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En los suburbios de Andersen

Por Juan Pablo Arrufat

Papito es un tipo increíble, siempre está que quiere jugar con nosotros. A mis hermanos y a mí nos pone
remanija con los libros que nos lee antes de dormir, y ni que hablar de jugar esos juegos que prepara para fin
de año. ¡Papito siempre tiene ideas tan divertidas!
Nosotros le decimos Papito, pero no es nuestro papi-papi. Es el marido de mamá, pero ella dale metele
con que lo quisiéramos como a un padre de en serio, que al final le dimos el gusto.
Nunca conocimos a nuestro papá verdadero. Y desde que mamá se fue de casa y quedamos al cuidado de
Papito, él nos obliga a que le digamos ese apodo: Papito. Y nos gusta, porque la verdad es que lo queremos
mucho.
¿Ya les dije que Papito siempre tiene las mejores ideas para jugar? Desde hace un par de navidades
jugamos a un gran juego, como para despedir el año.
Es increíble, pero Papito cada año nos sorprende con algún juego nuevo. Y él siempre nos filma, para que
nos queden esos recuerdos lindos. Recuerdos lindos, y a veces también raros.
Con mis hermanos siempre nos enganchamos en esos juegos. Como pasa en los videojuegos, Papito les
sube el nivel de dificultad. ¡Y con eso flasheamos! Es una lástima que mamá no pueda vernos. Y es que se
fue de casa, pobre. De viaje se fue. Eso dice Papito, y yo le creo. ¿Por qué no? Todo el mundo viaja.
Igual lo que hacemos con Papito es un secreto. Un secreto que tenemos entre nosotros y él. Papito nos
insiste con que no les contemos nada a nadie, eh. Hasta se cruza los labios con el dedo cuando lo dice. Por
suerte guarda los videos, y dice que cuando mamá vuelva a casa se los va a mostrar en la tele grande, y a ella
le van a encantar. Me la imagino a mami, dejando las valijas del viaje al lado del sillón y todo. ¿Cuándo
vuelve mami?
Que nos filme puede parecer raro. Pero Papito es un tipo buenísimo. En comparación con las cosas feas-
refeas que vemos en la tele, en las noticias acerca de la gente que abusa de sus hijos, que los toca y que les
hace cosas horribles y espantosas, Papito es un santo. Porque Papito no nos hace nada de eso. Simplemente
nos pone a actuar historias que nos cuenta, y ahí va y nos filma. Eso sí: hay que actuarle todo lo que nos
cuenta. Y todo, eh. Representar al pie de la letra, chicos, como dice él. Porque, si no, un poco se enoja.
Empezó hace bastante el primer juego.
Y siempre fueron juegos muy divertidos, y más los que siguieron después de lo que pasó con Francisco,
que paso a contarles.
Cómo ya les dije, Papito siempre nos dice cuentos antes de dormir, y son esos mismos cuentos los que
nos dice que los hagamos actuando. Las historias, las casitas de los decorados y los disfraces los elige él,
pero no nos dice hasta que estamos por empezar. Papito es muy bueno guardando secretos y dándonos
sorpresas.
El primer año nos tocó la historia de los tres cerditos, y fue superdivertido. A Joaco le tocó hacer del lobo,
y nosotros, con Clari, Francisco y yo ―que me llamo Matías― éramos los tres cerditos. Nos la pasamos
corriendo, escapando de Joaquín, que tenía esa máscara que realmente daba miedo. Encima Papito le había
dado un pico ―piolet, lo llamaba―, de esos de buscar tesoros, para que nos persiga. Un miedo nos dio
cuando Joaco a picazos rompió la casita de paja, y ni hablar de lo asfixiante que era correr con esas máscaras
de chancho que nos puso Papito. Como ser máscaras, máscaras no eran: Papito carneó a un par de chanchitos
de verdad, y después cosió los trozos para que a ni a Francisco ni a mí nos faltara emoción. Joaco casi nos
atrapa. Pero al final, cuando logramos meternos todos en la casita de ladrillos, el juego terminó. Papito, que
estaba filmando con esa filmadora vieja, paró el juego. Y nosotros nos reímos mucho, y aplaudimos. Y
Papito es un capo: él siguió filmándonos, a pesar de que el juego había terminado y todo. Nos filma con una
de esas cámaras viejas, esas a cassette. Sé que tiene los videos guardados en una caja de zapatos atrás del
ropero. Debe de ser por si vuelve mamá, para darle la sorpresa mostrándoselos. Una vez vi una de esas
filmaciones, una que está guardada con fecha de hace un tocazo de tiempo. Ya a escondidas de Papito, lo vi y
me dio un poco de miedo por la cantidad de cosas feas-refeas que cuando te andan filmando no se ven.
Y después fue lo de Francisco, pobre. Papito nos dijo de que hagamos la historia de Ricitos de Oro. A
Francisco le tocó hacer de Ricitos. Papito le hizo ponerse una peluca de rulos dorados y todo, y nosotros
éramos los tres osos. Hasta le hizo ponerse un slip de él y se lo rellenó con un almohadón, Así estás más
gordita, Frannie. Nos llevó a una casita de madera que él mismo había hecho con martillos y clavos. Y
menos mal que no tenemos vecinos cerca, que hizo un ruido bárbaro. Porque todo el día fue pum y pum y
pum, y trac y trac y trac. Tuvimos que representar la historia al pie de la letra, eh. Franco, con la peluca
puesta y todo, tuvo que comerse los platos de sopa de los ositos. También tuvo que hacerse el dormido en
nuestras camas, todo igual al cuento. Al final, Papito dijo que Joaco, que hacía el papel de papá oso, mate a
Francisco con un hacha. Y es que así, así terminaba la historia de Ricitos. Al menos la que Papito siempre
nos contaba. Y Joaco le hizo caso.

Este año a Papito le descubrí la sorpresa bastante antes. Nos metió en el auto y nos llevó por la ruta, bien
para las afueras de Andersen, para los suburbios. Y ahí voy y me doy cuenta que estábamos yendo al bosque.
Era reobvio que Papito quería representar la historia de Hansel y Gretel. Así que, prevenido y para ganar el
juego, me metí en el bolsillo un paquete de galletitas, y empecé a tirar migas entre las plantas, marcando el
camino de vuelta para poder escaparnos tranquilos. Cómo en el cuento, obvio.
Mientras Papito nos filmaba meta pasear por los caminitos del bosque, les juro que yo sentía en la nariz
ese olorcito a caramelo recién hecho. Seguro que mamá nos va a volver a cocinar flan con caramelo cuando
vuelva. Y seguro que en el fondo del bosque nos esperaba la casita de caramelo. ¿La hizo Papito mismo,
enchastrándose las manos de dulce vaya a saber? Eso me preguntaba, y también pensé que la compró hecha,
qué sé yo.
Llegamos al medio del bosque, a una especie de lugar sin árboles. La casita de caramelo no estaba, pero
había una canasta de esas de panadería o de comer tipo pícnic, de sentados en los yuyos. Papito metió la
mano en la canasta. Al primero que disfrazó fue a Joaco, que le puso un disfraz de vieja, pensé que era el de
la bruja. Después Papito volvió a meter la mano en la canasta, y sacó algo negro. Y otra cosa como de tela y
de un rojo fuerte-fuerte, y nos dijo:
―Toma esta máscara de lobo, Mati. Y vos ponete esta caperucita roja, Clari. ―Y dándome un hacha de
esas de carnicero me aclaró―: Mati, hoy te toca matar a Caperucita y a la abuela.
Miré primero a mi hermana, y sin pensarlo dos veces levanté el hacha.

Pilar 07/12/2023

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