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TEXTOS AUTORES

RENACIMIENTO Y BARROCO

1. Garcilaso
2. Fray Luis de León
3. Cervantes
4. Góngora
5. Lope de Vega
6. Quevedo
Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

Guía de lectura de Garcilaso de la Vega

En primer lugar, hay que recordar la breve biografía de Garcilaso1, y su prematura muerte
con 36 años. Su vida responde perfectamente al modelo renacentista de El Cortesano
(hombre de armas y de letras) y su obra (muy breve) está inspirada en sus propios
sentimientos, fundamentalmente en el amor por una mujer real, Isabel Freire. En cuanto se
conoció su obra (fue publicada por su amigo Boscán en 1543, tras sus propias obras, Las obras
de Boscán y algunas de Garcilaso de la Vega) los elogios y su influencia no cesaron. Hacia 1570
los editores comenzaron a publicarla aislada de la de Boscán.

Temas de los sonetos. En la lectura de los sonetos completos hay que ver:

1. Además del amor, la desesperanza ante la brevedad del tiempo, el dolor por la muerte
de la amada, el carpe diem (soneto XXIII), la tristeza del amor perdido, la triste experiencia
de la vida (soneto VII), la ausencia de la amada (sonetos VIII y IX), los dulces recuerdos
evocados con tristeza al haberlos perdido (soneto X), el consuelo de su amor ideal evocado a
través de la mitología (soneto XI, XIII y XV), la fuerza del hado (soneto XXV), la lucha interior:
entregarse o resistir al amor (soneto XXVI), empatía con otros seres de la Naturaleza o animales
(soneto XXXVII).
2. El color que aparece en sus composiciones
3. Sonetos dedicados a sus amigos.

Temas de las Églogas:

1. Tristeza de amor expresada a partir del diálogo entre los pastores.


2. Ríos que se citan en las Églogas. Importancia biográfica del Tajo.
3. Los elementos mitológicos en los que proyecta sus tristezas amorosas.

Canciones:

1. Correspondencia de sus sentimientos con la Naturaleza


2. Importancia biográfica del Danubio.

1 En la biografía más reciente, Gacilaso, príncipe de los poetas. Una biografía, de M. C.


Vaquero Serrano , (editorial Marcial Pons, 2014). se retrasa la fecha de nacimiento a 1499.

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SONETO I

Cuando me paro a contemplar mi ’stado


y a ver los pasos por do m’han traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;

mas cuando del camino ’stó olvidado,


a tanto mal no sé por do he venido;
sé que me acabo, y más he yo sentido
ver acabar comigo mi cuidado.

Yo acabaré, que me entregué sin arte


a quien sabrá perderme y acabarme
si quisiere, y aún sabrá querello;

que pues mi voluntad puede matarme,


la suya, que no es tanto de mi parte,
pudiendo, ¿qué hará sino hacello?

SONETO V

Escrito’stá en mi alma vuestro gesto


y cuanto yo escribir de vos deseo:
vos sola lo escribistes; yo lo leo
tan solo que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto,


que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;


mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;

cuanto tengo confieso yo deberos;


por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

SONETO X

¡Oh dulces prendas por mi mal halladas,


dulces y alegres cuando Dios quería,
juntas estáis en la memoria mía
y con ella en mi muerte conjuradas!

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¿Quién me dijera, cuando las pasadas


horas qu’en tanto bien por vos me vía,
que me habiades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?

Pues en una hora junto me llevastes


todo el bien que por términos me distes,
lleváme junto el mal que me dejastes;

si no, sospecharé que me pusistes


en tantos bienes porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.

SONETO XV

Si quejas y lamentos pueden tanto


que enfrenaron el curso de los ríos,
y en los diversos montes y sombríos
los árboles movieron con su canto;

si convertieron a escuchar su llanto


los fieros tigres y peñascos fríos;
si, en fin, con menos casos que los míos
bajaron a los reinos del espanto:

¿por qué no ablandará mi trabajosa


vida, en miseria y lágrimas pasada,
un corazón conmigo endurecido?

Con más piedad debría ser escuchada


la voz del que se llora por perdido
que la del que perdió y llora otra cosa.

Canción V: DE AD FLOREM GNIDI

Si de mi baja lira
tanto pudiese el son que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento,
y en ásperas montañas
con el süave canto enterneciese
las fieras alimañas,
los árboles moviese
y al son confusamente los trujiese:
no pienses que cantado
seria de mí, hermosa flor de Gnido,
el fiero Marte airado,
a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido,

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ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
por quien los alemanes
el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados;
mas solamente aquella
fuerza de tu beldad seria cantada,
y alguna vez con ella
también seria notada
el aspereza de que estás armada,
y cómo por ti sola
y por tu gran valor y hermosura,
convertido en vïola,
llora su desventura
el miserable amante en tu figura.
Hablo d’aquel cativo
de quien tener se debe más cuidado,
que ’stá muriendo vivo,
al remo condenado,
en la concha de Venus amarrado.
Por ti, como solía,
del áspero caballo no corrige
la furia y gallardía,
ni con freno la rige,
ni con vivas espuelas ya l’aflige;
por ti con diestra mano
no revuelve la espada presurosa,
y en el dudoso llano
huye la polvorosa
palestra como sierpe ponzoñosa;
por ti su blanda musa,
en lugar de la cítera sonante,
tristes querellas usa
que con llanto abundante
hacen bañar el rostro del amante;
por ti el mayor amigo
l’es importuno, grave y enojoso:
yo puedo ser testigo,
que ya del peligroso
naufragio fui su puerto y su reposo,
y agora en tal manera
vence el dolor a la razón perdida
que ponzoñosa fiera
nunca fue aborrecida
tanto como yo dél, ni tan temida.
No fuiste tú engendrada
ni producida de la dura tierra;
no debe ser notada
que ingratamente yerra
quien todo el otro error de sí destierra.

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Hágate temerosa
el caso de Anajárete, y cobarde,
que de ser desdeñosa
se arrepentió muy tarde,
y así su alma con su mármol arde.
Estábase alegrando
del mal ajeno el pecho empedernido
cuando, abajo mirando,
el cuerpo muerto vido
del miserable amante allí tendido,
y al cuello el lazo atado
con que desenlazó de la cadena
el corazón cuitado,
y con su breve pena
compró la eterna punición ajena.
Sentió allí convertirse
en piedad amorosa el aspereza.
¡Oh tarde arrepentirse!
¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?
Los ojos s’enclavaron
en el tendido cuerpo que allí vieron;
los huesos se tornaron
más duros y crecieron
y en sí toda la carne convertieron;
las entrañas heladas
tornaron poco a poco en piedra dura;
por las venas cuitadas
la sangre su figura
iba desconociendo y su natura,
hasta que finalmente,
en duro mármol vuelta y transformada,
hizo de sí la gente
no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.
No quieras tú, señora,
de Némesis airada las saetas
probar, por Dios, agora;
baste que tus perfetas
obras y hermosura a los poetas
den inmortal materia,
sin que también en verso lamentable
celebren la miseria
d’algún caso notable
que por ti pase, triste, miserable.

Égloga III
Personas: TIRRENO, ALCINO
1.
Aquella voluntad honesta y pura,
ilustre y hermosísima María,

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que’n mí de celebrar tu hermosura,


tu ingenio y tu valor estar solía,
a despecho y pesar de la ventura
que por otro camino me desvía,
está y estará tanto en mí clavada
cuanto del cuerpo el alma acompañada.
2.
Y aun no se me figura que me toca
aqueste oficio solamente en vida,
mas con la lengua muerta y fria en la boca
pienso mover la voz a ti debida;
libre mi alma de su estrecha roca,
por el Estigio lago conducida,
celebrándo t’irá, y aquel sonido
hará parar las aguas del olvido.
3.
Mas la fortuna, de mi mal no harta,
me aflige y d’un trabajo en otro lleva;
ya de la patria, ya del bien me aparta,
ya mi paciencia en mil maneras prueba,
y lo que siento más es que la carta
donde mi pluma en tu alabanza mueva
poniendo en su lugar cuidados vanos,
me quita y m’arrebata de las manos.
4.
Pero, por más que en mí su fuerza pruebe,
no tornará mi corazón mudable;
nunca dirán jamás que me remueve
fortuna d’un estudio tan loable;
Apolo y las hermanas todas nueve,
me darán ocio y lengua con que hable
lo menos de lo que’n tu ser cupiere,
qu’esto será lo más que yo pudiere.
5.
En tanto, no te ofenda ni te harte
tratar del campo y soledad que amaste,
ni desdenes aquesta inculta parte
de mi estilo, qu’en algo ya estimaste;
entre las armas del sangriento Marte,
do apenas hay quien su furor contraste,
hurté de tiempo aquesta breve suma,
tomando ora la espada, ora la pluma.
6.
Aplica, pues, un rato los sentidos
al bajo son de mi zampoña ruda,
indigna de llegar a tus oídos,
pues d’ornamento y gracia va desnuda;
mas a las veces son mejor oídos
el puro ingenio y lengua casi muda,
testigos limpios d’ánimo inocente,
que la curiosidad del elocuente.

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7.
Por aquesta razón de ti escuchado,
aunque me falten otras, ser merezco;
Lo que puedo te doy, y lo que he dado,
con recebillo tú, yo m’enriquezco.
De cuatro ninfas que del Tajo amado
salieron juntas, a cantar me ofrezco:
Filódoce, Dinámene y Climene,
Nise, que en hermosura par no tiene
8.
Cerca del Tajo, en soledad amena,
de verdes sauces hay una espesura,
toda de hiedra revestida y llena
que por el tronco va hasta el altura
y así la teje arriba y encadena
que’l sol no halla paso a la verdura;
el agua baña el prado con sonido,
alegrando la hierba y el oído.
9.
Con tanta mansedumbre el cristalino
Tajo en aquella parte caminaba
que pudieran los ojos el camino
determinar apenas que llevaba.
Peinando sus cabellos d’oro fino,
una ninfa del agua do moraba
la cabeza sacó, y el prado ameno
vido de flores y de sombra lleno.
10.
Movióla el sitio umbroso, el manso viento,
el suave olor d’aquel florido suelo;
las aves en el fresco apartamiento
vio descansar del trabajoso vuelo;
secaba entonces el terreno aliento
el sol, subido en la mitad del cielo;
en el silencio solo se ’scuchaba
un susurro de abejas que sonaba.
11.
Habiendo contemplado una gran pieza
atentamente aquel lugar sombrío,
somorgujó de nuevo su cabeza
y al fondo se dejó calar del río;
a sus hermanas a contar empieza
del verde sitio el agradable frío,
y que vayan, les ruega y amonesta,
allí con su labor a estar la siesta.
12.
No perdió en esto mucho tiempo el ruego,
que las tres d’ellas su labor tomaron
y en mirando defuera, vieron luego
el prado, hacia el cual enderezaron;
el agua clara con lascivo juego

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nadando dividieron y cortaron,


hasta que’l blanco pie tocó mojado,
saliendo del arena, el verde prado.
13.
Poniendo ya en lo enjuto las pisadas,
escurriendo del agua sus cabellos,
los cuales esparciendo cubijadas
las hermosas espaldas fueron dellos,
luego sacando telas delicadas
que’n delgadeza competian con ellos,
en lo más escondido se metieron
y a su labor atentas se pusieron.
14.
Las telas eran hechas y tejidas
del oro que’l felice Tajo envía,
apurado después de bien cernidas
las menudas arenas do se cría,
y de las verdes ovas, reducidas
en estambre sotil, cual convenía
para seguir el delicado estilo
del oro ya tirado en rico hilo.
15.
La delicada estambre era distinta
de las colores que antes le habian dado
con la fineza de la varia tinta
que se halla en las conchas del pescado;
tanto arteficio muestra en lo que pinta
y teje cada ninfa en su labrado
cuanto mostraron en sus tablas antes
el celebrado Apeles y Timantes.
16.
Filódoce, que así d’aquéllas era
llamada la mayor, con diestra mano
tenía figurada la ribera
de Estrimón, de una parte el verde llano
y d’otra el monte d’aspereza fiera,
pisado tarde o nunca de pie humano,
donde el amor movió con tanta gracia
la dolorosa lengua del de Tracia.
17.
Estaba figurada la hermosa
Eurídice, en el blanco pie mordida
de la pequeña sierpe ponzoñosa,
entre la hierba y flores escondida;
descolorida estaba como rosa
que ha sido fuera de sazón cogida,
y el ánima, los ojos ya volviendo,
de su hermosa carne despidiendo.
18.
Figurado se vía estensamente
el osado marido, que bajaba

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al triste reino de la escura gente


y la mujer perdida recobraba;
y cómo, después desto, él impaciente
por mirarla de nuevo, la tornaba
a perder otra vez, y del tirano
se queja al monte solitario en vano.
19.
Dinámene no menos artificio
mostraba en la labor que habia tejido,
pintando a Apolo en el robusto oficio
de la silvestre caza embebecido.
Mudar presto le hace el ejercicio
la vengativa mano de Cupido,
que hizo a Apolo consumirse en lloro
después que le enclavó con punta d’oro.
20.
Dafne, con el cabello suelto al viento,
sin perdonar al blanco pie corría
por áspero camino tan sin tiento
que Apolo en la pintura parecía
que, porqu’ella templase el movimiento,
con menos ligereza la seguía;
él va siguiendo, y ella huye como
quien siente al pecho el odïoso plomo.
21.
Mas a la fin los brazos le crecían
y en sendos ramos vueltos se mostraban;
y los cabellos, que vencer solían
al oro fino, en hojas se tornaban;
en torcidas raíces s’estendían
los blancos pies y en tierra se hincaban;
llora el amante y busca el ser primero,
besando y abrazando aquel madero.
22.
Climene, llena de destreza y maña,
el oro y las colores matizando,
iba de hayas una gran montaña,
de robles y de penas varïando;
un puerco entre ellas, de braveza extraña,
estaba los colmillos aguzando
contra un mozo no menos animoso,
con su venablo en mano, que hermoso.
23.
Tras esto, el puerco allí se via herido
d’aquel mancebo, por su mal valiente,
y el mozo en tierra estaba ya tendido,
abierto el pecho del rabioso diente,
con el cabello d’oro desparcido
barriendo el suelo miserablemente;
las rosas blancas por allí sembradas
tornaban con su sangre coloradas.

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24.
Adonis éste se mostraba qu’era,
según se muestra Venus dolorida,
que viendo la herida abierta y fiera,
sobr’él estaba casi amortecida;
boca con boca coge la postrera
parte del aire que solia dar vida
al cuerpo por quien ella en este suelo
aborrecido tuvo al alto cielo.
25.
La blanca Nise no tomó a destajo
de los pasados casos la memoria,
y en la labor de su sotil trabajo
no quiso entretejer antigua historia;
antes, mostrando de su claro Tajo
en su labor la celebrada gloria,
la figuró en la parte dond’ él baña
la más felice tierra de la España.
26.
Pintado el caudaloso rio se vía,
que en áspera estrecheza reducido,
un monte casi alrededor ceñía,
con ímpetu corriendo y con rüido
querer cercarlo todo parecía
en su volver, mas era afán perdido;
dejábase correr en fin derecho,
contento de lo mucho que habia hecho.
27.
Estaba puesta en la sublime cumbre
del monte, y desde allí por él sembrada,
aquella ilustre y clara pesadumbre
d’antiguos edificios adornada.
D’allí con agradable mansedumbre
el Tajo va siguiendo su jornada
y regando los campos y arboledas
con artificio de las altas ruedas.
28.
En la hermosa tela se veían,
entretejidas, las silvestres diosas
salir de la espesura, y que venían
todas a la ribera presurosas,
en el semblante tristes, y traían
cestillos blancos de purpúreas rosas,
las cuales esparciendo derramaban
sobre una ninfa muerta que lloraban.
29.
Todas, con el cabello desparcido,
lloraban una ninfa delicada
cuya vida mostraba que habia sido
antes de tiempo y casi en flor cortada;
cerca del agua, en un lugar florido,

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estaba entre las hierbas degollada


cual queda el blanco cisne cuando pierde
la dulce vida entre la hierba verde.
30.
Una d’aquellas diosas qu’en belleza
al parecer a todas ecedía,
mostrando en el semblante la tristeza
que del funesto y triste caso había,
apartada algún tanto, en la corteza
de un álamo unas letras escribía
como epitafio de la ninfa bella,
que hablaban ansí por parte della:
31.
“Elisa soy, en cuyo nombre suena
y se lamenta el monte cavernoso,
testigo del dolor y grave pena
en que por mí se aflige Nemoroso
y llama ‘¡Elisa!’; ‘¡Elisa!’ a boca llena
responde el Tajo, y lleva presuroso
al mar de Lusitania el nombre mío,
donde será escuchado, yo lo fío”.
32.
En fin, en esta tela artificiosa
toda la historia estaba figurada
que en aquella ribera deleitosa
de Nemoroso fue tan celebrada,
porque de todo aquesto y cada cosa
estaba Nise ya tan informada
que, llorando el pastor, mil veces ella
se enterneció escuchando su querella;
33.
y porque aqueste lamentable cuento,
no sólo entre las selvas se contase,
mas dentro de las ondas sentimiento
con la noticia desto se mostrase,
quiso que de su tela el argumento
la bella ninfa muerta señalase
y ansí se publicase de uno en uno
por el húmido reino de Neptuno.
34.
Destas historias tales varïadas
eran las telas de las cuatro hermanas,
las cuales con colores matizadas,
claras las luces, de las sombras vanas
mostraban a los ojos relevadas
las cosas y figuras que eran llanas,
tanto que al parecer el cuerpo vano
pudiera ser tomado con la mano.
35.
Los rayos ya del sol se trastornaban,
escondiendo su luz al mundo cara

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tras altos montes, y a la luna daban


lugar para mostrar su blanca cara;
los peces a menudo ya saltaban,
con la cola azotando el agua clara,
cuando las ninfas, la labor dejando,
hacia el agua se fueron paseando.
36.
En las templadas ondas ya metidos
tenian los pies, y reclinar querían
los blancos cuerpos cuando sus oídos
fueron de dos zampoñas que tañían
suave y dulcemente detenidos,
tanto que sin mudarse las oían
y al son de las zampoñas escuchaban
dos pastores a veces que cantaban.
37.
Más claro cada vez el son se oía
de dos pastores que venian cantando
tras el ganado, que también venía
por aquel verde soto caminando
y a la majada, ya pasado el día,.
recogido le llevan, alegrando
las verdes selvas con el son süave,
haciendo su trabajo menos grave.
38.
Tirreno destos dos el uno era,
Alcino el otro, entrambos estimados
y sobre cuantos pacen la ribera
del Tajo con sus vacas enseñados;
mancebos de una edad, d’una manera
a cantar juntamente aparejados
y a responder, aquesto van diciendo,
cantando el uno, el otro respondiendo:
39.
TIRRENO
Flérida, para mí dulce y sabrosa
más que la fruta del cercado ajeno,
más blanca que la leche y más hermosa
qu’el prado por abril de flores lleno:
si tú respondes pura y amorosa
al verdadero amor de tu Tirreno,
a mi majada arribarás primero
qu’el cielo nos amuestre su lucero.
40.
ALCINO
Hermosa Filis, siempre yo te sea
amargo al gusto más que la retama,
y de ti despojado yo me vea
cual queda el tronco de su verde rama,
si más que yo el murciélago desea
la escuridad, ni más la luz desama,

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por ver ya el fin de un término tamaño,


deste dia para mí mayor que un año.
41.
TIRRENO
Cual suele, acompañada de su bando,
aparecer la dulce primavera,
cuando Favonio y Céfiro, soplando,
al campo tornan su beldad primera,
y van artificiosos esmaltando
de rojo, azul y blanco la ribera:
en tal manera, a mí Flérida mía
viniendo, reverdece mi alegría.
42.
ALCINO
¿Ves el furor del animoso viento
embravecido en la fragosa sierra
que los antigos robles ciento a ciento
y los pinos altísimos atierra,
y de tanto destrozo aun no contento,
al espantoso mar mueve la guerra?
Pequeña es esta furia comparada
a la de Filis con Alcino airada.
43.
TIRRENO
El blanco trigo multiplica y crece;
produce el campo en abundancia tierno
pasto al ganado; el verde monte ofrece
a las fieras salvajes su gobierno;
adoquiera que miro, me parece
que derrama la copia todo el cuerno:
mas todo se convertirá en abrojos
si dello aparta Flérida sus ojos.
44.
ALCINO
De la esterilidad es oprimido
el monte, el campo, el soto y el ganado;
la malicia del aire corrompido
hace morir la hierba mal su grado;
las aves ven su descubierto nido,
que ya de verdes hojas fue cercado:
pero si Filis por aquí tornare,
hará reverdecer cuanto mirare.
45.
TIRRENO
El álamo de Alcides escogido
fue siempre, y el laurel del rojo Apolo;
de la hermosa Venus fue tenido
en precio y en estima el mirto solo;
el verde sauz de Flérida es querido
y por suyo entre todos escogiólo:

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doquiera que sauces de hoy más se hallen,


el álamo, el laurel y el mirto callen.
46.
ALCINO
El fresno por la selva en hermosura
sabemos ya que sobre todos vaya;
y en aspereza y monte d’espesura
se aventaja la verde y alta haya;
mas el que la beldad de tu figura
dondequiera mirado, Filis, haya,
al fresno y a la haya en su aspereza
confesará que vence tu belleza.
47.
Esto cantó Tirreno, y esto Alcino
le respondió, y habiendo ya acabado
el dulce son, siguieron su camino
con paso un poco más apresurado;
siendo a las ninfas ya el rumor vecino,
juntas s’arrojan por el agua a nado,
y de la blanca espuma que movieron
las cristalinas ondas se cubrieron.

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Fray Luis de León

Poesías.
Oda a la Vida retirada

Abajo ¡Qué descansada vida


la del que huye el mundanal rüido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido! 5
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado. 10
No cura si la Fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera. 15
¿Qué presta a mi contento,
si soy del vano dedo señalado;
si en busca deste viento
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado? 20
¡Oh monte, oh fuente, oh río!
¡Oh, secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso. 25
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero. 30
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso, no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido. 35
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo. 40
Del monte en la ladera

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

por mi mano plantado tengo un huerto,


que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto. 45
Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura. 50
Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo. 55
El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido,
los árboles menea
con un manso rüido,
que del oro y del cetro pone olvido. 60
Ténganse su tesoro
los que de un flaco leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían. 65
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna; al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía. 70
A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada
me baste; y la vajilla
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada. 75
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
con sed insacïable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando. 80
A la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al sol dulce, acordado,
del plecto sabiamente meneado. 85

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Oda A Francisco de Salinas

El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada. 5
A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida. 10
Y como se conoce,
en suerte y pensamiento se mejora;
el oro desconoce
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca engañadora. 15
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera. 20
Ve cómo el gran Maestro,
a aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado. 25
Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entre ambos a porfía
se mezcla una dulcísima armonía. 30
Aquí el alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente,
en él ansí se anega,
que ningún accidente
extraño y peregrino oye o siente. 35
¡Oh desmayo dichoso!
¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido! 40
A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos, a quien amo
sobre todo tesoro,
que todo lo visible es triste lloro. 45

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

¡Oh, suene de contino,


Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás adormecidos! 50

Prólogo a la traducción del Cantar de los Cantares (ed. de Javier San José Lera):

Ninguna cosa es más propia a Dios que el amor, ni al amor hay cosa más natural que
volver al que ama en las condiciones e ingenio del que es amado. De lo uno y de lo otro
tenemos clara experiencia. Cierto es que Dios ama, y cada uno que no esté muy ciego lo
puede conocer en sí por los señalados beneficios que de su mano continuamente recibe:
el ser, la vida, el gobierno della y el amparo de su favor, que en ningún tiempo ni lugar
nos desampara. Que Dios se precie más de esto que de otra cosa, y que le sea propio el
amor entre todas sus virtudes, vese en sus obras, que todas se ordenan a solo este fin,
que es hacer repartimiento y poner en posesión de sus grandes bienes a las criaturas,
haciendo que su semejanza de Él resplandezca en todas, y midiéndose a sí a la medida
de cada una de ellas para ser gozado de ellas: que, como dijimos, es obra propia y natural
del amor.

Señaladamente se descubre este beneficio y amor de Dios en el hombre, al cual crio


al principio a su imagen y semejanza, como otro Dios, y a la postre se hizo Dios a la figura
y usanza suya, volviéndose hombre últimamente por naturaleza, y mucho antes por
trato y conversación, como se ve claramente por todo el discurso y proceso de las
Sagradas Letras; en las cuales, por esta causa, es cosa maravillosa el cuidado que pone
el Espíritu Santo, a fin de que no nos extrañemos de Él que nos ama infinitamente, en
conformarse con nuestro estilo, remedando nuestro lenguaje e imitando en sí toda la
variedad de nuestro ingenio y condiciones: hace del alegre y del triste, muéstrase airado,
y muéstrase arrepentido, amenaza a veces y a veces se vence por mil blanduras; no hay
afición ni cualidad tan propia a nosotros y tan extraña a él en que no se transforme; y
todo esto a fin de que no nos extrañemos de Él y que, o por agradecimiento, o por afición
o por vergüenza, hagamos lo que nos manda, que es aquello en que consiste toda
nuestra felicidad y buena andanza. De semejantes argumentos y muestras están llenas
las historias sagradas, los sermones y oraciones proféticas, los versos y canciones del
salmista, y así mismo los consejos de la Sabiduría; y finalmente toda la vida y doctrina
de Jesucristo, luz y verdad y todo el bien y esperanza nuestra.

Pues entre las otras obras y tratados divinos, uno es la Canción suavísima que
Salomón, profeta y rey, compuso, en la cual, debajo de una égloga pastoril más que en
ninguna otra escritura, se muestra Dios herido de nuestros amores con todas aquellas
pasiones y sentimientos que este afecto suele y puede hacer en los corazones humanos
más blandos y más tiernos: ruega y llora, y pide celos; vase como desesperado, y vuelve
luego, y variando entre esperanza y temor, alegría y tristeza, ya canta de contento, ya
publica sus quejas, haciendo testigos a los montes y a los árboles de ellos, a los animales
y a las fuentes, de la pena grande que padece. Aquí se ven pintados al vivo los amorosos
fuegos de los demás amantes, los encendidos deseos, los perpetuos cuidados, las recias

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

congojas que el ausencia y el temor en ellos causan, juntamente en los celos y sospechas
que entre ellos se mueven. Aquí se oye el sonido de los ardientes suspiros, mensajeros
del corazón, y de las amorosas quejas y dulces razonamientos, que unas veces van
vestidos de esperanza, otras de temor, otras de tristeza o alegría; y, en breve, todos
aquellos sentimientos que los apasionados amantes probar suelen, aquí se ven tanto
más agudos y delicados, cuanto más vivo y acendrado es el divino amor que el mundano,
y dichos con el mayor primor de palabras, blandura de requiebros, extrañeza de bellas
comparaciones que jamás se escribió ni oyó. A cuya causa la lección deste libro es
dificultosa a todos y peligrosa a los mancebos, y a los que aún no están muy adelantados
y muy firmes en la virtud; porque en ninguna escritura se exprimió la pasión del amor
con más fuerza y sentido que en ésta; y así, acerca de los hebreos no tienen licencia para
leer este libro y otros algunos de la ley los que fueren menores de cuarenta años. Del
peligro no hay que tratar: la virtud y valor de Vuestra Merced nos hace bien seguros; la
dificultad, que es mucha, trabajaré yo de quitar cuanto alcanzaren mis fuerzas, que son
bien pequeñas.

Cosa sabida y confesada por todos es que en estos Cantares, como en persona de
Salomón y de su esposa, la hija del rey de Egipto, debajo de amorosos requiebros,
explica el Espíritu Santo la Encarnación de Cristo y el entrañable amor que siempre tuvo
a su Iglesia, con otros misterios de gran secreto y de gran peso. En este sentido que es
espiritual no tengo que tocar, que de él hay escritos grandes libros por personas
santísimas y muy doctas que, ricas del mismo espíritu que habló en este libro,
entendieron gran parte de su secreto, y como lo entendieron lo pusieron en sus
escrituras, que están llenas de espíritu y de regalo. Así que en esta parte no hay que
decir, o porque está ya dicho, o porque es negocio prolijo y de grande espacio.
Solamente trabajaré en declarar la corteza de la letra, así llanamente, como si en este
libro no hubiera otro mayor secreto del que muestran aquellas palabras desnudas, al
parecer, dichas y respondidas entre Salomón y su esposa. Que será solamente declarar
el sonido de ellas, y aquello en que está la fuerza de la comparación y del requiebro;
que, aunque es trabajo de menos quilates que el primero, no por eso carece de grandes
dificultades, como luego veremos.

Porque se ha de entender que este libro en su primera origen se escribió en metro, y


es todo él una égloga pastoril, adonde con palabras y lenguaje de pastores, hablan
Salomón y su esposa, y algunas veces sus compañeros, como si todos fuesen gente de
aldea. Hace dificultoso su entendimiento, primeramente, lo que suele poner dificultad
en todos los escritos adonde se explican algunas grandes pasiones o afectos,
mayormente de amor, que, al parecer, van las razones cortadas y desconcertadas;
aunque, a la verdad, entendido una vez el hilo de la pasión que mueve, responden
maravillosamente a los afectos que exprimen, los cuales nacen unos de otros por natural
concierto. Y la causa de parecer así cortadas, es que en el ánimo enseñoreado de alguna
vehemente afición, no alcanza la lengua al corazón, ni se puede decir tanto como se
siente, y aun eso que se puede no lo dice todo, sino a partes y cortadamente, una vez el
principio de la razón, y otras el fin sin el principio; que así como el que ama siente mucho
lo que dice, así le parece que, en apuntándolo, está por los demás entendido; y la pasión
con su fuerza y con increíble presteza le arrebata la lengua y corazón de un afecto en
otro; y de aquí son sus razones cortadas y llenas de oscuridad. Parecen también

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

desconcertadas entre sí, porque responden al movimiento que hace la pasión en el


ánimo del que las dice, la cual quien no la siente o ve, juzga mal de ellas; como juzgaría
por cosa de desvarío y de mal seso los meneos y movimientos de los que bailan el que
viéndolos de lejos no oyese ni entendiese el son a quien siguen; lo cual es mucho de
advertir en este libro y en todos los semejantes.

Lo segundo que pone oscuridad es ser la lengua hebrea en que se escribió, de su


propiedad y condición lengua de pocas palabras y de cortas razones, y esas llenas de
diversidad de sentidos; y juntamente con esto por ser el estilo y juicio de las cosas en
aquel tiempo y en aquella gente tan diferente de lo que se platica agora; de do nace
parecernos nuevas y extrañas, y fuera de todo buen primor las comparaciones de que
usa este libro, cuando el Esposo o la Esposa quiere más loar la belleza y gentileza de las
facciones del otro, como cuando compara el cuello a una torre, y los dientes a un rebaño
de ovejas, y así otras semejantes. Como a la verdad cada lengua y cada gente tenga sus
propiedades de hablar, adonde la costumbre usada y recibida hace que sea primor y
gentileza, lo que en otra lengua y a otras gentes pareciera muy tosco, y así es de creer
que todo esto que agora, por su novedad y por ser ajeno de nuestro uso tanto nos
ofende y desagrada, era todo el buen hablar y toda la cortesanía de aquel tiempo entre
aquella gente. Que claro es que Salomón era no solamente muy sabio, sino rey e hijo de
rey, y que cuando no lo alcanzara por letras y por doctrina, por la crianza sola y por el
trato de su corte y casa supiera hablar su lengua mejor y más cortésmente que otro
ninguno.

Lo que yo hago en esto son dos cosas: la una es volver en nuestra lengua palabra por
palabra el texto de este libro; en la segunda, declaro con brevedad no cada palabra por
sí, sino los pasos donde se ofrece alguna oscuridad en la letra, a fin que quede claro su
sentido así en la corteza y sobrehaz, poniendo al principio el capítulo todo entero, y
después de él su declaración.

Acerca de lo primero procuré conformarme cuanto pude con el original hebreo,


cotejando juntamente todas las traducciones griegas y latinas que hay, que son muchas,
y pretendí que respondiese esta interpretación con el original, no sólo en las sentencias
y palabras, sino aun en el concierto y aire de ellas, imitando sus figuras y maneras de
hablar cuanto es posible a nuestra lengua, que, a la verdad, responde con la hebrea en
muchas cosas. De donde podrá ser que algunos no se contenten tanto, y les parezca que
en algunas partes la razón queda corta y dicha muy a la vizcaína y muy a lo viejo, y que
no hace correa el hilo del decir, pudiéndola hacer fácilmente con mudar algunas
palabras y añadir algunas otras. Lo cual yo no hice por lo que he dicho, y porque entiendo
ser diferente el oficio del que traslada, mayormente escrituras de tanto peso, del que
las explica y declara. El que traslada ha de ser fiel y cabal y, si fuere posible, contar las
palabras para dar otras tantas, y no más ni menos, de la misma cualidad y condición y
variedad de significaciones que son y tienen las originales, sin limitallas a su propio
sentido y parecer, para que los que leyeren la traslación puedan entender toda la
variedad de sentidos a que da ocasión el original si se leyese, y queden libres para
escoger de ellos el que mejor les pareciere. Que el extenderse diciendo, y el declarar
copiosamente la razón que se entiende, y con guardar la sentencia que más agrada,
jugar con las palabras añadiendo y quitando a nuestra voluntad, eso quédese para el

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que declara, cuyo propio oficio es; y nosotros usamos de él después de puesto cada un
capítulo en la declaración que se sigue. Bien es verdad que trasladando el texto, no
pudimos tan puntualmente ir con el original; y la cualidad de la sentencia y propiedad
de nuestra lengua nos forzó a que añadiésemos alguna palabrilla, que sin ella quedara
oscurísimo el sentido; pero éstas son pocas, y las que son van encerradas entre dos rayas
de esta manera [ ].

Vuestra Merced recibirá en todo esto mi voluntad, que lo demás a mí no me satisface


mucho, ni curo que satisfaga a otros; bástame haber cumplido con lo que se me mandó,
que es lo que en todas las cosas más pretendo y deseo.

La perfecta casada. Capítulo I. Ed. de Javier San José Lera.

Mujer de valor, ¿quién la hallará?


Raro y extremado es su precio.

Propone luego al principio aquello de que ha de decir, que es la doctrina de una mujer
de valor, esto es, de una perfecta casada, y loa lo que propone, o, por mejor decir,
propone loándolo, para despertar desde luego y encender en ellas aqueste deseo
honesto y virtuoso. Y porque tuviese mayor fuerza el encarescimiento, pónelo por vía
de pregunta, diciendo: «Mujer de valor, ¿quién la hallará?». Y en preguntarlo y decirlo
así, dice que es dificultoso el hallarla, y que son pocas las tales. Y así, la primera loa que
da a la buena mujer, es decir della que es cosa rara, que es lo mismo que llamarla
preciosa y excelente cosa, y digna de ser muy estimada, porque todo lo raro es precioso.

Y que sea aqueste su intento, por lo que luego añade se vee: «"Alejado y extremado",
dice, "es su precio»". O, como dice el original en el mismo sentido: "«Más y allende, y
muy alejado sobre las piedras preciosas, el precio suyo»". De manera que el hombre que
acertare con una mujer de valor, se puede desde luego tener por rico y dichoso,
entendiendo que ha hallado una perla oriental, o un diamante finísimo, o una
esmeralda, o otra alguna piedra preciosa de inestimable valor.

Así que ésta es la primera alabanza de la buena mujer, decir que es dificultosa de
hallar. Lo cual, así es alabanza de las buenas, que es aviso para conoscer generalmente
la flaqueza de todas. Porque no sería mucho ser una buena si hubiese muchas buenas,
o si en general no fuesen muchos sus siniestros malos. Los cuales son tantos, a la verdad,
y tan extraordinarios y diferentes entre sí, que, con ser un linaje y especie, parecen de
diversas especies. Que, como burlando en esta materia, o fue Focílides o fue Simónides,
el que lo solía decir: en ellas solas se veen el ingenio y las mañas de todas las suertes de
cosas, como si fueran de su linaje; que unas hay cerriles y libres como caballos, y otras
resabidas como raposas, otras ladradoras, otras mudables a todos colores, otras
pesadas, como hechas de tierra. Y por esto, la que entre tantas diferencias de mal acierta
a ser buena, merece ser alabada mucho.

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Mas veamos por qué causa el Espíritu Sancto a la buena mujer la llama mujer de valor,
y después veremos con cuánta propriedad la compara y antepone a las piedras
preciosas. Lo que aquí decimos mujer de valor, (y pudiéramos decir mujer varonil, como
Sócrates acerca de Jenofón, llama a las casadas perfectas), así que esto que decimos
varonil o valor, en el original es una palabra de grande significación y fuerza, y tal, que
apenas con muchas nuestras se alcanza todo lo que significa. Quiere decir virtud de
ánimo y fortaleza de corazón, industria y riquezas, y poder y aventajamiento, y
finalmente, un ser perfecto y cabal en aquellas cosas a quien esta palabra se aplica. Y
todo esto atesora en sí la que es buena mujer, y no lo es si no lo atesora. Y para que
entendamos que es esto verdad, la nombró el Espíritu Sancto con este nombre, que
encierra en sí tanta variedad de tesoro. Porque, como la mujer sea de su natural flaca y
deleznable más que ningún otro animal, y de su costumbre e ingenio una cosa
quebradiza y melindrosa, y como la vida casada sea vida subjecta a muchos peligros, y
donde se ofrescen cada día trabajos y dificultades muy grandes, y vida ocasionada a
continuos desabrimientos y enojos, y, como dice Sant Pablo, vida adonde anda el ánimo
y el corazón dividido y como enajenado de sí, acudiendo agora a los hijos, agora al
marido, agora a la familia y hacienda, para que tanta flaqueza salga con victoria de
contienda tan dificultosa y tan larga, menester es que la que ha de ser buena casada
esté cercada de un tan noble escuadrón de virtudes, como son las virtudes que habemos
dicho y las que en sí abraza la propriedad de aquel nombre. Porque lo que es harto para
que un hombre salga bien con el negocio que emprende, no es bastante para que una
mujer responda como debe a su oficio y cuanto el subjecto es más flaco, tanto para
arribar con una carga pesada tiene necesidad de mayor ayuda y favor. Y como, cuando
en una materia dura y que no se rinde al hierro ni al arte, vemos una figura
perfectamente esculpida, decimos y conoscemos que era perfecto y extremado en su
oficio el artífice que la hizo, y que con la ventaja de su artificio venció la dureza no
domable del subjecto duro, así, y por la misma manera, el mostrarse una mujer la que
debe, entre tantas ocasiones y dificultades de vida, siendo de suyo tan flaca, es clara
señal de un caudal de rarísima y casi heroica virtud. Y es argumento evidente que,
cuanto en la naturaleza es más flaca, tanto se adelanta y aventaja más en el valor del
ánimo. Y esta misma es la causa también por donde, como lo vemos por la experiencia,
y como la historia nos lo enseña en no pocos ejemplos, cuando alguna mujer acierta a
señalarse en algo de lo que es de loor, vence en ello a muchos hombres de los que se
dan a lo mismo. Porque cosa de tan poco ser como es esto que llamamos mujer, nunca
ni emprende ni alcanza cosa de valor ni de ser, si no es porque la inclina a ello, y la
despierta y alienta, alguna fuerza de increíble virtud que, o el cielo ha puesto en su alma,
o algún don de Dios singular. Que, pues vence su natural, y sale como río de madre,
debemos necesariamente entender que tiene en sí grandes acogidas de bien.

Por manera que con grandísima verdad y significación de loor, el Espíritu Sancto a la
mujer buena no la llamó como quiera buena, ni dijo o preguntó: ¿Quién hallará una
buena mujer?, sino llamola mujer de valor, y usó en ello de una palabra tan rica y tan
significante como es la original que dijimos, para decirnos que la mujer buena es más
que buena, y que esto que nombramos bueno es una medianía de hablar, que no allega
a aquello excelente que ha de tener y tiene en sí la buena mujer. Y que, para que un
hombre sea bueno, le basta un bien mediano, mas en la mujer ha de ser negocio de
muchos y muy subidos quilates, porque no es obra de cualquier oficial, ni lance

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ordinario, ni bien que se halla a doquiera, sino artificio primo y bien incomparable, o,
por mejor decir, un amontonamiento de riquísimos bienes.

Y éste es el primer loor que le da el Espíritu Sancto, y con éste viene como nascido el
segundo, que es compararla a las piedras preciosas. En lo cual, como en una palabra,
acaba de decir cabalmente todo lo que en esto de que vamos hablando se encierra.
Porque, así como el valor de la piedra preciosa es de subido y extraordinario valor, así el
bien de una buena tiene subidos quilates de virtud; y como la piedra preciosa en sí es
poca cosa, y, por la grandeza de la virtud secreta, cobra precio, así lo que en el subjecto
flaco de la mujer pone estima de bien, es grande y raro bien; y como en las piedras
preciosas la que no es muy fina no es buena, así en las mujeres no hay medianía, ni es
buena la que no es muy buena.

Y de la misma manera que es rico un hombre que tiene una preciosa esmeralda o un
rico diamante, aunque no tenga otra cosa, y el poseer estas piedras no es poseer una
piedra, sino poseer en ella un tesoro abreviado, así una buena mujer no es una mujer,
sino un montón de riquezas, y quien la posee es rico con ella sola, y sola ella le puede
hacer bienaventurado y dichoso. Y del modo que la piedra preciosa se trae en los dedos,
y se pone delante los ojos, y se asienta sobre la cabeza para hermosura y honra della, y
el dueño tiene allí juntamente arreo en la alegría y socorro en la necesidad, ni más ni
menos a la buena mujer el marido la ha de querer más que a sus ojos, y la ha de traer
sobre su cabeza, y el mejor lugar del corazón dél ha de ser suyo, o, por mejor decir, todo
su corazón y su alma. Y ha de entender que en tenerla, tiene un tesoro general para
todas las diferencias de tiempos, y que es varilla de virtud, como dicen, que en toda
sazón y coyuntura responderá con su gusto y le hinchirá su deseo, y que en la alegría
tiene en ella compañía dulce con quien acrescentará su gozo, comunicándolo, y en la
tristeza amoroso consuelo, y en las dudas consejo fiel, y en los trabajos regalo, y en las
faltas socorro, y medicina en las enfermedades, acrescentamiento para su hacienda,
guarda de su casa, maestra de sus hijos, provisora de sus excesos; y finalmente, en las
veras y burlas, en lo próspero y adverso, en la edad florida y en la vejez cansada, y por
el proceso de toda la vida, dulce amor, y paz, y descanso.

Hasta aquí llegan las alabanzas que da Dios a aquesta mujer. Veamos agora lo que
después desto se sigue.

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Miguel de Cervantes

El Quijote. Ed. de Francisco Rico.

Prólogo
Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como
hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que
pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza, que en
ella cada cosa engendra su semejante. Y, así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal
cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de
pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró
en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace
su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de
los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que
las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen
de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el
amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltasIII, , antes las
juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero
yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote, no quiero irme con la
corriente del uso, ni suplicarte casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector
carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres, que ni eres su
pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más
pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el rey de sus alcabalas, y sabes
lo que comúnmente se dice, que «debajo de mi manto, al rey mato, », todo lo cual te
esenta y hace libre de todo respecto y obligación, y, así, puedes decir de la historia todo
aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien
que dijeres della.
Solo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la
inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al
principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que, aunque me costó algún
trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo.
Muchas veces tomé la pluma para escribille, y muchas la dejé, por no saber lo que
escribiría; y estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en
el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío,
gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa, y,
no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia
de don Quijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las
hazañas de tan noble caballero.
—Porque ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo
legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que
duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una
leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de
concetos y falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin
anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos
y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de
filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos
y elocuentes? Pues ¿qué, cuando citan la Divina Escritura? No dirán sino que son unos

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santos Tomases y otros doctores de la Iglesia, guardando en esto un decoro tan


ingenioso, que en un renglón han pintado un enamorado destraído y en otro hacen un
sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo oílle o leelle. De todo esto ha de
carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni
menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las
letras del abecé, comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoílo o
Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi libro
de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses,
condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque si yo los pidiese a dos o tres
oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos
que tienen más nombre en nuestra España. En fin, señor y amigo mío —proseguí—, yo
determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha,
hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan, porque yo me
hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente
soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir
sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento, amigo, en que me hallastes,
bastante causa para ponerme en ella la que de mí habéis oído.
Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en una
carga de risa, me dijo:
—Por Dios, hermano, que agora me acabo de desengañar de un engaño en que he
estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido
por discreto y prudente en todas vuestras aciones. Pero agora veo que estáis tan lejos
de serlo como lo está el cielo de la tierra. ¿Cómo que es posible que cosas de tan poco
momento y tan fáciles de remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar un
ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras
dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza
y penuria de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento y
veréis cómo en un abrir y cerrar de ojos confundo todas vuestras dificultades y remedio
todas las faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del
mundo la historia de vuestro famoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería
andante.
—Decid —le repliqué yo, oyendo lo que me decía—, ¿de qué modo pensáis llenar el
vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión?

A lo cual él dijo:
—Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para
el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos
mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el
nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de
Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo
hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y
murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís, porque, ya que os averigüen la
mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes. En lo de citar en las
márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y dichos que pusiéredes
en vuestra historia, no hay más sino hacer de manera que venga a pelo algunas
sentencias o latines que vos sepáis de memoria, o a lo menos que os cuesten poco
trabajo el buscalle, como será poner, tratando de libertad y cautiverio:

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Non bene pro toto libertas venditur auro.


Y luego, en el margen, citar a Horacio, o a quien lo dijo. Si tratáredes del poder de la
muerte, acudir luego con
Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas Regumque turres.
Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo, entraros luego al
punto por la Escritura Divina, que lo podéis hacer con tantico de curiosidad y decir las
palabras, por lo menos, del mismo Dios: «Ego autem dico vobis: diligite inimicos
vestros». Si tratáredes de malos pensamientos, acudid con el Evangelio: «De corde
exeunt cogitationes malae». Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón, que os
dará su dístico:
Donec eris felix, multos numerabis amicos. Tempora si fuerint nubila, solus eris.
Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no
es de poca honra y provecho el día de hoy. En lo que toca al poner anotaciones al fin del
libro, seguramente lo podéis hacer desta manera: si nombráis algún gigante en vuestro
libro, hacelde que sea el gigante Golías, y con solo esto, que os costará casi nada, tenéis
una grande anotación, pues podéis poner: «El gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a
quien el pastor David mató de una gran pedrada, en el valle de Terebinto, según se
cuenta en el libro de los Reyes...», en el capítulo que vos halláredes que se escribe. Tras
esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo
como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y veréisos luego con otra famosa
anotación, poniendo: «El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su
nacimiento en tal lugar y muere en el mar Océano, besando los muros de la famosa
ciudad de Lisboa, y es opinión que tiene las arenas de oro», etc. Si tratáredes de
ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro; si de mujeres rameras, ahí está
el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará
gran crédito; si de crueles, Ovidio os entregará a Medea; si de encantadores y
hechiceras, Homero tiene a Calipso y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mesmo
Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros.
Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con
León Hebreo que os hincha las medidas. Y si no queréis andaros por tierras estrañas, en
vuestra casa tenéis a Fonseca, Del amor de Dios, donde se cifra todo lo que vos y el más
ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay más sino que vos
procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en la vuestra, que aquí he
dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que yo os voto a
tal de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro. Vengamos ahora
a la citación de los autores que los otros libros tienen, que en el vuestro os faltan. El
remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un
libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese mismo
abecedario pondréis vos en vuestro libro; que puesto que a la clara se vea la mentira,
por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos dellos, no importa nada, y quizá
alguno habrá tan simple que crea que de todos os habéis aprovechado en la simple y
sencilla historia vuestra; y cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá aquel largo
catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro. Y más, que no habrá quien se
ponga a averiguar si los seguistes o no los seguistes, no yéndole nada en ello. Cuanto
más que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna
cosa de aquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva contra los
libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

alcanzó Cicerón, ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las


puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la astrología, ni le son de
importancia las medidas geométricas, ni la confutación de los argumentos de quien se
sirve la retórica, ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo
divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano
entendimiento. Solo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo,
que, cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. Y pues esta
vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo
y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando
sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de
retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes,
honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando
en todo lo que alcanzáredes y fuere posible vuestra intención, dando a entender
vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo
vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se
enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente
deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada
destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más; que, si
esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.
Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se
imprimieron en mí sus razones, que, sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas y de
ellas mismas quise hacer este prólogo, en el cual verás, lector suave, la discreción de mi
amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio
tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de la
Mancha, de quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito del campo de
Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos
años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que
te hago en darte a conocer tan noble y tan honrado caballero; pero quiero que me
agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en
quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los
libros vanos de caballerías están esparcidas. Y con esto Dios te dé salud y a mí no olvide.
Vale.

Lectura comentada del prólogo. Por Mario Socrate1.

Este prólogo está escrito en primera persona con un «yo» que se adelanta como una
de las instancias narrativas de la novela; personaje —él también— del libro, con vínculos
de parentesco con aquel «yo» que en I, 9, 105 da cuenta del dichoso hallazgo del
cartapacio en caracteres arábigos; un «yo» con la misma voz o análogas entonaciones
del «segundo autor», el alabado «curioso que tuvo cuidado de hacerlas [aquellas
grandezas] traducir» (II, 3, 647). Pero lo que ese «yo» ahora escribe es el cuento de un
prólogo «renitente», que el autor no quisiera hacer y que, sin embargo, felizmente se
hace. El prólogo, pues, es el relato de su constituirse, de su devenir prólogo bajo los ojos
mismos del lector.
1
Extraído de la Biblioteca Virtual Cervantes:
https://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/edicion/parte1/prologo/nota_prologo.htm

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El prólogo, como instituto canónico, había adquirido ya sus modalidades y su forma


noble de género literario, no sin versiones burlescas y construcciones caprichosamente
manieristas. Pero un género nuevo de narración cual el Q. requería una invención nueva;
de aquí el uso ambiguo del motivo de la «afectada modestia» que, si más adelante se
vuelve paródica y socarrona ironía, al comienzo señala una actitud defensiva de
responsable duda acerca de la hazaña narrativa que representa la obra. Y esto desde las
palabras iniciales de saludo —«Desocupado lector»—, con aquel extraordinario epíteto,
sustitutivo del ritual y deferente «curioso lector», como si el libro, su materia y
personaje no tuvieran la pretensión de merecerlo.

El epíteto escoge un lector libre, libre en cuanto lector; pero no sólo: más libre
también de prejuicios preceptistas y de los cánones dominantes; un lector, si no elitista,
distinto «del antiguo legislador que llaman vulgo». Entonces la presentación de la obra
—otra tarea tradicional— se cautela con describir las condiciones adversas en que se
engendró la novela, la cárcel de Sevilla en 1597 (según la opinión casi general de los
comentaristas), un lugar que es lo contrario del tópico locus amoenus, ‘el lugar apacible’
reservado a otros dichosos y aclamados autores, y es sobre todo lo opuesto a la festiva
y alegre invención creadora del libro. Y es aquí donde, conjugando otras dos figuras
prologales —el libro como hijo del autor y la del «autor ficticio», según la tradición de
las caballerías—, el escritor llama y sorprende la atención del lector al declararse no
padre sino «padrastro» de DQ (cuyo verdadero padre es indicado en el «historiador
arábigo» Cide Hamete Benengeli, que hará su ingreso en I, 9, 108).

Luego lo que detiene la pluma es el deseo del escritor de dejar su historia sin el oropel
de un pomposo proemio y de todos los alardes de erudición y doctrina de que se visten
los otros libros (y la enumeración pasa de ironía en ironía) con sus preliminares varios y
su serie de versos elogiosos, de acotaciones en los márgenes, de anotaciones al final del
libro, con la larga lista alfabética de autores a quienes, dicen, se remite la obra.
Inesperadamente («a deshora») llega otra figura prologal, el amigo alentador, no
imaginario o en calidad de alter ego, sino en carne y hueso, un amigo «gracioso y bien
entendido», al cual el escritor confiesa sus dudas y preocupaciones. Fácil es, entonces,
para el amigo discreto, derribar punto por punto los problemas del escritor con una serie
de consabidas y escolásticas citas, y no siempre correctas. Se hace cada vez más claro
que la sátira punzante se dirige en primer lugar contra Lope y su pastoril Arcadia (1598),
y probablemente también contra El peregrino en su patria, recién aparecido (1604). Y
así, con la disertación-confutación por parte del amigo, el escritor, librado de sus
simulados o reales temores, tiene ahora su pertinente prólogo, y puede volver a su
cordial coloquio con el «lector suave», ofreciéndole «tan sincera y tan sin revueltas la
historia del famoso don Quijote de la Mancha», nombre que se reúne aquí con otro
personaje famoso, el nunca hasta ahora señalado Sancho, el escudero. Con la
presentación, en el umbral del libro, de la concomitante y oximórica pareja, se pone de
manifiesto la esencial construcción binaria que ordena todo el prólogo, empezando con
su sintagma inicial: narrador-«desocupado lector».

El prólogo fue redactado en el año 1604, después de acabar el libro, cuando C.,
capítulo tras capítulo, estaba vislumbrando ya la forma en perspectiva de la obra,

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

incierto tal vez sobre su continuación. Las últimas líneas de despedida ofrecen una
ulterior ocasión —la cuarta— para remachar el asunto elemental y reductivo del libro,
la invectiva contra «los libros vanos de caballerías». Cuatro veces no parecen una
excesiva insistencia.
Nota bibliográfica

Sobre el «yo» de este prólogo y los de otras obras de C., Canavaggio [1977b] y, a
propósito de la escritura dialogística (en sentido bajtiniano) y paródica, Socrate
[1974:71-127] y A. Sánchez [1984]. Para su relación con los libros de caballerías,
Williamson [1984/91:127]. ¶ Estudian el prólogo como género literario Porqueras Mayo
[1957; 1968; 1981a] y Porqueras Mayo y Laurenti [1971]; sobre el prólogo cervantino,
El Saffar [1975: 32-38], Porqueras Mayo [1981b]. ¶ Rivers [1974] analiza la figura del
«desocupado lector» y la del amigo «gracioso y bien entendido». Véase I, Pról., 9, n. 1.
¶ Sobre la cárcel en que se «engendró» el Q. véase I, Pról., 9, n. 8. ¶ Avalle-Arce
[1976:13-35] invierte positivamente el sentido del tópico de la «afectada modestia»:
como «el estéril y mal cultivado ingenio» de C. engendra el Q., de la misma manera el
hidalgo de aldea cincuentón engendra a DQ, «de heroica ejemplaridad ética». ¶ No
pocos han señalado en el uso agresivamente irónico de la «afectada modestia» posibles
referencias a Lope y al Guzmán de Alfarache. Argumentan y defienden el posible ataque
a Lope, Astrana Marín [1948-1958:V, 592-595], Riley [1986/90:44-46] y Orozco Díaz
[1992:89-112]. Argumentan y defienden el posible ataque a Mateo Alemán: A. Castro
[1957/67:267-268, 396-400; 1966/74:57-58, 62-68], Riley [1986/90:46-47] y Orozco Díaz
[1992:89, 102-103]. Véase I, Pról., 11, n. 30; 12, n. 36, y 17, n. 87. Otros autores
posiblemente aludidos por C. son Pero Mexía, Malón de Chaide y López de Úbeda:
Porqueras Mayo [1968:6-7], Martínez Torrejón [1985:168-172]. ¶ Para la «estrategia»
de la ironía en el Q., con sus desarrollos y cambios a partir del prólogo de 1605, Allen
[1969-1979:II]. Véanse también Astrana Marín [1948-1958:V, 591] y Russell [1985:39].
¶ Otras referencias: BQ, I-02. ¶ Martínez Torrejón [1985:167-175], Rutman [1988],
Weiger [1988b:138], Parr [1990a:119], Escudero Martínez [1990], Ayala Flores [1990],
F. J. Martín [1993].

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La Galatea. Ed. de Florencio Sevilla

Primero libro de Galatea

Mientras que al triste, lamentable acento


del mal acorde son del canto mío,
en eco amarga de cansado aliento,
responde el monte, el prado, el llano, el río,
demos al sordo y presuroso viento 5
las quejas que del pecho ardiente y frío
salen a mi pesar, pidiendo en vano
ayuda al río, al monte, al prado, al llano.

Crece el humor de mis cansados ojos


las aguas deste río, y deste prado 10
las variadas flores son abrojos
y espinas que en el alma s’han entrado.
No escucha el alto monte mis enojos,
y el llano de escucharlos se ha cansado;
y así, un pequeño alivio al dolor mío 15
no hallo en monte, en llano, en prado, en río.

Creí que el fuego que en el alma enciende


el niño alado, el lazo con que aprieta,
-[fol. 1v]-
la red sotil con que a los dioses prende
y la furia y rigor de su saeta, 20
que así ofendiera como a mí me ofende
al subjeto sin par que me subjeta;
mas contra un alma que es de mármol hecha,
la red no puede, el fuego, el lazo y flecha.

Yo sí que al fuego me consumo y quemo, 25


y al lazo pongo humilde la garganta,
y a la red invisible poco temo,
y el rigor de la flecha no me espanta.
Por esto soy llegado a tal estremo,
a tanto daño, a desventura tanta, 30
que tengo por mi gloria y mi sosiego
la saeta, la red, el lazo, el fuego.

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

Esto cantaba Elicio, pastor en las riberas de Tajo, con quien naturaleza se mostró tan
liberal, cuanto la fortuna y el amor escasos, aunque los discursos del tiempo,
consumidor y renovador de las humanas obras, le trujeron a términos que tuvo por
dichosos los infinitos y desdichados en que se había visto, -fol. 2r- y en los que su
deseo le había puesto, por la incomparable belleza de la sin par Galatea, pastora en las
mesmas riberas nacida; y, aunque en el pastoral y rústico ejercicio criada, fue de tan alto
y subido entendimiento, que las discretas damas, en los reales palacios crescidas y al
discreto tracto de la corte acostumbradas, se tuvieran por dichosas de parescerla en
algo, así en la discreción como en la hermosura. Por los infinitos y ricos dones con que
el cielo a Galatea había adornado, fue querida, y con entrañable ahínco amada, de
muchos pastores y ganaderos que por las riberas de Tajo su ganado apascentaban; entre
los cuales se atrevió a quererla el gallardo Elicio, con tan puro y sincero amor cuanto la
virtud y honestidad de Galatea permitía.
De Galatea no se entiende que aborresciese a Elicio, ni menos que le amase; porque
a veces, casi como convencida y obligada a los muchos servicios de Elicio, con algún
honesto favor le subía al cielo; y otras veces, sin tener cuenta -fol. 2v- con esto, de tal
manera le desdeñaba que el enamorado pastor la suerte de su estado apenas conoscía.
No eran las buenas partes y virtudes de Elicio para aborrecerse, ni la hermosura, gracia
y bondad de Galatea para no amarse. Por lo uno, Galatea no desechaba de todo punto
a Elicio; por lo otro, Elicio no podía, ni debía, ni quería olvidar a Galatea. Parescíale a
Galatea que, pues Elicio con tanto miramiento de su honra la amaba, que sería
demasiada ingratitud no pagarle con algún honesto favor sus honestos pensamientos.
Imaginábase Elicio que, pues Galatea no desdeñaba sus servicios, que tendrían buen
suceso sus deseos. Y cuando estas imaginaciones le aviva[ba]n la esperanza, hallábase
tan contento y atrevido, que mil veces quiso descubrir a Galatea lo que con tanta
dificultad encubría. Pero la discreción de Galatea conoscía bien, en los movimientos del
rostro, lo que Elicio en el alma traía; y tal el suyo mostraba, que al enamorado pastor se
le helaban las palabras en -fol. 3r- la boca, y quedábase solamente con el gusto de
aquel primer movimiento, por parescerle que a la honestidad de Galatea se le hacía
agravio en tratarle de cosas que en alguna manera pudiesen tener sombra de no ser tan
honestas que la misma honestidad en ella[s] se transformase.
Con estos altibajos de su vida, la pasaba el pastor tan mala que a veces tuviera por
bien el mal de perderla, a trueco de no sentir el que le causaba no acabarla. Y así, un día,
puesta la consideración en la variedad de sus pensamientos, hallándose en medio de un
deleitoso prado, convidado de la soledad y del murmurio de un deleitoso arroyuelo que
por el llano corría, sacando de su zurrón un polido rabel, al son del cual sus querellas
con el cielo cantando comunicaba, con voz en estremo buena, cantó los siguientes
versos:

Amoroso pensamiento,
si te precias de ser mío,
camina con tan buen tiento
-fol. 3v-
que ni te humille el desvío

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

ni ensoberbezca el contento. 5
Ten un medio -si se acierta
a tenerse en tal porfía-:
no huyas el alegría,
ni menos cierres la puerta
al llanto que amor envía. 10

Si quieres que de mi vida


no se acabe la carrera,
no la lleves tan corrida
ni subas do no se espera
sino muerte en la caída. 15
Esa vana presumpción
en dos cosas parará:
la una, en tu perdición;
la otra, en que pagará
tus deudas el corazón. 20

Dél naciste, y en naciendo,


pecaste, y págalo él;
huyes dél, y si pretendo
recogerte un poco en él,
ni te alcanzo ni te entiendo. 25
-fol. 4r-
Ese vuelo peligroso
con que te subes al cielo,
si no fueres venturoso,
ha de poner por el suelo
mi descanso y tu reposo. 30

Dirás que quien bien se emplea


y se ofrece a la ventura,
que no es posible que sea
del tal juzgado a locura
el brío de que se arrea. 35
Y que, en tan alta ocasión,
es gloria que par no tiene
tener tanta presumpción,
cuanto más si le conviene
al alma y al corazón. 40

Yo lo tengo así entendido,


mas quiero desengañarte;

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

que es señal ser atrevido


tener de amor menos parte
qu’el humilde y encogido. 45
Subes tras una beldad
-fol. 4v-
que no puede ser mayor:
no entiendo tu calidad,
que puedas tener amor
con tanta desigualdad. 50

Que si el pensamiento mira


un subjeto levantado,
contémplalo y se retira,
por no ser caso acertado
poner tan alta la mira. 55
Cuanto más, que el amor nasce
junto con la confïanza,
y en ella [se] ceba y pace;
y, en faltando la esperanza,
como niebla se deshace. 60

Pues tú, que vees tan distante


el medio del fin que quieres,
sin esperanza y constante,
si en el camino murieres,
morirás como ignorante. 65
Pero no se te dé nada,
que en esta empresa amorosa,
-fol. 5r-
do la causa es sublimada,
el morir es vida honrosa;
la pena, gloria estremada. 70

No dejara tan presto el agradable canto el enamorado Elicio, si no sonaran a su


derecha mano las voces de Erastro, que con el rebaño de sus cabras hacia el lugar donde
él estaba se venía. Era Erastro un rústico ganadero, pero no le valió tanto su rústica y
selvática suerte que defendiese que de su robusto pecho el blando amor no tomase
entera posesión, haciéndole querer más que a su vida a la hermosa Galatea, a la cual
sus querellas, cuando ocasión se le ofrecía, declaraba. Y, aunque rústico, era, como
verdadero enamorado, en las cosas del amor tan discreto que, cuando en ellas hablaba,
parecía que el mesmo amor se las mostraba y por su lengua las profería; pero, con todo
eso, puesto que de Galatea eran escuchadas, eran en aquella cuenta tenidas en que las
cosas de burla se tienen. No le daba a Elicio -fol. 5v- pena la competencia de Erastro,
porque entendía del ingenio de Galatea que a cosas más altas la inclinaba. Antes tenía

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

lástima y envidia a Erastro: lástima, en ver que al fin amaba, y en parte donde era
imposible coger el fruto de sus deseos; envidia, por parescerle que quizá no era tal su
entendimiento, que diese lugar al alma a que sintiese los desdenes o favores de Galatea,
de suerte, o que los unos le acabasen, o los otros lo enloqueciesen.
Venía Erastro acompañado de sus mastines, fieles guardadores de las simples
ovejuelas (que debajo de su amparo están seguras de los carniceros dientes de los
hambrientos lobos), holgándose con ellos, y por sus nombres los llamaba, dando a cada
uno el título que su condición y ánimo merescía: a quién llamaba León, a quién Gavilán,
a quién Robusto, a quién Manchado; y ellos, como si de entendimiento fueran dotados,
con el mover las cabezas, viniéndose para él, daban a entender el gusto que de su gusto
sentían. Desta manera llegó Erastro adonde -fol. 6r- de Elicio fue agradablemente
rescibido, y aun rogado que, si en otra parte no había determinado de pasar el sol de la
calurosa siesta, pues aquella en que estaban era tan aparejada para ello, no le fuese
enojoso pasarla en su compañía.
-Con nadie -respondió Erastro- la podría yo tener mejor que contigo, Elicio, si ya no
fuese con aquella que está tan enrobrescida a mis demandas, cuan hecha encina a tus
continuos quejidos.
Luego los dos se sentaron sobre la menuda yerba, dejando andar a sus anchuras el
ganado despuntando con los rumiadores dientes las tiernas yerbezuelas del herboso
llano. Y como Erastro, por muchas y descubiertas señales, conocía claramente que Elicio
a Galatea amaba, y que el merescimiento de Elicio era de mayores quilates que el suyo,
en señal de que reconoscía esta verdad, en medio de sus pláticas, entre otras razones,
le dijo las siguientes:
-No sé, gallardo y enamorado Elicio, si habrá sido causa de darte pesadumbre el amor
que a Galatea tengo; y si lo ha sido, debes -fol. 6v- perdonarme, porque jamás imaginé
de enojarte, ni de Galatea quise otra cosa que servirla. Mala rabia o cruda roña consuma
y acabe mis retozadores chivatos, y mis ternezuelos corderillos, cuando dejaren las tetas
de las queridas madres, no hallen en el verde prado para sustentarse sino amargos
tueros y ponzoñosas adelfas, si no he procurado mil veces quitarla de la memoria, y si
otras tantas no he andado a los médicos y curas del lugar a que me diesen remedio para
las ansias que por su causa padezco. Los unos me mandan que tome no sé qué bebedizos
de paciencia; los otros dicen que me encomiende a Dios, que todo lo cura, o que todo
es locura. Permíteme, buen Elicio, que yo la quiera, pues puedes estar seguro que si tú
con tus habilidades y estremadas gracias y razones no la ablandas, mal podré yo con mis
simplezas enternecerla. Esta licencia te pido por lo que estoy obligado a tu
merescimiento; que, puesto que no me la dieses, tan imposible -fol. 7r- sería dejar de
amarla, como hacer que estas aguas no mojasen, ni el sol con sus peinados cabellos no
nos alumbrase.
No pudo dejar de reírse Elicio de las razones de Erastro y del comedimiento con que
la licencia de amar a Galatea le pedía; y ansí, le respondió:
-No me pesa a mí, Erastro, que tú ames a Galatea; pésame bien de entender de su
condición que podrán poco para con ella tus verdaderas razones y no fingidas palabras;
déte Dios tan buen suceso en tus deseos, cuanto meresce la sinceridad de tus
pensamientos. Y de aquí adelante no dejes por mi respecto de querer a Galatea, que no
soy de tan ruin condición que, ya que a mí me falte ventura, huelgue de que otros no la
tengan; antes te ruego, por lo que debes a la voluntad que te muestro, que no me
niegues tu conversación y amistad, pues de la mía puedes estar tan seguro como te he

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

certificado. Anden nuestros ganados juntos, pues andan nuestros pensamientos


apareados. Tú, al son de tu zampoña, publicarás el -fol. 7v- contento o pena que el
alegre o triste rostro de Galatea te causare; yo, al de mi rabel, en el silencio de las
sosegadas noches, o en el calor de las ardientes siestas, a la fresca sombra de los verdes
árboles de que esta nuestra ribera está tan adornada, te ayudaré a llevar la pesada carga
de tus trabajos, dando noticia al cielo de los míos. Y, para señal de nuestro buen
propósito y verdadera amistad, en tanto que se hacen mayores las sombras destos
árboles y el sol hacia el occidente se declina, acordemos nuestros instrumentos y demos
principio al ejercicio que de aquí adelante hemos de tener.
No se hizo de rogar Erastro; antes, con muestras de estraño contento por verse en
tanta amis tad con Elicio, sacó su zampoña y Elicio su rabel; y, comenzando el uno y
replicando el otro, cantaron lo que sigue:

ELICIO

Blanda, süave, reposadamente,


ingrato Amor, me subjetaste el día
-fol. 8r-
que los cabellos de oro y bella frente
miré del sol que al sol escurecía;
tu tósigo cruel, cual de serpiente, 5
en las rubias madejas se escondía;
yo, por mirar el sol en los manojos,
todo vine a beberle por los ojos.

ERASTRO

Atónito quedé y embelesado,


como estatua sin voz de piedra dura, 10
cuando de Galatea el estremado
donaire vi, la gracia y hermosura.
Amor me estaba en el siniestro lado,
con las saetas de oro, ¡ay muerte dura!,
haciéndome una puerta por do entrase 15
Galatea y el alma me robase.

ELICIO

¿Con qué milagro, amor, abres el pecho


del miserable amante que te sigue,
y de la llaga interna que le has hecho
crecida gloria muestra que consigue? 20
¿Cómo el daño que haces es provecho?
-fol. 8v-

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

¿Cómo en tu muerte alegre vida vive?


L’alma que prueba estos efectos todos
la causa sabe, pero no los modos.

ERASTRO

No se ven tantos rostros figurados 25


en roto espejo o hecho por tal arte
que, si uno en él se mira, retratados
se ve una multitud en cada parte,
cuantos nacen cuidados y cuidados
de un cuidado crüel que no se parte 30
del alma mía a su rigor vencida,
hasta apartarse junto con la vida.

ELICIO

La blanca nieve y colorada rosa,


qu’el verano no gasta ni el invierno;
el sol de dos luceros, do reposa 35
el blando amor, y a do estará in eterno;
la voz, cual la de Orfeo poderosa
de suspender las furias del infierno,
y otras cosas que vi quedando ciego,
yesca me han hecho al invisible fuego. 40

ERASTRO

Dos hermosas manzanas coloradas,


-fol. 9r-
que tales me semejan dos mejillas,
y el arco de dos cejas levantadas,
quel de Iris no llegó a sus maravillas;
dos rayos, dos hileras estremadas 45
de perlas entre grana y, si hay decillas,
mil gracias que no tienen par ni cuento,
niebla m’han hecho al amoroso viento.

ELICIO

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

Yo ardo y no me abraso, vivo y muero;


estoy lejos y cerca de mí mismo; 50
espero en solo un punto y desespero;
súbome al cielo, bájome al abismo;
quiero lo que aborrezco, blando y fiero;
me pone el amaros parasismo;
y con estos contrarios, paso a paso, 55
cerca estoy ya del último traspaso.

ERASTRO

Yo te prometo, Elicio, que le diera


todo cuanto en la vida me ha quedado
a Galatea, porque me volviera
el alma y corazón que m’ha robado; 60
y después del ganado, le añadiera
mi perro Gavilán con el Manchado;
-fol. 9v-
pero, como ella debe de ser diosa,
el alma querrá más que no otra cosa.

ELICIO

Erastro, el corazón que en alta parte 65


es puesto por el hado, suerte o signo,
quererle derribar por fuerza o arte
o diligencia humana, es desatino.
Debes de su ventura contentarte;
que, aunque mueras sin ella, yo imagino 70
que no hay vida en el mundo más dichosa
como el morir por causa tan honrosa.

Ya se aparejaba Erastro para seguir adelante en su canto, cuando sintieron, por un


espeso montecillo que a sus espaldas estaba, un no pequeño estruendo y ruido; y,
levantándose los dos en pie por ver lo que era, vieron que del monte salía un pastor
corriendo a la mayor prie sa del mundo, con un cuchillo desnudo en la mano y la color
del rostro mudada; y que tras él venía otro ligero pastor, que a pocos pasos alcanzó al -
fol. 10r- primero; y, asiéndole por el cabezón del pellico, levantó el brazo en el aire
cuanto pudo, y un agudo puñal que sin vaina traía se le escondió dos veces en el cuerpo,
diciendo:
-Recibe, ¡oh mal lograda Leonida!, la vida deste traidor, que en venganza de tu
muerte sacrifico.

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

Y esto fue con tanta presteza hecho que no tuvieron lugar Elicio y Erastro de
estorbárselo, porque llegaron a tiempo que ya el herido pastor daba el último aliento,
envuelto en estas pocas y mal formadas palabras.
-Dejárasme, Lisandro, satisfacer al cielo con más largo arrepentimiento el agravio que
te hice, y después quitárasme la vida, que agora, por la causa que he dicho, mal contenta
destas carnes se aparta.
Y, sin poder decir más, cerró los ojos en sempiterna noche.
Por las cuales palabras imaginaron Elicio y Erastro que no con pequeña causa había
el otro pastor ejecutado en él tan cruda y violenta muerte. Y, por mejor informarse de
todo el suceso, quisieran preguntárselo al -fol. 10v- pastor homicida, pero él, con
tirado paso, dejando al pastor muerto y a los dos admirados, se tornó a entrar por el
montecillo adelante. Y, queriendo Elicio seguirle y saber dél lo que deseaba, le vieron
tornar a salir del bosque; y, estando por buen espacio desviado dellos, en alta voz les
dijo:
-Perdonadme, comedidos pastores, si yo no lo he sido en haber hecho en vuestra
presencia lo que habéis visto, porque la justa y mortal ira que contra ese traidor tenía
concebida no me dio lugar a más moderados discursos. Lo que os aviso es que, si no
queréis enojar a la deidad que en el alto cielo mora, no hagáis las obsequias ni plegarias
acostumbradas por el alma traidora dese cuerpo que delante tenéis, ni a él deis
sepultura, si ya aquí en vuestra tierra no se acostumbra darla a los traidores.
Y, diciendo esto, a todo correr se volvió a entrar por el monte, con tanta priesa que
quitó la esperanza a Elicio de alcanzarle aunque le siguiese. Y así, se volvieron los dos
con tiernas entrañas a -fol. 11r- hacer el piadoso oficio y dar sepultura, como mejor
pudiesen, al miserable cuerpo que tan repentinamente había acabado el curso de sus
cortos días. Erastro fue a su cabaña, que no lejos estaba, y, trayendo suficiente aderezo,
hizo una sepultura en el mesmo lugar do el cuerpo estaba, y, dándole el último vale, le
pusieron en ella; y, no sin compasión de su desdichado caso, se volvieron a sus ganados,
y, recogiéndolos con alguna priesa, porque ya el sol se entraba a más andar por las
puertas de occidente, se recogieron a sus acostumbrados albergues, donde no su
sosiego dellos, ni el poco que sus cuidados le concedían, podían apartar a Elicio de
pensar qué causas habían movido a los dos pastores para venir a tan desesperado
trance; y ya le pesaba de no haber seguido al pastor homicida, y saber dél, si fuera
posible, lo que deseaba.
Con este pensamiento y con los muchos que sus amores le causaban, después de
haber dejado en segura parte su rebaño, se salió de su cabaña, como otras veces solía;
y -fol. 11v- con la luz de la hermosa Diana, que resplandeciente en el cielo se mostraba,
se entró por la espesura de un espeso bosque adelante, buscando algún solitario lugar
adonde en el silencio de la noche con más quietud pudiese soltar la rienda a sus
amorosas imaginaciones, por ser cosa ya averiguada que a los tristes imaginativos
corazones ninguna cosa les es de mayor gusto que la soledad, despertadora de
memorias tristes o alegres. Y así, yéndose poco a poco gustando de un templado céfiro
que en el rostro le hería, lleno del suavísimo olor que de las olorosas flores, de que el
verde suelo estaba colmado, al pasar por ellas blandamente robaba, envuelto en el aire
delicado, oyó una voz como de persona que dolorosamente se quejaba; y, recogiendo
por un poco en sí mismo el aliento, porque el ruido no le estorbase de oír lo que era,
sintió que de unas apretadas zarzas que poco desviadas dél estaban, la entristecida voz

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salía; y, aunque interrota de infinitos sospiros, entendió que estas tristes razones
pronunciaba:
-Cobarde y -fol. 12r- temeroso brazo, enemigo mortal de lo que a ti mesmo debes;
mira que ya no queda de quién tomar venganza, sino de ti mesmo. ¿De qué te sirve
alargar la vida que tan aborrecida tengo? Si piensas que es nuestro mal de los que el
tiempo suele curar, vives engañado, porque no hay cosa más fuera de remedio que
nuestra desventura; pues quien la pudiera hacer buena la tuvo tan corta que en los
verdes años de su alegre juventud ofreció la vida al carnicero cuchillo, que se la quitase
por la traición del malvado Carino, que hoy, con perder la suya, habrá aplacado en parte
a aquella venturosa alma de Leonida, si en la celeste parte donde mora puede caber
deseo de venganza alguna. ¡Ah, Carino, Carino! Ruego yo a los altos cielos, si dellos las
justas plegarias son oídas, que no admitan la disculpa, si alguna dieres, de la traición que
me heciste, y que permitan que tu cuerpo carezca de sepultura, así como tu alma careció
de misericordia. Y tú, hermosa y mal lograda Leonida, recibe -fol. 12v- en muestra del
amor que en vida te tuve, las lágrimas que en tu muerte derramo; y no atribuyas a poco
sentimiento el no acabar la vida con el que de tu muerte recibo, pues sería poca re
compensa a lo que debo y deseo sentir el dolor que tan presto se acabase. Tú verás, si
de las cosas de acá tienes cuenta, cómo este miserable cuerpo quedará un día
consumido del dolor poco a poco, para mayor pena y sentimiento: bien ansí como la
mojada y encendida pólvora, que, sin hacer estrépito ni levantar llama en alto, entre sí
mesma se consume, sin dejar de sí sino el rastro de las consumidas cenizas. Duéleme
cuanto puede dolerme, ¡oh alma del alma mía!, que ya que no pude gozarte en la vida,
en la muerte no puedo hacerte las obsequias y honras que a tu bondad y virtud se
convenían. Pero yo te prometo y juro que el poco tiempo -que será bien poco- que esta
apasionada ánima mía rigiere la pesada carga deste miserable cuerpo, y la voz cansada
tuviere aliento que la forme, -fol. 13r- de no tratar otra cosa en mis tristes y amargas
canciones que de tus alabanzas y merescimientos.

16
CRESTOMATÍA DEL TEMA 5. LA LÍRICA BARROCA: LUIS DE GÓNGORA

1.
Este perfecto Frauenlied, o cantiga de amigo, no es obra de Góngora a sus diecinueve
años, sino reelaboración del texto primitivo, conservado en las Flores de romances y en
algún ms., que carecía de las estrofas segunda y cuarta, y terminaba con la tercera.

1580 (M 3)
La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola,
ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice,
que escucha su mal:
dejadme llorar
orillas del mar.

Pues me distes, madre,


en tan tierna edad
tan corto el placer,
tan largo el pesar,
y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad:
dejadme llorar
orillas del mar.

En llorar conviertan
mis ojos, de hoy más,
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar,
yéndose a la guerra
quien era mi paz:
dejadme llorar
orillas del mar.

No me pongáis freno
ni queráis culpar;
que lo uno es justo,
lo otro por demás.
Si me queréis bien
no me hagáis mal;
harto peor fuera
morir y callar:
dejadme llorar
orillas del mar.

Dulce madre mía,


¿quién no llorará
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?
Dejadme llorar
orillas del mar.

Váyanselas noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad:
dejadme llorar
orillas del mar.

1581 (M 96)

Ándeme yo caliente
y ríase la gente.

Traten otros del gobierno


del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y agua ardiente,
y ríase la gente.

Coma en dorada vajilla


el príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.

Cuando cubra las montañas


de blanca nieve el Enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del Rey que rabió me cuente,
y ríase la gente.

Busque muy en hora buena


el mercader nuevos soles,
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente.

Pasea media noche el mar


y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama;
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente.

Pues Amor es tan cruel,


que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel,
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.

1582 (M 228)
Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano,
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente al lilio bello,

mientras a cada labio, por cogello,


siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello,

goza cuello, cabello, labio y frente,


antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no solo en plata o viola troncada


se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

1585 (M 244)

La dulce boca que a gustar convida


un humor entre perlas distilado,
y a no invidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,

amantes, no toquéis, si queréis vida,


porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.

No os engañen las rosas, que a la Aurora


diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le cayeron del purpúreo seno;

manzanas son de Tántalo, y no rosas,


que después huyen del que incitan ahora,
y solo del Amor queda el veneno.

Este sorprendente poema, inspirado en Petrarca y Torquato Tasso, según aclara Dámaso
Alonso, “se opone nítidamente, por su singular mezcla personal de platonismo y
antiplatonismo, al petrarquismo entonces de moda” (L.P. Thomas). Góngora, o un
posible amigo en cuyo nombre habla, muestra con los desposados una gran familiaridad,
que le permite enviar su propio pensamiento (como en los poemas M 105 y 240) hasta la
alcoba nupcial donde la pareja ha consumado el amor.

1600 (M 388)

¡Qué de invidiosos montes levantados,


de nieves impedidos,
me contienden tus dulces ojos bellos!
¡Qué de ríos, del hielo tan atados,
del agua tan crecidos,
me defienden el ya volver a vellos!
¡Y qué, burlando de ellos,
el noble pensamiento
por verte viste plumas, pisa el viento!

Ni a las tinieblas de la noche obscura


ni a los hielos perdona,
y a la mayor dificultad engaña;
no hay guardas hoy de llave tan segura,
que nieguen tu persona,
que no desmienta con discreta maña;
tu esposo, cuando lidie,
que no la registre él, y yo no invidie.

Allá vueles, lisonja de mis penas,


que con igual licencia
penetras el abismo, el cielo escalas;
y mientras yo te aguardo en las cadenas
desta rabiosa ausencia,
al viento agravien tus ligeras alas.
Yo veo que te calas
donde bordada tela
un lecho abriga y mil dulzuras cela.

Tarde batiste la invidiosa pluma,


que en sabrosa fatiga
vieras (muerta la voz, suelto el cabello)
la blanca hija de la blanca espuma,
no sé si en brazos diga
de un fiero Marte, o de un Adonis bello;
ya anudada a su cuello
podrás verla dormida,
y a él casi trasladado a nueva vida.

Desnuda el brazo, el pecho descubierta,


entre templada nieve
evaporar contempla el fuego helado,
y al esposo, en figura casi muerta,
que el silencio le bebe
del sueño con sudor solicitado.
Dormid, que el dios alado,
de vuestras almas dueño,
con el dedo en la boca os guarda el sueño.

Dormid, copia gentil de amantes nobles,


en los dichosos nudos
que a los lazos de amor os dio Himeneo;
mientras yo, desterrado, de estos robles
y peñascos desnudos
la piedad con mis lágrimas granjeo.
Coronad el deseo
de gloria, en recordando;
sea el lecho de batalla campo blando.

Canción, di al pensamiento
que corra la cortina,
y vuelva al desdichado que camina.

1603 (M 270)

EN EL SEPULCRO DE LA DUQUESA DE LERMA

¡Ayer deidad humana, hoy poca tierra;


aras ayer, hoy túmulo, oh mortales!
Plumas, aunque de águilas reales,
plumas son; quien lo ignora, mucho yerra.

Los huesos que hoy este sepulcro encierra,


a no estar entre aromas orientales,
mortales señas dieran de mortales;
la razón abra lo que el mármol cierra.

La Fénix que ayer Lerma fue su Arabia


es hoy entre cenizas un gusano,
y de consciencia a la persona sabia.

Si una urca se traga el océano,


¿qué espera un bajel luces en la gavia?
Tome tierra, que es tierra el ser humano.

1603 (M 275)
Llegué a Valladolid; registré luego
desde el bonete al clavo de la mula;
guardo el registro, que será mi bula
contra el cuidado del señor Don Diego.

Busqué la corte en él, y yo estoy ciego,


o en la ciudad no está, o se disimula.
Celebrando dietas vi a la gula,
que Platón para todos está en griego.

La lisonja hallé y la ceremonia


con luto, idolatrados los caciques,
amor sin fe, interés con sus virotes.

Todo se halla en esta Babilonia


como en botica, grandes alambiques,
y más en ella títulos que botes.

1603 (M 279)

Valladolid, de lágrimas sois valle,


y no quiero deciros quién las llora,
valle de Josafat, sin que en vos hora,
cuanto más día de juicio se halle.

Pisado he vuestros muros calle a calle,


donde el engaño con la corte mora,
y cortesano sucio os hallo ahora,
siendo villano un tiempo de buen talle.

Todo sois Condes, no sin nuestro daño;


dígalo el andaluz, que en un infierno
debajo de una tabla escrita posa:

no encuentra al de Buendía en todo el año,


al de Chinchón sí, ahora, y el invierno
al de Niebla, al de Nieva, al de Lodosa.

Esta “epístola moral sin Fabio” (Gerardo Diego), cuyo contenido resume vagamente el
epígrafe de Hozes (“A lo poco que hay que fiar de los favores de los príncipes cortesanos;
por lo cual se sale de la corte”), es, en opinión de Robert Jammes, el más espontáneo,
sincero y significativo de cuantos poemas escribió su autor. No solo recoge el tópico del
menosprecio de corte y alabanza de aldea sino, como ha demostrado Dámaso Alonso, el
concreto desencanto de Góngora tras las infructuosas tentativas de obtener justicia en el
largo proceso incoado a raíz de la muerte de su sobrino Francisco de Saavedra en 1605,
a manos de Pedro de Heredia y su hermano Francisco de Aguayo.

Mal haya el que en señores idolatra


y en Madrid desperdicia sus dineros,
si ha de hacer al salir una mohatra.
Arroyos de mi huerta lisonjeros
(¿lisonjeros: mal dije, que sois claros):
Dios me saque de aquí y me deje veros.
Si corréis sordos, no quiero hablaros,
mejor es que corráis murmuradores,
que llevo muchas cosas que contaros.
Tenedme, aunque es otoño, ruiseñores
(ya que llevar no puedo ruicriados),
que entre pámpanos son lo que entre flores.
Si yo tuviera veinte mil ducados,
tiplones convocara de Castilla,
de Portugal bajetes mermelados,
y a fe que a la pajísima capilla
tïorbas de cristal vuestras corrientes
prestaran dulces en su verde orilla.
Pájaros suplan, pues, faltas de gentes,
que en voces, si no métricas, suaves,
consonancias desaten diferentes,
si ya no es que de las simples aves
contiene la república volante
poetas, o burlescos sean o graves,
y cualque madrigal sea elegante,
librándome el lenguaje en el concento,
el que algún culto ruiseñor me cante,
prodigio dulce que corona el viento,
en unas mismas plumas escondido
el músico, la musa, el instrumento.
Mas ¿dónde ya me había divertido,
risueñas aguas, que de vuestro dueño
os habéis con razón siempre reído?
Guardad entre esas guijas lo risueño
a este dómine bobo, que pensaba
escaparse de tal por lo aguileño,
celebrando con tinta, y aun con baba,
las fiestas de la corte, poco menos
que hacérselas a Judas con octava.
Cantar pensé en sus márgenes amenos
cuantas Dianas Manzanares mira,
a no romadizarme sus Sirenos.
La lisonja, con todo, y la mentira
(modernas musas del Aonio coro),
las cuerdas le rozaron a mi lira.
¿Valió por dicha al leño mío canoro,
si puede ser canoro leño mío,
clavijas de marfil o trastes de oro?
Sequedad lo ha tratado como a río;
puente de plata fue que hizo alguno
a mi fuga quizá de su desvío.
No más, no, que aun a mí seré importuno,
y no es mi intento a nadie dar enojos,
sino apelar al pájaro de Juno;
gastar quiero, de hoy más, plumas con ojos
y mirar lo que escribo. El desengaño
preste clavo y pared a mis despojos.
La adulación se queden y el engaño,
mintiendo en el teatro, y la esperanza
dando su verde un año y otro año;
que si en el mundo hay bienaventuranza,
a la sombra de aquel árbol me espera
cuyo verdor no conoció mudanza.
Su flor es pompa de la primavera,
su fruto, o sea lo dulce, o sea lo acedo,
en oro engasta, que al romperlo es cera.
Allí el murmurio de las aguas ledo,
ocio sin culpa, sueño sin cuidado
me aguardan, si acá en polvos no me quedo
molido del dictamen de un letrado
en la tahona de un relator, donde
siempre hallé para mí el rocín cansado.
Dichoso el que pacífico se esconde
a este civil rüido, y litigante,
o se concierta o por poder responde,
solo por no ser miembro corteggiante
de sierpe prodigiosa, que camina
la cola, como el gámbaro, delante.
Oh soledad, de la quietud divina
dulce prenda, aunque muda, ciudadana
del campo, y de sus ecos convencina,
sabrosas treguas de la vida urbana,
paz del entendimiento, que lambica
tanto en discursos la ambición humana:
¿quién todos sus sentidos no te aplica?
Ponme sobre la mula, y verás cuanto
más que la espuela esta opinión le pica.
Sea piedras la corona, si oro el manto
del monarca supremo; que el prudente
con tanta obligación no aspira a tanto.
Entre pastor de ovejas y de gente
un político medio lo conduce
del pueblo a su heredad, de ella a su fuente.
Sobre el aljófar que en las yerbas luce,
o se reclina, o toma residencia
a cada vara de lo que se produce.
Tiéndase, y con debida reverencia
responde, alta la gamba, al que le escribe
la expulsión de los moros de Valencia.
Tan ceremoniosamente vive,
sin dársele un cuatrín de que en la corte
le den título a aquel, o el otro prive.
No gasta así papel, no paga porte
de la gaceta que escribió las bodas
de doña Calamita con el Norte.
Del estadista y sus razones todas
se burla, visitando sus frutales,
mientras el ambicioso sus vaivodas.
No pisa pretendiente los umbrales
del que trae la memoria en la pretina,
pues de ella penden los memorïales.
El margen de la fuente cristalina
sobre el verde mantel que da a su mesa,
platos le ofrece de esmeralda fina.
Sírvele el huerto con la pera gruesa,
émula en el sabor, y no comprada,
de lo más cordïal de la camuesa.
A la gula se queden la dorada
rica vajilla, el bacanal estruendo;
mas basta, que la mula es ya llegada.
¡A tus lomos, oh rucia, me encomiendo!

10

¿1609-1610? (M LXII)

A DON FRANCISCO DE QUEVEDO

Anacreonte español, no hay quien os tope,


que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.

¿No imitaréis al terenciano Lope,


que al de Belerofonte cada día
sobre zuecos de cómica poesía
se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos


dicen que quieren traducir al griego,
no habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,


por que a luz saque ciertos versos flojos,
y entenderéis cualquier gregüesco luego.
11

1612 (M 416)

FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

AL CONDE DE NIEBLA

Estas que me dictó rimas sonoras


culta sí, aunque bucólica, Talía,
¡oh excelso conde!, en las purpúreas horas
que es rosas la alba y rosicler el día,
ahora que de luz tu Niebla doras,
escucha, al son de la zampoña mía,
si ya los muros no te ven, de Huelva,
peinar el viento, fatigar la selva.

7-9

Un monte era de miembros eminente


Este (que, de Neptuno hijo fiero,
de un ojo ilustra el orbe de su frente,
émulo casi del mayor lucero)
cíclope, a quien el pino más valiente,
bastón, le obedecía, tan ligero,
y al grabe peso junco tan delgado,
que un día era bastón y otro cayado.

Negro el cabello, imitador undoso


de las obscuras aguas del Leteo,
al viento que lo peina proceloso
vuela sin orden, pende sin aseo;
un torrente es su barba impetüoso
que, adusto hijo de este Pirineo,
su pecho inunda, o tarde, o mal, o en vano
surcada aun de los dedos de su mano.

No la Trinacria en sus montañas, fiera


armó la crüeldad, calzó el viento,
que redima feroz, salve ligera
su piel manchada de colores ciento:
pellico es ya la que en los bosques era
mortal horror al que con paso lento
los bueyes a su albergue reducía,
pisando la dudosa luz del día.

11
Erizo es el zurrón, de la castaña
y, entre el membrillo o verde o datilado,
de la manzana hipócrita, que engaña
a lo pálido no, a lo arrebolado,
y de la encina (horror de la montaña,
que pabellón al siglo fue dorado)
el tributo, alimento, aunque grosero,
del mejor mundo, del candor primero.

14

Purpúreas rosas sobre Galatea


la Alba entre lilios cándidos deshoja:
duda el Amor cuál más su color sea,
o púrpura nevada, o nieve roja.
De su frente la perla es, eritrea,
émula vana; el ciego dios se enoja
y, condenado su esplendor, la deja
pender en oro al nácar de su oreja.

40-42

Sobre una alfombra que imitara en vano


el tirio sus matices (si bien era
de cuantas sedas ya hiló, gusano,
y, artífice, tejió la primavera)
reclinados, al mirto más lozano
una y otra lasciva, si ligera,
paloma se caló, cuyos gemidos
(trompas de amor) alteran sus oídos.

El ronco arrullo al joven solicita,


mas con desvíos Galatea suaves
a su audacia los términos limita,
y el aplauso al concento de las aves.
Entre las ondas y la fruta, imita
Acis al siempre ayuno en penas graves:
que en tanta gloria infierno son no breve
fugitivo cristal, pomos de nieve.

No a las palomas concedió Cupido


juntar de sus dos picos los rubíes,
cuando al clavel el joven atrevido
las dos hojas le chupa carmesíes.
Cuantas produce Pafo, engendra Gnido,
negras vïolas, blancos alhelíes,
llueven sobre el que Amor quiere que sea
tálamo de Acis ya y de Galatea.

45-46
Mas (cristalinos pámpanos sus brazos)
amor la implica, si el temor la anuda,
al infelice olmo que pedazos
la segur de los celos hará aguda.
Las cavernas en tanto, los ribazos
que ha prevenido la zampoña ruda
el trueno de la voz fulminó luego:
¡referidlo, Piérides, os ruego!

“¡Oh bella Galatea, más suave


que los claveles que troncó la aurora;
blanca más que las plumas de aquel ave
que dulce muere y en las aguas mora;
igual en pompa al pájaro que, grave,
su manto azul de tantos ojos dora
cuantas el celestial zafiro estrellas!
¡Oh tú, que en dos incluyes las más bellas!

48

“Sorda hija del mar, cuyas orejas


a mis gemidos son rocas al viento:
o dormida te hurten a mis quejas
purpúreos troncos de corales ciento,
o al disonante número de almejas
(marino, si agradable no, instrumento)
coros tejiendo estés, escucha un día
mi voz por dulce, cuando no por mía.

61-63 (FINAL)

Viendo el fiero jayán, con paso mudo


correr al mar la fugitiva nieve
(que a tanta vista el líbico desnudo
Registra el campo de su adarga breve)
y al garzón viendo, cuantas mover pudo
celoso trueno, antiguas hayas mueve:
tal, antes que la opaca nube rompa,
previene rayo fulminante trompa.

Con violencia desgajó infinita


la mayor punta de la excelsa roca,
que al joven, sobre quien la precipita,
urna es mucha, pirámide no poca.
Con lágrimas la ninfa solicita
las deidades del mar, que Acis invoca:
concurren todas, y el peñasco duro
la sangre que exprimió, cristal fue puro.

Sus miembros lastimosamente opresos


del escollo fatal fueron apenas,
que los pies de los árboles más gruesos
calzó el líquido aljófar de sus venas.
Corriente plata al fin sus blancos huesos,
lamiendo flores y argentando arenas,
a Doris llega, que con llanto pío
yerno lo saludó, lo aclamó río.

12

1615 (M 339)

DE LOS QUE CENSURARON SU “POLIFEMO”

Pisó las calles de Madrid el fiero


monóculo galán de Galatea,
y cual suele tejer bárbara aldea
soga de gozques contra forastero,

rígido un bachiller, otro severo


(crítica turba al fin, si no pigmea)
su diente afila y su veneno emplea
en el disforme cíclope cabrero.

A pesar del lucero de su frente,


lo hacen oscuro, y él en dos razones,
que en dos truenos libró de su Occidente,

“si quieren”, respondió, “los pedantones


luz nueva en hemisferio diferente,
den su memorial a mis calzones”.

13

1622 (M 370)

DE LAS MUERTES DE DON RODRIGO CALDERÓN,


DEL CONDE DE VILLAMEDIANA Y DEL CONDE DE LEMUS

Al tronco descansaba de una encina


que invidia de los bosques fue lozana,
cuando segur legal una mañana
alto horror me dejó con su rüina.

Laurel que de sus ramas hizo dina


mi lira, ruda sí, mas castellana,
hierro luego fatal su pompa vana
(culpa tuya, Calíope) fulmina.
En verdes hojas cano el de Minerva
árbol culto del Sol yace abrasado,
aljófar, sus cenizas, de la hierba.

¡Cuánta esperanza miente a un desdichado!


¿A qué más desengaños me reserva,
a qué escarmientos me vincula el hado?

14

1623 (M 378)

DETERMINADO A DEJAR SUS PRETENSIONES


Y VOLVERSE A CÓRDOBA

De la Merced, señores, despedido,


pues lo ha querido así la suerte mía,
de mis deudos iré a la Compañía,
no poco de mis deudas oprimido.

Si haber sido del Carmen culpa ha sido,


sobra el que se me dio hábito un día:
huélgome que es templada Andalucía,
ya que vuelvo descalzo al patrio nido.

Mínimo, pues, si capellán indino


del mayor Rey, Monarca al fin de cuanto
pisa el sol, lamen ambos océanos

la fuerza obedeciendo del destino,


el cuadragesimal voto en tus manos,
desengaño haré, corrector santo.
Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

Lope de Vega

Las fortunas de Diana. Novelas a Marcia Leonarda. Edición de Antonio Carreño.

A la señora Marcia Leonarda

No he dejado de obedecer a vuestra merced por ingratitud, sino por temor de no


acertar a servirla; porque mandarme que escriba una novela ha sido novedad para mí,
que aunque es verdad que en el Arcadia y Peregrino hay alguna parte de este género y
estilo, más usado de italianos y franceses que de españoles, con todo eso, es grande la
diferencia y más humilde el modo.

En tiempo menos discreto que el de ahora, aunque de más hombres sabios, llamaban
a las novelas cuentos. Estos se sabían de memoria y nunca, que yo me acuerde, los vi
escritos, porque se reducían sus fábulas a una manera de libros que parecían historias y
se llamaban en lenguaje puro castellano caballerías, como si dijésemos «hechos grandes
de caballeros valerosos». Fueron en esto los españoles ingeniosísimos, porque en la
invención ninguna nación del mundo les ha hecho ventaja, como se ve en tantos
Esplandianes, Febos, Palmerines, Lisuartes, Florambelos, Esferamundos y el celebrado
Amadís, padre de toda esta máquina que compuso una dama portuguesa. El Boyardo,
el Ariosto y otros siguieron este género, si bien en verso; y aunque en España también
se intenta, por no dejar de intentarlo todo, también hay libros de novelas, de ellas
traducidas de italianos y de ellas propias en que no le faltó gracia y estilo a Miguel
Cervantes. Confieso que son libros de grande entretenimiento y que podrían ser
ejemplares, como algunas de las Historias trágicas del Bandello, pero habían de
escribirlos hombres científicos, o por lo menos grandes cortesanos, gente que halla en
los desengaños notables sentencias y aforismos.

Yo, que nunca pensé que el novelar entrara en mi pensamiento, me veo embarazado
entre su gusto de vuestra merced y mi obediencia; pero por no faltar a la obligación y
porque no parezca negligencia, habiendo hallado tantas invenciones para mil comedias,
con su buena licencia de los que las escriben, serviré a vuestra merced con esta, que por
lo menos yo sé que no la ha oído, ni es traducida de otra lengua, diciendo así:

En la insigne ciudad de Toledo, a quien llaman imperial tan justamente, y lo muestran


sus armas, había no ha muchos tiempos dos caballeros de una edad misma, grandes
amigos, cual suele suceder a los primeros años por la semejanza de las costumbres. Aquí
tomaré licencia de disfrazar sus nombres, porque no será justo ofender algún respeto
con los sucesos y accidentes de su fortuna. Llamábase el uno Otavio, y el otro Celio.

Otavio era hijo de una señora viuda, que de él y de una hija que se llamaba Diana, y
de quien toma nombre esta novela, estaba tan gloriosa como Latona por Apolo y la Luna.
Acudía Lisena, que este fue el nombre de la madre, a las galas y entretenimientos de
Otavio liberalmente; y con mano escasa y avara a su hija Diana, vistiéndola
honestamente, de que a ella le pesaba mucho, porque es ansia de las doncellas lucir su
primera hermosura con la riqueza de las galas; y engáñanse en esto como en otras cosas,
porque a la frescura de las rosas por la mañana basta el natural rocío, que cortadas, han

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

menester el artificio del ramillete, donde tan poco duran como después ofenden. No
erraba Lisena en componer honestamente su hija, que una doncella en hábito
extraordinario de su estado no es mucho que desee cosas extraordinarias y sea más
mirada de lo que es justo. Diana mostraba alegría en la obediencia y con discreción
notable no excedía un átomo sus preceptos; de suerte que ni en misa ni en fiesta pública
fue jamás vista de la curiosidad ociosa de tantos mozos, ni hubo en toda la ciudad quien
pudiese decir lo que ahora de muchas, con no poca reprehensión del descuido de sus
padres, que les parece que, alabándolas y enseñándolas, se han de vender más presto.

Celio no los tenía, y era dotado de grandes virtudes y gracias naturales; pienso que
con esto he dicho que era pobre y no muy estimado de los ricos. Solo Otavio no se
hallaba sin él, y era tanta su amistad que, comenzando en otros por envidia, acabó en
murmuración y no poco disgusto de sus parientes, que se quejaron a Lisena de que en
las conversaciones públicas los dejaba en viendo a Celio, y muchas veces sin despedirse.
Lisena, ofendida del desprecio de sus deudos y del amor y estimación de Celio, riñole un
día más declaradamente que otras veces, y para daño de todos.

Otavio, sintiendo la aljaba de aquellas flechas, y que con siniestra información


deseaban quitársele, honestamente obediente, le dijo que si supiera qué partes tenía
Celio para ser amado y estimado, de ninguna suerte le hubiera reprehendido, antes bien
expresamente le mandara que no se acompañara con otro; y que habiendo conocido la
deslealtad de otros amigos, la poca verdad, la inconstancia, el poco secreto y bajas
costumbres, se había reducido a querer tratar y conversar el caballero más noble, más
discreto, más fácil, más leal, verdadero, secreto y de mejores costumbres que había en
Toledo; y que mirase que, después que andaba con él, no le había dado disgusto ni
sacado la espada; porque Celio era pacífico y tan prudente y cuerdo, que componía
todos los disgustos que a los demás caballeros se ofrecían, y que con su entendimiento
había solicitado tanta autoridad entre ellos, que le tenían envidia de que él le
favoreciese y con tan justa razón se le inclinase.

Atenta estuvo Lisena y sin responder a Otavio, porque conoció que era verdad lo que
le decía, y jamás había oído cosa en contrario; pero más lo estuvo Diana que, oyendo
tantas alabanzas de Celio, sintió una alteración súbita, que blandamente le desmayaba
el corazón y le esforzaba la voluntad; quería defender a su hermano y decir algo de lo
que había oído de Celio, y por no dar conocimiento de lo que ya le parecía que requería
secreto, recogió al corazón las palabras, al alma los deseos y dijo con las colores del
rostro lo que calló la lengua.

Pasados algunos días, cierta señora de título, prima suya, y algunas hermosas damas,
sus amigas, se fueron a holgar y entretener, más que a visita de cumplimiento, en casa
de Lisena, dándoles ocasión la paga y fianza que Diana había hecho a su hermano, que
la víspera de la fiesta de su día le habían colgado, uso notable de España, y de tiempos
inmemoriales usado en ella.

Rogó Otavio a Celio que se fuese con él aquella tarde a su casa, que bien podrían
estar donde aquellas damas no les viesen. Y así, se entraron en una recámara que había
sido de su padre, pieza bien apartada de la conversación de aquellas señoras. Pero no

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lo fue tanto como Otavio había imaginado, porque con el alboroto de los huéspedes y
el no fiarse todas las cosas de las criadas, Diana fue a sacar de un camarín algunos vidrios
o regalos que para tales ocasiones tienen tales personas. Sintiendo que entraba su
hermano, detuvo algo turbada el paso. Detúvose también Celio, y cuando ya Diana salía,
Otavio había entrado en la recámara. Quedó atrás Celio, y poniendo ella los ojos en él,
sacó todos los deseos del alma a las colores del rostro con tan grande aumento de su
hermosura como flaqueza de su ánimo. Celio cuanto pudo se llegó a ella, que fue lo más
que pudo con su turbado atrevimiento, y al pasar Diana le dijo:

-¡Qué deseada tenía yo esta vista!

A quien ella respondió con agradable rostro:

-No estáis engañado.

Aquí me acuerdo, señora Leonarda, de aquellas primeras palabras de la tragedia


famosa de Celestina, cuando Calisto le dijo: «En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios».
Y ella responde: «¿En qué, Calisto?» Porque decía un gran cortesano que si Melibea no
respondiera entonces «¿en qué, Calisto?», que ni había libro de Celestina, ni los amores
de los dos pasaran adelante.

Así, ahora en estas dos palabras de Celio y nuestra turbada Diana se fundan tantos
accidentes, tantos amores y peligros, que quisiera ser un Heliodoro para contarlos o el
celebrado autor de la Leucipe y el enamorado Clitofonte.

Admirado Celio de la respuesta amorosa, donde la esperaba tan áspera en castigo de


su atrevimiento, quedó como fuera de sí, entre la animosa esperanza y la grandeza de
la empresa. Entró en la recámara disimulado, y habló con Otavio fingido, alabándole las
armas, el aseo y cuidado con que estaban puestas las espadas de diversos maestros,
cortes y guarniciones, de que tenía muchas. Hizo Celio armar de la gola al tonelete a
Otavio, y él se armó de unas armas negras. Concertaron de ensayarse para un torneo.
Notables invenciones tiene amor para hallar lugar a sus esperanzas, pues con ella le tuvo
para venir a su casa de Otavio muchas veces, y Diana también para verle y desearle y
para que un día, dichoso al parecer de entrambos, pudiese darle un papel con una sortija
de un diamante. Diana le recibió con notables muestras de agradecimiento y gusto; y
después de haberse escondido de todos, le besó y leyó mil veces, que decía así:

PAPEL DE CELIO A DIANA

Hermosísima Diana, no culpes mi atrevimiento, pues todos los días ves en tu espejo
mi disculpa. Yo no sé por qué ventura mía vine a verte; pero te puedo jurar por tus
hermosos ojos, que antes de verte te amaba, y que pasando por tus puertas se me
turbaba el color del rostro, y me decía el corazón que allí vivía el veneno que había de
matarme. ¿Qué haré ahora, después que te vi y que me aseguraste de que agradecías
este amor que, por ser tan justo, está a peligro de no ser agradecido? Pero en confianza
de aquellas palabras, que apenas creen mis oídos que fueron tuyas, si no las asegurasen
los ojos de que te vieron cuando las decías, y el alma de la novedad y ternura que sintió

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oyéndolas, que me des licencia para hablarte, que no sé si tengo qué decirte; pero, si
me la concedes, sabrás que te aseguras de tu honor y que te vengas de mi atrevimiento.

¡Qué poco ha menester la voluntad a quien conciertan las estrellas para corresponder
a la que desea! No se puede encarecer con palabras lo que sintió de las que esta carta
le dijo a los oídos del alma el enamorado Celio; y así, contenta y enternecida Diana más
de la verdad y llaneza que del artificio del papel, le respondió así:

Celio, mi hermano Otavio tuvo la culpa de amaros con los encarecimientos de vuestra
persona y partes; perdónese a sí mismo de haberme puesto en obligación de tanto
atrevimiento. En lo más, que es amaros como mi estado puede, yo os obedezco; en
daros lugar a hablarme, no es posible, porque los aposentos donde duermo caen a los
corrales de unas casillas de alguna gente pobre, y por ninguna cosa del mundo me
atreveré a dar disgusto a mi madre y hermano, si tan desigual libertad de mis
obligaciones llegase a sus oídos.

No le faltó ocasión para dar este papel a Celio, ni él la tuvo en su vida de tanto gusto,
porque sabía que en las casillas que le decía vivía el ama que le había criado. Hízole dos
o tres visitas, y la última fue rogarle que se fuese a vivir a su casa en mejores aposentos,
porque se dolía de que estuviese tan mal acomodada. Ella, pensando que le obligaba el
amor del pecho en el conocimiento de mayores años, fue fácil de persuadir y de pasarse.
Quedó Celio con la llave de aquellos aposentos, y mostrándosela a Diana le daba a
entender por señas que ya estaban por suyas, y ella segura de sus temores.

Vino la noche, y Celio fue a ver si su Sol amanecía, que con no menor cuidado, en
sintiendo pasos en los corrales, cuyos ecos se hacían en su alma, abrió una ventana y
luego una celosía, poniendo el rostro en el marco, llena de amor y miedo. Reportado
Celio de la primera turbación y desmayo, que le había cubierto de dulce sangre el
corazón y de alegría los ojos, le dijo tan tiernas, tan suaves, tan enamoradas razones que
apenas acertaba Diana a responderle, porque oprimía la lengua la vergüenza y la
novedad oscurecía el entendimiento. Allí los halló el alba, que él apenas la esperaba
después del sol, y ella como desde alto le miraba.

Pasaron de esta suerte algunos días sin atreverse a más que a encarecimientos de su
amor y sentimientos de su soledad en su ausencia. Distaba la ventana del suelo catorce
o dieciséis pies, con cuya ocasión Celio le pidió licencia una noche para subir a ella. Diana
fingió que se enojaba mucho y, no pesándole de la licencia, le preguntó que cómo había
de traer una escalera a una casa en que ya no vivía nadie sin grande escándalo. Celio
respondió que como ella le diese licencia, él subiría sin traerla. Concertáronse los dos
con pacto que no había de pasar de la ventana. ¡Oh amor, qué de cosas niegas que
deseas! ¡Bien haya quien te entiende! Sacó una escala de cuerda Celio, que algunas
noches había traído para la que tuviese dicha, y alcanzando un palo, que no sin malicia
estaba cerca, ató en él los cabos y, arrojándole a la ventana, después de haberla
prevenido, le dijo que le atravesase en ella. Ella, toda turbada, le acomodó temblando;
y apenas Celio le halló firme cuando fiando a los pasos portátiles el cuerpo, se halló en
las manos de Diana que, con la disculpa de tenerle para que no cayese, se las previno.
Besábaselas Celio con la misma del cuidado, agradecido a su salud y vida: que es amor

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tan cortesano, que lo que hace por necesidad vende por agradecimiento. Miraron por
todas partes cuidadosamente, temerosos de que la ventana podía ser vista; y
asegurados de que era imposible, o porque ellos deseaban que no se lo pareciese, más
cerca se descubrieron las voluntades y los principios de los deseos amorosamente, cual
suelen las enamoradas palomas regalar los picos y con arrullos mansos desafiarse.
Algunas noches duró en estos amantes la conversación referida secretamente, porque
Diana no daba lugar a lo que Celio con eficaces ruegos pretendía y con juramentos
exquisitos le aseguraba. Aquí se me acuerdan las líneas del amor escritas de Terencio en
su Andria: ya Celio de las cinco tenía las cuatro. Notablemente le atormentaba el deseo.
¡Qué retórico se mostraba, qué ansias fingía, qué promesas, qué encarecimientos
buscaba! ¡Qué dulce representante de sus penas variaba la color del rostro y se quejaba
en consonancias tiernas! Pidiole, finalmente, un día tan resueltamente licencia para
entrar dentro que, habiendo callado Diana, con poca resistencia de su parte estuvo en
su aposento y, puesto de rodillas, le pidió con fingidas lágrimas perdón de su
atrevimiento. Dígame vuestra merced, señora Leonarda, si esto saben hacer y decir los
hombres, ¿por qué después infaman la honestidad de las mujeres? Hácenlas de cera con
sus engaños y quiérenlas de piedra con sus desprecios. ¿Qué había de hacer Diana en
este atrevimiento? ¿Era Troya Diana, era Cartago o Numancia? ¡Qué bien dijo un poeta:

Tardose Troya en ganar,


pero al fin ganose Troya!

Desmayose la turbada doncella. Celio la recibió en los brazos y puso con respeto y
honestidad en su cama, donde sirvieron sus propias lágrimas de agua para el desmayo
y de fuego para el corazón. Porque a la manera de los que medio despiertos las noches
del invierno sienten que llueve, así Diana, entre el sueño del desmayo y lo despierto de
la voluntad, sentía las lágrimas de Celio sobre su rostro. Vuelta de todo punto de este
accidente, la volvió a pedir perdón, que no pudo negarle, porque ya le pesaba que se le
pidiese; pero rogándole que le cumpliese la palabra que le había dado luego que entró
en su aposento, de que se iría sin ofensa de su honor y de su gusto. Celio, que ya ni la
podía obedecer, ni creía que la resistencia sería mayor que la ocasión, dispúsose a ser
Tarquino de menos fuerte Lucrecia: y entre juramentos y promesas venció su fama,
quedando en justa obligación de ser su esposo. Aquí los dos confirmaron de nuevo su
amor, no sucediendo a Celio lo que al forzador de la hermosa Tamar, porque creció su
deseo la ejecución, y no dejó la hermosura dejar entrar el arrepentimiento.

Luego se conoció en el alegre caballero su buena dicha, pues con su poca hacienda
dio librea a sus criados que, cuando amor gana, ni es escaso del barato, ni piensa que
puede volver a perder lo que una vez posee. Preguntole a Diana Celio si su madre venía
a su aposento algunas veces, y ella le dijo que no; con que tomó licencia de quedarse en
él algunos días, y ella de retratarle en su pecho con más espacio, de suerte que ya no
pudo dejar de decírselo, y con muchas lágrimas mostraba estar arrepentida, temiendo
que Lisena y su hermano conocerían por tan público efecto la infamia de la causa. A esto
se le llegaba lo que se diría en toda la ciudad de su recogimiento y apariencias, y entre
sus parientas y amigas, que a la hipocresía de su honestidad tenían empeñado el crédito.
Celio le proponía los caminos que había para remediar el daño, que el de matar el hijo
no cayó en su pensamiento. Pero viendo que pedirla por mujer era enemistarse con

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Otavio, y que no se la había de dar por ser tan pobre, se determinaba a pedirla por el
juez eclesiástico; mas ella resistía a este consejo, con parecerle que lastimaba más su
honra, pues descubría amores y conciertos para este efecto. (Si mirasen a estos fines las
doncellas nobles, no darían tan desordenados principios a sus desdichas).

Dejó finalmente Celio en manos de Diana su determinación, por no faltar a la amistad


de Otavio pidiéndola por mujer, y porque ella no consentía en que la justicia interviniese
a su casamiento. Mil veces se maldecía Diana por haber dado lugar a Celio en su
deshonra, puesto que le amaba tiernamente y, como dice en su lenguaje el vulgo, veía
luz por sus ojos. Él, entre tantas confusiones, ya en una determinación, ya en otra,
porque un ánimo dudoso fácilmente se muda de un consejo en otro, como lo dijo
Séneca, resolviose a decirle un día que si se resolvía a dejar la casa de su madre, que él
la llevaría a las Indias y se casaría con ella. La desesperación de Diana fue tanta, que
aceptó el partido y le pidió llorando que la llevase donde no viese los extremos de su
madre ni las locuras de su hermano, aunque en el primer monte la matase. Celio, por
ventura no menos arrepentido, puso los ojos en el peligro y, aconsejado del temor, dio
traza en la partida, porque ya se le conocía a Diana el nuevo huésped del pecho que,
como era la casa propia, se iba ensanchando en ella. Tenía Celio dos hermosos caballos,
que le servían de rúa y de camino: el uno aderezó de brida, y en el otro hizo poner un
rico sillón y, con gran cuidado, dos vestidos de camino de un color y guarnición, uno para
él y otro para Diana. Estuvo Celio algunas noches con ella, diciéndole todo lo que
prevenía para su partida, de que recibía notable gusto, porque imaginaba que se
excusaba de tan graves pesadumbres; y considerando que no había de volver más a su
casa y deudos, no quiso dejar de aprovecharse de algunas cosas, así por esto como por
lo que podía sucederle, que es varia la fortuna y pocas veces favorece a los amantes
fuera de sus patrias. Tomó a Lisena las llaves y sacó de sus cofres las más ricas joyas que
tenía, con alguna cantidad de escudos, y así junto lo puso y guardó en un cofrecillo que
tenía desde sus tiernos años.

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Sonetos, Rimas.

Soneto, “Cuando imagino de mis breves días”

Cuando imagino de mis breves días


los muchos que el tirano amor me debe,
y en mi cabello anticipar la nieve,
más que los años, las tristezas mías,

veo que son sus falsas alegrías 5


veneno que en cristal la razón bebe,
por quien el apetito se le atreve,
vestido de mil dulces fantasías.

¿Qué hierbas del olvido ha dado el gusto


a la razón, que sin hacer su oficio 10
quiere contra razón satisfacelle?

Mas consolarse quiere mi disgusto,


que es el deseo del remedio indicio,
y el remedio de amor querer vencelle.

Soneto A una tempestad

Con imperfectos círculos enlazan


rayos el aire, que en discurso breve
sepulta Guadarrama en densa nieve,
cuyo blanco parece que amenazan.

Los vientos, campos y naves despedazan; 5


el arco, el mar con los extremos bebe,
súbele al polo, y otra vez le llueve,
con que la tierra, el mar y el cielo abrazan.

Mezcló en un punto la disforme cara


la variedad con que se adorna el suelo, 10
perdiendo Febo de su curso el modo.

Y cuando ya parece que se para


el armonía del eterno cielo,
salió Lucinda, y serenose todo.

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Soneto “Desmayarse, atreverse, estar furioso”

Desmayarse, atreverse, estar furioso,


áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,


mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,


beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,


dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor: quien lo probó lo sabe.

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Francisco de Quevedo.

Vida de Quevedo. Noticia breve1

Nació Quevedo en Madrid el 14 de septiembre de 1580, de familia hidalga montañesa,


hijo del secretario particular de la princesa María y más tarde secretario de la reina doña Ana,
don Pedro Gómez de Quevedo. Se formó en el Colegio Imperial de los jesuitas y en la
Universidad de Alcalá. Una estancia en Valladolid, mientras esta ciudad es sede de la corte,
parece iniciar la interminable enemistad con Góngora, probablemente atizada por celos
profesionales entre dos de las mentes más agudas (y atrabiliarias) de la época. En sus años de
estudios mantiene correspondencia con el famoso humanista belga Justo Lipsio, y desarrolla
su interés por las cuestiones filológicas y filosóficas, y su afición a Séneca y los estoicos. En
diversos testimonios del tiempo se hallan referencias a su ingenio, a su defecto visual y a su
cojera. Poco hay, en cambio, sobre su vida amorosa y más detalles de sus actividades al
servicio del Duque de Osuna, que empiezan en 1613, y que le llevarán a desempeñar delicadas
misiones diplomáticas, a menudo en la Corte española, de donde remite explícitas cartas a
don Pedro Téllez Girón, como la fechada el 16 de diciembre de 1615:

Yo recebí la letra de los treinta mil ducados [...] he hecho sabidores de la dicha letra a
todos los que entienden desta manera de escrebir. Andase tras mí media corte, y no hay
hombre que no me haga mil ofrecimientos en el servicio de V. E.; que aquí los más hombres
se han vuelto putas, que no las alcanza quien no da

Estas actividades numerosas y agitadas terminan bruscamente con la caída de Osuna,


conseguida por sus enemigos de la Corte: Quevedo fue desterrado a la Torre de Juan Abad,
y luego encarcelado en Uclés, para ser reintegrado a la Torre, en donde hacía tiempo que
mantenía un pleito por sus derechos de señorío sobre la misma. Regresa después a la Corte
y se relaciona con los nuevos favoritos, especialmente con Olivares, con quien establece
complejas ligaduras. Durante todos estos movimientos nunca deja de amistarse o reñir con
variados personajes del momento: amistades con Carrillo y Sotomayor y Lope, enemistades
con Góngora, Pacheco de Narváez, Morovelli de la Puebla...; ni de escribir asiduamente en
los múltiples territorios literarios en que se mueve: festivos, morales, políticos. Un
matrimonio poco exitoso en 1634, probablemente debido a la presión de la Duquesa de
Medinaceli, nuevos pleitos, nuevos escritos... Y la prisión en 1639, por razones todavía no
aclaradas del todo, que le mantendrá en San Marcos de León hasta poco antes de su muerte.
Puesto en libertad en 1643 muere el 8 de septiembre de 1645 en Villanueva de los Infantes.

Blecua es el primer quevedista que traza con rigor la trayectoria pública y literaria de
Quevedo a partir de las investigaciones realizadas hasta ese momento sobre aspectos
particulares de su actuación política y de su quehacer de escritor. Las contribuciones de James
O. Crosby al esclarecimiento del papel que representó Quevedo desde 1613 a 1619, en los
años en que fue secretario, confidente y embajador extraordinario del Duque de Osuna en
Italia y en España, permitieron rectificar las noticias mal documentadas que habían
transmitido las biografías anteriores. Por un lado, Crosby deshizo el mito de su participación
en la conjuración de Venecia de 1616. Por el otro, iluminó numerosos aspectos de la relación
que unió a Quevedo con el Duque de Osuna. Quevedo se encargó de conseguir, en la Corte,

1
Extraído de Ignacio Arellano, Historia de la Literatura española, dirigida por J. Menéndez Peláez, II, León,
Everest, 1983.
Véase: http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/quevedo/pcuartonivel.jsp?conten=autor#prosa

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la aprobación de varias de las empresas virreinales, sobre las que informó a Osuna
periódicamente en cartas escritas desde Madrid.

Los datos aportados por J. H. Elliott para determinar las causas de su prisión de 1639 a
1644 (fue detenido en Madrid el 7 de diciembre de 1639) también colaboraron a reevaluar su
posición en los vaivenes políticos que caracterizaron el reinado de Felipe IV durante el
valimiento del Conde Duque de Olivares. En un examen posterior de los acontecimientos
que marcaron la relación de Quevedo y Olivares de 1621 a 1639, Elliott reconstruye un
proceso de acercamiento al nuevo régimen, justificado en parte por una genuina comunidad
ideológica entre Quevedo y el valido: las ideas neoestoicas de Quevedo se ensamblaban muy
bien con las simpatías de Olivares por los escritos de Justo Lipsio. Este tal vez sincero intento
de ver en Olivares la salvación de España, por lo menos al comienzo de sus gestiones,
aclararía la creación de obras específicas: la comedia Cómo ha de ser el privado, o el romance
"Fiesta de toros literal y alegórica" (núm. 752), de 1629, o el opúsculo del mismo año en
defensa de la política monetaria de Olivares El chitón de las tarabillas.

Lo que Quevedo legó en sus obras, como lo que traducen los documentos de archivo, no
es, pues, uno, sino varios Quevedos: ""Empujo fe e ideas del patriota Quevedo, del político
Quevedo, del "religioso" Quevedo, del "humanista" Quevedo [...] Lipsio de España y Juvenal
español"" escribe Raimundo Lida en el prólogo de sus Prosas de Quevedo.

Algunos datos sobre la obra poética de Quevedo

El carácter especial de la transmisión de una parte de su producción en prosa y de su


poesía, su circulación en copias manuscritas, su impresión en ediciones piratas o anónimas
del S. XVIII, y las continuaciones generadas explican la provisionalidad de muchos textos
del corpus. El panorama ha cambiado en los últimos años con aportes fundamentales para
el establecimiento de esta nómina, como los trabajos de Crosby y Jauralde, quien se ha
ocupado, además, desde otro ángulo, de determinar la cronología de las últimas obras
redactadas en los años de la prisión de San Marcos, y de las ediciones póstumas, para aclarar
problemas aún no resueltos de su transmisión.

La recuperación de la obra poética de Quevedo en textos responsables no se inicia hasta


1963 con la primera edición de Blecua, donde se rectifican numerosos errores de Astrana y
se ofrecen textos de confianza; la posterior edición crítica de Obra poética con las variantes
de numerosos manuscritos, representa hasta hoy el mayor esfuerzo editor y texto base para
el estudio de esta poesía.

A pesar de la fama adquirida como poeta desde muy temprano (en 1603 Pedro de
Espinosa recoge 18 poesías de Quevedo en sus Flores de poetas ilustres, publicada en 1605)
la mayoría de sus composiciones no se imprimen en vida ni bajo su vigilancia. Circulan en
copias manuscritas o son seleccionadas por diversos editores para su inclusión en antologías.

En una carta del 12 de febrero de 1645, escrita en Villanueva de los Infantes, Quevedo
anuncia: "Y ansí me voy dando prisa, la que me concede mi poca salud a la Segunda Parte
del Marco Bruto y a las Obras de versos" (Epistolario, 486). No obstante, Quevedo no llegó
a ver impresa su obra poética. Sabemos que a su muerte, su sobrino y heredero, Pedro
Aldrete, vendió el original de las Nueve Musas al editor Pedro Coello. En el contrato de
venta, descubierto por Crosby, se incluye una cláusula según la cual se le permite a Coello
que ""haga las diligencias que bien visto le fueren para recoger los cuadernos del dicho libro

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Literatura Española. Máster en investigación literaria y teatral en el contexto europeo. Curso 2017-2018.

que así le vendo, para que no salga su impresión diminuta, y tenga el lustre que se pretende
con esta diligencia"".

Probablemente, en ese momento González de Salas trabajaba todavía en la preparación


del manuscrito. Su edición parece haberse basado en las notas preparadas por Quevedo. El
editor indica que él estaba al tanto de las intenciones de nuestro poeta en lo que respecta a la
división temática del volumen en nueve clases o grupos de poemas designados cada uno con
el nombre de una musa:

Concebido había nuestro poeta el distribuir las especies todas de sus poesías en clases
diversas, a quien las nueve musas diesen sus nombres, apropiándose a los argumentos la
profesión que se hubiese destinado a cada una [...] Admití yo, pues, el dictamen de Don
Francisco, si bien con mucha mudanza, así en las profesiones que se aplicasen a las musas,
en que los antiguos propios estuvieron muy varios, como en la distribución de las obras que
en aquellos rasgos primeros e informes él delineaba

González de Salas redactó los epígrafes explicativos de las composiciones y una serie de
notas filológicas al texto.

La información con la que contamos en estos momentos permite suponer, pues, que los
600 poemas del Parnaso constituyen versiones acreditadas del texto final de la poesía
quevediana, y gozan de garantía para las seis musas que lo componen. En 1670, el sobrino
de Quevedo, Pedro Aldrete publicó Las tres musas últimas castellanas, con la intención de
completar la publicación de las poesías quevedianas, pero sus textos son menos fiables que
los de González de Salas. Ya en el XIX aparecen las ediciones de Aureliano Fernández
Guerra y Florencio Janer en la Biblioteca de Autores Españoles. En nuestro siglo las
ediciones de Astrana Marín (Obras completas, Madrid, Aguilar, 1932, con varias reediciones)
son de muy escaso rigor, aunque aportaron textos nuevos y materiales importantes. Mucho
más rigurosas son las ediciones de Blecua, Poesía original, y sobre todo Obra poética (ver la
bibliografía para sus datos), donde se recogen numerosas variantes de manuscritos y
ediciones. Todavía quedan por resolver problemas textuales complejos, y fundamentalmente
queda por resolver el problema de la explicación (anotación) de los difíciles poemas
quevedianos, parcialmente acometidos en en algunos trabajos recientes.

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Poesía satírico-burlesca (Ed. de Roque Esteban Escarpa).

Soneto. A una nariz

Érase un hombre a una nariz pegado,


erase una nariz superlativa,
erase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.

Era un reloj de sol mal encarado, 5


érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.

Érase un espolón de una galera,


erase una pirámide de Egipto, 10
las doce tribus de narices era.

Érase un naricísimo infinito,


muchísimo nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.

Soneto. Muestra lo que es una mujer despreciada

Disparado esmeril, toro herido,


fuego que libremente se ha soltado,
osa que los hijuelos le han robado,
rayo de pardas nubes escupido.

Serpiente o áspid, con el pie oprimido; 5


león que las prisiones ha quebrado;
caballo volador desenfrenado;
águila que le tocan a su nido.

Espada que la rige loca mano;


pedernal sacudido del acero; 10
pólvora a quien llegó encendida mecha.

Villano rico con poder tirano,


víbora, cocodrilo, caimán fiero,
es la mujer, si el hombre la desecha.

Romance. Advierte al tiempo de mayores hazañas, en que podrá ejercitar sus fuerzas

Tiempo, que todo lo mudas,


tú, que con las horas breves
lo que nos diste, nos quitas,
lo que llevaste, nos vuelves:

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tú, que con los mismos pasos, 5


que cielos y estrellas mueves,
en la casa de la vida,
pisas umbral de la muerte.
Tú, que de vengar agravios
valle te precias como valiente, 10
pues castigas, hermosuras,
por satisfacer desdenes:
tú, lastimoso alquimista,
pues del ébano que tuerces,
haciendo plata las hebras, 15
a sus dueños empobreces:
tú, que con pies desiguales,
pisas del mundo las leyes,
cuya sed bebe los ríos,
y su arena no los siente: 20
tú, que de monarcas grandes
llevas en los pies las frentes;
tú, que das muerte y das vida
a la vida y a la muerte.
Si quieres que yo idolatre 25
en tu guadaña insolente,
en tus dolorosas canas,
en tus alas y en tu sierpe:
si quieres que te conozca,
si gustas que te confiese 30
con devoción temerosa
por tirano omnipotente,
da fin a mis desventuras
pues a presumir se atreven
que a tus días y a tus años 35
pueden ser inobedientes.
Serán ceniza en tus manos
cuando en ellas las aprietes,
los montes y la soberbia,
que los corona las sienes: 40
¿y será bien que un cuidado,
tan porfiado cuan fuerte,
se ría de tus hazañas,
y vitorioso se quede?
¿Por qué dos ojos avaros 45
de la riqueza que pierden
han de tener a los míos
sin que el sueño los encuentre?
¿Y por qué mi libertad
aprisionada ha de verse, 50
donde el ladrón es la cárcel

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y su juez el delincuente?
Enmendar la obstinación
de un espíritu inclemente,
entretener los incendios 55
de un corazón que arde siempre;
descansar unos deseos
que viven eternamente,
hechos martirio del alma,
donde están porque los tiene; 60
reprender a la memoria,
que con los pasados bienes,
como traidora a mi gusto
a espaldas vueltas me hiere;
castigar mi entendimiento, 65
que en discursos diferentes,
siendo su patria mi alma,
la quiere abrasar aleve;
estas sí que eran hazañas,
debidas a tus laureles, 70
y no estar pintando flores,
y madurando las mieses.
Poca herida es deshojar
los árboles por noviembre,
pues con desprecio los vientos 75
llevarse los troncos suelen.
Descuídate de las rosas,
que en su parto se envejecen;
y la fuerza de tus horas
en obra mayor se muestre. 80
Tiempo venerable y cano,
pues tu edad no lo consiente,
déjate de niñerías,
y a grandes hechos atiende.

Canción. Encarece la suma flaqueza de una dama

No os espantéis, señora Notomía,


que me atreva este día,
con exprimida voz convaleciente,
a cantar vuestras partes a la gente:
que de hombre es, y de hombres importantes, 5
el caer en flaquezas semejantes.

La pulga escribió Ovidio, honor romano,


y la mosca Luciano,
Homero de las ranas: yo confieso,
que ellos cantaron cosa de más peso; 10

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yo escribiré, y con pluma más delgada,


materia más sutil y delicada.

Quién tan sin carne os viere, si no es ciego,


yo sé, que dirá luego,
mirándoos toda puntas de rastillo, 15
que os engendró algún miércoles corvillo.
Y quien os llama pez no desatina,
pues sois, siendo tan negra, tan espina.

Defiéndaos Dios de sastre o zapatero,


que aunque no sois de acero, 20
o por punzón o lesna, es caso llano,
que ambos en competencia os echen mano.
Mas vos, para sacarles de la puja,
juraste de vainicas por aguja.

Bien sé que apasionáis los corazones, 25


pero es con las pasiones
de cuaresma, y traspasos de la cara,
hiriendo amor con vos, como con jara,
y agudo vuestro cuerpo tiene voto,
de ser aún más sutil que lo fue Seoto. 30

Miente vuestro galán, de quien sois dama,


si, al confesarse, os llama
su pecado de carne, si aun al veros
no pudo en carnes, aun estando en cueros.
Pero hanme dicho, que andan por la calle 35
picados más de dos de vuestro talle.

Mas sepan que a mujer tan amolada,


consumida, estrujada,
débil, magra, sutil, buida, ligera,
que ha menester, por no picar, contera, 40
cualquiera, que con fin malo la toque,
se condena a la plaga de San Roque.

Aun la sarna no os come con su gula,


y sola tenéis bula
para no sustentar alma viviente, 45
ni aun a vos, con ser toda un puro diente.
Y así, del acostarse en guijas duras,
dicen, vuestra alma tiene mataduras.

Hijos somos de Adán en este suelo,


la nada es nuestro abuelo; 50

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y salístele vos tan parecida,


que apenas algo sois en esta vida.
Voz en güeco sois que llaman eco;
mas cosa de aire son la voz, y el güeco.

Bien, pues sin cuerpo casi, sois un alma, 55


vuestra alma anda en la palma;
pero los enemigos no sois della,
que el mundo es grande, y es la carne bella;
mas, si el argumentillo mal no entablo,
por espíritu sólo sois el diablo. 60

Hanme dicho también por cosa cierta,


que para vos no hay puerta,
ni postigo cerrado, ni ventana;
porque, como la luz de la mañana,
siendo de noche más vuestros indicios, 65
os entráis sin sentir por los resquicios.

Pero aunque, flaca mía, tan angosta


estéis, y tan langosta,
tan mondada, y enjuta, y tan delgada,
tan roída, exprimida, anonadada, 70
que estrechamente os he de amar confío,
siendo amor de raíz el amor mío.

Mas después de esta vida, y de tu guerra,


que fuereis a la tierra,
si algo queda de vos, ¿será tamaño 75
que no saque su vientre de mal año?
Pues ¿qué ha de hacer con huésped tan enjuto,
que le preparen tumba en un cañuto?

Un consejo os daré, de amor indicio,


que para el día del juicio 80
troquéis con otro muerto en las cavernas,
desde la paletilla hasta las piernas;
pues si devanadera os ven mondada,
no ha de haber condenada sin risada.

Pero aunque mofen los desnudos gonces, 85


os salvaréis entonces;
que no es posible, el premio se os impida,
siendo acá tan estrecha vuestra vida,
y que al justo os vendrá de bulto exenta,
camino angosto y apretada cuenta. 90

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Verdadera canción, cortad la hebra,


que aquel refrán no os vale,
la verdad adelgaza, mas no quiebra:
pues hay otro refrán, y es más probado,
que todo quiebra por lo más delgado. 95

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