Nick me sigue, con sus anchos hombros acercándose a mí. —Intentaste con
todas tus fuerzas mantener esa fachada de malicia, pero vi tu verdadero yo. No eres
peligrosa porque seas dura. Eres peligrosa porque no lo eres. —Me mira por encima
del hombro, con los ojos llenos de una siniestra satisfacción—. Tú sabes que es
verdad. Llevas aquí más de dos semanas. Podrías haber huido, pero no lo hiciste.
No es por nuestro trato. No es porque tengas miedo de que te encuentren. Al final
del día, te quedas en tu jaula porque es todo lo que conoces.
Sacudo la cabeza y aprieto la mandíbula con fuerza. —Eso no es cierto.
—Lo es —insiste, y sigue acercándose, mientras esa brasa en sus ojos crece,
brilla—. Es donde te sientes más cómoda. Puede que no destaques en nada más,
¿pero en esto? —Su risa es de alguna manera suave y áspera al mismo tiempo—. Eres
muy buena siendo la perra de alguien.
Golpeo antes de darme cuenta de que mi puño está volando hacia arriba, mis
nudillos golpean la cresta afilada de su mandíbula. El dolor explota primero en mi
pulgar y luego se irradia hacia mi brazo, pero vale la pena ver su cabeza girar hacia
un lado.
Incluso si parece imperturbable.
La llama dentro de mí, la que pensé que había perdido en la ducha, cobra vida
y empuja mi puño hacia su cara. Es algo tóxico, la necesidad de golpear, gritar y
herir, y no me importa. Lo abrazo, me lanzo hacia adelante y se siente interminable,
como si pudiera destruir cualquier cosa en mi camino con su calor.
Pero Nick agarra mi muñeca antes de que haga contacto, arrastrándome contra
su cuerpo. Sus brazos se cierran alrededor de mi cintura mientras lucho contra él,
mostrando los dientes con furia mientras empujo su pecho, tratando
desesperadamente de lastimarlo.
Pero no puedo lastimar a Nick.
No físicamente.
—¡Nunca te amaré! —Gruño, esperando que corte como hojas de afeitar—.
¡Nunca! Preferiría morir en ese maldito ascensor que estar contigo. ¡Prefiero estar
con Pérez!
Hay un silencio siniestro encima de mí, y es casi un alivio que finalmente vaya
a hacerlo. Estoy lista, creo. Lista para la oscuridad y la asfixia. Lista para el pánico.
Una pequeña parte de mí teme que Nick tenga razón. Quizás la única forma en que
puedo sentirme cómoda es dentro de los espacios pequeños y malignos a los que
me he acostumbrado.
Me preparo para ello, sintiendo las puertas del ascensor detrás de nosotros
como una presencia tangible e inminente.
El pecho de Nick se expande con una fuerte inhalación. —Entonces supongo
que ya nada me detiene.
Antes de que pueda preguntarme qué significa eso, me agarra con más fuerza,
levantándome del suelo. Sin embargo, en lugar de llevarme al ascensor, me arrastra
a su habitación.
Y luego me empuja de nuevo a la cama, quitándome la toalla mientras caigo.
Entonces viene a mí.
Pensé en llevarte...
Arruinarte...
Hacerte mía...
Sólo una cosa me detenía...
La posibilidad de que pudiera hacer que me ames también...
Lo veo rasgarse la camisa por la cabeza y sus ojos no contienen nada de la ira
o la miseria que había visto antes. Son un pozo sin fondo de negra desesperación,
que me inmoviliza con una agudeza que hace que mi estómago se revuelva con
inquietud.
Me escabullo hacia atrás, alejándome de él, diciendo: —No.
—Sí. —Se acerca a la velocidad del rayo, esos ojos azules ardientes mientras me
agarra los tobillos y me tira hacia abajo de la cama. Golpeo con mis puños de nuevo,
luchando por liberar mis pies, pero él ya tiene algo enrollado alrededor de uno de
mis tobillos. Un cordón sujeto al marco debajo del colchón. Me doy cuenta
demasiado tarde de que él planeó esto, probablemente cuando estaba en la ducha.
Quizás incluso antes. Soy demasiado lenta para evitar que ate el otro tobillo, sus
movimientos son ágiles y rápidos.
Está sobre mí en un instante, sujetándome al colchón con su duro cuerpo. Una
de sus manos captura mis muñecas mientras con la otra enrolla una tercera cuerda
alrededor de ellas, atándolas con un tirón agresivo. —Adelante, pelea —dice con voz
inquietantemente tranquila mientras se agacha para tocar mi pecho—. Siempre
imaginé que esto sería rápido y difícil. Si necesitas que duela, por mí está bien. —
Hace rodar mi pezón entre el índice y el pulgar.
Gruño con mi lucha, los tobillos me pican por la estrecha estructura de las
ataduras. Su boca marca mi cuello con un beso húmedo y con la boca abierta
mientras su palma patina sobre mis costillas, sumergiéndose entre mis piernas. Mi
pulso se acelera con el mismo pánico que sentí esa noche en el Hideaway.
Podría suplicar.
Podría rogarle que no haga esto.
Podría gritar.
Y nadie me escucharía.
Empuja sus dedos a través de mis pliegues, empujando e invadiendo, y luego
fuerza un dedo dentro de mí, deteniéndose tan brevemente que apenas lo registro
como una vacilación. —Sabía que solo estabas actuando —dice, mordisqueando el
doloroso hematoma en mi hombro, el que había hecho su hermano—. Él no sabría
qué hacer con un coño, incluso si se lo arrojaras como a una puta. ¿Incluso te mojó?
—Sí. También me hizo correrme —me burlo y me apoyo contra él en un intento
de desviarlo—. Todos lo vieron. —Lo único que hace es hundir el dedo más
profundamente. Hace un sonido brusco y lame hacia mi pecho.
—Nadie podría follarte tan bien como yo, Pajarito. —Me mira a través de cejas
enojadas y pestañas espesas—. Puede que lo comparta, pero este coño me pertenece.
—No… —digo, en voz baja y advirtiendo mientras él fuerza otro dedo doloroso
hacia adentro.
Mi fuerte mueca de dolor sólo hace que él me devuelva la mirada. —Tu
oportunidad de opinar en esto se perdió cuando rompiste nuestro trato. —Con los
hombros tensos, golpea sus dedos contra mí, haciéndome gritar de dolor.
Levantándose, me gruñe en la cara—: ¡Cuando besaste a mi hermano!
—¡Mierda! —Aúllo, su palma golpea mi clítoris mientras me folla violentamente
con sus dedos.
—Vas a abrirte para mí —dice con los dientes apretados—. Vas a tomar cada
puta gota de mi semen en este coño que tanto valoras. —Gruñe por fuerza que usa
para embestirme con sus dedos y sé que esto es tanto un castigo para mí como una
gratificación para él.
—Duele —dije con entusiasmo, todavía dolorida por Sy.
—Bien —gruñe, golpeándome una vez más y luego aplastando su palma contra
mí, con los dedos dentro de mi cuerpo—. Tú me lastimas, yo te lastimo. ¿Te parece
eso una buena negociación?
Es doloroso cuando me arranca los dedos, pero luego se arrastra por mi cuerpo
y los reemplaza con su lengua. Sus manos separan mis muslos y tiran
insoportablemente de mis tobillos, pero es difícil pensar en otra cosa que no sea la
punta ardiente de su boca, devorándome.
Eso es exactamente lo que es: la persecución frenética y abrumadora de alguien
que quiere consumir. Me aprieto contra la sensación, pero él hace un sonido áspero
e irritado y tira de mis rodillas hacia arriba, haciendo que los dedos de mis pies
hormigueen por la pérdida de circulación.
Se retira para mirar mi agujero, con los labios apretados mientras sus mejillas
se mueven.
Y luego se lanza hacia adelante y me escupe, justo en mi entrada.
Mi pecho sube y baja cuando los dedos de Nick regresan, empujando su saliva
hacia adentro, haciéndome resbaladiza. Sin el escozor y el estiramiento, puedo sentir
que respondo a ello en un nivel involuntario. Comienza como un dolor, en lo
profundo de mi vientre, y no disminuye cuando su lengua sale para jugar con mi
clítoris. Hay un momento en el que me hundo en ello sin quererlo ni desearlo. Nick
come el coño tal como besa, tan lleno de lengua e intensidad que no hay lugar para
pensar.
Sé que puede darse cuenta cuando la humedad que resbala por sus dedos se
vuelve menos de él y más de mí, porque comienza a arañar frenéticamente el botón
de sus jeans con la otra mano, deslizándolos por sus caderas sin verlo, con los labios
todavía chupando besos húmedos contra mis labios y clítoris.
Luego se sumerge para lamer entre sus dedos, penetrando en mí con la ansiosa
punta de su lengua. Gime y retira los dedos para hacer espacio, metiendo la lengua
lo más profundo que puede.
Mi respiración se entrecorta dolorosamente cuando se levanta, dejando mi
clítoris en un lío palpitante de necesidad.
Sé que he perdido cuando nota el retorcimiento de mis caderas, una crueldad
cayendo sobre sus rasgos mientras lame mi sabor de sus labios. —Se acabó el tiempo
de las peticiones —dice, liberando su polla—. Pero tal vez si eres una buena chica, te
dejaré correrte en mi polla.
Giro mis muñecas contra las ataduras, sintiendo que me aprietan y me irritan,
pero el nudo es demasiado seguro. Frustrada, me levanto para burlarme de él. —
Esta es la única manera en que puedes sacármelo —digo, jadeando por la lucha—.
¿Cómo se siente saber que eres tan repugnante que tienes que atarme y sujetarme
sólo para meterme la polla?
Inclinándose, se apoya encima de mí, apretando su polla contra mi entrada.
Hay un momento en el que él simplemente... me mira, como si le estuviera dando
a mi pregunta la consideración que merece. El tatuaje al lado de su ojo se contrae
cuando su mirada se estrecha y frunce el ceño. —Servirá.
Golpea hacia adelante, hundiendo con fuerza toda la longitud de su polla
dentro de mí.
Echo la cabeza hacia atrás, gritando ante la repentina intrusión, arqueando la
espalda como si pudiera escapar de ella. El ruido que sale de su pecho es animal y
me agarra el pelo con un puño antes de acercar sus caderas increíblemente.
El estiramiento arde, pero es la repentina sensación de plenitud lo que me deja
sin aliento. Siento el cuerpo abarrotado y demasiado tenso, invadido y alterado, y
la boca de Nick descansa contra mi mandíbula, con los dientes arrastrándose contra
el hueso.
—Dios, estás tan jodidamente apretada —dice, y cuando echa sus caderas hacia
atrás (el arrastre de su polla arrancando un sollozo de mi pecho) es solo para golpear
de nuevo contra la cuna de mis muslos, balanceando cada uno de mis muslos en mi
cuerpo rígido—. No será como la última vez —jadea, avanzando de nuevo—. Te voy
a follar hasta que este coño me recuerde. —Las últimas palabras gruñen en la piel
de mi garganta y todo lo que puedo ver son los músculos moviéndose en su espalda
mientras se lanza hacia mí como una ola hostil.
Me aprieto contra el dolor de la violación, pero eso sólo lo hace gruñir,
incitándolo a empujar más fuerte, más profundo. Esto no es sexo. Es una lucha que
nuestros cuerpos están teniendo. Es agresión y rechazo, y la parte más horrible de
todo esto (la jodidamente peor) es que mi cuerpo está perdiendo.
Y no le importa.
—Joder —escupe, sus labios se arrastran sobre la curvatura de mi mejilla—.
¿Sientes lo mojada que te estás poniendo por mí? Dices que no me deseas, pero
mírate, intentando con todas tus fuerzas ocultar la verdad.
Está hablando de cómo aprieto los dientes, de la rigidez de mis muslos, de la
forma en que entrecierro los ojos, negándome a ver todo el poder puro en sus
movimientos. —Es mentira —digo.
Sus dedos se clavan en mi barbilla, obligándome a enfrentar su mirada
vehemente. —Esto es lo único que no es mentira, Lavinia. ¡¿Cuándo lo entenderás?!
—Las palabras son pronunciadas en un tono duro, pero la forma en que apoya su
frente contra la mía es perversamente gentil. Sus caderas ruedan contra las mías,
enviando salvajes chispazos a través de mi clítoris—. Te jodidamente amo. Tú fuiste
creada para mí.
No puedo explicar la sensación que se hincha en el fondo de mi garganta como
una roca. Hace que mi visión se llene de lágrimas. Me hace temblar la barbilla. Me
roba el aliento de los pulmones y lo esconde en algún lugar inaccesible. —No sabes
cómo amar, Nick. —Incluso si fuera honesto, incluso si este es el único amor que es
capaz de sentir, es corrupto y retorcido, y lo que siento debe ser angustia.
Porque esto es lo más cerca que estaré de ser amada. Me llega con una certeza
que hace que las lágrimas se desborden y corran por mis sienes en perezosos
riachuelos. Esto es todo lo que conseguiré. Y por un momento casi puedo entender
por qué Nick esperaba mi gratitud. De todo lo que hay en esta ciudad (mi familia,
las chicas del Hideaway, los otros miembros de la Realeza), Nick es lo mejor que
hay para mí.
—Estás equivocada —insiste, sus labios se mueven contra los míos mientras me
folla—. Sé amar mejor que nadie en esta ciudad. Dime que lo sientes. —Sus labios
rozan los míos, tiernos pero exigentes.
Me quedo perfectamente quieta, con voz suave. —No siento nada.
—Es mentira —dice, levantándose para mirarme a la cara. Levanta la mano para
sacar una lágrima del rabillo del ojo y gira las caderas—. Tu coño está tan empapado
para mí, Pajarito. Estás tratando de justificarte porque ya me dejaste entrar. —Inclina
la cabeza, me besa y me irrita saber que tiene razón. No puedo controlar el
movimiento de mis caderas o la curvatura de mis dedos de los pies. No puedo
detener la inyección de lujuria líquida y caliente que se ha instalado en la boca de
mi estómago. Soy incapaz de negar el latido entre mis piernas, el instinto de
encontrarlo, de quitárselo.
Mis talones se hunden en el colchón mientras levanto mis caderas hacia él,
hundiendo su polla más profundamente. Su boca se abre con un grito ahogado y
uso la distracción para levantarme bruscamente, apretando mis dientes sobre su
labio inferior y perforando la carne suave. La sangre se acumula en mi boca y Nick
deja escapar un fuerte y doloroso silbido.
Pero no se detiene.
Sus ojos se ponen en blanco y golpea hacia adelante, un largo y áspero gemido
brota de su garganta. Él coloca una mano sobre mi teta pero no intenta sacar mis
dientes de su labio. Lo toma y lame la lengua para pasar por uno de mis incisivos
manchados de sangre.
Finalmente cedo, girando mi cara hacia un lado con un gruñido de disgusto. —
¡Mierda! —Su sangre es amarga y picante en mi boca, y tal vez la escupiría si Nick
no estuviera allí para empujarla entre mis labios con el ingenioso movimiento de su
lengua. Invade mi boca mientras me folla, más fuerte y profundo, su puño tira con
fuerza de la coronilla de mi cabello.
Rápidamente se hace evidente que mi cuerpo ha sido víctima de la farsa. No
le importa que el amor de Nick sea algo falso y pervertido. Siente la forma en que
choca contra mí, esos golpes duros y despiadados de sus caderas, y ve su apariencia,
una unión impía de desesperación y resentimiento, y lo único que quiere es
liberación.
—No luches contra ello —gruñe, untando su sangre en mi barbilla—. Puedo
sentir lo mucho que tu coño lo desea. Déjalo ir. Dámelo.
Giro mi cabeza hacia un lado y lucho por hacer retroceder la tormenta que se
forma entre mis piernas. —No.
Él responde metiendo un brazo entre nuestros cuerpos y sus dedos encuentran
mi clítoris hinchado. Su voz emerge en un gruñido tenso. —Me follaré este coño toda
la noche si eso es lo que hace falta, pero tú te correrás por mí. —Cuando giro mi
cabeza hacia el otro lado en un lamentable intento de escapar, él simplemente
presiona sus labios ensangrentados contra mi oreja—. Quiero que sientas lo que es
ser mía.
Rechina los dientes contra la marea creciente, sus dedos dibujan círculos
apretados y tortuosos en mi clítoris. Su polla me golpea implacablemente y no hay
escapatoria. Cada nervio de mi cuerpo ha sido destilado hasta el punto de su toque,
disparándose directamente a mi centro.
El orgasmo se arranca de mí como una enredadera de raíces, tan penetrante y
abrupto que pierdo el control de mi cuerpo, agarrándome con fuerza debajo de él,
alrededor de él. Mi boca se abre en un grito forzado y puedo sentirlo mirándome
incluso si no puedo verlo, mis ojos cerrados fuertemente contra la explosión de
doloroso placer.
El sonido que libera parece arrancado de su estómago: un gemido profundo y
gutural que se arrastra por mi piel como papel de lija mientras el calor de su
liberación comienza a llenarme.
—Así es —gruñe, siguiéndome con cada giro de mi cabeza—. Hasta la última
gota, Pajarito. —Empuja con fuerza, su polla se sacude dentro de mí. Sus hombros
se levantan con la fuerza y lo veo tal como es. Una masa palpitante de músculo y
tinta, dureza y suavidad, obsesión y desprecio. Nick tiene un orgasmo como si fuera
un arma que me estuviera infligiendo. Dudo que siquiera se permita disfrutarlo, está
tan ocupado obligándome a sentir su placer, vaciándose en mí como si fuera la parte
más vital del acto.
Y simplemente sigue.
Y sigue corriéndose.
Puedo sentirlo en lo más profundo de su interior, su polla palpitando mientras
su semen entra. Nick hace exactamente lo que promete, inmovilizándome con ojos
ardientes mientras exprime cada gota en mi agujero, empujado tan profundo como
puede.
Cuando finalmente termina, cuando finalmente deja escapar un último gruñido
agudo y sale de mi cuerpo, descubro que he perdido el control de todo.
Un sollozo profundo y lastimero brota de mi garganta. Creo que ha estado
escondido allí desde esa noche en el sótano, tal vez incluso antes. Quizás esta
enfermedad ha estado latente dentro de mí desde que mi padre me puso en ese
baúl. Tal vez lo he estado llevando conmigo como un peso de plomo, frenado por
la gravedad y mi propia incapacidad para cargarlo.
Quizás Nick tenga razón.
Quizás simplemente soy débil.
Mi cuerpo se tensa al liberarlo, mi pecho se oprime alrededor de un horrible
gemido. Intento evitarlo, luchar contra él, pero se libera y desgarra el aire con
sollozos fuertes y desgarradores. Una parte de mí está ansiosa por dejarlo ir, por
liberarse finalmente de su peso en mi pecho.
Lloro.
Lloro por mi cuerpo, dolorido y descartado. Lloro por los dos años que he
perdido, atrapada e indefensa (y sí, Nick tenía razón): triste, sola y herida. Lloro
porque puedo ser fuerte, pero incluso el acero se dobla bajo suficiente presión. Lloro
por mi madre y, por alguna razón, también lloro por Leticia. Por el hecho de que
una cosa nos une a las tres, y es algo tan terrible como esto: Pertenecer a un Reino
que nunca quisimos, ser usadas, ser de la Realeza.
Siento que lloro durante horas, purgando el dolor de mi sistema con bocanadas
de aire y sollozos profundos y húmedos, y tal vez fue mejor que nunca me permitiera
borrarlo, porque ahora reprimirlo todo dentro de mí se siente como una hazaña
imposible.
Al final, estoy demasiado cansada para seguir así.
Los gritos se desvanecen en respiraciones entrecortadas, resoplidos lentos y ojos
doloridos. Ya no siento mi cuerpo, sólo el tentador tirón del olvido que me arrastra
hacia abajo, cubriéndome con su frío abrazo.
Lo último que veo antes de sucumbir al sueño es a Nick.
Está de pie junto a la cama, con el hombro apoyado contra la pared. Se ha
puesto los boxers y tiene los brazos cruzados, el antebrazo negro sólido
flexionándose y flexionándose en un ritmo incomprensible. Nunca me desata.
Simplemente mira por la ventana con esa expresión en su rostro. Observando.
No parece feliz. No parece enojado. Ya ni siquiera parece desesperado.
Él no me mira en absoluto.

El primer pensamiento que me viene cuando me despierto es que no he dormido


lo suficiente. Mis ojos se sienten con costras y dolor. Pero luego todo se siente
doloroso. Mis muñecas, mis tobillos, mi coño. Todos palpitan y tiemblan.
No es hasta que me giro, colocando una mano debajo de mi mejilla, que me
doy cuenta de que Nick me ha desatado.
Parpadeo y abro los ojos hacia una habitación completamente oscura, y es
como la otra noche cuando me puso ese rastreador. Nick está parado al final de su
cama, completamente vestido. Mirando. Espera.
Pero esta vez habla. —Levántate. —No tiene ninguna inflexión, ni idea de qué
nuevo infierno me espera. Su tono es perfectamente plano. Su silueta cambia y luego
algo suave y frío aterriza contra mi costado. La sudadera con capucha de Remy. Un
par de pantalones. Ropa interior. Medias—. Nos vemos en diez.
Se da vuelta y sale de la habitación, y todo vuelve a mí. El sexo. El dolor. La
invasión.
Su semen seco en mi muslo.
Sigo sus órdenes mecánicamente, como si hubiera perdido la voluntad de hacer
preguntas o sentir preocupación. Mi cerebro funciona en piloto automático porque
estoy pensando... cualquier cosa que signifique dejar la malicia de esta cama debe
valer la pena. Las sábanas se manchan con nuestros fluidos: sangre, semen, lágrimas,
saliva. No puedo alejarme de él lo suficientemente rápido.
Caminar duele y tengo la sensación de que los tobillos doloridos me sostienen
porque es lo único que saben hacer. Me permiten ponerme las bragas y luego los
pantalones. Mis muñecas ceden a la sudadera con capucha, permitiéndome deslizar
mis brazos dentro de las mangas. Mis músculos protestan, pero asomo la cabeza,
sintiéndome sucia, rota y confundida.
Nick está esperando junto a la puerta de la escalera cuando salgo, sosteniendo
mis zapatos en la mano. Lleva puesta su chaqueta y sus botas, y un juego de llaves
cuelga sin fuerzas de su mano. —Ven.
Le preguntaría adónde vamos, pero descubro que no me importa. Me pongo
los zapatos y lo sigo como un espectro, lento y caminando penosamente mientras
bajamos, paso a paso, por la torre. El descenso debe doler, debe ser una jodida
agonía, pero estoy insensible, mis pasos son pesados y laboriosos, pero uniformes y
tenaces.
Quizás me vaya a matar.
Llegamos al final antes de lo que esperaba y me encuentro sintiendo una
punzada de sorpresa, preguntándome dónde acabo de estar. Atrapada en mi cabeza,
atada por mis pensamientos. Pero cuando empuja la puerta para abrirla, todo
desaparece. Todavía es de noche, o más bien temprano en la mañana. Hay algo por
lo que debería preocuparme, pero no puedo encontrarlo en mi mente. Ya nada
parece urgente. Simplemente camino con Nick hasta la camioneta y me subo al
asiento del pasajero sin que me lo pidan.
El viaje es silencioso pero sin la tensión a la que estoy acostumbrada. Nick
mantiene una mano sobre el volante y la otra contra la consola central, inmóvil. De
vez en cuando pasamos junto a las farolas que iluminan los ángulos agudos de su
rostro, pero sobre todo es sólo una sombra, inerte y amenazadora.
Veo pasar el Lado Oeste, distrayéndome con su forma. Aquí es diferente por
la noche: más tranquilo, más vacío, más oscuro. Es como si en algún momento entre
dejar a Sy y despertar, el mundo entero se hubiera acabado, todos hubieran
desaparecido.
Finalmente hablo, mi voz es áspera como la grava. —¿Vamos a ver a Remy?
¿Tuviste noticias de Sy?
Sus ojos nunca dejan la carretera, pero el músculo posterior de su mandíbula
late con un tic. No me responde, pero mete la camioneta en el estacionamiento de
un almacén abandonado. Los faros estallan contra el metal envejecido frente a
nosotros, casi cegando mis ojos todavía nublados. Por alguna razón, mis ojos se
quedan fijos en este tatuaje en el codo de Nick mientras apaga el auto. El diseño es
un círculo: rayos rojos de sol que se expanden hacia afuera. Me recuerda a La Dama
de los Dolores de Remy, todos esos puntos apuñalando hacia adentro.
Si tuviera la motivación, contaría los puntos de mi estrella.
Quizás todo esto sea un sueño.
Nick sale primero y lo sigo automáticamente, sólo vagamente preocupada por
el por qué me habría llevado a un almacén abandonado a las cuatro de la mañana.
No puedo deshacerme de este sentimiento, como si él no pudiera hacerme nada
peor de lo que me ha hecho.
En el momento en que cruzamos las puertas oxidadas, sé que estoy equivocada.
—No. —Doy dos pasos hacia atrás por instinto, pero Nick está detrás de mí,
empujándome hacia adelante—. No, no, no… —Esto no es un sueño. Es una maldita
pesadilla.
A quince metros de distancia están mi padre y Pérez, esperando.
El aire sale de mis pulmones en un doloroso apretón de pánico y me giro,
mirando con los ojos muy abiertos a los ojos azules. —¿Me entregaste? —Mi voz está
oxidada y entrecortada, y es su culpa. Como si eso no fuera suficiente. Como si no
me hubiera roto en un grado satisfactorio...
Está mirando al frente, con los ojos muertos e inmóvil. —Es lo que querías.
Mi respiración se acelera porque puedo sentirlo. Puedo sentir a mi padre, tan
cercano y maligno, y puedo oírlo nítido y claro cuando habla.
—No hagas un escándalo, Lavinia.
Me estremezco ante el sonido, años de recuerdos regresan a mí como un tren
de carga de dolor y furia. —Nick... —Puño mi mano en su camisa, y no estoy orgullosa
de la forma en que se me quiebra la voz, pero parece que no me importa. Siento
que cada pedacito de color abandona mi cara—. No me obligues a ir con ellos.
No dice nada.
Me he hundido en muchos lugares profundos de mi vida, pero ninguno tan
profundo como aquel al que me rebajo cuando pregunto esto: —¿Por favor? Seré
buena. —La cresta de su labio se contrae en una especie de mueca de desprecio y le
doy un puño a su camisa, completamente perdida ante cualquier sentimiento de
vergüenza cuando me pongo de puntillas para besarlo.
Él vuelve la cabeza.
Mis labios tartamudean sobre una mandíbula áspera, lo suficientemente cerca
como para ver que ya no hay nada en sus ojos. Sin ira, deseo o frustración. Solía
pensar que estar bajo el peso de su opresivo anhelo era lo peor de Nick. Su
arrogancia, su naturaleza exigente, su necesidad de dominar… todos me irritan, pero
ninguno tanto como lo gravemente que me desea.
Sólo que ahora lo conozco mejor.
Esto es lo peor de Nick. Su postura distante, la curva de arrogancia en su frente,
su total indiferencia. Fue malo cuando me deseaba, y es petrificante ahora que no
lo hace.
Caigo de rodillas. —Por favor. ¿Por favor, Nick? —Esa roca regresa a mi
garganta, haciendo que mis ojos se llenen de lágrimas mientras empiezo a buscar
los botones de sus jeans—. Yo... seré buena para ti. Te haré sentir bien, dormiré en
tu cama, te daré lo que quieras. Dejaré que me ames, yo...
Se aleja de mí, dejándome allí en el frío suelo de cemento, y todo lo que puedo
hacer es mirarlo como un miserable juguete desechado. El juguete roto de Nick
guapo, degradándome frente a nuestros enemigos. Basura, como siempre han dicho
todos de mí.
Él me mira con esos ojos fríos e insondables e, inexplicablemente, pienso en
ese momento en el gimnasio. De pie bajo el calor de los focos. Mirando a una
multitud de hombres despiadados y sintiendo un parentesco al que no tenía derecho.
Las lágrimas brotan, pero no se derraman. Los tomo dentro de mí, los guardo en
sus lugares oscuros, llenando mis grietas con su miseria. Hace unos días, pasé la
tarde leyendo uno de los libros de filosofía de Remy y me encontré absorta en un
pasaje. Postuló que la ausencia de tiempo es la ausencia de vida, y pasé horas
mirando los cables y engranajes, preguntándome si se podría arreglar.
—Acabas de matarme —le digo, con la voz tan entumecida como parece Nick—
. Puede que no tengas las agallas para hacerlo tú mismo, pero eso no lo hace menos
cierto. —Creo en las palabras con tanta firmeza como las digo, y me levanto,
negándome a poner este destino de rodillas como una perra débil.
Me vuelvo para mirar a mi padre.
En algún lugar de Forsyth, un reloj corre.
Pero no para mí.
Capítulo 31
NICK
Es peor que oírla en el ascensor.
En eso estoy pensando cuando se arrodilla y me suplica, sus ojos brillan hacia
mí con tanta desesperación que tengo que cerrar los puños para evitar el impulso
de agarrarla y llevármela.
Lo hecho, hecho está.
Sería mentira decir que no me produce una gran satisfacción verla mirándome
así. Indefensa y tan jodidamente dispuesta. Me la mamaría si se lo pidiera, y lo haría
delante de su propio padre. Rogaría y arañaría. Finalmente diría las palabras que he
estado hambriento de escuchar todos estos años.
Te amo, Nick.
Pero sería falso.
Hubo un tiempo que ni siquiera me habría molestado mucho. Las palabras
habrían sido suficientes: la curvatura de ellas en sus labios, la forma de mi nombre
en su lengua. Habría estado bien con la fantasía. Pero ahora lo sé. Estoy persiguiendo
una invención, el espejismo ondulado nunca está a mi alcance.
Lavinia Lucia nunca me amará y la odio por ello. La odio por no desplegarse.
La odio por mantener las partes más profundas de ella alejadas de mí. La odio por
disfrutar de mi polla lo suficiente como para tener espasmos de placer a su alrededor
y luego llorar hasta enfermarse por eso. La odio por no darme nunca una
oportunidad, pero, sobre todo, la odio por sólo ser capaz de ver las partes
destrozadas y deficientes de mí. He quitado vidas, he descuartizado cuerpos, he
arrastrado prostitutas de John en John, pero ninguna de ellas me hizo sentir tan
jodidamente indigno como ella.
Puedo pasar el resto de mis días luchando contra esa certeza, firme hasta que
ella esté negra y azul bajo el peso de mi dolor, o puedo hacer esto.
Pérez da un paso adelante, con los ojos fijos en la pálida zona de piel debajo
de su mandíbula. Había chupado una marca allí mientras la follaba hasta convertirla
en un dolorido y jadeante desastre, y por el destello de desdén en sus ojos, puedo
notar que se da cuenta. —Así que la llevaste a dar una vuelta, ¿eh, Bruin? No debe
haber sido todo lo que se esperaba. —Sonríe, mirándola de arriba abajo—. Lo
entiendo. Grandes tetas, es un poco huesuda. Pero la engordaré: la encadenaré a la
cama y le pondré un par de bebés. Eso servirá.
Lavinia se queda rígida entre nosotros, sin querer moverse hacia adelante o
hacia atrás, y tengo que apretarme por instinto para sacar el arma de mi cintura y
enterrar una bala en la cabeza de este pedazo de mierda. La idea de que la toque,
que la reclame, que la use como si fuera su contenedor de esperma... hace que mis
entrañas se retuerzan como si estuvieran en llamas. La única salvación para la
creciente marea de furia interna es el conocimiento de que no quedará embarazada
en el corto plazo. El implante que pagué todavía está firmemente colocado en la
parte superior de su brazo. Ciertamente ayuda que su brazo derecho esté enyesado,
un vendaje aún oculta el triste muñón del dedo que le corté.
Sólo puede tenerla porque yo se lo permito.
Él avanza y señala casualmente: —Ya que fuiste tan amable al devolverla,
supongo que dejaré pasar el hecho de que has ensuciado mi propiedad. —Pero
cuando se acerca a ella y extiende la mano para agarrarla del brazo, ella echa la
cabeza hacia atrás. Lo veo venir desde una milla de distancia; puedo recordar
claramente la fuerza que le gusta usar y la asombrosa precisión con la que la usa.
Le escupe directamente en la cara.
Hay un momento de quietud, los ojos de Pérez se cierran de golpe con la
mueca del impacto. Mis labios se mueven involuntariamente, pero entonces cierra
un puño y le golpea la mejilla, haciéndola retroceder.
Intenté no pensar mucho en abofetearla la otra noche. Estaba nervioso y
ansioso por reunirme con el rastreador de los Lords, sintiéndome como si una
cuerda estuviera demasiado tensa. Iba a estallar... si no contra ella, entonces en otra
parte. No se sintió bien hacerlo. No hubo sensación de satisfacción. Ninguna oleada
interior de placer.
Desde entonces no he dormido más de dos horas.
Entonces, cuando saco mi arma, parte de la ira apunta inútilmente hacia
adentro, todavía enojado conmigo mismo por ser débil, por solo mostrarle a Lavinia
las partes más podridas de mí.
Pero a Pérez es a quien apunto el cañón.
—Déjalo, Bruin. —Lionel está apartado, con su propia pistola en la mano—. No
hay necesidad de complicar esto, hijo. Aléjate.
—No soy tu puto hijo —digo, mirando a Lavinia orientarse.
Pérez no le da tiempo para reorientarse por completo y se esfuerza por
agarrarla por un mechón de pelo. —No te preocupes —le gruñe en la cara—. Con el
tiempo haré de ti una buena perra.
Me estremezco ante la palabra, recordando el comentario que desató toda la
noche.
—Eres muy buena siendo la perra de alguien.
No me alejo porque Lionel me lo ordene. Me alejo porque sé que si no lo hago,
mataré a uno de ellos. Se desliza bajo mi piel como un cable vivo, la necesidad de
desgarrar y destruir. Violencia. Ese es el camino del Lado Sur. Sólo que así también
es en el Lado Oeste. Los puños de Forsyth siempre contraatacan.
Pero tengo las manos atadas.
Me alejo del almacén como si me estuvieran persiguiendo, apretando el volante
con tanta fuerza que me duelen los nudillos y los tendones.
Al llegar al primer semáforo, golpeo el volante con la palma de la mano. —
¡Mierda! —Lo hago de nuevo, deseando que fuera Pérez bajo mi puño—. ¡Joder,
joder, joder, joder!
Ya desearía poder retirarlo, pero ¿cuál sería el punto? ¿Mantenerla encadenada
a mi cama? ¿Poner a mis bebés en ella? ¿Ver cómo la chispa se desvanece
lentamente de sus ojos, convirtiéndola en una cosa muerta y vacía? Esa no es la
Lavinia que quiero.
Quiero a la chica que me patea en la cara. Quiero a la pequeña mierda bocazas
que escupe en la cara de los hombres que no pueden tenerla. Quiero a la perra que
le corta el estómago a un chico por tener el descaro de tocarla. No se me escapa la
ironía de que todas las cosas que amo de ella han sido impulsadas de una forma u
otra por su odio hacia mí. Pero maldita sea, tenía tantas ganas de sentir su suavidad.
Arrastrarla contra mí por la noche y hundirme en su dulce aroma. Tontamente,
había imaginado su afecto. Dedos recorriendo mi cabello. Besos presionados en la
piel de mi cuello. El peso de su cuerpo sobre el mío mientras me quitaba el placer.
Recibo la llamada cuando estoy en la mitad de la ciudad, poniendo el mayor
kilometraje posible entre el almacén y yo. Echo un vistazo a la pantalla y rechinan
los dientes, intentando responder a tientas. —¡¿Qué?! —grito, no listo para lidiar con
cómo va a reaccionar mi hermano ante mi decisión unilateral de deshacerme de la
Duquesa. La imagen de ella de rodillas así rogándome que no la deje todavía está
grabada en mis retinas como una presentación de diapositivas enfermiza.
—Nick. Necesito que subas a los acantilados —dice Sy, en voz baja y llena de
un peso que me detiene en seco—. Ahora —enfatiza, y conozco esa tensión en su voz.
Lo he escuchado todas las noches desde la muerte de Tate, la voz de mi hermano
por teléfono, cargada de algo espantoso.
Sin siquiera pensarlo dos veces, freno bruscamente y hago un giro brusco en
U, con los neumáticos chirriando en el pavimento. Los acantilados están fuera de la
ciudad, con vistas al río. No he estado allí en años y dudo que alguno de ellos
tampoco lo haya hecho. —¿Él…?
—Él… —hace una pausa, con voz áspera—. No está bien, Nicky. Necesita… yo
necesito tu ayuda.
Sy no me ha llamado por ese nombre desde antes de que me fuera al Lado
Sur, ciego por el dolor, el desafío y el impulso de hacer daño. Dos años no me han
quitado eso y dudo que alguna vez lo haga, pero me han enseñado que mi hermano
ha estado sufriendo tanto.
—Estaré allí en diez —digo, colgando mientras piso el acelerador.
El viaje es silencioso y está lleno del penetrante aroma del champú de Lavinia,
que aún persiste en la cabina. Intento sacarla de mi mente y concentrarme en la
tarea que tengo por delante mientras llego al viejo camino de tierra. Doblo por el
camino, yendo más lento de lo que me gustaría sobre los baches y las rocas. Son
poco más de las cuatro de la mañana: demasiado temprano para los amantes de la
naturaleza y demasiado tarde para los alborotadores chicos de secundaria que
vienen aquí de fiesta. Lo sé, porque éramos esos chicos.
Cuando mis faros cruzan el claro, detengo el auto al lado del de Sy, la grava
sale disparada por la fuerza. La motocicleta de Remy está al lado del estrecho claro
entre los árboles, el sendero que conduce a la parte de los acantilados llamada
Widow's Rock. Está oscuro, pero mis ojos se adaptan fácilmente, la gran luna que
cuelga en el horizonte marca el camino. La pendiente es empinada, pero se nivela
en la cima y el suelo se convierte en granito escarpado. No he estado aquí desde
hace mucho tiempo, pero no es una sorpresa que Remy haya venido aquí para sufrir
una crisis nerviosa.
Aquí es donde todo empezó o, supongo, terminó. Es el antes y el después. El
lugar que provocó la fractura entre nosotros. Se siente casi poético que me hayan
llamado aquí después de la noche infernal que acabo de pasar con Lavinia.
Chicas muertas por todas partes.
Estas últimas semanas obviamente han sido una preparación para Remy: los
sueños, las juergas, las divagaciones sin sentido. Tal vez sea la transición a Duque,
o tal vez haya sido ella, otra chica que nos rodea, cautelosa pero tenaz. Quizás no
estaba preparado para eso.
Estoy seguro que yo no lo estaba.
Mientras me acerco a las figuras en la distancia, noto que Remy camina de un
lado a otro a lo largo del borde del acantilado, iluminado a contraluz por la pálida
luz de la luna. La brasa brillante de un cigarrillo arde entre sus dedos, sus ojos rojos
y rodeados de manchas violáceas. Su mano libre está metida en su cabello, tirando
de él en picos salvajes. No necesito mirarlo a los ojos para entender lo que está
pasando aquí. Puedo sentir la corriente errática saliendo de él. Mi hermano está a
unos metros de distancia, con el cuello tenso y las manos extendidas a los costados.
Está tratando de mantener la calma y el control, pero Remy es un cable vivo tendido
al borde de una piscina muy profunda.
—Oye —digo a la ligera, cruzando la roca—, ¿qué está pasando?
—Nicky —dice Remy, sus ojos brillan cuando me ve—. Lo tengo todo resuelto.
Quiero decir, en su mayor parte, en su mayor parte está resuelto. Las cosas siguen...
—La brasa del cigarrillo oscila entre su dedo índice y su pulgar mientras se golpea la
sien—. Todavía son jodidamente raras, pero creo que lo tengo. —Sy y yo observamos
nerviosamente mientras Remy camina hacia el borde, apuntando hacia abajo—. Mira
esto. Míralo.
Le lanzo una mirada a mi hermano, pero él simplemente aprieta sus labios en
una línea tensa. —No me deja acercarme más —dice en voz baja.
Pero Remy lo escucha y se da vuelta, gritando: —¡Porque no escuchas, Sy! ¡No
estoy loco! —A mí me dice—: Te lo mostraré, Nicky. Te lo mostraré y entonces lo
entenderás.
Los ojos de Sy se posan en los míos y se queda en completo silencio, pero
entiendo el mensaje que me está enviando alto y claro. Haré lo que pueda para
mantenerlo tranquilo, para mantenerlo con vida.
Cuadrando los hombros, camino hacia la roca, la columna ondulando con las
corrientes de energía que Remy está emitiendo. Está inquieto cuando me acerco,
alejándose sólo para retroceder, caminando en círculos cerrados y abortados.
Cuanto más me acerco, más cerrados se vuelven los círculos, hasta que él extiende
la mano y me agarra del hombro, empujándome hacia el borde.
Es una caída pronunciada hacia la nada, el río debajo está tranquilo y quieto,
apenas ondulando. Es como si el aire que nos rodea contuviera la respiración, ni
siquiera una brisa.
—Mira —dice Remy, sin aliento con una extraña anticipación—. Mira, ahí abajo.
Me arriesgo a echar un vistazo mejor por encima del borde y me encojo de
hombros. —Es el río, Remy.
Hace un sonido agudo y frustrado. —No mires al río. Mira lo que hay encima.
Entrecierro los ojos en la oscuridad, tratando de encontrar un barco o una
figura, algo distintivo contra el fondo del reflejo del cielo nocturno en el agua. Pero
no hay nada. Lo miro y sacudo la cabeza confundido. —No hay nada ahí abajo.
Resoplando, se pellizca el cigarrillo entre los labios para meter la mano en el
bolsillo trasero y sacar su teléfono. Empieza a hojearlo y, cuando gira la pantalla y
me la acerca a la cara, es una fotografía de una hilera de lienzos. Son los que están
en su habitación: las pinturas a medio terminar de un cielo nocturno. Siempre está
hablando de eso ahora. Cayendo hacia el cielo. Volando hacia las estrellas. Algunas
tonterías así.
—Las estrellas —dice, acercando la pantalla—. ¿No lo entiendes? —Cuando
encuentro su mirada, sus ojos están muy abiertos y llenos de esperanza. Debe ver el
desconcierto en mi rostro porque suelta un gruñido tenso e irritado y señala con un
dedo hacia el río—. ¡No caí en las estrellas! Estaba recordando el reflejo, Nicky. Me
caí al puto río. —Sus ojos siguen la punta de su dedo, algo duro y atormentado cruza
sus rasgos—. No recuerdo haber tocado la superficie. Debo haberme desmayado o
haberme golpeado la cabeza, no estoy seguro. —Sus dedos vuelven a tirar de su
cabello, con la frente arrugada.
Miro por encima del hombro a Sy, que claramente tiene dificultades para oír.
—¿Cuándo pasó?
Esta pregunta parece irritarlo aún más. —¡No estas escuchando!
—¡Estoy escuchando! —Gruño, extendiendo las manos—. Pero tienes que
empezar a decirme algo, Remy, porque ahora mismo ¡pareces un jodido lunático
parado al borde de un acantilado! En serio, amigo, ¡haz un balance por un segundo!
Sus dedos se quedan quietos en su cabello y luego comienzan a frotar.
Malhumorado, frunce el ceño. —Está bien, eso es justo.
—Te creo —lo prometo, porque ese siempre ha sido el problema de Remy—. Sé
que hablas con estos malditos acertijos sinuosos y todos te tratan de loco, pero yo
no. —Me aseguro de que me mire a los ojos cuando agrego—: Nunca. Sólo tienes
que darme algo con qué trabajar.
Esto parece hacer que parte de la tensión en su cuello desaparezca. —Puedo
mostrarte. —De repente se aleja del acantilado, hacia el lado norte de la roca. Le
lanzo una mirada a Sy y lo seguimos, pero es solo hasta el límite donde la hierba
exuberante se encuentra con el granito.
—Ahí —dice, apuntando su cigarrillo hacia la hierba. La mira fijamente, su voz
se vuelve áspera—. Las flores amarillas. —Hay un parche de flores silvestres
esparcidas como maleza, e incluso en la oscuridad, las reconozco como las que mi
mamá tenía en su mesa la otra noche. El cuerpo de Remy vibra con un escalofrío
cuando agrega—: Ella estaba acostada aquí.
Sy y yo nos damos cuenta de que está hablando de Tate exactamente en el
mismo segundo, ambos inhalamos una fuerte ráfaga de aire. Sin querer, me
encuentro imaginándolo. Su cuerpo. Sin vida y frío. Vine aquí el día después de su
muerte, tratando de encontrar la sangre, la evidencia.
Supuse que murió en la roca.
Y luego Remy dice: —La vi. —Inclina la cabeza, luciendo pensativo—. Se veía
tan pacífica. Como si simplemente estuviera... contemplando las estrellas.
—¿Qué? —Sy lo mira fijamente con expresión desconcertada—. No estabas aquí
cuando la encontraron, Remy. Estabas en el Santa María...
—No estaba aquí cuando la encontraron —Coincide, interrumpiéndonos.
Mirándonos entre nosotros, parece todo menos loco cuando dice—: Estaba aquí
cuando le dispararon.
Mi respuesta llega instantáneamente, cada cabello de mi cuello erizado. —
¿Qué?
Remy niega con la cabeza. —Las luces rojas que seguía viendo… creo que eran
luces traseras. Puedo recordar el disparo del arma. Recuerdo haberla visto acostada
aquí. Recuerdo el olor del disparo y el cristal negro del lago, y luego recuerdo haber
caído al río. —Me mira, intenso, pero perfectamente lúcido—. Creo que estaba
tratando de escapar, Nicky.
—No fomentes esto. —Me dice Sy, frotándose el puente de la nariz—. Tate se
suicidó, Remy. Lo sabes. Ya hemos hablado de esto.
Antes de que Remy pueda discutir, pregunto: —¿Por qué acabas de recordar
esto ahora? —Sabía desde el principio que la policía estaba llena de mierda. Que no
había manera de que Tate se hiciera esto a sí misma. No hicieron seguimiento. Sy
nunca lo creyó. ¿Remy? Él ya no estaba. Pasé dos años en el Lado Sur buscando
pistas, desenterrando tierra. La única persona de casa con la que mantenía contacto
era mi papá. Manny Perilini guarda secretos mejor que nadie que conozco, y solo
guardaría los míos si le prometiera mantenerlo informado, llamando semanalmente.
A veces acudía a él con pistas documentales o rumores circulando por la avenida y
lo analizábamos como si se tratara de un rompecabezas, esforzándonos por
encontrar algún vínculo.
Pero los Lords estaban limpios.
Bueno… no limpios. Daniel tenía tantos esqueletos en su armario que
básicamente estaba dirigiendo un mausoleo. Pero nada conectado con Tate, nada
que me hiciera sospechar que a alguno de ellos le importaba una mierda ella, si es
que supieran que ella existía.
Remy me lanza una mirada sombría y responde. —Mi papá. ¿Cuál es su regla
número uno?
Sy y yo sabemos esto como la palma de nuestra mano y lo recitamos
automáticamente. —Sin escándalos.
La familia Maddox es adinerada, con todos los adornos. Reputación. Herencia.
Tradición. Fuerza. Y ninguno de ellos es tan duro como el padre de Remy. Sy y yo
solíamos encontrar esto muy gracioso: Timothy Maddox corriendo detrás de su
problemático hijo, siempre luchando contra cualquier indicio de vulgaridad. Era
como ver a alguien intentar hacer que un pez respire aire.
Remy saca algo más de su bolsillo: un trozo de papel doblado. Lo endereza y
lo empuja hacia Sy y hacia mí. —Este es un informe de despacho realizado tres horas
antes de que se encontrara el cuerpo de Tate. Alguien vio a un joven deambulando
por el camino. Léelo.
Tomo el papel y entrecierro los ojos para distinguir las palabras, pero Sy ya
está allí con su teléfono, iluminando la página con el brillo de su pantalla. El registro
de despacho describe una llamada informando que alguien estaba desorientado en
el camino de acceso que conduce al sur. Herido. Húmedo. La persona fue recogida
por...
—¿Tu primo? —Miro hacia arriba y Remy asiente.
—Me recogió y... supongo que me llevó con mi padre una vez que se dio cuenta
de que algo andaba mal. —Su mandíbula se aprieta cuando mira hacia otro lado, de
nuevo al río—. Ya saben el resto. Mi papá me metió en el Santa María y no sé qué
pasó allí, pero hicieron... algo. —Se encoge y se clava un nudillo tatuado en la sien—
. Algún tipo de control mental.
Sy finalmente habla, con voz seca. —¿Control mental? Remy, ¿te das cuenta de
lo ridículo que suena eso?
Pero no creo que suene ridículo en absoluto.
Quiero decir, sí, lo del control mental sí. Pero Timothy Maddox tiene más
dinero que casi cualquier persona en esta ciudad, y la mente de Remy era frágil
antes de que aparentemente presenciara cómo mataban a tiros a su mejor amiga.
¿Lanzarle un trauma en el cerebro y hacer que se recupere? Puedo ver a Remy
perdiendo los hilos de lo que es real.
Doblo el papel nuevamente y le pregunto a Remy: —Dime qué más recuerdas.
Siente ese brillo en sus ojos, una chispa de euforia y alivio, y comienza: —Esta
es la mejor parte. Porque salté, lo sé, pero esta es la cuestión: no estaba solo. —Corre
de regreso al acantilado, ignorando la maldición murmurada por Sy, y mira por
encima del hombro para asegurarse de que lo sigo—. Las estrellas, ¿verdad? —Suena
sin aliento y demasiado vivo mientras mira hacia el agua—. Vi a Vinny y ella me
recordó a ellos, porque cayó en las estrellas conmigo. Es lo primero que recuerdo.
Soñé con eso.
Sy lo alcanza, con la cara torcida. —Espera, ¿estás diciendo que Lavinia estuvo
aquí?
Mi estómago se hunde ante el sonido de su nombre, y por un momento, estoy
tan absorto preguntándome dónde está ahora (¿está tocándola, lastimándola,
follándola) que casi me pierdo la respuesta de Remy?
—No estaba viendo a Lavinia —dice, con un fervor salvaje en sus ojos mientras
nos mira—. Era otra persona. Alguien que tuviera el pelo, los labios y los ojos de
Vinny.
Sy pregunta: —¿Qué significa eso? —pero ya está haciendo clic en mi cerebro.
Remy se gira para mirar el río por encima del hombro, un fantasma nublando
sus ojos. —Significa que salté de este acantilado con Leticia Lucia.

Llegamos de nuevo a la torre bajo el tenue resplandor del amanecer, cansados y


arrastrándonos. Abro la puerta, mientras pienso en lo inútil que será ahora.
Principalmente, estoy luchando contra el impulso de correr escaleras arriba y
contarle a Lavinia sobre su hermana, aunque en realidad no tengo mucho que
contar. Aunque ella querría oírlo. De alguna manera, simplemente lo sé. Lo sé igual
que sé que dondequiera que esté ahora, me odia por lo que he hecho.
Subimos las escaleras lentamente, con pasos pesados y con el cerebro haciendo
tictac. Si Leticia, Remy y Tate estaban en Widow's Rock esa noche, entonces por
mi vida no puedo entender por qué. Leticia era de la Realeza del Lado Norte. Quizás
fue allí para matar a uno de ellos. Quizás Remy se equivocó. Tal vez ella no saltó
con él, tal vez él la empujó. Quizás ella lo empujó. Quizás Leticia mató a Tate y
Remy la siguió hasta el borde del acantilado.
Mi mente gira con las posibilidades, y lo único que la detiene es cruzar la última
puerta hacia una sala de estar silenciosa, oscura y vacía. Me quedo allí por un
momento mientras Remy y Sy entran, realizando los rituales de dejar las llaves,
quitarse los zapatos y las chaquetas, en silencio mientras se relajan. Estos nuevos
conocimientos que hemos adquirido flotan a nuestro alrededor de manera siniestra.
De alguna manera, simplemente han planteado más preguntas.
Y luego Remy comienza a subir la escalera de caracol hacia el loft.
He notado que hace eso últimamente (buscarla para revisar la estrella tatuada
al lado de su cadera), así que no me sorprende. Sin embargo, me pone tenso cuando
vuelve a bajar. Ni siquiera parece preocupado y se desvía hacia mi habitación.
Sólo cuando sale, echando un vistazo rápido al suyo, se vuelve hacia mí. —¿Ves
a Vinny por alguna parte? —Sus ojos se dirigen a la puerta que conduce al
campanario y ni siquiera espera una respuesta.
Simplemente comienza a caminar hacia allí.
Dejo mis llaves ruidosamente en el recipiente al lado de la puerta. Supongo
que puedo hacer eso ahora. Supongo que está bien sacar el arma de mi cintura y
dejarla sobre la mesa, sacando el cargador primero.
—Lavinia no está aquí.
El anuncio surge en una voz apagada y solemne, y siento más que ver que los
dos se vuelven para mirarme.
Hay un largo momento de silencio y luego la voz defensiva de Sy. —La dejé
aquí. Me aseguré de que estuviera encerrada antes de irme.
—Apuesto a que sí —murmuro, recordando cómo se veía ella, retorciéndose
encima de él.
Pero Remy es más perspicaz y aterriza pesadamente desde el último escalón,
mirándome fijamente. —¿Qué hiciste, Nicky?
Me quito la chaqueta y me ocupo de la rutina. —Hice un trato con los Condes.
Cuando finalmente levanto mi mirada hacia Remy, me encuentro con su
mandíbula tensa, una mirada de comprensión robando sus rasgos. —Se la entregaste.
Al principio no digo nada, molesto por tener que dar explicaciones. Todos
sabíamos que era más mía que de ellos, pero ahora me miran expectantes,
esperando una explicación. —De todos modos, Lionel iba a por ella. Había algún
tipo de trato del que no sabíamos. Algunas tonterías entre él y Daniel. Solo le ahorre
el viaje.
Remy se tensa.
Y luego se lanza hacia mí, a toda velocidad.
No tengo tiempo de reaccionar, y Sy tampoco, antes de que Remy golpee
contra mí. Sus manos se aprietan en mi camisa, sus labios distorsionados en una
mueca. —¿Qué hiciste? ¡¿Qué carajo hiciste?!
Lo empujo y gruño: —¡¿Por qué te importa?! ¡Ninguno de ustedes la quería
siquiera! Podemos conseguir otra Duquesa. —Miro a Sy, esperando encontrar un
aliado—. Querías a Verity, ¿no? Ahora es tu oportunidad.
Acaloradamente, Sy aclara: —Nunca dije que quería a Verity.
Pero Remy presiona un dedo en mi pecho, con los ojos en llamas. —Ella nos
pertenece a todos. No te correspondía esa decisión.
—Sí, jodidamente me corresponde. —Aparto su mano de un golpe—. Lavinia
era mía. ¡Ella siempre fue mía! —Miro entre ellos, Remy y Sy, y les doy toda la
honestidad que puedo reunir—. No nos quería. No me quería, no quería a ninguno
de los dos, y desde luego no quería quedar atrapada aquí. ¿Qué iba a hacer?
¿Liberarla para que la maten a tiros en la calle? —Respirando con dificultad, ignoro
la punzada en mi pecho y dejo que las palabras salgan amargamente de mi boca—.
Le di lo que quería.
Remy niega con la cabeza, mirándome de esa manera que odio. Como si lo
hubiera traicionado. Como si no me conociera. —La necesito.
Mi cara se arruga. —¿La necesitas? ¡Maldita sea, ni siquiera la conocías!
—¡Ella me mantiene con los pues en el suelo! —argumenta, con un hilo de
desesperación en su voz—. Ninguno de ustedes lo sabe. No estabas aquí cuando subí
al campanario, pero... —Hace una pausa, mira a Sy y hay un desenfreno en ellos que
me confunde—. No podía distinguir qué era real. Estaba ahí arriba. —Señala al
techo—. Estaba al borde del abismo y habría saltado. Si eso significara despertar del
sueño y tener a Tate nuevamente, lo habría hecho de inmediato.
Sy lo mira boquiabierto, desconcertado. —¿De qué estás hablando?
—El día que me corté el brazo. —Remy extiende su brazo, mostrando las dos
cicatrices moradas—. Pasó en el campanario e iba a saltar. No —le recalca a Sy—, iba
a suicidarme. Eso no es lo que quería hacer. Pero todo me confundió tanto que esa
parecía la respuesta.
Sy da un paso atrás como si lo hubieran empujado físicamente, su expresión
se transforma en horror. —¿Ibas a saltar de la maldita torre?
Remy parece querer discutir, su boca se torce en varias negaciones abortadas.
Pero no lo hace. Él visiblemente las reprime, mirando a Sy a los ojos como respuesta.
—Sí, lo iba a hacer. Pero ella me detuvo. —Se apresura hacia adelante, con expresión
urgente—. No puedo explicar por qué. Tal vez es que mi memoria estaba confusa,
confundiéndola con su hermana. O tal vez sea porque entendió lo que estaba
pasando cuando nadie más se molestó en preguntar. Pero cuando miro su estrella...
cuando cuento los puntos... —Levanta las manos en un amplio encogimiento de
hombros y aterrizan sin fuerzas contra sus piernas—. Ayuda. Me ayuda.
—Entonces tatúame la estrella —intento, categorizando mentalmente dónde
podría estar mi parche de piel sin tinta más cercano.
Remy me lanza una mirada irónica. —Sin ofender, hermano, pero no es lo
mismo. Necesito su piel. No me mires así —le dice a Sy.
—No necesitas su piel —dice Sy, burlándose—. Solo quieres su coño.
Remy responde: —No actúes como si nunca te hubiera puesto la polla dura.
Sy estalla: —Bueno, ¡obviamente ya no es nuestro problema! Y personalmente,
adiós. Ella no era más que una complicación. Búscate un nuevo conjunto de piel,
Remy.
Remy nos observa a los dos, con la mandíbula tensa, antes de alejarse furioso,
desapareciendo en su habitación con un portazo que hace temblar la pared. En
silencio, Sy hace lo mismo, tomando el camino hacia su habitación en línea lenta y
recta.
Una vez que se hayan ido, seré solo yo.
Miro hacia el loft vacío, imaginando que puedo ver la forma de su cuerpo
debajo del nido de mantas que había hecho. Me pregunto cuándo se desvanecerá
esta pregunta persistente en el fondo de mi cabeza. ¿Dónde esta? ¿Qué le están
haciendo? ¿Les está pateando el trasero? ¿Se está liberando?
Mis reflexiones son interrumpidas por la aparición de una pequeña pata blanca
asomando entre los barrotes. Me acerco a la escalera de caracol como si estuviera
caminando a través de la niebla, dando cada paso como si prefiriera hacer cualquier
otra cosa. Está oscuro aquí arriba, pero en el momento en que mi cabeza despeja la
altura de la plataforma, lo veo.
El Archiduque, Archie, camina en círculo alrededor de su manta, olfateando,
buscando.
Él estaba abajo cuando me fui, lo que significa que de alguna manera logró
subir torpemente las escaleras con esas patitas rechonchas.
—Ella no está aquí —le digo, sabiendo que la está buscando—. Tuvo que irse.
Archie se vuelve hacia mí y luego deja escapar un llanto ronco de gatito.
Me siento atraído por la plataforma y echo un vistazo a su espacio. Está limpio,
pero desordenado. La caja de herramientas se encuentra cerca de la puerta que
conduce al campanario. Una pila de libros sobre relojería apilados al lado. Camino
hacia su nido y me inclino, levantando las almohadas. Debajo está la caja que robé
de debajo del piso de Lionel, con las bandas aún en su lugar. A mi lado, Archie
trepa por mi pie y golpea su cabecita contra mi pierna. Lo miro y observo cómo se
frota el costado de la mejilla contra ella, y paso un segundo preguntándome si alguna
vez me sentiré tan como una absoluta mierda como me siento ahora.
Recojo tanto al gatito como a la caja, colocándolos en el hueco de mi brazo,
un cálido recordatorio en la fría y silenciosa torre de abajo. Los tres hemos estado
enfrentados durante mucho tiempo. Lavinia era sólo otra brecha entre nosotros y,
aparentemente, también lo era su hermana.
De alguna manera, pienso en mi camino de regreso a mi habitación, Archie
retorciéndose contra mi costado, el Lado Norte estuvo involucrado en el asesinato
de mi mejor amiga, y estoy más decidido que nunca a descubrir quién carajo la
mató.
Capítulo 32
LAVINIA
Pérez y Lars, otro conde, me arrojan a los pies de mi padre. Hago un pequeño
sonido de dolor que desearía poder aspirar dentro de mis pulmones. Ahora estoy
en casa (sea lo que sea que signifique esa palabra) y levanto la cabeza para
encontrarme cara a cara con Amos. Adecuado. Con el rastreador debajo de la oreja,
bien podría ser un perro también. A pesar de toda mi valentía y mis intentos de
desafío, aquí es donde terminé. Justo donde mi padre me quiere.
Débil, derrotada y bajo su bota.
Ya me arrepiento del llanto. El alegato. La mendicidad. Sabía que este día
llegaría, pero no me di cuenta de lo desmoralizada que me había vuelto ante ello,
degradándome al apelar a Nick. La humillación todavía persiste amargamente en el
fondo de mi garganta y, aunque no tengo derecho a ello, la traición duele con la
misma fuerza. Me dijo que confiara en él. Prometió cuidarme, protegerme. Sabía
que era falso. Lo sabía, y sin embargo...
Una parte de mí creyó. Lo sé, porque es la única manera en la que puedo
explicar el dolor que me causa.
—¿Acaban de entregarla? —Lars le pregunta a Pérez. Nos encontró aquí, en la
mansión de mi padre, así que no tiene ni idea—. ¿Por qué harían eso? —Lars es
inteligente, eso se lo concedo. Hay un dejo de cinismo en su voz que dice que no
confía del todo en esto. Demasiado fácil. Podría ser un caballo de Troya.
Una mirada a mi padre confirma que comparte el escepticismo.
—Bruin le dio una vuelta a su coño —dice Pérez, mientras la punta de su zapato
empuja mi trasero—. Obtuvo lo que quería de ella y luego la abandonó. ¿Estamos
sorprendidos? —Dice la última frase con sequedad y, de alguna manera, me parece
más una condena a los Duques que a mí. No es que Pérez todavía no reciba un
golpe—. Debe haber estado decepcionado con el producto.
—Ponla de pie —dice mi padre, dejándose caer en su lujoso sillón de cuero. Ya
puedo oír el tintineo del hielo en su vaso, el aroma del bourbon impregnando el
aire. Manos fuertes y obedientes me levantan del suelo y mi padre ordena—: Mírame.
No tengo ganas de levantar la barbilla en señal de desafío. No hay impulso
para decirle que se vaya a la mierda. ¿Cuál es el punto? Él siempre gana.
Cuando mantengo mis ojos fijos en el suelo, los ásperos dedos de Pérez agarran
mi barbilla y me obligan a mirar hacia arriba.
El rostro de mi padre se tuerce con disgusto. —No debería sorprenderme hasta
dónde llegarás para avergonzar a esta familia, pero ¿convivir con los matones del
Lado Oeste? Siempre logras superar las expectativas. Mi querida hija. El coño de
Forsyth. —Su mano descansa sobre el enorme cráneo de Amos, burlándose—. Bueno,
veo que todavía eres una desgracia. Una patética representación del nombre de
Lucia. Debería…
—¿Deberías qué? —Aparto mi barbilla del agarre de Pérez—. ¿Deshacerte de
mí? ¿Intercambiarme? ¿Venderme? Has hecho todo eso, pero aquí estoy. De vuelta
en este infierno.
Golpea su vaso y el anillo de su dedo hace ruido. —Si tuviera otra opción,
créeme, la tomaría. Pérez todavía está dispuesto a tomarte. He pasado demasiado
tiempo moldeándolo para convertirlo en el tipo de Conde que quiero para dirigir el
negocio familiar y ahorrarle la carga de ti. —Me lanza una mirada—. Familia implica
relación, y tú, por desagradable que seas, eres ese vínculo.
Doy una risa oscura y sin humor. —Todo el talento y genio que actualmente
ocupa la Realeza de Forsyth —señalo con la cabeza a Pérez—, ¿y este idiota de nueve
dedos es en serio lo mejor que puedes hacer? El único que avergüenza a esta familia
eres tú.
—¡No te atrevas a cuestionar mis decisiones! —Grita, repentinamente estallando
de mal genio—. Todo este caos comenzó cuando Leticia desapareció...
—¿Realmente crees que fue entonces cuando empezó esto? —Lo miro
abiertamente—. Dios, todavía estás ciego como un puto murciélago.
Entrecierra los ojos y me muerdo el labio inferior, lo suficientemente fuerte
como para sentir el sabor de la sangre. —Siempre fuiste una mocosa muy celosa,
¿no? Insegura y mezquina, como tu madre. —Se inclina ligeramente hacia adelante
y Amos se mueve con él—. Tu hermana vale cincuenta de ustedes. Es fuerte, capaz
y leal al nombre de Lucia. No puedo probarlo, pero sé que tuviste algo que ver con
su desaparición.
—Entonces, una vez más, estás equivocado. —La mano de Pérez aprieta mi
cuello a modo de advertencia, pero yo simplemente aprieto los dientes—. Leticia era
mimada y rencorosa, igual que tú, pero yo no le hice nada. Escapó.
La boca de mi padre se contrae. —¿Es ese el ángulo que estás adoptando?
¿Huyó de un futuro de poder, riqueza e influencia que le sería entregado en bandeja
de plata? Lo admito, esperaba algo mejor. Puede que seas basura, pero sigues siendo
mi carne y mi sangre. Esperaba que algo de la habilidad de Lucia en el subterfugio
pudiera llegar a ti de algún modo. —Se chupa los dientes—. Lástima.
—Es la verdad. —No me molesto en contarle sobre la nota, porque incluso
viéndola con mis propios ojos, tengo que estar de acuerdo con mi padre. Me irrita
pensarlo, pero tiene razón. Nadie creería que huyó como el infierno de él y su
imperio, o Dios no lo quiera, hizo algo indescriptible. Puedo ver la carrera, pero
después de dos años, conozco el alcance del brazo de mi padre. No hay manera de
que pudiera haberse escondido por tanto tiempo—. Tal vez no puedas soportar la
posibilidad de que hayas ahuyentado a tu preciosa Tisha, pero lo sé. No eres una
víbora, eres constrictor. Todo veneno, sin colmillos.
Los dedos de Pérez se clavan dolorosamente en mi cuello. —Soy sus colmillos
—se burla—. Muestra algo de respeto.
—¿Y ahora qué? —Pregunto, apretando los dientes por el dolor—. Ganaste.
Tengo veintiún años. ¿Cuándo es la boda?
—Sucederá —dice, recostándose en la silla—. Eventualmente.
La palabra se aferra al aire y la paranoia me sube por la espalda. Mis ojos
recorren la habitación, la chimenea, el escritorio de mi padre, calculando.
Incluso Pérez dice: —Espera, ¿qué?
—Aún no eres material para casarte, Lavinia. Pensé que los Lords te habrían
quitado esa actitud desafiante. Daniel seguramente lo habría hecho si hubiera tenido
más tiempo —reflexiona—, pero Killian no tiene el mismo don para sufrir. Y los
Duques —dice Harden—, bueno, Nicholas Bruin pensó que se mostraría
grandilocuente a expensas de mi casa. No me resistí en ese momento porque pensé
que el pequeño matón haría el trabajo que los demás no habían hecho. —Sus ojos
me miran, el disgusto en la curva de su labio—. Pero no, sigues siendo la misma
chica difícil de siempre. Mírate. Ni siquiera pudiste mantener el interés de un
Duque... un grupo de delincuentes. Sacudiendo la cabeza, deja su vaso sobre la
mesa y concluye—: Creo que una semana debería ser suficiente.
El color desaparece de mi cara, todo el aire sale de mis pulmones. —¿Una
semana?
Pero él asiente y dice: —Sí, creo que una semana de descanso será suficiente,
por ahora. Lo reevaluaré cuando hayas tenido un poco de tiempo para reflexionar
sobre tu situación.
Mis rodillas amenazan con ceder. Nunca he estado más de tres días en el baúl
y eso ya era imposible. Una semana allí me matará.
Pero me matará de la forma más lenta y peor posible.
Curiosamente, la voz que me llega pertenece a Sarah.
—Luchamos, todos los días. Pero a diferencia de nuestros Duques, nosotros no
ganamos ni perdemos. La dura verdad es que la lucha nunca termina.
Doy un salto hacia la chimenea y agarro el atizador de hierro apoyado contra
la piedra. Amos salta instantáneamente, gruñendo ante mi movimiento repentino, y
siento la mano de Lars cerrarse alrededor de un puñado de mi cabello. Pero no
planeo lastimar a nadie. Ni el perro, ni mi padre, ni Lars, ni siquiera Pérez.
Solo a mí.
Sostengo la estaca en alto y la tiro hacia mi pecho, esperando terminar esto de
una vez por todas. Hubo un tiempo en que pensé que mi madre era una cobarde
por hacer esto, por quitarse la vida. Ahora lo veo tal como es.
Una última pelea y finalmente podremos terminar.
Desafortunadamente, en el momento en que la punta afilada perfora mi
esternón (apenas un par de centímetros), Pérez me derriba al suelo, cuyo rostro se
contrae con furia mientras me quita el atizador.
—Me estoy cansando mucho —gruñe, tirando el atizador a un lado—, de que la
gente se tome libertades con mis cosas. —Tira mi cabeza hacia atrás para decir—: Tu
vida no es tuya para tomarla. Estarás muerta cuando yo te quiera muerta, y nada
antes. —Se pone de pie con un brazo y el otro envuelto en un yeso duro que
simplemente golpea un lado de mi cabeza, haciendo que mis oídos zumben.
—Llévala arriba —dice la voz de mi padre, e inmediatamente me alejo,
pataleando contra todo y todos.
—¡No! —Grito, golpeándome y chasqueando—. ¡Mátenme, cobardes!
—No me dejas otra opción, Lavinia. —Asiente hacia Lars, cuyos brazos luchan
por mantenerme contenida—. Sabes adónde llevarla, hijo.
No se lo pongo fácil, golpeo mis pies contra la barandilla mientras Lars y Pérez
me arrastran por la escalera de caracol hacia mi habitación. Golpeo, golpeo y golpeo
mi cabeza contra el hombro de Lars, provocando un gruñido irritado de él. Lucho
por ese breve lapso de distancia entre el estudio de mi padre y mi dormitorio. Lucho
con tanta fuerza que me duelen los huesos, con tanta fuerza que estoy ciega a todo
lo que no sea el instinto de desgarrar y herir.
Y luego estoy frente al baúl, y todo se derrama fuera de mí en una ola de
horror.
El baúl pertenecía a mi madre. Eso lo sé. No sé de dónde lo sacó, ni cómo se
convirtió en un elemento permanente a los pies de mi cama, pero sé que ha estado
aquí desde que tengo uso de razón, una presencia siniestra y malévola en la que
pasaría mi vida. Días dando vueltas, evitando a toda costa volver.
Pérez es quien levanta la tapa y la abre con un movimiento de su único brazo
activo. Volviéndose hacia mí, sonríe, todo dientes y crueldad. —No te preocupes,
cariño. Te conseguiré uno mejor de estos cuando finalmente estemos juntos. Nada
más que lo mejor para mi chica.
Lars me levanta y me empuja hacia adentro, sus brazos empujan y presionan
todas mis extremidades hacia el pequeño espacio. En la ferocidad de mi resistencia,
todo lo que logro liberar es un dedo.
La tapa se cierra de golpe, haciendo que el hueso se rompa.
Aulló, agarrándolo hacia adentro para agarrarlo contra mi pecho, pero afuera,
puedo escuchar a Pérez golpeando el baúl, su voz retumba a través de la madera.
—¡Eso es por mi dedo, maldita perra!
Una vez que desaparecen, ni siquiera el dolor sordo y punzante en mi dedo es
suficiente para distraerme de la sensación de estar tan atrapada. Era mejor cuando
era más joven. Más espacio, más aire. Ahora tengo las rodillas aplastadas tan cerca
del pecho que me cuesta respirar. No tiene lógica la sensación de asfixia. La luz
atraviesa las escasas rendijas entre las tablas de madera, lo que significa que el aire
puede pasar, e incluso si no pudiera, tendría más sentido conservar lo que hay aquí
que desperdiciarlo gritando e hiperventilando.
Pero mi mente nunca puede captar la lógica cuando estoy aquí.
Inmediatamente empiezo a jadear, mis piernas están tan desesperadas por
desplegarse que creo que podría matarme si no lo hago. ¿Cómo puede una persona
sobrevivir a esto? ¿Cómo es posible que alguien no explote ante la demanda de su
cuerpo de liberarse? ¿Como es posible? Y a través de la oleada de incredulidad, mi
mente me dice que no lo es. No es posible. Moriré aquí, gritando hasta quedar
ronca, acurrucada en esta miserable posición fetal, y será lento, tortuoso, agonizante.
Así sé que me he oxidado. He pasado demasiado tiempo sin estar expuesta a
este horror, este terror, esta jodida certeza absoluta. En algún momento, lo exorcicé
de mi mente, creyéndome tontamente lo suficientemente libre. Estoy segura, porque
de repente, en comparación, ese ascensor parece la encarnación del paraíso.
Dudo que dure dos minutos antes de que comience la goleada.
Pateo y golpeo, lanzando cualquier parte de mi cuerpo contra la madera
mientras un grito sube por mi garganta. Creo que debe doler cerrar el puño y
empujar con todas mis fuerzas contra el frente del baúl, pero realmente no puedo
sentirlo. Mi mente está demasiado llena de desesperación ahora, hundiendo
inútilmente mis pies y rodillas en la madera envejecida. Una y otra vez, me golpeo
hasta convertirme en una tierna y dolorosa masa de carne y miseria, aunque no
puedo poner suficiente distancia entre mis extremidades y las paredes para impartir
ningún abuso útil.
—...la lucha nunca termina.
No sé cuánto tiempo estoy inmersa en esta frenética batalla, mis músculos gritan
en protesta mientras golpeo y golpeo y golpeo. ¿Dos horas? ¿Tres? ¿Cuatro? Sólo
sé que es imparable la necesidad de luchar y gritar. Mi cuerpo se convierte en una
vibración de voluntad pura y sin destilar, pero es inútil.
—No conseguimos trofeos, Lavinia…
La luz entre los tablones de madera se vuelve más brillante y nítida. Es esa
visión familiar lo que gradualmente alivia la necesidad nuclear dentro de mi pecho.
Es reemplazado por el ardor de mis pulmones, arrastrando bocanadas de aire como
si acabara de resurgir de un ahogamiento. Conozco este lugar. Reconozco las
inclinaciones de la luz. La intensidad. El matiz. El ángulo. Esta es la luz del final de
la tarde, lo que significa que he estado involucrada en la guerra contra los muros
durante unas doce horas. Nunca antes había dado una paliza durante tanto tiempo.
Se escapa de mí en una exhalación estremecedora, permitiéndome recordar la
rutina. Tiempo. Necesito contar el tiempo. Hay un principio y un final, un alfa y un
omega, y son las manecillas de un reloj que avanzan.
—No hay ningún botín para nosotras.
Jadeando en la oscuridad, recojo mis pensamientos a mi alrededor como un
velo, hojeando mi mente en busca de un libro: un escape.
Y luego comienzo una nueva cuenta regresiva.
Siete días.

No es sólo la oscuridad absoluta, la incapacidad de saber si estoy despierta o


dormida, lo que hace que mi mente vaya a lugares tan terribles. Son las oleadas
esporádicas de energía las que me atrapan (las ganas de golpear la resistencia que
me rodea) porque son un recordatorio de lo que soy. Acurrucada, atrapada,
indefensa.
Si tan solo estuviera en silencio y el “buh-bump… buh-bump” de mi corazón
no estuviera tan decidido a recordarme que estoy viva. Si tan sólo pudiera fingir,
hundiéndome en este olvido. Inhalo y exhalo, pero nunca lo suficientemente
profundo, mi pecho se contrae de la misma manera que mi cuerpo. No hay
suficiente espacio, nunca hay suficiente espacio. Y estoy sola, tan jodidamente sola.
“Buh-bump... buh-bump”.
Tarareo una melodía al ritmo de mi pulso, algo áspero y rápido que reconozco
de uno de los dibujos de Remy. Pienso en su libro de texto de filosofía y en un
pasaje que leí sobre el solipsismo. La creencia de que uno mismo es lo único que
verdaderamente existe. Me pregunto qué es lo contrario. ¿Teoría de la simulación?
Me distraigo con estos pequeños bocados entre los golpes. Mi cuerpo está
demasiado cansado y derrotado para luchar, pero mi mente todavía lo intenta. Mis
pulmones todavía respiran por mí. El sol sigue saliendo y poniéndose.
Seis días.

Me muevo, provocando el dolor que comienza en la base de mi columna, un ardor


intenso como fuego abrasador. Intento no centrarme en ello, pensar en cosas
mejores, pero todo es tan pequeño, tan oscuro, tan caliente…
Detente. Concéntrate. Flexiono los dedos de los pies. Curvo mis dedos. Giro
mi cuello. Las pequeñas cosas que puedo hacer. Cuento hasta diez. Hasta veinte. Al
espacio entre aquí y allá, donde las cosas se sienten menos difíciles y mis
pensamientos avanzan con ligereza. Mi padre es un genio. Este castigo… no hay
nada peor. Aislamiento de todo. Luz, aire, gente, amor, odio. Me doy cuenta de
cuánto lo necesitamos todo para sobrevivir, tanto como el aire y la comida.
Ésa es la sorprendente claridad que me llega el segundo día.
Cuánto necesito gente. Cuánto odio eso. Cómo se sentían sus manos, sus
lenguas y su piel. ¡No! Golpeo mi cabeza contra el costado de la caja. Los Duques
no son mi gente. Nunca lo fueron.
Respiro profundamente y empiezo a contar.
Cinco días.

—Psst —escucho. Un dedo me golpea bruscamente—. Despierta.


Sacudo la cabeza y me hundo más bajo las sábanas. Están apretadas y mis
piernas no pueden moverse. —Vuelve a dormir —murmuro.
—Tengo un secreto —susurra—. ¿No quieres oírlo?
A Leticia le encantan los secretos, como su escondite bajo las tablas del suelo.
Le encanta escucharlos, contarlos, conservarlos, atesorarlos. Son su vanidad, su
moneda.
—No particularmente. —Intento retirar la manta, pero está atascada en su lugar.
Siempre tengo que ver sus ojos cuando habla. Es la única manera de saber si está
diciendo la verdad. Por lo general, no lo hace. Después de luchar, me rindo y digo—
: ¿Qué secreto?
—Me voy —responde.
—¿Por qué? —Pregunto—. ¿Dónde?
—No puedo decírtelo. —Por supuesto—. Pero me iré pronto.
—Él te encontrará —digo, aunque ambas ya lo sabemos. No hay escapatoria.
—No esta vez. Me he asegurado de ello. —Todavía no puedo verla, pero siento
su aliento en mi frente y me hace retorcerme anticipando su ataque—. Pero hazme
un favor. —Mis ojos se aprietan ante la confusión, porque Leticia sabe que no debe
pedirme favores.
Somos peores que enemigos.
Somos familia.
—¿Qué? —Pregunto, deseando poder verla.
Su respuesta llega con una voz extraña e intensa. —Hazles pagar.
Empujo y tiro de la manta, esta vez para quitarla, y ahora puedo verla. Puedo
abrir los ojos y…
“Buh-bump... buh-bump”
Oscuridad. Oscuridad absoluta. Me quedo sin aliento y quedo congelada,
paralizada e incapaz de moverme, de respirar, de pensar. Pero siento la lágrima,
caliente en mi mejilla, abriéndose camino hacia el fondo del baúl. El sueño no fue
real, pero la pesadilla sí lo es.
Cuatro días.

Se trata de romperme, creo, con los dedos entumecidos y en carne viva de tanto
tocar el pliegue entre la tapa y el costado. Mi padre me quiere rota. Siempre lo ha
hecho. Cuando Leticia y yo éramos pequeñas, nos enfrentaba entre nosotras y elegía
una ganadora. Podría tratarse de cualquier cosa. ¿Quién podría contener la
respiración por más tiempo? Quién tenía mejor nota, los zapatos más brillantes.
Nunca se trató de quién era mejor; ya se sabía que esa era Leticia. Siempre Leticia.
¿A mí? El objetivo de la competencia era doblegarme. A pesar del resultado, por
muy bajo que llegara, nunca fue suficiente. Me envió a los Lords, me empujó al
cautiverio. Cuando mi violación y agresión no fueron suficientes, me arrojaron a la
escoria. Los Duques.
Incluso cuando estaba de rodillas, no fue suficiente, y mira dónde estoy. El
único lugar que cree que funciona. Eso es todo en lo que pienso cuando escucho
débiles pasos sobre las maderas duras. Qué tan enojado se pondrá porque todavía
estoy aquí. ¿Aún no me ha afectado la deshidratación? ¿Cómo intentará doblegarme
a continuación? ¿A quién me empeñará? ¿O finalmente se hartará y me encerrará
para siempre?
No soy lo suficientemente optimista como para creer que me sacaría de esta
miseria.
El sonido de pasos va y viene, cruzando la habitación, pasando por el suelo
chirriante cerca de mi cómoda. Entonces es cuando me doy cuenta de que debo
estar alucinando, atrapada en otro sueño. Si fuera mi padre o uno de sus soldados,
abrirían este baúl y me arrastrarían con piernas temblorosas que ya no desean
soportar mi peso. Mis ojos se encogerían ante la luz, mis pulmones estallarán con la
promesa de aire fresco y lloraré. Siempre lloro cuando salgo de este lugar, débil y
muy desanimada, no queda ni una gota de esperanza en mí.
Salir del baúl siempre es más humillante que entrar.
Así es como sé que no es real. Padre no se negaría a sí mismo el placer si
realmente quisiera terminar con esto.
Tres días.
Golpeo mi cabeza contra el costado otra vez, obligándome a despertarme.
“Buh-bump... buh-bump”
Comienzo mi rutina: el estiramiento, el conteo, recitando un pasaje en mi
cabeza. Pero mi ritual se ve interrumpido por el destello de una luz sobre el ojo de
la cerradura. Contengo la respiración, preparándome para el hombre del otro lado.
Las llaves superiores se abren tan repentinamente que tontamente me alejo de
ellas, entrecerrando los ojos dolorosamente ante el resplandor cegador de la luz.
—¿Qué carajo? —respira una voz, baja y llena de disgusto.
Este no es mi padre ni es un soldado. El hombre es enorme, y cuando sus
manos se meten en el pecho, alrededor de mi cuerpo, para levantarme, me
encuentro sin el instinto de luchar contra ello, porque su olor choca contra mí.
Madera y frialdad, un matiz de menta y algo agresivamente masculino.
—¿Sy? —Sale con un graznido escéptico, mi garganta está seca y quebradiza. Él
gruñe, arrastrándome fuera del baúl, y mis rodillas golpean el suelo con un ruido
sordo que lo pone rígido.
Pero puedo ver su cara ahora que se ha ido la luz, y es algo muy extraño. Este
hombre solía hacerme estremecer de repulsión. Solía hacerme retroceder ante su
odio. Solía ser lo peor de lo peor, algo que había que evitar y pasar de puntillas.
Y ahora me lanzo hacia él, con los brazos alrededor de su cuello mientras
comienza el llanto. No es mi intención que lo haga. De hecho, todo mi cuerpo se
contrae por el esfuerzo de retenerlo, pero se escapa en jadeos apretados y agudos
hacia el calor de su cuello, y no tengo control. Siento más que ver sus manos
extendidas a los costados, su cuerpo rígido y tan sólido que no tengo problema en
apoyarme en él.
—Él no me mataría —lloro, temblando tan violentamente que lo escucho en mi
propia voz—. Él no me dejaría morir, él no...
—¡Mierda! —Sy sisea, presionando una palma en la mitad de mi espalda—.
¡Tienes que estar callada!
Pero he pasado días soltándolo y no voy a negarlo ahora. Rechina los dientes,
pero los sollozos secos se escapan a través de ellos en graznidos estremecedores, y
sigo apretando a Sy cada vez más fuerte, como si pudiera desaparecer dentro de su
fuerza y resolución.
—¡Respira, estás histérica! —espeta, tratando de quitarme de encima—. Si tu papá
nos escucha, entonces al menos uno de nosotros definitivamente estará jodidamente
muerto.
Sacudo la cabeza y cuando me tira hacia atrás, mirándome a los ojos, espero
que entienda lo que no puedo abrir la mandíbula lo suficiente para decir.
No puedo parar.
Una vez más, cuestiono la veracidad de todo cuando parece que lo entiende,
una sombría comprensión llena sus ojos. Su boca forma una línea apretada y
sombría. —Entonces tendré que estrangularte. No puedo llevarte escaleras abajo así.
No me da tiempo para responder, se lanza detrás de mi espalda y envuelve un
poderoso brazo alrededor de mi cuello. Es casi un alivio sentir su antebrazo
aplastando mi tráquea. Sentir su otra palma presionando contra la parte posterior de
mi cabeza, cortando mi suministro de aire, haciendo que mi visión se volviera
borrosa y oscura.
Si él espera que tenga dificultades, no lo hago.
Justo antes de que todo se vuelva negro, pienso en el tiempo y en cuánto he
pedido prestado. Pienso en el costo y me pregunto si puedo pagarlo. Me desmayo
pensando en eso, pero el pánico se hunde bajo la superficie, demasiado profundo
para alcanzarlo.
No sé cuánto tiempo pasa antes de empezar a revolver. Sólo sé que mi cuerpo
choca contra algo firme pero cómodo, y me levanto del sueño como una cosa
asustada y cautelosa. No es hasta que mis párpados se levantan torpemente que me
doy cuenta de que estoy en el asiento trasero de un auto, mientras las farolas pasan
rápidamente. Mi mirada entra y sale, pero logro concentrarme en la forma del
conductor. La curva de la mejilla de Sy, la curvatura de su atrevida ceja, los músculos
que se mueven bajo su piel morena cuando extiende la mano para apagar la radio.
Me recosté aquí y lo observé durante mucho tiempo, en silencio y quieto. Es
el colmo de la ironía, pero ahora que puedo moverme, descubro que no quiero
hacerlo. Tal vez sea una sensación de seguridad que no tengo derecho a sentir.
Quizás simplemente me siento derrotada. Quizás así es como se siente rendirse.
—Salvaste a Remy. —El grave murmullo de su voz no me asusta. Se eleva sobre
mí como una ola, metiéndose en los espacios debajo de mí—. Incluso después de
que te jodió. Incluso después de lo que hizo en Hideaway. Incluso después… de
todo. —Se detiene en un semáforo en rojo y la curva de su boca está tensa y
pensativa—. Verity no podría haber hecho eso. No es su culpa. Ella simplemente no
sabría cómo manejarlo. Se habría asustado, habría escapado.
Se gira para mirarme en el asiento trasero, las sombras del auto tapan sus ojos.
Aunque sé que me odia, aunque sé que es peligroso y está lleno de cosas hirientes,
me sorprende la idea de que nunca he visto algo tan reconfortante.
—Pero te quedaste y lo disuadiste, aunque probablemente tenías todo el
derecho a no hacerlo. Esa es la verdadera lealtad. —Cuando el semáforo se pone
verde, regresa a la carretera y afloja el acelerador para acelerar—. Ahora eres nuestra
Duquesa, Lavinia. Y eso significa que siempre iremos por ti.
Me pregunto cómo se siente Nick al respecto.
A través del parabrisas puedo ver la torre a lo lejos, elevándose desafiante en
el aire. Sus manos congeladas parecen las de alguien que un día tomó aire y decidió
que esto era todo (las 7:32 eran lo mejor que podía hacer) y ahora se contenta con
estar inerte, mirando a Forsyth con sus manos tan cerca de tocarse. suspendido en
el momento antes de un aplauso.
En silencio, cierro los ojos.
Cero días.
Agradecimientos
Sam:
Todo nuestro amor está para nuestro fenomenal equipo beta, Crystal P, Lisa y Nikki.
Son el mortero de esta torre de trauma precariamente alta. A los lectores de Angel
Antics: Ustedes, gloriosas perras, hacen funcionar nuestro reloj. Nunca te darás
cuenta de con qué frecuencia Angel y yo estamos sentados aquí en el chat diciendo:
—¡Oh, espero que les guste esto!—. Así que sí, realmente esperamos que te guste esto.
Y estoy sentado aquí muy emocionado de pasarle esto a nuestro equipo ARC,
quienes, en serio, son el mejor equipo de animación que un autor podría pedir.
Muchas gracias a todos por la ayuda, la amabilidad y el ánimo. Además, muchas
gracias a mi gato, Crowley, por escribir 300 palabras de esto. Sí, todos eran el
número '3' porque le gusta descansar en mi teclado numérico, pero aún así. Ha
hecho una contribución creativa vital a este universo y lo aprecio.

Angel:
¡El mío es casi igual que el de Sam! Gracias por ser increíble, por todas las increíbles
publicaciones y ediciones de TT e IG, por el amor a los modelos de portada ficticios
de Sam. La pasión que sientes por nuestros terribles, malvados y horribles hombres
no podemos dejar de crearla. ¡Espero que hayas disfrutado este tanto como el
anterior!

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Sobre las autoras

ANGEL LAWSON
Angel Lawson vive con su familia en Atlanta, GA y tiene una obsesión de toda la vida por crear
ficción a partir de la realidad, ya sea con pintura o palabras. Ha escrito tres libros para adultos jóvenes y
un romance para adultos. En un día típico, puedes encontrarla escribiendo, leyendo, planeando su escape
del apocalipsis zombie y tratando de quitarse el brillo de debajo de las uñas.

SAMANTHA RUE
Samantha Rue es una diseñadora gráfica profesional que dirige una empresa de diseño de medios y
portadas de libros durante el día, y escribe sobre imbéciles trágicos durante la noche. Tiene un marido y
un gato, y escribe libros muy largos porque no mata a sus queridos personajes. Ella los nutre. En situaciones
angustiosas y sexys.
Nosotr@s

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