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Mariano Fain
Diplomatura Superior en
HISTORIA ARGENTINA
DEL SIGLO XIX
Seminario 8
AZUL
FORMACIÓN
SUPERIOR
Diplomatura Superior en Historia Argentina del Siglo XIX | Seminario 8
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Estos objetivos y los esfuerzos por lograrlos fueron sostenidos y continuados por Sarmiento y
Avellaneda. Al terminar la presidencia de Avellaneda el país ya era diferente y comenzaba a
mostrar al mundo el rostro de una república joven, consolidada y decidida.
En mayo de 1862 se reunió un nuevo congreso nacional que legitimó la situación de Mitre con-
firmándolo como encargado del Poder Ejecutivo Nacional.
Se convocó a elecciones nacionales en las que triunfó Bartolomé Mitre acompañado en la
fórmula por Marcos Paz.
Las nuevas autoridades asumieron en octubre de 1862. El asunto de la federalización de la
provincia y el lugar de la residencia de las autoridades nacionales fue resuelto de manera tran-
sitoria con la Ley de Compromiso, que establecía que los miembros del Poder Ejecutivo Nacio-
nal podrían residir en la ciudad de Buenos Aires hasta tanto se fijase la capital definitiva de la
república.
https://www.elhistoriador.com.ar/ley-de-compromiso/
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Al debatirse esa ley quedaron claramente definidas las dos tendencias del liberalismo porteño:
los nacionalistas o mitristas, llamados “cocidos”, continuadores de la política de Pavón, y los
autonomistas, liderados por Adolfo Alsina, llamados “crudos”, cuyo objetivo era conservar los
privilegios de Buenos Aires, sobre todo las rentas aduaneras.
Más allá de estas diferencias, lo que caracterizó a este período fue la creciente centralización
del poder político. Las autoridades nacionales no vacilaron en recurrir a la fuerza cuando lo
consideraron necesario. Había que establecer la jurisdicción nacional frente a los poderes de
las provincias. Y el gobierno nacional se impuso sobre ellos al acaparar para sí funciones
como la recaudación impositiva, la emisión monetaria, la educación y el uso de la fuerza.
Las relaciones entre las provincias, por otra parte, enfrentaban varios y delicados problemas
que requerían soluciones imaginativas: los límites y los caminos interprovinciales, las mensa-
jerías, los correos y los telégrafos, entre otros. Todos ellos fueron resueltos por medio de
cuidadosos acuerdos. Hubo que eliminar las fuerzas militares provinciales y reorganizar un
ejército nacional. También fue necesario ordenar la hacienda pública, la administración y la
justicia federal, redactar los códigos, impulsar la educación popular, hacer el primer censo
nacional y vigilar el cuidado de la salud pública.
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Aika Liwen
Mitre encargó a un grupo de juristas encabezados por Dalmacio Vélez Sarsfield, la redacción
del Código Civil y la adaptación del Código de Comercio al ámbito nacional.
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Se organizó la Corte Suprema de Justicia y los tribunales inferiores. Era imposible llevar ade-
lante la política centralizadora sin poner fin al caos fiscal y la anarquía monetaria. En algunas
provincias se superponían impuestos y circulaban tres y hasta cuatro monedas diferentes.
Para financiar las reformas que requería el programa liberal de Mitre fue necesaria la creación
de un organismo nacional de recaudación. Por otra parte, Mitre urdió una política de alianzas
con los sectores conservadores del interior en su intento de subordinar las provincias a los
intereses porteños, política que provocó levantamientos armados como el de los montoneros
a las órdenes del caudillo riojano Ángel Vicente Peñaloza, “El Chacho”, que en 1863 iba a ser
violentamente aplastado por el Ejército nacional.
La guerra que enfrentó entre 1865 y 1870 a la Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay res-
pondió más a los intereses británicos de acabar con un modelo autónomo de desarrollo que
podía convertirse en un “mal ejemplo” para el resto de América latina, que a los objetivos de
unificación nacional y defensa del territorio proclamados por Mitre. Para la década de 1860 el
Paraguay era uno de los países más modernos de América del Sur.
El gobierno paraguayo había construido astilleros, fábricas metalúrgicas, ferrocarriles (su
primer ferrocarril fue hecho con el acero de sus propias acerías) y líneas telegráficas. Su
comercio y agricultura estaban muy desarrollados y el Estado ejercía una suerte de monopolio
de la comercialización en el exterior de sus dos principales productos: la yerba y el tabaco.
Gracias al comercio interno y al intercambio con los países vecinos, el país no dependía de
Inglaterra.
Decía Alberdi que el Paraguay era “la única nación de América Latina que no tenía deuda públi-
ca externa, no porque le falta crédito sino porque le han bastado sus recursos”. Los gobiernos
argentino y brasileño aislaron al Paraguay.
Su único aliado era el Partido Blanco en el poder en Uruguay. Ante el derrocamiento de los
blancos uruguayos, el presidente paraguayo, el mariscal Francisco Solano López, solicitó per-
miso al presidente Mitre para pasar por Corrientes y auxiliar a sus aliados. Mitre, que había
apoyado el golpe en Uruguay, le negó el permiso. Solano López pasó igual y esto fue conside-
rado por Mitre como una declaración de guerra, a la que pronto se sumaron Brasil y los nuevos
gobernantes uruguayos. Se formó así la Triple Alianza. Detrás de esta Alianza estaba el capital
inglés interesado en destruir el modelo paraguayo y obtener algodón para sus fábricas textiles.
La guerra destruyó al Paraguay, que quedó despoblado de hombres, despojándolo de más de
la mitad de su territorio que fue usurpado por el Imperio Brasileño.
En 1870 las tropas aliadas tomaron Asunción y la guerra llegó a su fin. El Paraguay había que-
dado destrozado, su población diezmada y arrasado su territorio.
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https://www.elhistoriador.com.ar/rebelion-de-felipe-varela/
Para las elecciones de 1868, Mitre apoyó tácitamente la candidatura de Sarmiento, que se
encontraba en los Estados Unidos ocupando un cargo diplomático.
Sarmiento sostuvo la política mitrista respecto del interior y continuó la guerra con el Para-
guay.
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Tal vez la medida más audaz para el cambio económico-social que estas presidencias busca-
ban fue la apertura del país a la inmigración.
En 1876 la Ley de Inmigración, conocida como Ley Avellaneda, apareció como una promesa
atractiva de trabajo para los campesinos europeos.
En la década que va desde 1860 hasta 1870 ingresaron en el país 76.000 inmigrantes, y 85.000
en la década siguiente.
Ya desde el primer momento la distribución tuvo una tendencia definida y la corriente inmigra-
toria se estableció sobre todo en el litoral y en las grandes ciudades.
No fueron muchos lo que llegaron al centro y al oeste del país y menos todavía los que se diri-
gieron a la Patagonia, donde surgieron en 1865 las colonias galesas de Chubut y más adelan-
te los criadores de ovejas de Santa Cruz. Por otro lado, Buenos Aires, que ya contaba con
150.000 habitantes en 1865, llegó a tener 230.000 en 1875. Se acentuaba de esta manera la
diferencia entre el interior del país y la zona litoral, hasta entonces marcada por la disparidad
de sus recursos económicos y ahora también por las transformaciones demográficas y socia-
les.
Las distintas colectividades tendían a congregarse en grupos que podían aparecer como mar-
ginales, ajenos a los intereses propios del país y concentrados casi de manera exclusiva en la
solución de los problemas específicos de los inmigrantes.
Así pues, la conducta del “gringo” en el terreno económico era muy diferente de la actitud del
criollo. Los grupos nativos resintieron semejante “invasión” de extranjeros y José Hernández
recogió ese resentimiento en su poema gauchesco Martín Fierro, publicado en 1872.
Para asimilar a los inmigrantes la solución podría haber sido que el Estado los transformara en
poseedores de la tierra. Pero el camino elegido fue otro, el de la educación que iba a terminar
por asimilar al menos a sus hijos. Se inició así un vasto programa de educación popular.
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La legislatura provincial nombró gobernador a López Jordán, pero el gobierno nacional intervi-
no la provincia. Los entrerrianos resistieron hasta la derrota final en Santa Rosa.
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En 1871, al regresar las tropas a Buenos Aires, se produjo una terrible epidemia de fiebre ama-
rilla contraída por los soldados en la guerra contra el Paraguay. El saldo fue de trece mil muer-
tos, e hizo que las familias más ricas de la ciudad abandonaran sus amplias casonas de la
zona sur para establecerse en la zona norte.
La crisis económica de 1873 fue un reflejo de la crisis internacional, lo que daba cuenta de la
creciente incorporación de la Argentina en los mercados mundiales. Pero también fue una
muestra de la irresponsabilidad de la clase dirigente argentina que no cesaba de solicitar prés-
tamos en el exterior. Más de una vez los fondos obtenidos no eran usados para los fines para
los que habían sido solicitados. Tal conducta generó la fantasía de una falsa prosperidad que
se derrumbó cuando, debido a la crisis internacional, los países centrales suspendieron los
créditos y las inversiones, a la vez que hacían bajar arbitrariamente los precios de las materias
primas argentinas. El resultado de esta primera gran crisis se manifestó en quiebras, pérdida
del valor de la moneda, reducción de los salarios de los empleados públicos, disminución de la
inmigración y aumento de la desocupación. Como efecto positivo puede mencionarse la apari-
ción dentro de la oligarquía gobernante de un minoritario grupo proteccionista que se orienta-
ba a fomentar la industria nacional. Lamentablemente, sus poco firmes convicciones en este
sentido hicieron que una vez superada la crisis volvieran a dar su apoyo al modelo agroexpor-
tador.
Si bien no todas las opiniones eran unánimes, en la práctica y en lo referido a los temas funda-
mentales del país predominaron las coincidencias. No podía ser de otra manera ya que la
minoría que ocupaba y ejercía el poder era muy homogénea. Todos aquellos hombres prove-
nían de una misma burguesía de estancieros y profesionales liberales con análogos intereses
públicos y privados. En 1874 y con este panorama socioeconómico, en elecciones calificadas
por Mitre de fraudulentas, fue elegido presidente de la Nación otro hombre del interior, el tucu-
mano Nicolás Avellaneda.
https://www.elhistoriador.com.ar/nicolas-avellaneda/
El mitrismo, derrotado en los comicios, fracasó en su intento de dar un golpe de Estado. En los
combates que llevaron a la derrota de los mitristas se destacó el joven militar Julio Argentino
Roca. Concluida la revuelta, Avellaneda aplicó una política de conciliación sancionando una ley
de amnistía e incorporó a su gabinete a miembros de la oposición mitrista.
Avellaneda enfrentó los efectos perdurables de la grave crisis económica con medidas extre-
mas, como la disminución del presupuesto, suspensión de la convertibilidad del papel moneda
a oro, la rebaja de sueldos y los despidos de empleados públicos. Decía en 1877:
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En esa campaña fueron eliminadas o sometidas a relaciones de trabajo serviles unas 20.000
personas. Significó además una gran pérdida para la identidad cultural nacional.
En las postrimerías de su presidencia, Avellaneda envió al parlamento un proyecto de Federali-
zación de la ciudad de Buenos Aires. Semejante proyecto provocó la reacción del gobernador,
Carlos Tejedor, quien se sublevó contra las autoridades nacionales. En ese momento se reali-
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zaron las elecciones presidenciales que dieron el triunfo a la fórmula Roca-Madero, partidarios
de la federalización. Ante la insurrección de Tejedor, el presidente Avellaneda abandonó la
ciudad e instaló el gobierno en el vecino pueblo de Belgrano. Buenos Aires fue sitiada por las
fuerzas nacionales hasta que finalmente Tejedor se vio forzado a renunciar.
En agosto de 1880 el Congreso nacional ordenó la disolución de la legislatura bonaerense y
sancionó la Ley de Federalización de la ciudad de Buenos Aires. Ésta fue declarada Capital
Federal de la República Argentina. Las autoridades provinciales podían seguir residiendo en
Buenos Aires hasta que se construyera la nueva capital provincial, La Plata.
La guerra civil había durado casi 70 años. Habían fracasado uno a uno los intentos de oponer-
se al poder de Buenos Aires. La Aduana, el puerto y los productos británicos contribuyeron
tanto o más que las tropas a imponer el modelo agroexportador. El país estaba “pacificado”.
Los indios habían dejado de ser una amenaza. Los gauchos se habían transformado en peones
de estancia. Y los últimos montoneros habían sido derrotados.
Las políticas implementadas por las “primeras presidencias” significaron un avance moderni-
zador innegable para un país en construcción y en vías de pacificación, pero son innegables
también los costos que dicho proceso demandó para quienes no coincidían con el modelo
impuesto desde Buenos Aires.
Todo parecía indicar que el general Julio Argentino Roca y los hombres de la generación del 80
podrían gobernar esta Argentina moderna sin oposiciones, bajo el sugestivo lema de “Paz y
Administración”.
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Las cifras denuncian un país tremendamente injusto, y la injusticia, como venimos viendo, se
ensañaba aun más con las mujeres.
El Censo también permite resaltar las profesiones más relevantes: 98.398 costureras; 58.703
sirvientas; 29.176 lavanderas; 19.716 cocineras; 11.047 planchadoras; 3.313 bordadoras;
1.639 amasadoras.
Para completar el cuadro, vale la pena recordar que el 71% de la población vivía en zonas rura-
les (poblaciones de menos de 2.000 habitantes) y que la expectativa de vida al nacer era de
escasos 29 años.
Un cuarto de siglo después, en el Censo de 1895, la proporción de casadas había aumentado
al 45%, reduciendo la de solteras al 44%, lo que llama la atención.
Teniendo en cuenta que en ese período tendió a disminuir la práctica de casar a chicas adoles-
centes, que venía desde los tiempos coloniales, las explicaciones pueden surgir de, entre otros
factores, motivos demográficos, culturales e institucionales.
Entre los demográficos está el hecho de que, en una población con «exceso» de hombres, la
eventualidad de «quedar para vestir santos» iba en retroceso.
La mujer y la codificación.
El primer Censo Nacional se presentaba como un «progreso» en las prácticas de la administra-
ción pública, ya que buscaba dar una mayor «racionalidad» a sus medidas a partir de conocer,
datos estadísticos en mano, qué país se estaba gobernando.
En el mismo sentido había apuntado Juan Bautista Alberdi, al incluir en su proyecto, esencial-
mente aprobado por los constituyentes de 1853, la reforma integral de la legislación vigente,
en muchos casos heredada de tiempos coloniales.
Esta reforma se manifestaba expresamente en la atribución del Congreso para dictar los códi-
gos civil, comercial, penal y de minería. El turno del Código Civil, acaso el más relevante de
ellos,2 llegó en el mismo año del Censo Nacional.
Pero aquí la idea de «progreso» mostró sus claroscuros, sobre todo en lo referido a las mujeres.
Y es curioso que fuese durante la presidencia de Sarmiento cuando, a contrapelo de otras acti-
tudes del sanjuanino, se aprobase una norma que, en líneas generales, significaba un retroce-
so en la condición jurídica de las mujeres y desvirtuaba el principio de igualdad jurídica y reco-
nocimiento de derechos a «todos los habitantes» consagrados en los artículos 16 y 14 de la
Constitución de 1853.
El autor del Código Civil, Dalmacio Vélez Sarsfield, tenía largos antecedentes como hombre del
«orden» más tradicional del país. Su pasado unitario y hasta un período de emigrado en Mon-
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tevideo no le impidieron establecerse en la Buenos Aires rosista de 1846 y ser de los letrados
de consulta del Restaurador en temas relacionados con la Iglesia, como en el caso de Camila
O’Gorman. Después de Caseros, estuvo primero junto a Urquiza y luego con los «secesionis-
tas» porteños; fue ministro de Hacienda del presidente Mitre y, por encargo de éste, comenzó
en 1864 la redacción del Código Civil, finalmente sancionado por el Congreso el 25 de septiem-
bre de 1869, cuando Vélez Sarsfield se desempeñaba como ministro del Interior de Sarmiento.
Como vimos, desde el fin de la era colonial, las mujeres habían logrado, de hecho, el reconoci-
miento de una relativa capacidad para disponer de su patrimonio y celebrar contratos. Contra
esa tendencia histórica, en el título destinado a legislar sobre las personas, los artículos 55 y
57 del Código Civil establecieron la incapacidad relativa de las mujeres casadas, que quedaban
sometidas a la tutela de sus maridos, convertidos por ley en sus representantes «naturales» y
administradores de sus bienes.
Esta incapacidad les prohibía realizar actos jurídicos, incluida la aceptación de donaciones y
herencias, sin la aprobación del cónyuge. La norma era tan taxativa que luego se incluiría (al
sancionarse la ley de Matrimonio Civil) la presunción de que existía tal aprobación, mientras el
marido no se expresara en contrario, para lo relacionado con la actividad cotidiana del hogar.
Si por el Código fuera, hasta para ir a comprar el pan debía contar con autorización expresa del
«dueño de casa».
Estas normas estarían vigentes hasta 1926, cuando la ley 11.357, sancionada durante la presi-
dencia de Marcelo T. de Alvear, ampliase parcialmente los derechos civiles de la mujer. Un
código regresivo
En una de las tantas notas aclaratorias que don Dalmacio incluía en el extenso escrito, «bajan-
do línea» a los legisladores que debían debatirlo para su aprobación, se puede leer una que
marcaba a las claras el «espíritu del legislador»:
«La misión de las leyes es sostener y acrecentar el poder de las costumbres y no enervarlas y
corromperlas».3
Vélez Sarsfield asumía, sin más, que esas costumbres cuyo poder se debía acrecentar eran las
del catolicismo tradicional.
En tal sentido, el Código mantenía el matrimonio religioso, lo que ya en su momento era una
regresión en toda la línea. En 1867 en Santa Fe, gobernada entonces por Nicasio Oroño, se
había aprobado una norma que establecía el matrimonio civil celebrado ante autoridades pú-
blicas, lo que motivó una fuerte campaña en contra por parte de la Iglesia y sus amanuenses,
como Félix Frías.4
Según denunciaría Juan Agustín García, Vélez Sarsfield:
[…] legisló para un matrimonio ideal, cultivado por las familias que vivían en los alrededores de
San Telmo, San Francisco y Santo Domingo:5 grupo aristocrático y caldeado por las ideas sen-
timentales a la moda, con un noción falsa y estrecha del mundo y de la vida.6
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Decía Frías:
Respecto del matrimonio civil, el buen sentido no menos que el patriotismo imponía el deber
de aguardar, antes de introducir en nuestra legislación una reforma de esa importancia, a que
fuera ella discutida con más calma, con aptitudes y luces más acreditadas que los miembros
poco conocidos de una legislatura local.7
En líneas generales, Vélez Sarsfield se atenía a la concepción del matrimonio consagrada por
la Iglesia desde el Concilio de Trento: una sociedad conyugal indisoluble, en la cual la mujer,
sometida a tutela legal, estaba en inferioridad de condiciones y cuyo papel principal era el de
dar hijos «legítimos» a su marido, como base de la familia.
En tal sentido, el divorcio no anulaba el vínculo matrimonial y, por lo tanto, no autorizaba
nuevas nupcias mientras el cónyuge viviese.
Por otra parte, sus causales eran tan o más restrictivas que en la época colonial.
Sólo dos aspectos de la legislación aprobada en 1869 avanzaban en algún sentido a favor de
las mujeres. Uno era, contradictoriamente, un principio tradicional defendido por la Iglesia
romana: que el matrimonio sólo podía basarse en el mutuo consentimiento de los contrayen-
tes. En tal sentido, el artículo 165 del Código Civil quitó toda validez jurídica a los «esponsales
a futuro», es decir, a los contratos por los cuales los padres solían comprometer a sus hijas
menores de edad. El otro se refería a la noción de sociedad conyugal, en la cual los bienes
adquiridos por los cónyuges se convertían en comunes o «gananciales».
Esto, en sí mismo, no era necesariamente favorable a las mujeres, pero en una sociedad donde
el «proveedor» de ingresos solía ser el marido tendía a equilibrar la balanza, en caso de que
hubiese separación.
Dora Barrancos hace un comentario irónico al respecto: Los bienes gananciales eran un recur-
so del que pudieron gozar las mujeres que se separaban; seguramente el hecho de que la
propia hija de Vélez Sarsfield, Aurelia, hubiera atravesado esa experiencia —aunque quedó
viuda—, lo hizo más astuto en este punto.9
La alusión se refiere a que Aurelia, casada con su primo hermano Pedro Ortiz Vélez en 1853, se
había separado de hecho a los ocho meses del matrimonio. La separación fue un tanto abrupta
tras un violento episodio rescatado por Araceli Bellota:
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Una noche, Pedro, al levantar la tapa de su reloj para consultar la hora, vio reflejado en el metal
la imagen de su mujer que se abrazaba con el secretario en un rincón del cuarto contiguo.
Cegado por los celos, tomó una pistola y lo apuntó. El hombre, desesperado, se escondió en un
ropero que le sirvió de poca protección, porque Pedro disparó contra la puerta, las balas atra-
vesaron la madera y acabaron con su vida. Luego, llevó a Aurelia a la casa de su padre para no
volver a verla.10
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Citas
1- Luna Felix. Las crisis en la Argentina. Schapire Editor, 1976. Pág. 22.
2- Esta relevancia está dada por el hecho de que legisla sobre temas de aplicación en todas las demás
áreas jurídicas, como las nociones de persona, derecho, obligación, capacidad,entre otras fundamenta-
les.
3- Nota de Vélez Sarsfield al artículo 167 del Código Civil. Véase Código Civil, Zavalía, Buenos Aires,
1972.
4- Frías , hombre de la Generación del 37 y expatriado antirrosis ta a partir de 1839, en 1867 publicó el
folleto «El liberalismo revolucionario y el matrimonio civil», en que a contrapelo de la línea «Mayo-Case-
ros » de otros integrantes de esa generación, se despachaba contra la Revolución de 1810: «Hija de la
revolución francesa, la nuestra tuvo como autores a los discípulos del Contrato social y vivió desdeñan-
do u hostilizando la autoridad, depositaria de la verdad, cuya alianza la habría preservado de los errores
y los vicios , que hicieron de es tas repúblicas el teatro de tantos es cándalos » (en Escritos y discursos
de Félix Frías, Casavalle, Buenos Aires, 1884, tomo III, pág. 29).
5- Por entonces, los sectores «elegantes » de la Buenos Aires anterior a la epidemia de fiebre amarilla,
que dos años después
llevaría a las familias más «aristocráticas » a mudarse al norte de la ciudad.
6- Juan Agustín García, «Nuestra familia», citado por Rodríguez Molas, Debate nacional. Divorcio y
familia tradicional, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1984, págs . 12-13.
7- Citado por Arnoldo Canclini, Sí, quiero. Historias y anécdotas del matrimonio en la Argentina, Emecé,
Buenos Aires, 2005. Pág. 281.
8- Juan Bautista Alberdi, Obras Completas, Sociabilidad, 1887, tomo I, pág. 396.
9- Dora Barrancos, Mujeres en la sociedad argentina. Una historia de cinco siglos, 2ª edición, Sudame-
ricana, Buenos Aires, 2010, pág. 102.
10- Araceli Bellota, Aurelia Vélez, la amante de Sarmiento, Planeta, Buenos Aires, 1998.
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https://www.elhistoriador.com.ar/el-asesinato-del-chacho-penaloza/
https://www.elhistoriador.com.ar/la-guerra-de-la-triple-alianza/
https://www.elhistoriador.com.ar/una-guerra-infame-la-verdadera-historia-de-la-conquista-del-desierto-por-andres-bonatti-y-javier-valdez/
Sugerencias de visionado:
http://www.awka-liwen.org/
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Sugerencias de lectura:
https://www.elhistoriador.com.ar/primeros-casos-de-la-fiebre-amarilla-en-buenos-aires/
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1) ¿Cuál era el proyecto político de Bartolomé Mitre para la “organización nacional”? ¿Por qué
motivos el “Chacho” Peñaloza se enfrentó a tal proyecto? ¿Qué papel cumplieron Urquiza y
Sarmiento en este enfrentamiento?
2) ¿Por qué se produjo la guerra del Paraguay? ¿Qué características tenía Paraguay antes de
que se desatara la guerra? ¿Qué alianzas se tejieron durante el conflicto? ¿Cuáles fueron las
consecuencias de la guerra?
3) ¿Cómo fue la reacción interna, en Argentina, frente a la guerra? ¿En qué consistió la “Revolu-
ción de los colorados”? ¿Cuál fue la actuación, en este contexto, de Felipe Varela?
4) ¿En qué contexto histórico asumió la presidencia Sarmiento en 1868? ¿Cómo reaccionó
frente al asesinato de Urquiza? ¿Qué transformaciones en el orden de la sociedad, la economía
y la política local pretendía implementar? ¿Qué iniciativas se prolongaron en el gobierno de
Nicolás Avellaneda?
5) ¿Cuáles fueron las políticas de Avellaneda respecto a “la frontera con el indio”? ¿Cuál era la
trayectoria política de Julio A. Roca antes de ser investido como general por Avellaneda?
6) ¿Cuáles eran los objetivos de la denominada “Conquista del Desierto”? ¿Cuáles fueron sus
etapas? ¿Qué pasó con los pueblos originarios?
7) Proponemos investigue la campaña militar denominada “Conquista del Desierto”.
•¿Cuáles fueron las expediciones militares que la antecedieron?
• ¿Qué puntos de contacto existieron entre estas y la liderada por Roca?
• ¿Cuáles fueron las diversas formas de sometimiento a los pueblos originarios que llevaron
a cabo quienes integraron esta expedición militar?
8) Durante su exilio en México en los años de la última dictadura cívico-militar (la misma que
había conmemorado con pompas y numerosos actos los cien años de la denominada “Con-
quista del Desierto”), el escritor y crítico argentino David Viñas escribió Indios, ejército y fronte-
ra. Una de las primeras líneas de este clásico ensayo se pregunta si los pueblos originarios
“fueron los desaparecidos de 1879”.
Proponemos que reflexione y redacte una reflexión en torno a esta pregunta que plantea Viñas,
es decir, que indague en qué sentidos podrían compararse la autodenominada “Conquista del
Desierto” y la represión llevada a cabo durante la última dictadura cívico-militar.
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Filmografía recomendada:
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