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290 LA BIBLIA, LIBRO SAGRADO

«Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje


humano; por lo tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo
que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los
autores querían decir y Dios quería dar a conocer con dichas pala-
bras» (DV 12).
– El texto puede decir más de lo que quiso decir el autor huma-
no. Esto se basa no sólo en las últimas palabras del texto arri-
ba citado («y Dios quería dar a conocer con dichas palabras»,
que de no indicar esto, serían una tautología o repetición inú-
til), sino que también se fundamenta en la hermenéutica hu-
mana. La obra, al ser editada y dada a luz, ha perdido, hasta
cierto punto, su paternidad, su independencia: pertenece aho-
ra al lector, que, basándose en las palabras del texto que no se
han de modificar ni alterar, puede avanzar en su comprensión,
ya que muchas veces el intérprete posterior, por estar a cierta
distancia, tiene más elementos de comprensión que el mismo
autor del texto. Además, al tratarse de la Escritura, las obras
aisladas adquieren un sentido nuevo al ser colocadas en el con-
junto canónico y al entrar dentro de un plan unitario querido
por Dios. Así se da pie a las ramificaciones de sentido que su-
peran la intención «directa» del autor humano. Todo esto nos
conduce al sentido dinámico de los textos, que debe ser ho-
mogéneo al sentido literal.
«El sentido literal está, desde el comienzo, abierto a desarrollos
ulteriores que se producen gracias a “relecturas” en contextos nue-
vos.
De aquí no se sigue que se pueda atribuir a un texto bíblico cual-
quier sentido, interpretándolo de modo subjetivo. Es necesario, por
el contrario, rechazar, como no auténtica, toda interpretación hete-
rogénea al sentido expresado por los autores humanos en un texto es-
crito» (IBI, II. B. 1, p. 74).
– El contenido de estos últimos párrafos nos lleva a adentrarnos
en el o los sentidos «supraliterales». Su existencia ha recorri-
do la historia de la interpretación bíblica, muchas veces sin
poder llegar a clarificar si nos encontramos ante un verdadero
sentido que se desprende de la Escritura, o que nosotros intro-
ducimos en ella; si ese sentido surge de un diálogo correcto en-
tre el lector y el texto, o si el lector toma ocasión del texto para
hablar de sus propias precomprensiones. Será importante to-
mar en cuenta todo esto al abordar los sentidos espiritual, ple-
no y típico o tipológico.

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