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Mi experiencia estos meses como R1 en CSM me ha llevado a plantearme muchas reflexiones y dudas sobre el
papel del duelo en la intervención en salud mental y las distintas decisiones que tenemos que tomar los
profesionales al respecto en nuestro día a día.

En concreto, cuando rotaba en el centro de Valdespartera, fui testigo de un caso que generaba mucha angustia a
los profesionales y el entorno social de una familia que perdió de manera trágica a un niño pequeño.

Se trataba de unos padres que fueron atendidos por la unidad de psicosomática tras el accidente que sufrieron
mientras permanecían ingresados, y posteriormente fueron derivados a su CSM.

El caso se comentó en la reunión del equipo y enseguida surgió en mí una sensación de urgencia y de
necesidad de que alguien hiciera algo pronto.
Después pude comprobar que esa angustia que sentí no era sólo mía, pues su médico de cabecera se acercó a
admisión de salud mental para comentar el caso y posteriormente lo hicieron los familiares de los futuros
pacientes.

En ese momento me encontraba rotando con Ana González y estuvimos hablando de esta angustia del
profesional. Fue en esa conversación cuando surgió la idea de dedicar esta sesión clínica a este tema.
Ana me explicó que esa sensación era totalmente natural, que debíamos darnos cuenta de que estaba ahí, pero
las decisiones que tomamos con respecto a la intervención en estos casos no deben dejarse llevar por esa
angustia.

Nosotros no podíamos devolverle a su hijo ni eliminar su sufrimiento, y el equipo de psicosomática ya había


evaluado el caso e intervenido en los momentos posteriores al accidente.

Ahora debíamos dejar que los propios pacientes comenzaran a activar sus recursos naturales para poder
evaluar después si realmente existía algún aspecto sobre el que intervenir o si se trataba de un caso en el que, aun
con un sufrimiento inimaginable, los pacientes desarrollarían un duelo natural.

Ese día aprendí que no


debemos intervenir si no se nos necesita, por muy buena
que sea nuestra intención.
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*Cita*

El duelo es una experiencia universal que todos hemos vivido o estamos predestinados a vivir , es el precio
que pagamos por estar vinculados a nuestros seres queridos.
La mayoría de personas que sufren la experiencia de pérdida de un ser querido no necesitan ayuda
especializada para recuperarse, pero existe un porcentaje de personas afectadas para las que la experiencia es
mucho más compleja.

También se trata de un proceso asociado a sintomatología física y mental que conlleva que las personas en
duelo
• acudan más a menudo al médico de atención primaria
• sean derivadas a servicios de salud mental con más frecuencia
• Y presentan un índice más alto de consumo de medicación, hospitalizaciones y bajas laborales (López
y otros, 2001).

Es por esto que la experiencia de duelo se trata de una constante en el día a día de los profesionales de la salud
mental en todos los dispositivos, aunque en muchas ocasiones no seamos conscientes de ello.
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Un duelo complicado se produce cuando la sintomatología generada provoca una incapacitación para la vida y las
relaciones.

Se calcula que entre el 8 o el 10% de las personas en duelo acaban presentando estas complicaciones.

La literatura científica apunta a que al menos un 30% de los pacientes ambulatorios de salud mental tiene un
duelo complicado (Piper y otros, 2001),

pero los pacientes con duelos complicados que acuden a consulta no hablan de sus pérdidas como el motivo para
pedir ayuda o tratamiento, sino de los problemas y sintomatología relacionados que emergen como consecuencia
(Lazare, 1979).

Se trata de una cuestión que no se detecta a no ser que los profesionales pregunten específicamente por ello.

De esta manera, los profesionales de salud mental nos encontramos ante un dilema:

por una parte, existe el consenso en torno a considerar el duelo como un proceso natural y universal que no
hay que psicologizar ni patologizar;

pero, por otro lado, nos encontramos frecuentemente con personas en duelo que experimentan la pérdida
como una vivencia trágica y que acuden a consulta con una patología relacionada con un duelo no resuelto.
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¿Cómo explicamos que el duelo puede ser ambas cosas: un proceso normal que en ocasiones puede resultar muy
complicado?

¿En qué momento y cómo debemos intervenir ante una pérdida especialmente dolorosa o traumática?

¿Cómo podemos evitar los efectos iatrogénicos al intervenir con pacientes en duelo?

¿Cómo podemos diferenciar un duelo normal del patológico?

¿En qué momento podemos considerar que un duelo se está cronificando?

¿Podemos prevenir el duelo patológico antes de que se produzca?

¿Cómo afecta el duelo a pacientes que ya lidian con trastornos mentales?

Podemos plantearnos estas y otras muchas preguntas diariamente en el ejercicio de nuestra profesión.

Esta cita me parece que enmarca muy bien el duelo en este sentido:
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Estas y otras dificultades que surgen al delimitar el duelo desde el punto de vista clínico se han visto reflejadas
también en los principales manuales de clasificación de los trastornos mentales.
Este quebradero de cabeza se produce, especialmente, al realizar el diagnóstico diferencial entre el duelo y un
episodio o trastorno depresivo o un trastorno adaptativo.

Con la publicación del DSM-IV-TR en 2000, se establecía claramente el “duelo normal” como un criterio de
exclusión a la hora de diagnosticar un episodio depresivo, aunque esta etiqueta podría utilizarse si los síntomas
persistían dos meses después de la pérdida o si eran muy graves (ideación suicida, síntomas psicóticos,
enlentecimiento psicomotor, incapacidad funcional grave..).

Este criterio se eliminó de forma controvertida en 2013 con la publicación del DSM-5, sustituyéndose por una
nota aclaratoria en la que se abría la puerta a una posible confluencia de un episodio depresivo junto al “duelo
normal” y dejaba a criterio del clínico la decisión de aplicar o no la etiqueta diagnóstica . Añade, eso sí,
una serie de características distintivas entre ambos a modo de guía.

Por otro lado, el DSM-5 incluye un criterio de exclusión en los trastornos adaptativos si existía un “duelo
normal” que explicara los síntomas de la persona, aunque añade que puede diagnosticarse un trastorno
adaptativo cuando la intensidad, cualidad y persistencia de las reacciones de duelo superan lo que
normalmente cabría esperar.

Esta concepción del duelo chocaba con los criterios de la CIE-10, que incluía la “reacción de duelo” directamente
como un subtipo de trastorno de adaptación, que denota “estados de angustia subjetiva y perturbación
emocional que surgen en la fase de adaptación a cambios vitales significativos e interfieren con el
funcionamiento.” Según esta definición, en mi opinión, tan amplia, todos nosotros desarrollaremos en algún
momento de nuestras vidas un trastorno de adaptación, lo que implica un problema de patologización de una
reacción normal, se trata de un término de poca utilidad y dificulta enormemente nuestra práctica clínica.

Por último, con la publicación del DSM-5-TR en 2022 y la CIE-11, que entró en vigor el mismo año, se optó por
añadir una etiqueta diagnóstica nueva, el trastorno de duelo prolongado, que ya aparecía en la sección III de
su anterior edición, entre sus propuestas de afecciones que necesitan más estudio.
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CIE-11: El trastorno por duelo prolongado es un trastorno en el que, tras la muerte de un compañero, padre, hijo
u otra persona cercana al doliente, hay una respuesta de dolor persistente y generalizada caracterizada por
la nostalgia por la persona fallecida o preocupación persistente acompañada por un intenso dolor emocional (por
ejemplo, tristeza, culpa, ira, negación, reproche, dificultad para aceptar la muerte, sentir que uno ha perdido una
parte de sí mismo, incapacidad para experimentar un estado de ánimo positivo, entumecimiento emocional,
dificultad para relacionarse con las actividades sociales o de otro tipo).

La respuesta de dolor ha persistido durante un período atípicamente largo después de la pérdida (más de 6
meses como mínimo) y claramente mayor que las normas sociales esperadas, por el contexto cultural y
religioso del individuo.

Las reacciones de duelo que han persistido durante períodos más largos, aunque dentro de lo que sería un
período normativo de duelo de determinado contexto cultural y religioso de la persona, son vistas como
respuestas de duelo normal y no se les asigna un diagnóstico. La alteración provoca un deterioro significativo en la
vida personal, familiar, social, educacional, ocupacional o en otras áreas importantes del funcionamiento.

DSM-5-TR: Trastorno de duelo prolongado

Una respuesta de duelo persistente durante más de 12 meses (6 meses para un niño)

Síntomas que interrumpen significativamente el funcionamiento diario de una persona

Experiencias que no pueden atribuirse a otra condición, como el trastorno depresivo mayor (TDM) o el trastorno
de estrés postraumático (TEPT).
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El modelo de Robert A. Neimeyer (2002) expone el ciclo del duelo, en el que la persona pasa por diferentes etapas
con intensidad y duración variables:

• Evitación: La realidad de la pérdida suele ser imposible de asimilar y podemos sentirnos


conmocionados, aturdidos, presos del pánico o confusos en un primer momento. Seguimos
comportándonos como si la persona aún estuviera viva. En este momento un individuo puede tener
sensación de aturdimiento o irrealidad, oír las voces de los demás como si estuvieran muy lejos, sentirse
distanciado del entorno, estar desorganizado y distraído, etc.
Normalmente solemos acostumbrarnos a la pérdida de manera gradual, contemplándola y mirando
después hacia otro lado, hasta que se convierte en algo innegablemente real.
• Asimilación: Empezamos a experimentar la soledad y la tristeza con toda su intensidad, y solemos
limitar nuestra atención y nuestras actividades, distanciandonos del mundo social más amplio y dedicando
cada vez mayor atención a la absorbente “elaboración del duelo” que debemos hacer para adaptarnos a la
pérdida.
Aparecen imágenes intrusivas o reflexiones sobre la persona desaparecida, pesadillas, síntomas
depresivos, ansiedad, sensación de irrealidad, nerviosismo, sensación de embotamiento, náuseas y
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trastornos digestivos, quejas corporales difusas de dolor.


El estrés constante de los sistemas inmunológico y cardiovascular del superviviente pueden acentuar
su susceptibilidad a las enfermedades (lo que daría una explicación al aumento de la mortalidad en los
años posteriores a la pérdida).
• Acomodación: En esta fase tampoco se avanza de manera regular. Van desapareciendo los síntomas
físicos y vamos recuperando nuestra energía en cortas explosiones, que van seguidas de periodos más
largos de actividades dirigidas al logro de objetivos. Comienza el proceso de reconstrucción social,
ampliando y fortaleciendo un círculo de relaciones que encajen con la nueva vida a la que nos
tenemos que adaptar.

En los momentos que siguen a la toma de conciencia de la pérdida, solemos experimentar una desorganización
extrema. Protegidos por la conmoción y el aturdimiento de la fase de evitación, solemos “recomponernos” en
los días siguientes.

Nos mantiene a flote el intenso apoyo social que suele acompañar a la pérdida antes, durante y poco después de
la ceremonia funeraria.

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En las semanas siguientes a la pérdida, solemos emprender una larga y desigual “caída” hacia una mayor
desorientación y represión, que “toca fondo” unos meses después.

Este periodo, coincide con nuestros intentos de volver a asumir las demandas de nuestro papel habitual en el
trabajo y en casa, coincidiendo con el momento en el que se retira el apoyo social.

En este momento es cuando muchas personas acuden a religiosos, médicos, terapeutas u otros profesionales en
busca de ayuda.

Nuestro funcionamiento se ve afectado en las ocasiones que tienen un mayor significado simbólico: vacaciones,
cumpleaños, aniversarios, Navidades… especialmente a lo largo del primer año.

Con el tiempo, podemos ver el dolor con cierta perspectiva y dedicarnos a la vida con mayor plenitud, pero este
proceso es más largo de lo que muchos piensan, tiende a durar años e implica la aparición periódica de “picos de
duelo”.
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Las teorías tradicionales suelen presentar a los supervivientes como personajes pasivos que tienen poco o
ningún control sobre el proceso.
Presentan el duelo como “algo que hay que pasar”, pero sobre lo que se puede hacer muy poco, salvo
esperar que “el tiempo cure sus heridas”.

Sin embargo, las teorías más actuales conciben el duelo como un proceso más complejo, en el que el
superviviente tiene que desarrollar una serie de “tareas” o cumplir determinadas “necesidades” que van
surgiendo.

Thomas Atting decía que “aunque la pérdida de un ser querido es un acontecimiento que no puede escogerse, la
elaboración del duelo es un proceso activo de afrontamiento lleno de posibildades”.

De esta manera, el duelo es un proceso lleno de elecciones, de caminos o posibilidades que podemos elegir o
evitar, cuya tarea fundamental es la de “volver a aprender cómo es el mundo”, un mundo que la pérdida ha
transformado para siempre.
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En su manual sobre el tratamiento del duelo, J. W. Worden (2004) propone una serie de tareas o retos para la
elaboración del duelo:

• 1. Aceptar la realidad de la pérdida: Esta tarea implica no sólo una aceptación intelectual sino también
emocional. Negar la realidad de la pérdida puede variar en el grado, desde una ligera distorsión a un
engaño total. La pérdida también puede verse como menos significativa de lo que realmente es.
• 2. Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida. Es necesario que la persona elabore el dolor
emocional para realizar el trabajo del duelo.
• La negación de esta segunda tarea es bloquear sus sentimientos negando el dolor presente, evitando
pensamientos dolorosos y estimulando sólo pensamientos agradables del fallecido que les protegen de la
incomodidad de los pensamientos desagradables.
Idealizar al muerto, evitar las cosas que le recuerdan a él y usar drogas son otras maneras con que
la gente se abstiene de cumplir esta tarea. Algunas personas viajan de un lugar a otro buscando cierto
alivio a sus emociones.
• “Antes o después, aquellos que evitan todo duelo consciente sufren un colapso, habitualmente con alguna
forma de depresión” John Bowlby, 1980.
• 4. Adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente. Esta tarea supone realizar
adaptaciones externas (referentes a la vida cotidiana), internas (en la imagen de uno mismo) y
espirituales (en las creencias y valores de la persona).
• 4. Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo: Encontrar un lugar para el difunto
que permita a la persona superviviente estar vinculada con él, pero de un modo que no le impida
continuar viviendo. Esta tarea se entorpece manteniendo el apego del pasado en vez de continuar
formando otros nuevos.

Los repertorios de afrontamiento son aquellos pensamientos o actuaciones que los individuos utilizan para
responder a las demandas de situaciones estresantes. Estos afrontamientos se dan de una forma articulada
y ordenada y las emociones tienen un efecto positivo en ellos.

Según el modelo de proceso dual de afrontamiento del duelo (Stroebe y Schut, 1999), en el proceso de duelo se
dan dos tipos de mecanismos de afrontamiento.

• Mecanismos orientados hacia la pérdida y el proceso de elaboración de la muerte mediante la


confrontación de la experiencia.
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• Mecanismos de orientación hacia la restauración, que incluye aquellas estrategias que sirven
para manejar los estresores que tienen lugar como consecuencia del duelo.
Es importante tener en cuenta que una estrategia concreta de afrontamiento no predice por sí misma el
resultado del duelo, debemos evaluar primero la funcionalidad de la estrategia. La única manera de distinguir si
las estrategias concretas de confrontación o evitación son adaptativas es observar si contribuyen a la asimilación
de la situación de pérdida.

Por ejemplo, negar la realidad de la muerte puede funcionar en un primer momento del duelo para regular
el impacto emocional, pero cuando esta negación se convierte en un resultado, podemos estar ante una
estrategia de afrontamiento que ha dejado de funcionar.

La clave para un buen proceso de duelo es la oscilación que tiene lugar entre estos dos tipos de mecanismos.

El afrontamiento efectivo no necesariamente es aquel que mitiga la sintomatología, sino aquel que se revela eficaz
a la hora de mantener la sintomatología en unos niveles aceptables, que no resulte intolerable para la persona,
siempre y cuando no se detenga el procesamiento del duelo.

Metáfora de la herida. Representa el proceso de duelo como el proceso de una herida para curarse.

Duelo crónico: la herida no llega a cerrarse porque la persona está constantemente manipulándola.

Duelo inhibido: la herida se cierra sin curarse bien y se puede infectar, por lo que habrá que reabrirla más
adelante para curarla.

Las emociones tienen la función de regular el nivel de contacto-retirada con el mudo interno y externo. Permiten
la construcción de nuevos significados y la transformación de la identidad reorganizando constantemente el
material interno de esquemas y valores.

Cuando los estados emocionales pierden su función de señales y se fijan, la persona no puede tomar decisiones
adecuadas, y pueden pasar a ser una estrategia defensiva rígida y desadaptativa.
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Por ejemplo, el llanto puede contribuir a reducir la sintomatología a la vez que propicia la asimilación de la
pérdida, pero si se instala de forma rígida puede perder su función adaptativa y convertirse en un “resultado”,
transformándose en un estado depresivo.

Para identificar un duelo complicado a partir de las respuestas de afrontamiento deben darse dos criterios de
forma simultánea:

Pérdida de funcionalidad o productividad

Temporalidad, la fijación rígida en el tiempo

Variables que predicen la emergencia de un duelo complicado:

Vulnerabilidad pre-pérdida (Los más importantes): Estilo de vinculación insegura , pérdidas anteriores no
resueltos.
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Factores circunstanciales: Muertes a destiempo (fallecimiento de un hijo o un nieto), muertes no anticipadas,


pérdidas múltiples, circunstancias especialmente traumáticas.

Factores interpersonales (median en la sobreestimulación del sistema): Falta de apoyo social subjetivo, trauma
acumulativo “Duelo desautorizado”

Según la teoría del ajuste traumático, la disponibilidad de conexión con los otros es un factor mediador en el
proceso de regulación emocional. Si la persona vive este proceso en soledad, las posibilidades de que la
experiencia se almacene de forma fragmentada o disociada son mayores. La persona no puede generar un relato
acerca de lo sucedido y esto dificulta una atribución de significación.

El concepto de “trauma acumulativo” hace referencia a que el fracaso en proveer una relación de apoyo que
sostenga la experiencia es, en sí mismo, otro trauma. Se trata de una nueva pérdida provocada por los fallos
continuos en la empatía con que el entorno responde a las necesidades de la persona en duelo. Esto se produce
en forma de expresiones de invalidación, desautorización, minimización, descalificación, rechazo, impaciencia o
desinterés.

El duelo desautorizado es un término que se refiere a aquellos duelos que no pueden ser socialmente
reconocidos ni públicamente expresados. Señala cómo a ciertas personas no se les da el derecho de vivir su duelo
y no reciben el apoyo en su entorno que normalmente se da en otras situaciones. Estas personas no son
reconocidas como dolientes, no son escuchadas ni apoyadas, ni pueden flexibilizar sus responsabilidades de la
misma manera porque socialmente no se acepta que estos duelos puedan requerir una atención especial.

Kenneth Doka (1989) menciona 4 categorías de duelo desautorizado:

Cuando la relación no es reconocida como significativa: la pérdida de la ex pareja, amistades, compañeros de


trabajo, cuidadores o, incluso, pacientes.

Cuando la pérdida no es reconocida o lo que muere no es socialmente valorado como significativo: la muerte de
un animal de compañía, personas en coma o la muerte perinatal.

Cuando el doliente es excluido o se considera que es incapaz de hacer el duelo: personas con discapacidad
intelectual, personas mayores o niños.
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Cuando las circunstancias particulares de la muerte influyen en los prejuicios sociales: suicidio, homicidio,
sobredosis, VIH…
Los duelos desautorizados se han identificado como de riesgo de convertirse en duelos complicados por los
sentimientos de culpa, vergüenza e inadecuación, así como la falta de apoyo social y de rituales significativos.

El modelo de tareas y necesidades propuesto por Conrad Waddington (1977) presenta el duelo como un proceso
con distintas fases pero en el que pueden darse multitud de líneas distintas, de manera que el resultado final
dependerá de los factores que intervienen en cada caso.

Muy a menudo las personas en duelo abordan varias tareas de manera simultánea, no se trata de acabar una
tarea para empezar otra distinta, pues todas están conectadas y puede ser necesario retomarlas en distintos
momentos. Algunas de las tareas de la persona tendrán que situarse en primer plano (como figuras), mientras
que el resto se aborda de forma secundaria (o fondo). Según estas tareas prioritarias se van abordando, pasan
a un segundo plano para poder priorizar tareas nuevas.
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Las tareas de aturdimiento y choque responden a la necesidad de preservación del ego ante la fragmentación.

La confusión cumple una función anestésica, desempeñando el papel de filtro de la realidad, lo que permite
una graduación del nivel de impacto.

Este estado de aturdimiento permite que los dolientes respondan a las demandas externas de los días
posteriores a la muerte del ser querido.

Detención en la fase de aturdimiento y choque→ Trastorno de estrés postraumático


Los síntomas de choque (aturdimiento, labilidad emocional, disociación, sint. psicosomáticos…) deben
remitir a lo sumo en los primeros 6 meses. Si no es así estamos ante un diagnóstico de TEPT asociado a un duelo
complicado.

Las tareas de evitación y rechazo reflejan el compromiso del organismo entre la necesidad de proteger de un
sufrimiento excesivo y la necesidad de avanzar en el procesamiento de la información traumática tolerando
la sintomatología necesaria.
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En el abordaje de duelo debemos capacitar a nuestros pacientes para que toleren un cierto nivel de
sobreestimulación, pero al mismo tiempo debemos ayudarlos a ser capaces de modularla para que mantengan
la sintomatología en unos niveles tolerables. El proceso terapéutico debe ser respetuoso con la dinámica
natural bifásica de evitación-conexión.

El concepto de ventana terapéutica o ventana de tolerancia refleja el espacio terapéutico en que la persona en
duelo es capaz de elaborar las distintas tareas sin dejar que la sobreestimulación sea excesiva para sus
defensas pero sin permitir que se acomode en un estado de evitación o desconexión de todo el material
doloroso que obstaculizaría la evolución del proceso.

Detención en la fase de evitación y negación→ Duelo evitativo o ausente


Si el doliente no puede manejar el sufrimiento asociado a la pérdida, creará más defensas, negación, disociación,
adicciones.. con el objetivo de poner esas necesidades fuera de la conciencia.

Estas defensas o estrategias pueden instalarse de forma permanente e incapacitante en el tiempo en forma de
hiperactividad laboral, impulsos autodestructivos, conductas adictivas, culpa excesiva desplazada, ideas de
venganza, somatizaciones, etc.

Es posible que estas personas acudan años después de la pérdida expresando sentirse vacías y con una vida sin
sentido.

Las tareas de duelo en este caso se dirigirán a disolver progresivamente estas defensas, aumentar el nivel de
tolerancia al sufrimiento y estimular afrontamientos de conexión.

En esta etapa, en vez de interpretar la sintomatología de duelo como algo a evitar, es fundamental utilizarla como
guía.

La necesidad que aparece en primer plano es la reorganización del mundo interno en relación con el ser querido
perdido y en relación con uno mismo.

La tarea específica en este momento del duelo es atender a distintos aspectos relacionales de la pérdida:

Asuntos inconclusos: perdonar lo que no fue pero debería haber sido y lo que fue pero no debería haber sido.
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Expresar gratitud: Lo que fue y no ha podido ser reconocido.

Expresar amor: identificar lo que recibíamos a través de la relación que se ha perdido

Espejo roto: La imagen de uno mismo que recibimos en la relación con el otro desaparece como en un espejo roto
cuando éste fallece.

El futuro no vivido: Conectar con la tristeza que nos causa lo que nuestro ser querido no podrá vivir.

Con este material, el doliente va a elaborar progresivamente una nueva narración de su vivencia de duelo, y es
importante que sienta el impacto emocional.

Detención en la etapa de conexión e integración→ duelo crónico

Cuando el doliente está focalizado en estilos de afrontamiento orientados a la pérdida y con poca oscilación hacia
la restauración. Se genera una dificultad para dejar ir, perder, olvidar o soltar a la persona perdida.

Idealizar se transforma en una huida de la realidad, la rumiación mantiene a la persona en la periferia de su dolor
y las estrategias conductuales de conexión se convierten en hábitos rígidos inflexibles: ir al cementerio, hablar con
las cenizas…

La soledad se transforma en un aislamiento improductivo o el enfado en un estado generalizado de irritabilidad u


hostilidad.

Crecimiento postraumático: aquellos aspectos positivos que se desarrollan a partir de una experiencia de crisis o
trauma.

La tarea en esta etapa implica extraer los frutos de la relación perdida y aplicarlos en la vida presente y futura.

Esta etapa puede o debe durar toda la vida.

Lo que no está tan claro es si podemos considerar que un duelo que no ha llegado a provocar estos cambios
puede considerarse no resuelto.
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- El duelo no es un trastorno mental, pero es un factor que se relaciona e influye en la salud mental.
- Es necesario atender al duelo en aquellos pacientes que presentan un duelo complejo persistente, pero
también en los que presentan otros trastornos como trastornos adaptativos, depresivos, ansiosos…
- La persona necesita elaborar el duelo de forma activa, pero eso no implica que necesite una intervención
especializada.
- Debemos respetar los mecanismos de afrontamiento naturales de la persona y tener en cuenta su
efectividad y temporalidad para determinar si se trata de estrategias desadaptativas.
- Resaltar nuestro papel a la hora de promover una modulación y tolerancia del sufrimiento en unos niveles
aceptables en personas con duelos complicados.

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