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EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL DE LOS SEMINARISTAS

DISCERNIMIENTO VOCACIONAL Y CRECIMIENTO EN LA VIDA DE LAS


VIRTUDES TEOLOGALES.

Alfred C. Hughes, Obispo de Baton Rouge, EE.UU.

El director espiritual de los seminaristas tiene el rol privilegiado de acompañar a los


candidatos en su viaje hacia una fe más profunda, una esperanza más firmemente enraizada y un
amor cristiano genuino. Es tan central el crecimiento en la vida de estas virtudes teologales que
se puede decir que todo el itinerario espiritual en la vida gira en torno a ellas. Debido a que el
llamado a la vida sacerdotal y al ministerio está radicado en el fondo en el llamado universal a
la santidad, será importante para el director espiritual retener este contexto como una visión
tanto para sí como para el candidato a quien asiste.

LA LLAMADA UNIVERSAL A LA SANTIDAD


El Concilio Vaticano II nos recuerda: “Todos los fieles cristianos, en cualquier condición de
vida, de oficio o de circunstancias están llamados a la plenitud de la vida en Cristo y a la
perfección de la caridad” (LG 40). Esto es un eco de la advertencia del Señor en el sermón de la
montaña: “Sean perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). San Pedro
desarrolla esta llamada en su primera carta, interpretada algunas veces como una reflexión sobre
el Bautismo.
¿Qué es la santidad de vida a la que estamos llamados? Santidad de vida es el dominio
creciente de un amor oblativo que nos permite por la fe participar de la vida trinitaria por la
incorporación sacramental a Jesucristo en la Iglesia; nos une y nos asimila a El en la
conversión de vida por la esperanza; y nos permite adorar al Padre y servir a los demás en la
fuerza del Espíritu en una fidelidad concreta a nuestra vocación personal de vida.
Primero y principalmente, es importante conocer las raíces ontológicas de esta llamada a la
santidad. Estamos invitados a tener una real participación en la vida de la Santísima Trinidad. A
pesar de que esta participación no nos es connatural, es por la gracia que somos hechos hijos e
hijas adoptivos de Dios Padre en el Hijo Jesucristo por el poder del Espíritu Santo. Somos
conducidos a una comunión real con la vida increada. Esto es un efecto de nuestra
incorporación sacramental a Cristo mismo, el único mediador, por el Bautismo y la
Confirmación. Esta incorporación modifica nuestro propio ser. En efecto, estamos llamados a
vivir la vida de Cristo. El es la fuente primaria de esta nueva vida, quien la hace posible. El es
el modelo de lo que significa vivir esta vida en este mundo. Esta incorporación sacramental a
Cristo se expresa a sí misma por la participación en la vida de la Iglesia, cuerpo de Cristo. La
Eucaristía es su expresión sacramental más completa. Los sacramentos de sanación nos
permiten experimentar en nuestra constante debilidad moral y física los frutos salvadores de la
redención del alma y del cuerpo.
Esta vida ontológica que es un regalo puramente objetivo, necesita ser madurada
subjetivamente. Esto es lo que se conoce normalmente como vivir la vida interior. María es
madre y modelo para todos los cristianos en nuestra respuesta.
Nuestra aceptación conciente y compromiso es esta nueva vida se hace posible por la fe. El
mundo en que vivimos presenta desafíos significativos a la fe. Casi inconcientemente crecemos
en muchas partes del mundo con un horizonte puramente secular. Todo parece estar enfocado en
el aquí y ahora. Más aún, creer se reduce frecuentemente a una simple opinión personal. Pero el
objeto de la fe es Dios y lo que nos ha revelado. La fe le permite a la razón ver y entender de un
modo que la facultad humana, sin ayuda, por sí sola nunca podría alcanzar. Los autores
espirituales se han referido a menudo a este viaje de la fe como el camino de la iluminación. Es
un movimiento de la persona humana hacia la Palabra hecha carne, el Hijo de Dios. Tomás, el
apóstol, como nos lo enseña Gregorio, probablemente hizo más para ayudarnos en nuestra fe
que cualquiera de los otros apóstoles. Su duda inicial y la mente científica inquisitiva con que
realizó su esfuerzo personal pueden ser una gran fuente de consuelo y fortaleza para nosotros.

1
Es la fe la que hace posible nuestra salvación y nos abre la capacidad de crecer en la vida
interior.
Nuestro anhelo por experimentar el cumplimiento de las promesas que nos ofrece Dios Padre,
a pesar de las dificultades que encontramos, se hace posible por la esperanza. Una sociedad
enfrascada en la persuasión del placer promueve la desesperación antes que la esperanza. No
puede tratar con el sufrimiento o con la muerte. El objeto de la esperanza es Dios y sus
promesas. La esperanza reconoce que los deseos más profundos del corazón humano solo se
realizan en Dios. De hecho, la esperanza está enraizada en el corazón, el nombre que las
Escrituras dan al centro de la persona humana. Los autores espirituales se han referido
frecuentemente al viaje hacia de la esperanza como un camino de conversión porque está
marcado por el paso desde el estar centrado en uno mismo al estar centrado en Dios. Es un
movimiento hacia el Padre que nos creó y a quien un día retornaremos. Simón Pedro puede ser
un modelo que nos ayude. El tuvo muchas dificultades en anticipar el sufrimiento y la muerte
del Señor. Intentó disuadir al Señor de ir a Jerusalén. Cuando llegó el momento del sufrimiento,
Pedro negó al Señor y luego desapareció. Todavía Pedro pudo darse la vuelta 1. Dejó que el
rostro misericordioso del Señor, revelando el ofrecimiento del perdón, tocara su corazón. Pudo
arrepentirse de sus pecados con un triple acto de amor. Luego el mismo Señor le dio la misión
de ser el ancla de esperanza para sus hermanos.
Nuestra respuesta debe estar marcada sobre todo por un amor que se sacrifica a sí mismo.
Agape es la única palabra usada en la Sagrada escritura para referirse al amor sacrificado y
redentor del Señor por nosotros, como también al tipo de amor que estamos llamados a tener por
El y por los otros. Esto no resulta fácil porque nuestra cultura fomenta el individualismo y un
comportamiento que gira sobre uno mismo. El objeto del ágape es Dios y el don que Dios hace
de sí. Agape no es storge, que es el afecto humano. Tampoco es eros, que es el deseo. Tampoco
es philia, la amistad. Más bien es la donación que hacemos de nosotros a Dios y a los otros que
se hace posible porque la voluntad humana es transformada por la gracia. Los autores
espirituales se han referido a menudo a esto como el camino de la unión. Se trata de aceptar el
don que Dios hace de sí y de ofrecernos como una donación total en respuesta. Se hace posible
por los dones del Espíritu Santo que habita en nosotros y facilita nuestra respuesta. Juan el
apóstol puede servir como un buen modelo para nosotros. Fue él quien pareció experimentar de
una manera especial el amor que el Señor le tenía. Fue también él quien recordó tan vivamente
la firme enseñanza del Señor: “Como el Padre me amó yo los he amado...este es mi
mandamiento: ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15, 9-12).
Esta vida de fe, esperanza y amor no debe 2 ser simplemente una de las facetas de la vida
humana. Debe ser (su) fuerza conductora, el corazón de la vida Cristiana. Por lo tanto debe
mantener el dominio y gobernar la totalidad de la vida. Esto no sucederá si se mantiene estática
o disminuye su fuerza. Debe aumentar y crecer. Esta vida de fe, esperanza y amor no solo nos
permite experimentar profundamente que somos hijos e hijas del Padre en el Hijo Jesucristo,
sino que también nos lleva a una unión esponsal con Dios. Más aún, los dones del Espíritu
Santo se nos ofrecen para que podamos ser y actuar como Cristo mismo. Así somos asimilados
a El. Este dominio creciente de la caridad oblativa, nutrida de la fe y la esperanza, debe
conducir a una expresión en dos sentidos: el servicio de Dios como adoración y el servicio a los
otros en el transcurso de nuestras vidas. Ambas cosas son posibles por los dones del Espíritu
Santo que nos lleva a adorar en espíritu y en verdad (Jn 4, 23-24), y también a amar a los otros
como el Señor nos ama (Jn 13, 14).
Finalmente, el modo en que esta vida de gracia debe ser vivida debe encarnarse en relación
con las responsabilidades concretas de nuestra vocación personal. 3 Dios revela su voluntad
salvífica y santificadora para nosotros en los deberes específicos y en las tareas 4 que cada uno
debe afrontar en su vida. La santidad nunca se realiza a pesar de estas demandas, sino más bien
1
Turn back: es la escena de las negaciones.
2
intended to: más que pretende, debe, tiende a.
3
en vida: sería redundante (vida de gracia, vivida, en vida)
4
lit. developments; también “emprendimientos”.
2
en y a través del camino en que las vamos realizando. Esta es la visión y el contexto para la
formación de los seminaristas según las sagradas escrituras.

LA LLAMADA A LA ESPIRITUALIDAD DE LOS MINISTROS ORDENADOS EN LA


IGLESIA.
La llamada al sacerdocio es una vocación específica en la Iglesia. “El sacerdocio ministerial o
jerárquico de los obispos y presbíteros y el sacerdocio común de los fieles participan ‘cada uno
en su propia medida del sacerdocio de Cristo’ mientras que ordenados el uno al otro, difieren
esencialmente” (CEC 1547; cfr LG 10). En virtud del bautismo somos incorporados al cuerpo
de Cristo. En virtud del sacramento del Orden 5 somos incorporados a la cabeza de Cristo. Esto
es lo que le permite al ordenado reflejar y hacer presente el rol mediacional de Cristo, su
función como pastor y cabeza del cuerpo de la Iglesia.
La espiritualidad del ministro ordenado es la vivencia 6 subjetiva de esta realidad objetiva.
Esto se realiza principalmente por el desarrollo de las disposiciones de la mente y del corazón
como también de las virtudes que han marcado el camino por el que Cristo completó su rol
mediacional. Esto fue expresado por Cristo durante su vida humana en su asunción de su rol de
sacerdote según el orden de Melquisedec, como lo expresa con tanta fuerza el autor sagrado de
la Carta a los Hebreos.
La donación en el sacrificio de sí que el candidato al sacerdocio ministerial necesita madurar
incluye la aceptación de una muy real participación en el rol redentor que Cristo llevó a cabo
entre nosotros en su humanidad. Este rol redentor se expresó en la Palabra del Padre que se hizo
carne, como el sacramento del misterio de Dios y como la imagen perfecta del amor del Padre y
de su solicitud por todos nosotros. Para vivir una participación en este rol redentor, el sacerdote
ordenado está llamado a abrazar un ministerio que tiene tres aspectos: la palabra, los
sacramentos y el cuidado pastoral. La espiritualidad del seminarista, por lo tanto, debe
comenzar a dirigirse hacia un compromiso interior en cada uno de ellos. De manera especial
esto significa un crecimiento en la fe, la esperanza y la caridad.

5
en castellano en singular
6
Living out.
3
EL CRECIMIENTO DEL SEMINARISTA EN LA VIDA DE FE
La Carta a los Hebreos define: “Fe es la confianza segura concerniente a lo que esperamos, y
la certeza sobre las cosas que no vemos” (Heb 11,1). Esta fe a la que están llamados todos los
discípulos, pero que es tan críticamente importante que los seminaristas cultiven, no crece
fácilmente en nuestra cultura. Antes que nada, hay inevitablemente una lucha para apreciar la
importancia de incorporar en sus vidas momentos prolongados para el amor trascendente. Los
seminaristas deben encontrarse libres de patrones contaminadores de sus vidas. Hay
innumerables imágenes, sonidos, olores, gustos y sensaciones fascinantes y cautivantes.
¿Pueden además llegar a ver, oír, oler, gustar o tocar al fascinans tremendum? El mayor anhelo
del corazón humano es la expansión del espíritu, la verdad, la belleza y el amor auténtico. Una
de las decisiones fundamentales que un Cristiano puede hacer en su vida es entre vivirla en un
diálogo abierto y amistoso con un Dios que se trasciende o restringirla por el horizonte
seductivo y restrictivo de la realidad puramente secular. La elección humana implicada aquí
puede tocar las raíces de nuestro ser. La podemos encontrar atemorizante, porque
experimentamos que el llamado a alcanzar lo que está más allá de nosotros es a la vez atractivo
y riesgoso. Siempre incluye de algún modo alejarse de personas y de un modo de vida que se
puede haber hecho bastante familiar y confiable. Implica separación. Conduce a una nueva vida,
pero solo al precio de una verdadera muerte.
Los maestros espirituales de cada época han señalado 7 la centralidad de esta lucha. Con
firmeza y constancia, invitaron a los discípulos a encarar con coraje la transformación requerida.
Muchos no entienden este énfasis puesto en la trascendencia. Las voces que los rodean los
urgen a verse envueltos en toda clase de compromisos. Pero el paso inicial en el movimiento
hacia la vida interior requiere acallar el corazón y que nos separemos de toda actividad
frenética.
Los seminaristas que abren los ojos a la gran necesidad que tienen de una experiencia
trascendente necesitan la ayuda de su director espiritual para descubrir caminos para expresar su
deseo y desarrollar su experiencia del misterio. Necesitan incorporar períodos de silencio a su
camino perseverante y lleno de fe. Necesitan desarrollar un ritmo de vida que les permita tener
momentos continuos y extensos de silencio. Los programas del propedéutico o de la pre-
teología en los seminarios deberían incluir un acompañamiento comunitario tanto para
desarrollar tiempos sostenidos de serenidad en la vida como para mantener por sobre todo un
ritmo de vida que sostenga una oración más profunda, lectura y estudio.
El movimiento hacia el misterio trascendente envuelve un acercamiento a Dios que es
profundamente personal. La experiencia cristiana de la trascendencia no es vaga ni abstracta ni
impersonal. Es el encuentro con el Dios Trino.
Puede haber muchos obstáculos que compliquen este acercamiento a Dios. Por ejemplo, si nos
sentimos culpables, podemos experimentar una gran ansiedad al principio para ingresar en la
presencia de Dios. Esto puede ser especialmente verdadero si nuestra historia previa nos ha
inclinado a percibir a Dios como distante o exigente. O si hay un lento resentimiento sobre el
modo en que las cosas han sucedido para nosotros en la vida puede Dios parecernos como
desconectado y despreocupado. El enojo interpone, entonces, lo que parece ser un golfo
infranqueable entre nosotros y Dios.
Los seminaristas necesitan ayuda para estar mas atentos a los obstáculos que tienden a hacer
que Dios parezca lejano o impersonal. Al aprender a expresar su culpa, resentimiento o ira a un
director espiritual, los seminaristas pueden aprender cómo llevar estas experiencias interiores a
la oración con Dios. Usualmente, las barreras hacia la intimidad van a comenzar entonces a
derrumbarse. Algunos pueden encontrar útil expresar su oración a Dios de forma escrita. Lo
importante es luchar8 por articular qué hay realmente en el corazón y qué se quiere decir

7
Have focused: han enfocado.
8
striving
4
sinceramente cuando se acercan a Dios. Deben ser preferidas la simplicidad y la sencillez a las
formas elaboradas y complicadas.
Dios nuestro Padre es el Creador personal, Providente, Fin 9 de nuestras vidas. Se preocupa
profundamente por los acontecimientos más pequeños en (nuestra) vida. Acaricia al “niño” en
nosotros y despierta la conciencia de que dependemos de manera completa de su providencia
paternal. Nos inspira confianza, abandono, confidencia. Pero también es cierto que podemos
orientar las actitudes ambivalentes hacia un amor humano paternal. Esto parece particularmente
cierto para muchos que viven hoy en día. Puede ser de mucha ayuda traer estas ambivalencias al
Padre en un modo directo y llano. Incluso algunos pueden aprovechar una ayuda psicológica
momentánea para facilitar la curación de las heridas más persistentes. Al final nuestra meta es
hacer nuestra la oración del salmista: “suficiente para mantener mi alma tranquila y serena
como un niño en brazos de su madre, tan contento como un niño que ha sido destetado” (salmo
131,2)
Dios Hijo, Cristo Jesús, es nuestro Señor y nuestro hermano. Ha venido como hermano para
todos nosotros. Ha tenido la experiencia de la vida humana. Ha ingresado en el misterio de la
existencia humana tan completa e inequívocamente que ninguna dimensión de la experiencia
verdaderamente humana le es extraña. Podemos llegar hasta El como a Aquél que sabe y
entiende nuestra vida mejor de lo que podemos llegar a entenderla nosotros mismos. Y Jesús es
un hermano para nosotros, más de lo que nadie puede llegar a serlo. No importa cuántas dudas
sobre nosotros mismos puedan desconcertar , no importa cuán pobres nos podamos sentir, ni
cuan ansiosos estemos, Jesús se ha asociado con nuestra experiencia de modo que podemos
ponerlo todo a sus pies. Podemos abandonarlo todo en su Corazón que (todo lo) sana .
Aún cuando Jesús es nuestro hermano más verdadero, él es también nuestro Señor. El lo es
con cada uno de nosotros; sin embargo, El trasciende tanto nuestra mera naturaleza humana que
no podemos sino inclinarnos en profunda adoración. Jesús es Señor de la vida y de la muerte. Es
el Señor del corazón.
En todo esto, los verdaderos discípulos dependen al fin de la luz y de la gracia fortificante de
Dios Espíritu Santo. El Espíritu es el Paráclito que procede del Padre y del Hijo, y que habita
en nosotros10, permitiendo una respuesta de fe11. El Espíritu es el Don divino, sin mérito, sin
que lo ganemos, inmerecido. El Espíritu está profundamente dentro nuestro, y a la vez
completamente más allá. El Espíritu da vida a toda la persona. Cuando hablamos de vida
espiritual, no queremos decir principalmente vida del espíritu humano. Lo que queremos
significar es la vida atrapada en la vida espiritual de Dios, la vida del Espíritu Santo. Como
cristianos creemos que el don del Espíritu Santo, ofrecido a todos y entregado de una manera
única como sacramento en el bautismo, puede llegar a ser una fuente cada vez más activa de
vida redentora para toda la persona. Así el Espíritu Santo nos permite dirigirnos 12 Dios como
“Abba, Padre” (Rm 8, 15), nos dirige a afirmar en la fe que Jesús es el Señor (1 Jn 4, 15) y nos
facilita un camino en la vida marcado por los frutos del Espíritu (Gal 5, 22-24).
Por lo tanto, es importante que el director espiritual esté constantemente atento a patrones
meramente externos de comportamiento religioso, y vigilante por despertar la verdadera vida
interior. El director espiritual necesita estar atento a los modos internos en los que el Espíritu
Santo trabaja. La buena dirección espiritual debería ayudar al discípulo a desarrollar la
capacidad de reconocer la verdad profunda de la enseñanza de la Iglesia en las escrituras y en la
tradición espiritual, en los misterios celebrados en los sacramentos y en los desafíos concretos
de la vida personal del candidato. Un buen director espiritual busca la gracia de la verdad
permanente en el rol del Bautista. El director apela a una conversión disciplinada y señala el
camino hacia el Mesías. El director no debe interferir en el camino del Señor.

9
Destiny en cuanto fin último
10
dwells within: mora dentro.
11
Lit. en fe.
12
Aproach:en Rom 8, 15 es traducido por “dirigirse”, más que aproximarse.
5
Un buen director espiritual querrá ayudar a conducir al seminarista a una oración meditativa
genuina. La oración de meditación 13 comienza con la experiencia de acallar internamente la
mente y el corazón, haciendo más posible una mayor atención al Dios siempre presente.
Continua con algún tipo de consideración prolongada de un evento o de un texto o de una
verdad. Lleva al final a despertar en el corazón un deseo, un propósito o una expresión afectiva
de respuesta.
Toda la oración de meditación llega a su culmen en una respuesta sentida en el corazón 14
desde lo más íntimo del alma. La serenidad como un niño pequeño delante del Padre permite
que algún aspecto de la Palabra sea concebido en el corazón y lleva a los dones del Espíritu en
una vida transformada. Obviamente María, quien no solo físicamente se mantuvo en silencio
delante del Padre y concibió al Hijo por la fuerza del Espíritu Santo, sino que también ingresó
espiritualmente en la vida interior conservando en su corazón los hechos (Lc 2, 19) y las
palabras (Lc 2, 51) que rodeaban los misterios de Dios, es el modelo para la meditación
cristiana.
La meditación debe tocar tanto la mente como el corazón. Se deben evitar dos extremos: si
salteamos el intelecto, nos arriesgamos a desarrollar un cuerpo con una mente vacía; sin nos
mantenemos en el intelecto solo sin el movimiento del corazón, nos arriesgamos a desarrollar
una espiritualidad altamente intelectualizada. La oración de meditación, correctamente
entendida y practicada, es la pasadizo estrecho que nos ayuda a navegar entre Silla y Carybdis 15.
La fe, entonces, lleva al seminarista a encontrarse con Dios como realmente es. Solamente si se
encuentra con Dios en su interior, esta disciplina se convertirá en fuente de vida. Vivir un
régimen espiritual con una noción distorsionada de Dios o sin una experiencia religiosa lleva a
una práctica religiosa superficial y a menudo errática. Esto eventualmente hace menos accesible
la vida auténtica del Espíritu. Por el otro lado, ingresar a los estudios y a los programas
pastorales sin una oración de meditación puede llevar a un estilo de vida exterior y a una fe sin
crecimiento. Un seminarista necesita ser ayudado a encontrarse con el Dios vivo y verdadero
para que puedan crecer su vida interior y su fe.

13
uso en español de “meditative prayer”
14
heartfelt
15
Expresión idiomática para referirse al justo medio entre dos extremos peligrosos.
6
ALIMENTANDO LA VIDA DE ESPERANZA EN LOS SEMINARISTAS.

Uno de los fenómenos más inquietantes que observamos en el mundo contemporáneo es la


pérdida de esperanza entre una cantidad de nuestra gente joven. Cuanto más atención se pone en
este mundo, tanto más se persigue el placer como una meta en sí misma. Cuanto más se
persigue el placer como una meta en sí misma, tanto más deprimida se vuelve la gente. Es
irónico que la doctrina cristiana que se muestra como la más verificable en la vida humana es la
más negada o ignorada hoy en día. El pecado original y los pecados personales que se derivan
del pecado de nuestros primeros padres se reportan diariamente en las noticias. Aún más, cuán
seguido el pecado parece que es negado. Cuando se niega el pecado no se advierte la necesidad
de redención. No hay expectativa de una vida futura, ni de un cielo. Se perdió la esperanza.
Cuando, además, nos introducimos más en la vida de Cristo y nos llenamos más de fe para
acercarnos a Dios en la oración 16 , gradualmente advertiremos con san Pablo que “en lugar de
hacer las cosas que quiero, hago el pecado que no quiero” (Rom 7, 19). Esta conciencia de la
división interna usualmente sigue de cerca al deseo que se despierta de seguir a Cristo se
manera más entregada17.
El yo dividido se comienza a manifestar de muchas maneras decepcionantes. Nos volvemos
más y más concientes de cuánto pecado realmente existe en nosotros. Comenzamos a reconocer
cuán poco nos conocemos de verdad. Se vuelve claro cuán fácilmente nos podemos engañar a
nosotros mismos. La motivación parece ser muy compleja. La verdad que da la vida parece tan
elusiva...18
Nuestra desorientación moral parece que tiene su raíz en el orgullo o en el egocentrismo. El
pecado original se ha vuelto un paradigma para todos los otros pecados. El egocentrismo cierra
la llamada a la existencia trascendente. Lleva tiempo comenzar a darse cuenta de que, en
contraste con los ideales del Evangelio, hay verdaderas zonas llenas de pecado en nosotros.
Debemos19 reconocer nuestra propia debilidad moral y nuestra gran necesidad de ser sanados
desde lo alto. Esta división se extiende a muchas de nuestras aproximaciones a la vida: nuestra
envidia, nuestra codicia, nuestra hostilidad, nuestra intemperancia, nuestra lujuria, nuestra
apatía.
De esta manera la envidia se vuelve manifiesta en nuestra dificultad radical para creer que
Dios nos ama de manera única y personal.; verdaderamente nuestra propia inseguridad nos
mueve a codiciar lo que otros parecen ser o tener. La codicia aparece cuando nuestra confianza
en dios está tan frágil que necesitamos rodearnos con todo el apoyo que el mundo nos ofrece
para alcanzar seguridad frente a un futuro incierto. La ira, en lugar de ser dirigida
constructivamente contra el poder del mal y en servicio del bien, puede ser desviada de una
manera destructiva hacia nosotros mismos o contra los demás. La falta de templanza y la lujuria
tienden a sabotear la comunión amistosa entre el cuerpo y el espíritu que hace posible que el
cuerpo contenga una vida interior profunda y que el espíritu sea sacramentalizado en la manera
en que usamos nuestro cuerpo. La apatía manifiesta no la paz de la riqueza de la vida en el
Señor, sino la inercia de un espíritu amortiguado.
El seminarista necesita ser ayudado para evitar un rigorismo en su examen personal y su
confesión. Puede experimentar una dificultad considerable para apreciar las implicaciones de su
ser dividido heredado de otros y además puede resultar herido en su experiencia de vida.
Puede ser sobrepasado de algún modo por la tensión entre la llamada a ser sincero con su
verdadero ser20 y la tentación de ceder ante el ser falso y desorientado. Necesita ser ayudado

16
Reemplazamos la construcción con el verbo become... por un solo verbo en
castellano.
17
“con menos reservas” o “más sin reservas” : more unreservedly.
18
Dos opciones para traducir el so...Por “muy” o por “tan” con puntos suspensivos.
19
Lit. necesitamos, pero ya se repite más adelante.
20
Traducimos “self” por ser, pero se podría buscar una mejor opción: su yo, su persona, etc.
7
para reconocer que Dios nos cura siempre parcialmente en esta vida. La curación completa llega
solo en la otra.
Otro obstáculo para una conversión profunda puede levantarse desde la tendencia humana a
permanecer en un estado muy inmaduro del desarrollo de la conciencia moral. Cuando niños la
gente aprende lo que es correcto y lo que no de las figuras de sus padres, quienes reforzaron las
opciones correctas con (su) aceptación y disuadieron las erróneas con su desaprobación. No hay
otro modo en que alguien pueda haber sido introducido en la vida moral incipiente. La
dificultad llega cuando la gente falla al moverse más allá de la conciencia moral de un niño y
resulta demorada en su desarrollo en un nivel infantil. De esta manera, pueden encontrarse
preocupados principalmente en desarrollar un comportamiento moral que encuentra la
aprobación de figuras adultas significativas y cubre las expectativas del seminario. Este
acercamiento a la vida moral constriñe la vida del espíritu interior y mantiene a la persona
básicamente concentrada21 en una práctica religiosa externa. Incidentalmente, este acercamiento
hacia la vida moral no solo limita severamente a los individuos comprometidos (en ello), sino
que también hace a la práctica religiosa poco atractiva para otros. Así, es muy importante para
aquellos que pretenden alcanzar el ministerio ordenado en la Iglesia buscar ayuda para pasar por
encima de esta inmadurez.
La invitación de Dios para madurar en la vida moral puede conducir a otra trampa. La
necesidad de verse libres de una moral infantil puede impulsar a los seminaristas a querer
resultar más libres e interiores. Mientras intentan interiorizar la toma de decisiones morales,
pueden resbalar en la trampa de hacer sus propios egos centro de su vida moral. Alguna
literatura en teología moral incluso parece apoyar esto. Pueden comenzar a decidir que lo que
parece que promueve el propio desarrollo es siempre bueno y que lo que parece retenerlos en el
camino del desarrollo personal es malo. La toma de decisiones morales se vuelve interior pero
desafortunadamente referida a sí mismo. Puede que no estén muy claramente advertidos de que
lo que les cuesta esfuerzos por desarrollar es su propio ser dividido. Algunos de los resultados22
más humillantes en la vida de cualquiera ocurren cuando nos damos cuenta de que lo que hemos
estado desarrollando con tanto esfuerzo para nosotros supuestamente para el servicio de los
demás, contiene también una gran capacidad para el mal. Y la capacidad para (hacer) el mal
puede ser, en cierto modo más poderosa porque está más escondida.
La mayoría de los seminaristas necesita ser ayudados para apreciar el sacramento de la
penitencia y la reconciliación. Resulta mejor apreciado cuando se halla en camino interiormente
la conversión. Cuanto más experimentan el amor de Dios más van a sentir interiormente las
profundidades de su necesidad de redención. Dios nos ofrece este sacramento en su continuo
deseo de purificar, perdonar y sanar como una expresión continuada de su amor dedicado y de
su fidelidad reconfortante.
Probablemente ningún otro encuentro sacramental da una imagen más nítida de dónde nos
encontramos en nuestro camino hacia Dios. Por encima y más allá de los pecados
explícitamente confesados, los penitentes comparten implícitamente con el confesor la
naturaleza de su acercamiento a Dios; qué experiencia 23 tienen de Dios; cuán libres son para
reconocer el pecado; cuanto se conocen a sí mismos; cuánto sienten el amor de Dios hacia ellos.
En efecto, algo de su total relación interior con Dios, consigo y con los otros se vuelve
manifiesta. El confesor reverente acepta esto con humildad y lo trata como sagrado. Él responde
de un modo que facilite a la gracia sanadora adecuarse a la necesidad del penitente.
El fruto de la auténtica conversión es el gozo y la libertad por una respuesta moral con todo el
corazón. No hay alegría24 que se le pueda comparar. La carga más pesada que una persona lleva
es su propio pecado y el pecado de otros. Jesús dice con total claridad que el primer fruto dela

21
Focuse; es utilizado repetidas veces, pero en castellano no es tan empleada la palabra “enfocar”
(fotografía)
22
Developments: se repite tres veces; en este lugar parece menos adecuado “desarrollo”. ¿Qué otra
palabra se podría utilizar?
23
El verbo experience no tiene una traducción directa.
24
Alegrías hay muchas, felicidad una sola: happiness
8
resurrección es el don del Espíritu Santo que trae la paz y el perdón de los pecados (Jn 20, 22-
23). La esperanza es restaurada.
La conversión del corazón es la fuerza que transforma la vida del hombre. Conduce a la
humildad delante de Dios porque el corazón reconoce que solo Dios puede salvar. Lleva a la
paciencia con uno mismo porque el corazón ahora sabe que no se puede salvar a sí mismo.
Conduce a la compasión con la debilidad y el pecado de los demás porque el corazón siente
constantemente que ha sido perdonado de tanto.
La esperanza revive en el alma que se convierte. Dios y sus promesas se vuelven más reales.
La espera del gozo que trasciende todos los placeres humanos se vuelve realidad. La confianza
es restaurada porque se aprecia la victoria del Señor sobre el pecado, la enfermedad, el
sufrimiento y la muerte.

9
EXPANDIENDO LA VIDA DE CARIDAD EN EL SEMINARISTA

La comunión creciente con Dios y una conversión más cada vez más profunda del corazón
son las bases de la caridad cristiana auténtica. San Agustín ha ayudado particularmente a poner
esto en claro para nosotros. Estaba tan penosamente advertido del modo equivocado de amar en
su vida de juventud que hizo un apartado especial para compartir su propia experiencia para
ilustrar lo que quiso decir. A pesar del malentendido popular en este punto de vista, Agustín no
equiparó el modo incorrecto de amar con un comportamiento sexual promiscuo. Más bien él
distinguió entre eros y ágape. Para él eros era un amor centrado sobre sí mismo, referido a sí
mismo, una expresión de narcisismo. Agape era un amor que se auto trasciende, que se dona,
una expresión de verdadera proyección altruista hacia Dios y hacia los demás. Las experiencias
que lo llevaron a estas conclusiones se hallan contenidas para nosotros en sus Confesiones.
Lo que aprendió en la forja de la vida, Agustín lo reflejó a lo largo del tiempo. Eventualmente
escribió La ciudad de Dios para expresar cómo entendía el camino de toda sociedad hacia Dios.
Aquí contrastó la ciudad de Dios con la ciudad del hombre. No era simplemente una
competencia de la Iglesia contra el mundo. Más bien era un reflejo de las diferencias entre dos
tipos de amor: agape y eros. Reconoció que toda persona es capaz de ambos. De hecho, los dos
coexisten en toda persona aunque uno se vuelve más dominante. La llamada del cristiano es a ir
más allá del control de un amor que se sirve a sí mismo o eros, hacia el amor inspirado por
Dios del agape. Lo que el individuo común vive en este combate en un modo personal se realiza
in la sociedad en un nivel mucho más global. Las luchas entre naciones son por mucho un
macrocosmos de las luchas de los individuos.
El mismo Agustín que nos dejó su testimonio de sus propios descubrimientos sobre el origen
y el fundamento de la caridad, recomendó que contempláramos el amor Trinitario para crecer en
nuestra apreciación de la verdadera caridad. Estaba convencido de que es fundamentalmente la
gracia de nuestro Dios trinitario la que hace posible que nos unamos en relaciones de donación
propia más que de servicio propio. Su testimonio puede ser para nosotros un recordatorio de
mucha ayuda para comenzar en el lugar adecuado. Agape tiene un origen trascendente.
Iluminados inicialmente por Cristo y las Escrituras, ayudados por las reflexiones de los
pensadores cristianos más profundos 25 y guiados por la sabiduría de la Iglesia, es posible tener
una visión dentro del amor trinitario: el Padre se conoció perfectamente y engendró a su Hijo
desde toda la eternidad; el amor mutuo que une al Padre y al Hijo llevó a la eterna procesión del
Espíritu Santo. Hay una comunidad de personas y una unidad en el ser. Su amor es eterno,
mutuo, distintivo, reverencial. Trasciende de tal manera la experiencia humana que el corazón
del hombre solo puede detenerse y maravillarse en una adoración silenciosa.
El amor trinitario no permaneció únicamente como un misterio intratrinitario. El amor divino
se volvió creativo. Lo que el Padre creó se volvió realidad por el Hijo en el poder del Espíritu.
Esto es26 verdadero sobre el universo como un todo, sobre la raza humana en particular y en una
forma única sobre la humanidad de Jesucristo. El Padre cubrió con su sombra a la Virgen María.
Ella concibió por el Espíritu Santo y dio a luz al Hijo de Dios (Lc 2, 32.35). Esta es la verdad
que desafía toda explicación simplista. Es un hecho que reclama reverencia, admiración y
adoración.
El amor trinitario se ha expresado de un modo único en Cristo. Cada hecho, cada palabra,
cada acción de su vida expresó un amor interno consagrado. Los hechos llegaron
inexorablemente al clímax que es conmemorado y celebrado cada año durante el Triduo
sagrado. La Iglesia continuamente presenta estos misterio a los fieles para que los contemplen y
vivan. El amor de Cristo no era sacarina. Era un amor fuerte, oblativo, que no dudo en ofrecerlo
todo para el cumplimiento del plan redentor del amor.
En la Iglesia primitiva los apóstoles comprendieron que su mandato era predicar la redención
divina ofrecida en Jesucristo y luego celebrar este misterio como sacramento. Comprendieron

25
sin el superlativo en el original: deep
26
En esta frase el pasado no parece conveniente.
10
que escuchar atentamente a una buena prédica fortalece la fe en los grandes misterios. La vida
litúrgica se vuelve, entonces, mediadora entre el misterio trascendente y la experiencia humana.
El bautismo nos une verdaderamente a la vida encarnada de Cristo y a su amor pascual. Es más
que un ritual. Es una iniciación en su vida. La confirmación nos fortalece en el don del Espíritu
y en vivir la vida de Dios. Nos confirma en la llamada al discipulado y en la vocación particular
de vida que es peculiar a cada uno.
Los seminaristas necesitan apreciar que la Eucaristía 27 es la fuente y cumbre de la vida
cristiana. Lo que está en teoría se logra apreciar hasta el punto de que cada uno realmente entra
en el misterio del gran don de sí de Dios en Cristo Jesús. Es un contrasentido prestar mucha
atención28 principalmente a lo externo de la celebración en lugar de asegurar que son llenas de
fe, reverentes, y que sostienen una compromiso total con el misterio que se ofrece. La Eucaristía
es un don que debe ser recibido con temor y gratitud. De aquí que es muy importante dirigir la
atención no a la propia expresión sino a la donación de Dios.
Quien es ordenado recibe una llamada especial a ofrecer la Liturgia de las Horas. El
seminarista es introducido en esto al ofrecer diariamente la oración de la Iglesia de la mañana y
de la tarde. Esta responsabilidad pretende ayudarlo a convertirse en un hombre de oración,
formado por las Escrituras y la tradición espiritual por amor al pueblo de Dios. Su compromiso
interior con esta oración para adorar a Dios y para servir al Pueblo de Dios lo ayudará a tocar el
misterio interior de la consagración sacerdotal.
Nadie podría hacer la invitación a la caridad ni expresarla con más fuerza que el apóstol san
Juan: “Amémonos unos a otros, ya que el amor viene de Dios y todo el que ama ha sido
alcanzado por Dios y conoce a Dios” (1 Jn, 4, 7). Todos son exhortados a la caridad fraterna,
una caridad que se origina, no en uno mismo sino en Dios. Así como el amor de Dios no
consiste “en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Dios nos amó y envió a su Hijo
como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn, 4, 10), el motivo para amarnos unos a otros es
que “Dios nos ha amado tanto” (1 Jn, 4 11). “Debemos amarnos entonces, porque El nos ha
amado primero” (1 Jn, 4, 19). “Si alguien dice mi amor está unido a Dios, pero odia a su
hermano, es un mentiroso. El que no ama a su hermano a quien ve no puede amar a Dios, a
quien no ve” (1 Jn, 4, 20). Fue el mismo Jesús el que nos reveló la relación íntima entre aceptar
el amor de Dios y nuestro amor de unos con otros. De un modo especial lo dejó totalmente claro
al lavar los pies en la Última Cena. En efecto, pidió que cada apóstol aceptara personalmente el
don de su amor salvador así como El les lavó los pies individualmente (cfr. Jn 13, 6-11). La
Antigua Alianza había pedido amar a Dios con todo el corazón (Dt 6, 5) y luego amar a los
vecinos como a uno mismo (Lv, 19, 18). Pero Jesús nos pidió amarnos unos a otros como Él nos
ha amado.
Desafortunadamente, algunas veces en la instrucción catequística e incluso en la teología, la
enseñanza de la vida moral cristiana se separa de la enseñanza en la vida de la fe, la esperanza y
la caridad. También frecuentemente es tratada aparte de la vida de los sacramentos y de la
mística. Pero el mandamiento de amar a los otros no surge de un imperativo moral aislado
establecido por Cristo. Más bien, Cristo apuntó a la transformación interior que la experiencia
del don total de Dios puede liberar en nosotros. Ese es el motivo por el cual la contemplación
del amor de Dios nunca puede ser separada de la auténtica acción cristiana sin hacer violencia a
la peculiaridad de la vida cristiana. Es la conversión del corazón por la gracia la que hace
posible la verdadera caridad cristiana.
Es en este contexto que la distinción de Agustín entre un amor de eros y un amor de ágape se
muestra amplia. El amor a los demás que no está asentado en el amor a Dios tiende a ser
manipulador, seductivo o a servirse a sí mismo en cierto modo. solamente el amor que está
asentado en Dios comienza a moverse más allá del egoísmo hacia un cuidado más genuino de
los demás en Dios.
A pesar de que la caridad cristiana encuentra su prueba más importante con aquellos con
quienes vivimos, la caridad no es restrictiva en sus miras. Como el mismo amor expansivo de

27
Literalmente “la oración eucarística”.
28
Focus a great deal of attention.
11
Dios que no permaneció exclusivamente intratrinitario, la verdadera caridad se extiende en
círculos expansivos de afecto solícito. El discípulo cristiano está llamado a velar por sus
amigos, por los compañeros de trabajo, por los que lo necesitan, por la gente de todo el mundo.
Parecen ser círculos concéntricos de afecto que se vuelven más y más extensos a medida que el
corazón se expande en caridad auténtica. Pero para todos los cristianos el amor de Dios es lo
primero. El sacerdote va a ser llamado a amar la fraternidad sacerdotal con aquellos con quienes
trabaja y con la gente a quienes sirve, luego tienen lugar los reclamos de los padres, otros que
trabajan con él y asociados. Toda persona necesitada es un vecino para nosotros, como lo indicó
Jesús en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 29-37). Es posible que a veces la llamada de la
conciencia pueda hacer más difícil la observancia de las prioridades correctas en el amor. Jesús
no prometió eliminar estas tensiones. Pero la presencia de ellas no vuelve a estas prioridades
menos vinculantes. El profeta auténtico ama su comunidad de nacimiento y permanece en ella
aún bajo tensión y enfrentando el rechazo.
Inevitablemente hay dificultades que el seminarista experimentará en su camino hacia un
amor cristiano más expansivo.
Una trampa, muy seductiva por las preocupaciones psicológicas de nuestros tiempos, incluye
el dar excesiva atención al cultivo de relaciones humanas personales. La caridad viene de Dios.
Es un regalo que se debe ser pedido y luego aceptado con humildad de corazón, no solo un
logro personal para asegurar el apoyo y la aceptación de los hombres. Enfocarse exclusivamente
en las relaciones humanas puede conducir a un final sin salida. Algunos necesitan ayuda
especial para poder apreciar esto.
Un segundo obstáculo puede ser la tendencia opuesta de retrotraerse exageradamente de los
propios pares. El candidato al sacerdocio puede resultar atraído a veces a esta vida que le pide
una separación de los patrones del mundo por motivos insanos. Puede que encuentre poca
dificultad con las estructuras que lo llaman al silencio reflexivo y a la conformidad externa.
Puede ser callado, obediente, cooperador, pero incapaz de entrar en o sostener una intimidad
común en las relaciones humanas. El revestimiento exterior de (una) obediencia cooperadora
puede derrumbarse en una rigidez testaruda una vez que el modelo es allanado y confrontado
por el director. Si se logra relajar en la oración e ingresar a un encuentro genuino con el Dios
viviente, esto le puede alentar a ser más abierto en otras áreas de la vida.
La sexualidad es ciertamente un vivo debate en la sociedad contemporánea y en la Iglesia.
Mientras que la predicación y la enseñanza en el pasado solían centrarse más en lo pecaminoso
de la actividad sexual extramatrimonial, ahora o el púlpito permanece callado en esta área o el
mensaje parece que se centra en la salud (higiene) de la expresión sexual. En verdad, la
sexualidad es un don de Dios y es auténticamente buena. Sin embargo, como creaturas caídas
experimentamos nuestra propia sexualidad y la sexualidad de los otros de manera ambivalente:
nos mueve a ir más allá de nosotros mismos en cuidado y amor atractivo por los demás; también
despierta en nosotros impulsos manipuladores y seductivos que alimentan pensamientos y
deseos llenos de lujuria. Como discípulos del Señor no podemos hacer las paces con un
comportamiento genital sexual abierto fuera de la alianza matrimonial. Un comportamiento
autoerótico genital o masturbatorio repetitivo es un síntoma que debería ser explorado con
mucho respeto y humildad para determinar las causas que subyacen y para hacer posibles la
curación adecuada y la conversión. Todo discípulo experimenta cierta desorientación en el área
sexual. Ninguno de nosotros está libre de deseos, sentimientos o pensamientos distorsionados.
Algunos pueden experimentar una ambigüedad en su orientación sexual. Pocos están libres de
algunas acciones desordenadas a lo largo de la vida. Algunos grandes santos, como Agustín,
experimentaron una larga lucha en esta área. El discípulo, sin embargo, no puede perder de vista
la dirección inspirada en la que está llamado a ingresar. Por la fe debería saber que su cuerpo es
templo del Espíritu Santo (1 Cor 6, 19). Con la gracia de Dios, el amor casto es posible de
verdad. Es un don que se debe pedir.
Otro impulso que puede poner tensión en la caridad es la ira. El período contemporáneo de
rápidos cambios y de incremento de la impotencia sobre factores (ubicados) más allá del control
individual parece que despiertan un extraordinario predominio de la ira: ira contra los padres, ira
contra las instituciones, ira contra los sistemas sociales, económicos o políticos. La ira tiene su
12
raíz en un sano impulso agresivo que hace posible las iniciativas para emprendimientos
creativos y que se manifiesta 29 frente al peligro. También conduce a un tipo de aborrecimiento
del mal que moviliza lo mejor en nosotros para combatir con resolución contra el poder del mal
que intenta someter a todo el mundo. Cuando la ira, sin embargo, se dirige consistentemente
contra personas determinadas o instituciones en un grado en que resulta desproporcionada a
cualquier mal objetivo infligido y no está acompañada por ninguna idea discernible, plantea un
problema para la verdadera caridad del cristiano. El seminarista necesita llevar esta ira a dios,
para reflejarse con atención en sus causas y para buscar sanarse. Si rehúsa enfrentar esta ira y
permite que gobierne su vida diaria, puede encontrarse indulgente con arrebatos de ira,
hipercriticismo, comportamientos agresivos pasivos o ensimismamientos hostiles. Este tipo de
comportamientos, si persisten, pueden sugerir la necesidad de ayuda profesional porque
bloquean el crecimiento espiritual.
Otra área significativa de cuidado puede ser la indiferencia u hostilidad frente a la misión
social de la Iglesia. Un seminarista puede encontrarse inclinado a una experiencia religiosa más
emocional. Al encogerse el mundo en tamaño por el desarrollo extraordinario del transporte y la
comunicación, al aumentar la población, al hacerse más manifiestas las violentas injusticias
entre las personas, al multiplicarse los incidentes de opresión, nadie puede alejarse 30 de un
interés expansivo por los pobres. El ambiente y la formación familiar pueden inclinar al
seminarista a limitar los horizontes a los cuidados domésticos. Será importante para el
seminarista llevar este desgano interior a (la presencia de) Dios para que Dios pueda tocarlo con
el amor redentor universal que trajo a su Hijo a este mundo y que se expresó en el amor especial
del Señor por lo pobres.
Finalmente, una época que parece haber generado relaciones muy tirantes entre los padres y
los chicos puede contribuir a (que haya) algunas complicaciones en la relación del seminarista
con las figuras de autoridad o incluso con los directores. Su deseo de entrar en una relación
confiada con la autoridad o con un buen director puede ser desalentado. Su capacidad de confiar
en una persona mayor puede ser penosamente minada por desilusiones serias ocasionadas por
algunas figuras adultas significativas en su vida temprana. Aún el discipulado se profundiza al
abrir el corazón con confianza al director espiritual 31. Este es un medio que tiene gracias
especiales para ingresar en el camino espiritual más fructuosamente. Siempre desde que los
padres del desierto descubrieron la práctica, la Iglesia ha pedido una forma de auto revelación
humilde para aquellos que buscaban introducirse en la vida religiosa o servir a la Iglesia en el
ministerio ordenado. A menudo una facilidad creciente para la autorevelación es muy lenta en
desarrollarse. Depende de un adecuado conocimiento propio y del surgimiento de un corazón
humilde. Sin embargo, si un seminarista encuentra imposible o extremadamente difícil abrirse
totalmente a un director, puede estar experimentando un serio problema en su intimidad, era o
confianza. Deberá salir más allá de estos problemas para entrar en un serio discipulado.

29
Mejor que expresa: express
30
shy away
31
lit: con una manifestación confiada del corazón
13
CRITERIOS SUGERIDOS PARA VALORAR EL PROGRESO DE UN SEMINARISTA EN
FE, ESPERANZA Y CARIDAD.

Los directores espirituales, además de acompañar a los seminaristas en su camino de fe,


esperanza y caridad, también necesitan hacer un juicio sobre el progreso apropiado a fin de
discernir con más seguridad la vocación de un candidato al sacerdocio. Por ello el director
espiritual tiene responsabilidades formativas atendiendo el discernimiento apropiado de la
vocación sacerdotal. Entre los signos positivos de que un candidato está creciendo en fe está su
sentido de la presencia de Dios en los eventos ordinarios de la vida y en una creciente capacidad
para permanecer momentos prolongados en oración. La verdadera fe provee de un ambiente
sobrenatural para las experiencias de la vida. Hay una capacidad creciente para apreciar y hacer
propia la enseñanza de la Iglesia.
Por otro lado, un estancamiento espiritual necesita ser explorado. El candidato puede estar
experimentando más y más dificultades con la oración, la vida sacramental, un plan (regla)
personal de vida. Puede enfrentar la enseñanza de la Iglesia en la vida de fe o la moral. Parece
que poco acontece en el crecimiento personal y en la vida del Espíritu. Si esto es acompañado
por signos de “indulgencia consigo ... en ocasiones seria indecencia e irresponsabilidad sexual,
idolatría y hechicería, odios, discordias, celos, ira, rencillas, divisiones, enemistad, envidia,
embriaguez, orgías y cosas semejantes” (Gal 5, 19-20), entonces el estancamiento espiritual
debe ser tomado como un signo contrario.
Para valorar el progreso en la esperanza, es adecuado buscar un creciente deseo de Dios, un
conocimiento propio que se incrementa, (haber) tomado conciencia de la necesidad de ser
redimido, un deseo genuino de convertirse en un discípulo fiel de Jesucristo, y una apertura y
anhelo de ser instruido por Dios.
Un signo que sugiere precaución es no tener una dirección real en la vida. El desempeño
exterior puede ser errático y se refleja en los esquemas de asistencia, de trabajo y de manejo de
responsabilidades. La incapacidad de tomar alguna responsabilidad personal por lo que anda
mal en la vida es un signo de peligro. Un seminarista puede tener la tendencia de culpar a otros.
Puede resistirse a aceptar la corrección de defectos serios. La conversión sacramental puede ser
evitada o permanecer muy superficial.
La caridad es fácilmente reconocida por los signos evangélicos: paciencia, servicio, humildad,
desinterés, perdón, compasión, tolerancia, confianza, esperanza, fortaleza. (1 Cor 13, 4-6)
Por otro lado, el director debe ser cauteloso sobre una necesidad obsesiva de amistad en el
seminarista. Si toda su vida parece girar en torno a la envidia, celos y depresión por sus ansias
de amistad, y no puede salir de esto, su capacidad para la vida celibataria necesita ser
cuestionada. Por otro lado, un aislamiento excesivo y persistente de los otros se puede presentar
en un seminarista callado, obediente y cooperador, señalando con esto que puede que no sea
capaz de sostener relaciones normales con sus pares. Obviamente, un comportamiento sexual
manifiesto, incontinente e impenitente, no es reconciliable con una llamada al celibato. Una
hostilidad excesiva sin una mirada de discernimiento interior, que lleva a un odio proyectado en
otras personas o instituciones, o un comportamiento pasivo-agresivo plantea otra seria
dificultad. Incluso el rechazo o la incapacidad para mantener una relación con cualquier director
espiritual puede significar serios problemas con el manejo de la revelación de sí mismo,
confianza o ira. Si estos signos persisten, deben ser tomados muy seriamente.

CONCLUSIÓN

La dirección espiritual en el seminario es uno de los ministerios más desafiantes en la Iglesia.


Compromete al director espiritual íntimamente en la vida de los otros. Es un trabajo oculto. Lo
que es más valioso ocurre en el silencio del corazón de los candidatos o en la simple interacción
sin dramatismos que día a día el director tiene con los candidatos. Pocos entienden la naturaleza
de este trabajo. La gente joven enfrenta los asuntos que tienen delante mucho más concientes de
sí que en tiempos pasados. Los superiores pueden estar especialmente preocupados por el
comportamiento externo de los candidatos. Los mismos candidatos a menudo se resienten de
14
algunos aspectos restrictivos o evaluativos de cualquier experiencia de formación. Sin duda la
carga más pesada que los directores de la formación llevan es la responsabilidad de ofrecer un
juicio evaluativo para ayudar al candidato a determinar la autenticidad de la llamada de Dios.
Es importante que los directores de formación aprendan del pasado y del presente para
mejorar la calidad del ministerio que ofrecen a los que han sido confiados a su cuidado. En el
fondo, no obstante, el ministerio de la formación espiritual es un trabajo de Dios. Al escribir a
sus hijos espirituales en Corinto, Pablo dijo: “Yo planté, Apolo regó, pero Dios dio el
crecimiento” (1 Cor 3, 6-7). Es importante no perder de vista nunca esta verdad salvífica.
El director espiritual del seminario necesita mantener como central en su vida la verdad sobre
Dios y su presencia creadora, redentora y glorificadora. Él es un instrumento en un ministerio
que toca realidades que lo trascienden por lejos. Aún mientras se derrame a sí mismo en el
servicio, siempre debe reconocer que es en el amor contemplativo del Señor y en el
aquietamiento de los deseos en conflicto dentro de sí que va a encontrar su sustento y su
sabiduría. Si puede vivir en una atmósfera de fe, con una esperanza ardiente y el amor del
Señor, percibirá algo de lo que está por encima de lo lógico 32 en los caminos del amor divino en
los corazones de los hombres mientras ellos se esfuerzan por responder concienzudamente a la
llamada de Dios que invita y sondea. El ministerio, como nos dice san Gregorio sobre el
ministerio pastoral, es el “arte de las artes” (Cura Pastoralis I, 1).

32
lit. super-logic.
15

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