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Tema 2. Literatura de fin de siglo: la generación del 98 y el modernismo.

La novela y el teatro
anterior a 1936.

El siglo XIX termina con una gran crisis en todos los ámbitos de la vida española. La
literatura opta por dos corrientes: el Modernismo y la Generación del 98. Estos dos movimientos
convivirán y tendrán su apogeo en las dos primeras décadas del siglo.

El Modernismo es un movimiento cultural y literario que se introdujo en España de la


mano de Rubén Darío, que lo importó desde Latinoamérica, y que supuso una renovación total
de la literatura, sobre todo de la poesía. La poesía modernista tiene sus fuentes en la poesía
romántica y en la poesía francesa, de la que serán de suma importancia las aportaciones del
parnasianismo y el simbolismo. Rescatará temas románticos como los de línea escapista a
lugares exóticos, paraísos artificiales y épocas pasadas. El cosmopolitismo, que concibe al autor
como ciudadano del mundo, unido a la evasión. También una línea íntima cargada de
sensualidad, erotismo o hastío, que permite traducir el malestar del poeta con lo que le rodea.
Se desarrolla un estilo con el fin de conseguir la ansiada belleza mediante la musicalidad y el
colorido: una métrica innovadora con ritmos muy marcados, etc. Un léxico muy rico que evoca
lo lujoso, exquisito o exótico para crear sonoridad, con abundantes figuras retóricas como las
aliteraciones. Los poetas fundamentales son: Rubén Darío, con Prosas profanas (1917) y Azul
(1900) se convierte en el modelo de los poetas de esta época. Antonio Machado en su primer
libro, Soledades, galerías y otros poemas (1907), en el que se reflejan sentimientos universales
o Juan Ramón Jiménez con Arias tristes (1903). En prosa destacan Las Sonatas (1902-1905) de
Valle-Inclán. Son cuatro y se caracterizan por una prosa modernista tendente al esteticismo y a
la sensualidad cuyos temas principales son el amor y la muerte.

La generación del 98 supone una reacción contra el realismo y el naturalismo que se


junta con una voluntad de innovación. Surge como consecuencia de la crisis moral, política y
económica en España a finales del siglo XIX. Esto hace que el grupo del 98 busque la esencia de
España y su destino y la reflexión sobre el hombre. La literatura de la generación del 98 está
marcada por corrientes filosóficas irracionalistas (Nietzsche) y por corrientes existencialistas y
metafísicas. Esta generación ve en la novela el cauce para analizar los problemas de España y
aportar soluciones desde una perspectiva idealista. La novela será, por tanto, el instrumento
adecuado para sus propósitos. En cuanto a las características encontramos que será una novela
abierta. Se centrará en el tema de España, regeneración a partir de sus raíces y de la educación,
también en el paisaje de Castilla, la intrahistoria y el tema existencial (el sentido de la vida y la
muerte).
Debido a estos temas el estilo narrativo que se desarrollará se caracterizará por la
sencillez y la claridad; presencia de un estilo personal por parte de cada autor; el alejamiento de
la técnica de la etapa realista; el empeño por expresar las emociones y opiniones por parte del
autor (subjetivismo); predominio del narrador omnisciente; sobriedad; escasez de recursos;
léxico valorativo y preferencia de relatos cortos con frecuentes finales abiertos. Como autores
podemos destacar a Miguel de Unamuno con su obra Niebla (1914). En esta refleja mejor las
características temáticas y formales de sus nivolas, como él las llamaba, y San Manuel bueno
mártir (1931) en la que trata el recurrente tema de la fe. Por otro lado, Azorín, en La voluntad
(1902) viene a decirnos que España comenzaría a recuperarse con un ejercicio de voluntad
colectivo. Otro autor es Pío Baroja critica la sociedad a la que achaca una conducta hipócrita,
injusta y aburguesada desde un pesimismo y escepticismo en obras de la talla de El árbol de la
ciencia (1911) y La busca (1604). También destaca Ramón María del Valle-Inclán, con El ruedo
ibérico, trilogía de tema histórico.

El teatro anterior a 1936 va a estar muy condicionado por los gustos del público burgués, que es
el que mayoritariamente acude a ver este tipo de espectáculos. Por un lado tenemos el teatro
comercial que es aquel que continúa el modelo de Echegaray, autor del siglo XIX, y que obtuvo
gran éxito de público gracias a sus tramas costumbristas en las que se veían reflejados los
espectadores, especialmente la burguesía. Encontramos, por un lado, la comedia benaventina.
Tras el fracaso de algunas de sus obras en las que hace una crítica a las costumbres de la época,
Jacinto Benavente opta por hacer obras en las cuales plantea problemas poco conflictivos
adaptándose a los gustos del público. Su obra Los intereses creados (1907), encierra una floja
crítica a los ideales burgueses, y dramas rurales como La malquerida (1913). Paralelamente
también tendrá éxito el teatro cómico con autores como los hermanos Quintero con Malvaloca
(1912) o los sainetes de Carlos Arniches que escribe El Santo de la Isidra (1910). El mismo
Arniches va a crear la tragedia grotesca con la que recrea con cierto aire crítico la sociedad
presentando personajes caricaturescos y trágicos a la vez. Una obra de este género es La señorita
de Trevélez (1916). Pedro Muñoz Seca impulsa el astracán (busca la risa fácil a partir de
situaciones absurdas y con juegos de lenguaje). Su obra más representativa es La venganza de
don Mendo (1918). También en el teatro poético destacaron los hermanos Machado con La Lola
se va a los puertos o Eduardo Marquina con En Flandes se ha puesto el sol. Por otro lado,
tenemos el teatro renovador que se aparta del teatro anterior con nuevas técnicas y enfoques
temáticos. Obtuvo menos éxito que el comercial en aquel momento aunque se le considere de
mayor complejidad.
La Generación del 98 llevó a cabo una serie de intentos renovadores, como, por ejemplo,
Unamuno con Fedra (1918), en la cual se tratarán los típicos temas existenciales y metafísicos
del autor, o Azorín con Lo invisible (1927), sobre el tema de la angustia ante la muerte. Pero será
Valle-Inclán quien destaque por su gran producción dramática, por la originalidad de sus obras,
por sus temas y estética diferente, por la riqueza y expresividad de su lenguaje. De especial
importancia será el ciclo mítico con las Comedias Bárbaras (1907-1923), en las que aparecen
personajes gobernados por instintos tremendamente fuertes en un clima de supersticiones. Este
ciclo culmina con la obra Divinas palabras (1919) en la que Valle trata los temas de la avaricia y
la lujuria. Será con el esperpento con el que alcanzará su plenitud, un género propio basado en
la deformación de personajes y valores, con el que denuncia diversos aspectos de la sociedad.
Los personajes son grotescos, semejantes a marionetas. Usa frecuentemente los contrastes (lo
cómico contrapuesto a lo trágico). Se puede apreciar también una gran riqueza del lenguaje, que
se percibe en los distintos registros. Las obras esperpénticas son la trilogía Martes de Carnaval
(1930) y Luces de Bohemia (1920) considerada su obra maestra.

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