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DICCIONARIO BÁSICO FREUDIANO

Una de las ilustraciones de Gareth Southwell en «¿Qué haría Freud...?», de Sarah


Tomley, por cortesía de Larousse.

Creador del psicoanálisis, Sigmund Freud era un médico que desde finales
del XIX recordó lo cerca que esta disciplina estaba de la filosofía. Él se inventó
una nueva metafísica, una manera de interpretar al ser humano basada en un
más allá de deseos ocultos, pulsiones no reveladas y mal resueltas. Y su
nombre está en todos los manuales de la historia de la filosofía. Por
inventarse, se inventó también un montón de conceptos que luego pasarían
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al habla común, más allá de la psicología y el psicoanálisis. El 6 de mayo es


aniversario de su nacimiento.

Por Pilar G. Rodríguez

“La teoría del psicoanálisis de Freud es una teoría enorme que lo abarca
todo: no explica una sola cosa, como por qué tememos a las arañas, nos
enamoramos, negamos nuestra inmortalidad o nos gustan las hamburguesas, sino
que las explica todas”, se lee en el libro ¿Qué haría Freud…? editado recientemente
por Larousse. En él se analizan problemas cotidianos reuniendo las posibles
respuestas que darían los grandes terapeutas. Freud está entre ellos y es el que
aparece en el título: para eso se lo inventó.

Nacido el 6 de mayo de 1856 en Freiberg (Moravia) en una familia judía, se


doctoró en medicina y se dedicó al estudio del cerebro y las enfermedades
nerviosas. “Desde el principio había mostrado pretensiones de ir más allá de la
medicina; en concreto, quiso asumir tareas filosóficas y traducir la metafísica a
metapsicología”, se lee en la Enciclopedia de obras de filosofía, de Franco Volpi.
¿Cómo fue eso? Su investigación comenzó junto al conocido neurólogo Charcot, en
París. Allí Freud se interesó por los efectos terapéuticos de la hipnosis, a través de
los cuales vislumbró el concepto del psicoanálisis y su práctica para avanzar en el
conocimiento de la mente.

Freud quiso ir “más allá de la medicina; quiso asumir tareas filosóficas y traducir la
metafísica a metapsicología”, se lee en la Enciclopedia de obras de filosofía, de
Franco Volpi (Herder)

Histórica y geográficamente, el hallazgo se inserta en la efervescencia cultural


de la Viena de fin de siglo, pero su recorrido fue mucho mayor. El psicoanálisis
ejercería una influencia enorme sobre la imagen del individuo y de sus relaciones
familiares, sentimentales, sociales…, pero también sobre cualquier manifestación
cultural que, desde entonces, podría ser vista desde la perspectiva freudiana. “Las
costumbres se modifican al chocar con la teoría psicoanalítica –explica la Historia
de la filosofía de Reale y Antiseri (Herder)– y los términos fundamentales que esta
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utiliza (complejo de Edipo, represión, censura, sublimación, inconsciente, superyó,


transferencia, etc.) son ya parte integrante del lenguaje ordinario y —para bien o
para mal, con más o menos propiedad, con razón o sin ella— constituyen
herramientas interpretativas del desarrollo más global de la existencia humana”. Por
eso nunca está de más recordarlos.

COMPLEJO DE EDIPO. La infancia es un periodo vital en el desarrollo de la


personalidad. En el mundo freudiano, la salud psíquica del adulto dependerá
prácticamente de los traumas asociados a este periodo. Uno de los más frecuentes
es el complejo de Edipo, que sitúa al niño en un trío afectivo, pseudoamoroso, con
sus padres. En su forma más habitual, el pequeño varón se sentirá atraído por su
madre y verá al padre como un rival competidor. También puede suceder al
contrario, lo que se denomina complejo de Edipo negativo. En palabras de Freud:
«El niño concentra en la persona de la madre los deseos sexuales y concibe
impulsos hostiles contra su padre, al que considera un rival. Mutatis mutandis, la
niña asume una actitud semejante».

El complejo de Edipo sitúa al niño en un trío afectivo, pseudoamoroso, con sus


padres

La forma habitual de resolución del conflicto es por temor de castración… en el


plano teórico, claro está. En la práctica, el complejo va perdiendo fuerza a medida
que el niño experimente también afecto en relación al padre, además del temor al
castigo. Así se conseguirá el desplazamiento del objeto amado que ya no tendrá
por objetivo ninguno de los dos progenitores.

ELLO, YO Y SUPERYÓ. Para Freud la personalidad se estructura en tres niveles o


estratos, cada uno con funciones distintas:

 El Ello es la parte primitiva, desorganizada e innata de la


personalidad. Está presente al nacer y representa nuestros
impulsos, necesidades y deseos elementales como la
necesidad de obtener comida, la agresividad, así como la
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búsqueda del sexo. Obedece al principio del placer y


desconoce las exigencias de la realidad.

 El Yo se encarga de cumplir, de manera realista, los deseos y


demandas del Ello. El Yo evoluciona según la edad y las
distintas exigencias del Ello actuando como un intermediario
o negociador contra el mundo externo. Sigue al principio de
realidad, satisfaciendo los impulsos del Ello de una manera
apropiada y razonable.

 El Superyó es la parte que contrarresta al Ello y se ocupa de


los juicios morales. Sus funciones son evaluar, valorar, quizá
reprochar… Se trata de una instancia que no está presente
desde el principio de la vida del sujeto, sino que es adquirida.
Nace con la interiorización de la autoridad familiar y se
desarrolla al ir adoptando ideales, valores o conductas
propuestos por diversas figuras de la sociedad.

El Yo es la pantalla que criba las exigencias del Ello y valora la normatividad del
Superyó

INCONSCIENTE. El meollo de la cuestión. La razón de ser de todo esto. El


inconsciente es el objeto principal de estudio del psicoanálisis y designa el lugar
psíquico, desconocido para la consciencia, donde se reúnen los contenidos
reprimidos. Desconocido, pero no ajeno, ya que, aunque la consciencia no tiene
acceso al inconsciente, este si es capaz de revelarse a través de mecanismos como
los sueños, los lapsus, los chistes o los juegos de palabras. Según Freud, «el núcleo
de lo inconsciente está constituido por representaciones pulsionales, que aspiran a
descargar su propia energía, por movimientos de deseo».

Se trata de uno de los tres elementos que componen el aparato psíquico. Los otros
dos serían el consciente, la parte más próxima al mundo exterior con funciones
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principalmente perceptivas e informativas; y el preconsciente, una pantalla o filtro


entre el inconsciente y la conciencia. Comprende los pensamientos y vivencias que
en un momento dado no son conscientes, pero que pueden convertirse en tales,
mediante un esfuerzo de atención, a diferencia de lo inconsciente cuyos contenidos
son activamente rechazados de la conciencia por fuerzas como la censura y la
represión.

Inconsciente: el corazón del psicoanálisis

También el inconsciente –o, mejor, lo inconsciente– escribe Freud


en Nuevas aportaciones al psicoanálisis «es la parte oscura,
inaccesible de nuestra personalidad; lo poco que de ella sabemos
lo hemos aprendido del estudio de la labor onírica y de la formación
de los síntomas neuróticos […]. Al ello nos acercamos con
metáforas: lo llamamos caos, un montón de excitaciones
hirvientes […]. Impulsos de deseo que no han ido nunca más allá
del ello, pero también impresiones hundidas en el ello por la repre-
sión, son virtualmente inmortales, se comportan después de
decenios como si hubieran acontecido recientemente. Solo
cuando se vuelven conscientes por la labor analítica se reconocen
como pasado, se devalúan y quedan privados de su carga
energética, y sobre esto se funda, y no mínimamente, el efecto te-
rapéutico del tratamiento analítico».

LIBIDO. Para Freud, la libido es el impulso o energía fundamental


de toda actividad psicológica y que, según él, es de naturaleza
sexual. Este fue uno de los principales puntos de desencuentro
con Jung, quien decía que esa naturaleza sexual era una de otras
tantas formas que podía adoptar dicha energía.
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Freud la comparaba con el hambre, esa llamada «a través de la cual se manifiesta


el instinto de supervivencia», así como la libido designa la fuerza a través de la cual
se manifiesta el instinto sexual. La diferencia entre estas estriba en que, mientras
que en el hambre no hay nada pecaminoso y, por tanto, no desencadena la
represión, las pulsiones sexuales sí se reprimen, para reaparecer más tarde en
sueños y neurosis. Descubrir que, con frecuencia, dichas neurosis tienen relación
con sucesos de la vida amorosa reprimidos se convertirá en uno de los hitos del
psicoanálisis, que concluye «que las perturbaciones de la vida sexual son una de
las causas más importantes de la enfermedad».

Si el hambre es la llamada a través de la cual se manifiesta el


instinto de supervivencia, a través de la libido se manifiesta el
apetito sexual

PULSIÓN. Si los instintos son lo que acerca al hombre al reino


animal, las pulsiones lo diferencian. Según Freud, la pulsión es un
concepto fronterizo entre lo somático y lo anímico,
el«representante psíquico de poderes orgánicos». Se trata de una
fuerza constante que –como afirma en Pulsiones y sus
destinos– se compone de:

 Una fuente: la zona del cuerpo donde se origina. La boca, el


ano…

 Un empuje: la magnitud de excitación capaz de movilizar, su


«carga».

 Un objeto: aquello hacia donde se dirige el movimiento


pulsional, de carácter variable.

 Un fin: la satisfacción, que se realiza en la propia fuente.


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SUEÑOS. Provistos desde la Antigüedad de significados proféticos o reveladores,


Freud los convierte en la vía privilegiada para sacar a la luz el inconsciente y llevarlo
a la conciencia. Los sueños tienen como función esencial la realización simbólica
de los deseos reprimidos, ya que en la vida onírica existe menos represión. En este
terreno, Freud distingue entre contenido manifiesto y contenido latente del sueño.
El primero es el relato del sueño tal como el sujeto lo comunica, mientras que el
latente es el sentido oculto que es preciso desvelar, a menudo a través de procesos
de asociación libre. Este consiste en que el analizado exprese, durante las sesiones
de la cura psicoanalítica, todas sus ocurrencias, ideas, imágenes, emociones,
pensamientos, recuerdos o sentimientos, tal cual como se le presentan, sin ningún
tipo de selección, restricción o filtro, aun cuando el material le parezca incoherente,
impúdico, impertinente o desprovisto de interés.

Provistos desde la Antigüedad de significados proféticos o reveladores, Freud los


convierte en la vía privilegiada para sacar a la luz el inconsciente

TRANSFERENCIA. El proceso por el que, en el marco de una sesión de terapia,


los deseos inconscientes del paciente se repiten volcados hacia la figura del
psicoanalista. Se trata de una proyección de sentimientos sobre el terapeuta que,
en realidad, tienen que ver con otras personas. Freud entendía que la transferencia
era necesaria en la terapia para traer a la luz aquellas emociones reprimidas que
habían estado causando problemas al paciente por tanto tiempo. Si la transferencia
se desarrolla en un marco de confianza, sincero y mesurado constituye un estímulo
definitivo para el devenir del trabajo analítico común. Pero también puede
manifestarse como una hostilidad y traducirse en resistencia, lo que pone en peligro
el resultado mismo del tratamiento. En cualquier caso, es la parte más difícil e
importante de la técnica analítica y de su éxito se deriva el resultado.

¿Qué haría Freud…? es el título de uno de los libros de Larousse dedicados a


solucionar problemas cotidianos desde varias perspectivas: filosófica, feminista,
política… El que tiene a Freud en portada lleva este subtítulo: Cómo los grandes
psicoterapeutas resolverían tus problemas cotidianos, y a eso se dedica a lo largo
de sus casi 200 páginas: a repasar las respuestas que
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–además de Freud– Carl Jung, Alfred Adler, Melanie Klein, Erich Fromm o Daniel
Kahneman podrían dar a tu miedo a volar, a las dudas sobre lo que te cuenta tu
pareja, a la imposibilidad de dejar de mirar el móvil o esa manía de dejarlo todo para
más tarde. Porque… ¿a quién no le vendría bien, en estas situaciones, una ayudita
de aquellos que han investigado a fondo los misterios de la mente? El texto lleva la
firma de Sarah Tomley y las ilustraciones son de Gareth Southwell.

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