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TRABAJO EN PLATAFORMAS DIGITALES:

DESAFÍOS Y JAQUE AL CONCEPTO DE


DEPENDENCIA LABORAL
por Miguel Ángel Maza

I. Uno de los temas esenciales del Derecho del Trabajo es el con-


cepto de “dependencia laboral”, base genética del fenómeno social de
la tutela jurídica merced a instituciones como el orden público laboral
impuesto por las leyes, la irrenunciabilidad de derechos, los estatutos
especiales, la negociación colectiva, la Inspección del Trabajo, etcétera.
Más aún, la “dependencia laboral”, además de constituir el sustrato
genético de la subordinación, también opera como llave de acceso a
varios círculos de protección social regulados por el Derecho de la
Seguridad Social, disciplina con un ámbito de aplicación mucho más
amplio que el propio del Derecho del Trabajo pero, sin duda alguna,
con áreas de coincidencias muy notorias1, a punto tal que en la casi
totalidad de las Facultades de Derecho del país dichas disciplinas se
enseñan conjuntamente.
De ahí que la definición o, mejor dicho, la aprehensión y com-
prensión del concepto de “dependencia laboral” resulta un paso decisivo
a la hora de discernir la tutela jurídica, de reconocer o negar la con-
figuración del trabajo como subordinado o dependiente y de clasificar
la tipología del trabajo humano.
Parafraseando a San Agustín, que se refería al concepto de “tiem-

1 Muchos de los subsistemas de Seguridad Social del Derecho argentino es-


tán vinculados al trabajo dependiente: régimen de protección de la familia de la ley
24.714, Ley sobre Riesgos del Trabajo 24.557, accidentes y enfermedades inculpables
(arts. 208/10 de la Ley de Contrato de Trabajo), etc.

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Doctrina

po”2, yo puedo decir: sé qué es la “dependencia laboral”3 pero no me


resulta fácil explicar esa idea con la precisión con la que hoy un cien-
tífico describe la conformación de las células humanas.
Es que esa “dependencia” es un estado sociológico, con aristas
psicológicas e implicancias previas y ulteriores jurídicas, de muy difícil
aprehensión y de compleja definición, razón por la que los operadores
jurídicos en las normas que crean, en las decisiones judiciales que
dictan y en la elaboración doctrinal que realizan, se valen de ciertas
exteriorizaciones o manifestaciones fenomenológicas emanadas de esa
situación de “dependencia” y cuya detección o no es usada para diag-
nosticar su presencia o su ausencia: la sumisión a un orden jurídico
ajeno, la enajenación o pérdida del derecho a los frutos o beneficios
del trabajo propio, y la subordinación técnica a las instrucciones, di-
rectivas y órdenes ajenos.
Tan dificultosa es esa acción descriptiva que se han elaborado com-
plejos tests de laboralidad, se habla de un “haz de indicios de depen-
dencia”, o se han adoptado presunciones legales como las del artícu-
lo 23 de nuestra LCT o el artículo 8º, apartado 1, del Estatuto de los
Trabajadores de España, entre otros.
En efecto, como sabemos nuestra Ley de Contrato de Trabajo 20.744
ha superado inteligentemente esos problemas de conceptualización al
incluir una casi incondicional “presunción de dependencia” en el ar-
tículo 23, que invierte la carga de la prueba haciendo presumir que
toda prestación de servicios personales tiene por causa antecedente un
acuerdo contractual4 y que dicho acuerdo de voluntades constituye un
“contrato de trabajo”, es decir, un “contrato de trabajo dependiente”5

2 San Agustín de Hipona, al encarar el profundo problema conceptual del “tiempo”,

decía al inicio de sus reflexiones saber qué es el tiempo “...si nadie me lo pregunta,
o lo sé para entenderlo; pero si quiero explicarlo a quien me lo pregunte, no lo sé
para explicarlo”.
3 De hecho, la experimenté intensamente en mi juventud, trabajando como cadete

de una agencia de servicios eventuales que daba servicios regulares a una empresa
de publicidad y también en una tienda; y aun en el empleo judicial antes de ser
funcionario y posteriormente magistrado.
4 Aun tácito.
5 Hasta hace una década parte de la jurisprudencia y la doctrina asignaba a la

presunción del artículo 23 de la LCT un significado más escueto y estrecho: sólo le

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y deja a cargo del receptor de la prestación la posibilidad de demostrar


que, “por las circunstancias, las relaciones o causas” que motiven la
prestación, se advierta que no medió subordinación, es decir que fue
realizada en forma autónoma o independiente y sin aquellas notas,
añadiendo que la presunción también puede romperse cuando por las
circunstancias del caso se pueda calificar de empresario a quien presta
el servicio.
De manera tal vez más precisa, el artículo 8º, apartado 1, del Estatuto
de los Trabajadores del Reino de España manda presumir la existencia
de un contrato de trabajo “entre todo el que presta un servicio por
cuenta y dentro del ámbito de organización y dirección de otro...”
Estas dificultades conceptuales se han agudizado en tiempos mo-
dernos y actuales ya que, por ejemplo, desde el año 2015, la Corte
Suprema de Justicia de la Nación –por la extraordinaria vía de la
doctrina de la sentencia arbitraria y en los confines de su función
federal– ha incursionado en esta materia descalificando decisiones de
la Justicia del Trabajo y de superiores tribunales provinciales que habían
reconocido la existencia de vínculos dependientes. Se trata de una
sucesión de fallos unidireccionales –a los que luego haré una referencia
algo más puntual– que exponen al desnudo el peligro derivado de esta

atribuían el efecto de mandar presumir la existencia previa de un acuerdo de voluntades,


con lo que la jurisprudencia enrolada en dicha postura exigía, por añadidura, la prueba
de que el trabajo prestado en el marco de ese contrato presumido fue realizado bajo
dependencia. Por mi parte, siempre he sostenido que el texto del precepto dice que
el hecho de la prestación de servicios hará presumir la existencia de un “contrato de
trabajo”, y, obviamente, el contrato de trabajo es definido precisamente por la nota
de la dependencia (conf. art. 21, LCT). Por ende, la letra de la ley expresa de modo
nítido que lo que debe presumirse es la existencia de contrato de trabajo dependiente,
sin que su texto autorice la lectura propuesta por aquel sector doctrinal y por la
aludida jurisprudencia que llevaría a sugerir que podría haber, en la LCT, un contrato
de trabajo no dependiente. Además, desde el método teleológico de interpretación
resulta evidente que el legislador quiso, con el art. 23, LCT, quitar al trabajador la
difícil carga de probar los datos fácticos de la dependencia y por eso la mandó presumir,
dejando en manos del demandado la posibilidad de demostrar que el contrato no fue
laboral, es decir que no hubo dependencia. Como dijera el gran jurista Ricardo A.
Guibourg al votar en los autos “Gómez, Diego M. c/Vázquez, José A. y otros” (CNAT,
sala III, sent. del 30-12-98), la interpretación que restringe la operatividad de la pre-
sunción del art. 23, LCT, al caso en que se hayan acreditado servicios prestados en
relación de dependencia esteriliza el propósito de la norma.

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Doctrina

imprecisión conceptual dejando todo librado a un dramático “todo o


nada”, siendo posible imaginar con preocupación qué podría ocurrir
a la hora de que la Corte Suprema se ocupase del trabajo mediado
por plataformas digitales.
Señalo esta cara del problema para subrayar las dificultades que
han venido a sumarse más modernamente –podríamos decir, en los
últimos 10 a 15 años– merced a la denominada “Revolución digital,
tecnológica o electrónica”, es decir, los cambios que produce en la
realidad y en la cultura el inasible progreso tecnológico derivado de
la electrónica, los circuitos integrados y la nanotecnología, cambio
del cual son hijas las plataformas digitales6 que involucran trabajo
humano.
Estoy aludiendo al gran fenómeno actual, el de los trabajos prestados
en el marco de aplicaciones tecnológicas o en plataformas digitales
(Uber, Cabify, Lyft, Uber Eats, Rappi, Glovo, Pedidos Ya, Mercadoni,
Ofilingua7, etc.) y que pone en duda y discusión el carácter de traba-
jadores dependientes de quienes prestan sus servicios bajo esas mo-
dalidades o vinculados a éstas, desafiando los conceptos que manejamos
de la “dependencia laboral”, conceptos precarios y circunstanciales,
como acabo de decir.
II. Como sabemos, el Derecho del Trabajo tiene un foco temático
que es el trabajo subordinado, dependiente, es decir, el prestado por
cuenta ajena, y que merece tutela especial por la desigualdad existente
entre las dos partes de ese vínculo.
En efecto, hay dos circunstancias estructurales –presentes en prác-

6 Nietas del transistor, pequeño gran invento técnico que asombrara a nuestros

abuelos y padres.
7 Interesante aplicación tecnológica que, como surge de un fallo del Supremo

Tribunal del Reino de España de noviembre de 2017 (Sentencia 902/2017), permite a


las autoridades policiales, migratorias y de salud de la costa sur de dicho país contactar
casi instantáneamente traductoras y traductores (sobre todo de las lenguas árabes al
español y viceversa) para facilitar la acción oficial de tales organismos ante el fe-
nómeno creciente de la inmigración desde el continente africano. Frente a una de-
manda judicial, rechazada en el año 2012 en primera instancia por el Juzgado en lo
Social Nº 2 de Huelva, la Corte de Apelaciones de Andalucía (Sede Sevilla) reconoció
en 2014 el vínculo laboral entre la aplicación y los demandantes y el Supremo Tri-
bunal la confirmó.

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ticamente todo lugar del mundo y en todo tiempo de la edad moderna8–


que marcan el contexto:
a) El desequilibrio entre la cantidad de puestos de trabajo y de
personas dispuestas a ocuparlos, desequilibrio que pone a quien
busca trabajo en desventaja a la hora de aceptar o no un empleo,
de consentir las condiciones ofrecidas y hasta de decidir aban-
donarlo para buscar otro;
b) el hecho histórico y universalmente evidenciado de que quienes
trabajan por cuenta ajena, es decir, bajo dependencia, en su
mayoría carecen ab initio de capital9, amén de que después de
20, 30 o más años de trabajo en general tampoco han logrado
una razonable acumulación.
La función protectoria del Derecho del Trabajo10 se funda en la
inferioridad negocial, cultural y económica de las personas que prestan
su capacidad laborativa a otras para que la aprovechen a fin de producir
bienes o prestar servicios, circunstancias que derivan de las recién
mencionadas condiciones estructurales de la realidad que ponen a quien
sólo tiene su capacidad laborativa para mediar en el mundo del trabajo
y conseguir un ingreso económico con el que ganarse la vida en buena
ley11 en inferioridad frente al empleador.
Y a esas personas que trabajan por cuenta de otro, subordinadas a
sus directivas, instrucciones y órdenes, a favor de quien enajenan el
derecho natural a beneficiarse con el fruto del trabajo propio, y a quien
las leyes otorgan el derecho de sancionarlos, las titulamos “trabajadores
dependientes” o subordinados y la “dependencia” es la clave de bóveda
para la tutela provista por el Derecho del Trabajo.

8 Y que antes de entonces eran aún más marcados, cuando sólo trabajaban quienes

carecían de tierras y/o de capitales, cuando el trabajo se reservaba a los esclavos,


luego a los plebeyos, etc.
9 De hecho, la falta de capital es un factor determinante en muchos casos para

disuadir el intento de una aventura empresarial y la situación de los jóvenes graduados


–de cualquier profesión– es un claro ejemplo de ello.
10 Como el más reciente Derecho del Consumidor, que ingresó a la Constitución

Nacional en 1994, es decir, 37 años después del principio protectorio del art. 14 bis.
11 Gustosa expresión usada por la Corte Suprema en un memorable pronuncia-

miento relativo a la naturaleza salarial de los conceptos que los dependientes reciben
(CSJN, “Pérez, Aníbal Raúl c/Disco SA”, de fecha 1-9-2009).

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III. No creo ocioso a estas alturas de los tiempos, cuando muchas


circunstancias históricas parecen olvidarse, y así se termina descono-
ciéndolas, memorar para los más jóvenes que el Derecho del Trabajo
ganó un importante desarrollo y reconocimiento luego de la Primera
Guerra Mundial, terminada con un Armisticio en 1919, ya que el Tra-
tado de Versalles12 reconoció, entre sus cláusulas, la importancia del
bienestar de los trabajadores y consideró explícitamente que la desi-
gualdad social existente por entonces y antes de la contienda mundial
constituye un factor desestabilizador de la paz.
Por eso, y más allá de esa declaración inserta en la cláusula XIII,
en ese acuerdo de paz, además de disponerse la creación de la Sociedad
de las Naciones (antecesora fallida de las Naciones Unidas), se previó
el nacimiento de la Organización Internacional del Trabajo. Más aún,
el Tratado de Versalles dispuso lisamente que ese mismo año 1919
ya se reuniera por primera vez y, como es sabido, la OIT sesionó ese
año en Washington DC y sancionó el Convenio Nº 1 sobre Jornada
de Trabajo, base de nuestra ley 11.544.
La Constitución de la OIT, la Declaración de Filadelfia de 1944,
el New Deal del presidente Franklin Roosevelt de 1933/38, el informe
de Lord Beveridge a la Corona Británica de 1942 plasmaron ese re-
conocimiento del “nuevo derecho”, como entre nosotros lo llamó Al-
fredo Palacios, quien, además de ser diputado nacional por el Partido
Socialista, fue el primer profesor de Legislación Laboral en la Facultad
de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires13.
Y en este recordatorio debo destacar que esas desigualdades y la
señalada falta de bienestar de los trabajadores asalariados estaban vin-
culadas a los profundos cambios que provocó la “Revolución Industrial”
a partir de fines del siglo XVIII, primero en Gran Bretaña, luego en
Francia y finalmente en todo el mundo occidental, incluyendo la na-
ciente industria rural de América Latina, con el maquinismo y la con-
solidación del modelo capitalista liberal.

12 Acuerdo firmado en Versalles (Francia) por George Clemenceau por Francia,

David Lloyd por el Reino Unido y Woodrow Wilson por Estados Unidos, entre muchos
otros Estados.
13 De hecho, el mencionado libro El nuevo derecho contiene una recopilación de

sus apasionadas y medulosas clases dictadas en la universidad.

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Esta “Revolución Industrial” introdujo tan grandes cambios técnicos


que proyectaron sus profundos efectos en los planos económico, social,
cultural, demográfico, familiar, etcétera, y marcó el fin de una larga
etapa en la que predominaba la explotación rural, con mano de obra
personal e intensiva –ayudada sólo por la tracción animal–, el artesa-
nado y la manufactura, para ser reemplazada por una economía me-
canizada, industrial, con centro en las zonas urbanas. La industria textil
urbana y mecanizada gracias al telar “a lanzadera” fue uno de los
pilares de esa nueva manera de producir y de trabajar.
La invención de la máquina de vapor, aprovechando la energía de
la combustión gracias a la caldera de vapor, así como más tarde el
calor del carbón y luego la mágica energía de la electricidad producida
por la transformación de la energía del calor, instalarán la era de las
máquinas que llevarán sus beneficios a las comunicaciones, los ferro-
carriles, las carreteras y las vías navegables.
En efecto, la máquina de vapor que James Watt patentó en 1769
transformó el modo de producir y de trabajar y, a la postre, transformó
el mundo; y el trabajo humano pasó de desarrollarse en el campo o
en talleres familiares a una nueva unidad de referencia: la fábrica, con
una fuerte despersonalización de los vínculos laborales.
Y bien, como secuela natural del desarrollo industrial derivado de
esa gran revolución, la “Revolución Industrial”, nacieron nuevos grupos
o clases sociales encabezadas por el proletariado –los trabajadores ab-
sorbidos por las crecientes industrias y los campesinos pobres– y la
burguesía, dueña ésta de los medios de producción y poseedora de la
mayor parte de la renta y el capital. Esta nueva división social dio
pie al desarrollo de problemas sociales y laborales, protestas populares
y nuevas ideologías que propugnaban y demandaban una mejora de
las condiciones de vida de las clases más desfavorecidas, cuya situación
sin duda se agudizó en el nuevo orden que el mundo occidental asumía
por entonces.
Es necesario decir que, como consecuencia de los efectos de la
“Revolución Industrial”, se produjo un éxodo masivo de campesinos
hacia las ciudades y, así, el antiguo agricultor o el peón rural se con-
virtieron apresuradamente en obreros industriales; la urbe industrial
aumentó su población como consecuencia del crecimiento natural del

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número de sus habitantes y por el arribo de este nuevo contingente


humano. De esto se derivó un problema social adicional: la carencia
de viviendas y así estos trabajadores migrantes del campo a las ciudades
debían vivir en espacios reducidos sin comodidades mínimas y carentes
de higiene, hacinados con sus familias.
Además, las jornadas de trabajo se alargaban más de doce horas
diarias, fogoneadas por los empresarios ávidos de sacar fruto a la inédita
productividad de las nuevas máquinas, jornadas en las que participaban
hombres, mujeres y niños.
Los salarios y las condiciones de trabajo eran miserables como
consecuencia del desfasaje entre la oferta y la demanda de mano de
obra y la desesperación de los trabajadores por conseguir entrar en
este nuevo sistema de trabajo fabril.
La contrapartida de la formación de este proletariado asalariado
industrial fue el fortalecimiento del poder económico de los grandes
empresarios y la posibilidad de acumular capital muy rápidamente gra-
cias a la producción en serie facilitada por los nuevos procesos fabriles.
Es que esa “Revolución Industrial” metamorfoseó la vida de Oc-
cidente e instaló, en lo que a nosotros nos interesa, un modelo de
trabajo por cuenta ajena intensivo que se traducía, casi sin excepciones,
en desigualdad creciente: largas jornadas de labor, bajos salarios pro-
ducto del exceso de oferta de mano de obra proveniente del campo,
inestabilidad en los empleos, amén de condiciones de vida indignas
en materia de vivienda, alimentación y salud.
En ese eón se plasmó el modelo fabril, de grandes fábricas, de
mercados, comercios, tiendas y oficinas sobre cuya estructura se con-
solidó el moderno Derecho del Trabajo.
IV. Ahora bien, después de las dos guerras mundiales y de la pro-
funda crisis económica que provocó la Gran Depresión de 1929, Oc-
cidente experimentó unos 30 años de crecimiento económico y de
mejoramiento de las condiciones de trabajo y de vida de los asalariados,
período al que se conoce como “los 30 años gloriosos” del capitalismo,
situados aproximadamente entre 1945 y 1973. Empero, la crisis del
petróleo de 1973, como producto de la conformación de la Organización
de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), puso fin a esa etapa vir-

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tuosa de Occidente, dando inicio a la crisis de nuestra disciplina con


la que venimos lidiando hace varios años frente a diversos azotes y
algunos verdaderos vendavales.
Por si se considerasen insuficientes los choques que las duras leyes
de la economía ortodoxa y el resurgimiento de las ideas liberales, bajo
la vestimenta del “neoliberalismo”, provocaron sobre los principios de
protección y las reglas del Derecho del Trabajo, por añadidura, sobre
esa situación vino a producirse en el mundo una nueva revolución: la
“Revolución Digital”, de la que el “teletrabajo” fue tal vez una primera
manifestación, apenas un anticipo.
El gran físico Michio Kaku14, especialista en la “teoría del todo”
y de la “teoría de cuerdas”, ya hace tiempo nos advertía, en relación
con la “Revolución Digital”, que estamos rodeados de tecnología pero
no sabemos en qué consiste, ya que nos basta apretar el botón play
para que las cosas funcionen y todo ocurra, señalando que “...llega-
rá el día en que esa tecnología afecte tu carrera, tu salud y su vida”
(la cursiva es de mi parte).
Dicho profesor resumía brillantemente la evolución del mundo en-
tre ambas revoluciones científicas: “Cuando la esperanza de vida era de
30 a 35 años, dijo, aparecieron la ciencia y la tecnología, que vienen en
oleadas; la primera de esas olas se produjo a principios del siglo XIX
cuando los físicos descubrieron la energía térmica, es decir la máquina
de vapor y con ella la locomotora y el motor. Desde entonces hubo
máquinas y fábricas, porque los físicos comprendieron cómo extraer
energía del carbón y del vapor. Poco más tarde, los físicos descubrieron
la electricidad y el magnetismo, y así tuvimos primero la radio y pronto la
televisión, y eso constituyó la segunda ola de la revolución científica”.
“La tercera ola fueron los ordenadores pero enseguida aparecieron
los transistores y el láser y eso trajo la cuarta ola, la que nos dio
internet y los ordenadores portátiles, domésticos y al alcance de todos”.

14 El profesor Kaku es un físico teórico contemporáneo, formado en la Universidad

de Harvard, de ascendencia japonesa pero nacido en California, Estados Unidos. Es


uno de los creadores de la teoría del campo de cuerdas, una rama de la física teórica
que busca explicar el origen del universo. Uno de sus libros de divulgación más
recomendable es El futuro de la humanidad, editado en español en 2018 por Penguin
Random House Grupo Editorial.

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“Esa cuarta ola, advierte Kaku, es la inteligencia artificial y la bio-


tecnología, la ciencia a nivel molecular”.
Y el profesor Kaku nos ha hecho una dramática admonición: “La
ciencia no va a ir hacia atrás. Hay que ir aprendiendo con cada revo-
lución y esto va a afectar a la gente: va a afectar sus trabajos, sus suel-
dos, su estilo de vida, su función en la sociedad” (la cursiva es mía).
Traigo esta experta opinión porque ya estamos asombrándonos con
el “trabajo on line” o “en plataformas digitales”, que permite y hasta
facilita una actividad empresarial desvinculada del tradicional concepto
de “establecimiento” al no requerir casi oficinas, talleres, fábricas ni
tiendas; que posibilita la “descentralización productiva” o “outsour-
cing”, así como la deslocalización territorial, todo lo cual desdibuja,
difumina o borra el concepto clásico de “empresa”, de “empresario”
y, como no podía ser de otra manera, de “trabajador”15.
Uno de los fenómenos más impactantes en nuestra disciplina es el
hermano de la nueva generación del “outsourcing”, es decir, el “crowd-
work”, un concepto que se puede definir como la ejecución del trabajo
por un gran número de personas, método en que cada una aporta una
pequeña cantidad de trabajo y que constituye una herramienta potente
en la concepción liberal para dejar atrás el concepto de plantel de
trabajo o de personal empleado, reemplazándolo por una legión de
“colaboradores” casi impersonales con quien el organizador del crowd-
working apenas si enlaza algún vínculo jurídico, identificándolos ge-
neralmente con un número de “prestador”.
Pues bien, en rigor este nuevo proceso industrial, económico y
cultural, esta cuarta ola, según la categorización del profesor Kaku,
se perfila a fines de los años 80 pero en estos últimos 10 años ha
potenciado exponencialmente su velocidad, lo que nos provoca una
grande y visible perplejidad así como cierta impotencia a los juristas
–quizá podría decir: especialmente a los juristas– para descubrir y
percibir debidamente las nuevas modalidades, para comprenderlas
y para diseñar nuevos métodos normativos de protección.

15
Ya en los 90 el profesor Umberto Romagnoli advertía metafóricamente que si
el Derecho del Trabajo se encontrara en la calle con un exponente juvenil de trabajador
le diría: disculpe que no lo he reconocido pero ocurre que yo estoy muy cambiado
(El éxodo).

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Podría decir, con palabras de Romagnoli, que en esta etapa de la


sociedad “el Derecho del Trabajo muestra la inestabilidad de una barca
que transporta un elefante”, frase que expresa con potencia esa per-
plejidad de la que recién hice confesión.
V. Esta nueva etapa del mundo y de la civilización, signada por
la “Revolución Digital”, por microchips (inorgánicos y ahora hasta
orgánicos), por los algoritmos y por la inteligencia artificial, resulta
en mi opinión mucho más inmanejable que la Revolución Industrial
del siglo XVIII por su complejidad, pero, sobre todo, debido a su
ritmo vertiginoso de mutación constante.
Terminamos de enterarnos apenas de la aparición de una nueva
modalidad de trabajo humano en plataformas electrónicas, con crowd-
work, y, antes de comprender cómo funciona y con qué reglas, ya ha
mutado o fue suplantada por otra en el explosivo, hiperdinámico e
inagotable mercado del mundo digital.
Pero, atención: nuestro problema no es meramente teórico ni dog-
mático, ya que la “Revolución Digital” muestra tres vías de afectación
del orden social muy acuciantes y concretas.
1) Por un lado, aumenta la disparidad entre la oferta y la demanda
de mano de obra, ya que la tecnología digital destruye empleos al
reemplazarlos por automatismos, inteligencia artificial, etcétera, y, si
bien también crea otros de naturaleza técnica, de mayor exigencia de
capacitación y educación tecnológica, parecen ser bastante menos estos
nuevos empleos que los desplazados o, cuando menos, no hay evidencia
estadística que permita suponer siquiera una compensación.
Así, los cajeros electrónicos y, más aún, la técnica del home banking
ha cambiado la configuración de la actividad financiera y reducido el
número de empleados necesarios para la actividad bancaria; la opera-
toria de empresas de comercio electrónico (e-commerce) como Mercado
Libre, Amazon, etcétera, ha modificado el comercio afectando a pro-
motores, vendedores y cajeros16; los buscadores de vuelos, hoteles y
actividades turísticas como Despegar, Expedia, Turismo City, Airbnb,
16 Hace muy pocas semanas la más alta autoridad del sindicato de comercio de-
claró que dicha actividad ha perdido unos 60.000 puestos de trabajo en los meses
recientes, estimando que un 50% se debe a la crisis económica y otro 50% a los
efectos de la Revolución Digital.

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Trivago, Hoteles, etcétera, afectan seriamente a las agencias turísticas;


el delivery o entrega de alimentos y productos en plataformas como
Glovo, Rappi, Pídalo, Pedidos Ya y el recién llegado Uber Eats pro-
mueve vigorosamente un cambio en la forma de venta y expedición
de tales bienes y crea una nueva clase de repartidores afectados a tales
plataformas o aplicaciones; también los call centers han alterado la
modalidad de las oficinas de atención al cliente y de reclamos; en
materia de transporte, Uber, Cabify, Lyft, etcétera, mutaron las reglas
de juego del mercado; en el ámbito rural, las sembradoras y cosecha-
doras informatizadas afectan el plantel necesario para esas tareas rurales
otrora exigentes de mano de obra intensiva, ya que dichos ingenios
mecánicos y dotados de sistemas de localización (GPS) e informáticos
pueden realizar sus tareas durante muchas horas, sin descanso y con
extraordinaria eficacia17.
El mundo nos asombra a diario con aplicaciones como flycleaners,
para proveer el servicio de lavandería personal; myfixpert, que nos
permite acceder a la reparación de aparatos electrónicos; helpling, para
la limpieza del hogar; sharingacademy, a fin de conseguir clases de
profesores particulares, etcétera, etcétera.
Por cierto, ya existen experiencias de entrega de mercaderías y
alimentos mediante mecanismos en los que la mano humana está au-
sente, así como se están probando vehículos de transporte de personas
sin chofer y de carácter autónomo, gobernados por sistemas inteligentes
no humanos.
La inteligencia artificial, de la que advertía el profesor Kaku, ya
genera máquinas que regulan y controlan el funcionamiento de procesos
productivos y reemplazan supervisores, diagnostican problemas en pro-
cesos, mecanismos y en sistemas, reparan máquinas (service de auto-
móviles con piezas electrónicas que tornan obsoletos a los “mecáni-
cos”), así como con algoritmos especializados se estudia el mercado
y sus clientes para promover productos sin participación humana. La
vigilancia remota también tiene un papel en este cambio cultural y en
el reemplazo del personal de vigiladores.
17 Esas máquinas pueden hasta ir monitoreando la humedad del suelo, su confor-

mación orgánica, etc., así como la madurez del fruto cosechado, entre otras muchas
funciones.

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2) Pero, en segundo lugar, esta “Revolución Digital” incide en


nuestra realidad social porque difumina, borronea, corroe, esconde o
lisamente borra algunas o todas las notas de la “dependencia laboral”
que, como memoré más arriba, son los fenómenos que permiten vi-
sualizarla; y, sobre todo, afecta el enfoque del Derecho del Trabajo
porque en muchas tareas mediadas por plataformas se produce una
cierta atenuación de la subordinación técnica, de la exigencia de dis-
ponibilidad y el consecuente uso del tiempo propio, y hasta en la
configuración de la faz económica. Un ejemplo de estas variables lo
podemos encontrar en los conductores de Uber o en los jóvenes es-
tudiantes que intercalan lapsos de labores de reparto de mercadería o
comestibles según sus horarios de estudios.
La “Revolución Digital” y el trabajo mediado por plataformas di-
gitales nos apartan, pues, de aquel modelo tradicional de obrero fabril,
con un operario claramente identificado como dependiente, con el lu-
gar de trabajo (establecimiento, fábrica, oficina, taller, mercado, tien-
das, etc.) bien definido, con contratos de duración indeterminada y
casi vitalicios18, de prestación continua, a jornada completa y para un
único empleador.

18 Nuestra ley general, la Ley de Contrato de Trabajo, sigue partiendo de la

premisa de que los contratos de trabajo se celebran para durar hasta que el trabajador
o la trabajadora se encuentre en condiciones de acceder a un beneficio jubilatorio,
salvo que se trate de contratos de tiempo determinado (a plazo fijo o eventual). En
efecto, el art. 90 de la LCT indica que “El contrato de trabajo se entenderá celebrado
por tiempo indeterminado, salvo que su término resulte de las siguientes circunstancias:
”a) Que se haya fijado en forma expresa y por escrito el tiempo de su duración.
”b) Que las modalidades de las tareas o de la actividad, razonablemente apreciadas,
así lo justifiquen.
”La formalización de contratos por plazo determinado en forma sucesiva, que
exceda de las exigencias previstas en el apartado b) de este artículo, convierte al
contrato en uno por tiempo indeterminado”, y es complementado por el art. 252 en
cuanto dispone: “Cuando el trabajador reuniere los requisitos necesarios para obtener
una de las prestaciones de la ley 24.241, el empleador podrá intimarlo a que inicie
los trámites pertinentes extendiéndole los certificados de servicios y demás docu-
mentación necesaria a esos fines. A partir de ese momento el empleador deberá
mantener la relación de trabajo hasta que el trabajador obtenga el beneficio y por
un plazo máximo de un año (Párrafo sustituido por art. 6º de la ley Nº 24.347,
B. O. del 29-6-94).
”Concedido el beneficio o vencido dicho plazo, el contrato de trabajo quedará

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Doctrina

En efecto, en algunos casos se trabaja con poco o nada de subor-


dinación técnica, en otros sin horarios prefijados, o con lapsos de pres-
taciones entrecortadas (v. gr.: los repartidores de Glovo, Rappi, Pedidos
Ya, etc.), en muchas hipótesis sin concurrencia a un “establecimiento”
del empleador. La libertad del prestador de servicios nos confunde y
provoca dudas, situación aprovechada para quienes prefieren considerar
que ese trabajo es prestado de manera autónoma o independiente y
que califican a los prestadores como “colaboradores” en el ya mentado
crowdworking.
Como advierte Eduardo Levy Yeyati19, las nuevas tecnologías
facilitan una mayor segmentación temporal y espacial de la produc-
ción, cuestionando el predominio del paradigma del trabajo asalariado
de 8 horas diarias en la fábrica, la tienda o la oficina, señalando
que, como por razones históricas la mayoría de los beneficios so-
ciales están vinculados al empleo formal tradicional, los nuevos for-
matos quedan desprotegidos, a merced de los servicios y coberturas
públicas, lo que amplía la distancia de bienestar entre asalariados e
independientes, aun en el caso de los cuentapropistas formalizados,
como, por ejemplo, los monotributistas, que cuentan con algún tipo
de beneficio.
La sociedad contemporánea presenta, me permito decir siguiendo
el pensamiento de dicho autor, repartidores con o sin vehículo, chan-
gadores, techistas, plomeros o electricistas, motoqueros, discs jockeys,
fleteros, conductores de vehículos de transporte de personas, cocineros

extinguido sin obligación para el empleador del pago de la indemnización por anti-
güedad que prevean las leyes o estatutos profesionales.
”La intimación a que se refiere el primer párrafo de este artículo implicará la no-
tificación del preaviso establecido por la presente ley o disposiciones similares con-
tenidas en otros estatutos, cuyo plazo se considerará comprendido dentro del término
durante el cual el empleador deberá mantener la relación de trabajo”.
19 Eduardo Levy Yeyati es decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad

Di Tella y uno de los más lúcidos pensadores nacionales contemporáneos, que está
prestando mucha atención a esta dramática problemática. Puede verse, entre otras
reflexiones, El futuro del trabajo: cómo nos afecta y qué debemos hacer, en diario
Clarín, del 4-4-2018; La tecnología volverá abstractos los convenios, del 28-11-2019.
Recomiendo, asimismo, su libro Después del trabajo, Penguin Random House Grupo
Editorial Argentina, 2018.

146
Trabajo en plataformas digitales

a domicilio, por citar los casos más conocidos, normalmente con in-
gresos bajos o medios y alta exposición a riesgos y por lo común
enmarcados en diversas categorías del monotributo que son carne de
cañón bien predispuesta, en su desesperación por conseguir trabajo,
es decir, por conseguir ingresos económicos20, para aceptar insertarse
en cualquier tipo de estructura ajena –y este dato de ajenidad es esen-
cial– que les permita poner en el mercado lo único que poseen, es
decir, su disposición de prestar su capacidad laborativa. Si la modalidad
es el crowdworking todo habrá cambiado dramáticamente.
3) En tercer lugar, y por si ello fuera poco, se da una paradoja
extraordinaria: mientras por un lado esta forma de organizar el trabajo
y las relaciones entre las plataformas, los productores y los trabajadores
suaviza, desdibuja o borra las líneas de la subordinación técnica, a la
par se habilita el control electrónico de las personas que trabajan –ya
sea que se las considere dependientes o no– ya que los mecanismos
de geolocalización electrónicos, los sistemas de videovigilancia y la
inteligencia artificial que puede medir en tiempo real la productividad
ponen a esas personas que trabajan más inmersas en las órbitas de
control empresarial que los clásicos obreros de la línea de fabricación
que Charles Chaplin graficara para la eternidad21.
Ahora bien, resulta evidente que estas tecnologías aumentan la li-
bertad del prestador de servicios y reducen la subordinación técnica,
lo que provoca y reta nuestra óptica y, además, no podemos dejar de
tener en cuenta que es positivo que el trabajador dependiente pueda
prestar su actividad con más libertad y menos sumisión técnica y je-
rárquica.
Empero, en mi opinión esos eventuales beneficios de la modernidad
no parecen suficientes para dejar de conceptualizar de subordinado o
dependiente a quien trabaja por cuenta ajena, bajo una estructura ajena

20 Como bien afirma Mario E. Ackerman, como regla los trabajadores no buscan
empleo sino que necesitan ingresos económicos y, como no tienen capital ni capacidad
organizativa, sólo pueden conseguirlo mediante el empleo por cuenta ajena (Tratado
de Derecho del Trabajo, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, t. I).
21 Tiempos modernos, película dirigida y actuada por Charles Chaplin, quien tam-

bién escribió el guion, y que fue estrenada en 1936 y podemos seguir viéndola, para
disfrutarla o para reflexionar, en otra plataforma digital: YouTube.

147
Doctrina

y sin disfrutar de la libertad de fijar el valor de su trabajo ni quedarse


con sus frutos. Ya en 1999 Alain Supiot22 advertía que hay trabajadores
no sujetos a un poder de dirección intenso y que igualmente requieren
protección y casi seguramente el gran profesor de Nantes no imaginaba
en plenitud el desarrollo imparable de la “Revolución Digital”.
Esto nos plantea dilemas conceptuales que hacen crujir nuestras
categorías de pensamiento, de definición y detección del trabajo de-
pendiente, porque los nuevos modos de trabajo no se dejan aprehender
por nuestras ópticas previas, generadas bajo otros modelos culturales
y fácticos.
Y lo realmente preocupante no es ese dilema teórico, repito, sino
que ese desajuste significa dejar fuera del paraguas de tutela propio
del Derecho del Trabajo a millones de trabajadores en el mundo, arro-
jándolos en el mejor de los casos a la red básica de la Seguridad
Social, cuando no a la exclusión social.
Estos desafíos requieren respuestas urgentes y progresivas para se-
guir de cerca los cambios vertiginosos que se producen constantemente
y a tal fin se ensayan varios caminos. Así se han intentado catego-
rías como la paradependencia, la tutela del trabajador autónomo pero
económicamente dependiente, etcétera, alternativas que, a mi juicio,
son subsidiarias y, de alguna manera, constituyen una claudicación del
Derecho del Trabajo.
Aquí en Argentina no podemos soslayar que el artículo 14 bis
de la Constitución Nacional dispone que las leyes deben proteger al
trabajado “en sus diversas formas” y, sobre todo, debemos recordar
que quien presta servicios personales en plataformas digitales es una
persona humana que aporta su único recurso para generar ingresos
económicos a fin de participar de los bienes y servicios a su dispo-
sición, es decir, su capacidad laborativa psicofísica; y que presta
esos servicios en la estructura empresarial y económica ajena; así
como que esas personas que trabajan carecen de una estructura or-
ganizativa propia (conf. art. 23, 2º párr., LCT) y de capital, de modo
que, más allá del encuadramiento jurídico que se les dé, lucen aná-

22 SUPIOT, Alain, su ponencia El trabajo asalariado, en el Congreso de Varsovia

de 1999.

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Trabajo en plataformas digitales

logos a aquellos a los que sí les reconocemos el carácter de depen-


dientes con las ópticas conceptuales antes aludidas.
Si se aplica la óptica del artículo 8º del ET español, se podría
considerar que esos trabajadores “presta[n] un servicio por cuenta y
dentro del ámbito de organización y dirección de otro”.
VI. Este desafío, que cuestiona, interpela y pone en crisis la idea
de “dependencia” y, con ello, las esferas de tutela jurídica al trabajo
humano, propias del Derecho del Trabajo, se vincula en forma directa
e inmediata con el concepto jurídico y judicial de “dependencia” como
clave de ingreso al contrato de trabajo y a su protección específica,
sea en el empleo público o privado.
Tal vínculo conceptual nos embreta y limita, dificultando la adop-
ción de soluciones para quienes las necesitan de igual modo que aque-
llos que tienen la fortuna de encuadrar cómodamente en la idea de
dependencia.
Hoy la doctrina y la jurisprudencia hacen esfuerzos intentando hacer
coincidir las peculiares características del trabajo en plataformas di-
gitales –tan variables entre sí y en cada caso– con aquel tradicional
concepto de “dependencia”, y tal tarea es sumamente dificultosa por
las ataduras conceptuales que creo suficientemente identificadas. Y
esa acción da lugar a un peligroso juego a “todo o nada”, del que la
jurisprudencia que la Corte Suprema viene dejando evidencia des-
de 2015, con una doctrina que parece estar insuflando vida al contrato
de locación de servicios que algunos creían subsumido y consumido
en las relaciones laborales.
Aludo a los casos de médicos anestesistas23, un médico neurociru-
jano24, y una odontóloga25, así como el caso relativo a un promotor
de seguros26, supuestos en los que la Corte federal, merced a la doctrina
23 CSJN, “Cairone, Mirta Griselda y otros c/Sociedad Italiana de Beneficencia

en Buenos Aires. Hospital Italiano”, del 19-2-2015; “Pastore, Adrián c/Sociedad Ita-
liana de Beneficencia en Buenos Aires. Hospital Italiano”, del 19-2-2015 y 16-4-2019;
“De Aranoa, Fernando Eduardo c/Federación de Circulas Católicos de Obreros”, del
14-7-2015.
24 CSJN, “Rica, Carlos Martín c/Hospital Alemán y otros”, del 24-4-2018.
25 CSJN, “Zechner c/Centro de Educación Médica e Investigaciones Clínicas Nor-

berto Quirno-CEMIC”, del 5-11-2019.


26 CSJN, “Morón c/Grupo Asegurador La Segunda”, de fecha 22-10-2019.

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Doctrina

de la sentencia arbitraria, dejó sin efecto decisiones dictadas por tri-


bunales ordinarios entrando en el análisis de circunstancias fácticas y
en el ámbito del Derecho común (arts. 21 a 23, LCT) y rescatando
los términos de la locación de servicios –de cuya supervivencia no
tengo dudas pero que parte de la doctrina27 y la jurisprudencia daban
por superada por la Ley de Contrato de Trabajo–.
Sin poner en discusión el acierto de las citadas intervenciones del
máximo tribunal, me importa destacar que las cuestiones que hacen a
la dependencia en zonas fronterizas o grises provocan un riesgoso juego
a “todo o nada” y estos pronunciamientos, en materia tan poco propicia
para la intervención del alto tribunal, muestran la preocupación de sus
integrantes por esta problemática. Es fácil, en tal contexto, alarmarse
al intentar barruntar si el cimero tribunal comprenderá las peculiaridades
del trabajo mediado por plataformas electrónicas o digitales.
Mientras tanto, como anticipé en nota, los más altos tribunales
españoles están dictando los primeros pronunciamientos reconocien-
do nuevos “indicios de laboralidad”28 en el trabajo mediado por pla-
taformas.
En estos días, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, a través
de su Sala General29, decidió que las personas que transportan mer-
cancías por cuenta de terceros30 son trabajadores dependientes.
Por cierto, no es ésta la ocasión para analizar dicho fallo español
pero no puedo superar la tentación de destacar una frase clave: “la

27Postura encabezada, nada menos, por Guillermo A. Borda.


28La prestación de formación, adiestramiento y consejos al “colaborador”; las
instrucciones o recomendaciones prestacionales; la exigencia de exclusividad; la des-
activación o suspensión del “colaborador” ante quejas o bajo rendimiento; la existencia
de calificación por los clientes; y, sobre todo, la fijación del precio del bien o servicio
y de la participación económica de la plataforma y del “colaborador” por parte de
aquélla. A mi juicio, estos últimos datos económicos (la fijación del precio de los
bienes o servicios y la cuota de ganancia directa o indirecta del prestador del servicio)
son decisivos.
29 La Sala General está formada por todos los magistrados de la Sala de lo Social del

Tribunal Supremo de Justicia de Madrid, con lo que lo resuelto implica una doctrina
unitaria en el futuro para casos análogos.
30 Y a los que en España se suele denominar riders (seguramente porque montan

bicicletas o motocicletas), encuadrándolos como TRADE, es decir, trabajadores au-


tónomos económicamente dependientes.

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Trabajo en plataformas digitales

aplicación de los tradicionales criterios del Derecho del Trabajo en


relación con los elementos que caracterizan una relación laboral común
se nos antoja suficiente para darle respuesta adecuada, siempre, claro
está, que contextualicemos debidamente los presupuestos fácticos que
concurren o, lo que es lo mismo, los analicemos a la luz de la realidad
social actual (artículo 3.1 del Código Civil), lo que exige adaptar dichos
estándares clásicos a los avances tecnológicos que continuamente se
producen y, por tanto, a lo que es una sociedad como la nuestra do-
minada por las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación)
merced a la aparición cada vez más frecuente de plataformas digitales
o virtuales de diferentes clases, las cuales se erigen en el principal
activo empresarial de sus propietarios con el uso de algoritmos, ob-
viamente secretos, que configuran y definen su funcionamiento, a la
par que con la especial idiosincrasia de las relaciones contractuales
generadas en torno a esta herramienta mediante las aplicaciones in-
formáticas creadas ad hoc”.
VII. En este marco, me permito decir que tal vez ocurre que la
conceptualización de “dependencia laboral” fue en el pasado el santo
y seña, el carné de ciudadanía laboral, que bastaba para acceder a la
protección legal, carné que le era conferido a todo trabajador que se
adecuara en su forma de trabajar a aquel modelo tradicional ya des-
cripto, de fácil reconocimiento.
Sin embargo, ahora parece haberse convertido en una exigencia
ineludible y excluyente de acceso a la tutela social y que quien no
tiene la suerte de encuadrarse cómodamente en ese concepto para ob-
tener tal credencial queda fuera, aun cuando su condición de inferio-
ridad económica, cultural y negocial requiera tutela, en los términos
que advertía, según ya cité, el profesor Supiot a fines del siglo XX.
Así concebida la “dependencia” como óptica férrea e inelástica,
sería como un club o asociación que sólo reconoce a quienes ya tienen
el carné, pero no está dispuesta a reconocer a nuevos asociados, aunque
reúnan las características estatutarias para integrarlas.
Pareciera de este modo que los operadores del Derecho del Trabajo
no consiguen reconocer al trabajador dependiente cuando alguna de
las notas de la subordinación aparece desdibujada, difuminada o de-
bilitada.

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Doctrina

Así como la “Revolución Industrial” nacida del maquinismo dio


forma y una clara identidad al moderno Derecho del Trabajo, al con-
cepto de “dependencia” y de trabajador dependiente, la “Revolución
Digital” nacida de la electrónica y la nanotecnología nos reta a rediseñar
nuestros instrumentos conceptuales de detección de tales fenómenos
para no restringir inequitativamente la tutela estatal.
Creo que nuestra disciplina va a adaptarse y renovarse para seguir
cumpliendo su papel en estos tiempos modernos, de una exigida justicia
social internacional, según el camino que le ha trazado a Occidente
el Tratado de Versalles, la Constitución de la OIT, la Declaración de
Filadelfia de 1944 y la Declaración del Centenario.
Digo, en tal sentido, que los conceptos de Derecho del Trabajo,
de dependencia laboral y de trabajador dependiente deben ser revisados
pues sus términos clásicos limitan el amparo al dependiente, olvidando
que estos conceptos jurídicos fueron instrumentos intelectuales para
identificar tipos de relaciones que justifican la intervención estatal y
la protección. Pero, como decía el maestro Deveali31, no debe usarse
ese esquema para desproteger otras numerosas figuras en las que no
se dan las estrictas características de la dependencia típica pero que
requieren alguna forma de atención y tutela.
En suma, creo que, como decía Leopoldo Marechal, del laberinto
se sale por arriba32 y que, en lugar de intentar esfuerzos técnicos por
hacer coincidir el trabajo mediado por plataformas en el concepto tra-
dicional, con el peligroso juego judicial a todo o nada debería ampliarse
esta idea para reconocer subordinación sin necesidad de esa total con-
cordancia de modelo.
Como ya anticipé, los caminos transversales adoptados en algunos
países, como el Estatuto del Trabajador Autónomo Económicamente
Dependiente, constituyen claudicaciones del Derecho del Trabajo, de
su tradición, espíritu y principios y, en definitiva, caerán como las
Murallas de Jericó ante el sonido de las trompetas que se traduce en
la demostración de que, más allá del nomen juris que se les otorgue,
no son realmente autónomos.
31 DEVEALI, Mario L., Tratado de Derecho del Trabajo, 2ª ed., La Ley, Buenos

Aires, 1972, t. I.
32 MARECHAL, Leopoldo, Laberinto de amor, Sur, Buenos Aires, 1936.

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Trabajo en plataformas digitales

Esta convicción me lleva a insistir en la esperanza y la propues-


ta de que nuestra disciplina adapte su óptica para, bajo el influjo
del principio de primacía de la realidad y bajo el influjo de los
artículos 14 y 23 de la Ley de Contrato de Trabajo, esté en condiciones
de reconocer la dependencia laboral aun escondida o difuminada tras
las brumas de la mediación tecnológica.
Mientras tanto, de todos modos, las reglas y principios de la Se-
guridad Social permitirían dar ya mismo cobertura a estos trabajadores,
más allá de cualquier debate sobre la naturaleza dependiente o no de
sus relaciones.

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