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El objeto es el centro de referencia último de cada disciplina científica, sin embargo la diferencia
entre los objetos formales de cada saber no es siempre rígida.
2. La filosofía
La filosofía es una disciplina científica que estudia toda la realidad –la entidad-, pero en sus
causas últimas en el orden del conocer y primeras en el orden del ser.
La diferencia entre las ciencias particulares y la filosofía se establece por dos órdenes de
aspectos: el estudio de lo real en su totalidad y el tipo de causalidad que considera.
3. La teología
La teología es una ciencia por la cual la inteligencia del creyente, que recibe de la fe certidumbre
y luz, se esfuerza mediante la reflexión en comprender lo que cree, es decir, los misterios revelados y
sus consecuencias.
Según Tomás de Aquino, esta ciencia tiene como características propias: la unidad, ser
especulativa y práctica, es suprema ciencia y verdadera sabiduría1.
Dentro del campo de la ciencia teológica, podemos distinguir diferentes áreas, según el siguiente
esquema:
1
Cfr. TOMÁS de AQUINO, Santo; (1964), Suma teológica. Madrid, BAC, I, 1
2
1. Teología Moral: estudia la licitud de los actos humanos en cuanto se ordenan al fin
último sobrenatural;
2. Teología Canónica: estudia la legislación de la Iglesia que regula los actos humanos,
sobre todo en el foro externo;
3. Teología Ascética: estudia en la perfección cristiana –sin desconocer el auxilio divino-
todo aquello que ha de poner el hombre como vencimiento del pecado, huida de las
tentaciones, adquisición de virtudes;
4. Teología Mística: estudia en la perfección cristiana de todo aquello que depende de
Dios como ilustraciones, mociones, dones del Espíritu Santo y gracias extraordinarias;
5. Teología Pastoral: se ocupa del cuidado de las almas, comunicando las verdades
reveladas a los fieles. Ella se divide en Catequética, Homilética y Liturgia.
El dominico de la escuela de Salamanca Melchor Cano escribió una célebre obra, De locis
theologicis –Sobre los lugares teológicos-, en la que sistematiza la teoría de los lugares teológicos, a los
que define como “los domicilios de todos los argumentos, de donde extraen los teólogos sus argumentos,
ya para probar, ya para refutar” (I,3).2
Los lugares propios son la Sagrada Escritura, la Tradición (liturgia, concilios, sentir de los fieles)
y el Magisterio de la Iglesia.
La Teología como intento de comprensión de los misterios de la fe debe estar al servicio del
Magisterio de la Iglesia y en plena y absoluta comunión con él. El teólogo posee una inexcusable
vocación eclesial.
La Congregación para la Doctrina de la Fe elaboró en 1990 la Instrucción “Donum Veritatis”
sobre la vocación eclesial del teólogo. En ella se afirma:
2
CANO, Melchor; (2009), Tratado sobre los lugares teológicos. Madrid, BAC
3
Movido por un amor sin medida, Dios ha querido acercarse al hombre que
busca su propia identidad y caminar con él (cf. Lc 24, 15). Lo ha liberado de las insidias
del « padre de la mentira » (cf. Jn 8, 44) y lo ha introducido en su intimidad para que
encuentre allí, sobreabundantemente, su verdad plena y su verdadera libertad. Este
designio de amor concebido por el « Padre de la luz » (St 1, 17; cf. 1 P 2, 9; 1 Jn 1, 5),
realizado por el Hijo vencedor de la muerte (cf. Jn 8, 36), se actualiza incesantemente
por el Espíritu que conduce « hacia la verdad plena » (Jn 16, 13).
La verdad posee en sí misma una fuerza unificante: libera a los hombres del
aislamiento y de las oposiciones en las que se encuentran encerrados por la ignorancia
de la verdad y, mientras abre el camino hacia Dios, une los unos con los otros. Cristo
destruyó el muro de separación que los había hecho ajenos a la promesa de Dios y a la
comunión de la Alianza (cf. Ef 2, 12-14). Envía al corazón de los creyentes su Espíritu,
por medio del cual todos nosotros somos en El « uno solo » (cf. Rm 5, 5; Ga 3, 28). Así
llegamos a ser, gracias al nuevo nacimiento y a la unción del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5;
1 Jn 2, 20. 27), el nuevo y único Pueblo de Dios que, con las diversas vocaciones y
carismas, tiene la misión de conservar y transmitir el don de la verdad. En efecto, la
iglesia entera como « sal de la tierra » y « luz del mundo » (cf. Mt 5, 13 s.), debe dar
testimonio de la verdad de Cristo que hace libres.
El pueblo de Dios responde a esta llamada « sobre todo por medio de una
vida de fe y de caridad y ofreciendo a Dios un sacrificio de alabanza ». En relación más
específica con la « vida de fe » el Concilio Vaticano II precisa que « la totalidad de los
fieles, que han recibido la unción del Espíritu Santo (cf. 1 Jn 2, 20. 27), no puede
equivocarse cuando cree, y esta peculiar prerrogativa suya la manifiesta mediante el
sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando, ‘desde los obispos hasta los
últimos laicos’ presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres ».
Para ejercer su función profética en el mundo, el pueblo de Dios debe
constantemente despertar o « reavivar » su vida de fe (cf. 2 Tm 1, 6), en especial por
medio de una reflexión cada vez más profunda, guiada por el Espíritu Santo, sobre el
contenido de la fe misma y a través de un empeño en demostrar su racionalidad a
aquellos que le piden cuenta de ella (cf. 1 P 3, 15). Para esta misión el Espíritu de la
verdad concede, a fieles de todos los órdenes, gracias especiales otorgadas « para
común utilidad » (1 Co 12, 7-11).
Entre las vocaciones suscitadas de ese modo por el Espíritu en la iglesia se
distingue la del teólogo, que tiene la función especial de lograr, en comunión con el
Magisterio, una comprensión cada vez más profunda de la Palabra de Dios contenida
en la Escritura inspirada y transmitida por la tradición viva de la iglesia.
Por su propia naturaleza la fe interpela la inteligencia, porque descubre al
hombre la verdad sobre su destino y el camino para alcanzarlo. Aunque la verdad
revelada supere nuestro modo de hablar y nuestros conceptos sean imperfectos frente
a su insondable grandeza (cf. Ef 3, 19), sin embargo invita a nuestra razón — don de
Dios otorgado para captar la verdad — a entrar en su luz, capacitándola así para
comprender en cierta medida lo que ha creído. La ciencia teológica, que busca la
inteligencia de la fe respondiendo a la invitación de la voz de la verdad ayuda al pueblo
de Dios, según el mandamiento del Apóstol (cf. 1 P 3, 15), a dar cuenta de su
esperanza a aquellos que se lo piden.
El trabajo del teólogo responde de ese modo al dinamismo presente en la fe
misma: por su propia naturaleza la Verdad quiere comunicarse, porque el hombre ha
sido creado para percibir la verdad y desea en lo más profundo de sí mismo conocerla
para encontrarse en ella y descubrir allí su salvación (cf. 1 Tm 2, 4). Por esta razón el
Señor ha enviado a sus apóstoles para que conviertan en « discípulos » todos los
pueblos y les prediquen (cf. Mt 28, 19 s.). La teología que indaga la « razón de la fe » y
la ofrece como respuesta a quienes la buscan, constituye parte integral de la
obediencia a este mandato, porque los hombres no pueden llegar a ser discípulos si no
se les presenta la verdad contenida en la palabra de la fe (cf. Rm 10, 14 s.).
La teología contribuye, pues, a que la fe sea comunicable y a que la
inteligencia de los que no conocen todavía a Cristo la pueda buscar y encontrar. La
teología, que obedece así al impulso de la verdad que tiende a comunicarse, al mismo
tiempo nace también del amor y de su dinamismo: en el acto de fe, el hombre conoce
la bondad de Dios y comienza a amarlo, y el amor desea conocer siempre mejor a
aquel que ama. De este doble origen de la teología, enraizado en la vida interna del
pueblo de Dios y en su vocación misionera, deriva el modo con el cual ha de ser
elaborada para satisfacer las exigencias de su misma naturaleza.
Puesto que el objeto de la teología es la Verdad, el Dios vivo y su designio de
salvación revelado en Jesucristo, el teólogo está llamado a intensificar su vida de fe y a
unir siempre la investigación científica y la oración…
4
La Revelación de Dios
El hombre puede conocer a Dios con certeza a través de sus obras y con la luz de su
inteligencia. Sin embargo, existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede alcanzar son sus
solas fuerzas: la Revelación divina.
Por una decisión libre, Dios revela su misterio y comunica su propia vida. Se trata de una
automanifestación y autodonación de Dios, en Cristo, en la historia de la humanidad.
Enseña la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II:
3
CONCILIO VATICANO II; Dei Verbum, § 2
5
“…’La economía cristiana, por ser Alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni
hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro
Señor Jesucristo’ (DV 4). Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está
completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente
todo su contenido en el transcurso de los siglos…” 4
La Tradición
La Tradición apostólica constituye el conjunto de hechos y enseñanzas, orales y escritas, que
comunicaron los apóstoles.
La Tradición está presente no sólo en la doctrina apostólica y en los escritos de tradición
apostólica, sino también en la organización y vida de la Iglesia, en su actividad litúrgica y sacramental, en
su interpretación de la Sagrada Escritura; en una palabra, en todo lo que la Iglesia es y ha recibido.
En cuanto que es viva, la Tradición no se reduce a una mera repetición de palabras y hechos
pasados. Ella, en contacto con la realidad que en cada tiempo la Iglesia debe evangelizar, está llamada a
crecer con la ayuda del Espíritu Santo. Este desarrollo orgánico tiene por finalidad hacer siempre actual el
mensaje evangélico. Es un desarrollo en la continuidad y fidelidad al mensaje evangélico, que manifiesta
a la vez su perennidad y su dinamicidad.
La Sagrada Escritura
La Sagrada Escritura contiene la misma Palabra de Dios, revelada a los hombres por inspiración
del Espíritu Santo.
Dios inspiró a los autores humanos de los libros sagrados; éstos, enseñan la verdad.
4
CATECISMO de la IGLESIA CATÓLICA; (1992), Montevideo, Lumen, § 66
5
CONCILIO VATICANO II; Dei Verbum, § 11
6
La unidad de la Biblia es una consecuencia directa de su origen divino. Los libros del Antiguo y
del Nuevo Testamento, a pesar de su diversidad, de la laboriosa historia de su composición y de los
amplios espacios de tiempo que separan a unos de otros, forman una unidad, ya que todos tuvieron un
único autor principal, Dios, en quien no hay contradicción.
Así, es posible entender la unidad de la Escritura como la armonía mutua entre las verdades
salvíficas contenidas en los textos bíblicos, en virtud de la cual, unos a otros se iluminan, sin que exista ni
pueda existir ninguna oposición o contradicción entre ellos.
El canon de la Escritura es el listado integral de los libros inspirados. Son cuarenta y seis en el
Antiguo Testamento y veintisiete en el Nuevo Testamento. La unidad de los testamentos se deriva de la
unidad del plan de Dios y de su Revelación. El Antiguo prefigura al Nuevo, y éste consuma a aquél.
La segunda propiedad de la Sagrada Escritura es la verdad. Enseña Dei Verbum:
6
CONCILIO VATICANO II; Dei Verbum, § 11
7
CONCILIO VATICANO II; Dei Verbum, § 8
7
El Magisterio de la Iglesia
El depósito de la fe fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia. El oficio de interpretar
auténticamente la palabra de Dios ha sido encomendado al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en
nombre de Jesucristo, es decir a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro.
El Magisterio está al servicio de la Palabra de Dios, para
8
CONCILIO VATICANO II; Dei Verbum, § 12,3
9
CONCILIO VATICANO II; Dei Verbum, § 10
10
CATECISMO de la IGLESIA CATÓLICA; (1992), Montevideo, Lumen, § 88-90
11
CONCILIO VATICANO II; Dei Verbum, § 10
8
Filosofía y teología
La teología en tanto ciencia que reflexiona sobre aquellos misterios que nos han sido revelados
está por encima de la filosofía. Ésta está subordinada a la primera, no en cuanto a sus principios o
desarrollos, sino en cuanto a sus conclusiones, sobre las cuales ejerce vigilancia la teología, que regula
así negativamente a la filosofía.
En Fides et Ratio, San Juan Pablo II indica:
Las consideraciones precedentes permiten vislumbrar la unidad de orden del saber. Las ciencias
son diversas y tienen sus propios métodos, pero entre ellas existe una profunda unidad que se funda en
la analogía de lo real.
La subalternación de una ciencia a otra es la dependencia de un saber respecto de otro. La
subalternación de una ciencia en otra puede ser material o formal.
En el primer caso, una ciencia superior recibe principios de una inferior, que actúa como auxiliar.
En el segundo caso, se trata de una verdadera fundamentación. Se produce cuando una ciencia
de rango inferior recibe conocimientos de otra superior, que le permite conocer mejor su objeto material.
Esta fundamentación crea un vínculo de finalidad extrínseca, pues el conocimiento parcial se ordena por
naturaleza al conocimiento total o esencial.
12
JUAN PABLO II; (1998), Fides et Ratio. Buenos Aires, Paulinas, § 73
9
La epistemología se constituye como disciplina filosófica autónoma en las primeras décadas del
siglo XX, a propósito del desarrollo del neopositivismo que pretendía:
Delimitar con la mayor precisión posible el conocimiento humano general del científico, de
donde procede el problema demarcatorio;
Asignar a la filosofía la tarea de analizar el lenguaje para depurarlo de todos los términos y las
proposiciones que carezcan de sentido por no ser verificables. Esta función se denominó
‘terapéutica’;
Disolver a la filosofía en lógica del pensamiento científico: un instrumento al servicio de la
metodología científica;
Construir un lenguaje unificado para todas las ciencias particulares que pasarán a considerarse
las únicas ciencias posibles y existentes.
Los debates suscitados en torno a esta posición no sólo han generado enfoques y teorías filosóficos
sobre la ciencia, sino que han permitido perfilar, a través del siglo XX, los grandes problemas de estudio y
los objetivos de la epistemología.
Los problemas propios de la epistemología son el establecimiento del criterio de demarcación, la
explicación de la naturaleza del cambio conceptual y el análisis crítico de las metodologías que permiten
construir y validar enunciados científicos.
La disciplina posee un doble carácter descriptivo –en cuanto estudia las actividades científicas- y
prescriptivo –en tanto orienta estas actividades a través de normas y pautas-.
El estudio de la epistemología desde una perspectiva realista implica asumir un conjunto de
principios que orientan la labor de análisis filosófico del conocimiento científico:
Existen en la realidad un orden interno y unas estructuras (lo real como compuesto de sustancia
y accidentes; esencia y acto de ser), que pueden ser captados por el conocimiento humano.
La actividad científica requiere un sentido claramente realista: sin una referencia a un orden real,
trascendente al sujeto, la ciencia no tendría sentido.
Es necesario distinguir la actividad científica real, de las interpretaciones filosóficas que los
científicos o los filósofos pueden hacer de los resultados de esa actividad o de sus métodos.