Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Marcela Paz
Nos bajamos y caminamos bien cargados con todos los bolsos. En el primer
potrero, bajo el primer árbol, acampamos.
Papá: ¡ Papelucho! A ver si limpias el terreno como un buen scout.
Mamá: ¡ Arma una monton de palos para hacer el fuego! ¡Trae piedras
grandes! Y ¡Pon a un lado los bolsones de ropa!...
Papá: ¡Ayuda a tu madre a ordenar las ollas!
Así estuve todo el resto del día, solo recibiendo órdenes.
Y así se hizo de noche, menos mal que los sueños los inventó Dios para
consolarnos del desastre de los que algunos llaman “ campamento.”
Con el tremendo golpe que recibió la tierra al caer el Papá, paró la lluvia, pero,
luego de un rato amaneció y me quedé con el culebro pero, tuve que
esconderlo para que no lo viera mi papá.
Papá: Ahora guardaremos todo para buscar un sitio cerca de un río y hacer
una ramada. Así tendremos agua y techo.
Mamá: Volvamos al camino y busquemos un hotel.
A poco andar, una nube negra, y otra vez se descarga el diluvio.
Papá: ¡ A refugiarse cada uno donde pueda!
Con el diluvio no se veía nada y cada uno corrió a meterse quizá dónde. Yo
descubrí una especie de casuchita y me refugié con mi culebro.
Cuando dejó de llover salimos del refugio. No se divisaba nadie, estábamos
solos, mi culebro y yo.
Éramos los dos solos en el mundo y avanzábamos. A cada paso se iba oyendo
más cerca unos tambores.
De repente nos encontramos ante un campamento indio.
Los quedamos mirando, escondidos detrás de unas matas. Tenían el cuerpo
pintado entre hippie y cebra. Les colgaban flechas y plumas, y no lejos ardía
una fogata que olía a palo quemado.
Los indios nos vieron y dejaron de tamborilear. Los seis indios se acercaron a
nosotros y nos quedaron mirando muy fijo.
-¡ Hola ¡- les dije para tranquilizarlos.
-¡ Hola ¡- contestaron en coro, apuntando sus flechas.
¿ Saben hablar Chileno?
-¡ Somos chilenos! Dijeron- otra vez en coro y, así fuimos haciéndonos amigos.
Resulta que no eran indios sino, niños de mi edad haciendo campamento.
Tenían su propia ruca y no les importaba la lluvia porque lo pasaban muy bien.
Me convidaron leche, pan y fruta.
Salimos a pescar salmones en un río que era desconocido en todo el mundo.
Asamos un salmón y estaba delicioso así que me lo devoré en un segundo.
Cuando llegó la noche, nos amontonamos en una de las carpas y no pase nada
de frío.
Caminamos un buen rato callados. Había tanto que hablar que más valía no
decirlo, y así fuimos perdiendo de vista al enemigo.
Mientras andaba y andaba, me vino el remordimiento familiar, o sea que me
acordé de la Mamá, del Papá, de la Ji (mi hermana) que nadie la entiende... Y
me fui quedando atrás para pensar en ellos tranquilo. Porque a lo mejor
nunca más iba a volver a verlos y me daba congoja. Mi madre huérfana de
hijo, mi padre con su famosa responsabilidad de jefe, mi hermana.
¿ Qué hacer?. Yo los había buscado, ellos me habrían buscado.
Si el mundo fuera redondo, pero quieto y no diera vueltas, ya nos habríamos
encontrado...Una lágrima me cayó en pleno pecho y me di cuenta de que casi
estaba llorando. Entonces me dije: Un hombre no llora ni se desanima.
Y así llegamos a un bosquecito donde había una ruca hecha de barro y ramas
con techo de totora (hojas de árbol) bien chasconas.
Seguimos nuestro camino con Bartolo y los demás, hasta que llegamos a un
bosque y nos encontramos con un niño llamado Pellín, que era mapuche, y el
Japo dijo: - Andamos medios perdidos ¿ Porque no nos llevas a tu casa?.
El niño nos guió por un camino lleno de flores hasta su casa donde, vivía con
su abuela. Ella estaba preparando unas tortillas y nos ofreció. Estaban súper
calientes que nos quemaban las manos pero, las devoramos calientitas,
mientras el Pellín (niño mapuche) hablaba a toda vela en su idioma que no
alcanzaba a entender. Apenas terminaba yo una tortilla, tenía otra en la
mano.
Entre el nieto y su abuela nos acomodaron un rincón blandito de hojas secas y
los dos se arreglaron en otro, ahí cerquita. Es difícil dormirse cuando uno está
cansado, pero es más difícil despertar al otro día.
Las abuelitas mapuches no tienen mañas como las de ciudad y ni se acuerdan
de esas reglas de lavarse la cara y los dientes. Yo creo que por eso tienen
dientes tan blancos y parejos. Al levantarse, la única obligación es recoger
ramitas para el horno. Uno aprende a tostar harina y hacer ulpo, que es rico y
llenador.
Salimos con el Pellín y los demás y conocimos a un hombre, que era pescador.
Yo le conté la historia de mi gente perdida y entonces nos convidó a llevarnos
a Niebla de paseo, por si los encontraba.
A la mañana siguiente, antes de que amaneciera, remolcamos el bote hasta la
orilla, echamos dentro el canasto y nos acomodamos para remar por turnos.
De repente me di cuenta de que no estaba el Pellín. Miré a la orilla, y allá lo
divisé con su manito diciéndonos adiós.
Era tan lindo ver la luz que iba derritiendo la noche y dándole cancha al sol que
ni se hacía pesado tanto remar.
Tampoco daba congoja pensar que a lo peor se habían terminado de verdad las
vacaciones y lo íbamos a saber de un porrazo, al llegar a la orilla..
El sol nos rasguñaba las orejas y cogotes cuando llegamos a Niebla. Unos
pescadores amigos del viejujo nos llevaron a comer un caldito en una hostería
de playa.
Así terminaron mis vacaciones después de muchas aventuras y adversidades
pero, fueron unas vacaciones inolvidables
Y a pesar de haber estado sin mi familia pude encontrar muchos amigos pero,
el mejor fue un tierno y fiel culebro.