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obra "La División del Trabajo Social". En este prefacio, Durkheim discute el papel de las
asociaciones profesionales en la sociedad contemporánea y la falta de regulación moral y jurídica
en la vida económica. Destaca que la falta de normas claras en las relaciones laborales conduce a
conflictos y desórdenes en el mundo económico.
Durkheim argumenta que la anomia económica es un fenómeno perjudicial que va en contra del
propósito fundamental de la sociedad, que es moderar la guerra entre los individuos. Explica que
la libertad individual está intrínsecamente ligada a la regulación social y que la falta de disciplina
económica afecta negativamente la moralidad pública.
Durkheim defiende la idea de que las corporaciones tienen una larga historia que demuestra su
importancia en la sociedad y sugiere que podrían adaptarse a las necesidades modernas. Destaca el
carácter religioso y de ayuda mutua de las antiguas corporaciones romanas como ejemplos de su
potencial moral.
En resumen, Durkheim aboga por la revitalización de las asociaciones profesionales como una
forma de mitigar la anomia económica y promover la solidaridad y la moralidad en la sociedad
contemporánea.
La parte del texto que has proporcionado examina el papel de la división del trabajo desde una
perspectiva moral y sociológica. Se plantea la idea de que la división del trabajo no solo tiene un
impacto económico, sino que también tiene consecuencias morales y sociales significativas. El
texto argumenta que la división del trabajo no solo aumenta la productividad y la habilidad del
trabajador, sino que también es crucial para el desarrollo material e intelectual de las sociedades y
se considera la fuente de la civilización.
Sin embargo, se cuestiona si la civilización en sí misma tiene un valor moral absoluto y se señala
que los servicios que la división del trabajo proporciona son en su mayoría ajenos a la vida moral.
Se plantea que, si bien se ha afirmado que la civilización tiene una influencia positiva en la vida
moral, esta influencia es débil, como se evidencia en el aumento de fenómenos morbosos como
suicidios y crímenes en sociedades más civilizadas.
El texto luego explora cómo la división del trabajo no solo tiene beneficios económicos, sino que
también fomenta la solidaridad entre las personas. Se argumenta que la solidaridad conyugal y
otras formas de asociación social son el resultado de una división del trabajo que va más allá de la
mera especialización laboral, y que estas formas de solidaridad son fundamentales para el
funcionamiento de la sociedad. Se concluye que la división del trabajo desempeña un papel crucial
en la creación y mantenimiento de formas de asociación social y solidaridad que son esenciales
para el desarrollo humano y la civilización.
El texto proporciona una reflexión profunda sobre la solidaridad social y su relación con la división
del trabajo. Se plantea que la división del trabajo no solo implica un cambio en las relaciones
sociales superficiales, sino que refleja una dependencia mutua más profunda entre individuos
incompletos que se complementan. La presencia del otro en nuestra conciencia se vuelve
inseparable de la nuestra, lo que genera una necesidad de sociedad. Se sugiere que la división del
trabajo puede desempeñar un papel crucial en la cohesión social, integrando el cuerpo social y
asegurando su unidad. Esta idea se relaciona con la teoría de Auguste Comte. Se propone utilizar el
derecho como un símbolo visible de la solidaridad social, ya que donde existe solidaridad social, se
manifiesta a través de efectos jurídicos tangibles. Se plantea un método para clasificar las
diferentes especies de solidaridad social según las reglas jurídicas que las expresan. Además, se
discute la necesidad de estudiar la solidaridad social a través de la sociología y no solo de la
psicología, ya que es un fenómeno social que depende de sus efectos sociales.
El Capítulo II se centra en la solidaridad mecánica o por semejanzas, explorando la conexión entre
el derecho represivo y el lazo social. Se discute la causa de la pena y se argumenta que todos los
crímenes comparten características comunes, siendo reprimidos de manera similar en diferentes
sociedades. Se rechaza la teoría de que los crímenes son acciones que amenazan los grandes
intereses sociales, y se sugiere que el crimen consiste en ofender los sentimientos colectivos
arraigados en la conciencia común de una sociedad. Se plantea que estas reglas penales son
conocidas y aceptadas por todos, lo que justifica su aplicación. Se enfatiza la estabilidad del
derecho penal en contraste con otras áreas del derecho, debido a la arraigada naturaleza de los
sentimientos colectivos. Se concluye que un acto es considerado criminal cuando viola los estados
fuertes y definidos de la conciencia colectiva.
En esta parte del texto se discute el sentido y la naturaleza del crimen, así como el propósito de la
pena en la sociedad. Se argumenta que el crimen no es simplemente una acción que hiere la
conciencia común porque es criminal, sino que es considerado criminal porque hiere dicha
conciencia. Se sostiene que la naturaleza de la penalización no ha cambiado esencialmente a lo
largo del tiempo, y que, aunque hoy en día se justifica como una forma de protección y prevención,
en su núcleo sigue siendo una forma de venganza. Se examinan también casos en los que la
ejecución de la pena depende de la voluntad de los individuos afectados, pero se concluye que la
sociedad actúa como su representante y ejecutora, aunque el poder penal derivado de ella sea en
última instancia una extensión de los intereses individuales.
En resumen, el texto argumenta que la teoría de que la vendetta fue la forma primitiva de pena no se
sostiene en los hechos mejor establecidos. Se sostiene que el derecho penal en sus orígenes era
esencialmente religioso, como se evidencia en sociedades como la India, Judea, Egipto, Grecia y
Roma. Se argumenta que los delitos más comunes en las sociedades primitivas eran aquellos que
lesionaban lo público, como los delitos contra la religión, las costumbres y la autoridad.
Además, se discute la naturaleza de la penalidad y se afirma que esta tiene una función
esencialmente social, reflejada en la reacción de la sociedad contra los crímenes que atentan contra
ella. Se examina la relación entre la intensidad del sentimiento herido y la gravedad de la reacción
penal, así como la organización de la represión en la sociedad.
Finalmente, se explora la idea de que la reacción penal tiene una base social y colectiva, derivada
de la naturaleza compartida de los sentimientos ofendidos. Se argumenta que la resistencia contra
el crimen es una reacción colectiva que se organiza para mantener la integridad de la conciencia
común, y que esta organización es necesaria para preservar la autoridad y la eficacia de la pena.
El texto analiza la relación entre la represión organizada y la represión difusa, destacando que la
reacción tiene más unidad en la primera debido a la intensidad y naturaleza definida de los
sentimientos asociados con la pena. Se discute cómo la concentración material del grupo afectado
por el crimen facilita la unificación de las reacciones emocionales. Históricamente, se observa que
la pena surge de la reacción colectiva de la sociedad ante el crimen, inicialmente ejercida por la
asamblea del pueblo. Se argumenta que la naturaleza de los sentimientos colectivos explica la pena
y el crimen.
Se sostiene que la pena tiene una función vital en la sociedad al mantener la cohesión social y la
conciencia común. Aunque la pena puede parecer injusta desde una perspectiva abstracta, se
considera necesaria para preservar la solidaridad social y la integridad de la comunidad. Se destaca
que el castigo no solo actúa como una medida de corrección o disuasión, sino que también expresa
la aversión colectiva hacia el crimen y repara el daño causado a la sociedad. Se aboga por
reconciliar las teorías que ven la pena como expiación y como defensa social, argumentando que
ambos aspectos son fundamentales para comprender su función en la sociedad.
El Capítulo III del texto aborda la solidaridad debida a la división del trabajo u orgánica. Se destaca
que la sanción restitutiva no es expiatoria, sino que simplemente restablece las cosas a su estado
normal. Se discute la penalidad civil y se señala que la pérdida en un litigio no deshonra al
perdedor, sino que busca restaurar la normalidad. Se distingue entre solidaridad negativa, que evita
daños, y positiva, que implica cooperación. Se analiza la relación entre personas y cosas, y se
enfatiza la importancia de la sociedad en la determinación de derechos. También se explora la
solidaridad en las relaciones personales, como en el caso de los delitos y obligaciones legales. Se
concluye que la solidaridad negativa es esencial pero no suficiente para la cohesión social, ya que
requiere de una solidaridad positiva más profunda.
Este texto aborda la distinción entre la justicia y la caridad, argumentando que la justicia, como el
simple respeto de los derechos de los demás, es fundamental, mientras que la caridad representa un
nivel más alto de virtud. Se sostiene que la justicia está imbuida de caridad, ya que la solidaridad
negativa (simplemente respetar los derechos) es una emanación de la solidaridad positiva
(sentimientos sociales compartidos).
El texto luego explora el derecho civil, incluyendo el derecho de familia y el contractual, que
regulan las relaciones derivadas de la división del trabajo social. Se discuten los roles y relaciones
en la familia, así como los contratos que reflejan la cooperación y la especialización de funciones.
Se menciona el derecho comercial, que regula contratos mercantiles específicos, y el derecho
procesal y administrativo, que establece las funciones y relaciones en la administración de justicia
y la gestión gubernamental.
El capítulo IV del texto comienza con una confirmación de los resultados previos, destacando la
importancia de una ley que sirva como prueba y aclare lo siguiente. Se discute cómo la
preponderancia del derecho represivo sobre el derecho cooperativo varía según el grado de
solidaridad social y la división del trabajo. Se analiza la homogeneidad en sociedades primitivas y
su diversificación con el desarrollo social. Se examinan los tipos de solidaridad y derecho
predominantes en diferentes etapas sociales, desde las sociedades primitivas hasta las más
avanzadas, utilizando ejemplos de diversas culturas y épocas, como los pueblos escitas, bárbaros y
civilizados. Se contrasta el carácter represivo del derecho en sociedades primitivas, como se
evidencia en el Pentateuco y las leyes de Manú, con el derecho más laico y diversificado de las
sociedades más avanzadas, como se muestra en la ley de las XII Tablas en Roma. Se argumenta que
el derecho restitutivo y cooperativo se separa gradualmente del derecho represivo a medida que las
sociedades avanzan, desarrollando sus propios caracteres y constituciones.
El texto aborda la evolución del derecho penal en diferentes sociedades, destacando su importancia
relativa en comparación con otros aspectos del derecho. En la antigua Roma, a pesar de que el
derecho penal ha perdido parte de su preponderancia, sigue ocupando un lugar significativo,
representando aproximadamente la mitad del código legal conservado. La falta de interés de los
jurisconsultos en el derecho penal ha contribuido a la pérdida de una parte considerable del mismo.
Además, se señala que el derecho penal tiende a no codificarse fácilmente debido a su arraigada
presencia en la conciencia colectiva. En contraste, otros aspectos del derecho, como el contractual y
el procedimiento, han experimentado un crecimiento continuo. En sociedades posteriores, como las
cristianas, el derecho penal sigue siendo prominente, pero gradualmente cede terreno frente a otros
aspectos del derecho, como el contractual y el procedimiento. Se argumenta en contra de la idea de
que la violencia en las sociedades incipientes sea la única causa del predominio del derecho penal,
señalando que este predominio se debe más a la fortaleza de la conciencia colectiva y al estado
incipiente de la división del trabajo. En resumen, el texto examina cómo el derecho penal ha
evolucionado en relación con otros aspectos del derecho en diversas sociedades a lo largo del
tiempo.
El capítulo V explora la preponderancia y las consecuencias de la solidaridad orgánica en la
sociedad. Se señala que el derecho represivo ocupa un lugar reducido en comparación con el
derecho cooperativo en los códigos legales. Se destaca que la solidaridad orgánica, derivada de la
división del trabajo, es más predominante y esencial para la cohesión social que la solidaridad
mecánica basada en la similitud.
Se analiza cómo la solidaridad orgánica se fortalece a medida que las sociedades evolucionan y se
acercan al tipo social actual. Se observa que en las sociedades menos avanzadas, los lazos sociales
son más débiles y las rupturas son más frecuentes, mientras que en las sociedades más
desarrolladas, los lazos son más fuertes y las rupturas menos comunes.
El texto también discute cómo la regulación penal de la vida doméstica ha disminuido a lo largo del
tiempo, con menos aspectos de la vida familiar siendo sujetos a sanciones legales. Se comparan
diferentes tipos de sociedades y se muestra cómo las normas y sanciones legales han evolucionado
en relación con los sentimientos y la conciencia colectiva.
En resumen, el capítulo explora cómo la solidaridad orgánica, derivada de la división del trabajo y
la especialización, se vuelve más predominante en las sociedades modernas, afectando la
regulación legal y la cohesión social de manera significativa.
El texto aborda la evolución de las normas penales y los crímenes religiosos en diversas sociedades
a lo largo del tiempo. Se señala que en sociedades simples y tradicionales, las normas son más
estrictas y regulan incluso aspectos triviales de la vida diaria. Sin embargo, con el tiempo, estas
normas han ido desapareciendo progresivamente, especialmente las relacionadas con crímenes
religiosos. Se menciona que en sociedades como la hebrea y la griega, los crímenes religiosos eran
castigados severamente, pero con la evolución hacia sociedades más complejas como Roma, estos
crímenes disminuyeron.
El texto discute cómo la religión ha perdido su dominio sobre la vida social a lo largo de la historia.
Inicialmente, la religión era sinónimo de vida social, pero con el tiempo, las funciones políticas,
económicas y científicas se independizaron de lo religioso. Dios, gradualmente, se retiró de las
interacciones humanas, dejando más espacio para la acción humana libre. Esto demuestra una
regresión en el dominio de lo religioso en la sociedad a lo largo del tiempo, relacionada con el
desarrollo social y el debilitamiento de las creencias colectivas.
El texto también señala que las representaciones colectivas, como los proverbios y refranes, se van
desvaneciendo a medida que las sociedades evolucionan, lo que sugiere una disminución en la
intensidad de la conciencia común. Además, se destaca cómo el individualismo y el libre
pensamiento no son fenómenos recientes, sino que han estado presentes a lo largo de la historia.
Se argumenta que la conciencia común se está volviendo más vaga y menos definida, y que el
sentimiento de solidaridad social se está volviendo más orgánico en lugar de mecánico, siendo la
división del trabajo un factor importante en este cambio. Este fenómeno se ha observado
constantemente a lo largo de la historia, mostrando una evolución en la sociedad hacia una
solidaridad más basada en la división del trabajo que en la conciencia colectiva religiosa.
Luego, se contrasta esta visión con la de Spencer, quien argumenta que la absorción del individuo
por el grupo es resultado de una organización artificial impuesta por la necesidad de unidad en
tiempos de guerra. En contraposición, se argumenta que en las sociedades primitivas, la falta de
individualidad no es producto de una coerción artificial, sino que surge naturalmente debido a la
homogeneidad social. Se critica la idea de Spencer de que estas sociedades podrían considerarse
democráticas, ya que la falta de individualismo en ellas contradice esta caracterización. Además,
se cuestiona la idea de un progreso lineal en la evolución social, sugiriendo que el individualismo
no es innato en la humanidad. Por último, se argumenta que la autoridad despótica no es el
resultado de una coerción externa, sino que surge de la propia constitución de la sociedad.
El texto discute cómo la institución del poder despótico marca el surgimiento del individualismo en
la sociedad. Los líderes, al separarse de la masa social y adquirir una personalidad individual,
representan el primer paso hacia el individualismo. Aunque obtienen su fuerza del grupo, una vez
organizados, tienen la capacidad de ejercer una iniciativa personal y, en ciertos casos, incluso de
modificar las costumbres colectivas.
Se enfatiza que la autoridad de un gobierno se debe más a las creencias y sentimientos compartidos
por la sociedad que a las cualidades personales de los gobernantes. Se critica la teoría de que el
egoísmo es el punto de partida de la humanidad, argumentando que el altruismo ha existido desde
tiempos remotos y es fundamental en la solidaridad social.
Se reconoce que tanto el egoísmo como el altruismo coexisten en todas las conciencias humanas, si
bien su prevalencia puede variar según el contexto social y cultural. Se discute cómo la evolución
histórica ha dado lugar a un individualismo más pronunciado, pero se señala que este
individualismo no es necesariamente el descrito por Spencer, y se anticipa que se abordará este
tema en el próximo capítulo.
Para Spencer, la solidaridad industrial se caracteriza por ser espontánea y basada en contratos
libres, con la regulación social limitada a evitar el daño mutuo. Sin embargo, Durkheim argumenta
que esta visión no captura la complejidad de las sociedades modernas. A diferencia de Spencer,
quien sugiere que las sociedades se basan en contratos implícitos, Durkheim señala que la idea de
un contrato social es incompatible con la división del trabajo.
Además, Durkheim examina la evolución de las relaciones domésticas y destaca cómo estas
relaciones han adquirido un carácter más público y menos contractual a lo largo del tiempo.
Argumenta que, a medida que las sociedades evolucionan, las relaciones familiares se vuelven más
reguladas por la sociedad en lugar de basarse únicamente en contratos privados. También señala
cómo las obligaciones domésticas se han vuelto más numerosas y cómo el control social sobre
estas relaciones ha aumentado con el tiempo.
En resumen, se discute la capacidad de los contratantes para derogar las disposiciones legales en
ciertos puntos, destacando que sus derechos en este sentido no son ilimitados. Aunque pueden
acordar ciertas cláusulas, estas no pueden validar un contrato que no cumpla con las condiciones
legales de validez. La ley impone obligaciones sobre los contratos, como la invalidez de contratos
con incapaces o cuyo objeto o causa sean ilícitos. Además, establece obligaciones específicas que
no pueden ser cambiadas por acuerdo, como la garantía contra evicción o vicios ocultos en ciertos
contratos.
La acción social en el ámbito contractual puede manifestarse tanto por la negativa a reconocer
contratos que violan la ley como por una intervención positiva del juez en circunstancias
particulares. Los contratos, en muchos casos, generan obligaciones que no han sido explícitamente
acordadas, lo que demuestra que el derecho contractual actúa como una regulación fundamental de
las relaciones sociales.
El texto discute cómo la evolución de la sociedad está vinculada tanto a la división del trabajo como
a la transformación de la estructura social. Se argumenta que a medida que la sociedad pasa de un
tipo segmentario a uno organizado, los órganos reguladores locales se debilitan y se fusionan con el
órgano central, aumentando su volumen y complejidad. Además, se señala que las sociedades
organizadas son más interdependientes y susceptibles a las perturbaciones sociales, debido a la
intensificación de la división del trabajo y la concentración de la población. El texto también
destaca la importancia de la moralidad y la cooperación en la vida social, y cómo estas dos
corrientes coexisten y se complementan entre sí.
En el capítulo "Los progresos de la división del trabajo y los de la felicidad" de "La División del
Trabajo Social", Durkheim explora las causas del avance de la división del trabajo. Contrario a la
idea de que el progreso se debe exclusivamente al deseo humano de incrementar la felicidad,
argumenta que la felicidad tiene límites determinados por la constitución humana y la naturaleza de
la sociedad. Destaca que el placer no aumenta indefinidamente con el progreso, ya que está
limitado por la intensidad y la diversidad de experiencias. Además, señala que el trabajo, aunque es
necesario, puede ser percibido como una carga para muchos. A medida que la sociedad se vuelve
más compleja, la uniformidad y la monotonía del trabajo pueden disminuir el placer. Durkheim
sugiere que, aunque la civilización puede ofrecer una mayor variedad de experiencias, también
conlleva una mayor uniformidad y una sensibilidad ampliada tanto al placer como al dolor, lo que
puede afectar negativamente la felicidad global.
El texto argumenta que el excedente de placer no necesariamente conduce a la felicidad, ya que
esta última no se puede reducir a una suma de placeres. Se plantea que la felicidad es un estado
constante que acompaña el funcionamiento regular de las funciones orgánicas y psíquicas. Aunque
el placer es importante, no es igual a la felicidad, ya que esta última depende de disposiciones
permanentes y causas más generales.
Además, se aborda el tema del suicidio como un fenómeno más común en sociedades civilizadas,
vinculándolo con la disminución de la felicidad. Se señala que el aumento del suicidio en ciertas
sociedades refleja una disminución en la felicidad general de la sociedad.
Finalmente, se argumenta que las variaciones en el placer no son suficientes para explicar el
desarrollo de la división del trabajo. Se rechaza la idea de que el placer disminuido por la
repetición estimule el progreso social, ya que la variedad en la experiencia de placer y la
periodicidad de ciertas actividades pueden mantener el placer intacto a lo largo del tiempo.
El texto aborda la relación entre la necesidad de excitaciones nuevas y la estabilidad en los placeres
humanos. Se argumenta que la continuidad puede proporcionar bienestar incluso más allá de la
repetición, ya que la conciencia del estado agradable no siempre es necesaria para experimentar
placer. Se destaca que la estabilidad y regularidad en los placeres son necesarias para mantener la
vida, aunque algunos individuos buscan constantemente lo nuevo. Sin embargo, se considera que
esta necesidad de novedad es indeterminada y a menudo se dispersa sin llegar a un objetivo claro.
Se argumenta en contra de la idea de que el progreso es simplemente un efecto del aburrimiento,
sugiriendo que la evolución humana ha sido una obra laboriosa que va más allá de la búsqueda de
variedad en los placeres.
El Capítulo II explora las causas que impulsan el progreso de la división del trabajo en la sociedad.
Se argumenta que este progreso se debe a ciertas variaciones en el entorno social, particularmente a
medida que la estructura segmentaria se desvanece y los individuos se acercan más entre sí. Esta
coalescencia permite nuevas combinaciones sociales y facilita la aparición de la división del trabajo.
Además, se discute cómo el crecimiento y la densidad de la sociedad influyen en este proceso, así
como la formación de ciudades y el desarrollo de las comunicaciones. Se plantea que la
multiplicidad de relaciones sociales y la interacción entre individuos son fundamentales para la
división del trabajo. Además, se argumenta que el aumento del volumen y la densidad social
contribuyen a la especialización de las funciones laborales, aunque se reconoce que las diferencias
externas entre individuos no son suficientes para explicar completamente esta especialización. Se
plantea la pregunta sobre qué impulsa realmente a los individuos a especializarse en determinadas
funciones, sugiriendo que la necesidad y la demanda de nuevos productos y servicios desempeñan
un papel crucial en este proceso.
El texto discute cómo la división del trabajo surge como resultado de la competencia entre
individuos y la necesidad de satisfacer demandas crecientes en una sociedad densa. Se señala que la
competencia es más intensa entre individuos similares, lo que lleva a la especialización para evitar
conflictos. Se ejemplifica cómo diferentes especies coexisten sin competir directamente. La división
del trabajo se amplía con la integración de nuevas regiones y el aumento de la población. Se
menciona que la competencia intensifica la lucha por la supervivencia, lo que lleva a una mayor
especialización y complejidad social. Además, se aborda cómo las necesidades individuales y la
búsqueda de placer influyen en el desarrollo de nuevas especialidades laborales. La conclusión
destaca que la división del trabajo no busca aumentar la producción, sino adaptarse a las
condiciones cambiantes de la sociedad.
El texto analiza la relación entre la división del trabajo y la formación de la sociedad. Se argumenta
que la división del trabajo no puede surgir entre individuos aislados, sino que requiere una sociedad
preexistente. La competencia entre individuos aislados solo aumenta la separación. La división del
trabajo une y separa simultáneamente, requiriendo una base de solidaridad preexistente. Se enfatiza
que la cooperación no es el fundamento primario de la sociedad, sino un fenómeno derivado que
surge de la solidaridad preexistente. Se critica la idea de que la sociedad surge de individuos
aislados y se argumenta que la cooperación es un producto de la sociedad, no su origen. Además, se
discute la relación entre la división internacional del trabajo y la formación de una conciencia
común entre sociedades. Se concluye que la cooperación compleja resultante de la división del
trabajo es un fenómeno derivado de la vida social, que a su vez se deriva de la solidaridad
preexistente entre individuos.
El Capítulo II del texto aborda las causas que explican el progreso de la división del trabajo en la
sociedad. Se argumenta que este progreso está estrechamente relacionado con cambios en el entorno
social, especialmente en la densidad y el volumen de la sociedad. Se sostiene que a medida que la
estructura segmentaria de la sociedad se desvanece y los individuos se acercan más entre sí, se
facilita la aparición de la división del trabajo. Este fenómeno se atribuye a una mayor interacción y
comunicación entre los miembros de la sociedad.
El texto argumenta que la división del trabajo es un resultado de la lucha por la supervivencia, pero
también una solución que permite a diferentes profesiones coexistir en la sociedad. Mientras más se
acercan las funciones, más compiten entre sí. La división del trabajo aumenta con la concentración
de la población y la formación de una sociedad ya constituida. Además, la especialización surge de
la necesidad de satisfacer nuevas demandas y del desarrollo de la inteligencia humana. Sin
embargo, la división del trabajo no garantiza la felicidad, ya que simplemente cambia el punto de
referencia de los placeres, y no necesariamente los aumenta. La especialización requiere una
sociedad preexistente y relaciones sociales para funcionar correctamente. La división del trabajo no
es el hecho fundamental de la vida social, sino que surge de ella y contribuye a su cohesión.
El texto argumenta que la cooperación no es el fundamento primario de la sociedad, sino más bien
un resultado de la formación de la sociedad a partir de otros factores, como la afinidad de la sangre,
la comunidad de costumbres y la división del trabajo. Se argumenta en contra de la idea de que la
cooperación es el factor principal en la formación de la sociedad, sugiriendo que surge después de
que la sociedad ya está establecida. Se critica la teoría de que la sociedad se origina de individuos
aislados y se sostiene que la vida colectiva precede a la individual, y que la cooperación surge
como un resultado de la sociedad, en lugar de ser su base fundamental. También se discute la
relación entre la división internacional del trabajo y la formación de una conciencia común entre
diferentes sociedades, argumentando que la cooperación económica no siempre implica una
sociedad compartida y que la división del trabajo puede desarrollarse independientemente de la
unión moral entre diferentes grupos.
Se discute cómo la complejidad de las aptitudes específicas hace que sean menos susceptibles de
ser transmitidas hereditariamente. Se citan estudios que muestran que las vocaciones de los hijos
de personas influyentes no son necesariamente heredadas, sino que pueden ser el resultado de
factores educativos y sociales. Se concluye que, aunque la herencia puede influir en las elecciones
vocacionales, su impacto se ve limitado por otros factores como el entorno y la educación.
Se destaca que las aptitudes más generales son más fácilmente heredadas, mientras que las
especializadas dependen más del entorno y la educación. Se discute cómo la división del trabajo en
la sociedad influye en la transmisión de las profesiones de generación en generación, y cómo la
herencia ha perdido importancia con el tiempo debido al desarrollo de la inteligencia y la
disminución de los instintos.
Se argumenta que la herencia está cada vez menos relacionada con la determinación de las
profesiones y las habilidades individuales, ya que las sociedades se vuelven más complejas y las
aptitudes más especializadas. Además, se menciona que las razas humanas tienden a desaparecer
con el tiempo debido a la diversificación genética y el aumento de las variaciones individuales.
El autor argumenta que la herencia transmite principalmente los rasgos promedio de un grupo
social, en lugar de las características extremas de los padres. Galton proporciona cálculos que
sugieren que las desviaciones del hijo respecto al tipo medio de los padres son consistentes y
predecibles. Esta ley de herencia se aplica a rasgos como la altura, el color de los ojos y las
facultades artísticas. El tipo medio representa la adaptación al entorno medio, siendo la
combinación más común de rasgos heredados. Sin embargo, este tipo medio cambia con el tiempo
debido a la evolución social y biológica. Las características heredadas se vuelven más flexibles y
menos determinadas, lo que permite una mayor adaptabilidad a las nuevas circunstancias. La
herencia no transmite solo rasgos físicos, sino también predisposiciones y formas de pensar que
pueden especializarse de diversas maneras. La estabilidad del tipo medio se ve afectada por las
variaciones experimentadas a lo largo del tiempo, lo que amplía el campo para nuevas
combinaciones y adaptaciones.
El Capítulo V del texto aborda las consecuencias de la división del trabajo en la sociedad. Se
destaca que, a diferencia de la división del trabajo en organismos, en la sociedad las funciones no
son inmutables, y los individuos tienen cierta libertad para cambiar de ocupación. Esta flexibilidad
aumenta a medida que el trabajo se divide más. Se discute cómo la especialización individual se
adapta a las demandas cambiantes del mercado.
Se explica que esta flexibilidad proviene de que las funciones sociales no están determinadas por
el nacimiento, como en los organismos, sino por elecciones individuales y la necesidad de
adaptarse a un entorno cambiante. A medida que la sociedad se vuelve más compleja, la relación
entre las funciones y los individuos se vuelve más flexible, permitiendo la adaptación a diferentes
roles.
El texto proporcionado aborda varios temas relacionados con la sociedad y el progreso humano
desde una perspectiva mecanicista. Aquí está un resumen de los puntos principales:
2. Limitaciones del ideal : Se reconoce que el ideal puede parecer limitado, pero se destaca
que la satisfacción de las necesidades más elevadas y básicas es esencial para la salud
integral del individuo y la sociedad.
En resumen, el texto aborda la interrelación entre la sociedad y el individuo, así como la influencia
del contexto social en el desarrollo humano y el progreso de la sociedad en general. Se destaca que
la sociedad no solo moldea a los individuos, sino que también es responsable del progreso humano
y del desarrollo de la vida psíquica individual.
En el tercer libro de "La División del Trabajo Social", titulado "Las Formas Anormales", se inicia el
primer capítulo llamado "La División del Trabajo Anómico". En este capítulo, Durkheim analiza las
formas patológicas de la división del trabajo, que difieren de sus efectos normales de solidaridad
social. Estudia las crisis industriales, las quiebras y el antagonismo entre el trabajo y el capital como
ejemplos de desviaciones de la solidaridad. Además, discute cómo la especialización excesiva en el
trabajo puede llevar a la desintegración social y a la falta de unidad en la ciencia. Propone que el
gobierno y la filosofía juegan un papel crucial en mantener la cohesión social y la unidad científica,
respectivamente. Sin embargo, advierte que la división del trabajo puede debilitar la función de
estos órganos en la sociedad.
El texto aborda principalmente la relación entre la división del trabajo y la solidaridad social,
cuestionando la noción de que la especialización excesiva conduce a la pérdida de cohesión social.
Se argumenta que la solidaridad orgánica generada por la división del trabajo es fundamental y que
la falta de reglamentación adecuada en las relaciones sociales puede conducir a problemas de
coordinación. Se señala que, en un estado normal, las reglas de conducta y la solidaridad se derivan
naturalmente de la división del trabajo, actuando como su prolongación. Sin embargo, se
identifican casos en los que la falta de reglamentación y la rápida evolución económica y social
provocan anomalías y crisis. Se discute la necesidad de una regulación más amplia para moderar
las tensiones sociales y garantizar la armonía entre las diferentes funciones sociales. Además, se
critica la idea de que la división del trabajo aliena al individuo, argumentando que, cuando se
realiza de manera adecuada, el trabajador no se convierte en una simple máquina, sino que
mantiene una conciencia de su contribución y su propósito en el sistema social.
El Capítulo II del texto aborda la "División Coactiva del Trabajo". Comienza discutiendo cómo las
reglas que rigen la división del trabajo pueden convertirse en una fuente de conflicto en las
sociedades, especialmente cuando las clases inferiores buscan roles y funciones reservadas para las
clases superiores. Se compara esta dinámica con la organización orgánica del cuerpo humano,
donde cada parte tiene una función específica determinada por su naturaleza.
Se argumenta que la armonía entre las capacidades individuales y las funciones sociales es crucial
para la solidaridad social, pero puede verse comprometida cuando la distribución de roles no
refleja las aptitudes naturales. Se discute cómo la división del trabajo puede ser coercitiva cuando
las personas son forzadas a roles que no les convienen. Se destaca la importancia de una
distribución espontánea del trabajo basada en las aptitudes individuales para garantizar la
solidaridad.
Además, se analiza la igualdad en las condiciones de competencia como un requisito esencial para
ligar a cada individuo a su función y coordinar las funciones entre sí. Se argumenta que los
contratos deben basarse en un equilibrio de valores sociales equivalentes y que la coacción, tanto
directa como indirecta, puede comprometer la validez de los contratos. Se concluye que la
igualdad en las condiciones exteriores de la competencia es crucial para garantizar la justicia en las
relaciones contractuales y mantener la cohesión social.
El texto analiza la evolución de los contratos y la justicia en la sociedad. Inicialmente, los contratos
se consideraban válidos no solo por el consentimiento, sino también por las formalidades externas.
Sin embargo, con el tiempo, se reconoció la importancia del consentimiento genuino y se
introdujeron medidas legales para proteger a las partes vulnerables contra el fraude y la coerción.
Se argumenta que la libertad individual no es intrínseca al estado natural del hombre, sino que es el
resultado de la regulación social. La sociedad permite que las personas ejerzan su libertad al
subordinar las fuerzas naturales a las fuerzas sociales.
Se sostiene que la tarea de las sociedades avanzadas es promover la equidad en las relaciones
sociales para permitir el libre desarrollo de todas las fuerzas sociales útiles. Esta aspiración hacia la
justicia es resultado de cambios en la estructura de la sociedad, que ha pasado de un tipo
segmentario a uno organizado, lo que requiere una mayor igualdad en las condiciones externas para
mantener la armonía social y la existencia misma de la sociedad.
El capítulo III del texto describe otra forma anormal en las empresas comerciales o industriales,
donde las funciones están distribuidas de manera que no proporcionan suficiente actividad a los
individuos, lo que conduce a una falta de coordinación entre las funciones y al desperdicio de
fuerzas. Esta falta de coordinación puede resultar en incoherencia y desorden en la empresa. El
texto argumenta que esta situación se debe a una falta de actividad funcional adecuada y propone
que un jefe inteligente y experimentado debe eliminar los empleos inútiles, distribuir el trabajo de
manera que cada individuo esté ocupado y aumentar la actividad funcional de los trabajadores para
restaurar el orden y la eficiencia económica. Se ilustra cómo la solidaridad entre las funciones
depende de su actividad funcional y cómo la división del trabajo puede aumentar la solidaridad y la
coherencia social al hacer que las funciones sean más activas y continuas. Se argumenta que la
moralidad individual y social está estrechamente relacionada con la división del trabajo, ya que esta
última se convierte en la base del orden moral en las sociedades avanzadas al aumentar la
conciencia de la dependencia del individuo respecto a la sociedad.
El texto aborda la cuestión de si la división del trabajo disminuye la personalidad individual. Se
plantea que la división del trabajo no necesariamente conduce a una disminución de la personalidad,
ya que permite una mayor especialización y complejidad de las funciones individuales. Además, se
argumenta que la personalidad individual se desenvuelve con la división del trabajo, ya que esta
última contribuye a la emancipación del individuo de las influencias colectivas y hereditarias, lo
que permite una mayor autonomía y libertad de acción.
Se señala que la división del trabajo también está ligada a la solidaridad y a la moralidad de la
sociedad. Esta solidaridad se basa en la interdependencia de las funciones sociales y en la
existencia de reglas que regulan el concurso pacífico de dichas funciones. Se plantea que la
realización del ideal de la fraternidad humana está vinculada al progreso de la división del trabajo.
Además, se argumenta que la crisis moral que enfrenta la sociedad contemporánea se debe a los
profundos cambios en la estructura social, que han generado una falta de armonía entre las
funciones sociales y una pérdida de fe en las tradiciones morales anteriores. Se sostiene que el
remedio a esta crisis no es volver a prácticas obsoletas, sino encontrar formas de conciliar las
funciones sociales de manera más justa y equitativa, lo que requerirá la formación de una nueva
moral adaptada a las condiciones sociales actuales.
Se concluye que el primer deber actual es desarrollar una nueva moral que refleje las necesidades y
condiciones de la sociedad contemporánea, y que este proceso requerirá tiempo y reflexión para
alcanzar un equilibrio armonioso entre las diversas funciones sociales.