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FABIÁN MAERO
Maero, Fabián
Conductual, mi querido Watson : ensayos psicológicos de
inspiración conductual / Fabián Maero. - 1a ed. - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires : EDULP, 2023.
Libro digital, EPUB
1. Psicoanálisis. I. Título.
CDD 150.195
© 2023 - Edulp
Primera edición, 2023
Edición en formato digital: mayo de 2023
ISBN 978-987-8475-81-3
Facebook: @tresolasediciones
Instagram: @tresolasediciones
Web: www.tresolasediciones.com
AGRADECIMIENTOS
Cubierta
Portada
Créditos
Agradecimientos
A modo de introducción
El conductismo desalmado
Cuerpo y alma
Las palabras menos las cosas
Conozca el interior
Conductual, mi querido Watson
Dualismo, with a twist
Metodolatría
La radicalización del conductismo
Operacionalización y lenguaje
El problema con los términos psicológicos habituales
El papel de los eventos internos en una ciencia de la conducta
Observaciones finales
Cerrando
Referencias
Una idea es un medio de transporte. Pragmatismo, conductismo, y verdad
Pragmáticos
Whatever works
La verdad os hará libres
La verdad desde una perspectiva conductual
La función social de la verdad
Cerrando
Referencias
Todo lo que usted siempre quiso saber acerca del concepto de función
(pero nunca se atrevió a preguntar)
Función y causalidad
La causa es todo el contexto
Función en el uso cotidiano
Función en el quehacer clínico
Los múltiples sentidos de función
Cerrando
Referencias
Hablando de lo inaccesible (y algunas consideraciones sobre exposición y
aceptación)
Inside out y viceversa
Colores en la oscuridad
Hablando de lo inaccesible
La metáfora interior
Exposición, aceptación, manipulación
Observaciones clínicas
Cerrando
Referencias
Interpretación y conductismo
Entre la ciencia y la filosofía
¿Qué interpretar?
Interpretación versus especulación
Cerrando
Referencias
De Pepper al contextualismo funcional
Una filosofía de la ciencia hecha a medida
Breve biografía de Pepper
Las hipótesis del mundo
La metáfora como dispositivo heurístico cósmico
Hipótesis del mundo versus puntos de vista
Las hipótesis del mundo relativamente adecuadas
Aspectos centrales de las hipótesis del mundo
Diferencias filosóficas y máximas para una convivencia pacífica
Máxima 1: Una hipótesis del mundo está determinada por su
metáfora raíz
Máxima 2: Cada hipótesis del mundo es autónoma
i) Es ilegítimo menospreciar las interpretaciones de una
hipótesis del mundo en términos de las categorías de otra
–si ambas son igualmente adecuadas.
ii) Es ilegítimo asumir que los supuestos de una hipótesis
del mundo particular son validados por medio de exhibir
las fallas de otras hipótesis del mundo.
iii) Es ilegítimo juzgar las hipótesis del mundo utilizando
datos científicos.
iv) Es ilegítimo juzgar a las hipótesis del mundo según los
supuestos del sentido común.
v) Es conveniente utilizar conceptos del sentido común
como base para comparar campos paralelos de evidencia
entre teorías del mundo.
Máxima 3: El eclecticismo es confuso
Máxima 4: Los conceptos que han perdido contacto con su
metáfora raíz son abstracciones vacías
Temas pragmáticos en el contextualismo pepperiano
Referencias
Un abordaje contextual de la felicidad
De términos y definiciones
Felizmente conductual
La felicidad como contexto
Ficciones de la felicidad
Contradicciones de la felicidad
RFT y la búsqueda de la felicidad
Los dos caminos
La psicoterapia y la felicidad
Depresión y elección
1) Cuando hablamos de depresión hablamos de conductas
2) Las conductas en la depresión pueden ser conceptualizadas
como elecciones
3) Las elecciones no parecen tener sentido
Los modelos explicativos internalistas
Elecciones
El problema con las explicaciones internalistas de la elección
Patologías como elección
Depresión como elección
Una ingeniería de las elecciones
Cerrando
Referencias
El contexto de la depresión
Una conceptualización simplificada de la depresión
La pirámide de la depresión
Circunstancias materiales adversas
Circunstancias sociales y culturales adversas
Condiciones biológicas adversas
Hábitos perjudiciales de salud
Inadecuación de habilidades
Eventos vitales adversos
Otros procesos psicológicos problemáticos
Cerrando
Referencias
Una mirada contextual sobre la herencia
La perspectiva tradicional sobre la herencia
Gen o centrismo
Sistema epigenético
Sistema conductual
El sistema simbólico
El quinto sistema de herencia
Cerrando
Referencias
El chiste y su relación con la conducta
¿Qué es una definición?
Lo cómico
RFT y la arbitrariedad
RFT y lo cómico
Seguridad y distancia
Lo cómico y la clínica
Cerrando
Referencias
El propósito desde una mirada contextual
La impenitente ambigüedad de los términos cotidianos
Función y patrones de acción
Una definición contextual
Los contextos del propósito
El ambiente físico
Contexto sociocultural
Contexto socioverbal: metas y valores
Ventajas y desventajas
La eficiencia del propósito
Consideraciones laterales
Propósito y sociedad
Cerrando
Referencias
Sobre este libro
A MODO DE INTRODUCCIÓN
Creo que hay dos cosas de las cuales debería de ocuparme en estas primeras
páginas. Para despejar el camino debería despachar en primer lugar la más
aburrida de las dos: los aspectos formales de lo que tienen en sus manos (el
libro, quiero decir).
Digamos entonces que el presente volumen es una selección de artículos
que fueron publicados de manera digital entre 2019 y 2022 en el blog de
Grupo ACT. Los textos han sido corregidos y enriquecidos para esta edición,
pero su estructura original se ha mantenido sin mayores cambios.
Me detengo en esto porque el haber sido concebidos para ese medio les ha
impreso cierto estilo que acarrearon consigo al pasarlos a este formato. El
escritor Stan Lee solía afirmar que cualquier número de un cómic puede ser
el primero para alguien, por lo cual es necesario que en cada uno la historia
incluya el contexto suficiente para entenderla mínimamente, para que no
resulte inaccesible a quien por primera vez se la encuentra. Un principio
similar opera en este caso: escribo para estudiantes y profesionales, más que
para gente iniciada en el tema, de manera que al escribir un artículo para el
blog trato de tener en cuenta que es al menos posible que sea el primer
contacto que alguien tiene con ideas conductuales, por lo cual intento que
dentro de lo posible sean autónomos y requieran el mínimo indispensable de
lecturas previas y de lenguaje técnico. Debido a esto, a lo largo del libro
notarán que hay conceptos y ejemplos que se repiten en varios de los
artículos, como es el caso de las concepciones conductuales sobre el lenguaje
y las definiciones. Purificar el texto de esas repeticiones conllevaba sacrificar
mucho de su estilo, por lo que preferí preservarlas. Espero sepan disculpar las
redundancias.
Aclarado ese aspecto formal, pasemos a discutir un segundo punto sobre
este libro, que es con mucho el más interesante: su contenido e intención. He
dividido el libro en dos partes. La primera consta de seis artículos que
podríamos llamar de divulgación. En ellos intento explorar algunas
cuestiones filosóficas del conductismo radical: el papel de los eventos
internos, el concepto de verdad, a qué nos referimos con función, cómo
funciona la interpretación en el conductismo, una introducción al
contextualismo funcional, entre otros. Elegí esos temas no por mero capricho,
sino porque creo que en conjunto permiten apreciar el funcionamiento de
algo que es lo que más interesante me resulta del conductismo radical: su
enorme potencia como máquina conceptual, una suerte de máquina para
pensar.
Creo que este aspecto del conductismo suele quedar en un segundo plano,
reprochablemente.
Entre el mayor interés otorgado al árido rigor de la experimentación y las
aplicaciones prácticas, suele pasarse por alto que el aparato conceptual del
conductismo proporciona además una estupenda forma de pensar todo tipo de
fenómenos humanos complejos, pensándolos como formas de la experiencia
humana sucediendo dinámicamente, siendo parte de e interactuando con un
contexto que es necesario especificar para lograr una comprensión cabal del
fenómeno.
Quiero decir: la máquina conceptual conductual es una suerte de linterna
mágica, que al ser dirigida sobre los eventos del mundo los alumbra con una
luz fascinante que permite nuevas comprensiones y vías de acción –quizá sea
por eso que quienes juegan con ella suelen verse tentados de aplicarla para
lisa y llanamente cambiar el mundo1.
El conductismo ante todo ha sido para mí una fuente de goce intelectual,
una forma de obtener diferentes respuestas porque invita a plantear las
preguntas de otro modo. Es un goce que he intentado compartir, pero el
problema es que no es una máquina fácil de manejar. El conductismo más
bien espanta en una primera aproximación2: su corpus teórico es denso y su
precisión puede ser agotadora. La primera parte del libro, entonces, intenta
echar algo de luz sobre algunos aspectos particularmente oscuros en el
funcionamiento del aparato conceptual del conductismo. Debo aclarar que no
es una introducción al conductismo, y que aunque he tratado de reducir al
mínimo los tecnicismos y hacerlos tan accesibles como he podido,
probablemente necesiten tener una mínima idea de sus postulados básicos
para entender de qué demonios estoy hablando3.
Los siguientes seis artículos, en cambio, son una suerte de puesta en
marcha y exhibición del funcionamiento de la máquina. En 1960 Murray
Sidman resumió la actitud experimental del análisis de la conducta en la
pregunta ¿qué pasaría si…?: es decir, más que preguntarse si tal o cual
hipótesis es verdadera, las preguntas experimentales van más bien en la línea
de ¿qué pasaría si reforzamos las respuestas cada cierto tiempo?, ¿qué
pasaría si utilizamos programas concurrentes?, ¿qué pasaría si reforzamos
sólo las respuestas novedosas?, etcétera. Algo de ese mismo espíritu informa
a esos artículos. Se trata en definitiva de jugar con ideas y ver cómo se
comportan. Esos artículos son interpretaciones conductuales y desarrollos
sobre fenómenos complejos: depresión (uno sobre conceptualización y el otro
sobre su contexto), propósito, humor, herencia, felicidad. Básicamente
responden a la pregunta ¿qué pasaría si explorásemos este fenómeno en
términos conductuales?
No tengo reclamos de certeza ni de adecuación para ninguno de los
artículos. En el sentido más cabal de la palabra, son ensayos. Me interesa más
jugar con las ideas que llegar a un resultado irreprochable (me gusta más el
devenir de las conversaciones que obtener conclusiones de ellas). Tampoco
soy un experto en el análisis de la conducta ni un filósofo profesional, y no
pretendo ser una voz autorizada en esos temas. Soy un psicólogo clínico a
quien estas ideas le han resultado fascinantes y útiles durante años. Creo que
puede haber algún valor en los ensayos del libro, aunque más no sea el de
servir como disparador para ciertas conversaciones –o incluso como ejemplo
de cómo no pensar4.
Dicho todo esto, sé que no se trata de temas muy atractivos ni de mucha
utilidad práctica, por lo cual si alguna de estas páginas despierta algo de su
interés, vaya mi gratitud para con ustedes. Es a fin de cuentas la función
principal de este libro: compartir algo de mi entusiasmo, de mis obsesiones,
de las cosas que amo.
Buenos Aires, 22 de febrero de 2023
1 Que se hayan llevado a la práctica varios proyectos de comunidades planteadas al estilo del Walden
Dos skinneriano (como la comunidad de Los Horcones, entre otras) es prueba viva del entusiasmo que
puede despertar.
2 También en una segunda.
3 Para familiarizarse con ellos les sugiero Sobre el conductismo, de Skinner, es relativamente sencillo
de conseguir.
4 Cuando se sientan completamente inútiles, recuerden que al menos pueden servir como ejemplo de lo
que no hay que hacer.
EL CONDUCTISMO DESALMADO
Conozca el interior
Su nueva ciencia, por decirlo de algún modo, había nacido prematuramente. Contar con
pocos datos es siempre un problema en una ciencia nueva, pero para el agresivo programa de
Watson, en un campo tan vasto como la conducta humana, fue especialmente dañino.
Necesitaba un soporte fáctico mucho más amplio del que pudo encontrar, y no es
sorprendente que mucho de lo que dijo pareciese sobresimplificado e ingenuo. (Skinner,
1974a, p. 6)
Sería justo decir que Watson tuvo más impacto como ideólogo que como
científico. Poner a la psicología de cabeza no fue un logro menor, pero el
conductismo clásico, si bien resolvía problemas importantes de la disciplina,
hacía agua por varios lugares.
Sería un error, sin embargo, considerarlo como un movimiento menor y ya
superado. El camino que abrió Watson fue de crucial importancia para toda la
psicología científica por venir, e incluso sus insuficiencias resultaron fértiles,
ya que en sus grietas crecieron propuestas conductistas divergentes,
promovidas por una nueva camada de investigadores que intentaron resolver
las inadecuaciones del conductismo clásico incorporando nuevas
herramientas metodológicas y conceptuales.
Metodolatría
Operacionalización y lenguaje
Al lidiar con términos, conceptos, constructos y demás, se gana una ventaja considerable si se
los aborda en la forma en que son observados –literalmente, como respuestas verbales. En ese
caso no hay peligro en incluir en el concepto aquel aspecto o parte de la naturaleza que
incluye. (…). El sentido, los contenidos y las referencias se encuentran entre los
determinantes, y no entre las propiedades de la respuesta. La pregunta “¿qué es la longitud?”
podría ser satisfactoriamente contestada por medio de listar las circunstancias bajo las cuales
la respuesta “longitud” es emitida (o, mejor aún, proporcionando una descripción general de
tales circunstancias). Si se revela la existencia de dos conjuntos separados de circunstancias
entonces hay dos respuestas que tienen la forma “longitud”, dado que una clase verbal de
respuestas no se define por su forma fonética sino por sus relaciones funcionales. Esto es
verdadero aún si se halla que los dos conjuntos están íntimamente conectados. Las dos
respuestas no están controladas por el mismo estímulo, no importa qué tan claramente se
muestre que los diferentes estímulos surgen de la misma “cosa”. (Skinner, 1984, p. 548)12
La respuesta “Me duele una muela” está en parte bajo el control de un estado de cosas al que
sólo el hablante puede reaccionar, ya que nadie más puede establecer la conexión necesaria
con la muela en cuestión. No hay nada misterioso o metafísico en esto; el simple hecho es
que cada hablante posee un pequeño pero importante mundo privado de estímulos. Hasta
donde sabemos, las respuestas a ese mundo son como respuestas a eventos externos.
(Skinner, 1984, p. 548, el subrayado es mío)
En textos posteriores Skinner apunta que los estímulos nos afectan por tres
vías: exterocepción (los cinco sentidos), interocepción (estimulación
proveniente de los estados físicos internos, como taquicardia o contracciones
del estómago), y propiocepción (la percepción del movimiento muscular).
Que un estímulo venga por una u otra vía no hace mayor diferencia en
términos funcionales. En otras palabras, para Skinner la piel no es un límite
tajante. El adentro o afuera de los organismos no es tan relevante porque a fin
de cuenta no estudiamos organismos sino conductas. De esta manera, es
perfectamente lícito desde un punto de vista conductual incluir a los
estímulos internos en la constelación de estímulos que gobiernan la emisión
de un término.
Llegamos así entonces a una definición de “definición”: los términos
psicológicos son conductas verbales que pueden (y de hecho suelen) estar
bajo control de múltiples estímulos, algunos de los cuales pueden ser
privados.
Podríamos pensar entonces que el problema está resuelto: para definir con
precisión cualquier término psicológico popular, incluso aquellos que se
refieren a sentimientos y pensamientos, bastaría con describir los estímulos
externos e internos que están presentes cuando se emite el término en
cuestión y así llegar a una operacionalización rigurosa de los mismos e
investigarlos hasta que se acabe el mundo.
Pero no funciona así.
Verán, dicho de manera muy simplificada, todo el lenguaje se adquiere a
través de la influencia y entrenamiento de una comunidad verbal de hablantes
de un mismo idioma, influencia que ocurre a través de múltiples instancias de
aprendizaje (imitación, conversación, lectura, etc.). Esa comunidad moldea y
refuerza diferencialmente la emisión de ciertas respuestas verbales frente a
los estímulos adecuados y no frente a otros. Dicho de otra manera, a través de
la socialización se establece el sentido de los conceptos, i.e. en qué
circunstancias es adecuado emitirlos.
Así, por ejemplo, aprendemos los nombres para los colores según lo que
nuestra sociedad entrena. Sin ese entrenamiento social no responderíamos de
manera distinta a diferentes colores –no podríamos identificarlos ni
nombrarlos, tal como efectivamente sucede con los colores de los cuales
nuestra cultura particular no se ocupa. Es conocido el caso de la tribu Himba,
de Namibia, cuyos miembros pueden reconocer leves variaciones en tonos de
verde que para nuestros ojos occidentales resultan idénticos –y a su vez,
tienen dificultades para distinguir entre el verde y el azul, cosa que hacemos
sin dificultad. “Ven” colores que nosotros no15, porque su cultura
proporciona el entrenamiento correspondiente para nombrarlos y
distinguirlos. El lenguaje de los colores se desarrolla y refina a medida que
una comunidad verbal particular refuerza, castiga, o extingue ciertas palabras
(entre otras conductas) que se emiten frente a estímulos con diferentes
colores.
Esta es la vía central para refinar y precisar un léxico; a través de la acción
de la comunidad verbal aprendemos qué constelación estimular es adecuada
para emitir una palabra y no otra. Con las palabras cuya determinación
incluye estímulos del mundo privado, sin embargo, nos encontramos con una
dificultad: la comunidad no puede establecer un criterio consistente para su
uso verbal porque por definición no puede acceder a ellos.
Digamos, para decir “papá”, “árbol”, “verde”, o “temperatura”, la
comunidad puede entrenar con precisión su uso correcto señalando los
estímulos que están accesibles tanto para el hablante como para la
comunidad. Puede tratarse de un estímulo concreto (por ejemplo, para la
palabra “papá” o “árbol”) o incluso de una propiedad de los estímulos (como
en el caso de “verde” o “cuadrado”), pero en cualquier caso se trata de
estímulos compartidos, estímulos observables. Es por eso que cuando el
hablante emite la palabra frente a una constelación de estímulos que para su
comunidad es inapropiada el resto de la comunidad actúa de manera tal que
extingue o castiga esa emisión, por ejemplo, si dice “verde” frente a algo azul
o turquesa. Los estímulos públicos son el criterio compartido para lograr un
uso consistente de los términos, funcionando como el metro patrón que sirve
para anclar la definición de “metro”16.
En cambio, por definición los estímulos privados están normalmente fuera
del alcance de la comunidad. Esto debería ser inmediatamente un obstáculo
para lograr un uso consistente del término. La cuestión es: si nadie más tiene
acceso a lo que sucede en mi mundo interno, ¿cómo aprender a nombrar esos
eventos? ¿Cómo puedo aprender a identificar y a denominar como “miedo” a
una determinada sensación interna y a otra como “ansiedad”?
La comunidad verbal resuelve el problema de la privacidad utilizando
atajos, guiándose por indicios indirectos públicos para entrenar un
vocabulario que sea aproximadamente adecuado17. Por ejemplo, le decimos
un niño que acaba de ser perseguido por un perro que la sensación que
experimentó es “miedo”, aun cuando no tenemos forma de saber qué es lo
que efectivamente está experimentando de manera privada. Nos guiamos por
los estímulos públicos: la persecución que observamos, la respiración
entrecortada, pero no tenemos idea de qué estímulos privados están presentes,
qué es lo que efectivamente siente. Los estímulos privados podrían ser muy
diferentes de lo que imaginamos o de lo que sentiríamos en una situación
similar. Vemos sólo la mitad del cartón, pero le decimos que cante “bingo”.
El problema es que la mitad del cartón que no vemos puede tener cosas muy
distintas en cada caso. De esa manera, los términos anclados a experiencias
privadas resultan inevitablemente ambiguos y su uso es inconsistente.
Consideremos la siguiente pregunta: ¿hay algún evento interno que esté
consistentemente presente en toda instancia en la cual una persona dice tener
miedo? La respuesta breve es que no. Setenta años después del artículo de
Skinner, la neurocientífica Louise Feldman Barret escribe estas líneas:
El investigador no puede señalar con facilidad cuál es el estímulo al cual debe apelar para
predecir y controlar la conducta. Posiblemente este problema eventualmente sea resuelto por
medio de técnicas fisiológicas mejoradas que hagan público al evento que es privado. En el
campo verbal, por ejemplo, si pudiéramos decir precisamente qué eventos dentro del
organismo controlan la respuesta “estoy deprimido”, y especialmente si pudiésemos producir
estos eventos a voluntad, podríamos alcanzar el grado de predicción y control característicos
de las respuestas verbales a los estímulos externos. Pero, aunque esto sería un avance
importante, y sin duda corroboraría la naturaleza física de los eventos privados, el problema
de la privacidad no puede ser completamente resuelto por medio de la invasión instrumental
del organismo. Sin importar qué tan claramente estos eventos internos sean expuestos en el
laboratorio, aún subsiste el hecho de que en el episodio verbal normal son bastante privados.
(Skinner, 1957b, p. 130)
¿Significa esto que los eventos internos estarán fuera del alcance de una
ciencia de la conducta? La respuesta de Skinner es un enfático “no”. El
mundo interno es a todas luces importante. Lo que necesitamos es proceder
de manera cuidadosa para no enredarnos en un laberinto sin salida.
El mundo interno comprende a grandes rasgos dos tipos de eventos:
estímulos privados y respuestas encubiertas. Los primeros abarcan
aproximadamente lo que llamamos sensaciones físicas, sentimientos,
emociones, afectos, etc., mientras que los segundos se refieren a pensar,
recordar, imaginar, etc. Ambos son considerados como eventos físicos del
organismo, no eventos mentales que suceden en una realidad intangible.
Como señala Flanagan (1980, p. 9), Skinner está formulando “la osada
conjetura de que tanto los eventos públicos como los privados están hechos
de la misma cosa y obedecen las mismas leyes”, y la importancia de esa
conjetura no debe subestimarse.
Los estímulos privados originados por el organismo, como cualquier
estímulo, pueden ser percibidos por vía propioceptiva o interoceptiva, y
adquirir funciones conductuales. En otras palabras, lo que podemos “sentir”
en nuestros cuerpos puede formar parte del contexto de otras respuestas,
incluyendo las verbales.
Digamos, la comunidad verbal moldea y refuerza el emitir la respuesta
verbal “miedo” frente a ciertas constelaciones de estímulos: hemos sido
perseguidos por un perro, estamos jadeantes y temblorosos. La comunidad se
guía para ello por los aspectos públicamente observables, pero para el sujeto
esa constelación incluye también los estímulos privados y otras respuestas
encubiertas: la comunidad ve al perro y nuestro temblor, pero nosotros
además estamos afectados por cambios corporales (palpitaciones, calor,
desrealización, etc.), y por otras respuestas verbales presentes (pensamientos,
por ejemplo). Esos eventos privados pueden participar del contexto de
emisión de la respuesta verbal “miedo”, y con el tiempo pueden pasar a
controlar parcialmente esa emisión: una persona puede, al notar ciertos
cambios físicos en su cuerpo, etiquetar a esa situación como una instancia de
“miedo”.
El problema es que no podemos saber con precisión cómo una persona en
particular ha aprendido a decir “miedo”, cuál es la historia de aprendizaje
particular involucra, qué estímulos internos participaron ni de qué manera.
Quizá la parte privada de la constelación de estímulos para esa respuesta, en
el caso de una persona incluye taquicardia más sentir cerrada la garganta,
mientras que para otra persona incluye palpitaciones y frío en las
extremidades. E incluso si los estímulos son los mismos en ambos casos, su
intensidad relativa puede variar18. El mundo privado se configura
caleidoscópicamente.
Entonces, un análisis experimental riguroso está fuera de cuestión porque
es imposible acceder a la historia particular involucrada en la emisión de una
conducta verbal. Lo que sí podemos hacer, señala Skinner, es interpretar:
formular una conjetura, basada en principios conductuales establecidos
experimentalmente, sobre el contexto probable de emisión para un término
psicológico determinado –hipotetizar la constelación probable de estímulos
para esa conducta verbal. Usar lo conocido para interpretar lo que no lo es.
Esto es diferente a un análisis experimental porque no podemos manipular
las variables que nos interesan, y por tanto las formulaciones obtenidas son
menos confiables, pero la interpretación basada en principios nos permite
lograr un cierto grado de predicción e influencia sobre conductas que no se
prestan fácilmente a un abordaje experimental. La interpretación no genera
nuevos conocimientos, sino que consiste en extraer de la cantera de
conceptos establecidos experimentalmente de la disciplina aquellos que
pudieran resultar más útiles para darle sentido, para lidiar con algún
fenómeno conductual de interés, incluso aunque estuviere pobremente
definido. Por este camino, Skinner realizó decenas de interpretaciones
conductuales de términos populares que incluyen o se refieren a eventos
internos, como emoción, motivación, conciencia, personalidad, etc.,
interpretaciones en las cuales señala el contexto probable que podría controlar
su emisión.
Todo esto atañe al papel de los estímulos privados. Hay otras
consideraciones que hacer respecto a las respuestas encubiertas, lo que
solemos llamar pensamientos y creencias. La primera de estas es señalar que
es relativamente indiferente que la conducta se verifique de un lado u otro de
la piel. Digamos, no hay razones a priori para afirmar que una persona que
empieza leyendo un párrafo en voz alta y gradualmente reduce el volumen de
su voz hasta llegar a una lectura completamente silenciosa esté pasando de
una realidad física a una realidad mental, ni que en algún lugar de esa
progresión las leyes aplicables cambien. Se trata, a fin de cuentas, de
conductas operantes como cualquier otra.
Se podría objetar que, a diferencia de otras conductas, los pensamientos
parecen tener vida propia, en el sentido de que con frecuencia parecen
“aparecer” en nuestra cabeza de manera aparentemente involuntaria, pero es
lo que pasa con todas las conductas operantes que tienen suficiente práctica:
se emiten “solas”, por así decir. Pero sería un error. Después de todo,
aprendieron a leer por medio de mucho esfuerzo y entrenamiento, no de
manera espontánea, y sin embargo, cuando hoy ven la palabra “guacamole”
no pueden evitar leerla como palabra en lugar de verla como un conjunto de
trazos. Lo mismo sucede con nuestros pensamientos: pueden pensarse como
conductas verbales emitidas de manera encubierta frente a un cierto contexto
que puede incluir estímulos externos e internos, y que pueden parecer
automáticas porque se emiten con mucha fluidez a causa de su extenso
entrenamiento.
Esto no implica que debamos considerar a los pensamientos como causas
de otras conductas. Una conducta nunca es causa de otra conducta (en el
sentido de que la ocurrencia de una determine la ocurrencia de la que sigue).
La causa es siempre todo el contexto, la particular constelación de estímulos.
Una conducta, y sus efectos, puede participar de la constelación de estímulos
para una conducta subsiguiente, pero no causarla mecánicamente por sí sola.
Un pensamiento puede formar parte del contexto de una conducta
inmediatamente posterior, pero nunca la determina completamente; si ese
fuera el caso, cometeríamos un asesinato cada vez que pensáramos “te voy a
matar” cuando alguien se mete delante nuestro en la fila de la cafetería. Pero
no sucede, porque la función de ese “te voy a matar” no es mecánica sino
contextualmente determinada.
Si traducimos todo esto a un lenguaje más coloquial, significa que lo que
usualmente llamamos sentimientos y pensamientos, como así también otros
eventos que involucran alguna clase de estimulación interna, no tienen
funciones psicológicas fijas, sino que las mismas son establecidas de manera
relativamente arbitraria por la comunidad verbal a lo largo de la
socialización. Un estímulo interno cualquiera (por ejemplo, la percepción de
las pulsaciones del corazón), no tiene funciones psicológicas fijas sino que
también están determinadas por la historia y el contexto en que se
experimenta: puede llevar a conductas de evitación en ciertos casos y a
conductas de aproximación en otros (por ejemplo, un deportista que intenta
mantener sus pulsaciones por encima de cierto ritmo). Así, por ejemplo, el
enojo se asocia con conductas de aproximación en ciertas culturas y con
conductas de retirada en otras (Boiger et al., 2018). Lo mismo aplica a las
conductas encubiertas como pensamientos y creencias: no tienen un papel
mecánico según su topografía (por ejemplo, asumir que un pensamiento de
contenido negativo o irracional puede automáticamente llevar a conductas
problemáticas), sino que también su impacto psicológico está mediado por la
historia de aprendizaje específica y el contexto en que ocurre. Un mismo
pensamiento puede tener distintos efectos psicológicos según el contexto en
que sea emitido.
Comprender el impacto del mundo interno requiere comprender las
prácticas culturales y verbales específicas de la sociedad en la que está inserta
la persona, ya que son inseparables del papel psicológico de todas las
experiencias internas. Es el contexto el que determina su impacto, no su
forma particular. Por eso a ningún pensamiento, sentimiento, sensación física,
impulso de acción, se le adjudica un efecto intrínseco, sino que el mismo
depende del entramado contextual histórico y actual en que ocurre. Allí es
donde debemos llevar la mirada, diría Skinner, si queremos mejor predecir e
influenciar la conducta: a la historia, al contexto de las conductas.
Puede trazarse así una línea directa que va desde el artículo de 1945 hasta
las terapias conductuales o contextuales contemporáneas. En efecto, dichas
terapias, en lugar de intentar modificar el contenido de las emociones o
pensamientos clínicamente relevantes intentan modificar su función por
medio de generar con interacciones e intervenciones clínicas una suerte de
microcomunidad verbal en la cual esos eventos funcionen de otra manera. Un
contexto socioverbal diferente en el cual, por ejemplo, una emoción no lleve
a conductas de evitación sino de contemplación, o en el cual los
pensamientos pierdan parte de su influencia sobre otras conductas. Así, por
ejemplo, en lugar de cambiar la intensidad de las experiencias internas de
miedo, un terapeuta contextual intentará generar un contexto en el cual sus
funciones aversivas del miedo se vean reducidas (digamos, reducir la
tendencia a la evitación sin cambiar la intensidad de la emoción). La terapia
se convierte así en una pequeña cultura en la cual los eventos privados
pueden adquirir nuevas funciones, que pueden ser paulatinamente
generalizadas al resto de la vida de la persona.
Observaciones finales
Por lo expuesto hasta aquí probablemente haya quedado en claro que para
conductismo radical los eventos internos son válidos y relevantes. Los aborda
como eventos físicos, estímulos y conductas que son privados o encubiertos,
sin que esto signifique que sean mentales ni tampoco que se puedan reducir a
fenómenos fisiológicos. Es una posición ontológica completamente diferente
para la psicología. En lugar del dualismo que es predominante en psicología,
se propone un abordaje monista que asume que todos los eventos
psicológicos son de una misma naturaleza; distinguir entre público y privado
no es equivalente a distinguir entre físico y mental. Tanto lo público como lo
privado son eventos físicos. Pero lo notable es que Skinner hace esto sin
adoptar una posición reduccionista.
Usualmente cuando una posición psicológica postula que todo es físico,
termina cayendo en un reduccionismo de tipo biologicista, que insiste en
reducir lo psicológico a lo biológico. El “cerebrocentrismo” (la reducción de
fenómenos psicológicos a fenómenos cerebrales) es un buen ejemplo de esto.
Skinner y el conductismo radical en general han batallado furiosamente
contra estos reduccionismos. Skinner no le atribuye mayor eficacia causal a
los procesos fisiológicos o neurológicos del organismo: son partes de la
conducta, de la actividad de un organismo integrado en interacción con su
ambiente y su historia. Son parte de la constelación o de sus mecanismos de
funcionamiento, mas no causas intrínsecas. El siguiente pasaje de Flanagan
que creo que puede ser particularmente ilustrativo:
Cerrando
Referencias
Boiger, M., Ceulemans, E., De Leersnyder, J., Uchida, Y., Norasakkunkit, V.,
& Mesquita, B. (2018). Beyond essentialism: Cultural differences in
emotions revisited. Emotion, 18(8), 1142–1162. doi.org
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Delaney, P. F., & Austin, J. (1998). Memory as behavior: The importance of
acquisition and remembering strategies. The Analysis of Verbal Behavior,
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5 Como decía Oscar Wilde, si hay algo que no puedo resistir es la tentación.
6 Por aquello de “si no puedes vencerlos, confúndelos”.
7 En Bizancio (que luego se llamó Constantinopla, y hoy Estambul), florecieron entre los siglos IV y
XV las discusiones interminables entre las gentes del pueblo sobre cuestiones teológicas insolubles,
como el sexo de los ángeles, si Jesús tiene una o dos naturalezas, y cuestiones similares. Al no haber
manera efectiva de zanjar esas diferencias de opinión las controversias nunca terminaban, y esto llevó a
la expresión “discusión bizantina” para referirse a discusiones que se prolongan sin vislumbre de
solución. Históricamente, esas discusiones sólo se resolvieron por el recurso a la autoridad, bajo la
forma de concilios y dictámenes imperiales. Debemos cuidar que la psicología no sufra el mismo
destino.
8 Es conocido el caso de Augusto Comte, que a principios del siglo XIX afirmó que nunca podríamos
saber de qué están hechas las estrellas ya que no podemos viajar hasta ellas y tomar una muestra. La
predicción fue de corto vuelo: unos pocos años después de su muerte la física fue capaz de establecer la
composición de las estrellas analizando el espectro de luz que emiten.
9 Como testimonio de la fertilidad de la propuesta de Watson, baste señalar que varios principios del
condicionamiento clásico siguen siendo utilizados, mientras que no podemos decir lo mismo de la
psicología introspectiva de la época.
10 Hay varias versiones de ese texto que se han incluido en diferentes publicaciones y antologías con
ligeras variaciones, lo que puede prestarse a confusión. El texto publicado en 1945 es la transcripción
de la participación de Skinner en el simposio sobre operacionismo, a la cual se le agregaron algunos
comentarios de Skinner posteriores al simposio. El texto también se incluye en la compilación de
artículos Cumulative Record, ligeramente adaptado y con los comentarios de Skinner sobre el simposio
añadidos al final. Partes de ese artículo con mínimas modificaciones aparecerían también en otros libros
de Skinner, como Conducta Verbal, y Ciencia y Conducta Humana. En 1984 se publicó una versión
revisada y ampliada, que incluye comentarios de una veintena de especialistas en el área, y las
respectivas respuestas de Skinner. Esa versión es la que aquí glosaré. Una versión más accesible de esas
mismas ideas está en Sobre el conductismo (Skinner, 1974b).
11 Filosóficamente esta es una posición muy similar a la del Wittgenstein tardío, coincidencia que ha
sido señalada varias veces: “en ambas perspectivas el lenguaje es visto como algo natural, con un
énfasis en los efectos de la conducta verbal y en la situación en la cual sucede la conducta verbal” (Day,
1969).
12 La traducción es mía.
13 Para un ejemplo muy ilustrativo, vean en ese artículo el análisis conductual que se hace del término
“ansiedad”.
14 Similar a cómo cantamos “bingo” cuando se marcan todos los números del cartón, es decir cuando
se produce una determinada constelación de estímulos.
15 “Ver” aquí, significa responder diferencialmente. Por supuesto que nuestros ojos occidentales “ven”
el mismo espectro cromático, pero sin las palabras y la comunidad verbal, carecemos del entrenamiento
para responder diferencialmente a ciertas longitudes de onda.
16 El conocido caso del vestido que se hizo viral en internet hace varios años, del cual no estaba claro
si era azul y negro o blanco y dorado, es un buen ejemplo de eso: dado que se trataba de una ilusión
óptica que alteraba cómo cada quien lo percibía, el estímulo público no era homogéneo y por tanto la
comunidad verbal no pudo ponerse de acuerdo en cuál era el término “correcto”.
17 Hay 4 vías indirectas que Skinner señala como posibles para que la comunidad verbal lleve a cabo
este entrenamiento. Por cuestiones de espacio no me ocuparé de ellas aquí, pero pueden consultarlas en
el artículo del 45, o en el segundo capítulo de Sobre el conductismo (Skinner, 1974a).
18 Además, los estímulos internos no son discretos y estáticos, sino más bien continuos y dinámicos: es
bastante difícil, por ejemplo, percibir exactamente los bordes y límites de una sensación física.
19 Como ejemplo podemos citar nada menos que a Mario Bunge afirmando que el conductismo “deja
de lado fenómenos no conductuales como la emoción, la imaginación, y la conciencia” (…) “se interesa
exclusivamente de la conducta y se desentiende por completo de la mente” (Bunge & Ardila, 2002, p.
63).
UNA IDEA ES UN MEDIO DE TRANSPORTE
Pragmáticos
Whatever works
Cuando usamos el término “pragmático” solemos emplear el sentido político
coloquial del término, refiriéndonos a alguna decisión o acción que está
orientada exclusivamente hacia obtener resultados eludiendo consideraciones
éticas o ideológicas que se juzgan superfluas. Decimos que un político ha
actuado de manera pragmática cuando ha realizado tal o cual concesión
ideológica o partidaria para alcanzar algún objetivo22. La idea detrás de este
uso del término “pragmático” es que lo único que importa son los resultados:
lo que sea que funcione es válido.
Esto suele derivar en un criterio para la verdad que quizá hayan oído en
relación con el pragmatismo y el conductismo –aquel que postula,
aproximadamente, que es verdadero lo que funciona. Esto se interpreta como
que cualquier acción que arroje algún resultado favorable es por ello
verdadera. Se trata de un eslogan con aire maquiavélico que se escucha cada
tanto en boca de conductistas: si funciona, es verdadero. Los resultados de
una acción obrarían una suerte de alquimia retroactiva sobre los enunciados.
Así formulado, suele llevar a considerar que, por ejemplo, si mentirle a un
paciente conduce a una mejoría clínica, esa mentira sería por tanto verdadera
–o, sin llegar al extremo de una mentira flagrante, que si una historia o
narrativa es efectiva en lograr un resultado, eso la vuelve verdadera. Por mi
parte, creo que esta forma de interpretar el criterio de verdad es no sólo a
todas luces problemática, sino también poco consistente con la perspectiva
pragmática adoptada por el conductismo radical y contextualismo funcional.
Permítanme desarrollar.
Lo primero que podríamos objetar es que la verdad es una propiedad de
una proposición, enunciado, hipótesis, o creencia, pero no una propiedad de
una acción, por lo cual adjudicarle a una acción el carácter de “verdadera”
tiene tanto sentido como hablar de equitación protestante. Stephen Pepper, en
su libro World Hypotheses, lo expresó en los siguientes términos: “[esta
definición] no define verdad y error; meramente señala hechos existentes.
Algunas acciones son exitosas y alcanzan sus metas, y otras no” (Pepper, en
Maero, 2022, p. 47). Esto es, de una acción podemos decir que ha sido
exitosa o fallida, pero no verdadera o falsa. Cuando una flecha da en el
blanco podemos hablar de que el disparo fue acertado, pero no que fue
“verdadero” (salvo que tomemos el término en sentido muy amplio). Si ese
fuese el caso, “exitoso” sería sinónimo de “verdadero”, con lo cual
tendríamos dos términos para un mismo concepto y podríamos ahorrarnos
uno.
Partiremos de un mejor lugar si, en cambio, reservamos el calificativo
“verdadero” no para las acciones, sino para los enunciados. Podríamos
entonces reformular la afirmación, diciendo “cualquier enunciado que lleve a
una acción efectiva es verdadero”. Esta objeción es un poco mejor, pero creo
que sigue siendo problemática, pero necesito avanzar un poco más para
explicar por qué.
Esto, siguiendo a Talisse y Aikin (2008, p. 10), puede entenderse como “si
fuéramos a realizar la acción A, observaríamos el resultado B”. Esto es,
afirmar que “el diamante es el material más duro que existe” significa –entre
otras cosas– que, si fuéramos a frotar un diamante contra un trozo de metal,
se rayaría el metal y no el diamante. Desde esta perspectiva el enunciado “un
diamante es duro” especifica las consecuencias de las acciones guiadas por el
mismo. La máxima pragmática indica que el sentido de toda proposición o
enunciado puede aclararse especificando las consecuencias de las acciones
que por ella se guían. Por ejemplo, esta es la definición que Peirce (que
además de ser uno de los originadores del pragmatismo y fundador de la
semiótica, era un matemático y científico) proporciona sobre el concepto del
metal litio en su escrito Diversas concepciones lógicas, de 1903:
“Verdad” significa, eso está claro, acuerdo, correspondencia entre la idea y el hecho, mas,
¿qué significan, a su vez, “correspondencia”, “acuerdo”? En el racionalismo significan “una
relación inerte, estática” que de tan última nada más puede decirse sobre ella. En el
pragmatismo significan el poder directivo o conductor que tienen las ideas, en virtud del cual
“nos sumergimos de nuevo en los particulares de la experiencia” y, si con su ayuda
establecemos aquella disposición y conexión entre objetos experimentados que la idea
pretende, ésta queda verificada; es decir, se corresponde con las cosas con las que pretende
cuadrar. Verdadera es la idea que funciona a la hora de conducirnos a lo que se intenta
decir. O también: “cualquier idea que nos transporte felizmente desde cualquier parte
de nuestra experiencia a cualquier otra, vinculando entre sí cosas satisfactoriamente,
operando de modo seguro, simplificando, ahorrando trabajo, es verdadera justamente
por eso, verdadera en esa medida”. (Dewey, 1908/2000, p. 82, el énfasis es mío)
[El pragmatismo es como] un pasillo de un gran hotel, donde hay cien puertas que se abren
sobre cien habitaciones. En una hay un reclinatorio y un hombre que quiere reconquistar la
fe; en otra un escritorio y un hombre que quiere acabar con toda la metafísica; en una tercera
un laboratorio y un hombre que quiere encontrar nuevos “puntos de agarre” sobre el futuro…
Pero el pasillo les pertenece a todos y todos lo transitan: y si en alguna oportunidad suceden
conversaciones entre los distintos huéspedes, ningún camarero es tan villano como para
impedirlas. (Papini, 1905/2011, p. 90)
un cazador sale de su cabaña hasta una pradera en la cual cree que hay ciervos. Su camino es
obstruido por un arroyo [que bloquea] su camino hacia la pradera. Observa la situación, trae
sus recuerdos y conceptos para afrontarla, y formula una hipótesis verbal o un equivalente,
que consiste en (…) una sucesión de actividades[:] recoger una pértiga, subirse a un tronco,
empujarse con la pértiga, lo cual lo lleva a la otra orilla, donde prosigue su camino. (Pepper,
en Maero, 2022, p. 42)
Si vemos el ejemplo a la luz de las CGR, está claro que lo que Pepper está
describiendo allí es básicamente una instancia de tracking25: para resolver el
obstáculo, el cazador formula una regla bajo la forma de una hipótesis
(aproximadamente “si me subo al tronco y me empujo con la pértiga, puedo
cruzar el arroyo”); a continuación utiliza esa hipótesis para gobernar una
secuencia de acciones (recoger la pértiga, subirse a un tronco, empujarse),
que produce la consecuencia deseada de llegar a la otra orilla, resolviendo así
el problema. Decimos entonces que su hipótesis fue verdadera (funcionó
porque era verdadera), y podemos denominar al evento completo como una
instancia efectiva de tracking.
Podemos señalar entonces que, al menos en este caso “verdadero” es algo
que decimos de una regla (track) que participa en una instancia de tracking
en la cual han sucedido las consecuencias esperadas. En este sentido,
“verdad” se refiere a un track efectivo, un enunciado que al ser puesto en
acciones lleva confiablemente a ciertas experiencias. Decir que es verdadero
un enunciado como “la tierra es redonda” significa que si fuéramos actuar
guiándonos por ese enunciado hay ciertas cosas que sucederían –por ejemplo,
que podríamos llegar a las Indias desde España yendo hacia el occidente26.
Por eso mencioné antes que no se trata de “cualquier cosa que funcione es
verdadera”. Que una acción tenga algún efecto deseable no la hace verdadera:
tiene que suceder la consecuencia específica implicada por el track, no
cualquier experiencia por deseable que fuese27.
Consideren la diferencia entre las frases “sospecho que p” o “me parece que p”, por un lado,
y “afirmo que p” o “creo que p” por otro. Lo que hago cuando uso las primeras dos es
distanciarme de las obligaciones que vienen con la afirmación. Esas obligaciones incluyen
comprometerme a predecir que la experiencia se alineará con la creencia […] También me
comprometo a defender p, a argumentar que yo y otros estamos justificados al afirmarlo y
creerlo […] Afirmar nos compromete, cuando así se nos requiere, a involucrarnos en la
actividad de justificación. No ver que uno incurre en un compromiso, no ver que uno debe
ofrecer razones para la propia creencia, resulta en la degradación de la creencia en algo más
parecido al prejuicio y la terquedad. (Misak, 2007, p. 71, el destacado es mío)
Cerrando
De acuerdo a lo que hemos visto hasta aquí, “verdadero” es algo que decimos
de un track efectivo, uno que ha funcionado en una determinada instancia, en
el sentido de ocasionar las consecuencias prometidas (y que esperamos que
funcionará en otras). Parafraseando a James, un track verdadero es un medio
de transporte que permite llegar a las experiencias que promete.
Pero llegar a esos tracks suele requerir en primera instancia algo de pliance
y augmenting, es decir, guiarnos por enunciados socialmente respaldados que
nos señalan los tracks que otras personas han encontrado efectivos: es el
proceso de transmisión del conocimiento en la sociedad que nos permite
aprovechar la experiencia de quienes vinieron antes que nosotros (caso
contrario cada quien tendría que volver a inventar la rueda). En esos casos, el
calificativo de verdadero es utilizado como una brújula que señala dónde
podemos encontrar las consecuencias concretas. Los procesos de pliance y
augmenting pueden resultar útiles como una forma de conducirnos a la
verdad, pero en última instancia esta radica en el track efectivo señalado.
Vista de esta manera, la verdad es un concepto con múltiples funciones
psicológicas, que encontramos indisolublemente ligado a la acción humana
situada en su contexto sociohistórico particular. Analizarlo puramente en sus
aspectos lógicos es empobrecerlo y volvernos ciegos a una parte sustancial de
sus posibilidades, a su compleja participación en la trama incesante de la vida
humana.
Referencias
20 Durante el texto, todo lo dicho sobre conductismo radical puede aplicarse también al contextualismo
funcional, y de manera general a los abordajes psicológicos que adoptan versiones del pragmatismo.
21 Si es que estar parados en algún lugar puede considerarse una actitud filosófica.
22 No vaya a ser cosa que los escrúpulos o el pensamiento vengan a estorbar los actos de gobierno.
23 Si traemos aquella idea de “lo que funciona es verdadero”, y la examinamos a la luz de la máxima
peirceana, está claro que tendríamos que decirlo exactamente al revés: no sería correcto afirmar que un
enunciado o proposición es verdadero porque funciona, sino que funciona porque es verdadero. Esto no
es un mero juego de palabras: de lo que se trata es que cuando una proposición es verdadera las
acciones guiadas por ellas producen confiablemente ciertas consecuencias, que no suceden cuando la
proposición es falsa.
24 Se trata de términos en inglés de difícil e ingrata traducción, por lo cual he optado por mantenerlos
en su idioma original.
25 Es engañoso distinguir tracking y pliance sin conocer la historia involucrada, pero supongamos a
fines del texto que el cazador está siguiendo esa regla por una historia que involucra las consecuencias
naturales de seguir esa regla, más que consecuencias administradas socialmente.
26 De paso, Colón sabía perfectamente que la Tierra era redonda. Su polémica consistió en sostener
que era más pequeña de lo que se había calculado, y que por tanto llegar a las Indias por rumbo oeste
era factible. Se equivocó, y el viaje le hubiera llevado muchos meses más de navegación de no haberse
topado con América antes –por suerte para mí, que si no, estaría escribiendo en este momento en el
medio del Atlántico.
27 En rigor de verdad, un track no nos dice nada sobre el mundo o su estructura, sino solamente sobre
lo que puede suceder si llevamos a cabo cierta acción en cierto contexto. Esto nos permite entender
mejor por qué el conductismo tiende a ser antiesencialista (o a-ontológico, para usar un término que
detesto): un track no dice nada muy sustancioso respecto a la estructura de la realidad, sino sólo que si
hacemos B podemos esperar C.
28 Sólo cuando a alguien se le ocurrió postular que existía un “verdadero” dios fue que empezaron a
correr ríos de sangre al respecto –nadie se mata por un dios incierto.
TODO LO QUE USTED SIEMPRE QUISO
SABER ACERCA DEL CONCEPTO DE
FUNCIÓN (PERO NUNCA SE ATREVIÓ A
PREGUNTAR)
Función y causalidad
Todos los filósofos, de todas las escuelas, imaginan que la causalidad es uno de los axiomas o
postulados fundamentales de la ciencia, sin embargo, curiosamente, en ciencias avanzadas
como la astronomía gravitacional, la palabra ‘causa’ nunca aparece (…) Creo que la ley de la
causalidad, como muchas de las cosas que pasan entre los filósofos, es una reliquia de una
época pasada, que sobrevive como la monarquía, sólo porque se supone erróneamente que no
hace daño. (Russell, 1912)
(…) la mayor parte de la psicología (…) tiende a tratar su tema de manera episódica. Muchos
tipos de investigación psicológica examinan episodios en la vida de los organismos,
fragmentos de un proceso en curso y atribuyen la causalidad a las características inmediatas
del episodio. Por el contrario, la investigación informada por el conductismo radical permite
examinar los procesos conductuales extendidos en el tiempo y permite identificar las
relaciones entre el comportamiento y otros eventos que también ocurren a lo largo del
tiempo. Los patrones de comportamiento pueden establecerse durante un largo período de
tiempo mediante patrones de consecuencias, y sin la exigencia de contigüidad el modo causal
del conductismo radical permite múltiples escalas de análisis. Esto quiere decir que cuando
los eventos conductuales y ambientales no revelan relaciones contiguas, el nivel de análisis
puede ser cambiado a la abstracción de patrones. (Chiesa, 1992, p. 1291)
Si por algún milagro han llegado hasta aquí, probablemente estén objetando
que aún no he proporcionado una definición del término función, sino más
bien hablando de su relevancia conceptual.
Ya voy, ya voy, ténganme paciencia.
Dicho de manera sencilla (y créanme, hay mucha tela para cortar sobre este
punto, pero por algún lado hay que empezar), cuando hablamos de función en
el análisis de la conducta estamos hablando de una relación entre eventos,
más específicamente de las relaciones entre eventos del contexto y eventos
conductuales.
Como quizá ya hayan notado, los conceptos del análisis conductual son en
su mayoría relaciones. Por ejemplo, reforzamiento y castigo se refieren a una
determinada relación entre conductas y consecuencias; hablar de un estímulo
discriminativo involucra hablar de una relación entre un estímulo, una
determinada consecuencia, y una conducta; una operación motivacional es la
relación entre un evento, una conducta y su consecuencia, y así.
Entonces, cuando decimos que un evento, sea un estímulo o una conducta,
tiene una determinada función, lo que estamos diciendo es que participa en
una determinada relación con otro evento, que puede ser otra conducta u otro
estímulo. Por ejemplo, decir que una conducta tiene una función de escape de
los perros (supongamos, en un caso de fobia), es señalar una relación entre
esa conducta y esa clase de estímulos (digamos, correr, pero no en cualquier
momento, sino cuando aparece un perro, poniendo distancia con él). En este
caso, sería incorrecto decir que el perro causa la huida: la causa, en rigor de
verdad, es todo el contexto actual, y además el contexto histórico, la historia
de aprendizaje que ha participado en la emisión de esa conducta (Bouton &
Balleine, 2019). En esa situación el perro es un estímulo que ha adquirido una
determinada función, es decir, que guarda ciertas relaciones con cierta clase
de conductas que ocasionan ciertas consecuencias.
De la misma manera, cuando hablamos de la transferencia o
transformación de la función de un estímulo, lo que estamos diciendo es que
un estímulo ha adquirido funciones similares a las de otro estímulo –por
ejemplo, cuando el sonido “mamá” adquiere algunas de las funciones de la
persona a la que designa, significa que se responde con conductas similares
en ciertos contextos. Y cuando intentamos modificar la función de un
determinado estímulo (por ejemplo, de una emoción o sensación física
displacentera) no intentamos modificar sus características formales (que sea
más o menos intensa) sino las relaciones que ese estímulo tiene con otros
eventos del contexto y la conducta (por ejemplo, que en lugar de suscitar
conductas de evitación suscite conductas de contemplación).
Identificar las relaciones entre los eventos del contexto y los eventos
conductuales nos permite mejor predecir e influenciar la conducta para
diversos fines –este es en definitiva el sentido de realizar un análisis o
evaluación funcional. Mientras que un análisis topográfico o formal describe
las características de la conducta o estímulos involucrados, un análisis
funcional describe las relaciones que esos eventos guardan entre sí.
Por ejemplo, si nos ocupamos de las conductas autolesivas de una persona,
podemos comenzar realizando un análisis formal, describiendo entonces la
intensidad de las lesiones, la zona del cuerpo, el tiempo empleado, etc. Pero
meramente describir la forma de la conducta no nos ayudaría a comprender
por qué sucede, es decir, no nos deja en condiciones de predecir e influenciar
su ocurrencia. Para lograr ello necesitamos analizar las relaciones que esa
conducta tiene con elementos clave del contexto, es decir, realizar un análisis
de las funciones que tiene: un análisis funcional. Examinando entonces las
relaciones que tiene con el contexto podemos establecer la función que tiene
el autolesionarse –por ejemplo, si tiene como consecuencia generar alivio de
emociones dolorosas o si tiene como consecuencia alterar la atención de otras
personas, entre otros posibles escenarios. Es decir, analizamos las relaciones
que las autolesiones tienen con el contexto: cuáles son sus antecedentes,
cuáles son sus consecuencias. La función que las autolesiones tuvieren no es
algo intrínseco a las mismas, sino que puede variar en diferentes contextos.
Dicho más precisamente: una misma conducta puede tener distintas funciones
en distintos contextos. Consumir alcohol en un contexto puede tener la
función de aliviar un malestar, mientras que en otro contexto puede tener la
función de suscitar aprobación social –pero en cualquier caso no puedo
saberlo sin examinar el contexto en que sucede el consumo.
Por esto el análisis conductual critica a los modelos de psicoterapia que
asignan funciones fijas a las conductas –como por ejemplo los que afirman
que las autolesiones son (siempre) un llamado de atención, o que soñar con
tal objeto tiene siempre tal o cual sentido psicológico. La crítica conductual a
ese tipo de afirmaciones no es que sean falsas, sino más bien que, hasta tanto
no se determine para ese caso en ese contexto en particular qué relaciones
guarda esa conducta con ese contexto, no es posible saber a ciencia cierta
cuál es su función. Es como afirmar que la función del agua es siempre
apagar fuegos, en todo contexto y situación: podría ser que sí tuviera esa
función en un contexto en particular, pero asignarle esa función, para todos
los casos, en todos los contextos, de manera apriorística, es un abordaje
descontextualizado y por tanto fatalmente incompleto. Es por eso que la
respuesta por excelencia que da el análisis de la conducta respecto a por qué
sucede una conducta determinada es depende –depende del contexto. Esto no
implica que no se pueda generalizar, claro está. Una serie de análisis
funcionales bien realizados nos pueden permitir formular generalizaciones de
manera inductiva y permitirnos conjeturar la función probable de una
conducta en contextos con ciertas características.
Por ejemplo, a partir de varios análisis funcionales y de otros tipos de
evidencia convergente sobre los intentos de suicidio, podemos conjeturar que,
en nuestro entorno sociocultural y en este momento histórico, la función
principal de una buena parte de las conductas suicidas probablemente sea el
alivio del malestar –pero esto no es una certeza ni una universalidad, sino
más bien una hipótesis de trabajo a comprobar por medio de examinar los
contextos particulares en los que sucede. Es un conocimiento local,
probabilístico, y en última instancia provisorio, no una certeza cósmica
inmutable.
De manera similar, la terapia de aceptación y compromiso, a partir de la
inducción de numerosos análisis funcionales y de otra evidencia convergente,
sostiene como hipótesis de trabajo que en el corazón de varios fenómenos
clínicos radican conductas con función de evitación (entre otras). Esto
proporciona no una certeza, sino una conjetura inicial que podemos utilizar
en el trabajo clínico: al trabajar con una persona con un trastorno de ansiedad,
en lugar de testear todas las posibles funciones que alguna conducta
clínicamente relevante pudiera tener, tarea de una envergadura descomunal
para el ámbito clínico, testeamos la hipótesis de que tiene principalmente una
función de evitación. Esto resulta útil y necesario porque en rigor de verdad,
en la clínica no podemos realizar análisis funcionales propiamente dichos, no
sólo porque no podemos controlar el contexto de los pacientes con fines de
experimentación, sino porque además no tenemos acceso al contexto en el
que suceden la mayoría de las conductas de interés clínico, sino sólo al relato
de ese contexto por parte de nuestra paciente.
Por ejemplo, generalmente las autolesiones que analizamos no suceden
durante la sesión, sino que son relatadas días después de ocurridas, y ese
relato suele ser estar nublado por la distancia, mostrarse fragmentario y omitir
detalles cruciales, por lo cual suplementar ese relato con la evidencia que
surge del estado del arte nos permite mejor navegar la actividad clínica,
hipotetizando que esas conductas tienen ciertas funciones, y explorando si se
trata de esas funciones en particular en lugar de explorar todas las posibles.
Cerrando
Referencias
29 Es el mismo tipo de confusión que se encuentra cuando se afirma que un rasgo adquirido
evolutivamente surgió para cierto propósito (“el tigre evolucionó su pelaje a rayas para camuflarse”): la
evolución no planifica, sino que sucede y tiene ciertas consecuencias
HABLANDO DE LO INACCESIBLE (Y
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE
EXPOSICIÓN Y ACEPTACIÓN)
La respuesta ‘me duele la muela’ está parcialmente bajo control de una situación a la cual
sólo el hablante es capaz de reaccionar, ya que nadie más puede establecer la conexión
requerida con el diente en cuestión. No hay nada misterioso ni metafísico en esto; es
simplemente un hecho que cada hablante posee un pequeño pero importante mundo privado
de estímulos. Hasta donde sabemos, las respuestas a ese mundo son como las respuestas a
eventos externos. (Skinner, 1945/1984, p. 548)
…en 1953:
Cuando decimos que la conducta es función del ambiente, el término ‘ambiente’ se refiere a
cualquier hecho del universo capaz de afectar al organismo. Pero el universo también se
encuentra dentro del propio organismo. Por tanto, algunas variables independientes pueden
estar relacionadas con la conducta de una manera exclusiva. […] Los hechos que acontecen
en el curso de un estado de excitación emocional o en estados de privación son
frecuentemente, y por esta misma razón, singulares; en este sentido, nuestros alegrías, penas,
amores y odios son exclusivamente nuestros. En otras palabras, una pequeña parte del
universo es privada para el individuo. (Skinner, 1953/2022)
Una parte pequeña pero importante del universo está encerrada dentro de la piel de cada
individuo y, hasta donde sabemos, es accesible únicamente para él. Esto no conlleva que este
mundo privado esté hecho de algún material distinto que sea de cualquier manera diferente
del mundo fuera de la piel o dentro de la piel de otro individuo. (Skinner, 1957, p. 130)
…en 1974:
Una pequeña parte del universo está contenida dentro de la piel de cada uno de nosotros. No
hay razón alguna por la cual debería tener un estatus físico especial por encontrarse dentro de
esos límites, y eventualmente la anatomía y fisiología deberían brindarnos una explicación
completa del mismo. […] Lo sentimos y en cierto sentido lo observamos, y parecería necio
ignorar esta fuente de información meramente porque sólo una persona puede hacer contacto
con un mundo interno.(Skinner, 1974, p. 24)
Podría citar otros ejemplos, pero con estos bastará por ahora. Se trata del
mismo argumento (la redacción es casi idéntica, de hecho), reiterado en
distintas publicaciones a lo largo de décadas. Reformulado en términos un
poco más coloquiales: la subjetividad, en el sentido de la existencia de un
mundo de experiencias privadas que afectan de una manera especial al
individuo, ha sido siempre un tema de sumo interés para el conductismo.
Ahora bien, lo que el conductismo emperradamente se ha negado a hacer
es otorgarles un estatus especial, diferente al resto del mundo en su impacto
sobre la conducta. En particular, ha negado que estos estímulos tengan una
potencia causal especial. Afirmar que un determinado sentimiento causa una
o varias conductas, es como afirmar que el sonido de una notificación del
teléfono es la causa de que yo lo encienda y la revise. Suponer eso pasa por
alto que para que yo revise el teléfono al escuchar el sonido de la notificación
es necesario que haya pasado por una cierta historia de aprendizaje y la
presencia de un cierto ambiente actual. Esa es la razón por la cual si suena
una notificación mientras estoy trabajando con una paciente, por ejemplo, no
voy a revisar el celular. Si el sonido de la notificación fuera una causa (así
como el relámpago causa el trueno), debería de revisar el teléfono cada vez
que suena, cosa que no sucede. En lugar de eso, el efecto conductual de esa
notificación está siempre contextualmente determinado: en algunas
situaciones cuando suena una notificación reviso el celular, en otras lo
ignoro, en otras lo apago, etc.
Entonces, la función de los estímulos de ese mundo privado depende, en
última instancia, del contexto, lo cual incluye tanto el ambiente actual como
la historia de aprendizaje particular con esos estímulos. Esta afirmación, por
supuesto, es válida tanto para el mundo de los estímulos públicamente
observables como para el mundo de los estímulos privados, de allí el énfasis
de Skinner en señalar que aplican los mismos principios conductuales.
Citando a DeGrandpre y colaboradores (1992, p. 9): “El conductismo
radical postula que los eventos interoceptivos (privados) pueden
conceptualizarse de la misma manera que los eventos exteroceptivos
(públicos). (…) Como respuestas, pueden ser reforzadas y castigadas; como
estímulos discriminativos (Sd), pueden establecer la ocasión para respuestas
que pueden ser públicas o privadas”.
Pero aquí es donde llegamos a un punto del cual casi ninguna otra tradición
se ha ocupado: ¿cómo demonios es que un estímulo privado adquiere sus
funciones? Especialmente: ¿cómo es que aprendemos a hablar y actuar sobre
ese mundo privado?
Colores en la oscuridad
Hablando de lo inaccesible
Las contingencias verbales de reforzamiento explican por qué informamos lo que sentimos o
lo que introspectivamente observamos: La cultura verbal que ordena tales contingencias no
habría evolucionado si no hubiera sido útil. Las condiciones corporales no son causas del
comportamiento, sino que son efectos colaterales de las causas. Las respuestas de las
personas a las preguntas sobre cómo se sienten o qué piensan a menudo nos dicen algo sobre
lo que les ha sucedido o lo que han hecho. Podemos entenderlos mejor y es más probable que
anticipemos lo que harán. Las palabras que usan son parte de un lenguaje vivo que los
psicólogos cognitivos y los analistas del comportamiento pueden usar sin vergüenza en su
vida diaria.
La metáfora interior
Veamos entonces si lo expuesto hasta ahora puede arrojar alguna luz sobre el
vínculo entre exposición y aceptación.
Como probablemente sepan, los procedimientos de exposición se cuentan
entre los más antiguos y más nobles recursos para la modificación de
conducta. Se trata de un recurso notablemente plástico, y hay una larga
historia de investigación sobre su impacto clínico. El interés clínico y
conceptual sobre aceptación, en cambio, es bastante más reciente. Por
supuesto, la aceptación no es un concepto nuevo (Williams & Lynn, 2010),
pero los procedimientos de aceptación entraron al mundo clínico cognitivo-
conductual de manera más protagónica en los últimos quince o veinte años,
principalmente de la mano de ACT (Hayes et al., 1999).
Para explorar los lazos entre ambos conceptos, necesitamos tener en claro
sus definiciones. Por suerte, más allá de variaciones, se trata de conceptos
con definiciones bastante claras. La definición de exposición ha ido
cambiando a lo largo de la historia de la disciplina, pero podemos definirla
como el “proceso de ayudar a una paciente a acercarse e involucrarse con
estímulos provocadores de ansiedad (..) sin utilizar habilidades de
‘afrontamiento’ para reducir la ansiedad” (Abramowitz et al., 2019, p. 4).
Por su parte la aceptación, tal como ACT la entiende, está estrechamente
ligada al concepto de evitación experiencial: “el fenómeno que ocurre cuando
una persona no está dispuesta a permanecer en contacto con experiencias
privadas particulares (e.g., sensaciones corporales, emociones, pensamientos,
recuerdos, predisposiciones conductuales), y lleva a cabo acciones para
alterar la forma o frecuencia de esos eventos y los contextos que las
ocasionan” (Hayes et al., 1996, p. 1154). Aceptación, por su parte, es “la
adopción voluntaria de una posición intencionalmente abierta, receptiva,
flexible y no evaluativa respecto a la experiencia momento a momento. La
aceptación está apoyada por una disposición a tomar contacto con
experiencias privadas perturbadoras o las situaciones, eventos, o
interacciones que probablemente las disparen” (Hayes et al., 2012, p. 272).
En otros lugares he señalado que aceptación, en tanto contracara de la
evitación experiencial, podría más propiamente ser denominada como
aceptación experiencial.
Suele argumentarse que aceptación es simplemente exposición con otro
nombre, pero creo que hay más tela para cortar aquí. Quizá puedan notar que
las dos definiciones tienen un énfasis ligeramente diferente. En el caso de
exposición se habla de acercarse “a los estímulos provocadores de ansiedad”,
mientras que aceptación enfatiza “tomar contacto con experiencias privadas”.
Creo que ahí está el carozo de la aceituna.
La exposición se ha enfocado mayormente en el acercamiento a estímulos
públicos, esto es, situaciones, objetos, personas, animales. Incluso cuando la
exposición se hace en formato imaginario o simbólico (relatar o imaginar), en
última instancia consiste en tomar contacto con situaciones: hablar sobre una
situación traumática, o imaginarse cometiendo una acción que dispara
respuestas compulsivas. Aceptación, en cambio, realiza un énfasis inverso: se
enfoca en el contacto con estímulos privados. Incluso cuando involucra
acercamiento a situaciones, lo hace solamente para disparar experiencias
privadas (noten la última parte de la definición de aceptación de los párrafos
anteriores).
Por supuesto, frente a esto podría objetarse que la exposición interoceptiva,
siendo un procedimiento de exposición, se enfoca precisamente en estímulos
privados, por lo cual sería una excepción. En caso de que no tengan
familiaridad con el concepto, se trata de un procedimiento de exposición
utilizado principalmente para trastorno de pánico en el cual se provocan
algunas sensaciones físicas (por eso lo de interoceptiva) asociadas al pánico,
por medio de ciertos procedimientos (por ejemplo, provocar taquicardia por
medio de alguna actividad física), para así lograr una exposición a ellos y
reducir la evitación que ocasionan.
La observación es válida, pero no creo que sea una objeción seria para el
argumento que estoy desarrollando aquí. Exposición interoceptiva es un
procedimiento relativamente novedoso que apareció en el panorama clínico
hacia finales de los 80 (Boettcher et al., 2016), de la mano de David Barlow,
quien fuera el mentor clínico de Steven Hayes, quien a su vez luego sería el
principal propulsor del concepto de aceptación. Podríamos decir entonces que
la exposición interoceptiva, histórica y conceptualmente, es precursora de los
procedimientos de aceptación, que constituye una suerte de versión ampliada
de la exposición interoceptiva, ya que no sólo se enfoca en sensaciones
físicas asociadas al pánico, sino en todo tipo de estímulos privados. Desde mi
perspectiva, la evolución de la exposición refleja cómo se ha ido ampliando
nuestra perspectiva sobre los fenómenos clínicos: pasamos de exposición
(situaciones), agregamos exposición interoceptiva (sólo sensaciones físicas),
y luego aceptación (experiencias internas de todo tipo).
Al margen de estas consideraciones, no parece demasiado descabellado
sostener que históricamente la exposición se enfocó principalmente en las
situaciones externas mientras que aceptación se enfocó principalmente en los
estímulos privados. ¿Significa esto que aceptación es meramente una variante
de exposición? Sí… y no.
Recuerden que el argumento skinneriano que esbocé en las secciones
iniciales de este texto: los estímulos públicos y privados obedecen a las
mismas leyes conductuales. Tanto un estímulo público como uno privado
pueden adquirir funciones conductuales (por ejemplo elicitantes,
discriminativas, o reforzantes, véase Tourinho, 2006b, p. 15), pero la
diferencia de accesibilidad entre ellos determina diferentes vías por las cuales
eso puede suceder. No sólo los estímulos privados dependen de los públicos,
sino que, como mencioné, la comunidad verbal puede entrenar directamente
respuestas verbales controladas por estímulos públicos, pero se ve impedida
de hacerlo con los estímulos privados, por lo cual debe recurrir a un abordaje
indirecto y metafórico, que determina una considerable imprecisión en su uso
y determinación.
Digamos: entre exposición y aceptación no sólo hay diferencias
conceptuales (ocuparse de estímulos públicos o privados), sino también
notables diferencias prácticas.
La manipulación con fines clínicos del contacto con estímulos evitados
públicos es algo relativamente accesible. Por ejemplo, en el caso de las fobias
a animales es bastante directo el procedimiento para realizar acercamientos
graduales a los estímulos evitados. Los estímulos públicos son, al menos en
principio, manipulables.
Pero este no es el caso con los estímulos privados. Una sensación física, un
recuerdo, o una emoción no pueden manipularse con la misma facilidad con
que se manipula un objeto o situación externa. Es difícil lograr una
gradualidad en el acercamiento a los estímulos privados –incluso a menudo el
meramente evocarlos en sesión requiere mucho trabajo. Por eso la aceptación
requiere el despliegue clínico de toda una gama de ejercicios experienciales y
metáforas.
Algo muy curioso es que los procedimientos de aceptación siguen caminos
similares a las vías que Skinner postuló para el entrenamiento del vocabulario
psicológico por parte de la comunidad verbal: la aceptación utiliza
situaciones públicas (por ejemplo, evocar experiencias privadas por medio de
acercarse a ciertos lugares), respuestas públicas colaterales (por ejemplo,
llevar a cabo acciones que evoquen experiencias privadas), y metáforas (por
ejemplo, “sostener al malestar como si fuera una delicada flor”).
No creo que haya una correspondencia punto a punto, pero creo que las
similitudes son sugerentes de que estamos siguiendo los mismos
procedimientos que la comunidad verbal utiliza para el lenguaje porque
estamos lidiando con la misma dificultad.
En principio, no hay motivo para suponer que hay principios conductuales
diferentes actuando en exposición que en aceptación. La primera se enfoca en
estímulos públicos y la segunda en estímulos privados, pero en ambos casos
se trata en última instancia de tomar contacto con un estímulo evitado. Sin
embargo, la condición de público o privado del estímulo determina diferentes
vías de trabajo, y consecuentemente, diferentes destrezas clínicas. La mayor
parte del tiempo la exposición puede ser realizada de manera más o menos
directa, pero la aceptación requiere casi inevitablemente la utilización de
procedimientos indirectos, recursos analógicos o metafóricos para evocar los
estímulos privados en cuestión y para moldear las respuestas deseadas,
públicas y privadas, a esos estímulos.
Si quieren pensarlo con una analogía, es la diferencia entre tratar con un
antibiótico la infección de una herida externa o la de una herida interna: el
mecanismo de acción es básicamente el mismo, pero en cada caso deben ser
administrados de formas distintas (tópica u oral, por ejemplo), cada una con
sus propias particularidades.
Observaciones clínicas
Cerrando
Siguiendo las prácticas de los malos ensayos (los únicos que me salen, por
otra parte), empecemos definiendo el término. La mejor definición de
interpretación que conozco es la proporcionada por el propio Skinner como
respuesta a un comentario de Stalker y Ziff (Skinner, 1984, p. 578):
Stalker & Ziff han asumido que más allá de la ciencia y la tecnología solo existe la filosofía.
Yo he encontrado algo más: la interpretación. La definiría como el uso de términos y
principios científicos para hablar de hechos sobre los que sabemos poco, para hacer
posible la predicción y el control.
¿Qué interpretar?
Cerrando
Un hombre que desea comprender el mundo busca a su alrededor una clave para su
comprensión. Se lanza sobre alguna área de los hechos de sentido común e intenta entender
otras áreas en términos de ésta. Esta área original se convierte entonces en su analogía básica
o metáfora raíz. Describe lo mejor que puede las características de esta área o, si se quiere,
discrimina su estructura. Una lista de sus características estructurales se convierte en sus
conceptos básicos de explicación y descripción. Los llamamos un conjunto de categorías. En
términos de estas categorías, procede a estudiar todas las demás áreas de hecho, tanto las que
no hayan sido criticadas43 como las que ya hayan sido previamente criticadas. Se
compromete a interpretar todos los hechos en términos de estas categorías. Como resultado
del impacto de estos otros hechos sobre sus categorías, puede calificar y reajustar las
categorías, de modo que un conjunto de categorías comúnmente cambia y se desarrolla. Dado
que la analogía básica o la metáfora raíz normalmente (y probablemente también
necesariamente, en parte al menos) surge del sentido común, se requiere una gran cantidad de
desarrollo y refinamiento de un conjunto de categorías para que resulten adecuadas para una
hipótesis de alcance ilimitado. Algunas metáforas raíz resultan más fértiles que otras, tienen
mayores poderes de expansión y de ajuste. Estas sobreviven en comparación con los demás y
generan las teorías del mundo relativamente adecuadas. [pp. 91-92]
Una metáfora raíz, entonces, es una experiencia del sentido común cuyas
categorías discriminadas se aplican a todo el universo, y que al desarrollarse
y refinarse da lugar a una ontología general o hipótesis del mundo. Esta teoría
es extremadamente interesante –se trata en última instancia, de postular una
ontología derivada de una estética, que el conocimiento del mundo surge del
acto de abordar a lo desconocido usando como guía lo ya conocido.
De esta manera, ninguna hipótesis del mundo puede ser más que
relativamente adecuada. Ninguna metáfora puede abarcar completamente el
hecho al que se refiere: los dientes no son perlas, la Julieta de Romeo no es el
sol, la mente no es una computadora. Son formas relativamente adecuadas de
describir esos eventos, no definitivas. Por tanto, las hipótesis del mundo son
siempre falibles, siempre en última instancia inadecuadas, y por ello también
se necesitan unas a otras, para compensar e identificar las propias
limitaciones.
Puede ser tentador identificar a cada hipótesis del mundo como distintas
formas de ver el mundo, como si fueran meramente diferentes perspectivas
desde las cuales vemos el mismo objeto, pero este tipo de analogía, si bien
puede ayudarnos a captar aspectos centrales de las hipótesis del mundo, si es
llevada demasiado lejos, puede extraviarnos. Cuando veo a un perro de frente
y otra persona lo ve de perfil, podemos estar más o menos de acuerdo en que,
si bien tenemos puntos de vista distintos, estamos viendo la misma cosa, que
nos puede morder de la misma manera.
La cuestión aquí es que, en un sentido fuerte, una hipótesis del mundo o
sistema metafísico no ve lo mismo que otra. Las categorías de cada hipótesis
del mundo actualizan los hechos con los que se encuentran, por lo cual lo que
a una hipótesis del mundo se le presenta como un hecho puro, otra lo ve
como una interpretación, mientras que una tercera lo ve como una mezcla de
ambas cosas, y una cuarta lo ve como una confusión. Cada hipótesis
determina qué cuenta como hecho y qué cuenta como interpretación, por lo
cual no se trata meramente de diferentes formas de describir un hecho
objetivo.44
Esta precisión es importante por dos motivos. Por una parte, si las hipótesis
del mundo fueran meramente distintas formas de ver el mundo, todas serían
igualmente válidas y no habría ningún criterio para distinguir si una es más
adecuada que otra. En términos más contemporáneos, esto nos llevaría a un
relativismo absoluto. Pero un examen histórico nos permite comprobar que
algunas hipótesis del mundo han permanecido relativamente adecuadas45,
mientras que otras se han revelado como inadecuadas, como por ejemplo el
animismo y el misticismo [pp. 119-135]46. No todas las hipótesis del mundo
son equivalentes.
Por otra parte, si se tratara de diferentes recuentos de los mismos hechos,
no habría razón para tener diferentes hipótesis del mundo: para llegar a un
conocimiento confiable bastaría con omitir las metáforas, describir los hechos
puros en un lenguaje científico, no especulativo, y con ello tendríamos una
suerte de lenguaje objetivo –por lo cual las diferentes hipótesis del mundo
serían falsas o innecesarias. Esta es de hecho la propuesta del positivismo
lógico que, a grandes rasgos, sostiene que basta con describir correctamente
los hechos para llegar a su naturaleza objetiva, sin necesidad de emplear
categorías metafísicas.
Pepper se ocupa de esa objeción al comienzo mismo del libro, antes de
presentar el grueso de su teoría, dado que, si esa objeción fuese válida, todo
el proyecto sería falso o superfluo. El contraargumento a la objeción del
positivismo lógico podría resumirse diciendo que es prácticamente imposible
acercarse a los hechos “puros” sin interpretaciones o supuestos
preexistentes47: en el mejor de los casos, un abordaje así solo puede dar
cuenta de eventos extremadamente simples –por ejemplo, podemos ser más o
menos objetivos reportando el número que indica un termómetro, pero lo que
ese número significare dependerá de interpretaciones, supuestos e hipótesis
guiadas por las categorías adoptadas. En el peor de los casos, sin embargo,
ese abordaje nos deja en la posición dogmática de adoptar supuestos y
categorías de manera ingenua, sin reconocerlos como tales, postulándolos
como si fueran la única forma objetiva y válida de ver las cosas y pasando
por alto otras formas de avanzar a la verdad que pueden ser igualmente
válidas.
En contraste, saber que nuestro abordaje del mundo está guiado y
determinado por las categorías de nuestra hipótesis del mundo, y que
diferentes hipótesis del mundo generan diferentes variedades del
conocimiento y de distinta manera, nos ayuda a sostener un diálogo. Nos
ayuda a tomar el propio conocimiento como siempre parcial, siempre en
desarrollo, nos ayuda a entender mejor lo que estamos haciendo, nos ayuda a
conversar con quienes utilizan otras hipótesis del mundo, nos ayuda a
navegar los conflictos que surgen de utilizar distintas categorías y separarlos
de aquellos que son dirimibles por la evidencia (lo que podríamos llamar
conflictos interhipótesis de los intrahipótesis).
ii) Es ilegítimo asumir que los supuestos de una hipótesis del mundo
particular son validados por medio de exhibir las fallas de otras hipótesis del
mundo.
Este corolario se refiere a la falacia frecuente de creer que la equivocación
ajena es equivalente a un acierto propio. Esto aplica tanto a las hipótesis del
mundo como a las teorías particulares. Pepper lo dice mejor: “El valor
cognitivo de una hipótesis no aumenta ni una pizca con los errores cognitivos
de otras hipótesis. La mayoría de las polémicas son una pérdida de tiempo o
una ofuscación de la evidencia. Generalmente están motivadas por un espíritu
proselitista apoyado en ilusiones dogmáticas. Si una teoría es buena, puede
sustentarse en su propia evidencia. La única razón para referirse a otras
teorías en el esfuerzo cognitivo constructivo es averiguar qué otra evidencia
pueden sugerir u otras cuestiones de valor cognitivo positivo. Necesitamos a
todas las hipótesis del mundo, en la medida en que sean adecuadas, para la
comparación mutua y la corrección del sesgo interpretativo” [p.101].
iii) Es ilegítimo juzgar las hipótesis del mundo utilizando datos científicos.
En una hipótesis del mundo, un dato científico (digamos, la temperatura a
la que se funde el plomo), no habla por sí mismo, sino que es interpretado a
través de las categorías y criterios de esa hipótesis, por lo cual no puede
legislar sobre ella. Tampoco es legítimo que los datos científicos desplacen a
otras formas de evidencia; en última instancia, constituyen un hecho más del
cual da cuenta una hipótesis del mundo, pero no puede desplazar a otras
formas de evidencia ni legislar sobre ellas.
iv) Es ilegítimo juzgar a las hipótesis del mundo según los supuestos del
sentido común.
Al igual que con el punto anterior, el sentido común proporciona hechos
que cada hipótesis refina, pero ningún hecho del sentido común se sostiene
por sí mismo al ser examinado, sino que su sentido es dependiente de las
categorías de la hipótesis del mundo que lo incorpora, por lo cual no puede
ser utilizado para juzgarlas.
Aquí está la que creo que es la verdad acerca de estas cosas, tan cerca como podemos llegar a
ella en nuestros tiempos. Mejor dicho, esta es la actitud y estos son algunos de los
instrumentos que nos pueden acercar a ella. O, por lo menos, esta es la mejor solución que ha
podido encontrar un hombre, viviendo en la primera mitad del siglo XX, que ha pasado por la
mayoría de las experiencias cognitivas a las que hemos estado sujetos: credo religioso, dogma
filosófico, ciencia, arte, y revaluación social. [ix]
Referencias
34 Escribí este artículo para servir de complemento a una traducción al castellano del extenso capítulo
de World Hypotheses en el cual Pepper se ocupa del Contextualismo (pragmatismo). La idea original
era publicar dicha traducción junto con esta introducción, como un pequeño libro que sirviera de
referencia al público hispanoparlante. Los aranceles que la editorial norteamericana nos pidió para
permitirnos traducir y publicar sólo ese capítulo nos disuadieron rápidamente de la idea. La traducción
fue realizada, pero no hemos podido incluirla aquí, así que como camino alternativo decidimos publicar
sólo la introducción. El lector curioso que cuente con una conexión a internet podrá encontrar la
traducción sin demasiada dificultad (guiño, guiño).
35 Reciclando el viejo chiste, podríamos decir la psicología suele utilizar a la filosofía como un
borracho utiliza un poste de luz: más como soporte que como iluminación.
36 El subtítulo de World Hypotheses, es, de hecho: “Prolegómenos a la filosofía sistemática y un
estudio completo de las metafísicas”.
37 Distinción que ha recibido algunas críticas, véase por ejemplo L. J. Hayes & Fryling (2019).
38 Los datos biográficos han sido tomados en su mayoría de Duncan (2005).
39 De ahora en más usaré WH como abreviación de World Hypotheses. Cuando se consigne un número
de páginas entre corchetes sin otra aclaración, corresponderá al libro. Cuando se consigne una palabra
en inglés entre corchetes sin otra aclaración, corresponderá a algún término relevante utilizado por
Pepper en WH.
40 Cualidad Estética: una Teoría Contextualista de la Belleza.
41 Las Bases para la Crítica en las Artes.
42 Esto involucra un rechazo, por ejemplo, al pienso, luego existo cartesiano, que se postula como una
certeza, un conocimiento del cual no se pueda dudar. Este punto, que sigue el rechazo que Peirce hace
de la duda cartesiana en How to make our ideas clear, es uno de los muchos temas pragmáticos que
aparecen en WH.
43 Es decir, aplica las categorías tanto a los hechos “brutos” del sentido común como a otros
conocimientos que hayan sido refinados a partir de este.
44 En WH [pp. 26-31], Pepper compara la descripción que H. H. Prize hace de un tomate con la
explicación que del fenómeno hace John Dewey, y señala: “está bastante claro que, en cierto sentido,
Price y Dewey están mirando el mismo tomate. Y, sin embargo, lo que uno encuentra cierto e
indubitable en la situación, el otro lo encuentra dudoso o francamente falso. El carácter de evento de la
situación es indudable para Dewey; es confuso, incierto y dudoso para Price. En cuanto a lo indubitable
o dubitable de todo en la situación, existe un completo desacuerdo. Este desacuerdo se basa, además, en
causas que creo poder demostrar más adelante que son endémicas a los métodos de pensamiento de los
dos hombres” [p.30]. Es decir, cada uno está trabajando dentro de una distinta hipótesis del mundo.
45 Las cuatro descriptas en WH más una quinta que se agregará en un libro posterior pero de la cual
aquí no nos ocuparemos.
46 Los motivos para la inadecuación son los que ya señalamos, a saber: una hipótesis del mundo es
inadecuada cuando carece de precisión o de amplitud.
47 Pepper no tenía en mucha estima a los representantes del positivismo lógico, según se puede colegir
en el prefacio: “Mi reacción inmediata hacia ellos fue sospechosa y hostil. Sentí por su actitud y el tono
de sus declaraciones, incluso antes de estudiarlos críticamente, que no estaban respondiendo al
problema que había que resolver. Dudaba que muchos de ellos hubieran sentido alguna vez
completamente el problema. Era una cuestión de verdad y de justificación de los valores humanos.
Pensar que esta pregunta podría resolverse a la manera de un rompecabezas y en términos de
correlaciones, estadísticas, matemáticas y lenguaje me pareció fantástico. Aquí estaba el método
huyendo con los problemas, la evidencia y el valor mismo. Era, como dijo una vez Loewenberg,
metodolatría” [pp. viii-ix]. Sin embargo, se apresura a añadir que su ataque le permitió notar que había
mucho en la física contemporánea que se sostenía por sí solo, sin necesidad de teoría.
48 El capítulo de WH cuya traducción desistimos de publicar es justamente el que dedica al
contextualismo.
49 Esta aclaración se debe a que a menudo al hablar sobre Pepper se suelen presentar a ambos aspectos
como si fueran separables, en lugar de ser uno fruto del desarrollo lógico del otro.
50 Si consideramos que el contextualismo es el pragmatismo y el organicismo está mejor representado
por el idealismo hegeliano, vemos que las rimas siguen afinidades que han sido históricas.
51 “Las dos teorías son en muchos sentidos complementarias. El mecanicismo da base y sustancia a los
análisis contextualistas, y el contextualismo da vida y realidad a las síntesis mecanicistas. Cada una está
amenazada por la inadecuación justo donde la otra parece ser fuerte. Sin embargo, mezcladas, los dos
conjuntos de categorías no funcionan felizmente, y el daño que causan a las interpretaciones del otro no
me parece que compense de ninguna manera la riqueza añadida” [p. 147]
52 En el cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, de Jorge Luis Borges, podemos intuir la extrañeza que
produce encontrarse cabalmente con una hipótesis del mundo opuesta a la propia. En ese cuento Borges
presenta a nuestra consideración un universo paralelo, un planeta llamado Tlön, en el cual sus
habitantes adoptan congénitamente una metafísica que a nosotros nos resulta inusual, y la extrañeza que
genera su descripción remeda en parte la extrañeza que una persona experimenta cuando se encuentra
con una hipótesis del mundo diferente de la propia. Cito: “Las naciones de [Tlön] son -congénitamente-
idealistas. Su lenguaje y las derivaciones de su lenguaje -la religión, las letras, la metafísica-
presuponen el idealismo. El mundo para ellos no es un concurso de objetos en el espacio; es una serie
heterogénea de actos independientes. Es sucesivo, temporal, no espacial. No hay sustantivos en la
conjetural Ursprache de Tlön, de la que proceden los idiomas ‘actuales’ y los dialectos: hay verbos
impersonales, calificados por sufijos (o prefijos) monosilábicos de valor adverbial. Por ejemplo: no hay
palabra que corresponda a la palabra luna, pero hay un verbo que sería en español lunecer o lunar.
Surgió la luna sobre el río se dice hlör u fang axaxaxas mlö o sea en su orden: hacia arriba (upward)
detrás duradero-fluir luneció. (…) No es exagerado afirmar que la cultura clásica de Tlön comprende
una sola disciplina: la psicología. Las otras están subordinadas a ella. He dicho que los hombres de ese
planeta conciben el universo como una serie de procesos mentales, que no se desenvuelven en el
espacio sino de modo sucesivo en el tiempo”.
53 La psicología tiene debilidad por todo lo que suene a combinar o integrar, debilidad que suele llevar
a hacer de dos cosas buenas una mala, como mezclar dulce de leche con ensalada césar.
54 No conservaremos la formulación original de algunas de las máximas porque las mismas entrañan
terminología específica que no hemos revisado en esta introducción, pero esa terminología puede
sustituirse sin que cambie significativamente el sentido de cada máxima.
55 Lo dice explícitamente en el prefacio: “También estaba bastante claro que el materialismo y el
idealismo no irían siempre juntos. Durante un tiempo traté de encontrar un ajuste para las evidencias de
ambas teorías en una tercera, el pragmatismo. Pero pronto llegué a la conclusión de que el pragmatismo
era solo una teoría más, probablemente ni mejor ni peor que las otras dos” [viii].
56 Los títulos de los libros publicados por John Dewey pueden servir para exhibir el rango de temas: La
Escuela y la Sociedad, Principios morales en Educación, Democracia y Educación, Ensayos de Lógica
Experimental, El público y sus Problemas, Impresiones de la Rusia Soviética, Filosofía y Civilización,
Éticas, El arte como experiencia, Libertad y Cultura. Cincuenta años después, los títulos de los libros
de Richard Rorty continúan con esa tendencia: Filosofía y esperanza social, Contra los jefes, contra
las oligarquías, El futuro de la religión, El pragmatismo como antiautoritarismo.
57 “Certeza” aquí debe tomarse en sentido fuerte: no como algo de lo cual meramente estoy
convencido, sino como algo de lo cual es imposible dudar.
58 Se puede señalar que en la mayoría de las hipótesis del mundo, para que un enunciado sea
verdadero, debe ajustarse a una realidad anterior: lo verdadero requiere una correspondencia con las
cosas como son, mientras que en el contextualismo lo verdadero requiere una suerte de correspondencia
con las cosas como serán según mis acciones. Buscar la verdad en otras hipótesis requiere mirar el
pasado; buscar la verdad en el contextualismo requiere mirar el futuro.
59 Esto, de paso, permite evitar una confusión frecuente que suele sufrir el pragmatismo. En efecto, no
se trata de “es verdadero lo que funciona”, sino más bien “es verdadera la regla verbal cuando, al
seguirla, se obtienen los resultados prometidos por la regla”.
60 En esto también prefigura los desarrollos pragmáticos actuales que han llevado a la teorías
deflacionistas de la verdad, que postulan que afirmar que un enunciado es verdadero no añade nada
nuevo al mismo (véase Blackburn, 2018).
UN ABORDAJE CONTEXTUAL DE LA
FELICIDAD
De términos y definiciones
Felizmente conductual
El término felicidad es más bien equívoco, pero creo que podemos destilar
algunas características típicas de las circunstancias en las cuales hablamos de
felicidad siguiendo lo propuesto por Baum.
La tesis central podría enunciarse así: hablar de felicidad involucra una
situación en la cual no necesitamos ni deseamos que nada se modifique, que
nada sea distinto de lo que es. Es una aproximación burda y poco pulida,
pero nos puede servir para avanzar, refinándola un poco.
Antes de glosar esa primera aproximación quizá sirva realizar un par de
precisiones conceptuales. Una forma de hablar útil con respecto a la conducta
es distinguir el control aversivo y el apetitivo. Decimos que una conducta está
bajo control aversivo cuando está orientada a eliminar o poner distancia con
algún estímulo, lo que usualmente llamamos evitación y escape. Por otra
parte, decimos que una conducta está bajo control apetitivo cuando está
orientada a aproximarse o a producir algún estímulo. De los estímulos
involucrados podemos decir entonces que tienen funciones aversivas o
apetitivas, respectivamente. Podemos hablar también de grados en el control
aversivo o apetitivo, pudiendo ser más o menos intenso: no es lo mismo
remover una piedrita en el zapato que huir de una jauría de cobayos
enfurecidos –si bien en ambos casos se trata de estímulos aversivos, ese
control sería menos intenso en el primer caso que en el segundo.
Volvamos entonces: hablamos de felicidad refiriéndonos a una situación en
la cual no necesitamos ni deseamos que nada se modifique. En primer lugar,
esta definición implica una situación en la cual no haya nada que resolver,
eliminar o de lo cual huir. Esto es, se refiere a un contexto en el cual las
conductas están libres de control aversivo. Esto es trivial si bien se mira:
sería improbable hablar de felicidad refiriéndonos a una persona que está
muriendo de sed en el desierto o recuperándose de una resaca (excepto
algunas salvedades que haremos más adelante). En términos conductuales,
acordaríamos entonces con Baum en que hablar de felicidad requiere ante
todo no estar bajo control aversivo.
Pero esta definición involucra también que en la situación no haya
tampoco nada que conseguir, nada hacia lo que dirigirse intensamente. Los
momentos de felicidad son aquellos en los cuales nada más es sensiblemente
necesario ni deseable más allá de lo inmediatamente disponible. Si en una
situación deseamos fuertemente que algo ocurra, es menos probable que
hablemos de felicidad, o al menos, hablaríamos de una forma incompleta o
menor de felicidad. Diría que soy feliz leyendo un libro y escuchando música
si no hay nada que agregaría a esa situación, pero probablemente usaría otros
términos para describir mi estado emocional si en ese momento estoy
esperando que suceda algo que deseo fuertemente, por ejemplo, esperando
que llegue mi cita. No pareciera tampoco adecuado hablar de felicidad en
cualquier instancia en la cual la estemos pasando bien, por ejemplo,
refiriéndonos a la persona que está participando furiosamente de una orgía o
a la adolescente que grita completamente fuera de sí mientras asiste a un
recital de su banda de K-Pop favorita (ciertamente es difícil hablar de
felicidad en relación con tales bandas). En esos casos tendemos a usar otros
términos, generalmente positivos, y reservamos el término felicidad para
cuando las pasiones se han sosegado un poco.
Si las delimitaciones que he ofrecido son aceptadas, entonces podríamos
decirlo así: hablamos de felicidad en un contexto en el cual el control
aversivo es nulo y el control apetitivo es débil, o nulo –ya que un control
apetitivo intenso parecería incompatible con el uso habitual del término.
Insisto, no estoy diciendo que eso sea la felicidad, sólo que parecen algunas
de las circunstancias más típicas en las que usamos el término. Consideren
cualquier instancia de felicidad en su vida y probablemente encuentren ambos
factores: por un lado, estar libre de amenaza o daño directo del cual huir y,
por otro lado, que en ese momento no haya otra cosa hacia la cual orientarse
fuertemente –un contexto en el cual hay bajo o nulo control aversivo y
apetitivo. Más aún, solemos hablar de distintos grados de felicidad, lo cual
pareciera correlacionar con la cercanía con las circunstancias descriptas:
cuanto más se parece el contexto actual a ese contexto ideal más
probablemente hablamos de felicidad.
Ficciones de la felicidad
Podemos apreciar que los dos aspectos de esta interpretación están presentes
en la mayoría de las representaciones de la felicidad absoluta que han sido
tema favorito de las religiones. Cada vez que los seres humanos hemos
imaginado la felicidad suprema la hemos representado bajo la forma de una
situación en la cual no es necesario ni deseable que nada cambie, una
situación en la cual no hay peligros de los que huir ni objetivos que alcanzar.
En el Valhalla nórdico, por ejemplo, los guerreros disfrutan de una
eternidad en la cual están presentes sus actividades favoritas: el combate y el
festín, sin que esas actividades tengan consecuencias negativas y sin que haya
objetivos a alcanzar más que practicar la batalla y el festín: por las noches
todas las heridas mágicamente se curan y el suministro de carne para el festín
es mágicamente inagotable. Si nos detenemos en la mitología judeocristiana,
podemos notar una tendencia similar, el perdido Edén, el paraíso terrenal, es
un territorio en el cual todas las necesidades están cubiertas y en el cual no es
necesario modificar nada: construirse un chalecito en el Edén para una
estadía celestial más cómoda sería tarea absurda por innecesaria.
Además de lugares, las representaciones de la felicidad suelen tomar la
forma de estados de existencia o espirituales. Por ejemplo, Santo Tomás,
hablando de la vida después de la muerte, señala que los bienaventurados son
perfectamente felices en la mera contemplación de la divinidad, un estado en
el cual no hay nada que resolver ni nada que alcanzar. De manera similar, en
el hinduismo y en el budismo la felicidad absoluta se suele identificar con el
Nirvana, un estado en el cual la persona está libre de toda necesidad y todo
deseo.
Contradicciones de la felicidad
Los seres humanos no sólo sufren. El sufrimiento, para nosotros, es ubicuo -es algo de todo el
día, todos los días, y en todos los lugares. Sufrimos haber sufrido en el pasado y sufrimos que
podríamos sufrir en el futuro. Sin importar dónde estamos, hay otro lugar que es mejor. Hay
un momento anterior al que desearíamos regresar o uno posterior al cual querríamos
adelantarnos. Y, si ahora mismo es perfecto, nos preocupamos de que no durará.
Ser feliz, para un ser humano, parece tarea imposible.
Lo que se acaba de señalar no ha sido obstáculo para que los seres humanos
intentemos de todos modos alcanzar algún grado de felicidad.
Podemos distinguir dos grandes vías en las que hemos intentado producir
contextos de felicidad. La primera vía es el control del ambiente, la que
podríamos llamar la vía ecológica de búsqueda de la felicidad, y que consiste
en controlar nuestro ambiente inmediato para reducir el contacto con los
estímulos intrínsecamente aversivos y aumentar el contacto con los
apetitivos. Cambiar el mundo, digamos. En esto hemos sido bastante exitosos
como especie: en líneas generales nuestras condiciones de vida son bastante
más amables que las de cualquier animal salvaje. Esta vía ha resultado
bastante eficaz para liberarnos de estímulos que son intrínsecamente
aversivos, tales como depredadores, la intemperie, el hambre, enfermedades,
etc. Podemos añorar la simpleza de un estilo de vida paleolítico, pero lo
cierto es que la mayoría de los seres humanos contemporáneos no tienen que
preocuparse por ser devorados por una manada de hienas en su vida
cotidiana.
Pero aun así es imposible remover completamente el control aversivo. La
vida siempre duele, más tarde o más temprano. Como escribe Lucrecio: “Ni
al día siguió noche alguna ni a la noche aurora que no escucharan,
mezclado con lastimeros vagidos, el llanto, compañero de la muerte y del
luto funeral”. En la historia de la humanidad ningún día ha estado ausente de
dolor. Como mencionamos antes, esto es peor aún para los seres humanos y
nuestro repertorio verbal, ya que estamos controlados no solo por estímulos
que son intrínsecamente aversivos sino también por estímulos que son
verbalmente aversivos. De la misma manera, no sólo estamos controlados por
estímulos intrínsecamente apetitivos sino por estímulos verbalmente
apetitivos. Huimos y buscamos estímulos por sus funciones verbales.
Aquí es donde se vuelve interesante la segunda gran vía, la que podríamos
llamar la vía psicológica de la búsqueda de la felicidad: controlar lo aversivo
y apetitivo que es establecido por mediación verbal.
Nuestros repertorios verbales son conductas, y en tanto tales son
moldeables relativamente. Esto implica que es posible en principio reducir la
influencia perniciosa que nuestro repertorio verbal ejerce sobre nosotros.
Podemos aprender a reducir la tendencia a compararnos, a juzgar, a perseguir
objetivos frívolos, etc. Por esto numerosas tradiciones culturales, filosóficas,
y religiosas promueven como cuestión vital central el control de nuestras
pasiones y deseos.
Podría decirlo de otra manera. Necesitar o desear algo tiene dos caras:
aquello que es necesitado o deseado y la necesidad o deseo en sí como
actividad humana. La primera vía que examinamos intenta acceder a la
felicidad por medio de conseguir todo lo que necesitamos y deseamos. La
segunda vía sugiere que para que ese control apetitivo se debilite, tiene que
cesar el deseo. Dicho con un ejemplo: si deseo intensamente tener una nueva
cafetera, estoy introduciendo un control apetitivo intenso que es incompatible
con un contexto de felicidad, por lo cual tengo dos vías para resolver esa
tensión: conseguir la cafetera o no desearla en primer lugar. Satisfacer el
deseo o abandonarlo.
La segunda vía sostiene que es posible reconocer el control aversivo y
apetitivo de origen puramente verbal, y que por diversos caminos podemos
aprender a reducir o eliminar su influencia. Este control del repertorio verbal
ha aparecido en tradiciones y culturas muy diversas: los epicúreos hablaban
de la ataraxia, los estoicos de la apatía, y varias religiones orientales, desde el
jainismo al budismo, predican la importancia de alcanzar un estado de
desapego con respecto al mundo y los deseos, del cual el nirvana sería el
ejemplo más conocido.
La psicoterapia y la felicidad
Depresión y elección
Elecciones
Cerrando
Referencias
La pirámide de la depresión
Una forma muy notable por la cual el mundo se puede volver hostil es por la
presencia de factores materiales y económicos desfavorables que configuran
a grandes trazos la calidad de vida de toda una población. Me refiero a
situaciones como guerras, contaminación, sobrepoblación, pobreza,
desigualdad económica, etc., que hacen del mundo un lugar hostil en
términos concretos, y que las investigaciones muestran que aumentan la
incidencia de depresión sobre el grupo humano que las experimenta.
Al contrario de lo que afirman ciertos mitos, la pobreza es un factor de
riesgo para la depresión. Si bien los datos exactos varían, en líneas generales
la pobreza duplica el riesgo de sufrir depresión (Bruce et al., 1991; Lorant,
2003; Lorant et al., 2007). Por ejemplo, en una investigación realizada en los
barrios de bajo estatus socioeconómicos de Nueva York 19.4 de cada 100
personas presentaban depresión, mientras que en los barrios de alto estatus
socioeconómicos eran 10 de cada 100, prácticamente la mitad (Galea et al.,
2007). También el desempleo (Amiri, 2021) y la falta de vivienda (Bassuk &
Beardslee, 2014) son factores de riesgo para la depresión, como es de
esperarse.
La pobreza interactúa con factores de otros niveles de la pirámide, como la
discriminación y desigualdad: en EE.UU., entre las madres pobres y de
ascendencia afroamericana las tasas de depresión rondan el 40 %, por una
conjunción de factores que incluyen la pobreza, discriminación y desigualdad
(Belle & Doucet, 2003). En particular, la desigualdad económica pareciera
afectar más intensamente a la prevalencia de depresión entre mujeres aunque
esa interpretación aún es foco de debate (Pabayo et al., 2014).
Otro factor que podemos incluir aquí, en tanto afecta a la población de
manera indiscriminada, concierne a los efectos de la contaminación y el
cambio climático en general. Por ejemplo, la contaminación del aire aumenta
las tasas de depresión y suicidio (Gładka et al., 2018), mientras que los
eventos meteorológicos extremos disparados por el cambio climático también
aumentan los índices de problemas psicológicos de todo tipo –incluyendo
depresión (Rataj et al., 2016). También hay evidencia que señala que la
contaminación sonora puede aumentar el riesgo de depresión (Eze et al.,
2020; Seidler et al., 2017), aunque la evidencia permanece aún controversial
(J. Díaz et al., 2020; Dzhambov & Lercher, 2019).
En términos de intervenciones, este primer escalón de la pirámide no es
algo sobre lo cual tenga injerencia la psicología o la psicoterapia de manera
directa, sino que se trata de algo que más bien nos concierne como
ciudadanos y habitantes de este planeta. Actuar en este nivel para reducir la
depresión implica hacer lo posible para tener un mundo mejor,
principalmente a través de la participación ciudadana en sus varias formas,
incluyendo el mejoramiento o mitigación de lo relacionado a condiciones
socioeconómicas y la reducción de la contaminación ambiental y efectos del
cambio climático.
Inadecuación de habilidades
Cerrando
Con frecuencia el abordaje de la depresión se centra en los pensamientos o
sentimientos displacenteros que la caracterizan, mientras que los factores que
impactan sobre la calidad de vida pasan a un segundo plano, con la esperanza
de que se resolverán por sí mismos cuando el estado de ánimo de la persona
mejore. Esto es consistente con una mirada más bien internalista de la
depresión, que postula que su génesis y mantenimiento es más bien una
cuestión intrapsicológica.
Pero si pensamos a la depresión como un conjunto de respuestas a un
contexto particular que se ha vuelto crónicamente aversivo podemos cambiar
nuestro abordaje y llevar el foco a la mejora de la calidad de vida de la
persona deprimida, por medio de emplear recursos técnicos que la ayuden a
modificar ese contexto –por ejemplo, facilitar la adquisición y aplicación de
habilidades de resolución de problemas, de planificación, de gestión de
tiempo, de socialización, etcétera.
Desde esta perspectiva, las intervenciones psicológicas se ubican en un
continuo con intervenciones ambientales, políticas, económicas, sociales,
comunitarias y médicas que conciernen a la calidad de vida, aquellas que
determinan qué tan hostil es el mundo que habitamos. Aprender a armar una
agenda de actividades y el fomento de comunidades inclusivas pertenecerían
al mismo espectro.
Esta mirada tiene la ventaja de que no estigmatiza a la depresión, sino que
la considera como una respuesta normal a una situación hostil, y nos vuelve
colectivamente partícipes y responsables de ella.
Espero les hayan servido estas líneas. Nos leemos la próxima.
Referencias
Como podrán imaginarse, no existe una única forma de pensar la herencia –la
biología tiene sus controversias y disputas, en contraste con la armonía y
calma imperante en la psicología– pero sí hay algunas formas más
ampliamente aceptadas de hablar al respecto, que surgen en torno a ciertas
interpretaciones de la teoría de la evolución.
Darwin describió la evolución de las especies por medio de la selección
natural. Esto abarca tres grandes procesos que actúan sobre una población de
individuos: variación, selección y retención. Dicho de manera resumida: las
variaciones de rasgos del organismo son seleccionadas por el ambiente en
tanto confieren alguna ventaja, y esas variaciones se retienen y pasan a la
siguiente generación. O más técnicamente “en un mundo en el cual hay
entidades interactuantes, con las propiedades de multiplicación, herencia, y
variación transmisible que afectan a las chances de multiplicación,
necesariamente ocurrirá una selección natural, que será seguida a largo plazo
por una evolución adaptativa” (Jablonka, 2011, p.99).
Por ejemplo, la polilla moteada de Inglaterra es de color claro con algunas
manchas más oscuras, lo cual al posarse sobre los troncos de los árboles
proporciona un camuflaje efectivo contra los depredadores. Ahora bien,
cuando durante la revolución industrial en Gran Bretaña los árboles se
ennegrecieron por el hollín de las fábricas, el color claro de las alas destacaba
sobre el oscuro de la corteza, haciéndolas blanco fácil de depredadores.
Como resultado de este nuevo ambiente, aquellos individuos con alas de
tonos más oscuros tuvieron una ventaja sobre los demás: pudieron camuflarse
mejor, aumentar su tasa de supervivencia y reproducción, y ese rasgo se
repitió en las siguientes generaciones. Las variaciones fueron seleccionadas
por ese ambiente, y se retuvieron para las siguientes generaciones.
Esa es a grandes rasgos la teoría darwiniana. Pero Darwin postuló los
principios generales de la evolución, no los mecanismos específicos
involucrados en cada proceso. En El origen de las especies Darwin no
proporcionó una explicación sobre el mecanismo por el cual un determinado
rasgo llega a la siguiente generación (Charlesworth & Charlesworth, 2009)65.
Esto dejó un enigma respecto al funcionamiento de la herencia: una cosa es
saber que los rasgos se repiten en la siguiente generación, y otra cosa es
descifrar cómo.
Darwin desconocía prolijamente la existencia del ADN y de los genes, ya
que pasó casi un siglo entre la publicación de El origen de las especies y el
descubrimiento del ADN. Quien sí propuso y demostró un mecanismo viable
de herencia fue el fraile y naturalista Gregor Mendel, quien tampoco supo
nada del ADN, pero a través de observaciones controladas pudo formular los
principios que rigen la transmisión de rasgos, las leyes de la herencia.
Darwin y Mendel fueron contemporáneos, pero en vida Mendel fue un
desconocido en los círculos científicos, y sus descubrimientos no fueron
propiamente reconocidos sino hasta después de su muerte. La integración
entre ambas perspectivas eventualmente sucedería, pero aún tendría que pasar
bastante tiempo para ello. Más concretamente, tenemos que adelantarnos al
siglo XX para encontrarnos en la interpretación más conocida de la teoría de
la evolución, la “síntesis moderna”, un marco teórico que integra las ideas de
Darwin con las leyes de la herencia de Mendel, y que posteriormente
incorporó los modernos descubrimientos sobre el ADN y la biología
molecular (Jablonka & Lamb, 2007).
Simplificando las cosas (algún día llegaremos al punto de este artículo, lo
prometo) la síntesis moderna sostiene que la herencia es un proceso que atañe
principalmente a lo que Mendel llamó factores y que hoy llamamos genes –es
decir, un fragmento funcional de ADN. Al conjunto de los genes de un
individuo se lo llama su genotipo, el cual en interacción con el ambiente da
lugar a las características observables de cada organismo particular, su
fenotipo, sin que esto afecte directamente el plano de construcción
proporcionado por los genes, que será pasado a la siguiente generación66.
Entonces, por decirlo mal y pronto, la síntesis moderna es la que identifica
a la evolución y a la herencia como algo que atañe esencialmente a los genes:
lo que se transmite y lo que heredamos son genes. Esta es la forma en la cual
usualmente aprendemos la teoría de la evolución. Esta es una perspectiva
bastante exitosa sobre la naturaleza de la herencia, que ha originado
muchísima investigación y se ha vuelto extremadamente popular durante el
siglo XX. Pero, como a todo, se le puede dar una vuelta de tuerca.
Gen o centrismo
Existen múltiples sistemas de herencia, con varios modos de transmisión para cada sistema,
que pueden tener diferentes propiedades y que interactúan entre sí. Estos incluyen el sistema
de herencia genética, los sistemas de herencia celular o epigenética, los sistemas que
subyacen la transmisión de patrones conductuales en sociedades animales a través de
aprendizaje social, y el sistema de comunicación que emplea lenguajes simbólicos. Estos
sistemas acarrean información, que definiré aquí como la organización transmisible de un
estado concreto o potencial de un sistema. (Jablonka, 2001, p.100)
La idea central es que herencia no es sinónimo de genes. La herencia,
definida como “la conservación transgeneracional de los recursos necesarios
para el desarrollo en un linaje de unidades históricamente conectadas”
(Thompson, 2007, p.176), no se agota en el ADN sino que Jablonka propone
que es meramente uno de los sistemas que transmiten información de
generación en generación –importante, pero no el único (véase Jablonka,
2005). Los sistemas de herencia propuestos serían:
El sistema genético
El sistema epigenético
El sistema conductual
El sistema simbólico
Sistema epigenético
Sistema conductual
El sistema simbólico
El hombre, por así decirlo, ha descubierto un nuevo método de adaptación a su entorno. Entre
el sistema receptor y el sistema efector que se encuentran en todas las especies animales,
encontramos en el hombre un tercer eslabón que podemos describir como el sistema
simbólico. Esta nueva adquisición transforma toda la vida humana. En comparación con los
demás animales, el hombre no vive simplemente en una realidad más amplia; vive, por así
decirlo, en una nueva dimensión de la realidad. (Cassirer, en Jablonka, 2005, p. 194)
Creo que llegados a este punto hay un sistema que Jablonka ubica en una
categoría separada pero que podríamos considerar como un sistema más que
proporciona información al organismo en desarrollo y que en cierto sentido
es algo heredado. Podríamos decirlo así: el desarrollo de un organismo y sus
características no sólo depende de las moléculas y conductas pasadas de
generación en generación, también hay información que contribuye al
desarrollo del organismo pero que no está dentro del organismo (ni en sus
ancestros) sino fuera, en el ambiente. Citemos a Louise Barret para esto:
Para que un individuo produzca conductas típicas de la especie es necesario que herede un
ambiente similar al de las generaciones previas (…) un ambiente anormal puede alterar el
desarrollo normal tanto (o más) como lo haría un gen mutante, con consecuencias mayúsculas
para la conducta. (…) Los procesos evolucionarios dependen de la herencia de un complejo
de recursos de desarrollo confiablemente recurrentes –esto es, todos los recursos que un
organismo necesita para desarrollar los rasgos que le permiten sobrevivir y reproducirse–
tanto como de los genes. (Barrett, 2011, p.77)
Cerrando
Referencias
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65 Algunos años después de la publicación de El origen de las especies Darwin propuso su propio
mecanismo para la herencia, la pangénesis, una teoría hoy desacreditada, según la cual cada parte y
órgano del cuerpo emite sus propias partículas orgánicas específicas (a diferencia del ADN, que no
codifica la información de un órgano particular sino de todo el organismo), que se integrarían en las
gónadas, pasando así a la descendencia.
66 Probablemente si los biólogos leyesen estas descripciones, me correrían con un hacha, pero con un
poco de suerte no se van a enterar; como sucede frecuentemente, la irrelevancia es un factor de
supervivencia.
67 La calidad de mis metáforas es digna de un Pulitzer.
68 Curiosamente, en programación se utiliza un recurso parecido: una línea o sección de código puede
“apagarse” marcándola como comentario (comment out), para que deje de funcionar sin eliminarla.
69 El gen se denomina “represor floral”, lo cual nos proporciona una imagen mental de lo más curiosa.
70 Es decir, las nietas de la abuela paterna. Podría poner directamente “nietas”, pero por algún motivo,
este efecto no se observó en la descendencia del abuelo paterno ni en la de ambos abuelos maternos, lo
cual señala que hay varias preguntas aún por contestar en todo esto.
71 Es interesante imaginar cuál habrá sido la curiosa cadena de pensamientos del primer homínido que
bebió leche de animales. Quizá el queso sea heredero del bestialismo.
EL CHISTE Y SU RELACIÓN CON LA
CONDUCTA
Lo cómico
Para Aristóteles, lo cómico es algo erróneo que se produce cuando en una serie de
acontecimientos se introduce un suceso que altera el orden habitual de los hechos. Para Kant,
la risa nace cuando se produce una situación absurda que acaba anulando una expectativa
nuestra. Pero para reír de ese “error”, es necesario también que no nos comprometa, no nos
afecte. (Eco, 2012)
RFT y la arbitrariedad
RFT y lo cómico
Seguridad y distancia
El tercer factor que Eco señala como necesario para el humor es no sentirnos
afectados o comprometidos por la percepción de la incongruencia. Se trata
de una estupenda observación que suele ser pasada por alto al hablar del
tema. Traduciendo esto a términos conductuales, podríamos decir que para
que una situación resulte cómica no debe ser aversiva.
Un contexto aversivo es todo aquel que evoca nuestro repertorio (verbal y
no verbal) de evitación y escape. En otros lugares he señalado que la
presencia de estimulación aversiva tiene una serie de efectos conductuales
que están bien documentados en la literatura: activación fisiológica, supresión
de conductas operantes, y aumento de la probabilidad de evitación y escape
(Maero, 2022, p. 70). En otras palabras, las situaciones aversivas generan
malestar, hacen que las conductas instrumentales, como las asociadas a juego
y exploración, sean temporariamente suprimidas, y aumentan las
probabilidades de que la persona salga corriendo o lleve a cabo alguna acción
para reducir su contacto con la situación. Por supuesto, lo aversivo de una
situación, y por tanto la intensidad de las respuestas, es una cuestión de
grados, no de absolutos –no es lo mismo un ruido molesto que un tornado.
Por eso, la víctima de una burla no suele encontrarla graciosa –quienes se
ríen suelen ser los espectadores. No he visto a ninguna mujer que se ría de los
previsibles y toscos chistes machistas que aluden a permanecer en la cocina o
la poca capacidad intelectual. No se trata de falta de humor, es que la
presencia de estimulación aversiva, aun cuando sea bajo la forma de una
humillación verbal, acaba con uno de los elementos centrales de la situación
cómica.
Cuando un “comediante” se queja de que las mujeres no se ríen con sus
chistes sobre violación, es que no está entendiendo algo elemental del
fenómeno cómico: la comicidad no descansa sólo en la efectividad de la
premisa y el remate, sino en que no sea aversivo para su público74. Ningún
artista ha hecho carrera siendo aversivo para su público.
Ahora bien, se me objetará que uno puede reírse de sí mismo aún en
circunstancias bastante aversivas. Es frecuente, de hecho, que los
comediantes le tomen el pelo ocasionalmente a su propio público. Ahora
bien, no creo que sea un error de mi interpretación, sino que puede entenderse
como resultado de otro aspecto de la conducta verbal.
Lo diría así: una forma de encontrar comicidad en una situación aversiva
(supongamos, voy camino a mi propio casamiento vestido impecablemente,
meto el pie en un pozo y me embarro hasta la rodilla) es poder tomar
distancia de la situación y sus aspectos aversivos. Eco, glosando a Pirandello,
lo explica así:
el humorismo puede introducir de nuevo la distancia (…) haciendo que de un hecho presente,
que sufrimos como trágico, se pueda hablar como si ya hubiera sucedido o estuviese aún por
suceder, y en cualquier caso, como si no nos afectara (…) debo demostrar lo que me sucede
como si no me sucediera a mí o como si no fuese verdad o como si sucediera a otros.
Lo cómico y la clínica
Cerrando
72 No se puede dejar pasar la relevancia del apellido del segundo autor para el tema.
73 Salvo que uno pueda tomar cierta distancia de uno mismo, como veremos más adelante.
74 Y por supuesto, el buen humorista sabe que si va a burlarse de alguien, lo mejor es pegar hacia
arriba: burlarse de los más poderosos, no de los más desgraciados.
EL PROPÓSITO DESDE UNA MIRADA
CONTEXTUAL
El ambiente físico
Contexto sociocultural
Otros aspectos contextuales que pueden organizar propósito son los factores
sociales y culturales. Con esto me refiero a que distintos aspectos de la
sociedad y la cultura de los seres humanos proporcionan estímulos que
permiten organizar patrones de actividad funcionalmente coherentes, bajo la
forma de ritos, tradiciones y costumbres. La cultura proporciona vías ready-
made para encontrar sentido en la vida.
Las religiones, por ejemplo, suelen recurrir a toda clase de ritos y reglas
verbales que llevan a patrones funcionalmente coherentes y estables de
actividad –por eso se suele asociar a la religión como fuente de sentido vital.
Incluso las sociedades seculares proporcionan formalmente ritos y reglas en
este sentido –un buen ejemplo de esto podría ser lo que el historiador Oscar
Terán llamó la “liturgia patriótica” en Argentina, el conjunto de hechos y
anécdotas históricas, símbolos patrios y ritos asociados que estuvieron
destinados a generar un sentimiento de nacionalidad en la población
inmigrante al inicio del siglo XX y fomentar un patrón de acción al servicio
del país (¿ven? Ir a un acto escolar en una gélida mañana de invierno era en
realidad una forma de cultivar propósito en sus vidas. Y ustedes que se
quejaban de la hipotermia).
Además de estas prescripciones explícitas, las culturas y las sociedades
prescriben implícitamente el seguimiento de ideales y normas. Por ejemplo,
los ideales y expectativas de conducta en torno a la amistad no suelen ser
indicados formalmente por instituciones estatales o religiosas, sino que
circulan de manera más bien informal en los intercambios sociales.
Estos aspectos socioculturales más tarde o más temprano incluyen
estímulos verbales de algún tipo: ideales, normas, valores sociales, objetivos
a alcanzar, etc., cuya observación puede ser indicada y vigilada por la
comunidad. Los contextos que incluyen alguna clase de estímulo verbal
pueden resultar más efectivos guiando propósito, ya que la conducta
verbalmente controlada es menos sensible a los cambios de contingencias
(Hayes et al., 1986). Digamos, una persona es más perseverante en sus
acciones cuando está guiada por una idea. Aquí estamos entonces lidiando
con un vocabulario más familiar, ya que estamos hablando de ideales,
valores, metas, etc., y demás designaciones coloquiales que les damos a los
estímulos verbales que pueden organizar patrones de acción.
Llamemos de manera general “principios socioculturales” a estos estímulos
verbales y a las interacciones sociales en torno a ellos. Más allá de que sean
formales o informales, religiosos o seculares, estos principios pueden ser muy
efectivos organizando el repertorio conductual de una persona, porque suelen
contar con amplio apoyo social. Una persona que suscribe a ciertos ideales
religiosos o seculares guiará sus acciones cotidianas por ellos, participará en
actividades rituales (misas, actos patrios y otros foros de sufrimiento infantil)
y dedicará una parte variable de su tiempo y esfuerzo a ellos. En casos
extremos incluso una persona puede morir o matar por esos ideales (el caso
de los kamikazes japoneses, las guerras santas y de las otras en todas las
épocas).
Aunque aquí el lenguaje cotidiano puede generar confusión: no se trata de
que una persona adhiera a un ideal y por tanto actúe orientada por él, sino que
esas acciones son la adherencia a un ideal. No es que primero creamos en un
ideal, como operación cognitiva, y luego decidamos actuar al respecto, sino
que el actuar al respecto ya es la creencia en ese ideal.
Ventajas y desventajas
Cada uno de los factores contextuales que hemos visto hasta aquí tiene sus
fortalezas y debilidades a la hora de fomentar propósito en la vida de una
persona.
El ambiente físico, por supuesto, no es en general suficiente para establecer
propósito en seres humanos salvo en casos extremos. En cambio, sí puede ser
útil para ayudar a sostener uno, facilitando ciertas acciones y desalentando
otras.
Los principios socioculturales tienen la enorme ventaja de contar con un
fuerte sostén social que refuerza su cumplimiento o castiga el desvío de lo
que prescriben. Es la fuerza de la tradición y la sociedad. Pregúntenle a
cualquier persona de, digamos, más de treinta años y sin hijos cuántas veces
durante el último año ha escuchado el inciso “¿cuándo vas a tener hijos?”, ya
sea dirigido hacia ella misma o hacia otras personas (personalmente creo que
unos cuantos de nosotros hemos sido concebidos con el propósito principal
de que la parentela deje de hacer esa pregunta). Esa normativa, de que una
persona tiene que tener hijos antes de cierta edad, es transmitida y reforzada
en todo tipo de interacciones sociales. Pero su misma fuerza y estabilidad
puede ser un problema. Esos principios no pueden atender a las
circunstancias individuales ni modificarse rápidamente frente a cambios en
las circunstancias ambientales o sociales. La prescripción de tener hijos antes
de los 30 años, por ejemplo, podía ser razonable adoptada en el mundo de
hace medio siglo, pero es de difícil cumplimiento en un mundo en donde el
poder adquisitivo de las personas se ha reducido dramáticamente. Por ese
motivo, seguir ciegamente prescripciones socioculturales puede tener efectos
problemáticos –basta considerar la cantidad de problemas en torno a la
imagen corporal que están principalmente alimentados por ideales
transmitidos por las redes sociales y los medios masivos de comunicación.
Entonces, los principios socioculturales son potentes, pero de lenta
adaptación a las circunstancias individuales. Probablemente sean más útiles
en contextos estables y con lazos comunitarios fuertes y cercanos, pero en
contextos cambiantes y disgregados, tomarlos como guía exclusiva de la
conducta puede resultar problemático, de manera que tenemos que tomarlos
con algunos recaudos.
Las metas personales, por su parte, también pueden servir para generar
amplios patrones coherentes de actividad y, a diferencia de los principios
socioculturales, pueden ajustarse mejor a las circunstancias personales. Pero
las metas personales también tienen sus limitaciones a la hora de generar
propósito vital. En primer lugar, dado que especifican resultados específicos,
tienen fecha de caducidad: cuando se consigue el resultado, la meta deja de
ser relevante y es necesario reemplazarla por otra, por lo cual difícilmente
una meta sirva indefinidamente como guía. Una probable excepción estaría
constituida por aquellas metas que especifican resultados tan amplios y
distantes que difícilmente puedan cumplirse en el transcurso de una vida. Me
refiero a metas como “terminar con desnutrición infantil” o “contrarrestar el
cambio climático”; son efectivamente metas, ya que podrían en principio
cumplirse, pero al ser tan amplias es improbable que se cumplan por una
acción individual, por lo cual en la práctica este tipo de metas de largo
alcance pueden funcionar como valores en cuanto a su caducidad.
Una segunda dificultad es que las metas, incluso las de largo alcance,
suelen involucrar acciones acotadas a un ámbito vital –una meta como
“graduarme de psicólogo”, por ejemplo, no sirve demasiado como guía en el
ámbito de las relaciones íntimas. Pero si entendemos al propósito como
coherencia funcional de patrones de acción, una meta que se limite a un
ámbito de la vida de la persona puede resultar de amplitud insuficiente. Un
problema derivado de esto es la posibilidad de conflictos entre los diversos
ámbitos vitales cuando se superponen sus metas (es el caso harto conocido de
las metas laborales que interfieren con las relaciones familiares).
En tercer lugar, como las metas giran en torno a resultados o estados a
alcanzar es perfectamente posible (y de hecho frecuente) que eventos fuera
del control de la persona interrumpan los patrones de actividad. Si tenían
pensado irse de viaje a mediados del 2020, se habrán encontrado con que el
universo no siempre coopera con nuestros deseos, por más pensamiento
positivo y sahumerios que empleemos. En otras palabras, no siempre es
posible alcanzar una meta, lo que las vuelve algo frágiles como guías de
propósito.
Finalmente, como las metas orientan a ciertos resultados futuros los
desacoplan de las acciones y circunstancias actuales, lo cual puede tener
consecuencias problemáticas. Por ejemplo, una persona fuertemente
orientada al objetivo de casarse (véanse el ejemplo anteriormente citado de
los pilotos kamikaze) puede minimizar e ignorar las dinámicas problemáticas
de una relación con tal de alcanzar la meta propuesta.
Los valores personales, en cambio, carecen de varias de las limitaciones y
dificultades que imponen las metas. En primer lugar, como no especifican
ningún resultado sino una cierta cualidad o dirección general para la acción,
no tienen fecha de caducidad: mientras haya acciones en el ámbito relevante,
el valor seguirá siendo efectivo. Un valor como “solidaridad” puede guiar la
vida de una persona durante décadas sin perder efectividad.
En segundo lugar, dado que son cualidades y direcciones abstractas tienen
un alcance más amplio que las metas y potencialmente pueden aplicarse a
todos los repertorios de una persona. Un valor como “autenticidad”,
supongamos, puede aplicar no sólo a los diversos tipos de relaciones
interpersonales (de amistad, íntimas, familiares, etcétera), sino también a las
actividades laborales, artísticas, comunitarias, entre otras. Es más difícil que
haya conflictos irreconciliables entre repertorios guiados por un mismo valor.
Por este motivo es extremadamente infrecuente lidiar con conflictos de
valores. Las más de las veces, de lo que se trata es de un conflicto entre las
metas específicas o en la distribución del tiempo.
En tercer lugar, como especifican cualidades, los patrones de acción
controlados por valores son menos sensibles a interferencias externas. Se
puede impedir que alguien lleve a cabo la meta de casarse (si hemos de
creerle a las películas románticas), pero es casi imposible evitar
completamente que una persona actúe con autenticidad. El carácter abstracto
de los valores hace que prácticamente cualquier acción en cualquier ámbito
pueda ajustarse a ellos. Por ejemplo, casi cualquier actividad en casi
cualquier ámbito puede ajustarse para que sea afectuosa, desde limpiar la
casa hasta recibir un premio Nobel. Por supuesto, no estoy postulando que
“afectuosa” sea una cualidad objetiva de las acciones, lo que resulta afectuoso
para una persona puede no serlo para otra –esa es la contracara del carácter
abstracto de los valores: es casi imposible llegar a una definición universal
para ellos.
Finalmente, como los valores conciernen siempre a la acción presente y
sus circunstancias hay menos probabilidades de generar acciones
problemáticas en pos de algún resultado futuro. En la acción guiada por
valores es más difícil separar los medios de los fines. Adicionalmente, a
causa de esto los valores requieren y fomentan el contacto con el momento
presente, con la cualidad de la acción que está sucediendo aquí y ahora.
El problema principal con los valores como guía es que es difícil
establecerlos como control contextual. Los ideales socioculturales tienen el
respaldo de la tradición y la comunidad que los sostiene en ritos y prácticas
verbales de todo tipo; actuar de acuerdo a ellos en ciertos contextos se asocia
a pertenencia y reconocimiento social. Las metas personales son claras y
concretas con respecto a sus resultados, por lo que es relativamente fácil
seguirlas: “escalar el Everest” es un objetivo definido con una satisfacción
muy concreta. En contraste, los valores son tenues abstracciones verbales
cuyo seguimiento no genera consecuencias tangibles inmediatas, sino el
desarrollo de un patrón vital de actividades funcionalmente coherentes. El
reforzador principal (aunque no el único), para un valor es generar propósito.
No es poca cosa, y a mediano y largo plazo es crucial, pero en el corto plazo
un valor está en franca desventaja frente a las metas o ideales socioculturales.
Es notablemente difícil trabajar con valores en la clínica; no sólo lleva mucho
trabajo identificar y elegir valores, sino que además es necesaria una buena
cantidad de práctica para que los valores se conviertan en guía estable para la
acción. Una vez que alcanzan un cierto grado de estabilidad los valores son
una guía potente y perdurable, que puede guiar a una persona durante toda su
vida –pero llegar a eso lleva mucho trabajo.
Estas diferentes formas de generar propósito no son excluyentes entre sí, y
de hecho puede ser una buena idea intentar que el patrón de actividades esté
bajo control múltiple: un contexto en el cual el ambiente físico, el social, las
metas y valores sean organizados para ejercer un control coherente sobre el
patrón conductual. Por ejemplo, podemos ayudar a una persona a identificar y
establecer valores de relevancia personal y generar a continuación diversas
metas coherentes con esos valores. De esta manera podemos aprovechar tanto
la amplia aplicabilidad de los valores como el atractivo carácter concreto de
las metas para generar un patrón de actividad funcionalmente coherente que
sea a la vez flexible en sus detalles y persistente en conjunto. Si además nos
ocupamos de proveer apoyo social para esas actividades y de organizar el
ambiente físico de manera que las facilite y sostenga, tendremos mayores
probabilidades de generar propósito en la vida de una persona.
De paso, repasen el párrafo anterior: establecer valores, definir metas,
buscar apoyo social y organizar el ambiente para que sostenga el patrón de
actividades. Son los componentes básicos de toda intervención de activación
conductual –no es de extrañarse que las investigaciones crecientemente la
señalen como una intervención crucial para el bienestar psicológico en todo
tipo de problemas psicológicos y circunstancias vitales (Fernández-Rodríguez
et al., 2022; Malik et al., 2021; Stein et al., 2021).
Consideraciones laterales
Si lo expuesto hasta aquí tiene algún sentido (lo cual dudo mucho), se sigue
que el propósito no es una creencia, ni una emoción, un sentimiento, sino en
última instancia una dimensión de la acción –más precisamente, se trata de la
coherencia funcional entre patrones de acción.
Como vimos en la sección anterior, esos patrones de acción pueden estar
acompañados por algunas emociones o sentimientos, pero esas experiencias
privadas no son causas –y ni siquiera son necesarias para la definición. Por
eso podemos hablar de propósito cuando las acciones que involucre no sean
particularmente placenteras, o incluso cuando involucren malestar. Tener
propósito no es sentirse de determinada manera, sino actuar de cierta manera.
Tampoco importa demasiado hacia dónde se oriente el propósito.
Paradójicamente, el contenido específico de los principios, metas y valores
parece menos importante que el hecho de que las acciones se orienten en
alguna direcciones. Digamos, importa menos el destino que el viaje.
Albert Camus, en El mito de Sísifo, lo señala con bastante claridad: “Los
dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de
una montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían
pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo
inútil y sin esperanza”. Pero Camus sostiene que Sísifo encuentra sentido y
alegría en ese supuesto castigo: “Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste
en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. (…) En ese instante sutil
en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en
ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierte
en su destino, creado por él, unido bajo la mirada de su memoria y pronto
sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de
todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene
fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando. (…) Este universo en
adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta
piedra, cada fragmento mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por
sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar
un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso”.
En otras palabras, no importa demasiado que la tarea vital involucre
esfuerzo o dolor, ni siquiera importa cuál sea el objetivo, para que haya
propósito lo que importa es que haya acciones con una dirección consistente,
incluso si la dirección en sí pareciese absurda.
Propósito y sociedad
Referencias
El conductismo ante todo ha sido para mí una fuente de goce intelectual, una
forma de obtener diferentes respuestas porque invita a plantear las preguntas
de otro modo. Los ensayos de este volumen buscan compartir y extender algo
de ese entusiasmo.