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Naga Brides 1 - Viper - Naomi Lucas
Naga Brides 1 - Viper - Naomi Lucas
Blurb
Nombres y Clanes Naga:
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Epílogo
Nota de la Autora
Rey Cobra
King Cobra
Otras Obras de Naomi Lucas
Copyright © 2021 por Naomi Lucas
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser
reproducida o transmitida en forma alguna sin el permiso por escrito de la
autora.
Vruksha — Víbora
Azsote — Culebra
Zhallaix — Víbora de la Muerte
Syasku — Boca de Algodón
Jyarka — Cascabel
Zaku — Rey Cobra
Vagan — Coral Azul
Krellix — Cabeza de Cobre
Lukys — Mamba Negra
Xenos — Crótalo Cornudo
UNO
EL PACTO
Vruksha
Gemma
Gemma
Gemma
Vruksha
Gemma
Gemma
Gemma
Vruksha
Gemma
LE ODIO .
Lo repito una y otra vez en mi cabeza mientras intento
dormir. ¿Por qué no puedo creérmelo?
Empiezo a confiar en él. Se me escapa una risita en el
fondo de la garganta ante lo absurdo que me resulta. No
me ha hecho ningún daño ni me ha forzado, me ha
alimentado y me ha dado un lugar cálido donde dormir, y
ahora tengo esta piel envolviendo mi cuerpo… la manta
más grande y suave que jamás he conocido.
No hay razón para no confiar en él, ¿verdad?
El suave pelaje me hace cosquillas en la mejilla. Negar
que estoy cómoda, lo más cómoda que me he sentido en
días, es totalmente inútil. Vruksha me asusta. No puedo
negarlo. Hay un destello oscuro en sus ojos negros… que
no puedo ignorar. Pero no ha usado su fuerza conmigo, y
eso ya es mucho decir.
A los hombres humanos les encanta tener poder y
estatus, por esa misma razón empiezo a confiar en
Vruksha. Si el hombre equivocado tuviera lo que tiene
Vruksha y una mujer a su merced, se aprovecharía,
explotaría la situación. Lo sé bien, porque a mí me ha
ocurrido.
He trabajado para muchos capitanes, y algunos de ellos
solo lo eran por el poder que podían ejercer teniendo ese
cargo. Afortunadamente, no soy especialmente guapa, por
lo que nunca se fijaban en mí durante mucho tiempo.
No puedo librarme del temor a que todo sea una trampa
y a que, en cuanto empiece a ceder, Vruksha haga lo que
pasa siempre. Porque no hay nada en este mundo que le
impida hacer lo que quiera conmigo.
Quiere verme desnuda. ¿Es porque quiere conocer
nuestras diferencias? Sus ojos indican lo contrario…
Me estremezco.
¿Acaso alguien me ha visto desnuda? Tiro de la piel
hacia mi boca. No creo que nadie lo haya hecho. He estado
con hombres antes, aunque no de manera tan vulnerable.
Nunca pude arriesgarme a ser vulnerable cuando no podía
saber si los hombres a los que dejaba entrar en mi cama
podrían ser algún día mis subordinados o, peor aún, mi
futuro jefe en la nave que había convertido en mi hogar.
Para mí el sexo era una forma de alivio, y la desnudez no
formaba parte de ello. No para mí, al menos.
Nunca sabía si alguien podría grabarme o hacer una foto
para utilizarla en mi contra más adelante. Lo prudente era
ir lo más vestida posible. Sobre todo dada mi posición de
autoridad.
Pero Vruksha me quiere ver desnuda. Quiere ver lo que
cree que le pertenece. Arrugo la cara. Me hormiguea la
espalda, sabiendo que no se ha movido y que sigue
observándome.
Desearía que se fuera. No puedo descansar sabiendo
que está ahí, esperando mi respuesta. También sé que no
puedo quedarme así para siempre. No puedo dormir para
siempre.
Hazlo. Deja que te vea.
Acaba con esto.
Al final te verá. No puedes estar con la ropa sucia
siempre.
Y aunque Vruksha me ha permitido ir al baño en privado
hasta ahora durante nuestro viaje, no sé si eso cambiará en
el futuro.
Puede que tarde semanas en escapar de este agujero.
Le oigo moverse y luego oigo que se marcha. Me
incorporo, girándome para ver adónde va. Su cola se
escapa de mi vista mientras asciende por la oscura
escalera. Me relajo, echándome la piel sobre los hombros.
No era consciente de la tensión que tenía en los músculos
con él tan cerca.
Aún siento su lengua en mi mejilla desde hace días.
El calor me hace cosquillas en el vientre.
¿Pero desnuda?
Quizá dejar que me vea no sea tan malo. Tal vez le
parezca repugnante, después de todo somos muy
diferentes. No tengo cola, ni escamas, ni colmillos como él.
Cuando me vea desnuda, quizá recapacite y se dé cuenta
de que no pertenezco a su especie y de que en realidad no
me desea.
Se me oprime el corazón al pensarlo, y frunzo el ceño.
Lo alejo a la fuerza. No quiero que me desee.
Asiento con la cabeza, sabiendo que no me convencerá
aunque lo haga.
Aunque, si me quisiera, eso me daría poder…
¿Y si no me quiere? Me acerco más la piel. Si no me
quiere y no puedo volver a las instalaciones, ¿qué pasará
entonces?
Por alguna razón, esa pregunta me aterroriza tanto
como todo lo demás en este momento.
Tendré que encontrar una forma de sobrevivir por mi
cuenta, y sin llamar la atención de otros machos naga más
aterradores que quizá no sean como Vruksha ni por asomo.
Como el de rayas negras de la pantalla del orbe… o el de la
capucha, creo que se llamaba Zaku, el de la meseta.
Tengo los ojos llorosos mientras miro fijamente la
escalera, dándome cuenta de que estoy esperando el
regreso de Vruksha. Se ha llevado su lanza, lo que significa
que podría estar esperándole un rato.
Mis dedos se dirigen a los botones de mi chaqueta,
abriéndolos.
No va a mostrarme la tecnología sin que yo le dé nada a
cambio. Necesito la tecnología como ventaja cuando vuelva
a El Temible. Necesito que él también me quiera… en caso
de que mi plan original fracase.
Voy a darle lo que desea.
Se me revuelve el estómago cuando el pensamiento se
afianza.
Verme desnuda no es gran cosa… Podría haber pedido
mucho más, y aún es posible que lo haga, si sigo
negándoselo y haciéndole preguntas que claramente no le
gusta responder. Si no le doy algo, podría hacerme pagar
cada pizca de su hospitalidad de ahora en adelante.
Oigo un ruido y se me acelera el corazón.
Ha vuelto antes de lo que creía.
Me siento más erguida en cuanto aparece. Cuando me
encuentra, su mirada arde.
Es guapo. No puedo negarlo. Todo rubí y alargado, y tan
elegante con su manera de moverse. Su destreza me
intriga. Se hace notar en todo lo que hace. Sabe cómo
sobrevivir. Los hombres así son increíblemente raros ahí
arriba. Saben manipular, engañar, menospreciar, ¿pero
sobrevivir de verdad? A menos que hayan sido entrenados
como soldados de combate, no son más que unos
debiluchos con traje.
Me siento… afortunada por haber sido elegida por
Vruksha. Agradecida ahora que he conseguido comida,
calor y un sitio donde dormir. En comparación con lo que
pensaba que serían mis circunstancias hace unos días, esto
no es ni mucho menos tan horrible.
A decir verdad, creía que ya estaría muerta, o
salvajemente herida y deseando morir.
Aunque todavía hay partes de Vruksha que me obligan a
moderar la atracción que ejerce sobre mí, negándome a
aceptar que siquiera sienta alguna atracción. Como sus
colmillos. A veces creo ver que gotean algo, y sé que ese
algo no es saliva…
O la evidente lujuria de sus ojos.
Su delicioso olor. Mi nariz se agita.
¿Ha estado alguna vez con una mujer? ¿Antes de que
desaparecieran? ¿Y por qué desaparecieron?
Vuelve a mirarme fijamente como si esperara una
respuesta.
Me tiemblan las manos.
—Solo quieres mirar, ¿verdad? ¿Nada más? —consigo
decir.
Sus fosas nasales se agitan, sus ojos se clavan en mi
cuerpo oculto tras la piel. —Quiero verter mi semilla dentro
de ti —dice con voz grave y ronca—. Aceptaré verte esta
noche. Me gustaría asegurarme de que no estás herida.
¿Herida? Sacudo la cabeza. Sus palabras me hacen
estremecer. También me encienden las mejillas. He
imaginado lo que se sentiría con él dentro de mí… ¿Cómo
podría no hacerlo?
Se me pone la carne de gallina en los brazos.
—De acuerdo —digo.
Suelto la piel y la dejo caer. Mis manos se dirigen de
nuevo a los botones de la chaqueta. Mejor acabar con esto
antes de seguir pensando en ello.
—Espera —se adelanta de un tirón.
Mis dedos se detienen.
Vruksha se acerca, y yo me pongo tensa. Se detiene a
varios metros, enroscando su gran cola bajo él.
—Quiero que te pongas de pie.
¿Que me ponga de pie?
—¿Me enseñarás la tecnología Lurker si lo hago?
Necesito asegurarme.
—Sssí —sisea largo y tendido—. Pequeña humana, te
enseñaré lo que quieras. Te daría este mundo si pudiera.
Su voz es ansiosa.
Me pongo en pie, rezando por conseguir calmarme. Mis
dedos vuelven a encontrar mi chaqueta rasgada. Esta vez,
cuando desabrocho los botones, no me detiene. En cambio,
sus ojos se clavan en mí.
Si no supiera que estoy en un agujero, en la Tierra, sola
con un extraño, pensaría que estoy en un escenario a punto
de desnudarme para todos los hombres de El Temible.
Había trabajadoras sexuales que hacían lo mismo.
Pero únicamente estamos él y yo, y la frágil confianza
que hemos construido. Demasiado pronto, llego al último
botón. Me agarro a las solapas de la chaqueta y me la quito
de un tirón, dejándola caer al suelo.
A continuación, busco el cierre de los pantalones y me
los aflojo. Vruksha no se ha movido, ni siquiera ha
respirado. El calor sonroja mis mejillas al sentir la
intensidad con que me observa.
Me bajo los pantalones para recogerlos sobre mis botas.
Mi tripa se llena de mariposas revoloteando mientras
sus ojos recorren mis piernas desnudas. Me quito las botas
de una patada y me retiro los pantalones.
—Sin escamas, ni una sola —murmura—. ¿Cómo puedes
sobrevivir sin una protección básica?
No respondo. No puedo.
Llevo mis dedos, que tiemblan, a la parte inferior de mi
top, sujetándolo. Antes de que pueda cambiar de opinión,
levanto la tela por encima de mi cabeza y la dejo caer al
suelo, donde yacen mis pantalones y mi chaqueta.
Las escamas de la cola de Vruksha se mueven,
enderezándose hacia fuera. Sus ojos abrasan mi carne
desnuda, recorriendo mi cuerpo como un relámpago.
Coloco las palmas de las manos a ras del estómago,
esperando su respuesta.
—No soy joven —susurro, sin saber por qué—. Ya no soy
el tipo de mujer que quieren la mayoría de los hombres —
añado apresuradamente—. Tampoco soy vieja.
Tengo treinta y tres años, y mientras la mayoría de las
mujeres de mi edad ya han tenido hijos y están formando
una familia, yo, en cambio, elegí una carrera en una clase
social mejor.
Puede que él no lo sepa. Mi cuerpo ya no es perfecto y
terso como antes. Me mantengo en forma porque mi
trabajo así lo exige, aunque si por mí fuera, nunca saldría
de mis estancias en El Temible, y en su lugar leería y
dibujaría todo el día, a todas horas.
Esos deseos tan simples me han sido arrebatados. A
veces me pregunto si he tomado las decisiones correctas…
Me quito esos pensamientos de la cabeza. Tener raciones
de agua y comida es más importante que los libros y el
tiempo libre.
—Lo demás —exige cuando hago una pausa—. Quiero
verlo todo. Quiero comprobar si tienes heridas.
Su lengua bífida arremete contra mí y me roba
momentáneamente todos mis pensamientos.
Puedes hacerlo, Gemma. No deslizará su lengua entre
tus muslos cuando no estés mirando.
¿O sí?
No lo hará, me convenzo. No he podido lavarme desde el
día en que me intercambiaron. Nunca he pasado más de un
día sin asearme y ducharme. ¿Tres días sin lavarme?
Arrugo la nariz. El rocío matutino de ayer es todo lo que he
conseguido para limpiarme la piel desde que estoy aquí.
Cuando vea mis rasguños y magulladuras, no querrá
mirarme más…
Sus ojos se clavan en los míos.
—Te quiero toda —dice, esta vez más suavemente, como
si leyera mis pensamientos—. Me alegro de que no estés
herida. Quiero ver lo que es mío.
Me llevo las manos al sujetador, al broche delantero, y
me lo desabrocho. Dejo que el sujetador caiga por mis
brazos, y utilizo uno de ellos para ocultar mis pechos. Mi
corazón se acelera. Sus puños se cierran.
—Suelta el brazo —me ordena.
Me enfado, pero hago lo que me dice, dejando caer los
brazos.
El aire roza mis pezones, sobre mi piel expuesta,
agravando mis escalofríos.
Rezo para que no sea un mentiroso.
Porque si lo es, no hay nada, salvo la fina tela de la ropa
interior, ya usada desde hace varios días, que le impida
tomarme. Me siento tan impura que ningún hombre o
mujer de El Temible se acercaría a mí en este momento.
Vruksha no es un hombre ni una mujer, es un alienígena
primitivo. Lo que para mí podría estar sucio, para él podría
estar limpio.
Su miembro emerge de sus escamas, grueso y
palpitante. Retrocedo un paso.
—No —gruñe, moviéndose hacia delante.
—Prometiste que no me tocarías.
Me encojo aún más cuando se acerca a un palmo de mí.
—Y no lo haré… miraré desde aquí, veré nuestras
diferencias y te mostraré cómo me hace sentir, a menos
que no quieras la misma retribución cuando se trate de tu
tecnología…
Me queman las mejillas. No puedo articular palabra.
No es justo.
—Ahora, el resto.
El calor de su cuerpo envuelve mi piel. Así de cerca está.
Este macho feroz y alienígena. Si tropiezo, caería sobre él,
en sus brazos. Si tropiezo, también sería contra él. Si
respiro demasiado fuerte, nos tocaríamos. Y si lo
hiciéramos… No sé qué pasaría. Me fijo en la curvatura de
sus bíceps, en las cicatrices que no había visto antes.
La forma en que su cola ha vuelto a enroscarse a mi
alrededor cuando no le prestaba atención. Sigue sin
tocarme, pero…
Su miembro está totalmente erecto, está claro que me
desea.
Su mirada es salvaje.
Meto los dedos bajo la goma de las braguitas y las
deslizo por las piernas, casi con aire desafiante. Cuando
están junto al resto de mi ropa, me enderezo y levanto la
barbilla.
—Ya está —digo bruscamente—. Ya no hay nada entre
nosotros. Nos hemos visto.
No sé si me enfado de repente porque soy plenamente
consciente de la diferencia de poder entre nosotros o
porque le odio. Desde luego, no es por el cosquilleo o el
calor creciente que baila en mi interior. La excitación del
riesgo que corro o su maldad.
La garganta de Vruksha se estremece.
—Eres… —se interrumpe.
—¿Soy…? —digo, soltando un bufido.
—Fantástica.
Me quedo boquiabierta ante su extraña elección de
palabras. ¿Fantástica? ¿Como una fantasía? Nunca he sido
nada parecido a eso para nadie en mi vida. Ningún hombre,
humano o no, se ha acercado a mí como Vruksha, como si
pudiera morir si no me tiene. ¿Pero fantástica? No. Soy una
persona aplicada, disciplinada y leal. Encajo perfectamente
en el puesto que me he ganado. Pero no fantástica…
Las personas fantásticas son estrellas y modelos. Son
seres a los que envidia todo el universo. Son una clase
social propia. Pueden pintar y dibujar todo el día, o leer y
escribir sus propias novelas durante la guerra.
Nadie me ha envidiado nunca, nadie desea mi trabajo
con el estrés de la ruina de la humanidad sobre sus
hombros.
Se me humedecen los ojos y levanto la mano para
secármelos, descubriendo que tengo las pestañas mojadas.
Me las seco rápidamente antes de que Vruksha me vea.
Parpadeo varias veces, aclarándomelos, manteniendo el
rostro cabizbajo. No quiero estar aquí, donde él pueda
verme vulnerable. Quiero esconderme en la gran piel
mullida que tengo a mis pies y desaparecer. Y no es mi
desnudez lo que no quiero que vea. No quiero que vea mis
lágrimas, no de nuevo.
Si lo hace, podría dejar de creer que soy fantástica.
—Gemma —empieza—. Eres increíble.
Le detengo antes de que pueda decir nada más. Doy un
paso hacia él y me escondo en él.
Se para y su miembro se aprieta entre nuestros cuerpos,
caliente, contra mi vientre. Es cálido, y aquí puedo
esconderme contra él y fingir que las cosas son diferentes.
Sus brazos no me rodean, y eso está bien. No necesito
que me abrace; únicamente necesito que me esconda, al
menos durante un rato. Levanto los brazos y le rodeo con
ellos hasta su espalda, apoyándome más fácilmente en él.
Sus escamas son aterciopeladas bajo mi piel, bajo las
yemas de mis dedos, y acaricio las de su espalda que puedo
alcanzar.
—Gracias —le digo, sabiendo que no lo entenderá.
¿Cómo podría?
Me rodea con los brazos, apretándome contra él. Es
incómodo y no me importa.
Ni siquiera me importa el palpitar de su miembro entre
nosotros. De algún modo, confío en él.
—¿Por qué? —pregunta ásperamente, claramente
confuso con lo que estoy haciendo. Claramente precavido…
conmigo.
Sonrío y me alegro.
—Por el cumplido —susurro.
Nos quedamos así un rato y percibo su olor. Es
almizclado y puro, y algo que no puedo identificar, pero me
reconforta. Ahora no es fuerte. No me enturbia la mente.
Es perfecto. A veces me eriza la piel. Me recuerda a este
planeta y todos sus misterios. Le viene bien, decido. Lo
respiro, casi estremeciéndome al hacerlo.
No es un mal olor.
Su miembro sigue duro y, a medida que pasan los
minutos, lo noto cada vez más. No puedo esconderme
contra él para siempre. Mis lágrimas se secan y trago
saliva.
Cada vez desconfía menos de mi reacción. Si quiero
atacarle, debería hacerlo ahora…
Sus manos se deslizan por mi espalda, apretándome más
contra él, contra lo que tiene ahí. Un ruido retumbante y
jadeante sale de su garganta, y no puedo evitar ponerme
rígida en su abrazo. Más de su olor inunda mi nariz,
haciéndome entrar en calor… por todas partes.
Me aparto de un tirón.
Cuando lo hago, sus uñas me arañan la piel.
—¿Por qué? —sisea.
—No puedo —jadeo, cubriéndome el cuerpo.
Ese atisbo de oscuridad brilla en sus ojos y se me cierra
la garganta. Avanza hacia mí, deslizándose, y yo retrocedo
hasta quedar aplastada contra una especie de cajón
metálico.
—Has estado jugando conmigo —gruñe—. No seré más
un estúpido.
Me separa los brazos del cuerpo.
ONCE
SIN UN LUGAR DONDE ESCONDERSE
Vruksha
Gemma
Vruksha
Gemma
Gemma
Vruksha
L A LUZ del sol se filtra entre los pinos del bosque para
saludarme. Gimo, mirándola fijamente.
—Estás despierto.
Mi mirada se dirige a Zhallaix, que afila un cuchillo
frente a mí. Lucho por golpearle con la cola, pero pronto
descubro que no puedo moverme. Estoy atado. Mis
muñecas están atadas separadas con cuerdas, sujetándome
al árbol a mi espalda.
—Gemma —siseo—. ¿Dónde está Gemma?
Zhallaix aparta su arma, enganchándola con los huesos
que lleva en el bíceps.
—No intentes moverte.
—¿Qué le has hecho a mi hembra? —digo, luchando
contra mis ataduras, y buscando a Gemma por el bosque.
—Ha essscapado.
Resoplo. El alivio y el horror me golpean con fuerza.
—No ha caído en tus garras —gruño.
Pero tampoco está aquí, lo que significa que está sola,
en el bosque, completamente a merced de las bestias
salvajes que lo recorren.
Zhallaix canturrea, despreocupado.
—Suéltame —le insto, casi temblando.
Zhallaix ladea la cabeza. Su único ojo se entorna
mientras me observa.
—Tengo que ir tras ella.
—No tiene cola —responde Zhallaix.
—¡Claro que no la tiene! —siseo—. ¡Sssuéltame!
—¿De dónde ha salido?
—No tengo tiempo para esto. No está a salvo sola en el
bosque. No tiene garras, colmillos ni veneno para
protegerse —gruño—. ¡No me tiene a mí!
—Los humanos se extinguieron, y una hembra naga no
ha vagado por estas tierras en más de cien años. ¿Cómo es
posible que tengas una? ¿Qué es ella? ¿Un robot?
Dejo de luchar contra mis ataduras cuando se me ocurre
que Zhallaix no sabe nada de los humanos de la instalación
ni de la nave que bajó del cielo. Ni cómo los humanos que
salieron de ella se apoderaron de las viejas ruinas, ni que
había hembras entre los que aterrizaron.
No tiene ni idea del trato de Zaku para intercambiar
tecnología por sus hembras. No sabe nada.
Zhallaix destruye toda la tecnología que encuentra.
Dejo de forcejear cuando se me ocurre una idea.
—Te lo diré si me dejas ir.
—O puedo dejarte atado y encontrarla yo mismo.
—Podrías… o podrías tener una para ti, una que no esté
ya reclamada y llena de semilla —gruño.
Zhallaix se cruza de brazos y sé que lo tengo. Los
músculos retorcidos de sus brazos se abultan, estirando
cicatrices blancas y rojas. Algunas son cicatrices que yo le
he hecho. Tiene un corte en el costado, medio vendado con
fibras vegetales para mantenerlo cerrado. La sangre brota
de su interior. Es obra mía.
Yo también tengo algunas heridas abiertas, pero Zhallaix
no ha vendado las mías.
¿Por qué iba a hacerlo? Me preferiría muerto.
Entonces, ¿por qué no lo estoy?
—¿De dónde ha salido? —vuelve a preguntar.
—Puede que sea la única —miento—. O puede que no.
Zhallaix me fulmina con la mirada y estirando el brazo
hacia atrás, saca mi lanza, y me apunta con ella.
Libero veneno al verla. ¿Zhallaix no solo pone en peligro
la vida de Gemma, sino que además tiene mi lanza? La ira
me inunda al ver su mano rodeando el asta.
Siseo cuando se acerca, preparándome para lo que
venga. Me clava la lanza en la cola.
Grito de dolor cuando se clava profundamente en mi
músculo. La clava antes de extraer la punta afilada. Me
agito para liberar los brazos, pero no lo consigo. Me
desplomo con un gruñido cuando mis ataduras se resisten.
Mi sangre se derrama a mi alrededor mientras él levanta
mi lanza para clavármela de nuevo en la cola.
—Dímelo —ruge.
—Libérame.
Zhallaix me apuñala y la retuerce.
Aprieto los dientes, conteniendo un gemido agónico
cuando la punta golpea la espina dorsal de mi cola. El
sudor se acumula en mi cara, la agonía irradia por mi cola y
me recorre todo el cuerpo.
Vuelve a sacar la lanza.
—¿Continuamos?
Le escupo.
—No quiero hacerte más daño, Vruksha —dice, tranquilo
como siempre, como si no me estuviera torturando para
obtener información—. Pero lo que hiciste fue
imperdonable…
—¿Lo que hice? No sé de qué estás hablando —digo con
desprecio.
Zhallaix se agacha hasta quedar a mi altura. Mi odio por
él, y por la situación en la que ha puesto a mi hembra, me
consume. Odio porque aún vaga por estas tierras a pesar
de los numerosos intentos de acabar con él.
Pero es la misma situación en la que yo he puesto a mi
hembra por sacarla de noche. Por dormirnos…
—Aparearse con una hembra las mata. No sobreviven a
la gestación. Solamente un miserable saciaría sus deseos a
sabiendas del resultado. Dime dónde la encontraste —
continúa Zhallaix.
—Las humanas no son nagas.
—¿Te has apareado antes con una hembra humana?
Mis fosas nasales se agitan.
—Por supuesto que no. Ninguno de nosotros lo ha hecho.
—¿Entonces cómo puedes saberlo?
—¿Y tú lo sabes? Sé lo que has hecho, lo que eres. Sé lo
que hizo tu padre, violar hembras nagasss para su placer.
No me parezco en nada a él. Ninguno de nosotros lo
parecemos, solo tú.
Su mano se vuelve blanca donde aferra mi arma.
—Te enseñó todo lo que sabía —continúo—. ¿Verdad? Te
acompañó mientras él…
—¡Basta!
—Tomaba hembras por toda la región, aunque ellas no
quisieran, incluso las que no eran Víboras de la Muerte,
matándolas.
—¡Basta! — Zhallaix levanta mi lanza y se lanza hacia
delante, apuntándome con la punta a la ingle—. ¡Yo no soy
mi padre! —me acuchilla.
Me giro hacia un lado, esquivando por poco el filo de la
lanza. Zhallaix se tambalea por el impacto, y por fin tengo
mi oportunidad. Le escupo veneno en el ojo.
Ruge, se echa hacia atrás y suelta mi arma. Se aprieta el
ojo. Se escabulle, chillando al chocar contra un árbol,
haciendo que las ramas se agiten. Deslizo la herida de mi
cola hacia mis manos atadas, empapándolas en sangre.
Con las ataduras mojadas, lucho por zafarme de ellas.
Una de las ataduras se rompe y me suelta el brazo.
Araño el resto de las ataduras. Cuando libero mis
extremidades, agarro mi lanza y la utilizo para ayudar a
levantarme.
Zhallaix empuja su cola para mantenerme atrás, incapaz
de verme.
—Debería matarte, sssí —gruño, inclinándome sobre él.
Un ojo negro y rojo me mira húmedamente a través de
unos dedos crispados.
—¡Hazlo! —dice.
Levanto mi lanza sobre él.
—¡Hazlo! —grita.
Le apuñalo en las entrañas y lo retuerzo. La sangre
brota a borbotones, mientras se la extraigo.
Zhallaix se quita la mano del ojo, sisea y se desploma.
No vuelve a moverse, pero sigue mirándome a través de su
ojo destrozado. Lentamente, el color se desvanece de sus
escamas y su ojo se cierra.
Le miro fijamente durante unos instantes,
asegurándome de que permanece en el suelo. No me
complace matar a uno de los míos, aunque lo he hecho
antes y sé que volvería a hacerlo.
—Deberías haberme matado cuando tuviste la
oportunidad —digo, bajando la lanza.
Limpio mi lanza de sangre y me dirijo hacia los árboles,
sin pensar en Zhallaix.
El arroyo está cerca. Lo escucho más que lo veo y, desde
mi punto de vista, no observo nada fuera de lo normal,
nada que me ayude a encontrar a Gemma. Necesito
encontrarla. No sé cuánto tiempo hace que estoy aquí, solo
sé que ya ha anochecido, lo que significa que han pasado
muchas horas desde el ataque de Zhallaix. O incluso días.
Me precipito hacia el agua, esperando que haya un
rastro, haciendo muecas de dolor por el daño de mis
heridas.
Sigo el arroyo hacia el norte hasta llegar al lugar donde
estuve con Gemma por última vez. Veo sus botas. Las cojo y
me las acerco a la cara, inhalo su olor.
Está sola en el bosque, sin mí, el macho que juró
protegerla. No sabe cómo defenderse; conoce poco sobre
mi mundo. Hay mucho más que animales y monstruos…
Lucho contra el dolor de la cola que amenaza con
ralentizarme, la meto en el agua para lavarme la sangre
mientras busco frenéticamente su rastro.
Hay palos rotos y hojas aplastadas en el suelo. Alguien
se ha golpeado con fuerza contra la maleza, de frente.
Tuvo que ser Gemma. Imaginar su miedo mientras huía
me enfurece. Se adentró en el peligroso bosque en la
oscuridad sin un plan. Mis garras se clavan con fuerza en
sus botas, dejando atrás el arroyo.
Mientras la rastreo, temo tropezar con su forma rota y
una locura se apodera de mí. Pero a medida que pasan las
horas y sale la luna, no la encuentro. Huyó durante horas…
¿También huía de mí? Mi cola se enrosca, disparando
punzadas de dolor por mi espina dorsal al imaginarlo. Me
niego a creerlo.
La luna asciende y las sombras profundas cubren el
bosque tan densamente que pierdo las huellas.
Mi rabia y mi impotencia se unen en un rugido.
—¡Gemma! —rujo su nombre.
Me responde el silencio.
Clavo mi lanza en el suelo y recojo leña para hacer un
fuego. Si está cerca, verá la luz y vendrá. Me da algo que
hacer mientras espero a que salga el sol, y las llamas
mantienen a raya mi locura.
La noche dura una eternidad agónica. No duermo. No
con mi hembra fuera de mi alcance y sin saber dónde está.
Aún no ha amanecido cuando retomo su rastro. Lo
pierdo varias veces más a lo largo de la mañana porque sus
huellas han empezado a desvanecerse. El hecho de volver
atrás y encontrar el lugar donde se reanudan me hace
perder un tiempo valioso. El sol ya ha pasado su cenit y el
calor es sofocante, cuando vuelvo a avanzar.
Grito su nombre.
Y de nuevo, la rabia se apodera de mí por haberla
perdido. Por perderla y, lo que es peor, por no estar
preparado para enfrentarme a una hembra humana como
yo creía. Debería haberlo sabido.
¿Por qué la saqué de noche cuando podía haberla
llevado a mi nido?
Si lo hubiera hecho, ahora mismo la tendría enroscada
en mi cola.
Algo azul aparece en la distancia y avanzo hacia ello. Su
chaqueta. Aprieto el material con fuerza contra mi pecho.
Está rota y sucia y, sin embargo, sigue en buen estado.
Es una señal.
Recupero la esperanza.
El paisaje cambia, inclinándose hacia abajo, y su rastro
se reanuda durante un rato. Aquí ha frenado. Tengo que
bajar al suelo del bosque para encontrar su paso.
Moviéndome de árbol en árbol, veo sangre seca sobre las
hojas. Aunque al hacerlo, veo algo más, algo mucho peor…
Huellas de cerdo.
Docenas de ellas. Huellas de pezuñas por todas partes, y
excrementos de cerdo entre ellas. El olor de su paso hace
que el bosque apeste.
Mi corazón se desmorona al saber que han captado su
olor y que perderé por completo el rastro de Gemma entre
el de los cerdos.
Aprieto los dientes. Tiene que estar cerca. Despego los
ojos del suelo del bosque y miro hacia arriba para ver
dónde estoy. Me doy cuenta de que conozco esta zona. He
pasado por aquí innumerables veces. Con huellas de cerdo
o sin ellas, si está aquí, podré encontrarla.
A menos que los cerdos hayan llegado a ella primero…
Si lo han hecho, no habrá más que sangre donde la hayan
atrapado. Se lo comen todo.
Mataré hasta el último cerdo de la tierra si ella ha
corrido esa suerte.
El sol alcanza el horizonte demasiado pronto, y la fuerza
menguante de mi cola empieza a frenarme. La sangre sigue
brotando de mis heridas, haciéndome sentir débil. Sigo
adelante.
Cuando oigo a los cerdos, me deslizo entre los árboles y
encuentro a lo lejos una manada de cerdos de tamaño
medio.
Uno levanta la cabeza y olfatea ruidosamente. Huele la
sangre fresca ahora que estoy aquí.
Paso mis cortas garras por las heridas de mi cola y les
doy más. El dolor me recorre los nervios y aprieto los
dientes. Si los cerdos vienen a por mí, puedo alejarlos y
matarlos uno a uno. En pocos minutos, hay una manada de
cerdos debajo de mi rama, agolpándose unos sobre otros
para alcanzarme.
Tumbado sobre la rama, sitúo mi lanza y, agarrando con
fuerza el mango, apuñalo al que tengo más cerca. La punta
de mi lanza se hunde profundamente en la carne grasa. El
cerdo chilla, sobresaltando a los demás, que hacen lo
mismo. Echo el brazo hacia atrás y vuelvo a apuñalar.
Acierto a otro cerdo.
Los cerdos se revuelven y chillan, ocultando todos los
demás sonidos. Se ponen frenéticos y los más listos huyen.
La mayoría se queda porque hay comida para rato. Me
preparo y vuelvo a apuñalar.
Pronto, ya no buscan mi sangre, sino la suya.
Resoplando y gruñendo, se vuelven unos contra otros,
demasiado tontos para apartarse de la lanza que les pincha
desde arriba. La sangre llena el aire.
Algo atrapa mi lanza y me la arranca de las manos. La
vuelvo a coger al instante, cuando uno de los cerdos me
ataca en lugar de a sus hermanos. Al mirar hacia abajo, veo
dos ojos grandes e inteligentes que me miran con odio.
Escupo veneno al líder, y este se lo sacude.
Los demás a su alrededor empiezan a darse cuenta de
que sigo arriba, me ven ahora que tienen la barriga llena
de sus compañeros.
Es hora de irse.
Me enrollo y me elevo de la rama, deslizándome hasta el
árbol de al lado. El cerdo grande me sigue, y otros varios
también. Si no los pierdo, me perseguirán hasta que yo o
ellos estén muertos. Y por la mirada que me lanza el
grande, quiere mi pellejo.
Mientras que sea yo y no Gemma.
Dirijo a la manada fuera de la zona, matándolos a
medida que avanzo, atravesando la noche hasta que la
mañana se abre paso entre los árboles.
Tengo que encontrar a Gemma, y pronto.
Me desprendo del tronco del árbol en el que estoy y
retrocedo en silencio hasta el lugar en el que estaba
cuando encontré a los cerdos la noche anterior. El lugar
donde seguí el rastro de Gemma por última vez.
A la luz del amanecer, no veo nada excepto cadáveres
medio devorados y sangre. Los arbustos, las ramas y las
plantas han quedado arrasados por el frenesí animal. Si
antes había un rastro, ahora ya ha desaparecido.
Lanzo una maldición.
Algo pasa zumbando junto a mi cabeza. Lo veo justo
antes de que desaparezca en el bosque. Está oxidado, sucio
y roto, pero sé lo que es.
Un dron.
La emoción me invade.
Mi cansancio desaparece cuando despego tras él.
Alguien inició los drones…
Gemma.
DIECISIETE
PELIGRO EN TODAS PARTES
Gemma
Gemma
Vruksha
Vruksha
Vruksha
Gemma
Vruksha
Gemma
Vruksha
Gemma
Gemma
Gemma
Vruksha
D OS SEMANAS DESPUÉS .
—Hoy te elijo a ti, Vruksha —bosteza Gemma,
estirándose en nuestro nido.
Sus pechos se elevan al respirar hondo, provocándome
para que juegue con ellos. Lo hago a menudo. Las marcas
alrededor de sus pezones son prueba suficiente de ello.
Están rosados e hinchados, levantándose al encuentro de
las puntas de mis garras y las ásperas yemas de mis dedos.
Le demuestro mi amor con caricias y suaves besos.
Hago que acepte mi amor con nuestro desenfreno diario y
mi interminable necesidad de derramar mi alma en ella.
—Y yo a ti, hembra —gimo, haciéndole cosquillas con la
punta de mi cola entre las piernas, donde está mojada.
Siempre está mojada. Creo que mi olor la pone así, pero
no estoy seguro… Si la deseo y no está de humor, la acerco
para que me respire y siempre se derrite. Se abre como
una flor. Pero si mi semilla no está goteando de entre sus
piernas por nuestro último encuentro, está mojada por mi
saliva, sino por su excitación. Soy un macho afortunado.
Y también hambriento.
Me levanto sobre ella mientras abre sus ojos
somnolientos. Abre las piernas con otro bostezo, y yo
introduzco la punta de mi cola en su relajada envoltura. Me
agacho y saco mi eje, enrollando los dedos alrededor del
bulto del centro. Ya nunca crece. Nunca tiene oportunidad
de hacerlo, no con mi Gemma.
Pero ella es mucho más pequeña que yo, y somos
especies diferentes. No importa lo fuerte o duro que nos
pongamos, tengo que inducir a su cuerpo a que me acepte.
Está apretada, condenadamente apretada. No quiero
causarle ninguna incomodidad cuando todo lo que siento es
una agradable agonía cuando frunce el ceño y me acoge.
La preparo introduciendo y sacando la punta de mi cola.
Ella se agarra a mí, estremeciéndose.
—Vruksha —gime, levantando los brazos por encima de
la cabeza y enredando los dedos en su pelo desordenado.
Es suficiente para hacer que me derrame. Es suficiente
para volver loco a cualquier hombre. Mi semilla sale
disparada por sus pechos y su vientre, y yo siseo, molesto.
Le limpio el derrame claro y acuoso del vientre.
Gemma me sonríe perezosamente y abre más las
piernas. Su pequeño agujero se contrae.
—Hembra —gruño—. Te estás burlando.
Saco la cola y hundo los dedos en su interior para frotar
el punto que la hace retorcerse y agitarse. Y cuando lo
hace, cuando se contorsiona, sustituyo los dedos por mi
miembro, empujando con fuerza.
Ella jadea, tensándose, y yo gruño. Me derramo de
nuevo, y sus piernas se enganchan a mi alrededor,
manteniéndonos atrapados.
Ya no puedo más. Dejo caer mi peso, aprisionándola,
empujando violentamente. Tomo a mi compañera como
necesito. La tomo hasta que no queda nada en su mundo
salvo yo, y solo yo. Empujo hasta que grita, hasta que
cualquier rastro de sueño desaparece de su cuerpo. Y
cuando se aprieta a mi alrededor, haciéndome rugir, la
lleno de mi semilla.
Ha cumplido su promesa.
Se ha quedado.
Cada día su risa es más fuerte, sus sonrisas más
amplias, y descubro que también yo he recuperado la risa y
la sonrisa. Las quiero siempre.
También quiero sus gritos.
Cuando me levanto de ella, está hecha un desastre.
—Ahora no voy a poder volver a andar hoy —gime,
llevándose una piel a la barbilla y echando la pierna por
encima—. ¡Tengo tanto trabajo que hacer, maldita sea!
—Dime qué quieres que haga y lo haré.
Enciendo el hornillo para calentar el búnker. Ahora está
más cerca de nuestro nido. Gemma lo ha reorganizado todo
en las semanas que llevamos en casa.
Atrás han quedado las pilas de cajas, los espacios
improvisados entre ellas y los objetos que había ido
recogiendo a lo largo de los años. Todo lo que merecía la
pena conservar, lo trasladamos a los túneles, limpiando el
espacio. Ahora, el búnker está segmentado con diferentes
“espacios” a lo largo, con un camino recto hacia la parte de
atrás, donde está nuestro nido.
Han desaparecido los artilugios que no funcionaban y
las linternas que ya no tenían pilas. Ahora solo hay cosas
que necesitamos o que Gemma quiere arreglar. Las
paredes están cubiertas de pieles que ella no quería utilizar
como mantas, e incluso ha quitado las luces parpadeantes.
Ahora únicamente hay luces tenues, sabemos que
tendremos que encontrar una fuente de luz mejor en algún
momento, cuando estas también mueran.
Pero eso será otro día.
—Quería empezar a revisar las cajas que hemos retirado
y vaciarlas. Será bueno disponer de cajas vacías —dice
tumbándose y bostezando de nuevo, sonoramente.
—Es bastante fácil.
—Ahora también necesitaré otro baño.
—Sí, es verdad.
Está cubierta de mi derrame. Le brilla la piel.
Al parecer, necesita bañarse todos los días, y llevarla al
arroyo se ha vuelto más fácil. Rara vez me bañaba antes de
que ella entrara en mi vida. Ahora, nado con ella todos los
días. El agua me resulta extraña, pero he llegado a
disfrutar del tiempo libre. Nunca he sido un naga que
prefiera el agua al bosque, como Vagan. El Coral Azul
domina el lago que hay cerca de aquí, así que me limito a
los arroyos y riachuelos cuando necesito agua.
Tal vez eso cambie.
—También quiero preguntar cómo va Daisy, si te parece
bien —pregunta, incorporándose. Va a levantarse y le
tiendo la cola para ayudarla.
—Es muy pronto.
—Han pasado dos semanas… más o menos. No es tan
pronto. No tenemos que quedarnos mucho tiempo,
únicamente el suficiente para asegurarnos de que sigue
recuperándose y de que Zaku no…
—La Cobra no le hará daño.
—No puedo evitar preocuparme.
Tiro de Gemma para que se acerque.
—Lo discutiremos mañana. Hoy nos bañaremos y
vaciaremos las cajas.
Ella suspira y asiente mientras la envuelvo en mis
miembros. No quiero compartirla con nadie, ni con Daisy,
ni con los otros humanos, ni especialmente con Zaku o los
otros nagas. Necesito toda su atención, todo su afecto. Soy
un macho codicioso.
Mi miembro se esfuerza por volver a liberarse de mi
cola. Para demostrarle que debe pensar en mí y solamente
en mí, y ya.
Gemma sigue espléndidamente desnuda, apretada
contra mí, y no puedo resistirme. La levanto en brazos,
envuelvo mi miembro con la punta de mi cola y vuelvo a
hundirlo dentro de ella. Se tensa y se retuerce, con su sexo
tratando de impedirme entrar, pero luego suspira, gimiendo
mientras la hago subir y bajar por mi miembro, uniéndonos
de nuevo. Me rodea el cuello con los brazos y apoya la
mejilla en mi pecho mientras la penetro.
Soy el macho más afortunado.
Chorros de semilla nueva se desparraman dentro de
ella.
La tomo tres veces más antes de que lleguemos al
arroyo para que se bañe. Mi cuerpo me exige que la llene
con mi semilla y, hasta que lo haga, seguiré enloquecido
por conseguirlo.
¿Y ella? Gemma ya no lleva ropa interior. Y yo sigo
dándole lo suyo.
Ese mismo día, más tarde, estamos en los túneles,
separando las cajas vacías de las que siguen llenas.
Llevamos horas así, decidiendo qué debe conservarse, qué
debe desaparecer y dónde dejar lo que no queremos. A
Gemma no le gusta el desorden y tampoco quiere guardar
los trastos en los túneles ni fuera de nuestro búnker.
Estoy de acuerdo con ella en mantener despejada la
entrada al búnker. Tal y como está ahora, es difícil que la
encuentre alguien que no la esté buscando. Eso mantiene
alejados a los intrusos. Y a cualquier macho naga que
quiera arriesgar su vida.
Hasta ahora no ha venido ninguno, ni siquiera Zhallaix,
y espero que siga así.
Mi hembra se ha quedado callada, y levanto la vista de
lo que estoy haciendo. Está mirando fijamente el oscuro
pasillo que conduce a los túneles más profundos.
Únicamente tenemos suficientes linternas solares y
antorchas para iluminar la parte en la que estamos
trabajando.
—Gemma —digo en tono de advertencia.
Ella se sobresalta y se vuelve hacia mí.
—Solo quiero verlos una vez más. ¿Solamente un par de
horas?
—No.
—¿Incluso si te lo prometo?
La primera vez que volvimos al búnker, me convenció
para que la llevara de nuevo a la sala de las pantallas, una
sala en la que pasé muchos meses durante mi juventud,
para ver el fin de su mundo una y otra vez. Se obsesionó,
quería volver todos los días hasta que se lo hice ver y dejó
de hacerlo. Pero hay más de lo que le mostré aquel primer
día. Las pantallas tienen… de todo.
Vídeos de cosas que al principio no entendía. Obras de
teatro, dibujos y música. Todo cosas archivadas del pasado.
Cuando descubrió que había más, fue difícil que se fuera.
La música es una delicia. Las obras de teatro son
divertidas. No pertenecen a este mundo, pero están aquí de
todos modos, y espero que nunca les pase nada.
A Gemma le gusta especialmente la idea de los museos y
las obras de arte que hay en ellos. Le conté que algunos
aún existen y le prometí llevarla a ver los edificios en
ruinas.
Eso la entusiasmó.
—¿Por favor? —me ruega con ternura.
—Un par de horas —digo cediendo.
De todas formas, hoy ya hemos hecho mucho. Todo lo
que ella quería.
Ha sido un cambio. Antes de ella, me pasaba los días en
los bosques cazando, explorando.
—¡Gracias!
Cojo una linterna de una de las cajas y tiro de ella para
acercarla.
No podrá encontrar la habitación sin mí, y no dejaré que
entre sola en este túnel. Los túneles se curvan, se dividen y
se prolongan durante kilómetros en todas direcciones. Las
luces nunca han funcionado y es fácil perderse si no
conoces el camino. Algunas salas también se bifurcan por
los lados. La mayoría están vacías o conducen a la
superficie. Algunas están llenas de cajas como las que yo
tengo, mientras que otras contienen máquinas y objetos
humanos antiguos.
No sé por qué están aquí ni para qué se utilizaban
originalmente, pero es un lugar peligroso si te pierdes. Los
registré hace mucho tiempo, al igual que otros nagas que
han encontrado su camino hasta aquí, y conozco vagamente
el camino a través de ellos.
Si Gemma se equivoca alguna vez…
No puede ver en la oscuridad tan bien como yo. Alejo
ese pensamiento.
Llegamos a la sala de las pantallas y acciono el
interruptor de la mesa que las supervisa. Gemma se echa
una piel sobre los hombros, la que se dejó la última vez que
estuvimos aquí, y yo enrosco la cola debajo de mí,
acomodándome, arrimándola para que descanse sobre ella.
—¿Qué quieres ver esta noche? —murmuro—. Nada de
las últimas horas —añado.
—¿Podemos ver algo… divertido? ¿Con música? Me
encanta la música.
Se echa hacia atrás con un suspiro de satisfacción. Le
paso el brazo por el medio.
Sé lo que hay que hacer. Aparece un varón humano, de
gran tamaño en las pantallas, con un paraguas. Nos
sumimos en un apacible silencio mientras canta algo sobre
la lluvia.
Algo tan simple sobre lo que componer una canción,
algo tan fácil.
Hace dos semanas, conduje a Gemma a la montaña
oscura donde se oculta un alijo de secretos de los Lurkers.
No hemos hablado de eso desde entonces. Ella no ha
sacado el tema. Es algo que siempre ha estado ahí para mí,
un secreto revelado hace mucho tiempo, encontrado por los
nagas de la generación de mi padre. Escondido por ellos, y
para la mayoría, olvidado.
Solamente unos pocos recordamos que el escondite
existe. Y si alguien ha encontrado más, lo ignoro.
Nunca se lo he dicho a Gemma. Temo la tecnología tanto
como la admiro. No utilizaría mi lanza si no me la hubiera
dado mi padre. De estos artilugios alienígenas irradia un
poder abrumador, y la manera en que estas cosas revuelven
mi mente cuando las sostengo… no siempre es fácil de
soportar.
Puede ser aterrador.
Pero ella… Parecía saber exactamente lo que estaba
viendo.
Las llamaba pistolas, bombas y arsenales. Miles,
alineadas en estanterías hasta donde alcanzaba la vista,
desapareciendo en la distancia. Las cogió, las sostuvo,
incluso intentó cargar una pistola, pero la dejó en su sitio
cuando no pudo cargarla. Vi lo que esa cosa hizo a los de su
especie, y no tiene cabida en los bosques. Ningún lugar en
este mundo. Pensé en dejar mi lanza.
Al final no pude hacerlo, mi lanza es como un cuarto
miembro sin el que no sé vivir.
Dijo que las armas no eran alienígenas, aunque no estoy
seguro de creerla. Cogí la misma arma que ella dejó en el
suelo, e inmediatamente se cargó, confundiéndome. ¿Y
cuándo ella la volvió a coger? Murió en sus manos.
Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que ella no
puede encender el fuego en la punta de mi lanza.
Solamente yo puedo.
Los de su especie no fabricarían armas que no pudieran
utilizar, ¿verdad?
Sin embargo, no eran las armas las que la asustaron,
como yo pensaba que harían. Como nos inquietan a mí y al
resto de los nagas. Fueron las cápsulas, muy parecidas a la
que Zaku tenía en su guarida. Estaban llenas de líquido,
con tubos y cables conectados a un singular orbe central en
el centro.
Huevos, los llamó, hablando apenas por encima de un
susurro.
Después quiso marcharse.
Huimos del escondite, dejando atrás las armas y las
cápsulas, volviendo a colocar las rocas en su sitio y
añadiendo más donde ella lo pedía. Desde aquel día, a
veces noto que me mira de forma diferente, al menos al
principio, por suerte, las miradas no duraron.
Una vez que la metí de nuevo en mi nido y me aseguré
de que no tenía nada más en lo que pensar que en
nosotros, su tranquila contemplación desapareció de su
mente.
No la habría llevado de nuevo a los túneles tan pronto si
no hubiera visto el miedo subyacente en sus ojos. Le
prometí protección para siempre y pienso cumplir esa
promesa. Cumpliré todas mis promesas.
¿Y si yo hubiera nacido de uno de esos huevos? ¿O mi
padre o mi madre?
Apoyo la barbilla en la cabeza de Gemma.
No me interesa averiguarlo.
Tengo lo que quería y voy a conservarlo. Venga quien
venga, pase lo que pase, tendrán que pasar por encima de
mí si vienen aquí a intentar quitármelo.
—¿Hay alguien ahí? ¿Hay alguien ahí? —dice una voz
femenina, haciendo entrecortarse la música.
Gemma se tensa y yo levanto la cabeza.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta, volviéndose para
mirarme—. No parecía de la película.
—No lo sé.
Rompemos el contacto visual y miramos alrededor de la
habitación. De fondo, la película sigue reproduciéndose.
Pasa un minuto y la voz entrecortada no vuelve.
—¿Puedes rebobinar la película? —pregunta ella.
—¡Por favor, responded! Soy Shelby, de El Temible, y
tenemos problemas —vuelve a decir la voz, esta vez
cargada de desesperación.
Viene de detrás de nosotros.
Gemma se pone en pie de un salto.
—¿Shelby? —jadea, buscando el origen de la voz.
Me levanto con ella, deteniendo las pantallas.
Los dos nos volvemos hacia un orbe, que parpadea a
medias en un rincón. Es uno que creía prácticamente roto,
y no se ha cargado con energía solar desde hace meses.
Gemma corre hacia él justo cuando lo recojo del aire con
la cola, agarrándolo antes de que caiga y se rompa.
—¿Cómo respondemos? ¿Podemos responder? —
pregunta Gemma apresuradamente.
La hembra vuelve a gritar.
—¿Hay alguien ahí?
Giro el orbe en mi mano, para pedirle…
—Conéctanos —ordena Gemma.
—Conectando… —responde el orbe. Funciona. Parpadea,
brilla.
Gemma me lo quita.
—Shelby, soy Gemma. ¿Qué ocurre? Estoy aquí. ¿Estás
bien?
—¡Gemma! Oh, joder. ¡Estás viva! Gracias a Dios que
estás viva. Me alegro de oír tu voz, cualquier voz.
—Estoy aquí —Gemma sacude la cabeza—. ¿Qué ocurre?
¿Qué está pasando? ¿Te encuentras bien? ¿Dónde estás?
—Estoy atrapada —responde la mujer con un jadeo—.
Bajo las instalaciones. Estoy atrapada con él.
—¿Con quién?
Shelby baja la voz.
—Hay algo que debes saber. He encontrado algo… —
interrumpe Shelby.
—¿Qué? —pregunta Gemma—. ¿Shelby? ¿Estás ahí?
¿Qué necesito saber? ¿Quién es él?
El orbe parpadea una última vez y se apaga.
—¡Shelby! Responde! —grita Gemma, sacudiéndolo.
Se lo arrebato antes de que se haga daño.
—Está muerto. Se ha ido.
—¡Tenemos que encontrar otro!
Asiento con la cabeza y volvemos a mi búnker a una
velocidad récord, pero cuando llegamos a los otros orbes
que he reunido, no podemos contactar con Shelby. La
conexión ha desaparecido.
“Escaneando. Escaneando. Escaneando.”
Gemma grita de frustración, enredando los dedos en su
pelo y apartándoselo de la cara. Se vuelve hacia mí.
—Vruksha…
Ya sé lo que va a preguntar. Y ya sé mi respuesta.
Cojo mi lanza.
Venga lo que venga. Protegeré lo que es mío.
“Escaneando. Escaneando. Escaneando.”
NOTA DE LA AUTORA
Rey Cobra
Capítulo Uno
Daisy
Naga Brides
Viper
King Cobra
Blue Coral
Death Adder
Boomslang
Cottonmouth
Cyborg Shifters
Wild Blood
Storm Surge
Shark Bite
Mutt
Ashes and Metal
Chaos Croc
Ursa Major
Dark Hysteria
Wings and Teeth
Valos of Sonhadra
Radiant
Standalones
Six Months with Cerberus
Cyber Pool Boy