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TEMA 6 LA LÍRICA Y EL TEATRO POSTERIORES A 1936

Desde el final de la Guerra Civil hasta la actualidad, la literatura ha evolucionado en consonancia con las
circunstancias histórico-sociales de cada momento. Nos referimos a un periodo que se extiende desde 1939 hasta la
actualidad y que podemos dividir en dos etapas. En la primera (1939 y 1975), estuvo marcada por la censura; en la
década de los 40 prospera, tanto en la poesía como en el teatro, una corriente una literatura neoclásica de
exaltación nacionalista y de evasión, junto a una corriente existencial y otra vanguardista; en la década de los 50
triunfa la literatura de corte social; en la de los 60, la llamada “Generación del 50” buscó en la lírica nuevos caminos
estéticos, mientras que en el teatro triunfa la tendencia realista y social, que pretende reflejar la vida de los
ciudadanos y denunciar, de forma indirecta, la situación sociopolítica. A principios de los 70, la poesía de los
novísimos reaccionó contra el realismo de etapas anteriores, mientras que en el teatro se profundizó en la
experimentación próxima a la vanguardia. El segundo periodo abarca los últimos veinticinco años de siglo, ya en
democracia, por lo que los autores gozan de plena libertad y se caracteriza por la coexistencia de diversas
tendencias, desde la experimental a la realista y cierto abandono del esteticismo en la poesía.

En los veinte primeros años del siglo XXI, se ha producido una verdadera revolución teatral en la creación dramática
y en la dirección de escena, así como una proliferación de grupos y salas de teatro independiente, mientas que en la
poesía actual presenciamos cierta revitalización del género entre los autores más jóvenes y nuevas formas y medios
de expresión vinculadas al auge de las redes sociales.

En la poesía de la inmediata posguerra (1939-1950) se distinguen diversas tendencias: por una parte, encontramos la
poesía neoclásica, clasificada por Dámaso Alonso como “poesía arraigada”, cuyos temas coinciden con los ideales del
nuevo régimen: amor, religiosidad e imperio. Esta corriente se caracteriza por el clasicismo en el lenguaje, la
exaltación de la belleza y el sentimiento religioso, y por el carácter realista y meditativo de su concepción poética.
Entre los autores de este grupo, destacan Luis Rosales, con La casa encendida, Leopoldo Panero con Escrito a cada
instante; Luis Felipe Vivanco, con Continuación de la vida o Dionisio Ridruejo, Elegías o José García Nieto, autor de
Del campo y soledad. La poesía “arraigada” encontró en revistas como Escorial o Garcilaso su principal medio de
difusión.

Por otra parte, aparece una línea existencialista o “desarraigada”, que se impondrá en la segunda mitad de la
década, centrada en los grandes problemas humanos. Se caracteriza por su oposición al neoclasicismo y encontró en
revistas como Proel, Corcel o Espadaña sus principales medios de difusión. Sus autores más representativos, que
abordan temas existencialistas y sociales, son, en primer lugar, dos poetas del 27: Vicente Aleixandre, autor de
Sombra del paraíso, y Dámaso Alonso, autor de Hijos de la ira y Victoriano Crémer, con El amor y la sangre, y
Eugenio de Nora, con Cantos al destino. A mediados de los años cuarenta surgen dos movimientos, que entroncan
con la generación del 27 y se alejan tanto de la poesía neoclásica como de la existencialista: el Postismo,
representado por Carlos Edmundo de Ory y el grupo Cántico, basado en la perfección formal y en la brillantez
estilística, liderado por Pablo García Baena, autor de Antes que el mundo acabe.

En el teatro, durante la inmediata posguerra se produce una interrupción de la tradición literaria anterior,
representada por Valle Inclán y los dramaturgos del 27, pero no con el teatro burgués representado por Jacinto
Benavente. Junto con este teatro perviven los géneros tradicionales de corte conservador o popular. No obstante, la
renovación del teatro de esta época vendrá de la mano de autores de comedia, como Enrique Jardiel Poncela,
Miguel Mihura, el teatro antirrealista de Casona y los dramas de jóvenes dramaturgos que se inclinan por un teatro
existencial y realista. Destacamos cuatro tendencias: la comedia tradicional, en la que cobran importancia la acción
y los diálogos, el final feliz y un lenguaje que da cabida al humor, como en las obras de Calvo Una muchachita de
Valladolid. Luca de Tena desarrolla comedias históricas (¿Dónde vas triste de ti?) y comedias de intriga (Don José,
Pepe y Pepito). López Rubio destaca en comedias de tema amoroso, como Celos del aire. Ruiz de Iriarte crea un
teatro de evasión sentimental, representado por Academia de amor. Otra tendencia es el teatro antirrealista, que
será desarrollado por Alejandro Casona, quien conjuga realidad y fantasía, incluyendo en sus obras una lección de
carácter moral. Destacan especialmente La dama del alba o Prohibido suicidarse en primavera. Asimismo, en el
teatro cómico observamos las mayores innovaciones. Destaca Enrique Jardiel Poncela, que cultiva un teatro absurdo
opuesto al realista en obras como Usted tiene ojos de mujer fatal y Eloísa está debajo de un almendro. Por otra
parte, Miguel Mihura quien se define por su inconformidad ante los convencionalismos y por una suave crítica social
y de costumbres como muestra Tres sombreros de copa. Por último, el teatro existencialista tiene el propósito de
reflejar la mísera realidad y la angustia de la posguerra que derivará en la década siguiente en el teatro social.

Así, en la década de los 50, aparece en la literatura una tendencia social, liderada en poesía por la Generación del 50
y en teatro por autores como Buero Vallejo o Alfonso Sastre, que superando los presupuestos existenciales de la
década anterior muestra una actitud crítica ante la realidad y plantea una perspectiva más colectiva.

Ahora se interpreta la poesía como forma de comunicación para que la sociedad tome conciencia de la necesidad de
transformar España. Entre los autores más reseñables destacan José Hierro, autor de Tierra sin nosotros; Gabriel
Celaya, partidario de una lírica de estilo directo y conversacional, como se pone de manifiesto en sus obras sociales
como Las cartas boca arriba o Cantos iberos; y Blas de Otero, que destaca entendida como una forma de
comunicación y revisión crítica del pasado, presente y futuro históricos. Algunas de sus obras más representativas
son Ancia, Pido la paz y la palabra o Que trata de España. A finales de los 50 y principios de los 60, surge la llamada
“Generación del 50”, integrada por poetas que siguen haciendo poesía crítica y comprometida, pero huyen de la
simplicidad y consideran el poema como un acto de conocimiento. Se caracterizan por su actitud crítica y
comprometida, y en su lenguaje por su tono conversacional. Entre estos autores destacamos a Ángel González, cuya
obra se recoge en la antología Palabra sobre palabra; José Ángel Valente, autor de Poemas a Lázaro; Jaime Gil de
Biedma, cuya obra está recogida en Las personas del verbo; Claudio Rodríguez, en Conjuros; José Agustín Goytisolo,
que combina la ironía y el existencialismo en obras como Palabras para Julia; y otros muchos autores, como Carlos
Barral o José Manuel Caballero Bonald,

En cuanto al teatro, Buero Vallejo fue el principal dramaturgo de la segunda mitad del siglo XX. Sus obras tenían un
carácter testimonial y consiguieron renovar el género trágico mediante la catarsis que obliga al espectador a tomar
conciencia de la realidad. Podemos dividir la producción del autor en una primera etapa existencial (Historia de una
escalera), una etapa social (Un soñador para un pueblo) y, por último, una etapa de renovación formal (La
fundación). Por otra parte, Alfonso Sastre pertenece a la línea más comprometida del teatro social por su actitud de
denuncia y su voluntad de renovación que muestra en obras como Escuadra hacia la muerte. Durante los años
sesenta, destacamos una segunda generación de autores del realismo social que realizan un teatro comprometido,
testimonial y de carácter costumbrista, protagonizado por personajes humildes, próximo a la tragedia grotesca de
Arniches, el esperpento de Valle-Inclán y la obra dramática de Bertold Brecht. Entre estos autores destacamos a José
Martín Recuerda, autor de Las salvajes de Puente San Gil, y a Lauro Olmo, autor de La camisa.

En la lírica de los 70, la situación cambia cuando José María Castellet publica su antología Nueve novísimos poetas
españoles, donde se recogen algunos textos de los poetas jóvenes vinculados con los temas de la cultura urbana, la
metapoesía o el influjo de las vanguardias (como el surrealismo), con un lenguaje muy hermético que recuerda al
conceptismo barroco. Destacan autores como Leopoldo María Panero, Guillermo Carnero, Antonio Colinas o Pere
Gimferrer, autor de Arde el mar, uno de los libros más señeros del grupo.

En este momento, se propone un teatro innovador y experimental, que incorporó corrientes experimentales y
extranjeras vinculadas al ámbito universitario. En estos dramas se tratan temas políticos, sociales y morales. Entre
los autores más representativos, Francisco Nieva, partidario de un “teatro furioso” con obras como La carroza de
plomo candente. También hay que referirse a Fernando Arrabal, que busca la provocación a través del llamado
“teatro pánico”. Entre sus obras destacan Pic-Nic. En esta importante labor de renovación surgen grupos teatrales
independientes, como Els Joglars, Els Comediants, La Fura dels Baus, La Cuadra o La Cubana. Y en las grandes
ciudades, las salas de teatro alternativo comienzan a cobrar importancia como espacios para un teatro renovador y
vanguardista dirigido a un público más formado.

Desde 1975 hasta la actualidad, la vanguardia y el esteticismo se han ido diluyendo para dar paso a la multiplicidad
de tendencias y al personalismo de los autores. En poesía, entre las tendencias más destacadas la poesía
neosurrealista de Blanca Andreu, el neorromanticismo de Antonio Colinas o la poesía del silencio de Jaime Siles.
Señalamos también una tendencia de carácter decadentista y culturalista, representada por Luis Antonio de Villena,
entre otras. Frente a esta multiplicidad de corrientes destaca la poesía de la experiencia, basada en el magisterio de
Gil de Biedma. Este tipo de poesía se caracteriza por la expresión de las vivencias personales y cotidianas mediante
un lenguaje coloquial, pero con carácter emocional, una actitud escéptica, y un tono desengañado e irónico. Los
autores más significativos son Luis García Montero (Habitaciones separadas o Completamente viernes), Felipe
Benítez Reyes (Vidas improbables) o Luis Alberto de Cuenca (Los mundos y los días), entre otros.

En el teatro, se produce un regreso a la tradición, se dramatizan temas de la vida cotidiana y se desarrollan múltiples
tendencias. Entre los autores de la nueva etapa democrática, destacan Sanchis Sinisterra, con ¡Ay Carmela!, o Alonso
de Santos, con La estanquera de Vallecas y Bajarse al moro. Estos autores vuelven al realismo costumbrista para dar
testimonio de los problemas sociales contemporáneos, como la memoria histórica, la violencia, el paro, la droga o la
marginalidad. Pueden añadirse otras obras señeras de Fermín Cabal (Tú estás loco, Briones), Ignacio Amestoy
(Ederra) o Fernando Fernán Gómez (Las bicicletas son para el verano).

Entre los autores más sobresalientes de los últimos treinta años destacan Sergi Belbel, Laila Ripoll, José Ramón
Fernández, Paloma Pedrero, Ernesto Caballero, Angélica Liddell y, muy especialmente, Juan Mayorga, comprometido
con un teatro de la palabra, en el que se exploran con perspectiva crítica e incluso filosófica, las grandes
preocupaciones humanas. Son muestras representativas de su teatro El chico de la última fila, La tortuga de Darwin
o El cartógrafo. Hay que señalar, en último término, a una nueva generación de jóvenes autores, entre quienes
sobresale Alberto Conejero, creador de La piedra oscura, un drama inspirado por la biografía lorquiana.

En la actualidad la lírica se caracteriza por el personalismo de los autores, la multiplicidad de tendencias y la


búsqueda de nuevos cauces de expresión, como el ámbito de las nuevas tecnologías y, más concretamente, las redes
sociales. Una de las poetisas más destacadas de la nueva generación de autores es Elvira Sastre, autora de La
soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida, un poemario amoroso heredero de la tradición romántica con un
espíritu rebelde.

En resumen, la poesía y el teatro desde la posguerra hasta la actualidad, refleja los avatares de la propia historia de
España. Recoge los elementos desarrollados por las generaciones anteriores a la guerra y añade las innovaciones
formales y temáticas de los autores posteriores de manera pendular, entre el clasicismo y la renovación. El
panorama de la poético y teatral actual es muy heterogéneo y podemos decir que se ha producido cierto
renacimiento de ambos géneros, especialmente entre los más jóvenes

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