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Celia Moreno: LA VIDA DE LOS OBJETOS

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Soy una cotilla, lo reconozco. Me gusta observar la cotidianidad; mirar desde mi


ventana cómo un vecino barre su cocina, sentarme en un banco de una calle
transitada y fijarme en cada detalle, mirar detenidamente día tras día el transcurso
de las obras del edificio de enfrente, entrar en una casa nueva y husmear cada
rincón, contemplar cómo ha utilizado el espacio, qué cuadros ha colgado en la
pared, qué sillas tiene en su salón, qué objetos tiene en la estantería y cuáles
esconde en su habitación.

No puedo evitar acumular objetos; siento placer por los cubiertos, las figuritas, las
cajas, los jarrones, los relojes… Los objetos te transportan a otras vidas, otros
lugares, otros momentos. Un mismo objeto significa diferente para cada persona,
pues nos volcamos a nosotros mismos en ellos.

Me cuesta entender a la gente que no tiene apego por las cosas, que puede meter el
transcurso de su vida en una sola mochila. Cierto es que para la mente es mucho
más sano. Mi madre siempre me decía que para que entren cosas nuevas hay que
tirar las viejas. Pero, ¿cómo eliges qué tirar? ¿cuál es el momento en el que te
deshaces del llavero que te regaló tu abuelo, o de esa flauta que conseguiste en
Perú?

Casi todo lo que consideramos importante respecto de las personas que amamos,
de la manera en que hacemos nuestro trabajo y de cómo nos vemos a nosotros
mismos se expresa a través de nuestra relación con objetos materiales. No hay una
diferencia grande entre la relación de la gente con otras personas y la que tiene con
objetos, justamente porque muchas veces la relación con otras personas se
desarrolla a través de las cosas.

Tenemos ese mito de que nos hemos vuelto materialistas desaforados y que las
sociedades tradicionales o tribales no estaban tan atadas a los objetos como
nosotros. Ahora, lo curioso es que cuando los antropólogos trabajan con tribus en
Nueva Guinea, por ejemplo, se ve la importancia que esta gente les daba y les da a
los objetos materiales. Asumimos que los objetos materiales son simbólicos y que
representan valores morales o religiosos para ellos.

Ser materialista no es tener muchos objetos, a los cuales les tienes aprecio, si no
obviarlos de valor. Objetos fugaces que pasan deprisa por nuestras vidas. Comprar
y tirar.

Los objetos son mutantes, se adaptan a la contemporaneidad, nos cuentan ciclos de


consumo, enseñan la geografía urbana, nos revelan comportamientos sociales.

Fotografías, plantas, platos, mantas, rotuladores, cojines, tazas, libros, pósters,


cuchillos, corchos llenos de apuntes, peluches, vinilos, frascos en los que aún
quedan resquicios de té, guitarras, animales de plástico… Objetos que nos
encandilan con su erótica y se seducen entre sí, sacan pecho y contraatacan
marcando terreno, nos recuerdan que “nunca dejamos de estar”.

El mundo está repleto de objetos que a escala humana analizamos, medimos,


pesamos, evaluamos y juzgamos. Aun así, en pocas ocasiones dejamos que sean
las cosas las que nos hagan preguntas, que nos cuente sus historias, o su Historia.

Propongo un juego, o porqué no, varios. Deja por un momento todo lo que estás
haciendo y reflexiona sobre todos los objetos que tienes a tu alrededor, de donde
sale cada cosa, porqué lo sigues teniendo, qué te evoca, cuál es su función, si te ves
capaz de tirarlo, o quizá no tiene valor y simplemente tiene fecha de caducidad. En
todo caso permítete unos minutos para relacionarte con tus objetos.

Detrás del conjunto de objetos que acumulamos, se esconde una vida, una
persona, una historia. Y yo quiero conocerla.

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