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el alma de los perros
el alma de los perros
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VICENTE MATERA.
Corrientes 1746 — Buenos Aires
Antonio di Angile
librería estacion central
MONTEVIDEO
Es PROPIEDAD
El Editor
PROLOGO
PRÓLOGO
PRÓLOGO
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PRÓLOGO
no la¿¡ injusticias de las otros, sino hs que cometemos
nosotros mismos''. Claro está que estos consejos no los
necesita Soiza Reilly, que ya ha sentido las asperezas de
la lucha. Pero son verdades elementales que debemos
tener presentes todos''.
Manuel Ugartk.
ENRIQUE ROOO
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A LOS PERROS
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JESUCRISTO
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— Gracias señora . . .
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JUAN JOSÉ m SOIZA REltl^Y
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JUAN TOSE DE SOIZA REHXY
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HISTORIA DE UN ESPIRITU
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unían en la complicidad de una sonrisa inmóvil. Inmóvil
sonrisa que parecía de muerto.
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— ¿Cómo?
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viera de modelo. Y vinieron muchos. La procesión de es-
queletos duró varios días. Por mi taller pasaron todas
las flacuras ,todas las escualideces, todas las carnes rese-
cas de los conventillos, de los calle joíies, de los hospita-
les, de los manicomios. Pero no venía el modelo espera-
do. Por fin, una tarde concebí un proyecto encantador.
Lo concebí ante un nuevo modelo recogido en la calle.
Era un negro. Uai viejo vagabundo. Un habitante de los
arrabales. Un pastor de estrellas. Era un negro. Un ne-
gro mudo y flaco. Muy flaco. Espantosamente flaco. Fla-
quísimo. . . Pero no tan flaco cual yo necitábalo. Sin
embargo, me quedé con él . . . ¿ He dicho a usted que era
mudo? -Sí... Mudo... Le faltaba la lengua. Hasta la
raíz... Un cáncer. ¿Comprende?... Era un negro deli-
cioso. Ni siquiera podía gritar .... Bueno. Acepté al ne-
gro. Lo llevé al fondo del taller, junto al gallinero. Lo
até con fuertes sogas a un poste de ñandubay. Cerré to-
das las puertas . . . Preparé mi caballete, mis pinceles, en
fin. Y me senté frente al mudo. Frente al horripilado. Yo
esperaba. . . Y esperé así dos largos días. Tres días. Cua-
tro. Cinco ... El negro retorcíase como un toro, como
un pez. . . Sus huesos rechinaban. Crujían. Crepitaban. . .
Cada, diez horas le daba un trozo de pan y un trago de
agua, ^con el objeto de que no se muriera. Yo quería
llevar su flacura a un grado extremo, sin que su vida se
apagara. Con un látigo apresuraba el enflaquecimiento
de ese cuerpo marchito. El negro quería gritar. Pero
¿cómo? ¿Y el cáncer? ¿Dónde tenía la lengua?. . . Créa-
me; era una esceña hermosa. Muy hermosa... Cuando
pasaron ocho días la espesa mota de mi modelo emblan-
queció. Fué una tragedia silenciosa. Los dientes poco a
poco se le fueron cayendo. Los ojos se le escaparon una
pulgada de las órbitas. La columna vertebral se le torció.
La boca acercósele al estómago ... Al décimo día mi mo-
delo ya iba siendo aceptable . . . Preparé mis pinceles. Co-
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— ¿Cómo?
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Vi que estaba enamorado de una patita blanca. Una
gata gentil. ¿Bella? |Oh, sí! Muy bella. Era algo más
que bella. Era bellísima . . . Naturalmente, mi perro, al
verla, se enamoró con ingenua pasión. ;Era tan linda!
¡ Tan coqueta ! Todas las tardes Luzbel se echaba en un
rincón del patio para verla pasar. Ella vivía en la casa
vecina. Al atardecer paseábase por el pretil de la azotea,
mirando hacia el patio de mi casa, donde Liizhel esta-
ba... Yo presencié muchas veces aquel espectáculo pla-
tónico y salvaje. Mi pobre perro, nervioso, febril, echa-
do sobre sus patas, veía pasar a la gat^a como quien mi-
ra fulgurar una estrella. La contemplaba con un amor
muy hondo que le hacía temblar todo el pellejo, y ella
: divinam.ente celestial ! lo miraba también desde la al-
tura con venenosa languidez de víbora. En sus , ojos las
ironías brotaban como risas...
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TARTARIN MORÉIRA .
( Psicología stid americana )
- — ; Ah ! ¿ Entonces ? . . .
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CONTÓ MI ABUELA
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— ¿Cómo, abuelita?
• — ¿Cómo Abuelita?
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LOS DEDOS
El buzón habla.
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CARNAVAL
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EL PERRO "JOB^^
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ALMA DE PERRO
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Y buscó ...
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Desesperado, furioso, cerró los libros. Cerró la bi-
blioteca. Y. . . .
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ni, AT.MA DK I.OS PIvRROS
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§2
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Desde aquel tiempo encuentro un placer enfermizo
en practicar el odio. El odio es el globo de las almas sin
alas. Los seres de estirpe humilde conocen la voluptuo-
sidad del odio refinado. Yo refino mis odios. Desciendo
de una estirpe de mansos, de infelices, de doblegados que
ignoran la rebelión hasta en el sabio minuto de la muer-
te. He nacido del vellón de una oveja.
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ha de llenar su alma de calambres de horror, de desilusión
y de asco. . . En lo más difícil y delicado de su obra, yo
le soplaba recriminaciones. Le forjaba pesadillas y le
plagaba el sueño de tormentas. El, al ver sus ideas des-
gajadas, arrasadas, destrozadas, se agitaba sobre el col-
chón y plañía y rugía y sufría. . .
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LA BELLEZA DOLOROSA
— ¿Vamos?
— ¿Adónde vamos?
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—Allí.
— Soy yo . . .
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—Sí...
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Y fué así:
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- — Esta noche.
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Vedlo...
- — ¡ Cómo !
—Sí.
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—¿Feliz?
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JUAN JOSÉ Dt; SOIZA RiJIJA
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LA SACERDOTISA
Soñó.
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—Pero, señor. . .
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III
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— ¡ Ah ! ¡ Magdalena arrepentida !
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— ¡ Adiós !
— ¡Un momento!
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CAMARA OBSCURA
. . . . ven
la vida. Icaro.
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UN FILOSOFO
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FLORENTINO
— ¿Un cuento?
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— ; Pero si yo no sonrío !
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LA NEURASTENIA EN EL ARTE
— El manicomio?
— ¿Y el alcohol?
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Juan José de Soiza S.í:ii.i,y
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JAURIAS DE JACOB
¡Los bohemios!
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PERROS Y FRAILES
Entre el alma de los frailes y el alma de los perros
existe una hermandad de vagabundos. El perro y el frai-
le se comprenden. Ambos son tristes. Ambos son en la
tierra aves errantes. Ambos son misteriosos. Entre ellos
ha3^ un puente : el ensueño. Buscan la miseria. Aman lo
inmóvil. Xo distins^uen las fechas. Son raros. Son rec-
tos y a la vez curvilíneos. Y llevan su misterio a grado
tal, que en este siglo de aviones y automóviles saben an-
d,ar a pie. Son seres peligrosos. Hay que tenerles miedo.
Viven en el ambiente de otras épocas. Declinan... Su
atraso sentimental es tan enorme, que cuando pasan jun-
to a una flor se detienen a verla. Y la miran con aevo-
ción de estetas. . . ;Esto no es grave? Sí. Son seres muy
extraños. Además, seducen. Encantan. Convencen y con-
mueven. Atraen con con su lirismo. Sugestionan. A mí,
que soy un perro — un perro salvaje, con más odio que
amor y más rabia que fe — ¡a mí que soy un perro, sue-
len entusiasmarme ! Los gobiernos debieran meditar . . .
— Oídme
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—Sí.
— Pues allá había un oueblecito. Ahora no hay nadie.
Las casas están vacías. Antes, nosotros dábamos de co-
mer a casi todos sus habitantes. ¡Eran tan pobres! La
miseria los consumía. Cada noche moría un chico. Al fin
emigraron a América. Unos al Norte y otros al Sur. Al-
guno3 llevaron recomendaciones para la Argentina v
Chile del padre prior y del hermano Anselmo. . . ¡Quién
sabe por dónde Dereg:rinan ! Ojalá pensaran en nosotros-
•Pobre gente! ¡Yo di el bautismo a muchos de esos ni-
ños que ahora en América quién sabe donde estarán ! . . .
PERROS HUMANOS
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Ya veis. Alimentada mi niñez con consejos tan pu-
ros y tan ungidos de virtudes celestes, justo es que yo
no considere nada horribles los bajofondos de las gran-
des ciudades. Por eso os digo con orgullo modesto que
en la vida de la siente miserable de Roma no he visto
yo_como vio Zola en su Rojna — la repugnante visión
de un cuadro feo. Al contrario. Italia es tan artística,
que hasta en su miseria pone arte. El mendigo que en-
vuelto en sus harapos os pide una limosna, no es el re-
pugnante ser que obliga a taparse las narices. Al verlo
venir, con su miseria trágica, bañado por la divina luz
del sol romano, y con vm saco viejo cruzado al pecho
cual una túnica de tiempos muy lejanos, yo he pensado
en un Nerón v hasta en un Julio Cesar. Kn la altivez
de estos mendigos, en el gesto con que reciben la limos-
na y en el lento ademán con que se alejan, orueban que
ni recibir ese' dinero honran al que lo da . . . Muchas ve-
ces, iunto a ellos, yo he creído ser el perdiosero . . .
— ¡La nieve!
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• — j Trabajar f
— ¡Pobres me délos!
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