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LA INTERPRETACIÓN DE LA BIBLIA 293

a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel [= “Dios con noso-


tros”]...». En el contexto parece que la joven es la esposa del rey Ajaz;
su hijo que ya ha concebido será el Emmanuel, el signo de que Dios
está con ellos, que Dios no los abandona, pues será ese hijo, Ezequías,
y no el hijo de Tabel, quien ocupará el trono de Judá. En esta inter-
pretación, el Emmanuel es Ezequías, el hijo del rey Ajaz y su esposa.
Esta profecía es reinterpretada por el mismo Isaías en 8,8.10, y en
la colocación del oráculo tal como aparece en el libro. Emmanuel es
la figura que evoca el cumplimiento de la profecía de 2 Sm 7. El Em-
manuel no sólo fue Ezequías, sino que queda como figura permanente
del rey ideal, de la presencia singular de Dios para con su pueblo.
Los LXX al traducir al griego reinterpretan el oráculo mesiánica-
mente. Traducen «la joven» por «la virgen» (he parthénos, en hebreo
sería habetulá, palabra ausente del texto hebreo), especificando más el
sentido original del texto. De esta forma el Emmanuel queda así como
una figura futura, no sólo del pasado; además se insinúa su concepción
de forma singular, de una virgen. Esto último acentúa el don de Dios
en el hijo, pues si grandes personajes de la historia de la salvación,
como Isaac, José, Sansón, Samuel, Juan el Bautista, nacen de mujeres
estériles, subrayando así el regalo divino, cuánto más será el Emma-
nuel, que nacerá de una virgen. Lo que parece imposible para los hom-
bres, resulta posible para Dios.
Mt 1,23 ve en la concepción virginal de Jesús el cumplimiento de
la profecía de Isaías, ya releída por los LXX. El énfasis principal de Ma-
teo es subrayar que Jesús es el Emmanuel de la familia davídica. Hay
una homogeneidad de este sentido pleno con el sentido literal en dos
líneas: Jesús, por una parte, pertenece a la familia davídica (cf. Mt 1,1-
17; 9,27; 12,23; etc.) y viene a ocupar el trono de su padre David (cf.
Mt 2,1-12; 21,1-11; 22,41-46). Y, por otra parte, y con mayor razón
que todos los personajes anteriores, Jesús es el signo viviente de la pre-
sencia singular de Dios en medio de nosotros. Él es aquel de quien per-
fectamente se puede decir que es el Emmanuel (cf. Mt 28,20; 18,20;
25,31-46).

Anotaciones

– El Concilio Vaticano II expresamente no quiso tratar lo refe-


rente al sentido pleno de los textos aislados; así aparece en las
actas conciliares. Lo deja en discusión, aun cuando el texto de
DV 12 en la frase «Y Dios quería dar a conocer en dichos li-
bros» deja entrever un sentido más allá de la intención huma-
na. Esto mismo ya había aparecido en LG 55.

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