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La seducción del príncipe

La seducción del príncipe

LIBRO 1

MELISSA HALL
A mis seres queridos;
Gracias por apoyarme siempre.
© Melissa Hall, 2019
© Ediciones M e l, s.l., 2019
Primera edición: diciembre de 2019
«Esta novela es una obra de ficción. Cualquier alusión a hechos históricos,
personas o lugares reales es ficticia. Nombres, personajes, lugares y
acontecimientos son producto de la imaginación de la autora y cualquier
parecido con episodios, lugares o personas vivas o muertas es mera
coincidencia.»
Reservados todos los derechos. «No está permitida la reproducción total o
parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de
ninguna forma o por cualquier medio, ya sea mecánico, electrónico, por
fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de
los titulares del copyright.»
Prólogo

No estaba de acuerdo que en nuestro país hubiera realeza en el pleno siglo


XXI, pero necesitaba el trabajo que tanto le costó conseguir a mi madre para
mí. Lo único que tenía que hacer y, si no había ningún imprevisto, era
arreglar todas las habitaciones del palacio. Por suerte todo estaba tranquilo.
La reina —o como todos la llamaban, majestad-se encontraba en uno de sus
tantos viajes largos por Europa; sus hijos, Leopold y Kenneth, llevaban años
sin compartir travesías con su señora madre.
Después de dos semanas sin aparecer por palacio, ya que tuve el privilegio
de unas vacaciones dignas como todos los empleados, llegué con una amplia
sonrisa e hice mi trabajo. Al llegar a la última habitación que me quedaba por
acomodar por si surgía algún imprevisto de última hora o alguno de los hijos
de la reina aprecia, me encontré con una gran sorpresa.
Kenneth, el pequeño de lo hermanos, se encontraba completamente
desnudo encima de una chica que jamás había visto por los alrededores. Me
quedé en el umbral de la puerta; quieta, sin saber qué hacer. Escuchando los
gemidos de los dos. Las manos me temblaron e inconscientemente mis
piernas se cruzaron por el terrible calor que sentí.
Pero me descubrieron. Kenneth abandonó la cama, se cubrió con una de
las sábanas de seda que había y llegó hasta mí. Quería huir, pero su mano me
lo impidió.
—¿Qué estabas mirando, criada?
No respondí.
—¿Tal vez has disfrutado con lo que estabas viendo?
—¡No! —Es lo único que pude decir.
Tiró más fuerte de mí hasta pegarme contra él.
—¿Quieres que te folle? —Preguntó, para más tarde soltar una carcajada
—. Estúpida. Yo no meto a la gente como tú en mi cama.
Se apartó de mi lado y volvió a encerrarse en la habitación.
«¿Qué acababa de pasar?»
1

El último juego de sabanas que me quedaba, se escurrió por mis nerviosas


manos. Me mantuve quieta en el mismo lugar donde me cerraron la puerta.
En el fondo, y después de mi actitud no podía creérmelo, había sido una
situación un tanto divertida. Todo el mundo tenía a la monarquía como gente
importante y elegante sin darse cuenta que todos ellos vivían del pueblo. Otro
estúpido príncipe más se salía con la suya a las espaldas de los periodistas
que seguían sus pasos. Kenneth no era el mejor hermano; sus escándalos y
problemas se situaban en las primeras notas de prensa de Europa. No hice
ningún esfuerzo para recoger lo que se me había caído. Al contrario; con mis
zapatos las arrastré hacia un lateral de la puerta y salí de allí con una sonrisa.
Me pagaban por organizar las habitaciones que quedaban vacías antes de
que los invitados o dueños del palacio volvieran. Uno de ellos lo hizo, y así
se quedó todo; una cama revuelta después de que un estúpido y engreído
príncipe se hubiera revolcado con alguna modelo con deseos de conquistar el
corazón de Kenneth. La desesperación de ellas las llevaba a la humillación
después de no recibir ninguna llamada por parte del encantador príncipe.
¿Cuántas historias había escuchado? Miles. Vivir en palacio tenía sus
consecuencias y sus cosas buenas, por supuesto; pero eso no significaba que
estar rodeados de toda esa clase de personas, me hiciera olvidar quien era
realmente.
—Kenneth ha vuelto —informé al llegar a la cocina. Todos detuvieron lo
que estaban haciendo para escuchar la "gran noticia". Tiré hacia atrás de una
silla y me posicioné delante de mi madre. Estaba preparando una tarta de
fresas; mi favorita. Con una amplia sonrisa, intenté quitarle una lámina de la
fruta roja. Golpeó mi mano como si hubiera hecho algo malo—. ¿Qué?
Enjuagó sus manos y dejó de espolvorear glasé.
—¿Recuerdas cómo debes dirigirte a los príncipes?
Jugué con una de las trenzas que me caían sobre el pecho. Uno de mis
castigos era que tratara a la realeza con educación y simpatía, incluso si no
podía convivir con ellos ante todo el odio que podía sentir hacia personas que
solo sabían asentir con la cabeza y mover la mano de un lado a otro para
saludar a los del pueblo.
—Sí —respondí.
—Pues no lo olvides, Thara.
Eché hacia delante la otra trenza que descansaba sobre mi espalda.
Necesitaba salir de allí y no volver hasta la noche. Tenía que contarle a
alguien como había visto los pecados que se cometían cuando la reina no
estaba cerca; No pensaba que Kenneth era un hombre que se dejaba cabalgar
por una mujer. Parecía más... ¿dominante? Por su arrogancia. Aunque de
alguna forma tenía que complacer a todas esas mujeres que caían ante sus
encantos.
—¿Puedo salir ya? He terminado antes de hora...
Alguien me cortó.
—En realidad no has acabado tu trabajo —había llegado hasta mí con los
pies descalzos y con un rostro más sereno. Evitó mirar a sus empleados por
encima del hombro, pero su arrogancia le incitaba a demostrar que era mejor
que todos nosotros—. Falta limpiar mi habitación.
Como siempre, ahí estaba mi madre para excusarse por mí.
—Señor Kenneth —hizo una reverencia—, disculpe a mi hija...
—Lo olvidaré. No hay ningún problema —subió las mangas de su camisa
blanca para coger una lámina de esas fresas que había estado preparando la
repostera del palacio. Me mantuvo la mirada y devoró la fruta hasta relamerse
los dedos—. Acompáñame. Te diré lo que tienes que hacer y cómo la quiero
cada mañana cuando salga de ahí. ¿Entendido?
Empezó a incomodarme la mirada de mi madre. Me levanté sin hacerle
caso y quedé delante de él. Sin referencia u otro tipo de trato diferente al resto
de personas; todos éramos iguales...salvo el título.
—Si la mujer que había antes en tu habitación sigue ahí —quedé cruzada
de brazos—, puedo volver más tarde.
Su postura se enderezó.
—He dicho que me acompañes. Creo que lo he dejado muy claro, ¿no?
—Thara, haz lo que te piden —tiró de mi brazo en el momento que
Kenneth salió de la cocina y nos dejó a solas—. Deja de tratarlo como si
fuera uno de tus amigos.
—Mis amigos son republicanos. Lo sabes, mamá. Si acepté el trabajo es
porque necesitaba el dinero por la universidad. No me pidas que me humille,
por favor.
Los ojos de ella se cerraron; ¿a cuál más cabezota?
—Me conformaré si le tratas de usted.
Volví a jugar con las dos trenzas que me había hecho esa mañana y salí
para seguir al principito hasta su habitación. Tuve que caminar detrás de él,
porque cada vez que intentaba avanzar sus pasos, sus pies descalzos
resonaban ante los acelerados pasos que daba. Kenneth estaría por encima de
mí. Iba captando el mensaje.
—Cuando esté todo listo —«tenía que hacerlo»—, le llamaré.
Era la primera vez que lo veía sonreír.
Cerró la puerta dejándonos a los dos encerrados.
—Empieza, criada.
Las sabanas que dejé tiradas delante de su puerta, cayeron sobre mi
cabeza; me las había lanzado. Me costaba respirar de la impotencia de no
poder o hacer algo contra él.
—Escoria —estallé.
Pero mi tono de voz fue bajo.
—¿Has dicho algo? Desde aquí no puedo oírte —soltó una carcajada—.
¿Qué debería hacer contigo después de todo lo que has visto?
La camisa abandonó su cuerpo y se escurrió por sus fornidos músculos.
—Si me pones una mano encima lo contaré a todo el mundo. ¿Le ha
quedado claro?
En tres pasos lo tuve delante de mí, y cuando intenté aferrarme a algo ya
que una mano empujó mi cuerpo hacia la cama, no conseguí establecer el
equilibrio. Dejé de respirar durante un segundo al tener sus manos en mi
cuello, y cuando creí que sus dedos se marcarían en mi piel, me di cuenta que
me estaba paralizando sin hacerme daño.
Apartó una de sus enormes manos de mí para desabotonar el uniforme que
llevaba puesto.
—¡Apártate de mí!
Kenneth llegó hasta la tira de mi sujetador.
—¿O qué pasará? ¿Gritarás más fuerte? ¿Piensas que alguien te ayudará?
Aquí mando yo, y ni tú ni nadie me dejará en ridículo —entreabrió mis
muslos con un movimiento de cintura—. Ahora relájate. O entonces sí
dolerá.
2

Kenneth volvió la vista atrás, sus labios se curvaron con la ironía de su


propio comentario. El tacto de su piel empezó a quemar y me removí para
liberarme de su fuerte agarre. Soltó una carcajada hasta quedarse sentado al
otro lado de mi cuerpo, observando de refilón el terror que se reflejaba en mis
ojos. Durante unos segundos pensé que se había vuelto loco, que hubiera sido
capaz de cometer la bestialidad de forzarme a algo. Pero en su momento fue
claro conmigo, y me lo volvió a repetir para que no lo olvidara.
—Si no me quedara otra elección —peinó su claro cabello hacia atrás—, y
estuviera tan desesperado como para acostarme con alguien como tú...
preferiría mil veces a una prostituta de lujo que sabría dominar el placer y no
llegaría al extremo de sacarme de quicio como alguien que trabaja en el
servicio. ¿Lo entiendes, criada?
Mi boca se abrió para soltar un grito penetrante ante el desprecio de aquel
maldito gilipollas, pero mis labios quedaron apresados por su fuerte mano en
el momento que alguien llamó a la puerta. Kenneth no respondió, y yo no
podía hacer nada salvo mover mis manos e intentar salir de allí lo más rápido
posible.
—¿Thara? ¿Thara sigues aquí? —podía imaginármela tragando saliva y
con la respiración acelerada por miedo a que hubiera hecho una estupidez por
mi parte. Pero quién estaba siendo depravado e hipócrita era el príncipe que
no merecía el más mínimo respeto hacia atrás.
Sus pulgares delinearon la forma de mis labios hasta bajar por el mentón;
la curiosidad del tacto de mi piel hizo que se detuviera de nuevo en mi cuello,
y al darse cuenta que mi ceja se elevó ante el pensamiento de que en
cualquier momento le mordería, su cuerpo se levantó y con un movimiento de
cabeza hacia atrás me dio a atender que podía responder.
—Estoy aquí, mamá. Terminando de hacer la cama.
Por parte de él hubo silencio.
Mi madre no era tan estúpida como para pensar que me encontraba sola en
esa habitación.
—Tienes que salir de ahí inmediatamente —Kenneth parecía aturdido,
mirándome fijamente—. Tenías razón. Has terminado tu trabajo. Disfruta del
fin de semana, hija.
Lucí una amplia sonrisa antes de levantarme de la cama, pero volvieron a
detenerme. Esta vez no fue tan brusca como la anterior en la que caí sobre
una cama y encima lo tuve a él.
—Aprende a tratar conmigo, Thara.
Su voz empezaba a ser un terrible dolor de cabeza.
—No obedezco órdenes.
—Lo harás.
¿Tenía que reírme antes de golpearlo?
—¡Thara! —insistió desde el otro lado de la puerta.
La discusión había terminado ahí, pero Kenneth tenía que aprender que no
era una criada más que podía maltratar psicológicamente y humillarla cuando
no tuviera a alguien para follar.

Jugueteé con los botones de su camisa. Erick echó hacia atrás la cabeza,
dejándome paso libre en la curva del cuello. Sentada ahorcadillas sobre él,
sentí su hinchada polla en los vaqueros que empezaban a sobrar. Su boca
babeaba ante el pensamiento de que mi lengua jugaría alrededor de su
excitación. Pero el calor pasó rápido. La televisión se encendió, ya que
caímos sobre el mando, y las noticias parecieron llamarle más la atención que
la chica que tenía semidesnuda sobre él.
—Nuestro reportero nos confirma que el príncipe Kenneth III ha vuelto al
país sin la reina y el futuro heredero, Leopold. ¿Significa que ha vuelto a
meterse en problemas?
Habían pasado de anunciar un ataque iraní, a la prensa rosa de la realeza.
—Erick —seguí besándolo, pero me apartó.
—Después de permanecer tres meses en Dubái, lugar donde se encontró al
príncipe ebrio en una de las fiestas de la embajada, vuelve a escondidas tal
vez para dejar de ser el impertinente hijo de la reina. Pronto volveremos con
más noticias.
Erick se levantó furioso. Podía notar toda la tensión en sus músculos. Él
me había enseñado a odiar la monarquía, y por ello le ocultaba que trabajaba
en palacio para ganar algo de dinero y ayudar a mi madre que cada vez estaba
más mayor y algún día acabarían echándola. El televisor acabó en el suelo
justo cuando una fotografía de Kenneth, paseando por el país, quedó en
primer plano.
—¿¡Eso es lo único que saben hacer!? ¿Sonreír y pasearse con ropa cara
que pagamos nosotros con nuestros impuestos?
Arreglé mi ropa.
—Pensaba que íbamos a pasar el fin de semana juntos.
Él empezó a respirar con dificultad.
—Llamaré a los chicos, Thara. Esto no se puede quedar así.
—¡Erick!
Su corto cabello quedó oculto por una gorra que tenía la bandera
republicana pintada.
Salió del piso sin despedirse de mí.

*
No podía creer que un viernes por la noche volviera al lugar donde
trabajaba. Por suerte era de noche y la mayoría de empleados estaban
durmiendo en sus respectivas habitaciones. La cocina estaba desierta; quedé
sentada junto a la cena que había sobrado. Me serví un plato junto a una copa
de vino, evitando en todo momento mirar el teléfono móvil. Erick no
llamaría. Erick no se disculparía. Ésas eran las consecuencias de tener una
relación abierta.
—No esperaba encontrar a nadie.
De repente se me quitó el hambre.
Él llegó hasta mí con pasos lentos y dificultosos. Uno de sus
guardaespaldas intentó sentarlo en la silla continua de la mía. Cuando me
levanté, me lo impidieron.
—Quédate —pidió.
Mi cuerpo se echó hacia delante para susurrarle algo.
—Tus órdenes no son efectivas para mí.
Kenneth no se esperaba mi reacción.
—Podéis iros —los hombres esperaron, pero por poco tiempo—. Estoy
bien. Mañana saldremos a las nueve de la mañana. Tenerlo todo listo.
Salieron de la cocina con aquella orden directa.
—¿Qué quieres, Kenneth? Estás borracho.
Estaba ardiendo; sus mejillas estaban sonrojadas.
—La prensa me ha descubierto.
Intenté levantarme de nuevo, pero sus palabras sonaban más fuertes que su
lucha física a la hora de retenerme.
—¿No has encontrado a tu puta perfecta, Kenneth?
Si no hubiera bebido tanto, me hubiera atacado de alguna forma; no física,
pero sí psicológica.
—Mi madre pretende que sea como mi hermano. No puedo.
—Tu asquerosa vida me importa una...
—¿Alguna vez has trabajado como chica de compañía?
—¿Perdona? —había escuchado bien.
Se levantó.
—Borracho no me das tanto asco, criada.
Pero él a mí sí.
—¡Qué te jodan!
No quería gritar, más bien lo intenté.
Fue un fracaso por mi parte.
Kenneth no dejaba de reírse. De intentar acercarse hasta mí para
convencerme.
—Te pagaré muy bien, Thara.
¿Pensaba que llamándome por mi nombre su propuesta sonaría mejor?
—Olvídate de mí.
Di media vuelta, pero sus dedos habían sido rápidos; quedaron alrededor
de mi muñeca.
—¿Discutir te excita? —estaba completamente loco—. Lo digo porque
puedo ver lo duro que se te han puesto los pezones desde el momento que
me he puesto a tu lado. Dime, Thara, ¿quieres que te toque?
3

Estaba segura que escucharía su voz.


—No te esperaba este fin de semana aquí, hija.
Se puso a doblar la camiseta que dejé tirada a los pies de la cama; no podía
creer que Kenneth supusiera que me sentía atraída por él. Estaba muy
equivocado. Mi cuerpo estaba helado y reaccionó. No tenía que pensar más
en ello. Pero cuando salí de allí, con la risa del príncipe taladrándome en los
oídos, le di vueltas toda la noche lo que había pasado. Estaba borracho. Era
un juego más.
—Al final no tenía nada que hacer. No te importa, ¿verdad?
Mi madre sacudió la cabeza y se sentó junto a mí. Ni siquiera me había
dado cuenta lo tarde que era. No desayuné y evité comer algo por el simple
hecho de salir de esa habitación. Había escuchado que Kenneth se paseó por
allí un par de veces...y eso que él no frecuentaba demasiado los puestos más
repletos de empleados (cocina, jardines...).
—Al contrario. Sabes perfectamente que no me gusta ese grupo de
amistades que tienes, Thara.
—Mamá...
—Escúchame —sostuvo mis manos y besó mi mejilla antes de seguir
hablando—, no me fío de ellos. Tengo la corazonada de que harán algo malo.
Podía sonar ridículo, pero Erick siempre hablaba de atentar contra la
realeza para que el país fuera a mejor. No le daba demasiada importancia a él
y sus discursos en las puertas de la universidad para llamar la atención de
otros radicales. Lo único que hacía era pasar unas horas a su lado y luego uno
de los dos desaparecía. Aquello no era una relación; no era estúpida.
—Olvidémoslos —sonreí—. ¡Al menos estaré aquí sin hacer nada!
Mi felicidad duró poco.
—El señor Kenneth quiere hablar contigo. Thara..—. ¿otra vez? ¿De
nuevo soltaría el discurso de que lo tratara con respeto y me inclinara como
lo hacía ella? Aquella imagen era humillante para mí—. Por favor. Este
trabajo es importante para las dos.
—Es un descarado, mamá. No lo soporto.
—Cuando regrese su madre la actitud del príncipe cambiará.
—¿Por qué?
—Todo hijo teme a su madre —se levantó—. Te está esperando en la
biblioteca de la segunda planta. Lleva un rato allí. No sabía cómo decírtelo.
Normal.
Era mi día de descanso.
¿Qué quería ahora?
¿Seguir humillándome?
Cuando la puerta de mi habitación improvisada se cerró, arrastré
perezosamente mi cuerpo hasta el armario y busqué las primeras prendas de
ropa que había sacado de la maleta; una camisa blanca de mangas cortas con
unos vaqueros estrechos. Para recibir al príncipe no tenía que ir de gala. Que
le quedara claro a todo el mundo.

Había cogido la mala costumbre de escuchar u observar lo que se escondía


dentro de las habitaciones. Una de las puertas de la biblioteca estaba abierta.
Kenneth estaba de pie, cruzado de brazos y con el ceño fruncido como de
costumbre. Estaba serio, irritado. Me atrevería a decir hasta amargado.
Un hombre sentado en uno de los elegantes sillones, soltó una carcajada.
—No es gracioso —dijo a regañadientes.
—Es normal que tu madre quiera ponerte un cinturón de castidad. No la
puedes dejar quieta ni un solo segundo —su acento era extraño—. ¿Qué
haremos? Vengo desde Paris y ni siquiera podemos visitar los mejores
lugares de la ciudad porque el niño de mamá tiene prohibido salir.
—La prensa sigue a fuera. Todo el día detrás de mí.
¿También se había quedado sin fin de semana?
—Deberías ser menos... —se tomó unos segundos antes de seguir
hablando—. ¿Cómo lo llamáis aquí? ¿Putero? ¿Mujeriego? —Kenneth cada
vez estaba más furioso—. Cuando tu hermano se case, a ti te dejarán en paz.
O al menos no será tan agobiante.
—Pasaré de príncipe a duque. ¡Genial!
—Tu hermano será el futuro rey...
Me descubrieron.
—¿Por qué no me sorprende verte ahí escondida?
Del susto di un brinco.
—L-Lo siento —me acerqué hasta ellos con una amplia sonrisa—. Me han
dicho que querías hablar conmigo.
El hombre que estaba sentado se levantó hasta quedarse delante de mí. Su
corto cabello negro palidecía su piel. Ojos negros y una barba bien recortada
le hacía parecer un francés muy atractivo con rasgos muy marcados.
—¡Oh là là! ¿A quién tenemos por aquí? —cogió mi mano de repente.
—Philippe.
Kenneth intentó apartársela.
—Bella —me guiñó un ojo.
— Philippe.
—J'aime bien.
—¡Philippe! No es una stripper. Es la criada.
De repente aparté la mano.
El francés soltó una risa baja avergonzado.
—Discúlpame, femme.
Dejé de mirarlo para concentrarme en el malhumorado de Kenneth.
—Vamos a pasar toda la noche aquí. No saldremos —alcé una ceja ante
tantos detalles. Podía ir al grano, pero le gustaba excusarse delante de sus
amigos—. Tú nos servirás.
—Exactamente... ¿servir qué? —los brazos se me cruzaron bajo el pecho
—. Es mi día libre. Hay otros que podrían...
—Eres la más joven —se le estaba hinchando la vena del cuello. Perdía la
poca paciencia que tenía conmigo—. Y nos servirás —apuntó a una vitrina
que estaba abierta —alcohol.
—Kenneth y yo jugaremos a una partida de póker —Philippe volvió a
sentarse.
Nos apartamos un poco del recién invitado.
—Te pagaré.
—¿Cuánto?
—Tres mil.
—¿Por toda la noche? —me mareé.
—Por hora.
—¡Acepto!
—En la habitación de al lado te he preparado el uniforme —retrocedí un
paso—. Es el mismo uniforme que sueles llevar, pero con una cofia y un
corsé.
—Eran servir copas nada más, ¿no?
Se tocó la cabeza y respiró profundamente.
—Ya te he dicho que yo no te tocaría ni loco. Es para darle ambiente a la
biblioteca.
—¿De cabaret?
—Vístete y ven.
No me quedaba de otra.
—Por cierto —lo miré por encima del hombro—, anoche no pensabas lo
mismo.
«Imbécil.»

—¡Gané de nuevo!
Nunca había visto tantos talones sobre una mesa improvisada de póker.
—¿Cómo lo haces? —chasqueó los dedos para llamarme—. Más whisky.
Kenneth era tan mal educado.
—A mí también, femme —llené primero su copa. —Merci.
—Ya te puedes apartar —en ningún momento me miraba.
—¿Thara? —me detuve cuando Philippe me nombró—. ¿Alguna vez has
jugado al póker?
—No.
Kenneth habló de nuevo por mí:
—No tiene dinero.
—Amigo mío, no siempre hemos jugado con dinero. En Dubái propusiste
tú el juego.
—Pero no con una —me lanzó una de esas miradas que ya no soportaba
—criada.
Philippe acercó otro sillón.
—Si ganas, Thara, uno de nosotros dos se quedará desnudo. Si ganamos
nosotros, tú te desnudas. ¿Quieres jugar?
Parecía que en cualquier momento Kenneth saldría corriendo.
—¿Y con qué fin?
Ambos se miraron; uno estaba convencido, y el otro...
—Hacer un trío.
Se me hizo un nudo en la garganta.
—¿Un...Un...?
Cogió una copa, la llenó y me la acercó.
—Tú decides.
Sábado.
Estaba siendo humillada por Kenneth.
Me senté en el sillón.
Después miré al francés.
Esperaban una respuesta.
Me bebí la copa de un trago y respondí.
4

La copa se escurrió entre mis dedos.


—¿Adónde me lleváis? —me entró la risa tonta. Philippe siguió
empujando mi cuerpo mientras que Kenneth caminaba por delante de
nosotros sin camisa; el estúpido principito sabía tener clase después de todo
el alcohol que habíamos bebido. Mi cuerpo estuvo a punto de resbalar de los
brazos del francés en un intento de recoger el uniforme que tuve que llevar
durante un par de horas. Me cogieron a tiempo y refunfuñé—. Tengo frío.
La gente tenía razón; cuando bebía demasiado, parecía una cría
caprichosa.
—Es normal. Estás desnuda —de nuevo su voz sonó firme. Detuvo los
pasos delante la habitación que escogió, y se quedó a un lado para mirar a las
dos personas que se habían quedado atrás—. Pero tengo que admitir que has
tenido valor a la hora de enfrentarte contra dos grandes jugadores.
¿Por qué hablaba demasiado? Además, tampoco ayudaba demasiado que
no dejara de moverse de una forma tan extraña que me causaba un gran
mareo. Necesitaba estar tumbada o mancharía sus caros zaparos. Pero de
repente lo vi. Fue inesperado. Alcé un poco más la cabeza en un intento de
recordar para siempre ese gesto en el rostro de Kenneth.
—¿Acabas de sonreír? ¡Acabas de sonreír! —me respondí a mí misma. No
hacía falta que él dijera algo, ya que vi una amplia sonrisa a la hora de hablar
conmigo—. Pili...o Philippe...como te llames —suspiré—. ¡Qué nombres más
difíciles tenéis! Puedes creerte, que siempre, desde que lo conocí, pensaba
que era un tío amargado porque lo único que sabe hacer, y dudo que lo haga
bien, es ¡Follar!
—¡Shhh! —taparon mis labios—. Mon bébé, tenemos una noche muy
larga. Acomódate en la cama.
Ignoré cada apodo cariñoso que me susurraba. Mi cuerpo quedó libre de
sus manos, y me tambaleé en un intento de entrar en aquella habitación. Por
poco caí sobre Kenneth, pero se las apañó rápido para apartarse y que su
amigo me cogiera y me guiara hasta la pared. Ellos se quedaron fuera,
discutiendo mientras que yo descansaba en la cómoda y enorme cama que
seguramente preparé días antes.
La puerta se cerró y rápidamente (sin poder creérmelo), quedé con el
cuerpo boca abajo, buscando a esos dos con los ojos entrecerrados. En los
pies de la cama, tiré de las sabanas para poder levantarme, pero fue inútil;
alguien quedó ahorcadillas sobre mí y yo se lo permití. Había un cómodo
sillón de terciopelo rojo. Fue ocupado por la persona que menos esperaba en
esa habitación. Kenneth nos observaba.
Apartaron lentamente y con cuidado mi cabello. Besaron cada centímetro
de mi cuello hasta que gemí.
—¿Algún problema?
Negué con la cabeza.
Yo tampoco podía dejar de mirar a Kenneth, el cual se quedó cruzado de
brazos y con la mirada perdida en nuestros cuerpos.
Podía sentir la desnuda piel de Philippe acariciando la mía. Sus manos
lentamente y sin previo aviso entre abrieron mis muslos para posicionarse
entre medio. Poco a poco alzó mis caderas hasta dejarme con las rodillas y las
manos hundidas sobre el colchón. Mis pechos estaban siendo la primera
atención del príncipe.
Y de repente me quedé sin aliento. Jamás había anhelado con tanta
necesidad una bocanada de aire. Una nueva sensación recorriendo mi piel me
dejó jadeando sobre aquella cama. Las manos no las dejó quietas; acariciaba
mis muslos a la vez que su pulgar presionaba sobre mi clítoris, y en el
momento que mi cuerpo reclamó más, esa presión se convirtió en golpecitos
que me hicieron retorcerme por pensar que acabaría antes de sentir la dureza
de su miembro dentro de mí.
—Más...
Cerré los ojos.
Se quedó callado, como esperando la invitación de alguien.
—Necesito...más —lloriqueé cuando su dedo, húmedo, subió hasta la
hendidura de mi trasero. Temí lo peor ante la risa perversa que se escuchó de
fondo y el golpe de cadera que sentí de Philippe.
—¿Sabes en que está pensando Kenneth? —no quería mirarlo. No. Me
negaba por completo—. Desea que cuando acabe de tocar ese dulce coño, te
folle hasta que nos corramos.
Borracha no tenía que sentir vergüenza.
Así que solté un chillo y moví mi trasero en busca de la dureza del francés.
Tenía razón, su cálida polla estaba más preparada que yo siendo vista por la
persona que más me odiaba en ese momento. Dejó sus manos a cada lado de
mi cintura, y presionó contra mi entrada. No podía mirarlo, pero tenía la
oportunidad de alzar la cabeza y ver que estaba haciendo Kenneth.
Por un momento me pareció ver que él se estaba tocando por encima del
pantalón que llevaba, pero al sentir cada grueso centímetro dándose paso en
mi interior, la tensión aumentó hasta el límite en el que mis ojos se cerraron y
deseé que no dejaran de follarme.
—Estás muy apretada.
Al menos estábamos teniendo sexo seguro.
Siguió empujándome, prometiendo que eso no acabaría hasta que soltara
el último grito de placer. Philippe acarició mis pechos, y nos alzamos para
pegar un poco más nuestros cuerpos. Su polla entraba una y otra vez; me
paralizaba y a la vez despertaba ese débil cuerpo que llevó hasta la amplia
cama. Por muy furiosos que fueran sus golpes, todas esas sensaciones giraron
alrededor de la curiosa mirada de Kenneth.
Se corrió, y como me había prometido, grité por el orgasmo.
Me había excitado más ser vista por el príncipe.
¿Y él?
¿Se excitó viéndonos?
5

Nunca sabía decirle basta al alcohol. Después de unas copas de más,


aunque imaginaba que después de la quinta dejé de contarlas, necesitaba huir
de inmediato de la cama donde me quedé dormida. Si alguien me descubría
allí, me despedirían. Me levanté con mucho cuidado; eso significaba que por
mucho que mis pies tocaran el suelo, todo seguía dándome vueltas. «¡Qué
dolor de cabeza!» Al menos alguien se tomó la molestia de vestirme con
parte del uniforme que llevé esa noche. Eso sí, esa persona no sabía poner
muy bien unas bragas, las tenía al revés.
Cuando conseguí ponerme de pie, celebré que mi cuerpo no cayera contra
el suelo hasta acabar con mi pequeña nariz. Recogí la falda en un movimiento
brusco y mis labios quedaron sellados por mi mano cuando pensaba que
estaba a punto de echar lo poco que comí.
—Buenos días —el saludo me sorprendió hasta el punto que di un saltito
por el susto de saber que allí seguía habiendo alguien. Lo miré de refilón y
respiré con tranquilidad al darme cuenta que era el amigo francés de Kenneth.
¿Por qué estaba tan cómoda después de acostarme con él? Tenías tantas
preguntas que soltarle...que lo único que hice al final fue devolverle el saludo
—. ¿Todo bien?
Me mordí la lengua justo cuando iba a soltar que sentía un cansancio en
los muslos.
—Bien.
—Me alegro, mon petite —quise aclarar todo lo que pasó entre nosotros
dos, pero Philippe bajó la taza de la que se estaba bebiendo un recién café y
siguió hablando—. Kenneth quiere hablar contigo. Está en el despacho de su
hermano.
—¿Kenneth? ¿Hablar conmigo? —solté una carcajada.
Pero últimamente requería demasiado de mi presencia. Lo que no haría era
fiarme de esos dos hombres. Philippe era demasiado...amable para mi gusto,
y del principito afirmaba que era un completo idiota; un idiota que vivía a la
sombra de su hermano, el mismo que heredaría la corona. De ahí cada
escándalo y problema. Kenneth quería llamar la atención de su madre, y lo
único que consiguió fue ganarse el título del príncipe más descarado de
Europa. Él era un libro abierto; el problema era como una de esas historias
con el final abierto o con un giro inesperado. No quería sorprenderme con él.
Le devolví una vez más la sonrisa al francés y salí de allí para darme una
ducha rápida y reunirme con la persona que me esperaba. Seguía siendo mi
día libre y no tenía que trabajar. Podía pasearme por esos largos pasillos
repletos de retratos de los antiguos dueños del palacio. Los mismos que
murieron antes del golpe de estado que hubo en nuestro país. Años después,
la familia de Kenneth volvió a recuperar cada título que les arrebataron. Erick
siempre ansiaba que alguien, con el mismo valor que tuvieron los dictadores,
dejara de lado la monarquía.
Los nudillos se me enrojecieron después de llamar a la puerta. Al menos
estaba cerrada y yo no me quedaría allí parada para ver qué es lo que pasaba
en su interior. El problema es que nadie respondió. ¿Tendría que entrar? Para
que me hacía esa misma pregunta cuando ya había movido el pomo y abierto.
Kenneth estaba sentado en la silla que ocupaba su hermano, y se encontraba
mirando un sobre.
—¿Otra vez tú?
Me haría un gran favor si dejaba de hacerse el tonto cada vez que me veía
delante de él.
—Querías verme. Aquí estoy.
Cogió un abrecartas dorado.
—¿Philippe? —asentí con la cabeza—. Te ha mentido. Ya te puedes ir a
hacer lo que quiera que haces aquí, criada.
En vez de dar media vuelta me acerqué hasta él. Alcé los brazos para
acomodar mis manos sobre la enorme mesa de madera e incliné mi cuerpo
hacia delante.
—Mi dinero —reclamé sin vergüenza.
Él soltó una carcajada.
—Pensaba que querías hablar de todo lo que pasó anoche.
—Yo te vi a ti —tragué saliva ante esas imágenes—, y tú me viste con tu
amigo practicando sexo. Por cierto, muy macabro por tu parte. Sobre todo, en
la parte en la que te estabas masturbando.
Gruñó.
—Estabas borracha. Tu mente te juega malas pasadas.
—Lo que tú... —ladeé la cabeza; los comentarios de mi madre me venían
y se iban enseguida—... usted diga. Mi dinero.
—Ser educada no va contigo.
Me estaba enfureciendo.
Arregló el cuello de su camisa y después abrió un cajón del cual sacó un
talonario.
—Tienes que hacer algo por mí —dejó el cheque muy cerca de mí.
Cuando estuve a punto de cogerlo, me paró—. No te lo pediría, pero estoy
desesperado.
Entendí porque Philippe me mintió.
—¿Un favor? —la ceja se me alzó.
—Si te lo pago no será un favor.
—Prefiero que me lo pidas educadamente antes que tener más ceros en mi
cuenta —además, a quién quería engañar, vi la cantidad de dinero que
ingresaría en mi cuenta. Lo que más deseaba en ese momento era verlo
humillado—. Evita la palabra criada, Kenneth.
Le guiñé un ojo.
Apretó los labios y me lanzó una de esas miradas que te matarían si fuera
posible. Pero me sentí bien. Yo no lo veía como un príncipe. Era una persona
más. Un hombre como otro cualquiera.
—Mi amigo está aquí porque mañana se celebrará una fiesta en la
embajada de Francia.
—¡Qué lástima! Yo tengo que trabajar —intenté quitarle lo que era mío.
Fue nulo. Seguía retenida allí—. ¿Qué?
—Acompáñame.
—¿Por qué iba a ir alguien como tú, con alguien como yo? Respóndeme.
Estaba acostumbrada a verlo serio y enfurecido por mi descaro a la hora
de hablar con alguien como él.
—Suelo meterme en problemas. Mi madre, la reina —remarcó—, no se lo
tomaría muy bien. Si voy con alguien como tú...estoy seguro que no haría
nada que me dejara en evidencia.
Reí.
—Entonces es cierto que te acostaste con la hermana del presidente de
Italia.
—No pareces la clase de persona que mira la prensa rosa.
Tenía razón.
—Tengo un novio obsesionado contigo —y era cierto, Erick estaba al
tanto de todo lo que hacía Kenneth.
Al menos no preguntó, por qué no sabía muy bien cómo decirle que mi
pareja era republicana.
—¿Aceptas?
Tiré más fuerte y me quedé con el papel; lo doblé y di media vuelta. Al
quedar delante de la puerta, con la sonrisa más amplia que podía tener en mi
rostro en ese largo domingo que viviría, le respondí.
—Me lo tendrás que pedir de otra manera.
Era el momento de abrir y salir de allí, pero el ruido de la silla arrastrándose
hacia atrás me dejó parada. En unos cuantos pasos Kenneth quedó detrás de
mí y giró mi cuerpo con fuerza, dejándonos cara a cara.
—Te lo he pedido a las buenas.
Me encogí de hombros.
—¿Lo harás a las malas?
Un mechón del cabello le cayó sobre el puente de la nariz al intentar estar
más cerca de mí.
—¿Me estás provocando?
—Tal vez.
—Puedes arrepentirte —soltó.
—Estoy dispuesta a arriesgarme, príncipe Kenneth.
6

Tuve un buen despertar.


—Buenos días —saludé con entusiasmo al aparecer por una de las puertas
de la cocina. A las siete de la mañana, todos los trabajadores se preparaban
para servir un buen y delicioso desayuno para el príncipe y su invitado en uno
de los comedores del palacio—. ¿Puedo servirme una taza de té, Chef?
Él asintió con la cabeza y me tendió una de las tazas de porcelana. Se me
quedaron mirando durante un rato, mientras que me acomodaba en la mesa y
movía las piernas con alegría. Era lunes. Uno de mis días favoritos y nadie
me lo arruinaría.
—¿Por qué estás tan contenta?
—No lo sé. Digamos que me estoy acostumbrando a vivir aquí. No es tan
aburrido como llegué a imaginar —esa fue mi respuesta antes de terminar el
desayuno—. En el fondo me estoy divirtiendo.
La mayoría soltaron una carcajada, pero se silenció al descubrir a la
persona que había entrado con el ceño fruncido después de escuchar mi
conversación. Al mirar sus ojos, yo misma bajé la cabeza por respeto. Sus
pasos resonaron en esa cocina de cien metros cuadrados. Quedó delante de mí
y cruzó los brazos bajo el pecho.
—¿Divirtiéndote?
—Mamá...
—Thara, estás aquí para trabajar. ¿Entendido? —Pues sí, sí que iba a tener
un día horrible—. Hace unos minutos he encontrado algo en tu habitación.
¿Qué está pasando?
—No sé de qué me hablas.
Dejé a un lado la vajilla de la realeza por si ella llegaba a enfardarse un
poco más conmigo. Aunque con ese rostro, arrugado por la rabia que sentía
en ese momento con su hija y la humillación que podía llegar a sentir...no
sería un inconveniente beber en una de las tazas propiedad de los dueños.
Por supuesto que no sabía de qué hablaba, pero ella estaba dispuesta a
averiguarlo. Pero alguien llegó justo a tiempo. Uno de los guardaespaldas de
Kenneth, el más alto, me nombró a voces; todos nos asustamos.
—¿Puedes venir un momento?
Mi madre siguió cruzada de brazos. Le di la espalda y me acerqué hasta él.
—¿Sucede algo? —pregunté en un tono más bajo.
—El príncipe me ha dado esto para ti —me tendió un bonito sobre color
crema; era una invitación—. A las 18:00 pasará una modista para arreglarte el
vestido que te ha comprado. ¿Información recibida?
Entreabrí los labios por la sorpresa.
Antes de que se marchara lo detuve.
—Dile que no iré. Le dejé las cosas claras ayer —miré por encima del
hombro, y por supuesto, todos estaban intentando escuchar mi conversación
—. Puede buscarse a otra. No soy su criada personal. ¿Información recibida?
La bromita final no fue de su agrado.
—A las 20:00 habrá una limusina fuera. No tardes.
¿Pero no había escuchado lo que le respondí?
Al parecer no. Habló por el pinganillo (o el maldito manos libres, no era
consciente ni de lo que tenía) que llevaba en el oído y salió de la cocina sin
despedirse. Kenneth no podía ser tan caprichoso. Era su problema no tener a
alguien que lo acompañara y lo dejara como un verdadero caballero cuando
en el fondo no lo era.
Una mano quedó posada sobre mi hombro y solté todo el aire que retuve
por unos segundos.
—El principito —sonreí, pero a nadie le gustaban mis bromas—. Saldrá
un rato de la habitación para que la dejen lista.
—Iré yo.
Alcé una ceja.
—¿Segura?
—Por supuesto. Más bien, ¿por qué no me ayudas con algo, Thara? Tengo
que ir a comprar unas cosas...
Era mi oportunidad para salir de allí y no volver hasta la noche.
Se sacó del bolsillo un papel con dos cosas apuntadas. Lo cogí
rápidamente y antes de que me diera instrucciones, le di un beso en la mejilla
y salí por la puerta de los empleados internos. Un guardia me acompañó hasta
la salida más segura; segura...porque la prensa no nos vería. Y un rato
después, llegué al piso de Erick.
Aunque tuviéramos una relación abierta, cosa que me propuso y yo acepté,
tenía que saber que había intimado sexualmente con otro hombre y estuve
completamente borracha. Por supuesto me ahorraría nombres ya que si
hablaba de Philippe directamente el nombre de Kenneth lo acompañaría.
La puerta estaba abierta, algo normal viniendo por su parte. Y al entrar en
el comedor, una de las chicas que siempre lo acompañaba en las
manifestaciones, se levantó del sofá completamente desnuda.
—No te esperaba, cariño —besaron mi cuello por detrás.
—¡Hola, Thara!
Se cubrió con una sábana y se perdió en la cocina.
—Tenemos que hablar, Erick —soltó una risa y tiró de mi brazo hasta
dejarme sentada en uno de los sillones continuos del sofá—. ¿Crees que esto
es una relación?
Curvó su espalda para comer de esa forma tan extraña un bol lleno de
cereales.
—¿Cómo lo pasaste? Tienes una marca en el cuello —me guiñó un ojo.
—Te quiero para mí y tú deberías pensar lo mismo.
—Aceptaste ser una pareja liberal, Thara —se le escurrió una fina línea de
leche de los labios hasta el torso desnudo—. Tengo buenas noticias...
Le corté.
—Ponte serio.
Me ignoró.
—Han descubierto que la realeza irá esta noche a una fiesta que
organizarán en la embajada de Francia. Iremos todos. ¿Te apuntas?
¿Eso era lo que más le importaba?
Lo estaba dejando con él...y me invitaba a que me uniera con ellos a una
ridícula manifestación para insultar a Kenneth.
—Tengo que trabajar —rápidamente me levanté—. Diviértete con Esther.
Siguió mis pasos antes de que desapareciera por la puerta de su piso.
—No me has dicho dónde trabajas.
—Ni hace falta que te lo diga, Erick. Se acabó.
—Pero cuento contigo para esta noche, ¿no?
Sí, hace unos meses ese chico que tenía delante me daba muchísimo
morbo por su filosofía y su estilo hippie.
Moví la cabeza dándome cuenta que siempre estaría obsesionado con lo
mismo. Di media vuelta y salí de allí para buscar las flores que mi madre
había anotado en la nota.
Estuve horas sentada en una cafetería jugando con mi taza de café. Eran
pasadas las siete de la tarde y lo único que me vino en mente fue que había
una mujer esperándome en la habitación para los últimos retoques de un
vestido que me había comprado un hombre que me trataba como moneda de
cambio. ¡Odiaba que escogieran por mí! Eso era algo que debería ser ilegal.
Aparecí media hora más tarde por la cocina y les devolví la sonrisa a los
cocineros que seguían trabajando duramente y sin quejarse. Abandoné la
zona interna y me adentré en los pasillos donde solíamos tener la entrada
prohibida cuando no se trataba de trabajo.
Estaba tan perdida en mis pensamientos, que ni siquiera me di cuenta que
alguien me estaba siguiendo. Un brazo me inmovilizó y con la otra mano se
aseguró de sellar mis labios. Nos arrastró a los dos hasta un despacho y me
soltó cuando me encontré con la mirada de...
—¡Serás capullo!
Con las manos en los bolsillos se acercó hasta nosotros dos.
—Ya te puedes ir, Daniel. Espérame en la limusina.
—Sí, majestad.
Cerró la puerta.
—Te dije a las 18:00 —Kenneth me miró de arriba abajo.
—Y yo di por zanjado que no iría.
Una mujer, con una máquina de coser (ligera y nada pesada) entre las
piernas me sonrió.
—¿Podemos dejar de discutir al menos durante cinco minutos?
Me reí en su cara.
—¿Pretendes que vaya a una fiesta contigo después de tratarme mal y
secuestrarme?
Estiró los labios hasta mostrar su perfecta dentadura.
—Sí.
En esa fiesta les aguardaría una gran sorpresa.
—Si no lo haces por Kenneth —ni me había dado cuenta que su amigo
estaba allí, escuchándolo todo—, hazlo por mí.
Sostuvo mi mano y depositó un beso.
Era difícil decirle que no a Philippe.
—¿Puedo hablar con Kenneth a.... —miré a las únicas dos personas que
habían allí esperando un sí por mi parte—, solas?
No hizo falta una respuesta. Salieron sin hacer ruido.
—¿Qué quieres? —volvió a sonar tan grosero como siempre.
—¿Tú quieres que vaya a esa fiesta contigo?
Di un paso hacia delante. Quedando más cerca.
—Prefiero responder a otra cosa.
—Sé sincero, Kenneth.
Echó hacia atrás la cabeza y respondió.
7

No estaba segura si sería capaz de precipitarse.


—No soy un hombre que miente. La verdad... —iba a responderme con
sinceridad, pero alguien nos interrumpió. Ambos bajamos la cabeza (y estaba
segura que no fue por vergüenza) esperando a que nos volvieran a dejar a
solas. No sucedió—. De acuerdo. Tenemos que irnos, Thara. Esperaré fuera.
Adentró una vez más las manos en los bolsillos de su traje negro y salió de
allí sin mirarme a los ojos. La modista empezó a tirar de mi ropa. No me
moví. Mi mirada seguía fija en la puerta mientras que una vocecilla, que para
mí sonaba muy lejana, me pedía un poco de colaboración por mi parte. Acabé
poniéndome el vestido y posando como una modelo mientras que esperaba
los últimos retoques antes de salir a la pasarela. Realmente quedé con las
ganas de descubrir si Kenneth esa noche quería mi compañía.
¡Qué locura, Thara! Él, al igual que yo, estábamos completamente solos.
Erick se fue. Y las mujeres que solían acompañarlo a él...eran demasiado
despampanantes para los invitados que asistirían a la embajada. Al quedar
delante del espejo, me di cuenta (y me costó reconocerlo) que en el fondo el
vestido blanco, con la espalda descubierta, era muy bonito. Carísimo, pero
precioso. Con los tacones puestos, esperé a que alguien me llevara hasta la
limusina. Y sonreí al verlo fuera. Esperándome a mí.
—Hola —sonrió dulcemente.
La llamativa corbata resaltaba su oscuro cabello. Esa postura caballerosa
lo hacía más atractivo. Aunque ya era un hombre elegante y con clase. Me
ofreció su mano y la acepté encantada. Mi brazo rodeó el suyo y seguí poco a
poco sus pasos. Acarició mi piel y soltó una carcajada al darse cuenta que
miré por encima de mi hombro. De repente me sonrojé. Únicamente
observaba que la mujer que me ayudó a quedar espectacular por esa
noche...no ensuciaba nada. Al día siguiente lo tendría que limpiar yo, y si mi
madre nos descubría tendría una larga conversación con ella. La evitaría a
toda costa. Deseaba no encontrármela.
—Kenneth nos está esperando a fuera. Estás preciosa —Philippe me
piropeó al darse cuenta que agrandé los ojos en el momento que nombró a su
amigo—. ¿Preparada para bailar un vals?
Reí yo.
El francés frunció el ceño.
—¿No es una broma?
—Por supuesto que no —rodeó mis hombros al salir. Me quedé pensativa.
No me veía bailando un vals. Bueno, básicamente estaba segura que no
encajaría en ese mundo que mucha gente envidiaba y que otros odiaban con
todo su corazón. Un hombre abrió la puerta del vehículo que se inclinó hacia
delante para saludarnos, y adentré mi cuerpo con cuidado con la mala suerte
que me pillé el vestido con la punta de los zapatos y caí encima del príncipe.
Por suerte, el único, Philippe me ayudó—. Kenneth es el mejor.
El otro, tan serio como siempre, no nos miró en ningún momento. Ni
cuando tropecé se dignó a mirarme. Seguía entretenido con su copa de coñac,
dándole un trago de vez en cuando.
—¿En qué soy el mejor? —por fin abrió la boca.
—Podrías enseñar a Thara los pasos básicos del vals.
Nunca antes había estado tan incómoda al lado de dos hombres. Philippe
se había vuelto loco. Al menos no fui la única que se dio cuenta. Kenneth y
yo nos miramos, y al darnos cuenta que mantuvimos muchísimo tiempo la
mirada el uno al otro, la bajamos para evitar soltar algún comentario fuera de
lugar.
—Baila tú con ella.
Los nudillos se me quedaron blancos, y las uñas se me empezaban a clavar
en la palma de la mano.
—Es tu acompañante, príncipe Kenneth —dijo con retintín—. Tendrás
que presentarla. No lo olvides.
Ante el silencio y lo incomoda que me sentía, solté otra risita de esas que
te ponen el vello de punta.
—¿Seré la chacha o la criada? —jugueteé con el mechón rizado que me
dejaron suelto—. En serio, sigo sin entender por qué estoy aquí. Podría haber
venido otra en mi lugar...
—¿Siempre hablas tanto? Quedan quince minutos. Otra broma de las
tuyas —dejó la copa y uno de sus guardaespaldas intentó llenársela—, y
damos media vuelta.
—¿¡Por qué eres tan gilipollas conmigo? Ni siquiera eres capaz de
mirarme a los ojos.
Iba a mirarme. Con ese rostro cargado de ira. Lo iba a hacer, pero alguien
intentó calmarnos a los dos.
—Estaba seguro que esto pasaría. Por eso en la lista Thara aparecerá como
la duquesa Záitsev.
—Estás de broma, ¿no? —miró a su amigo por encima de mi cabeza—.
Todos se darán cuenta que ella no es como nosotros.
Philippe me tendió una copa.
—Yo tampoco soy como tú Kenneth. Soy el hijo de un presidente. No lo
olvides.
—Es distinto —protestó.
—Piensa que es otro juego.
Me bebí la copa de un sorbo. No quería ir borracha, pero es que Kenneth
me causaba un dolor de cabeza horrible.
—¿Soy una duquesa?
—Exacto. Las duquesas en Rusia son princesas.
Alcé una ceja.
—¿Soy de la realeza rusa?
Asintió con la cabeza.
—Serás princesa por una noche.
No podía ser tan perfecto. Cuando me di cuenta del problema que había,
Kenneth se me adelantó.
—Exacto. Eres rusa. No hablas español. Te mantendrás callada toda la
noche —chasqueó los dedos para que volvieran a servirle.
—Perfecto —y acomodé mi cuerpo hacia atrás esperando que el viaje
terminara.

Era muy difícil mantenerse callada en todo momento. Ese no era mi


mundo. Una persona como yo, de clase media, estaba asombrada con todos
los detalles de aquel lugar. Kenneth tenía algo de razón. A veces era un poco
vulgar, pero así éramos todos. Mis pensamientos me delataban; «¡Joder!
¡Qué pasada! ¡Quiero llevarme ese jarrón a casa, es precioso!» Y lo único
que pude hacer fue caminar al lado del príncipe mientras que Philippe
saludaba a los invitados y se reunía con su madre.
Dejé de pensar para escuchar las conversaciones que Kenneth tenía con
los demás. Me dejó sorprendida, que una persona como él, que siempre
estaba de fiesta y bebiendo hasta el punto de dar mala imagen a nuestro país,
supiera más idiomas que yo. Saludaba con una amplia sonrisa. ¿Fingía ser
otra persona...o era diferente conmigo? Me gustaba ese hombre joven que
veían los demás; parecía educado y atento. Curioso y empático.
—Tengo sed —dije en voz baja.
—Cállate —refunfuñó disimuladamente.
Cogió mi brazo y me obligó a que lo pusiera alrededor del suyo.
—Gilipollas.
—Criada.
Una mujer elegante y de constitución muy delgada, se acercó hasta
nosotros para saludar a Kenneth. Le dio un beso en la mejilla, y con un dulce
acento se presentó. Aunque ellos dos parecían conocerse muy bien. Sus joyas
relucían tanto, que me dejarían ciega en cualquier momento.
—No habla nuestro idioma, Dafnée.
De sus finos labios salió una amplia sonrisa.
—Mejor para nosotros —acarició la mano de Kenneth de una forma muy
íntima.
Y me di cuenta. Esa mujer de cuarenta y tantos años o más, estaba
coqueteando con él. Kenneth apartó la mano e intentó que nos alejáramos de
esa mujer, pero no lo consiguió.
—Llevo tiempo queriendo hablar contigo.
—No es el momento —al menos le hablaba con el mismo tono con el que
se dirigía a la hora de hablar conmigo.
Pensé que lo mejor era dejarlos a solas.
Podía palpar la tensión (desesperación) sexual de esa mujer hacia el joven
príncipe. Eché hacia atrás el brazo, intentando huir de la mano de Kenneth.
Al parecer no quería que me fuera...pero era imposible. Él siempre quería
librarse de mí.
—Spa-kój-naj nó-chi —conseguí decir.
Esquivé a las personas que empezaron a bailar. A uno de los camareros
que paseaban por la sala con una bandeja, le arrebaté una copa de champagne
antes de adentrarme por uno de los pasillos que aislaron la música clásica que
sonaba de fondo. Me acomodé en una preciosa mesa de madera y bebí de mi
boca hasta relajarme.
Los pasos de un hombre (el sonido era demasiado fuerte para que una
dama tan elegante como las que había en la embajada hicieran ese terrible
ruido) empezaron a acercarse. Alcé la cabeza hasta encontrarme con la
mirada de la persona que desapareció durante una hora.
—¿No te estás divirtiendo?
—El alcohol me ayuda —le guiñé un ojo.
—No olvides que la última vez el alcohol te incitó a acostarte conmigo.
—Philippe, no estoy arrepentida —aclaré.
Sus dedos tocaron mi cuello hasta caer por la tela del vestido.
—¿Dónde está Kenneth?
—Hablando con una mujer que podría ser su madre. Parecía asustado —
reí, y Philippe tuvo que arrebatarme la copa. Al parecer estaba bebiendo
demasiado.
Bajé mi mano hasta la mesa donde estaba apoyada. Detrás de Philippe,
había una fotografía de él. Salía muy atractivo.
No estaba solo.
Junto a él había una mujer y un hombre.
—¿Thara?
—¿Mmm?
¿Dónde había visto a esa mujer?
¿¡Dónde!?
—Llevo toda la noche deseando besarte —de repente Philippe consiguió
que dejara de pensar para concentrarme en lo que estaba pasando.
—¿E-En serio?
Alzó mi rostro por la barbilla y se acercó lentamente con una sonrisa que
llegó a ponerme nerviosa. En verdad, yo también me moría por besarle.
Mis ojos se cerraron. Estaba a punto de posar mis labios sobre los suyos.
Pero alguien lo estropeó todo.
—¿Interrumpo algo? —nos apartamos—. Tenemos que irnos, Thara.
Los dedos de Kenneth quedaron alrededor de mi muñeca.
—¿Quieres irte? —preguntó su amigo.
«Oh, oh»
Miré a ambos y me armé de valor para responder.
A alguno de los dos no le gustaría lo que estaba por decir.
8

De brazos cruzados pregunté:


—¿Podríamos hablar un momento a solas —no miré a ninguno a los ojos
—, Philippe?
No sabía muy bien cómo reaccionaría Kenneth después de invitarle
indirectamente a que nos dejara a solas. Así que alcé la cabeza y miré esa
profunda mirada que únicamente me observaba a mí sin pestañear. Jugueteé
con la falda del vestido y me acerqué rápidamente al francés antes del que el
otro comenzara una nueva batalla. Pero se lo tomó positivamente. Con una
amplia sonrisa le dio una palmada a su amigo en la espalda y se alejó de
nosotros por la misma dirección. Con las manos en la espalda y silbando algo
clásico muy lejano en nuestra época, desapareció.
Por poco se me olvidó el plan que tenían entre manos los amigos y el
mismísimo Erick. Sabotaje a la realeza. Philippe era uno de los organizadores
junto a un gran equipo que preparó la embajada de Francia para reunir a unos
cuantos políticos y gente muy importante. La última gamberrada que cometió
Erick, y sólo habían pasado unos meses, fue bombardear al actual presidente
con huevos podridos. Era algo infantil, pero para él era ser un ser radical.
—¿Sucede algo? ¿Estás bien? —tocó mi frente asegurándose de que no
tuviera fiebre. Con cuidado aparté su mano de mi piel y le mostré una sonrisa
para que estuviera más tranquilo. Le guiñé un ojo después de señalar la copa
que bebí. —Kenneth. ¿Es por él? Si quieres puedes esperar y yo mismo te
llevaré. No tengo ningún problema, Thara.
Prefería llevarme él antes de llamar a un taxi. Pensaba que ese tipo de
hombre, cursi y noble, solo existían en las películas de Antena 3. Realmente
era dulce, pero no podía encapricharme con él por dos o tres gestos bonitos
que estaba teniendo conmigo. Tenía que buscar algo que fuera más allá del
físico. Era muy atractivo, no podía negarlo. Y también el dinero estaba de su
parte. El problema era que no lo conocía muy bien. Bueno en la cama.
Educado. Ese acento que mojaría la ropa interior de cualquier mujer. Pero era
un completo desconocido.
Aun así le confié ese enorme secreto.
—¿Te he hablado de mi relación abierta? —y una de esas enormes cejas
negras que tanto me gustaban en el rostro de un hombre se alzó. —Bueno...en
realidad ex relación abierta. La cuestión es...no sé por dónde empezar,
Philippe. Digamos que a las mujeres nos gustan los hombres malos porque
son unos capullos que consiguen ponernos a mil. Aunque después siempre
nos quedamos con el bueno —solté una carcajada y le golpeé en el brazo.
Pero no era mi "colega". No me estaba entendiendo. Tenía que explicarme
mejor—. Si Kenneth sale de aquí, un grupo de republicanos harán lo posible
para atacarlo.
—¿Entre ellos está tu ex relación abierta?
—Sí —dije avergonzada—. Te prometo que yo no estoy con ellos. Erick
habló conmigo de su plan, así que pensé que lo mejor era que lo supieras.
Se rascó la nuca y empezó a pensar.
—No puedo permitir un escándalo. Bastantes problemas tiene en estos
momentos Kenneth.
¿El príncipe merecía un amigo como Philippe?
—¿Y qué podemos hacer? Él quiere irse.
—Entretenlo —lo detuve antes de que marchara.
—¿Qué?
Tan ciego no podía estar. Kenneth y yo no nos aguantábamos. Había como
un odio que nació a primera vista. Él me quería lejos de su lado, y yo pensaba
lo mismo de él. ¿Cómo podía entretener a un hombre como...? Me controlé
un poco. Volví a mirar a Philippe esperando que se tratara de alguna broma o
que acabara pidiéndole a alguien un enorme favor para sacar al príncipe sin
corona.
—Buscaré una salida. Invéntate cualquier cosa. La última puerta es un
baño —miré por encima del hombro—. Hablaré con él y le diré que lo has
llamado. ¿Te parece bien?
—Me parece horrible —sí, estaba asustada. No por Kenneth, pero si por el
impulso que podrían tener mis puños por querer impactar en esa cara si
volvía a llamarme criada. «Respeto a la realeza» —Hubiera dicho mi madre
—. De acuerdo. Lo esperaré.
—¡Thara! —me llamó cuando empecé a alejarme. Con las manos en los
bolsillos, mostrando esa sonrisa pícara, dio unos pasos hacia delante para que
entendiera lo que susurró. —Gracias.
¡Menuda locura! Pero en el fondo estaba ayudando a Philippe y no a
Kenneth. O al menos quería convencerme de ello.
Cerré la puerta del lujoso baño. Casi relucía por ser tan blanco y
provocaba un bonito brillo por las luces. Mi trasero se acomodó en el suelo
sin importarme lo caro que podría ser el vestido que compraron para mí. Miré
los zapatos de tacón y los golpeé una y otra vez buscando una buena excusa
para que Kenneth se mantuviera a mi lado hasta que volviera el francés.
Podría ser fina hablando de la acidez estomacal, pero no sería yo; Thara. Me
puse tensa cuando esa puerta volvió a abrirse y cerrarse de un portazo. El
hombre quedó cruzado de brazos y me miró con la misma superioridad de
siempre.
—¿Qué te pasa?
¡Sorpresa!
—¿A-acabas de preguntar qué me pasa? —quedé atónica.
—Sí, lo he hecho —miró su bonito reloj dorado—. ¿Quieres que llame a
algún médico?
—No. Mejor quedémonos un rato aquí antes de volver —no dijo nada—.
¿Te parece bien?
Volvió a mirar la hora y sólo habían pasado unos segundos.
—No.
El borde de Kenneth volvió. Aunque en realidad nunca se fue.
Apreté los labios y empecé a pensar. No aguantaría mucho. Yo tampoco.
Ansiaba salir de allí y alejarme de su lado lo más lejos posible. ¿Por qué era
tan complicado todo? Porque seguramente Philippe estaría contratando a otro
chofer con algún vehículo no muy llamativo para sacarnos de allí.
«Uno...dos...tres...setenta y cinco...ochenta y dos...» Era una de esas pocas
personas a la que le relajaba contar. Me olvidaba durante minutos del mundo
que me rodeaba. Estuve tan entretenida, que ni siquiera me di cuenta que
empecé a subirme la falda por encima de la rodilla hasta mostrar mi ropa
interior a Kenneth. La bajé rápidamente y aparté la mirada.
—Nos vamos —giró sobre sus zapatos e intentó a abrir la puerta.
Corrí como pude y lo frené.
—¡No!
—¿Por qué? Llevamos unos minutos aquí —sus ojos eran más claros que
los de Philippe. «Deja de mirarle a los ojos»—. Lo único que se puede ver
aquí es el baño y el color de tus bragas de encaje.
Sí, las vio durante un buen rato.
Empecé a sonrojarme.
—¿Cómo podría retenerte a mi lado? —susurré mientras que aferraba mis
dedos en su americana.
—Una provocación merece de otra.
Kenneth bajó su rostro, quedando muy cerca del mío.
—Kenneth —susurré sobre sus labios.
Y cuando por tercera vez la puerta se abrió, él terminó por romper el poco
espacio que tenían nuestras bocas y me besó. Fue extraño, porque sus labios
solo quedaron posados sobre los míos. No los movió, y yo tampoco hice el
intento de apretarlos sobre los suyos.
—Hay una limusina esperando —esa voz nos volvió a la realidad; al
menos a mí. Kenneth seguía mostrando esa sonrisa. Quedó delante de
Philippe y después me miró por encima del hombro—. Hay fotógrafos
esperándote. Pensé que lo mejor sería que salieras por la parte trasera.
—Una gran idea, amigo.
Desconecté de su conversación, ya que Philippe había visto algo que
acabaría mal interpretando. Fue un roce de labios. No un beso. ¡No! Kenneth
y yo no nos besaríamos en un cuarto de baño. Pero, ¿¡qué diablos había
pasado!?
—¿Nos vamos, Thara?
Lo ignoré.
—Philippe... —intenté acercarme a él.
—Será mejor que os marchéis ahora —su sonrisa era forzada.
Cogieron mi mano y tiraron de mí. Por mucho que me alejaran de ese
apuesto francés, no dejé de mirarlo en ningún momento. Hasta que llegaron
los guardaespaldas de Kenneth y se coloraron delante y detrás para proteger
al hijo de la reina. Antes de poner un pie fuera de la embajada, una chaqueta
americana cubrió mi cabeza.
Miré a Kenneth de reojo.
Aunque era normal que me ocultara de la prensa.
Salimos y los flashes no tardaron en cegarme. Y ante tantas preguntas
(«¿Quién es ella, Kenneth?» «¿Es su futura relación, majestad?» «¿Es cierto
que ha perdido el contacto con su hermano?» «Volverá pronto la reina al
país?») me di cuenta que la calma duraría poco. Gritos empezaron a
zumbarnos en los oídos.
—¡Qué arda la corona!
—¡Abajo la monarquía!
—¡Qué muera el príncipe!
Nos empujaron para ponernos a salvo, pero la puerta de la limusina se
quedó atascada. Cuando pensé que lo que nos estaban tirando eran huevos
podridos, un gas dificultó que pudiera respirar. Apretaron la chaqueta sobre
mi rostro, y vi la mano de la persona que me estaba protegiendo.
Kenneth.
No dejaba de toser. Gritaba que abrieran la puerta. Y lo consiguieron.
Estábamos a punto de entrar en la única vía de escape para salir de allí,
pero los periodistas no habían acabado. Tiraron de la americana de Kenneth y
sacaron más fotos.
Mareada, con los ojos cerrados e intentando no ahogarme con ese gas que
se quedó impregnado en nuestras ropas, dejé caer mi cabeza sobre el hombro
más cercano al oír como la puerta de la limusina se cerraba.
—¿Se encuentra bien, príncipe Kenneth?
Me aparté de su lado al notar que el hombro era de él.
—Estamos bien —habló en plural cuando uno de sus hombres solo estaba
preocupado por su salud. Estuve un rato mirándolo sorprendida—. ¿Qué?
—Gracias.
Pidió que le sirvieran una copa del mejor coñac.
—¿Kenneth?
—¿Qué?
Al menos no perdí su americana, pero sí que me adueñé de ésta para
abrigarme. Escondí mis labios y respiré de su aroma que se había quedado en
el tejido.
—¿Puedo pedirte un favor?
—No —soltó rápidamente.
Insistí.
—Es sobre Philippe —reí nerviosa—. Creo que ha mal interpretado lo que
ha pasado entre tú y yo en el baño. ¿Puedes decirle...?
—No te entiendo.
—¡Mírame a los ojos, Kenneth! —grité tan fuerte, que fue una obligación
que me mirara; él y los hombres que teníamos sentados a los lados—. Sobre
el beso. Bueno, tú me has besado. ¿Se lo puedes decir?
—¿Ya has terminado?
Asentí con la cabeza.
—¿Lo harás? —empecé a sonreír.
—No.
Tenía que tranquilizarme.
«Gilipollas»
—Vale —cogí aire—. Es difícil mantener una conversación contigo. Muy
difícil. Estoy siendo amable contigo, Kenneth. ¿Quieres que te trate de usted?
Pues lo haré. ¿Quieres que mantenga la distancia? Lo haré. Pero, no puedes
pedirme favores como el de esta noche y ¡no ayudarme!
Estaba perdiendo la compostura.
Lo único que hizo él fue arreglarse la corbata.
—Hablas demasiado, Thara.
Fuerzas. Necesitaba fuerzas.
Hiperventilaba.
—¿Crees que de esa forma alejarás a Philippe de mi cama?
Empezó a reír.
—No digas tonterías.
—No lo conseguirás, Kenneth.
—¿Estás segura?
Estaba completamente segura. No me hacía falta ni decírselo. Así que me
pasé todo el viaje sonriendo.

*
Me levantaron a las cinco de la mañana porque necesitaban hacer unas
pequeñas obras en la habitación que ocupaba en palacio. Los hombres
empezaron a entrar y montar muebles sin darse cuenta que ni siquiera había
podido dormir y me quedaba una hora para tomarme una ducha y trabajar
ocho horas seguidas.
¡Maldito Kenneth!
—¡Hola! —una chica apareció por la puerta—. Soy Judith, tu nueva
compañera de habitación. Me ocuparé de los tulipanes de la reina. El príncipe
Kenneth ha propuesto que duerma aquí. Dice que esta habitación tiene unas
vistas preciosas.
Golpearon la puerta antes de entrar.
—¿Ya os conocéis?
—¡Majestad! —la chica dejó caer sobre su pecho todo su cabello negro.
Hizo una reverencia, como solía hacer mi madre—. Muchas gracias. Me
parece preciosa esta habitación.
¿Por qué era tan amable con ella?
—Llámame Kenneth. Aquí somos como una gran familia —tocó su
hombro—, ¿verdad, Thara?
No quería mirarlo.
—Por favor —alzó la voz—, dejadnos a solas.
Yo también quería salir de allí, pero no podía.
—¿Esta es tu forma de alejarme de Philippe?
Pasó por delante de mí y se sentó en mi cama. Ni siquiera me había dado
tiempo a guardar el camisón, pero Kenneth lo cogió, tocó la seda y lo dobló
peor que una trabajadora de Zara.
—Estás muy equivocada —giré sobre mis pies descalzos, quedando
delante de él. Era una de esas pocas veces que me miraba directamente a los
ojos—. Y lo comprobarás por ti misma. Dentro de cuatro horas tengo una
reunión muy importante. Te necesito a mi lado. ¿Entendido?
Se levantó y llegó hasta la puerta.
—¡No!
—¿No? —lo repitió para asegurarse.
—Antes tendrías que obligarme.
Y en unos cuantos pasos quedó delante de mí y alzó mi rostro con la
misma delicadeza y seguridad al igual que hizo en el baño de la embajada.
—Nunca andarás por delante de mí. Siempre estarás a dos pasos detrás. Si
tengo que obligarte —apretó los dedos en mi mejilla y me obligó a mirar la
cama —lo haré.
—No me das miedo, Kenneth.
Cambió de tema.
—Tienes una piel muy suave para alguien como tú. Y unos labios
carnosos.
Tragué saliva.
—¿Es eso? —el nudo desapareció. Reí—. ¿Quieres meterte tú en mi
cama?
Y esa vez, sí que le dio tiempo a responderme.
Me sorprendió.
O tal vez no.
9

Si hubiéramos establecido aquella conversación en su despacho, Kenneth


se encontraría inclinado en la silla a la vez que alzaba la copa y saboreaba del
licor más caro de la colección que tenía escondida en uno de los armarios que
había entre los libros. Siempre encontraba la palabra perfecta para hacerte
sentir mal; su posición social se lo permitía. Pero no estaba hablando con una
persona que hacía una reverencia ante él cada vez que pasaba por delante.
Tenía que mantenerme fuerte en cada golpe verbal.
—Ni en tus sueños más húmedos —no tuvo una de esas sonrisas fingidas
marcadas en el rostro. Mantuvo un espacio entre nuestros cuerpos, pero el
suficiente para darme cuenta que se puso tenso al oírme reír. Sus estupideces,
y más viniendo de un hombre de veintiséis años, llegaban a ser mi propia
diversión—. ¿Qué te parece tan divertido?
Me miró fijamente y adentró las manos en los bolsillos del pantalón
oscuro. Los labios arqueándose en un pequeño gesto fue su forma de celebrar
una victoria; tenerme en silencio, pensando cada palabra que saldría de mis
labios mientras que pasaba el tiempo, me hacía parecer débil. Pero tenía que
empezar a conocer a la verdadera mujer que tenía delante.
—No toleras que me haya fijado en tu amigo. Que mi posición social sea
de clase media —entonces me permití marcar una amplia sonrisa como él
solía hacer—. Esa noche estaba borracha, Kenneth, pero no lo suficiente
como para olvidar la forma en la que me mirabas y deseabas ser tú el que se
encontraba detrás de mi cuerpo. Pero, aunque las cosas fueran distintas, y
entre ellas no estuviera la que sirvo a tu familia, jamás, jamás en mi vida
estaría con un arrogante gilipollas como tú. ¿Le queda claro al señor?
Él gruñó ante mis palabras.
Era difícil comprender si algo llegaba a molestarle. Solía mantenerse
callado, mirándome con una expresión poco sutil. Pero acentuó su ceño al
apartarme un poco más de su lado.
—Siento vergüenza ajena de toda aquella persona que suele soñar
despierta. Jamás llegan a ser vencedores. Sus metas nunca se cumplen —él
miró de nuevo la habitación—. Puedes follarte a Philippe, pero no olvides
nunca a quien sirves. Un error por tu parte, y tu madre y tú estaréis fuera de
aquí en cuestión de minutos. ¿Amenaza? No lo creo. Necesito un servicio que
ejecute su trabajo y sea fiel por encima de todo. Zorras de la corte hay
demasiadas. No lo olvides, Thara.
Sacó las manos de los bolsillos del pantalón y se cruzó de brazos.
Una fuerza casi sobrehumana evitó que mi mano impactara en su mejilla.
Podía haberme arrojado contra él, pero lo único que hice fue mirarlo y evitar
que mi expresión cayera.
—¿Tengo que estar preparada para la reunión, cierto? —cambié de tema.
Abrió la puerta, obligándose a sí mismo a salir de esa habitación que tanto
le asqueaba, pero le incitaba a sentir el calor que desprendía de ella cuando
pasaba la noche entre las sabanas que tocó al sentarse.
Antes de responder, ya con una mano en el pomo para cerrar la puerta lo
más rápido posible, se giró hacia a mí.
—¿No vas a querer seguir discutiendo? —me acomodé en el silencio que
él marcó anteriormente—. Está bien. Sí. Intenta estar presentable en la
reunión. Habrá gente importante —al ver el nerviosismo que no pude
controlar, soltó el nombre de uno de los asistentes—. Philippe estará. Ya
puedes irte a hacer lo que sueles hacer aquí.
Hice un gesto y asentí.
Pasé rápidamente por su lado y dejé que él mismo cerrara la habitación
que compartiría con Judith.

—Buenos días, mamá —saludé después de posicionarme junto a ella.


Cruzada de brazos observaba el trabajo de Judith. Se mantuvo firme en
todo momento y me sonrió a través del cristal. Su cabello negro, el cual solía
llevar en un recogido alto, le caía sobre los hombros del uniforme blanco. Sus
ojos escurecieron, y su perfil enrojeció.
—¿Quién la autorizó?
—Kenneth.
—El príncipe Kenneth no suele contratar al personal. Ni siquiera ha
pasado el examen médico.
Al igual que ella, no comprendía que de la noche a la mañana el señorito
contratara a una completa desconocida que ni siquiera entendía el cuidado
que necesitaban las flores de la reina. A unos metros de los tulipanes, se rascó
el cabello con un tenedor de jardinería.
—Es mi nueva compañera de habitación —solté más tranquila que cuando
había recibido la noticia—. Enfádate conmigo, mamá, pero pienso que ambos
se conocen.
—¿A qué te refieres? —su expresión no era serena.
—Kenneth no debería salir de aquí. Básicamente suele vivir de noche.
Sexo, alcohol —intenté suavizar cada palabra, ya que estaba delante de mi
señora madre—. El primer día que llegó vino acompañado por una mujer.
Imagino que Judith hará el mismo favor que la anterior. Lo que cambia es
que quiere darnos a entender a todos que es una de los nuestros.
Pero aun así no estaba del todo convencida; ella no parecía el tipo de
mujer que Kenneth se llevaba a la cama. El traje de criada no era algo que
llegaba a excitarle, ¿por qué el de jardinera si?
—¿Puedes vigilarla?
Al soltar una risita mi madre le dio la espalda a la ventana para mirarme.
—¿Lo estás diciendo en serio? Me dijiste que no me metiera en
problemas.
—No me fio de ella.
—¿Por qué cuidas a Kenneth? Él no es tu hijo.
—Tú hazlo, Thara.
A veces esa situación, en la que mi madre me daba a entender que daría su
propia vida por la del principito, me enfurecía. ¿Celos hacia él? Era algo que
tenía que controlar antes de que me consumiera.
Ella se marchó, y yo seguí allí, de pie, observando a la chica nueva hasta
que las fuertes pisadas de unos enormes zapatos llamaron mi atención. Al
darme la vuelta me encontré con la enorme figura de Philippe que aceleraba
sus pasos a un ritmo que no podía alcanzar, pero mi voz llegaría a frenarlo.
—Hola —llegué hasta él con calma. Me hubiera gustado que diera media
vuelta y me mirara con esa bonita sonrisa que solía compartir con todos—.
No te esperaba tan pronto. Faltan tres horas para la reunión que ha
organizado Kenneth.
—Buenos días, Thara —su expresión atenta desapareció—. Tengo que
dejarte.
Antes de que desapareciera sin dejarme explicarme por lo que había
sucedido la noche anterior, lo retuve por el brazo.
—¿Te sucede algo, Philippe?
Y cuando estaba a punto de responderme, llegó el menos indicado.
—El presidente llegará en cualquier momento, Philippe. Pensaba que me
ayudarías con esto —le sonrió.
El francés siguió serio.
—Yo no tengo la culpa que decidas de la noche a la mañana hacer una
reunión con el presidente y otros empresarios para darle la espalda a tu
hermano. He llegado lo más pronto posible.
—Estupendo —le dio una palmadita en la espalda—. Sírvete una copa.
Ahora llegaré yo.
Emití un pequeño temblor con la cabeza y me estremecí.
Las uñas se me enterraron en la piel mientras Kenneth se acercaba.
—¿Debería disculparme por interrumpir una conversación de
enamorados?
Al preguntar y no tener respuesta me giró lentamente.
—¿Esto te divierte? ¿¡Te divierte!? —no debí de gritar tan fuerte. Pero
Kenneth llegaba a ponerme histérica.
—Me parece gracioso que ni siquiera te des cuenta que no le interesas.
—Mientes —dije.
—¿Segura? —bajó la cabeza para susurrármelo en el oído. —Fuiste
nuestra diversión por una noche. ¿Qué tienes tú que no tengan otras mujeres?
Respondí cuando debería de haberme mordido la lengua.
—¿Lo quieres averiguar? —le di la espalda, pero antes de desaparecer lo
miré a sus azulados ojos—. Pues sígueme.
Y no sé qué me puso más nerviosa. Que Kenneth siguiera mis pasos, o que
él mismo escogería la habitación donde estaríamos encerrados.
No sabía si quedarme o huir. Si debía permitirle que me tocara o seguir
peleando con él.
—¿Cómo me lo vas a demostrar? —abusé de la confianza, dejando que
sus labios tocaran mi oreja, lo que no esperaba es que mi cuerpo brincara ante
el cálido roce. Inhalé una fuerte bocanada—. Debería de comenzar por
quitarte la parte de arriba del uniforme. De observar detalladamente esos
pechos que Philippe sostuvo cuando te tuvo a cuatro patas.
Se acercó. Apretó las manos en mi cintura mientras que me guiaba hasta la
última estantería de libros. Su intención perversa fue hacerme sentir la dureza
de su miembro bajo los finos pantalones del traje. Su sonrisa divertida me
avisó que notó el temblor de mi cuerpo. Me estremecí. Así que lo único que
pude hacer fue detener sus muñecas antes de que hiciera algún movimiento
que me robara el poco aire que circulaba entre ambos cuerpos; él se ocupaba
de dejarme sin aliento.
Pero una parte de mí siguió retándolo. Si alguien tenía que detenerse,
deseaba que fuera él para proclamarme vencedora en aquel acto de seducción.
Mis manos pequeñas no llegaron a detenerlo. Apartó los brillantes botones
que estaban en un lateral, y no se dio por vencido hasta que descubrió el color
de esa prenda de ropa interior.
Su respiración fue más dura, más rápida.
—No pareces una persona que acaba todo lo que empieza —aunque
conseguí retener en mis labios un gemido, el tono de voz fue bajo por miedo
a que descubriera mis nervios. Y debí enfurecerle, porque inmediatamente
destrozó esa fina prenda que cubría mi pecho y la destrozó entre sus dedos.
—Kenneth.
Llegué a mirar hacia arriba para evitar sus claros ojos fijos bajo mi cuello.
Tensa por la lujuria, me mordí el interior de la mejilla cuando los nudillos de
Kenneth rozaron la clavícula para descender hasta los montículos. Aquello
estaba siendo peligroso. Él seguía entretenido tocando mi piel, disfrutando de
los cambios radicales que estaba sintiendo por una caricia de un hombre con
el que compartía un odio sin razón.
—Tienes una forma de calentarme muy peculiar, Thara.
Los labios se deslizaron por debajo de la mandíbula. Si esperaba que mis
brazos rodearan su cuello, era algo de lo que no estaba dispuesta. Pero al
igual que me negaba, una fantasía incitó a que mi cuerpo se arrastrara hasta
los finos y largos dedos del príncipe. Podía sentir sus labios sobre los míos.
La lengua presionando entre ellos para invadir de una forma dura mi boca.
Hubiera gemido de necesidad por vivir aquella experiencia. Una parte de mí
estaba hambrienta por uno de sus besos.
—Puedo notar tu furia —gruñí.
Y el poco espacio que seguía quedando entre nosotros dos, desapareció.
Kenneth se inclinó más cerca. Las manos se ocuparon de agarrarme el trasero
y alzarme hasta el punto de obligarme a que cruzara las piernas alrededor de
la cintura para tener un acceso más rápido a uno de los pezones que
endureció.
Me golpeé la cabeza con el lomo de un libro de tapa dura. Aun así, él
estaba muy entretenido por sostenerme y bajarme lo suficiente para permitir
que el bulto grueso de su erección presionara entre mis temblorosos muslos.
—Ni siquiera he comenzado y ya debes de tener la ropa interior mojada —
su voz sonó dura. Tenía que evitar esa mirada intensa.
Si seguía su juego, perdería el control.
—Detente —lo empujé por los hombros.
Esa sensación de pánico me hizo tragar saliva.
—Vamos, Thara, has dicho que descubra que te diferencia con otras
mujeres. ¿Por qué parar ahora?
Estaba ganando.
Ese imbécil estaba ganando.
—¡Qué me sueltes, joder! —mantuvo un agarre fuerte, por ello seguí
forcejando. Amenazándolo, no fue capaz de dejarme en el suelo. Mantuvo
esas fuertes manos en mi trasero mientras que me obligaba a mirarle a los
ojos.
—¿A qué le tienes miedo? —¿Cómo podía estar tan tranquilo? —
Podríamos divertirnos.
Estalló en una carcajada en el momento que quedé en el suelo y le di la
espalda para intentar cubrirme con el destrozado sostén. Kenneth intentó
tocar mi cabello, pero le retuve antes de que siguiera abusando del espacio
que yo misma le permití invadir.
Alguien llamó a la puerta. Y lo único que hizo él, fue posar un dedo sobre
mis labios a la vez que descubríamos quien era la persona que lo estaba
buscando.
—¿Podemos hablar? —preguntaron.
Seguimos durante un rato más ocultos detrás de esa estantería llena de
libros de la historia de sus antepasados.
—En mi despacho, Philippe.
El francés siguió allí, buscándolo.
—Creo que es un tema que podríamos tener aquí.
Asentí con la cabeza para que lo dejara pasar. No me importaba quedarme
allí mientras que ellos dos tenían una conversación.
—No lo creo —dijo con firmeza.
Lo fulminé con la mirada.
—Es sobre Thara —la puerta de la biblioteca se cerró.
Antes de que llegara hasta nosotros, Kenneth me susurró algo.
—Quédate callada —me pidió con voz ronca y rasposa—. Esto no ha
terminado aquí.
Le respondí.
10

Respondí:
—Yo decido cuando termina. ¿Te ha quedado claro, Kenneth?
Le convenía guardar silencio, y así hizo. Me dio la espalda y se dirigió
hasta su amigo con pasos lentos. Imaginé que esa actitud tranquila era por el
hecho de controlarme. Si descubría Philippe que estaba detrás de esa enorme
estantería, acabaría dándose cuenta que su propio amigo le ocultaba más
cosas de las que llegaría a imaginar. Entre el hueco de dos enormes libros
observé la imagen de ambos hombres. Seguramente si el escenario fuera el
despacho del príncipe no heredero de la corona, una copa de brandy ayudaría
a que las palabras fluyeran a un buen ritmo, y no como en aquel momento; el
silencio llegaba a ponerme nerviosa. Pensar que ambos estaban
incómodos...llegaba a ser estúpido.
—Puedo escuchar estupideces por parte de mi amigo en otro momento —
soltó con una sonrisa graciosa para amortiguar la insinuación que remarcó en
voz alta—. Sin mi hermano en medio, tú y yo podremos conseguir grandes
negocios.
Philippe se centró en arreglar los puños de la camisa.
—Solías pasar de los negocios al placer. No al revés, Kenneth.
—¿Dónde ves el placer? —preguntó confuso.
—En Thara.
Mis ojos se cerraron esperando una de sus carcajadas, pero cuando lo
único que pasó fue que Kenneth se quedó cruzado de brazos, por un
momento deseé conocer su respuesta. O más bien, uno de esos chistes malos
en los que me trataba como su criada y no una persona que se ganaba un
sueldo por abrillantar el suelo que pisaban los suyos. Dio la espalda a
Philippe y avanzó hasta la puerta. Sus tensos hombros no ayudaban
demasiado, aunque pronto volvería a ser él. Solía ignorar lo más importante
para pasar a algún tema que le hiciera sentir más seguro a la hora de hablar.
—Tengo que demostrarle a Leopold que puedo ser igual o mejor que él. Si
me quieres ayudar genial. Lo que no voy hacer es perder el tiempo hablando
de criadas estúpidas que consiguen sacarme de quicio —abrió la puerta
mientras que yo estaba a punto de estallar por la ira—. Te la puedes llevar. Si
lo que te pone realmente es verla con ese uniforme, toda tuya.
Y esos fuertes pasos no fueron lo único que se escucharon. Philippe fue
detrás de él inmediatamente.

Pensaba que si me entretenía en la cocina olvidaría la conversación que


Philippe y Kenneth mantuvieron en la biblioteca, pero tener a mi madre
corrigiendo cada error que podía tener por pensar en las palabras de ese
imbécil, llegué a ponerme mucho más nerviosa. Uno de los empresarios pidió
que se le sirviera una taza de té, y junto a él se le unieron los demás hombres
importantes. Y allí estaba. Sirviendo en esas hermosas tazas de porcelana
importadas de Tokio, el té que yo misma había preparado y estaba por
servirles.
—¿Recuerdas por dónde servirles?
—Sí —dije entre dientes.
—Por la izquierda, Thara.
No recordaba aquella actitud de mi madre hacia a mí antes de que entrara
a trabajar junto a ella. La recordaba más amable y cariñosa, paciente y dulce
con sus hijas. Noté su cambio; justo cuando conocí a Kenneth. Y no podía
reprocharle nada, ya que ella me ayudó a conseguir aquel puesto de trabajo
que no requería mucho esfuerzo por un sueldo que muchas personas
desearían. Forcé una sonrisa, y antes de apartarme con la bandeja, una mujer
joven me detuvo con aquel entusiasmo sospechoso.
Se plantó delante de nosotras, y antes de saludarnos, limpió sus mejillas.
—¿Adónde vas?
—Voy a servir unas tazas de té, Judith-intenté esquivar a mi madre para
después pasar por delante de ella—. ¿Me dejas pasar?
Agachó la cabeza y le dio unos golpecitos al suelo con el calzado blanco
que llevaba.
—¿Puedo ir contigo? —su tono de voz nos mostró lo nerviosa que estaba
—. Es que estoy aburrida en el jardín.
Y se suponía que Kenneth la contrató para cuidar el bello jardín de la
reina, cuando la propia chica confesaba a través de su aburrimiento que no
entendía de plantas y mucho menos de flores. Así que asentí con la cabeza
porque no me importaba tenerla junto a mí y descubrir un poco más sobre
ella y las intenciones del príncipe. Pero había alguien que no estaría
dispuesta. Con un grito se negó.
—¡No!
—Mamá —intenté calmarla—. Lo único que hará será estar a mi lado. Ni
siquiera se acercará al hijo del presidente de Francia. Te lo prometo.
Su rostro enrojeció de furia.
—Hay que marcarles unos límites a los empleados nuevos. ¿O tú no te
acuerdas de eso, Thara? —dejó que le cayeran los brazos a cada lado de su
pequeño cuerpo—. Más bien fuiste una descarada y te acercaste al príncipe
sin una pizca de educación.
El pulso me tembló e intenté que no se me notara. Pero la bandeja me
delató.
—Será mejor que no discutamos delante de los demás —miré al resto de
personas que había en la cocina—. Los invitados de Kenneth —después de
aquel comportamiento de ella hacia a mí, no estaba dispuesta a darle el gusto
que me escuchara tratando bien al principito —me esperan. ¡Judith!
Acompáñame.
Al menos conseguí caminar sin los gritos de mi madre que solían
acompañarme muy a menudo. La sonrisa que lucí durante unos segundos
desapareció al quedar delante de la puerta donde estaba manteniendo una
reunión de negocios muy importante. Lo único que sabía, es que el hermano
mayor de Kenneth no era consciente y muchísimo menos su madre. Ese
hombre jugaba sucio hasta con su familia.
Los guardaespaldas nos abrieron la puerta y le pedí a Judith que se
quedara en un rincón de la sala mientras que servía a cada asistente su taza de
té. Philippe fue el único que me dedicó una sonrisa y yo la ignoré por
centrarme en otro.
Volví junto a Judith y observamos cómo le dieron un sorbo. Se miraron
entre ellos y de repente uno habló:
—Delicioso.
—Exquisito —lo acompañó otro.
Todo eran halagos.
—¿Thara?
—¿Sí?
Evité mirarla porque estaba obligada a mirar al frente.
—¿Qué estabas haciendo antes en el jardín? —preguntó inocentemente.
Podía ver la amplia sonrisa de Kenneth. Todo le estaba saliendo a la
perfección.
—Cogiendo unas flores de adelfa —respondí.
—¿Podré probarlo yo también, por favor?
El chasquido de dedos de Kenneth pidiéndome que me acercara, me hizo
disfrutar muchísimo más. Con las manos detrás de la espalda y la cabeza bien
alta, avancé sin hacer demasiado ruido con ese bajo tacón que llevábamos las
trabajadoras. Quedé a un lado del príncipe.
—Está delicioso.
—Gracias —sonreí.
Él miró por encima del hombro.
—¿Lo has preparado tú?
—Exacto.
—¿Qué lleva, Thara?
De pequeña solía morderme las uñas de las manos cuando estaba muy
nerviosa. Con el paso del tiempo, mis nervios me provocaban risas nerviosas.
—Puedo darte más tarde la receta —él siguió pegando la taza entre sus
labios. Pero insistió. Y una orden, era una orden. Aproveché y se lo confesé
en el último sorbo—. Lleva unas cuantas flores de adelfa.
No era tan estúpido como pensaba. Rápidamente se levantó de su asiento
al darse cuenta de la posible dosis que había tomado junto al resto de los
hombres. Se disculpó con todos ellos y me sacó de allí a la fuerza. Nos
habían visto todos. Philippe, Judith, el presidente del país y los empresarios.
Kenneth pasó sus dedos alrededor de mi muñeca, marcando mi piel por la
presión.
Pidió a los guardaespaldas que nos dejaran a solas, encerrados en el
despacho continuo de la sala de reuniones.
—¿¡Te has vuelto loca!? —golpeó la mesa con los puños bien cerrados.
No podía respirar.
Seguramente los síntomas estallaron en su cabeza.
Somnolencia, dolor en el estómago, latidos irregulares en el corazón. Y lo
más grave, la muerte.
—¿Loca? ¿Para ti soy una loca o una criada estúpida que no te deja
respirar?
Aflojó el nudo de la corbata.
—¿Es por eso? ¿Has intentado envenenarme por decirle a Philippe que
eres...?
—¡Cállate! —le pedí a gritos—. No le he echado nada al té. Ni siquiera
tenéis flores de adelfa —intenté acercarme, pero no podía moverme. Preferí
mantener la distancia con él—. Eso debería saberlo Judith, ¿no crees? —
Kenneth se calló—. Lo único que me ha dicho ella al confesarle el
ingrediente falso que le he echado, ha sido de querer beberse una taza. ¿Por
qué la has contratado?
Me desafió con la mirada como de costumbre.
—Ni siquiera entiendo que ha visto Philippe en ti.
Cogí aire y volví a estallar:
—¿¡Y tú, Kenneth!? ¿¡Qué has visto tú en mí!?
Y antes de que respondiera nos callaron.
Philippe cerró la puerta y nos pidió que bajáramos el tono de voz. A los
que estaban al otro lado no les interesaba esa discusión que no nos llevaba a
ningún sitio. Ni siquiera sabía por qué le provocaba y por qué él no marcaba
una distancia entre nosotros dos.
—¿Se puede saber qué está pasando aquí? —el francés quedó en medio.
—La loca esta me ha hecho creer que nos había envenenado —se
defendió.
Evité la mirada de Philippe avergonzada.
—Deja de tratar a Thara como si fuera la mujer que se acostó con tu padre
hace muchos años —nos quedamos sin palabras—. ¿Por eso la odias?
—Cállate —le pidió y se acercó hasta él.
—Abre los ojos Kenneth.
Su amigo intentaba calmarle.
—¡No! Me acabas de traicionar confesándole a ésta un secreto que llevaba
mucho tiempo en mi familia.
Kenneth cogió la corbata que dejó sobre la mesa y salió del despacho.
No sé por qué fui detrás de él.
—¡Thara! —me detuve—. Si vas detrás de él acabarás en su cama.
Kenneth lo conseguirá.
Ni siquiera lo miré.
—Lo siento, Philippe.
Salí de allí en busca de la persona que peor podía tratarme. ¿Era una
estúpida? Sí. Pero jamás había disfrutado tanto con el dolor de una persona.
—¡Kenneth, espera!
Y claro que conseguí detenerlo.
Lo único que hicimos fue mirarnos a los ojos antes de ir más lejos.
11

«Deberías dejar de sentir lástima por él, Thara.» —Me dije a mí misma
una vez que no pude dejar de mirar sus ojos. Ni siquiera sabía cómo colocar
mis brazos para que no fueran una carga y él notara lo nerviosa que estaba.
Jamás había necesitado memorizar unas palabras para que me hicieran
parecer segura y las soltara con claridad. Pero hasta el día de hoy. Bajé la
cabeza con la única intención de mirar nuestro calzado, y al escuchar como
Kenneth gruñó por la pérdida de tiempo que estaba teniendo por quedarse
junto a mí, entreabrí los labios y solté cada palabra que impactaría contra el
otro como si fueran puñales envenenados.
—Eres más infeliz que yo. Puede que los demás piensen que eres perfecto
por ser un príncipe. Y que ni siquiera tengas que mancharte las manos para
ganar dinero y sobrevivir como el resto de las personas. Pero si te vieran con
los ojos con los que te veo yo —apreté con fuerza los puños—, sentiría
lástima.
—¿Lástima?
Asentí con la cabeza.
—Núcleo familiar destrozado; Un hermano que hará lo posible para
dejarte en el olvido de lo que un día fuiste. Una madre que prefiere estar junto
a su hijo mayor. Y un padre que prefirió estar en los brazos de otra mujer
porque la familia que tenía no le daba el suficiente cariño —no sé cuándo
debí callar, pero lo hice en el momento en el que Kenneth alzó la mano para
golpear mi mejilla. No lo hizo. Se detuvo en seco a unos centímetros—. Has
sido un crío infeliz. Y ahora la manera más digna para ti de tener la atención
de los demás es tratándolos con desprecio.
Sus hombres intentaron apartarlo de mi lado y seguir con el camino que
escogió antes de que lo detuviera. Con un movimiento de manos se alejaron
un par de metros para darnos esa intimidad que el príncipe necesitaba. Se
inclinó hacia delante, y con esa sonrisa perversa —la cual perdió durante
unos segundos— me respondió.
—Eres tan estúpida que ni siquiera te das cuenta de lo que pasa a tu
alrededor. Puede que mi padre tuviera una segunda familia —forzó una
carcajada—, pero nunca fui una persona infeliz. ¿Qué se siente que tu madre
le tenga más cariño a la persona que estás empezando a odiar? Recuerdo a
Amanda quedándose a mi lado hasta que me quedara dormido. Y en vez de
visitar a su adorable pequeña, retrasaba sus salidas a su hogar para estar más
tiempo a mi lado. Siempre gano, Thara.
—¡Mientes! —Había perdido. En el momento que alcé la voz, él volvió a
ser el vencedor.
Me dio la espalda y avanzó lentamente y con elegancia. Parecía que había
olvidado la reunión tan importante, pero eso me lo imaginé yo. Ajustó la
corbata alrededor del cuello y estiró los labios para ser ese príncipe
encantador que tanto admiraban.
—Podríamos seguir manteniendo esta conversación, aunque no estoy
dispuesto a darle a una criada parte de mi valioso tiempo. ¿Por qué no te vas
a recoger toda esa mierda por la que te pagan? Será más productivo que
mirarme a mí sin pestañear.

No me sobresaltó que tuviera a alguien observándome desde el umbral de


la puerta. Después de horas encerrada allí. Seguramente era de noche.
—No puedo creer lo mal que os lleváis y lo parecidos que sois —era
Philippe.
—¿A qué te refieres?
Rio.
—Esta habitación también era la favorita de Kenneth. Solíamos quedarnos
aquí horas cuando éramos pequeños porque decía...
—...que la luna nos observa mejor desde aquí —dije mi porqué.
Él se sentó a mi lado sorprendido.
—Acabas de decir lo mismo que él.
—¿En serio? —me encogí de hombros. No quería hablar de Kenneth, pero
era inevitable—. Le he dicho cosas horribles. Y él a mí. Me he burlado de su
padre, cuando mi madre jamás se tomó la molestia de decirme quién era el
mío. Viví con el cariño del padre de mi hermana mayor. ¿Por qué me estoy
rebajando a su nivel?
—Para Kenneth todo es un juego.
¿Burlarse de mí?
—¿Cómo puedo odiarlo si ni siquiera lo conozco? —fue una pregunta
demasiado directa—. No quiero molestarte con mis problemas, Philippe.
Acarició mi cabello, y en vez de aceptar aquel gesto como uno amistoso,
intenté acercarme hasta su boca.
—Estás furiosa, Thara —dijo con voz ronca.
Quedé ahorcadillas sobre sus duros muslos, y lentamente, muy lentamente,
me fui quitando la parte de arriba del uniforme. Los ojos de Philippe
contemplaron mi silueta y su respiración se hizo más irregular cuando los
nudillos de la mano se atrevieron a tocar mi estómago. Obligándole a que nos
quedáramos desnudos en el cuarto donde solía jugar con Kenneth, apartó
bruscamente la mirada.
—Furiosa o no, te deseo. Sin alcohol, Philippe. Quiero disfrutar cada parte
de tu cuerpo y despertar con la misma sensación de placer que me provocas
cuando estás cerca de mí —cerró los puños. Sus ojos azules se veían
irresistibles por no poder pestañear y desear tocar mis liberados pechos. Ese
cálido aliento endureció mis pezones—. Pensé que te atraía. Que no hacía
falta tener a Kenneth cerca para que tú...
Fue placentero que mi propia voz provocara el temblor en sus manos sobre
mi cintura.
—Y no me hace falta él para tocarte y disfrutar.
—¿Entonces?
—Ya te lo he dicho —dijo suavemente—. Sigues enfadada con Kenneth y
eso provoca que te acuestes conmigo. ¿Te sientes atraída por él? Porque no
quiero tu compasión.
¿Compasión? No era compasión. Pero ni siquiera me dejó hablar. Empujó
mi cuerpo para poder dejarme tendida sobre el suelo. Ambos seguíamos
mirándonos con deseo, salvo que esa sonrisa que tanto me gustaba ver en su
rostro desaparecía por la idea de que quería estar junto a él para enfurecer a
su amigo. Él no lo comprendía, pero no mentí cuando dije que lo deseaba y
necesitaba sentirlo dentro de mí siendo la Thara que conoció después que
acabara el juego que los dos propusieron una noche.
Sentí un escalofrío al tenerlo sobre mi pecho; ambos casi desnudos. Nos
hundíamos cada vez más, sintiendo la cálida piel del otro con cada roce.
Podía ver a Philippe desnudo, contemplar la verdadera belleza del francés sin
camisa cubriéndolo y tenerlo cara a cara. Mis dedos disfrutaron con el
recorrido de las curvas y formas duras de aquel perfecto cuerpo.
La caída de su oscuro cabello fue descendiendo desde mis pechos hasta el
vientre, bajando con la compañía de su dulce boca hasta la fina prenda de
ropa interior que llevaba. Jadeé ante el tirón de dientes. Bajó con lentitud las
bragas de encaje por las piernas hasta que consiguió liberarme de ésta. Una
vez que me tenía desnuda ante él, acomodó mi pie sobre las duras líneas del
abdomen hasta detenerme en una exuberante polla que salió de la fina tela del
traje que llevaba para la reunión.
Con los dedos alrededor del tobillo, siguió moviendo mi pierna para que
siguiera acariciándolo. Masturbarlo mientras que lo observa con los ojos
cerrados por el placer, me estaba haciendo disfrutar. Lo sentía duro,
saludándome de esa curiosa forma; creciendo para prepararse y querer estar
dentro de mí. No podía evitar gemir ante el pensamiento que estaba teniendo.
—¿Sigues pensando que hago esto por venganza?
—No —aparté el pie de su pene para dejar las piernas alrededor de su
cintura. Quedando más cerca de su cuerpo supliqué porque volviera hacerme
suya.
Dejó apoyadas las rodillas sobre el suelo, sosteniendo mi cuerpo que
temblaba. Philippe se acercaba con lentitud hasta mis labios. Tan delicado y
con esa elegancia que cualquier hombre podría envidiar de él. Su rostro cerca
de la curva de mi cuello, llevó a que abriera un poco más mis piernas.
Su piel era suave y ardiente.
No podía apartar mi mano de su cuerpo, subía y bajaba en cada curva.
Rodamos por el suelo, hasta intercambiar la postura. Quedando sentada sobre
el vientre, el placer de sentir su miembro tocar mi trasero me hizo jadear y
respirar con dificultad. Mis muslos se aferraban en la estrecha cintura de
Philippe, quedando temblorosa por observar lo pequeños que eran mis pechos
sobre sus manos.
Quedé alzada, dejando todo el peso en mis rodillas.
Sin perder aquellos ojos hermosos como la marea azul, me incliné para
darle un beso. La suavidad fue agradable, pero quería más y no detenerlo
hasta que necesitara reunir más aire. Philippe volvió a obligarme a sentarme
sobre él, esta vez quedé aprisionando el miembro cálido y vibrante. Me
mordió el dedo ante la sensación de acariciarlo con mi desnudo sexo y
frotarlo hasta oír a mi acompañante gemir por el placer.
No lo hice, sus labios se deslizaron sobre los míos provocándolos a
dejarlos abiertos para adentrar la húmeda y aterciopelada lengua, que recorría
toda mi boca.
Oí un gemido.
Fue por abrir mis piernas y rozar su hinchado y cálido miembro en mis
blandos labios íntimos.
El beso se convirtió en uno más agresivo, podía sentir la lengua entrar y
salir, junto cada mordico en mis labios hinchados y rojizos. No hizo falta que
las manos del francés siguieran abriendo mis muslos, yo misma las aparté
moviéndome sobre él con las manos apoyadas en los hombros para mover
con más fuerza mi cintura.
—Te quiero dentro —susurré.
—Voy a enterrarme en ti, mon chéri.
Relamió sus labios y se abrió camino para estar dentro de mí, llenándome
entera con el grosor de su polla, provocando que mis ojos se abrieran. Su
miembro quedó atrapado en un lugar húmedo que provocó el placer en
ambos.
Gimió y empujó hasta el final.
—Thara —susurró mi nombre.
El dulce placer se contraía en su rostro.
Seguí disfrutando en la forma en la que llevaba la situación, me tomaba y
se mantenía dentro con firmeza. Empezó a moverse más rápido, forzando sus
músculos, destrozándome de placer. Empecé a moverme con ayuda de mis
pies, guiándome hacia algo cuya fuerza creía y crecía.
—Philippe —supliqué por más—. ¡Philippe!
Las convulsiones llegaron a nosotros, junto a fuertes latidos de corazón.
Nuestros cuerpos se movían más rápido, buscando el final de aquel momento
que necesitábamos. Sudando, respirando, diciendo nuestros nombres hasta
que grité con todas mis fuerzas, y más tarde él me acompañó en aquella
erótica canción.
Sacudió un poco más su cuerpo, gimiendo intensamente hasta que sentí
como me llenaba.
—¡Malédiction! —gritó al tumbarse a mi lado. Sí, yo también me di
cuenta que no habíamos usado protección—. No suelo hacer esto a
pelo...Quiero decir... ¡Je suis stupide!
Al verlo con las manos a la cabeza, intenté tranquilizarlo.
—Tomo anticonceptivas, Philippe. Estoy limpia.
—Y-Yo no quería insinuar...No quiero que pienses que hago esto a
menudo —arropó mi rostro entre sus manos—. Para mí es importante
protegerse. El sexo sin préservatif es para parejas.
Me levanté al sentirme incomoda. Recogí mis prendas de ropa e intenté
salir de la habitación.
—Es normal. Al final Kenneth tendrá razón —y me fastidiaba decirlo—.
La gente como vosotros no podría tener una relación con alguien del servicio.
No te molestaré más.
—Thara —lo ignoré—. ¡Thara!
Kenneth De España
Golpearon la puerta.
—Adelante —dije después de apartar la copa de mis labios.
Una mujer de cabello recogido se adentró en mi despacho sin hacer
demasiado ruido. Sus ojos castaños brillaron al verme. Esa sonrisa
significaba una cosa: buenas noticias. Sigilosamente se sentó sobre mi
escritorio y me tiró una fina carpeta. Ojeé el interior rápidamente, pero su
fina voz me interrumpió.
—Han descubierto que lo mío no es la jardinería, Kenneth.
—¿Hablas de Thara?
Ella asintió con la cabeza.
—Esa chica no es estúpida.
—Thara no importa —alcé lo que me dio—. Te he contratado para
investigar, no para que te hagas su amiga.
—Lo sé. Encontrar la familia que formó tu padre —los dedos de Judith
tiraron de mi corbata para acercarme a sus labios—. Tengo malas noticias. El
hijo de Luis V de España no es un varón.
Llegó a sorprenderme, tanto, que tuve que volver a llenar mi copa.
—¿No?
—No.
—Pero...
—¿Quieres más información? —asentí con la cabeza y ella empezó a reír
—. ¿Qué me darás a cambio? No quiero dinero, Kenneth.
Le devolví la sonrisa.
—¿No es mejor que vayamos a mi habitación?
Y antes de que se pusiera de pie, los golpes sobre la puerta nos detuvieron.
Callamos para que pasaran de largo, pero quien se encontraba al otro lado no
se marchó.
—¿Kenneth? —aparté a Judith de mi lado y me puse de pie—. Soy yo,
Thara. ¿Podemos hablar?
Miré a Judith.
—Ignórala. Es lo mejor —fue su consejo.
Pero, ¿qué podía hacer?
12

Si realmente Kenneth no estaba detrás de esa puerta no le importaría mi


entrada en el interior incluso cuando podía utilizar la excusa de que tenía que
ordenar un par de cosas. No me tomé la molestia de ser sigilosa. En aquel
pasillo no había nadie salvo esas aterradoras miradas de todos esos monarcas
que estaban pintados con sutiliza y remarcando unos rostros serios que
llegaban a imponer respeto. Y una vez que mi cuerpo tuvo la oportunidad de
colarse, me detuve a tiempo. ¿Por qué imaginé que realmente él no estaba
allí? Porque mis ojos eran testigos de esa imagen que intentaron ocultar dos
personas que parecían muy diferentes y que algo los unía por mucho que lo
negaran.
Hubo un incómodo silencio.
Bien dijo Elsa Triolet que «el silencio es como el viento: atiza los grandes
malentendidos y no extingue más que los pequeños».
—No sabía que estabas ocupado —dije, mirando directamente a esa mujer
que intentaba esconderse detrás de él. No sé por qué pensaron que los demás
no nos daríamos cuenta que entre ellos dos había algo. Realmente, ¿a quién le
importaba? Era libre de llevarse a cualquiera a la cama. Era un hipócrita que
humillaba a la clase media, y el primero en ofrecer una invitación para
retorcerse en sus sabanas para no estar solo—. Volveré en otro momento.
Judith quedó cruzada mientras que el silencio de Kenneth parecía una
advertencia. No para mí, por supuesto, ya que salí de allí con una amplia
sonrisa. Pero parecía que para ese día no era bendecida por la tranquilidad, ya
que mis pasos fueron acompañados por unos más fuertes y veloces. No
esperaba que se tomara la molestia de reunirse conmigo, y la única
posibilidad que quedaba era para que siguiera con sus burlas.
—¿No te han enseñado a llamar a la puerta? —Kenneth recostó la espalda
en la pared, y yo hice lo mismo en la de delante de él.
Quería sonar tan formal como él, pero parecía imposible.
—Es lo que he hecho. Pero sí, por hoy te daré la razón. No debí entrar, y
más cuando no tenía tu permiso —parecía humillante, aunque mi madre de
pequeña solía darnos el sermón a mi hermana y a mí que a veces teníamos
que ser humildes y saber cuándo nos equivocábamos para aceptar ese
pequeño y no mal intencionado pecado—. Discúlpame.
—¿Estás disculpándote? —tuvo que bajar la cabeza para no mostrar esa
sonrisa que le saqué. Fue inevitable. Él también consiguió que estirara mis
labios y me sintiera bien a su lado por primera vez—. ¿Tendré que
acostumbrarme?
Mi respuesta fue negar con la cabeza.
Otra carcajada por parte de Kenneth.
—¿Qué querías, Thara? —alcé la barbilla ante el respeto con el que se
estaba dirigiendo a mí. Duró poco y se dio cuenta—. Habrás descansado
después de haberte tomado la mañana libre en vez de trabajar. Miles de
personas desearían estar en tu lugar. Pero claro, mamá consiguió meter a su
pequeña. ¿Tal vez para compensar toda su ausencia...?
—No quiero discutir, Kenneth.
—¿No? —acomodó las manos en la pared para impulsar su cuerpo hacia
delante y acercarse a mí. Lo tenía cerca y ambos esperábamos que el otro
hablara—. ¿Entonces?
¿Es qué solamente discutíamos?
—Más bien a rectificar todo lo que te dije esta mañana. No pienso
realmente que tus padres no te quisieran —bajé la cabeza para evitar su
mirada—. E imagino, y no lo conozco, que tu hermano te respetará incluso
cuando hay una corona de por medio. Solté cada palabra porque consigues
sacar lo peor de mí. Y aquí acaba la dosis de humillación. Buenas noches...
Me retuvo.
Posó los dedos alrededor de mi muñeca y me obligó a que permaneciera a
su lado.
—Entonces olvidemos todo lo que nos hemos dicho hoy —siguió con su
tono de voz serio—. Ahora sí puedes irte.
Para mí era un placer macharme, pero tuve que mirar su mano y después
levantar la cabeza pidiéndole que me soltara. Lo hizo con una sonrisa y me
dio la espalda para volver al despacho.
—¡Kenneth! —esperó al llamarlo—. No le diré a nadie lo que tienes con
Judith.
El silencio volvió de nuevo.
Y esa vez, lo comprendí.

El teléfono móvil empezó a sonar en el bolsillo delantero del uniforme.


Esa mañana, mi madre tuvo que salir después de que Sofía le comunicara que
su nieta no se encontraba muy bien, así que la supervisora que la sustituía era
más estricta que ella porque no había ningún vínculo familiar para que
pudiera pasarme alguna infracción en horas de trabajo.
Le di la espalda, y poco a poco empecé a salir del salón fingiendo que
estaba limpiando esos muebles del siglo XIX que aún conservaban en
palacio.
—¿Sí? ¿Quién es?
Era un número oculto.
—¡Menos mal, Thara! —gritaron al otro lado—. Es la única llamada que
me han permitido hacer. ¿Podemos hablar?
Seguí alejándome.
—¿Qué quieres? —llevaba días sin saber nada de Erick después de la
visita que le hizo a Kenneth en la embajada de Francia—. Estoy trabajando.
¿Por qué no me llamas cuando se te hayan quitado los efectos del cannabis?
—¡No! No me cuelgues por favor —no dejaba de insistir, y Margaret
terminaría descubriéndome—. Me han detenido.
—¿Qué?
—Lo que oyes, Thara. Le hice una visita a esa escoria que tenemos en el
país con el título de príncipe y me descubrieron.
Era lo normal.
Aunque sus detenciones no solían durar mucho.
—¿Y qué quieres?
—Ayúdame a pagar la fianza, por favor.
—Erick...
—Sé que hice mal. Pero ayúdame. Al menos hazlo por todo lo que hemos
pasado juntos.
Esos chantajes emocionales no me gustaban.
—¿Cuánto?
—Bueno...mmm...serían...
—¡Al grano, Erick!
—Tres mil euros.
—¿¡Qué!? —no pude evitarlo.
Ni siquiera había cobrado mi primer sueldo y ya estaba a punto de
gastarme lo poco que tenía ahorrado. ¿Estaba dispuesta a darle el dinero que
gané por servirles copas a Kenneth y a Philippe? Y, además, en aquella noche
pasaron más cosas.

—Firme aquí, señorita.


Antes de hacerlo, miré por encima del hombro asegurándome de que
estaban soltando a Erick. Lo sacaron de esos calabozos llenos de mendigos y
carteristas.
Dejé un garabato en el papel que me tendieron. El agente de policía nos
dejó a solas por el simple hecho que tenía que buscar los objetos personales
de Erick. Tiró de mi cuerpo para abrazarme y darme las gracias una y otra
vez.
—Eres la única que me podía ayudar —susurró rozando el lóbulo de mi
oreja.
Me aparté de su lado.
Quería el mínimo contacto físico entre nosotros dos.
—Me he gastado todo mi dinero en ti.
—Te lo devolveré.
—¿Cómo? —más bien fue una pregunta retórica.
Pero él no se daba por vencido.
—Ayer, por la noche, un hombre me dio esta tarjeta —se metió la mano
dentro de sus pantalones y rebuscó hasta en la ropa interior. De allí sacó la
tarjeta de la que hablaba doblada—. Es un fotógrafo. El único que consiguió
captar el rostro de la mujer que iba con Kenneth esa noche en la que me
detuvieron. Lo llamaré y me dará la fotografía.
De repente empecé a encontrarme mal. Antes de que me protegiera en la
limusina, alguien tiró del abrigo de Kenneth y me cegaron con un flash. Pero,
¿por qué no habían publicado la foto? Sentía un alivio, y eso no era bueno.
—Te estará engañando, Erick.
—No lo creo —estaba muy convencido—. Ese imbécil no sabe con quién
se está metiendo. Iremos a por su chica.
¿Su chica?
—Eso es una locura. Seguramente era una pobre chica que tuvo que
acompañarlo. No te metas en problemas.
El guardia lo llamó.
Sonrió y se dirigió hasta el hombre dejándome esa tarjeta. Tuve que actuar
inmediatamente. Cogí el bolígrafo que utilicé para firmar la fianza pagada y
me apunté el número de móvil en el antebrazo. Después, y con los nervios
jugándome malas pasadas, cambié el par de ceros que había por ochos.
La dejé en el suelo y salí corriendo sin despedirme de él.
Nadie podía descubrir que trabajaba para la familia real.
Nadie podía saber que esa noche estuve con Kenneth.
Nadie descubriría quien era realmente Thara.

Su respiración removió mi cabello.


Cuando llegué a palacio, lo primero que hice fue decirle a uno de los
guardaespaldas de Kenneth que necesitaba hablar con él. Cinco minutos en la
biblioteca donde dejé que tocara mi piel con libertad, fue lo suficiente para
encontrar un libro que me llamó la atención. Pensé que él tardaría más en
reunirse conmigo o que rechazaría el vernos de nuevo. Pero no. Estaba detrás
de mí. Ojeando el mismo título que había en una sencilla portada.
—Imagino que no es tuyo —reí.
—Una amiga de mi madre se lo regaló —me dio la sensación de que su
mano en cualquier momento se posaría sobre mi hombro. No sucedió—. ¿Lo
has leído?
Asentí con la cabeza.
—Era una adolescente —ojeé las hojas.
Kenneth pegó su pecho en mi espalda.
Por autoreflejo cerré los ojos. No era una buena señal.
—¿Entonces te gustaba leer historias de hermanos que se enamoran?
—Cuando leí «flores en el ático» no vi a dos hermanos enamorarse.
Giré sobre la punta de los zapatos para mirarlo.
—¿Y bien?
—Eran dos personas que se querían por encima de todo. Incluso de la
línea de sangre de la familia —llevé el libro a mi pecho—. Pero solo es una
historia.
—No, no es cierto —Kenneth dejó su mano por encima de mi cabeza. Y
con esa mirada desafiante, siguió hablando con un tono de voz más tranquilo
al que solía tener—. Las personas se enamoran. Y es algo inevitable.
Tragué saliva.
Había olvidado el porqué estaba allí.
Él no.
—¿Qué querías, Thara?
Sacudí la cabeza para volver a la realidad.
—Nos fotografiaron, Kenneth. Tienes que impedir que esa foto salga a la
luz, por favor.
—¿Por qué debería hacer eso?
Esperaba a un hombre más nervioso, histérico e incluso furioso. Y era
todo lo contrario. Se encontraba relajado, tranquilo y olvidando el espacio
que debería de haber entre nosotros dos.
—Porque no quieres que te vean conmigo.
—¿Segura? —preguntó, aproximándose lentamente hasta mis labios.
13

Antes de que no quedara nada de espacio entre nosotros dos, posé ambas
manos sobre su pecho, arrugando la camisa blanca de algodón con mis
propios dedos. Siempre había momento para desafiarlo con la mirada, pero
últimamente prefería oír su voz que sonaba más calmada a diferencia de
cuando nos conocimos. En ningún momento apartó esos brazos que lo
estaban bloqueando, al contrario, soltó una carcajada y sus suaves manos
quedaron posadas sobre las mías. Esas grandes manos eran muy diferentes a
las de Erick; se notaba cuando una persona había trabajado con sus propias
manos y quien las tenía como un bebé por no hacer nada de esfuerzo.
—La prensa ha dicho cosas peores de mí. Relacionarme con alguien del
servicio no me afectaría, Thara —estaba buscando mi mirada, y al no alzar la
cabeza, él tuvo que inclinarse—. Te importa más a ti, que a mí.
E imaginé que ver a Kenneth rodeado de mujeres después de salir de un
club privado era mucho más escandaloso que ir junto a una joven
desconocida que trabajaba en el palacio real. Volvía a ganar. No sabía cómo
lo hacía, pero siempre quedaba bien. La suerte estaba de su parte, y lo
envidiaba.
—Quiero seguir siendo una persona anónima.
Por fin lo miré a los ojos.
—¿Sabes a cuántas mujeres les gustaría estar en tu lugar? —antes de que
soltara otra estupidez, lo callé.
—No quiero ser como las otras. ¿Vivir hablando de ti es un negocio? —
tuvo el valor suficiente de asentir con la cabeza sin sentir vergüenza—. Pues
no quiero formar parte de ese mundo. Ahora, Kenneth, con tu permiso, tengo
suelos que limpiar —solté la camisa y me aparté bruscamente de ese cálido
espacio que encontramos para charlar—. ¡Ah! Y no me avergüenzo de ello.
Si no me quieres ayudar, ya buscaré otra solución.
No le importó.
Pero, ¿por qué iba a importarle?
La reina prefería que se quedara encerrado por los escándalos en los que
llegaba a meterse cada vez que salía. Y Kenneth, con los brazos cruzados,
ignoraba la palabra de su madre y seguía haciendo lo que quería. Como
pretendía llegar a ser rey, cuando no estaba a la altura.

Cogí aire antes de marcar el número que había en la tarjeta que le dejaron
a Erick. Seguramente se desesperó al notar que desapareció de su bolsillo la
solución para llegar más lejos a los ataques a la realeza. Nunca sentí tanto
miedo. Si hubiera descubierto que era yo la mujer de la fotografía, ¿era capaz
de hacerme daño? Esa pregunta rondó un par de veces en mi cabeza, incluso
cuando una voz, al otro lado de línea, preguntaba quién estaba escuchando su
voz sin responder.
Se me escurrió el móvil de la mano, y reaccioné antes de que me colgara
ese hombre. Atrapé el teléfono que cayó sobre la cama y rápidamente saludé
por el altavoz.
—Usted se puso en contacto con un amigo mío para venderle una
fotografía.
—Niña, hablo con muchísima gente. Deberías concretar más —odié a ese
tipo por llamarme niña. Tuve que aclararme hasta la voz—. Es parte de mi
profesión. Me pongo en contacto con periódicos, revista del corazón...
No tenía tiempo, y mucho menos saber que era un buitre que sólo quería
dinero.
—Hablaba de la fotografía que le sacó al príncipe Kenneth con una
desconocida.
Tuve que apartar el teléfono de mi oído ante la risa que soltó.
—No será barata —me lo imaginé relamiéndose los labios ante el placer
de saber la suerte que tuvo al conseguir más que los otros fotógrafos. —Una
revista pequeña, de esas que se dedican a sacar famosos jóvenes sin camisetas
para las crías que pasan por los kioscos cada quince días, me han ofrecido
diez mil euros. ¿Cuánto me ofreces tú?
¿Diez mil euros?
Era una cantidad que yo no tenía.
—Pero...Pero —no entendía nada—. ¿Cómo le ofreció a Erick hablar con
usted si él no tiene ni dinero?
Hubo un silencio por parte de ese hombre que seguramente tenía unos
cuarenta y tantos de años.
—Observé a ese muchacho la noche en la que se hizo la fiesta en la
embajada de Francia. El odio que sentía hacia el príncipe era digno de un
buen escándalo. Pensé que, si le vendía la fotografía, el joven llegaría muy
lejos. Tanto, que yo estaría presente para grabarlo todo y vender un material
que nadie más tendría.
—Es un hijo de...
—¡Calma, pequeña! ¿No tienes el dinero? No hay trato.
Y colgó la llamada.
Quería detenerlo, o mi rostro saldría en todas las revistas a la mañana
siguiente. Kenneth no estaba dispuesto a ayudarme. Mi madre no me dejaría
tanto dinero y mucho menos mi hermana. Estaba teniendo un ataque de rabia,
cuando por la puerta asomó la cabeza Judith. Observó en silencio como
golpeaba el teléfono móvil sobre el colchón, y me pidió disculpas una vez
que quedó dentro, encerrada conmigo.
Después de verla con Kenneth, encerrada en su despacho, me evitó en
todo momento.
—¿Qué quieres? —me levanté hasta quedar delante de ella.
Judith dio unos pasos hacia atrás.
—Siento interrumpirte.
—La habitación es toda tuya —no sabía dónde iría, pero tenía que salir de
allí.
—¡Espera, Thara! —me retuvo por el brazo. Al darse cuenta que no me
gustó que me tocara, me soltó de inmediato—. Quiero hablar de lo que pasó
el otro día.
Me hubiera gustado reírme, pero los nervios no me lo permitían.
—Mi madre y yo nos dimos cuenta que no eras jardinera. No eres la
primera mujer que veo que entra aquí para complacer al príncipe —no se
apartaba del medio—. Si eres una señorita de compañía, no te faltaré al
respeto.
—Soy detective.
Y sí, acabé riéndome.
—¿Qué? —pensaba que era más joven que yo. Pero el físico de una
persona a veces no se asociaba con su verdadera edad—. Vosotros no
estabais hablando de negocios esa noche.
Tragó saliva.
—Y tienes razón —bajó la cabeza—. Pero no quería hablar de eso ahora.
—¿No?
Alcé una ceja.
—Más bien a advertirte —esperé a que continuara—. Tienes que dejar ese
juego que mantienes con Kenneth.
¿Qué juego?
—¿Por qué?
—Porque puedes arrepentirte —su tono de voz cambió—. Es divertido
seducir o que te seduzcan, pero luego llega el amor. Y para él, por encima de
todo, está la corona. Olvídate de Kenneth. Aléjate de él.
—Es todo tuyo.
—No, no lo es. Por eso estoy hablando contigo —miró de reojo la puerta,
temiendo a que alguien la escuchara—. Estoy aquí para encontrar a la familia
que su padre formó a escondidas de su mujer. Y quiero protegerle.
Sonreí.
—¡Qué dulce eres! —reí—. Podéis hacer lo que os dé la gana a los dos.
Paso de Kenneth. De ti. ¡Y de todos! ¿Queda claro? Ahora apártate de mi
camino. Al menos yo, sí tengo cosas mejores que hacer antes que buscar una
familia a la que un hombre abandonó por miedo y falta de valor.
Judith no me impidió que saliera de la habitación, pero si lo último que
dijo.
—Tu padre actuó de la misma forma que el de Kenneth, ¿no?
Giré bruscamente sobre mi calzado para echarme encima de ella.
—¿Y tú qué sabes?
No me gustaba que los demás conocieran parte de mi vida. Así que,
después de la terrible noticia de saber que mi nombre podría salir tanto en
periódicos o por los telediarios, me aterraba.
Ella calló al ver a la única persona que le conté lo triste que me sentía al
no conocer a mi figura paterna. Philippe acomodó una mano sobre mi
hombro y le pidió a Judith que se marchara. Ella con la cabeza bien alta lo
hizo.
No pude ni mirarlo a los ojos.
—Se lo has contado —afirmé.
—¿De qué hablas, Thara?
—El nuevo juguete de Kenneth sabe que no conozco a mi padre —moví
mi hombro y me libré de sus dedos—. Eres el único al que se lo he contado.
Me miró con esa mirada tierna e intentó tocar mis mejillas.
No le dejé.
—No he hablado con ella. Acabo de llegar. Quería hablar contigo.
—¿De qué?
—De lo que pasó la otra noche —aclaró.
Entonces, ¿quién se lo había dicho?
—No pasó nada —quedé cruzada de brazos—. Ahora vete, Philippe.
—Thara...
—Por favor.
Bajó la cabeza.
—Dame una oportunidad. Te lo puedo explicar —no era el momento.
Sacudí la cabeza y Philippe lo entendió—. Está bien. Puedo esperar. Por
cierto —me tendió una caja pequeña—, Pablo me ha dado esto. Es para ti.
Pablo era otro de los guardaespaldas de Kenneth.
Lo abrí rápidamente.
Y al ver el interior, no lo podía creer.
¿Una cámara?
—¿Había alguna nota? —le pregunté.
—No. ¿Por qué?
—Hace unos minutos he hablado con el dueño de esta cámara. Me estaba
chantajeando. Consiguió hacernos una foto a Kenneth y a mí y quería
venderla a los medios de comunicación.
Philippe sacó la cámara y observó ese momento que plasmó en cuestión de
segundos aquel hombre. Y debajo, sin haberme dado cuenta, estaba el
nombre de la persona que pagó por el material exclusivo.
Lo leí en voz baja:
Kenneth.
—Ahora vengo.
—¿Adónde vas?
A por respuestas.

—¡Dijiste que no me ayudarías! —grité al entrar en su despacho.


Kenneth bajó la copa de cristal.
—¿Cuándo te quitarás esa costumbre de entrar en las habitaciones sin
antes llamar? Estoy ocupado.
—Estás bebiendo.
Ambos miramos el alcohol que se sirvió.
Señaló la silla, esperando a que me sentara.
—Sí, compré la foto.
—¿Tan rápido? —apreté los labios.
—Es normal. Me ha costado treinta mil euros.
No podía respirar de repente.
El corazón se me aceleró.
Kenneth se levantó de su asiento para quedar detrás de mí.
—¿Cómo piensas pagármelo, Thara?
Y lo peor de todo, yo le pedí ayuda.
—Philippe está aquí.
—¿Y? —le divertía la situación.
—¿Por qué no esperas hasta la noche? —me temblaban las manos—.
Pensaré en algo.
Se inclinó hacia delante.
—Quiero que me lo recompenses ahora.
Respiró sobre mi cuello y no fui capaz de moverme.
Alguien tuvo que hablar con él por mí.
—Apártate de ella, Kenneth —Philippe me siguió.
—Sólo si ella me lo pide.
«Apártate de mí.» —pero sólo fue un pensamiento.
14

No necesitaba la ayuda de Philippe. Tenía una deuda con Kenneth y estaba


dispuesta a pagarla. Me levanté del cómodo sillón, y antes de acercarme hasta
el francés, recogí ese cabello que acariciaba mi mejilla e impedía que
observara de reojo al hombre que estaba detrás. Con los brazos cruzados,
cabeza bien alta y esa sonrisa que nadie podía borrar de su rostro, esperaba a
que continuáramos con el trato que me propondría.
Sin nervios ni prisa hablé.
—Philippe, ¿puedes dejarnos a solas? Tengo que hablar con Kenneth.
No me sentó mal pedirle que abandonara el despacho de aquella manera
tan fría y directa. Era una mujer rencorosa, eso significaba que lo que pasó la
otra noche entre nosotros dos llegó a dolerme más de lo que manifestaba
físicamente. Si Philippe quería hablar conmigo para ser sincero, tendría que
buscar otra forma para llamar mi atención.
En el fondo, Kenneth y yo teníamos algo en común; algo raro para dos
personas que ni siquiera podían respirar el mismo aire más de cinco minutos
en una misma habitación.
Se escuchó una risa de fondo y no le quedó de otra que salir de allí sin
decir nada. Noté en sus hombros lo incómodo que se sintió al tener que
darme la espalda y no poder ni siquiera defenderse. Pero si estaba allí, sería
por algo. No confiaba en lo que me dijo en la habitación: ¿Quería hablar
conmigo?
Pero ya era hora que él pasara a un segundo plano.
—¿Y bien? —pregunté cerrado ambas puertas.
Kenneth echó hacia atrás el asiento que ocupé durante unos minutos. Me
obligué a mirarlo. Sus ojos brillaban de lujuria, la misma mirada que tenía
Philippe cuando me desnudó.
—Anoche estuve pensando. A día de hoy muy pocas personas me deben
un favor —puso las manos en los bolsillos de su pantalón—. El día que me
acompañaste a la embajada, no imaginé que alguien como tú encajaría tan
bien en nuestra sociedad.
—Me estoy perdiendo, Kenneth.
—Lo que quiero decir, es que hay una forma en la que puedes pagarme —
sonrió—. Leopold tiene treinta años. ¿Qué sucedería si el heredero de la
corona no se casara? —me encogí de hombros—. Estaría mal visto.
Recordé lo que dijo Judith.
—Quieres quitarte de encima a tu hermano mayor —si en algún momento
pensé que Kenneth podría estar excitado por estar encerrado conmigo y con
Philippe cerca, me equivoqué—. ¿Por eso buscas a la familia que formó tu
padre con una empleada?
—Si hay un bastardo por ahí, tengo que quitármelo de encima —sonó a
que sería capaz de matarlo, pero lo que hizo fue mostrarme el talonario que
descansaba sobre la mesa para ofrecer una buena cantidad de dinero por su
silencio. —Judith asegura que no es un varón el hijo que tuvo mi padre.
—Sigo sin entender en qué puedo ayudarte para pagar mi deuda.
Me devolvió la mirada en silencio mientras que se acercaba. Su expresión
dura, absorta mientras que se atrevía a acariciar mi mejilla.
—Necesito casarme —la respuesta me sacudió y sólo podía mirarlo en
estado de shock. ¿Casarse? ¿Con quién? —Y ahí entras tú.
Sacudí la cabeza con desesperación.
—Ni hablar.
—¿Preferías ser mi juguete nocturno? —me entretuve con su calidez.
No me dio tiempo a pensar.
—Sí —solté rápidamente.
—¿Sí?
—Qui-quiero decir... ¡no!
Estaba tan nerviosa que jadeaba por algo de aire. Tenía que encontrar las
suficientes fuerzas para alejarme de él y desviar la mirada.
—No me asombra. No eres la primera mujer...
—Respóndeme a algo —dije, después de interrumpirle.
Él asintió con la cabeza.
—¿Por qué Judith me ha pedido que me mantenga lejos de ti? —tenía que
atacar de la misma forma en la que él lo hacía—. He llegado a la conclusión
de que realmente sí que te excitó verme desnuda con tu mejor amigo. ¿Eso es
deseo, Kenneth?
Otra carcajada.
—¿Responderás tú a mi pregunta?
Callé, dando paso a que él siguiera.
—Te doy mi palabra. Soy todo un caballero —al menos no estalló furioso.
Elevó mi rostro y sus labios tocaron mi oído, haciéndome temblar—. Estuve
condenadamente duro observándote.
¿Por qué tuve que preguntarle?
Él esperaba una respuesta.
Como de costumbre, mi humor barato salió entre esos labios que se
relamieron ante la azulada mirada del príncipe.
—En ningún momento prometí responderte, Kenneth —se quedó tan
parado como yo. Pero éramos muy diferentes. Tanto, que sostuvo mis
temblorosas manos.
Ni siquiera recordaba de qué estábamos hablando.
—Bueno, de todos modos, sigue en pie lo que te he propuesto —me dio la
espalda para sostener dos copas que llenó del licor más caro que cataría en
toda mi vida. ¿Qué íbamos a celebrar? —Te pido, Thara, que finjas ser mi
prometida durante una noche. Si todo sale mal, olvidaré la deuda.
—¿Y si sale bien?
Levantó el brazo después de dejar la copa en mis manos, y tocó la punta
de mi nariz.
—Pues el plan tendrá que seguir —finalizó y dio un trago.
Mientras tanto, tragué saliva asimilando lo que estaba ocurriendo.
—¿Has olvidado que quiero ser una persona anónima? —lo fulminé con la
mirada mientras me alejaba—. Y peor todavía, tendríamos que...besarnos.
Él me siguió.
—¿Qué hay de malo en besarse de nuevo?
Intenté cerrar los labios durante un segundo. No lo conseguí.
—Llegué a sentir algo con el beso —le informé—. Y no fue agradable,
Kenneth.
Nunca había tenido la sensación de que estaba besándome a mí misma,
hasta que él me besó.
Pero, ¿por qué?
15

Perdí la cuenta de las veces que llamaron a la puerta de mi apartamento.


Llevaba horas pensando en la conversación que mantuve con Kenneth.
Tumbada en el sofá, dándole la espalda a esa persona que parecía que nunca
se rendiría, suspiré por la mala suerte que podía tener. Siempre acababa
haciendo lo que él me pedía y no era capaz de hacer nada para salir en los líos
en los que me metía. «Maldito dinero» —Pensé. «Y maldita la persona que
está al otro lado por no darme un poco de paz.»
Unos nudillos siguieron resonando, así que no me quedó de otra que
levantarme para enfrentar al valiente que aguantó unos minutos delante de la
puerta. Pero mi sorpresa fue la siguiente. No esperaba a alguien como él en
un barrio que ni siquiera había salido por televisión.
—¿Estabas durmiendo? —imaginé que esa pregunta la soltó por verme
con el cabello alborotado. No me tomé la molestia de cepillarlo ni con los
dedos. Nos miramos fijamente a los ojos—. Lo siento. Imagino que debería
haberte llamado antes.
Quedé cruzada de brazos.
—¿Quién te ha dicho que vivo aquí?
Soné algo estúpida y amargada...pero tampoco me lo puso muy difícil.
—Hugo-dijo con esa sonrisa de niño bueno. Hugo el chofer de la reina.
Cuando ella no estaba, pasaba a trabajar para Kenneth—. Tu madre le pasó
esta dirección por si pasaba cualquier cosa.
—¿Ha pasado algo? —su respuesta fue un no mientras que movía la
cabeza de un lado para otro—. ¿Entonces? Philippe, no estaba mintiéndote
cuando te dije que quería...
Me interrumpió.
—Un viejo amigo de mi padre me ha dado esto —tenía un dosier en la
mano. Intentó entrar en el interior del apartamento, pero se lo impedí. —
Imaginé que te interesaría.
Lo miré a él y después a su llamativo traje.
—Kenneth compró la fotografía —era una forma de decirle que llegaba
tarde. En ningún momento busqué su ayuda—. Y veo que tú también estás
invitado a la fiesta de esta noche.
Cuando conocí a Philippe, todo lo que estaba relacionado con su mejor
amigo, provocaba una dulce sonrisa en aquel rostro atractivo. Pero en poco
tiempo cambiaron las cosas. Lo raro de todo era que había aguantado
demasiado los juegos sucios del principito maleducado.
—Estoy aquí porque tengo el nombre de la persona que invitó
personalmente a todos los paparazzi que os pillaron por sorpresa al salir de la
embajada —agrandé los ojos. De alguna forma, nadie sabía exactamente por
donde saldríamos. Salvo... —Lee esto.
Cogí el dosier, le di la espalda y volví al sofá donde esa vez me senté con
las piernas cruzadas. Philippe, y sin invitación, entró para ver mi cara de
asombro al sostener entre mis manos un contrato con el capullo que me
chantajeó y estaba firmado por...
—¿¡Kenneth!? ¿Kenneth lo llamó? —asintió con la cabeza después de
sentarse al otro lado—. Ahora entiendo porque no le importaba que esa
fotografía se filtrara por todos los medios de comunicación. ¡Jamás hubieran
vendido la foto!
Estaba tan alterada que habría sido capaz de destrozar aquel papel si el
francés no me hubiera detenido.
—¿Te está chantajeando?
Mi respuesta podría ser tan breve y directa como su pregunta, pero decidí
callarme. Ellos seguían siendo amigos. Philippe apoyaría a Kenneth en
cualquier cosa. Nunca lo traicionaría. Estaba cansada de sus juegos. De
parecer que siempre tenía la culpa cuando todo era un montaje para que me
sintiera culpable y lo ayudara a derrotar a su hermano.
Pero se acabó.
Kenneth se arrepentiría.
¿Quería jugar?
Porque en mi juego ganar era destrozar el corazón del príncipe.
¿Quién ganaría de los dos?
—No —dije, mostrándole mi mejor sonrisa—. Philippe, pase lo que pase
con Kenneth...no será real.
Se llevó las manos a la cabeza y se levantó soltando una carcajada de
nerviosismo.
—¿Harás lo que te pide? ¡Vamos, Thara! No caigas.
—Fingiré interés en él.
—¿Estás segura? —era capaz de hacer cualquier cosa—. ¿Y si te
enamoras de Kenneth?
Tendría que haberme reído, pero no lo hice.
—Eso no pasará —cogí aire. «Eso no pasará» —me repetí mentalmente—.
No le digas nada, por favor.
Se apartó de mi lado.
—Me gustas mucho, Thara —sus pasos se detuvieron delante de la salida
—. Pero me estoy dando cuenta que ambos os parecéis más de lo que
imagináis.
Yo no era como Kenneth.
No, no lo era.
Pero cuando estuve a punto de gritarle, ya había marchado.

—¡Qué se detenga! —grité de nuevo—. Me está destrozando. No puedo


más.
La modista dejó de arreglar el corsé que llevaría para la fiesta. Miró a
Kenneth por encima del hombro, esperó una señal por su parte y después
siguió tirando de las tiras que sostendrían mis pechos bien alto para que todos
los pudieran ver. No podía respirar. Parecía que en cualquier momento me
harían un esguince en alguna costilla.
Mientras tanto él, después de haber mandado al chofer a buscarme, se
quedó sentado en un rincón de la habitación que yo compartía con Judith,
junto a uno de sus guardaespaldas; la función del hombre era llenarle la copa
en vez de protegerle.
—Serás María III por una noche. Una chacha tendría que estar feliz por
ser parte de la realeza por unas horas, ¿no?
El único que le rió el chiste fue el mismo que inclinaba la botella de
Dalmore.
—¿A quién se le ha ocurrido hacer un baile de disfraces del siglo XV? —
lo miré a través del espejo—. Porque es un maldito capullo machista.
Esa sonrisa se esfumó en cuestión de segundos.
—En el siglo XIV te hubiera cortado la lengua. Y por desgracia hoy te
necesito.
La modista se apartó para que Kenneth quedara detrás de mí. Sacó un
collar de una hermosa caja terciopelada que había en el tocador y rodeó mi
cuello con la llamativa joya.
—¿No crees que ya llamo demasiado la atención?
—Es de mi tatarabuela. Si lo pierdes o se te ocurre la idea de venderlo —
apretó las perlas en mi cuello —te arrepentirás.
—Te estoy haciendo un favor, Kenneth, no lo olvides.
Di media vuelta para mirarlo a los ojos directamente.
—¿De qué has hablado con Philippe?
¿Era por eso?
¿Estaba irritable porque Philippe vino a verme?
—¿Estás celoso? —respondí con otra pregunta—. Tranquilo, —me bajé
del pequeño taburete y acaricié su mejilla-esta noche soy toda tuya.
Él fue mucho más retorcido.
—Ten cuidado con lo que dices. Suelo apropiarme muy rápido de las
cosas que me ofrecen.
Tragué saliva.
No quería que me viera nerviosa.
—No importa —acomodé el camafeo—. Seré Cenicienta por una noche. A
las doce, dejaré de ser tu juguete, majestad.
Tenía que pensar rápido, o me descubriría.
Estaba cansada de sonreírles a todos los invitados. De escuchar cómo se
mofaban de la gente del servicio cuando yo misma formaba parte de los
otros. Kenneth llegó a presentarme como la mujer que le había robado el
corazón y no sabía por cuanto tiempo ocultaría nuestro amor. Las personas
más importantes del país le felicitaban como si por fin hubiera hecho algo
bueno. Pero estaban ciegos.
—¿Y cuándo volverá Leopold? —preguntó una señora rechoncha que no
dejaba de reír cada vez que pasaban los canapés de caviar.
A Kenneth no le gustó la mención de su hermano en la fiesta de época que
él organizó.
—No lo sé —tiró de mi brazo con la esperanza de huir de allí.
—No puedes casarte antes que tu hermano —otro hombre intervino. —Él
es el futuro heredero de la corona.
Cada vez estaba más furioso.
Hasta que alguien nos preguntó por nuestras vestimentas.
—Thara, querida —descansó para beber de su copa de champagne—.
¿Conoces la historia de María III y Alfonso IV?
Fue Kenneth quien eligió esos personajes para nosotros.
—María y Alfonso eran hermanastros-sonreí—. Tuvieron que casarse para
reinar.
—¡Excelente! —aplaudieron como si fuera lo más correcto.
En silencio, nos fuimos apartando de los invitados más mayores, esos que
sentían admiración por el hermano mayor de Kenneth.
En medio de la sala, el príncipe pasó su brazo alrededor de mi cintura
invitándome a un vals que no estaba dispuesta a bailar. Su ira disminuía al
mirarme a los ojos.
—¿Te preocupa que tu familia descubra lo que estás haciendo a sus
espaldas?
—¿No puedes sonreír y disfrutar un poco? La noche es joven.
—Yo ya estoy cansada, Kenneth. No ha funcionado —le recordé.
Miró por encima de mi hombro y mi di cuenta que tenía razón. La
diversión estaba a punto de comenzar. Detrás de nosotros, y era algo que no
esperaba, Philippe apareció con una mujer de cabello castaño. Era elegante,
alta y tenía un rostro dulce como si se tratara de una muñeca de porcelana. No
se soltaba del brazo del francés.
—¿Te acuestas con Philippe y no conoces a su prometida?
Relamí mis labios.
—No vas a ponerme nerviosa. Por supuesto que no.
Ese era su juego.
No iba a caer.
—Philippe estará en el partido político de su padre. Quiere ser como él —
rio—. Pero cuando follas con una chacha, imagino que no tienes tiempo para
contarle tus planes.
—Basta, Kenneth —le pedí.
—Una primera dama tiene que ser elegante y de buena familia —me miró
de arriba abajo. —Géraldine lo es.
Lo hubiera hecho. Estaba dispuesta a golpearlo con todas mis fuerzas sin
importarme que los demás nos vieran. Pero al mirar a Philippe y a su
acompañante, las fuerzas me fallaron.
No era nadie.
Estaba rodeada de gente que no pertenecía a mi mundo.
Aparté esa mano que se adueñó de mi cuerpo durante unos minutos, y salí
de allí corriendo dispuesta a encerrarme en cualquier habitación. El problema
era él; me seguía a todas partes con el fin de ver mi dolor.
—¿Estás contento?
Aguanté cada lágrima de rabia que amenazaban con salir.
—Ahora sí.
—¿Por qué haces esto, Kenneth? Primero contratas al fotógrafo para que
nos siga, y después me enseñas la otra cara de Philippe. ¿Qué te he hecho?
¡Dime!
A solas parecía otra persona; una fiera fácil de domar.
—Imagino que siempre deseo lo que tienen los demás.
No entendí nada.
—¿Qué?
Escondió las manos detrás de la espalda y se acercó hasta mí en silencio.
Podía sentir su aliento acariciando y entreabriendo mis labios. Ladeé la
cabeza en un intento de huir de su boca, pero no fui capaz de hacerlo. Del
salón salió Philippe, y sentí tanta rabia, que mis dedos se aferraron a esa
arrugada camisa que hacia la función de una antigua para acomodar mis
labios sobre los suyos.
Lo estaba besando.
Y sin disgustarme.
Bajo la atenta mirada de otra persona los labios de Kenneth encendían mi
cuerpo.
Jadeé.
—Acompáñame —me pidió, sosteniendo mi mano.
No quería y deseaba ir con él a la vez.
—¿Para qué?
—Yo mismo te ayudaré a quitarte el corsé.
«Y yo misma me encargaré de que sufras.» sonreí ante la idea que tuve en
el momento que caminé junto a él, pasando por delante de Philippe y
esquivando su mirada.
Pero, ¿estaba dispuesta a llegar tan lejos?
¿A acostarme con Kenneth sin desearlo?
16

Acomodada en aquella enorme cama que daba la sensación que estuviera


preparada para nosotros dos, observé a Kenneth. Durante un tiempo me dio la
espalda. A ratos me preguntaba quién estaría más nervioso de los dos, pero
pensar en eso significaba que lo que estábamos a punto de hacer era por
obligación antes que deseo. No sentí nada las veces que sus labios quedaron
posados sobre los míos, ¿por qué su cuerpo llegaría a encender el mío?
De repente tragué saliva cuando quedó sentado al otro lado. Se deshizo de
esas prendas pesadas, quedándose con la camisa abierta y mostrando un
cuerpo liso, deseable para cualquier mujer. Seguí mirándolo de reojo a la vez
que mis dedos golpeaban mis rodillas.
No quería arrepentirme.
No quería...sentir nada.
—Puedes desnudarte —dijo rápidamente.
—¿Es una orden?
Reaccioné ante el roce de sus labios sobre mis sonrojadas mejillas.
—Más bien una invitación.
Kenneth esperaba una señal por mi parte. Una excusa para cogerme y
acomodarme ahorcadillas sobre sus fuertes muslos. Y no esperé más. Si
terminábamos rápido, saldría de allí. Pero lo más terrible, y por mucho que
intentara negarlo, la curiosidad de sentir esas manos recorriendo mi cuerpo
incitaron a que me levantara hasta quedar delante del príncipe. Con el cabello
a un lado, sintiéndome observada por esos profundos ojos azules, acabé sobre
él.
Respiré con dificultad al notar el bulto de su polla que se marcaba en esos
pantalones de época. Si después del gemido que solté, Kenneth no se había
vuelto loco, tenía que recordarme que jamás le confesaría que ese mal criado
hombre humedeció mi ropa interior en cuestión de segundos.
¿Cuándo empezó el juego? Hasta Judith se dio cuenta.
Pero no podía pensar en otra cosa que en esos labios que esquivaron mi
boca para devorar mis pechos que sobresalían del corsé y del ridículo vestido
que escogió. «Deja de pensar en la ropa.» —Me dije a mí misma. «Él está
excitado por mí»
—Me detestas —no quería perder el poco control que me quedaba.
—Aun así, estoy cachondo, Thara.
Vi las intenciones de Kenneth. Al darse cuenta que mi cuerpo se inclinó
hacia delante, casi en busca de esos labios prohibidos, alzó mi barbilla para
juguetear con su húmeda lengua contra mi piel, suspirando con frustración
ante una mujer que parecía que no se dejaría llevar.
—Tócame —dije con la voz entrecortada.
—¿Es una orden?
Preguntó con esa sonrisa pícara.
Negué con la cabeza.
Kenneth se las apañó para alzarme con el brazo para guiarme directamente
hasta el grosor de su miembro que seguramente empezaba a doler. Sentí la
dureza sobre la ropa interior, y cuando pensé que no lo besaría en esa noche,
temblé ante el ardiente placer de tener su boca sobre la mía. Rodeé su cuello
con los brazos, quedando bien cerca de él y deshacerme de ese espacio que
había entre nuestros cuerpos.
Tuve que mover unas de mis piernas. Levantó el vestido en busca de esa
fina prenda que cubría mi sexo. Las acarició lentamente, y cuando esos largos
dedos la capturaron, tiró para presionar unos instantes sobre el hinchado
clítoris. Eché la cabeza hacia atrás aguantando la respiración durante un
tiempo. Un tiempo, porque no tardó en jugar con el lóbulo de mi oreja...
manifestando la lujuria; uno de mis pecados favoritos. Frotó la yema de sus
dedos sobre los calientes y mojados labios que derramaban el dulce jugo que
cualquier hombre desearía. Estaba consiguiendo que perdiera la cordura, que
mis manos sostuvieran mis pechos al sentir la dureza de los pezones.
Y al sentir como me penetraba con los dedos, agrandé los ojos y alcé las
caderas. No había dos dedos, más tarde, el pulgar empujó sobre el clítoris
haciéndome temblar por el éxtasis de placer. Si hubiese tenido la oportunidad
de pedir, querría su lengua para estimularme.
—Nunca imaginé que llegaríamos hasta aquí —mordió de nuevo por
encima de mi pecho derecho.
Acaricié por primera vez su cabello; suave y sedoso.
—¿Es un "voy a detenerme"?
Dejó de mover sus dedos de repente. Por una parte, se lo agradecí, tenía
miedo de terminar, pero por otra...por otra significaría que todo había
acabado.
—Más bien un "no me detendré hasta que me corra" —me miró de nuevo.
Tenía sobre él la criada que despreciaba por un único motivo: la atracción. Y
ni siquiera cometí el error de intentar seducir al príncipe. Éramos muy
diferentes. Pero a veces, la diferencia, parecía algo bueno—. Cuando nos
conocimos, te pregunté algo.
Él quería que lo dijera.
Por supuesto que recordaba la primera vez que lo vi. Desnudo, dándole
placer a una mujer en una habitación que ni siquiera utilizaba para dormir. Y
mientras tanto, nosotros dos, estábamos sobre su cama.
—Kenneth...
—Es fácil, Thara.
La mayor tortura que podía sufrir esa noche.
Me armé de valor y solté rápidamente:
—Fóllame.
Su mano no fue lo único que tocó el interior de mis muslos. El calor azotó
mi interior cuando una parte de él intentó adentrarse en mí. No me molestó la
brutalidad con la que la hizo, solté una risa junto a un jadeó disfrutando de la
presión. Siguió empujando, muy profundo, estirándome hasta llenarme por
completo con esa enorme vara. Estábamos fuera de control. Su respiración
estaba agitada como la mía.
Tuve que pasar los dedos por sus hombros, agarrándome por los
acelerados movimientos. De arriba abajo, y así continuamente. Kenneth
aprovechó para tocarme por encima del corsé y con un movimiento de
cabeza, entendí que podía llevar el control. No dejé de mover las caderas; era
tan rápida y brusca como él. Deseaba cada centímetro en mi interior. Y
cuando el orgasmo golpeó tan fuerte, grité su nombre con una desgarrada
sensación llena de emoción. Caí sobre su pecho, ocultando mi rostro en la
curva de su cuello mientras que él comenzó a eyacular violentamente. Cerró
los puños atrapando mi cabello para obligarme a que lo mirara a los ojos.
Parecía una despedida.
Sentía el latido de su erección incluso con el preservativo puesto.
Caímos sobre la cama, y al mirarle a los ojos, después de todo el placer
que sentí, me dio ganas de salir corriendo. En su rostro también había
diferentes emociones: cansancio, placer...y miedo.
—¿Adónde vas? —su pregunta llegó cuando me subí las bragas.
Miré el enorme reloj de diseño que tenía en una de las paredes.
—Son las 23:55. Te dije que sería tuya hasta las doce.
Nos quedamos en el incómodo silencio antes de que saliera de la
habitación.

Pero después de haber mantenido relaciones sexuales con Kenneth, no


esperaba que Philippe siguiera allí.

Intenté pasar por delante de él, pero no lo conseguí. Tocó mis labios, y con
una tristeza habló:
—¿Has caído en sus brazos?
—No tengo que darte explicaciones, Philippe. Saluda a tu prometida de mi
parte.
Estaba furiosa con él.
Aunque no podía usarlo como excusa.
Me acosté con Kenneth porque lo deseé durante un corto tiempo.
Y acabé arrepintiéndome.
Mucho más cuando descubrí la verdad.
—Géraldine es una amiga —se cruzó de brazos sabiendo que alguien nos
observaba—. ¿Verdad, Kenneth?
Kenneth estaba detrás de mí. Y lo único que vi, al fondo del pasillo, fue la
silueta de Judith.
Una carcajada por parte del príncipe me puso el vello de punta.
Pronto Judith quedó a su lado.
Philippe se alejaba de mí.
—N-no lo sabía. Philippe —era demasiado tarde. Dio media vuelta—.
¡Espera! ¡Philippe!
Me mintió de nuevo.
¿Cómo había sido tan estúpida?
Cuando quise reclamárselo a Kenneth, todo ese placer que sentía al
comprobar que entre Philippe y yo no pasaría nada más, se esfumó. Judith le
susurró algo en el oído. Su rostro palideció. Tuvo que sostenerse en la pared.
Me miró a los ojos y se apartó de la mujer que contrató para encerrarse en la
habitación.
¿Qué le había dicho?
No dormí bien. Estuve pensando toda la noche que podría haberle dicho
Judith a Kenneth para que se alejara bruscamente hasta encerrarse. Ella no se
dignó a aparecer por la habitación. Cuando me puse el uniforme salí de allí,
con la sorpresa que me encontré con mi madre.
Le sonreí.
—Hola, mamá —fui a darle un beso—. ¿Cómo se encuentra la pequeña...?
No llegué a terminar la frase.
Impactó su mano sobre mi mejilla hasta girar mi rostro.
—¿¡Qué has hecho, Thara!? —gritó más fuerte —¿¡Qué has hecho para
que el príncipe Kenneth te despida¡?
¿Des-Despedida?
No entendía nada.
Me quedé parada.
Sin saber qué responder.
Pensativa.
Y buscando el supuesto error que cometí para que decidieran despedirme.
17

Mi otra mitad.
—¡Por todas las mariposas! ¿Qué te ha pasado en la mejilla?
Después de darle un abrazo, eché hacia atrás la silla para servirme una taza
de café. Ni me había dado cuenta que el anillo que llevaba mi madre en el
dedo dejó una marca por debajo del ojo. Con las manos alrededor de la taza,
sonreí.
—¿Qué has dicho?
En cualquier momento soltaría una carcajada.
—¿Qué te ha pasado? —mi hermana salió corriendo. No tardó nada en
traer el pequeño botequín y sacar del interior unas tiritas de Hello Kitty—. Lo
siento, no me quedan de las normales.
Bebí una buena dosis de café.
—Es raro oírte decir cosas cursis cuando tú me enseñaste a insultar —le
saqué la lengua.
Ella se sentó junto a mí.
—Ahora tengo una hija, Thara. He madurado —tiró una directa; su
hermana pequeña todavía no lo había hecho. Y eso que ya era una
veinteañera—. Ahora dime, ¿qué ha pasado?
—Mamá.
—¿¡Qué!?
—Tranquila —no quería que se alterara—. La conoces. Creció en la época
del franquismo, ¿qué esperabas? ¿Qué después de despedirme me diera un
beso?
Y aunque en el fondo, hubiera esperado algo más por su parte. Pero
estábamos acostumbradas. Sofía y yo tuvimos la disciplina de un sargento en
vez de una madre.
—¿Te han despedido?
Asentí con la cabeza.
Ella siguió hablando:
—Bueno, tampoco te entusiasmaba —ella siempre miraba las cosas
buenas. A diferencia de mamá. Por eso éramos inseparables.
—¿A quién le entusiasma limpiar el baño de los demás?
Ambas dijimos:
—¡A nadie!
—Y menos el trono de un principito que no soporta nadie —volví a
servirme de la cafetera—. Creo que te dejaré sin desayuno.
—¿Cagaba mierda real dorada? —preguntó entre risas.
Menos mal que no me pilló bebiendo.
—¡Sofía! —no aguanté más y reí junto a ella—. No quiero hablar de él.
—¿Te das cuenta que cada vez que te acuestas con un tío me dices lo
mismo?
Tragué saliva.
—No me he acostado con él... —me miró con esos ojos grandes que
llegaban a dar miedo—. ¡Joder! Odio que me conozcas tan bien.
Y de repente mi hermana quiso matarme.
No por acostarme con el príncipe.
Más bien por...
—Mami, ¿qué ha dicho la tía Thara?
La pequeña salió de la habitación y se sentó en el regazo de su madre. Me
lanzó un beso, hice lo mismo después de guiñarle un ojo.
En el piso de mi hermana estaban prohibidas las palabrotas, los gritos, y
muchas más cosas que tenía apuntadas en una libreta con un imán en la
nevera.
—No ha dicho nada, cielo.
Agatha se frotó el ojo con el puño.
—En realidad he dicho... —algo me golpeó en la rodilla—. ¡Aaaah! Eres
una bestia.
—Cállate, Thara.
—¿Discutís, mami?
Sofía negó rápidamente con la cabeza.
—Estábamos haciendo el amor —la bajó de sus piernas—. Corre, enséñale
a tu tía el nuevo puzzle que te regaló la abuela.
Cuando Agatha se fue a su habitación solté la taza.
—¿Qué le acabas de decir a la niña?
—Llevo todo lo negativo a lo positivo. Lo he leído en un libro.
Alcé una ceja.
—Te conozco, Sofi —esta vez la miré yo—. ¡Madre mía! Intentas que la
niña relacione todo lo malo con hacer el amor para que nunca practique sexo.
Eso es retorcido hasta viniendo de mi hermana mayor. ¿Estás loca?
—Protejo a mi hija. Si a los dieciséis no se ha quedado preñada, significa
que he sido una buena madre. Después le diré que eso del sexo está bien.
—Eres peor que mamá.
—No, Thara.
Quedé cruzada de brazos.
—¿Tienes que ir a trabajar? —miré el reloj, por eso se lo pregunté—. ¿No
vendrá mamá a cuidarla?
—No, esta mañana me mandó un mensaje de texto que tenía que trabajar
—se levantó del asiento—. Si cuidas a Agatha, te pagaré.
Le di un abrazo.
—Quiero a mi sobrina. Paso del dinero. Lo sabes.
—¿Podrás pagar el alquiler?
No, no podía pagar el alquiler sin trabajo.
—No.
—Te preparé una habitación.
—Te quiero, madre rarita.
—Y yo a ti, folla príncipes.
Las risas siguieron durante unos minutos más.
—¡Ahora te odio!
—Thara, ¿si no es un príncipe de verdad, después de tirártelo se convierte
en sapo? —le tiré el bolso—. ¡Vale! Ya me voy. Los medicamentos de
Agatha están en la cocina.

—Tía Thara, esa pieza no va ahí.


Seguí presionando un trozo de cielo en la parte que había tierra. ¿En qué
diablos pensaba?
Dejé que ella siguiera con el juego que le regaló su abuela. Me levanté del
sofá para preparar algo de comer mientras que veía los dibujos.
—¡La puerta! —el timbre sonó por todo el piso.
Salí corriendo.
Hasta que no abriera, mi sobrinita no dejaría de gritar.
—¡Un momento! —y cuando abrí, me arrepentí enseguida. Intenté cerrar
la puerta, pero su enorme zapato me lo impidió—. Lárgate de aquí.
—Tenemos que hablar —dijo.
Ese era mi momento.
Dejé que abriera la puerta y golpeé su mejilla con todas mis fuerzas.
¡Qué placer sentí! Parecía un orgasmo.
Pero golpear al príncipe tenía sus consecuencias.
Un arma se pegó en mi frente.
—Bajar las armas, chicos, estoy bien —Kenneth les pidió que se quedaran
allí, y entró en el piso de mi hermana—. ¿Podemos hablar?
Se lo repetí de nuevo:
—No.
—Sírveme un café —apartó una de las sillas para sentarse—. Con dos de
azúcar.
—Ya no trabajo para ti, capullo.
Rio.
—Deja de halagar mi miembro y hablemos. Serán unos minutos.
A la próxima cerraría el puño.
—Primero me despides. Vas corriendo a mi madre para decírselo —me
estaba clavando las uñas—. Y después, vienes aquí, y me pides que
¿hablemos?
—Exacto.
—¡Qué te den, Kenneth!
—Menuda educación, Thara —volvió a soltar esa risa que me amargaba
lentamente.
¿Cómo podía tener el descaro de presentarse ante mí con todo lo que había
pasado?
—¡Siéntate! Te lo ordeno —me guiñó un ojo divertido.
—¡Gilipo...!
Tuve que callar.
—¿Qué sucede, tía Thara?
Cuando vi a Kenneth se me olvidaron las normas que había puesto mi
hermana en su propio hogar. Puse mi mejor sonrisa y le respondí como
hubiera hecho Sofía.
—Estamos haciendo el amor —Kenneth se levantó de repente—. Vuelve a
la habitación. En unos minutos comeremos, pequeña.
Agatha se fue dando saltitos.
—No te equivoques, Thara. Lo que hicimos anoche no fue...
Lo callé.
—Lo sé, imbécil. Sigo las normas que me ha dado mi hermana —¿pero a
él qué le importaba? —Si tienes algo que decirme, rápido.
Volvió a sentarse.
—¿No vas a preguntarme el por qué te he despedido?
—Soy demasiada mujer para ti —no iba a humillarme.
Otra risa.
—Lo tenéis todo planeado, ¿verdad? —¿de qué hablaba?—. Deja de
fingir.
—Solo fingí anoche, Kenneth.
—Sé cuándo una mujer está disfrutando, y tú eras una de ellas.
—Ni en tus sueños —solté.
Del interior de su americana sacó un papel.
—¿Conoces ese número?
Lo miré.
—¿Por qué? —pregunté.
—Antes de que muriera mi padre, estuvo en contacto cada día con ese
número de teléfono móvil. Exactamente un año y cinco meses.
No era posible.
—Es el teléfono de mi madre.
—Lo sé —entonces... ¿por qué preguntaba?
—¿Y qué me quieres decir?
—Que nuestros padres ocultaban algo.
—Oye —le zarandeé—, ni se te ocurra insinuar que mi madre se acostó
con tu padre.
Se levantó del asiento.
—No lo estaba haciendo. Ella no es su tipo —en su rostro no había una
sonrisa—. Pero estaban ocultando algo. Me tienes que ayudar.
—Ni borracha.
—Thara...
—¡No!
—Por...Por... —no le salía—. Por favor.
¿Por favor?
¿En serio?
¿Tan importante era para él?
—De por favor nada —moví el dedo de un lado a otro delante de sus
narices—. Quiero un talón. Con muchos ceros.
Se llevó las manos a los bolsillos del traje negro.
—¿Desde cuando eres tan materialista?
—Desde que me he quedado sin trabajo y no puedo pagar el alquiler de mi
piso. ¿Aceptas?
—Acepto.
—¿Qué tendré que hacer? —pregunté confusa.
—Sácale información a tu madre. Después me la das a mí.
—¿Y ya?
¿Tan fácil?
Pero no, las cosas no eran fáciles.
La puerta de la entrada se abrió, y mi madre apareció por ella con una
sonrisa que se esfumó inmediatamente. Agatha no tardó en escucharla y en
salir a darle un abrazo.
—¿Qué está pasando aquí? —cogió a su nieta.
Cerré los ojos cuando respondieron por mí.
—Abu, estaban haciendo el amor. ¿Verdad, tía Thara?
Kenneth y yo nos miramos.
Mi madre era capaz de retirarme el saludo si realmente me había acostado
con el príncipe.
Cuando fui a desmentirlo, Kenneth alzó mi barbilla para acercarme a su
rostro. Nos miramos fijamente, y él con una amplia sonrisa le habló a la
mujer que durante un largo tiempo encubrió las aventuras del rey.
—¿Hay algún problema en que Thara y yo "hiciéramos el amor"?
El grito que soltó mi madre me sobresaltó.
Más tarde, pálida, respondió.
18

Estaba preocupada por ella. Temía que soltara cualquier cosa que con el
paso del tiempo la torturaría mentalmente. Intenté quedar delante de mi
madre, pero con tranquilidad se quedó a mi lado para enfrentar a Kenneth; el
niño bonito que cuidó desde que era muy pequeño. Esa sonrisa que siempre
había estado en su rostro para el príncipe, se esfumó. Delante de él había una
mujer. Dejó de ser una de sus criadas para interpretar el verdadero papel de
una madre. Con amabilidad respondió después de aquel grito que me puso el
vello de punta.
—Siempre ha contado conmigo, príncipe Kenneth, pero no pienso permitir
que le falte el respeto a mi hija —cruzó los brazos bajo el pecho—. Todos
cometemos errores. Yo soy la primera en admitirlo —por primera vez, desde
que trabajé a su lado, mi madre estaba de mi parte. Sostuvo mi mano y siguió
observando los ojos del hombre que se atrevió a buscarme después de
despedirme—. Si no quiere que vuelva a trabajar para su familia, ella misma
renunciará al puesto que le conseguí. Pero le pido, por favor, que no vuelva a
insinuar que entre usted y mi hija ha habido algo. Y mucho menos delante de
mi nieta.
Por mi parte hubo un silencio.
Por Kenneth...
Una carcajada.
Se arregló el traje que llevaba y dio unos pasos hacia delante para quedar
más cerca de ella. A diferencia de mi madre, que se tomó la situación como
algo serio, él no dejaba de sonreír demostrando lo divertido que le parecía la
situación.
—Estaba bromeando, Amanda —posó una mano sobre su hombro para
intentar estar más cercano a ella—. Únicamente seguía el juego de Thara.
Además —aparte de mostrar sus perfectos dientes con la amplia sonrisa que
marcó, dejó su lado más frívolo a la luz—, y bien has dicho, siempre he
podido contar contigo. ¿Nunca me traicionarías, cierto? Estoy seguro que no
me ocultarías nada que pueda destruirme.
Mi madre tragó saliva.
—Será mejor que te marches, Kenneth —le pedí—. Tengo que hablar con
mi madre a solas.
Quedó detrás de ella y me guiñó un ojo.
—Perfecto. ¡Thara! —alzó la voz antes de reunirse con sus hombres—. Te
espero en mi despacho. Tenemos que hablar.
Al cerrar la puerta me di cuenta que no todo había acabado allí. Kenneth
tenía algo en mente y volvía a ser su peón en un juego donde alguno de los
dos acabaría mal.
Mi preciosa sobrina se sentó delante de la mesa para comer lo que le serví
en un plato. Mi madre esperaba sentada en el sofá. Ocultó en todo momento
las manos entre sus piernas para controlar el nerviosismo. La idea de que
volviera a trabajar para Kenneth seguramente le disgustó, pero en el fondo
estaba segura que las palabras del príncipe, aquellas en las que intentó dejarle
claro que algo ocultaba, la aterrorizaron tanto...que delante de mí volvía a
tener a una mujer asustada olvidando lo valiente que podía ser.
Le tendí una taza de café y la cogió. Seguramente tenerla entre las manos
sería un buen método para que las manos no le temblaran.
—Sabe que le ocultas algo, mamá.
Tenía que advertirle.
La quería.
Era mi madre.
—¿Eras consciente que el rey tuvo un amante? —por fin me miró—.
Mamá, quiero ayudarte.
—Sí.
—¿Y bien? —el corazón se me aceleró. No podía creer que mi madre
estuvo durante años ayudando al padre de Kenneth a ocultar una segunda
familia—. Su hijo solo busca respuestas.
—Esas respuestas le pueden hacer daño.
—¿Por qué le iban a hacer daño?
Silencio.
Se tomó un tiempo para beberse la taza de café.
—El padre de Kenneth nunca amó a Linnéa. Su matrimonio fue una
tapadera para reinar. Cuando ella llegó, todos éramos demasiado jóvenes —
sonrió al recordar una etapa de su vida que era feliz—. En tiempos duros
nuestra generación luchaba día tras día gracias al amor.
—¿Qué quieres decir?
—Ellos siempre serán la segunda familia del rey. Antes hubo una mujer.
Mucho antes de que Linnéa viniera de Suecia. Cuando dejó de verse con su
primer amor, se casó obligado —¿por qué sabía todos esos secretos? —Con
el paso de los años, el señor Luis se encargó de sus hijos hasta que volvió a
conocer a otra mujer. Estaba en su derecho de enamorarse dentro de un
matrimonio que lo hacía infeliz. Murió con una sonrisa en los labios, Thara.
—Eso no lo justifica.
Me crucé de brazos.
—Tú no lo puedes entender.
—Lo intento, mamá. Pero tengo el mismo problema que Kenneth —me
levanté del sofá—. Tú eras feliz con el padre de Sofi... ¿por qué caíste en los
brazos de otro hombre? Un hombre que no fue capaz de darme un apellido.
Una persona que ni siquiera conozco. No, mamá, no puedo comprenderte ni a
ti ni al rey que tuvimos en España.
—No puedes reprocharme algo que pasó hace muchos años...
—Al contrario. Llevo años buscando respuestas. Entiendo que Kenneth
esté furioso contigo porque tú fuiste una de esas personas que le cubrían las
espaldas a su padre.
—¿Qué vas a hacer, Thara?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Pero si Kenneth descubre quién es esa mujer que tuvo una
familia con su padre y tú sales mal parada —cogí aire antes de salir del piso
de Sofía—, no pienso estar ahí. Tú tampoco estuviste en mis peores
momentos. En esos momentos que siempre quise saber el nombre de la
persona que te incitó a dejarlo todo para después abandonarte.
Escuché como gritó mi nombre, pero la ignoré.
Cuando ese hombre la dejó embarazada, salió corriendo. Por suerte el
padre de mi hermana siempre estuvo junto a ella y me crio como una hija más
hasta que terminaron esa relación que los destruía.
Yo también buscaba respuestas.

Un coche de lujo llevaba un buen rato siguiendo mis pasos. Tuve que
detenerme para saber qué estaba pasando. La ventanilla se bajó, y cuando lo
vi a él, no pude evitar sonreír de felicidad.
—Pensaba que no volvería a verte —me acerqué con cuidado.
Philippe volvía a lucir esa sonrisa que enamoraría a cualquier mujer.
—Vengo a despedirme, Thara.
Noté como me cayeron los hombros.
—¿T-te...? —no sabía hablar—. ¿Te marchas?
—Mi viaje a España fue para visitar a un amigo. Tengo cosas que hacer en
Francia —aun así, con todo lo que pasó, no parecía decepcionado—. Sé que
estarás bien. Que tengo que alejarme de vosotros.
—¿Nosotros?
Siguió sonriendo.
—Con el tiempo lo entenderás. Déjame darte un obsequio —se sacó una
tarjeta del bolsillo. Cuando la tuve entre mis dedos leí mi nombre y mis
apellidos. En una esquina, un logo dorado destacaba por encima de todo—.
Es un club. Mereces ser tratada como a una señora, Thara.
—No lo entiendo.
Algo tramaba.
Pero me quedé con su risa.
—Deseo que conozcas al Kenneth que todo el mundo admira. Y estoy
seguro que lo harás —me guiñó un ojo—. Leopold te sorprenderá. Deja que
él te ayude.
—¿Philippe?
—Cuídate, mon chéri.
Y esa breve conversación me dejó parada en medio de la calle. Pensando
en qué podría haber pasado para que marchara tan rápido.
Guardé aquella tarjeta que me tendió, y me dirigí para hablar con Kenneth.

Nadie supo responderme dónde se podía encontrar Kenneth. Quería hablar


conmigo, pero ¿dónde estaba? Pasé por su despacho directamente, y cuando
intenté abrir la puerta, me di cuenta que había alguien en su interior.
Un hombre alto, de cabello corto y oscuro, rebuscaba entre los cajones del
escritorio a la vez que reía. No era una risa de nerviosismo, más bien
divertida. Su ropa informal y unas gafas de sol siendo sostenidas en el
interior del bolsillo del polo rosa, me alertó de que no era uno de los
guardaespaldas de Kenneth.
—¿¡Quién eres!? —grité.
Se sobresaltó.
Tanto, que tiró su propio teléfono móvil.
—Me has asustado, mmmm —me miró al darse cuenta que no nos
conocíamos.
—Estás en el despacho de Kenneth. Voy a llamar a seguridad.
Estuve a punto de hacerlo, pero me paró.
—Un momento —intentó acercarse con una sonrisa y se detuvo al ver que
retrocedía—. ¿El despacho de Kenneth?
—Sí, el príncipe.
Soltó una carcajada.
Reía igual que Kenneth.
—Ahora entiendo el por qué no encontraba mis cosas. Por cierto —me
tendió su mano—, soy Leopold.
—¡Madre mía! —era el hermano mayor de Kenneth. Me llevé las manos a
los labios. Lo había tratado como si fuera un simple criado de palacio—. Lo
L-lo siento mucho... ¿majestad?
Tenía que ser mi madre durante unos segundos.
Hice una reverencia.
—¿Por qué te inclinas?
—Por mi falta de respeto, príncipe Leopold.
Otra risa.
—No te preocupes. ¡Ah! Y llámame Leo. Leopold es muy serio —siguió
siendo amable conmigo a diferencia de Kenneth la primera vez que lo vi—.
¿Y tú quién eres?
—Thara —cerré los ojos. No podía decirle mi nombre y salir corriendo—.
Trabajo aquí. Soy la hija de Amanda.
—¿En serio? —asentí con la cabeza—. Para ser hija de Amanda te ha
tenido muy bien escondida estos años.
No sé porque me reía.
Los nervios.
Si pensaba que Kenneth tenía unos ojos preciosos, la mirada de Leopold
era más intensa.
—Tengo que irme —retrocedí lentamente. Por poco acabo haciendo otra
reverencia.
—Ha sido un placer, Thara.
—I-Igualmente.

A la hora de la cena mi madre me pidió que le ayudara a servir. Quedamos


cinco empleados detrás de la enorme mesa del comedor principal, observando
como los hermanos cenaban en silencio. No me pude reunir con Kenneth y él
ni siquiera se había dado cuenta. No dejaba de mirar a su hermano mayor.

—Más vino —pidió.


Le llenaron la copa.
Seguí con las manos detrás de la espalda.
—¿Por qué no has avisado, Leo?
—Vivo aquí, ¿no? —limpió sus labios con la servilleta de tela antes de
sonreír—. ¿Amanda?
—¿Si, majestad?
—Ven, quiero enseñarte algo —mi madre se acercó hasta él—. Te he
traído un obsequio de Turquía.
—No debería de haberse molestado.
—Siempre nos has tratado muy bien —dejó el colgante sobre su cuello y
lo abrochó—. Es lo mínimo que puedo hacer.
—Es precioso —cogió la bonita piedra entre sus dedos.
—Thara, porque no te sientas con nosotros y dejas que te conozca un poco
más. Espero que no te importe, Amanda.
Mi madre me miró de reojo.
No fui capaz de decir algo.
Rápidamente colocaron un plato más sobre la enorme mesa.
Al no quedarme otra opción, me senté lentamente en medio. Pero Leopold
fue rápido. Me pidió que me sentara junto a él.
Los demás trabajadores nos dejaron solos.
—¿Cuántos años tienes?
—Cumpliré vei...
Kenneth me interrumpió.
—¿Qué haces, Leo? —gruñó.
Lo ignoró por completo.
—Tienes unos ojos preciosos, Thara —volvió a levantarse y quedó detrás
de mí—. Deberías recogerte el cabello.
—Lo siento. Suelo llevar una ¿cofia?
Leopold recogió mi cabello con sus dedos sin sentir repugnancia.
—¿¡Leopold!? —arrastró hacia atrás la silla—. ¿Tengo que ver cómo le
tocas el pelo a la chacha mientras ceno?
Volvía a ser el imbécil de siempre.
—¿Te molesta, hermanito?
—No tengo hambre —tiró la servilleta sobre la cena—. Estaré en mi
habitación.
Salió corriendo, mostrándoles a todos lo furioso que estaba. Su hermano
volvió a sentarse, y arrimó la copa de vino a sus labios.
—No está furioso con usted, más bien conmigo.
—No lo creo, Thara —acomodó el antebrazo en la mesa—. Le ha
molestado que te acariciara el cabello.
—Sí, soy repugnante para él. Lo estaba alejando de mí.
—¿Eso crees? —rio—. ¿Me haces un último favor? Llévale la caja que he
dejado en mi despacho. Están todas sus cosas.
Asentí con la cabeza después de levantarme.
Antes de desaparecer de su curiosa mirada, hice lo que debió hacer su
hermano.
—Bienvenido a su hogar.
—Gracias, Thara.
Golpeé los nudillos antes de entrar a la habitación. No quería más gritos,
así que cuando escuché su invitación, pasé con cuidado al interior junto a la
caja que preparó Leopold.
Kenneth estaba sentado en su cama, observando todo lo que había tirado al
suelo por el ataque de rabia que le entró.
—Leopold me ha dicho que te traiga esto —le enseñé la caja—. No
molestaré.
—¡Espera! —golpeó la cama invitándome a que me sentara. Dudé—. Por
favor.
Seguramente quería hablar de lo que había pasado con mi madre esa
misma mañana.
A su lado, controlé mi respiración.
Y llegué a sobresaltarme cuando sus dedos retiraron mi cabello de la
misma forma en la que lo había hecho su hermano.
—¿Te gustó que mi hermano te tocara?
Tragué saliva.
No respondí.
Pero mi cuerpo reaccionó.
Estaba tensa y más cuando su otra mano empezó a subirme el uniforme.
Sus labios se pegaron en mi cuello.
—¿Q-qué haces, Kenneth?
Mi piel ardía.
Interrumpió el recorrido de su lengua por su voz.
¿Por qué no me movía de allí?
¿Por qué dejaba que me tocara de aquella forma?
—¿No te gusta que yo te toque?
Cerré los ojos cuando la mano llegó al interior del muslo.
Quería detenerlo.
Necesitaba buscar valor para posar mi mano sobre la suya y apartarla.
Pero lo único que hice, y eso me dejó débil, fue jadear.
19

Jadeé avergonzada.
Rápidamente bajé la cabeza para evitar en todo momento mirar esos ojos
claros que estarían disfrutando ante la debilidad de una mujer que odió al
príncipe desde el primer momento en el que se arriesgó a observar una escena
que ella misma vivió; acabar en sus brazos. No era justo. No podía
permanecer a su lado un segundo más. Acarició mi piel con delicadeza por el
simple hecho de estar furioso con su hermano mayor. Kenneth, seguramente
pensó, que si conseguía seducirme y volver a deshacerse de mi ropa habría
ganado otra batalla.
Pero estaba equivocado. Leopold no parecía un hombre vengativo, incluso
con todo lo que había pasado en su ausencia.
—¿Adónde vas? —preguntó una vez que me liberé de su brazo. Me
levanté con nerviosismo y acabé delante de la puerta con la mano temblorosa.
Deseaba por primera vez que se mantuviera allí, observándome sin decir
nada. Aunque no lo hizo. Al quedar detrás de mí, mi respiración se aceleró—.
Quédate aquí esta noche.
De nuevo los nervios me hicieron reír.
—Me echas y ahora me das ¿ordenes?
—No quiero estar solo esta noche —siguió acariciando mi cuello, y antes
de que posara una vez más sus labios, me escabullí de aquel brazo que estaba
dispuesto a rodear mi cintura—. ¿Pretendes que suplique yo?
No, Kenneth no me pediría una vez más que me quedara junto a él.
Tampoco estaba dispuesta a comprobarlo.
—Lo siento —solté muy rápido—. Tengo que irme. Mañana madrugo.
Y sin poder creerlo, salí de allí sin mirar atrás. Sin esperar una furiosa
respuesta por su parte con el fin de provocarme. No. Lo único que hice fue
tirar del delantal y quitármelo para deshacerme de esa prenda que
últimamente parecía llamar demasiado la atención del hombre que menos
esperaría. Lo más extraño de todo, es que Kenneth no era el único que estaba
cambiando de opinión...y eso me aterraba.
Al cerrar la puerta de mi habitación, respiré con tranquilidad. Allí estaba
segura. Nadie se atrevería a colarse. Salvo la otra mujer que dormía allí.
La sorpresa fue la siguiente; Judith estaba terminando de arreglar su
maleta.
—¿De dónde vienes? —miró por encima del hombro y volvió a fijar la
mirada en las prendas de vestir—. Llevas muchas horas fuera.
En realidad, sólo estuve unos minutos en la habitación de Kenneth, pero
me dio la sensación de que estuve más tiempo del que realmente pasé.
—A ti no te importa. Puedo hacer lo que quiera, ¿entendido, Judith?
—Tranquila, ya es todo tuyo.
—No te entiendo —di unos pasos hacia delante.
Bajó la maleta de la cama, y llena de ira me plantó cara.
—Leopold me quiere lejos de aquí. Creo que no soy la única que sabe
demasiado —esa sonrisa, actitud de saberlo todo cambió por un temor que se
reflejaba en su mirada—. Kenneth tampoco ha hecho nada. ¡Qué le jodan!
Hubiera hecho mil cosas por él, pero no vale la pena —arrastró esa enorme
maleta. Cuando intenté ayudarle, y ni siquiera sé por qué lo hice, me dio un
manotazo en el brazo para apartarme de su lado—. Acabarás como yo.
Primero empezará con una amistad. Después todo será sexo. Y cuando tenga
lo que quiera —me miró con lástima—, se deshará de ti. Pero claro —
pestañeó repetidas veces mientras que reía—, a vosotros os une un bonito
vínculo. Disfrutadlo hasta que podáis.
No entendí nada. Aunque ella tampoco estaría dispuesta a responder.
Me sobresalté ante el portazo que dio al desaparecer de la habitación.
Estaba muy furiosa, y de alguna forma podía entenderla. No era muy
agradable que te despidieran...y ella, por desgracia, estaba locamente
enamorada de Kenneth.
Tumbada en la cama pensé en todo lo que estaba pasando y las
consecuencias que habría en un futuro.

Estaba acostumbrada al mal genio de los guardaespaldas de Kenneth;


siempre con el ceño fruncido dispuestos a protegerlo. Incluso cuando le
golpeé en el piso de mi hermana, uno de ellos se atrevió a posar un arma en
mi cabeza. Por eso me sentí incomoda cuando uno de los hombres de
Leopold llegó a la habitación que estaba arreglando para pedirme
amablemente que lo acompañara. El príncipe quería hablar conmigo y no me
pude negar.
Me arreglé el alborotado cabello que llevaba esa mañana, y antes de
quedar delante de él paré los pasos enfrente del despacho. Kenneth no estaba
cerca, me sentiría más tranquila.
—Adelante, Thara, quiero hablar contigo.
Asentí con la cabeza y lo saludé:
—Buenos días, Leo...
—Leo, por favor —al sonreír cerró los ojos.
El despacho, en unas horas había cambiado.
Cerraron las puertas y seguimos hablando.
—¿Te gusta trabajar aquí? —preguntó de repente.
Fui una estúpida al encogerme de hombros y responderle con otra cosa.
—Sí —fui breve.
Él acomodó los puños sobre la mesa y siguió con esa amabilidad que
empezaba a dar miedo.
—Pues alguien me ha dicho todo lo contrario.
—¿Mi madre?
De nuevo me iba a quedar sin el puesto.
De qué me servía volver cada dos por tres a palacio, si uno de los
hermanos intentaba echarme.
—No, no —rio—. Sé que Amanda te consiguió este puesto de trabajo para
que tú pudieras conseguir dinero y pagarte los estudios. Pero los has dejado.
Y no me gustaría que dejaras tu carrera por un empleo que no es de tu agrado.
En el fondo tenía razón.
Pero me acostumbré en unas semanas a trabajar para ellos.
—Puedo volver a la universidad cuando quiera, Leo...Leo.
Asintió con la cabeza.
—Tengo un viejo amigo que podría facilitarte las cosas. Tiene varias
empresas en Dubái y él...
—¿Para el proyecto de fin de carrera?
—Exacto —me tendió una tarjeta.
Leí la breve presentación en inglés.
—No podría estar un año lejos de mi familia. Estoy acostumbrada a...
—Creo que es una buena oportunidad.
Insistía demasiado.
Y de repente, como había sido toda mi vida, la verdadera Thara salió a la
luz. Adiós educación.
—Me da la sensación de que todos vosotros me queréis lejos de aquí —
alcé una ceja—. ¿Es por el tema de tu padre? ¿Las infidelidades y que mi
madre lo encubría? Porque me gustaría saberlo.
—No sé qué te habrán contado, Thara, pero no les hagas caso —se levantó
y se arregló la corbata—. Eres joven. Una chica lista. Te mereces mucho más
que ser una...
—¿Criada?
—Eso sería típico de Kenneth, no de mí.
—Al menos Kenneth es sincero.
Me levanté del asiento y lo dejé allí.
En el fondo me estaban cansando esos secretos que tenían en común con
mi madre. Mientras tanto ella, seguiría siendo fiel a un rey muerto.

Era la primera vez que estaba en un club privado donde la gente


importante del país junto a otros millonarios, pasaban la noche bebiendo,
observando o simplemente pasando la velada con sus amantes. Tenía la
oportunidad de estar rodeada de todos ellos sin ser la criada de un príncipe o
la falsa amante de él. Me senté cerca de la barra para pedir algo de beber. No
me hizo falta llamar al barman. Un hombre joven, bastante atractivo, se
acercó con elegancia y tomó nota.
No podía quitar la sonrisa del rostro. Todos me llamaban señorita. Me
sentía alguien importante cuando no lo era.
Al tener mi Martini saboreé el borde de la copa antes de bajarla de mis
labios.
Era mi noche, tenía la oportunidad de desconectar de los problemas y
pasarlo bien. Pero la música era lenta. Los hombres eran muy mayores para
sentarme a su lado y sacar algún tema de conversación. ¿Cómo Philippe
podía pasar por el club? Fácil, las bailarinas también eran muy atractivas
como los camareros.
El gruñido de alguien hizo que girara mi asiento.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sorprendido.
Antes de decir algo, alcé la invitación del francés.
—No sabía que tú eras uno de los...
Me quedé sin palabras.
—Lo último que quiero hacer es discutir contigo.
Siguió su camino hasta buscar un lugar tranquilo. Dos minutos después, a
Kenneth le sirvieron su brandy y una mujer de cabello rubio empezó a bailar
delante de él para entretenerlo. En ningún momento la miró a los ojos. Estaba
disfrutando de su copa antes que de los movimientos que daba.
Con lo que había pasado la noche anterior, lo mejor de todo hubiera sido
no hablar con Kenneth. Pero fue demasiado tarde, me levanté hasta quedar
delante de él.
Le pidió a la bailarina que se marchara y me miró a los ojos.
—Tenías razón.
—¿En qué? —preguntó.
—Algo está pasando con nuestras familias. Leopold me ha ofrecido un
contacto muy importante fuera del país.
Dejó la copa.
—¿Vas a irte?
Volví a encogerme de hombros.
—No lo sé. No sé nada. ¿Qué está pasando, Kenneth?
Era cansado mirar hacia abajo. Cuando se levantó, él se preocupó en
alzarme la barbilla para que siguiera manteniéndole la mirada.
—Ahora que mi hermano está aquí, todo me da igual.
Eso significaba una cosa.
—¿Quieres volver a los escándalos?
Soltó una carcajada.
—Es mi vida.
—Y ellos tu familia —le recordé.
—Una familia que me oculta cosas —empujó mi cuerpo hasta un rincón
de la sala—. ¿Te irás, Thara?
Preguntó de nuevo.
Tal vez era lo mejor.
Finalizar la carrera.
Conseguir un buen trabajo.
Pero no contaba con Kenneth. Ni con sus labios sobre los míos.
Jugueteando con mi lengua mientras que mis dedos tiraban de la camisa
blanca que llevaba.
Nos estábamos besando de nuevo.
Por muy extraño que sonara.
Toqué su cabello oscuro y eché hacia atrás la cabeza para dejar paso a esa
boca que recorrió mi cuello.
—Hay cámaras —se me aceleró el corazón.
Kenneth me obligó a mirarlas directamente mientras que esos perfectos
dientes mordieron mi labio inferior.
—Eso es lo más divertido.
Tenía que pararlo antes de que consiguiera bajar mi ropa interior.
«Eso estaba mal»- me dije a mí misma antes de llegar a disfrutar todavía
más.
20

Para las pocas horas que había dormido, el cansancio no se reflejaba en mi


rostro.
Salí del club junto a Kenneth, y realmente fue extraño. Ambos en silencio,
sin mirarnos en ningún momento. Y cuando tuve la oportunidad de dejarlo
atrás, lo hice, salvo que escuché un "buenas noches" de su parte. Terminé en
la cama con una sonrisa.
Por fin decidí qué hacer con mi futuro. Si hubiera hablado con mi madre
de la propuesta que me hizo Leopold, ella se habría esforzado para
convencerme hasta que soltara un sí rotundo. Pero era mi vida. Mi respuesta.
Nadie podría elegir por mí, y mucho menos un príncipe que ni siquiera me
conocía.
En cada paso que daba, recogía esos mechones rebeldes de cabello que
caían sobre mis mejillas. Necesitaba llegar al despacho de Leopold antes de
que estuviera ocupado. Uno de sus guardaespaldas me comunicó que no se
encontraba allí, pero que podía encontrarlo en su habitación sin ningún
problema. Dudé durante un tiempo. No era nadie para golpear esa puerta y
menos cuando no me esperaba. Pero lo hice.
Acabé reuniendo el valor suficiente para quedar delante de su habitación y
llamar a la puerta. Aunque, y últimamente era lo único que se me daba bien,
me quedé quieta escuchando a las dos personas que había en el interior. Una
de ellas era Leopold, y la otra una mujer que conocía.
Mi madre.
¿Qué hacia ella hablando con el príncipe a las siete de la mañana cuando
tenía otras cosas por hacer?
—¿Hablaste con mi madre, Amanda?
Ella respondió.
—No.
—No hay ningún problema. No te preocupes —seguramente la miró a los
ojos para tranquilizarla—. Pero con todo lo que pasó, lo mejor era haberme
avisado, ¿no crees?
—Y lo siento mucho, majestad...
Tantos secretos me estaban sacando de quicio.
Abrí la puerta sin pedir permiso antes.
La sorpresa de mi madre la dejó pálida. No me esperaba allí. Lo único que
deseé fue que no mal interpretara mi visita.
—Buenos días, Thara —sonrió. Después siguió secando su cabello con
una toalla.
No le quité el ojo de encima a ninguno de los dos.
—Buenos días —saludé—. Siento interrumpir, pero necesitaba hablar
contigo.
—¡Thara! —Mi madre se levantó de uno de los asientos que había al otro
lado de la habitación para quedar delante de mí y recordarme que no tenía
que tutearle.
—Yo también quería verte antes de marchar. Tengo una reunión muy
importante —movió la silla que ocupó mi madre—. ¿Nos puedes dejar a
solas, Amanda? Hablaremos en otro momento.
Asintió con la cabeza.
—Recuerda que tienes que acomodar las camas de diecisiete habitaciones
—parada, delante de mí, arregló su camisa—. Por favor, hija, tienes que ser
educada.
Leopold rio al escucharla tan preocupada por la forma en la que me dirigía
a la realeza. Simplemente le dije que sí y esperé a que marchara de la
habitación. Cuando la puerta se cerró y yo estuve a punto de sentarme, otra
persona se coló para descubrir qué estaba pasando.
Al otro lado, justo donde estaba mi asiento, quedó una mano que sostenía
una copa de brandy.
—¿No es muy pronto para beber, hermanito?
Kenneth soltó una carcajada.
—Antes de que llegaras me levantaban con una buena mamada y ahora me
tengo que conformar con alcohol. Pero no te preocupes, anoche me mimaron
en todos los sentidos —de repente posó su mano sobre mi hombro. Estaba
segura que mis mejillas se sonrojaron—. ¿Qué hacéis vosotros dos aquí?
Su hermano mayor me miró.
Seguramente estaba pensando que quién estuvo esa noche entre sus
piernas, fui yo.
—Thara quería hablar conmigo.
Después de darle un sorbo a su copa habló.
—Adelante —él me estaba mirando, yo seguía evitando esos ojos.
Respiré profundo y le devolví la tarjeta de su amigo.
—Agradezco tu ayuda, Leopold, pero prefiero quedarme aquí.
Quedó callado. Seguramente esperaba esa respuesta, o tal vez no.
—Entiendo —se quedó cruzado de brazos delante de nosotros—. Si
cambias de idea, avísame. Y Kenneth, —tiró la toalla de ducha al suelo y
miró de nuevo a su hermano —¿crees que podrías no montar un escándalo al
menos en las próximas veinticuatro horas? Tengo que arreglar todo lo que
has hecho cuando yo no estaba. ¿En serio has fingido que estabas a punto de
casarte con alguien para estar por encima de mí?
Kenneth no dejaba de reír.
—Intenté decirles que eras gay, pero el cura no me lo hubiera perdonado.
—No estamos compitiendo. ¿Te ha quedado claro?
Ambos estaban de pie.
—Nunca te veré como a un rey. El tiempo pasa. Tienes más de treinta
años y ni siquiera has conocido a alguien.
Quería salir de allí, dejar que discutieran a solas por una corona.
—Yo no tengo prisa, hermanito —quedó a su lado y le dio unas
palmaditas en la espalda. —Recuerda a quién eligió papá. Las palmaditas me
las llevé yo, no tú —le sonrió. —Bueno, iré a afeitarme. Espero que tengáis
un buen día.
Nos dejó allí, en ese pequeño rincón que parecía otro despacho para
atender a visitas rápidas y comunicados importantes de última hora.
—¿Por qué le has hecho creer que tú y yo nos acostamos anoche? Estaba
asustado.
Kenneth dejó de mirar la puerta para fijarse en lo nerviosa que estaba.
—Ha sido divertido. Y lo de ayer también —dijo guiñándome un ojo.
—No pasó nada —me crucé de brazos.
Él se inclinó hacia delante para tocar la punta de mi nariz con su dedo y
con una amplia sonrisa.
—Exacto —y después de eso, me dio un beso fugaz.
—¡Kenneth!
Se había olvidado de la copa que había traído.
Aquella situación le divertía.
—¿Qué?
—No vuelvas a besarme —le pedí.
—No cierres los ojos cuando lo haga.
—Yo no... —y cuando volvió a intentarlo, posé mi dedo sobre sus labios.
Alcé una ceja y aguanté las ganas de reír. —Basta. ¿Puedes ser serio durante
unos minutos?
Se sentó sobre la mesa.
—Me han prohibido ser malo durante un día.
—Mi madre estaba hablando con Leopold. ¿No es raro?
—No —su respuesta fue rápida.
Suspiré.
—Algo ocultan. Estoy segura.
—Si lo que quieres es que hable con mi hermano, olvídate de ello. No lo
hará. Ni siquiera fue capaz de decirme que mi padre engañaba a nuestra
madre —se puso nervioso—. Pero soy de esas personas que creen que no
todos los secretos se pueden llevar a la tumba.
Si tenía una idea, estaba dispuesta a escucharlo.
—¿Hablas de tu madre?
Negó con la cabeza.
—Tenías una hermana, ¿no? Dile que lo sabes todo.
Sofía y mamá se apoyaban la una a la otra. Pero mi hermana no me
ocultaba nada, o eso esperaba.
—Me voy.
—Iré contigo —siguió mis pasos.
—Tu ejército y tú llamáis demasiado la atención.
Él y sus carcajadas.
—Vestiré como alguien de clase media. E iremos en coche.
Al presionar el timbre de la puerta, esperé a que mi hermana abriera.
Mientras tanto, miré la ropa que había escogido Kenneth para vestir como
alguien de clase media. Llevaba un traje.
—No me mires así, he cogido el más barato.
—¿Barato?
—Dos mil euros.
Baratos eran mis pantalones de treinta euros.
Sacudí la cabeza y dejé que siguiera pensando que con ese traje negro no
llamaba la atención. Todo el mundo lo reconocería. Era el príncipe.
Cuando mi hermana abrió, primero me miró a mí y después a él.
—Pe-Pero... —no podía creerlo.
—¿Podemos entrar?
Ella pasó de mí.
—Es el príncipe.
—¿Cómo me has reconocido?
Kenneth a veces parecía imbécil.
Empujé a mi hermana y nos colamos en el interior del piso. Le pedí que
nos esperara en el sofá. Tiré del brazo de Sofía para escondernos en la cocina.
El problema de las cocinas abiertas era que se escuchaba todo.
—¿Te has traído al príncipe que te tiras?
—Solo me he acostado con él una vez. Y se acabó.
—Thara, te conozco.
¿No podía confiar en mí al menos un poco?
—No quiero hablar de eso.
—Pues no pienso dejarte mi piso para que te tires a —lo apuntó con el
dedo —¿es el mayor o el pequeño?
—El pequeño —no podía seguir con ese tema—. Estoy aquí porque
conozco el secreto de mamá.
—¿Qué secreto?
A lo mejor nos lo ocultaba a ambas.
Presioné un poco más.
—No te hagas la tonta, Sofi.
Kenneth se levantó.
—¿Con quién tengo que hablar para que me sirvan una copa?
—Aquí no hay servicio —dije entre dientes. Abrí la nevera y le saqué una
cerveza de lata—. Siéntate en el sofá y no te levantes.
—Está bien, gruñona.
Sofía me sacudió por los hombros.
—Parece tu hijo.
—Sofía. Deja de hacerte la tonta. ¿Qué te dijo mamá? ¿Qué pasó hace
años?
Necesitaba saberlo.
Pero ella sólo tragó saliva.
—¿Estás segura?
—¡Sí, joder!
Bajó el tono de voz.
—Cuando mamá le fue infiel a mi padre...
Volvió a callarse.
—¡Sofi!
—Tenemos un hermano.
¿Un...un hermano?
21

Durante años pensé que en las fotografías familiares la única persona que
faltaba era mi padre biológico a mi lado, y con el paso del tiempo descubrí
que otra persona más podría haber mostrado una amplia sonrisa.
—¿Cómo puedes estar tan tranquila? —estaba asombrada por la
tranquilidad de mi hermana después de tocar un tema tan delicado. Con las
manos temblorosas cogí la última cerveza que quedaba en la nevera. La
garganta se me había secado—. ¿Un hermano? ¿Más pequeño que yo o más
grande?
Sofía apartó la lata de mis labios. Con una sonrisa respondió a algunas de
mis dudas.
—Tú no habías nacido. Yo era muy pequeña, Thara. Fue papá quien me lo
contó. Te prometo que quería hablarlo contigo, pero de alguna forma sentí
que traicionaba a mamá —suspiró—. Lo siento.
Miré por encima del hombro intentando olvidar lo que había sucedido en
cuestión de segundos. Me encontré a un príncipe observando una lata de
cerveza preguntándose si lo mejor era beber de ella a morro o no. De alguna
forma acabé sonriendo y agradecí que él no se diera cuenta. Últimamente,
tanto discutir o acercarme un poco más a Kenneth, olvidaba lo que pasaba a
mi alrededor.
—Necesito hablar con Roberto.
—Él te contará lo mismo que yo —los brazos de Sofi arroparon mi cuerpo
—. Y lo poco que te oculto no te gustará. Por favor, Thara, deja que el pasado
siga atrás. No lo revivas. Nos puede hacer daño a todos.
Ella tenía que entender que estaba cansada de todo lo que me ocultó
mamá. Sofía vivió con su verdadero padre. Mientras tanto yo, tuve que crecer
junto a Roberto pensando que también lo era, cuando en el fondo el pobre
hombre se esforzaba diariamente por darme el mismo cariño que le daba a su
verdadera hija.
Le di un beso en la mejilla, y salí corriendo dirección a Kenneth. Estiré el
brazo, y cuando su mano tocó la mía, caminamos hasta la puerta después de
gritar un «-¡Hasta luego!». Lo había decidido. Hablaría con el padre de mi
hermana.
Roberto era una buena persona. Él no me ocultaría nada. Estaba segura.
Después del divorcio con mi madre, Rob siguió tratándome como a su hija
incluso cuando empecé a llamarlo por su nombre. Fue traicionado por una
mujer, y años más tarde, él siguió amándola.
—¿Tu hermana te ha dicho algo? —preguntó emocionado.
Seguramente pensó que la poca información que me dio estaría
relacionada con el rey.
Pero era personal, y Kenneth no tenía que saberlo.
Me encogí de hombros.
—No relacionado con lo que buscábamos. Kenneth —era malo
acostumbrarse a esas sonrisas que me dedicaba últimamente y
exclusivamente a mí—, tengo cosas que hacer. ¿Podríamos hablar en otro
momento?
Hice lo mismo que él y estiré los labios.
El principito se cruzó de brazos, y después de una carcajada asintió con la
cabeza.
—Te estaré esperando en el club —antes de que le diera la espalda, giró
mi cuerpo y me tendió una llave dorada—. Habitación doce. No tardes.
Me puse de puntillas para mirarlo de más cerca.
—Tener esa llave en mi poder sería aceptar tu invitación —aguanté las
ganas de reír.
—¿No vas a arriesgarte? —respondí moviendo la cabeza de un lado a otro
negándome—. La dejo en tu poder. Tú decides, Thara.
—¿¡Y ya está!? —alcé la voz al ver como bajaba las escaleras después de
haberse deshecho de aquella llave.
Aun así, habló.
—Te acabo de decir que te estaré esperando.
Y allí me quedé, observando los últimos pasos de una persona que estaba
consiguiendo que la viera de otra manera. El príncipe capullo del principio,
ése que me llamaba chacha, estaba desapareciendo.

*
Abracé con todas mis fuerzas a Rob. La última vez que lo vi fue en el
cumpleaños de Agatha.
—No te esperaba hasta... —se rascó la perilla, buscando la fecha exacta —
dentro de dos meses. En tu cumpleaños.
Reímos juntos.
—Perdóname. He estado muy liada. Debería de venir más a menudo —me
disculpé una y otra vez—. Además, tú estás muy liado en el banco. No quiero
ir para quitarte parte de tu valioso tiempo.
Me tendió un refresco y sacudió la cabeza.
—Thara, cielo, prácticamente eres mi hija —al sonreír, cerró los ojos de
aquella forma tan graciosa que tenía él—. Verte más a menudo sería genial
para este viejo que dentro de poco se jubilará.
—Yo no veo a ningún viejo —le guiñé un ojo—. Pero me alegro ver que
estás bien.
—Me lo ha contado tu hermana.
Sofía a dos pasos por encima de mí como siempre.
—Necesito saber quién es mi padre. Tú tienes que saberlo. Mamá te
engañó.
Era incomodo sacar una infidelidad después de todo lo que había pasado.
—Te contaré lo mismo que a tu hermana —asentí con la cabeza y esperé
ansiosa—. Tu madre pasaba demasiado tiempo trabajando en aquel palacio,
así que yo aproveché todo el tiempo del mundo para criar a
Sofía...técnicamente solo. Los fines de semana aparecía de vez en cuando
para darnos un beso e irse de nuevo. Un año después, cuando tu hermana
cumplió cinco años, recibí una llamada de Amanda. Me dijo que tenía que
estar durante unos meses aislada de nosotros porque estaba enferma. No la
creí.
—¿Se quedó allí?
—Sí. Me ocultó su embarazo.
—Pero... —no podía creérmelo.
—Imagino que Amanda aprovechó los cuidados del médico que también
atendía a la reina.
Cada vez estaba más confusa.
—Desconocía por completo que mamá tuviera una amistad con la reina.
—Más bien fue porque ambas estaban embarazadas. El problema fue —
bajó la cabeza—, que Amanda perdió a su hijo. Nació muerto. Ni siquiera me
llamó. Me enteré meses después. Lo único que hizo tu madre, Thara, fue
cuidar al hijo de otra persona. Y nunca lo entendí.
Cuidó de Kenneth.
¿Por qué?
Sofía era muy pequeña.
Ella también merecía tenerla cerca.
—Tuvo unos problemas con la reina, y la echó durante un par de años.
Cuando volvió a casa me lo contó todo. Salvo el nombre del hombre que la
dejó embarazada.
Noté el cansancio de Rob al recordar por todo lo que pasó.
—¿Por qué oculta a esa persona? —me pregunté a mí misma.
—Porque él siempre terminaba buscándola. Dos años después, volvió a
quedarse embarazada. Pero esta vez no volvió a palacio, más bien se quedó
en casa, me hizo creer que tú eras mi hija y siguió trabajando para la realeza.
Realmente no conocía a mi madre.
—Tiene que ser un hombre muy importante para no confesar su nombre y
apellido.
—Thara —me paró al verme tan nerviosa. Al volver a sentarme a su lado,
dejé que siguiera hablando—. Hay secretos oscuros dentro de la monarquía.
Lo mejor es no desvelarlos.
Si se suponía que con eso me tenía que quedar más tranquila, estaba muy
equivocado.
Pero agradecí saber un poco más de ese pasado de mi madre que tanto
callaba.

Acabé abriendo aquella habitación con la llave dorada. Sentada a su lado,


dejé que sus dedos se ocuparan de echar hacia atrás mi cabello.
—Relájate —susurró, y más tarde lamió el lóbulo de mi oreja hasta
provocar una oleada de calor recorriendo mi cuerpo.
Tenía a Kenneth casi desnudo y no fui capaz de mirarlo.
—Quiero respuestas.
Pero él tampoco me las podría dar.
Aparté las manos de mi cintura y lo empujé hasta dejarlo tumbado en la
cama. Ahorcadillas sobre su trabajado abdomen, miré sus azulados ojos. Me
quité la camiseta, y más tarde me deshice del sostén.
Mis ojos se cerraron ante la caricia de sus dedos sobre mis pechos.
—¿Es una marca de nacimiento? —preguntó de repente.
—¿Por qué?
Miré donde detuvo el dedo; por encima de mi ombligo.
—Yo tengo una.
22

Seguí mostrándole mi piel.


—Lo sé. Justo tienes la marca de nacimiento en la espalda...
Consiguió acomodar mi cuerpo donde estuvo el suyo tumbado. Lo miré a
los ojos antes de gemir su nombre. Kenneth sonrió. Parecía que últimamente
me fijaba en cada detalle de su cuerpo, a diferencia de él. La marca que tocó,
esa que tenía por encima del ombligo, era una quemadura que me hice de
pequeña mientras que jugaba con mi hermana mayor.
En un intento de querer contárselo, me giró con brusquedad, y me dijo que
me levantara y posara las manos sobre la pared. Que separara las piernas, y
me mantuviera quieta. Y lo hice. Acercó su cuerpo al mío, y noté su miembro
endurecido; En cualquier momento uno de los dos lo liberaría de la presión
de los boxers.
Jugueteó con el elástico de las bragas y sin previo aviso adentró sus dedos
dentro de mí, y los movió. Los jadeos de los dos, se escuchaban cada vez más
fuertes. No temí en aquel momento. Únicamente deseaba más. Separó su
dedo índice del dedo corazón, e intentó prepararme para su miembro.
Por la forma en la que gemía, me imaginé que empezó a tocarse sin
esperar a que fuera mi mano que lo masturbara. Quería ser la culpable de esos
gemidos que soltaba cada vez que rozaba su ardiente carne. Y él no dejaba de
hacérmelo a mí. Mi boca se resecó, teniendo que lamer mis labios. Era tan
incómodo no ver a la persona con la que iba a tener sexo. Quería ver sus ojos,
y probar aquellos exquisitos labios una vez más.
«¿Por qué estoy siendo dulce?» —Me pregunté.
Grité sin evitarlo, ahogándome en mis propios gemidos mientras que los
suyos penetraban en mi oído. Quise guardar silencio, pero Kenneth no dejaba
de moverse rápidamente con la única intención de que siguiera elevando mi
voz. Me había olvidado por completo que no estábamos solos; en aquel club
los clientes nos podían escuchar a través de las paredes. Movió nuestros
cuerpos, sin dejar atrás las embestidas. Moví mi mano hasta su trasero. Le
golpeé, sin dudarlo. Pero Kenneth se enfureció. No le iba el "rollo" duro, pero
me hizo gracia. Cada vez se movía más rápido. Sus dedos de hundieron en mi
cintura. Recostó su pecho sobre mi espalda, dejando su peso sobre mí. No
podía aguantar, cada vez mis manos sudaban más, como mi cuerpo. En
cualquier momento me soltaría, y ambos caeríamos al suelo.
—Levántate.
Empezó a reír, y sentí su cabello negro tocar mi nuca. Volví a respirar con
tranquilidad, cuando separó su cuerpo, y salió de dentro de mí. Me cogió por
los brazos, y me levantó para que quedara recta. La espalda me dolía. Sentía
mis piernas débiles.
Y esta vez mi espalda impactó en la fría pared. Lo miré con los ojos
entrecerrados para no gruñirle. Sentía calor, y la espalda en cualquier
momento empezaría a arderme. Se acercó hasta mí, y abrió sus labios.
Kenneth levantó mi pierna, y rápidamente volvió a penetrarme, pero esta
vez más fuerte. Le golpeé en la mejilla con la palma de mi mano, y mordió su
labio de rabia. Y de nuevo sus bruscos movimientos.
Al menos sus labios se movían lentamente, para disfrutar del beso. E
incluso su lengua se hizo presente para acariciar la mía. Los ritmos de su
pelvis disminuyeron. Sentía mi cuerpo entrando en el placer de tener sexo
con el capullo del príncipe. No evité tocar su musculosa espalda. Llevaba
tanto rato desaseándolo.
Inclinó su cabeza, y atrapó mi pecho entre sus labios. Sin soltarme la
pierna, se movió un poco más. Arañé sus hombros, cuando me di cuenta que
yo estaba a punto de acabar, hasta alcanzar el orgasmo. Escondí mi rostro en
la curva de su cuello.
—Kenneth —Me acercó más a él, acomodando su pecho sobre el mío.
Por fin podía respirar con normalidad. Mi cuerpo estaba helado. Tenía
frío, por lo húmeda que había quedado mi piel. Me levantó del suelo, sin
poder tocarlo con mis zapatos, y se movió más rápido. Dejó de nuevo atrás la
delicadeza, y siguió empujando salvajemente. Mañana alguien se levantaría
con dolor de piernas.
—Thara —Gruñó.
Terminó de moverse dentro de mí, y me bajó de nuevo al suelo. Subí mi
ropa interior, y aproveché para quedarme sentada. Estaba tan cansada, que
solo podía descansar, y respirar, recuperando el aire perdido.
Y allí nos quedamos durante un rato. Cara a cara. Mirándonos a los ojos.
—Todavía tienes el cabello revuelto —soltó entre una carcajada.
Giré sobre mis talones y lo miré a los ojos. Antes de salir del club privado,
lo único en lo que invertí el poco tiempo que nos quedaba fue en vestirme.
No me importó que mi cabello estuviera alborotado y que los demás pensaran
lo que había hecho esa noche. Solo seguí sus pasos, llegamos a ese palacio
que se estaba convirtiendo en mi segunda residencia, y acabamos delante de
mi habitación.
—Y tú sigues aquí.
—Ven conmigo —tiró de mi mano. Yo negué con la cabeza—. Thara.
—Es tarde. Tengo que madrugar.
—Pasa la noche en mi habitación —insistió.
Bajé la cabeza para que no viera mi sonrisa.
—Nada de dormir juntos, Kenneth —el sexo no nos podía enseñar un
sentimiento que ninguno de los dos dominaría. —Buenas noches.
Intenté soltarme de su mano, pero no me dejó.
—Entonces hablemos.
—¿Hablar? —alcé una ceja—. A diferencia de ti, querido principito, yo
tengo que levantarme a la seis de la mañana para trabajar. ¿Lo entiendes,
cierto?
Volvió a reír, incitándome a que lo acompañara.
—Lo entiendo. Al igual que tú tienes que entender que quiero conocerte
un poco mejor.
Si mantuve un rato los brazos cruzados, se me cayeron de la sorpresa.
¿Conocerme? ¿Por qué quería conocerme? Eso era intimar más de lo que me
imaginé que haría con él. Hasta se me borró la sonrisa del rostro y mi cuerpo
se debilitó. Tanto, que Kenneth tiró de mí, arrastrándome por aquellos largos
palacios hasta guiarme a su habitación.
— ¿Qué quieres conocer de mí exactamente?
Estábamos cerca de su habitación.
Él caminaba a unos pasos por delante de los míos, y yo seguía los suyos
un tanto avergonzada. Entrelazó nuestros dedos; un buen método para que no
saliera huyendo. Esa era la única intención. Estaba segura. Las caricias, el
afecto se quedaban en la cama, no fuera.
—Todo. No sé. Cosas de ti —miró por encima del hombro y apartó el
cabello de mi mejilla. —¿Te molesta?
—Sí. No. No lo sé, Kenneth.
Y en esa ocasión, quien sonrió fue él, y la que soltó una risa de
nerviosismo fui yo, la estúpida que se aferró un poco más a su mano.
Pero todo lo bueno tenía sus límites.
Habíamos pasado desapercibidos durante mucho tiempo. Y eso no era
bueno. Porque en aquellas paredes, decoradas de cuadros antiguos de
personas muy importantes en la realeza, los secretos eran revelados.
Tuvimos que parar los pasos cuando una mujer de cabello oscuro, ojos
claros y estatura media, quedó delante de nosotros con una amplia sonrisa
que se esfumó al verme tan cerca de Kenneth. Era muy elegante. Más o
menos de la edad de mi madre. Vi esa mujer miles de veces. En la televisión.
En la prensa. Estaba delante de la reina. Esa mujer extranjera que conquistó
el corazón del rey de España, el cual ya estaba muerto.
Sentí frío cuando Kenneth apartó bruscamente su mano dejando caer la
mía.
—Mamá —susurró.
— ¿No vas a darle un abrazo a tu madre, cariño? —después de tantos años
en nuestro país, seguía teniendo un dulce acento que le hacía más adorable—.
Te he echado de menos. La verdad, hijo, que me hubiera gustado tener tu
presencia cerca. Ya sabes cómo es tu hermano. Igual a tu padre. Tú eres
como yo.
—No te esperaba tan pronto —se apartó de ella. Estaba nervioso.
—Echaba de menos a mi pequeñín —Kenneth la miró de más cerca—.
¡Está bien! ¿Crees qué no sé lo que has estado haciendo? Kenneth, cariño,
deja de intentar ganarte la corona. Es el mayor. No se puede hacer nada —
acarició con dulzura la mejilla de su hijo, y de repente me miró a mí—. ¿Y tú
quién eres?
Era hora de presentarme.
Esperaba que fuera como Leopold.
Amable y atenta con todos aquellos que le rodeaban.
—Soy...
Pero alguien habló por mí.
Sorprendiéndome una vez más.
—Es la nueva chacha —dijo sin mirarme—. Hija de Amanda.
—Hija de... —cogió aire—. ¿Hija de Amanda? ¿Y por qué seguía tus
pasos?
Se olvidaron de mí por un tiempo.
—Vamos, mamá —se rascó la nuca—. Me conoces. Anoche lo pasé bien,
y le he pedido que arregle mi habitación.
—¿A la una de la madrugada? —Nos miró a ambos de nuevo—. Entiendo.
Está bien. Vamos a tomarnos un licor antes de dormir. Y tú, —chasqueó los
dedos —arregla la habitación de mi hijo.
Me desafió con la mirada.
Y sólo significaba una cosa.
El respeto ante esa mujer.
—Sí, señora.
La actitud de Kenneth volvió a cambiar por la llegada de su madre.

Aquella mañana volví a ocuparme del desayuno; bueno, de servir café y


las galletas que habían preparado un par de horas antes de que llegara. La voz
de mi madre sonó detrás de mi espalda y la ignoré. Lo hice porque una vez
más mis pensamientos me alejaron de ella.
—Thara —tocó mi hombro—. ¿Me has escuchado?
Me encogí de hombros.
—Lo siento. Estoy trabajando, mamá. ¿Qué quieres?
—Te dije que nunca cojas esa vajilla. Es la favorita de la rei...
La corté antes de que siguiera.
—Volvió anoche. La reina —le aclaré por si acaso. La miré y cogí la
bandeja con cuidado—. Deberías cambiar esa cara. De repente está pálida.
Cualquiera puede pensar que le tienes miedo.
—¿M-Miedo? —asentí con la cabeza—. No es eso...
—Déjalo, mamá.
Pero ella siempre tenía que tener la última palabra.
—¿Dónde estuviste?
—No sé por qué preguntas. Ya lo sabes.
—Thara...Deja de ver...
—¡No! No, mamá. No me pidas algo que ni siquiera tú respetaste.
¿Entendido?
Y allí se quedó, observando los pasos decididos de una hija que le estaba
dando la espalda. ¿Cuánto tardaría en hablarme de mi hermano fallecido? ¿Y
de ese padre que jamás llegué a conocer? Parecía que nunca.
—La reina está esperando a que le sirvas el café —un hombre, vestido de
negro, se acercó.
Le enseñé la bandeja.
Asintió con la cabeza, dio unos pasos hacia delante, y me custodió hasta
un despacho que hasta día de hoy no había visto.
Me adentré en el interior. El hombre quedó fuera y se ocupó de cerrar la
puerta. Delante de mí estaba la madre de Kenneth, tan elegante como
siempre, y tres hombres que reían mientras que esperaban su taza de café
recién molido.
—Buenos días, señores —saludé—. Majestad.
Marqué una sonrisa forzada.
—Tan educada como tu madre, mmmm —no sabía mi nombre.
—Thara.
—Thara. No tienes un nombre típico de España.
—Sus hijos tampoco.
—Yo no soy española. ¿Acaso tu padre no lo es?
No podía responderle.
—Será mejor que les deje a solas —dije, pero un hombre se levantó del
asiento de al lado.
—Siéntate —me pidió.
—Tengo cosas que...
—He dicho que te sientes —era una orden.
Lo hice.
No quería más problemas.
Los dos hombres que seguían acomodados en los sillones, uno a cada lado
del mío, levantaron sus maletines. Los vi de reojo porque en ningún momento
quería apartarle la mirada a esa mujer. Una mujer que asustaba a mi madre.
De repente, y odié que el uniforme se lo facilitara por llevar las mangas
cortas, sentí como atrapaban mis brazos. De uno sacaron sangre y del otro me
inyectaron algo.
—¡Suélteme! —forcejeé.
Y la única que habló, fue la mujer que tenía el mismo color de ojos que los
de Kenneth.
—Necesito saber algo —se levantó.
Al parecer era una amenaza para ella.
Pero, ¿por qué?
—¡Hable con mi madre! —grité.
Y ese grito lo único que provocó fue que me golpearan en la mejilla.
—Tu madre no ha hablado en años. ¿Por qué lo haría ahora?
No quería llegar a pensar que mi madre realmente sí tuvo una relación con
su marido fallecido. Porque si pensaba eso, acabaría imaginando que
él...probablemente podría ser mi...
«¡Noooo!»
23

Mentiras.
¿Cómo podría haber pensado que mi madre ocupó de vez en cuando el
otro lado de la cama del rey? ¡Era una locura!
Pero me desconcertaba aquella actitud de esa mujer que ni siquiera
conocía a la amante de su esposo fallecido. Buscaba respuestas como los
demás, y la única persona, esa que posiblemente era consciente de todo,
callaría hasta morir. Su lealtad acabaría con la paciencia de personas que nos
podrían hacer daño.
Pestañeé repetidas veces con el fin de despertar de esa maldita pesadilla.
La reina no podía estar tan desquiciada como para sacarme sangre e
inyectarme algo en el otro brazo. Pero al ver como limpiaban la pequeña
herida que causaron con la inyección, lo único que me quedaba era seguir con
esa actitud de mal educada con la que me dirigía a todas esas personas
importantes que supuestamente merecían un mínimo de respeto.
—¡Es una puta loca!
Respondió inmediatamente.
—Debería de cortarte la lengua —mostró una amplia sonrisa —pero al fin
y al cabo hasta las señoritas de compañía tienen que soltar una barbaridad de
vez en cuando. Si mi hijo encuentra placer en alguien —me miró de arriba
abajo —como tú, yo no soy nadie para negárselo.
Me había devuelto el insulto.
Esa mujer, la cual vi elegante y con un gracioso acento extranjero, estaba
dándome permiso para que siguiera acostándome con su hijo. Temía que
Kenneth hubiera sido capaz de decir que lo único que nos unía eran "los
servicios" que contrató.
Respiré hondo antes de levantarme y acercarme hasta ella. Si me
despistaba, alguna de esas manos volvería a impactar contra mi mejilla.
—Yo no soy la puta de su hijo.
Ocultó una sonrisa elegantemente con sus dedos.
—La prostitución en la monarquía no es un escándalo, querida. Lo único
que tienes que hacer es cerrar esa sucia boca y complacer a los deseos de tu
futuro rey.
Nuestro futuro rey era Leopold.
Siguió con la conversación:
»-Y por supuesto no quedarte embarazada. Entonces sí que estallaría mi
ira. ¿Queda claro?
—No necesito el permiso de nadie para meterme en la cama de un
hombre. No sé qué problemas tienes o has tenido con mi madre, pero déjame
decirte que yo no soy como ella. Si sigues con el rencor...
—Thara, —paseó escoltada hasta quedar detrás de mí, acomodó una mano
sobre mi hombro y me miró fijamente a los ojos —limítate a tus funciones de
criada. Tengo cosas mejores que hacer antes que perder mi tiempo con la hija
de Amanda.
Siguió con esa perversa sonrisa e hizo un movimiento de mano para que le
abrieran la puerta. Cuando quise preguntar qué me habían inyectado
exactamente, el silencio me rodeó.
El odio de Kenneth no era nada comparado con el primer enemigo que me
había ganado en un par de horas. Tenía que tener cuidado con ella. Sentí el
dolor que le causó mi madre con tan solo mirarla a los ojos. La odiaba. Me
odiaba. Haría cualquier cosa por ganar o recuperar lo que perdió.
Pero esas malditas preguntas que se quedaban en mi cabeza acabarían por
volverme loca.

—¿No deberías estar trabajando? —a pesar de su cercanía el tono de su


voz sonó lejano.
Alcé la cabeza para mirarlo.
—¿Y tú no deberías estar con mami para fingir ser el mismo imbécil de
siempre?
Kenneth quedó cruzado de brazos.
El polo blanco de mangas cortas que llevaba ayudaba a resaltar los duros
músculos de sus brazos.
—¿Qué problema tienes con mi madre? —afirmó mi teoría; Leopold era el
ojito derecho de papá...y Kenneth el de la reina—. Thara, lo mejor será...
—Me ha tratado como a una puta, Kenneth.
Evité alzar la voz.
Estábamos solos en el pasillo, pero seguía en alerta por precaución.
—¿Intentas ponerme en su contra? Te recuerdo que es mi madre y la
conozco perfectamente.
Sacudí la cabeza.
—Te equivocas. Estoy segura que hay cosas que te oculta...
—¡Basta, Thara! No voy a permitir que faltes al respeto a la única mujer
que quiero. No habrá nadie por encima de ella. ¿Lo entiendes?
Estaba enfurecido.
Su expresión serena cambió bruscamente. El tono de su piel enrojeció y
las venas de su cuello se marcaron.
Kenneth siguió gritando, pero de repente desconecté involuntariamente.
Una extraña sensación recorrió mi cuerpo. Sentí como todo daba vueltas. Mis
piernas temblaban. Un sudor frío recorrió mi espalda. Mi boca quedó seca y
no podía tragar saliva.
Lo único que vi, antes de caer al suelo, fue a Kenneth alejándose después
de defender a su madre.

Escuché voces masculinas de fondo.


Abrí lentamente los ojos, con mucho cuidado. Aquel terrible mareo que
sentí, desapareció. Me encontraba tumbada en mi cama, con un pañuelo de
seda humedecido sobre mi frente. Acaso... ¿me había golpeado en la cabeza?
—¿Cómo se encuentra? —era Kenneth.
—Ha tenido una reacción alérgica.
—¿Está bien, doctor?
—Sí, no se preocupe majestad, me quedaré un par de horas más con ella.
Cerré los ojos y fingí que seguía dormida.
—Si pregunta quién le ha llamado... —no terminó de hablar.
El medico lo interrumpió.
—No lo involucraré.
—Gracias.
Kenneth marchó de la habitación.
Kenneth De España
No sabía muy bien como establecería una conversación con ella. Sus
hombres no nos darían algo de intimidad, y últimamente mi madre se sentía
protegida con ellos. Cerraron la puerta ante mi presencia y me senté en uno
de los sillones esperando a que me sirvieran una copa de brandy. Cuando la
sostuve con la mano, le di un sorbo y sonreí.
—Pensaba que saldrías con tu hermano.
—Leo está ocupado. Tiene sus propios secretos.
—Secretos que tú deberías saber —me arrebató la copa y la alejó de mí.
Me rasqué la nuca.
—Quiero saber algo, mamá.
—¡Oh, vamos, Kenneth! No será por esa fulana, ¿verdad?
Se sobresaltó al ver cómo me levantaba del sillón.
—He visto con mis propios ojos como caía al suelo. Solo espero que no
estés involucrada.
Giró sobre los tacones y miró a sus guardaespaldas. Se tomó un largo
tiempo para responderme, y cuando pensé que negaría lo que sucedió, me
equivoqué.
—Soy culpable, hijo. Culpable por querer lo mejor para ti.
—Mamá...
—Kenneth —miró por encima del hombro—. ¿No querías ser rey? ¡Pues
deja de ser tan débil!
—¡No soy débil! —golpeé la mesa con los puños.
—Pues demuéstramelo.
¿Demostrárselo? ¿Cómo?
Al ver que me quedé pensativo, respondió a mi gran duda.
—Si no puedes con tu enemigo, únete a él.
El enemigo del que hablaba...era mi propio hermano.
Thara
—¿Podría responderme a algo? —durante un tiempo, lo único que se
escuchó en aquella habitación fue la presión sobre la hoja de una pluma
dorada. El hombre dejó de escribir y me miró—. ¿Qué me han inyectado?
Sostuvo sus pequeñas gafas en la mano.
—Una inyección anticonceptiva.
—Pero...Pero yo tomo anticonceptivas en pastillas.
—No tan eficaz como la que te han inyectado.
Intenté levantarme de la cama, y no lo conseguí.
—He tenido una reacción alérgica —le recordé.
—Algunas mujeres no se adaptan. Si sufres algún tipo de estos efectos
secundarios —me tendió el papel en el que estuvo escribiendo —llámame.
Seguía sin entenderlo.
—¿Por qué alguien se tomaría la molestia de probar en mí una
anticonceptiva tan potente?
—Para evitar el embarazo durante unos meses. Las que usted tomaba,
señorita, tenía un porcentaje de probabilidades...
—¿Me está diciendo que podría haber estado embarazada?
Se me hizo un nudo en el estómago.
—No debería decirle esto...
—¿¡Qué!? —grité.
24

Me veía ridícula delante del espejo observando mi figura. Con ambas


manos en el vientre ladeé la cabeza ante la idea de estar embarazada. Me
dieron nauseas. Aun así, permanecí de pie durante un rato más. Con el rostro
pálido, los labios morados y los ojos entrecerrados por el cansancio no borré
de mi cabeza el bajo porcentaje de probabilidades que habían de quedarse
embarazada incluso tomando anticonceptivas. Tampoco era motivo suficiente
para que la reina intentara matarme inconscientemente con el fin de proteger
a su querido hijo pequeño.
Una hora más tarde, y el tiempo pasó más rápido de lo que imaginé, seguía
sin saber si Kenneth estaba al tanto de todo. Conociendo lo poco que sabía de
él, a los tres minutos de descubrir la verdad, se hubiera presentado en la
habitación para discutir, discutir, mirarme a los ojos como si esperara una
respuesta por mi parte y seguir discutiendo. Pero no. Él no apareció.
La única persona que llamó a la puerta fue mi madre. Me encogí de
hombros al verla de reojo y no esperé una excusa por su parte al no haber
estado al lado de su hija cuando más la necesitó. Porque realmente siempre
había sido así. Pero con una diferencia, que por muy cerca que estuviera de
mí...ella siempre se alejaría.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, y después cerró la puerta.
Bajé inmediatamente las manos de mi vientre.
La idea de verme gorda, con los tobillos hinchados y embarazada se me
quitaba las ganas de permanecer allí. Si estuve observándome sin pestañear
fue porque durante cortos periodos de tiempo no veía mi rostro, más bien el
de mi madre; joven, alegre y ocultándole a su esposo que estaba embarazada
de otro hombre.
—Anoche cené algo que me sentó fatal. Tengo muy mala cara para seguir
trabajando, mamá. He estado descansando un rato —estiré los labios para
marcar una sonrisa—. ¿Querías algo?
—Déjame ver —avanzó rápidamente por la habitación. Su mano quedó
sobre mi frente para tomarme la temperatura. Después me obligó a bajar la
cabeza para posar los labios—. No tienes fiebre. Y sí, sé que ha estado el
doctor Edwards. He hablado con Leopold.
¿Quizás Kenneth habló con su hermano?
»-Sé que no me contarás qué ha pasado —y por mucho que contara la
verdad, nadie me crearía —pero déjame ayudarte. Thara, soy tu madre. No la
mejor madre que podrías tener, pero confía en mí.
¿No era algo tarde para eso?
Esquivé todo ese amor repentino.
—¿Realmente a que has venido?
Bajó la cabeza y suspiró.
—Quería pedirte que me ayudaras si te encontrabas algo mejor. Leopold
tendrá una visita en su despacho y quiere a dos personas para que sirvan el té
y unas pastas. Había pensado en ti. Aunque no lo parezca a veces eres
delicada y con el príncipe Leopold eres más educada.
Mordí el interior de mi mejilla.
—Desde que he llegado aquí es la segunda persona que me ha tratado con
respeto. Somos personas. Les servimos, sí, pero no por ello nos tienen que
tratar mal. Dame unos minutos —acepté—. Te ayudaré.
No quería sacar el tema de la reina, pero moría por ver su reacción. ¿Cómo
se llevarían ambas? Esperaba descubrirlo pronto.
Mi madre se entretuvo en la cocina preparando una ronda más de galletas.
Mientras tanto, y con pasos lentos por el cansancio, llegué al despacho
pensando que al otro lado encontraría a Leopold. Pero no estaba solo. La
visita que esperaba era la mujer que tendría que haber recibido desde el
primer día: su madre.
—No quería molestar —intenté salir de allí antes de que reaccionara de
malas maneras. Tenía una bandeja de plata cargada de cosas que
desfigurarían el rostro de la reina; o al menos quemarían sus mejillas—.
Volveré más tarde.
Leopold no dijo nada porque su madre se adelantó.
—No me gusta tomar el té frío. Sírvemelo ahora.
Era una orden.
«Reacciona, Thara.»
Las manos me temblaban.
«No es nadie para hablarme con ese tono de voz.»
Sonreí.
«Trabajas para ellos.»
Di unos pasos.
«Pronto acabará todo esto.»
—Ojalá —respondí a mis pensamientos.
—¿Has dicho algo? —preguntó confusa.
—No. No he dicho nada... —iba a tutearla, pero no podía—, señora.
Señora estaba bien.
Majestad no era de mi estilo.
—Veo que madre e hija siguen el mismo camino —cerró los ojos para reír
—servirme a mí.
Llené su taza de té, pero mientras tanto pensé lo desgraciada que era esa
mujer. Leopold no dijo nada en ningún momento, salvo mirarla a ella y
después a mí para disculparse con esa tierna mirada.
Ansiaba que mi madre se reuniera con nosotros, pero se retrasó. La única
visita que tuvimos fue la de Kenneth. Se sentó junto a su madre, evitó hablar
con su hermano y esperó a que le sirviera otra taza como a sus familiares.
—Tomaré café —pidió sin mirarme.
—Iré a la cocina. Vuelvo enseguida, Ken...
Me mordí la lengua.
—Príncipe Kenneth —me recordó su madre.
Intenté controlarme una vez más y aceleré mis pasos.
Pero me sorprendió que Leopold se retirara también.
—Vuelvo enseguida, madre.
Tuve que mirar por encima del hombro al darme cuenta que Leopold
seguía mis pasos. De repente se detuvo y movió la cabeza para apuntar a una
habitación. Quería hablar conmigo, o así lo interpreté yo.
—Necesito que me hagas un favor —bajó el tono de voz.
Si quería que envenenara a su madre, lo haría encantada.
—¿No tendríamos que volver? He tenido bastantes problemas con tu...o la
rei...tu madre o la reina. Ni siquiera sé cómo llamarla.
Soltó una carcajada.
—No te preocupes por ella. Pero te necesito, Thara. Sé que no debería
pedirte esto —sacó una carta de su bolsillo—. Creo que eres la única que
podría ayudarme.
—No entiendo nada.
—Necesito enviar esta carta. Es urgente. Pero no puedo salir.
—¿Por qué?
—No...no puedo contártelo.
¿Más secretos?
Pero sostuve la carta entre mis manos.
No era estúpida.
El destinario parecía alguien importante.
—Está bien. En un par de horas saldré. Enviaré la carta sin ningún
problema.
—¿De verdad? —asentí con la cabeza—. Te lo agradezco.
La puerta estaba abierta. La invitación perfecta.
—¿Dónde está mi café? —Kenneth nos miró. Me escondí la carta—. ¿Qué
hacéis aquí?
—Hablábamos. Pero ya iba a reunirme con vosotros.
Kenneth paró a Leopold.
—Sé cuándo mientes, hermano.
El mayor apartó la mano de su hombro y respondió.
—Eso no es cierto, Kenneth.
Y salió dejándonos a solas.
No quería mirarlo, pero fue inevitable.
—¿Le hablabas de mi madre?
—No —dije rápidamente.
—¿Qué te ha dicho el médico?
—¿Desde cuándo te interesa, Kenneth?
—Curiosidad.
No, no era curiosidad.
—Ahora mientes tú —miré como refugió las manos en los bolsillos del
traje—. ¿Qué está pasando?
—No lo sé, Thara. Pero me ocultáis algo. Y lo descubriré.
Antes de que saliera, solté una barbaridad.
—¿Qué pasaría si tuvieras un hijo bastardo?
No pensó mucho la respuesta.
La soltó de inmediato.
—Me desharía de él.
Tragué saliva.
—Serías igual que tu padre.
—¡No! —gritó—. Porque mi padre intentó reconocer a un tercer hijo. Yo
no dejaría que eso me perjudicara. ¿Entendido?
Horas antes...

El hombre relajó su postura. Había notado lo tensa que estaba y no era


capaz de dejarle hablar. Acomodó una mano en mi espalda, y con una dulce
mirada sacudió la cabeza de un lado a otro para más tarde seguir hablando.
Por unos momentos temí haber estado embarazada; nunca me lo hubiese
perdonado. La historia se repetiría. Un pequeño estaría al lado de su madre,
pero jamás conocería el nombre de su padre. Desde mi punto de vista era
cruel.
—No quería alterarla. Lo siento mucho —«¿tan nerviosa estaba?» —Se lo
he mencionado porque pensaba que se sentía decepcionada ante la idea de
no estar embarazada. Algunas mujeres tardan en reaccionar y darse cuenta
que realmente quería...
—No, no. ¡No! Yo no...no estoy decepcionada —me aparté rápidamente—.
La idea me asusta —reí nerviosa.
«Y más si había una alta posibilidad de que fuera de Kenneth.»-tragué
saliva ante aquella barbaridad.

Recordé las palabras del médico y como mal interpretó mi nerviosismo.


No pensé que volverían a temblarme las piernas en todo el día, hasta que
Kenneth me dio su respuesta. Conocía el odio que le incitó su madre hacia el
hijo bastardo del rey, pero no llegué a pensar que, si algún día él podría estar
en los zapatos de su padre, sería capaz de... No, no quería pensar que era
capaz de hacer daño a un niño pequeño.
No quería estar a su lado.
Quería perderlo de vista inmediatamente.
Saldría de allí, mandaría la carta de Leopold y visitaría a mi hermana.
Pero cuando intenté avanzar hasta la puerta, Kenneth paró mi cuerpo y me
giró bruscamente, dejándome cara a cara con él.
—¿¡Adónde vas!?
Yo también podía alzar la voz.
—¡A mi casa!
—¿¡Y mi café!?
—¡Qué te ponga el café tu puta madre!
Había perdido el control. Muchísimas personas me advirtieron de lo mal
educada que podía ser cuando me enfadaba, pero con Kenneth perdí los
papeles. Metí de por medio a su madre, mujer que me etiquetó como la puta
de su hijo, y le grité sin pensar en todo lo que vendría después.
Y él también reaccionó.
Mis ojos se cerraron ante la idea de que sería capaz de ponerme una mano
encima por defender a su madre. Pero no lo hizo. Golpeó la puerta, me apartó
con cuidado de su lado y quedó detrás de mí. Su respiración acarició mi
cabello.
—Ahora entiendo porque estás tan sola —cerré los ojos—. Los hombres te
quieren para una noche. Jamás pasarían de la tercera cita.
Y antes de que saliera, cambié de opinión.
Él no era el indicado de recordarme que estaba sola.
Reí por puro nerviosismo.
—¿Y me lo dice alguien que nunca tendrá el cariño de nadie? —lo miré
por encima del hombro—. A mamá. Pero a tu lado no habrá nadie más. Ni un
hermano que te apoye. Una mujer que te ame. Y mucho menos un hijo que
quiera seguir tus pasos. Pretendes ser rey, cuando ni siquiera llegas a persona.
Aquí te quedas, Kenneth. Yo sí tengo una familia.
Para él sería una estupidez, pero para mí no. Tenía a mi hermana, a su hija
y al hombre que me vio crecer y me cuidó como a su hija.
—Me das pena —susurré tirando el delantal.
Leopold De España
Me preocupaba que Kenneth saliera detrás de Thara. Le ocultaba cosas a
mi familia y de alguna forma temía que mi hermano fuera el primero en
descubrir que estaba pasando. Desde que volví de Dubái, ambos habíamos
cambiado. El poder destruyó a aquel niño pequeño que quería ser como su
hermano mayor.
—Salimos juntos de viaje y volvimos por separado. La prensa cree que
nos hemos distanciado, hijo —alcé la cabeza para encontrarme con su
observadora mirada. En el escritorio descansaba la pluma que había utilizado
para escribir la carta. Ella se dio cuenta.
—Y no están tan equivocados, ¿no, mamá?
Ella se quedó en silencio unos segundos.
—Khadija es una mujer preciosa.
Asentí con la cabeza.
—Deberías llamarla —dibujó en su rostro la misma sonrisa que le dedicó
a papá el día de su velatorio.
—¿Qué quieres exactamente?
Estaba a punto de irme a descansar cuando ella apareció en el despacho.
La conocía perfectamente. Desde muy pequeño me di cuenta lo manipuladora
que llegaba a ser con su esposo e hijos. Consiguió durante años que papá
viviera un verdadero infierno y Kenneth no fue capaz de verlo. A día de hoy
él seguía sin entender porque ese hombre encontró el amor en otra mujer. Era
sencillo: al otro lado de la cama, ocupada por una mujer bella, se encontraba
la codicia.
—Ambos sabemos que no reinarás.
—Estás convencida de ello —me levanté—. ¿Por qué me seguiste durante
todo este tiempo? ¿Qué buscabas?
Tapó sus labios para reír.
Detestaba que observaran sus dientes.
—He encontrado la mujer perfecta para Kenneth.
—Era lo que pensaba —me tocaba reír a mí—. Sigues con la idea de que
Kenneth ocupará el lugar de papá. Te recuerdo...
—Hijo, tú ya has elegido. Y la peor opción, tengo que recordarte —
acarició mi mejilla y después la besó—. Hazme caso. Si sigues enfrentándote
al Jeque Rashid bin Hacuel tú mismo cavarás tu propia tumba.
Giró sobre los tacones y me dejó en el despacho pensando.
Tenía planes para Kenneth.
Apoyaba la idea de que alguien importante terminaría con mi vida.
Pero... ¿Quién era esa mujer que había encontrado para Kenneth?
25

Pensé que su madre sería la última persona que se cruzaría en mi camino


antes de abandonar el palacio con una enorme maleta en la mano. La reina,
como de costumbre, estaba escoltada por el doble de hombres que seguían los
pasos de Kenneth. Cruzada de brazos, observaba cada pequeño paso que daba
por el pasillo. Desde lejos podía ver sus ojos claros y esa amplia sonrisa de
satisfacción.
—No es la primera vez que alguien de tu familia huye de aquí —dijo con
un tono divertido. Observó la maleta y asintió con la cabeza, dando el visto
bueno—. Pero veo que tienes más orgullo que tu madre. Eres una chica lista.
Había discutido con su hijo, no quería seguir perdiendo mi tiempo con esa
familia.
—Si eres tan amable de apartarte de mi camino...
Pero no me escuchó.
Sus hombres se mantuvieron firmes, siendo un estorbo en medio del
camino. Quería llegar lo más pronto posible a la entrada y coger el primer
taxi que pasara por los alrededores. Pero aquella mujer no me pondría las
cosas fáciles y más cuando podía humillarme hasta conseguir que bajara la
cabeza. No. No podía complacerla en aquel sentido. Tal vez Kenneth lo
consiguió un par de veces...pero todo había acabado.
—Seguir los pasos de tu madre no formaba parte de tus planes, ¿verdad?
Realmente no sé qué buscabas de Kenneth, pero me alegro que te alejes de él
—rio—. No quiero a más fulanas embarazadas. Te puedes ir. ¡Chicos!
Los hombres dejaron la entrada libre.
Di unos cuantos pasos, pero volví a detenerme al quedar a su lado.
—Si tu hijo ha disfrutado conmigo en la cama —me mofé —no quiero
imaginar lo bien que lo pasaba el rey cada vez que la amargada de su mujer
desaparecía.
Sus mejillas enrojecieron. Luchó por no estallar. Todos habíamos
escuchado los rumores; el padre de Kenneth buscaba la atención de otras
mujeres a través del sexo. En una de sus aventuras, nació un bastardo.
—Digna de parecerse a su madre —tapó sus labios para reír—. Al igual
que ella vino suplicándome para que le ayudara, tú harás lo mismo. Salvo que
espero en esta ocasión vuelvas a mí de rodillas. Espero que tengas una buena
tarde, querida.
¿Volver?
Lo peor de todo es que sabía que algún día volvería. Había demasiadas
preguntas sin respuestas, y en el fondo, todas esas respuestas, estaban allí,
más cerca de lo que podía imaginar.

Cada vez estaba más nerviosa.


No encontraba en mi maleta la carta que me entregó Leopold. A él no
podía fallarle. En absoluto. Pero últimamente fracasaba en todo. ¿Dónde
estaba el maldito sobre? Cuando me lo entregó no había nadie...salvo
Kenneth.
—¡Maldito!
—¿Le pasa algo, señorita? —preguntó el taxista.
Tenía que calmarme.
Miré la hora que marcaba el teléfono móvil.
—He cambiado de idea —rebusqué en mi bolso hasta encontrar una tarjeta
dorada—. Lléveme a este club, por favor.
—De acuerdo.
No quería verlo, pero haría cualquier cosa por encontrar la carta de
Leopold.

Recordé la sala privada donde bebía Kenneth. Por suerte el taxista aceptó
quedarse fuera con mi maleta. El viaje me saldría caro, pero no saldría de allí
hasta que no recuperara lo que prometí enviar.
Al reconocerme los guardaespaldas de Kenneth, accedieron para que
entrara al interior de la sala. La iluminación había cambiado. Por suerte se
podía detallar a la perfección una pequeña mesa llena de copas y un sofá
ocupado por tres personas. En uno de los extremos se encontraban dos chicas
besándose mientras que intentaban reclamar la atención del príncipe. Pero él
solo estaba dispuesto a posar sus azulados ojos en la intrusa que se coló en la
fiesta privada.
—¿¡Dónde está!? —grité.
Sus brazos estaban cruzados sobre el desnudo pecho. La camisa cubría
uno de los cuerpos de las mujeres que lo acompañaban esa noche. Sin decir
palabra, las observó a ellas y después a mí.
—Hola Thara —saludó él.
—¿Hola?
Me tembló la voz.
Kenneth sonrió.
—Hola.
Se acercó lentamente, y una vez que quedó delante de mí volvió a sonreír
dulcemente, olvidando por completo todo lo que había pasado aquella tarde.
A diferencia de él, el alcohol no me ayudaría a olvidar mis peores momentos
por mucho que lo intentara. Kenneth estaba de suerte. Después de tomarse
unas cuantas copas de brandy me miraba con ¿deseo?
—¿Me buscabas?
—Devuélveme la carta —dije con firmeza.
—¿La carta?
Se rascó la nuca.
—¡No te hagas el tonto!
Él en ningún momento alzó la voz. Las risas femeninas de sus
acompañantes me alteraron.
—¿Qué me vas a dar a cambio? —susurró cerca de mi oído. Su aliento fue
una tortura para mi piel—. Mmmm —tocó mi cabello y después bajó la mano
hasta mi hombro—. Creo que ya lo sé. Tienes algo que deseo ahora mismo.
Evité mirar sus labios y seguí el camino de su mano. Recorriendo mi
cuerpo hasta detenerse bajo mi vientre. Si no detenía su mano, acabaría
enterrándola entre mis muslos.
—¡Kenneth!
El corazón se me aceleró.
—Te daré la carta, Thara. Pero dame algo a cambio.
Cerré los ojos.
Al igual que quería esquivar su mano, también intenté huir de su boca. Si
permitía que Kenneth rompiera el poco espacio entre nosotros dos, la reina
me nombraría la nueva esclava sexual de la corte. No estaba dispuesta.
—Te pagaré mejor que a ellas —soltó inmediatamente al darse cuenta que
no esquivé su mano.
26

Dos meses después...

Siempre que Kenneth estaba de regreso, los empleados doblaban su turno


de trabajo. Pero aquella vez sería diferente. Con Leopold en palacio las cosas
habían cambiado; su bienvenida no estaría en la habitación con lencería sexy
y sosteniendo la botella más cara de brandy. No. Lo único que escuché fue
que tenía que cambiar las sabanas de su habitación y dejar que la luz del día
entrara con naturalidad.
Yo seguía preguntándome por qué servía a un imbécil como Kenneth
después de despedirme. La respuesta era sencilla. Día tras día, e incluyendo
el silencio de mi madre, necesitaba respuestas. Leopold me pidió que
permaneciera junto a ellos. En el mismo puesto de trabajo, pero ignorando las
ordenes infantiles de su hermano.
Estaba segura que estar delante de él no sería fácil. Actuaría de dos
maneras; o le devolvería el insulto o simplemente me quedaría embobada sin
pestañear por perderme en su mirada. Pero me mantendría fuerte para que lo
último jamás pasara.
«No era su puta» Quise decirle una vez.
Pero una vez que acababas en su cama, su ego aumentaba y sus palabras
dolían como pequeños cuchillos atravesando tu piel.
«No volvería a tener aquella boca peligrosa sobre mis labios.» Me repetí
una y otra vez mientras que me dirigía hasta su habitación. Y cuando estuve a
punto de abrir la puerta, inhalé aire y me aferré a las sabanas de seda.
—Imbécil —susurré.
A lo que él respondería: —Todo un alago viniendo de una criada.
Arreglaría su traje, me daría la espalda y luciría una amplia sonrisa. Como
si de alguna forma nuestra atracción física surgiera de los insultos o lo mal
que nos podíamos llevar.
Empujé la puerta. Y una vez más, como el primer día, me llevé una gran
sorpresa. No puedo decir con exactitud que lo que se escuchaba en aquel
momento en la habitación de Kenneth fueran jadeos de placer, pero sí iban
acompañados con un débil llanto. Sobre la cama, con las sabanas arrugadas,
la reina encogía su cuerpo tumbado y hundía su rostro sobre la almohada de
su hijo a la vez que decía:
—Te quiero, Kenneth.
Seguía sin entender aquel amor hacia su hijo.
Me aclaré la voz.
—¿Interrumpo algo? —pregunté.
Cuando tuve toda su atención, la reina soltó rápidamente la almohada y
quedó sentada elegantemente a los pies de la cama mientras que arreglaba su
suelto cabello y se subía la manga de la ancha camiseta que le cubría. Ella era
una mujer elegante...pero despertó con cierto gusto por lo vulgar.
—¿Qué haces aquí?
Era del todo normal que lo preguntara con recelo. No me quería cerca de
las cosas de su hijo.
—Ventilar y cambiar las sabanas de la cama —le enseñé el juego de
sabanas que me dio mi madre—. No sabía que pasabas las noches en la cama
de Kenneth.
Dejé hace mucho tiempo de hablarle con respeto.
Bajó el rostro y miró a su alrededor.
Llevaba días encerrada en esas cuatro paredes.
—¿Mi hijo ha llegado?
Al parecer era la última persona que deseaba verlo.
—No —respondí.
«Y espero que cuando llegue mi turno de trabajo haya finalizado. Por el
bien de los dos.» —Forcé una sonrisa.
—¿¡Por qué sonríes!? ¿Sabes algo de él? ¿¡Ha hecho algo en Francia!? —
se levantó de la cama y llegó hasta mí corriendo, casi con el corazón en la
boca—. ¿Alcohol? ¿Problemas? Acaso... ¿m-mujeres?
Tartamudeó.
Esa loca, la cual estuvo dispuesta desde el primer día a hacerme la vida
imposible, había perdido la capacidad de hablar con esa elegancia con la que
presumía delante del pueblo.
—Pareces sorprendida. Todos conocen a Kenneth. Siempre aferrado a un
vaso de brandy y con los ojos cerrados mientras que alguien se ocupa de
bajarle los pantalones —fui capaz de soltar cada palabra y no recibir una
bofetada por su señora madre—. No te preocupes. Philippe lo está cuidando
bien. No hay escándalos. En las revistas, periódicos o noticias...siempre
aparece tranquilo.
Y lo último me lo callé:
«Un tanto melancólico» —Algo extraño viniendo de él.
Pero más tonta era yo que estaba pendiente a las revistas del corazón.
Puse los ojos en blanco.
—Me odia —dijo de repente.
Dejé a un lado las sabanas y le di la espalda.
—Kenneth odia a todo el mundo —¿Por qué dije eso? No quería
consolarla, pero no era la única que sufría o sufrí por él—. Cuando vuelva
será el mismo hombre de siempre. Dispuesto a escuchar los consejos de su
mamá.
La reina cogió una fotografía de Kenneth y la observó con lágrimas en los
ojos.
—No. Ahora todo será diferente.
Me había cansado de los problemas de la realeza. Tenía los míos propios.
—Tengo que seguir trabajando. Así que si me permites... —miré
directamente a la camisa que llevaba de su hijo.
Fue comprensiva, y cuando estuvo a punto de deshacerse de ella, la
detuve.
Estaba desnuda.
—No importa. Luego llamaré a alguien de lavandería para que pase por la
camisa.
—Thara.
—¿Sí?
—Espero que esta conversación no salga de aquí.
Quería reír, pero aguanté las ganas. ^
—Después de haberme llamado puta, de inyectarme algo para que no
pudiera quedarme embarazada en unos meses y faltarle el respeto a mi
madre... ¿tengo que hacerte un favor?
Apretó los labios y volvió a ser la misma bruja de siempre.
—Lo mejor es que yo te deba un favor a ti a que tú me lo debas a mí.
¿Entendido?
Asentí con la cabeza. Quería que se callara.
—Muy bien. Que me avisen cuando mi hijo esté de vuelta.
Y salió de la habitación con los brazos cruzados y abrigada con la tela de
la camisa que de vez en cuando rozaba la piel de Kenneth.

g
—¡Thara! ¡Thara! —miré por encima del hombro cuando oí un par de
veces mi nombre—. Niña, te estaba buscando.
Miré el reloj de pulsera.
—Quedan exactamente cinco minutos para que mi turno termine,
Théodore.
Théodore se rascó la nuca avergonzado. Liberó su cabeza del gorro
francés de cocinero y me cogió de la muñeca para que lo acompañara.
—El príncipe está aquí. Tenemos que darle la bienvenida, ¿recuerdas?
—Recuerdo —sonreí y me liberé de sus dedos—. Pero no puedo estar aquí
unos minutos más.
—Thara... —insistió como un buen empleado y fiel a Kenneth.
Lo corté.
—Mi madre está al tanto de todo. No te preocupes.
Bajó la cabeza y se fue hablando solo:
—Espero que al menos me dé tiempo a mí de llegar.
Reí al verlo tan preocupado.
Pero en ningún momento detuve mis pasos. Seguí caminando y tirando de
la cofia para liberar mi cabello. Y como de costumbre, con la mirada en el
suelo y sin prestar atención, mi cuerpo golpeó accidentalmente con alguien
que se tomó la molestia de pasear por la planta del servicio.
A aquella persona se le cayó de las manos un libro. Lo recogí y leí el
seudónimo de la autora; George Sand...
—¿Qué haces aquí?
—Kenneth —dejé caer yo también el libro.
Lo último que quería hacer era verlo a él.
Y no conseguí huir.
Me detuvo.
—Tenemos que hablar.
27

No estaba preparada para encararle. Y allí me quedé, siendo retenida por


el brazo mientras que me obligaba a mirarle a los ojos. No dudó en detener
sus pasos delante de mí y borrar esa expresión seria con la que llegó. Kenneth
sonrió.
—Borra inmediatamente esa sonrisa —eché hacia atrás el brazo y me
liberé de esa mano que empezó a bajar con cuidado hasta rozar mi mano.
Echó hacia atrás la cabeza y soltó una carcajada.
—Eres única dando bienvenidas, Thara.
—En realidad estoy conteniéndome. Puede que en cualquier momento me
tire encima de ti.
Sus labios volvieron a arquearse suavemente, sin forzarlos. Se inclinó
hacia delante, acercándose lentamente hacia a mí. Cuando estuve segura que
sus dedos alcanzarían uno de los mechones que caían sobre mis hombros, le
miré rápidamente para que se detuviera. Se dio cuenta.
—¿No has querido decir que me echabas de menos? —A su pregunta
negué con la cabeza—. ¡Qué lástima! Realmente esperaba que te echaras
encima y que uno de los dos terminara desnudo y jadeando.
—En tus sueños, Kenneth.
—Y estoy seguro que en los tuyos también —canturreó en mi oído. Un
escalofrío confundió mis sentimientos—. No mientas, Thara. Haber ido a tu
cuarto para despertarte con un beso mientras que me entretenía abriendo tus
piernas es algo que te tortura en tus sueños más íntimos.
Necesitaba apartarme de su lado y que no consiguiera acomodar su pecho
contra el mío.
Odiaba esa sensación.
Lo odiaba a él.
—Guarda tu miembro real dentro de los pantalones —gruñí—. Y olvídate
de mí cuando te excite el uniforme que llevo puesto, principito. No sigas los
pasos de tu padre.
Una vez más, volví a provocarle con el tema que más odiaba. Las
infidelidades del rey con el servicio.
Y como de costumbre Kenneth no se quedaría atrás. Quiso cambiar eso.
No podía estar bajo mis pies. Necesitaba que viera que él siempre llevaría el
control de todo. Así que, al darle la espalda, giró mi cuerpo, acomodó su
pecho en mi espalda e impidió en todo momento que saliera corriendo de allí.
—¿No te das cuenta? —susurró, su aliento acariciaba mi cabello mientras
que yo me apartaba de su cuerpo—. Eres tú quien me la pone dura.
—¡Cállate!
—Si seguimos discutiendo la situación arderá como de costumbre. No
luches contra mí.
—Lo único que quiero hacer es desaparecer de aquí. No quiero escucharte,
Kenneth. No quiero verte...
—¿Y no quieres desearme? —sonrió burlonamente—. Si todo eso es
cierto... —me soltó—. ¿Por qué has vuelto? ¿Qué haces aquí?
La ira hizo que respirara con dificultad.
—Olvídate de mí —dije.
Pero siguió vacilando.
—¿Y si no puedo? —gruñó en mi oído, y no de una forma desagradable.
—Encontrarás a otra.
Me alejé de allí, dejando el libro tirado y al imbécil que lo traía junto a él.
—¡Te dije que quería hablar!
Alcé el brazo y le enseñé el dedo corazón a la vez que le respondí:
—¡Ya hemos hablado! ¡Bienvenido a casa, gilipollas!
Me alejé con su risa de fondo.

Estaba demasiado nerviosa. Quería tranquilidad. Y la persona que estaba


al otro lado de la puerta no ayudaba demasiado. Siguió dando cortos y
rápidos golpes con los nudillos. Me mordí el interior de la mejilla y me
levanté de la cama a regañadientes. Con un zapato en la mano me preparé
para abrir. Si se trataba de Kenneth...lo golpearía.
—¿¡Qué quieres...? —pero no era él—. ¿Philippe?
—Bonjour, amour-saludo con una amplia sonrisa—. Es la primera vez que
una mujer me recibe con un zapato en la mano.
Reímos los dos.
Levanté los brazos y los puse alrededor de su cuello. Sentí la presión de
sus labios en mi mejilla y cerré los ojos.
—Menos mal que eres tú —susurré sobre su camisa.
—¿Esperabas a alguien?
—¡No! —me aparté de su lado—. ¿Y esa botella?
Miré con curiosidad el vino que sostenía. Lo alzó, sonrió y después me lo
tendió.
—Es un regalo. Un Romanée-Conti.
Alcé una ceja con la misma sonrisa que él, picara.
—E imagino que para no ser descortés contigo tendría que invitarte a
pasar a mi habitación, ¿cierto?
—Cierto.
Pero Philippe ya se encontraba en el interior. Cerré la puerta para tener
algo más de intimidad y me senté en la cama con las piernas cruzadas y lo
más cerca posible de él.
En aquel mundo, donde las personas con mayor poder adquisitivo llegaban
a mirarte por encima del hombro, él me miraba como a los demás.
Descorchó la botella y pegó los labios para darle un sorbo, después hice lo
mismo.
—¿Qué tal por Francia?
—El partido político de mi padre empieza a necesitarme más que nunca.
—Es lo que deseabas.
—Sí. Más o menos, mon chéri.
Di otro trago.
—¿Y Kenneth? —pregunté.
—¿Qué pasa con él?
Yo también tenía curiosidad. Era extraño que de la noche a la mañana
quisiera huir. Salió corriendo después de leer la carta de su hermano. Incluso
su madre lo pasó terriblemente mal al estar alejada de él. No entendía nada.
Al menos Leopold no se enfadó conmigo; su hermano menor leyó una
carta que me confió y él lo único que hizo fue disculparse por la actitud
inmadura de Kenneth.
—Ha estado dos meses en Francia.
—¿Y quieres saber que ha hecho allí? Pensaba que entre vosotros dos no
había nada.
Otro trago.
—Y no lo hay.
—¿Pero?
—Curiosidad —confesé.
Y era del todo cierto.
—Negocios.
Podría haber preguntado: ¿Qué clase de negocios?
Pero callé.
Philippe tiró de mi cuerpo, dejándome cerca de él mientras que hablaba en
francés en un tono de voz más bajo de lo común.
—Aprovechas que no entiendo nada.
—Aprovecho que has bebido y que a la gente le excita el acento francés
—buscó mi mirada.
Entonces mi di cuenta de algo.
Dejé la botella de vino en el suelo y sostuve sus manos con las mías sobre
mi vientre.
—¿Qué quieres, Philippe?
Bajó la cabeza con esa sonrisa que lo decía todo.
—Me has pillado, belle dame.
Pensaba que la única manera de olvidarme del mundo era buscando su
boca. Y así hice. Quería rozar sus labios y dejarme llevar por las manos del
francés.
Pero una visita inesperada detuvo nuestras intenciones.
Kenneth.
Y de nuevo con ese libro que empezaba a odiar.
Me separé lentamente de Philippe y dejé que él hablara por los dos.
—¡Vamos, Kenneth! —gritó riendo—. Puedes mirar. Como la última vez.
Sí, de alguna forma Kenneth estaba furioso.
Cerró la puerta, dejándonos solos como al principio.
—Vuelvo enseguida —le dije.
—Trae otra botella —me guiñó un ojo.
Salí detrás de Kenneth y parecía que mis pasos nunca lo alcanzarían.
—¡Kenneth! Espera —estaba descalza, gritando.
—¿Qué?
«¿Qué?» —pensé.
—¿A qué has venido?
Se lo pensó.
—A disculparme, pero estabas muy ocupada.
Al ver que me encogí de hombros sin entender aquellos cambios de
humor, volvió a marcharse.
—¡Espera un momento!
Extrañamente volvió a obedecer.
—Yo...bueno... —no me salían las palabras. —Kenneth...
Y tampoco ayudaba tenerlo de nuevo tan cerca. No quería volver a
discutir. No. Pero, ¿qué podía hacer?
—Kenneth...
28

Los gritos que estuvieron resonando anteriormente por el pasillo se


ahogaron en mi garganta. Lo único que quedó fue el silencio. Y era mucho
peor. De esa forma tenía que distraerme con la curiosa mirada de Kenneth
mientras que esperaba un buen motivo por el qué lo había retenido. Me sentí
avergonzada. Bajé la mirada y me clavé las uñas en la palma de la mano,
cerré los ojos esperando a que él diera media vuelta. Pero cuando los volví
abrir, allí estaba. Cruzado de brazos, respirando profundamente y acabó
llamando mi atención con un gruñido.
—Vuelves a dejar tirado el libro —lo había recogido rápidamente y se lo
tendí.
La expresión de Kenneth reflejó un nuevo sentimiento en aquel arrogante
príncipe; el dolor.
—Es un regalo —dijo.
Sostuve con cuidado el libro de tapa dura.
—¿Para mí?
Tragué saliva.
Cuando asintió con la cabeza apreté mis labios para no soltar ninguna
palabra más. Él ya no era el único curioso. También lo estaba yo. ¿Un regalo
para mí? Lo único que pude recordar era el odio que sentí hacia esa persona
el día que decidió marchar a Francia. Así que lo primero que imaginé es que
se sentía culpable y quería tener algún detalle conmigo. Pero un libro viejo no
era suficiente. Merecía una disculpa. Necesitaba escuchar de sus labios la
palabra "perdón". Pero tenía que seguir soñando. Estábamos hablando de
Kenneth. Una persona orgullosa, caprichosa y... ¿celosa?
—La petite fadette —leí el título—. No sé francés.
Y lo confirmó cuando él me dijo:
—Philippe estará encantado de enseñarte a cambio de colarse entre tus
piernas.
Se encaminó hacia su habitación para descargar toda esa ira que se
acumuló en cuestión de segundos.
Aquel viaje lo volvió más idiota. Si marchó con la idea de que no volvería
a mi habitación con Philippe, estaba muy equivocado. Me tumbé en la cama
aprovechando que el francés también se había cubierto con las sabanas. Pasó
su mano por mi cabello en el momento que dejé descansar la cabeza sobre su
pecho.
—De nuevo ese livre —rió.
—Conozco a la autora, pero no conozco la historia de La petite fadette.
—Uno de los temas principales son las diferencias sociales —siguió
hablando, pero desconecté por completo.
Estaba convencida que aquel detalle iría con segundas. Y claro que lo
hizo. ¿Diferencias sociales? Pronto tendría una charla con él.
Más tarde cerré los ojos y me quedé dormida junto a Philippe.
Kenneth De España
Decidí que reduciría el servicio a la hora de mi desayuno. De esa forma
evitaría que una de las criadas participara en observarme mientras que
tomaba mi café recién molido.
Pero el silencio en el comedor principal duró poco.
Bajé la cabeza al oír su voz.
—Bonjour-al no tener respuesta por mi parte, se atrevió a servirse el
mismo una taza a la vez que tomaba asiento—. Esperaba más hospitalidad
por parte de mi amigo.
Alcé la cabeza.
—Supuse que no estarías en la habitación de invitados. No quería
molestar.
Su risa empezó a ser molesta a las siete de la mañana.
—Pero sabías donde estaba exactamente. ¿No es cierto, Kenneth?
Miré a mi alrededor y con un movimiento de cabeza pedí que nos dejaran
a solas.
—Intento no mezclarme con el servicio —fue una respuesta rápida.
A lo que Philippe respondió:
—A excepción de Thara —su voz empezó a taladrarme la cabeza, y ni
siquiera había bebido—. De hombre a hombre —estiró los labios—. ¿Es su
sonrisa? ¿Ese trasero que sabe llamar la atención incluso con el uniforme
puesto? —Hizo un chasquido con la lengua y sacudió la cabeza de un lado a
otro—. No. Es su boca. Es difícil no perderse en sus labios cada vez que
habla. Apetece morderlos...
Me levanté de mi asiento sin importarme el ruido que podía llegar a hacer.
—¿Has venido a tomar café o a decirme cómo te follas a la criada?
Él estuvo a punto de reír de nuevo pero mi mirada lo detuvo.
No estaba furioso.
«Cálmate» —me dije a mí mismo.
Pero por mucho que intentara relajar los brazos, no podía. Estaba
completamente seguro que mi rostro había enrojecido.
La temperatura subió.
«Hace calor» —Seguí apretando los puños. «Las temperaturas han
subido.»
Me estaba mintiendo a mí mismo.
—¿Quieres que te responda, frère?
—Por favor —insistí.
No era la primera vez que discutía con Philippe.
—Mientras que tú gruñías, anoche sonaba en mi oído el gemido de una
mujer.
Tampoco era la primera vez que lo golpeaba.
Pero conseguí olvidar aquella idea. Estaba mintiendo. Me situé detrás de
él y esperé tenerlo cara a cara. Se quedó sorprendido. Pero duró poco. Su risa
estalló.
—¿Por qué te cuesta admitir que Thara consigue llamar tu atención?
—Estás muy equivocado, Philippe.
Quedó cruzado de brazos.
Se aproximaba un interrogatorio.
—¿Vas a negar que no estabas dispuesto a golpearme ante la idea de que
Thara y yo nos hubiéramos acostado anoche?
—¿Pasó algo entre vosotros dos? —me arrepentí de preguntarle.
—No, Kenneth. No hicimos nada.
Dejé el peso de mi mano sobre su hombro.
—No deberías meter en tu cama a una mujer como ella —Philippe abrió
los ojos exageradamente—. Todos acaban por arrepentirse.
—¿Incluso tú? —apartó mi mano y sacudió su traje—. No te reconozco.
Hemos crecido juntos. Estuvimos años encerrados en aquel maldito internado
de Irlanda apoyándonos mutuamente cuando nuestras familias ni siquiera
venían a visitarnos. Y jamás pensé que acabaría por decirte la repugnancia
que siento al escucharte hablar mal de las personas que te sirven. Tu país
tiene suerte de que la corona no acabe en tus manos. Cuando quieras hablar
de negocios, llámame. Estaré en la embajada.
Sí, allí estaría. Últimamente Leo y él se veían demasiado, e incluso
mantuvieron el contacto todo el tiempo que estuve fuera de casa. «¿Tramaban
algo?» Me daba igual. Nada ni nadie me destruiría. Como bien dijo mi
madre, algún día sería rey.
Philippe se marchó, y yo volví acomodarme, luciendo una amplia sonrisa
de satisfacción.
Thara
Observé como mi madre se recogía su cabello oscuro y evitaba sonreír en
todo momento. Daba la sensación que temía verse feliz a través de un espejo.
Yo, mientras tanto, la esperé sobre la cama. Vestida con un nuevo uniforme
que se utilizaría exclusivamente para cuando la familia real se reuniera para
el almuerzo. Estaba segura que sería la única que no llevaría medias. Hacía
demasiado calor.
—¿Te gustaría viajar? —su pregunta me sorprendió. No respondí—.
Thara, hija, te pertenecen dos semanas.
¿Vacaciones? La verdad es que sí me apetecían.
—Podríamos irnos todos al pueblo de los abuelos... —solté encogiéndome
de hombros.
—No contéis conmigo. Estaré trabajando.
Más bien esclavizada. Y lo peor de todo, ella misma deseaba estar allí.
Encerrada. Sirviendo a sus monarcas.
—¿Qué pasa con papá? Ya no os veis. Sofía me ha dicho que has sacado
el tema del divorcio...
—No quiero hablar de ello.
Roberto no tenía la culpa de que ella lo hubiera abandonado durante tanto
tiempo. Él la amaba. Y lo peor de todo, seguiría queriéndola.
—De acuerdo. Nada de hablar de tu vida privada —me levanté de la cama,
y ocupé parte del baúl donde se sentaba. Arreglé mi cabello con los dedos. Lo
llevaba suelto porque últimamente se me enredaba en las horquillas de la
cofia—. A lo mejor me voy a Francia.
Su rostro no mostró interés.
—¿Con quién?
—No me gusta hablar de mi vida privada —a diferencia de ella, sí que
mostré una sonrisa delante del espejo—. Será mejor salir ya. Linnéa nos está
esperando junto a sus hijos.
Mi querida madre, Amanda, no cambió su expresión facial. Con los labios
apretados se levantó del baúl y se dispuso a avanzar con los brazos cruzados
detrás de la espalda. Yo, me limité a seguir sus pasos con las manos
escondidas en los bolsillos del delantal. Cuando llegamos al comedor, nos
situamos al lado de las hermanas Romero para esperar a la familia.
Tardaron quince minutos. Fueron llegando en orden. Primero llegó
Leopold, que saludó al servicio con una hermosa sonrisa. Después su señora
madre, que alzó bien alta la cabeza para ignorarnos a los demás. Y, por
último, el príncipe Kenneth, que llegó con pasos torpes y nadie sabía si se
pasó toda la mañana bebiendo.
Les retiraron los asientos que habían elegido, y los acomodaron cerca de la
mesa. Sirvieron la comida y ninguno de los tres abrió la boca.
Era tan aburrido, que me di cuenta que bostecé cuando mi madre me dio
un codazo en la cintura.
—Tengo algo que anunciaros, familia —por fin alguien habló. Leopold.
Kenneth soltó el cubierto, provocando un sonido un tanto molesto. Estaba
furioso como de costumbre.
—Cariño, tenemos que escuchar a tu hermano —la reina le llamó la
atención.
¿No se cansaba de ser un niño mimado?
—Adelante —ordenó, poniéndose en el papel de un rey.
Leopold soltó una carcajada al mirar a su hermano y después bajó la risa al
dirigirse a su madre.
—Estaré fuera un mes...
Linnéa lo interrumpió:
—Pásalo muy bien, hijo —estaba deseando deshacerse de él.
Su hijo mayor acomodó los codos sobre la mesa, incluso cuando era de
mala educación. Pero vi en sus ojos lo cansado que estaba de lidiar con su
familia.
—Espero que no te importe que me lleve unos cuantos empleados en este
viaje. Me instalaré en la masía de Mallorca.
Ella se esforzó por sonreír.
—Puedes llevarte a quién quieras.
—Te lo agradezco, madre —Leopold se levantó de su asiento. A
diferencia de sus familiares, él conocía los nombres de sus empleados. Fue
nombrando de uno en uno preguntándoles si serían tan amables de
acompañarlo. Fueron aceptando—. ¿Puedo contar con vosotras, Eva y
Penélope? —Las hermanas Romero aceptaron—. ¿Amanda?
Se quedó delante de nosotras.
Sentí el nerviosismo de mi madre. Y la entendí. Linnéa no dejaba de
obsérvala por el rabillo del ojo.
—¿Majestad?
—¿Sería tan amable de venir junto a mí en este viaje?
Nadie dijo que no.
Salvo ella.
—Se lo agradezco de todo corazón, príncipe Leopold. Pero mi deber sería
estar aquí, sirviéndoles a su señora madre y a su hermano Kenneth.
Discúlpeme.
Leopold acomodó su mano en el hombro de mi madre y le sonrió.
—No se preocupe, Amanda. Lo entiendo —era tan dulce. Kenneth tenía
demasiadas cosas que aprender de su hermano mayor—. ¿Thara? —El
corazón se me aceleró—. ¿Puedo contar contigo?
Mi madre no me miró. Tampoco me observó curiosa la reina. Solo hubo
una persona que esperó mi respuesta. Y era él; Kenneth.
—Bueno...Yo... —era sencillo: sí o no. Pero me sentí incomoda.
¿Qué podía hacer? Era mi oportunidad.
29

Atropellé mis palabras.


—Yo...Yo... —una respuesta. Tenía que responderle a Leopold antes de
que Kenneth se marchara del comedor principal. No podía complacerle
incluso si mi respuesta era un no rotundo al igual que había hecho mi madre.
Pellizqué entre mis dedos el delantal y di un paso hacia delante para estar más
cerca del hermano mayor. Dejé de mirar a Kenneth y reuní ese valor que
desaparecía cuando esos ojos azules me observaban.
—Será un placer, príncipe Leopold.
Él sonrió satisfecho:
—El placer es mío, Thara.
El menor actuó como de costumbre. Me había acostado en numerosas
ocasiones con un crío. Se suponía que siempre me habían atraído los hombres
maduros; tanto físicamente y mentalmente. Pero aun así lo hice. Compartí la
cama con el hombre que se había levantado de la mesa, se deshizo del
cubierto que sostuvo y se marchó golpeando a todos los empleados que se
interponían en su paso.
Su madre intentó detenerlo, pero no lo consiguió. Me observó con aquel
odio que compartía con mi madre. No dijo nada. Salvo sonreír. Una sonrisa
que llegó a asustarme.
—¿Cuándo partirás, hijo? —Desvió la atención de los empleados con una
pregunta.
Leopold se acomodó de nuevo.
—Esta noche, madre.
—Me parece una gran idea —dijo Linnéa—. ¿Amanda?
—¿Señora?
Mamá seguía tan sumisa como de costumbre.
—Organice una cena para dos.
—No se preocupe, señora. Yo me encargaré.
Linnéa quería algo más especial.
—Algo íntimo. No quiero que nos molesten —dijo, mirando a Leopold—.
Tu hermano necesita el amor de su madre... Soy la única con la que puede
contar. ¡Retiraos! Se acabó el desayuno.
Dejamos descansar los brazos detrás de la espalda y salimos del comedor
en el mismo orden de fila en que nos habíamos ido presentando. Leopold me
guiñó un ojo e imaginé que más tarde hablaríamos. Así que asentí con la
cabeza y salí con los demás trabajadores para volver a las faenas que
habíamos dejado pendientes.
Antes de que desapareciera, mi madre me detuvo.
—¿Qué sucede con Kenneth?
Me encogí de hombros.
—Estaba borracho. ¿No te has dado cuenta, mamá? —Era típico en él.
Ahogar las penas con un whisky caro—. Ahora estaré lejos de él. La reina y
tú estaréis felices. A no ser...A no ser qué penséis que voy para acostarme
con Leopold. ¿No?
—¡Thara! —gritó, sin importarle que los demás nos escucharan—. Yo no
te he educado de esa manera.
—Lo sé, mamá... —me encogí de hombros. ¿Cómo podía haberle cogido
tanta tirria? Después de todo el daño que le había hecho a papá, era normal
—. De momento no me he quedado embarazada como tú. Así que soy una
buena chica...
No finalicé la frase. Me golpeó en la mejilla.
—No me puedes juzgar tú también, Thara —le temblaba la voz. Estaba a
punto de llorar.
—Estás equivocada. Soy la primera que tendría que reclamarte. Vivir una
mentira durante años. Sin conocer a mi padre. Escuchando rumores que ni
siquiera sé si son verdad o no. Pero tú me odias por haber conocido e
intimado con un hombre que no tiene cargas familiares —me toqué la mejilla;
picaba. —Kenneth será un príncipe. Pero ante todo un imbécil que me ha
estado buscando porque no tiene a ninguna mujer en su vida. No he hecho
nada malo. Y necesito que lo entiendas.
—Eres una criada —me recordó. —Olvídate de la realeza.
Era imposible hablar con ella. Así que le di la espalda, y de alguna manera
había mandado a mi madre a tomar por culo.
Necesitaba buscar una forma de olvidar aquel altercado con ella: haciendo
la maleta.
Kenneth De España
Di una orden.
—Llena el vaso.
—Sí, señor.
La puerta del despacho se abrió. Pablo se sobresaltó y yo reí al darme
cuenta de quien se trataba.
—Se acabó el alcohol, Kenneth.
Seguí riendo como un loco.
—Déjame decirte, mamá, —solté con retintín el "mamá" —que lo qué me
están sirviendo es agua. ¿Verdad, Pablo? No te preocupes tanto por mí. Sé
cuidarme de mí mismo.
—¿Eso crees?
Asentí con la cabeza y me acerqué hasta el ventanal que había más
cercano al escritorio.
—Pablo, puedes irte. Necesito estar a solas con mi hijo.
Lo detuve.
—No lo hagas. Quédate.
—¡Kenneth! —enfureció—. Estoy dando una orden.
—Yo también —ni siquiera la miré.
—Soy la reina.
Entonces ataqué.
—Y yo el futuro rey.
Con la discusión no me di cuenta que Pablo había salido del despacho
dejándonos solos.
—¿Sigues queriendo ser rey? —soltó una carcajada llena de maldad—. Te
recuerdo que está tu hermano y su supuesta enamorada. Si se casan...pasarás
a ser duque. Ya está. Nadie hablará de ti. A no ser que te vuelvan a encontrar
borracho en algún burdel de España o en Dubái.
Pasó de estar en la puerta a acomodar su mano bajo mi espalda. Sentí el
recorrido de sus dedos. Empezó por los hombros, y los dejó caer hasta el
cinturón del pantalón de traje.
—No sigas —dije, y no estaba deteniendo sus palabras.
—Mamá te quiere.
—Ya basta...
Ella se apartó.
—Debería deshacerme de esa puta. ¡Ya no tengo la atención de mi hijo!
—¿¡Cuándo has tenido mi atención!? ¡Eh! —la miré. Después de tanto
tiempo miré esos ojos que temía de pequeño—. Haz tu puto trabajo, mamá.
Leopold no puede ser rey. ¿Entendido?
Relamió sus dedos y dejó que me apartara de su lado sin protestar.
—No vuelvas a reencontrarte con la hija de Amanda. ¿Lo has entendido,
Kenneth? ¡Te lo ordena tu reina!
¿Mi reina?
Volví a huir. Y dejé que mis pasos me llevaran hasta su habitación.
30

Al otro lado se escuchó:


—¿De vacaciones? —preguntó Sofía, mientras que batallaba con su hija
por meterla en la bañera. Agatha rio, y mi hermana terminó arrepintiéndose
por decir una palabrota. Cuando se tranquilizó me hizo saber a través de un
gruñido que esperaba una respuesta por mi parte.
Terminé de doblar los últimos pantalones que me llevaría a Mallorca y me
centré en la conversación telefónica que había empezado con mi hermana.
Mientras que escuchaba las carcajadas de mi sobrina, me acomodé sobre la
maleta para cerrarla. Iba a estar un mes fuera de Madrid, así que necesitaría
todas las prendas de ropa que guardaba en el armario. Incluso me atreví a
llevarme un bikini por si hacía buen tiempo en la isla.
—No, nada de vacaciones —empujé la cremallera—. Trabajo. Leopold ha
decidido irse de vacaciones y ha contado conmigo para acompañarlo.
—Mamá siempre ha dicho que el hijo mayor es el más centrado —soltó
otro grito cuando se dio cuenta que Agatha salió de la bañera—. Perdóname,
Thara, no sé qué le pasa a la niña. Últimamente está muy nerviosa. Por eso
papá intentar pasar más tiempo con ella —Me aclaró—. ¿Has vuelto a
discutir con Kenneth?
Eché hacia atrás la cabeza. Estaba convencida, antes de descolgar el
teléfono, que Kenneth no sería uno de los temas que tocaría con mi hermana;
pero me equivoqué. Mi silencio me delató y Sofía insistió
—Thara.
—Simplemente es gilipollas... —concluí—. Y yo idiota.
—Entonces estaría bien que en tus ratos libres...
La corté.
—¿Conozca a alguien? —Su risa lo dijo todo—. Prefiero estar sola. Lo
tengo muy claro, Sofi. Si quiero divertirme, lo haré. Me da igual lo que opine
mamá, papá o los demás. Una mujer puede hacer lo que quiera... —escuché
unos pasos por la habitación—. ¡Aaaaah! —Solté un grito cuando me
encontré con el intruso. Quité el altavoz e intenté despedirme lo más rápido
posible de la persona que acabó asustándose como yo—. Te llamaré antes de
subir al avión. Te quiero, Sofi.
Colgué.
Él ni siquiera se inmutó. Se quedó cerca de la cama observándome con sus
enormes ojos claros. Me pregunté a mí misma cuánto tiempo llevaría ahí,
escuchando todo lo que le dije a mi hermana. No estaba dispuesto a romper el
silencio, y yo tampoco. Me quedé mirando a Kenneth en silencio. Parecíamos
dos idiotas buscando una oportunidad para soltar cualquier cosa.
La poca paciencia de él desapareció.
—¿Vas a Mallorca para fo...?
—¿Perdona? —Empujé la maleta y me levanté de la cama para encararlo
—. ¿Desde cuándo te interesa mi vida sexual?
—A mí me la pela con quién follas y con quién dejas de hacerlo —gruñó.
«¿Se supone que tenía que creerlo?» —¿Qué?
Mi mirada lo mató.
Se presentó en mi habitación, sin llamar a la puerta, reclamándome sobre
algo que no había hecho y fingiendo que todo le daba igual. Kenneth estaba
loco. Estaba perdiendo el respeto de todo el mundo, el apoyo de su hermano
y su amistad con Philippe.
—¿Qué quieres, Kenneth? —pregunté, cruzándome de brazos.
Se llevó la mano a la cabeza como si estar en mi habitación fuera una
tortura para él. Resopló y dio unos pasos hacia delante antes de dirigirme la
palabra.
—Quiero que averigües una cosa por mí.
—¿Un favor?
Apretó los labios.
—No —recalcó.
—Entonces olvídalo.
Tenía esa extraña necesidad de que hiciera cualquier cosa por él incluso
cuando no formaba parte de mi trabajo. Se tomaba muy en serio que fuera su
criada personal cuando en el fondo no lo era. Kenneth y su madre no tenían
empleados, más bien parecíamos esclavos del siglo XIX.
Dejé que se acomodara sobre la cama, y yo mientras tanto me dirigí hasta
el pequeño tocador. Lo visualicé a través del espejo mientras que soltaba mi
cabello y me deshacía de la cofia que lo sostenía.
—Thara —susurró.
—¿Sí?
—Te lo estoy pidiendo calmado.
Me encogí de hombros.
—Me da igual, Kenneth. Puedes gritar, golpear los muebles o intentar
chantajearme —me deshice de los primeros botones del uniforme—. No lo
haré.
—¿Por qué? —Protestó, y su silencio apareció al darse cuenta que me
estaba desnudando sin importarme su presencia. Me había acostumbrado.
—Porque por encima de todo soy una persona —sonreí—. Así que, si
quieres algo, pídemelo bien.
Se levantó de la cama. No me sorprendió tener sus dedos rozando mi piel.
No tardó ni dos segundos en ayudarme a ponerme el sujetador.
—Por favor —dijo, retirando mi cabello.
Empujó mi cuerpo hacia delante, dejándome al filo del baúl que utilizaba
para sentarme, y se acomodó detrás de mí con el fin de estar más cerca.
Lo había dicho. Así que no podía negárselo.
Sonrió al darse cuenta que estaba dispuesta a hacerlo. Dejó su barbilla
sobre la coronilla de mi cabeza y esperó a que hablara.
—¿Qué quieres?
Soltó una carcajada.
—Espía a Leopold.
Cerré los ojos.
—¿Espío a Leopold y cobro el sueldo de una criada? —me burlé de él—.
¿Estás loco? ¿Estamos hablando de tu hermano?
—Necesito saber con quién se reúne en Mallorca.
—Va de vacaciones, Kenneth —le recordé.
—Dudo que vaya solo.
Noté su nerviosismo y las ansias de saber más. Estaba segura que había
hablado con su madre. Linnéa enloquecía a Kenneth. Le obligaba a ver cosas
que no pasaban a su alrededor. Lo tenía cogido por las pelotas gracias a la
maldita corona que tanto deseaba. Era capaz de traicionar a su hermano por
ser rey.
—¿Sucede algo? —pregunté preocupada.
Para las pocas veces que hablábamos, siempre era para discutir. Así que
aproveché. Estaba algo borracho y simpático. Era el momento perfecto.
—No —sacudió la cabeza, alborotando mi cabello—. Quiero estar bien
con mi hermano. Solo eso.
—¿Seguro?
Kenneth soltó un bufido.
—Thara...
—¡Está bien! Pero ya te lo dije... —intenté apartarme de él, pero sus
brazos me lo impidieron-no puedo traicionar a Leopold.
Bajó la mirada, rompiendo el contacto visual que estábamos teniendo a
través del espejo.
—Tú consígueme esa información, y yo te daré lo que más desees en esta
vida.
¡Y ahí estaba, Kenneth el manipulador!
—¡No quiero dinero! —le di un manotazo en la mano y me libré de sus
brazos. Me levanté del baúl y quedé detrás de él. Cuando se levantó, alcé la
cabeza.
—¿Tampoco quieres saber quién es tu padre?
«Hijo de puta.»
31

Acomodé la mejilla en la ventanilla del avión e intenté desconectar en el


corto trayecto que nos esperaba. Pero la soledad duró poco; Eva, la menor de
las hermanas Romero, no dudó en ocupar el asiento libre que había continuo
al mío. Me miró con una amplia sonrisa y soltó una carcajada por vernos sin
el uniforme de trabajo. Le devolví el gesto y volví a mirar a través de la
ventanilla. Pero alguien quería mantener una conversación, y no era yo.
—Estoy nerviosa —anunció.
—¿Por qué? —Quise saber—. ¿Nunca has ido en avión?
Su risa nerviosa la delató.
—Nunca. Y no esperaba que la primera vez fuera algo tan VIP. En el
Reino de España han subido políticos, jeques y gente famosa —estaba feliz,
podía verlo en su mirada—. No esperaba que Leopold contara con nosotros
—echó un vistazo a su alrededor—. En la masía de Mallorca están los
trabajadores internos.
—Las veces que he visto las noticias, siempre han dicho que es Kenneth
quien se hospeda allí en febrero —y no solo él; siempre bien acompañado de
su mejor amigo y las chicas que quisieran pasar una noche con ellos. —
Imagino que Leopold estará más cómodo con nosotros, que con un personal
que no ha llegado a tratar.
Quise ponerle fin a la conversación, pero Eva siguió charlando.
—He escuchado que hay una visita importante —dijo. Al menos no era la
única que escuchaba detrás de las puertas ajenas—. A lo mejor se trata de
Zenón Bermejo Ferrer.
—¿Zenón?
—Sí, es el padrino de Leopold y Kenneth. Muy íntimo de la casa Real —
vi como sacaba de su bolsillo derecho una caja de pastillas dormidina—. Es
un hombre que se dedica a la energía y tecnología limpia en Dubái.
El país favorito de Kenneth.
—¿Vas a dormir? —pregunté, ignorando por completo la última
información.
—Sí, porque estoy muy nerviosa.
Intenté relajarla, y cuando se acomodó la almohada de cuello, dejé que se
quedara dormida por los efectos de la pastilla. Me levanté con cuidado para
no despertarla, y salí huyendo para encontrar otro par de asientos libres.
Quería estar sola y pensar en todo lo que me estaba pasando últimamente.
«¿Kenneth sabía realmente quién era mi padre?»
El muy cabrón podría haber sido capaz de contratar a investigadores
privados para remover todo el turbio pasado que tenía mi familia.
Mi deseo era conocerlo a través de mi madre. Ella era la única que tenía
ese derecho. Pero conociéndola, parecía que era un secreto que se llevaría a la
tumba.
—¿Puedo sentarme? —preguntó, con esa bonita y agradable sonrisa.
No podía decirle que no.
—Por favor —fingí hacer una reverencia.
Leopold soltó una carcajada.
Era tan diferente a su hermano, que entendía que todo el mundo lo quisiera
a él en vez de al menor.
—¿Estás cómoda? —Le respondí asintiendo con la cabeza—. Me alegró
saber que vendrías con nosotros.
—Llevo tiempo sin ir a Mallorca. Has elegido un destino que no podría
rechazar —bromeé—. Pero, el trabajo sigue siendo trabajo.
—No os llevo junto a mí para que estéis 24 horas al día siguiéndome —se
sacó de la americana negra unas gafas de lectura. —Os podéis divertir sin
ningún problema.
Quedé cruzada de brazos.
—¿Lo dices en serio?
Asintió con la cabeza.
—Soy consciente de la forma en la que mandan mi madre y mi hermano
—apretó la mandíbula—. Yo no estoy de acuerdo. ¿Quieren un servicio
eficiente y feliz? Entonces que empiecen primero por tratarlos como seres
humanos y no máquinas.
El teléfono móvil empezó a vibrar.
Estaba recibiendo varios mensajes.
»-Responde —dijo, con otra sonrisa.
Saqué el móvil del bolsillo de los vaqueros.
Leí el nombre del dueño de los mensajes:
Kenneth.
—No es importante —concluí. Bloqueé la pantalla y volví a centrarme en
Leopold, el cual sostenía una revista de golf y le echaba un ojo de vez en
cuando—. Eres diferente.
Susurré, pero me escuchó.
—Mi padre me educó de una forma muy diferente a la educación que tuvo
Kenneth junto a mi madre.
—¿Por qué os separaron?
A diferencia de ellos, a Sofía y a mí, siempre nos aplicaron los mismos
valores y la misma educación. Nunca intentaron separarnos para pasar más
tiempo con alguna de las dos; siempre era unidas, los cuatro juntos.
—Los tiempos de ahora han cambiado, pero hace más de 20 años los
matrimonios concertados seguían a muchísimas familias españolas. Lo
aplicaron a la realeza porque dejaron de ver bien visto que los monarcas se
casaran entre familiares —se quitó las gafas—. Para ellos, era su forma de
llevar la sangre azul a sus herederos.
» Y ahí comienza la historia de mis padres. Linnéa fue obligada a
abandonar Suecia cuando nuestro país se quedó sin dictador. Mi padre me
contó que se enamoró de ella a primera vista; era una mujer hermosa, de
cabello rubio y grandes ojos azules. Su tez era tan pálida, que temía
acariciarla por si llegaba a hacerle daño. Aun así, se armó de valor y la besó
el día que juraron amarse ante los ojos de Dios. Pero ella jamás podría haber
cumplido su palabra; no lo amaba. Era un matrimonio concertado para reinar
en un país que desconocía. Tuvo que seguir unas cuantas reglas antes de
conseguir el control. Para ello, tenía que darle un hijo a Luis V. Y entonces
nací yo.
» Consuelo, la matrona que me cuidó antes de que llegara tu madre, me
contó que Linnéa jamás quiso sostenerme entre sus brazos. Negaba por
completo que yo fuera su hijo. Me condenó sin ni siquiera intentar quererme.
Cuando lo descubrió mi padre, enfureció; su primogénito se alimentó de un
pecho ajeno porque su madre no podía ni verlo. Así que tomó la decisión de
cuidarme y quererme sin la ayuda de su mujer, la cual odió con el paso del
tiempo.
» Unos años después, ella tuvo un sueño. En éste vio como un hermoso
bebé varón le devolvía la felicidad que dejó en Suecia. Le pidió de rodillas a
mi padre que la dejara embarazada, y 9 meses después, nació Kenneth. Para
Linnéa fue siempre su primer hijo. El único hombre que amaría en España y
por el cual daría su vida. Lo crio bajo su pecho. Lo sostuvo entre sus brazos
mientras que mi hermano intentaba dar sus primeros pasos. Cometió el error
de córtale las alas a Kenneth. Por eso mi padre siempre lo vio débil. Un niño
que jamás llegaría a reinar por la educación que había recibido por parte de su
madre.
» Amaba tanto a Kenneth, que ella nunca se dio cuenta del odio que él
estaba incubando. Y mi padre, otro ciego, que no fue capaz de tenderle la
mano a su hijo pequeño en el momento que más lo necesitó. Murió y ni
siquiera escuchó un te quiero por parte de él.
» No te voy a mentir, Thara. Tengo miedo a que él acabe así, sin que nadie
lo acompañe hasta sus últimos días de vida. Que no sepa amar, o que siga
utilizando a las mujeres por diversión. Odiaba a papá, pero quiere ser como
él.
Era consciente de la locura de Linnéa, pero desconocía por completo la
forma en la que trató a sus hijos. Si Kenneth la odiaba, siempre había
pensado que era por algún motivo. Su amor obsesivo hacía él era peligroso.
Quería reaccionar a todo lo que me había contado Leopold, pero nos
anunciaron que ya habíamos llegado a nuestro destino.

Ni siquiera abrí la maleta, me tumbé sobre la cama y di vueltas para


observar la hermosa habitación que me habían dejado para ese mes. Empecé
a reí; Estaba lejos de la autoridad de mi madre, de la loca de la Reina, e
incluso de...
Recordé que tenía unos mensajes de Kenneth.
No era una buena idea leerlos, ya que seguramente seguiría con su
chantaje. Pero, aun así, lo hice. Desbloqueé la pantalla y los leí.

| KENNETH ESCRIBIÓ: ME ECHARÁS DE MENOS. |

| KENNETH ESCRIBIÓ: ADMÍTELO. |

Como me arrepentí de no haberle respondido en ese momento.

| KENNETH ESCRIBIÓ: TENEMOS ALGO PENDIENTE. |


| KENNETH ESCRIBIÓ: PUEDO OFRECERTE OTRA COSA. |

Cuando se dio cuenta que no iba a hacer lo que él me pidiera, envió el


último mensaje.

| KENNETH ESCRIBIÓ: CUANDO LLEGUES A LA MASÍA


DIRÍGETE A LA SALA RECREATIVA. |

Respondí.

|THARA HA ESCRITO: ERES UN PUTO ACOSADOR. DÉJAME. |

|KENNETH ESCRIBIÓ: TÚ Y TU VOCABULARIO. |

|THARA HA ESCRITO: ¿NI A 739 KM ME VAS A DEJAR EN PAZ? |

|KENNETH ESCRIBIÓ: DIRÍGETE A LA SALA RECREATIVA. TE


HE DEJADO UNA SORPRESA. |

¿Una sorpresa? Viniendo de él lo dudaba. Pero si era la única manera de


dejarme tranquila, iría.
Recogí mi cabello en una trenza que me calló por la espalda, y me acerqué
hasta el ascensor que había en el interior de la masía. Bajé hasta el subsuelo,
y busqué la famosa sala.
—¿Y bien? —me pregunté, buscando algún sobre o caja—. ¿Dónde está la
maldita sorpresa?
—Aquí —sentí unos labios en mi oído.
Grité tan fuerte, que no entendí porque los escoltas de Leopold no habían
aparecido. Me di la vuelta, encontrándome con Kenneth, el cual no dejaba de
reír.
—¿Qué cojones haces aquí?
—Debería morderte cada vez que sueltas esas palabras.
—¡Qué te jodan! —Le golpeé en el brazo, y cuando intentó morderme, lo
esquivé—. Tú no deberías de estar aquí.
Me dio la espalda. Estiró sus brazos, crujió su cuello y soltó un bostezo.
—Estaba aburrido y me he dicho —dijo, mirándome por encima del
hombro —voy a dar un paseo.
—¿A Mallorca?
Quería darle una patada en la entrepierna.
—¿Estamos en Mallorca? —no dejaba de burlarse de mí.
—¡Deja de ser tan gilipollas!
Si nos había seguido, era con el único fin de descubrir a Leopold y la
persona con la que se reuniría esos días.
—Además, estando yo aquí —giró sobre sus brillantes mocasines Tom
Ford y me alzó la barbilla —nos divertiremos.
—¿Tú y yo? —vacilé.
Con la otra mano se encargó de tirar de la camisa blanca que llevaba, y
cuando se dio cuenta que no bajaría la cabeza, se encargó de pasear su mano
entre mis piernas, buscando calor.
—¿Te gusta? —preguntó, en un intento de llevar su boca a mi cuello.
—Kenneth...
Él consiguió deshacerse del botón de los vaqueros y de bajar la cremallera.
Cuando pensé que acabaría tocando la tela de mi ropa interior, la puerta de la
sala de juegos se abrió, invitando a que Kenneth se escondiera.
Me bajé la camisa, porque no me daba tiempo a subirme la cremallera, y
esperé que no se dieran cuenta del sonrojo de mis mejillas.
—Por fin te encuentro, Thara.
—Leo-Leopold —tartamudeé de los nervios.
Escuché la mandíbula de Kenneth crujiendo.
—Vamos a cenar todos juntos. Te espero a ti también —me apuntó con el
dedo—. Tengo que presentaros a alguien muy importante —cuando estuvo a
punto de salir por la puerta, se detuvo—. Dile a Kenneth que él también
puede venir. Me han avisado que el avión Fuerza Área Española ha llegado a
la isla.
Lo habían pillado.
¡Genial!
32

Cuando Leopold desapareció, nos quedamos en silencio, observando los


lentos movimientos que dábamos por la sala. Kenneth no esperó al hombre
que dirigía el avión Fuerza Área Española avisara a su hermano del destino
que habían elegido. Sus planes desaparecieron después de meditarlo en
profundidad. Pero él siempre olvidaba un pequeño detalle; todos sus
trabajadores tenían que informar al futuro rey. Y sí, ése futuro rey sería
Leopold y no él.
Aceleró los pasos, escondió sus manos en los
bolsillos del traje y se acercó hasta el gran ventanal para observar la puesta
de sol. Me acerqué hasta él sin decir nada, sin que pudiera notar mi presencia.
Pero cuando detuve los cortos pasos, Kenneth buscó mi mirada y me regaló
una sonrisa. Era extraño viniendo de él, pero lo hizo. De alguna forma me
invitó a quedarme a su lado.
—Si Leopold quiere que estés presente —rompí el silencio —es porque no
quiere ocultarte nada, Kenneth.
Rio, y fue una risa dulce.
—Mi madre no diría lo mismo.
—Linnéa no tiene tu control. Deberías darle una oportunidad a tu hermano
—dije, y deseé en ese momento posar la mano sobre su espalda, pero no
estaba preparada. El único contacto cariñoso entre nosotros dos existía en la
cama y no fuera—. Y sí, no soy nadie para decirte todo esto...
Me interrumpió.
—Es perfecto —confesó en un susurro—. Es el rey que todos querrían
tener para su país. Está dispuesto a romper el protocolo para sentarse junto a
sus empleados y contarles como a un amigo más sus planes de futuro. Se está
proclamando rey sin darse cuenta. Desde la humildad.
—Me sorprende que no lo digas con rencor. Más bien desde la
admiración.
El silencio que vino después fue agradable, nada incomodo como en otros
momentos entre nosotros dos. Asumí, sin palabras de por medio, que
Kenneth quería a su hermano al igual que Leopold a él. Pero el gran
problema vendría después; Cuando Linnéa descubriera todo ese amor y
respeto, intentaría romperlo sin pudor. Eran sus hijos, pero a la vez dos
marionetas que quería controlar a la fuerza. El favorito del trono era Kenneth,
pero el sucesor era el mayor de los hermanos.
No sabía hasta qué punto era capaz de llegar para que su querido hijo —el
amor de su vida-alcanzara sin tapujos la corona que tanto daño le hizo. Era
una mujer manipuladora. ¿Y por qué lo sabía? Solo tenía que observar a mi
madre y darme cuenta de todo lo que estaba pasando a nuestras espaldas;
compró su silencio y aun así le juró lealtad. Ambas ocultaban algo. Y mi
madre, una mujer que rompió una familia por hincar la rodilla a su majestad,
moriría por ocultar todos los secretos que tenía la reina.
—¿Tienes hambre? —preguntó.
Salí de mis pensamientos y volví a perderme en esa curiosa mirada azul.
—¿Tú también estás dispuesto a saltarte el protocolo?
Aguanté las ganas de reír. Kenneth, el príncipe maleducado que conocí,
estaba dispuesto a sentarse con los demás sirvientes mientras que nos servían
a todos en la misma mesa.
—Beberé hasta olvidarlo todo —me guiñó un ojo.
Podíamos haber empezado una discusión, pero me callé. Dejé que siguiera
siendo él mismo y que consiguiera joderlo todo con un par de palabras.

Nos reunimos con los demás, en el comedor más grande de la masía, y


cuando encontré un lugar para ocupar, una mano grande me detuvo. Kenneth
apuntó dos sillas con la cabeza.
—¿Qué? —Pregunté, en voz baja.
Él retiró su silla.
Yo seguía tirando de mi brazo para librarme de sus dedos que mantuvo
alrededor de mi muñeca. Si no salía corriendo, otra persona me quitaría el
asiento que se encontraba cerca de las hermanas Romero; las únicas personas
con las que mantuve una relación de compañeros en esos meses que llevaba
trabajando en palacio.
—Siéntate —pidió.
—¿Qué? —Volví a repetir.
Kenneth seguramente pensó que era tonta, pero en realidad no podía creer
que quisiera a alguien del servicio cerca de él. Acomodó su espalda, y cuando
se dio cuenta que seguía intentando huir, insistió en su maleducada petición.
—Siéntate a mi lado.
—¿Me lo estás ordenando?
Me encantó el rubor que cogieron sus mejillas en aquel instante.
—No.
Al menos no me sentaría obligada.
—Pídemelo —jugué con él.
Conociéndolo bien perdería la paciencia. Soltaría mi brazo y me diría que
no me cruzara en su camino en años. Pero no, estaba muy equivocada.
Kenneth cogió aire, y antes de dar su brazo a retorcer, le dio un sorbo a la
copa de vino que le sirvieron.
—¿Te gustaría ocupar este lugar? —me pidió, sin mirarme a los ojos.
A falta de tiempo habría seguido jugando un poco más con él; era
divertido ver su parte humana que jamás explotó lo suficiente.
—Me encantaría —respondí, ocupando inmediatamente la silla. Antes de
sentarme, arrastré el mobiliario hacia delante—. Se me hace raro. Tú y yo,
cenando. Espero que no hagas ruido al comer —bromeé, y seguí burlándome
inocentemente de él—. Llevo semanas observándote comer...
—¿Thara?
—¿Sí?
—Por favor, tengamos una noche tranquila —estaba nervioso.
Podía comprenderlo, aunque era ridículo.
—Entiéndelo, —cogí mi copa —esto es nuevo para mí. Nosotros, sentados
en la misma mesa. Codo con codo. Sin sexo de por medio.
—¿Qué me estás queriendo decir? ¿Qué tengamos una cita?
Tragué saliva, y me deshice de la copa inmediatamente.
—No. No. No —perdí el control—. Lo mejor para los dos es que seamos
los de siempre. Aunque si me llamas chacha de mierda empezará el caos.
—Olvidas que la mayoría de veces eres tú quien me saca de quicio.
—Porque eres un prepotente de mierda —dije entre dientes.
—Ni siquiera sabes hacer tu trabajo —siguió—. Tienes suerte de
conservarlo.
—Eres un príncipe asque...
Me cortó.
—Basta, Thara —miró a nuestro alrededor—. Nos están mirando.
Cogí la servilleta y la acomodé sobre mis piernas.
—Olvidaré los últimos 5 minutos.
—Me parece bien —finalizó.
Él pidió que le sirvieran más vino, y yo seguí pegando mis labios a la copa
de cristal con agua mineral. Leopold y su invitado se retrasaron media hora
más. Los empleados seguían charlando en voz baja, mirando de refilón a
Kenneth. Temían que en cualquier momento perdiera los papeles y les
obligara a levantarse de la mesa. Pero no lo hizo. Siguió entretenido con su
bebida olvidando a los demás.
El problema lo tenía yo; no era capaz de diferenciar la cubertería que me
rodeaba. Temía hacer el ridículo delante de él, ya que aprovecharía cualquier
error para burlarse de mí. Intenté sacar el teléfono móvil, y cuando estuve a
punto de buscarlo, nos anunciaron que Leopold había llegado.
Todos nos levantamos de la mesa como de costumbre cada vez que
alguien de la realeza se presenciaba, salvo Kenneth, ya estaba acostumbrado.
—Buenas noches —saludó. Leopold llegaba acompañado por una mujer
hermosa; era tan alta como él, y muy delgada. Su cabello oscuro, negro como
la noche, caía sobre unos largos rizos. El tono de su piel, cálido como las
tierras de Dubái, era envidiable. Tenía unos ojos tan verdes, que podíamos
verlos incluso a través de sus largas pestañas. Vestía con un vestido de corte
imperio blanco. —Ocupad vuestros asientos, por favor. Será un placer que
nos vayan sirviendo —pidió al servicio que pertenecía a la masía. Antes de
ocupar su asiento, Leopold se encargó de que la mujer ocupara el suyo,
ofreciéndole ayuda y siendo un verdadero caballero—. Quiero presentaros a
Khadija, mi prometida.
«Oh, oh.»
Todos quedaron asombrados. Cuando bajé la cabeza para mirar a Kenneth,
éste, no reaccionó. Al contrario, se cruzó de brazos y esperó escuchar el
discurso.
—Enhorabuena —se escucharon las primeras felicitaciones.
—Gracias por compartir mesa conmigo esta noche —agradeció,
dulcemente—. ¿Kenneth? —Intentó levantarse, pero Leopold la detuvo
cuando se dio cuenta que su hermano ni siquiera miró a su prometida—.
Quiero darte las gracias a ti también, por venir. Estaba deseando conocerte.
No fui la única que esperó algo grosero por su parte, podía verlo en el
rostro de los demás y en la decepción de Leopold.
—No tienes que agradecer nada, Khadija. El placer es mío.
Me senté sin poder creer lo qué había escuchado.
—¿Estás bien? —Pregunté.
Kenneth me miró, serio, pero me miró.
—Sí.
Estaba siendo educado, e incluso había dejado de beber.
No volví a intercambiar palabra con él. Simplemente me limité a escuchar
las conversaciones que tenía Leopold y Khadija con los empleados. Se
preocupaban de cada uno de ellos; preguntaban por sus familiares, sus cargas
fuera del trabajo e incluso ella se encargó de memorizar los nombres de todas
las personas que nos encontrábamos en la sala.
Terminamos de cenar, y una vez que nos despedimos, nos pusimos en
marcha para abandonar el comedor. Los últimos fuimos Leopold, Khadija,
Kenneth y yo. No intercambiamos palabra ya que la pareja se abrazó
cariñosamente. Se les veía muy enamorados.
—Hacen una bonita pareja.
Nos perdimos por los pasillos.
—Mi madre no lo permitirá.
—¿Por qué? —quise saber.
Se amaban. ¿Cuál era el problema? ¿La corona?
—No es católica.
—¿Y?
Kenneth detuvo los pasos.
—No verán con buenos ojos que una musulmana sea reina.
No quise insultar a su madre, así que me tragué todo ese odio y lo encerré
por un par de horas.
—¿Y tú? ¿Qué opinas?
—Pueden hacer lo que quieran —no estaba molesto—. Es su decisión. Lo
apoyaré hasta donde se me sea permitido.
Sonreí.
No volví a insistir.
Esa noche, sin proponérmelo, conocí a un Kenneth totalmente diferente al
que conocí en Madrid.
—Buenas noches, Kenneth —me detuve en la puerta de mi habitación.
—¿Thara?
—¿Sí?
—¿Puedo dormir contigo esta noche?
Saqué mis manos de los bolsillos traseros de los vaqueros y mantuve los
brazos cruzados ante la sorpresa.
—¿No te han asignado una habitación? —Quise saber.
—Sí, pero si tengo que elegir entre dormir solo o acompañado, —dio unos
pasos hacia delante, aproximándose —preferiría hacerlo contigo.
Tragué saliva.
Ni siquiera fui capaz de responderle, después del último movimiento que
ejecutamos los dos.
33

Nos detuvimos unos segundos antes de unir más nuestros labios. Jadeé
cuando mi lengua abandonó su boca. Era difícil imaginar a aquel hombre
elegante y prepotente haciendo algo de lo que se podría arrepentir a la
mañana siguiente; pero no, Kenneth fue el que necesitaba pasar una noche
junto a mí. Y no me negué.
En un susurro dejé escapar:
—¿Es lo que deseas?

Caímos sobre la cama, encargándonos de tener las manos entretenidas en


el cuerpo del otro. Estiré hacía abajo los brazos, y acomodé mis manos sobre
su rostro, obligándole a mirarme directamente a los ojos.
—Sí...quiero estar aquí, contigo —concluyó.
No estaba dispuesta a hablar de más o a interrogarle, simplemente, me
dejé llevar. Me arrancó la camisa con frenesí, consiguiendo que los pequeños
botones desaparecieran por la habitación. Peleó con el broche del sujetador
hasta que encontró un aliado en aquella absurda guerra; los dientes. Sentí su
dentadura perfecta alzando la tela que cubría mis pechos. Cuando me
desnudó el torso, se encargó de bajarme los pantalones. Me quitó las bragas
con la misma urgencia que las demás prendas, y cuando me tuvo desnuda
ante sus ojos, dejó que mis manos hicieran el mismo trabajo que las suyas.
Tiré de la camisa hasta sacarla de sus pantalones, deslicé mis dedos por
debajo su espalda mientras que mis labios repartían besos por su mejilla,
mandíbula y terminé bajando por su cuello. Kenneth se alzó para ayudarme a
quitarle la camisa, la cual voló hasta una esquina. Bajé sus pantalones a
empujones, hasta encontrarme con su miembro desnudo, cálido y duro. Lo
arropé con mi mano, acariciando cada centímetro. Lo estrujé, y observé con
satisfacción como echaba su cabeza hacia atrás ante el placer que le causaba
mi mano. Mantuvo los músculos de su cuello en tensión, gimió cuando
capturé su verga y la agité ansiosa por el placer. Sus mejillas se tiñeron de
color, y atrapó su labio con los dientes.
Me encontré con su mirada ardiente, y me confesé a mí misma que sus
profundos ojos azules eran hermosos cada vez que ambos entrabamos en
calor, juntos. Me dio la vuelta, dejándome boca acabo de la cama, de tal
manera que me sentí vulnerable a él. Sentí su miembro en la parte baja de mi
cuerpo, bajando hasta mi trasero y deteniéndose cuando atrapó mis manos
bajo las suyas.
—Abre las piernas —me pidió. Su aliento latía ardientemente sobre mi
cuello. Obedecí. Sus manos juguetearon sobre los costados de mis pechos.
Alcé mi cuerpo, hincando los codos sobre el colchón, acomodando mi
espalda debajo de su duro torso. Le di acceso, me acomodé para él. Busqué
su miembro para que me penetrara, y antes de sentirlo dentro de mí, sus
dedos pellizcaron ligeramente mis endurecidos pezones. Gemí y arrastré las
uñas por las sábanas de seda. Dejó de acunar uno de mis pechos, y deslizó
una de sus manos hacia abajo para colarse entre las curvas de las ingles con el
fin de abrirme. Fueron dos de sus dedos que me penetraron; se hundieron
dentro de mí, empapándose con mi propia humedad. Salieron. Jugaron con la
zona más sensible, el clítoris. Lo mojó entre sus dedos. Se detuvo. Volvió a
hundirlo muy dentro de mí. Gemí. Salió. Ahogué mis jadeos en la cama. Se
detuvo.
—Más —pedí.
Acomodó sus labios en la curva de mi cuello, jugando con mi poca
paciencia y el deseo de tenerlo dentro de mí.
—¿Segura? —vaciló.
Acabé sollozando, alzando mi trasero en busca de su vibrante falo.
Cuando mis caderas captaron su atención, hundió su caliente extremidad
dentro de mí, entrando profundamente, sin detenerse, clavando cada
centímetro dentro de mi vagina gracias por la posición que habíamos
adaptado sobre la cama. Empezó a empujar con fuerza, sacudiendo la cama,
moviéndonos a ambos. Entrelacé mis dedos con los suyos, atrapándolos con
fuerza.
Sentía sus gruñidos en mi cuello. Con un áspero gemido me volvió a
penetrar, perdiendo el control, golpeándome una y otra vez salvajemente. Sus
labios buscaron los míos, y por un momento, todo se detuvo; estaba amando a
Kenneth como a ningún otro hombre con el que había compartido mi cama.
Noté la ola azotar cada vez más fuerte dentro de mí. En cualquier
momento me rompería y estallaría de placer. Hundió su lengua un poco más
adentro de mi boca, penetrándola al ritmo de las embestidas.
Grité su nombre, sentí como los dedos de mis pies se encogían, y una
pequeña ola de calor sacudió mi cuerpo dejándome rendida.
Kenneth estaba exaltado por su propio placer, se estremeció y acabó
eyaculando dentro de mí. Se dejó caer sobre mi espalda, y sentí el roce de su
mejilla en mi rostro. Sostuve su peso por un momento, dejando que su cuerpo
me diera calor.
Al final no sabía cuántas horas pasaron, pero ambos nos quedamos
dormidos.

Estaba cansada, había dormido poco. Busqué el teléfono móvil que


descansaba sobre la mesita de noche. Estiré el brazo y aun así no lo alcancé.
Algo impedía que mi cuerpo se moviera por la cama. Otro brazo me
aprisionaba. Giré la cabeza, lentamente y sin prisa, encontrándome con el
culpable; Kenneth. Después de acostarme con él, no esperaba en realidad que
quisiera quedarse a dormir conmigo.
—¿Kenneth?
Me respondió con un ronquido.
Al menos había pasado una buena noche.
Cogí su mano y fui alzándola con cuidado, la dejé sobre su costado
desnudo, y recogí el móvil. Miré la hora y solté un grito que despertó al
príncipe.
—¿Qué sucede? —preguntó, dejando caer una vez más su brazo en mi
cuerpo—. Son las 7 de la mañana. Duerme.
—¿Duerme? ¿¡Duerme!? —Me alteré—. Tengo que ir a trabajar. Ni
siquiera sé lo que me espera hoy —dije, recogiendo las bragas del suelo—. Y
menos mal que nadie ha venido a buscarme. ¿Y si te encuentran? ¿Desnudo y
en mi habitación? —Kenneth se limitó a cubrirse con la sábana y a darme la
espalda—. ¡Muy bién! Pasa de mí. Ya estoy acostumbrada.
Me dirigí al armario y busqué la ropa de trabajo que había metido en la
maleta. Recogí mi cabello con la cofia y esperé a que el señor se marchara,
pero no lo hizo. Se quedó dormido.
Salí corriendo de la habitación. Arrastrando los suecos por los largos
pasillos de la masía. Esperaba que nadie se me acercara; olía a Kenneth, a
sudor y a sexo. Las mejillas se me sonrojaron, el motivo era que había caído
de nuevo en los brazos de Kenneth, pero esta vez él también cayó.
—¿Thara? —Dijo una voz femenina.
Me sobresalté.
Detrás de mí se encontraba la señorita Khadija, sin la compañía de
Leopold, completamente sola y con una bonita sonrisa de buenos días.
Esperé a que se aproximara, y me mordí el interior de la mejilla por temor
a que me descubriera. Quedé con los brazos cruzados y le devolví la sonrisa
con la misma educación que lo había empleado ella. Admiré el bonito vestido
que había elegido para esa mañana. Seguramente pasearía junto a su amor por
Mallorca.
—Siento molestarte —dijo tristemente—. ¿Adónde ibas?
—A trabajar —hablé muy rápido.
Ella rio.
—¿Te gustaría dar un paseo conmigo?
—Emm... —no podía negarme. Al fin y al cabo, ella sería reina algún día,
mi futura jefa si seguía trabajando en palacio—. ¿Conmigo?
—Leopold me ha hablado de tu familia —continuó Khadija—. Es bonito
que tu madre criara a sus hijas y a los hijos de la reina.
En realidad, mi madre siempre había pasado más tiempo con ellos que con
Sofía o conmigo. Su trabajo era tan importante, que su matrimonio se rompió
no solo por los secretos que arrastraba, también por esa familia que no le
pertenecía.
Pero estaba cansada de sacar los trapos sucios de mi familia; me había
rendido.
—Eso creo —me encogí de hombros.
Se hizo un silencio entre nosotras dos.
—¿Cómo es la reina Linnéa? —preguntó con curiosidad.
No podía decirle que odiaba a esa mujer y que pensaba que era una gran
zorra que me odiaba sin ningún motivo; bueno, el motivo era obvio, Kenneth.
Así que le mentí.
—Es una mujer seria. Muy protectora.
Khadija volvió a reír.
—¿Os lleváis bien?
—¿Nosotras? —aguanté las ganas de reír—. No.
—¿No? —se encogió de hombros—. Algo me decía que sí. Como
Kenneth es su favorito y vosotros dos...
La interrumpí.
—¿Nosotros dos?
—Estáis juntos, ¿verdad?
—¡No! —sacudí muy rápido la cabeza—. No. No.
Lo repetí una y otra vez.
Khadija agrandó sus enormes ojos verdes, y volvió a reír dulcemente. La
verdad es que yo estaba haciendo el ridículo delante de ella. Negando una
relación que no existía.
—Lo habré mal interpretado. Parecéis tan enamorados.
«Mierda»
Era una locura. Entre Kenneth y yo solo había sexo, odio y más odio.
Nada romántico. Era imposible que desde otros puntos de vista pensara que
había algún interés amoroso entre nosotros dos. Imposible.
Me puse muy nerviosa. Empecé a sudar.
Habíamos pasado la noche juntos, abrazados y sin insultarnos.
—Tengo...Tengo... —mentí—. Tengo trabajo. Siento no poder pasear con
usted, señorita Khadija.
—Me gustaría volver hablar contigo, Thara.
—Por supuesto —me disculpé.
Dejé a Khadija, y salí corriendo hasta la habitación que se me asignó. Las
manos me temblaban, y deseé que Kenneth hubiera desaparecido de mi cama,
pero cuando empujé las puertas para abrir, acabé decepcionada. Seguía
durmiendo y desnudo.
—¡Kenneth! —grité tan fuerte, que se sobresaltó, quedándose sentado
sobre la cama.
—¿Qué diablos te pasa?
Me acerqué con cuidado.
—¿Qué haces? —le pregunté.
—Dormir —dijo, con seriedad—. ¿Sucede algo, Thara? ¿Quieres hablar?
Bostezó y esperó a que me sentara junto a él, pero no lo hice.
—¿Qué está pasando? ¿Con nosotros?
Se encogió de hombros.
—Nada.
—¿¡Nada!?
Kenneth apretó la mandíbula y apagó su mirada. No le gustaba que alzara
la voz.
—Nos hemos acostado y encima te has quedado a dormir.
—¿Cuál es el problema?
—El problema... —cogí aire.
«No me puedo enamorar de ti» Pensé.
—Thara —parecía preocupado.
—No podemos seguir con este juego —me dejé caer en la cama—. No
podemos seguir llevándonos bien.
Se tumbó de nuevo en la cama.
—¿Quieres que te vuelva a tratar mal?
Era la única manera de estar separados.
—S-Sí.
—¡Bién! —dijo, con los ojos cerrados—. Pues déjame dormir y vete a
trabajar, chacha.
Odiaba que me llamara "chacha", así que impacté mi mano en su rostro,
dejando su mejilla marcada por mis dedos.
—¿¡Estás loca!? —se llevó la mano en el golpe.
—Tú no lo entiendes.
—Claro que lo entiendo —me cogió del brazo y me acercó a él—. No sé
muy bien qué está pasando entre nosotros dos. Pero déjame decirte, Thara,
que no me disgusta. Por primera vez he podido dormir con una mujer y no
arrepentirme de ello.
Tragué saliva.
—Kenneth...
—Olvídate de lo políticamente correcto —sonrió—. Yo llevo años que no
sigo las reglas. Me da igual mi madre. No me importa que Leopold se haga
rey. Y me da igual que tú trabajes para nosotros —cerré los ojos cuando sus
dedos acariciaron mi piel—. Vamos a hacer las cosas poco a poco. ¿Qué te
parece cenar juntos esta noche?
Se había vuelto loco, estaba convencida de ello.
—¿Qué sucede con la prensa rosa? —No lo rechacé. No sé si estaba
haciendo bien o mal.
—Tengo un amigo de la infancia que su padre es dueño de los hoteles
Jumeirah. Nos dará una habitación y yo me encargaré de contratar a un buen
chef —sonaba tan bien—. Es una cena, Thara. No pasará nada malo. Te lo
prometo.
Entrecerré los ojos pensativamente.
La idea era reunirnos en el hotel por separado, confiando en que nadie nos
delataría.
No iba a perder nada, o eso creía.
Asentí con la cabeza, cuando en el fondo me moría por hacerlo con
entusiasmo.

Después de 7 horas de trabajo, acabé dándome una buena ducha. Me


disculpé con mis compañeros por no poder cenar con ellos, y me vestí con el
mejor vestido que tenía para reunirme con Kenneth. Estaba nerviosa. Me
sentía como una adolescente a punto de reunirse con su primer amor. Salvo
que Kenneth no era el amor de mi vida. Solo era una cena. Él me lo dijo. Por
eso me iba a reunir con él, porque empezaba a confiar en su palabra.
Pagué al taxista cuando llegamos al hotel, y me dirigí hasta el
recepcionista con la palabra clave que me envió Kenneth para poder
reencontrarnos. Me tendió una llave y me indicó el ascensor que tenía que
coger para ir a la planta 15.
Me dirigí con una amplia sonrisa. Presioné el botón, y antes de que las
puertas se cerraran, acomodé el peinado que me hice para esa noche. Las
puertas no llegaron a cerrarse porque un enorme pie lo impidió.
—¿Sube, señor? —le pregunté, amablemente.
Era un hombre alto, de cabello rubio y unos enormes ojos oscuros. Me
miró con seriedad, y antes de responder, echó su brazo hacia atrás para
impulsarlo.
Me golpeó tan fuerte el estómago, que me quedé sin aliento. Mi cuerpo se
derrumbó, y no podía ver lo que estaba pasando a mi alrededor. No podía
respirar.
—No tan fuerte, Mario, no queremos matarla aquí —dijo, una mujer.
Ella también se coló en el interior del ascensor.
—Sí, mi reina.
¿Reina?
Intenté alzarme, pero no lo conseguí por el dolor.
—Levántala. Quiero hablar con ella.
«Linnéa.» —Pensé.
34

Arrastraron mi cuerpo hasta una de las habitaciones del hotel. Mario, el


hombre que cuidaba de la madre de Kenneth, me tiró en un cómodo sillón
donde conseguí descansar un par de minutos antes de que Linnéa me obligara
a hablar. Por primera vez no me interesó echarle un vistazo a las cuatro
paredes donde quedé encerrada, deseé salir de allí sin mirar atrás. Escuché los
murmullos de ambos, y como no consiguieron que alzara la cabeza, elevaron
el tono de voz.
Me concentré en mirar los zapatos de tacón que elegí para salir. Estaba
segura que, si alzaba la cabeza, alguno de los dos no se lo tomaría muy bien.
Y así pasó; sentí las duras pisadas del hombre aproximándose hasta el sillón.
Una vez que consiguió quedar detrás de mi espalda, arrastró hacia arriba mi
cabello con sus largos dedos obligándome a alzar la cabeza.
Grité de dolor.
No dejaba de tirarme del cabello, de susurrarme al oído como tenía que
actuar delante de la mujer que tanto me odiaba. Con la mano que mantuvo
caída durante un rato, encontró el entretenimiento a través de mis mejillas.
Hundió el dedo pulgar e índice hasta causarme un terrible dolor en los
dientes. Detuvo su maltrato cuando la reina se lo ordenó.
—Mario, —lo nombró, amablemente—, tranquilo. Estoy segura que Thara
colaborará en todo momento —la bestia le respondió con un gruñido. Alejó
sus manos de mí y salió en busca de otro sillón. Lo dejó caer delante de mis
narices y ayudó a Linnéa a sentarse—. Seré sincera contigo. Estoy aquí
porque Kenneth ha desaparecido sin avisarme.
Aguanté las ganas de reír.
—Qué lástima —estiré los labios—. Pensaba que querías tomar el té
conmigo.
Ni en el peor momento podía dejar el humor a un lado. Pero Mario fue
rápido. Me recordó con un golpe en la mejilla que yo no era nadie para
enfrentar a la reina; pero él y todos estaban equivocados.
—¿Dónde está? —preguntó, furiosa—. Prometió asistir conmigo a la
Moncloa. El presidente nos ha citado para una reunión que convoca el
gobierno y tenemos que asistir ambos.
Error. Kenneth no tenía que acudir. Si Linnéa tenía que aparecer con uno
de sus hijos a la Moncloa, ése era Leopold. Pero ella siempre buscaba una
excusa para estar junto a su hijo pequeño.
—Si me has encontrado —siseé—, a él también.
No pareció estar de acuerdo conmigo.
—Mario lleva detrás de ti un par de días. El problema es que este idiota no
ha visto a Kenneth —dijo, mirándolo por encima del hombro. El hombre,
inmediatamente bajó la cabeza. Siguió caminando por la habitación
esperando alguna señal por parte de Linnéa—. Te lo volveré a repetir.
¿Dónde está?
Subí mi mano que descansó sobre mi abdomen hasta mi mejilla. Me ardía
la piel y gemí ante el dolor que me causó por abofetearme.
—Siempre te he dicho que, si colaboras conmigo, no te pasará nada malo
—no dejaba las amenazas—. Leopold, el ojito derecho de Luis, también ha
decidido mentirme sobre el paradero de Kenneth. ¿Por qué?
Tragué saliva y miré sus ojos claros.
—Mejor dicho, ¿por qué me encuentro en los problemas de una familia
que no me pertenece?
Linnéa empezó a reír descaradamente.
—Porque eres la puta que ocupa su cama actualmente.
Y ahí estaba el rencor. Eché hacía adelante mi cuerpo, e intenté abrir los
ojos. Por culpa del dolor, parecía adormilada y no me tomaba en serio.
—No, estás muy equivocada —sonreí—. Es él el que se muere por
meterse en la mía.
Mario giró sobre los enormes zapatos negros de vestir, y antes de que
llegara hasta a mí con el puño bien cerrado para golpearme, Linnéa se lo
impidió. Le pidió que se alejara, mientras que su cuerpo resbaló por el sillón.
Cuando sus rodillas tocaron el suelo, acomodó sus manos en mis piernas. Las
abrió para adentrar su cuerpo y subió con cuidado hasta quedar cara a cara.
Lució esa sonrisa que tanto temerían los niños si la vieran.
—Kenneth es un bonito regalo de Dios —dijo, acercándose más—. Mi
bendición. El hombre que necesitaba en mi vida después de tantas tragedias
—acarició mi nariz con la suya—. Pero no sé por qué nos condenaron a ser
madre e hijo. Intento pensar que no es un castigo. De hecho, me lo mandaron
para que fuera mío, y solamente mío.
La tenía tan cerca de mí, que ni pestañeé.
—¿Amas a un hombre que ni siquiera podrás besar?
Ladeó la cabeza, manteniendo su sonrisa torcida.
—¿Te has dado cuenta que cada vez que besa a una mujer desliza el dedo
sobre sus labios y después sonríe? —respondió con otra pregunta.
Estaba cansada de formar parte de su absurdo juego.
—Te podría decir que hace después de follar.
Linnéa no enfureció, pero frunció el ceño.
—No te preocupes, —atrapó con los dientes su labio inferior —me lo
imagino.
Y antes de que protestara, Linnéa invadió mi boca con su lengua. Me besó
sin importarle que yo fuera una de las mujeres que tanto odiaba. Empujó mi
nuca, obligándome a corresponder sus labios. Cerró los ojos por sentir una
satisfacción de placer que yo no encontré.
Cuando se separó de mí no fui capaz de inmutarme. Estaba sorprendida.
—Dale un beso de mi parte —me pidió. Se levantó del suelo, recreando el
mismo gesto que solía hacer Kenneth después de besar a alguien; salvo que
ella se relamió los labios—. Mario irá contigo. Leopold está al tanto de todo.
Si no me ha mentido, no habrá problema de que lo escolte durante un tiempo.
Pero, si me entero que Kenneth está con vosotros, no me hará falta buscar un
motivo para enloquecer. ¿Lo has entendido?
No tuvo respuesta por mi parte.
Linnéa se dirigió hasta Mario y le pidió que llamara a los demás
guardaespaldas para que salieran en su búsqueda. Desapareció con esa
arrogancia que siempre le pisaba los talones.
Mi teléfono móvil empezó a sonar.
Mario se quedó cruzado de brazos en la puerta de la habitación. Sus cejas
negras se alzaron, y cuando creí que tomaría la iniciativa de irse, esperó a que
atendiera la llamada delante de él.
Tenía 10 llamadas perdidas de Kenneth.
Si no respondía, era capaz de pensar que lo había dejado abandonado en el
hotel. Pero allí estaba, tan cerca, que el único obstáculo que había era un
hombre que me vigilaba.
Me levanté con cuidado, aferrando mis dedos al aparato. Descolgué la
llamada y me dirigí hasta él.
—¿Puedo ir al baño? Me siento dolorida, y antes de abandonar el hotel
Jumeirah me gustaría asearme un poco.
Mario respondió:
—Iré contigo —intervino. Al final cambió de idea—. Mejor deja el
teléfono móvil aquí. Ya has escuchado a la reina. Tengo que vigilarte.
Esperaba que Kenneth lo estuviera escuchando todo.
—De acuerdo —accedí—. ¿En qué habitación estamos?
Él rio.
—Eso no importa.
—A mí me importa —insistí un poco más—. Te lo he dicho. Estoy
dolorida y ni siquiera sé si podré caminar.
Se acercó, agrandando su cuerpo en cada paso que daba. Temí que me
golpeara de nuevo.
—Planta 15. Habitación 10. ¿Podrás caminar, princesita?
—Sí —colgué la llamada sin que se diera cuenta y le tendí el móvil.

Los minutos pasaban y nadie aparecía. Fue una mala idea que Kenneth
escuchara la conversación que tuve con Mario, y a lo mejor él no se
encontraba allí.
Me levanté del WC, y antes de abrir la puerta, humedecí mi rostro con
agua tibia. No estaba preparada para reunirme con el perro faldero de la reina.
Por primera vez estaba asustada. Era más fuerte que yo y no se arrepentía de
golpearme cada vez que se lo proponía.
De repente alguien llamó a la puerta. A Mario no le quedó de otra que
abrir y encontrarse con unos hombres que vestían de negro como él. Observé
toda la escena con la puerta abierta.
—Señor, deberá acompañarnos.
—¿Por qué? —se negó, manteniendo los brazos cruzados.
—Si no abandona las instalaciones, el señor Bäker no dudará en poner una
denuncia contra la Reina Linnéa y contra usted por agredir a una mujer en
uno de sus hoteles —lo habían visto todo por las cámaras de seguridad—. Si
es tan amable...
Lo invitaron a abandonar el hotel.
—¡Tú! —Gritó—. Nos vamos.
No sabía ni mi nombre.
—No, la joven se queda.
—Viene conmigo —insistió.
—¿Está usted dispuesto a que llevemos el vídeo a comisaria y que se
filtren las imágenes de agresión?
Mario se quedó sin argumento. No podía exponer a su reina ante un
pueblo que pedía desde hacía años su cabeza.
Me crucé con su mirada, llena de odio e ira, y salió de la habitación a
empujones con los hombres que fueron corteses con él.
No aprecié la libertad porque estaba segura que estaría esperándome fuera.
Linnéa le abrió las puertas de la masía y a Leopold no le quedó de otra que
aceptar la orden de su madre.
—¿Thara?
—¡Kenneth! —corrí hasta él. Pensaba que no lo vería. —Gracias. Gracias
por aparecer.
—¿Qué ha sucedido? ¿Qué hace Mario aquí?
Los hombres que vestían de negro nos dieron la espalda.
—La loca de tu madre te está buscando —la odiaba, así que me dio igual
hablar mal de ella—. Si descubre que Leopold y yo te encubrimos, tomará
represalias.
Kenneth se derrumbó. Mantuvo su postura, pero sentí que todo se le venía
abajo. Los planes, su nueva libertad, sus ganas de opinar sin la opresión de su
madre.
—Vámonos —cogió mi mano.
No se refería fuera del hotel. Ni siquiera fuera de la masía.
—No puedo irme.
—Thara, por favor.
Últimamente me estaba volviendo vulnerable a su mirada.
35

Kenneth estaba enfurecido, irritable y con un humor insoportable. Se saltó


el protocolo de seguridad una vez que salimos del hotel. Sus hombres, en vez
de quedar por delante de él, tuvieron que seguir sus pasos en todo momento
para protegerlo o al menos intentarlo. Caminó sin mirar atrás, apretando los
puños y maldiciendo al hombre que me retuvo en la habitación. No dije nada
cuando me acomodé en los asientos traseros del vehículo oficial de la realeza.
Acomodé mi mejilla en la ventanilla y esperé a que la respiración de Kenneth
se calmara antes de dirigirme a él; pero no cambió en ningún momento. Así
que no mantuvimos una conversación. Y sabía que no estaba furioso
conmigo, pero el dolor y la ira lo consumieron en el viaje de 20 minutos.
Cuando llegamos a la masía, uno de sus hombres se vio obligado a
mantener el control antes de que el príncipe se adelantara para salir del
vehículo. Le pidieron amablemente que se detuviera unos minutos para
controlar la zona, y cuando se repartieron por el terrero, bajamos escoltados
por tres hombres que nos siguieron en un Jeep negro. Abrieron las puertas de
golpe, y una vez dentro, caminamos sin la protección que lo acompañó
durante todo el día. Kenneth se volvió loco buscando a una persona. Intenté
detenerlo en más de una ocasión, pero mis manos no llegaron a alcanzar las
suyas.
Nos adentramos por uno de los pasillos más grandes de la masía, el cual
nos llevaría directamente al comedor principal, pero por el camino se nos
cruzó la persona que obligó a Kenneth a estar furioso. Mario, como de
costumbre, se encontraba cruzado de brazos y parado en un rincón de la sala.
Al vernos aparecer, lució una sonrisa de satisfacción por encontrarse al hijo
de la reina. Ese hombre no dudaría en contactarla una vez que nos perdiera de
vista. Tragué saliva nerviosa. Solo esperaba que Kenneth cruzara por delante
de él y lo perdiera de vista. Pero eso nunca sucedió.
Aceleró los pasos, dirigiéndose a él directamente. Mario lo saludó con la
misma formalidad que al resto de miembros de la familia real. Su respuesta,
fue un duro golpe que estalló en su bronceado rostro. Kenneth, sin darse por
vencido, zarandeó su cuerpo al darse cuenta que el golpe en la mejilla no le
afectó en absoluto.
—¿Quién cojones te crees para encerrar a Thara en una habitación de
hotel? —dijo, emitiendo un gruñido salvaje. Mario respondió con una
carcajada, enfureciendo a Kenneth—. ¿Te estás divirtiendo, jodido cabrón?
Mario asintió con la cabeza, y por su gesto, volvió a recibir otro golpe. No
se esfumó esa sonrisa burlona de sus labios. No sintió dolor. Kenneth podía
estar toda la noche golpeándolo y el viejo militar seguiría manteniendo la
postura.
—Le debo la lealtad a tu madre —retiró el brazo de Kenneth que seguía
enganchado en su traje—. Así que, si estoy aquí, no es para meterme en tus
líos de mierda —Mario me miró —y menos por un coño. ¿Lo has entendido?
Kenneth rabiaba. Sentí impotencia por no poder hacer nada en ese
momento. Cuando intentó responderle con otro golpe, unos hombres se
lanzaron hacia ambos para separarlos. Leopold apareció, y fue en aquel
instante cuando conseguí respirar en paz.
—¿Qué sucede? —Preguntó, y no obtuvo una respuesta por ninguno de
los dos. Leopold miró a ambos, pero se detuvo en su hermano. Seguía
nervioso, apretando los puños y desafiando a un hombre que pesaba el doble
que él—. A mi despacho —ordenó. Kenneth se negó, pero volvió a insistir—.
Y tú, —dijo, enfrentándose a la bestia humana de dos metros —mi madre
aseguró que no nos darías problemas.
Mario rio una vez más.
—Le recuerdo, majestad, que usted le aseguró a su señora madre que su
hermano no se encontraba en la masía —dijo Mario, adentrando sus manos
en los bolsillos de su traje—. No estoy aquí para cuidar de dos hombres que
ni siquiera son fieles a sus palabras. Viva España —orgullecido finalizó la
frase —y que arda el futuro rey.
Leopold suspiró con frustración.
Y cuando Kenneth estuvo dispuesto a lanzarse de nuevo sobre Mario para
golpearlo, su hermano ordenó a sus hombres que lo detuvieran. Todos nos
quedamos quietos en el pasillo, observando los firmes pasos del militar que
no se mordió la lengua después de amenazar a su futuro rey.
—Mierda —exclamó Kenneth—. Leopold, ordena que me suelten.
Su hermano no le hizo caso. Se quedó pensando en todo lo que había
sucedido y lo que podía pasar en un futuro una vez que su madre descubriera
que Kenneth sí se encontraba en Mallorca. Y a mí me pasaría lo mismo. Se
vengaría después de mentirle.
Kenneth por fin se calmó. Unos segundos más tarde, Leopold nos pidió
que lo acompañáramos a su despacho. En la corta distancia que recorrimos,
nos contó que Khadija se encontraba durmiendo, y nos pidió discreción a
ambos. Seguramente no quería involucrar a su futura esposa en los problemas
que estaba teniendo con su madre. Imaginé que Leopold estaba preparándola
para conocer a la reina y soportar cada palabra mal intencionada que le
dedicaría. Linnéa no estaba dispuesta a dar cobijo a una musulmana que
había huido de un país donde se seguía practicando la monogamia.
Cerré la puerta tras de mí, y me mantuve en un rincón del despacho
esperando a que los hermanos hablaran. Leopold se sirvió una copa de
brandy, y Kenneth, por primera vez, declinó la invitación. Yo hice lo mismo;
me encontraba cansada para hundir un trago en mi estómago.
—Si he mentido a mamá es porque tú eres libre a desaparecer de su lado
cuando te apetezca —empezó—. Pero no voy a permitir, Kenneth, que
enloquezcas y golpees a un hombre que no está bajo nuestro mandato. Él está
aquí para informar de todo lo que hacemos. No me la puedo jugar. No cuando
Khadija por fin ha conseguido pisar tierra europea.
Kenneth, en vez de bajar la cabeza avergonzado, se levantó de su asiento y
acomodó las manos sobre el escritorio y echó hacia delante su cuerpo,
aproximándose hasta su hermano.
—Tenían a Thara retenida —explicó. De repente mis mejillas se tiñeron
de un color rosado; sentí vergüenza por no haber conseguido salir de esa
habitación por mi propio pie—. No lo iba a permitir. ¿Qué hubieras hecho tú?
Por suerte no le conté a Kenneth que Mario fue capaz de ponerme la mano
encima. Y no lo iba a hacer después de ver como actuó al descubrir que me
tuvo retenida en contra de mi voluntad.
Esquivé la triste mirada que me lanzó Leopold.
—Lo entiendo —dijo él tranquilamente—. No podéis seguir aquí. O
volvéis a Madrid y le confiesas a mamá que le mentiste para que no te
siguiera, o salís fuera durante un tiempo hasta que ella se canse.
¿Y qué pasaba con mi trabajo?
—Nos vamos —decidió por ambos. Cuando me lo pidió, no fui capaz de
responderle. Simplemente, caminé junto a él cuando sostuvo mi mano y
salimos del hotel—. ¿Recuerdas que Zenón esperó a que cumpliéramos la
mayoría de edad para regalarnos lo que más deseáramos? —Leopold asintió
con la cabeza y sonrió—. Le pedí una casa en Marbella. Papá y mamá no
sabían nada. Él la puso a su nombre. Dijo que era una buena idea para que
tuviera un lugar para mí y que no perteneciera a la casa real como un gasto
que tuviéramos que justificar con el paso del tiempo.
Leopold desconocía la propiedad.
—¿Alguien más lo sabe?
—Zenón, Philippe e —sacudió la cabeza cuando dijo el último nombre —
Ishaq.
—¿Ishaq? —preguntó, sorprendido.
Se limitó a asentir con la cabeza y le arrebató la copa de brandy. Antes de
beberse el alcohol de un trago, lo saboreó. Leopold terminó por soltar una
carcajada ante la extraña actitud que tuvo su hermano al soltar el último
nombre. Yo no le di importancia, más bien, seguía pensando en mis cosas.
—Necesitaré coger el avión Fuerza Área Española para salir de aquí. Una
vez que lleguemos a Marbella contrataré un coche privado que me asegure
que sea de confianza. Lo tengo todo pensado —miró por encima del hombro,
esperando a que dijera algo. Pero no lo hice. Callé—. Solo necesito que te
encargues de que el hombre que lo conduzca, sea de confianza. No quiero a
mamá allí.
—Hablaré con el piloto, pero no puedo prometerte nada, Kenneth.
Se despidió de ambos y salió del despacho para buscar al piloto que se
encargó de pilotar el avión el Reino de España. Me quedé a solas con
Kenneth. Bajo el silencio, él se dirigió hasta mí con una amplia sonrisa. Su
cuerpo bajó hasta estar a la altura del mío que seguía sentado. Llevó uno de
mis mechones detrás de la oreja y me besó lentamente.
—¿Sucede algo? —preguntó, cuando me aparté de su boca.
No estaba segura de lo que íbamos a hacer. No podía poner en riesgo a mi
familia y menos cuando mi madre seguía trabajando en palacio. Linnéa me
dejó caer lo que estaba dispuesta a hacer si la traicionaba, pero no sabía hasta
dónde llegaría su maldad.
—Kenneth, yo...
No terminé.
—No dejaré que te haga daño —acarició mi barbilla y acunó mi mejilla
con su mano—. Te lo prometo.
Tenía miedo, y no podía aferrarme a su promesa. Pero Leopold tenía
razón; Linnéa ya estaba al tanto de todo. Conocía el paradero de Kenneth y
como su hijo y la criada le mintieron para cubrir a su pequeño. Así que acabé
asintiendo con la cabeza y dejándome llevar por el miedo que tenía si volvía a
cruzarme con Mario por la masía.

No intercambiamos palabras una vez que nos subimos en el avión privado.


Él, a diferencia de mí, estaba acostumbrado a viajar sin parar. Yo, después de
haber aterrizado hacía dos días, no encontré las mismas fuerzas que me
acompañaron en el primer viaje. Me perdí una vez más en el paisaje que me
facilitó la ventanilla. Cuando Kenneth se dio cuenta que estaba tensa,
acomodó su mano sobre la mía. Lo miré a los ojos, y le devolví la dulce
sonrisa que me dedicó. Estaba nerviosa, y él lo sintió a través de mis dedos.
—Será un viaje corto —dijo, entrelazando nuestros dedos.
Empujé el codo hacia atrás, intentando detener su último movimiento. No
lo conseguí. Nuestras manos siguieron unidas. Me relamí los labios. Sentí un
dolor terrible de cabeza. El cuerpo me temblaba y no hacía frío. No
estábamos solos. Tres de sus hombres de confianza aceptaron acompañar a
Kenneth siendo fieles a su título real. Se sentaron en la parte delantera del
avión, dándonos privacidad.
—Tengo que ir al baño —dije, mirando nuestras manos. Él no dudó en
soltarme. Se levantó de su asiento y me ayudó a levantarme. Me tambaleé
sobre mis pies, y antes de que Kenneth dijera algo, solté algo tranquilizador
—. Volveré pronto. Solo quiero refrescarme el rostro.
Antes de que lo abandonara, tuvo el gesto de inclinarse hacia delante para
alcanza mi boca. Me besó, y antes de que nuestras lenguas se reencontraran
por la necesidad de ambos, me aparté con cuidado bajando el rostro
avergonzada.
Al llegar al baño, cerré la puerta con el seguro para que nadie pudiera
entrar, ni siquiera él. Quedé delante del espejo y me subí la camiseta negra
con la que me vestí después de tirar el vestido que me condenó a una noche
de desgracias. Tenía mi piel marcada por un hematoma enorme; era el
tamaño del puño de Mario. Acaricié la piel sensible, y me ahogué en un
gemido de dolor.
Tenía pensado ocultarlo con maquillaje una vez que descansara en
Marbella. Pero tampoco estaba segura cuánto tiempo se lo ocultaría a
Kenneth.
Y de repente pasé mi mirada del abdomen a mi rostro; encontrándome a
una mujer con un tono de piel pálido, ojos cansados y una sonrisa invertida.
Deseaba llorar y consumirme entre mis lágrimas sin que nadie lo supiera.
Sentí un nudo en la garganta que no desaparecería hasta que volviera a mi
hogar, mi verdadero hogar.
Me sobresalté cuando golpearon al otro lado de la puerta. Pasé las manos
por el grifo, y cuando humedecí mis dedos en agua, los paseé por mis
mejillas para sonrojarlas.
Abrí con cuidado, y cuando me encontré la preocupada mirada de
Kenneth, no me quedó de otra que lanzarme a sus brazos y esconder mi nariz
en la curva de su cuello mientras que mis lágrimas humedecieron su camisa
blanca. Me prometí a mí misma guardarme todo el dolor que sentía, pero me
traicioné.
—Tranquila —siseó—. Ya estoy aquí.
Acarició mi cabello y dejó que siguiera llorando.
Agradecí qué no estuviera colapsándome a preguntas. Se limitó a
tranquilizarme a más de diez mil metros de altura. Cuando el llanto cesó,
volvió a coger mi mano y nos sentamos de nuevo. Dejé caer mi cabeza en su
hombro y me mordisqueé el labio dubitativa.
—¿Tomará café, alteza? —preguntó, una de las azafatas que nos
acompañaban en el viaje. Ella no dejó de sonreírle a Kenneth, mientras que él
no alzó la cabeza de su teléfono móvil. La mujer insistió una vez más. —O
puedo servirle una copa de Pierre Ferrand.
Lo conocía muy bien; era su marca favorita de brandy.
—No, gracias —respondió—. Thara, ¿querrás tomar algo?
No sé quién sintió más celos de las dos. Ella por ser ignorada o yo por
envidiarla por el estilo que utilizaba para trabajar cerca de Kenneth; se cubrió
con un vestido ajustado blanco, y el pañuelo que rodeaba su cuello tenía el
mismo color rojizo que el pintalabios que le dio vida a sus labios.
Negué con la cabeza y sonreí por educación. La mujer giró bruscamente la
cabeza y nos dio la espalda después de retirarse con una reverencia. En aquel
momento yo actué como él; dejé que mis dedos acariciaran los suyos y dejé
que esa nueva sensación invadiera mi cuerpo. Kenneth se deshizo del móvil,
y volvió a mirarme.
—Podemos permanecer en silencio durante diez minutos más o mantener
una conversación si lo deseas —propuso, con una sonrisa.
Recogí mi cabello antes de responderle:
—¿Quieres hablar? —alcé la ceja graciosa.
—En realidad podríamos hacer muchísimas cosas aquí arriba —miró a
nuestro alrededor —pero hay demasiado público.
Reí.
Él siguió conmigo.
—Kenneth —susurré, cambiando de tema. Parecía que había llegado la
hora de decirle lo que me pasó en esa habitación con Mario y su madre.
Pero acabé dejándolo para otro momento cuando uno de los escoltas se
levantó y se dirigió hasta Kenneth para comentarle algo en voz baja.
—¿Qué? —se puso nervioso.
—¿Sucede algo? —Me asusté.
El hombre volvió a ocupar su lugar y nosotros nos quedamos congelados
ante la noticia.
—Hay alguien en la casa de Marbella —repitió las palabras que le
comunicaron—. Creo que se nos han adelantado.
«Pero, ¿cómo podía ser posible?»
36

No estaba preparado para reunirse con su mejor amigo, y menos cuando se


obligó él mismo a pensar que Philippe lo estaba traicionando. Creyó que
Leopold y él se reunían en secreto para planear algo en su contra, y estaba
muy equivocado. Ellos, al igual que Kenneth y Philippe, fueron grandes
amigos desde pequeños. Pero Linnéa se encargó de convencerlo de que todas
las personas que lo apoyaban, en algún momento lo traicionarían a lo largo de
su vida. Y ahí nos quedamos, sentados en el vehículo que nos
recogió cuando el avión privado aterrizó en Marbella. Uno de los
guardaespaldas condujo durante una media hora. Al llegar a los terrenos que
consiguió a través de su padrino, detuvo el coche negro detrás de la casa
hasta que el príncipe diera una nueva orden. Durante minutos, se podía
escuchar la respiración inquieta de Kenneth. Acomodé mi mano sobre la
suya, esperando a que se diera cuenta que estaba junto a él y lo apoyaría
siempre que tuviera la razón.
Él siguió mirando a través de la ventanilla, centrado en las luces que
iluminaban el enorme comedor de la casa. Sacudió la cabeza y siguió allí
parado, sin decir nada.
Por lo poco que escuché sobre la conversación que mantuvo con su
hermano, la casa que tenía en Marbella era un refugio que compartía con sus
mejores amigos de la infancia; así que cuando uno de ellos tenía un
problema, viajaban inmediatamente para ese rincón de España con el fin de
olvidar todo lo que les torturaba en el paso del tiempo. Así que, si Philippe
decidió buscar amparo, era para huir de algún problema.
—Estará al tanto de todo —susurró, sorprendiéndome que por fin hubiera
decidido a hablar—. No pienso entrar hasta que se vaya. Me da igual que esté
huyendo de algo. No quiero cruzarme con él, y menos con la última
conversación que tuvimos.
Apreté sus dedos con los míos, obligándole a que me mirara a los ojos.
Cuando esos enormes ojos azules me traspasaron el alma, apagados por la
tristeza que sentía y que no podía admitir por culpa de su maldito orgullo,
aproximé mi rostro hasta quedar bien cerca de sus labios. No lo besé, no
presioné a que lo hiciera y menos delante de sus hombres. Simplemente, me
quedé allí, cerca de él para sentir el contacto físico y que él sintiera el calor
de mi cuerpo.
—Kenneth, no puedes pasar la noche aquí. Estamos a menos cinco grados
de temperatura. Será mejor que vayamos a descansar y esperar a que mañana
sea otro día y que todo salga bien —dije, esperando a que recapacitara—. No
vas a cruzarte con él. Borja, puede comunicarle que no pise el ala oeste de la
casa. Tienes toda la noche para pensar si mañana te enfrentarás a Philippe.
Pero por favor, no te quedes aquí.
Con la mirada me transmitió que no estaba de acuerdo conmigo, pero
también de que no tenía otra opción. Así que le pidió a Borja que saliera del
coche y que le diera el siguiente mensaje a Philippe:
—Dile al francés, que nos veremos las caras mañana en el comedor
principal mientras que desayunamos. Antes, no —consiguió decir, lleno de
ira—. Vamos a dormir, Thara.
Dejé que saliera él primero del coche, y después lo seguí yo. Cubrí mi
rostro con el enorme abrigo que me dejó el piloto de Fuerza Área Española.
Una vez que el calor de la chimenea le diera la calidez que mi cuerpo perdió
ante las bajas temperaturas, me encargaría de que la prenda de ropa llegara
hasta su dueño.
Kenneth caminó con las manos refugiadas en los bolsillos de sus
pantalones. Seguramente creyó que me encontraba siguiendo sus pasos, pero
no fue así; me entretuve sacando la maleta que guardaron los trabajadores en
el maletero del coche. Pesaba demasiado y ni siquiera había metido más de
tres prendas de ropa. Quien se encargó de llenarla fue el príncipe, con todos
sus trajes.
Me sobresalté al escuchar una voz detrás de mí:
—Eso lo harán los trabajadores —me aclaró Kenneth.
—Puedo hacerlo yo sola —sonreí. Seguí tirando de la maleta sin éxito. Si
me había propuesto sacarla de allí sola y sin ayuda, lo conseguiría. Pero él no
dejaba de observarme, manteniendo la postura y evitando soltar una carcajada
—. ¡Joder!
Al final terminó riendo.
—Te echaré una mano —dijo, cumpliendo con su palabra. Levantó la
maleta de 20 kilos y vaciló alzando la ceja. Lo que a mí me sorprendió, fue
verlo haciendo una tarea de la cual no estaba acostumbrado. La dejó en el
suelo, y cuando intenté arrebatársela para tirar de ella, me lo impidió—.
¿Vamos?
Preguntó, a dos metros de mí.
No salía del asombro, y cuando me di cuenta que era capaz de dejarme
allí, ante la sorpresa de verlo actuar como una persona normal y corriente,
salí corriendo detrás de sus pasos y me aferré al brazo que tenía libre.
Arropándome contra su cuerpo y disfrutando de los últimos pasos que dimos
juntos.
Las luces del comedor se apagaron. Borja, se tomó muy en serio el
mensaje que le dio Kenneth para Philippe, ya que consiguió que el francés
ocupara el primer piso de la casa y se ocultara en una de las habitaciones.
Kenneth se encargó de dejar la maleta en un rincón del recibidor y empujó
nuestros cuerpos para que subiéramos al piso de arriba. Lo hicimos en
silencio, sin llamar la atención y dejando que los demás descansaran.
Acabamos perdidos en una de las diez habitaciones que habían dentro de la
propiedad.
Cerré la puerta detrás de mí, y cuando él se acercó hasta la ventana para
mover las cortinas y dejar paso a la luz de la noche para iluminarnos, me
tumbé sobre la cama y disfruté del cómodo colchón que ocuparía durante
unas cuantas noches.
—Qué cómodo —solté, rodando por la cama. Kenneth me miró, y me di
cuenta que alcé la voz más de la cuenta—. Lo siento —me disculpé,
avergonzada—. Viéndote ahí, recordándome que eres un príncipe, me ha
venido a la cabeza la historia de la princesa y el guisante. Esa joven que llegó
hasta un palacio empapada por la lluvia buscando cobijo. La reina dudó de su
palabra, ya que ella, convencida, aseguró que era una princesa. La madre del
futuro rey la puso aprueba colocándole un guisante bajo cinco colchones. Al
día siguiente le preguntaron qué tal había dormido. Ella, con bolsas en los
ojos respondió que muy mal. La reina, con una amplia sonrisa buscó la mano
de la joven y la arrastró sobre la mano de su hijo feliz por haber encontrado la
princesa que necesitaba para su palacio.
Kenneth se alejó de la ventana y se aproximó con una sonrisa.
—¿Soñabas con ser princesa?
Fui yo quien soltó una carcajada.
—Ni hablar —dejé que se tumbara junto a mí—. Siempre he soñado con
ser libre. No quería que nadie me detuviera. Ni mis padres, ni mi hermana y
menos un hombre que quisiera tenerme encerrada en uno de esos castillos
que nos mostraban en los cuentos de Disney. Desde que entré a trabajar a
palacio —aclaré —no he dejado de pensar lo infelices que podéis llegar a ser
por poseer un título monarca. Tener dinero y todos los caprichos está bien, —
me encogí de hombros —pero, ¿qué pasa con vuestras decisiones? Tu
hermano tiene miedo de presentarle a Khadija vuestra madre.
—Es el alto precio que tiene que pagar un rey.
—¿Estás de acuerdo con ello?
—No —volví a ver esa tristeza en Kenneth—. Leopold se casará con la
persona que él ame. Pero yo no tendré esa suerte.
No detuve mis palabras.
—Te he visto enfrentarte a tu madre, Kenneth.
¿Por qué iba a rendirse?
—Y siempre ha tenido sus consecuencias —respondió. Entonces descubrí
que Kenneth ocultaba muchísimas cosas sobre su madre—. No quiero pensar
en lo que pueda suceder mañana, dentro de dos o cinco años —dijo, tocando
mi cabello y acercándose hasta mi boca—. Además, ¿qué podría hacer con
una princesa educada y recatada?
Aferré mis dedos a su cabello y tiré hacia abajo para alejar su boca de la
mía.
—Es verdad —reí—. Sientes una extraña atracción hacia las mujeres mal
habladas. Aunque te lo has ganado a pulso, capullo.
Dejó que tocara su cabello una vez que dejé de tirar.
—No me disgustó; ni tu mal genio ni tu extenso vocabulario a la hora de
insultarme —me castigó mordisqueándome el labio mientras que su mano se
colaba en el interior de la camiseta que seguía llevando—. Pero tengo que
confesar que te odié con todo mi ser cuando se me pasó por la cabeza que tú
y yo podríamos ser hermanos —no me dejó intervenir—. Lo curioso de todo
es que no fue ni una excusa para alejarme de ti. Me hundía en tu cuerpo sin
tener miedo a cometer incesto. Y me hice a la idea una vez que investigué
sobre mis antepasados; Si ellos podían fornicar siendo hermanos o primos,
¿por qué nosotros no? Cualquiera me tacharía de demente. Pero uno no elige
a quién desear. Somos unos pecadores desde que Adán mordió la manzana
que le ofreció Eva. El hombre está condenado a caer rendido a los pies de una
mujer.
Tragué saliva una vez que su cuerpo se pegó al mío.
—Yo tampoco detuve el juego —le recordé—. Me hicieron creer que tú y
yo podíamos compartir lazos de sangre. Y en vez de pensar que podía ser hija
del rey Luis, disfrutaba cada vez que tu cuerpo ardía junto al mío. Sentí
vergüenza los primeros días. Después olvidé que posiblemente estaba
besando a mi medio hermano. Sí, cariño, vamos a arder en el infierno.
Presionó los labios en la curva de mi cuello y soltó una carcajada después
de lamer mi piel.
»-¿Kenneth? —Le obligué a que me mirara—. Aun así, necesito saber
quién es mi padre. No quiero seguir viviendo dentro de la mentira que creó
mi madre para enterrar al hombre que me dio la vida.
Sus dedos acariciaron mis mejillas.
—Sé que no buscas un apellido.
—Roberto siempre será mi padre —y siempre tendría su apellido—.
Pero...
Él me interrumpió.
—Lo entiendo —por fin consiguió presionar sus labios sobre los míos. Y
su lengua se encargó de acariciar el interior de mi boca mientras que la mía
no la tenía—. Prometo reunir a los mejores investigadores para buscar
respuestas una vez que volvamos a Madrid.
Era cierto, en cualquier momento ambos tendríamos que regresar a la
capital. No quería ni imaginar en el estado que se encontraba Linnéa cuando
descubrió que Kenneth y yo habíamos huido de Mallorca para no ser
seguidos por Mario, su perro faldero.
—Te odio —atrapé el lóbulo de su oreja, jugando con su cuerpo mientras
que sus manos no se detenían por el mío—. Todo era más fácil cuando te
odiaba. Y ahora...ahora...
—¿Qué sucede? —preguntó, y se le escapó un jadeó cuando enterré la
nariz en la curva de su cuello.
—Te he detestado durante meses —seguí con mi confesión—. Y estos
últimos días, —arrastré mis uñas por su costado —estoy aprendiendo a
quererte.
Él siguió sonriendo como un estúpido.
—Y, ¿qué tiene de malo?
—No puedo enamorarme de ti.
—¿Por qué? —Insistió.
—Porque no soy una princesa.
Kenneth me miró con dulzura, y antes de que nuestros cuerpos se
reunieran para complacerse, dijo:
—No te preocupes, Thara, dentro de poco yo careceré de ese título.
Eso no importaba. Aunque Kenneth hubiera nacido en el seno de una
familia humilde, Linnéa jamás dejaría que su hijo estuviera con una persona
como yo.
Así que le hice caso; no pensé en el mañana, ni en lo que pasaría dentro de
dos o cinco años. Simplemente, disfruté el presente que mantenía junto a él
antes de que alguien o algo nos lo arruinara.

Me encerré en la cocina a las siete de la mañana. Kenneth se quedó en la


cama desnudo, descansando. Al parecer, una vez que yo conseguí cerrar los
ojos, él se quedó pensando en sus cosas y ni siquiera fue capaz de
despertarme para que no me preocupara. Al llegar a la planta de abajo, dos
mujeres limpiaban la enorme cocina de la casa. Les pedí que me permitieran
hacer el desayuno, ya que no me podía estar quieta y sentada observando
como los demás trabajaban. Ambas, con una amplia sonrisa y con una
educación envidiable, salieron para seguir con sus otras tareas del hogar que
no solía estar habitado muy a menudo.
Precalenté el horno a 180º, y me puse a amasar con las manos la mezcla
que hice con harina, levadura, sal y huevo para los panecillos que serviría. Mi
madre, cuando Sofía y yo éramos pequeñas, nos preparaba los panecillos
rellenos de chocolate los fines de semana que no trabajaba en palacio. No
pude evitar sonreír como una tonta al recordar esos bonitos momentos que
pasé junto a mi familia antes de que ella nos abandonara por su trabajo.
Tarareé la primera canción que sonó en la radio. Cuando le di forma a la
masa con las manos y los dejé que doblaran su tamaño en la bandeja que
estaba engrasada con aceite de oliva, le di la espalda al horno para encender
la cafetera. Mi sorpresa fue encontrarme con el intruso que nos asustó la
noche anterior. Philippe, se encontraba recostado en el umbral de la puerta
mostrando su mejor sonrisa mientras que me observaba.
«¿Me vio bailar?» —Pensé, sonrojándome.
—¿¡Philippe!? —Pregunté, limpiándome las manos en el delantal con el
que me cubrí. Antes de abrazarlo, me aseguré de tener los dedos limpios para
no machar el caro traje que llevaba puesto. Él, sin darle importancia a que
estuviera cubierta de harina, se lanzó para rodearme con sus brazos—. Me
alegro mucho de verte.
—Mon chéri —besó mi mejilla—. Me dijeron que Kenenth llegó de
madrugada, pero no esperaba que estuvieras junto a él.
Las mejillas se me sonrojaron.
Así que me aparté de él y respondí moviendo la cabeza de arriba abajo. Le
pedí que se sentara en una de las sillas que se escondían debajo de la isla.
Philippe me hizo caso. Nos quedamos callados mientras que cogía dos tazas y
esperé a que la cafetera las llenara.
—Kenneth no trae femmes aquí.
—¿No? —pregunté, tragando saliva. Me estaba poniendo nerviosa. Y no
debió de ser así.
«No estaba haciendo nada malo, ¿verdad?»
—Non —dijo, con otra sonrisa—. ¿Sabes quién es Ishaq?
Escuché sobre él cuando lo mencionó Leopold.
—¿Un amigo?
—Oui, un buen amigo —se levantó del asiento que ocupó un par de
minutos y recogió la taza que le tendí. Philippe le dio un sorbo, ya que no le
gustaba el café con azúcar. —Kenneth últimamente está alejando de su lado a
la gente que lo quiere. Olvidándose de los amigos.
En parte tenía razón; Kenneth lo apartó de su lado, pero a la vez también
se aproximó a Leopold, el hermano que odió sin ningún motivo durante años.
Y, además, estaba a mi lado de una forma cariñosa que jamás pensé que sería
conmigo.
Miré a Philippe preocupada.
—Tenéis que arreglarlo —le pedí.
Él cambió de tema.
—Ha empezado a quererte, belle —forzó una sonrisa—. No esperaba que
mis palabras lo presionaran. Pero me alegro.
Ocupé el asiento que abandonó y sostuve la otra taza entre mis manos. No
quise mirar a Philippe. No sabía que estaba sucediendo entre ellos dos y no
era la persona adecuada para intentar solucionarlo.
»-Pero no me mal intérpretes, mon amour. Soy feliz.
No sabía si creerlo. Me serví dos terroncitos de azúcar, y cuando estuve a
punto de mirarlo, alguien entró en la cocina dejándonos en un incómodo
silencio.
Kenneth apareció con un pantalón de deporte; dejando su torso desnudo y
los pies descalzos. Nos miraba a ambos. Primero a Philippe el cual le frunció
el ceño, y después a mí.
—Thara, no estás aquí para servir —me recordó. Pero tampoco estaba ahí
para no hacer nada mientras que los demás lo hacían todo por mí. No, no
podía y era algo imposible de evitar—. Y tú, —dijo, aproximándose hasta el
francés —deja los apelativos cariñosos con ella.
Philippe no se quedó atrás. Con una sonrisa, se acercó a Kenneth para
enfrentarlo. Quedaron tan cerca, que dejé la taza sobre el mármol y me
levanté inmediatamente por miedo a que llegaran a las manos.
—¿Te molesta, ami?
—Más de lo que crees.
Intervine:
—¿Chicos? Será mejor que nos calmemos.
Me ignoraron.
—Deberíamos llamar a Ishaq —Philippe estaba provocando a Kenneth.
No era lo que tenía pensado cuando me hice a la idea de que los dos harían
algo para arreglar su amistad—. Le daremos buenas noticias, ami. Una chica
en la casa de Marbella. Seguro que cogerá el primer avión para no perderse
ningún detalle.
—No te atrevas, Philippe.
—Désole —fingió coger el teléfono móvil.
Kenneth apretó los puños, y antes de que los alzara, volví a hablar,
metiéndome en una conversación privada y estúpida entre dos hombres de
veintiocho años.
—¿Qué sucede? ¿Por qué os comportáis como dos niños de siete años? —
preguntas, y más preguntas—. ¿Ishaq? ¿Sucede algo con él?
Philippe me guiñó un ojo, con la intención de tranquilizarme, pero no lo
consiguió. Su humor francés tampoco ayudaba demasiado.
—Ishaq, si te conoce, querrá matarte.
«¿Matarme?» —Pensé. «¡Bién! ¿Hay alguien que no quiera matarme
desde que estaba en la vida de Kenneth?»
Kenenth por fin rompió el silencio:
—Si tienes problemas con tu padre, vete a la embajada a llorar.
No, él no iba a dejar las cosas fáciles.
—Sí, podría hacerlo, frère —acomodó la mano en el hombro desnudo de
Kenneth—. Al menos yo no desaparezco meses en Dubái. Yo afronto mis
problemas. Deberías intentarlo.
—No, no podría ser como tú —apartó la mano y gruñó—. Es verdad que
escapo de mis problemas, pero no llamo a mi padre para que busque a alguien
y se haga cargo de toda la mierda que voy dejando en el camino. ¿O no es
cierto que cada vez que nos hemos metido en un lío la prensa me ha juzgado
a mí? Y tú, Philippe Bouilloux-Lafont, el niño francés que llegará muy lejos
si se aleja de alguien como yo. Un príncipe borracho que no es capaz de
madurar y de dar una buena imagen de la casa real de España.
—¿Merde? —Repitió.
—Sí, Philippe, merde —aclaró Kenneth—. Eres tan mierda como yo.
Philippe enrojeció por la ira que invadió su cuerpo.
—Tú siempre tendrás una excusa —dijo, posando su frente sobre la de
Kenneth—. Tus traumas infantiles —espetó—. ¡Al menos mi madre no abusó
de mí cuando era un crío!
Kenneth se quedó de piedra. Tenía a su mejor amigo enfrentándole y
diciéndole cosas que lo destrozarían. Ambos llegaron muy lejos. Se estaban
destruyendo con confesiones que jamás revelarían uno del otro porque se
querían como hermanos. Pero lo hicieron; se golpearon con palabras.
Aunque uno llegó más lejos; Kenneth golpeó a Philippe hasta que lo dejó
tendido en el suelo. Cada puño impactó desde el rostro hasta el pecho del
francés. Intenté apartarlo, pero Kenneth enloqueció. Me apartó de su lado,
con una fuerza que desconocía. Gemí de dolor cuando mi espalda impactó
contra la pared.
El rostro de Philippe se cubrió de sangre. Grité con todas mis fuerzas
esperando a que alguien los separara. Los guardaespaldas de Kenneth
llegaron, y cuando se vio acorralado, salió de la cocina por la puerta trasera
que lo llevaba hasta el garaje.
El rugido de un motor nos anunció que Kenneth había salido de la
propiedad con un coche blanco que lucía unas bonitas letras donde se podía
leer Lux Bogdánov.
Me acerqué hasta Philippe, y cuando se limpió la sangre del labio y de la
nariz, esperé a que me diera una explicación.
—Dime que has mentido. ¡Philippe! Dime que es mentira lo que has dicho
de Linnéa.
Philippe bajó la cabeza.
No era mentira.
¿Adónde había ido Kenneth? Quería estar junto a él, aunque no sabía
cómo calmaría su dolor. Era terrible. La mujer que lo manipuló, no solo
confesaba que lo amaba, también toqueteó a un niño pequeño que se quedó
marcado para el resto de su vida por culpa de una mujer que no controló un
deseo enfermizo.
37

La cocina quedó abarrotada por los empleados domésticos de la


propiedad. Minutos más tarde, la escolta que se había reunido con nosotros
una vez que Kenneth salió huyendo en un vehículo que él mismo conducía,
pidió a los trabajadores que colaboraran en todo lo posible. Podía estar en
peligro. Una vez más, sin importarle el protocolo, desafió las reglas de un
monarca. Borja me enfrentó con la mirada durante unos segundos, pero
cuando el francés consiguió dar la vuelta para quedar boca arriba, lo vio
herido e imaginó que ambos habían discutido. Avisó a los hombres que nos
acompañaron en el viaje, y los reunió para trazar un plan en la búsqueda del
príncipe. Conociéndolo, podía cometer una barbaridad y exponerse delante de
la prensa con el fin de provocar a su madre para herirla.
Me acomodé en un rincón de la cocina; sentada en el suelo y arrastrando
las piernas hacia mi pecho mientras que las recogía en un abrazo. Observé
como dos de las mujeres que se habían cruzado conmigo esa misma mañana,
levantaban a Philippe con sumo cuidado. El hombre tenía los ojos
entrecerrados, la nariz hinchada y el labio partido donde nació una primorosa
línea de sangre que finalizaba en la tela de su camisa.
Ni siquiera pude mirarlo a los ojos, simplemente curioseé la escena en
silencio. Desnudaron su torso lentamente, dejando a la luz del día una piel
marcada por los hematomas que empezaban a coger un color llamativo para
un tono de piel más bronceado que el mío. Kenneth se desahogó contra él.
Cada golpe, hundiéndose en su anatomía, desvanecía de alguna forma el
dolor que sintió cuando era un crío. O eso quise pensar. El acontecimiento me
dejó anonadada, y temí que llegara a arrepentirse con el paso del tiempo de
perder una amistad tan consolidada como era la suya. Ambos siempre habían
estado juntos; apoyándose en sus peores momentos, y encontrando el uno en
el otro un familiar sin la necesidad de compartir un linaje de sangre.
Crecieron como hermanos, y tenían que seguir sus caminos como empezó
todo, juntos.
Pero después de las duras palabras que mencionó Philippe, tardaría en
escuchar a las personas que lo queríamos para que volviera a dar un paso e
intentar arreglar las cosas.
Fue duro para él volver a recordar la angustia que Linnéa causó. Y fue
estoico al crecer junto a ella, ocultando un secreto que podría destruir a la
monarquía en España. Arrastró el martirio en silencio, y ni siquiera Leopold
o su padre fueron conscientes del extraño amor que desprendía la reina hacia
su hijo menor.
Philippe gimoteó de dolor cuando la mujer de cabello corto arrastró un
trozo de gasa por el puente de su nariz. Al parecer tenía el tabique roto. Pasó
la mano por la muñeca de la persona que lo estaba atendiendo, suplicando
con sus ojos apagados por el dolor, que detuviera los movimientos que
ejecutó en un intento de deshacerse de la sangre que se esparcía en el suelo de
linóleo.
—S'il vous plait—dijo, con lasitud.
Lo miraron con tristeza.
Yo, a diferencia de ellas, no podía sentir el mismo dolor. Kenneth también
estaba sufriendo, no físicamente, pero Philippe del mismo modo abrió unas
heridas que se comprometieron a cerrarse en el pasado.
—Discúlpeme, señor Bouilloux-Lafont, no quería magullarlo —expresó,
una vez que su cuerpo se apartó de su lado. Las rodillas de la mujer,
sombreadas por las marcas del suelo, descansaron del dolor que ocultó
durante los minutos que mantuvo junto a él—. María y yo iremos en busca
del doctor Valero. Él le ayudará.
Philippe asintió con la cabeza, y agradeció en un tono débil toda la ayuda
que le proporcionaron. Salieron de la cocina, con la certeza de que no estaría
solo, yo seguía allí. Por fin conseguí elevar la cabeza, y con aquel sutil
movimiento, me encontré con el avergonzado rostro de un hombre que sentía
cólera consigo mismo. No dije nada. Ahogué todas esas palabras que
deambularon por mi cabeza una vez que fui testigo de su traición.
—¿Belle?
Nos encontrábamos a un par de metros de distancia. Philippe acomodó una
de sus manos sobre la superficie, e hizo el gran esfuerzo de ladear su cuerpo
hacia delante. Al no tener una respuesta por mi parte, intentó extender el otro
brazo que mantuvo bajo las costillas para lograr alcanzar uno de mis zapatos.
Sus dedos se arrastraron, y aguantó el sufrimiento con el único fin de tener mi
atención.
—Dime una cosa, Philippe—. Alcancé decir, rompiendo el silencio que
ansiaba mantener—. Cuando Kenneth te contó su secreto, ¿fue con la
intención de que te lo llevaras a la tumba o que lo devastaras una vez que
vuestra amistad colgara de un hilo?
Mis palabras lo hirieron, y lo incitaron a levantarse del suelo para
desaparecer de la cocina. Pero no fue así. Philippe tenía algo que decir antes
de desaparecer de nuestras vidas durante un tiempo.
—Prometimos que de ningún modo saldría a la luz el impuro acto de
Linnéa que perpetró con Kenneth. Teníamos doce años cuando Kenneth,
Ishaq y yo hicimos un pacto de silencio. Marcamos nuestros cuerpos —el
dedo índice paseó por el torso y se detuvo en el costado izquierdo—, con una
pequeña marca que siempre nos seguirá.
Y tenía razón. Bajo sus costillas se encontraba un pequeño símbolo
garabateado en una cicatriz que podía describir como tres cortas líneas que
terminaban curvándose para formar una sola.
Volví a enmudecer.
—Lo siento muchísimo, coeur —se estaba disculpando con la persona no
indicada—. No quería herir los sentimientos de Kenneth. Yo mismo rompí la
promesa que le hice a mi frère. Estaba furioso. Me ahogaba en mis propios
problemas hasta que me he cruzado con él. De alguna forma, un tanto
infantil, ambos nos hemos dicho a la cara lo que sentíamos. No quiero romper
mi relación con él. No podría.
Aquel hombre, de complexión corpulenta y fuerte, me mostró sus
sentimientos a través de sus ojos ahogados en lágrimas que amenazaban en
brotar.
—Tienes que darle tiempo, Philippe. Linnéa ha estado al tanto de las
reuniones que has mantenido con Leopold a las espaldas de Kenneth —
confesé—. Él se siente traicionado. Humillado ante la idea de que estáis
conspirando en su contra. Necesita descansar. De su familia, su amigo e
incluso de mí.
A lo mejor había llegado el momento de darle el espacio que él tanto
anhelaba cuando se refugiaba en el país donde vivía su padrino. Y, por
mucho que me doliera, si Kenneth era capaz de pedírmelo, desaparecería de
su lado.
—Thara, —balbuceó— no lo abandones. Te necesita ahora junto a él. Eres
la única mujer que está manteniendo a su lado. Jamás lo había hecho.
Pero él me dejó allí, escabulléndose de todos nosotros.
El doctor nos interrumpió con su presencia. Philippe, ante el consejo que
le dio para recuperarse de las heridas que sufrió en el pequeño altercado,
desestimó la idea de persistir en la propiedad de Zenón Bermejo. Pidió con
inminencia un vehículo que lo escoltara hasta Madrid una vez que terminara
de asearse. Se despidió de mí cortésmente como de costumbre, y le aseguré
que pronto nos pondríamos en contacto una vez que Kenneth apareciera.

Dejé de mirar el reloj; las horas pasaban y nadie era capaz de


comunicarnos nada. Ni los hombres de Kenneth regresaron a la casa con
buenas noticias. Seguía nerviosa, mordiéndome las uñas mientras que me
alejaba de los trabajadores que murmuraban las posibles desgracias que nos
podían llegar como noticias. Esperaba que estuviera bien. Que hubiera sido
capaz de detener el coche en cualquier club que conociera para ahogar su
dolor en alcohol.

Y antes de que siguiera haciéndolo en la casa, porque estaba segura que


volvería, me dirigí hasta el pequeño minibar que había en la biblioteca y me
deshice de todo el alcohol antes de que él arrasara con las botellas de cristal
que lo esperaban en un viejo mueble de época.
De repente empecé a escuchar pasos acelerados desde el piso de abajo.
Pronto, las voces de unos hombres, avisaron que habían llegado con el
príncipe. Cerré la puerta de la biblioteca y salí corriendo sin importarme las
veces que tropecé con mis pies a la hora de bajar las escaleras.
Necesitaba verle.
Añoré su risa.
Ansiaba perderme en sus ojos azules.
Deseaba saborear su boca una vez más.
Y cuando lo vi, desde lejos, el corazón me brincó ante la alegría de
reencontrarme con una persona de la cual jamás imaginé que empezaría a
sentir algo.
Se encontraba con los brazos cruzados bajo el pecho desnudo. El pantalón
de deporte con el que se levantó, estaba lleno de barro al igual que sus pies
descalzos. Necesitaba una ducha. Y yo le ayudaría.
Bajé lo últimos escalones, y sin importarme lo que dirían de nosotros, me
lancé sobre su cuerpo helado para darle calor.
—Me has asustado —susurré, con una voz temblorosa.
—Lo siento —dijo Kenneth.
Llevó su mano hacia mi cabeza y me empujó para que acomodara mi
rostro en su pecho.
Evité preguntarle si se encontraba bien, ya que era consciente de que no
había pasado un buen día.
—Vamos a darnos una ducha —cuando lo convencí, nos alejamos de las
personas que lo habían traído de vuelta y subimos al piso de arriba para
encerrarnos en la habitación que compartíamos.
Una vez que Kenneth se metió en la bañera completamente desnudo y el
agua tibia empezó a deshacer el barro que se acumuló en sus pies, empujé
mis piernas a cada lado de su cuerpo, y dejé que su cabeza descansara entre
mis muslos mientras que masajeaba su cuero cabelludo. Cerró los ojos y
mantuvo el silencio con el que apareció.
—Tendrás que cenar —le recordé.
Él me respondió:
—No tengo hambre.
Detuve el masaje y esperé a que abriera los ojos. No podía dejar de comer
por la discusión que tuvo con Philippe. Abrí mis piernas para que su cabeza
resbalara un poco, y cuando tuve su atención, se aclaró el cabello y salió de la
ducha.
—Kenneth —salí detrás de él.
Me lanzó una de las toallas que nos habían dejado, y seguí sus pasos
mientras que me cubría con ella. Él se tumbó inmediatamente sobre la cama,
arrastrando su cuerpo cansado. Yo, me dejé caer junto a él.
—No quiero hablar.
—No hables —sonreí.
Dejé que acomodara la cabeza en mi pecho y acaricié su cabello mojado
esperando a que se quedara dormido. No cerró los ojos. Las horas seguían
pasando, y el cansancio no lo agotó por completo.
—No era consciente de lo que estaba haciendo conmigo hasta que tuve
uso de razón —no podía aguantar más. Dejé que me lo contara sin
interrumpirlo—. Pensé que era su forma de quererme. De protegerme de los
demás. Me alejó de mi padre y mi hermano porque todos pensaban que era
débil y estúpido. Por eso me aferré a ella. Porque era la única persona que me
decía cada día lo importante que era y lo mucho que me quería.
» Dormí a su lado hasta que cumplí los nueve años. Después, cuando mi
padre me obligó a trasladarme a otra habitación, ella se colaba por las noches
para abrazarme. Sus brazos me protegían, y sus besos intentaban darme calor.
Era un crío, Thara, no era consciente de que estuviera recibiendo afecto de
una mujer adulta en vez del amor de una madre. Con los años, me pedía que
me desnudara delante de ella para que observara la forma en la que estaba
cambiando mi cuerpo. Empezó a incomodarme. Y no estallé, hasta que una
de sus manos se coló en el interior de mi pijama para masturbarme.
» Ella, temiendo a que la descubrieran, me convenció de que su trato
cariñoso era para hacerme más fuerte. Que su querido hijo, el que no podría
reinar, alcanzaría la corona incluso sin ser el primogénito hijo del rey. Dejó
de colarse en mi habitación una vez que cumplí los once años. Durante el año
que seguí en España, estudiando desde palacio con los mejores profesores del
país, me convertí en un niño ambicioso y caprichoso que lo deseaba todo.
Ella no dejó de repetirme que todo estaría en mi poder una vez que
consiguiera reinar. Y me obsesioné con ser el futuro rey.
» Cuando me internaron en Irlanda, y estuve años alejado de mi madre,
olvidé sus abusos por el placer que me daban otras mujeres. Así que cada vez
que ella estaba cerca, tenía que alejarla de mí seduciendo a desconocidas. Fue
mi medicina durante años. No sé qué es tener una relación sentimental.
Tengo miedo de enamorarme y formar una familia. De tener un hijo y que
sufra como yo. Es más fácil ser un capullo, quedar mal ante el país y seguir
haciendo lo que me dé la gana sin tener que hacer daño a la persona que me
quiera.
—Hasta que llegaste —me miró—. Desafiando a la reina y demostrando
que no temes a sus amenazas. Me gusta estar contigo, Thara. Y no me está
disgustando lo que empiezo a sentir hacia a ti.
Se levantó sobre su costado y se acercó cuidadosamente hasta mi boca.
Obtuve el beso que deseé desde que lo vi aparecer, y dejé que su lengua se
reuniera con la mía mientras que disfrutaba del placer de su boca.
Cuando Kenneth estuvo a punto de deshacerse de la toalla que me cubría,
mi teléfono móvil empezó a sonar.
—No respondas —jadeó en mi cuello.
Miré la pantalla.
Sofía.
—Es mi hermana. Será rápido —le prometí.
Descolgué la llamada, y antes de saludarla, su llanto me detuvo.
—Thara, tienes que volver —gimoteó—. Es mamá. Ha tenido un
accidente.
Se me vino el mundo abajo. ¿Un accidente? No, no era posible.
38

Me encontraba arrodillada sobre la cama. Mi cuerpo se tambaleó y


acomodé ambas manos sobre el edredón para no caerme. Sentí la mano de
Kenneth recorriendo mi espalda, y por muy cerca que lo tuviera, su voz se
distanciaba. No podía respirar. Tenía la sensación de que me faltaba el aire y
una opresión en el pecho que alteraba la frecuencia cardiaca. Las lágrimas
brotaron de mis ojos. Tenía miedo a morir. Quería regresar a Madrid y estar
junto a mi madre.
Kenneth me zarandeó, podía sentir sus manos sosteniendo mi cuerpo, pero
no conseguía escucharlo. Me obligó a que lo mirara a los ojos, pero me sentía
mareada. Era una sensación muy extraña. El miedo y el dolor tomaron el
control.
—No puedo respirar —gimoteé. Me estaba ahogando y nadie podía
ayudarme. Las palpitaciones se dispararon, y los escalofríos que azotaron mi
cuerpo me obligaron a que me tendiera sobre la cama. La oscuridad llegó, y
antes de que cerrara los ojos, susurré las últimas palabras: —Ayu-Ayuda.
Kenneth De España
Esperé una explicación.
—Ha sufrido un ataque de ansiedad —explicó, mientras que le inyectaba
una dosis de Valium. Me acerqué preocupado, y el doctor Valero intentó
relajarme—. Es para que duerma unas cuantas horas. Debería recomendarle a
su amiga que busque ayuda psicológica. Una vez que se sufre un ataque
como este, es fácil que la persona empiece a pensar que va a padecer otra
crisis nerviosa. Puedo recetarle Diazepan de 10 mg, pero es muy joven.
Thara no tenía problemas psicológicos, el ataque de ansiedad se manifestó
con la llamada que recibió. Le di las gracias al doctor junto a una disculpa, ya
que el hombre tuvo que pisar la propiedad dos veces en un día. Estrechó mi
mano y siguió los pasos de uno de mis hombres que se encargaría de
acercarlo hasta su consulta privada.
Le pedí a los trabajadores que rondaban por la habitación que nos dejaran
a solas. Para que se quedaran tranquilos, prometí llamarlos si surgía cualquier
inconveniente. Obedecieron, y cerraron la puerta sin hacer ruido. Me
acomodé sobre la cama, cerca de su cuerpo y acaricié su frente que seguía
fría por las gotas de sudor que humedecieron su piel.
Parecía tan débil en aquel instante que ni siquiera la reconocía; Thara era
una mujer fuerte, que aguantaba los golpes que le daba la vida.
Seguía temblando. Me levanté de la cama y rebusqué en el armario hasta
encontrar otro edredón para arroparla. Cuando los escalofríos cesaron, me
alejé de ella con el único fin de hacer una llamada. Necesitaba respuestas.
—¿Kenneth? —Descolgó la llamada al primer tono—. ¿Te has enterado?
No, pero Leopold sí.
—¿Qué ha sucedido?
—Encontraron a Amanda inconsciente en los últimos escalones de la
escalera principal. Dicen que cayó rodando, golpeándose una y otra vez el
cráneo hasta sufrir una lesión traumática en la cabeza. Está en coma —sentí
el dolor a través de sus palabras—. Y no se encuentra en la clínica privada
Quirón, está en un hospital público.
—Eso es imposible.
—Mamá ha sido rápida. Convocó hace unas horas a los de Secretaría
General y los ha convencido para ocultar el accidente y no causar un
escándalo público.
—¿Así que la idea de mamá es borrar el historial de Amanda como si no
hubiera trabajado nunca para nosotros? —Leopold soltó un débil "sí"—. ¿Se
ha vuelto loca?
Esa mujer, cuidó de nosotros durante años.
—La guerra es contra Thara —y tenía razón—. Se siente desafiada. Hará
cualquier cosa para que ella desaparezca de tu vida. Y si tú, hermano, decides
enfrentarla, te arrebatará lo que más aprecias para recordarte quien manda.
Me moví por la habitación con el teléfono móvil arropando la oreja. La
miré por unos instantes; la palidez desapareció y por fin estaba descansando.
Si mi madre se había encargado de hacer daño a Amanda para que Thara
sufriera, conmigo no tendría esa suerte.
—¿Qué piensa arrebatarme? ¿El título de Infante de España?
Leopold cogió aire.
—Ella será la siguiente —estaba furioso, pero no podía imaginar cómo me
sentía yo en aquel momento—. Thara debería reunirse con su familia hasta
que consiga el traslado de Amanda. Estoy moviendo a todos mis contactos.
Volveré a Madrid, pero no pienso trabajar desde la Zarzuela. Tenemos que
detener a mamá.
—Muy bien, Leopold, ¿cuál es el plan? —Él no podía hacer nada, ni
siquiera yo—. Y Thara no puede reencontrarse con sus familiares. Ha sufrido
un ataque de ansiedad y tiene que descansar.
—Ocultándola en Marbella no ayudarás demasiado, Kenneth —escuchó el
gruñido que hice inconscientemente—. Entiendo la situación, pero tú
deberías hacer lo mismo. Sus seres queridos la necesitan —hasta que no solté
lo que deseaba oír, no paró—. Acompáñala. Pero cuando se vea capaz de
abandonar las instalaciones del hospital, os reunís conmigo.
—¿Cometerás traición? —pregunté.
—No. La destronaré —fueron sus últimas palabras.
Sonreí. Sin darme cuenta, estaba acercándome a lo que siempre anhelé; la
libertad.
Me tumbé al otro lado de la cama y acomodé mi cuerpo detrás del de
Thara. Aparté su cabello y dejé un beso en su cuello.
—Todo saldrá bien —susurré.
Thara
Desperté sola y algo cansada. Intenté levantarme, pero estaba cubierta por
unos cuantos edredones que impedían que me moviera de la cama. Así que
hice el esfuerzo de quedarme sentada mientras que acomodaba la espalda en
el cabecero. Me sorprendió encontrarme vestida con un camisón cuando
estaba segura que llegué hasta ahí desnuda. Seguramente Kenneth me vistió
después del ataque de nervios que sufrí al recibir la llamada de Sofía.
«Mamá» —me acordé de ella.
Tiré los edredones al suelo, y cuando estuve a punto de levantarme de la
cama, alguien entró en la habitación. Kenneth apareció sosteniendo una
bandeja de plata en la cual acomodó una taza de porcelana, un vaso de cristal
lleno de zumo de naranja y una pequeña tetera. Se sentó a mi lado y me pidió
con una sonrisa que desayunara.
—No tendrías que haberte molestado —dije, forzándome a devolverle la
sonrisa—. Desayunaré en el tren.
—En un par de horas nos iremos. Pero antes, intenta comer algo —señaló
las tostadas de pan de molde. Me di cuenta que no me dejaría en paz, que
seguiría insistiendo por mi bien, así que devoré una delante de él—. ¿Estás
mejor?
No quise responderle con la boca llena, así que me limité a asentir con la
cabeza.
—Anoche, cuando te estaba vistiendo... —hizo una pausa —vi que tenías
un hematoma en el vientre —me observó con temor, y yo tragué saliva—.
¿Te hice daño cuando te empujé?
—No. No, Kenneth —cogí su mano—. Tú no has sido.
Parecía inquieto. Apartó la bandeja, dejándola a un lado de la cama. Se
acercó hasta mí, y acarició mi mejilla con los nudillos de su mano. Cerré los
ojos y disfruté del tacto de su piel.
—¿Quién ha sido?
Teníamos demasiados problemas para decirle que el canalla de Mario fue
capaz de ponerme la mano encima. No quería que Kenneth se cruzara con él
y en un arrebato fuera capaz de golpear al gorila que protegía a su madre. Así
que me limité a mentirle. Era una forma extraña de protegerle de lo que
podría pasar si se enfrentaba al viejo militar.
—No ha sido nadie. Fui yo, limpiando —bajé la cabeza. No podía mirarle
a los ojos y saber que le estaba mintiendo. —Kenneth, será mejor que te
quedes aquí. Linnéa descubrirá que has vuelto a Madrid, conmigo —la última
palabra, la susurré.
—Cuando sufriste el ataque de ansiedad hablé con Leopold —intentó
liberarme del rubor de mis mejillas con una dulce sonrisa; ni siquiera fui
consciente de lo que me había pasado, hasta que me lo contó. Pensé que me
ahogaba, que moriría sin despedirme de las personas que tanto amaba. Pero
no. Seguía viva, y con ganas de volver a ver a mi familia. —Iré contigo al
hospital para ver a Amanda. Estoy al tanto de que se encuentra en un hospital
público, pero pronto la trasladarán a uno privado. No dejaremos que le pase
nada malo, Thara. Te damos nuestra palabra.
—¿Cómo es posible que haya quedado en coma por un golpe? —se me
hizo un nudo en la garganta.
Kenneth dejó que enterrara mi rostro en su camisa.
—No lo sé. Pero lo descubriremos.
Arrastré mis dedos por su cuello hasta esconderlos en su cabello. Deposité
un beso en su mandíbula y nos quedamos durante un par de horas en la
habitación antes de coger una vez más el avión que nos llevaría a casa.
El viaje se me hizo eterno. Cuando nos anunciaron que habíamos llegado a
nuestro destino, las piernas me temblaron. No quería salir del avión. Temía
ante la idea de encontrarme a mi madre en un estado vegetal. Ahogué mi
llanto en las palmas de mi mano.
—Eh, Thara, no llores.
Me mordisqueé agresivamente el labio para manifestar el dolor
físicamente.
—Soñé con cosas horribles —todas las pesadillas que tuve, vagaron por
mi cabeza—. Temo que se hagan realidad.
Kenneth les pidió a sus hombres que nos dejaran a solas unos minutos. Se
arrodilló delante de mí y apartó el cabello que me caía sobre el rostro para
limpiarme las lágrimas.
—Las pesadillas no se hacen realidad.
—Pero la muerte sí —dije, con temor.
Me disculpé con él cuando me levanté del asiento. Pasé por delante de la
azafata que estuvo escuchándolo todo, y bajé velozmente las escaleras para
adentrarme en el vehículo que nos esperaba. Kenneth siguió mis pasos y
ordenó al chofer que nos dejara en el hospital.
Media hora después, nos detuvimos en las puertas del hospital Carlos III.
Sofía me indicó como llegar hasta ellos.
Kenneth intentó abrir la puerta, pero lo detuve.
—No.
—Thara...
—Puede haber prensa —le recordé.
—Me da igual.
—A mí no —me deshice del cinturón de seguridad—. Me gusta ser una
persona anónima.
Él endureció la postura, enfadado.
—Y, ¿cuánto crees que durará?
No podía enfadarme con él, pero no quería que cometiera la locura de
exponerse. Si la prensa rosa nos veía juntos, acabarían con mi privacidad.
Hablarían de la desconocida que seguía al príncipe Kenneth y éste no parecía
disgustado con la compañía que le brindaba.
Además, Linnéa tendría la excusa para atacarme.
Pero ya lo había hecho.
—No...No lo sé.
—Cuando Leopold ocupe el puesto de mi madre, y Amanda despierte... —
me gustó la forma en que se mordió el labio ante el nerviosismo por recitar
las últimas palabras —había pensado en abandonar Madrid. Bueno, irnos de
aquí.
—¿Tú y yo?
Asintió con la cabeza.
—Puedes acabar tus estudios, y yo puedo buscarme un hobbie nuevo...
Estaba confundida, así que lo interrumpí.
—¿Quieres contratarme?
—No —soltó rotundamente—. No quiero que me sirvas. Me refiero a
convivir juntos.
Volví a acomodarme en el respaldo del asiento. Miré a Kenneth, y después
cogí aire.
—¿Empezar algo?
—Thara, se me está haciendo difícil proponértelo como para ser más claro
y directo —se dio cuenta del bloqueó que sufrí—. No tienes que responderme
ahora. Ves con tu madre. Te esperaré aquí. Mientras tanto, avisaré a Leopold.
Me acerqué a él para besarlo.
—Gracias.
Y salí corriendo en busca de la habitación 322. Subí dos plantas y recorrí
unos quince pasillos. Cuando llegué, el miedo volvió a paralizarme. No fui
capaz de empujar el pomo, la puerta se abrió desde el otro lado. Mi padre
salía cabizbajo y aferrado al paquete de tabaco que sostenía.
Alzó la cabeza al ver mis zapatos, y abandonó de sus manos la excusa que
buscó para dejar durante unos minutos la habitación de hospital.
—Hija.
Lo abracé.
Al escuchar su llanto, lo acompañé.
—¿Por qué mamá? —me pregunté—. No lo entiendo.
—Los médicos dicen que hay un 75% de posibilidad de que despierte y no
quede en estado vegetal o muera.
Miré por encima de su hombro, Sofía se encontraba sentada en una de las
butacas que adornaban la habitación. Sostenía la mano de nuestra madre
mientras que luchaba por mantenerse fuerte. Me adentré en el interior y fui
directa hasta la cama. Ella se encontraba rodeada de máquinas que
controlaban su estado.
Nunca la había visto con el cabello suelto como en aquella ocasión; le
encantaba recogérselo. Estaba pálida, con los ojos cerrados y los labios
cortados. Tenía la cabeza vendada, y debajo del ojo tenía una enorme cicatriz
que aun sangraba.
Cogí con temor su mano. Seguía cálida, pero no era el mismo calor que
me trasmitía cuando nuestros dedos se encontraban.
—Leopold me ha llamado —Sofía rompió el silencio—. Dice que la
trasladarán a la clínica Quirón.
—Sí, eso me ha dicho Kenneth —porque ella se merecía estar en una
clínica privada o una mutua. No en un hospital público que hacían lo posible
por atender a más de 300 pacientes—. Ahora tengo que salir. Pero puedo
quedarme esta noche con ella.
—No. Papá dice que se quedará la primera semana —se levantó del
asiento—. Yo pediré una excedencia en el trabajo. Pero tienes que ayudarme
para cuidar a Agatha.
La abracé.
—No te preocupes.
Besé la mejilla de mi madre, y me despedí de mi familia.
Estaba segura que mi madre no tuvo un accidente. Alguien la empujó y
eso lo podía sentir.
Me reuní con Kenneth y regresamos a la Zarzuela donde nos esperaba
Leopold. Intentamos pasar desapercibidos, y cuando llegamos hasta la
biblioteca, Kenneth me pidió que lo esperara allí.
—Ahora vengo.
—¿Kenneth?
Se detuvo.
—Si descubro que alguien hizo daño a mi madre...
Él terminó por mí:
—Sufrirá las consecuencias.
Cerró las puertas de la biblioteca y me quedé allí, inquieta. Ni siquiera
sabía por qué Leopold nos quería reunir a Kenneth y a mí. Me limité a
tranquilizarme. A recorrer las estanterías en busca de un nuevo título. Paseé
los dedos por el lomo de los viejos libros, y me detuve en uno que me llamó
la atención. Cuando lo saqué de la estantería, me sobresalté al escuchar la
puerta abrirse.
Asomé la cabeza, encontrándome con Linnéa y su viejo perro cubriéndole
las espaldas.
—¿Pensabas que ibas a volver sin que yo me enterara?
No me enfrenté a ella.
Seguí escondida, observando entre los huecos de los libros como se
acomodaba en un enorme sillón de terciopelo negro.
—Kenneth llegará enseguida.
Ella rio.
—¿Cuántas veces tendré que decirte que no te quiero cerca de él? —se
levantó—. No querrás que te suceda lo mismo que a la ramera de tu madre,
¿no?
Se me resbaló el libro de entre las manos.
Lo había confesado.
—¿¡Has sido tú!?
Salí del escondite para enfrentarla.
Linnéa no dejaba de reír.
—¡Responde!
Estaba tan cerca que, si no me hubieran detenido por el cabello, mi mano
hubiera impactado en su rostro. Me obligaron a gritar de dolor.
Mario empujó hacia atrás mi cuerpo, dejándome tendida en el suelo.
—¿Estás seguro que mi hijo llegará a tiempo? —Acarició el rostro del
viejo militar—. Mario podría enseñarte a cómo tratar a tu reina.
—¿Sí? —intenté levantarme—. ¿Va a golpearme de nuevo?
—Podría violarte en cinco minutos y Kenneth nunca lo sabría.
La asquerosa carcajada de Mario me demostró que sería capaz de hacerlo.
Empezó a acercarse poco a poco mientras que llevaba su mano a la bragueta
de sus pantalones negros.
—No te acerques —le advertí.
Linnéa nos dio la espalda.
—Esperaré fuera.
No.
No.
¡No!
39

La puerta se cerró y los pasos de Mario no se detuvieron. Siguió con esa


sonrisa maliciosa en su rostro, mientras que sus dedos se entretenían a tirar de
la tela que cubría su entrepierna. Vaciló guiñándome el ojo, y me observó
detalladamente mientras que seguía tendida en el suelo. No rompí el contacto
visual. Me centré en esos ojos que ansiaban cometer un delito. Y su lengua,
grande y atrevida, paseó por los labios del viejo militar.
Si pensaba que estaría allí tendida para siempre,
esperando a que su cuerpo se acomodara sobre mío, estaba muy
equivocado. A cada paso que daba, mis dedos se arrastraban por el suelo
hasta alcanzar una de las estanterías de la biblioteca. Llegué a tocar el lomo
de una de las enciclopedias más antiguas de la balda.
—Ahora comprobaré porque le pones la polla tan dura al príncipe Kenneth
—dijo, torciendo su sonrisa.
Se detuvo para quitarse la camiseta, mostrándome un tono de piel
bronceado cubierto por extraños tatuajes que no llegaban a tener ningún
significado para mí; salvo la mujer desnuda que sostenía una bandera de
nuestro país y cubría todo su abdomen.
—Llora todo lo que desees, zorra.
No, estaba muy equivocado.
No le entregaría mi dolor a Linnéa y mucho menos a él.
—Te arrepentirás —le recordé, antes de que se inclinara hacia delante.
Lo único que hizo fue soltar una carcajada en el momento que sus
pantalones se deslizaron por sus largas piernas. Y en aquel momento,
encontré la oportunidad para defenderme de un hombre como él. Al estar
entretenido con su uniforme, encogí la pierna con la única intención de
golpearle bien fuerte en los testículos. Mario jadeó de dolor mientras que sus
manos ascendieron por el interior de sus muslos hasta alcanzar su miembro.
Me insultó, sin mirarme al rostro directamente. Y con su cuerpo curvado
hacia delante, aproveché para incorporarme y golpearle bien fuerte en la
cabeza con la enciclopedia que toqué con mis dedos.
—¡La zorra será tu madre! —grité, una vez que su cuerpo cayó hacia
atrás, impactando en el suelo. No me importó que Linnéa nos escuchara, e
incluso que esa perra rabiosa pidiera ayudara a sus demás hombres. No me
importaba. Estaba allí para dejar claro que nadie me destruiría—. Voy a
matarte.
Seguí golpeándole en la cabeza, y cuando dejó de moverse, bajé hasta su
rostro para ver sangre. Sí, eso es lo que necesitaba por todo el dolor que me
habían causado. Agredieron a mi madre, intentaron violarme y no permitían
que Kenneth y yo estuviéramos juntos.
Bajé con fuerza la enciclopedia, marcando un duro rostro con heridas y
magulladuras. La sangré salpicó al suelo, y no me detuve incluso si el
miserable hubiera dejado de respirar.
Pero una voz, al otro lado de la biblioteca, me alertó sin darse cuenta de la
atrocidad que estaba cometiendo.
—¡Apártate, mamá! —Era Kenneth.
Linnéa no se atrevió a mentir.
—Te estoy protegiendo, cariño.
—Apártate —gruñó.
Como ella no estaría dispuesta, imaginé que su hijo la empujó para poder
colarse en el interior de la sala donde me había dejado esperándolo.
Me encontró con las rodillas hincadas en el suelo, aferrando mis manos en
un libro que utilicé de arma. Cubriendo la cabeza de Mario y limpiándome la
sangre que cubrió mis mejillas mezcladas de las lágrimas de ira que derramé
sin darme cuenta.
—Thara —susurró, alzándome del suelo. Me arrebató la enciclopedia y la
tiró bien lejos. Sostuvo mi rostro entre sus manos y me miró fijamente a los
ojos—. ¿Qué ha pasado?
Linnéa siguió los pasos del príncipe, observó la escena y maldijo en voz
baja al verme cerca de su hijo. Hundí mi rostro cansado en la camisa de
Kenneth, mientras que éste acariciaba mi cabello.
—Si lo matas no ayudarás a tu madre —me aconsejó—. Y no puedo
permitir que entres en prisión por una escoria como él.
Estiré el brazo hasta dejar mi mano descansando detrás de su nuca. Con un
nudo en la garganta le conté el verdadero motivo por el que estaba dispuesta
a matarlo:
—Intentó violarme.
Kenneth se quedó inmóvil durante unos minutos. Miró más allá de la
coronilla de mi cabeza y ató cabos al darse cuenta que Mario estaba casi
desnudo. Sus manos seguían cubriendo su miembro, mientras que los
pantalones estaban enrollados en los tobillos. La camisa mantenía su pecho
descubierto, y mi ira aumentó cuando el viejo militar me confesó que estaba
dispuesto a abusar de mí.
—¡Hijo de puta! —Estalló. Me dejó a un lado y se lanzó sobre el cuerpo
de Mario. Sus piernas acorralaron la cintura del guardaespaldas de la reina,
mientras que sus puños impactaban con más fuerza en el rostro de Mario que
el día que hizo daño a Philippe—. Voy a matarte.
—¡Kenneth! —Linnéa gritó y sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¡Por
favor, detenedlo!
Salió de la biblioteca en busca de ayuda, mientras que yo, caí lentamente
para acomodarme en el suelo. Mario empezó a reír y se dio el placer de
escupir a Kenneth mientras que éste descargó toda la rabia que sentía hacia
un miserable como el hombre que estaba debajo de su cuerpo.
La única persona que se detuvo a escuchar el llanto desesperado de la
reina, fue su hijo mayor que paseaba cerca. Apareció corriendo, tirándose
sobre su hermano para que Kenneth no cometiera una locura.
—Basta. Tienes que dejarlo ya, Kenneth.
Lo retuvo por los brazos durante unos segundos.
Tuvieron que intervenir los hombres que lo escoltaban para apartar a
Kenneth del cuerpo de Mario.
—A mi despacho. Inmediatamente —Leopold me miró—. Tú también,
Thara.
Se dirigió a sus hombres y les dio la siguiente orden:
—Ocuparos de curar las heridas de Mario. Y escoltad a mi madre hasta su
habitación. La reina tiene que descansar —quedó cara a cara con Linnéa—.
¿Estás de acuerdo, mamá?
No dijo nada. Miró a su pequeño, e intentó darle un beso en la mejilla.
Pero como de costumbre, su hijo se negó a tenerla cerca de él. La apartó y
salió de la sala arrastrándome junto a él.
Estábamos desatando una guerra donde todos iríamos cayendo poco a
poco.
Los hombres de Leopold se quedaron fuera del despacho. Las puertas se
cerraron y nos encontramos a su prometida que se levantó de uno de los
sillones que ocupó para reunirse con su amado. Lo besó dulcemente y
después nos miró a Kenneth y a mí.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó angustiada.
—Todo lo contrario de lo que le pedí a Kenneth —respondió Leopold,
dándonos la espalda—. ¿No escuchaste mis instrucciones?
Kenneth se vio obligado a responder por mí, ya que opté por el silencio.
Seguía furiosa con Linnéa y Mario al confesar lo que le hicieron a mi madre.
—Le dieron la orden de que violara a Thara —se miró los nudillos y
después estiró y encogió repetidamente los dedos de las manos—. ¿Qué
hubieras hecho tú si en lugar de ella se encontrara Khadija?
Leopold se sintió avergonzado.
—¿Estás bien? —Me preguntó.
Físicamente sí, pero moralmente me estaba derrumbando.
—Han llegado a confesarme que agredieron a mi madre. Y lo peor de todo
es que no puedo hacer nada contra la reina. No es justo, Leopold. Mi familia
no merece todo lo que nos está pasando.
—Lo sé, Thara. Por eso le dije a Kenneth que se reuniera conmigo y que
no cometiera ninguna locura —y Leopold se volvió a disculpar—. No
contaba con que mi madre fuera capaz de ordenarle a Mario que te hiciera
daño a ti también.
Kenneth quedó delante de mí.
—¿Cuál es el plan para destronar a mamá?
¿Habían planeado arrebatarle la corona a Linnéa? Porque si era así, estaba
dispuesta a ayudar en todo lo que estuviera al alcance de mis manos.
—Los medios ya han anunciado mi compromiso con Khadija. Han dado
una fecha, —hizo una pausa, —la semana que viene.
—Siete días es darle el tiempo suficiente para que te hunda.
—Lo sé —dijo, Leopold—. Pero la boda oficial será esta noche. En la
capilla de la Zarzuela. Algo íntimo. El padre Miguel, dos testigos y parte del
gabinete que me ayudará a enterrar a mamá de la corona.
Miré a Khadija, la cual sonrió y se acercó para sostener la mano de su
prometido.
—Khadija es musulmana —Kenneth encontró ese error.
—Ya no —sonrió—. El padre Miguel la ha bautizado esta misma mañana.
—¿Y los testigos?
—Khadija ha pensado en vosotros.
Kenneth y yo nos miramos.
—¿Los padrinos de vuestra boda? —Pregunté, y Leopold se limitó a
asentir con la cabeza—. Eso no me lo esperaba.
Y seguramente él tampoco.
—¿Aceptáis? —preguntó dulcemente Khadija.
Era algo serio, un compromiso y una traición a Linnéa si nos descubría.
—Aceptamos —habló Kenneth por los dos. Me guiñó un ojo y fue su
forma de decirme que todo saldría bien—. Pero para la boda pública te
tendrás que buscar a otros testigos. Thara quiere ser anónima ante el pueblo.
La pareja me analizó asombrada.
—Lo que desees, Thara. Estás en todo tu derecho —Leopold sonrió.
—¿Invitados? —Preguntó, acercándose al escritorio de su hermano. Cogió
la lista oficial y soltó una carcajada—. Veo bien que estén presentes
marqueses, duques y otros miembros reales. Pero, ¿a qué viene invitar al
heredero de una marca de vehículos de lujo?
Leopold se acercó a él para bajar el tono.
—Quiero aliados en Alemania cuando la guerra en palacio estalle.
Aleksander Bogdánov será uno de ellos.
—Te recuerdo que a ese tío le sigue un escándalo público que nos podría
salpicar a nosotros por abrirle las puertas.
—Fue un suicidio. Y confío en él —miró a Kenneth—. Si tenemos que
salir corriendo, no podemos escondernos con nuestro padrino. Tendríamos
que buscar asilo político en Francia o Alemania. Y Aleksander es el cuñado
de uno de los secretarios generales del presidente que gobierna en su país.
Kenneth ladeó la cabeza y después me miró a mí.
—Está bien —dijo, poco convencido—. Thara y yo marcharíamos a
Alemania si el plan sale mal.
—¿Va todo bien con Philippe?
—Sí.
Pero le mintió.
La reunión que convocó Leopold se alargó una hora más de lo que tenía
pensado desde un principio. Se llegó a la conclusión que nos reuniríamos
todos a las diez de la noche en la capilla que había en la Zarzuela cuando
Linnéa abandonara el palacio por su comprometida agenda.
Y así hicimos.
Nos reunimos unas quince personas en la pequeña capilla. El padre Miguel
nos saludó amablemente mientras que caminaba hacia los enamorados.
Estrechó la mano de Leopold y anunció que empezaría la ceremonia. Ambos
estaban hermosos y felices por contraer matrimonio.

—Leopold y Khadija, —resonó la voz del padre Miguel —¿venís a


contraer matrimonio sin ser coaccionados, libres y voluntariamente?
—Sí, venimos libremente —respondieron ambos, sosteniendo sus manos.
De repente sentí a Kenneth rodeándome la cintura con su brazo,
acercándome a él. Lo miré e inmediatamente le devolví la bonita sonrisa que
me mostró.
—¿Estáis decididos a amaros y respetaros mutuamente, siguiendo el modo
de vida propio del matrimonio, durante toda la vida?
Se miraron, y respondieron al unísono:
—Sí, estamos decididos.
—¿Estáis dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los
hijos, y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia?
Por suerte Khadija ya era una católica más, y todo fue por amor hacia
Leopold.
—Sí, estamos dispuestos.
Acomodé mi mano sobre la de Kenneth, y acerqué mi cabeza al elegante
traje con el que se vistió para la íntima ceremonia. Miré mi vestido; un
vestido clásico blanco que terminaba por encima de las rodillas.
—Así, pues, ya que queréis contraer el santo matrimonio, unid vuestras
manos, —nos les hizo falta, ya que en ningún momento se soltaron —y
manifestad vuestro consentimiento ante Dios y su Iglesia.
Leopold alzó la mano derecha de Khadija.
—Yo, Leopold, te quiero a ti, Khadija, como esposa y me entrego a ti, y
prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la
enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Khadija se limpió una lágrima que recorrió su mejilla.
—Yo, Khadija, te quiero a ti, Leopold, como esposo y me entrego a ti, y
prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la
enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.
El padre Miguel volvió a estirar los labios en una sincera sonrisa.
—El Señor confirme con su bondad este consentimiento vuestro que
habéis manifestado ante la Iglesia y os otorgue su copiosa bendición. Lo que
Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
De repente pensé en Linnéa.
El padre Miguel nos pidió alabar a Dios. Seguí todas las palabras que
recitó ya que, desde muy pequeña, no había pisado una Iglesia.
—Bendigamos al Señor —dijo. Le hizo una señal a Kenneth para que se
acercara y le diera los anillos de boda—. El Señor bendiga estos anillos que
vais a entregaros uno al otro en señal de amor y de fidelidad.
Leopold deslizó el anillo por el dedo anular de la mano izquierda de
Khadija.
—Khadija, recibe esta alianza, en señal de mi amor y fidelidad a ti. En el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Khadija hizo lo mismo con Leopold. Acomodó el anillo en el dedo anular.
—Leopold, recibe esta alianza, en señal de mi amor y fidelidad a ti. En el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Ambos se inclinaron hacia el padre Miguel para darles la mano.
—Bendice, Señor, estas arras, que pone Leopold en manos de Khadija, y
derrama sobre ellos la abundancia de tus bienes.
La pareja repitió las mismas palabras.
A diferencia de la boda que se oficiaría públicamente ante el pueblo,
Leopold se dio el capricho de besar a su mujer ante los ojos de Dios. Sostuvo
a Khadija con todo su amor y se fundieron en un dulce beso.
La pareja se acercó a los pocos asistentes que fuimos cómplices de su
amor. Kenneth y yo fuimos los últimos en poder darles la enhorabuena y
abrazarlos.
—Te prometo, Thara, que mañana me encargaré de que Amanda abandone
el hospital público y la trasladen —me aseguró—. La protegeré. Ni mi madre,
ni nadie se acercará a ella.
—Gracias —besé su mejilla.
Kenneth abrazó a su hermano y nos quedamos en la capilla esperando a
que todos abandonaran la pequeña casa de Dios.
Al tener el cabello recogido, inconscientemente me pasé los dedos por la
oreja. Kenneth se acercó para besar mis labios y acomodé las manos detrás de
su cuello para que no se detuviera.
—He estado pensando en tu propuesta y he decidido algo.
Él sonrió.
—Estoy preparado.
—¿Seguro? —Insistí. Podía decir que sí, o también negarme a irme con él
cuando Leopold fuera rey.
Asintió con la cabeza.
—Me iré contigo. Cuando mi madre esté en buenas manos y no corra
ningún peligro, —me mordí el labio —estaré dispuesta a hacer una nueva
vida a tu lado y lejos de aquí.
Kenneth no evitó sonreír.
—No te arrepentirás.
Busqué una vez más sus labios, y cuando estuvieron a punto de encajar,
una llamada nos detuvo.
—Mierda —exclamó, y no se arrepintió de haberlo soltado en la capilla—.
¿Quién es?
Preguntó, mirando la pantalla de mi móvil.
—Número desconocido.
Tragué saliva.
¿Por qué cuándo estábamos en el mejor momento de nuestras vidas, había
alguien que estaba dispuesto a hundirnos?
40

Al descolgar la llamada no esperé que, al otro lado de la línea, utilizando un


número desconocido, se encontrara mi hermana. Cada vez que escuchaba su
voz, pensaba que algo malo había pasado. Así que cogí aire antes de
responder a su saludo. Kenneth sostuvo mi mano y salimos de la capilla bajo
la atenta mirada del padre Miguel. Si Leopold contó con el apoyo de aquel
hombre fiel a la palabra de Dios, yo también confiaría en su lealtad hacia el
futuro rey de España. Y por eso dejé que mis dedos se acomodaran entre los
dedos de Kenneth; no temí en ningún momento a que alguien nos traicionara
y saliera corriendo para contárselo a Linnéa.
—¿Sucede algo? —pregunté, acelerando los pasos.
—No, siento haberte asustado. Te llamaba porque papá estaba algo
cansado esta tarde y lo he enviado a casa para que duerma unas cuantas
horas. Mirando la hora me he dado cuenta que ese hombre no se despertará
hasta mañana —se esforzó en soltar una risa—. Me quedaré yo esta noche
junto a mamá. ¿Puedes cuidar de Agatha? No puedo tenerla aquí, arrinconada
en un sillón mientras que intenta dormir.
Miré a Kenneth, el cual no había escuchado ni una sola palabra de Sofía.
Asentí con la cabeza cuando me indicó que avisaría a uno de sus hombres
para que nos preparara un vehículo, y le di la espalda para responder a mi
hermana. Por supuesto que me quedaría cuidando de mi sobrina; podía
dormir conmigo en la habitación que ocupaba en palacio.
—Pasaré a buscarla —la tranquilicé—. Estaré lo más pronto posible en el
hospital. ¿Ha cenado?
—Thara —dijo, algo nerviosa—. Quedaros en casa. No quiero que lleves a
mi hija donde tuvo mamá el accidente. No quiero verla recorriendo los
pasillos y que se encapriche con unos lujos que jamás podré darle. ¿Me has
entendido?
No, en realidad no la entendí. Pero, tenía que ponerme en los zapatos de
una mujer que era madre, así que lo primero de todo sería mantener a su hija
a salvo. Y, después de que nuestra madre tuvo un accidente que la dejó en
coma por culpa de la reina, Sofía se encontraba asustada. Así que era normal
que quisiera a Agatha lejos de la Zarzuela.
Antes de colgar la llamada la tranquilicé; le di mi palabra que Agatha no
pisaría el palacio. Una vez que me reuní con Kenneth, le hablé de la petición
que me hizo mi hermana si me quedaba cuidando de su hija aquella noche.
Él, con esa bonita sonrisa que mantuvo durante toda la ceremonia, me dijo
que estaría a mi lado.
—No pasa nada. Vuelve a casa y espera a que Leopold se ponga en
contacto contigo —acaricié lentamente su piel. Seguía manteniendo su mano
caliente sobre la mía—. Cuando Sofía vuelva a casa, cogeré el primer taxi e
iré lo más rápida posible para reunirme con vosotros.
Kenneth, tan cabezota como de costumbre, se subió al vehículo que nos
estaba esperando delante de la torre militar. No me quedó de otra que subirme
yo también y mirarlo a los ojos esperando a que cambiara de idea. No lo hizo.
Le pidió al conductor que nos llevara discretamente hasta el hospital, y me
pidió paciencia —una paciencia que perdí hace años.
—Me portaré bien —rompió el silencio—. La niña es más educada que tú,
así que no tendré ningún problema con ella —al mirarlo de reojo ante la
barbaridad que había soltado, Kenneth soltó una carcajada—. No pienso
dormir en el sofá.
Me crucé de brazos y seguí mirando la carretera. Aunque una de sus
manos se posó sobre mi rodilla desnuda, no volví a cruzar mirada con él.
Pero le dejé bien claro que el domicilio no era mío, y mucho menos él podría
establecer unas normas en una propiedad que no le correspondía.
—La última vez, cuando Agatha nos vio juntos —le obligué a recordar—,
estuvo a punto de provocarle un infarto a mi madre al decirle que tú y yo
éramos novios. En la casa de Sofía hay reglas. Y tienes que cumplirlas si
quieres pasar la noche con nosotras.
No le importó que el chofer pudiera escuchar nuestra conversación.
Ascendió su mano por mi pierna, apartando la tela del vestido blanco con la
única intención de que volviera a perderme en esos enormes ojos azules.
—¿Nada de sexo? —Preguntó, alzando una de sus cejas. Me encogí de
hombros, y vi reflejado en su rostro la lujuria—. No puedes ser cruel
conmigo. Nunca he dormido en un sofá. Y menos en un sofá de Ikea. Me
destrozará la espalda.
—No te preocupes, cariño, es cómodo. Te lo prometo—. De repente sentí
como mis mejillas se sonrojaron al soltar un apodo cariñoso a Kenneth.
Esperé que no se diera cuenta, y como él siguió con su amplia sonrisa
observando todos mis detalles, acarició el recogido que llevé para la boda de
Leopold y Khadija.
Eché hacía atrás la cabeza y cerré los ojos cuando nuestros labios
volvieron a encontrarse. Me deleité con su boca, y gimoteé cuando me
abandonó. Habíamos llegado al hospital público en un cuarto de hora. El
chofer apagó el motor, y en un intento de salir del vehículo para abrirle la
puerta a Kenneth, lo detuve a tiempo.
—Iré yo sola.
El príncipe protestó.
Sostuve su mentón en mis dedos, y giré su rostro para que viera lo mismo
que yo; prensa acechando a los trabajadores del hospital en busca de
respuestas. Al parecer, alguien filtró que una de las trabajadoras de la
Zarzuela, tuvo un terrible accidente que la dejó en coma. Seguramente se
estaban haciendo la misma pregunta que todos: ¿Por qué una trabajadora del
palacio de la Zarzuela se encontraba en un hospital público? Y nadie,
absolutamente nadie, imaginaría que la respuesta era la reina.
Salí del coche sin llamar la atención, y me colé en el interior del hospital
junto a un grupo de enfermeras que comenzarían su turno. Busqué el ascensor
que me dejaría en la planta donde se encontraba mi hermana, y busqué la
habitación.
No golpeé los nudillos contra la puerta, no quise hacer ruido, así que me
colé en el interior sin hacer ruido. E hice bien; Agatha dormía en uno de los
sillones que se encontraban a cada lado de la cama donde estaba tendida mi
madre. Saludé a Sofía con un abrazo, y después me acerqué hasta nuestra
madre para besar su frente.
—¿Has venido sola? —Preguntó, ocupando el otro sillón.
Me quedé de pie, cruzada de brazos y esperando a que no me juzgara mi
hermana mayor si le decía que Kenneth decidió acompañarme. No le mentí,
yo no era esa clase de persona. Fui completamente sincera con ella. Y Sofía,
no se lo tomó bien.
—¿Te has vuelto loca? Mamá está en coma por culpa de su madre. Si la
reina llega a enterarse que su hijo está aquí, contigo, volverá a hacernos daño.
—Eso no volverá a pasar —estaba cansada de tener que buscar una
respuesta para que todos salieran satisfechos menos yo—. Leopold me ha
prometido que mañana, a primera hora, trasladará a mamá a un hospital
privado. Kenneth solo me ha acompañado. Está en el coche y nadie avisará a
Linnéa para decirle donde se encuentra su hijo. Cálmate, Sofi. De todos
nosotros, la única que tiene las papeletas para perderlo todo, soy yo.
Ella, la mujer que ejerció de madre cuando la nuestra no estaba presente,
se levantó para quedar cara a cara conmigo.
—¿Eso crees? —Miró a Agatha—. Si te lo vas a llevar a casa, te pido por
favor que no hagáis nada.
Asentí con la cabeza. No quería discutir con ella, así que cogí entre mis
brazos a mi sobrina, y salí de allí una vez que su madre acarició su cabello y
dejó un beso en la coronilla de su cabeza. Salí del hospital con calma,
aferrándome al cuerpo de Agatha mientras que ésta seguía durmiendo.
Kenneth me abrió la puerta desde dentro del vehículo. Acomodé a Agatha
en medio de los dos, y cuando me aseguré que el cinturón de seguridad se
encontraba protegiendo su cuerpo, le di la dirección del domicilio de Sofía al
chofer. Media hora más tarde, llegamos a uno de los barrios más sencillos
que podías encontrar en Madrid.
Cogí el peluche que Agatha cargaba, y Kenneth se encargó de cogerla
entre sus brazos. Le pedí que me siguiera, y cuando subimos las cinco plantas
de pisos porque el ascensor se había averiado, lo primero que hicimos fue
dejar a la niña en su habitación.
—Me gustaría ser ella en este momento—. Ambos la observamos dormir.
—Todos quisiéramos ser niños y no ser conscientes de los problemas que
nos rodean. Pero, es inevitable crecer. Afrontaremos nuestros problemas
juntos —sonrió—. Te lo prometo, Thara.
Últimamente nos prometíamos demasiadas cosas, y temía que uno de los
dos al final no fuera capaz de cumplir su palabra.
Cerré la puerta de la habitación, y nos quedamos en el comedor. Kenneth
miró el sofá asustado, y yo quedé detrás de él y acomodé mis manos en sus
anchos hombros.
—Por favor... —suplicó, y fue tan dulce.
—Te dejaré dormir en la cama de matrimonio con una condición —éste
me escuchó atentamente—. Nada de sexo.
—El único acto que hace que olvide todo lo que está pasando, y tú me
niegas que lo lleve a la práctica.
Siguió mis pasos. No quería que viera esa sonrisa burlona que provocó en
mí. Así que me tendí en la cama mientras que me libraba del vestido y
buscaba un pijama de Sofía en la pequeña mesita que estaba pegada en el
cabezal de la cama.
Kenneth hizo lo mismo; se liberó de la corbata y tiró a los pies de la cama
el bonito traje que lució en la maravillosa boda que vivimos. Se tumbó al otro
lado, y una de sus manos se movió por encima de sus sábanas hasta encontrar
mi cuerpo.
—¿Quieres probar el sofá de Ikea? —Vacilé.
Y aguanté una carcajada.
Kenneth sacudió la cabeza y dejó esa traviesa mano debajo de la
almohada. Ambos estábamos cansados, así que caímos pronto en los brazos
de Morfeo.

Desperté sin el hombre que me había acompañado durante toda la noche.


La risa de Agatha me invitó a que abandonara la cama. Paseé mis pies
desnudos por la habitación, y cuando me cubrí con una bata, abandoné el
refugio de mi hermana.
En el comedor se escuchaba la discusión que tenían Kenneth y Agatha a la
hora de servir el desayuno. Mi sobrina, que aprendió muy joven a utilizar el
microondas para calentarse la leche con su cacao en polvo favorito, enseñaba
a Kenneth a usarlo. Como éste se negó, Agatha le tendió su taza de princesas
de Disney para que el príncipe de carne y hueso desayunara.
—¡Qué asco! —Exclamó, olvidando por completo que estaba a punto de
herir los sentimientos de una niña—. Es dulce. La leche es grasosa, de vaca.
En palacio no hacen el café tan nauseabundo.
Aparecí detrás de él, arrebatándole la taza para darle un sorbo.
—No es café —le di un beso a Agatha en la mejilla—, es Nesquik. Por
supuesto que lleva azúcar. Y sí, aquí consumimos leche semidesnatada. ¿Por
qué no te haces un café de la máquina?
Le mostré la cafetera de cápsulas que tenía mi hermana junto a la
tostadora. Kenneth se levantó del asiento que ocupó, y miró el aparato como
si fuera de otro mundo.
—¿Cómo funciona? —Preguntó, curioso.
Solté un suspiro y le enseñé a utilizar la cafetera. Cogí una de las cápsulas
de café intenso, lo introduje y esperamos juntos a que saliera el café en otra
de las tazas de mi sobrina.
Kenneth le dio un sorbo y me miró cuando bajó la taza.
—Está repugnante.
No podía hacer nada con él. Estaba acostumbrado a unos lujos que la clase
media no nos podíamos permitir. En palacio servían el café con granos de
café recién molido. El servicio se ocupaba de amasar los panecillos que la
realeza desayunaría junto al zumo de naranja que los jardineros se
encargaban de recoger de los árboles que ellos mismos plantaban.
Mientras tanto, nosotros, nos conformábamos con un café de máquina
normal. Tostadas de pan de molde. Zumo o leche de cartón que
comprábamos en cualquier supermercado. Y, aun así, disfrutábamos como
ellos.
—Pues te quedas sin desayuno —dije, arrebatándole el café para
aprovecharlo.
—Leopold ha llamado —siguió hablando—. Quiere que nos reunamos con
él. ¿Quieres dejar a Agatha en el hospital antes de ir a la Zarzuela?
Miré el reloj del teléfono móvil antes de responderle. Marcaban las siete
de la mañana. Si le llevaba a Sofía su hija, no descansaría. Así que decidí
llevarme junto a nosotros a Agatha. Por un par de horas no pasaría nada, y
mucho menos si Leopold ya estaba en palacio.
—Viene con nosotros.
Kenneth estuvo de acuerdo. Tomó asiento en el sofá que tanto odiaba
mientras que mi sobrina y yo terminábamos de devorar los muffins que
preparó Sofía el día anterior.
Pasaron a recogernos a las ocho en punto. Nadie dijo nada cuando
ocupamos los asientos traseros del vehículo. Se podía escuchar el sonidito
que venía del teléfono móvil cuando Agatha se puso a jugar. Kenneth le echó
el ojo y empezó a divertirse con mi sobrina.
Llegamos a palacio, y por suerte no nos cruzamos con nadie.
—Tengo que recoger unos papeles en mi despacho —anunció Kenneth—.
Esperarme aquí.
Asentí con la cabeza y cogí la mano de la niña. Nos habíamos quedado en
uno de los pasillos donde Linnéa mandó decorar con todos los retratos de sus
antepasados junto a los familiares de sus hijos por parte de su marido
fallecido.
Agatha los observó con una amplia sonrisa. Daba pasitos de vez en cuando
para pasar de retrato en retrato. Para ella, todas esas personas que llevaban
corona, eran como las princesas que tanto le gustaban.
—¡Tía Thara! —Gritó de repente. Dejé de mirar el móvil para ver que
estaba haciendo—. Es papá.
Dijo, señalando uno de los retratos.
Reí.
Ella moría por ser una princesa.
Le di un beso en la coronilla de la cabeza antes de decirle:
—No, cariño. Es el papá de Kenneth.
—No —insistió—. Es papá.
Empecé a preocuparme.
Sofía tuvo a Agatha con un viejo amigo del instituto; jamás fueron pareja,
y éste le hizo el favor porque mi hermana deseaba ser madre joven y soltera.
—¿Por qué dices que es papá? —Pregunté, arrodillándome delante de ella.
Agatha sonrió. No dejaba de observar el retrato de Luis con los ojos
brillantes.
—Hace tiempo que no viene a casa —entristeció—. Mamá dice que está
ocupado trabajando.
Tragué saliva.
No entendía nada. Kenneth llegó por fin y agradecí que volviera pronto.
Se acercó a nosotras y miró el retrato de su padre. A diferencia de Agatha,
éste lo miró lleno de rencor.
—Tenemos un problema —bajé el tono de voz. Kenneth me miró
preocupado. Apunté el retrato de su padre y miré a mi sobrina—. ¿Quién es,
cariño?
Ella antes de responder se llevó su manita al rostro cansada de habérmelo
dicho en más de una ocasión.
—Ya te lo he dicho, tía Thara.
—La última vez, mi amor.
Kenneth siguió observando.
—Es papá —dijo, cansada.
Acomodó los brazos alrededor de mi cintura, y sentí su cabeza en mi
vientre.
—No puede ser —Kenneth se pronunció—. ¿Cómo se llama tu padre,
Agatha?
Tuvo su respuesta:
—Luis.
«Joder.» —Exclamé mentalmente para que ella no me escuchara.
—Tenemos que hablar con Leopold.
Asentí con la cabeza y seguí sus pasos inmediatamente. La cabeza me iba
a estallar. Necesitaba que alguien desmintiera las palabras de mi sobrina. Así
que la cogí porque la niña no podía correr más, y pronto nos detuvimos en el
despacho de Leopold.
Cuando Leopold vio a Agatha, se levantó de su asiento y cerró
inmediatamente la puerta.
—¿Qué hace aquí? —Estaba nervioso.
Y no era el único.
Le pedí a Agatha que escuchara música mientras que se sentaba en unos
de los sillones que había al fondo del despacho. Kenneth tiró los papeles que
recogió sobre el escritorio de su hermano y se acercó a él.
—¿La conoces? —No tuvo respuesta—. ¿Por qué dice que nuestro padre
es el suyo también?
Todos miramos a Agatha.
Leopold tragó saliva.
—¡Habla, joder! —Grité, sin aguantar.
Éste nos dio la espalda y acomodó las manos sobre el escritorio.
—Sofía trabajó aquí hace unos años —rompió su silencio. No sabía que
Sofía estuvo trabajando junto a mamá en palacio. —Kenneth estaba en el
internado, y tú Thara en el instituto. Tu hermana quería ganar algo de dinero
para independizarse, y tu madre le dio esa oportunidad. Lo que nadie esperó
es que ella...ella... —cogió aire —tuviera una aventura con mi padre.
Kenneth se quedó con los ojos abiertos, asombrado por una información
que le ocultaron durante años. Y mientras tanto yo, me llevé las manos a la
cabeza.
—Hija de puta... —susurré.
Empecé a entender muchas cosas.
—Thara, no puedes culparla —Leopold se acercó—. Mi padre se estaba
muriendo y ella le dio la fuerza para que siguiera levantándose de la cama.
—Todo este tiempo me han hecho creer que Kenneth era mi hermano para
salvarse el culo —balbuceé—. Han jugado conmigo. Mi madre, y mi
hermana.
Me clavé las uñas en las palmas de la mano. Sentía ira y rabia. Quería
zarandear a Sofía y pedirle explicaciones. Su secreto me hizo daño, porque
eso demostraba que nunca confió en mí.
—Querían proteger a Agatha. Amanda y Sofía lo acordaron con mi padre
para que nadie descubriera que era la hija...
Kenneth terminó la frase de él:
—La hija bastarda del rey —dijo, y seguía en shock. Estuvo años
buscando al hijo ilegitimo del rey, cuando por fin la encontró; una niña
pequeña e inocente llevaba su sangre.
—¡Maldición! —Estalló Leopold—. Tiene que seguir siendo un secreto.
Pero ahora Sofía y Agatha no están a salvo —empezó a dar vueltas por el
despacho—. Le prometí a papá que cuidaría de ellas y no lo he hecho. ¡Joder!
—Nunca lo había visto tan nervioso—. Tenemos que sacarlas del país.
—¿Qué? —eso era imposible.
—Nos habrán escuchado —miró a su alrededor. Había perdido la cabeza
—. Mamá lleva tiempo escuchando todas nuestras conversaciones. Kenneth,
irá a por ella. Tenemos que ayudarlas.
Todo empezó a darme vueltas, y tuve que sentarme.
—¿Qué te ayude? —Se acercó a él—. Si te has encargado de esconder este
secreto de papá, busca la manera de solucionarlo.
—Kenneth...
—Vámonos, Thara —me pidió.
Pero yo no podía irme.
—No puedo dejar que Linnéa haga daño a Agatha —ambos la miramos.
Moviendo la cabeza al ritmo de la música—. Ella no tiene la culpa del
adulterio que cometió tu padre con mi hermana.
Kenneth se llevó las manos a la cabeza.
—¡Está bien! ¿Qué hacemos?
—Llamaré a Philippe. Tienen que irse a Francia.
—¿A Francia?
—Sí.
Leopold empezó a hacer llamadas.
Kenneth buscó una copa y se sirvió del alcohol más caro que había
escondido en el minibar del despacho de su hermano.
Y yo, recogí el cabello de mi sobrina mientras que pensaba la forma de
devolverle aquel golpe que me dio Sofía. Estaba tan decepcionada con ella,
que no sería capaz de mirarla a la cara.
Horas después, nos anunciaron que un avión del extranjero esperaba a
Sofía junto a su hija. Nos reunimos con Philippe, el cual no dudó en viajar
para hacerle un favor a su amigo Leopold.
Abracé a Philippe.
—Cuida de ellas, por favor —le pedí.
—Lo haré —me aseguró.
Philippe se acercó hasta Kenneth, el cual seguía cruzado de brazos.
—¿Frère? —Tendió su mano.
Tuve la esperanza de que Kenneth no le diera la espalda al francés, y
menos cuando se ofreció a ayudar a mi familia. Y no lo hizo. En vez de
estrechar su mano, lo abrazó.
—Cuando lleguéis, avísame, por favor.
Philippe asintió con la cabeza.
Un lujoso coche aparcó delante del avión privado. Del vehículo bajaron
Sofía y mi padre que iban cargados de maletas. Al verlos juntos, me imaginé
que me tendría que quedar sola en España y cuidando de mi madre mientras
que ellos se refugiaban en otro país.
Dejé que mi hermana abrazara a su hija, y cuando se acercó hasta mí, la
golpeé con la misma fuerza que el odio que sentía hacia ella en ese momento.
Ella se llevó la mano a su dolorida mejilla.
—Dime una cosa, Sofi, —la miré a los ojos —¿mamá tuvo algún aborto?
—No-no —tartamudeó.
—¿Quién es mi padre? —Exigí saber.
—No puedo, Thara. Lo siento.
Sofía empezó a llorar.
—Espero que el rey te echara unos buenos polvos, —le susurré —porque
gracias a eso, has perdido una hermana.
—Thara... —las lágrimas brotaban de sus ojos.
—Mamá y tú me hicisteis creer que era hija de Luis para que no me
acercara a Kenneth. Pues no lo habéis conseguido.
Me despedí una vez más de mi padre y mi sobrina. A Sofía no quise verla
más. Ni siquiera fue capaz de mirarme a los ojos. Y se lo agradecí, porque si
volvía a cruzarme con esos ojos avellana, le giraría el rostro con la otra mano.
—¡Philippe! —Lo detuvo Leopold. —Khadija y yo os seguiremos con el
avión Fuerza Área Española. Quiero asegurarme que estarán bien.
—Por supuesto —Philippe no se subió al avión sin despedirse de nosotros
—. Tener cuidado. Cuando se instalen, volveré junto a la parejita. Hay una
boda que celebrar.
Le devolvimos el abrazo, y esperamos a que los dos aviones se marcharan.
—¿Qué hacemos ahora? —Se preguntó Kenneth.
—Yo iré junto a mi madre, y tú quédate aquí —antes de que soltara una
barbaridad, lo detuve—. Linnéa no puede enterarse de lo que ha pasado.
Tienes que fingir que todo va bien con ella.
Kenneth se encogió de hombros.
—Y, ¿qué pasa contigo?
—Estaré bien —lo tranquilicé—. Nos veremos esta noche. Te lo prometo.
Deposité un fugaz beso en sus labios y cogí el coche que se había
encargado de recoger a Sofía y a mi padre. Me dejó en el hospital y estuve
toda la tarde junto a mi madre.

Las horas pasaban y nadie fue capaz de llamarme.


Encendí el televisor y se me hizo un nudo en la garganta cuando las
noticias anunciaron la gran desgracia del día; un avión había perdido el
control.
Subí el volumen:
—Nos confirman los agentes de policía que se trata del avión Fuerza Área
Española. Han fallecido diez personas. Entre ellas el príncipe Leopold, cuatro
guardaespaldas, el piloto, tres azafatas y una mujer que todavía no han
identificado. En estos momentos el pueblo llora la muerte de uno de los
hombres más queridos. Pronto, estaremos en directo en la zona donde sucedió
el accidente.
—Dios mío.
Me llevé la mano a los labios, y las lágrimas no tardaron en salir. No podía
creer que Leopold estuviera muerto junto a todas las personas que lo
acompañaban.
«Sofía, Agatha, papá.»
Empecé a temblar.
Y una voz me sobresaltó:
—Tú también lo sabes —Linnéa cerró la puerta de la habitación—.
Siéntate. No digas nada.
Esa zorra era capaz de estar ahí para amenazarme sin importarle que su
hijo estaba muerto.
—¿Qué has hecho?
—¿Yo? Nada —se sentó al fondo de la habitación. Observó a mi madre y
sonrió—. Leopold jugó mal sus cartas. Le advertí. Khadija era una mujer
casada. Jamás tuvo que llevársela junto a él. Y, mucho menos casarse con
ella a mis espaldas.
—¿Lo has matado?
—No —no creía en su palabra—. ¿Dónde está tu hermana? Me gustaría
conocerla.
—¡Eres una perra! —Grité.
—Shhh —se llevó el dedo a sus labios—. No quiero llamar la atención.
Estoy aquí porque quiero hacer un trato contigo.
—¿Un trato?
—Kenneth está a punto de entrar por esa puerta para suplicarte que huyas
con él. La muerte de Leopold le afectará más que la muerte de su padre.
—Me iré con él —dije, sin temor.
—No —recogió su cabello rubio—. Porque si sales por esa puerta,
olvídate de tu madre, de tu hermana y de tu sobrina.
Me acerqué a ella con la intención de tirarle del cabello y arrancarle cada
mechón hasta que no aguantara el dolor. Pero dos de sus hombres entraron
para detenerme.
—No puedes alejarme de Kenneth.
—Si decides quedarte con mi hijo, —sonrió— perderás a tu familia.
—¿Qué te he hecho? ¿¡Qué te he hecho!?
—Quitarme a mi hombre —me aclaró, una vez más.
Empecé a gritar como una loca. Y no me importó. No podía perder a mi
familia, por muy dolorida que estuviera con ellos. Pero Kenneth, él me
necesitaba a su lado. Había perdido a su hermano por culpa de la loca de su
madre.
—No-No puedo... —me limpié las lágrimas.
—Sí, sí que puedes —se acercó. Sostuvo la mano de mi madre y la miró
sin pestañear—. Te prometo que, si le dices que no lo amas, cuidaré de tu
madre.
—No me creerá.
—Inténtalo.
Uno de los hombres avisó a Linnéa:
—Su hijo está subiendo por uno de los ascensores.
—Estaremos en el baño. No me decepciones, Thara.
«No.»-Supliqué.
Y como bien había dicho uno de los hombres, Kenneth apareció por la
puerta de la habitación. Su camisa blanca estaba destrozada. Sus hermosos
ojos azules, se apagaron por las lágrimas que derramó al recibir la peor
noticia que le podrían dar sobre su hermano. Se abalanzó sobre mí,
abrazándome con fuerza.
—Por favor —suplicó—. Por favor, Thara.
Estaba temblando.
Me aparté de su lado y lo miré con el corazón roto.
—Lo siento muchísimo, Kenneth. Leopold era un buen hombre.
—Dicen que ha sido el jeque que estaba con Khadija. Quería vengarse de
ellos por desafiarlo.
Seguramente Linnéa se puso en contacto con él.
—Tenemos que irnos, Thara.
—No puedo. No puedo irme.
—Podemos llevarnos a Amanda con nosotros.
—No —acaricié su mejilla, mentalizándome que sería la última vez que
estaría a su lado—. No me voy a ir contigo.
—¿Qué? ¿Por qué?
Cada vez estaba más nervioso.
—Porque no quiero.
—Ya habíamos hablado...
—¡No, Kenneth! —Me aparté de su tembloroso cuerpo—. Me divertí
jugando a tu juego. Pero ya estoy cansada.
—Thara, por favor.
«Deja de suplicar, cariño.»
—Olvídate de mí. Nunca voy a quererte.
Por fin reaccionó, alejándose de mi cuerpo.
Y sentí frío, y miedo.
—¿Es por mi madre?
Sacudí la cabeza.
—No. La decisión la he tomado yo.
—¿Estás segura?
Asentí con la cabeza.
Kenneth no dijo nada más y salió de la habitación golpeando la puerta.
Rompió un cristal y se escuchó de fondo sus gritos de ira.
Caí al suelo, cubriendo la superficie de mis lágrimas.
—Bien hecho —Linnéa salió del baño—. Mañana trasladaré a tu madre a
una clínica privada. Es la mejor. Los médicos de allí se encargaron de mi
difunto marido cuando le detectaron el cáncer. Ellos le dieron un par de años
más de vida.
—¿Contenta? Ahora me odia.
Ella se limitó a sonreír. Era feliz. Nunca la había visto tan feliz como en
aquel momento.
—Ahora tengo que preparar el velatorio de mi hijo. Me reuniré contigo
cuando pueda.
—¿No vas a dejarme en paz, Linnéa?
Me levanté del suelo.
—Te daré tu libertad, Thara —se acercó a sus hombres—. Pero a partir de
ahora trabajarás para mí. Te quiero a mi lado. Será la única forma de que
Kenneth se aleje de ti.
—Eso no es ser libre. Seré tu presa.
Soltó una carcajada.
—Pronto te daré instrucciones. Tengo que irme a buscar a mi hijo antes de
que cometa una locura.
Y así hizo. Salió por la puerta dejando a sus dos hombres controlando mis
movimientos. Linnéa consiguió apartarme de Kenneth. Me chantajeó y ganó
la batalla.
No tenía opción. Era mi familia o Kenneth. Y por mucho que lo quisiera,
mis seres queridos eran mi primera opción.
«Perdóname.»
Pero jamás lo haría.
Epílogo

Kenneth De España

Lo perdí todo:
A mi hermano.
A la primera mujer que me trató como a un ser humano y no un monarca.
Y, lo que jamás pensé que perdería, las ganas de convertirme en rey.
Se había acabado.
No tenía nada que me detuviera en Madrid.
Rompí el protocolo y escapé del hospital sin mis hombres. Cogí el primer
taxi que pasó por delante de mis narices y le di una dirección.
Arreglé mi traje y cerré los ojos.
Deseaba ahogarme en alcohol.
Y nadie me detendría.
«Adiós, Thara.»

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