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Pineau Pablo. Como La Noche Engendra El Dia y El Dia Engendra La Noche. Revisando El Vinculo de Produccion Mutua Entre Escuela y Modernidad
Pineau Pablo. Como La Noche Engendra El Dia y El Dia Engendra La Noche. Revisando El Vinculo de Produccion Mutua Entre Escuela y Modernidad
1
Revisando el vinculo de producción mutua entre escuela y modernidad
Pablo PINEAU
UBA
1
El presente trabajo es una revisión del ““Premisas básicas de la escolarización como construcción moderna
que construyó a la modernidad” homónimo publicado en 1999 en Revista de Estudios del Curriculum,
(Versión española del Journal of Curriculum Studies) volumen 2, número 1. Barcelona, Ediciones
Pomares-Corredor.
a convertirse en el último reducto donde dichos elementos resisten, debilitados, a los
embates de los tiempos actualesi.
¿Cómo fue que se construyó esta alianza entre modernidad y escolarización, y cómo
se llevó a cabo el triunfo de la escuela? Creemos que ambas preguntas son las dos caras
de la misma moneda, y que una es la respuesta de la otra. Plantearemos como hipótesis
que la consolidación de la escuela como forma educativa hegemónica se debe a que ésta
fue capaz de hacerse cargo de la definición moderna de educación. Esto es, planteamos
que la modernidad construyó una forma específica de referirse al hecho educativo, y que la
escuela logró apropiarse de ella y llevar al acto a dicha concepción. La modernidad ancló
en la escuela, y la escuela se ocupó de la modernización. Así, en la actualidad, la crisis de
la modernidad da lugar a una crisis de la escuela, ya que las bases -modernas- sobre las
que la institución se construyó y se justificó han perdido validez.
Buscaremos presentar en este artículo las premisas sobre las cuales la modernidad,
en un largo proceso que duró siglos, construyó su comprensión de la educación. Para tal,
privilegiamos dos momentos: por un lado, el escrito de Kant Pedagogíaiii, producto de los
apuntes del curso homónimo que dictó dicho pensador en 1803 para la formación del
profesorado de élite de los gimnasios alemanes en la Universidad de Koninsberg. En ese
escrito, su autor avanzó en la construcción de la educación moderna, retomando el
pensamiento pedagógico de los siglos XV al XVII y entroncándolo con la Ilustración, lo que le
permite comenzar a desplegar las premisas educativas modernas. Por el otro, el trabajo de
Emile Durkheim Educación y Sociologíaiv, de 1911, en especial el artículo Educación del
Nuevo Diccionario de Pedagogía e Instrucción Primaria, publicado dicho año bajo la
dirección de F. Buisson. Nos parece importante destacar la definición de educación allí
presentada, ya que consideramos que ésta es el punto de mayor expansión y desarrollo -al
menos desde el punto de vista teórico- de la empresa educativa moderna.
“La educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las
que todavía no están maduras para la vida social. Tiene por objeto suscitar
y desarrollar en el niño cierto número de estados físicos, intelectuales y
morales, que exigen de él la sociedad política en su conjunto y el medio
especial, al que está particularmente destinado" (70)
Esta definición, a lo largo del siglo XX, ha sido fuertemente cuestionada y revisada,
pero escasamente superada. Se han relativizado sus planteos -como la concepción de
trasmisión-, se han sumado cuestiones -como las lógicas de poder o la distribución
diferenciada de los saberes-, pero la matriz de dicha definición sigue en pie. La potencia de
dicha definición ha sido tal vez que aún no se ha construido -o al menos no han logrado
volverse hegemónicas- nuevas conceptualizaciones de educación con semejante nivel de
productividad. Creemos que dicha fortaleza se debe, exactamente, a que Durkheim fue
capaz de lograr la definición moderna de educación que condensó y potenció como
ninguna otra las premisas que desarrollaremos en forma sucinta a continuación.
Este sujeto, además, regido por la razón, busca expandirla lo más posible. Se torna
racional, calculador, planificador. Comprende y cree que, mediante la razón, su función es
lograr el control del mundo exterior, ser capaz de frenar y ordenar su discurrir impredecible
y modificarlo para la satisfacción de sus fines. Se vincula con el mundo desde una postura
exclusivamente activa -él es quien conoce, estudia, investiga, comprende- mientras que el
exterior ocupa exclusivamente el rol pasivo de ser conocido, estudiado, investigado,
comprendido. La clara frontera determina también las acciones a llevar a cabo por los
términos del binomio -sujeto/mundo exterior- y la relación epistémica que los comunica.
Esta razón, que constituye su esencia, le permite autocentrarse y ser sólo “idéntico a
sí mismo”, único e irrepetible. No presenta pliegues, zonas oscuras, fracturas,
contradicciones e incoherencias internas, sino que es absolutamente conciente de lo que le
pasa y sucede. De aquí obtiene su soberanía, en tanto que él es el propio -y único- garante
de su independencia. Es conciente y responsable de sus decisiones, que son tomadas
libremente guiado por la razón que le da sentido.
Por un lado, se produce una distancia con los elementos premodernos. Si hasta
entonces el hombre era sólo una creación divina, desde allí comienza a sumar otras
dimensiones, condensadas en la racionalidad. En dicho proceso, la educación va a ser
fundamental. Por ejemplo, si para las concepciones medievales la educación era una vía
de comunicación con Dios, donde la razón debía subordinarse a la fe, la modernidad
separó ambos términos -quienes comenzaron por su parte una lucha eterna entre sí para
dominarse mutuamentev- y centró al hecho educativo en la razón, la esencia del sujeto
moderno. Se diferencia así a la educación de otros fenómenos “espirituales”, como la
iluminación o la revelación, con los que se amalgamaba en los siglos anteriores, y que
quedaron en el terreno de la fe.
Pero estos espacios no sólo son los lugares de los cuales hay que apartarse, sino
que se convierten en los registros a dominar, a detener, a controlar. El hombre es hombre
en tanto maneja dichas instancias. La educación se convierte entonces en una de las
formas privilegiadas de dominio de esos registros, y por ende, de producción de sujetosvii.
La educación es comprendida como un proceso de irradiación de una esencia -presentado
en la premisa anterior- originado en un centro -el sujeto- en tanto posibilidad de controlar -y
de diferenciarse- del exterior. La confianza ciega de la ilustración en las capacidades
humanas para “despejar” las tinieblas que atan al hombre y le impiden el progreso se
ubican en esta premisa. Durkheim potenció esta premisa con su definición despegando a la
educación de cualquier definición no humana, y limitándola a la esfera de lo social como
conjunto ordenado de individuos.
Hemos planteado ya que sujeto y razón fueron palabras claves para la erección de la
modernidad. Es necesario ahora sumar un tercer término: la idea de progreso, de mejoría
en el futuro. El siglo XVIII cambió las concepciones temporales con las cuales se movía
occidente hasta entonces -la decadencia, la espera de la redención, el eterno retorno- y
construyó la idea de un devenir temporal lineal y acumulativo, que permitiría a la humanidad
la construcción de un futuro mejor. El evolucionismo decimonónico fue el punto de mayor
desarrollo del esta conceptualización.
Como en los apartados anteriores, este camino es posible de ser recorrido mejor
mediante la educación. A partir de los planteos ilustrados, la educación, en su unión
indisoluble con la razón, permite la construcción de este bienestar general, de este
progreso, de estas utopías. Los fines educativos dejan de estar en la satisfacción inmediata
de las necesidades, o en la obtención de la otra vida, para ubicarse en el futuro mejor
posible de ser construido por la humanidad racional.
Volvamos a analizar qué sostiene Kant al respecto:
La educación pasa a ser la piedra de toque del desarrollo del ser humano. Como en el
Aude Sapere!, el desarrollo de la razón es la vía de lograr el futuro perfecto. Esto implicó dejar
de actuar sobre cada alumno para pasar a hacerlo sobre el conjunto de ellos. De esta
cuestión nos ocuparemos en el próximo apartado.
En un texto clásico, Foucault (1981) advierte que uno de los mayores obstáculos
epistemológicos que la “ciencia del gobierno” tuvo que superar fue pasar de actuar sobre el
territorio y la familia para comenzar a hacerlo sobre la población. Este fue logrado hacia el
siglo XVIII, y ha recibido el nombre de “gubernamentalidad”.
La construcción del poder moderno, del poder que actúa por producción y no por
represión, que genera y no cercena sujetos, implicó la construcción de esta estrategia,
compuesta por saberes e instituciones que tuvieron como blanco a una población, y no ya
al individuo o a la familia. Del individuo al conjunto, de la parte al todo, el poder logró en
Occidente establecer los mecanismos y dispositivos que le permitieron coaccionar sobre el
colectivo. La construcción de educación como fenómeno moderno no escapó a este
proceso.
Kant establecía una íntima vinculación entre educación y poder, resuelta mediante la
problemática del gobierno, que, en su siglo, adoptaba la forma de la gubernamentalidad.
Afirmaba en su trabajo citado:
"El hombre puede considerar como los dos descubrimientos más difíciles el
arte del gobierno y el de la educación" (p. 35)
Pero este pasaje a la población como objeto de impacto no podía anular la actuación
sobre cada uno en particular. El verdadero obstáculo epistemológico a vencer fue lograr
afectar, a la vez, al individuo y al conjunto, construir conjuntamente el gobierno y el
autogobierno. El poder debe, en una misma operación, manifestarse sobre todos para
producir en cada uno un sujeto determinado. El disciplinamiento social implicaba a la vez el
desarrollo de un disciplinamiento individual -cuyo punto más elaborado es la
“autodisciplina”- que permita la interiorización de las normas en cada uno para su ejercicio
social y regulación colectiva.
Cuando este fin es logrado -intervenir a la vez sobre cada uno y sobre el colectivo,
formar a la vez el gobierno y el autogobierno- hablamos de una sociedad
gubernamentalizada. La educación moderna es una de sus formas más elaboradas. La
organización panoptical del espacio, la conformación de la “normalidad” como vara sobre la
cual comparar a todos, la generación de una “ortopedia” pedagógica, el privilegio del
examen, la coexistencia de la mirada psicológica y sociológica sobre lo educativo son todas
dispositivos que permitieron la construcción de la educación moderna dentro de los marcos
de la gubernamentalidadix.
Diversos trabajos -entre los que se destaca el pionero de Ariés (1975)- han
presentado una diferenciación entre niñez e infancia. Mientras la primera se inscribe en lo
biológico, y hace referencia a un período temprano en la vida de los individuos, el concepto de
infancia se inscribe en el discurso social y busca dar cuenta de cómo la niñez se ubica en éste.
La infancia es comprendida entonces como una construcción social, y, como tal, variable y
ubicable históricamente.
Premisa 6: Se establece una “moral de estado civil” para regular los vínculos entre los
sujetos participantes.
“No me pregunten quien soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral
de estado civil la que rige nuestra documentación. Que nos deje en paz cuando se trata de
escribir”. Con esta frase, Foucault cierra la introducción a “La Arqueología del Saber” (1973).
Retomemos de aquí la idea de “moral de estado civil” como categoría de ordenamiento
para analizar el vínculo pedagógico moderno.
Las morales de “estado civil” construyen economías de procesamiento basados en
categorías que responden a las siguientes características: están preestablecidas -no
pueden crearse propias-, son discretas -los límites entre ellas son durísimos-, son
excluyentes -no se puede tener más de uno a la vez-, son duraderas -se supone que se
permanece en dicha categoría por tiempos prolongados-, están jerárquicamente
ordenados -no se pueden recorrer como se quiera, sino que los caminos son fijos- y, si bien
se puede pasar de una categoría a la otra, dicho pasaje implica la realización de un acto
que da clara conciencia a los sujetos de que está produciendo un cambio.
Vayamos una vez más a Kant. Este consideraba que la educación se componía de
tres partes: la crianza, la instrucción y la disciplina. La primera es parte de todas las especies
animales, sólo que en el hombre su necesidad se extiende por más tiempo. Por el contrario,
las otras dos instancias son exclusivamente humanas. Así dice el autor:
"La disciplina es meramente negativa, en tanto que la acción por la que borra al
hombre la animalidad; la instrucción, por el contrario, es la parte positiva de
educación. (...) (La disciplina) ha de realizarse temprano. Así, por ejemplo, se
envían al principio los niños a la escuela, no ya con la intención de que
aprendan algo, sino con la de habituarles a permanecer tranquilos y a observar
puntualmente lo que se les ordena, para que más adelante no se dejen dominar
por sus caprichos momentáneos" (p. 30)
“Es la sociedad quien nos saca fuera de nosotros mismos, quien nos obliga
a contar con otros intereses diferentes de los nuestros; es ella quien nos
enseña a dominar nuestras pasiones, nuestros instintos, a imponerles una
ley, a privarnos a sacrificarnos a subordinar nuestros fines personales a
fines más altos. (...) Así es como hemos adquirido este poder de resistencia
contra nosotros mismos, este dominio sobre nuestras tendencias, que es
uno de los rasgos distintivos de la fisonomía humana y que se encuentra
tanto más desarrollada cuanto más plenamente somos hombres” (77 y 78)
De esta forma, educar implica para la concepción moderna una doble operación de
represión y liberación. Reprimir el cuerpo para liberar la mente -o el alma-, reprimir lo animal
para liberar lo humano, reprimir los impulsos y los deseos para liberar la razón, reprimir el
habla para liberar la concentración, reprimir el egoísmo para liberar la socialización, reprimir la
infantilidad para liberar la adultez, reprimir la naturaleza para liberar la cultura, reprimir la
heterogeneidad para liberar la homogeneidad, reprimir la barbarie para liberar la civilización,
reprimir el placer para liberar el deber, reprimir el azar para liberar la predicción, reprimir la
dependencia para liberar la liberación -perdónese la redundancia-, etc, son distintas opciones
que han aparecido a lo largo del desarrollo de la Modernidad, pero que siguen respondiendo
al mismo esquema de acercamiento.
Como decíamos más arriba, la opción por el encierro o por el secuestro depende del
grado de “peligrosidad” de la población. La infancia “normal” fue encerrada en escuelas, y
las infancias “descarriadas” -huérfanos, hijos sacrílegos, naturales, menores abandonados,
menores delincuentes, enfermos mentales, etc- fueron secuestros en instituciones como
los asilos, los orfanatos y los reformatoriosxviii.
Dichas prácticas pudieron llevarse a cabo mediante alianzas. En el caso del encierro,
una alianza entre la familiaxix y la escuela, en el caso del secuestro, entre el Estado y el
internado. Estas alianzas pudieron establecerse sobre el reconocimiento de la validez y
legitimidad, por parte del “donante”, de la cultura de la institución, y, por ende, un
sometimiento a ella para entregarle los infantes a su cargo.
“Hace falta que (la sociedad) asegure entre los ciudadanos la suficiente
comunidad de ideas y de sentimientos sin la cual la sociedad es imposible;
y para que ello pueda producir este resultado, importa mucho que no
quede por completo abandonada al arbitrio de los particulares (cfr. los
padres de los alumnos)” (83)
Premisa 9: Existen saberes básicos que todos los sujetos tienen que tener para pertenecer
a la sociedad.
Diversos procesos que tuvieron lugar entre los siglos XVI y XVIII -entre los que se
destacan la invención de la Imprenta, la Reforma Religiosa y la constitución de la teoría
política liberal- implicaron que el sujeto moderno, constituido por la razón, debiera
incorporar concientemente una serie de saberes medianamente complejos y elaborados
para poder moverse en la sociedad. Se fueron constituyendo entonces un conjunto de
saberes considerados indisolubles, neutros y previos a cualquier aprendizaje, cuya
posesión era a la vez una obligación y un derecho de los individuos y de las sociedades.
Dentro de estos, se produjo una construcción que hoy nos suena natural: la
lecto-escritura. A nuestros ojos, leer y escribir se presentan como las dos caras
inseparables de un mismo proceso. Por el contrario, diversos trabajos –entre los que
destacamos Hebrard (1985)- han demostrado la historicidad de dicha construcción. De las
tradiciones medievales del mercader del leer-contar y del monje de leer-escribir (en tanto
copia) un largo camino, repleto de marchas y contramarchas, fue necesario recorrer hasta
llegar a la construcción de la figura moderna de los saberes elementales, y luego a su
entronizamiento en la institución escolar mediante las tres R (leer, escribir, contar)xx, a las
que se les sumó la moral ciudadana y/o la religión, dependiendo de cada caso.
Premisa 10: Existen saberes específicos que se ordenan disciplinariamente para conformar
el campo pedagógico
Por ejemplo, el siglo XIX contempló un fuerte debate entre la pedagogía como
disciplina "científica" y la pedagogía "práctica" y "memorista", que concluyó con el triunfo de la
primera gracias a los aportes del positivismo hacia fines del siglo. La aparición de
instituciones específicas donde radiquen estos saberes –como las Escuelas Normales-, la
consolidación de los diferentes "métodos pedagógicos", la anexión de las variables
"profesionales" a las "vocacionales" en las definiciones de docente implicaron la constitución
de un campo de producción y de circulación de saberes pedagógicos que definió sus propios
límites y reglas de juego, y en el seno de los cuales se enfrentaron distintos grupos y
fracciones.
Por otra parte, el devenir del campo pedagógico implicó dos reducciones. En primer
lugar, entre los siglos XVIII y XIX, se redujo al campo escolar. En segundo lugar, en el siglo XX,
y sobretodo en la segunda mitad, lo escolar fue limitado a lo curricular. La lógica de reducción
-y subordinación- corrió por la cadena Pedagogía-escuela-curriculum. Podemos plantear
entonces que la imposición de la organización curricular en la escuela fue una importante
pelea dentro del campo pedagógico, y que puede ser asociada al triunfo de una “racionalidad
técnica” moderna aplicada en su forma mas elaborada a la problemática educativa.
A modo de conclusión
Hemos buscado en este trabajo presentar a la escuela fue a la vez como una de las
mayores creaciones de la modernidad tanto uno de los motores principales de su triunfo.
Escuela y modernidad parecen haber establecido una relación de producción mutua.
Mediante complejos y eficaces dispositivos, la escuela moderna construyó subjetividades
que comulgaban con la cosmovisión moderna. A ser moderno se aprendía, principal pero
no exclusivamente, en la escuela. Ella enseñaba a actuar sobre el mundo de acuerdo a
ciertas premisas y matrices que se articulaban con los efectos de otras instituciones
modernas como la familia, el hospital, el cuartel y la fábrica.
Dicha eficacia se produjo gracias a que la escuela fue capaz de poner en acción
las bases sobre las cuales la modernidad erigió su programa educativo. El triunfo de la
escuela implicó procesos modernizadores de unificación cultural ( ética, estética, ideológica,
etc.) en las poblaciones a su cargo, que tuvo como efectos el despliegue del Estado
moderno, la creación de la nacionalidad como “imaginario compartido”, la imposición de
prácticas y patrones simbólicos a todos los habitantes –v.g. la simbología nacional-, la
prohibición y control de otras propuestas, y a creación de mercados de producción y consumo
homogéneos y expansivos (Pineau, 2006).
También creemos posible sostener hoy que dichas premisas han perdido eficacia en
la actualidad, y esto arrastró la crisis de la escuela. Pero esto no nos permite vaticinar, como
ya se hizo muchas veces, que “la escuela ha muerto”. Dicha institución declarada fallecida
muchas veces, ha demostrado gozar de buena salud, y ha visto pasar delante de su puerta
el cadáver de sus enemigos. Nada hace suponer que no vuelva a resurgir una vez más.
La escuela fue, sin duda, uno de los actos de mayor imaginación que enfrentó la
modernidad. En el siglo XVI, soñar con una institución donde concurrieran todos los
infantes a aprender ciertos saberes complejos, con sujetos preparados para tal fin, desafió
todo lo preestablecido y amplió enormemente las fronteras de la época. En el sigo XIX, este
producto de la imaginación cobró cuerpo, y en el XX devino aburrimiento y cotidianeidad.
Quizá la mayor herencia que podemos sacar de todo esto es la necesidad de volver
a realizar un acto tan imaginativo como fue ése. En esta línea, el objeto de este escrito no
es aportar a la reconstrucción de la fragmentada educación moderna, sino ayudar a
imaginar nuevas formas de comprender la educación, y así acercar herramientas al análisis
que den cuenta de las actuales problemáticas a partir de una revisión de los moldes
incuestionables -originales entonces, y agotados ahora- de las premisas que hemos
presentado.
Bibliografía citada
i
Véase al respecto Caruso y Dussel (1996) y Colom y Mellich (1994).
ii
Véase, entre otros, Alvarez Uría y Varela (1991), Hamilton, (1989) Pineau (1996), Ramírez y Ventresca (1992)
y Trilla (1986).
iii
El mismo es la redacción de los apuntes de clase Kant tomados por su discípulo Rink bajo la supervisión de
Kant y publicados por primera vez en 1803. Usaremos para este trabajo la edición de Akal Bolsillo, Madrid, (1983).
Traducción de L. Luzuriaga y J.L. Pascual.
iv
Estamos consultando aquí la edición de Ed. Colofón, México DF, (1985).
v
Véase al respecto Vattimo y Derrida (ed.), (1997).
vi
Es claramente identificable aquí la “lógica binaria” que ordena el logocentrismo. Véase al respecto Derrida,
(1971).
viivii
Véase al respecto lo sostenido por Locke “Creo poder asegurar que, de cien personas, hay noventa que
son lo que son, buenas o malas, útiles e inútiles a la sociedad, debido a la educación que han recibido. Es de
ahí de donde viene la gran diferencia entre los hombres”. (Pensamientos sobre educación), y por Kant en la
obra ya citada Sostiene Kant: "Educar es desarrollar la perfección inherente a la naturaleza humana. (...)
Unicamente por la educación el hombre puede llegar a ser hombre. No es, sino lo que la educación le hace ser”
(32)
viii
Véase al respecto Elias (1989), y para la cuestión más específicamente educativa, Varela (1997).
ix
La bibliografía al respecto es más que abundante. Remitimos por tal especialmente a Foucault, (1975). Para
la aplicación de esta categoría al análisis educativo, véase Popkewitz (1994 y 1997), y Rousmaniere, Dahli y de
Coninck-Smith (1997) para un acercamiento similar a partir de la categoría “regulación moral”.
x
Véase al respecto Baker (1998).
xi
Probablemente, uno de los puntos máximos alcanzados por esta tendencia sea la “pieagetización” de la
pedagogía. Véase al respecto Walkerdine (1996).
xii
Esta moral también estructura la relación entre el docente y sus superiores.
xiii
Una vez más, la lógica binaria denunciada por Derrida como estructurante del logos occidental se presenta
en este tema.
xiv
Véase, entre otros, Querrien (1982).
xv
Reflexiones similares pueden hacerse sobre otros grupos "educables". Por ejemplo, el "deber del Hombre
Blanco" en las colonias, como lo enunciaba Kipling, era educar a esos seres incompletos. Véase, además, para
sumar otros casos, las consideraciones sobre las similitudes en los planteos históricos de los niños respecto a las
mujeres, los esclavos, el proletariado, los negros y los pueblos colonizados en Snyders (1982).
xvi
Obiviamente, esta enunciación es una referencia al trabajo de Lerena (1984).
xvii
Véase al respecto Escolano (1992)
xviii
Véase al respecto Franklin (comp.) (1996) y Muel (1981).
xix
Para la constitución de la familia como institución moderna, véase el ya clásico Donzelot (1987).
xx
Del inglés: Reading, (w)riting and (a)ritmethics.
xxi
De esta forma, escolarización se convirtió en sinónimo de alfabetización. Véase a Graff (1987) para una
crítica histórica de dicha hipótesis.
xxii
La construcción contemporánea de la Necesidades Básicas de Aprendizaje de la conferencia de Jomtiem
en 1980 reescribe dicha situación en los tiempos actuales, pero respeta la premisa que venimos desarrollando.
xxiii
Estamos partiendo de una definición muy laxa y un tanto práctica de pedagogía: "conjunto de saberes no
necesariamente, coherentes, ni cerrados, ni completos que se organizan disciplinariamente para referirse a lo
educativo”. Esperamos profundizar esta acercamiento a la cuestión en futuros trabajos.
xxiv
Tomamos este concepto de Bourdieu (1990).
xxv
Este término es fuertemente deudor de la categoría "pedagogía triunfante" utilizado por Dussel (1993), y
pretende ser una reelaboración de la misma.
xxvi
Veáse al respeto los diversos trabajos de Basil Berstein (1989 y 1994).
xxvii
Véase, para el estudio de un caso -Finlandia-, Simola, Kivinen y Rinne (1997).