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LA POESÍA LÍRICA DESDE 1940 A LOS AÑOS 70

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2º BACHILLERATO

LA POESÍA LÍRICA DESDE 1940 A LOS AÑOS 70


LA POESÍA DEL EXILIO
A causa de la Guerra Civil, muchos autores españoles se vieron obligados a salir de España. La mayoría de
estos siguió publicando allí donde se encontraban: Juan Ramón Jiménez, que desde América siguió
buscando la Belleza; dentro de la Generación del 27 debieron exiliarse Rafael Alberti, Pedro Salinas y Luis
Cernuda. Federico García Lorca murió en los primeros días de la contienda y Miguel Hernández unos años
después.
Desde fuera de la madre patria, los autores siguen componiendo sus obras que se debaten, por una parte,
entre la lucha contra el régimen y por otra, por la añoranza del país y el desgarro íntimo.

AÑOS 40: LA POESÍA DE POSGUERRA


Alrededor de 1910 nace una serie de poetas que van a escribir antes, durante o después de la guerra y que
forman la llamada “generación del 36”. Este grupo de poetas se debatirá entre dos caminos: la poesía
arraigada y la poesía desarraigada.
La poesía arraigada es la de quienes quieren olvidar la guerra y cuya poesía se centra en temas como el
amor, la familia, la fe católica, el ensalzamiento del régimen militar… Sus poemas de formas (soneto) y
lenguaje sobrio y equilibrado se publican en las revistas Escorial (1940) y, principalmente, en la revista
Garcilaso (1943). Los poetas de esta línea son Luis Rosales (Abril, La casa encendida), Leopoldo Panero (La
estancia vacía, Escrito a cada instante), Dionisio Ridruejo, etc.
La poesía desarraigada expresa la desazón, la angustia de quienes se sienten disconformes en un mundo
que les parece caótico y doloroso. Se trata de una poesía realista, cuyos temas se centran en la búsqueda
del sentido de la existencia humana. Su estilo se apartará de los anteriores por utilizar un lenguaje directo,
bronco y menos preocupado de primores. Esta línea poética está representada, fundamentalmente, por
Hijos de la ira (1944) de Dámaso Alonso, con la que se inicia esta corriente y otros autores como Blas de
Otero y Gabriel Celaya, cuyas primeras obras expresan una poesía existencial, pero darán paso a una poesía
social y comprometida. Los autores de esta tendencia publicaban en la revista Espadaña.

AÑOS 50: LA POESÍA SOCIAL


La poesía desarraigada de la década de los 40 derivará progresivamente en la llamada poesía social. Esta
evolución se produce porque los poetas trasladan los interrogantes sobre la existencia humana desde un
enfoque individual a un enfoque colectivo.
El año 1955 es un hito por la aparición de dos obras que marcan un nuevo rumbo en la poesía: Pido la paz y
la palabra de Blas de Otero y Cantos iberos de Gabriel Celaya. Con estas obras surge un concepto nuevo de
poesía, ya que la conciben como un instrumento para luchar, “un arma cargada de futuro”, diría Celaya.
Estos autores de dirigen “a la inmensa mayoría” con un lenguaje claro y directo. Las preocupaciones
estéticas quedan pospuestas y adoptan un lenguaje más sencillo, sus temas se acercan a las
preocupaciones de la gente de la calle (España, la injusticia, la alienación, el deseo de un mundo mejor) y
adoptan con frecuencia el verso y el versículo. Entre estos autores se incluyen muchos de los
representantes de la poesía desarraigada y otros más jóvenes, como Ángel González. A pesar de las
intenciones de estos poetas, la realidad es que sus libros fueron poco leídos.

AÑOS 60
A finales de los cincuenta se comienza a percibir un cierto agotamiento de la poesía social, con lo que
algunos autores, aun siguiendo con el realismo social, pretenden buscar nuevos caminos poéticos. La forma
de los poemas va tomando importancia frente al mensaje, que continúa siendo esencial. Los autores ya no
se ciñen exclusivamente a temas sociales, sino que incluyen temas humanos de toda índole, sin perder el
compromiso inherente a este tipo de poesía. Para ellos el poema es un instrumento que permite al ser
humano –y, por tanto, al poeta—conocer el mundo, conocerse a sí mismo. El estilo de estos poetas
combina el lenguaje conversacional, “hablado” con una exigente labor de depuración y de concentración de
la palabra; cada poeta busca un lenguaje personal y con frecuencia recurren a la ironía. Los poetas
conocidos como la Promoción de los sesenta son: Ángel González, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente,
Francisco Brines, Claudio Rodríguez (1934)...
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Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008) Se trata del mejor representante de la poesía social de los
sesenta ya que su obra es la continuación de los temas y las preocupaciones de Celaya o Blas de Otero. En
su poesía encontramos, así mismo, el tema del amor como uno de los predominantes. Con Áspero mundo
(1955) inicia su andadura poética: se trata de una poesía eminentemente existencialista, comprometida
con la realidad de su tiempo. En 1961 publica Sin esperanza, con convencimiento, en la cual parte de sus
recuerdos de la Guerra Civil e introduce la ironía como arma frente al pudor del recuerdo. La ironía se
convertirá desde este momento en uno de los rasgos más destacados de la poesía de Ángel González.
Palabra sobre palabra (1965) supone una ruptura con respecto a su obra anterior, ya que se trata de un
excepcional poemario amoroso. En 1967 vuelve a las preocupaciones sociales con la publicación de Tratado
de urbanismo. Su última gran obra es Prosemas o menos (1985), escrita con voluntad de experimentación.
En 1985 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y fue miembro de la Real Academia Española.

AÑOS 70: LOS NOVÍSIMOS


En 1970 el crítico José María Castellet publica una antología con el título “Nueve novísimos poetas
españoles” que incluía a: Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Félix de Azúa, Antonio Martínez Sarrión,
Manuel Vázquez Montalbán, Leopoldo Mª Panero, Ana María Moix, Vicente Molina Foix y José Mª Álvarez.
Se caracterizan por: preocupación por la forma y el lenguaje; ruptura con la cultura tradicional e inspiración
en el mundo del cine, el deporte, televisión, cómic, canciones, incorporación de referencias muy cultas a
obras y autores extranjeros (se les llama los culturalistas; y también “los venecianos” por su gusto por
ciudades como Venecia).
Al culturalismo se incorporan nuevos nombres como Luis Alberto de Cuenca y Luis Antonio de Villena.

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