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UNIVERSIDAD CÁTOLICA TÉCNOLOGICA DE

BARAHONA
“UCATEBA”

NOMBRE DEL ESTUDIANTE


Raisa Matos

MATRICULA
20210633

DOCENTE
Joaquín Antonio Ramírez

AMBIENTE
C-311

ASIGNATURA
Doctrina Social de la Iglesia
Febrero Santo Tomás de Aquino, que habla sobre;

El Amor: La palabra amor es susceptible de muchos sentidos. Se puede considerar como


un puro movimiento del apetito concupiscible o incluso como la mera atracción sexual en el
plano simplemente animal, y se puede considerar como uno de los actos de la voluntad
humana, el primero de todos ellos. Dentro de este plano de la voluntad, todavía puede
entenderse como una tendencia a adquirir lo que nos falta y como un impulso a comunicar lo
que se posee y a convivir con el amado. Podemos hablar también del amor divino, tanto del
que es propio de Dios y que es causa de todo lo que existe («el amor de Dios es el que
difunde y el que crea la bondad en las cosas», dice Santo Tomás, como del amor divino
participado en nosotros de modo sobrenatural (la caridad). El amor viene a ser el motor de la
conducta humana, pues siempre obramos por amor a un bien que buscamos tener; además, el
amor brota de una cierta con naturalidad o sintonía con el bien conocido, que nos mueve a
buscarlo y desearlo para, una vez poseído, descansar y gozarnos en él. Mientras que la
reacción natural ante lo que conocemos abiertamente como malo es huir. Responde esto al
dinamismo de los movimientos afectivos.

El amor es para San Agustín la fuerza de la voluntad en el hombre. Su importancia radical


estriba en constituir el verdadero corazón del alma. Así como todas las facultades y
actividades del espíritu son movidas por la voluntad, el amor que mueve a la voluntad es lo
que da sentido y unidad a todas las operaciones humanas. Mucho antes que Scheler
escribiera, ya en el siglo XX, que el ordo amoris de un hombre permite poseerlo, Agustín de
Hipona ya había caracterizado esencialmente al hombre por su amor. Sus pasiones o sus
movimientos de la voluntad se califican por el amor que los vivifica. Por eso afirmaba que
«los hombres se especifican por su amor»

Pueden considerarse las distintas manifestaciones típicas del amor humano: el amor
conyugal, el paterno, el filial, el fraterno, la amistad, etc. Mas a pesar de esta gama tan variada
de las realizaciones del amor, hay algo que es esencial y común a todas ellas, y es la
inclinación y adhesión a un bien en sí mismo, es decir, independientemente de que se halle
ausente (que así engendra el deseo) o de que se encuentre presente y poseído (que así produce
el gozo). Pero conviene declarar mejor todo esto.

Amistad; Santo Tomás fue el filósofo que más estudió la amistad como pilar de la
sociedad, relacionándola con la vida social, con el trabajo, con la justicia, y con las demás
virtudes. Sólo en el Aquinate puede decirse que hay toda una teoría sistemática de la amistad,
una filosofía de la amistad desde la mayoría de sus ángulos y aspectos importantes. De este se
narra en las crónicas el sincero aprecio que tuvo con su prójimo y su gran sentido de la
amistad, lo que seguramente formó parte de la santidad que lo caracterizó.

Según Tomás, junto con la experiencia del trabajo en la historia de la sociedad, la amistad es
otra de las experiencias que más nos hacen integrarnos a la vida social, en este todo que es la
comunidad política. Hay muchos grados en la amistad (desde el amor más espiritual hasta el
más carnal, desde el amor más utilitarista hasta el más honesto, desde el de los familiares
hasta el que se tiene por los extraños), pero la simple y rudimentaria inclinación a reunirse
comunitariamente es ya un tipo de amistad o de amor entre los seres humanos.
Santo Tomás ve la amistad o el amor como una característica del ser social. Brota del hombre
como instinto de su propia naturaleza, pero se realiza según la inteligencia y la voluntad, es
decir, conforme a la razón. En ella se revela al otro y también a Dios, pues su fundamento
está en el amor.

Justicia; Tomás de Aquino define la justicia como “el hábito según el cual uno, con
constante y perpetua voluntad, da a cada uno su derecho”. Esta definición presenta el
problema del contenido de ese derecho. Se pretende mostrar que la noción de justicia no es
vacía en la filosofía tomista y que su contenido puede encontrarse en la discusión del
Aquinate sobre esta virtud, sus partes y vicios contrarios. El contenido de la justicia se
complementa, además, por la ética, antropología y metafísica de Santo Tomás. Bienes como
la vida, libertad, sociabilidad, racionalidad, incluso la posesión de bienes materiales, son parte
de lo debido. La consecución de la justicia es algo que Santo Tomás deja para el examen de
cada caso, tanto por la primacía del individuo (que conforma la sociedad y es el agente
moral), como por la variedad de la realidad contingente.

El concepto de justicia que Santo Tomás desarrolla tiene su origen en Platón, para quien todas
las virtudes se basan en la justicia; y la justicia se basa en la idea del bien, el cual es la armonía
del mundo.

La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al
prójimo lo que le es debido. Santo Tomás define a la justicia como “el hábito por el cual el
hombre le da a cada uno lo que le es propio mediante una voluntad constante y perpetua”.
Clasifica a la justicia como una de las cuatro virtudes cardinales, junto con la templanza, la
prudencia y la fortaleza; y distingue el sentido general y particular de la justicia, la justicia en
un sentido general es la virtud por la cual una persona dirige sus acciones hacia el bien
común. Cada virtud, explica Santo Tomás, “dirige su acto hacia el mismo fin de esa virtud”.
La justicia es “distinta de cada una de las otras virtudes” porque dirige todas las virtudes del
bien común”.

La justicia sobresale en primer lugar entre todas las virtudes porque apunta a la rectitud de la
voluntad por su propio bien en nuestras interacciones con los demás.[5] Todas las demás
virtudes funcionan ya sea internamente, es decir que son dirigidas hacia el bien del individuo
actuante como un acto de auto perfección como, por ejemplo, la prudencia y la fortaleza; o,
como en el caso de la valentía, pueden dirigirse hacia los demás sólo en circunstancias
especiales y extraordinarias, como en la guerra o en casos donde el peligro atípico esté
presente.

La definición clásica de justicia desarrollada por Santo Tomás es dar a cada uno lo suyo.
Dicha definición sirve como base en pensamiento social cristiano a partir de la cual pueden
comprenderse las nociones de los derechos (como tener derecho a), de la conducta correcta y
de lo correcto de una situación. Es decir, lo que a una persona le corresponde, lo que es de
ella, es a lo que la misma tiene derecho. Dichas acciones, que están dirigidas a asegurar a una
persona lo que le es propio constituyen la conducta correcta. Y es una situación justa, por
ende, el estado final de cosas en donde a la persona se le ha dado lo que le es propio a través
de la conducta correcta de otros que lo hicieron posible.

Verdad; según Santo Tomás de Aquino la verdad se origina en los entes reales, no
obstante, la verdad está principalmente en el juicio del intelecto por el cual que dice y
manifiesta lo que las cosas son. La verdad es la manifestación de lo que es por medio del
juicio de intelecto cuando conoce y capta lo que posee entidad. Este artículo pretende mostrar
que la verdad está propiamente en el acto del entendimiento como manifestativo y declarativo
de lo que es según su ser entitativo.
En consecuencia, la verdad es, ante todo, una propiedad del discurso declarativo; lo verdadero
o lo falso pertenece a los enunciados o proposiciones y no a los hechos. Es, pues, un concepto
puramente epistemológico. Así lo ha entendido fundamentalmente la tradición, desde
Aristóteles, para quien la verdad consiste en afirmar lo que es y en negar lo que no es, y la
Escolástica medieval, que la define como la «adecuación entre el entendimiento y las cosas»
(Tomás de Aquino), hasta los lógicos modernos, entre ellos Tarski, que ha aceptado este
concepto de verdad como correspondencia y lo ha liberado de todas las connotaciones
metafísicas, construyendo la denominada teoría semántica de la verdad.

Para el evangelio de Juan, Jesús anuncia, dice y testifica la verdad, porque él es la verdad en
tanto que Logos de Dios encarnado. Así, en las dos posibilidades de la existencia, en el
dualismo verdad-mentira, la verdad supone una existencia que se deja regular por Dios en la
aceptación creyente de Jesús y que a través de unas obras luminosas hace patente al Dios que
crea la salvación.

Bien; el bien no es algo intrínseco en el ser humano o en las cosas sino que pertenece a una
forma singular creada por Dios.
El bien puede considerarse al menos de dos maneras: en sentido metafísico y en sentido
moral.
Nuestro Diccionario de la Lengua empieza por el sentido metafísico y asegura que la palabra
castellana “bien” significa “aquello que en sí mismo tiene el complemento de la perfección en
su propio género, o lo que es objeto de la voluntad, la cual ni se mueve ni puede moverse sino
por el bien, sea verdadero o aprehendido falsamente como tal”. Esta definición vale por un
tratado de filosofía. Pues dice tres cosas importantes. Primera, que el bien es una perfección, o
mejor, complemento de la perfección en cada género de seres. Segunda, que hace referencia a
una tendencia, a una apetencia y, más concretamente, a la voluntad humana. Tercera, que la
voluntad sólo se mueve por el bien, aunque sea aprehendido falsamente.
El bien común se define como aquello que puede ser usado o aprovechado por todas las
personas con la finalidad de alcanzar un objetivo o beneficiarse de alguna forma. Es decir, un
bien común es aquel medio por el cual los individuos se valen o sirven para obtener
provecho.

La Fe; La fe, desde la perspectiva católica, es una virtud teologal sobrenatural por la que,
movidos por la gracia, asumimos como verdadero lo que Dios revela a los hombres en su
Hijo Jesús. Implica, por ello, una decisión personal por la que la verdad salvadora es acogida
e integrada en la vida. Para empezar, se integra en la dimensión racional al asumir las
verdades evangélicas como criterios de verdad; en la volitiva aplicando los anteriores criterios
a nuestros actos libres y decisiones de manera de querer lo que sea conforme a la verdad
cristiana y, por supuesto, en los afectos, amando según los valores evangélicos, que son los
más plenamente humanos. Siendo esto así, parece obvio que ha traducirse en la vida concreta
de cada persona, que, por otro lado, se extiende como un continuum entre lo privado y lo
público, sin dicotomías esquizofrénicas. Por ejemplo: la verdad cristiana de que Dios Creador
es Padre de todos los hombres debiera plasmarse en una actitud que valora adecuada a cada
uno de cuantos nos rodean, no sólo a los influyentes o los que nos caen bien, y en acciones
concretas de tal valoración; también en la capacidad de perdonarles, igual que somos
perdonados por Dios. De la misma manera, la fe en la vida eterna también debiera notarse en
la manera de afrontar la vida cotidiana, empleándonos en hacerla más bella y humana, pero
sin apegarnos a los medios que nos proporciona precisamente porque no es definitiva.
Valorando más por cierto, lo que tenga repercusiones para la eternidad, y afrontando la
muerte de los seres queridos con esperanza. Y por supuesto, en dar la primacía a Dios, Causa
y Origen de todo, reconociéndolo como tal siempre y en toda circunstancia. Si realmente
Dios es Dios, nuestra respuesta ha de ser radical, como la Suya.

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