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Jacinto Benavente

A la edad de dieciséis años, Jacinto Benavente comenzó la carrera de Leyes en la


Universidad de Madrid. A pesar de que dejó la carrera a los 19 años, los conceptos que
aprendió se ven reflejados en sus obras. Los intereses creados, de hecho, termina con un
pleito que está plagado de cuestiones jurídicas.

Fue un dramaturgo polémico en su momento. Por un lado, fue apoyado por la crítica
tradicionalista, tras su inicial etapa renovadora vinculada con los movimientos
finiseculares; por otro lado, se le atribuye el mérito de incorporar la escena española a la
modernidad en los umbrales del siglo XX, sin embargo, acabó cayendo en el conformismo
del público burgués.

Sin embargo, el teatro de Jacinto Benavente supone una superación al modelo agotado de
Echegaray porque plantea una renovación contra:
- abundantes situaciones tensas y violentas pasiones
- personajes tremendos y vociferantes
- efectismos desmesurados

El teatro de Benavente asume las preocupaciones, los anhelos y desazones de aquellas


clases acomodadas que constituyen su público. La crítica que aparece en sus obras es
controlada porque lo hace desde la misma posición social.
- Todos los problemas presentados los suaviza mediante el desenlace.
- Son el testimonio de una íntima contradicción entre profundos anhelos
reformistas y no menos fuertes ligaduras que lo atan al ambiente en que nació y triunfó.

Según López Criado,


Benavente había heredado del teatro de boulevard ese tono periodístico y
discursivo en el que cualquier contenido socio-político queda diluido o atenuado por
el ingenio, la objetividad costumbrista, la ironía intelectual, o el efectismo de la
escena -lo que hace que la controversia espiritual, o la crítica de los vicios y defectos
burgueses se den bajo palio de unos ámbitos mundanos, del discreteo y el chismorreo
fino y punzante, que impiden que el famoso 'alfilerazo' cause verdaderos daños.

Por su parte, Eduardo Galán,

Moviéndose habitualmente en la ambigüedad, Benavente supo criticar a la sociedad


burguesa de su tiempo y reflejar en sus obras algunos de los problemas de entonces,
bien es cierto que con suavidad y sin ánimo revolucionario. Podría decirse que
censuraba los defectos y los vicios de su sociedad sin la más mínima intención de
modificar la estructura social" [...] Benavente, al mostrar la sociedad burguesa y
aristocrática de su tiempo, no sobrepasó los límites de la ironía y la sátira. No llega a
la descalificación ni a la censura absoluta de formas de pensar o de obrar. Se detiene
en lo anecdótico y accesorio.

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Jacinto Benavente cultivó casi todos los géneros teatrales, pero destacó en el drama rural y,
sobre todo, en la alta comedia. Eduardo Pérez Resilla resume así la aportación benaventina
en este género:

La alta comedia benaventina se caracteriza por su ubicación preferente en lugares


acomodados, por la elección de personajes pertenecientes a la aristocracia o a la alta
burguesía, por el predominio de los modales refinados y las formas de vida brillantes
y, sobre todo, por el uso de un exquisito diálogo basado en el ingenio e impregnado de
un suave humor, más inclinado a buscar la sonrisa que a provocar la carcajada. Frente
a los ademanes solemnes y efectistas del teatro de Echegaray y frente a sus
sangrientos desenlaces, marcados por la truculencia y la arbitrariedad, en los textos
benaventinos predomina la contención y está ausente cualquier forma de estridencia.

Eduardo Galán establece las siguientes características generales del teatro de Jacinto
Benavente:
1) El predominio del diálogo por el diálogo mismo, es decir, el deleite en la
contemplación de la escena hablada (la simple conversación) frente a la acción.

2) La intención moralizadora que anida en la mayoría de sus obras.

3) La ironía y la sátira social como medios de ejercer la crítica de la sociedad de su


tiempo, en especial, de la aristocracia y la alta burguesía.

4) La búsqueda de los problemas de actualidad en sus comedias (la


incomunicación, la soledad, el dinero, el prestigio, los intelectuales, el honor...).

5) La plasmación de una estética realista que permite ver en sus obras "fragmentos
de vida".

6) Frente a la literatura grandilocuente y exaltada del siglo XIX, presenta pasiones


contenidas, sentimientos controlados y un lenguaje coloquial sin estridencias.

7) Frente a las situaciones violentas y efectistas del teatro posromántico, nos ofrece
unas escenas cotidianas, verosímiles y realistas.

8) La creación de unos personajes femeninos de una indudable grandeza artística.

Los intereses creados

Es su obra más destacada y una de las pocas que se mantienen en la memoria del público y
los especialistas. Obtuvo un éxito clamoroso en su estreno y pronto se convirtió en un
texto clásico de nuestra escena

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Argumento

Leandro y Crispín, dos pícaros que pertenecen al sector de la pobreza, llegan a una ciudad
italiana donde inician una farsa en la que se hacen pasar por un rico caballero y su criado,
respectivamente.
Crispín destaca por sus habilidades comunicativas y por su capacidad para engañar a la
gente.
Leandro, por su parte, se muestra más reacio a la hora de prolongar la farsa, especialmente
cuando se enamora de Silvia, la hija del adinerado señor Polichinela, con quien Crispín
pretende que su compañero se case para enriquecerse posteriormente con la dote.

Género

En palabras del propio Jacinto Benavente, "es una farsa guiñolesca de asunto
disparatado, sin realidad alguna" (Prólogo).
Según Montero Padilla, hay que señalar que: "farsa, sí, con toda la novedad que en
1907 suponía este género, y donde los símbolos e intenciones viven, la cual se expresa en
un diálogo sutil y cargado de ironía que acaba en sátira”.

Tema
La obra señala que la clave del éxito social es la creación de una extensa red de intereses
por lo que materializa y dramatiza esta idea de forma atemporal, no hay indicaciones
espacio y tiempo concretas. Crispín se encarga de crear esa serie de intereses, que también
quieren ganar de alguna u otra manera.

Es enunciado acertadamente por Crispín, el verdadero protagonista de la obra:


- "Para salir adelante con todo, mejor que crear afectos es crear intereses" (II, IX)
- Crispín a Leandro, su señor: "Piensa que hemos creado muchos intereses y es
interés de todos el salvarnos (II, IV).

CRISPÍN.- Se trata de que todos estáis interesados en salvar a mi señor, en salvarnos por
interés de todos. Vosotros por no perder vuestro dinero; el señor Doctor, por no perder toda esa
suma de admirable doctrina que fuisteis depositando en esa balumba de sabiduría; el señor
Capitán, porque todos le vieron amigo de mi amo, y a su valor importa que no se murmure de
su amistad con un aventurero; vos, señor Arlequín, porque vuestros ditirambos de poeta
perderían todo su mérito al saber que tan mal los empleasteis; vos, señor Polichinela..., antiguo
amigo mío, porque vuestra hija es ya ante el Cielo y ante los hombres la esposa del señor
Leandro.

Jacinto Benavente, siguiendo una tónica general de su teatro, suaviza el alcance crítico del
tema en el desenlace, es decir que la picardía y los intereses económicos se apoyan en el
paralelo triunfo del amor.

Jacinto Benavente acertó al encuadrar su obra en la tradición de la commedia dell'arte.

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Gustavo Pérez Puig manifiesta que:
"Siempre que he leído o visto representar esta obra he pensado que sus personajes
van ataviados con la indumentaria de la Comedia del Arte, pero que el lenguaje y sus
comportamientos son los mismos en cualquier año y en cualquier país: son los
sentimientos universales que no tienen época, fecha de nacimiento ni de caducidad:
los intereses, el dinero, el amor, el cinismo, la vanidad son de siempre y para siempre;
y da igual que estemos en el siglo XVII que en el XX, los hombres y las mujeres
vestidos de un modo u otro seguirán sintiendo, pensando y comportándose igual ante
las mismas situaciones, y afortunadamente seguirán siendo humanos, con toda la
grandeza o miseria que esa condición lleva en sí misma".

Jacinto Benavente quiso que su conjunto de personajes, trazados -excepto el de Crispín-


muy esquemáticamente, de acuerdo con su funcionalidad en la obra, tuviera la apariencia
de una filiación global.

Muchos de los efectos cómicos corresponden a los habituales en las farsas, pero en esta
ocasión su utilización es moderada. Hay sorpresas, equívocos verbales, un buen repertorio
de efectos grotescos escenificados por personajes en su mayoría estereotipados y ridículos.

- La utilización de la farsa implica un efecto distanciador, al cual se añade otro


- la irónicamente engañosa advertencia de Crispín en el prólogo de que lo que el
público va a contemplar es un disparate grotesco, infantil e imposible.

"Y en ellas visteis, como en las farsas de la vida, que a estos muñecos como a los humanos,
muévenlos cordelillos groseros, que son los intereses, las pasioncillas, los engaños y todas las
miserias de su condición: tiran unos de sus pies y los llevan a tristes andanzas; tiran otros de
sus manos, que trabajan con pena, luchan con rabia, hurtan con astucia, matan con violencia.
Pero entre todos ellos desciende a veces del cielo al corazón un hilo sutil, como tejido con luz
del sol y con luz de luna, el hilo del amor, que a los humanos, como a estos muñecos que
semejan humanos, les hace parecer divinos, y trae a nuestra frente resplandores de aurora, y
pone alas en nuestro corazón y nos dice que no todo es farsa en la farsa, que hay algo divino en
nuestra vida que es verdad y es eterno y no puede acabar cuando la farsa acaba."

Al insistir en que esta farsa guiñolesca de asunto disparatado no tiene que ver con la
realidad y que sus personajes son muñecos que no tienen relación con los hombres, está
obviando lo contrario.

Los personajes son simples piezas de guiñol que sirven sólo para que brille y triunfe
Crispín, verdadero centro de atención de toda la obra y artífice de la trama.

Crispín destaca frente a la debilidad y falta de personalidad de Leandro, lo que crea una
antítesis y una dualidad.

"A mi amo le hallaréis el más cortés y atento caballero. Mi desvergüenza le permite a él

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mostrarse vergonzoso. Duras necesidades de la vida pueden obligar a la más noble dama a
bajos oficios, y esta mezcla de ruindad y nobleza en un mismo sujeto desluce con el mundo.
Habilidad es mostrar separado en dos sujetos lo que suele andar junto en uno solo. Mi señor y
yo, con ser uno mismo, somos cada uno una parte del otro..." (I,2)

Personajes

Leandro y Silvia protagonizan el tema secundario del amor purificador; paralelamente,


Crispín encarna la reflexión cínica sobre la creación de intereses.
Todos los personajes son esquemáticos, tipos, incluso el mismo Crispín, que reúne y
ejemplifica los atributos del pícaro.
La condición de farsa de que dota a la obra nos los presenta como un conjunto uniforme en
el que sólo la función que su nombre les otorga por antonomasia, y apenas algún rasgo
psicológico, permiten distinguir a unos de otros.

Crispín puede considerarse como portavoz del autor en tanto que urdidor de una trama que
sirve para ejemplificar la reflexión de la que parte la obra, focaliza por medio de Crispín su
insistencia en el tema del materialismo y es éste quien va haciendo ver a Leandro y al resto
de los personajes, así como al público, las dos caras de la realidad.

Toda la trama está supeditada a él hasta el punto de que cuando el autor hace contar
acontecimientos en lugar de representarlos, es Crispín quien se encarga de narrarlos.

Leandro es un personaje de escasa caracterización y poca fuerza, puestas claramente de


manifiesto desde sus primeros diálogos con Crispín, a menudo se comporta como un pelele
manejado por Crispín.
- sólo posee la dulzura y la belleza frente a las artes picarescas de Crispín.
- es la parte "positiva" de la dualidad que plantea Crispín como propia de
todo ser humano.
- éticamente no es tan positiva desde el momento en que se aprovecha de
las actividades de Crispín.

Estilo

Suele juzgarse como obra maestra de la prosa dramática contemporánea por su extremada
elegancia y brillantez, puestas de relieve desde el mismo Prólogo.

El único defecto, relativo, que cabe atribuir al diálogo es su excesiva literaturización, que
puede suponer una dificultad para su puesta en escena. Hay una gran densidad literaria en
el diálogo que requiere un complejo trabajo por parte de los actores, sobre todo en el caso
del intérprete de Crispín.
En opinión de Lázaro Carreter:
El único defecto que cabe atribuir al diálogo es su excesiva literatización, que hace del

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pícaro Crispín un filósofo culto y reflexivo. Las frases se ordenan conforme a
estructuras refinadas paralelísticas [...] Las imágenes se suceden sin respiro, en haces
apretados [...] Abundan las anáforas retóricas [...] La frase escapa infinitas veces a
toda posibilidad coloquial [...] Y, en la subordinación causal, hay rasgos
excesivamente cultos, al servicio de una intención sentenciosa".

Jean Paul Botrel señala que:


Sus obras tienen con frecuencia más de novela o de ensayo que de teatro [...] Más que
mostrar, cuenta, hace alusión. El diálogo está formado muchas veces por una serie de
largas réplicas, de carácter puramente retórico, bien compuestas, incluso demasiado
bien compuestas para no parecer artificiales, y sin ninguna tensión dramática. Se trata
más bien de monólogos cuyas partes se intercalan que de un verdadero cambio de
ideas. La conclusión de esas discusiones no se deduce lógicamente; uno de los
personajes admite bruscamente que el otro tiene razón, sin que el espectador haya sido
convencido por ninguno de los dos. Lo mismo a propósito de los sentimientos; el
diálogo les sirve de comentario en lugar de ser su muestra real y directa".

Según Díez Castro, Los intereses creados es una obra clásica fundamentalmente por:

- su simplicidad temática
- su forma específica de recuperar la tradición teatral
- sus desajustes morales entre la materia y el espíritu
- el frescor y la ligereza humorística de los personajes de la commedia
dell'arte recién revividos por el simbolismo
- el complejo tema de reflexión para el espectador de su tiempo y de
siempre.

«El mozo no es lerdo y se ve que no ignora los procedimientos legales. Porque si


consideramos que la ofensa que recibisteis fue puramente pecuniaria y que todo
delito que puede ser reparado en la misma forma lleva en la reparación el más justo
castigo; si consideramos que así en la ley bárbara y primitiva del Talión se dijo.
Diente por diente, mas no diente por ojo ni ojo por diente… Bien puede decirse, en
este caso, escudo por escudo. Porque, al fin, él no os quitó la vida para que podáis
exigir la suya en pago. No os ofendió en vuestra persona, honor ni buena fama,
para que podáis exigir otro tanto. La equidad es la suprema justicia. Equitas justitia
magna est. Y desde las Pandectas hasta Triboniano, con Emiliano, Triberiano…»

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