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IIC FILOSOFIA 6A
EL PROBLEMA DEL HOMBRE

SELECCIÓN DE TEXTOS
FIDES ET RATIO INTRODUCCIÓN

Una simple mirada a la historia antigua muestra con claridad como en distintas partes de la tierra,
marcadas por culturas diferentes, brotan al mismo tiempo las preguntas de fondo que caracterizan el
recorrido de la existencia humana: ¿quién soy? ¿de dónde vengo y a dónde voy? ¿por qué existe el mal?
¿qué hay después de esta vida? Estas mismas preguntas las encontramos en los escritos sagrados de
Israel, pero aparecen también en los Veda y en los Avesta; las encontramos en los escritos de Confucio e
Lao-Tze y en la predicación de los Tirthankara y de Buda; asimismo se encuentran en los poemas de
Homero y en las tragedias de Eurípides y Sófocles, así como en los tratados filosóficos de Platón y
Aristóteles. Son preguntas
que tienen su origen común en la necesidad de sentido que desde siempre acucia el corazón del hombre:
de la respuesta que se dé a tales preguntas, en efecto, depende la orientación que se dé a la existencia.

2. La Iglesia no es ajena, ni puede serlo, a este camino de búsqueda. Desde que, en el Misterio Pascual, ha
recibido como don la verdad última sobre la vida del hombre, se ha hecho peregrina por los caminos del
mundo para anunciar que Jesucristo es « el camino, la verdad y la vida » (Jn 14, 6). Entre los diversos
servicios que la Iglesia ha de ofrecer a la humanidad, hay uno del cual es responsable de un modo muy
particular: la diaconía de la verdad.1 Por una parte, esta misión hace a la comunidad creyente partícipe
del esfuerzo común que la humanidad lleva a cabo para alcanzar la verdad; y por otra, la obliga a
responsabilizarse del anuncio de las certezas adquiridas, incluso desde la conciencia de que toda verdad
alcanzada es sólo una etapa hacia aquella verdad total que se manifestará en la revelación última de Dios:
« Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial,
pero entonces conoceré como soy conocido » (1 Co 13, 12).

3. El hombre tiene muchos medios para progresar en el conocimiento de la verdad, de modo que puede
hacer cada vez más humana la propia existencia. Entre estos destaca la filosofía, que contribuye
directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a trazar la respuesta: ésta, en efecto, se
configura como una de las tareas más nobles de la humanidad. El término filosofía según la etimología
griega significa « amor a la sabiduría ». De hecho, la filosofía nació y se desarrolló desde el momento en
que el hombre empezó a interrogarse sobre el por qué de las cosas y su finalidad. De modos y formas
diversas, muestra que el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre. El interrogarse
sobre el por qué de las cosas es inherente a su razón, aunque las respuestas que se han ido dando se
enmarcan en un horizonte que pone en evidencia la complementariedad de las diferentes culturas en las
que vive el hombre.

La gran incidencia que la filosofía ha tenido en la formación y en el desarrollo de las culturas en Occidente
no debe hacernos olvidar el influjo que ha ejercido en los modos de concebir la existencia también en
Oriente. En efecto, cada pueblo, posee una sabiduría originaria y autóctona que, como auténtica riqueza
de las culturas, tiende a expresarse y a madurar incluso en formas puramente filosóficas. Que esto es
verdad lo demuestra el hecho de que una forma básica del saber filosófico, presente hasta nuestros días,
es verificable incluso en los postulados en los que se inspiran las diversas legislaciones nacionales e
internacionales para regular la vida social.

4. De todos modos, se ha de destacar que detrás de cada término se esconden significados diversos. Por
tanto, es necesaria una explicitación preliminar. Movido por el deseo de descubrir la verdad última sobre
la existencia, el hombre trata de adquirir los conocimientos universales que le permiten comprenderse
mejor y progresar en la realización de sí mismo. Los conocimientos fundamentales derivan del asombro
suscitado en él por la contemplación de la creación: el ser humano se sorprende al descubrirse inmerso en
el mundo, en relación con sus semejantes con los cuales comparte el destino. De aquí arranca el camino
que lo llevará al descubrimiento de horizontes de conocimientos siempre nuevos. Sin el asombro el
hombre caería en la repetitividad y, poco a poco, sería incapaz de vivir una existencia verdaderamente
personal.
La capacidad especulativa, que es propia de la inteligencia humana, lleva a elaborar, a través de la
actividad filosófica, una forma de pensamiento riguroso y a construir así, con la coherencia lógica de las
afirmaciones y el carácter orgánico de los contenidos, un saber sistemático. Gracias a este proceso, en
diferentes contextos culturales y en diversas épocas, se han alcanzado resultados que han llevado a la
elaboración de verdaderos sistemas de pensamiento.
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Históricamente esto ha provocado a menudo la tentación de identificar una sola corriente con todo el
pensamiento filosófico. Pero es evidente que, en estos casos, entra en juego una cierta « soberbia filosófica
» que pretende erigir la propia perspectiva incompleta en lectura universal. En realidad, todo sistema
filosófico, aun con respeto siempre de su integridad sin instrumentalizaciones, debe reconocer la prioridad
del pensar filosófico, en el cual tiene su origen y al cual debe servir de forma coherente.
En este sentido es posible reconocer, a pesar del cambio de los tiempos y de los progresos del saber, un
núcleo de conocimientos filosóficos cuya presencia es constante en la historia del pensamiento. Piénsese,
por ejemplo, en los principios de no contradicción, de finalidad, de causalidad, como también en la
concepción de la persona como sujeto libre e inteligente y en su capacidad de conocer a Dios, la verdad y
el bien; piénsese, además, en algunas normas morales fundamentales que son comúnmente aceptadas.
Estos y otros temas indican que, prescindiendo de las corrientes de pensamiento, existe un conjunto de
conocimientos en los cuales es posible reconocer una especie de patrimonio espiritual de la humanidad.
Es como si nos encontrásemos ante una filosofía implícita por la cual cada uno cree conocer estos
principios, aunque de forma genérica y no refleja. Estos conocimientos, precisamente porque son
compartidos en cierto modo por todos, deberían ser como un punto de referencia para las diversas
escuelas filosóficas.

Cuando la razón logra intuir y formular los principios primeros y universales del ser y sacar correctamente
de ellos conclusiones coherentes de orden lógico y deontológico, entonces puede considerarse una razón
recta o, como la llamaban los antiguos, orthòs logos, recta ratio.

GEVAERT

1. Actualidad y urgencia del problema


¿Qué es el hombre?, ¿quién soy yo?, ¿cuál es el sentido de la existencia humana? Estos y otros
interrogantes por el estilo se imponen en el campo de la antropología filosófica. En todas las épocas
y niveles culturales, bajo formas y desde perspectivas distintas, han acompañado al hombre en su
caminar. Hoy se plantean más urgentemente a todo el que quiere vivir su existencia de un modo
auténticamente humano. Dichos interrogantes tienden a ocupar el lugar más importante en el conjunto de
la reflexión filosófica.

A primera vista parece que la humanidad se encuentra en este momento histórico más madura que lo
estuvo en el pasado para responder a tales cuestiones. En efecto, nunca fue tan amplio y especializado el
desarrollo de las ciencias del hombre (biología, fisiología, medicina, psicología, sociología, economía,
política, etc.), ciencias que tratan de explicar la enorme complejidad del comportamiento humano y
proporcionar los instrumentos necesarios y útiles para regular la vida del hombre. Cada uno de estos
sectores científicos contiene un amplio programa de conocimientos concretos y precisos sobre el hombre,
de manera que cuatro o cinco años de estudios universitarios constituyen apenas una primera iniciación.

Coincidiendo con el enorme aumento de los conocimientos científicos y tecnológicos, se plantea un difuso
interrogante sobre el significado humano de esta gigantesca empresa cultural. Hoy ya no se puede seguir
soñando con que el programa científico pueda conseguir casi automáticamente una vida mejor o que la
creación de nuevas estructuras sociales pueda proporcionar la clave última y definitiva para superar las
miserias humanas.

Las inmensas posibilidades positivas que la civilización técnica e industrial ofrece al hombre no están
exentas de ambigüedad. Un mundo dominado exclusivamente por la ciencia o la tecnología podría incluso
ser inhabitable no sólo desde una perspectiva biológica, sino sobre todo desde el punto de vista espiritual
y cultural.
Tras dos guerras mundiales y después de los campos de exterminio donde fueron eliminados millones de
hombres inocentes, no se puede contemplar el proceso científico y tecnológico con esa ingenua
superficialidad tan característica del siglo XIX. Se advierte, sobre todo, que el aumento progresivo de los
conocimientos científicos y la creciente desorientación en los laberintos de las especializaciones, van
acompañados cada vez más de una mayor incertidumbre respecto a lo que constituye el ser profundo y
último del hombre. Quizás estemos asistiendo actualmente a la mayor crisis de identidad por la que el
hombre ha pasado y en la que se ponen en tela de juicio o se marginan muchos de los fundamentos
seculares de la existencia humana. Hace más de medio siglo pronunció Max Scheler unas palabras que no
han perdido su vigencia: Tras una historia de ya más de diez mil años, estamos en una época en que, por
primera vez, el hombre es para sí mismo un ser radical y universalmente «problemático». El hombre ya no
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sabe quién es y se da cuenta de que jamás lo llegará a saber. Sólo se volverá a tener juicios
fundamentados si se hace tabula rasa de todas las tradiciones relacionadas con este problema y se
contempla con el máximo rigor metodológico y con el más grande estupor a ese ser llamado hombre.
Martin Heidegger, hablando de la antropología de Kant, hace eco a Scheler: Ninguna época ha logrado
tantos y tan dispares conocimientos sobre el hombre como la nuestra… Y, sin embargo, ninguna otra
época como la nuestra ha sabido tan poco sobre el hombre. Pues jamás ha sido el hombre tan
problemático como ahora

En este contexto de pérdida de identidad, de incertidumbre y desconcierto sobre el ser humano, que se
manifiesta emblemáticamente en la proclamación de la muerte del hombre, la reflexión filosófica, crítica y
sistemática sobre el ser y el significado del hombre, se convierte en una de las tareas más urgentes de
nuestro tiempo. Es preciso recuperar la secular certeza del hombre, repensarla radicalmente y
enriquecerla con todas las nuevas interpretaciones.
El problema del ser del hombre o de la verdad humana ocupa el lugar central. Si redescubre las líneas
fundamentales de su ser y su orientación dinámica, el hombre de hoy estará preparado de nuevo para
situar la gigantesca expansión de la cultura científica y tecnológica contribuyendo así a su realización
auténtica. En este momento histórico, la reflexión antropológica sistemática y la clarificación de la
existencia humana han de prestar un verdadero servicio al hombre.

2. Génesis del problema filosófico del hombre


Los interrogantes sobre la esencia del hombre y sobre el sentido de su existencia, tanto hoy como en el
pasado, no son producto en primer lugar de la curiosidad científica, que quiere saber más.
Los problemas antropológicos irrumpen en la existencia, intervienen casi sin darse uno cuenta y se
imponen por su propio peso. Dichos
problemas existen, no porque alguien se haya empeñado en
estudiar la esencia del hombre, sino porque la vida misma plantea
el problema del hombre y obliga a afrontarlo. Tal cosa no acontece
esporádicamente en alguna persona privilegiada, sino que es lo
normal –al menos en cierto modo– en la vida del hombre que se
encuentra abierto y está ávido de autenticidad6.
La antropología filosófica no se saca de la manga los problemas
del hombre. Se los encuentra ya ahí, los reconoce, los asume,
los estudia críticamente y trata de hallar una respuesta que pueda
iluminar la problemática concreta y existencial.
La problemática antropológica aparece en la vida concreta de
modos muy distintos, que se pueden reagrupar en torno a estos tres
temas: estupor y admiración, frustración y desilusión, experiencia
de lo negativo y del vacío.

a) Estupor y admiración
La reflexión sobre las dimensiones fundamentales del hombre
puede deberse al estupor: asombro ante el coraje que conquista la
naturaleza, los mares y los montes (véase el canto coral de la Antígona
de Sófocles), ante el genio artístico que se expresa en la música,
en la poesía, en la pintura, en la literatura y en la arquitectura,
etc., o ante la fascinación de la amistad y del amor, de los ojos
inocentes de un niño, de una obra noble, del sacrificio de la propia
vida en aras de una gran causa; o a la admiración que se siente ante
el universo y ante el hombre y sus creaciones.
La experiencia religiosa también puede favorecer la apertura de
tales horizontes de admiración. Es la experiencia que refleja sin
adornos el salmo 8: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de
él?…». Estupor, pues, ante el valor y el misterio de la existencia
humana y búsqueda del centro misterioso de esa grandeza7.
El estupor refleja de algún modo una actitud contemplativa,
profundamente reprimida en la civilización contemporánea, pero
no apagada, que persigue el reconocimiento de la grandeza misteriosa
que hay en el hombre, independiente de la obra humana y anterior
a ella.
El fresco de la capilla Sixtina en el que Miguel Ángel representa
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la creación de Adán, es quizás una de las mejores expresiones artísticas


de esta fuente de reflexión antropológica: el espacio existente
entre el dedo de Dios y el de Adán es el centro invisible de
todo el cuadro, esa grandeza misteriosa que convierte al hombre en
un ser humano8.

La persona humana
Curso de Antropología Filosófica
Por: José Ignacio Moreno Iturralde | Fuente: www.interrogantes.net

¿Quién es el hombre?
Nietzsche (s. XIX) afirmó que "El hombre es el ser capaz de hacer promesas" (pensar y planear su futuro,
sus propios fines; se puede autodeterminar dentro de su libertad limitada). Sin embargo, puede ser el
animal más brutal, llegando a trastocar el orden natural por su propia libertad de elegir.

Tomás de Aquino (s. XIII) daba otra definición: "El hombre es el ser que elige sus propios fines".

El hombre es un animal inteligente y libre, es decir, un ser capaz de resolver problemas.

2. Relaciones entre lo animal y lo racional

a) Algunas opiniones:

Sócrates (s.V a.C) dijo que el hombre es su alma

Kant (s.XVIII) dijo que lo que el hombre hace con su libertad (arte, derecho, religión) es algo más que
biología.

b) Naturaleza y libertad:

Naturaleza: El hombre no es solamente un ser histórico, sino también un ser biográfico, libre (la vida es
como una novela escrita día a día; no un problema matemático, algo determinado de antemano)

Libertad: El hombre tiene una naturaleza libre. Su cuerpo es el de un ser libre y es capaz de expresar esta
libertad.(Mano-garra; labios-belfos, caminar con dos piernas-con cuatro)

c) Persona e individuo: El hombre es persona, y no sólo individuo ; la persona no está finalizada por la
especie: el hombre es un ser social pero no tiene fines exclusivamente personales.

d) Diferencias en el conocimiento: El hombre capta los modos de ser de cada cosa, y a diferencia de los
animales, puede profundizar en cada modo de ser. En la mente humana van teniendo cabida las
realidades del mundo exterior (por eso Aristóteles dice que el hombre es de algún modo todas las cosas),
que son entendidas con más o menos profundidad. Un animal ve imágenes de las cosas reales, y las
estima como convenientes o no convenientes para sí; pero no puede entender las propiedades o el modo de
ser íntimo de las cosas. Por eso, no puede elaborar cultura; aunque si ciertas técnicas o habilidades.

e) Necesidad y dotación: Sería un error pensar que el hombre inventa la flecha solo porque tiene necesidad
de comer pájaros. También el gato tiene esa misma necesidad y no inventa nada. El hambre sólo impulsa
a comer, no a fabricar flechas: son dos cosas muy diferentes. Por eso, no es correcto explicar al hombre
solo desde sus necesidades, sino también desde sus posibilidades y aspiraciones. La inteligencia humana
no surge de una necesidad, sino de una dotación, y por eso no es un animal más. Tiene la capacidad de
crear.

f) Moralidad: el hombre es un ser moral; distingue el bien del mal; el animal no tiene moralidad. También
el hombre es capaz de ponerse en el lugar del otro, de comprender, por esto es, dice Spaemann, un
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símbolo del Absoluto (de lo que de alguna manera está en todo)

3. Posturas materialistas

El marxismo considera que el hombre no es más que materia llegada a un alto grado de evolución. El
mecanicismo a este respecto es similar al marxismo, negando -como el marxismo- la libertad humana al
decir que es consecuencia de puros condicionamientos. El marxismo es mecanicista; si bien abarca más
aspectos que el mecanicismo.

Freud considera que el hombre es un compuesto material y que sus desequilibrios mentales provienen de
la autorrepresión de los apetitos, especialmente el sexual. La pega del materialismo consiste en que
inteligencia y voluntad son algo distinto a la materia; lo mismo se puede decir al mecanicismo. Respecto a
la negación de la libertad es negar algo evidente. Sobre lo afirmado por Freud una crítica que se le ha
hecho es que "al sexualizar la neurosis, neurotizó la sexualidad".

4. Sentido etimológico de "persona"

La palabra persona viene del término latino "personare", que significa "sonar con fuerza" o "resonar". Los
actores de teatro grecorromanos utilizaban máscaras, éstas hacían que su voz sonara con más fuerza. A
los actores con máscara se les llamaba personas y representaban a gente noble o distinguida de la
sociedad del momento.

Posteriormente, el término persona pasa al campo del derecho para designar a un sujeto jurídico (con
obligaciones y derechos jurídicos; no eran todos los hombres: los esclavos no eran considerados personas).
Más tarde el término se extiende a todos los hombres, por influencia del cristianismo.

Vemos que el término persona, desde su inicio está asociado a lo digno, lo sobresaliente o importante. La
dignidad de la persona humana se puede entender de dos modos:

a) La dignidad como consecuencia de una serie de perfecciones.

b) La dignidad como un don inmerecido y regalado al hombre.

Para Tomás de Aquino (s.XIII), la persona es el ser más eminente de toda la realidad visible; para Kant
(s.XVIII), toda persona es un fin en sí misma.

5. Definición clásica de persona

Boecio (s. V-VI) define a la persona diciendo: "la persona es una sustancia individual de naturaleza
racional". Esto significa que la persona es algo permanente. La persona es un individuo concreto que
trasciende la especie , y tiene como propiedad esencial la razón.

Descartes, en el s. XVII, antepondrá la razón a la existencia: "pienso, luego existo". La filosofía realista
-como la de Boecio- da primacía al ser sobre el pensar: "existo, luego pienso". La postura cartesiana o
racionalista (amoldar mi realidad las ideas) tiende a una pretendida "autenticidad" desgajada de la
realidad, pero el realismo (amoldar mis ideas a la realidad) es más verdadero: nuestros conocimientos
mentales deben subordinarse a la realidad de las cosas.

6. Persona y personas

6.1. Introducción

Las relaciones personales son el verdadero marco de la existencia humana. ¿Qué sucedería si no hubiese
otro alguien que nos reconociera, nos escuchara, y aceptara el diálogo y el don que le ofrecemos? Sin duda
la vida de la persona sería un fracaso, una soledad completa. La persona no está hecha para estar sola; la
persona necesita de otras para reconocerse a sí misma. La soledad en el hombre no sólo es antinatural,
sino que significa su frustración radical. No hay yo sin tú.

Las relaciones personales pueden medirse por el amor y por la justicia. Para entender esto mejor vamos a
estudiar tres apartados: lo común, el amor y la amistad.
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6.2. Lo común

Las personas pueden entenderse porque tienen una inteligencia que les permite captar lo común, lo
universal de las cosas, su forma, su sentido. Entre ellas hay una relación social en la que se reparten y
comparten bienes, o males.

Podemos distinguir dos tipos de bienes:

a) Hay bienes que no pueden ser compartidos: lo más que pueden es ser repartidos; por ejemplo: una
tarta.

b) Aquellos que se pueden compartir, porque pueden ser disfrutados simultáneamente por un número
indefinido de personas; por ejemplo: las ideas de alguien sabio, las leyes de un país.

Los bienes del primer tipo son materiales. Los bienes del segundo tipo pueden ser llamados bienes del
espíritu. Estos últimos bienes cuando se comparten, lejos de disminuir aumentan, por ejemplo, la alegría
tiende naturalmente a comunicarse, y al compartirla con otro se multiplica. Lo mismo ocurre con el saber:
sólo hay progreso cuando se transmite. Compartir es más personal que repartir. Compartir es señal de
presencia del espíritu.

Los bienes compartidos son comunes y propios de los hombres. La vida social se basa en la existencia de
lo común.

La forma más intensa de compartir que se da entre las personas es el amor, mediante el que se comparte
con otros todo lo que la persona es, siente, busca, realiza y da. El amor es la forma más rica de relación
entre las personas.

6.3. Definiciones del amor y sus clases

El amor de benevolencia consiste en afirmar más al otro, en querer más al otro. También podemos
llamarlo amor-dádiva porque el amor no es egoísta.

Sin embargo también existe la inclinación a ser feliz, a la propia plenitud. Puede lograrse siempre y
cuando este deseo no se separe del amor de benevolencia, que es la forma genuina y propia de amar de los
seres humanos.

Todos los actos de la vida humana, de un modo o de otro, tienen que ver con el amor, ya sea porque lo
afirman o porque lo niegan. El amor es el uso más humano y más profundo de la voluntad.

El amor no es un sentimiento, sino un acto de la voluntad, acompañado por un sentimiento, que se siente
con mucha o poca intensidad, e incluso con ninguna. Ese sentimiento, que no necesariamente acompaña
al amor, puede llamarse afecto. Los afectos son sentimientos; las consecuencias son obra de la voluntad.
El amor está integrado por ambos, afectos y consecuencias. Si sólo se dan los primeros se trata de puro
sentimentalismo.

El amor tiene una repercusión en el propio sujeto que ama: el placer o gozo. Los placeres gustan al
hombre, pero el criterio de moralidad lo da la búsqueda del bien, no la del placer.

También se puede dividir el amor según las personas a quien se dirige:- el amor a los que tienen que ver
con mi origen natural podemos llamarlo amor familiar o natural. -Cuándo no se da esta comunidad de
origen el tipo de amor es diferente y lo podemos llamar amor de amistad. -Otro tipo de amor es aquella
forma de amor entre hombre y mujer de la que nace la comunidad biológica humana llamada familia. -La
amistad es un tipo de amor que surge de compartir objetivos comunes; penetra en los amores anteriores,
en mayor o menor grado, singularmente modalizado en cada caso, y también se origina entre personas sin
lazos de sangre.

6.5. Definición de amistad. Sus grados.

La amistad es la benevolencia recíproca dialogada. Aristóteles dice que sin ella el hombre no puede ser
feliz.
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El primer rasgo de la verdadera amistad es el desinterés. La verdadera amistad surge del compañerismo,
que es compartir una tarea o un trabajo, o una afición... Es lógico que en ese "marchar juntos" surjan
discrepancias. Pero la amistad tiene como característica principal una discusión dialogada de las
discrepancias. La amistad es la discusión compartida de las propias experiencias.

La amistad moviliza energías y permite llevar a cabo tareas que solos no seríamos capaces de hacer: la
amistad contagia el entusiasmo y el espíritu emprendedor.

La amistad tiene mucho que ver con la justicia. El amigo es aquella persona para la que se quiere algo, lo
que le pertenece como suyo. La pérdida de la amistad acarrea la pérdida de la justicia. Una sociedad sin
amistad sólo puede resolver sus conflictos mediante los tribunales de justicia y los abogados, y no
mediante el diálogo y la concordia: aparece entonces una "judicalización" de la vida social y una tendencia
progresiva hacia la violencia. El amor y la justicia son, pues, los dos tipos de relación interpersonal más
propiamente humanos y se necesitan mutuamente, porque reconocen al otro y le otorgan lo suyo. El
interés exige ser elevado hasta ellos, pues por si sólo mira hacia sí mismo; y el choque de intereses puede
dar lugar a la lucha violenta.

7. La espiritualidad e inmortalidad del alma humana

Pascal dice que el hombre es un espíritu unido a un cuerpo, tiene una fachada corporal que manifiesta su
mundo interior espiritual.

Tanta interioridad tiene el hombre que ni siquiera se conoce bien a sí mismo. Por otra parte, los
sentimientos y pensamientos forman en el hombre un mundo interior tan real como su cuerpo. Esta
distinción entre cuerpo y espíritu ha servido a diversos autores para hablar a favor de la inmortalidad del
ser humano.

Aristóteles (s.V a.C): "Todas las funciones del psique animal o vegetal se encaminan al mantenimiento en
vida del propio organismo. Por tanto, cuando ese cuerpo muere, toda la finalidad de la psique se termina.
Sin embargo, en el hombre hay funciones de la psique o alma que no se encaminan al beneficio corporal.
Por eso, cabe pensar que cuando muere el cuerpo humano, esas funciones perviven de alguna manera".

Platón (s.V a.C.): "Los hombres son capaces de conocer ideas universales, como verdad o bondad; esto es
posible porque el alma humana tiene un modo de ser similar al de esas ideas, pues esas ideas son
incorruptibles. El alma es incorruptible, y por tanto inmortal".

Tomás de Aquino (s.XIII): "Los hombres no sólo conocemos imágenes, sino conceptos. Estos son
incorruptibles; si nuestra alma los conoce es por ser similar a ellos, por tanto incorruptible e inmortal".

8. Personalismo actual

Levinas, Buber, Wojtyla (Juan Pablo II) son algunos de los pensadores más destacados en la filosofía
personalista del siglo XX. Quizás un modo, aunque muy sintético, de expresar lo que es el personalismo es
que en el fondo del alma del otro estas tú en cierta manera. Es algo muy claro: lo que haces con los demás
recae sobre ti. Pero, ¿cómo es esto posible?... si hay Alguien más íntimo a nosotros que nosotros mismos
-en expresión de Agustín de Hipona- que está en todos.

9. Relación con temas siguientes

Todos los temas están relacionados con éste, pero especialmente el tema 6. La visión de la vida de la
persona como novela explicada al final del tema 8 complementa necesariamente lo expuesto aquí.

Actividades:

Comentar texto de El hombre en busca de sentido, Frankl: La pregunta por el sentido de la vida, p 78.

"Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que
aprender por nosotros mismos y después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no
esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos
preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros como seres a quienes la vida
les inquiriera continua e incesantemente. Nuestra contestación tiene que estar hecha no de palabras ni
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tampoco de meditación, sino de una conducta y una actuación rectas. En última instancia, vivir significa
asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir
las tareas que la vida asigna continua e incesantemente. tareas que la vida asigna continuamente a cada
individuo.

Dichas tareas y, consecuentemente, el significado de la vida, difieren de un hombre a otro, de un momento


a otro, de modo que resulta completamente imposible definir el sentido de la vida en términos generales.
Nunca se podrá dar respuesta a las preguntas relativas al sentido de la vida con argumentos especiosos.
"Vida" no significa algo vago, sino algo muy real y concreto, que configura el destino de cada hombre,
distinto y único en cada caso. Ningún hombre ni ningún destino pueden compararse a otro hombre o a
otro destino. Ninguna situación se repite y cada una exige una respuesta distinta; unas veces la situación
en que un hombre se encuentra puede exigirle que emprenda algún tipo de acción; otras, puede resultar
más ventajoso aprovecharla para meditar y sacar las consecuencias pertinentes. Y, a veces, lo que se exige
al hombre puede ser simplemente aceptar su destino y cargar con su cruz. Cada situación se diferencia
por su unicidad y en todo momento no hay más que una única respuesta correcta al problema que la
situación plantea.

Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar dicho sufrimiento, pues ésa es su
sola y única tarea. Ha de reconocer el hecho de que, incluso sufriendo, él es único y está solo en el
universo. Nadie puede redimirle de su sufrimiento ni sufrir en su lugar. Su única oportunidad reside en la
actitud que adopte al soportar su carga.

En cuanto a nosotros, como prisioneros, tales pensamientos no eran especulaciones muy alejadas de la
realidad, eran los únicos pensamientos capaces de ayudarnos, de liberarnos de la desesperación, aun
cuando no se vislumbrara ninguna oportunidad de salir con vida. Ya hacía tiempo que habíamos pasado
por la etapa de pedir a la vida un sentido, tal como el de alcanzar alguna meta mediante la creación activa
de algo valioso. Para nosotros el significado de la vida abarcaba círculos más amplios como son la vida y la
muerte y por este sentido es por el que luchamos."

Frase más importante.

¿Destinos distintos?

¿Es excesivamente subjetivo?

b) Comentar el Texto (Promanuscripto): La meditación y su necesidad en la vida (Antonio E.)

"Quizás pocas veces nos planteamos la importancia de la meditación en nuestra vida cotidiana, es decir su
necesidad para la calidad humana de nuestra vida, para desarrollar una vida que sea verdaderamente
humana. Y sin embargo, la meditación apunta al centro de lo más específicamente humano, lo descubre,
lo hace nacer y por eso constituye una actividad esencial...

El espacio entre yo y conducta, el espíritu: El punto de partida es justamente aquel donde nace la
diferencia entre el hombre y el animal, porque el hombre es un animal. Esta es la primera idea clara: el
hombre es un animal por todas sus características biológicas; y porque está claramente insertado en la
línea filogenética de los organismos vivos del planeta. El interrogante surge al considerar su
comportamiento: ¿dónde nace ese comportamiento tan diferente, tan peculiar del hombre comparado con
los demás animales?...La peculiaridad evidente consiste en la creación de cultura: toda la serie de
instrumentos, máquinas, conocimientos, instituciones, técnicas, etc., de que el hombre se rodea
"naturalmente". Basta solo mirarse alrededor y ver lo que hay: casi todo ha sido alcanzado por la acción
del hombre, tanto que las pocas zonas "salvajes" que quedan son ahora "reservas", es decir siguen
"salvajes" por la misma protección del hombre.

Vamos a la divisoria, a ese punto donde se inicia la diferencia. Toda la ciencia psicológica está de acuerdo
en que el hombre, a diferencia de los animales, establece un espacio, una separación entre yo y conducta.
"El animal no se distingue de su conducta, la es". Esto lo hace notar el mismo Marx y de ahí parte su
consideración de lo que es la alienación, pero así nos adelantamos demasiado en la línea argumental.

Pongamos un ejemplo del comportamiento instintivo más evolucionado. Alguna vez he podido observar la
caza de una jauría de perros, pastores alemanes, en la sierra de Guadarrama, donde en verano hay vacas
que los campesinos dejan sueltas. Es el comportamiento de un instinto muy desarrollado, ya que cazan en
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grupo y cumplen funciones diferentes: primero separan vaca y ternero, después mientras el grupo aguanta
a la madre, uno se lleva al ternero, al final todos confluyen sobre el ternero para matarlo. Hay una cierta
comprensión del tiempo y de los demás, de la colaboración. Si suponemos un grupo de hombres que
cazara, en las primeras veces lo harían similar a los perros, pero una de las veces el ternero muere porque
se ensarta con un palo. Si esto sucede a los perros, éstos se tiran a comerse al ternero sin más dilaciones.
En el caso del hombre es diferente, quizás uno se pregunta por qué ha muerto y ve la rama en la que se
ha ensartado. En una ocasión subsiguiente quizás quiera llevar el ternero hacia un palo predispuesto:
tenemos la noción de trampa. Luego se pregunta por qué no llevar el palo a cuestas...y tenemos la lanza; y
entonces por qué no tirarlo a distancia: tenemos la flecha...así hasta la bomba atómica. Nos damos cuenta
enseguida que frente a un solo comportamiento de los perros, aunque verdaderamente flexible y
sofisticado, el hombre ha generado cuatro: a la carrera similarmente a los perros, con trampa, lanza o
flecha; y sigue creando nuevas posibilidades.

Como resulta claro el instinto propiamente hablando desaparece, no hay pautas fijas de comportamiento:
nunca hay una sola, hay muchas, creadas culturalmente. El hombre tiene sólo la tendencia, la necesidad
vital sentida, en este caso el hambre y muchos modos de solucionar el problema, modos creados por el
propio hombre, creados culturalmente con su experiencia. Podemos decir que el hombre no tiene instintos
-sólo instintos- sino que actúa por sus "experiencias" y que todo su comportamiento diverso se inicia
precisamente en esa capacidad de preguntarnos ¿por qué?, de volver sobre lo sucedido para ver cuál es la
causa de un resultado diverso, es decir por su capacidad de reflexión. De este modo se interesa por algo,
una rama, que en principio, por sus tendencias básicas no le interesa. Este mismo "algo" con una idea,
pasa a ser primero trampa, luego lanza, etc. De este modo el hombre termina interesándose por todas las
cosas y pasa a vivir en un mundo de objetos, el mundo de la racionalidad y la reflexión y no de instintos,
aunque las tendencias permanezcan.

Del ejemplo se deducen dos cosas. La primera consiste en que el hombre debe elegir su propio
comportamiento entre varias posibilidades y esto sólo lo puede hacer porque entre estímulo y respuesta
hay un espacio que permite ponderar, elegir. La segunda son las diversas posibilidades, aunque con una
base en las necesidades del hombre, que han sido creadas por el mismo hombre, es decir: son culturales,
las aprendo por mí mismo o de lo que me enseñan(aprendizaje) los anteriores a mí.

El comportamiento del hombre, su libertad, se convierte en una conquista en los dos sentidos. Primero, el
hombre está sometido a todas las leyes de la necesidad, a las leyes físicas y biológicas, en ellas va
edificando sus posibilidades de actuación, su libertad en tanto que apertura de posibilidades dentro de las
condiciones concretas en que vive; condiciones que constituyen su bagaje de partida. Esta es una tarea
donde la reflexión sobre la experiencia tiene un papel desencadenante. Podríamos decir que la experiencia,
que es específicamente humana en relación con la conducta animal, es una vivencia con reflexión, algo
que se ha vivido y después se ha pensado. Así se descubre la separación entre yo y conducta.

La libertad es posible en tanto en cuanto el hombre es capaz personalmente de establecer esa separación
entre estímulo y respuesta, sin ese espacio desaparece la misma posibilidad de la libertad. La libertad es
así la capacidad de reflexión, de ponderación, de volver sobre lo hecho y rectificar errores. El hombre es
libre porque puede separarse de su conducta. El animal no se puede separar de su conducta. El hombre
sí, en el hombre yo y conducta son separables, la persona no se identifica nunca totalmente con lo que
hace, cualquiera es capaz de decir: "eso" que yo he hecho, en lo que he participado activamente, no es
totalmente yo, no me refleja plenamente, lo puedo mejorar. Ahí, en la capacidad de mejorar se encuentra
la grandeza del hombre. Esta es la llamada "libertad de". Esta es la libertad de alzarse sobre los
condicionamientos internos y externos del hombre: el subconsciente, la configuración afectiva, las
deficiencias de educación, de control de carácter, etc. Los externos, que dependen de la situación familiar
y de la libertad social y política, se resumen en la cultura recibida.

La cultura es la acumulación de las experiencias, la acumulación de la historia del hombre en forma de


instituciones, instrumentos, etc. Constituye por tanto el campo de las posibilidades abiertas a la actuación
del hombre, es el campo de su libertad. La reflexión es por tanto la que crea la cultura y es también ahí,
en la reflexión, donde se recrea la cultura, donde se abren las nuevas posibilidades (esta es la tarea de
cada generación) donde se ejercita la libertad. El Papa señala este punto en una encíclica: "Esta búsqueda
abierta de la verdad, que se renueva en cada generación, caracteriza la cultura de la Nación. En efecto, el
patrimonio de valores heredados y adquiridos es siempre objeto de contestación por parte de los jóvenes.
Contestar, por otra parte, no quiere decir necesariamente destruir o rechazar a priori, sino que quiere
significar sobre todo someter a prueba en la propia vida y, tras esta verificación existencial, hacer que esos
valores sean más vivos, actuales y personales, discerniendo lo que en la tradición es válido respecto de
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falsedades o errores o formas anticuadas, que pueden ser sustituidas por otras más en consonancia con
los tiempos" (Centesimus annus, 50).

En la oposición entre yo y conducta se toma conciencia del yo, de quien soy yo; la persona toma
conciencia de sí misma como un ser diferente, irrepetible. Y cada persona debe construir una conducta
original, propia, construida necesariamente sobre lo recibido, pero también verdaderamente personal y
creativa; es ésta una tarea fundamental de su reflexión sobre los datos recibidos. Esta es la llamada
"libertad para": la que se fija objetivos, la que proyecta el futuro. La libertad es también desde este
segundo punto de vista una conquista, una conquista que se inicia y apoya en la reflexión y la meditación.

Podemos ver que a través del trabajo que se realiza en el espacio abierto entre el yo y la conducta, la
libertad se convierte en una tarea para el hombre, en una conquista que hace ascender al hombre desde lo
más material hasta las más sofisticadas creaciones de la civilización. La cultura es el instrumento forjado
por el mismo hombre para esa conquista. Existe en la Biblia un pasaje precioso y altamente significativo
que condensa esta idea. Se trata de aquel del Génesis en que Dios "después de haber formado de la tierra
todos los animales terrestres y todas las aves del cielo, los trajo al hombre para que viese como los había
de llamar; y, en efecto, todos los nombres puestos por el hombre a los animales son sus nombres propios".
El mundo material está en una cierta indiferenciación, la creación está en cierto modo incompleta hasta
que no llega el hombre, que de la rama, saca lanza y trampa y flecha...:esos son sus nombres propios. Es
conceptualizando, poniendo nombre, como el hombre avanza: la cultura tiene una relación con la verdad,
con conocer, concebir lo que las cosas son; y luego realizarlas (por ambas cosas se asemeja y completa la
tarea creadora de Dios), pero primero está la idea: haberlas "visto". El hombre con la cultura, con su
experiencia completa toda la obra de la creación: ahí está toda la tarea del hombre y de su libertad. El
pasaje es todavía más rico, pero esta verdad esencial me parece que está sintéticamente contenida. En la
cultura y no en el instinto está la libertad del hombre: ese es el comportamiento que responde
intrínsecamente a lo que el hombre es, a la dignidad de la persona.

La conclusión resulta bastante evidente: en la capacidad de establecer ese espacio, esa distinción entre yo
y conducta, se basa la diferencia entre el comportamiento humano y el animal. Es decir: el hombre tiene
un comportamiento humano a través de la reflexión, de la consideración de su conducta. En segundo
lugar, puede mejorar su actuación. El hombre, a diferencia del animal puede volver sobre lo que ha
realizado y considerado y por esto puede mejorarlo, cambiarlo, encontrar múltiples soluciones a un
problema. Esto es la racionalidad, la capacidad de conceptualización, de "poner nombre" a las cosas, de
descubrir su esencia. A esta capacidad en su conjunto es a lo que llamamos espíritu, que no es un "algo",
no es una cosa añadida al hombre, esta capacidad propia del hombre.

La intimidad, mi vida -toda en presente- en mis manos: Ya podríamos sacar muchas ideas sobre la
importancia de la reflexión y bastaría para dar idea de que la meditación para el hombre es básica: en ella
se profundiza, se pone en marcha la capacidad más específicamente humana, aquella que marca la
diferencia del comportamiento humano. El tema sin embargo tiene una riqueza mucho mayor, ya que
hasta aquí nos hemos fijado casi exclusivamente en la conducta humana y solamente de modo reflejo
hemos constatado que se compacta el yo. Ahora vamos a fijarnos en ese yo que aparece. A ese yo que se
define alrededor de la propia reflexión es a lo que llamamos intimidad. Cada persona es una intimidad.
Vamos a ver que queremos decir con eso. Se trata de la visión de lo que hemos visto antes desde otro
enfoque, desde la interioridad misma de la persona.

Todos tenemos una intimidad, un mundo interior donde nos reflejamos, nos vemos, nos comparamos con
los demás, juzgamos las situaciones, valoramos nuestra actuación, etc. En ese espacio interior también
nos sentimos queridos o no, nos sentimos protegidos y seguros o no; allí se proyecta o se imagina el
futuro: será así o será asá; allí aparecen nuestros gustos, nuestros intereses, las cosas que nos son
congeniales, las que nos agradan, todo un conjunto de pensamientos, ideas, ocurrencias,... que cada
persona lleva consigo y que aflora especialmente en algunos momentos, al ir por la calle, en la ducha, etc.

La intimidad irrumpe netamente en la conciencia personal durante la adolescencia. El niño no tiene


verdaderamente intimidad, pues comparte la de sus padres; por eso el niño no tiene pudor y de pronto
pregunta: ¡Mamá!... ¿es esta la señora gorda que iba a venir?, por eso también todo es suyo y le da igual
jugar con sus juguetes que con los ceniceros de cristal del comedor: hay que enseñarle qué es "lo suyo".
Cuando llega la adolescencia y con ella la irrupción de la intimidad, la adolescente quinceañera cierra en
un cajón con llave "sus" tesoros (una flor seca, una postal de un viaje, fotos...). De ahí todos en su casa
están excluidos, especialmente su madre, nadie puede mirar. A la vez se pasa horas y horas mirando un
póster de Eros Ramazoti, porque tiene la necesidad ineludible de forjarse una identidad y para eso
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necesita, busca ansiosamente modelos. En sentido negativo, cuando encontramos un adulto que no tiene
pudor, que no protege su intimidad, por ejemplo, cuando nos encontramos un loco en el autobús, que dice
cosas en alto o canta, resulta muy difícil saber cómo reaccionar. Sabemos justamente que es un loco por
el comportamiento chocantemente desinhibido: lo humano es tener intimidad.

La autenticidad de la persona, su carácter, su identidad, su personalidad se forja en esa conversación


interior. La autenticidad es no sólo vivir, sino también saber que vivimos y por qué vivimos, cuáles son los
motivos de nuestras acciones, de nuestras reacciones. El proceso de maduración de una persona es
precisamente este proceso de búsqueda de la propia identidad que la hace dueña de sus actos; a esto es a
lo que se llama autenticidad. La autenticidad es el proceso constante de contrastar lo que hacemos con lo
que somos, con la definición de lo que somos, es decir: con la resultante de este mundo interior que
poseemos. Si no existe reflexión, meditación, no existe definición de la persona, no hay una resultante del
mundo interior y la persona no se conoce, sus mismas acciones le resultan incomprensibles.

Este proceso de búsqueda de la propia identidad se vive con dificultad, lo que está en juego es su propia
vida. La persona toma conciencia de que con sus decisiones se juega su vida. El dilema es... ¿acertaré o
no?, la carrera que elijo...¿es la que corresponde a mis cualidades?, ¿me abrirá el futuro?, esta
chica/chico...¿me hará feliz? Es una toma de conciencia dolorosa de la propia vida: ¡con mi vida me la
juego!

El proceso, sus éxitos y fracasos, cómo son vividos y asimilados, etc., tiene una influencia determinante en
la valoración de uno mismo, en la autoestima. La autoestima tiene muchos pilares en la infancia, en el
haber sido realmente querido, buscado, en haber tenido una madre que verdaderamente nos quería, en
haber sido deseado, etc., pero se forja con la aportación de la persona, en ese proceso de propia definición
que es la búsqueda de la identidad. Este proceso, aunque se delinea fuertemente en la adolescencia, dura
toda la vida. El hombre no está nunca cerrado, terminado siempre puede recomenzar, volver a plantearse
las cosas. Toda la vida hay que asimilar éxitos y fracasos, asumir las consecuencias de los propios actos,
reenfocar la propia actuación, etc.

Se trata, en resumen, de lo que se llama el proyecto de vida personal, su elaboración y ejecución. Ahí está
condensada la vida de la persona, sus posibilidades de integración y felicidad o su desintegración y
fracaso. La vida auténtica es la que tiene un proyecto realista, contrastado con uno mismo, con las
propias posibilidades. Como se ve, la vida auténtica se refiere a una capacidad de autorreflexión, mejor
dicho, se juega en la reflexión y en la meditación de la propia conducta, de la propia vida.

En ese diálogo con uno mismo adquiere un puesto central, lo que se llama la conciencia. La conciencia es
ante todo un descubrimiento personal que se hace de la propia intimidad. "La vida auténtica apela a esa
voz interior que nos sitúa en el mundo de los valores. Y es que, en primer lugar, en nuestra intimidad
anida la voz de la conciencia. Por eso no se puede hablar de intimidad con uno mismo sin tener en cuenta
la presencia de una voz propia, que parece tener como finalidad emitir juicios últimos y en términos de
bien y mal. Por lo tanto, el ámbito de la intimidad es, entre otras cosas, un reducto moral, donde se
emiten juicios de aprobación y condena, donde surgen sentimientos de paz y de tranquilidad, y de
remordimiento y de culpa. Quien quiera aceptarse como persona ha de saber que tiene que aceptar las
exigencias que el ser persona lleva consigo, y la más exigente sin duda, es atender a pecho descubierto la
voz de la propia conciencia, que emite juicios implacables. Es factible distorsionar la propia voz de la
conciencia e introducir dentro de nosotros un caos desorientativo donde se haga realidad el dicho "a río
revuelto, ganancia de pescadores", porque a base de no sintonizar con la propia voz, se puede terminar
escuchando lo que se quiera, o mejor aún, no escuchando nada, y evitando entrar en el propio mundo
interior, no sea que nos recriminemos algo. Y, otra vez, en esta ocasión para evitar responsabilidades
morales, nos situamos fuera de nuestro mundo interior, negándonos a tener con nosotros ese encuentro
habitual en que consiste la intimidad (Miguel A. Martí, La intimidad, p. 71-72).

Una persona con capacidad para la meditación, para entrar dentro de sí mismo, para vivir de acuerdo con
su intimidad, toma su vida en sus manos. La vida es tiempo y su relación con el tiempo se hace fluida:
vive toda la vida en presente, la tiene presente ante sí; ya que asume el pasado en el hoy y desde el hoy
proyecta el futuro, un futuro posible, adecuado a él mismo. Sin meditación todo esto no es posible y la
persona entra en colisión con el tiempo, con la aceptación de la propia vida. Comienza con que no puede
aceptarse, porque no puede, o no sabe, asumir su pasado o simplemente no lo conoce, no lo ha puesto en
orden: es un puzzle sin sentido: muchas fichas sueltas (muchas vivencias, experiencias, ideas, etc.), pero
que no dan un dibujo, un significado, algo inteligible, comprensible para quien lo vive y por eso capaz de
ser vivido. En este caso la persona va dando tumbos, arrastrado por las diversas situaciones del río de los
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acontecimientos, sin un rumbo propio. También puede ocurrir que, por las dificultades que sea, por los
traumas, no se acepta el pasado, se niega a reconocerlo; sin asumir el pasado no se puede afrontar el
presente, y la persona se ve abocada a huir de las dificultades, de los sufrimientos, de los dolores de la
vida...en resumen: de este modo la persona no acepta la realidad del mundo en el que vive y huye.

Hoy existen a disposición muchos procedimientos de huida: una auténtica "industria de la diversión", en
el sentido etimológico del término: sacar a las personas de una vida real, vivida en presente. Alcohol,
droga, sexo entendido sólo como sexo y no como relación personal, la "movida", etc. En este caso la
persona vive el instante y se convierte en incapaz de proyectar su futuro y por tanto de vivirlo integrado en
el conjunto de su vida, una vida "vivible", digna de ser vivida. Aquí habría también que añadir que la
dificultad para vivir íntegramente la propia vida origina la dificultad, de orden mayor, de vivir
íntegramente la vida de otra persona, ya que las relaciones se hacen efímeras, discontinuas como la propia
vida y, por eso, se despersonalizan. Si no se tiene intimidad, no se puede compartir con otra persona, no
se puede verdaderamente amar, ya que amar es compartir la intimidad. Sin intimidad descubierta y vivida
las relaciones se establecen en niveles parciales, superficiales: solamente a nivel sexual o a nivel afectivo.
Esta última es la unión sentimental: el otro llena una necesidad afectiva, es algo así como un omito de
peluche, cuando deja de servir para eso se deja. En estos casos necesariamente se utiliza a los demás para
los propios intereses, no se les respeta como a personas, porque no se respeta la integridad de su
intimidad.

Como se ve, la reflexión, la meditación es el centro, si vemos a la persona desde el punto de vista de su
intimidad. Ahí la persona se descubre a si misma y llega a la necesidad de descubrir la intimidad del otro,
así descubre la posibilidad de amar y ser amado.

Cuestiones:

¿Qué diferencia a los hombres de los animales?

¿Qué es el fundamento de la libertad?

¿Qué es la cultura?

¿Qué es la intimidad y qué significa compartirla?

c) Comenta el texto elegido del libro Los cuatro amores de C.S.Lewis;pp.73-74.

Los enamorados están siempre hablándose de su amor; los amigos, casi nunca de su amistad.
Normalmente los enamorados están frente a frente, absortos el uno en el otro; los amigos van el uno al
lado del otro, absortos en algún interés común. Sobre todo, el eros (mientras dura) se da necesariamente
sólo entre dos. Pero el dos, lejos de ser el número requerido para la amistad, ni siquiera es el mejor, y por
una razón importante.

Lamb dice en alguna parte que si de tres amigos (A, B, y C) A muriera, B perdería entonces no sólo a A
sino también "la parte de A que hay en C", y C pierde no sólo a A sino también "la parte de A que hay en
B". En cada uno de mis amigos hay algo que sólo otro amigo puede mostrar plenamente. Por mí mismo no
soy lo bastante completo como para poner en actividad al hombre total, necesito otras luces, además de
las mías, para mostrar todas sus facetas. Ahora que Carlos ha muerto, nunca volveré a ver la reacción de
Ronaldo ante una broma típica de Carlos. Lejos de tener más de Ronaldo al tenerle sólo "para mí" ahora
que Carlos ha muerto, tengo menos de él. Por eso la verdadera amistad es el menos celoso de los amores.
Dos amigos se sienten felices cuando se les une un tercero, y tres cuando se les une un cuarto, siempre
que el recién llegado esté cualificado para ser un verdadero amigo. Pueden entonces decir, como dicen las
ánimas benditas en el Dante, "Aquí llega uno que aumentará nuestro amor"; porque en este amor
"compartir no es quitar".

(...) En esto la amistad muestra una gloriosa "aproximación por semejanza" al Cielo, donde la misma
multitud de los bienaventurados(que ningún hombre puede contar)aumenta el goce que cada uno tiene de
Dios; porque al verle cada alma a su manera comunica, sin duda, esa visión suya única, a todo el resto de
los bienaventurados. Por eso dice un autor antiguo que los serafines, en la visión de Isaías, se están
gritando "unos a otros" "Santo, Santo, Santo" (Isaías, 6,3). Así, mientras más compartamos el Pan del
Cielo entre nosotros, más tendremos de Él".

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