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Lo dicho hasta ahora permite deducir con facilidad la teoría del aparato psíquico propuesta por
Freud. Dicho aparato está formado por el «ello», el «yo» y el «superyó». El «ello» (equivalente
al id latino; Freud tomó este término de Georg Groddeck) es el conjunto de los impulsos
inconscientes de la libido; es la fuente de energía biológico-sexual; es lo inconsciente amoral y
egoísta. El «yo» es la fachada del «ello», su representante consciente, la punta consciente del
iceberg que constituye el «ello». El «superyó» se forma hacia el quinto año de edad y distingue
(en grado, pero no en naturaleza) al hombre del animal; es la sede de la conciencia moral y del
sentimiento de culpa. El «superyó» nace en cuanto interiorización de la autoridad familiar, y a
continuación se desarrolla como interiorización de las demás autoridades, como interiorización
de los ideales, los valores y los modos de conducta propuestos por la sociedad, a través de una
substitución de la autoridad de los padres por la de los educadores, maestros y modelos ideales.
El «superyó» paterno se convierte en un superyó social. Por lo tanto, el «yo» tiene que mediar
entre el «ello» y el «superyó», entre las pulsiones del «ello», agresivas y egoístas, que tienden a
una satisfacción total e irrefrenable, y las prohibiciones del «superyó» que impone todas las
restricciones y las limitaciones de la moral y de la civilización. En otros términos, el individuo se
halla bajo el impulso originario de una energía de tipo biológico-sexual. Estas fuerzas instintivas,
sin embargo, están reguladas por dos principios: el de placer y el de realidad. A través del
principio de placer, la libido tiende a buscar una satisfacción inmediata y total. Por este camino,
no obstante, se encuentra con el censor representado por el principio de realidad, que obliga a
las pulsiones egoístas, agresivas y autodestructivas a encauzarse por otros caminos, los caminos
de la producción artística, de la ciencia, etc.: los caminos de la civilización. Sin embargo, a pesar
de la represión ejercida por el principio de realidad, el instinto no desiste y no se da por vencido,
buscando otros canales de satisfacción. En el caso de que no logre sublimarse a través de las
obras de arte, resultados científicos, realizaciones tecnológicas, educativas, humanitarias, y si
por otra parte los obstáculos con los que se encuentra se muestran sólidos e impermeables ante
cualquier desviación substitutiva, el impulso del instinto se transforma en neurosis.