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(La Corona Ardiente I) La Seducción Del Príncipe
(La Corona Ardiente I) La Seducción Del Príncipe
LIBRO 1
MELISSA HALL
A mis seres queridos;
Gracias por apoyarme siempre.
© Melissa Hall, 2019
© Ediciones M e l, s.l., 2019
Primera edición: diciembre de 2019
«Esta novela es una obra de ficción. Cualquier alusión a hechos históricos,
personas o lugares reales es ficticia. Nombres, personajes, lugares y
acontecimientos son producto de la imaginación de la autora y cualquier
parecido con episodios, lugares o personas vivas o muertas es mera
coincidencia.»
Reservados todos los derechos. «No está permitida la reproducción total o
parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de
ninguna forma o por cualquier medio, ya sea mecánico, electrónico, por
fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de
los titulares del copyright.»
Prólogo
Jugueteé con los botones de su camisa. Erick echó hacia atrás la cabeza,
dejándome paso libre en la curva del cuello. Sentada ahorcadillas sobre él,
sentí su hinchada polla en los vaqueros que empezaban a sobrar. Su boca
babeaba ante el pensamiento de que mi lengua jugaría alrededor de su
excitación. Pero el calor pasó rápido. La televisión se encendió, ya que
caímos sobre el mando, y las noticias parecieron llamarle más la atención que
la chica que tenía semidesnuda sobre él.
—Nuestro reportero nos confirma que el príncipe Kenneth III ha vuelto al
país sin la reina y el futuro heredero, Leopold. ¿Significa que ha vuelto a
meterse en problemas?
Habían pasado de anunciar un ataque iraní, a la prensa rosa de la realeza.
—Erick —seguí besándolo, pero me apartó.
—Después de permanecer tres meses en Dubái, lugar donde se encontró al
príncipe ebrio en una de las fiestas de la embajada, vuelve a escondidas tal
vez para dejar de ser el impertinente hijo de la reina. Pronto volveremos con
más noticias.
Erick se levantó furioso. Podía notar toda la tensión en sus músculos. Él
me había enseñado a odiar la monarquía, y por ello le ocultaba que trabajaba
en palacio para ganar algo de dinero y ayudar a mi madre que cada vez estaba
más mayor y algún día acabarían echándola. El televisor acabó en el suelo
justo cuando una fotografía de Kenneth, paseando por el país, quedó en
primer plano.
—¿¡Eso es lo único que saben hacer!? ¿Sonreír y pasearse con ropa cara
que pagamos nosotros con nuestros impuestos?
Arreglé mi ropa.
—Pensaba que íbamos a pasar el fin de semana juntos.
Él empezó a respirar con dificultad.
—Llamaré a los chicos, Thara. Esto no se puede quedar así.
—¡Erick!
Su corto cabello quedó oculto por una gorra que tenía la bandera
republicana pintada.
Salió del piso sin despedirse de mí.
*
No podía creer que un viernes por la noche volviera al lugar donde
trabajaba. Por suerte era de noche y la mayoría de empleados estaban
durmiendo en sus respectivas habitaciones. La cocina estaba desierta; quedé
sentada junto a la cena que había sobrado. Me serví un plato junto a una copa
de vino, evitando en todo momento mirar el teléfono móvil. Erick no
llamaría. Erick no se disculparía. Ésas eran las consecuencias de tener una
relación abierta.
—No esperaba encontrar a nadie.
De repente se me quitó el hambre.
Él llegó hasta mí con pasos lentos y dificultosos. Uno de sus
guardaespaldas intentó sentarlo en la silla continua de la mía. Cuando me
levanté, me lo impidieron.
—Quédate —pidió.
Mi cuerpo se echó hacia delante para susurrarle algo.
—Tus órdenes no son efectivas para mí.
Kenneth no se esperaba mi reacción.
—Podéis iros —los hombres esperaron, pero por poco tiempo—. Estoy
bien. Mañana saldremos a las nueve de la mañana. Tenerlo todo listo.
Salieron de la cocina con aquella orden directa.
—¿Qué quieres, Kenneth? Estás borracho.
Estaba ardiendo; sus mejillas estaban sonrojadas.
—La prensa me ha descubierto.
Intenté levantarme de nuevo, pero sus palabras sonaban más fuertes que su
lucha física a la hora de retenerme.
—¿No has encontrado a tu puta perfecta, Kenneth?
Si no hubiera bebido tanto, me hubiera atacado de alguna forma; no física,
pero sí psicológica.
—Mi madre pretende que sea como mi hermano. No puedo.
—Tu asquerosa vida me importa una...
—¿Alguna vez has trabajado como chica de compañía?
—¿Perdona? —había escuchado bien.
Se levantó.
—Borracho no me das tanto asco, criada.
Pero él a mí sí.
—¡Qué te jodan!
No quería gritar, más bien lo intenté.
Fue un fracaso por mi parte.
Kenneth no dejaba de reírse. De intentar acercarse hasta mí para
convencerme.
—Te pagaré muy bien, Thara.
¿Pensaba que llamándome por mi nombre su propuesta sonaría mejor?
—Olvídate de mí.
Di media vuelta, pero sus dedos habían sido rápidos; quedaron alrededor
de mi muñeca.
—¿Discutir te excita? —estaba completamente loco—. Lo digo porque
puedo ver lo duro que se te han puesto los pezones desde el momento que
me he puesto a tu lado. Dime, Thara, ¿quieres que te toque?
3
—¡Gané de nuevo!
Nunca había visto tantos talones sobre una mesa improvisada de póker.
—¿Cómo lo haces? —chasqueó los dedos para llamarme—. Más whisky.
Kenneth era tan mal educado.
—A mí también, femme —llené primero su copa. —Merci.
—Ya te puedes apartar —en ningún momento me miraba.
—¿Thara? —me detuve cuando Philippe me nombró—. ¿Alguna vez has
jugado al póker?
—No.
Kenneth habló de nuevo por mí:
—No tiene dinero.
—Amigo mío, no siempre hemos jugado con dinero. En Dubái propusiste
tú el juego.
—Pero no con una —me lanzó una de esas miradas que ya no soportaba
—criada.
Philippe acercó otro sillón.
—Si ganas, Thara, uno de nosotros dos se quedará desnudo. Si ganamos
nosotros, tú te desnudas. ¿Quieres jugar?
Parecía que en cualquier momento Kenneth saldría corriendo.
—¿Y con qué fin?
Ambos se miraron; uno estaba convencido, y el otro...
—Hacer un trío.
Se me hizo un nudo en la garganta.
—¿Un...Un...?
Cogió una copa, la llenó y me la acercó.
—Tú decides.
Sábado.
Estaba siendo humillada por Kenneth.
Me senté en el sillón.
Después miré al francés.
Esperaban una respuesta.
Me bebí la copa de un trago y respondí.
4
*
Me levantaron a las cinco de la mañana porque necesitaban hacer unas
pequeñas obras en la habitación que ocupaba en palacio. Los hombres
empezaron a entrar y montar muebles sin darse cuenta que ni siquiera había
podido dormir y me quedaba una hora para tomarme una ducha y trabajar
ocho horas seguidas.
¡Maldito Kenneth!
—¡Hola! —una chica apareció por la puerta—. Soy Judith, tu nueva
compañera de habitación. Me ocuparé de los tulipanes de la reina. El príncipe
Kenneth ha propuesto que duerma aquí. Dice que esta habitación tiene unas
vistas preciosas.
Golpearon la puerta antes de entrar.
—¿Ya os conocéis?
—¡Majestad! —la chica dejó caer sobre su pecho todo su cabello negro.
Hizo una reverencia, como solía hacer mi madre—. Muchas gracias. Me
parece preciosa esta habitación.
¿Por qué era tan amable con ella?
—Llámame Kenneth. Aquí somos como una gran familia —tocó su
hombro—, ¿verdad, Thara?
No quería mirarlo.
—Por favor —alzó la voz—, dejadnos a solas.
Yo también quería salir de allí, pero no podía.
—¿Esta es tu forma de alejarme de Philippe?
Pasó por delante de mí y se sentó en mi cama. Ni siquiera me había dado
tiempo a guardar el camisón, pero Kenneth lo cogió, tocó la seda y lo dobló
peor que una trabajadora de Zara.
—Estás muy equivocada —giré sobre mis pies descalzos, quedando
delante de él. Era una de esas pocas veces que me miraba directamente a los
ojos—. Y lo comprobarás por ti misma. Dentro de cuatro horas tengo una
reunión muy importante. Te necesito a mi lado. ¿Entendido?
Se levantó y llegó hasta la puerta.
—¡No!
—¿No? —lo repitió para asegurarse.
—Antes tendrías que obligarme.
Y en unos cuantos pasos quedó delante de mí y alzó mi rostro con la
misma delicadeza y seguridad al igual que hizo en el baño de la embajada.
—Nunca andarás por delante de mí. Siempre estarás a dos pasos detrás. Si
tengo que obligarte —apretó los dedos en mi mejilla y me obligó a mirar la
cama —lo haré.
—No me das miedo, Kenneth.
Cambió de tema.
—Tienes una piel muy suave para alguien como tú. Y unos labios
carnosos.
Tragué saliva.
—¿Es eso? —el nudo desapareció. Reí—. ¿Quieres meterte tú en mi
cama?
Y esa vez, sí que le dio tiempo a responderme.
Me sorprendió.
O tal vez no.
9
Respondí:
—Yo decido cuando termina. ¿Te ha quedado claro, Kenneth?
Le convenía guardar silencio, y así hizo. Me dio la espalda y se dirigió
hasta su amigo con pasos lentos. Imaginé que esa actitud tranquila era por el
hecho de controlarme. Si descubría Philippe que estaba detrás de esa enorme
estantería, acabaría dándose cuenta que su propio amigo le ocultaba más
cosas de las que llegaría a imaginar. Entre el hueco de dos enormes libros
observé la imagen de ambos hombres. Seguramente si el escenario fuera el
despacho del príncipe no heredero de la corona, una copa de brandy ayudaría
a que las palabras fluyeran a un buen ritmo, y no como en aquel momento; el
silencio llegaba a ponerme nerviosa. Pensar que ambos estaban
incómodos...llegaba a ser estúpido.
—Puedo escuchar estupideces por parte de mi amigo en otro momento —
soltó con una sonrisa graciosa para amortiguar la insinuación que remarcó en
voz alta—. Sin mi hermano en medio, tú y yo podremos conseguir grandes
negocios.
Philippe se centró en arreglar los puños de la camisa.
—Solías pasar de los negocios al placer. No al revés, Kenneth.
—¿Dónde ves el placer? —preguntó confuso.
—En Thara.
Mis ojos se cerraron esperando una de sus carcajadas, pero cuando lo
único que pasó fue que Kenneth se quedó cruzado de brazos, por un
momento deseé conocer su respuesta. O más bien, uno de esos chistes malos
en los que me trataba como su criada y no una persona que se ganaba un
sueldo por abrillantar el suelo que pisaban los suyos. Dio la espalda a
Philippe y avanzó hasta la puerta. Sus tensos hombros no ayudaban
demasiado, aunque pronto volvería a ser él. Solía ignorar lo más importante
para pasar a algún tema que le hiciera sentir más seguro a la hora de hablar.
—Tengo que demostrarle a Leopold que puedo ser igual o mejor que él. Si
me quieres ayudar genial. Lo que no voy hacer es perder el tiempo hablando
de criadas estúpidas que consiguen sacarme de quicio —abrió la puerta
mientras que yo estaba a punto de estallar por la ira—. Te la puedes llevar. Si
lo que te pone realmente es verla con ese uniforme, toda tuya.
Y esos fuertes pasos no fueron lo único que se escucharon. Philippe fue
detrás de él inmediatamente.
«Deberías dejar de sentir lástima por él, Thara.» —Me dije a mí misma
una vez que no pude dejar de mirar sus ojos. Ni siquiera sabía cómo colocar
mis brazos para que no fueran una carga y él notara lo nerviosa que estaba.
Jamás había necesitado memorizar unas palabras para que me hicieran
parecer segura y las soltara con claridad. Pero hasta el día de hoy. Bajé la
cabeza con la única intención de mirar nuestro calzado, y al escuchar como
Kenneth gruñó por la pérdida de tiempo que estaba teniendo por quedarse
junto a mí, entreabrí los labios y solté cada palabra que impactaría contra el
otro como si fueran puñales envenenados.
—Eres más infeliz que yo. Puede que los demás piensen que eres perfecto
por ser un príncipe. Y que ni siquiera tengas que mancharte las manos para
ganar dinero y sobrevivir como el resto de las personas. Pero si te vieran con
los ojos con los que te veo yo —apreté con fuerza los puños—, sentiría
lástima.
—¿Lástima?
Asentí con la cabeza.
—Núcleo familiar destrozado; Un hermano que hará lo posible para
dejarte en el olvido de lo que un día fuiste. Una madre que prefiere estar junto
a su hijo mayor. Y un padre que prefirió estar en los brazos de otra mujer
porque la familia que tenía no le daba el suficiente cariño —no sé cuándo
debí callar, pero lo hice en el momento en el que Kenneth alzó la mano para
golpear mi mejilla. No lo hizo. Se detuvo en seco a unos centímetros—. Has
sido un crío infeliz. Y ahora la manera más digna para ti de tener la atención
de los demás es tratándolos con desprecio.
Sus hombres intentaron apartarlo de mi lado y seguir con el camino que
escogió antes de que lo detuviera. Con un movimiento de manos se alejaron
un par de metros para darnos esa intimidad que el príncipe necesitaba. Se
inclinó hacia delante, y con esa sonrisa perversa —la cual perdió durante
unos segundos— me respondió.
—Eres tan estúpida que ni siquiera te das cuenta de lo que pasa a tu
alrededor. Puede que mi padre tuviera una segunda familia —forzó una
carcajada—, pero nunca fui una persona infeliz. ¿Qué se siente que tu madre
le tenga más cariño a la persona que estás empezando a odiar? Recuerdo a
Amanda quedándose a mi lado hasta que me quedara dormido. Y en vez de
visitar a su adorable pequeña, retrasaba sus salidas a su hogar para estar más
tiempo a mi lado. Siempre gano, Thara.
—¡Mientes! —Había perdido. En el momento que alcé la voz, él volvió a
ser el vencedor.
Me dio la espalda y avanzó lentamente y con elegancia. Parecía que había
olvidado la reunión tan importante, pero eso me lo imaginé yo. Ajustó la
corbata alrededor del cuello y estiró los labios para ser ese príncipe
encantador que tanto admiraban.
—Podríamos seguir manteniendo esta conversación, aunque no estoy
dispuesto a darle a una criada parte de mi valioso tiempo. ¿Por qué no te vas
a recoger toda esa mierda por la que te pagan? Será más productivo que
mirarme a mí sin pestañear.
Antes de que no quedara nada de espacio entre nosotros dos, posé ambas
manos sobre su pecho, arrugando la camisa blanca de algodón con mis
propios dedos. Siempre había momento para desafiarlo con la mirada, pero
últimamente prefería oír su voz que sonaba más calmada a diferencia de
cuando nos conocimos. En ningún momento apartó esos brazos que lo
estaban bloqueando, al contrario, soltó una carcajada y sus suaves manos
quedaron posadas sobre las mías. Esas grandes manos eran muy diferentes a
las de Erick; se notaba cuando una persona había trabajado con sus propias
manos y quien las tenía como un bebé por no hacer nada de esfuerzo.
—La prensa ha dicho cosas peores de mí. Relacionarme con alguien del
servicio no me afectaría, Thara —estaba buscando mi mirada, y al no alzar la
cabeza, él tuvo que inclinarse—. Te importa más a ti, que a mí.
E imaginé que ver a Kenneth rodeado de mujeres después de salir de un
club privado era mucho más escandaloso que ir junto a una joven
desconocida que trabajaba en el palacio real. Volvía a ganar. No sabía cómo
lo hacía, pero siempre quedaba bien. La suerte estaba de su parte, y lo
envidiaba.
—Quiero seguir siendo una persona anónima.
Por fin lo miré a los ojos.
—¿Sabes a cuántas mujeres les gustaría estar en tu lugar? —antes de que
soltara otra estupidez, lo callé.
—No quiero ser como las otras. ¿Vivir hablando de ti es un negocio? —
tuvo el valor suficiente de asentir con la cabeza sin sentir vergüenza—. Pues
no quiero formar parte de ese mundo. Ahora, Kenneth, con tu permiso, tengo
suelos que limpiar —solté la camisa y me aparté bruscamente de ese cálido
espacio que encontramos para charlar—. ¡Ah! Y no me avergüenzo de ello.
Si no me quieres ayudar, ya buscaré otra solución.
No le importó.
Pero, ¿por qué iba a importarle?
La reina prefería que se quedara encerrado por los escándalos en los que
llegaba a meterse cada vez que salía. Y Kenneth, con los brazos cruzados,
ignoraba la palabra de su madre y seguía haciendo lo que quería. Como
pretendía llegar a ser rey, cuando no estaba a la altura.
Cogí aire antes de marcar el número que había en la tarjeta que le dejaron
a Erick. Seguramente se desesperó al notar que desapareció de su bolsillo la
solución para llegar más lejos a los ataques a la realeza. Nunca sentí tanto
miedo. Si hubiera descubierto que era yo la mujer de la fotografía, ¿era capaz
de hacerme daño? Esa pregunta rondó un par de veces en mi cabeza, incluso
cuando una voz, al otro lado de línea, preguntaba quién estaba escuchando su
voz sin responder.
Se me escurrió el móvil de la mano, y reaccioné antes de que me colgara
ese hombre. Atrapé el teléfono que cayó sobre la cama y rápidamente saludé
por el altavoz.
—Usted se puso en contacto con un amigo mío para venderle una
fotografía.
—Niña, hablo con muchísima gente. Deberías concretar más —odié a ese
tipo por llamarme niña. Tuve que aclararme hasta la voz—. Es parte de mi
profesión. Me pongo en contacto con periódicos, revista del corazón...
No tenía tiempo, y mucho menos saber que era un buitre que sólo quería
dinero.
—Hablaba de la fotografía que le sacó al príncipe Kenneth con una
desconocida.
Tuve que apartar el teléfono de mi oído ante la risa que soltó.
—No será barata —me lo imaginé relamiéndose los labios ante el placer
de saber la suerte que tuvo al conseguir más que los otros fotógrafos. —Una
revista pequeña, de esas que se dedican a sacar famosos jóvenes sin camisetas
para las crías que pasan por los kioscos cada quince días, me han ofrecido
diez mil euros. ¿Cuánto me ofreces tú?
¿Diez mil euros?
Era una cantidad que yo no tenía.
—Pero...Pero —no entendía nada—. ¿Cómo le ofreció a Erick hablar con
usted si él no tiene ni dinero?
Hubo un silencio por parte de ese hombre que seguramente tenía unos
cuarenta y tantos de años.
—Observé a ese muchacho la noche en la que se hizo la fiesta en la
embajada de Francia. El odio que sentía hacia el príncipe era digno de un
buen escándalo. Pensé que, si le vendía la fotografía, el joven llegaría muy
lejos. Tanto, que yo estaría presente para grabarlo todo y vender un material
que nadie más tendría.
—Es un hijo de...
—¡Calma, pequeña! ¿No tienes el dinero? No hay trato.
Y colgó la llamada.
Quería detenerlo, o mi rostro saldría en todas las revistas a la mañana
siguiente. Kenneth no estaba dispuesto a ayudarme. Mi madre no me dejaría
tanto dinero y mucho menos mi hermana. Estaba teniendo un ataque de rabia,
cuando por la puerta asomó la cabeza Judith. Observó en silencio como
golpeaba el teléfono móvil sobre el colchón, y me pidió disculpas una vez
que quedó dentro, encerrada conmigo.
Después de verla con Kenneth, encerrada en su despacho, me evitó en
todo momento.
—¿Qué quieres? —me levanté hasta quedar delante de ella.
Judith dio unos pasos hacia atrás.
—Siento interrumpirte.
—La habitación es toda tuya —no sabía dónde iría, pero tenía que salir de
allí.
—¡Espera, Thara! —me retuvo por el brazo. Al darse cuenta que no me
gustó que me tocara, me soltó de inmediato—. Quiero hablar de lo que pasó
el otro día.
Me hubiera gustado reírme, pero los nervios no me lo permitían.
—Mi madre y yo nos dimos cuenta que no eras jardinera. No eres la
primera mujer que veo que entra aquí para complacer al príncipe —no se
apartaba del medio—. Si eres una señorita de compañía, no te faltaré al
respeto.
—Soy detective.
Y sí, acabé riéndome.
—¿Qué? —pensaba que era más joven que yo. Pero el físico de una
persona a veces no se asociaba con su verdadera edad—. Vosotros no
estabais hablando de negocios esa noche.
Tragó saliva.
—Y tienes razón —bajó la cabeza—. Pero no quería hablar de eso ahora.
—¿No?
Alcé una ceja.
—Más bien a advertirte —esperé a que continuara—. Tienes que dejar ese
juego que mantienes con Kenneth.
¿Qué juego?
—¿Por qué?
—Porque puedes arrepentirte —su tono de voz cambió—. Es divertido
seducir o que te seduzcan, pero luego llega el amor. Y para él, por encima de
todo, está la corona. Olvídate de Kenneth. Aléjate de él.
—Es todo tuyo.
—No, no lo es. Por eso estoy hablando contigo —miró de reojo la puerta,
temiendo a que alguien la escuchara—. Estoy aquí para encontrar a la familia
que su padre formó a escondidas de su mujer. Y quiero protegerle.
Sonreí.
—¡Qué dulce eres! —reí—. Podéis hacer lo que os dé la gana a los dos.
Paso de Kenneth. De ti. ¡Y de todos! ¿Queda claro? Ahora apártate de mi
camino. Al menos yo, sí tengo cosas mejores que hacer antes que buscar una
familia a la que un hombre abandonó por miedo y falta de valor.
Judith no me impidió que saliera de la habitación, pero si lo último que
dijo.
—Tu padre actuó de la misma forma que el de Kenneth, ¿no?
Giré bruscamente sobre mi calzado para echarme encima de ella.
—¿Y tú qué sabes?
No me gustaba que los demás conocieran parte de mi vida. Así que,
después de la terrible noticia de saber que mi nombre podría salir tanto en
periódicos o por los telediarios, me aterraba.
Ella calló al ver a la única persona que le conté lo triste que me sentía al
no conocer a mi figura paterna. Philippe acomodó una mano sobre mi
hombro y le pidió a Judith que se marchara. Ella con la cabeza bien alta lo
hizo.
No pude ni mirarlo a los ojos.
—Se lo has contado —afirmé.
—¿De qué hablas, Thara?
—El nuevo juguete de Kenneth sabe que no conozco a mi padre —moví
mi hombro y me libré de sus dedos—. Eres el único al que se lo he contado.
Me miró con esa mirada tierna e intentó tocar mis mejillas.
No le dejé.
—No he hablado con ella. Acabo de llegar. Quería hablar contigo.
—¿De qué?
—De lo que pasó la otra noche —aclaró.
Entonces, ¿quién se lo había dicho?
—No pasó nada —quedé cruzada de brazos—. Ahora vete, Philippe.
—Thara...
—Por favor.
Bajó la cabeza.
—Dame una oportunidad. Te lo puedo explicar —no era el momento.
Sacudí la cabeza y Philippe lo entendió—. Está bien. Puedo esperar. Por
cierto —me tendió una caja pequeña—, Pablo me ha dado esto. Es para ti.
Pablo era otro de los guardaespaldas de Kenneth.
Lo abrí rápidamente.
Y al ver el interior, no lo podía creer.
¿Una cámara?
—¿Había alguna nota? —le pregunté.
—No. ¿Por qué?
—Hace unos minutos he hablado con el dueño de esta cámara. Me estaba
chantajeando. Consiguió hacernos una foto a Kenneth y a mí y quería
venderla a los medios de comunicación.
Philippe sacó la cámara y observó ese momento que plasmó en cuestión de
segundos aquel hombre. Y debajo, sin haberme dado cuenta, estaba el
nombre de la persona que pagó por el material exclusivo.
Lo leí en voz baja:
Kenneth.
—Ahora vengo.
—¿Adónde vas?
A por respuestas.
Intenté pasar por delante de él, pero no lo conseguí. Tocó mis labios, y con
una tristeza habló:
—¿Has caído en sus brazos?
—No tengo que darte explicaciones, Philippe. Saluda a tu prometida de mi
parte.
Estaba furiosa con él.
Aunque no podía usarlo como excusa.
Me acosté con Kenneth porque lo deseé durante un corto tiempo.
Y acabé arrepintiéndome.
Mucho más cuando descubrí la verdad.
—Géraldine es una amiga —se cruzó de brazos sabiendo que alguien nos
observaba—. ¿Verdad, Kenneth?
Kenneth estaba detrás de mí. Y lo único que vi, al fondo del pasillo, fue la
silueta de Judith.
Una carcajada por parte del príncipe me puso el vello de punta.
Pronto Judith quedó a su lado.
Philippe se alejaba de mí.
—N-no lo sabía. Philippe —era demasiado tarde. Dio media vuelta—.
¡Espera! ¡Philippe!
Me mintió de nuevo.
¿Cómo había sido tan estúpida?
Cuando quise reclamárselo a Kenneth, todo ese placer que sentía al
comprobar que entre Philippe y yo no pasaría nada más, se esfumó. Judith le
susurró algo en el oído. Su rostro palideció. Tuvo que sostenerse en la pared.
Me miró a los ojos y se apartó de la mujer que contrató para encerrarse en la
habitación.
¿Qué le había dicho?
No dormí bien. Estuve pensando toda la noche que podría haberle dicho
Judith a Kenneth para que se alejara bruscamente hasta encerrarse. Ella no se
dignó a aparecer por la habitación. Cuando me puse el uniforme salí de allí,
con la sorpresa que me encontré con mi madre.
Le sonreí.
—Hola, mamá —fui a darle un beso—. ¿Cómo se encuentra la pequeña...?
No llegué a terminar la frase.
Impactó su mano sobre mi mejilla hasta girar mi rostro.
—¿¡Qué has hecho, Thara!? —gritó más fuerte —¿¡Qué has hecho para
que el príncipe Kenneth te despida¡?
¿Des-Despedida?
No entendía nada.
Me quedé parada.
Sin saber qué responder.
Pensativa.
Y buscando el supuesto error que cometí para que decidieran despedirme.
17
Mi otra mitad.
—¡Por todas las mariposas! ¿Qué te ha pasado en la mejilla?
Después de darle un abrazo, eché hacia atrás la silla para servirme una taza
de café. Ni me había dado cuenta que el anillo que llevaba mi madre en el
dedo dejó una marca por debajo del ojo. Con las manos alrededor de la taza,
sonreí.
—¿Qué has dicho?
En cualquier momento soltaría una carcajada.
—¿Qué te ha pasado? —mi hermana salió corriendo. No tardó nada en
traer el pequeño botequín y sacar del interior unas tiritas de Hello Kitty—. Lo
siento, no me quedan de las normales.
Bebí una buena dosis de café.
—Es raro oírte decir cosas cursis cuando tú me enseñaste a insultar —le
saqué la lengua.
Ella se sentó junto a mí.
—Ahora tengo una hija, Thara. He madurado —tiró una directa; su
hermana pequeña todavía no lo había hecho. Y eso que ya era una
veinteañera—. Ahora dime, ¿qué ha pasado?
—Mamá.
—¿¡Qué!?
—Tranquila —no quería que se alterara—. La conoces. Creció en la época
del franquismo, ¿qué esperabas? ¿Qué después de despedirme me diera un
beso?
Y aunque en el fondo, hubiera esperado algo más por su parte. Pero
estábamos acostumbradas. Sofía y yo tuvimos la disciplina de un sargento en
vez de una madre.
—¿Te han despedido?
Asentí con la cabeza.
Ella siguió hablando:
—Bueno, tampoco te entusiasmaba —ella siempre miraba las cosas
buenas. A diferencia de mamá. Por eso éramos inseparables.
—¿A quién le entusiasma limpiar el baño de los demás?
Ambas dijimos:
—¡A nadie!
—Y menos el trono de un principito que no soporta nadie —volví a
servirme de la cafetera—. Creo que te dejaré sin desayuno.
—¿Cagaba mierda real dorada? —preguntó entre risas.
Menos mal que no me pilló bebiendo.
—¡Sofía! —no aguanté más y reí junto a ella—. No quiero hablar de él.
—¿Te das cuenta que cada vez que te acuestas con un tío me dices lo
mismo?
Tragué saliva.
—No me he acostado con él... —me miró con esos ojos grandes que
llegaban a dar miedo—. ¡Joder! Odio que me conozcas tan bien.
Y de repente mi hermana quiso matarme.
No por acostarme con el príncipe.
Más bien por...
—Mami, ¿qué ha dicho la tía Thara?
La pequeña salió de la habitación y se sentó en el regazo de su madre. Me
lanzó un beso, hice lo mismo después de guiñarle un ojo.
En el piso de mi hermana estaban prohibidas las palabrotas, los gritos, y
muchas más cosas que tenía apuntadas en una libreta con un imán en la
nevera.
—No ha dicho nada, cielo.
Agatha se frotó el ojo con el puño.
—En realidad he dicho... —algo me golpeó en la rodilla—. ¡Aaaah! Eres
una bestia.
—Cállate, Thara.
—¿Discutís, mami?
Sofía negó rápidamente con la cabeza.
—Estábamos haciendo el amor —la bajó de sus piernas—. Corre, enséñale
a tu tía el nuevo puzzle que te regaló la abuela.
Cuando Agatha se fue a su habitación solté la taza.
—¿Qué le acabas de decir a la niña?
—Llevo todo lo negativo a lo positivo. Lo he leído en un libro.
Alcé una ceja.
—Te conozco, Sofi —esta vez la miré yo—. ¡Madre mía! Intentas que la
niña relacione todo lo malo con hacer el amor para que nunca practique sexo.
Eso es retorcido hasta viniendo de mi hermana mayor. ¿Estás loca?
—Protejo a mi hija. Si a los dieciséis no se ha quedado preñada, significa
que he sido una buena madre. Después le diré que eso del sexo está bien.
—Eres peor que mamá.
—No, Thara.
Quedé cruzada de brazos.
—¿Tienes que ir a trabajar? —miré el reloj, por eso se lo pregunté—. ¿No
vendrá mamá a cuidarla?
—No, esta mañana me mandó un mensaje de texto que tenía que trabajar
—se levantó del asiento—. Si cuidas a Agatha, te pagaré.
Le di un abrazo.
—Quiero a mi sobrina. Paso del dinero. Lo sabes.
—¿Podrás pagar el alquiler?
No, no podía pagar el alquiler sin trabajo.
—No.
—Te preparé una habitación.
—Te quiero, madre rarita.
—Y yo a ti, folla príncipes.
Las risas siguieron durante unos minutos más.
—¡Ahora te odio!
—Thara, ¿si no es un príncipe de verdad, después de tirártelo se convierte
en sapo? —le tiré el bolso—. ¡Vale! Ya me voy. Los medicamentos de
Agatha están en la cocina.
Estaba preocupada por ella. Temía que soltara cualquier cosa que con el
paso del tiempo la torturaría mentalmente. Intenté quedar delante de mi
madre, pero con tranquilidad se quedó a mi lado para enfrentar a Kenneth; el
niño bonito que cuidó desde que era muy pequeño. Esa sonrisa que siempre
había estado en su rostro para el príncipe, se esfumó. Delante de él había una
mujer. Dejó de ser una de sus criadas para interpretar el verdadero papel de
una madre. Con amabilidad respondió después de aquel grito que me puso el
vello de punta.
—Siempre ha contado conmigo, príncipe Kenneth, pero no pienso permitir
que le falte el respeto a mi hija —cruzó los brazos bajo el pecho—. Todos
cometemos errores. Yo soy la primera en admitirlo —por primera vez, desde
que trabajé a su lado, mi madre estaba de mi parte. Sostuvo mi mano y siguió
observando los ojos del hombre que se atrevió a buscarme después de
despedirme—. Si no quiere que vuelva a trabajar para su familia, ella misma
renunciará al puesto que le conseguí. Pero le pido, por favor, que no vuelva a
insinuar que entre usted y mi hija ha habido algo. Y mucho menos delante de
mi nieta.
Por mi parte hubo un silencio.
Por Kenneth...
Una carcajada.
Se arregló el traje que llevaba y dio unos pasos hacia delante para quedar
más cerca de ella. A diferencia de mi madre, que se tomó la situación como
algo serio, él no dejaba de sonreír demostrando lo divertido que le parecía la
situación.
—Estaba bromeando, Amanda —posó una mano sobre su hombro para
intentar estar más cercano a ella—. Únicamente seguía el juego de Thara.
Además —aparte de mostrar sus perfectos dientes con la amplia sonrisa que
marcó, dejó su lado más frívolo a la luz—, y bien has dicho, siempre he
podido contar contigo. ¿Nunca me traicionarías, cierto? Estoy seguro que no
me ocultarías nada que pueda destruirme.
Mi madre tragó saliva.
—Será mejor que te marches, Kenneth —le pedí—. Tengo que hablar con
mi madre a solas.
Quedó detrás de ella y me guiñó un ojo.
—Perfecto. ¡Thara! —alzó la voz antes de reunirse con sus hombres—. Te
espero en mi despacho. Tenemos que hablar.
Al cerrar la puerta me di cuenta que no todo había acabado allí. Kenneth
tenía algo en mente y volvía a ser su peón en un juego donde alguno de los
dos acabaría mal.
Mi preciosa sobrina se sentó delante de la mesa para comer lo que le serví
en un plato. Mi madre esperaba sentada en el sofá. Ocultó en todo momento
las manos entre sus piernas para controlar el nerviosismo. La idea de que
volviera a trabajar para Kenneth seguramente le disgustó, pero en el fondo
estaba segura que las palabras del príncipe, aquellas en las que intentó dejarle
claro que algo ocultaba, la aterrorizaron tanto...que delante de mí volvía a
tener a una mujer asustada olvidando lo valiente que podía ser.
Le tendí una taza de café y la cogió. Seguramente tenerla entre las manos
sería un buen método para que las manos no le temblaran.
—Sabe que le ocultas algo, mamá.
Tenía que advertirle.
La quería.
Era mi madre.
—¿Eras consciente que el rey tuvo un amante? —por fin me miró—.
Mamá, quiero ayudarte.
—Sí.
—¿Y bien? —el corazón se me aceleró. No podía creer que mi madre
estuvo durante años ayudando al padre de Kenneth a ocultar una segunda
familia—. Su hijo solo busca respuestas.
—Esas respuestas le pueden hacer daño.
—¿Por qué le iban a hacer daño?
Silencio.
Se tomó un tiempo para beberse la taza de café.
—El padre de Kenneth nunca amó a Linnéa. Su matrimonio fue una
tapadera para reinar. Cuando ella llegó, todos éramos demasiado jóvenes —
sonrió al recordar una etapa de su vida que era feliz—. En tiempos duros
nuestra generación luchaba día tras día gracias al amor.
—¿Qué quieres decir?
—Ellos siempre serán la segunda familia del rey. Antes hubo una mujer.
Mucho antes de que Linnéa viniera de Suecia. Cuando dejó de verse con su
primer amor, se casó obligado —¿por qué sabía todos esos secretos? —Con
el paso de los años, el señor Luis se encargó de sus hijos hasta que volvió a
conocer a otra mujer. Estaba en su derecho de enamorarse dentro de un
matrimonio que lo hacía infeliz. Murió con una sonrisa en los labios, Thara.
—Eso no lo justifica.
Me crucé de brazos.
—Tú no lo puedes entender.
—Lo intento, mamá. Pero tengo el mismo problema que Kenneth —me
levanté del sofá—. Tú eras feliz con el padre de Sofi... ¿por qué caíste en los
brazos de otro hombre? Un hombre que no fue capaz de darme un apellido.
Una persona que ni siquiera conozco. No, mamá, no puedo comprenderte ni a
ti ni al rey que tuvimos en España.
—No puedes reprocharme algo que pasó hace muchos años...
—Al contrario. Llevo años buscando respuestas. Entiendo que Kenneth
esté furioso contigo porque tú fuiste una de esas personas que le cubrían las
espaldas a su padre.
—¿Qué vas a hacer, Thara?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Pero si Kenneth descubre quién es esa mujer que tuvo una
familia con su padre y tú sales mal parada —cogí aire antes de salir del piso
de Sofía—, no pienso estar ahí. Tú tampoco estuviste en mis peores
momentos. En esos momentos que siempre quise saber el nombre de la
persona que te incitó a dejarlo todo para después abandonarte.
Escuché como gritó mi nombre, pero la ignoré.
Cuando ese hombre la dejó embarazada, salió corriendo. Por suerte el
padre de mi hermana siempre estuvo junto a ella y me crio como una hija más
hasta que terminaron esa relación que los destruía.
Yo también buscaba respuestas.
Un coche de lujo llevaba un buen rato siguiendo mis pasos. Tuve que
detenerme para saber qué estaba pasando. La ventanilla se bajó, y cuando lo
vi a él, no pude evitar sonreír de felicidad.
—Pensaba que no volvería a verte —me acerqué con cuidado.
Philippe volvía a lucir esa sonrisa que enamoraría a cualquier mujer.
—Vengo a despedirme, Thara.
Noté como me cayeron los hombros.
—¿T-te...? —no sabía hablar—. ¿Te marchas?
—Mi viaje a España fue para visitar a un amigo. Tengo cosas que hacer en
Francia —aun así, con todo lo que pasó, no parecía decepcionado—. Sé que
estarás bien. Que tengo que alejarme de vosotros.
—¿Nosotros?
Siguió sonriendo.
—Con el tiempo lo entenderás. Déjame darte un obsequio —se sacó una
tarjeta del bolsillo. Cuando la tuve entre mis dedos leí mi nombre y mis
apellidos. En una esquina, un logo dorado destacaba por encima de todo—.
Es un club. Mereces ser tratada como a una señora, Thara.
—No lo entiendo.
Algo tramaba.
Pero me quedé con su risa.
—Deseo que conozcas al Kenneth que todo el mundo admira. Y estoy
seguro que lo harás —me guiñó un ojo—. Leopold te sorprenderá. Deja que
él te ayude.
—¿Philippe?
—Cuídate, mon chéri.
Y esa breve conversación me dejó parada en medio de la calle. Pensando
en qué podría haber pasado para que marchara tan rápido.
Guardé aquella tarjeta que me tendió, y me dirigí para hablar con Kenneth.
Jadeé avergonzada.
Rápidamente bajé la cabeza para evitar en todo momento mirar esos ojos
claros que estarían disfrutando ante la debilidad de una mujer que odió al
príncipe desde el primer momento en el que se arriesgó a observar una escena
que ella misma vivió; acabar en sus brazos. No era justo. No podía
permanecer a su lado un segundo más. Acarició mi piel con delicadeza por el
simple hecho de estar furioso con su hermano mayor. Kenneth, seguramente
pensó, que si conseguía seducirme y volver a deshacerse de mi ropa habría
ganado otra batalla.
Pero estaba equivocado. Leopold no parecía un hombre vengativo, incluso
con todo lo que había pasado en su ausencia.
—¿Adónde vas? —preguntó una vez que me liberé de su brazo. Me
levanté con nerviosismo y acabé delante de la puerta con la mano temblorosa.
Deseaba por primera vez que se mantuviera allí, observándome sin decir
nada. Aunque no lo hizo. Al quedar detrás de mí, mi respiración se aceleró—.
Quédate aquí esta noche.
De nuevo los nervios me hicieron reír.
—Me echas y ahora me das ¿ordenes?
—No quiero estar solo esta noche —siguió acariciando mi cuello, y antes
de que posara una vez más sus labios, me escabullí de aquel brazo que estaba
dispuesto a rodear mi cintura—. ¿Pretendes que suplique yo?
No, Kenneth no me pediría una vez más que me quedara junto a él.
Tampoco estaba dispuesta a comprobarlo.
—Lo siento —solté muy rápido—. Tengo que irme. Mañana madrugo.
Y sin poder creerlo, salí de allí sin mirar atrás. Sin esperar una furiosa
respuesta por su parte con el fin de provocarme. No. Lo único que hice fue
tirar del delantal y quitármelo para deshacerme de esa prenda que
últimamente parecía llamar demasiado la atención del hombre que menos
esperaría. Lo más extraño de todo, es que Kenneth no era el único que estaba
cambiando de opinión...y eso me aterraba.
Al cerrar la puerta de mi habitación, respiré con tranquilidad. Allí estaba
segura. Nadie se atrevería a colarse. Salvo la otra mujer que dormía allí.
La sorpresa fue la siguiente; Judith estaba terminando de arreglar su
maleta.
—¿De dónde vienes? —miró por encima del hombro y volvió a fijar la
mirada en las prendas de vestir—. Llevas muchas horas fuera.
En realidad, sólo estuve unos minutos en la habitación de Kenneth, pero
me dio la sensación de que estuve más tiempo del que realmente pasé.
—A ti no te importa. Puedo hacer lo que quiera, ¿entendido, Judith?
—Tranquila, ya es todo tuyo.
—No te entiendo —di unos pasos hacia delante.
Bajó la maleta de la cama, y llena de ira me plantó cara.
—Leopold me quiere lejos de aquí. Creo que no soy la única que sabe
demasiado —esa sonrisa, actitud de saberlo todo cambió por un temor que se
reflejaba en su mirada—. Kenneth tampoco ha hecho nada. ¡Qué le jodan!
Hubiera hecho mil cosas por él, pero no vale la pena —arrastró esa enorme
maleta. Cuando intenté ayudarle, y ni siquiera sé por qué lo hice, me dio un
manotazo en el brazo para apartarme de su lado—. Acabarás como yo.
Primero empezará con una amistad. Después todo será sexo. Y cuando tenga
lo que quiera —me miró con lástima—, se deshará de ti. Pero claro —
pestañeó repetidas veces mientras que reía—, a vosotros os une un bonito
vínculo. Disfrutadlo hasta que podáis.
No entendí nada. Aunque ella tampoco estaría dispuesta a responder.
Me sobresalté ante el portazo que dio al desaparecer de la habitación.
Estaba muy furiosa, y de alguna forma podía entenderla. No era muy
agradable que te despidieran...y ella, por desgracia, estaba locamente
enamorada de Kenneth.
Tumbada en la cama pensé en todo lo que estaba pasando y las
consecuencias que habría en un futuro.
Durante años pensé que en las fotografías familiares la única persona que
faltaba era mi padre biológico a mi lado, y con el paso del tiempo descubrí
que otra persona más podría haber mostrado una amplia sonrisa.
—¿Cómo puedes estar tan tranquila? —estaba asombrada por la
tranquilidad de mi hermana después de tocar un tema tan delicado. Con las
manos temblorosas cogí la última cerveza que quedaba en la nevera. La
garganta se me había secado—. ¿Un hermano? ¿Más pequeño que yo o más
grande?
Sofía apartó la lata de mis labios. Con una sonrisa respondió a algunas de
mis dudas.
—Tú no habías nacido. Yo era muy pequeña, Thara. Fue papá quien me lo
contó. Te prometo que quería hablarlo contigo, pero de alguna forma sentí
que traicionaba a mamá —suspiró—. Lo siento.
Miré por encima del hombro intentando olvidar lo que había sucedido en
cuestión de segundos. Me encontré a un príncipe observando una lata de
cerveza preguntándose si lo mejor era beber de ella a morro o no. De alguna
forma acabé sonriendo y agradecí que él no se diera cuenta. Últimamente,
tanto discutir o acercarme un poco más a Kenneth, olvidaba lo que pasaba a
mi alrededor.
—Necesito hablar con Roberto.
—Él te contará lo mismo que yo —los brazos de Sofi arroparon mi cuerpo
—. Y lo poco que te oculto no te gustará. Por favor, Thara, deja que el pasado
siga atrás. No lo revivas. Nos puede hacer daño a todos.
Ella tenía que entender que estaba cansada de todo lo que me ocultó
mamá. Sofía vivió con su verdadero padre. Mientras tanto yo, tuve que crecer
junto a Roberto pensando que también lo era, cuando en el fondo el pobre
hombre se esforzaba diariamente por darme el mismo cariño que le daba a su
verdadera hija.
Le di un beso en la mejilla, y salí corriendo dirección a Kenneth. Estiré el
brazo, y cuando su mano tocó la mía, caminamos hasta la puerta después de
gritar un «-¡Hasta luego!». Lo había decidido. Hablaría con el padre de mi
hermana.
Roberto era una buena persona. Él no me ocultaría nada. Estaba segura.
Después del divorcio con mi madre, Rob siguió tratándome como a su hija
incluso cuando empecé a llamarlo por su nombre. Fue traicionado por una
mujer, y años más tarde, él siguió amándola.
—¿Tu hermana te ha dicho algo? —preguntó emocionado.
Seguramente pensó que la poca información que me dio estaría
relacionada con el rey.
Pero era personal, y Kenneth no tenía que saberlo.
Me encogí de hombros.
—No relacionado con lo que buscábamos. Kenneth —era malo
acostumbrarse a esas sonrisas que me dedicaba últimamente y
exclusivamente a mí—, tengo cosas que hacer. ¿Podríamos hablar en otro
momento?
Hice lo mismo que él y estiré los labios.
El principito se cruzó de brazos, y después de una carcajada asintió con la
cabeza.
—Te estaré esperando en el club —antes de que le diera la espalda, giró
mi cuerpo y me tendió una llave dorada—. Habitación doce. No tardes.
Me puse de puntillas para mirarlo de más cerca.
—Tener esa llave en mi poder sería aceptar tu invitación —aguanté las
ganas de reír.
—¿No vas a arriesgarte? —respondí moviendo la cabeza de un lado a otro
negándome—. La dejo en tu poder. Tú decides, Thara.
—¿¡Y ya está!? —alcé la voz al ver como bajaba las escaleras después de
haberse deshecho de aquella llave.
Aun así, habló.
—Te acabo de decir que te estaré esperando.
Y allí me quedé, observando los últimos pasos de una persona que estaba
consiguiendo que la viera de otra manera. El príncipe capullo del principio,
ése que me llamaba chacha, estaba desapareciendo.
*
Abracé con todas mis fuerzas a Rob. La última vez que lo vi fue en el
cumpleaños de Agatha.
—No te esperaba hasta... —se rascó la perilla, buscando la fecha exacta —
dentro de dos meses. En tu cumpleaños.
Reímos juntos.
—Perdóname. He estado muy liada. Debería de venir más a menudo —me
disculpé una y otra vez—. Además, tú estás muy liado en el banco. No quiero
ir para quitarte parte de tu valioso tiempo.
Me tendió un refresco y sacudió la cabeza.
—Thara, cielo, prácticamente eres mi hija —al sonreír, cerró los ojos de
aquella forma tan graciosa que tenía él—. Verte más a menudo sería genial
para este viejo que dentro de poco se jubilará.
—Yo no veo a ningún viejo —le guiñé un ojo—. Pero me alegro ver que
estás bien.
—Me lo ha contado tu hermana.
Sofía a dos pasos por encima de mí como siempre.
—Necesito saber quién es mi padre. Tú tienes que saberlo. Mamá te
engañó.
Era incomodo sacar una infidelidad después de todo lo que había pasado.
—Te contaré lo mismo que a tu hermana —asentí con la cabeza y esperé
ansiosa—. Tu madre pasaba demasiado tiempo trabajando en aquel palacio,
así que yo aproveché todo el tiempo del mundo para criar a
Sofía...técnicamente solo. Los fines de semana aparecía de vez en cuando
para darnos un beso e irse de nuevo. Un año después, cuando tu hermana
cumplió cinco años, recibí una llamada de Amanda. Me dijo que tenía que
estar durante unos meses aislada de nosotros porque estaba enferma. No la
creí.
—¿Se quedó allí?
—Sí. Me ocultó su embarazo.
—Pero... —no podía creérmelo.
—Imagino que Amanda aprovechó los cuidados del médico que también
atendía a la reina.
Cada vez estaba más confusa.
—Desconocía por completo que mamá tuviera una amistad con la reina.
—Más bien fue porque ambas estaban embarazadas. El problema fue —
bajó la cabeza—, que Amanda perdió a su hijo. Nació muerto. Ni siquiera me
llamó. Me enteré meses después. Lo único que hizo tu madre, Thara, fue
cuidar al hijo de otra persona. Y nunca lo entendí.
Cuidó de Kenneth.
¿Por qué?
Sofía era muy pequeña.
Ella también merecía tenerla cerca.
—Tuvo unos problemas con la reina, y la echó durante un par de años.
Cuando volvió a casa me lo contó todo. Salvo el nombre del hombre que la
dejó embarazada.
Noté el cansancio de Rob al recordar por todo lo que pasó.
—¿Por qué oculta a esa persona? —me pregunté a mí misma.
—Porque él siempre terminaba buscándola. Dos años después, volvió a
quedarse embarazada. Pero esta vez no volvió a palacio, más bien se quedó
en casa, me hizo creer que tú eras mi hija y siguió trabajando para la realeza.
Realmente no conocía a mi madre.
—Tiene que ser un hombre muy importante para no confesar su nombre y
apellido.
—Thara —me paró al verme tan nerviosa. Al volver a sentarme a su lado,
dejé que siguiera hablando—. Hay secretos oscuros dentro de la monarquía.
Lo mejor es no desvelarlos.
Si se suponía que con eso me tenía que quedar más tranquila, estaba muy
equivocado.
Pero agradecí saber un poco más de ese pasado de mi madre que tanto
callaba.
Mentiras.
¿Cómo podría haber pensado que mi madre ocupó de vez en cuando el
otro lado de la cama del rey? ¡Era una locura!
Pero me desconcertaba aquella actitud de esa mujer que ni siquiera
conocía a la amante de su esposo fallecido. Buscaba respuestas como los
demás, y la única persona, esa que posiblemente era consciente de todo,
callaría hasta morir. Su lealtad acabaría con la paciencia de personas que nos
podrían hacer daño.
Pestañeé repetidas veces con el fin de despertar de esa maldita pesadilla.
La reina no podía estar tan desquiciada como para sacarme sangre e
inyectarme algo en el otro brazo. Pero al ver como limpiaban la pequeña
herida que causaron con la inyección, lo único que me quedaba era seguir con
esa actitud de mal educada con la que me dirigía a todas esas personas
importantes que supuestamente merecían un mínimo de respeto.
—¡Es una puta loca!
Respondió inmediatamente.
—Debería de cortarte la lengua —mostró una amplia sonrisa —pero al fin
y al cabo hasta las señoritas de compañía tienen que soltar una barbaridad de
vez en cuando. Si mi hijo encuentra placer en alguien —me miró de arriba
abajo —como tú, yo no soy nadie para negárselo.
Me había devuelto el insulto.
Esa mujer, la cual vi elegante y con un gracioso acento extranjero, estaba
dándome permiso para que siguiera acostándome con su hijo. Temía que
Kenneth hubiera sido capaz de decir que lo único que nos unía eran "los
servicios" que contrató.
Respiré hondo antes de levantarme y acercarme hasta ella. Si me
despistaba, alguna de esas manos volvería a impactar contra mi mejilla.
—Yo no soy la puta de su hijo.
Ocultó una sonrisa elegantemente con sus dedos.
—La prostitución en la monarquía no es un escándalo, querida. Lo único
que tienes que hacer es cerrar esa sucia boca y complacer a los deseos de tu
futuro rey.
Nuestro futuro rey era Leopold.
Siguió con la conversación:
»-Y por supuesto no quedarte embarazada. Entonces sí que estallaría mi
ira. ¿Queda claro?
—No necesito el permiso de nadie para meterme en la cama de un
hombre. No sé qué problemas tienes o has tenido con mi madre, pero déjame
decirte que yo no soy como ella. Si sigues con el rencor...
—Thara, —paseó escoltada hasta quedar detrás de mí, acomodó una mano
sobre mi hombro y me miró fijamente a los ojos —limítate a tus funciones de
criada. Tengo cosas mejores que hacer antes que perder mi tiempo con la hija
de Amanda.
Siguió con esa perversa sonrisa e hizo un movimiento de mano para que le
abrieran la puerta. Cuando quise preguntar qué me habían inyectado
exactamente, el silencio me rodeó.
El odio de Kenneth no era nada comparado con el primer enemigo que me
había ganado en un par de horas. Tenía que tener cuidado con ella. Sentí el
dolor que le causó mi madre con tan solo mirarla a los ojos. La odiaba. Me
odiaba. Haría cualquier cosa por ganar o recuperar lo que perdió.
Pero esas malditas preguntas que se quedaban en mi cabeza acabarían por
volverme loca.
Recordé la sala privada donde bebía Kenneth. Por suerte el taxista aceptó
quedarse fuera con mi maleta. El viaje me saldría caro, pero no saldría de allí
hasta que no recuperara lo que prometí enviar.
Al reconocerme los guardaespaldas de Kenneth, accedieron para que
entrara al interior de la sala. La iluminación había cambiado. Por suerte se
podía detallar a la perfección una pequeña mesa llena de copas y un sofá
ocupado por tres personas. En uno de los extremos se encontraban dos chicas
besándose mientras que intentaban reclamar la atención del príncipe. Pero él
solo estaba dispuesto a posar sus azulados ojos en la intrusa que se coló en la
fiesta privada.
—¿¡Dónde está!? —grité.
Sus brazos estaban cruzados sobre el desnudo pecho. La camisa cubría
uno de los cuerpos de las mujeres que lo acompañaban esa noche. Sin decir
palabra, las observó a ellas y después a mí.
—Hola Thara —saludó él.
—¿Hola?
Me tembló la voz.
Kenneth sonrió.
—Hola.
Se acercó lentamente, y una vez que quedó delante de mí volvió a sonreír
dulcemente, olvidando por completo todo lo que había pasado aquella tarde.
A diferencia de él, el alcohol no me ayudaría a olvidar mis peores momentos
por mucho que lo intentara. Kenneth estaba de suerte. Después de tomarse
unas cuantas copas de brandy me miraba con ¿deseo?
—¿Me buscabas?
—Devuélveme la carta —dije con firmeza.
—¿La carta?
Se rascó la nuca.
—¡No te hagas el tonto!
Él en ningún momento alzó la voz. Las risas femeninas de sus
acompañantes me alteraron.
—¿Qué me vas a dar a cambio? —susurró cerca de mi oído. Su aliento fue
una tortura para mi piel—. Mmmm —tocó mi cabello y después bajó la mano
hasta mi hombro—. Creo que ya lo sé. Tienes algo que deseo ahora mismo.
Evité mirar sus labios y seguí el camino de su mano. Recorriendo mi
cuerpo hasta detenerse bajo mi vientre. Si no detenía su mano, acabaría
enterrándola entre mis muslos.
—¡Kenneth!
El corazón se me aceleró.
—Te daré la carta, Thara. Pero dame algo a cambio.
Cerré los ojos.
Al igual que quería esquivar su mano, también intenté huir de su boca. Si
permitía que Kenneth rompiera el poco espacio entre nosotros dos, la reina
me nombraría la nueva esclava sexual de la corte. No estaba dispuesta.
—Te pagaré mejor que a ellas —soltó inmediatamente al darse cuenta que
no esquivé su mano.
26
g
—¡Thara! ¡Thara! —miré por encima del hombro cuando oí un par de
veces mi nombre—. Niña, te estaba buscando.
Miré el reloj de pulsera.
—Quedan exactamente cinco minutos para que mi turno termine,
Théodore.
Théodore se rascó la nuca avergonzado. Liberó su cabeza del gorro
francés de cocinero y me cogió de la muñeca para que lo acompañara.
—El príncipe está aquí. Tenemos que darle la bienvenida, ¿recuerdas?
—Recuerdo —sonreí y me liberé de sus dedos—. Pero no puedo estar aquí
unos minutos más.
—Thara... —insistió como un buen empleado y fiel a Kenneth.
Lo corté.
—Mi madre está al tanto de todo. No te preocupes.
Bajó la cabeza y se fue hablando solo:
—Espero que al menos me dé tiempo a mí de llegar.
Reí al verlo tan preocupado.
Pero en ningún momento detuve mis pasos. Seguí caminando y tirando de
la cofia para liberar mi cabello. Y como de costumbre, con la mirada en el
suelo y sin prestar atención, mi cuerpo golpeó accidentalmente con alguien
que se tomó la molestia de pasear por la planta del servicio.
A aquella persona se le cayó de las manos un libro. Lo recogí y leí el
seudónimo de la autora; George Sand...
—¿Qué haces aquí?
—Kenneth —dejé caer yo también el libro.
Lo último que quería hacer era verlo a él.
Y no conseguí huir.
Me detuvo.
—Tenemos que hablar.
27
Respondí.
Nos detuvimos unos segundos antes de unir más nuestros labios. Jadeé
cuando mi lengua abandonó su boca. Era difícil imaginar a aquel hombre
elegante y prepotente haciendo algo de lo que se podría arrepentir a la
mañana siguiente; pero no, Kenneth fue el que necesitaba pasar una noche
junto a mí. Y no me negué.
En un susurro dejé escapar:
—¿Es lo que deseas?
Los minutos pasaban y nadie aparecía. Fue una mala idea que Kenneth
escuchara la conversación que tuve con Mario, y a lo mejor él no se
encontraba allí.
Me levanté del WC, y antes de abrir la puerta, humedecí mi rostro con
agua tibia. No estaba preparada para reunirme con el perro faldero de la reina.
Por primera vez estaba asustada. Era más fuerte que yo y no se arrepentía de
golpearme cada vez que se lo proponía.
De repente alguien llamó a la puerta. A Mario no le quedó de otra que
abrir y encontrarse con unos hombres que vestían de negro como él. Observé
toda la escena con la puerta abierta.
—Señor, deberá acompañarnos.
—¿Por qué? —se negó, manteniendo los brazos cruzados.
—Si no abandona las instalaciones, el señor Bäker no dudará en poner una
denuncia contra la Reina Linnéa y contra usted por agredir a una mujer en
uno de sus hoteles —lo habían visto todo por las cámaras de seguridad—. Si
es tan amable...
Lo invitaron a abandonar el hotel.
—¡Tú! —Gritó—. Nos vamos.
No sabía ni mi nombre.
—No, la joven se queda.
—Viene conmigo —insistió.
—¿Está usted dispuesto a que llevemos el vídeo a comisaria y que se
filtren las imágenes de agresión?
Mario se quedó sin argumento. No podía exponer a su reina ante un
pueblo que pedía desde hacía años su cabeza.
Me crucé con su mirada, llena de odio e ira, y salió de la habitación a
empujones con los hombres que fueron corteses con él.
No aprecié la libertad porque estaba segura que estaría esperándome fuera.
Linnéa le abrió las puertas de la masía y a Leopold no le quedó de otra que
aceptar la orden de su madre.
—¿Thara?
—¡Kenneth! —corrí hasta él. Pensaba que no lo vería. —Gracias. Gracias
por aparecer.
—¿Qué ha sucedido? ¿Qué hace Mario aquí?
Los hombres que vestían de negro nos dieron la espalda.
—La loca de tu madre te está buscando —la odiaba, así que me dio igual
hablar mal de ella—. Si descubre que Leopold y yo te encubrimos, tomará
represalias.
Kenneth se derrumbó. Mantuvo su postura, pero sentí que todo se le venía
abajo. Los planes, su nueva libertad, sus ganas de opinar sin la opresión de su
madre.
—Vámonos —cogió mi mano.
No se refería fuera del hotel. Ni siquiera fuera de la masía.
—No puedo irme.
—Thara, por favor.
Últimamente me estaba volviendo vulnerable a su mirada.
35
Kenneth De España
Lo perdí todo:
A mi hermano.
A la primera mujer que me trató como a un ser humano y no un monarca.
Y, lo que jamás pensé que perdería, las ganas de convertirme en rey.
Se había acabado.
No tenía nada que me detuviera en Madrid.
Rompí el protocolo y escapé del hospital sin mis hombres. Cogí el primer
taxi que pasó por delante de mis narices y le di una dirección.
Arreglé mi traje y cerré los ojos.
Deseaba ahogarme en alcohol.
Y nadie me detendría.
«Adiós, Thara.»