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VÍBORA

LAS NOVIAS DE LOS NAGAS (LIBRO I)


NAOMI LUCAS
ÍNDICE

Blurb
Nombres y Clanes Naga:

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Epílogo

Nota de la Autora
Rey Cobra
King Cobra
Otras Obras de Naomi Lucas
Copyright © 2021 por Naomi Lucas

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser
reproducida o transmitida en forma alguna sin el permiso por escrito de la
autora.

Todas las referencias a nombres, lugares y acontecimientos son producto de la


imaginación de la autora o se utilizan de forma ficticia. Cualquier parecido con
personas, sitios o acontecimientos reales es pura coincidencia.

Portada de Sam Griffin


Editado por Mandy B., y LY
Creado con Vellum
A LY, Tiffany Freund, y Mandy. Mis tres editoras fabulosas.
No podría hacer este trabajo sin vosotras.
Durante mucho tiempo hemos estado solos.
Sin novias, sin hembras que nos den calor durante las
largas noches. Sin dulces compañeras.
Pero las vemos, desde lejos, novias que podrían ser
nuestras. Alejadas de nosotros por muros y armamento.
Hembras que anhelamos enormemente.
Obsesivamente.
Hembras humanas.
¿Y la pelirroja? La deseo. Yo la vi primero. Lucharé hasta
la muerte por ella.
Ella es MÍA.
Nos reuniremos y haremos un intercambio con sus
hombres que nos beneficiará a todos.
¿Y después de eso?
El vencedor se queda con el botín…
Que comience la caza.
Pero la pelirroja es mía.

Un día soy la confidente de nuestro líder, y al siguiente
soy escoltada fuera del asentamiento por guardias
armados. Ante mí se extiende el vasto y peligroso desierto
de la Tierra, asolado por alienígenas que se esfumaron
hace mucho tiempo, dejando atrás su tecnología y la
absoluta devastación.
Mi líder quiere esa tecnología. Y hará lo que sea por
conseguirla, incluso intercambiarme con los que la tienen.
Hombres serpiente. Nagas. Alienígenas, mitad hombres,
mitad serpientes, que gobiernan estas tierras. Monstruos
semi antiguos, transformados por algo que aún no
entendemos.
Ellos me desean.
Especialmente el monstruo rubí que me mira con tal
intensidad que mi alma se estremece.
Pero me niego a ser la yegua de cría de cualquier
hombre, especialmente de un alienígena.
Si tanto me desea, primero tendrá que atraparme.
Por desgracia, ese era el objetivo de todo esto…
NOMBRES Y CLANES NAGA:

Vruksha — Víbora
Azsote — Culebra
Zhallaix — Víbora de la Muerte
Syasku — Boca de Algodón
Jyarka — Cascabel
Zaku — Rey Cobra
Vagan — Coral Azul
Krellix — Cabeza de Cobre
Lukys — Mamba Negra
Xenos — Crótalo Cornudo
UNO
EL PACTO

Vruksha

—N UESTRA TREGUA TERMINA cuando ellos suelten a las


hembras —gruño, mirando a los machos que me rodean. El
Rey Cobra agita la cabeza, y el Culebra asiente. Otros
reaccionan y algunos ni siquiera responden. Tomo su
silencio como un gesto de aprobación.
Somos los más fuertes de nuestra especie. Los más
veteranos. Los más mortíferos. Vimos la nave de los
humanos atravesar nuestro cielo y aterrizar en nuestro
bosque.
También somos rivales. El hecho de que todos nos
hayamos unido para esto —por ellas— es un milagro.
Demuestra lo mucho que las deseamos, lo desesperados
que estamos por tenerlas y que arriesgaríamos nuestras
vidas para llegar a un acuerdo con sus captores.
Sus insignificantes machos.
Machos que no merecen el calor de una hembra. Ellos
no se dan cuenta de lo afortunados que son por tenerlas,
así que tomaremos sus hembras tan codiciadas, las
emparejaremos, y las haremos reinas de las tierras que
gobernamos. Como tiene que ser.
Hay muchos males que debemos corregir, y muchos
errores de nuestro pasado que es preciso arreglar.
Mientras aprieto los dedos en torno a mi lanza, examino
a los nagas reunidos hoy, evaluándolos. Algunos no
sobrevivirán.
Los humanos son diferentes de nosotros, al menos por lo
que yo he visto, y es algo más que por su aspecto.
Los creíamos extinguidos hace mucho tiempo. Una
especie que había sido erradicada cuando nacimos en esta
Tierra. Ni yo ni los demás machos naga que me rodean
habíamos visto nunca uno vivo, ni una sola vez, hasta hace
poco.
Bajaron del cielo en una gran máquina de metal.
Máquinas como las de aquí, pero no cubiertas de maleza,
raíces y enredaderas. No estaban destruidas como casi
todo en la Tierra.
No, esta máquina —esta nave suya— salió limpia del
bosque y aterrizó ante las antiguas ruinas de una
civilización desaparecida hace mucho tiempo, en lo más
profundo de las montañas. Otras máquinas más pequeñas
salieron con armas y limpiaron las ruinas. Levantaron un
muro y talaron los árboles.
Los humanos restauraron las ruinas para convertirlas en
lo que un día fueron, unas instalaciones militares.
Mientras tanto, yo observaba a los robots desde lejos,
desde las sombras de los árboles, y pronto descubrí que
otros nagas también los observaban. No sabíamos por qué
estaban aquí, ni qué querían, pero estábamos decididos a
mantener nuestros secretos… ocultos.
Al principio, solamente había máquinas. No nos dimos
cuenta de que había humanos en la nave. Los robots
salieron en tropel de la nave, destruyendo el terreno que
antes conocíamos. Un gruñido me desgarra la garganta al
recordarlo. Sin embargo, los robots nos dejaron en paz,
pues tenían un único objetivo, un objetivo que los nagas no
conocimos hasta varias semanas después de su llegada.
Estaban preparando la instalación para los humanos.
Recordar aquel día me acelera el corazón.
Su pelo pelirrojo. Mis dedos se contraen. Imagino su
suavidad corriendo entre mis dedos. Nunca había visto un
tono tan rojo como el de mi propia cola…
Zaku, el Rey Cobra, acudió a los humanos cuando nos
dimos cuenta de que tenían hembras entre ellos. Hizo
pública nuestra presencia. Quería conocerlas, cortejarlas,
aparearse con una… Éramos más fuertes, más grandes que
sus machos, y pensó que, por ello, debían ser nuestras.
Yo también lo creí.
¿Quizás les podríamos ofrecer nuestra ayuda a cambio?
¿Quién sabe?
Zaku volvió furioso. Los humanos dirigieron sus armas
contra él, rechazando su petición. Le dijeron que esta tierra
era suya, como siempre lo había sido, y que mientras se
ciñera a ello, no nos matarían.
¡Ja! Me gustaría ver cómo lo intentan.
Aniquilaría a los humanos de estas tierras, pero tienen
hembras… y por eso siguen vivos.
Quiero a mi belleza pelirroja.
Tendré que luchar y matar por ella. Estoy dispuesto a
hacer más que eso, pero no quiero que la hieran. ¿Y luchar?
He visto suficiente muerte para saber que los accidentes
ocurren. Tienen máquinas, y no todas las máquinas son de
fiar.
No hace mucho de esto. ¿Unos días, quizá? Parece una
eternidad. Los otros nagas se reunieron cuando se corrió la
voz de lo que le había ocurrido a Zaku. No fue difícil
convencerme. Haría cualquier cosa por ella.
Cuando la vi por primera vez, todo cambió.
La sed de sangre y la ira desaparecieron. Y la pura
lujuria ocupó su lugar. Un deseo al rojo vivo, con una
salvaje melena pelirroja a juego. Aquel primer día, me
quedé paralizado mientras ella descendía por la rampa,
dándome cuenta de que algo más milagroso que las
máquinas había bajado de los cielos. Ella miraba a su
alrededor con asombro y curiosidad.
Se quedó mirando el cielo y las nubes. Había tocado la
hierba bajo sus pies. Se había pasado la lengua por los
labios.
Sus ojos encontraron los míos, incluso cuando me
escondí más allá de su muro, en las sombras del bosque.
Desde ese momento, fue mía.
Una hembra humana, maravillosa en su rareza, que con
una sola mirada me atrapó.
Mi hembra.
La forma en que abrió los ojos. La forma en que separó
los labios…
El miedo en su rostro no me había importado en
absoluto.
Era mía. Esperaba que se enfrentara a su miedo y
viniera a mí, pero en lugar de eso, se dio la vuelta y se
precipitó hacia las sombras de las instalaciones, dejándome
desolado, ansioso y furioso.
Sin embargo, me había mirado, había encontrado mi
mirada. Me vio, y eso era lo único que importaba. Ahora sé
que estoy en su cabeza. Siempre recordará la primera vez
que me vio. Porque soy un macho fuerte, despiadado, y me
niego a que me olviden.
Olvidarme sería peligroso.
Mi furia volvió tras perderla de vista y mi agitación ante
estos intrusos aumentó. Mi deseo de tener a esta hembra
me desbordaba. Recuperar las instalaciones y esta tierra no
significaba nada si no podía tenerla. Quería ambas cosas,
pero solo me importaba la segunda.
Yo la había visto primero.
Ella me había visto primero.
Ella estaba en mi cabeza. Las cabezas de los demás
nagas no importaban, a menos que colgaran de una cuerda
de mi cinturón o se clavaran y empalaran en mi lanza,
decorando la entrada de mi guarida.
Aparte de los rumores sobre hembras humanas que
corrían por el bosque y las montañas, los demás nagas
tenían pensamientos similares. Mi hembra no era la única,
y nagas de muy lejos, machos que hacía años que no veía,
venían para verlas, robarlas, aparearse con ellas y
esconderlas en nuestros respectivos nidos.
El calor nos alcanzó a todos como una tormenta,
consumiéndonos. Estas hembras vinieron de los cielos para
ser nuestras. Fuimos muy conscientes de que nuestro
número disminuía, y con la amenaza de los invasores de los
cielos en nuestras mentes… nuestra biología se alteró en
nuestra contra, nublando nuestras mentes.
Empecé a desprender un olor extraño.
No fui el único que cambió, ni el único desesperado por
anidar. Una pieza dentro de nosotros se desbloqueó, y no se
podía deshacer. Algunos nagas temieron el cambio y
huyeron, esperando que el cambio se revirtiera.
Menos a morir en mis manos. Siseo una bocanada de
aire.
—¿Y si no las liberan? —pregunta Azsote, un Culebra,
mientras agitaba su cola.
—Los invadiremos con nuestras armas y los
derribaremos. Tienen que saber que esta tierra no es suya,
no sin un precio —ruge Zaku.
Algunos de los otros machos rugen con él. El Rey Cobra
quiere sangre, de un modo u otro. A un rey, aunque Zaku
no lo sea, no le gusta que le digan lo que tiene que hacer.
Zaku solo es rey de palabra, no tiene más poder ni
dominio que el resto de nosotros.
—Van a pagar el precio con las hembras —dije.
—Ssssí —dijo Azsote volviendo a agitar su cola.
—Quieren nuestra tecnología, nuestras tierras… Les
vamos a dar muy poco a cambio de mucho más —afirma
Zaku.
Observo la instalación, a gran distancia, a través de los
árboles y del paisaje arrasado, con la esperanza de verla.
Una mota roja en medio del verde. Pero no la veo por
ninguna parte desde nuestro punto de vista en lo alto de los
acantilados.
Hace varios días que no la veo. Mis colmillos rebosan
veneno. Necesito verla pronto o podría cometer una locura,
como asaltar el muro de los humanos y enfrentarme a sus
robots solo para echar un vistazo.
Es del mismo color que yo. Nunca pensé que existiera
una hembra así, aparte de mis hermanas. Una que lleva la
Víbora en la sangre.
Me tiemblan las manos por la necesidad de peinar sus
cabellos. Mi nariz pica por enterrarse en su cuello y
sucumbir a su calor.
—Apenas les damos nada y ni se enteran —siseo—.
Mientras que ellos nos dan todo a cambio.
Los otros machos se golpean el pecho y aúllan en señal
de aprobación. La caza que se avecina nos excita. Lo siento
en las venas, con la sangre bombeando con fuerza. Me
golpeo el pecho con el puño y aúllo con ellos.
—¿Cuántas hembras hay? —pregunta Vagan cuando nos
tranquilizamos—. La última vez que lo comprobé, no eran
suficientes.
Sus escamas azules y su cuerpo largo y esbelto son
como los míos, salvo que él es azul donde yo soy rojo.
Vagan pertenece al clan del Coral Azul, gobernante de las
peligrosas corrientes fluviales. Puede que tenga colores
brillantes como yo, pero enfrentarse a él cerca del agua era
una muerte segura.
De todas los nagas reunidos, Vagan es al que más vigilo.
A él y a el Víbora de la Muerte.
Excepto que Zhallaix, el Víbora de la Muerte, no está
aquí. Prefiere matarnos antes que trabajar con nosotros. Es
un enemigo para todos nosotros. No tiene honor ni lealtad.
Despiadado y salvaje, probablemente esté follando con una
roca mohosa y escupiendo veneno en algún lugar de las
colinas. No he visto a Zhallaix desde que apareció la nave.
—Solamente he visto tres —contesta Zaku.
El Rey Cobra es temible, pero yo no lo vigilo como a
Vagan y algunos otros. Un mordisco del Cobra podría
acabar con cualquiera de nosotros. No le vigilo porque sé
que tiene algo de honor en sus frías venas.
Yo no sé si tengo honor. Zaku no solo es honorable,
también es engreído y testarudo. Es imprudente. Todo está
por debajo de él, y se nota en su incapacidad para ayudar a
nadie más que no sea él mismo, incluso con esto. Si Zaku
pudiera robar una hembra humana para sí mismo, no nos
habría reunido. A veces pienso que no es honorable,
solamente demasiado egoísta.
De todas formas, le tendré vigilado. Si Zaku no consigue
hoy una de las hembras, destruirá el mundo. O morirá en el
intento.
¿Y los demás? Me siguen con atención.
Empuño firmemente mi lanza y les miro a los ojos.
—¿Tres? ¡Tres no es suficiente! —grita Vagan—. Somos
al menos siete aquí, y aún más en los bosques. ¿Cómo van a
satisfacernos a todos tres novias?
—No lo harán —digo—. Lucharemos por ellas cuando las
entreguen.
Algunos gruñen, otros sisean en señal de asentimiento.
Nos tanteamos unos a otros, considerando a quién
podríamos eliminar ahora antes de que lleguen los
humanos.
El Culebra de brillantes escamas verdes se desliza hasta
la cornisa.
—¿Por qué no luchar ahora hasta que únicamente
quedemos tres? —sugiere Azsote, en voz baja, mientras
agita la mano.
—¿Por qué no dejamos que las hembras elijan con quién
quieren aparearse? —ofrece otro.
Miro al naga y muestro los colmillos. Es un Cabeza de
Cobre. Es muy callado. Me sorprende oírle hablar.
—No —digo tajantemente.
—Eso no funcionará —dice Zaku al mismo tiempo.
—No respetaré vuestras elecciones —añado—. Si mi
hembra elige a otro en vez de a mí, lo mataré y me la
llevaré.
Al fin y al cabo, no tengo honor.
El Cabeza de Cobre asiente. Sabe que lo que digo es
cierto. Las hembras no pueden permitirse el lujo de elegir,
no ahora que su sola presencia ha creado un fervor insólito.
Nuestros miembros se han llenado de semilla no
gastada, causando presión, provocándonos dolor. Cuando vi
por primera vez a mi humana, mi eje se inundó de semilla,
semilla que ha estado latente durante años, y he tenido que
ordeñar mi eje todas las noches para aliviar la presión.
Si yo sufro, los demás nagas también.
—Tres hembras es un problema —dice Zaku—. Pero creo
que si luchamos por los derechos de apareamiento sobre
ellas, existe la posibilidad de que huyan mientras luchamos.
Es primordial que las hembras no sufran ningún daño.
Sobre todo por nosotros o por nuestras acciones. Puede
que sean todo lo que hay y no podemos perderlas. Debemos
mantenerlas a salvo.
Murmuramos en señal de acuerdo. Me encanta el
pelirrojo de mi hembra, aunque es el único rojo que deseo
ver en ella. No quiero presenciar su sangre fuera de su
ciclo lunar. Si sangra, es porque está herida, y eso significa
que he fracasado…
—Si huyen, los animales podrían matarlas, los cerdosss.
—continúa Zaku—. Podrían resultar heridas…
—Entonces, ¿qué sugieres? —interrumpe Vagan.
—Propongo que nos dispersemos cuando los machos
humanos las entreguen. Así no lucharemos. Sugiero que
huyan, las sigamos y las cacemos. El que atrape primero a
una hembra ganará el derecho a anidar con ella —dice
Zaku.
El silencio se cierne sobre nosotros mientras meditamos
las palabras de Zaku. Es una buena sugerencia, pero no la
mejor. Mi pelirroja ya es mía. Pero los demás nagas querrán
una prueba. Y en una cacería, porque sé que la cazaré, será
una buena forma de demostrarlo.
—Me gusta esta idea —dice primero el Culebra.
—Claro que te gusta —contesta Vagan—. Eres un
cazador del bosque.
—Así es. Eso no cambia que sea una buena sugerencia
—dice Azsote mientras se encoge de hombros.
—¿Y qué pasa conmigo? ¿Y Syasku? Nos va mejor en el
agua. Una caza por tierra nos perjudica —dice Vagan.
A nadie le importan ni Vagan ni Syasku. No lo digo en
voz alta, mis pensamientos son suficientes.
—Hay agua cerca, mucha agua. Si las hembras se
dirigen hacia allí, entonces tenéis ventaja.
—¿Y si no? —pregunta Vagan.
Me vuelvo hacia la instalación, sin preocuparme lo
suficiente como para responder.
—Aceptaré la cacería —dice Syasku, del clan Boca de
Algodón.
Bien. Si el otro naga de agua acepta una cacería,
entonces Vagan no tiene motivos para discutir.
Vagan frunce el ceño.
—Está decidido —declara Zaku—. Cazaremos por el
derecho a anidar con las hembras.
Otra oleada de gritos se eleva en el aire. Levanto mi
lanza y libero un rayo de electricidad hacia el cielo. Esto
me gusta. Voy a ganar. Tengo al destino de mi lado. Un
destino rojo y feroz.
Los otros machos se golpean el pecho, y algunos liberan
sus miembros bien dotados y duros de sus escamas. Las
colas se enroscan y golpean el suelo. Durante un momento
frenético, la excitación y la verdadera camaradería vuelven
a nosotros. Es algo poco frecuente. Somos letales juntos.
Somos letales solos, pero juntos… El mundo temblaría
de miedo.
La excitación no dura. Me vuelvo una vez más para ver
si mi novia está fuera, si la están reuniendo con las otras
hembras para entregarla.
Y por un instante, la veo. Mi corazón se detiene.
La están llevando a una de las máquinas voladoras de
transporte. Otra hembra lucha, patalea y grita detrás de
ella. La levantan del suelo y la arrastran hasta la máquina.
Mi hembra va calmada.
Conoce su destino. Sabe quién la espera
Yo.
El veneno llena mi boca. Mi corazón se acelera con
fuerza.
Los demás han enmudecido y sé que también están
observando.
—Ella es la que quiero —ruge Azsote.
Mi mirada se desvía hacia el Culebra que observa a mi
hembra, y le clavo mi lanza en el costado.
Le ataco, golpeándole con mi cola, derribándolo. Elude
la punta de mi lanza, rodando antes de que pueda
clavársela en las tripas.
—¡Es mía! —rujo, con toda mi furia—. ¡Mía!
¿Cómo se atreve a pedirla? ¿Cómo se atreve siquiera a
mirarla? Azsote contraataca, me golpea con el puño y me
atraviesa el bíceps con sus garras. Una punzada de dolor
estalla. Apenas me doy cuenta, necesitado ver su sangre
salpicando el suelo.
Unas manos nos agarran, separándonos.
—¡Suficiente! —grita Zaku.
Luchando contra su agarre, escupo veneno en dirección
a Azsote. Este empuja a su captor y lanza un grito de
guerra. Furioso, únicamente con su sangre en el suelo y su
espina dorsal en mi mano podré tranquilizarme.
—¡He dicho sssuficiente! ¡Ya vienen! No dejéis que nos
vean luchar —dice Zaku mientras me empuja,
interponiéndose entre nosotros.
Gruñendo, me levanto para luchar también contra el Rey
Cobra, pero él está mirando hacia el horizonte.
Detrás de él, el vehículo de transporte de los humanos
se dirige hacia nosotros. Se desliza silenciosamente por el
aire.
Todos los pensamientos sobre Azsote y los demás
desaparecen de mi mente. Mi hembra se dirige hacia mí.
En unos instantes, la veré de cerca por primera vez. Mi
cuerpo se tensa no solo para luchar, sino también para
cazar. Quiere ambas cosas, a la vez, ahora mismo.
—Muestra la tecnología —ordena Zaku.
Vagan le entrega a Zaku una pequeña caja de metal.
Una recopilación de datos. Algo antiguo que dejaron aquí
los alienígenas. Tanto esta tecnología como los humanos
dieron forma una vez a este mundo, pero durante
incontables años, ambos han sido nuestros. Los tiempos
han cambiado y ahora la tecnología es deseada por estos
humanos que han regresado del cielo.
No me importa la tecnología. Tengo mi guarida, mi arma
y recursos suficientes para que me duren hasta la vejez.
Estas baratijas que les damos a los humanos no son nada
comparado con lo que mantenemos oculto.
El transporte pasa volando junto a nosotros hasta
aterrizar en el claro que hay detrás. Algunos de los machos
se dispersan, preparándose para la próxima cacería.
Cuando el transporte se abre, únicamente quedamos
Zaku, Vagan y yo.
No pienso perder esta oportunidad de ver por fin a mi
hembra de cerca.
Mis colmillos gotean. Sale un hombre vestido con un
traje de combate.
Mi espina dorsal se pone rígida cuando otro hombre le
sigue.
¿Dónde estás, pequeña hembra?
Aprieto las manos.
Entonces la veo y mi mente se queda en blanco.
DOS
ARROJADAS A LAS SERPIENTES

Gemma

—D AISY , cálmate —dice Peter.


—Que te jodan —dice Daisy sollozando más fuerte.
—Llorar no va a cambiar nada. Estás actuando como una
maldita estúpida.
Miro con desprecio a Peter, sentado frente a nosotras en
la aeronave, y aprieto mi brazo alrededor de Daisy.
—¿Puedes culparla? Nos estás echando a los lobos.
—La Tierra ya no tiene lobos.
—Que te jodan —le digo, estando totalmente de acuerdo
con Daisy—. Dijiste que nunca llegaríamos a esto.
—No, tú serás a la que joda una serpiente alienígena. No
yo. La todopoderosa Gemma Hurst, caída en desgracia.
Sabías que esto podría pasar en el momento en que los
lugareños ofrecieron un intercambio. Lo que está en juego
es demasiado importante… —dice Peter.
—¡Solo han pasado unas semanas! Apenas hemos
comenzado nuestra búsqueda…
—La Central de Mando no quiere esperar —dice Peter.
Aprieto a Daisy contra mí mientras miro fijamente a
Peter. No puedo creer lo capullo que se ha vuelto. Llevo
casi dos años trabajando con él y nunca le había visto ser
tan cruel, sobre todo con alguien bajo su mando.
Peter mira fijamente la pantalla que tiene en la mano.
Ni siquiera puede mirarme a los ojos. Sabe que lo que
está haciendo no está bien. Quizá piense que si le odio,
será más fácil para los dos, pero no.
Lo entiendo.
Lo entiendo, y odio hacerlo. La Central de Mando nos
está presionando, exigiendo una solución a su problema
bélico y que les llevemos una solución rápido, ahora que es
seguro viajar a la Tierra. Peter está sintiendo la presión. Se
juega el cuello si no le da a la Central de Mando lo que
quiere.
Es mi cuello también, y el de Daisy. Excepto que no
tenemos un rango tan alto como Peter. No conseguimos lo
que él consigue. Somos prescindibles. O al menos más que
Peter.
Lo que hace sigue sin estar bien, pero lo entiendo, de
una forma deprimente y horrorosa. Deprimente porque casi
puedo perdonarle por esto. Está desesperado, y la gente
desesperada hace auténticas gilipolleces.
Daisy empieza a temblar y cualquier posibilidad de
perdonar a Peter se esfuma al instante.
—¿Y tú, Collins? —digo dirigiendo mis ojos hacia el
segundo al mando de Peter.
Collins está mirando por la ventana, incapaz de mirarme
a mí o a Daisy, igual que Peter. Ni siquiera lo intenta. Su
rostro está inexpresivo, ilegible. Está apagado.
Ninguno de los miembros de mayor rango puede
mirarme a los ojos.
Porque somos nosotras las que hacemos este sacrificio.
Son las mujeres las que están siendo obligadas a renunciar
a sus vidas para salvar al equipo, y ni siquiera llevamos un
mes en la Tierra…
—¿Y yo qué? —murmura Collins, evitando mi mirada.
—¿No te sientes mal por hacernos esto a Daisy y a mí?
¿Cuándo podría ser Shelby la que estuviera sentada aquí
con nosotras? —le contesto.
Shelby es la novia de Collins, y por eso se ha librado.
Por lo visto, Shelby está embarazada. Ese dato salió a la
luz anoche, cuando Peter nos reunió a las tres mujeres y
nos encerró juntas en una habitación. Collins la defendió,
salvándola. No podemos arriesgar un niño, especialmente
cuando ese niño podría convertirse en soldado algún día.
Qué afortunada. Shelby puede quedarse. Con suerte,
ella llegará a la Central de Mando y les dirá lo que está
pasando aquí en la Tierra.
Collins se encoge de hombros, no contesta.
Por supuesto que no. Salvó a la única de nosotras que le
importa. No va a defender a nadie más, no con lo que está
en juego.
Porque hemos sido enviados a la Tierra por una única y
exclusiva cosa: tecnología alienígena.
Es lo único que puede salvarnos en la guerra contra los
Ketts, una especie de alienígenas parecidos a gotas
gelatinosas que son sumamente inteligentes, altamente
adaptables y totalmente capaces de consumir toda la
materia orgánica que encuentran a su paso. Siempre están
hambrientos, y los humanos son una excelente comida.
Nuestras balas perforan su carne, pero no dejan marca.
Nuestros láseres abrasan sus cuerpos gelatinosos pero son
absorbidos. No podemos luchar contra ellos con los puños,
ni con armas como espadas y dagas. Ni siquiera podemos
aplastarlos…
Simplemente se recomponen.
Estamos perdiendo la guerra.
Los Ketts están creciendo, reproduciéndose,
expandiéndose a un ritmo exponencial, cazando a los
humanos como si fueran ganado porque representamos la
única amenaza para su existencia.
Es solo cuestión de tiempo que encontremos la forma de
hacerles daño.
Los humanos sabemos cómo prevalecer.
Lo que nos lleva a Daisy y a mí a ser sacrificadas. Si los
de aquí quieren comernos, experimentar con nosotras, o
algo mucho peor… lo desconozco. Y me niego a
averiguarlo; lo mismo le pasa a Daisy.
Ella es Suboficial, mientras que yo soy la Oficial Jefe de
Comunicaciones de nuestra nave. El Temible se encuentra
ahora fuera de la órbita lunar, escondido en el lado oscuro
para no alertar a los Ketts de nuestros planes en la Tierra.
Hasta ahora, la Tierra era una zona muerta. Un lugar a
evitar a toda costa. De vez en cuando, los humanos
ignoraban la ley espacial y visitaban la meca humana,
aunque la mayoría nunca regresaba. Los pocos afortunados
que lo lograron se transformaron en algo… no humano.
La tecnología alienígena hizo eso, y mucho más. Mucho
tiempo atrás, antes de que yo naciera o de que los humanos
supieran siquiera que existían los Ketts, una especie
llamada Lurkawathianos descendió a la Tierra e hizo un
pacto con la humanidad.
Durante un tiempo, su llegada había sido buena para la
humanidad. Se estableció el primer puerto espacial y se
pudo estudiar a los Lurkawathianos, apodados Lurkers.
Aprendimos sobre el universo y aprovechamos los
beneficios de su avanzada tecnología.
Nos ayudaron a desarrollarnos como sociedad y nos
introdujeron en los viajes intergalácticos. Curaron nuestras
enfermedades y nos proporcionaron recursos que nos eran
escasos.
A cambio, los Lurkers establecieron su propio puerto en
la Tierra y se les permitió estudiarnos.
Durante todo este tiempo de avances, mantuvieron su
tecnología en secreto. Los Lurkers nos dieron lo justo y
necesario para que cumpliéramos con ellos y nada más.
Nos llevaron al espacio, pero nunca nos ayudaron a
expandirnos ni nos permitieron afianzarnos en otros
lugares. Nos disuadieron. Les molestaba que lo
intentáramos.
Según mis discos de historia, éramos como sus mascotas
especiales y querían mantenernos así.
En cuanto a mis antepasados y al resto de la
humanidad… Bueno, no nos gusta que nos digan que no.
—En cuanto la Central de Mando se entere de lo que
está pasando, perderéis vuestro rango, vuestro cargo, y os
despojarán de vuestras credenciales. Ni siquiera tendréis
permitido trabajar como personal de mantenimiento —digo
mirando fijamente a Peter.
Su ceño se frunce, antes de volver a alisarse.
—No entiendes la presión a la que estamos sometidos,
Gemma. La presión a la que yo estoy sometido.
—Intenta hacérmelo entender. Por el bien de todos,
inténtalo —le digo.
Sé que se está enfadando… ¿Pero cuánto?
Él sacude la cabeza y mira por la ventana. Daisy se
limpia los mocos de la nariz y hace lo mismo.
Respiro profunda e inquietamente.
Los humanos se expandieron a pesar de las limitaciones
de los Lurkers. Las relaciones con ellos se deterioraron.
Sanciones, impuestos, matanzas. Al final, los Lurkers,
conscientes de que no se nos podía controlar, nos
ofrecieron un trato a lo Caballo de Troya. Nos ofrecieron
devolver a la Tierra su antigua gloria. Purificar nuestros
océanos, devolvernos nuestros bosques y limpiar nuestros
cielos.
El gobierno aceptó este “trato”, sin darse cuenta de que
hacerlo significaba nuestra destrucción.
Los Lurkers desataron una devastación en el
medioambiente que manipuló y cambió todo aquello con lo
que entró en contacto. Todo murió. Todo.
Aquellos humanos en el espacio fueron los únicos
supervivientes, que observaron cómo nuestro mundo azul y
verde se volvía marrón.
Después, los Lurkers se marcharon, para nunca más
volver a ser vistos. Eso fue hace casi mil quinientos años.
Sin embargo, la tecnología Lurker permanece en la
Tierra, y ahora que esta ha vuelto a ser segura para viajar,
es nuestra para cogerla.
Solo hay un problema: encontrarla.
—Peter, por favor —le insisto, esforzándome por
mantenerme fuerte, cuando por dentro estoy entrando en
pánico, y con mi pulso retumbando en mis oídos.
Peter ignora mi súplica. Me ignora por completo.
El Temible y el equipo de Peter —nosotros— no somos
los primeros en aterrizar en la Tierra en el último siglo, y
no seremos los últimos. Aunque somos el primer equipo
que aterriza cerca de la antigua base militar humana y
Lurker.
Según los registros, eso es lo que era la instalación, la
misma que ahora se hacía pequeña en la distancia detrás
de mí. Acabábamos de empezar a explorar lo que quedaba
de las ruinas cuando se presentó otro problema.
Un escalofrío de miedo me recorre la espalda.
Los lugareños.
TRES
LOS HOMBRES SERPIENTE

Gemma

S E ME REVUELVEN las tripas y trago la bilis que me sube por


la garganta.
Me da un escalofrío y, por más que intento, no puedo
disimularlo, Daisy levanta la vista hacia mí. Nuestras
miradas se cruzan un instante y me devuelve el abrazo. Eso
me consuela.
Únicamente nos tenemos la una a la otra. Hasta ayer,
nunca habíamos hablado. Pero hoy, somos como hermanas.
Intento hacerme la fuerte, pero es difícil. Estoy
asustada. Sé lo que nos espera cuando Peter y Collins nos
entreguen. Sé quién estará allí.
Él.
La criatura de escamas rojas que se esconde en los
bosques al otro lado de la instalación. Lo vi el primer día
que llegué. Se había considerado que la instalación era
segura y estaba despejada, Peter y sus guardias habían
inspeccionado el lugar con suficiente detenimiento y el
resto de la tripulación tenía permiso para abandonar la
nave de transporte.
Ni siquiera había bajado de la rampa de la nave cuando
le vi. Se ocultó entre las sombras de los árboles, más allá
de nuestra zona.
Sus ojos oscuros se clavaron en los míos y supe al
instante que era él, su gran físico era inconfundible. He
visto muchos mundos alienígenas e incluso me he
encontrado con un Kett. A pesar de ello, nunca había
conocido a un ser como el del bosque. Como él.
Se suponía que en la Tierra no había vida inteligente. O
vida humana en realidad, pero no puedo negar lo que vi.
Un macho mitad humano, mitad serpiente, que me
observaba fijamente.
Se me eriza la piel con solo recordarlo.
Era grande y de color rojo rubí, un rojo que nunca había
visto en otro ser. Era como una joya, un destello raro y
deslumbrante entre el verde del bosque, y me sorprendió
descubrir más tarde que yo era la única que lo había visto.
¡Porque era enorme! Tenía rasgos humanos, con el
pecho y la musculatura de un hombre. Aunque no pude
verlo entero, ahora sé que tiene cola, porque poco después
de verlo, otro de los alienígenas se acercó a nuestra
instalación para hablar, provocando un revuelo.
Y la serpiente macho que se atrevió a entrar en la
instalación tenía la cola más grande y larga que jamás
había visto. A diferencia del temible demonio rojo de los
árboles, el que visitó las instalaciones era amarillo con
rayas marrones oscuras y negras. Tenía una enorme
capucha.
Me mordí la lengua.
Habíamos invadido sus tierras y ahora querían una
compensación. Era eso o la muerte.
El alienígena a rayas tenía la tecnología que estábamos
buscando. Y sabía dónde estaba.
Y, además, sabía cómo utilizarla. O eso fue con lo que
nos amenazó. Fue suficiente para captar la atención de
Peter.
Ahora mismo, la tecnología perdida de los Lurkers es lo
más codiciado a este lado del universo.
¿A quién le importa que Daisy y yo seamos el precio a
pagar? Ella está callada debajo de mi brazo, espero que no
haya entrado en estado de shock.
¿Y yo?
Miro por la ventanilla de la aeronave mientras
descendemos. Hemos volado hasta una meseta donde hay
un claro. La aeronave aterriza sin hacer ruido, e
inmediatamente busco a los lugareños.
Trago con fuerza, a pesar del nudo de miedo que tengo
en la garganta, veo al rojo y el corazón me da un vuelco de
golpe. Mirándome fijamente a mí y solo a mí, sus ojos
ennegrecen, robándome la conciencia por un instante.
¿Cómo puede verme? El cristal está tintado.
Sus ojos son más oscuros de lo que recuerdo, negros
como el abismo y enmarcados por profundos tonos rojos.
Por encima, un mechón de pelo negro y corto. Sostiene una
lanza, y mientras mis ojos recorren su cuerpo, se levanta
sobre su cola, pavoneándose como si supiera que le estoy
mirando…
No puede verme a través del cristal, ¿verdad?
Apenas me fijo en los otros dos machos que están a su
lado. No quiero verlos. Ya tengo suficientes preocupaciones
de las que ocuparme. Uno es el macho que nos amenazó, su
complexión gigantesca y su extraña capucha son
inconfundibles, y el otro es de un azul zafiro profundo, con
un rostro de un sorprendente color naranja que
prácticamente resplandece entre el matiz de sus escamas
azul índigo.
La puerta de la aeronave se abre, y agarrándome del
brazo, Peter me saca a rastras. Daisy es arrastrada a
continuación entre gritos. Aparto los ojos del grupo.
No sé muy bien qué va a pasar a continuación,
solamente sé que no quiero que el rojo me atrape… Él no.
Si corro, tengo la posibilidad de llegar a la nave de
transporte. No quiero que ninguno de ellos me atrape,
especialmente el rojo.
Me mira como si ya fuera suya.
Solo tiene ojos para mí. No ha mirado a Daisy, ni a Peter,
ni a Collins, ni una sola vez.
Se me hace un nudo en la garganta.
Me ha estado atormentando. Me ha hecho cosas
terribles mientras dormía. Me ha hecho gritar, suplicar y
correr como si mi vida dependiese de ello. La única razón
por la que no huyo ahora es porque no quiero que Peter me
dispare por la espalda. Porque lo hará.
Daisy se limpia la nariz con el dorso de la mano y se
endereza. Estoy orgullosa de ella. Ojalá pudiera estar
también orgullosa de mí misma.
Tengo miedo, mucho más del que me gustaría admitir.
—¿Todavía tienes el cuchillo que te dio Shelby? —le
susurro.
—Sí —afirma Daisy.
—Bien.
Aunque me tiembla la voz, ella no lo nota.
Collins echa un vistazo y yo me callo hasta que se vuelve
hacia los alienígenas. Les está hablando. No le escucho,
sino que analizo nuestro entorno.
La meseta en la que estamos está en lo alto de una
montaña, pero hay posibles senderos a lo largo de los
salientes para descender rápidamente de ella. Si Daisy y yo
corriéramos hacia uno de ellos, podríamos llegar
rápidamente a las instalaciones, aunque estaríamos
expuestas durante toda la bajada. No solo eso, abajo hay un
río que también tendríamos que cruzar. Si consiguiéramos
llegar hasta allí, tendríamos la cobertura del bosque al otro
lado. Únicamente hay un camino desde esa dirección, y
todos los alienígenas seguro que lo conocen, porque el
bosque se encuentra en un desfiladero y a cada lado… solo
hay montañas.
Montañas y bosque hasta donde alcanzaba la vista.
Los acantilados nos impedirán a Daisy y a mí escapar
rápidamente de vuelta a las instalaciones, pero delante y a
ambos lados de nosotras, más allá del claro, hay salientes y
bosque. Tendremos que desviarnos, y hallar una ruta
diferente, si queremos escapar de este destino.
Necesitaremos la protección de los árboles para tener la
mínima esperanza.
—Nos mantendremos juntas —le digo a Daisy—.
Podemos salir de esta.
—¿Cómo?
—A la primera oportunidad que tengamos, echamos a
correr, y luchamos —digo bajando la voz—. Cuando
estemos en los árboles, los que están a nuestra izquierda,
podremos escondernos. Desde allí regresaremos a las
instalaciones.
—Es inútil —dice Daisy sin aliento—. Peter, Collins y los
demás nos entregarán.
—No si llegamos primero a Shelby. No si vamos
sigilosamente a la nave de transporte y enviamos un
mensaje a El Temible. No saben lo que pasa aquí abajo.
—¿No lo saben? —pregunta Daisy mientras se detiene.
—No.
Veo el brillo de esperanza que asoma en sus ojos al oír
mis palabras y mi propia esperanza crece.
—Solo tenemos que conseguir llegar. Eso es lo único que
tenemos que hacer.
—Vale.
Peter y Collins se vuelven hacia nosotras, y yo cierro la
boca. Sujetándonos a Daisy y a mí, nos obligan a
acercarnos al lugar donde nos esperan los alienígenas.
Nos han despojado de todo, excepto de la ropa que
llevábamos puesta. Peter no nos permitió llevar una
mochila ni traer nuestros equipos de comunicación. Shelby
nos pasó unos cuchillos de contrabando esta mañana y los
escondió en las duchas que nos permitieron utilizar por
última vez antes de obligarnos a subir a la aeronave.
El grandote de la capucha lleva una caja metálica en las
manos. Cuando su mirada se posa en mí, frunce el ceño, y
cuando ve a Daisy duda. Sus ojos se endurecen y se tensa
al sujetar la caja.
—Eh, tú —sisea.
Daisy se estremece.
—¿Dónde essstá la tercera hembra? —grita de repente
el macho, levantando la cabeza. Su capucha se agita.
Collins se pone rígido.
—No os pertenece.
—Se nos prometieron tres hembras —dice otro macho,
el de las escamas azules y negras, con un estallido de color
naranja brillante en la cara—. Dadnos a la tercera o nos
llevaremos nuestros secretos a la tumba.
—Ella no os pertenece —responde Collins—. Está
embarazada de mí y vamos a casarnos pronto.
—¿Crees que me importa? Seguimos queriéndola. Es
nuessstra —dice el azul enroscando su cola.
—La tercera hembra puede quedarse contigo. Nosotros
nos quedaremos con estas dos —dice el macho rojo
acercándose.
No quiero mirarle. Me niego. Pero por mucho que lo
intento, mis ojos se deslizan hacia él. Nuestras miradas se
encuentran y mis miembros se contraen con fuerza.
Sus facciones afiladas y exóticas llenan mi visión, con
gruesas cejas curvadas y músculos delgados cubiertos de
crestas y escamas. A pocos metros de donde estoy,
esperando a que se acerque y me encadene, me quedo
petrificada. Aunque quisiera, no podría huir. Y eso es lo que
quiero.
Quiero huir lejos, muy lejos.
Es magnífico, con una belleza mortal destinada a una
sola cosa: atraer a presas estúpidas como yo.
De pie junto a los otros dos, es el más alto. Su cola le
eleva del suelo. Puede que no esté repleto de grandes
músculos como el macho con capucha, pero está
musculoso. No creo que mi pequeño cuchillo vaya a
servirme de nada.
—¿Solamente dos? —se burla el azul—. ¿Dos por las que
luchar? ¿Sabes cuántos de nosotros están esperando en los
árboles? ¡Tres ya no eran bastantes! Será un baño de
sangre.
—¡Basta, Vagan! —dice el amarillo y negro—. No
separaremos a una hembra gestante de su pareja. Las
hembras no deben sufrir ningún daño, y eso va también por
la que está fuera de nuestro alcance —Mira fijamente a los
hombres—. De momento.
Collins tiembla a pesar de sus mejores intentos por
ocultarlo.
Vagan gruñe, pero no discute más.
—Entonces, ¿aún hay trato? —pregunta Peter.
Le odio.
—Trato hecho.
—Entrega la caja y te dejaremos con ellas.
Odio a Peter más aún, si cabe. Quiero retorcerle el
cuello con las manos y apretárselo.
El alienígena negro y marrón empuja la caja hacia Peter.
—Cógela y marchaos —dice.
Los minutos siguientes transcurren a toda velocidad.
Daisy rompe a sollozar cuando Peter y Collins entran en la
aeronave, negándose a escuchar sus súplicas. Permanezco
atónita, temerosa de moverme, deseando más que nada
coger mi cuchillo y luchar. Hasta que la aeronave no se
aleja y vuelve a reinar un tenso silencio, no me doy cuenta
de que tres machos enormes y aterradores nos miran
fijamente a Daisy y a mí.
Sus ojos se deleitan con nuestra carne. Sus posturas
están firmes y preparadas.
Se me contrae el pecho y desvío la mirada.
Me deslizo hasta el lado de Daisy y la ayudo a
levantarse, agarrándola con fuerza, entrelazando los dedos.
—Tenemos que ser fuertes —susurro, aferrándome a ella
—. Todo depende de nosotras.
En realidad, depende de mí. Soy mucho más fuerte que
Daisy. Ella me buscará para que la ayude.
Me trago el miedo y devuelvo la mirada a los machos.
—¿A… Ahora qué? —pregunto, apretando la mano de
Daisy.
—Ahora… —sonríe perversamente el rojo, dirigiéndose
única y exclusivamente a mí—. Cazamos.
CUATRO
CARNE TIERNA

Gemma

A RRASTRO A D AISY CONMIGO , a través del bosque. Los árboles


son espesos, los arbustos son tan densos que mi ropa se
desgarra y se engancha en las ramas a cada paso. Mi piel
se araña cuando unas ramitas afiladas raspan mi carne.
No sé si llevamos corriendo horas o minutos.
Ya no veo el bosque ni nada en él. Únicamente le veo a
él. Sus intensos ojos de serpiente y sus labios afilados. Veo
el miembro duro y de color naranja brillante del macho
azul, demasiado larga para caber en cualquier hembra
humana sin experimentar una horrible incomodidad. Fue
en ese momento cuando supe que Daisy y yo íbamos a ser
esclavas, o algo peor. No quieren comernos, ni
experimentar con nosotras… Quieren utilizarnos.
Una ramita me corta en la mejilla y me sobresalto,
tropezándome. Daisy me atrapa y avanzamos.
A la mierda lo de razonar con ellos.
Otra rama de gran tamaño me abofetea en la cara, y
caigo hacia atrás aturdida. Daisy me tira del brazo y me
obliga a seguir adelante.
—¡No te detengas! ¡No podemos parar!
En ese momento la adoro más que a nada. Ahuyentando
el dolor, corro tras ella. Mataría por ella.
Oigo siseos detrás de mí.
—Daisy —jadeo—. ¡Me están alcanzando!
—¡No pares! —grita.
El siseo se hace más fuerte, y con él, el estruendo de los
machos luchando. Sus rugidos salvajes me aterran.
Al divisar un saliente más adelante, nos dirigimos
directamente hacia él. Daisy me suelta y sube ella primero.
Le sujeto el pie y la empujo hacia arriba. Cuando llega mi
turno, salto y trepo, pensando que Daisy me cogerá de la
mano y me ayudará. Como no lo hace, subo el resto del
camino por las rocas.
Me pongo en pie y la busco.
—¿Daisy? —jadeo entrecortadamente.
No hay respuesta.
—¡Daisy! —grito.
Un grito estridente responde por delante de mí.
—¡Daisy! —susurro, sacando el cuchillo de debajo del
borde de los pantalones, donde lo tengo atado a mi pierna.
—¡Daisy! —grito, esperando que responda—. ¡Ya voy!
No vuelve a gritar. La llamo una docena de veces más,
sin obtener respuesta. No dejo de gritar, aunque sé que ya
se ha ido. Miro a mi alrededor con desesperación,
esperando encontrar señales o huellas de paso. Pasan unos
minutos y mi locura va en aumento.
La han atrapado.
Y si la llamo, los alienígenas vendrán a por mí.
—Joder —respiro, deteniéndome. Intento tranquilizarme,
apoyando la mano en el tronco de un árbol cercano y
cerrando los ojos.
—Joder, joder, joder —repito—. La he perdido.
Golpeando el árbol varias veces con los puños, me calmo
un poco.
No puedo quedarme aquí.
Miro a mi alrededor y veo bosque por todas partes. No
sé qué hacer sin Daisy. Ni siquiera tuvimos la oportunidad
de discutir qué hacer si nos separábamos. No veo ni el
cielo. No tengo ni idea de dónde estoy ni de qué dirección
debo tomar.
Me brotan lágrimas de los ojos.
No seré como una yegua de cría para ellos.
No pienso hacerlo.
Temblando, levanto el cuchillo y lo apunto a mi pecho.
Tiemblo, sujetando el mango del cuchillo con las palmas
sudorosas.
Pongo la punta contra mí y aprieto los dientes. Me
tiembla la mano.
—Hazlo —susurro—. Puedes hacerlo.
Algo me golpea la mano y el cuchillo sale volando.
Levanto los ojos y veo al macho rojo ante mí.
—No me dejarás tan pronto, hembra —gruñe—. No
ahora que por fin eres mía.
Me tambaleo hacia atrás.
Sus palabras son roncas, acentuadas, primarias, pero
claramente hablan la lengua común. Caigo hacia atrás,
golpeándome contra el árbol que tengo detrás. Me cubro el
pecho con las manos mientras el macho se desliza hacia mí.
Lleva una lanza en una mano. Recuerdo vagamente haberlo
visto en el acantilado.
Una larga cola roja se agita detrás de él. Un tentáculo
cubierto de escamas rubí. Creo ver sangre salpicada en
ellas…
—No soy tuya. Nunca seré tuya —le digo entre jadeos.
Su ceño se frunce.
—Oh, pero si ya lo eres. Únicamente que no lo sabías
hasta que me conociste.
Se aproxima, con ojos codiciosos, y se inclina hacia mí.
Retrocedo todo lo que puedo hacia el tronco del árbol.
—No te conozco.
—Ahora sí. Ya nos conocemos.
Su mano está a punto de tocarme, y giro la cabeza hacia
un lado. ¿Estará fría o caliente? ¿Me dolerá? ¿Me arrancará
la ropa y me tomará? ¿O me tocará suavemente?
No tengo la oportunidad de averiguarlo. Mi visión se
nubla, y me levantan del suelo.
El aire fluye sobre mi piel. Un rugido estalla en mis
oídos, debajo de mí. Jadeando, descubro que no tengo una
mano encima, sino dos. Me sujetan con fuerza por debajo
de las axilas y vuelo por el aire.
No por el aire… Estoy rebotando entre las copas de los
árboles.
El macho rojo es una mancha en el suelo del bosque,
mientras me sacuden de una rama a otra. Chispas de luz
salen disparadas hacia nosotros, procedentes del extremo
de su arma. Se me revuelve el estómago y siento el sabor
de la bilis.
—¡Azsote! —Su terrible grito sacude las hojas—.
¡Morirás por esto! —grita—. ¡Veré tu sangre filtrarse en la
tierra y tu cuerpo pudrirse! Veré cómo los gusanos se dan
un festín con tus entrañas.
Me falta el aliento. Las hojas pasan a toda velocidad a
mi lado. Tardo un instante en forcejear con las garras de
este otro macho.
—Para —me ordena el que me sujeta, balanceándose de
un árbol a otro—. ¡O te caerás!
Lucho con más fuerza, y cuando el macho me arrastra
bajo el hueco de su brazo, pataleo y grito, arañando sus
escamas allí donde puedo alcanzarlas. No me importa
hacerle daño. Quiero que me suelte.
Gruñe y maldice cosas que no entiendo, tratando que me
detenga. Prefiero caerme a que me priven de mis
decisiones. El desenfoque, las sacudidas, y el tirón de mí
debilitan mi ataque. Me estremezco, con el pelo
golpeándome los ojos.
—¡Hembra, te vas a caer! —me grita.
Me tira hacia delante, me gira hasta que estoy cara a
cara con un macho verde brillante de ojos negros. Me
aprieta contra su pecho y yo retrocedo para atizarle con los
puños.
—¡Suéltame! —grito.
—¡Estás sssegura conmigo! No te haré daño.
No quiero oírle.
—¡Entonces suéltame!
—Jamás.
—¡Azsote!
Oigo el estruendo del rugido furioso del macho rojo. Una
voz llena de tanta rabia que me llega hasta la médula de los
huesos. Por fin me quedo quieta.
El macho verde también se pone rígido, los labios se
tuercen en un gruñido. Tiene unas escamas pequeñas y
brillantes a los lados de la cara, que se mueven con las
arrugas de su piel. Me concentro en ellas para detener mi
repentino mareo.
Abro la boca para gritar, y él me hace girar y me tapa los
labios.
—Silencio —me exige—. O él te oirá.
Mis fosas nasales se agitan.
Bien.
Que venga el rojo y empiece una pelea. Me dará otra
oportunidad de escapar.
Ladeo la cabeza y muerdo la mano del macho verde tan
fuerte como me es posible. La sangre entra a borbotones
en mi boca cuando mis dientes perforan su carne. Grita y
se aparta.
Entonces yo grito con todas mis fuerzas.
El macho me sacude con fuerza mientras me revuelvo.
—No quiero hacerte daño —grita.
—¡Ya lo has hecho!
Hasta hace un día, era un miembro respetado del
ejército. Estaba en lo más alto de mi campo, Oficial Jefe de
Comunicaciones del Puente de Mando de El Temible. Un
puesto muy codiciado que me había ganado con esfuerzo.
Había pasado años sirviendo, ascendiendo poco a poco de
rango, tomando clases, realizando todos los cursos de
formación que me ofrecían para ampliar mi currículum.
Fue un trabajo arduo y agotador. Sacrifiqué relaciones,
dejé a mi familia para mejorar mis posibilidades de ser
tripulante del puente.
Me gané mi puesto en la cima y pienso conservarlo.
Es mío.
No he sacrificado mi juventud únicamente para que
Peter me utilice como sacrificio humano. No soy un trozo
de carne para intercambiar.
Me agito frenéticamente. Veo un destello rojo que viene
directo hacia nosotros a través de los árboles, y es
suficiente para que afloje su agarre.
—¡No! —grita.
Pero es demasiado tarde, me deslizo por su cuerpo liso y
escamoso. Sus manos tiran de la tela de mi camisa,
rasgándola mientras sigo cayendo.
—¡Vruksha! Cógela —brama—. ¡Ahora!
El aire sopla sobre mi piel cuando me libero de su
agarre. ¡Sí! Cierro los ojos con fuerza ante el doloroso
impacto que sé que se avecina. Ya sean ramas o el duro
suelo, me dolerá muchísimo, si es que no me mata.
Dos grandes brazos me aprisionan, sacudiendo todo mi
cuerpo. Me envuelven protectoramente, estrechándome
contra un pecho firme y musculoso. Lo siento bajo mi
mejilla cuando me aprieta contra él.
Me aterra.
Sigo esperando el impacto que se me ha negado.
—Has intentado apoderarte de ella y has perdido. Vete
ahora o muere —dice el macho que me sujeta—. Se ha
caído, ha estado a punto de morir en tus garras a los pocos
minutos de que la atraparas. No mereces una hembra.
Un siseo llena mis oídos.
—Esss una luchadora.
—Todas las hembras lo son hasta que anidan.
Otro siseo.
—¿Y crees que mereces ese honor por atraparla?
—La he atrapado dos veces y la atraparé una tercera si
intentas llevártela de nuevo. Luchemos y acabemos con
esto de una vez.
Abro los ojos de golpe. El macho rojo me estrecha
mientras el verde, Azsote, como le llama el rojo, está a
varios metros. Sus ojos se encuentran con los míos. No
puedo evitar esquivar la furia y la angustia que hay en
ellos.
No creo que pueda escapar de él otra vez. No cometerá
el error de dejarme caer por segunda vez.
—No me tengas miedo —dice Azsote, suavizando su
conducta. Tal vez percibe mi terror.
El macho rojo me aprieta más.
—¡No hables con ella! Vete ahora o muere.
Azsote levanta la barbilla.
—¿Por qué no dejas que ella elija?
Mis ojos se abren de par en par. ¿Elegir? ¿Me dejarán
elegir? Eso me da esperanza. Eso significa que se puede
razonar con ellos.
—No.
—¡Déjame elegir! —jadeo, liberando por fin mis
articulaciones para sacudirme en sus brazos—. ¿Por favor?
Se tensa y me mira. Hay duda, y algo más, en su mirada.
Estos alienígenas son listos. Más listos de lo que
deberían ser. Se parecen a nosotros, más o menos. Hablan
la lengua común, aunque tienen un acento muy marcado.
¿Qué más pueden hacer? ¿Qué saben?
En mi mente se forma un plan. Me iré con uno,
aprenderé lo que pueda, encontraré la tecnología
alienígena y la robaré. La llevaré a las instalaciones y
salvaré a Daisy en el proceso. Y cuando esté de vuelta con
mi gente, me pondré en contacto con El Temible y le
contaré la traición de Peter y Collins.
Parte de mi miedo se esfuma a medida que el plan está
más claro. Solo necesito mantener las piernas cerradas en
el proceso. Solamente necesito sobrevivir hasta que tenga
la oportunidad de llevarlo a cabo.
—Déjame elegir —susurro de nuevo mientras los ojos
negros del macho rojo se clavan en mí.
Tiene escamas en la cara como el otro, pero también
tiene crestas a los lados de la mandíbula. Esas crestas
bajan también por sus hombros.
—Eres mía —me advierte—. Eres mía desde que saliste
de tu nave.
Me recuerda.
—Deja que ella elija, Vruksha, y no será necesario
derramar sangre. Si te elige a ti, te dejaré en paz, y si me
elige a mí… lárgate y aprovecha tu oportunidad de
conquistar a la otra hembra humana.
Se llama Vruksha.
—Ella se llama Daisy —digo, pensando aún en mi plan.
—Daisy —dice Azsote—. Qué nombre más raro.
No me pregunta el mío.
Una rama se quiebra a lo lejos, seguida de varias más.
Se oye ruido de hojas y piedras sueltas. Los machos se
enderezan. La tensión se apodera del lugar.
Vienen otros.
Azsote baja la voz, apresurado.
—Vienen más, Vruksha. Podemos luchar, dejar que nos
superen y luchar contra los demás. O podemos dejarla
elegir y marcharnos antes de que lleguen.
El macho rojo, que ahora sé con certeza que se llama
Vruksha, sigue observándome. Con fuerza. Me retuerzo en
su agarre porque es todo lo que puedo hacer. Ya no tengo
un cuchillo que clavarle en el corazón. Sus ojos oscuros se
deslizan de mi cara a mi cuerpo, deteniéndose en mi
camisa rota. Alargo la mano y tiro de ella para ocultar mi
piel.
No me gusta que me mire. No quiero saber qué pasa por
su mente.
—Vale —dice—. Elígeme, como sabes que debes hacer.
—Déjame bajar primero —le insto.
—No.
—Bájala —retumba Azsote.
—Nunca —gruñe Vruksha.
El crujido de las hojas se aproxima.
—¡No tenemos tiempo!
No me parece ideal que haya más machos. Los dos a los
que me enfrento son suficientes. Me retuerzo aún más,
esperando una escapatoria.
—Me va a elegir a mí, así que ¿por qué iba a liberarla?
—gruñe.
Que le jodan.
—Elijo a Azsote —anuncio, encontrando mi voz
sorprendentemente moderada dada mi circunstancia.
Los dedos de Vruksha se tensan sobre mi piel. Sus labios
se retraen para revelar dos colmillos curvados.
—Dámela —dice Azsote sonriendo, acercándose a
nosotros.
Vruksha no aparta la mirada de mí. ¿Tiene la traición
grabada en sus rasgos? Se me revuelven las tripas. Me
alejo de él.
Azsote es la mejor opción. Está más dispuesto a ceder.
Será más fácil de manipular. Pienso, a pesar de la
sensación de malestar que siento en el estómago. Se me da
bien juzgar a la gente… a las personas, no a los alienígenas
mitad humanos, mitad serpientes.
—Azsote, ¿no? —dice Vruksha, con una voz tan baja que
me hace reflexionar—. ¿Es él a quien quieres?
Me estremezco.
—Quiero volver a casa —consigo decir—. No os quiero a
ninguno de vosotros.
—¡Ya ha elegido! Entrégamela y lárgate —arremete
Azsote.
Vruksha aparta sus ojos de los míos. Sus músculos se
tensan.
Azsote, al darse cuenta, enseña los colmillos en
respuesta. Sus posturas cambian, las colas se adelantan
con las puntas afiladas. Vruksha coloca su lanza frente a
mí, protegiéndome, y afloja su agarre sobre mí al hacerlo.
—Entonces luchemos —murmura Azsote, retrocediendo.
Vruksha levanta su arma y la blande en arco. La punta
brilla de color amarillo y chisporrotea. Corta las ramas de
arriba y las hace caer al suelo.
Azsote grita, claramente ofendido por el cambio de
Vruksha en el campo de batalla.
Vruksha despega, llevándome hacia el bosque. Extiende
su lanza con la mano libre para cortar ramas y árboles,
despejando nuestra ruta. Lucho por liberarme de su agarre
y, al mirar el bosque tras nosotros, va dejando una estela de
ramas y árboles caídos.
Miro fijamente la destrucción.
La rabia de Azsote se oye por encima de los chasquidos,
los crujidos y los choques.
¿Tener elección? Era demasiado bueno para ser
verdad… Me llevo las manos a los ojos, impidiendo que mis
lágrimas fluyan, aferrándome al mínimo de calma que
había recuperado.
Poco después, Vruksha saca su lanza y la luz que emana
de ella mengua. Vuelve a ser solo un primitivo palo de
madera. Seguimos deslizándonos por el bosque a
velocidades de vértigo, y no puedo ver bien el arma.
Solo sé que la quiero.
La destrucción nos sigue durante un tiempo, al igual que
los gritos de Azsote.
Cuando dejamos atrás sus gritos, Vruksha solo acelera
más. El borrón de los árboles me marea y me vuelve un
poco loca. La luz del sol se atenúa, anunciando la noche.
Aún no estoy tranquila, pero consigo contener las lágrimas.
Hay un olor extraño y embriagador que me llama la
atención. Al volver la cara hacia el pecho de Vruksha, me
inunda la nariz.
El agotamiento me invade mientras respiro su aroma.
No hay escapatoria, no ahora. No de noche, a oscuras. Y
menos sin armas y en una tierra extraña. Todos mis años de
entrenamiento no pueden ayudarme aquí.
Me siento inútil y agotada. Me acomodo en los brazos de
Vruksha y cierro los ojos. Se me llenan de lágrimas.
No quiero escapar, ahora no. No mientras esté oscuro.
Lo haré mañana.
No puedo rendirme.
CINCO
MALA COMUNICACIÓN

Vruksha

M I HEMBRA se hunde contra mi pecho mientras huimos


hacia mi guarida. No está cerca, a un día de viaje de donde
se encuentra la base humana. Puedo llegar si viajo durante
la noche.
Aunque contemplo la posibilidad de volver atrás para
partirle la cabeza a Azsote, sigo avanzando. Mi honor y mi
orgullo no significan nada para mí en este momento, no
mientras tenga a mi hembra en mis brazos.
Tiene cortes y golpes causados por los palos y hojas.
Huelo las pequeñas manchas de sangre en sus arañazos.
Se supone que no debe sangrar, nunca, a menos que sea
su ciclo lunar. No estoy preparado para ver sangrar a mi
hembra de ninguna otra forma. Volver para enfrentarme a
Azsote está descartado. No puedo arriesgar ni una gota
más de su sangre.
Hay depredadores y oscuridad a los que hacer frente. La
sed de sangre ocupa mi mente a pesar de sus heridas, y
espero que nos encontremos con osos o, mejor aún, con los
monstruos del bosque. Mi hembra eligió a otro: Azsote, de
entre todos los nagas. Es un contendiente como cualquiera
de nosotros, aunque no es tan feroz ni tan temible como yo.
En cambio, es astuto y reservado.
¿Pero Azsote? Un gruñido brota de mi garganta. ¿Lo
eligió a él? Mi sed de sangre nace de la necesidad de
borrar su existencia de este mundo.
Tengo suerte de tener mi lanza. Un arma como la mía es
rara, y me dio ventaja contra ese Culebra. Azsote podría
haberse camuflado entre los árboles y asestar un golpe
mortal sin ella.
Mis ojos se desvían hacia arriba.
Azsote podría estar escondido en las ramas de arriba,
siguiéndome en silencio. No puedo perder la cabeza en
recuerdos y fantasías. Es un enemigo peligroso desde las
sombras, una serpiente escurridiza. Su coloración está
hecha para tal ventaja. Un mordisco suyo me dormirá y me
revolverá el estómago. Estaré inconsciente durante horas.
Me arrebatará a mi hembra. Y no puedo permitir que
eso ocurra.
Solamente pensarlo me provoca una gran tensión.
Ella suspira, acomodándose aún más entre mis brazos.
Un calor pesado y triunfante invade mi pecho.
Nunca había sentido esta sensación, esta locura que
surge cuando pienso en esta hembra. Me dan ganas de
volver atrás y partirle la cabeza a Azsote por tocarla,
cortarle la cola y rebanarle su piel escamosa. Llevaría
siempre conmigo el cráneo del Culebra, como lección para
cualquier macho que pensara en robarme a mi hembra.
Y luego quemaría su piel en una pira hasta que sus
escamas se marchitaran y se convirtieran en ceniza,
haciendo que mi hembra lo viera.
Él la tocó y estuvo a punto de robármela.
La aferro más fuerte.
Puede que incluso lo hubiera conseguido si ella no me
hubiera llamado.
Tenía que ser para mí.
Oh, sí.
Me llamaba a mí.
Aun así, esa sensación palpita en mi pecho. Quiero
matar, reclamar, marcar mi territorio con las cabezas de los
infractores y mostrar mi hermoso premio para que todos lo
vean.
Celos…
La palabra resuena en mi cabeza. Así que esto es sentir
celos…
No es un sentimiento que me guste. Es una combinación
de locura y frustración. Ya estoy frustrado. No necesito
perder la cabeza en el proceso.
No cuando mi mundo es casi perfecto y mi futuro es
prometedor. ¿Por qué no puedo quitármelo de la cabeza?
Me tomo un breve descanso y miro a mi hembra para
asegurarme de que está bien.
Tiene los ojos cerrados y su respiración es ligera. Está
dormida. Tiene el rostro cubierto por la sombra, la nariz
pegada a mi pecho con los brazos inertes.
La opresión me estrangula el corazón, apretándolo hasta
casi asfixiarme. Ella es todo lo que he querido, todo por lo
que he luchado en esta larga vida mía. Y es tan pequeña,
sin escamas, colmillos, garras ni cola con los que
defenderse. Ya estoy enloqueciendo ante la posibilidad de
perderla.
Y la cosa va a peor, ya que casi la pierdo por culpa de
otro. El primer día.
Ella lo eligió a él.
Se me crispan los dedos.
No importa. Ella no tiene elección. Nunca la tuvo.
Cuando esté dentro de mi guarida, sabrá que me
pertenece a mí y solo a mí. La cuidaré como a mi mascota y
la trataré como a una hembra, una rareza preciosa. Le
demostraré que somos el uno para el otro. Que yo soy un
macho, un guerrero y un amo, y ella es una mujer. La
llenaré con mi semilla y la marcaré con mis colmillos.
Nunca volverá a mirar a otro macho. Humano, naga u otro.
¿Y si lo hace? Lo hará con asco.
Esa imagen alivia parte de mis celos. Acerco su cuerpo
dormido a mi pecho, con cuidado de no magullarle la piel.
Tengo una hembra. ¡Una hembra!
Mis brazos se tensan aún más. Si se magulla, se lo
besaré.
Si me salgo con la mía, nunca volverá a ver a otro
macho. Me verá a mí y solo a mí a partir de ahora. Su
mente se consumirá conmigo; yo me encargaré de que así
sea. No querrá otra cosa que cantar mi nombre, lamiendo
el exceso de semilla de mis escamas.
Se me endurece pensando en lo que vendrá.
Decido que ella tendrá que disculparse por su elección
con la lengua. Mis celos se desvanecen por completo al
saber cuánto necesitará usarla para que la perdone.
Mis ojos recorren su rostro sin escamas, grabándolo en
mi cabeza. La había escogido en cuanto bajó de la pequeña
nave en la meseta. Verla tan de cerca ahora era distinto…
Quiero estudiarla, pero el bosque no es seguro. Ahora está
tranquilo, aunque puede que no siga así, e incluso la
tranquilidad atrae monstruos. Con ella en brazos, somos un
blanco fácil para cualquier bestia hambrienta.
Busco un lugar seguro con suficiente luz de luna para
verla.
Al divisar un claro a mi izquierda, me dirijo en esa
dirección. Me topo con una estructura metálica oxidada del
viejo mundo y la tanteo con la cola. La estructura está
recubierta de plantas. Se sostiene cuando la golpeo.
Cuando me acerco, la reconozco como uno de esos
vehículos con los que viajaban los humanos. Un coche, uno
grande.
Fuera de las montañas, hay miles de ellos esparcidos
por los páramos.
Coloco con cuidado a mi hembra en el suelo del bosque
y busco la puerta, que localizo rápidamente. Utilizo mi
lanza para cortar los tallos y retirar las lianas que
mantienen el vehículo cerrado. Una vez fuera, tiro de la
manilla.
La puerta se desprende con un crujido.
Mi hembra gime.
Me detengo, esperando por si se despierta.
Afortunadamente, no lo hace. Me vuelvo hacia el vehículo,
dejando a un lado la puerta rota, ahora en ruinas, y levanto
suavemente a mi hembra en brazos, deslizándome dentro
del vehículo, dejando la mayor parte de mi cola fuera.
El interior está sucio y destrozado, y los asientos no son
cómodos. Pero el armazón sigue siendo sólido y la maleza
de los laterales lo hace relativamente privado. Como hay un
agujero en el techo, aparto las enredaderas para dejar
entrar la luz de la luna. Mi dulce cargamento se retuerce
en mis brazos. Hago una pausa. Al final vuelve a dormirse.
Es fascinante.
He visto muchas hembras humanas, aunque creía que ya
no existían. He crecido con su tecnología inutilizada oculta
a mi alrededor. Está por todas partes si uno busca bien.
Incluso ahora, detecto un orbe en el asiento de al lado y lo
recojo, quitándole el polvo. Todos los orbes están
conectados, como lo está toda la tecnología.
Hay un repetidor cerca de la meseta que alimenta de
energía a la tecnología que queda, y aunque nunca lo he
visto, sé que está ahí, oculto.
Pertenece a Zaku.
Los orbes que he recogido están dentro de mi guarida, y
he visto vídeos a través de ellos, lo que sea que les pida que
me pongan. Y a menudo hay hembras humanas en ellos.
Estas falsas humanas me han hecho compañía desde que
mi padre se adentró en el bosque para nunca volver.
Por desgracia, las pantallas solo me muestran cosas del
pasado y lo que se puede ver inmediatamente en el
presente. Solo funcionan si han estado a la luz del sol para
cargarse, entonces aguantan varias horas.
Mi padre me dijo una vez que él, mis hermanas y yo
éramos los únicos Víboras del mundo, y aunque de pequeño
no le creía ni le entendía, ahora sí. Nunca he visto a nadie
como yo. Ni en un orbe, ni tampoco en una pantalla.
Las hembras de mi especie… no abundaban. Mi madre
era la única Víbora hembra hasta que tuvo a su prole,
trayéndonos a mí y a mis hermanas al mundo. Y como todas
las mujeres naga de entonces que tuvieron crías, murió en
el parto.
Suspirando, envuelvo a mi hembra con los brazos,
intentando que se sienta cómoda. Vuelvo a apoyarnos
contra el armazón interior del vehículo.
Si está cómoda, dormirá más tiempo y yo tendré más
tiempo para disfrutar de ella.
Le cojo el pelo y se lo revuelvo con los dedos. Antes se lo
había echado hacia atrás, pero ahora está enredado en sus
hombros. Ojalá pudiera ver su color rojizo, pero la luz de la
luna y las sombras lo difuminan. Es ligero y suave como el
agua que fluye suavemente.
La luz de la luna ilumina su rostro, robando mi atención
del tacto de sus mechones, y mi mirada se desplaza hacia
abajo. Lleva ropa azul a juego. Con la mano libre, tiro de la
tela, confundido sobre por qué alguien llevaría tanta ropa a
la vez. Es la estación calurosa, y no soporto ninguna
barrera en la piel con este calor.
Los humanos de las pantallas solían llevar ropa a menos
que estuvieran bañándose… o apareándose. Como mi
hembra está durmiendo, se la dejo puesta. Por la noche
puede refrescar.
Noto una placa en su pecho y mis dedos la pellizcan. ¿Es
de plástico? Tiene algo escrito y la giro para ver lo que
pone.
Gemma Hurst
Oficial Jefe de Comunicaciones del Puente de Mando
¿Se comunica con los otros? ¿Está especializada en ello?
Me intriga. ¿Cómo puede alguien especializarse en
comunicaciones? Si su mundo se parece en algo al que he
visto en las pantallas, puedo imaginarlo…
He visto mucha falta de comunicación.
Suelto su placa y se vuelve a enderezar sobre su camisa.
Deslizo la parte superior de mi cola bajo sus piernas y la
acerco, deleitándome en la sensación de tenerla contra mí.
Su cuerpo pesa poco, aunque sentí la tensión de sus
músculos al empujarme cuando la cargué antes. Es fuerte a
pesar de su tamaño, demasiado fuerte. Luchó contra mí y
contra Azsote y casi consigue que la maten en el proceso.
Un rugido retumba en mi garganta. Si hubiera muerto,
habría buscado venganza. Habría atacado las instalaciones
donde están los otros humanos y los habría destruido.
Aún puede que lo haga.
También mataría a Zaku, por impulsar semejante plan
que provocó su muerte. Desprecio al Rey Cobra tanto como
agradezco que sacara a las hembras humanas de la
instalación por nosotros.
Porque de lo contrario, estaría reuniendo mis armas e
infiltrándome en la base.
Al oír un suave gemido, mis ojos se dirigen a la boca de
Gemma. Ella aspira y gime, estremeciéndose de arriba
abajo. Vuelve a ocurrir con la siguiente respiración. El
miedo me asalta por los sonidos ásperos, y la zarandeo.
—¿Humana? ¿Qué te ocurre? ¡Despierta!
El ronquido se convierte en otro gemido cuando se
sobresalta y abre los ojos. Me ve y…
Le tapo la boca con la palma de la mano, ahogando su
grito.
Al instante se lanza sobre mí, y nuestros miembros
golpean las paredes oxidadas que nos rodean. Algunos
ceden. La suciedad y el polvo nublan el aire y caen sobre
nosotros.
—¡Para! —exclamo—. Alertarás a los demás de nuestra
posición.
—Suéltame —grita cuando le quito la mano de la boca—.
No seré tu juguete.
Atrapo su puño antes de que me lo estampe en la cara y
la sujeto con fuerza, atrapando a continuación su otro
brazo. Lucha hasta que la ráfaga de energía la abandona.
Veo cómo sucede y cómo la claridad de su situación vuelve
a sus ojos.
Jadea y está rígida, con el miedo y la confusión grabados
en el rostro, a medida que aflojo el agarre. Cuando no
empieza a pegarme, a gritar o a intentar escapar, me relajo
lentamente. Me doy cuenta de que ella no lo hace. Echo de
menos su cuerpo flexible recostado contra mí.
Qué fugaz fue todo.
Me observa con miedo y desafiante, mientras disminuye
su confusión. Intenta doblar sus miembros sobre sí misma y
hacerse pequeña. El espacio en el que estamos no se lo
permite. Se mueva donde se mueva, mi cola se aprieta
contra ella, manteniéndola a mi alcance para que la
contemple en secreto.
Si tan solo estuviera desnuda…
Me gustaría sentir su piel desnuda en mis escamas.
No puedo creer que esté aquí.
Me fulmina con la mirada cuando termina de buscar una
forma de escapar de mis miembros.
—No dejaré que te vayas —le digo.
—Ya lo sé —contesta, acercando los pies y pegando las
rodillas al pecho—. He olvidado…
—¿Olvidado el qué?
—Que no quiero escapar.
Me quedo inmóvil. ¿Me ha…? ¿Me ha aceptado? ¿Me ha
elegido? Apenas puedo creerlo después de que se haya
ensañado conmigo, pero tal vez la haya asustado. Tal vez
piense que me lo merezco. Se ha despertado en un lugar
nuevo y a oscuras.
—¿No pelearás conmigo?
—Yo no he dicho eso.
Mis ojos se entrecierran.
—Entonces no has aceptado lo que hay entre nosotrosss.
—No hay nada entre nosotros. Ni siquiera te conozco.
No sé qué piensas hacer conmigo… —se interrumpe.
Así que no lo sabe. Sus machos la han mantenido en la
ignorancia.
—Te daré cobijo, comida, ropa y un lugar donde anidar
—le digo, hinchando el pecho—. Un hogar donde los
monstruos de este mundo no puedan llegar a ti ni a nuestra
futura prole. Te proporcionaré todo lo que necesites y te
protegeré.
—¿Monstruos? —sus ojos se desvían hacia la oscuridad
del exterior de nuestro pequeño refugio, estirando el cuello
—. ¿Prole?
Deslizo mis garras por la línea de su garganta.
—No tengas miedo. No pueden llegar hasta ti ahora que
estás conmigo.
Me aparta la mano y sacude la cabeza, enterrando la
cara entre las manos. Se le escapa un sollozo seco que me
encoge las entrañas. Alargo la mano hacia ella, pero rehúye
mi contacto.
—No dejaré que te hagan daño —le digo, con voz más
suave.
Llora con más fuerza, temblando y frotándose los ojos.
Eso vuelve a poner de relieve lo diminuta que es en
comparación conmigo. Era la humana más alta de la
meseta, incluso más que los hombres humanos. Sin
embargo, a mi lado, es pequeña. No está a salvo en este
mundo y no pertenece a él. Ella pertenece al cielo, entre las
estrellas, donde prosperan todas las esperanzas y los
sueños.
Por desgracia, ahora está aquí, y no dejaré que se vaya.
Se acostumbrará. La ayudaré.
Seré su protector. Le enseñaré las costumbres de esta
tierra. Será difícil porque no es feliz. Primero tendré que
hacerla feliz.
Ella llora durante un rato, y yo balanceo parte de mi cola
para acariciarla en señal de consuelo. Sus sollozos son el
único ruido que rompe la tranquilidad de la noche. Espero,
sabiendo que lo necesita. No puede aceptar el futuro si no
llora el pasado.
Pasa una hora antes de que deje de llorar.
Cuando se limpia la nariz con la manga y me mira, sé
que ha terminado.
—Te lo juro —le digo—. Nada te hará daño mientras
estés conmigo.
Porque soy fuerte y feroz, y un experto contra todo lo
que pueda acechar en estos bosques. Ella se dará cuenta
pronto.
—No es eso —su voz se entrecorta—. Tenía una vida, un
trabajo, ambiciones… y entonces unos cabrones me
arrebataron todo eso como si yo no importara, como si solo
fuera una moneda de cambio. ¿Y para qué? ¿Por una
tecnología que puede o no ayudarnos con los Ketts? ¿Por
algo que quizá descubriéramos nosotros mismos a su
debido tiempo? —su voz se vuelve más firme—. Que se
jodan. Que se joda Peter, que se jodan todos. Y pensar que
yo era amiga de Peter… Creía que era un buen jefe, un
buen hombre…
Gruño. Si vuelvo a ver a ese Peter, lo apuñalaré con mi
lanza.
—Y hace lo más grave y cobarde que puede hacer un
hombre en su posición, obligando a otros a hacer todos los
sacrificios. Le odio. Los odio a todos.
—Estás mejor conmigo, más sssegura —sssí, la arrullo,
acariciándole el pelo.
—¿En serio? —dice bajando la voz y su furia se
desvanece—. ¿Vas a violarme? — susurra, abrazándose más
fuerte.
¿Violarla? ¿Cree que voy a violarla?
—Te deseo —gruño—. Te deseo en todos los sentidos.
Pero no te violaré. Nunca lo haré.
Aparta la mirada.
—Entonces nunca me tendrás.
Mi ira se enciende.
—¿Nos niegas? ¿Todavía? Te he atrapado. ¡Ahora me
perteneces! Has huido y te he atrapado, novia mía. Solo te
queda desnudarte ante mí y entregarte a mi protección —
digo queriendo agarrarla, atraerla hacia mí y estrecharla
contra mí—. ¡Es lo que he ganado! ¡Lo que se me debe!
Su rostro se ensombrece.
—No te debo nada. Yo no te he elegido.
Golpeo con la mano el lateral del refugio. Atravieso el
metal con un chasquido, haciendo que el metal que la
rodea se desmorone. ¿Cómo se atreve? ¿Cómo se atreve a
negarme? ¿Cree que puede tener mi protección a cambio
de nada? ¿Piensa que sus actos no tendrán consecuencias?
—Mates rut —gruño, retirando la mano.
Sus ojos se abren de par en par.
—Ellos follan —vuelvo a decir, sintiendo el pulso de mi
miembro bajo mis escamas, utilizando el lenguaje de los
vídeos—. ¿Entiendes eso?
—¿Vruksha, no? —dice con voz vacilante, pero grave.
Asiento con la cabeza.
—Que digas que somos compañeros no significa que sea
verdad. Déjame ir y no tendrás que volver a verme.
—Nunca.
—Nunca follaré contigo. Ni siquiera somos de la misma
especie.
—Lo harás.
—¡Los humanos no tienen pareja! —su voz ganaba
intensidad.
—Ahora sí.
No puedo controlar mi agitación. Encuentro el pomo de
una vieja puerta detrás de mí y la abro de un tirón,
rompiendo las lianas del otro lado. Me deslizo por el
refugio y salgo, sin preocuparme de mi hembra en el
interior, y cojo mi lanza. Si me quedo, le haré daño.
Derribaré el refugio sobre los dos y nos enterraré en él.
Soy un Víbora. Un enemigo peligroso. Un demonio rojo.
Ella debería suplicar mi protección y todo lo que puedo
darle. Si me llevaran a las estrellas y me colocaran en su
mundo, buscaría un maestro, un compañero, que me guiara
para poder dominar a mis enemigos, pero ella ni siquiera
me ve como su salvador. ¡No me quiere en absoluto!
Intento entenderla… pero no puedo.
—Vruksha —dice suavemente.
Mis escamas se erizan y se tensan.
No puedo mirarla sin que me invada la frustración. En
lugar de eso, balanceo la cola y hago trizas las plantas que
me rodean, expulsando mi furia del mismo modo que ella
acaba de hacer con sus lágrimas.
Lágrimas. Escupo.
Me giro hacia ella.
—Llegarás a darte cuenta de tu situación y de la
generosidad que te proporciono. Dejaré que luches contra
ello ahora porque no creo que pueda llevarte con suavidad
en mi estado actual. Pero te unirás a mí. Llegarás a
comprender que la Tierra, esta Tierra, no es nada de lo que
solía ser, y que essso empieza conmigo.
Me deslizo entre las sombras del bosque cercano antes
de que pueda responder. Sus ojos cautelosos encuentran
los míos en la oscuridad.
Si no me quiere, tendrá que observarme en mi locura.
Será testigo de lo que me hace con su sola presencia. Verá
lo que se pierde, y yo le demostraré que acudir a mí es la
única solución. Porque los únicos protectores de este
mundo son brutales y territoriales, y yo soy amable en
comparación con ellos.
Mi bondad tiene límites. Límites que, presiento, ella
pondrá a prueba repetidamente.
Y por alguna razón… lo estoy deseando.
—¿Cómo te llamas? —ordeno desde mi lugar entre los
árboles.
Ya lo sé, pero quiero oírselo decir. Quiero oírlo en alto.
Quiero ver si me escucha y me da lo que quiero. Ayudaría
mucho a calmar mi agitación.
Un premio, me autoconvenzo, para calmarme. Su
nombre es una bendición.
Un regalo.
Al principio no me contesta y, a pesar de lo que ha dicho
antes, supongo que está pensando en huir ahora que he
dejado espacio entre nosotros.
—Gemma —dice al cabo de un minuto, lo bastante alto
para que la oiga.
—Gemma —repito, con la voz ronca—. Esto es lo que me
haces.
Salgo de las sombras y me deslizo hacia un haz de luz de
luna. Las escamas de mi ingle se retraen. Sujeto mi lanza
con la mano libre y, con la otra, agarro mi miembro,
mostrándoselo. Es pesado, está lleno de semilla y es
doloroso; es lo que ella me ha hecho.
Es lo que sufro por ella. Semanas de tormento, semanas
de tortura inundándome mientras la semilla me llena
continuamente, hinchando mi piel hasta el límite. Las
hembras no sufren como los machos, así que las hacemos
sufrir avivando su excitación, solo para negársela. Lo he
visto.
Su mirada se desliza hasta mi cintura, donde mi pelvis
se convierte en mi cola, donde normalmente se esconde mi
eje. Excepto que ahora no se esconde, y sus labios se
entreabren al verlo.
—Me duele —siseo—. Duele tantísimo. Por ti.
SEIS
UNA APUESTA POR EL DESEO

Gemma

NO PUEDO EVITAR QUEDARME MIRANDO .


Un macho alienígena está sacando su miembro a
escasos metros de donde estoy sentada. El calor me sube a
la cara. Incivilizado e irascible, pero inteligente, Vruksha
no se parece en nada a la bestia serpiente que yo creía que
era.
Y, sin embargo, sigue pareciéndolo.
Vislumbro su lengua cuando sisea bajo y profundo.
Tiene una pequeña horquilla que vibra con cada siseo.
Su inteligencia y su asombroso conocimiento de mi
cultura me desconcierta. No tiene sentido. En realidad, no
me importa su sinsentido. Los alienígenas nunca son lo que
parecen tras el primer contacto. Sabía que estos lugareños
hablaban la lengua común, ¿cómo no iban a hacerlo,
habiendo hecho un intercambio por mí? Se puede razonar
con él, y eso es lo único que importa.
Su cadera se abre bruscamente hacia delante.
Me agarro a las lianas dentro de mi refugio mientras él
libera su miembro a plena vista.
Escamas de color rojo oscuro brillan a la luz de la luna,
resplandeciendo en su cuerpo. Grandes brazos,
abdominales y músculos afilados conforman este extraño y
furioso macho que tengo ante mí. Apenas percibo su
peculiar belleza ni su rareza debido al miembro que me
pone ante mí.
Es de un color distinto al resto de él, más oscuro, terso y
voluminoso. Las sombras que se proyectan sobre el
insinúan crestas y un gran grosor en medio de su longitud.
Es largo, más de lo que cualquier macho humano jamás
tendría, pero solo está verdaderamente hinchado en el
centro. A pesar de su forma, el miembro de Vruksha es
recto y apunta hacia arriba, rebotando un poco cuando su
cola se mueve. El ojo de su punta brilla con semen.
Una gota resbala y cae al suelo del bosque.
Aprieto los muslos, nerviosa por si su semen se abre
camino entre nosotros. Si no lo paro ahora, las amenazas
de Vruksha se harán realidad. No quiero que se cumplan.
Necesito aferrarme a la esperanza todo el tiempo que
pueda, y luchar. Estar alerta.
No puedo evitar estremecerme, y sentir escalofríos en
mi piel. Nunca antes un hombre me había exhibido su
miembro. Me reclino en mi refugio mientras mis músculos
se tensan, porque a pesar de todo, lo observo atentamente.
Porque a pesar de todo, es físicamente atractivo, y su
olor es embriagador. Al aspirar, casi puedo olerlo.
Vuelvo a oler para asegurarme. Su olor… es realmente…
agradable. Muy, muy agradable.
Se agarra el miembro, apretando el grosor del centro.
Su palma lo presiona y sus dedos lo envuelven con fuerza,
masajeándolo. Su mirada se enciende, mirándome
fijamente.
Mirándome y tocándose. El calor inunda mis mejillas.
—Demasssiado dolor —gime, siseando.
El siseo retumba en el aire y me hace cosquillas en los
oídos.
Estoy en shock. Lo sé porque no desvío la mirada ni le
tiro cosas. Mi respiración se entrecorta y, por mucho que
no quiero, le miro con firmeza.
Quiero ser esa persona correcta y virtuosa, pero no lo
soy. Nunca lo he sido. La búsqueda de la espiritualidad y de
Dios es para quienes no tienen el tipo de trabajo que yo
tengo. No hay nada virtuoso ni espiritual trabajando en el
puente de El Temible.
Es un alienígena inteligente y sensible… Mi breve
hipótesis original sobre él está ahora sumida en la
confusión.
Vruksha afloja el agarre de su nudo y bombea su
longitud en su lugar. Su punta afilada, por donde gotea su
semen, es puntiaguda y ligeramente curvada, y podría
servir como arma por sí misma.
—Gemma —gruñe mi nombre, y se me eriza aún más la
piel.
—Gemma —vuelve a murmurar, cuando desliza la mano
hacia abajo.
El corazón se me desboca. Me doy la vuelta, pero el
movimiento es más complicado de lo que esperaba.
—Gemma, Gemma, Gemma… —continúa.
Lo que está haciendo va en contra de la decencia
humana, excepto que él no lo sabe y ni siquiera le importa.
—Gemma —dice mi nombre con cada empujón de su
mano y de su cadera—. Gemma…
Escucho, mientras su ritmo aumenta. Le dirijo otra
mirada, prácticamente hipnotizada por el mantra de mi
nombre.
Una oscuridad primitiva ilumina sus ojos negros y
febriles. Su rostro afilado se inclina hacia abajo, arqueando
sus cejas en señal de amenaza o… ¿De deseo? No lo sé. Me
estremezco. Me mira como si realmente sintiera dolor, y
que lo único en todo el mundo que podría aliviarle soy yo.
Me enfrento a él y a la virilidad de la que hace alarde. Al
tragar, me doy cuenta de que tengo la garganta oprimida.
Tengo la boca seca, como si me hubiera quedado
boquiabierta.
Su brazo se sacude, aumentando el ritmo. El sonido de
mi nombre se convierte en un jadeo gutural y salvaje en sus
labios. Las respiraciones que suelta se hacen más roncas.
Me está mostrando lo que pretende hacer conmigo, y lo
que me espera si no encuentro el camino a casa. ¿Me hará
mal? Me abrazo las piernas contra el pecho, asegurándome
de que mi camisa rasgada me cubre por completo.
¿Estará… bien?
—¡Gemma! —grita mi nombre una última vez,
agachándose mientras empuja su cadera hacia fuera. Su
cola golpea el suelo. Las hojas se agitan y varias caen.
Salto, sobresaltada, cuando se desploma sobre el suelo
del bosque, sin dejar de empujar. Sigo observando a este
macho masturbándose y me asomo para ver si está bien.
De repente, algo me rodea el tobillo.
—¿Qué haces? —grito mientras me arrastra fuera del
refugio y hacia él, con su cadera aún moviéndose.
Le doy una patada, intentando librarme de su cola, pero
él se levanta y me sujeta, tirando de mí bajo su enorme
cuerpo.
Empuja su cadera entre mis piernas, separándolas.
Aprieto las manos contra su pecho mientras su miembro
golpea contra mi vientre. Trago con fuerza.
Está caliente y húmedo.
Me clava la mirada mientras mi ropa se humedece con
su semen.
—¿Vesss ahora lo que me haces? ¿Lo que necesito de ti,
Gemma?
Trago saliva, inmóvil.
Solo puedo pensar en que tengo las piernas abiertas y
que él está en medio. Intento cerrarlas, apretando, tensa e
insegura.
—¿Por qué yo? —jadeo, empujando su pecho.
—Porque tú, mi dulce humana, eres mía.
Sus ojos brillan. Saca la lengua y la desliza por mi
mejilla.
Todo mi cuerpo se estremece.
—Y muy pronto, tú me lamerás como yo te lamo a ti.
Jadeo y el delicioso aroma de su olor me invade por
completo. Vuelvo a jadear, aspirándolo, necesitando más.
Menuda humana avariciosa que soy.
Su boca se mueve sobre mi oreja y giro la cara, y a
continuación la siento en mi garganta. Es cálida, húmeda y
me reclama. Odio volver a apretar los dientes porque me
hace cosquillas.
Esto no está pasando, me digo. Con oscuridad o sin ella,
con protección o sin ella. Con o sin calor corriendo por mis
venas. Necesito… aire fresco.
Sus labios me acarician la garganta. Son cálidos, y
suaves…
Tengo un plan. Él solo es un mero medio para un fin.
Daisy.
Al instante en el que Daisy vuelve a mi cabeza, empujo a
Vruksha, luchando por escapar de él.
—¡Para! —grito, superando mi conmoción y la trampa de
su olor.
Se levanta, y yo retrocedo hasta quedar apretada contra
el refugio.
La oscuridad nubla sus ojos. El brillo ha desaparecido.
¿Cómo he podido olvidarme de Daisy? No tengo ni idea
de lo que le ha pasado ni de dónde está. Por lo que debe
estar pasando… ¿Si es igual que aquí?
Rezo para que esté bien.
Vruksha empuja su miembro dentro de los confines de
su cadera, el bulto que tenía en medio ya no está, y
desaparece tras una hendidura de escamas. Por fin consigo
apartarme, la vergüenza me invade. Me froto donde él me
ha tocado en el cuello.
—Ahora que sabes lo que te espera, te sugiero que
duermas un poco —me dice—. Mañana llegaremos a mi
guarida, y serás mía. Dormir es esencial.
Le oigo alejarse y cierro los ojos.
Nunca seré tuya, lo juro. Jamás. Mi tiempo en este
planeta será breve.
Nunca me convertiré en un animal como tú.
Sin embargo, esa calidez… permanece. ¿Y su olor?
Me estremezco.
SIETE
EL AERÓDROMO

Gemma

A PENAS HE dormido y se nota. Lo poco que dormí la noche


anterior tampoco ayuda mucho. Y tengo hambre. Cuando el
alba se abre paso entre los árboles, mi estómago ruge. Pero
sigo adelante.
Mis pies se arrastran por la maleza húmeda.
No puedo dejar de pensar en lo que pasó anoche entre
Vruksha y yo. Volvió conmigo cuando la luz del sol se abrió
paso entre los árboles, diciéndome que era hora de
continuar. Creí que volvería a obsequiarme con sus
carencias; en lugar de eso, me entregó una hoja ahuecada
llena de agua y me ayudó a salir del refugio,
preguntándome si estaba… bien.
¿Lo estaba?
Le dije que sí. ¿Debería de haberle dicho lo contrario?
El increíble olor que desprendía había desaparecido
durante la noche.
—¿Cuánto falta? —le pregunto, odiando que sea yo
quien rompa el silencio, otra vez.
No hemos hablado más que unas pocas palabras desde
que salimos del refugio, hace unas horas. Cuando intentó
levantarme en brazos y llevarme después de terminarme el
agua que me ofreció, lo rechacé. Se puso furioso y destrozó
gran parte del refugio.
Puede que esté cansada, pero estos alienígenas me han
cargado lo suficiente como para toda una vida.
Además, no me fío de que pueda subirme a los árboles.
Al levantar la vista, estudio las ramas. No parece que
puedan aguantar mi peso, y mucho menos el de un macho
como Vruksha.
Se me escapa un suspiro. Me froto los ojos con el dorso
de la mano, deseando no haber perdido el coletero en la
pelea de ayer.
Mientras me masajeo el cuello, sigo sintiendo la lengua
de Vruksha. También la siento en otra parte, o al menos eso
imagino. Moviéndose cálida, húmeda y haciendo cosquillas
con la punta. Es una sensación difícil de describir. Sacudo
la cabeza. Su lengua haciéndome cosquillas.
Se me sonrojan las mejillas.
Si ayer me hubieran preguntado si estos alienígenas
terrestres eran de los que les gusta que les miren, no
hubiera sabido qué responder de la confusión. Hoy, solo
quiero reír. Reírse es fácil. La risita de incredulidad que me
hace cosquillas en la garganta es lo único que me hace
seguir adelante, lo único que impide que mis pensamientos
se desvíen hacia temas más oscuros.
Si me río entonces no gritaré ni lloraré.
Vruksha me amenazó con todo lo que tenía, me mostró
lo que podía ofrecerme. Ningún hombre humano habría
contemplado la posibilidad de hacer lo mismo. Todo son
palabras, coqueteos y regalos. Hay un protocolo para
cortejar a un amante, y masturbarse delante de él no forma
parte de ello.
Quizá sí debería.
En el pasado, me han invitado a salir y he ido a tomar
algo con hombres. A veces incluso he disfrutado con los
mensajes de flirteo que enviaban. Nunca un hombre me ha
demostrado su habilidad y resistencia, ni lo que tiene
colgando entre las piernas antes de que haya un acuerdo
mutuo, incluido un contrato.
Los contratos son documentos legales importantes, que
garantizan que ambas partes establecen voluntariamente
una relación física. A menudo los supervisa un encargado
de relaciones. Tener un contrato protege a ambas partes.
También protege a los bebés nacidos entre esas uniones.
No puedo sacarme de la cabeza la escena de Vruksha
empujando.
Arrugo la cara.
—Hay que atravesar los árboles —responde, sin mirarme
siquiera.
Está concentrado en el bosque que nos rodea, mirando
constantemente el cielo y los árboles. Me alegro de que sea
así. Al menos uno de nosotros lo está. Oigo animales, pero
no quiero encontrarme con ellos. No soy idiota. Si decido
huir de nuevo, sé que tendré que enfrentarme a esos
“monstruos” que mencionó Vruksha. Si huyo, será lejos del
único ser que me mantiene a salvo de ellos.
Miro su lanza.
La quiero.
La necesitaré cuando llegue el momento. Llevar un arma
como la suya, obviamente fabricada por los Lurkers, sería
una ventaja.
—¿Cómo sabes dónde estamos? —pregunto, deseando
conocer el mundo al que me enfrento.
Algo ulula en las ramas de arriba y me estremezco.
—El terreno se está aplanando.
—Ah.
¿De verdad? No me había dado cuenta. Solamente ha
habido árboles, árboles y más árboles. Y alguna que otra
estructura de forma extraña cubierta de enredaderas y
hojas. No es que los árboles me resulten extraños. La
mayoría de los planetas habitables que he visto o visitado
tienen árboles como los de la Tierra.
—Estamos muy cerca —añade.
Vruksha ladea la cabeza en mi dirección, pero no dice
nada más. Ha estado callado desde su espectáculo de
anoche y, aunque al principio no me molestó, ahora
empieza a hacerlo. Tengo tantas preguntas en la punta de
la lengua que necesitan respuestas.
Quiero preguntarle tantas cosas… pero cada vez que
estoy a punto de hacerlo, miro al alienígena que me ha
capturado, su cola, sus músculos y su evidente fuerza, y
entonces la intimidación me impide hacerlo.
La noche no le hacía justicia a Vruksha. La luz de la luna
sobre sus escamas era hermosa, pero no era nada
comparado a verlo a plena luz del día. He podido
observarlo durante horas, es lo único que he hecho. Y mis
observaciones demuestran que este macho no se parece en
nada a los hombres con los que crecí. Vruksha me
intimidaba. Algo que ni siquiera el capitán de El Temible
había conseguido. Este ser mitad hombre, mitad serpiente
hace lo que el hombre más poderoso de mi nave no puede.
Todas mis preguntas se agolpaban en mi lengua.
Vruksha es musculoso, delgado y largo, y su cola parece
no tener fin, agitándose, envolviéndose y examinando el
bosque. La utiliza como un tercer brazo, o una tercera
pierna, lo que necesite en cada momento, y es hipnotizante.
Recuerdo la sensación de su cola sobre mi piel, con sus
escamas, lisas y suaves, aunque duras al tacto. Son como
una armadura y, teniendo en cuenta todos los arañazos que
tengo en los brazos, le envidio por ello. Mis dedos se
tensan, hambrientos de explorar sus escamas más a fondo
para descubrir lo resistentes que son realmente.
¿Se pueden atravesar con un cuchillo? ¿O con una bala?
Sus escamas también se mueven, levantándose
ligeramente de su piel cuando un ruido extraño proviene
del bosque. Entre ellas hay crestas. Crestas que parecen
tan rígidas como sus escamas.
Uf, este macho sí es flexible.
Como un acróbata, Vruksha emplea el mundo que le
rodea como campo de entrenamiento. Con la cola y las
manos, se sube a los árboles y se desliza hasta las copas
para contemplar el paisaje en cualquier momento.
Ayer me cargó como si no pesara nada, así durante
horas.
Seguro que fue fácil. Gruño. Solamente con su cola, con
ese tamaño y longitud, debe de pesar probablemente tres
veces más que yo, si no más. Tiene que ser muy fuerte para
trepar con ese peso colgando.
No peso mucho, aunque soy alta, y tengo algunas
curvas. Mi peso debería haberle entorpecido algo.
Recordándolo, no creo que lo haya hecho.
—Ya hemos llegado —dice Vruksha, sacándome de mis
pensamientos.
No veo más que más árboles a nuestro alrededor.
Me abrazo fuerte.
—¿Aquí? Por favor, no me digas que vives en una casa
del árbol.
—¿Una casa en un árbol? No, humana, no resido en un
lugar de tan fácil acceso. No soy Azsote.
Vruksha saca su lanza y mueve las pesadas ramas que
tiene delante. Hay un claro al otro lado, como un campo. Se
aparta y me hace un gesto con la cabeza para que pase.
Me abrazo más fuerte a mí misma y paso junto a él,
intentando evitar tocarle. La punta de su cola roza mi
pierna.
Me recorre un escalofrío y lo reprimo tan rápido como
surge.
La luz del sol me ilumina y el claro se ensancha a
medida que avanzo. Vruksha me sigue. No me detiene, así
que sigo avanzando hasta que hay un campo de árboles
intermitentes que se extiende más allá de mi vista. Aquí no
hay arbustos ni maleza.
Es como un huerto, pero no del todo, sino que solo hay
tierra y largos campos de hierba entre los árboles, y hojas
secas que cubren el suelo. ¿Y el suelo? En su mayor parte
es llano.
—¿Qué es este lugar? —pregunto.
Se desliza junto a mí y se adentra más en el campo,
hacia un camino desgastado en el suelo por el que
claramente se ha movido muchas veces.
—Creo que esto solía ser un aeródromo.
—¿Un aeródromo? ¿Como un puerto de aterrizaje?
—Una zona de aterrizaje para avionesss.
—Querrás decir barcos —corrijo.
Niega con la cabeza.
—Aviones. Esto se construyó para los aviones.
Ya nadie utilizaba el término avión. Saber que, en un
momento dado, los humanos estaban todos atrapados en la
Tierra, sin ningún acceso al espacio, me inquietaba. La
falta de libertad me habría vuelto loca. ¿Adónde iría
alguien para alejarse de otra persona? Al menos en el
espacio, las posibilidades son infinitas. Podría perder a
Vruksha fácilmente si tuviera acceso a mi tecnología.
Le sigo adentrándome en el campo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Los robots me lo han dicho.
Continúo. Mis ojos se clavan en él.
—¿Los robots? ¿Qué robots?
—Los que aún viven y mantienen la Tierra.
—¿Siguen aquí? ¿Funcionan?
¿Cómo puede ser? Han pasado… siglos.
—Eso es imposible —digo.
Vruksha gira la cabeza.
—Siguen aquí. Nunca se fueron como hicieron los
humanos.
—Los humanos no se fueron. Los mataron. Los únicos
que sobrevivieron son los que no estaban en la Tierra
cuando los Lurkers cometieron el genocidio.
—Yo sobreviví gruñe—. Sssí… a los Lurkers.
—¿Estabas vivo cuando los Lurkers lo destruyeron todo?
—espeté, sabiendo que era imposible.
Hay seres longevos en el universo, y ninguno de ellos
puede sobrevivir mil quinientos años. Al menos, ninguno
que los humanos hayan encontrado hasta ahora.
—No. Yo vine después, cuando las plantas y los árboles
volvieron al mundo, según mi padre. Ningún naga recuerda
un tiempo anterior, antes de que este mundo volviera a
crecer —dice, bajando la voz.
—La mitad de este planeta sigue creciendo —digo—.
Continentes enteros de este mundo permanecen sin vida.
Solo esta cordillera se ha vuelto realmente aceptable. Por
eso estoy aquí, por eso cualquiera de nosotros puede estar
aquí.
—Ah, por supuesto, los residuos de polvo.
—¿Los has visto? —digo clavando los ojos en él.
Según mis lecturas, los yacimientos de residuos más
cercanos estaban a poco más de cien kilómetros de la
instalación, en cualquier dirección. Es como si la
instalación fuera el epicentro del rebrote de este mundo
muerto. Por eso nuestro equipo la eligió como base.
—Los he visto —dice, mientras me dirige una expresión
ilegible—. Puede que sepas más de este mundo que yo,
pero no conoces este bosque. Esto fue una vez un lugar
llamado aeropuerto, y es donde he hecho mi guarida. Un
hogar que estoy deseando mostrarte.
—¿Pero hay robots?
Sigo con la duda. No había tecnología operativa en las
instalaciones. De hecho, la base había sido prácticamente
desvalijada.
Lo que ahora me resultaba extraño…
—Ven. Te lo enseñaré.
Vruksha se desliza hasta un árbol medio doblado que
tiene al lado una gran roca cubierta de musgo. Cuando me
acerco, me doy cuenta de que no es una roca ni mucho
menos. Es un montón de… algo. Le quito un poco de musgo
y se revelan unos bordes rectos y angulares. Bordes hechos
por el hombre.
—¿Qué es? —pregunto, acercándome.
—Lo que queda de un avión.
—Los aviones no son robots —murmuro.
Alargo la mano y lo toco, quitándole más musgo. Gran
parte está doblado y roto, e incluso se ve algo de óxido.
Retrocedo para verlo mejor.
—Esto no puede ser un avión —digo— No es lo bastante
grande.
—Es lo único que queda.
Lo miro fijamente, con el estómago encogido, sin que me
guste su explicación. ¿Lo único que queda? Miro a mi
alrededor, intentando ver cómo era este lugar en algún
momento. No puedo imaginarlo. El pasado se me escapa.
Únicamente puedo ver un extraño huerto con un extraño
patrón de crecimiento.
—Hay más —me dice cuando termino de rodear la
estructura.
—¿Más?
—Oh, sí.
—Enséñamelo.
Sus ojos brillan y algo perverso los oscurece durante un
segundo. Se aleja y yo lo sigo hasta alcanzarle.
OCHO
UN PROFUNDO Y OSCURO AGUJERO

Gemma

NO HEMOS IDO MUY LEJOS .


Vruksha clava su lanza en el suelo y baja cuando llega a
un claro cualquiera. Al girarme, veo el avión a lo lejos.
Coge algo con ambas manos y da un tirón. Una gruesa
escotilla metálica surge del suelo, desplazando un montón
de hojas. Al inclinarme hacia delante, veo que al otro lado
de la trampilla hay unas escaleras que bajan a un agujero.
Retrocedo bruscamente.
—No voy a entrar ahí.
—Sí, vas a entrar —dice mientras recoge su lanza.
—Por supuesto que no.
—Mi guarida está dentro. Es segura. El lugar más
seguro del mundo para ti.
—Me da igual. Ni por asomo…
Vruksha me sujeta, rodeando mi espalda con su brazo
libre y tira de mí hacia su pecho. Me retuerzo y lucho, pero
es demasiado fuerte. Me empuja contra él y me lleva hacia
la oscuridad.
La oscuridad me rodea.
—¡Suéltame! —grito, pateándole y golpeándole el pecho
—. ¡Suéltame!
Me ignora y cierra la escotilla con la cola, apagando la
luz que quedaba. Me ciega la oscuridad y mi miedo vuelve
a multiplicarse por diez. Esta vez me ha picado demasiado
la curiosidad.
—Vruksha —jadeo, esperando que decir su nombre me
ayude—. ¡Por favor!
Entonces mi mundo se ilumina, y el frío paisaje revela
las paredes a ambos lados de nosotros. Hay pequeños
orbes de cristal colgando pegados a ellas, con algunos
brillando, aunque la mayoría parpadean débilmente. Me
está llevando abajo, muy abajo. La luz se hace más y más
brillante cuanto más nos adentramos.
Todavía estoy luchando por zafarme de su agarre
cuando se detiene al final de la escalera, donde se abre una
larga habitación con luces tenues y colores débiles.
Me alejo de Vruksha en cuanto me deja. Sacudo la mano
para mantenerlo a raya.
—Vuelve a sacarme fuera —jadeo, sin prestar apenas
atención a las cosas de colores que me rodean—. Quiero
salir.
La gente entra en los agujeros para que la olviden o,
peor aún, para morir.
—Pronto, humana. Cuando vuelvas a calmarte. Cuando
sea seguro.
—¡Estoy tranquila!
—Lo estarás, cuando te sometas a mí —dice, bajando la
voz. Apoya la lanza contra la pared, junto a la escalera.
Trago saliva y retrocedo otro escalón.
—¿Así que ese es tu plan? ¿Mantenerme cautiva hasta
que haga lo que dices?
—Te mantendré cautiva independientemente de que me
escuches o no. No puedo dejarte vagar por el bosque
cuando hay depredadores, siempre están al acecho.
Criaturas despiadadas y sedientas de sangre a las que nada
les gustaría más que darse un festín con tu carne.
Se me revuelve el estómago.
—Me niego.
Se desliza hacia mí y yo retrocedo aún más. Continúa
hasta que tropiezo con una pared y algo se estrella contra
el suelo. No es grande. A pesar de ello, lo agarro y lo
sostengo delante de mí como escudo.
—¡Aléjate!
—Humana —sisea, alzándose y obligándome a
acobardarme—. Nunca me alejaré de ti. Si lo hiciera,
podrían herirte o raptarte.
—No puedo quedarme aquí —susurro.
—¿Tienes miedo? —dice, poniendo las manos en la
pared, a ambos lados de mí—. ¿Por qué tienes miedo esta
vez, pequeña hembra?
—Estoy…
—¿Estás…?
—No me gusta estar atrapada —resoplo, apretándome
con fuerza contra la pared a mi espalda.
Vruksha baja su cara hacia la mía.
—Entonces no pienses en esto como estar atrapada.
Piensa en este lugar como en un escudo —mira la cosa que
tengo en las manos—. Uno mejor que ese —murmura, me lo
quita, fuera lo que fuera, y lo deja a un lado.
Me abrazo a mí misma de nuevo.
—No puedo estar en un agujero, me resulta imposible.
Sé que no nos conocemos, pero pareces… razonable. ¿Hay
algún otro lugar al que puedas llevarme?
Me detengo antes de decir la casa del árbol de Azsote.
El rostro de Vruksha vuelve a aparecer ante el mío, y
doy un respingo.
—Esto no es un agujero. Es un búnker. Y si te tomas un
minuto para echar un vistazo, verás que no es tan
desagradable —gruñe.
Parece descontento.
¿Le he ofendido? Me muerdo el labio. ¿Acaso importa?
Sí, sí que importa, Gemma. Ahora estás atrapada en un
agujero con él. No insultes a aquellos con los que estás
metida en un agujero.
Incluso las naves espaciales tienen ventanas para
ayudar con la claustrofobia. Tienen jardines gigantes con
animales salvajes y lagunas para nadar. Al menos, las naves
coloniales más bonitas las tenían. Las destinadas a los
miembros de clases altas.
Por alguna razón, podría aventurar que este lugar no
tiene ni jardines ni lagunas.
No me siento bien. Me niego a aceptar mi destino. Hay
correspondencia que debo atender, reuniones que he
concertado con mis subordinados, y tengo una revisión con
el médico de la nave dentro de cinco ciclos. El tiempo es
oro, y vidas, o eso dicen los de arriba.
Y aquí hay un macho que me inquieta, un macho que se
saca el miembro y se lo toca delante de mí.
No, aún no he aceptado mi destino.
Ojalá no esté aquí mucho tiempo.
—¿Estás más tranquila ya —me pregunta, balanceando
la cabeza de un lado a otro, con su aliento calentándome
las dos mejillas.
¿Un agujero? No puedo soportar un agujero.
—No —digo, girando la cara mientras se balancea la de
Vruksha—. Prefiero arriesgarme en la superficie.
Se echa hacia atrás y mis pulmones se abren en busca
de aire.
—Orbe, inicia —ladra, mirando a la izquierda.
Mis ojos le siguen para ver qué es mientras me
escabullo bajo sus brazos y me alejo de la pared.
Un zumbido invade mis oídos, seguido de una voz seca y
mecánica.
—¿En qué puedo ayudarte hoy —dice el orbe.
Una bola pequeña y redonda flota en el aire. De ella se
desprenden luces parpadeantes, como si se estuviera
apagando. Como las luces de las paredes.
He visto algo parecido antes. Tenemos altavoces
similares en la nave, aunque allí están integrados en la
estructura y aparecen más como hologramas.
Creo recordar haber visto a uno de los otros nagas de la
meseta con uno.
Los antiguos humanos de la Tierra eran muy avanzados,
eso lo sé. Y con los Lurkawathianos guiándoles, tenían
acceso a cosas mucho más allá de lo que podemos crear
actualmente. Aun así… me inquieta ver estas reliquias del
pasado. Empiezo a preguntarme si reconoceré la tecnología
de los Lurkers cuando la vea o si solo queda la vieja
tecnología humana.
—Dime qué depredadores hay cerca —exige Vruksha al
orbe.
Sus luces parpadean una vez.
—Escaneando… —dice.
Vruksha se vuelve hacia mí.
—Por eso no puedo dejar que te vayas.
Alarga la mano y me revuelve un mechón de pelo. Le
aparto la mano.
Juega mucho con mi pelo.
Vruksha me recoge el pelo con la otra mano. Sus ojos se
suavizan al contemplar los mechones entre sus dedos y,
esta vez, no lo aparto de un manotazo. Es inútil. Me tocará
si quiere. Un hormigueo recorre mi cuero cabelludo cuando
mueve los dedos y se me pone la carne de gallina en los
brazos. Está siendo amable.
Me quedo quieta, esperando a ver qué hace.
Sus ojos se apartan de mi pelo y se encuentran con los
míos.
Me mira intensamente, se lleva el pelo a la nariz e
inspira. Pone los ojos en blanco y los cierra mientras gime.
Mi corazón se acelera. Estoy confundida. Después
tararea, como si respirar el aroma de mi pelo no fuera
suficiente para él, enreda la mano en más mechones míos y
entierra la cara en ellos, frotando la mejilla, la nariz, contra
ellos. Su gemido se convierte en un gruñido, a la altura de
mi corazón.
Y entonces la punta de su cola se enrosca en mi tobillo y
se pasea por mis pantalones.
Sorprendida, me escabullo y salgo de su agarre.
Cuando lo hago, gruñe.
—¿Por qué? Eres mía —dice mientras se vuelve hacia mí.
Busco una salida, pero el espacio en el que estamos es
largo y estrecho.
—No.
Se dirige hacia mí y yo vuelvo a estar contra otra pared
No. Ni aunque me mire con dulzura, ni aunque jure
mantenerme a salvo en este extraño planeta. No puedo
dejar que su delicadeza me seduzca, ni su claridad, ni su
conocimiento de mi lengua. No me dejaré manipular.
He pasado toda mi vida dominando un conjunto de
habilidades para convertirme en alguien útil para mi
pueblo. Ascendí de rango y me abrí camino hasta una clase
superior. ¿Renunciar a todo eso por él y por lo que ofrece?
Jamás. No puedo permitir que mi sangre, sudor y lágrimas
se desperdicien.
Vuelve a levantar los brazos para atraparme de nuevo.
—Escaneado completo —anuncia la esfera.
No podría ser en mejor momento. Aparto la cara cuando
Vruksha intenta clavarme sus ojos intensamente
hambrientos. Sus músculos se tensan, mostrando venas y
tendones perfilados donde las escamas son un poco más
finas. Siempre exhibe su fuerza.
Me gustaría poder hacer lo mismo.
Intento ser fuerte, pero por dentro no soy más que una
niña pequeña y perdida, que aún desea que mis padres
vivan en la misma nave que yo y se pregunta por qué les
resultó tan fácil entregarme.
Afloran sentimientos deprimentes, y los alejo antes de
que se apoderen de mí.
—Al norte hay varias manadas de cerdos salvajes y un
oso —dice el orbe mientras ignoro la mirada de Vruksha—.
Al este hay otra manada de cerdos más grande, que se
dirige hacia el sur.
—Los cerdos no son depredadores… —susurro.
No sé lo que son los osos.
El orbe se ilumina y una pantalla se materializa en el
aire. Parpadeo al captar mi atención, rompiendo el hechizo
de la mirada de Vruksha. Ambos miramos hacia la pantalla.
Lo que nos muestra es nebuloso, borroso y sucio. A través
de la confusa transmisión, emergen formas.
—Hay tres osos más al oeste, siguiendo a una manada
de ciervos, y al sur hay dos serpientes —termina el orbe.
Asimilo las imágenes de golpe, esperando tener una
visión clara de lo que intenta mostrarme. Quiero ver a esos
depredadores, a lo que podría enfrentarme cuando regrese
a casa.
Lo necesito para distraerme de lo que Vruksha me está
haciendo sentir. Me estremezco.
Aparecen formas gigantescas. Son criaturas grandes y
peludas que se desplazan a cuatro patas. Deben de ser
osos, ya que sé lo que son los cerdos y las serpientes. No
me parecen temibles, aunque su tamaño me da que pensar.
—Muestra las serpientes —exige Vruksha.
La pantalla se desenfoca, se apaga momentáneamente y
luego vuelve con un crujido. Al principio, únicamente veo
árboles. Nada más que ramas gruesas, hojas frondosas en
algunos casos, mientras que en otros cuelgan agujas de
pino y piñas. Los mismos árboles que veo desde hace
semanas.
—No veo ninguna serpiente —digo.
—Espera y ya verás —me dice Vruksha.
Algo emerge. Al principio es leve, ¿quizá un apéndice?
Sea lo que sea, se enrosca lentamente alrededor de una
rama. Cubierto de escamas negras y grises, se hace cada
vez más grande. Me recuerda a la cola de Vruksha. ¿Otro
de su especie?
La cola se pierde de vista, y busco adónde ha ido.
Una de las ramas se sacude y se agita, y algo grande cae
al suelo del bosque.
—¿Una serpiente? —jadeo.
El resto de una cola de serpiente aparece a la vista, al
igual que el macho al que está unida la cola. Se me
revuelven las tripas.
—Víbora de la Muerte —murmura Vruksha—. Zhallaix.
La imagen vacila, pero el macho que tengo ante mí me
aterroriza hasta la médula.
No es hermoso como Vruksha, ni siquiera como el de
color verde, Azsote. Es grande, lleno de cicatrices y
encorvado, con rayas de gruesas escamas negras desde el
pecho hasta la punta de la cola. Sus músculos son robustos
y marcados, tiene el pelo atado a la cabeza y lleva adornos
blancos y llamativos atados al pelo, a los brazos y a la
cintura.
¿Huesos?
Los lleva como trofeos…
Hay una cicatriz que sale de uno de sus ojos y llega
hasta su boca, haciendo que parezca que frunce el ceño.
Tiene muchas más cicatrices. Algunas son profundas, como
si le faltaran trozos de carne.
Sus ojos oscuros me miran.
Mi espalda se endereza. Sé que no es posible, pero
juraría que el macho me está mirando directamente.
Golpea con la cola y la imagen desaparece. Miro
fijamente al aire, esperando que la imagen vuelva, pero no
lo hace.
—Eso no es una serpiente —susurro.
—No, eso es un Víbora de la Muerte —dice Vruksha
volviendo a mencionar ese nombre.
No me gusta que Muerte esté en el nombre de este
macho.
—Uno que te romperá y te utilizará, si te pusiera las
manos encima. Se llama Zhallaix. Ha hecho su guarida en
otro búnker al otro lado del aeródromo.
—¿Vendrá aquí? —digo tragando saliva.
—No.
Exhalo un suspiro.
—¿Estás seguro?
—Pondrá trampas y esperará a que acudamos a él.
Zhallaix no caza.
Esto no suena nada bien. Suena mucho, mucho peor.
—¿Por qué se llama Víbora de la Muerte? ¿Qué es una
Víbora de la Muerte?
—Zhallaix está dotado de un veneno extremadamente
poderoso. Es un macho rabioso que una vez intentó
gobernarnos con su poder. Todos hemos luchado contra él
alguna vez para conservar nuestro territorio. Nos ha
sobrevivido a todos. No creo que nada pueda matarle. Y
menos una pequeña hembra humana.
Aprieto los brazos sobre el pecho.
—¿Cómo sabes que me hará daño?
Mi plan de huir flaquea.
Vruksha gruñe.
—Me subestimas si piensas que el hecho de que nos
entendamos significa que no somos criaturas salvajes. He
luchado contra él y he estado a punto de morir en varias
ocasiones, y estoy seguro de que él y yo volveremos a
luchar. Él te hará daño porque ni utiliza ni confía en los
seres mecánicos de este mundo. Destruye toda la
tecnología que encuentra. Los Víboras de la Muerte son
violadores, de su especie y de la tecnología, y la razón por
la que ya no hay hembras. Es una amenaza. Una desgracia.
No entiendo la mitad de las cosas que dice Vruksha,
pero su mención de las hembras de su especie me detiene.
Mis ojos se desvían hacia él.
—¿Dónde están las hembras?
—Desaparecieron.
Mis labios se fruncen.
—¿Murieron? —pregunto con recelo.
Menea la cabeza como respuesta.
—No. Muestra la otra serpiente —ladra Vruksha al orbe.
El orbe vuelve a brillar con luces.
—La otra serpiente ya no está al alcance.
Súbitamente agotada, me aparto tanto de Vruksha como
del orbe para echar un vistazo a mi entorno. La guarida de
Vruksha. El agujero en el que estoy atrapada. Tiene algo de
razón, lo reconozco. Que Vruksha no me obligue a
aparearme con él no significa que uno de estos otros
machos no lo haga.
Por ahora, no lucharé con él para largarme. Quiero vivir,
porque sé que puedo sobrevivir a esto.
Puedo sobrevivir a él. Quizá al otro no…
Intento olvidar a Zhallaix. Es otro problema que no
necesito, al igual que los osos. Conseguir la lanza de
Vruksha es mi objetivo, si quiero sobrevivir también al viaje
de vuelta a las instalaciones. No me arriesgaré tentando a
la suerte. La suerte es para los ilusos, para los que no
planifican. Prefiero tener un buen plan.
Se hace el silencio entre nosotros mientras miro a mi
alrededor, sintiendo el ardor de la mirada de Vruksha en mi
piel.
Su búnker es largo. Se extiende a lo largo frente a mí.
Termina bruscamente, donde hay una puerta. El techo está
curvado como una media cúpula con arcos, y entre los
arcos de cemento hay luces, o lo que podrían haber sido
luces hace mucho tiempo. Ninguna de ellas está encendida.
Y aunque hay luz por todas partes, cuanto más tiempo las
miro, más parecen atenuarse hasta convertirse en una
reconfortante calidez multicolor.
La cámara principal está atestada de tantas cosas que
eclipsan gran parte de mi visión. No hay un camino recto
desde la escalera hasta el fondo, y de la mayoría de las
cosas que hay entre mí y el final no conozco nada.
Espera, ¿podría ser?
Me adentro más en el espacio cuando la cosa que
utilizaba como escudo capta mi atención. Es una caja
metálica con aberturas en un lado, parcialmente cubierta
de rozaduras mugrientas.
—¿Qué es eso?
Pero no es Vruksha quien me responde. Es el orbe.
—Una tostadora.
—¿Una tostadora?
—Una máquina para calentar y hacer crujiente el pan.
—Ah…
Eso tiene sentido… La mención del pan hace que mi
estómago ruja.
—¿Y eso? —pregunto, señalando un artilugio de piezas
metálicas dobladas y redondeadas conectadas entre sí.
—Partes de una bicicleta —responde esta vez Vruksha—.
Orbe, apágate —añade con un chasquido.
Las luces del orbe se apagan y se posa sobre un disco
plateado en un saliente junto a la escalera.
Vruksha vuelve a mirarme mientras se desliza hacia
delante, haciéndome retroceder para no tocarlo
accidentalmente. Frunce el ceño cuando lo hago.
—Sígueme.
Su humor no ha hecho más que empeorar. Por un
momento, me quedo mirándole a él y a su sinuosa cola rubí,
que evita notablemente rozar nada.
Vruksha domina sus habilidades y yo le envidio. En mi
trabajo, el conocimiento es poder. Si no aprendo
constantemente y perfecciono las habilidades que ya he
adquirido, podría perder mi puesto en favor de alguien que
sí las tenga.
Y entonces la siento, mi vía de escape a mi espalda,
desbloqueada y llamándome. Su lanza está justo ahí,
esperando a que la coja y huya. Al darme cuenta, me invade
una fuerza embriagadora que me roba el aliento. Vruksha
dejó el camino abierto y, si quisiera, podría salir corriendo.
Podría darme la vuelta y subir corriendo los escalones y
rezar a las estrellas para abrir la escotilla a tiempo antes
de que me atrape. Podría usar su lanza contra él.
Puede que nunca tenga otra oportunidad. Es el mejor
momento para salir corriendo.
Sigo a Vruksha hacia el interior de su guarida.
NUEVE
CONFIAR EN UN HUMANO

Vruksha

M IENTRAS ESPERO a que se caliente la comida, reemplazo la


batería de mi generador. Mi guarida funciona con un
generador gigante que encontré hace mucho tiempo,
guardado bajo llave. He llegado a la conclusión de que
antes se utilizaba para el aeropuerto. No cabe en el espacio
principal donde Gemma está esperando. Está en una sala
aparte, a un lado.
Me costó meses abrir la puerta. Las marcas de garras en
el metal son la prueba de ello.
El generador ocupa toda la habitación pequeña,
desprendiendo calor, emitiendo abundante energía. Solía
mirarlo fijamente, preguntándome cómo se fabricaba una
máquina metálica tan grande. Me entusiasmaba saber que
era mío y que ningún otro naga sabía que poseía algo así.
Como Gemma.
Ahora ese poder no ayuda a mi estado de ánimo.
Ayer conduje a Gemma a mi guarida, con la intención de
llevarla a mi nido, pero a mitad de camino apenas podía
mover los pies. Gritó cuando la llevé a un montón de pieles
limpias y la animé a descansar. Salvo que no quiso hacerlo
conmigo tan cerca… Me vi obligado a alejarme para que
estuviera lo bastante cómoda como para dormir.
Ella sigue rechazándonos.
Lo veo en sus ojos, grabado en su rostro, y en la forma
en que mira a su alrededor, como si buscara algo que la
ayudara a escapar. Su astucia es fácil de ver porque es lo
que yo haría… si estuviera atrapado con un ser con el que
no quisiera estar.
Siseo.
¿No le he dicho ya que conmigo está a salvo? Es el
mundo exterior el que es peligroso.
Gemma no es como las hembras humanas que me
mostraron las pantallas una y otra vez. Las emisiones son
de aquellos últimos días antes de que los humanos y toda la
vida fueran borrados de la faz de la Tierra. Aquellas
hembras cuidaban de sus parejas, de sus hijos; luchaban
por ellos y por su supervivencia. Comunicaron con miedo
cuando la enfermedad se apoderó de ellas, siguieron las
órdenes que se les dieron y aceptaron sus destinos.
Gemma no acepta el suyo.
Meto la batería descargada en un compartimento lateral
de la pared para que se cargue. Si algo he aprendido
viviendo entre las reliquias inertes del pasado, es que
morirían si las dejaras, pero si no lo haces, siguen haciendo
su trabajo. Y este generador… necesitaba mucho
mantenimiento para continuar.
A diferencia de muchos de mis otros tesoros.
Tesoros que he reunido, mantenido y estudiado. Cada
pieza la he encontrado o he luchado por ella, recogiéndola
de ruinas de toda la tierra. Algunas son de mi padre y otras
fueron robadas.
Mi tesoro me reconforta y muestra mi riqueza entre los
nagas. También otorga seguridad. A ella no le importa.
Prefiere arriesgarse en las tierras salvajes. Preferiría
dormir en estructuras en ruinas, con poca protección frente
a los elementos y los depredadores acechando.
Prefiere enfrentarse a todo eso antes que estar
protegida. No le gusta ser uno de mis tesoros. Intento
entenderla…
Pero no es fácil.
Gemma no se parece en nada a las hembras que buscan
desesperadamente seguridad y protección en los vídeos.
Gritaban por ello, suplicaban. He oído esos gritos y súplicas
tantas veces, que me aseguré de que si alguna vez me
encontraba con una, sería capaz de proporcionarle lo que
buscaba tan desesperadamente.
Seguridad y protección que he pasado años
consiguiendo. Años vigilando, años perfeccionando. Todo
por una terrible y primaria necesidad de fortalecer mi
dominio y mantener alejados a los demás. ¿Con qué motivo
lo hacía antes? Para mí, para los fantasmas de las pantallas,
creyendo que una hembra nunca llenaría este espacio, pero
desde el momento en que vi a Gemma por primera vez, mi
guarida se ha convertido en algo totalmente distinto.
Un nido. Para ella. Para nosotros.
Desde entonces, si no la estaba vigilando, desesperado
por verla mientras exploraba las instalaciones, me estaba
preparando para ella.
Cuando salgo de la sala del generador, encuentro a
Gemma mirando fijamente la comida que hay en la cocina,
con la camisa rota y la chaqueta cerrada.
Ansío echar un vistazo a su carne, aunque solo sea
porque me la oculta obstinadamente. La deseo más con
cada respiración. Olfateo el aire en busca de sangre por si
pudiera estar ocultando una herida. Lo he hecho ya muchas
veces, pero no puedo reprimir la duda que me asalta
cuando se esconde cada vez que me acerco.
Pero, ¿la comida que se está cocinando? Apesta a
excrementos de oso.
A mi hembra parece gustarle el olor. Sus fosas nasales
se agitan mientras la estudio. Son raciones militares,
envasadas y conseguidas hace muchos años, que llevé a mi
guarida en caso de emergencia. Pero, ¿hoy? No tengo
ningún interés en salir a cazar carne fresca. Hace casi una
semana que no volvía a mi guarida, desde que Zaku se
acercó a los humanos.
No hay carne fresca por su culpa.
Los ojos de Gemma encuentran los míos y su espalda se
endereza.
Intento no fruncir el ceño.
¿Por qué permanece tensa conmigo?
—No te haré daño —digo bruscamente.
Ella se estremece y vuelve a mirar la comida. Me deslizo
hasta la cocina y le doy la vuelta a la comida con la punta
de la cola.
—¡No lo hagas! Te vas a quemar —exclama.
Es lo primero que me dice hoy.
Recojo la comida y la dejo en el suelo.
—No siento nada, excepto calor a través de mis
escamas.
¿No sabe nada de este lugar ni de mi especie? ¿No
posee la misma tecnología que yo? ¿Tengo que enseñarle
las costumbres de este mundo y también las de su pueblo?
Se estremece y se inclina más hacia el hornillo. Me voy a
buscar un plato y se lo traigo.
—No entiendo cómo funciona —murmura, sin dejar de
mirar el hornillo.
—A pilas. ¿Energía?
Recojo la ración y se la pongo en el plato.
Puede que yo no me queme fácilmente, pero ella sí. Los
humanos, que yo sepa, no tienen escamas.
—Las pilas se agotan, se desgastan, y la energía
necesita electricidad. Ambas son cosas que la Tierra ya no
debería tener —dice meneando la cabeza.
Apago el hornillo. Parpadea y se frota los ojos.
Mi hembra está ensimismada. Perdida en pensamientos
que no son míos.
—La Tierra tiene ambas cosas. Aunque hay que saber
dónde buscarlas —le explico.
Me gusta escucharla hablar, el sonido de su voz. No
suelo oír nada más que el zumbido de mis máquinas o el
latido de mi corazón, el orbe o las pantallas de mi guarida.
Una voz humana real, y auténtica, es extraña y
emocionante.
—Todo lo vivo murió, pero no las cosas hechas por los
vivos —añado.
—¿Pero se conservan sin mantenimiento? ¿Durante
tanto tiempo? —dice mirando su ración.
Sale vapor de la forma rectangular perfectamente
formada.
—¿Tecnología humana y tecnología Lurker?
Sopla sobre su comida y su vientre emite un gruñido.
Me siento frente a ella y la observo. Será interesante
verla comer.
Se aparta visiblemente de mi mirada cuando se da
cuenta de que la estoy mirando.
Mantengo el ceño fruncido. La tensión entre nosotros
me molesta. Me tiene miedo.
—Ambas cosas, tal vez —respondo.
—¿No lo sabes?
—Nunca me interesó saber qué había hecho cada uno,
únicamente cómo funcionaban las cosas y cómo podían
serme útiles —digo mientras mi mirada se desplaza hacia
los numerosos objetos que rodean mi guarida—. El resto
nunca me ha importado.
—¿Y tú? ¿De dónde vienes?
—¿Yo?
Su rostro se desvía hacia mi cola, hacia su larga
longitud, hasta que vuelve a mirarme de frente.
—No eres humano —se aclara la garganta—. No del
todo. Tampoco eres un Lurker ni un Kett, ni ninguna otra
especie sensible del universo que yo conozca, y las conozco
a todas. ¿De dónde vienes, por qué estás aquí y cómo
conoces la lengua común?
—Sabes poco —le digo.
—Te aseguro que sé mucho —dice frunciendo el ceño.
—Sin embargo, no conoces lo que te rodea, ni el hogar
del que procedes, y tus hombres se esfuerzan por dominar
ambos. Eso resulta evidente. Incluso desde el bosque, era
evidente.
—¿Cómo puedes saberlo? Acabamos de llegar.
—Si así fuera, nunca os habrían entregado a nosotros.
Un rubor surge en sus mejillas complementando su pelo.
Me muero por volver a hundir los dedos en esos cabellos y
enterrar la cara en sus mechones. Quedarían preciosos
esparcidos por mi nido. También quedarían maravillosos
envueltos alrededor de mi miembro, empapados en mi
semilla.
—No podemos encontrar la tecnología. Su uso no es el
problema.
—Lo será. Come —exijo.
El vapor que sale de su ración ha disminuido mucho en
estos últimos minutos.
Abre la boca y luego la cierra cuando un suave rugido de
su estómago vuelve a sonar en el espacio. Coge
suavemente la ración y la mordisquea. Sus ojos se vuelven
distantes mientras mastica.
Me inclino hacia delante. Solamente tiene dientes
romos, sin colmillos. Me sorprende que sus dientes sean
tan afilados como para desgarrar la ración. Mis dedos se
agitan queriendo abrir sus labios y ver.
Su garganta se menea y levanta la ración para mirarla.
—Interesante —dice.
Da otro mordisco, este más grande y firme. No sé cómo
lo hace. He comido estas raciones dos veces anteriormente,
cuando no podía levantarme tras una terrible herida, y tuve
que metérmelas a la fuerza por la garganta, muerto de
hambre.
Aún no sé qué fue peor, si el corte en el tendón inferior
de la cola o el sabor de la ración.
—¿Interesante? —le pregunto al tercer bocado.
—Sabe a chocolate. Chocolate muy suave.
—No soporto ni el olor ni el sabor.
—El chocolate es un manjar para los humanos.
Únicamente crece en la Colonia 6.
Termina la ración y sus ojos se cruzan con los míos. Se
estremece como siempre que se da cuenta de que la miro y
se pasa el dorso de la mano por la boca.
—Descubriremos cómo usar la tecnología cuando la
encontremos. Tenemos expertos —dice, volviendo al tema
anterior ahora que la comida ha desaparecido—. Gente que
ha pasado toda su vida estudiando a los Lurkawathianos y
su tecnología.
Se lame los labios y mi sangre se acelera. Sus labios
parecen suaves y dulces. Me asalta la necesidad de
devorarlos. Y hacer algo de eso sería un festín para mis
instintos. Aunque su sabor sea a chocolate rancio…
Es una danza que desconozco.
Pensaba que sabía cómo funcionaba el apareamiento,
pero esto no es lo que imaginaba. Es confuso. Después de
fantasear con tenerla en mi nido y meter mi miembro
dentro de ella, el hecho de estar desesperado por un simple
roce de sus ojos me corroe por dentro.
Sin embargo, siente repulsión y miedo cuando menciono
unirme a ella.
Ha elegido a Azsote.
No entiendo por qué. Quiero convencerla de que debería
haberme elegido a mí desde el principio, de que soy digno
de ella, pero quiere hablar de otras cosas.
Cosas insignificantes. Cosas que al mismo tiempo me
inquietan y me devuelven la curiosidad de mi juventud.
Interrogantes en los que no quiero insistir más…
Temo que si la obligo a enfrentarse a su destino, elija a
otro macho. Una vez más. Responderé a las preguntas que
me haga porque quiero oír su voz, pero hay cosas en la
Tierra de las que no debe preocuparse.
La tecnología Lurker es una de ellas.
Por eso no puedo dejarla salir de mi guarida, no por
ahora, y poco tiene que ver con los osos, los cerdos y el
Víbora de la Muerte que hay cerca. Aunque los cerdos me
preocupan.
No sé qué cerdos habrá en las estrellas, pero los de la
Tierra son inteligentes, feroces y crueles. Comen de todo y
persiguen a sus presas durante kilómetros. Viajan en
grandes manadas y son increíblemente resistentes. Lo
mejor que puede hacer un cazador como yo es matar a uno
para distraer al resto, porque se detendrán a comer a su
congénere antes que venir a por mí.
Por desgracia, la carne de cerdo es la más deliciosa, lo
que significa que pronto volveré a enfrentarme a ellos para
conseguir un poco y poder oír los gemidos de Gemma.
Alimentaré a mi hembra con la mejor comida que exista,
porque las raciones de chocolate, que deben de tener mil
años, no es lo mejor.
Se limpia las manos en los pantalones y se levanta. Mira
las cosas que nos rodean ahora que está despierta y
alimentada, y se pone de puntillas para observar los objetos
que hay más abajo en el búnker. Mi nido está al fondo,
escondido, y me pregunto si lo estará buscando.
Me tenso, con mi miembro presionando contra mis
escamas. Espero que lo esté buscando.
Mi nido. Donde mi olor cubre cada centímetro, donde
pronto se bañará desnuda para que yo la contemple,
impregnándose de mi olor. Donde la abrazaré y reclamaré
su cuerpo. Donde la ataré con mi cola…
El acto de apareamiento entre humanos es… febril. He
estudiado a fondo lo que me han mostrado las pantallas.
—¿Tienes algo de tecnología Lurker aquí? —pregunta
ella.
Mis manos se tensan. No está buscando mi nido.
—Sssí.
—¿Puedo…? —dice mirándome a los ojos—. ¿Puedo
verlo?
Vuelvo a sentarme, meditando su pregunta.
—No.
—¿No?
Se le forma una arruga entre las cejas.
—Tú y tu gente estáis aquí por esa tecnología. Lo has
dejado muy claro.
Es poderosa y difícil de encontrar porque los otros nagas
y yo la mantenemos oculta, aunque sé dónde hay alijos de
ella, alijos que otros desconocen.
—Quiero algo a cambio —decido en el acto.
Ella me mira con recelo.
—¿Un intercambio?
Asiento con la cabeza, levantándome. Sus ojos se
desvían hacia mi cola, que se desliza para enroscarse a su
alrededor. Ella junta sus piernas.
—Quiero verte a cambio.
Señalo su cuerpo. ¿Quizás oculta una herida que no
puedo oler?
Es un intercambio justo, pero la forma en que la sangre
se agolpa en su rostro me dice lo contrario. Agarra sus
ropas desgarradas y las aprieta con sus pequeñas manos.
No cederé.
—¿Quieres verme? —susurra.
Sabe lo que quiero decir.
—Tanto como tú quieres ver esta tecnología alienígena.
Y mucho más.
—¡Eso es injusto!
—¿Por qué? —digo ladeando la cabeza—. Tú me has
visto todo. Es justo que yo te vea a ti.
—Me enseñaste tu miembro por voluntad propia, no
porque te lo pidiera —su voz se acelera—. Eso es
completamente diferente.
—Trabajas de Comunicadora, ¿verdad?
La confusión le sonroja la cara.
—Sí…
—¿Entonces sabes lo que es hacer un trato y cómo estos
benefician a ambas partes? Te enseñaré lo que quieres si tú
haces lo mismo por mí.
El rubor vuelve a sus mejillas.
—Mi cuerpo no forma parte de ningún trato, sobre todo
de uno hecho entre machos que creen que no están a
merced de nadie.
Sus palabras me enfurecen. Las reprimo.
—Aquí no hay otros machos, solo yo, Gemma.
Únicamente yo. Si tus machos humanos no te hubieran
desechado, planeaba robarte igualmente. Me disponía a
hacerlo antes de que Zaku se acercara a las instalaciones.
Nunca se volverá a cuestionar tu cuerpo ni a quién
pertenece. Es mío por derecho.
—No, Vruksha, es mío.
Deslizo la punta de mi cola más cerca de sus pies, y ella
no parece darse cuenta.
—Y la tecnología Lurker que tanto deseas es mía.
Cruza los brazos, sobre su pecho. Otro escudo, uno que
utiliza a menudo contra mí, aunque débil. Le levanta el
pecho, resaltando sus curvas, y eso me gusta.
Nos miramos fijamente durante un rato, y puedo ver los
pensamientos que corren por sus ojos.
Pasa una hora en silencio, ninguno de los dos cede. Ella
está considerando el acuerdo.
Mi región pélvica se tensa, las escamas que rodean la
envoltura de mi miembro palpitan por liberarlo.
Cuando creo que está a punto de ceder y aceptar este
intercambio perfecto, se levanta, me da la espalda y pasa
por encima de mi cola. Observo cómo encuentra un rincón
entre algunos de mis tesoros y se acurruca en el suelo, de
cara a la pared. Sus hombros rígidos suben y bajan durante
un rato, y cuando se relajan, la tensión provocada por
nuestro intercambio la abandona.
La pequeña humana me ha excluido. Otra vez.
La impaciencia y la curiosidad se instalan en mí.
Pasan las horas mientras la observo dormir, o intentarlo,
dando vueltas una y otra vez. En un momento dado, saco
una gran piel de oso de mi nido y la envuelvo, y veo cómo
se acurruca en ella con un suspiro, adorando la forma en
que su pelo rojo se entremezcla con el pelaje. Me debato
entre levantarla y llevarla a mi nido, donde sé que estará
más cómoda.
Quise hacerlo la noche anterior, pero cada vez que me
acercaba, ella se encogía ante mi tacto.
Mi agotamiento aumenta a medida que el día llega a su
fin. Aun así, espero, manteniéndola cautiva, incapaz de
abandonar mi puesto.
Quiero que responda. Tengo todo el tiempo del mundo.
Sé que está pensando en mi propuesta en sus sueños.
Por eso da vueltas en la cama. Sonrío.
¿Cuánto desea lo que yo tengo? ¿Lo que solo yo puedo
darle? ¿El calor y la protección que puedo ofrecerle? Solo
pido una cosa: su sumisión, que me elija.
Cuando por fin consigo apartar los ojos de su cuerpo,
salgo de mi búnker para comprobar la posición del sol y
descubro que el mundo ha vuelto a anochecer. Nuestro
tercer día juntos está llegando a su fin y aún no he
reclamado a mi compañera.
Gruño a la luna creciente y vuelvo a bajar.
Ella está sentada, esperándome mientras bajo las
escaleras.
Está decidida.
La sangre fluye a toda velocidad por mis venas.
DIEZ
PASADO EL PUNTO DE NO RETORNO

Gemma

LE ODIO .
Lo repito una y otra vez en mi cabeza mientras intento
dormir. ¿Por qué no puedo creérmelo?
Empiezo a confiar en él. Se me escapa una risita en el
fondo de la garganta ante lo absurdo que me resulta. No
me ha hecho ningún daño ni me ha forzado, me ha
alimentado y me ha dado un lugar cálido donde dormir, y
ahora tengo esta piel envolviendo mi cuerpo… la manta
más grande y suave que jamás he conocido.
No hay razón para no confiar en él, ¿verdad?
El suave pelaje me hace cosquillas en la mejilla. Negar
que estoy cómoda, lo más cómoda que me he sentido en
días, es totalmente inútil. Vruksha me asusta. No puedo
negarlo. Hay un destello oscuro en sus ojos negros… que
no puedo ignorar. Pero no ha usado su fuerza conmigo, y
eso ya es mucho decir.
A los hombres humanos les encanta tener poder y
estatus, por esa misma razón empiezo a confiar en
Vruksha. Si el hombre equivocado tuviera lo que tiene
Vruksha y una mujer a su merced, se aprovecharía,
explotaría la situación. Lo sé bien, porque a mí me ha
ocurrido.
He trabajado para muchos capitanes, y algunos de ellos
solo lo eran por el poder que podían ejercer teniendo ese
cargo. Afortunadamente, no soy especialmente guapa, por
lo que nunca se fijaban en mí durante mucho tiempo.
No puedo librarme del temor a que todo sea una trampa
y a que, en cuanto empiece a ceder, Vruksha haga lo que
pasa siempre. Porque no hay nada en este mundo que le
impida hacer lo que quiera conmigo.
Quiere verme desnuda. ¿Es porque quiere conocer
nuestras diferencias? Sus ojos indican lo contrario…
Me estremezco.
¿Acaso alguien me ha visto desnuda? Tiro de la piel
hacia mi boca. No creo que nadie lo haya hecho. He estado
con hombres antes, aunque no de manera tan vulnerable.
Nunca pude arriesgarme a ser vulnerable cuando no podía
saber si los hombres a los que dejaba entrar en mi cama
podrían ser algún día mis subordinados o, peor aún, mi
futuro jefe en la nave que había convertido en mi hogar.
Para mí el sexo era una forma de alivio, y la desnudez no
formaba parte de ello. No para mí, al menos.
Nunca sabía si alguien podría grabarme o hacer una foto
para utilizarla en mi contra más adelante. Lo prudente era
ir lo más vestida posible. Sobre todo dada mi posición de
autoridad.
Pero Vruksha me quiere ver desnuda. Quiere ver lo que
cree que le pertenece. Arrugo la cara. Me hormiguea la
espalda, sabiendo que no se ha movido y que sigue
observándome.
Desearía que se fuera. No puedo descansar sabiendo
que está ahí, esperando mi respuesta. También sé que no
puedo quedarme así para siempre. No puedo dormir para
siempre.
Hazlo. Deja que te vea.
Acaba con esto.
Al final te verá. No puedes estar con la ropa sucia
siempre.
Y aunque Vruksha me ha permitido ir al baño en privado
hasta ahora durante nuestro viaje, no sé si eso cambiará en
el futuro.
Puede que tarde semanas en escapar de este agujero.
Le oigo moverse y luego oigo que se marcha. Me
incorporo, girándome para ver adónde va. Su cola se
escapa de mi vista mientras asciende por la oscura
escalera. Me relajo, echándome la piel sobre los hombros.
No era consciente de la tensión que tenía en los músculos
con él tan cerca.
Aún siento su lengua en mi mejilla desde hace días.
El calor me hace cosquillas en el vientre.
¿Pero desnuda?
Quizá dejar que me vea no sea tan malo. Tal vez le
parezca repugnante, después de todo somos muy
diferentes. No tengo cola, ni escamas, ni colmillos como él.
Cuando me vea desnuda, quizá recapacite y se dé cuenta
de que no pertenezco a su especie y de que en realidad no
me desea.
Se me oprime el corazón al pensarlo, y frunzo el ceño.
Lo alejo a la fuerza. No quiero que me desee.
Asiento con la cabeza, sabiendo que no me convencerá
aunque lo haga.
Aunque, si me quisiera, eso me daría poder…
¿Y si no me quiere? Me acerco más la piel. Si no me
quiere y no puedo volver a las instalaciones, ¿qué pasará
entonces?
Por alguna razón, esa pregunta me aterroriza tanto
como todo lo demás en este momento.
Tendré que encontrar una forma de sobrevivir por mi
cuenta, y sin llamar la atención de otros machos naga más
aterradores que quizá no sean como Vruksha ni por asomo.
Como el de rayas negras de la pantalla del orbe… o el de la
capucha, creo que se llamaba Zaku, el de la meseta.
Tengo los ojos llorosos mientras miro fijamente la
escalera, dándome cuenta de que estoy esperando el
regreso de Vruksha. Se ha llevado su lanza, lo que significa
que podría estar esperándole un rato.
Mis dedos se dirigen a los botones de mi chaqueta,
abriéndolos.
No va a mostrarme la tecnología sin que yo le dé nada a
cambio. Necesito la tecnología como ventaja cuando vuelva
a El Temible. Necesito que él también me quiera… en caso
de que mi plan original fracase.
Voy a darle lo que desea.
Se me revuelve el estómago cuando el pensamiento se
afianza.
Verme desnuda no es gran cosa… Podría haber pedido
mucho más, y aún es posible que lo haga, si sigo
negándoselo y haciéndole preguntas que claramente no le
gusta responder. Si no le doy algo, podría hacerme pagar
cada pizca de su hospitalidad de ahora en adelante.
Oigo un ruido y se me acelera el corazón.
Ha vuelto antes de lo que creía.
Me siento más erguida en cuanto aparece. Cuando me
encuentra, su mirada arde.
Es guapo. No puedo negarlo. Todo rubí y alargado, y tan
elegante con su manera de moverse. Su destreza me
intriga. Se hace notar en todo lo que hace. Sabe cómo
sobrevivir. Los hombres así son increíblemente raros ahí
arriba. Saben manipular, engañar, menospreciar, ¿pero
sobrevivir de verdad? A menos que hayan sido entrenados
como soldados de combate, no son más que unos
debiluchos con traje.
Me siento… afortunada por haber sido elegida por
Vruksha. Agradecida ahora que he conseguido comida,
calor y un sitio donde dormir. En comparación con lo que
pensaba que serían mis circunstancias hace unos días, esto
no es ni mucho menos tan horrible.
A decir verdad, creía que ya estaría muerta, o
salvajemente herida y deseando morir.
Aunque todavía hay partes de Vruksha que me obligan a
moderar la atracción que ejerce sobre mí, negándome a
aceptar que siquiera sienta alguna atracción. Como sus
colmillos. A veces creo ver que gotean algo, y sé que ese
algo no es saliva…
O la evidente lujuria de sus ojos.
Su delicioso olor. Mi nariz se agita.
¿Ha estado alguna vez con una mujer? ¿Antes de que
desaparecieran? ¿Y por qué desaparecieron?
Vuelve a mirarme fijamente como si esperara una
respuesta.
Me tiemblan las manos.
—Solo quieres mirar, ¿verdad? ¿Nada más? —consigo
decir.
Sus fosas nasales se agitan, sus ojos se clavan en mi
cuerpo oculto tras la piel. —Quiero verter mi semilla dentro
de ti —dice con voz grave y ronca—. Aceptaré verte esta
noche. Me gustaría asegurarme de que no estás herida.
¿Herida? Sacudo la cabeza. Sus palabras me hacen
estremecer. También me encienden las mejillas. He
imaginado lo que se sentiría con él dentro de mí… ¿Cómo
podría no hacerlo?
Se me pone la carne de gallina en los brazos.
—De acuerdo —digo.
Suelto la piel y la dejo caer. Mis manos se dirigen de
nuevo a los botones de la chaqueta. Mejor acabar con esto
antes de seguir pensando en ello.
—Espera —se adelanta de un tirón.
Mis dedos se detienen.
Vruksha se acerca, y yo me pongo tensa. Se detiene a
varios metros, enroscando su gran cola bajo él.
—Quiero que te pongas de pie.
¿Que me ponga de pie?
—¿Me enseñarás la tecnología Lurker si lo hago?
Necesito asegurarme.
—Sssí —sisea largo y tendido—. Pequeña humana, te
enseñaré lo que quieras. Te daría este mundo si pudiera.
Su voz es ansiosa.
Me pongo en pie, rezando por conseguir calmarme. Mis
dedos vuelven a encontrar mi chaqueta rasgada. Esta vez,
cuando desabrocho los botones, no me detiene. En cambio,
sus ojos se clavan en mí.
Si no supiera que estoy en un agujero, en la Tierra, sola
con un extraño, pensaría que estoy en un escenario a punto
de desnudarme para todos los hombres de El Temible.
Había trabajadoras sexuales que hacían lo mismo.
Pero únicamente estamos él y yo, y la frágil confianza
que hemos construido. Demasiado pronto, llego al último
botón. Me agarro a las solapas de la chaqueta y me la quito
de un tirón, dejándola caer al suelo.
A continuación, busco el cierre de los pantalones y me
los aflojo. Vruksha no se ha movido, ni siquiera ha
respirado. El calor sonroja mis mejillas al sentir la
intensidad con que me observa.
Me bajo los pantalones para recogerlos sobre mis botas.
Mi tripa se llena de mariposas revoloteando mientras
sus ojos recorren mis piernas desnudas. Me quito las botas
de una patada y me retiro los pantalones.
—Sin escamas, ni una sola —murmura—. ¿Cómo puedes
sobrevivir sin una protección básica?
No respondo. No puedo.
Llevo mis dedos, que tiemblan, a la parte inferior de mi
top, sujetándolo. Antes de que pueda cambiar de opinión,
levanto la tela por encima de mi cabeza y la dejo caer al
suelo, donde yacen mis pantalones y mi chaqueta.
Las escamas de la cola de Vruksha se mueven,
enderezándose hacia fuera. Sus ojos abrasan mi carne
desnuda, recorriendo mi cuerpo como un relámpago.
Coloco las palmas de las manos a ras del estómago,
esperando su respuesta.
—No soy joven —susurro, sin saber por qué—. Ya no soy
el tipo de mujer que quieren la mayoría de los hombres —
añado apresuradamente—. Tampoco soy vieja.
Tengo treinta y tres años, y mientras la mayoría de las
mujeres de mi edad ya han tenido hijos y están formando
una familia, yo, en cambio, elegí una carrera en una clase
social mejor.
Puede que él no lo sepa. Mi cuerpo ya no es perfecto y
terso como antes. Me mantengo en forma porque mi
trabajo así lo exige, aunque si por mí fuera, nunca saldría
de mis estancias en El Temible, y en su lugar leería y
dibujaría todo el día, a todas horas.
Esos deseos tan simples me han sido arrebatados. A
veces me pregunto si he tomado las decisiones correctas…
Me quito esos pensamientos de la cabeza. Tener raciones
de agua y comida es más importante que los libros y el
tiempo libre.
—Lo demás —exige cuando hago una pausa—. Quiero
verlo todo. Quiero comprobar si tienes heridas.
Su lengua bífida arremete contra mí y me roba
momentáneamente todos mis pensamientos.
Puedes hacerlo, Gemma. No deslizará su lengua entre
tus muslos cuando no estés mirando.
¿O sí?
No lo hará, me convenzo. No he podido lavarme desde el
día en que me intercambiaron. Nunca he pasado más de un
día sin asearme y ducharme. ¿Tres días sin lavarme?
Arrugo la nariz. El rocío matutino de ayer es todo lo que he
conseguido para limpiarme la piel desde que estoy aquí.
Cuando vea mis rasguños y magulladuras, no querrá
mirarme más…
Sus ojos se clavan en los míos.
—Te quiero toda —dice, esta vez más suavemente, como
si leyera mis pensamientos—. Me alegro de que no estés
herida. Quiero ver lo que es mío.
Me llevo las manos al sujetador, al broche delantero, y
me lo desabrocho. Dejo que el sujetador caiga por mis
brazos, y utilizo uno de ellos para ocultar mis pechos. Mi
corazón se acelera. Sus puños se cierran.
—Suelta el brazo —me ordena.
Me enfado, pero hago lo que me dice, dejando caer los
brazos.
El aire roza mis pezones, sobre mi piel expuesta,
agravando mis escalofríos.
Rezo para que no sea un mentiroso.
Porque si lo es, no hay nada, salvo la fina tela de la ropa
interior, ya usada desde hace varios días, que le impida
tomarme. Me siento tan impura que ningún hombre o
mujer de El Temible se acercaría a mí en este momento.
Vruksha no es un hombre ni una mujer, es un alienígena
primitivo. Lo que para mí podría estar sucio, para él podría
estar limpio.
Su miembro emerge de sus escamas, grueso y
palpitante. Retrocedo un paso.
—No —gruñe, moviéndose hacia delante.
—Prometiste que no me tocarías.
Me encojo aún más cuando se acerca a un palmo de mí.
—Y no lo haré… miraré desde aquí, veré nuestras
diferencias y te mostraré cómo me hace sentir, a menos
que no quieras la misma retribución cuando se trate de tu
tecnología…
Me queman las mejillas. No puedo articular palabra.
No es justo.
—Ahora, el resto.
El calor de su cuerpo envuelve mi piel. Así de cerca está.
Este macho feroz y alienígena. Si tropiezo, caería sobre él,
en sus brazos. Si tropiezo, también sería contra él. Si
respiro demasiado fuerte, nos tocaríamos. Y si lo
hiciéramos… No sé qué pasaría. Me fijo en la curvatura de
sus bíceps, en las cicatrices que no había visto antes.
La forma en que su cola ha vuelto a enroscarse a mi
alrededor cuando no le prestaba atención. Sigue sin
tocarme, pero…
Su miembro está totalmente erecto, está claro que me
desea.
Su mirada es salvaje.
Meto los dedos bajo la goma de las braguitas y las
deslizo por las piernas, casi con aire desafiante. Cuando
están junto al resto de mi ropa, me enderezo y levanto la
barbilla.
—Ya está —digo bruscamente—. Ya no hay nada entre
nosotros. Nos hemos visto.
No sé si me enfado de repente porque soy plenamente
consciente de la diferencia de poder entre nosotros o
porque le odio. Desde luego, no es por el cosquilleo o el
calor creciente que baila en mi interior. La excitación del
riesgo que corro o su maldad.
La garganta de Vruksha se estremece.
—Eres… —se interrumpe.
—¿Soy…? —digo, soltando un bufido.
—Fantástica.
Me quedo boquiabierta ante su extraña elección de
palabras. ¿Fantástica? ¿Como una fantasía? Nunca he sido
nada parecido a eso para nadie en mi vida. Ningún hombre,
humano o no, se ha acercado a mí como Vruksha, como si
pudiera morir si no me tiene. ¿Pero fantástica? No. Soy una
persona aplicada, disciplinada y leal. Encajo perfectamente
en el puesto que me he ganado. Pero no fantástica…
Las personas fantásticas son estrellas y modelos. Son
seres a los que envidia todo el universo. Son una clase
social propia. Pueden pintar y dibujar todo el día, o leer y
escribir sus propias novelas durante la guerra.
Nadie me ha envidiado nunca, nadie desea mi trabajo
con el estrés de la ruina de la humanidad sobre sus
hombros.
Se me humedecen los ojos y levanto la mano para
secármelos, descubriendo que tengo las pestañas mojadas.
Me las seco rápidamente antes de que Vruksha me vea.
Parpadeo varias veces, aclarándomelos, manteniendo el
rostro cabizbajo. No quiero estar aquí, donde él pueda
verme vulnerable. Quiero esconderme en la gran piel
mullida que tengo a mis pies y desaparecer. Y no es mi
desnudez lo que no quiero que vea. No quiero que vea mis
lágrimas, no de nuevo.
Si lo hace, podría dejar de creer que soy fantástica.
—Gemma —empieza—. Eres increíble.
Le detengo antes de que pueda decir nada más. Doy un
paso hacia él y me escondo en él.
Se para y su miembro se aprieta entre nuestros cuerpos,
caliente, contra mi vientre. Es cálido, y aquí puedo
esconderme contra él y fingir que las cosas son diferentes.
Sus brazos no me rodean, y eso está bien. No necesito
que me abrace; únicamente necesito que me esconda, al
menos durante un rato. Levanto los brazos y le rodeo con
ellos hasta su espalda, apoyándome más fácilmente en él.
Sus escamas son aterciopeladas bajo mi piel, bajo las
yemas de mis dedos, y acaricio las de su espalda que puedo
alcanzar.
—Gracias —le digo, sabiendo que no lo entenderá.
¿Cómo podría?
Me rodea con los brazos, apretándome contra él. Es
incómodo y no me importa.
Ni siquiera me importa el palpitar de su miembro entre
nosotros. De algún modo, confío en él.
—¿Por qué? —pregunta ásperamente, claramente
confuso con lo que estoy haciendo. Claramente precavido…
conmigo.
Sonrío y me alegro.
—Por el cumplido —susurro.
Nos quedamos así un rato y percibo su olor. Es
almizclado y puro, y algo que no puedo identificar, pero me
reconforta. Ahora no es fuerte. No me enturbia la mente.
Es perfecto. A veces me eriza la piel. Me recuerda a este
planeta y todos sus misterios. Le viene bien, decido. Lo
respiro, casi estremeciéndome al hacerlo.
No es un mal olor.
Su miembro sigue duro y, a medida que pasan los
minutos, lo noto cada vez más. No puedo esconderme
contra él para siempre. Mis lágrimas se secan y trago
saliva.
Cada vez desconfía menos de mi reacción. Si quiero
atacarle, debería hacerlo ahora…
Sus manos se deslizan por mi espalda, apretándome más
contra él, contra lo que tiene ahí. Un ruido retumbante y
jadeante sale de su garganta, y no puedo evitar ponerme
rígida en su abrazo. Más de su olor inunda mi nariz,
haciéndome entrar en calor… por todas partes.
Me aparto de un tirón.
Cuando lo hago, sus uñas me arañan la piel.
—¿Por qué? —sisea.
—No puedo —jadeo, cubriéndome el cuerpo.
Ese atisbo de oscuridad brilla en sus ojos y se me cierra
la garganta. Avanza hacia mí, deslizándose, y yo retrocedo
hasta quedar aplastada contra una especie de cajón
metálico.
—Has estado jugando conmigo —gruñe—. No seré más
un estúpido.
Me separa los brazos del cuerpo.
ONCE
SIN UN LUGAR DONDE ESCONDERSE

Vruksha

S US DEDOS me hacen cosquillas en la espalda.


Me ha elegido.
Me desea.
Se acerca a mí, desnuda, y aprieta su cálido cuerpo
contra el mío, e incluso acaricia mis escamas. Su aliento
aviva mi pecho. Su mejilla se posa sobre mí. El suave tacto
de sus dedos sobre mis escamas me atrapa.
Gemma ha venido a mí.
¿Por qué? Hasta ahora ha luchado contra mí, así que
¿por qué ahora?
Pese a eso, contengo un rugido de triunfo. Quiero
precipitarme a la superficie, gritando a todos los demás
machos que no reclamaron una compañera, que ella es mía.
Me ha elegido.
Rodeo su pequeño y tembloroso cuerpo con mis brazos.
Te cuidaré. Te protegeré.
Un gemido de placer retumba en mi interior con su
cuerpo apretado contra el mío. Un gemido de preocupación
se une a él, sabiendo lo delicada que es realmente y que la
única forma de conservarla es protegiéndola con todo lo
que tengo. También lo juro. Moriré por ella. Después de
pasar tantos momentos incontables solo, vale la pena morir
por ella. Nunca volveré a estar solo.
La aprieto entre mis brazos.
Ella se suelta de mi abrazo.
Se escapa de entre mis manos y me regala una mirada
de sorpresa atónita.
—¡No puedo! —grita.
Parpadeo para disimular mi asombro, y mi frustración
aumenta cuando ella huye de mí. Mis dedos se crispan por
la confusión. ¿Piensa que soy un estúpido? ¿Cree que
puede provocarme con lo que más quiero y luego
quitármelo? Mi mirada se endurece.
¿O se trata de una danza de apareamiento?
Avanzo para reclamarla, para acabar de una vez por
todas con esta contradicción.
—Se acabaron tus juegosss —siseo.
Sus ojos se abren de par en par y brillan como si
estuvieran mojados. Sigo su rostro. Tiene las mejillas
sonrosadas y el pelo revuelto le cae por los hombros y
sobre el cuerpo pálido y sin escamas.
Se cubre los pechos y el montículo con los brazos y las
manos.
—No estoy jugando.
Y entonces me doy cuenta… Ella vino a mí cuando le dije
lo que era, lo que yo veía en ella… Me trago mi frustración,
intentando comprender todo.
—¿Por qué me abrazaste?
Ella niega con la cabeza.
—¿Por qué? —le pregunto.
Sus ojos se desvían hacia otra parte, su cuerpo se echa
hacia atrás sobre la caja metálica en la que está casi
sentada. No quiere responderme. Gemma Hurst, Oficial
Jefe de Comunicaciones…
¡Los humanos no se comunican para nada!
—¿Por qué? —pregunto, esta vez más alto.
—Quería esconderme —responde.
Su mirada se ha detenido en mi cola y la mira fijamente.
—¿Esconderte? ¿De qué necesitas esconderte?
—De todo.
Ladeo la cabeza y la estudio. Se levanta con inseguridad.
Su piel se eriza con un cosquilleo cuando mis ojos acarician
sus curvas desnudas. Sus gruesas ondas rojas hasta los
hombros se han vuelto lacias, pero su pelo conserva el
brillo. Siento el impulso de echárselo hacia atrás y tener su
rostro despejado para mí. No quiero que se esconda. Nunca
debería tener que esconderse, no mientras esté conmigo.
Bajo la voz, me tranquilizo.
—¿Esconderte de todo? ¿Por qué tendrías que hacerlo?
¿Está en peligro?
Sus brazos se tensan sobre su pecho. Arrancárselos del
cuerpo y atárselos a la espalda para que no vuelva a
cubrirse de mí sería hacernos un favor a los dos.
—No lo entenderías.
—Puedes esconderte aquí. Conmigo. Nadie puede
encontrarte aquí, y si lo hacen, los mataré. No tienes nada
que temer.
Sus ojos se encuentran con los míos. Sus labios
tiemblan.
Oh, cuánto deseo que sus labios tiemblen sobre los míos.
Me acerco y ella no se sobresalta.
—Puedes esconderte cuanto quieras, pero nunca de mí.
Te daré lo que necesites.
Mi deseo por ella me convierte en su esclavo.
Una lágrima reluciente asoma por el rabillo de su ojo.
Esta vez, cuando asiente, lo acepto. Quiero saber por qué
está ahí, por qué ha cambiado de repente, pero no
pregunto. En lugar de eso, curvo mi dedo y se lo acerco
lentamente a la cara. Ella se pone rígida, pero no se mueve
mientras yo atrapo su lágrima, le limpio suavemente la piel
bajo el ojo y se la quito.
La chupo de mi dedo.
La observo mientras lo hago. Sus labios rojizos se
entreabren y sus ojos, llenos de confusión, se abren de par
en par como dos piedras negras, inundando mi visión.
Disfruto de su sabor salado. Sabe a presa fresca, a sol en
mis escamas. Sabe a cómo me imagino que sabría la sangre
que corre por mis venas durante una excitante cacería.
—No te pareces a ningún hombre que haya conocido —
respira.
—No hables de otros machos —gruño, mientras me
invade una nueva oleada de celos—. No puedo soportarlo.
No lo toleraré.
No se forman nuevas lágrimas en sus pestañas. No hay
más sal. Me acomodo para volver a disfrutar de su
desnudez.
—Baja los brazos, Gemma. No te escondas más. Ya no
hay razón para hacerlo. Tu ropa ofrecía poca protección.
Tus manos y brazos, menos aún.
Vacila y espero a que se decida. Lentamente, vuelve a
bajar los brazos. Mis escamas revolotean por mi espalda.
Mi compañera, desnuda, para mí y solo para mí. Solamente
para mí. Cómo he imaginado esto innumerables veces, de
muchas maneras, pero ninguna era tan deliciosa como en la
realidad.
Gemma siempre estará desnuda en mi mente, sin nada
que la cubra excepto su pelo rojo.
Sus pechos son turgentes, y las puntas sonrosadas son
puntiagudas, listas para que las acaricie. La forma en que
aparecen en su pecho me hace desear cogerlos con las
manos y explorarlos. Ver sus pechos me recuerda a mí de
joven, viendo por primera vez a una mujer desnuda en una
pantalla.
Un mechón de su pelo se desliza hasta caer sobre su
pecho, y mis músculos se tensan.
—¿Vruksha? —pregunta mi nombre.
Compruebo sus pestañas y no veo nuevas lágrimas.
—¿Sí?
—¿Has estado antes con una mujer?
Ladeo la cabeza.
—¿Mujer? Las mujeres ya no existen.
Creía que ya se lo había dicho.
—¿Por qué? ¿Dónde están?
No es un tema del que quiera hablar.
—Se mueren durante el parto. Hace mucho tiempo, las
que quedaban huyeron juntas de estas tierras, para no
volver jamás. Eso es todo lo que sé.
—Ah.
Deslizo de nuevo la mirada hacia su cuerpo, esta vez
más abajo, hasta quedar a la altura de su sexo, ese
tentador montículo entre sus muslos. Un montículo sin
vello. Veo la cúspide de su pequeño bulto hinchado. Aprieta
las piernas.
—Ábrelas —le exijo.
—Puedes…
—Ábrelas. No me hagas pedírtelo otra vez.
—Tengo que lavarme.
Le lanzo una mirada de frustración indiferente y su boca
se cierra con fuerza. Me huele a cielo y a lluvia.
Durante un instante, únicamente oigo su respiración.
—¿No me tocarás, verdad?
Esta vez soy yo quien niega con la cabeza.
—No lo haré, a menos que estés herida.
Inhala y separa los pies. No es suficiente para saciar mi
curiosidad.
—¿Dónde tienes el pelo?
—Yo… no tengo pelo ahí. Ya no —dice, con apenas con
un susurro.
Tarareo, mirando fijamente mi regalo milagroso. Mi
premio.
—¿Puedo cerrarlas ya?
—Quiero más.
—¿Más? —chilla.
Es un sonido raro que sale de su garganta. Levanto los
ojos y me mira estupefacta.
—Más. Exijo verlo.
Sus mejillas enrojecen febrilmente.
—No puedo.
—Sí, puedes.
—Nunca nadie ha…
—Lo haré, ahora —le digo bruscamente—. Lo voy a ver, y
a ti entera, ahora.
Su pecho sube y baja, y vuelve a esconder los pechos
tras los brazos. Los bajará cuando se lo exija, ahora estoy
seguro.
Pero me impaciento ante sus continuas reticencias.
—Gemma —le espeto con rudeza—. Déjame ver lo que
he ganado. Eres un premio por el que moriría. Moriré por
conservarlo, y voy a ver lo que he ganado.
Si se echa atrás ahora, no sé qué haré.
Una terrible tensión llena mis entrañas. Es la misma
tensión que me llenó el primer día que la vi. Entonces,
estuvo a punto de destruirme, pero semanas después, la he
superado. Aunque la continua creación de semilla es
insoportable.
Su calor femenino está tan cerca, que llega hasta mi
cara, estoy como un siervo ante ella. Su olor, puramente
femenino, inunda mis fosas nasales. Mi miembro está
erecto, hinchado por toda la semilla y goteando.
Se estremece ante mis palabras, como si le hicieran
cosquillas, y sus piernas se sacuden ligeramente. Para mi
sorpresa, deja caer los brazos y se agarra al borde de la
caja, alzándose para sentarse encima. Me levanto a la vez
que ella separa deliberadamente las piernas. Decide
mostrarme lo que tanto deseo ver, mientras ella se
recuesta.
Al instante, me encuentro entre sus muslos y miro su
centro con un gruñido sofocado.
Unos deliciosos labios inferiores se encuentran con mi
mirada. Rosados, suculentos y preciosos. Se adhieren entre
sí con una excitación reluciente, impidiéndome ver su
centro. Su botón femenino está a la vista, enmarcado por
dos hendiduras de carne. Es diminuto y perfecto, y se me
hace la boca agua deseando presionarlo, para ver su
reacción.
¿Qué haría si le hiciese precisamente eso? Tocárselo.
Cierro los ojos y gimo.
Sus piernas se cierran de golpe, pero sus rodillas se
enganchan en mis brazos. En un instante, los abro con las
manos, a ras y separadas contra el borde de la caja.
Gemma salta, forcejea y yo la mantengo quieta. Me
agarra las manos, tirándome.
—Me dijiste…
Le aprieto los muslos.
—Tú me tocaste primero, dos veces. Esto va en ambas
direcciones, pequeña.
Sus fosas nasales se hinchan y sus manos se vuelven
blancas donde sujetan las mías. Tiembla bajo mi agarre.
Vuelvo a sumergirme entre sus piernas, indiferente.
Sus pliegues están abiertos y resbaladizos.
El pequeño agujero que acogerá mi miembro está
expuesto de modo exquisito. Está apretado y cerrado. Me
invade una necesidad primitiva y hambrienta.
Está tan tensa que la veo estremecerse mientras la miro.
—Mío —suspiro.
¿Estar tan cerca de mi compañera y no poder tenerla?
Es el paraíso y una auténtica tortura a la vez.
No envidio a los machos naga que no capturaron a una
hembra. No los envidio en absoluto. Porque si supieran lo
que se pierden…
La paranoia me golpea tan fuerte como la fiebre del
apareamiento. Si los otros machos tuvieran la menor idea
de lo que se pierden, no dejarían de perseguirnos. Mi
lengua se desliza sobre mis colmillos.
Necesito reclamarla, marcarla. Mis ojos se dilatan.
—Tu olor… me está haciendo algo —dice jadeando.
Aparto la mirada de su sexo y la miro a los ojos
entornados. No sé a qué se refiere. Mientras los mantengo,
deslizo las manos por sus muslos.
Su ceño se frunce. Está tan tensa, manteniéndose
tendida, que se niega a aceptar la evidente excitación que
se acumula entre sus muslos.
Ella tampoco me detiene.
Sigo deslizando mis manos hasta que están justo en la
curva de sus muslos. Gemma sigue agarrando mis manos
bajo las suyas y, con una inspiración, las suelta.
Triunfo.
Mi miembro se eleva y mi cola se enrosca en la caja,
encerrándola en mi círculo.
Triunfo. Sí.
—Sí, hembra —susurro—. Déjame entrar.
Ella cierra los ojos y se apoya en las manos.
Con un gruñido de euforia, mis dedos se introducen
entre sus muslos, hundiéndose mientras me abalanzo hacia
delante y chupo su pequeño botón entre mis labios.
DOCE
ESTRECHO Y…

Gemma

J ADEO , echándome hacia atrás. ¡Dijo que no me tocaría!


No le detengo mientras se acerca a mí, mientras empuja
su cara entre mis piernas y chupa mi clítoris con sus labios.
Una sensación me recorre la espina dorsal, un calor
placentero se une a ella. Me siento bien. No hay manoseo,
no es brusco, es simplemente… agradable.
Las caricias de Vruksha ahuyentan todas mis
preocupaciones.
De alguna manera… una parte de mí no quiere
detenerle. Inhalo profundamente el almizcle que
desprende. Mareada, siento mi cuerpo… caliente.
Un pensamiento inquietante me asalta de pronto la
mente, pero me aferro al placer que me está
proporcionando. ¿Cómo sabe que podemos tener sexo
juntos? No quiero pensar en eso. En cuanto su boca rugosa
roza mi capullo, la pregunta se desvanece. Jadeando de
nuevo, gira e introduce un dedo en mi interior, tocando mi
punto especial. Ese punto escurridizo…
—Suave y húmedo, justo como imaginaba que sería —
dice, acariciando mi clítoris.
Siento cómo vibran mis nervios.
Me mete un segundo dedo y yo le agarro la cabeza. Mis
dedos presionan las escamas que rodean su pelo.
Su cola se desliza detrás de mí.
Debería parar. Debería hacerlo. Debería insistir en
lavarme primero, pero no puedo, porque si lo hago, sé que
mi moral volverá y evitará que esto se repita.
A Vruksha no parece importarle, y no entiendo por qué.
¿Tanto me desea? Casi me olvido de respirar al pensarlo.
Mis uñas se clavan en su cuero cabelludo, escarbando bajo
su corto pelo negro. Es voraz y avasallador, un vampiro con
sus colmillos, el rojo de sus escamas y su piel, podría
confundirse fácilmente con la sangre.
Cualquier mujer de El Temible mataría por un macho
que las deseara como Vruksha me desea a mí.
Tengo suerte… en cierta manera…
No, no la tengo.
Lo pienso incluso mientras me inclino hacia delante,
rodeando su cabeza con las piernas, haciendo palanca con
mi cuerpo para moverme contra él.
Soy fantástica. Un premio. Este macho alienígena me
desea. Es embriagador, extraño e inapropiado. Quiere
protegerme con su vida. Sus palabras son como un dulce
excepcional para mis oídos, y quiero más. Sus dedos
curiosos y ásperos me recorren, enroscan y se meten
profundamente, haciéndome un número que resulta
totalmente placentero. Me gusta. Mi cabeza se nubla. Gira.
Da vueltas. Jadeo con su aroma dentro de mí y mi sexo se
contrae.
Hacía tanto tiempo que alguien no me tocaba así.
Tanto tiempo desde que alguien buscó darme placer sin
insistir en algo a cambio. No hay contrato sexual con
Vruksha, y eso debería aterrarme, pero creo que no me
hará daño.
Mis dedos de los pies se contraen mientras vuelvo a
inclinarme hacia atrás, levantando las caderas.
—Sssí, mi hembra —dice con una voz oscura y áspera,
que me hace estremecer.
Si no lo pienso…
Sus dedos empujan más profundamente, expandiéndose,
elevándome por los aires. Punzadas de dolor se mezclan
con la excitación que me produce su rudeza. Vuelve a
hacerlo y jadeo cuando me empuja hacia delante con la
cola. Levanta la cabeza y me mira cuando vuelve a hacerlo.
—Apretado —dice—. Demasiado apretado.
Trago con fuerza y las mejillas me arden.
Mis dedos se tensan en su cuero cabelludo, donde lo
sujeto, temiendo que sus rasgos me corten. Vruksha me
mantiene inmovilizada. Mis piernas están sobre sus
hombros, su boca húmeda por mi excitación, y su cola
sujeta detrás de mí, rematando así la trampa. Sus dedos
vuelven a expandirse dentro de mí, y me preparo para lo
que está por venir.
Una auténtica locura. Intento sacudirme, contonearme
más, o menos, ya no lo sé.
Me mantiene inmóvil. Unos perversos ojos negros me
atraviesan el alma.
—Estás demasiado apretada para mí, hembra —ruge.
Sus dedos se expanden y me estremezco, con las
caderas temblorosas, queriendo suplicarle que se detenga.
Pero entonces sus dedos se cierran, y me desplomo,
olvidando el dolor, inmersa en el placer.
—Pero no por mucho tiempo… —dice, introduciendo un
tercer dedo en mi interior—. Haré que encajemos.
—¡Vruksha!
Como respuesta, vuelve a acercar su boca a mi clítoris,
chupándolo. Un grito me desgarra la garganta. La tensión
se irradia a través de mí y, a medida que asciende desde mi
centro y recorre todo mi cuerpo, su cola rodea mi costado,
por debajo de mi brazo, para enroscarse alrededor de mi
pecho izquierdo.
Se me pone la carne de gallina. Veo la punta de su cola
rozándome el pezón y mis ojos se abren de par en par.
¡Ni siquiera es humano! Tres dedos se expanden dentro
de mí y vuelvo a chillar. No debería estar haciendo esto con
él.
Él…
No es…
Humano.
—Casi —murmura antes de volver a chuparme el clítoris
—. Ya casi…
Me preparo para que sus dedos se expandan y, esta vez,
cuando lo hacen, una presión palpitante me recorre el
cuerpo y me hace caer en espiral. No grito ni chillo.
Permanezco en silencio mientras él fuerza un orgasmo en
mi cuerpo.
Repentino y brutal, no estaba preparada para él.
Meciéndome salvajemente contra su cara, desesperada por
obtener más de lo que me está dando, mi boca se abre para
soltar un largo y estremecedor jadeo. Punzadas de placer
salvaje golpean mi sexo hinchado.
Sus dedos se expanden hacia fuera con fuerza y grito.
—Encajaremos, Gemma —gruñe de un modo casi
amenazador.
Estoy temblando, aturdida, cuando su boca abandona mi
clítoris, y retira los dedos de mi sexo. Siento que se aleja.
Me suelto de él, aflojándome.
Por un momento, me rindo. Incluso cuando su cuerpo se
desplaza bajo mis piernas. He conseguido lo que necesitaba
y lo único que quiero ahora es bajar de este subidón
repentino a mi ritmo.
Estoy en estado de embriaguez. Mis pensamientos están
dispersos.
Vruksha se levanta sobre mí, su cola se desliza desde
donde me ha sostenido, me tumbo de nuevo en la caja,
mirándole fijamente con ojos nublados. Sus manos rodean
mis muslos, abriéndome de par en par, y yo esbozo una
sonrisa saciada.
Las pulsaciones de mi orgasmo continúan y entonces me
doy cuenta… Han pasado años.
No he pasado una noche sola desde que me asignaron la
misión de ir a la Tierra. Han sido noches de mucho trabajo.
Los ojos oscuros de Vruksha vuelven a clavarse en los
míos, casi con furia, mirándome fijamente entre las piernas
con tal intensidad que mi cuerpo se pone rígido. Mi alma se
estremece. Mientras me agarra con más fuerza, algo duro
me presiona entre mis piernas.
Jadeo mientras mis ojos se abren para ver su grueso
miembro alienígena empujando en mi abertura.
Me ensancha muchísimo, más que con sus dedos.
—¡Espera!
Se detiene con un gruñido de dolor. Separo los labios y
me aprieto contra él. Vuelve a gruñir. La punta de su eje
está enterrada, y el resto de él permanece a punto de
unirse.
Es grueso y rojo, pero es el grueso centro de su
miembro lo que me inquieta.
No va a caber. No sin molestias. Su miembro es
realmente grande.
—Hembra… —dice Vruksha, temblando.
El sudor perla su frente sin escamas. Las arrugas
cubren su frente mientras enseña los colmillos. Se lame
uno y le gotea sangre en sus labios.
Inspiro, me siento de nuevo, zafándome de su agarre.
No me suelta. Se mueve conmigo, manteniendo la punta
enterrada, como si pudiera morir si se le saliese. Una parte
de mí quiere dejar que empuje dentro de mí, que sea yo la
que empuje sobre él, sentir la sensación de su bulto al
entrar, pero no puedo…
Porque estoy aterrada.
Algo me asusta y le agarro las manos, apartándolas de
mis piernas.
—No puedo —gimoteo, apartándome.
Esta vez me deja, sacando la cabeza de su miembro con
un gruñido angustiado. Sus pequeñas garras me rozan la
piel, dejando marcas rojas.
Junto las piernas y las atraigo hacia mi pecho,
rodeándolas con los brazos, ocultando mi pecho. Su mirada
se desplaza hacia mi rostro.
—¿Nos niegas? ¿Estoy excitado y tú nos niegas?
Sacudo la cabeza.
—No te conozco —susurro.
Ese no es el verdadero problema… No es por eso por lo
que tengo miedo.
—¿Por qué? —sisea, inclinándose de nuevo sobre mí, con
la lujuria quemándole la cara.
Lujuria y miseria. Su lengua bífida lame la sangre de sus
labios, haciéndome estremecer.
—No… estoy preparada.
Su pecho se hincha.
—¿No te he preparado? ¿Necesitas que mi cola te
estire? Encajaremos, pequeña humana, trabajaré tu
envoltura hasta que me tomes cómodamente.
Me estremezco. Sus palabras me producen un cosquilleo
en la columna vertebral. La perversión de ser penetrada
por él, de que me “trabaje” de ese modo, no me hace correr
como debería.
En lugar de eso, me aprieto condenadamente.
—No puedo.
—Entonces te prepararé un poco más —declara,
cogiéndome las rodillas.
Las separa.
—¡Para! Quiero decir que ahora mismo no puedo, no —
me tiembla la voz cuando vuelvo a empujarlo y me quito de
debajo de él, poniéndome de pie—. Primero tengo que
bañarme. Necesito bañarme —vuelvo a decir,
retrocediendo.
No quiero que se enfade diciéndole la verdad. Que tengo
miedo de él, y de lo que pueda ocurrir.
De lo que una criatura como él podría hacerme.
Y ahora, de entre todas las cosas, pienso en su cola.
Vislumbro la punta y me giro rápidamente.
Él me sigue mientras intento poner distancia entre
nosotros.
—¿Un baño? ¿Necesitas un baño? Si crees que me
molesta tu excitación… me gusta que estés mojada.
Mis ojos se abren de par en par por la vergüenza. Estoy
mojada, muy mojada. Siento mi excitación resbalando por
mis muslos. Sacudo la cabeza, en busca de cordura.
Por lo que sé, no hay forma de lavarse en el búnker. No
hay agua corriente. Deberá sacarme de este agujero. Es
perfecto. Si tardo en bañarme, entonces…
—Te prepararé un baño, si es lo que necesitas, y si es lo
que hará que esto funcione.
Mi estómago salta.
—¿Cómo? ¿Dónde?
Busco mi ropa en el suelo, intentando no pensar en la
cola que enrosca alrededor de mi pierna y en cómo me
hace temblar.
—Hay un arroyo.
—Vale —digo, antes de pensar más en ello.
—Esta noche.
—¿Esta noche?
—Te bañaré y esta noche recibirás mi semilla.
El hambre vuelve a su rostro mientras se lame el resto
de la sangre de los labios. Observo cómo este macho
grande y serpenteante se agarra el miembro, aprieta el
bulto del centro y lo empuja hacia las escamas de su región
pélvica. Exhalo aliviada.
No dura mucho.
Mi pulso, que empezaba a ralentizarse, vuelve a
acelerarse.
—¿No es ahora de noche?
—Sí, hembra, lo es.
Estupendo. Simplemente genial.
Me doy la vuelta y me visto, sintiendo el ardor de sus
ojos negros follándome, incapaz de quitarme de la cabeza
la imagen de su cola penetrándome. He ganado un par de
horas con mi patética excusa… ¿Cómo voy a sobrevivir otra
noche? No puedo ni dormir ni fingir que duermo
eternamente.
—¿Y luego podré ver la tecnología? —digo, demasiado
distraídamente para mi gusto.
Me presiono los ojos con las palmas de las manos.
—Sssí.
Al menos salgo de este agujero. Puedo volver a correr si
es necesario.
Y llevará su lanza…
—Vale —respiro, y me dirijo corriendo hacia la salida del
búnker en cuanto termino de calzarme las botas.
Su brazo me rodea y tira de mí, levantándome del suelo.
Grito, apretada contra su dura complexión.
Nunca me dará la oportunidad de huir.
TRECE
UN BAÑO

Vruksha

M I COMPAÑERA me confunde y está acabando con todo lo que


creía saber sobre las hembras humanas. Las pantallas
omitieron muchas cosas.
El sabor de su excitación recorre mi boca y su cálida y
húmeda envoltura rodea la punta de mi miembro, lo que me
permite perdonar las mentiras de la tecnología con la que
he vivido toda la vida. Tal vez cada hembra sea diferente, y
por eso las pantallas no me informaron de las dificultades
para conseguir que una se sometiera.
La tensión en mi interior empeora día a día, pero no
dejaré que me domine. No puedo. Gemma podría herirse
fácilmente.
Puedo esperar un poco más.
—Bájame, Vruksha —refunfuña.
—Está anocheciendo. Es más fácil llevarte a cuestas que
permitir que tropieces con la maleza ahora que está
oscureciendo.
—Veo bastante bien.
—Ya casi hemos llegado.
Se sobresalta.
—¿Ya? ¿Tan cerca está el arroyo?
La miro. ¿Por qué parece sorprendida? Debe de estar
ansiosa. Sé que me desea. Me ha dejado tocarla, explorar
su sexo e incluso probarlo. ¿No está preparada para más?
Su sexo estaba apretado, de un modo increíble. Me
preocupa, y no puedo dejar que eso se note. Necesita un
amo, un macho para anidar con ella, que la cuide. Si soy
demasiado grande para ella, ¿cómo me va a perdonar? No
quiero que le duela, que sienta dolor con nuestra unión. No
va a ser fácil hundirme dentro de ella, pero haré que
funcione. Puede que tres dedos no sean suficientes. ¿Con
cuatro, o con todos ellos quizás?
La punta de mi cola podría servir. Si puede con mi cola,
puede con mi miembro. Pero primero necesita un baño, o
eso dice. Y el agua será una buena forma de hacerla más
resbaladiza para entrar…
Observo a mi alrededor, escuchando el tranquilo susurro
de las hojas con la brisa del atardecer. El arroyo no está en
el aeródromo. Aunque está cerca y es un lugar al que he
ido a diario desde que establecí mi guarida.
Por desgracia, es el único arroyo cercano, lo que
significa que los depredadores también lo usan.
Incluido Zhallaix.
Robará a Gemma si la ve, o algo peor. Estoy seguro de
que el único naga que sabe que tengo una hembra es
Azsote, y quiero que siga siendo así. Puedo controlar a
Zhallaix por su proximidad a mi guarida, le conozco mejor
que a cualquier otro naga, pero si los demás se enteran
podría ser mortal.
Sin embargo, me arriesgaré para hacer feliz a Gemma.
Tendrá su baño.
Se me hace la boca agua al pensar en verla mojada.
Llevo mucho tiempo soñando con ella. Durante años y
años, antes incluso de conocer a Gemma, soñaba con ella y
con la vida que tendríamos. La soledad que ella hará
desaparecer.
La alimentaré con mis propias manos, le regalaré
objetos que haya encontrado y le proporcionaré todas las
comodidades. Le ha gustado la piel de oso, y tengo muchas
más de donde ha salido. Le enseñaré mi nido cuando
volvamos.
Si le gusta la piel de oso, le gustará mi nido. Le gustará
todo lo que puedo darle.
Esta noche estará desnuda en mi nido.
No sé por qué me he vuelto así. Obsesionado. Durante
años, tras morir mi padre, me deleité en el hecho de que ya
no hubiera hembras. Celebré que se hubieran ido todas y
que nunca tendría que entrar en contacto con una, ni sufrir.
Vi lo que la muerte de mi madre le hizo a mi padre. Le
destruyó. Me explicó, cuando tuve edad suficiente, que el
macho que era después no era el macho que había sido
cuando ella vivía.
Se sentía culpable cuando me miraba, pero, aun así, me
mantenía cerca, enseñándome los peligros de este mundo.
De lo desafortunados que somos como especie, de lo
solitaria que era porque somos unos pocos.
Me dio mi lanza, me enseñó a utilizarla, me enseñó a
encontrar, reparar y aprovechar la tecnología de toda la
tierra. Me dijo que me mantuviera alejado de las
instalaciones que los humanos habían tomado
recientemente.
Dijo que había cosas en ese edificio que no estaban bien.
Cosas que podían hacernos daño. Dijo que fue allí donde
encontró mi lanza. Fue el último regalo que me hizo mi
padre.
Fue su único regalo. Y ahora, todo lo que me queda son
recuerdos. Ni siquiera los orbes pueden mostrarme su
rostro…
El ruido del agua al correr me agudiza los oídos. Gemma
se agita en mis brazos.
—Sssshh —le digo.
—¿Hay algo? —susurra—. ¿Oyes algo?
—No, pero debo comprobar si hay depredadores —le
digo en voz baja mientras la dejo en el suelo—. Me
distraeré demasiado cuando estemos en el agua.
—¿Los dos?
—Espera aquí, Gemma. No abandones este lugar
mientras exploro la zona. Volveré enseguida —le digo,
mientras sujeto su cara y la obligo a mirarme—. Sabré si
huyes.
Las sombras son densas, pero hay luz de luna. Incluso
en la oscuridad, es hermosa. Es Gemma.
Espero a que asienta con la cabeza antes de soltarla y
lanzarme hacia las ramas de arriba. Sigo sospechando que
huirá cuando tenga la oportunidad; a pesar de ello,
empiezo a confiar en su sensatez. No huirá en la oscuridad.
Me deslizo de árbol en árbol, buscando señales de
actividad reciente o animales rezagados, manteniéndome a
distancia auditiva de mi hembra y del agua.
Es extraño patrullar así.
Antes de la llegada de los humanos, nunca quise la
carga ni la compañía de una hembra, sabiendo el coste que
me exigiría.
Al ver a Gemma y su pelo rojo, descubrí lo
profundamente solo que estaba… Lo grande que había
hecho mi nido… sin motivo alguno. Mi mundo cambió aquel
día en las instalaciones, dio un vuelco y me sacudió la vida
sin sentido que había estado llevando. Donde otros machos
naga tenían que viajar para encontrar a las hembras, yo me
quedaba en mi bosque. Donde otros machos sucumbían a la
locura o a la melancolía, yo sonreía, devorando ferozmente
otra comida.
Todas esas sonrisas eran fingidas.
Me estuve mintiendo durante años… Ahora lo sé.
No me gusta que la presencia de Gemma haga aflorar
estos sentimientos.
No dejaré que me pase lo que le pasó a mi padre. Ni que
le pase a Gemma lo que le pasó a mi madre. La mantendré
a salvo, cueste lo que cueste, y feliz siempre que pueda.
Este baño es peligroso, pero mi necesidad de ella es
intensa, y ¿cómo puedo negarme a ella cuando se ofrece
tan voluntariamente?
Cuando la haya reclamado, podré relajarme. Cuando
esté acurrucada en el cobijo de mi cola, llena de mi semilla
y durmiendo a pierna suelta, por fin podré conciliar el
sueño. Semanas sin apenas descanso me están
consumiendo.
Como el arroyo y sus alrededores están libres de
depredadores, vuelvo con mi compañera.
Está donde la dejé, mirando las estrellas.
Me deslizo a su lado y gira la cabeza al verme, aunque
su mirada no se aparta del cielo. Mis ojos buscan lo que
está mirando.
—La luna de la Tierra es tan brillante —dice, con voz
suave.
—¿Hay otras lunas?
Hace un ruidito.
—Sí, muchas. Todas las colonias tienen al menos una,
algunas tienen docenas, pero ninguna de las que he visto es
tan brillante como esta.
Mis ojos se deslizan hacia su pálido cuello y la forma en
que su pelo cae sobre sus hombros. Su pelo rojo es la razón
por la que sé que me pertenece. Compartimos el mismo
color. Ella lleva mi color.
Solamente mi hembra tendría mi color.
—Me pregunto cómo sería la vida si los Lurkers nunca
hubieran venido a la Tierra, si nos hubieran dejado en paz y
hubieran seguido navegando, si continuaríamos luchando
contra los Ketts con todo lo que tenemos… Y seguiríamos
fracasando.
No sé de qué habla, qué o quiénes son esos Ketts,
solamente que son la razón de que Gemma esté aquí, en la
Tierra. Me froto las yemas de los dedos. Ya no es su
problema. No están aquí. Le acaricio el cuello,
recordándole quién es.
Se tensa y deja de mirar al cielo. La estrecho entre mis
brazos y tiro de ella.
—Vruksha… —empieza.
—La zona es segura —digo interrumpiéndola—. Por
ahora. No deseo quedarme mucho tiempo. Eres muy
valiosssa en estas tierras y no puedo arriesgarme a
perderte de nuevo.
No dice nada más mientras la levanto en brazos y la
llevo hasta la orilla del arroyo, hasta el estanque profundo
y cristalino al que suelo acudir para hidratarme. La meto
dentro.
Se retuerce.
—Debería desnudarme antes.
—Yo te desnudaré.
Me sumerjo en la zona más profunda, disfrutando del
frío del agua que se desliza entre mis escamas. Gemma
vuelve a intentar soltarse. Nos sumerjo a los dos, y ella
jadea.
—¡Qué frío, qué frío, qué frío! —chilla.
Se separa de mi pecho y se escurre de mis brazos. Le
alcanzo la pierna con la cola cuando se aparta de mí.
Vuelvo a abrazarla.
—Te daré calor, pequeña humana.
Ella no se resiste, no como hasta ahora. Mi miembro
palpita, excitado por el acto de sumisión. Agarro el extremo
de su chaqueta y se la quito de los hombros.
—Vruksha, no creo que esto sea una buena idea. Quizá
deberíamos volver y esperar hasta mañana si es tan
peligroso.
—Ahora estamos aquí, y no puedo esperar más.
—¿Pero y los monstruos?
¿No me ha oído decirle que era seguro?
—¿Has cambiado de opinión? No están aquí y, si vienen,
tendrán que vérselas conmigo.
Tiritando, levanta los brazos de mala gana y me deja
quitarle la chaqueta. La arrojo a la orilla y le cojo los
pantalones.
—Puedo sola —dice, apartando mis dedos de ella.
Gruño y vuelvo a coger los pantalones.
—Esta vez seré yo quien te desnude.
Ella deja de fingir con un suspiro. Vuelve a excitarme
cuando se quita los pantalones de una patada y se
contonea. Los recojo y los tiro junto a su chaqueta.
¿Cómo he podido no querer tener una compañera?
Conversar en voz baja… Ver cómo ponen morritos cuando
no se salen con la suya… Mi miembro únicamente ha
conocido mis manos, y ahora la conocerá a ella. La ha
probado y está aún más hambriento que antes.
Gemma cruza los brazos sobre el pecho, donde las
últimas prendas se aferran a ella de forma tentadora. Se
sumerge en el agua para esconderse.
Soy idiota.
¿Qué sentido tiene vivir si no existe una hembra por la
que luchar? Con la que poder compartir mis hazañas con
ella, calentarme en las noches más frías y llenar mi guarida
con su suave voz.
Para volverme loco de deseo… y de celos.
Es tan hermosa que duele. Está mojada y tiritando
cobijada por mi cuerpo, donde puedo tocarla a mi antojo.
Tiene el pelo empapado en las puntas y su pecho sube y
baja rápidamente. Incluso en la oscuridad, veo que su piel
se ruboriza.
Mi eje emerge de mi cola.
Le cojo las manos y le separo los brazos del pecho.
Se lame sus dulces labios. Sujeto la parte inferior de su
camisa y se la arranco.
Ahora solo lleva ropa interior. Una ridícula ropa que la
protege de mí. No por mucho tiempo…
Intento quitarle la ropa interior. Me aparta la mano de
un manotazo.
Vuelvo a intentarlo.
Me vuelve a dar un manotazo.
Siseo.
—No puedes bañarte vestida.
—No me podré bañar mientras me sigas mirando así.
Mis labios se tuercen.
—Te vigilaré, es mi derecho como tu compañero.
—No somos compañeros.
La frustración se apodera de mí cuando ella se da la
vuelta y se sumerge en el agua, escondiéndose de mis ojos.
De nuevo. Brota un dolor que se une a la frustración, pero
lo alejo. Sin embargo, el pensamiento sigue dándome
vueltas. Ella eligió a Azsote…
No a mí.
Si lo hubiera hecho, ¿estaría desnuda en mi nido en este
mismo momento? ¿Por qué me eligió a mí?
Si hubiera dejado que Azsote la tomara, ¿estaría ahora
mismo ella acogiendo en su interior su miembro? ¿Se
habrían apareado ya en el suelo del bosque? ¿En el mismo
claro en el que él y yo luchamos? La idea de verlos juntos
me enfurece, me corroe por dentro. No puedo soportarlo.
Deslizo mi cola a su alrededor y ella se aparta de mí.
No puedo soportarlo y me lanzo hacia ella, arrastrándola
hacia mí bruscamente, estrechando su cuerpo húmedo
contra mi pecho. De espaldas a mí, su trasero se desliza por
mi miembro.
Ella exclama algo.
—Me aceptaste —le recuerdo—. Abriste las piernas y
gritaste cuando te penetré no con uno, sino con tres de mis
dedos.
Deslizo una mano por su cuerpo para acariciar su sexo
con fuerza.
—Te agitaste, gritaste y me agarraste la cabeza mientras
mis labios enmarcaban tu nódulo, restregando tu sexo
contra mi cara, ¿o ya lo has olvidado? No fue Azsote quien
trabajó en tu apretada envoltura para acomodarse a ella —
gruño.
Hago a un lado su ropa interior mojada y encuentro su
abertura, y la acaricio.
Se retuerce contra mí.
—Necesito bañarme…
—Reconozco una excusa cuando la escucho.
Mis dedos empujan dentro de ella. Gemma se inclina
sobre mi brazo mientras los coge. Está empapada, mojada
por el arroyo y húmeda por su excitación. Está más que
excitada por su disposición a ser reclamada.
Es mía.
Mía.
Me siento desatado.
Mi cola se enrosca en su cuerpo, atrapándola por
completo. Mis dedos encuentran el punto rugoso de su
envoltura y lo frotan. La última vez le gustó.
—¡Vruksha! —grita mi nombre y luego jadea.
Y si antes no se revolvía, ahora sí. La froto con más
fuerza, acelerando mis movimientos, provocándole un
frenesí, disfrutando de cómo su cuerpo se estremece contra
el mío. Vuelve a jadear. Sus ruiditos me excitan.
Las piernas humanas son maravillosas. Son suaves y
flexibles, y su sexo nunca está totalmente oculto. No tengo
más que separar sus muslos para encontrarlo… Arqueo mi
miembro contra ella, deslizándolo por la curva de su
trasero mientras hago rodar mis dedos en su interior.
—Mi hembra… —gimo, separándolos—. Es la hora.
Decido que no quiero esperar a que esté en mi nido.
Grita y se sacude entre mis brazos. Un gemido sale de
sus labios y su sexo se contrae alrededor de mis dedos. Se
está corriendo. Está liberando la tensión contenida gracias
a mí.
Solamente yo tendré el privilegio de verla sucumbir.
Ni Azsote, ni ningún otro. Yo.
Complacido, una sonrisa se dibuja en mis labios.
—Sí, hembra. Justo así. Así. Sssí.
Su envoltura me aprieta y sé que ha llegado el momento.
Sus piernas se doblan, y deslizo mi miembro hacia delante,
entre sus piernas, para que ella también se retuerza sobre
él. La quiero por todas partes. Si no es con su lengua, será
con su sexo empapando mis múltiples escamas. La inclino
aún más, sujetándola contra mí a medida que disminuyen
sus temblores, hasta que se pone de rodillas en la parte
poco profunda del arroyo, inclinada sobre la parte inferior
de mi cola. Su cuerpo está parcialmente envuelto alrededor
de ella, de espaldas a mí, igual que su sexo pronto estará
envuelto alrededor de mi miembro.
Incorporándome tras ella, deslizo los dedos fuera de su
abertura, tras un último roce de su punto rugoso. Después
de un último grito de placer que brota de su boca, acerco
mi miembro a su abertura.
—Vruksha —gime mi nombre, sonando casi derrotada.
Hago una pausa, pero entonces ella echa la cabeza hacia
delante, apoyándola en mi cola, mientras empuja su trasero
hacia fuera. Mi punta se hunde en ella.
Apretada, caliente y suave. El placer me atraviesa y me
tomo un momento para contemplar su espalda.
Gemma, sometiéndose a mí. Esperar semanas de
infierno para esto ha merecido la pena. Tiene el pelo
mojado, pegado a la espalda, cayendo hacia el agua. Su
sexo está abierto y a la vez prieto, listo para la conquista a
la luz de la luna. Mientras está apretado alrededor de mi
punta, y empujo hacia delante. Aprieto mi cola para
sostener su pecho y su cuerpo. Ella la rodea con los brazos.
Gime, tensa. Noto cómo me adentro más, empujando
contra una carne que se resiste, pero que cede
rápidamente.
—Apretado… —grito, cogiéndole las nalgas y
abriéndoselas todo lo que puedo.
¿Será capaz de soportar mi nudo? Es más blando que el
tallo de mi eje. Lo he trabajado para que no sea tan grande.
Presiono hacia delante hasta que su abertura queda
pegada a él. Es el doble de grande que su abertura, y la
duda me invade. Mi bulto no es tan duro…
Una parte de mí quiere hacer una pausa, utilizar la
mano para expulsar parte de mi semilla y facilitar las cosas,
pero no lo hago. Ella está perfecta donde está. Si me
detengo, temo que no me deje volver a montarla de esa
manera.
—Esto no te resultará fácil —le advierto—. Lo asimilarás,
y yo te tranquilizaré. Te lo prometo. El mundo te pertenece.
—Vruksha —gime mi nombre.
Empujo dentro de ella, sin esperar otra respuesta. Es
mejor así. La obligo a tomar mi nudo, empujando hacia
delante. Inmediatamente, la fuerte presión hace que
derrame mi semilla. Mi garganta se cierra en torno a un
rugido gutural por el placer que me produce.
—Es demasiado —jadea, tensándose, doblándose y
estremeciéndose. Se contonea hacia delante y yo la fuerzo
hacia atrás, arqueando la cola hacia arriba.
—¡Oh, por Dios! —grita.
Le acaricio la espalda, salgo de ella liberando mi bulto.
—Otra vez.
Vuelvo a penetrarla.
Ella gime con dificultad, agarrándome más cerca. Hace
que mi bulto entre hasta la mitad.
Vuelvo a sacarlo y esta vez empujo con más fuerza,
atravesando la carne apretada que sigue resistiéndose a
mí.
—¡Vruksha! —grita al recibir la totalidad de mi
miembro.
Mi mente se queda en blanco cuando estoy totalmente
asentado.
Es una bendición. Y un infierno. La forma en que me
aprieta, la forma en que apenas quepo. La forma en que se
contrae su canal y cada movimiento que hace su cuerpo,
cada balanceo… Mi eje lo siente todo.
—Hembra… —gruño, mirando hacia donde se unen
nuestros cuerpos. Se me cae la baba de la boca, de tan loco
que estoy por la necesidad de moverme y empujar.
Tensa y temblorosa, clava las uñas en las escamas de mi
cola.
—¡Es demasiado… demasiado grande! —gime.
Le paso la mano por la columna, consolándola.
—Mejorará —susurro.
Aprieto los dientes y saco mi bulto de ella, derramando
aún más semilla al hacerlo.
Se desploma pesadamente.
—Gracias. No creo que…
Vuelvo a alinear mi eje y la penetro.
Se detiene con un grito de sorpresa.
—¿Qué estás haciendo?
—Relajarte.
Esta vez no hay resistencia a mi invasión. Su canal se
contrae.
Lo hago de nuevo antes de que su cuerpo pueda intentar
rechazarme. La cuarta vez, un rugido sale de mi boca y se
une a sus gemidos. Está húmeda, tensa y más resbaladiza
que antes, relajarla era lo correcto. Acoplarse a una
humana no es sencillo, no por lo que he visto de hombres
que toman hembras humanas en las pantallas de mi
guarida. Sé lo mucho más grande y extraño que soy en
comparación con ellos.
Pero ella me ha aceptado y la adoraré por ello.
La levanto hasta que su espalda queda pegada a mi
pecho y la rodeo con los brazos.
Gemma se estremece, pero no dice nada cuando
empiezo a sacudir mi cuerpo, penetrándola con fuerza. Me
retuerzo, elevándome sobre mi cola y luego vuelvo a bajar
mientras la locura se apodera de mi mente, adicta al ardor
de su apretada envoltura.
Crece con cada bombeo, con cada gemido. Mi semilla se
dispara hacia delante, inundando mi bulto hasta el borde
del dolor. Me acelero. Gemma se estremece, agarrándome
mientras me balanceo y muevo su cuerpo, perdido en la
sensación de ella sobre mí. Libero sus pechos y los acaricio.
Son suaves y dulces. Sus pezones apretados me oprimen
las palmas de las manos.
Golpeo el agua con la cola y ella se deja caer en mis
brazos mientras yo la penetro con más fuerza. Sus gemidos
se vuelven más salvajes. Su sexo se tensa por tercera vez
esta noche, para mí.
Qué compañera tan exquisita.
Me desahogo, derramando toda la semilla almacenada
en mi interior.
Mi visión se llena de estrellas cuando eyaculo dentro de
ella. Chillo como un animal rabioso en celo, necesitando
que ella lo tome todo. Hay tanta, y mi cuerpo sigue
produciendo más. Por la forma en que su canal me exprime
y sus suaves gemidos son música en la noche, sé que lo
desea, que necesita mi descarga tanto como yo necesito
dársela.
Aunque ella no lo diga.
Sosteniéndola en el aire sobre mí, me vacío totalmente.
Su cuerpo se debilita por el esfuerzo. La tumbo sobre mi
regazo, acomodándome en el agua, y vuelvo a adentrarnos
en la parte más profunda, seguro de permanecer dentro de
ella todo el tiempo. No quiero dejarla, no ahora que la he
reclamado. Puede que no me deje volver a entrar.
Durante un rato, permanece pegada a mí, con solo
nuestras respiraciones entrecortadas entre nosotros.
La satisfacción me domina. La saciedad. Mis celos se
desvanecen, espantados por la aceptación de mi semilla por
parte de Gemma.
Me enrosco a su alrededor, enredando mi cola con sus
miembros, y la estrecho. De vez en cuando bombeo mi
semilla dentro de ella mientras mis entrañas producen más.
Mis entrañas están saciadas, yo también, y completamente
obsesionado.
Sin embargo, mi cuerpo sigue produciendo más, y su
envoltura se estremece cada vez que mi bulto crece dentro
de ella, estirándose hacia atrás.
No me extraña que mi padre llorara a mi madre. No me
extraña que los machos busquen sin cesar a las hembras
naga perdidas.
El apareamiento es la perfección. La satisfacción se
instala en lo más profundo de mis huesos. Apoyo la barbilla
en la cabeza de Gemma y cierro los ojos.
El sueño me encuentra rápidamente.
CATORCE
MUERTE EN LAS SOMBRAS

Gemma

C ANSADA A MÁS NO PODER , me quedo mirando las sombras


del bosque al borde del arroyo. Sorprendentemente, dormí
un rato. Me sorprendí aún más cuando al despertarme
encontré a Vruksha durmiendo también, con la barbilla
apoyada en mi cabeza.
No me he movido. La lenta danza del agua sobre mi piel
es agradable. Limpia el sudor, la suciedad, el sexo…
El sexo. Me muerdo el labio inferior.
Estoy anudada. Él sigue enterrado dentro de mí.
Vruksha gime, se mueve, y yo me relajo, sin querer
despertarle. Sobre todo de esa manera. Puede que quiera
un segundo asalto, y no sé si podré hacerlo.
Me duele. Mucho. Me palpita.
Me ha tomado sin piedad. Lo sentiré durante días, o
más. Se ha dado cuenta de mis excusas estúpidas.
Sin embargo, el agua fría mitiga inmensamente mi
malestar, pero su bulto sigue dentro, y casi tengo miedo de
moverme porque se moverá, y tanto si se mete más dentro
como si se sale, me pone de los nervios. Me estiro con
cautela entre nosotros y masajeo la piel de mi sexo estirada
alrededor de la erección de Vruksha, calmando el dolor.
Después me masajeo el clítoris para sentir un poco de
placer.
Me doy cuenta de que ha ganado, de que tenía razón, de
que me he sometido. Tres días. Únicamente han hecho falta
tres días. Y yo lo deseaba.
Esto no es propio de mí.
Pero su olor es tan delicioso…
No hay nada en este universo que pudiera haberme
preparado para esto, para Vruksha. O para un alienígena,
nada en absoluto, ya que ningún alienígena que hayamos
conocido puede unirse a los humanos.
Levanto la cabeza de debajo de su barbilla y le miro. La
luz de la luna brilla intensamente sobre sus rasgos.
No es un alienígena. Es un naga.
Tiene los ojos cerrados y los labios afilados ligeramente
separados. Su aliento es cálido y me acaricia la mejilla. Su
pecho se mueve con cada inspiración suave. No parece tan
aterrador cuando duerme. Levanto la mano de donde la
tenía entre las piernas y le acaricio la mejilla, tocando sus
suaves escamas. Su cabeza se inclina hacia delante.
Mi corazón se acelera…
Retiro la mano.
No pienso quedarme. Ni un instante más de lo
necesario. Cuando tenga acceso a su tecnología, tendré que
volver corriendo a la base. Tengo que hacerlo. Tengo que
encontrar a Daisy.
No puedo encariñarme con él. Si lo hago, será difícil
dejarle.
Me quiere tanto…
Casi mata por mí.
La sensación de calidez en mi pecho se expande.
Soy una idiota por dejar que se apodere de mi cuerpo.
Gimo y me alejo un poco más. Me sujeta con más fuerza y
me llevo la mano al pecho, odiando esa sensación de
calidez que crece en mi interior.
Nunca he aceptado la protección de otro, no desde que
dejé a mis padres para terminar mi entrenamiento en El
Temible a los trece años, como suelen hacer los humanos
que contribuyen voluntariamente al trabajo militar. Eso fue
hace casi veinte años…
Quería que me cayese mal, pero no es así. Me hace
sentir cosas que preferiría mantener enterradas. En el poco
tiempo que llevamos juntos, me ha visto en mi peor
momento, y ni una sola vez en el mejor.
Sin embargo, me mira como si de mí colgaran los tres
soles de Elyria.
Nadie me ha mirado nunca como lo hace Vruksha. Me
irrita. Nunca había necesitado protección, y ahora sí, y me
asusta horriblemente. Quiero su protección. Me gusta su
firmeza.
Temblando, inhalo en silencio. Aparto a Vruksha de mis
pensamientos, ignorando la calidez de mi pecho, que crece
más y más al pensar en él.
No necesito la protección de nadie.
Llevo tres días fuera. Alguien de la Central de Mando
tiene que estar preguntando por mí, y preguntándose qué
nos ha pasado a Daisy y a mí. Peters podría decirle a El
Temible que hemos muerto, pero entonces exigirán una
investigación, con un poco de suerte, e insistirán en que
nuestros cuerpos sean llevados a bordo de la nave principal
para el funeral.
Se me revuelven las tripas. No tengo familia a bordo de
la nave principal. Sin embargo, Daisy podría tenerla.
Y si El Temible investiga nuestra desaparición, ¿qué le
podrían hacer a Vruksha y a los demás nagas si aterriza el
ejército? ¿Les harán daño? ¿Querrán estudiarlos?
Sacudo la cabeza. Eso nunca ocurrirá.
Puede que envíen algunos cazas, pero los militares se
despliegan únicamente con un objetivo: los Ketts.
No puedo evitar que el pensamiento se apodere de mí.
La Tierra no es un planeta cualquiera del universo. Es
nuestro mundo. Aquí las criaturas sintientes no tendrían la
protección que tienen en otros lugares. Serían vistas como
invasores que habría que analizar y, si fuera necesario,
eliminar.
Miro fijamente el rostro apacible de Vruksha.
Sabe muchas cosas, más de las que debería, pero no
conoce a los humanos. Como personas atrincheradas en la
ética en constante cambio, propio de un gobierno
desesperado y de un ejército sediento de sangre, formado
por hombres y mujeres en busca de venganza. No merece
ser empujado a ese mundo y a todo lo que exige.
¿Me seguirá a las estrellas si me marcho?
Me muerdo el labio.
Una ramita se quiebra y mis ojos se disparan hacia el
bosque. Mi mirada se topa con sombras espesas y ramas
salvajes. Se retuercen y bailan en todas direcciones,
espesando las sombras. Busco en ellas el origen del ruido.
El suave aliento de Vruksha me acaricia el cuello.
Escucho un rato, dejando que me reconforte.
Cuando empiezo a apartar la mirada, segura de que no
hay nada en las sombras, algo detrás de las ramas se
mueve. Una enorme sombra enroscada se eleva entre el
espeso follaje.
Un rostro aparece en la oscuridad y mi garganta se
contrae de terror.
Es un rostro que únicamente tiene un ojo, porque el otro
ha sido cortado.
El Víbora de la Muerte.
—¡Vruksha, levántate!
Me zafo de sus brazos. Su miembro se sale bruscamente
de mí, y me estremezco de dolor.
Vruksha me empuja detrás de él, y caigo en el agua
helada. Me recupero rápidamente y corro hacia la orilla
opuesta. Me quito el agua de los ojos y le veo frente a el
Víbora de la Muerte.
—Zhallaix —sisea.
La cola de Vruksha da un golpe, cogiendo su lanza de la
orilla del arroyo y llevándosela a la mano.
—Vruksha —dice el otro naga, su voz es un agudo
susurro de advertencia.
El sonido me eriza la piel. Es áspero, gutural, roto.
—¿Qué tienes ahí? —dice el naga, intentando echarme
un vistazo.
Busco mi ropa cuando su cabeza se mueve hacia un
lado. Echo las manos hacia atrás para cubrirme,
llevándome la ropa al pecho, pero no lo bastante rápido.
Sus ojos se abren de par en par y bailan por mi cuerpo,
púrpura a la luz de la luna.
Lo siguiente que sé es que Vruksha lo derriba al agua,
agitando la cola. Grito y caigo hacia atrás, llevándome la
ropa conmigo. Una cola se eleva en el aire para golpear a la
otra inmovilizándola bajo el agua. El agua salpica por todas
partes, dificultando la visión, pero veo descender una y otra
vez la lanza de Vruksha.
No ve la cola que está a punto de golpearle por detrás.
Grito su nombre. Y la cola le golpea.
—¡Corre! —grita de dolor.
La palabra muere en su boca mientras su cuerpo cae a
un lado con un fuerte chapoteo.
El Víbora de la Muerte se levanta y se vuelve hacia mí.
Me giro y corro.
El dolor me atraviesa cuando mis pies se enganchan,
clavándome todo en las plantas de los pies. Palos, ramas y
hojas me azotan la piel y se enredan en mi pelo. Los gritos
me persiguen durante mucho tiempo, resonando entre los
árboles.
No me detengo. Ni cuando mis pulmones están a punto
de colapsarse, ni cuando una rama especialmente afilada
me hiere en el costado. Regresa el frenesí y retrocedo en el
tiempo, remontándome tres días atrás, cuando estaba
aterrorizada de ser atrapada por un espantoso macho
alienígena.
No me detengo cuando se levanta la noche y baja la
luna, cuando los primeros rayos del sol se cuelan entre los
árboles. Y cuando estoy a punto de derrumbarme,
tropezando de un árbol a otro, veo una visión familiar.
El refugio roto al que Vruksha me llevó la primera
noche.
Arrastro mi cuerpo hasta él, caigo de rodillas sollozando
y me arrastro hasta el interior.
Me hago un ovillo y lloro.
QUINCE
SOBREVIVIR

Gemma

E L TIEMPO SE EMBORRONA , mi sentido de él se desvanece,


igual que mi control. No abandono el refugio durante un
día, tal vez más, dormitando a intervalos, rezando para que
la muerte llegue mientras estoy inconsciente. No lo hace, y
cada vez que me despierto, estoy más débil y sola. Me
invade el terror. Me duele todo.
Sigo esperando despertar de esta pesadilla.
Gimo y me froto los ojos. Ya no puedo dormir y maldigo
todo. Maldigo incluso mi obstinación y autodisciplina por
negarme a morir. Levantándome sobre los brazos, miro a
través del refugio para asegurarme de que el bosque está
despejado en el exterior.
Ojalá no fuera así. Ojalá… Sacudo la cabeza mientras
frunzo el ceño. Vruksha no está aquí.
Necesito comida y agua.
Ahora mismo soy presa fácil para cualquier depredador.
Lo he sido desde el principio, pero no he tenido fuerzas
para hacer nada.
Estoy cubierta de cortes, unos más graves que otros, y
mis pies…
Cuando veo el bosque despejado, con un escalofrío,
empujo la puerta rota y me deslizo hacia fuera, con mi
cuerpo protestando. Intento ponerme en pie, pero caigo,
sollozando de dolor. Me acurruco en el suelo, agarrándome
los pies ensangrentados.
Quiero sobrevivir, tengo que sobrevivir, no puedo ser
egoísta. No tengo derecho a ser egoísta. Hago un esfuerzo.
Pero tengo demasiadas heridas. Encuentro el fardo de ropa
que llevo aferrado a mí desde que me derrumbé y me lo
pongo.
La tela me roza la piel y vuelvo a gritar.
Vruksha peleó por mí. Él peleó, y yo le vi caer. Y hui.
Dejo caer mis lágrimas mientras deseo que la muerte me
encuentre de cualquier modo.
Lo hace, pero solamente en mi cabeza. El rostro
desgarrado del Víbora de la Muerte se perfila ante mí, y me
estremezco. No sé cómo conseguí escapar de él, aunque
estoy segura de que fue gracias a Vruksha, y ahora le debo
mi supervivencia.
Recé para que viniera a buscarme, para que cuando
cayera en un sueño inquieto, estuviera allí cuando
despertara. Pero no estaba, y ya no puedo seguir esperando
a que venga. Mi corazón no puede más. Aún lo siento
dentro de mí y me duele.
Su semilla sigue goteando de dentro de mí. Todavía no
se ha secado. Cojo una hoja del suelo del bosque y me
limpio con ella, llevándomela a la nariz para olerla. Su olor
me hace estremecerme a pesar de todo. Tiro la hoja a un
lado cuando he terminado, levantando la cabeza. Incluso la
semilla de naga me resulta extraña.
Espero que esté bien.
Mis botas hace mucho que no están, las dejé en algún
lugar junto al arroyo, lejos de aquí. De todos modos, no
sería capaz de ponérmelas… Mi chaqueta tampoco está.
Tampoco tengo ropa interior ni sujetador. Cuando me visto
con lo que me queda, apoyo la frente en el suelo.
Tengo que moverme.
Me impulso con los brazos, elijo una dirección y empiezo
a arrastrarme. Mirando detrás de mí para memorizar el
entorno, dejo atrás el refugio. Espero poder encontrarlo de
nuevo, pero no cuento con ello. Tuve mucha suerte de
encontrar el refugio la primera vez, y esa pizca de suerte
me ha dado esperanzas.
Gracias a ella, sé dónde estoy. No sé en qué dirección
está la instalación ni el búnker de Vruksha, pero estoy al
menos a medio día de cualquiera de los dos.
Puedo sobrevivir a medio día de viaje. Solo necesito
antes comida, agua y descanso.
Avanzo deambulando sin rumbo, chasqueando ramitas
mientras me muevo, dejando un rastro evidente a mi paso.
Durante un tiempo, solo oigo el susurro de las plantas
cuando las rozo y el gorjeo de los pájaros de la Tierra sobre
mí. Descansando de vez en cuando, escucho los ruidos del
bosque, sabiendo que me ayudarán.
No son los ruidos habituales de una nave espacial.
Con la cabeza entre las manos, gimo.
No tengo ni navaja, ni zapatos… No tengo nada, salvo la
ropa que llevo puesta. Nunca me entrenaron para esto en
la academia. Sobrevivir en un planeta alienígena no era
una habilidad que jamás pensé que necesitaría.
Dejo caer las manos.
Me coloco de rodillas y continúo.
Oigo un chapoteo. Inmóvil, dejo de respirar. ¡He
encontrado agua! Las salpicaduras no cesan y me preparo
para lo que sea que esté más allá de mi vista, rogando a los
dioses que no sea un naga. Cojo un palo cercano y enrosco
los dedos alrededor de él.
Tan silenciosamente como puedo, me arrastro hacia el
ruido.
Un lago gigante aparece entre los arbustos. Me quedo
boquiabierta al ver cómo se extiende ante mí una hermosa
agua azul, y al otro lado del lago hay gigantescas montañas
nevadas que se elevan en lo alto.
La Tierra es hermosa.
No me quedo mirando mucho, sino que busco el origen
del chapoteo.
Allí. Debajo de mí, una pequeña criatura parecida a un
felino se abalanza sobre los peces que nadan entre las
rocas de la orilla. Es rojo, tiene una nariz puntiaguda y una
cola tupida. Es adorable. La criatura atrapa el pez entre sus
garras y lo arrastra hasta la orilla, mordiéndolo.
Me relamo los labios.
Agarro mi bastón y grito, sobresaltando al felino. Huye
al verme, dejando atrás el pez.
Tropiezo con la orilla, cayendo de bruces. Tiene un
mordisco en el costado y sangre, pero me muero de
hambre.
Agarrándolo entre las manos, chasqueo el cuerpo del
pez para terminar de matarlo y lo elevo hasta mi boca.
Hundo los dientes y hago que la bilis permanezca en mi
vientre. Cuando termino, no dejo más que las espinas y la
cabeza. Con el estómago revuelto, pero lleno, me arrastro
hasta la orilla del lago.
Trago tanta agua que, cuando termino, se me ha
borrado el sabor del pescado de la boca y estoy tan
hinchada que apenas puedo moverme. Me tumbo en el
agua poco profunda, dejando que se lleve la suciedad. Miro
al cielo.
Mechones de nubes blancas pasan lentamente,
demasiado finas para bloquear los rayos del sol. Por un
momento, me siento bien. A medida que pasan los minutos,
mi piel se calienta.
Imagino el rostro dormido de Vruksha y se me rompe el
corazón.
No puede estar muerto…
Tengo que volver y encontrarle. No sé cómo voy a
hacerlo, pero tengo que intentarlo.
Levantándome sobre los codos, miro a mi alrededor. La
orilla está vacía de animales, aunque hay algo grande en la
orilla opuesta, al otro lado del lago. No puedo distinguirlo
del todo, solo sé que tiene cuernos.
El agua atrae a los depredadores.
Con ese pensamiento, me lavo el cuerpo, las heridas, la
suciedad y la sangre seca. Me froto el pelo y entre las
piernas. Me quedo hasta que se me arrugan las puntas de
los dedos y se pone el sol, vigilando todo el tiempo por si
aparecen depredadores.
Localizo la cabeza de pez y mis ropas para vestirme,
desandando el camino, con mis pies destrozados. El
crepúsculo ensombrece el bosque para cuando encuentro
el refugio. Me meto dentro y me hago un ovillo en el
asiento trasero.
El rostro de Vruksha reaparece cuando cierro los ojos.
Esta vez su mirada es malvada y hambrienta. Mi corazón
late con fuerza. Me debato entre salir y buscar la hoja con
la que antes me limpié su semilla para volver a oler su
aroma.
—¿Vruksha? —susurro.
No me contesta, aunque otra cosa sí lo hace. Un crujido
confuso me llega a los oídos.
Me incorporo.
Al mirar hacia el interior del refugio, una pequeña luz
parpadea a través de las sombras. El ruido proviene de ella.
Me abro paso entre las lianas y la maleza que caen desde
arriba para ver qué es esa luz. Al hurgar con la mano, mis
dedos se enroscan en algo redondo.
Un orbe.
Me lo acerco al pecho y le limpio la suciedad,
emocionada por la suerte que he tenido hoy.
—Orbe, inicia —digo con la voz entrecortada.
Las luces vuelven a parpadear. Una voz sibilante
procedente del orbe me responde, pero apenas puedo
distinguir las palabras. Se apaga rápidamente.
—Orbe, inicia —vuelvo a decir.
Solo oigo un ruido seco. Está muerto. Frustrada, arrojo
el orbe fuera del refugio. Oigo un golpe y luego nada. Me
pongo de lado y cierro los ojos.
Me duermo durante un rato. Sueño con mi estancia en
El Temible, con las pinturas que compré el año pasado y
que nunca tuve ocasión de utilizarlas.
Me despierto con otro ruido. Esta vez no es de tipo
electrónico. Es un gruñido. Algo golpea el lateral de mi
refugio, y el endeble armazón hace un terrible crujido a mis
pies. Me llevo las piernas al pecho y me agarro a ellas,
hundiendo la cara en las rodillas.
Cerdos.
El terror se apodera de mí.
Más gruñidos rompen la noche.
Me relajo un poco. No hay nada que temer de los cerdos.
Uno empuja mi refugio a mi espalda y todo se tambalea. El
orbe del búnker de Vruksha incluía a los cerdos entre los
depredadores. Recuerdo una gran manada de ellos y lo
gigantescos que eran.
Mi refugio vuelve a temblar cuando otro lo empuja. Me
cae suciedad encima. Contengo la respiración y me quedo
lo más quieta posible, con la esperanza de que no me
descubran y acaben marchándose.
Basándome en la cacofonía de bufidos, tiene que haber
una docena o más fuera. O incluso más…
Si me encuentran, y son depredadores, estoy muerta.
Estoy demasiado débil para huir.
Me llevo las manos a la boca, cierro los ojos y vuelvo a
rezar.
La mañana ilumina el bosque antes de que por fin se
marchen.
Agotada y entumecida, espero antes de arriesgarme a
moverme. Tras comprobar que se han ido, me arrastro de
nuevo fuera de mi refugio, con el miedo retorciéndome las
tripas, y no puedo decir si tengo hambre o náuseas, o
ambos. Al volverme, el refugio está roto, agujereado y se ha
desplazado un par de metros.
No puedo quedarme aquí.
Estaba a la espera de Vruksha… pero no ha venido.
Tengo que pensar que sigue vivo. No creo que pueda vivir
con la culpa si he sido la causante de su muerte. El corazón
me duele, y levanto la mano para frotar la sensación de mi
pecho.
Primero, Daisy, y ahora Vruksha.
Con cuidado, me planto sobre mis pies heridos.
Los cerdos pisotearon gran parte de la maleza durante
la noche, y no puedo averiguar en qué dirección se fueron.
Mi rastro hacia el lago ha desaparecido, y aunque deseo
desesperadamente ir a llenarme de agua, también sé que
los cerdos probablemente se dirigieron hacia él por la
misma razón.
Ojalá Vruksha estuviera aquí.
Con un movimiento de cabeza, destierro ese
pensamiento. Ya no puedo confiar en eso, ahora todo
depende de mí. Cómo cambian las cosas tan rápido.
Doy un rodeo y espero que algo, lo que sea, me oriente y
me conduzca al búnker de Vruksha o a las instalaciones.
Observo los árboles, esperando que alguno sea fácil de
escalar, pero son altos y las ramas están más arriba. No hay
nada.
Cojo un palo cercano para utilizarlo como muleta y
decido seguir la dirección del sol. Es una dirección tan
buena como cualquier otra. No doy más de un par de pasos
cuando mi pie choca contra algo duro.
Me asusto y me muerdo los labios.
Mis ojos se posan en el orbe.
Lo recojo.
—Orbe, inicia —susurro.
Bajo la luz del sol, cobra vida y se eleva de mi mano para
flotar en el aire.
—¿En qué puedo ayudarte hoy? —dice.
Mis ojos se abren de par en par.
Vuelvo a sonreír.
DIECISÉIS
CONSECUENCIAS

Vruksha

L A LUZ del sol se filtra entre los pinos del bosque para
saludarme. Gimo, mirándola fijamente.
—Estás despierto.
Mi mirada se dirige a Zhallaix, que afila un cuchillo
frente a mí. Lucho por golpearle con la cola, pero pronto
descubro que no puedo moverme. Estoy atado. Mis
muñecas están atadas separadas con cuerdas, sujetándome
al árbol a mi espalda.
—Gemma —siseo—. ¿Dónde está Gemma?
Zhallaix aparta su arma, enganchándola con los huesos
que lleva en el bíceps.
—No intentes moverte.
—¿Qué le has hecho a mi hembra? —digo, luchando
contra mis ataduras, y buscando a Gemma por el bosque.
—Ha essscapado.
Resoplo. El alivio y el horror me golpean con fuerza.
—No ha caído en tus garras —gruño.
Pero tampoco está aquí, lo que significa que está sola,
en el bosque, completamente a merced de las bestias
salvajes que lo recorren.
Zhallaix canturrea, despreocupado.
—Suéltame —le insto, casi temblando.
Zhallaix ladea la cabeza. Su único ojo se entorna
mientras me observa.
—Tengo que ir tras ella.
—No tiene cola —responde Zhallaix.
—¡Claro que no la tiene! —siseo—. ¡Sssuéltame!
—¿De dónde ha salido?
—No tengo tiempo para esto. No está a salvo sola en el
bosque. No tiene garras, colmillos ni veneno para
protegerse —gruño—. ¡No me tiene a mí!
—Los humanos se extinguieron, y una hembra naga no
ha vagado por estas tierras en más de cien años. ¿Cómo es
posible que tengas una? ¿Qué es ella? ¿Un robot?
Dejo de luchar contra mis ataduras cuando se me ocurre
que Zhallaix no sabe nada de los humanos de la instalación
ni de la nave que bajó del cielo. Ni cómo los humanos que
salieron de ella se apoderaron de las viejas ruinas, ni que
había hembras entre los que aterrizaron.
No tiene ni idea del trato de Zaku para intercambiar
tecnología por sus hembras. No sabe nada.
Zhallaix destruye toda la tecnología que encuentra.
Dejo de forcejear cuando se me ocurre una idea.
—Te lo diré si me dejas ir.
—O puedo dejarte atado y encontrarla yo mismo.
—Podrías… o podrías tener una para ti, una que no esté
ya reclamada y llena de semilla —gruño.
Zhallaix se cruza de brazos y sé que lo tengo. Los
músculos retorcidos de sus brazos se abultan, estirando
cicatrices blancas y rojas. Algunas son cicatrices que yo le
he hecho. Tiene un corte en el costado, medio vendado con
fibras vegetales para mantenerlo cerrado. La sangre brota
de su interior. Es obra mía.
Yo también tengo algunas heridas abiertas, pero Zhallaix
no ha vendado las mías.
¿Por qué iba a hacerlo? Me preferiría muerto.
Entonces, ¿por qué no lo estoy?
—¿De dónde ha salido? —vuelve a preguntar.
—Puede que sea la única —miento—. O puede que no.
Zhallaix me fulmina con la mirada y estirando el brazo
hacia atrás, saca mi lanza, y me apunta con ella.
Libero veneno al verla. ¿Zhallaix no solo pone en peligro
la vida de Gemma, sino que además tiene mi lanza? La ira
me inunda al ver su mano rodeando el asta.
Siseo cuando se acerca, preparándome para lo que
venga. Me clava la lanza en la cola.
Grito de dolor cuando se clava profundamente en mi
músculo. La clava antes de extraer la punta afilada. Me
agito para liberar los brazos, pero no lo consigo. Me
desplomo con un gruñido cuando mis ataduras se resisten.
Mi sangre se derrama a mi alrededor mientras él levanta
mi lanza para clavármela de nuevo en la cola.
—Dímelo —ruge.
—Libérame.
Zhallaix me apuñala y la retuerce.
Aprieto los dientes, conteniendo un gemido agónico
cuando la punta golpea la espina dorsal de mi cola. El
sudor se acumula en mi cara, la agonía irradia por mi cola y
me recorre todo el cuerpo.
Vuelve a sacar la lanza.
—¿Continuamos?
Le escupo.
—No quiero hacerte más daño, Vruksha —dice, tranquilo
como siempre, como si no me estuviera torturando para
obtener información—. Pero lo que hiciste fue
imperdonable…
—¿Lo que hice? No sé de qué estás hablando —digo con
desprecio.
Zhallaix se agacha hasta quedar a mi altura. Mi odio por
él, y por la situación en la que ha puesto a mi hembra, me
consume. Odio porque aún vaga por estas tierras a pesar
de los numerosos intentos de acabar con él.
Pero es la misma situación en la que yo he puesto a mi
hembra por sacarla de noche. Por dormirnos…
—Aparearse con una hembra las mata. No sobreviven a
la gestación. Solamente un miserable saciaría sus deseos a
sabiendas del resultado. Dime dónde la encontraste —
continúa Zhallaix.
—Las humanas no son nagas.
—¿Te has apareado antes con una hembra humana?
Mis fosas nasales se agitan.
—Por supuesto que no. Ninguno de nosotros lo ha hecho.
—¿Entonces cómo puedes saberlo?
—¿Y tú lo sabes? Sé lo que has hecho, lo que eres. Sé lo
que hizo tu padre, violar hembras nagasss para su placer.
No me parezco en nada a él. Ninguno de nosotros lo
parecemos, solo tú.
Su mano se vuelve blanca donde aferra mi arma.
—Te enseñó todo lo que sabía —continúo—. ¿Verdad? Te
acompañó mientras él…
—¡Basta!
—Tomaba hembras por toda la región, aunque ellas no
quisieran, incluso las que no eran Víboras de la Muerte,
matándolas.
—¡Basta! — Zhallaix levanta mi lanza y se lanza hacia
delante, apuntándome con la punta a la ingle—. ¡Yo no soy
mi padre! —me acuchilla.
Me giro hacia un lado, esquivando por poco el filo de la
lanza. Zhallaix se tambalea por el impacto, y por fin tengo
mi oportunidad. Le escupo veneno en el ojo.
Ruge, se echa hacia atrás y suelta mi arma. Se aprieta el
ojo. Se escabulle, chillando al chocar contra un árbol,
haciendo que las ramas se agiten. Deslizo la herida de mi
cola hacia mis manos atadas, empapándolas en sangre.
Con las ataduras mojadas, lucho por zafarme de ellas.
Una de las ataduras se rompe y me suelta el brazo.
Araño el resto de las ataduras. Cuando libero mis
extremidades, agarro mi lanza y la utilizo para ayudar a
levantarme.
Zhallaix empuja su cola para mantenerme atrás, incapaz
de verme.
—Debería matarte, sssí —gruño, inclinándome sobre él.
Un ojo negro y rojo me mira húmedamente a través de
unos dedos crispados.
—¡Hazlo! —dice.
Levanto mi lanza sobre él.
—¡Hazlo! —grita.
Le apuñalo en las entrañas y lo retuerzo. La sangre
brota a borbotones, mientras se la extraigo.
Zhallaix se quita la mano del ojo, sisea y se desploma.
No vuelve a moverse, pero sigue mirándome a través de su
ojo destrozado. Lentamente, el color se desvanece de sus
escamas y su ojo se cierra.
Le miro fijamente durante unos instantes,
asegurándome de que permanece en el suelo. No me
complace matar a uno de los míos, aunque lo he hecho
antes y sé que volvería a hacerlo.
—Deberías haberme matado cuando tuviste la
oportunidad —digo, bajando la lanza.
Limpio mi lanza de sangre y me dirijo hacia los árboles,
sin pensar en Zhallaix.
El arroyo está cerca. Lo escucho más que lo veo y, desde
mi punto de vista, no observo nada fuera de lo normal,
nada que me ayude a encontrar a Gemma. Necesito
encontrarla. No sé cuánto tiempo hace que estoy aquí, solo
sé que ya ha anochecido, lo que significa que han pasado
muchas horas desde el ataque de Zhallaix. O incluso días.
Me precipito hacia el agua, esperando que haya un
rastro, haciendo muecas de dolor por el daño de mis
heridas.
Sigo el arroyo hacia el norte hasta llegar al lugar donde
estuve con Gemma por última vez. Veo sus botas. Las cojo y
me las acerco a la cara, inhalo su olor.
Está sola en el bosque, sin mí, el macho que juró
protegerla. No sabe cómo defenderse; conoce poco sobre
mi mundo. Hay mucho más que animales y monstruos…
Lucho contra el dolor de la cola que amenaza con
ralentizarme, la meto en el agua para lavarme la sangre
mientras busco frenéticamente su rastro.
Hay palos rotos y hojas aplastadas en el suelo. Alguien
se ha golpeado con fuerza contra la maleza, de frente.
Tuvo que ser Gemma. Imaginar su miedo mientras huía
me enfurece. Se adentró en el peligroso bosque en la
oscuridad sin un plan. Mis garras se clavan con fuerza en
sus botas, dejando atrás el arroyo.
Mientras la rastreo, temo tropezar con su forma rota y
una locura se apodera de mí. Pero a medida que pasan las
horas y sale la luna, no la encuentro. Huyó durante horas…
¿También huía de mí? Mi cola se enrosca, disparando
punzadas de dolor por mi espina dorsal al imaginarlo. Me
niego a creerlo.
La luna asciende y las sombras profundas cubren el
bosque tan densamente que pierdo las huellas.
Mi rabia y mi impotencia se unen en un rugido.
—¡Gemma! —rujo su nombre.
Me responde el silencio.
Clavo mi lanza en el suelo y recojo leña para hacer un
fuego. Si está cerca, verá la luz y vendrá. Me da algo que
hacer mientras espero a que salga el sol, y las llamas
mantienen a raya mi locura.
La noche dura una eternidad agónica. No duermo. No
con mi hembra fuera de mi alcance y sin saber dónde está.
Aún no ha amanecido cuando retomo su rastro. Lo
pierdo varias veces más a lo largo de la mañana porque sus
huellas han empezado a desvanecerse. El hecho de volver
atrás y encontrar el lugar donde se reanudan me hace
perder un tiempo valioso. El sol ya ha pasado su cenit y el
calor es sofocante, cuando vuelvo a avanzar.
Grito su nombre.
Y de nuevo, la rabia se apodera de mí por haberla
perdido. Por perderla y, lo que es peor, por no estar
preparado para enfrentarme a una hembra humana como
yo creía. Debería haberlo sabido.
¿Por qué la saqué de noche cuando podía haberla
llevado a mi nido?
Si lo hubiera hecho, ahora mismo la tendría enroscada
en mi cola.
Algo azul aparece en la distancia y avanzo hacia ello. Su
chaqueta. Aprieto el material con fuerza contra mi pecho.
Está rota y sucia y, sin embargo, sigue en buen estado.
Es una señal.
Recupero la esperanza.
El paisaje cambia, inclinándose hacia abajo, y su rastro
se reanuda durante un rato. Aquí ha frenado. Tengo que
bajar al suelo del bosque para encontrar su paso.
Moviéndome de árbol en árbol, veo sangre seca sobre las
hojas. Aunque al hacerlo, veo algo más, algo mucho peor…
Huellas de cerdo.
Docenas de ellas. Huellas de pezuñas por todas partes, y
excrementos de cerdo entre ellas. El olor de su paso hace
que el bosque apeste.
Mi corazón se desmorona al saber que han captado su
olor y que perderé por completo el rastro de Gemma entre
el de los cerdos.
Aprieto los dientes. Tiene que estar cerca. Despego los
ojos del suelo del bosque y miro hacia arriba para ver
dónde estoy. Me doy cuenta de que conozco esta zona. He
pasado por aquí innumerables veces. Con huellas de cerdo
o sin ellas, si está aquí, podré encontrarla.
A menos que los cerdos hayan llegado a ella primero…
Si lo han hecho, no habrá más que sangre donde la hayan
atrapado. Se lo comen todo.
Mataré hasta el último cerdo de la tierra si ella ha
corrido esa suerte.
El sol alcanza el horizonte demasiado pronto, y la fuerza
menguante de mi cola empieza a frenarme. La sangre sigue
brotando de mis heridas, haciéndome sentir débil. Sigo
adelante.
Cuando oigo a los cerdos, me deslizo entre los árboles y
encuentro a lo lejos una manada de cerdos de tamaño
medio.
Uno levanta la cabeza y olfatea ruidosamente. Huele la
sangre fresca ahora que estoy aquí.
Paso mis cortas garras por las heridas de mi cola y les
doy más. El dolor me recorre los nervios y aprieto los
dientes. Si los cerdos vienen a por mí, puedo alejarlos y
matarlos uno a uno. En pocos minutos, hay una manada de
cerdos debajo de mi rama, agolpándose unos sobre otros
para alcanzarme.
Tumbado sobre la rama, sitúo mi lanza y, agarrando con
fuerza el mango, apuñalo al que tengo más cerca. La punta
de mi lanza se hunde profundamente en la carne grasa. El
cerdo chilla, sobresaltando a los demás, que hacen lo
mismo. Echo el brazo hacia atrás y vuelvo a apuñalar.
Acierto a otro cerdo.
Los cerdos se revuelven y chillan, ocultando todos los
demás sonidos. Se ponen frenéticos y los más listos huyen.
La mayoría se queda porque hay comida para rato. Me
preparo y vuelvo a apuñalar.
Pronto, ya no buscan mi sangre, sino la suya.
Resoplando y gruñendo, se vuelven unos contra otros,
demasiado tontos para apartarse de la lanza que les pincha
desde arriba. La sangre llena el aire.
Algo atrapa mi lanza y me la arranca de las manos. La
vuelvo a coger al instante, cuando uno de los cerdos me
ataca en lugar de a sus hermanos. Al mirar hacia abajo, veo
dos ojos grandes e inteligentes que me miran con odio.
Escupo veneno al líder, y este se lo sacude.
Los demás a su alrededor empiezan a darse cuenta de
que sigo arriba, me ven ahora que tienen la barriga llena
de sus compañeros.
Es hora de irse.
Me enrollo y me elevo de la rama, deslizándome hasta el
árbol de al lado. El cerdo grande me sigue, y otros varios
también. Si no los pierdo, me perseguirán hasta que yo o
ellos estén muertos. Y por la mirada que me lanza el
grande, quiere mi pellejo.
Mientras que sea yo y no Gemma.
Dirijo a la manada fuera de la zona, matándolos a
medida que avanzo, atravesando la noche hasta que la
mañana se abre paso entre los árboles.
Tengo que encontrar a Gemma, y pronto.
Me desprendo del tronco del árbol en el que estoy y
retrocedo en silencio hasta el lugar en el que estaba
cuando encontré a los cerdos la noche anterior. El lugar
donde seguí el rastro de Gemma por última vez.
A la luz del amanecer, no veo nada excepto cadáveres
medio devorados y sangre. Los arbustos, las ramas y las
plantas han quedado arrasados por el frenesí animal. Si
antes había un rastro, ahora ya ha desaparecido.
Lanzo una maldición.
Algo pasa zumbando junto a mi cabeza. Lo veo justo
antes de que desaparezca en el bosque. Está oxidado, sucio
y roto, pero sé lo que es.
Un dron.
La emoción me invade.
Mi cansancio desaparece cuando despego tras él.
Alguien inició los drones…
Gemma.
DIECISIETE
PELIGRO EN TODAS PARTES

Gemma

M E LIMPIO la frente con el brazo, secándome el sudor allí


acumulado, y avanzo. Llevo horas corriendo, intentando
alejarme de los sonidos de los cerdos que tengo detrás.
Al poco de encontrar el orbe, volví a oírlos.
Se están acercando. Mi pulso se acelera cuando empieza
a anochecer.
Nunca se van.
Me aferro a una rama, enrollando mis dedos sangrantes
en las hojas secas. Tropiezo con el siguiente árbol.
Delante de mí hay un saliente, y hago un débil sprint
hacia él. A través de los árboles, veo la ladera de la
montaña hacia la que me dirijo.
El paisaje es cada vez más rocoso y abrupto. No ha
habido suerte, no es la dirección hacia el búnker de
Vruksha. Maldigo continuamente. No sé cómo pude pensar
que podría encontrar tecnología alienígena y entregársela a
mi gente.
No sabía lo que me esperaba realmente. Fui una
estúpida al pensar que era un buen plan, incluso con la
lanza de Vruksha como protección.
Dios, qué idiota soy.
Llego al saliente cuando suena un gruñido detrás de mí
y tiro de mi cuerpo hacia arriba, apenas consigo
despegarme del suelo cuando algo me golpea en el pie.
Tirando de mis brazos hacia mi cuerpo, me giro lentamente
hacia atrás.
Detrás de mí está el cerdo más grande y rabioso que he
visto nunca. Es tres veces más grande que yo y podría
comerme entera. Ahogo un grito mientras intenta trepar
por la cornisa, gruñendo y resoplando con frenesí.
Cojo mi palo y le golpeo en la cabeza.
El palo se rompe.
—¡Joder! —jadeo, acercando la mitad del palo hacia mí.
Miro fijamente la punta rota. Un movimiento me llama la
atención. Dos cerdos más salen corriendo de entre los
árboles uniéndose al primero. Chocan contra el saliente.
Me estremezco, girándome en busca de una escapatoria.
La ladera es empinada pero rocosa, y puedo trepar por los
peñascos que suben por ella. Así perderé a los cerdos, o
eso espero. Tiemblo y me masajeo las manos doloridas,
examinando los bordes dentados, decidiendo cuál es la
mejor ruta.
Intento no pensar en lo cansada que estoy, ni en que
probablemente me caeré y moriré. Tengo retortijones. No
puedo escalar mucho, no podré levantar mi cuerpo en el
estado en que me encuentro.
Desearía enfrentarme a varios nagas cachondos en vez
de a esto. Cualquier cosa menos esto. Los cerdos que
conozco no se parecen en nada a los animales salvajes y
despiadados que arañan la cornisa.
—Joder —susurro, exhalando la palabra entre los dientes
y tirando el palo roto a un lado.
Cuando miro hacia atrás, ya hay cinco cerdos en la
cornisa. Uno está trepando a lomos de otro. Me pongo en
pie con dificultad y avanzo por la pendiente.
Al resbalar, mi ropa se desgarra, mientras las rocas
afiladas me arañan la piel. Mis pies sangrantes manchan
las rocas. Mis manos están en carne viva y mi mundo da
vueltas. Lloro, rezo y suplico. Tengo hambre, sed, poca
energía y no me quedan fuerzas para luchar.
Pero, ¿los cerdos?
No dejaré que los cerdos acaben conmigo. Lucho por
subir más y más hasta que caigo de bruces en un saliente
hacia la cima, desplomándome. Aún oigo sus resoplidos
debajo de mí. Ahora hay más. Me doy la vuelta y miro al
cielo, jadeando.
Aunque llegue a la cima, ¿qué voy a hacer? Mis ojos
captan el orbe que sigue flotando a mi lado. Para mi
decepción, ha pasado más tiempo “actualizándose” que
respondiendo a mis preguntas. Al menos me ha seguido.
—Orbe —ronco.
El orbe se desdibuja mientras mi visión vacila.
—¿Qué puedo hacer por ti? —pregunta.
—¿Dónde está el…?
No sé cómo preguntar para obtener la información que
necesito.
—No te entiendo. Repite, por favor.
—¿Qué depredadores hay a mi alrededor? —digo por fin,
repitiendo la pregunta que Vruksha hizo en su búnker,
mientras intento darle forma a un pensamiento en mi
cabeza.
El orbe se ilumina y mis ojos vuelven a mirar al cielo. No
espero que me dé ningún tipo de respuesta.
Así que cuando responde, me quedo atónita.
—Escaneado completo. Hay varias manadas de cerdos
dispersas por esta región, dos familias de osos y tres
serpientes.
Me apoyo en los codos. Me muerdo el labio y trago
saliva, aunque tengo la boca seca.
—¿Cómo lo sabes?
No contesta.
—Orbe, ¿cómo sabes lo que hay cerca?
—Estoy conectado a tres repetidores principales en esta
zona. Además, hay más de mil ochocientos orbes que
emiten señales de retroalimentación en un radio de
ochenta kilómetros alrededor de mi ubicación. Otros cinco
mil seiscientos están apagados. Somos un sistema
conectado de datos compartidos, utilizado en beneficio de
la seguridad militar, y de los humanos y los Lurkers que
trabajan aquí.
Miro mudamente el orbe.
¿Qué?
—Orbe —toso, mareada—. ¿Sabes dónde está el búnker
de Vruksha?
Los gruñidos son cada vez más fuertes.
—No entiendo qué es un búnker de Vruksha. Repite, por
favor.
Alargo la mano y cojo el orbe, acercándolo a mí.
—Orbe, ¿hay alguna base militar cerca de mi ubicación?
¿Cualquier cosa?
Froto un poco la suciedad de su marco de plástico.
—Está el Centro Caret a tres kilómetros al este y la Base
Reposo del Águila a ocho kilómetros al norte. Actualmente,
estamos dentro de la Zona Tecnológica del Águila.
Un chillido me perfora los oídos, desviando mi atención
del orbe. Girándome hacia un lado, miro hacia la montaña.
Oigo otro chillido cuando cae un segundo cerdo, dando
fuertes tumbos contra las rocas. Ahora hay más, al menos
una docena, y se están utilizando unos a otros para trepar
hasta mi ubicación. Dejo caer el orbe, dejándolo levitar, y
busco mi bastón antes de recordar que ya no está. En su
lugar descubro unas rocas.
Recojo una con ambas manos y la dejo caer sobre el
cerdo más cercano. El cerdo se encabrita y corre,
derrapando por la ladera antes de caer. Se endereza en el
suelo y huye hasta perderse de vista. Encuentro otra roca.
Una más grande.
Apunto a un segundo cerdo.
—¡Toma esa! —grito, lanzándola.
La roca le golpea directamente en la cabeza, matando al
animal. Cae, sacudiéndose.
Aspiro, emocionada por mi hazaña, antes de que el
cerdo más cercano deje de trepar y se abalance sobre el
cadáver. Me escabullo de nuevo por la cornisa, asqueada y
asustada. Mirando hacia arriba, no hay mucho más por lo
que pueda trepar sin que probablemente me caiga.
Tampoco quedan muchas rocas que tirar.
Me vuelvo hacia el orbe.
—Orbe —me apresuro a iniciar—. ¿Hay algo cerca de
aquí que pueda ayudarme a salir de esta situación?
Alargo la mano y atraigo otra roca hacia mí mientras
espero a que responda.
—Lo siento. No entiendo tu pregunta.
Cierro los ojos y aprieto la frente contra las rodillas. No
quiero morir aquí, no así. Inhalo y me inclino sobre el
borde, apuntando con mi roca al cerdo más cercano.
Fallo.
Intento no llorar. De los cerdos que quedan, cuento
once, ahora que el que huyó ha regresado. Se interponen
entre la zona segura y yo. No tendré suficientes piedras
para la mitad de ellos…
—Orbe. Ayúdame. Por favor, ayúdame.
No espero respuesta. Reúno las rocas que me quedan a
mi lado, preparándome para morir luchando. Ni siquiera
puedo echar a los cerdos de la cornisa si se acercan… y mis
pies…
—Enviando ayuda a tu ubicación.
Las lágrimas inundan mis ojos al oír esas palabras.
—La ayuda llegará en breve —dice.
Aprieto los puños. Apenas puedo esperar que lo que dice
el orbe sea cierto; no sé qué ayuda queda por recibir. Pero
mientras veo a los cerdos subir, pisoteándose unos a otros
para llegar hasta mí, suena una explosión y la sangre me
golpea la cara.
Me sobresalto, conmocionada.
No me muevo mientras me inundan los sonidos, oyendo
disparos uno tras otro. Los cerdos chillan y chillan. Caigo
de espaldas, escuchando el dulce sonido de los disparos.
Porque eso es lo que son: disparos. Lo reconocería en
cualquier parte.
—¡Hembra! —ruge una voz, sobresaltándome aún más.
¿Vruksha?
Me giro hacia un lado.
—¡Vruksha! —grito.
Todo lo que veo es rojo. Todo está rojo.
Es un baño de sangre y vísceras de cerdo.
Algo se mueve a través de él, deslizándose por la cornisa
a velocidades impresionantes. Grito, casi delirando, cuando
el impactante rostro de Vruksha llena mi visión. Es la visión
más hermosa que he visto nunca. Inmediatamente empiezo
a sollozar.
Me agarro a él cuando me alcanza, plantando mi cara en
su pecho. Su olor me envuelve y sollozo con más fuerza. Su
olor empieza inmediatamente a adormecer el dolor.
—Sssshhhh, mi hembra, sshh —susurra, mientras me
recoge entre sus brazos—. Ahora estás a salvo.
Jadeo entre lágrimas, frotándome la cara contra él.
—Creía que habías muerto.
—Mientras estés viva, mi hembra, yo estaré vivo.
Siempre estaré cuidándote.
Me lleva lejos de la montaña, de la sangre y los cerdos.
DIECIOCHO
LA SÚPLICA DE UN NAGA

Gemma

M E DESPIERTO con el ruido de un crepitar y el olor a carne.


Mi cuerpo se acurruca más en el suave calor que se ha
formado a mi alrededor. No quiero moverme. Lo único que
quiero es quedarme aquí, donde sé que estoy a salvo. En mi
sueño, estaba de pie en una estancia tranquila y sin
decorar, mirando unas pinturas que ansiaba utilizar.
Mi vientre se revuelve, rugiendo por el vacío
prolongado. Gimo y me muerdo la piel acumulada
alrededor de la boca.
—Despiértate, hembra, y come.
Abro los ojos y veo a Vruksha sosteniendo un pincho del
que cuelga carne. Sale humo de la carne.
Me doy la vuelta y vomito, tragando aire. Vruksha me
recoge el pelo y me lo aparta de la cara. Toso hasta que mi
estómago vacío deja de revolverse. Tiemblo, apenas capaz
de mantener el cuerpo erguido.
Levantándome lentamente de las pieles, Vruksha me
ayuda a sentarme. Me acerca la carne a la boca y casi
vuelvo a tener arcadas. Le sujeto las manos para
mantenerlas firmes y le doy un pequeño mordisco,
hundiendo los dientes en la carne perfectamente crujiente.
Una carne tan fresca y exquisita es rara, incluso para
alguien que trabaja en el puente de mando de una nave de
guerra. Es solo para los ricos, y los habitantes del planeta,
que se niegan a renunciar a tales lujos. Tras el primer
bocado, la devoro y no me detengo hasta terminarla.
Espero que sea uno de los cerdos que intentaron
comerme.
Vruksha aparta el pincho cuando acabo; de lo contrario,
probablemente también me lo habría comido.
—Gracias —le digo.
Se aleja canturreando y vuelve poco después con un
paño. Me limpio la cara y las manos, que me tiemblan por
los cortes.
—Te encuentras mejor —dice.
¿Lo estoy? Echo un vistazo al espacio que me rodea y
reconozco el armazón interior del búnker. Pero estoy en
otra parte, más adentro, creo. Todavía hay cajas por todas
partes, paredes de cemento y las luces parpadeantes de
arriba. Estoy en una cama circular, o en un catre, y hay
pieles calientes amontonadas a cada lado de mi cuerpo.
También hay pieles colgando de algunas paredes y
extraños adornos y artefactos de la Tierra. Hay toda una
hilera de orbes en una estantería empotrada frente a mí.
Veo el mío, sucio y ensangrentado, al final.
Mi mirada vuelve a Vruksha. Me observa, muy cerca de
mí. Le miro fijamente durante un rato, aturdida y tan feliz
de estar viva, de verle vivo. Sigo mirándole fijamente
mientras la carne se asienta en mi vientre, necesitando
esos momentos extra para decidir que no estoy muerta y
que él me ha salvado.
—¿Qué ha pasado? —pregunto, con la voz entrecortada.
Él se mueve al oír mis palabras, cogiendo mi paño y
dejándolo a un lado.
—Te desmayaste después de que te encontrara. Llevas
dormida desde entonces.
—¿Cuánto… tiempo?
—Varios días.
Levanto la mano y toco mi pelo rizado, mi cara.
—¿Días?
¿Han pasado días? Tanteo mis extremidades y hago una
mueca de dolor. Me parece que han pasado minutos.
—Estás herida, Gemma. Has estado a punto de morir.
Se me frunce el ceño. Me quito de encima las pieles
acumuladas.
Estoy desnuda. Rápidamente, vuelvo a ponerme una piel
para cubrirme, pero vislumbro los daños en mi cuerpo.
Estoy envuelta en vendas por todos mis miembros,
cubierta de tantas magulladuras que mi carne es
irreconocible, y mis pies… Mis pies están cubiertos de
bolas de tela. Muevo los dedos de los pies y jadeo. El dolor
me impacta. Me muerdo el labio inferior.
Pero me doy cuenta de que estoy limpia, tengo el pelo
suave alrededor de los hombros, aunque no despeinado, y
por primera vez desde que me abandonó mi gente, no me
siento mugrienta.
—Me has limpiado.
—No dejabas de sangrar. Temía una infección.
Mis ojos se deslizan de nuevo hacia Vruksha.
—Gracias.
¿Cómo podré agradecérselo?
La mirada que me dirige es profunda, afligida. ¿Está
cansado?
¿Ha dormido, se ha cuidado?
—Bebe esto —murmura, tendiéndome una taza.
—¿Qué es?
—Té, hecho de plantas y hierbas locales que te aliviarán
el dolor. Uno de los orbes me dio la receta —añade.
Agito la taza y bebo un sorbo. Reconozco el sabor. Me
vienen recuerdos borrosos de Vruksha vertiendo el líquido
por mi garganta. Termino el té y ya me siento mejor. Su
calor se desliza por mi cuerpo, calmándome.
Me quita la taza y vuelve a colocarme varias pieles
encima.
—Duerme, hembra, necesitas descansar. No puedes
regenerarte sin él.
Me tumbo y me quedo dormida, sin que me lo tenga que
decir dos veces.
Cuando me despierto, grito de dolor. Me recorre las
piernas hasta los pies. Me agarro a la ropa de cama, pero
solo encuentro una piel debajo de mí, el resto ha
desaparecido.
—Sssshhh. Esto acabará pronto.
Con la visión borrosa, encuentro a Vruksha inclinado
sobre mis piernas, quitándome las vendas y limpiándome la
piel. Me recoge los pies y los coloca en una palangana con
agua.
Gimo, con los ojos llenos de lágrimas.
—Duele.
Me acerca una taza con el extremo de su cola y la cojo,
tragándome el contenido, antes de que tenga tiempo de
decirme qué es. El dolor se suaviza.
Me desplomo y miro al techo mientras Vruksha se ocupa
de mí. La vergüenza me invade mientras me limpia las
heridas y me masajea los músculos doloridos. Sube
lentamente por mis piernas, tomándose su tiempo. Estoy
desnuda y eso me molesta. Me siento débil y desesperada,
y no me gusta.
No puedo ser débil, no puedo estar desesperada. Las
personas débiles y desesperadas no pueden ayudar a los
demás y no pueden ocupar un alto cargo…
Pero lo que más me molesta es que me lave el cuerpo.
Es un macho alienígena, de una especie desconocida para
la humanidad, y no tiene ninguna obligación conmigo. No
quiero que piense que estoy indefensa. Me agacho y le
sujeto la muñeca antes de que meta las manos entre mis
muslos.
—Por favor —le digo, suplicándole, tirando de la tela con
la otra mano.
Sus ojos se clavan en mí, pero me deja que le quite la
tela de sus manos. Limpio el resto yo misma.
Cuando termino, Vruksha me da otra ración de carne.
Intento quitársela. Él gruñe y no me deja.
—¿Qué? ¿Por qué? —le pregunto.
—Yo te alimentaré.
—Puedo alimentarme sola… —digo mientras me toco la
boca—. No me duele, no como todo lo demás.
—No se trata de si te duele o no, quiero alimentarte.
—No soy una niña.
—No. Eres mi compañera y estuve a punto de perderte
—me acerca la carne a la boca y la presiona suavemente
contra mis labios—. Me hará feliz alimentarte. Me calmará.
Pienso en luchar contra él por puro orgullo, pero no lo
hago, porque no es mi orgullo lo que me duele al ser
alimentada. Es la vulnerabilidad. Miro mi cuerpo desnudo y
roto y sé que hace días que estoy en mi momento más
vulnerable.
Y él sigue aquí.
Me salvó la vida. Y todavía me la está salvando. Se lo
debo todo.
Separo los labios y doy un mordisco a la carne,
observándole. Vruksha se acerca y desliza su cola detrás de
mí para sostener mi espalda. Me apoyo en ella y doy otro
mordisco.
No entiendo por qué pone su vida en semejante peligro
por mí, por qué se esfuerza tanto por mantenerme viva,
incluso cómoda. Entiendo que aquí ya no hay hembras,
pero ¿arriesgar así su vida? No lo entiendo.
Si hubiera estado en estas condiciones en El Temible,
únicamente mi familia habría permanecido a mi lado, pero
ni siquiera tengo familia en El Temible. No he visto a mis
padres desde que tenía trece años.
Vruksha es un enigma.
Observo cómo me mira, y trago con fuerza. Viéndole por
primera vez como un hombre en lugar de como un
alienígena, un monstruo, o alguna bestia salvaje que ataca
brutalmente a todo lo que se acerca a mí.
Seguimos mirándonos fijamente mucho después de que
me termine la carne.
Ya no es solo por curiosidad, quiero conocerlo, de
verdad, y saber cómo ha llegado a este mundo devastado
en el que, para empezar, no debería haber vida sensible.
No he visto ninguna nave extraterrestre.
—¿Me traes una manta? —le susurro.
Sus ojos se desvían un segundo y aprovecho para
cubrirme el pecho. Luego se va y vuelve enseguida con
varias pieles. Me da una y me envuelve el cuerpo con las
demás, reservando la última para sujetarme los pies.
Después, me venda las heridas más profundas con vendas
de tela nueva y limpia, y tira las viejas, en la misma
palangana en la que me bañó los pies. Nos instalamos en la
parte delantera del búnker.
—Deberías descansar —me dice.
—Ya he dormido bastante.
—Aún te estás recuperando.
—¿Y tú?
Veo las heridas de su cola y las grietas en las escamas
que las rodean. Están carnosas, rojas e hinchadas. Parecen
dolorosas.
—¿Yo?
—Tu cola.
Alargo la mano y se la toco.
—Tú también estás herido, Vruksha.
—Me curo rápidamente. Esto no es nada comparado con
lo que puedo soportar de verdad.
—Yo no…
Sus ojos se clavan en los míos.
—¿No qué?
—No quiero que aguantes más por mi culpa —susurro y
miro hacia abajo, incapaz de sostenerle la mirada.
Es la verdad. Me duele ver que él también está herido.
Que sufre y no descansa por mi culpa. Soy una carga.
Si te vuelves una carga, pierdes tu trabajo. Y después de
perder tu trabajo, pierdes todo lo demás.
—Mi Hembra —gruñe—. Soportaría mucho más que esto
por ti. —dice, y a continuación señala uno de sus tajos—.
Esto no es nada comparado con lo que estoy dispuesto a
sacrificar por ti. A qué tormento estoy dispuesto a
enfrentarme.
—¡No deberías tener que sacrificar nada en absoluto!
No sé de dónde salen esas palabras, pero son ciertas.
Se desliza contra mi cuerpo y, aunque intento
apartarme, su cola sigue detrás de mí, manteniéndome
erguida. Estoy atrapada.
—He estado a punto de perderte dos veces. Una vez con
Azsote. Una segunda vez con Zhallaix. Y si no hubiera
llegado hasta ti a tiempo, te habría perdido una tercera
vez. ¿Sabes lo que haría si te perdiera?
Niego con la cabeza.
—Mataría todo lo que se cruzara en mi camino hasta que
algo o alguien me sacara de mi miseria. Nunca quise una
hembra por eso, por cómo vuelven locos a sus compañeros.
Vi lo que le pasó a mi padre, pero cuando crecí y él se fue,
me di cuenta de por qué las hembras son tan importantes.
Por eso haría cualquier cosa, lo que fuera, para
conservarte. Ahora que te conozco, me pregunto cómo vivió
mi padre tanto tiempo después de que muriera mi madre.
—Yo… —trago saliva, haciendo la única pregunta que me
ha atormentado constantemente—. ¿Por qué yo?
—Por la vida, dulce compañera, no hay vida sin ti. Ni en
este mundo ni en ningún otro, estoy seguro. ¿Cuál es el
sentido de todo si no hay vida? Tú eres mi vida.
Mi ceño se frunce.
—No lo entiendo…
—¿Cómo podrías? ¿Viviendo de las estrellas, donde hay
más mundos que este para elegir? Mi pueblo murió, mucho
antes de que prosperáramos. Nos sentimos solos, sin haber
conocido nunca la compañía. Ya no quiero vivir sin vida. No
quiero estar solo. Cuando te vi salir de tu nave, al principio
no sabía lo que estaba viendo. ¿Otro hombre humano? ¿Un
robot? Pero fue tu pelo lo que me cautivó. ¿Y la forma en
que levantaste la cara hacia el cielo y sonreíste? Me quedé
hipnotizado. Brillas a la luz del sol, pequeña hembra, y
nunca he posado mis ojos en algo tan dulce. ¿Por qué tú,
Gemma? Porque me robaste el aliento. Me robaste la vida
cuando te volviste y me encontraste en el bosque.
Lo dice con una expresión atormentada que me
conmueve. Aparto la mirada. No brillo, y es difícil mirarle
cuando él me mira como si yo fuera la razón por la que
existen las estrellas. Se ha entregado completamente a mí.
Se me hace un nudo en la garganta. Me duele. Él hace
que me duela. Me aprieto la mano contra el pecho,
contemplando las escamas rubí de su cola.
Cómo me gustaría poder pintarle… Aunque no creo
poseer un rojo lo bastante vibrante para hacerle justicia a
Vruksha. Podría tenerlo siempre conmigo si lo pintara.
—Sé lo que es estar solo —digo en voz baja.
No sé qué más responder.
—¿Lo sabes?
Me froto los labios y asiento con la cabeza.
—No como tú, aquí. La soledad es diferente en las naves
en las que viven la mayoría de los humanos. Estás rodeado
de metal, plástico, cristal y el espacio frío. Y a ti también te
da frío, porque allí arriba no hay calor. Estamos hacinados
y no hay escapatoria, así que es más fácil levantar muros,
mantener a todo el mundo a distancia a pesar de estar
rodeados de gente todo el tiempo. Todo el mundo está solo
ahí arriba, porque todo el mundo tiene esos muros a su
alrededor…
—Entonces, ¿por qué no los derribas?
—No puedes. Si lo haces, te quemas, pierdes el respeto
y pierdes tu rango. Pero es más fácil estar solo entre los
demás, que estar solo sin nadie.
Obligo a mi mirada a encontrarse con la suya.
—Vruksha, lo siento.
—¿Por qué?
Me muerdo la lengua, intentando encontrar las palabras.
—Porque…
—No lo digas. No lo digas, Gemma.
Inhalo.
—No quiero oírlo —sisea.
Me levanta en brazos y me lleva al interior del búnker,
de vuelta al montón de pieles, y me coloca suavemente
sobre ellas.
Y de repente, estoy completamente exhausta. Y triste.
Él sabe por qué lo siento.
Porque a pesar de todo lo que él es, de las maravillas de
este lugar y de todo lo que ha hecho por mí, incluso
renunciar a su vida, no puedo quedarme. Nunca podré
quedarme.
No mientras Daisy esté ahí fuera, perdida. No mientras
Peter y Collins sigan en la Tierra. Y no cuando existe la
posibilidad de que otros de El Temible vengan a buscarnos.
De que puedan hacerle daño.
No puedo quedarme con Vruksha por eso.
Y él no puede retenerme a mí.
DIECINUEVE
REFLEXIONES Y BESOS SANGRIENTOS

Vruksha

G EMMA TIENE INTENCIÓN DE DEJARME .


Lo veo en sus ojos cada vez que se despierta para comer,
cuando le cambio las vendas o intenta dar un paso. Siempre
estoy ahí para cogerla cuando se cae.
Mi único consuelo es verla recuperarse. Ha pasado más
de una semana desde que llevé su cuerpo inerte y sin vida
de vuelta a mi búnker, y en los días siguientes ha mejorado,
se ha hecho más fuerte día a día.
Parte de la furia y la culpa se han disipado al verla
mejorar. Sé que nunca desaparecerán del todo. Y espero
que nunca lo hagan.
Fallé.
Ella fue herida… Heridas que, si hubiera sido más
cuidadoso y más atento, ella nunca habría recibido.
Zhallaix nunca debería haber podido acercarse
sigilosamente a mí. Nunca debería haber estado cerca de
Gemma. No me consuela su muerte, pero me alegra no
tener que preocuparme más por él.
No me extraña que eligiera a otro macho en vez de a mí.
Únicamente pienso en ella. Mi mente se llena de
pensamientos sobre ella. Es una excusa pobre, pero es
verdad. Ella es mi debilidad. Nunca había sido débil, no
hasta que ella entró en mi mundo. Ahora, es todo lo que
soy.
He tenido mucho tiempo para pensar mientras ella se
curaba. He pasado mucho tiempo mirándola dormir,
perdido en mis pensamientos mientras intentaba despejar
mi mente.
Al mirarla, la veo envuelta en las suaves pieles de mis
muchas, muchas presas. Ha elegido la piel más fina para
vestirse, ya que sus ropas no tienen arreglo. Se le habían
pegado a la piel con la sangre y el sudor, y tuve que
arrancárselas con los colmillos para desvestirla. Ahora no
son más que jirones de tela en el suelo.
Enrosco el dedo bajo un mechón de su pelo y lo hago
girar.
La idea de que se vaya me preocupa.
Solo tiene un sitio adonde ir…
Volver a las instalaciones donde hay una nave que la
llevará a las estrellas. Lejos, muy lejos de mí. A un lugar
donde no podré seguirla. A menos que me lleve con ella.
Un suave gemido se escapa de sus labios entreabiertos,
robando mi atención. Es tan hermosa que duele. Mirándola
detenidamente en mi nido, donde es completamente mía,
no puedo imaginar no tenerla aquí. No quiero contemplar
las estrellas y preguntarme dónde estará entre ellas.
Es cierto lo que le dije. La soledad duele, y más sabiendo
lo que es no estar solo. Sobre todo cuando, hasta hace
poco, no había esperanza de nada, salvo una existencia
solitaria.
Le retiro suavemente el pelo de debajo de la cabeza y lo
extiendo sobre la piel de arriba. Le quito los enredos de las
hebras. Adorarla así me tranquiliza. No puedo quedarme
con ella sabiendo que sufre, pero puedo tener esto. Puedo
acicalarla a mi antojo. Al fin y al cabo, está en mi nido, y un
macho naga es el rey en su nido.
Casi la pierdo. Otra vez.
El recuerdo de ella en la ladera de la montaña,
enroscada, ensangrentada y atrapada sin ningún lugar
adonde ir me pone enfermo. Por la cantidad de sangre y la
palidez de su carne, pensé que había muerto, pero es una
luchadora, mi hembra, y consiguió sobrevivir lo suficiente
para que yo la encontrara.
Beso su pelo, aspirando su aroma.
Un escalofrío me recorre, y la lujuria me excita.
¿Cómo puedo volver a perderla? Quiere volver con sus
humanos. Con sus insignificantes machos. A un mundo en
el que claramente no la tratan como la preciada joya que
es. Me ha contado algo de su vida, y parece miserable. Yo
soy mejor que lo que le espera allí.
Entonces, ¿por qué quiere volver?
Me alejo y la encuentro mirándome cuando lo hago.
—Vruksha —dice mi nombre con una suavidad que me
rompe el corazón en pedazos.
—No quería despertarte.
Pone cara tierna y levanta las manos para frotarse los
ojos soñolientos. Al hacerlo, sus pálidos pechos se alzan.
Suplican ser devorados y chupados hasta alcanzar su punto
máximo. Me contengo, sabiendo que no está preparada
para tanta atención.
—Me gustaría volver a intentar andar hoy.
Sujeto la taza con la cola y se la entrego.
—Después de bañarte. Te he preparado un té.
Ella lo aparta.
—Hoy no. Ese té me da sueño y hoy quiero tener la
cabeza despejada.
Aparto la taza. Me gusta que tenga sueño, me gusta que
esté así, que me necesite. Si está despierta y alerta, puede
que quiera volver a correr riesgos, y conociéndola, necesita
que la vigile en todo momento por eso.
Eso ya lo he aprendido.
—Luego, entonces —digo.
Gemma se levanta de mi nido, sentándose. Su pelo
sedoso y ondulado cae sobre sus hombros como una
provocación. Sus mechones acarician y rozan la parte
superior de sus pechos, sus puntas, y se me hace la boca
agua. Sigo sin empujarla hacia mis pieles y devorarlas.
Le ha costado días sentirse lo bastante cómoda como
para estar desnuda a mi lado.
Y como soy un obseso, su desnudez me tortura
constantemente.
Me gusta que me necesite, pero ardo en deseos, quiero
que vuelva a estar sana para que me deje derramar mi
semilla en su interior. Necesito reclamarla, asegurarme
hasta el alma de que está bien. Necesito cubrirla, enroscar
mi cola a su alrededor y despejar mi cabeza de los oscuros
pensamientos de poseerla.
Ha estado a punto de morir.
Si no hubiera llegado a tiempo…
Gemma coge su vestido de piel y se lo envuelve
alrededor del cuerpo, atando los cordones que había
cortado días antes para mantenerlo en su sitio. Le paso las
otras ataduras para que pueda colocar la piel con más
seguridad. Se levanta y la cojo en mis brazos.
—Quería probar a andar —dice jadeando de dolor.
La acuno y la alejo de mi nido para llevarla a la bañera
de agua que tengo esperando.
—Báñate primero.
—Acabo de vestirme.
—Quizá no deberíasss haberlo hecho.
Ella gruñe y da patadas con las piernas a medias como
respuesta.
La dejo junto a la bañera y, cogiendo un paño fresco
cortado de una de mis pieles más viejas, lo sumerjo en el
agua.
—Solo quieres bañarme para poder tocarme —dice esto
mientras se pone de rodillas—. Te he descubierto.
Saco el paño.
—Mmm…
Me lo quita de la mano.
—Puedo hacerlo.
Mis aletas nasales se agitan cuando lo aprieta contra la
piel magullada de su espinilla. El agua brillante que queda
me incita a lamerla. Se pasa el paño por los brazos, el
cuello y, por último, por debajo del vestido.
Aprieto las manos.
—¿Puedo tener un momento de intimidad? —me
pregunta dulcemente.
Mi mirada se dirige a su rostro y descubro que me está
estudiando tímidamente. Tiene las mejillas sonrojadas.
Gruño y giro la cabeza.
—Un poco más que eso —me pide con menos dulzura—.
No puedo irme a ninguna parte, Vruksha.
—Hasta que lo hagas —gruño, escabulléndome hacia
nuestro nido.
Sus movimientos silenciosos me tranquilizan mientras
me calmo y arreglo las pieles. No me he sentido cómodo
utilizando nuestro nido mientras Gemma se recuperaba,
pero quizá esta noche me reúna con ella mientras duerme.
Huelo las mantas en las que ha dormido, aspirando su olor
en lo más profundo de mí.
Gimo.
—Ya he terminado —grita.
Dejo caer las pieles y vuelvo a su lado. Cuando lo hago,
ya se ha vestido y se está envolviendo los pies en una tela
limpia. La aparto las manos y termino el trabajo por ella.
—No tienes que seguir cuidándome tanto… —murmura.
—Me gusta.
—Pero puedo hacerlo yo sola.
—¿Y eso qué importa?
Se ríe, sobresaltándome.
—No eres ni de lejos tan terrible como pensaba. Si aquel
primer día hubiera sabido lo que sé ahora… —dice riéndose
un poco más, y echándose el pelo hacia atrás—. Quizá te
habría seguido a casa en lugar de huir.
—Tal vez me habrías elegido a mí en lugar de a Azsote.
No sé por qué se lo digo, pero lo hago, los viejos celos
vuelven con fuerza.
Se queda callada hasta que acabo con sus pies.
—No le elegí porque le quisiera…
La miro. Está hurgando con el dedo en la tela del
vestido, con la cabeza cabizbaja.
Se me acelera el corazón ante esa postura sumisa.
—¿No le querías? —le pregunto bruscamente.
Ella niega con la cabeza, sin mirarme a los ojos. Cuánto
deseo dominarla hasta que jure que me dejará gobernarla.
Si me permitiera tomar el control, la empalaría en mi
miembro y ataría su cuerpo a mí sin dejar de tomarla
durante días y días. Me aseguraría de que nunca llegase a
las estrellas.
—Lo elegí a él porque pensé que sería más fácil de
manipular.
Vuelve a callarse, pero quiero oír más.
—Sigue.
Gemma suspira.
—Estaba aterrorizada. Por un momento creí que el
suicidio sería mejor que lo que me esperaba. Los machos
que comercian con mujeres como si no fuéramos más que
objetos que poseer no son buenos. Cuando Azsote me
atrapó, deseé con todas mis fuerzas alejarme de él, pero en
aquel momento frenético… cuando tú viniste a por mí…
Azsote parecía menos capaz de…
—¿Menos capaz de qué?
—De comerme viva.
—Si yo te comiera, entonces estarías muerta, y ese no es
mi plan para ti.
Se ríe de nuevo.
—Ya lo sé.
Hoy está de buen humor, muy habladora. Es extraño. Me
gusta.
—Tú le elegiste —le digo de todos modos, molesto aún.
Por fin me mira a los ojos.
—Si pudiera volver atrás en el tiempo, te elegiría a ti.
—¿Por qué? Cuéntame más. Estoy ansioso.
—Eres… —sus ojos pasan por mi cara, incluso
brevemente por mi pecho. Me enderezo, presumiendo—.
Eres amable —dice.
Yo suelto una carcajada, encorvándome.
—Yo no soy amable.
—Lo eres conmigo. No… no conozco a nadie más que
hubiera hecho por mí lo que tú has hecho.
—Soy tu macho.
—Esa no es precisamente una buena razón. Aún no
conozco a muchos hombres humanos que hicieran lo que tú
hiciste. Quizá mi padre.
—Tus machos son patéticos —gruño.
Ella traga saliva.
—Quizá tengas razón, pero no es culpa suya. Así es la
vida ahí arriba.
—No les excusesss —siseo—. No saben lo que pierden al
entregarte y, como macho que sabe lo que ha ganado, para
mí siempre serán peor que losss cerdos.
Sus labios se crispan.
—Sabes expresarte muy bien.
No entiendo lo que quiere decir, pero no me importa. Me
inclino hacia delante hasta que solo ve mi cara. Quiero ser
todo lo que vea.
—Déjame demostrarte lo que significas para mí, hembra.
Sus labios se separan y necesito una gran fuerza de
voluntad para no apresarlos y saborearla.
—Creo —susurra—. Que ya lo has hecho.
Intenta retroceder, y yo la dejo, sabiendo exactamente
que solo puede ir a un sitio.
Hacia abajo.
Me inclino sobre ella, acorralándola mientras se apoya
en los brazos, más aún, persiguiéndola con la boca hasta
que queda tumbada bocarriba. Cuando la tengo donde
quiero, atrapada debajo de mí, cierro los ojos e inspiro.
Melosa y dulce. Su pecho sube y baja mientras su
corazón retumba en mi oído.
—Vruksha —dice mi nombre. Pero no es con advertencia
o miedo… Es algo más.
Quiero pensar que esto le gusta.
Y a mí.
Quiero demostrarle que no soy como los demás machos,
que soy el mejor. Que si se queda, se lo daré todo y nunca
volverá a salir herida. Aprendo rápido, soy un ávido
aprendiz. No he hecho más que estudiarla y observarla,
protegiéndola y cuidándola. Intentando no tocarla, dejando
que se cure. Ahora está curada, casi del todo.
Estoy desesperado porque me elija. Tal vez sea porque
nadie lo ha hecho antes, no de verdad. ¿Por qué iban a
hacerlo? Soy un macho víbora solitario un poco feroz. Solo
era cuestión de tiempo que abandonara a mi padre por
voluntad propia, en lugar de al revés.
Coloco las palmas de las manos a ambos lados de su
cara, atrapándola. Mis dedos se extienden, enroscándose
en su pelo rojo que rodea su rostro.
—Quiero quedarme contigo, Gemma.
Sus labios se separan para hablar.
—Deja que me quede contigo.
Busco su rostro, necesito que vea la verdad. Vierto en
ella cada deseo desesperado y cada sentimiento para el que
no tengo nombre, necesito que lo vea. Necesito que diga
que sí.
Me coge la cara y acerca mis labios a los suyos.
VEINTE
UNOS GRITOS MARAVILLOSOS

Vruksha

E L CALOR se apodera de mí y me recorre la columna


vertebral. Mis dedos se tensan, agarrando su pelo mientras
ella aprieta su boca contra la mía. Esto es un beso. Sé lo
que es. Los he visto en las pantallas. Es afecto, un acto
humano de apareamiento, una muestra de deseo y
confianza.
Ella confía en mí lo suficiente como para besarme, un
macho con veneno. Empujo mi boca contra la suya.
Sus labios se separan y su lengua sale a jugar. Me
invade la lujuria y mi miembro sale de mi cola para
clavarse en su cuerpo mientras desciendo y aprieto contra
ella. Sus piernas se abren hacia los lados, obligando a
levantarse su improvisado vestido.
Introduzco mi cola entre sus muslos, asegurándome de
que no pueda cerrarlos. Ahora que está abierta, el macho
primitivo que hay en mí, el que quiere enroscarse alrededor
de su cuerpo y dominarla hasta el olvido, la necesita
abierta. He esperado esto desde el arroyo. Nunca terminé
de derramar todo lo que tenía dentro de ella y aún me
duele.
Es a causa de la semilla que ella indujo a mi cuerpo a
crear cuando la vi por primera vez. La presión es
interminable, y la agonía, un tormento constante.
Aquí estamos rodeados de tierra, cemento y metal. No
hay ningún otro macho excepto yo.
Solo yo.
Sin embargo, no puedo relajarme del todo. Gimiendo,
profundizo el beso.
Mi cola se endereza hasta golpear las cosas que hay
detrás de mí, dispersándolas mientras la necesidad de
retorcerme y rugir me oprime la garganta.
—¿Qué…? —jadea Gemma, apartándose.
Pero la atrapo con la boca, tragándome sus palabras.
Le paso una mano por debajo del cuello, apretándoselo
mientras abro la boca para meterle la lengua. Y tal como
esperaba, su lengua retrocede y cede a mi dominio. La
lamo, rozo la mía con la suya, acariciándola, saboreando su
interior. Quiero que siempre se someta a mí.
El nuevo aroma que crea mi cuerpo cuando ella está
cerca inunda el aire.
Sus manos me agarran la cabeza y profundiza el beso.
Gime y su lengua empieza a luchar, empujando la mía. Mi
pequeña luchadora humana.
Jadea, su cuerpo se pone rígido y la sangre cubre mi
lengua. Me echo hacia atrás y se tapa la boca con la mano.
Me mira con los ojos muy abiertos. Lamo su sangre y me la
trago. Oh, sssí.
—Vaya… —susurra, llevándose los dedos a los labios—.
Había olvidado que tenías colmillos.
—Mantén tu lengua fuera de mi boca en el futuro. No
quiero envenenarte.
—¿Puedes envenenarme?
—Soy un Víbora. Soy muy venenoso —digo. Así que ella
no lo sabía—. Pero puedo controlarlo.
—Gracias a Dios.
Le quito la mano de la boca y la aprisiono contra el
suelo. Me inclino y le lamo la sangre de los labios.
Su respiración se entrecorta y sus rodillas se levantan
para presionarme la cola. Vuelvo a abrirle la boca con la
lengua. Su sabor es delicioso y se estremece cuando
encuentro el lugar donde le clavé el colmillo. Le lamo la
zona hasta que se tranquiliza. Es una promesa, de que ante
cualquier herida, grande o pequeña, estaré aquí para
ocuparme de ella.
Su boca se mueve sobre la mía, con fuerza, y vuelvo a
profundizar el beso, metiendo la lengua. Húmedo y
caliente, besar a una hembra humana es exactamente como
imaginaba que sería. Enrosco la punta de mi cola y tiro de
la parte superior de su vestido, liberando sus pechos.
Separo mi boca de la suya y me levanto para verlos.
Gemma jadea, con los ojos entornados mientras me mira.
Observo cómo inhala profundamente, impregnándose de
mi aroma. Su piel se ruboriza.
Desvío la mirada hacia sus pechos. Los he visto todos los
días de la última semana, pero siguen siendo tentadores.
Protuberantes, simétricos y pálidos. Lo único que quiero es
lamerlos. Sus piernas se enganchan a mi cuerpo. Empujo
contra ella.
Sus pechos rebotan, suben y bajan, y la suave calidez de
su cuerpo se burla de mi miembro hasta que vuelvo a
empujar contra ella. Su pecho se arquea, sus pezones se
levantan como si quisieran ser succionados, y yo siseo,
apretando su mano bajo la mía.
Está desnuda, sin escamas, sin armadura, y apenas lleva
una piel de una de mis numerosas presas. No puedo
ponerme más duro, pero igualmente lo hago.
—Hembra —gruño con doloroso deseo.
Gemma arquea más la espalda, dándome mi respuesta.
Coloco una mano en el centro de su pecho y la empujo
contra el suelo.
—No te muevas.
Me rodea la muñeca con los dedos.
—¿Por qué?
—Aún estás herida.
Me lanzo hacia delante y agarro uno de sus pezones.
Grita e intenta soltar su mano de la mía, pero no se lo
permito. Le pincho suavemente la carne con las puntas de
los colmillos, pero no la perforo. Al cabo de un momento, su
tensión disminuye.
Su otra mano cae al suelo. Me meto el pezón en la boca,
cogiendo todo lo que puedo, adorándolo. El sabor suave,
apretado y meloso de su piel me inunda, y le acaricio el
otro pecho con la mano mientras la punta de la cola le
acaricia la teta resbaladiza por la saliva.
Se estremece y suelto un pezón para chupar el otro,
hurgando con mis colmillos en la carne arrugada que rodea
su pecho.
Confía en mí.
Podría destrozarla y aún confiaría en mí.
Hundo la cabeza entre sus pechos y rozo con los
colmillos el centro de su pecho, bajo aún más hasta llegar a
su ombligo, en el que hundo la lengua. Suelto su mano y
agarro sus muslos, apoyándolos en mis hombros. Mi
miembro, pesado y lleno de semilla, golpea el suelo.
Enrollo la lengua, entrando y saliendo de la pequeña
hendidura de su vientre, y lo estrujo con la lengua, tal y
como quiero hacerlo entre sus piernas.
Gemma se estremece y yo le meto la lengua en el
ombligo con más fuerza.
—¡Ahh! —Su grito de sorpresa me lleva al frenesí,
empujando mi pelvis con fuerza contra el suelo mientras
ella me agarra la cabeza y se retuerce—. Más abajo, por
favor, más abajo.
Aprieta las piernas, atrapando mi cabeza entre ellas.
Las abro de par en par y la inclino hacia arriba,
sujetándole las piernas hasta que su sexo queda abierto y
desnudo a mi vista. Presiono mi cara contra él. La
resbaladiza y cálida excitación me humedece la boca, la
nariz y las mejillas mientras la acaricio con el morro.
—Hembra —rujo.
—¿Qué estás haciendo? —gimotea.
Me derramo un poco mientras ella intenta zafarse de mi
agarre con las piernas. Las sujeto con más fuerza y las
mantengo donde quiero. Bien abiertas.
—Adorándote —ronroneo, respirando su excitación.
Chilla con ternura cuando le meto la lengua. Las
estrellas cubren mi visión cuando su sabor explota en mi
boca. Un oscuro fervor se apodera de mí y perforo su
pequeño y tembloroso agujero con la misma fuerza con la
que destrocé su ombligo. Mi miembro roza el suelo.
Ella se mueve salvajemente, sus gritos son más agudos,
y más fuertes, con cada movimiento brusco. Empujo mi
lengua hasta el fondo, lamiendo por todas partes. La he
bañado todos los días, aunque nunca llegué a limpiarla
aquí, dentro de ella, el lugar en el que, cuando lo pienso,
me convierte poco más que en un animal. Quería deslizar
mis dedos y sentirla dentro. Mi miembro dolorido soñaba
con enterrarse profundamente mientras ella dormía, solo
para despertarla a un éxtasis sin sentido.
Si se despertaba llena de felicidad, no se despertaría
llena de dolor.
Pero me mantuve alejado, no quería hacerle más daño.
Ya está cerca. Sus uñas se clavan en las escamas de mis
hombros y yo enrosco la lengua para lamer el rugoso punto
que la hace gritar. Grita de verdad. Ella se tensa, sus
muslos me sujetan con fuerza la cabeza, y yo embisto con
mi miembro frenéticamente.
—Voy a correrme —grita.
Paso la punta de mi miembro por la mitad de su cuerpo
y lo aprieto; al mismo tiempo, meto la mano entre los dos y
le pellizco su punto sensible.
Todo su cuerpo se tensa, y su sexo se contrae.
Y entonces lanza su grito maravilloso a través de mi
guarida.
¡Sssí!
Me echo hacia atrás para contemplar cómo se libera.
Gemma se retuerce, sus miembros se tensan y grita, me
agarra e intenta volver a meterme entre sus piernas.
—No me dejes —me suplica, arqueándose y
desplomándose, para volver a arquear la espalda.
Verla así me excita. Ver temblar su sexo me hace
derramarme por el suelo.
Me suplica un poco más que vuelva, disfrutando de su
éxtasis. Cuando empieza a bajar, le hundo dos dedos,
estirándola brutalmente una vez asentados en su sexo
tembloroso. Ella se agita, y rápidamente atrapo sus pies
vendados con mi cola. Los mantengo en el aire, levantando
la parte baja de su espalda del suelo. Su vestido
improvisado se deshace y cae de su cuerpo.
—¿Qué haces? —vuelve a chillar, con los brazos por
encima de la cabeza, mientras intenta liberar sus piernas
de mi cola.
No lo consigue.
—Preparándote —gruño.
Meto y saco los dedos dentro de ella mientras agarro mi
miembro y lo coloco, hacia abajo.
Sus ojos se cruzan con los míos y su frente se llena de
sudor. Su expresión de sorpresa me pone frenético. Quiero
hundir toda mi alma en ella y recordar esta imagen suya
atrapada y expuesta ante mí. Tiene las piernas estiradas en
el aire, las rodillas bloqueadas y atrapadas en mi cola que
la mantiene tendida. Levanta la cabeza para mirarme
mientras le meto los dedos hasta el fondo.
Pensaba que me gustaría que usara su lengua sobre mí,
pero esto me gusta mucho más. La preparo con la mano,
guiando mi miembro hacia ella mientras lo hago. Saco los
dedos de su abertura hinchada y empiezo a introducir mi
miembro en ella.
Aflojo mi agarre sobre sus piernas para que sus rodillas
se doblen hacia los lados, abriéndola todo lo que puedo
para que pueda tomarme con más facilidad. Me hundo
hasta mi bulto.
Mis fosas nasales se agitan cuando ella me aprieta,
acercándome más.
—Mía —siseo, agarrándola por los muslos e
introduciéndole de golpe mi gran bulto, empujando a través
de los músculos que luchan por mantenerme fuera,
estirándola más de lo que mis dedos podrían jamás.
Rujo cuando ella lo recibe todo, cuando su cabeza cae
hacia atrás y grita por mí. Mi nombre resuena en el búnker.
Muevo las caderas de un lado a otro, penetrándola hasta el
fondo.
Siento como si estuviera en el cielo mientras ella toma
todo lo que le doy. Es mi propio shock el que me detiene
cuando ella se contrae alrededor de mi bulto, ejerciendo
una dolorosa presión. Gruño.
—Hembra, te arriesgas —mi voz es gutural, áspera.
—Gracias —jadea en respuesta, confundiéndome,
apretándose de nuevo.
—¿Qué?
—Por salvarme la vida.
Le suelto las piernas y me dejo caer sobre ella,
obligándola a tumbarse en el suelo. —No me des las gracias
—le digo.
No me gusta.
Pero ella vuelve a apretarme y olvido sus palabras. Mi
cabeza cae junto a la suya y muevo las caderas con fuerza.
Ella gime y vuelvo a hacerlo.
Me descontrolo.
Salgo, y vuelvo a entrar, golpeando con fuerza. Ella
absorbe mi bulto con cada fuerte sacudida, y hago que lo
haga una y otra vez. Cada vez, un chillido sale de sus labios
entreabiertos, haciéndome adicto. Acelero a medida que su
cuerpo se adapta para aceptarme. Ella también sigue mi
ritmo, apretando y soltando.
En poco tiempo, la tomo con locura desenfrenada,
incapaz de mantener el control. Sus ruidos me excitan, su
cuerpo que acepta torturándome, y todo lo que quiero es
poseerla.
Si estoy dentro de ella, no hay lugar al que pueda ir sin
que yo esté allí con ella.
Mi miembro se agita y crece.
—Gemma —gimo, enroscándome aún más alrededor de
su cuerpo, doblándome dolorosamente—. Gemma —repito
su nombre con cada fuerte embestida.
Me araña la espalda y exploto.
Un chorro de mi semilla sale disparado. La intensidad
ahoga todo lo demás. Sus miembros se aferran a mí
mientras yo me agarro a su espalda, y me estremezco,
llenándola con todo lo que tengo. De mi miembro sale cada
vez más líquido, y el placer me recorre la columna
vertebral. Me hundo en ella, incapaz de sostenerme,
mientras lo último que quedaba me abandona.
Mis entrañas producen más semilla a medida que mi
orgasmo se desvanece lentamente, sin permitir nunca que
la presión de mi bulto termine del todo.
Giro la cara y le acaricio el pelo pegado al cuello. Le
lamo la garganta.
Ella se estremece, baja la barbilla y desliza la mano
entre su garganta y mi lengua.
—Me hace cosquillas —jadea.
Le lamo los dedos.
—¡Paraaa! —gime débilmente.
Me levanto sobre ella.
Tiene las cejas arrugadas y oculta el cuello con las
manos. Me abalanzo sobre ella para volver a probar su
cuello, pero se retuerce.
—¡Nooo!
Salgo de entre sus piernas mientras ella intenta huir, y
la agarro, arrastrándola de nuevo debajo de mí.
—Quédate.
—¡Nada de lamerme el cuello!
Saco la piel de debajo de nosotros, tirando de la piel
alrededor de ella, acurrucándola en mi cola y contra mi
pecho. La tensión de sus miembros disminuye cuando se
acomoda a mí. Levanto la mano y le paso los dedos por el
pelo.
Me acaricia el pecho del mismo modo que yo le
acariciaba el sexo. Se me dibuja una sonrisa en los labios.
Sabe lo que puedo darle. Sabe que mi mundo no es
solamente peligroso, sino también placentero. Podemos
hacer una vida aquí, ella y yo, una vida plena.
No, no hay otro macho para ella, ni aquí en la Tierra ni
arriba en las estrellas.
Cuando se duerme, la llevo a mi nido, donde por fin me
permito el honor de dormir a su lado.
VEINTIUNO
PREGUNTAS SOBRE EL PASADO

Vruksha

D URANTE LOS DÍAS SIGUIENTES , salgo a cazar carne fresca, y a


la vuelta le traigo agua fresca a Gemma para que se bañe.
No permitiré que suba, y ella sabe que no debe pelearse
conmigo por eso. Al menos, de momento.
Pasa el tiempo haciéndose ropa con pieles. Primero
corta las viejas en tiras, y luego utiliza esas tiras para atar
otras pieles más finas entre sí. Yo la ayudo cuando puedo,
aunque mis conocimientos son limitados, ya que nunca he
necesitado ropa para cubrirme.
Iniciamos una rutina agradable.
Desde nuestro encuentro, me mira de forma diferente, y
no sé por qué. Su expresión parece distante a veces, pero
siempre está concentrada, y solo puedo imaginar los
pensamientos que pasan por su cabeza. Intento no
preocuparme por eso.
Cuando el silencio se prolonga demasiado entre
nosotros para mi gusto, la acerco con mi cola y la hago
gemir.
Y cuando deja de hacerse ropa y empieza a recorrer el
búnker tambaleándose, examinando mis tesoros y tratando
de descifrarlos, dejo de limpiar mi cuchillo de destripar y la
sigo, atrapándola cada vez que le fallan las piernas, curioso
por saber qué está haciendo.
Lo que está aprendiendo.
—¿Qué hay aquí? —pregunta, acercándose a otra gran
caja apoyada contra la pared de mi guarida.
Han estado aquí desde siempre, llenas de provisiones de
cuando descubrí este lugar por primera vez. La mitad de
las cajas habían sido abiertas y saqueadas cuando llegué, y
había huesos de humanos que murieron aquí abajo,
conservados tras la destrucción. No le cuento este detalle.
Este sitio lo limpié hace mucho, mucho tiempo. Esos
fantasmas ya no están.
—Material médico —le digo—. Este tiene jeringuillas,
radios y linternas.
Ella inclina la cabeza y una expresión extraña cruza su
rostro ante mi respuesta. Espero a que diga algo más, pero
echa un vistazo al búnker como si intentara comprender
algo. Es esa misma expresión la que se me escapa.
—Vruksha, ¿cómo conoces la lengua común? Todo esto
me ha estado rondando la cabeza —señala con la mano el
búnker—. Nos explicaron que nos esperaban animales,
ruinas y un mundo destruido… Pero nunca nos hablaron de
vosotros. ¿Cómo es que estáis aquí? ¿De dónde venís?
¿Eres… un Lurker?
Sus preguntas me sorprenden.
—Siempre he estado aquí. Soy un naga, no un Lurker.
¿No sabe cómo es un Lurker?
—¿Pero qué es un naga? Para mí no tiene mucho
sentido. Hace mil años, los árboles y la vegetación
acababan de regresar a la Tierra, y tú, bueno, eres mitad
humano, mitad serpiente y eres inteligente. Dices que
todas tus hembras se han ido… ¿Cómo es posible?
—Se fueron, juntas, todas las que quedaban.
—¿Adónde fueron?
—No lo sé.
—¿Por qué se fueron? ¿Debería… preocuparme? —dice
mirándome.
—No, hembra, no deberías preocuparte —le digo,
acercándome a ella—. Se fueron porque se morían al
aparearse. Todas. Mis hermanas… Todas las nagas de mi
generación alcanzaron la mayoría de edad más o menos al
mismo tiempo.
Ahora que lo digo, el momento es un poco extraño.
—Nuestras madres murieron al dar a luz, pero entonces
no nos comunicábamos mucho, por lo que esta tragedia no
se supo hasta después de que todas se hubieran ido. Perder
a una pareja… sobrevivir a tu hembra… Avergonzaba a mi
padre, y supongo que también a los otros machos más
viejos, así que nunca hablaron de ello. Hasta que mi
generación no alcanzó la mayoría de edad no nos dimos
cuenta de lo que estaba pasando. Nuestras hembras morían
durante el parto, todas.
—Oh… —susurra Gemma.
—Cuando se supo, no pudimos salvar a las que ya
estaban gestando, y aumentaron las tensiones. Las
hembras dejaron de tomar pareja y tuvimos que luchar
cada día para mantener con vida a las que quedaban. Había
machos a los que… nada les importaba. Y compañeros que
tentaban a la muerte únicamente para acostarse con una
hembra. Y fueron esos machos que anteponían el
apareamiento a la vida de las hembras los que nos
destruyeron. Los clanes se desgarraron y los que, como yo
y Azsote, renunciamos a las hembras, aceptamos la lucha
que eso provocaba porque sabíamos que la muerte nos
seguiría inevitablemente. Las nagas que quedaban
decidieron marcharse. Dejaron a sus parejas, a sus
familias, y nunca volvieron. Se fueron al oeste y nadie las
ha visto desde entonces.
—¿Y los machos que las ahuyentaron?
—Cazados y asesinados.
Ella exhala.
—¿Tú o alguien más ha intentado encontrarlas?
—Algunos sí. La mayoría de los que peregrinan vuelven
solos, y el resto nunca regresa. Nunca quise encontrarlas.
—¿Por qué?
—Después de crecer con un padre que echaba de menos
a su pareja todos los días, no quería la carga de una
hembra.
Su rostro se deprime, pero luego se le pasa, aunque le
queda una arruga en el entrecejo.
—¿Dónde está él ahora? —pregunta en voz baja.
—Se fue. Mis hermanas se fueron. Mi madre murió. Me
gusta pensar que encontró a las hermanas que me
quedaban y que ahora está con ellas, dondequiera que
estén.
—¿No lo sabes?
—No.
Gemma vuelve a sentarse.
—Vruksha…
La atrapo rodeándola con mis extremidades.
—Hembra —digo gravemente—. No te hagas ilusiones.
No dejaré que nadie me abandone.
Sé lo que le digo, sé lo que pretende hacer. Tengo que
dejarle claro que no puedo aceptarlo.
Su rostro se contrae. Se aparta de mí.
—Así que naciste aquí —dice.
—Sí.
—¿Y tus padres?
—¿Qué pasa con ellos?
—¿También nacieron aquí?
Su curiosidad ya ha vuelto.
—¿Dónde iban a nacer si no fue aquí?
—¿Tus abuelos?
La miro fijamente, confuso. ¿Abuelos?
—No tengo ninguno.
—¿Tu padre nunca habló de sus padres? ¿Nunca?
Ahora que lo pienso, no.
—Esas preguntas le enfadaban.
Gemma arruga el ceño.
—Mmm…
—No te preocupes por mi pasado. Es el pasado. Es
inalterable.
Veo los pensamientos que pasan por su cabeza y la
confusión en sus ojos, y me inquieta. Hace preguntas en las
que no había pensado desde que era un joven naga que
intentaba comprender mi mundo. Con Gemma aquí, hay
algo que no está del todo bien.
Siempre he sabido que algo no iba bien, aunque nunca
me he detenido a pensarlo. No quería hacerlo. De todas
formas, ¿dónde iba a encontrar respuestas? Las pantallas
nunca me sirvieron de ayuda. Los orbes nunca me
entendieron. Mi padre y otros nagas solo daban respuestas
vagas, si es que respondían. ¿Acaso lo sabían? ¿También se
lo preguntaban?
Alguien debe saberlo… ¿No?
Entonces se me ocurre una idea.
—Deja que te enseñe algo —le digo con rudeza,
cambiando de tema, sacando mi mente de donde estaba
divagando.
Quiero volver a oír su risa. Arrastro mi cola hacia mí y
me levanto, cogiéndola en brazos.
Aunque lo que quiero mostrarle puede que no la haga
reír, sino todo lo contrario. Aun así, es algo que creo que
necesita ver.
—¿Adónde me llevas? Puedo ir andando si no está lejos.
—Ya lo verás —le digo, dirigiéndome a otra puerta, que
está oculta tras varias cajas grandes que empujo.
Ella se contonea en mis brazos.
—¿Vamos a salir del búnker?
Hay emoción en su voz. Abro la puerta con la cola.
—Sí, pero no vamos a subir.
La oscuridad nos encuentra al otro lado y la llevo hacia
ella.
VEINTIDÓS
ORÍGENES

Gemma

V RUKSHA ME LLEVA por un pasillo oscuro, a través de una


puerta que ni siquiera sabía que estaba ahí porque estaba
cubierta por cajas. Hay montones de cajas, multitud de
objetos viejos. He aprendido que Vruksha es coleccionista,
de objetos al azar.
Viejos utensilios de cocina humanos, muebles e incluso
pequeñas baratijas sin sentido. Cosas que han sobrevivido a
los últimos mil quinientos años y a un apocalipsis
planetario. Algunas cosas ni siquiera tienen nombre, y
cuando se lo preguntamos al orbe, tampoco lo sabe.
Estoy intentando entender cómo Vruksha conoce la
lengua común, buscando las respuestas por mi cuenta. Los
orbes la hablan. Y algunos de los orbes “mejor
conservados” pueden incluso proyectar una pantalla.
Cuanto más tiempo estoy aquí, más sentido tiene su
mundo para mí. Hay mucho más potencial aquí de lo que
creo que el resto de la humanidad se da cuenta. Me
sorprende un poco que los humanos hayan tardado tanto en
coordinar una expedición oficial, pero entonces recuerdo
las imágenes y las historias de las veces anteriores que los
humanos regresaron a la Tierra. Miembros extra,
protuberancias…
¿Colas?
Me muerdo el labio y evito pensar en eso.
Aunque Vruksha pudiera ser descendiente de humanos
que infringieron la ley espacial y regresaron a la Tierra
hace muchísimo tiempo, creo que nunca lo sabré con
certeza. No veo registros por ninguna parte. Y es obvio que
una historia así no se transmite, ni se discute con Vruksha.
Sin embargo, la forma en que habla de mí yendo a las
estrellas…
La oscuridad se cierra mientras me lleva más adentro.
No se trata de otra sala lateral como la del generador. Es
un túnel, y cuando un viento helado recorre mi piel, me
acurruco contra Vruksha para entrar en calor.
Ya caminaré más tarde, decido. Estoy mejor cada día. El
dolor de mi cuerpo se ha atenuado hasta convertirse en un
dolor punzante.
Y ahora que también me duelen las piernas, paso menos
tiempo pensando en mis pies destrozados. El té que me da
también me ayuda. Me ha enseñado a prepararlo, con algo
llamado corteza de sauce, que recoge y trae de arriba.
Me ruborizo cuando pienso en la manera casi ardiente
en que se pone cuando sabe que le voy a recibir. Sus ojos
se oscurecen y brillan de hambre. Cuando empuja el bulto
de su miembro dentro de mí, forzándome cada vez a
aceptarlo, pierde la cabeza.
Esta mañana me desperté con la punta de su cola
introduciéndose en mí, y sus colmillos rozándome el
trasero. Dijo que quería que me despertara con placer y no
con dolor.
Por eso ahora me duele entre las piernas. He aceptado
lo que hay entre nosotros. Por curiosidad, y tal vez con
impaciencia.
Al principio, creí que era el magnetismo animal y mi
propia falta de conexión durante tanto tiempo. Solamente
para que me arrojaran a los brazos de Vruksha,
literalmente, en mi peor momento. Podría explicar estos
sentimientos como el resultado de ser vulnerable y tener
miedo, pero ahora… ya no me siento tan vulnerable, y sigo
deseándole.
Me gusta cómo me hace sentir. Segura, cuidada,
apreciada… Todas las cosas que mi trabajo en El Temible
solía hacerme sentir. Aunque ahora sé que todo era una
mera ilusión.
Me retuerzo en su abrazo, sabiendo que me apretará
más fuerte cuando lo haga.
Sus dedos se tensan alrededor de mis miembros y
sonrío.
Me gusta Vruksha. Me gusta mucho. Es directo,
completamente honesto y testarudo.
Parpadeando en la oscuridad, observo las sombras que
ocultan mi nuevo entorno.
—Deberíamos volver a por una linterna… —digo en voz
baja.
—No se encienden sin pilas, y yo no tengo las pilas que
necesitan.
—Jo…
Mmm…
Prefiero que me lleve a un pasadizo a oscuras a que siga
hablándome de las hembras de su especie. Cualquier cosa
antes que eso. La mirada atormentada de su rostro
mientras hablaba me inquietó. Lo que me contó fue
desgarrador. ¿Perder a toda tu familia de la forma en que él
lo hizo? ¿Y no saber qué les ocurrió?
No me lo puedo imaginar. Me despedí de mis padres
muy joven porque así es la vida en tiempos de guerra.
Apenas he pensado en ellos desde entonces. Pero sé que
siguen vivos y que trabajan en El Sombrío, una nave
colonia centrada en la resistencia y longevidad de los
militares, incluido el avance militarizado. Han tenido varios
hijos más, pero no he conocido a ninguno, aunque creo que
todos se fueron más o menos a la misma edad.
No estoy… triste por eso, creo. Frunzo el ceño.
Ya no lo sé.
No quiero que Vruksha tenga que revivir el horror de su
pasado por mi culpa. Me siento culpable por preguntar
sobre él. Aunque quiera ayudarle a conocerlo y entender
este mundo en el que vive.
De dónde viene…
A veces me sigue asustando, sobre todo cuando
vislumbro el fervor de su mirada cuando me observa
fijamente sin que crea que me doy cuenta. Cuando lo hace,
sus ojos son salvajes y eso me pone nerviosa.
Son esos momentos los que me recuerdan que es un
alienígena, con creencias y leyes alienígenas distintas de
las mías. Una especie alienígena que prospera al margen
de la sociedad. Vruksha es un macho hambriento, listo para
el ataque. Sonrío suavemente.
Las sombras se disipan, sacándome de mis
pensamientos. Vuelve la luz, y es mucho más brillante que
la que tenemos en el búnker. Pronto, balizas intermitentes
de todos los colores nos rodean, haciendo desaparecer la
oscuridad, y unas grandes siluetas se materializan a ambos
lados.
—¿Qué es este lugar? —pregunto.
—Los túneles —dice, deslizándonos más allá de las luces
parpadeantes.
—¿Y estas cosas?
—Tecnología antigua, robots, creo que se llaman…
¿Torres de servidores?
¿Servidores? Me empujo en sus brazos y miro fijamente
las torres. Sé lo que son los servidores.
—¿Cómo es que continúan encendidos? ¿Están
funcionando realmente? ¿Hay otro generador?
—Funcionan porque se les suministra energía, en cuanto
al cómo, no tengo ni idea. Quizá haya más generadores
aquí abajo, mejores que el mío. Nunca he encontrado
ninguno. Parece sorprenderte que la tecnología funcione
aquí. ¿Por qué?
—Porque los sistemas fallan, el metal se corroe. Se
necesita un mantenimiento para que la tecnología funcione.
—Los Lurkers no destruyeron la tecnología. Destruyeron
la vida que rodeaba a la tecnología.
Niego con la cabeza, y él sigue avanzando, como si nada
de esto estuviera fuera de lugar.
—Así que conoces a los “Lurkers”.
Estiro el cuello para mirar fijamente las torres que hay
detrás de nosotros mientras se desvanecen de nuevo en la
oscuridad y doblamos una esquina. Hemos doblado varias
esquinas…
—¿Y estos túneles? —insisto.
—¿Qué pasa con ellos?
—¿Sabes por qué están aquí?
—Por la misma razón por la que están en todas partes,
supongo. Los túneles siempre han estado aquí.
—¿Por todas partes?
Vruksha sisea suavemente.
—Ssse extienden por kilómetros en muchas direcciones.
¡Cuántas preguntas!
Miro a mi alrededor. ¿Cómo es que no me he dado
cuenta? ¿Lo saben Peter y los demás? No es posible. Nos
dieron a todos la misma sesión informativa. La instalación
militar que vinimos a investigar se eligió porque en su día
estuvo especializada en tecnología Lurker. Si íbamos a
encontrar algo así en algún sitio, debía ser allí. Nunca se
mencionó la existencia de túneles subterráneos.
Vruksha se detiene y oigo el chirrido de una puerta
pesada que se abre. El frío se intensifica cuando me lleva a
través de ella, y se cierra tras nosotros.
Y entonces no hay nada. Nada excepto oscuridad.
Me muevo inquieta.
—¿Vruksha?
La luz estalla, cegándome. Cuando vuelvo a ver, un
zumbido me inunda los oídos. Me conduce a la habitación
mientras me restriego la vista.
Mis labios se entreabren cuando veo bien dónde estoy.
Me aparto del pecho de Vruksha.
—Bájame —digo, con la excitación por las nubes, y él me
pone suavemente en pie. Me apoyo en él y su cola se
enrosca alrededor de mi cintura.
Pantallas. Un conjunto de pantallas cubre la pared del
fondo, y bajo ellas hay un viejo sistema de ordenadores.
Algunas están apagadas, otras parpadean y otras están
borrosas por la estática. Parece que la mayoría funcionan,
aunque no todas. En las que sí lo hacen aparecen
imágenes. Imágenes del bosque, del paisaje e incluso de las
instalaciones. Imágenes en directo de toda la región.
Esto es una… “Sala de Control de Seguridad”.
Una bien oculta.
Vruksha se desliza hasta el panel de control, donde hay
una vieja silla giratoria de cuero. Me la acerca y yo la cojo.
—Siéntate —me ordena.
Frunzo los labios y me siento.
—¿Son estas las pantallas que siempre mencionas? —
pregunto, mirando fijamente la que da a las instalaciones.
Veo la nave, las tiendas, los robots y los guardias que
vigilan el perímetro. Ahora hay más. Incluso veo la
aeronave que nos sacó a Daisy y a mí de allí.
Se me revuelve el estómago a pesar de mi emoción al
verlo todo. Saber que la vida ha continuado sin mí… como
si nunca hubiera sido importante.
Mis dedos se crispan y oculto la oleada de dolor que me
golpea.
—¿Las pantallas que te mencioné? —dice—. Estas son
solamente algunas de ellas. Hay pantallas por todas partes
si sabes dónde mirar.
—¿Hay más así? ¿No como las de los orbes?
—Sssí.
Se acerca al panel de control y teclea algo. Lo observo
absorta, asombrada de ver a este macho salvaje y primitivo,
que una vez pensé que no era mucho más que una bestia o
un monstruo, utilizar un ordenador como si fuera algo
natural.
Las pantallas cambian cuando termina de teclear y
aparecen palabras en letras grandes, pero también
personas, imágenes y… destrucción.
Alienígenas.
Seres bípedos, grandes y pesados, cubiertos de una piel
correosa y verde. Tienen un aspecto casi humano si no
fuera por sus colas y sus rostros reptilianos. Algunos
sostienen lanzas inquietantemente parecidas a la que lleva
Vruksha.
—No sé por qué estoy aquí —dice, volviendo a la
pregunta que le hice antes, mientras contemplo lo que se
reproduce ante mí.
Explosiones, incendios, devastación, hombres con
máscaras de gas disparando armas, kilómetros de bosques
desintegrándose en cenizas, gente corriendo. Y Lurkers,
miles de ellos, ignorando a los humanos que les suplican
ayuda, ignorando a los bebés que lloran.
—Nunca he visto a alguien como yo, jamás, en ninguna
pantalla. Tampoco he oído nunca a otro naga hablar de
nuestros orígenes. Supongo que siempre hemos estado
aquí, aunque tal vez no sea así. Si lo que dices es cierto.
Estoy mirando las últimas emisiones de noticias de la
Tierra y al darme cuenta de esto, mi estómago se revuelve
aún más. Esto es algo que pensé que nunca vería. Nunca
hubiera querido verlo. ¿Alguien ha visto esto además de
Vruksha?
Hubo llamadas de socorro, mensajes de la Tierra que
sobrevivieron y se archivaron en los registros históricos,
pero se perdieron tantas cosas, y nunca se volvieron a
encontrar. ¿Y las imágenes en directo? Nada de eso llegó a
las colonias. Pero aquí están, reproduciéndose ante mí,
almacenadas como si hubieran estado esperando todo este
tiempo a ser encontradas.
Son las imágenes de los Lurkers las que más me
asustan. Esas muertes.
—¿Lo que digo es verdad? —repito distraídamente.
Siento que el corazón se me encoge.
—Que quizá no deberíamos estar aquí. Se supone que la
Tierra no tiene vida sensible, hembra.
Vruksha se endereza, y mis ojos pasan de él a las
pantallas y a la muerte que se reproduce allí.
Tanta muerte.
—Vruksha, ¿ya habías visto esto?
—Muchas veces.
El hombre que está informando está sudando a mares
mientras “Noticias de última hora” parpadea en las
pantallas. Se limpia la frente cuando un nuevo vídeo
aparece detrás de él, mostrando miles de naves que
despegan de la Tierra.
Sé que son las naves de los Lurkers que se marchan
como los monstruos que son, abandonando a todos a su
suerte. Hay otras naves, miles de naves humanas, y a la
vez, las naves Lurker las atacan con sus armas,
destruyéndolas a todas.
A todas y cada una.
El sonido se interrumpe cuando las naves Lurker
desaparecen, sin dejar tras de sí más que nubes de polvo.
El silencio llena la habitación mientras únicamente queda
una imagen de la Tierra desde la órbita, apagándose
lentamente, muriendo ante mis ojos.
Miles de millones de vidas perdidas en unas horas.
Pasaron dos días más antes de que los que escaparon
pudieran ponerse en contacto con las colonias. Para
entonces, ya no había nada que hacer. Nada que nadie
pudiera hacer. ¿Y los años posteriores? Tan solo más
muerte.
La humanidad estuvo a punto de extinguirse.
Volverá a ocurrir si no se puede contener a los Ketts.
—Apágalo —le suplico.
Se le escapa un gruñido mientras hace lo que le pido. La
Tierra gris desaparece al tiempo que vuelven las
transmisiones del bosque. Me hundo en la silla.
—¿Por qué me has enseñado eso?
—Antes me preguntaste si era un Lurker. No lo soy.
También me preguntaste qué era un naga, y no puedo
decírtelo… porque no lo sé. No sé lo que soy, y esto, estas
viejas imágenes, es todo lo que tengo, todo lo que
cualquiera de nosotros tiene aquí para explicar nuestros
orígenes. No puedo decírtelo porque no lo sé, y me
gustaría… saberlo.
Trago saliva mientras asimilo lo que dice Vruksha. Está
mirando las pantallas como si contuvieran todas las
respuestas.
—Yo también quiero saberlo —susurro.
Se vuelve hacia mí. Compartimos una mirada abatida. Es
probable que la verdad sea espantosa. ¿Realmente
queremos saberlo?
—Tengo que volver —digo.
El rostro de Vruksha se endurece.
—No.
—No lo entiendes…
—¿Qué tengo que entender? No dejaré que te vayas.
—En la instalación podría estar la respuesta —digo
echando un vistazo a las pantallas—. Daisy está en alguna
parte.
La punta de su cola se enrosca en mi muñeca.
—No.
—Acabas de decir que querías saber sobre ti, y mi gente
necesita esta información. Necesitan ver esto.
—¿Necesitan conocer la historia? Pero no la tecnología
que os aniquiló la primera vez, esa que tú intentas
descubrir, ¿verdad? Es lo que quieres robarnos.
Mi cara se contrae.
—No es eso. Además, no es vuestra tecnología.
—Es nuestra tecnología —suelta, provocándome
escalofríos—. La hemos protegido, hemos aprendido un
poco de ella, la valoramos por lo que es… pero no la
utilizamos. Es maligna. Explícame por qué es tan
importante como para que tu gente te intercambie por ella,
hembra.
—Estamos en medio de una guerra —suelto.
Me pongo en pie, pero a punto estoy de caerme y
tropiezo con la silla. La cola de Vruksha suelta mi muñeca y
vuelve a enroscarse alrededor de mi cintura. La empujo.
—Una guerra que podría hacer de nuevo lo que acabas
de mostrarme, pero esta vez, a nivel intergaláctico. Y tú sí
utilizas esa tecnología —acuso—. ¡Los Lurkers de las
pantallas llevaban las mismas lanzas que tú usas!
Las fosas nasales de Vruksha se agitan y se mueve para
enfrentarse a mí. Me enderezo.
—Tú eres mía. Me perteneces. No te cambiaré por una
respuesta a una pregunta que ayer me daba igual. Ni toda
la curiosidad cambiará eso. Esto es el pasado, ¡el pasado!
No el futuro.
—Entonces no deberías haberme enseñado esto —digo.
Porque ahora que lo sé, tengo que hacer algo.
—No permitiré que tu vida vuelva a estar en peligro.
—Esa no es una decisión que debas tomar tú. Estabais
tan dispuestos a intercambiar vuestros preciosos secretos
con nosotros por mí. ¿Por qué no puedes hacerlo tú por mí?
Vruksha sisea.
—No estás siendo justa.
—¿Qué les diste aquel día en la caja?
—Chatarra. Piezas que no sirven para nada.
—Chatarra —me río—. A mi gente no le interesan las
sobras. Volverán a por más. Lo entiendes, ¿verdad? En
cuanto se den cuenta de que lo que les habéis dado no sirve
para nada, os buscarán.
—Los mataremos si lo hacen. Los mataremos a todos.
—¿Matarnos? Somos millones. —digo sin poder contener
mi asombro, ni mi miedo, por él—. Vivís en ruinas. Los
humanos tienen naves de batalla del tamaño de la Luna.
¿Cómo podéis impedir que os arrebatemos la tecnología
por la fuerza? Os superamos en número.
La tristeza se instala en el rostro de Vruksha, como si él
y los demás nagas ya hubieran pensado en esto. Me
confunde hasta que me doy cuenta de por qué.
Siempre han sabido lo que les esperaba.
¿Lo sabían y, aun así, se arriesgaron por mí? ¿Por Daisy?
Se desliza hacia mí, en silencio, como una sombra, y se
alza sobre mí.
—Tenemos nuestras maneras.
De repente, la parte de Vruksha que me asusta regresa.
La intensidad que ejerce afila cada escama y borde de su
musculoso cuerpo.
—¿“Maneras”? —susurro, con la boca seca—. No solo
sabes dónde está la tecnología Lurker —suspiro,
recordando lo que acaba de decir, y lo que él me dijo, pero
que yo había ignorado—. Si no que también sabes cómo
utilizarla…
La Tierra convertida en cenizas, los reptilianos de piel
correosa ignorando los gritos de los niños mientras sus
gigantescas naves arrasaban con todo… las imágenes se
desplegaban de nuevo ante mis ojos. Era como si nosotros,
y todo lo que habían conseguido los humanos, no fuéramos
nada.
Quienquiera que tuviera ese tipo de poder, un poder
terrible, podía causar una destrucción masiva y debía ser
temido.
Vruksha y los demás nagas no solo forman parte de una
especie primitiva sintiente, ellos tienen ese poder. El poder
que la humanidad cree que podría cambiar el curso de la
guerra.
Algo parpadea en una de las pantallas, robando mi
atención. Vruksha dice algo que no alcanzo a comprender.
Unos rostros familiares me distraen.
—Está pasando algo —digo, centrándome en el aluvión
de actividad. Vruksha se calla a mi lado.
Son las instalaciones. Entrecierro los ojos.
Hombres y robots se precipitan por el patio despejado
hacia el bosque, pasando la muralla. Veo a Peter, a Collins e
incluso a Shelby. Están apresurándose y señalando,
gritando algo que no puedo distinguir.
—¿Puedes ampliarlo?— digo mientras avanzo a
trompicones, utilizando la cola de Vruksha para
mantenerme en pie—. ¿Dónde está el sonido? ¿Esto tiene
sonido? Necesito oír lo que dicen.
—En directo no —dice, inclinándose de nuevo sobre el
panel. Pulsa un par de botones y las imágenes de la
instalación ocupan toda la pared.
Aparece una aeronave. Intenta despegar, pero está
demasiado cerca del bosque como para cruzarlo. Los
demás la persiguen. Peter ladra lo que supongo que son
órdenes para que los robots no la derriben. Lo que sea que
me permite ver lo que ocurre se centra en la aeronave,
siguiéndola mientras quienquiera que esté en la cabina
intenta hacerla volar demasiado alto y demasiado deprisa.
Están intentando despegar.
—No lo van a conseguir —respiro, con el corazón
retumbándome.
La parte inferior de la aeronave choca contra las copas
de los árboles.
—¡No lo van a conseguir! —jadeo.
La aeronave da una sacudida hacia arriba, planea, roza
más árboles y vuelve a dar otra sacudida. Supera los
siguientes árboles y rebota más alto. Mis dedos se contraen
en las palmas de las manos mientras se estabiliza. Me
olvido de mis compañeros de la instalación y me concentro
en la nave, intentando ver quién la pilota.
Lo único que distingo a través de la mancha es un
mechón de pelo largo y rubio.
Se me hace un nudo en la garganta.
—Daisy.
VEINTITRÉS
COMPAÑERA

Vruksha

G EMMA SE NIEGA a que la lleve de vuelta a nuestro nido.


Se resiste a que la abrace, pero lo hago de todas formas.
No siempre va a conseguir lo que quiere.
—No debería habértelo enseñado —gruño.
Me arrepiento de haberle mostrado los secretos de este
lugar, de este mundo en el que vivo. Los túneles son
conocidos por todos los nagas, al igual que la tecnología
Lurker y las antiguas ruinas humanas, pero ¿los secretos
de su interior? Los que los conocemos, siempre los hemos
ocultado.
Porque lo que uno sabe, lo que uno posee, le hace
poderoso en mi bosque.
La poca tecnología que entregamos a los humanos no
eran más que piezas desechadas y aparatos de tecnología
rota que ya no nos servían. Ni a nada ni a nadie. Zaku y
Vagan se aseguraron de ello.
—Me alegro de que lo hicieras, pero ese no es el
problema ahora. Daisy sí lo es. Esa aeronave no puede
salvarla. Nunca pasará de la estratosfera, ni siquiera de
milagro. ¡Tenemos que volver! Por favor, Vruksha —su voz
se agudiza—. ¿Me lo habrías ocultado? —dice, tensándose
en mis brazos—. ¿Algo tan importante?
—No es tu passsado.
—¿Cómo puedes decir algo así? Claro que lo es.
Pertenece a los humanos —dice entrecortadamente y yo la
observo. Las sombras distorsionan su rostro, aunque puedo
ver lo suficiente como para saber que está pensando.
—O tal vez no pertenezca a nadie y deba ser olvidada —
digo.
Avanzamos por los túneles en silencio. Cuando estamos
de vuelta en mi búnker y cierro la puerta tras nosotros,
parte de la tensión me abandona. Dejo a Gemma sobre un
cajón, y ella balancea las piernas por el lateral, se levanta,
pero rápidamente se apoya contra él.
Veo mi lanza apoyada en la pared junto a la salida.
Siempre supe que no estaba hecha por humanos.
Cuando la empuño, es como una extremidad adicional, que
no solo utiliza los músculos entrenados para ello, sino
también tus pensamientos. Eso únicamente lo hace la
tecnología Lurker, la humana no.
Y la tecnología Lurker nunca se deteriora, no como las
creaciones baratas de los humanos. Las cuales, como ha
dicho Gemma, suelen oxidarse y corroerse, o pierden su
fuente de energía.
Hasta ahora nunca me había importado enseñarle la
tecnología a Gemma, porque no creía que fuera perjudicial
hacerlo. A ella le intrigaba mucho. Además, es mía, y solo
con eso ya me aseguraba que nunca podría, o nunca la
usaría contra mí. Ahora no estoy tan seguro.
—Quizá tengas razón —dice bruscamente—. Quizá algo
de lo que tú y los demás protegéis sea demasiado
peligroso… Pero eso no va a ayudar a Daisy ahora mismo.
—Mmm… —enrosco la punta de mi cola alrededor de su
pierna—. ¿Quién es Daisy?
Mi hembra levanta las manos.
—¡La mujer que estaba conmigo en la meseta! La otra
hembra que huyó de ti, temiendo por su vida.
—Había olvidado que había otra hembra.
—¿Cómo? Bah, no importa.
Se frota la frente.
—Solo te veo a ti.
Ahora que lo menciona, recuerdo a esa otra mujer,
aunque no recuerdo nada más de ella. Ninguna otra mujer
me interesa.
—Si no estuviera tan enfadada contigo, eso me habría
alegrado, pero tal como están las cosas, había otra mujer y
tenemos que salvarla.
Aprieto los dientes. Sé que las hembras son raras, pero
esta otra no es mi problema, ni el de Gemma.
—Otro naga la salvará.
—Eso no puedes asegurarlo.
—Sí que puedo. Si no la han atrapado, pronto lo harán, y
te aseguro que ahora mismo hay muchos machosss…
—Eso lo empeora todavía más. No quiere que la atrape
un macho, Vruksha. Yo no quería que me atraparan. Si está
huyendo, no se detendrá, y si ha estado sola ahí fuera
durante casi dos semanas… No puedo imaginar el estado
en que se encuentra.
—No iremos tras ella. Los nagas lucharán hasta la
muerte por una compañera. Ella no sufrirá ningún daño.
—Pero tú mismo lo has dicho… hay machos naga
malvados. ¿Y si ha sido capturada por uno y está huyendo
de él?
La tensión me recorre la espina dorsal y deslizo la punta
de la cola desde la pierna de Gemma para enroscarla en su
espalda, encerrándola en un círculo creado por mí.
Entiendo que se preocupe por los de su pasado, pero
debería olvidarlos y seguir adelante. Nunca lo hará, no si
los ve y permanecen cerca.
Aparto mi mirada de sus ojos lastimeros y gruño a mi
lanza.
—Destruimos a los malvados hace mucho tiempo.
Me vienen a la mente pensamientos sobre mi padre y la
forma en que se quedaba mirando al bosque durante horas,
como si esperara a que mi madre saliera de él. Recuerdo la
tristeza que siempre le seguía cuando nunca lo hacía.
Mi madre nunca fue víctima de un Víbora de la Muerte,
ni de un Mamba Negra, ni de un Boa, pero muchas otras sí
lo fueron. Perdí a mis hermanas porque temieron por sus
vidas y eligieron huir en lugar de convertirse en víctimas.
—¿Puedes estar seguro de ello? —susurra Gemma.
Le devuelvo la mirada.
—Sí. Fuimos muy cuidadosos.
—¿Muy cuidadosos? ¿Y qué pasa con Zhallaix?
Muestro los colmillos al oír el nombre del Víbora de la
Muerte.
—Está muerto.
—Si haces esto por mí… —Gemma hunde los dientes en
el labio inferior, robándome brevemente la atención, pero
es la expresión perdida que permanece grabada en su
rostro lo que me hace dudar—. Si haces esto por mí, si me
ayudas a salvarla, me quedaré.
—Nunca tuviste elección —le recuerdo.
Su cara se frunce.
—Podría convertir tu vida en un infierno si luchara
contra ti.
—Te ataré.
—Y gritaré, patearé y lucharé contra ti y contra nosotros
todos los días hasta que no tengas más remedio que ceder.
Te convertirías en lo que has destruido.
Siseo, con la frustración y la ira brotando de mí.
—No estás siendo justa.
—Tú tampoco.
Una furia equivalente a mi creciente rabia se encuentra
con la ferocidad de Gemma. Me creo sus amenazas,
sabiendo que podría negarme la vida que tanto deseo con
ella. El afecto, la compañía, el calor y el amor de tener una
compañera con la que acurrucarme en un nido compartido.
Podría quitarme todo eso, y aunque me resistiría,
recordándole constantemente por qué sería más fácil ceder,
sé que solo conseguiría que me odiara.
Porque los humanos siguen ahí fuera. Y los otros nagas
también.
Y no habrá paz dentro ni fuera de mi guarida hasta que
eso cambie.
—No me parezco en nada a todos esos machos violentos
—gruño.
—Ayúdala —suplica.
Gemma levanta la mano y yo me pongo rígido,
preparándome para que intente zafarse de mi círculo, pero
en lugar de eso me coge la cara y tira de mí hacia abajo.
—Por favor, hazlo por mí, como tu compañera.
¿Ahora quiere que la llame compañera? La ira me invade
por dentro.
—Me pides mucho.
No puedo evitar aprisionarla, agarrando la caja a ambos
lados de ella. Me aprieto contra ella, con mi ira creciendo.
Ella se inclina y deposita un beso en mis labios.
—Lo sé.
Es gentil, un toque suave con un vestigio de su calor. Lo
es todo. Sé que me está manipulando, pero sus labios se
mueven, y ahora soy yo el que está perdido,
profundizándolo, sin importarme. Porque si no lo hago,
temo que ella se deslice por mi cerco de miembros y
desaparezca.
Y yo me convertiré en mi padre.
Si no puedo hacerla feliz, ¿qué clase de compañero soy?
Paso la mano por detrás de su cabeza y la atrapo por
completo, hundiendo mi lengua en ella. El sabor de Gemma
inunda mi boca, recordándome todo lo que puedo perder.
Lo frágil que es realmente lo que tengo.
Sus manos bajan de mi cara hasta agarrarme los
hombros. Me clava suavemente las uñas en las escamas.
Algo en mí se rompe.
Le agarro el vestido y se lo arranco por los brazos,
liberando sus pechos. Se sobresalta cuando los aprieto con
las manos, pellizcándole los pezones con los dedos.
—Hembra —le digo, desesperado y furioso—. Serás mi
perdición.
No le doy la oportunidad de responder, y vuelvo a
apoderarme de su boca. Deslizo las manos por su cuerpo y
le agarro las nalgas, levantándola sobre la caja.
Introduzco mi pelvis entre sus piernas y ella se abre
para mí. Le meto la mano por debajo del vestido y le
arranco la ropa interior. Las débiles ataduras que la
sujetaban se rompen y caen. Tiro el molesto retal al otro
lado del búnker.
Manteniéndola abierta, alineo mi punta con su abertura
e introduzco mi miembro hasta mi nudo palpitante,
gimiendo al empujar contra su carne prieta que me impide
entrar.
—Vruksha —grita, clavándome las uñas en los brazos.
—Me pides demasiado, hembra. Intentas manipularme
—gruño, apartándome y volviendo a penetrarla.
Sus labios se entreabren, pero no le permito hablar.
—¡Quieres arriesgar tu vida, otra vez, y ni siquiera te
has recuperado!
Mi cadera se agita. Mi cola se enrosca alrededor de su
pelo y tira de él hacia atrás hasta obligarla a tumbarse
sobre la caja. Jadea y arquea la espalda. Me elevo sobre
ella, empujando con más fuerza. Dominándola.
—Y ahora quieres ir tras otra hembra y traerla a nuestra
guarida. No pienso compartirte! —rujo.
Esta vez, cuando la saco, la empujo hacia delante con
una fuerza brutal, introduciéndole todo mi bulto de una
sola vez.
Gemma grita, jadeante y con dureza. De mi garganta
brotan ruidos guturales y animales. El placer me sube por
la espalda y sus caderas se agitan por la presión que ejerzo
sobre ella. Sus piernas se tensan a mi alrededor, agitándose
por la fuerza. No me pide que pare, y no lo hago. Me deja
descargar mi frustración y mi lujuria en su hermoso
cuerpo.
Su envoltura se aprieta alrededor de mi bulto y mi cola
se suelta, desenrollándose de su pelo. Se endereza detrás
de mí todo lo que puede, trepando por la pared opuesta,
derribando cosas.
Sus manos caen para sujetarme la cadera mientras se
sujeta.
Sus pequeños movimientos me empapan de sudor,
provocando el furor de mi dolorido miembro. Y este crece.
Brutalmente, la embisto, enfurecido porque intente
manipularme. Me regala sacudidas y gemidos, y yo los
acepto. Mis embestidas se vuelven más salvajes, sus gritos
más fuertes. La semilla hincha dolorosamente mi miembro
y no puedo contenerme.
Acerco de nuevo a mí la punta de mi cola, agitándome,
derramándome dentro de ella. Me dejo caer sobre ella,
sujetando mi cuerpo con las manos, mientras se lo doy todo
a Gemma. Ella lo acepta. Lo acepta todo.
—Salvaremosss a tu amiga —le digo al oído con fuerza
—. Pero te quedarás conmigo, me obedecerás, no volverás
a huir. No volverás a preguntar por la tecnología Lurker, ni
por los humanos de la instalación. Nunca volverás allí.
Nunca saldrás de este planeta, y cada noche me esperarás
en mi nido, abierta tal y como estás ahora. Olvidarás todo
lo demás.
Gemma susurra mi nombre.
—No he terminado —gruño, levantándome sobre los
codos, clavándole la mirada—. Iremos tras tu amiga,
aunque no puede quedarse aquí. Esta guarida es mía, y
solo lo que es mío puede entrar en ella. Si no podemos
encontrarla ni salvarla, esssto… —digo mientras señalo
entre nosotros—. No va a cambiar.
Extiendo los dedos y los enredo en el pelo de mi hembra.
Gemma aprieta los labios enrojecidos a causa de mis
embestidas. Mi cuerpo bombea más semilla y derramo un
poco más dentro de ella.
—Gracias —jadea.
Es lo único que dice.
Me duele.
Vuelvo a penetrarla, esta vez con más fuerza.
VEINTICUATRO
A LA CAZA DE DAISY

Gemma

V RUKSHA COMPRUEBA por tercera vez las ataduras de mis


zapatos.
Le tomo la mano.
—Están bien. Puedo hacerlo.
—No quiero que les pase nada más —suelta.
Lleva enfadado desde los túneles, y yo también, pero no
hay solución hasta que encontremos a Daisy. No sé qué ha
pasado, por qué robaría la aeronave, pero tengo que
averiguarlo. No puedo hacer nada sabiendo que, en mi
lugar, Daisy me ayudaría. Sé que lo haría.
¿Y si no intenta escapar de algo? Quizá no esté huyendo
de un naga o de nuestros antiguos compañeros. ¿Y si está
buscándome?
Y se está arriesgando al hacerlo.
Apenas conozco a Daisy, pero después de lo que hemos
pasado, de que nuestros compañeros nos traicionaran, es la
amiga más íntima que tengo ahora. Puede que yo también
sea todo lo que ella tiene.
Al diablo la guerra y la tecnología.
Es agradable ignorar lo que ocurre hasta que dejas de
hacerlo. Daisy podría haber estado sufriendo, sola,
expuesta o peor, y yo solo le había dedicado un puñado de
pensamientos mientras descansaba en cálidas pieles y
dejaba que Vruksha cuidara de mí.
Mientras me hacía gritar de felicidad…
Me retuerzo y hago una mueca de dolor, dolorida por las
recientes atenciones de Vruskha. Está enfadado, y yo le he
puesto así. Es un alienígena feroz, que creo que podría
tener una rabieta, y a menudo olvido que es una especie
diferente.
No puedo evitar estar excitada solo por estar cerca de
él… Por cómo me comporto. Me gusta lo que me hace…
aunque después me duela. Meneo la cabeza.
Y todo lo que me importaba era una estúpida tecnología
de guerra que puede o no ser inservible. Me restriego las
manos por la cara. Quiero que sea inservible. Espero que lo
sea, pero no consigo convencerme. Aun así, Vruksha tiene
razón. No importa. Él y los demás nagas la han escondido.
La custodian, esté donde esté, y por ahora, eso me sirve.
Hasta que sepa más, o pase algo, es suficiente.
—Están casi curados —digo, rodeando con las manos el
bastón que Vruksha me consiguió. Es más resistente que
cualquier bastón que haya conseguido hasta ahora.
Gruñe y suelta las manos de mis zapatos improvisados
de mala calidad. Ninguna de mis ropas nuevas es
estupenda, solo están sujetas por lazos que nunca parecen
estar lo bastante apretados, pero son mejores que nada, y
cada día que las manipulo son más llevaderas.
Vruksha coge su lanza y se cuelga la bolsa de
provisiones al hombro.
Trago saliva, frotándome los muslos. Resbalan, aún
húmedos por su semilla.
Me preocupo por él.
Muchísimo. Empieza a dolerme lo mucho que me
importa. Aprieto la palma de la mano contra mi pecho,
contra la opresión que hay allí.
Sisea y se desliza por los escalones, y suelto la mano. Le
sigo de cerca, observando cómo su larga cola se mueve de
un lado a otro. Suena un crujido y un rayo de luz nos baña,
cegándome temporalmente.
Inhalo el aire fresco y subo el último peldaño utilizando
la pared para guiar mi visión difusa. Me sienta bien.
La libertad.
En cuanto salgo, la cola de Vruksha se enrosca a mi
alrededor y me levanta del suelo.
—¿Qué haces? —le pregunto.
Me acerca a sus brazos y me estrecha entre ellos.
—No voy a dejar que camines. Eres demasiado lenta
incluso cuando no te duelen los pies. Quiero que esto sea
rápido. No me gusta la idea de que estés aquí fuera, donde
podrías hacerte más daño.
—Entonces, ¿qué sentido tienen los zapatos? —bromeo.
Explora nuestro entorno.
—Protección —me responde desdeñosamente, ignorante
de mi burla. Un orbe se acerca a su lado.
—¿Hay depredadores cerca? —le pregunta.
El orbe hace lo suyo y esperamos. Osos, un coyote esta
vez, una serpiente y cerdos. Siempre cerdos. Se me
revuelve el estómago.
—¿Qué serpiente? —pregunta.
El orbe zumba y aparece un holograma. Centellea a la
luz del sol, lo que dificulta ver la imagen. Algo aparece
lentamente, una cola rota familiar y un rostro lleno de
cicatrices.
—Creía que estaba muerto —susurro.
Vruksha sisea, me estrecha más y guarda silencio
durante un rato, observando a Zhallaix.
—Yo también lo creo siempre, pero nunca muere.
Mientras se mantenga alejado, puede vivir con el dolor de
sus heridas todo el tiempo que quiera.
Vruksha avanza a una velocidad frenética.
Mi pelo vuela mientras nos desliza a través del huerto
en ruinas del aeropuerto y se adentra en el bosque más
espeso. Le cojo la mano que tiene alrededor de mi brazo.
—Ve más despacio. Tu cola aún se está curando.
Mis palabras se pierden en el viento. Y él no se detiene.
Ya había transcurrido la mitad del día cuando salimos
del búnker. Vruksha no necesita nada más que su lanza,
pero yo no soy tan fácil. Lleva raciones para dos días. No
piensa buscar a Daisy mucho tiempo.
Paso de las brillantes escamas de su pecho al borroso
paisaje. Ahora lo conozco lo bastante bien como para saber
que será menos llano a medida que nos acerquemos. Pero
cuando los árboles se acercan y la maleza se hace más
espesa, no estoy preparado para el miedo que me invade.
Antes de lo esperado llegamos a la zona donde estaban
los cerdos, donde casi muero. Donde comí pescado crudo…
Vruksha aminora la marcha, abriéndose paso entre el
follaje, con cuidado de que ninguna rama, hoja o ramita me
toque.
Aún puedo oír los bufidos y resoplidos de los cerdos
como un fantasma en mis oídos, recordándome lo cerca que
estuve de que me comieran viva.
—No te pares —susurro—. Aquí no.
Vruksha me atrae hacia su pecho, y yo cierro los ojos,
girándome para pegar mi frente a él.
—Están muertos —dice como si lo supiera—. He matado
hasta ese último que el dron no vio. No tengas miedo.
Me hace sentir segura.
Durante un rato, me pierdo en el vaivén de sus brazos,
sintiendo el aire en la piel. Despierto de un sueño vacilante
cuando me pone en pie un rato después.
Me ha llevado al interior de las ruinas de un viejo
edificio. Uno sin tejado, con paredes medio derruidas y
tuberías metálicas que sobresalen por todas partes. Me
coloca bajo un gran forjado de cemento, apoyado en uno de
los laterales, formando una pequeña alcoba. Me froto los
ojos. Vruksha llena toda la entrada, atrapándome dentro.
—¿Por qué nos hemos detenido?
—Pronto comenzará a anochecer y necesitas comer y
beber. Quiero revisarte los pies —murmura, claramente
descontento aún conmigo.
Me molesta, mucho. Siento que le he defraudado.
Pero el tiempo es oro.
Sé que es una posibilidad remota, pero a pesar de ello,
no puedo evitar preocuparme. Creo que nos dirigimos hacia
las instalaciones, pero me da la sensación de que vagamos
sin rumbo, una aeronave podría viajar a cualquier parte…
Mi corazón se agita mientras nos miramos fijamente. El
dolor entre mis piernas no ha desaparecido, y lo anhelo. Él
no me juzga, y nunca me había dado cuenta de lo mucho
que me he estado conteniendo todos estos años, temiendo
ser juzgada.
Se me oprime el pecho.
Vruksha enrolla la cola bajo él y se acomoda justo
debajo de la entrada de nuestra alcoba, colocando su lanza
cerca. Me alcanza las piernas y yo se las tiendo. A la luz
menguante del día, me quita las vendas y comprueba mis
heridas. La mayoría ya no son más que manchas rojas,
costras y moratones de color verde amarillento, sin
embargo, él se empeña en controlar la rapidez con que se
curan.
Me apoyo en el lateral del edificio mientras sus manos
me palpan la piel, consciente de cómo se demoran y suben
por mis piernas.
—Si me hubieran herido así en El Temible, habría
elegido la cápsula —me río.
—¿Cápsula? —Vruksha me levanta el pie y empieza a
vendármelo.
—Es un aparato médico —digo para romper el silencio—.
Elimina la necesidad de contar con tantos médicos y
enfermeras, ya que todos son necesarios en el frente. Así
que el resto de nosotros recibimos el frío cuidado de una
cápsula médica. Es un dispositivo ovalado en el que los
humanos se tumban cuando están enfermos o heridos, y la
cápsula, que funciona mediante un software de IA, te cura.
También te anestesia, estabilizándote para los viajes de
larga distancia.
—Ah, sí. Ya sé de qué me hablas.
Le miro mientras aparta mis pies recién vendados.
—¿Lo conoces?
—He visto algo parecido, una vez, donde antes había
un… creo que se llama hospital.
—No creía que por aquel entonces hubiera esa
tecnología.
Perdimos mucho en los siglos que siguieron al fin de la
Tierra.
—Estaba rota. Había huesos humanos por todas partes.
Se hace el silencio entre nosotros cuando las sombras
dan paso a la oscuridad total y la única luz procede de la
luna que se eleva entre los árboles. Sería apacible si no
fuera por las cavilaciones de Vruksha, que me tapan gran
parte de la vista. Alargo la mano hacia la bolsa que llevaba
colgada del hombro y saco una ración.
Sus ojos no se apartan de mí.
Doy un tímido mordisco, sintiendo de repente que no ha
pasado nada en las últimas dos semanas y que esta es de
nuevo nuestra primera noche juntos en su búnker.
—Mañana… —empiezo a decir y luego me detengo.
Vruksha sigue mirándome.
Mis dedos se agitan.
—Mañana deberíamos dirigirnos a las instalaciones y
empezar desde ahí.
—No. Mañana nos acercaremos y comprobaré las
instalaciones, buscaré sus huellas. No entraremos en el
recinto de la instalación.
—Ella… no habrá dejado huellas. Robó la aeronave. ¿Y si
Peter y los demás la encuentran? La llevarían de vuelta a
las instalaciones.
—Chocó contra los árboles, rompiéndolos. Puedo subir a
las copas y saber en qué dirección se fue, y si ellos la han
encontrado primero, entonces volveremos a nuestra
guarida.
—Necesito hablar con ella.
Vruksha gruñe.
—Eso no es lo que habíamos acordado, compañera —se
detiene en la palabra—. Si está a salvo, eso es todo lo que
necesitas saber. Si está dentro de las instalaciones y de
vuelta con los demás humanos, no queda nada que tú o yo
podamos o vayamos a hacer por ella.
El silencio vuelve a instalarse entre nosotros. Hurgo en
el envoltorio de mi ración, odiándolo.
—Duerme un poco —dice, sobresaltándome.
—Deberías ser tú quien descanse —digo
incorporándome—. Puedo hacer la primera guardia.
Vruksha coge su lanza y sale de la alcoba con un silbido.
—Voy a explorar.
Se escabulle y yo salgo tras él a trompicones.
—¡Espera!
Vruksha vuelve y me atrapa justo cuando tropiezo y
caigo.
—Hembra, te vas a hacer más daño —gruñe.
Me aparto de su pecho.
—¿Por qué te enfadas? ¿Qué te pasa?
Odio verle así.
—Todo —contesta, apretándome los hombros,
tranquilizándome y siendo brutalmente sincero.
Me estrecha contra él y me lleva de vuelta al refugio.
—Entiendo que estés enfadado por Daisy, pero no puedo
vivir sabiendo que está aquí sola, posiblemente
desesperada por ayuda, y que yo no hice nada. No hago
esto para hacerte daño —digo. Necesito que lo sepa. No sé
por qué, pero lo necesito—. No me iré. Te lo prometo.
—Nunca dejaría que te fueras —dice—. Te lo he dicho
una y otra vez.
Le miro a la cara.
—Entonces, ¿por qué estás tan enfadado?
Vruksha me mantiene abrazada, incluso cuando
volvemos a estar dentro. Me sujeta la barbilla entre los
dedos y acerca mi cara a la suya.
—¿Enfadado? ¿Crees que estoy enfadado? Estoy furioso
—se queja.
Me estremezco.
—Tú —empieza, pero se detiene—. Tú…
—¿Yo qué?
—¡Tú no me has elegido! —ruge.
Me suelta la barbilla y me empuja al suelo. Su rostro es
una máscara de oscuridad mientras se inclina sobre mí. El
contorno de sus colmillos, su ceño fruncido. Me roba el
aliento. Me coge las manos y las atrapa por encima de mi
cabeza.
Como un animal a punto de devorar a su presa, jadea,
sujetándome. Su poderoso cuerpo tiembla. Me sube el calor
a las mejillas. Un dolor se apodera entre mis muslos.
Abro las piernas sin darme cuenta.
—Te elegí a ti.
—Has elegido a Azsote, has elegido a tus humanos, has
elegido a esa Daisy e incluso has elegido a esa vieja
tecnología antes que a mí, hembra. Tú no me has elegido a
mí.
Mi ceño se frunce.
—Yo…
¿Cómo puedo responder a eso?
Se levanta de mí y me apoyo en los codos mientras
vuelve a salir de la alcoba.
—Duerme —ordena, con voz ronca, agitada—.
Necesitarás fuerzas.
Empuñando su lanza con decisión, se escabulle hacia el
bosque y desaparece. Junto las piernas y las abrazo,
sintiéndome más sola que nunca. Dolida por haberle
ofrecido mi cuerpo y que él me haya rechazado.
Tengo el corazón encogido.
Tiene razón.
Apoyo la frente en las rodillas.
Ahora sabe que, después de todo, no soy fantástica.
A la mañana siguiente, me levanto con los ojos
hinchados, frotándome las articulaciones donde se me
bloquearon durante la noche. Cuando termino, encuentro a
Vruksha encaramado a las ruinas del edificio, con la cola
colgando por un lado, observándome.
Inhalo bruscamente.
Podría haber estado allí toda la noche mientras yo
esperaba su regreso, y nunca me habría enterado. Se baja
de un salto y, sin mediar palabra, me revisa las vendas. Se
echa la bolsa de provisiones al hombro después de darme
una ración.
—Come.
—Anoche…
—Hablaremos más tarde —dice, pasando el brazo por
debajo de mí para ayudarme a levantarme.
Me levanta, pero lo empujo, manteniendo los pies en el
suelo.
—Puedo andar.
Por una vez, no discute. En lugar de eso, toma la
delantera, dejándome la punta de su cola para que la sujete
si la necesito. Y durante el resto de la caminata, vamos
escalando, pasando de un saliente a otro, abriéndonos paso
hacia arriba. Cada paso es más fácil que el anterior. Él no
habla, y yo tampoco.
Me doy cuenta de que me intimida. No es que le tema,
sino que me intimida. No sé cómo… arreglar las cosas.
Cada vez que quiero hacerlo, se me traba la lengua y se me
oprime la garganta.
Intento concentrarme en nuestro entorno mientras me
trago todas mis palabras.
Los árboles han crecido gruesos y altos, y hay menos
con hojas y más con agujas verdes y piñas. A medida que
subimos, vislumbro el horizonte y examino el terreno. Hay
un lago gigante a lo lejos, y veo arroyos y estanques. Hay
montañas alrededor de la instalación, ya lo sabía desde que
llegué, y el bosque es espeso. Pero al asomarme al
desfiladero en el que estuvimos antes, encuentro zonas
muertas aquí y allá. Pequeñas manchas donde no hay
árboles, solo ruinas.
Hemos encontrado muchas cosas, estructuras rotas,
edificios cubiertos de maleza e incluso objetos en el
bosque. Intento memorizarlos para poder utilizarlos como
puntos de referencia en el futuro.
Vruksha siempre parece saber adónde va, a pesar de los
kilómetros que recorremos, incluso sin brújula ni sistema
cartográfico. Para mí, resulta increíble.
Al ver una mancha de color junto a mi pie, me inclino
para recoger lo que parece ser una muñeca. Al quitarle la
suciedad, Vruksha gira hacia mí y me atrae hacia su pecho.
Me tenso, esperando a que me diga qué le pasa, pero
cuando pasa un minuto y no lo hace, empiezo a tener
miedo.
—¿Oyes algo? —le susurro.
—Otro naga.
Sujetándome con fuerza contra su pecho, nos acerca a
un árbol cercano, agachándose bajo sus ramas bajas.
Explora las copas de los árboles por encima de nosotros.
Yo busco con él.
—¿Sigue todavía por aquí?
Sus ojos se deslizan hacia mí.
—Vive aquí.
—¿Tan cerca de las instalaciones? ¿No es peligroso? —
digo, mientras me estremezco.
—Estas han sido nuestras tierras primero.
—¿Qué hacemos?
—Movernos en silencio y no alertarle de que estás aquí.
Abro mucho los ojos.
—¿Y si descubre que estoy aquí?
—Yo lo mato y tú huyes.
Dejo caer la muñeca sucia y agarro mi bastón.
—Bien. Vale.
—Quédate pegada a mí.
Asiento con la cabeza.
Vruksha me ayuda a salir de las ramas y tira de mí para
acercarme. Seguimos subiendo, un poco más cautelosos
por el ruido que hacemos, y vamos más lentamente,
tomándonos nuestro tiempo para no hacer ningún ruido
adicional.
Pasa otra hora, y la tensión de mis hombros disminuye.
Pasamos junto a otra serie de ruinas cuando algo agudiza
mis oídos. Una voz a lo lejos. Vruksha y yo nos detenemos
al mismo tiempo, esperando a ver si la voz se repite.
Me muevo bajo su brazo y me meto en el hueco de su
cola antes de que pueda tirar de mí hacia él.
—¿Qué ha sido eso? —susurro.
Suena como si alguien, o algo…
—¡DAISY!
Están gritando su nombre. Me sobresalto, y Vruksha me
pega a su lado.
—¿Daisy? —jadeo.
—¡DAISY!
Su nombre vuelve a sonar desde otro lugar, rugiendo
entre los árboles.
Se me pone la piel de gallina en los brazos.
—¡Daisy! Alguien busca a Daisy. Podría estar cerca.
Los ojos de Vruksha se oscurecen.
—¡Tenemos que buscarla! —digo.
Asiente, rodeando mi muñeca con sus dedos, y salimos
en busca de la voz.
Parece que pasan horas antes de que suene lo bastante
fuerte como para eclipsar los sonidos del bosque. Aun así,
cuanto más rápido nos movemos, más lejos parece estar la
voz. Quiero gritar, pero no lo hago.
—¡DAISY!
El rugido vuelve al poco rato. Llegamos a la cima de la
montaña y nos detenemos.
—¿De qué dirección viene? —pregunto, resoplando.
Desde aquí lo veo todo.
—Es Zaku.
Sacudo la cabeza, secándome el sudor de la frente
mientras el naga de la gran capucha con forma de punta se
forma en mi mente.
—Genial.
Los árboles que tenemos al lado tiemblan. Retrocedo a
trompicones justo cuando algo grande y verde desciende de
ellos. Vruksha se mueve delante de mí.
Un macho naga, de un verde vibrante, se levanta,
llamando la atención, e hinchando el pecho.
—Azsote —gruñe Vruksha.
—Vruksssha —sisea el otro macho en respuesta.
—¡DAISY! —vuelven a rugir, sobresaltándonos a los tres.
—Aparta los ojos de mi hembra —dice Vruksha en voz
baja, provocándome un escalofrío.
Azsote aparta la mirada de mí y la dirige hacia él.
—No estoy aquí por ella —le dice a Vruksha—. Busco a
Zaku.
Sin embargo, los ojos de Azsote vuelven a clavarse en
mí, haciendo que Vruksha sisee.
—¿Por qué? —suelta.
—He encontrado a la otra hembra.
Me adelanto antes de que Vruksha pueda detenerme.
—¿La has encontrado? ¿Dónde está? ¿Está bien?
Llévanos hasta ella.
Vruksha me empuja detrás de él, enroscando su cola a
mi alrededor.
—¿Está a salvo? —pregunta.
—Está herida, se ha quemado.
Entreabro la boca. ¿Quemada? La aeronave no lo
consiguió…
—Llévanos hasta ella, ahora —exijo, agarrándome al
brazo de Vruksha.
Azsote me dirige la mirada.
—¡DAISY!
Los tres nos estremecemos. El rugido de Zaku está
ahora más lejos, lo estamos perdiendo.
—No pregunta por ti, hembra —dice Azsote—. Pregunta
por Zaku.
Azsote mira a Vruksha, y veo que algo pasa entre ellos.
Vruksha baja su lanza y Azsote se desliza hacia el bosque,
desapareciendo tan rápidamente que parece como si nunca
hubiera estado aquí.
Me retuerzo bajo el brazo de Vruksha.
—Vamos a seguirle, ¿verdad?
Creo que va a pelearse conmigo, a decirme que nuestro
trabajo ha terminado, pero para mi total sorpresa, Vruksha
asiente, me levanta y persigue a Azsote. No tarda en
alcanzar al silencioso macho verde, uniéndose a él en su
rápida caza al Rey.
VEINTICINCO
DAISY

Vruksha

M E DESLIZO entre los árboles tras el Culebra, estrechando a


mi hembra contra mí. He echado de menos tenerla entre
mis brazos. La delicadeza de mi compañera calienta mis
escamas, y su olor me vigoriza.
Es mía y la adoro.
“Gracias, compañero”
Maldigo cuando las palabras se me graban en la mente.
No han dejado de repetirse en mi mente desde que
Gemma las dijo. No sabía cuánto necesitaba oírla llamarme
compañero, hasta que lo hizo.
Antes me molestaban, y ahora, cada vez que se repiten,
la emoción me embarga cada vez más. Me llamó
compañero para que la ayudara a encontrar a su amiga. Y
una vez que ese pensamiento se instaló en mi mente, no he
podido apartarlo. He estado dándole vueltas toda la noche.
No siento que sea su compañero. No completamente.
Aún no.
Gemma es mía, pero yo no soy suyo. Miro hacia abajo y
veo que tiene los ojos cerrados, la frente arrugada y la cara
otra vez contraída. Se pone así cuando corro entre los
árboles y es casi… precioso.
No le gustaría que la sujetara si me balanceara entre los
árboles como hace Azsote. Las ramas que hay sobre
nosotros tiemblan cuando el Culebra se desliza de una a
otra, agarrándose y sujetándose con los músculos de la
cola.
Los rugidos de Zaku aumentan cuando le alcanzamos.
—¡Rey Cobra! —grita Azsote cuando estamos cerca—.
Sé dónde está —grita, bajando de los árboles.
Me detengo a poca distancia. Gemma se revuelve en mis
brazos.
Azsote no intentará robármela. Lo veo en sus ojos. Y si
Zaku persigue a la otra hembra, al menos Gemma estará a
salvo de estos nagas, pero si hay más cerca, atraídos por
los gritos de Zaku, me conviene retenerla para que sepan
que ha sido reclamada.
Podría convencerla de aparearnos para que todos lo
vean, para demostrar quién es su pareja, el que la ha
capturado, pero no quiero que Gemma se desnude delante
de ellos ni quiero compartir sus dulces secretos con
machos que podrían intentar arrebatármela de todos
modos.
Si me obligasen a ver cómo una hembra tan hermosa
abre los brazos y acepta a su compañero con un gemido,
querría robarla para mí; nada me lo impediría. Ni siquiera
con el miembro de otro naga hundiéndose en ella.
Sería lo último que haría.
—¡Zaku! —grita Azsote una vez más, enroscando su cola
alrededor del tronco de un árbol cercano.
Me llegan ruidos de pasos, chasquidos de palos y el
crujir de las hojas. La forma gigante de Zaku irrumpe en el
claro, derribando a Azsote al suelo del bosque. El Culebra
se desliza por debajo de Zaku, sujetándose al árbol.
—¿Dónde está? —Zaku le lanza un zarpazo—. ¡Llévame
hasta ella!
Las fosas nasales de Zaku se agitan, su capucha se
expande y sus púas se enderezan. Está cubierto de
suciedad, con ojos feroces, y me enseña los colmillos. Pero
el Rey Cobra no me ve.
Macho estúpido.
Azsote sisea y se deja caer del árbol para poner su cola
entre él y Zaku.
Gemma se libera de mi agarre y responde antes de que
Azsote pueda hacerlo.
—Está herida. Azsote nos está llevando con ella. Él te ha
estado buscando. Nosotros la estábamos buscando también
a ella.
Los ojos de Zaku se desvían hacia mi hembra, y me
preparo para un ataque.
Su mirada enloquecida nos recorre y se pasa el dorso de
la mano por la boca, observándonos. Observo una nueva
herida en su pecho, hinchada y roja.
Siseo en señal de advertencia cuando parece que Zaku
no va a calmarse.
—Te atacaré si te acercas.
Zaku se vuelve hacia Azsote.
—¡Llévame hasta Daisy!
—¿Y ellos? —Azsote nos señala.
Gemma se tensa.
—Nosotros también vamos, exijo verla. Si intentas
detenernos, tendrás que vértelas conmigo —le amenaza.
Zaku coge del cuello a Azsote y tira del Culebra para
que se acerque.
—Llévame hasta ella. No volveré a pedírtelo. Me da
igual lo que ellos hagan.
Azsote aparta la mano de Zaku de su cuello y se
retuerce, alejándose a toda prisa. Zaku sale tras él y yo me
adelanto para seguirle. El pelo de Gemma vuela contra mi
pecho, haciéndome cosquillas en las escamas.
Nos precipitamos por el bosque, de un árbol a otro.
Nadie nos detiene. Ni siquiera sale nadie a intentarlo. Tres
machos naga contra uno es una muerte segura. Vigorizado,
me siento parte de un clan por primera vez desde que se
fueron mis hermanas. Voy a la caza con mis hermanos de
las preciadas y raras hembras que todos deseamos.
Aspiro el aire caliente, estrechando a mi hembra.
Es en ese momento, cuando el bosque da paso a una
larga extensión de tierra y veo a Zaku precipitarse tras
Azsote, cuando la perdono por elegir a su amiga antes que
a mí. Recuerdo lo que es preocuparse por algo más que mi
propio pellejo. Había olvidado la fuerza que hay en la
unión.
Si nos uniéramos todos, ningún humano, bestia u otro
ser sería capaz de detenernos. Y si lo que dice Gemma es
cierto, y los humanos nunca dejarán de buscar la
tecnología… entonces volver a unirme a mis hermanos es
imprescindible para nuestra seguridad en el futuro. Si nos
unimos, será más fácil utilizar la tecnología que
escondemos.
Porque estas tierras son nuestras.
Y nadie puede obligarnos a marcharnos.
—Humo —dice Gemma entrecortadamente—. Ahí, ¿lo
ves? —señala una columna de humo que surge de los
árboles a lo lejos. Lo huelo mientras ella lo dice—. Por
favor, que se ponga bien —susurra, lo bastante bajo como
para que yo no la oiga.
—Se pondrá bien —susurro.
Apoya la cabeza en mi pecho. La siento temblar.
Cuando llegamos al humo, Azsote y Zaku ya están allí.
Es peor de lo que pensaba. Los árboles están carbonizados,
algunos siguen ardiendo, y se ha separado un trozo de la
aeronave.
La aeronave está en ruinas. La mayor parte del humo
procede de ella. Parte de su costado está arrugado y las
ventanas están destrozadas. Hay metal y escombros por
todas partes. Nadie podría haber sobrevivido a semejante
brutalidad.
—Daisy —exhala Gemma.
Me aferro a ella mientras intenta soltarse de mis brazos.
El silencio de Zaku es ensordecedor. Otro macho naga
está allí, mirando fijamente el humo. Cuando una brisa
disipa parte del humo, aparecen unas escamas marrones y
beige que me resultan familiares. Empuño mi lanza hacia
delante.
Krellix, el último Cabeza de Cobre. No le había vuelto a
ver desde la meseta. Azsote le gruñe, pero no se detiene,
avanzando entre los restos. Krellix echa un vistazo al resto
de nosotros, deteniéndose para mirar fijamente a Gemma.
Zaku va tras Azsote.
—Vruksha —susurra Gemma—. Tenemos que llegar
hasta Daisy.
No aparto la mirada de Krellix. El macho se gira para
mirarnos de frente. La forma en que mira a mi hembra me
obliga a gruñir. Fuego, desesperación y lujuria aparecen a
la vez, grabados en su rostro.
Se acerca. Sus músculos se tensan. A través del humo,
percibo su empalagoso aroma. Me tenso, reconociendo
inmediatamente que es un olor que yo también desprendo
desde hace poco.
Dejo a Gemma en el suelo. Me coge por el brazo y pasa
por debajo de mi hombro.
—Ponte detrás de mí —le digo, preparando mi arma.
—No puedes tenerme —suelta Gemma, mirando a Krellix
—. Ya estoy reclamada.
Le lanza a Krellix una mirada fulminante.
Me quedo inmóvil, sorprendido por sus palabras.
El Cabeza de Cobre ladea la cabeza.
—Eres toda una luchadora.
—Soy de Vruksha, así que ni lo intentes. Si él no te
mata, lo haré yo. Ahora apártate, mi amiga está herida y
me necesita.
Los labios de Krellix se tensan.
—Muévete —le advierto.
Finalmente me mira.
—Tienes suerte —dice, apartándose de nuestro camino y
desapareciendo entre los árboles.
Soy hábil, despiadado y un poco osado, ¿pero
afortunado? Siseo. No fue la suerte lo que me hizo ganar a
Gemma. Fue el destino. Gemma se estira y me pasa el
brazo por el cuello. La vuelvo a estrechar entre mis brazos.
Salimos detrás de los demás.
No tenemos que ir muy lejos, ya que encontramos a
Zaku y Azsote al otro lado. Zaku sale de una madriguera
con algo en los brazos. Un ser roto y de aspecto ceniciento
que apenas reconozco como humano, y mucho menos como
una hembra.
—¡Daisy! —grita Gemma.
Se separa de mis brazos y avanza a trompicones hacia
Zaku.
La Cobra gruñe antes de que pueda detenerla,
acercándose a toda prisa por detrás. Gemma no se da
cuenta. Está totalmente concentrada en la forma arrugada
que sujeta Zaku.
Un débil gemido sale de los labios de la criatura.
—¡Tenemos que quitarle la ropa y limpiarla, rápido!
Necesitamos agua —grita Gemma, volviéndose hacia
Azsote—. ¡Trae agua!
La hora siguiente es un torbellino de intensa actividad.
Zaku no se separa de Daisy, y mi hembra toma el mando,
ignorando a cualquiera que intente detenerla. Alejamos a
Daisy de los restos y la llevamos a un arroyo al que nos
conduce Azsote.
Zaku y Gemma se ciernen sobre ella, cortando lo que
queda de su ropa quemada. Azsote y yo entramos en acción
para asegurar nuestro perímetro cuando empieza a gritar.
Azsote se eleva hacia los árboles, desapareciendo,
mientras yo me mantengo a cubierto en el suelo. Me
encuentro con Krellix, que ha vuelto a los escombros,
sofocando las últimas llamas con su cola. Le permito que lo
haga.
Los gritos continúan hasta que se cortan bruscamente.
Esos gritos me perturbarán el sueño durante años.
Cuando sé que la zona que nos rodea está despejada, me
dirijo hacia Gemma, que está vendando a su amiga con el
mayor cuidado posible. Gemma tiene las manos
ensangrentadas y le ha caído ceniza por todo el pelo y la
piel. Se vuelve hacia mí cuando me acerco y se limpia las
manos en la hierba que tiene a los lados.
La hierba está cubierta de sangre.
—Dijiste que sabías de una cápsula médica. ¿Has visto
alguna?
Su rostro está tenso, preocupado.
Enrosco mi cola a su alrededor.
—Está inservible.
Echo un vistazo a la otra hembra. Está desnuda, salvo
por unas tiras de tela, y tiene la mitad de la cara moteada,
de un rojo vivo con manchas violáceas. Tiene quemaduras
desde el lado izquierdo de la cara, bajando por el pecho,
hasta el ombligo. Si sobrevive, será una herida que nunca
cicatrizará del todo.
Me pongo enfermo. Veo a Gemma en su lugar y me sube
la bilis.
La cola de Zaku rodea el sitio donde ella yace inmóvil,
dejando el espacio justo para que Gemma se acerque. Tiene
las manos blancas, su expresión es una máscara de
preocupación, de desesperación. Veo el dolor, el miedo.
Nunca he visto ninguna de las dos cosas en él y, de todos
los machos naga, es el más cercano a mí. No en distancia,
sino en historia. Él y Vagan.
—Tengo una cápsula en mi guarida, pero está lejos de
aquí —gruñe, con los ojos fijos en la hembra que tiene
delante—. Sus gritos cuando la movemos… Me destrozan.
—¿Tienes una cápsula? —Gemma se vuelve hacia él—.
Tenemos que llevarla allí. ¡Ahora mismo! Mientras está
inconsciente.
Niego con la cabeza.
—Pronto anochecerá.
—Daisy no puede quedarse aquí fuera en su estado.
Necesita refugio, un lugar donde descansar, comida y
medicinas.
Zaku gruñe.
—Entonces nos vamos —dice. Tira de su cola y empieza
a meter lentamente las manos bajo Daisy.
La hembra abre los ojos, y chilla. Zaku ruge y aparta las
manos de un tirón.
—¡No puedo ayudarte aquí! —grita.
Un sollozo sale de la hembra y todo su cuerpo se
convulsiona.
—Inténtalo de nuevo —balbucea Gemma.
Su rostro se ha vuelto más blanco que la leche.
A Zaku le tiemblan las manos.
Gemma se inclina sobre su amiga y la arrulla,
acariciándole la frente donde está ilesa. Los gritos de Daisy
se reducen a quejidos.
—Shhh, ya está cariño. Te llevamos a un sitio seguro.
Tienes que ser fuerte, ¿vale? Si el dolor llega a ser
demasiado, deja que se te lleve —Gemma mira a Zaku
cuando Daisy parpadea llorando—. Otra vez.
—No puedo —se entrecorta.
—Sí que puedes. Puedes hacerlo, Zaku. Puedes hacerlo.
Ella te necesita.
Zaku y Gemma comparten una mirada, y mi primera
reacción es golpear a Zaku contra el suelo y matarlo, pero
obligo a mi mente a calmarse.
Nunca nadie había hablado con uno de nosotros como
Gemma está hablando con Zaku. Le está consolando. Lo
hace cuando aún está herida y asustada, con la ropa que se
le cae del cuerpo y los pies atados. Demuestra más
fortaleza que Zaku, y que cualquiera de nosotros.
—Zaku —dice. Cuando él no se mueve, su voz se
endurece—. Levántala. No tenemos tiempo que perder —Le
ordena.
Las fosas nasales de Zaku se agitan. Mira a la hembra y
cierra los ojos. Pongo la mano en el hombro de Gemma,
enroscando la cola a su alrededor mientras Daisy vuelve a
gritar.
Mi alma se estremece.
Azsote se une a nosotros y juntos emprendemos el arduo
y devastador viaje hacia la guarida de Zaku.
VEINTISÉIS
UNA TRAICIÓN DESDE LAS ALTURAS

Gemma

L OS DÍAS siguientes son un caos. Apenas duermo. Una vez


que llegamos a la guarida del Rey Cobra, no me separo de
Daisy. La guarida de Zaku. Él tampoco se separa de ella, lo
que significa que Vruksha, Zaku y yo estamos pendientes
de Daisy día tras día.
Me froto los ojos.
Si no fuera por Azsote, creo que ninguno de nosotros se
tomaría la molestia de comer.
Dejo caer los brazos para mirar a través de la pantalla
de plástico de la cápsula médica. Su zumbido me
tranquiliza y estoy muy agradecida de que funcione. Y de
que Zaku tenga una. No le gustó lo que le hizo a Daisy
cuando lo encendió, cómo la pinchó con agujas y le inyectó
cosas algo cuestionables, pero Vruksha y Azsote
consiguieron sujetarlo y mantenerlo alejado el tiempo
suficiente para que hiciera lo suyo.
A mí tampoco me entusiasmó, pero me las arreglé para
no decirlo. ¿Una cápsula de más de mil años trabajando con
mi amiga? No puedo evitar desear lo mejor y sentirme
aterrorizada y desconfiada al mismo tiempo. Pero la
sospecha es mejor que la impotencia. Y lo que haya hecho
la inteligencia médica… ha dado resultado.
Daisy no ha gritado desde que la acostamos.
Está estable. Descansando. Y la cápsula, aunque no es
perfecta, la mantiene limpia. Los robots de Zaku la
mantienen alimentada… Las quemaduras de su carne
parecen cada día menos graves.
Suspiro y giro la cara desde donde la tengo apoyada en
los brazos y miro por la ventana. Vruksha también está
mirando por ella, de espaldas a mí. Sus relucientes
escamas de rubí me deslumbran con su belleza.
Me deja sin aliento. Está guapísimo a la luz. Mi macho
naga.
Lo pintaría tal como es ahora, tal como lo veo cuando no
se da cuenta de que lo miro, contemplando la tierra que ha
conquistado. Lo pintaría con el sol a sus espaldas y su lanza
en alto, lanzando rayos sobre sus enemigos.
Colgaría el cuadro sobre mi cama. Lo miraría fijamente
y me tocaría.
Quiere volver a casa. Lo noto. No está cómodo aquí, en
los dominios de Zaku, y se le nota. Siempre me está
tocando de alguna manera, como ahora, que tiene la punta
de la cola enroscada en mi tobillo. No me deja hablar con
Zaku ni con Azsote sin él. Y cuando estoy a punto de
desmayarme de cansancio, me enrolla en su cola y me
obliga a dormir sobre él.
Disfrutaría de la preocupación de Vruksha si no fuera
por las camas que tiene Zaku. Camas con mantas y sábanas
de tela. También tiene montones de ropa de todas las tallas
y me deja lo que me cabe, incluidos zapatos y ropa interior.
Tiene… lujos. Su casa está limpia, es luminosa y espaciosa.
También tiene docenas de robots que funcionan. Ellos se
ocupan del lugar.
Salvo que Zaku no nos deja salir de las habitaciones
principales, y empiezo a sentir curiosidad por lo que ha
escondido en su extraño y antiguo hogar humano.
Fuera de su casa, es diferente. Se respira cierta calma.
El terreno cercano a la casa de Zaku es áspero, extenso,
pero tranquilo. Hay una vista del desfiladero, de las
montañas, incluida aquella contra la que se estrelló Daisy.
Estamos en la cima de una, y la vista llega lejos. Es
agradable siempre que mantenga la vista apartada del
césped, donde hay calaveras por todas partes y una pila de
cadáveres de cerdos putrefactos. Pero es fácil ignorarlos
estando tan agotada y aturdida como lo estoy ahora.
Cuando mis pensamientos se vuelven pesimistas, puedo
mirar por la ventana y sentirme mejor. Había olvidado lo
que es ver árboles, hierba y animales a través de una
ventana. Incluso muertos.
Normalmente, son estrellas, nebulosas, campos de
asteroides y planetas.
Estamos lejos de las instalaciones, más lejos aún del
búnker de Vruksha. He intentado trazar un mapa en mi
cabeza. Zaku vive en la dirección opuesta a la instalación,
en una mansión construida en la ladera de una montaña,
como un rey.
Rey Cobra…
Al principio no me gustaba Zaku, le culpaba de que
Daisy y yo fuéramos sacrificadas, pero he decidido odiarle
un poco menos.
Se preocupa por Daisy. Nunca se separa de ella, igual
que Vruksha nunca se separa de mí. Se preocupa
constantemente, y aunque es obstinado, casi bravucón, y
me dan ganas de abofetearle incluso cuando duermo,
puedo perdonarle. Mira a Daisy como si fuera su mundo
entero.
De todos modos, conservo mis dudas. Sigo sin saber por
qué Daisy robó la aeronave. Me pregunto cuánto tiempo
voló en ella antes de estrellarse, ¿adónde intentaba ir?
Oigo un gemido y me incorporo, desviando los ojos hacia
ella. Zaku está dormido frente a mí, tumbado en una silla
acolchada, con su gran cola sobre el escudo de cristal de la
cápsula.
Daisy se revuelve. Sus labios agrietados y
descascarillados se entreabren ligeramente y se le escapa
otro gemido.
—¿Daisy? —susurro.
Uno de sus párpados se abre y me encuentra.
Me siento hacia delante.
—¿Daisy?
—¿Gemma?
—Sí, soy yo.
Se estremece y se le cierra un ojo. Intenta levantar la
mano y yo se lo impido.
—No te muevas.
Aunque mientras lo digo, la cápsula entra en acción y en
el cristal aparece una pantalla con las constantes vitales de
Daisy. Un brazo robótico lateral le inyecta algo que hace
suspirar a Daisy.
—¿Dónde estoy? —pregunta cuando la cápsula vuelve a
la normalidad.
—¿En la… casa de Zaku? La guarida —corrijo—. En su
cápsula médica.
Su único ojo mira a su alrededor y se detiene en la gran
cola de naga que hay sobre ella, en el cristal. La sigue
hasta el macho que ronca en el asiento de al lado. Sigue
dormido y tengo la sensación de que sus ronquidos ahogan
nuestros susurros. Me debato entre despertarle, pero antes
quiero hablar con Daisy.
Percibo a Vruksha a mi espalda.
Daisy mira fijamente a Zaku.
Frunzo el ceño tratando de interpretarla. Tiene la cara
hinchada, casi irreconocible. ¿Tiene miedo?
—¿Puedo hacer algo para que estés más cómoda? —le
pregunto—. Lo que sea. Me alegro de que estés despierta.
Estuvimos muy asustados durante un tiempo… Te dolía
muchísimo.
Saca la lengua para saborearse los labios.
—Ahora mismo no siento nada.
—Creo que la cápsula te está inyectando analgésicos.
La mirada de Daisy vuelve a dirigirse a mí.
—Me he estrellado.
Mi cara se desencaja.
—Sí.
—No debería estar viva —dice. Su voz apenas es más
que un susurro aireado y tenso.
—Pero lo estás.
La desesperación la invade y se me encoge el corazón.
—Daisy —continúo—. Estás viva y vas a seguir
estándolo.
Pero necesito saber, necesito saber si se puede confiar
en Zaku. Si está a salvo con él. No la dejaré aquí si no lo
está. He estado observando al Rey Cobra, y aunque ahora
me cae bien, eso no significa que no sea un monstruo. Peter
resultó ser un monstruo.
—No debería estarlo —se atraganta—. Caí tan lejos… Mi
cápsula de escape no se eyectaba…
—No pienses más en eso. Se acabó. Tengo que
preguntarte algo, algo importante.
Sus labios tiemblan.
—¿Qué?
Bajo la voz, inclinándome hacia el cristal.
—¿Estás… estás con Zaku?
La confusión revolotea por el rostro de Daisy durante
una fracción de segundo, y luego desaparece.
—Me ha atrapado.
—¿Quieres seguir estando atrapada?
Sus ojos se vuelven vidriosos y mira al techo.
—Me llama su Reina.
—No es eso lo que te pregunto…
Su mirada se dirige a Vruksha.
—¿Te gusta? ¿Y su olor?
No creo que pueda explicar a otra lo que siento por
Vruksha. Estar con él es como estar saciada, libre. No tiene
sentido. Mi aliento se entrecorta entre los dientes.
—Me gusta mucho —le digo—. Incluso su… olor.
Mucho.
¿Pero siente lo mismo por Zaku? Miro al macho naga.
—Me alegro Gemma… —dice Daisy farfullando,
esquivando mi pregunta.
—El accidente no fue culpa tuya.
—Me derribaron.
¿Derribaron? Se me frunce el ceño. Daisy se estremece,
claramente alterada, y lo único que quiero es abrazarla,
decirle que todo va a salir bien.
—¿Quién? —pregunto.
Daisy vuelve a estremecerse.
Y una ráfaga de miedo me atraviesa, oprimiéndome la
garganta. La nave que tenemos aquí en la Tierra, la nave
de transporte que tomamos de El Temible, no está
equipada con armas, aparte de un par de torretas que solo
se pueden utilizar mientras se está en tierra para
protegerla de los ladrones…
Así que únicamente queda otra opción.
—El Temible me derribó —susurra.
Zaku gime, y su cola resbala sobre la cápsula. Se está
despertando.
—¿Cómo? ¿Por qué? —le pregunto—. Ellos no harían
eso. El Capitán Michal nunca dispararía contra uno de los
suyos.
Los ojos de Daisy se abren de par en par, parpadeando
entre la cola de Zaku y yo.
—Gemma, estaba intentando contactar con ellos.
Decirles lo que está pasando aquí abajo —dice. Su mano
tiembla como si intentara levantarse de nuevo—. Ellos lo
saben.
Ella hizo lo que yo no pude hacer.
Daisy grita justo en el momento en que Zaku reacciona,
tomando el mando. Daisy cierra el ojo mientras Zaku le
habla con voz suave. Me sisea para que retroceda. Alargo
la mano hacia atrás y Vruksha me coge la mano. Su cola me
enrosca el resto de la pierna y Vruksha me lleva lejos.
Si lo que dice Daisy sobre El Temible es cierto, mis
peores temores se han hecho realidad. Vruksha no está a
salvo, y parece que Daisy y yo tampoco. Aprieto los ojos,
repentinamente exhausta.
Si la Central de Mando sabe lo que ha hecho Peter,
entonces no habrá ayuda para nosotras. Solamente
podemos ayudarnos a nosotras mismas. Me giro en el
abrazo de Vruksha y apoyo la cabeza en su pecho. Sus
manos se enredan en mi pelo, sus cortas garras me rozan el
cuero cabelludo y me dan una sensación de alivio.
—Es hora de irnos —dice.
—Lo sé.
Tengo que cumplir una promesa.
Y más que nada, es una que quiero cumplir.
VEINTISIETE
LA ÚNICA OPCIÓN

Gemma

NO SALIMOSde la guarida de Zaku hasta pasados dos días.


Daisy me rogó que me quedara más tiempo, y entonces
los machos lucharon entre sí por el control. Vruksha se ha
visto obligado a ceder ante Zaku, porque estamos en
territorio Cobra, y conforme más tiempo nos quedamos,
más enloquecido se vuelve.
Al final, estoy más tiempo con él que con Daisy,
calmando su susceptible virilidad de serpiente. Aunque
nunca estamos realmente solos, no con Azsote al acecho. El
Culebra siempre está vigilando cuando no está cazando.
Veo cómo su envidia va en aumento.
Zaku y Vruksha también lo han notado.
Anoche, encontré a Azsote observándome mientras me
ponía ropa más cómoda para dormir. Fue el olor agrio del
Culebra lo que me alertó de su presencia. Vruksha le atacó
e inyectó su veneno en Azsote, derribando al Culebra.
Azsote fue arrastrado fuera de la guarida de Zaku y
arrojado por la ladera de la montaña.
Ha sido desterrado.
Aunque sé que está fuera, esperando, y ahora que sé
que está ahí, que está dispuesto a invadir mi intimidad para
verme desnuda, no salgo de las habitaciones delanteras de
la guarida de Zaku.
No puedo estar con Vruksha como ambos necesitamos.
Le deseo. Ansío la forma en que mueve mi cuerpo. La
forma en que se apodera de mis miembros, enrollándome
en su cola y haciéndome olvidar todo menos a él. Nada más
importa cuando Vruksha y yo estamos solos.
Por eso, cuando lleno mi bolsa con toda la ropa y los
objetos que me ha dado Zaku, tengo esperanzas.
Daisy se despierta varias veces al día durante breves
periodos, y el dolor de su mirada se alivia cada día más.
Sea lo que sea lo que la cápsula está haciendo para curarla,
está funcionando. Incluso sus quemaduras se han curado
mucho.
Esquiva mis preguntas cada vez que saco el tema de
Zaku. No quiere hablarme de él, pero tampoco parece
temerle. Es posible que yo esté siendo sobre protectora,
asumiendo una cercanía que ella podría no sentir.
Ha elegido quedarse y curarse. No sé qué significa eso
en lo que respecta a ella y Zaku, aunque supongo que ella
tampoco lo sabe.
—¿Estás segura de que tienes que irte? —pregunta
Daisy.
Hoy está tumbada sobre su lado bueno, de cara a mí. La
hinchazón alrededor del ojo ha disminuido
considerablemente.
—Se lo prometí a Vruksha —repito. Ya se lo he dicho
antes.
—Voy a echarte de menos.
—Yo también te echaré de menos, pero volveremos a
vernos. Lo sé. Volveremos pronto, te lo prometo.
Aunque Vruksha está a punto de hacerle a Zaku lo que
le hizo a Azsote, sé que él y Zaku se entienden. Confían el
uno en el otro; lo noto. Puede que nunca lo admitan, puede
que ni ellos mismos se den cuenta, ya que ambos machos
son reacios a mostrar debilidad de cualquier tipo, pero está
ahí.
—Espero que tengas razón.
—La tengo. ¿Estás segura de que quieres quedarte?
Daisy asiente.
—Quiero curarme.
Frunzo los labios y busco su rostro.
—De acuerdo. Disfruta de estas magníficas vistas que
tienes y piensa en mí cuando lo hagas, ¿vale? —digo,
dudando en separarme de ella—. Buscaré la forma de que
podamos comunicarnos —le digo.
Lo he estado pensando. Peter se llevó nuestro equipo de
comunicación personal antes de entregarnos a los nagas, y
quiero recuperarlo. Aquí hay cosas que pueden ayudarnos,
lo sé. Solo tengo que encontrarlas.
—Cuando la encuentre, serás la primera en saberlo.
Daisy sonríe y luego hace una mueca de dolor.
—Vale —ronca.
Me levanto.
—No más misiones peligrosas sin mí. Si vuelves a huir,
espérame.
—Ya veremos.
—No irá a ninguna parte —gruñe Zaku.
Lo vislumbro al otro lado.
—Adiós, Zaku —le digo—. Vruksha y yo volveremos —le
advierto.
Sisea.
Con una última mirada a Daisy, me dirijo a la salida,
donde me espera Vruksha. Atravieso las barreras de la
entrada de la guarida y encuentro a Vruksha en los
escalones rotos que conducen al exterior. Las puertas se
cierran tras de mí con un sonoro y definitivo golpe, y al
mirar hacia atrás, me sorprende que Daisy haya conseguido
escapar de este lugar.
Es más fuerte que yo.
Aun así, no puedo evitar pensar que hay algo que Daisy
no me está contando. Algo sobre Zaku que no comparte.
¿Qué hay detrás de las puertas de su guarida, esas por las
que no deja pasar a nadie?
Me muerdo el labio. Lo descubriré.
Vruksha me arrebata la bolsa, y alzo la vista para
encontrar sus ojos brillantes. Sus escamas están rígidas
sobre los nudillos donde empuña su lanza.
Huele la tensión del Culebra. La tensión es como
describe el deseo de apareamiento que siente, ya que no
tiene otro nombre para ello. La forma en que se pone, con
su bulto expandiéndose, cuando está cerca de mí, me
prueba o me ve desnuda. La tensión. La presión de la
semilla, casi insoportable, llenando su miembro hasta
derramarse.
No hay forma de saber qué hará Azsote si la cosa se
pone fea. Últimamente, desprende un olor que me hace
arrugar la nariz.
No lo sabía hasta hace dos días.
Por lo visto, todos los machos naga tienen un nudo en el
miembro, que se expande y se llena continuamente hasta
que derraman el contenido.
No me extraña que me sienta más que estirada cuando
Vruksha está dentro de mí.
—Dos días —dice.
Los ojos de Vruksha se dirigen a mis pies.
Afortunadamente, he encontrado unas botas adecuadas.
—Por ahora, ¿Puedes andar?
Moviendo los dedos de los pies, asiento con la cabeza.
Cojo el cuchillo largo que me dio Zaku, apretando el mango
donde está enfundado en mi cinturón. Emprendemos el
lento descenso por su montaña.
Durante el resto del día, bajamos una montaña para
subir otra. Nos detenemos de vez en cuando para
descansar y comer, aunque nunca por mucho tiempo.
Vruksha no lo permite. Está tenso y, a medida que pasan las
horas, los músculos de su espalda y sus brazos se tensan
aún más.
Cuando el sol se pone, su semblante se ensombrece más
todavía. Me pone nerviosa.
Ha estado frío desde que salimos de su búnker, y ahora
que estamos los dos solos, su humor no ha hecho más que
empeorar. Se me revuelve el estómago. Tenemos que
hablar, lo sé. Hemos limitado nuestras conversaciones al
aquí y ahora mientras estábamos con Daisy y los demás,
pero ahora ya no están. No hay nada que nos detenga,
salvo el camino, el páramo.
Mantengo la boca cerrada.
Vruksha se centra en nuestro camino y se mantiene
alerta. Estoy a su lado. Cada chasquido de una ramita, cada
ráfaga de viento, incluso los gorjeos de los bichos y los
pájaros me mantienen en vilo.
Aquí vivía gente. Rastreo con la mirada el espeso
crecimiento de los árboles, atravesando varias ramas. Mi
pueblo. Estuvimos aquí sin salida durante miles de años.
No puedo comprenderlo, no tener la libertad del
espacio, estar atrapado en un único planeta pequeño,
donde si quería alejarme de alguien o de algo, solo podía
poner tierra de por medio y a lo sumo un océano. Preferiría
que hubiera millones de galaxias.
Me parecía increíble que el búnker de Vruksha, la
tecnología e incluso los animales siguieran aquí, pero
después de ver la casa de Zaku, ya no hay nada que me
sorprenda. Tenía agua corriente, paredes plateadas
ribeteadas de piedra y mucho más. Había pasado por una
máquina del tiempo, de vuelta a cuando mis antepasados
prosperaban.
Es mientras pienso esto, habiendo dejado por fin de
preocuparme por Daisy, cuando Vruksha me conduce a las
ruinas de un edificio.
Uno grande. Uno que no había visto antes.
Las enredaderas y el musgo lo cubren, pero aún queda
el suelo, y el resto… Está esparcido entre los árboles hasta
donde alcanza mi vista. Hay barrotes oxidados, ventanas
destrozadas y árboles que salen disparados del suelo a
través de los trozos que quedan. Hemos pasado junto a
numerosos edificios y ruinas, y cada uno es interesante a su
manera.
Vruksha me adentra en el edificio, y me encuentro con
siglos de polvo y decadencia. Mirando a mi alrededor,
parece despojado de objetos que pudieran coleccionarse,
salvo trozos dejados al azar.
Se detiene, se inclina sobre un mostrador y aparta
algunos escombros con la cola. Se levanta y señala el lugar
con su lanza.
—Acamparemos aquí esta noche.
Me asomo por encima del mostrador al suelo duro y
sucio del otro lado. No es estupendo, pero me gusta que
haya paredes a cada lado. Vruksha deja caer mi bolsa de
ropa. Es un buen sitio.
—Voy a asegurar el perímetro.
Se escabulle antes de que pueda detenerlo.
Me froto el frío de las manos, abro mi bolsa y saco una
ración para comer. Decido familiarizarme con el edificio y
me llevo la ración.
Hay sillas rotas, cuadros decadentes en las paredes y
plantas de plástico caídas. Intento imaginar qué aspecto
habría tenido antes de los Lurkers, pero me es imposible.
El lugar se hizo para que fuera cómodo, y ya no queda nada
de comodidad.
Oigo algo detrás de mí, y me giro, encontrando a
Vruksha. Se detiene al verme. Tiene un pájaro muerto en la
mano y me lo enseña.
—Comida —dice.
—He comido una ración.
Su cola se enrolla y sus cejas se arquean. Me mira y yo
me enderezo, preguntándome qué está viendo. Se lleva el
pájaro a la boca y empieza a comérselo crudo. Se me
arruga la nariz.
Le he visto hacerlo antes.
Me mira fijamente mientras se lo come, se lame los
dedos.
Me estremezco.
—Voy a hacer guardia —dice cuando acaba, limpiándose
la boca con el dorso de la mano—. Quédate aquí y descansa
un poco —dice, mientras se vuelve para marcharse de
nuevo.
—Espera —grito rápidamente, no queriendo que se vaya.
—¿Qué?
Doy un paso adelante.
—Has estado… distante desde que salimos del búnker.
Vruksha ladea la cabeza.
—Tú estabas enfadada —sisea—. Tu amiga está a
sssalvo, hembra.
—No me refiero a eso. Sé que estará bien. No se trata de
ella.
—¿Entonces de qué se trata? Mañana estarás de nuevo
dentro de mi guarida, en nuestro nido, y te entregarás
completamente a mí. Para siempre.
Continúa, acercándose a mí.
—A menos que hayas cambiado de opinión.
—No he cambiado de opinión —le digo.
No quiero faltar a mi palabra, pero tampoco puedo
imaginar lo que él podría hacer si así fuera. Mi naga es
razonable, inteligente y fuerte, pero también es anárquico y
se enfada con rapidez. Se detiene ante mí, con los ojos
encendidos. Me muerdo la lengua, tensando el cuello para
encontrarme con su mirada.
—Quiero saber qué te pasa. A ti.
Para alguien que ascendió de rango a Oficial Jefe de
Comunicaciones, estoy segura de la hostia de fracasar en la
comunicación ahora, cuando más importa.
Quizá ese sea el truco de la comunicación. Cuando no
importa, es fácil, y cuando importa… Es lo más difícil del
mundo encontrar las palabras y el momento adecuados.
—¿“Pasar” mujer? No me pasa nada. Cuando te tenga a
salvo, donde ningún otro macho pueda verte ni llegar hasta
ti, podremos hablar. ¿Esta noche? No me fío de lo que
pueda estar esperando en las copas de los árboles —dice
apartándose de nuevo.
Le cojo de la muñeca. Se detiene y se tensa cuando le
toco. Es lo máximo que nos hemos tocado en todo el día. No
me aparta, así que me acerco a él y me aprieto contra su
cuerpo, rodeándole la espalda con los brazos. Inhalo su
aroma terroso y sus suaves escamas me hacen cosquillas
en la mejilla. Cierro los ojos con fuerza y me estremezco.
—Te echo de menos —susurro.
Sus brazos se cierran a mi alrededor.
—Nunca me he ido.
—Te necesito —digo, conteniendo las lágrimas.
Las palabras me fallan.
Sus manos se enredan en mi pelo.
—Estoy aquí, hembra.
—No me dejes esta noche. Si lo haces, llévame contigo.
Vruksha me atrae hacia sus brazos.
—Me quedaré.
Me lleva a nuestro sitio detrás del mostrador. Y durante
un rato, simplemente me abraza, dándome todo lo que he
echado de menos, lo que he necesitado. Esto. Lo nuestro.
Me aferro a él, saboreando su cuerpo, su calor. Lo que haya
fuera puede quedarse allí, pero esta noche solo estamos
nosotros dos en este edificio. Enrosco los dedos contra él
mientras enrosca su cola a través y por debajo de mis
piernas.
Aunque quisiera, nunca podría irme. Nunca podría
abandonar el paraíso de sus brazos.
Ni por mi rango, ni por las pinturas, ni por nada.
Por nada… No soy fantástica. Tal vez, ese sea mi mayor
secreto. Que he elegido a Vruksha por encima de todos.
Sus manos me agarran el pelo, recorren mi espalda de
arriba abajo, y su corazón retumba bajo mi oreja.
—Siempre te echo de menos —dice suavemente,
estrechándome más contra él—. Cada vez que dejo de
mirarte, te echo de menos.
Se me escapa una carcajada.
—¿Por eso me miras siempre?
—Siempre te miro porque eres hermosa y brillas con la
luz. Pero quizá también te miro porque temo que, si no lo
hago, desaparezcas.
Se me encoge el pecho.
—No desapareceré.
Lo digo en serio.
Vuelve el silencio durante un rato. Vruksha balancea su
cola, acariciando mi cuerpo, manteniéndome caliente.
—Quiero que me elijas a mí —dice al cabo de un rato.
Me levanto para mirarle.
—Te he elegido.
Me mira a los ojos en la oscuridad.
—Necesito que me elijas —dice. Su voz se vuelve áspera
—. Cada día.
—Cada día te elegiré a ti.
Su dedo acaricia mi mejilla.
—Necesito que me elijas de verdad.
Mis labios se fruncen, confusos. Me alejo un poco más
para poder verle mejor, intentando comprenderle.
—¿Por eso eres infeliz? —pregunto suavemente—. Te he
elegido a ti antes que a nadie, yo…
Me interrumpe.
—No soy infeliz.
—Te has alejado de mí.
—No lo he hecho.
—Entonces explícamelo. ¿Qué está pasando? Te elijo a ti,
Vruksha —declaro—. No me iré a ninguna parte. Eres el
único en quien confío.
Duele decirlo, admitir la traición de mi gente, pero
también es liberador.
—¿Debo gritarlo?
Me quedo muda. Su dedo cae de mi mejilla.
—Tu confianza es un regalo —dice.
—Estás evadiendo el tema.
Sisea.
Le devuelvo el siseo.
Frunce los labios y me regala una breve sonrisa.
Vruksha es guapo cuando sonríe. Sonrío, siseando una
vez más.
—Yo también puedo hacerlo.
—Sssí, lo haces bien.
—Ahora explícamelo —exijo—. Si vamos a ser
compañeros, no podemos tener más secretos.
Hincha el pecho y exhala. Le presto toda mi atención
— Nunca me han elegido. Te he hablado de mi padre, de
mi madre. Cómo se quedó para criarnos a mí y a mis
hermanas, aunque ahora sé que murió el día que murió mi
madre. Eligió vivir, protegernos a mí y a mis hermanas, y
eso fue suficiente para un joven como yo. No lo sabía, no
como lo sé ahora. Aquella elección que hizo, de quedarse
con nosotros, lo fue todo. Un sacrificio que solo puedo
empezar a comprender. Excepto que esa elección que hizo
no duró, y cuando mis hermanas eligieron ir al oeste, supe
que eso hirió gravemente a mi padre. Aquel día, las perdió,
como perdió a mi madre. Yo no era suficiente. Durante
años, se quedó conmigo, enseñándome a cazar y a utilizar
la tecnología. Me enseñó a vivir, pero él ya estaba muerto, y
aquellos últimos años, sabía que estar conmigo le mataba.
Se preocupaba por mis hermanas. No me sorprendió
cuando decidió ir tras ellas. Una vez que tomó su decisión,
se volvió feliz, y me di cuenta de lo mucho que le hacía
daño estar conmigo. Me eligió a mí, pero no realmente.
Aquellos días previos a su partida, cuanto más feliz se
ponía, más le dolía.
—¿Se lo dijiste?
—¿Cómo hubiera podido? Nunca había visto sonreír a mi
padre. No podía quitarle eso.
No me lo puedo imaginar.
—Lo siento.
Podría decirlo mil veces, pero nunca serviría de nada.
—Vi cómo me abandonaba, para no volver jamás. Nunca
me pidió que me uniera a él.
Apoyo la cabeza en su pecho.
—Cuando se marchó, parecía que no solamente me
había dejado a mí, sino también su oscuridad, su pena. Y
esa pena me invadió a mí. Lloré la pérdida de mis
hermanas, pero no tanto como la pérdida de mi padre.
Durante años estuve solo, sin ver nunca a otra alma, no
hasta que Zhallaix estableció una guarida cerca de la mía y,
al hacerlo, sacó a Zaku y a los demás nagas de sus
territorios y los introdujo en el mío. Él y los demás me
entretuvieron, y seguí adelante, olvidando lo que era estar
solo, que mi familia me abandonara. Y entonces apareció
una nave del cielo, y con ella, humanos.
—Yo… —susurro.
—Tú, mi querida compañera. Tuve la suerte de ver
aterrizar la nave e ir tras ella. Muchos lo hicimos.
Entonces, un día, apareciste tú, saliendo de los confines de
aquella nave y entrando en mi mundo. Primero me fijé en
tu pelo, en cómo brillaba a la luz del sol, en su resplandor.
Miré mis escamas y me di cuenta de que éramos del mismo
color. Llevabas mi color y supe que eras mía. Nada más
importaba. Tenía que tenerte. No había nada más. Y cuando
eché un segundo vistazo, nuestros ojos se encontraron.
—Lo recuerdo.
Me estremezco al pensar en aquel día y en lo asustada
que estaba cuando vi a Vruksha por primera vez. Pero me
gusta oírle contarlo desde su punto de vista. Me hace feliz.
No había parecido real, no con su sombra roja entre los
árboles.
—Me asustaste. Creí que estabas cubierto de sangre.
—Te quedaste mirándome fijamente durante mucho
tiempo.
—Creí que si me movía, saldrías de entre los árboles y
me comerías.
—Quería hacerlo, pero no de esa manera.
—¿Te he puesto tenso?
—Sí —retumba Vruksha.
Sonrío.
—Después de que te fueras, huyendo de mí y
adentrándote en las ruinas de las instalaciones, supe que
de ninguna manera me iría sin ti. Planeé robarte.
—¿De verdad?
—Exploré el perímetro de la instalación cientos de
veces, buscando puntos débiles, una forma de entrar y salir
por la que no me pillaran. Te busqué constantemente, con
la esperanza de volver a verte. Cada vez que te veía, me
obsesionaba más, estaba más convencido de que me
pertenecías, y durante mis planes, descubrí que otros
machos naga hacían lo mismo. Te veían a ti y a las otras
hembras que había dentro y también te deseaban. Estaba
desesperado. Luchamos porque todos queríamos lo mismo:
a ti. Cuando nos dimos cuenta de que atacar la base era
una mala idea, Zaku decidió acercarse a tus machos…
—Y hacer un trato con Peter —respondo de golpe.
—¿Qué otra cosa podíamos hacer? Si atacábamos, tú y
las demás hembras podríais resultar heridas. Podríais
escapar a vuestra nave y marcharos. La sola idea de esas
posibilidades nos impidió a mí y a los demás nagas
escabullirnos solos, y atacar de verdad. El riesgo era
demasiado grande.
Sacudo la cabeza.
—No estuvo bien.
—Sí, lo estuvo —gruñe.
—¿Y si luchara con uñas y dientes? ¿Y siguiera luchando
contra ti ahora mismo? ¿Qué pasaría entonces?
—Te lo haría ver.
Suspiro.
—No es por esto por lo que me sentía… infeliz, Gemma.
Vuelvo a suspirar y juego con las escamas de su pecho.
—Continúa.
—Cuando todo estaba decidido y por fin te tenía,
elegiste a Azsote.
Volviendo a sentarme, le fulmino con la mirada.
—Te dije por qué lo elegí.
—Sí, es verdad.
—Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo y hacer una
elección mejor… pero no puedo.
—Cuando tuviste que volver a elegir, elegiste a Daisy.
Mi ceño se frunce.
—Ella estaba en peligro.
Vruksha sacude la cabeza.
—Me llamaste tu compañero cuando lo hiciste. Fue una
dicha oírtelo decir en voz alta, pero luego me enfureció. Lo
odié. Ayudar a tu amiga es una cosa, pero al hacerlo me lo
recordó todo.
Se me parte el corazón.
—No pretendía…
—Basta. Ahora entiendo por qué lo hiciste. También me
doy cuenta de que no lo hiciste a propósito. Había…
olvidado lo que era no estar solo, formar parte de un clan.
Me… gustaba. Me acordé cuando nos reunimos con Zaku,
Azsote e incluso con tu amiga, de cómo la unión hace la
fuerza y de lo reconfortante que es compartir tus
preocupaciones con otros que piensan como tú. Hacía años
que no veía a mi padre y lo había olvidado.
—¿Y qué me dices de hoy? —susurro.
—No me has llamado compañero desde entonces —me
dice.
Cierro los ojos con fuerza, comprendiéndolo por fin. Lo
manipulé, utilicé sus inseguridades para conseguir lo que
quería. Hasta ahora no me había dado cuenta de lo que
había hecho. Sabía lo mucho que me deseaba, lo protector
que era, lo paranoico que se había vuelto, y debía de saber
que llamarle compañero a cambio era un regalo que no
tenía precio. Incluso inconscientemente, lo sabía. Lo hice
de todos modos, sin pensar si era el lugar o el momento
adecuados.
Y usé el poder que me había dado para obligarle a
llevarme con Daisy. No puedo evitar que una gruesa bola
de culpa me oprima el corazón.
Me siento y me inclino hacia atrás. Sus brazos se aflojan
a mi alrededor.
—Te elijo a ti —digo, casi gesticulando las palabras.
Sus ojos se entornan.
—¿Qué?
—Te elijo a ti —le digo más alto—. Compañero —añado.
—Tú no…
—No lo digo porque quieras oírlo, sino porque necesito
decirlo y tú necesitas oírlo otra vez. Porque no quiero nada
más. Solo a ti. No hay nada más que quiera, que ser tu
compañera. Te lo diré todos los días si es necesario porque
es la verdad. No me iré a ninguna parte. Te lo demostraré.
—Tus humanos siguen aquí, y su nave también.
—Lo sé.
Vruksha busca mis ojos. Su cola se cierra con fuerza a
nuestro alrededor.
—¿No intentarás huir? ¿Como tu amiga? No podría
soportarlo. No después de ver lo que le hicieron… Y sus
gritos…
—No huiré —le prometo—. Te amo.
—Amor —me dice—. Es una palabra extraña.
—La oirás a partir de ahora. No será extraña durante
mucho tiempo.
Nunca he sentido lo que siento por Vruksha por nadie
más.
Me acerca, apoyando la barbilla en mi cabeza, y yo me
acomodo contra él. La luz de la luna brilla a través de las
grietas del edificio, y observo las ráfagas de polvo en la
tenue luz plateada. Es una belleza tan simple, pero de la
que nunca volveré a aprovecharme. Puede que la Tierra ya
no sea el lugar que era y que haya obstáculos en nuestro
futuro, pero por ahora estoy exactamente donde debo estar.
Sé lo que está en juego. A lo que se ha renunciado, y
juro proteger lo que queda con mi vida. Algo va mal en esta
nueva Tierra, y voy a averiguar qué es.
Mientras lo consigo, estaré con Vruksha.
Me pasa suavemente los dedos por el pelo,
adormeciéndome.
—Mi amor —susurra.
Es lo último que oigo antes de dormir. Luego, su calor
me lleva lejos, conduciéndome a sueños de montañas y de
hombres alienígenas que las gobiernan.
VEINTIOCHO
EL SECRETO

Gemma

S ALIMOS del edificio a la mañana siguiente, antes del


amanecer. Está ansioso por volver a casa, y yo también.
Quiero las pieles y el calor del nido de Vruksha, y él quiere
que le demuestre que mantendré mi palabra.
No tiene que decirlo; lo sé.
Yo también quiero demostrárselo. Poco a poco, ¿vale? Él
se ha ganado mi confianza, y ahora yo tengo que ganarme
la suya.
Por muy alienígenas que sean Vruksha y sus hermanos
naga, siguen siendo un conjunto de sentimientos e
inseguridades bajo su áspera apariencia. Incluso Zaku, ya
lo creo.
Espero que Daisy haya tomado la decisión correcta
quedándose con él, pero aunque se arrepintiera, ahora que
sé dónde está, iré a verla pronto.
Aunque eso signifique enfrentarme de nuevo a la vida
salvaje. Vruksha me llevará, estoy segura. De todos modos,
tendrá que enseñarme a cazar y a defenderme. No es que
haya orbes que funcionen por todas partes a los que pueda
pedir ayuda. Y, aun así, si los hubiera, no lo haría. Los
disparos son ruidosos e inservibles. Puede que los drones
de aquí ya no tengan el software de calibración para una
puntería perfecta.
He tenido suerte, mucha suerte. No puedo confiar más
en la suerte.
La próxima vez… puede que los drones no vengan.
Necesito saber cómo sobrevivir y evitar otra situación como
la de los cerdos.
También estoy ansiosa por explorar este bosque y
limpiar el búnker de Vruksha. Acababa de empezar a
rebuscar entre sus cosas y a conocer mi historia antes de
irnos.
Quiero que vuelva a enseñarme sus pantallas.
Quiero saberlo todo. Aunque sea difícil, aunque nadie
sobreviva. He decidido que mi trabajo es asegurarme de
que la información esté protegida, catalogada y guardada.
Así, si los humanos regresan a la Tierra, sabrán lo que está
en juego, lo que hemos perdido y lo mucho que aún nos
queda por perder. Yo misma solo he recuperado un poco.
Quiero honrar a aquellos que murieron.
En cuanto a la tecnología Lurker… me parece bien que
permanezca oculta hasta que entienda más, manteniéndola
lejos de cualquiera que pudiera hacer un mal uso de ella,
incluso de mi propia gente. Porque si El Temible disparó
contra Daisy…
Suspirando, me abro paso entre las ramas de un gran
arbusto, siguiendo el rastro de Vruksha.
Exhalo ruidosamente, al ver una empinada colina
delante de mí.
¿Por qué tiene que ser empinada?
Mientras viajaba junto a Vruksha, buscaba señales de
que el terreno se aplanaba, de los árboles cada vez más
delgados, de los puntos de referencia imprecisos que ya
conocía. Pero el terreno no se aplana como yo espero. Miro
al cielo y me agarro a la cola de Vruksha. Me arrastra hasta
un saliente. Parece que llevamos horas trepando cuando
estoy segura de que ya deberíamos estar en terreno llano.
Me seco el sudor de la frente.
Tenía que estar físicamente en forma para trabajar en el
puente de El Temible, pero al parecer no estoy tan en
forma como creía. Incluso después de todo el tiempo que
he pasado en la Tierra, cada día llego a mis límites. Mis
lesiones no ayudan.
Sin embargo, cada vez es más llevadero.
—Espero que esto sea un atajo —gimo—. Necesito un
baño, aunque signifique arriesgarme a encontrarme con
Zhallaix. Además, ahora tengo un cuchillo.
Adelante Zhallaix, ven, no estoy de humor. Entrecierro
los ojos.
—No llegaremos al búnker esta noche.
—¡Lo sabía! —digo, levantando las manos—. Sabía que
no íbamos hacia allí cuando seguíamos subiendo.
No sé si quiero llorar o derrumbarme. El último mes ha
sido duro, y tiene que acabar. Quiero decir, la dificultad.
—¿Adónde me llevas? —pregunto, resoplando un poco.
Vruksha se vuelve hacia mí, me rodea el cuerpo con sus
musculosos miembros y me arrastra hasta la cuna de sus
brazos. Me desplomo como una damisela en apuros.
—Ya casssi hemos llegado —dice.
Continúa subiendo conmigo sujeta a él, utilizando
únicamente la fuerza de su cola. A veces olvido lo poderosa
que es, ya que nos levanta fácilmente a los dos sobre ella,
enroscándose y desplazando su peso según sus
necesidades. He tomado ese poder entre mis piernas…
Quizá yo también sea poderosa.
Ha pasado demasiado tiempo desde nuestra última vez
juntos, y le necesito. ¿Pero escalar todo el día? Realmente
le quita empuje al sexo. Por eso quiero un buen baño frío y
descansar, porque la próxima vez…
Se me abren los ojos. Voy a montarle. Le demostraré que
las hembras humanas también pueden estar llenas de
tensión.
Incluso echo de menos el peligroso roce de sus colmillos
deslizándose por mi carne. Sobre todo ahora que he visto lo
que su veneno le hizo a Azsote, conozco el riesgo.
Ojalá tuviera veneno propio. Quizá entonces también
podría haber mordido a Peter y haberlo arrojado por una
montaña. Paso la lengua por mis dientes romos.
Ahora que sé que no vamos a llegar al búnker esta
noche, sigo estudiando nuestro entorno, mirando a través
de los terrenos de abajo, intentando averiguar dónde
estamos y dónde hemos estado. Mi desordenado mapa
mental sospecha que el búnker está lejos de aquí.
—Más vale que esto merezca la pena —murmuro.
—Lo vale.
Durante el rato siguiente, juego con las escamas de su
pecho. No es hasta que los salientes escarpados se nivelan
por completo y los árboles se alejan, cuando me doy cuenta
de que estamos en una carretera, o en lo que podría haber
sido una carretera. Ahora únicamente hay maleza, hierba y
piedras de cemento agrietadas, con algún que otro árbol
rebelde que crece a través de ella.
Vruksha la recorre hasta el final, deteniéndose en una
cueva en lo profundo de la ladera de la montaña que hemos
estado escalando todo el día.
Me deja en el suelo.
—¿Qué es este lugar? —pregunto, protegiéndome los
ojos del sol.
—Ya lo verás.
Se desliza hacia las rocas y aparta unas cuantas. Al poco
rato, me doy cuenta de que las rocas que está moviendo ya
han sido desplazadas antes. Están colocadas de forma
diferente a las que cayeron de forma natural. Lentamente
surge una puerta.
Vruksha aparta la última de las piedras y se vuelve hacia
mí.
—Es un agujero.
Me limpio las palmas de las manos en los pantalones.
—¿Como tu búnker?
—Más profundo, más oscuro y más grande.
Aspiro, mirando fijamente la puerta.
—¿Esto es…? —digo, dudando.
¿Podría ser…?
—Sí.
—¿La tecnología?
—Sssí, hembra.
Doy un paso adelante.
—¿Me la vas a enseñar?.
—Anoche dijiste que los compañeros no se guardan
secretos. Tienes derecho a saberlo. Y una vez hicimos un
trato, no hace mucho, un trato que has cumplido —dice
mientras pasa la punta de su cola entre mis piernas. Me
sobresalto, pero al mismo tiempo me estremezco de placer
—. Ahora es mi turno.
—Vruksha —jadeo, mirándole fijamente hasta que la
punta de su cola se retira, estremeciéndome de nuevo.
Llevo todo el día inhalando su olor—. No pretendía…
Sacudo la cabeza, intentando concentrarme en lo que
acaba de decir.
—No quería decir eso. No tienes por qué enseñármelo.
Los compañeros no se guardan secretos, pero esto es otra
cosa.
Vuelve a meter la punta de la cola entre mis piernas y la
hace girar, y yo me alejo dando tumbos. Me atrapa antes de
que caiga de rodillas.
La tecnología es peligrosa. Eso lo sé, y ahora, una parte
de mí no quiere tener nada que ver con ella. Creo que no
quiero esta responsabilidad.
Me levanta y gira mi cuerpo para que quede frente a él.
—Lo sé —dice con voz ronca.
—Entonces, ¿por qué?
—Porque lo que dijiste era cierto: los compañeros no
deben guardarse secretos. ¿Estás preparada, Gemma?
Trago saliva, miro la puerta desgastada, el bosque a
nuestras espaldas e incluso el cielo. Miro las nubes difusas
y el titilar lejano de las estrellas que empiezan a surgir tras
ellas.
A la brillante luna que asciende y la gigantesca nave de
guerra que sé que se oculta tras ella.
Recuerdo el aspecto de los Lurkers en el vídeo, su carne
correosa y escamosa. Sus rasgos reptilianos. Sus ojos
negros sin emociones.
—Estoy preparada —digo.
Vruksha empuja la puerta y la oscuridad nos recibe.
EPÍLOGO

Vruksha

D OS SEMANAS DESPUÉS .
—Hoy te elijo a ti, Vruksha —bosteza Gemma,
estirándose en nuestro nido.
Sus pechos se elevan al respirar hondo, provocándome
para que juegue con ellos. Lo hago a menudo. Las marcas
alrededor de sus pezones son prueba suficiente de ello.
Están rosados e hinchados, levantándose al encuentro de
las puntas de mis garras y las ásperas yemas de mis dedos.
Le demuestro mi amor con caricias y suaves besos.
Hago que acepte mi amor con nuestro desenfreno diario y
mi interminable necesidad de derramar mi alma en ella.
—Y yo a ti, hembra —gimo, haciéndole cosquillas con la
punta de mi cola entre las piernas, donde está mojada.
Siempre está mojada. Creo que mi olor la pone así, pero
no estoy seguro… Si la deseo y no está de humor, la acerco
para que me respire y siempre se derrite. Se abre como
una flor. Pero si mi semilla no está goteando de entre sus
piernas por nuestro último encuentro, está mojada por mi
saliva, sino por su excitación. Soy un macho afortunado.
Y también hambriento.
Me levanto sobre ella mientras abre sus ojos
somnolientos. Abre las piernas con otro bostezo, y yo
introduzco la punta de mi cola en su relajada envoltura. Me
agacho y saco mi eje, enrollando los dedos alrededor del
bulto del centro. Ya nunca crece. Nunca tiene oportunidad
de hacerlo, no con mi Gemma.
Pero ella es mucho más pequeña que yo, y somos
especies diferentes. No importa lo fuerte o duro que nos
pongamos, tengo que inducir a su cuerpo a que me acepte.
Está apretada, condenadamente apretada. No quiero
causarle ninguna incomodidad cuando todo lo que siento es
una agradable agonía cuando frunce el ceño y me acoge.
La preparo introduciendo y sacando la punta de mi cola.
Ella se agarra a mí, estremeciéndose.
—Vruksha —gime, levantando los brazos por encima de
la cabeza y enredando los dedos en su pelo desordenado.
Es suficiente para hacer que me derrame. Es suficiente
para volver loco a cualquier hombre. Mi semilla sale
disparada por sus pechos y su vientre, y yo siseo, molesto.
Le limpio el derrame claro y acuoso del vientre.
Gemma me sonríe perezosamente y abre más las
piernas. Su pequeño agujero se contrae.
—Hembra —gruño—. Te estás burlando.
Saco la cola y hundo los dedos en su interior para frotar
el punto que la hace retorcerse y agitarse. Y cuando lo
hace, cuando se contorsiona, sustituyo los dedos por mi
miembro, empujando con fuerza.
Ella jadea, tensándose, y yo gruño. Me derramo de
nuevo, y sus piernas se enganchan a mi alrededor,
manteniéndonos atrapados.
Ya no puedo más. Dejo caer mi peso, aprisionándola,
empujando violentamente. Tomo a mi compañera como
necesito. La tomo hasta que no queda nada en su mundo
salvo yo, y solo yo. Empujo hasta que grita, hasta que
cualquier rastro de sueño desaparece de su cuerpo. Y
cuando se aprieta a mi alrededor, haciéndome rugir, la
lleno de mi semilla.
Ha cumplido su promesa.
Se ha quedado.
Cada día su risa es más fuerte, sus sonrisas más
amplias, y descubro que también yo he recuperado la risa y
la sonrisa. Las quiero siempre.
También quiero sus gritos.
Cuando me levanto de ella, está hecha un desastre.
—Ahora no voy a poder volver a andar hoy —gime,
llevándose una piel a la barbilla y echando la pierna por
encima—. ¡Tengo tanto trabajo que hacer, maldita sea!
—Dime qué quieres que haga y lo haré.
Enciendo el hornillo para calentar el búnker. Ahora está
más cerca de nuestro nido. Gemma lo ha reorganizado todo
en las semanas que llevamos en casa.
Atrás han quedado las pilas de cajas, los espacios
improvisados entre ellas y los objetos que había ido
recogiendo a lo largo de los años. Todo lo que merecía la
pena conservar, lo trasladamos a los túneles, limpiando el
espacio. Ahora, el búnker está segmentado con diferentes
“espacios” a lo largo, con un camino recto hacia la parte de
atrás, donde está nuestro nido.
Han desaparecido los artilugios que no funcionaban y
las linternas que ya no tenían pilas. Ahora solo hay cosas
que necesitamos o que Gemma quiere arreglar. Las
paredes están cubiertas de pieles que ella no quería utilizar
como mantas, e incluso ha quitado las luces parpadeantes.
Ahora únicamente hay luces tenues, sabemos que
tendremos que encontrar una fuente de luz mejor en algún
momento, cuando estas también mueran.
Pero eso será otro día.
—Quería empezar a revisar las cajas que hemos retirado
y vaciarlas. Será bueno disponer de cajas vacías —dice
tumbándose y bostezando de nuevo, sonoramente.
—Es bastante fácil.
—Ahora también necesitaré otro baño.
—Sí, es verdad.
Está cubierta de mi derrame. Le brilla la piel.
Al parecer, necesita bañarse todos los días, y llevarla al
arroyo se ha vuelto más fácil. Rara vez me bañaba antes de
que ella entrara en mi vida. Ahora, nado con ella todos los
días. El agua me resulta extraña, pero he llegado a
disfrutar del tiempo libre. Nunca he sido un naga que
prefiera el agua al bosque, como Vagan. El Coral Azul
domina el lago que hay cerca de aquí, así que me limito a
los arroyos y riachuelos cuando necesito agua.
Tal vez eso cambie.
—También quiero preguntar cómo va Daisy, si te parece
bien —pregunta, incorporándose. Va a levantarse y le
tiendo la cola para ayudarla.
—Es muy pronto.
—Han pasado dos semanas… más o menos. No es tan
pronto. No tenemos que quedarnos mucho tiempo,
únicamente el suficiente para asegurarnos de que sigue
recuperándose y de que Zaku no…
—La Cobra no le hará daño.
—No puedo evitar preocuparme.
Tiro de Gemma para que se acerque.
—Lo discutiremos mañana. Hoy nos bañaremos y
vaciaremos las cajas.
Ella suspira y asiente mientras la envuelvo en mis
miembros. No quiero compartirla con nadie, ni con Daisy,
ni con los otros humanos, ni especialmente con Zaku o los
otros nagas. Necesito toda su atención, todo su afecto. Soy
un macho codicioso.
Mi miembro se esfuerza por volver a liberarse de mi
cola. Para demostrarle que debe pensar en mí y solamente
en mí, y ya.
Gemma sigue espléndidamente desnuda, apretada
contra mí, y no puedo resistirme. La levanto en brazos,
envuelvo mi miembro con la punta de mi cola y vuelvo a
hundirlo dentro de ella. Se tensa y se retuerce, con su sexo
tratando de impedirme entrar, pero luego suspira, gimiendo
mientras la hago subir y bajar por mi miembro, uniéndonos
de nuevo. Me rodea el cuello con los brazos y apoya la
mejilla en mi pecho mientras la penetro.
Soy el macho más afortunado.
Chorros de semilla nueva se desparraman dentro de
ella.
La tomo tres veces más antes de que lleguemos al
arroyo para que se bañe. Mi cuerpo me exige que la llene
con mi semilla y, hasta que lo haga, seguiré enloquecido
por conseguirlo.
¿Y ella? Gemma ya no lleva ropa interior. Y yo sigo
dándole lo suyo.
Ese mismo día, más tarde, estamos en los túneles,
separando las cajas vacías de las que siguen llenas.
Llevamos horas así, decidiendo qué debe conservarse, qué
debe desaparecer y dónde dejar lo que no queremos. A
Gemma no le gusta el desorden y tampoco quiere guardar
los trastos en los túneles ni fuera de nuestro búnker.
Estoy de acuerdo con ella en mantener despejada la
entrada al búnker. Tal y como está ahora, es difícil que la
encuentre alguien que no la esté buscando. Eso mantiene
alejados a los intrusos. Y a cualquier macho naga que
quiera arriesgar su vida.
Hasta ahora no ha venido ninguno, ni siquiera Zhallaix,
y espero que siga así.
Mi hembra se ha quedado callada, y levanto la vista de
lo que estoy haciendo. Está mirando fijamente el oscuro
pasillo que conduce a los túneles más profundos.
Únicamente tenemos suficientes linternas solares y
antorchas para iluminar la parte en la que estamos
trabajando.
—Gemma —digo en tono de advertencia.
Ella se sobresalta y se vuelve hacia mí.
—Solo quiero verlos una vez más. ¿Solamente un par de
horas?
—No.
—¿Incluso si te lo prometo?
La primera vez que volvimos al búnker, me convenció
para que la llevara de nuevo a la sala de las pantallas, una
sala en la que pasé muchos meses durante mi juventud,
para ver el fin de su mundo una y otra vez. Se obsesionó,
quería volver todos los días hasta que se lo hice ver y dejó
de hacerlo. Pero hay más de lo que le mostré aquel primer
día. Las pantallas tienen… de todo.
Vídeos de cosas que al principio no entendía. Obras de
teatro, dibujos y música. Todo cosas archivadas del pasado.
Cuando descubrió que había más, fue difícil que se fuera.
La música es una delicia. Las obras de teatro son
divertidas. No pertenecen a este mundo, pero están aquí de
todos modos, y espero que nunca les pase nada.
A Gemma le gusta especialmente la idea de los museos y
las obras de arte que hay en ellos. Le conté que algunos
aún existen y le prometí llevarla a ver los edificios en
ruinas.
Eso la entusiasmó.
—¿Por favor? —me ruega con ternura.
—Un par de horas —digo cediendo.
De todas formas, hoy ya hemos hecho mucho. Todo lo
que ella quería.
Ha sido un cambio. Antes de ella, me pasaba los días en
los bosques cazando, explorando.
—¡Gracias!
Cojo una linterna de una de las cajas y tiro de ella para
acercarla.
No podrá encontrar la habitación sin mí, y no dejaré que
entre sola en este túnel. Los túneles se curvan, se dividen y
se prolongan durante kilómetros en todas direcciones. Las
luces nunca han funcionado y es fácil perderse si no
conoces el camino. Algunas salas también se bifurcan por
los lados. La mayoría están vacías o conducen a la
superficie. Algunas están llenas de cajas como las que yo
tengo, mientras que otras contienen máquinas y objetos
humanos antiguos.
No sé por qué están aquí ni para qué se utilizaban
originalmente, pero es un lugar peligroso si te pierdes. Los
registré hace mucho tiempo, al igual que otros nagas que
han encontrado su camino hasta aquí, y conozco vagamente
el camino a través de ellos.
Si Gemma se equivoca alguna vez…
No puede ver en la oscuridad tan bien como yo. Alejo
ese pensamiento.
Llegamos a la sala de las pantallas y acciono el
interruptor de la mesa que las supervisa. Gemma se echa
una piel sobre los hombros, la que se dejó la última vez que
estuvimos aquí, y yo enrosco la cola debajo de mí,
acomodándome, arrimándola para que descanse sobre ella.
—¿Qué quieres ver esta noche? —murmuro—. Nada de
las últimas horas —añado.
—¿Podemos ver algo… divertido? ¿Con música? Me
encanta la música.
Se echa hacia atrás con un suspiro de satisfacción. Le
paso el brazo por el medio.
Sé lo que hay que hacer. Aparece un varón humano, de
gran tamaño en las pantallas, con un paraguas. Nos
sumimos en un apacible silencio mientras canta algo sobre
la lluvia.
Algo tan simple sobre lo que componer una canción,
algo tan fácil.
Hace dos semanas, conduje a Gemma a la montaña
oscura donde se oculta un alijo de secretos de los Lurkers.
No hemos hablado de eso desde entonces. Ella no ha
sacado el tema. Es algo que siempre ha estado ahí para mí,
un secreto revelado hace mucho tiempo, encontrado por los
nagas de la generación de mi padre. Escondido por ellos, y
para la mayoría, olvidado.
Solamente unos pocos recordamos que el escondite
existe. Y si alguien ha encontrado más, lo ignoro.
Nunca se lo he dicho a Gemma. Temo la tecnología tanto
como la admiro. No utilizaría mi lanza si no me la hubiera
dado mi padre. De estos artilugios alienígenas irradia un
poder abrumador, y la manera en que estas cosas revuelven
mi mente cuando las sostengo… no siempre es fácil de
soportar.
Puede ser aterrador.
Pero ella… Parecía saber exactamente lo que estaba
viendo.
Las llamaba pistolas, bombas y arsenales. Miles,
alineadas en estanterías hasta donde alcanzaba la vista,
desapareciendo en la distancia. Las cogió, las sostuvo,
incluso intentó cargar una pistola, pero la dejó en su sitio
cuando no pudo cargarla. Vi lo que esa cosa hizo a los de su
especie, y no tiene cabida en los bosques. Ningún lugar en
este mundo. Pensé en dejar mi lanza.
Al final no pude hacerlo, mi lanza es como un cuarto
miembro sin el que no sé vivir.
Dijo que las armas no eran alienígenas, aunque no estoy
seguro de creerla. Cogí la misma arma que ella dejó en el
suelo, e inmediatamente se cargó, confundiéndome. ¿Y
cuándo ella la volvió a coger? Murió en sus manos.
Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que ella no
puede encender el fuego en la punta de mi lanza.
Solamente yo puedo.
Los de su especie no fabricarían armas que no pudieran
utilizar, ¿verdad?
Sin embargo, no eran las armas las que la asustaron,
como yo pensaba que harían. Como nos inquietan a mí y al
resto de los nagas. Fueron las cápsulas, muy parecidas a la
que Zaku tenía en su guarida. Estaban llenas de líquido,
con tubos y cables conectados a un singular orbe central en
el centro.
Huevos, los llamó, hablando apenas por encima de un
susurro.
Después quiso marcharse.
Huimos del escondite, dejando atrás las armas y las
cápsulas, volviendo a colocar las rocas en su sitio y
añadiendo más donde ella lo pedía. Desde aquel día, a
veces noto que me mira de forma diferente, al menos al
principio, por suerte, las miradas no duraron.
Una vez que la metí de nuevo en mi nido y me aseguré
de que no tenía nada más en lo que pensar que en
nosotros, su tranquila contemplación desapareció de su
mente.
No la habría llevado de nuevo a los túneles tan pronto si
no hubiera visto el miedo subyacente en sus ojos. Le
prometí protección para siempre y pienso cumplir esa
promesa. Cumpliré todas mis promesas.
¿Y si yo hubiera nacido de uno de esos huevos? ¿O mi
padre o mi madre?
Apoyo la barbilla en la cabeza de Gemma.
No me interesa averiguarlo.
Tengo lo que quería y voy a conservarlo. Venga quien
venga, pase lo que pase, tendrán que pasar por encima de
mí si vienen aquí a intentar quitármelo.
—¿Hay alguien ahí? ¿Hay alguien ahí? —dice una voz
femenina, haciendo entrecortarse la música.
Gemma se tensa y yo levanto la cabeza.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta, volviéndose para
mirarme—. No parecía de la película.
—No lo sé.
Rompemos el contacto visual y miramos alrededor de la
habitación. De fondo, la película sigue reproduciéndose.
Pasa un minuto y la voz entrecortada no vuelve.
—¿Puedes rebobinar la película? —pregunta ella.
—¡Por favor, responded! Soy Shelby, de El Temible, y
tenemos problemas —vuelve a decir la voz, esta vez
cargada de desesperación.
Viene de detrás de nosotros.
Gemma se pone en pie de un salto.
—¿Shelby? —jadea, buscando el origen de la voz.
Me levanto con ella, deteniendo las pantallas.
Los dos nos volvemos hacia un orbe, que parpadea a
medias en un rincón. Es uno que creía prácticamente roto,
y no se ha cargado con energía solar desde hace meses.
Gemma corre hacia él justo cuando lo recojo del aire con
la cola, agarrándolo antes de que caiga y se rompa.
—¿Cómo respondemos? ¿Podemos responder? —
pregunta Gemma apresuradamente.
La hembra vuelve a gritar.
—¿Hay alguien ahí?
Giro el orbe en mi mano, para pedirle…
—Conéctanos —ordena Gemma.
—Conectando… —responde el orbe. Funciona. Parpadea,
brilla.
Gemma me lo quita.
—Shelby, soy Gemma. ¿Qué ocurre? Estoy aquí. ¿Estás
bien?
—¡Gemma! Oh, joder. ¡Estás viva! Gracias a Dios que
estás viva. Me alegro de oír tu voz, cualquier voz.
—Estoy aquí —Gemma sacude la cabeza—. ¿Qué ocurre?
¿Qué está pasando? ¿Te encuentras bien? ¿Dónde estás?
—Estoy atrapada —responde la mujer con un jadeo—.
Bajo las instalaciones. Estoy atrapada con él.
—¿Con quién?
Shelby baja la voz.
—Hay algo que debes saber. He encontrado algo… —
interrumpe Shelby.
—¿Qué? —pregunta Gemma—. ¿Shelby? ¿Estás ahí?
¿Qué necesito saber? ¿Quién es él?
El orbe parpadea una última vez y se apaga.
—¡Shelby! Responde! —grita Gemma, sacudiéndolo.
Se lo arrebato antes de que se haga daño.
—Está muerto. Se ha ido.
—¡Tenemos que encontrar otro!
Asiento con la cabeza y volvemos a mi búnker a una
velocidad récord, pero cuando llegamos a los otros orbes
que he reunido, no podemos contactar con Shelby. La
conexión ha desaparecido.
“Escaneando. Escaneando. Escaneando.”
Gemma grita de frustración, enredando los dedos en su
pelo y apartándoselo de la cara. Se vuelve hacia mí.
—Vruksha…
Ya sé lo que va a preguntar. Y ya sé mi respuesta.
Cojo mi lanza.
Venga lo que venga. Protegeré lo que es mío.
“Escaneando. Escaneando. Escaneando.”
NOTA DE LA AUTORA

Gracias por leer Víbora, Libro I de Las Novias de los Naga.


Si te ha gustado la historia o tienes algún comentario, ¡por
favor, deja una reseña! ¡Me encantan las reseñas, y a los
demás lectores también! :) Si quieres saber más sobre los
feroces machos naga que gobiernan la Tierra y todos sus
secretos, y sobre las fuertes mujeres que se enamoran de
ellos, continúa con Rey Cobra.
Si adoras los cíborgs, los alienígenas, los antihéroes y la
aventura, sígueme en Facebook o a través de mi blog para
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actualizaciones.
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Naomi Lucas

¡Pasa la página para conocer Rey Cobra, Libro II de Las


Novias de los Naga!
REY COBRA
LAS NOVIAS DE LOS NAGAS

Daisy. Daisy. Daisy.


Desde el momento en que dicen su nombre, es lo único
que oigo. Sus lágrimas de terror me enfurecen. Juro
borrarlas de su rostro y desterrar su miedo. Convertirla en
mi Reina.
Pero primero tengo que atraparla.
Tengo que convencerla de que confíe en mí.
Tengo que demostrarle que está a salvo.
Pero únicamente conmigo.
Porque si cualquier otro macho naga intenta alejar a
Daisy de mí, lo mataré.
¿Y si huye?
Descubrirá que no hay escapatoria.
He pagado el precio de nuestro emparejamiento y ella
debe saber, que en mi mundo, un nido dorado es mejor que
la libertad.
¡Cómpralo aquí!
O continúa leyendo el Capítulo Uno…
KING COBRA
CAPÍTULO UNO

Rey Cobra
Capítulo Uno

Daisy

Gemma me da un tirón del brazo y tropiezo hacia delante,


con las botas enganchadas en un arbusto. Al no tener
oportunidad de ponerme en pie, tropiezo y Gemma se gira
hacia atrás, ayudándome a levantarme.
—No te detengas —dice, mirando a ambos lados—. No
podemos dejar que nos atrapen.
Jadeando, voy tras ella a través de los árboles, pero la
pierdo.
—Gemma —sollozo, apoyándome en un árbol.
Ella vuelve, me sujeta del brazo y seguimos corriendo.
El bosque es espeso, lleno de tanta maleza que es difícil
moverse por él. Hojas, ramas y espinas de plantas extrañas
me rasgan la ropa y la piel que tengo al aire. Las
respiraciones agitadas y fatigadas llevan mis pulmones al
límite y, aun así, no puedo seguir el ritmo de Gemma.
Es feroz, una luchadora. Habría sido una gran soldado.
Gemma, Oficial Jefe de Comunicaciones, está siendo
intercambiada, como yo, con unos alienígenas por la
tecnología que tienen en su poder. La presencia de Gemma
es lo único que me da la más mínima esperanza de rescate
en este momento. Si está aquí, alguien en El Temible se
dará cuenta de que ha desaparecido.
Porque a mí no me echarán de menos…
¿Una desgraciada como yo? Iba a ser la piloto del primer
equipo que bajara a nuestro mundo natal. Sería legendario.
Iba a estar en un planeta por primera vez en años y, de
todos los planetas, iba a ser en la Tierra.
Mis botas vuelven a engancharse cuando el terreno se
inclina hacia abajo, y ambas tenemos que hacer una pausa,
observando el camino descendente. No sé adónde vamos,
solamente que Gemma ha tomado la delantera.
—No es seguro —farfullo, mirando la afilada cornisa
hacia abajo, los árboles entre nosotras y la cima—. Nunca
lo conseguiremos.
Me cuesta horrores hablar.
—¡Tenemos que intentarlo!
Se dirige al árbol que tiene más cerca y lanza su cuerpo
contra el tronco. Vuelve a hacerlo, apoyando los pies en
ángulo para no caer hacia delante. Desciende lentamente,
de un árbol a otro, por la ladera de la montaña.
Voy despacio tras ella, pasando de un árbol a otro. La
veo llegar abajo, muy por delante de mí, y mira hacia atrás.
—¡Daisy! Tú puedes! —grita.
Me sobresalto y caigo en otro árbol.
Algo se rompe detrás de mí. Oigo un silbido sordo.
¡No!
Me bajo del árbol, tropiezo con el siguiente y resbalo.
Gritando, caigo hacia delante, dando vueltas por la
pendiente, estrellándome contra el lateral de un arbusto.
Tendida, miro fijamente las ramas, aturdida. El dolor me
sube por el costado cuando el rostro de Gemma aparece
sobre mí y me pone en pie. Mi pelo largo se engancha en
las ramas del arbusto y se desgarra de mi cuero cabelludo.
—¡Vamos, Daisy, tú puedes!
No sé cuánto tiempo llevamos corriendo ni cuánto
hemos avanzado, solo sé que las sombras son cada vez más
densas. Empezamos a correr con el sol de la Tierra estando
en su cenit, cuando Peter y Collins nos arrastraron fuera de
la aeronave. Únicamente para coger una caja del gran
macho alienígena que hizo que todo esto pasase, y luego se
marcharon volando, dejándonos a Gemma y a mí a merced
del alienígena y sus amigos.
El más grande y temible se había acercado a mí. Casi me
meo del susto. Se inclinó, me miró directamente a los ojos y
frunció el ceño.
Frunció el ceño como si estuviera furioso por lo que
Peter y Collins le presentaban. A mí. Como si supiera que
yo era una marginada entre los míos. Y todo lo que pude
hacer fue mirarle fijamente. Incluso cuando Gemma me
agarró de la mano y me empujó detrás de ella, todo lo que
pude hacer fue quedarme mirándole.
Porque a pesar de lo grande y temible que era el
alienígena, olía muy, muy bien.
Le dijo algo a Gemma, ella le contestó y empezamos a
correr.
Oigo un ruido detrás de nosotras y Gemma echa a correr
dejándome atrás. Con el dolor irradiándome por todo el
pecho, intento mantener el ritmo. No puedo perderla. Ella
es lo único que impide que pierda la razón.
Los ruidos se hacen más fuertes. Una lágrima brota de
mis ojos.
Siento que unas manos me agarran, me cogen del pelo y
me apresan. Estoy a punto de gritar llamándola cuando
tropiezo con su espalda. Se tambalea hacia delante y casi
caemos ambas al suelo. Grito y caigo de rodillas.
Me agarra por el hombro y me aprieta, y casi pierdo el
control.
—Tenemos que subir —jadea—. ¡Vamos!
Levanto la vista para ver a qué se refiere. Justo delante
de nosotras hay un saliente y una corta pendiente rocosa
de cantos rodados. Es el único camino que podemos seguir.
Los sonidos de persecución se hacen más fuertes.
Vienen de varias direcciones. Me pongo en pie y me dirijo
al saliente. Gemma me coge del pie y me levanta.
Cuando giro hacia atrás para agarrarme a su mano, algo
me tira bruscamente al suelo.
¡No!
No tengo oportunidad de gritar mientras Gemma se
hace cada vez más pequeña ante mí. Entonces desaparece
y el pelo me revuelve la cara mientras me sacuden
brutalmente y me golpean contra un pecho duro y
musculoso, mientras mis piernas se agitan por todas
partes. El dolor me azota el costado cuando un grueso
brazo lo aprieta con fuerza. El olor a almizcle invade mi
nariz mientras veo los árboles pasar borrosamente a mi
lado.
El olor me hace vomitar.
Mi brazo se contrae bruscamente cuando salimos
volando por los aires. La cosa que me sujeta choca contra
un árbol, me levanta en brazos y sale disparada hacia el
siguiente.
Le veo bien la cara y chillo.
Ojos amarillos, piel amarilla e incluso labios amarillos.
Dos gruesos colmillos eclipsan mi visión antes de que me
lance violentamente hacia un lado.
Este macho no estaba en el acantilado.
Luchando con hasta el último ápice de fuerza que tengo,
pataleo y grito, desgarrándole. Gruñe e ignora mis golpes,
continuando su secuestro. Mis dientes castañetean
violentamente la próxima vez que salta y se me dobla el
cuello.
Va a matarme.
Grito llamando a Gemma.
Aunque sé muy bien que ya es demasiado tarde. Mis
uñas se hunden en la piel áspera, enganchándose en las
escamas que se levantan cuando las toco; darle un rodillazo
en la cola al macho me produce a mí más dolor, con apenas
efecto en la bestia. Cada vez más desesperada, cuando
llegamos al siguiente árbol, consigo subirle las manos por
el pecho hasta rodearle el cuello.
La dureza de la carne me impide estrangularlo con
eficacia.
—¡Suéltame! —grito, reanudando mis golpes.
El macho me agarra del pelo y me echa la cabeza hacia
atrás.
—Deja de hacer ruidosss —gruñe, chasqueando los
colmillos contra mí.
Me echo hacia atrás, aterrorizada de que vaya a
morderme cuando nos deja caer al suelo del bosque. Con
las extremidades bloqueadas por la repentina ingravidez y
la brusca parada, el macho me suelta y me obliga a tirarme
al suelo.
Sus garras rasgan mi cuerpo, destrozando mi uniforme
de un solo tirón. El aire frío del atardecer me acaricia la
piel mientras el macho me arranca la ropa del cuerpo. Me
doy cuenta de lo que está haciendo cuando llega a mis
botas y sus uñas no son capaces de destrozarlas.
Le doy una fuerte patada en la cara.
Retrocediendo, el alienígena se arquea hacia atrás,
agarrándose la cabeza.
—¡Hembra rabiosa! —brama. Una cola grande y gruesa
golpea el suelo junto a mi cuerpo, y el suelo tiembla—. ¡Te
someterás!
Girando sobre mí misma, me aferro a la ropa mientras
me arrastro. Mareada, sin aliento y dolorida, no llego lejos.
Unos dedos se enroscan alrededor de mi tobillo y me
arrastran de nuevo a su sitio.
—¡Gemma!
Grito pidiendo ayuda, sabiendo que no la tendré.
El macho vuelve a golpear su cola gigante y
asquerosamente amarilla junto a mi cabeza, y me
estremezco.
A continuación me arranca la camiseta, rasgándome la
piel. Cuando intento golpear de nuevo al macho, me atrapa
el puño y me obliga a ponerlo en el suelo. El frío del aire
vespertino golpea mi pecho desnudo en el momento en que
lo hace su aliento caliente.
Empujando su cuerpo, sin inmutarse en absoluto por mis
forcejeos, su lengua bífida y carnosa azota el aire.
—Hembra —gime.
Pataleo con más fuerza cuando se desliza por mi cuerpo
para arañar las tiras de tela que quedan sujetando lo que
queda de mis pantalones a mis piernas.
—¡Por favor! —balbuceo, me fallan los pulmones—. Por
favor, no lo hagas —le suplico.
Me arranca los pantalones del cuerpo.
Algo duro, caliente y grueso cae sobre mi pantorrilla, y
grito.
—Hembra —dice húmedamente el alienígena, deslizando
el apéndice caliente por mi pierna—. Eres mía.
Giro la cabeza y me preparo para lo que viene. Ya no
puedo luchar. Apenas puedo levantarme, no puedo
recuperar el aliento. Temblando, lo único que puedo hacer
ahora es prepararme y esperar sobrevivir.
Espero que no me duela, espero que no dure mucho…
La sensación de las escamas suaves y lisas me roza el
interior de los muslos cuando su cola me obliga a separar
las piernas.
Cerrando los ojos, vislumbro algo brillante junto a mi
cabeza.
El cuchillo.
Esta mañana, mientras me duchaba por última vez en la
nave de transporte, Shelby, obligada a vigilarnos a Gemma
y a mí para que no huyéramos y no enviáramos un mensaje
a la Central de Mando en El Temible para alertarles de lo
que estaba ocurriendo, deslizó un cuchillo bajo mi
uniforme. Lo había escondido bajo mi ropa…
Una lengua húmeda se desliza sobre mis pechos, los
dedos serpentean alrededor de mi cuello mientras él
empuja su miembro hacia mi sexo seco.
El macho sisea cuando es incapaz de penetrarme con
facilidad, agacha la cabeza para mirar entre las piernas,
completamente ajeno al cuchillo.
Deslizo la mano hacia él, lo empuño, lo saco de su funda
y apunto. Tiemblo terriblemente y fallo.
Él ni siquiera se da cuenta, sujetando su miembro e
intentando meterlo dentro de mí.
Retiro la mano y me invade una breve calma. Vuelvo a
apuntar.
Y con todas mis fuerzas, lo hundo profundamente en el
costado de su cuello.
Dejo caer la mano mientras brota sangre de la herida.
El macho se sacude, su cola se agita salvajemente, se
levanta y se encuentra con mis ojos muy abiertos mientras
su mano suelta mi cuello. Me llevo mi mano al pecho,
manchándome con su sangre. Coge la empuñadura del
cuchillo y se lo arranca del cuello.
La sangre brota de la herida.
Corre.
Girando sobre mí misma, me escabullo de debajo de él
mientras se acerca el cuchillo para mirarlo.
No espero a verlo y, agachándome para recoger la ropa
hecha jirones que tengo a mi lado, me alejo corriendo,
poniendo la mayor distancia posible entre nosotros. Solo
espero que la herida sea suficiente para impedir que me
persiga.
No sé cuánto tiempo corro, ni cuántas veces me detengo
a escuchar, ni cuándo encuentro fuerzas para volver a
ponerme en pie. Sigo adelante hasta que el sol se oculta en
el horizonte y la oscuridad cubre el bosque.
No es hasta que estoy a punto de desmayarme cuando
me derrumbo y me acurruco de lado. Llevándome la ropa
destrozada al pecho, sollozo hasta que el sueño se apodera
de mí y mis fosas nasales se llenan del dulce aroma de un
macho diferente…
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