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La conquista del príncipe

LIBRO 2
MELISSA HALL
“Me incliné ante un hombre que
no amé, y acabé perdiendo la corona
que heredé de mis antepasados.”
—Leonora II de Aragón, reina de España.
© Melissa Hall, 2020
© Ediciones M e l, s.l., 2020
Primera edición: octubre de 2020
«Esta novela es una obra de ficción. Cualquier alusión a
hechos históricos, personas o lugares reales es ficticia.
Nombres, personajes, lugares y acontecimientos son producto
de la imaginación de la autora y cualquier parecido con
episodios, lugares o personas vivas o muertas es mera
coincidencia.»
Reservados todos los derechos. «No está permitida la
reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento
informático, ni la transmisión de ninguna forma o por
cualquier medio, ya sea mecánico, electrónico, por fotocopia,
por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por
escrito de los titulares del .»
PARTE 1/2
Prólogo

Kenneth De España
Ignoré las voces que se escuchaban al otro lado de la
habitación. Hice el esfuerzo de arrastrar el brazo por la enorme
mesa donde estuve durmiendo un par de días. Mis dedos
tocaron la botella de cristal y, cuando pensé que volvería a
pegar mis labios en el frasco de ginebra, la puerta se abrió.
Adiós intimidad. Se acabó la hora del desayuno. Ni siquiera el
despiadado sonido de unas botas acercándose al comedor de la
habitación de hotel, consiguieron que me moviera de allí. Solté
una carcajada y seguí con los intentos de alcanzar la botella de
alcohol. Se me había secado la garganta, los malos recuerdos
golpeaban en mi subconsciente y yo seguía luchando por dar
el último trago. Y mi corazón se rompió al ver unos dedos
intrusos rodeando mi antiséptico. Lo alzó de la mesa sin ni
siquiera mirarme a los ojos y lo lanzó al otro lado.
Inmediatamente, una lluvia de cristales cubrió la moqueta.
—Levantar a mi hijo. Tiene que darse una ducha —fue su
primera orden. Después de tres meses, había conseguido
encontrarme. Seguramente el señor Bäker, se cansó de que el
príncipe gorrón que se había instalado en uno de sus hoteles de
lujo, montara escándalos cada noche; daba una mala imagen y
más si estaba ebrio. Consiguió quedar detrás de mi cuerpo, y
acarició mi cabello. En un intento de apartar su mano de mi
cabeza, giré tan bruscamente, que caí al suelo. Al abrir los
ojos, me encontré con esa mirada desesperada que me
dedicaba cada vez que huía de su lado. Ella intentó bajar su
cuerpo para reunirse con el mío, y se lo impedí—. Está bien,
Kenneth. Tú ganas—. No, eso no era cierto. Acomodó su
cabello rubio detrás de una de sus pequeñas orejas y le pidió a
Mario que se acercara—. Cuando terminéis del baño, el
peluquero estará esperando fuera para cortarle el cabello y
afeitarle.
Su escolta personal respondió:
—Sí, majestad.
—Mario —lo detuvo, antes de que pasara sus brazos por
debajo de los míos—. Ten cuidado con él. El alcohol no solo
lo ciega y olvida lo que realmente está pasando, —avanzó
hasta mí, sin recordar que no quería verla—, también
desatiende sus obligaciones.
Una extraña carcajada salió de mi boca. ¿Obligaciones? Al
morir Leopold, la única que tenía compromisos con el país, era
ella. Yo no era rey. Y sí, me convertí en el príncipe heredero,
pero pagando un alto precio. Perdí a la única persona que me
hacía más humano y misericordioso. Sin mi hermano a mi lado
era una persona ambiciosa, cruel y malévola. Antes de volver
a palacio para reclamar la corona, tomé la decisión de alejarme
de mi hogar y amordazar los remordimientos en el brandy más
caro que pudiera conseguir.
—No me vuelvas a tocar —se escuchó mi voz ronca.
Ambos se miraron. Realmente no sabían a quién iba dirigido el
aviso; pero era a ambos a quien les dictaminé que se alejaran
de mí—. Me he acostumbrado a tener la barba larga, el cabello
revuelto y ese olor a sudor mezclado con alcohol que
últimamente desprende mi cuerpo —reí, y conseguí alzarme
sin ayuda de nadie. Acomodé las manos al borde de la mesa y
tiré hasta quedar de pie—. Has perdido tu tiempo, mamá. Mi
decisión es quedarme aquí —visualicé un vaso de chupito que
estaba lleno. Al capturarlo, alcé el brazo orgulloso—. Seguiré
bebiendo hasta que muera.
Me supo a gloria bendita el último trago que estaba en mi
poder. Más tarde, me encargaría de llamar al servicio para que
me subieran un par de cajas más de Bombay Amber. Ella no se
lo tomó bien, y menos cuando golpeé la mesa con los puños
celebrando mi independencia a la corona. Aferró los dedos
alrededor de mi muñeca y me obligó a mirarla.
—No perderé otro hijo más. ¿Lo has entendido, Kenneth?
Volví a reír.
—¡Ah! Pero, ¿te dolió perder a Leopold? —Me deshice del
diminuto tubo de cristal. Acomodé mi mano sobre la suya y
noté como se estremeció al contacto de mi piel. Ni siquiera
comprendí la sonrisa de satisfacción que se mostró en su
rostro. Y, todavía menos, la necesidad de acariciar mi figura
mientras que cerraba los ojos. Escuchó mi voz, y no le importó
que estuviera acusándola del delito que cometió—. No voy a
regresar contigo. Y si quieres matarme por ser desleal al trono,
yo mismo te ofrezco mi vida a cambio de unas horas de
soledad.
—No —susurró ella—. ¡No! No sabes lo qué estás
diciendo. Estás ebrio. Mi amor, mírame, por favor —dijo,
dejando su mano detrás de mi cuello y arrastrándome hasta su
rostro—. Leopold querría lo mismo que yo. Tienes que volver
a tu hogar. A cumplir con tus obligaciones de príncipe antes de
que te conviertas en rey. Cariño, mamá te ama y daría la vida
por ti. Por favor, Kenneth, escúchame cuando te hable.
No conseguiría manipularme de nuevo. Eso se acabó. Ya no
era un niño. Su voz suplicante, sus promesas o el amor que
intentaba darme no era suficiente para que volviera detrás de
sus calculados pasos. Intenté retroceder, pero me golpeé con la
mesa, quedando sentado y dándole la oportunidad de que
estuviera más cerca de mi sereno rostro. Enredó los dedos en
mi cabello, y presionó los labios sobre mi frente. No sirvió de
nada apartarla de mi lado. Ella seguía allí. Ansiosa por
rodearme con sus brazos y con la esperanza de que su cuerpo
arropara el mío.
—Suéltame, mamá —le pedí.
En los últimos días no le di importancia a las prendas de
ropa. Así que era capaz de salir desnudo de la habitación o con
la camisa abierta. Y en ese momento la llevaba puesta. Lo
sabía porque sus cálidas manos se posaron en mi pecho y
siguieron bajando hasta que conseguí tomar el control de
nuevo de sus actos impuros.
—¿Tu rabieta de niño pequeño es por una mujer? —Mostró
su verdadero rostro; una mujer celosa e inestable. Su actitud
no era justificada y todo el mundo miraba a otro lado para no
llevarle la contraria a la reina de España—. Nuestra querida
Thara —dijo exasperada—, ha estado muy ocupada con tu
amigo el francés. Mario se encargó de seguirla y me mostró
estas fotografías —chasqueó los dedos. Mario asintió con la
cabeza, y del interior de su americana negra, sacó un sobre del
tamaño de un folio. Se lo tendió, y ésta se encargó de sacar las
láminas cromadas. Sacudí la cabeza. Me negaba a caer en otra
de sus mentiras—. Échale un vistazo. No te estoy mintiendo,
cariño. Esa mujer se ha aprovechado de ti. Y, cuando encontró
la oportunidad de alejarse de la clase media, la muerte de
Leopold le paró los pies.
—Thara no quería riquezas —gruñí—. ¿Quieres saber por
qué lo sé? Porque se conformó con el poco amor que llegué a
expresar, mamá. Y tú, te has encargado de alejarla de mi lado.
No soy estúpido. Hiciste daño a Amanda. Conseguiste que ese
miserable y ambicioso jeque viniera a España para reclamar a
Khadija. Y su venganza por el adulterio, fue la muerte de mi
hermano y de la mujer que amaba. No entiendo cómo
consigues dormir por las noches. Tus pecados deberían haber
conseguido que perdieras la cabeza. Pero no. Te han hecho
más fuerte —sentí deshonra al verla sonreír—. ¿Pretendes que
cambie de idea al ver un montaje?
Su risa me heló la sangre.
—Mi vida —dijo con una voz melosa, acercándose a mi
oído—, no seas ingenuo. Compruébalo tú mismo, y te darás
cuenta que no es un montaje —sus ojos chispearon ante la
satisfacción que sintió al verme sostener el sobre que me
tendía Mario. Lo abrí y en el interior se encontraban las
fotografías que nombraron desde un principio—. También
hemos conseguido la copia del contrato de compra del piso
que ha adquirido Philippe Bouilloux-Lafont en el barrio de
Salamanca.
En las instantáneas se reflejaba la imagen de Philippe y
Thara saliendo de un bloque de pisos. A veces, cambiaban el
escenario por una cafetería donde observé como mi amigo de
la infancia rodeaba los hombros de ella y se acercaba
afectuosamente. Dejé de observar las imágenes, y rebusqué en
el interior de la envoltura hasta alcanzar el teléfono móvil
personal de mi madre.
—La hija de Amanda estuvo enviándome mensajes.
Y tenía razón. Las pocas palabras que leí eran de Thara
suplicando por volver a palacio, aprovechando mi ausencia y
exigiendo una subida salarial. No quería creer en la
información que estaba en mi poder. Pero, conociendo los
sentimientos de Philippe hacia la mujer que llegó a seducirnos,
todo podía ser posible.
—Ahora con más motivos no quiero volver a palacio.
—Mario, da la orden de que salgan todos fuera de la
habitación. Quiero hablar a solas con mi hijo —y así hizo su
hombre de confianza. En un par de minutos, todos los hombres
que la escoltaron hasta el hotel, desparecieron—. Kenneth, mi
vida, no puedes creer que estás enamorado de esa mujer.
Porque no es así. Ni siquiera conoces ese sentimiento. Aún no.
Y, cuando creas que estás enamorado de verdad, serás capaz de
dejarlo todo, incluso a la mujer que llegues a desear, por el
trono que te pertenece. Eres Kenneth de España. Futuro rey de
nuestro país. ¿Lo entiendes?
Eché hacia atrás la cabeza.
Ella suspiró por ambos.
—¿Cuándo te darás cuenta de que haría cualquier cosa por
ti? Vivo por ti. Respiro por ti —bajó mi rostro, y llegó
alcanzarme con sus labios—. Te amo, cariño. Y, si tengo que
renunciar al trono para que tú lo ocupes, lo haré —recitó las
mismas palabras durante veinte años seguidos—. Quiero que
conozcas a alguien —su voz sonó triste y desolada. Del sobre
sacó la fotografía de una mujer de cabello largo y rubio. Sus
ojos eran grandes, expresivos y de largas pestañas claras. Las
cejas de la joven eran finas y perfectas por el tono de su piel.
Era extranjera—. Tu prometida. Ariette de Bélgica. La hija
pequeña del Rey Gilles II de Bélgica.
—¿Tengo que casarme con ella?
—Si quieres ser rey, sí.
Thara parecía feliz junto a Philippe; él refugió a su familia
en Francia, y mientras tanto cuidaba de ella en Madrid. Y si
por alguna razón nosotros hubiéramos estado juntos, ella
habría sido infeliz a mi lado.
Recordé las sabias palabras de mi hermano; para que el
pueblo te ame, ama el pueblo como ellos te amarán a ti. Y si la
única forma de cambiar las reglas que dictaminó mi madre era
convirtiéndome en rey, lo haría. Es lo que hubiera querido
Leopold. Es lo que necesitaba para vivir.
—Voy a darme una ducha —anuncié, liberándome de la
camisa blanca.
Solo esperaba no cruzarme con Thara en la Zarzuela,
porque el único sentimiento que la obligaría a olvidarse de mí,
sería el odio.
1
TharaVillena

Desperté una vez más con la canción “La vie en rose” [1]
sonando de fondo. Di unas cuantas vueltas por la cama y, una
vez que terminé de bostezar, acomodé los pies en el suelo.
Alguien se encargó de abrir la puerta de la habitación. Me
cubrí con la bata que dejé sobre el pequeño escritorio que
había enfrente de la ventana, y salí en busca del dueño del
apartamento. Cuando la voz del hombre se silenció, di los
buenos días con una sonrisa. Ocupé el taburete de al lado y
miré el periódico que estaba leyendo.
—¿Quién es Ariette de Bélgica? —Antes de obtener una
respuesta, agradecí a Cécile que me sirviera un par de tostadas
cubiertas con mantequilla vegetal y mermelada de frambuesa
—. Es una princesa, lo sé. Pero los demás monarcas
marcharon cuando terminó el funeral de Leopold. Ella, a
diferencia de los demás, sigue en Madrid. La prensa rosa no
deja de hablar de ella todo el día. Han olvidado las tragedias
que nos marcan mundialmente para hablar sobre los paseos
que da la joven.
Philippe dobló el periódico y me observó antes de
responder. Clavó el codo sobre la barra americana y su mejilla
descansó sobre la palma de su mano. Me observó a través de
sus enormes ojos oscuros y sonrió para tranquilizarme.
—Tú lo has dicho. Una princesa joven que quiere pasar
unos días más en España.
La risa de Cécile consiguió que me olvidara del tema. Al
terminar de servir café, se acomodó en la otra punta de la
cocina con los brazos bajo el pecho, mientras que observaba
un programa del corazón; hablaban de la herida que recibió un
torero. Al menos ese día, los periodistas no nombraron a
Kenneth que seguía desaparecido desde la muerte de su
hermano mayor. Y era de agradecer. Temía que algún día
saliera su fotografía para anunciar una posible locura cometida
por el príncipe.
Después de tres meses en el que perdí su rastro, me volqué
únicamente en cuidar de mi madre mientras que me tenían
aislada en la clínica privada donde me trasladó Linnéa.
Cuando conseguí el permiso de la reina para salir de la
habitación del hospital, me ocupé de buscar unos compradores
para el piso de Sofía y a la vez me encargué de alquilar la
vivienda de mis padres para obtener algo más de dinero.
Así que el único que se dio cuenta que pasaba las noches y
los días junto a mi madre, durmiendo en uno de los sillones
que había a cada lado de la cama, fue Philippe. Me convenció
para que viviera unos días con él mientras que encontraba otra
cosa. Y los días se convirtieron en semanas.
—¿Quieres que te acompañe al hospital?
Negué con la cabeza.
—Cogeré el metro —sonreí—. ¿Tienes que ir al palacio de
la Zarzuela? —Philippe asintió con la cabeza—. ¿Kenneth ha
vuelto? ¿Está bien?
De repente enloquecí. Tenía tantas preguntas, que todas
empezaron a combinarse entre sí y Philippe dejó de
entenderme. Una de sus manos se acomodó sobre mi hombro.
Detuve mis palabras y cogí aire antes de que notara mi
nerviosismo.
—No sé nada de Kenneth, Thara. Es Linnéa quien se ha
encargado de reunirnos a todos. El padrino de Kenneth y
nuestro amigo Ishaq también están en España —se levantó del
asiento y seguí sus pasos—. Con la muerte de Leopold querrá
anunciar al nuevo heredero de la corona. Pero, pensándolo
bien, sin la presencia del príncipe no llegará a nada.
Recogí mi cabello y lo acompañé hasta la puerta. Si Linnéa
empezaba a mover ficha, era porque había encontrado a
Kenneth. Por eso me mantuvo fuera de palacio e
incomunicada. Temía que cambiara de opinión y que saliera
detrás de Kenneth en cualquier momento. Respeté mi promesa
por miedo a que mi madre sufriera algún accidente más a
manos de la perturbada de la reina.
—Si Kenneth estuviera presente…
Philippe me detuvo y siguió él.
—No le diré que hemos convivido juntos el último mes.
Pero, cuando tengas la oportunidad, tú se lo aclararás todo.
Asentí con la cabeza, y recibí un beso en la mejilla. Salió
con su abrigo en el brazo y se despidió agitando la mano y
guiñando un ojo antes de que las puertas del ascensor se
cerraran.
Hice lo mismo que él; terminé de darme una ducha, me
vestí y salí de la vivienda para reunirme una mañana más con
mi madre. Era lo único que podía hacer en Madrid y más
teniendo a toda mi familia fuera del país. Estaba sola,
esperando órdenes directas de Linnéa antes de volver al
trabajo.
Al llegar al hospital, las enfermeras y médicas que cuidaban
a Amanda me saludaron como de costumbre. Cerré la puerta
de su habitación y, al dejar el abrigo a los pies de la cama, me
sobresalté al escuchar una voz familiar y temida para mí.
—¿Dónde estabas? —Preguntó Mario, cerrando detrás de él
la puerta del baño—. Llevo aquí desde las seis de la mañana
—miró su reloj de oro blanco bañado con diminutos diamantes
—, y son las siete y media.
Pasé por delante de él y me acomodé en el sillón que
terminó adaptándose a la forma de mi trasero; pasaba tanto
tiempo allí, que el día que abandonara el hospital, me llevaría
la butaca conmigo por el cariño que le estaba cogiendo a la
pieza de mueble.
—Buenos días a ti también —saludé, y después acomodé
en mis manos el periódico diario que me solía dejar la
enfermera—. El metro iba con retraso.
Mario sacó algo de su chaqueta de cuero y me lo lanzó
como si delante de sus narices hubiera un animal en vez de un
ser humano.
—Tu teléfono móvil. La reina me ha dicho que te lo dé —
dijo, acercándose lentamente. Observó el rostro pálido de mi
madre y después clavó esos ojos negros e irritantes en mí—.
También tengo un mensaje.
Miré el móvil.
—¿Recupero el teléfono después de tres meses? —Él
asintió con la cabeza—. Debo de haberme portado muy bien.
Recuerdo que casi me rompes el brazo por un aparato
electrónico —éste, lo único que hizo, fue soltar una carcajada
recordando el momento en el que aplicó su fuerza para
quitarme algo que me pertenecía—. ¿Qué quiere Linnéa?
Estuvo a punto de sentarse sobre la cama. Así que me
levanté del sillón y se lo impedí. Apunté al otro extremo de la
cama donde estaba el asiento vacío y lo miré con rencor.
—Tienes que volver a palacio.
—¿Hoy?
—Niña —suspiró—, ¿eres tonta? Si te digo que tienes que
ir, es hoy. O, si no, te lo estaría pidiendo mañana. Han llegado
unos invitados de la reina —él desconocía por completo que
estuviera al tanto de la información que estaba a punto de
soltar—, y quiere que estés presente. Pero, antes, quiere que
firmes el nuevo contrato delante de los abogados.
—¿Otro contrato?
—La zorra de tu madre está en este hospital privado porque
llegaste a un acuerdo con la reina —me levanté de nuevo y lo
encaré—. De acuerdo, niña. No volveré a llamar zorra a tu
madre. De momento —la miró—, no.
—Ten cuidado, Mario. Llevo tiempo dando a mi madre por
muerta. No me queda nada. No tengo miedo —apreté tan
fuerte los puños, que sentí como las uñas marcaban mi piel
con medias lunas que se tiñeron de sangre—. Si tienes que
darme un mensaje de la reina hazlo con respeto, ¿lo has
entendido?
Éste se levantó, recordándome lo grande y fuerte que era.
Mi cabeza quedó a la altura de su fuerte e hinchado pecho.
Sentí su respiración agitando el cabello de la coronilla de mi
cabeza.
—Kenneth ya no está para protegerte.
—Nunca me hizo falta su protección —alcé la cabeza—.
Prosigue con tu mensaje, Mario.
Apretó la mandíbula y se apartó de mi lado para seguir con
sus palabras. Se acomodó detrás de mi espalda y se inclinó
hacia delante para susurrarme el mensaje de Linnéa.
—Necesita tu presencia.
—¿Y ya está?
—Llévate las cuatro prendas de ropa que tengas, vuelves a
ser interna —sacudió su chaqueta y dio un último vistazo a la
habitación—. Los médicos cuidarán de Amanda. Podrás
visitarla los fines de semana.
Había encontrado a Kenneth. Estaba convencida.
—Iré en un par de horas.
—No —abrió la puerta—. Nos vamos juntos.
«¡Maldito perro faldero de Linnéa!»
—Entonces no me hace falta ropa.
Soltó una carcajada.
—De acuerdo —ladeó la cabeza y me mostró esa sonrisa
burlona—. Ya le dirás al francés que te follas que te acerque la
ropa cuando pueda.
Tragué saliva.
Linnéa había vuelto a palacio porque Kenneth aceptó
volver con ella. Y si Mario estaba al tanto del tiempo que pasé
junto a Phillipe, él también lo sabía.
«Por favor, Kenneth, que no te hayan manipulado.» —
Pensé, mientras que seguía los enormes pasos de Mario.
—Caballeros, siento anunciarles que estaré unos meses
ocupándome de los pequeños problemas que tengo dentro de
la Zarzuela. No descuidaré mis obligaciones, por supuesto que
no. Mario, mi mano derecha, acudirá en cualquier momento.
No duden en llamarlo.
Los hombres que ocuparon la enorme mesa de la sala de
reuniones, se levantaron para inclinarse delante de la reina.
Los despidió con amabilidad y, cuando todos marcharon,
Linnéa se acercó para recibirme.
—No esperaba verte tan pronto —sonrió—. Gracias, Mario.
Siempre haciendo un buen trabajo.
Él se inclinó y besó la mano de la mujer.
—Gracias, mi reina.
«El idiota ha olvidado en que siglo estamos.»
Éste me miró y esperó a que me inclinara como los demás,
pero no lo hice. Quedé cruzada de brazos esperando.
—Cierto, el contrato —dio otra orden. Mario salió en busca
de los abogados, dejándonos solas—. Te veo bien.
—¿Eso crees?
Ella rio.
—A diferencia de mi hijo, tú sí que has podido dormir.
Me permití acercarme a ella.
—¿Cómo está?
Linnéa hizo un sonido extraño y tomó asiento antes de
responderme.
—Olvídate de Kenneth.
—Lo haré —le hice creer—, pero necesito saber cómo se
encuentra. Estuvo meses desaparecido desde que murió
Leopold…
Me interrumpió.
—Bebiendo —esa sonrisa que mostraba, desapareció—.
Estaba desesperado. Dispuesto a suicidarse.
Se me aceleró el corazón.
—Pero…
—No, no lo ha hecho —finalizó.
Los hombres que esperábamos se reunieron con nosotras.
Mario quedó detrás de Linnéa, cubriéndole las espaldas, y los
cinco hombres se acomodaron en otros asientos. Yo, mientras
tanto, me quedé de pie. Me tendieron el nuevo contrato de
trabajo y leí las cláusulas antes de firmar.
—Traición a la corona… —susurré—. ¿Qué es esto,
Linnéa?
Uno de los abogados se levantó y me miró.
—Es la pena de cárcel que tendrías que cumplir si vendes o
traicionas a tu propio país.
Dejé el contrato sobre la mesa y me acerqué a ella.
—No me fastidies, Linnéa —protesté, y Mario hizo lo
mismo—. Serías capaz de hacer cualquier cosa por verme
lejos de Kenneth.
Se dio el capricho de soltar una risa.
—Querida, todos los empleados firman las mismas
cláusulas —exigió que volvieran a acercarme las hojas que
sostuve—. Cuidaré a tu madre, si firmas. Te doy mi palabra. Y
estos hombres, están aquí para corroborarlo.
«Y una mierda.»
Pero no tenía otra opción.
—Está bien —presioné la punta del bolígrafo y marqué mi
firma en su nocivo contrato—. Aquí tienes.
Le di la espalda y me dispuse a salir de la sala. Pero su voz
me detuvo:
—¿Adónde vas?
—A trabajar.
Cerré la puerta y me dirigí a la cocina. Todo estaba en
silencio. No me crucé con ningún empleado. Y, al llegar al
sitio donde encontraría a mis antiguos compañeros, los jadeos
de una pareja me detuvieron.
Un hombre de cabello negro sujetaba a la mujer que se
encontraba tendida sobre la isla. Empujó su cintura con fuerza
mientras que ella gemía.
Me escondí y cerré los ojos.
«Kenneth.»
2
La primera vez que llegué a la casa real encontré al príncipe
Kenneth cometiendo la misma lujuria que las dos personas que
se encontraban casi desnudas en la cocina principal. La
curiosidad me delató, y él me descubrió ojeando algo que no
me incumbía dentro de mis tareas de empleada. La privacidad,
para alguien que pertenecía a la monarquía, era algo muy
importante; si salía algún escándalo, podría poner en peligro la
corona que heredaría con el paso de los años.
Así que me limité a tragar saliva y a dar media vuelta, hasta
conseguir retroceder todos los pasos que di una vez que me
liberé de la charla que me soltó Linnéa delante de sus
abogados y Mario —su guardaespaldas y hombre de
confianza. Estaba tan nerviosa, que recogí mi cabello para que
mis dedos inquietos se entretuvieran con algo. Y sí, lo
conseguí durante unos cuantos metros, pero alguien se encargó
de que eso durara poco. Al mantener la cabeza bajada, los ojos
fijos en los zapatos cómodos que solía usar para trabajar, me
olvidé que no estaba sola. Descubrí el rostro del hombre que
se detuvo una vez que nuestros cuerpos impactaron.
—Kenneth —susurré. Imaginé por un instante que éste se
negaría a mirarme, o incluso que continuaría su camino sin
tomarse la molestia de saludarme. Pero me equivoqué. Se
quedó plantado, esperando a que siguiera moviendo mis labios
para establecer una conversación. Y, durante los tres meses
que estuve alejada de él, pensé en todo lo que le diría cuando
consiguiera estar cara a cara con la persona que abandoné por
un chantaje que recibí por parte de su propia madre. Todas
esas palabras se esfumaron. Era una mujer que estuvo en su
vida y ya no tenía derecho a compartirla con él. Así que alcé la
cabeza e intenté sonreír—. Lo siento. No te había visto.
Él, adentró las manos en los bolsillos de los pantalones de
traje que vestía.
—¿Huías de algo? —Fue breve.
Recordé a la mujer y al hombre de cabello negro que
jadeaba mientras que acariciaba el pelo rubio de su
acompañante. Me ahorré los detalles e incluso censuré en mi
cabeza lo que había sucedido.
—No. Estaba buscando a la nueva gobernanta.
No era la persona indicada para delatar a dos personas que
posiblemente podrían ser otro par de empleados. Estaba mal,
pero yo misma cometí ciertas infracciones que me hubieran
llevado al desempleo en el momento que me di el lujo de
corresponder a la boca del príncipe.
—Así que es cierto —sus ojos claros, cargaban todo el
dolor que sufrió al perder a Leopold. Parecía cansado, enfermo
y roto por dentro—. Has vuelto. Mi madre me lo contó todo.
Pensé que con el sueldo que seguía cobrando Amanda te
harías cargo de todas las deudas que está teniendo tu familia.
No alzó la voz. No me presionó como en ocasiones
anteriores. Simplemente, trasmitió su descontento con la
última frase que soltó.
Me relamí los labios y di un paso hacia delante para estar
más cerca de él. Deseé, incluso sabiendo que estaría mal,
acomodar mi mano en su suave mejilla recién afeitada. Pero
me limité a mantener la distancia que yo misma me busqué.
—Kenneth… —estuve a punto de disculparme con él, de
darle el pésame nuevamente y tuve la esperanza de sentir el
cariño que me dio las últimas semanas que estuvimos juntos.
Y no sucedió. Porque una persona, que se acercó hasta
nosotros con pasos veloces, quedó detrás de mí para
justificarse con el príncipe Kenneth. Era el hombre que había
estado en la cocina, manteniendo relaciones sexuales con
alguna novicia que había llegado a última hora a la casa real.
—No te lo vas a creer, Ken —soltó una carcajada. Lo miré
por encima del hombro al darme cuenta que se dirigió a
Kenneth con una confianza con la que se estaba jugando el
puesto de trabajo que tenía dentro del palacio de la Zarzuela
—. He escuchado tu voz y me he dicho… —hizo una pausa—,
tengo que saludarlo antes que desaparezca de nuevo.
Kenneth apretó la mandíbula.
—Súbete la cremallera —mandó, apuntando la bragueta del
hombre de cabello azabache. Éste tenía las mejillas rosadas
bajo un tono de piel caribeño muy bonito—. Te diré una cosa,
Ishaq, no olvides que aquí eres un invitado. No quiero a tus
amiguitas corriendo desnudas por la Zarzuela mientras que tú
hundes tu nariz entre sus pechos por diversión. Tengo a unos
invitados muy importantes —pasó por mi lado, y se detuvo
cerca de su amigo de la infancia—, y no quiero asustarlos con
tus estupideces, ¿me has entendido?
Ishaq, que parecía un hombre alegre, se burló del hombre
que parecía haber madurado en los últimos meses. Acomodó
la mano sobre su frente y la bajó en el momento que dijo:
—¡Señor, sí, señor!
Tapé la sonrisa que lucí en el momento que lo escuché decir
semejante tontería. Tenía el alma de un adolescente, pero el
aspecto de un hombre maduro que pronto se acercaría a la
cifra de los treinta.
—Tengo que hablar contigo, Thara —su voz me sobresaltó.
Asentí con la cabeza y volví a mantener la cabeza bien alta
para mirarle fijamente a los ojos. El problema fue su amigo.
—¿Thara? ¿La famosa Thara?
Su carcajada no solo enfureció a Kenneth, también sentí la
misma emoción e incluso mezclada con traición; solo había
una persona que podía hablarle de mí, y ése era Philippe.
—Te veré en la cena, Ishaq —se apresuró a decir.
—Está bien —bostezó, y sentí su mano bajo mi espalda
mientras que sus labios se posaban en mi mejilla—. Ha sido
un placer, Thara. Ahora sólo me falta conocer a la futura reina.
¿No conocía a Linnéa?
Al perder a Ishaq de vista, Kenneth me pidió que lo siguiera
hasta uno de los almacenes que utilizaba el Chef Théodore
para guardar las conservas que consumíamos los empleados.
Cerré la puerta y esperé a que él fuera el primero en hablar.
Y me arrepentí.
—Tengo que pedirte un favor —dijo, dándome la espalda
—. Necesito que me prometas que todo será como antes. —
Tuve la esperanza de que se refiriera a cuando estábamos bien,
pero me equivoqué—. Lo mejor para los dos será no tener
ningún tipo de contacto.
—Kenneth, sé que estás furioso conmigo por no querer
marchar contigo, pero te prometo que tenía buenas razones
para no seguirte incluso cuando lo deseé y lo necesitaba.
Tiré de su americana, pero él se negaba a mirarme.
—Eso ya no importa —hizo una pausa—. Ahora tengo que
tomarme en serio mi papel dentro de la monarquía. Ser un
buen rey como lo hubiera hecho Leopold.
Reí.
—Linnéa —nombré a su madre—. No sé qué te habrá
dicho de mí, pero no es cierto…
—No lo hago por ella, Thara.
No, estaba convencida que Linnéa jugó un gran papel en
esa decisión que tomó.
—Y, ¿cómo pretendes jugar a que no nos conocemos
cuando los dos hemos sentido algo más que placer?
—Voy a casarme —su confesión le obligó a mirarme a los
ojos. Entonces volví a reír irónicamente.
—Está bien, Kenneth. No tienes que inventarte una boda
para que deje de hablarte.
Me acerqué hasta la puerta y me detuvo con su ronca voz.
—No te estoy mintiendo —susurró. Me puse tan nerviosa
que aparté la mano que se acomodó en mi mejilla—. Lo
siento.
Até cabos: La visita de Ariette de Bélgica a España;
Kenneth volviendo a Madrid; Linnéa me quería cerca;
Philippe me ocultó la realidad para no hacerme daño; Los
invitados más importantes ya se habían acomodado en la
Zarzuela.
Era cierto.
Kenneth se iba a casar.
Y yo, no podía sentir celos.
Pero fue inevitable.
Él se dio cuenta que derramé un par de lágrimas. Intentó
detener mi llanto, pero lo detuve.
—¡No me toques! —Me mordisqueé el interior de la
mejilla con el único fin de detener el llanto—. Tranquilo, no
volveré a dirigirte la palabra.
Salí del almacén, pero podía escuchar a Kenneth.
—¡Thara! ¡Thara, espera, por favor!
3
Kenneth De España

Estuve a punto de salir detrás de Thara . Al parecer no fui


muy correcto con ella. Intenté ser claro, directo y una persona
sensata a la hora de decirle que lo mejor para los dos era
mantener la distancia, pero la ingeniosidad se me fue por la
boca. A veces, beber, era lo más fácil. Pero me prometí a mí
mismo no acomodar mis labios en ninguna botella de alcohol.
Al menos de momento.
Adentré las manos en los bolsillos del pantalón de traje y
caminé siguiendo los pasos de ella. Fue la voz de Zenón que
me detuvo y me obligó a perder a Thara de vista. Por un
momento pensé que lo mejor para mí era pedirle perdón. Me
hundió verla con los ojos llenos de lágrimas justo en el
momento en el que osé a decirle que me faltaba poco para
contraer matrimonio con una mujer que ni siquiera conocía.
Aunque fueron las consecuencias de querer ser rey. Tenía
que seguir un camino paralelo al de Thara si quería ganarme la
confianza de mi madre y que ésta abandonara el trono que
tanto dolor nos causó a Leopold y a mí; Mi hermano murió, y
yo fui un adulto arrogante que miraba a los demás por encima
del hombro.
Me di cuenta demasiado tarde.
Cuando no podía cambiar mis errores.
Fui un inútil.
Un hombre despreciable.
Me convertí sin darme cuenta en la única persona que me
dio la espalda; mi padre, ese hombre que jamás fue capaz de
tratarme como a su hijo por el simple hecho de haber obtenido
la atención que su mujer jamás le dio. Traté mal a gente que
me amó por seguir unos pasos que acabaron llevándome por el
mal camino.
Perdí a la persona que era capaz de decirme la verdad,
aunque yo no quisiera aceptarla.
Leopold, el hermano que no valoré en vida y lo hice cuando
la muerte nos destruyó a los dos.
Y luego estaba ella…
Thara.
Mi deber era olvidarla.
Sanar nuestros corazones y no recordar que fue de las pocas
personas que me amaron sin tener en cuenta quién era
realmente Kenneth.
—Me alegro de verte, hijo —saludó Zenón, acomodando su
mano sobre mi hombro mientras que me obligaba a girar mi
cuerpo para corresponder el abrazo—. Te veo bien. Linnéa
exageró un poco en la última llamada que recibí. Pensó que
estabas muerto. Cometiendo una de tus locuras. Pero veo que
no. Tú mismo has salido de ese pozo oscuro que cavaste al
perder a tu hermano. Estoy orgulloso de ti, Kenneth.
Zenón no era sólo mi padrino. Zenón fue como el padre que
me faltó, ya que el mío estuvo ocupado para asegurarse que el
heredero de la corona siguiera sus pasos correctamente; ése era
mi hermano Leopold.
Le devolví con fuerza el abrazo.
—Acabo de ver a Ishaq. Se le veía bien —reímos—. He
tenido que darle un toque. Mi madre me ha dicho que la
familia de Ariette se encuentra en la casa real hasta que se
haga oficial nuestro compromiso. Cuando se vayan, no me
importará que vaya desnudo si es lo que él desea.
Zenón soltó una carcajada. Una de esas risas que llegué a
extrañar con el paso de los años.
—Hijo, te prometo que lo he intentado —otra risa—. Ishaq,
cuando sale de Dubái y detiene su viaje en España, se suelta la
malena[2]. Y tú, Kenneth, eres el culpable —y en el fondo,
tenía razón—. Mi hijo siempre ha seguido tus pasos. Al
parecer no eres únicamente su ídolo, también eres su maestro y
el hermano mayor que nunca tuvo. Philippe es el que lo está
controlando por las noches.
Me crucé de brazos.
—He escuchado que no salen —dije, buscando la respuesta
que observé a través de una fotografía.
—Y hacen bien —presionó la mano sobre mi hombro—. La
última juerga que os disteis me obligó a coger un vuelo directo
a Noruega y sacaros de la cárcel. Con la muerte de Leopold,
un escándalo te hundiría —tenía razón—. Philippe deja a
Ishaq en su habitación, y después se marcha al apartamento
que adquirió hace unos meses. Tu madre me ha dicho que está
viviendo con una chica. Quién sabe, a lo mejor se ha
enamorado.
—Espero que no —dije, sin controlarlo.
—Conocí a Ariette —cambió de tema—, es una buena
niña. Inocente, dulce y puedo asegurar que ya está enamorada
de ti —intentó tranquilizarme una vez más, pero no me estaba
ayudando—. ¿Por qué has aceptado Kenneth? Tendrías que
haber esperado a conocer a una mujer que ames, y no a una
cría de veintiún años que hará lo que sus padres le digan.
Linnéa le ha prometido el cuento de una princesa de Disney, y
yo conociéndote, no lo conseguirás.
A él no podía mentirle.
—Con la muerte de Leopold el único heredero que queda
en pie soy yo —empecé a caminar y Zenón siguió detrás de mí
mientras me escuchaba—. Quiero esa corona para demostrar
que puedo ser un buen rey, como lo hubiera hecho mi
hermano. Ella me dejó las cosas claras. Si quiero destronarla,
tengo que casarme. Y lo siento por Ariette —miré sus ojos
oscuros un instante—, pero ella estuvo de acuerdo. Está al
tanto de todo. Firmó un contrato junto a sus tutores. Será reina,
cuando yo aparte a mi madre de mi camino.
Zenón se quedó callado.
—¿Has averiguado lo que te pedí?
—¿Rashid bin Hacuel? —Asentí con la cabeza—. Mandé a
un viejo amigo para hablar con él —Zenón sacó un teléfono
móvil viejo del interior de su americana—. Le enviaron unas
fotografías de Khadija junto a Leopold. Rashid bin Hacuel se
sintió ofendido por el adulterio de su mujer. Además, rompió
el poco contacto que tenía con España al descubrir que el
amante de Khadija era el futuro rey de un país extranjero.
Mandó a sus mejores hombres para deshacerse de la pareja.
Gruñí y apreté los puños.
—El problema no es Rashid, Kenneth. El problema es la
persona que lo informó —guardó el teléfono al mostrarme las
imágenes de mi hermano junto a la mujer que amó—. El
enemigo está bajo tu mismo techo. No busques una guerra con
un país que hundiría al tuyo. Europa se mantendría al margen.
Los americanos optarían también por daros la espalda. Estarías
solo. Y, tu presidente, no mandaría a las tropas. ¿Lo entiendes,
Kenneth?
—¿Tienes el nombre? —Pregunté.
—Mario Urriaga.
Sacudí la cabeza.
—Mario es el informador. Seguía órdenes de mi madre.
—Y consiguió su objetivo. Librarse de tu hermano.
No tenía poder. Aún era muy temprano para deshacerme de
ella. Le pedí a Zenón que me siguiera hasta mi nuevo
despacho —que era justo el de Leopold— para pedirle otro
favor. Éste no se negó y me siguió en todo momento. El mejor
amigo de mi padre era la única persona en la que podía
confiar.
Thara Villena

Acabé en el jardín trasero para ocultarme del personal que


se cruzaba en mi camino en el momento que decidí salir
corriendo de Kenneth para que no me viera huyendo. Cerré
con fuerza los párpados y me refugié de los rayos de sol para
excusarme de las lágrimas que seguían acariciándome las
mejillas. Me partió el corazón al ver a Kenneth madurar y
aceptar las normas de su madre. Tenía que casarse con una
mujer que no amaba y que le costaría corresponder a su amor.
Pero yo era todavía más estúpida por creer que él algún día
se casaría por amor. Era una tonta al imaginarme junto a un
príncipe que tenía muy claro su futuro. Kenneth jamás
rechazaría a la corona. Nació para estar en un trono y no ir
detrás de una persona de clase media.
Me quedé cruzada de brazos y suspiré al sentirme cansada.
Estuve deseando que todo se acabara; que mi madre despertara
y aceptara irse bien lejos hasta reunirnos con nuestra familia.
Una familia que acabó rompiéndose por verse involucrada con
la familia real. Mi padre se cansó de buscar el amor que jamás
le dio mi madre. Sofía tuvo que coger a su hija y salir
corriendo cuando Linnéa descubrió que Luis V tuvo una hija
bastarda. Y yo perdí el contacto de mi hermana al sentirme
traicionada por ella en el momento que decidió mentirme.
Marcharon a Francia y nosotras —mamá y yo— nos
quedamos en un país donde estábamos condenadas por culpa
de la reina.
Noté como algo se posaba en mi nariz. Abrí los ojos
torpemente para descubrir que insecto tenía tocando mi piel.
Ante mis ojos unos finos rayos de luz azules me provocaron
una divertida sonrisa. El aleteo de las alas de la mariposa me
sorprendió; jamás había conseguido que un insecto se me
posara sobre la mano y, en aquel momento, la tenía sobre la
punta de la nariz.
—Pero a quién tenemos aquí —una voz masculina me
sobresaltó, provocando que la hermosa mariposa se alejara de
mí para seguir con su camino—. La famosa Thara Villena. La
joven mujer que se coló en el corazón del príncipe y se lo
destrozó para tener que ir a cuidar a su madre —no me
molestó que dijera todo eso de mí. Pablo tenía un humor negro
que no amargaba a nadie—. ¿Cómo estás? Mi jardín y yo nos
alegramos de verte.
—Está precioso —dije, alzando la cabeza para observar la
maravilla que creó Pablo cuando Linnéa se lo ordenó—. Estoy
bien, gracias. ¿Cómo estáis todos por aquí? Me hubiera
gustado llamaros, pero estaba ocupada…
—Lo sé —susurró, y se acercó hasta mí. Se quitó los
guantes marrones, sacó un paquete de tabaco del bolsillo de
los pantalones verdes y se fumó un pequeño puro que le hizo
sonreír por tomarse un descanso—. Sé que esa bruja os está
haciendo sufrir —se dirigió a Linnéa como la villana de un
cuento infantil—. Amanda era una gran mujer. La mejor
gobernanta que podía haber tenido. Y se la quitó de encima
por miedo a perder a los demás.
Pablo era un hombre que rozaba la edad de mis padres. Era
un hombre bondadoso que también acabó perdiendo a su
familia por aislarse del mundo que había fuera del palacio de
la Zarzuela. Era alegre, siempre soltaba chistes que no eran
divertidos e intentaba no cruzarse con Mario. Y llegó a
sorprenderme que una persona como él fuera consciente de
todo lo que había pasado alrededor de mi madre y de Linnéa.
—¿Tú…?
—Yo sé muchas cosas, Thara, pero no quiero acabar como
ella.
Tragué saliva.
No era la única que estaba atada a la reina, al parecer los
demás empleados también tuvieron que guardar silencio para
que ella siguiera paseando por el palacio sin temor a que
alguien le reclamara por la maldad que desprendía. Observé a
Pablo con los ojos entrecerrados y esperé a que se terminara el
puro que se consumía entre sus labios. Cuando se relamió la
comisura de la boca, lo asalté con la última pregunta.
—¿Os ha hecho firmar un nuevo contrato?
Rio.
—Uno muy bonito donde podría acabar en prisión si abro
mi bocaza. Tengo que mantenerme alejado de los monarcas y
seguir las normas de Mario Urriaga —gruñó, y arrugó un poco
más el ceño—. Uno de nosotros vio algo que a ella no le
interesa que saquemos a la luz. Así que déjame darte un
consejo, Thara —del bolsillo trasero sacó un pañuelo blanco
para que me limpiara las lágrimas—. Aléjate de Kenneth o la
víbora te eliminará como hizo con tu madre. Preséntate a la
nueva gobernanta. Anuncia que has llegado. Nos vemos más
tarde.
Por mi cabeza pasó la idea de que quizás Pablo sabía quién
fue el amante de mi madre…pero sí él optó por el silencio, los
demás teníamos que aplicarnos la misma regla.
Ver, callar y sufrir en silencio.
Algo que sería muy difícil para mí.
Sobre todo, olvidarme de Kenneth.
Tenía que reunirme con la gobernanta que ocupaba el lugar de
mi madre hasta que ella despertara del coma.
Pero en el momento que me crucé con Mario, me arrepentí
de no haber cogido el camino más largo para presentarme ante
la nueva jefa de equipo.
—¿Adónde vas? —Preguntó, intentando pisarme los
talones.
—A trabajar —dije, sin mirar por encima de mis hombros y
acelerando el paso para no tener que ir junto a él—. ¿Sucede
algo?
Tuve la esperanza de que se detuviera y me dejara sola.
Pero no, no lo hizo. Siguió sus firmes y enormes pasos hasta
quedar por delante de mí.
—Linnéa te busca.
—He hablado con ella hace una hora —le recordé, ya que
él estuvo ahí—. Me pagan por trabajar. Dudo que me esté
ganando el sueldo por hablar con Linnéa cada vez que a ella le
apetezca.
Éste no se lo tomó muy bien. Mario frenó de golpe, quedó
cara a cara conmigo y su mano voló hasta mi cuello. Impactó
mi espalda contra el muro más cercano y presionó los dedos
alrededor de mi piel.
—No vuelvas a faltarle al respeto —gruñó—, o te mataré.
Y era capaz.
—N-No puedo… respirar.
No pareció importarle. Siguió presionando. Observando los
intentos fallecidos que daba a la hora de coger una bocanada
de aire puro. Tragué saliva, me estaba destrozando la garganta.
—Mario —la voz de Linnéa sonó desde el fondo del pasillo
—, no quiero que la dejes marcada. Te lo he dicho muchas
veces —éste se apartó de mi lado y se disculpó con su dueña
—. Si quieres enseñarle a Thara buenos modales, los golpes
tienen que ser por el cuerpo. Así la ropa los puede ocultar—.
Linnéa quedó a mi lado y paseó su mano por mi mejilla. —
Aunque ya no nos dará más motivos para educarla
correctamente. ¿Verdad, querida?
La miré por el rabillo del ojo.
—No he hecho nada… —y cuando estuve a punto de decir
“¡Joder!” me mordisqueé la punta de la lengua—. ¿Querías
hablar conmigo?
—Sí —abrió una de las habitaciones que había detrás de su
cuerpo. En el interior, un hombre de estatura baja de metro y
medio nos esperaba sentado sobre un taburete antiguo—. Él es
Francesc. Quítate la ropa.
Mario cerró la puerta.
—¿Qué?
¿A qué jugaba Linnéa?
—No estás aquí para limpiar, Thara. Te he traído de vuelta
para vigilarte. Así que lo mejor para las dos —recogió la tela
que había sobre la mesa, un casimir de un color beige hermoso
—, es que seas una de mis coordinadoras de eventos. Sé que
tus estudios te limitan a tareas más sencillas, pero no te
preocupes, te lo pondré fácil. Lo único que tienes que hacer es
asistir conmigo a los eventos y prepararme un par de copas.
Desnúdate.
Volvió a repetir.
Como no había asimilado sus palabras, Mario zarandeó mi
cuerpo.
Al no tener otra opción, con la cabeza bajada, me desnudé
poco a poco hasta quedar en ropa interior. Arrastré mis pies
cubiertos con unos calcetines blancos hasta el interior de la
habitación. Linnéa quedó detrás de mí.
—El sostén —susurró, en mi oído.
—Linnéa —supliqué.
Mario se acercaba, así que lo hice. Llevé mis manos hasta
el broche de atrás, y abandoné de mi cuerpo el sostén que me
cubría. Francesc no me miró, ni siquiera Mario. Lo agradecí.
El problema fue ella. Sus manos quedaron en mis caderas
mientras que subían sin detenerse.
—¿Qué habrá visto mi hijo en ti? —Preguntó, mientras que
arropaba mis pechos con la palma de su mano—. Eres joven.
Mal hablada. Tus ojos son grandes y bonitos. Y tus pechos,
firmes y con los pezones rosados —presionó los pezones y
jadeé de dolor—. Kenneth no deja de pensar en ti.
Me harté.
Tenía opción.
Dejarme manosear por Linnéa o ser golpeada por Mario.
Decidí el golpe.
—Pensé que me querías a tu lado —aparté sus ansiosas
manos de mi cuerpo—, y veo que prefieres que caliente tu
cama por las noches. Pero no, Linnéa. Te equivocas conmigo.
Ella rio.
—Tienes razón, querida —alzó mi rostro y me obligó a
mirarme a través del espejo—. Quiero que controles a Ariette.
Esa cría no puede meterse en la cama de Kenneth. Hazte
amiga suya.
Me quedé anonadada.
—¿O qué?
Acabó amenazándome con sus ojos azules.
—Mario, ven aquí —pidió—. Demuéstrale que puede pasar
si no me hace caso.
Cerré los ojos cuando se quitó el cinturón y se lo enrolló en
la mano.
4

Cuando Mario se cansó de sacudir los brazos contra el saco


de boxeo humano, la voz de Linnéa ordenó que me
incorporara. Una de las manos descansó en el costado
izquierdo, mientras que la otra hizo el esfuerzo de mantenerme
de rodillas sobre el suelo. Los gritos del hombre siguieron
resonando en mi cabeza. No tuve otra opción que asentir y
mirar al diseñador que seguía esperando para cogerme las
medidas. Empujé con fuerza las piernas y, una vez que quedé
de pie, oculté mi desnudez con las temblorosas manos.
Mario se sentó en una de las sillas que había al fondo de la
habitación, mientras que Linnéa observaba detalladamente la
curiosa forma con la que trabajaba Francesc. Una hora más
tarde, el hombre terminó de recoger el dobladillo de los
pantalones del traje beige que me obligaron a vestir. Conseguí
cerrar el broche de la camisa, y Linnéa se encargó de cerrar la
chaqueta americana de enormes hombreras.
—Mírate —volvió a decretar que me acomodara delante del
espejo—, pareces una joven de clase alta. Pero sólo por fuera.
Por dentro sigues siendo una cría que correteó en un barrio
obrero de Madrid.
—¿Eso es todo, Linnéa?
Estaba cansada.
Ella sacudió la cabeza.
—Te lo volveré a repetir por si no te han quedado las cosas
claras, Thara —sus dedos alzaron mi rostro y me vi obligada a
mirarla a través del espejo—. Ahora trabajas para mí. Eso
significa que harás todo lo que te pida. Alejarte de Kenneth, y
aconsejar a Ariette.
—Está bien —dije, lo que ella quería escuchar.
Sentí como sus dedos se enredaban en mi cabello, y en vez
de manifestar el dolor con un gimoteo, cerré los ojos y ahogué
el llanto.
—Ya te demostré que enfrentarte a mí tiene sus
consecuencias —Linnéa suspiró—. Yo también amo a
Kenneth, pero si no es para mí, no lo será para nadie.
Abrí los ojos asustada.
—¿Qué intentas decirme? —pregunté, con temor.
Ella no mostró ninguna sonrisa. Su rostro se arrugó un poco
más y sus labios se apretaron en el momento que se detuvo a
tragar saliva con dificultad.
—Ya he perdido a un hijo —soltó—. Así que, si Kenneth
desaparece, vestiré de luto el tiempo que me quede de vida.
Francesc salió de la habitación cuando Mario se lo pidió.
Los dos hombres nos dejaron a solas y temí por un momento
el grado de locura que manifestó Linnéa. Ella, siguió
acomodando su pecho sobre mi espalda, mientras que sus
manos me retenían. No podía avanzar, ni siquiera luchar
contra ella. Me encontré débil y asustada por las palabras de
una mujer que paseaba orgullosamente el título de reina de
nuestro país.
—Li-Linnéa… —gimoteé.
—Si te acercas a él, lo mato —aclaró, tajantemente. El
silencio nos invadió—. Será mejor que salgamos. Kenneth y
Ariette están a punto de conocerse. No nos lo podemos perder.
Bajé la cabeza y miré las palmas de mis manos que se
ocuparon de recoger las lágrimas que derramaron mis ojos al
ser testigo de la demencia de la mujer que me retenía junto a
ella.
Los invitados se acomodaron en los asientos
correspondientes que les habían asignado. Linnéa hizo un par
de cambios de última hora, y obligó a la nueva gobernanta que
mi asiento estuviera más cerca del suyo. Desplazó a Zenón e
Ishaq Bermejo, y yo quedé a su mano derecha justo delante del
asiento que cogería Kenneth en el momento que pisara el
enorme comedor.
Los padres de Ariette hablaban abiertamente y sin ningún
tipo de dificultad nuestro idioma. Recordé que Kenneth me
comentó que, al ser parte de la realeza, estaban obligados
desde muy pequeños a aprender los idiomas de los países
aliados.
En el momento que Philippe se reunió con nosotros, intentó
acercarse hasta mí. Estaba tan confuso como yo, y no le
dejaron aproximarse. Mario se interpuso en su camino y le
pidió que descansara en el lugar que le otorgaron. Intenté
devolverle la sonrisa, pero fracasé.
—¿Cuándo comeremos? —Reclamó Ishaq, a su padre.
Involuntariamente escuché la conversación de la familia
Bermejo.
—No olvides tus modales, hijo.
Ishaq se inclinó hacia delante. Su mirada se encontró con la
mía.
—Papá, quiero presentarte a alguien —Ishaq dejó de jugar
con su reloj de oro blanco y llamó la atención de su padre.
Zenón me miró—. Es la hija de Amanda, la antigua
gobernanta.
Éste me mostró su mejor sonrisa.
—Entonces debes de ser Sofía —aclaró. Zenón y Luis
tuvieron una gran amistad. Tanto, que sus hijos intentaron
seguir sus pasos y no lo consiguieron; más bien, Kenneth se
alejó de Ishaq por unas razones que desconocía. Estiró su
brazo e intentó estrecharme la mano creyendo que yo era la
amante de su viejo y olvidado amigo.
Alguien tuvo el valor de corregir su error.
—No, Thara es la hija menor de Amanda —Linnéa nos
interrumpió—. ¿Nunca conociste a Sofía, querido Zenón?
Zenón siguió con una sonrisa dibujada en el rostro mientras
que la reina hablaba.
—Luís era muy cuidadoso con la identidad de la mujer que
amó —su risa estalló, e Ishaq lo siguió un instante—. No
deberíamos hablar de este tema. Los implicados no están
presentes.
—Hace poco me enteré, Zenón. Thara también está al tanto
de todo —yo no dije nada—. Amanda guardó muy bien el
secreto.
—Linnéa, dulce rosa, no deberías mostrar tu odio hacia una
mujer que ocultó tus secretos e infidelidades delante de su hija
pequeña. Lo siento mucho, señorita Thara —Zenón bajó la
cabeza, disculpándose. Se rascó su cabello canoso y volvió a
acomodar la espalda en el respaldo de la silla—. Por cierto,
¿dónde está Amanda?
Yo respondí.
—En el hospital.
Zenón no fue el curioso, más bien, Ishaq volvió a mirarme.
—¿Qué le ha pasado?
—Tuvo un accidente. Está en coma.
Linnéa nos perdió de vista.
Zenón no ocultó su rostro de sorpresa.
—No estaba al tanto —dijo él—. Amanda siempre se ha
portado muy bien con nosotros. ¿Qué han dicho los médicos?
Quise responderle, pero nos anunciaron que Kenneth había
llegado. Todos nos levantamos del asiento que ocupamos
durante unos minutos, y esperamos impacientemente como el
príncipe aguardaba la llegada de Ariette de Bélgica. Ella no
tardó en llegar. La princesa apareció con un hermoso vestido
color crema, acompañada por dos mujeres que retocaron su
cabello rubio en el momento que entró en el comedor. Se
acercó tímidamente hasta Kenneth, y cuando éste fue a
sostener su mano, ella saltó sobre él hasta rodear su cuello con
los brazos.
—¡Mi hermoso príncipe!
Kenneth se quedó inmóvil.
—Estaba deseando conocerte —Ariette olvidó por
completo que los familiares e invitados observaban la escena
—. ¿Lo deseabas como yo, querido Kenneth?
Kenneth buscó a su madre.
Ésta cerró los ojos y asintió con la cabeza.
—Sí.
—No te acuerdas de mí —su risa se apagó en el momento
que pegó sus labios en la camisa de Kenneth—. Era muy
pequeña —prosiguió—. Nos cruzamos en la boda de Jan y
Mila. Tenía catorce años, y tú, mi querido príncipe, veintidós.
La carcajada y el comentario de Ishaq me llamó la atención:
—La boda de los príncipes de los Países Bajos —su
comentario estuvo fuera de lugar, pero aun así lo soltó—. Ken
se folló a Mila ese mismo día.
—Ishaq —gruñó Zenón.
—Y no fue el único —rio.
—Ishaq —siguió advirtiéndole.
—Yo solo digo la verdad —se cruzó de brazos. Nadie diría
que Ishaq tenía veintinueve años—. Pobre princesita.
Dejé de observar a padre e hijo y volví a mirar a Kenneth.
Estaba incómodo y sus manos rápidamente se acomodaron
sobre las de ella en el momento que sus dedos se entrelazaron
detrás de su cuello. Él, sin querer desilusionarla, amablemente
la acompañó hasta su asiento. Cuando ambos se sentaron, los
demás hicimos lo mismo.
Todos comieron y rieron ante las bromas del rey de
Bélgica. Yo, mientras tanto, me sentía incómoda y solo
deseaba marcharme de la Zarzuela y refugiarme en el
apartamento de Philippe.
Linnéa se dio cuenta de lo incomoda que estaba y me llamó
la atención; sus dedos golpearon el viejo brazalete que solía
llevar y que ese día olvidé quitarme.
—Por hoy has cumplido.
Me atreví a preguntarle algo:
—¿Seré interna?
Ella sacudió la cabeza y lo agradecí.
—No, puedes irte a casa del gabacho —esperó a que me
levantara, y me detuvo—. Philippe Bouilloux-Lafont, es un
hombre atractivo. ¿Estás interesada en él?
Por un momento olvidé guardarme la ironía.
—Creo haber escuchado que la relación amistosa era con
Ariette y no contigo.
Por un momento Linnéa sonrió. Tuve suerte que sus
invitados estuvieran presentes ya que, en otra situación,
hubiera mandando a Mario para corregir mis modales ante
ella.
—Ya hablaremos —sacudió la mano en el aire—. Tu
jornada laboral comenzará a las 7 de la mañana. Así podrás
dormir un poco más.
Asentí con la cabeza, y me despedí de Zenón, Ishaq e
incluso de Philippe.

Era el día libre de Cécile. Philippe le daba la libertad que


yo nunca tuve en el palacio de la Zarzuela cuando trabajaba
junto a mi madre.
El apartamento estaba vacío. El sol empezaba a esconderse
a las siete de la tarde. Empujé mi cuerpo hasta la habitación
que me dejó Philippe ocupar. Me desnudé antes de llegar al
baño y dejé que mi cuerpo herido descansara un largo rato en
agua tibia. Sin mirar el reloj, pensé que Phil llegaría tarde, así
que me dispuse a preparar la cena para una persona.
Salí de la bañera y me cubrí con el albornoz que había
detrás de la puerta. Llegué hasta la cama con la desesperación
de tumbarme y dormir hasta el día siguiente. Pero no lo hice.
Me desnudé una vez más e intenté inclinarme hasta la cómoda
para coger algo de ropa interior. Cuando una voz me
sobresaltó.
—¿Qué te ha pasado en la espalda? —Philippe preguntó,
acercándose. Se dio cuenta de los golpes que se marcaron en
mi piel. Sus dedos se posaron bajo mi espalda y gemí de dolor
—. ¿Thara?
Si Linnéa era capaz de matar a Kenneth, no lo dudaría con
Philippe.
—Me caí.
—¿Te caíste? —Repitió, sin creérselo.
No era estúpido.
El problema era yo, que no tenía otra opción que
arrodillarme ante la bruja de Linnéa.
—Thara, ¿qué está pasando? —Me obligó a mirarlo—.
Quiero ayudarte. Déjame ayudarte, por favor.
—Philippe…
—¿Es Kenneth?
—No. No —sacudí la cabeza, y me di cuenta que no quería
saber nada de las personas que involuntariamente me hacían
daño. Pablo tenía razón. Lo mejor para mí era alejarme de los
monarcas—. Philippe, por favor, no quiero que me hables de
Kenneth. No quiero saber nada de nadie que esté en este
momento en la Zarzuela. No quiero llevarme el trabajo a casa.
—Ma belle amie[3].
—¿Qué te parece si vemos una película y me arropo a tu
lado?
Sonrió y me dejó que terminara de vestirme. Salí de la
habitación con un pijama compuesto por dos piezas muy
acertado para el otoño. Antes de tumbarme en el sofá, hice
unas cuantas palomitas en el microondas con una palomitera
ecológica que compré en Amazon. Me acomodé junto a él y
dejé el bol del snack en el reposabrazos mientras que mi
cabeza se posó sobre sus piernas. Los dedos de Philippe
acariciaron mi cabello húmedo mientras que yo me entretenía
en buscar una película en el portal de Netflix.
Cuando creí que encontré la comedia perfecta, alguien nos
arrebató la velada casera con la que disfrutaban un par de
amigos.
—Iré yo —dijo Philippe.
—¿Quién es?
Philippe bajó la cabeza y refunfuñó en francés.
—Ishaq. Me libraré de él.
Se lo agradecí.
Cuando abrió la puerta, Ishaq pasó como si el apartamento
fuera de su propiedad. Antes de que Philippe dijera algo o
cerrara la puerta, su amigo empezó a parlotear sin parar.
—¡Tenemos que celebrar el compromiso de Kenneth! ¡Por
los viejos tiempos!
Philippe lo detuvo.
—Deberías llevarle la fiesta al novio —le abrió los ojos—.
Kenneth no está aquí.
—No —se escuchó otra voz—, porque estoy aquí.
Kenneth apareció, con otro traje. Se adentró un poco y me
encontró tumbada en el sofá. Me incorporé inmediatamente y
ni siquiera fui capaz de decirle algo.
—¿Philippe?
El francés no dijo nada.
Ishaq se encargó de guiar a las mujeres que le siguieron
hasta uno de los baños para que se cambiaran.
Al darme cuenta que la fiesta había comenzado, me levanté
para salir de allí. Pero alguien me retuvo.
—Kenneth —susurré.
—Si quieres puedes quedarte —sus dedos tocaron mi piel.
No quise mirarlo a los ojos.
—¿Quieres que me quede? —Le pregunté, olvidando las
amenazas de Linnéa por un intervalo de tiempo.
—Tenemos que celebrar mi compromiso.
—No has respondido —insistí.
—Estoy siendo educado contigo —no se apartó de mi lado.
Pero yo sí lo hice.
—Eso es un no —le aclaré.
Antes de que llegara a mi habitación, su voz siguió
sonando, como esa misma mañana cuando nos habíamos
reencontrado.
La única diferencia es que en ese momento sí que fue detrás
de mí sin detenerse.
5

Quedarme encerrada con Kenneth no estaba en mis planes,


ni siquiera el hecho de haberme enfrentado a él. Cometí un
desliz como de costumbre. Aunque mi cabeza dijera que no,
mi cuerpo pedía a gritos estar cerca de él. Todos esos meses en
los que no sabía nada de Kenneth, fueron la excusa para que
en cualquier momento me lanzara sobre su cuerpo para
abrazarlo y fundirme en su piel. Y las cosas habían cambiado,
pero me costaba hacerme a la idea. Todos me dijeron que no
tenía que quedarme a solas con el príncipe; Linnéa, Mario,
Pablo e incluso yo. Y ahí estaba, a solas con él mientras que
evitaba perderme en sus azulados ojos.
—Volvemos a vivir la misma situación que esta mañana…
—tuvo que detener sus palabras cuando le interrumpí.
—Salvo que ahora estás en mi habitación —se dio cuenta
que estaba furiosa—. Deberíamos salir fuera.
—¿Deberíamos?
Repitió.
—Sí, deberíamos —me quedé cruzada de brazos y me
arrepentí por no haberme ido antes a la cama. Si hubiera
optado por dormir, jamás me hubiera cruzado con él. Habría
celebrado su despedida de soltero o lo que estuviera
celebrando en casa de Philippe y, después de beber y bailar
con todas las mujeres que lo siguieron, se hubiera vuelto a su
hogar sin tener la necesidad de hablar conmigo. Pero ahí
estábamos. Uno delante del otro a punto de reclamarnos cosas
a la cara en vez de besarnos desesperadamente—. Es la
vivienda de Phil. Sería una falta de respeto que estuviéramos
aquí…
Hizo lo mismo que yo. Atropellar mis palabras con las
suyas.
—¿Phil? —la risa nerviosa que soltó no me gustó—. Estáis
muy unidos.
—Kenneth —quise excusarme y decirle la verdad, pero no
me dejó.
Volvió a avanzar, dejándome perdida ante sus actos.
¿Qué sería lo siguiente?
¿Gritarme?
¿Reclamarme por haberlo abandonado después de haberme
disculpado con él esa misma mañana?
¿Volvía a ser el imbécil que conocí la primera vez que me
crucé con él?
—Me alegro. Realmente me hace feliz que Philippe y tú os
cuidéis mutuamente —arrastró sus dedos al cabello y siguió
caminando hasta dejarse caer en mi cama. Arregló su corbata
azul zafiro y dejó de mirarme—. No te estoy mintiendo, Thara.
Quédate tranquila.
No podía quedarme tranquila cuando estaba segura que
mentía.
—No te entiendo.
—Ni yo mismo me entiendo, Thara. He estado perdido
durante tiempo. Ahogándome en alcohol porque era lo más
fácil. Me rescataron de la tumba que yo mismo cavé sin
haberlo pedido. El tiempo que estuve solo me di cuenta que
tenía que dejar de ser yo para convertirme realmente en lo que
debí ser antes de que mi madre me manipulara —hizo una
pausa, arrepintiéndose de decirme la verdad—. Cuando te vi
con Philippe a través de una fotografía, tengo que admitir que
me dolió. Pensé que si me dejaste fue para centrarte
únicamente en Amanda y después acabarías buscándome. Pero
no fue así… —quise borrar esa idea de su cabeza, pero no me
dejó—. Tienes que escucharme, por favor —me pidió, para
que sellara mis labios—. Y encontraste un camino mejor. Te
cruzaste con un hombre que jamás te haría daño. Era la mejor
opción, y más cuando querías huir de nosotros.
»Nunca me atreví a decirte que te quería por miedo a
alejarte de mí. Has sido la segunda persona que me ha querido
con sus defectos y las pocas virtudes que tenía como ser
humano. Me diste esperanza e incluso me enfrenté a mi madre.
Quería dejarlo todo y asumí que Leopold sería la persona que
llevaría la corona con más honor. Necesitaba olvidarme de mi
nombre y del título que me dieron nada más nacer. Deseaba
desaparecer, pero a tu lado. Dejar de lado lo que más ansiaba
para tener la oportunidad de rehacer mi vida contigo. Mi
futuro era estar con la mujer que amaba. Tener una familia a la
que cuidar. Convertirme en un hombre bondadoso y
ensuciarme las manos sin que otro lo hiciera por mí. Ése era
mi verdadero destino.
Perdí a Kenneth y él me lo recordó.
—Todo en pasado —susurré.
—Sí, Thara. Todo en pasado. Me obligo a decirlo todo en
pasado porque todavía te quiero —eché un vistazo a sus
puños; estaban cerrados y con los dedos rojos por la presión.
Estaba furioso con sí mismo—. Pero tenemos que seguir
nuestra vida en caminos separados. No puedo renunciar a la
corona porque Leopold jamás lo hubiera hecho. Tengo que
alejarme para que tú puedas ser feliz. Necesito casarme con
ella para olvidarte o se me hará muy duro cada vez que te vea.
—¡No pongas excusas! —grité, y no me importó llorar
delante de él—. Has querido, quieres y querrás esa maldita
corona de oro que jamás llevarás puesta. ¡Es un adorno! Un
adorno que estará en una vitrina junto a tu nombre. Deja de
mentirte, Kenneth —me alejé de la cama en el momento que
decidió levantarse—. Nunca me has querido. ¿Sabes por qué?
Porque si me quisieras te habrías enfrentado a tu madre antes
de aceptar su trato —estaba tan furiosa que, ser vulnerable
ante él, me hacía débil—. Está bien. Cada uno por su camino.
Tú no me mirarás y ni harás el esfuerzo de buscarme. Yo te
puedo prometer lo mismo.
—Thara…
—¡Deja de pronunciar mi nombre! Somos dos
desconocidos que nos hemos quedado encerrados en la
habitación de un amigo que tenemos en común —abrí la
puerta y esperé a que saliera el primero, pero no lo hizo—.
Trabajaré para tu esposa porque necesito el dinero. Cuando lo
consiga honradamente —aclaré, para que no soltara él mismo
el dinero— me iré. Te lo prometo.
—Mi idea no era acabar mal contigo.
—¡Ah! —exclamé, de una forma burlona—. ¿Has venido
hasta aquí para que seamos amigos? ¿Quieres una amistad
conmigo, Kenneth? —No respondió—. Así podemos
contarnos todo lo que hagamos en la intimidad con nuestras
respetivas parejas. ¿Te parece bien?
Sacudió la cabeza, cansado ante mi actitud.
Él podía mostrar madurez, pero no, yo no podía estar de
acuerdo con sus palabras.
—Estás nerviosa —acomodó su mano en mi mejilla, y
acabé alejándome del contacto de su piel—. Cuando estés más
tranquila reúnete con nosotros y estaré dispuesto a hablar
contigo a solas otra vez. Mientras tanto, piénsate muy bien lo
que me vas a decir antes de alejarte de mí de una forma tan
brusca e innecesaria. Que intente rehacer mi vida lejos de ti no
significa que no quiera volver a verte.
Alisó su americana y abandonó la habitación como si
hubiera hablado con una niña mal criada y acabó
decepcionado. Me dejó sola y con las últimas palabras en la
boca; Quería gritarlas y así el dolor desaparecía más rápido de
lo que llegué a sufrir la vez que nos distanciamos.
Así que aproveché para liberarlas en el momento que dobló
la esquina del pasillo.
—¡Te odio!
Pero no me sentí bien.
Siguió doliendo.
Y al final Kenneth tenía razón.
Teníamos que mentirnos.
Lo mejor era no amarse y no seguir en la vida del otro.
«No quiero a Kenneth»-me dije a mí misma, recogiéndome
el cabello antes de abandonar el cuarto. «No le quiero.»

Terminé reuniéndome con el grupo de amigos y las


bailarinas que los acompañaban. Kenneth se me quedó
mirando, así que giré el rostro y busqué de una forma muy
desesperada a Philippe. Mientras que lo buscaba por el amplio
comedor, me acomodé sobre los hombros la bata que había
cogido de la habitación. Todos estaban vestidos con trajes
caros o vestidos llenos de lentejuelas blancas y perlas de
cristal. En cambio, yo, aparecí en la celebración con un pijama
escarlata y una bata blanca de seda que utilizaba antes de que
llegara el invierno.
No quise salir corriendo y opté por ojear a las chicas y a los
movimientos de Ishaq; el amigo de Kenneth y Philippe se
distrajo abriendo una botella al mismo ritmo que las caderas
de las mujeres que lo rodeaban. Cuando consiguió sacar el
corcho de la botella de Macallan, la espuma salió disparada a
la alfombra de quince mil euros. Si Cécile se hubiera quedado
en la velada para terminar viendo como el amigo de su jefe
destrozaba el apartamento, la mujer seguramente habría
acabado estallando en gritos. Al igual que estaba haciendo yo.
Estaban rompiendo y ensuciando todo lo que tenían cerca y
seguían bailando sin importarles los desperfectos. Me
mordisqueé la punta de lengua y giré sobre las zapatillas para
desaparecer de allí. Fue una mala idea reunirme con unas
personas que no conocía.
Pero fue la voz de Ishaq la que me detuvo.
Éste no tardó en salir corriendo para cogerme del brazo y
girarme con la intención de que volviéramos a la fiesta. Su
bonita sonrisa y su cabello revuelto me obligaron a ser amable
con él y a no faltarle al respeto como hubiera hecho si Kenneth
y yo estuviéramos bien. Aunque él no me hizo nada. Más bien
me incomodaba la idea de que estuviera al tanto de la relación
que tuve con su amigo.
—Llevo meses queriéndote conocer —me ofreció un trago
directo a la botella que abrió, pero tuve que rechazarlo. No
quería beber. Quería seguir siendo yo; triste y a la vez
enfadada—. Creo que a nuestro amigo Kenneth no le gusta
que estés aquí. O eso pienso. No te esperaba, aunque sabe que
vives con Philippe. ¿Cómo se siente la primera mujer que deja
al príncipe de España?
Le di la espalda a los demás y busqué los ojos cansados de
Ishaq.
—¿Estás borracho? —susurré, con temor a que Kenneth
nos escuchara.
—Te confesaré algo —se relamió los labios, me mostró la
botella y se acercó para decírmelo en el oído. Tuvo que bajar
la cabeza y me hizo cosquillas con su salvaje cabello negro—.
Intento estar siempre borracho. Ves la vida de otra manera.
Nada te hace enfurecer. Todo es divertido…incluso el rostro
serio de Kenneth. Justo ahora pensará que te estaré diciendo
cualquier guarrada para llevarte a la cama. Me encanta poner a
ese imbécil celoso. Por eso nos llevamos tan mal.
Nos apartamos y acabé mirando inconscientemente por
encima del hombro. Ishaq tenía razón; Kenneth dejó de beber
de su copa y se centró únicamente en nosotros dos. Al volver a
cruzarme con la mirada penetrante de Ishaq, me di cuenta que
estaba allí para fastidiar a su amigo. Así que recogió mi rostro
con sus suaves dedos y alzó mi barbilla para acercarme a sus
labios.
Todo pasó tan rápido que no sé ni cómo acabé en el suelo.
Ishaq no me besó, pero desde donde se encontraba Kenneth
dio la sensación de que habíamos unidos nuestros labios. Se
adelantó para cortar la distancia, tiró de mí y perdí el
equilibrio. Alcé la cabeza después de soltar un gemido de
dolor. Ambos se encontraban desafiándose con la mirada.
—¿Sucede algo? —preguntó Ishaq, aguantando las ganas
de reír.
—Has bebido demasiado. Desde que has llegado no has
dejado de avergonzarme.
—¿Yo te he avergonzado?
—Deberías volver a la Zarzuela. Zenón está preocupado.
Ishaq acabó riendo tan fuerte, que su saliva humedeció el
rostro de Kenneth.
Tuve que agradecerle a la chica de cabello rubio que me
alzara del suelo. Ambos me ignoraron mientras que siguieron
discutiendo por una estupidez. Ishaq quería pelear con
Kenneth, y Kenneth quería golpear a cualquiera para
deshacerse de la ira que nació al discutir por nuestra
separación.
—A mi padre hace años que no le preocupa nada —le dio
otro trago al alcohol—. Ni siquiera mostró interés cuando mi
madre se quitó la vida. —Se me puso el vello de punta al
descubrir que su madre murió—. Sí, Thara —me miró—, mi
madre nos dejó hace tiempo. Y desde que ella se fue, llevamos
años viniendo y saliendo de España en busca de alguien que
nos llene el corazón. Pero no hay nadie —sacudió la cabeza—.
Ni siquiera un amigo dispuesto a entenderme.
—Te llevaré a casa…
Kenneth le arrebató la botella, e Ishaq le golpeó el pecho.
—¿¡Por qué me odias, Kenneth!?
—Ishaq —gruñó.
—Somos… —rectificó— o éramos buenos amigos.
Apagaron la música para que Ishaq se tranquilizara. En
ningún momento bajó el tono de voz o relajó sus rasgos
faciales. Esa actitud alteró a Kenneth y tuvo la necesidad de
llevárselo de allí antes de que acabaran golpeándose como dos
críos de diez años.
—Somos amigos, Ishaq.
—Pero siempre cuentas con Philippe antes que conmigo.
Kenneth gruñó.
—Has elegido el peor día para ponerte celoso.
Pasó el brazo de Ishaq por encima de los hombros y rodeó
su cintura para tirar de su amigo. Avanzó sin ningún problema
por la sala y buscó en su abrigo el teléfono para llamar a su
chofer. Me quedé mirando la escena hasta que otra chica se
acercó hasta mí para contarme realmente por qué habían
asaltado la casa de Philippe esa misma noche.
—Estábamos en el club BlackNight y unos paparazzi se
colaron. No consiguieron fotografiar al príncipe, pero
seguramente nos siguieron hasta aquí.
Si Kenneth abandonaba el apartamento la prensa rosa los
retrataría como a dos borrachos sin responsabilidades y
perdería la poca confianza que tenía con los habitantes de
España. No podía dejar que se marchara. Los paparazzi se
cansarían pronto si se quedaban con nosotros.
—¡Kenneth! —Lo detuve justo en el momento que posó la
mano en el pomo de la puerta. Su rostro se serenó al verme ir
detrás de ellos—. No os podéis ir. Hay prensa ahí fuera. Os
han seguido. Lo sé.
—No podemos quedarnos todos aquí. Vosotros tenéis que
descansar.
Philippe seguía sin aparecer.
Él se dio cuenta a quién estaba buscando.
—Está en el baño —anunció—. Se ha cortado cuando Ishaq
ha tirado uno de sus trofeos de tenis.
Afirmé con la cabeza y salí corriendo en busca de Philippe.
Y Kenneth tenía razón. Estaba en el baño privado de su
habitación vendando torpemente el corte de su dedo. Cerré la
puerta y recogí del botiquín un par de tiritas.
—No es nada grave —saqué las vendas y humedecí la
herida con un antiséptico para la piel—. Al final no harán falta
las tiritas. En unos días cicatrizará.
—Esto se te da bien.
—Te recuerdo que tengo una sobrina de seis años.
Le devolví la sonrisa.
—He dejado de escuchar música ahí afuera. ¿Ha sucedido
algo?
—Ishaq está borracho. Está al tanto de lo mal que acabé
con Kenneth. Ellos dos no se llevan muy bien, así que ha
buscado la excusa perfecta para provocarlo y han terminado
gritándose y abriendo las heridas del pasado —me sentí
orgullosa con el resumen de la historia que hice—. Hay prensa
fuera. Ese es el motivo por el cual han venido esta noche. No
pueden irse. Kenneth tendrá problemas.
Se levantó del borde del jacuzzi y se miró al espejo; lo
único que hizo fue sonreír y mirarme a mí mientras que
terminaba de recoger las gotas de sangre que cubrieron el
suelo del baño. Desde que vivía con él no me permitía hacer
nada, pero me gustaba ayudar a Cécile.
—Y, ¿dónde van a dormir?
Me encogí de hombros.
—No lo sé.
—Tú has propuesto la idea.
—No me hace gracia que Kenneth se quede aquí, Phil, pero
no tenemos más opciones.
Vi por el rabillo del ojo como la puerta del baño se abrió.
—Puedo dormir en el sofá —me sobresaltó su voz—. No es
la primera vez que abandono mi cama real.
Philippe no rio con su broma, y yo me mantuve al margen.
—Tengo una idea —levantó el dedo como uno de esos
detectives de los años setenta cada vez que la cámara sacaba
un primer plano de su rostro—. Ishaq, como castigo, dormirá
en el sofá. Estoy cansado de ser su niñero cada vez que bebe.
Llevo más de tres semanas con ese ritmo. Me siento mayor —
rio—. Y tú —miro a Kenneth—, puedes descansar en la cama
de Thara. Ella dormirá conmigo.
A mí no me molestó, pero a él…
Se quedó serio y sin responder durante un minuto largo.
—¿Me has escuchado, Kenneth?
—Sí —tragó saliva—. Voy a tumbar a Ishaq en el sofá.
Buenas noches.
Esperé que cerrara la puerta y aguanté unos segundos más
antes de decirle a Philippe:
—¿Te has vuelto loco?
—Kenneth me contó sus intenciones. Quiere estar bien
contigo, pero a la vez lejos de ti. ¿Qué puedo hacer yo ante dos
personas que aprecio, Belle dame[4]? —Besó mi mejilla y
volvió a mirar su dedo—. Te espero en la cama.
Me encogí de hombros y fui detrás de él.

Desperté al notar unos dedos intrusos tocando los


pendientes que decoraban el lóbulo izquierdo. Fui abriendo
poco a poco los ojos hasta que me encontré con Philippe
descansando plácidamente sin darse cuenta que estaba pasando
detrás de mi espalda. Tragué saliva e intenté no ponerme
nerviosa. Me moví con cuidado y acabé encontrándome con
unos ojos que no tardé en reconocer. Ishaq estaba despierto a
las cinco de la mañana y mostrando una sonrisa que yo jamás
tendría después de tres botellas golpeando mi estómago.
—¿A qué hora sirven el desayuno? —su tono de voz fue
bajo para no despertar a Philippe—. Acabo de salir del baño.
He devuelto todo y tengo un hambre terrible. Me comería una
vaca, pero estamos en la ciudad.
Tuve que responderle para que saliera de la habitación.
—Cécile no está. Hay pan de molde en la estantería de
arriba a mano derecha. Las cápsulas de café están al lado de
cafetera. Y la leche la puedes encontrar en la nevera —
bostecé, todavía podía dormir una hora más antes de ir a
trabajar—. Podrás arreglártelas tú solo.
Le volví a dar la espalda y cerré los ojos.
Confié en que saldría, pero se quedó para consultarme la
última duda.
—¿Cómo se enciende la cafetera?
Agrandé los ojos al recordar que Ishaq era como Kenneth;
tenían servicio, por ese motivo no sabían hacerse ni un huevo
frito. Tuve que abandonar la cama con cuidado de no despertar
a Philippe y le pedí a Ishaq que me siguiera. El salón estaba
sucio y las chicas se fueron cuando el príncipe les pidió que
marcharan.
Acabé preparando el desayuno para todos; media docena de
huevos cocidos, una docena de tostadas, varios cafés para la
resaca y unas cuantas gominolas que aportaban vitaminas que
acabé comprando la semana anterior en la farmacia que
teníamos cerca de casa. Me senté delante de Ishaq y me tomé
el café solo para despertarme de golpe. Éste disfrutó el
desayuno y le pareció todo delicioso. En cambio, Kenneth
siempre fue más exquisito.
—Esta mermelada está más rica que la que sirven en la
zarzuela —alabó el dulce rosado que se le escurría por los
labios—. ¡Me encanta!
—Es porque tiene azúcar. El ayudante del chef la hace con
fruta ecológica —le quité el tarro de mermelada antes de que
le diera un subidón de azúcar—. Se acabaron los procesados
por hoy. Termínate el café.
Lo traté como a un niño pequeño, pero era como se
comportaba.
—Si Kenneth no se levanta me comeré su desayuno.
—¿Sigue despierto?
Apartó los labios de la taza y asintió con la cabeza.
—He ido a despertarlo a él primero, pero como estaba con
una mujer fui directamente a Philippe —le dio otro sorbo—.
¿Estás con Phil?
La tostada se me resbaló de los dedos.
—No…yo no estoy con Phili… —ni siquiera sabía qué
estaba respondiendo—. ¿Kenneth con una mujer? ¿Te refieres
a Ariette?
Su carcajada no me gustó.
—¿Has olvidado a las señoritas que nos acompañaron
anoche? Pues una de ellas se ha metido en su cama o él fue a
buscarla.
No me importó que Ishaq devorara el desayuno de Kenneth.
Lo que hice fue abandonar la cocina con una taza de café y salí
hasta mi habitación para comprobar lo que me había dicho.
Abrí la puerta y lo busqué en la cama. Y ahí estaba, tendido,
con el torso desnudo y con una mujer que lo acompañaba.
Seguía dormido y con su brazo rodeando el cuello de ella.
Me quedé sin palabras.
Incluso cuando él abrió los ojos y me vio en el umbral de la
puerta mirándolo.
—Buenos días —saludó, apartando a la joven cuando ya la
había visto.
6

Me sorprendió que Kenneth intentara darme explicaciones


de lo que acababa de hacer con la mujer que dejó desnuda en
la cama. Acabó acorralándome en el pasillo para darme una
excusa que no me pertenecía. Apretó la mandíbula y me soltó
de los hombros cuando se dio cuenta que no iba a huir. Estaba
nervioso, con la mirada triste y ni siquiera fue capaz de
mirarme a los ojos.
—No es lo que parece…
Me dieron ganas de arrojarle el café que sostenía y
recordarle que nosotros jamás íbamos a estar juntos. Que
olvidó a su futura esposa para pasar el rato con una
desconocida. Que era un imbécil que no se merecía tener a
alguien a su lado y que se preocupara por él. Y esa tonta fui
yo. Le pedí a Philippe que lo protegiera de los paparazzi para
que él terminara follando con una enorme sonrisa en el rostro.
Y se lo expliqué todo con un gesto.
Solté la taza de café olvidando por completo que había
gente durmiendo. Golpeé su rostro con todas mis fuerzas y me
colé en la habitación de Philippe para perderlo de vista.
Kenneth fue capaz de salir de mi cuarto desnudo para decirme
que no era lo que pensaba. Fue un imbécil y seguiría siéndolo
porque no estaba en sus planes cambiar.

El taxi me dejó en la Zarzuela a las seis de la mañana. Mi


turno de trabajo, ese que creó Linnéa exclusivamente para mí,
empezaba a las siete. Tenía una hora para recorrer los jardines,
pasillos o saludar a mis compañeros de trabajo. Como tenía
que vestir con los trajes que encargó la reina, me presenté con
unos vaqueros oscuros y una camisa rosada remangada por los
codos. Recogí mi cabello y subí hasta la tercera planta para
cruzarme con las chicas que arreglaban las habitaciones, pero
tomé una mala decisión en el momento que decidí coger el
ascensor en vez de subir las escaleras.
Mario detuvo la puerta con la mano y se coló en el interior
para darme uno de sus buenos días tan especiales que sólo él
podía soltar.
—Te dijeron a las siete. Realmente eres una niña tonta que
no entiende nada.
—Buenos días a ti también —controlé las ganas de sacarle
el dedo corazón y agitarlo delante de sus narices, pero me
controlé. Adentré las manos en los bolsillos traseros de los
vaqueros y jugueteé con el carnet de identidad y la tarjeta de
crédito—. ¿Tú nunca duermes?
Fue raro que respondiera sin faltarme al respeto.
—Intento cuidar a la reina el máximo de horas posibles al
día. Me acostumbré a dormir poco en el ejército. Suelo
descansar un par de horas y vuelvo a mi trabajo —se me
quedó mirando a través de las oscuras gafas de sol que
ocultaban sus ojos y apartó la cabeza para volver a hablar—.
¿Te cruzaste con Kenneth?
Justo soltó la pregunta que quería evitar a toda costa. Si se
enteraba que habíamos pasado la noche juntos bajo el mismo
techo, Linnéa terminaría ordenándole a Mario que volviera a
darme lecciones con sus puños. Seguía adolorida por los
golpes que recibí en los costados y no podía defenderme
porque me chantajeaban con hacer daño a mi madre. A última
hora Linnéa decidió incluir a Kenneth, porque a ambas nos
dolería perderlo.
—Tú estabas delante cuando me hicieron firmar el nuevo
contrato y cuando tu reina me explicó las nuevas tareas que
ejecutaría de lunes a viernes. Básicamente —ese idiota estaba
al tanto de todo y necesitaba quitármelo de encima; era capaz
de seguir a Kenneth o a mí—, estaré cubriéndole las espaldas a
la princesa Ariette, no al príncipe Kenneth. Y si Linnéa… —
corregí mi error antes de que se volviera loco— la reina
Linnéa necesita mi compañía en cualquier evento, la
acompañaré.
Escuché el crujido que hizo su mandíbula al abrirse para
hablar y entrecerré los ojos por temor a que no me hubiera
creído y acabara golpeándome en el ascensor. Pero no sucedió.
Salimos del elevador y éste siguió mis pasos mientras duraba
la conversación que él mismo empezó.
—La gente como tú y yo deberíamos estar arrodillados ante
ellos —imaginé que el ellos eran Kenneth y Linnéa—.
Cruzaste una línea que jamás permitiría. Él me da igual, pero
ella sí me importa. Y si mi reina sufre por su hijo, borraré de
este mapa a la zorra que se meta en su cama. Es fácil, niña. Tú
sales ilesa, y yo no tengo que malgastar mi valioso tiempo
contigo.
Leí entre líneas que, si Linnéa lo mandaba a vigilarme, él
pasaría menos tiempo cubriendo sus espaldas para protegerla.
Mario estaba obsesionado con ella o locamente enamorado de
una persona que jamás correspondería a ese sucio amor.
Aunque eran iguales; dos personas miserables dispuestas a
destrozar la vida de los demás.
—Kenneth se casará con la princesa Ariette.
—Sigo sintiendo dolor en tu voz.
—¿Tú puedes sentir el dolor? —a veces no podía controlar
mis palabras—. Estoy haciendo y diciendo todo lo que me
pidáis. ¿Qué más quieres? Estoy aquí, ignorando a Kenneth y
dispuesta a complacer las órdenes de una mujer que se casará
con el hijo de tu reina. ¿No es suficiente castigo para mí? No
—respondí, furiosa por tener que contenerme por miedo—,
también me arrebatasteis a mi madre.
Era algo normal que Mario riera de los problemas de los
demás. Se dio el lujo de soltar una fuerte carcajada y siguió
reteniéndome en un ascensor que se había detenido en la
tercera planta hacía tiempo. Acomodó esa enorme mano
callosa en las puertas plateadas. Observé el anillo dorado que
rodeaba su dedo anular. Él no estaba casado, y con el sueldo
que tenía —que era bastante— jamás se hubiera permitido una
joya como la que estaba mostrando sin darse cuenta.
«Seguramente Linnéa le hace regalos caros» —pensé.
—Tu madre ya causó problemas cuando era joven. No sólo
se folló a tu padre, también intentó chuparle la polla a todos
los marqueses que pasaban por aquí —odiaba que tratase a mi
madre como a una adultera que no amaba a su familia.
Philippe me ayudó a comprender que el amor se oxida si no se
lucha y, seguramente mis padres, dejaron de hacerlo porque
estaban cansados. Sobre todo, mi madre. No podía juzgarla.
Ella era libre de amar a quién quisiera—. ¡Ay, niña estúpida!
Quizás eres hija de alguien importante como tu sobrina, y tú ni
siquiera lo sabes.
Nadie lo sabía.
Ni siquiera Linnéa.
Era el secreto mejor guardado de mi madre.
Incluso descubrir quién era el padre de Agatha fue más fácil
que conseguir el nombre de mi verdadero padre. Un hombre
que seguramente no quería saber nada de mí. Una persona que
la amó durante un tiempo y desapareció porque no estaba
dispuesta a comprometerse con ella. Alguien que decidió que
lo mejor para su familia era ocultarme y no darme su apellido.
Seguramente era la bastarda que le arruinaría la vida. Y por
eso debía dejar de buscar respuestas. Mi padre era Roberto, el
hombre que me crio y me dio el amor que el otro jamás podría
hacerlo. Él era mi padre, y el otro el banco de esperma de una
noche.
Mario sólo quería volverme loca.
Tenía que mantenerme fuerte.
Con una sonrisa en los labios.
—Has sacado un tema que ya ni siquiera me interesa —le
mostré los dientes en una amplia sonrisa—. Lo que hiciera mi
madre no me afecta. Yo he hecho mi vida. Vivo con Philippe
hasta que pueda permitirme una vivienda. Podéis atacarme con
vuestras palabras, pero evita esas manos en mi cuerpo.
Presioné el botón para salir del maldito montacargas y
crucé con las manos temblorosas. Mario se quedó atrás,
observándome en silencio. Hasta que decidió abrir esa bocaza
que lo destruía todo.
—Cuando Amanda se quedó embarazada, la reina la
protegió. Incluso guardó su sucio y asqueroso secreto. En
cambio, ella, para devolverle la ayuda, cuidó al débil y
pequeño Kenneth. Un niño con complejos al que le costaba
hasta comer —escuché como él también abandonaba la caja
metálica—. Durante los primeros meses, Amanda seguía
viendo a su amante. Una persona importante. Un imbécil que
lo dejó todo por estar con ella. ¡Fue divertido! Se convirtieron
en mi parque de atracciones personal. Podía destruirlos en
cualquier momento, pero mi reina me lo impidió. Ella quería
guardar el secreto. Tener a Amanda a su lado para toda la vida.
»Y me quedé…¿Triste? No, esa no es la palabra. Más bien
decepcionado. Mi humor llegó a molestar a Luis V, ese rey que
nos abandonó después de follarse a tu hermana y engendrar
una bastarda que jamás tendrá ningún título. Me tenía tanta
manía que, acabó echándome. Terminé reconstruyendo la
capilla porque no me dejaba pasar al interior del palacio. Me
quería lejos de mi reina Linnéa, así que seguí siendo sus ojos
fuera de la Zarzuela para cuando me reuniese con ella
convertirme en la bomba detonadora de todos sus problemas.
Así que, en mi tiempo libre, cuando no recibía órdenes del
párroco, seguía a Amanda y a su amado. Tenían planes
contigo. Proyectos maravillosos que acabaron muy mal.
»Fue el día que se compró una vivienda a las afueras de
Madrid. Él quería criar a su hijo junto a la mujer que amó,
pero Amanda de repente se acordó de su antigua familia.
Fingió una caída y mandó a la reina a que le comunicara que
había perdido al bebé que estaba esperando. El señor se quedó
destrozado, pero aún así quería estar junto a ella. Amanda no
lo permitió, y consiguió que se alejara de ella.
«Miente. Miente. Estoy segura que miente.»
—Él creó una tumba ante el hijo que perdió. Puedo darte la
dirección si quieres. No está muy lejos.
—¿Por qué haces todo esto?
—Porque Amanda no es la dulce Amanda que le hizo creer
a todo el mundo —pasó por delante de mí para quedarse detrás
de mi inmovilizado cuerpo—. Si crees que mi reina es cruel,
ella es peor.
Hubo un silencio por mi parte.
La historia era tan creíble que, por un momento, me la creí.
—Bonita historia —fingí poco interés—, pero tengo que
irme. No puedo escuchar el final.
—¿Estás segura?
Saqué el teléfono móvil del otro bolsillo y le enseñé la hora.
—Es tarde.
—Cierto —señaló la planta de abajo—. Mi reina te estará
esperando.
Tuve suerte que no me siguiera. Bajé las escaleras y me
planté delante de la puerta del despacho de Linnéa. Golpeé la
madera con los nudillos y esperé a que su voz me invitara a
pasar. No tardó en hacerlo, incluso mandó a alguien a que
abriera. Un hombre joven del cuerpo de seguridad me dio los
buenos días mientras que cerraba tras de mí.
—He dejado tu ropa en el baño —señaló el aseo privado
del despacho—. Vístete y luego te presentaré cordialmente a
Ariette. Por cierto —me detuvo al ver que iba sin pensármelo
dos veces—, esta noche te necesito. Tengo que entregar unos
premios. Quiero que estés tú ahí para sujetarme la copa, ¿de
acuerdo? —Asentí con la cabeza y al avanzar me volvió a
detener—. ¿Thara?
—¿Sí?
—¿Has visto a Kenneth?
—No. ¿Por qué?
—No lo he visto en toda la mañana. Ni siquiera estaba en
su habitación.
—Mario me ha preguntado lo mismo —seguí con las
mentiras—, ¿sucede algo?
—No. No —sacudió la mano para echarme y se centró en
los premios que estaba firmando—. Seguramente pasó la
noche con Ishaq. Él tampoco está.
La dejé sola y me vestí con el traje negro compuesto por
tres piezas. Era elegante y la firma era de Francesc; el
diseñador catalán que contrataron para vestirme. Linnéa me
quería a su lado, pero no con la ropa que había en mi armario.
Quería a una mujer joven, elegante y con cultura. Quería
tenerme a su lado incluso cuando no cumplía un par de
requisitos para ser su ayudante.
Recogí mi cabello lo más alto posible y me quité los
pendientes para que no llamaran la atención. Dejé mi brazalete
sobre la camisa y me vi obligada a silenciar el móvil; era la
mejor forma para que nadie interrumpiera cuando estuviera
con Linnéa.
Salí del baño y me extrañó ver a Linnéa de pie, gritando y
agitando las gafas de lectura que se había puesto para dejar su
firma en los premios que repartiría esa noche.
—¡Dijiste que no volverías a beber!
—Lo siento, mamá. No estaba en mis planes… —calló para
mirarme. Yo tampoco esperaba cruzarme con Kenneth y
menos cuando lo había golpeado—. ¿Qué hace ella aquí?
—Te dije que ahora trabaja para mí.
—La quiero fuera —sus ojos helados me hicieron daño—.
¡Ahora mismo!
¿Tanto le dolió el golpe?
—Li…Linnéa —tartamudeé.
Temí por perder mi empleo.
—Tranquilízate, cariño.
—No lo volveré a repetir, mamá —se acercó tanto a mí que
no supe que hacer—. O ella, o yo. Tú decides.
«¿Qué estás haciendo, Kenneth?»
7
Kenneth De España

Nunca se había visto acorralada. Jamás igualó la balanza


entre su hijo y una empleada. Y, por primera vez, no me
mostró una de esas sonrisas llenas de satisfacción al
comportarme como un verdadero imbécil. Más bien, tuvo que
sentarse para meditar su respuesta y, olvidó por completo
mirarme a los ojos. Estaba perdida. No entendió mi odio hacia
la mujer que había al fondo del despacho. Cuando me acerqué
a Thara, ni siquiera me miró. Se conformó en escuchar mi voz
alzada mientras que le reclamaba que eligiera entre ella o yo.
El silencio fue incómodo para todos y fue la más joven la que
se encargó de romperlo. Le suplicó a mi madre que no la
echara y ésta simplemente cogió aire y atravesó mis ojos
claros con los suyos.
—Abandonad el despacho. Tengo que hablar con mi hijo a
solas —todos cumplieron la orden, a excepción de ella. Se
quedó atónica mirándose los zapatos de Chanel—. Tú
también, Thara. —Como seguía nerviosa, intentó ser amable
con ella. Algo extraño y más cuando no podía ni verla—.
Tómate un café. Luego te llamaré.
Tiró de su largo cabello y caminó por el despacho como un
alma pena. Necesitaba el dinero, así que estaba desesperada
por aceptar cualquier empleo que le ofreciera mi madre. Pero,
¿a qué precio? Thara estaba siendo humillada con ropa que
jamás vestiría, acompañando a la mujer que destrozó a su
familia y cruzándose conmigo incluso cuando le dije que no
quería ni verla. Estaba atrapada en el palacio de la Zarzuela
hasta que alguien la liberase.
Nuestra conversación no sirvió para nada. Nos quedó claro
que lo mejor para los dos era no estar juntos, aunque a mí me
costara olvidarla. Quería seguir bajo mi mismo techo para
conseguir dinero, pero no podía buscar otro empleo. Quería
ayudarla…o más bien ayudarnos. Si ella conseguía el
suficiente dinero para sobrevivir, su dolor se acabaría junto al
mío. Pero mi madre la retenía. Estaba convencido.
Al cerrar la puerta, me tomé la molestia de ocupar el
asiento derecho que había delante del suyo. Se deshizo de las
gafas de lectura y apartó la docena de trofeos que le habían
mandado de la joyería Tres Perlas para que grabara su nombre.
Se quedó sin aliento y tuvo que servirse ella misma una copa
de brandy; no me ofreció porque por su cabeza rondaba la idea
de que su hijo era un alcohólico.
—Vas a volverme loca, hijo.
Estiré el brazo para atrapar uno de los caramelos rosados
que tenía sobre su escritorio. Lo dejé sobre la lengua y lo
saboreé antes de responder.
—Pensaba que ya estabas loca —al escucharme, le
temblaron las manos, tanto que, se le escurrió un cubo de hielo
del vaso de cristal—. Contratar a Thara fue una mala idea. Se
folla a mi amigo y ahora tengo que verla cada día. —En el
minibar tenía un hermoso espejo del siglo XV, ella se limitó a
sonreír ante mis palabras sin darse cuenta que me quedé con
todos sus gestos faciales. Disfrutaba de mi odio hacia la mujer
de la que me enamoré. Y haría cualquier cosa para protegerla
de mi madre…hasta conseguir que la despidieran—. Échala.
—No puedo. Me gustaría. Hazme caso cuando te digo que
me encantaría echarla de aquí, pero no puedo —se acercó con
su copa, y cerré los ojos ante el aroma del alcohol; realmente
tenía que borrar de mi cabeza que con la bebida todo era más
fácil. Ishaq estaba destrozado y no éramos capaces de ayudarlo
—. Me dio pena perder a Amanda, y eso que en los últimos
años fue un estorbo, pero le tenía cariño. Pensé que, si cuidaba
de su hija, le estaría devolviendo el favor por haberte cuidado
tan bien cuando eras pequeño, amor mío. Olvídate de Philippe
y de esa joven que no tiene ningún destino en la vida. Subí la
categoría de su contrato por lástima. Jamás se me ocurriría
tenerla aquí para que te haga daño. Tienes que creerme, hijo.
Mentiras y más mentiras.
Amanda me cuidó porque seguramente mi madre no quería
que el verdadero padre de Thara descubriera que estaba
embarazada. Así que cuando la tuvo, la mandó con el padre de
su hermana mayor y cuidó de mí cuando era un niño que le
faltaba la atención de su padre y le sobraba todo el supuesto
amor que le daba su madre. Tenía muy buenos recuerdos con
Amanda. Ella siempre nos trató con cariño incluso cuando
nunca nos tuteó. Nunca cometió el error de mis padres; no
tuvo un favorito. Tuvimos su atención por igual.
Era una gran mujer que no mereció que la asaltaran para
que cayera por las escaleras.
—Te creo —dije, a regañadientes—, pero no la quiero aquí.
—Y, ¿qué hago? ¿La despedido?
—Por ejemplo.
—¡No puedo! —me alzó la voz, algo que no era común en
ella—. No puedo, cielo —rectificó, con un tono más amble y
cariñoso—. Haré lo posible para que no te cruces con ella,
pero no vuelvas a pedirme que la eche porque no puedo —
soltó el mismo discurso una y otra vez en vez de decir que la
quería tener controlada. Se bebió la copa de un sorbo y se
acercó hasta mí mientras que se arreglaba su rizado cabello
rubio oscuro. Se sentó en el reposabrazos y dejó su cabeza
sobre la mía mientras que acariciaba mi espalda con su mano.
Noté por encima del traje sus anillos pesados—. No te
imaginas cómo he echado de menos a este Kenneth. Sé que
ella te hizo mucho daño y no puedes ni verla, pero puedes ser
fuerte y demostrarle que no te importa. Hazle caso a mamá. Yo
siempre querré lo mejor para ti. Te quiero muchísimo.
Empujé mi cuerpo hacia delante y me libré de su mano. La
cual no tardó en enredarse en mi cabello.
—Todavía no he estado a solas con Ariette —fui directo al
segundo tema que más le molestaba. Noté como su cuerpo se
tensó—. La veo inexperta e inmadura para que me satisfaga.
¿Cómo voy a tener un hijo con ella?
—Cerrando los ojos e imaginando que encima de ti o
debajo hay una mujer que te excite. Estoy segura que puedes
fingir —susurró, presionando el lóbulo de mi oreja—. Intenta
conocerla antes de casaros. Invítala a comer o a cenar. Pasea
con ella por los jardines mientras la conquistas. Aunque no
hará falta —rio, malévolamente—, le brillan los ojos cada vez
que te ve. Está enamorada de ti desde que era una adolescente.
Y… —se relamió sus labios que estaban pintados de rosa
coral. Era algo que hacía cuando estaba nerviosa—,
¿físicamente qué te parece?
Fui sincero, aunque no me atrajera.
—Tiene una belleza muy dulce. A otro heredero mayor de
cincuenta años se la hubiera puesto dura —me crucé de brazos
—, pero imagino que debería ser yo.
—Ya te lo he dicho, Kenneth…
La interrumpí.
—Lo sé —me levanté del asiento y la desafié de nuevo—.
Podría follármela antes de casarnos. Necesito saber si es fértil.
No tardó en levantarse y en clavar sus ojos chispeantes de
rabia en los que estaban abiertos por la sonrisa que le mostré.
Ella detestaba la idea de que una mujer estuviera en mi cama,
pero estaba dispuesta a casarme con alguien que no me
interesaba.
—No la toques hasta el matrimonio. ¿Me has entendido?
Reí.
Eso sólo significaba una cosa.
—Es virgen —su rostro me respondió—. ¡Me encanta! —
besé su mejilla—. Gracias, mamá.
Ella bien sabía que no había nada mejor en el mundo que
una persona pura a punto de entregarse a la persona de la que
estaba enamorada. Ariette era una tentación, pero en la cabeza
de mi madre. El hecho de hacerle creer que me volvería loco la
atormentaba, ganaba puntos a mi favor.
«Es la guerra, mamá. El trono y tus reglas pasarán a ser
míos.»
La dejé sola en el despacho y caminé mientras le enviaba
un mensaje a Philippe.

Kenneth:
Tenemos que hablar con Ishaq. No está bien.
Mi viejo amigo no tardó en responder.
Philippe:
Antes deberíamos hablar tú y yo.
Se me borró la sonrisa que me regaló mi madre ante su
disgusto.
Philippe quería hablar de Thara y de la mujer que se coló en
mi cama la noche anterior. Ya tuve bastante con que Thara nos
viera y me girara el rostro con su pequeña y suave mano. O
también estaba la posibilidad de que reuniera el valor
suficiente para confesarme que estaba enamorado de la misma
mujer que yo.
Nuevo email.
Alteza real,
No he conseguido el Reino de España, pero un amigo me
ha dejado el jet privado. Si me da el visto bueno podremos
salir el lunes a primera hora y llegaremos a Francia en menos
de dos horas.
Aitor.
«Por fin buenas noticias.»
8

Agradecí que Aitor se tomara la molestia de ayudarme para


salir de España durante un día sin que nadie se diera cuenta.
No iría solo, pero todavía no estaba convencido de si mi
acompañante aceptaría venir conmigo. Quería gestionar unas
cosas en Francia a espaldas de Philippe y a la vez visitar a
alguien con la que quería mantener una estrecha relación ya
que no pude hacerlo cuando Leopold vivía.
Bloqueé la pantalla del teléfono y me dirigí hasta mi
despacho para hablar con la persona que organizaba mi
agenda. Desde que me convertí en el príncipe heredero mi
madre me dejó presidir la mayoría de actos y era algo de lo
que todavía no estaba preparado. Hasta el presidente del país
se acostumbró a reunirse conmigo porque lo único que hacía
era asentir con la cabeza mientras que me contaba sus planes
atípicos para reforzar todas las comunidades autónomas. Los
asesores intentaban enseñarme lo más rápido posible, pero
ciertos temas sociales no terminaban de absorberlos en mi
cabeza. No me educaron para estar al frente y alzar la mano
para saludar a la armada cada vez que venían de la guerra. Me
enseñaron a estar detrás mientras que Leopold leía el discurso
de memoria y felicitaba a los hombres por la labor que hacían
por España. Seguía poniéndome nervioso cuando acudíamos a
alguna provincia donde la mayoría de los ciudadanos eran
republicanos. U observar desde el vehículo de seguridad como
los ancianos sacaban a sus nietos para que alguien de la casa
real tocara su cabecita. Y lo que más detestaba, y lo hice
durante toda mi vida era, confesarme ante el cura por todos los
pecados que cometía.
El sacerdote Domingo terminaba echándome agua bendita
por las lujurias que cometía bajo el mismo techo donde
descansaba mi madre por las noches. Que todos creyeran que
era una santa era porque no querían ver la verdad. El único
imbécil que confesaba sus pecados era yo. Aunque en el fondo
era divertido narrar la forma en la que me consumía sobre el
cuerpo de una mujer mientras follábamos sin parar.
—Llega usted tarde —bloqueé mis pensamientos oscuros
para mirar a Mario que se encontraba esperándome en la
puerta de mi despacho—. Su padrino, el señor Bermejo, lo
estaba esperando para dar un paseo. Le he tenido que decir que
no ha pasado la noche aquí. Por cierto —se acercó para
encararme con la estúpida idea de que le tuviera miedo—,
¿dónde ha pasado la noche? Siento curiosidad.
Reí.
—¿Qué hace el perro de mi madre lejos de su ama? —Ése
miserable había sido uno de los factores de la muerte de
Leopold y Khadija—. ¿Te ha mandado ella a vigilarme?
—Por supuesto que no. Intento controlar a los empleados.
Entre usted y yo —su mal aliento y el aroma a tabaco que
desprendía su chaqueta americana oscura hizo que me apartara
—, no es un secreto que Thara Villena calentara su cama.
Necesito saber si la hija de Amanda ha empezado a respetar a
la familia real.
—¿O qué? ¿Le pondrás la mano encima?
—Por supuesto que no. Son sus dedos los que se quedaron
marcados en su cuerpo. No lo olvide.
Cerró su dura mandíbula y pasó de largo. Antes de que
desapareciera, lo detuve:
—Si descubro que Thara sufre, despídete de mi madre. Soy
una persona muy vengativa.
—No lo dudo, pero sólo habrá una forma de descubrirlo.
Tendrá que averiguarlo.
Mario estaba buscando el mismo destino que mi madre;
cumplir condena por todos los daños que habían causado. Se
quitaron de encima a mi hermano y a su esposa para que yo
me convirtiera en rey algún día. E hicieron daño a Amanda
porque ella conocía todos los secretos de mi madre. Me
querían a su lado domado y sumiso para que disfrutara del
trono. Mario no le quitaba el ojo de encima a Thara porque sus
intenciones no eran buenas y en cualquier momento sería
capaz de hacerle daño. No lo permitiría. Sería capaz de
quitármelo de encima para que ella estuviera bien. Thara,
aunque estuviera lejos de mi vida, me importaba más que mi
propia existencia.
«Te protegeré, aunque me odies.»
Thara Villena

Respirar aire fresco no me ayudó, ni siquiera desconectar


durante media hora de todo lo que había pasado. Kenneth
estuvo luchando para que me despidieran y Linnéa no
rechazaría la propuesta porque me odiaba. Ambos me estaban
volviendo loca y mi situación no era estable para irme y buscar
un lugar en el cual podría mantener a mi madre a salvo. Me
levanté del suelo y sacudí la arena que cubrió el traje con el
que vestí por petición de Linnéa. Quería gritar con fuerza que
Kenneth era un imbécil, pero fue una dulce voz la que me
detuvo.
Un grupo de mujeres se acercó para ver qué estaba
sucediendo con la joven que resoplaba por no alzar la voz.
Bajaron la sombrilla y descubrí que debajo se encontraba
Ariette, la princesa que se casaría con Kenneth. Estiró sus
finos labios y me tendió la mano de una forma muy educada.
Ni siquiera podía tener contacto con ella. Únicamente
inclinarme hacia delante para saludarla y tratarla con la
educación que se merecía al ser un monarca. Memoricé el
protocolo y le devolví el saludo.
—Buenos días, Alteza real.
Ella rio y me obligó a levantarme para que la mirara a los
ojos. Su piel era tan blanca como la de una muñeca de
porcelana. Tenía los ojos más claros que los de Kenneth y un
fino flequillo rubio ocultaba sus perfectas cejas. Bajo las largas
pestañas claras, un rubor rosado encendía las delgadas líneas
de sus labios que estaban pintados en un color pastel que no
acabé de ponerle nombre.
—Tú debes de ser Thara —su risa sonaba como la de esas
muñecas que solía darme mi madre cada vez que volvía a
convertirse en interna en el palacio de la Zarzuela—. La reina
Linnéa te describió a la perfección. Cabello largo, moreno y
rebelde para cualquier cepillo que se interpusiera en su camino
—recitó las palabras de Linnéa, pero suavizando la frase para
no sonar impertinente—. Alta y lo suficientemente delgada
para escurrirte en cualquier momento. Pero nunca me dijo lo
bonita que eres. Es un placer conocerte —estiró el brazo y
buscó mi mano para estrecharla—, Thara…
Le dije mi apellido:
—Villena.
—Ellas son Isabel, Abigail, y Aurora —respondieron con
una sonrisa—, pero no te molestes en hablarles en castellano.
Nunca te entenderían. Hemos salido al jardín porque mis
padres se han cansado de estar en el salón esperando a los
anfitriones. Son dos ancianos que carecen de la paciencia de la
cual estamos dotados los jóvenes —echó hacia atrás sus largos
rizos que le caían sobre sus hombros descubiertos—. Pero
debo admitir que he echado en falta la presencia de Kenneth.
Ishaq me dijo que trabajaste junto a él —se echó encima de mí
y me sobresaltó; por un momento pensé que Ishaq le habló de
la relación que tuve con su futuro esposo—. Y sé que mi
príncipe quiere lo mejor para mí, así que de ahora en adelante
tú me acompañarás en mis paseos matutinos. ¿Qué te parece,
Thara?
Respiré con tranquilidad al saber que Ishaq no le contó
nada. No podía llevarme mal con ella porque era la última
oportunidad que me quedaba para seguir trabajando para
Linnéa y que ésta siguiera pagando el hospital privado de mi
madre. Afirmé con la cabeza y me preparé para seguir con la
mentira que empezó Ishaq. Nadie me había dado tantos
problemas con mi propia vida hasta que llegó él. Kenneth e
Ishaq estaban distanciados, e imaginé que el culpable de la
poca comunicación que tenían era por el dubaití.
—Sí, Alteza real…
Ariette sacudió el dedo para corregirme.
—Ariette. Olvida el protocolo. Llámame Ariette.
—Pero… —me mordisqueé el interior de la mejilla. Si
alguien descubría que tuteaba a la princesa de Bélgica,
definitivamente acabaría despedida.
—Si a mí no me importa, ¿por qué debería impórtale a los
demás? —Ariette respondió a las dudas que no supe exponer
—. Llevo años queriendo tener a alguien cercano. Cuando mis
padres me anunciaron que me comprometería con Kenneth y
terminaría viajando a España, encontré el momento adecuado
para querer escuchar mi nombre sin formalidades. Y me alegro
que tú seas la primera. Eres joven, educada —eso sí fue
gracioso de escuchar— y conoces a Kenneth. Lo único que sé
yo de él es lo que he visto con mis propios ojos o lo que se
puede leer en la prensa. Necesito conocerlo, Thara. Quiero
saberlo todo de él. Me quiero enamorar de sus virtudes y
defectos. No quiero juzgarle por sus errores ¿Tú me
ayudarías?
Ariette no entendió que era un matrimonio concertado.
Había la posibilidad de que Kenneth no se enamorara de
ella.
—¿Ayudarte?
—Sí. —Rodeó mi brazo con el suyo y tiró de mí. Cubrieron
mi cabeza con otra sombrilla blanca y paseamos por los
hermosos jardines que rediseñó Pablo—. ¿Cuántos
pretendientes has tenido? —Ariette hacía preguntas que me
ponían el vello de punta ante el compromiso de tener que
contestar. Ella lo notó y volvió a ser muy educada—. Lo siento
muchísimo, Thara. No quería asustarte.
—No importa, Alteza… —sentí un tirón de brazo y me
acordé que tenía que llamarla por su nombre—. Perdón,
Ariette —le devolví la sonrisa—. Si quiere que le responda a
su pregunta…
—No me tutees.
Trabajar con ella iba a ser más difícil.
Así que lo acepté y me dirigí a ella como lo haría con
Linnéa o Kenneth.
—En el instituto tuve dos novios. Cuando conseguí entrar
en la universidad volví a enamorarme dos veces más. Como no
fui capaz de terminar la carrera, en el trabajo que conseguí
para no volver locos a mis padres salí con otro chico —ni
mencioné que era Erick—, con el cual tuve una relación
abierta. Y el año pasado tuve relaciones sexuales con… —
tragué saliva. Los dos últimos fueron Philippe y Kenneth—.
No me acuerdo.
Ariette se quedó asombrada ante los pretendientes que tuve
en mi vida.
—¿Todos estuvieron enamorados de ti?
Me pareció tan gracioso que no retuve la risa.
Pero me di cuenta que no estaba bromeando.
—Ninguno de ellos estaba enamorado de mí. Más bien fue
sexo. Con algunos duró un mes, con otro medio año —bufé—,
y con los últimos ni siquiera sé que tuvimos. Estaré
sentenciada a no conocer el amor verdadero —bromeé para
que riera—. Pero que a mí me vaya mal en el amor, no
significa que a ti vaya a pasarte lo mismo. No sé cómo podría
ayudarte con Kenneth.
«¿O sabes qué Kenneth fue el último hombre que estuvo en
mi vida?» —pensé, con un nudo en la garganta.
—¿Puedo ser sincera contigo? —Asentí con la cabeza—.
Mi vida ha sido muy diferente. No he sabido socializar con
nadie. Nada más salir del internado, mi padre llegó a un
acuerdo con Linnéa. No me molestó. Llevo años enamorada de
Kenneth. Siempre que nos hemos cruzado en alguna boda o
bautizo, mi corazón se aceleraba. Fue de las pocas personas
que fue amable conmigo sin esperar nada a cambio. Y estoy al
tanto de todos sus deslices. En la boda de Jan y Mila vi con
mis propios ojos como le practicaron sexo oral junto a su
amigo Ishaq —bajó el tono de voz—, fue Mila.
Había definido a Kenneth perfectamente.
—Y ahora que vamos a casarnos no sé cómo podré
enamorarlo —Ariette miró a Aurora—. Aurora me dijo que se
puede retener a un hombre ignorándolo. Isabella está
convencida de que se puede tener su amor por la belleza. Y
Abigail dice que se conquista a un príncipe en la cama. No se
equivoca, y más si ese príncipe es Kenneth. Pero no conozco
sus gustos o si él estará dispuesto a enseñarme.
Esa conversación empezó a desagradarme.
Que odiara y estuviera dispuesta a pisotear el miembro de
Kenneth por lo mal que me había tratado, no significaba que
estuviera dispuesta a ayudar a una princesa a conquistarlo.
—¿Me has escuchado, Thara?
Sacudí la cabeza.
—No, perdona, Ariette. ¿Qué habías dicho?
—¿Cómo conquistarías tú a Kenneth?
—¿¡Yo!? —grité tan fuerte que Ariette acabó riendo—.
No…No tengo…O…
La princesa miró por encima de mi hombro y sus ojos se
llenaron de vida de repente. Yo me quedé muda, sin saber muy
bien qué podía responder. Me rasqué la nuca y sentí como un
aire caliente rozaba mi piel. Algo ocultó el sol, pero no le di
importancia.
—No creo que sea la persona adecuada para responder a
esa pregunta.
—¿Por qué no? —escuché a un hombre hablando cerca de
mi oído.
Noté como mi cuerpo se encendía ante el tono de su voz. Si
quedaba cara a cara con él, mis mejillas me delatarían. Por
suerte Ariette habló, y quería que ambos se olvidaran de mí.
Pero en su extraña relación, acabaría siempre en medio de los
dos.
—Buenos días, príncipe mío —se apartó de mi lado y se
acercó hasta él—. ¿Debo pedir permiso para abrazar a mi
futuro esposo?
—Lo dudo —me lo imaginé con esa sonrisa que usaba para
coquetear— pero, de todas formas —rio—, permiso
concebido.
Ariette no se lo pensó dos veces y acabó saltando, tirando
las sombrillas al suelo y golpeó el pecho de Kenneth con el
suyo para enrollarse en su cuello. Estuvieron unos minutos
riendo como dos niños cometiendo una travesura a espaldas de
sus familiares.
«No estás celosa, Thara. No lo estás» —me dije.
—¿Qué le preguntabas a Thara, Ariette?
Ella tiró de mi bléiser para que los mirara a los ojos.
—Quería saber cómo te conquistaría Thara.
Kenneth rodeó los hombros de su prometida y esperó a que
entreabriera los labios, pero no sucedió.
Así que él tomó la iniciativa.
—¿Y bien? ¿Cómo me conquistarías? —preguntó,
humedeciendo sus labios con la lengua.
«Te odio.»
«¡Te odio!»
«¡Te odio muchísimo!»
Pero me volvía loca su sucio y salvaje juego.
9

Kenneth no fue el único que olvidó que no estábamos solos,


a mí me pasó lo mismo. Nos limitamos a mirarnos fijamente a
los ojos como si entre nosotros jamás hubiera habido una
discusión en las últimas veinticuatro horas. Fue su sonrisa
socarrona la que me hizo acercarme a él sin importarme
Ariette. Estuvimos a punto de darnos la mano, pero la voz de
su prometida fue la que nos sacó del estúpido trance que nos
arrastró en un punto de nuestra relación que ya estaba muerto.
Decidimos no seguir con el juego que tuvimos a espaldas de
los demás, pero en el fondo nos costaba separarnos. De alguna
forma buscamos la excusa perfecta para estar juntos. Y en esa
ocasión fue la de él; retarme a que respondiera una pregunta
que él mismo conocía.
Me mordisqueé el labio en el momento que bajé la cabeza y
me alejé de todos ellos. Ariette entrelazó su mano con la de
Kenneth y éste le correspondió porque no era capaz de
olvidarse de sus planes de futuro. Intenté excusarme. Quería
irme y seguir con otros asuntos antes que escuchar las bonitas
palabras que se dedicaban mutuamente delante de mí.
—¿Por qué no me esperas dentro, Ariette? Tengo que
hablar con Thara.
—Está bien —sonrió ella al recibir un beso de Kenneth en
la coronilla de su cabeza—. Te veo más tarde.
Las últimas palabras iban para mí.
Esperamos que las acompañantes de Ariette la siguieran y
Kenneth guardó silencio hasta que las cuatro se adentraron en
el interior de la propiedad. Si quería quedarse a solas conmigo
era porque pretendía seguramente decirme él mismo que
estaba despedida. Luchó para conseguirlo y Linnéa jamás le
negaría nada a su pequeño. Lo amaba demasiado como para
decirle que no una y otra vez. Ella lo quería a su lado y con
una sonrisa en los labios. Para ella sería doloroso verlo sufrir y
con el ceño fruncido todo el día.
No era la primera vez que Kenneth se salía con la suya.
Todos los empleados con los que no conseguía empatizar,
terminaban en puestos que no estaban ubicados en la Zarzuela
porque para él era más cómodo andar por su casa sin
encontrarse con los rostros que tanto estrés le causó. Siempre
fue un niño mimado, hasta que la vida le dio otro golpe y le
arrebató a la persona más sabia.
Todos extrañábamos a Leopold. Fue bondadoso y protegió
a todos sus seres queridos hasta el final. Tuvo una muerte
horrible junto a la mujer que amó, pero no fue un impedimento
para él todos los peligros que corrió para conseguir estar por
fin con la dulce y hermosa Khadija.
—Has huido demasiado deprisa esta mañana. No me has
dejado contarte la verdad. Lo has mal interpretado como
siempre —soltó, como si estuviera hablando con una persona
celosa que no dejaba justificar a la gente. Si le golpeé y salí
corriendo fue porque después de alejarme de su lado fue capaz
de encontrar a otra persona y minutos antes soltar el discurso
de que estaba dispuesto a enamorarse de Ariette—. No me
acosté con ella. Estaba tan borracha que…
—Déjalo, Kenneth. A mí no tienes que contarme nada —
me quedé cruzada de brazos y eché un vistazo rápido por
encima del hombro. Temí que Mario nos viera hablando a
solas en el jardín trasero—. Ariette es muy dulce y cariñosa.
Está enamorada de ti. Deberías decirle la verdad hasta que
aprendas a amarla.
Adentró las manos en su bolsillo y sacudió la cabeza.
—Sí, todos me han dicho lo mismo. Es muy bonita y
cariñosa, pero no está hecha para mí —dijo la verdad, algo que
no esperaba—. No debería tenerme cerca. Y todos estáis
olvidando que ella aceptó el trato. Nadie la obligó para
convertirse en mi prometida. Es mayor de edad y puede huir
en cualquier momento. El trono puede esperar un poco más.
—Ella no piensa lo mismo que tú. No ha mencionado la
idea de convertirse en reina, pero sí se muere por enamorarte.
Será duro si te encuentra con otras mujeres en la cama.
—¿Ha sido duro para ti?
En ningún momento oculté mis sentimientos. Por supuesto
que me molestó encontrarlo con otra mujer cuando yo quería
estar a su lado y quererlo como le había demostrado en varias
ocasiones. Cuando me propuso irme junto a él, no me habría
negado si mi madre no hubiera estado en coma. Pero Linnéa se
encargó de separarnos y hacernos daños a los dos. Los meses
en los que estuve aislada en la habitación de hospital, imaginé
con una amplia sonrisa cómo hubiera sido mi vida junto a
Kenneth.
Nos habríamos perdido en cualquier isla para que nadie nos
encontrara. Lo podría haber amado sin que nadie me hubiera
señalado por nacer en una familia humilde cuando él estuvo a
punto de ser el príncipe heredero. Con los años habríamos
tenido hijos que jamás hubieran conocido a Linnéa. Habríamos
sido felices sin tener la necesidad de tener más de lo que
hubiéramos necesitado.
Soñé cada noche con él, y se cumplieron mis pesadillas.
—Déjalo, Kenneth. No es el momento de hablar de lo que
no…
—A mí sí, Thara. No sé cómo etiquetarlo —se acercó sin
importarle lo que podían pensar de nosotros al vernos tan
cerca—, pero me molestó que hablaras de mí tan fríamente a
Philippe. No te importó ir a su cama por tal de moverme a mí.
Me molestó muchísimo.
—Dijiste que era lo mejor para los dos —éramos dos
malditos bipolares atrapados en un círculo vicioso del cual no
había manera de escapar—. ¡Dijiste que era lo mejor! No te
molestaste en escucharme. En escuchar lo que realmente
sucedió para que ocupara una de las habitaciones del
apartamento de Philippe. El por qué tuve que decirte que no
iba a ir a ningún sitio contigo cuando en el fondo me moría de
ganas. Tú decidiste que lo mejor para los dos era volver a
empezar y seguir con el maldito odio que nos unió. Y—cogí
aire, y también me atreví a acercarme a él hasta que mis
zapatos chocaron con los suyos—, si seguimos como la
primera vez, acabaremos desnudos sin importarnos las
consecuencias —fue él quien estiró los labios, en cambio yo,
recordé las amenazas de Mario y Linnéa—. No podemos
seguir jugando al príncipe caliente y la criada rebelde.
—¿Me estás recomendando que intente olvidarte con
Ariette? —preguntó, al verme buscando a la joven heredera de
Bélgica.
—No me importa con quién lo hagas —me mordí el interior
de la mejilla, porque deseaba besarlo y despedirme realmente
de él si iba a intentar alejarme de su lado—. Sólo soy una
criada. Deberías verme de esa forma… como una empleada
que jamás podría ocupar tu cama.
Giré sobre la punta de los zapatos brillantes y le di la
espalda para no arrepentirme.
—Espera —su voz era como una descarga eléctrica
recorriendo los rincones más calientes de mi cuerpo—, dejé
algo en tu bolsillo. Léelo cuando estés preparada.
El abandonó el jardín como había hecho anteriormente
Ariette, y tuve la oportunidad de colar los dedos en el bolsillo
del pantalón de traje y encontré un trozo de papel blanco
doblado.
«¿Una nota?»
La abrí y acaricié la caligrafía de Kenneth.

No me odies. Lo siento muchísimo, pero


no me odies.

De repente entendí por qué Kenneth me trató tan mal


delante de su madre.
«No me estás poniendo las cosas fáciles» —pensé, al leer la
última línea.

Quiero protegerte de ella.


Ocupé uno de los asientos de invitados mientras Linnéa
repartía los premios de los galardonados de literatura del año
2020. Mientras que ella recibía al jurado con una amplia
sonrisa, yo detenía a los camareros que recorrían la sala para
que me llenaran la copa de champagne. Perdí la cuenta al
descubrir que a unos metros del palco de donde me
encontraba, Mario vigilaba de una forma obsesiva a la mujer
que tanto defendía. Traspasó unos límites que rozaban la
obsesión. Estaba tan enamorado de su reina que era capaz de
arriesgar su vida por una persona que jamás le correspondería.
La ceremonia prosiguió con una banda de música
compuesta de suecos para revivir la adolescencia de la reina.
Desde que contrajo matrimonio con el fallecido Luis V, Linnéa
no fue capaz de visitar sus tierras. Lo único que viajó con ella
fue el nombre de Kenneth, y me contaron que fue en memoria
de su padre; un duque que se deshizo de su hija cuando ésta
tuvo la edad necesaria para tener hijos. Linnéa tuvo un pasado
oscuro, pero no era excusa para que su maldad estuviera
presente constantemente en su día a día.
—Lléname la copa —me pidió, al descubrir que me había
escondido detrás de una de las butacas. En ningún momento
perdió la sonrisa. La prensa estaba al acecho como de
costumbre. Querían retratarla feliz, asombrada o
decepcionada. Y no lo consiguieron. Linnéa sabía jugar muy
bien su papel. Nació para ser reina de un país que la acogió
con mucho cariño cuando le dio el sí quiero al rey Luis—. ¿Te
diviertes?
—No mucho —pero estaba cumpliendo con mi trabajo—.
Han pasado varios periodistas por aquí. Querían saber cómo
iba todo dentro de la Zarzuela después de la muerte de
Leopold y la llegada de la princesa —se sobresaltó al darse
cuenta que podía haberla vendido a los medios—. No te
alteres. He mentido. Se han ido con el titular de que la reina
Linnéa sigue llorando la muerte de su hijo primogénito y
Ariette de Bélgica se adapta con normalidad a su futuro hogar.
Saboreó el Pérignon y estiró los labios para demostrar que
estaba satisfecha con mi trabajo.
Noté como el teléfono móvil vibraba, pero lo ignoré.
—Dicen que nunca hablas de la vida que tuviste fuera de
España, ¿por qué?
Linnéa dejó la copa y limpió sus labios con un pañuelo de
seda en las que estaban sus iniciales junto a una corona
bordada con hilo dorado.
—¿Qué sabes tú de mi vida?
—Poco —detuve la conversación para reír con los demás
invitados al ver como un poeta moderno dejó su prosa para
centrarse en un monologo muy creativo—. El hombre que te
vendió a Luis V llevaba el nombre de tu hijo Kenneth, ¿es
cierto?
—Sí, se llamaba Kenneth —noté como sus uñas se clavaron
en el vuelo de su falda—. Mi padre fue un hombre estricto, de
carácter duro y pensaba que las mujeres jamás gobernarían. Y
aquí estoy yo —alzó la cabeza—. Una reina que no necesita a
un hombre para gobernar. Luis sólo fue un empujón, lo demás
me lo gané yo sola.
—¿Por qué le pusiste a tu hijo el nombre de Kenneth si
pertenecía a un hombre que odiabas?
Giró el cuello para mirarme y sentí como se consumía ante
la ira y la tristeza; dos sentimientos que le invadieron durante
muchísimo tiempo.
—Porque cada vez que me pierdo en los ojos de mi hijo,
olvido el dolor que me causó mi padre. Kenneth jamás será
como él. Ni siquiera será la sombra de Luis —estaba tan
furiosa que, lanzó la copa de champagne, llamando la atención
de la prensa—. Será más ambicioso que yo, y todos hablarán
del magnífico heredero que tendrá España —soltó, y acomodó
su mano sobre la mía, clavándome las uñas con todas sus
fuerzas—. Como vuelvas hablar de mi padre en mi presencia,
haré que te corten la lengua. ¿Lo has entendido?
Asentí con la cabeza.
Se detuvo a arreglar su cabello rubio que le habían vuelto a
rizar y saludó a los fotógrafos que no dejaron de retratarla con
el rostro descompuesto. Linnéa perdió la cabeza por culpa de
su padre, y se centró en Kenneth para que nadie se acercara a
él y fuera únicamente suyo.
Estaba enferma y eso le venía de familia.
Cuando el móvil sonó por segunda vez, lo desbloqueé para
atender a la llamada.
—¿Qué sucede? —pregunté preocupada, pensando que al
otro lado se encontraba alguno de los administradores que
trabajaba en el turno de noche donde se encontraba mi madre.
—Tienes que venir. Te envío la ubicación.
—Espera —lo detuve, pero se cortó.
Al otro lado la música sonaba tan fuerte que, no reconocí a
la persona.
Abrí el mensaje.
Club Diamant de nuit.
Gruñí.
«Kenneth» —pensé, al reconocer el club.
—¿Linnéa? —ni siquiera movió la cabeza para darme a
entender que me estaba escuchando—. Estoy cansada. He
bebido demasiado —y era cierto—, ¿puedo retirarme?
—Está bien —dijo, y atendió al discurso del presidente—.
Mario te llevará a casa.
—Puedo coger un taxi —me levanté del sillón, torpemente.
—¿Segura?
Sabía que borracha no llegaría muy lejos.
—Sí, hasta mañana.
Abandoné con cuidado el recinto y sólo esperé que Kenneth
no se hubiera metido en peleas porque el único que nos
ayudaría sería Philippe.
Kenneth de España

Ariette no se tomó la molestia de mirar a su alrededor, más


bien, se enredó en mi brazo mientras que hundía la nariz en la
tela de mi americana. Acaricié su sedoso cabello claro y
busqué mi sala favorita para que nadie nos molestara. Era un
club para gente importante que quería evitar que la prensa los
descubriera con sus sucios fetiches. En Alemania cerraron el
Fotze Love porque descubrieron que en las plantas superiores
escondían los peores deseos del ser humano. Ni siquiera me
dio tiempo a contactar con Aleksander Bogdánov, un viejo
amigo que solía visitar el lugar para huir de los problemas que
le causaba la empresa que dirigía junto a su padre.
Le pedí amablemente a Ariette que se acomodara y
desnudó sus pies para colgar sus piernas sobre las mías.
Acaricié su rodilla y le devolví la sonrisa. En el fondo
esperaba que fuera como yo; debajo de esa dulce cara tenía
que esconderse un demonio que cometía locuras para
divertirse. Pero cuando llegó el camarero y le pidió que le
sirviera un refresco sin alcohol, me di cuenta que la noche
sería muy larga.
En cambio, yo, y sin importarme lo que pasó meses atrás,
pedí que me sirvieran una copa.
—¿Está seguro, señor?
Mi madre se tomó la molestia de amenazar a todos los
locales que solía visitar que no me sirvieran nada de alcohol.
Realmente Ishaq y yo estábamos lo suficientemente bien para
saber cuándo parar de beber…o eso quería creer. Me ahogué
en la bebida cuando toqué fondo y no pude controlarlo porque
el dolor era demasiado fuerte. Desde que resucité entre los
alcohólicos, no veía la bebida como una salida. Más bien
como siempre; un recurso para divertirme y que no se notara
que estaba aburrido.
—Eres tan atractivo —susurró, tocando mi barbilla y
subiendo para tocar la mejilla—. Soy tan afortunada. ¿Por qué
me has traído aquí, amor mío?
Zenón y Thara tenían razón. Ariette se había enamorado de
un físico y ni siquiera me conocía.
—Me gusta venir aquí cuando quiero intimidad —la puse a
prueba. Quería descubrir hasta dónde era capaz de llegar para
convencerse realmente que estaba enamorada de mí—. Quería
conocerte un poco más —me acerqué hasta sus labios, y dejé
mi mano caer por el interior de sus muslos y ascender hasta
perderme en el rincón donde se concentraba todo el calor de su
cuerpo; su vagina—. Y quería descubrir por mí mismo que mi
dulce princesa fuera pura como me habían prometido.
Al alcanzar su ropa interior con mi dedo índice, Ariette
apartó mi mano y salió corriendo del reservado. Ni siquiera me
dio tiempo a alcanzarla, cuando salí fuera, Ariette se mezcló
con los demás clientes hasta perderse de mis ojos.
«Mierda» —pensé, llevándome las manos a la cabeza—.
«No sólo me matarán sus padres, también lo hará la mía.»
El camarero llegó con mi copa y retrocedí mis pasos para
terminarme la bebida que me había servido. Era un club
grande, no llegaría demasiado lejos sin mí. Además, fue mi
chofer quién nos movió. Tuve que hacer una llamada para
encontrarla.
Y no tardó en llegar.
Al verla aparecer con un ajustado vestido blanco, me dije a
mí mismo que no era capaz de alejarla de mi lado. Me acerqué
y toqué su brazo que estaba desnudo. El vello se le puso de
punta y reprimió las ganas de gritar al verme detrás de su
espalda.
—¿Sucede algo?
Había bebido como yo. Tuve que sujetarla cuando intentó
retroceder.
—He perdido a Ariette.
—¿Cómo?
No le mentí.
—Quería saber hasta dónde era capaz de llegar…y se
asustó.
Tiró de mi corbata y pegó sus suaves labios en mi oreja.
—¿Y si hubiera seguido? ¿No has pensado en ello?
—Hubiera pensado en ti —confesé, muriéndome de ganas
por atrapar sus labios con los míos.
—Estás loco, Kenneth.
—Y tú has bebido —reí—, como yo. Creo que está en ese
baño —señalé el del reservado—, ayúdame a encontrarla.
Cogió mi mano y tiró de mi cuerpo.
Eché de menos el roce de su piel, y su dulce perfume
llenándose en mis fosas nasales.
—¿Thara?
—¿Qué? —alzó la voz.
—Estás preciosa.
Se sonrojó, y quiso evitarlo.
—Tenemos que encontrar a Ariette —repitió.
«O podríamos perdernos tú y yo esta noche» —pensé,
caminando detrás de ella.
10

Thara Villena

El baño privado del club estaba a oscuras. Y pasé por alto


la poca iluminación que se colaba a través de la puerta.
Busqué el interruptor de la luz, pero su mano me lo impidió.
Pasó sus brazos por mi cintura, y sentí su respiración en mi
cuello.
Nos guio a los dos hasta el fondo del baño. Me levantó del
suelo, y me dejó sentada sobre el lavamanos. Busqué sus
labios con mi dedo, y los delineé. Eran tan carnosos y
perfectos.
Pasé mis piernas por su cintura y lo atraje hasta mí. Apoyé
mi barbilla sobre su cuello, y dejé mis manos a cada lado de su
trasero. Por suerte no se quejó. Y lo entendí, ya que sus manos
se encontraban entretenidas subiendo mi vestido. Dejé que sus
manos tocaran mis piernas, y me encontré con sus ojos.
Necesitaba más luz, quería verlo, pero no me dejaba.
Inhalé su perfume, y lo deleité. Toqué su cabello con las
puntas de mis dedos y me hizo cosquillas. Bajó su cabeza para
dejarla sobre mi pecho. Dejé de acariciar su nuca cuando
quedó absolutamente parado. Su piel se había helado. Tenía
miedo de haber hecho algo mal, pero estaba equivocada. Alzó
de nuevo su cabeza, y acarició mi nariz con la suya. Los dos
vimos los movimientos de mis manos. Las llevé hasta mi
espalda para bajar la cremallera del vestido.
Bajó con suma delicadeza la tira, y pasó su lengua húmeda
por mi brazo. En aquellos momentos nos necesitábamos
desesperadamente e incluso cuando no podíamos estar allí los
dos encerrados y con Ariette cerca. Predije que acabaríamos
desnudos y amándonos de tanto discutir, y ni siquiera habían
pasado veinticuatro horas y Kenneth ya estaba dispuesto a
arrancarme el vestido con los dientes. Estaba extasiado de
placer. Tenía grabado en su mente hacerme suya sin importar
las consecuencias. Yo era suya, y él para mí. Y eso hicimos.
Olvidamos todo y nos obligamos a pensar en nosotros mismos.
Sacó uno de mis pechos del sostén e incliné mi cuerpo cuando
lo sentí dentro de su boca. Su lengua dio círculos alrededor de
los pezones, consiguiendo ponerlos duros para que él los
disfrutara mejor y yo jadeara como una perra en celo.
En aquella ocasión no pude vagar mi mirada sobre su
cuerpo. Sólo podía guiarme con mis manos. Así que recorrí
sus duros y firmes músculos hasta clavar mis uñas en su
espalda para demostrarle lo caliente que estaba. Lo necesitaba
urgentemente dentro de mí. No quería arrepentirme. Quería
seguir. Y él lo notó. Dejó la pequeña tortura que cometió en mi
piel, y llevó sus fuertes manos al elástico de mi ropa interior,
deshaciéndose de mis bragas.
Temblé cuando quedó lamiendo mi intimidad. Me sujeté
del fino mármol que estaba humedecido, y arqueé mi cuerpo
buscando el calor tan agradable que me causaba. Cuando sus
oídos quedaron complacidos por mis gemidos, volvió a
levantar su rostro, y a posarse entre mis muslos.
Me penetró, dejándome notar su dura y enorme polla.
Amaba aquella calidez que desprendía su miembro dentro de
mi sexo. Cerré los ojos ante el placer que me causaba el
balanceo de su cintura. Estuve gimiendo hasta que fui capaz de
recordar que lo que estábamos haciendo estaba mal.
Kenneth y yo no podíamos ser una sola persona.
—Espera.
Ni siquiera pudo escucharme.
Tenía sus labios pegados en mi cuello. No me quedó de otra
que enredar mis dedos en su cabello negro para que me mirara
a los ojos. Confuso dejó de moverse dentro de mí y relamió
sus labios que estaban hinchados por los salvajes besos que
nos dimos.
—¿Qué sucede?
No era el único que quería seguir follando.
—No podemos.
—¿Qué? —Parecía furioso, pero todavía con el miembro
dentro de mí.
Lo empujé y solté el último gemido al notar como
abandonaba mi cuerpo.
Bajo su atenta mirada bajé del lavamanos y me agaché al
suelo en busca de mi ropa interior, pero cuando encontré las
bragas me di cuenta que saldría del club con el sexo desnudo
porque las había destrozado. Y no podía culparle. Yo también
deseaba entregarme a él. Kenneth me giró bruscamente para
pedirme una explicación. Clavó mis ojos en los suyos y buscó
temerosamente el por qué me había alejado de él. Y por qué
fui tan brusca en detener nuestro acto sexual, estaba ahí fuera
esperándolo.
—Ariette te quiere.
—¡Pero yo no!
¿Cómo podía hacerle entender que no podíamos romperle
el corazón de una forma tan cruel?
No merecía que Kenneth la humillara.
Y acabé sacrificando mis sentimientos para que una
princesa no acabara sufriendo por una persona que jamás la
amaría.
—Lo siento, Kenneth —fueron las últimas palabras que le
dirigí antes de salir del baño del club.
11

Cristina, la mujer que se asustó al creer que su marido le


puso a alguien para que la siguiera, me apuntó con el dedo
para decirle al príncipe que le estaba molestando. Sólo conoció
mi parte más amable, y estaba a punto de conocer mi lado más
agresivo.
—La joven viene conmigo. No se preocupe, Cristina —
rodeó mis hombros y acabé bajando la cabeza al recordar
cómo nos habíamos besado en el baño y como me penetró con
su miembro—. Estábamos buscando a una amiga. Lleva un
vestido blanco… —le dio la misma descripción que yo—… y
estamos preocupados.
Ellos siguieron hablando. La mujer no la había visto y
aprovechó para darle el pésame por la muerte de Leopold.
Dejé de escucharlos y me quedé mirando la mano de Kenneth.
Sus dedos jugaron con la tela de mi vestido y noté como su
piel seguía cálida. Me gustó tenerlo cerca de mí, pero no fue el
momento ni el lugar. Aparté los ojos y me encontré de nuevo
con el sumiso de Cristina. Éste aprovechó para alejarse de la
mujer que le pagaba para humillarlo y me confesó todo lo que
había visto.
—Está arriba. Hace media hora he visto a una joven con
esas características —levantó la barbilla para recordarla—.
Metro sesenta y siete, rubia, delgada y estaba llorando. Nadie
le ha hecho caso, así que ha subido las escaleras de emergencia
y habrá llegado hasta la azotea.
Estreché su mano y le sonreí:
—Muchísimas gracias.
Me aparté de Kenneth y salí corriendo para buscar a
Ariette. Tuve suerte de cruzarme con poca gente y no tardé en
subir hasta la terraza. El otoño en Madrid a las dos de la
madrugada conseguía helarte la piel. Froté mis manos por los
brazos en un intento de darme calor y busqué con la poca
claridad que había a Ariette. Ésta estaba muy bien escondida
ya que lo único que había en la terraza eran unas cuantas
mesas con sombrillas.
—¿¡Ariette!? —grité. Estaba segura que me habían
indicado bien—. ¡Ariette!
Respiré tranquila cuando la vi salir detrás de una enorme
maceta que tenían para que nadie se acercara al jacuzzi. Corrió
hasta mí y me rodeó con sus brazos por la cintura y rompió a
llorar en mi pecho. Acaricié su sedoso cabello y le susurré que
todo iría bien. Estaba muerta de frío así que apliqué con ella el
mismo método con el que intenté entrar en calor. Acaricié con
fuerza su espalda y esperé a que dejara de tiritar. Fue una
prenda de ropa que la ayudó a entrar en calor. Kenneth quedó
detrás de ella sin decir nada, pero me susurró algo.
—Hay un vehículo fuera esperándonos.
Asentí con la cabeza.
—Volvamos a casa, Ariette —ella levantó la cabeza—.
Tienes que descansar.
—¿Vendrás conmigo?
Me encogí de hombros y busqué ayuda en Kenneth.
Éste calló.
—Lo siento, Ariette —no sabía cómo explicarle que yo no
era como las otras sirvientas que solían acompañarla—, pero
yo tengo que volver a mi hogar. No puedo dormir en la
Zarzuela.
Dejó de mirarme para buscar a Kenneth desesperadamente.
Creí que había huido de él porque se sintió intimidada cuando
la puso a prueba, pero tuvo otros motivos los cuales la
empujaron a esconderse de él.
—¿Puede pasar la noche conmigo?
Él volvió a mirarme.
Tenía suficiente con refugiar sus manos en los bolsillos de
los pantalones.
—Por favor —insistió.
—Siempre y cuando ella quiera, Ariette.
No tardó en insistirme a mí también.
—Por favor.
Cogí aire.
Volver con Linnéa después de haberle mentido… era
meterse en problemas.
—Está bien —le dije—, pero tengo que enviar un mensaje.
—Gracias —me apretó con tanta fuerza que llegó a
hacerme daño. No lo tuvo difícil, los golpes que recibí seguían
presentes—. Estaré abajo. Tengo frío.
Y Ariette nos dejó a solas de nuevo.
No fui capaz de mirarlo a los ojos porque me sentía
avergonzada con él.
—Le diré a mi madre que necesitaba tu ayuda. No sucederá
nada malo. Te lo prometo —dijo, con la voz cansada.
—Kenneth…
—Quédate con ella esta noche. Philippe lo entenderá.
—No es por Philippe.
—Lo sé —se encogió de hombros y se alejó de mí para
abrir la puerta de emergencia.
Lo seguí y bajamos las escaleras en silencio. Salimos por la
parte trasera del club donde nos recibió el chofer de Kenneth.
Una vez dentro, nosotras nos sentamos detrás y él se acomodó
delante nuestro. No nos quitó el ojo de encima y Ariette se
quedó dormida en la falda de mi vestido. Tenerlo tan cerca y
callado, me ponía nerviosa. Me sobresalté al notar como su
zapato separaba los tacones que complementaron con mi
vestido. Fue separando mis piernas al igual que él con las
suyas.
Olvidé las bragas en el baño del club y Kenneth encontró
algo para entretenerse en el viaje de vuelta a casa. No le
importó Ariette, se sacó el miembro mientras que observaba
mi vagina. Él no lo sabía, pero verlo masturbándose me
humedeció. Me mordisqueé el labio para reprimir las ganas de
gemir. Kenneth siguió masturbándose y tuve que estirar el
brazo para coger sus dedos y lamerlos para que siguiera
tocando su hermosa polla. Jadeó y volvió a sacudirse el
miembro mientras que me veía sufriendo por no poder estar
encima suya. Y fue culpa mía, porque su pene hubiera sido
mío sino me hubiera dado por huir.
—Dime que me corra —susurró.
El vehículo empezó a arder.
Noté como mi espalda se humedeció, y las piernas me
temblaban.
Intenté cerrarlas, pero Kenneth no me dejó.
—Duele —le reclamé.
—Estás caliente. Lo puedes aguantar.
Sacudí la cabeza.
Me quedé atontada al ver como la carne de su polla se
humedeció por el líquido preseminal.
—Estás siendo cruel.
—No más que tú —respondió, con una enorme sonrisa.
Siguió con la masturbación, aferrándose con la mano
derecha al asiento por el placer que le daba mirarme mientras
me veía sufrir.
—Kenneth —gemí, e intenté apartar la cabeza de Ariette,
pero fue imposible—. Duele.
—Ya falta poco.
Y tenía razón.
La tortura de Kenneth duró otros cinco minutos en los
cuales no sólo se corrió, me vio jadeando, retorciéndome y no
tuve la oportunidad de tocarme porque Ariette se aferró a mí y
no hubo manera de apartarla.
Cruzamos la seguridad de la Zarzuela y me encargué de
despertar a la princesa que no fue consciente de lo que había
pasado en su presencia. Le arrebaté la americana de Kenneth y
se la tendí a él porque tenía la bragueta húmeda de la corrida.
Seguía con las mejillas rosadas y aun así avancé para colarnos
en el interior del palacio, pero nos cruzamos con Mario.
—Buenas noches —nos saludó.
Su punto de mira fuimos Kenneth y yo, y éste estaba cerca
de su prometida y lejos de mí.
«No nos creerá» —pensé, tragando saliva.
12

La mirada de Mario fue muy expresiva. Noté como intentó


decirme que al día siguiente hablaríamos y ni siquiera Kenneth
podría detenerlo. Avancé junto a Ariette y rompí el poco
contacto visual que tuve con él. Se escuchó como Kenneth nos
deseaba unas buenas noches, y la princesa se aferró con más
fuerza a mi brazo. Estábamos tan casadas que no fui capaz de
subir andando hasta el tercer piso. Cuando el ascensor nos
avisó que habíamos llegado a nuestra planta, Ariette alzó el
brazo para saludar a las mujeres que la acompañaban. Éstas
aguardaron delante de su puerta hasta que su princesa llegó.
Vinieron corriendo y comprobaron que estuviera bien.
Mantuvieron una corta conversación en su idioma natal y
tiraron de mi mano para que las acompañara.
Ariette no dejó de insistir en que me quedara toda la noche
con ella que, la cama donde dormía, era lo suficientemente
grande para las dos. Volví a decirle que sí y la esperé tumbada
mientras que a ella la terminaban de bañar. Se reunió conmigo
aseada y yo no tardé en hacer lo mismo. Me dejaron ropa
limpia y un camisón que olía a gardenia. Respiré el aroma
profundamente y me cubrí con la prenda después de secarme
el cabello. Al salir del baño privado, Ariette seguía
cepillándose su larga melena rubia.
—Te queda mejor que a mí —dijo, con una sonrisa—. Es
tuyo.
—No puedo aceptarlo.
—Claro que sí —insistió—. Siempre he querido tener una
amiga. Me volvía loca viendo Gossip Girl, pero jamás tuve
una Blair Waldorf que fuera capaz de juzgar mi forma de
vestir.
Y conmigo tampoco lo conseguiría. Estaba acostumbrada a
comprarme la ropa en tiendas donde el 75% de la población
terminábamos con las mismas prendas.
—No estoy al tanto de la moda.
—Pero sabes seducir a un hombre —les pidió a las mujeres
que nos dejaran solas y me miró fijamente—. ¿Kenneth llegó a
contarte lo que ha sucedido entre nosotros dos esta noche?
Me dijo que intentó ponerla a prueba, pero no el cómo.
—No.
—Abrió mis piernas y tocó mis partes —bajó la cabeza
avergonzada—. No supe cómo actuar y salí corriendo. Pero,
¿sabes lo peor? —me encogí de hombros, estaba sorprendida.
No imaginé que las intenciones de él era llegar tan lejos con
Ariette—. Me gustó, Thara. Sentí mi cuerpo reaccionar de una
forma muy agradable ante el contacto de sus dedos. Y no sé
qué hacer. Me siento como una estúpida por haberlo dejado
escapar.
—Quizás no era el momento…
—O sí —me cortó—. Las mujeres se siguen vistiendo de
blanco sin tener que guardar su primera vez para su futuro
esposo. Nadie lo hace. ¿Por qué debería hacerlo yo?
Ariette era directa y de alguna forma me estaba pidiendo
ayuda.
Tenía la oportunidad de manipularla o ayudarla a conquistar
a Kenneth.
—¿Lo has besado? —negó—. Entonces deberías empezar
por ahí. Debe de haber otro contacto físico antes de querer
desnudarte ante él. ¿No crees?
Ariette echó su cabello hacia atrás y gateó por la cama
hasta tirarse en mi cuello. Era una persona muy cariñosa y no
estaba acostumbrada a una actitud tan alegre y positiva.
—Desde que te vi sabía que íbamos a ser buenas amigas —
apretó sus labios en mi mejilla—. ¿Cuándo crees que debería
besarlo?
Como una tonta dije:
—Primero pídele que te acompañe a dar un paseo. Cuando
os quedéis a solas, puedes intentarlo.
Gritó de emoción, se puso de pie y se dejó caer en la cama
mientras agitaba todas las extremidades de su cuerpo.
—Por fin besaré a mi príncipe.
Y si lo hacía, sería por mi culpa.
Conseguí escapar de la habitación de Ariette sin
despertarla; no quería que me contara los planes que organizó
para quedarse a solas con Kenneth y por fin poder besar al
hombre del que estaba enamorada. Llegué hasta la cocina y me
serví un café doble para despertarme del todo. Bebí
demasiadas copas de champagne y dejaron a mi cuerpo cao
junto al largo viaje que di para buscar a Kenneth. Calenté mis
manos alrededor de la taza y me sentí relajada al sentirme a
gusto con el resto de los trabajadores. Todos me devolvieron el
saludo y siguieron con sus tareas después de desayunar.
El mejor momento del día se vio hundido cuando Mario
llegó detrás de mí y toqueteó mi espalda para llamar mi
atención. Mi giré con una sonrisa en el rostro que desapareció
al verlo a él. Se sentó a mi lado y se sirvió otro café mientras
acomodaba un cinturón negro cerca de mi brazo. Llegó a
asustarme. Mario estaba tan loco que era capaz de golpearme
allí mismo sin importarle los espectadores que vieran el show.
—¿Estuviste con Kenneth anoche?
—No —pero al parecer no fui muy convincente—. Dejé a
Linnéa para volver a casa y por el camino me llamó Ariette
porque no se encontraba bien —mi mentira lo pondría más
nervioso—. No es mi culpa que Kenneth estuviera con ella.
Durante un minuto la cocina se quedó en silencio. Fue el
rato en el que estuvo distraído tomándose el café y quitándole
el envoltorio a una magdalena de chocolate. Al terminar, giró
mi taburete y el suyo y me obligó a mirarle a los ojos. Se rascó
la barba mientras se aproximaba hasta mi corazón. Como lo
tuve muy cerca, tuve que alejarme de él, pero me lo impidió.
Me detuvo por los brazos y sentí como presionaba su cabeza
en mi pecho.
—En la guerra sabíamos si una persona mentía por los
latidos de su corazón —me explicó, como si en algún
momento de mi vida me hubiera decidido a conocer la suya—.
Y tú, niña… —hizo una pausa que provocó que se aceleraran
los míos—, mientes.
—¿No te has parado a pensar que me das miedo? Siempre
con tus amenazas y dispuesto a golpearme. Eres un matón y
seguramente ese es el motivo por el cual ya no estás en el
ejército.
Se apartó de mi lado y sus ojos se encendieron.
—Podría cambiar este bonito rostro —apretó sus dedos en
mi mentón— para que el príncipe Kenneth dejara de mirarte.
¿Qué te parece?
—Suéltame —me quejé, ante el dolor que sentí al notar sus
uñas clavándose en mi piel.
No me hizo caso, hasta que una persona, con mayor rango
que un empleado, le ordenó que se distanciara de mí.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? —no le hizo falta
elevar la voz, la autoridad de Zenón Bermejo conseguía domar
a un hombre como Mario—. ¿Linnéa permite estos abusos
dentro de la Zarzuela?
—Señor… —intentó defenderse.
Pero el padre de Ishaq no se dejó manipular por un hombre
como el que tenía delante de él. Los dos eran hombres
grandes, altos y fuertes. Zenón tenía el cabello blanco, y Mario
seguía tiñendo su pelo de rubio para no perder su color natural.
—Lo mejor será que te marches. Más tarde hablaré con
Linnéa.
Quedé asombrada cuando consiguió que Mario
desapareciera sin rechistar. Ni siquiera Kenneth consiguió
controlarlo en los años que Mario seguía a su madre. Zenón
miró la herida que me hizo debajo de la barbilla y me guiñó un
ojo para tranquilizarme.
—Sigue usted siendo muy bonita, señorita Thara —su
cumplido fue agradable de escuchar.
—Gracias, señor Bermejo.
—Llámame Zenón. Y ha sido un placer. Odio que la gente
como Mario Urriaga tenga controlada a la gente porque Linnéa
se lo habrá ordenado —gruñó, como si conociera los planes de
su amiga—. ¿Por qué te gritaba?
No podía decirle que era por verme con el hijo de Linnéa.
—¿Kenneth?
Pero lo sabía.
—Sí, nos vio anoche llegar juntos.
—Linnéa es muy protectora con él. Jamás se ha hecho a la
idea de que su hijo pueda enamorarse.
—Kenneth y yo no estamos…
—Lo sé —me tranquilizó, con una risa que era muy
contagiosa—. O al menos en estos momentos, ¿cierto?
—¿Cómo…?
—Yo lo sé todo —se me quedó fijamente mirando—. O eso
pensaba.
—Le prometo que entre él y yo no hay nada.
Tuve miedo de que se lo dijera a Linnéa.
—No te preocupes. También he estado enamorado, y no ha
sido fácil para mí —apuntó el asiento que dejó libre Mario y le
di permiso para que lo ocupara—. Cuando conocí a la madre
de mi hijo lo dejé todo por poder estar con ella; A mi país, mi
familia y mis viejos amigos. Era una mujer encantadora que
enamoró a un español que venía de una familia humilde. Sus
padres me trataron tan bien que, me dieron la oportunidad de
crear mi propio negocio en Dubái y ellos se encargaron de
pagarlo todo hasta que tuviera suerte. La energía y tecnología
limpia fue el trabajo que me hizo millonario. Lo que quiero
decirte, Thara —cogió mi mano— es que, si los padres de mi
mujer fueron capaces de aceptarme, Linnéa podría hacerlo
algún día contigo.
Kenneth y yo jamás podríamos estar juntos.
—Dudo que algún día me haga millonaria. Prefiero seguir
trabajando y estar al lado de mi familia.
—Me han dicho que tu padre y tu hermana viven en
Francia —ése seguramente fue Philippe—. ¿No te sientes sola
aquí?
Un poco, pero intentaba no decirlo en voz alta para que no
me vieran débil.
—Tengo a mi madre.
—Ya te dije que Amanda es una gran mujer. Siento por
todo lo que habéis tenido que pasar.
—Algunos secretos son peligrosos —confesé, con la boca
pequeña para que no me escuchara, pero lo hizo.
—Linnéa suele hablar de ella y de… —calló. Estaba segura
que iba a decir el nombre de un hombre.
—Luis era muy amigo suyo, ¿cierto? —él asintió con la
cabeza—. ¿Le habló de mi hermana y de su hija?
La risa de Zenón fue un sí rotundo.
—Amó a Sofía y a Agatha hasta el último aliento. Mantuvo
el secreto para protegerlas.
Y por culpa de otro secreto Kenneth se volvió loco en
busca de un bastardo que resultó ser mi sobrina.
—¿Y mi madre?
—¿Qué sucede?
—¿Conoció a su amante?
Estaba poniendo en un compromiso a Zenón, pero las viejas
preguntas llegaron en busca de respuestas.
«Quizás él sí me diga quién es mi padre biológico.»
—Lo conozco, Thara —dijo, y consiguió que mis ojos se
llenaran de lágrimas.
Y entonces acabé asustándolo.
—¿Quién es? ¿Sabe que existo? ¿Le gustaría conocerme?
¿Es como yo? ¡Oh, Dios! —exclamé—. Llevo tiempo
queriendo verlo.
Zenón tuvo que tranquilizarme.
—Tranquila. Puedo darte respuestas, pero primero me
gustaría ver a tu madre. ¿Es posible?
Él no nos haría daño.
O me mentalicé con esa idea al aceptar que Zenón Bermejo
me acompañara al hospital.
¿Qué podía salir mal?
¡Por fin conseguiría conocer a mi verdadero padre!
13

Zenón caminó detrás de mí para no interrumpir las


conversaciones que mantuve durante todo el trayecto hasta la
habitación donde descansaba mi madre. Los enfermeros y
médicas que la atendían, siempre fueron muy amables
conmigo. Ni siquiera estaban al tanto de que Linnéa era quien
se encargaba de pagar todas las facturas que causaba un coma
tan duradero como el de mi madre. Subimos el ascensor y,
antes de adentrarnos en la habitación, me planté delante de la
máquina expendedora y me compré un pastelillo de chocolate
blanco. Estaba tan nerviosa por la información que me daría
Zenón que, acabé comiendo delante de él y éste ni siquiera se
quejó. Soltó una fuerte carcajada cuando le tendí un trozo del
dulce. Lo rechazó y se quedó cruzado de brazos hasta que
terminé de comer. Cuando estuvimos listos para empujar hacia
abajo el manillar de la puerta, la saludé como de costumbre,
aunque ella no pudiera devolverme los buenos días.
Como siempre sus flores ya se encontraban antes de que yo
llegara. Las hortensias decoraban el cabecero de la cama y las
mesitas de noche donde solían haber unas cuantas chocolatinas
y el último libro que compré para pasar las noches junto a ella.
Besé su mano y le dije a Zenón que se acercara. Éste agrandó
los ojos al no imaginar que realmente Amanda estaba muy
mal. Los primeros meses, lo único que evolucionó de su
cuerpo, fueron las heridas que se curaron sin dejar secuelas.
Después nos limitamos a ver cómo le crecían las uñas, el
cabello y las canas que nacieron en su flequillo.
—¿Amanda? —rodeó la cama y no tardó en llegar hasta
ella—. ¿Puede oírnos?
—Las enfermeras me dijeron que sí —le devolví la sonrisa.
Zenón ocupó el asiento que estaba a mano derecha y la
miró de la forma en la que ella merecía ser tratada. Los demás,
Mario y Linnéa, solían obsérvala como si delante de sus
narices tuvieran un cuerpo muerto que no terminaba de
descomponerse.
—No sé si te acordarás de mí, Amanda, pero soy Zenón —
él también sostuvo su mano—. Ha pasado mucho tiempo
desde la última vez que nos vimos en el funeral de Luis. Siento
que nos hayamos reencontrado en estas circunstancias. Veo
que sigues tan hermosa como siempre —levantó la cabeza y
me guiñó un ojo—, y una hija que se parece a ti.
El teléfono móvil empezó a sonar.
Era Kenneth.
Sacudí la cabeza e intenté silenciarlo, pero Zenón me
detuvo.
—Atiende la llamada. Te esperaré aquí. Junto a tu madre.
—¿No le importa?
—¡Por supuesto que no!
Salí de la habitación y devolví la llamada a Kenneth cuando
subí a la terraza. Estaba prohibido descolgar llamadas para que
los pacientes siguieran descansando sin ruido a su alrededor.
No tardó en responder y me sentí bien al poder hablar con él
sin tener que echarnos las cosas en cara.
—¿Qué harás esta tarde?
Siempre olvidaba que tenía que trabajar.
—Tarde ocupada.
—Ariette entenderá que no puedas pasar la tarde con ella.
—Dudo que tu madre piense lo mismo —me aparté del
lado de un señor que empezó a fumar cerca mío—. ¿Querías
algo más?
—Necesito verte.
—¿Necesitas? —reí—. Estoy segura que puedes esperar.
El silencio que intentó mantener se rompió al reír.
—Confía en mí. Déjalo todo y vente conmigo.
—¿Adónde? Porque últimamente tú y yo no estamos bien.
—Eres tú quien me dejó caliente y tuve que masturbarme
para aliviar el dolor.
Gruñí y contrataqué.
—No soy yo quien se va a casar.
—Al menos yo no intento hacerme amiga de la persona que
se va a casar con el hombre que amo.
—Kenneth —le advertí.
—¿No me quieres?
Miré a mi alrededor.
Por primera vez quería que alguien me interrumpiera y me
salvara del mal momento que estaba pasando al teléfono con
Kenneth.
—Tenemos que dejar este juego.
—¿Qué juego?
—¡Ah! —grité. Me quería volver loca—. Tú ya lo sabes.
—No, Thara, no lo sé. ¿Eres tan amble de decírmelo?
—Nos estamos saltando las reglas —le expliqué—. ¿Qué
ha pasado con lo de ir por caminos separados? Fuiste tú quien
me dijo que lo mejor para los dos era no seguir con el absurdo
juego de desearnos. Está mal. Y a mí también me cuesta
controlarme —de repente bajé el tono de voz—. ¿Has
olvidado que ayer perdí mis bragas por tu culpa?
—Te compraré otras, pero ven conmigo.
—Tengo que pensármelo.
Antes de colgar escuché:
—Estaré en el hospital en media hora.
Fue una mala idea haber compartido mi ubicación con él;
siempre podía saber dónde me encontraba en cualquier
momento del día.
Me despedí del señor que se puso a fumar y bajé para
reunirme con Zenón. No esperaba encontrarme con su sonrisa
invertida y aguardándome con la voz temblorosa. Me senté
delante de él y esperé a que hablara claramente conmigo. Sin
mentiras y directamente al tema.
—Le he dicho a Amanda que te hablaré de tu verdadero
padre —volvió a mirarla—. Él siempre pensó que el hijo que
perdió tu madre era un varón. Sufrió mucho por ti, Thara. Y
estoy seguro que se hubiera alegrado muchísimo de conocerte.
Tragué saliva.
—¿No renegó de mí?
—Jamás. Nunca hubiera hecho una cosa tan terrible. Amó a
tu madre y te quiso sin verte.
La miré a ella.
—Y…Y… —estaba nerviosa—. ¿Por qué, mamá? ¿Por qué
le mentiste?
Zenón intervino.
—Tendría sus motivos.
—Me ha engañado durante veintitrés años. No es justo.
Los latidos del corazón de mi madre se dispararon.
Nos estaba escuchando.
—¿Amanda?
Zenón se puso nervioso y yo lo único que hice fue ponerla a
prueba.
—¿Cómo se llamaba mi padre?
Vi como su dedo pulgar se doblaba.
—Tienes que llamar al médico, Thara.
—¿¡Cómo se llamaba mi padre!?
Insistí.
Mi madre siguió moviendo su dedo pulgar hasta que Zenón
me respondió:
—Gregorio Laguarta.
Y todo volvió a la normalidad.
Cuando los enfermeros llegaron con la médica, mi madre
volvió a estar como en los últimos meses. No reaccionó ni dio
señales de que nos estaba escuchando.
Temió que Zenón me dijera la verdad y dejó de luchar al
escuchar el nombre de su amante.
«Gregorio» —susurré su nombre.
Antes de subirme en el vehículo de Kenneth, esperé a que
Zenón se marchara con el chofer que le había asignado
Linnéa; fue su manera de controlarnos al mandarnos a Hugo.
Le agradecí que me dijera la verdad y el lugar exacto donde lo
enterraron. Se despidió de mí y me pidió que le dejara volver
la próxima vez conmigo. No me importó. Seguramente quería
seguir viéndola porque se sentía culpable de guardar el secreto
de su mejor amigo y la relación que tuvo con mi hermana
mayor.
Hugo me abrió la puerta y me senté junto a Kenneth
mientras que terminaba una conversación por teléfono. Me
acomodé el cinturón de seguridad y escuché sin que él se diera
cuenta como estaba reservando una habitación de hotel.
—Mira debajo del asiento —dijo, al colgar.
Bajé la mano y alcancé una bolsa de Pleasurements.
Sonreí.
—¿Ropa interior?
—Espero que te guste.
Era un conjunto muy bonito de encaje negro, pero caro.
—¿Qué quieres, Kenneth?
—Necesito que me ayudes.
—¿Yo?
—Sí, tú.
Era muy extraño.
Ocultaba algo.
Y él se dio cuenta que empecé a sospechar.
—La semana que viene es el cumpleaños de Ariette. Tenéis
un cuerpo parecido. Podrías ayudarme a elegir un vestido para
ese día tan especial.
«¿Estás hablando de la boda?» —me puse nerviosa.
—Por favor —supliqué.
Y acabé acomodándome el asiento mientras que Kenneth
no dejó de mirarme con esos hermosos ojos.
14

Kenneth me mintió.
Y lo descubrí cuando llegamos a una pista donde un avión
privado nos esperaba. Fui una ilusa al pensar que Kenneth
quería tener un detalle con Ariette. Me mintió y no podía
jugármela. Intenté salir del vehículo, pero me lo impidió. Me
cogió de la cintura y me arrastró junto a él hasta que
abandonamos el coche y me cargó en su hombro. Pataleé, pero
fue imposible.
—¡Quieto!
Había tanto ruido que no podía escucharlo, y él a mí
tampoco.
—¡Kenneth!
Seguí gritando.
Él siguió avanzando.
—¡Me estás secuestrando!
Y acabó —como de costumbre— saliéndose con la suya.
Agradecí que no me dirigiera la palabra en todo el trayecto.
Sabía que estaba furiosa con él y me dejó desahogarme con la
pantalla del teléfono móvil. Navegué por Google bajó su
atenta mirada. Quería ponerle un rostro a Gregorio Laguarta y
tenía la necesidad de conocerlo un poco más, pero solo
encontré un resultado. Era el nombre de un mecánico que
seguía trabajando en Toledo junto a su familia.
—¿A quién buscas? —me preguntó, y me ofreció un
canapé que él mismo fue a buscar—. ¿No lo quieres? —negué
con la cabeza, y no le dirigí la palabra—. Más para mí —no
sabía cómo llamar mi atención hasta que volvió a leer el
apellido del hombre que buscaba—. Lo conozco. Sabía que me
sonaba de algo.
¡Por supuesto!
Kenneth lo conocería seguro.
—¿Quién es? —bloqueé el móvil porque no me ayudó
demasiado.
—¿Ahora sí me diriges la palabra? —preguntó, alzando la
ceja. Me crucé de brazos y se acercó hasta mí para besar mi
cabello mientras tocaba mi mejilla con su cálida mano—. Te
diré quién es si dejas de odiarme.
—Me has secuestrado, Kenneth.
—No podía decirte que te sacaría de España. Era una
sorpresa —puso los ojos en blanco al ver que no estaba
dispuesta a acceder tan fácilmente—. Trabajó para mi padre.
Lo recuerdo perfectamente. Estuvo quince años trabajando en
la Zarzuela hasta que murió. Era un viejo cascarrabias —rio—.
Recuerdo un día en el que Leopold le cogió a mi padre uno de
sus rifles para enseñarme a cazar. Salimos corriendo para que
nadie nos descubriera —me encantaba ver la sonrisa que
asomaba de su rostro cada vez que recordaba las aventuras que
tuvo con su hermano (incluso estando enfadada con él)—, y
tuvimos la mala suerte de chocarnos con Gregorio. El viejo
loco intentó golpear la nuca de Leo, pero Amanda lo detuvo.
Estuve días riendo…
Le corté.
—Era mi padre.
Kenneth dejó de carcajearse.
—Es imposible.
—Me lo ha dicho Zenón.
—No. Estoy seguro que es imposible.
—¿Por qué?
—Porque cuando yo tenía doce años, ese señor tendría
setenta. Murió de viejo.
—¿Y? —me encogí de hombros. Los hombres tenían la
posibilidad de engendrar hijos hasta que murieran—. Quizás
mi madre se enamoró de él. Posiblemente fue amable y
cariñoso con ella.
Él sacudió la cabeza.
—No podían ni verse. No entiendo cómo Zenón lo ha
nombrado —cortó la conversación para pedirle un whisky a
las azafatas que nos acompañaban en el vuelo—. Mi padre le
tenía aprecio, pero Gregorio robó. En varias ocasiones. A día
de hoy sigo sin entender por qué se ocupaba de los caballos.
—A lo mejor tu padre estaba al tanto de relación que tenía
con mi madre.
—No lo sé, pero hablaré con Zenón cuando volvamos a
Madrid —Kenneth estaba cómo si no entendiera nada. Era
peor para mí. Jamás llegué a conocer a Gregorio—. Dudo que
se le levantara. ¿Cómo pudieron…?
—¡Déjalo, Kenneth! —No quería saber cómo me hicieron o
dónde. Simplemente conocerlo—. ¿Vas a decirme para qué
vamos a Portugal?
La azafata se levantó de su asiento asustada.
—Siento molestarle, Alteza real —Kenneth se tensó—,
pero nos dirigimos a Francia.
—¿¡A Francia!? —grité.
Controló su actitud pacífica.
—Gracias por recordármelo, Estella.
—De nada, Alteza.
Busqué su corbata y tiré de ella para que me mirara a los
ojos. Al verme feliz se le borró el mal humor que le causó la
azafata. Esperé a que me dijera que iríamos a ver a mi familia,
pero el simple hecho de asentir con la cabeza me lo dijo todo.
Empecé a gritar como una loca y lo abracé con todas mis
fuerzas mientras que le daba las gracias.
—¿Por qué no me lo has dicho?
—Te dije que era una sorpresa.
Me olvidé de Linnéa y de las amenazas de Mario.
Echaba de menos a mi pequeña Agatha, quería abrazar a mi
padre y…
Me aparté de Kenneth.
—¿Qué sucede, Thara?
—Sofía —susurré.
—¿No has hablado con ella? —sacudí la cabeza—. Sé que
sigues furiosa con tu hermana, pero sí yo he sido capaz de
perdonar a mi padre, tú puedes hacerlo con ella.
—Éramos inseparables. Nos lo contábamos todo —paseé
mis uñas por las piernas—. La ayudé en todo lo que pude
cuando me dijo que quería sacar ella sola para adelante a su
hija. Pensé que un capullo la preñó y se fugó porque no quería
hacerse responsable de su hija. Y ese capullo acabó siendo tu
padre. Eres el hermano de Agatha. Creí que nos habíamos
alejado de aquellas tonterías al pensar que éramos familia,
pero sí somos familia, Kenneth. Soy tu ¿tía?
Él me respondió con su dulce risa.
—No somos familia —me rodeó con su brazo y me pegó a
él—. Tienes que hablar con Sofía. Sé que te echa de menos.
Hazme caso.
En el fondo tenía razón. No podía estar toda mi vida
enfadada con mi hermana cuando en el fondo me moría por
abrazarla y decirle que podía seguir contando conmigo.
Éramos familia. Un desliz no nos separaría y no estábamos
dispuestas a cometer los mismos errores que perpetró nuestra
madre cuando era joven.
Apreté la mano de Kenneth y descansé sobre su hombro
hasta que llegamos a Arfons.
La villa que les dejó Philippe era hermosa. Kenneth me dijo
que cerca de la propiedad había unos viñedos que compró a
nombre de Agatha. Me impresionó que cuidara de la hermana
bastarda que juró destruir cuando descubrió que su padre tuvo
un romance fuera de matrimonio. Avanzamos juntos y desde
lejos escuché la voz de mi sobrina. Agatha salió de la casa
corriendo y se emocionó al vernos a los dos. La cogí entre mis
brazos y toqué su cabello. Acabé humedeciendo su ropa con
las lágrimas de felicidad que derramé.
—Has cumplido con tu promesa —Agatha habló con
Kenneth.
—Te dije que volverías a ver a tu tía. Y aquí la tienes.
Ella se apartó de mi lado y me miró a los ojos.
Tenía la nariz y los mofletes rojos; se había quemado y
seguramente fue jugando.
—Te quiero muchísimo, tía Thara.
—Y yo a ti, pequeña.
—Se me ha caído otro diente, Kenneth.
Él volvió a reír.
—¿Qué vas a querer esta vez?
Agatha levantó la cabeza y se rascó la barbilla para pensar.
—Quiero ver a mi abuela.
Miré a Kenneth.
Al parecer ni Sofía ni mi padre encontraron el momento
para contarles lo que le sucedió a mi madre. Era normal. No
podían decirles que la esposa de su padre era una mujer cruel
que sólo quería hacernos daño.
Por suerte llegó mi padre y me abrazó con la misma
intensidad de siempre. E incluso me atrevería a decir que
aplicó más fuerza de lo normal.
—Thara, hija —recogió mi rostro con sus manos—, estás
más delgada.
—Estoy como siempre, papá.
Él también miró a Kenneth.
—¿No crees que está más delgada, Kenneth?
—Tienes razón, Roberto.
¿Por qué se llevaban tan bien?
No le di importancia.
—¿Te has cortado el pelo, papá? —dio la vuelta y me
enseñó su nuevo cambio de look—. ¡Dios mío! —exclamé,
tirando de su polo blanco—, ¿te has hecho un tatuaje? —Mi
padre empezó a reír—. Nunca me dejaste hacerme uno. ¡No es
justo!
—Tenías quince años.
—Sofía tenía uno —me crucé de brazos.
Los ojos de mi padre casi estallaron ante la sorpresa.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—A los dieciséis. Y no te hará gracia saber dónde lo tiene
exactamente…
Fue una voz que conocía muy bien la que nos interrumpió.
—¿Acabas de chivarte a papá?
Kenneth me dio un apretón de manos antes de irse:
—Deberías enseñarme ese gimnasio que te has montado,
Roberto.
—¡Cierto! Ya puedo levantar cien kilos.
Me quedé junto a Sofía observando como Kenneth y mi
padre se alejaban.
—¿Me he perdido algo?
Sofía sonrió.
—Kenneth quiere ver crecer a Agatha. Tiene la necesidad
de ser su hermano mayor —se frotó los brazos ante el fresco
que se levantó a las cinco de la tarde—. Cuidarla como
hubiera hecho Luis o Leopold. Al final se ha ganado el
corazón de todos —por fin me miró a los ojos—. Él te quiere.
—No estamos juntos.
—Lo sé —Sofía me abrazó—. Lo sé, cariño.
Terminé llorando en el hombro de mi hermana como
cuando era pequeña. Ella acariciaba mi espalda y yo me
desahogaba con la persona que más quería en el mundo.
—No puedo más, Sofi. Mamá está en coma. Linnéa me
chantajea. Mario me tiene controlada y —cogí aire—, Kenneth
se va a casar.
—Él no la quiere.
—Pero sí necesita la corona. Quiere ser rey.
Me obligó a mirarla a los ojos.
—Te ama, Thara.
—¿Cómo lo sabes?
—Me lo ha dicho —limpió mis lágrimas—. Lleva días
viniendo. Ya te lo he dicho. Es uno más de la familia —no me
lo podía creer—. Será mejor que vayamos dentro.
Cogió mi mano y caminamos hasta el interior de su nuevo
hogar.
Pasamos las horas jugando con Agatha, hablando con la
nueva novia de papá y guisando uno de los platos favoritos de
nuestra madre. Cuando llegó la noche, se me rompió el
corazón al tener que separarme de ellos. Quería quedarme,
pero no podía abandonar a mamá. Besé la mejilla de Agatha
cuando se quedó dormida y me despedí de mi padre y de mi
hermana. Kenneth me prometió que volveríamos pronto y le
creí.
—¿Qué? No puede ser —se llevó una mano a la cabeza y
alborotó su cabello—. Tenemos que volver hoy mismo a
España —escuché atentamente la conversación que tuvo con
el piloto—. Sí, tenía una habitación de hotel reservado, pero
para mí. No pensé que nos quedaríamos tirados los dos.
Me acerqué hasta él.
—¿Sucede algo, Kenneth?
—¿No podemos volver esta noche?
—¿Qué?
Notó mi nerviosismo.
—Te llamaré dentro de cinco minutos —guardó el móvil y
me cogió de las manos—. Escúchame, Thara, nadie sabrá que
hemos estado juntos.
—Tú no lo entiendes —temblé—. Necesito volver hoy a
Madrid.
—Hablaré con Philippe y no dudará en mentir para
protegerte. Confía en mí.
Me quedé sin aliento ante la imagen de Mario furioso
conmigo y desahogándose por haber roto el acuerdo que tuve
con Linnéa.
Dejé que nos llevaran al hotel y nos colamos en la
habitación. Antes de que Kenneth se adentrara en el baño para
darse una ducha, lo detuve por el brazo.
—Hazme tuya —gemí—. Hazme tuya esta noche.
Si Mario descubría con quién había estado, al menos
guardaría junto a mí una noche maravillosa con el hombre que
quería.
Me deshice de la blusa, y la dejé tirada en el suelo.
Desabroché el sujetador, y deslicé por mis piernas el estrecho
pantalón junto al conjunto de la parte de abajo. Tapé mis
pechos con mis manos, acercándome hasta él, sin mirar al
suelo, tropecé con mi propia ropa. Se me olvidó descalzarme.
Kenneth rápidamente me cogió del brazo y me pegó a él
mientras nos sentaba en la cama.
Pasé mis piernas por encima de las suyas mientras Kenneth
tiraba de su chaqueta, se deshacía de la camisa blanca que se
pegaba a su cuerpo y bajaba sus pantalones junto a su ropa
interior.
Atrajo mi cuerpo más cerca del suyo, y sentí sus dedos en
mi cuello. Dejé mis manos sobre sus muslos, acariciándolo
con los ojos cerrados, intentando darle el mayor placer posible.
Su piel era tan suave, tentadora, quera era inevitable separarse
de él. Aproximé mi mejilla a la suya y la froté para sentir el
contacto más directo entre nosotros dos.
Pasó sus brazos por mi cintura, acercándome a su pecho.
Acaricié con mis pezones su piel, y entre abrí mis labios para
capturarlos con mis dientes. Me dejaba llevar por las caricias
de su lengua en mi cuello. Paseaba por cada musculo de mi
cuerpo. Subía, bajaba, atrapaba mi piel, y volvía a empezar de
nuevo.
Su dedo contorneó mi silueta, hasta quedar justo en el
hueco de la ingle. Bajó hasta abrir mis labios íntimos. Llevé
dos de sus dedos a mi boca, abriendo cada vez un poco más,
humedeciendo su piel, rodeé con la lengua, y sentí como su
cuerpo se tensaba. Los aparté, y dejé que me estimulara con
ellos.
Atrapé su cabello, y acerqué mis labios hasta su cuello,
besándolo al mismo ritmo que sus dedos entraban y salían de
mi interior. Aparté su mano, buscando su miembro erecto con
mi mano, y guiándolo hasta mi entrada. Bajé poco a poco,
gimiendo de placer al sentirlo dentro de mí.
Clavé mis uñas en su espalda cuando estaba completamente
dentro de mi interior. Jadeé su nombre una y otra vez. Kenneth
me ayudaba a levantarme de su cuerpo para poder hundirme
con mejor facilidad. En aquel momento la yema de sus dedos
quemaba en mi cintura, la ola de placer empezó a envolvernos,
acelerando nuestros movimientos, y convirtiéndolos con más
brusquedad.
Me costaba respirar, buscaba el aire que me faltaba a su
lado. Era placentero, tentador, conseguía que me arqueara
contra su pecho. Siguió empujando más fuerte, estableciendo
el ritmo continuo que marcó. Se quedó quieto, sentía su
mirada observando mis movimientos, no podía abrir mis ojos,
me sentía cansada, pero no detuvo a que mi cuerpo soltara
unas fuertes contracciones, que consiguieron que Kenneth se
corriera.
Los dos acabamos empapados de sudor, con los pulsos
acelerados. Las mejillas y los labios rojos.
El teléfono empezó a sonar y salí al balcón para no
despertar a Kenneth. Me hubiera gustado besar su espalda
desnuda, pero no me dio tiempo.
—¿Sí?
—Thara —el llanto de una mujer me sobresaltó—. Te
necesito, Thara.
Era Ariette.
—¿Qué sucede? —la pobre no dejó de llorar—. Cálmate,
Ariette.
—Te necesito.
Silencié el teléfono con la mano cuando me abrazaron por
la cintura.
—¿Qué haces despierta? —me besó el cuello.
Tuve que enseñarle la pantalla.
Su sonrisa se esfumó y colgó la llamada de Ariette.
—¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco?
Fue hasta la cama y se cubrió con el bóxer.
—Le he dicho que no la quiero.
—¿Por qué?
—Porque no la quiero, Thara. Te quiero a ti.
Su te quiero sonó tan dulce, pero a la vez peligroso.
Acabé tendida en el suelo sin saber qué haría al llegar a
Madrid.
«¿Qué puedo hacer?» —cubrí mis pechos con el brazo y
tiré el móvil—. «Quiero a Kenneth y no puedo permitir que le
suceda algo grave.»
—¡Joder! —exclamé, sin importarme cómo podía
reaccionar él.
15

No hablamos del tema vuelta a casa.


Kenneth me confesó que me quería y yo fui grosera como
de costumbre.
Al llegar a Madrid nuestros caminos se separaron y tuve
que salir corriendo para ver cómo se encontraba Ariette
después de que Kenneth le confesara que no sería capaz de
quererla. Avancé por los pasillos del palacio de la Zarzuela e
intenté no dirigirle la palabra nadie y acabé cruzándome con
Linnéa. No estaba con Mario, iba escoltada con otro de sus
hombres. Se quedó cruzada de brazos y me lanzó una de esas
miradas que no me traían nada bueno. Me pidió que la
acompañara a su despacho y acabé accediendo para no
meterme en más líos.
Durante un instante pensé que lo sabía todo; el viaje a
Francia, la noche que pasé con Kenneth y lo que era más
terrible para ella, el amor de su hijo hacia la criada.
—¿Dónde estabas? Anoche fue imposible localizarte —se
llevó la mano a la cabeza, como si sufriera de jaquecas—. Esa
niña tonta lleva desde ayer llorando porque ha descubierto que
Kenneth no la quiere. Y, ¿sabes qué ha hecho él? Huir y
dejarme el problema. Te pago para consolarla. ¿Lo has
olvidado?
Negué con la cabeza.
No sabía nada.
Respiré con tranquilidad.
—¿Dónde está?
—Ha salido —miró el esmalte de sus uñas—. ¿Te ha dicho
algo?
—¿Sobre Kenneth?
Me encogí de hombros.
—Lo que sabemos todos. Lo ama, lo ama y lo ama.
Linnéa entrecerró los ojos.
—¿Ya está?
Recordé la noche que pasé a su lado.
—Quiere acostarse con él. Piensa que, si lo seduce, podrá
enamorarlo.
Presionó tanto las uñas sobre la mesa que, acabó
rompiéndose una uña y ni siquiera sintió dolor. Sus ojos claros
se enrojecieron ante la presión que sufrió su cuerpo al
descubrir los planes de Ariette. Y era algo normal que quisiera
mantener relaciones sexuales con su futuro marido, pero
Linnéa no estaba dispuesta a dejar que lo tocara antes del
matrimonio.
—Tienes que borrarle esa idea de la cabeza.
—¿Cómo?
Arrugó la frente al escuchar la melodía que reprodujo mi
móvil cuando me llamaron.
Lo silencié.
En las últimas cuarenta y ocho horas todo el mundo recordó
que tenía un número de contacto.
—No lo sé, pero quítale esa idea de la cabeza.
Me dio permiso para irme y acabé recorriendo todo el
palacio para buscar un rincón y devolver la llamada.
—¿Hola?
—¿Thara?
—Sí, soy yo. ¿Quién eres?
Hizo una pausa para ponerse a vomitar.
Me dieron arcadas de escucharlo a través de un teléfono.
—Soy Ishaq. ¿Puedes venir a mi habitación?
—¿Ahora?
Hacía un par de días que no lo veía.
—Sí, por favor.
Fue tan educado que tuve que ir para ver qué le sucedía.
Tenía las piernas agotadas y los pies adoloridos por seguir
caminado con los tacones que me dio Linnéa. Aproveché que
el montacargas estaba vacío y llegué a la habitación de Ishaq
casi para tirarme yo también en la cama y descansar un poco.
Pero cuando abrí las puertas y me encontré la habitación de
invitados destrozada, noté como me dio un brinco el corazón.
—Cierra la puerta —me ordenó.
—¿Qué ha sucedido aquí?
—Pasé la noche con unos amigos.
Miré por debajo de la cama al escuchar un ronquido.
Había una mujer desnuda con un chupete en los labios.
—¿Con cuántos?
Se levantó de la cama, se limpió el vómito de los labios y
me mostró su miembro al no recordar que no llevaba nada
puesto.
—¿De cuántas personas se compone una orgía?
—¿Montaste una orgía aquí?
—Empezaron ellos y yo me uní —rio, pero se llevó las
manos al estómago—, pero me siento fatal. Comí algo que me
está haciendo…
No acabó la frase.
Se inclinó hacia delante para vaciar su estómago.
—¿Puedes llamar a Philippe?
Pobre Phil.
Desde que Ishaq llegó lo único que hacía era cuidarle.
Sonaron varios tonos y no descolgó.
—No responde. A lo mejor está en la embajada. ¿Llamo a
tu padre?
—¡No! —buscó algo para enrollarse alrededor de la cintura
—. Nadie de la Zarzuela puede saber que pasó anoche aquí…o
acabarán quitándome el pasaporte.
—Podría llamar a Ken…
Buscó una forma para controlar su cuerpo, ya que en un
cerrar de ojos, acabó delante de mí.
—Ken me odia. ¿Sabes por qué me odia, Thara? —le dije
que no—. Porque le quité a su primera novia. ¿Sabes qué edad
teníamos? —volví a decirle que no—. ¡Siete años! ¡Siete putos
años! Y veintidós años más tarde, Ken me sigue odiando.
—Vosotros dos tenéis un gran problema con la bebida.
—Quizás.
—Voy a llamarlo.
—No.
Y ahogó un grito cuando lo empujé.
Estaba cansada de verme en medio de todos los problemas
de los demás cuando yo tenía los míos y eran mucho peores.
«Malditos ricos.»
—Te necesito, Kenneth.
No le conté lo que estaba sucediendo.
Fue un error por parte mía.
Ya que cuando Kenneth vino, llegó asustado.
«Realmente le importo» —sonreí.
16

Ishaq acabó en urgencias por una intoxicación al comer


pescado en mal estado. Los amigos con los que se reunió lo
invitaron a cenar en un japonés de Chamberí para después
encerrarse en su habitación y comenzar una orgía que acabaría
dándole problemas. Kenneth se centró en su teléfono mientras
que evitaba mirarme. Estaba furioso conmigo. No debí
asustarlo con que lo necesitaba de una forma desesperada. Ni
siquiera me disculpé, sólo me quedé sentada a su lado mientras
que echaba hacia atrás la cabeza. Él se había portado tan bien
conmigo en los últimos días que, no se merecía que lo
arrastrara a los problemas de su amigo de la infancia.
—¿Kenneth? —ni siquiera articuló el rostro—. Lo siento
muchísimo.
Acabó poniéndose nervioso.
—Pensé que te había pasado algo malo. Te recuerdo que tu
madre está en coma por un accidente en la Zarzuela que nadie
vio —guardó el móvil en el bolsillo de sus pantalones—.
Creí… —apretó la mandíbula—. Por un instante pensé que te
iba a perder si no llegaba a tiempo. ¿Y cuál fue la sorpresa? —
fue una pregunta retórica—. La sorpresa fue Ishaq. Siempre es
Ishaq —gruñó—. Tú no lo conoces, Thara, pero es algo que
suele hacer a menudo. Busca una forma para que todos le
presten atención, pero estoy cansado. No sé qué estoy
haciendo aquí.
—Deberías hablar con él —dije, dejando mi mano sobre la
suya—. Creo que necesita ayuda, y tú lo sabes.
Una voz masculina nos interrumpió.
—Thara tiene razón —Philippe se quitó el abrigo, y tiró de
la bufanda que acariciaba su cuello—. Tenemos que hablar
con él. No está bien, Kenneth. Nos necesita.
Si Kenneth hubiera estado en su situación, los demás no
habrían dudado ni un segundo en reencontrarse con él.
—¿Familiares de Ishaq Bermejo? —Kenneth se levantó y
avanzó junto a Philippe—. El señor Bermejo ya está despierto.
Pueden verlo cuando ustedes quieran.
Me miraron por encima del hombro.
—Ir con él. Os espero aquí.
Me alegró saber que Philippe consiguió el propósito que me
marqué.
Kenneth de España

Se me hizo incómodo ejercer de padre cuando yo siempre


había estado tan perdido como él. Por suerte Philippe era el
más maduro de los tres. Lo primero que hizo fue arrebatarle el
vaso lleno de agua del que se aferró. Lo cogió de la bata del
hospital y lo empujó para acomodar su frente sobre la suya.
—Tienes que dejar de beber.
—Cuando Kenneth lo haga —contestó.
El muy maldito empezó a señalarme con el dedo acusador.
—Ya lo dejé —solté, mirándolo con rencor.
Philippe llegó a ponerme nervioso.
—Del todo. —Sí, realmente Philippe sabía comportarse
como un padre—. ¿Qué te inquieta? Desde que has llegado a
España no has dejado de hacer más estupideces de lo normal.
Zenón, Kenneth y yo estamos preocupados por ti.
Ishaq dejó de jugar con el catete en el que tenía inyectado
suero y, como un crío pequeño, nos giró la cabeza.
—Me gusta venir a España, pero me trae malos recuerdos.
—Todos lamentamos la decisión que tomó Aaminah.
Sabemos que la querías muchísimo y veinte años después
sigues sufriendo su pérdida —Philippe se sentó al filo de la
cama—, pero no fue tu culpa que se quitara la vida, Ishaq. No
pudiste hacer nada. Ni siquiera Zenón.
—Estoy seguro que intentó advertirme…
Le corté.
—Eras un crío. Un niño de nueve años —al menos él sí
tuvo el cariño de sus padres—. Si sigues pensando en su
muerte, perderás los mejores recuerdos que tuviste junto a ella.
—Tienes razón —vi asomarse una sonrisa de sus labios—.
Tengo que quedarme con lo mejor de mi madre.
—¡Genial! —rio Philippe y se levantó de la cama—. ¿Ya
estamos bien?
—No del todo…
Ishaq era una bomba de relojería, en cualquier momento
estallaría.
Y lo hizo.
Thara Villena

Le envié un mensaje a Ariette para que estuviera tranquila


Siento no haber llegado a tiempo, Ariette. Cuando he
llegado esta mañana no te he encontrado. No te preocupes, nos
veremos más tarde. Y, nunca olvide que, eres una persona
increíble. Un abrazo, Thara.
Quería que dejara de estar triste por Kenneth. Era joven y
tenía una larga y sana vida por delante.
Era la primera rival con la que empaticé.
Ariette era una buena niña.
Y la ayudaría en todo lo que fuera posible para que
superara el mal de amores.
Cargué con cuatro cafés para reunirme con los chicos en la
habitación donde trasladaron a Ishaq. Intenté abrir la puerta,
pero una voz me detuvo.
—Kenneth no ha superado que Emelie se enamorara de mí.
¡Éramos niños!
La risa de Philippe me hizo sonreír.
Y la rabieta de Kenneth acabó por hacerme suspirar.
—Ni siquiera la recordaba. ¡No digas tonterías!
Ishaq acabó mencionándome.
Tenían una conversación privada que debí respetar, pero
cuando escuché mi nombre, pegué la oreja a la puerta para
escuchar qué opinaban de mí.
—Ella es la persona que romperá el grupo de amigos. Los
dos estáis enamorados de Thara.
Tragué saliva.
—No digas tonterías. Thara es mi amiga.
Kenneth se quedó callado.
—Vive contigo, Philippe. ¿No es una tentación?
—No responderé a esa absurda pregunta, Ishaq.
Pero Kenneth quiso una respuesta.
—¿Estás enamorado de ella, Philippe?
Se me aceleró el corazón.
Y su respuesta llegó a ponerme muy nerviosa.
Philippe Bouilloux-Lafont fue la mejor persona que se
había cruzado en mi camino desde que llegué a la Zarzuela.
Fue Kenneth quien me lanzó a sus brazos el día que quiso
jugar con la nueva criada. Pero nunca llegué a enamorarme de
él y ni siquiera lo vi con otros ojos. Cometí una estupidez al
escuchar su conversación, ya que descubrí que acabaría
rompiéndole el corazón o distanciarlo del hombre al que
amaba.
—Estoy enamorado de ella.
PRÓXIMAMENTE LA
CONQUISTA DEL
PRÍNCIPE 2/2

[1] La vie en rose - Edith Piaf


[2] soltarse la melena loc. col. Actuar de forma despreocupada
y desinhibida: parece tímida, pero cuando se suelta la melena
es simpatiquísima.
[3] Traducción: Mi bella amiga.
[4] Traducción: Señorita hermosa.

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