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La razón es que durante la mayor parte del siglo XIX España presentaba un ciclo
demográfico antiguo en el que tanto la natalidad como la mortalidad eran muy elevadas
(del 30‰ y 34‰, respectivamente), por lo que el crecimiento era muy lento y la
esperanza de vida muy baja en torno a 29 años. La transición demográfica española se
inició con un importante retraso respecto a los países europeos más desarrollados lo
que se debe al lento descenso de las tasas de mortalidad que se sustentaba en la mejora
de la dieta y la expansión de algunos cultivos como la patata y el maíz además de la
desaparición de algunas epidemias.
EVOLUCIÓN DE LA MORTALIDAD
La tasa de mortalidad española en 1900 era equivalente a la británica en 1800. Para
analizar los motivos de este lento descenso cabe diferenciar entre una mortalidad
catastrófica debida a guerras, epidemias y malas cosechas de otra mortalidad habitual
debida a las condiciones de vida (alimentación, salubridad de las viviendas, acceso a la
sanidad, etc.) o enfermedades endémicas.
Respecto a la mortalidad catastrófica hay que recordar la serie de guerras que padeció
el país, desde la Guerra de la Independencia a las Guerras Coloniales de fines de siglo
(Cuba: 1868-1878; 1898-1898), pasando por las Guerras Carlistas (1833-1840, 1847-
1849, 1872-1876) o la Guerra de Marruecos (1859-1831) y la intervención militar en
México (1862).
Otro factor de mortalidad catastrófica fueron las hambrunas y las crisis de subsistencia.
Estas se suceden a lo largo del siglo, siendo especialmente graves las de 1856-57 y 1867-
68, consecuencia del escaso desarrollo de la agricultura y, sobre todo, de la escasa
integración de los mercados interiores, dificultada por la mala infraestructura de los
transportes. En la superación de dicha crisis jugó un papel especialmente importante la
construcción del ferrocarril que facilitó la comercialización de los cereales.
Por último, hay que referirse a las grandes epidemias. La peste del año 1854 se extendió
por unos 5000 pueblos y produjo más de 200.000 muertos, distribuidos de manera
desigual entre toda el área geográfica, ya que afectó de manera particular al norte y
centro de la Península. Surgió un nuevo brote en 1859-60 dejando también numerosas
víctimas, esta vez, en el Levante y Andalucía. La epidemia de cólera del año 1885
también causó miles de víctimas, afectando sobre todo a mujeres y a niños menores de
4 años en la zona, nuevamente, del Levante peninsular.
Junto a esta mortalidad catastrófica hay que señalar una elevada mortalidad habitual,
debido a las malas condiciones de vida de grandes sectores de la población española.
Ello se evidencia en la reducida esperanza de vida a fines del XIX.
MOVIMIENTOS MIGRATORIOS
MIGRACIÓN INTERNA:
Se produjo una emigración desde el centro peninsular (Guadalajara, Teruel, Soria…) a la
periferia especialmente hacia el norte y hacia la costa mediterránea (sobre todo hacia
la zona industrial catalana). Es lo que se llama éxodo rural (movimiento migratorio del
campo a la ciudad), causado más por las dificultades de la vida en el campo que por la
atracción de la débil industria. Aunque se crearon centros urbanos importantes como
Barcelona y Madrid, y más tarde em el País Vasco y e toda la costa peninsular, la
población siguió siendo mayoritariamente rural.
El crecimiento urbano dio lugar a transformaciones urbanísticas: se derribaron sus
cercas y murallas y surgieron nuevos barrios (ensanches) burgueses y obreros. Los
barrios burgueses surgieron de forma planificada, contaron con todo tipo de servicios y
una alta calidad constructiva (como el Barrio de Salamanca en Madrid) mientras que los
barrios obreros crecieron de forma desordenada junto a las fábricas, su calidad era mala
y carecían de servicios (agua, alcantarillado, escuelas…)
MIGRACIÓN EXTERNA
A comienzos del siglo XIX existía una pequeña emigración que se dirigía hacia el norte
de África, América o Europa. Se trata de una emigración en algunos casos de carácter
temporal en búsqueda de un trabajo agrícola más remunerado, o como consecuencia
de la situación política (exilio), que provocaría importantes emigraciones, sobre todo
durante la década ominosa (1823-33).
A mediados del siglo XIX (1853) se suspende la prohibición de emigrar al exterior lo que
provocó que se incrementara la marcha de personas que buscaban mejores condiciones
de trabajo y de vida hacia las repúblicas de Sudamérica, norte de África y Francia. Las
guerras coloniales de 1897 a 1900 frenaron esta tendencia. Los principales focos de
emigración fueron Galicia, Asturias, Cantabria y Canarias. A su regreso se conoce a estas
personas con el nombre de “indianos”.