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El tributo es una herramienta utilizada por el Estado, ya que se trata de obtener dinero de la
población con el fin de que el estado disponga de el de acuerdo a las normas de la
constitución, como por ejemplo la ley presupuestal anua entre otras.
En ese sentido, el Estado goza plenamente del poder de soberanía para disponer de los fondos
obtenidos por medio del establecimiento de tributos. Las leyes son las únicas encargadas de la
creación y del destino de los mismos, y estas leyes no son más que la expresión libre y
autónoma de la voluntad del pueblo a través de sus representantes aglomerados en los
órganos del Poder Legislativo.
La potestad tributaria que tiene el Poder Legislativo es imprescriptible (no se agota por el no
uso en el tiempo), indelegable (no puede delegarse en otros entes públicos o privados), e
irrenunciable (no se puede renunciar a ejercerla).
Ahora bien, el destacado Dr. Héctor Villegas: hace claramente la definición que “Los tributos
son prestaciones en dinero que el Estado exige en ejercicio de su poder, en virtud de una Ley, y
para cubrir los gastos que le demanda el cumplimiento de sus fines”. Pese a que esta
definición alude a la finalidad fiscal, Villegas aclara que el tributo puede también perseguir
fines extrafiscales.
El jurista español Juan Enrique Verona Alabern, señala que es una prestación coactiva porque
no surge de un acuerdo de voluntades, sino por la imposición de la Ley y, por ende, se trata de
una obligación. Asimismo, menciona que los impuestos contienen una finalidad recaudatoria o
fiscal, en virtud de perseguir la obtención de recursos para financiar el gasto público.
Para finalizar con las definiciones, haremos un breve repaso de las distintas clasificaciones de
los tributos, los cuales tradicionalmente se dividen en impuestos, tasas y contribuciones
especiales. A estas últimas se las diferencia en contribuciones de mejoras y contribuciones
parafiscales.
El impuesto
La tasa
La contribución especial
Contribuciones de mejoras:
Contribuciones parafiscales:
son las contribuciones especiales recabadas por ciertos entes públicos para asegurar su
financiamiento autónomo.
Podemos sintetizar alguno de los fines principales del Estado en constituir la unión nacional,
afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el
bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad…”
El Estado
es un sujeto de derecho internacional público con derechos y obligaciones, que por naturaleza
detenta de soberanía propia, la cual se aplica en un territorio delimitado y tiene una población
subordinada a su poder de imperio.
Dino Jarach considera que los fines de un Estado son la fuente de lo que serán necesidades
públicas y considera en una enumeración ejemplificativa que las necesidades de la mayoría de
los Estados modernos son “la defensa de la nación contra enemigos extranjeros; la seguridad
pública en el interior del país; la higiene pública y la salud de los habitantes; la instrucción y la
educación; el mantenimiento de la paz social mediante la administración de la justicia; la
protección de los menores y de los ancianos; el esparcimiento y el deporte; la cultura y la
promoción de las artes; la liberación del hombre del miedo y del hambre, a través de la
llamada seguridad social”.
La mayoría de los tributaristas sostienen que el Estado moderno ha ido tomando una postura
cada vez más intervencionista a través del tiempo. Así Marchal ha dividido en tres etapas la
evolución del Estado moderno en relación con el mercado:
Guliani Fonrouge enuncia una breve reseña de los cambios que Marchal describió y que nos
parece pertinente transcribir.
Liberalismo:
Corresponde al período que puede extenderse hasta la primera guerra mundial, dominado por
la influencia de la escuela liberal inglesa, que cree en la superioridad de la iniciativa privada y
reduce la acción del estado al cumplimiento de las funciones más esenciales (defensa nacional,
educación, justicia).
Según esta concepción, las finanzas deben limitarse a cubrir los gastos públicos y a distribuirlas
cargas consiguientes en forma equitativa entre los habitantes del país, difundiéndose las
siguientes recomendaciones como principios de las “buenas finanzas”:
a) limitación extrema de los gastos públicos, el Estado debe gastar lo menos posible;
c) los impuestos son gastos “improductivos” desde el punto de vista económico y deben causar
la menor incomodidad a los contribuyentes ni alterar los precios; condenación de la inquisición
fiscal y de la violación de secretos patrimoniales;
Intervencionismo:
Dirigismo:
La segunda guerra mundial acentuó el divorcio entre los conceptos teóricos tradicionales y la
realidad de los hechos, dando nacimiento a una nueva modalidad de la actividad del Estado. El
Estado fáustico ya no cree en el determinismo y lo reemplaza por un “voluntarismo brutal”, al
decir de Marchal. En este período, caracterizado por la acción paralela de un capitalismo
poderoso y de una clase obrera cada vez más homogénea e influyente, social y políticamente
hablando, se afirma la prosperidad social como finalidad del Estado nuevo. “La permanente
adaptación de los objetivos del Estado a la realización de la prosperidad social, debe ser el
postulado de nuestra época”; y por cierto que el ejemplo de los principales países demuestra
que es la única vía para evitar que se produzcan transformaciones por medios violentos. Es,
como se dice, la revolución pacífica.
Sin embargo autores como Horacio Guillermo Corti en cambio considera que la división
antedicha no respeta la realidad histórica dado que según él, la misma pretende un “origen
donde habrían convivido un supuesto de Estado mínimo y un supuesto de mercado libre y al
que le habría seguido una creciente intervención estatal” sosteniendo que la misma es nada
menos que una “reconstrucción mitológica”.
Como señalé en párrafos anteriores, se ha considerado que los tributos son creados por el
Estado con la finalidad exclusiva de financiar el gasto público, es decir, su destino es fungir
como un instrumento para hacerse de medios a través de los cuales el Estado pueda realizar
sus fines.
Así, tenemos que la recaudación de un tributo con el fin de destinarla al gasto público es el
objetivo con el cual se crean. Es decir, la finalidad recaudatoria de los impuestos (en el sentido
amplio de la palabra) es la razón de ser de los mismos, por lo que en un principio, no podría
entenderse un tributo cuyo destino no sea sufragar las necesidades públicas.
En concordancia con lo señalado, una vez que el Estado se hace de los referidos recursos, estos
deben ser destinados indefectiblemente a sufragar el gasto público y, a su vez, el gasto público
se encuentra dirigido a la satisfacción de los fines del Estado.
De esta manera, se puede observar claramente como los impuestos tienen una finalidad
recaudatoria o fiscal, la cual consiste precisamente en lo anterior, en razón de que, como se ha
mencionado reiteradamente, mediante la recaudación el Estado obtiene ingresos a través de
los cuales se encuentra en posibilidad de financiar los gastos necesarios que conllevan sus
funciones.
Tal como hemos sostenido previamente, los tributos en su concepción clásica, son un
instrumento de recaudación por el cual el Estado se hace de los fondos necesarios para el
sostenimiento de los gastos públicos. Tras esta situación, en la actualidad la concepción de
tributo se ha inclinado por considerar que, si bien tienen como finalidad sustancial financiar el
gasto público, al mismo tiempo se pueden dirigir para hacer realidad otros fines
constitucionales.
Sobre esto, Giannini expone lo siguiente: “no siempre el fin de obtener recursos constituye el
motivo único de la imposición, el impuesto de hecho se presta a ser utilizado para el logro de
fines no fiscales”.
El término extrafiscal proviene de las raíces latinas “extra” que significa “fuera de” y “fiscalis”
que significa “lo perteneciente al fisco o al oficio fiscal”. Así, debemos entender por impuestos
con fines extrafiscales aquellos que persiguen propósitos fuera de lo relativo al fisco, es decir,
fuera de la recaudación.
De conformidad con lo señalado, se deduce que los fines extrafiscales son aquellos
mecanismos o instrumentos de política financiera, económica y social para impulsar o inhibir la
realización de ciertas actividades en las cuales tenga interés el Estado. Dichos medios buscan
surtir efectos en los contribuyentes, a fin de interferir en sus preferencias conductuales.
En este sentido, podría pensarse que la extrafiscalidad de los impuestos parecería contraria a
su propia naturaleza; sin embargo, únicamente es el resultado de la aceptación de una
realidad normativa impositiva que la doctrina no ha tenido otro remedio que asumir.
Sin embargo, hay muchos analistas que critican el sentido que se le da al término “extrafiscal”,
señalando respecto de la palabra “extra” que, solo es un prefijo que significa “fuera de”, y por
tal motivo, no se debe hablar de tributos con fines extrafiscales, pues no se hallan fuera de los
ingresos fiscales. Y además, hablar de tributos extrafiscales parecería una contradicción en sus
propios términos. De modo que, es preferible usar el término “ultrafiscal”, en tanto que evoca
algo que va más allá de lo meramente fiscal o recaudatorio.
Sin embargo, esto únicamente conlleva un problema de carácter semántico derivado quizás de
un extremo rigorismo en el lenguaje; pues si bien es cierto que existen juristas que prefieran
utilizar el término ultrafiscal; resulta igualmente cierto que, utilizar al término extrafiscal
también es correcto,