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Seminario Mayor Diocesano Teología Espiritual

“Nuestra Señora del Camino” Pbro. Francisco Chocoj


Sololá, Guatemala, C.A. Ensayo
CHACOM VÁSQUEZ, Leonardo Moisés
VOCACIÓN Y CARISMAS EN LA IGLESIA
Tras entender que la Teología Espiritual es una diciplina teológica que trata de Dios
Uno y Trino en cuanto fuente, ejemplar y término de la vida cristiana, es oportuno,
ahora, profundizar sobre el tema de los carismas y desde luego de la vocación en la
Iglesia, ya que, en numerosas ocasiones hemos leído y escuchado esta expresión sin
embargo desconocemos su origen e importancia.
En un primer momento, el término carisma puede ser entendida desde una doble
vertiente, esto desde su uso popular o desde su significación religiosa. El sentido
popular del término significa que el pueblo entiende que una persona tiene carisma
cuando posee una serie de cualidades que la hacen singular, atrayente, capaz de liderar
un grupo, así como poseer algunos dotes singulares como la belleza de un rostro o una
voz dulce. En el orden espiritual, acontece algo parecido, pues hay personas
especialmente dotadas para la empatía religiosa, para comunicar sus propias
experiencias espirituales, para contagiar sus cualidades humanas, religiosas, espirituales
y/o sobrenaturales1.
En la Sagrada Escritura, dicho término, se encuentra en el Nuevo Testamento
concretamente en los escritos Paulinos; San Pablo lo utiliza en 16 ocasiones y una sola
vez es usada en la primera carta de San Pedro (cfr. 4, 10). San Pablo presenta como
carisma la vocación cristiana a la que llama Dios a los Corintios en Cristo Jesús, esto
es, llamados a ser santos (cfr. 1 Cr 1, 7).
Ahora bien, etimológicamente, “carisma” procede directamente del latín y del griego
χάρισμα, de la misma raíz que χάρις, que significa gracia, esto es, un don que Dios
concede gratuitamente al hombre haciéndole partícipe de su misma naturaleza. Por
ello, la Teología cristiana entiende carisma por un don espiritual que el Espíritu Santo
concede a los cristianos para edificar la Iglesia o extender el reino de Dios, luego no es
una cualidad meramente personal, ni mucho menos un simple talento, sino un don.
De forma que el verdadero don carismático de Dios a los hombres creyentes es el
Espíritu Santo, más concreto todavía, la Santísima Trinidad; luego, el Espíritu Santo es
el don de los dones, la raíz fundante de todos los demás dones, más aún, es el Don
increado.
Ahora bien, la misma experiencia cristiana testifica que hay diversidad de carismas no
porque unos sean mejor que otros, sino para colmar a la Iglesia de tantas gracias,
además, con la diversidad de carismas se refleja la unidad en la pluralidad. Así pues,
hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo, hay diversidad de
ministerios, pero el Señor es el mismo, diversidad de operaciones, pero es el mismo el
Dios que obra todo en todos (cfr. 1 Cr 12, 4-6); por lo dicho, se afirma que todos
poseemos carismas, los cuales hay que discernirlos y custodiarlos.
Los principales carismas presentados por San Pablo en su carta a los Romanos son: la
profecía, el ministerio, la enseñanza, la exhortación, la limosna (donación), el ejercicio
de la presidencia y el de la misericordia (12, 6-8). Ante ello, cabe preguntarse si son
únicamente estos carismas, que Pablo menciona, los que existe en la Iglesia, a lo que se
1
Cfr. DANIEL DE PABLO MAROTO, «Teología y espiritualidad de los carismas», 454.
ha de responder que los carismas no se reducen a un número específico, es decir, son
muchísimos los carismas que el Espíritu Santo concede, esto porque no hay límites en
el Espíritu Santo, antes bien, suscita carismas según las necesidades de los tiempos y de
los lugares, otros carismas en cambio se van renovando.
Por lo dicho, no todos los carismas tienen la misma importancia, más no por ello se ha
de entender que sean innecesarios, todos son necesarios y se integran en el cuerpo de la
Iglesia, sin embargo, la función necesaria de todos los carismas exige una
jerarquización para el buen funcionamiento, es por ello que San Pablo realiza un orden:
primero los apóstoles, profetas, maestros, milagreros, curanderos, la diaconía y el
gobierno, y la glosolalia (cfr. 1 C 12, 27-30).
Ahora, todos los carismas que Dios concede al hombre con total libertad y amor tienen
una finalidad: el de beneficiar a toda la Iglesia, es decir ha de servir para que se crezca
en unidad, para enriquecer a la Iglesia y para acercar las almas a Dios; nadie puede
apropiarse de las gracias espirituales que concede el Espíritu Santo para su beneficio
personal, antes bien ha de ponerlo al servicio de los demás, esto no quita que los
carismas que el Espíritu Santo concede a ciertos cristianos sean santificantes para ellos
mismos. Por consiguiente, el motor que hace que el carisma sea auténtico es el amor,
carisma fundamental que da sentido a todos los demás y sin él ninguno tiene valor.
Por tanto, se puede resumir, lo antes mencionado, afirmando que los carismas son
dones particulares distribuidos según el beneplácito de Dios para el bien de cada uno
y la utilidad de otros, manifestando que la comunión en la Iglesia no es uniforme, sino
don del Espíritu que pasa a través de la variedad de los carismas y de los estados de
vida2.
Respecto a lo último mencionado y en numerosas ocasiones se ha escuchado que
existen varias congregaciones con carismas propios, ante ello conviene recordar lo que
la Iglesia ha dicho.
El Concilio Vaticano II asegura que entre los carismas más importantes figuran los
que sirven para la plenitud de la vida espiritual, en especial los que se manifiestan en las
diversas formas de vida consagrada, de acuerdo con los consejos evangélicos, que el
Espíritu Santo suscita siempre en medio de los fieles. Con que razón, la Vita
Consecrata dedican varios numerales a exponer el carisma de la vida religiosa como un
don del Espíritu Santo que está constantemente recreando formas nuevas de vida
sagrada, como queriendo corresponder, según un providencial designio, a las nuevas
necesidades que la Iglesia encuentra hoy al realizar su misión en el mundo (cfr. VC,
10).
En este sentido, existe un carisma fundacional, esto es un don especial que Dios
concede a los fundadores o fundadoras para que crean una nueva institución en la
Iglesia, una congregación, un instituto, y así colaboren con la jerarquía eclesiástica a
extender el reino de Dios. El carisma fundacional recae sobre la figura del fundador o
fundadora definido en un documento oficial de la Santa Sede.
En este sentido, los fundadores han sido suscitados por Dios en su Iglesia, llamados
personalmente para intervenir en su evolución histórica, es decir han tenido una historia
vocacional propia. Todos los miembros de los institutos religiosos y congregaciones

2
Cfr. JUAN PABLO II, Vita Consecrata, 4.
han de heredar el espíritu del fundador o fundadora y lo deben custodiar, solo así podrá
formar una escuela de espiritualidad3.
Ahora, se distingue dos tipos de gracia carismática en los fundadores: el carisma de
fundador y el carisma del fundador. El carisma de fundador es el don o suma de dones
que el Espíritu Santo concede a algunos cristianos para que inicien un nuevo
movimiento, orden o congregación religiosa como servicio a la Iglesia y a la sociedad
de su tiempo; su finalidad es la fundación, es una gracia personal e intransferible. El
carisma del fundador sería la suma de las gracias que posee como dones del Espíritu
Santo, incluidas las gracias de fundador.
De esta manera, el Espíritu Santo es causante de los carismas fundacionales, luego se
puede hablar de una dimensión pneumatológica de las órdenes religiosas; esto quiere
decir que no ha sido ni invento ni iniciativa personal, por ello existe dos modos de
inspiración del Espíritu Santo al fundador: una inspiración directa: esto es como una
inspiración divina, como una revelación particular; y la inspiración mediada: esto es
definida como llamada mediada, esto sucedió primordialmente en el eremitismo y
cenobitismo. Pero no solo tiene una dimensión pneumatológica sino también
cristológica, esto porque el Espíritu que es el Espíritu de Cristo, conduce a su misterio y
a su ministerio salvífico, es más, la vida de los fundadores, su carisma fundacional y los
fines que establece en sus reglas y constituciones conducen al seguimiento e imitación
de Cristo, con lo cual se pretende imitar una faceta de la persona o de la misión de
Cristo, pues el misterio de Cristo no solo reside en su divinidad, sino en su humanidad
divinizada.
Respecto a los que fueron llamados al Orden Sagrado, también son colmados de gracia
y bendición, y tienen un carisma propio; la Pastores Dabo Vobis recuerda que entre
estos dones que Dios concede a algunos se encuentra el celibato (cfr. n. 44).
¿Y qué decir de los laicos?, los laicos también poseen carismas, el Espíritu Santo
también les confiere múltiples carismas, como lo afirma la Christifideles laici; es por
ello que el papa Francisco, recientemente, ha instituido, con su motuo propio
“Antiquum Ministerium”, el ministerio de catequista, además de los ministerios laicales
ya conocidos, esto porque es Dios quien actúa a través de los laicos.
Por todo lo dicho, se entiende que los carismas no son un invento de la Iglesia y todo
aquel que de alguna manera escucha la llamada de Dios para crear un nuevo instituto o
congregación ha de ser evaluado y discernido por la Santa Sede para su aprobación,
luego seamos muy cautelosos para no dejarnos engañar por grupos o movimientos que
dicen ser inspirados por Dios pero que suscitan vacilaciones en nuestros corazones,
también debemos dejarnos iluminar e interpelar por el Espíritu Santo para descubrir
nuestra vocación y nuestro carisma para alcanzar el cielo eterno.
Por tanto, junto al ejemplo de numerosos Santos debemos de tener una actitud de
humildad, de gratitud y de amor ante los dones, ante los carismas que el Espíritu Santo
nos quiera conceder y desde luego conceda a su esposa amada, la Iglesia, para extender
el reino de los cielos; pero que también exige de nuestra parte cuidar y custodiar los
carismas, para que desde ahora construyamos el reino de los cielos.

3
Cfr. JUAN PABLO II, Vita Consecrata, 36.

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