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INSTITUTO DE PROFESORADO “CONCORDIA” D-54


Departamento de Filosofía
Epistemología
Prof. Mauricio Rohrer
Los grados del saber humano

El conocimiento humano, en tanto captación y representación del sujeto de los diferentes


aspectos de la realidad, que se presenta una y diversa por su carácter analógico, admite diferencias de
grado de profundidad y, por tanto, de relaciones entre sus diversos planos.
La diversidad del conocimiento se funda en las variadas maneras de realizarse la entidad y en
los distintos grados abstractivos de los que es capaz el hombre.
Una primera distinción es la que surge entre el conocimiento ‘vulgar’ y el científico. Este último se
manifiesta como un saber explicativo, sistemático y confrontable con la realidad o demostrable, de
acuerdo con criterios lógicos.
La tradición positivista iniciada en el siglo XIX, reafirmada a comienzos del XX, y todavía vigente,
ha reducido el concepto de ciencia al campo de las disciplinas particulares, con la consiguiente exclusión
de la filosofía y de la teología como ciencias, debido a que sus proposiciones no son experimentales y,
por tanto, carecerían de sentido.
La ciencia es el conocimiento ordenado y mediato de los entes y sus propiedades, por medio de
sus causas. Así, es posible comprender el carácter analógico del concepto de ciencia, en el que se
integran las ciencias particulares, la filosofía y la teología.
El conocimiento científico no es una exploración indeterminada o azarosa de la realidad, sino que
se propone un objeto preciso. Cada ciencia se define por su objeto formal; en efecto, es posible distinguir
entre el objeto material –el tipo de realidad considerada genéricamente por una ciencia- y el objeto
formal –el aspecto peculiar o propio que del objeto material considera una disciplina-.
El objeto formal presenta un doble aspecto que debe contemplarse:
a. Objeto formal terminativo: aquella particular perfección o formalidad que una ciencia
considera en cada uno de sus objetos materiales;
b. Objeto formal motivo: es el medio por el cual la ciencia alcanza el formal terminativo – la
inteligencia sola o la inteligencia informada por la luz de la fe-.

El objeto es el centro de referencia último de cada disciplina científica, sin embargo la diferencia
entre los objetos formales de cada saber no es siempre rígida.

1. Las ciencias particulares


Se denominan ciencias particulares a aquellas que estudian un aspecto de la realidad en sus
causas próximas o inmediatas.
Estos saberes se organizan en disciplinas que se distinguen según estudien entes de razón –
ciencias formales- o entes reales –ciencias fácticas-. Dentro del segundo grupo cabe distinguir entre las
ciencias naturales y las ciencias humanas.

2. La filosofía
La filosofía es una disciplina científica que estudia toda la realidad –la entidad-, pero en sus
causas últimas en el orden del conocer y primeras en el orden del ser.
La diferencia entre las ciencias particulares y la filosofía se establece por dos órdenes de
aspectos: el estudio de lo real en su totalidad y el tipo de causalidad que considera.

3. La teología
La teología es una ciencia por la cual la inteligencia del creyente, que recibe de la fe certidumbre
y luz, se esfuerza mediante la reflexión en comprender lo que cree, es decir, los misterios revelados y
sus consecuencias.
Según Tomás de Aquino, esta ciencia tiene como características propias: la unidad, ser
especulativa y práctica, es suprema ciencia y verdadera sabiduría1.
Dentro del campo de la ciencia teológica, podemos distinguir diferentes áreas, según el siguiente
esquema:

1
Cfr. TOMÁS de AQUINO, Santo; (1964), Suma teológica. Madrid, BAC, I, 1
2

 TEOLOGÍA TEORÉTICA: Se ocupa de las verdades reveladas sometiendo a investigación toda


doctrina relacionada con las mismas. Suele conocerse como Teología Dogmática y abarca el
estudio de las siguientes verdades: Dios Uno y Trino, Doctrina de la Creación, Antropología
teológica, Cristología, Soteriología, Mariología, Eclesiología, Pneumatología, Doctrina de la
Gracia, Sacramentología y Escatología;

 TEOLOGÍA PRÁCTICA: Considera las verdades en cuanto orientan la voluntad humana y


configuran la conducta del hombre. En ella, podemos distinguir:

1. Teología Moral: estudia la licitud de los actos humanos en cuanto se ordenan al fin
último sobrenatural;
2. Teología Canónica: estudia la legislación de la Iglesia que regula los actos humanos,
sobre todo en el foro externo;
3. Teología Ascética: estudia en la perfección cristiana –sin desconocer el auxilio divino-
todo aquello que ha de poner el hombre como vencimiento del pecado, huida de las
tentaciones, adquisición de virtudes;
4. Teología Mística: estudia en la perfección cristiana de todo aquello que depende de
Dios como ilustraciones, mociones, dones del Espíritu Santo y gracias extraordinarias;
5. Teología Pastoral: se ocupa del cuidado de las almas, comunicando las verdades
reveladas a los fieles. Ella se divide en Catequética, Homilética y Liturgia.

El dominico de la escuela de Salamanca Melchor Cano escribió una célebre obra, De locis
theologicis –Sobre los lugares teológicos-, en la que sistematiza la teoría de los lugares teológicos, a los
que define como “los domicilios de todos los argumentos, de donde extraen los teólogos sus argumentos,
ya para probar, ya para refutar” (I,3).2
Los lugares propios son la Sagrada Escritura, la Tradición (liturgia, concilios, sentir de los fieles)
y el Magisterio de la Iglesia.
La Teología como intento de comprensión de los misterios de la fe debe estar al servicio del
Magisterio de la Iglesia y en plena y absoluta comunión con él. El teólogo posee una inexcusable
vocación eclesial.
La Congregación para la Doctrina de la Fe elaboró en 1990 la Instrucción “Donum Veritatis”
sobre la vocación eclesial del teólogo. En ella se afirma:

“…La verdad que hace libres es un don de Jesucristo (cf. Jn 8, 32). La


búsqueda de la verdad es una exigencia de la naturaleza del hombre, mientras que la
ignorancia lo mantiene en una condición de esclavitud. En efecto, el hombre no puede
ser verdaderamente libre si no recibe una luz sobre las cuestiones centrales de su
existencia y en particular sobre aquella de saber de dónde viene y a dónde va. Él llega
a ser libre cuando Dios se le entrega como un Amigo, según la palabra del Señor: « Ya
no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; sino que os llamo
amigos, porque todo lo que he oído del Padre os lo he dado a conocer » (Jn 15, 15). La
liberación de la alienación del pecado y de la muerte se realiza en el hombre cuando
Cristo, que es la Verdad, se hace el « camino» para él (cf. Jn 14, 6).
En la fe cristiana están intrínsecamente ligados el conocimiento y la vida, la
verdad y la existencia. La verdad ofrecida en la revelación de Dios sobrepasa
ciertamente las capacidades de conocimiento del hombre, pero no se opone a la razón
humana. Más bien la penetra, la eleva y reclama la responsabilidad de cada uno (cf. 1
P 3, 15). Por esta razón desde el comienzo de la iglesia la « norma de la doctrina »
(Rm 6, 17) ha estado vinculada, con el bautismo, al ingreso en el misterio de Cristo. El
servicio a la doctrina, que implica la búsqueda creyente de la comprensión de la fe es
decir, la teología, constituye por lo tanto una exigencia a la cual la Iglesia no puede
renunciar.
En todas las épocas la teología es importante para que la Iglesia pueda
responder al designio de Dios que quiere que: « todos los hombres se salven y lleguen
al conocimiento de la verdad » (1 Tm 2, 4). En los momentos de grandes cambios
espirituales y culturales es todavía más importante, pero está también expuesta a
riesgos, porque debe esforzarse en « permanecer » en la verdad (cf. Jn 8, 31) y tener
en cuenta, al mismo tiempo, los nuevos problemas que se presentan al espíritu
humano.

2
CANO, Melchor; (2009), Tratado sobre los lugares teológicos. Madrid, BAC
3

Movido por un amor sin medida, Dios ha querido acercarse al hombre que
busca su propia identidad y caminar con él (cf. Lc 24, 15). Lo ha liberado de las insidias
del « padre de la mentira » (cf. Jn 8, 44) y lo ha introducido en su intimidad para que
encuentre allí, sobreabundantemente, su verdad plena y su verdadera libertad. Este
designio de amor concebido por el « Padre de la luz » (St 1, 17; cf. 1 P 2, 9; 1 Jn 1, 5),
realizado por el Hijo vencedor de la muerte (cf. Jn 8, 36), se actualiza incesantemente
por el Espíritu que conduce « hacia la verdad plena » (Jn 16, 13).
La verdad posee en sí misma una fuerza unificante: libera a los hombres del
aislamiento y de las oposiciones en las que se encuentran encerrados por la ignorancia
de la verdad y, mientras abre el camino hacia Dios, une los unos con los otros. Cristo
destruyó el muro de separación que los había hecho ajenos a la promesa de Dios y a la
comunión de la Alianza (cf. Ef 2, 12-14). Envía al corazón de los creyentes su Espíritu,
por medio del cual todos nosotros somos en El « uno solo » (cf. Rm 5, 5; Ga 3, 28). Así
llegamos a ser, gracias al nuevo nacimiento y a la unción del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5;
1 Jn 2, 20. 27), el nuevo y único Pueblo de Dios que, con las diversas vocaciones y
carismas, tiene la misión de conservar y transmitir el don de la verdad. En efecto, la
iglesia entera como « sal de la tierra » y « luz del mundo » (cf. Mt 5, 13 s.), debe dar
testimonio de la verdad de Cristo que hace libres.
El pueblo de Dios responde a esta llamada « sobre todo por medio de una
vida de fe y de caridad y ofreciendo a Dios un sacrificio de alabanza ». En relación más
específica con la « vida de fe » el Concilio Vaticano II precisa que « la totalidad de los
fieles, que han recibido la unción del Espíritu Santo (cf. 1 Jn 2, 20. 27), no puede
equivocarse cuando cree, y esta peculiar prerrogativa suya la manifiesta mediante el
sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando, ‘desde los obispos hasta los
últimos laicos’ presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres ».
Para ejercer su función profética en el mundo, el pueblo de Dios debe
constantemente despertar o « reavivar » su vida de fe (cf. 2 Tm 1, 6), en especial por
medio de una reflexión cada vez más profunda, guiada por el Espíritu Santo, sobre el
contenido de la fe misma y a través de un empeño en demostrar su racionalidad a
aquellos que le piden cuenta de ella (cf. 1 P 3, 15). Para esta misión el Espíritu de la
verdad concede, a fieles de todos los órdenes, gracias especiales otorgadas « para
común utilidad » (1 Co 12, 7-11).
Entre las vocaciones suscitadas de ese modo por el Espíritu en la iglesia se
distingue la del teólogo, que tiene la función especial de lograr, en comunión con el
Magisterio, una comprensión cada vez más profunda de la Palabra de Dios contenida
en la Escritura inspirada y transmitida por la tradición viva de la iglesia.
Por su propia naturaleza la fe interpela la inteligencia, porque descubre al
hombre la verdad sobre su destino y el camino para alcanzarlo. Aunque la verdad
revelada supere nuestro modo de hablar y nuestros conceptos sean imperfectos frente
a su insondable grandeza (cf. Ef 3, 19), sin embargo invita a nuestra razón — don de
Dios otorgado para captar la verdad — a entrar en su luz, capacitándola así para
comprender en cierta medida lo que ha creído. La ciencia teológica, que busca la
inteligencia de la fe respondiendo a la invitación de la voz de la verdad ayuda al pueblo
de Dios, según el mandamiento del Apóstol (cf. 1 P 3, 15), a dar cuenta de su
esperanza a aquellos que se lo piden.
El trabajo del teólogo responde de ese modo al dinamismo presente en la fe
misma: por su propia naturaleza la Verdad quiere comunicarse, porque el hombre ha
sido creado para percibir la verdad y desea en lo más profundo de sí mismo conocerla
para encontrarse en ella y descubrir allí su salvación (cf. 1 Tm 2, 4). Por esta razón el
Señor ha enviado a sus apóstoles para que conviertan en « discípulos » todos los
pueblos y les prediquen (cf. Mt 28, 19 s.). La teología que indaga la « razón de la fe » y
la ofrece como respuesta a quienes la buscan, constituye parte integral de la
obediencia a este mandato, porque los hombres no pueden llegar a ser discípulos si no
se les presenta la verdad contenida en la palabra de la fe (cf. Rm 10, 14 s.).
La teología contribuye, pues, a que la fe sea comunicable y a que la
inteligencia de los que no conocen todavía a Cristo la pueda buscar y encontrar. La
teología, que obedece así al impulso de la verdad que tiende a comunicarse, al mismo
tiempo nace también del amor y de su dinamismo: en el acto de fe, el hombre conoce
la bondad de Dios y comienza a amarlo, y el amor desea conocer siempre mejor a
aquel que ama. De este doble origen de la teología, enraizado en la vida interna del
pueblo de Dios y en su vocación misionera, deriva el modo con el cual ha de ser
elaborada para satisfacer las exigencias de su misma naturaleza.
Puesto que el objeto de la teología es la Verdad, el Dios vivo y su designio de
salvación revelado en Jesucristo, el teólogo está llamado a intensificar su vida de fe y a
unir siempre la investigación científica y la oración…
4

A lo largo de los siglos la teología se ha constituido progresivamente en un


verdadero y propio saber científico. Por consiguiente es necesario que el teólogo esté
atento a las exigencias epistemológicas de su disciplina, a los requisitos de rigor crítico
y, por lo tanto, al control racional de cada una de las etapas de su investigación. Pero
la exigencia crítica no puede identificarse con el espíritu crítico que nace más bien de
motivaciones de carácter afectivo o de prejuicios. El teólogo debe discernir en sí mismo
el origen y las motivaciones de su actitud crítica y dejar que su mirada se purifique por
la fe. El quehacer teológico exige un esfuerzo espiritual de rectitud y de santificación.
La verdad revelada aunque trasciende la razón humana, está en profunda
armonía con ella. Esto supone que la razón esté por su misma naturaleza ordenada a
la verdad de modo que, iluminada por la fe, pueda penetrar el significado de la
revelación. En contra de las afirmaciones de muchas corrientes filosóficas, pero en
conformidad con el recto modo de pensar que encuentra confirmación en la Escritura
se debe reconocer la capacidad que posee la razón humana para alcanzar la verdad,
como también su capacidad metafísica de conocer a Dios a partir de lo creado.
La tarea, propia de la teología, de comprender el sentido de la revelación
exige, por consiguiente, la utilización de conocimientos filosóficos que proporcionen
« un sólido y armónico conocimiento del hombre, del mundo y de Dios », y puedan ser
asumidos en la reflexión sobre la doctrina revelada. Las ciencias históricas igualmente
son necesarias para los estudios del teólogo, debido sobre todo al carácter histórico de
la revelación, que nos ha sido comunicada en una « historia de salvación ». Finalmente
se debe recurrir también a las « ciencias humanas », para comprender mejor la verdad
revelada sobre el hombre y sobre las normas morales de su obrar, poniendo en
relación con ella los resultados válidos de estas ciencias.
El teólogo, sin olvidar jamás que también es un miembro del pueblo de Dios,
debe respetarlo y comprometerse a darle una enseñanza que no lesione en lo más
mínimo la doctrina de la fe.
La libertad propia de la investigación teológica se ejerce dentro de la fe de la
iglesia. Por tanto, la audacia que se impone a menudo a la conciencia del teólogo no
puede dar frutos y « edificar » si no está acompañada por la paciencia de la
maduración. Las nuevas propuestas presentadas por la inteligencia de la fe « no son
más que una oferta a toda la iglesia. Muchas cosas deben ser corregidas y ampliadas
en un diálogo fraterno hasta que toda la Iglesia pueda aceptarlas. La teología, en el
fondo, debe ser un servicio muy desinteresado a la comunidad de los creyentes. Por
ese motivo, de su esencia forman parte la discusión imparcial y objetiva, el diálogo
fraterno, la apertura y la disposición de cambio de cara a las propias opiniones »...”

 La Revelación de Dios
El hombre puede conocer a Dios con certeza a través de sus obras y con la luz de su
inteligencia. Sin embargo, existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede alcanzar son sus
solas fuerzas: la Revelación divina.
Por una decisión libre, Dios revela su misterio y comunica su propia vida. Se trata de una
automanifestación y autodonación de Dios, en Cristo, en la historia de la humanidad.
Enseña la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II:

“…Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el


misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo
encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen partícipes de la
naturaleza divina…” 3

El designio divino de la revelación se realiza a la vez "mediante acciones y palabras",


íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente. Este designio comporta una "pedagogía
divina" particular: Dios se comunica gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para acoger la
Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del Verbo
encarnado, Jesucristo.
Así, la Revelación se realizó en etapas, conforme a una pedagogía divina. Se inicia con la
misma creación y concluye con la muerte de san Juan Evangelista, el último apóstol.
Si bien la Revelación divina está acabada por haber llegado a su plenitud en el Verbo, no se
encuentra completamente explicitada. Enseña el Catecismo:

3
CONCILIO VATICANO II; Dei Verbum, § 2
5

“…’La economía cristiana, por ser Alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni
hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro
Señor Jesucristo’ (DV 4). Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está
completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente
todo su contenido en el transcurso de los siglos…” 4

La transmisión de la Revelación se realiza a través de la Tradición, la Sagrada Escritura y el


Magisterio de la Iglesia.

 La Tradición
La Tradición apostólica constituye el conjunto de hechos y enseñanzas, orales y escritas, que
comunicaron los apóstoles.
La Tradición está presente no sólo en la doctrina apostólica y en los escritos de tradición
apostólica, sino también en la organización y vida de la Iglesia, en su actividad litúrgica y sacramental, en
su interpretación de la Sagrada Escritura; en una palabra, en todo lo que la Iglesia es y ha recibido.
En cuanto que es viva, la Tradición no se reduce a una mera repetición de palabras y hechos
pasados. Ella, en contacto con la realidad que en cada tiempo la Iglesia debe evangelizar, está llamada a
crecer con la ayuda del Espíritu Santo. Este desarrollo orgánico tiene por finalidad hacer siempre actual el
mensaje evangélico. Es un desarrollo en la continuidad y fidelidad al mensaje evangélico, que manifiesta
a la vez su perennidad y su dinamicidad.

 La Sagrada Escritura
La Sagrada Escritura contiene la misma Palabra de Dios, revelada a los hombres por inspiración
del Espíritu Santo.
Dios inspiró a los autores humanos de los libros sagrados; éstos, enseñan la verdad.

 La inspiración de la Sagrada Escritura


La Inspiración es un hecho sobrenatural por el cual Dios, a través de la acción instrumental del
hombre, es el autor principal de los textos que, por su origen y autoridad, poseen una actitud intrínseca
para regular infaliblemente la fe y las costumbres en orden a la salvación. Los criterios válidos para
juzgar el carácter inspirado de un libro son la Sagrada Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Ellos gozan
de las propiedades de infalibilidad, universalidad, propiedad y claridad y tienen por efectos la verdad
e inerrancia de la Escritura.
La Constitución Dei Verbum nos enseña que:

"…Para la composición de los libros sagrados, Dios eligió y empleó hombres


en posesión de sus facultades y capacidades, y actuó en ellos y por medio de ellos,
para que escribiesen como verdaderos autores todo y sólo lo que Él quería…" 5

Este fragmento es imprescindible para entender la naturaleza de la inspiración y la relación entre


el autor principal y el hagiógrafo. En efecto, podemos considerar a partir del mismo: la acción divina
preeminente en la composición de la Sagrada Escritura (en contra de quienes niegan la intervención
divina), la designación de los hagiógrafos como autores verdaderos (en contra de los que niegan la acción
humana) y la analogía de la instrumentalidad al afirmar que Dios actuó en y por ellos.
La doctrina filosófica de la causalidad instrumental permite comprender la realidad teológica de la
inspiración bíblica. En ella, Dios, autor principal, actúa sobre el hagiógrafo con una moción previa e
inmediata que produce una elevación del autor humano al orden sobrentaural carismático; la luz y la
fuerza divinas iluminan la inteligencia y determinan la voluntad a escribir, asistiendo al hagiógrafo en el
proceso de composición. Esto significa un enriquecimiento sobrenatural de las capacidades del hombre,
que no quedan anuladas. La gracia que Dios comunica gratuitamente de modo transeúnte al hagiógrafo
actúa y perfecciona su inteligencia, su voluntad y su capacidad operativa.
El texto sagrado resulta de una colaboración inefable del hombre con Dios, a quien se subordina
como el instrumento a su causa principal. Es importante resaltar que el carácter transeúnte del carisma de
inspiración manifiesta el dominio pleno de Dios en la composición de la Sagrada Escritura
 Las propiedades de la Sagrada Escritura

4
CATECISMO de la IGLESIA CATÓLICA; (1992), Montevideo, Lumen, § 66
5
CONCILIO VATICANO II; Dei Verbum, § 11
6

La unidad de la Biblia es una consecuencia directa de su origen divino. Los libros del Antiguo y
del Nuevo Testamento, a pesar de su diversidad, de la laboriosa historia de su composición y de los
amplios espacios de tiempo que separan a unos de otros, forman una unidad, ya que todos tuvieron un
único autor principal, Dios, en quien no hay contradicción.
Así, es posible entender la unidad de la Escritura como la armonía mutua entre las verdades
salvíficas contenidas en los textos bíblicos, en virtud de la cual, unos a otros se iluminan, sin que exista ni
pueda existir ninguna oposición o contradicción entre ellos.
El canon de la Escritura es el listado integral de los libros inspirados. Son cuarenta y seis en el
Antiguo Testamento y veintisiete en el Nuevo Testamento. La unidad de los testamentos se deriva de la
unidad del plan de Dios y de su Revelación. El Antiguo prefigura al Nuevo, y éste consuma a aquél.
La segunda propiedad de la Sagrada Escritura es la verdad. Enseña Dei Verbum:

“…Como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, se debe


considerar afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la
Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso
consignar en las sagradas letras para nuestra salvación…” 6

La tercera propiedad de la Sagrada Escritura es la santidad. Ésta se entiende en dos sentidos:


en primer lugar, los textos bíblicos enseñan una doctrina moral justa y buena, capaz de llevar a los
hombres a la participación de la perfección que sólo hay en Dios; en segundo lugar, en los textos bíblicos
no hay nada que desdiga de la santidad de Dios, estando inmunes de cualquier carencia o error moral.
La cuarta propiedad de la Sagrada Escritura es su perennidad. Al ser Dios el autor del libro, éste
conserva un valor permanente. Junto a su carácter perenne la Constitución Dei Verbum destaca su
inmutabilidad: por tratarse de palabras inspiradas por Dios, su verdad no puede cambiar, aunque sí
puede ser actualizada e inculturizada en la vida de los hombres y de los pueblos.

 La canonicidad de la Sagrada Escritura


La canonicidad -que supone la inspiración- es el resultado de un acto por medio del cual la
Iglesia enseña y manifiesta a sus fieles el origen divino y la autoridad del libro inspirado y, al hacerlo, pone
en ejercicio la aptitud reguladora e infalible de fe y costumbres.
Es una verdad de fe que todos los libros canónicos están inspirados. Sin embargo, la inspiración
hace referencia al origen divino de los libros sagrados; la canonicidad, a su reconocimiento por parte de la
Iglesia.
La Constitución Dei Verbum explicita sobre el criterio de canonicidad: "…La misma Tradición
[apostólica] da a conocer a la Iglesia el canon íntegro de los libros sagrados…"7
Es posible distinguir, a lo largo de los siglos, la historia de la formación del canon del Antiguo y
Nuevo Testamentos. El Concilio de Trento, en abril de 1546, realizó la definición dogmática del canon
bíblico. Según ella, todos los libros del canon poseen igual autoridad normativa, así como determina la
extensión de la canonicidad: alcanza a todos los 'libros íntegros con todas sus partes'. Su declaración
solemne se funda en la lectura litúrgica de la Iglesia y en la presencia de los libros del canon en la antigua
edición de la Vulgata. Ambos criterios se fundan en la Tradición viva de la Iglesia.

 Los sentidos de la Sagrada Escritura


En la Escritura pueden distinguirse dos sentidos:
A) Literal: es el significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la exégesis
que sigue las reglas de la justa interpretación. En éste se fundan los demás sentidos.
B) Espiritual: además del texto, las realidades y los acontecimientos de que habla la
Escritura son signos. El sentido espiritual puede distinguirse en:
1. Sentido alegórico: Los acontecimientos son significados en Cristo (ej: el paso
del mar Rojo es signo de la victoria de Cristo)
2. Sentido moral: Los acontecimientos pueden conducirnos a un obrar justo,
fueron escritos para nuestra instrucción
3. Sentido anagógico: Los acontecimientos pueden tener una significación eterna
(ej: la Iglesia en la Tierra es signo de la Jerusalén celeste).

6
CONCILIO VATICANO II; Dei Verbum, § 11
7
CONCILIO VATICANO II; Dei Verbum, § 8
7

 La interpretación de la Sagrada Escritura


El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la Escritura conforme al
Espíritu que la inspiró8:
 Prestar una gran atención ‘al contenido y a la unidad de toda la Escritura’;
 Leer la Escritura en ‘la Tradición viva de toda la Iglesia’
 Estar atento ‘a la analogía de la fe’. Por ‘analogía de la fe’ se entiende la cohesión de las
verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación.

 El Magisterio de la Iglesia
El depósito de la fe fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia. El oficio de interpretar
auténticamente la palabra de Dios ha sido encomendado al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en
nombre de Jesucristo, es decir a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro.
El Magisterio está al servicio de la Palabra de Dios, para

“…enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la


asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo
explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como
revelado por Dios para ser creído…" 9

La doctrina católica puede dividirse en cuatro grandes grados:


1) Primer grado: abarca todas y solas las verdades y proposiciones expresamente
reveladas o inspiradas por Dios a los autores de las Escrituras y a los Apóstoles;
2) Segundo grado: abarca los dogmas de fe. Éstos son proposiciones definidas por la
Iglesia como reveladas o de fe divina, o cuyas contradictorias hayan sido condenadas
como heréticas;
3) Tercer grado: abarca todas las proposiciones definidas por la Iglesia de manera infalible,
pero sin ser expresamente definidas como reveladas;
4) Cuarto grado: abarca todas las proposiciones que están necesariamente conexas con
cualquiera de los tres grados anteriores.

El Catecismo enseña respecto de los dogmas de fe:

“…El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de


Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al
pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la
Revelación divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que tienen
con ellas un vínculo necesario.
Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los
dogmas son luces que iluminan el camino de nuestra fe y lo hacen seguro. De modo
inverso, si nuestra vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos
para acoger la luz de los dogmas de la fe (cf. Jn 8,31-32).
Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en
el conjunto de la Revelación del Misterio de Cristo…«Conviene recordar que existe un
orden o "jerarquía" de las verdades de la doctrina católica, puesto que es diversa su
conexión con el fundamento de la fe cristiana" (UR 11)…” 10

El dogma católico evoluciona, se desarrolla, pero siempre en el mismo sentido. Se trata de un


desarrollo homogéneo.
Es importante destacar la íntima unión entre la Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio,
según nos lo enseña Dei Verbum:

“…La Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia,


según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que
no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la
acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas...”11

8
CONCILIO VATICANO II; Dei Verbum, § 12,3
9
CONCILIO VATICANO II; Dei Verbum, § 10
10
CATECISMO de la IGLESIA CATÓLICA; (1992), Montevideo, Lumen, § 88-90
11
CONCILIO VATICANO II; Dei Verbum, § 10
8

4. Las relaciones entre los grados de saber


Establecida la distinción entre las ciencias particulares, la filosofía y la teología, corresponde
puntualizar las diferentes relaciones que se establecen entre estos tres grados de saber.

 Ciencias particulares y filosofía


Toda ciencia es de por sí autónoma, en el sentido de que posee los medios necesarios y
suficientes para asegurar la verdad en su campo.
Pero, de hecho, sucede que las teorías científicas particulares pueden incurrir en el error
accidentalmente en su propio campo. En este caso, corresponde a la filosofía juzgarla y rectificarla por
su carácter más elevado y fundamental en la consideración de la entidad.
Por otra parte, si los principios de una ciencia particular están subordinados a los de otra más
elevada, es claro que a ésta corresponde el papel de dirección de la ciencia inferior. Debido a que los
principios y causas que alcanza la filosofía son absolutamente primeros, esta disciplina tiene bajo su
dependencia de un cierto modo a todas las disciplinas particulares. Por consiguiente, corresponde a la
filosofía –en particular, a la metafísica- dirigir a las ciencias particulares.

 Filosofía y teología
La teología en tanto ciencia que reflexiona sobre aquellos misterios que nos han sido revelados
está por encima de la filosofía. Ésta está subordinada a la primera, no en cuanto a sus principios o
desarrollos, sino en cuanto a sus conclusiones, sobre las cuales ejerce vigilancia la teología, que regula
así negativamente a la filosofía.
En Fides et Ratio, San Juan Pablo II indica:

“… A la luz de estas consideraciones, la relación que ha de instaurarse


oportunamente entre la teología y la filosofía debe estar marcada por la circularidad.
Para la teología, el punto de partida y la fuente original debe ser siempre la palabra de
Dios revelada en la historia, mientras que el objetivo final no puede ser otro que la
inteligencia de ésta, profundizada progresivamente a través de las generaciones. Por
otra parte, ya que la palabra de Dios es Verdad (cf. Jn 17, 17), favorecerá su mejor
comprensión la búsqueda humana de la verdad, o sea el filosofar, desarrollado en el
respeto de sus propias leyes. No se trata simplemente de utilizar, en la reflexión
teológica, uno u otro concepto o aspecto de un sistema filosófico, sino que es decisivo
que la razón del creyente emplee sus capacidades de reflexión en la búsqueda de la
verdad dentro de un proceso en el que, partiendo de la palabra de Dios, se esfuerza
por alcanzar su mejor comprensión. Es claro además que, moviéndose entre estos dos
polos —la palabra de Dios y su mejor conocimiento—, la razón está como alertada, y
en cierto modo guiada, para evitar caminos que la podrían conducir fuera de la Verdad
revelada y, en definitiva, fuera de la verdad pura y simple; más aún, es animada a
explorar vías que por sí sola no habría siquiera sospechado poder recorrer. De esta
relación de circularidad con la palabra de Dios la filosofía sale enriquecida, porque la
razón descubre nuevos e inesperados horizontes…” 12

Las consideraciones precedentes permiten vislumbrar la unidad de orden del saber. Las ciencias
son diversas y tienen sus propios métodos, pero entre ellas existe una profunda unidad que se funda en
la analogía de lo real.
La subalternación de una ciencia a otra es la dependencia de un saber respecto de otro. La
subalternación de una ciencia en otra puede ser material o formal.
En el primer caso, una ciencia superior recibe principios de una inferior, que actúa como auxiliar.
En el segundo caso, se trata de una verdadera fundamentación. Se produce cuando una ciencia
de rango inferior recibe conocimientos de otra superior, que le permite conocer mejor su objeto material.
Esta fundamentación crea un vínculo de finalidad extrínseca, pues el conocimiento parcial se ordena por
naturaleza al conocimiento total o esencial.

5. Los problemas que estudia la epistemología

12
JUAN PABLO II; (1998), Fides et Ratio. Buenos Aires, Paulinas, § 73
9

La epistemología se constituye como disciplina filosófica autónoma en las primeras décadas del
siglo XX, a propósito del desarrollo del neopositivismo que pretendía:
 Delimitar con la mayor precisión posible el conocimiento humano general del científico, de
donde procede el problema demarcatorio;
 Asignar a la filosofía la tarea de analizar el lenguaje para depurarlo de todos los términos y las
proposiciones que carezcan de sentido por no ser verificables. Esta función se denominó
‘terapéutica’;
 Disolver a la filosofía en lógica del pensamiento científico: un instrumento al servicio de la
metodología científica;
 Construir un lenguaje unificado para todas las ciencias particulares que pasarán a considerarse
las únicas ciencias posibles y existentes.

Los debates suscitados en torno a esta posición no sólo han generado enfoques y teorías filosóficos
sobre la ciencia, sino que han permitido perfilar, a través del siglo XX, los grandes problemas de estudio y
los objetivos de la epistemología.
Los problemas propios de la epistemología son el establecimiento del criterio de demarcación, la
explicación de la naturaleza del cambio conceptual y el análisis crítico de las metodologías que permiten
construir y validar enunciados científicos.
La disciplina posee un doble carácter descriptivo –en cuanto estudia las actividades científicas- y
prescriptivo –en tanto orienta estas actividades a través de normas y pautas-.
El estudio de la epistemología desde una perspectiva realista implica asumir un conjunto de
principios que orientan la labor de análisis filosófico del conocimiento científico:

 Existen en la realidad un orden interno y unas estructuras (lo real como compuesto de sustancia
y accidentes; esencia y acto de ser), que pueden ser captados por el conocimiento humano.

 En el conocimiento humano, es posible alcanzar la certeza en la posesión de la verdad.

 Las ciencias particulares pueden conseguir conocimientos verdaderos, aunque parciales y


provisorios.

 Existe continuidad entre el conocimiento científico y el conocimiento ordinario. Esta continuidad –


rechazada por el neopositivismo y el falsacionismo- permite entender al conocimiento científico
como una forma de conocimiento humano y fundar, de modo inmediato, la epistemología en la
gnoseología.

 La ciencia requiere un fundamento metafísico realista.

 La actividad científica requiere un sentido claramente realista: sin una referencia a un orden real,
trascendente al sujeto, la ciencia no tendría sentido.

 Es necesario distinguir la actividad científica real, de las interpretaciones filosóficas que los
científicos o los filósofos pueden hacer de los resultados de esa actividad o de sus métodos.

6. La sociología y la historia de la ciencia


Tanto la sociología como la historia de la ciencia se diferencian de la epistemología por tratarse
de disciplinas particulares que abordan, cada una desde perspectivas diferentes, la actividad científica.
La sociología de la ciencia entiende que el conocimiento científico es una institución social
conformada por comunidades cuyas producciones y modos de trabajo están condicionados por factores
culturales, económicos, políticos e históricos.
La historia de la ciencia, por su parte, estudia el desarrollo temporal de la actividad científica en
sus aspectos intrínsecos –historia interna- y en vinculación con sus contextos de desarrollo –historia
externa-.

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