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Dámaso Alonso ha clasificado a los poetas que se quedan en España en dos grupos: los poetas arraigados y los poetas
desarraigados.
2.1. Los poetas arraigados: la poesía de los vencedores
Frente a una realidad social marcada por el hambre, el mercado negro y el aislamiento internacional, la España que aparece
en sus versos es un país idealizado. Para estos poetas, la vida tiene sentido, lo que se refleja en la elección de un lenguaje clásico y
esteticista, volviendo a formas poéticas tradicionales como el soneto.
Estos poetas escriben en las revistas Escorial y Garcilaso, y toman a este poeta como modelo ético y estético ya que se
consideran, como él, poetas y soldados. Los más importantes son Luis Rosales, Leopoldo Panero (Canto personal) y Dionisio
Ridruejo (Sonetos a la piedra).
Sin embargo la guerra no había dejado a nadie igual que antes de que pasara con su ráfaga de dolor y de muerte. Los poetas
llamados "arraigados" también ven el mundo desde el desconsuelo de la pérdida de los amigos muertos.
Había visto morir en la Guerra Civil a muchos de sus mejores amigos, como Federico García Lorca, y de la contienda salió
con una visión desolada del mundo, que plasma en numerosos poemas (como en “Autobiografía”). De entre su obra poética
destacaremos un hermosísimo libro: La casa encendida, escrito en versículos, donde recuerda el paraíso perdido de la infancia.
Abundan los vocablos cotidianos, las repeticiones y los paralelismos. Todo el poema tiene una función simbólica: mostrar la
experiencia dolorosa del paso del tiempo, pero también la afirmación de la armonía y de la esperanza.
Para estos poetas, el mundo es un lugar inhóspito, y la poesía el único medio para enfrentarse a él. Dice Dámaso Alonso:
"Para otros, el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía, una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros
estamos muy lejos de toda armonía y toda serenidad. Hemos vuelto los ojos en torno, y nos hemos sentido... cadáveres entre
millones de cadáveres vivientes...hemos gemido largamente en la noche, Y no sabíamos hacia dónde vocear”.
Frente a esta nueva soledad cósmica, el hombre se encuentra solo entre los demás hombres; ya no tiene escapatoria ni por
arriba (la bienaventuranza de los justos), ni por abajo (el infierno de los pecadores). Solo ante sí mismo y ante los demás serán los
otros el único camino posible, y la justicia social y la libertad, los ideales por los que merece la pena seguir luchando.
La lengua literaria. El eslogan de Aleixandre, "Poesía es comunicación", tiene algo de manifiesto en pro de la claridad y
de un mayor acercamiento del lenguaje poético a los lectores; por este motivo, los poetas utilizarán un lenguaje intensamente
emotivo, y el tono empleado en sus poemas resuena bronco, áspero, gimiente.
Los temas que aparecen en estos poemas son: el vacío personal, la soledad del hombre y el desarraigo. Lo religioso
aparece también con frecuencia, pero será una religiosidad conflictiva, con acentos de duda y hasta de desesperación.
1944 es una fecha clave para la nueva poesía española, porque en este año, VICENTE ALEIXANDRE publica Sombra
del Paraíso, y DÁMASO ALONSO Hijos de la ira. En estos dos libros se recogen aspectos de la corriente existencialista europea -
"Dios ha muerto" afirmaba Nietzsche- que reflejan la soledad del hombre en un mundo que ha perdido su sentido.
Los poetas españoles utilizan la corriente existencialista como vehículo para expresar una doble angustia: por un lado
su angustia personal, al sentir dolorosamente la fugacidad del tiempo, y la muerte como final absoluto para el caos de la vida; por el
otro, padecen la angustia social de una situación histórica concreta dominada por el miedo, la represión y el hambre. Así lo refleja
Dámaso Alonso en su poema “Insomnio” (Hijos de la ira).
JOSÉ HIERRO: Se aparta de las imágenes complejas y se vale de elementos coloquiales para crear unos versos muy hermosos y
trabajados. Los valores más destacados de su obra poética son: su honda raíz humana y un prodigioso sentido del ritmo. En Quinta
del 42 aparecen el paso del tiempo y la derrota como temas fundamentales de unos poemas que él llamó “reportajes” y que expresó
de un amanera sencilla y cercana a los lectores. Su última obra Cuaderno de Nueva York (1998) supuso un éxito sin precedentes en
el mundo de la poesía.
De la poesía existencial a la poesía social no había más que un paso, y muchos poetas lo dieron: Blas de Otero, León
Felipe, Gabriel Celaya ... Este último afirma que “la poesía es un arma cargada de futuro", así que los poetas, en esta etapa,
utilizan sus versos para denunciar la situación política y social de España.
Los temas que aparecerán en sus poemas son la: injusticia social, la falta de libertad y el desarraigo... El tema de España
adquiere de nuevo una gran importancia.
El lenguaje es sencillo y coloquial, buscan deliberadamente el prosaísmo porque sienten los adornos estéticos como fuera
de lugar en esos tiempos de resistencia y, además, quieren llegar a todo tipo de lectores, incluso a los más iletrados. Se sienten
“obreros" del verso, trabajadores de la palabra, y a través de ella, quieren cambiar la sociedad en la que viven. El verso preferido es
el versículo. Es lo que se ha dado en llamar "Del yo al nosotros”, que de alguna manera sintetiza el paso de la poesía existencial a
la poesía social.
En su obra ANCIA, (formado por las sílabas primera y última de dos libros: Ángel fieramente humano y Redoble de
conciencia, demuestra que la poesía existencial y la social podían aparecer unidas. En este libro se ve la evolución del poeta; en él
podemos percibir cómo poco a poco va saliendo de sí mismo, de sus problemas existenciales, para acercarse a los problemas que
afectan a todos los hombres. La primera parte de ANCIA recoge poemas de honda raíz existencialista, sonetos de desamparo y
angustia religiosa, pero ya en la última parte del libro, percibimos la búsqueda de los otros y la denuncia de sus problemas; por eso
su lenguaje poético cambia, se hace más sencillo, más coloquial, el tono es más narrativo y prefiere, frente al soneto, la libertad del
versículo y del verso libre.
Con su obra, Pido la paz y la palabra (1955), Blas de Otero consolida el ciclo de la poesía social. Ante todo, el poeta
concibe la poesía como lucha y como construcción de una España mejor (reclama la paz, la justicia y la libertad); se dirige “a la
inmensa mayoría” (a diferencia de Juan Ramón Jiménez, que dedicaba su obra “a la minoría, siempre”), por lo que se percibe un
estilo más transparente y en apariencia sencillo.
El poeta propone "escribir como quien respira" por eso llama a uno de sus libros Tranquilamente hablando. En su libro
Cantos iberos (1955) la poesía aparece como un modo de acción, como una forma útil de cambiar el mundo.
La prioridad que da Celaya a la finalidad social del arte justifica, en su opinión, el uso de un lenguaje coloquial, de giros
burlescos o irónicos, así como el desprecio hacia toda "trapería retórica", que le parece un esteticismo fuera de lugar en un periodo
de lucha. Su poesía pretende tener una función didáctica, no estética.
Fue uno de los fundadores de la revista literaria Espadaña, en la que dio cabida a la poesía de importantes voces del
momento que se oponían al régimen franquista. Su obra abarca desde el existencialismo hasta las preocupaciones sociales,
moviéndose entre la denuncia de la injusticia y el afán de solidaridad. Su compromiso social, manifestado en su obra, lo llevó por
un lado a convertirse en una voz clave en su tiempo y, por el otro, a ser considerado un peligro para los regímenes autoritarios.
También cultivó la narrativa, siempre con tintes sociales. Destaca en su obra poética de esta década Nuevos cantos de vida
y esperanza.
❖ 4. LOS AÑOS 60. LA POESÍA DEL CONOCIMIENTO O GENERACIÓN DEL 50. Características,
autores y obras
Por las mismas fechas que publican las obras mencionadas los poetas sociales, inicia su andadura una nueva promoción, la
llamada «generación del 50», porque muchos autores empezaron a publicar sus primeras obras en esa década, aunque sus mejores
poemarios pertenecen a la década de los 60 y se consolidan como poetas durante esta década. Los más relevantes son, entre otros,
Ángel González, J. A. Goytisolo, Jaime Gil de Biedma (Compañeros de viaje) o Claudio Rodríguez (Conjuros).
Con ellos se acaba la poesía de la posguerra. Este nuevo grupo poético entiende la poesía como un medio de
conocimiento y expresión de su realidad íntima. Estos poetas ya no creen en la eficacia del poema para cambiar el mundo, así que
vuelven su mirada a su mundo interior: la poesía se vuelve un camino para comprenderse mejor a sí mismos. Los escritores plasman
en el poema sus experiencias personales y sus emociones, lo que propicia que las comprendan más profundamente. Vuelve la
preocupación por el ser humano concreto, por su interioridad, por lo existencial, pero sin ningún patetismo. Los temas más
frecuentes son el paso del tiempo, el amor y el erotismo, la soledad, la nostalgia por la infancia y la adolescencia perdida, la amistad
y la familia.
Emplean un lenguaje natural, sobrio, preciso, que adopta a menudo un tono conversacional (el poeta suele dirigirse a un
interlocutor: la amada, Dios, el propio poeta, un personaje ficticio), pero cuidando siempre los valores estéticos del verso, como el
ritmo o la belleza de las imágenes.
A menudo utilizan la parodia, la ironía y el juego de palabras que crean complicidades con el lector, al que sorprenden
dando un giro inesperado a frases muy conocidas.
4.1. JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO (1928-1999): denuncia la hipocresía y la alienación de la sociedad española de su época
(mediante la narración de sucesos y situaciones para conseguir el cuadro crítico de la sociedad burguesa y de sus miembros). Los
recursos para conseguirlo serán la ironía y un lenguaje sencillo y cuidado. Entre sus obras destacan: Claridad, Algo sucede. Uno de
sus libros más populares es Palabras para Julia (1981).
4.2. ÁNGEL GONZÁLEZ (1925-2008) transmite en sus poemas una sensación de desencanto, como resultado de una catástrofe
social de dimensiones colectivas (la posguerra española y el franquismo). Su lengua literaria es sencilla, precisa y hermosa (aunque
no debe confundirnos, debajo hay un trabajo enorme para que el resultado sea tan claro, cercano y natural). Una de sus obras más
representativas es Tratado de urbanismo. A partir de 1968 recoge toda su obra con un título común: Palabra sobre palabra.
Estos autores constituyen un nuevo vanguardismo en el que la libertad creativa y formal es absoluta. Usan el verso libre,
adoptan elementos surrealistas (imágenes visionarias, escritura automática, asociaciones libres, ausencia de puntuación y
mayúsculas) e introducen el collage (incluyen versos de otros poetas, canciones, recortes de periódicos, frases publicitarias).
El esteticismo, lo decadente, el exotismo, lo urbano, el cosmopolitismo (muchos sienten especial devoción por Venecia), el
barroquismo y la inclusión de elementos propios de la nueva sociedad de consumo (tebeos, películas, canciones) son otros rasgos
frecuentes en sus poemas. El más común es el llamado culturalismo, entendiendo por tal la abundancia de referencias culturales de
todo tipo; para ello emplean a menudo el monólogo dramático (consiste en contar anécdotas o historias desde la voz de un personaje
histórico o ficticio).
A partir de 1975 (especialmente desde la década de los años 80), decae el interés por el experimentalismo y aparecen
muchos nombres nuevos en el panorama poético. El pluralismo es la nota predominante de un periodo que llega hasta nuestros
días, pues no hay ninguna tendencia que de modo claro se haya impuesto a las demás, aunque sí se aprecia en general, de nuevo, el
interés por la realidad cotidiana, íntima y personal con un tono reflexivo y casi coloquial (Luis García Montero: Completamente
viernes, Felipe Benítez Reyes o Carlos Marzal, tres representantes de la llamada «poesía de la experiencia») o de tono elegíaco
(Eloy Sánchez Rosillo, poeta murciano).