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HEREDEROS DE HADES

JUEGOS DE DIOSES: LIBRO 1

NIKKI KARDNOV
CADENCE PRICE

TORTOISE HOUSE PRESS


Derechos de autor © 2020 de Nikki Kardnov y Cadence Price

Todos los derechos reservados.


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y algunos otros usos no comerciales permitidos por las leyes de derechos de autor.

Esta es una obra de ficción. Las semejanzas con personas, lugares o eventos reales son pura coincidencia.

Traducido por Rosmary Figueroa.


ÍNDICE

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Epílogo

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PRÓLOGO

HAVEN KNIGHTFALL TENÍA EL ROSTRO LLENO DE SANGRE. Sangre de minotauro.


Ya había matado a dos de esos monstruos en el laberinto y, por lo visto, todavía quedaba uno.
Recorrió deprisa el corredor y giró a la derecha, luego siguió corriendo. Toda su vida había
entrenado para este momento.
Estaba destinado a ganar el Torneo de Dioses.
La victoria corría por sus venas.
Todos los Knightfall que lo precedieron habían sido campeones del torneo. Y hasta hace
algunos días, Haven creía que él sería el siguiente.
Se detuvo súbitamente ante una brecha en el muro. La abertura conducía al centro del
laberinto y allí, junto a la fuente, se encontraba Ana, rodeada por un halo de la luz que emergía
del fuego.
Ana, la huérfana que habían rescatado de la oscuridad, que habían elegido para competir
junto a él en el Torneo de Dioses.
A Haven le enfurecía todo lo que tuviese que ver con ella. Odiaba que fuese tan preciosa y
terca, y que se negara a doblegarse ante él.
Y ahora ella era lo único que se interponía en su camino.
¿De verdad creía que podría arrebatarle la victoria?
Era suya por derecho de sangre.
El minotauro rugió desde el otro lado del muro. El bramido monstruoso le erizó los vellos de
la nuca.
El terror se plasmó en el rostro de Ana cuando las pezuñas del monstruo retumbaron contra la
tierra. Ya estaba muy cerca. Estaría en el centro del laberinto en cuestión de minutos.
Haven debería seguir avanzando. Si dejaba que Ana se enfrentara sola al minotauro,
seguramente perdería.
Y si ella perdía contra un minotauro… ya no sería un problema.
Él sería proclamado campeón, tal como estaba destinado a serlo.
El rugido del minotauro se iba acercando y Ana permanecía inmóvil. Haven debía tomar una
decisión. ¿Ayudaba a la chica o ganaba el torneo?
La compasión no era una virtud de los Knightfall.
Haven rechinó los dientes y se abalanzó hacia delante.
CAPÍTULO 1

OCHO DÍAS ANTES…

LO QUE NO TE DICEN SOBRE SER LA HIJA DE UN DIOS ES QUE A VECES LE


IMPORTAS UN COMINO A TU DEIDAD.
Y cuando le importas un comino a tu deidad, acabas en la morada de Hestia, la diosa virginal,
como un ser mitad dios, mitad chiquilla, no deseada.
Desde el día en que nací he estado en la morada de Hestia.
La diosa virginal del hogar y la lumbre fue quien me salvó de mi madre mortal. Fue ella
quien me alimentó, me crio y se ocupó de mí cuando mi madre biológica no pudo o no quiso.
Le debo todo a Hestia.
Y aun así…
Y aun así…
Odio venir a recolectar flores silvestres con todas mis fuerzas.
—¡Mira esta, Ana! —dice Clea, mi mejor amiga, sosteniendo una peonía que acababa de
cortar en los prados noroestes del monte Olimpo. La flor es del tamaño de su cabeza y los pétalos
son tan pesados que caen de un lado.
A esto nos dedicamos todos los días: a recolectar flores silvestres y a colocarlas en los
jarrones de la morada de Hestia y en los hogares de los habitantes de Ciudad Olimpo.
Es lo más aburrido del mundo.
Preferiría quitarle los percebes a la flota de naos de Poseidón. Al menos eso sí es algo útil.
Las flores morirán en una semana. Además, todo lo que hay en el Olimpo es hermoso. Hasta la
tierra debajo del sol reluce.
—Es una flor muy bonita —le digo a Clea, y vuelvo a mi recoger azucenas y lupinos azules
del suelo, ambos mucho más grandes de lo normal y con un aroma dulce como las semillas de la
granada. Nada en el Olimpo es como debería ser.
Incluyéndome.
Con un rebosante ramillete me vuelvo hacia mi cesta, pero cuando la recojo, las flores que
tengo en la mano ya se han marchitado. Los pétalos están encorvados y ennegrecidos.
—Hijo de ninfa —murmuro y arrojo el buqué muerto debajo de un arbusto.
Esto ha ocurrido muy seguido últimamente. Es lo único que se supone que debo hacer y ya ni
siquiera eso puedo hacerlo bien.
—¿Dijiste algo? —pregunta Clea.
—¡Te dije que vieras ese grupo de margaritas! —replico y me apresuro hacia las flores
mientras Clea baja más la colina y se dirige a los arbustos de hibiscos trepadores.
Cuando ya me pierdo de vista, me dejo caer al suelo y doblo las piernas. Comienza a soplar
una débil brisa y el césped se mece a mi alrededor.
Solo estoy a medio camino de la montaña, pero la vista es hermosa.
El mundo del Olimpo se despliega ante mí. A lo lejos se ven las suaves colinas de cultivo y,
más allá, el océano y todas las islas que constituyen un paraje de dominios divinos y guaridas de
monstruos.
Montaña abajo, cobrando vida paulatinamente bajo la serena luz de la mañana, está Ciudad
Olimpo. Se ciñe al costado noroeste de la montaña y bordea el lago Nisa para volverse a
encontrar con la montaña en el extremo sur. Me dijo Sura una vez que el tamaño de nuestra
ciudad es equiparable a Manhattan, en el mundo de los mortales. Nunca la he visitado, pero he
visto fotografías y debo decir que le doy la razón.
La morada de Hestia destaca en el centro de la ciudad y brilla con la luz del sol como una
joya engastada en oro. Frente a ella y bajando la ladera junto al sector comercial, se encuentra el
tranquilo lago Nisa. Es un perfecto reflejo de la urbe que se encuentra arriba.
Los cisnes flotan por la superficie del agua, graznándose ruidosamente los unos a los otros.
Es el paraíso. Pero a veces es demasiado perfecto, y yo demasiado…, bueno..., imperfecta.
Aun en la morada de Hestia soy como un cuervo en una pajarera de dulces azulejos. La hija
de una humana y un dios, pero que no conoce a ninguno. No tengo idea de quién soy, ni de qué
debería ser, ni de qué podría haber sido si alguno de mis padres se hubiese quedado conmigo.
Me doy la vuelta y miro ladera arriba, hasta la cima que apenas se ve entre un manto de
nubes. Todos los dioses tienen palacios en Ciudad Olimpo, pero la mayoría del tiempo habitan
allá arriba, por sobre las nubes, donde ninguno de nosotros, herederos mestizos y semidioses,
tenemos permitido entrar.
Si yo soy un cuervo, cada uno de ellos es un fénix dorado único, ardoroso e invencible.
—Deberíamos regresar. ¡Tenemos mucho que hacer antes de la ceremonia! —me llama Clea.
—Claro. La ceremonia —murmullo para mí.
Allí es donde me obligarán a encontrarme con otros herederos que irán a hacer más y mejores
cosas mientras yo recojo flores silvestres y atizo la Llama Eterna en la lumbre sagrada.
Cuando termine el día, quizá me encierre en la bodega a beber vino hasta perder el
conocimiento. Tal vez ese deseo es un indicio de que podría ser la hija de Dionisio.
—¡Ana! —me vuelve a llamar Clea.
—¡Ya voy! —le contesto y tomo mi cesta, con cuidado de no tocar el nuevo ramo de flores
que de algún modo logré mantener intacto.
CAPÍTULO 2

—ANASTASHA —dice Sura, pronunciando mi nombre completo, que odio casi tanto como los
cardos en mis dedos—. ¿Has regado las coles antes de entrar?
Clea ya me había abandonado. Se fue a prepararse para la ceremonia de esta noche. Parece
muy preocupada por su apariencia, pero no sé a qué se debe tanto alboroto. Nosotras no vamos a
la ceremonia a ser elegidas; vamos a trabajar.
Coloco ambas cestas de flores sobre la mesa de trabajo frente al fregadero.
—Sí —le contesto a Sura—. Regué todos los vegetales. Regué hasta la col monstruo que
nunca cosechamos ni comemos. Un día de estos el bicho será tan grande que destruirá la morada
y entonces, ¿qué vamos a hacer?
Sura resuella contra la estufa, todavía de espaldas.
—Sabes que Hestia tiene sus razones. ¿Quiénes somos nosotras para cuestionar a una diosa?
—Sí, quiénes —rezongo.
Sura es la líder de la morada de Hestia. Es una mujer esbelta como un mástil, con el cabello
del color de las semillas de amapola y los ojos color miel. Ha sido la líder de la morada desde
que tengo uso de razón, y en todo este tiempo nunca la he visto demostrar ninguna clase de poder
mágico. Hay rumores acerca de quién es su deidad, pero ninguno está basado en pruebas
concretas.
Si Hestia es mi diosa madre sustituta, Sura es mi tía amorosa, pues es atenta, servicial y está
siempre a punto de escandalizarse.
—Te hice una corona de flores para esta noche —añade.
—¿Cuál es la mía? —pregunto, mirando con preocupación ambas coronas sobre la vieja
mesa de madera. Una está tejida con flores de hibisco y la otra con rosas y velo de novia, que
parece cambiar de color dependiendo del lugar al que me mueva.
Busco excusas porque no quiero tocar ninguna. Tengo mucho miedo de lo que podría pasar si
lo hago, y mucho más de lo que podría pasar si Sura se entera de este secreto.
¿Me echarán de la morada de Hestia? La diosa virginal es célebre por darle vida al hogar y si
yo fuese matando todo a diestra y siniestra…
Es gracioso que todos los días piense en cómo sería la vida fuera de la morada de Hestia,
pero cuando me enfrento a esa posibilidad, quiero hacerme un ovillo bajo mi cama y no salir
nunca. Por mucho que quiera que las cosas sean diferentes, lo que más quiero es encajar en
donde estoy.
—¿Qué te vas a poner para la ceremonia? —pregunta Sura mientras agrega algo de pimienta
en la olla burbujeante—. Ponte una corona a juego.
—Planeaba llevarme esto.
Sura se aparta de la lumbre para mirarme, da un respingo y sisea:
—¡Anastasha Hearthtender! ¡No puedes ir así a la ceremonia!
Bajo la vista al pantalón de licra negra y la blusa de algodón blanco que tejió a mano la
mismísima Sura.
—¿Por qué? ¿Qué tiene de malo?
—¡Es demasiado…, demasiado…, impropio! —suspira, se vuelve rápidamente y se
escabulle.
La sigo por el corredor de amplios techos abovedados. La luz de la mañana inunda el suelo
de piedra gracias a las ventanas ubicadas a mi derecha. Cuando éramos niñas, Clea y yo solíamos
cantar Bendíceme, Afrodita a todo pulmón en el salón y nos reíamos escuchando el eco de
nuestras voces.
Sura gira hacia la izquierda y entra en mi habitación. Como soy la hija mayor que permanece
en la morada de Hestia, tengo la mejor alcoba. Tiene una sala de estar donde hay una lumbre
grande encendida con fuego de la Llama Eterna y dos cómodos sillones sin brazos en los que me
he quedado dormida más veces de las que puedo contar.
Un arco adornado con arenisca blanca desemboca en mi cama. Tiene cuatro mástiles
ataviados con hiedra trepadora que a veces perfuma el aire con aroma miel y luz solar.
Dejé las puertas del balcón abiertas cuando salí esta mañana y ahora entra una brisa fresca,
trayendo consigo el aroma más agradable y terrenal del lago Nisa, colina abajo, atravesando el
bulevar.
Abajo, Gregor, el panadero, grita:
—¡Pasteles recién horneados! ¡Dulces divinos!
Dos azulejos revolotean por mi balcón y gorjean entre ellos antes de perderse de vista.
Sura ya está en mi vestidor revisando las perchas.
—No. No. No. —Se aclara la garganta y va al otro lado—. Ahora sí. Esto es más adecuado
para una ceremonia de selección.
En sus manos sostiene un largo vestido azul, del color de agua de laguna. No tiene mangas,
es descubierto en la espalda y la tela es tan sedosa y suave que probablemente se amolde a mi
figura delgada.
Frunzo el ceño.
—Nada más voy a la ceremonia a atizar la llama. ¿De verdad me tengo que vestir elegante?
Sura arruga la nariz.
—Ser una hija de la morada de Hestia y atizar la llama es una posición importante que tienes.
Nuestra participación en el evento es un tributo a nuestra madre diosa. ¡No puedes ir en harapos!
Señalo mi blusa.
—¡Tú me has tejido esto!
—¡Con harapos!
Me vuelvo hacia la ventana para que Sura no pueda verme poniendo los ojos en blanco tal
como lo hacen las diosas. Luego, resignada, suspiro. No tiene caso discutir por esto. Por mucho
que desee estar cómoda, sé que todas las herederas mayores de edad se pondrán algo parecido al
vestido que Sura ha dejado sobre mi cama. La diferencia es que esas herederas se preparan para
su futuro, para la posibilidad muy real de ser elegidas para competir por un lugar en la élite de
los círculos íntimos de los dioses.
Observo más de cerca el vestido e intento apreciar sus preciosos detalles. El hilo es de oro y
brilla como si hubiese sido trenzado con la luz del sol. Sura es una maravilla con las telas.
—Enorgullecerás a tu madre, Ana. Las Moiras te han sonreído desde el día en que naciste.
Suelto un bufido y Sura me reprende con un chasquido de lengua.
Parece tan segura de que las Moiras guían mi camino, de que iré a la ceremonia de selección
y de que Hestia hará que salga mi nombre del Arca de Ananké, elevándome a los rangos de élite.
Pero solo puede salir el nombre de un heredero si el dios o la diosa lo ha introducido en el
arca. Y en todos mis años, rara vez he visto a Hestia tomarse la molestia. No hay mucho que
hacer allá arriba, en los rangos superiores de la diosa virginal. No como en la morada de Ares,
donde uno de los elegidos puede comandar su ejército, ni como en la morada de Hades, donde
siempre hay almas desertoras que cazar.
¿Hestia querría que la sirviera como una de sus elegidas? Ni siquiera soy buena para recoger
flores. Y nunca me ha dado ninguna señal de privilegio en su morada. Soy más como una mesa
tosca que se conserva porque es útil y práctica.
No, creo que mi destino, si es que tengo uno, es permanecer tal y como estoy: estancada,
indeseada, sin lugar en el mundo y, encima, un poco dañada.
Levanto la mirada para ver a Sura observándome. Interpreta mi resignación como
nerviosismo y me da palmaditas suaves en la mejilla.
—Eres una orgullosa hija de Hestia. Le servirás bien a esta casa.
Me resigno a sus cariños e inclino mi cabeza ante ella.
—Que la Diosa te bendiga, Sura.
—Y a ti, hija mía. Hoy y siempre.
Sale del cuarto esbozando una sonrisa.

LA CEREMONIA DE SELECCIÓN SE LLEVA A CABO CADA CINCO AÑOS.


Los herederos no tienen permitido ir de manera oficial a la ceremonia hasta después de su
décimo octavo cumpleaños. Durante la última ceremonia, me faltaba casi un año para ser mayor
de edad, pero convencí a Clea de que nos escabulléramos de la morada para verla desde los
arbustos.
Nos apretujamos allí, ocultas como animales del bosque aguardando la tormenta. Y en cierto
sentido, así era. La selección es nuestra ceremonia más sagrada y aterradora. Ser elegido
significa ser privilegiado por un dios, pero también podría ser el fin de tu vida en el Olimpo tal y
como la conoces.
Porque de los diez elegidos, solo uno puede ganar la gloria máxima de su morada, el poder y
prestigio en la corte o legión de su dios.
Al resto —a los perdedores— les arrebatan cualquier poder divino que posean y son
desterrados al reino de los mortales. Y cuando ya no están, todo recuerdo de ellos se desvanece.
En el monte Olimpo, el olvido es un destino peor que la muerte.
A pesar de que a veces fantaseo con algo más, no quisiera vivir nunca en el reino mortal. He
oído rumores de que los mortales ya no hablan entre ellos, solo les hablan a sus teléfonos. Su aire
se vuelve más y más difícil de respirar cada día y están matando toda la vida silvestre.
Y peor aún… Su comida casi nunca viene de la tierra, sino que viene en una caja.
Me pongo el hermoso vestido. La seda azul resplandece y se ciñe muy bien a mi talle.
Casi nunca tengo una razón para vestirme elegante y la tela fina se siente demasiado delicada
para algo tan trivial como caminar. Pero, igual que todo lo que hace Sura, tiene una fuerza
secreta oculta bajo su belleza. De verdad que es un vestido hecho para una elegida.
Durante un momento de delirio me permito imaginarme cómo sería si mi nombre saliera del
Arca de Ananké y fuese elegida por un dios y por las Moiras.
«Serías venerada y deseada».
Me miro por última vez en el espejo y recorro las curvas de mis caderas con mis manos.
Por un segundo de alucinación hasta me siento como si fuese de la élite. Pero en cuanto me
encuentro con mis propios ojos en el espejo, recuerdo la realidad: no soy una heredera
enaltecida, destinada a la grandeza, sino una huérfana no deseada, abandonada y olvidada.
Niego con la cabeza y me aparto del espejo.
CAPÍTULO 3

ME ENCUENTRO CON CLEA EN LA ENTRADA. En las manos trae nuestras dos coronas de
flores. Cuando la alcanzo, extiende la mano y agradezco en silencio que me las coloque
cuidadosamente en la cabeza.
—Hermosa —dice.
—Como tú.
Está resplandeciente con un vestido de estilo similar al mío y aun así completamente distinto,
de talle cimbreño. La delicadeza de Clea hace que el vestido flote con soltura a su alrededor, e
irradia olas de luz de luna.
—Confieso que no sé si estoy lista para enfrentarlos —susurra Clea—. Sé que nuestra deidad
debe estar entre ellos y se niega a reconocernos.
Me sorprende oír a Clea expresando esas inquietudes. Por supuesto, esto es exactamente lo
que me ha preocupado desde el día en que cumplí la mayoría de edad, pero Clea suele ser toda
sonrisas y buen ánimo. Es una verdadera hija de Hestia, si es que se puede serlo.
—Hoy y siempre somos hijas de la diosa virginal —digo, para reconfortarme tanto a mí
como a ella.
Clea levanta la vista y sonríe, pero la preocupación no abandona sus ojos verdes. Las
esmeraldas que penden de sus orejas se mecen cuando asiente con la cabeza.
—Claro, tienes razón. Aprovechemos esta noche.
A pesar de que Clea y yo somos completamente diferentes, hay algo que ambas
comprendemos sobre la otra: somos hijas no deseadas, tenemos todo lo que siempre hemos
querido o necesitado y, aun así, ansiamos más.
Una de las huérfanas más jóvenes abre la puerta gigante ante nosotras. Inclina la cabeza en
señal de respeto.
—Que la noche les sea próvida, hermanas —dice.
—A ti también, pequeña Marigold.
Le doy palmaditas en la espalda cuando pasamos junto a ella. Ya lleva casi diez años en la
morada, pero no puedo dejar de verla como la bebé chillona y regordeta que llegó a nuestra
puerta envuelta de piel de cordero y con aroma a algodoncillo.
Afuera y al pie de la amplia escalinata de mármol, Clea y yo seguimos el camino de piedra
que serpentea de un lado a otro, colina abajo, y desemboca en el bulevar. Ambas nos volvemos al
oír risillas provenientes de los arbustos de hortensias junto a la morada.
—Clea, ¿crees que las jóvenes hijas de la morada de Hestia estén escabulléndose a la
ceremonia? —digo.
Las risillas se detienen. Actualmente, la morada de Hestia tiene a su cuidado a dieciséis
huérfanas, incluyéndome a mí y a Clea, y creo que hay al menos una docena ocultándose en los
arbustos.
—No, las jóvenes hijas de esta morada no serían capaces —responde Clea con una seriedad
burlona mientras me toma del brazo, cruzándolo con el suyo, y nos dirigimos hacia el lago.
—Y, por supuesto, no estarán ocultas en los sauces del claro cuando salga el sol —añado con
una voz dirigida a los arbustos parlanchines.
Clea se ríe al verme alentar sus travesuras, pero ambas sabemos que es una tradición, se
hable de ella o no. Y las tradiciones corren por las venas de nosotros, los olímpicos.
Cuando llegamos al bulevar, después de que la morada de Hestia ha desaparecido a nuestras
espaldas, recuerdo lo hermoso que puede ser el corazón de Ciudad Olimpo antes del anochecer.
Rara vez salgo de la morada a estas horas. Como uno de los dioses de la luz, la labor de Hestia
casi siempre se realiza a plena luz del día.
Plateados rayos de luna se derraman por sobre los tejados de paja de las tiendas. De
momento, todo está cerrado en honor de la ceremonia. Bajo esta luz tenue y misteriosa, siento
una atmósfera de magia. Nos impulsa hacia el lago Nisa y el anfiteatro de su costa este, donde
una fila de tronos de oro aguarda a los dioses y diosas. Allí tomarán su lugar y escogerán a sus
posibles campeones.
Al cruzar la calle, Clea se inclina hacia mí y susurra:
—¿Puedo contarte un secreto?
—Claro —digo, distante, con la certeza de que cualquier secreto de Clea no será jugoso.
Llevamos vidas tan cerradas como la panadería de Dión frente a nosotras. Respiro profundo
y percibo el aroma a harina y levadura frescas. Dioses, amo el pan. Sura dice que más allá de la
Puerta Olímpica, en el reino de los mortales, los humanos han comenzado a evitar el pan.
Una razón más por la que jamás iré allí.
Comería con gusto mi peso en pan. Diez veces.
—…y dijo que me amaba.
—Espera, ¿qué? —Me detengo—. ¿Quién te dijo que te amaba?
Clea suspira.
—¿No me estabas escuchando?
—¡Sí! Bueno…, a medias. Estaba medio escuchando. ¿Quién te dijo que te amaba?
—¡Kahne!
—¿El hijo de Ares?
—Ese mismo.
—No.
Arrastro a Clea al otro lado de la calle. Nos deslizamos entre la panadería y la confitería y
tomamos la escalera de piedra que conduce a la costa del lago Nisa. Los patos nos graznan al
pasar. Grandes eneas sobresalen esbeltas y orgullosas de la orilla.
—¿Cuándo hablaste con Kahne? ¿Cuándo tuvieron tiempo para enamorarse, supuestamente?
—Hemos estado escribiéndonos cartas —dice Clea.
—Pues eso es ridículo.
Alumbrada por el halo de luz proveniente de uno de los faroles de oro, Clea arruga las cejas
rubias.
—Qué grosera eres, Ana.
Entramos en el bosque situado entre el lago Nisa y la ciudad. En los días calurosos, Clea y yo
venimos aquí para recolectar las prímulas rosadas y amarillas que crecen bajo los árboles. La
sombra es divina. Ahora, la sinuosa senda está iluminada por faroles de madera plateada
dispuestos a cada dos metros.
—Clea —digo e intento sonar razonable y no sentenciosa, como en realidad me siento—,
todos los hijos de los dioses oscuros son bestias salvajes y crueles. Tiene que ser una broma.
Estoy segura de que puedes verlo.
—Bueno, yo…
Clea se tropieza con la raíz expuesta de un árbol y me sujeta el brazo de forma abrupta. No
estoy preparada para el agarre repentino y su peso me arrastra con ella. Ambas nos desplomamos
en el lecho del bosque.
—Oh, dioses. ¡Ana, lo siento tanto!
—No te preocupes.
Me levanto de prisa, me inclino para ayudarla a ponerse de pie y escuchamos risitas a nuestro
alrededor. No es la dulce risa de las jóvenes hijas, emocionadas por ver la ceremonia, sino una
risa aguda y burlona.
—Sé que no les enseñan mucho en la morada de Hestia —dice la chica—, pero creí que al
menos les enseñaban a caminar.
Frente a ellas se detiene una chica de largo vestido blanco con finas líneas de oro que se
entrecruzan y ciñen su esbelta figura. De no ser por la sonrisa de burla, tendría un rostro perfecto.
Dos muchachos, aún envueltos por las sombras, se acercan a ella.
—Mira, Lyantha, no te burles —dice el más alto de los dos chicos—. Sabes que estas pobres
chicas han pasado la mayor parte de sus vidas de rodillas, recogiendo flores. Casi no tienen
necesidad de caminar. —Su mirada oscura se enciende al examinarme de arriba a abajo y luego a
Clea.
—Tienes razón, Pearce —dice Lyantha.
No sé si reconozco a la chica, pero huele a Hades, a canela y humo de hoguera.
Observó al otro muchacho que se acercó y que se había mantenido en silencio. Pero cuando
se adentra en la claridad del farol, me quedo boquiabierta. Se me hiela la sangre. Clea tiembla
junto a mí.
Como viajamos tanto entregando flores, no pasamos mucho tiempo con gente de otras
moradas, mucho menos con herederos de dioses oscuros, y muchísimo menos con este tipo de
heredero.
Una melena oscura enmarca un rostro perfilado que harían que un mortal se derritiera. Pero
los ojos dispares es lo que hace resaltar a Haven Knightfall.
Hay rumores, por supuesto.
Que con un ojo miró a hurtadillas a una gorgona.
Que luchó contra un cíclope y ganó, pero perdió un ojo en la batalla.
Que sedujo a una hechicera con su boca astuta y, al abandonarla, ella lo maldijo.
Cualquiera que fuese la verdadera historia, Haven nunca la había contado.
Su ojo derecho es de un misterioso y brillante tono de ámbar.
Su ojo izquierdo está desvaído de todo color, por lo que su iris es casi blanco.
Si bien no asisto a casi ningún evento social olímpico, hasta yo sé que hay que mantenerse
alejado de Haven Knightfall.
Este chico no tiene arreglo.
De hecho, es conocido por su crueldad, su astucia y su apariencia encantadora.
Todos los Knightfall son ridículamente hermosos, aun entre los herederos, y todos son
desproporcionadamente poderosos.
—Discúlpennos —digo, intentando parecer fuerte cuando internamente siento pena por el
tono manso de mi voz—. No queremos llegar tarde a la ceremonia.
Haven me observa directamente con esos ojos sobrecogedores. Su voz es la encarnación del
azufre y las llamas.
—No me preocuparía si fuera tú, huérfana. Las hijas de Hestia son indeseadas desde que
nacen. ¿De verdad crees que eso podría cambiar hoy o algún día?
La ira florece en mi interior. Aprieto los puños a mis costados y siento un cosquilleo en los
dedos.
Si extendiese la mano y lo tocara, ¿se marchitaría y moriría?
Si tengo un poder dentro de mí, nunca he podido controlarlo.
Pero justo ahora desearía tenerlo.
—Apártense, huérfanas —dice la chica y se pavonea frente a nosotros—. Nos espera nuestra
ceremonia de selección.
Se alejan entre risas.
—Odio que tenga razón —dice Clea mientras se quita del vestido los restos de suciedad del
bosque y luego se acomoda la corona de flores. La mía se cayó al suelo y está arruinada.
—Tal vez la tenga —contesto—. O tal vez no. No conocemos a nuestros verdaderos padres,
pero podríamos ser descendientes directos de un dios, lo cual nos haría semidiosas. Clea, hay
muchas posibilidades. Esos imbéciles son herederos confirmados desde hace tantas generaciones
que la conexión con su deidad es la misma que la de un mono con un mortal.
Clea sonríe.
—Siempre he admirado tu capacidad de poner las cosas a nuestro favor.
Me estiro y vuelvo a tomarla del brazo.
—Las Moiras nos han traído hasta aquí. No nos abandonarán mientras transitemos el camino
que han elegido.
Me acomodo mi propio vestido y seguimos avanzando.
Cuando el follaje va desapareciendo, oigo el lejano murmullo de conversaciones en el
enorme teatro frente a nosotras.
Y cuando por fin atravesamos uno de los muchos corredores abovedados y llegamos al
anfiteatro, los cientos de espectadores enmudecen.
Pero no por nosotras.
No, sus ojos están fijos en el firmamento. Ven a los dioses que descienden desde el monte
Olimpo.
CAPÍTULO 4

A PESAR DE HABER CRECIDO EL OLIMPO, rodeada por los dioses y sus atributos divinos,
verlos descender de los cielos sigue siendo algo digno de contemplación.
Zeus es el primero, como en todo. El Rey de los Dioses no espera a nadie.
A pesar de que nunca he ido al reino de los mortales, sé por sus libros en la biblioteca de
Hestia que los humanos creen que Zeus vuela por ahí llevando lo que parece una sábana y que
tiene una barba gris que ensancha su rostro severo.
Nada más alejado de la realidad.
Zeus usa la armadura que inspiró la de los soldados romanos hace ya tantos siglos. Bajo el
peto de oro lleva una túnica hecha con el mejor lino y adornada con el hilo de oro más fino que
hilaba la mismísima Aracne (hasta que Atenea la convirtió en araña). Su peto centellea bajo la
luz de los faroles, dándole más profundidad a las sombras de la cabeza de león hermosamente
labrada en el metal. Los relámpagos crepitan alrededor de sus brazales de oro, resaltando la barba
de su rostro, pulcramente recortada. Lleva el largo cabello entrecano recogido hacia atrás, con un
pequeño moño.
En la mano izquierda lleva el rayo que para él crearon los cíclopes. Brilla con un matiz de
otro mundo, entre violeta y plateado.
Se me erizan los vellos de la nuca. Clea me sujeta la mano con más fuerza.
Después de que Zeus está en su trono —el más grande del estrado—, Hera, su esposa, lo
acompaña. Se sienta a su izquierda, ataviada con un magnífico vestido de color esmeralda.
Atenea toma asiento a la derecha de su padre, con una armadura del más puro oro olímpico.
Lleva suelto el cabello oscuro y los rulos caen sobre los bordes dorados de sus hombreras. Junto
a ella se sienta Apolo, luciendo igual de hermoso con una túnica hilada con oro.
Otros dioses y diosas toman sus lugares uno tras otro. Deméter, Artemisa, Hermes, Hefesto,
Poseidón, Afrodita y mi propia diosa madre, Hestia.
Por último, los dos dioses más oscuros… Ares y Hades.
Incluso desde lejos, del otro lado del teatro, puedo sentir el poder e impetuosidad de ambos
dioses. No se contonean por el escenario como Poseidón. De hecho, apenas reparan en la
multitud de sus hermanos y hermanas. En vez de eso, Ares toma asiento a la derecha de Hestia y
Hades se dirige al lado opuesto del escenario y se sienta a la izquierda de Afrodita.
Por un momento me siento cautivada por la oscura belleza de Hades, el dios del inframundo.
Es alto y corpulento, con unos pómulos tan afilados como la espada que hay junto a él. Su
cabello oscuro parece mecido ligeramente por un viento que no está allí, como si estuviese
atrapado en alguna clase de brisa fantasmal.
En algunos de los libros mortales de Hestia, Hades es representado como adusto y lúgubre,
pero en realidad es la personificación de la noche misma: hermoso y abismal.
En contraste, mi diosa madre es ternura y luz. Es la madre doncella de todos, suave y oronda,
con una belleza que podría sosegar todo miedo y pesadilla.
—Vamos —le susurro a Clea y la arrastro a las escalonadas tribunas de piedra labradas en la
ladera.
Nos la arreglamos para llegar a nuestros asientos sin llamar demasiado la atención. Todos les
dedican miradas a los dioses reunidos frente a nosotros y luego apartan la vista. Resulta doloroso
mirarlos así, en todo su esplendor, por demasiado tiempo.
La multitud aguarda sin emitir palabra.
Hasta el bosque circundante y la vida salvaje del lago Nisa permanecen en silencio.
Zeus es el primero en hablar.
—Bienvenidos a la Ceremonia de Selección. —Su rayo crepita—. Algunos de ustedes están
aquí para ser testigos y otros para cumplir un propósito mayor. Como todos saben —dice Zeus,
levantándose y comenzando a caminar a lo largo del estrado—, cada cinco años, nosotros, sus
dioses, incluimos solo a nuestros herederos más prometedores en el Arca de Ananké, pero son
las Moiras las que toman la decisión final. De esos nombres, nos dan diez para que compitan en
las Pruebas de Herederos. De cada morada, solo uno es coronado vencedor. Sirven como
nuestros líderes de morada, nuestros generales del ejército, nuestros consejeros más leales.
Hace una pausa y estoy completamente segura de que es para generar un efecto dramático.
—Pero ser escogido para las pruebas no es para los frágiles ni para los de corazón débil. Es
cierto que las Moiras guían nuestras manos en esta selección, pero depende de ustedes demostrar
su poder.
De la multitud emerge un murmullo de aprobación.
—Si pierden durante sus pruebas —continúa Zeus—, no solo le traerán desgracia a su dios,
sino que perderán su lugar entre nosotros aquí en el Olimpo. Se les será arrebatado cualquier
poder divino que posean y serán reducidos a un mero mortal. Serán expulsados del Olimpo, toda
su existencia será borrada de los recuerdos de sus más allegados.
A pesar de que todos lo sabemos, la multitud sigue agitada y enérgica. Este es el riesgo más
grande de ser escogido y competir en las Pruebas de Herederos.
Si pierdes, todo está perdido.
Se acaba.
Es como si no existieras.
No podrían ofrecerme ninguna cantidad de dinero —ni pan— para hacerme codiciar un lugar
entre los elegidos. Y claro, anhelo algo más que recolectar flores, pero ¿arriesgarte a perder tu
lugar por completo? No, gracias. Yo paso.
—Comencemos —anuncia Zeus.
La multitud vitorea y aplaude.
Hestia nos encuentra a Clea y a mí del otro lado de la gran extensión del teatro de piedra y
nos sonríe.
Ya nos toca.
Tengo el corazón en la garganta cuando Clea y yo nos levantamos de nuestros asientos.
Puede que sea la primera vez en que participamos en una ceremonia de selección, pero Sura nos
ha preparado para este «honor superimportante», haciéndonos practicar el ritual
«extremadamente simple» cientos de veces durante estos últimos meses.
Entonces, ¿por qué ahora estoy temblando y sintiendo como si quisiera vomitar? Me mofé
cada vez que Sura nos hizo practicar y repetir sus instrucciones. Ahora me preocupaba no haber
practicado lo suficiente.
Porque ¿y si me tropiezo… frente a todos? ¡Sura no dijo nada acerca de cómo evitar
tropezarse!
Levanto un pliegue de mi vestido y doy pasos lentos y cuidadosos por los tres escalones de
mármol. Clea y yo atravesamos el estrado y nos arrodillamos ante nuestra diosa madre.
—Hola, hijas —susurra Hestia—. Están hermosas esta noche.
—Gracias, Diosa Madre —decimos Clea y yo al unísono.
Ahora, más alto, Hestia dice:
—Como su tarea será eterna, bendecimos esta noche con la Llama Eterna. —Hace un
movimiento con la mano.
Echo un vistazo hacia arriba mientras la magia centellea de color rojo, blanco y dorado.
En cada mano aparece una antorcha y el extremo brilla con la llama de Hestia.
Tomo la antorcha de su mano derecha, Clea toma la izquierda.
La llama no irradia calor, al menos no aún. Llamaradas se elevan hacia la noche.
De pie una vez más, nos volvemos lentamente y enfrentamos a los semidioses y herederos
allí reunidos.
Como por acto de una magia oscura, inmediatamente me encuentro con la mirada de Haven
Knightfall.
Está sentado en el nivel más bajo, por lo que puede ver la ceremonia en primera fila. Está del
lado izquierdo del teatro, alineado con su deidad oscura: Hades.
El ojo bueno de Haven parece arder bajo la luz del farol, en medio de tinieblas. De algún
modo, parece atento y respetuoso, aburrido y distante, todo al mismo tiempo. La luz trémula de
la Llama Eterna afila las facciones ya agudas de su rostro. El cabello oscuro le cae del costado
izquierdo de la cara y lo hace parecer más malicioso que antes.
Ahora siento que el corazón me galopa en el pecho.
«No te caigas. No te tropieces. No vomites. —Lo convierto en un mantra. Si lo creo, será
verdad—. No te caigas, joder».
Aguantando la respiración, cruzo la tarima. Puedo sentir que Haven me observa durante todo
el camino y se me calienta el cuerpo por mirada, como si yo fuese la antorcha y sus ojos, la
llama.
«¡Deja de pensar en el maldito Haven Knightfall! ¡Concéntrate!».
Clea y yo salimos del escenario y nos dirigimos al cuenco de bronce situado sobre un
pedestal tallado en la base del escenario de mármol.
Al unísono, como lo practicamos, Clea y yo llevamos nuestras antorchas al interior del
cuenco. A pesar de que no hay carbón ni leños, la llama se extiende rápidamente con un
resonante fogonazo.
La multitud vitorea.
Clea y yo regresamos a nuestros asientos. Nuestro trabajo ha concluido. Hemos servido a la
morada de nuestra madre sin ninguna deshonra ni vergüenza, y eso es todo lo que puedo pedir.
Zeus se pone de pie una vez más y dice:
—Que comience la selección.
CAPÍTULO 5

A PESAR DE TODO SU PODERÍO, no son los dioses quienes escogen a los que competirán
en las Pruebas de Herederos, es una pequeña caja de madera. O, más específicamente, es el Arca
de Ananké, que contiene el poder de las Moiras. Ellas nunca se presentan en las ceremonias de
selección. No están a su nivel.
Así que es el arca la que hace el trabajo por nosotros.
Una de las siervas de las Moiras sube al escenario. Es una chica enjuta de cabello largo azul
con trenzas dobles y entramado con violetas. Su vestido de hilo finísimo se desliza tras ella y va
descalza. Se detiene en el centro del estrado y le susurra al arca. Habla muy bajo y está muy lejos
como para poder oír sus palabras.
Cuando ha terminado, el arca resplandece y la cerradura se abre. La chica levanta la tapa y se
derrama un caleidoscopio de luz.
Una exclamación de aprobación recorre a la audiencia. Parece que todos nos sentamos al
borde de nuestros asientos mientras Afrodita se aproxima al arca.
—Yo soy la diosa Afrodita —nos anuncia a todos y al arca—. Deseo seleccionar diez
oponentes dignos para las Pruebas de Herederos en la morada de Afrodita.
La morada de Afrodita es conocida por ser una en la que ser encantador y hermoso es
valorado como una de las más grandes virtudes. Los hijos de su morada suelen estar
involucrados en emparejamientos de los habitantes del Olimpo, tanto en la ciudad como fuera de
ella. A los vencedores de las pruebas generalmente se les otorga un codiciado puesto entre su
corte personal de casamenteros.
La diosa del amor lleva una mano a la luz del arca. Puedo oír el sonido que hace el trozo de
papel cuando aparece en su mano.
Se vuelve hacia la multitud.
—Sasha Ivyborne —lee Afrodita—. Ya una encantadora y respetada integrante de la morada
de Afrodita.
Sasha se pone de pie de inmediato. Sus amigos la felicitan mientras se abre camino hacia el
escenario para situarse junto a su diosa madre.
Afrodita selecciona nueve trozos de papel más y lee los nombres. Cuando ha acabado, hay
diez jóvenes en la tarima, nueve mujeres y un hombre.
El próximo al arca es Poseidón.
El dios del mar siempre ha sido presumido y arrogante, por lo que no es sorpresa que no lleve
camisa ni nada más que un par de holgados pantalones negros. Sus abdominales extremadamente
definidos se contraen mientras camina por el escenario. También va descalzo y dejando una
estela de huellas húmedas. Su largo cabello está húmedo y lo hace ver como si acabase de
emerger del océano al borde del Olimpo, a pesar de que eso no sea posible porque ha estado
sentado en su trono durante al menos una hora. Los tatuajes que le cubren el pecho y espalda
brillan como si ellos también acabaran de ser tocados por las aguas que él gobierna. Por un
segundo, me pregunto si en realidad le está ordenando al agua que se quede sobre él para lograr
ese efecto.
Cuando se detiene frente al arca, la luz resplandeciente de adentro acentúa la sonrisa de su
rostro. He oído decir que es la personificación de un tiburón y estoy de acuerdo. Cuando sonríe,
solo veo a un depredador hambriento.
Extrae sus nombres y no hay sorpresas con respecto a quién escoge el arca.
Ares, el dios de la guerra, es el próximo y cuando llama Kahne Argyris, Clea gorjea junto a
mí.
—Es tan guapo —dice.
A pesar de que reconocí el nombre de Kahne, no puedo decir que alguna vez me haya
encontrado cara a cara con él.
Sí que es guapo.
Su cabello, en los costados, está casi al ras de la cabeza. Arriba es más largo por algunos
centímetros y bajo la luz del fuego brilla como si estuviese mojado.
Lleva el símbolo de la morada de Ares: un buitre sujetando una daga de guerra.
Es corpulento. Tiene hombros anchos y es musculoso. Si yo fuese a pelear en una guerra, lo
quisiera en mi bando. Pero a pesar de esto, aún me preocupo por Clea. Kahne no se ve como un
hombre destinado a amar a una huérfana de la morada de Hestia.
Artemisa, la diosa de la caza es la siguiente.
Luego Atenea y Deméter.
Clea se mueve con nerviosismo junto a mí a medida que transcurre lentamente la noche.
Cuando es el turno de Hestia, la diosa se levanta de su trono. Por un momento ínfimo, creo
que va a romper la tradición y escoger esta vez. No hay muchos nombres que poner en el arca —
solo Clea y yo somos mayores de edad en su morada—, pero eso solo significa que la suerte está
de nuestro lado. Aunque, si tuviese que competir contra Clea, quizás simplemente me arroje de
cabeza al reino mortal para evitar hacerlo.
Nunca podría competir contra Clea.
Pero entonces Hestia le hace una pequeña reverencia a la multitud y dice:
—No he introducido nombres al arca. No deseo elegir.
Observo a Clea. La luz de las llamas se refleja en sus ojos, pero en ellos solo veo alivio.
Estamos a salvo. Ambas estamos destinadas a recolectar flores por el resto de nuestras vidas.
Intento decirme que podría ser peor.
Hades es el último en ir al arca.
Cuando termine, acabará la ceremonia y por fin podremos ir a casa. No veo la hora en que
me quite este vestido y me ponga algo más cómodo. Esa jarra de vino cada vez suena mejor.
Como trabajamos en la ceremonia de esta noche, Clea y yo estaremos libres mañana. ¡No hay
que ir a la ladera! ¡No hay que recolectar flores!
Puedo dormir hasta tarde. Oh, qué alegría.
Hades desdobla su primer pedazo de papel y sonríe.
—Haven Knightfall —grita.
La multitud vitorea. Los de la morada de Hades son los más ruidosos, los más bulliciosos.
Pero todos los demás saben que cuando un Knightfall está ante ti, lo celebras. Aunque lo odies.
Y la mayoría lo odia.
Yo también lo odio.
Lo odio más y más a medida que avanza la noche.
Haven sube los escalones de mármol.
Ojalá se tropiece.
Pero, por supuesto, no lo hace. Camina con soltura y gracia y toma su lugar junto a Hades. El
príncipe oscuro de pie junto a su dios oscuro.
Hades anuncia ocho nombres más, todos hombres jóvenes. Hades podría tener algunas hijas,
pero ni él ni las Moiras han elegido a una chica para las pruebas. La morada de Hades es un
bastión del machismo.
Me pongo más intranquila con cada minuto que pasa.
Clea me observa y me quita un pétalo suelto del hombro.
—Pide un deseo —susurra.
Esto es un viejo juego. Cuando alguna encuentra un pétalo suelto sobre la otra, es costumbre
pedir un deseo y luego soplarlo.
No estoy de humor para deseos ni juegos, pero sí estoy de humor para distraerme.
Cierro los ojos y me aferro al primer pensamiento que se me viene a la cabeza.
«Deseo que esta noche pase rápido y se acabe».
Respiro profundo para soplar el pétalo cuando escucho a Hades leer su último nombre.
—Anastasha Hearthtender.
La multitud enmudece. Clea se queda boquiabierta.
Yo levanto la vista.
Hades busca a Anastasha en la multitud. Esta heredera huérfana. Esta hija no deseada,
abandonada.
Sigue buscando con la mirada como si no supiera a quién había escogido y yo estoy sentada,
inmóvil, sin estar segura de haberlo oído bien. Esto es imposible.
Clea me da un empujoncito. Quiero que me trague la tierra.
—Ana —dice Clea a medio camino entre un susurro y un grito.
Me pongo de pie lenta e incómodamente.
—¿Ha dicho Anastasha Hearthtender? —grito. No es costumbre que un heredero se dirija a
un dios. Pero no sé qué otra cosa puedo hacer.
Esto no es posible.
Seguramente ha dicho otro nombre.
Seguramente escuché mal.
Porque para que Hades, el dios del inframundo, me haya llamado, habría tenido que poner mi
nombre en el arca.
¿Por qué Hades habría puesto mi nombre en esa caja?
Oh, mierda.
Mierda.
Clea y yo nos damos cuenta al mismo tiempo. La miro justo cuando ella se vuelve hacia mí,
con los ojos abiertos como flores.
«¿Hades es mi padre?».
Hades dice:
—Anastasha. Por favor, ven a tu morada.
Mi mirada se encuentra con la del dios del inframundo y toda la sangre se me escapa del
cuerpo.
La multitud grita. Creo que lo hacen por el drama, el escándalo. Creo que ya hacen apuestas
por mi inevitable fracaso. Ojalá yo fuese de las que apuesta. Apostaría en mi contra sin dudarlo.
Es lo más seguro del mundo.
Esto no puede estar pasando.
A paso dudoso, atravieso el teatro y subo los escalones de mármol. Quiero quedarme al final
de la fila de los otros elegidos, pero Haven me sujeta del brazo y aparta al chico junto a él para
hacerme espacio.
Enfrentamos juntos los aplausos de la multitud. El resplandor de la Llama Eterna, que está
frente a mí, es cegador.
«¿Qué sucede? ¿Cómo está pasando esto?».
Este es un maldito error.
Por sobre mi hombro, le dedico una mirada a Hestia, pero está absorta en una conversación
entre susurros con Deméter.
«Ayúdame», quiero decir. ¡Yo no puedo ser elegida! ¡Y mucho menos por la morada de
Hades! ¿No me estaba quejando hace un instante de la falta de mujeres elegidas en la morada de
Hades? ¿No estaba pensando hace un instante que podría ser peor?
Oh, dioses. Esto es peor. Todo esto es mucho PEOR.
Siento un nudo en el estómago y tengo un torbellino de preguntas en la cabeza.
¿Hades es mi padre? ¿Por qué decírmelo ahora, aquí, frente a todos? A Hades nunca le ha
gustado el espectáculo. ¿Hestia sabía esto? ¿Todo este tiempo ha sabido que él es mi padre?
No puedo evitar repetir en mi cabeza cada momento que pasé con Hestia, intentando ver si
hubo alguna vez en que dijo o hizo algo que demostrara que sabía y que me había estado
ocultando el secreto desde un principio. Pero mis interacciones con Hestia eran limitadas y ella
siempre ha sido extremadamente prudente hasta alcanzar niveles molestos.
Mi atención vuelve al presente cuando la multitud se pone de pie para celebrar a los elegidos.
Haven se inclina hacia mí. Su respiración me recorre el cuello y un escalofrío se extiende por mi
espalda. Huele al oscuro y embriagante inframundo, como canela y ámbar y madera chamuscada.
Aprieto las manos para evitar que tiemblen.
—Obsérvalo muy bien, huérfana —dice con una voz peligrosamente oscura—. La próxima
semana nadie recordará tu nombre.
CAPÍTULO 6

EN CUANTO SE LEVANTA LA CEREMONIA, comienzo a correr. Atravieso el bosque sin


que me importe que el vestido se me atore en una rama y se rasgue. Sin que me importe que los
abrojos me arañen las piernas cuando me abro paso entre las zarzas al borde del bosque. El dolor
se extiende por mi rostro, pero sigo avanzando. Corro al único lugar que he conocido, a la
morada de Hestia, el hogar que están a punto de arrebatarme.
«¿Qué sucede?». No puedo evitar que mi mente reviva el momento una y otra vez. Hades
gritándole mi nombre a la muchedumbre. La sonrisa burlona en el rostro hermoso y cruel de
Haven Knightfall.
Cuando llego a la morada de Hestia, me quedo sin aliento. Incapaz de mantenerme de pie ni
un segundo más, me desplomo en la escalinata de la entrada. Ahora que la noche ha acabado,
Apolo vuelve a su carruaje para iniciar su cotidiana travesía por los cielos.
No habrá sol adonde voy. Si bien la morada de Hades se encuentra en el punto más bajo del
Olimpo y técnicamente no está en el inframundo, está ubicada a la sombra de la montaña y está
constantemente envuelta en niebla y penumbras.
Hades es uno de los dioses oscuros y estoy a punto de mudarme a su morada.
Vuelvo a recordar cada una de las veces en que me he quejado de mi rol en la morada de
Hestia. Cada vez que deseé tener algo más, algo distinto. Las Moiras deben estar burlándose de
mí.
Extiendo el brazo y toco una azucena silvestre que crece junto a los escalones. Le doy la
vuelta entre mis dedos mientras la observo marchitarse, ennegrecerse por mi roce, hasta que solo
quedan cenizas finas en mi palma.
Cuando el aire levanta el polvo, me pregunto: ¿es esta mi respuesta? ¿Este extraño poder
viene de Hades? Ahora que la teoría está en mi mente, parece obvio. Después de todo, es Hades
quien está al mando de la vida y de la muerte. Y mis dedos literalmente emanan muerte.
—¡Ana! —vocea Clea subiendo la colina de la morada. Las lágrimas brillan débilmente en
sus mejillas. Se apresura escaleras arriba, sosteniéndose la falda de su vestido, y luego me
envuelve con sus brazos—. ¡No te pueden alejar de nosotros!
Claro que pueden.
Pero no deberían. Ni siquiera deberían quererme. Porque no estoy preparada de ninguna
manera para la Prueba de Herederos, mucho menos en la morada de Hades.
¿Por qué las Moiras me han hecho esto?
Por supuesto que perderé.
—Esto debe ser un error —dice Clea, apartándose y sentándose a mi lado.
—¿Cuándo han revocado su decisión las Moiras? La ceremonia de selección siempre ha sido
definitiva.
—Pero… ¿cómo vas a competir contra los herederos de la morada de Hades? ¡Todos son
hombres! Han entrenado para esto durante toda su vida.
—Yo también he entrenado —le espeto, sin saber por qué defiendo la situación demente en
la que estoy metida.
—Para ser una doncella, no una guerrera.
Ambas nos volvemos ante el sonido de un estridente retumbar que se va acrecentando a
medida que se aproxima a la casa.
Es el sonido de los cascos de un caballo sobre el camino de piedra.
Clea y yo nos levantamos cuando el carruaje parece emerger de las sombras al fondo de la
calle. Una fantasmal estela de humo negro circunda las ruedas. El caballo es en realidad una
figura nebulosa con la forma de uno, como nacido de las tinieblas.
El carruaje está barnizado de negro y tiene en el costado, incrustado en oro, el blasón de
Hades. Es Cerbero, el can de tres cabezas, rodeado de una corona de laurel.
Cuando el sombrío vehículo se detiene, el auriga se apea del asiento del frente y abre la
puerta. Y para sorpresa mía y de Clea, emerge el mismísimo dios del inframundo. Luego se
vuelve y extiende una mano para que Hestia también salga del interior.
A pesar de que son hermanos, no podrían ser más distintos. Hades es la personificación de la
oscuridad y Hestia es una luz fulgente.
No me había percatado de lo realmente brillante y afable que es Hestia hasta que la veo de
pie junto a Hades, con su perenne ceño fruncido y una mirada feroz.
Siempre me irritó ser una hija no deseada en la morada de Hestia, pero ahora quiero
aferrarme a sus faldas y rogarle que me deje quedarme.
La diosa virginal camina hacia mí y me extiende la mano. A pesar de que su mirada irradia
amor, sé que no viene a decirme que me puedo quedar.
—Tiene que ser un error. —Mi voz sale ahogada y aflautada, emulando las mismas palabras
que Clea había dicho y que yo había rechazado. Porque ahora tengo miedo y un ápice de
esperanzas—. Nunca antes se ha escogido a una chica para las Pruebas de Herederos de Hades.
Nunca.
Detrás de nosotros, Sura sale de la puerta principal. Seguramente ella me defenderá. Ella
podrá ver que todo esto es un error.
Pero, en lugar de eso, ve a Hades boquiabierta y luego recuerda su lugar. Se lleva una mano
al corazón y me hace una reverencia en señal de despedida.
Aparentemente, hasta Sura ha aceptado esta locura.
—Las Moiras han hablado. Tu destino está escrito. —Hestia me coloca una mano en la
mejilla y hace una pausa, mirándome fijamente a los ojos como si intentara comunicar algo que
no puede decir en voz alta—. Que te acompañen siempre mis bendiciones, en esta vida y más
allá, hija mía.
—La noche se hace larga —dice una profunda voz tras nosotras.
De repente, todas nos ponemos alerta. A pesar de que Hades no ha dado una orden, se intuye
una claramente en su voz.
«Hora de irse».
—Pero… —comienzo a decir y trago con fuerza por el nudo en la garganta—. Yo… Mis
cosas…
—Clea empacará por ti —dice Sura tranquilamente—. Las enviaremos a la morada de Hades
antes del próximo amanecer.
Antes de que Hades vuelva a su carruaje, le hace un gesto con la cabeza a Hestia y dice:
—Se hará como hemos convenido.
«¿Qué significa eso?».
Clea, quizás por primera vez en su vida, ignora las buenas costumbres y camina alrededor de
Hestia para alcanzarme. Me envuelve en sus brazos y me aprieta con fuerza.
—Nos volveremos a ver. Podemos almorzar en la ladera en tus días libres y… —Se deshace
en llanto—. Te extrañaré, hermana.
—Yo también te extrañaré —contesto y la devuelvo el apretón.
El abrazo de Sura es cálido, pero rápido. No hará esperar al dios del inframundo.
—Muchas bendiciones, hija mía —dice.
Hestia se acerca hacia mí de última, con la bendición de la diosa virginal.
Con su pulgar, describe un arco sobre mi frente y siento de inmediato la calidez y bondad de
su tacto.
—Que tu corazón permanezca abierto. —Luego me recorre con su pulgar desde la coronilla,
pasando por entre las cejas, hasta llegar al puente de la nariz—. Que tu sabiduría prevalezca
siempre. —Después presiona la yema de su pulgar contra mi boca—. Y que tu palabra sea
siempre dadivosa.
Cuando ha acabado, la observo. Bajo la luz del precoz amanecer, resplandece como un ángel
mortal, como si estuviese forjada con oro y polvo cósmico.
¿Cómo voy a dejar a la única madre que he conocido y en cuya morada crecí?
Nada de eso tiene sentido.
Si Hades es mi padre, entonces ¿por qué no lo ha dicho? ¿Por qué no me ha reconocido
formalmente?
Hestia sonríe.
—Toma todos los dones y lecciones que aquí has recibido y sigue brillando en cada rincón
del camino que te espera.
No sé qué más decir, así que inclino la cabeza en señal de despedida y me alejo.
A pesar de lo mucho que habla de lecciones, eso ha sido lo más cercano que Hestia ha estado
de darme palabras de ánimo.
En la puerta del carruaje, miro mi hogar por última vez, intentando grabarlo a fuego en mi
memoria. Noto los pequeños rostros apretujados contra una ventana en el segundo piso, con
Marigold al frente. Los despido con la mano y luego me adentro en el carruaje, sintiendo en los
ojos el repentino ardor de las lágrimas.
En cuanto entro, las paredes oscuras parecen aislar al mundo. Adentro hay calidez y silencio.
Me acomodo sobre el grueso cojín de cuero negro, frente al mismísimo Hades. El dios del
inframundo que ahora es mi padre sustituto.
«Quizá tu verdadero padre».
No sé qué hacer conmigo misma.
No sé cómo estar cerca de uno de los dioses oscuros.
Nadie me entrenó para esto.
Le doy un furtivo vistazo a Hades. El poder que emana es casi suficiente para ahogarme.
Muy pocas veces he estado cerca de los otros dioses y casi nunca he estado cerca de los oscuros.
Me pregunto lo que los otros herederos están haciendo ahora. Ya que ninguno de ellos está aquí,
está claro que Hades no los acompañó personalmente a su morada.
Espero encontrarme con la mirada fija de Hades analizándome, evaluándome. A esta
huérfana a la que ha rescatado de las tinieblas. Pero, en lugar de eso, mira a Hestia por la oscura
ventana, frunciendo el ceño, concentrado, como si estuviesen teniendo una conversación secreta
que ninguno de nosotros puede oír.
La mirada de Hades se vuelve hacia mí repentinamente. Tiene los ojos tan oscuros que casi
parecen negros.
—Sostente —dice, y entonces el carruaje inicia una súbita marcha.
CAPÍTULO 7

EL VIAJE TOMA MENOS DE LO QUE ESPERABA. Las ventanas del carruaje de Hades son
oscuras y es casi imposible ver Ciudad Olimpo desaparecer, desdibujarse, del otro lado, por lo
que ni siquiera intento perderme en el paisaje exterior.
Hades no dice nada en todo el camino, y como no estoy segura de cómo charlar con el dios
del inframundo, me relajo en mi asiento y mantengo la boca cerrada.
Cuando el carruaje por fin se detiene y el auriga abre la puerta, salgo detrás de Hades y
observo pestañeando una imponente casa hecha de piedra oscura. Solo me permiten contemplarla
durante un segundo: es fácilmente dos veces más grande que la morada de Hestia y, según lo que
sé de Hades, esta es solo su morada, no su palacio, lo cual significa que tiene una casa mucho
más grande en otra parte.
Un siervo me conduce a través de amplias puertas en arco. El vestíbulo principal tiene gran
amplitud. Una enorme escalera está situada directamente frente a las puertas. En el rellano
principal, se divide a la derecha y a la izquierda.
Del cielo raso pende un candelabro forjado en hierro y tres docenas de velas llenan el espacio
cavernoso con una luz tenue. El lugar está envuelto en una quietud sublime y sosegada que es a
la vez misteriosa e inquietante.
—Impresionante, ¿cierto? —dice detrás de mí una voz que resuena por la estancia.
Me sobresalto y me giro.
Es un hombre joven, tal vez de unos veinticinco años. Es alto, de cabello oscuro y esboza una
sonrisa ladeada.
—No quería asustarte —agrega con las manos en alto como si intentara no espantar a un
animal asustado.
—Está bien —digo—. Solo intento… asimilarlo todo. Vaya que es impresionante y…
diferente a lo que estoy acostumbrada.
El muchacho se ríe.
—Cuando escuché que una chica nada más y nada menos que de la morada de Hestia iba a
participar en las pruebas de este año, quedé asombrado. Nunca hemos tenido a una chica aquí
desde que me asignaron a la morada de Hades.
—¿Has estado aquí por mucho tiempo?
Asiente.
—Toda mi vida. Por cierto, soy Max, heredero de Hades, paje de la morada.
No tenemos paje en la morada de Hestia, pero sé cuál es su función. Es el siervo principal de
la casa. Probablemente no lo escogieron para su propia Prueba de Herederos, como Clea y yo
creímos que nunca nos escogerían. El paje de la morada no es exactamente una posición
venerada ni alguien destinado a la grandeza.
Nos damos la mano.
—Ana —digo.
—Es un placer conocerte, Ana.
—Lo mismo digo.
—Ven —dice—. Déjame mostrarte tus aposentos.

RECORREMOS TANTOS PASILLOS QUE NO ESTOY COMPLETAMENTE SEGURA


DE CÓMO LLEGAR A MI HABITACIÓN. Definitivamente me perderé en un futuro.
Por fin llegamos a un corredor estrecho con tres puertas cerradas.
—Este es un armario de suministros —dice Max señalando la puerta a mi derecha—.
Normalmente, estas dos habitaciones son para personal auxiliar, pero por ahora una de ellas será
tuya. —En su rostro hay una expresión apenada—. Generalmente todos los herederos están en la
misma ala, pero como eres una chica… Hades creyó que…
—Que sería mejor segregarme.
Max no lo confirma ni lo niega.
—Está bien. Puedo quedarme en donde sea.
Me abre la puerta.
La habitación está amueblada con una cama grande y un ropero enorme. La cama está tallada
con decorados de hojas y enredaderas en una madera tan negra que debe haber sido sacada
directamente del inframundo. Las mantas de la cama y las cortinas colgadas a su alrededor
parecen ondular como hileras de oscuridad. La única luz proviene de dos pequeñas linternas en
las paredes que emiten un matiz dorado por la habitación.
Hay una angosta ventana, pero como afuera hay una oscuridad perenne, dudo que ayude
mucho.
—Si quieres cambiarte —dice Max—, aquí hay ropa que te servirá. —Abre una puerta del
inmenso ropero y, en efecto, hay una fila de pantalones y lo que parece ser una variedad de
camisas y chalecos—. Lamento que toda sea negra. —Le da un vistazo a mi vestido de la
ceremonia—. Aquí cuidan mucho esa imagen de la morada de la oscuridad.
Me siento en la cama, sorprendida por lo suave que es. No sé qué me esperaba de los
colchones del inframundo, pero definitivamente no un lecho tan espeso en el que pudieras
hundirte como si fuese una nube.
—Entonces —digo—, ¿es tu deber recibir a todos los herederos que llegan a la morada?
—Ah, no. —Max se rasca la nuca—. Solo es por ti. Quiero decir, obviamente si alguien más
necesita mi ayuda, estaría encantado de ayudarlos, pero todos los demás son herederos de Hades,
siempre han vivido en sus dominios, por lo que es menos probable que necesiten mis excelentes
habilidades de guía.
No puedo evitar el escalofrío que me atraviesa al recordar que aquí me encuentro muy fuera
de mi elemento. ¿En qué pensaban las Moiras al ponerme en una competencia que ya perdí antes
de comenzar?
¿Estoy destinada al mundo de los mortales?
Me estremezco ante la idea.
—¿Anastasha? —pregunta Max y me mira como si le preocupara que fuese a saltar por la
ventana.
—Ana —lo corrijo.
—Claro, lo siento, Ana. Si quieres, cámbiate de ropa y te daré el resto del recorrido. ¿Qué te
parece?
Max me sonríe y, por un segundo, es una chispa de sol que tanto necesito en este lugar
sombrío.
Asiento con la cabeza.
—Me parece genial, Max. —Pero antes de que se retire para que me cambie, le digo—: Max,
¿crees que nos encontremos con Haven Knightfall?
Por favor, di que no.
Por favor, di que no.
—Oh, bueno, ¿quizás? Si digo que sí, ¿te tomará más arreglarte? —Se ríe, tomándolo como
un chiste.
No ha entendido mi pregunta. No quiero encontrarme con Haven. Quiero evadirlo a toda
costa.
¿Qué probabilidades hay de que sobreviva a estas pruebas sin ver a Haven?
Escasas o ninguna, sospecho, pero siempre se puede soñar.
Le doy un apretón a Max en el brazo al ver su mirada. Él, como yo, nunca ha pertenecido al
lugar que le fue asignado y quiero consolarlo. Quiero que sepa que estoy firmemente de su lado y
definitivamente no en el de Haven.
—Solo dame unos minutos y estaré lista —digo.
Max sonríe.
—Hay mucho que ver y soy un excelente guía.
—No me cabe duda.
CAPÍTULO 8

CUANDO VUELVO A ENCONTRARME CON MAX EN EL CORREDOR, estoy


completamente vestida de negro.
He escogido una túnica negra que se adapta perfectamente a mi cuerpo. No sé cómo lograron
hacerme ropa tan rápido, pero no voy a cuestionar la magia de la moda del dios del inframundo.
Complemento la túnica con mallas negras y botas de cuero negro que me llegan a la
pantorrilla.
Me sorprende lo cómodo y bien estructurado que es el atuendo, así como lo fácil que es
moverse con él en comparación con el vestido.
Max me conduce fuera del corredor oscuro que desemboca en mi habitación y luego me lleva
por otro pasillo antes de emerger por una vía principal. Dos siervos pasan rápidamente junto a
nosotros e inclinan un poco la cabeza ante Max.
Este corredor está mejor iluminado que el mío, con orbes de cristal dispuestos en la pared a
cada dos metros, aproximadamente. Encerrada en el cristal, una luz ardorosa lanza chispas y
centellea. Las paredes, de una suntuosa madera oscura, se sienten cálidas y reconfortantes. En
cada pasillo, talladas en el borde inferior de los muros, hay escenas que representan almas
viajando por el río Estigia, pero no se siente aterrador, sino pacífico.
—Luce mucho menos… muerto de lo que me imaginaba.
Max se ríe.
—Bueno, como aún no eres parte del círculo de Hades, no iba a arrojarte a lo más profundo
del inframundo sin ningún tipo de preparación.
Aprecio que haya dicho «aún» y no «ya que no hay manera de que puedas entrar al círculo de
Hades». Así es como yo lo veo, y estoy segura de que también todo el mundo por aquí. Pero
también noto que ha dicho que Hades no me enviaría al inframundo sin preparación. Entonces,
¿podría hacerlo? Ni siquiera quiero pensarlo.
Max se detiene y hace una pequeña reverencia con la cabeza cuando un grupo de muchachos
se aproxima por el corredor.
Se me hiela la sangre.
Haven es uno de ellos.
Me hago a un lado junto a Max e inclino la cabeza, esperando que ninguno repare en mí.
Pero ¿por cuánto tiempo me puedo ocultar? Espero que lo suficiente para sobrevivir esta estúpida
catástrofe.
Algunos de los chicos se ríen por algo que ha dicho uno.
«Sigan avanzando. No nos presten atención».
Siento a Max ponerse rígido y, un segundo después, alguien lo empuja y cae de espaldas en
el suelo. Apenas puedo procesar lo que ha pasado antes de verme de pie sola, mirando a Haven
fijamente.
—Mis disculpas, Maximillian —dice con frialdad—. No te había visto.
Los dos muchachos tras él se ríen.
Max se pone de pie. Sujetándose las manos tras la espalda, simplemente asiente.
—Lamento haber estado en tu camino. Perdóname.
Estoy a punto de decirle a Haven todo lo que pienso acerca de estas disculpas de mierda, pero
Max me detiene posándome una mano en el brazo.
—Asegúrate de mantenerte fuera de nuestro camino —dice Haven, pero mirándome
fijamente. Intento devolverle una mirada lacerante, pero fallo en el intento. Sus ojos dispares son
inquietantes y creo que lo sabe. Aparto la mirada, evidentemente más débil que mi oponente.
Hijo de ninfa.
Cuando los chicos se van, me vuelvo hacia Max.
—¡Es un imbécil! ¿Siempre es así contigo? Lo siento tanto, Max. ¿Él te empuja sin razón y
tú te disculpas? —Reconozco que tal vez estoy algo más enojada en su nombre de lo que debería,
pero cada interacción que he tenido con Haven Knightfall es más molesta que la anterior—. Es
como si ese tipo creyera que él es el dios de los muertos.
—Está bastante cerca —contesta Max y me doy cuenta de que he dicho eso último en voz
alta—. La familia Knightfall es lo más cercano que la morada de Hades tiene a la realeza. El
padre de Haven es el actual Lord Comandante del ejército de Hades. Su hermano es el líder de la
morada, ya lo conocerás, pero te advierto que no será divertido, y se espera que Haven gane estas
pruebas desde su nacimiento. Los Knightfall han tenido el favor de Hades durante
generaciones… Se dice que uno de los ancestros de su linaje era descendiente de Perséfone,
alguien que le importaba mucho a Hades y a quien le hizo promesas.
—Esas son promesas a muy largo plazo —musito y sigo a Max mientras continuamos hacia
la otra ala de la morada.
—El tiempo no funciona igual para los dioses —me recuerda Max—. Una promesa de unas
cuantas generaciones es para ellos un abrir y cerrar de ojos.
—Hades debió haber sentido un amor muy grande.
Él asiente mientras doblamos una esquina.
—No hacen esas promesas tan fácilmente.
Me pregunto quién era esa persona. Me pregunto cómo habrá sido él o ella para tener tal
influencia sobre el dios del inframundo.
—Esa persona —digo—, el ancestro de Haven… ¿Qué crees que pensaría del estado actual
de las cosas? ¿Crees que estaría orgulloso del poderío de los Knightfall o disgustado por su
nepotismo?
Max se mofa.
—Lo primero, definitivamente. Los herederos de Hades son conocidos por preferir uniones
maritales dentro de la misma morada para mantener la sangre pura y el flujo de su poder divino.
Arrugo la nariz.
—Entonces, ¿no tienen problema con que todos sean descendientes del mismo dios…? Están
casándose con su propia familia.
—Bueno —dice Max, riéndose—, tengo entendido que los mortales creen que todos
descienden de los mortales originales, una pareja llamada Adán y Eva. A ellos no parece
molestarlos demasiado. Son muchos siglos y milenios de distancia.
Lanzo una carcajada. Mi voz resuena a lo largo del largo pasillo. Me tapo la boca con la
mano y miro a Max con los ojos abiertos como platos.
—No te preocupes —me dice con una sonrisa—. Esta no es la Gran Biblioteca del Olimpo.
Nadie vendrá a acallarte.
Aun así, bajo la voz.
—En la morada de Hestia, siempre nos animaban a jugar y estar alegres, pero la morada de
Hades se siente… —Levanto la mirada al corredor sublime— …más lúgubre.
—Sospecho que solo hay menos personas y menos alegría. Te prometo que no hay reglas en
contra de ser feliz.
—Es bueno saberlo.
Pero ¿podría ser feliz aquí? En la morada de Hestia tenía todo lo que alguna vez quise y, por
alguna razón, nunca fue suficiente.
Max prosigue con el recorrido y me muestra la cocina, la biblioteca, varias habitaciones de
entrenamiento y el enorme comedor. Estoy comenzando a disfrutar mi tiempo en la morada de
Hades cuando Max me lleva a un corredor y señala la única puerta al fondo.
—Esa es la oficina del líder de morada. Te está esperando.
Se me desploma el estómago. Max dijo que el líder de morada es el hermano de Haven.
Ahora siento que mi alegría se desploma a mis pies.
Max me da un apretón en el hombro.
—Buena suerte, Ana —dice y entonces desaparece rápidamente en dirección contraria.
Me vuelvo hacia la puerta en arco. Es dos veces más grande que yo, en altura y en anchura.
Está ribeteada con bronce en un patrón cuadriculado y tiene una flor de hierro engastada al tope.
Sobre la puerta cuelga una placa dorada que pone «NEREUS KNIGHTFALL: LÍDER DE
LA MORADA DE HADES».
Levanto un puño y llamo a la puerta.
CAPÍTULO 9

CASI NO SÉ NADA ACERCA DEL HERMANO MAYOR DE HAVEN. Pero si es similar a


él, esta reunión irá tan bien como un carruaje de plomo cruzando el firmamento.
Cuando se abre la puerta, hay un hombre de pie al otro lado vestido con equipo táctico,
similar al que llevo yo, pero mucho más suntuoso. Luce como si pudiese salir por esa puerta e ir
directo a una batalla, pero hay algo en sus largas pestañas, en su rostro impecable y su manicura
perfecta que me indica que no ha conocido muy de cerca la guerra.
Tiene los pómulos pronunciados de Haven y una nariz afilada como la punta de una flecha,
pero los ojos de Nereus no son para nada como el tono de ámbar infernal del ojo bueno de
Haven. Los suyos son de un marrón más oscuro, como…, bueno, como lodo.
—Hola, señor Knightfall —digo y hago una gran reverencia como si fuese la doncella
ordeñadora y no una de los elegidos.
Como ahora ya no llevo vestidos, mis manos permanecen incómodamente sobre mis rodillas,
sin una falda que sostener.
Nereus se aclara la garganta.
—¿Anastasha, supongo?
—Sí, señor.
—Adelante.
Me adentro en la quietud de la oficina. A pesar de que sé mucho menos sobre la magia del
inframundo que sobre Nereus, de inmediato siento que algo fluctúa en la atmósfera. Me pregunto
si hay algo que protege a la oficina de miradas curiosas y oídos entrometidos. Todo el ruido
ambiental se desvanece en cuanto cruzo el umbral.
Los postigos negros de las ventanas están cerrados y una lumbre se consume en la chimenea
de ladrillos, inundando el aire con calor y ascuas crepitantes.
Nereus me hace señas para que me siente en uno de los sillones de oreja frente a un sofá de
terciopelo negro a juego.
Lo hago y cruzo las manos sobre mi regazo.
Hay mil cosas que le quiero decir, pero ahora que estoy aquí, las palabras se me escapan.
Puede que Haven sea como treinta y siete por ciento más sensual que Nereus, pero siento que su
hermano es como sesenta y dos por ciento más poderoso.
No quiero hacerlo enojar. No quiero retarlo. Pero tampoco quiero estar aquí y creo que él
podría ser la única persona que de verdad me escuchará.
—Esta es la primera vez que tengo a una elegida sentada en mi oficina —dice y se ríe como
si esto fuese un chiste gracioso.
—Oh, ja, ja, ja —digo nerviosamente.
«¡Deja de ser una idiota! ¡Apela a su sensibilidad!».
—Esto parece un enorme error —digo.
Él asiente.
—Ciertamente, sin precedentes.
—Sé que las Moiras rara vez cometen errores, pero hay una primera vez para todo.
Sigue asintiendo.
—O puede ser que eres necesaria en el reino mortal para algún futuro trascendental —dice y
sonríe, pero sin bondad.
Ahora su mirada está fijada firmemente sobre mí y hay en ella un brillo desdeñoso.
Ya piensa que perderé.
Bueno, es que obviamente perderé. ¿Cómo podría resistir las pruebas contra todo un grupo de
herederos de Hades? ¡Mucho menos un Knightfall!
No saldré viva del reino mortal. ¿Yo qué sé de cultura pop y comida frita y transporte
público? El reino mortal me devoraría antes que el olímpico.
Pero la única forma en que me podría quedar en el Olimpo es si salgo de esta maldita
morada.
—Me preguntaba si quizás yo podría pedir ver a las Moiras —digo—. Seguro querrán…
Detrás de Nereus, se levanta una columna de niebla negra y se solidifica rápidamente en la
figura de colosal de Hades.
Juro que parece que absorbiera todo el oxígeno de la habitación, porque me resulta difícil
respirar profundo.
Nereus se pone de pie y hace una reverencia.
—Mi lord.
Yo lo imito, levantándome, inclinándome y murmurando lo mismo, aunque las palabras me
suenan vacías, aun a mis oídos.
—Las Moiras no se equivocan —dice Hades, yendo directo al grano.
Me hundo en mi silla, derrotada.
—Te irá mejor si solo lo aceptas y sigues adelante.
Hades rodea el sofá y se sienta en el extremo contrario a Nereus. Extiende sus largos brazos
por el espaldar. Su cabello oscuro y ondulado está peinado hacia atrás y sujeto con una cinta de
cuero. Hay en su rostro una barba incipiente que está casi cortada a la mitad en el costado
izquierdo, donde una cicatriz ha arrugado y emblanquecido la piel. Los dioses casi nunca tienen
cicatrices, pero escuché que a Hades se la hizo su padre, el titán Cronos.
La guerra entre los titanes y los dioses fue mucho antes de que yo naciera, pero aún se
cuentan las historias.
Hades continúa:
—Harías bien en recordar que este es tu lugar.
Inhalo por la nariz, intentando dominar el conflicto de emociones que me revuelve las tripas.
El miedo de estar ante un dios oscuro. La preocupación de poder insultarlo. La ira de que tal vez
estoy sentada frente a mi padre y aún no me reconoce.
Lo que quiero preguntar es: «¿Cuál es mi lugar aquí?».
En lugar de eso, lo que sale de mi boca es:
—Por supuesto, mi lord, lamento…
—No quiero tus disculpas, Hearthtender.
Su voz me eriza la piel de inmediato.
—Por supuesto —repito, porque, aparentemente, son las únicas palabras que recuerdo.
Aparto la vista, temerosa de mirar directamente a los ojos al dios del inframundo ahora que
sé que le he faltado el respeto. Puedo sentir el poder emanando de él en ondas más calientes que
el fuego.
¿En qué inframundo me metí?
«No digas más nada. Mantén la boca cerrada».
—Ser elegido es un honor —dice Hades—. No lo olvides.
—No lo haré.
Con los ojos aún fijos en el suelo, me quedo inmóvil, consumiéndome en el silencio y el
calor.
—Puedes irte —dice por fin Hades, y yo me pongo de pie de inmediato.
—Gracias, mi señor. —Hago una gran reverencia lentamente.
Cuando por fin me he librado de la oficina y la puerta se cierra tras de mí, tomo un largo
aliento. No estoy muy segura de qué dirección tomar, así que solo elijo una y me voy.
Me alivia haber sobrevivido a la reunión, pero aún tengo nudos en el estómago. Toda mi
esperanza —a pesar de lo frágil que era— ahora se ha ido. No podré escapar de la morada de
Hades. No podré escapar de las pruebas.
No iré a casa.
Ardientes lágrimas se acumulan en mis ojos al darme cuenta. Estoy atrapada aquí, destinada
al fracaso y completamente rodeada de chicos que obviamente me odian.
Los mortales dicen que, cuando el primer plan no funciona, es hora del plan B. Así leí en uno
de los libros de Hestia.
Plan B. Plan B. Muy bien… ¿Cuál es mi plan B?
Vuelvo a respirar profundo y sigo adelante. A pesar de que no hay ventanas en este pasillo,
aún puedo sentir el sol saliendo afuera. Así que tomaré una ducha larga y caliente y veré si se me
ocurre algo. Y si no…, pues mañana será otro día. Seguiré intentando escapar de este horror
hasta que lo logre.
CAPÍTULO 10

LUEGO DE COGER EN MI HABITACIÓN LO QUE PARECÍA SER UN PIJAMA, me


dirijo escaleras arriba hacia los baños comunes. Max dijo que todos los herederos comparten los
baños y, de pie en el umbral del amplio espacio, me doy cuenta de lo que eso significa:
compartiré un baño con otros nueve hombres en una morada en la que históricamente nunca ha
habido chicas.
Genial.
Nadie es modesto en el Olimpo. Pasé la mitad de mi juventud corriendo desnuda por los
campos de amapolas en el lado oeste de la montaña. En Ciudad Olimpo, es imposible
encontrarse con un lugar que no tenga un desnudo —en escultura o en pintura— de alguno de los
dioses. Pero, de algún modo, esto es distinto.
De algún modo, este es un lugar en el que te sientes vulnerable.
Aguzo el oído hacia el baño, intentando buscar señales de que no estoy sola.
Solo puedo escuchar gotas que caen de un grifo.
Pin. Pin, pin. Pin.
Si me doy prisa, quizás pueda estar lista y salir antes de que nadie se dé cuenta de que estoy
aquí.
Coloco mis ropas limpias en el banco de madera afuera de una de las cabinas de ducha y
entro con mi toalla para colgarla en el gancho de hierro. Cuando cierro la puerta detrás de mí, me
desvisto apresuradamente y arrojo mi ropa en el rincón húmedo.
El agua que cae de las tuberías de cobre está cálidamente deliciosa. Solo teníamos una ducha
en la morada de Hestia, así que casi todos mis baños han sido en una enorme tina con agua de
baño que compartíamos.
Esta larga ducha caliente casi se siente como un lujo.
Podría acostumbrarme a esto.
Me permito permanecer adentro solo algunos minutos después de estar limpia, con el rostro
vuelto hacia el rocío de arriba. Después, por fin me obligo a extender la mano y cerrar la llave.
Me envuelvo el cuerpo con la toalla, abro la puerta de la cabina y… casi me tropiezo con
Haven Knightfall.
Dejo escapar un chillido de sorpresa que hace que los amigos de Haven se rían.
—Debe ser medio retrasada —dice el grandulón a la izquierda de Haven. Es el mismo con el
que Clea y yo nos encontramos en nuestro camino al anfiteatro. ¿Eso había sido anoche? Parece
que hubiese sido hace siglos. Hace otra vida.
Creo que su nombre es Pearce, si la memoria no me falla. Su cabello rojo está desarreglado
como si no supiera lo que es un peine. Junto a él hay otros dos chicos cuyos nombres ni siquiera
me sé.
Están de pie entre Haven y la puerta, bloqueando mi escape.
Mierda.
Mierda. Mierda.
—Hola, huérfana —dice Haven.
Me encuentro con su mirada y aparto la vista rápidamente.
Es difícil mirar su ojo blanco sin sentir escalofríos.
—Eh, hola. —Aseguro con más fuerza la toalla a mi alrededor y busco a tientas mi ropa en el
banco detrás de mí.
—¿Buscas esto? —dice Pearce y levanta mi sujetador con un dedo. Técnicamente, ni siquiera
es mi sujetador. Apareció en mi ropero igual que todo lo demás. Pero, aun así, verlo colgado a la
vista de todos igual me hace sonrojar.
Rechino los dientes.
—¿Qué quieres?
El grifo gotea más rápidamente.
Haven cierra los ojos ligeramente, como evaluándome.
—¿Que qué quiero? Quiero que te vayas, huérfana.
Me burlo.
—Ya lo intenté. Hades no me deja.
Los muchachos tras él comparten una mirada.
La expresión de Haven se endurece hasta que tiene el ceño fruncido.
—¿Por qué no renuncias y ya?
Buena pregunta.
Igual no tengo esperanzas de ganar. Y ya he demostrado que no puedo ingeniármelas para
escapar.
Así que ¿cuáles son mis otras opciones?
Sin embargo, renunciar no ha sido nunca parte de mi naturaleza y a menudo me he
preguntado si es una característica que heredé de mi deidad.
Odio a los que renuncian.
Odio perder.
Cuando tenía diez años, todos en la morada de Hestia se negaban a jugar conmigo.
—Eres mala perdedora, Ana —me dijo Clea cuando discutí con ella por una de las jugadas
que hizo en nuestra partida de Rosas y Rivales—. Me rindo. Tú ganas. ¿Ya estás feliz?
—Sí —le contesté, quizás un poco arrogante—. Claramente demostré que tengo razón.
—Ah, vaya que lo demostraste.
Y entonces se marchó, jurando que nunca volvería a jugar conmigo.
¿Por qué no renunciar y ya? Porque ya fui abandonada y no deseada, no puedo soportar la
idea de también ser expulsada y olvidada. Puede que no haya encontrado un lugar en el que
encaje en el Olimpo, pero es completamente seguro que no hay lugar para mí en el reino mortal.
Tal vez tenga pocas probabilidades de ganar, pero no tendré ninguna oportunidad si me
rindo.
Todavía con la toalla bien apretada, la sujeto y digo:
—No quiero ponerte las cosas más fáciles, Knightfall.
—Oooh —dicen sus amigos.
Haven entrecierra los ojos.
—Ten cuidado, huérfana, o ser expulsada del Olimpo podría ser la menor de tus
preocupaciones.
—¿Ah? —Arqueo una ceja—. ¿Qué crees que puedes hacerme? ¿Herirme? ¿Matarme? Soy
inmortal igual que tú. De hecho, puede que sea más inmortal.
No estoy segura de si la inmortalidad puede ser cuantificada, pero es bien sabido que los
semidioses viven mucho más que los herederos. Así que, si Hades es mi padre y no solo mi
tátara-tátara-tatarabuelo, entonces soy más inmortal que Haven. Pero por supuesto, si una lanza
le atraviesa el corazón a cualquiera de los dos es muy posible que nos desplomemos y muramos.
Hay algunas heridas que ni siquiera los semidioses pueden sobrevivir.
—Adelante, hazme lo que quieras —provoco a Haven—. Solo eres un heredero con varios
cientos de años de distancia.
Más rápido de lo que puedo procesarlo, me pone la mano en la garganta y atravesamos de un
golpe la puerta de la ducha.
Me estrella contra las baldosas negras y mi mandíbula se cierra violentamente.
—Hay peores cosas que la muerte —gruñe.
Los latidos me resuenan en los tímpanos.
No quería meterme en un pleito con Haven Knightfall sin nada más que una toalla entre
nosotros.
El grifo gotea aún más aprisa.
Pin, pin, pin-pin-pin.
El aire de mis pulmones revolotea al fondo de mi garganta.
Haven me aprieta todavía más y muevo los pies desesperadamente, intentando estabilizarme
sobre el suelo húmedo.
Envuelvo una mano alrededor de su muñeca y le pego con la otra, tratando de encontrar una
forma de atravesar sus defensas.
Él no se mueve. No pestañea.
Es como una estatua bélica.
Su rostro se endurece y se vuelve cruel. Y, de alguna manera, dolorosamente más hermoso.
Tengo que salir de aquí.
Tengo que alejarme de él.
El goteo se hace más lento.
Mis pies se afianzan sobre el suelo.
Siento una corriente de calor en el cuerpo. Energía eléctrica se acumula en mis entrañas
mientras tenso la mandíbula y aprieto la muñeca de Haven.
En sus cejas aparece un dejo de preocupación.
Aprieto con más fuerza.
El goteo se detiene.
El brazo de Haven comienza a ennegrecerse. Su agarre se va aflojando y queda boquiabierto.
Una columna de vapor emerge de las baldosas a medida que la temperatura de la habitación sube
más y más.
—¿Qué rayos? —dice alguien.
Haven me suelta. El oxígeno llena mis pulmones y refuerza mi determinación. La oscuridad
se extiende por el brazo de Haven y desaparece bajo la manga de su camisa. El dolor se plasma
en su rostro un instante después.
—Oye —dice uno de sus amigos—. Oye, ¡detente!
Haven retrocede y se estrella contra la pared contraria. Me presiono contra él mientras la
negrura sigue extendiéndose por su cuello y sus labios se vuelven azules.
—Maldición. ¡Quítensela de encima!
Manos caen sobre mí y se apartan rápidamente.
—Mierda. Está helada —dice uno de ellos.
Ahora es Haven quien respira entre jadeos.
—No me iré a ninguna parte —digo.
De algún modo, mi voz suena calmada y aun distante. Es como si hubiese abandonado mi
cuerpo, como si observara desde arriba. Hace un segundo, no sentía esta determinación
acumulada, esta necesidad de contraatacar, pero ahora es un deseo cegador.
Si Haven Knightfall quiere jugar, pues de repente tengo ansias de superar sus jugadas. De
repente tengo ansias de ganar.
—Hay algo que deberías saber sobre mí, Knightfall —digo—: yo nunca me rindo.
Por fin lo suelto y se apoya contra la pared, inhalando profundamente.
La oscuridad en su piel retrocede y luego se disipa. Sacude su brazo como si los nervios se
hubiesen dormido.
Con un pestañeo, regana la compostura. Se endereza.
—Hay algo que tú también deberías saber sobre mí, huérfana —contesta. Su ojo ámbar
centellea de rabia.
—¿Qué cosa?
—Me gusta jugar sucio.
Logra alcanzar el dobladillo de mi toalla y le da un tirón. Sin estar preparada para ello, la tela
se desliza fácilmente entre mis dedos y en un instante, me quedo allí de pie y desnuda, frente a
él.
Mi primer instinto es cubrirme con manos y brazos —nunca antes he estado desnuda frente a
un chico—, pero entonces me doy cuente de que eso es exactamente lo que él quiere que haga.
Exactamente lo que necesita para saber que me ha afectado.
Así que no lo hago.
En lugar de eso, yergo la espalda, me llevo una mano a la cadera y me quedo allí, viéndolo,
como diciendo «¿y ahora qué?».
Me recorre con la mirada y no sabría decir si es a propósito o no. ¿Acaso cree que verme de
arriba a abajo va a afectarme?
Cuando sus ojos dispares regresan a mi rostro, ya no hay desdén en ellos. Hay algo más.
Algo ígneo y voraz.
Parece darse cuenta al mismo tiempo que yo.
Sus fosas nasales se expanden mientras aspira aire y aprieta la mandíbula como si hiciera
rechinar los dientes.
—Ten mucho cuidado, huérfana —dice y arroja la toalla en un charco de agua.
Sus amigos se ríen, nerviosos, mientras lo siguen rápidamente hacia la puerta.
Una vez se han ido, me apoyo contra la pared de la ducha y cierro los ojos.
El goteo ha vuelto a su patrón regular y me doy cuenta de que mi respiración también lo ha
hecho.
Intento evaluar cómo sentirme al respecto. ¿Estoy enojada? ¿Avergonzada? ¿Apenada?
Bueno, definitivamente estoy confundida. ¿Qué era esa oscuridad que se extendía por el
brazo de Haven? ¿Yo hice eso?
Por mi mente centellea el recuerdo de los lupinos azules marchitándose en mi mano.
La piel de Haven parecía ennegrecerse, pudrirse, de manera similar.
Encuentro mi ropa limpia esparcida por el piso húmedo fuera de la cabina de ducha. La
recojo y me la pongo rápidamente entre maldiciones. La ropa mojada es tan divertida como tener
una astilla incrustada en el trasero.
El pasillo hacia los dormitorios está vacío, por lo que lo recorro velozmente y me dirijo a mi
habitación.
Diez minutos después, con la puerta bajo llave, me visto con pijamas nuevos y me subo a la
cama. El colchón se adapta a mi cuerpo y el edredón negro de plumón es de un material al
mismo tiempo transpirable y cálido.
Al menos —por poco— sobreviví a mi primer día en la morada de Hades.
CAPÍTULO 11

DESPUÉS DE DORMIR INQUIETA LA MAYOR PARTE DEL DÍA, me despierto a media


tarde y encuentro una carta doblada en mi mesa de noche.
Me enderezo de inmediato, parpadeando bajo la turbia luz de la tarde que inunda la
habitación por entre los postigos medio abiertos.
Cerré la puerta con llave antes de irme a la cama. Estoy segura.
Mi nombre está escrito en la parte delantera de la carta con una caligrafía elegante y cursiva.
Desdoblo el papel y le doy un vistazo a la corta nota.

LA PRIMERA REUNIÓN DE LAS PRUEBAS ESTÁ PAUTADA PARA EL DÍA DE


MAÑANA A LAS 16:00., hora del Olimpo, en la biblioteca. Aquellos que lleguen tarde serán
penalizados con una desventaja en la primera prueba.
Atentamente,
Profesor Monstrat

EL RELOJ SOBRE MI CHIMENEA DICE QUE ACABAN DE DAR LAS TRES.


Genial.
Al menos me duché antes de dormir.
Me pongo otro «uniforme» de la morada de Hades y luego me ato un par de botas de cuero
negras que encuentro al fondo del ropero. Me quedan perfectas. Todo lo que hay para mí en el
ropero me queda como si hubiese sido cosido por las mismísimas manos de Sura.
Salgo de mi habitación con media hora de sobra y miro a la izquierda y a la derecha. Estoy
segura de que la biblioteca no está a la izquierda porque ese corredor desemboca en otro pasillo
que conduce al invernadero y luego de vuelta al jardín. O al menos eso creo.
Así que voy a la derecha.
Paso frente a una sala de trabajo y luego otra y luego una puerta cerrada con llave.
Por otro pasillo, paso por la cocina y trascocina, donde el vapor flota en el aire con el aroma
de pan recién salido del horno y otras delicias.
Me gruñe el estómago.
Sigo buscando.
Realmente debería haber prestado más atención ayer cuando Max me dio el recorrido.
Siendo honesta, tenía la pequeña esperanza de que me dejarían ir, por lo que memorizar los
planos de la morada me parecía inútil. Ahora me arrepiento de esa decisión, y de muchas otras.
Por fin, cuando he vagado por lo que se siente una eternidad, paso junto a otro de los
herederos.
No puedo recordar su nombre, pero, hasta ahora, no me ha abusado, acosado ni se ha burlado
de mí, por lo que espero que no sea un imbécil.
—¿Por dónde queda la biblioteca? —pregunto y le sigo el paso.
—Por aquí. —Señala el pasillo—. Luego giramos un par de veces. Voy hacia allá ahora, si
quieres venir conmigo.
—Oh, gracias a los dioses. Sí, me encantaría.
—Soy Elyius, por cierto. Ely para abreviar. —Me sonríe—. Y tú eres la chica.
—Ana. ¿Tan obvio es? —bromeo.
—Estar deambulando por los salones te delató.
—Bueno, de verdad aprecio que seas tan bueno conmigo. No puedo decir que sea un atributo
muy común por aquí.
Se encoge de brazos y un mechón de su cabello rubio cae sobre sus ojos.
—Los muchachos de este año no son particularmente conocidos por su misericordia.
—Y por los muchachos te refieres a Haven y sus lacayos.
Sonríe de nuevo y la luz se refleja en sus ojos. Creo que de verdad, de verdad, me gusta.
¿Realmente estoy haciendo mi segundo amigo aquí?
Por supuesto, técnicamente, Ely es competencia, así que no debería involucrarme demasiado.
Pero una chica puede divertirse, ¿cierto? Si bien la morada de Hades es de hombres en su
mayoría, la morada de Hestia siempre ha sido fundamentalmente de chicas. Hace algunos años
hubo un huérfano, pero fue rápidamente reconocido por su deidad, Poseidón, cuando comenzó a
controlar los peces con su mente.
No estoy muy segura de qué hacer en una morada llena de hombres.
¿Ensimismarme en mi cuarto? ¿Hacer una fiesta? ¿Divertirme con mi poder femenino?
Siempre esperé vivir mi vida en la morada de Hestia y morir como una huérfana virginal.
—Ya llegamos —dice Ely y mantiene la puerta abierta para mí.
Somos los últimos en llegar, pero el reloj en la pared indica que aún tenemos seis minutos de
sobra. Justo a tiempo.
Cuando entro a la biblioteca, me encuentro con la mirada de Haven. Me sonríe con desprecio,
pero al ver con quién estoy, su expresión se endurece.
¿Qué intenta decir? El enemigo de mi enemigo es mi amigo. O algo así.
Si Haven odia a Ely tanto como a mí, entonces estoy aún más agradecida de haberlo
conocido.
Los elegidos están sentados frente a mesas de trabajo dispuestas en patrón en el centro de la
biblioteca. Ely y yo nos sentamos en la mesa de atrás. Todavía no veo al profesor, así que
aprovecho el momento libre para observar la biblioteca. Ayer, Max y yo solo nos asomamos por
aquí. No tuve ocasión de explorarla.
Esta biblioteca es dos veces más grande que la de la morada de Hestia, y solo se puede
acceder a sus repisas superiores a través de una escalera deslizante. Detrás de nosotros, frente a
un conjunto de ventanas, una escalera de caracol conduce a un segundo nivel a manera de
buhardilla, donde uno podría perderse entre tantas estanterías.
El suelo es de madera brava, pero extendidas bajo nuestras mesas hay alfombras olímpicas,
tejidas con intrincados patrones florales. Estoy segura de que, si me quitara los zapatos, mis pies
se hundirían en los gruesos hilos rizados.
Un hombre entra en la biblioteca y dice:
—Estupendo, todos han llegado a tiempo.
No puedo decir si se trata de un asesino o de nuestro profesor.
Lleva una camisa blanca de lino abotonada hasta el cuello, pantalones grises de lana y un
chaleco a juego. De uno de los ojales de su chaleco pende un colgante de oro. En el cuello de la
camisa tiene colgado un par de gafas de montura redonda y estampado de carey.
Su cabello oscuro está afeitado al ras, dejando ver dos delgadas líneas negras tatuadas
alrededor de su cráneo, de sien a sien. A pesar de que sus ropas parecen hechas a medida para él,
con contornos bien definidos, sus bíceps se tensan contra el lino blanco como si ninguna tela,
hilada por mortales o inmortales, pudiese contenerlos.
Tiene un aire de severidad que no se puede ignorar, como si solo fingiera ser nuestro profesor
hasta que tenga que matar a un enemigo.
—Él es el profesor Monstrat —me susurra Ely al oído.
Monstrat se apoya en el borde de la mesa principal y se cruza de brazos. Me pregunto si sus
bíceps podrían hacerle estallar la camisa.
Nos va echando un vistazo a todos, como examinándonos, pero cuando llega a mí, se tarda
un poco más y mi rostro se calienta bajo su mirada.
¿Le pareceré un chiste como a todos los demás?
Probablemente.
Por fin, aparta la vista y dejo escapar un suspiro de alivio.
—Como todos saben, los elegidos reciben un don de su dios al llegar a la morada. Hades
otorgará esos dones esta noche después de la cena para prepararlos para su primera prueba de
mañana, pero primero debemos evaluar los dones con los que nacieron. De esa manera, nosotros
y sus compañeros elegidos tendremos pleno conocimiento de la competencia. Aquí en la morada
de Hades no nos gustan las sorpresas.
Al oír esto —que tal vez tenga que mostrar el poder con el que nací frente a todos los
herederos— siento que la vergüenza me quema por dentro.
No controlo el poder. Nunca he podido.
Lo de anoche con Haven solo fue buena suerte.
Gracias a los dioses, vino a mis manos cuando más lo necesitaba, pero ¿podré hacerlo ahora?
—Comencemos con Elyius Monstrat —dice el profesor—, dado que ya conozco su
habilidad.
Me giro para ver a Ely. Él solo me dedica una sonrisa burlona antes de levantarse e ir al
frente de la clase. Extiende su mano como si intentase agarrar gotas de lluvia, pero entonces sus
ojos se encienden con una luz dorada y una llama brillante aparece en su mano. El fuego oscila y
crepita, pero no parece quemar a Ely.
—Haven —dice el profesor—. Toca la llama.
Por un breve instante, Haven no se mueve. Obviamente, esto es una trampa. El don de Ely no
sería un don si la llama no quemara.
—Señor Knightfall —dice el profesor, esta vez con un tono más demandante.
Haven por fin se aparta de su silla y se dirige al frente del salón. Observa a Ely fijamente,
con un dejo de irritación en la mirada, y luego extiende la mano hacia la llama.
La piel arde, Haven sisea y retira la mano de inmediato.
El vapor asciende de sus dedos, la piel chamuscada burbujea y luego se va sanando
rápidamente como si la herida nunca hubiese estado ahí. Solo que aún permanece en la biblioteca
el hedor a piel y cabello quemados y… Ugh, es asqueroso. No puedo ni imaginar cómo se habrá
sentido.
Por un breve instante, me siento mal por Haven, pero luego me obligo a recordar su crueldad
y reprimo la simpatía.
—Elyius Monstrat —dice el profesor Monstrat—. El don de invocar llamas más ardientes
que el mismo inframundo. Adelante, toma asiento, Ely.
Ely le guiñe un ojo a Haven y este tiembla de ira.
Cuando Ely regresa a nuestra mesa, me inclino hacia él y susurro:
—¿El profesor es tu padre?
—Tío —me contesta—. Pero he vivido con él los últimos años.
—Anastasha Hearthtender —me llama el profesor.
¡Hijo de ninfa!
El terror me hiela la sangre. El corazón me martilla las sienes.
Ojalá mi poder fuese volverme invisible como con el caso de invisibilidad de Hades. Porque
usaría ese poder para escaparme de la habitación.
—Anastasha —repite el profesor.
Haven aún está de pie al frente de la clase, esperando. ¿Me lo pondrán de pareja igual que a
Ely? Nuestro encuentro de anoche todavía me pone los pelos de punta. Y sí, también me
avergüenza un poco.
Haven me vio desnuda.
Para que estemos a mano, yo debería verlo desnudo.
De alguna manera, esa idea me hace sonrojarme más cuando me pongo de pie y me dirijo al
frente del salón con un poder que no controlo.
Me sitúo frente a Haven. Ahora permanece inexpresivo y no sé si eso es algo bueno o malo.
—Muéstranos tu poder, Haven —dice el profesor.
Haven podrá usar su poder conmigo igual que Ely con él.
¿Haven usó su poder anoche? Porque si lo hizo, fue pura fuerza bruta. No podré resistir eso.
Bueno, maldición, ya lo resistí una vez.
¡Gracias por el adelanto, Knightfall! Idiota. Tal vez el secreto para ganar estas pruebas sea
simplemente usar la cabeza.
Haven aprieta la mandíbula. Su ojo ámbar resplandece.
Lo miro con una sonrisa altiva y entonces…
La biblioteca desaparece.
Una profunda oscuridad colma mi visión y en el aire hay un hedor a azufre y putrefacción.
Doy un paso atrás y me golpeo contra una roca negra y húmeda. Al dar un vistazo a mi
alrededor, me doy cuenta de que estoy en lo que parece ser una cueva alumbrada por una llama
vacilante y fantasmal.
Algo me hace cosquillas en el brazo. Lo aparto de un manotón y siento las espinosas patas de
una araña.
Un escalofrío me recorre todo el cuerpo.
Odio las arañas.
De veras las odio, en serio.
Casi nunca entraban en la morada de Hestia. Parte del poder de la diosa virginal es crear un
hogar cálido y acogedor, y las arañas no son nada parecido.
Siento el roce de las patas por mi cuello y me doy manotazos intentando detener la sensación.
Luego otro en mi pierna. Y de nuevo en mi cuello.
Me aparto del muro rocoso, caminando de espaldas, pero mi bota se tropieza con un borde
agudo del suelo de piedra. Sin darme cuenta, caigo antes de poder recuperar equilibrio. Cuando
me estrello contra la piedra, el aire se escapa de mis pulmones y pestañeo para refrenar las
lágrimas. El sabor metálico de la sangre me llena la boca.
La luz espectral vacila por las paredes de la caverna y el techo se mueve.
Estoy tendida allí, intentando recuperar el aliento, cuando algo cae desde arriba, gotea sobre
mi frente y se escurre hacia mi nariz.
Me sacudo, levantándome, y veo que estoy cubierta de arañas, de la cadera a los pies.
Forman una marea que va creciendo.
Un grito me desgarra la garganta. Me arrastro hacia atrás, dándome manotazos en las piernas,
en la cara, en el pecho. Están en todas partes. Puedo sentir sus patas escalándome los brazos y
deslizándose entre mis cabellos y orejas y…
…grito y grito y grito y…
Risas.
Abro los ojos.
Estoy de vuelta en la biblioteca, tendida sobre las alfombras Olímpicas. Estoy sudando.
Temblando. Sollozando. No puedo respirar.
Y todos se ríen de mí.
De algún modo, esto es peor.
Peor que anoche.
Peor que estar desnuda frente a Haven, despojada y vulnerable.
Esto es peor porque me hizo quedar en ridículo frente a todos y no lo vi venir.
Me pongo de pie con dificultad. La mortificación me consume como un incendio. Siento la
ira encendida y vehemente. Quiero hacerlo sentir la misma mortificación. Quiero mostrarles a
todos en este salón lo que soy capaz de hacer, lo que le hice a él anoche. Lo volveré más negro
que las cenizas.
Lo tomo de la muñeca y aprieto.
Él se tensa por un segundo breve, con los ojos cerrados, la mandíbula apretada y la
anticipación plasmada en el rostro.
Pero… no pasa nada.
Aprieto con más fuerza.
Haven ladea la cabeza y un mechón de su melena oscura cae hacia adelante. Hay una sonrisa
de burla en su estúpida y hermosa cara.
Percibo que ahora todos me ven, pero esta vez por otras razones. Evidentemente, sienten que
soy un completo fracaso a pesar de que la mitad de ellos no tienen idea de lo que le hice a Haven
anoche.
—Señorita Hearthtender —dice el profesor—, si esa es su técnica defensiva debo decir que
es tristemente inapropiada para las pruebas.
Haven prácticamente me acuchilla con su mirada dispar. No sé qué está pensando.
Probablemente que soy una perdedora, una vergüenza.
De todos modos, ¿qué inframundos creo que hago? No ganaré esta competencia.
Y Haven tiene razón: quizás después de la primera prueba, seré borrada de los recuerdos de
todos y expulsada al reino de los mortales, sin nada más que la ropa que llevo puesta y la
calcinante sensación de la derrota.
Le suelto el brazo de Haven y me voy de la sala.
CAPÍTULO 12

DESPUÉS DE DESAHOGARME CON EL LLANTO Y TOMAR UNA SIESTA DIGNA


DEL REINO DE LA MUERTE, por fin me calmo lo suficiente para salir en busca de algo de
comida. La escasez de ventanas en la morada de Hades hace más difícil saber qué hora del día es,
lo cual probablemente sea intencional, ya que en el inframundo hay un concepto del tiempo
radicalmente distinto. Para alguien que se crio en el santuario de Hestia, inundado de luz, la falta
de luz solar o siquiera el paisaje exterior solo ayuda a acentuar la angustia de estar aquí.
Me asomo al corredor antes de salir de mi dormitorio para asegurarme de que no seré
emboscada otra vez por Haven y su club de fans. Mi humillación en clases ha destrozado
cualquier vestigio del control que sentí luego de nuestra pelea en la ducha.
Una ola de calor vuelve a encenderme el rostro al recordar la manera en que Haven me
observó desnuda frente a él. ¿Qué pensó de mí? Seguramente ya ha conquistado a muchas
jóvenes. Seguramente no me comparo con ellas.
Igual no me importa, por favor. Tengo cosas más importantes de las que preocuparme, como
sobrevivir en este lugar olvidado por los dioses.
Cuando llego al comedor, me sorprende que el aroma de comidas toscas y prácticas me
parezca apetecible. A diferencia de la morada de Hestia, donde la mayoría de nuestra comida
consistía en cosas dulces y ligeras, la morada de Hades parece subsistir con carnes y platos
sustanciosos que según ellos comenzaron siendo vegetales frescos. Me sirvo un tazón de lo que
se supone que es un estofado de vegetales y luego continúo por el bufé, pasando por alto unos
quince tipos diferentes de animales muertos que parecen consumir en cada comida. Cuando estoy
a punto de rendirme con el resto de opciones, encuentro un gran tazón de semillas de granada,
maduras y jugosas.
Gracias, Perséfone.
Con la bandeja llena, me vuelvo al resto del salón. Hay por lo menos veinte mesas en el gran
comedor, pero solo somos diez herederos, así que el lugar se siente vacío y yo me siento
conspicua estando aquí de pie.
Algunos de los otros herederos se sientan a la misma mesa bajo una hilera de ventanas con
marcos de hierro. Haven, sentado a la cabeza, es el centro de atención. La manera en que los
otros herederos adoran a Haven no tiene ningún sentido para mí. Es casi como si sus discípulos
fuesen tan idiotas que no ven que está igual de decidido a vencerlos a ellos como a mí. Su
adulación de ahora no les servirá en el reino mortal. Esa idea me anima un poco mientras cruzo
el salón y me siento a una de las mesas vacías, junto a la puerta, solo en caso de que deba escapar
rápidamente.
—¿Estás bien? —profiere una voz a mis espaldas.
Casi golpeo a Max al saltar de mi asiento.
—Vaya, vaya. ¡Lo siento! No quise asustarte.
Les echo un vistazo a los otros herederos. No parecen haberlo notado y lo agradezco en
silencio.
Vuelvo a sentarme y exhalo.
—Lo siento, Max. No me di cuenta de que eras tú.
—¿Estás bien? —pregunta de nuevo.
—¿Cuánto tiempo tienes? —contesto y le hago un gesto para que se siente frente a mí. Él
mira a su alrededor, casi nerviosamente—. ¿Qué pasa?
—No suelo comer aquí. El personal tiene su propio comedor afuera de la cocina.
—Oh. Bueno… ¿va contra las reglas?
Se encoje de hombros.
—No lo creo.
—Entonces siéntate.
Después de mirar una vez más por sobre el hombro, por fin cede y se sienta frente a mí.
Muevo la cuchara en círculos sobre el estofado.
—¿Hay menos cosas muertas en el menú del comedor del personal? Casi todo esto es carne.
Max se ríe, roba algunas semillas de granada de mi tazón y se las mete a la boca.
—No, comemos prácticamente lo mismo. Las cosas muertas son el tema principal de nuestro
acogedor hogar —se burla un poco, lo cual me hace reír—. Entonces…, escuché que tu
evaluación inicial de hoy con Monstrat fue algo… difícil.
Doy un quejido.
—Eso es decirlo con delicadeza. —Bajo la voz y me inclino sobre la mesa—. El poder de
Haven me destruyó por completo y después mi poder decidió irse de vacaciones justo cuando
necesitaba demostrarlo. —Me enderezo una vez más y pincho sin ánimo mi estofado—. ¿Cómo
te enteraste tan rápido?
—Es una morada pequeña, metafóricamente hablando —dice Max con tono compasivo—. Y
los chismes de los herederos son siempre un agradecido descanso de la monotonía de la vida en
el inframundo.
—Grandioso. —Aparto mi estofado—. Pues entonces se van a enterar con lujo de detalles de
mi firme descenso al reino de los mortales.
Oh, dioses, por favor, que ese no sea mi destino.
—Las evaluaciones no lo son todo. —Max toma mi tenedor y empieza comer de mi estofado.
La familiaridad de este simple acto me consuela, pues me recuerda a la forma en que compartía
comidas con mis hermanas en casa—. No te quedaste a ver las habilidades del resto de
herederos. Muchos de ellos no pueden hacer más que levantar una pluma en el aire o hervir una
taza de agua. Haven es una excepción poco común, igual que todos los Knightfall.
—Los de Ely son muy buenos —digo.
—Ely también es una excepción. El profesor Monstrat es un semidiós, igual que su hermano,
el padre de Ely.
No puedo ocultar mi sorpresa.
—¡¿Son semidioses?!
Max muerde una patata.
—En efecto. Descendientes directos de Hades.
—Eso le da una gran ventaja a Ely. Es el nieto de Hades.
—Lo sé.
Y, según la teoría de que Hades es mi deidad, entonces Ely sería… mi sobrino. Dioses. ¡Y a
mi que me parecía guapo!
Una cosa es sentirse atraída por alguien con quien comparto un linaje vago desde hace
catorce siglos, pero ¿un sobrino?
De todos modos, tengo cosas más importantes en las que concentrarme. No hay tiempo para
coqueteos ni amoríos.
—Entonces, ¿por qué Haven es el candidato favorito? —pregunto.
Max se lleva el tazón a la boca para recoger el estofado restante.
—¿Sabes? Puede que esté equivocado. La comida de ustedes tal vez sí es diferente. Creo que
está mejor sazonada.
—¿Max?
—¿Qué? Oh, bueno, el padre de Ely perdió el favor de Hades. No sé qué sucedió, solo sé que
el padre de Ely fue expulsado al reino mortal. Ely podría ganarle a Haven, pero dudo que lo
haga.
Me hundo en mi asiento, de repente sintiéndome aún más derrotada.
—Genial. ¿Ahora no solo tengo que competir con Haven Knightfall, que obviamente me
odia, sino también con el nieto de Hades? Él no parece odiarme…, pero, aun así.
Justo entonces otro heredero entra al salón. Creo que su nombre es Theo. Cuando Haven lo
ve, se levanta de su asiento, cruza el comedor y lo vuelve a sacar a empujones.
Pobre chico.
¿Es que Haven acosa a todo el mundo aquí? Tal vez no es solo a mí.
—Oh, no te rindas, Ana. —La voz de Max es firme, pero gentil—. Hay muchos tipos de
fuerza. No siempre vence el de mayor fuerza bruta, sino el de mayor fuerza de voluntad.
Además, el poder de Haven solo es impresionante hasta que te das cuenta de cómo lo hace.
Levanto una mano.
—Espera… ¿qué dijiste?
—No te rindas. Este es solo el primer paso. Aún puedes…
—No. ¿Qué dijiste sobre el poder de Haven? ¿A qué te refieres con «cómo lo hace»?
Max mira a su alrededor de nuevo, pero ya no hay nadie en el comedor.
—El poder de Haven es solo generar miedo con estilo. Cuando recuerdas lo que está
haciendo y reprimes el miedo, sus ilusiones no tienen efecto.
La ilusión de la cueva se sintió tan real. Fue como si me hubiesen enviado a otra dimensión.
Pero fue la risa de los otros herederos lo que por fin me sacó de allí.
Había asumido que Haven había detenido las visiones, pero tal vez no.
Max juguetea nerviosamente con mi servilleta, doblándola y enrollándola.
—Pero esto no lo oíste de mí, ¿de acuerdo? Se supone que no deberíamos interferir con los
herederos y las pruebas.
Asiento con severidad.
—Por supuesto. Aunque no puedes convencerme de que Nereus no le está dando algún tipo
de ventaja a Haven. Y también Monstrat a Ely, ya que estamos.
—Y por eso es que te lo dije. —Max me sonríe—. Dije que se supone que no deberíamos.
No que no lo hacemos. —Me guiña un ojo.
Cuando un grave repique emerge del salón principal, Max se levanta y me insta a hacer lo
mismo.
—¿Qué es eso?
—La campana de convocación.
Debe ser evidente que estoy confundida, porque entonces clarifica:
—Indica que los herederos están siendo llamados a congregarse en el Salón de Hades. Es
hora de la dádiva.
CAPÍTULO 13

ENCUENTRO EL SALÓN DE HADES MÁS FÁCILMENTE QUE CUALQUIER OTRO


DESTINO. Por una parte, porque Max me dio direcciones útiles, y por la otra, porque es algo
difícil no ver las puertas de madera tallada y ornada, de tres pisos de altura, que están algo más
allá de la escalera principal.
Extiendo la mano hacia el pomo redondo de la puerta izquierda, preparándome para
empujarla con todas mis fuerzas. Pero la puerta se abre deslizándose apenas mi piel roza el
metal. Entro, esperando poder tomar asiento al fondo de la sala, sin que nadie me note, cuando
una voz profunda y rebosante de oscuridad inunda toda la estancia.
—Nos complace que decidiera honrarnos con su presencia, Hearthtender.
Levanto la mirada y me encuentro con los oscuros ojos de Hades, encendidos y chispeantes,
mirándome fijamente desde lo que parece ser un trono hecho de zafiro negro.
Perfecto.
Mentalmente, me abofeteo a mí misma mientras mi cuerpo hace un gesto extraño y
tambaleante, a medio camino entre una inclinación y una reverencia.
—Mis disculpas, mi lord.
—Tome asiento, señorita Hearthtender —dice en voz baja el profesor Monstrat desde su
puesto, un poco más atrás y a la derecha de Hades. Anota algo en el cuaderno que sostiene.
Sentado al otro lado de Hades, lo único que hace Nereus Knightfall es poner los ojos en
blanco al verme.
Me siento en la hilera más alejada del estrado y doy un vistazo a mi alrededor mientras la
atención de los otros herederos regresa lentamente al frente. La mirada de odio de Haven es la
última que queda sobre mí y no puedo evitar hacerle un gesto grosero antes de que la aparte.
Juraría haber visto las comisuras de sus labios retorciéndose en una sonrisa divertida para luego
volver a su mueca habitual.
—Comencemos. —La voz de Hades vuelve a colmar el lugar y debo forzar la vista,
intentando ajustarme a la luz que se va atenuando a medida que las antorchas de la pared junto a
Hades empiezan a brillar con la llama azul del inframundo.
—Pearce Atos —anuncia el profesor Monstrat—. Tu evaluación demostró que tu don
primario es una fuerza extraordinaria.
El chico pelirrojo que estaba junto a Haven mientras me acosaba en el baño se levanta,
tembloroso. Atraviesa la habitación y se detiene al fondo de los tres escalones que conducen al
estrado.
—¿Tienes algún otro don que demostrar y que contradiga este resultado? —pregunta Nereus.
—No, señor. —Pearce endereza su figura rechoncha.
Hades, con semblante casi aburrido, hace un gesto con la mano y aparece una gran roca junto
a Pearce. Es casi de su tamaño y al menos tres veces más ancha. Me inclino hacia adelante en mi
asiento, intentando ver por sobre los herederos frente a mí. Todos estamos en silencio y
expectantes.
—Levántala —dice Hades señalando la roca como si no fuese más que una manzana.
Pearce, con mirada cautelosa, ve una y otra vez a Lord Hades y a la roca frente a él. Su miedo
es evidente. ¿Qué le hará Hades si falla? ¿Aplastarlo bajo la roca? No sé qué está en juego aquí.
Nunca he tenido que probar nada. Nunca he tenido que demostrarle algo a un dios.
Pero si Pearce falla, seguramente yo también.
Pearce endereza la espalda y se inclina, deslizando sus manos bajo la roca. Cuando comienza
a levantar la roca increíblemente grande, su rostro y cuello se vuelven casi tan rojos como su
cabello. Logra levantarla solo algunos centímetros antes de dejarla a caer sobre el suelo. Se
estrella contra las baldosas con un crujido ensordecedor.
—La fuerza física —comienza a decir Hades, haciendo énfasis en «física» como si fuera un
insulto—, es uno de los dones más básicos que un heredero puede tener. No requiere ni la
inteligencia de la fuerza mental ni la capacidad de adaptación de la fuerza emocional.
El corazón se me acelera al considerar qué pensará Hades sobre mi total falta de poderes si
está así de decepcionado con el don de Pearce.
—Pero supongo que la fuerza tiene sus usos —dice Hades—. Para esta primera prueba, te
otorgaré un don tan básico como tu talento: fuerza física adicional. Úsala sabiamente hasta el fin
de tus días.
Hades hace un movimiento con su mano y un destello de fuego azul brota de sus dedos y se
precipita sobre Pearce. Él cae de rodillas y las venas de sus brazos se hinchan bajo su piel. El
grandullón no grita, pero un gruñido retumba en su pecho.
Con un chasquido, la llama azul desaparece y Pearce se pone de pie. Además del humo que
emana de su cuerpo, se ve completamente igual.
—Levántala —ordena Hades con la misma exigencia oscura en su voz.
Pearce lleva la mirada a sus manos y luego de vuelta a su dios. Camina hacia adelante y
rodea la roca con sus manos. Esta vez cuando la levanta es como si no pesara nada.
Hades hace otro movimiento con la mano y la roca desaparece. Pearce se tambalea hacia
adelante al perder repentinamente su carga, pero recobra el equilibrio fácilmente y hace una gran
reverencia.
—Le agradezco, mi lord, por estos dones. Los usaré para servirle.
Hades apenas le hace caso y le indica a Monstrat que llame al próximo.
Me limpio las manos con mi vestido. Estoy sudando como un cerdo. ¿Qué hará Hades
cuando se dé cuenta de que no tengo ningún don que pueda controlar?
En este estado frenético, levanto la mirada y me encuentro a Haven, que me mira fijamente.
Su rostro es inexpresivo, pero debe estar pensando lo mismo que yo. Es probable que disfrute
internamente viéndome retorcerme.
A pesar de que seguramente fracasaré en esto, no puedo dejar que Haven me afecte.
Respiro profundo cuando el profesor Monstrat llama al próximo heredero.
No le daré a Haven Knightfall la satisfacción de saber lo aterrada que estoy.

LA DÁDIVA CONTINÚA. Llaman a cada heredero, se confirma su don y luego Hades los
mejora con lo que sea que decida darles.
Ely me dedica una amplia sonrisa de camino a su asiento. Su habilidad de fuego ahora tiene
un alcance mucho mayor, y su demostración requirió que Hades extinguiera rápidamente los
muchos bancos que Ely incendió accidentalmente probando su nuevo don.
Mi ansiedad crece más y más con cada heredero que llaman.
Probablemente mi castigo por llegar de última sea que me darán el don de última, pero como
no tengo ningún poder que demostrar, el tiempo que me otorgan antes de deshonrarme y
expulsarme es el verdadero don. Me golpeo la cabeza intentando recordar todas las veces que
maté plantas sin querer. ¿El terrible pánico que ahora me aplasta el corazón y las costillas será
suficiente para que mi poder salga de su escondite?
Otra llamarada azul me distrae de mis pensamientos. Al levantar la vista, veo que a los
gemelos —Kal y Orrin, con la habilidad de crear luz y oscuridad, respectivamente— les han
dado el don de extender su poder mucho más allá de lo que podrían haber imaginado.
¿Cómo les irá en la competencia si uno es eliminado antes que el otro?
No es mi problema.
Mi atención errática vuelve al salón cuando el profesor Monstrat llama a Haven. Monstrat no
se molesta en consultar sus notas esta vez.
—Tu evaluación demostró que tu don primario es la manipulación sensorial.
—Correcto —contesta Haven, omitiendo la cortesía y el uso de «señor» que usaron todos los
demás herederos. Nereus, detrás de Hades, lo fulmina con la mirada en señal de advertencia.
—¿Y tienes algún otro don que demostrar y que contradiga este resultado? —pregunta
Monstrat.
Los ojos de Nereus son como dagas. Mirando a su hermano, parece desafiarlo y prometerle
represalias si es insolente.
—No —dice Haven a secas—. Señor.
—Los Knightfall han sido vasallos serviciales durante generaciones —profiere Hades—. A
pesar de que algunos han poseído dones que me han sido más útiles que otros —añade, sin
revelar si considera que el don de Haven es de los más o menos valiosos.
—Siempre seremos leales a su servicio, mi lord —responde Haven con mucho más respeto
del que le mostró a ninguno de los otros dos hombres en el estrado. Por un segundo, me pregunto
si es miedo lo que está detrás de ese pequeño tremor en su voz.
—Eso lo veremos.
Hades levanta la mano. Yo respiro profundo. Haven ya es peligroso. No puedo ni
imaginarme qué tan letal podría llegar a ser ahora.
Hades dice:
—Te otorgaré la habilidad de manipular las visiones de más de una persona al mismo tiempo.
Asegúrate de usar este don con sabiduría o será el último.
Hace un movimiento con la mano y hay un destello de fuego azul, que apenas logra que
Haven, completamente rígido, suelte un quejido. En un instante, la llama se ha ido y Haven se
vuelve hacia nosotros.
Siento un nudo en la garganta.
Hay una sonrisa cruel en su apuesto rostro.
Ahora ha llegado su oportunidad de demostrarnos su poder mejorado. Me aterra pensar en lo
que hará y en cómo reaccionaré ante ello.
Pero entonces… empieza a caer nieve del oscuro cielorraso. Extiendo la mano para tocar un
grupo de copos de nieve que, al caer sobre mi palma, se derriten hasta volverse una gota de agua.
Todos levantamos la mirada cuando la nieve se intensifica. Los otros herederos ríen y sacan
la lengua.
Yo siento alivio hasta que veo algo reptar por el suelo, junto a mi bota. Bajo la vista y me
encuentro con una enorme araña negra que está a punto de clavarme sus colmillos.
Me trepo al banco, levantando los pies del suelo.
—Suficiente —dice Nereus y la nieve desaparece.
La araña también se esfuma, segundos antes de que un grito amenace con rasgarme la
garganta.
—Theo Diorson —llama Monstrat.
¡Theo es el último antes de mí! Muy bien, piensa rápido. ¿Qué puedo hacer para salir de este
aprieto? No demostré ningún poder en la fase de evaluación, tal vez me pasen por alto. Por mí
estaría bien. No puedo soportar más vergüenza, mucho menos frente a Haven Knightfall.
—Diorson, ¿dices que este es tu único don?
Mi atención regresa al frente del salón y se enfoca en Theo.
Un pequeño grupo de piedras está sobre una mesa frente a él y solo una de ella flota muy por
lo bajo. La piedra se tambalea y cae y Theo se disculpa con un chillido.
—Traer un don tan despreciable ante mí es una deshonra a la que pocos se arriesgarían —le
espeta Hades—. No te otorgaré nada.
El dios, con otro movimiento de su mano, invoca la llama azul. Theo se desploma al suelo
entre gritos. Es un sonido agudo y bestial que retumba por la estancia cavernosa.
Algunos de los herederos se ponen de pie para ver mejor. Yo no puedo evitarlo y también me
levanto. Siento como si estuviera viendo mi propio futuro. Miro fijamente al chico que,
desamparadamente, parece estar quemándose vivo con un fuego que ya no podemos ver.
Después de lo que parece una eternidad, Hades levanta una mano y todo el ruido en el lugar
se detiene, salvo por los quejidos de Theo.
—Tal como lo sospeché —musita Hades. Una puerta al costado del salón se abre de golpe y
dos de sus guardias se llevan a un Theo inconsciente—. Algunos herederos tienen demasiado de
mortal para poder ascender.
Nereus asiente. Monstrat frunce el ceño.
Miro a Haven. Más temprano estaba acosando a Theo. ¿Le alegra observar su desgracia?
Pero Haven no ríe ni sonríe. En su rostro está plasmado algo parecido a una terrible congoja.
Antes de siquiera poder pensar en esto, la voz del profesor Monstrat retumba por todo el
salón:
—Anastasha Hearthtender.
CAPÍTULO 14

POR SEGUNDA VEZ EN ESTA CEREMONIA, todas las miradas de la habitación se enfocan
en mí. Me recuerdo que debo seguir respirando y obligo a mis piernas a dar un paso lento y luego
otro, de camino al estrado. Mientras me acerco, me doy cuenta de que las baldosas de color del
suelo forman un mosaico de almas dirigiéndose al inframundo. Hasta donde sé, estoy a punto de
unirme a su marcha mortal. Nada ha cambiado desde que comenzó la ceremonia, no tengo idea
de qué hacer o decir.
Y ahora se me agotó el tiempo.
Le doy otro vistazo a la puerta por la que sacaron el cuerpo inerte de Theo como si nunca
hubiese estado aquí.
«Muy mortal». No había suficiente divinidad en él para resistir la llama azul de Hades. Lo
quemó de adentro hacia afuera. Y si él era muy mortal, y al menos tenía la habilidad para hacer
algo, ¿qué esperanzas tengo yo, dioses?
—Anastasha Hearthtender —dice el profesor Monstrat mirando sus notas. ¿Qué podría haber
escrito allí? Fracasada. Inepta. Sin poderes—. Se encuentra usted en la posición única —dice—
de haber sido eximida de la evaluación original por razones concernientes a malestar emocional.
—Mujeres en la morada de Hades —murmura Nereus sombríamente, y no en voz baja, como
se esperaría de alguien decoroso.
Detrás de mí, algunos herederos ríen.
—Sin embargo —continúa el Profesor Monstrat—, basados en la intervención y testimonio
de uno de sus colegas herederos, sabemos que sí demostró su poder en otra oportunidad y que su
don primario es el de la… destrucción. —Monstrat suena casi tan sorprendido como los
murmullos incrédulos que se acrecientan a mis espaldas. Monstrat se vuelve hacia Hades—. Mi
lord, parece que el don de Anastasha, a pesar de ser poderoso, ha sido reprimido por mucho
tiempo. No viene a voluntad, pero fue comprobado por un testigo. Sugiero que no requerimos de
demostración adicional antes de la dádiva.
El profesor Monstrat me sonríe, como animándome, mientras del otro lado Nereus rabia.
Hades se pone de pie en medio de los dos con una expresión insondable.
Mirando por sobre mi hombro, le doy un vistazo a Haven. Él es el único con un
conocimiento íntimo de mi poder. ¿Fue el quien intercedió en mi nombre? ¿Por qué me
ayudaría?
Un murmullo pulula entre mis colegas herederos.
—Silencio. —La voz tenebrosa de Hades cubre el salón como una nube de tormenta.
Los escalofríos me recorren la espalda de arriba a abajo.
—Se ha sugerido —enuncia Nereus con clara incredulidad en cada palabra— que la
destrucción es tu don primario. ¿Niegas esto?
—Bueno… Siempre he tenido el mal hábito de… digo… realmente no sé lo que es, pero a
veces las cosas…, bueno…, mueren en mis manos. En la morada de Hestia todo gira alrededor
de la vida y la luz, así que nunca quise ir por ahí matando cosas. Tener una afinidad por matar
flores y plantas completamente sanas normalmente era un… —Me quedo callada, dándome
cuenta de que mi boca está fuera de control. Estoy perdiendo la cabeza.
—¿Eso es un no? —pregunta Nereus con desdén.
—Sí, señor —balbuceo—. Digo, no. Digo, sí, señor, no lo niego.
«Por todos los dioses, ¿puede alguien por favor golpearme?».
Hades aprieta las manos a sus espaldas y camina de un lado a otro del estrado.
—El poder de la destrucción es poco común, incluso entre mis propios hijos.
Lo miro directo a los ojos. ¿Este es el momento en que admitirá que es mi padre? No sé si
eso haría que este momento fuese mejor o peor.
—Hestia nunca mencionó que una de sus doncellas fuese destructiva —musita Hades.
No estoy segura de si es un comentario o una pregunta, pero ya mi cerebro se ha rendido y
está inconsciente, por lo que mi boca sigue divagando.
—No creo que ella supiera, mi lord. —Mi voz es apenas más que un susurro—. Lo oculté
bien.
La temperatura del salón desciende y Hades concentra toda la fuerza de su mirada en mí.
—No seas insolente, Hearthtender. Una simple hija no tiene la astucia ni el poder para
engañar a una diosa mayor en su propia morada. Si escogió no contarme, debe tener buenas
razones y quiero saber cuáles son.
—No es mi intención hablar por mi diosa madre, mi lord —respondo honestamente, sin estar
segura de qué otra cosa se puede decir.
—Es lo más sabio que has podido hacer.
Continúa yendo de un lado a otro. Está en silencio por un momento, no sé qué estará
meditando. Cada paso que da se siente como otro clavo en mi ataúd. Perlas de sudor me cubren
la frente. Terminaré como Theo. O peor.
¿Theo ya está fuera de la competencia de manera oficial? ¿O le darán la oportunidad de
luchar un día más pero ahora con una mancha negra en su reputación?
¿Por qué inframundo las Moiras me pusieron aquí? ¿Se burlan de mí?
Hades regresa a su lugar entre Nereus y Monstrat.
—Parece que rompes todos los esquemas, Hearthtender.
Gracias a los dioses, hasta mi boca descontrolada sabe reconocer que este es un enunciado,
no una pregunta, por lo que inclino la cabeza y aguardo sus próximas palabras.
—Te otorgaré la habilidad de destruir sin tocar, de usar la mente para devastar a tu enemigo.
Este no es un don que doy a la ligera. Úsalo sabiamente y ponlo a mi servicio por el resto de tus
días.
Levanta la mano y surgen llamas azules de sus dedos.
Mueve la muñeca para otorgarme mi don y…
Fuego.
Un dolor ígneo y calcinante me atraviesa, me destroza como ninguna otra cosa que haya
sufrido en mi vida. Está dentro y fuera de mi cuerpo, estoy hundida y flotando a su alrededor.
Dolor.
Estoy adolorida. Cada fibra de mi cuerpo es solo dolor. Soy etérea, una ingravidez me aparta
del suelo, el dolor me lleva en todas direcciones al mismo tiempo.
Brillante.
Estoy rodeada por una luz, un resplandor vehemente y penetrante. Y más allá, un débil
clamor de pánico antes de que todo se torne, dichosa y pacíficamente, en oscuridad.
CAPÍTULO 15

«MADRE HESTIA, SÁLVAME».


Cuando recupero la consciencia, esas tres palabras se repiten una y otra vez en mi cabeza.
Siento como si mi cuerpo estuviese hecho de mármol. Me siento pesada y no puedo moverme.
Intento abrir los ojos, pero también los siento pétreos, como si mis párpados estuviesen
esculpidos, como si fuese una estatua.
Después de un momento, noto que esta figura de piedra no está sola. Las voces a mi
alrededor comienzan a esclarecerse. Hades y el profesor Monstrat susurran cerca de mí.
—Convoca a Hestia —dice Hades—. Ella debe estar detrás de esto.
—Quizás sea algo más sencillo —replica Monstrat—. Como Theo, puede que Ana sea muy
mortal para su don, mi lord.
—No seas tonto. Esto es otra cosa. Ella es otra cosa.
—Mi lord… le advierto que…
—¡Trae a Hestia! —brama Hades, y sus pasos se alejan.
—¿Qué hay de la chica?
—Llévala a su habitación. Cuando se despierte, si se despierta, sigue adelante como si nada
hubiese pasado. —La voz de Hades se diluye y se desvanece en la oscuridad mientras se aleja—:
Pero no la pierdas de vista, Monstrat.
—Sí, mi lord. —Monstrat se queda en silencio por un minuto hasta que Hades se ha ido, y
luego dice—: Llama a Max. Que la lleva a su habitación y…
—No. Yo la llevaré.
¿Haven?
Debo estar más inconsciente de lo que creo, porque casi pareció que Haven se hubiese
ofrecido a llevarme. Mis pensamientos se arremolinan alrededor de esta idea cuando, de repente,
unos brazos fuertes me levantan y me acunan contra un pecho robusto. Mis ojos se niegan a
abrirse y ver.
Quiero ver.
Quiero verle el rostro.
¿A qué juega Haven?
¿Por qué mi cuerpo no funciona?
Al cruzar una puerta, Haven me abraza con más fuerza. Soy una pluma en sus brazos, como
si cargarme no le costara nada.
Mi cuerpo es posado sobre una cama. Siento que una manta me cubre los hombros y que me
envuelven con ella. Con cuidado. Con suavidad.
Desde una lejanía que parece casi imposible, escucho el grito de pánico de Max:
—¿Qué le pasó?
«Sí, ¿qué le pasó? ¿A mí? ¿Qué me pasó a mí?».
La penumbra vuelve a cerrarse a mi alrededor. La recibo con los brazos abiertos, deseando
que me empape, que me aparte de todo este dolor y confusión. Me pregunto si todo esto ha sido
una pesadilla. ¿Con qué me encontraré al despertar?
Es en este momento cuando me convenzo de que estoy soñando. Estoy segura de que
escucho a Haven hablar con voz firme y preocupada, en respuesta a la pregunta aterrada de Max:
—Quédate con ella.
CAPÍTULO 16

UNAS MANOS FUERTES SE ENTIERRAN EN MIS HOMBROS Y ME ZARANDEAN EL


CUERPO.
De forma brusca me arrojan fuera del oscuro y cómodo mundo de sueños en el que estaba y
me traen de vuelta a la realidad.
Pestañeo. Siento un martilleo en la cabeza. Cada hueso y articulación de mi cuerpo está
adolorido, como si hubiese hecho una peregrinación o pescado un resfriado.
—¿Qué pasa? —digo y protejo mis ojos del farol del otro lado de la habitación.
—¡Tienes que levantarte! —grita Max—. La primera prueba comienza en veinte minutos. Se
supone que no empezaría sino hasta después de la cena, pero Nereus la adelantó.
—¡¿Qué?! —Me enderezo de golpe en la cama y siento como un inframundo en la cabeza.
Cierro los ojos con fuerza para que la habitación deje de dar vueltas—. Oh, dioses. ¿Por qué me
siento tan mal?
—No lo sé. Algo pasó anoche después de la dádiva. ¿Lo recuerdas? —Max no espera a que
yo responda—. ¿Estás bien?
Me froto el rostro con las manos y los recuerdos empiezan a regresar. Hades intentó
otorgarme más poder y, en lugar de estar mejor por eso, me encuentro postrada en la cama.
Entonces, ¿funcionó? ¿O realmente soy demasiado mortal para poseer este nuevo poder, igual
que Theo?
El crujir de mis huesos parece indicar lo último.
¿Cómo inframundos podré pasar la primera prueba si apenas puedo caminar?
Nereus sabía exactamente lo que estaba haciendo cuando la adelantó.
Quiere que pierda.
Darme cuenta de esto me hace aguantar y tragarme el dolor. Hago la manta a un lado y poso
mi pie desnudo sobre la densa alfombra. Puedo hacerlo. Tengo que hacerlo. No puedo ir al reino
mortal. No soportaría vivir ahí. Por honor a mí misma, debo hacer todo lo que pueda para
mantenerme en el juego, aunque parezca imposible.
—Estoy bien —digo, poniéndome de pie con piernas temblorosas. Max se acerca justo a
tiempo para atraparme. Frunce su oscuro ceño—. Estoy bien, en serio. Puedo hacerlo. Tengo que
hacerlo, Max.
—De acuerdo —asiente, pero su expresión de preocupación permanece—. Tienes que
vestirte rápido. Los herederos deben estar en el patio trasero a las tres y media.
A pesar de que es difícil saber qué hora del día es en la morada de Hades, mi cuerpo debe
estar acostumbrándose a la salida y puesta del sol sin importar si puedo verlo o no. Siento que es
de madrugada, así que tres y media significa tres de la mañana.
Nuestra prueba será en la oscuridad.
Genial.
Max me alarga una camiseta negra y yo no me molesto en ser modesta. Me arranco la túnica
que estaba usando y la arrojo a un lado. Cuando ya me he puesto la camiseta, Max me pasa un
chaleco que se adapta a mi cuerpo. Después, me pongo las mallas y botas negras. Cuando he
terminado, no soy más que una sombra.
—Cabello —dice Max y mientras revuelve mi ropero, yo cepillo mis largos rulos, separando
los nudos—. Trénzatelo —dice, y regresa con dos bandas elásticas negras—. Es difícil saber cuál
será la prueba y es mejor que estés preparada. No querrás perder contra Haven Knightfall porque
tenías cabello en los ojos.
—Buen punto.
En cuanto mi cabello está bien trenzado, me separo del espejo. Casi no puedo reconocerme.
Parezco una de las guerreras de Ares, lista para el combate.
No me molesta esta nueva yo.
En lo absoluto.
Si tan solo no me hubiese desmayado durante la dádiva.
Un cuerno suena en la lejanía. Miro a Max. Nunca había escuchado ese sonido.
Abre los ojos como platos y me empuja hacia la puerta.
—¡Ve! ¡Es la señal de inicio!
Le doy a Max un beso rápido en la mejilla y le digo:
—Gracias. Eres una bendición.
Y salgo volando de la habitación.

CUANDO IRRUMPO EN EL PATIO TRASERO, me encuentro con los otros herederos de


pie, en fila frente a Monstrat. Sujetándose las manos tras la espalda, el profesor está en la puerta
que conecta el jardín con el Bosque Oscuro. Se llama así porque está situado en una extensión de
tierra entre la morada de Hades y el monte Olimpo que nunca ve la luz del día. Detrás de
Monstrat, los árboles se estremecen por la brisa y sus hojas sisean agitadas.
Como una serpiente lista para atacar.
Cuando me acerco a la fila, me doy cuenta de que me he puesto a la izquierda de Haven. Su
mirada cae sobre mí. Mi estómago da un vuelco y, cuando nuestros ojos se encuentran, un ardor
me recorre el cuerpo por razones que me son desconocidas.
Su expresión, por un fugaz segundo, parece preocupada y separa los labios como para
hacerme una pregunta. Y luego, como si recordase nuestro altercado, se mofa y dice:
—Las chicas van al final de la fila, Hearthtender.
Pearce, que está junto a él, se ríe disimuladamente, manteniendo la mirada hacia adelante.
—Cierra la boca, Knightfall —digo.
—Silencio —grita Monstrat y yo presto atención—. Me alegra que pudieses acompañarnos,
Ana.
Asiento una vez con la cabeza. Pero, de nuevo, justo a tiempo. Es la segunda vez que llego
tarde a algo aquí en la morada de Hades. El tiempo no parece estar de mi lado. Casi me perdí la
prueba y, de haberlo hecho, habría cedido mi lugar por abandono automáticamente y tendría que
pasar el resto de mis días en el reino mortal, sin esperanzas y sin sangre inmortal corriendo por
mis venas.
Mi estómago da otro vuelco de tan solo pensarlo.
—Bienvenidos a su primera prueba —anuncia Monstrat. La luna brilla tras él, resaltando la
pronunciada robustez de su bíceps—. El desafío de la primera prueba consiste en un típico juego
de guerra. Solo que no hay equipos. Es cada hombre —dice y me observa a mí— o mujer por sí
solo. —Se suelta las manos y las levanta hacia el firmamento. Diez brazaletes plateados
resplandecen bajo la luz de luna—. Cada uno de ustedes tendrá uno de estos. Todo lo que tienen
que hacer para ganar es llegar a la zona segura, del otro lado del Bosque Oscuro, junto al roble
gigante, con al menos un brazalete en su poder. No importa si no es el brazalete con el que
comenzaron. Lo único que importa es que tengan uno. Y si uno de ustedes llega a la zona segura
con los diez brazaletes en su poder… —comienza a decir y observa la fila de un lado a otro—,
pues entonces supongo que se habrá saltado las tres pruebas y será coronado ganador.
Un murmullo recorre nuestra fila.
Haven se inclina y me susurra al oído:
—Deberías renunciar ahora.
Su respiración roza el delicado triángulo entre mi oreja y mi clavícula y se me eriza toda la
piel del cuerpo.
—No te dejaré ganar —le replico sin sentirme muy segura de esa declaración.
—¿Dejarme? —Un mechón oscuro le cae sobre la frente. Me sonríe—. Nadie me deja hacer
nada, Hearthtender. Yo tomo lo que quiero. No pido permiso.
Siento un temblor que me sacude las entrañas. Me obligo a mantener firmes las rodillas e
intento quedarme inmóvil, como una estatua, como cuando él me llevó a la cama hace solo unas
horas. Quiero preguntarle por qué lo hizo. Quiero preguntarle qué pensó de mí cuando me
sostuvo en brazos. Probablemente que era débil, justo como él creía.
En lugar de eso, le sonrío burlonamente y digo:
—Bueno, yo te doy permiso para perder, Knightfall.
Monstrat reparte los brazaletes.
—Tienen tres horas para alcanzar la zona segura. Cómo lleguen a ella y cómo obtengan los
brazaletes no nos importa. La única regla es ganar.
Me da el último brazalete. Es una gruesa banda de plata de ley en la que entra mi mano
fácilmente. Los muchachos tienen que retorcerse, tirar y doblar los dedos para lograr que la
banda se ajuste a sus muñecas.
La mía podría caerse por accidente. Es demasiado grande para mí. Probablemente porque
todas fueron hechas para hombres, no para una chica de la morada de Hestia que ha pasado toda
su vida comiendo bayas dulces y durmiéndose bajo el sol vespertino.
Monstrat se acerca a la verja y levanta el pestillo, abriéndola y haciendo que sus goznes
rechinen. Junto a ella, en un pedestal, hay una caja forjada en hierro. El profesor enciende un
fósforo y lleva la llama a una mecha que sobresale del fondo de la caja.
—Cuando este cañón se dispare, su primera prueba habrá comenzado.
La mecha arde y chispea. La llama la va consumiendo. Por una fracción de segundo, el fuego
desaparece en el interior de la caja y siento el corazón en la garganta. Una sensación de
anticipación se acumula en mis piernas y entrañas.
Me preparo para correr, lista para despegar como uno de los cohetes de papel que los
huérfanos siempre me rogaban que hiciera.
Puedo hacerlo.
Puedo ganar. ¿No?
Solo tengo que llegar al roble. Será fácil. Debo permanecer oculta hasta que vea el árbol. Los
muchachos estarán tan concentrados en atacarse entre ellos que no me verán escabullirme.
Algo chisporrotea y cruje dentro de la caja y entonces…
BOOM.
El cañón se dispara y una bola de fuego es despedida por los aires.
Los muchachos prácticamente salen volando.
Comienzo a correr, pero el gran brazo carnoso de Pearce se extiende frente a mí y me arroja
al suelo. Cierro la mandíbula fuertemente cuando golpeo la tierra y me quedo sin aire.
Pearce se ríe con las manos en el vientre.
Haven está junto a él, observándome. Su rostro es una máscara inexpresiva.
—Deberíamos irnos —le dice Haven a Pearce y le da una palmada al grandullón en la
espalda—. Vamos.
Pearce se gira y cruza la verja.
Haven me da un último vistazo.
—Buena suerte, Hearthtender —profiere y luego desaparece.
CAPÍTULO 17

CUANDO POR FIN LOGRO PONERME DE PIE Y ADENTRARME EN EL BOSQUE


OSCURO, es como si un gigante se hubiese tragado la luna.
Casi no hay luz aquí, solo una oscuridad opresiva y el susurro del bosque.
Me debato entre seguir el sendero sinuoso o dejarlo en favor de una ruta menos transitada.
Sin embargo, el sendero está bien demarcado y libre de ramas y hojas secas. No soy buena para
la estrategia, no estoy segura de cuál es la mejor opción.
Comienzo a desear haber exigido más estudios en la morada de Hestia. Debería haber hecho
algo más que solo recolectar esas condenadas flores. Debería haber intentado adquirir al menos
una habilidad útil como arquería o esgrima, o incluso geografía.
Con el bosque silencioso a mi alrededor, abandono el sendero y, lenta y sigilosamente, me
aproximo a un arce con un tronco lo suficientemente grande como para cubrirme.
Con el hombro pegado contra la corteza, aguardo y escucho. ¿Ya todos los muchachos se han
adelantado? Todavía no me había aventurado a entrar al Bosque Oscuro, así que no sé qué tanto
terreno abarca ni qué tan lejos está el roble grande.
Quizás ya todos ganaron y yo solo estoy prolongando lo inevitable.
Y entonces veo movimiento más adelante. Una sombra esbelta y delgada que se parece
mucho a Ely revoloteando entre los árboles.
Una segunda figura, más corpulenta, surca el bosque y se aproxima rápidamente a la primera.
Ese es Pearce, definitivamente.
Sin pensarlo, me separo del árbol y grito.
—¡Cuidado!
La primera figura se agacha justo cuando la otra se le abalanza para derribarla. Pearce golpea
el suelo con un ruido sordo y el primer chico vuelve a levantarse y corre… directo hacia mí.
¿Y si no es Ely?
Creo que este no es el momento para averiguarlo.
Me largo. Ahora no puedo darme el lujo de quedarme en el sendero y las ramas de los
árboles me golpean el rostro y me tiran del cabello. La figura se acerca hasta estar a diez metros
de mí y luego se distancia.
Sigo yendo al norte, corriendo entre los álamos y los arces, intentando mantener tanta
distancia como pueda entre nosotros. ¿Encontró un mejor objetivo? ¿O lo dejé atrás?
Después de kilómetro y medio, tengo la garganta tan seca que siento que podría incendiarse
si sigo corriendo. Me detengo en un claro y me inclino, con las manos en las rodillas.
Doy grandes bocanadas de aire, intentando reponerme, cuando alguien colisiona conmigo y
me arroja al suelo. Veo estrellas bailar en mis ojos. Una nueva ola de dolor se dispara a través de
mi cuerpo.
Un codo me oprime la garganta, restringiendo mi ya limitado suministro de aire.
Esforzándome y con un jadeo, un último aliento entra en mis pulmones.
Con su otra mano, el agresor me recorre a tientas la muñeca. Introduce sus dedos bajo la
banda de mi brazalete y me lo arrebata.
Cuando se pone de pie, triunfante, la luz de la luna besa su rostro.
—¿Ely? —resuello—. Sí eras tú. ¡Creí que éramos amigos!
Me atraviesa un calcinante rayo de traición. Y también de vergüenza, porque confiaba en él.
Realmente soy una maldita idiota, tal como dijo Hades.
—Lo siento, Ana. No hay amigos en las Pruebas de Herederos.
Siento la garganta peor que hace unos minutos. Creo que Ely me hirió la tráquea.
Él levanta mi brazalete, que resplandece bajo la luz de la luna.
—Hiciste un buen esfuerzo —dice—. Y, honestamente, no te mereces este destino, pero
Monstrat y yo estamos de acuerdo en que…
Abre los ojos de par en par y se queda boquiabierto. Pestañea varias veces a rápida velocidad,
como si intentase aclarar la vista.
—¿Mamá? —dice con una voz que suena como si fuese a quebrarse—. Mamá… ¿Eres tú?
Una sombra emerge del contorno de los árboles. Su modo de andar es ligero y
despreocupado, como si acabase de tomarse el té de media noche, saciado, pero algo aburrido.
Cuando se adentra al haz de luz, tomo otra bocanada de aire, sorprendida, y me arde la
garganta por el esfuerzo.
Haven. Y sostiene en la mano una gran vara.
Ely cae de rodillas y densas lágrimas caen por sus mejillas.
—Por favor, mamá.
Intento escabullirme a gatas cuando Haven inclina la vara sobre su hombro como un bate de
béisbol.
Sé lo que quiere hacer antes de que lo haga y todo mi cuerpo se tensa, preparándose para el
impacto.
—¡Mamá! —grita Ely, ajeno a todo, atrapado en la pesadilla que Haven ha creado para él.
Haven camina directo hacia Ely y lo azota de un costado de la cabeza. Un horrendo crujido
resuena por el claro.
Ely cae de lado como un soldadito de plomo, la sangre le baja por un lado del rostro.
Mierda. Mierda. Mierda.
Haven se acuclilla y recoge mi brazalete y el de Ely del suelo.
—Bueno, adelante —digo—. Di que me lo dijiste.
«Y por favor, no me golpees con esa vara».
Eso es justo lo que necesito, un trauma cerebral grave cuando me destierren al reino mortal.
No estoy temblando de miedo, pero siento que me consumo en mis fracasos. ¿Por qué creí
que podría competir contra los herederos de la morada de Hades?
Haven observa fijamente, la vara descansa sobre su hombro.
Sin emitir palabra, me arroja el brazalete.
Cae sobre la tierra, levantando una nube de polvo.
Luego se aleja.
Miro de su espalda al brazalete y de nuevo a su espalda. Recojo lo que Ely me quitó y luego
corro detrás de Haven.
—¿Qué estás haciendo?
—Deberías huir, Hearthtender —dice.
—¿Por qué hiciste eso?
Estamos en una competencia, ¿no? ¿Por qué me deja escapar?
Arroja la vara a un lado.
—No te daré una segunda oportunidad —me advierte.
Vuelvo a ponerme el brazalete.
—¿Por qué me diste una primera?
Se vuelve hacia mí y hay furia plasmada en su expresión. Al principio, creo que va a
espetarme una miríada de insultos, pero entonces mira detrás de mí, hacia el sendero, y me
derriba al suelo.
Por segunda (¿tercera?, ¿cuarta?) vez, estoy de espaldas en la tierra.
Pero esta vez, por primera vez, Haven está estrechado contra mí. Me abre las piernas y sitúa
una de sus rodillas entre las mías.
—¿Qué estás…? —comienzo a decir cuando me cubre la boca con su mano.
Mi aliento se escapa por entre sus dedos y él me agarra con más fuerza.
Si se atreve a ponerme una mano encima, voy a…
—Shhh —me dice al oído.
Me quedo quieta bajo él. Se está sosteniendo para que la mayor parte de su peso no esté
sobre mí. Tenerlo encima no es algo sofocante. De hecho, es protector, como un escudo.
Siento un revoloteo en las entrañas.
¿Él lo nota?
¿Puede sentir que mi cuerpo no está de acuerdo con mi mente?
Quiero —necesito— alejarme de él. Alejarme muchísimo.
Pero justo entonces, dos figuras pasan junto a nosotros en el sendero. Solo tres metros nos
separan de ellos, pero el sitio que Haven encontró para ocultarnos es bueno, escondido tras el
follaje de arbustos de moras. Puedo oler la dulzura de los frutos en el aire.
—¿Adónde iría? —pregunta Pearce.
Theo se detiene y da una vuelta.
—No lo sé. ¿Deberíamos esperarlo?
Pearce suelta un bufido.
—Él no nos esperaría.
—¿Crees que fue tras la chica?
—¿Por qué haría eso? Dijo que su plan es mantenerla en las pruebas. Será más fácil
deshacerse de ella al final.
La ira hace que me hierva la sangre. Miro a Haven con una mirada salvaje.
Comienzo a retorcerme debajo de él, dispuesta a darle patadas y puñetazos, pero, de repente,
el sombrío bosque desaparece. Ahora estoy tendida en una playa, con gaviotas graznando por los
cielos y una arena cálida colándose entre los dedos de mis pies.
Parece que hubiesen pasado años desde la última que vi el sol.
La calidez se siente como una canción de cuna. Me relajo de inmediato con el reiterado
vaivén de las olas y el sol besándome la piel.
No sé por cuánto tiempo estoy atrapada en esa ilusión, pero no parece lo suficiente. Y cuando
Haven la detiene, arrojándome de nuevo a la fría oscuridad del bosque, casi me dan ganas de
llorar.
—De nada —dice cuando por fin retira la mano de mi boca.
Por un segundo creo que habla de la ilusión de la playa, pero luego me doy cuenta de que se
refiere a que me protegió de Pearce.
Lo miro con los ojos entrecerrados. Aún está sobre mí, respirando el mismo aire que yo,
colmando mis sentidos de su aroma de arrayán y humo de leña.
Huele a tentación y arrepentimiento.
—No te pedí que me ayudaras —le espeto—. Y, además, parece que solo me mantienes en la
competencia como un seguro, en caso de que no puedas vencer a los demás.
Se ríe.
—No te necesito para eso.
—¿Entonces por qué le dijiste a Pearce que sí?
Su mano acaricia suavemente mi garganta. Ya siento aflorar las lesiones que me ha dejado el
ataque de Ely. Haven me examina con el ceño fruncido. Ignora por completo mi pregunta y dice:
—Hay una razón por la que no se escogen chicas para la morada de Hades.
—¿Qué razón?
—Los herederos de Hades son salvajes. Y tú…, pues, no lo eres.
—¿Y yo qué soy entonces?
—Dulce y débil.
Vuelvo a retorcerme debajo de él.
—No soy débil.
En un abrir y cerrar de ojos, me toma de ambas muñecas y me levanta las manos por sobre la
cabeza, inmovilizándome en el acto.
Acerca su rostro una vez más y me dice al oído:
—Entonces demuéstrame qué tan ruda eres, Hearthtender.
Cuando vuelve a alejarse para verme a los ojos, con el cabello cayendo hacia adelante, hay
un fulgor en sus ojos. Un claro desafío que no sé si él quiere que gane o pierda. Yo tampoco
estoy segura de lo que quiero.
Pruebo a soltarme de sus garras, pero él no se mueve.
Apretando los dientes, me impulso hacia adelante con las caderas, pero ahora, con todo su
peso sobre mí, está muy firme para apartarlo.
Haven se ríe.
Yo gruño.
—Bueno, adelante —dice—. Muéstrame de qué estás hecha.
Él sabe de qué estoy hecha. Lo sabe mejor que nadie en la morada de Hades y, aun así, sigue
comportándose como si no representara ninguna amenaza. Sigue pensando que ya ganó las
pruebas.
Si tan solo pudiese usar mi poder cuando lo necesito, le daría una lección.
—Eso creí —dice. La sonrisa se ha borrado de su rostro y ha sido reemplazado con algo más
frío—. Nunca deberías haber venido, huérfana. Deberías haberte quedado en tu mundito de
fantasía recolectando margaritas por el resto de tu vida.
—¡No tenía opción! —exclamo. Tengo el pecho henchido de frustración. Yo no quería esto.
No quería estar aquí. Si alguien tiene la culpa, es quienquiera que sea mi verdadero padre…
«Hades». Porque me abandonó y dejó que descubriera mi poder por mi cuenta, sea lo que sea
este poder—. ¡Nada de esto es mi culpa!
Una incandescencia se acumula en mi vientre.
Siento que el cuerpo de Haven se va poniendo rígido encima de mí. Sus dedos se aflojan y su
agarre pierde fuerza. Libero mis muñecas y, cuando lo aparto, se cae pesadamente sobre su
espalda, como una estatua. Una oscuridad empieza a arrastrarse por sus venas.
Me muevo a gatas y luego me pongo de pie.
Una intensidad eléctrica fluye por toda mi piel como seda. Es como si el aire vibrara.
Haven abre los ojos de par en par, pero aún no logra moverse.
Siento que mi cabello flota como si estuviese bajo el agua.
Todo lo que quería era saber quién soy.
Tener un lugar en el mundo.
Nunca encajé en la morada de Hestia y tampoco encajo aquí.
Pero si hay algo que aprendí siendo una huérfana en la morada de la diosa virginal es que, si
quieres sobrevivir en este mundo, solo puedes depender de ti misma.
El aire crepita a mi alrededor.
Toda la ira y frustración que he sentido durante toda mi vida parece hervir en mis venas.
Aprieto los puños.
El calor me envuelve como una nube de tormenta.
Los árboles susurran por el viento que se va intensificando.
Me yergo ante Haven y grito:
—¡No seré el peón de nadie!
Los árboles se comban hacia atrás y, con un gran éxodo, las hojas se desprenden de sus
ramas y caen como lluvia a nuestro alrededor, un conjunto tan denso que eclipsa la luz de luna.
Tomo una gran bocanada de aire.
Las manos me tiemblan a mis costados, pero me siento más grande, más fuerte, de lo que
jamás me he sentido. Como si hubiese crecido tres metros y me hubiese transformado en
Hércules.
Las hojas cubren todo el lecho visible del Bosque Oscuro. Y, como si el tiempo pasara más
rápido, se retuercen y se secan, marchitas, marrones, muertas.
Todo el dolor y sufrimiento en mis huesos se desvanece.
Tengo la mente más clara.
Mis pasos son ligeros.
—Planeabas mantenerme en la competencia para ganar más fácilmente —digo y me inclino
junto a Haven—. ¿Qué tal si mejor hago que pierdas más fácilmente?
Le arrancó el brazalete de la muñeca a Haven y también tomo el de Ely, para mayor
seguridad.
No sé qué clase de magia acaba de brotar de mí, pero no voy a cuestionarla. Tal vez el don de
Hades sí funcionó, después de todo.
Sea lo que sea, fingiré que eso es exactamente lo que planeaba hacer.
Porque ahora el miedo arde en la mirada de Haven y me gusta lo que eso me hace sentir.
Indetenible.
—¿Qué fue lo que me dijiste en la ceremonia de selección? Ah, sí —digo, porque él todavía
no puede moverse y se le hace imposible contestarme—. Mañana a esta hora, Haven Knightfall,
nadie recordará tu nombre.
Y entonces me voy, cruzando el bosque a toda velocidad, más decidida que nunca a ganar
estas malditas pruebas y demostrarle a Haven —y a mi verdadero padre— qué tan fuerte puedo
ser.
CAPÍTULO 18

NO ME ENCUENTRO CON NINGÚN OTRO HEREDERO DE CAMINO HACIA EL


ROBLE, del otro lado del Bosque Oscuro. Recorro al menos un kilómetro y medio antes de que
los árboles empiecen a mostrar menos signos de devastación por mi explosión de poder.
Cuando llego al roble, soy la quinta en entrar a la zona segura. Está delimitada por una
antorcha de hierro en cada esquina. Las llamas proyectan un gran círculo de danzante luz dorada.
Cuando atravieso el perímetro con tres brazaletes en mi muñeca, Pearce se cruza de brazos y
me ve con el ceño fruncido.
—¿Llegaste? ¿Antes que Haven?
Siendo honesta, escucharlo reconocer esa hazaña frente a los otros herederos —indicar que
fui mejor que Haven— me llena el pecho de orgullo.
Levanto el brazo. Los brazaletes se deslizan hasta mi codo, tintineando.
—Y Haven tiene aún menos oportunidad de avanzar a la siguiente prueba sin esto —me
jacto.
Uno de los gemelos —Kal, creo—, abre la boca en señal de sorpresa. Tiene hojas en su
cabello oscuro, como si hubiese tenido que forcejear con alguien en el follaje caído. No veo a su
hermano gemelo en la zona segura.
—¿Uno de esos es el brazalete de Haven? —pregunta.
—Qué cosas dices —dice Pearce. Extiende la mano e intenta arrebatarme la banda plateada,
pero yo aparto la muñeca antes de que pueda hacerlo—. ¡Mentirosa!
El sonido de unos pasos se arrastra en el bosque a nuestras espaldas.
Todos nos volvemos al sendero.
La luz de las antorchas hace que la penumbra del bosque luzca aún más densa y es difícil
saber quién se acerca hasta que está solo a unos metros.
—Ahí estás —dice Pearce—. ¿Por qué coño te tardaste tanto?
Es Haven. Theo está con él, con los labios apretados en una expresión grave.
Cuando Haven se detiene en el perímetro, Theo se detiene con él.
Lo primero que noto es que aún Haven no tiene nada en la muñeca.
Ha perdido.
Va a perder.
Me llevo las manos a las caderas y enderezo la espalda. Siento que tal vez ahora sería posible
ganar estas malditas pruebas.
¡¿Quién es el peón ahora?!
Haciendo un giro lento y deliberado, Haven me observa desde la periferia, dudando antes de
hacer su próximo movimiento. Su rostro muestra una expresión presumida que no debería estar
allí. No en alguien que evidentemente está perdiendo.
He superado a Haven.
Él lo sabe.
Yo lo sé.
Sé que no tiene brazalete.
Pero… me sonríe.
¿Por qué está feliz?
La vacilación de las llamas danza por las pronunciadas facciones de su rostro, de algún modo
haciéndolo ver más hermoso. Me recuerda a las estatuas de los dioses que, altas como un templo,
circundan la plaza en el centro de Ciudad Olimpo. Cada ángulo es perfecto y preciso. Su
presencia es imponente como la vida misma.
Antes de venir aquí, creía que Haven era el tipo de heredero que había sido criado en la
decadencia. Creía que era superficial y que su poder, cualquiera que fuese, era igual de vano.
Creía que los otros herederos cedían ante él como un padre podría ceder al llanto de su bebé.
Pero ahora…
Sin quitarme los ojos de encima, Haven levanta una mano.
Theo cierra los ojos y respira profundo. Y entonces se quita el brazalete de la muñeca y lo
coloca en la palma de Haven.
Ahora me doy cuenta de lo equivocada que estaba.
Haven no es fácilmente reemplazable, como podría serlo cualquier imbécil engreído.
El poder de Haven es más penetrante, más formidable.
Él es el poder. Una fuerza ineluctable, como el viento o la tormenta.
Theo cediendo su brazalete —su vida entera y todo lo que ha conocido— es prueba de ello.
Camino hacia adelante, repentinamente ciega de rabia y algo aturdida por la envidia.
—¡Eso no es justo! —grito.
Leo complacencia en la mirada de Haven y me doy cuenta de que mi reacción le ha dado
exactamente lo que quiere.
Se pone el brazalete en la muñeca y atraviesa la línea de antorchas.
Da dos pasos hacia mí, me toma del cuello y me hace retroceder contra el roble.
La corteza del árbol me punza a través del chaleco. El dolor me quema la garganta cuando
Haven presiona sus dedos contra la herida que Ely me ha hecho.
—¿No tienes idea de quién soy, Hearthtender? —Su boca está cerca, tan condenadamente
cerca que puedo oírlo apretar los dientes—. Soy el maldito Haven Knightfall. Ganaré estas
pruebas y asumiré mi legítimo puesto en la élite de Hades. Y si tú o cualquier otro se interpone
en mi camino, me aseguraré de que su destino sea peor que una vida mortal. No solo borraré tu
recuerdo de las mentes divinas —me amenaza, apretando con más fuerza y haciendo brotar el
dolor de la herida—, borraré tu existencia de la faz de la tierra.
Cuando me suelta, me inclino y me froto la garganta enardecida.
Todos están en silencio.
Soy un espectáculo que no se quieren perder.
Cada vez que creo que me le estoy adelantando, Haven me recuerda quién soy y de dónde
vengo.
No puedo vencer su brutalidad ni su crueldad. No puedo resistirme a todas sus fuerzas. No
puedo volverme un depredador como él. Él nació así. Yo acabo de llegar.
Pero tal vez…, tal vez he estado completamente equivocada y Haven tenía razón. Tal vez
necesito ser débil para ser fuerte.
He estado intentando vencer a Haven en su juego. Competir contra él en su terreno. Y no
entiendo por completo las reglas. Necesito hacer jugadas más sutiles. Necesito empezar a jugar
mi propio juego.
Me enderezo y me toco el cuello delicadamente, como si pudiera frotarme la herida hasta que
desapareciera. Tengo lágrimas en los ojos, sobre todo por el dolor, pero en lugar de ocultarlas,
las dejo correr por mis mejillas.
—Tienes razón —digo. Cierro los ojos, obligándome a derramar más lágrimas—. Solo
estoy… asustada.
Cuando abro los ojos de nuevo, Haven me está mirando fijamente con una expresión
insondable. Tras él, los muchachos siguen observándonos. El fuego de las antorchas se agita
cuando empieza a soplar el viento. La hojarasca se desliza en el lecho del claro.
Por un brevísimo instante, Haven frunce el ceño, pues lo ha tomado por sorpresa mi
confesión y mi sumisión.
Por un brevísimo instante, estoy segura de que lo que veo en su rostro ya no es ira y
venganza; es simpatía.
Ahí está. Esa es mi entrada.
La forma de derrotar a Haven Knightfall es hacerle creer que soy exactamente lo que él cree
que soy: una chica débil y estúpida.
CAPÍTULO 19

AL VOLVER A MI HABITACIÓN, encuentro sobre la cama un paquete atado con guita. Junto a
él hay una carta.
La abro con ansias, reconociendo de inmediato la caligrafía en bucle en el exterior del sobre
que dice «Mi querida Ana».

SI ESTÁS LEYENDO ESTO, has ganado tu primera prueba. Estoy tan orgullosa de ti. Por
favor acepta este presente como símbolo de nuestra más sincera felicitación. Sura ha estado
trabajando en esto día y noche.
Debo admitirlo, estaba preocupada cuando el arca escogió tu nombre. Solo las Moiras
conocen el camino por el que viajas, pero sospecho que tu futuro será digno de una balada épica
y espero con ansias el día en que pueda escuchar esa canción.
Tu diosa madre,
Hestia

CUANDO LLEGO AL FINAL DE LA CARTA, las lágrimas emborronan la tinta.


Hestia siempre fue una diosa madre gentil, pero no es común que los dioses se involucren
demasiado con sus herederos, ni con sus huérfanos en el caso de Hestia. La veía en ceremonias y
festivales. En contadas ocasiones invitaba a alguno de los huérfanos a un viaje a las tierras
periféricas para bendecir los hogares de los campesinos. De vez en cuando iba a la morada para
una cena especial y, después, conversaba con los huérfanos mayores junto a la chimenea.
Pero nunca, en todos mis años en su morada, me había dicho que estaba orgullosa de mí.
Nunca me había dicho que ve grandes cosas en mi futuro.
Significa mucho, más de lo que ella podría comprender.
Hago a un lado la carta y desato el paquete. Hay un vestido doblado en su interior. Lo tomo
por los hombros y lo levanto. Está hecho de seda fina y es del color de la noche más oscura. Se
desliza suavemente entre mis dedos. Será el vestido perfecto para esta noche.
Debo reportarme al Salón de Hades justo antes del anochecer para la ceremonia de despedida
y luego, inmediatamente después, asistiré a una celebración para los herederos de todas las
moradas divinas.
¡Por fin podré ver a Clea! A pesar de que ella no fue elegida, supongo que Hestia le dará una
invitación.
Durante el resto del día descanso en mi cama. Mi cuerpo aún no se adapta al nuevo horario y
noto que quiero estar despierta durante el día a pesar del constate agotamiento.
Cuando acumulo suficiente energía para levantarme, es media tarde y, consciente de que a la
mayoría de los muchachos les gusta levantarse tarde, me apresuro al baño y me ducho tan rápido
como puedo.
Al volver al cuarto, mientras mi cabello se seca, me aplico rubor en las mejillas y un labial
color granate. Mientras el rizador de cabello que Clea me obsequió el último Festivus se calienta
junto al fuego, me hago dos pequeñas y delicadas trenzas y luego las uno en la parte de atrás con
un broche que encontré en mi ropero. En el centro está Cerbero. Se siente osado portar el
símbolo de la morada de Hades cuando él ni siquiera me ha reconocido, pero no me importa.
¡Gané mi primera prueba!
Cuando el rizador está listo, envuelvo mechones de cabello a su alrededor, creando grandes
rizos que me rodean el rostro.
Cuando termino, me pongo el vestido oscuro y me contemplo en el espejo de cuerpo entero.
El vestido flota alrededor de mi cuerpo como si estuviese hecho con agua del río Estigia.
Me veo como Ana Hearthtender, pero también como una respetada heredera de Hades.
Como la noche y la sombra y la gloria.
Sobreviví a mi primera prueba y casi derroto a Haven.
—Gracias, Sura—le digo a mi reflejo, esperando que ella pueda sentir mi gratitud desde este
lado sombrío del monte Olimpo.

JUSTO CUANDO EL CARRUAJE DE APOLO DESCIENDE POR DEBAJO DEL


HORIZONTE, entro en el Salón de Hades. Parece que casi vuelvo a ser la última, pero me
empieza a gustar llegar elegantemente tarde. Y cuando los ojos de Haven se encuentran conmigo
desde el otro lado de la habitación, me siento aún más satisfecha.
Su mirada está absorta en mi figura. Desde la seda de mis zapatillas, pasando por el vestido
que abraza mis curvas, hasta las trenzas que me coronan la cabeza.
En su rostro hay una expresión que me recuerda a los malhechores encadenados a las rocas
de la costa noroeste. Es la mirada de un hombre muerto de hambre.
La piel se me eriza y tengo que reprimir el escalofrío que se acumula en mi espalda baja.
Haven, por su parte, no se va nada mal, ataviado con un traje negro a la medida que se ajusta
con precisión a sus amplios hombros y a las crestas y valles de sus bíceps. Su cabello está
ligeramente húmedo, como si hubiese tomado una ducha no hace mucho. Desde el otro lado de la
sala, su ojo ámbar parece brillar en la luz tenue.
De pie en el estrado hay dos grupos fácilmente reconocibles y yo sé de qué lado estoy.
Los herederos desterrados se encuentran a la derecha y los que avanzarán están a la
izquierda. Me apresuro a unirme al último grupo justo cuando Nereus y Hades atraviesan las
puertas dobles en arco que están en la parte trasera del estrado.
El profesor Monstrat y algunos otros miembros de la morada a quienes no conozco lo
suficiente como para saber sus nombres se apartan hacia un lado.
Monstrat parece como si quisiera llorar o gritar.
Ely fracasó en la prueba.
Y aún tiene sangre seca y costrosa en un lado del rostro.
Junto a Ely están Theo, Orrin y otro heredero cuyo nombre ni siquiera me aprendí. Todos
tienen semblante adusto.
Están a punto de perderlo todo. Y nosotros estamos a punto de olvidarlos.
No es hasta este momento cuando me doy cuenta de cuán horrible es todo esto. No sé
prácticamente nada del mundo mortal además de lo que he aprendido con libros y estudio. Son
los dioses quienes visitan a los mortales, pero los herederos no, generalmente. O al menos no
muchos de nosotros. No está prohibido, pero el monte Olimpo es muy superior al reino mortal.
Aquí siempre hemos tenido todo lo que necesitamos.
¿Qué hará Ely por allá? ¿Y Theo? ¿Por qué cedió su brazalete voluntariamente?
¿Por qué alguien elegiría perder?
Nereus se sitúa a la cabeza de nuestra hilera, la de aquellos que seguirán avanzando. Hades
camina frente los que han perdido y los observa con una mirada despectiva.
—Me han fallado a mí y a esta morada.
Todos mantienen la vista al frente mientras el dios del inframundo los confronta.
—Los han escogido para la grandeza y fueron incapaces de alcanzarla. —Se detiene al llegar
a Theo—. Y algunos de ustedes se sacrificaron por razones que nunca comprenderemos.
En mi fila, percibo que Haven empieza a moverse con nerviosismo y cuando me atrevo
mirarlo, veo que está cabizbajo y cierra los ojos con fuerza.
¿Se siente culpable?
No. Eso no es posible. Dudo que Haven se sienta mal por nada de lo que ha hecho o dicho.
Incluyendo esto; robarle el puesto a Theo para sobrevivir.
Solo que… siento un nudo extraño en el pecho, como si quisiera consolar a Haven. Como si
quisiera apretarle la mano para hacerle saber que todo estará bien.
Debo estar delirando.
Porque no hay forma de que me sienta mal por él. Robó a Theo, lo intimidó para que se
rindiera. Así de sencillo.
—Cualquiera que sea su destino de ahora en más —dice Hades—, no vivirán bajo mi techo
ni sobre las tierras del Olimpo. Se irán de mi morada y atravesarán las puertas al reino mortal
para nunca más regresar. Despídanse. Por última vez.
Se da la vuelta y desaparece por las puertas en arco.
Pearce y Kal caminan hacia los otros. Se dan esos abrazos de hombre, que está a medio
camino entre un abrazo y un apretón de manos.
Kal le dice adiós a su gemelo, pero su rostro carece de emoción, como si se estuviese
despidiendo del cartero.
Haven no se mueve.
Yo me le acerco. El impulso de consolarlo permanece firmemente arraigado en mi corazón,
pero lo aparto y, en lugar de eso, digo:
—Espero que Theo sobreviva en el reino mortal.
Haven rechina los dientes.
—Estoy seguro de que le irá bien.
—Por supuesto, nunca los sabremos porque ni siquiera recordaremos su existencia.
Un grave gruñido emerge del fondo de la garganta de Haven.
Theo viene hacia nosotros.
—Adiós, hermano —dice.
Por una fracción de segundo, creo que Haven va a ignorarlo, pero entonces se quiebra y
abraza fuerte a Theo.
—Cuídate —dice Haven.
—Lo haré. —Theo se aparta y le da palmaditas en el hombro a Haven—. Gana las pruebas
por mí.
Suelto un bufido.
—Tú podrías haberlas ganado, Theo, si no te hubieses sacrificado.
Theo frunce el ceño y comienza responder, pero Haven lo interrumpe.
—Nunca podría haber ganado. Yo le di una salida fácil.
—Lo obligaste a irse al destierro. ¡No tiene idea de qué le espera! El reino mortal no es lugar
para alguien divin…
—Ana —dice Theo—, está bien. Yo…
—¡Él tomó esa decisión! —Haven levanta la voz y me mira a los ojos—. ¡No lo obligué a
nada!
—Solo eres un bravucón. Siempre lo has sido. Tú y todos los Knightfall que vinieron antes.
¿Te crees tan superior al resto de nosotros que ni siquiera deberíamos intentarlo? Pura mierda.
Me doy cuenta de que estoy perdiendo el autocontrol. Hace solo unas horas me prometí que
jugaría su juego y fingiría ser débil. En lugar de eso, le opongo resistencia cuando debería
mantener la boca cerrada.
Haven se ríe.
—No necesito el poder del apellido Knightfall.
Siento que algo se desliza por mi pierna. Luego, otro algo por mi mano. Al bajar la vista, veo
una araña negra que se arrastra por mi brazo. Grito y me la sacudo.
Intento recordarme que la ilusión no es real, intento controlarla como Max dijo que podría,
pero me sorprende con la guardia baja y mientras más arañas me quito de encima, más aparecen.
—¡Suficiente! —retumba la voz de Nereus por toda la sala.
Las arañas desaparecen.
Todos se quedan quietos.
Hay furia plasmada en las facciones de Nereus.
—Su rencilla es infantil y molesta. Maduren.
Haven me da un vistazo acusador que parece decir: «Mira lo que has hecho».
—Es hora de que los herederos asistan a la celebración y de que el resto se marche.
Dándole una última mirada a Theo, Haven asiente con la cabeza y se dirige al carruaje que
aguarda por nosotros afuera.
Voy a seguirlo cuando Theo me toma de la muñeca.
—Ana, espera —dice y yo me detengo—. Haven no me obligó a cederle mi brazalete.
Por un segundo, no estoy segura de si lo oí bien.
—¿A qué te refieres?
—Le pedí que me dejara perder en la primera prueba.
—¿Por qué hiciste eso?
Su expresión se vuelve tímida y podría jurar que el rubor cubre sus mejillas.
—Por amor, supongo, a pesar de que suena cursi.
—¿Amor por Haven? —pregunto. Dioses, ¿es que nadie es inmune?
—No. —Theo se ríe y niega con la cabeza. Sus rulos oscuros resplandecen bajo la luz—.
Amor por una chica mortal. Ahora puedo estar con ella, Ana. Haven me dio ese regalo porque
somos amigos y le estaré agradecido por el resto de mi vida.
—¿Qu… qué?
No lo entiendo. A pesar de que escucho lo que dice, no le encuentro sentido. ¿Theo quería
perder? ¿Y Haven lo ayudó a hacerlo?
—Creo que es mejor que te vayas —dice Theo—. La celebración será inolvidable, estoy
seguro.
«Pero te olvidaremos a ti», quiero decirle. Es cruel pensar en ello.
—Solo quería que lo supieras —dice Theo—. Sí tuve opción y Haven me dejó elegir.
Asiento y luego le doy un abrazo.
—Adiós, Theo. Espero que esa chica valga la pena.
Cuando me aparto, me dedica una amplia sonrisa.
—Lo vale, y mucho.
De camino al carruaje, tengo un nudo en el estómago. Realmente estoy fuera de mi elemento.
Porque lo único de lo que estaba segura, lo único con lo que creí que podría contar, era la infame
crueldad de Haven Knightfall.
Pero ahora sé… que no es tan simple, que Haven es más complejo de lo que creía. Y no
quiero que haya más profundidad en él. Quiero que haya menos.
Y es que mientras más conozco a Haven Knightfall, menos predecible se vuelve.
CAPÍTULO 20

HAY DOS CARRUAJES QUE NOS CONDUCEN POR LA MONTAÑA HACIA CIUDAD
OLIMPO, al palacio de Zeus. Termino en un carruaje con Haven y Pearce. Haven no dice nada
durante todo el camino y Pearce llena el silencio con su pedante bufonería. Trata de entretener a
Haven con su recuento de nuestra primera prueba, de cómo tuvo que luchar contra Orrin en el
Bosque Oscuro y de que lo venció con una patada en la ingle.
Haven no reacciona y Pearce se queda callado luego de una risa incómoda, tras lo cual fija su
atención en mí, una presa fácil y enjaulada.
—Debe sentirse bien obtener la recompensa sin hacer ningún esfuerzo —me dice.
—¿Disculpa?
Pearce asiente.
—¿De verdad crees que sigues aquí porque eres mejor que nosotros? ¡Ja! La única razón por
la que Haven te deja avanzar a la próxima prueba es porque eres…
—Pearce —musita Haven queda y despreocupadamente, sin malicia ni amenaza en su voz.
Pero Pearce se calla la boca y desvía la mirada como si hubiese sido abofeteado por el
mismísimo Hades.
Le doy un vistazo furtivo a Haven con el rabillo del ojo, pero tiene el rostro vuelto,
enfocando la mirada en las calles de Ciudad Olimpo, difuminadas del otro lado de la ventana del
carruaje.
Así que todavía creen que soy un blanco fácil para el final de las pruebas, que soy las más
débil y que se podrán deshacer de mí fácilmente.
Dejaré que lo sigan creyendo.
Por supuesto, a menos que aprenda a controlar mi poder, puede que tengan razón.
Cuando el carruaje dobla hacia el largo y sinuoso camino de entrada, olvido todo sobre las
pruebas y mi poder y el maldito Haven Knightfall, ¡porque estoy a solo minutos de ver a Clea!
El vehículo se detiene y un siervo abre la puerta. Haven es el primero en salir y Pearce lo
sigue de cerca. Sosteniendo mi vestido para no pisarlo, me asomo al aire más dulce y cálido de
Ciudad Olimpo, aquí en el lado soleado de la montaña.
A pesar de que acaba de anochecer, el aire aún tiene esa sedante calidez del verano. Al salir,
subo la escalinata de mármol que lleva al palacio. Siervos ataviados con la librea de Zeus están
de pie a ambos lados de las puertas. Ni me saludan ni reparan en mí al entrar.
Un débil hálito de música se escapa del salón de baile al final del pasillo. La risa resuena en
la atmósfera. Hay gente arremolinándose, chicas en resplandecientes vestidos y hombres jóvenes
en trajes a medida, algunos decorados con los adornos y broches dorados de sus moradas divinas.
Refulgentes luces titilan desde arriba. Inclino la cabeza, maravillándome por la forma en que
están suspendidas en medio del aire. A pesar de haber crecido en el Olimpo, hay muchísimo que
aún no sé sobre el funcionamiento de la magia, y cada vez que asisto a una fiesta, hay más
maravillas que contemplar.
En verdad me refugié demasiado en la morada de Hestia, y creo que no me había dado cuenta
hasta que me mudé a la morada de Hades.
Todos los herederos de Hades, incluyendo a Haven, han desaparecido entre la multitud, así
que empiezo a buscar rostros que reconozca. Entro tímidamente al salón de baile, sintiendo que
resalto como una nube de tormenta en un día soleado. Mientras que en la morada de Hades sentía
que encajaba con mi vestido negro, aquí sobresalgo entre los vestidos de las otras, hechos con
tonos de blanco, dorado, rosa y naranja.
Por fin encuentro a Clea del otro lado del lugar y el alivio que siento es casi palpable.
Camino por los bordes del salón de baile y me le acerco por detrás. La sujeto del codo y la hago
girar, lo que hace que suelte un grito de sorpresa. Cuando su mirada se enfoca en mí, por una
fracción de segundo pareciera que estuviese esperando a alguien más.
—Oh —dice—. ¡Ay, Ana! —Me rodea con los brazos y me abraza fuerte. De inmediato me
siento abrumada por su dulce aroma azucarado—. ¡Te extraño tanto! —Da un paso hacia atrás y
me ve de arriba abajo—. Ese vestido se te ve divino, tal como pensé.
Cohibida, paso las manos por el frente del vestido.
—¿No es muy…, no lo sé…, fúnebre?
—¿Qué? No. En lo absoluto. Es osado y atrevido.
Con el apoyo de Clea, comienzo a sentirme un poco mejor. Volvemos a la multitud con los
brazos enlazados.
—Entonces… —dice—, tienes que contármelo todo. ¿Qué se siente ser la única chica en una
morada de chicos? ¿Cómo es Hades?
La gran banda que toca desde el escenario comienza la canción «Nocte Amantes», que se
traduce como amantes nocturnos, si mal no recuerdo. Esta canción tiene una coreografía, así que
la gente empieza a formar parejas.
—Vivir en la morada de Hades es diferente que vivir en la de Hestia. En primer lugar, se
quedan despiertos toda la noche. No estoy para nada acostumbrada a eso, así que siempre estoy
exhausta. ¡Y no tienen baño aparte para las mujeres! ¿Puedes creerlo?
Clea abre los ojos de par en par, escandalizada.
—¿Te has duchado con los muchachos?
—Bueno… he empezado a ir temprano en la mañana para evitarlos. Hasta ahora, ha
funcionado —digo, pero mi rostro se acalora ante el recuerdo de Haven sorprendiéndome en la
ducha y usando mi desnudez como un arma.
—¿Y Haven? —pregunta Clea como si se hubiese percatado del hilo de mis pensamientos.
Logro verlo del otro lado del salón. Está con Pearce, Kal, Lyantha y algunas otras chicas que
no conozco. Todos vuelven el rostro hacia él como si fuera el sol y ellos los planetas que orbitan
a su alrededor.
«Una fuerza ineluctable».
Lyantha se acerca más a él y cruza su brazo con el de Haven, como si de algún modo le
perteneciera. A pesar de que ambos son herederos de Hades, su linaje es tan distante que, si
decidieran juntarse, a nadie le importaría.
Solo que… tengo una sensación aguda y agria en las entrañas, como si a mí sí me importara.
No me gusta cómo lo toca. Y no me gusta su mirada penetrante, como si quisiera devorarlo.
Siento una presión en el pecho y una palabra resuena en mi cabeza: «Mío».
«¿Qué inframundos? Contrólate, Ana».
No quiero a Haven. De ninguna manera.
Cuando vuelvo a verlo, me doy cuenta de que me está mirando. Me ha sorprendido
observándolo. En su rostro hay una expresión que casi denota diversión.
Aparto la mirada rápidamente.
—Haven es insufrible —le digo a Clea.
—¿Por qué no me sorprende? —dice—. Es una persona horrible. Juro que nació de los
deshechos fétidos del inframundo. Ojalá pierda para que borren toda su existencia de mi
memoria.
—Lo mismo digo —respondo, pero la mentira tiene un sabor amargo en mi boca.
Me arriesgo a darle otro vistazo. La mirada punzante de Haven aún está sobre mí y me
caliento bajo ella.
Me doy cuenta de que no quiero que pierda. Pero yo tampoco quiero perder.
Intentando disipar el malestar que me está revolviendo el estómago, cambio a un tema de
conversación más optimista.
—¿Cómo está Marigold? —pregunto—. ¿Y Sura?
—Están bien —dice Clea.
Nos detenemos en una esquina cuando los bailarines se separan por el final de la canción. La
música vuelve a ganar velocidad. El público aplaude en unísono con el ritmo de la banda.
—Marigold te extraña, por supuesto, pero está empecinada en que la escojan para la morada
de Ares ahora que has abierto el camino para todas las huérfanas herederas.
Ares también ha tenido siempre herederos hombres en sus pruebas, que son notoriamente
brutales e interminables. Creo que la última prueba de Ares duró más de un año. En la morada de
Ares no solo se necesita ser salvaje y fuerte, sino también tener una resistencia inhumana y una
inquebrantable fuerza de voluntad.
Apenas he logrado sobrevivir en la morada de Hades y solo han pasado unos días.
Definitivamente perdería en la morada de Ares.
—Marigold serviría mejor en la morada de Hermes —digo, esperando que no tenga que ir a
ninguna de las dos—. Parece un fantasma, podría entrar y salir de cualquier lugar para transmitir
mensajes.
—Mmm —dice Clea con mirada extraviada.
Cuando intento ver qué es lo que está mirando, me encuentro a Kahne, el hijo de Ares.
Clea se queda sin palabras de tan solo verlo. De verdad está enamorada de él, aparentemente.
Trato de comprender cómo no me di cuenta de que esto estaba pasando cuando vivía en la
morada de Hestia. Clea no es muy buena guardando secretos. ¿Fui tan distraída?
No, me doy cuenta. Solo estaba muy ensimismada, muy absorta en mis propios problemas.
¿Qué podría haberle dicho Kahne a Clea en sus cartas para hacerle creer que quizás tendría
una oportunidad?
No me gusta para nada porque sospecho que le ha estado mintiendo.
Y entonces Kahne levanta la vista como si sintiera la atención de Clea y, en cuanto la ve, su
rostro se ilumina, pero no con una sonrisa fulgente ni nada por el estilo. Los herederos de Ares
son muy recios para eso, pero su expresión se ablanda. Los contornos de su boca se expanden
como si quisiera sonreír y hay un nuevo resplandor en sus ojos.
Tal vez sí es cierta su historia de amor…
A pesar de que no tengo a más nadie con quien estar aquí y detesto la idea de estar sola en
una fiesta, aprieto la mano de Clea y le digo:
—Ve con él.
—¿De verdad? —A parta la vista de él lo suficiente para verme y fruncir el ceño—. No
quiero dejarte, pero… —Se muerde el labio inferior—. La segunda prueba de Ares es una de las
más largas de todas las moradas divinas. Los herederos se van en un simulacro de campaña
militar y generalmente dura semanas. No sé cuándo podré verlo de nuevo y quién sabe si…
—Clea, ve. Estaré bien.
Me devuelve el apretón.
—¡Gracias, Ana! ¡No lo he visto en días y me estoy muriendo!
—Pues no dejes que yo te impida vivir.
Antes de terminar mi oración, Clea ya se ha ido.
CAPÍTULO 21

Doy unas cuantas vueltas más por el salón antes de cansarme de la música y la fiesta sin nadie
con quien festejar.
Luego de robar algunos pasteles dulces, salgo del salón de baile y me adentro en una cámara
oscura y vacía. Un mobiliario ornamentado divide la habitación en dos cómodos espacios
conversacionales. En la esquina más lejana, un gran piano resplandece bajo la luz de la luna. Me
siento en uno de los asientos junto a la ventana. Desde allí se ve la fuente de agua en el jardín y
yo me concentro en mi repostería gratis.
Los pasteles dulces están húmedos y azucarados y los agradezco mucho. Todavía no estoy
acostumbrada a la cantidad de carne y a los platos sazonados de la morada de Hades. Engullo un
pastel y luego me dedico a un segundo. Apenas estoy quitándole la crema y lamiéndome el
azúcar de los dedos cuando las puertas de la cámara se abren de golpe y entran dos personas.
El asiento junto a la ventana está en parte protegido a ambos lados por gruesas cortinas de
terciopelo, así que levanto las rodillas hasta el pecho e intento mantenerme oculta. No estoy
completamente segura de que pueda estar aquí.
—¿Qué quieres? —dice una voz muy familiar.
¿Haven?
—Casi perdiste tu prueba —dice Nereus con un gruñido.
Haven se queja.
—¿De verdad tenemos que hacer esto aquí? Puedes reprenderme luego.
Sus pasos se dirigen a la puerta, pero parece que Nereus tira de él.
—Deja de ser un niño petulante y empieza a comportarte como un maldito Knightfall. ¿Has
entendido?
Haven no dice nada.
Se oye un sonido como si alguien frotara una tela.
—No podemos permitir que la chica gane estas pruebas. Así que necesito que dejes de ser
amable y que empieces a tomar lo que es tuyo.
¿Haven estuvo siendo amable hasta ahora? Odiaría ver lo que Nereus cree que es la versión
cruel de Haven. ¿Llamas de azufre, quizás? ¿Un atizador al rojo vivo? ¿Ortigas en mi cama?
Haven hace silencio por otro largo instante y luego dice:
—Ana es más poderosa de lo que creímos.
Oír mi nombre, oírlo con su voz, me genera un nudo en la garganta. Me gusta mucho más
que huérfana o Hearthtender.
¡Y cree que soy poderosa!
Me siento al mismo tiempo llena de orgullo y miedo. Por un lado, están tramando algo contra
mí. Por el otro, Haven cree que soy poderosa.
—¿Y qué? —dice Nereus—. Encuentra su maldita debilidad y úsala contra ella.
—Si te preocupa tanto que gane, ¿por qué no la saboteas? Tal vez ya no quiero ser parte de tu
maldito juego.
Hay un sonido de riña. Alguien es golpeado contra la pared y el candelabro de la chimenea se
agita.
No puedo evitarlo y me asomo fuera de la cortina.
Nereus tiene a Haven presionado contra la pared, sujetándolo del cuello de su saco.
—¿Tengo que recordarte que un titán escapó del Tártaro? ¿Tengo que recordarte lo que está
en juego?
Me quedo inmóvil.
Un temblor me recorre la espalda y me estremezco.
¿Un titán?
¿Libre en el Olimpo?
Esto es malo.
Esto es muy malo.
Los titanes han estado apresados en el Tártaro por más de un milenio desde que Zeus se
rebeló contra su padre Cronos y lo venció. Cronos y varios otros titanes fueron encerrados en el
inframundo.
Si uno ha escapado, no puede ser para nada bueno.
—Sí, está bien —dice Haven entre dientes.
Nereus lo suelta.
—Debes ganar cueste lo que cueste. ¿Te imaginas a esa chica en el ejército de Hades,
luchando contra un titán?
—Por supuesto que no.
—Entonces comienza a tomártelo en serio.
—Lo hago —resuella—. Lo haré.
—Hazla perder en la próxima prueba.
Haven se acomoda la solapa de su saco.
—No te preocupes, hermano. Estoy seguro de que se me ocurrirá algo astuto.
—Buen hombre —dice Nereus y le da rudas palmadas en la espalda a su hermano. Luego
abre la puerta de un empujón y se va.
Haven se queda atrás en la cámara por otro minuto. Hace tanto silencio que no me atrevo a
respirar.
Quiero mirarlo, pero tengo mucho miedo de que me vea.
¿Acaso siente que no está solo?
Si es así, no lo demuestra.
Por fin, sus pasos se alejan cuando se va y yo exhalo, aliviada.
Pero ahora todo es peor.
Pero ahora hay problemas más grandes que ganar las pruebas.
Y ni siquiera sé dónde debo comenzar para poder sobrevivir.
Haven planea sabotearme.
Y ahora un titán anda suelto.
CAPÍTULO 22

Me aseguré de no encontrarme en el mismo vagón que Haven al momento de viajar de vuelta a la


morada de Hades, por lo que terminé apretujada entre Kal y Gregor. Cuando llegamos a casa, me
apresuro a correr a mi habitación. No estoy de humor para más contiendas mentales con Haven,
ya no me queda energía para eso. Cuando me tumbo en la cama con el vestido aún puesto, me
sorprendo al notar que estoy contenta de volver, y después me sorprendo más al descubrir que he
llegado al punto de considerar la morada como un hogar.
No sé exactamente cuándo ocurrió, pero heme aquí.
Cuando llamaron a mi puerta, pensé en ignorarla, preguntándome si era Haven que venía a
desatar su sabotaje. Cuando tocan una segunda vez, suelto un bufido y me levanto a atender, pero
es Max quien espera al otro lado.
—¿Cómo estuvo? —indaga.
Max no había recibido una invitación a la celebración. Me muero por contarle todos los
pormenores de la comida, las decoraciones y el jolgorio, pero no tengo tiempo para eso.
Regreso a la cama reclinándome en la cabecera.
—¿Supiste lo del Titán? —interrogo.
Max se queda helado, con una expresión compungida dibujada en su rostro que grita que sí,
que definitivamente se enteró.
—No es de mi incumbencia tratar estos temas, pero sí. Escuché a Nereo y a Hades hablando
sobre eso hace rato.
—¿Cuál Titán escapó?
—No lo dijeron, pero tengo la sensación de que saben bien cuál fue.
Max se sienta a un costado de mi cama.
—¿Debemos preocuparnos? —pregunto.
Él se encoge de hombros.
—Los Titanes han estado en el Inframundo desde que tengo memoria.
La forma en que lo pronuncia me hace intuir que es más viejo de lo que aparenta. Ese es el
tema con los descendientes de los dioses: puede que no seamos precisamente inmortales, pero
envejecemos muy pausadamente, y algunos más lento que otros. Todo depende de la proporción
de sangre divina que corra por nuestras venas.
—Los dioses se encargarán de ello —reflexiona Max, sonando como si tratara de
convencerse a sí mismo tanto como a mí.
—Por supuesto.
—Así que, la fiesta… —retoma nuevamente.
—Claro, pues, me escondí en un salón vacío.
Max estalla en risas.
—Es algo que probablemente yo haría. Aunque ahora no tienes chismes que compartir.
Ahora pienso en cómo Nereus manipulaba a Haven. En aquel momento amenazaron con
destruirme y eso era lo único en lo que me podía concentrar, pero ahora... cuando vuelvo a
recordar el tono amenazante en la voz de Nereus, siento lástima por Haven.
Hestia nunca me impuso presión para que hiciera algo. Las expectativas eran bajas, mientras
que Haven debe haberse sentido presionado toda su vida. Siempre había pensado que su nombre
era una especie de boleto dorado, un as que podía sacar cuando quisiera salirse con la suya en
algo que no debía estar haciendo, pero tal vez es más una carga que una ventaja.
De todos modos, le prometió a su hermano que me haría perder, y eso no debo olvidarlo.
Debo mantener la guardia en alto con Haven en todo momento.
Quiero contarle a Max todo lo que he presenciado, pero me parece demasiado privado,
demasiado secreto como para compartirlo.
—Lo siento —respondo—. Ojalá tuviera más que decirte —Ahogo un bostezo—. ¿Tal vez la
próxima?
Se levanta y se rasca la nuca.
—Realmente espero que ganes, Ana. No me gustaría perderte.
Le dedico una sonrisa, con la vista nublada por el sueño.
—También odiaría perderte.
Se ha convertido en mi Clea en este lugar, y así, de repente, agradezco mucho tenerlo.
—Buenas noches —se despide.
—Feliz noche.
Al marcharse Max, caigo en un profundo sueño, llevando puesto todavía mi manto sombrío.

SON LOS GRUÑIDOS DE MI ESTÓMAGO LOS QUE ME DESPIERTAN HORAS


DESPUÉS. Recientemente no he comido más que pasteles dulces, y esos apenas tenían el
tamaño de una bellota.
Tras quitarme las vestiduras, me pongo una sudadera negra y un pantalón deportivo holgado
para encaminarme a la cocina.
Me toma un par de intentos en falso antes de encontrar la puerta con remate arqueado que
busco. Mi reloj interno me dice que está a punto de amanecer; espero encontrar la cocina vacía.
En cambio, encuentro a Haven en la mesa del centro cortando un pimiento, y detrás de él, sobre
la hornilla, una cacerola humeante. Un pollo cocido descansa en trozos a un lado suyo.
Levanta la mirada distraídamente sin mostrar ni sorpresa ni enfado.
—¿No puedes dormir? —dice volviendo a cortar.
Un poco a la defensiva, suelto:
—Tengo hambre.
Pone una sartén en el fuego y le echa un poco de mantequilla.
—Estoy haciendo una olla de arroz y pollo. ¿Quieres un poco?
No sé qué responder a eso, por lo que me limito a quedarme de pie y mirarlo fijamente por
demasiado tiempo.
—Seré amable —me promete, haciendo que la promesa a Nereo resuene en mi cabeza.
Esto debe ser parte del juego, pero viendo que muero de hambre y él se está ofreciendo, no le
veo ningún sentido a rechazarlo.
—Sí, por favor.
Deposita los pimientos y la cebolla picada en el sartén y la mantequilla chisporrotea. A
continuación, deja una segunda olla al fuego junto a la anterior y vierte en ella tantas salsas y
especias diferentes que pienso que podría estar creando una poción en lugar de un condimento.
Saco uno de los taburetes de la mesa y lo observo trabajar. En la cocina, se mueve como si
supiera exactamente lo que hace; sin medidas, sin vacilar mientras va juntando cada ingrediente.
Enseguida la cocina está inmersa en tantos buenos olores que tengo el estómago intentando
salirse de mi cuerpo.
Una vez que todas las estufas se han apagado, Haven pone dos tazones frente a mí, echa unas
cuantas cucharadas de arroz integral en cada uno, y luego lo cubre con una ración abundante de
su pollo salteado con pimiento y cebolla. Por último, rocía una salsa de color ámbar oscuro por
encima y me da un tenedor. Lo tomo.

TOMA SU TAZÓN Y DESAPARECE ADENTRO DEL COMEDOR DEL PERSONAL.


—Vamos, Flamasensible —dice—. No me dejes comer solo.
Así que agarro el tazón y voy tras él.
El comedor del personal está repleto de ventanas de punta a punta. Estamos de frente al
extremo sur del Bosque Oscuro, aunque aquí los árboles aún conservan las hojas. Todavía no he
descubierto de qué se trató eso que ocurrió en el bosque ni cómo podría replicarlo.
Haven enciende una farola que cuelga de un gancho de hierro forjado en el techo. La mecha
se enciende con facilidad y la luz dorada se derrama formando un círculo por la habitación. Hay
cuatro mesas, todas con bancos en lugar de sillas. Me subo a un banco y me acomodo. Haven se
sienta frente a mí. Espero a que coma un poco antes de probar el mío, solo por si acaso se le
ocurriera envenenarme, aunque ese sería un plan mal concebido. Por un lado, no habría tenido
forma de saber que yo iba a aparecer en la cocina, y por el otro, aunque las leyes mortales no
existen aquí en el Olimpo, Haven probablemente sería castigado por mi muerte de una forma u
otra.
Con las dudas despejadas, paso a servirme pollo, arroz y un colorido montón de pimientos y
cebollas. Cuando me dispongo a morderlo, todos los sabores me estallan en la boca. Tenía el rico
sabor de la mantequilla y el matiz picante del pollo, mientras que la salsa que preparó es dulce y
ácida. ¿Y acaso saboreo la miel y la sal y el vino, tal vez? No lo sé, pero me encanta, sí que me
encanta todo.
Comemos en silencio, y la verdad no tengo espacio para palabras con el tenedor entrando y
saliendo de mi boca.
Un poco después, con el tazón ya vacío, puedo respirar con calma por fin y levanto la vista
para descubrir a Haven mirándome.
—¿Qué? —le increpo.
—¿Te gustó?
—Me encantó.
Cruza los brazos sobre la mesa. No esconde el orgullo en su rostro. Sabía que el platillo era
bueno, no le sorprende mi halago. Claro, todos adoran cada cosa que hace Haven, excepto su
hermano mayor, al parecer.
Sus ojos —uno ámbar y otro pálido que casi llegaba a ser blanco—, me mantienen absorta.
Se me eriza el vello de la nuca.
¿Cómo puede lograr tal cosa? ¿Cómo hace que sienta una descarga de electricidad con tan
solo una mirada? ¿Por qué no quiero marcharme ahora que nuestra comida ha concluido?
Quiero que se quede, deseo que esta burbuja de intimidad se mantenga por solo un poco más
de tiempo, pero lo único que sale de mi boca es:
—¿Qué te ocurrió en el ojo?
Inmediatamente me arrepiento de preguntar, pensando que no hice más que reventar la
burbuja y que Haven se burlará de mí y dirá algo mordaz para vengarse por haber tenido la
audacia de preguntarle algo tan personal.
Pero en lugar de eso, responde:
—Fue un castigo.
—¿Por qué? ¿Quién te hizo eso?
Aparta su vista de la mía y mira por la ventana. Un mechón de cabello cuelga sobre su frente
como una oscura luna creciente.
—¿Segura quieres oír esta historia, Hearthtender? Romperá tu brillante corazón de oro.
Apoyo mi barbilla sobre el talón de mi mano. Estoy lista para esta historia, más que lista.
—Sí —contesto, casi como si fuera un desafío.
Se vuelve hacia mí.
—Fue Nereo quien impuso el castigo por no cuidar de la tarea que se me encomendó. Se me
encargó el cuidado de mi madre cuando ella tenía un tiempo enferma. Es difícil para un mortal
dar a luz a descendientes, y ella tuvo a siete. Nereo me encargó que la cuidara y no lo hice. —
Hay una expresión compungida en su rostro cuando lo admite—. En cambio, estuve en el reino
de los mortales, embriagándome con vino mortal.
Intuyo el camino que está tomando esta historia.
—¿Qué pasó?
—Se lanzó de un acantilado en el Monte Ida.
—Ah, dioses.
Mi pecho se contrae al escucharlo, y mi corazón se rompe al pensar en toda la culpa que
debió sentir, y que aún albergaba de seguro hasta hoy. No esperaba sentir pena por Haven y no sé
qué hacer con ella.
—Nereo puede crear una ventana en cualquier lugar con un chasquido de sus dedos —
continúa Haven—. Pero no cualquiera puede asomar la mirada al inframundo. Me obligó a mirar
a nuestra madre siempre errante, atormentada y acechada, y... —señala su ojo blanco—. Miré por
demasiado tiempo.
—Eso es horrible —digo, aunque, literalmente, no hay palabras precisas para describir lo
horrible que aquello debió ser.
—Es lo mínimo que me merecía.
—Eso no es cierto.
Se pone de lado en el banquillo, apoyándose sobre la pared.
—Es muy amable de tu parte, Hearthtender. Pero, en verdad, el castigo podría haber sido
peor considerando lo que hice.
Puedo darme cuenta de que no hay manera de persuadirlo de lo contrario, así que no insisto.
Sin embargo... dioses, su hermano es aún más cruel de lo que había pensado en un principio. La
magnitud de su crueldad me revuelve el estómago.
—¿Y qué hay de ti? —pregunta Haven. La luz de la linterna roza la pronunciada elevación
de sus pómulos y resalta el contorno de sus labios—. ¿Qué secretos guardas?
Me encojo de hombros.
—En realidad ninguno. He vivido una vida muy sencilla.
—Eso no puede ser cierto, nadie es del todo sencillo, y nadie es del todo bueno.
Hay un atisbo de desafío en su mirada. De repente, me apetece complacerlo con un secreto
increíble.
—Está bien, está bien.
Me siento más erguida. Sí tengo un secreto, no es tan pesado como el de Haven, y
técnicamente nadie salió herido.
—¿Recuerdas cuando se inició aquel incendio en la tienda de vestidos detrás de la Morada de
Hestia hace varios años?
Haven levanta las cejas y dice:
—Sí —dice con un tono de voz que es a la vez expectante como incrédulo. Como si supiera a
dónde se dirige esto, pero se sorprendiera al darse cuenta.
—Estaba intentando encender fuegos artificiales para celebrar el cumpleaños de Clea y uno
se me escapó y… bueno…
—¿Fuiste tú quien quemó la tienda de vestidos?
Hago una mueca cómplice.
—¿Tal vez?
Se ríe.
—¡Anastasha Hearthtender quemó la tienda de vestidos!
—¡Shhh! ¡Eres el único a quien le he contado!
Me sonríe como si me viera bajo una luz totalmente nueva.
—Y yo que pensaba que solo venía a la cocina porque no podía dormir. —Inclina la cabeza a
un costado mientras me observa—. Las Parcas deben haberme hecho despertar de la cama, y qué
buena fortuna me han dado.
—Basta —digo, aunque también me río.
A lo lejos, durante un breve instante, el sol empieza a brillar sobre la ladera de la montaña
mientras amanece. Durante un minuto cegador, Haven y yo nos vemos bañados en luz dorada.
Me siento colmada por un sentimiento que nunca antes había tenido, uno que no puedo
nombrar. Lo que sea que está ocurriendo ahora, no quiero que se termine.
Pero, justo en ese momento, la cocinera de la morada entra en la cocina arrastrando los pies y
llama:
—¿Hola?
Haven parpadea. Me levanto de golpe y cojo mi tazón vacío.
¿Acaso se supone que podamos estar aquí a estas horas?
Haven agarra también su plato y desaparece dentro de la cocina.
—Buenos días, Rhea —saluda.
Puedo oír la sonrisa en la cara de Rhea cuando contesta:
—Buenos días, señor Knightfall. ¿Qué problemas está causando?
Entro en la cocina. Rhea me ve y nos dirige una sonrisa tímida.
—Bueno, está bien entonces. No hace falta explicar nada.
—No —empiezo—. No es…
—Le preparé un bocadillo, eso es todo —replica Haven antes de poner su tazón en el
fregadero—. Fue todo bastante inocente, ¿no fue así, Ana?
Me agrada que me llame por mi nombre. De repente me están gustando demasiadas cosas de
él.
—Sí —contesto asintiendo con la cabeza—. Bastante inocente.
—Sí —dice Rhea mientras se ata el delantal alrededor de su esbelta cintura.
Lleva puesta una camisa negra sin mangas, con los dos brazos cubiertos de tatuajes coloridos
desde la muñeca hasta el hombro. Cuando Max nos presentó en mi primer día, la llamó la
cocinera favorita de Hades y, en lugar de sonrojarse por el cumplido, Rhea más bien volteó los
ojos como si le molestara tener ese título. Me cayó bien de inmediato.
—Ahora, salgan de mi cocina —nos increpa haciendo un gesto con el pulgar hacia la puerta
—. Tengo trabajo que hacer.
En el pasillo, Haven me dice:
—Te acompañaré a tu habitación.
—Ay, no tienes que hacerlo.
—Sé que no tengo qué.
Pero no se aparta de mí, y cuando empecé a sentirme confundida por las mariposas en mi
interior, me recuerdo que todo esto es parte del juego. Si Haven quiere ser amable conmigo
cuando nadie está mirando, dejaré que lo haga.
Cuando llegamos a mi puerta, me apoyo en ella intentando parecer tan despreocupada como
un gato. En lugar de eso, debo parecer tan torpe como una cabra.
—Así que… pues… gracias. Supongo que solo…
Haven me rescata de mis balbuceos y suelta:
—No dejas de sorprenderme, Hearthtender.
Me relamo los labios.
—¿En qué sentido?
—En casi todos los sentidos.
No sé cómo tomarme esto. ¿Debo sentirme halagada? ¿Ofendida?
Se apoya en el marco de la puerta inclinando su cuerpo hacia el mío. Apenas y hay una débil
luz en mi pasillo a esta deshora, con tan solo el parpadeo de los tres faros de hierro de la pared.
Esto vuelve el momento íntimo y seguro. Me da la impresión de que lo que ocurra aquí y ahora
no cuenta, así que soy libre de hacer lo que quiera, y encuentro esa idea liberadora.
—¿Quieres ganar la prueba? —le pregunto a Haven sintiéndome atrevida de repente—. ¿O
quieres ganar porque es lo que se espera de ti?
Retrocede, sorprendido.
—¿Por qué preguntas?
«Porque alcancé a escuchar la conversación entre tu hermano y tú». Pero me encojo de
hombros.
—No lo sé. Solo es curiosidad.
Se queda pensando un momento.
—Sí, quiero ganar. —Se mueve un poco y la luz le da en la boca—. ¿Y tú, huérfana?
¿Quieres ganar?
Dado que Haven había sido sincero conmigo —creo—, decido que yo también puedo serlo.
—Lo que quiero es descubrir quién soy.
De alguna manera, parezco estar más cerca de él, como si mis pies se hubieran movido por sí
mismos. Mi nariz se impregna de su fragancia; con ese aroma ahumado y atrevido que hace que
mi pecho se llene de calor y que mi corazón lata rápidamente. Tan cerca de él, me maravilla
sentir su tacto, cómo domina el espacio que nos rodea a pesar de estar solos él y yo, cómo se
cierne sobre mí de una forma que debería parecer imponente pero que, en cambio, resulta
terriblemente sexy, como si pudiera defender mi honor contra cualquier clase de enemigo. No es
que lo haría, claro. Es que me resulta difícil no fijarme en los músculos de sus brazos, en las
venas de sus manos, en la anchura de sus hombros y en su duro vientre.
Estoy abrumada por el deseo.
Haven se acerca aún más. Sus ojos se ven profundos y envueltos en sombras, pero aun así
logro avistar el efecto de sus iris desiguales.
Me estremezco.
Haven baja la voz y dice:
—¿Puedo preguntarte algo?
Parece que el aire crepita entre nosotros.
—Sí.
—¿Tu poder se manifiesta por tu boca?
—No. Bueno, es que no…
Me interrumpe presionando sus labios contra los míos.
Al principio quedo estupefacta y me pongo tan rígida como una tabla.
Y entonces… apoya su mano a un lado de mi rostro mientras me acaricia la mandíbula con
los dedos. Un escalofrío baja por mi columna vertebral y se arremolina en mis entrañas. Estoy en
llamas de cabeza a los pies. Me he encendido con un deseo, un calor y una avidez que jamás
había experimentado antes.
Abro la boca para que él entre y su lengua roza mis labios. Suelto un quejido al sentirlo y él
hace más presión contra mí; su otra mano baja hasta posarse en mi cintura y hunde los dedos en
mi piel con hambre y posesividad.
Siento que me están arrancando el alma del cuerpo. Me siento como si estuviese flotando;
como si estuviese hecha de polvo cósmico y estelar.
Como si hubiese trascendido.
Todo mi cuerpo tiembla bajo su roce.
Haven se aparta y resuella; apoya su frente contra la mía.
—Me vuelves loco, Hearthtender.
Puedo sentir su rígido miembro contra mi cadera.
Siento un hormigueo en cada hondonada de mi cuerpo.
Tiro de su camisa, inhalando su fragancia. Al vivir entre los dioses, sé lo que es el deseo.
Pero nunca he vivido en él… No de esta manera.
Yo también he caído presa de la locura. Quiero decírselo a Haven para poder compartirlo
juntos, pero también me da miedo. Me doy cuenta de que él me da miedo.
Me da miedo la marea creciente dentro de mi vientre; como si pudiera ahogarme si seguía
besándolo.
«Esto es un juego», me recordé a mí misma, y pude oír la promesa de Haven a su hermano
haciendo eco en mi cabeza.
Quiero que sepa que en estos momentos no me he quedado sin aliento porque esté
manipulándome con su precioso rostro y sus provocativos labios, sino porque, finalmente, me
estoy permitiendo disfrutar los despojos del juego.
—¿Esto también es parte de eso? —digo con un hilo de voz.
Él me besa, se aparta y me vuelve a besar.
—¿Parte de qué? —pregunta.
—¿De tu plan para vencerme y encontrar mi debilidad?
Él se endereza y su expresión se vuelve seria.
—¿Por qué me preguntas algo así?
—Te he oído —admití.
—¿Oír el qué?
—La promesa que le has hecho a Nereus de ser el Knightfall cruel y retorcido para el que has
nacido. La promesa de superarme.
Él me suelta y da un paso atrás.
—¿Es eso lo que crees?
—¿No es así?
Tensa la mandíbula. Su ojo ambarino parece horadarme con su fuego.
—Claro que lo es, huérfana. ¿Qué otra cosa podría ser?
Y entonces se vuelve y se marcha, dejándome frente a mi puerta mientras tiemblo y siento
que todo en mí se había compactado y pedía a gritos su éxtasis.
Creo que habría preferido ahogarme si esa hubiese sido la única forma de poder seguir
besándolo.
CAPÍTULO 23

PASO LA NOCHE DANDO VUELTAS EN LA CAMA Y SOÑANDO CON HAVEN.


Cada vez que me despierto, vuelvo a dormir decidida a soñar con cualquier otra cosa, pero es
como si una maldición me obligara a caminar por tierras pobladas por todas las distintas
versiones de Haven que mi mente no termina de conciliar.
En algunos sueños es cruel y usa sus poderes para atormentarme. En otros, es esta nueva y
más amable y también usa sus sagaces manos para atormentarme, pero de manera distinta.
Por fin abandono la idea de dormirme cuando ya es casi media mañana, y estoy furiosa
conmigo misma por dedicarle tanta de mi energía mental. Las imágenes del beso no dejan de
repetirse una y otra vez en mi cabeza. No puedo dejar de cavilar sobre las acciones que llevaron a
ese momento. ¿Había estado planeando besarme durante toda la cena? ¿La historia de su madre
solo era una forma de ganarse mi simpatía?
Todo lo que creía saber sobre Haven ha cambiado.
¿Cómo es que el mismo chico que me aterrorizó con una ilusión de arañas también me hizo
un bocadillo de medianoche? ¿Cómo la persona que me dio un brazalete para salvarme de ser
desterrada al reino mortal es la misma que me acorraló en el baño hace solo algunos días?
Y dioses… ese beso.
Sin pensarlo, me llevo los dedos a los labios, como si pudiese revivir el momento con tan
solo rozar el lugar que él tocó, como si pudiera conjurar el tacto de sus manos sobre mí.
Fue al mismo tiempo completamente diferente a lo que me imaginé y todo lo que habría
deseado.
Nunca antes me habían besado. Pero eso nunca se lo diría a nadie. Estoy segura de que los
herederos de la morada de Hades tienen mucha experiencia en esa área.
Nunca creí que compartiría mi primer beso con mi enemigo mortal; y, por supuesto, nunca
creí que me gustaría tanto. Qué mal que todo sea solo parte del juego.
Podría acostumbrarme a odiar y besar a Haven Knightfall.

A PESAR DE QUE ESTABA DESPIERTA MUCHO ANTES DEL OCASO, vuelvo a


reportarme tarde en el Salón de Hades para nuestra segura ceremonia de dádivas. La puntualidad
nunca fue importante en la morada de Hestia. Nunca tenía que estar en ningún lado para nada, y
ahora administrar mi tiempo me resulta mucho más difícil de lo que creí.
Cuando doblo la esquina y me deslizo al salón, espero entrar a hurtadillas y tomar asiento al
fondo. Pero en realidad me encuentro a Hades, Monstrat y Nereus mirándome fijamente con
varios niveles de fastidio. Los otros herederos están de pie en una hilera al pie del estrado. Me
apresuro a unírmeles al final de la fila, junto a Haven, que ni siquiera me mira de refilón.
—Disculpas, mi lord.
—¿Esta constante incapacidad de ser puntual es una función de tu sexo, señorita
Hearthtender? Porque ninguno de los otros herederos parece tener problemas para llegar a tiempo
—se burla Nereus y con él los otros herederos, pero hacen silencio de inmediato cuando Hades
observa a Nereus con una mirada tan lacerante que podría levantar a los muertos.
—Suficiente —dice Hades con una voz que inunda la habitación y nos embarga desde todas
direcciones—. Hemos llegado a la víspera de la segunda prueba. Si no desean acompañar a sus
antiguos colegas herederos en el reino mortal, les sugiero que invoquen toda la astucia y fuerza
que tienen a su disposición.
Esta es la primera vez que me doy cuenta de que no puedo recordar quién comenzó estas
pruebas con nosotros. Hay seis herederos aquí, pero cada morada inicia con diez elegidos.
Hemos perdido cuatro herederos y…
…no puedo recordar quiénes son.
Sabía que esto iba a pasar, por supuesto, pero experimentarlo es algo distinto. Puedo sentir un
vacío en mi memoria allí donde habían estado sus rostros. Como si el mismo Hades hubiese
sumergido su mano en mis recuerdos y los hubiese extirpado. Y mientras más intento pensar en
sus nombres, más me duele la cabeza.
—Como es probable que este próximo reto reduzca aún más el número de herederos, he
decidido otorgarles uno de mis dones más preciosos: el don de la vida misma.
El corazón me retumba en el pecho. Si la última vez me fue mal, ¿cómo será esta vez?
—El don de controlar la fuerza vital de un ser vivo es uno de los más intrincados y poderosos
de mi arsenal. Es una de las funciones primarias de mi corte y sus servicios. La habilidad de
ejercer poder sobre la fuerza vital es un don como ningún otro y exhorto a cada uno de ustedes a
que sean dignos de él.
Siento las manos sudorosas. Intento frotarlas discretamente en mi uniforme.
Si este es un don mucho más poderoso que el anterior, ¿cuánto más doloroso será para mí
recibirlo? ¿Seré capaz de portarlo? Ya estoy en extrema desventaja y la segunda prueba ni
siquiera ha comenzado.
Muevo los dedos nerviosamente mientras me pregunto si este es un buen momento para
retirarme de las pruebas. Entones, siento el roce del brazo de Haven contra el mío.
Su tacto trepida por mis nervios como un rayo.
«Contrólate».
Me sujeto las manos por detrás de la espalda para evitar el contacto. No puedo pensar bien
cuando su piel está sobre la mía.
Frente a nosotros, Nereus y Monstrat llevan algo al centro de la estancia. No me atrevo a
apartar la vista del frente por temor a lo que pueda ver en el rostro de Haven.
Nereus y Monstrat bajan su carga y la colocan en el suelo con un estruendoso ruido metálico.
Nereus retira la tela blanca que lo recubre.
Siento que me quedo sin aliento.
En el pedestal hay un orbe del tamaño de los grandes gatos que vivían en el pozo de la
morada de Hestia. Adentro brillan colores vibrantes, formando un caleidoscopio. Me siento
atraída hacia él, como si un lazo me envolviera y tirara de mí.
La voz de Hades rompe el intenso silencio que ha caído en la habitación.
—Este es el Orbe de la Vida. Me fue otorgado por Gaia, la diosa primordial del mundo.
A pesar de que Gaia está en las historias de toda nuestra creación, nadie la ha visto en
millones de años. Si ese orbe y el poder que con lleva proceden directamente de la diosa madre,
debe ser uno de los objetos más poderosos en todo el Olimpo.
—Cuando diga sus nombres, posen sus manos sobre él. Solo los dignos de este don recibirán
el poder. Esta no es una dádiva pequeña.
Quiero vomitar.
¿Qué significa «digno»? ¿Y cómo el orbe decide quién cumple esas condiciones?
No creo que ninguno de nosotros pueda respirar mientras contemplamos fijamente el orbe,
sin siquiera atrevernos a pestañear.
—Monstrat, puedes comenzar —dice Hades.
—Pearce Atos —anuncia Monstrat—. Pasa al frente y recibe el don que Lord Hades te ha
conferido.
Desvío la mirada lo suficiente como para ver que el color abandona el rostro ya pálido de
Pearce. Tiembla visiblemente mientras se aproxima al orbe y posa sus manos sobre él. Una luz se
desprende del objeto y envuelve todo su cuerpo. Abre los ojos como platos. Por un segundo, me
pregunto si gritará, pero entonces su expresión se torna en una de asombro y fascinación.
La luz se separa de su figura tomando el mismo camino que recorrió para envolverlo y hace
una pausa en sus manos antes regresar a la agitada superficie del orbe. Pearce da un paso atrás,
aún con las manos extendidas. Las mira fijamente como si hubiesen cambiado, pero no veo
ninguna diferencia.
Cuando vuelve a su lugar en la hilera, Monstrat llama el próximo nombre.
Todas las dádivas parecen salir igual que la de Pearce, aunque noto que dos de los
muchachos hacen un pequeño gesto de dolor cuando la luz los cubre.
Mi estómago se va revolviendo más y más.
Por favor, por favor no vomites en el Orbe de la Vida.
—Haven Knightfall —llama Monstrat.
Haven se acerca sin dudarlo y coloca sus manos sobre el orbe.
Pienso en los distintos escenarios que podrían librarme de tener que pasar al frente cuando
me doy cuenta de que Haven vuelve a estar junto a mí. Monstrat grita mi nombre. La sangre
abandona mi rostro. Debo parecer un fantasma.
Le hago una plegaria rápida a cada dios y diosa que conozco.
«Por favor, que este no sea mi fin».
Por fin cedo a la atracción del orbe. Trato con todas mis fuerzas de estabilizar mis manos
mientras las estiro, pero tienen un tremor evidente. Observo, horrorizada y asombrada, cómo la
luz de la voluble superficie del orbe sube por mis dedos y luego por mis brazos. Cada lugar de mi
cuerpo tocado por la luz se entumece.
El mundo enmudece. La ausencia de sonido es un silencio ensordecedor. Ya no puedo sentir
mis pies afianzados en el suelo y, por un momento de delirio, me pregunto si he muerto y mi
alma se aleja flotando.
En algún lugar lejano se oye un crujido. Suena como si la tierra se abriera de par en par.
Como si piedras se desmoronaran y luego una gran vorágine me recorriera todo el cuerpo.
Imagino que así se siente luchar contra la corriente del río Estigia. Luchar contra el río de los
muertos es una locura y lo mismo podría decirse sobre el orbe.
Así que respiro profundo y me dejo ir.
Una calidez se extiende por mis brazos y florece en mi pecho. Un cosquilleo me recorre la
espalda. Mis latidos son un ritmo constante en mis sienes. Exhalo porque… me siento mejor de
lo que me he sentido en mucho tiempo.
Me siento… viva.
Mis terminaciones nerviosas se encienden. El vello de mis brazos se eriza con electricidad.
Enderezo la espalda y dejo que mi pecho se expanda.
Es como si respirara profundo por primera vez en la vida.
Y luego… nada.
La luz desaparece.
El sonido regresa.
Me miro las manos. No hay ningún cambio ni nada diferente en mí, pero me siento diferente.
Antes de que pueda apartarme del orbe, Monstrat y Nereus lo cubren una vez más con la seda
blanca. Vuelven a llevarlo al lugar de donde lo trajeron.
Me atrevo a darle un vistazo a Haven mientras me dirijo a mi lugar, junto a él. Mira fijamente
al frente, pero por un pequeño instante casi creo ver alivio en su rostro.
—Ese no es un don que se dé o se reciba a la ligera —dice Hades—. Úsenlo bien en su
próxima prueba, porque si pierden… —añade con un oscuro ceño fruncido—, perderán todos sus
poderes.
Luego, se retira del salón.
Nadie dice nada durante otro momento, hasta que Monstrat regresa.
—Felicitaciones, herederos —dice—. Ahora tienen dos días para prepararse para la próxima
prueba. Les sugiero que encuentren su propio espacio para practicar su nuevo don. Podría ser la
diferencia entre la victoria y la derrota.
—¿Eso significa que no podemos practicarlo con los demás, profesor? —pregunta Pearce
viéndome con una mueca taimada.
Sin aguardar la respuesta de Monstrat, la mano carnosa de Pearce repta hacia mí para
sujetarme.
Pero Haven es más rápido.
Su mano rodea mi muñeca y un fuego abrasa mis extremidades.
Caigo fuertemente de rodillas, entre gritos. Siento como si erizos de mar estuviesen
arrastrándose por mis venas.
Todos los muchachos se ríen.
En cuanto Haven me suelta, el dolor se desvanece.
—¡Haven! —grita Monstrat, furioso. Aprieta los dientes y frunce el ceño—. Eso estuvo fuera
de lugar.
—Al menos ahora la huérfana sabe a qué atenerse. —Me mira con ojos altivos—. Ahora sabe
cómo es mi juego.
Los muchachos le dan palmadas en la espalda a Haven como si fuera alguna clase de
campeón.
Un ardor de vergüenza me inunda las mejillas mientras me pongo de pie. Lo fulmino con la
mirada y él me observa con el ceño fruncido. Si las miradas pudieran hacer que ganásemos esta
prueba, creo que ahora habría un empate.
—De acuerdo, de acuerdo. —Monstrat se interpone entre ambos—. Por favor no usen su
nuevo poder entre ustedes. Se supone que es solo para la prueba. No querrán abandonar su
puesto ahora solo por bromas y juegos, ¿o sí? —dice dirigiéndose a todos, pero su atención se
enfoca en Pearce y Haven. Luego se da la vuelta—: Ya pueden irse. Que los dioses los
acompañen.
CAPÍTULO 24

SALGO DE PRISA DEL SALÓN DE HADES EN CUANTO NOS DAN PERMISO.


No quiero seguir viendo a Haven. Me preocupa lo que podría hacerle.
Quiero asesinarlo.
Quiero… matarlo.
¡Quiero asesinarlo y matarlo!
No debí haber ido a la cocina anoche. ¿Por qué las Moiras no me libraron de esa calamidad?
¿Qué hacen allá arriba en la cima de la montaña? ¿Hacen apuestas sobre qué tan rápido perderé?
Y ese beso. Ese estúpido y maldito beso.
Solo pensar en él enciende algo dentro de mí. Mi cuerpo claramente ha abandonado a la
razón. Claramente también está contra mí.
Estoy tan enfadada que casi me doy de bruces contra Max. Está de pie afuera de mi
habitación, con el puño levantado como para llamar a la puerta.
—¡Te he estado buscando! —gritamos al unísono.
Max se ríe.
—Tú primero.
Me sigue al interior de mi habitación y yo cierro con llave al pasar. Es mejor ser precavidos.
Puede que la advertencia de Monstrat haya sido clara, pero Haven no va a escuchar al profesor y
algo me dice que Pearce tampoco.
Me siento en el borde de mi cama.
—¿Oíste lo que pasó?
Max deja escapar un suspiro.
—¿Tú oíste lo que pasó? Oh, ¡gracias a los dioses y al monte Olimpo! Me estaba muriendo
por contarte, pero se le ordenó estrictamente al personal que no dijera que el titán que se escapó
fue visto por última vez viniendo hacia acá. Es que no quieren que los herederos se
desconcentren para la próxima prueba y saber eso con antelación estaría completamente contra…
las… —Max se detiene cuando comprende la conmoción plasmada en mi rostro.
—¿El titán… viene hacia acá?
Apenas puedo pronunciar las palabras sin que un pequeño chillido salga con ellas. Crecí
oyendo historias sobre los titanes y lo monstruosos que eran. Sabíamos que debíamos temerles
antes de siquiera saber caminar. ¿Y ahora uno viene hacia acá? Tal vez Hades cancelará la
prueba…
Mis manos y mi rostro se calientan.
—¡Vaya! ¿Estás bien? —Max levanta las manos hacia mí, pero no se acerca—. Creo que
estás brillando…
Me levanto de un salto y voy de prisa al ropero. Abro la puerta para darme un vistazo en el
espejo que cuelga del lado interno.
«Por los dioses del Olimpo».
Tiene razón. Mis manos y mi rostro resplandecen con un extraño matiz dorado rojizo. Sacudo
las manos a tientas como si me pudiera quitar de encima la extraña luz. Cuando coloco la mano
en la puerta del ropero para cerrarlo, comienza a desmoronarse entre mis dedos.
En solo un instante, queda reducida a trozos de madera chamuscada sobre el suelo.
Un dolor de cabeza empieza a formarse detrás de mis ojos.
—Algo va mal —digo.
—¿Ese es el don que Hades te dio? —pregunta Max.
Asiento.
—El don de la vida, o eso dijeron.
—Bueno, es asombroso. Acabaste con la puerta del ropero, imagina lo que podrías hacerle a
la cara de Haven.
—¿De qué hablas? ¡Esto no es asombroso! —La presión detrás de los ojos se intensifica—.
Cuando Haven usó la habilidad contra mí, ardía, pero no brillaba. Se supone que soy capaz de
alterar la fuerza vital, no de quemar muebles.
Sin embargo, Max aún parece impresionado.
—Tal vez es que funciona diferente contigo. Quiero decir, eres una excepción, ya sabes… en
todo.
Me siento en medio del suelo con cuidado de que ninguna parte brillante de mi cuerpo entre
en contacto con nada. Quiero frotarme los ojos para ver si puedo quitarme el dolor con un
masaje, pero no me atrevo a tocarme el rostro. No quiero fundirme la piel hasta los huesos.
—¿Es normal que haga que la cabeza me duela tanto?
—No estoy seguro —dice Max—. Tal vez… ¿tal vez solo tienes que acostumbrarte? En
realidad, nunca he visto a Hades usando el don de la vida, así que no puedo decir con exactitud
cómo debería lucir. Quizás debes intentar usarlo con algo más vivo. Quizás hace que te duela la
cabeza si lo usas en algo muerto, como ese ropero.
—De acuerdo. Eso tiene sentido.
Mira a su alrededor y toma una pequeña planta del alféizar. Es muy delicada, tiene florecillas
blancas con forma de estrella que al abrirse revelan un hermoso pistilo. Creo que son narcisos,
pero no estoy segura.
—Colócalo aquí. —Hago un gesto para que lo baje frente a mí, con cuidado de no tocarlo
cuando se aleja—. Hades no dijo que la fuerza vital funcionara en una sola dirección. ¿Puedo
hacer que crezca más rápido?
—En teoría —contesta Max, dudoso—. Pero no vemos mucho esa clase de cosas por aquí.
Hades y sus herederos no son conocidos por sus habilidades de cultivo.
Vuelvo a pensar en los árboles del Bosque Oscuro, en cómo las hojas abandonaron sus ramas
cuando perdí el control.
Si fuera heredera de Hades, es obvio que mis poderes coincidirían con los suyos. A pesar de
mis habilidades de cultivo.
Pero si puedo matar hojas, quizás también puedo hacer que crezcan. La fuerza vital va en
ambas direcciones. Y me sentiría mucho mejor sobre muchas cosas si pudiera darle vida a algo
en lugar de arrebatársela.
Respiro profundo y miro fijamente la hermosa planta. Los narcisos no crecen en la morada de
Hestia —es casi exclusivamente una flor de Hades—, pero aun así el dulce aroma floral me
recuerda a mi hogar.
—Retrocede —le digo a Max.
Él camina hacia la esquina de mi habitación luciendo tan emocionado como ansioso. Yo
extiendo una mano brillante hacia las flores.
El dolor en mi cabeza se apacigua mientras un haz de luz tiembla alrededor de mi mano tal y
como lo hizo en el Orbe de la Vida. El resplandor se intensifica. Ahora el dolor se ha ido por
completo y dejo escapar un suspiro de alivio.
Pero apenas mi mano toca la flor, la luz emana bruscamente de mí y los pétalos se
desintegran hasta convertirse en cenizas.
—Max —comienzo a decir cuando la luz explota, llenando de llamas visión.
Rostros centellean en mi cabeza. Rostros y nombres y eventos en la morada de Hades. Cosas
que recuerdo pero que no debería recordar.
Alguien grita.
La luz se arremolina en mi cabeza y, con un movimiento repentino, se expande como olas en
el mar.
—¡Ana! —grita Max—. ¡Ana, DETENTE!
Pestañeo. Tengo muchísimo frío y estoy temblando. Frente a mí hay una columna de humo.
Bajo la vista y me encuentro no solo con que la planta ya no está, sino que quemé toda la
alfombra e hice un agujero enorme en el piso de madera.
—¿Max? —pregunto—. ¿Qué suce…?
Detrás de él surge un humo negro que se solidifica en la figura de Hades. Me ve a mí y luego
a los restos chamuscados del suelo. Un severo ceño fruncido cruza su rostro.
Chasquea los dedos y todo se sume en penumbras.
CAPÍTULO 25

«THEO».
Su nombre viene a mí como el agudo repicar de una campana.
Veo su rostro en el Bosque Oscuro.
Lo veo en el roble cediéndole su brazalete a Haven.
En la oscuridad tengo consciencia suficiente para saber que no debería recordar a Theo.
Pero de algún modo… lo recuerdo.

CADA CIERTO TIEMPO, vuelvo en mí lo suficiente para oír gente hablando a mi alrededor,
pero nunca estoy segura de si son reales o parte de los recuerdos que ahora he recobrado con
perfecta claridad.
«Theo. Uno de los gemelos. Otros con expresiones graves mientras avanzan al carruaje que
espera por ellos».
Se supone que nunca deberíamos recordar a los expulsados, pero ahora puedo hacerlo.
«Theo. Él quería ir al reino de los mortales. Él veía a Haven como un amigo. Theo, a quien
Haven ayudó a ir al reino de los mortales porque amaba a una chica mortal».
Puedo levantar mis párpados tan solo un poco.
Juro que puedo ver a Haven sentado junto a mi cama.
Así es como sé que debo estar soñando, por lo que vuelvo a entregarme a la oscuridad,
susurrando su nombre como un deseo y una maldición.
Y las tinieblas me responden murmurando:
—Estoy aquí.
CAPÍTULO 26

ME DESPIERTO CON EL OLOR DE ALGO TÉRREO Y AGUDO CERCA DE MÍ. Cuando


abro los ojos para ver de qué se trata, me encuentro a Max sentado en la silla junto a mi cama,
meneando algo en un tazón pequeño. Abro la boca para preguntarle qué está haciendo, pero todo
lo que sale es un graznido ronco.
—¡Ana, estás despierta! Me diste un susto de muerte. De nuevo —dice y me ofrece una taza
del brebaje de olor fuerte.
Bebo un sorbo y hago una mueca por el sabor, pero me siento de inmediato algo más
despierta y alerta.
—Vives en una morada del inframundo —bromeo—. Uno asumiría que tu tolerancia por las
cosas aterradoras sería un poco más alta. —Lo digo como un chiste, pero Max niega con la
cabeza, con mirada seria.
—Incluso entre aquellos que habitan en el inframundo, esa clase de poder que desataste en tu
habitación es aterradora. —Max baja la voz como si hubiese alguien escuchándonos—. Creí que
harías un agujero directamente en la tierra y que abrirías una segunda entrada al inframundo.
Doy un quejido al estirar mis brazos y piernas. Todo mi cuerpo se siente tenso, como si
hubiese corrido siete veces las colinas aisladas del Olimpo.
—Lamento haberte asustado —digo y extiendo una mano para tomar su mano entre las mías
—. No debería haberte pedido que me ayudaras. Parece que tampoco podré controlar este poder.
Resulta que soy un peligro para todos y para todo.
—No digas eso. No es tu culpa.
—Pero eso no lo convierte en algo bueno. Necesito empezar a entrenarme, o mejor aún, tal
vez siga los pasos de Theo y opte por comenzar una nueva vida en el reino mortal. Si no puedo
controlar los poderes, quizás merezco perderlos.
—¿Quién?
—Theo… Cabello rubio, linda sonrisa. Estuvo aquí hasta hace una semana, cuando los
herederos que perdieron la primera prueba… fueron… —Me detengo cuando la expresión de
Max se convierte en una nebulosa confusión.
«Se supone que no puedes recordarlo».
Cierto. Pero ¿entonces cómo puedo? ¿Por qué los recuerdos han vuelto a mí?
—¿Sabes qué? Olvídalo. Solo es alguien a quien solía conocer.
—¿Y vive en el reino de los mortales? ¿Por qué alguien elegiría vivir en el reino mortal? —
Se estremece como si la sola idea le diera escalofríos—. No vuelvas a decir esas cosas, Ana.
Ganarás esta competencia.
Le sonrío débilmente.
—Gracias, Max —digo, intentando sonar tan confiada como él, pero fallando
miserablemente.
Si ni siquiera puedo controlar la fuerza vital de una simple planta, ¿cómo podría superar
jamás a Haven Knightfall? O peor, a un titán…
El sol entra por la ventana, creando un camino a lo largo de la habitación, haciéndome notar
que esta sala es mucho más brillante de lo que me esperaría de una habitación en la morada de
Hades. Miro a mi alrededor.
—¿Dónde estamos?
—En la enfermería. Está en el último piso de la morada para recibir luz solar porque la
curandera, Elena, insistió en ello cuando aceptó el trabajo.
Vuelvo a desplomarme contra la almohada, disfrutando la luz del sol en mi piel. Y luego
recuerdo haber visto a Hades en mi habitación justo antes de que me abrumara la oscuridad. De
golpe, vuelvo a levantarme.
—Hades me detuvo. Oh, dioses. ¿Estaba enojado? Me sorprende que no me haya echado de
inmediato. ¿Por qué vino el dios del inframundo a detenerme? Pudo habérselo ordenado a
Nereus o Monstrat o…
—No parecía enojado —me interrumpe Max—. Si acaso, parecía… bueno… —Aparta la
vista, como buscando la palabra correcta—. ¿Intrigado, quizás?
—¿De verdad? —exclamo. Eso no me lo esperaba—. ¿Y qué hay de Nereus?
Max pone los ojos en blanco.
—Tan insufrible como siempre. Sugirió que te descalificaran.
—¿Y Hades le dijo que no?
—No, en realidad, fue Haven quien habló en tu nombre.
Se me acelera el corazón.
—¿De veras?
—Le dijo a Nereus que no hay antecedentes de un despliegue de poder como el tuyo y que,
de ser descalificada, les demostraría a todos que los Knightfall recibían un trato preferencial y
que, si Haven ganaba, su posición dentro del círculo íntimo de Hades sería cuestionada para
siempre.
—Eso es… muy inteligente.
Max se recuesta en su silla y extiende sus piernas largas y magras.
—No me gusta admitirlo, pero Haven sí que es muy inteligente. Era el primero de su clase
antes de ser elegido para las Pruebas de Herederos. No llegó aquí solamente gracias a su
apellido.
En mi bruma semiconsciente, podría jurar que oí a Haven junto a mí.
—¿Haven… vino a verme?
Max asiente.
—Estuvo aquí durante horas.
—Haven Knightfall… estuvo aquí… conmigo… ¿durante horas?
La expresión de Max se torna incrédula.
—Lo sé. Estuve tan sorprendido como tú. Pero estaba empecinado en quedarse. Yo también
me quedé en la habitación por un rato… solo para asegurarme de que no estuviese aquí para
intentar sabotearte mientras estabas inconsciente. Pero solo se sentó allí, mirándote fijamente.
Fue algo dulce. Y raro. Pero dulce.
—Es la última persona que pensé ver aquí.
Justo cuando creo que entiendo a Haven, hace algo completamente inesperado. No me gusta
que de repente me encuentro cuestionándome mi opinión sobre él.
Me quejo y vuelvo a recostarme en las almohadas.
Una puerta grande de vidrio se abre a mi derecha y una mujer pequeña y regordeta entra de
prisa, vestida con una sencilla bata blanca. Su cabello oscuro está bien recogido con un moño,
haciendo que sus pómulos luzcan más angulosos de lo que deberían.
Comprueba mi frente y mi garganta con manos tan secas como tierra agrietada.
—Me alegra verte despierta. Hasta ahora, nada me ha dado motivos para preocuparme.
Parece que solo fue un influjo inesperado de poder, eso es todo. Y, a decir verdad,
probablemente necesitas algo de luz solar. Es nocivo para el cuerpo ir de la luz de la morada de
Hestia a la oscuridad de la morada de Hades.
Continúa tocándome y pinchándome buscando no sé qué.
«Qué no daría por ver a Sura justo ahora».
—Deberías salir de la morada de Hades y empaparte con un poco del hermoso cielo del
Olimpo —concluye.
Esa es la mejor idea que he oído hasta ahora.
—¿Tengo permitido ir a la morada de Hestia?
—¿De visita? No veo por qué no. Creo que es precisamente lo que necesitas.
Le doy un vistazo a Max.
—¿Quieres venir conmigo?
—Quisiera —responde Max con una expresión de disculpa—, pero hoy tengo una larga lista
de deberes. Sin embargo, deberías ir. Aprovecha la oportunidad de salir.
—Sería estupendo ir a casa por un rato.
Pero a pesar de que eso es absolutamente cierto, hay otro lugar al que quiero ir. Hay una
inquietud que debo resolver.
Elena se retira y Max camina conmigo hasta a escalera principal.
—¿Te encuentras bien? —inquiere y me mira de arriba abajo.
Extiendo las manos.
—Sí. De hecho, me siento muy bien. Mejor de lo que me he sentido en… bueno, mucho
tiempo.
Max asiente con la cabeza.
—Disfruta de tu paseo. ¿Nos vemos luego?
—Por supuesto.
Al volver a mi habitación, me encuentro con que el agujero chamuscado en el suelo ya ha
sido reparado y hay una puerta nueva en mi ropero. Hasta los narcisos del alféizar han sido
reemplazados. Es como si nada hubiese pasado.
Me cambio y me visto con unos pantalones holgados y una túnica que espero que no parezca
demasiado olímpica. Por último, me hago una trenza lacia en el cabello y me pongo un par de
botas de senderismo.
En el espejo, escudriño mi propio reflejo.
No me veo como toda una mortal, pero creo que es suficiente para pasar desapercibida entre
ellos.
Porque necesito ver a Theo.
Necesito verlo con mis propios ojos y averiguar si él también me recuerda.
CAPÍTULO 27

Respiro tan profundo al cruzar las grandes puertas de la morada de Hades que siento que mis
pulmones podrían explotar de alegría. Había olvidado la libertad que se sentía fuera de paredes
de piedra y corredores oscuros.
Tomo la dirección de la morada de Hestia, colina arriba, solo en caso de que alguien me esté
observando. Mientras camino por las verdes y exuberantes colinas, me doy cuenta de las otras
cosas que solo algunos días de oscuridad me habían hecho olvidar. El canto de los pájaros, el
viento susurrando entre las flores y por los prados llenos de hierbas altas. Por un momento,
siento que se me erizan los vellos de los brazos y la nuca, como si alguien me estuviese
vigilando, pero cuando me vuelvo, solo veo la cola de una criatura similar a un perro
escabulléndose entre los arbustos del otro extremo del prado. Apuro el paso porque, si bien no es
extraño encontrarse con animales recorriendo el Olimpo libremente, sí que es extraño
encontrarse con animales espías.
Tan pronto he subido por la colina que conduce al palacio de Atenea, paso por detrás de él y
me dirijo a la ladera opuesta, hacia la Puerta Olímpica que conduce al reino de los mortales. No
he ido a la zona limítrofe desde que era una niña, e incluso entonces Clea y yo solo nos
atrevimos a ir dos veces. Una vez fue cerca del solsticio de verano de los mortales. Mientras
recogíamos flores por aquí cerca, pudimos oír la música que el aire traía desde la puerta. No la
atravesamos, pero nos detuvimos a ver su jolgorio en el bosque. A pesar de que el reino mortal
existe en un plano separado del Olimpo, hay lugares, como la puerta, en los que el velo entre
ambos mundos es muy fino.
Poco más de un año después, fuimos una segunda vez y nos aventuramos a atravesar la
puerta y recorrer el bosque, pero nos perdimos irremediablemente. Habíamos seguido a una de
las huérfanas mayores, quien había decidido escabullirse para encontrarse con un amante mortal.
En la oscuridad, la perdimos de vista y nos extraviamos. Sura nos encontró algunas horas
después, hechas un ovillo, muertas de frío y empapadas por la lluvia que había empezado a caer.
Nos sentimos como unas tontas mientras Sura nos conducía de vuelta al Olimpo. En el camino,
nos dimos cuenta de que todo ese tiempo habíamos estado apenas a unos cuantos árboles de la
puerta. Pero el miedo de haber estado perdidas fue suficiente para alejarnos de ella desde ese
entones, especialmente luego de que Sura nos contara una historia de terror sobre un heredero
que se había atrevido a acercarse demasiado a la puerta y había sido absorbido por el otro plano,
sin poder regresar nunca al Olimpo.
Sé que los herederos visitan regularmente el reino mortal y regresan sin problema, así que no
estoy convencida de que esa historia sea cierta. Pero en ese entonces, logró el cometido de Sura:
mantenernos a salvo y en casa.
Ahora, cuando me aproximo a la puerta, me sorprende lo mucho más pequeña que luce.
Cuando era niña, la Puerta Olímpica parecía algo grandioso, terrible y místico. Ahora la veo
como es en realidad: un pórtico común y corriente que es poderoso gracias al poder que los
dioses le han dado, no porque tenga algún poder por sí solo. La abro lentamente y la atravieso,
preparándome para la sensación de misterio que me envolvió de niña, pero no siento nada. Tan
solo un pequeño y silencioso chasquido cuando la puerta se cierra detrás de mí.
No es hasta que estoy caminando por el bosque que me doy cuenta de que no tengo idea de
adónde pudo haber ido Theo cuando abandonó el Olimpo. Pero si fue capaz de conocer a una
chica mortal, espero que viva en la aldea que está cerca de la puerta.
Con las manos recorro las hojas al margen de mi camino. Por un momento, hay un chasquido
en mi piel cuando mi nuevo poder encuentra la fuerza vital de los árboles. Retiro la mano de
inmediato. La mayor parte del tiempo, los poderes de los herederos no funcionan en el reino
mortal y no quiero ser la excepción. Últimamente, todo lo que toco parece quemarse y morir.
Cuando oigo a lo lejos risas infantiles, sé que debo estar cerca. Acelero el paso y salgo del
bosque atravesando un grupo de álamos.
Nunca me he adentrado tanto al reino de los mortales y… es realmente digno de admirar.
Sé lo que son los automóviles, los he estudiado en los libros de Hestia, pero nunca he visto
uno de cerca.
Un gran camión pasa rugiendo junto a mí, perfumando el aire con el hedor acre de los gases
de escape.
Me inclino y toso.
No logro enderezarme y decidir una ruta hasta que mis pulmones vuelven a estar llenos de
aire fresco. Ahora, sin tráfico, escucho a los niños de nuevo y veo un parque a mi derecha, un
poco más allá del techo de hojalata de una pintoresca librería.
En el parque, detengo a una mujer joven que parece de mi edad. Su cabello oscuro está
recogido con una trenza similar a la mía, pero sus ropas están mucho más estructuradas y
ajustadas. Un aro plateado le atraviesa la fosa nasal izquierda y tiene uno más en cada oído.
—Disculpe. Busco a un amigo. Se llama Theo.
La chica me observa y por un momento abre sus brillantes ojos de par en par.
Inmediatamente bajo la vista para comprobar que todo esté en orden. ¿Olvidé algo importante
como los zapatos? No veo nada fuera de lugar. Normalmente los mortales no se dan cuenta
cuando estamos entre ellos, pero nunca he venido al reino mortal, así que es posible que no me
haya camuflado del todo bien.
—¿El Theo de Reyla? —pregunta la chica con un acento algo más tosco que el de las chicas
del Olimpo.
—No estoy segura. Somos amigos de… donde vivía antes.
—Ah, entonces definitivamente es el Theo de Reyla. —La chica me sonríe afectadamente,
pero sin malicia. Señala una hilera de casas que están cruzando la calle—. La puerta azul que
tiene el número 34. Ahí viven.
Hago una reverencia con la cabeza.
—Le agradezco por su gentileza.
La chica parece estar incómoda por un segundo antes de imitar torpemente mi reverencia.
—De nada —contesta con expresión divertida.
A pesar de que he estudiado a los mortales durante toda mi vida, ahora me doy cuenta de lo
poco que en realidad sé.
Me acerco a la puerta que me indicó la chica y llamo, de pronto insegura de si quiero que
Theo esté aquí o no. No había considerado si mi presencia sería un recuerdo no deseado de su
hogar luego de haber sido desterrado. Pero mis preocupaciones desaparecen cuando Theo abre la
puerta y esboza, asombrado, una enorme sonrisa.
—¡Ana! ¿Qué…? ¿Qué estás…? —Mira detrás de mí, hacia la calle, con el ceño fruncido—.
¿Cómo es que estás aquí?
—No estoy segura —contesto—. De repente te recordé y… pues… me preguntaba cómo te
iba en este lugar.
Abre más la puerta para permitirme pasar. Adentro huele a lavandas y madreselvas. El
artilugio electrónico que creo que es un televisor resuena por toda la habitación.
—Trini, bájale a la tele —dice Theo.
Miro de un lado a otro buscando a alguien que luzca como una Trini, pero no hay nadie.
Una pequeña caja negra brilla con una luz dorada, emite un pequeño sonido y el televisor
enmudece.
—¿A quién le has hablado?
Theo sonríe y señala la caja negra con la cabeza.
—Trini. Es un altavoz inteligente. Controla casi toda la casa.
La caja negra está hecha de plástico y metal de mortales. Voy hasta ella y la toco con un
dedo. No siento nada. No hay magia ni chispazos eléctricos.
—¿Esta cosa controla tu casa? ¿Y le hablas?
—Está súper, ¿no?
No ha pasado mucho tiempo desde que Theo dejó el Olimpo, pero ya habla y actúa como un
mortal. Ya encaja bien.
—¿Los otros me recuerdan? —pregunta Theo esperanzado—. ¿Haven va a venir? —Hay un
brillo de emoción en su mirada. Habla sobre Haven como si no le cupiera ninguna duda de que
es un amigo amable y preocupado, el tipo de amigo del que uno desea recibir una visita.
—No, o al menos no lo creo —respondo con un tono de disculpa—. Creo que por ahora soy
la única que te recuerda y no le he contado a nadie más. No estoy segura de lo que significa ni a
quién le puedo confiar el secreto.
—Puedes confiar en Haven —dice Theo—. Es un buen amigo, el mejor. Se arriesgó a
enfrentar la ira de su hermano solo para ayudarme a escapar antes de que se volviera demasiado
peligroso.
Frunzo el ceño.
—¿Demasiado peligroso?
Theo asiente.
—Antes de la ceremonia de selección, Haven y yo veníamos aquí cada cierto tiempo por las
fiestas y conocimos a algunos chicos que decían ser herederos. Nos advirtieron que con el pasar
de los años las pruebas se han vuelto más y más peligrosas. Que, si no pierdes en la primera
ronda, es más probable que pierdas la vida en la segunda o la tercera.
Pienso en el titán fugitivo y en todos los otros monstruos del Olimpo a los que aún no me he
enfrentado. Theo fue criado en la morada de un dios oscuro y aun así abandonó su puesto entre la
élite. ¿Quién soy yo para creer que podría encontrar un puesto entre ellos? Yo, la huérfana
doncella… que ni siquiera puede recoger un ramo de flores.
Theo apoya el hombro en la entrada en arco que está entre el recibidor y la sala de estar.
—Siempre supe que, si me elegían para combatir por la morada, perdería. Todos lo sabíamos.
Es imposible vencer a un Knightfall. —Aparta la vista y señala con la cabeza un retrato
enmarcado de él y una chica de piel oscura y ojos ámbar—. Luego conocí a Reyla, y perder la
prueba no me parecía tan malo después de todo.
Miro a mi alrededor para contemplar los detalles acogedores de su hogar. La manta de punto
de ochos en el sofá. Las pinturas en la pared. Las alfombras de felpa en el suelo. Es agradable y
colorido como el Olimpo, pero de algún modo se siente… simple, en el buen sentido. Sin
exigencias y sin problemas.
—¿De verdad eres feliz aquí?
—Así es —dice Theo sin dudarlo—. Extraño a mi familia, claro. Y definitivamente hay que
hacer algunos ajustes para acostumbrarse a una vida sin magia, pero preferiría tener una vida
mortal con Reyla que una vida inmortal sin ella.
En ese momento, siento envidia de Theo. Tiene un lugar al que pertenece.
—Estoy muy feliz por ti, amigo. —Le estrujo el brazo—. Que todos los dioses bendigan tu
unión y tu camino.
Me doy la vuelta y me dirijo hacia la puerta. No estoy segura de qué creía que encontraría
viniendo aquí, pero no me siento mejor. De hecho, me siento más confundida.
—Espera, Ana. —Theo tira de mí y me da un breve abrazo—. Gracias por venir a ver cómo
estaba. Es bueno que me recuerden.
Nos despedimos y regreso a la calle animada, de vuelta al Olimpo. Deambulo por algunos
momentos, maravillándome con lo feliz que parece ser todo el mundo, con lo evidentemente feliz
que es Theo, con lo bien que encaja en este mundo. Como si este fuera al lugar al que siempre
estuvo destinado.
Siempre nos dijeron que ser desterrado al reino mortal era el castigo máximo. Muchos en el
Olimpo preferirían pasar la eternidad en el inframundo que ser sentenciados a toda una vida en el
reino de los mortales. Pero este mundo no se parece en nada al que describen nuestras historias.
La gente parece feliz y satisfecha. Tienen familias y amigos y vecinos. Parecen vivir una vida
que no es muy diferente que la que llevamos nosotros en Ciudad Olimpo.
Todo lo que siempre he querido es encajar en algún lugar, con alguien. Tengo celos de que
Theo haya logrado hacer ambas cosas aquí, en este lugar tan alejado de casa.
Tal vez el reino mortal no es tan malo como creí. Tal vez puedo encontrar un lugar al que
pertenecer, igual que Theo.
Regreso a la Puerta Olímpica. Tengo un último lugar que visitar y una última pregunta que
necesita respuestas.
CAPÍTULO 28

A PESAR DE QUE CADA VEZ QUE HE ENTRADO A LA MORADA DE HESTIA ME


HAN RODEADO HUÉRFANAS, gatos o ambos, ahora cuando abro las grandes puertas dobles,
encuentro el lugar vacío y en silencio. Es casi como si Hestia hubiese sabido que venía en
camino y los hubiese ahuyentado a todos.
Encuentro a la diosa virginal en su biblioteca, en uno de los sillones de oreja, junto a las
puertas abiertas del balcón. Una brisa refrescante asciende desde el lago Nisa. En la lejanía, una
bandada de pájaros vuela frente al sol.
—Anastasha —dice Hestia sin volverse a verme—. Haces bien en visitarme.
Atravieso la biblioteca dándome cuenta demasiado tarde de que estoy vestida con ropas que
encajarían mejor en el reino de los mortales que aquí. Creo que nunca que he estado en presencia
de Hestia sin ataviarme con un vestido.
Hay otro sillón en diagonal al de ella. Me acerco al asiento y aguardo a que Hestia me invite
a unírmele.
No se asume la cortesía con una diosa.
—Siéntate —me dice y yo obedezco—. ¿Qué te trae por aquí?
Por fin me observa, y enfrentar directamente toda su belleza es tanto una bendición como una
condena. A veces es difícil respirar cerca de un dios. Se siente como si tus ojos estuviesen
cubiertos de polvo cósmico y tus pulmones llenos de miel.
Pero el golpe de admiración se va rápidamente y es reemplazado por mi necesidad de
respuestas. Porque no sé qué quiero ni dónde quiero estar.
Y peor aún… No sé si soy capaz de ganar la segunda prueba. No logro controlar mis poderes.
Ni siquiera puedo evitar que los recuerdos suprimidos sigan apareciendo en mi cabeza. Si eso no
es señal de que estoy dañada…
—Recuerdo a Theo —digo, preguntándome si ella reconoce el nombre—. Es un heredero
que perdió en nuestra primera prueba. Y cada vez que Hades me otorga un nuevo poder, algo
sale mal. Anoche hice un hoyo en el suelo.
Hestia no reacciona y eso solo me enfurece más.
—¿Quién soy? —exijo—. Dímelo, de una vez por todas. Necesito saberlo, Diosa Madre.
Necesito saber quién soy. Quiero saber mi destino para poder aceptarlo y continuar con mi vida.
Ella aparta la vista y vuelve a ver a las puertas del balcón. El sol dibuja franjas en su figura
con una vaga luz dorada.
Creo que no me lo dirá, tal y como se ha rehusado a contarme durante toda mi vida.
Pero entonces Hestia se extiende hacia mí, me toma de la mano y me da un apretón. Su tacto
es cálido como el sol. También debería sosegarme. Como la diosa virginal del hogar y la lumbre,
es la encarnación del bienestar y la serenidad…
Pero frunce el ceño con gravedad y veo remordimiento en sus ojos.
—No lo sé, Ana —dice—. No sé quién eres.
Dejo escapar un titubeante suspiro.
—¿Qué?
Ella se levanta y me insta a hacer lo mismo.
—Déjame mostrarte algo.
Me conduce fuera de la librería, atravesamos el pasillo y bajamos al jardín. Un gran muro de
piedra lo circunda y, con el pasar de los años, han crecido enredaderas hasta la cima, aferrándose
a cualquier grieta o hendidura que pudiesen encontrar.
A lo largo del muro florecen rosas durante todo el año, en varios tonos de rojo y rosa. Hay
grandes arbustos de lavandas, largas columnas de dedaleras y fragantes ramitas de tomillo. Bajo
el ojo vigilante de la ventana de la cocina, florece el jardín de vegetales: hileras de zanahorias
soterradas, tallos de alubias y frondosas lechugas.
Hestia me lleva a su preciada col, que ocupa ella sola toda una parcela del jardín.
Nos detenemos frente a ella.
La col tiene el doble de mi anchura y casi la mitad de mi altura. Durante todos mis años en la
morada de Hestia nunca ha sido cosechada o recortada. La han dejado allí, pero aun así sigue
creciendo y embelleciéndose.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunto.
Hestia resplandece bajo la luz del sol. Con la cabeza, señala a la col.
—Allí es donde te encontré.
—Como… ¿en una cesta o algo?
—En la col.
Bufo. Realmente suelto un bufido frente a la diosa virginal.
¿Sigo soñando? ¿Es una broma?
—¿En la col?
Hestia asiente.
—Hace veintidós años, una noche de luna llena, Sura oyó llantos en el jardín y me convocó.
Yo salí y seguí el sonido por el jardín, buscando al bebé, y entonces me di cuenta de que el
sonido provenía de la col. —Se pone de rodillas sobre la tierra y empieza a apartar las blandas
hojas, una por una—. Y allí, en el centro de la col, estabas tú.
Me siento desfallecer.
Retrocedo y me golpeo contra la morada.
El mundo gira.
—¿Me encontraste en una col?
No tiene ningún sentido.
Quiero decir…
Hay leyendas más ridículas sobre los nacimientos de otros dioses y diosas. Atenea nació del
cráneo de Zeus. Y Afrodita, de la espuma surgida de los genitales castrados de su padre.
Pero hay una gran diferencia entre nacer del cráneo de un dios y ser abandonada en un
vegetal de jardín.
¿Es que ni siquiera pudieron ponerme en una maldita cesta? Marigold al menos tenía una
cesta y piel de oveja. ¿A mí me dieron una condenada cesta?
—¿Quién me puso allí? ¿Mi madre?
—No lo sé, Ana. De verdad que no lo sé.
Las lágrimas acuden a mis ojos, pero rechino los dientes, intentando refrenarlas.
En todo caso, esto solo solidifica lo que me he estado preguntando subconscientemente desde
un principio: no encajo aquí. No encajo en ningún lugar. Fui desechada como basura.
Me enderezo y me paso una mano por el cabello.
Siento el tremor de las lágrimas en mis ojos, pero miro a Hestia directamente
—Gracias por contarme. Ya debería irme. —digo y me vuelvo hacia la puerta de la cocina.
—Ana, Espera. —Hestia da un paso hacia mí—. Tu destino aún no se ha revelado, pero lo
hará. Tengo fe en que será muy pronto.
—Gracias —digo, porque es lo único que puedo decir.
No tengo el corazón para decirle que mi destino ya está sellado: probablemente perderé la
prueba. Creo que todos lo sabíamos desde un principio.
Después de todo, no puede haber nada grandioso en una chica que fue encontrada en una col.
CAPÍTULO 29

YA ES OCASO CUANDO REGRESO A LA MORADA DE HADES, lo que significa que ya


casi todos deben estar despertando para iniciar su día. Nuestra segunda prueba debería comenzar
esta noche, creo, ¿o quizás mañana? Entre estar inconsciente e irme al reino mortal, he perdido la
noción del tiempo. Se siente como si la última vez que estuve aquí hubiese sido hace días, no
solo algunas horas.
Antes de poder dudar de mí misma, voy directo a la habitación de Haven y llamo a la puerta.
—Está abierta —grita sin siquiera molestarse en averiguar quién es.
¿Me echará?
Decido que no me importa, vale la pena arriesgarse.
Hay dos ventanas que van del techo al suelo. Las cortinas de ambas han sido separadas y los
cristales están abiertos de par en par, meciéndose a merced de la oscuridad naciente. Los grillos
cantan en los arbustos que circundan la morada. En algún lugar en el Bosque Oscuro, un búho
ulula.
Encuentro a Haven en su balcón. Hay candelabros situados a cada lado de la entrada, las
velan vacilan por la brisa. Haven no tiene camisa y está descalzo, no lleva más que unos negros
pantalones holgados.
Trago con fuerza ante la bruma de arrepentimiento que me embarga.
No debería estar aquí.
No debería haber venido.
Pero cuando me acerco y él se vuelve hacia mí, la luz de las velas danza por su pecho y no
puedo apartar la mirada, sorprendida.
Hay una miríada de cicatrices atravesándole el pecho, la piel muestra mellas y arrugas con
bordes blancos. Es como si hubiese luchado contra un grifo y casi hubiese perdido el corazón en
el intento.
La vergüenza colorea mis mejillas y de pronto agradezco la casi permanente oscuridad de la
morada de Hades.
—Lo… siento… Yo… Estoy… No quería… —balbuceo.
—¿Dónde has estado? —me interrumpe.
—¿Qué?
—Fui a la enfermería, pero no estabas.
Frunzo el ceño.
—¿Regresaste a ver cómo estaba?
Hace una expresión severa y aparta la vista.
—Solo quería saber si habías muerto, eso me facilitaría las cosas.
Me aferro a eso.
—Pues qué bueno, porque vine aquí a pedirte ayuda, lo que al final sí te facilitaría las cosas.
Haven frunce el ceño.
—¿Qué intentas decir, Hearthtender?
Comienzo a explicar y él se acerca. La luz de las velas solo acentúa las profundas líneas entre
sus abdominales y la piel realzada por las cicatrices. No puedo evitar fijamente su pecho.
—No era mi intención irrumpir en tu habitación.
—Y, sin embargo, aquí estás.
—Lo siento.
—Deja de decir eso.
—Debería irme —digo y comienzo a girarme.
En un movimiento tan veloz como sigiloso, recorre la distancia que nos separa y me toma de
la muñeca.
—Dime a qué has venido.
Siento el corazón en la garganta. Solo hay unos centímetros entre nosotros. Puedo sentir el
calor que emana de su piel.
Las cicatrices son peores de cerca. ¿Qué le sucedió?
Pienso en la historia que me contó sobre su ojo, sobre cómo Nereus lo obligó a mirar al
inframundo.
¿Qué otros horrores oculta Haven Knightfall?
—Vine a pedirte ayuda —admito, pero ahora que lo he dicho en voz alta, suena ridículo. Ya
no quiero hacer esto. No quiero ser parte de este juego. No quiero ser una huérfana no deseada.
No quiero intentar encajar en un molde el que sé que no encajo.
Y no quiero competir en una prueba que sé que perderé.
La forma en que la mano de Haven se cierra alrededor de mi muñeca es gentil, pero posesiva.
No quiere lastimarme, pero tampoco quiere que me vaya.
—Quieres mi ayuda —dice—. ¿En qué sentido?
—Fui a ver a Theo.
Arquea una ceja.
—¿Quién?
—Otro heredero. Lo ayudaste a perder la primera prueba. Está en el reino mortal.
—¿Eso es lo que el tal Theo te dijo?
—Es lo que tú me dijiste.
Sin darme cuenta, me ha hecho retroceder hasta la pared del balcón y me presiona contra ella.
—¿Cómo es que tú recuerdas a este chico y yo no?
—No lo sé.
—Estás tan llena de secretos, Hearthtender —dice con un matiz punzante en la voz.
Esto no va adonde quería que fuese.
El ojo malo de Haven parece brillar en la luz tenue cuando su mirada desciende a mis labios.
Su otra mano me recorre la mandíbula y luego me acaricia mechones de pelo.
Juro que cada uno de mis cabellos se eriza.
Su tacto es eléctrico.
Definitivamente no debería haber venido aquí, pero ahora no puedo recuperar el aliento y mis
pies están arraigados en el suelo de piedra.
No me quiero ir.
—Si jugamos juntos este juego —dice—, ¿así es como preparas el tablero?
—No. No estoy jugando a nada. Vine aquí a pedirte que me ayudes a perder.
Se aparta como si lo hubiese abofeteado.
—¿Viniste a qué?
—Abandonaré mi lugar y tú me ayudarás a hacerlo.
Su expresión se endurece.
—No, no lo haré.
—Haven…
Presiona sus labios contra los míos y todas las palabras, todas las ideas, se esfuman de mi
mente como si fueran criaturas aladas que nunca debieron estar enjauladas.
El estómago me da un vuelco. Siento que estoy en un bote, como si las olas se elevasen y yo
fuese diminuta e ingrávida, atrapada en la tormenta.
La mano de Haven me suelta la muñeca y se desliza hasta mi cadera. Sus dedos tientan bajo
el dobladillo de mi camisa y encuentran mi piel. Y empiezan a subir, y a subir. Su roce enciende
la piel sensible de mis costillas.
El valle entre mis piernas se contrae.
—Haven —digo, y su nombre se escapa casi como un jadeo—. Por favor…
—Sigue rogándome —gruñe.
—Haven.
Su boca cae sobre mi garganta. ¿Puede sentir el palpitar de mis venas, el apetito creciente de
mi corazón?
—Sigue —ordena y me mordisquea la oreja.
—Haven, por favor.
Sujeta mi camisa por el dobladillo y la levanta de un tirón, sacándomela por sobre la cabeza.
Por un fugaz instante, pienso que debería gritarle por hacer eso, pero entonces su boca vuelve a
caer sobre la mía, demostrándome que soy impotente bajo él.
Sus manos están en mi espalda, recorriendo mis omóplatos, tanteando bajo la banda de mi
sujetador. Puedo sentir su excitación a través de la fina tela de sus pantalones.
Me siento mareada por este deseo.
Y hay algo en la voracidad de Haven que me dice que él también lo siente.
Sus manos se deslizan hasta mi trasero y en un instante, casi sin esfuerzo, me alza. Envuelvo
mis piernas alrededor de su cintura y mis brazos alrededor de su cuello. Mi cabello cae hacia
adelante, poniendo una especie de cortina entre nosotros y el mundo.
—Ana —dice mientras me empuja contra la pared y se posiciona entre mis piernas.
—¿Sí?
—No abandonarás tu puesto. ¿Entendiste?
Desliza una de las tiras de mi sujetador y luego la otra. Mis pechos rebotan contra las copas y
la prenda pierde su batalla contra la gravedad.
Siento que la erección de Haven se endurece mientras me embiste.
—Pero… —digo cuando lleva su boca a mi garganta y mordisquea donde siente mis latidos
—. Creo que no pertenezco a este lugar. Tú has pertenecido aquí toda tu vida. Yo no le
pertenezco a nada ni a nadie.
Su suspiro en mi cuello provoca que mi espalda se estremezca.
—No sabes de lo que hablas.
Su mano repta a mi espalda y desabrocha un enganche de mi sujetador.
—No quiero que pierdas —digo.
El segundo enganche se abre.
—¿Por qué? —pregunta.
No puedo respirar, pero la respuesta viene a mí de repente. Cuando lo comprendo, se me
vacían los pulmones y se me revuelven las entrañas.
—Porque no quiero olvidarte.
Porque ¿y si la magia sí funciona esta vez? ¿Y si lo eliminan de mi mente y nunca vuelvo a
verlo?
Se detiene y se aparta lo suficiente para mirarme a los ojos.
—Mejor tú que yo —dice y se deshace de mi sujetador, exponiéndome al calor de su mirada
y al frío de la noche.
Se lleva mi pezón a la boca y juguetea con su lengua.
Y… me vuelve loca.
Nunca he encajado en el Olimpo, pero en este momento no hay otro lugar en el que prefiera
estar: aquí, siendo yo misma, con la boca de Haven sobre mi piel, evidente y deseosa.
¿Puede ser cierto que sienta la misma clase de rechazo que yo? ¿Somos iguales en esto?
Haven juguetea enérgicamente con sus dientes sobre mi piel. Dejo escapar un gemido grave
justo cuando alguien emite un gruñido de molestia desde la entrada.
Abro los ojos y me encuentro allí a Nereus, fastidiado e impaciente.
Con un chillido, me apresuro a cubrirme y Haven me suelta.
Y no estoy tan abrumada por la vergüenza como para no notar que Haven usa su cuerpo para
protegerme de la mirada entrometida de su hermano.
—Necesito hablar contigo —le dice Nereus a Haven y se va bruscamente.
Encuentro mi sujetador y mi camisa en el suelo y me los vuelvo a poner rápidamente.
Cuando termino, me doy la vuelta y veo a Haven observándome fijamente, pero su expresión es
insondable.
Hace diez segundos lo habría dejado hacerme lo que quisiera.
Hace diez segundos, no era mejor que ninguna de las otras herederas que prácticamente caen
a sus pies.
Y me doy cuenta de que lo haría de nuevo.
—¿Por qué no quieres ayudarme a perder? —pregunto.
Haven desaparece en su vestidor contiguo. Regresa algunos minutos después vestido con el
acostumbrado uniforme negro.
Se dirige a la puerta y la abre, luego espera a que yo salga.
En el corredor, él debe ir a la izquierda y yo a la derecha.
Hay tantas cosas que quiero decirle. Tantas cosas que no debería decir.
¿Por qué me hace esto? ¿Por qué me vuelve loca?
Quiero golpearlo y besarlo al mismo tiempo.
Lo odio y… no lo odio.
—No te ayudaré a perder —dice—, porque cuando gane, Hearthtender, será porque fui el
mejor.
Luego me da la espalda y se aleja.
CAPÍTULO 30

ME AVISAN SOBRE LA SEGUNDA PRUEBA SOLO HORAS DESPUÉS DE QUE


HAVEN Y YO NOS SEPARAMOS.
No estoy lista, pero al mismo tiempo quiero que se acabe ya. A pesar de la insistencia de
Haven, quizás pierda a propósito. Igual no puede detenerme. Y de cualquier modo…
Probablemente no soy rival para él en esta prueba. Aún no he averiguado cómo escapar de sus
ilusiones y no estoy más cerca de controlar mi magia de lo que lo estaba hace una semana.
Luego de una ducha, me visto con un atuendo negro limpio y me trenzo el cabello en la
forma que los mortales llaman trenza de espiga. Aquí lo llamamos cola de sirena. Y como
realmente debo estarme volviendo loca, tomo media hora adicional para maquillarme a pesar de
que estoy a punto de luchar por mi vida en una prueba sobre la que no sé nada.
«Te vistes para Haven», dice esa voz al fondo de mi mente.
Cállate, le digo a la voz.
Me visto para mí.
A pesar de que no tengo mucha hambre, hago el esfuerzo de comer. Max me dijo que la
segunda prueba es normalmente mucho más larga que la primera y no quiero fallar por estar
exhausta debido a una falta de carbohidratos.
En el gran comedor, nuestras bajas cifras están empezando a notarse.
Soy la última en llegar. Haven está en una mesa de banquete con Pearce, Gregor, Hollom, y
Kal, el último gemelo.
Suben la vista cuando entro y veo que hay una bandeja esperando por mí frente a Haven.
Pensaba en buscar comida por mí misma y sentarme sola.
Voy a la mesa, tiro de la silla y me siento.
Haven está desgarbado en su asiento, con un brazo colgado del espaldar. No come. De hecho,
no parece que haya tocado su comida, lo que contrasta mucho con Pearce, cuya bandeja está casi
vacía y cuyos ojos ya se pasean por la comida de los demás, como preparándose para hurtarla.
Pongo toda mi concentración en trocear el pan de mi bandeja. Luego, dejo caer uno a uno los
pequeños pedazos en el tazón de estofado. Por como huele, creo que es de venado y a base de
tomate. El vapor que emerge de él me besa el rostro.
Me llevo una cucharada a la boca y siento que Haven me observa.
—Eh, huérfana —dice Pearce—. ¿Ya has empacado?
Los otros se burlan.
—¿Para mudarme al palacio de Hades? No, aún no, pero gracias por preguntar.
Pearce vierte el resto del estofado en su boca y eructa.
—La única manera de que entres al palacio de Hades es que vayas en un ataúd.
—¡Ja! —grita Kal.
El resto de los muchachos chocan palmas con Pearce.
Haven se levanta y agarra su bandeja.
—Pierdes tu tiempo, Pearce. Ana ya me contó lo que hará. Planea perder. Después de todo,
ya todos sabemos quién será el ganador.
Bandeja en mano, desaparece cruzando las puertas laterales de la cocina y no regresa.
Los otros se quedan callados.
Yo continúo pinchando mi estofado.
Hace solo algunas horas, le había pedido a Haven que me ayudara a perder y él se negó.
Entonces, ¿por qué les dice a los demás que eso es lo que quiero?
Nada de lo que hace Haven Knightfall tiene sentido para mí.
Ni ahora.
Ni hace algunas horas cuando me sostuvo en brazos y me cubrió de besos.

MAX ME ENCUENTRA EN MI HABITACIÓN UN POCO ANTES DE QUE DEBA


PRESENTARME AL SALÓN DE HADES.
—¿Cómo te sientes? —inquiere.
—Me siento mejor.
—Bien —dice asintiendo—. Me preocupaba que no pudieras hacer la segunda prueba y estoy
ansioso por que le patees el trasero a Haven.
Me río.
—Ambos lo estamos.
Pero no me siento segura de mis habilidades ni de mi voluntad para ganar.
De hecho, a medida que la hora se acerca más y más, estoy más determinada que nunca a
perder.
Solo soy una huérfana que fue encontrada en una col. ¿Qué servicio podría ofrecerle a un
dios?
—Ahora cambiando de tema… escuché algo —dice Max.
—¿Ah sí?
—Pero decirte podría distraerte, así que no estoy seguro de si…
Levanto la vista haca él.
—Escúpelo, Max.
—Oí a Hades decir que el titán que se escapó del inframundo es Cronos y que fue visto cerca
de aquí.
—¡¿Qué?! —grito.
—¿Ves? ¡No debí habértelo dicho!
Voy a la ventana de mi habitación y me asomo por las cortinas.
—¿Por cerca de aquí se refieren al jardín? ¿Al Bosque Oscuro? ¿O cerca de algún lugar del
Olimpo? Quiero decir, la plaza de la ciudad está más cerca con relación a la distancia al
inframundo, así que…
—No lo sé —admite Max—. Pero cualquiera que sea el lugar cercano, es algo muy malo.
Es terrible, por supuesto.
Cronos era el rey de los titanes. Él derrocó a su propio padre, el soberano del universo,
Urano. Y después, cuando se enteró de que él también sería derrocado por su propio hijo, devoró
a cada uno de sus vástagos en cuanto nacieron.
Fue Rea, la madre de Zeus, quien pudo engañar a Cronos para que devorara una piedra en
lugar de su hijo cuando Zeus nació.
Y fue Zeus quien luego derrocó a Cronos y lo encerró en el Tártaro.
Si Cronos ha escapado del inframundo, no hay forma de saber qué es lo que quiere, pero no
será algo bueno. Ha estado en el Tártaro por más de un milenio. Eso es mucho tiempo para
planear su venganza.
Pero ahora no puedo pensar en eso. Y si pierdo esta prueba, no tendré que pensar más al
respecto.
—Gracias por advertirme, Max —digo—. No puedo esperar a verte cuando termine esta
prueba. Celebraremos con algo divino, como palomitas de maíz mortales o…
—No, ¡una malteada de chocolate mortal!
—Es una cita —miento.
Cuando me despido de Max en el corredor, le doy un abrazo extra largo y extra fuerte,
sabiendo que será la última vez que me vea y recuerde mi nombre.
CAPÍTULO 31

EN EL SALÓN DE HADES, a los herederos restantes nos dividen en dos grupos, cada uno de
los cuales toma un carruaje que nos aleja de la morada. A mí me toca compartir carruaje con
Hollom y Gregor y me siento al mismo tiempo agradecida e irritada. Ellos pasan la mayor parte
del viaje haciendo teorías sobre la prueba que nos espera y sobre las probabilidades de que
Haven pierda.
—Es un maldito arrogante —dice Hollom—. Esa será su perdición.
Gregor asiente al oír su profunda sabiduría.
—Todos los Knightfall lo son. Y ahora que tenemos estos nuevos poderes, tal vez seremos
capaces de detenerlo.
Aparto la vista de la ventana.
—¿Alguno de ustedes ha estado atrapado en alguna de sus ilusiones? —pregunto. Ninguno
contesta—. Porque su poder es devastador. Es casi imposible escapar de él y ninguna ilusión es
igual. Vi a Ely caer de rodillas, sollozar y llamar a su mamá como un bebé cuando Haven usó su
poder contra él en la primera prueba. Ustedes son idiotas si creen que pueden superarlo.
Me miran boquiabiertos como si me hubiese salido una cola.
—¿Desde cuándo lo defiendes? —dice Hollom—. Creí que ustedes se odiaban.
—No lo estoy defendiendo. Solo digo la verdad.
El carruaje se detiene y con él nuestra conversación.
Cuando el siervo abre la puerta, un remolino de niebla invade el interior. Huele a encina y a
clavo.
Soy la primera en salir. Nos encontramos frente a una hilera de setos que me dobla en altura.
Cuando veo una abertura en el muro, inmediatamente reconozco dónde estamos.
Un laberinto de minotauro.
Puede que Teseo haya matado al minotauro hace miles de años, pero ahora hay laberintos
desperdigados por todo el Olimpo en homenaje al minotauro y al guerrero. A menudo, los dioses
usan los laberintos como campos de entrenamiento, atestándolos con toda clase de criaturas.
Se me revuelve el estómago.
Durante toda mi vida, nunca me he encontrado con ninguno de los legendarios monstruos del
Olimpo y esperaba seguir así.
Como si sintiera que el miedo se intensificaba, algo dentro del laberinto deja escapar un
rugido ensordecedor que retumba por todo el paraje.
Todos nos paralizamos.
Al menos no soy la única que se siente fuera de su elemento.
Un tercer carruaje se acerca meciéndose por la ladera. Cuando está junto a nosotros se
detiene abruptamente y de él salen Hades y Monstrat.
El monstruo ruge una vez más.
—Su segunda prueba comienza ahora —dice Hades cuando se sitúa entre nosotros y la
entrada al laberinto.
Luce imponente y feroz llevando su traje de batalla, con un peto de metal negro y brazaletes
a juego. Hay florituras doradas pintadas en las hombreras de su armadura.
Pero la pieza más brillante es el casco de invisibilidad que tiene sujeto bajo el brazo.
Fue creado para él por los cíclopes y lo vuelve invisible al usarlo. Parece algo extraño
llevarlo ahora para algo tan simple y no bélico como una prueba de herederos.
—Su objetivo —dice Hades con voz resonante—, es encontrar la salida del laberinto. Eso es
todo. Una misión sencilla con una gran recompensa. —Él y Monstrat se hacen a un lado—.
Buena suerte.
Todos miramos fijamente la entrada al laberinto. Puede que parezca algo simple —encontrar
la salida de un laberinto—, pero esta es la segunda prueba de la morada de Hades… No tendrá
nada de simple.
Y también está el monstruo rugiente encerrado adentro, probablemente esperando para
emboscarnos.
Hades no menciona nada del monstruo.
Haven es el primero en atravesar la entrada y desaparecer tras una hilera de setos. Luego lo
siguen Pearce, Kal y Hollom.
Como no quiero ser la última, me le adelanto a Gregor y, en lugar de ir a la izquierda como
todos los demás, voy a la derecha. Gregor me sigue y cuando le doy un vistazo se encoje de
hombros.
—Si todo se resuelve con una batalla y planeas perder entonces supongo que eso me
convierte automáticamente en el ganador, ¿no es así, huérfana?
Sonríe con cordialidad como si estuviésemos hablando de una partida de ajedrez y no de una
misión de vida o muerte en un laberinto de minotauro.
—Supongo que sí —contesto.
Pero si es una batalla contra el monstruo, Gregor será el primero al que sacrificaré.
Llegamos a la primera curva y Gregor me deja adelantármele. Voy lentamente y asomo la
cabeza al otro lado. Hay una antorcha incrustada en el muro de setos, proyectando una amplia
fila de luz naranja. No hay monstruos a la vista.
Doblamos unas cuantas esquinas, adentrándonos más y más en el laberinto. Las antorchas no
han sido situadas regularmente, por lo que algunas veces todo lo que tenemos para avanzar es la
débil luz de la luna. Pero las paredes son muy altas y el laberinto es muy profundo para que la
luna pueda penetrar las sombras producidas por los setos.
Luego de otra curva, llegamos a un callejón sin salida.
—Parece que debemos volver —digo.
Pero cuando doblamos la esquina por donde vinimos —la única que hay— nos encontramos
con otro callejón sin salida.
—Maldición —dice Gregor—. Es un laberinto cambiante. Maldito inframundo.
—¿Estamos atrapados? —Recorro con mi mano la pared del laberinto buscando una
trampilla o una abertura secreta. No encuentro nada—. Esto no está bien. ¿Cómo se supone que
saldremos de aquí?
Un rugido retumba por el laberinto. Los setos tiemblan como si ellos también le temieran.
—Pues mira el lado bueno —dice Gregor—, al menos en una prisión de setos estamos a
salvo de… eso, sea lo que sea.
Alguien grita.
Otras voces le siguen.
«Haven».
Mi corazón late con fuerza en mi pecho.
—Parece que hice bien en venir contigo, huérfana —dice y se cruza de brazos. Luce
satisfecho a pesar de que nuestros compañeros herederos están siendo masacrados en algún lugar
más allá de este muro.
—Eres asqueroso —le digo y continúo tocando los setos.
—Ya era hora de que cayera la dinastía Knightfall.
Otro grito surca el laberinto y el pánico me abruma. Siento una urgencia voraz de irme, de
abrirme paso a través del laberinto y encontrar a Haven y…
Mis manos comienzan a temblar. Una incandescencia se acumula en mis entrañas y fluye por
mis brazos hasta mis dedos.
—¿Qué les pasa a tus manos? —pregunta Gregor.
Cuando las pongo frente a mi rostro, me doy cuenta de que brillan de nuevo.
Y allí es cuando lo entiendo.
Parte del segundo don de Hades debía ser usado en esta prueba.
Dioses, ¿es que no puedo ser más tonta?
Ahora solo debo aferrarme al poder lo suficiente para travesar el laberinto.
Coloco mis manos en la hilera de setos y las hojas se retraen, pero esta vez, en lugar de
calcinarse como el suelo de mi habitación, las hojas se encogen hasta volverse retoños y luego
desaparecen por completo. Las ramas retroceden como… como si decrecieran.
—Vaya —exclama Gregor.
Cuando hay un hoyo más grande que yo, cruzo al otro lado.
Detrás de mí, unos pasos golpean la tierra. Me vuelvo justo a tiempo para ver al minotauro
atravesar de una embestida el muro opuesto. Atrapa a Gregor entre sus brazos hirsutos y
musculosos y le muerde el hombro con afilados dientes.
La sangre sale de la herida a borbotones y salpica sobre el rostro de Gregor. Él grita y se
sacude.
Sin pensarlo, corro hacia él, pero los setos vuelven a crecer y sin importar cuánto golpee las
ramas, no puedo atravesarlas.
—¡Gregor! —grito.
Escucho el desconocido pero inconfundible crujido de los huesos destrozados bajo las fauces
de bestiales dientes.
«Oh, dioses».
Una amarga sensación crece en mis entrañas. Me cubro la boca con la mano para amortiguar
el sonido de mi respiración y evitar vaciar todo el contenido de mi estómago.
Los setos tiemblan a medida que se acerca el retumbar de las pezuñas. El minotauro resuella
y las ramas crujen cuando sus enormes manos las atraviesan.
Creo que puede olerme. Y si me quedo aquí inmóvil por más tiempo, también me verá.
Y yo sería todo un manjar…
Me doy la vuelta y huyo.
CAPÍTULO 32

DOBLO CADA ESQUINA EN MI CAMINO, corriendo de un lado a otro mientras el


minotauro atraviesa las hileras detrás de mí como si estuviesen hechas de papel.
El pánico me hace un nudo en la garganta. No puedo respirar.
No quiero perder esta prueba.
¡No quiero que me devoren!
Entro a trompicones por una gran abertura en el muro y miro a mi alrededor.
Hay una fuente en el centro y un escudo con la cabeza de Medusa ha sido erigido en medio
de ella. Del escudo sobresale su cabello de serpientes y de sus bocas abiertas mana el agua. En el
suelo hay piedras dispuestas en patrón cruzado y hay una antorcha en cada una de las otras
cuatro aberturas del muro.
Debo estar en el centro del laberinto.
Apenas tengo tiempo para procesar el hecho de que ya llegué a la mitad cuando el minotauro
derriba el seto del lado opuesto.
Reprimo un chillido y me vuelvo…
Y me estrello contra Haven.
La sangre le cubre un costado del rostro. Su ojo está hinchado y amoratado y tiene los labios
rotos, ensangrentados.
Me cubre la boca con la mano y tira de mí, conduciéndome a la fuente. Con el otro brazo me
rodea la cintura y me sujeta contra él.
—Shhhh —me dice al oído, su advertencia no es más que el hálito de un susurro.
El minotauro recorre el centro del laberinto a zancadas, resollando.
El agua cae a nuestro alrededor y mi cabello se pega a mi nuca.
El minotauro se acerca a la fuente y se detiene a medio metro de nosotros. Sus ojos dorados
destellan bajo las llamas mientras comprueba el aire, buscando nuestro aroma.
¿Qué sucede? ¿Cómo es que no nos ve?
Durante un minuto, pienso tontamente que no puede ver el agua, pero entonces me doy
cuenta…
Haven está creando una ilusión y protegiéndonos de la vista del minotauro.
No sabía que podía hacer eso.
Ni siquiera sabía que eso era posible. Creí que sus poderes creaban una ilusión de miedo.
Pero de repente me siento agradecida por ellos. Los latidos resuenan en mis oídos y mi
respiración revolotea inútilmente en mi garganta.
El minotauro se vuelve hacia nosotros. Haven me sujeta con más fuerza.
Aguanto la respiración y abro los ojos de par en par. El minotauro me mira directamente
desde el ángulo largo y curvo de su hocico. Abre la boca y sus dientes resplandecen bajo la luz
de la luna. Aún hay sangre manchando sus incisivos, derramándose por su boca.
No respires.
No te muevas.
No hagas nada.
El agua cae sobre mi cabeza y se resbala por mi espalda.
No puedo oír nada por sobre el veloz latido de mi corazón.
El minotauro se da la vuelta y se aleja.
Cuando vuelve al laberinto, Haven me suelta y yo me inclino para respirar profundo. Estoy
empapada y no puedo dejar de temblar.
—Gracias —chillo.
—No me agradezcas aún —dice. Cruza el borde de la fuente y se sacude el agua del cabello.
Cuando está satisfecho, se lo acomoda pasándose una mano por la cabeza. El agua ha limpiado
un poco de la sangre en su rostro, pero un corte justo por encima de su ojo desvaído sigue
rezumando un rojo intenso—. ¿Dónde está Gregor?
Debo palidecer de solo oír el nombre, porque Haven solo asiente con la cabeza y aparta la
vista.
—¿Y qué hay de los otros? —pregunto.
—El mismo destino —confiesa—. Tú y yo somos los únicos que quedan.
¿Cómo es posible?
¿Cómo soy la única que queda junto a Haven Knightfall?
Las palabras de Hestia acuden a mi mente: «Sospecho que tu futuro será digno de una balada
épica y espero con ansias el día en que podré escuchar esa canción».
Pero no sé cómo ser la persona que, según Hestia, estoy destinada a ser. No sé cómo ser
épica, ni heroica, ni fuerte ni ninguno de los otros adjetivos que describen a un miembro de élite
de la morada de Hades.
Y Hades aún no ha admitido que soy su hija, que a la mujer mortal con la que me engendró le
disgustaba tanto cargar con su bebé que la abandonó en un jardín.
El minotauro lanza un aullido de frustración algunas hileras más allá.
—Tenemos que seguir avanzando —dice Haven—. Yo vine del norte, tú viniste del este,
¿cierto?
—Eso creo.
—Entonces vayamos al oeste —anuncia, señalando con la cabeza a la entrada que está más
allá de la fuente de Medusa—. Llegamos a la mitad. Podremos salir si nos mantenemos juntos.
Lo observo bajo la luz del fuego, intentando descifrar qué pasa por su cabeza. Un instante
parece odiarme y al siguiente parece a estar dispuesto a hacer lo que sea para salvarme.
—¿Por qué me ayudas? —pregunto—. Me odias.
—¿Quieres tener esta conversación justo ahora?
El minotauro ruge, pero el sonido está mucho más lejos.
Haven suspira y mira hacia el oeste, hacia la luna llena que pende del cielo como un fruto
divino.
—No te odio, Ana —dice—. Odio lo que eres.
Yo doy un bufido.
—¿Y qué soy? ¿Una chica? ¿Una huérfana? ¿Una donnadie?
Niega con la cabeza.
—Eres libre. Libre de escoger tu propio destino.
—Eso es ridículo. La única razón por la que estoy aquí contigo es porque las Moiras me
escogieron.
—Pero ¿quién regenta las decisiones que tomas? Si decides atacar, no hay nadie que te diga
que no. Si decides sacrificarte, no habrá nadie detrás juzgándote por tomar esa decisión. Vives
por ti misma, tu destino depende enteramente de ti.
Da un paso hacia mí. La antorcha vacila, mecida por el viento.
La luz danzante alcanza su ojo bueno y lo vuelve dorado.
—Y además de eso —añades—, eres impecable.
«Intachable. Sin defecto».
Nunca, ni en mis fantasías más disparatadas, me había imaginado que Haven Knightfall
estaría aquí frente a mí, en un laberinto de minotauros, diciéndome que me envidia.
No creo que esté admitiendo que soy mejor que él en todo, solo en esto. En lo único que
importa. Porque preferiría ser buena que ser poderosa.
Y tal vez a eso es a lo que se refiere.
Haven proviene de la oscuridad. Fue criado con crueldad y ambición, guerra y muerte.
Yo vengo de la luz, aunque no sea de sangre.
Y tiene razón: no hay nadie que me diga qué hacer.
Y hay una gloriosa libertad en ello.
Y entonces es como si las cadenas se quebraran.
Cadenas que —ahora lo veo— me había puesto yo misma.
Creía que estaba atrapada en la morada de Hestia, una heredera abandonada, nunca deseada
por su madre y su padre. Pero, en realidad, me dejaron el camino libre, me dieron la oportunidad
de elegir.
Puedo ser todo lo que quiera ser.
Puedo encontrar mi propio lugar en el mundo. Un lugar al que pertenezca.
Y por alguna descabellada razón, el único lugar en el que quiero estar ahora es junto a
Haven.
Quiero combatir junto a él para salir de este laberinto y emerger victoriosos del otro lado.
Ese no será el final de nuestra historia. Ni el final de nuestra rivalidad. Hay otra prueba que
superar, pero por ahora aprovecharé esto por el tiempo que me quede.
Haven parece tener una idea similar al mismo tiempo que yo, porque me toma entre sus
manos y lleva sus labios a los míos. Tiene el sabor de la fuente de agua y la esencia de una tierra
fresca, profunda, oscura.
—Este no es momento para besos —digo al apartarme, pero sé que mis mejillas están
sonrosadas.
Quiero que me siga besando. Quiero arrancarle las ropas y deleitarme contemplándolo.
Pero no puedo hacerlo hasta que termine esta prueba. Hasta que la terminemos.
—Siempre es buen momento para besos —dice en mi boca y luego me roba otro.
—Vamos —digo y lo empujo hacia la entrada oeste.
Empieza a avanzar a trompicones, sonriendo.
Y es entonces cuando noto que no estamos solos en el centro del laberinto.
Junto al muro de setos se yerguen dos figuras oscuras con una manada de perros bravíos a
sus pies.
CAPÍTULO 33

LAS FIGURAS NO SE MUEVEN PARA ATACAR.


Los perros —seis en total— nos muestran los dientes, amenazantes.
En un principio, creo que son iguales a los perros callejeros que vagan por la ciudad o las
mascotas que protegen el ganado de los campesinos. Tienen el tamaño y la forma de perros
normales, pero cuando miro más de cerca, me doy cuenta de que no son completamente sólidos.
Hay una niebla que se desprende de ellos como si estuviesen hechos de humo y, al moverse,
sus cuerpos se tornan una mancha borrosa a la que le toma un segundo volver a componerse.
Pero sus colmillos sí se ven muy, muy reales.
—Separémonos —me dice Haven.
—¿Qué? —pregunto demasiado tarde.
Ya está a medio camino por el centro del laberinto, del lado opuesto a la fuente.
Tres de los perros van tras él y sus ojos se tornan rojos.
La figura que está más cerca de Haven se adentra al halo de luz.
Y me doy cuenta de que tampoco tiene forma.
Es un fantasma hecho de humo de carbón, con hoyos vacíos donde deberían estar sus ojos y
su boca.
No sé qué son estas criaturas, pero algo me dice que, si atacan, será algo muy, muy malo.
Rodeo la fuente lentamente, sin estar segura de lo que Haven espera de mí ahora que sigo su
plan de batalla. Entiendo lo que intenta hacer —divide y vencerás—, pero no tengo un arma, y
aunque la tuviera, no sabría cómo usarla.
Haven corre con largas zancadas y mantiene dobladas las rodillas, listo para embestir. Intento
imitarlo, pero no soy una guerrera. No como él. No fui criada en un campo de batalla.
La figura que está más cerca de mí avanza y los perros la siguen.
Siento los latidos del corazón en la garganta, mi boca se seca y tengo un nudo en el
estómago. Pero sé cuál es mi objetivo: salir viva de este laberinto, y estoy dispuesta a intentarlo
todo para lograrlo.
Vamos, poderes. No me fallen ahora.
El problema es que nunca he sabido cómo invocarlos. No sé dónde reside la magia cuando
está inactiva. ¿Debo esforzarme mentalmente? ¿Debo mover los dedos?
Uno de los perros me lanza una dentellada.
La figura se aproxima. Una mano de sombra se solidifica y aparece en ella una espada.
En un abrir y cerrar de ojos, el arma comienza a refulgir bajo la luz de las antorchas.
Es acero real nacido de las sombras.
Acero que aparentemente podría tajarme con facilidad.
Piensa, Ana.
Puedes hacerlo.
Imagino mis manos brillando, el poder ardiendo en las yemas de mis dedos.
Pero no pasa nada.
La figura se acerca más. Los perros se separan y forman medio círculo a mi alrededor.
Levantan sus labios sombríos, revelando hileras de dientes tan afilados como una hojilla.
Por el rabillo del ojo, veo al otro hombre sombra acometiendo a Haven. Él se agacha bajo el
arco que describe su espada. Estando ahora detrás de él, Haven levanta su bota y patea la sombra.
Pero en lugar de caer de rodillas, la sombra se desvanece y Haven se tambalea por el impulso
perdido.
El hombre sombra reaparece tres metros más allá.
Eso no es bueno.
Distraída, no noto al otro hombre sombra que se aproxima hasta que ya es demasiado tarde.
Rodea mi garganta con su mano y me zarandea, haciendo que mis dientes choquen. Me agito
bajo su agarre cuando mis pies se separan del suelo. Flexiona el brazo y me arroja por los aires.
Me estrello contra una hilera de setos, las ramas me rasgan el rostro y me tiran del cabello.
El aire se escapa de mis pulmones cuando golpeo el canto rodado y permanezco allí, mirando
a las estrellas, respirando con dificultad.
Siento el pecho en llamas. Tengo la visión borrosa.
No puedo hacerlo.
—¡Levántate, Ana! —grita Haven.
La hoja hiende el aire sobre mí. Ruedo y me pongo a gatas; el acero golpea la piedra con un
sonido metálico, fallando por solo unos centímetros.
Me pongo de pie.
La espada me embiste de nuevo.
Me agacho y me abalanzo sobre la figura. Mi única intención es desintegrarlo, pero en vez de
eso, me estrello contra él.
Nos desplomamos juntos, yo encima de él. Su rostro es un remolino de humo y furia. Su
figura se retuerce debajo de mí como si estuviese tratando de apartarse, pero no puede.
Los perros me lanzan dentelladas y cuando uno por fin me muerde el brazo, me clava los
dientes hasta el hueso y el dolor me recorre todo el cuerpo. Ardientes lágrimas acuden de
inmediato a mis ojos y me nublan la visión.
El hombre sombra logra sacudirme, rueda y luego se sube encima de mí. Su boca se expande
y se vuelve unas fauces oscuras. A pesar de que no posee un cuerpo sólido, tiene un peso que es
suficiente para aplastarme. Y juro que puedo percibir su aliento. Huele a lodo de pantano y
vegetación podrida, a algo rancio y sulfúrico al mismo tiempo.
La boca del hombre sombra se acerca a mí, inhala y… Se siente como si me desollaran la
piel, parte por parte.
El dolor explota por doquier.
Todo está en llamas.
Grito y me sacudo e intento afianzarme.
Solo hay ardor en mis venas y el impulso lacerante de salir, salir de aquí.
Una luz dorada abandona mi piel y desaparece en su oscura garganta.
En ese momento, me doy cuenta de lo que hace y tal vez sé lo que es.
Está devorando mi energía.
Tengo que quitármelo de encima.
Tengo que levantarme.
Tengo que correr.
El hombre sombra emite un rugido gutural.
El dolor decrece.
Abro los ojos y veo que lo he tomado de las muñecas. Mis manos brillan de un color rojo
intenso.
Sus bordes de niebla se encogen como un pergamino expuesto al fuego.
Ahora es él quien se sacude.
Lo sujeto con más fuerza. Las piedras debajo de mí tiemblan. La fuerza trepidante de la
criatura intentando escapar vibra a través de mis huesos.
Pero no desistiré.
Se encoge.
Se vuelve más y más y más pequeño.
Puedo hacerlo.
Las Moiras no me han traído hasta aquí solo para verme morir.
Así que no lo haré.
Ganaré.
Me concentro en ese calor que crece en mi vientre y lo extraigo, obligándolo a recorrerme los
brazos y llegar a mis manos.
El rugido del hombre sombra se vuelve un grito agudo que me destroza los tímpanos con un
ruido sordo.
Mis manos resplandecen como el sol. El hombre sombra se comprime hasta volverse una
pelota entre ellas. Los tendones de mis muñecas resaltan bajo mi piel y cada hueso, articulación y
músculo de mi cuerpo se tensa intentando aferrarme a él. Rechino los dientes. Su hedor acre
abruma mis sentidos.
Y entonces…
BAM.
Explota con una lluvia de luz y niebla.
El suelo tiembla.
Los setos se sacuden.
Permanezco allí, exhausta y sin aliento, pestañeando mientras veo el cielo.
Los perros ladran y gruñen.
Alguien grita.
«Haven. Haven sigue en peligro».
¿Por qué me importa?
¿Por qué la idea de perderlo me revuelve el estómago?
Ruedo y levanto la cabeza justo a tiempo para ver a un perro enterrar los dientes en su pierna
y la espada del hombre sombra hundirse en su hombro.
Me levanto. Corro. Un sudor frío me recubre la espalda y mi estómago da un vuelco cuando
Haven grita.
«No. No, no, no».
Cae sobre una rodilla.
Siento el corazón en la garganta.
El perro se ahínca, rasgando la piel, y el agrio aroma de la sangre impregna el aire.
El hombre sombra saca la espada y vuelve a apuntar su brazo, listo para atacar.
—¡Haven! ¡No!
Hay mucha distancia entre nosotros. Demasiado terreno que recorrer. No soy más rápida que
el letal tajo de una espada. No lo alcanzaré a tiempo.
Pero no quiero perderlo.
Lo odio y lo quiero y lo odio más.
Pero perderlo sería perder una parte de mí misma.
Porque cuando Haven está cerca, quiero ser mejor que él, pero también mejor que yo misma.
Me hace sentir temeraria e impetuosa y osada y más grande de lo que me he sentido jamás.
Me hace sentir…
Poderosa.
El suelo cruje bajo mis botas.
Los perros gimen y se acobardan.
El hombre sombra se vuelve hacia mí.
Estiro los brazos.
—¡Aléjate de él! —grito.
Una cegadora luz dorada brota de mis manos. Mi cuerpo tiembla. Los vellos de mi nuca se
erizan. Un vehemente estremecimiento atraviesa mi espalda como un rayo.
«Salvar a Haven». Esa es la única idea en mi mente. La única verdad resonante.
Aprieto la mandíbula y afianzo mis pies en la tierra mientras el aire se separa con un crujido
ensordecedor. La luz crece hasta convertirse en un espiral resplandeciente y vibrante y tengo que
cerrar los ojos para protegerme.
La sangre mana de mis oídos. Mi piel se tensa y se calienta como si fuese a abrirse y
derretirse.
Y entonces…
Silencio.
Solo el sonido de mi respiración jadeante y los gemidos de los perros.
Algo cae del cielo y se posa en mi cabello. Abro los ojos para quitármelo.
Es una hoja de las hileras de setos.
Levanto la vista.
El laberinto desapareció. Se ha ido, ya no está. Como si nunca hubiese existido.
No hay ramas quebradas, ni hojas marchitas ni caminos sombríos.
Simplemente… desapareció.
Todo lo que queda es esta hoja, la fuente de Medusa, dos perros de sombras gimiendo y…
—¡Haven!
Voy de prisa hacia él. Está tendido de espadas sobre el canto rodado, ahora en ruinas. La
sangre ha manchado su camisa, volviéndola de un tono negro aún más oscuro. Hay más sangre
saliendo de las comisuras de sus labios y ambas orejas.
Su boca se mueve, pero no puedo distinguir las palabras. Su voz se siente amortiguada y
lejana.
—¿Qué? —grito.
Se señala los oídos.
—Tím-panos —dice.
Claro. Nos hemos rotos los tímpanos. Eso explica la sangre.
—¿Puedes sentarte? —pregunto articulando lentamente, y él asiente.
Con mi brazo detrás de su espalda, lo ayudo a sentarse. Rechina los dientes y hace una mueca
de dolor. Más sangre mana de le herida en su hombro y la mordida en su muslo.
Me arranco la camisa, me pongo una manga en los dientes y tiro del otro extremo hasta que
se desgarra en pequeñas tiras.
—Esto tal vez dolerá, supongo —digo, mi voz suena muy lejana a mis propios oídos, así que
estoy segura de que él no puede oírme. Ato una tira alrededor de su hombro y la aprieto con dos
nudos.
El rostro de Haven se contrae de dolor.
Ahora continúo con su pierna. La piel está desgarrada como andrajos. Intento no verla
demasiado mientras ato una pieza de tela más grande a su alrededor. Esta vez, cuando Haven
brama, puedo oírlo. El mundo recobra el sonido paulatinamente.
—Creo que con eso tendrá que bastar por ahora.
—Sano rápido —dice Haven.
—¿Puedes caminar?
—Tendré que hacerlo.
Lo hago pasar un brazo por sobre mis hombros y luego lo sujeto rodeándole la cadera con mi
brazo.
—A la cuenta de tres —digo—. Uno, dos, tres.
Nos levantamos juntos y todo el peso de Haven cae sobre mí. Pierdo el equilibrio y él casi se
cae, pero lo sostengo con más fuerzas y adopto una postura más abierta hasta que logramos
estabilizarnos.
Él se queja y aprieta la mandíbula.
Los perros se levantan y me siguen de cerca.
—¿Qué hacemos con ellos? —pregunta Haven y puedo notar el matiz de miedo en su voz.
—No lo sé. Dejarlos, supongo. Vamos.
Ahora que el laberinto ya no está, solo puedo suponer dónde debería haber estado la salida,
pero ¿es realmente necesario llegar a la salida ahora? Creo que técnicamente ganamos, así que
me dirijo al este, donde comenzamos y donde espero que Monstrat y Hades se reúnan con
nosotros en cuanto noten que el laberinto ha sido destruido.
Seguimos renqueando por algún tiempo. Los perros nos siguen.
—¡Fuera! —digo, pero no se mueven. Sus figuras sombrías tremolan bajo mi mirada y tienen
la cola entre las patas.
Estamos a menos de diez metros de donde creo que estaba la entrada al laberinto cuando un
carruaje aparece en la cima de la colina. Se detiene y Monstrat sale de un salto antes de que el
auriga pueda abrir la portezuela.
Monstrat se precipita hacia nosotros.
—Teníamos vigilantes en el laberinto —dice—. Me acabo de enterar. ¿Qué sucedió?
No parece tener intención de desembarazarme del peso de Haven y yo tampoco estoy
desesperada por soltarlo.
—Ganamos —dice Haven a secas. No explica más. No estoy segura de si eso me beneficia a
mí o él.
Monstrat frunce el ceño.
—Pero ¿qué le pasó al laberinto? —Señala hacia el terreno baldío—. Ese laberinto tenía
miles de años. Había resistido innumerables monstruos, incontables plagas y muchas pruebas. ¿Y
ahora solo… desapareció?
Llego al carruaje y ayudo a Haven a subir. Se desploma en el asiento con un gesto de dolor.
Entro aprisa y me siento junto a él.
Cuando los perros intentan seguirme, Monstrat aplaude y grita:
—¡Váyanse! ¡Váyanse ya!
Los perros comienzan a enojarse. Al gruñir retraen los labios, revelando hileras de afilados
dientes.
Monstrat se aleja.
—¿De dónde salieron los perros?
—De la maldita prueba —responde Haven y luego hace otra mueca, sintiendo otra ola de
dolor.
—Los perros no eran parte de la prueba.
Monstrat regresa al carruaje cuando los perros amenazan con morderle los pies.
—¿No? —pregunto.
Una vez adentro, Monstrat cierra de un portazo.
—No. Eran dos minotauros.
—¿Y qué hay de los hombres sombra?
Monstrat frunce el ceño.
—¿Los qué?
Haven y yo intercambiamos miradas.
—Y hablando de eso —dice Monstrat cuando el carruaje inicia su marcha y los perros les
ladran a las ruedas—. ¿Qué les pasó a los minotauros? Invertimos mucho tiempo y esfuerzo en
criarlos especialmente para estas pruebas.
Las ruedas pasan por sobre un bache y Haven sisea.
—Deje de hacer preguntas, profesor —dice—. Me hace querer echarlo a patadas del maldito
carruaje.
Monstrat se sorprende, pero cierra la boca de inmediato.
Y por primera vez, me siento agradecida por la crueldad de Haven.
CAPÍTULO 34

CUANDO LLEGAMOS A LA MORADA DE HADES, Haven y yo somos escoltados a la


enfermería. Elena le da un vistazo a Haven y decide de inmediato que él necesita atención más
urgente.
Me desplomo en la cama y me deshago primero de mis botas y luego de mis pantalones. Me
hago un ovillo bajo las sábanas y caigo en un oscuro sueño.
Cuando me despierto, algún tiempo después, el sol ya ha salido y Haven está en la cama
junto a mí, arropado por la luz dorada.
Me recuerda a la luz del laberinto y se me revuelve el estómago.
¿Qué fue lo que pasó? ¿Fue el poder que me dio Hades? ¿El don de la vida?
Me doy la vuelta y deslizo mi brazo bajo la almohada.
—Hola —le digo.
Haven me observa. No hay expresión en su rostro, así que no sé en qué está pensando.
Y no tengo oportunidad de preguntarle porque en ese mismo instante las puertas se abren de
golpe y Nereus entra a zancadas.
—¿Lo viste? —inquiere.
—¿A quién? —pregunta Haven.
—A Cronos. Estuvimos rastreándolos y nos llevó directo al laberinto. O lo que solía ser el
laberinto. ¿Lo viste?
Los hombres sombra. Los perros. Monstrat dijo que no eran parte de la prueba.
Todo cae en su sitio.
Están hechos de sombras y huelen a azufre, como el inframundo.
Eran los hombres de Cronos. Debe haberlos traído desde el Tártaro cuando escapó.
Y cuando por fin lo entiendo, me doy cuenta de lo que eso significa: casi nos enfrentamos a
un titán.
Un terror gélido hormiguea por mi piel.
Nos podrían haber matado. Casi nos matan. Digo, hasta los minotauros eran horrorosos, pero
no eran nada comparados a los hombres sombra.
—No vimos a Cronos —dice Haven.
Nereus frunce el ceño y posa su mano en la empuñadura de su espada. Él también está
vestido con traje de batalla. Igual que Hades, está listo para la guerra.
Sé que el hecho de que Cronos haya escapado del inframundo es algo terrible, pero comienzo
a sentir que realmente no sé cuán terrible es.
—¿Y qué pasó? —pregunta Nereus—. ¿Por qué estás tan gravemente herido y ella escapó
con apenas un rasguño? —Me señala con frialdad, como si yo fuese una cosa trivial que tiene
que tachar de su lista.
Observo a Haven.
Sé que esto será doloroso para él: admitirle a su hermano que fue él quien no pudo
enfrentarse al hombre sombra y sus perros, que fue él quien tuvo que ser rescatado por la
huérfana; pero prometo apoyarlo pase lo que pase.
Somos un equipo.
Sobrevivimos al laberinto —y a los secuaces de Cronos— juntos.
Puede que no siempre estemos de acuerdo y que tal vez a veces lo odie mucho, pero…
—La huérfana tiene apenas un rasguño —dice Haven— porque se ocultó en el laberinto de
setos.
—¿Qué? —decimos Nereus y yo al mismo tiempo.
Haven me ve con el ceño fruncido.
—Vamos, Hearthtender. No queda nadie a quien impresionar. —Vuelve a mirar a su
hermano—. Luché solo contra los hombres sombra y sufrí los embates de su cólera por hacerlo.
Será sencillo ganar la última prueba.
Me pongo de pie rápidamente. El mundo se inclina y debo agarrarme a la mesa de noche para
evitar caerme. Puede que no esté herida, pero estoy tan exhausta que apenas puedo estar de pie.
La expresión de Haven se ablanda. Intenta enderezarse y sisea de dolor.
Voy al lado de su cama, poso mi mano en su muslo, alrededor de la mordida de perro
vendada, y la aprieto.
Él se encoge de dolor y solo puede emitir un rugido gutural.
—Eres un maldito imbécil —digo.
Luego me doy la vuelta y me apresuro a salir de la habitación antes de hacer algo de lo que
pudiese arrepentirme.
CAPÍTULO 35

ATRAVIESO EL VESTÍBULO PRINCIPAL MALDICIENDO A HAVEN ENTRE DIENTES,


cuando oigo gritos y ladridos que suben desde una escalera que asumo debe conducir a una
mazmorra.
Por un segundo pienso en ignorarlos. No estoy de humor para hablar con nadie. Solo quiero
meterme a la cama y planear mil maneras de sacarle el ojo bueno a Haven.
¿Cómo pudo mentir sobre lo que en realidad pasó?
¿Cómo pudo hacerme quedar como una debilucha cobarde y estúpida?
A menos que sí me haya estado engañando todo este tiempo… Ahora está más cerca que
nunca de ganar las pruebas.
Tal vez sí soy estúpida después de todo.
Los ladridos aumentan en intensidad. Oigo a Max chillar.
—Ay, joder —me quejo, apresurándome a cruzar el vestíbulo y descender las amplias
escaleras de piedra que culminan en una lóbrega oscuridad.
Los ladridos resuenan con aún más fuerza. Un perro le clava los dientes a algo y un hombre
grita.
—¿Dónde están? —escucho a Max preguntar.
La voz de Hades retumba en el espacio cavernoso cuando contesta:
—Son los perros que debían proteger la entrada al Tártaro. De algún modo, Cronos los ha
puesto de su lado.
Recorro con mi mano la pared de piedra hasta que llego al pie de la escalera y me acerco a
ellos.
Los perros se quedan callados.
—¿Qué sucede? —pregunta Max.
Camino hacia la luz. Los perros gimen y se echan, meneando las colas sobre las piedras.
Los dos hombres que han estado intentando domar a los perros con cades y arneses dejan
escapar un suspiro de alivio.
Hades se vuelve hacia mí.
—Ana —dice, con un matiz de sorpresa en la voz. En la oscuridad se alcanza a ver un
destello peculiar en sus ojos.
Camino entre Hades y Max y me pongo en cuclillas junto a los perros. Mi corazón late con
fuerza, de repente siento que mi lengua se seca y sobresale por los bordes de mis labios. Pero
algo me atrae hacia ellos. Algo salvaje y vehemente.
Los perros se arrastran sobre su panza para alcanzar mi mano extendida. El de la izquierda
me toca con la cabeza y me observa fijamente con unos ojos negros y sin fondo.
—Hola, perrito —digo con una calma que no siento—. ¿Cómo te llamas?
Lo acaricio detrás de sus orejas brumosas y sombrías y, en un abrir y cerrar de ojos, el perro
se vuelve sólido, abandonando su apariencia espectral. Jadea meneando la cola y se levanta con
patas grandes y musculosas; ahora un elegante pelaje negro cubre su cuerpo.
—¿Cómo hiciste eso? —dice Max.
—No lo sé, solo lo estaba acariciando.
Miro a Hades por sobre el hombro. Un fuego baila en sus ojos. Aprieta la mandíbula y se da
la vuelta.
—Debo irme —dice—. Ana, mantén a los perros bajo control. Max, pídele a la curandera
que acelere la recuperación de Haven. Que use magia si es necesario. La preparación para la
última prueba comenzará mañana.
—¡¿Mañana?! —grito.
No hay manera de que Haven pueda estar completamente recuperado para entones, con o sin
magia. Hades me ve por sobre su hombro y, cuando nuestras miradas se encuentran, reconozco
un brillo de complicidad.
Hades sabe que Haven no estará en plena forma mañana.
Haven no estará listo, pero yo sí.
El dios del inframundo quiere que gane estas pruebas.
No sé si eso es lo más cerca que estaré a que me reconozca como suya, pero lo aceptaré.
Los perros del inframundo se acercan a mí y me flanquean como si estuviesen protegiendo
algo, no sé qué exactamente.
Hades me hace una seña casi imperceptible con la cabeza y se va, levantando tras de sí su
capa de batalla.
EPÍLOGO

HADES SE ADENTRA EN UN CORREDOR TAN TERRIBLEMENTE SOMBRÍO QUE


ABRUMA HASTA AL DIOS DEL INFRAMUNDO.
En todos sus siglos de existencia, solo se ha atrevido a recorrer este camino algunas veces,
cada una con un resultado más frustrante que la anterior. Tira de los puños de su saco negro
hecho a medida, marchando hacia adelante con una confianza parcial.
Todo ha sido muy extraño últimamente. Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas.
Necesita explicaciones. Necesita volver a sentir que las cosas están bajo su control.
Cuando siente una curva en la penumbra, coloca su mano frente a él. Palpa casi sin poder ver
la entrada velada, y cuando su mano por fin roza la superficie suave como un cristal, sabe que ha
llegado a su destino.
El velo brilla con luz trémula hasta desaparecer, revelando un pozo en una caverna rocosa.
Hades se acerca al borde del pozo y se asoma al fondo. Diminutos destellos de diamantes se
agitan de un lado a otro en el líquido. No es agua, precisamente, pero como solo existe en esta
caverna, no se le ha dado un nombre propio.
Hades se quita su saco y lo coloca en un crestón de roca. Luego se desabotona la elegante
camisa negra y la añade al montón junto con sus pantalones.
Cuando solo le queda su ropa interior negra, se dirige a la escalinata que conduce al pozo.
Justo cuando está a punto de zambullirse, ondas hacen vibrar la superficie seguidas de un
carraspeo, como si alguien se aclarara la garganta. El sonido parece provenir de las
profundidades del agua.
Hades pone los ojos en blanco y, a regañadientes, se despoja de la última prenda.
—¿Así está mejor? —le dice a la caverna ahora que se encuentra completamente desnudo.
Cuando las aguas se mantienen en calma, se sumerge al corazón del pozo.
El líquido se mueve a su alrededor como seda. Sus brazos surcan las aguas mientras se
adentra más y más.
A medida que desciende, el líquido se hace más resplandeciente, y entonces…
Abre los ojos. Está sentado en el suelo de una gran cueva. Las luces de diamantes del agua se
entrecruzan sobre las paredes como un patrón de perpetua lluvia de estrellas. Vuelve a oír el
carraspeo, pero esta vez detrás de él. Al darse la vuelta, se encuentra con tres mujeres sentadas
frente a un gran telar; sus manos tejen hábilmente el enorme tapiz ante ellas.
Cloto. Láquesis. Átropos.
Las tres Moiras.
Las mujeres no podrían parecerse menos y, aun así, Hades no puede diferenciarlas. Nunca ha
podido hacerlo. Es como si sus consciencias no estuviesen atadas permanentemente a sus
cuerpos físicos y los tres espíritus revolotearan caprichosamente ente las tres anfitrionas.
Hades se levanta y hace una gran reverencia.
—Vuestras Mercedes —dice.
—Hades ha venido a vernos, hermanas —dice ásperamente la más anciana.
—Qué honor —dice la que tiene aspecto de chica joven. Hay un brillo pícaro en sus ojos
oscuros mientras devora a Hades con la mirada de la cabeza a los pies.
—¿Qué podemos hacer por el gran y poderoso Señor del Inframundo? —pregunta la de
mediana edad. Su cabello es el más largo y oscuro y cuelga de sus hombros como una extensa
melena. Hay una calidez tierna en su mirada, pero una tenaz severidad en su tono de voz.
—He venido a rogar que me iluminen con su sabiduría, vuestras Mercedes —dice Hades
suavemente, conociendo la facilidad con que las Moiras se pueden sentir ofendidas. No tiene
tiempo para andarse con rodeos y no está de humor para un juego largo y tedioso con ellas.
—¿Nuestra sabiduría? —pregunta la anciana.
—¿O nuestro conocimiento? —lo reta la joven.
—¿O exiges ambos? —inquiere la del medio.
—No deseo exigir nada. —Hades levanta las manos frente a él como si intentara calmar a un
caballo encabritado—. Simplemente requiero de su asistencia.
—Eres un dios, lord Hades —contesta la anciana mientras sus dedos vuelan por sobre el tapiz
a una velocidad que no concuerda con su aspecto macilentos.
—Somos meras observadoras e hilanderas —continúa la joven. Empieza a tirar de un hilo,
sosteniéndolo mientras la otra lo corta y un escalofrío atraviesa el aire, dirigiéndose al muro de
luces.
—Son más que eso —dice Hades—. No me tomen por tonto. —Hay un gruñido al fondo de
su garganta y puede sentir la llama que se enciende en su mirada. La reprime, pero no lo
suficientemente rápido.
—¿Y aun así nos insultas interrumpiendo nuestro trabajo? —pregunta la de cabello oscuro, el
iris plateado de sus ojos se arremolina como el líquido sobre sus cabezas.
Hades contiene un suspiro de desesperación.
La anciana lo ve fijamente con sus ojos negros y sin fondo.
—¿Qué es lo que deseas saber?
—Una vez, hace muchos años, dijeron que mi padre estaba destinado a ser derrocado por sus
hijos. Y así sucedió. Por más de dos milenios, Cronos había estado encerrado en el Tártaro, pero
ahora ha escapado. ¿Qué dicen ahora? ¿Cómo lo encuentro? ¿Quién está destinado a derrotarlo?
¿Qué es lo que quiere?
Las preguntas rezuman de su ser como agua. No puede detenerlas. Lo hacen parecer
asustado.
Y sí está asustado.
La madre arquea una ceja.
—¿No lo sabes? La llave ya está en tu poder.
Hades frunce el ceño.
—¿Qué quiere decir eso?
La anciana levanta un hilo, la joven lo corta.
—Significa que el destino se cumplirá como debe cumplirse y que tener mil respuestas o no
tener ninguna no cambiará nada.
Hades gruñe de nuevo.
—Tienes lo que necesitas —gorjea la joven burlonamente.
Un calor recorre las yemas de los dedos de Hades, pero el poder se consume como una llama
desprovista de oxígeno. Su poder no funciona aquí, siempre lo olvida. Lo olvida hasta que lo
necesita.
—Son ustedes las que tejen este camino —dice—. ¿No pueden decirme nada de valor? ¿Qué
hay de la huérfana? ¿Ella tiene un rol especial en esto? ¿Por qué puede controlar a los sabuesos?
¿Ella es…?
—Tu tiempo ha acabado, lord Hades —dice la anciana.
—Acata nuestras palabras —dice la Moira de cabello oscuro.
—¡No me han dado nada que acatar! —espeta.
—Tu camino está ante ti —dice risueñamente la joven—. Ahora debes seguirlo.
Antes de que Hades pueda replicar, es arrojado de nuevo al pozo, asciende por el agua, de
seda y vuelve a caer como una piedra en el suelo de la caverna.
Se sienta y se sacude la humedad primordial del cabello.
—Malditas sean las Moiras —murmura mientras se viste de nuevo. Un rugido emerge del
pozo. Él se da la vuelta—. ¡Sé que pueden oírme!
Marcha con furia hacia el velo y estrella el rostro directamente contra la sólida superficie.
Una risa se escapa del agua a sus espaldas. Frunciendo el ceño, coloca una mano ante él para
palpar el velo y vuelve a fundirse con la oscuridad. Maldice entre dientes.
Se les agota el tiempo. La sensación de urgencia retumba en su pecho como las alas de un
cuervo.
Si las Moiras no quieren decirle lo que necesita saber, quizás se lo dirán a alguien más.

A NA ODIA A H AVEN K NIGHTFALL …


…pero parece que no puede mantenerse alejada de él. Y cuando se vea forzada a viajar sola con
Haven para visitar a las Moiras, la línea entre el desprecio y el deseo se difuminará aún más.

En medio de las tierras salvajes del Olimpo, ¿importa que ceda ante la boca impetuosa de
Haven?

¡Entérate de qué sucede en Crueles Campeones, el segundo libro de la trilogía Los Designios
Divinos!
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