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Por otra parte, cabe destacar que, a diferencia de lo que ocurre con la
corriente teórica representada por Bolívar Echeverría, la definición propuesta por
la UNESCO no apela a la distinción entre naturaleza y cultura. En la exposición de
la UNESCO lo que prevalece, como podremos ver más adelante, es el
enfrentamiento entre, por un lado, la profundización, el cuestionamiento y el
carácter ético de la cultura y, por otro, las actitudes acríticas y superficiales
respecto a la propia identidad de un grupo social. Ese es el antagonismo desde el
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De ello da testimonio el Informe Final de la Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales. Un
elemento que llama la atención es el lenguaje que se utiliza. En ese momento el vocabulario liberal
no tenía la hegemonía que tiene ahora, de ahí la diversidad de posturas y enfoques.
cual cobra perfil el concepto de cultura de la UNESCO en la Declaración de
México.
El concepto de cultura que hasta ahora sigue rigiendo sobre los documentos
de la UNESCO
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Es decir, desde entonces, las Conferencias, Manifiestos y Acuerdos de la UNESCO en torno a la
cultura, si bien han ampliado la reflexión y las propuestas en torno a diversos subtemas, han
mantenido en lo esencial el mismo concepto de cultura. Véanse.
Eugenia Ramírez Goicoechea. De acuerdo con ella “la cultura no empieza cuando
termina la evolución biológica, sino que es simbiótica con ella y ésta solo es
posible gracias a su localización y temporalidad particular en formas concretas”
(2012, p. 419). Y, en efecto, si se considera el desarrollo que ha llevado desde los
primeros homos hasta el ser humano actual, puede reconocerse que la cultura no
es un fenómeno exclusivo de la especie animal homo sapiens, sus antecesores,
ya sea en línea directa o en alguna de sus ramificaciones, los homo habilis y los
homo neandertal, por ejemplo, ya también eran culturales.
Está bien documentado que los Neanderthal enterraban a sus muertos y
practicaban una especie de cultos relacionados con ellos. Se sabe que utilizaban
el fuego. Se sabe que fabricaban una gran cantidad de herramientas para la caza,
el vestido, etc. Es posible, incluso, que llegaran a tener un lenguaje bastante
elaborado. También hay suficiente información que permite afirmar que los homo
habilis fabricaban utensilios, que convivían de manera compleja. Es decir, a
diferencia de lo que señalan la corriente de humanismo exclusivo, hay otras
especies que también vivieron sin estar “sometidas” solamente a sus instintos.
Tenían que aprender, guiarse por el ejemplo, convivir para adquirir un conjunto de
habilidades que les permitieran vivir y reproducirse. Homo neanderthal y homo
habilis ya no parecen situarse en la Edad de Oro de la animalidad, en aquel lugar
y en aquel tiempo donde todo se daría de manera inmediata. Ellos han sido
lanzados ya a los días terrenales del que, para vivir, tiene que someterse al trabajo
de aprender.
Pero bien puede sostenerse que esta ampliación del radio de los sujetos
culturales es solo eso, una ampliación. No se trata de una teoría que desplace
verdaderamente a la anterior. Seguimos moviéndonos en el reino del homo. Las
investigaciones, con todo, van más allá. En primer lugar, todo parece indicar que la
cultura no es una propiedad exclusiva de los homo. De acuerdo con numerosos
estudios, hay que extenderla, por lo menos, a los primates. Y hay quienes
aseguran que también hay mamíferos marinos en los que el aprendizaje social es
indispensable para vivir.
Hay numerosas investigaciones en torno a la cultura de los chimpancés, los
gorilas y los orangutanes. Baste señalar tan solo algunos puntos. Es bien conocida
ya la existencia de diversos grupos culturales de chimpancés, cada uno con sus
tradiciones alimenticias, instrumentales, sexuales y de vinculación social. Existe un
grupo de chimpancés, que actualmente habitan, dentro del cual las crías aprenden
de sus madres, tras un dilatado proceso, cómo emplear los instrumentos de piedra
para abrir nueces y frutos. A diferencia de este, hay otro grupos de chimpancés de
otra localidad, que a pesar de contar en su entorno con piedras y frutos, no han
desarrollado dicha técnica. En cambio, han elaborado herramientas de otro tipo:
desde bastones para excavar y extraer termitas, hasta el uso de ramas y palos
como armas arrojadizas.
Fuera del orden de los primates también existen animales con acusados
rasgos culturales. Piénsese en los cetáceos (mamíferos pertenecientes al orden
de los artiodáctilos, orden dentro del cual figuran también los cerdos, las jirafas,
los camellos y los hipopótamos, entre otros), el caso de ciertas especies de
delfines y ballenas es llamativo. Dentro de una misma especie de delfines llega a
haber diferentes lenguas. Los especialistas, de hecho, han identificado que hay
grupos culturales donde cada delfín tiene un cadena fónica que se refiere a él
como individuo, es decir, un tipo de nombre propio. Las prácticas que cada grupo
desarrolla son complejas, y tienen que ver con la caza, la sexualidad e incluso con
la colaboración con otras especies.
Pero las prácticas de enseñanza/aprendizaje dentro de un marco social no
son exclusivas de los mamíferos. Hay aves que lejos de poseer un mismo idioma
para toda la especie, piénsese en los pájaros filestrunos, han desarrollado
diferentes idiomas de acuerdo con la zona que habitan. Estos idiomas, cabe
resaltar, no son innatos (como en el caso de algunas abejas), sino que los
aprenden durante la infancia. Cuando son pequeños, los pájaros filestrunos
aprenden el idioma que les enseñan sus cuidadores, sean estos sus progenitores
o sean madres y padres adoptivos de otro grupo cultural.4
4
Cita de Mosterín, p. 53.
Puede decirse, ciertamente, que casi todas las esferas de la vida humana
están inundadas por la cultura, más que las de cualquier otro animal. Pero el
hecho de que el mundo de un animal específico esté más “culturalizado” que los
otros, no significa que estemos ante el único animal cultural. El criterio no puede
radicar simplemente en la cantidad de rasgos culturales. Si tuviera que
establecerse un criterio para saber si un animal es cultural, deberíamos elegir un
factor determinante, por ejemplo, el factor de qué tan necesaria es la cultura para
que el animal desarrolle su vida.
Un delfín adulto que no ha aprendido el idioma de un grupo de delfines, no
podrá hacer muchas de las cosas que son esenciales para la vida de los
miembros de esa especie: tendrá serias dificultades para sumarse a las
actividades de caza, a las actividades lúdicas, para reproducirse, para tener un
lugar en ese mundo. Tendrá muy pocas oportunidades de sobrevivir y de
realizarse. Si carecer de ciertos rasgos culturales hace casi imposible que el
animal desarrolle su vida de un modo funcional, si esto es así, entonces, vale
decir, estamos ante un animal definitivamente cultural.
Pero, además, aunque faltan estudios que analicen con mayor profundidad
hasta qué punto la cultura es necesaria en otros animales, es claro que hay
especies que necesitan del descubrimiento, del aprendizaje, de costumbres y
eventualmente de la transmisión de dichos descubrimientos, aprendizajes y
costumbres para poder vivir. En cualquier caso la cultura no es un fenómeno
reservado exclusivamente para los humanos, ni siquiera para los homínidos o los
primates. Ahora bien, de la reflexión sobre los sujetos culturales podemos extraer
ya otra consecuencia.
La más importante a nuestro modo de ver es que vamos apreciando con
mayor claridad en qué consiste el fenómeno de la cultura. Estamos en condiciones
de responder la siguiente pregunta: ¿qué implica decir que un animal no viviría
adecuadamente si no tuviese cultura? ¿Qué es lo que hay de común en los
siguientes casos? El del ser humano que es abandonado al nacer, que solo es
alimentado y que, por lo tanto, nunca desarrolla una lengua; el de la orangután
que no aprende a amamantar a sus crías por no haber convivido en un ambiente
donde otras orangutanes (u otro animal) le mostraran cómo se hace; el de un
delfín que es regresado al mar y no es acogido por ningún grupo de delfines y
tiene que sobrevivir al margen de ellos, con todas las dificultades y limitaciones
que implica. Lo común es, en efecto, el aprendizaje y, en ciertos casos, la
enseñanza.
a lEn las investigaciones de índole filosófico-histórica, los conceptos de
mayor importancia son aquellos que nos hablan de la comunidad y de los
elementos que sus miembros comparten. Categorías usadas con frecuencia son:
tradición, concepción, visión del mundo, cultura, imaginario colectivo, civilización.5
Dos puntos del “paradigma computacional” del aprendizaje, sin embargo, son
sumamente cuestionables. Primero, que, mediante el aprendizaje, el animal sea
capaz de replicar la información de manera exacta. Segundo, que el animal pueda
equipararse a una máquina, a una máquina, desde luego, dirigida por dos
procesadores de información. Respecto a la primera cuestión algunos defensores
de las teorías meméticas de la cultura afirman que, en efecto, el cerebro no es un
procesador que esté orientado a una réplica exacta de la información, como sí lo
es, de acuerdo con ellos, el genoma. Mientras el genoma es un procesador que
responde a entornos sumamente estables y, por lo tanto, conserva su misma
5
Tradición: Henry Newman, MacIntyre. Visión del mundo: Dilthey. Concepción (del mundo): Luis
Villoro. Cultura. Imaginario colectivo: Castoriadis.
información por larguísimos periodos, el cerebro es un procesador que hace frente
a la transformación constante del entorno. De ahí que, señalan, el aprendiz
modifique constantemente la información que ha adquirido y guardado. La
información adquirida por aprendizaje social no se almacena, pues, en un
procesador reacio al cambio, sino en uno sumamente flexible.
Respecto a la segunda cuestión suele señalarse que los animales, en efecto,
no son como cualquier computadora. A diferencia de estas, el hardware del animal
incluye un principio (o un conjunto de principios) adicionales que lo orientan y lo
regulan. Estos principios tienen que ver fundamentalmente con la búsqueda de la
sobrevivencia y/o de la reproducción del individuo y/o de la especie. Es decir,
siguiendo el principio (o imperativo) de que la especie debe continuar
reproduciéndose, el animal puede guardar la información en su cerebro tal como la
captó de sus congéneres (por imitación o enseñanza-aprendizaje) o, una vez
guardada, puede modificarla si les es útil dentro del entorno o situación en la que
se encuentran. A estos principios de sobrevivencia y/o reproducción suelen
añadirse regulaciones de carácter estratégico, por ejemplo, el llamado cálculo
racional de costos-fines o el principio del mayor beneficio mediante el menor
esfuerzo.
Así pues, de acuerdo con la teoría memética de la cultura, cuando un
maestro les enseña a los alumnos las grafías del abecedario, lo que hace es
transmitirles la información que él tiene en el cerebro sobre cómo se trazan las
letras. En el fondo, el maestro busca que el alumno capte y eventualmente
reproduzca dicha información con los menores cambios posibles. No obstante, el
alumno ya sea guiado por el maestro, ya sea esforzándose por sí mismo, va
evaluar si dicha información le es útil tal como la ha captado o si necesita
adaptarla a sus propias circunstancias. Esta última descripción, como se puede
apreciar, parece más cercana a lo que sucede cotidianamente. Sin embargo, es
sólo una apariencia. Los procesos de aprendizaje son, puede decirse, mucho más
complejos. O, mejor, son completamente distintos.
Imaginemos que una maestra está frente a sus alumnos de primero
secundaria (tienen entre 11 y 12 años), y la clase versa sobre códigos éticos en
diferentes culturas. La maestra les dice a sus alumnos: “dentro del naciente
cristianismo un mandamiento fundamental fue el de amarás a tu prójimo como a ti
mismo”. ¿Cómo aprenden los alumnos esta frase de la maestra? Cada uno lo hará
de forma distinta. Si todos los alumnos viven en familias cristianas, es muy posible
que (a cierta edad) ya hayan escuchado esta idea, este mandamiento. Si es así,
varios alumnos recordarán si la escucharon de boca de sus padres, del guía
religioso o en otros contextos. Supongamos que estamos en una escuela donde
hay alumnos educados bajo diferentes religiones y algunos incluso no creen en un
dios y no tienen un credo. Si esto es así, para hacerse con la “información” que les
“transmite” la maestra van a recurrir a contextos muy distintos. Algunos quizá
entiendan la palabra “prójimo”, otros tendrán que preguntar qué significa. Algunos
pensarán que es imposible querer a otra persona tal como nos queremos a
nosotros, quizá recuerden algunas peleas que ha habido en su hogar. Otros
posiblemente no reflexionen mucho sobre el contenido de la frase y sólo traten de
memorizar la oración con la finalidad de tenerla en mente cuando sea el examen.
Cabe resaltar, asimismo, que los procesos de aprendizaje donde el alumno
es orientado por el maestro haciendo uso del habla, están muy lejos de
identificarse con el intercambio y el desciframiento de información mediante un
código compartido (una lengua natural). Lo que hace el alumno al aprender no es
descifrar la emisión concreta del maestro y archivarla en su memoria. Los alumnos
pueden entender lo que les dice la maestra sólo gracias a que tienen una vida
compleja, compuesta de múltiples experiencias, recuerdos y expectativas. El
lenguaje no puede ser concebido sin el ámbito de las prácticas, las costumbres,
las experiencias, las concepciones; la lengua adquiere sentido sólo porque existe
un mundo de acciones, pasiones e interacciones.
La frase “amarás a tu prójimo como a ti mismo” puede significar muchísimas
cosas si no nos situamos en un contexto específico. La maestra y los alumnos
dialogan sobre la frase de una manera acotada, sin perderse en las ingentes
posibilidad abiertas por un mero código, debido a que comparten un mundo y un
sentido común sobre ciertas cosas del mundo. El “sentido común” dista mucho de
ser un código cerrado. Al respecto, Eugenia Ramírez Goicoechea escribe:
El sentido común es uno de los aspectos más complicados de reproducir por
una computadora porque el significado humano no es digital sino analógico,
fruto de una biografía en un contexto sociocultural e histórico. Está
conformado por las categorías de vida que dotan a individuos y colectivos de
un anclaje lo suficientemente común (aunque no idéntico) como para
reconocerse partícipes de una comunidad/grupalidad de prácticas,
representaciones y discursos, cosmovisiones (2013, p. 293).6
Para aprender lo que la maestra les dice, los alumnos no realizan copias de
la información que les transmite. Los alumnos ejercen su capacidad de
comprensión, la cual descansa, insisto, en incontables experiencias, unas
compartidas con el resto de la clase, otras de corte más personal. Por lo tanto,
dentro de un mismo salón los alumnos aprenden partiendo desde diferentes
ángulos y con finalidades distintas. Pueden aprenderse la frase para el examen,
aprenderla para ponerla en práctica, aprenderla como un dato sobre la cultura
cristiana, aprenderla para platicar con su mamá y saber qué piensa ella al
respecto, aprenderla para compararla con lo que le dicen en el catecismo.
Tomando en cuenta lo dicho hasta aquí, entiendo por aprendizaje el proceso
o la actividad por medio de la cual los animales, al entrar en contacto con seres
vivos u otros objetos de su entorno, o incluso consigo mismos, crean, desarrollan,
modifican o reconocen sus habilidades, valores, opiniones o concepciones. El
aprendizaje, desde luego, puede surgir por medio de distintas actividades, tales
como la experiencia, la observación, la imitación, las relaciones de
enseñanza/aprendizaje.
Por inventiva entiendo la creación de un objeto, una técnica, una habilidad o
una idea con la intención de resolver una dificultad. No existe, desde este punto de
vista, una oposición entre aprendizaje e inventiva. Más bien debe destacarse que
todo aprendizaje implica una dosis de inventiva, en un sentido amplio del término.
Como hemos señalado, un aprendizaje nunca es una verdadera copia (¿qué
6
Considérese asimismo el siguiente pasaje: “Si las prácticas tienen un significado es porque existe
una comunidad de practicantes que comparte un conocimiento implícito y una memora colectiva
(socialmente distribuidos), una serie de presuposiciones intersubjetivas sobre la inteligibilidad de
los actores y sus acciones, del curso probable de la evolución de la acción como cadena de
antecedentes y consecuentes” (p. 277).
puede llegar a ser una verdadera copia?) de información. Es siempre una
recreación. En ese mismo sentido, cuando hablamos de inventiva no nos
referimos a creaciones a partir de la nada. Toda inventiva dentro de un marco
social abreva precisamente de una cultura. Incluso “cosas” tan nuevas y tan
distintas como la experiencias personales distan mucho de surgir y de
configurarse desde cero. Si pensamos en animales como los delfines, los bonobos
o los humanos, debemos decir que sus experiencias personales sólo adquieren
sentido porque ocurren dentro de una cultura.
Una silla es una cosa cultural porque no nace por naturaleza, un garrafón de
agua, un par de zapatos del número 25.
La naturaleza, por el contrario, es de una determinada manera. Si plantas
una semilla de roble va a crecer un roble, una mariposa monarca no va a deliberar
acerca de si debe migrar en tal época del año. Simplemente lo hace. Y lo sabe
hacer aunque nadie se lo enseñe.
Dentro de ciertos límites la diferencia es clara. No obstante hay situaciones
donde es difícil saber hasta qué punto algo es natural o cultural. Pero quizá esto
se deba a que no estamos teniendo claro en qué consiste el fenómeno de la
cultura..
La lengua no es algo natural, es producto de una transmisión. Tenemos la
capacidad, pero solo se actualiza cuando hay un aprendizaje dentro de un entorno
social propicio. Una especie de enseñanza-aprendizaje, sin que esto quiera decir
que la enseñanza esté orientada ni que tampoco lo esté el aprendizaje. Los hijos
de quienes hablan español no van a nacer hablando español o a desarrollar por sí
mismos el español. Pero tampoco ningún otro idioma en particular. No hay en los
seres humanos lenguajes que hablemos de manera natural. Las lenguas llamadas
“naturales”, son productos culturales. Dichos productos culturales solo se
desarrollan gracias a que hay una relación de enseñanza-aprendizaje de algún
tipo y gracias a que hay una potencia lingüística. La actualización de dicha
potencia natural pasa por un momento cultural esencial. Ya otra es la pregunta de
si desarrollamos esa capacidad para hablar.
Los ejemplos se agolpan. Y vale la pena citar algunos de ellos porque nos
ayuda a que nos alejemos de esta perspectiva humanocéntrica.
La cultura, en tanto algo producto de la enseñanza-aprendizaje, requiere,
hasta donde podemos ver, de un soporte natural. Esto en más de un sentido. En
cierta forma, en la medida en que se asuman teorías evolutivas, toda enseñanza-
aprendizaje es producto de la naturaleza. Es un invento de la naturaleza. En ese
sentido también sería algo natural. Se trata, dicho desde esta perspectiva, de la
irrupción de la enseñanza y el aprendizaje en el mundo. Como que con esto se
inaugurara un nuevo género de cosas.
Esta intervención no se da solamente en humanos, sino que es propia de
muchas otras especies animales.
No es parte de la cultura humana el que nazcamos bebés, que después de
unos años nos salga cierto bello y seamos capaces de reproducción sexual. No es
que en determinadas comunidades se aprenda a nacer de 35 años y de ahí de
vayan transformando en personas cada vez menores y después llegan a bebés y
entonces se transforman repentinamente en ancianos. Podemos reconocer que
varias cosas de nosotros tienen un carácter natural innegable. Pero hay un debate
respecto a qué es natural y qué no lo es. Por ejemplo, si el sexo y nuestra
percepción de nuestra corporalidad es algo natural o algo aprendido.
Lo natural, lo cultural y lo antinatural.
7
Las relaciones y sucesos de una comunidad sólo pueden darse en un espacio y un tiempo
determinados y, a su vez, el espacio y el tiempo determinados sólo tienen sentido en la medida en
que son las coordenadas en las que vive una comunidad.
Al hablar de tiempo y espacio determinados nos referimos a “cosas” como
las siguientes:
Del siglo XII a. C. a comienzos del siglo III a. C. en los alrededores del
Mediterráneo.
Del siglo IV a. C al siglo XVI d. C. en la región que abarca desde la
actual Honduras hasta los estados de Sinaloa, Zacatecas y Veracruz
en lo que hoy es México.
Del siglo XVIII a nuestros días en la región que ha llegado a abarcar
desde Los Grandes Lagos hasta el Río Bravo.
Desde luego, estos tiempos y espacios determinados no incluyen todo lo que
son en realidad la cultura helena, la cultura mesoamericana y la cultura
estadounidense, respectivamente, pero sí incluyen gran parte de ellas.
Ahora bien, ¿a qué nos referimos cuando hablamos del otro componente, es
decir, del “conjunto de relaciones y sucesos que ocurren en el seno de una
comunidad”? Queremos decir que el hacer, el padecer, el producir y el concebir
propiamente culturales surgen gracias a interacciones que se dan dentro de una
comunidad. Interacciones tiene el sentido aquí de relaciones efectivas cuyos
participantes son personas o grupos de personas. O, dicho de otra forma, una
interacción puede describirse como el encuentro de dos o más personas, donde
cada una de ellas cuenta con cierta biografía y se halla permeada por cierta
cultura.
El resultado de un encuentro con estas características, sin embargo, no
puede reducirse a ser la intersección de las culturas (dos o más) de los
participantes. El resultado del encuentro, de la interacción, tampoco puede
reducirse a ser la unión o suma de las culturas de los participantes. El resultado de
la interacción es la creación de cultura. La cultura no surge, entonces, del solo
impulso del individuo, en un ejercicio de libertad enardecida; pero tampoco surge
como respuesta prefijada ante los estímulos exteriores. Las personas y los grupos,
luego de interactuar, modifican su cultura. La cultura se crea y se recrea gracias a
las interacciones que se dan en el seno de una comunidad.
De esta manera, podemos decir que la cultura es aquel hacer, padecer y
concebir de los animales, surgido de los procesos de aprendizaje y de invención
inherentes a las múltiples interacciones de los miembros de una comunidad en un
tiempo y en un espacio determinados.
Pero ¿qué quiere decir aquí “hacer, padecer y concebir”?
Dentro de la categoría del hacer coloco: a) todas las acciones realizadas con
una finalidad, ya sea que la finalidad se encuentre en la acción misma, como en el
jugar, platicar, cuidar a un enfermo, salir de paseo, escuchar música, ya sea que la
finalidad de la acción sea la creación de un producto, como el construir una casa,
fabricar herramientas, escribir poemas, pintar cuadros, trazar mapas; b) las
acciones que hacemos casi de manera automática, pero que implican un
aprendizaje: caminar, comer, sonreír, hablar; c) los objetos elaborados y
modificados mediante actividades productivas: casas, mesas, martillos, poemas,
cuadros, mapas, diversos alimentos.
Dentro de la categoría del padecer coloco toda aquella respuesta inmediata
de los animales que, determinada por el aprendizaje, surge al entrar en contacto
con su entorno o con ellos mismos. Aquí se encuentra la totalidad, o casi la
totalidad, del mundo de los sentimientos; se encuentran, asimismo, las
manifestaciones y productos de dichos sentimientos.
Dentro de la categoría del concebir coloco todas aquellas ideas, creencias,
opiniones, intuiciones de los animales, que “dicen” algo sobre el mundo o sobre
las esferas u objetos que contribuyen a constituirlo, incluidos ellos mismos.
Así, sintetizando lo expuesto hasta aquí podemos decir lo siguiente: la
cultura es aquello (toda acción, toda producción, todo producto; toda sensación,
todo sentimiento y emoción; toda idea, opinión, intuición) que ha surgido del
aprendizaje y la inventiva, dentro de un marco de interacciones entre animales
agrupados socialmente en un tiempo y un espacio determinados.
Ahora bien, cuando nos referimos a “objetos” tales como la cultura
mesoamericana, la cultura griega antigua, la cultura budista, la cultura japonesa,
surge una interrogante: ¿existen realmente esos “objetos”? ¿Son cosas que, de
alguna manera, podemos encontrar en el mundo? ¿O se trata de expresiones que,
si bien hablan de la realidad, lo cierto es que lo hacen de manera tosca, sin
precisión? Algunos intelectuales han sostenido que las culturas concretas son
conjuntos culturales perfectamente delimitados y autónomos; el comercio que
llegan a tener con otros conjuntos culturales es considerado eventual y
prescindible. Una postura similar, que no idéntica, es la de quienes han defendido
que cada cultura tiene una esencia de índole ideal: en el centro de cada cultura
habría un principio regulador hacia el cual tienden las prácticas e ideas que la
componen.
Aquí hay varias formas de entrar a la cuestión, al fenómeno de las culturas.
Me parece que hay dos posiciones que siguen siendo vigentes dentro de los
investigadores y, digamos, dentro de la autocomprensión de lo que es una
sociedad. Esto queda mejor expresado en los análisis en torno al fenómeno de las
cosmovisiones.
Tendríamos que ver que por tradición no vamos a entender algo cristalizado,
no vamos a entender una carga que pesa en nuestros hombros y que por un
deber histórico vamos llevando hacia el futuro. Esto no es así. La tradición es
algo completamente dinámico, es algo que es creado, es compartido y es
transmitido y modificado por el grupo humano generador. Y está compuesta
por actos mentales y formas de acción que a través de los siglos han
demostrado su utilidad, pero que se adaptan constantemente al paso de la
historia, pierden elementos, ganan otros, como todo lo que es nuestra vida,
como todo lo que es propiamente la historia del hombre. Porque en resumidas
cuentas la tradición viene a ser el acervo que nosotros necesitamos no
estrictamente para vivir en este mundo, pero [sí] para desarrollarnos más
plenamente en este mundo. Son las armas que hemos heredado cada cultura
por separado y esta tradición permite que ajustemos la realidad en que
vivimos y la historia que está llegando constantemente con un nuevo rostro a
nuestras necesidades y dentro de nuestras posibilidades, nuestras
capacidades, nuestros gustos de acción (primera sesión del curso Mito y
oralidad en la tradición Mesoamericana).
Podría suponerse que estamos ante una idea general, quizá poco
desarrollada de la “experiencia cotidiana”. Tal vez lo que López Austin dice es
compatible con la posición de Dilthey: la experiencia cotidiana puede verse
condensada en un genio cultural que catalice de manera decisiva la
transformación radical o el surgimiento de una Weltanschauung. Para López
Austin no es así. Considérese la siguiente idea, que prolonga la ya citada:
La obra Los mitos del Tlacuache, así como El pasado indígena, El conejo en
la cara de la luna o el curso sobe El mito y la oralidad en la cultura
mesoamericana son intentos de entender la capacidad ingente de la vida cotidiana
para preservar y transformar los contenidos de una tradición. Pero podría
objetarse que la propuesta de López Austin si bien sirve para entender la tradición
mesoamericana, probablemente sea incapaz de explicar la creación y el desarrollo
de tradiciones filosóficas y científicas. ¿No sería mejor recurrir, entonces, a un
modelo explicativo que tenga que ver con las concepciones, las tradiciones y las
revoluciones científicas?
Mi respuesta a esta última pregunta es no. Y es no porque yerra en el
planteamiento del problema: el objeto de estudio de mi proyecto de investigación
no son concepciones surgidas en el marco de una tradición filosófica, sino
concepciones de la justicia presentes y vigentes en el mundo griego de finales del
siglo V a. C. y principios del IV a. C. Es cierto, las concepciones de la justicia que
analizo están en boca de dos individuos: Calicles y Sócrates. Dichas
concepciones, además, están en una obra escrita por un filósofo: Platón, que tal
vez les ha dado un contorno más nítido. Pero, ciertamente, no son creaciones de
Platón ni creaciones de un filósofo en particular, son, insisto, ideas y prácticas
vivas en el mundo griego.
Antes de terminar quisiera señalar qué nos dice López Austin respecto a la
cosmovisión. Como Dilthey, a quien ha estudiado, señala que una cosmovisión es
un intento de comprender la totalidad de lo que se presenta ante el ser humano.
En la cosmovisión caben todas aquellas creencias de una colectividad en torno a
los asuntos más dispares, pero todos ellos con alguna importancia para la
colectividad misma. Desde luego, tienen un papel medular las ideas sobre la vida
y la muerte, la salud y la enfermedad, la pobreza y la abundancia, lo terreno y lo
divino, etc. En Los mitos del Tlacuache López Austin señala uno de los rasgos
más característicos de las cosmovisiones, pero que suele pasarse por alto:
Las cosmovisiones no son sistemas perfectos, afortunadamente. Tienen
contradicciones, lagunas, excepciones, absurdos, duplicidades, parches. Son
construcciones con las que los hombres pretenden ajustarse a su presente
[…]. Una clasificación perfecta [antes ha dicho que las cosmovisiones son
clasificaciones], firme, inmodificable, nos anclaría para siempre (pp. 215-216).
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Nuestro propósito es, en todo caso, realizar un trabajo funcional de acuerdo
con los criterios impuestos por la naturaleza de nuestra actividad. Sobre ello
reflexionaremos más adelante.
Lo cultural y una cultura.