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LA “ORGANIZACIÓN NACIONAL”: LA FORMACIÓN DEL ESTADO

NACIONAL BAJO UN MODELO OLIGÁRQUICO

En 1862, Bartolomé Mitre, prestigioso político de la élite porteña, fue elegido presidente de la Nación.
Inmediatamente se abocó a la tarea de sofocar las resistencias del federalismo que, en distintas provincias, se
levantaban contra el poder de Buenos Aires. Según establecía la recientemente sancionada Constitución, su
mandato duró hasta 1868, año en el cual fue elegido Domingo Faustino Sarmiento quien gobernó hasta 1874,
seguido por Nicolás Avellaneda, que presidió el país hasta 1880. Durante estas tres presidencias, se creó el
entramado de las instituciones que componen el aparato estatal.
Luego de décadas de guerras civiles, el propósito del grupo que llegó al poder fue organizar la nación dando
autoridad al Estado. Para ello, se buscó terminar con los conflictos a través del uso legal de la violencia. Su
lema de gobierno fue Orden y Progreso. La primera palabra remite a las ideas de Estado y política y a la
regulación de las relaciones entre provincias y sectores; la segunda hace referencia a la inserción del país en el
mercado mundial y a la conformación de las relaciones capitalistas de producción. Este “orden” garantizaría,
en adelante, el “progreso” económico de un sector pequeño de la sociedad, una clase dominante, que mediante
el control de las instituciones de gobierno imponía un proyecto de país que los consolidaba como élite.
Entre las medidas que se tomaron en el proceso de conformación de este Estado, se prohibió la formación de
milicias regionales y autónomas. Con ello se perseguía concentrar el poder militar en un único organismo, el
Ejército nacional, que monopolizaría el uso de la fuerza y la violencia. El Ejército fue el medio para vencer a
los caudillos del Interior y a sus montoneras, que todavía ofrecían resistencia frente al centralismo porteño y,
también, para expropiar las tierras de los pueblos indígenas y utilizar su fuerza de trabajo.
Otro paso en el proceso de formación estatal fue la unificación jurídica. Desde los años de 1820, cada
provincia había sancionado su constitución, elaborando sus propios sistemas de leyes y normas. A partir de
1862, fue necesario unificar esta organización legal, establecer una estructura común: se sancionaron el
Código Nacional de Comercio y el Código Civil, se crearon oficinas públicas y juzgados, se ordenó la
administración pública y se organizó el Poder Judicial de la Nación. Asimismo, se creó el Banco Nacional y
un sistema de comunicaciones y transporte (correo, telégrafo, caminos y ferrocarriles) que unió el territorio. El
tendido de las vías férreas tenía como principal objetivo la conexión de los centros productivos del extenso
espacio nacional con los puertos de embarque para la exportación.
También se sancionó una Ley de Colonización e Inmigración. Los sectores dominantes que construían el
nuevo Estado, pretendían construir una nación blanca y europea y lo plasmaban en esta nueva ley que abría las
puertas a la inmigración europea, invitando a la población del antiguo continente del cual habíamos sido
colonia, a “poblar” este país. De esta forma, pretendían solucionar el “problema” de la falta de mano de obra,
aunque, en realidad, la sanción de esta ley mostraba la preferencia por los trabajadores provenientes del viejo
continente por sobre los de origen criollo o nativo. Ni gauchos ni indígenas tenían lugar en el ordenamiento en
marcha: en la conquista de la Patagonia y el Chaco, emprendida por el Ejército nacional, fueron masacradas
las comunidades indígenas. Los sobrevivientes fueron sometidos a servidumbre.
La creación de escuelas y otras instituciones educativas apuntaron a “educar al soberano” en un conjunto de
conocimientos indispensables para desempeñarse en las distintas actividades económicas, así como en valores
que justificaran el orden en construcción.
En 1880, bajo la presidencia de Nicolás Avellaneda, se federalizó la ciudad de Buenos Aires, es decir, se la
designó como capital del Estado argentino. Al doblegar la resistencia de algunos grupos porteños a la
federalización de su ciudad, el Estado nacional terminó de consolidarse, al poder ejercer una autoridad
indisputada en todo el territorio reivindicado como propio a través de un conjunto diferenciado e
interrelacionado de instituciones (jurídicas, impositivas, educativas, entre otras).

EL MODELO AGROEXPORTADOR
Nuestro país se incorporó a mediados del siglo XIX a la División internacional del trabajo como productor de
materias primas. La relación comercial principal se estableció con Inglaterra. Dada la concentración de la
tierra en pocas manos, la falta de mano de obra y de tecnología, los terratenientes argentinos se dedicaron en
principio a la producción ganadera: principalmente, se exportaba lana de oveja, cueros y carne conservada con
sal. Más adelante, el país se especializará en la producción de cereales y carnes refinadas.
La producción argentina se ubicaba en una situación de dependencia respecto de las necesidades económicas
de los países centrales, los que establecían precios y, con su demanda, definían tipos de producción. Por
ejemplo, cuando hacia mediados del siglo XIX, Europa demandó lanas para su industria textil, los
terratenientes nacionales dedicaron todos sus esfuerzos a la cría de ganado ovino. Luego, Europa comenzó a
demandar cereales y las provincias de la zona pampeana privilegiaron su producción. Finalmente, la demanda
de carnes y las posibilidades de transporte que representó el barco frigorífico llevaron a los productores
nacionales de esas provincias a convertir la cría de ganado vacuno en la principal actividad junto a la
producción cerealera. Los ingleses no sólo se beneficiaban con la venta de sus productos en nuestros
mercados; también ganaron mucho dinero a través de inversiones de capital, que colocaron en:
• Inversiones directas en empresas ferroviarias, frigoríficos, tranvías y bancos.
• Inversiones indirectas, es decir préstamos al Estado nacional para realizar obras de infraestructura, como los
trazados de las vías de los ferrocarriles, la modernización del puerto, la compra de telégrafos y su instalación,
la modernización de algunas ciudades con la instalación de redes cloacales y aguas corrientes, y la
construcción de avenidas, edificios públicos, etcétera.

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