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Esta traducción fue realizada por un grupo de personas que de manera

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altruista y sin ningún ánimo de lucro dedica su tiempo a traducir, corregir y
diseñar de fantásticos escritores. Nuestra única intención es darlos a conocer a
nivel internacional y entre la gente de habla hispana, animando siempre a los
lectores a comprarlos en físico para apoyar a sus autores favoritos.

El siguiente material no pertenece a ninguna editorial, y al estar realizado por


aficionados y amantes de la literatura puede contener errores. Esperamos que
disfrute de la lectura.
,

Sinopsis ........................................................................................................................... 4

Capítulo 1 ........................................................................................................................ 5

2
Capítulo 2 ...................................................................................................................... 15

Capítulo 3 ...................................................................................................................... 27

Capítulo 4 ...................................................................................................................... 38

Capítulo 5 ...................................................................................................................... 48

Capítulo 6 ...................................................................................................................... 56

Capítulo 7 ...................................................................................................................... 67

Capítulo 8 ...................................................................................................................... 75

Capítulo 9 ...................................................................................................................... 87

Capítulo 10 .................................................................................................................... 94

Capítulo 11 .................................................................................................................. 104

Capítulo 12 .................................................................................................................. 115

Capítulo 13 .................................................................................................................. 124

Capítulo 14 .................................................................................................................. 135

Capítulo 15 .................................................................................................................. 144


Capítulo 16 .................................................................................................................. 150

Capítulo 17 .................................................................................................................. 162

Capítulo 18 .................................................................................................................. 173

Capítulo 19 .................................................................................................................. 182

Capítulo 20 .................................................................................................................. 194

Capítulo 21 .................................................................................................................. 204

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Capítulo 22 .................................................................................................................. 213

Sobre la Autora .......................................................................................................... 222

Próximo libro .............................................................................................................. 223

Saga Once Upon a Time............................................................................................ 224


Este es el tiempo de los Lobos, el periodo previo alrededor de cada luna llena

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cuando los aldeanos deben proteger sus casas y familias contra los gigantescos y
feroces lobos que deambulan en el bosque. En el día que Red cumple 13 años,
Granny la da una capa roja especial en la cual se ha lanzado un hechizo para
proteger a Red de los lobos.

Red ahora tiene 16 años y está desesperadamente intentando encajar entre sus
colegas, salvar de la quiebra la panadería de Granny, y, por supuesto, protegerse
de los lobos. Su atracción hacia Peter y su determinación a no dejar que las chicas
mezquinas saboteen su floreciente romance provocan que Red tome algunas
elecciones cuestionables.

¿Esas elecciones dejarán a los lobos entrar? ¿Red elegirá la batalla correcta?
¿Sus habilidades serán lo bastante fuertes para mantenerla viva?.
Capítulo 1

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No tengo miedo porque siento que no estoy sola. No veo a nadie, pero oigo una voz
familiar. Aunque suena como si viniera de muy, muy lejos, llevada por el aire, la oigo
claramente. La voz me recuerda respirar. Inhalo, y la oscuridad entra en mis pulmones,
extendiéndose a través de mi cuerpo, llenándome con energía.

Poder.

Hambre.

Con los brazos estirados, alcanzo más y más alto. Entre las sombras, astillas de luz
brillan justo fuera de mi agarre, cambiando en miles de luciérnagas atrapadas en un
tornado. Pateo y desgarro mi camino hacia arriba, a través de capas de polvo, raíces, pasto,
troncos de árboles, ramas, púas, hojas.

Entonces… nada excepto aire.

El viento sopla a través de mi cabello cuando echo la cabeza hacia atrás y parpadeo en
el repentino brillo. La luna llena ilumina la tierra, y estoy llena de veneración y calidez.
Sábado, 12 de mayo

Me desperté sudando y me quité las mantas. Los edredones y las pieles


cayeron al suelo, aterrizando en un montón. La cálida luz del sol se vertía a través
de la ventana de mi habitación, y fuera, el gallo cantaba roncamente.
Parpadeando y estirando mi somnolencia, me di cuenta de que había tenido uno
de mis sueños la pasada noche, y eso significaba que la Hora del Lobo estaba
cerca.

Hacía tres años y medio, cuando cumplí los trece años, comencé a tener los
sueños de la Hora del Lobo. Aunque cada vez era diferente, siempre comenzaban
en la completa oscuridad. No era la oscuridad ordinaria, digamos como una
noche sin luna o estrellas, o la cueva más profunda, o como me imaginaba que se
vería la parte más inferior de un pozo. Era mucho, mucho más oscuro que eso.
Como si estuviera completamente sumergida en un mar de alquitrán.

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Nunca he hablado con nadie de mis sueños, ni a Vicar Clemmons, ni a mi
amigo Peter, ni a las chicas en la escuela, y muy seguramente no a la abuela. Sabía
que los sueños eran extraños, mis sueños se sentían sagrados, como si fueran una
parte de mí secreta, y era capaz de unir las piezas y de alguna manera dar sentido
a las raras imágenes, sonidos, y emociones.

Antes de que mi abuela pudiera meter su nariz y regañarme por haber


dormido en nada excepto en ropa interior otra vez, me contoneé en mi blusa, en
el corpiño, y la falda y me aventuré a través del comedor a la cocina.

—¿Hola? ¿Abuela, dónde estás?

Para conseguir una ventaja en la cocción del día, mi abuela por lo general
despertaba mucho antes que yo e incluso antes del gallo, lo cual era bueno porque
odiaba imaginar cuán gruñona era antes de tomarse un par de tazas de café. Sin
molestarme en cubrir mi bostezo, llené la cafetera con agua y encendí un fuego
debajo de esta.

Los ronquidos de la abuela retumbaban a través de la cabaña, y sacudí mi


cabeza. Ella decía que no era de señoritas dormir sin nada excepto las ropas
interiores de una, aún no podía pensar en algo más poco refinado que roncar.
Bueno, quizás estirarse en público. O que te crezca barba. Aun así, sonaba como
un oso pardo queriendo decir olé hibernando en el dormitorio de la abuela.
Consideré despertarla, pero decidí no hacerlo. Esta noche era la fiesta de
cumpleaños de Peter, y quería hornear un pastel para él, y tener la cocina toda
para mí era algo raro y hermoso. Solo piensa: Podría poner lo que me daba la
gana en un bol y mezclarlo todo sin su respiración en mi cuello. Además, la
pequeña cocina no parecía tan abarrotada sin la abuela.

Los cuencos, platos y vasos estaban apilados ordenadamente en los armarios


de color amarillo pálido. Una jarra y un sartén estaban en el mostrador donde se
habían secado durante la noche, y detrás de ellos, frascos de especias, harina y
azúcar estaban alineados contra la pared. La luz del sol entraba por la ventana,
calentando la habitación.

Cuando alcancé el libro de cocina de la abuela, que guardaba en el estante


superior, un pequeño frasco azul medianoche se cayó. Grité un poco y luego lo
atrapé a meros centímetros antes de estrellarse en el suelo. Polvo de Amapola,

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solo una pizca hace el truco, leía la etiqueta.

—Eso hace— dije en voz alta. Anoche, la abuela se había quejado de que su
brazo le dolía. Probablemente usaba un poco de polvo de amapola para ayudarla
a dormir cuando era particularmente doloroso. Al devolver el frasco a su
escondite en el estante, esperaba que la abuela siguiera durmiendo al menos una
hora, incluso si eso significaba tener que soportar sus terribles ronquidos.

Hojeé las páginas amarillentas del libro de cocina —cada receta grabada en
escritura pequeña y ordenada— hasta que encontré Tarta de cumpleaños.
Poniéndome el delantal favorito de la abuela, mezclé los ingredientes y vertí la
crema de mantequilla en tres moldes redondos.

—Ahora hornear hasta que esté agradable y bonito como los que hace la abuela
—dije mientras deslizaba las cacerolas en el sofocante horno. ¡Oh, ya quería que
estuviera terminado! Pero todavía había que hacer el glaseado, así que, con un
suspiro, hojeé el libro de cocina de nuevo.

Esas recetas habían sido transmitidas de madre a hija durante tres


generaciones. Mi madre, Anita, habría sido la siguiente en la línea para heredar
el libro de cocina, si todavía estuviera viva. Pensando en ella con una repentina
oleada de tristeza, me toqué el colgante de la cruz que colgaba de mi cuello. El
suave oro se sentía caliente contra la punta de mis dedos. En su reverso un
grabado apenas visible a la vista. Parecía ser una astilla de una luna, con un
pequeño punto en su centro. La cruz había sido de mi madre, y la llevaba
siempre. Me ayudaba a sentirme más cerca de ella. A veces incluso me hacía
sentir más como ella, sobre todo cuando necesitaba desesperadamente ser
valiente.

No tenía recuerdos de mi madre y la abuela me dijo muy poco sobre ella, pero
de alguna manera no podía imaginar su día horneando una y otra vez, al igual
que la abuela, o la entrega de productos de panadería en todo el pueblo, como
yo. De lo que extraje a lo largo de los años, mi madre había sido una fuerte mujer
violentamente hermosa. Había tenido un suministro interminable de los amigos
más fascinantes y una nueva aventura esperando en cada esquina.

En otras palabras, todo lo contrario de mí.

Me asomé al horno y casi chillé en voz alta. Cada capa se había vuelto de un

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hermoso color dorado con una parte superior ligeramente redondeada. Podría
haber admirado las capas del dulce aroma de la tarta toda la mañana, pero no
quería correr el riesgo de quemarlos. Después de retirarlas del horno, las establecí
en las estanterías de la ventana para enfriarse. A pesar de haber estado soleado
temprano por la mañana, las nubes habían rodado, sin duda, preparando una
ducha de mayo.

Luego volví a conquistar el glaseado. Había seguido la receta y golpeé y azoté


con todas mis fuerzas durante al menos media hora, así que ¿por qué no estaba
suave y esponjoso, como el de la abuela? Cuando fui a buscar los moldes para
pasteles de la ventana, no podía creer lo que veía. Era como si alguien hubiera
arrojado una roca en el centro de cada capa. Para empeorar las cosas, cuando
trataba de vaciar la primera capa del molde, se pegó. Apalanqué con un cuchillo,
pero cuando por fin salió, estaba lleno de baches. Y los otros dos no salieron nada
mejor.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó abue mientras entraba en la cocina.


Con sus hoyuelos, y gafas de alambre, y el cabello gris recogido en un moño,
parecía una abuela dulce como melaza de un libro de cuentos. Pero yo conocía
un carácter diferente, uno cuyo único propósito en la vida era hacer a su nieta de
dieciséis años de edad, tan miserable como fuera posible.

Ni siquiera podía contar hasta diez antes de que la primera burla dejara su
boca.
—Lo estás haciendo todo mal.

Mordiéndome los labios, le di la espalda a medida que continuaba untando


pegotes de glaseado sobre la tarta terriblemente deforme.

—A mí me parece que podrías haber olvidado comprobarlo —dijo, señalando


la escoba de hoja de maíz que colgaba de un gancho detrás del horno.

Una parte de mí quería pedir ayuda. Me encantaba la idea de presentar a Peter


una tarta tan hermosa y deliciosa que fuera la comidilla de todo el pueblo. Si
alguien podía lograr hacer un pastel tan magnífico, era mi abuela. Pero la otra
parte de mí era demasiado orgullosa para pedir a la abuela algo como medio
penique, y mucho menos admitir que no me había acordado de pegar una paja
de la pequeña escoba en el pastel para probar que se había hecho. No podía
hornear ni una bolsa de granos.

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Hablando de frijoles:

—Hice café —dije—. Debes tener algo. —Esperemos que no fuera mucho antes
de que el rico líquido negro hiciera su magia en su estado de ánimo.

—¿No te acuerdas ni una maldita cosa que te haya enseñado? —Abue alcanzó
el cuchillo, pero yo lo quité de su alcance—. No se debe extender tan cerca de los
bordes.

—Es para Peter, y a él no le importa si no es perfecto. —Realmente creía esto.


Peter era el que me enseñó que, con un poco de trabajo duro, cualquier cosa
podría hacerse hermosa. Lo hacía cada día, convirtiendo un cubo de metal de
desechos en algo maravilloso.

—Si está en tu poder que sea perfecto, nunca debes conformarte con menos.
—La abuela se vertió una taza de café—. Incluso si es para el tonto del hijo del
herrero —agregó en voz baja.

—Peter no es tonto —discutí, empujando mi barbilla—. Podría gustarte, si solo


le dieras una oportunidad. —Cuando comencé a ir a la escuela, ella permitió que
Peter me acompañara a casa. Entonces cuando cumplí los trece años, me dijo que
estaba más segura caminando por el bosque sola que con gente como Peter.
Sinceramente no sabía lo que había dicho o hecho, o lo que él había dicho o hecho
para poner a mi abue en su contra. En su mente, el hijo del herrero estaba solo
detrás de una cosa, e insistía en que no conseguiría eso de su nieta, no si ella y su
fiel ballesta tenían algo que decir sobre eso. Abue inclinó la copa a sus labios y se
bebió la mitad.

—Es muy simpático —lo intenté de nuevo—. Inteligente, también. Quizá


podamos invitarlo a cenar.

Escupió y golpeó su taza en el mostrador.

—Si ese muchacho pone un pie en esta casa, pondré una flecha a través de él.
—Mientras me apretujaba para llenar su taza hasta el borde, mis ojos
parpadearon hacia su ballesta, que estaba cómodamente, y ominosamente,
apoyada contra la puerta trasera—. Y no apuntaré a su corazón, si sigues
empujándome. Tal vez si hubiera disparado a los chicos que vinieron a visitar a
tu madre…

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Esta vez, me mordí el labio demasiado fuerte, y cuando tragué, probé un poco
de sangre. No era un secreto que la abuela deseaba que la vida de su única hija
hubiera resultado de otra manera. Sabía que abue me quería y estaba feliz de que
hubiera nacido. Aun así, no era como si hubiera elegido criarme.

Sin embargo, no tenía que ser así siempre. Algún día, dejaré este estúpido pueblo.
Seré aventurera, como mi madre. Había estado guardando mis propinas
deliberadamente en una caja de madera secreta, esperando el momento perfecto
para hacer mi gran fuga. ¿Era desear demasiado un final feliz?

Mientras soñaba despierta acerca de todos los lugares a los que iría y a la gente
que conocería, distraídamente pasé el dedo alrededor del borde del tazón y probé
el glaseado. Mis papilas gustativas explotaron, pero no en una buena manera.
Puaj. Intenté no escupir mientras reflexionaba sobre lo que había hecho mal. ¿Y
si había añadido una cucharada de sal cuando se suponía que debía usar una
cucharadita? Parecía terrible, también, me di cuenta con un pánico creciente. Era
del color de los dientes de una bruja y tan grumoso como las gachas. ¿Cómo
demonios hacía la abuelita su glaseado tan suave y esponjoso, y tan blanco como
la nieve recién caída?

Con un pesado suspiro, puse el cuchillo en la encimera. Claramente estaba


fallando por mi cuenta, pero pedir a abue que me ayudara a hacer el pastel de
cumpleaños de Peter —especialmente cuando ya estaba tan ocupada y había
conseguido un comienzo tardío en su día— solo la pondría más malhumorada.
Tanto si me gustaba como si no, necesitaba permiso de abue para ir a la fiesta de
Peter. Así que tomé una respiración profunda y relajé mi rostro en lo que
esperaba era una expresión agradable. Quédate en el lado bueno de abue, Red.

Aunque, ahora que lo pensaba, ¿alguna vez había estado en el lado bueno de
abue? Ni siquiera estaba segura de que tuviera un buen lado.

Mientras abue comenzó a preparar el desayuno, enrollé mis mangas y fregué


los platos más fuerte de lo que era necesario, tratando de ahogar la voz de abue
mientras me regañaba por salpicar mantequilla en el libro de cocina. Como un
gato a punto de saltar sobre un ratón, caminó junto a mi desastroso pastel.
Lamentablemente, el glaseado grumoso no disimulaba sus deformidades, ni
siquiera un poquito. Realmente lo hacía verse peor.

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Sin embargo, ¿pensó abue que era ciega? Llano como el día, era la excusa más
lamentable para un pastel en la tierra. ¿Por qué no dice nada? Mis nervios estaban
agotados, y cuando llegué al último, sabía que mi plan para el glaseado de abue
tendría que esperar.

—Bueno, ¿abue? —Desaté el delantal de mi cintura y lo golpeé en la encimera


junto al pastel—. ¿No vas a decirme qué soy una desgracia para la familia Lucas?
Soy todo oídos. —Volví a secar platos y continué—: O tal vez algo como “¿Si no
te hubiera entregado en mis propias manos, habría jurado que naciste de trolls?
—Todo el mundo sabía que los trolls eran peores cocineros que los ogros, o
incluso las princesas reales.

—Estoy segura de que sabrá bien —dijo abue.

En el tazón que había estado secando se hizo una terrible grieta cuando la dejé
caer en el fregadero.

—Abue, ¿te sientes bien? Acabas de decir algo bonito.

—No es la primera vez. Simplemente te niegas a escuchar, o eliges olvidar. —


Una sombra cayó sobre la cabaña y, segundos después, la lluvia comenzó a
caer—. Ven a la mesa, pequeña. El desayuno está listo.

Antes de sentarme, llené la taza de abue con otra porción de café humeante.

—¿Cuántas entregas tengo hoy? —pregunté.


—Once.

Asentí, aliviada. Normalmente había unas veinte. No tomaría mucho tiempo


llevar los productos horneados de abue a once clientes, que era una buena noticia
porque necesitaba hornear un nuevo pastel. Pero abue se apresuró a aplastar mi
alegría.

—Entre las paradas, venderás las golosinas extra que horneé anoche. Necesito
encontrar una manera de traer más dinero, y después de pensar largo y tendido,
esta es la mejor manera, aparte de convertirnos en bandidos.

—¿Qué quieres decir? —pregunté.

—Son el tipo de gente que planea algún tipo de distracción para que un carro
que está pasando se detenga. Entonces los bandidos se precipitan, robando todo

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lo que puedan conseguir en sus manos.

Sacudí la cabeza.

—Sé lo que es un bandido. ¿Pero quieres que golpee en las puertas de la gente
al azar? —No podía pensar en nada más humillante que pedirle a extraños que
compraran un bollo. Agarrando mi tenedor tensamente, me metí un pedazo
grande de galleta de avena en la boca—. Si siempre estoy haciendo entregas y
tengo que vender mercancías de puerta en puerta… —continué entre bocados—
… ¿cuándo encontraré tiempo para estudiar mis lecciones, o ir al estanque a
nadar, o pasar tiempo con mis amigos? —Cuando bromeé con la parte de mis
amigos, un trozo de galleta mordida se alojado en mi garganta.

La tos atrajo la atención de abue y alzó las cejas alarmada.

—¡Muy graciosa, niña! —Lanzó el tenedor por el suelo y saltó como una
serpiente que le había mordido el trasero. Su silla se derrumbó cuando me golpeó
la espalda con el lado de su mano, un golpe por cada palabra—: ¡Hay. Una.
Razón. Por. La. Que. Se. Supone. Que. No. Hablas. Con. La. Boca. Llena!

—Estoy bien, abue —dije lo mejor que pude con una loca golpeando mi
espalda—. ¡Para! Solo necesito un trago de leche, eso es todo.

Cuando finalmente la convencí de que no me ahogaba, enderezó la silla y se


sentó en silencio, los mechones de su cabello sueltos de su moño. Sus brillantes
ojos verdes, me di cuenta que se quedaron en alerta máxima. Ya había perdido a
su única hija, y tenía la sensación de que, para mantenerme a salvo del daño,
lucharía con cualquier persona —o cualquier cosa— hasta la muerte. Incluso
objetos inanimados como las galletas de avena.

Abue desperdició poco tiempo antes de regresar al tema de mi temido nuevo


deber. De todas las abuelas en el mundo, estaba atrapada con una cuya memoria
era tan aguda como la garra de un dragón.

—Sí, irás de puerta en puerta vendiendo productos horneados. Puede que no


parezca atractivo, pero vivirás.

Antes de que pudiera contener mi lengua, murmuré:

—Ugh. Suena aún más miserable que estar encerrada en la cabaña contigo.

—No sirve quejarse —dijo abue—. Debe hacerse.

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—¿Pero por qué? Sé que me quejé de que todas las otras chicas tenían nuevos
vestidos de primavera y botas, pero honestamente, me quedaré con lo que tengo.

Abue rodó el dobladillo de su delantal con sus dedos callosos. Tres galletas de
avena estaban apiladas en su plato de hojalata, rociadas con jarabe de arce y
adornadas con mantequilla cremosa. No había tomado ni un bocado, ni siquiera
un mordisco, que era una hazaña, considerando que por lo que a mí respecta, sus
galletas de avena eran las más esponjosas de la tierra.

Me escuché masticar, y me hizo reflexionar si la gente charlaba en las comidas


por lo que no tenían que oírse beber, sorber, y tragar.

—¿Te las vas a comer? —le pregunté cuándo el silencio se hizo incómodo—.
Porque si no, estaré encantada de terminarlas por ti.

Sin decir una palabra, deslizó su plato sobre la mesa. Corté un mordisco
grande con mi tenedor. Mientras masticada, abue volvió a recoger la tela de su
delantal. Oh no. Abue nunca abandonaba sus galletas de avena. ¿Qué dije para
molestarla tanto?

—Bien, de acuerdo. Intentaré mi mejor esfuerzo para obtener algunos nuevos


asiduos hoy —dije una vez tragué—. No te preocupes, abue. Tus golosinas se
venden solas.
Mientras despejaba la mesa, abue comenzó a envolver los productos
horneados para la entrega. Si pudiera vender todo en mi canasta, tal vez le
complacería tanto que incluso podría considerar dejarme ir a la fiesta de Peter.
¿De qué servía tener alguna esperanza si no buscaba la luna?

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Capítulo 2

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Con la cesta en la mano y la capucha cubriendo mi cabeza y hombros, me fui
hacia el pueblo.

La lluvia se había reducido a una mera niebla. Me encantaba el dulce, terroso


olor del bosque después de una buena lluvia, y me tomé un momento para llenar
mis pulmones con el aire cubierto de rocío.

Caminé hacia atrás, viendo nuestra cabaña encogerse en la distancia. Los seis
hermanos de mi abuela habían construido la casa hace mucho tiempo, cuando
eran jóvenes, antes de que el lobo los atacara y les cortara la garganta mientras
ella había observado impotente desde el techo.

Esperaba más allá de la esperanza, jamás ver algo tan espantoso como un
monstruo sanguinario matando a la gente que amaba. Las lágrimas me pincharon
los ojos mientras pensaba en esa noche trágica, así que alejé rápidamente el
pensamiento; en su lugar me imaginé la cabaña en su mejor momento, antes de
que las paredes de tronco necesitaran aceite y el techo cubierto de paja, con
pendiente pronunciada. Antes de que el roble se hubiera elevado y fuera lo
suficientemente fuerte para apoyar el balanceo de la cuerda en el que había
pasado incontables horas.
Me imaginé que mi madre había crecido balanceándose en esa misma cuerda,
también. Hubo un tiempo en que las cajas de las ventanas estallaban con flores
de todas las formas y colores, pero habían pasado años desde que abue había
plantado otros nuevos o recortara los helechos que cubrían el camino de piedra
que conducía a la puerta principal, o el de atrás que serpenteaba hacia el arroyo.
Habían pasado años desde que los niños de la aldea se reunían en la chimenea
mientras abue leía libros de cuentos y horneaba más galletas de mantecada de lo
que nuestros pequeños vientres podían contener. Esos recuerdos me
consumieron mientras daba la espalda a la cabaña y bajaba el camino fangoso
hacia el pueblo.

Tal vez la venta puerta a puerta no fuera tan mala después de todo. Respiré
hondo y golpeé la puerta de una pequeña casa desvencijada del extremo oeste de
la ciudad. Mientras esperaba, mi corazón se aceleró. Pasé mis dedos por la cruz

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de oro que colgaba de mi cuello.

Un hombre corpulento y sin camisa estaba de pie en la puerta, parecía como


si hubiera estado durmiendo y olía como si no se hubiera bañado desde el último
Wolfstime.

—¿Qué demonios quieres, chica?

—¿Alguna vez ha oído hablar de los Productos Horneados de Abue? —


pregunté, con la esperanza de sonar mucho más entusiasta de lo que me sentía.
Ni siquiera le di una oportunidad de responder—. Bueno, si no lo ha hecho, se lo
ha estado perdiendo.

—¿Qué? ¿Qué estás diciendo, chica?

Titubeé nerviosamente.

—Permítame presentarme. Soy Red. —Le di la mano y la sacudió con rigidez


en su apretón sudoroso—. He venido a su hermosa casa para ver si quiere alguno
de los deliciosos productos horneados de mi abue. Todos hechos recientemente,
usando solamente los ingredientes más finos.

—¿Red? ¿Qué clase de nombre es ese?

—Es un apodo.

—Pero no eres pelirroja.


—Lo sé. Me llaman “Red” porque… No importa. Mire, tengo unos deliciosos
cruasanes aquí… —Agité mi mano sobre la canasta como había visto a los magos
de la calle en el mercado.

El hombre hizo una mueca. Está bien, así que los croissants no eran su favorito.

—… así como una variedad de galletas y muffins —continué brillantemente—


. Me parece que es un hombre de muffins.

—Bueno, podría…

—¡Fantástico! Para el precio especial de hoy, usted puede tener su opción de


salvado o aránd…

—¿Qué tal si lo pruebo primero, para asegurarme de que es comestible y todo?

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Suspiré.

—Me temo que no tengo suficiente para el muestreo. Sin embargo, sé que le
encantarán los muffins de mi abue. Mi abue nunca ha horneado nada menos que
la perfección. Es su talento especial.

Levantó una enorme ceja. Podía decir que estaba tentado, y contuve mi aliento
con esperanza y anticipación…

—No. —Empezó a cerrar la puerta, pero la mantuve entreabierta con el pie.

—¿No?

—No.

—Está bien, entonces —dije, con el corazón hundido—. ¿Quiere que vuelva
mañana?

—No.

Me estremecí cuando la puerta se cerró de golpe en mi cara.

—¿Qué tal la próxima semana? —le dije a nadie, excepto a una pequeña araña
marrón que se arrastraba por el apoyabrazos de la mecedora.

Dos horas más tarde, había hecho un total de diez entregas regulares, y aunque
había golpeado en innumerables puertas con la esperanza de vender los extras
de abue, no tenía nada que mostrar. Desalentada y más que un poco molesta por
haber perdido tanto tiempo, subí los peldaños que conducían a la casa de la
costurera Evans, la undécima y última entrega del día.

Había pedido media docena de panecillos y una tarta de manzana para su


familia, y como pago me entregó un par de monedas, un carrete de hilo amarillo
y cuatro botones de madera.

—Ojalá fuera más, Red, pero los tiempos son difíciles —se disculpó—. Con los
impuestos, es todo lo que puedo pagar. Pero te pagaré la próxima vez, lo
prometo.

Una vez que la puerta se cerró, llegué a mi bolsa para contar las propinas que
los clientes me habían dado: Apenas lo suficiente para compensar lo que le
faltaba a la costurera, además de dos galletas no vendidas y cuatro muffins. Las

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ventas del día podrían haber ido mejor, mucho mejor, de verdad. Mi corazón se
sentía pesado mientras me enderezaba la capucha, recogí mi canasta y volvía a
casa.

Uno de los niños pequeños de la costurera Evans, un niño con las rodillas
fangosas y un sombrero del pirata, saltó hacia fuera desde detrás de un arbusto
y gritó:

—¡Argh! ¡Entregue su botín y nadie la lastimará!

—Oh Dios mío. Si estás buscando un tesoro, capitán, este es tu día de suerte
—dije—. Ahora, cierra tus ojos… —Empaqueté las galletas y los muffins en un
pañuelo y los puse bajo un manzano a su vista, por supuesto que estaba viendo
entre sus dedos todo el tiempo. Él obedientemente esperó unos segundos y luego
corrió hacia el tesoro. De repente, y de la nada, otros cuatro niños lo arrojaron al
suelo, empujándolo con espadas de madera.

—Será mejor que lo compartas con tus amigos, capitán —dije sobre mi
hombro, riendo. Jugar con los niños Evans me hacía echar de menos a pequeños
hermanos y hermanas. Pero sabía que una gran familia era algo tonto que desear,
ya que mis padres habían desaparecido hace tiempo. Algunas chicas en el pueblo,
como mi ex compañera Priscilla, ya habían comenzado sus propias familias. Yo
quería tener mis propios niños, también. Pero no podía imaginar que fuera
pronto. Quería salir de este pueblo y tener mi cuota de aventuras primero.
Las gotas de lluvia resplandecían en las hojas, y el sol primaveral de la
primavera irradiaba en los árboles. Las ramitas y las piñas crujieron debajo de
mis botas, y un par de mariposas amarillas saltaron justo sobre mi cabeza.
Cuando me acerqué al estanque de natación, escuché salpicaduras seguidas de la
voz ronca de Peter.

—¡Hola, Red!

Dejé atrás una rama de árbol para despejar mi vista. Desde el punto más
profundo del estanque, me saludó con la mano y sonrió.

—Ven; el agua está estupenda —dijo.

La tentación era fuerte, pero sabía que no debía hacerlo.

—Oh, Peter. Ojalá pudiera, pero necesito ir a casa de abue —dije tristemente.

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La sonrisa de Peter vaciló. Habíamos sido amigos siempre, de hecho,
probablemente era mi único amigo. Salió del estanque y subió a una roca, donde
sacudió el agua de su mata de cabello oscuro. Su pecho desnudo se apretaba
dentro y fuera mientras recuperaba el aliento.

Había tenido la piel besada por el sol y buenos ojos marrones durante todo el
tiempo que recordaba, pero ¿cuándo exactamente había crecido más que yo? ¿Y
cuando apareció esa sombra de bigote en su mandíbula? No pude evitar notar lo
guapo y adulto que era mi amigo Peter.

Antes de que él pudiera ver que me estaba sonrojando, alejé mi mirada de él y


miré fijamente mis zapatos. Los rayos de sol atravesaron las ramas de arriba,
encendiendo mis botas polvorientas y gastadas hasta que prácticamente
brillaron. Me mordí el labio inferior mientras el calor del sol llovía sobre mí.

Un chapuzón rápido no haría daño alguno, ¿verdad?

Abril, hace diez años

Cuando Peter y yo volvimos a casa juntos de la escuela, él me contó una


historia.
—Esta mañana, papá fue a su tienda para empezar a trabajar. Comenzó a hacer
su trabajo de preparación, y todo parecía bastante normal. Pero entonces, desde
el rincón más oscuro de la fragua, oyó un ruido extraño, un sonido de pelea, y
¡luego una escoba cayó justo encima! Papá dijo: “¿Quién está ahí?” Nadie
respondió. ¡Y luego el ruido sucedió de nuevo, incluso más fuerte!

—¿Entonces qué? —pregunté, completamente hipnotizada. La carne de


gallina cubrió mis brazos como si yo estuviera justo allí. Ayudaba a que hubiera
estado en el taller de su padre antes, y con todas las armas como herramientas,
chirridos y chispas, chispas y fuegos ardientes, mi imaginación se volvió loca. La
primera vez que había estado allí, me había sentido atrapada en una profunda y
oscura mazmorra por un feroz dragón que respiraba fuego. El recuerdo se
apoderó de mí, y esperé contra la esperanza de que el padre de Peter fuera capaz
de vencer cualquier fuerza malvada que hubiera entrado en su tienda para

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hacerle cualquier cosa dentro—. Vamos, Peter, no me hagas esperar. ¡Dime qué
pasó después!

—Papá cogió un yunque. —Peter sonrió. Me gustaba cuando sonreía así. Me


hacía querer caminar más cerca de él, contar cuántos dientes había perdido ya—
. Lo sostuvo tan tensamente como pudo —continuó—, y cuanto más se acercaba
al ruido, más sonaba.

—¿Entonces qué? Vamos, Peter. ¡Dime! —No podía soportar el suspenso.

—Papá dijo: “Quienquiera que seas, sal en este instante”.

—¿Y salieron? ¿Quién fue?

—Oh, sí, salió. Fue una… mofeta.

Me reí.

—¿Una mofeta? ¿De verdad?

—Cruzo mi corazón. ¡Y le roció los pantalones!

Me doblé de risa.

—¡Oh, eso es tan divertido! Vaya, quiero decir, horrible. ¡Tu pobre padre!

—Puedes decirlo de nuevo. Mamá no le dejaba venir a desayunar, y había


hecho sus galletas de avena favoritas.
Me froté el vientre.

—Mis favoritas, también. Ahora realmente siento lástima por él.

—Bueno, la historia tiene un final feliz. Tuve que comerme todo el desayuno
de papá.

Me reí un poco más, y mi vientre dolía de felicidad hasta que llegamos a la


casa. La puerta delantera se abrió como si abue estuviera asomándose por la
ventana, esperando como un cazador espera a un ciervo.

—¿Quién es? —preguntó, mirando a mi amigo.

—Es Peter. Me acompañó a casa desde la escuela. —Casi le dije sobre cómo
habíamos descubierto que nuestros pasos eran casi exactamente la misma
longitud, por lo que ninguno tenía que correr para mantenerse a la par con el

21
otro. Tenía la sensación de que a ella no le importaría nada.

Peter le ofreció la mano para darle una sacudida, y cuando ella la tomó, la giró.

—Tus uñas están negras.

—Su papá es el herrero —dije orgullosamente—. Peter llegará a ser su


aprendiz algún día. —Solo podía soñar lo que era tener un padre. O una madre.
O un comercio emocionante para mirar adelante aprendiendo y tomando el
control una vez que creciera.

Peter explicó cortésmente:

—Realmente me lavo las manos, señora. El hecho es que la mayor parte de esto
es demasiado terco para irse, no importa lo fuerte que me frote.

Abue chasqueó su lengua.

—También tus pantalones están harapientos.

Peter miró sus pantalones como si nunca los hubiera visto antes.

—Le pediré a mi mamá que los remiende tan pronto como llegue a casa —
prometió.

—Es una gran idea. Ahora, Peter, ¿por qué acompañaste a mi nieta a casa?
—Parecía ser lo que hacer. —Se encogió de hombros—. Puede que lo vuelva a
hacer mañana. Si está bien con usted, señora.

Hinché el pecho, esperando que ella dijera que sí. Caminar a casa con alguien
era mucho más divertido que hacerlo sola. Y Peter, con su sonrisa burlona y sus
divertidas historias, era especialmente divertido.

Abue se inclinó y lo miró a los ojos.

Él parpadeó; sin embargo, nunca se estremeció ni retrocedió.

Estaba segura de que iba a decir que no. Me sorprendió.

—Supongo que eso estará bien. Pero estaré vigilándote.

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—Está bien, Peter. Solo un salto —estuve de acuerdo ahora, subiendo a la roca
más alta.

Sus ojos crecieron medio tamaño.

—¿Desde allí arriba?

—¿Dónde más? —Después de colocar mi canasta y de deshacerme de mi


vestido, botas y medias, me alcé en el cielo y respiré hondo.

—Es que nunca he visto a una chica hacerlo —dijo.

Puse mis manos en mis caderas.

—Te he visto saltar cientos de veces. Así que debe ser tan fácil como hornear
pastel. —Entonces otra vez, después de hornear el pastel de Peter esa mañana,
definitivamente debería haber dejado de usar esa expresión particular. Podría
haber sido fácil para algunas personas, como mi abue, pero no para mí.

Mi comentario consiguió una burla de Peter, lo que me hizo sonreír. Hasta que
miré hacia abajo. No me había dado cuenta de lo remotamente tan alto que
estaba. Todo el bosque giraba y se agitaba ante mis ojos. Di varios pasos hacia
atrás, estabilizándome en la roca detrás de mí.
—Puedes volver a bajar en cualquier momento, Red. Sé que quieres —dijo
Peter, sonando frustrantemente divertido.

—Oh, no te preocupes, Peter. Voy a saltar. Estoy disfrutando del paisaje desde
aquí. —Y tratando de no vomitar. Con mi dedo gordo del pie, empujé un montón
de guijarros del borde. Pareció tomar cinco minutos completos para que cayeran
al agua de abajo, finalmente causando un salpicón de ondulaciones.

—Cuanto más lo pospongas, más aterrador es —dijo Peter.

Por costumbre, alcancé el colgante de la cruz de oro. La sensación que mi


madre estaba de pie en la roca me abrumó. Era como un recuerdo, si eso era
posible, de que ella saltó desde este mismo punto y aterrizó en el agua de abajo,
una combinación impresionante de gracia y valentía.

23
—Está bien, Red. Tu secreto está a salvo conmigo.

—¿Qué secreto? —Miré hacia arriba culpablemente. ¿Sabía de alguna manera


que había estado pasando tanto tiempo intentando imaginar a mi madre?

—Que tú eres… —Él agitó los brazos a los costados y rió.

Suspiré aliviada y puse mis manos en mis caderas.

—¡No soy una gallina!

—Entonces pruébalo. —Peter contó—: Tres… dos… uno. —Y cerré los ojos, me
sostuve la nariz, y salté. El viento me levantó el cabello cuando caía, y juré que oí
una voz decir: Respira. Me sumergí profundamente en el agua
sorprendentemente fresca. Me tomó unos segundos conseguir orientarme. Luché
para nadar con el peso y la masa de mis enaguas. Cuando finalmente salí a la
superficie, rodé sobre mi espalda y llené mis pulmones con el aire de la
primavera. Me sentí tan maravillosa, tan libre; no pude evitar reírme en voz alta.
Cuando me volví para buscar a Peter en la orilla, él se había ido. ¿Dónde está? ¿Se
había ido antes de que hubiera saltado? Después de todo, ¿se lo había perdido?

—¡Cuidado ahí abajooo! —exclamó Peter desde donde había saltado. Después
de girar dos veces, hizo su cuerpo una pelota y me empapó con una ola de agua
salpicada. Ni un minuto después, estaba nadando en el agua a mi lado, riendo
como si todo hubiera sido completamente sin esfuerzo para él.
Después de nadar hasta el borde del agua, me arrastré hasta la orilla, donde
me senté viendo a Peter nadar aquí y allá.

Era difícil imaginar un momento en que Peter no pudiera nadar, pero solía
tener miedo. Cuando tenía siete años, le dijo a los otros chicos que su madre no
quería que le entrara agua en los oídos y otros disparates. Le dije:

—Sabes, Peter, no puedes aprender a nadar si nunca saltas al agua. —


Finalmente, tomó una gran y profunda respiración y saltó directamente. Agitó
los brazos y tragó un montón de agua, pero cuanto más nadaba, más en casa se
sentía en el agua. En todas las veces que pasé con él allí en el estanque, se había
convertido en un nadador fuerte. En realidad, se había vuelto fuerte, punto.

Cuando Peter decidió unirse a mí en la orilla, se extendió, apoyando la cabeza


en sus manos. Su cabello oscuro se deslizaba hacia atrás, haciéndolo parecer tan

24
diferente, casi real. Nos sentamos uno junto al otro en el blando suelo, remojados
en la cálida luz del sol. De vez en cuando, volvía la cabeza para mirarlo, pero
nunca el tiempo suficiente para que él lo notara.

Pocos minutos después, Peter se sentó y se estiró. Miró más allá del estanque
hacia los árboles.

—Apenas hay un árbol en todo este bosque que no tenga un cartel de se busca
pegado en él —dijo, sus ojos estrechados—. Es como si cada hombre y su perro
fueran ladrones en estos días. Mujeres y niños, también. ¿Puedes creerlo?
Realmente odio a los ladrones. No son más que un puñado de gente baja sin una
pizca de honor.

—No me puedo imaginar jamás estar lo suficientemente desesperada como


para robar —dije. Entonces, repentinamente horrorizada, me volví hacia él y
agregué—: No quise decir ninguna ofensa por eso, Peter. Ya sabes, tu tío…

Cuando Peter había sido un niño pequeño, su tío favorito había sido un
carterista experto. Su tío le enseñó a Peter cómo hacerlo, y a veces, por diversión,
Peter sacaba algo de sus padres o hermanos, o incluso de mis bolsillos. Por
supuesto, siempre devolvía lo que hubiera tomado; y yo, por mi parte, nunca
podía imaginar cómo o cuándo me había robado.

En cuanto a su tío, con el tiempo, buscó mayores desafíos, y comenzó a robar


carruajes en el bosque. Nunca olvidaré el día en que Peter y yo vimos el cartel
con un boceto de su propio tío, un bandido buscado. Con la decepción grabada
en su rostro, Peter lanzó piedras en el estanque hasta que sus brazos dolieron.
Peter nunca volvió a ver ni a oír hablar de su tío favorito. Nunca vimos otro de
sus carteles de se busca, tampoco. Solo podíamos adivinar que había sido
capturado y entregado por el rescate, y fue destinado a pasar el resto de sus días
encerrado en la mazmorra del castillo real.

—Ha conseguido lo que estaba buscando —dijo Peter, sacudiendo la cabeza.


Y así, su casi seco cabello reflejó su típico despeinado.

Miré hacia los árboles, las nubes y el cielo, y mientras mi mente vagaba, sentí
su cálida mirada en mi rostro. ¿Qué ve Peter en mí?, me preguntaba. En sus ojos,
¿seguía siendo esa gigantesca niña de seis años?

—Pareces… —Empezó a decir, y luego tragó saliva.

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Sonreí mientras esperaba a que dijera que me veía bella o refrescada, o aunque
habría sido un poco un trabalenguas, como con la chica que estaba destinado a
tener el primer baile en el Baile-No-Me-Olvides.

Toda la noción de un baile era bastante tonta. No era como si tuviéramos ropa
o comida suntuosa, mucho menos un salón de baile. Sin embargo, era una
tradición milenaria para nuestra aldea. Nombrada así por las flores No me
olvides que crecían en los bordes del bosque, se suponía que ayudaría a todos a
recordar su infancia cuando llegaban a la vida adulta.

Honestamente, realmente no me importaba ir al baile, y el verano pasado,


Peter y yo habíamos acordado pasar la noche en nuestro estanque de natación en
su lugar. Pero a veces, cuando menos lo esperaba, un ensueño sobre bailar con
Peter en el baile de No-Me-Olvides aparecía en mi cabeza.

—Pareces una rata ahogada sentada en un hongo gigante —dijo Peter.

Tomó un momento que comprendiera sus palabras. Aunque no era el


cumplido que había esperado, su descripción probablemente estaba en lo
correcto.

—¡De verdad, Peter! —Crucé mis brazos sobre mi pecho—. Seguro que sabes
cómo hacer que una chica se sienta especial.
Tirando del borde de mis enaguas blancas y ondulantes, Peter me acercó. La
chispa en sus ojos se suavizó.

—La rata ahogada más linda en un hongo gigante que he visto.

Me reí, a pesar de mí.

—Vaya, gracias. Creo.

26
Capítulo 3

27
—¿Dónde has estado? —preguntó abue cuando entré por la puerta, y la
sonrisa que había en mi rostro desapareció instantáneamente. Dejó el tejido y
dijo—: Bueno, niña. Estás hecha un desastre, toda empapada.

—Hacer todas las entregas y vender tus mercancías de puerta en puerta me


hizo sentir acalorada y cansada, así que me di un rápido chapuzón en el estanque.

Saqué una ramita de mi cabello mientras me dirigía a la cocina y puse la


canasta en la encimera.

—Deberías haber nacido con branquias —dijo—. Cuando tenías tres años,
saltaste al estanque sin pensarlo dos veces. Me diste un susto de muerte, así que
me tiré detrás de ti. Ni siquiera pensé en quitarme las botas, y mucho menos en
las gafas.

—Lo sé, abue. Me has contado esa historia cien veces. Quizás mil. Aquí tienes.

Dejé caer las propinas que había recibido en su palma.

—¿Para qué es esto?


—Las galletas y los muffins extra —dije, una pequeña mentira inocente. Ella
se quedó mirando el dinero.

—¿Así que nadie compró los pasteles?

—Hoy no. Tal vez mañana. Sonreí alentándola y tomé un respiro, tratando de
abordar el tema de la fiesta de cumpleaños de Peter. Tuve la sensación
deprimente de que abue no me permitiría salir esa noche. Primero, era una fiesta
para Peter, y no era un secreto que ella no confiaba en él para nada. Y lo más
importante, estaba cerca de Wolfstime.

A pesar de que la luna de esa noche no estaría completamente llena, la


paranoia de abue crecía con cada Wolfstime sucesivo.

“La manada está creciendo”, había dicho en la última reunión de la ciudad.

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“Cuantos más lobos vagan por el bosque, más necesitan comer. Más cazan.
Alguna vez en un futuro cercano, la luna llena no significará nada. Van a cazar
todas las noches, incluso las más oscuras. Recuerden mis palabras…”.

Abue había hablado con una gran convicción esa noche, y mis mejillas se
habían sonrojado cuando los aldeanos se empujaban unos a otros y se reían a su
espalda. Me había avergonzado, y en vez de estar a su lado, me había salido a la
fuente y me había perdido soñando en los lugares a los que algún día viajaría.

Peter me había invitado a su fiesta hacía tres días. Desde entonces, había sido
la charla del patio de la escuela. Éramos como un montón de ardillas, ansiosos
por salir después de un invierno especialmente largo. Había ido con la multitud,
diciendo cosas como: "Por supuesto que estaré allí. No se me ocurriría
perdérmela”.

Violet me había señalado. “No seas ridícula, Red. Tu abuela nunca te dará
permiso”.

Todos se habían empujado unos a otros y se reían a mis espaldas, haciéndome


sentir como abue debió sentirse en la última reunión de la ciudad. Violet tenía
ese tipo de efecto en la gente. Probablemente era la chica más bonita de todo el
pueblo, y también era inteligente. La gente la escuchaba, la seguía y la adulaba.
Si algo importante o emocionante estaba sucediendo, siempre estaba ella en el
medio. Ella nunca fue invisible.
Había enderezado los hombros. “¿No me has oído, Violet? Dije que estaré allí,
y lo haré”.

Desde entonces, me había aferrado a la más mínima pizca de esperanza de que


algo se apoderaría de mi abue y me concedería permiso. Había oído hablar de
hadas madrinas que aparecían en el aire y hacían realidad los sueños de las niñas.
¡Quizás fuera mi noche! En un último acto de desesperación, cerré los ojos y
respiré hondo...

Sin embargo, no sucedió nada.

Por supuesto que no. Sólo necesitaba admitir que Violet tenía razón. No
importaba las buenas maneras que usara para preguntarle, o lo maravilloso que
se lo presentara, mi abue no iba a dejarme salir esta noche. Me quedaría encerrada
en casa. Podría haberme encerrado con el tío de Peter en la mazmorra del castillo

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real.

—He hecho demasiado glaseado hoy —dijo la abuelita de repente. Señaló un


tazón junto al fregadero, cubierto con un paño a cuadros—. Y he estado
horneando mucho más de lo habitual; me he quedado sin espacio.

Sacudió la cabeza tristemente mientras miraba bajo la servilleta en el recipiente


lleno de masa esponjosa y blanca como la nieve.

—Está perfecto.

Abue estaba preocupada.

—Pero es lo que hay. De todos modos, si pudieras hacer algo con él. Tíralo, o
mejor aún, dale de comer a los cerdos del agricultor Thompson.

—Sí, abue —respondí mientras recogía un poco con un dedo y lo metía en mi


boca y su deliciosa dulzura inundaba mi lengua, tratando de no sonreír. Yo sabía
lo que mi abue estaba haciendo en realidad, y estaba más que agradecida. Ella
dio media vuelta y me dejó sola con el pastel de cumpleaños de Peter. Tarareé
mientras arrancaba las viejas cosas grumosas y las reemplazaba con su delicioso
glaseado, cuidando de no acercarme demasiado a los bordes entre las capas,
como me había enseñado. Por último, di un paso atrás y admiré el resultado. ¡A
Peter le encantará! No podía esperar para dárselo esa noche.

El pastel era una señal.


Cuando pasé por la sala de estar, donde abue había vuelto a tejer, hice una
última tentativa.

—¿Abue? —Comencé a preguntar.

—¿Hmmm?

No pude hacerlo. No pude pedirle permiso y arriesgarme a que me dijera que


no y me encerrara de forma más estricta de lo normal. La única forma en que
podía ir a la hoguera de Peter, la única manera de pasar más tiempo con Peter en
su cumpleaños y darle el pastel y demostrar que Violet estaba equivocada, era
escabullirse esta noche.

—Voy a asearme ahora mismo.

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—Muy bien, pero no te entretengas. Tenemos que preparar la casa.

—Lo sé, lo sé. —Me hubiera gustado remojarme en la bañera, pero sabía que
abue estaba esperando. Nunca había sido paciente. Así que simplemente me
cambié de ropa, teniendo mucho cuidado en cepillarme el cabello. Que parecía
una rata ahogada después de haber estado nadando antes, quería que Peter me
viera lo mejor que pudiera en su fiesta. A veces, mientras los muchachos y yo nos
divertíamos con el tiro con arco o la natación, mencionaban que otras chicas de
la escuela, en particular Violet, Florencia y Beatrice, eran hermosas y olían a
madreselva. Me preguntaba si Peter alguna vez había dicho que yo era guapa u
olía a algo dulce.

Me incliné acercándome más a mi reflejo. Parecía que algo no estaba bien.


Faltaba algo. Jadeando, deslice mis dedos a lo largo de mi clavícula, por si acaso
realmente estuviera allí y el espejo me estaba engañando. No hubo suerte.

—¡Oh, no! —exclamé. Me dejé caer de rodillas, buscando en el suelo entre mis
ropas desechadas el collar de la cruz de oro de mi madre.

—¿Qué estás haciendo que tardas tanto, niña? —llamó abue desde la sala de
estar.

Traté de calmarme, respirando lentamente inspirando y espirando, como la


voz en mis sueños de Wolfstime me dijo que hiciera. El último recuerdo que tenía
de mi preciada herencia era justo antes de que saltara al estanque esa tarde con
Peter. ¡Se me debe haber caído! Podría estar en el agua o entre las rocas o en la
orilla... o en cualquier lugar en donde había vagado desde entonces. ¿Era tonta
por creer que volvería a verlo alguna vez, cuando era como buscar una aguja en
un pajar? Tal vez si pudiera escabullirme fuera de la casa lo suficientemente
temprano, podría acercarme al estanque cuando me dirigiera a la hoguera, antes
de que oscureciera. De lo contrario, tendría que esperar hasta mañana para
empezar a buscar el collar perdido

—Ven, abue. —Con el corazón oprimido, me apresuré a ir a la ventana de mi


dormitorio. Había una ardilla gris escuálida en cuclillas en una rama afuera—.
Bueno, hola —le saludé. —Olfateó el aire y luego se escabulló por el árbol y se
escondió en los rosales—. No tienes por qué ser grosera —le advertí antes de
cerrar las persianas.

Después de que abue se quedó dormida esa noche, con la ayuda de un poco

31
de polvo de adormidera que había encontrado en la cocina dentro de su sidra,
planeaba salir por la ventana e ir a la fiesta de Peter. Mi manto rojo me protegería
si algún lobo estuviera al acecho. Cogí mi capa del poste de la cama y la envolví
alrededor de mi cuerpo, el abrazo de la prenda mágica me hizo sentir
instantáneamente completamente segura.

Noviembre, tres años y medio antes

—¡Entra aquí, jovencita! Ahora. —No estaba segura de cuántas veces había
gritado llamándome porque yo había estado asomándome, inclinándome hacia
atrás lo más lejos posible sin llegar a caer, esperando ver una estrella fugaz. Sabía
que recibiría un deseo cuando soplara mis velas de cumpleaños, pero tenía uno
muy importante que pedir este año, y desear dos cosas siempre era mejor que
una sola. Al menos eso es lo que pensé. Si hubiera podido encontrar un genio,
también habría pedido los tres deseos.

—Un minuto más, abue —supliqué—. Te prometo que iré muy pronto. No he
acabado aquí, eso es todo. —Vamos, estrella fugaz, ¿dónde estás? ¿Dónde, oh dónde,
estás?

—Oh, ya has terminado, jovencita. —Abue me agarró por el hombro y me hizo


pasar por la puerta de atrás, mientras murmuraba sobre cómo cualquier chica en
su sano juicio podía pasar tantas horas columpiándose en una cuerda que era
más vieja que ella—. Ahora, siéntate aquí. Ya vuelvo. Dije, siéntate. —Me dejé caer
en el sofá, cruzando mis brazos sobre mi pecho.

Ella desapareció en la cocina, apagando las velas sobre la repisa de la chimenea


y la mesa. Parecía que le estaba costando demasiado tiempo. El viento aullaba
fuera de las ventanas y las ramas de los árboles arañaban el techo. Parecía como
si algo espantoso tratara de entrar.

—¿Abue? —llamé, con mi voz temblorosa en la oscuridad.

Finalmente, regresó, su rostro resplandecía con las trece velas que iluminaban
mi pastel de cumpleaños. Sonreí, sintiéndome tonta por haber dejado que el
miedo me embargara.

—Pide un deseo, niña —dijo abue. El pastel era tan blanco como la nieve, tan

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perfecto que apenas parecía real. Dudaba que incluso una princesa tuviera un
pastel de cumpleaños tan bonito como el mío.

Cerré los ojos y respiré hondo, probablemente lo más profundo que lo había
hecho nunca. Entonces miré por un ojo, sólo para asegurarme de que las llamas
todavía estaban justo delante de mis labios.

¡Ojalá pudiera dejar este pueblo para encontrar mi final feliz!

Y soplé las velas con todo el aire de mis pulmones, y se fueron apagando, una
por una. Satisfecha, aplaudí. Casi podía sentir el deseo cumpliéndose, y una parte
de mí quería correr hasta mi habitación y contar las monedas que había estado
recogiendo en mi caja secreta: Mi "Fondo de Aventuras".

—Bien hecho. Ahora tu regalo —dijo abue. Encendió las velas de alrededor y
me dio una gran caja, perfectamente cuadrada, envuelta en papel dorado muy
elegante y una cinta roja de seda. Jadeé.

—Es precioso.

—Bueno, definitivamente lo es —admitió abue—. Ahora tienes trece años.


Eres prácticamente una mujer. Vamos, ábrelo ya.

Al principio, me tomé mi tiempo, no queriendo rasgar el papel. Pero tardaba


demasiado, y me moría de ganas de ver qué regalo maravilloso había comprado
mi abue para mí. No estaba segura de lo que era, incluso mientras miraba en la
caja abierta.

Todo lo que pude ver era rojo.

Saqué mi regalo y lo sostuve con los brazos extendidos. La capa con capucha
estaba hecha de un rico tejido rojo, un encantador brocado en el exterior y forrado
en exquisito terciopelo. Me puse de pie y me la probé, adorando cómo la capucha
cubría mis trenzas y la capa fluía hasta el suelo tan regiamente. No podía esperar
a llevarla a la escuela; sabía que sería la envidia de todas las otras chicas.

—¿Te gusta? —preguntó abue.

Giré, admirando cómo flotaba en el aire y luego, en cuanto me detuve, aterrizó


muy suavemente alrededor de mis tobillos. Se sentía como alas y besos de

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mariposa a la vez.

—Oh, abue. ¡Es maravillosa!

Ella asintió.

—No es una capa común. Ahora, siéntate y te contaré todo. —Cuando dejé de
girar y me senté a su lado, continuó—. En primer lugar, el color rojo repele a los
lobos. Además, un mago del lugar le hizo un hechizo mágico. ¿Ves aquí?

En el fondo de la capa había un cuadrado de pergamino, y sobre él estaba


escrito en tinta azul medianoche:

LLEVANDO ESTA PRENDA, NO TEMA AL LOBO.

—¿El mago escribió esto? —pregunté.

—Por supuesto.

—Pero creí que dijiste que me mantuviera alejada de la magia. Que incluso
cuando se utiliza para el bien, puede cambiar a algo muy malo.

Ella asintió.

—Es cierto, pero en este caso, hice lo que tenía que hacer para mantenerte a
salvo. Esta capa mágica te protegerá de los lobos, querida. Debes llevarla siempre
en Wolfstime —dijo la abuela—. Prométemelo.
Envolví la capa con fuerza alrededor de mi cuerpo, temblando al pensar en los
lobos. Nunca conocí a mi abuelo o a mis tíos abuelos. No tenía recuerdos de mi
madre o de mi padre. De una forma u otra, los lobos eran la razón por la que
estaban muertos.

Sostuve la cruz de oro que había sido de mi madre entre mis dedos.

—Lo prometo.

Me estremecí al saber que pronto el bosque estaría en la cúspide de Wolfstime.


Mis dedos rozaron mi cuello, pero la cruz de oro no estaba allí para calmarme

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esta vez. Me puse mi capa tensa alrededor de mis hombros y fui a reunirme con
la abuela en la sala de estar.

—¿Con quién hablabas? —preguntó abue. Aunque sus huesos crujían y su piel
estaba arrugada, nunca dejaba de sorprenderme lo bien que funcionaban sus
oídos.

—Con una ardilla. Una ardilla muy desagradable.

—Ah. Y la gente dice que yo estoy loca —murmuró abue, sacudiendo la cabeza.
Abrí la boca para decirle que nadie pensaba que estuviera loca, lo que era, por
supuesto, una mentira, pero me cortó—. No hay tiempo para chácharas. Tenemos
trabajo que hacer. —La mirada seria que me lanzó me advirtió que no discutiera.

La ayudé a levantar los tablones y los calzó firmemente contra las puertas
delanteras y traseras. A continuación, me apresuré a recorrer la cabaña, cerrando
las persianas y las ventanas mientras ella apretaba el portón de hierro sobre la
chimenea. Se frotó el brazo derecho y se apoyó contra la pared para recuperar el
aliento. Odiaba verla tanto dolorida y tan agotada. Sería bueno para ella dormir bien
esa noche.

—Siéntate, abue —dije, guiándola hacia una silla—. Traeré una buena taza de
sidra para las dos.

—Sí, sí. Eso suena bien.


Cuando volví de la cocina, abue miraba fijamente a la puerta.

—Los cazadores van a salir esta noche, ¿sabes? ¡No son más que tontos, locos
idiotas! Piensan que pueden matar a los lobos. Alguien va a morir una de estas
noches, lo siento en mis huesos —dijo, frotándose el brazo derecho.

La última luna llena, el pueblo fue lo suficientemente desafortunado para


perder dos corderos y cinco pollos debido a los lobos. Pero abue recordó un
tiempo atrás, hacía ya mucho tiempo, en el que la gente paseaba por el pueblo,
concentrada en juegos o música o amor, y no prestaba atención a las advertencias.
No prestaban atención, eran arriesgados, bebían indulgentemente... y esas
meteduras de pata eran fatales. A la mañana siguiente, cuando el sol brillaba
sacando a la luz la verdad, sus restos ensangrentados, destrozados y devorados
estaban esparcidos por las calles adoquinadas de la aldea. Para que todos los

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vieran, para que todos tuvieran miedo.

Algunas personas afirmaron que realmente nunca había sucedido; que la


historia había sido transmitida a través de generaciones para asustar a los niños
y hacerles permanecer en casa por la noche. Al igual que las historias de los
gigantes malvados que usaban los huesos de los niños para hurgar la comida de
sus dientes, o brujas que alimentaban a los niños y niñas con deliciosos dulces
para engordarles antes de comer su tierna carne. Sin embargo, la abuela contaba
esa historia con tanta pasión; que mi corazón se llenaba de miedo.

—Estaremos a salvo aquí —dijo abue. Cuando se dejó caer en el cómodo sofá
viejo, su mano hizo un gesto amplio alrededor de nosotros hacia la estantería
desordenada y la chimenea de piedra llena de hollín, la alfombra de retales que
había tejido ella misma, las cortinas de guinga1, y finalmente, dio una palmadita
en el espacio a su lado en el sofá que nunca había visto completamente, ya que
había estado cubierto con un edredón gastado de calicó 2 durante tanto tiempo
como podía recordar.

Era el mismo sofá en el que mi madre se debía haber sentado todos los días
cuando estaba viva. Tal vez mi padre se había sentado en él cuando le había
pedido a abue su bendición para casarse con mi madre. Coloqué las tazas de sidra

1 Especie de tejido de algodón.


2 Tejido de algodón muy fino.
sobre la mesa, con cuidado de poner la que tenía una pizca de polvo de amapola
junto a ella.

—Sólo podemos esperar que los lobos se llenen de ganado y pollos y dejen a
los cazadores estar. —Negó con la cabeza, y un poco de su cabello se soltó,
cayendo encima de sus hombros. Lo sujeté en su moño, como solía hacer ella
cuando era más joven. Ahora el gesto parecía incomodar a abue. La expresión en
su rostro, era como si quisiera decirme algo importante pero no pudiera hablar
de ello, me recordó todas las veces que le había rogado que me dijera cómo
habían muerto mis padres.

Las historias que los aldeanos contaron nunca parecieron tener sentido.
Algunos dijeron que habían sido asesinados por lobos. Otros dijeron que mis
padres se despertaron una mañana y decidieron empacar y mudarse a otra aldea,

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lejos, muy lejos. Pero, ¿por qué habrían dejado a su hija? Había sido demasiado
pequeña para haber supuesto algún problema aún. Si tuviera una hija, aunque
fuera una granuja, jamás huiría sin ella. Me negaba a creer que aquello acerca de
mi propia madre y padre pudiera ser cierto.

Cuando yo tenía diez años, abue finalmente cedió a mis preguntas implacables
y me dijo lo que realmente había sucedido. Los cazadores confundieron a mis
padres con lobos en el bosque y los mataron. Inmediatamente odié a los
cazadores y exigí saber sus nombres para poder vengarme tan pronto como fuera
lo suficientemente mayor. Abue me hizo calmarme, insistiendo en que no era
culpa de los cazadores; sólo trataban de proteger el pueblo.

La noche antes de morir había sido una situación particularmente horripilante


en la que un lobo había matado a un pastor, por lo que los cazadores estaban
fuera de sí. Mis padres no debían haber estado corriendo por el pueblo —mucho
menos por el bosque— durante Wolfstime. Fueron imprudentes, me dijo abue.
Entre lágrimas, dije que apostaría a que habían muerto sosteniéndose las manos,
alcanzados por una sola flecha que atravesó sus dos corazones. Abue asintió y
dijo que estaba segura de que era así.

—Dame mi ballesta —dijo abue. Hice lo que me dijo, y luego bebimos nuestras
sidras en silencio, una quietud que sólo hacía que los tictacs del reloj del abuelo
parecieran letárgicos y el viento fuera sonara más furioso. Justo antes de quedarse
dormida, murmuró—: No te preocupes, pequeña. Estaremos a salvo. Estaremos
a salvo... aquí.

Abue había puesto una barricada en la puerta principal para mantener afuera
a los visitantes indeseados, y también para mantenerme encerrada dentro. Sin
embargo, no esta noche. Sólo me quedaría en la hoguera de Peter el tiempo
suficiente para darle el pastel y desearle un feliz cumpleaños, y luego me
apresuraría a regresar a casa. Con suerte, abue nunca sabría que me había ido.

Extendí una manta de lana sobre ella y me metí en la cocina. Mientras


cuidadosamente empacaba el pastel en mi canasta, se me ocurrió una idea:
¿Cómo le explicaría a abue que el pastel no estaba? Si ella durmiera hasta después
del canto del gallo mañana por la mañana, lo cual era totalmente posible con el
polvo de amapola, podría decirle que cambié de opinión acerca de dárselo a Peter

37
y alimenté con él a los cerdos del agricultor Thompson. No era el mejor plan, pero
era el único que se me ocurría, así que tendría que usarlo.

Después de tomar mi arco y el carcaj del escritorio de mi dormitorio, contando


con la flecha con punta de plata que Peter me había hecho, hice una pausa para
escuchar. Efectivamente, los ronquidos de abue retumbaban por toda la cabaña.
Conteniendo la respiración, abrí las contraventanas y balanceé mi cesto sobre los
rosales debajo de mi ventana mientras me escapaba. Tan pronto como mis botas
golpearon la tierra, la ardilla siseó y sacudió sus bigotes. Luego se alejó corriendo
y desapareció en el seto, como antes.

El viento soplaba, y las hojas susurraban y se agitaban, recordándome las


ondulaciones en el estanque cuando había saltado desde la roca. Si pudiera
volver en el tiempo, nunca habría saltado. Había sido un lanzamiento
maravilloso, pero no había valido la pena perder mi cruz de oro. A medida que
el sol se sumergía en el cielo más occidental, sabía que tendría que esperar hasta
la mañana para buscarla.

Caminé a través del bosque, preguntándome si mi madre se habría escapado


de la cabaña mientras abue dormía. Sospeché que lo habría hecho. ¿De qué otra
manera habría sido capaz de hacer y mantener a los amigos más fascinantes? ¿De
qué otra manera habría podido buscar la aventura en cada rincón? Y ahora yo
estaba en mi propia aventura; se sentía bien ser tan audaz, tan libre.
Capítulo 4

38
Enero, hace cinco años

La tormenta de nieve finalmente disminuyó, y abue me dijo que me abrigara;


íbamos a salir. Fui a buscar la bufanda de color rosa y los mitones a juego que me
había tejido por Navidad y el arco y las flechas, nunca salía de casa sin ellos. A
pesar de que mis botas se hundían en el polvo blanco esponjoso con cada paso,
rápidamente la alcancé. Petirrojos se deslizaban por encima de nuestras cabezas,
y ardillas transportaban bellotas de un árbol a otro.

Desesperadamente quería parar y construir un muñeco de nieve, pero abue


sostuvo en alto una hoja de papel y dijo:

—Divertirse en la nieve no está en la lista. —Contuve mi decepción y anduve


con paso lento hacia adelante, hipnotizada por el azulejo en cielo y la forma en
que la nieve brillaba como diamantes—. Lo primero en la lista: El taller del
herrero para conseguir una docena de puntas de flecha —dijo abue, y de repente
estaba contenta de ser incluida en esta misión. Peter probablemente estaría
ocupado, pero tal vez él podría tomar un breve descanso.

Mientras abue regateaba con el padre de Peter, esperé en una mesa en el


porche de su casa. La mesa había sido limpiada de nieve, y un pequeño abeto en
una maceta servía como un centro de mesa. Me preguntaba si tomaban sus
comidas al aire libre, incluso en el invierno. La familia de Peter tenía cuatro niños,
aunque su casa era más pequeña que la nuestra. Me di cuenta que hacía más fácil
mantenerla ordenada y cálida. Me gustaba que tuviera tantas ventanas, y que
pudiera ver claramente el molino de viento desde su porche.

De la nada, me lanzaron algo al brazo. Instintivamente, me puse de pie y


alcancé mi arco.

Pero luego me relajé. Fue sólo una bola de nieve. Sacudiéndome el polvo, dije
en voz alta:

—¡Muéstrate! ¿O eres muy gallina?

Hubo un silbido agudo, seguido por las pisadas fuertes de botas.

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Deteniéndome sólo el tiempo suficiente para recoger un puñado de nieve, fui
detrás de quienquiera que fuera, en dirección a la tienda del herrero detrás de la
cabaña. Peter estaba en la parte trasera de la habitación, trabajando.

—Admitiré que eres rápido, ¿pero realmente creíste que conseguirías alejarte
de mí, Peter? —Le lancé mi bola de nieve, golpeándolo directamente en la nariz.

Mi perfecta puntería debe haberlo dejado sin palabras. Se me quedó mirando,


el puñado de nieve deslizándose por su rostro y en su gran delantal negro, su
martillo congelado a mitad de un golpe sobre el yunque.

— Hola —dijo, por fin—. Me alegro de verte.

Risitas surgieron de detrás de las balas de heno. Un momento después, un par


de niños pequeños se fueron del taller al patio cubierto de nieve. Me mordí el
labio y le di a mi compañero de clases un encogimiento de hombres torpe.

—Uhm, lo siento por eso. Pensé que me tiraste una bola de nieve —le expliqué,
sintiéndome estúpida.

Se rió y se limpió la nieve fundida de su barbilla.

—Te perdonaré. Pero sólo si haces algo por mí.

Arqueé mi ceja derecha, no demasiado interesada en deberle nada.

—Tráeme ese cubo lleno de chatarra.


Hice lo que me pidió, agradecida de que su favor fuera tan simple. Pesado,
pero simple.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté.

—Terminé de ayudarle a papá con sus pedidos de la semana. Ahora tengo la


oportunidad de hacer algo para mí. O, tal vez, para otra persona. Y sé
exactamente qué. —Curvó su boca en una casi sonrisa, y me sentí sonriéndole en
respuesta.

Salté sobre una paca de heno y vi a Peter trabajar. En el horno, calentó el metal
a un brillante color amarillo-naranja. A continuación, lo colocó sobre un yunque
y lo golpeó repetidamente con un martillo, haciendo saltar chispas. Para un niño
escuálido, ¡seguro que podía golpear! Silbaba mientras trabajaba. No reconocía
la melodía, pero era una feliz.

40
—¿Sabes la mejor cosa de ser un herrero? —preguntó.

—¿Llegar a jugar con fuego? —supuse.

—Ah, sí. Esa es una buena. Pero mi favorita es ver potencial en algo que la
mayoría de la gente no lo haría. Como estas sobras. Sólo un montón de trastos
viejos a los ojos de la mayoría de la gente. Con un poco de magia de herrería,
puede convertirse en algo hermoso.

—Entonces, ¿qué es? —pregunté, incapaz de ocultar mi curiosidad por más


tiempo—. ¿Qué estás haciendo?

—¿Qué es eso que siempre está diciendo la señorita Landon? —me recordó.

—¿Quién puso esta rana en mi escritorio? —dije, haciendo mi mejor imitación


de nuestra profesora cascarrabias.

Peter se rió entre dientes.

—Bueno, ella ha estado diciendo eso bastante, desde que mis hermanos
pequeños empezaron la escuela. Sin embargo, la respuesta correcta es: “La
paciencia es una virtud”. —Una vez que el metal se enfrió a una tonalidad gris
oscuro, agarró una lima de la pared y lo pasó a través de su creación. Luego se
volvió de espaldas a mí y dijo—: Lo siento, pero no puedes ver esta parte. Es un
secreto de familia. La magia de herrería trabajando.
Si abue hubiera estado aquí, habría dicho que era un montón de tonterías. Sin
embargo, no quería sonar como una vieja mujer cascarrabias, por lo que sólo
crucé mis brazos sobre mi pecho y traté de actuar distante.

—Muy bien, pero, para ser perfectamente honesta, me estoy aburriendo


bastante esperando. Además, mi abue probablemente me está buscando. —Sabía
que si eso fuera cierto, me habría encontrado para entonces. Cuando se trataba
de rastrearme, abue tenía una extraña habilidad para ello.

Se dio la vuelta y me presentó su creación. Era una punta de flecha.

—Para ti —dijo—. ¿Bien? ¿Qué piensas? ¿Te gusta?

—Sí. Gracias, Peter. —Salí y la admiré a la luz del sol. Era extra larga y afilada,
con una punta de plata, como las que usaba abue. La añadiría a mi aljaba y la

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guardaría para una ocasión especial.

Cuando entré en el claro, estuve contenta de ver que les había ganado a todos
los demás en la fiesta de Peter. La imagen del rostro contento de Peter mantiene
mi ánimo en alto mientras dispongo el pastel en un tocón de árbol y envuelvo
una guirnalda de flores silvestres alrededor de su base.

Hasta el momento, la noche estaba saliendo como estaba prevista. Por lo que
sabía, abue dormía profundamente en su casa, y, gracias al polvo de amapola, sin
enterarse de que me escapé. Y aunque el pastel había acabado en una forma
extraña después de viajar a través del bosque en mi cesta, todavía estaba en una
sola pieza. Intenté mantener estas cosas felices en mente, pero mientras estaba
sentada en una roca y resolvía los problemas de enredos en mi cabello por el
viento, mi vientre se retorció.

¿Y si abue se despierta y encuentra que me fui?

¿Y si Peter aborrece el pastel?

¿Qué pasa si nadie viene a esta fiesta, y todos me mintieron y me escapé furtivamente
para absolutamente nada?
Mis pensamientos fueron interrumpidos por los gritos de Violet, Florence, y
Beatrice. Mientras desfilaban en el claro en sus vestidos bonitos y rizos mullidos,
forcé una sonrisa. Lástima que los primeros invitados no podrían haber sido
alguien, cualquiera, más.

—Miren quién está aquí, queridas —dijo Violet—. Dios mío, Red, ¿cuánto
tiempo has estado aquí sola? Las hogueras no comienzan hasta el anochecer. ¿No
sabías eso? —La diversión en sus ojos marrones se duplicó cuando vio el pastel.
Se acercó y la rodeó como un buitre—. ¿Qué se supone que es eso?

—Es un pastel de cumpleaños —respondí—. Para Peter. Bueno, por supuesto


que es para Peter —me corregí torpemente—. Dudo que alguien esté celebrando
su decimoséptimo cumpleaños aquí en el bosque esta misma noche.

Un resoplido salió de la nariz puntiaguda de Florence.

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—¿Trajiste un pastel? ¿Qué eres, su madre?

—Oh, silencio, Florence. Creo que es dulce —dijo Beatrice, y le lancé una
pequeña sonrisa para darle las gracias.

Sin embargo, todo mi agradecimiento desapareció cuando añadió:

—¿Te gusta el hijo del herrero, Red?

—¿Qué, a mí? Yo... —Mis mejillas se sentían tan calientes, estaba segura que
se habían vuelto del color de mi capa. Me quedé mirando mis botas—. Sólo somos
amigos, eso es todo. Amigos.

—No te culparía —me dijo Beatrice al oído—. Creo que es el chico más guapo
de todo el pueblo.

—Entonces, ¿qué pasó con el pastel, Red? —preguntó Violet, arrastrando


nuestros ojos de nuevo a mi pastel expuesto—. ¿Cayó de tu canasta de camino
hacia aquí?

Florence añadió:

—¿Y estuvo bajo la lluvia? ¿Y lo pisoteó un oso? ¿Y se hizo papilla…?

—Es suficiente, Florence. Captamos el punto —dijo Violet, golpeando la


espalda de Florence. La siguiente cosa que supe, Florence estaba cayendo. Como
en cámara lenta, sus rizos rojos se extendieron y sus brazos volaron en el aire.
Ella levantó las manos para amortiguar la caída, que la envió a golpear la
ubicación exacta en el centro del pastel. Observé impotente y sin decir nada
mientras golpeaba el pastel como un martillo a una calabaza.

—¡Oh, cielos! Puedo ser tan torpe. ¡Mira lo que he hecho! —Florence lamió
casualmente el pastel de sus manos. Le di la espalda para que no vieran mis
mejillas ardiendo, pero oí a la esbelta pelirroja toser, escupir y hacer un
berrinche—. Siento ser la portadora de malas noticias, Red, ¿pero este pastel
tuyo? Es aún más horrible que la sopa de piedras que obligan en nuestras
gargantas en la escuela.

Apreté mis puños y me volví para enfrentar a Violet.

—Lo has hecho a propósito.

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—Es muy desafortunado, pero nada que lamentar. —Violet juntó las partes de
la torta y untó el glaseado sobre las grietas con sus dedos—. ¿Ves? Como nuevo.
Y no te preocupes, Red. Tan seguro como eres la nieta de la viuda de Lucas, estoy
segura de que está delicioso. —Levantó su mano como si fuera a lamer el
glaseado y luego lo limpió en mi capa.

El sonido de su risa picó como pequeñas flechas apuñalándome detrás de mis


ojos. Parpadeé para contener las lágrimas.

—Oh, bueno. Los otros están llegando. Quién sabe, quizás esta fiesta
finalmente mejorará y llegará a ser digna de nuestra presencia —dijo Violet—.
Vamos, chicas. Hemos perdido tiempo suficiente con Red. —Violet giró sobre sus
talones, y Beatrice y Florence la siguieron hasta el centro del claro, donde algunos
chicos de la escuela habían comenzado encender la hoguera y las antorchas.

En cualquier momento, estaría oscuro. En cualquier momento, Peter estará aquí.


Su sonrisa encantadora me ayudaría a olvidar a Violet y sus amigas. Claro que él
vería el pastel maltratado y se preguntaría qué había sucedido. ¿Qué podría
decir? ¿La verdad, que Violet y sus amigas lo rompieron, y yo ni siquiera hice
nada al respecto? No quería confesar que era una cobarde, especialmente a Peter.

Tenía que deshacerme del maldito pastel. Recogí y barrí la masa pegajosa y
quebradiza en mi canasta y la metí en el bosque. Asomándome desde detrás de
un árbol de vez en cuando, esperé en silencio por un tiro claro a la hoguera.
En el momento en que vi a Peter, mi corazón dio un vuelco. Llevaba una
camisa blanca y limpia, y aunque sus pantalones eran un poco cortos, sabía que
eran los más elegantes. Pero entonces, Violet y las otras chicas lo rodearon. Las
palabras de Beatrice volvieron a mí, y me pregunté cuántas chicas pensaban que
Peter era el más guapo del pueblo.

¿Era yo una de esas chicas?

Poco después, Peter fue aspirado en el grueso de un revoltijo de cuerpos, y lo


perdí de vista por completo. Me acordé de por qué yo estaba escondida en los
árboles, y cuando me sentí bastante segura de que nadie estaba mirando, hice
una carrera para ello. Abrí la cesta y la vacié en las llamas. Con un whoosh y un
destello, el pastel que me había llevado horas hacer se derritió en las llamas, como
si nunca hubiera existido. Se esfumó y desapareció, como si nada. Un nudo se

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alojó en mi garganta y tragué. ¿Qué estaba mal conmigo? ¡Era sólo un estúpido
pastel, por amor de Dios!

Salí corriendo de vuelta a mi escondite para recoger mi sentido común. Violet


obsequiaba al grupo con una de sus historias favoritas de la vez cuando una
gitana miró en una bola de cristal y previó que era el destino de Violet vivir en
un castillo de la realeza. La forma en que todo el mundo parecía colgar de cada
palabra, actuando como si no la hubieran oído contar la misma historia cincuenta
veces, me molestaba y me sorprendía. Tenía toda la intención de hacer una
carrera loca a casa, pero entonces oí la voz de Peter:

—Siento interrumpir tu fascinante historia, Violet, pero ¿alguno de ustedes ha


visto a Red?

—¿Quién? —preguntó Violet.

—Red —repitió—. Me dijo que iba a venir, pero no la he visto.

Cuando me asomé por detrás del árbol, vi a Violet ahuecar sus rizos de ébano.

—Realmente no estoy segura si la he visto, o no. Es bastante fácil de olvidar,


¿no te parece?

Apreté mis puños, deseando tanto disparar una flecha lo suficientemente cerca
para rozar su estúpido cabello perfecto.
Peter paseó tranquilamente y le preguntó a algunos otros, pero sacudieron sus
cabezas para decir no.

—Ella estuvo aquí antes. —Beatrice elevó la voz—. ¿No te acuerdas, Violet?
Horneó ese horrible pastel que estaba justo... —se acercó al tocón de árbol que
había utilizado como una mesa—... ¿aquí? —Los ojos de Beatrice se
desorbitaron—. Desapareció. ¡Y ella también!

—Oh, Beatrice. No preocupes a tu hermosa cabecita por Red. Apostaría a que


a le dio hambre, engulló hasta la última migaja de su pastel, y corrió todo el
camino a casa de su abuelita con un terrible dolor de panza. —Violet puso sus
manos en su pequeño estómago encorsetado y frunció el ceño.

—Espera. ¿Me estás diciendo que Red horneó un pastel? —preguntó Peter,
sonando sorprendido y, me atrevería a decir, encantado—. ¿Para mí?

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Beatrice se encogió de hombros y dijo:

—Supongo. Para tu cumpleaños. Pero como dije, era horrible, así que tienes
suerte de que desapareciera.

—Y todos tenemos de suerte de que Red desapareció —agregó Florence.

Eso es todo. Ya era suficiente. Empujé mis hombros hacia atrás y mantuve mi
barbilla en alto, preparándome para marchar directamente hacia Violet y su
brigada y hacer que se coman sus malignas palabras.

Entonces, en algún lugar en la distancia, un lobo solitario aulló. Mi sangre se


heló. Cada pedazo de coraje al instante se filtró fuera de mí. Reducida a un
montículo de escalofríos, era todo lo que podía hacer para resguardarme contra
el árbol y acomodar mi capa ceñidamente alrededor de mi cuerpo. Arañé mi
cuello, inútilmente en busca de la cruz de oro. ¿La predicción de la abuela podría
hacerse realidad? ¿Los lobos ya estaban cazando esta noche?

Junto a la hoguera, Beatrice agitó sus brazos como una novata.

—¡Oh, piedad de mí! ¿Oyeron eso? ¿Qué pasa si los lobos atraparon a Red?

Los lobos no me harán daño, me dije. La capa con capucha me mantendrá a salvo.

—No seas tonta, Beatrice —amonestó Florence—. No es temporada de lobos


todavía.
—Pero oí un aullido de lobo —dijo Beatrice.

Violeta cruzó los brazos sobre su pecho y dijo:

—La abuela de Red tiene a todo el pueblo alterado, pero no podemos dejar de
vivir sólo porque tenemos miedo de algunos perros grandotes.

—Hablando de la abuela de Red, mi padrastro me dijo que la vieja bruja está


peticionando para hacer que el baile de No-Me-Olvides sea pospuesto
indefinidamente.

¿Qué? ¿Por qué no he oído nada acerca de esto? Ninguna cantidad de tragar
aliviaría mi boca y mi garganta seca. Para mi mortificación, el anuncio de
Florence había despabilado los oídos del resto de los asistentes a la fiesta. "¿Qué?"
y "¿Por qué?", preguntaron a la vez. Parecían tan sorprendidos como yo.

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—Ella dice que es demasiado peligroso tener a todos los jóvenes del pueblo en
un mismo lugar al mismo tiempo —explicó Florence—, en caso de que los lobos
decidan cazar esa noche y matar a cada uno de nosotros de una sola vez.

Si tan sólo abue me hubiera dicho que había estado presionando para
suspender el baile, podría haber tratado de meter algo de sentido en ella. Por otra
parte, ¿a quién engañaba al pensar que me haría caso, especialmente cuando se
trataba del tema de los lobos? Y ¿qué importaría de todos modos, si los lobos nos
agarrarían esta noche?

—Ese viejo murciélago loco no puede cancelar el baile —dijo Beatrice,


estampando su pie en el suelo—. La costurera Evans ha estado trabajando en mi
vestido durante semanas.

—El baile No-Me-Olvides se hará —dijo Violet con firmeza, y la multitud agitó
sus puños y antorchas en el aire y gritó en acuerdo—. Se ha celebrado durante la
Luna de la Flor3 por años, y la tradición no va a cambiar sólo por una vieja loca y
su nieta que ni siquiera se preocupa por el baile porque nadie querría bailar con
ella.

Desde mi refugio arbolado, vi el aumento de la hoguera, las llamas


disparándose hacia arriba al cielo nocturno. El pastel se había desvanecido tan

3Flower Moon. Es un nombre que le daban los nativos americanos a la fase de luna
llena en el mes de mayo, cuando la mayoría de las flores florecen y son abundantes.
fácilmente y por completo en ese fuego. Si sólo el resto de mis problemas
desaparecerían así. Cuando oí ramas quebrándose y tandas de maldiciones, me
di cuenta con creciente horror que mis problemas estaban a punto de empeorar
aún más.

—Jóvenes, ¿tienen deseos de morir? —dijo abue mientras marchaba hacia el


claro, blandiendo su fiel ballesta. Su cabello caía por sus hombros como
serpientes de plata, y bajo su chal, su camisón raído se agitaba en la brisa.

Oh no. Por favor. ¡No!

47
Capítulo 5

48
Jadeando, me levanté sobre los dedos de los pies para tener una mejor vista de
la escena de pesadilla que se desarrollaba ante mis ojos. ¿Por qué diablos está
aquí? ¿Cómo el polvo de amapola había perdido su potencia tan rápidamente?

—Viuda Lucas, qué sorpresa tan encantadora —dijo Violet, sonando menos
que complacida—. Estoy segura de que estoy hablando por todos nosotros
cuando digo que apreciamos su preocupación. Sin embargo, como estoy segura
de que puede ver... —señaló al cielo—... la luna no está llena. No es Wolfstime.

—Ya está suficientemente llena. Los lobos están fuera, y todos ustedes no son
más que sabrosos aperitivos ante sus ojos. Especialmente tú. —Brevemente
apuntó su arma a un niño regordete llamado Gregory Oliver—. ¡Estar aquí en el
bosque es una locura! Ahora, si saben lo que es bueno para ustedes, irán a casa y
se quedarán allí hasta el amanecer. Y se quedarán allí todas las noches toda la
semana, hasta que Wolfstime haya pasado. —Habiendo dicho su parte, abue bajó
su arma sólo un poco.

Exhalé aliviada, esperando que lo peor estuviera detrás de nosotros. Pero el


alivio, aunque leve, fue de corta duración, porque Florence dio un paso adelante
y dijo:
—Con todo respeto, viuda Lucas, tenemos todo el derecho de estar aquí.

Me encogí, sabiendo que, en cualquier momento, abue se lanzaría a una de sus


conferencias.

—Razón o no, no importa ni un poco cuando todos estén muertos y enterrados,


¡¿no crees?! —Abue giró, agitando su arco en el aire. ¿Qué está mal con ella? En
lugar de asustarse, casi todos se rieron y se empujaron unos a otros,
aparentemente pensando que su comportamiento era hilarante. Gregory cruzó
los ojos e hizo la pantomima de beber de una botella invisible.

Peter se acercó cautelosamente a ella.

—¿Señora? ¿Está buscando a su nieta?

Abue le apuntó con la flecha.

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—Tú. El chico del herrero. Tú eres la razón por la que están todos aquí,
poniendo sus vidas en peligro.

—Lo siento, pero Red no está aquí —dijo él, extendiendo la mano para mover
la flecha hacia un lado. Sin ellos mismos saberlo, si abue accionaba el gatillo en
ese momento y allí, me golpearía en el corazón. Me desvié, tratando de quedarme
en el claro mientras seguía viendo lo que estaba sucediendo.

—Ella estuvo aquí —dijo Violet encogiéndose de hombros—. Y luego se fue.


No tengo una bola de cristal o un espejo mágico a mano, pero si tuviera que
adivinar, diría que probablemente esté en lo profundo del bosque oscuro,
andando por ahí sola...

—Y escuché aullar a un lobo —añadió Beatrice.

La hoguera y las antorchas proyectaban sombras siniestras en el rostro de


abue. Empezó a caminar hacia los árboles, directamente hacia mí. Más bien, no
muy recta. Y ahí fue cuando me golpeó: El polvo de amapola todavía debe estar en su
sistema. Mi corazón se detuvo. No podía decidir si quedarme perfectamente
quieta y esperar en contra de la esperanza que pasara junto a mí, o huir.

—¡Viuda Lucas, espere! —gritó Peter mientras se alejaba tras ella.

—Peter, ¿adónde vas? Es tu fiesta de cumpleaños. ¡Deja que se vaya! —gritó


Violet. Una brisa pasó por delante de ella, haciendo que su cabello se ondulase
como si cada bucle enroscado tuviera vida propia. No podía estar segura, pero la
forma en que inclinó la cabeza y entrecerró los ojos, parecía que Violet me
vislumbraba. Luego, al instante siguiente, giró sobre sus talones y voló hacia la
hoguera, murmurando algo acerca de cómo los vejestorios debían dejar en paz
las botellas de licor.

Una vez que Peter alcanzó a abue, él igualó su paso.

—Te ayudaré a encontrar a tu nieta.

—No —dijo abue—. Sólo me ralentizarás. Serás de mayor ayuda consiguiendo


que esos tontos vuelvan a sus casas. Si los lobos cazan esta noche, toda la sangre
estará en tus manos. —Tomó la antorcha de él y lo dejó de pie en el claro con las
palmas hacia arriba y su hermoso rostro grabado con preocupación.

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En cuanto a mí, corrí por el sendero y esperé en un tronco caído cerca de la
carretera. Estaba a punto de volver por abue cuando apareció.

—Abue —dije suavemente.

Empujó la antorcha hacia mí y luego se dobló, jadeando.

—¿Por qué huiste así? El lobo aulló, y me despertó, y cuando fui a tu


habitación para asegurarme de que estabas bien, no estabas en ninguna parte...
Estoy tan cansada. Debo... descansar. —Se desplomó sin gracia sobre el tronco.

—Lo sé. Sólo... quería ir a la fiesta de Peter. Sabía que no lo permitirías.

—Maldita sea, no lo permitiría. Te lo he dicho un millón de veces. No puedes


salir cuando los lobos están cazando. ¿Quieres terminar como tu abuelo, o
cualquiera de mis seis hermanos? ¿Quieres terminar como tu padre? ¿Como tu
madre?

—No, por supuesto que no. —Parpadeé, tratando de no llorar.

—Entonces nuestra discusión terminó. —Arrebató la antorcha de mis manos


y comenzó a caminar hacia la cabaña. Una nube azul oscura flotó por encima y
más allá de la luna casi llena.

Esperé un momento o dos y luego corrí para alcanzarla.


—Pero abue, los lobos no me harán daño. No cuando estoy usando esto —dije,
sacudiendo la esquina de mi capucha roja para que ella viera—. ¿No es cierto?

Suspiró.

—Sí. Por supuesto. Aunque, cuando se trata de tu seguridad, debemos tomar


todas las precauciones posibles. No puedo dejar que te pase nada. No podría...
—soltó una profunda e irregular respiración—, vivir conmigo misma. —Resopló,
y estiré el cuello para ver si en realidad estaba llorando. Pero se dio la vuelta, así
que no podía decirlo—. Tus amigos deben estar de camino a sus casas.

—En realidad no son mis amigos —dije, suavemente alejándome de ella—.


Excepto por Peter.

—Bueno. Son idiotas. Todos ellos. Idiotas, digo.

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Cuando finalmente llegamos a casa, ayudé a abue a meterse en su cama. En el
momento en que su cabeza golpeó la almohada, cayó en un sueño profundo con
ronquidos. Parecía tan pequeña en su cama, como una niña pequeña. Le aparté
el cabello del rostro, le quité el sudor de la frente y acomodé sus botas y el chal
junto a la mecedora. No tenía idea de qué castigo me aguardaba por la mañana,
pero tenía la horrible sensación de que sería uno extraordinario.

Sin duda, Violet y sus amigas se asegurarían de que todo el mundo oyera la
historia de la intrusión furiosa de abue, cómo se tambaleó de un lado al otro en
el bosque en su camisón y amenazó a todos en la fiesta de Peter con una muerte
segura bajo los dientes de los lobos o a punta de su flecha… lo que ocurriera
primero.

Y esta vez, realmente no era culpa de abue. Era mía.

Un manto de oscuridad me cubre, y me esfuerzo para ver, oír, oler o sentir algo...
cualquier cosa. Finalmente, mis oídos recogen algo. Es la voz misteriosa a la que me he
familiarizado:

—Ven.
Sigo ciegamente a la voz, sintiendo una ráfaga de aire frío en mi piel. El viento sopla
más fuerte, y ahora estoy corriendo. Cuanto más terreno cubro, más puedo distinguir las
formas de los árboles iluminados por destellos de luz. Se convierte en un juego… correr
más rápido, ver más. Me sorprende lo rápido que me estoy moviendo.

Pequeñas criaturas del bosque… ardillas, ratones, conejos y zorros… corren conmigo.
O al menos creo que lo hacen. Pero un instante después, me doy cuenta de que no están
corriendo conmigo en absoluto. Se están dispersando a mis pies, huyendo de mí,
escondiéndose lo mejor que pueden. Siento su pánico golpeando sin piedad mi corazón.
Un búho gigante chilla mientras se dispara hacia el cielo nocturno sin estrellas. Sus alas
se retraen como un paraguas, revelando la luna perfectamente redonda.

Domingo 13 de mayo

52
Ollas, sartenes, tazones y cucharas llenaban las encimeras, y la harina
espolvoreaba todo en la cocina, incluso a abue.

—Nunca he visto tantos muffins —dije, poniendo mi cesta de huevos en el


mostrador. Las gallinas habían actuado aún más nerviosas que de costumbre, así
que mi viaje al gallinero había tomado un poco más de tiempo esa mañana. Lo
cual estaba bien, porque me dio más tiempo para componerme después de mi
terrible sueño del Wolfstime y armarme de valor por lo que temía sería el regaño
de mi vida.

Abue hizo una pausa lo suficiente como para romper un huevo en un tazón y
luego volvió a agitar la masa.

—Yo tampoco —dijo.

—¿Para qué son? —pregunté, preguntándome por qué estaba esperando tanto
tiempo para darme mi castigo. Pero mientras la observaba desde una distancia
segura, no dio señales de que recordara haber salido a buscarme anoche.

Abue dijo:

—Esa nueva maestra tuya las ordenó.

—¿La señorita Cates?


—Así es. Quiere invitar a todos sus estudiantes y sus familias, o eso dice la
nota.

—Bueno, eso es sorprendentemente generoso de ella —dije—. Por otra parte,


últimamente ha estado actuando bastante aturdida. ¿Oíste que se casará con el
vicario Clemmons en junio?

—Ya era hora de que alguien hiciera de él un hombre honesto.

—¿Realmente crees en esos rumores? ¿O estás celosa de que se haya arrojado


hacia todas las mujeres elegibles de la aldea, excepto a ti?

Me miró por encima de sus gafas, luego preguntó:

—¿Qué le pasó a tu pastel?

53
—Oh. Yo, um... se lo di a los cerdos. —La observé cuidadosamente para ver si
me estaba probando o jugando algún tipo de juego.

Pero siguió mezclando como si nada estuviera mal.

—Ese fue el pastel más lamentable que he visto en todos mis años —dijo,
sacudiendo la cabeza—. Pero no te preocupes, pequeña. En cuanto más
practiques hornear, conseguirás mejorar. Mejorarás, recuerda mis palabras.

¿Podría ser que ella realmente no tenía recuerdo de anoche? La única


explicación que podía darme era que debía haber estado en un estado de
sonambulismo inducido por el polvo de amapola. Toda la noción de que hubiera
salido de la casa, paseado por el bosque, dado una conferencia a los jóvenes de la
aldea, e incluso dirigido su ballesta a algunos de ellos, sin ningún recuerdo era
francamente espeluznante. Me prometí permanecer lejos del polvo de amapola
desde entonces.

De repente, el rostro de abue se puso blanco, y dejó caer la cuchara de madera


en el tazón.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Se frotó el brazo derecho, como la había notado varias veces antes.


—Esta maldita cicatriz. No me dará un momento de paz, no hasta que
terminemos con el Wolfstime. Entonces, el próximo mes, volverá a dar problemas
de nuevo, como un reloj.

—Espera, ¿qué? —Sabía que su brazo dolía terriblemente de vez en cuando,


pero pensaba que estaba relacionado con su vejez. Nunca había mencionado una
cicatriz antes—. ¿Desde cuándo tienes una cicatriz? ¿Puedo verla?

—Nada de qué preocuparse.

—¿De qué se trata, entonces? ¿Podrías decirme más?

—No hay tiempo para charlar, niña. Necesito que vayas con el granjero
Thompson para buscar leche. Se me acabó. Muévete, el tiempo corre.

Suspiré. Algún día, haría que me contara la historia detrás de su cicatriz. Tal

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vez si supiera lo que la causó, podría ayudar a encontrar una manera de hacer
que el dolor desaparezca.

Mientras tanto, agarré mi arco y flechas y me dirigí hacia la puerta.

—Sí, abue, estoy usando mi capucha —dije antes de que pudiera preguntar.
Cerré la puerta detrás de mí y me dirigí río arriba a la granja del vecino. Caminé
rápidamente, a veces rompiendo en un trote. Con un poco de suerte, podría sacar
tiempo suficiente para ir a buscar la leche y dar un rápido desvío al estanque para
buscar mi cruz de oro perdida. Y, con aún más suerte, Peter estaría allí sólo con
sus pantalones. ¡Esa visión ciertamente puso un brinco en mi paso!

Pájaros y libélulas revoloteaban en el cielo, y una rana se dejaba caer de roca


en roca a través de las ondulaciones del agua. El bosque estaba repleto de
criaturas, pero se alejaban antes de poder acercarme a ninguna parte. No siempre
fue así; hubo un tiempo cuando pensé que en realidad disfrutaban de mi
compañía. Aunque no podía saberlo con seguridad, me preguntaba si el hechizo
sobre mi capa roja de alguna manera los repelía además de protegerme de los
lobos.

Gracias a Dios, la señora Thompson pareció contenta de verme cuando llamé


a la puerta de su casa.

—Hola, Red, ¿qué puedo hacer por ti? —preguntó, frotándose las manos en el
delantal.
—Buenas tardes, señora Thompson. Necesito un poco de leche. Sé que acabo
de estar aquí, pero la abuela está en medio de su orden más grande todavía, y me
temo que se ha quedado sin leche.

La mujer del granjero sacudió la cabeza tristemente.

—Lo siento, Red, pero nuestra vaca ya no está... con nosotros. Murió anoche.

Su hija de cuatro años sacó la cabeza rubia por la ventana y dijo:

—Dottie fue asesinada por un maldito lobo.

El rostro de la señora Thompson se ruborizó y dijo en voz baja:

—Oh, Fernie, esa lengua tuya.

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—¿Un lobo? —pregunté.

La señora Thompson suspiró.

—Ella oyó a su papá decir eso, sí. Así que supongo que es verdad. Una lástima,
también. Dottie era una buena vaca.

—Y necesitábamos el dinero de la leche para pagar al maldito hombre del


impuesto —dijo la niña, agregando a la clara desilusión de su madre.

—Fernie, lenguaje —le reprendió a su hija—. Mis disculpas, Red. Puede que se
parezca a mí, pero esa boca suya es de su padre. Es curioso cómo la manzana no
cae lejos del árbol.

—Está bien, señora Thompson. Si cree que el lenguaje colorido me molesta, no


ha conocido a mi abue.

La mujer del granjero rió entre dientes y asintió comprensivamente.

—Lamento lo de su vaca.

—Gracias, Red. Sentimos no poder ayudarte con la leche. ¿Has probado en el


lugar de los Robert, corriente arriba un poco más allá?

Tragué, tratando de sacarme el nudo de la garganta. Sabía que la familia


Robert tenía vacas, pero su hija menor, Violet, era la última persona que quería
ver.
Capítulo 6

56
Febrero, hace tres años

—¿Cuántas necesitas? —preguntó abue mientras revestía mi cesta con un


paño recién lavado y planchado, de cuadros azules, rojos y blancos.

Por supuesto, sabía la respuesta inmediatamente; pero había algo emocionante


al decir sus nombres en voz alta. Conté con los dedos:

—Violet, Beatrice y Florence. Y yo.

—Te das cuenta de que estas tartas de grosellas ganaron la cinta azul en el
concurso de la aldea.

Oh, lo sabía. Es por eso que decidí llevarlas. No todos los días Violet y sus
amigas invitaban a una intrusa a su picnic de invierno, y esta era la primera vez
que me invitaban. La invitación en sí era tan exquisita: Papel blanco como la
nieve, tinta negra como el carbón, y escrita con la envidiable mano artística de
Violet; la había fijado en el espejo de mi dormitorio y conté los siete días como si
fuera para Navidad. Sólo el mejor tratamiento sería para una ocasión tan
trascendental. Quería que recordaran el día en que me habían incluido en su
picnic de invierno.
—Asegúrate de que estés de vuelta bien antes del atardecer —dijo abue,
apilando las tartas en la canasta con mucho cuidado.

—Lo haré. Gracias, abue. Estoy segura de que a mis amigas les encantará. —
Referirme a Violet, Beatrice y Florence como “amigas” podría haber sido una
exageración. ¿Pero quién sabe? Tal vez si hacía una buena impresión, realmente
querrían que me uniera a su círculo.

—Por supuesto, les encantará —dijo abue bruscamente—. Ni que decir. El


mismo rey exigiría que yo mantuviera su mesa de postres llena... si sólo se bajara
de su caballo el suficiente tiempo como para hundir sus dientes en una de esas
pequeñas obras maestras. —Apretó la tarta en su mano con tanta fuerza que se
rompió en dos. Encogiéndose de hombros, metió la mitad en su boca y la mitad
en la mía.

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—Mmmm. Oh, abue, te has superado a ti misma —dije mientras masticaba.

Me dirigí hacia la puerta principal, hasta que abue me recordó:

—¡Tu capa!

Corrí a mi habitación y tomé la capa roja de mi poste de la cama, echando un


vistazo en el espejo para asegurarme de que mis trenzas no se habían deshecho.
Le di a mis mejillas un rápido pellizco y sonreí a mi reflejo en el espejo.

—Qué día tan maravilloso para un picnic —susurré para mí—. El primero de
muchos. Adiós, abue —le grité antes de salir—. No tardaré mucho.

—Tómate tu tiempo, niña.

Nieve fresca cubría el camino, y gotas de hielo centelleaban en la luz del sol
como diminutas estrellas. Casi me sentía mal por dejar impresiones de botas en
la manta prístina de blanco. Una liebre saltó junto a mí por un rato, y luego una
ardilla me hizo compañía con su charla sin parar. Salí del camino y corté por el
bosque, y me alegró ver tres series de huellas de botas, todas dirigiéndose hacia
el lugar secreto descrito en la invitación como “donde el arroyo se encuentra con
el roble blanco que fue alcanzado por un rayo”.

Estaba segura de que conocía exactamente el lugar y sonreí cuando vislumbré


una pequeña mesa preparada con un mantel, tazas y platos y cuatro sillas de
madera. Ramitas de acebo se entrecruzaban a lo largo de la mesa, y todo el efecto
era encantador, como una fiesta de té de Navidad en uno de mis viejos libros de
cuentos. No podía creer mi buena suerte de ser incluida.

¿Dónde está todo el mundo? Por el rabillo del ojo, pensé que había visto a
alguien vestido de rojo, de pie en medio del pequeño claro. En un segundo
vistazo, podía decir que no era una persona después de todo; era un muñeco de
nieve. Sólo que este muñeco de nieve no era del tipo habitual, con ojos de carbón,
nariz de zanahoria y bufanda. Él, o ella, diría yo, llevaba un mantel rojo que
cubría su cabeza y que fluía por su espalda. Una niña de nieve con una capa de
capucha roja.

Me di cuenta de inmediato, que debía ser yo.

Ruidos de crujidos vinieron desde detrás de algunos arbustos. Me giré y una


bola de nieve explotó en mi mejilla izquierda. El golpe picó en mi piel desnuda.

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Pensé que sentía sangre, pero cuando toqué mi rostro, una mancha de barro
manchó mi guante. Más bolas de nieve se lanzaron hacia mí desde la dirección
opuesta. Me agaché y esquivé por un momento o dos, y luego me desplomé sobre
mis rodillas, donde las bolas de nieve y risas me golpearon desde todas las
direcciones, cubriéndome de barro y humillación. Me quedé en esa posición, mi
capa protegiendo mi piel de las picaduras, hasta que finalmente la tortura se
detuvo. Levanté mi capucha lo suficiente para mirar hacia fuera.

—Suficiente diversión y juegos —dijo Violet, apareciendo al descubierto—.


Estoy completamente aburrida. Y hambrienta.

—¡Oh, qué bien! ¡Es hora del picnic! —dijo Beatrice—. Vamos, Red. Levántate.
—Traté de mantener los hombros firmes, así no podían decir que estaba
llorando—. ¿Red? ¿Estás bien?

Florence dijo:

—Ella está bien, está bien. Sólo está descansando, Beatrice. Cualquiera puede
ver eso.

—Espero que no descanse demasiado —dijo Beatrice—. Tengo bastante


apetito.

—Estoy segura de que no le importará si empezamos sin ella —dijo Florence,


pero Violet no lo aprobó.
—Florence, me sorprendes. Red es nuestra invitada especial. Les dijo a todos
que quería ser incluida en nuestro picnic de invierno, y aquí está, un sueño hecho
realidad para ella, estoy segura. No empezaremos hasta que esté bien y lista.

Una ardilla flaca se deslizó por la nieve. Se paró sobre sus patas traseras y
chasqueó, y otra ardilla se unió a ella mientras empujaban mi canasta. Con mi
guante, enjugué las lágrimas y lentamente me puse de pie.

—Oh, Dios mío, Red. Estás hecha un desastre —dijo Violet—. Pero no nos
importa. Ven aquí y únete a nosotras. —Me tomó todo lo que no tenía no arrojar
mi canasta hacia ella. En vez de eso, me limpié el lodo y la nieve lo mejor posible
y luego derribé a la chica de nieve, dejando un montón sin forma debajo de la
capucha roja.

—Eso no fue muy agradable —dijo Florence—. Ese muñeco de nieve nos tomó

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media hora hacerlo para ti.

—¿Entonces creo que no quieres venir a nuestro próximo picnic de invierno?


—preguntó Beatrice.

—Supongo que no eres tan estúpida como todo el mundo dice que eres —dije.

El paseo a casa parecía dos veces más largo que el paseo a su lugar de picnic.
Tal vez era porque me mantuve deteniéndome para alimentar a las dos ardillas
y a otras criaturas del bosque, con las preciadas tartas de grosellas de abue, unas
generosas ocho en lugar de las cuatro que había pedido.

—Estoy en casa, abue —anuncié, sacando mis pies de mis sucias botas.

—Esto es más temprano de lo que esperaba —dijo—. ¿A qué debo el placer?


—Levantó la vista del tejido y dejó caer las agujas en su regazo—. ¡Dios mío, niña!
¿Qué demonios te sucedió?

—Me caí —mentí—. Supongo que sólo soy torpe.

Abue ajustó sus gafas.

—¡Te diré qué! Parece que te zambulliste en el chiquero. Ahora que tienes trece
años, probablemente deberías rodar en el barro un poco menos y actuar más
como una dama. —Recogió su tejido y lo apiló cuidadosamente en el taburete.
Luego se puso de pie, apoyándose en el brazo del sofá—. Aquí, dame esa
capucha. La lavaré y la dejaré como nueva.

—Gracias, abue.

Tomó la cesta y la puso en la mesa de café mientras me despojaba de mi capa.

—¿Supongo que tus amigas disfrutaron de las tartas? —preguntó.

Miré hacia abajo a mis pies con calcetines.

—No creo que les agrade mucho.

—¿Oh? ¿Por qué dices eso?

—Hicieron un muñeco de nieve... —Comencé a contarle lo que había sucedido,

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pero la mirada de preocupación, con una chispa de ira, en sus ojos me hizo
reconsiderarlo. No quería molestarla. Ella era aterradora cuando se ponía muy
molesta.

Además, ahora que había terminado, no estaba tan segura de que lo que
hicieron Violet, Beatrice y Florence fue intencionalmente cruel. Tal vez su idea de
diversión y juegos era muy diferente a la mía, y por eso me llevaba bien con los
chicos.

—No importa, no es nada.

Ella esperó, probablemente para ver si cambiaría de opinión y le contaría la


historia después de todo, pero cuando entregué mi capa sin decir nada, dijo:

—La mejor de las amistades no sucede de la noche a la mañana, niña.


Madurarán para adorarte; ya verás. Tendrás que ser paciente.

Suspiré.

—Ojalá pudiera ir al mago y conseguir un hechizo de amistad.

—No, no lo hagas. —La gravedad de su tono me sobresaltó, y acaparó mi


atención.

—Sí, quiero. Lo hiciste por mi capa, solo por un hechizo de protección, ¿no?
—Sí; sin embargo, la magia siempre viene con un precio. Podrías pensar que
quieres algo, y que esa magia es la única manera; pero muchas veces, termina
costándote a tus seres queridos de maneras que ni siquiera puedes comenzar a
comprender. Incluso cuando la magia se utiliza para el bien, puede llegar a ser
algo muy malo.

No estaba muy segura de que lo entendía, pero asentí de todas formas.

Dobló mi capa llena de barro en dos y la abrazó contra su pecho, lo que me


hizo preocuparme de que ella también tuviera que lavar su blusa.

—Esas muchachas entrarán en razón tarde o temprano, recuerda mis palabras.

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La familia Roberts vivía cerca de la bifurcación en el arroyo, en una de las casas
más bonitas de todo el pueblo. La señora Roberts organizaba reuniones cada
pocas semanas, pudiera o no nombrar una ocasión digna de celebrar. Con la
hermana mayor de Violet al piano y el barítono perfecto de su padre, entretenían
a los aldeanos, que disfrutaban cantar, aplaudir y bailar durante horas después
de haber limpiado sus platos y haber vaciado sus vasos.

La mayoría de las personas encontraban encantadoras las reuniones de la


señora Roberts y hacían todo lo posible para asistir, pero abue encontraba las
fiestas completamente repugnantes, quejándose de que la señora Roberts sólo
adoraba ser adorada.

“A esa mujer le ahorraría mucho tiempo y dinero si se sentara frente a su


espejo y se dijera lo maravillosa que es”, decía abue siempre. Abue había
inventado excusas para perderse las fiestas tan a menudo que las invitaciones
dejaron de llegar.

Nunca me importó mucho, porque me daba tiempo extra para practicar con
mis flechas o para nadar con Peter y los muchachos, que es lo que deseaba estar
haciendo justo entonces. Inhalé, exhalé y golpeé la puerta.

Desde adentro, escuché a la señora Roberts gritar:


—Violet, sé amable y mira quién está aquí. Sólo me quedan dos hileras más
para terminar.

Respiré profundamente y esperé que Violet no notara las gotas de sudor en mi


frente.

—¿Red? ¿Qué haces aquí? —preguntó Violet cuando abrió la puerta.

—Esperaba poder comprar algo de leche.

Ella levantó su ceja izquierda e inclinó su cabeza.

—¿Eso es así? Bueno, supongo que eso podría arreglarse.

—La señorita Cates hizo una gran orden —no pude resistirme de decir. Sabía
que ella pensaba que mi abue estaba loca de remate, y ahora también que era una

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borracha, así que quería que supiera que los productos horneados de abue eran
muy demandados—. Apenas hemos sido capaces de mantenernos al día con
todos los horneados y las entregas, y es todo lo que podemos hacer para
mantener suficientes ingredientes a mano. El negocio de abue está yendo muy
bien, ¿sabes?

—Bueno, ahora lo hago —dijo Violet, girando uno de sus rizos oscuros
alrededor de su dedo—. Bueno para ella. —No quería oír cómo abue había
irrumpido en la fiesta de la hoguera con su poderosa ballesta. O sobre cómo abue
estaba tramando cancelar el baile No-Me-Olvides. Cuanto más rápido pudiera
obtener la leche y alejarme de Violet, mejor.

Violet hizo un gesto para que la siguiera adentro, y lo hice. Alguien,


probablemente una de sus hermanas, estaba tocando el piano en el salón de
música, y cuando entramos en la sala, la señora Roberts levantó la vista de su
costura.

—Red, ¿eres tú? —preguntó la señora Roberts. Su cabello era tan grueso y
largo como el de Violet, pero rayas blancas iluminaban sus sienes—. Cielos, has
estado creciendo como una planta de frijol. Flaca como una, también. ¿Tu abuela
te está dando de comer, querida?

—Roja ha venido por un poco de leche, madre —dijo Violet—. ¿Tenemos algo
de sobra?
—Creo que sí —respondió la señora Roberts—. Una vez que llegue a un buen
punto para parar, iré y comprobaré. Mientras tanto, ¿por qué no te sientas, Red?
Estoy segura de que ustedes chicas tienen mucho de qué hablar. Oí a Violet
decirle a sus hermanas lo bien que la había pasado en la hoguera la noche
anterior. Estoy segura de que lo hiciste, también.

—Sí, pero es una lástima que tuvieras que irte tan temprano —dijo Violet—. Y
es muy malo lo que le pasó al delicioso pastel que trajiste.

—¿Oh? —La señora Roberts colocó la aguja en el reposabrazos del sofá—.


¿Qué le sucedió?

Hundiendo mis uñas en el tapiz de la silla en la que me senté, le dije:

—Florence lo rompió.

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—Dios mío. —Violet se rió entre dientes—. Esa es la verdad, pero por supuesto
fue un desafortunado accidente. Ella tropezó y cayó sobre él. Se sentía horrible al
respecto. Todo lo que habló la pobre torpe muchacha durante toda la noche: Lo
terrible que se sentía.

—Y tú también jugaste un papel, Violet —le recordé.

Ella rió de nuevo.

—Claro que lo hice, madre. Traté de volver a recomponer el pastel usando mis
propias manos.

—Esa es mi preciosa corderito. —Madre e hija compartieron un dulce


momento que me hizo estremecer. Finalmente, la señora Roberts se excusó para
ir a ver la leche.

Violet cruzó la habitación y abrió la ventana, probablemente para librar la


habitación del hedor de la deshonestidad. Estaba agradecida por el aire fresco,
pero deseaba que la señora Roberts se apurara. No soportaba estar en esa casa o
cerca de Violet. Con cada segundo que pasaba, deseaba no haber venido nunca.
Si sólo hubiera habido otra manera de obtener la leche que necesitaba abue.

—Así que, estoy segura de que estás ansiosa por escuchar lo que pasó en la
fiesta de Peter después de que te fuiste —dijo Violet.
—Está bien —concedí, contra mis mejores instintos. No podía irme sin por lo
que vine, y por eso, no podía arriesgarme a actuar enojada, sobre todo porque no
habíamos negociado un precio, y tal vez no podría tener suficiente en mi bolsa.

Violet se apoyó en la vitrina, sus brillantes botas negras reflejaban rayos de sol.

—Gregory sacó su violín, y antes de que lo supieras, todo el mundo estaba


bailando alrededor de la hoguera. Fue una delicia.

Eso sonaba bien, tenía que admitirlo.

—¿Oh?

—Di unas vueltas con Peter, era su cumpleaños, después de todo, ¿y qué mejor
regalo que un baile conmigo?

64
—Oh. —Mi estómago se agitó. No podía soportar permanecer sentada, así que
me acerqué a la ventana, con la esperanza de ver a la señora Roberts en su camino
de regreso desde el granero con la leche. Pero tristemente, la única criatura en el
camino era un estornino, picoteando un insecto o gusano en la tierra.

Violet continuó:

—No lo creerías si no lo viste, pero Peter puede bailar. Las otras muchachas
también lo vieron, y una por una le pidieron que bailara con ellas. Una a una, él
las rechazó. Bailó conmigo y sólo conmigo. Supongo que debí quedarme
atrapada en la emoción de todo: El fuego, la música, los cuerpos bailando a mi
alrededor, la luna grande y plateada, y cuando Peter me pidió que le reservara el
primer baile en el baile No-Me-Olvides… —la canción que su hermana estaba
tocando en el piano llegó a un final abrupto. Mientras el sonido apagado de
papeles crujiendo procedía del salón de música, Violet apretó los labios y amplió
sus ojos—… ¡dije que sí!

Me quedé boquiabierta. Era demasiado tarde para intentar disimular mi


sorpresa.

—No me di cuenta de que le gustabas. —Levanté mi mano hasta mi boca,


silenciosamente castigándome por dejar que saliera, y antes de que me hubieran
dado un precio por la leche—. Lo que quise decir es que estoy segura de que
nunca lo mencionó, ni siquiera una vez.
—¿Quién sabe? Tal vez sólo ha caído recientemente bajo mi hechizo. —Se
detuvo un momento y luego se echó a reír como si un recuerdo privado hubiera
deleitado su mente—. Eso suele suceder cuando me besan.

Mis rodillas flaquearon, como si hubieran olvidado cómo sostener mi peso.


Me recordé que Peter y yo éramos amigos, nada más... pero odiaba el
pensamiento de que besara a alguien más. Especialmente si ese alguien era Violet
Roberts.

—Estás mintiendo —me ahogué—. No eres más que una mentirosa.

—¿Lo soy? —Sus labios rosados se curvaron hacia arriba—. Mi querida Red,
si me conocieras mejor, te darías cuenta de que nunca miento. Mentir es
impropio. Sin embargo, si no me crees, tal vez deberías preguntarle a tu amigo
Peter que complete la historia para ti.

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Quería decir: “Oh, lo haré”, pero mi garganta se cerró, apenas permitiéndome
respirar, y mucho menos hablar.

Una vez que la señora Roberts regresó, dijo:

—¡Es nuestro día de suerte! —Y sostuvo una jarra en el aire tan triunfante
como un cazador sostiene un conejo.

—Gracias —me las arreglé para decir con voz ronca—. ¿Cuánto le debo? —
Apartando mis ojos de la mirada de Violet, rebusqué en mi bolsa. Mis manos
temblaban, así que me tomó un tiempo terriblemente largo recoger las monedas.

—¿Red? Tu rostro está pálido. ¿No te sientes bien? —preguntó la señora


Roberts.

—Nunca he estado mejor —mentí.

—Bien. Hoy no debes nada. Es cortesía de la casa. —La señora Roberts frunció
el ceño—. Tal vez deberías irte a casa a descansar, querida muchacha. De verdad
pareces como si estuvieras enfermándote de algo. Y por favor, trata de poner algo
de carne en esos huesos tuyos. —La forma en que dijo la última parte me hizo
pensar en la historia de la bruja que hizo una casa de dulces con la esperanza de
atrapar niños para alimentarse.

—No, de verdad. Tengo el dinero. Por favor, señora Roberts, tómelo.


Sostuve las monedas para ella, pero negó con la cabeza y dijo:

—Red, no es ningún secreto que tu abue está... ¿cómo puedo decir esto
delicadamente? No muy estable en este momento. Por favor, acepta nuestra
oferta. Esperamos que les ayude en su desafortunada situación.

Mis ojos se movieron hacia Violet, cuyos labios estaban fruncidos como si
intentara contener una enorme sonrisa. Sentí como si alguien me hubiera forzado
a tragar una taza de sal por la garganta.

—No hay ninguna “situación”, señora Roberts —dije finalmente—. Estamos


bien. En realidad, le estaba contando a Violet cuando llegué que el negocio de
productos horneados de abue lo está haciendo muy bien.

La señora Roberts levantó la barbilla y arqueó una ceja, y parecía cada parte la

66
versión más vieja de Violet.

—Ahora, Red. No seas irrespetuosa. Acepta nuestro regalo.

Reprimí una mueca. Tomando la jarra que me ofrecía, murmuré:

—Gracias. —Luego me volví sobre mis talones. Antes de precipitarme hacia el


bosque, puse las monedas en una pila en su pórtico. No podía salir de la casa de
Violet lo suficientemente rápido. Aunque sabía que mi mente tenía que estar
engañándome, oí su risa cruel y sentí su mirada penetrante incluso después de
que me había escapado de su vista.
Capítulo 7

67
Mientras caminaba por el camino, Abracé la jarra con todas mis fuerzas,
dándole un apretón de muerte. ¿Cómo pudo Peter haber invitado a la chica más
despreciable, vil y desdichada de la aldea al primer baile en el baile de No-Me-
Olvides? ¿Me lo había imaginado cuando él y yo habíamos acordado ir al
estanque a nadar en lugar de ir al estúpido y pretencioso baile?

¿Cómo pudo haberla besado?

Pensé que tenía más sensatez, así como gusto y dignidad. Podría seguir y
hablar sobre todas las razones por las que Peter debería permanecer lejos de
Violet. Nunca le había contado a nadie acerca de la chica de nieve con capucha
roja en el bosque, pero realmente creí que Peter y yo estábamos de acuerdo sobre
cómo Violet y su devoto dúo podían parecer justas por fuera, pero estaban
podridas por dentro, hasta su más profundo núcleo. Anhelaba el consuelo que
mi collar de la cruz me traía en épocas así, cuando me sentía tan sola.

Pero, sin embargo, no me sentía sola. No podía explicarlo, pero tenía la fuerte
sensación de que alguien —o algo— me estaba observando.
El sol había comenzado su descenso en el oeste, y una niebla densa había
caído, empañando el bosque con formas nebulosas, desconocidas. Aunque luché
contra ello, mi mente vagó hacia los lobos.

Una rama se quebró. Me paré en seco y agudicé mis oídos, escuchando algo
fuera de lo común. Mis oídos se llenaron con el sonido más extraño de cualquier
cosa que pudiera imaginar para un bosque bullicioso: El silencio. Ni siquiera un
roedor escarbaba, las alas de un murciélago aleteaban o una hoja crujía con el
viento. Por un momento misterioso, el mundo se detuvo.

Me volví apenas un poco y vi un par de enormes ojos de color ámbar. Tenían


que pertenecer a un lobo, y de repente, mi sangre se enfrió. Los ojos brillaron
sobre mí desde el hueco entre una picea imponente y un enredo de matorrales.
Aunque no me atreví a mover un músculo, cerré los ojos y me apreté en mi capa

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roja. Me protegerá siempre, recité en mi mente. Abue prometió que lo haría.

Esperé, escuchando sólo el latido de mi corazón. El golpeteo se hizo más


fuerte, como si alguien estuviera golpeando tambores dentro de mis costillas.
Finalmente, preguntándome si lo que pensaba haber visto habían sido ojos en
realidad —o simplemente una broma cruel que mi imaginación me estaba
jugando— eché un segundo vistazo.

Esta vez, no había nada más que una sombra oscura y vacía. Probablemente fue
sólo mi imaginación, me dije. Me concentré en mi respiración por lo que pareció
ser un largo rato. Cuando nada fuera de lo normal ocurrió, empecé otra vez a
caminar a casa, poniendo una bota delante de la otra. Los habituales ruidos de
los bosques se reanudaron. Pero en el instante en que empecé a sentirme segura,
oí algo detrás de mí, pies golpeando en el suelo del bosque. Eran más rápidos
que los míos, y podía decir que con pasos más largos.

Mis piernas parecían tener mente propia, y antes de que yo lo supiera, estaba
corriendo.

"Nunca lo conseguirás. Tu única esperanza es esconderte. Ocúltate, chica.". Las


palabras resonaron en mi mente, con una voz muy familiar. Pero no era la voz
que había oído en mis sueños. Era abue.

Los pasos sonaban cerca, demasiado cerca. Se me acababa el tiempo. Cerré los
ojos.
—Lo siento, abue —susurré, esperando que la brisa le llevara mis últimas
palabras. Le debía a abue tantas disculpas, por lo menos mil por cada uno de los
dieciséis años que había pasado cuidándome.

Al pensarlo dos veces, quería que mis últimas palabras fueran algo más
conmovedor, algo a lo que pudiera aferrarse durante el resto de su vida.

—Te quiero, abue —susurré suavemente. Recordé que no le había dicho esas
palabras en mucho tiempo. Demasiado tiempo.

Me giré y me acerqué para enfrentarme a mi destino. Esperaba que mi mirada


asustada fuera invadida por un par de ojos salvajes y sanguinarios. Estaba lista
para estremecerme, gritar, desmayarme. Morir.

Pero todo lo que vi fue bosque. Interminables acres de árboles altísimos. Hojas

69
que se aferraban a sus ramas como si fuera su vida, mientras que otras caían al
suelo cubierto de helechos con cada aliento del viento de la tarde. El musgo verde
claro y los líquenes manchaban las rocas y los troncos de los árboles. Natural,
familiar, inofensivo.

Lo que me perseguía tenía que ser invisible, o al menos estar muy bien
camuflado. Quizás no era nada. O tal vez me estaba volviendo loca, como tanta
gente creía que estaba abue. Pero entonces lo oí de nuevo: Golpes y golpes. Sin
embargo, inexplicablemente, nada emergía de los bosques, ni siquiera un ratón.

Empecé a correr. Protegiendo mi rostro con un brazo y agarrando la jarra de


leche con la otra, salté a través de un matorral. Las ramitas espinosas arañaron
mi capa. Las raíces me hicieron tropezar como docenas de elfos enojados. Me
encontré con un gigantesco roble, pero su tronco cubierto de musgo se dobló bajo
mi mano y dejé caer la jarra. Antes de que pudiera evitarlo, las últimas gotas de
leche empaparon la tierra sedienta.

“Escóndete”, repitió la voz de abue en mi dolorida cabeza.

Un agujero apareció en el árbol, tragándome en el refugio de su hueco. Como


un hechizo, una cortina de vides secas oscilaban sobre la abertura. Mientras
volvían a su sitio, susurraron: Shhhh.

Era el escondite perfecto, y le di las gracias a mis estrellas de la suerte de haber


caído en ella, incluso a pesar de haber derramado la leche para llegar allí. Pero
sabía que era mejor no asumir que estaba completamente segura. Más segura, sí.
Pero completamente segura, nunca.

Envolví la capa alrededor de mi cuerpo y ajusté la capucha para que me tapara


el rostro. Me encogí en sus pliegues rojos y aterciopelados, creyendo en su poder.
Parecía que cuanto más me decía que confiara en ella, más preguntas
amenazaban mi fe. ¿Y si la capa no fuera mágica, como la pluma de aquella
historia, que abue solía contarme sobre el elefante con las grandes orejas? ¿Y si
no fuera más que un engaño, como el cuento sobre el emperador que fue
engañado pensando que estaba adornado con las mejores ropas de la tierra, sólo
para descubrir que había estado desfilando desnudo por completo?

¿Y si, ante los dientes afilados y la sed de sangre humana, el manto no fuera
más que una tapadera para una niña temblorosa e insegura sin esperanza? Si me

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quería, todo lo que tenía que hacer era rastrearme. Las huellas de mis botas y mi
olor me mantendrían tan segura como la luna estaría llena esa noche.

Estaba tan cerca; escuchaba cada respiración: Inhalar, exhalar, inhalar.

Esto no podía terminar así. No había tenido mi final feliz. ¡Ni siquiera había tenido mi
primer beso!

—¿Red? ¡Red! ¿Dónde estás?

¿Peter?

Hice la cortina de vides a un lado y miré hacia fuera. La niebla verde grisácea
se encrespó en el refugio, ondeando a mis pies y flanqueando mis faldas. Más
allá de los arbustos, vi algo, y con el movimiento de sombras y niebla, pude
distinguir su silueta.

¡Era Peter! El alivio inundó cada parte de mi cuerpo.

—¡Peter! —Con las piernas tambaleantes, salí del árbol.

—¡Red! Estás ahí. Me asustaste.

—¿Te asusté? —repliqué, y luego pensé dos veces antes de confesar que me
había asustado hasta el punto en que me había imaginado a mi abue hablando
conmigo y le había dicho mis últimas palabras—. ¿Por qué me persigues?
—Tengo algo tuyo. —Se metió la mano en el bolsillo y me puso algo pequeño
y frío en la palma de mi mano. ¡Era mi cruz de oro!—. Acababa de llegar a nuestro
estanque y lo encontré. Entonces, por casualidad, te vi... bueno, tu capa roja,
mejor dicho, caminando por el bosque.

—Oh, Peter. ¡Gracias! —dije, llena de agradecimiento. Dejando caer la cadena


entre mis dedos, recorrí mi pulgar sobre la familiar suavidad de la cruz de oro.
Cuando mi dedo y mi pulgar enmarcaban el colgante, parecía transmitirme, que
estaba contento de volver a donde pertenecía.

—Oh, de nada. Pero me hiciste perseguirte de una forma impresionante, debo


admitir. —Se rió, a pesar de todo—. Pensé que nunca te atraparía.

Le dije:

71
—Si hubiera sabido que eras tú, nunca hubiera hecho tal cosa. —Y Peter solo
sonrió y pateó un guijarro.

Cuando nuestros ojos se encontraron, vi algo extraño y emocionante, aunque


también familiar y verdadero, en sus grandes ojos marrones. Me sentí como si
hubiera saltado de la roca en el estanque. El extraño y maravilloso deseo de besar
a Peter me inundó con fuerza. ¿Sería tan horrible? Me preguntaba cómo se
sentiría, y en silencio maldije a Violet por saberlo.

Estaba harta de que Violet me arruinara todo. No le permitiría robar este


momento. Me acerqué a Peter hasta que las puntas de nuestras botas se tocaron.

—¿Quieres ser tan amable de ponérmelo? —Le tendí el collar de mi madre y


luego me giré. Moviendo la capucha de mi capa a un lado, levanté mi cabello
largo y oscuro.

Mientras abrochaba el collar, su aliento me hacía cosquillas en la nuca. Se


sentía caliente contra mi piel, y sin embargo, me puso la piel de gallina.

—Ya está, vamos a ver cómo se ve. —Me dio la vuelta, y sus ojos se elevaron
de la cruz hasta mi rostro. Tenía que estar terriblemente sonrojada; parecía que
había una antorcha invisible entre nosotros—. Precioso —dijo suavemente.

Me aclaré la garganta.

—Um, gracias.
—Es un placer.

—Siento haber abandonado tu fiesta tan pronto —dije en el silencio que


siguió—. Tenía que irme a casa.

—Estaba preocupado. Pero pasé por tu casa de camino a la mía. Las velas en
tu habitación estaban encendidas, y pude ver tu silueta.

—Oh —dije, sin saber qué pensar. Por un lado, estaba feliz de saber que se
preocupaba por mi bienestar. Por otro lado, esperaba que no me hubiera visto
claramente, ¡porque no llevé camisón durante toda una semana! Con el mero
pensamiento de Peter viéndome desnuda, estaba segura de que me sonrojé del
color de mi capa. Nunca más volveré a dormir desnuda, juré.

Peter tiró de su oreja y bajó la mirada al suelo.

72
—No soy un Peeping Tom4 ni nada, sólo quería asegurarme de que estabas en
casa. Me alegré de ver que estabas a salvo. —Unos segundos más tarde, sus ojos
se encontraron con los míos—. Aunque debo admitir —continuó—, que me sentí
despreciado cuando supe que me habías traído un pastel de cumpleaños, y ni
siquiera lo pude comer.

—Lo siento. Tal vez lo haga para tu próximo cumpleaños. —Mejor aún, se lo
pediré a abue.

—Entonces, ¿a dónde vas con tanta prisa, de todos modos? —preguntó,


pateando piedras nuevamente.

—Mi abue me pidió que le llevara leche, pero no ha salido exactamente como
estaba planeado... —Recogí la jarra y la sostuve boca abajo para mostrarle que
estaba completamente seca—. La necesita para su horneado.

—Y la tendrá —dijo Peter, subiendo la jarra—. —Por suerte para ti, puedo
llenar este recipiente vacío con leche. Todo lo que se necesita es un poco de magia.
¡Vamos!

Peter me llevó a su casa y me hizo esperar en el establo. Tomó la jarra y


desapareció, sólo para volver con ella unos minutos más tarde.

4 Un mirón.
—¡Y con un chasquido de mis dedos, la leche que tu abuela necesita aparecerá
en la jarra! —dijo con un estilo que rivalizaba con el titiritero del mercado.

—¿Como por arte de magia? —Jugué.

—No como por arte de magia, Red. Es magia. —Peter chasqueó los dedos.

En ese momento, me asomé a la jarra llena "mágicamente".

—Oh, Peter, gracias. ¡Podría besarte! —Incluso antes de que los chirridos,
chasquidos de besar fluyeran hacia nosotros desde el desván, mis mejillas ardían
de vergüenza—. Pero en realidad no —lo arreglé, mientras nuestra audiencia de
niños pequeños continuaba—. En realidad nunca te besaría.

—Eso es un alivio —dijo Peter, lo suficientemente alto como para que sus
hermanos lo oyeran.

73
Ellos se rieron más fuerte aún cuando Peter me alzó sobre su caballo blanco y
gris y accidentalmente —o tal vez no tan accidentalmente— tocó mi trasero. Mi
rostro resplandecía incluso cuando la yegua emprendió el galope, dejando a los
pícaros muy atrás.

Al principio, me senté rígidamente detrás de Peter, sujetándome sólo lo


suficientemente fuerte como para evitar caerme o dejar caer la jarra de leche. Se
me ocurrió que Peter me había dado lo que probablemente era una ración de un
día entero para su familia, y su generosidad y bondad calentaron mi alma.

—Vamos más rápido —dije una vez que habíamos llegado al camino. Peter le
dio una patada a su yegua y ella comenzó a correr. Sabía que probablemente
pensaba que necesitaba llegar a casa lo más rápido posible, y era cierto. Pero la
razón principal por la que quería acelerar era que tendría una excusa para
abrazarme fuertemente contra su cuerpo.

Respiré el olor de él: Cuero, madera, metal y jabón. Nunca me cansaba de ese
olor, y dudaba que lo hiciera.

Si había besado a Violet, y deseaba con todas mis fuerzas que no lo hubiera
hecho, no lo merecía.

—No me lleves hasta la casa —le advertí cuando me di cuenta de que


estábamos casi en la cabaña—. Abue se revolvería si supiera que he estado fuera
y contigo... —probablemente lo sabía, pero me sentía mal diciéndole de lleno que
abue no confiaba en él, o cualquier muchacho adolescente, para el caso, así que
añadí—… cuando tengo tanto trabajo que hacer.

—Y es menos de una hora antes del atardecer —dijo Peter con un movimiento
de cabeza—. Todo el pueblo sabe lo seria que es tu abuela sobre Wolfstime. —
Tiró de las riendas y, después de que su caballo se detuviera, me sostuvo la jarra
hasta que salté.

Me acerqué a la leche, pero antes de soltarla, dijo:

—Cuidado ahora. He oído que tienes un terrible problema de derrame de


leche.

Le di una risita de cortesía, y después de que nos despedimos, él se alejó,

74
desapareciendo sobre la colina. Mientras caminaba por el camino hacia la cabaña,
esperaba que no pasara mucho tiempo hasta que pudiera volver a ver a Peter.

La puerta se abrió antes de llegar al porche. Abue estaba de pie en la entrada,


con las manos en las caderas, mirándome por encima del borde de las gafas.
Inmediatamente borré la sonrisa de mi rostro.

—¿Dónde has estado? —preguntó—. ¿No ves que está casi oscuro?

—Lo siento, abue. Sé que has estado esperando la leche.

—Me importa un pimiento la maldita leche. Es por ti por quien me preocupo.

—Un lobo mató a la vaca del agricultor Thompson anoche, así que tuve que ir
por leche a casa de los Roberts. Siento haber hecho que te preocuparas. Sólo tardé
más de lo que esperaba.

Miró por encima de mi hombro, hacia los bosques cada vez más oscuros, y se
estremeció visiblemente.

—Mete tu cola de plumas en esta casa y ayúdame a prepararme para


Wolfstime.
Capítulo 8

75
Tengo miedo de moverme, y sin embargo estoy famélica de aire. ¿Qué será de mí
cuando me rinda? Viento y lluvia sin piedad atacan a mi cuerpo, y no tengo más remedio
que doblarme. Mi cuerpo se dobla y retuerce hasta que oigo el ruido de una ramita
rompiéndose. Ramitas parecen estar rompiéndose a mi alrededor y dentro de mí.

Ramitas, ramas, huesos. Me dejo caer al suelo, respirando con dificultad, pero llenando
mis pulmones con tierra y piedras en su lugar.

Y entonces escucho la voz. “No pelees, sólo sé.”

Respiro profundamente, mi garganta ardiendo con dolor mientras aire obliga a la tierra
fuera de mi cuerpo y de nuevo en la tierra.

Lunes, 14 de mayo

La noche había pasado en gran parte sin incidentes. Abue había horneado
muffins hasta bien entrada la madrugada, pero ella había insistido en que
consiguiera una buena noche de sueño. No estaba segura si ella realmente quería
que fuera dispuesta y ávida a la escuela, o si simplemente me quería fuera de su
cocina, para no arruinar de alguna manera los muffins sólo por estar allí. Me
había quedado dormida sin ningún problema. Aun así, mis ojos se sentían y
veían lejos de ser brillantes cuando desperté.

Recordaba poco del sueño que había tenido, pero un innegable sentido de
miedo persistió incluso mientras hacía la caminata diaria a través del patio
trasero por huevos. Vi una huella de pata en el suelo justo fuera del gallinero y
ahogué un grito. La impresión era de unos veinte a veintidós centímetros de
ancho con grandes garras largas. Mucho más grande y más feroz de aspecto que
la de un lobo ordinario. Mi corazón golpeaba en mi pecho mientras me obligaba
a empujar la puerta. Se me cayó la cesta en la tierra y quedé congelada entre los
macizos de plumas, trozos marrones y blancos y piezas de gallina, y sangre.

—¡Abue! ¡Ven rápido! —grité. Mi estómago se revolvió, y cuando tragué, sabía

76
a bilis amarga. Cerré mis ojos hasta que oí el sonido de las botas de abue en el
camino.

—¿Qué pasa, niña? ¿Qué es todo este revuelo? —Abue llegó resoplando,
tratando de recuperar el aliento. Por supuesto, no tenía necesidad de responder,
porque la terrible matanza se extendía ante sus ojos.

Agitando sus manos, se tropezó mientras daba un paso hacia atrás.

—Oh no. No, no, no.

—¡Es tan horrible! ¿Cómo pudieron hacer esto? ¿Cómo pudieron matar a todas
nuestras gallinas así?

Abue me hizo salir y cerró la puerta detrás de nosotras.

—Voy a limpiarlo cuando estés en la escuela. Trata de no pensar en ello.

—Pero... —¿Qué, se creía que podía borrarlo de mi mente, como si nunca


hubiera sucedido?

—Vamos a entrar. Tengo todos los muffins empaquetados para que puedas
entregarlos a la señorita Cates. El dinero que haremos de esta orden nos
conseguirá unas gallinas más en el mercado esta tarde. ¿Ves? Todo saldrá bien.
Quería creer las palabras que abue había dicho tan brillantemente y con
seguridad, y sin embargo, le temblaban las manos, y su rostro se había vuelto de
un blanco enfermizo.

Tan pronto como llegué a la escuela, no podía esperar a sacarme de encima los
muffins. Por un lado, mi cesta estaba terriblemente pesada; por otro, esperaba
que una vez tuviera el pago de la señorita Cates y pudiéramos reemplazar a las
gallinas, las cosas volverían a la normalidad para abue y para mí en un abrir y
cerrar de ojos.

—¡Señorita Cates, espere! —grité cuando la vi pasar la planta trepadora. Me

77
encontré con ella y abrí la tapa de la canasta—. Aquí está su pedido de muffins,
según lo prometido.

Como de costumbre, la mujer pequeña, parecida a un ave, llevaba el pelo rubio


claro recogido en un moño que se alzaba sobre la parte superior de su cabeza,
pero hoy había introducido una flor blanca en el lado del mismo. Se asomó a la
cesta y dijo:

—Son preciosas, y estoy segura de que todas son tan deliciosas como huelen.
Pero lo siento, Red. No pedí ningún muffin. —Se rió suavemente antes de
divagar—. Pienso que eso es un poco extravagante para cualquier persona,
especialmente para alguien que está ahorrando hasta el último centavo para su
próxima bod…

—Lo siento, ¿qué dijo? —pregunté. Algunas chicas jóvenes estaban cantando
una cancioncilla para saltar la cuerda a un lado de la escuela, así que era posible
que no la hubiera oído bien. Debo haber escuchado mal.

—Tu abue probablemente me confundió con otra persona. Las confusiones


suceden, sabes. Especialmente cuando nos hacemos mayores. —La señorita Cates
levantó las cejas con simpatía y devolvió los muffins. De alguna manera mi cesta
se sentía aún más pesada que cuando la había cargado todo el camino a la escuela.

—Ella dijo que eran específicamente para usted —insistí—. No fue un error.
Abue podría no ser una jovencita… —oh, ¿por qué había utilizado esa expresión
en particular5, cuando el horror de encontrar a nuestras gallinas masacradas era
demasiado fresco? Y si la señorita Cates dijo que no había hecho el pedido, sin
duda no estaba pensando en pagar por ello. ¿Dónde sacaríamos el dinero para
comprar nuevas gallinas?—… pero ella es afilada como la punta de una flecha.

Cuando pensé en todo el tiempo y los ingredientes que abue desperdició en


los muffins —no importa mi viaje más que desagradable a la casa de Violet por
leche— negué con la cabeza con confusión y decepción.

¿Qué salió mal? ¿La señorita Cates estaba mintiendo?

No claro que no. ¿Por qué mi profesora mentiría acerca de una orden de
muffins?

Odiaba considerar la idea, incluso como una posibilidad pequeñita, ¿pero

78
podría abue estar perdiendo su juicio?

Los finos labios de la señorita Cates formaron una sonrisa suave.

—Claro, por supuesto, tu abuela es aguda. No quise decir nada con eso.
Realmente lo siento, Red. Estoy segura de que serás capaz de vender los muffins
en el mercado. Ahora, tengo que atender algunas tareas en la escuela antes de
que el día comience oficialmente. Si me disculpas...

Capté el horrible sonido de las risas de Violet, Beatrice, y Florence desde detrás
del pequeño edificio gris, donde los chicos mayores estaban jugando con
herraduras. Las chicas estaban demasiado lejos como para haber oído nada, así
que no podían estar riéndose de mí, pero por alguna razón, se sentía así. Sus risas
aumentando mientras me cruzaban.

No sabía lo que querían, y no estaba a punto de quedarme y averiguarlo.


Dándoles la espalda, empecé a subir las escaleras.

Violet me agarró del hombro.

—¿Qué hay en la cesta, Red? ¿Son esos los muffins que ha ordenado la señorita
Cates? —preguntó—. ¿Por qué no os tomó, entonces?

5 Cuando dice que la abuela no es una jovencita usa la expresión “spring chicken”

(chicken=gallina, pollo).
Me salí del agarre de Violet y traté de pensar en algo que decir, cualquier cosa
que tendría sentido sin dejar ver que mi abue podría estar perdiendo facultades.
Entonces se me ocurrió: En la casa de Violet, yo había mencionado que la señorita
Cates había hecho un pedido, pero nunca dije que había solicitado
específicamente muffins. O Violet había saltado a esa conclusión por sí misma, o,
y apreté la canasta más fuerte mientras la revelación me sorprendía, Violet
Roberts tuvo mucho que ver con la “confusión”.

Obligándome a sonreír amablemente, como si nada hubiera pasado, abrí la


tapa de la canasta. Los ojos de Beatrice se abrieron ampliamente y pude ver toda
su boca haciéndose agua. Me aclaré la garganta y levanté mi barbilla, esperando
que mi próxima mentira sonara completamente convincente.

—Oh, no, Violet. Éstas no son para la señorita Cates. Sólo estaba pidiéndole

79
permiso para dar estos muffins a nuestros compañeros de clase como muestras.

—¿Quieres decir de forma gratuita? —Florence levantó la ceja izquierda con


escepticismo—. ¿Por qué ibas a hacer eso? ¿No tienes que pagar impuestos, como
el resto de nuestros padres?

—Sí, Florence, de forma gratuita —dije—. Mi abue es muy generosa. —


Suficientemente generosa para ofrecerme a un dragón como cena, una vez que se entere
de que estoy regalando sus productos horneados.

Beatrice y Florence se lanzaron hacia adelante, claramente queriendo ir por las


golosinas, pero Violet extendió los brazos, frenándolas. Violet hizo una mueca
como si estuviera tratando de hacer un problema de aritmética difícil en su
mente, o incluso uno simple, para el caso.

—Red, creo que debes estar confundida —dijo—. Cuando estuviste en mi casa
buscando leche, y mi madre de caridad te dio algo por la bondad de su corazón,
podría haber jurado que dijiste que la señorita Cates ordenó un montón de
muffins.

—Nunca dije que la señorita Cates ordenó un solo muffin. Además, la leche
que usé para estos deliciosos bocados vino de Peter, no de tu madre. Parece que
eres la que está confundida, Violet.

Violet me entrecerró los ojos mientras Beatrice y Florence se empujaban más


allá de sus brazos.
—Tienen un aspecto delicioso. —Beatrice asintió—. ¿Puedo?

Era casi la hora en que la señorita Cates sonara la campana, y a medida que
los niños en edad escolar avanzaban en el patio, se detenían para ver por qué
Violet y sus dos mejores amigas habían acudido a mí y a mi cesta.

—Mi abue es la mejor panadera en el pueblo —dije, lo suficientemente alto


para que todos lo oyeran—. Y hoy, decidió darles a todos muestras gratuitas. Hay
un montón de muffins para todos. Sírvanse ustedes mismos, y recuerden decirles
a sus familias lo deliciosos que son los productos de panadería de abue —dije,
sosteniendo un muffin por debajo de la nariz de Beatrice—. ¡Díganle a sus padres
que hagan sus órdenes lo más pronto posible, ya que es seguro que habrá una
lista de espera!

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Mientras las dos amigas más cercanas de Violet parecían disfrutar cada bocado
de sus muestras, recordé todas las veces que la abuela se había frotado el brazo
dolorido. La broma maliciosa de Violet no sólo había sido una pérdida de tiempo
e ingredientes; la cocción adicional había empeorado el dolor de abue. Agarré la
cesta con ira, deseando que abue hubiese puesto veneno en sus muffins.

—Oh, eso es un plan excelente —dijo Violet, de pie en el camino de mi entrega


de las muestras—. Realmente espero que tu abuela consiga hordas de nuevos
clientes. Porque seamos sinceras, Red; seguro podrías usar un nuevo par de
botas.

—Oh, ellas funcionan muy bien —dije, y luego mordí toda la parte superior
de un muffin de un solo bocado muy grande y poco femenino.

La señorita Cates se deslizó fuera y tocó el timbre.

—Hora de clase —gritó—. No se entretengan, estudiantes. Tenemos mucho


que aprender hoy. —Todo el mundo se precipitó por las escaleras de la escuela,
y los que no habían conseguido una muestra gratuita se quejaron y gimieron—.
Tendrán su oportunidad de disfrutar de uno de los muffins de la viuda Lucas
después de la escuela —prometió la señorita Cates—. Red, por favor deja tu cesta
aquí. De lo contrario, me temo que sólo será una distracción. —Sólo asentí, dado
que mi boca estaba increíblemente llena. Agarré un muffin de arándanos para
ella e ingresé al pequeño edificio de piedra detrás del último de sus estudiantes,
aparte de Peter, que estaba tratando claramente de deslizarse antes de que
nuestra maestra se diera cuenta de que sólo había acabado de llegar.

—¡Peter! Tarde otra vez —lo reprendí—. ¿Te agradada tener que llevar el
sombrero de orejas de burro?

Apartó el cabello de sus ojos y me sonrió.

—Oh, vamos, Red. Sé que crees que me veo bastante adorable en él.

Bueno, se veía algo adorable. Por otra parte, siempre pensaba que se veía
adorable. No iba a decirle eso, sin embargo.

—Aquí, toma un muffin —dije en su lugar.

—¿Cuál es la ocasión? ¿Mi no-cumpleaños? ¿Y qué en la tierra le pasó a ese?

81
Me había olvidado del medio muffin en la mano.

—Oh, cierto. Me comí la parte superior. Aquí, toma uno entero.

Sostuve la canasta para que Peter hiciera su elección, pero él tomó el primer
muffin que le había ofrecido.

—Prefiero éste.

Acomodé la cesta en el suelo y lo seguí al interior. Estaba tan absorta en tratar


de evitar sonrojarme mientras él se comía mis sobras que me tomó un momento
o dos para sentir el calor de la mirada de Violet desde el frente del salón. Cuando
me moví a mi escritorio, le di un pequeño saludo, y ella me dio la espalda, sus
rizos brillando ante la luz del sol mientras rebotaban perfectamente en su lugar.
No sabía cómo, pero quería que Violet sufriera por lo que le había hecho a mi
abuela.

Me sentí aliviada cuando la señorita Cates anunció que era hora de trabajar en
escritura porque la aritmética me estaba dando un dolor de cabeza, y también,
eso significaba que el día escolar casi había terminado. Limpiamos nuestras
pizarras, y mientras esperábamos para obtener más instrucciones, Florence
levantó la mano.

—Florence, ¿tienes alguna pregunta? —preguntó la señorita Cates.

—Sí, señora. ¿Puedo ser excusada para usar el retrete?

—Voy a estar despachando a la clase en veinte minutos. ¿No puedes esperar?

Florence sacudió su cabeza con un no, y un niño de doce años de edad, de


nombre Roy rió desde la última fila.

—Muy bien. —La Señorita Cates suspiró y luego comenzó a repartir nuestras
tareas, a los estudiantes más jóvenes primero.

Mientras tanto, Florence marchó por el pasillo central de escritorios, haciendo

82
una pausa para darle un codazo en las costillas a Roy. Él gruñó, y las chicas junto
a él se rieron. Cuando la señorita Cates golpeó la mesa con una regla, todos
volvimos a prestar atención. Yo acababa de poner los toques finales en mi
ejercicio de escritura cuando Florence volvió, y me pregunté qué le había llevado
tanto tiempo. Tal vez los muffins de abue no le habían sentado bien después de
todo, y tenía que admitir que el pensamiento de ella en una situación tan
desagradable me hacía sonreír.

Una vez que la señorita Cates dio por terminada la clase del día, ella me llamó
hasta la parte delantera del salón. Mientras recogía mis libros, sentía a algunos
de los otros estudiantes mirándome, preguntándose si me iba a dar una
reprimenda. No había roto una de las reglas de la señorita Cates, al menos no que
yo fuera consciente. A menos que tal vez ella había decidido que dar productos
de panadería en el patio de la escuela no estaba permitido y me iba a dar una
advertencia razonable, que en realidad no importaría porque yo dudaba que
abue me enviara a la escuela con una cesta llena de muffins de nuevo. Sin
embargo, tenía que admitir que tenía un par de mariposas en el estómago
mientras iba a través de los escritorios hacia la maestra.

La señorita Cates juntó sus dedos y los apoyó en su escritorio.

—Tenías razón, Red. Los muffins de tu abuela son deliciosos. ¿Cómo es ella
horneando pasteles?
—Sólo la mejor en la tierra —le dije—. El rey mismo llenaría su mesa real de
postres con sus pasteles si fuera lo suficiente suertudo de probar un bocado.

—Eso es bastante impresionante. —Asintió pensativa—. Por favor, infórmale


a tu abuela que me gustaría que horneara mi pastel de bodas. Me pondré en
contacto con ella en breve.

Dejé escapar un chillido y me tapé la boca.

—Sí, señorita Cates. Gracias. Muchas gracias.

—De nada, Red. —Me sonrió mientras salía por la puerta. La promesa de una
orden de pastel de bodas poniendo un brinco en mi paso. Con un poco más de
suerte, tenía la esperanza de encontrar mi cesta vacía y todo el mundo corriendo
a casa para pedir a sus padres que compraran productos de panadería de abue.

83
¡Abue tendría más pedidos viniendo de los que podría completar!

La cesta no estaba vacía, sin embargo. Estaba llena.

Llena de estiércol.

Por un momento o dos, no pude hacer nada más que mirar el montón de color
marrón verdoso horrible, mientras ira hervía bajo mi piel. Finalmente, saqué la
tapa de la cesta y la dejé caer al suelo, pero el olor a suciedad y un enjambre de
moscas quedó.

Apretando mi mandíbula, escaneé el patio de la escuela en busca de Violet y


sus amigas. Parecía que habían desaparecido, junto con la mayoría de los otros.
Todos tenían que ayudar a sus familias a prepararse para el mercado y otras
cosas. Tareas mucho más importantes y agradables que limpiar un pastel de vaca
de una cesta. Estúpida de mí al asumir que Florence realmente necesitaba usar el
retrete. ¡Como si darle una orden de muffins falsas a abue no fuera suficiente!
Estaba tan consumida por la rabia que ni siquiera noté a Peter hasta que estuvo
a mi lado.

—¿Lista, Red? —preguntó. Arrugó la nariz y miró la parte inferior de una bota
y luego la otra—. ¿Hueles algo?

—No —mentí.
Arrojó una herradura oxidada en el aire, pero me di cuenta que estaba tratando
de tomar una respiración en mi dirección.

Un par de chicos asomaron la cabeza por la esquina, obviamente, a la espera


de que él volviera de nuevo al juego que habían estado jugando detrás de la
escuela.

—Sostengan sus narices —gritó hacia ellos—. Quiero decir, caballos.


Sostengan sus caballos6. —Para mí, dijo—: Permíteme terminar este juego y
entonces soy todo tuyo.

Todo tuyo, dice. Aparte de bailar en el baile No-Me-Olvides con la malvada Violet. De
repente, mi corpiño se sintió dos tamaños demasiado apretado.

—Gracias, pero hoy prefiero caminar a casa por mi cuenta.

84
Peter levantó la ceja izquierda.

—Si estás en un apuro, esos pícaros pueden arreglárselas muy bien sin mí. No
es gran cosa, Red. Estos partidos duran para siempre, y siempre terminan de la
misma manera. —Me arrojó el bolso y lo atrapé con facilidad—. A menos que tú
estés jugando, en cuyo caso a veces pierdo.

—No, de verdad. Ve y dale a esos niños una rebanada de pastel de humildad.


Nos vemos mañana, Peter. —Le lancé el bolso bien por encima de su cabeza, pero
él saltó y logró atraparlo de todas maneras.

Podía sentir sus atractivos ojos oscuros en mí, mientras agarraba la cesta
hedionda y me dirigía a la corriente. Los helechos y árboles se convirtieron en
nada más que borrones de verde mientras los pasaba, preguntándome cómo en
la tierra sería capaz de comprar nuevas gallinas en el mercado sin nada de dinero.
La sangrienta escena terrorífica que me había dado la bienvenida en el gallinero
esta mañana pasó ante mis ojos, y parpadeé para contener las lágrimas.
Agachándome, dejé que la corriente de agua fría primaveral entrara en mi cesta,
llevándose el hedor del estiércol mientras rabia llenaba mi alma.

6 Juego de palabras que se perdería si no se traduce literalmente: Primero Peter dice

“Hold your noses” y luego “Hold your horses” (Una expresión que puede traducirse como
¡Paren el carro! o, ¡Cálmense!).
Odiaba a Violet por engañar a abue a hacer tantos muffins, y peor aún, por
hacer que abue tuviera esperanza. Odiaba a Violet sobre todo por tener clavadas
sus garras en Peter. Aunque intenté detenerlas, las lágrimas comenzaron a gotear
por mi rostro y hacia el agua. Las últimas trazas de la desagradable sorpresa de
Florence fluyeron aguas abajo, y mientras comprobaba para asegurarme de que
la canasta estaba limpia, oí pasos. Me di la vuelta para ver a Peter emergiendo de
los árboles.

— Hola, Red —me saludó.

—¿Qué estás haciendo aquí? Te dije que te fueras y jugaras tu juego —dije,
frotando mis mejillas y la nariz con la manga antes de ponerme en posición
vertical. Por lo general, añoraba la compañía de Peter, pero no ahora. No cuando
había estado llorando.

85
—Lo sé. Supongo que no soy muy bueno para seguir instrucciones. —Se
encogió de hombros—. Pero, ¿quieres saber algo en lo que soy bastante bueno?

—Tengo la sensación de que vas a decirme, aunque me importe saber, o no —


me quejé.

Él se rió entre dientes.

—Me conoces bien, Red. Y yo te conozco a ti. Algo te molesta, y no voy a dejar
que te vayas a casa hasta que me digas lo que es. —Extendió sus piernas en una
postura amplia y me cerró el paso.

Crucé los brazos sobre mi pecho y traté de no sonreír.

—Me molesta que seas tan presumido que crees que voy a derramar mi
corazón a tu gusto —dije sin expresión. En el fondo, me encantaba que se hubiera
dado cuenta de que algo no estaba bien conmigo. Aun así, ¿cómo podría decirle
la verdad sin que sonara celosa?

No tenía derecho a sentirme de esa manera, Peter y yo sólo éramos amigos.

—Además, si quisiera dejarte atrás, Peter, eso es precisamente lo que haría.

Se rió de nuevo.

—Supongo que me tienes en esa. Aun así, realmente creo que deberías decirme
lo que te preocupa. Puedes empezar por explicar por qué estás lavando tu cesta
en la corriente. He oído algunos rumores acerca de las nuevas reglas del mercado
del rey. ¿Es tener un transportador de alimentos limpio como un espejo parte de
este nuevo decreto?

—Ojalá. —Me senté en un tronco, y Peter se acomodó a mi lado—. En lugar de


la usual tarta de manzana, había un pastel de vaca en ella.

Sonriendo, él se apartó el cabello de la frente. A pesar de que había estado


enojada hace sólo unos momentos, ahora que lo pensaba, era un poquito
divertido. Entonces su boca se volvió en una mueca.

—¿En serio?

Asentí.

—Me temo que sí.

86
—¿Quién haría algo así? Oh, espera. Déjame adivinar. Violet.

—Bueno, creo que en realidad Florence hizo el trabajo sucio, pero tengo una
fuerte sospecha de que Violet fue el titiritero malvado.

—No me extrañaría de ella.

Ahora yo estaba incluso más confundida. Sería una cosa si Violet lo hubiera
embaucado, pero si él sabía muy bien lo vil que ella era realmente, ¿por qué la
elegiría, de todas las chicas de toda la tierra?

—Pero ella dijo que le prometiste el primer baile en el baile —dije. Aunque el
tema probablemente sonaba de la nada, por lo menos estaba finalmente allí
planteado, lo que me estaba realmente molestando todo este tiempo. No sabía lo
que esperaba que dijera, pero esperaba que me dijera que era una carga de
paparruchadas.

—Es verdad. —Peter se apretó el puente de la nariz. Parecía como si quisiera


decir algo más. No lo hizo. Y realmente, ¿qué otra cosa podía decir?

Cabizbaja, le di la espalda y fingí estar ocupada sacando el exceso de agua de


mi cesta.

—Bien, estoy segura de que los dos tendrán un momento maravilloso —dije
demasiado alegre.
Capítulo 9

87
Noviembre, hace tres años y medio

Había nevado la noche de mi cumpleaños número trece, pero mi nueva capa


con capucha me mantuvo seca y arropada mientras caminaba a la escuela a la
mañana siguiente. La nieve recién caída ya estaba llena de pequeñas huellas de
patas y colas; criaturas del bosque se movían animadas, recogiendo alimentos y
retozando. Adoraba cómo los copos de nieve danzaban a mi alrededor. Algunos
aterrizaban en mi nariz y otros en las oscuras ondas marrones del cabello que
sobresalían desde mi capucha.

Los copos que caían sobre mi capa mantenían sus bellas formas cristalinas por
el mero parpadeo de un ojo antes de derretirse sin dejar rastro, su secreta visita
se mantenía a salvo, conmigo.

Tan pronto como entré en el patio de la escuela, Priscilla Hanks corrió hacia
mí y dijo:

—¡Qué capa preciosa! ¿Es nueva? —Priscilla tenía quince años y estaba
recientemente prometida, aunque era solo dos años mayor que yo. Había
mantenido su romance en secreto durante un par de meses, pero había empezado
a sospechar que ella y el zapatero se cortejaban cuando se presentó usando un
par de zapatos nuevos una semana y otro más, también nuevo, a la siguiente.

Yo quería ser feliz por ella, pero sabía que cualquier día de estos, ella dejaría
de venir a la escuela por completo, y yo la echaría de menos. Ellos seguirían
viviendo cerca, justo por encima de la zapatería, y me decía que podría llamarla
en cualquier momento que quisiera. Aun así, me sentía mal por ella. Una vez que
se casara y formara una familia, sus posibilidades de dejar este pequeño pueblo
disminuirían. Pero tal vez sus sueños no la llevaran más allá de la Calle Principal.

—Gracias, Priscilla. —Encantada, me contuve de girar y en su lugar agité los


lados de la capa un poco. Por ahora, varios de mis compañeros de clase se habían
reunido para echar un vistazo a mi regalo. Yo sabía que todo el mundo lo notaría;
no era a menudo que yo tuviera algo nuevo, y aunque la mayoría de las chicas

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vestían capas para mantenerse calientes, ninguna de las que había visto era la
mitad de llamativa que la mía. Me sentía hermosa en ella, y me gustaba esa
sensación.

—Mi abue la hizo especialmente para mí, por mi cumpleaños —les dije.

Violet se unió al anillo, y sus ojos oscuros me miraron de arriba a abajo.

—Espera, ¿acabas de decir que tu abuela hizo esta capa para ti? Pero es roja —
dijo, afirmando lo obvio.

Priscilla dijo en voz baja:

—A mí me gusta mucho.

Violet no le hizo caso y tomó una pequeña porción de la elegante tela de


brocado en sus dedos.

—Ya sabes lo que dicen de una dama de rojo, ¿verdad?

Parpadeé dos veces, tratando de evitar que mis mejillas se sonrojaran. Había
disfrutado de la atención que Priscilla y los demás me prestaban, pero Violet
siempre tenía algo bajo la manga. No estaba segura de a dónde quería llegar.

—Sí, por supuesto —dije—. El rojo repele a los lobos, así que usar ropa de color
rojo te protege de los lobos. —Me soplé un mechón de cabello quitándolo de mis
ojos y murmuré—: No soy estúpida.
La sonrisa de Violet se amplió poco a poco, y dijo:

—De hecho, no lo eres —comentó en un tono que me hizo sentir cualquier cosa
menos inteligente—. ¿Sabes qué, Priscilla? A mí también me gusta mucho. —
Soltó el tejido que había estado sosteniendo y lo alisó de nuevo en su lugar. A
continuación, dio varios pasos hacia atrás, casi haciendo caer a una de las chicas
más jóvenes—. Y el rojo le queda bien, ¿no te parece?

—No podría estar más de acuerdo —contestó Priscilla.

Violet cruzó los brazos sobre el pecho y arqueó una ceja.

—Bien. Por lo tanto, está arreglado. A partir de ahora, su apodo es Red. —A


medida que Violet se unía a sus amigas Beatrice y Florence, que habían estado
esperando en los escalones, la noticia de mi nuevo apodo se extendió

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desenfrenadamente a través del patio de la escuela.

A todo el mundo parecía gustarle mi seudónimo, incluso a mí; pero una


pregunta me fastidiaba mientras trataba de terminar mis problemas aritméticos
más tarde ese día. Susurré al oído de Priscilla:

—¿De qué hablaba Violet cuando me llamó “una dama de rojo”?

Priscilla se encogió de hombros.

—No sé, pero no me preocuparía por eso. Ella está verde de la envidia. Solo
mira lo elegante que es tu capa comparada con la suya simple y beige. Además,
recuerdo cuando su hermana, Nicola, usaba esa capa que ella lleva puesta. Violet
probablemente desearía tener una nueva, como tú. ¿Recuerdas todas esas cosas
rencorosas que dijo de mí?; ¿que la única razón de que Timothy quiere casarse
conmigo es porque soy alta, y él no quiere que ningún hijo suyo sea tan bajo como
él?

Asentí, avergonzada en nombre de Priscilla. La había hecho sonar como si


fuera nada mejor que un perro que ha elegido para reproducirse porque es un
buen cazador.

—Estoy segura de que no es verdad, Priscilla. Tú tienes muchas buenas


cualidades. Ser alta es solo una de ellas.
—Eso es amable de tu parte. Gracias. —Sonrió brevemente antes de
continuar—. Al principio estaba furiosa con Violet por decir tales cosas. Entonces
me di cuenta de que ella no estaba más que celosa. Decirme tales cosas era su
pequeña manera insignificante de vengarse de mí por tener esos nuevos y bonitos
zapatos. Podría haberle dicho o hecho algo en respuesta, pero imagino que la
mejor venganza es ser siempre la mejor persona. O, en este caso, ¡casarme con el
hombre al que Nicola ha estado batiendo sus pestañas por unos buenos seis
meses! —Nos reímos, y mi estado de ánimo se elevó al instante.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que descubriera de lo que había
querido decir Violet por "dama de rojo".

Una vez que la escuela nos dejó salir, Peter me invitó a unirme a él y a sus
amigos para ir en trineo por la gran colina detrás de la iglesia. Después de que

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construimos saltos con montones de nieve, Peter me dio su trineo, diciendo:

—Las damas primero. —Para ser sinceros, los saltos eran tan altos, y la colina
tan empinada... estaba asustada. Quería que alguien más fuera antes que yo.
Incluso entonces, no estaba segura sí podía reunir el valor para ir—. Vamos, voy
a estar justo detrás de ti. Va a ser divertidísimo. ¡Ya verás!

—Creo que solo quieres que vaya primera porque tú eres el cobarde —dije
burlonamente. Sabía que Peter nunca se echaría atrás ante un desafío. El primer
grupo corrió por la colina, aullando y gritando, dejando a Tucker Williamson y a
mí solos en la parte superior.

Tucker Williamson tenía trece años, como yo. Era flaco, con manchas en la piel,
y era molesto como un tejón. Además, siempre tenía polvo blanquecino en su
cabello, probablemente porque era el hijo del molinero. En realidad, a nadie le
caía muy bien, pero Peter se compadecía de él y lo invitaba muchas veces a unirse
a nuestras aventuras después de la escuela. Por lo general, simplemente ignoraba
a Tucker, pero era difícil hacerlo cuando éramos solo nosotros dos. Así que le
sonreí y mantuve la esperanza de que los otros regresaran pronto. Sus ojos
brillaban de una manera que nunca había visto. Era como si me viera como una
buena carne de lomo de venado en un momento, y una cucaracha a la que quería
pisar con su bota; o aplastar con su mano desnuda, al siguiente.

Mi estómago se revolvió, y apreté mi capa firmemente sobre mis hombros.


¿Qué estaba demorando tanto a Peter y los demás?
—Parece que se divierten —dije tan a la ligera como pude—. No puedo esperar
para ir yo. ¿Qué hay de ti?

Tucker deslizó su mano por un lado de mi capa. Entonces agarró al otro lado
de ella y me atrajo hacia él.

—¿Qué estás haciendo? —Traté de empujarlo. La siguiente cosa que supe, el


horrible rostro de Tucker Williamson estaba en mi cara, y sus labios se acercaban
terriblemente a los míos.

Olí su horrible aliento y tuve una vista de primer plano de sus dientes torcidos.
Gritando, me retorcí y meneé, pero él tenía un apretón de muerte en mi capa.
Logré suficiente holgura para desabrochar mi capa y empujarlo fuera de mí. A
continuación, le di un rodillazo tan fuerte como pude, justo en la entrepierna. Se
dobló, gimiendo, y mientras yo saltaba fuera de su alcance, perdí el equilibrio y

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caí al suelo blando, cubierto de nieve.

—¿Por qué hiciste eso? —Tosió Tucker—. Creí que eso es lo que querías. Eso
es lo que ella dijo que querías; la razón de que vistes esa capa con capucha roja.
—La mirada de depredador había desaparecido, y en su lugar, existía un total
desconcierto. Yo, también, estaba confundida.

—¿Quién en la tierra diría que yo quería eso? —pregunté sin aliento. Pero en
el instante en que la pregunta salió de mi boca, lo supe.

Afortunadamente, Peter y los chicos habían oído mis gritos y venían trepando
la colina tan rápido como les era posible por las dunas de nieve que iban hasta
las rodillas. Peter, tirando de su trineo detrás de él, estuvo en la parte superior de
la colina en cuestión de segundos.

—¿Qué diantres está pasando aquí? —exigió Peter, ayudándome a


levantarme—. Tucker, bastardo, ¿qué le hiciste? —Peter lo agarró por el cuello de
la chaqueta y lo sacudió. La furia ardía en los ojos de Peter, y se veía enojado y
agitado.

—N-n-nada —dijo Tucker, encogiéndose en su abrigo como una tortuga—. No


le hice nada, en serio.

—Entonces, ¿por qué gritó? ¿Por qué estaba tirada en la nieve? —Ahora que
los otros tres chicos estaban allí, Peter aflojó su agarre en Tucker y se volvió hacia
mí. Se me quedó mirando con una intensidad que nunca había visto en él—. ¿Te
lastimó?

Con cuidado de no tener contacto visual con Tucker, me até la capa de nuevo
y sacudí el polvo blanco de la misma.

—No. Él no me hizo daño —admití.

Peter se acercó a mí y me susurró al oído:

—¿Te tocó? —Abrió y cerró el puño mientras esperaba mi respuesta.

Negué con la cabeza.

—Me tocó la capa, eso es todo.

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—Yo solo la estaba admirando —agregó Tucker.

—Bueno, la próxima vez, admírala desde lejos. Tal vez esto te ayudará a
recordar —dijo Peter, antes de golpearlo con fuerza, en la mandíbula. Tucker
gimió y se frotó un lado de su rostro.

Todo esto me dio un torrente de emociones que fueron desde el miedo, hasta
la pena, y el asombro. Los otros chicos volvieron la espalda a Tucker, y Peter se
ofreció a acompañarme a casa. Pero si me iba a casa en ese momento, tendría que
separarme de Peter demasiado pronto.

—No hasta que haya tenido mi turno —le dije, tomando su trineo. Mientras
corría colina abajo, mi capucha voló, y mi cabello y la capa bailaron libremente
en el viento. Me reí mientras me deslizaba por la nieve, cada vez más rápido hasta
que, finalmente, la pendiente se aplanó y me llevó a un alto suave. Rodé sobre mi
espalda y ubiqué la estrella de la tarde. Ella estaba solitaria, pero sabía que en
muy poco tiempo, el cielo se llenaría con estrellas.

Era difícil dar sentido a mis emociones, pero incluso después de los
comentarios sarcásticos de Violet y el avance indeseado de Tucker, todavía me
sentía arropada, segura y hermosa en mi nueva capa roja. La noche anterior, en
mi decimotercer cumpleaños, le había prometido a mi abue me la pondría, y, en
cierto modo, había extendido esa promesa a mi madre. Y luego, una vez que tuve
mi turno con el trineo y Peter había insistido en volver a casa, dijo:
—Es probable que no te importe, pero creo que tu nueva capa es claramente...
bonita. —Pateó una mata de nieve en un lado de la carretera.

—Gracias, Peter —dije. En mi corazón, esas dos pequeñas palabras abarcaban


mucho más que el cumplido que había prodigado a mi capa. Le estaba dando las
gracias por haberme defendido y ser mi amigo, entonces y siempre.

—De nada, Red. —Mi nuevo apodo sonaba tan maravilloso en los labios de
Peter.

93
Capítulo 10

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La gente viene de cerca y lejos para vender sus mercancías, celebrar, y obtener
las primeras cosechas en el mercado de la aldea. Abue tenía como objetivo vender
más pasteles y galletas que nunca antes, así que habíamos salido de la casa en
cuanto llegué de la escuela, con la esperanza de conseguir un lugar deseable en
el centro.

Mientras caminábamos con nuestras cestas llenas, abue dijo:

—Simplemente no entiendo. —Aunque yo sudaba con mi capa, ella se había


cubierto los hombros con un chal y parecía fresca como un pepino—. Dices que
tu maestra no tenía suficiente dinero para los muffins. Y, sin embargo, tiene la
audacia de pedirme que hornee su pastel de bodas. ¿Qué clase de chorrada es
ésa?

Podría haberle dicho a abue lo que realmente había sucedido, pero decidí no
hacerlo. Tuve la terrible sensación de que ella iría a buscar a Violet y todo su clan
y los obligaría a pagar o algo aún más drástico si estaba en un estado de ánimo
especialmente desagradable. Comenzar una disputa entre nosotras y la familia
Roberts no terminaría bien, eso lo sabía.
Por el contrario, abue nunca se enfrentaría a la señorita Cates por lo de los
muffins. Mi abue no podía ser la mujer más devota de la aldea, y se apresuraba a
hacer bromas a espaldas del vicario, pero sabía que era mejor no molestar a la
prometida de un hombre de Dios.

—Tal vez podrías pedirle a la señorita Cates el pago por adelantado esta vez
—le sugerí, pero abue sacudió la cabeza enfáticamente y dijo:

—No, no, yo no hago eso.

—Así que hazle el pastel de bodas —sugerí—, y tengo una muy buena
sensación de que tendrá más que suficiente dinero para pagar. Además, piensa
en todas las personas que verán y saborearán tu hermosa creación. No tengo
ninguna duda de que un pastel para el vicario Clemmons y su novia hará crecer
tanto tu negocio que no sabrás que hacer con él.

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—Sí, podrías tener razón... —dijo abue y luego se quedó en silencio mientras
pensábamos en ello. Casi habíamos llegado al mercado cuando se detuvo para
dejar su cesta y recuperar el aliento—. Adelántate sin mí, Red. Coge un puesto a
la sombra. Iré detrás de ti.

—¿Estás segura, abue?

Me golpeó la nuca.

—Por supuesto que estoy segura. De lo contrario, no habría dicho una palabra
al respecto. Aquí hay una lista de ingredientes que necesito. Negocia y haz
trueque con los vendedores como te he enseñado. —Dejó caer un trozo de
pergamino y algunas monedas en mi mano—. ¡Ahora, atontada!

—Sólo si me dejas llevar esto por ti. —Antes de que tuviera la oportunidad de
negarse, cogí su cesto y me fui.

Cuando finalmente llegué al mercado, mis manos dolían y palpitaban


amenazando con salirme ampollas. No quería nada más que reclamar un puesto
en un lugar y relajarme mientras los otros vendedores luchaban por el espacio.
Una tropa de titiriteros en un carruaje destartalado, una vieja pareja gitana en
una tienda de colores, una alfarera, y unos cuantos agricultores ya habían
llegado. Pronto el espacio estaría repleto de artesanos, artistas y comerciantes de
todo tipo imaginables.
Distraída por los sonidos y las vistas, ni siquiera noté que un hombre
bloqueaba mi camino hasta que era demasiado tarde. Llegué a pararme tan
bruscamente que dejé caer las cestas. El hombre llevaba un ridículo sombrero de
tres puntas con una pluma y tenía la cara de no apartarse ni pedir disculpas.

—No le vi venir —dije, inclinándome para recoger las monedas y los bollos
que habían rodado sobre los adoquines.

Una bota negra cayó sobre las monedas.

—¿Dónde vas, señorita? —preguntó el hombre.

—Estoy llevando mis productos horneados al mercado —respondí, aún más


molesta por la estupidez de su pregunta que por el hecho de que casi había
pisado mi mano—. Así que, si usted mueve su pie, yo recogeré mis cosas y

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continuaré con ello.

Se arrodilló a mi lado y recogió el dinero. Con la mano libre, acarició su larga


barba negra.

—Un punto principal en el mercado te costará todo esto. Un lugar más allá,
junto a los campesinos, te costará la mitad, y si te atreves a ponerte en el callejón
—dijo, inclinando la cabeza en la dirección de los gitanos—, esto como mucho.
—Dejó caer alrededor de un cuarto de las monedas en mi mano.

—Debe de estar bromeando —dije. Traté de reír, pero se me quedó atrapada


en la garganta. Este desconocido tenía un aire extraño sobre él, y olía a huevos
podridos—. ¿Quién crees que eres? Mi abuela y yo hemos venido al mercado
durante años, y ni una vez nos han obligado a pagar.

La gente llegaba de todas direcciones con sus productos para vender. En la


vanguardia estaba Amos Slade y su siempre leal perro de caza. Como de
costumbre, el viejo cazador había traído un carro lleno de venado y un surtido
de pieles al mercado.

El perro gruñó al hombre con el gracioso sombrero, o tal vez me estaba


gruñendo a mí, trayéndome de vuelta al presente. Amos se había detenido junto
a nosotros y le dijo al hombre:

—¿Qué pasa aquí? Deja a la chica de Lucas sola.


El hombre se levantó y enderezó su sombrero.

—¿Entonces eres la nieta de la viuda Lucas? —me preguntó.

—Quizás. ¿Y quién eres tú? —repliqué.

—Mi nombre es Hershel Worthington, y en nombre del rey, voy a cobrar los
honorarios de los vendedores del mercado, a partir de hoy. ¿Puedes verlo aquí?
—Extrajo un rollo de su cartera, lo desenrolló y lo sostuvo como si fuera un
cuadro fino. Desde mi punto de vista, todo lo que podía decir era que estaba
escrito en guión de fantasía. Mientras Amos lo leía, su bigote espeso se abanicó y
él resopló como un toro enojado.

El señor Worthington sostuvo el pergamino más alto, y una multitud comenzó


a reunirse alrededor de nosotros.

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—Es bastante desafortunado que algunos aldeanos, la abuela de esta joven,
por ejemplo, estén atrasados en sus impuestos —dijo con la otra mano sobre la
cabeza.

Seguramente el señor Worthington había confundido a la abuela con otra


persona.

—¿De qué está hablando? —pregunté.

—Es muy simple. Cuando fui a su casa a cobrar impuestos, ella no pagó.
Ahora, ¿dónde estaba? Oh, sí. —Se aclaró la garganta—. Esto no deja a su alteza
real ninguna otra opción que imponer decretos como este. Nuestro benévolo
gobernante se disculpa por las molestias y envía desde el castillo real sus mejores
deseos para una estación próspera.

Mientras Amos metía la mano en el bolsillo y pagaba al hombre de impuestos,


soltó una retahíla de maldiciones casi igual a la mejor de abue. A su vez, varios
otros aldeanos entregaron su dinero.

—¿Y qué opción has decidido, señorita Lucas? —preguntó Worthington.

—Deme el dinero, señor Worthington —dije con los dientes apretados—.


Todo. Hoy no voy a comprar un sitio para los vendedores.

Sus ojos entrecerrados, inyectados en sangre, se deslizaron de mi cara a mi


cuello y descansaron sobre mi pecho. Un centenar de baños abrasadores con
hasta la última pastilla de jabón de abue no me quitarían la sensación
desagradable que sentí en ese momento.

—-Como quieras —dijo, y dejó caer las monedas una a una en la palma de mi
mano.

Levantando mi cabeza lo más alto posible, le di la espalda y comencé a recoger


las cestas. Hubiera sido estupendo si pudiera haber hecho una gran salida para
el efecto. Sin embargo, mis rodillas temblaban, y las cestas eran tan pesadas y
voluminosas que probablemente parecía una mula coja con una manta roja
mientras me alejaba de él y por una calle lateral.

Cuando la gente siguió en su camino al mercado, traté de borrar de mi mente


al hombre de impuestos y la forma en que nos había humillado públicamente a
abue y a mí. Pregunté a los aldeanos si les gustaría comprar un rollo de canela o

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una tarta, y poco a poco, las canastas se vaciaron, y recogí sus pagos escasos. De
vez en cuando, intercambiaba media docena de galletas por especias o algo más
de la lista de compras de abue. Sin embargo, mi corazón estaba hundido sabiendo
que incluso sin haber pagado al hombre de los impuestos su cuota de mercado
escandalosa, e incluso si eventualmente había vendido hasta la última miga de la
panadería de abue, no tendría suficiente dinero para reponer nuestras gallinas. Y
ahora el señor Worthington parecía creer que abue le debía impuestos.

Un viejo granjero hizo girar su carro alrededor de la curva, y cuando pasó por
la taberna, una gran manzana verde rodó por la parte posterior. Intenté llamar
su atención, pero él estaba demasiado ocupado rogándole a su esposa que le
hiciera caso. Me encogí de hombros y la metí en mi cesta. Una manzana de la lista
de compras de abue nos dejaba en falta de veintitrés.

Aparte de un par de palomas que parecían estar perdidas, yo estaba


básicamente sola en mi pequeño rincón de pueblo. Para entonces, abue debería
haber llegado, y yo sabía que debería encontrarme con ella. Además, quería
preguntarle sobre los impuestos. Así que apilé el resto de productos horneados
en una sola canasta, escondiendo la vacía bajo unas escaleras, y comencé a
buscarla.

El mercado estaba en pleno apogeo. Los sonidos de voces gritando y cantando


y la música de panderos, cuernos, tambores, flautas y acordeones resonaban.
Poniendo una mano sobre mis ojos para hacerme sombra, entré y salí de la
multitud buscando a mi abue, haciendo una pausa cada cierto tiempo para
vender un pastel. Afortunadamente, el último, un pastel de manzana, encontró
un nuevo hogar. Abue estaría encantada.

Mi abuela había vivido en el pueblo toda su vida, así que incluso si alguien no
la hubiera conocido en persona, casi todos al menos sabían de ella.

—Perdóneme, ¿has visto por casualidad a mi abuela, la viuda Lucas, hoy? —


le pregunté a la mujer alta que vendía mochilas y cinturones. Más bien,
intentándolo, ya que nadie parecía interesado en sus mercancías.

El niño apoyado en la cadera de la mujer lloró, y ella murmuró.

—Cállate, ahora. —Para girar después en mi dirección. Mi corazón se alivió al


reconocer los ojos de la joven madre—. Lo siento, ¿qué dijiste? —preguntó

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Priscilla.

Detrás de ella, un niño y una niña que parecían tener unos dos años jugaban
con un tiovivo de madera. Un perro blanco y negro con cara dulce se sentó a los
pies de los gemelos; sin embargo, por alguna extraña razón, tan pronto como me
olisqueó, se lanzó detrás de la pancarta de su señora, con la cola entre las piernas.

—¡Red! —Mi antigua compañera de escuela se levantó, algunas líneas se


habían asentado bajo sus ojos. Sin embargo, sus cabellos rubios sobresalían de su
chal brillando a la luz del sol, y sus mejillas tenían una bonita sombra color de
rosa.

—¡Priscilla! Hace mucho tiempo.

Cuando Priscilla se casó por primera vez con el zapatero, hacía tres años,
habían pedido los productos horneados de abue casi todas las semanas. Además,
abue solía traerme a la tienda del zapatero más a menudo en ese entonces, ya que
mis pies todavía estaban creciendo. Mírenla ahora: Una madre con un trío de
enérgicos niños con el cabello color zanahoria. Y aunque a menudo me resultaba
triste que Priscilla se hubiera decidido por una vida no aventurera como la esposa
del pálido zapatero, en realidad parecía feliz.

—Parece que alguien bebió su aguamiel —bromeé, hablando de la tradición


local donde los recién casados se vuelven fértiles después de tomar el licor de
miel durante un mes—. Quiero abrazarte, pero me temo que podría aplastar a tu
adorable bebé —le dije—. Es bastante pequeño. —Era difícil de creer que un
cacahuate tan pequeño algún día creciera hasta convertirse en un hombre de
tamaño completo. O, si él se parecía a su padre, un hombre de mediano tamaño.

Priscilla se echó a reír y me dio un suave abrazo lateral de todos modos. El


niño dejó de quejarse y me miró con sus ojos redondos, de color azul pizarra y
sus labios húmedos en forma de "o".

—Mira, a mi pequeño Ezequiel le gustas. —Nunca supe que podía calmar a


un bebé, y me sentí como si hubiera descubierto un nuevo poder mágico—. Me
alegra ver que todavía llevas tu hermosa capa roja. ¿En qué tipo de travesura te
has metido, Red? Cuéntame todo... todos los detalles. —Me cogió la mano y la
apretó.

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—¿Hola? —Un anciano golpeó su bastón en el suelo para llamar la atención
de Priscilla—. He dicho, hola. ¿Cuánto vale ese cinturón, con la bolsa?

—Discúlpame, Red —susurró ella—. Quiero ponerse al día, pero tengo que
vender el doble de la semana pasada para equilibrar la nueva cuota de mercado.
Y todo esto a la sombra de la recaudación de impuestos.

—Lo entiendo —dije sonriendo—. Quizá pueda volver otra vez, un poco más
tarde.

—Sí por favor hazlo. Y te deseo la mejor de las suertes para encontrar a tu
abuela. —Soltó mi mano y volvió su atención a su cliente. Me alegré de ver que
varias personas estaban deambulando a ver sus mercancías. Cuando pasé junto
a unos cajones de gallinas cacareando, me detuve para escuchar a cuánto las
vendía el granjero. Había casi suficiente en mi cartera, pero todavía necesitaba
comprar o cambiar los artículos de la lista de abue.

Me imaginé que también podría terminar las compras mientras buscaba a


abue. Agité los dedos de mis pies mientras una mujer escarbaba profundamente
en los barriles y examinaba escrupulosamente cada pieza de fruta antes de
colocarla en su bolsa.

—Esto no es suficiente —dijo el campesino de rostro rubicundo después de


contar las monedas que le había pagado. Le dijo cuánto más le debía.
—Madre mía —dijo, cruzando sus brazos sobre su pecho amplio—. A menos
que tus peras estén encantadas, ese precio es exagerado y me niego a pagarlo.

Hizo una gran escena para sacar la fruta de su bolsa y devolverla a su carrito.

—Como quiera, desgraciada vieja avara —farfulló él—. Ahora, fuera. No


necesito su persona para asustar a todos mis clientes sensatos. —Tan pronto como
el granjero se volvió hacia mí, me preguntó—: ¿Qué puedo hacer por ti, jovencita?
—Una conmoción similar a una multitud estalló desde fuera del ayuntamiento.
La gente que me rodeaba dejó lo que estaba a medio hacer y corrió hacia el
bullicio, incluyendo al granjero. Las peras que la mujer había devuelto
empezaron a rodar, arrastrando unas manzanas con ellas. Me acerqué para
detener la caída de las frutas, y al hacerlo, algo me invadió.

101
Nunca había sido una ladrona, y nunca pensé que estaría tentada de robar, ni
siquiera un poco. Pero si pudiera conseguir los ingredientes de la lista y guardar
el dinero de mi cartera, podríamos comprar las gallinas que tanto necesitábamos.

—Te pagaré algún día —susurré mientras deslizaba furtivamente peras,


manzanas y nueces bajo mi capa y luego las metí en mi canasta.

Con el corazón palpitando, miré de un lado a otro. Aunque sentí mil ojos de
desaprobación en mí, debió de ser solamente mi conciencia que me engañaba.
Nadie parecía estar pendiente de mí.

Me acerqué al siguiente carro, este era el del molinero. Un saco de harina


suponía un poco más que un desafío para colarse desde mi capa en la cesta, sobre
todo sin romper el resto de galletas y rollos, pero inexplicablemente me las
arreglé. Con manos sudorosas y temblorosas agarré mi cesta, que se volvía
rápidamente más pesada con cada objeto robado. Sin embargo, una sensación
extrañamente maravillosa fluyó a través de mis venas. ¿Podría ser que yo fuera
realmente buena en robar?

Las velas que necesitaba me hicieron señas desde el siguiente puesto, pero
cuando las metí en mi cesta, sentí la punzada de un objeto puntiagudo en mi
rodilla. Pensé que había sido sorprendido infraganti, pero por suerte, sólo era el
pequeño pirata de la costurera Evans.

—Dame una galleta.


—Será mejor que tengas cuidado —dije, apartando la espada de juguete de mi
rodilla—. Si me cortas la pierna, me quedaré coja con una pata de palo. No sé tú,
pero yo odio ser acusada de ser un pirata.

Gruñendo, el muchacho me apunto a la cara con la espada.

—O podrías sacarme un ojo —continué—. ¿Y quién quiere llevar un parche


negro sobre el ojo? Bueno, puede que tú sí, pero yo.

Bajó su arma de madera al suelo, trazando los adoquines con su punta.

—Vamos, quiero una galleta. Las tuyas son las mejores del mundo.

—Si te doy un regalo, ¿me dejarás en paz? —le pregunté, y él asintió


emocionado. Abrí la tapa de mi cesta sólo un poco. El chico observó con una

102
curiosa expresión en su mugrienta cara mientras yo palpaba a ciegas. Era como
si la harina, las frutas y las velas robadas estuvieran jugando un juego conmigo,
uno en el que el objeto tenía que no dejarme nunca encontrar una galleta.
Finalmente, encontré una y se la entregué con una sonrisa—. Ah, pasas y avena.
Mi favorita. Tienes mucha suerte de que me quede una.

Se rascó la nariz pequeña y mocosa.

—¿Tienes una galleta de azúcar?

—Lo siento, se me han terminado.

—¿No tienes nada que no esté roto, entonces? Vamos, estoy seguro de que sí.

Miré hacia arriba para ver a Tucker Williamson enderezando los sacos de
arpillera en el carro de su padre. Con sus brazos musculosos y más de uno
ochenta de alto, Tucker se había convertido en un gigante en comparación con el
muchacho al que le había dado un rodillazo en la ingle en la colina cubierta de
nieve detrás de la iglesia. Ese fue el día en que Peter y los otros chicos dejaron de
sentir lástima por él y dejaron de incluirlo en su diversión y juegos. Después de
todo, Tucker se había convertido en algo así como un lobo solitario, trabajando
para su familia y apareciendo en la escuela sólo raramente.

—Mi padre dijo que estaba a punto de ayudarte —dijo Tucker—, pero ahora
está inmerso en algún tipo de debate político por allá. Me dijo que viniera a
buscarte la harina.
—Oh. Um, gracias, pero hoy no necesito nada. Sólo estoy de paso, buscando a
mi abuela. Conociéndola, probablemente estará intentando hacer algún tipo de
trato. Exactamente como esa astuta empresaria, ya sabes —titubeé
nerviosamente.

—No necesita harina porque ya tiene un saco en la cesta —dijo el glotón pirata
antes de escabullirse con la galleta de avena.

Las cejas de Tucker se arquearon mientras me miraba.

—¿Lo tienes?

Todo mi rostro resplandecía. Di un paso atrás, casi tropezando.

—Ese pequeño canalla tiene una imaginación activa, de verdad —dije con una

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risa—. ¿Sabías que realmente cree que él es un pirata? —Me reí de nuevo, como
si mi nerviosismo borboteara de mí. Podría muy bien haber tenido una señal
colgada alrededor de mi cuello proclamando ¡SOY UNA LADRONA! Para que
todos lo leyeran.

—Vamos, Red. Vamos a ver qué hay en la canasta. —La mano de Tucker se
movió hacia el mango.

Silenciosamente ordené a mis piernas correr, pero no se movían. Si


simplemente me quedaba parada frente a él, era sólo cuestión de segundos antes
de que encontrara las pruebas que necesitaba para descubrirme. En lugar de
ayudar a abue y a mí a volver a una posición sólida, nos hundiríamos aún más
en la deuda y la deshonra. No podía dejar que eso sucediera. ¡No lo haré! Tenía la
boca completamente seca, pero logré decir:

—Algo dulce, sólo para ti.

Mientras mis extrañas palabras resonaban en el aire, puse la cesta en el suelo


y respiré hondo. Crucé el espacio entre nosotros, alcanzando sus enormes
hombros con mis dos brazos. Tirando de él, me puse de puntillas y cerré los ojos.
¡Ahora! En un enredo de manos, cuellos, barbillas, y finalmente, labios, lo besé.

Besé a Tucker Williamson.

¿Qué he hecho?
Capítulo 11

104
Me aparté de Tucker y me toqué los labios, esperando sentir un toque de
amargura o picor, como si me hubiera frotado con un roble venenoso o, peor aún,
estuviera cubierto de verrugas. Aparte de la inquietud que revoloteaba en mi
vientre, parecía que había sobrevivido, aunque fuera por mi último rastro de
suerte.

Estaba demasiado mortificada para hacer contacto visual, pero sentí que me
miraba fijamente.

—¿Qué…? ¿Por qué...? —balbuceó.

—Lo siento, Tucker, pero yo... tengo que irme. —Me giré sobre mis talones y
alisé las arrugas de mi capa—. Necesito encontrar a mi abuela.

Cuando me dirigí hacia el ayuntamiento, oí que me llamaba.

—¡Red, espera!

Sacudiendo la cabeza, caminé a través de la multitud. Uno por uno, los ojos de
los aldeanos, jóvenes y viejos, se endurecieron juzgándome mientras me
miraban. Sentía como si mis botas estuvieran cargadas de piedras, cada paso era
más agotador que el anterior. Toqué la cruz de oro en mi pecho, y luego mis
labios. Ellos saben lo que he hecho. Si no hubiera tenido que recoger a abue primero,
habría huido del mercado y me habría ido directamente a casa. Todo el mundo lo
sabe.

Una vez que estuve lo suficientemente cerca de la caja de jabón para ver y oír
que estaba despertando un gran alboroto, entendí por qué la gente realmente se
compadecía de mí. Tan horrible como había sido besar a Tucker Williamson —
sobre todo con todo el mundo sabiendo acerca de ello— con mucho gusto lo
habría hecho de nuevo, si con ello hubiera podido haber impedido que abue
hiciera el ridículo. Que nos pusiera en ridículo a las dos.

—Todos hemos perdido pollos, corderos y vacas —gritaba abue cuando la


gente la miraba, algunos de ellos riendo, algunos frunciendo el ceño—. El hambre

105
de los lobos crece, y es sólo cuestión de tiempo antes de que busquen sangre
humana. Ellos lo han hecho antes, y recuerden mis palabras, lo harán otra vez.
Siempre que la luna esté llena, no debemos deambular alrededor de la aldea o
vagar en el bosque. Debemos permanecer en nuestros hogares. No podemos
permitir que nuestros jóvenes tengan fiestas y hogueras alrededor de Wolfstime.
—Jadeó para tomar aire, y aunque estaba cinco filas atrás, vi gotas de sudor en
su frente. Sentí humedad en mi frente, también—. Es por eso que el baile de No-
Me-Olvides no se puede celebrar en su tradicional noche de este año. —Señaló
el cartel que Violet y sus amigos habían hecho la semana pasada en la escuela y
que colgaba en la ventana del ayuntamiento—. La luna estará llena. Los lobos
cazarán. ¡No podemos perder a nuestros jóvenes con las bestias!

La multitud rugió, la gran mayoría de sus miembros riéndose codo a codo.


Cerré los ojos, deseando poder desaparecer por arte de magia. Cuando volví a
abrir los ojos, dos tomates volaban directamente hacia mi cabeza; me agaché justo
a tiempo para evitar ser golpeada. Me volví y miré a los culpables: Un grupo de
niños —entre ellos el niño pirata y uno de los hermanos pequeños de Peter—
encaramados en una escalera. Una cabeza de col golpeó a abue en el pecho,
haciendo que la gente la señalara y riera aún más. Y por si eso no fuera suficiente
pesadilla, capté un olor a madreselva. Antes de que pudiera contar hasta tres,
Violet, Beatriz y Florencia se materializaron a mi lado.
—Tú querida abuela está loca si honestamente cree que puede sabotear
nuestro baile —dijo Florencia, pasando sus dedos por sus mechas rojizas. Violet
y Beatrice hicieron una mueca despectiva.

Abue se alejó de la caja de jabón, y los aldeanos aplaudieron para que se fuera.
Tomándome del brazo, Violet me alejó de sus amigas.

—Tu abuela no es la única con pensamientos locos. Tonta, yo tenía la


impresión de que te gustaba Peter. Pero ve aquí, que es por Tucker por quien
suspiras. No es frecuente que interprete mal a la gente.

No me había dado cuenta de que mi mandíbula se había quedado floja hasta


que traté de responder... e incluso entonces, sentí como si no hubiera aire en mis
pulmones.

106
—No me gusta Tucker. Apenas puedo aguantarlo.

Poco a poco, Violet alzó las cejas.

—Ya veo. Así que, si no puedes soportar a Tucker, ¿por qué lo besaste?

Tosí, y cuando mi voz salió, graznó como una rana.

—¿Qué? ¿Lo viste? —¿Cómo podría explicar que lo había besado por
desesperación, para distraerlo de buscar en mi cesta?

—Tenía miedo de que sus dientes se enredaran en tus labios —dijo ella,
dándome palmadas en la espalda y riéndose—. No te preocupes, Red. No soñaría
con decírselo a nadie. Será nuestro pequeño secreto. Tuyo, mío y de Tucker
Williamson.

Quise creerla, pero la forma en que sus ojos brillaban me decía que si de
verdad era un secreto ahora, no lo sería por mucho tiempo.

Una brisa agita el aire, y en él deriva la voz de mis sueños.

—Sólo cuando te niegues a ser una víctima del miedo conocerás tu verdadero poder.
El viento se levanta, liberando mi cabello de sus trenzas, levantando mi capa como alas.
Alzando los ojos hacia el cielo, veo apartarse las nubes gris oscuro, revelando la luna llena
en todo su brillo blanco plateado.

—No sé a qué te refieres. —Es mi voz diciendo esto, pero no estoy hablando en voz
alta—. Por favor, dímelo.

Escucho esperando una respuesta; en cambio, oigo gritos de ira. Y son cada vez más
fuertes, más cerca. Demasiado cerca.

Están viniendo por mí.

Martes 15 de mayo

107
—¡Despierta dormilona! ¿No oíste el gallo? —Después de sacar la almohada
de debajo de mi cabeza, mi abue abrió mi ventana. Cerré los ojos, pero aun así la
oía respirar el aire de la mañana, haciendo un sonido horrible y sibilante—. Creí
que te gustaría oír el canto del gallo. Significa que los lobos no entraron a nuestro
gallinero anoche. Claro que está bien tener gallinas de nuevo. No estoy segura de
cómo lo hiciste, pero...

—Intercambiando y negociando, tal como me enseñaste —gruñí y me tapé con


las sábanas—. Ahora, por favor, vete.

—¿Por qué estás tan gruñona, niña? ¿No recibiste suficientes guiños anoche?

Mi sueño de Wolfstime había sido particularmente inquietante. La oscuridad


había sido tan intensa; se aferraba a mi piel y se filtraba en mi boca y mis ojos.

Ahora que estaba despierta, temía que otra horrible pesadilla me esperara.
Esta tenía largos rizos de ébano, botas brillantes, y un cuidado dudoso de mi
secreto.

—Creo que estoy agarrando algo —dije, y aunque sabía que no era una
dolencia tradicional, realmente me sentía mal de mi estómago—. No debería ir a
la escuela.

Oí a abue andar a mi lado de la cama. Me apartó las mantas y presionó su


mano contra mi frente. Un momento después, exclamó:
—¡Tonterías! Estás tan en forma como un violín. Vas a la escuela y vas a
aprender. Ya es bastante malo que sólo haya escuela tres veces por semana hoy
en día. No quiero que la gente diga que estoy criando al idiota del pueblo. Ahora,
levántate y ponte en marcha. Tu avena se está enfriando.

—Bueno, tal vez debería saltarme la escuela hoy y tratar de vender algunos
productos horneados extra —dije, alzándome sobre los codos—. Mientras estaba
en el mercado, un horrible hombre llamado Hershel Worthington me dijo que no
pagaste tus impuestos cuando vino a recogerlos. ¿Es eso cierto?

Los surcos en la frente de abue se profundizaron.

—¿Por qué iba a decirte eso?

—Se lo dijo a toda una multitud que se preparaba en el mercado.

108
Tenía los ojos entrecerrados y miraba por la ventana. No podía saber si estaba
enojada o mortificada, tal vez ambas cosas.

—Así que, ¿es verdad, abue? —repetí.

Ella parpadeó y se ajustó las gafas en la nariz.

—Me ofreció una extensión. Le di un pastel de dos días, le dije que lo había
sacado del horno esa mañana, pero es tonto así que no sabría la diferencia y dijo
que volvería el jueves por el dinero.

—Tienes el dinero, ¿verdad?

—No hemos estado trabajando tan duro para nada. Todo saldrá bien. Siempre
sale. No tienes nada de que preocuparte. No es asunto tuyo, de todos modos. Ir
a la escuela es tu asunto, ¿me oyes? Así que levántate de esta cama ahora mismo.
Tu desayuno estará probablemente frío ya.

La papilla fría no me importó, porque después de vestirme y trenzarme el


cabello, mi estómago todavía no estaba lo suficientemente bien para comer. En
todo caso, se sentía peor.
Tan pronto como puse un pie en el patio de la escuela, una brigada de
chiquillos hizo ruidos de besos desde arriba en el árbol trepador. Uno fue tan
lejos como para hacerlo frente al árbol, envolver sus brazos alrededor de sí, y
frotar sus manos arriba y abajo de su espalda, fingiendo estar retozando con
alguien. Si habían oído hablar de mí besando a Tucker Williamson, o
simplemente se burlaban de mí de la misma forma en que hacían con todas las
chicas, no podía estar segura. Pensé que rodear el árbol —incluso si significaba
pasar demasiado cerca de las chicas que saltaban a la cuerda— no dolería.

Violet, Florence y Beatrice se sentaron en los escalones de la entrada, hablando


y riendo como de costumbre. El par de chicas más jóvenes al lado de ellas detuvo
su juego de timbres. Una susurró en el oído de la otra, y ambos pares de ojos se
pegaron a mí.

109
Tomando una respiración profunda, alcancé mi cruz dorada y la sostuve entre
mi dedo pulgar y el índice. Violet me sonrió mientras me acercaba. No era una
sonrisa amistosa, pero tampoco era malvada. Era más una sonrisa secreta.
Entonces me saludó. No sólo las muchachas del escalón, sino que también
Florence y Beatrice me miraron, así que a regañadientes moví los dedos.

Entonces oí que alguien se aclaraba la garganta y miraba por encima de mi


hombro. Tucker Williamson se paró detrás de mí con una camisa gris y una
expresión satisfecha. Apreté la mandíbula al darme cuenta de que el saludo de
Violet había sido para Tucker, no para mí. Me costó un gran esfuerzo mantener
la cabeza en alto mientras me apartaba de su camino.

Pasó junto a mí y se dirigió descaradamente hacia las niñas de los escalones.


Había pasado mucho tiempo desde que el chico grande y con el rostro lleno de
granos había venido a la escuela. Y cuando lo hizo, nunca se sentó con nadie, por
no hablar de Violet Roberts. Todos en el patio de la escuela parecían tan curiosos
y pendientes como yo. Incluso los niños mayores, Peter y sus compañeros,
salieron de detrás de la escuela para ver qué estaba pasando. Todo lo que pude
entender fue que Violet se preparaba para un espectáculo de títeres, y Tucker era
su última marioneta. Tuve la mala sensación de que estaba a punto de tirar de
mis hilos, también.

Después de un breve momento de burla que pareció agradable, Violet alzó la


voz y preguntó:
—¿Qué es eso, Tucker? Me estabas contando lo que pasó en el mercado...

Los ojos de Tucker se movieron como si se hubiese tragado una mosca.

—Red me besó.

Mis rodillas se doblaron y deseé que mi capa estuviera encantada con un


hechizo que me hiciera desvanecer en lugar de una protección contra lobos. Yo
sabía que ver o escuchar la reacción de alguien sería una agonía pura,
especialmente la de Peter, así que el por qué lo busqué precipitadamente, no
podría decirlo. Era como si la sombra más oscura hubiera caído sobre el hermoso
rostro de Peter. Parecía un extraño, que aplastó mi corazón. Sacudiendo la
cabeza, se alejó, y sus amigos lo siguieron de vuelta por la escuela.

Quería decirle que volviera, ¡no era cierto! Quería decirle que no lo era. Pero

110
por supuesto no podía, porque aunque Violet era quien lo exponía a toda la
escuela, sólo yo tenía la culpa de haber besado a Tucker en primer lugar.

—Red, supongo que tú y Tucker están saliendo ahora —preguntó Violet, y


cerré mis puños.

—No —dije suavemente.

Se tocó la barbilla y frunció los labios.

—Así que cuando lo besaste, ¿no significó nada?

—Así es. —Tragué, deseando que ella consiguiera lo que buscaba, y me dejara
seguir con mi miserable vida.

—Es bueno que te llames Red, en lugar de Chastity7 —dijo ella, y el patio de la
escuela estalló en exclamaciones de conmoción y diversión. Me atreví a echar una
mirada a Tucker, cuyo rostro rubicundo se torció en una expresión extraña, como
si quisiera reírse junto con los demás, pero temiera que pudiera vomitar en
cualquier momento. Yo sabía cómo se sentía con lo de vomitar. Cuando nuestros
ojos se encontraron, un nudo se formó en mi garganta. Quizás lo que le había
hecho a él era incluso más cruel que lo que había hecho en la colina del trineo
hacía tanto tiempo.

7 Chastity: Castidad
Tan pronto como la señorita Cates nos despidió, até mis libros y corrí a la
carretera sin hablar con nadie. No podía salir de la escuela lo suficientemente
rápido, y me sentí aliviada de no tener que ir mañana. Contra todas las
probabilidades, esperaba que la historia sobre mí besando a Tucker muriera antes
del jueves.

No había avanzado mucho antes de que Peter me alcanzara.

—Hola, Red. ¿Te importa si te llevo a casa? —preguntó.

—Si te hace feliz.

—Por supuesto que me hace feliz. Es por eso que lo hago. —Caminamos hacia
la barranca en silencio, y luego saltó delante de mí y preguntó—: ¿Estás bien?
Apenas has levantado la vista de tu escritorio en todo el día.

111
—Nunca he estado mejor —mentí—. Escucha, sobre Tucker. Yo... —No tenía
ni idea de qué decir, pero sabía que sería mejor que fingir que no había sucedido
nada.

—Esperaba que estuviera mintiendo —dijo Peter después de un momento—.


Esperaba que Violet lo estuviera chantajeando o algo así. Pero, por la mirada de
tus ojos, pude ver que lo que decía era cierto. —Peter torció una rama muerta de
un árbol y la partió en dos—. No lo entiendo, Red. Puedes conseguir alguien
mucho mejor que Tucker Williamson. Es un bastardo.

Lanzó un pedazo de la ramita detrás de mí, y el otro lo lanzó al lado de la


carretera.

Sentí como si mis emociones estuvieran siendo desgarradas en dos direcciones


distintas, también. Mis ojos ardían, y temía que en cualquier momento empezaría
a sollozar. Pero no quería llorar delante de Peter. No consentiría estar triste. Por
el contrario, me concentré en mi ira creciente.

Estaba enojada con todo el mundo: Conmigo misma por meterme en este
humillante y horrible desastre en primer lugar; con mi abue por dejarme en el
mercado con una lista de compras imposible; con Violet por de alguna manera
persuadir a Tucker para contarle a toda la escuela que lo había besado; con
Tucker por ceder a Violet, y por sospechar que había robado la harina, y por
elegir hoy de todos los días para venir a la escuela; e incluso con el niño pirata
por haberme llevado a Tucker. Ni siquiera Peter, a quien yo normalmente amaba,
estaba a salvo de mi ira en ese momento.

—Mientras estamos compartiendo opiniones —dije, esquivando a Peter y


siguiendo por el camino—, creo que puedes conseguir alguien mejor que Violet
Roberts, también.

—No es lo que parece —dijo.

—Ah, ¿No? —Me giré y puse mis manos en mis caderas—. Entonces, dime
cómo es, Peter. ¿Qué pasó exactamente entre Violet y tú la noche de tu
cumpleaños?

—Tu abuela vino a la hoguera, buscándote. Yo quería ir con ella para ayudarle
a encontrarte, pero ella dijo que yo sólo la ralentizaría. —Respiró hondo y pateó

112
algunos guijarros—. Entonces Violet me llevó aparte y me dijo que sabía en qué
dirección te habías ido, y me lo dijo por un precio.

—Déjame adivinar. ¿El precio era bailar con ella en el baile?

—No al principio. Al principio, quería que yo bailara con ella justo entonces y
allí en la hoguera. Seguí intentando que me dijera dónde habías ido, pero
Gregory siguió jugueteando, y ella todavía no había aceptado su parte del trato.
Le dije que bailaría con ella en el baile si me lo decía en ese momento. Fue
repentino de mi parte, pero no podía pensar en un plan mejor, y sabía que cuanto
más tiempo estuviera atrapado bailando con ella en la fiesta, más lejos habrías
ido. Sé que tienes miedo de los lobos, Red, y no podía soportar pensar en ti
vagando por los bosques oscuros sin una antorcha. Quería estar allí para ti.

Parpadeé.

—¿Querías protegerme? —De repente, toda la ira que se había acumulado


dentro de mí empezó a disminuir.

—Por supuesto. —Me tendió los brazos y presioné todo mi cuerpo en su cálido
abrazo. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en su hombro. Olía como los primeros
rayos de sol después de una ducha de primavera—. Eres mi amiga, Red —
murmuró en mi cabello—. Me sentiría horrible si algo malo te hubiera pasado.

Amigos, sí. Eso es lo que somos.


Di un paso alejándome de él, y luego otro. Sabía que debería estar feliz y
agradecida de tener un amigo como Peter. Debería estar encantada de que la
única razón por la que había aceptado bailar con Violet en el baile era averiguar
en qué dirección corría, porque quería protegerme.

Sin embargo, mientras nos abrazábamos en el camino esa tarde, sentí que algo
se movía profundamente dentro de mi corazón. Fue completamente maravilloso
y terriblemente doloroso a la vez. Sabía con toda seguridad que quería que Peter
fuera más que mi amigo.

Me estaba enamorando de él.

113
Justo antes del crepúsculo, mi abue y yo nos dirigimos hacia la cabaña,
perdidas en nuestros propios pensamientos mientras nos preparábamos para
Wolfstime. Cuando tiró de la rejilla sobre la chimenea, gruñó como de costumbre,
pero de repente, su gruñido se convirtió en un grito. Dejé caer las tazas de sidra
sobre la mesa y corrí hacia ella.

Agarrando su brazo derecho, dijo sin aliento:

—Estoy bien. Estoy bien.

—No estás bien, abue —dije mientras la ayudaba a sentarse en su lugar


favorito en el sofá—. Estás sufriendo. Y es cada vez peor, ¿no? —Ahora que lo
pensaba, cuando regresé de la escuela esa tarde, ella estaba en su dormitorio en
lugar de cocinando. A medida que me daba cuenta de otras cosas raras, como
que había unos cuantos productos horneados en el mostrador de la cocina,
empacados y listos para entregar por la mañana, y la tranquilidad de abue en
general, lo que había encontrado refrescante. Pensando, me di cuenta de lo
egoísta que había sido al no haberlo notado antes.

—¿Te duele demasiado cocinar?

—Después de esta noche, sólo quedan tres noches más. Y luego un montón de
tiempo para recuperarme antes del próximo Wolfstime. —Sus labios temblorosos
formaron la más leve de las sonrisas.
Mientras limpiaba la sidra derramada y rellenaba nuestras tazas con más,
esperaba que la sonrisa en mi rostro fuera más convincente. Sin embargo, abue
tenía que pasar cuatro noches más y tres días más. No sería fácil.

—Ojalá hubiera algo que pudiera hacer —dije.

Ella chasqueó la lengua.

—No pierdas algo tan precioso como un deseo en algo tan tonto. Sobreviviré.
Siempre lo hago. Es decir, a menos que tenga que hornear otro maldito muffin.
Juro, que no tengo ni idea de por qué la gente de repente está tan loca por mis
muffins.

—Son deliciosos, por eso. —Me alegró saber que dar muestras de muffins
estaba dando sus frutos.

114
—Bueno, no puedo discutir eso. —Bebimos nuestras sidras sin hablar por un
buen rato. Finalmente, suspiró y dijo—: Deberías irte a la cama, niña.

Asentí y llevé las tazas a la cocina. No podía haber sido capaz de aliviar el
dolor de abue, pero tal vez podría hornear algo por la mañana y ayudarla a
mantenerse al día con sus pedidos.
Capítulo 12

115
En el suelo, pequeñas rocas redondas brillan a la luz de la luna, linternas. Salgo
precipitadamente a través del bosque, corriendo más rápido que nunca. Pero de alguna
manera, el camino me lleva en un círculo, directamente a las antorchas, espadas, tridentes
y lanzas.

Estoy llena de tristeza abrumadora, y siento lágrimas correr por mis mejillas. Pero
cuando me limpio, estoy conmocionada y horrorizada al ver que la humedad no son
lágrimas, sino sangre.

Miércoles, 16 de mayo

—¡No!

Me siento, tosiendo. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, y sudor recubría


mi piel. Mientras parpadeaba, las sombras familiares de mi habitación,
finalmente entraban en foco. Todavía estaba oscuro, por lo que debía ser mitad
de la noche, o tal vez muy temprano en la mañana. Cuando tragué, probé sangre.

Abue se apresuró a entrar en mi habitación, gritando:


—¿Qué pasa, niña? ¿Estás bien? —Por el resplandor de la vela, podía
distinguir los ruleros de trapo en su cabello gris y la expresión de alarma en sus
ojos. Pero no quería que supiera que tenía miedo, así que dije:

—Estoy bien, abue. Fue sólo una pesadilla tonta. Debo haberme mordido la
lengua.

Deslizó sus gafas hasta el puente de la nariz. Después de usar la vela para
encender mi luz de noche, la sostuvo junto a mi rostro.

—Sí, parece que lo hiciste. ¿Te duele?

—No, está bien, abue. Todo está bien —dije, antes de tomar un trago de agua
para enjuagar el sabor salado y cobrizo en mi boca.

116
Tomó su pañuelo del bolsillo de su bata y limpió con cuidado la sangre de mis
labios. A continuación, colocó la palma de su mano en mi frente.

—Te sientes caliente.

—Eso es porque haces que lleve esta tienda de campaña ridícula como
camisón. —Por supuesto, yo no iba a admitir que la verdadera razón por la que
llevaba puesto un camisón era en el caso de que Peter acertara a pasar por la
cabaña para comprobarme otra vez—. No tengo más remedio que sudar toda la
noche —dije, retorciéndome fuera de su alcance.

—Transpirar —me corrigió, y arrugó la nariz.

—Bien, lo que sea. Transpirar. Pero estoy sudando como un cerdo.

—Es mi trabajo criarte para que seas decente, y las jóvenes decentes duermen
en camisones. Deberías estar agradecida de que los tuyos sean tan bonitos y te
queden bien. No todas las chicas son tan afortunadas. —Abue dobló su pañuelo
y me acarició a lo largo de mi cabello—. Deberías dormir —dijo—. ¿Quieres
contarme al respecto?

—Fue sólo un sueño normal, estoy segura, del tipo que todo el mundo tiene.
No te preocupes por ello, abue. Regresa a la cama. Quiero decir, vuelve al sofá.

—Está bien. —Se metió el pañuelo en el bolsillo—. Bueno, ya sabes dónde


estaré si me necesitas. —Al salir, abue sacudió los postigos para asegurarse de
que mi ventana seguía cerrada. Aunque estaban bien cerrados, luz de la luna se
deslizaba a través de los listones.

Me quedé despierta escuchando los tic-tacs del reloj de pie y tratando de


aclarar mi mente. Aunque cerré los ojos y empecé a contar ovejas, no podía dejar
de darle vueltas a mis sentimientos por Peter y mi temor de que fueran no
correspondidos. No podía dejar de angustiarme acerca de abue y su negocio de
panadería y su brazo dolorido. Pero, sobre todo, tenía demasiado miedo de tener
otra pesadilla sobre la Wolfstime para dormirme. Tal vez un poco de leche tibia
ayudaría, como abue me había dado cuando era una niña. Sólo que ahora, no
quería confesarle que tenía miedo, así que esperé por la señal, sus ronquidos,
para saber que era seguro.

Salté de la cama y me dirigí a través de la cabaña oscura y con barricadas,

117
haciendo una breve pausa en la sala, donde abue descansaba en las noches de
Wolfstime. En el resplandor ondulante de las velas, la veo dormir, sus gafas
torcidas en el puente de su nariz y su boca abierta. A pesar del arma mortal en
sus manos y los sonidos atronadores que salen de ella cada pocos segundos,
parecía tan tranquila.

Siempre muy silenciosamente, seguí hacia la cocina y me calenté una taza de


leche. Posada en el taburete, sorbí lentamente, escuchando el sonido alternante
de los tic-tocs del reloj del abuelo y los ronquidos de abue que parecían una
eternidad. Mi mirada se posó eventualmente en los paquetes de golosinas en el
mostrador. Si quería ayudar a llenar mi cesta de entrega, ahora era un momento
tan bueno como cualquier otro.

Tomando el libro de cocina de abue de la estantería, empecé a hojear sus


páginas. Y, para mi deleite, las galletas llevaban sólo cuatro ingredientes:
Mantequilla, azúcar, harina y vainilla, los cuales abue tenía a mano. ¡Ni siquiera
yo podría estropear algo tan simple! Después de la catástrofe del pastel de
cumpleaños de Peter, quería probar que realmente podría poner a cualquier
duende, ogro, o princesa en vergüenza en la cocina.

Mientras abue dormía, até el delantal sobre mi camisón y empecé a trabajar lo


más silenciosamente posible. Tenía un presentimiento maravilloso de que mis
galletas de mantequilla resultarían igual de apetitosas como las de ella. La
confianza se derramaba por mis venas y mezclé, amasé, y di forma. Y, mientras
los primeros lotes se horneaban, su maravilloso aroma me remontó de nuevo a
cuando los niños de los vecinos y yo nos sentábamos junto a la chimenea,
comiendo galletas azucaradas y escuchando a abue leer el libro de cuentos.

Junio, ocho años atrás

El dulce aroma de mantequilla y galletas flotaba en la casa, y curvé los dedos


de mis pies en mis medias mientras le rogaba a abue que me leyera otra historia.
Los niños de la vecindad ya habían venido y se habían ido, pero como siempre,
yo no había tenido suficiente.

Las llamas de la chimenea bailaban mientras ella pasaba las páginas, para
encontrar la historia que venía después de la que había leído ayer sobre el

118
emperador que caminó por el pueblo en su ropa interior.

—Hace mucho tiempo, en lo profundo del Bosque Encantado, había un


exquisito castillo, y en él vivían el rey y la reina Nostos.

—¿Tenían un bebé? —pregunté—. ¿Había un príncipe o una princesa?

Abue me miró por encima de sus gafas.

—No, no tenían un bebé, al menos ninguno que yo sepa.

Escondí mi ceño fruncido detrás de un bocado de galleta de mantequilla.

—Cada mañana, antes del desayuno, el rey disfrutaba paseando en un


manantial cercano. Le decía a su mujer que le gustaba escuchar a los ruiseñores
cantar mientras se lavaba las manos y el rostro en el agua clara y fresca. En su
cumpleaños, la reina decidió darle una sorpresa con un picnic preparado por el
cocinero real; sin embargo, cuando llegó a la fuente, descubrió algo más
inquietante.

»El rey estaba sentado en la orilla, donde él no escuchaba a los pájaros, sino a
una bella lavandera mientras trabajaba. Ella tenía una voz preciosa y, cabello
largo rubio pálido, y una vez que llenó la cesta con sábanas limpias, se quitó la
ropa hasta quedarse en su enagua y se lanzó al agua limpia y fría.

»El rey estaba tan fascinado por la belleza de la mujer que nunca se dio cuenta
de la presencia de la reina. La reina sospechaba que a su marido le gustaba la
lavandera más que ella, y temía perder el poder y los lujos que en su posición le
correspondía. En un ataque de celos, la reina fue a una hechicera, en busca de
una maldición.

»A la mañana siguiente, después de que la lavandera se entregó a su baño, la


maldición cayó sobre ella. No podía salir del manantial. No podía respirar aire,
sólo agua.

—¿Como un pez? —pregunté.

—Sí. La seductora se vio obligada a permanecer en el manantial para siempre.


—Abue me dejó mirar la foto de la hermosa doncella hundiéndose en el
manantial, rodeada de su cabello largo y suelto y pequeñas burbujas mientras se
impulsaba hacia arriba con ambos brazos. Se veía tan triste, y me pregunté si la

119
gente podía llorar bajo el agua—. La historia no termina allí —dijo abue,
finalmente, pasando la página—. La lavandera quería vengarse de la reina
Nostos —continuó la lectura—. Ella se hizo fuerte en su nuevo hogar, y con cada
patada, poco a poco y con paciencia amplió el muelle en un lago prístino, sin
fondo. Poco después, un terrible terremoto, o algunos libros de cuentos afirman
que fue un sumidero gigante, tragó el castillo en su totalidad, torres y todo. Ni
una cosa se encontró del castillo o sus habitantes nunca más. En cuanto al Lago
Nostos, se dice que su agua puede curar mágicamente maldiciones.

—¿Qué quieres decir, abue? — pregunté.

—La gente cree que el agua del lago podría restaurar las cosas para que
vuelvan a ser como antes.

—No, lo que quiero saber es: ¿Hay todo un castillo en algún lugar bajo el
Bosque Encantado?

Abue se rió entre dientes.

—No, niña. No hay un castillo hundido o un lago Nostos. Todo esto es sólo un
cuento de hadas.
—¡Fuego! ¡Fuego! —gritó abue, abriendo el horno y dispersando la nube de
humo con un paño de cocina.

Salté de la banqueta sobre la que al parecer me quedé dormida y traté de no


perder el equilibrio sobre mis piernas que no estaban del todo despiertas.
Mientras pestañaba ante la luz del día, las imágenes del sueño que había tenido
regresaron de nuevo a mí: La noche oscura, con niebla, las antorchas, el fuego...
y, sin embargo, habían ocurrido allí esas cosas en la cocina de abue, y en mis
propias manos irresponsables.

—Qué en la tierra estás haciendo... —exigió abue, utilizando una almohadilla


caliente para llegar al infierno y sacar una bandeja de una docena de lo que
parecían trozos de carbón humeantes.

120
—Hornear galletas —dije, limpiando la humedad de mi barbilla. Por un
segundo, temí que fuera sangre, pero por suerte, esta vez, era sólo saliva—. ¿Ves?
—Señalé las pilas de galletas de mantequilla sobre la encimera que había
cocinado al horno antes de ese lote que no había sobrevivido.

—¿Así que no estás tratando de quemar la casa?

—No, claro que no. Lo siento mucho, abue. Debo haberme quedado dormida.
—Desbloqueé y abrí las ventanas y luego comencé a ayudar a abue a limpiar el
desorden.

Mientras lavaba las bandejas para hornear, sentí a abue mirándome. Cuando
me di vuelta en su dirección, su pecho subió y bajó en un profundo suspiro, y
dijo:

—Prométeme que nunca más te vas a dormir mientras horneas.

Una vez que habíamos puesto la cocina de nuevo en orden y la mayoría del
humo se disipó por la ventana, abue se dejó caer en una silla y exhaló con fuerza.
La mayoría de sus rulos se habían soltado y caído al suelo, pero dos o tres
colgaban con fuerza.

Mojé una toalla y froté una mancha negra fuera de su enrojecida mejilla
arrugada.

—Abue, estaba horneando estas galletas porque quería ayudar.


Resopló y me quitó la toalla, terminando la tarea por sí misma.

—Lo sé.

Una hora más tarde, después de un desayuno rápido, estaba entre las hachas
oxidadas, pilas de leña, botas llenas de barro, pieles de zorro y conejo, mochilas,
cuchillos, tazas de estaño, y bobinas de cuerdas en el pórtico chirriante de Amos
Slade. Él era el primero en mi lista de entrega de ese día.

—Vete. A menos que tengas pastel de melocotón —gritó a través de la ventana


antes de que hubiera tenido la oportunidad de tocar. Amos Slade amaba cuatro

121
cosas más en la tierra: Cazar, su perro de caza, jugar a las cartas con sus amigos
ruidosos, y el pastel de melocotón de abue.

—Es demasiado pronto para temporada de melocotones. Pero tengo de


ruibarbo, su segundo favorito —ofrecí, y por suerte, fue suficiente para conseguir
que el soltero malhumorado abriera la puerta.

Con un gruñido, tendió la mano para aceptarlo.

Le dije:

—¿Quiere una muestra de galletas de mantequilla? No hay ningún cargo.

—Supongo que sí —dijo desde algún lugar detrás de su bigote espeso. Puso el
pastel sobre la repisa de la ventana y vi expectante mientras tomaba un bocado
de la galleta. Sus ojos se estrecharon y luego sobresalieron como si estuviera
siendo estrangulado. Para mi horror, empezó a sacudirse como si lo hubiera
envenenado.

—¿Está bien, señor Slade?

—Esa… galleta... no está destinada para el consumo humano... —balbuceó


entre toses. Lanzó la mitad restante de la galleta fuera de su porche, a la tierra.

—¿Qué? Tienen un sabor muy bueno —dije, pero luego me di cuenta por
primera vez que había estado tan distraída que ni siquiera me había molestado
en probar mis propias mercancías. Agarré una de mi cesta y comí un bocado,
habría tenido mejor suerte si hubiera hundido mis dientes en una herradura.
Escupí la galleta de mi boca y traté de no parecer tan mortificada como me sentía.

En medio de mi disculpa, el perro de Amos atravesó a zancadas el patio y se


tragó la mitad de la galleta tirada. Luego se echó hacia atrás sobre sus patas
traseras y, aunque me di cuenta que mantenía una distancia segura y un ojo
vigilante sobre mí, con entusiasmo rogó a su viejo amo por otra.

Amos alzó sus espesas cejas grises.

—Espera un momento —dijo lentamente—. Ese perro tiene uno de los


paladares más delicados que he conocido. Pero que me condenen; le gustan las
galletas.

—¿Le gustaría comprar algunas, entonces? —Me aventuré, cruzando los

122
dedos detrás de mi espalda.

Amos ladeó la cabeza y me miró por un momento antes de mirar hacia su


perro todavía mendigando. Su curtido rostro se iluminó con una sonrisa, y
sacudió la cabeza. Excavando en su bolsillo, dijo:

—Voy a comprar media docena.

Cuando llegué a casa esa misma tarde, me encontré con abue tatareando y
tejiendo en el sofá de la sala.

—Abue, tengo buenas noticias.

—¿Cuáles? —preguntó, mirando hacia mí por encima de sus gafas.

—Hoy vendí cuatro docenas de galletas para perros. —Dejé caer las monedas
en su palma abierta.

—¿Galletas para perros? —preguntó—. ¿De qué tontería estás hablando


ahora?

—Al parecer, mis galletas no son comestibles para los humanos, pero son
irresistibles para nuestros clientes de cuatro patas y una cola.

—Pero si la gente apenas pueden permitirse el lujo de mantener a sus propias


bocas alimentadas, ¿por qué iban a comprar galletas para sus perros?
—Tienes que ir a las personas adecuadas —contesté. Y antes de que me
pudiera callar, rápidamente presenté mi plan—: Estaba pensando que cuando
estoy haciendo mis rondas habituales, puedo dar muestras de galletas a los
clientes que tienen perros. Y si alguien dice “¡Eso es lo más tonto que he
escuchado!” Sonreiré y diré que “Señora menganita” así también lo creía; pero
ahora ella no sabe cómo su perro pudo vivir sin galletas para perros de abue. —
Me mordí el labio, esperando su respuesta.

Abue contó el dinero, y la más pequeña sonrisa apareció en su rostro.

—No es la peor idea que has tenido.

—¿Así que…?

—Todo bien.

123
Casi me vine abajo.

—¿Todo bien? Al igual que, “¿Estamos haciendo esto?”

—Al igual que en, “Será mejor que te pongas a hornear”. Y esta vez, intenta
no prender fuego a toda la maldita casa.

Probablemente era ridículo cuán feliz me hizo sentir la palmadita en mi


espalda que me dio abue, pero con mucho gusto la acepté y corrí a la cocina.
Capítulo 13

124
Después de hornear guardo las galletas, pasteles, bollos y galletas de perro
para las entregas del día siguiente. Mi abue y yo nos sentamos en la mesa para
cenar. Hizo una mueca cuando levantó el brazo, para limpiar los últimos restos
del guiso de verduras y las galletas y las migas.

Wolfstime ya había pasado. Sin embargo, todavía quedaban tres noches más.

—Esta noche voy a ordenar la cabaña —me ofrecí y comencé a lavar los
platos—. Sólo siéntate aquí y descansa.

—Tonterías, lo haremos juntas, como siempre lo hemos hecho.

Sabía que no debía discutir, así que suspiré mientras llevaba los tazones y la
mantequilla de vuelta a la cocina.

—¿Has ido alguna vez a ver al doctor Curtis por tu cicatriz? —le pregunté uno
o dos segundos más tarde—. Ya sé. Siempre estás diciendo que no es más que un
paleto con pantalones de lujo, pero ¿quién sabe? Tal vez puede darte un bálsamo
o algo que te quitará el dolor.
—Ningún bálsamo funcionará para esta cicatriz. —Abue ajustó el puño de su
manga para cubrir completamente su muñeca derecha. Luego se puso de pie, las
patas de su silla chirriaron contra el suelo de madera—. A menos que fuera un
bálsamo mágico —dijo con un pequeño resoplido.

Sabía que abue bromeaba sobre el bálsamo mágico. Sin embargo, mientras
realizaba la rutina del Wolfstime: Cerrar las persianas, las puertas y bajar la reja
de hierro de la chimenea… no podía dejar de pensar en ello. ¿Podría realmente
haber un elixir mágico en algún lugar de la tierra que evitaría que el brazo de
abue le doliera? Nunca había conocido a un hada, bruja, hechicera, mago… o
cualquier practicante de magia. No eran exactamente fáciles de encontrar. Solían
mantener sus identidades y sus moradas en secreto. Lanzaban varios hechizos
para asegurar su ocultamiento. Sin embargo, la misma abue me dijo que mi capa

125
roja había sido encantada por un mago y como nunca se había aventurado lejos
de nuestro pueblo, supuse que vivía cerca.

Si pudiera de alguna manera encontrar ese mago, ¿Me daría un bálsamo


mágico para abue?

Más tarde esa noche, cuando abue dormía en el sofá con su ballesta, yo
rebusqué en la caja de recuerdos que había recogido y guardado debajo de mi
cama a lo largo de los años. En la esquina más lejana estaba la caja en que estaba
guardada la capa que abue me había regalado por mi decimotercer cumpleaños.
La saque de la caja y recordé, que había un trozo de pergamino cosido en el
dobladillo de la capa.

Me dejé caer sobre mi cama y con el resplandor de las velas, examiné la nota,
Esperando encontrar algún tipo de pista que pudiera llevarme al mago que lo
había escrito. Recorrí con la punta de mi dedo las palabras: LLEVE ESTO PUESTO,
NO TEMA AL LOBO.

No reconocí la caligrafía, no pude detectar nada notable sobre el pergamino.


Decepcionada, lo puse en mi mesa de noche y me acurruqué al lado, escuchando
los ronquidos constantes que procedían de la sala de estar. El reloj del abuelo
marcó las doce, y un rayo de energía me atravesó el cuerpo. ¡Era medianoche!

Me senté en la cama y agarré la nota del mago.


La mayoría de la gente usaba tinta hecha de arándanos comunes, los que
crecían abundantemente en los arbustos del bosque circundante. Pero la tinta que
el mago utilizaba era claramente más oscura. Azul medianoche, para ser más
precisos. Lo único que daría una tonalidad tan azul oscuro era el arándano.

Una vez, cuando tenía unos diez años, abue me pidió que recolectara bayas en
el bosque. Tomé mi canasta y me alejé, dándome cuenta unas horas más tarde
que me había alejado demasiado. Me paré a beber de una fuente de primavera y
a explorar una cueva. Y ahí es donde encontré unos arbustos de arándanos. En el
momento no me di cuenta de que eran arándanos diferentes. Sabía que estaba a
punto de cenar y era mejor que me pusiera en camino. Así que escogí cada baya
que encontré. Para cuando entré por la puerta, había comido todos, menos un
puñado de las deliciosas bayas de medianoche azul. Abue no estaba muy

126
contenta porque tarde tanto tiempo y tenía poco para demostrarle por qué me
había entretenido, pero dejó de regañarme cuando vio las bayas.

—¿Dónde encontraste esto, niña? —preguntó. Tenía miedo de confesar que


había ido tan lejos. Me encogí de hombros y dije que no sabía—. No he visto un
arándano desde que era una niña. Mamá solía utilizarlos con manzanas en
pasteles. Así era como me los comía —dijo, entregándome uno. —No me atreví
a admitir que había comido docenas, así que me metí uno en la boca y sonreí.

Ahora sonreí con la nota en mi mano e hice un plan. Por la mañana, iría a
donde había encontrado los arbustos de arándanos hace seis años. Tal vez, con
un poco de suerte, encontraría al mago que encantó mi capa y la misteriosa
cicatriz de abue no dolería más.

El suelo se hunde debajo de mis pies, convirtiéndose en lodo. Como la tierra me traga,
yo extiendo mis brazos, para agarrarme a algo. Me aferro a lo que parecía una rama, siento
alivio cuando no rompe; Pero cuando me cuelgo, se dobla y se agrieta.

Hay más ramas debajo de mí, ahora veo que son antorchas. Los más lejanas
resplandecen, más brillantes, las llamas crepitan, las antorchas resplandecían por encima
de ellos. La luz se refleja en las paredes, iluminando las pinturas doradas, de los reyes y
reinas, escudos de armas y elaborados tapices.
La antorcha justo debajo de mí se enciende. Pateo, tratando de evitar que me queme las
suelas.

Jueves, 17 de mayo

Caminé por la carretera hacia el pueblo como cualquier otro típico jueves por
la mañana, era todo un espectáculo evitar que abue se preocupara por mi
paradero mientras me embarcaba en mi búsqueda para encontrar al mago.
Aunque abue era la única persona que conocía que había conocido a un mago.
Había oído muchos cuentos. Uno que había escuchado varias veces es que la
magia siempre tiene un precio. Así que traje el dinero que había ahorrado para
cuando me fuera del pueblo, en busca de mi final feliz. Era todo lo que tenía, así

127
que esperaba que fuera suficiente. Con cada paso, pensé si era posible encontrar
al mago y si él era capaz de usar la magia para ayudar a que el dolor de abue
desapareciera, valdría la pena hasta el último centavo en mi caja de madera.

Cuando llegué a la escuela, me escondí detrás del árbol trepador y miré a


través de la ventana mientras mis compañeros de clase iban a sus asientos. Me
alegré de no estar con Violeta y sus amigas, especialmente después del incidente
de Tucker.

Lamentablemente, el escritorio de Peter estaba vacío. Conociéndolo, estaría a


punto de llegar. Con el paso del tiempo, parecía que cada día llegaba más tarde
y más tarde. Desde que cumplió diecisiete años, me había sorprendido que
estuviera en la escuela. Abue aprobaría su decisión de permanecer en la escuela
más tiempo que la mayoría de la gente si alguna vez se hubiera preocupado por
su opinión.

Me hubiera gustado ver a Peter desde lejos, incluso sólo la parte posterior de
su cabeza. Todavía no estaba lista para tener un uno a uno con él, porque temía
que podría ser capaz de decir que estaba colada por él. Había tenido suficiente
humillación y torpeza para toda la vida.

—Parece que no estás bien. —La voz profunda salió de detrás de mí,
sorprendiéndome.

Me giré, cubriendo mi corazón con mi mano.


—De verdad, Peter, no debes acercarte sigilosamente a las personas.

—¿Vas a decirme dónde te vas con tu canasta? Seguramente tu abue no te está


obligando a saltarte la escuela para hacer las entregas. —Se apoyó contra el árbol
y se cruzó de brazos. No podía dejar de notar que su bíceps se abultaba debajo
de sus mangas, la camisa era sin dibujos. Se desabrocho, dándome una vista
agradable de su pecho ancho, musculoso.

Inclinó la cabeza y entrecerró los ojos, haciéndome preguntarme si me había


atrapado mirándolo. Rápidamente aparte la mirada de su increíble cuerpo y miré
mis botas, sintiendo el calor subir a mis mejillas.

—No te lo puedo decir, es un secreto, una búsqueda secreta.

Debo haber sonado estúpida, porque me sentí estúpida de pie allí con mi cara

128
roja brillante, Tratando de actuar como si sólo fuera un amigo para mí.

Con cara triste, Peter apunto con el pulgar a la escuela.

—La señorita Cates estará muy decepcionada. Estoy seguro de que tiene una
lección de matemáticas emocionante planeada para hoy.

—Entonces es mejor que vayas corriendo, ya te has perdido unos buenos diez
minutos. —Me coloqué la falda y me volví para irme. Cuando eché un vistazo al
pequeño edificio de piedra, vi a alguien mirando por la ventana—. Parece que
alguien te está esperando ansiosamente.

Su mirada siguió la mía.

—Entonces estará esperando en vano, voy contigo, donde quiera que vayas.

Abrí la boca para discutir, pero cuando Violet se inclinó más cerca de la
ventana, con sus manos en las caderas, yo sólo podía imaginar lo furiosa que
estaba por vernos juntos. De repente, saltarse la escuela con Peter parecía la mejor
idea de todas, incluso si intentar localizar a un mago no lo era.

—De acuerdo. Pero con una condición.

Sonriendo, se alejó del árbol y cerró el espacio entre nosotros.

—Dime.
—No puedes, bajo ninguna circunstancia, decirle a un alma a dónde vamos, o
lo que voy a hacer.

—Yo no soñaría con eso, Red. Esas son las reglas de cada búsqueda secreta,
como cualquier libro de cuentos. También tengo una condición para ti.

—¿Qué es?

—Tenemos que estar de vuelta antes del atardecer. Tengo que montar un par
de caballos en la ciudad y mamá está haciendo estofado de cordero para la cena
porque mi papá y yo vamos tras los lobos.

La idea de que Peter saliera con los cazadores hizo que mi estómago se
encogiera. Sin embargo, me acordé que los chicos de su edad habían sido parte
de las partidas de caza del Wolfstime, durante muchas generaciones.

129
Si llego a casa después del atardecer, mi abue no tendrá que preocuparse
porque los lobos me atraparan, ella misma me mataría —le dije.

Antes de que Peter y yo nos dirigiéramos al pueblo, miré a Violet. Podía ver
por la expresión de tensión en su rostro que no era demasiado feliz. Seguimos
nuestro camino a través de las calles secundarias y los callejones hasta que nos
encontramos en las entrañas del bosque. Seguí dando vueltas equivocadas y
empecé a cuestionar seriamente mi recuerdo del lugar donde había recogido
arándanos hace tanto tiempo.

—Perdóname por preguntar, Red —dijo Peter después de que le había hecho
retroceder por décima vez.- ¿Pero tienes alguna idea de a dónde vamos?

—Pensé que sí, pero ahora no estoy tan segura.

—Tal vez deberíamos detenernos y preguntar la dirección.

—Gran idea —dije—. Avísame tan pronto como encuentres a alguien para
preguntarle.

—La única persona con la que nos encontraríamos aquí es con uno de estos
bandidos —dijo él, cogiendo un cartel clavado en el tronco de un árbol. Luego
lanzó un discurso anti-bandido digno de un predicador de pueblo encima de una
caja. Aunque asentí e hice ruidos agradables cuando era apropiado, mi estómago
estaba encogido. Porque en el mercado, hace tres días, había demostrado que yo,
también, no era nada mejor que un ladrón barato.

La hierba era densa, Peter delante de mí, hábilmente apartó el matorral con
una rama, como si fuera una cuchilla afilada.

—Red, ven aquí. Shhhh.

En un pequeño claro había una cierva y sus cervatillos gemelos. Peter estaba a
sólo unos metros de distancia, tumbado en la hierba, me saludó. Aunque traté de
ser tan discreta como era humanamente posible, el ciervo saltó y huyó. En un
abrir y cerrar de ojos, se metieron en el bosque y desaparecieron.

Peter y yo caminamos un rato más, hasta que nos encontramos en un barranco.

130
—Este pequeño no tendría una oración si mis hermanos estuvieran aquí para
capturarlo —dijo, sacudiendo la cabeza ante una rana regordeta en un tronco. En
el instante en que la rana volvió sus abultados ojos hacia mí, rápidamente saltó—
. Oh mi Red. Seguro que tienes un trato con las criaturas del bosque —dijo Peter—
.-Eres una princesa de cuentos.

—No seas tonto —dije—. Los animales me adoran tanto como lo hacen a
Blancanieves o a Cenicienta.

Él tenía un punto, sin embargo. Cuando éramos niños, todo tipo de criaturas
me habían atraído. Cuando habíamos caminado por el bosque, pájaros azules y
mariposas habían aleteado por encima de mí, ardillas y conejos se habían
arrojado a mis pies. En la ciudad, caballos, gatos y perros me habían empujado.
Ahora los animales parecían tener miedo o al menos desconfiar de mí: La ardilla
fuera de la ventana de mi dormitorio, los perros de Amos Slade y de Priscilla,
nuestros pollos… y como Peter había mencionado, las criaturas del bosque.

Estaba considerando esa rareza cuando me pareció que el manantial en que la


rana había saltado se parecía al que había usado para beber el día que había
descubierto los arándanos. Más allá del resplandor asomó la cueva, tal como lo
recordaba. Mi espíritu se levantó cuando vi los arbustos verdes brillantes
cargados de bayas azules de medianoche. Ahora que los había encontrado, sólo
podía esperar que el mago viviera cerca.

Puse mi cesto junto al manantial.


—¿Has probado alguna vez un arándano? —pregunté a Peter con un puñado
recién recogido.

—No puedo decir que sí. —Se metió varios en la boca—. Saben cómo los
arándanos —dijo moviendo sus labios y cogiendo más—. No me malinterpretes,
estos me gustan más. Y yo siempre disfruto de un largo paseo por el bosque
contigo. Especialmente si no tengo que ir a la escuela. Pero, tengo que preguntar:
¿Es esta pequeña baya el objetivo final de esta importante búsqueda secreta tuya?

Lanzó un arándano al aire. Traté de atraparlo con mi boca, pero rebotó en mis
labios y rodó por el suelo.

—No exactamente, ven. —Lo saqué de los arbustos y sosteniendo sus manos
entre las mías, cerré los ojos y respiré hondo.

131
—¿Red? Hola, ¿estás bien? —preguntó después de unos segundos.

Cuando abrí los ojos, su frente se arrugó como si pensara que había caído de
mi columpio.

Una brisa fresca atravesó las hojas. Había llegado el momento de decírselo.

—Estoy buscando un mago. Creo que podría vivir por aquí.

—¿Un mago? Bueno, entonces, ¿por qué no lo dijiste desde el primer


momento?

—¿Sabes cómo encontrar a un mago, Peter? —pregunté esperanzada.

—La única manera de encontrar un mago es si él quiere ser encontrado. Todo


el mundo lo sabe.

Suspiré mientras levantaba la canasta.

—Lo sé, yo sólo... —Podía sentir prácticamente la esperanza que se drenaba


de mi corazón y salía por los dedos del pie. Peter tenía razón.

Inclinó la cabeza y sonrió.

—¿Qué hay en la canasta? —preguntó.

—Un pastel de ruibarbo para el mago y algunos panecillos para que comamos
cuando tengamos hambre. —No mencioné que también había traído la caja con
los ahorros de mi vida. Sabía que sería difícil entregárselo al mago, pero era un
punto discutible. Yo era ingenua por creer honestamente que alguna vez tuve
una posibilidad de encontrar un mago.

—¿Una chica bonita y un pastel de ruibarbo? Este mago que buscas estaría
deseando que lo encontraras. Me sorprende que no esté aquí con su puntiagudo
sombrero púrpura, tocando un cuerno.

Peter apretó los puños y dobló las rodillas hacia arriba y hacia abajo, haciendo
un horrendo pequeño baile.

—Gracias por tratar de hacerme sentir mejor, Peter, pero tienes razón. Es
ridículo. Es como encontrar una aguja en un pajar. Siento que hayas perdido el
tiempo. —Suspiré—. Deberíamos irnos a casa.

132
—Vete a casa. —La voz sonaba mucho más grave que la de Peter.

Mi corazón se aceleró mientras mis ojos buscaban al extraño entre nosotros.


Extrañamente, Peter no había reaccionado en absoluto por la voz misteriosa; Sólo
bailó un par de segundos más y luego me miró normal.

—Peter, ¿no oíste eso? —Encajé una flecha y apunté hacia el saliente rocoso
sobre la cueva. De donde habían venido las palabras—. Dime que lo has oído.

—¿Oír qué? —preguntó Peter. Por el rabillo del ojo, lo vi recoger una roca del
tamaño de su mano—. ¿Qué oíste, Red, dime qué está pasando?

—No sé, oí una voz, realmente... no sé, una voz peculiar. ¡Alguien está ahí
arriba!

—Es probable que sea sólo un pájaro, o tal vez un murciélago. Tal vez esa rana
oyó que eres una legendaria saltadora de acantilados y quería mostrarte sus
habilidades.

—Peter, estoy hablando en serio —le susurré, manteniendo los ojos en la roca—
. Alguien nos está observando, le oí hablar y dijo: “Vete a casa'”, tan claro como
el día. —¡No lo había imaginado! Estaba segura.

Una sola pluma negra flotaba en el aire, pacífica y silenciosamente. Soplando


mí cabello fuera de mis ojos, levanté mi arco cuando un pájaro desaliñado levantó
el vuelo encima de la cueva. Aleteando y flotando por el aire.
—Sólo un cuervo. —Peter rió entre dientes—. Aunque confieso que es un poco
cobarde, puedes tirarle con el arco.

Extrañamente, el pájaro no voló lejos de mí como las otras criaturas del bosque.
En lugar de eso, voló justo encima de mi capucha. De repente, su pico se abrió, y
preguntó:

—¿Tienes panecillos?

Mis ojos casi se salieron de las orbitas mientras imploraba a Peter:

—Por favor, dime que escuchaste eso. ¡El pájaro está hablando, Peter!

Peter parpadeó un par de veces y dijo:

—Ha graznado una o dos veces, como los cuervos. Pero en cuanto a hablar...

133
Me mordí el labio inferior, sabiendo bien y temiendo con cada gramo de mí
ser dónde le estaba llevando su pensamiento. Si no podía oír al cuervo hablar en
lenguaje humano, sin duda creía que de repente me había vuelto loca. ¿Me estaba
volviendo loca?

—¿Qué dijo el cuervo? —preguntó Peter, con voz baja.

Tragué.

—Um, creo que él quiere un panecillo.

—No he comido uno en tres años —gritó el pájaro.

Me volví hacia Peter, pidiéndole silenciosamente que reconociera que


finalmente había oído hablar al cuervo.

Pero él solo hizo un gesto para que bajara mi arma. Sacudió la cabeza
lentamente, con una mirada que era parte preocupación y parte miedo.

—Red, ¿estás bien? ¿Qué está pasando?

¿Cómo podía ser que no oyera al pájaro hablar? ¿Por qué era yo la única que
podía entenderlo? A menos que... tal vez el cuervo perteneciera al mago.
—Llévame hasta el mago, y te daré un panecillo —le susurré al pájaro mientras
él se acercaba. Aleteo, parpadeó con sus oscuros ojos y se lanzó.

Bajé mi arco, cogí la canasta y me apresuré a seguirle, diciendo:

—¡Vamos, Peter! —Tal vez yo estaba loca, pero tenía la esperanza de que Peter
iba a venir conmigo en mi viaje.

134
Capítulo 14

135
La cabaña era realmente extraña: Estrecha y elevada, con tres pequeñas
ventanas y una puerta amarilla de tamaño enano. Construido de piedras de
diferente color, forma y tamaño que le daba una apariencia distinta. En su tejado
crecían trozos de hierba y dientes de león marchitos. A su lado, un pequeño
huerto. En la parte de atrás, una yegua blanca levantó la cabeza y sacudió su cola
y nos miró con sus ojos rosados.

Sin quitar los ojos de la desvencijada vivienda, alcancé de mi canastilla un


panecillo y lo sostuve delante cuervo. Él no pronunció una palabra mientras me
lo arrebató con su pico y se posó en la repisa de una ventana.

—No me lo creo —dijo Peter mientras él también se quedaba boquiabierto—.


¿De verdad crees que aquí vive un mago? ¿Aquí?

—Sólo hay una forma de averiguarlo. —Dejé caer el golpeador, con forma de
cabeza de dragón contra la puerta, esperé sin aliento.

Dentro se oían ruidos violentos seguidos de una corriente de maldiciones que


harían que incluso abue se ruborizara. El cuervo siguió comiendo, obviamente
imperturbable. Peter abrió mucho los ojos.
—Red, no estoy tan seguro de que esto sea una buena idea. Puede ser un
lunático.

—Él podría estar loco, pero tengo algo muy importante que preguntarle —le
contesté—. Peter has venido. Por favor, quédate conmigo un poco más.

La pequeña puerta amarilla finalmente se abrió, revelando medio pecho y la


parte de debajo de un hombre fuerte con una camisa que alguna vez pudo haber
sido blanca, unos pantalones marrones anchos y los pies descalzos con los dedos
peludos. Se agachó y salió, dejándonos ver la parte superior de él: Cabello salvaje
y blanco amarillento en la cabeza, las cejas y la barba, una nariz larga y delgada
que se inclinaba hacia abajo. Claramente los ojos inyectados en sangre del
hombre estaban luchando para adaptarse a la luz del sol y sus rodillas estaban
teniendo dificultades para mantener su cuerpo antes de caerse

136
—Eso no es un mago —susurró Peter en mi oído—. Es sólo un excéntrico y
viejo borracho.

—¿De verdad creías que llevaría un puntiagudo sombrero púrpura, Peter? —


susurré. Aunque tuve que callarme para no darle la razón a mi amigo; el hombre
parecía y olía más como un bebedor sin lavar y no parecía un poderoso mago.
Sonreí al hombre para preguntarle si le gustaría un pastel de ruibarbo. Sin
embargo, no me dio la oportunidad de hacerlo.

—¿Quieres ver esto, Heathcliff?, mira, mira, mira —dijo el hombre, con los
dedos huesudos extendiéndose por mi rostro—. ¡Es extraño!

Retrocedí, tropezando con un gato gris que no había visto.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, empezando a sentir pánico—. ¿Quién es


Heathcliff y qué es extraño?

—¿Dónde, oh, dónde están mis modales? —dijo, retirando las manos para
abrir la puerta más ancha—. Oh, aquí están, justo donde los dejé. —Saco algo de
su bolsillo y se lo metió en la boca. Después de aclararse la garganta, continuó—
: Permíteme presentarme. Mi nombre es Knubbin.

Nunca había conocido a un mago antes, así que no sabía cómo saludarlo
adecuadamente. Decidí hacer una pequeña reverencia.

—Soy Red. Al menos, es así como todo el mundo me llama.


—Lo sé —dijo él, haciendo una reverencia.

Parpadeé, tratando de prestar atención a la extraña acogida del mago. Me llevó


un momento para darme cuenta que no había terminado nuestras
presentaciones.

—Este es Pe…

—Has venido hasta aquí —interrumpió el mago—. Lo menos que puedo hacer
es ofrecerte una silla y un poco de té. ¡Adelante, por favor!

Peter y yo intercambiamos miradas vacilantes. Entonces Peter me hizo un


gesto para que siguiera adelante y así lo hice.

—Déjame aclarar algo de la manera más clara que conozco —dijo el hombre,

137
bloqueando el camino de Peter—. Tú, muñeca puedes entrar. El muchacho puede
sentarse... allá. —Giró su dedo huesudo en el aire y luego señalo una roca plana
del jardín.

—Eso no va a suceder —dijo Peter serio, cruzando los brazos sobre su pecho.

—Es un lugar muy cómodo —dijo Knubbin—. Me siento allí durante horas y
horas, viendo mi zanahorias crecer. Una vez pensé que iba ver crecer la col, pero
no hay nada tan aburrido como una col, así que supongo que podría decir que
aprendí la lección. La muñequita y yo no estaremos mucho tiempo, por lo que no
tienes nada porqué preocuparte, a menos, por supuesto, que tuvieras motivos
para ello. Y eso sería bastante preocupante, ¿no estás de acuerdo?

Peter dijo:

—Lo que quiero decir es que no la dejaré entrar sola.

—Ella no estará sola, mi querido niño inconsciente. Ella estará conmigo. —El
hombre acarició su barba mientras se volvió hacia mí—. Corrígeme si estoy
equivocado, pero ¿no estás aquí para ver a un mago?

—Eres un mago, ¿no? —pregunté—. ¿Aquel que encantó mi capa roja?

Parpadeó varias veces, aparentemente masticando mis palabras.

—Por supuesto que soy un mago. No oíste que Knubbin es mi nombre. ¿Soy
un mago? ¿Qué clase de ridícula pregunta es esa?, e igualmente de ridículo,
puedo añadir, si añadiera algo, es tu ignorancia sobre el tema en cuestión. —Toco
mi rostro brevemente antes de sonreír—. Sólo puede pasar la persona que busca
al mago y hablar con él. Cuando se trata de cuestiones de magia.

—¿Entonces tú eres el que puso un hechizo en esto? —repetí, abriendo un lado


de mi capa.

—Ah, se ha mantenido muy bien, si lo digo yo mismo me arriesgo a sonar


como un fanfarrón, ¿no te parece? Shhh, no contestes a eso, sólo hará daño a mis
sentimientos, y entonces tendré que pedirte que abandones mi morada, para no
volver jamás.

—Oh, no, definitivamente se mantiene. Gracias.

—De nada. Entonces, muñeca, ¿dónde estábamos? —Miró a nuestros pies—.

138
Por supuesto, tonto de mí. Estamos fuera, en mi puerta. Y la razón por la que
todavía estamos aquí es porque tienes que elegir. Ahora, escoge sabiamente,
porque las decisiones imprudentes han destruido a muchas criaturas sabias. Uno,
puedes entrar y nosotros dos, ni más ni menos, charlaremos. —Sus labios se
curvaron en una sonrisa pícara—. Y dos, tú y tu novio pueden irse por donde han
venido. —Frunció el ceño y saludó como si alguien viniera por el camino—.
Entonces, ¿qué será? Oh, muero con el suspenso... —dijo, frotándose las manos.

Mire a los ojos de Peter y sonreí de una manera que esperaba que me hiciera
parecer valiente y segura.

—Esperaré en el jardín —replicó Peter lentamente—, si eso es lo que quieres,


Red. —Su mirada se oscureció cuando se volvió hacia Knubbin—. En cuanto a ti,
mago, si le tocas un pelo...

—¿Tocar un pelo en su cabeza? —repitió el mago, como si hubiera lamido un


limón—. Gracioso, ¿por qué haría eso?

La frente de Peter se arrugó, parecía confundido.

—¡Por supuesto!, sé la respuesta. —Knubbin pasó su dedo por la mejilla—. En


raras ocasiones se requiere una hebra de cabello humano con el fin de hacer un
poco de magia. Pero en este caso lo pediría. O tal vez cogería uno que se hubiera
caído. Pero puedo asegurarte, que no tocaré el pelo que tiene en la cabeza.
Peter me agarró por los hombros y me acercó, susurrándome bruscamente en
el oído.

—Escúchame, Red, el llamado mago es tan loco como una liebre de marzo. No
creo que esta reunión sea una buena idea...

—Discúlpenos, Knubbin —dije y llevé a Peter a la esquina de la casa para


hablar en semi privado—. No te preocupes tanto. Dijo que no me tocaría un pelo
de la cabeza y yo le creo. Estaré bien, Peter. Por favor, hemos llegado tan lejos.
Sólo nos llevara un momento.

Él apretó la mandíbula y miró hacia otro lado del jardín.

—Está bien, pero estaré aquí.

139
Le di las gracias a Peter y entré en la cabaña, la cual fue sorprendentemente,
incluso milagrosamente espaciosa viendo el exterior. Velas parpadeaban desde
casi todos los rincones, y sin embargo mis ojos necesitaron unos momentos para
adaptarse a la penumbra. El lugar apestaba a polvo y a perro mojado, por lo que
la falta de luz era probablemente una bendición. Al igual que la puerta de
entrada, los muebles parecían encogidos pero robustos. Sartenes y platos
desordenados en la cocina, una montaña de leña enterraba la estufa y había
pequeñas figuras de dragones, leones. Los lobos estaban colocados en un estante
curioso. Una larga capa negra colgaba de un clavo. Y en la pared colgaba una
pintura infantil de una luna creciente y estrellas.

—Bien, no te quedes ahí —dijo Knubbin—. Cuelga tu capa en el estante,


siéntate y tomate un trago o tres.

—No tengo sed, pero gracias de todos modos —le dije, quitándome la capa y
sentándome en un pequeño sillón. Desde allí, pude ver la ventana donde estaba
el cuervo y donde estaba Peter esperando. Caminaba de un lado a otro junto al
jardín. Tenía la sensación de que su corazón le golpeaba contra las costillas, como
el mío.

—Por favor, muñequita, Tendré un poco de hidromiel si no te importa, no te


levantes. Lo buscaré. Por suerte para los dos, sé exactamente dónde lo dejé, lo
que no siempre es el caso, en caso de que fueras curiosas. Y apostaré que lo eres
o de lo contrario no estarías aquí, ¿verdad?
Una vez que se unió a mí en la sala de estar, le dije:

—Estoy aquí para pedir algo mágico. —Repentinamente, la advertencia de mi


abue, de hace tanto tiempo volvió a perseguirme: "Incluso cuando la magia se
utiliza para bien, puede llegar a ser algo muy malo”. Sus palabras me hicieron
vacilar durante un momento, pero estaba decidida a hacerlo. ¿Cómo podría
querer que a abue le pasara algo malo?

—Sé por qué estás aquí —dijo Knubbin mientras se colocaba frente a mí y
cruzaba las piernas. Parecía un gigante peludo en un sofá diminuto—. Lo sé todo,
ya sabes. Todo lo que hay que saber es lo que ocurre aquí —dijo, tocando un
costado de su ceja erizada.

—No lo sabe todo. —Cuando eché un vistazo a la ventana, ya no podía ver a

140
Peter. Pensé que finalmente se sentó en la roca y no le culpé ni un poco—. Pensó
que Peter era mi novio y no lo es. Hemos sido amigos desde que éramos niños.
Sólo somos amigos.

—¿No es tu novio, dices? —Tomó un trago de su taza y rompió a reír


mostrando unos dientes amarillos—. Sí, realmente crees que no estoy más
familiarizado con tu corazón que tú. Sin embargo, no estás aquí para una poción
de amor de vieja tonta. Tienes algo que ver con tu corazón, sin embargo. Hay
algo que te atormenta, ¿no? Y, si mis sospechas son correctas, es algo más
angustioso... —juntó sus manos, creando la forma de una pelota. Brillaba desde
el centro de sus palmas, o por lo menos eso creía, pero tal vez era sólo un truco
para mí y desapareció como el parpadeo de una vela y un pestañeo—… cuando
la luna está llena.

—¡Sí, exactamente! —Me enderecé emocionada, estaba finalmente ante un


verdadero hombre de magia. Sabía de los dolores de abue en Wolfstime incluso
sin que se lo hubiera mencionado.

Bebió su aguamiel y soltó un horrible eructo.

—¿Cuánto hace que los tienes?

Así, mis esperanzas de que él estuviera algo cuerdo se esfumaron con el humo.

—Lo siento. ¿De qué está hablando?

—Las pesadillas.
Jadeé.

—¿Sabe de mis sueños?, pero, ¿cómo?

—Sabes que te pareces a tu madre. Si yo tuviera que adivinar, diría que era
más joven que tú, por lo menos dos o tres años cuando ella vino a mí. —Él cerró
sus ojos y frotó sus sienes—. Ah, ahí está. Oí unos golpes vacilantes en la puerta.
Parada en la puerta, me dice su nombre... ¿Annette? ¿Anna? No, eso no es...

—Anita —le dije.

—Anita, sí, sus grandes ojos lindos que me imploran para que los terribles
sueños se detengan. Ella no sabe lo que significan y tiene miedo. Dice que hará
cualquier cosa...

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Mi mundo se derrumbó, me encontré jadeando por mi siguiente aliento.

—Espera, ¿qué? ¿Mi madre tuvo los sueños de Wolfstime, también? ¿Conocía
a mi madre?

—Por supuesto. —Apretó los labios, parecía ofendido—. De hecho, ella se


sentó precisamente donde estás tú sentada, sólo un poco a la derecha. ¿O estaba
a la izquierda? Oh! Y eso es de ella. —Su dedo huesudo señaló el colgante con la
cruz de oro colgando de mi cuello, acercándose lo suficiente para casi tocarlo,
pero luego se retiró, como si lo hubiera quemado—. Tan linda y tan poderosa.

Puse mi mano sobre la cruz, presionándola en mi clavícula. ¿Poderosa? ¿Mi


cruz tiene magia? ¿La encantó para hacer que sus sueños se detuvieran?

—¿Detener los sueños? No, no, no. Eso sería demasiado peligroso. Nunca
pararía los de nadie. —Hizo una pausa y acarició su larga barba—. Bueno,
"nunca" es una palabra rotunda y trato de no usarla porque, como ves, con la
magia, siempre hay un camino alternativo y a veces no es recto. Utilizar "nunca"
en la inmensidad de la posibilidad —dijo Knubbin, revoloteando sus dedos
huesudos—, es como guardar gotas de lluvia en el regazo.

—Así que no la ayudó —le dije en voz baja. Tenía sentido que él la hubiera
rechazado, porque si él había encantado la cruz para mantener los sueños
Wolfstime lejos, no habría funcionado para mí cuando la use.

—Oh, pero la ayudé, déjame preguntarte esto: ¿Cómo son los sueños?
—Me temo que no soy la mejor persona para preguntar, la míos no son como
los de los demás.

—Bueno, por supuesto que no lo son, somos nuestros verdaderos seres cuando
estamos soñando, ¿no? Cuando estamos despiertos, permitimos entrar
influencias externas; mientras que, cuando estamos profundamente dormidos —
dijo bajando la voz mientras caminaba hacia la ventana donde el cuervo
dormía—, nos permitimos explorar las cavernas más profundas y oscuras de
nuestro personaje. En nuestro mundo de ensueño, el mundo exterior no tiene
poder sobre nosotros. ¡Somos verdaderamente irrevocablemente libres!

Con eso, golpeó la repisa de la ventana. El fuerte ruido hizo saltar el pájaro y
a mí.

142
El cuervo grito y voló sin un toque de gracia. Algunas de sus plumas flotaban
sobre el marco de madera. Cuando el mago se acercó a mí para sentarse frente a
mí, llevaba una pluma pegada en su pie desnudo.

—Cuando tu madre me rogó que hiciera que sus sueños se detuvieran, le


pregunté si eran los sueños los que le asustaba y ella reflexionó sobre mi consulta
durante bastante tiempo. La chica era inteligente, dijo que los sueños no la
asustaban, era que no los entendía. —Él sonrió—. He aquí que cuando algo nos
asusta, suele ser un simple caso de mistificación.

—¿Cómo la ayudó? —pregunté.

—Hice un hechizo en el colgante de la cruz para ayudarla a desmitificar sus


sueños. Pero eso no fue suficiente para ella no, no, no. Ella quería que todo
ocurriera antes, no más tarde. Tu madre era inteligente, pero estaba impaciente.
Le advertí que cuando llevara el colgante, los sueños serían más intensos, incluso
podrían llevarla a la locura. Pero me aseguró que era lo suficientemente fuerte
para manejarlos pasase lo que pase. Al parecer, tenía mucha prisa para darse
cuenta de su verdadero yo. —Su mirada pasó de mí a las pequeñas estatuas de
su estantería.

—Dime, ¿funcionó su hechizo? —pregunté, con la esperanza de evitar que sus


pensamientos se desviaran del tema.

—Dímelo tú. ¿Lo hace?


Toqué la cruz. Siempre me hacía sentir más cerca de mi madre, pero nunca
había imaginado que fuera mágica.

—Mis sueños de Wolfstime son definitivamente intensos, pero me temo que


no estoy cerca de entenderlos. En todo caso, son más confusos que nunca.

—Sólo un poco más paciente —dijo él con suavidad, como si sólo fuera para
sí. Entonces, casi demasiado fuerte, dijo—: Echa un poco más de bebida,
muñequita, en la jarra, junto al fregadero.

Corriendo, hice lo que me dijo y luego le rogué que me contara más.

—¿Cómo era mi madre? Por favor, quiero escuchar todo, cada detalle.

El mago descruzo sus piernas, frunció las cejas como si estuviera pensando

143
profundamente y luego cruzó las piernas

Otra vez me senté en el borde de mi asiento, ansiosa por saber más sobre mi
madre.
Capítulo 15

144
—Anita sólo vino a mí una vez —dijo el mago, rascándose la rodilla—. Una
vez, eso fue todo. Después de eso, nunca vi a tu madre de nuevo. Y luego, unos
veinte años más tarde, tu abuela vino a mí de nuevo, esta vez en busca de magia
para protegerte de los lobos. Tu abuela me contó la trágica noticia de tus padres,
que sus almas descansen en paz.

—¿Mi abuela vino a usted antes, entonces?

—Me temo que mis modales se han escapado una vez más —dijo el mago—.
He estado siendo el único que habla. Ahora es tu turno. —Tomó un largo trago y
luego dejó la taza—. Dime por qué estás aquí, muñequita. Si no es por las
pesadillas, entonces, ¿qué es lo que quieres?

Parpadeé un par de veces, sin estar preparada para seguir adelante cuando
todavía no me había informado lo suficiente. Sin embargo, tuve la clara sensación
de que tenía que jugar el juego del mago.

—Mi abuela. El brazo le duele durante la luna llena. Tiene una cicatriz allí, y
no sé mucho sobre ello, pero sé que cuando más le duele es durante Wolfstime.
No puedo soportar verla hacer esas muecas de dolor, Knubbin. Le duele cuando
teje y cuando está cocinando. A veces le duele tanto que tiene que tomar polvo
de amapola para poder dormir. Estoy aquí por un ungüento que quite su dolor.
Por favor, ¿me ayudará?

—Déjame ver si lo entiendo —dijo, señalando con el dedo a las vigas—. Has
venido hasta aquí... —puso sus manos, con las palmas hacia arriba, sobre su
regazo—… ¿en busca de un bálsamo para aliviar el dolor?

—Así es.

El mago apretó los puños.

—¿Nunca se te ocurrió utilizar una pomada a base de hierbas, como hacen el


resto de los aldeanos cuando tienen dolores y achaques?

145
—Sí, por supuesto. Abue dijo que no funcionan sin embargo, ni siquiera un
poco. La suya no es una lesión común, me dijo. He venido a usted en busca de
un ungüento mágico. —Sonreí y le eché un vistazo aleteando mis pestañas; como
había visto que hacía Violeta y sus amigos infinidad de veces, siempre que
querían que alguien tuviera una cortesía con ellos.

Knubbin inclinó la cabeza y torció la boca, haciéndome creer que el truco de


las pestañas estaba funcionando y que por fin tenía algo por lo que agradecer a
esas chicas malas.

—¿Tienes algo en el ojo, muñeca?

—Oh. —Detuve bruscamente el aleteo y me mordí el labio inferior—. Debo


tenerlo. Pero está bien ahora. Probablemente sólo fuera un pequeño mosquito
molesto o algo así.

—Ya veo —dijo el mago, antes de que sus ojos se pusieran vidriosos y
empezara a murmurar una corriente de palabras sin sentido. Se convirtió en un
ventrílocuo sin una marioneta, y si yo no hubiera necesitado el ungüento mágico
para abue, habría salido corriendo de la pequeña y extraña cabaña tan rápido
como mis piernas me llevaran. Todavía balbuceando, se levantó y serpenteó
hasta la cocina donde se sirvió un poco más de la bebida, salpicando fuera de la
taza mientras caminaba de regreso a la silla.

—Perdóneme por decir esto, pero ¿tal vez ha tenido suficiente bebida? —
pregunté.
Finalmente, Knubbin dejó escapar un suspiro con aroma a licor y dijo
secamente:

—El efecto dominó de la magia nunca deja de sorprenderme.

—¿Qué quiere decir? —pregunté, y él volvió a prestar atención como si


hubiera olvidado que yo estaba allí.

—Tu abuela deseaba olvidar la noche en que el lobo mató a su marido. Le


había dejado una cicatriz. El recuerdo era demasiado doloroso, como estoy
seguro de que puedes imaginar. Semanas después de presenciar la muerte
espantosa de su querido esposo, la viuda joven Lucas llegó golpeando a mi
puerta, angustiada y desesperada. En última instancia, hice una poción de olvido
para ella, una que eliminara por completo el recuerdo de aquella fatídica noche.

146
Como si ¡puf! nunca, nunca hubiera ocurrido. Es uno de mis mejores hechizos, si
me permites decirlo. ¡Y lo hago! Una vez que ella lo bebió, sabía que su marido
había muerto, pero no tenía la menor idea de lo que realmente le había ocurrido.
Parecía mejor de esa manera, y siguió adelante con su vida. —Después de una
pausa para respirar, preguntó—: ¿Estás segura de que no quieres una copa?

—Sí, estoy segura. Gracias. Y lo siento, pero estoy confundida. Me estás


diciendo que mi abuela tomó una poción de olvido, y sin embargo ella recuerda
lo que pasó esa noche. Me lo dijo.

—Sí, sé que lo recuerda. Ahora, si solo dejaras de interrumpirme, tal vez todo
tendrá sentido en el final. O tal vez no lo hará. Mmmm, ¿dónde estaba? —Con el
dedo índice, se golpeó el costado de su cabeza—. Oh sí. Hace poco más de tres
años, cuando tu abuela vino a buscar protección mágica para ti; la capa roja que
usas, tuvo que hacer un enorme sacrificio. Ya ves, yo le dije que no te podría
ayudar a su máxima capacidad a menos que sus recuerdos estuvieran intactos;
todos sus recuerdos, especialmente aquellos que eran más dolorosos. Le dije eso,
así como también le advertí que a veces, cuando me piden que deshaga un
hechizo de memoria, lo que quisimos olvidar al principio vuelve aún más agudo.
La cicatriz en el brazo de tu abuela de la que hablas, ¿mencionó alguna vez cuánto
tiempo hace que la ha tenido?

Negué con la cabeza.


—Sólo que es desde hace mucho tiempo, cuando era una mujer joven. Pero
solo ha sido en los últimos años que me he dado cuenta que le causa tanto dolor.
—Había sido desde el momento en que me había dado la capa en mi decimotercer
cumpleaños, y esa comprensión me hizo jadear audiblemente.

—Sospecho que la cicatriz en su brazo es una manifestación física de las


cicatrices y el dolor que tiene en su corazón.

—¡Me siento terrible!

—El amor es sacrificio —susurró Knubbin, como si estuviera leyendo las


palabras escritas en la pared detrás de mi cabeza—. Y también lo es la magia.
Verás, la magia siempre tiene un precio.

Tomé una respiración profunda, más decidida que nunca a ayudar a la abuela.

147
—Eso he oído. Y le aseguro que no he venido con las manos vacías.

Levantando la caja de madera de mi canasta y entregándosela, forcé una


sonrisa y traté de evitar que mi labio inferior temblara. Su mano se hundió en las
monedas.

—Mmmm —dijo él, creando una cascada de oro y plata mientras las dejaba
caer de nuevo en la caja. La forma en que jugaba con ellas me hizo un nudo en la
garganta. Una parte de mí quería quitarle la caja, decirle que había cometido un
error. La única razón por la que no lo hice, fue por mi esperanza de ayudar a abue
y la fe de que el mago nos ayudaría.

—¿Estas son todas? —preguntó, mirando mi cesta.

—En realidad, hay más. —Tomé el pastel y lo puse sobre la mesa entre
nosotros—. Es la especialidad de mi abue. Solo que, para ser justos, debo
advertirle: Un bocado y será adicto.

Se inclinó y lo olió con su nariz larga y estrecha.

—Ahhh, sí, ¡huele delicioso! ¿De qué está hecho?

—Ruibarbo, harina, azúcar y mantequilla; lo más fresco y fino. Ella tiene un


ingrediente secreto también, pero no se me permite decirlo.

Acariciándose la barba, él negó con la cabeza.


—Así que este ingrediente secreto, ¿es oro? ¿Diamantes o, acaso, un rubí rojo
deslumbrante?

—Bueno, no. Es una tarta.

—Entonces, lo siento, pero no me has dado suficiente. Vamos a considerar esto


como un pago de buena fe, ¿qué tal? Sí, me gusta cómo suena eso.

—Oh —dije, tratando de no sonar decepcionada—. Le puedo traer más


pasteles, si lo desea. De manzana, cereza, y en unas pocas semanas más,
melocotón. O si los pasteles no son lo suyo, ¿qué tal…?

Un reloj de cucú sonó una vez, dos veces.

—Arriba, arriba, arriba. Y fuera, fuera, fuera. Es hora de que te encamines de

148
regreso, muñeca. Soy un hombre muy ocupado. —El mago saltó de su asiento e
hizo un gesto para que hiciera lo mismo.

—Pero ¿qué pasa con el ungüento? —pregunté, quedándome en mi lugar—.


¿Qué pasa con mi pobre abuela?

—La próxima vez, trae algo más valioso que una caja llena de monedas y un
pastel lleno de ruibarbo, y tal vez voy a tener algo para ti también.

Contuve una maldición, pero no pude evitar que mi sangre hirviera.


Cuadrando los hombros y levantando la barbilla, dije con la mayor calma posible:

—Con el debido respeto, Knubbin, esa “caja llena de monedas” es muy valiosa.
He estado haciendo entregas para mi abue desde que tenía diez años, y en raras
ocasiones, la gente me da un céntimo extra o dos. He estado ahorrando dinero
para el día en que deje el pueblo.

—Ah, así que son los ahorros para tu huida —dijo desde la cocina, donde se le
llenó la copa una vez más.

—No, eso no es cierto en absoluto. No estoy huyendo —dije—. Quiero salir a


recorrer el mundo y tener aventuras.

— Po-tay-to, pa-tah-to8 —canturreó.

8 De la canción de Louis Armstrong "Let's Call The Whole Thing Off", el estribillo dice
"You like potato and I like potahto, You like tomato and I like tomahto. Potato, potahto,
Mi dedo rozó la cruz de oro.

—Mis padres murieron demasiado jóvenes. No llegaron a ver el mundo. Y en


cuanto a mi abuela, ha vivido toda su vida en el pueblo, la mayor parte de sus
años en la misma casa pequeña. ¿No lo ves? Ella tiene miedo de salir. ¡No quiero
ser como mi abuela! Quiero ver nuevos lugares. Quiero conocer gente nueva.
Quiero encontrar mi final feliz. Y esto, aquí —dije, recogiendo las monedas que
el mago había dejado caer sobre la mesa y volviendo a colocarlas en la caja—.
Este es mi futuro. ¿Qué puede ser más valioso que eso?

—Está bien. —Guardó las monedas en una bolsa de cuero que colgaba de su
cinturón y me entregó la caja de madera.

Inclinando la cabeza, esperé a que se explicara.

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—¿Entonces lo vas a hacer? ¿Vas a hacer un ungüento mágico para mi abue?

—Vuelve mañana a mediodía. Heathcliff te recogerá a ti, y solo a ti en esta


ocasión, desde el barranco, como hoy. —El cuervo graznó desde su posición en
la ventana mientras el anciano me empujaba por la puerta.

No vi ninguna señal de Peter, y mi corazón latió con fuerza.

—¿Dónde está mi amigo? —pregunté.

—Heathcliff se asegurará de que encuentres tu camino hacia el chico. He


borrado la memoria de tu novio de que alguna vez vino aquí; es algo irritante,
sin embargo, es necesario, por precaución. A menos que quieras que piense que
estás loca, igual que los aldeanos piensan de tu abuela, te advierto que nunca
hables de nuestro encuentro. —Y entonces el anciano cerró la puerta de un
golpazo.

Tomato, tomahto, let's call the whole thing off." Juego de palabras que tiene sentido en
inglés por la similitud de la palabra tomato y potato; y que se usa para comparar dos
cosas que son esencialmente intercambiables o dos palabras para referirse a lo mismo.
Capítulo 16

150
—De acuerdo, gracias. Te veré mañana otra vez —le dije a Heathcliff. Él
simplemente parpadeó como si hubiera olvidado que era un cuervo que hablaba.
Cuando dio un rodeo en el cielo sobre la cueva y se alejó volando, sentí que mis
esperanzas volaban lejos con él.

Quería tener fe de que Knubbin podría hacerme un bálsamo mágico que


curara el dolor de abue, pero en su estado de borrachera, ¿el viejo recordaría mi
visita? Incluso si lo hacía, ¿cómo podría estar segura de que no era sólo un mago
acabado convertido en ladrón? ¿Cómo podía estar segura de volver a verlo?

A pesar de mi frustración y decepción, sonreí cuando vi a Peter. Estaba


sentado apoyado contra un árbol, donde debía haberse acurrucado, soñando con
algo que hacía que su nariz se moviera. Cogí agua del manantial y le hice saltar.
Se despertó... y cuando vio que el culpable era yo, se echó a reír y metió las manos
detrás de la cabeza.

—¿Cuánto tiempo he estado durmiendo? —preguntó con un bostezo. Sus ojos


somnolientos me recordaban cuando era un niño: Brillantes con una pizca de
picardía. Fiel a las palabras del mago, Peter parecía no tener ningún recuerdo de
haberse aventurado más allá de aquel mismo lugar. En su mente, acababa de
quedarse para una siesta de la tarde.

Sería difícil ocultarle mi reunión con el mago a Peter. Y sin embargo, si


significaba conseguir la magia para mi abue y también la posibilidad de aprender
más sobre mi familia, tal vez fuera un secreto que valía la pena guardar.

—Ya casi termino de recoger arándanos —le dije—. Entonces sería mejor que
nos dirigiéramos de vuelta al pueblo.

Con Peter comiendo un panecillo y yo con los arándanos, salimos del bosque
y regresamos por el camino. Cuando atravesamos el pueblo, una canción
optimista salía de la taberna, y Peter de repente agarró mi mano y tiró de mí hacia
el callejón, dispersando un grupo de gatos.

151
—¡Peter! ¿Qué se te ha metido en la cabeza? —le pregunté mientras él agarraba
mi canasto y lo colocaba en unos peldaños.

—Música. ¡Vamos, Red, vamos a bailar! —Se inclinó pomposamente y me froté


la nariz y sacudí la cabeza.

—No sé bailar —dije. Triste pero cierto. La mayoría de las chicas tenían un
padre o un abuelo, o incluso un tío, para enseñarles los pasos. Pero yo sólo tenía
a mi abue, y su estilo era lo suficientemente malo como para hacer que un cerdo
escapara chillando.

—Vamos, yo te enseño. ¿De qué estás asustada? Nadie te verá. No seas gallina.

En cuanto él puso sus grandes ojos marrones en mí, yo estuve perdida. No


podía decir lo que mis pies estaban haciendo, porque parecían lejos del resto de
mi cuerpo. Todo lo que sabía era que estábamos dando pasos, deslizándonos,
sumergiéndonos, y girando... y todo el tiempo, mis mejillas me dolían de sonreír.
Mientras sus dedos se enrollaban alrededor de mi mano, mis rodillas se
debilitaron. Y sin embargo, sabía que Peter no me dejaría caer. De repente, su
cuerpo rozó el mío. En realidad, había estado presionado contra su cálido y
musculoso pecho sólo por un segundo; pero en mi mundo, el instante había
durado mucho más, el tiempo suficiente para que mi corazón se saltara un latido,
las mejillas se enrojecieran y los ojos se pusieran en blanco. De alguna manera,
debí seguir bailando, porque Peter me sonrió como si nada sucediera. Me sonrió
como si todo estuviera bien.
Una vez que la canción llegó a su fin, nos separamos, riendo. Algunos de los
aldeanos se habían detenido para vernos, y yo sabía que abue estaría preocupada
por dónde estaba, pero en ese momento, no me importaba.

Peter me entregó mi canasta.

—Gracias, Red. Ha sido divertido, pero estoy seguro de que piensas que
necesito practicar un poco más antes del baile.

Sus palabras me golpearon en el estómago como un saco de patatas, y sentí


una horrible picazón detrás de mis ojos. Me odiaba por ser tan vulnerable.
Alejándome de él, limpié las lágrimas con el dorso de la mano y empecé a
caminar a casa.

—Red, ¿qué pasa? —preguntó, corriendo para alcanzarme—. ¿Te pisé el dedo?

152
—preguntó con una risita.

Me detuve y tomé una inspiración entrecortada. A pesar de mis parpadeos,


una lágrima rodó por mi mejilla, tan grande, cálida y salada, que parecía como si
hubiera estado dentro de mí durante mucho, mucho tiempo.

Cuando miró mi rostro, la sonrisa de Peter desapareció.

—Oh no. Red, ¿qué pasa?

Odiaba que me viera llorar... y odiaba muchas otras cosas en ese momento,
también.

—Odio que vayas al baile de No-Me-Olvides, ¿de acuerdo? Pensé que


habíamos acordado ir al estanque juntos esa noche. Dijiste que aborrecías la idea
de que la gente desfilara con vestidos y pantalones de lujo, exhibiéndose,
fingiendo ser príncipes y princesas, cuando ninguno de nosotros verá realmente
el interior del castillo real, que está repleto de lujos que les permite pagar nuestro
duro esfuerzo.

Hice una pausa para limpiar otra lágrima, y otra.

—¡Y hablando de fingir, creo que estás fingiendo que no te gusta Violet,
cuando es obvio que te gusta! Estás encantado de saber que los dos estarán juntos
el primer baile.
—No crees eso honestamente, ¿verdad? Porque, si te acuerdas, te expliqué por
qué sucedió eso. He dado mi palabra, y nunca la rompo, aunque sea por Violet.

—¿Por qué la besaste entonces? De todas las chicas en el mundo, ¿por qué la
más cruel que conocemos?

Peter se rascó debajo del cuello como si le hubieran picado las pulgas.

—En realidad, ella me besó. Me tomó completamente por sorpresa, yo...

—Oh. —Me giré y comencé a caminar de nuevo. En algún lugar en el ciclón


de emociones que se agitaba dentro de mí, creo que podría haber sentido una
ráfaga de alivio.

—Red, espera. —Me tocó el hombro, y me alejé—. Entiendo que estés confusa.

153
Yo también estoy confundido. Sin embargo —dijo después de tomar una
respiración profunda—, no creo que sea justo que estés disgustada conmigo.

—¿Porque somos "amigos" y no tengo derecho a estar celosa? ¿No crees que lo
sé, Peter?

—No. Porque besaste a Tucker. Después de ese día que fuimos a dar un paseo
en trineo a la iglesia... —Se pellizcó el puente de su nariz—. No puedo creer que
lo hicieras. ¿Por qué?

Tragué con dificultad y miré hacia el camino. Estábamos casi en mi casa. Una
parte de mí quería correr hasta allí lo más rápido que pudiera y no mirar atrás en
el lío que había hecho.

—Puedes decirme lo que sea, Red. Por favor, ayúdame a entenderlo.

—Tucker sabe un secreto acerca de mí, y... yo sólo tuve que hacerlo, eso es
todo. —Acaricié la cola de mi trenza y suspiré tristemente.

—¿Que secreto?

No sabía que sería peor: No ser sincera, y tener a Peter desconfiado de mí, tal
vez incluso dejando de ser mi amigo, o confesar la verdadera y vergonzosa razón
por la que besé a Tucker Williamson. ¿Cómo podía admitir que yo era una
ladrona? No quería que Peter me mirara como miraba a los bandidos en los
carteles buscados. No quería decepcionarlo, como lo había hecho su tío favorito.
Ninguna alternativa era soportable
—No puedo decírtelo, Peter. Lo siento. Verdaderamente, lo siento.

Se metió las manos en los bolsillos y, unos momentos después, cruzó el


sendero que conducía a mi casa.

—Gracias por el panecillo. Supongo que te veré por aquí.

Metí la mano en mi carcaj.

—Lleva esto contigo esta noche —le dije, entregándole a Peter la flecha con
punta de plata que me había hecho hace cinco años—. Nunca se ha disparado. La
tengo a mano en caso de una emergencia.

Él sacudió la mano.

—Consérvalo —dijo.

154
—No por favor. Quiero que la tengas tú.

—He dicho que no.

—Oh. De acuerdo —dije con la mayor alegría posible—. Bueno, ten cuidado,
Peter.

Con un peso en el corazón, caminé con dificultad el resto del camino a casa
mientras Peter regresaba a la ciudad para calzar algunos caballos. Sí, estaba sola,
pero me sentía realmente sola, como la diferencia entre una noche oscura y la
oscuridad en uno de mis sueños de Wolfstime.

Cuando vislumbré a mi abue meciéndose en el porche, blandiendo sus agujas


de tejer, traté de cambiar mi angustia por Peter a mi amor por la mujer que había
sacrificado tanto para protegerme de los lobos.

Sin embargo, de alguna manera, sentía que algo no andaba bien. Abue parecía
estar más nerviosa que nunca, y tuve la horrible sensación de que estaba a punto
de recibir un sermón.

—¿Dónde has estado? —preguntó. Le dije:

—Después de la escuela recogí unos arándanos. —Y no era una mentira. Había


ido a la escuela, solo que no había entrado—. Sé que te gustan, y pensé que
podrías hacer algunas tartas.
Pero cuando abrí mi cesto y puse un pequeño montón de bayas en la mesa a
su lado, ni siquiera lo miró.

–Oh, son bonitas —dije refiriéndome al frasco de flores silvestres que adornaba
la mesa—. No las vi antes. ¿Las has recogido tú misma? —Había pasado mucho
tiempo desde que abue había recogido flores.

—Tus amigas vinieron a traerlas para ti. Supusieron que como no estabas en
la escuela, estabas enferma en casa.

Sus agujas de tejer se detuvieron mientras esperaba mi respuesta.

—¿Mis amigas? —Mi vientre se estremeció al darme cuenta de quiénes eran


las llamadas amigas, y que su aparente preocupación por mí casi me iba a llevar
a la horca.

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—Te lo preguntaré de nuevo... y esta vez, no te atrevas a mentirme —dijo
abue—. ¿Dónde has estado?

Me senté en la silla junto a ella y suspiré.

—Lo siento, abue. Simplemente no tenía ganas de ir a la escuela. Hacía un día


tan bonito, y no quería desperdiciarlo sentada en una escuela vieja y lúgubre.
Voy a hacer todo mi trabajo de recuperación, no te preocupes.

—¿Así que me estás diciendo que te tomaste el día libre de la escuela y fuiste
a recoger los arándanos completamente sola?

Me mordí el labio inferior y confesé:

—Sola no. Estaba con... un amigo. —Esperaba que él todavía fuera mi amigo.

—¿Un muchacho? —Abue dejó de tejer por completo y me dio una mirada
hosca.

Parecía que cuanto más abría mi boca, más profundo era el agujero que cavaba
para mí, y tenía la sensación de que si le dijera que había estado con Peter todo
el día, bien podría haber empezado a cavar ese agujero de dos metros en el suelo.
En realidad, esconderse en un agujero no parecía una mala idea.

—Um...
—He oído chismes de tus escapadas con los muchachos, y esperé y recé para
que fueran infundados. Me negaba a creer que mi propia nieta fuera detrás de
todos los chicos, como una idiota inútil. —Mientras sus palabras me escocían en
los oídos y las lágrimas me escocían en los ojos, sacudió la cabeza como si yo
fuera algo que un perro hubiera desenterrado en la esquina trasera de un callejón.

—No es cierto, abue. —Salió como la más débil de las declaraciones.

—No lo es, ¿verdad? ¿Entonces por qué a veces te lleva cuatro horas hacer dos
horas de reparto?

—Te lo dije, a veces me meto en el estanque o...

—Eso es cuando te envío para llevar mercancías a los aldeanos, me refiero a


los productos horneados. ¿Y qué hacías con el hijo del molinero en el mercado,

156
mientras yo estaba ocupada tratando de convencer a los aldeanos? Hablando de
mercado, ¿cómo compraste toda la harina, el azúcar y las frutas, y todavía tienes
suficiente dinero para las gallinas?

—Abue, cálmate. ¡Por favor, estás equivocada! Esas chicas que vinieron no son
mis amigas.

Agarré el tarro y tiré las flores a los arbustos.

—Están tratando de meterte ideas repugnantes en tu cabeza. ¿En quién vas a


confiar, en ellas, o en tu propia carne y sangre?

—A tu madre le gustaba huir y hacer quién sabe qué con los chicos, y no
cometeré los mismos errores que cometí con ella. No nací ayer. Sé que has estado
huyendo y dando vueltas, y no toleraré este vil comportamiento, no mientras
vivas bajo este techo.

Sus palabras me golpearon como una bofetada en la cara, y me estremecí.

—Entonces es bueno que me vaya de este pequeño pueblo estúpido —


concluí—. De esa manera, no tendrás que preocuparte de que actúe como una
idiota, o cualquier otra historia vil que alguien invente sobre mí. No tendrás que
preocuparte de que ensucie tu reputación. Oh, no te preocupes por mí, abue. Me
irá bien sin ti. ¿Qué, pensabas que sería tu niña de entrega toda mi vida?
—Si sigues por ese camino, el único trabajo para el que estarás preparada será
en una taberna. Hasta entonces, deberías pensar seriamente en qué clase de mujer
quieres ser.

Afortunadamente, fui capaz de agarrar mi canasta, correr a mi habitación, y


cerrar la puerta antes de que las lágrimas se derramaran por mis mejillas.

—No me puedo esperar a salir de esta estúpida aldea de una vez por todas —
grité mientras sacaba la caja de madera de la canasta. La caja estaba tan vacía
como yo. La arrojé a mi cama y paseé de arriba abajo por mi habitación. ¿Cómo
podía irme, ahora que le había dado cada medio centavo al mago?

¿Cómo podía la abuela creer que era nada más que una ramera?

¿Y cómo se atrevían Violet y sus amigas a venir aquí y meter en la cabeza de

157
mi abuela todo tipo de asquerosas ideas? Por fin me había sentido como si
hubiera ganado una batalla contra Violet, ya que vio a Peter y a mí dejar la escuela
juntos, pero luego tuvo que venir a traerme flores. Una vez más, estaba en el
rincón de los perdedores.

Priscilla pudo haber tenido razón hace tanto tiempo en el patio de la escuela,
diciendo que la mejor venganza es siempre ser mejor, pero después de todo lo
que Violet me había hecho, ¿cuánto tiempo más podría aguantar sin prenderle
fuego a sus rizos de ébano?

Hablando de fuego, mi sangre estaba hirviendo y mi habitación me ahogaba.


Necesitaba desesperadamente tomar aire fresco. Oí a la abue dando vueltas en la
cocina, así que fui derecha hacia la puerta principal. El movimiento del árbol me
atraía, como cientos de veces cuando era más joven. Agarrando las cuerdas con
toda mi fuerza, me balanceé hacia adelante y hacia atrás como un péndulo, cada
vez más alto, tratando desesperadamente de secar mis lágrimas y despejar mi
cabeza.

Incliné los dedos de los pies, cerré los ojos, y alcé mi cabeza, dejando que el
viento azotara mi rostro y alborotara mi cabello. La sensación me devolvió a mis
sueños de Wolfstime. En el ojo de mi mente, vi la luna llena, y en mi corazón sentí
su poder.
Las huellas sonaban rápidas y pesadas en el camino. Alguien venía. Aunque
quería permanecer escondida en mi ensueño, empecé a obligarme a estar en
estado de alerta.

Por alguna razón, y quizás nada más que estúpido optimismo, mi corazón se
hinchó con la esperanza de que Peter hubiera venido a arreglar todo entre
nosotros. Si miraba por encima de mi hombro podría encontrarlo detrás de mí,
con sus hermosos ojos llenos de remordimiento y sus brazos musculosos
extendidos, seguramente le diría la verdad: Que yo era el criminal que más
detestaba, una ladrona común. Le diría que quería ser una persona mejor, y
aunque no sabía cómo, algún día pagaría mis deudas y volvería a hacer las cosas
bien.

Cuando vi al incorregible Hershel Worthington dirigiéndose a nuestra casa,

158
sentí como si hubiera abierto la boca para comer un buen flan y me hubieran
dado un huevo podrido.

—Así que nos vemos de nuevo, señorita —dijo el recaudador de impuestos—


. Parece que te lo estás pasando bien en ese columpio.

—Las apariencias engañan —dije, arrastrando mis pies en la tierra para


detener mi impulso.

—¿Está tu abuela en casa?

—Está dentro, probablemente construyendo una jaula —murmuré. El señor


Worthington alzó sus cejas fruncidas interrogativamente, pero entonces abue
llamó su atención.

—Estoy justo aquí, si pudieras ver más allá de esa extravagante pluma de tu
gorra —dijo bruscamente. Estaba de pie en el porche delantero con las manos en
las caderas. Estaba tan cerca, y sin embargo sentía que ni siquiera estábamos en
el mismo planeta.

—Ah, viuda Lucas —dijo mientras sus enormes botas negras subían los
escalones—. Confío en que me esperaras. ¿Puedo pasar?

—Si es necesario. —Ella lo empujó hacia la casa y cerró la puerta de golpe.

Deseando escuchar su conversación, salté del columpio y corrí alrededor de la


casa hacia la puerta trasera. Me metí en la cabaña, donde esperaba ver a abue
entregando el dinero, contado hasta el último centavo, y lanzando sin ceremonias
al recaudador de impuestos. Por el contrario, abue permanecía silenciosamente
temblando bajo su sombra amenazadora. Me escondí detrás del reloj de mi
abuelo, donde podía espiarlos sin ser vista.

—Está todo aquí —dijo el recaudador, tratando de darle un aspecto oficial. Sin
embargo, ella sólo lo miró con ojos vidriosos, así que lo colocó sobre la mesa—.
No tienes otra opción que renunciar a tu casa. Tú y tu nieta tienen tres días para
empacar sus pertenencias personales y buscar una residencia alternativa.
Nuestro benévolo gobernante se disculpa por el inconveniente y le envía desde
el castillo real sus mejores deseos para una próspera estación.

Él le hizo una pequeña reverencia, moviendo su sombrero en el aire.

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¿Qué acababa de suceder? ¿Renunciar a nuestra casa? ¿Tres días para buscar una
residencia alternativa?

Me quedé con la boca abierta, y me apoyé en la pared para estabilizarme.


¿Cómo podía hacernos eso? No tenía sentido. Abue había dicho que no había
nada de qué preocuparse. Le había dado una prórroga. En ningún momento
había mencionado la más mínima posibilidad de perder la casa.

Una vez que el señor Worthington dijo:

—Buenos días, viuda Lucas. —Y cerró la puerta de entrada, salí de detrás del
reloj.

Abue lanzó un suspiro que podría haber apagado una docena de velas. Se frotó
las palmas de las manos, y sin mirarme, dijo:

—Bueno, ese asunto desagradable ya está atendido. Estoy contenta de decir


que Hershel Worthington nos concedió tres días más para conseguir el dinero.
Un buen hombre, de verdad. Muy agradable. Sólo hace su trabajo. Y ahora, lo
mejor es que haga el mío.

Luego se dirigió a la cocina.

¡No lo podía creer! Seguramente abue no me había mentido. ¿Por qué iba a
decir que el recaudador de impuestos le había dado tres días más para pagar?
Con mis propios oídos, le había oído decir que teníamos que estar hacienda el
equipaje y salir de nuestra casa para entonces.
Si hubiera sabido que estábamos en peligro de perder nuestra casa, podría
haberle ofrecido al recaudador de impuestos los ahorros de mi vida ... y si no
fuera suficiente, tal vez nos conseguiría un poco más de tiempo, de verdad. Pero
ahora era imposible, ya que había dado todo mi dinero a un viejo mago borracho.
Por un segundo, me preguntaba si podría recuperar el pago de Knubbin... quizás
podría decirle que regresaría para recoger el ungüento mágico en cuanto volviera
a recoger el dinero.

Sin embargo, Knubbin me dijo que volviera al día siguiente al mediodía, y yo


sabía en el fondo que nunca sería capaz de encontrarlo cuando aún no estuviera
listo para ser encontrado. ¡Era imposible! Me agarré el estómago, tratando de
controlar las náuseas.

Y entonces oí un sonido que atravesó mi corazón. Entré en la cocina, donde vi

160
a mi abue encogida delante de la despensa. Estaba de rodillas, sollozando.

Nunca había visto llorar a mi abue.

Fue entonces cuando me di cuenta de que me había mentido porque era


demasiado orgullosa para admitir que no podía pagar su deuda. Los hombros de
abue temblaron y sus manos cubrieron su rostro. Debía de haber oído el suelo
crujir bajo mi peso, porque de repente me miró. Sus gafas estaban mojadas y
manchadas.

—Lo siento, niña —murmuró.

—Tiene que haber algo que podamos hacer —dije—. El rey no se limita a
quitarle las cabañas a la gente, dejándolas sin hogar. ¿No es cierto?

Sacó el pañuelo del bolsillo, se enjugó los ojos y se limpió las gafas.

—En este caso, me temo que realmente eso es lo que está sucediendo. Hemos
perdido nuestra casa. He perdido nuestra casa. Todo es mi culpa. Las dos hemos
fallado.

El oírla decir esas palabras me dejó sin aliento.

Mientras paseaba por la cabaña, me di cuenta de que las cosas que más quería
mi corazón no eran mis cepillos de cabello, botas favoritas, ni la piel blanca en la
que había estado durmiendo desde que era un bebé. Eran las velas torcidas que
iluminaban la sala de noche; la alfombra de tela que estaba tan desgastada, con
parches que parecían nubes bajo mis pies descalzos; las tazas de estaño de las que
bebíamos sidra juntas, especialmente durante Wolfstime; y el sofá que a lo largo
de los años había moldeado perfectamente nuestros cuerpos, el mío a la derecha,
mi abue a la izquierda.

Nunca pensé que me vería obligada a despedirme de mi casa para siempre.


Ser capaz de volver a casa en aquella pequeña cabaña, aún después de
aventurarme a descubrir nuevos lugares, e incluso si decidía algún día vivir en
otra casa con mi marido y mis hijos, siempre había sido una parte clave de mi
final feliz. Era la casa que el abuelo y los hermanos de abue construyeron para
ella. Era el lugar donde mi madre creció y mis padres se casaron. Mi madre me
dio a luz justo junto a la chimenea.

¿Qué haría mi madre si todavía estuviera viva?

161
Finalmente, volví a la cocina.

—¿A dónde vamos a ir, abue? ¿Dónde vamos a vivir? —No teníamos familia
a la que acudir.

—Realmente no lo sé, niña. —Se secó los ojos de nuevo y luego se sonó la nariz.
Una vez que la ayudé a ponerse de pie, comenzó a buscar en los gabinetes para
los cuencos y las sartenes como si alguien estuviera tirando de sus cuerdas
invisibles, forzándola a hornear cuando su cuerpo dolorido y alma maltratada no
estaban para ello.

No podía soportar ver a mi abue de esa manera. Parpadeé de nuevo apartando


mis lágrimas y acaricié mi colgante de cruz de oro. De repente, tuve una idea. Era
una apuesta arriesgada, pero tal vez si podía detener al recaudador de impuestos
antes de que regresara al castillo real...
Capítulo 17

162
Corrí por el camino y subí por la carretera lo más rápido que pude, siguiendo
las huellas de las botas del señor Worthington hasta que se desvanecieron en los
adoquines de la calle principal.

Me detuve para recuperar el aliento, aparté el cabello de mi rostro y eché una


mirada alrededor, con la esperanza de ver la gorra emplumada que se balanceaba
entre los aldeanos. En cambio, vi en el camino un tomate podrido salpicado, y
otro justo más allá, con el sello inconfundible de una bota muy grande. Detrás de
una carreta, una banda de chiquillos rió maliciosamente, felicitándose unos a
otros.

—¡Le has dado en ese estúpido sombrero! —exclamó uno de ellos, validando
mi sospecha de que las huellas pertenecían al hombre de los impuestos.

Las manchas rojas conducían a la taberna. Apreté mi mandíbula mientras lo


imaginaba allí, invitándose a sí mismo una bebida de celebración al tomar la
cabaña de abue en nombre del rey. Tomando una respiración profunda, pasé por
encima de un perro durmiendo la siesta y abrí las puertas dobles oxidadas. Bajé
mi capucha. Me tomé un momento para que mis ojos se adaptaran a la penumbra
y para que mi nariz se ajustara al olor a alcohol y sudor.
Al lado de un viejo piano polvoriento, una mujer flaca golpeaba una pandereta
mientras un hombre con un gran bigote jugueteaba. Una chica de cabello rubio
de veintitantos años de repente se interpuso entre yo y mi vista de la habitación.

—¿Puedo ayudarle, señorita? —preguntó sobre el estruendo de la música y


bromas.

Consideré las trenzas enmarañadas de la niña de la taberna, labios rosados, y


la luz, ojos penetrantes. Llevaba una falda a rayas que le cubría las piernas, pero
su blusa mostraba su pecho y hombros pecosos. Tenía una chispa de confianza
en ella, como si conociera su verdadero yo y nadie podía tratar de convencerla
de lo contrario. Le di una pequeña sonrisa, dándome cuenta de que si abue me
veía como una chica de taberna, tal vez no sería el destino más horrible en la
tierra.

163
—¡Aquí, Gretchen! Una ronda —gritó el hombre calvo de una mesa de la
esquina llena de gente—. Ven ahora. No tenemos todo el día.

Uno de sus compañeros de mesa dijo:

—¿De qué diantres hablas? Definitivamente tenemos todo el día, y todo


mañana, y el día después... —Y la mesa llena de hombres alegres se rieron e
hicieron sonar los tarros.

La chica apretó sus labios y tuve la sensación de que ella y yo estábamos


compartiendo un momento privado de chicas.

—Conténganse, señores —dijo ella por encima del hombro con una voz más
fuerte que la que había usado conmigo. Luego se dirigió a la parte de atrás de la
taberna, donde vi el sombrero emplumado. En la barra, Hershel Worthington
estaba dando tragos a una cerveza y hablando con el anciano camarero.

Tirando hacia atrás los hombros y levantando la barbilla, caminé derecho hacia
el hombre de los impuestos. Sin embargo, cuanto más cerca me sentía, más se me
revolvía el estómago y no tuve más remedio que retroceder unos pasos y buscar
refugio detrás de un poste grande con nudos. Tomé un gran aliento, y luego otro;
y sin embargo, mi corazón seguía corriendo. Puedes hacer esto, Red.

Tumbado hacia delante, el señor Worthington apoyó los codos en la barra.


Mientras hablaba con el hombre mayor, su voz traspasaba la música:
—Quería tener un hijo algún día, pero me casé con mi querida Ernestine hace
más de un año, y basta decir que no quiere nada conmigo.

El camarero se inclinó y tomó un olorcillo de él.

—No huele demasiado mal —comentó—. Y estoy pensando que ganas muy
buen dinero trabajando para el rey y todo... —Mientras hizo una pausa, se rascó
la cabeza canosa—. ¡Oh! ¿Has probado ser romántico con ella? Eso parece hacer
el truco.

—Románico, ¿eh? No puedo decir que lo haya intentado todavía —dijo el


señor Worthington, antes de inclinar la jarra hacia su boca.

El camarero sonrió ampliamente, revelando más huecos que dientes.

164
—Funciona como magia, ya lo verás.

De repente, Gretchen se alzó a mi lado.

—No te quedes ahí, cariño —dijo la chica de la taberna con un guiño—. Ve y


siéntate junto a él, y pídele que te compre una copa.

Me reí nerviosamente y agité mis manos.

—Oh no. Estás completamente equivocada. Sólo quería hablar con él, eso es
todo. De negocios.

Colocó su bandeja en la mesa más cercana y arregló mi cabello, colocando las


porciones delanteras sobre mis hombros. Luego me pellizcó las mejillas. Sus
brillantes ojos azules brillaban, me dio el visto bueno.

—Ve a hablar de negocios.

Asentí, asombrada de como ella había sido capaz de restaurar mi confianza.


Antes de perderla de nuevo, me acerqué al hombre de los impuestos y aclaré mi
garganta.

—Señor Worthington, ¿puedo hablar con usted?

—Siempre un placer, señorita Lucas, — dijo el señor Worthington, sin darme


más que una mirada de soslayo. — ¿Aquí para beber sus aflicciones?
—¿Qué puedo darte, señorita? —preguntó el camarero, secándose las manos
manchadas de hígado en una toalla.

—No tengo sed —le dije al anciano, y él retrocedió, dejándonos para hablar—
. Estoy aquí para hacer desaparecer nuestras aflicciones. —Tomé el pergamino
que el señor Worthington había entregado a abue de mi bolsillo y lo coloqué
sobre la barra—. Y usted va a ayudarme.

—¿Es así?

—Estoy aquí para pagar la deuda de mi abuela.

—Ya veo. Siento decir, es demasiado tarde. Sin embargo, soy un poco curioso.
¿Cómo exactamente planeaba hacerlo? —Él balanceó sus piernas alrededor y me
enfrentó aburrido.

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Mi corazón palpitó mientras mi dedo rozaba la cruz de oro que descansaba
sobre mi clavícula. Tomando una respiración profunda y lenta, arreglé mi cabello
sobre mi hombro izquierdo. Sus ojos seguían cada movimiento, incluso cuando
levantó su tarro a sus labios para un trago rápido. Cuando volvió a colocar su
cerveza, desabroché mi collar con un movimiento de mi muñeca.

—Era de mi madre —dije, colocando el collar en su palma pegajosa y sucia.

—No dices... —dijo, aunque era obvio que no se preocupaba por


sentimentalismos. Estaba demasiado ocupado mordiéndola, para probar si era
oro real.

Diciembre, hace tres años y medio

Me desperté con un sobresalto, insegura de cómo había terminado bajo mi


cama. Una fortaleza de almohadas y fundas me rodeaba, y aunque era la época
más fría del año, mi cabello estaba empapado de sudor.

Debí haberme levantado, pero me sentía inquieta, asustada por una razón que
no podía identificar. Así que me quedé allí hasta que el gallo cantó, finalmente
saliendo de debajo de la cama, una vez que la cabaña se llenó con los ruidos de
abue dando vueltas en la cocina, comenzando su rutina matutina. Estiré los
brazos sobre mi cabeza e hice rodar la torcedura de mi cuello, tratando de
recordar el sueño que había tenido. Estaba inclinada para recoger las almohadas
que había metido debajo de la cama cuando vi algo que parpadeaba entre las
tablas del suelo. A primera vista, parecía ser una pequeña estrella de oro. Pero
cuando la deslicé hacia arriba y afuera con mis dedos, vi que era una cruz.

Mi corazón saltó en mi pecho mientras la examinaba a la luz del sol de la


madrugada. Parecía estar hecha de oro puro, y me encantó cómo se sentía suave
en las yemas de mis dedos índice y el pulgar. Un pequeño agujero perforado en
la parte superior de la misma; estaba destinada a ser un colgante.

Me llevé tal susto que casi me sale el corazón por la boca cuando abue irrumpió
en mi habitación como un toro.

—La luz del día está ardiendo, niña. Levántate y consígueme algunos huevos.

166
Traté de esconder mi tesoro recién descubierto de ella, pero fracasé.

—¿Dónde encontraste eso? —preguntó, cruzando mi habitación y mirando a


mi palma como si estuviera sosteniendo una manzana envenenada.

—Bajo la cama.

Asintiendo lentamente, sus ojos brillaban con aparente reconocimiento.

—Fue de tu madre.

—¿Se lo diste a ella, abue?

Negó con la cabeza.

—Nunca supe dónde lo consiguió. No me lo dijo. Dijo que era un secreto.


Aquí, entrégamelo —dijo, haciendo un gesto. Con el corazón pesado, lo entregué.
Luego me tomó por los hombros y me dio la vuelta, lo cual estaba bien porque
no quería que ella viera mi ceño fruncido. ¿Por qué mi abue tiene que ser una
aguafiestas todo el tiempo?

Sentí su toque a lo largo del escote de mi camisón.

—Ve a ver —dijo, dirigiéndome suavemente hacia el espejo que había encima
de mi escritorio. Abue metió el colgante de mi madre sobre su propio collar y lo
sujetó alrededor de mi cuello. Era hermoso—. Ella querría que lo tuvieras —dijo
abue.
—¿De verdad?

—Sí, estoy completamente segura.

Cuando puse mi mano sobre la cruz por primera vez, sentí un calor
maravilloso en mi corazón.

—Voy a llevarlo siempre —prometí.

Me tragué la bilis en la garganta.

—Entonces, ¿tenemos un trato, señor Worthington? —le pregunté, tratando de

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mirar directamente a sus ojos astutos—. ¿Tengo su palabra de que abue y yo
podemos mantener nuestra casa?

—¿Qué querría su alteza real con un poco de oro cuando tiene más tesoro que
cualquiera en el reino? —preguntó, deslizando mi collar a lo largo de la barra y
dejándolo frente de mí.

—¿Qué querría el rey con una casita pequeña y modesta en el bosque, cuando
tiene el castillo más exquisito del reino, quizá de la tierra entera? —contesté.

—Todos los habitantes de la aldea deben pagar impuestos al rey —dijo,


intentando hacer señas con la mano al cantinero—. Tu abuela no pagó la suya.
Así que ahora debemos tomar algo de ella. Así es como funciona el reino,
señorita.

—Me doy cuenta de eso. —Suspiré. No sabía qué más hacer, excepto ponerme
de rodillas y rogar—. Por favor, señor Worthington. Si perdemos nuestra casa,
no tendremos a dónde ir. No tenemos familia. Y mi abue es demasiado vieja para
terminar sus días, no sé, ¿en una choza en el bosque? —Apenas había descubierto
la perdida de la cabaña, y las repercusiones completas no me habían golpeado
hasta entonces. No sólo estaríamos sin hogar, abue no tendría ningún lugar para
hornear. Si no podía seguir adelante con su negocio, ¿cómo podríamos llegar a
fin de mes? Tenía que conseguir que el hombre de los impuestos liberará a mi
abue; ¡Era nuestra única esperanza! Le supliqué con mis ojos, mi corazón, con
cada parte de mí—. Esta cruz de oro es todo lo que tengo. Puede que no le parezca
tan impresionante, pero...

Él levantó su mano y me hizo un gesto para que dejara de hablar. Mientras la


indignidad de haber sido callada me encendió las mejillas, dijo:

—¡Willie! Llénemela. —Por la comisura de su boca de bigotes.

El cantinero se dirigió hacia nosotros, silbando con la música mientras llenaba


la cerveza del señor Worthington. Envidié al anciano, que parecía no tener
ninguna preocupación en el mundo.

—Me temo que no es suficiente —dijo el señor Worthington, moviendo la


cabeza.

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Willie dejó de silbar.

—Es todo lo que cabrá en la jarra —dijo disculpándose—, pero le traeré otra si
lo necesita.

—No estaba hablando contigo —dijo el señor Worthington, y Willie se


escabulló al compás de la música.

Abrí mis manos, ni siquiera había notado hasta entonces que las había
apretado en puños, y cogí el collar.

—Está encantada —solté.

—¿Oh? —Él acarició su larga barba negra mientras dejaba colgando el collar
ante sus ojos—. ¿Qué quieres decir, con encantado? —Alargó la mano, pero
balanceé el collar justo fuera de su alcance.

Inclinándome más cerca de él, susurré:

—Es mágico, señor Worthington. Quien lo lleve estará bajo su hechizo. Su


hechizo de amor. —Sabía que tenía que hacer la mentira convincente—. El rey
tiene más oro de lo que sabe que hacer con él, pero es un viudo, ¿no? Todo lo que
tiene que hacer es regalar este hermoso collar a una dama que él desee, y ella lo
adorará con todo su corazón.

—Pero el rey no necesita un hechizo de amor —dijo el señor Worthington—.


Lo que necesita es una escoba para mantener todas las mujeres lejos de él.
—Sí, probablemente tenga razón. —Suspiré—. Bueno, no puede culpar a una
chica por intentar salvar la cabaña de su abue, ¿verdad?

El señor Worthington tomó un trago de su jarra, sólo para mirar en ella,


sorprendido claramente que ya estaba vacía.

—Señorita Lucas, ¿me da usted su palabra de que esta baratija está encantada?
—preguntó.

Mi respiración quedó atrapada en mi garganta. ¿Mi plan estaba funcionando?


Tal vez el hombre de los impuestos estaba cambiando de idea.

—Sí. El mago mismo me dijo que lo estaba —dije, feliz de finalmente decir la
verdad.

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Tomó el resto de su cerveza y luego alcanzó el pergamino.

—Willie, tráeme una botella de tinta, ¿quieres? —le pidió. Un momento


después, Willie dejó la tinta y luego se dirigió lentamente hacia sus clientes en el
otro extremo del bar.

Con una mirada lejana en los ojos, el señor Worthington sacó su pluma del
sombrero y escribió tres de las palabras más bellas del pergamino: PAGADO EN
SU TOTALIDAD.

—Me abstendré de informar de tu abuela al rey; sin embargo, la próxima


primavera no seré tan generoso.

—Entiendo. Gracias —dije mientras sostenía mi collar con la cruz por última
vez. Era la sensación más agridulce que había tenido jamás. Por un lado, quería
bailar alrededor de la taberna, riendo y tal vez incluso cantando de haber salvado
nuestra cabaña. Por otro lado, la despedida del collar con la cruz que mi madre
usó hizo a mi garganta cerrarse y que mis ojos picaran. Parpadeé fuertemente y
me dije que era lo correcto. La única cosa por hacer. En el instante en que dejé
caer el collar en las manos del señor Worthington, esta vez, para siempre, alguien
dijo mi nombre.

—¡Red! ¿Qué estás haciendo?

Me giré para ver a Peter, con los brazos cruzados sobre su pecho y sus ojos se
estrecharon desconfiados en el señor Worthington.
—Peter, ¿q-qué estás haciendo aquí? —pregunté. Odiaba cómo había dejado
las cosas con Peter, pero ahora no era el momento de disculparme y tratar de
hacer las cosas bien entre nosotros. La tinta ni siquiera había secado en el acuerdo.
Sólo necesitaba unos minutos más con el señor Worthington, solo.

—He venido a ver cómo estabas, y parece que fue algo bueno lo que hice. —A
pesar de que no había visto a Peter parpadear ni mover ni siquiera un músculo,
parecía haber crecido veinticinco centímetros. El señor Worthington, por el
contrario, se encogió lejos de él.

—No te preocupes, Peter. Todo está bien, honestamente —dije, obligándome


a sonreírle. Temerosa de que pudiera hacer o decir algo para arruinar mi trato
con el hombre de los impuestos, me levanté rápidamente y recogí el pergamino,
colocándolo dentro de mi capa.

170
Le dije:

—Hasta luego, señor Worthington —Y volví a meter su pluma en su sombrero.


Entonces, agarrando la mano de Peter, empecé a arrastrarlo hacia la puerta.

—¿De qué se trataba, Red? —preguntó Peter. Él clavó sus talones, llevándonos
a una parada abrupta por el piano—. ¿Por qué le diste su cruz?

—Por favor, salgamos de aquí. Luego te cuento todo, lo prometo.

Inclinando su cabeza, él buscó mi cara. Unos segundos más tarde, bajó las cejas
y dijo:

—De acuerdo, pero te sostengo esa promesa. No más secretos. —Colocando


su mano en la parte baja de mi espalda, Peter me guió fuera de la taberna.

—¿Cómo sabías que estaba aquí, de todos modos? —pregunté mientras abría
la puerta.

—Mis hermanos dijeron que habías pasado junto a ellos. Dijeron que parecías
disgustada, así que se contuvieron de darte duro con verduras podridas.

—Ellos son tan queridos.

Justo afuera, oímos un pequeño gemido. A nuestros pies, el perro se quejó y


se retorció en su sueño. El pobre debe haber tenido una pesadilla.
Había dos noches más de Wolfstime, y me preguntaba cómo serían mis sueños
ahora. Ya sentía el vacío donde la cruz solía estar contra mi pecho. Me recordé
que había sobrevivido antes sin el colgante, cuando lo había perdido en el
estanque. Pero eso fue antes de que me enterara de que el mago había puso un
hechizo en él para mi madre. Sin el colgante, ¿entendería mis sueños de
Wolfstime? ¿Alguna vez descubriría mi verdadero yo?

Peter metió la mano en su mochila y tiró un trozo de pan al perro, para que
pudiera comer algo cuando despertara. Entonces, mientras se apoyaba contra
una farola, le dije por qué había ido tras el hombre de los impuestos. Pensé que
la parte de que abue no pudiera pagar sus impuestos sería demasiado
mortificante para compartir, pero Peter asintió compasivamente. Sabía que podía
confiar en que Peter no se lo dijera a nadie.

171
—Lo que hiciste fue muy heroico, y el detalle del colgante que estaba
encantado con un hechizo de amor fue particularmente inspirado. —Meneó la
cabeza y sonrió. No pude evitar sonreír también. Había contado una historia
excelente, y como las mejores historias, había comenzado con una semilla de
verdad—. Pero sé cuánto significa para ti la cruz de tu madre —dijo, mucho más
sombrío—. Tiene que haber otra manera. Te ayudaré a averiguar algo.

—Gracias, Peter, pero está bien. Lo hecho, hecho está. Además, estoy segura
de que mi madre lo hubiera querido de esta manera. —Aunque puse cara valiente
para él, realmente quería llorar. Comenzamos a caminar por la calle principal y,
cuando pasamos por el callejón donde habíamos bailado aquella tarde, deseé que
me envolviera en sus brazos y me dijera una y otra vez que todo iba a salir bien.

Pero primero, yo sabía que tenía que decirle a Peter lo que había sucedido en
el mercado. Tragué, mentalmente revisando cómo exactamente iba a decir la
confesión. Pensé que la mejor manera era decir toda la verdad, pase lo que pase.
Mientras hablaba, él escuchaba en silencio. Su manzana de Adán se balanceó en
su garganta cuando llegué a la parte de robar de mi confesión, y una sombra
oscura llenó sus ojos cuando conté la parte de beso.

—¿Me odias ahora? —Me mordí el labio inferior mientras esperaba a que él
respondiera.

—Nunca podría odiarte, Red. De hecho, me alegro de que finalmente me lo


dijeras —dijo, y luego me dio el abrazo que había estado deseando.
Apoyando la cabeza en su hombro, solté un largo chorro de aire.

—Yo también. —No podía creer lo mucho mejor que se sentía ser honesta con
él. Lo jalé más cerca y nunca quise dejarlo ir, pero el sol estaba bajando, y Peter
tenía un buen estofado para compartir con su familia antes de unirse a su padre
y a los otros hombres en la caza de lobos. El pensar en él contra las bestias
mortales me hizo querer abrirme aún más—. Peter, yo...

Cuando mis palabras se desvanecieron, él me sostuvo a la distancia de su


brazo. Sus oscuros ojos marrones se ensancharon mientras esperaba que yo
terminara. Pero no pude. No podía decirle cómo me sentía realmente por él. El
pensamiento de él de pie delante de mí con la boca abierta, sin saber cómo
responder porque no quería hacerme daño, me secó la boca y me hundió el
estómago. Si no sentía lo mismo por mí, estaría allí como una idiota de corazón

172
destrozado. En cambio, dije:

—Sólo quiero que tengas cuidado esta noche.

Después de la más ligera vacilación, soltó mis hombros y pasó una mano por
su cabello.

—No tienes nada de qué preocuparte. Tenemos los mejores cazadores y armas
en el pueblo. Y estaremos en grupos.

—Pero me preocupo por ti. No puedo evitarlo.

—Para ser honesto, me gusta saber que te preocupas.

Tragué. Me preocupo por ti, Peter. Mucho.

—Será mejor que vuelvas a casa. No querrás perder la gran cena de tu familia
—dije, aunque en realidad no quería que se fuera.

—Bien. Bueno, ya nos veremos.

Dije adiós con la mano mientras se dio la vuelta y empezó a correr hacia su
casa, sin entender que lo amaba.
Capítulo 18

173
Mi abuela estaba rígidamente en la silla de esquina de la cocina, con el delantal
sesgado, mirando aturdidamente las pilas de comida que cubrían cada
centímetro de los mostradores. Conociéndola, el exceso de productos horneados
era su último esfuerzo para salvar la cabaña. O eso, o cocinar en un frenesí era su
manera de hacer frente.

—Tengo buenas noticias, abue. ¡No vamos a perder nuestra casa después de
todo!

Ella parpadeó dos veces y luego se volvió hacia mí como si se diera cuenta de
que yo estaba allí.

—¿De qué hablas, niña?

—La deuda se ha ido. Estamos sin deudas, por lo menos por ahora. —Entregué
a mi abuela el acuerdo. Su frente se arrugó mientras ajustaba sus gafas y leía
PAGO COMPLETO.

—¿Cómo?

Solté la capa de mis hombros y toqué mi clavícula.


—Oh, Red. La cruz.

—Está bien, abue —dije, sentándome a su lado—. Sé que era de mi madre,


pero sé que, si estuviera aquí, habría hecho lo mismo.

Abue abrió la boca y luego la cerró con un suspiro. Supuse que estaba tratando
de agradecerme; ella nunca había sido buena en eso. Finalmente, dijo:

—Tienes razón. Lo haría.

—De acuerdo —respondí con un gesto de asentimiento—, obviamente has


horneado lo suficiente para alimentar a todo el reino. Déjame ayudarte a limpiar
esto.

Abue frunció el ceño.

174
—Espera un momento. Hay algo que necesito sacar del pecho.

—¿Qué es?

Respiró profundamente, y se retorció las manos.

—Escucha, Red. Lo siento, dije esas cosas antes hoy.

Me mordí el labio inferior y traté de no parecer sorprendida mientras


estudiaba mi rostro. Si apenas le daba las gracias a nadie, menos aún se
disculpaba.

—También siento haber mencionado a tu madre. Es sólo que, me culpo por lo


que le pasó a Anita. Quería protegerla, pero fracasé.

—Estoy segura de que hiciste todo lo que pudiste —dije

—No todo, me temo.

—No es tu culpa que mis padres salieran al bosque y un cazador los disparara
accidentalmente.

—No estoy hablando de eso —dijo—. Te pareces mucho a tu madre, ya sabes.


—Me rozó la mejilla con las yemas de los dedos y luego regresó su mano a su
regazo—. Tenía un lado salvaje, puedes decirlo. —Por un breve instante, sus
labios formaron una pequeña sonrisa—. A veces, siento ese lado salvaje en ti,
también, y para ser honesta, asusta a los dickens fuera de mí. Por eso te puse la
capa. Pero eso no te protegerá de todo. No te protegerá de que te rompas el
corazón.

—Abue, ¿qué estás tratando de decir?

—A ver, traté de ahorrarte lo que realmente ocurrió esa noche cuando tus
padres murieron.

Me incliné hacia delante, y más que un poco nerviosa, para escuchar lo que
realmente había sucedido.

—¿Me mentiste?

Ella se movió en su silla.

—No mentí, en realidad no. Solo omití algunas cosas. —Exhaló en voz alta,

175
haciendo sus mejillas soplar—. Esa noche trágica, antes de que corrieran hacia el
bosque, habían tenido una pelea terrible. Llegué corriendo a su cuarto, tu cuarto
ahora, como sabes, y traté de entrar. Tu padre no puso una mano sobre ella, no
que yo viera de todos modos. Pero él se sacó el collar de su cuello, lo que
enfureció a tu madre.

—¿Si eso ocurrió la noche que murieron, entonces supongo que de alguna
manera terminó debajo de la cama, donde la encontré? —pregunté.

Ella asintió.

—Sí, eso es lo que pensé, también. Ahora, ¿dónde estaba? Oh sí. Tus padres
habían tenido bastantes peleas antes, pero ésta era diferente de alguna manera.
Tenía el peso de la finalidad. Una mirada al rostro de tu madre con lágrimas, y
nunca he visto tanta angustia. Sabía que su corazón se había roto. Corrió al
bosque y él la siguió. Traté de detenerlos, pero...

—Los cazadores se acercaron a ellos primero —terminé por ella, y ella asintió
solemnemente.

—Eras sólo un bebé, pero de alguna manera, debiste haber sentido que algo
trágico les había sucedido. Lloraste toda la noche, hasta el desayuno. Te juré que
viniera el infierno o el agua, te mantendría a salvo. Tú eres todo lo que tengo,
niña.
Había estado tan fascinada por la historia de abue que no me di cuenta de que
el sol estaba cayendo. Abue debió de haberlo notado al mismo tiempo, porque
después de mirar por la ventana, se levantó de un salto.

—Bueno, basta de quejarse. Es casi el atardecer, y parece que otra tormenta de


primavera está entrando, también. Ve a buscar la ropa de del tendedero, y no te
detengas.

En el instante en que salí por la puerta de atrás, un vendaval me sopló el


cabello en los ojos e infló mi capa como las velas de un barco, haciendo difícil ver
y caminar. Pero llegué al tendedero y empecé a apilar las sábanas en mi cesta,
hasta que algo me llamó la atención y me hizo saltar el corazón: Huellas de lobo
gigante, en la tierra blanda detrás del viejo roble. Estaban lo suficientemente
frescas como para suponer que habían sido hechas anoche. Las seguí y jadeé

176
cuando vi cómo bordeaban la cabaña y pasaban junto al gallinero, al arroyo.
Afortunadamente, el lobo había dejado a los pollos en paz, pero ¿quién iba a decir
que las aves sobrevivirían esta noche, o la noche después, para el caso?

Dejando mi tarea inacabada, volví a entrar. Mientras abue hacía las rondas de
Wolfstime en nuestras habitaciones y en la sala de estar, me metí en la cocina
para cerrarla y empezar a hacer la sidra. Mientras tanto, no podía dejar de pensar
en los lobos. Siempre los había temido mortalmente; Pero ahora, los odiaba.

Los odiaba por plagar nuestra aldea con horror toda una semana de cada mes.
Los odiaba por matar vacas y ovejas de nuestros vecinos y nuestros pollos. Los
odiaba por matar a mis tíos abuelos y a mi abuelo a sangre fría. Odiaba cómo los
mataron ante los ojos aterrorizados de mi abuela —una pesadilla viva que la
obligó a hablar en contra de aquellos que creían poder derrotar de alguna manera
a los monstruos o aquellos que no eran lo suficientemente temerosos de ellos—
y cómo su fervor la marcaba como el hazmerreír del pueblo, entonces y ahora.
Los odiaba por poner a mis padres en el camino de la muerte y forzar a nuestros
hombres a una persecución aparentemente eterna e inútil. Los odiaba por
hacerme preocuparme por Peter y su primera noche con los cazadores y por dejar
huellas amenazadoras justo fuera de las paredes de nuestra casa.

¡Cómo me encantaría ser la que finalmente matara a los lobos y salvara al


pueblo de su reino de terror!
Mientras estos pensamientos se acumulaban dentro de mí, limpié los cuencos,
las cacerolas y las cucharas más y más fuerte. Busqué debajo del fregadero una
bayeta, y fue cuando se me ocurrió. A los perros les encantaban mis galletas, y
como dijera Violet la noche de la hoguera, un lobo era esencialmente un híbrido.

¡Si rellenaba las galletas con veneno de rata y las dispersaba a lo largo de las huellas
que el lobo había dejado la noche pasada, quizás pudiera ser la que finalmente matara a
los lobos!

Saqué el veneno de rata que guardamos debajo del fregadero y lo rocié en las
galletas, poniendo mi plan en movimiento. Casi le dije a mi abue mi idea, pero
cuando la vi apoyada contra la pared de la sala y sosteniendo su dolorido brazo,
sentí que estaba pasando por suficiente.

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—Parece que dejé algunas toallas en el tendedero, abue. Volveré enseguida —
le dije. Luego salí por la puerta trasera y desparrame las galletas de perro
envenenadas junto a las huellas de lobo.

Con la tormenta soplando, el cielo se oscurecía a un ritmo rápido, y sin


embargo las nubes no podían competir con la luna. Inclinando la cabeza hacia
atrás, dejé que la luz de la luna me abrazara. Una vez que volví a entrar, subí por
la puerta de atrás, respirando lentamente dentro y fuera. Era como si el
resplandor de la luna se hubiera metido dentro de mí, y me aferré a la sensación
lo mejor que pude, mientras abue y yo terminábamos los últimos minutos del día
y me metí en mi habitación por la noche.

Dejé mi ropa en el suelo, colgué mi capa en el poste de la cama y me dejé caer


en la cama. Mirando las formas que la luz de las velas creaba en el dosel, sentí
una repentina oleada de calor febril. Si abue metía la cabeza para comprobarme,
me regañaría, no sólo porque no me había molestado en ponerme un camisón,
sino porque había abierto mis contraventanas, sólo para conseguir algo fresco,
aire fresco.

De pie ante la ventana en ropa interior, con el resplandor de las velas detrás
de mí y los peligros vastos de Wolfstime delante de mí, sentí una extraña mezcla
de poder y vulnerabilidad. Aunque sabía que debía cerrar mi habitación y
meterme en la cama, me encontré pensando en el paradero de Peter en ese
momento. ¿Acaso los cazadores, armados con antorchas, armas y una sensación
de invencibilidad, marchaban a través del parque y al cementerio? ¿Se habían
reunido en el centro del pueblo o en la escuela? ¿O se habían reunido en la calle
principal y en el bosque?

Me incliné más cerca de la ventana abierta, preguntándome si estarían a la


vista de nuestra cabaña. Las nubes velaban la enorme luna como bocanadas de
gasa gris plateada. El viento agitaba las hojas y las ardillas se agitaban en los
árboles. No había cazadores, sin embargo.

Con un poco de imaginación, pude engañarme para verlos pasar junto a la


cabaña, a excepción de Peter, que me vio espiando en mi ventana sin nada. En mi
mente, se detuvo en las sombras mientras los otros cazadores continuaban sin él.
No estaba seguro de qué hacer a continuación, porque no se daba cuenta que
sabía que estaba allí, y no quería que este pequeño juego terminara todavía. Así
que empecé a cepillarme el cabello. Tomé un cuidado especial en cada golpe,

178
comenzando en la raíz y corriendo las cerdas perfectamente hasta los extremos.
El viento entró en mi habitación, acariciándome el rostro, el cuello y los hombros.
Peter salió de las sombras hacia la luminosa luz de la luna, y bebí la aprobación
y el aprecio que había escrito en su hermoso rostro.

No sabía exactamente cuándo había comenzado a llover, pero, de repente, las


gotas de lluvia entraban en mi habitación. Parpadeando, cerré la ventana. Traté
de mantener vivas las mejores partes de mi fantasía acerca de Peter, mientras
ahuecaba la almohada y me metía en la cama. Pero entonces, como solía tocar mi
cuello mientras me dormía, la ausencia del colgante me hizo empezar. Sería mi
primer sueño en más de tres años sin la cruz de mi madre, y no sólo eso, sino que
sería mi primera noche sabiendo que estaba encantado.

Si no hubiera hecho el trato con el hombre del impuesto, si todavía llevara el


collar, ¿mis sueños de Wolfstime se harían cada vez más extremos, como el mago
había advertido a mi madre? Me habían dicho que mi madre ansiaba comprender
el significado de sus sueños, porque había estado tan desesperada por descubrir
su verdadero ser. Pero en cuanto a mí, ¿qué pasaría si tuviera demasiado miedo
de encontrar mi verdadero yo?

¿Y si sólo quería quedarme dormida pacíficamente en lugar de tener miedo y


tener sueños como todo el mundo tenía?

¿Y si quisiera soñar con Peter?


Viernes, 18 de mayo

Me senté en mi cama. Agarrando mi almohada contra mi pecho, me balanceé


hacia adelante y hacia atrás. Mis ojos estaban hinchados y mi cuerpo se sentía
como si hubiera estado atado a la veleta de un molino de viento durante días
enteros.

¿Qué había soñado para hacerme sentir tan maltratada?

Me balanceé un poco más, parpadeando las lágrimas que no entendía.

Finalmente me di cuenta de que el sol se había levantado, y sin embargo el


gallo no había cantado. Todo está bien, me consolé mientras cambiaba mi camisón
por la falda y la blusa, lo remataba todo con mi capa y me llevaba la cesta de
huevos. En el instante en que entré en el patio trasero, el aire tomó un frío

179
siniestro. Y era tranquilo, muy tranquilo. Algo está mal.

—¡Abue! ¡Ven rápido!

Huellas de lobo enormes habían arrancado la tierna tierra de primavera en el


mismo patrón en que había dejado caer las galletas de perro envenenadas, con
un desvío dirigido directamente al gallinero.

Mi abuela apareció en el porche trasero, frotándose las manos en el delantal.

—No. No, no de nuevo. —Se apresuró a través del claro, tratando de


impedirme entrar. Pero era demasiado tarde. Cuando crucé la puerta, la luz del
día inundó el gallinero. Me estremecí de manera incontrolable mientras cuatro
hendiduras profundas, sin duda las garras del lobo, se alzaban en la pared ante
mí.

Arrancando la escoba de su gancho, comencé a barrer las plumas sangrientas


y las partes de los pájaros. La sangre se agrupó y rayó, y aunque todo lo que logré
fue ensuciarlo aún peor, seguí barriendo.

—Con alguna suerte, nuestros pollos serán la comida final de ese lobo —dije

—No seas ridícula, niña. Esto era simplemente un aperitivo. —Abue agitó sus
manos alrededor como si yo ni siquiera hubiera notado la masacre.
—Envenené las galletas de perro y las esparcí fuera de la cabaña anoche, en
caso de que el lobo se atreviera a volver aquí. En caso de que volviera a perseguir
a nuestros pollos.

—¿Hiciste qué? —preguntó.

—Las galletas no están, abue. —Sonreí, sintiéndome extrañamente serena a


pesar de la vista mórbida, el hedor, y la quietud que nos rodeaba—. Tal vez el
lobo ha muerto.

—¿No has oído nada de lo que te he contado todos estos años? No es un lobo
común, niña. Es más poderosa de lo que puedas imaginar. —Abue sacó la escoba
de mi alcance. En una mano sostenía el palo de la escoba, y en la otra, mi hombro,
mientras me sacaba del gallinero. Luego colocó el fondo de la escoba en una de

180
las huellas del lobo. La huella de la pata eclipsaban las cerdas, y sus garras se
extendían aún más lejos. Sabía que el lobo era gigantesco, ya había visto sus
huellas, pero no pude evitar jadear. Abue asintió—. ¿Lo ves? Una galleta de perro
envenenada no le dará a esta criatura un dolor de vientre, y mucho menos lo
matara.

—Los cazadores salieron anoche, ya sabes —dije, con el estómago torcido


mientras pensaba en Peter—. Sólo quería ayudar.

Abue asintió y me devolvió la escoba.

—Oremos al monstruo atorado con una dieta de aves de corral —dijo mientras
regresaba a la casa.

Terminé de lavar el gallinero y luego regresé a mi habitación para buscar mi


arco y mis flechas. A pesar de que abue pensaba que era imposible, quería
aferrarme a la creencia de que en alguna parte había un lobo muerto o al menos
muy enfermo. Y por suerte, rastrear era lo que mejor hacía.

Mientras caminaba, soñaba con descubrir el cadáver del lobo en el bosque.


Nadie sabía a ciencia cierta cuántos lobos vagaban por los bosques y
aterrorizaban la aldea, pero si las galletas de perro envenenadas vencían uno,
podría hacer más y eventualmente matarlos todos.
¡Sería el héroe del pueblo! El mismo pensamiento me hizo sonreír de oreja a
oreja. La historia se extendería cerca y lejos, y todo el mundo me respetaría y me
amaría.

Como antes esa mañana, el aire se hizo más frío, dándole un cierto mordisco.
Mi corazón martilleó —y no sólo con esfuerzo— cuando las huellas de las patas
me llevaron a la colina detrás de la tienda del herrero. Respiré profundamente y
temblé. ¿Acaso un lobo había causado estragos en la casa de Peter anoche?

Preparando mi arco, seguí las huellas hasta una arboleda de imponentes


árboles de hoja perenne. Cuando vi la sangre en el suelo, esperaba que fuera de
un conejo, o tal vez un ciervo.

Pero no fue así. Era de un hombre.

181
Capítulo 19

182
Me quedé allí, paralizada, sin saber qué hacer. Percatándome del desgarrado
cuello, hombro y muslo, la camisa empapada de sangre y las piernas dobladas en
ángulos desgarbados, no estaba segura si gritaba en voz alta, o si sólo estaba en
mi mente.

Finalmente, reuní suficiente coraje para mover mis piernas vacilantes y


acercarme. Era Amos Slade, el cazador. Reconocería ese cabello enmarañado y
ese bigote gris espeso en cualquier parte. Peter y su padre habían salido con
Amos la noche antes, y mi estómago se llenó de preocupación.

—Oh no. No no. Por favor, que los demás estén a salvo —rezaba en un susurro
ahogado.

Tragué el sabor amargo del vómito y me arrodillé junto a Amos Slade. Con
manos temblorosas, comprobé si respiraba. Simplemente parecía lo que tenía que
hacer; pero en realidad, todo lo que tenía que hacer era mirar los ojos turbios del
anciano para saber con certeza que se había ido.

—Oh, Amos —dije mientras le cerraba los párpados.


En el momento en que lo toqué, vi centenares de dientes brillantes y afilados,
que venían directamente hacia mí. El terror se cerró alrededor de mi cuello como
una trampa de oso, y no podía respirar. El mundo se volvió negro, como si una
oscura maldición hubiera bloqueado el sol.

Lo siguiente que supe, es que alguien me estaba sacudiendo suavemente.

—¿Red? Red, contéstame. ¿Estás bien?

Peter.

¡Peter!

Abrí los ojos. El hermoso rostro de Peter, iluminado por la luz del sol, apareció
como desenfocado.

183
—Peter, ¿eres realmente tú? —De repente, sentí el dolor en la parte de atrás de
mi cabeza como si me hubieran golpeado con un mazo de croquet, e hice una
mueca.

Estaba arrodillado ante mí, con las manos en mis hombros y los ojos castaños
muy abiertos.

—Sí, soy yo. —Me envolvió en un enorme y cálido abrazo y susurró en mi


capucha—: ¡Me has dado un susto de muerte, Red! ¿Qué pasó? ¿Estás bien?

—Estoy bien, Peter. —Él me soltó y ambos nos pusimos de pie—. Creo que
debo haberme golpeado la cabeza de alguna manera...

Después de haber cerrado los ojos de Amos Slade, debí haberme caído hacia
atrás; y aunque el árbol había detenido mi caída, también me había dado con un
nudo grande en la parte posterior de mi cabeza.

—Estoy bien —repetí, principalmente para mí misma—. Aunque me gustaría


poder decir lo mismo del pobre señor Slade.

Entonces recordé la horrible visión que había tenido cuando había tocado a
Amos, y mi corazón se aceleró. No podía sacar la imagen espantosa de los dientes
letales, brillantes y la innegable sensación de terror de mi mente. Era casi como
si de alguna manera se me hubiera permitido experimentar lo que Amos había
pasado en sus últimos momentos de vida. Pero eso no tenía sentido. Tal vez algo
así podría suceder si yo fuera una bruja o un hechicero, pero eso era simplemente
una locura. Con toda probabilidad, la visión era sólo cosa de mi imaginación para
hacerme reaccionar. Por otra parte, tal vez me golpeé la cabeza y dormí el tiempo
suficiente para tener uno de mis sueños de Wolfstime.

Oí el crujido de piñas bajo los pies, y agarré mi carcaj.

—¿Quién está ahí?

Peter caminó hacia un arbusto e hizo una seña para que bajara mi arma.

—Mira. Es sólo el perro de Amos. El lamentable perro debía haber estado


ocultándose allí. ¿Habría visto al lobo matar a su dueño?

—Pobrecito —le dijo Peter, tratando de hacerle venir. El perro parecía


aturdido; sin embargo, cuando percibió algo, gruñó y retrocedió. Al cabo de un

184
momento, se metió en el bosque.

Peter sacudió la cabeza y suspiró mientras se acercaba al cadáver de Amos.

—Él insistió en continuar la caza de los lobos después de que el resto de


nosotros había desistido y marchado a casa para pasar la noche. Papá y yo
intentamos convencerle. De poco sirvió... Viejo cabrón obstinado. —Su voz se
entrecortó, como si estuviera tratando de contener un sollozo.

En cuanto a mí, no pude contenerme. Lloré, y otra vez, Peter me abrazó.

—Oh, Peter, odio esto. Quiero irme. Quiero irme muy lejos, lejos de este lugar
—dije sorbiendo por la nariz—. A algún lugar donde no se escondan en las
sombras monstruos horribles.

—Te llevaré donde quieras, Red —dijo Peter, guiándome por la colina, lejos
de la espantosa escena.

Me pare en seco, haciendo que se detuviera bruscamente.

—¿De veras, Peter? ¿Querrás venir conmigo?

—¿Claro por qué no?

Sorbí un poco.

—¿Lo prometes?
—Lo prometo —dijo, mirándome directamente a los ojos. No era la primera
vez que me preguntaba qué podía ver cuando me miraba así. Pero esta vez,
quería ayudarlo a descubrir la posibilidad de un nosotros.

El hecho de haber encontrado a Amos Slade muerto en el bosque sin duda me


horrorizaría y me entristecería por el resto de mi vida. Sin embargo, también me
hizo darme cuenta de lo corta que era la vida, cuán precioso era cada momento.
Muy bien podría haber sido Peter el que estuviera tumbado en el suelo,
destrozado. Podría haber sido yo. Tal vez no tenía todo el tiempo del mundo para
demostrarle a Peter lo que sentía.

Sin pensarlo más, me puse de puntillas y me incliné hacia él. Mis ojos se
cerraron, y mis labios encontraron los suyos. Al principio, nuestros labios apenas
se rozaban, suaves como plumas en una brisa, y bebí el dulce aire que había

185
estado dentro de él sólo un segundo antes. Presioné mi cuerpo contra el suyo y
lo atraje más cerca agarrándolo por la parte posterior de su cuello. Me quitó la
capucha y sus dedos recorrieron las ondas de mi cabello. A medida que nuestro
beso se profundizaba, nos turnábamos explorando los labios, la boca y el cuello.
Se sentía tan agradable y familiar y sin embargo, al mismo tiempo, tan
deliciosamente peligroso.

Perdí completamente la noción del tiempo, sin preocuparme por nada más que
Peter mientras él respondía a mis preguntas tácitas. Él centró un suave beso en
mis labios entreabiertos, y abrí los ojos para verlo sonreírme.

Me sentí agradecida cuando sus manos serpentearon alrededor de mi cintura


porque sentía que mis rodillas cederían en cualquier momento.

—Gracias, Peter —dije, sintiéndome un poco aturdida.

—¿Por qué?

—Por darme una segunda oportunidad de un primer beso.

Ojalá pudiera vivir con la sensación de haber besado a Peter para siempre, o
al menos un poco más. Sin embargo, cuando entré en la cocina, era obvio que
necesitaría dos veces más tiempo que de costumbre para entregar todos esos
productos horneados. Y realmente tendría que apresurarme si tenía que acudir a
mi cita del mediodía con el cuervo parlante. Cuando dejé ir la felicidad de besar
a Peter, el dolor de la horrible muerte de Amos Slade comenzó a inundarme de
nuevo, y sentí un bulto formándose en mi garganta.

—¿Dónde has estado toda la mañana? —preguntó abue, y sacudió la cabeza—


. No importa, olvida que pregunté. Tenemos mucho que hacer, y estoy
demasiado agotada para lidiar con tus travesuras hoy.

Se volvió hacia el fregadero.

—He seguido las huellas de lobo —confesé.

Dejó de enjuagar su taza de café y se giró.

186
—Te dije que eso no funcionaría.

—Tenía que ver si lo había envenenado.

—Me desobedeciste.

—No sé si el lobo ha muerto, abuelita. No lo encontré. Pero... —No había una


manera gentil de dar la noticia. De todos modos, pronto lo sabría. Me quité mi
capucha—. Amos Slade...

—¿Qué pasa con él? ¿Te está acosando por el pastel de durazno otra vez? Qué
barbaridad, ese tonto no lo entiende, ¿verdad? ¿Cómo puedo hacerle un pastel
de durazno fresco cuando los melocotones no están listos para ser recogidos? Es
por vivir en esa vieja y sucia choza día a día, con nadie más que un sabueso con
quien hablar, está secando su cerebro. Pronto no habrá nada más que una
crujiente pasita que suene en su cráneo, y que me condenen si todavía no pide
pastel de durazno.

—Está muerto, abue. El lobo lo siguió. Él... no va a pedir pastel de durazno,


nunca más.

Ella parpadeó.

—Oh.
Su rostro se volvió tan pálido como la harina, y temí que pudiera caerse, así le
acerqué el taburete cubierto.

Frunciendo el ceño, miró por la ventana. Se quitó las gafas y las frotó en el
delantal. Debió ser un efecto de la luz del sol que se extendía en la cocina y en su
rostro, pero creí haber captado una visión superficial de una viuda Lucas más
joven en ella.

Junio, diez años antes

Miré a través de la cortina para ver a nuestro vecino, el señor Slade, esperando
en la puerta principal. Tenía una pelambrera de cabello gris pardo en la cabeza y
una más pequeña debajo de su nariz, y unos ojos azules que de alguna manera

187
se las arreglaban para parecer gruñones y amables a la vez. En una mano, sostenía
su sombrero marrón, y en la otra, un ramo de flores silvestres.

—¡Abue! El señor Slade está aquí —dije, corriendo hacia la cocina para ir a
buscarla—. Parece que está vendiendo flores otra vez.

Abue había estado horneado tartas de durazno cuando llamó a la puerta, y


ahora tenía polvo de harina en la mejilla. Ella movió su dedo hacia mí.

—No abras la puerta hasta que se haya ido. ¿Me oyes, niña?

Lo vi finalmente caminar por el camino con su sombrero sobre su cabeza y sus


hombros caídos. Se veía tan triste; no podía soportarlo. Había encontrado un
centavo en la calle del pueblo y lo estaba guardando para algo especial. Tal vez
eso fuera suficiente para una de sus flores, y eso lo haría feliz.

Pero para cuando corrí a mi habitación y volví a bajar al porche, él se había


ido. De todos modos, no necesitaba comprar una flor porque había dejado todo
el ramo junto a la puerta. Cuando le di las flores a abue, ella agitó su mano hacia
ellas como si fueran inútiles, pero creí haber visto algo en sus ojos ese día. Algo
que se parecía mucho a un brillo.
—A Amos Slade le gustabas, ¿no? —pregunté, asombrada de que me hubiera
costado tanto tiempo darme cuenta de todo. Que alguien tuviera ese tipo de
sentimientos por mi abuela era más que un poco incómodo de imaginar.
Naturalmente, yo podría imaginar a mis abuelos amándose, hace mucho, mucho
tiempo. Pero mi abuelo murió antes de que yo naciera; así que a mis ojos, él era
más una idea que un hombre vivo, respirando. Por el contrario, conocía a Amos
Slade. Y, hasta hacía una hora, Amos había sido un hombre vivo, respirando.

Los hombros de abue estaban temblando, casi como si estuviera sollozando, o


tratando como loca de no hacerlo. Tal vez mi abuela había sentido algo por Amos,
también.

—Espera, ¿tuvieron un romance secreto? —pregunté

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Abue parpadeó unas cuantas veces y lentamente se puso sus gafas de nuevo.

—Disparates. No sé de qué estás hablando, niña. —Se levantó y terminó de


preparar las cestas. Después de ordenarme las entregas del día y decirme que
hiciera un pedido de algunas gallinas nuevas al granjero Thompson, dijo
suavemente—. Amos no merecía morir de esa manera. Es una pena. Un
desperdicio. —Apretó las manos en puños—. Espero que tu veneno haya matado
al lobo. —Me entregó una de las cestas—. Será mejor que te pongas en marcha —
dijo—. Y no te olvides de tu capa.

Poco después, salí deprisa al camino, cargada con dos cestas y mi arco y mis
flechas. Mientras me dirigía hacia el barranco donde crecían los arándanos, me
detuve en las casas de los clientes a lo largo del camino, entregando sus productos
horneados y galletas para perros, cobrando sus pagos, y llegué a la casa de los
Thompson, para hacerle un pedido de más gallinas.

Cuando llegué al barranco, salpiqué mi rostro con agua de manantial y me


senté a descansar en un tronco. Agarré una brizna y silbé.

—¡Sal, sal, dondequiera que estés! —No aparecieron cuervos, y mucho menos
que hablaran—. ¿Heathcliff? Por favor, sal. Tengo un bollo sabroso y agradable
para ti. Estoy aquí para ver al mago. Me está esperando.

—Dámelo.
Asustada, dejé caer el bollo en el manantial y maldije entre dientes. En la
entrada de la cueva, el pájaro inclinó su desaliñada cabeza de plumas negras.

—No te preocupes, tengo otro. Ten —dije, sosteniendo un bollo en el aire. Dio
vueltas alrededor de mi cabeza dos veces y luego lo agarró con su pico
puntiagudo. Voló de regreso a la cueva y comenzó a tomarse su buen tiempo
dulce picoteando el pan.

—¿Me llevarás a ver a Knubbin ahora? —Me levanté y recogí mis cestas.

El pájaro parpadeó con sus ojos pequeños y, con las migajas cayendo de su
pico, dijo:

—No.

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—Deja de jugar conmigo, Heathcliff. Es pasado el mediodía, y me vas a hacer
llegar tarde.

—Nadie está en casa.

—Oh. —El pánico se coló en mis entrañas. Había estado preocupada por
encontrar el cuervo, y aún más nerviosa por descubrir si el mago cumplía su
promesa—. De acuerdo entonces. ¿Cuándo crees que volverá?

El cuervo parpadeó.

—Nunca más.

—¿Me llevarás a su casa?

Tal vez Heathcliff estaba equivocado. Había llegado hasta aquí, y me sentiría
mucho mejor viendo si el mago estaba en casa o no.

—Aquí tengo otro bollo delicioso. Y una galleta de pasas, si eso te gusta.

El pájaro se abalanzó sobre las golosinas. Esperé lo más pacientemente posible


a que terminara de comer y, finalmente, nos pusimos en camino.

En el instante en que vi la desvencijada cabaña, supe que algo andaba mal. El


jardín estaba recogido, las ventanas cerradas y la yegua desaparecida. El lugar
parecía estar desierto. Mi corazón se hundió cuando llamé y él no respondió. Sólo
para estar segura de que no estaba allí, puse mis cestas en el pequeño porche y
me permití entrar.

—¿Hay alguien en casa? ¿Knubbin? ¿Está aquí? —pregunté, dejando la puerta


abierta cuando entré. Una olla cayó al suelo y debió saltar dos veces mi altura.
Esperaba que fuera el mago, pero cuando vi que era sólo el gato gris,
persiguiendo arañas en las vigas, exhalé con decepción.

Mientras que las cacerolas y los muebles en miniatura todavía estaban allí, las
figuras de animales del mago, la pintura de la luna y de las estrellas, la capa
negra, y las jarras del hidromiel habían desaparecido. Claramente, Knubbin no
se había limitado a dar un paseo. Había empaquetado sus pertenencias
personales, y mis ahorros de toda la vida, y lo había montado en su caballo. No
tenía ni idea de a dónde se había ido. ¿Cómo pudo haberme traicionado así?

190
Con los ojos ardiendo, eché una última ojeada, y fue entonces cuando lo vi.

—Podría haber jurado que no estaba aquí hace sólo un segundo —dije en voz
alta. En la vitrina donde las figuritas del mago se sentaron una vez había un tarro
ambarino del tamaño de un dedal. La nota escondida detrás del tarro decía:
FROTAR EL UNGÜENTO, NO SENTIRÁ EL DOLOR en tinta de arándano. ¿Era esto
el bálsamo mágico?

Una voz salió de detrás de mí:

—¡Ajá!

Me sobresaltó tanto que salté. Y cuando me giré, tuve que parpadear para
asegurarme de que era realmente el mago quien se alzaba en la entrada. Llevaba
su larga capa negra y sus botas puntiagudas, y parecía haberse bañado y
recortado la barba. Mientras cruzaba la habitación hacia mí, me preguntaba por
qué estaba mucho más arreglado que ayer.

—Lo has encontrado —dijo levantando el tarro del estante. Cuando me lo


entregó, le dio una sacudida. El frasco se iluminó, como si una luciérnaga
estuviera atrapada en su interior. Brillaba intensamente, y tuve la maravillosa
sensación de que la magia en esta pequeña botella cambiaría la vida de mi abue
para siempre.
No podía esperar a dárselo. Y como esta era la última noche de Wolfstime,
nunca más tendría que vivir con el dolor. Dije al mago:

—Muchas gracias, Knubbin. Creí que lo había olvidado.

—Bueno, ¿no es una coincidencia? Creí que habías olvidado venir a buscarlo
—dijo Knubbin—. Pero entonces olvidé que alguna vez pensé eso, y así estoy
aquí. Sin embargo, no puedo quedarme más que un minuto o seis, ya ves, porque
debo dar los últimos toques a mi hechizo de reubicación. —Sus extraños ojos se
movieron de un lado a otro, y si no lo hubiera sabido, habría dicho que el mago
estaba nervioso—. Están en camino.

—¿Quién? —pregunté.

—No te preocupa como a mí, así que no importa eso, y en vez de eso mira allí.

191
—Señaló mi mano, y vi que el frasco había dejado de brillar.

Lo sacudí como lo había hecho Knubbin, pero no sucedió nada.

—¿Le pasa algo? —le pregunté.

—Hay un pequeño diminuto ingrediente que le falta al hechizo, uno que


necesitarás agregarle para que funcione —dijo—. El que ama a tu abuela más que
a nada debe verlo para que esté terminado, ya ves. Pero no te preocupes, muñeca.
Eres una chica inteligente, y sé que terminarás la búsqueda sin ningún problema.

—¿Una búsqueda? Pero nunca he viajado a otro pueblo —dije.

—Tú me dijiste que querías salir al mundo y tener aventuras —dijo él,
moviendo su mano ante nosotros—. Quieres encontrar tu final feliz, ¿no es cierto?
¿O tu plan ha cambiado en un solo día?

—No, quiero hacer eso. Yo sólo... –Mi mente daba vueltas. No estaba muy
segura de lo que estaba pasando. ¿Qué juego estaba jugando conmigo el mago?

—¿Y no quieres el bálsamo mágico para que tu pobre abuela pueda hornear y
tejer y dormir sin tener que tomar polvo de amapola por la noche? —Arrugó su
nariz larga y estrecha—. Cosa terrible, o eso he oído.

—Bueno, sí, por supuesto que quiero que el dolor de abue desaparezca. Por
eso vine a usted en primer lugar.
—Muy bien, muy bien. Entonces está resuelto. Dejarás el pueblo para ir a
buscar el ingrediente final en el bálsamo mágico que sanará a tu abuela. Y aunque
no puedo saberlo con seguridad, tengo la sensación de que experimentarás una
aventura o cinco en el camino, y si todo sale bien, encontrarás tu final feliz.

El mago aplaudió tres veces e hizo un gesto hacia la puerta.

—Oh, una cosa más. —Miró la mano con la palma hacia arriba y, como los
gitanos del mercado que pueden hacer que los objetos se materialicen
aparentemente en el aire, apareció su bolsa de cuero. Oí el cascabeleo de las
monedas mientras le daba a la bolsa un pequeño tirón y la agarraba por el
cordón—. Me dijiste que cuando me diste este dinero era tu futuro, ¿verdad?

Asentí.

192
—Ahora te lo devuelvo, cada centavo. Predigo que necesitarás tu futuro más
que yo. Además, siempre es una buena idea para la gente común llevar dinero
durante sus misiones. Nunca se sabe cuándo tendrás que pagar un peaje o
comprar algo para comer.

Alcancé la bolsa, pero vacilé cuando en su boca de dientes amarillos apareció


una sonrisa.

—Pero yo creía que toda magia viene con un precio —dije lentamente.

—Cierto, así es. Ni siquiera sé lo que deparará el futuro, pero eso es lo que
hace la vida tan interesante. Ahora, es hora de que corras. ¡Ve! ¡Ve! ¡Ve!

—Espera, ¿cuál es el ingrediente que debo encontrar en esta búsqueda? —


pregunté.

—Ah, una buena pregunta. Todo lo que necesitas es una gota de agua del lago
Nostos. Sólo una pequeña gota, nada más y nada menos...

—¿El Lago Nostos? —Yo quería reír y llorar al mismo tiempo.

El mago arqueó su ceja izquierda e inclinó su cabeza como un búho.

—Parece que te hubiera dicho que fueras a buscar una escama de un dragón
dormido. Es sólo un poco de agua del lago, ¿qué podría ser más sencillo?
—Sí, pero todo el mundo sabe que el lago Nostos no es real. Es sólo un cuento
de un libro de historia viejo y polvoriento.

Juntó sus manos.

—¿Conoces la historia, entonces?

—Por supuesto que conozco la historia. Mi abuela me la leía cuando era niña.
Era una de mis favoritos. Pero…

—Oh bueno, bueno, bueno. Ya tienes medio camino hecho.

—Knubbin, ese no es el punto. Es sólo un cuento de hadas. No es real. ¿Cómo


puedo encontrar un lago que no existe? —Apreté mi mandíbula con frustración.

—En cada cuento hay una pizca de verdad, especialmente en los que se

193
encuentran en los viejos libros polvorientos. Tienes que abrir tu corazón y dejar
que la verdad te encuentre. Algunos dicen que la verdad suena tan clara y dulce
como la canción de un ruiseñor.

El cuervo entró por la puerta y se encaramó en el curio. Con su pico, tomó la


nota y me la pasó, pero como yo ya estaba sosteniendo el frasco y la bolsa de
monedas, tuve que hacer malabarismos con torpeza.

—Ah, sí, gracias, Heathcliff —dijo Knubbin, acariciando la cabeza emplumada


del pájaro—. Ahora, lleva a nuestra huésped de vuelta al barranco. Tiene mucho
que hacer antes de que los pájaros vuelen hacia el sur.

Giré mi cabeza siguiendo al pájaro y luego bajé por el camino y regresé a la


cabaña. El mago tenía razón. Durante todo el tiempo que podía recordar, había
querido dejar el pueblo y encontrar mi final feliz. ¿Pero ir en la búsqueda de un
lago imaginario? Eso nunca había sido parte de mi plan.
Capítulo 20

194
Abrí la puerta de la cabaña y casi le pegué a abue.

—El alcalde Filbert ha convocado una reunión de emergencia en la ciudad —


dijo—. Y necesito estar temprano para poder estar en primera fila. Tienen
problemas importantes que tratar. Supongo que finalmente han decidido que la
manada de lobos es un problema más grande de lo que pensaban que era, ahora
que tendrán que enterrar a Amos Slade. Una vez más, depende de mí ser la voz
de la razón en una sala de idiotas —dijo, chasqueando su lengua.

Normalmente, me encogía solo ante la idea de que abue tomara la palabra. Y


dada la reacción de los aldeanos a ella en reuniones anteriores, las burlas,
apuntándola, el agitado temblor de cabezas, podría pedirle que lo reconsiderara.
No es que sirviera de mucho, pero al menos podría encontrar un poco de paz al
saber que lo había intentado.

Pero hoy, no dije nada para detenerla. Abue había vivido en el pueblo toda su
vida, así que tal vez tenía razón en cuanto a que los lobos eran demasiado
poderosos para que los cazadores los mataran. Si era así, no quería que Peter
fuera el siguiente cazador en morir bajo las garras y los dientes de un lobo.
La ayudé a envolver su chal sobre su moño y alrededor de sus hombros.
Mientras lo hacía, agarré su brazo derecho y levanté su manga. Ella se apartó con
fuerza, exigiendo saber lo que pensaba que estaba haciendo, pero no antes de que
pudiera echar un rápido vistazo a su misteriosa cicatriz. Vi cuatro heridas rojas e
inflamadas. Era horrible, y parecía que era terriblemente doloroso. Mi corazón se
aceleró al darme cuenta de que coincidía casi exactamente con la marca que el
lobo había hecho en la pared del gallinero.

—Es del lobo, ¿no? —pregunté—. El lobo te lastimó, ¿no? Y sin embargo,
escapaste. ¿Cómo te escapaste de eso, abue?

—No seas ridícula. Voy a llegar tarde. Fuera de mi camino.

—Voy contigo. —Corrí a mi habitación y puse el bálsamo, la nota y la bolsa de

195
cuero llena de monedas en la caja de madera de mi escritorio. Antes de cerrar la
tapa, sacudí la pequeña jarra de color ámbar. No pasó nada.

Los aldeanos rodeaban el ayuntamiento como abejas alrededor de una


colmena. La señorita Cates acorraló a abue para charlar sobre las ideas del pastel
de bodas, pero abue rápidamente se alejó para asegurarse un lugar en la primera
fila. Mientras me empujaba a través de la multitud, dos niños corriendo con el
cabello del color de las zanahorias me golpearon en las piernas, haciendo que me
tambaleara. Afortunadamente, Priscilla estaba justo detrás de ellos para
estabilizarme.

—Lo siento mucho, Red —dijo, sacudiendo la cabeza—. Créeme, ya estoy


contando los días hasta que sean lo suficientemente mayores como para dejar el
nido. —El bebé Ezekiel me balbuceó desde su envoltura, le sonreí y le tiré de la
oreja.

Violeta, Florencia y Beatriz llevaban carteles que decían: ¡NO DEJAR QUE LA
BESTIA ACABE CON NUESTRO BAILE DE-NO-ME OLVIDES! Y saltaban alrededor
del edificio con una creciente manada de devotos.

Priscilla arqueó la ceja derecha.


—Siempre hay algo con ellas, ¿no? —Sus gemelos giraban alrededor de sus
piernas, y el bebé balbuceaba adorablemente.

—¡Mira, mamá! ¡El perrito! —dijo la niña gemela, señalando al sabueso de


Amos Slade. Efectivamente, el perro seguía de cerca a su nuevo amo, que se
dirigía al centro del bullicio con su padre.

Mi corazón dio un vuelco cuando los preciosos ojos marrones de Peter se


encontraron con los míos. Él sonrió y murmuró:

—Hola.

Le hice un pequeño saludo, hasta que me di cuenta de que Priscilla nos estaba
mirando con interés.

196
—Parece que Peter te ha deslumbrado, querida —dijo.

Sentí una ráfaga de calor en mi rostro, y solté una risita extraña.

—Bueno, no sé si...

Ella presionó su dedo en mis labios y juntó sus cejas.

—Sí, tú puedes. Puede que no sea una adivina, pero sé cómo es el verdadero
amor. —Deslizó el dedo hasta mi barbilla e inclinó mi rostro hacia Peter, que
venía directamente hacia mí. Sin embargo, Hershel Worthington se había
acercado a nosotros, bloqueando mi visión. El bebé de Priscilla golpeó la pluma
de su sombrero como un gatito.

—Ah, si es la encantadora señorita Lucas. ¿Puedo hablar contigo pronto? —


preguntó el recaudador de impuestos, y Priscilla le hizo un breve asentimiento y
fue tras los gemelos, que parecían dirigirse hacia la fuente—. Me alegro de
haberme tropezado contigo. Quería preguntarte, ¿hay algo que deba hacer para
activar la magia? —Metió la mano en la bolsa de su cinturón y sacó la cruz de oro
de mi madre, sosteniéndola delante de mi cara—. ¿Pensé que debía haber algunas
palabras mágicas?

Nunca pensé que lo volvería a ver, y en estas circunstancias, sentí como un


golpe en el estómago. Tragué y agarré firmemente los lados de mi capa. Quería
extender la mano y agarrarla, pero sabía que no podía. Un trato era un trato.

—Sólo dile lo que sientes por ella. Esas son las palabras mágicas.
El señor Worthington alzó la ceja izquierda con expresión pensativa. Mientras
guardaba el collar en su bolsa, Peter se acercó a nosotros.

—Perdone, señor Worthington —dijo Peter, palmeando al hombre mayor en


la espalda—. El alcalde Filbert le está buscando. Está afuera, en la parte de atrás,
tomando un poco de aire fresco antes de llamar al orden a la reunión. —Entonces
Peter le dio la vuelta y caminó varios pasos a su lado, diciendo—: Por aquí. Así
es. Muy bien, buena suerte.

Sonriendo, Peter regresó corriendo hacia mí.

—¿Desde cuándo eres bromista con el recaudador de impuestos? —


pregunté—. ¿Qué fue eso?

La sonrisa de Peter se ensanchó, y me perdí en su hoyuelo y en la forma en

197
que sus ojos brillaban.

—Da la casualidad que sé que mis hermanos tienen una fanega de tomates
podridos, coles y huevos para tirarle al bastardo. Lo estaba poniendo a su alcance
—dijo.

Yo sabía que la idea de que Hershel Worthington estuviera siendo alcanzado


por apestosas bolas de cieno me haría reír, pero no pude evitar sentirme un poco
mal por el hombre. Sin embargo, había hecho lo que tenía que hacer, y ¿cuál era
el daño al hacerle creer que un hermoso colgante de oro y unas cuantas palabras
tiernas harían que su esposa se enamorara de él?

—Ustedes chicos, son sólo un montón de matones.

—Lo sé. Así que, ¿qué estás haciendo aquí, de todos modos? Pensé que odiabas
las reuniones de la ciudad.

—Tú también las odiarías, si tu abuela se divirtiera tomando la palabra y


haciendo que todo el pueblo se molestara. Es muy vergonzoso.

—Ah, bueno, tiene buenas intenciones. Sólo quiere que todos estén a salvo de
los lobos, especialmente tú. ¿Y puedes culparla? Es muy agradable tenerte
alrededor. —Él metió un mechón de mi cabello detrás de mi oreja, y tragué con
dificultad. Cuando envolvió sus largos y musculosos brazos alrededor de mí, me
derretí tan profundamente en su pecho que escuché el suave y constante golpeteo
de su corazón.
Demasiado pronto, rompió nuestro abrazo. Por otra parte, cien años habrían
sido demasiado pronto.

—Pero, no has respondido a mi pregunta. ¿Qué te trae a la reunión? —


preguntó—. Y no me digas que es para apoyar a tu amigo, el recaudador de
impuestos, cuando tome la palabra en un par de minutos.

—Creo que en realidad podría estar aquí para apoyar a abue. —Mis palabras
me sorprendieron a mí misma.

Sonriendo, se balanceó sobre sus talones.

—Las mujeres de Lucas se unieron. Eso da un poco de miedo.

El padrastro de Florencia, el alcalde Filbert, gritó:

198
—¡Orden, orden! —Mientras tocaba la campana—. Llamo al orden a esta
reunión de la ciudad. Nuestro primer punto del orden del día es el más
desafortunado y prematuro, aunque era bastante viejo, pensando en ello creo
probablemente no habría pasado el invierno.

La madre de Florencia le dio un codazo y susurró ásperamente:

—Benjamín.

El alcalde se aclaró la garganta y enderezó su cinturón.

—Volviendo al tema, nuestro primer orden de cosas es la reciente y trágica


muerte de Amos Slade, que descanse en paz.

—Que descanse en paz —repitieron los habitantes de la ciudad.

—Sí, sí. Gracias. Bien. —Continuó, ajustando sus gafas mientras miraba hacia
abajo a un pergamino—. Al estudiar el cuerpo y las pistas que rodeaban el lugar
de la muerte, está claro que el señor Slade fue atacado y asesinado por un animal
salvaje muy grande.

—¡Los lobos! —gritó la costurera Evans. Su joven hijo levantó su espada de


madera y gruñó.

Mientras otros aldeanos se unieron, el alcalde se aclaró la garganta.


—Tranquilos todos. —Tan pronto como el ruido se calmó lo suficiente como
para continuar, dijo—: Sí, el consenso es que los lobos tienen la culpa de este acto
horrible. No tenemos forma de saber si es el mismo lobo que está causando
estragos en nuestros animales de granja o uno que está particularmente
interesado en la sangre humana. Lo que sí sabemos es que uno de nuestros
mejores cazadores ha muerto.

—¿Qué demonios vamos a hacer al respecto? —preguntó una mujer de


mediana edad con un chal verde sobre la cabeza.

—Estas bestias sanguinarias no descansarán hasta que nos hayan matado a


todos —agregó el zapatero.

—Los lobos atacarán de nuevo. ¡No tenemos más remedio que cazar y matar

199
la manada entera! —dijo el padre de Peter.

El alcalde asintió al herrero.

—Y cuanto antes mejor. Cualquier hombre, joven o viejo, que esté dispuesto a
pelear en la fiesta de caza de esta noche, que se reúnan junto a la fuente
inmediatamente después de esta reunión.

—Todos son un montón de idiotas. —Se escuchó la voz de abue desde la


primera fila—. ¡Pronto serán un montón de idiotas muertos!

—Esa es una de sus palabras favoritas —le susurré a Peter.

Él asintió y luego un segundo más tarde dijo:

—Quédate aquí, ¿de acuerdo? Necesito hacer algo rápidamente.

—¿Está todo bien? —pregunté, pero ya había desaparecido en la multitud.

—Tu opinión es debidamente anotada, viuda Lucas —dijo el alcalde, y


esperaba que ese fuera el final de su aportación.

Sin embargo, yo sabía que no.

—Y también puedes anotar esto, señor alcalde —prosiguió abue, esforzándose


por acercarse lo más posible a él—. Si permites que el baile de No-Me-Olvides se
lleve a cabo en la próxima luna llena, según lo programado, los lobos tendrán
una gran fiesta para nuestros jóvenes.
Algunos aldeanos se quedaron boquiabiertos y otros rieron.

Agité mi mano en el aire, y el alcalde me señaló con un movimiento de cabeza.


Parecía que cada par de ojos en todo el vestíbulo estaba pegado a mí, y mis
mejillas estaban ardiendo. Por último, le dije:

—No importa.

—Lo siento, querida, pero tienes que hablar más alto —dijo el alcalde—. De lo
contrario, no podemos oírte.

Tragué, y si mis mejillas estaban rojas antes, ahora estaban en llamas. Eché un
vistazo a abue, que estaba levantada sobre la punta de los dedos de sus pies y
estirando el cuello para tratar de verme entre el mar de gente. Tomando una
respiración profunda, me enfrenté al alcalde y grité:

200
—¿Qué perjuicio habría en la reprogramación del baile para otra noche? ¿Una
que no sea durante Wolfstime? —¡No podía creer que hubiera hablado, y con
tanta confianza! Mientras esperaba que él contestara, me concentré en no morder
mi labio.

El alcalde se agarró el cinturón y dijo:

—Soy un firme creyente de que es mejor estar a salvo que arrepentirse. Tú,
como la buena gente de este pueblo, me has convertido en tu alcalde, y no tomo
mi trabajo, ni sus vidas, a la ligera. Después de todo, ¿de qué serviría ser su
alcalde si no hay nadie para presidir? —Se rió entre dientes y luego se aclaró la
garganta—. Así que, según lo solicitado por la viuda Lucas y su nieta, el baile de
No—Me-Olvides será reprogramado a una fecha más segura.

Mis ojos se abrieron de par en par y escondí mi sonrisa detrás de mi mano.


Atrapé la mirada de abue desde el otro lado del ayuntamiento. Tenía sus manos
a sus lados, y sus labios se curvaron con una pequeña sonrisa. Aunque treinta y
tantos amigos estaban entre nosotros, parecía que estábamos de pie una al lado
de la otra.

—Pero, padre, los cazadores van a matar a los lobos esta noche —exclamó
Florence con su estridente voz, y me volví como los demás aldeanos para mirarla
hacia el fondo de la habitación—. Tenemos fe en que nuestros cazadores hagan
el trabajo.
Los jóvenes a su alrededor alzaron los puños al aire en acuerdo, gritando:

—¡Maten a los lobos! —Y—. ¡Es nuestro momento! ¡Nada nos quitará nuestra
noche especial!

Con los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión de satisfacción en su


rostro, Violet parecía una estatua de pie en medio de la conmoción.

Se callaron cuando el alcalde tocó la campana.

—Yo también tengo fe en ellos —dijo—. Sin embargo, incluso si nuestros


valientes y competentes cazadores matan a todos los lobos que puedan, no hay
forma de saber con certeza si han eliminado o no a la bestia responsable de la
muerte de Amos Slade. Como la señorita Lucas ha dicho, no habrá ningún
perjuicio por la reprogramación del baile de No-Me-Olvides para que caiga en

201
una noche que no sea durante Wolfstime.

—Pero el baile siempre se ha celebrado en vísperas de la Flor de la Luna —dijo


Violet—. Es una de las tradiciones de nuestro pueblo desde hace mucho tiempo.
¿Cuál será lo siguiente? ¿Reestructurar la Navidad para julio? —Una vez más, los
jóvenes expresaron su apoyo a su causa.

—Si eso significa mantener nuestra aldea segura, la respuesta es sí —dijo el


alcalde mientras echaba un vistazo al pergamino—. Ahora, vamos a continuar.
Ha llegado a mí la noticia de que muchos de ustedes están disgustados con la
nueva tarifa que se cobra a los vendedores del mercado. Y para informarnos más
sobre este nuevo decreto aquí está Hershel Worthington, el recaudador real de
impuestos.

Una vez que el señor Worthington tomó la palabra, Peter me dio un codazo, y
yo miré hacia arriba para ver a Violet serpenteando a través de la gente,
dirigiéndose directamente hacia nosotros.

—Ella no está acostumbrada a ser acallada —dijo.

—Creo que lo está llevando muy bien, en realidad —dije—. Se le ve la cara


bastante roja como la remolacha y el vapor saliendo de sus oídos, ¿no crees?

Peter se rió entre dientes.


—Hablando de remolachas, parece que las habilidades del hombre de
impuestos de esquivar vegetales podrían servir en algún trabajo.

Sin duda, había manchas de rojo, púrpura y verde en la parte posterior de su


camisa. Tan pronto como Violet se acercó a nosotros, él dejó de reír y dijo:

—Buen espectáculo, Violet.

Pero ella lo ignoró y acercó su cara a la mía.

—Tú y tu abuela han ido demasiado lejos —dijo, con las manos en las caderas
y los ojos en llamas—. El baile de No-Me-Olvides se va a celebrar cuando se
supone que es, incluso si el alcalde lo ha prohibido.

—Bueno, entonces, como dijo mi abue, serán un montón de idiotas muertos —

202
dije con calma.

Violet frunció el ceño y dio un paso atrás.

—¿No te das cuenta, Red? No es más que un cuento falso, destinado a


mantenernos temblando de miedo. Los vejestorios de este pueblo quieren que
nos quedemos detrás de las ventanas y puertas cerradas, donde puedan
vigilarnos de cerca.

Tenía que admitir, que yo estaba harta de estar encerrada, también. Estaba
harta de los lobos que aterrorizaban a nuestra aldea. Sólo podía fantasear con un
lugar donde pudiera dormir tranquilamente por la noche, sin tener que hacer de
mi casa una fortaleza contra las feroces bestias. Ansiaba ir a algún lugar donde
no tuviera que mirar por encima de mi hombro, donde pudiera atravesar una
sombra, o escuchar un ruido misterioso, y no tener los pequeños pelos de la nuca
de punta. Un lugar donde pudiera salir a buscar los huevos y no tener que temer
que nuestras gallinas hubieran sido sacrificadas. Sobre todo, quería vivir en
algún lugar donde no tuviera que tener miedo constantemente por mi vida o por
las vidas de mis vecinos.

Tal vez si me fuera en busca del Lago Nostos, encontraría un lugar así. Un
momento, ¿en qué estaba pensando? La idea de ir en busca de un lago de cuento
de hadas era ridícula. El mago podría haber sido un hombre de integridad
mágica alguna vez. Después de todo, mi propia abuela y mi madre acudieron a
él por magia. Pero, ¿quién iba a decir que no había perdido sus tornillos desde
entonces a ahora? Y sin embargo, si nunca tratara de encontrar el lago, abue
tendría que vivir con su dolor durante el resto de su vida, y no podía soportar
pensar en eso.

—Vamos, Violet. ¿Y qué pasa con lo del señor Slade? —preguntó Peter,
dándole palmaditas en la espalda al desgraciado perro—. Eso no es solo una
historia de un cuento. Realmente sucedió. Con nuestros propios ojos, lo vimos
tumbado sobre un charco de su propia sangre, rodeado de huellas de lobo
gigantes.

—Era un hombre muy viejo —dijo Violet encogiéndose de hombros—. Se


separó del grupo de caza y estaba demasiado débil para matar al lobo por su
cuenta. O tal vez murió de vejez o de un ataque al corazón o algo así, y un lobo
se encontró con sus huesos viejos y se hizo un bocadillo de medianoche con él.

203
Es desagradable y un poco sangriento, pero es la vida. Sin embargo, no somos
como Amos Slade —continuó Violet, al parecer inconsciente de la mirada de
"¿Qué está diciendo?", que Peter y yo continuamos intercambiando. Y, con toda
honestidad, deseé poder creer las palabras de Violet. Eso haría nuestras vidas
mucho más simples y la solución a nuestro problema del lobo más
prometedora—. Somos jóvenes. ¡Este es nuestro momento! Y estamos
recuperando nuestras vidas, a partir de esta noche.

—¿Qué ocurre esta noche? —Me atreví a preguntar, con un mal


presentimiento formándose en la boca de mi estómago. Pero ella sólo puso su
dedo en sus labios y volvió a unirse a sus amigos.

Le pregunté a Peter.

—¿Quieres salir de aquí?

Con una sonrisa, él asintió y me siguió, y su nuevo perro de caza cerró la


marcha.
Capítulo 21

204
Peter y yo estábamos sentados en el borde del estanque, mojando nuestros
dedos de los pies desnudos en el agua fresca verde azulada mientras el perro de
caza dormía en la sombra. Me alegraba que el sabueso finalmente estuviera
empezando a sentirse un poco cómodo conmigo, porque si Peter se daba cuenta
o no, ahora tenía un perro.

La música del bosque era un cambio bienvenido de los acalorados debates, sin
duda pasando en el ayuntamiento en ese momento. Cerré los ojos para escuchar
mejor las abejas zumbando y el agua rompiendo perezosamente contra las rocas
de la orilla. Cuando capté la canción de un ruiseñor distintamente hermosa y
evocadora, suspiré para mí misma. Era tan agradable tenerlos de regreso en
nuestra parte de los bosques. Los había perdido todo el invierno.

Repentinamente, recordé algunas de las palabras de Knubbin: Algunos dicen


que la verdad suena tan clara y dulce como la canción de un ruiseñor. Tal vez el mago
no era estúpido. Tal vez era una adivinanza que quería que yo averiguara, una
que me ayudaría a encontrar el Lago Nostos. Después de todo, ¿no dijo algo sobre
mí teniendo mucho que hacer antes de que los pájaros emigren por el invierno
mientras yo dejaba su —o de quienquiera que sea— cabaña ayer? ¿Y en el viejo
cuento de hadas sobre el Lago Nostos, el rey no le dijo a su reina que escuchó a
los ruiseñores cantar mientras se lavaba la cara y las manos en las frescas aguas
del manantial?

—Probablemente debería regresar —dijo Peter, palabras que yo no estaba feliz


de oír, aunque sabía que él tenía razón. Agarró nuestras medias y zapatos de
detrás de nosotros, colocándolos al alcance—. Preferiría quedarme aquí contigo,
pero la reunión para los cazadores comenzará en cualquier momento. Mi padre
se preguntará dónde estoy.

—¿Tienes miedo por esta noche? —pregunté una vez que me había puesto las
botas.

Se rascó detrás de la oreja.

—No tengo miedo, de verdad. Sólo estoy un poco nervioso. Realmente espero

205
que uno de nosotros mate a lo que sea que mató a Amos Slade. Me encantaría
matar a los lobos y liberar a nuestra aldea de su reino de terror, de una vez por
todas.

Mi estómago se agitó ante la idea de que Peter se enfrentara al monstruo. Si


un lobo hundiera sus dientes mortales y sus garras en mi amor, bien podría
lanzarme en el medio del Wolfstime sin mi capa.

—Supongo que no puedo convencerte de que salgas de la cacería —dije.

—Ni una oportunidad —respondió, como yo sabía que haría.

Me puse de pie y me acerqué al árbol en el que había colgado mi capa, mi arco


y mi aljaba. Él se reunió conmigo bajo la rama, y le entregué la flecha con punta
de plata que me había hecho.

—¿Vas a aceptar esto, esta vez? Me haría sentir mucho mejor. —Le di lo que
esperaba pareciera una sonrisa tranquilizadora.

Mientras tomaba la flecha, sus dedos se arrastraron de mi muñeca a mis dedos.


La sensación me tomó por sorpresa, y me provocó piel de gallina.

—Sólo si aceptas esto —dijo. Se metió la mano en el bolsillo y sacó con


indiferencia un collar con una cruz de oro.

Mi mandíbula cayó de completa incredulidad.


Era mi collar con la cruz de oro, el que había sido de mi madre una vez. En el
que el mago había puesto un hechizo, para que mi madre pudiera entender sus
sueños de Wolfstime y, con el tiempo, darse cuenta de su verdadera naturaleza.
El que le había dado a Hershel Worthington para pagar la deuda de abue, así no
perderíamos la casa.

—Peter... —Suspiré.

—Vuélvete y te lo pondré.

Cuando me volví, mi cabeza seguía girando.

—¿Pero… cómo?

—Mi bueno y viejo tío Jenkins podría ser nada más que un bandido de poca

206
monta, pero me enseñó una o dos cosas sobre el hurto.

Algo revoloteó dentro de mi vientre.

—Parece que ambos somos ladrones. No puedo creer que lo hayas robado para
mí —dije, sonriéndole.

—Será mejor que lo creas. Y espero que, esta vez, no lo pierdas ni lo des. Se
está convirtiendo en un trabajo a tiempo completo, sólo mantenerlo en ti.

Mientras Peter sujetaba el collar alrededor de mi cuello, acaricié el oro suave


y familiar y sonreí... hasta que un pensamiento terrible cruzó mi mente.

—¡Oh, Peter! El señor Worthington se lo va a dar a su esposa. Cuando


descubra que está desaparecido, ¿y si viene detrás de abue otra vez?

—Ah, pero eso ya lo pensé. Mira, te hice un colgante de cruz con un poco de
chatarra anoche, antes de salir con la partida de caza. Sabía lo mucho que el
colgante significaba para ti, Red, y sabía que nada, sobre todo una réplica hecha
de cobre, sería realmente capaz de reemplazarlo. Sin embargo, pensé que te
gustaría tener algo por lo menos para recordar. Quería dártelo esta mañana, por
eso me dirigía a tu casa. Pero entonces, en mi camino, te oí gritar, y luego estaba
Amos...

—Lo sé. Tan terrible —dije, tratando de sacudir la trágica escena de mi


memoria.
—Entonces, en el ayuntamiento, cuando vi al hombre de impuestos agitando
la cruz de oro de tu madre delante de tu nariz, algo en mí se quebró. Sabía que
tenía que robárselo al bastardo. Odiaba que tuviera algo tan especial para ti. No
sabía a ciencia cierta si podría manejar todo el cambiazo, pero pensé que tendría
la mejor oportunidad mientras él estuviera ocupado esquivando verduras
podridas.

—Espera, ¿me hiciste un colgante de cruz? —pregunté, mi corazón


derritiéndose mientras me volvía y nuestros ojos se encontraban.

—¡Seguro que sí! Uno muy bueno, también. Todo lo que tomó fue un poco de
magia de herrería. Estaría sorprendido si el hombre de los impuestos se da cuenta
que no es oro real. Pero si lo hace, se nos ocurrirá algo más. No te preocupes, Red.
No dejaré que el hombre de los impuestos se lleve tu casa.

207
—No puedo creer que hiciste todo eso por mí. Tienes un gran corazón, Peter.

Se rió entre dientes.

—Bueno, si estoy siendo completamente honesto contigo, parte de la razón


por la que lo hice fue puramente egoísta.

—¿Oh? —pregunté.

—Esperaba que mi acto valiente, aunque indiscutiblemente ilícito, pudiera


ganarme un beso de la más hermosa doncella de estas tierras. —Con un atisbo de
sonrisa, puso sus manos en ambos lados de mi cabeza. Cerrando los ojos, sentí la
cálida luz del sol en mi rostro y la brisa en mi cabello. Puso un beso en mi frente
y otro en mi nariz. Aunque eran ligeros como plumas, los besos que él regaba
sobre mi piel tenían una manera asombrosa de revolver la misma sangre en mis
venas. Cuando sus labios se movieron a mi mejilla y luego al lugar donde mi
oreja tocaba mi cuello, se sintió oh, tan maravilloso…. y, sin embargo, me hizo
codiciar por más.

Incliné mi cabeza, mis labios hormigueando verdaderamente en anticipación.


Cuando nada sucedió de inmediato, eché un vistazo. De alguna manera, la forma
en que él me miraba descaradamente con sus hermosos ojos marrones me hizo
derretir.
¿Qué pasa si, cuando le cuente acerca de la búsqueda, sólo se ríe de mí? ¿Y si dice que
no puede venir? Estar separado de él sería insoportable.

—Aquí, siéntate —dijo Peter. Se sentó en el tronco y palmeó el espacio a su


lado.

—Pero tienes que ir a la reunión, Peter.

—Sé que quieres decirme algo. Parece que estás a punto de explotar. ¿Por qué
no me lo dices y luego nos dirigiremos a la ciudad?

Entrelacé mis manos entre mis rodillas, con la esperanza de evitar que mis
piernas tiemblen tanto.

—¿Recuerdas cuando te dije que quería dejar este pueblo, que quería irme

208
lejos, muy lejos?

Asintiendo, dijo:

—Por supuesto que sí. Vamos a irnos juntos, tú y yo. —El perro lanzó un
aullido y Peter le dio una palmadita en la cabeza—. Y nos llevaremos también a
esta bolsa de pulgas, supongo.

Respiré profundamente y dejé escapar:

—Abue tiene una cicatriz muy dolorosa en el brazo. Creo que podría haber
descubierto algo que puede traerle alivio.

—Eso es genial, Red. ¿Qué es?

—Una gota de agua del Lago Nostos.

Él susurró:

—Lago Nostos. —Para sí y luego dijo—: Creo que he oído hablar de él, pero
no puedo afirmarlo...

—Es del cuento de hadas sobre la lavandera que fue maldecida a vivir en el
agua. Abue nos lo leía cuando éramos niños.

—Ah, es verdad. Un lago mágico de un cuento de hadas. —Arqueó su ceja


derecha, y pude ver que esperaba que yo estuviera bromeando.
—Sé que suena loco, y probablemente lo es... está bien, definitivamente lo es,
pero quiero ver si puedo encontrarlo —dije—. Será mi misión.

—¿Y supongo que quieres que te acompañe en esta búsqueda?

—Bueno, iba a preguntarte si podía pedirte prestado tu caballo. Pero también


puedes venir si te hace feliz —dije con una risita. Me acerqué más a él para que
nuestras piernas se tocaran.

—Ya te dije, caminar por el Bosque Encantado contigo es uno de mis


pasatiempos favoritos. Entonces, ¿cuándo nos vamos?

—Cuanto antes mejor —dije. Si la canción de los ruiseñores me ayudaría a


encontrar el Lago Nostos, tenía que irme antes de que emigraran por el invierno.
Además, había, qué, veinticuatro días hasta el próximo Wolfstime, y siempre era

209
más seguro viajar cuando los lobos no estaban cazando. Yo ya tenía el dinero que
había ahorrado, ya que Knubbin me lo había devuelto—. ¿Qué tal mañana por la
noche?

Peter apretó el puente de su nariz y sacudió la cabeza.

—Pero Red, no puedo dejar el pueblo. Ahora no. Tengo que ayudar a los
cazadores a acabar con los lobos, y tengo que ayudar a mi padre en la herrería.
Cuentan conmigo. Y la gente cuenta contigo también. Tienes que ayudar a tu
abuela con sus entregas. ¿Y quién va a poner a Violet en su lugar, si no eres tú?

Tuve que sonreír ante su comentario sobre Violet. Y en general, su punto era
válido. Sin embargo, si no iba en busca del ingrediente final para el bálsamo
mágico, nadie lo haría. Abue no lo sabía, pero ella estaba contando conmigo.

—Sólo quiero ayudar a mi abue —dije suavemente—. Ha hecho tanto por mí,
más de lo que sabes.

—También has hecho mucho por ella. Salvaste su cabaña de ser incautada por
el rey, y eso no es una hazaña pequeña. Estoy seguro de que tu abuela está muy
agradecida y muy orgullosa de ti.

Sus palabras me hicieron perder el aliento. Esperaba que mi abuela se sintiera


así.
—¿Cuál es el daño en esperar un poco más, Red? No para siempre, sino sólo
hasta que las cosas mejoren aquí en nuestra aldea. —Tomó mi barbilla en su
mano—. No te vayas sin mí. Prométeme que me esperarás.

Peter me acercó y me besó. Me besó con hambre, y cuando nuestro beso se


profundizó, apreté la tela de sus mangas, sujetándolas con ambas manos como si
me fuera la vida en ello. Enderecé mi postura, queriendo aún más de él, pero
bruscamente se apartó. Sus ojos brillaban peligrosamente.

—Prométemelo —dijo de nuevo.

Una vez que pude respirar de nuevo, dije:

—De acuerdo, Peter. Esperaré.

210
—Bueno. Sólo puedo tener la esperanza de conseguir desempeñar un papel en
tu final feliz, Red.

—¿En serio? —pregunté, limpiando mis lágrimas—. Quiero decir, tuve una
sensación... realmente esperaba que fuera cierto, yo solo...

—Por supuesto que sí. —Se dio la vuelta y dio una patada a una roca tan alto
y fuerte que aterrizó cerca de la orilla opuesta del estanque. El perro resopló y
agachó las orejas, pero aparentemente no notó nada malo, porque se dejó caer de
nuevo y cerró los ojos—. Eres inteligente, hermosa, divertida y apasionada... y
eres la arquera más experta que conozco.

Mi corazón se agitó de una manera desconocida, y estaba a la vez llena de


alegría y nerviosa.

—Mi abue es mucho mejor que yo.

Peter sacudió la cabeza y sonrió.

—Ese no es el punto, Red. —Cerró la pequeña distancia entre nosotros y puso


sus manos en mis hombros—. Lo que estoy tratando de decirte, aunque me lo
estás haciendo terriblemente difícil, es que te amo.

Abrí la boca, de la sorpresa más que para decir algo, pero él presionó un dedo
contra mis labios y me dijo:
—Déjame terminar. Me encanta que seas la segunda mejor arquera que
conozco. Me encanta que me hicieras un pastel de cumpleaños. Aunque, para mi
decimoctavo cumpleaños, es mejor que me hagas uno que consiga comer. Me
encanta la rebeldía en tus ojos y la bondad en tu corazón. —Movió su dedo de
mis labios a mi cabello, apartando una parte de él de mi rostro—. Me encanta que
cuando tienes algo en tu mente, el mundo deba tener mucho cuidado.

—Ahora mismo, tú eres el único que necesita tener cuidado —dije. Envolví
mis manos en su nuca y presioné mis labios contra los de él.

—Y me encanta la forma en que me besas —murmuró una vez que llegamos a


respirar.

—Shhhhh —dije, y luego lo besé de nuevo.

211
Me sentía como si estuviera en un sueño, pero no en un sueño de Wolfstime.
En éste, todo a mi alrededor parecía mejorado. A medida que el sol se ponía, el
cielo, los árboles y las flores eran extra vibrantes, como un arcoíris que había
caído del cielo y se derramó sobre todo en la tierra. La tierra se sentía más
primaveral y los sonidos de la naturaleza más musicales. Incluso en mi
dormitorio, con el suave resplandor de mis apliques y candelabros de cabecera,
los mismos muebles y decoraciones parecían extra hermosos.

Presioné mis dedos en mis labios, sorprendida de cómo todavía


hormigueaban. Con un poco de ayuda de mi imaginación, todavía podía sentir
todos los lugares que Peter había puesto mi piel desnuda en llamas con su toque
mágico. Él había tenido que correr desde el estanque a la ciudad tan rápido como
pudo, y aunque era un corredor rápido, no había forma de que hubiera llegado a
tiempo. Me ruboricé un poco mientras me preguntaba si los otros cazadores
pudieron ver nuestro encuentro amoroso escrito en su cara.

Me sentía tan diferente. ¿Me veía diferente?

Mientras me sentaba al pie de mi cama con mi camisón, cepillando los enredos


y algunas hojas pequeñas fuera de mi cabello, examiné mi reflejo en el espejo.
Mis mejillas y labios habían adquirido una hermosa sombra de rosa. A pesar de
las lágrimas que había llorado, o tal vez por culpa de ellas, mis ojos estaban en su
más verde brillante. Y, para responder a mi propia pregunta, sonreí a la brillante
chica en mi espejo y le dije:

—Sí, definitivamente pareces diferente.

Momentos después, mi ojo captó el reflejo de la cruz de oro que colgaba de mi


cuello. Se sentía bien tenerla de nuevo donde pertenecía. Sin embargo,
pensándolo bien, dudé en ponérmela en esta última noche de Wolfstime, por
temor a que fuera la pesadilla más oscura que jamás hubiera tenido. ¿Por qué
sufrir a través de otro espantoso e inquietante sueño cuando podría tener uno
bueno? Abrí la cadena y la dejé caer en mi palma abierta.

Por otra parte, mi madre no parecía temer a sus sueños de Wolfstime. Había

212
hecho que Knubbin encantara la cruz para que sus sueños de Wolfstime
revelaran su verdadera naturaleza. Si ella no había tenido miedo, ¿por qué yo lo
tendría?

Con tanta claridad como si alguien me lo estuviera susurrando al oído, oí las


palabras que había oído en mis sueños:

“Sólo cuando te niegues a ser víctima del miedo conocerás tu verdadero poder”.
Capítulo 22

213
Mis pies se hunden en el barro, y con cada paso, el terreno se endurece… alrededor de
mis tobillos, pantorrillas, rodillas… haciendo más y más difícil seguir moviéndose.

Pero tengo que hacerlo. No puedo simplemente quedarme quieta y permitir que la
oscuridad me entierre viva.

No esta noche.

Subo y surjo con todo mi poder, luchando contra un ataque de tierra, ramas y rocas.
He perdido mi tracción; es todo lo que puedo hacer para evitar caer en la caverna que se
hace más y más amplia por debajo de mí. Mis piernas cuelgan indefensamente en el vacío,
y mis dedos queman y palpitan de dolor mientras agarran racimos de hierba y raíces.

Oigo mi corazón latiendo y la sangre que brota a través incluso de la más pequeña de
mis venas. Entonces la voz pasa por mis oídos en una ráfaga de aire, y recuerdo respirar.
Mientras lleno mis pulmones, la tierra cambia, y estoy a cuatro patas, arrastrándome lejos
del agujero. No puedo decir si he viajado unos segundos o unos días, pero estoy
progresando, hasta que me golpeó la cabeza contra algo duro. Un rayo de luz plateada
ilumina una gran roca gris. Empujo, tratando de moverla. No se moverá; es como si
estuviera profundamente arraigada en el suelo.
Entonces, cuando las nubes se abren y liberan a la luna, jadeo. No es una roca
ordinaria; es una lápida… erosionada y descuidada. Quito el velo de las vides, pinchando
mi dedo con una espina. La forma de una luna creciente está tallada en la piedra. Trazo
mi dedo sobre el grabado, un fuerte sentido de familiaridad tirando de mi alma.

Un grito espeluznante atraviesa el bosque, haciendo que el pelo de la parte de atrás de


mi cuello se ponga de punta. Antes de correr, miro a la lápida una última vez. Bajo la
pálida luz de la luna, una sola gota de sangre resplandece en el centro de la media luna.

Me desperté con un sobresalto en mi propia cama, mis dedos envueltos


alrededor de mi colgante de cruz de oro. Me sentía sin aliento y agobiada, y el

214
colchón estaba húmedo con transpiración. Había estado despierta sólo el tiempo
suficiente para permitir que mis ojos se ajustaran a la luz de las velas y recobrara
mi rumbo.

Sólo otro sueño de Wolfstime, me recordé, y este debería ser el último hasta la
próxima luna llena.

Cerré los ojos, tratando de traer tantos detalles de mi sueño como sea posible.
Y fue entonces cuando volví a oírlo: El grito espeluznante. Sólo que sonó tan real,
podría haber jurado que alguien estaba gritando. Mis ojos se abrieron y salté de
mi cama. El mismo impulso que había tenido cuando oí el aterrador sonido de
mi pesadilla irrumpió en mi sangre: La necesidad de correr.

Después de comprobar que abue estaba a salvo, mientras dormía en su puesto


habitual de Wolfstime, tomé mi capa roja, mi arco y mi carcaj y corrí hacia el
bosque oscuro y profundo. Aunque la niebla envolvía la luna, de alguna manera
podía verla como si fuera mediodía. Energía y poder recorrían mi cuerpo
mientras pasaba ramas y golpeaba troncos, arbustos y rocas. Oí los gritos de
nuevo, más ruidosos y desesperados, y aunque no tenía sentido escuchar los
gritos desde tan lejos, supe en mi interior que venían del claro donde había sido
la fiesta de cumpleaños de Peter.

¡Peter! ¿Estaba bien?


Acelerando, no tenía sensación de mis pies golpeando el suelo, sólo el viento
arrastrándose a mi alrededor. La luz de la luna se intensificaba y se desvanecía
mientras su cubierta de nubes flotaba, y aunque el momento se sentía surrealista,
también se sentía significativo, como si todo fuera parte de mi destino.

Una hoguera moribunda parpadeaba y lanzaba humo mientras la gente se


dispersaba en el bosque, algunos gemían, otros sollozaban. Beatrice estaba
inclinada sobre algo en el suelo, balanceándose hacia atrás y hacia delante
miserablemente. Cuando se movió un poco para mirarme, vi que era Florence
tendida allí, sus rizos rojos extendidos a su alrededor, sus ojos cerrados.

—¡Red! —gritó Beatrice—. ¡Cuidado! ¡El lobo! Esta aquí.

—¿Florence está...? —Mi voz se atoró en mi garganta.

215
—No, no. Ella va a estar bien. Se desmayó cuando vio al lobo —dijo, y el alivio
se apoderó de mí—. ¡Es horrible, Red! ¡Es incluso más horrible de lo que tu abuela
dijo que era! Es enorme, el lobo más grande que he visto, y tiene unos ojos
amarillos que brillan en la oscuridad. Y ahora, ¡ahora está detrás de Violet! —
Señaló el árbol detrás del cual me había escondido la última vez que estuve allí.

El viento cambió de dirección, trayendo consigo el perfume de madreselva de


Violet. Alcancé mi carcaj por una flecha, sorprendida al ver la brillante punta de
plata. ¡Oh, no! Si tengo la flecha con punta de plata significa que Peter la metió de nuevo
en mi aljaba. ¡Lo que significa que Peter está ahí fuera cazando a los lobos sin ella! Tragué
con fuerza y rodé hacia atrás mis hombros mientras corría hacia el árbol.

Violet estaba apoyada en un tronco de árbol gigante, hundiéndose lentamente


en el suelo mientras sus rodillas se doblaban debajo de ella. En una loma a tres
metros frente a ella se alzaba el lobo.

Era enorme, por lo menos tres veces el tamaño de cualquier lobo que hubiera
visto alguna vez. El largo pelaje gris pegado a su espalda, y su hocico arrugado
amenazadoramente. Retiró sus labios y soltó un gruñido bajo que pareció
extenderse y detener mi corazón. ¡Cada uno de sus brillantes dientes afilados era
más grande que una de mis manos! Era como si la criatura no perteneciera en
absoluto a este reino, sino más bien a algún lugar lejano, donde los lobos eran
más grandes, más feroces y más mortíferos.
No tenía ninguna duda de que éste era el monstruo que había asesinado a
Amos Slade, y que no se detendría con él. Reconoció mi presencia con un
movimiento de su oreja, pero mantuvo sus salvajes ojos de color ámbar en Violet.

El miedo me paralizó, pero de alguna manera logré tirar de mi arco y dar un


paso hacia Violet. Ella soltó un grito cuando el lobo se lanzó hacia adelante y un
gemido tenso cuando se congeló a un metro de nosotras. Estaba cerca, demasiado
cerca. Me encogí ante el hedor de la sangre en su cálido y constante aliento.
Extendió sus enormes patas y extendió sus garras, estirándose por Violet. Sus
colmillos parecieron crecer ante mis ojos aterrorizados.

Mis párpados se movieron, deseando ocultar el horror, pero me obligué a


mirarlo fijamente.

216
—Ni siquiera pienses en ello, lobo —dije con tanta confianza como pude
reunir.

Manteniendo la flecha con la punta de plata apuntando al corazón de la bestia,


me arrodillé junto a Violet y le dije:

—Ponte debajo de mi capa. Nos protegerá. Debes creer. —Ella se acurrucó


contra mí mientras yo envolvía la capa sobre su cuerpo. Sus temblores me
sacudían hasta que no pude distinguir la diferencia entre los suyos y los míos.

Las nubes se separaron y liberaron la luna de Wolfstime, tan llena y brillante


como la de mis sueños. Por primera vez, los ojos ámbar del lobo se encontraron
con los míos. Era como si estuvieran encendidos desde el interior por antorchas.
Embelesada, no pude apartar la mirada. No me atreví a respirar.

Mi corazón latía fuerte y duro, enviando mi sangre corriendo a través de mis


venas. Desde algún lugar profundo, oí la voz de mis sueños de Wolfstime,
recordándome que respirara. Inhalé profundamente. Al exhalar, sentí que el aire
salía de mi cuerpo y fluía hacia la noche, convirtiéndome en uno con el mundo.

En ese instante, en la brillante luz de la luna, dejé que mi flecha volara.

El tiempo pareció paralizarse, y me pregunté si de alguna manera había


perdido. Entonces el lobo dio dos pasos adelante. Inclinó su poderosa cabeza y
cayó sobre su costado con una nube de polvo y un terrible ruido sordo. Sus
párpados bajaron lentamente como si estuviera acostándose para dormir. Antes
de que se cerraran, vi que el resplandor se había ido de sus ojos.

Al bajar mi arma, oí gritos y vislumbré destellos de fuego. Tuve que parpadear


dos veces para asegurarme de que mi mente no estaba jugando trucos conmigo
cuando vi a Peter y al sabueso detrás de nosotras, corriendo hacia la loma.

—¡Red! Red, ¿estás bien? —preguntó Peter, y corrió hacia mí mientras el perro
se refugiaba detrás de un arbusto—. ¡Escuchamos los gritos y cuando llegamos
al claro, Beatrice me dijo que habías ido tras el lobo! —Su hermoso rostro estaba
lleno de preocupación mientras me miraba.

Violet salió de debajo de mi capa.

—Ella lo hizo —dijo, sus grandes ojos marrones brillando con lágrimas—.Y

217
me salvó la vida. —Señaló hacia adelante, y Peter levantó su antorcha,
iluminando el cuerpo sin vida del lobo.

La mandíbula de Peter cayó abierta. Entregó su antorcha a Violet y, con un


agarre mortal en su arco, se acercó cautelosamente a la bestia.

—Nunca he visto nada parecido —dijo sin aliento—. Es... enorme.

—Está muerto, ¿verdad? —pregunté.

Peter asintió.

—Red, mataste al lobo. Directamente a través del corazón. Fue un tiro perfecto
—dijo mientras sacaba la flecha. Me la dio. La punta plateada cubierta de sangre
que brilló intensamente a la luz de la luna.

Sabía que no tenía sentido que llorara. Debería estar feliz de que el lobo
estuviera muerto. Sin embargo, tan pronto como Violet se dirigió a su casa,
asegurándome que su padre y los otros cazadores regresarían por el cuerpo del
lobo, lágrimas calientes se derramaron por mi rostro. Sentí la mano de Peter
alrededor de la mía, sujetándome hasta que vimos las luces de mi casa. Se detuvo
en el sendero, como siempre.

—Camina conmigo todo el camino a casa, Peter.

—¿Segura? —preguntó, y yo asentí y tomé su mano de nuevo.


Cruzamos el sendero y él sostuvo la antorcha en alto para iluminar los
escalones mientras los subíamos. Tomé un respiro y sonreí.

—Todo va a estar bien —dije, más para mí que para él—. Todo va a estar bien.
—Entonces llamé a la puerta, gritando para que abue nos dejara entrar.

Oímos los ruidos y el deslizamiento de madera sobre metal y, finalmente, la


puerta se abrió. El cabello gris de abue caía largo y salvaje por sus hombros, y sus
mejillas estaban ruborizadas. Apretó el cinturón de su bata mientras nos miraba
a los dos.

—¿Qué en la tierra…?

—Red mató al lobo —dijo Peter, saltándose toda la charla trivial.

218
Levanté la flecha con punta de plata para que ella la viera. La miró y luego a
mí. Luego tomó la flecha y pasó el dedo por la punta manchada de sangre.

—¿Puede ser así?

Asentí.

—Está muerto, abue.

Parpadeó varias veces y finalmente abrió la puerta.

—Bueno, no se queden ahí afuera como un par de idiotas. —Después de que


entramos, cerró la puerta detrás de nosotros—. Me voy a vestir. Estoy segura de
que nuestro huésped quiere un poco de sidra. ¿Te encargarás de eso, Red?

—Oh, sí, por supuesto — tartamudeé—. Enseguida. —Tal vez si me


apresuraba, abue no asustaría a Peter.

Mientras llenaba el hervidor, miré por la pequeña ventana de la cocina. En el


cielo occidental, vi la pálida luna llena por un segundo antes de que se
desvaneciera en el horizonte, para no ser vista hasta la próxima de Wolfstime. El
sol empezaba a elevarse, su resplandor amarillo-naranja me recordaba los ojos
del lobo. Había habido tanto misterio en esos ojos.

Poco después, Peter asomó su hermosa cabeza en la cocina y sonrió. Por


haberse quedado a solas con mi abue, no pude menos que notar que parecía muy
alegre.
—Hala, Red. Hay mucha gente allí afuera, y todos están preguntando por ti.
Parece que mi amor es un héroe.

Me llamó su amor. Por un segundo o dos, me derretí como una porción de


mantequilla en una sartén caliente. Pero entonces abue apareció justo detrás de
él, afortunadamente con su ropa, ahora, y estaba segura de que había oído. Me
armé de valor para lidiar con su ira.

Quería que abue comprendiera lo maravilloso que era Peter y que la ayudara
a ver que lo amaba. En el fondo, ansiaba que ella supiera esas verdades sobre mí.
Quería que aceptara a Peter. Quería que me aceptara.

Pero extrañamente, y afortunadamente, abue estaba sonriendo. Pasó por


delante de Peter y empezó a desenvolver productos horneados y los puso en

219
platos.

—Bueno, ¿qué estás esperando, niña? ¡Vayan!

Peter me condujo a la sala de estar donde, con seguridad, una muchedumbre


de aldeanos esperaba… y más estaban llegando. El alcalde Filbert dio un paso
adelante y palmeó mi hombro.

—Aquí está, amigos. La heroína que salvó la vida de la joven Violet Roberts.
—El trueno de aplausos llenó la casita.

No tuve la oportunidad de responder antes de que la madre de Violet


atravesara la multitud. Con lágrimas en los ojos, me apretó la mano y dijo:

—Eres una joven muy valiente. No podemos agradecerte lo suficiente, Red.

Beatrice se acercó a mí y me agradeció entre bocados de uno de los muffins de


abue. Abue y Peter ya estaban circulando entre la multitud, repartiendo dulces
horneados. Florence todavía se veía pálida y demacrada, y sin embargo me
abrazó con una fuerza sorprendente.

Con sus bucles enmarañados y su falda sucia y desgarrada, Violet parecía más
desagradable y más lamentable de lo que jamás había imaginado, incluso en mis
devaneos más rencorosos.

—Me equivoqué acerca de ti, Red —dijo, lo suficientemente fuerte como para
que nuestros compañeros la oyeran—. Me alegro de que ahora seamos amigas.
Le sonreí beatíficamente.

—Sí, definitivamente estabas equivocado acerca de mí.

Unos minutos más tarde, Peter me trajo una copa y dijo algo acerca de llevar
a su perro al arroyo por un poco de agua.

—Sabes, vas a tener que darle un nombre a ese perro algún día —dije.

—Ya tengo uno. Su nombre es Copper. Pensé en él cuando estaba haciendo el


nuevo colgante de cruz para ti.

Sonreí.

—Me gusta. Le queda.

220
Peter se escabulló y los demás se reunieron a mi alrededor, agradeciéndome y
hablando de lo valiente que era. Sonreí hasta que me dolían las mejillas, pero
después de un rato más, me sentí sofocada por toda la gente y toda la atención.
Busqué a Peter y lo encontré afuera en el columpio de cuerda.

—Así que, cuando estaba en la cocina, me llamaste algo que nunca me habías
llamado —dije, tirando del columpio hacia mí y luego dándole un fuerte
empujón.

—Una héroe —dijo.

—No, otra cosa...

Arrastró su bota en la tierra, desacelerando hasta casi detenerse. Después de


que apartó un mechón de cabello de mi mejilla, me apoyó en su regazo.

—Amor —dijo.

Me incliné hacia atrás, fundiéndome en él.

—Sí, eso es —susurré.

La puerta principal se abrió, y abue gritó:

—Red, vuelve aquí, ahora. Necesito ayuda para mantener a toda esa gente bien
alimentada. —Meneó su dedo a Peter—. Y en cuanto a ti, holgazán, no habrá
travesuras con mi nieta, ¿me oyes?
—Sí, señora —dijo Peter, ayudándome a bajar de su regazo.

Suspiré y me encogí de hombros.

—Lo siento.

—Está bien —dijo, riendo suavemente—. No es tan despiadada como mis


hermanos. Ve.

Mi breve encuentro con Peter me dio el impulso que necesitaba para volver a
bucear en la bulliciosa cabaña. Ni siquiera había llegado a la cocina para llenar
una bandeja con refrescos cuando sonó un ruido fuerte en la puerta principal.
Abue la abrió y, al estirar el cuello, vi al padre de Violet y a un grupo de hombres
de pie en el porche, caras largas y ojos muy abiertos.

221
—Fuimos donde Violet nos dijo que estaba el lobo —dijo el señor Roberts—, y
podemos decir exactamente donde cayó. Pero el cuerpo... se ha ido.

Peter se abrió paso entre los hombres.

—¿Qué estás diciendo? ¿Cómo es posible?

—Alguien debe haber llegado antes que nosotros —dijo el padre de Peter,
levantando sus manos.

Empecé caminar hacia abue y Peter, pero un sonido misterioso me detuvo en


mi camino. El mundo que me rodeaba pareció paralizarse y silenciarse, excepto
por un débil eco. Con un estremecimiento, encontré los ojos de abue a través de
la habitación, y supe en mi corazón que ella también lo había oído.

Era el aullido de un lobo solitario.


Wendy Toliver nació en Houston, Texas. Su

222
padre trabajaba para la NASA mientras su madre
era maestra de escuela. Ella tiene un hermano y una
hermana.

Después de obtener una licenciatura en


Comunicación en la Universidad Estatal de
Colorado, comenzó a trabajar en una agencia de
publicidad. A ella siempre le había encantado
escribir y leer, y finalmente decidió escribir un libro
cuando estaba en la treintena. El resultado final fue
un libro del género de ficción de humor femenino,
que tuvo buenos resultados en los concursos y llamó la atención de un agente
literario, pero ningún editor quiso publicarlo. Sin embargo, varios editores
mencionaron que su estilo de escritura era muy adecuado para el mercado de
adultos jóvenes, y ella decidió intentarlo.

Wendy actualmente vive en Utah con un esposo increíble, tres hijos activos, el
gato más perezoso del mundo y un perro esquimal de ojos azules. Cuando no
escribe pasa el tiempo leyendo, haciendo snowboard, paseando en bote,
caminando, viendo películas y viajando.
,

223
Regina, de dieciséis años, es muy diferente
de la Regina conocida por los fanáticos de
Once Upon a Time de ABC. Ella busca el
romance, la aventura y la aprobación. Por
supuesto, obtener la aprobación de una madre
como Cora es casi imposible. Para Regina, las
amistades siempre han sido una mercancía
rara. ¿Podría ser que Regina finalmente haya
encontrado un verdadero amigo? ¿O es
demasiado bueno para ser verdad? Mientras
Regina lucha por encontrar su propia
identidad y crear su propio destino, descubre
que su destino puede ser convertirse en todo lo que desprecia.
224
1.- Reawakened (2013)

2.- Red’s Untold Tale (2016)

3.- Regina Rising (2017)

4.- Henry and Violet (2018)

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