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Título: Las reformas constitucionales y la teoría del contrato social

Autor: Ben Sznaider


Publicado en: Sup. Act. 23/07/2015, 23/07/2015, 1 - LA LEY23/07/2015,
Cita Online: AR/DOC/595/2015
I. Introducción
Desde la publicación, en el año 1651, de la obra "Leviatán" de Thomas Hobbes, se ha
divulgado y popularizado una teoría que afirma, dicho en forma muy esquemática, que las
sociedades modernas se agrupan (y, hasta cierto punto, que deben hacerlo) en torno a una
suerte de pacto, el Contrato Social, por el cual sus integrantes disponen de qué forma y bajo
qué reglas regirán sus relaciones recíprocas. Usualmente, este Contrato Social consistiría en
que las personas resignen ciertas libertades a cambio de mayor seguridad, en un sentido
amplio.
Lejos de encontrarse confinada al ámbito académico, esta teoría también se encuentra
presente en el judicial (1) e incluso ha trascendido el mundo jurídico: ante situaciones de
descontento más o menos generalizado, es frecuente escuchar a personas ajenas a estos
ámbitos invocar el concepto de Contrato Social (2).
Esta idea, sumamente plausible, constituye una ficción, puesto que es imposible que los
cientos de miles o millones de personas que habitan un territorio se pongan de acuerdo en una
serie de reglas uniformes, sin que existan desacuerdos parciales o totales. De alguna forma,
hay que reducir el impacto del disenso.
Es por esta misma razón, en realidad, que deviene útil una ficción como la del Contrato
Social, ya que suponer que dicho pacto fue el producto de un debate en el que participaron
todos los actores de la sociedad es una forma de otorgarle legitimidad a ese conjunto de
reglas básicas (3)(4)(5); una legitimidad sumamente necesaria, por ejemplo, en Estados
incipientes como lo era el nuestro en 1853, año en que se dictó la Constitución Nacional.
Sin embargo, así como esta ficción puede cumplir el rol de legitimadora de una
Constitución, es posible que simultáneamente genere ciertos problemas que también deben
ser analizados. Uno de ellos es el que plantea la reforma de una Constitución como expresión
del Contrato Social: en este trabajo procuraré analizar, en particular, qué puede suceder si
intentamos legitimar nuestra Constitución a través de la teoría del Contrato Social, teniendo
en cuenta la complejidad de su mecanismo de reforma.
II. Distintas nociones de Contrato Social
Para empezar, es conveniente repasar brevemente las formulaciones más clásicas de la
teoría del Contrato Social: en orden cronológico, las de Thomas Hobbes (formulada en 1651),
John Locke (en 1689) y Jean-Jacques Rousseau (en 1762) (6).
El primero de los autores citados sostiene que los hombres son, considerados en su
conjunto, iguales en cuanto a sus facultades corporales y mentales. De dicha igualdad se
deriva una igualdad de esperanza respecto a la consecución de sus fines, que a su vez
desemboca en una situación de desconfianza mutua cuando dos personas desean la misma
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cosa pero no la pueden disfrutar al mismo tiempo. Por esta razón, y para que ningún otro
poder las amenace, las personas ven razonable el dominio de los demás por medio de la
fuerza o de la astucia: "durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que
los atemorice a todos, se hallan en la condición o estado que se denomina guerra; una guerra
tal que es de todos contra todos" (7).
Pero los hombres no desean permanecer en el estado de guerra: "Las pasiones que inclinan
a los hombres a la paz son el temor a la muerte, el deseo de las cosas que son necesarias para
una vida confortable, y la esperanza de obtenerlas por medio del trabajo. La razón sugiere
adecuadas normas de paz, a las cuales pueden llegar los hombres por mutuo consenso" (8).
El método más adecuado para llegar a la paz, según Hobbes, es la realización de pactos
entre las personas y asegurar su cumplimiento a través del temor a un poder apto para
constreñir a quienes violarían su palabra: "es una unidad real de todo ello en una y la misma
persona, instituida por pacto de cada hombre con los demás, en forma tal como si cada uno
dijera a todos: autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de hombres mi derecho a
gobernarme a mismo, con la condición de que vosotros transferiréis a él vuestro derecho, y
autorizaréis todos sus actos de la misma manera" (9). El producto de este pacto es el Estado,
el Leviatán.
Locke, por su parte, se distancia de Hobbes en cuanto a su concepto de estado de
Naturaleza (10) y afirma que las personas nacen "con un título a la perfecta libertad y al
disfrute ilimitado de todos los derechos y privilegios de la ley natural" (11). Ahora bien, dado
que una sociedad política no puede, en su opinión, existir ni subsistir "sin poseer en sí misma
el poder necesario para la defensa de la propiedad", la única sociedad política posible es
aquella en la que "cada uno de los miembros ha hecho renuncia de ese poder natural,
entregándolo en manos de la comunidad" (12).
Sin embargo, si los hombres son "libres, iguales e independientes por naturaleza, ninguno
de ellos puede ser arrancado de esa situación y sometido al poder político de otros sin que
medie su propio consentimiento. Este se otorga mediante convenio [el Contrato Social] hecho
con otros hombres de juntarse e integrarse en una comunidad destinada a permitirles una
vida cómoda, segura y pacífica de unos con otros, en el disfrute tranquilo de sus bienes
propios, y una salvaguardia mayor contra cualquiera que no pertenezca a esa comunidad "
(13).
Locke es consciente de que esta teoría constituye una ficción: "resulta poco menos que
imposible conseguir la unanimidad, como consecuencia de la variedad de opiniones y de la
pugna de intereses que se manifiesta fatalmente en cuanto se reúnen unos cuantos hombres"
(14).
Rousseau, sin entrar en polémicas con los autores anteriores, describe el Contrato Social y
explica su génesis de la siguiente manera: "Supongo a los hombres llegados a un estado en el
cual los obstáculos que perjudican a su conservación en el estado natural dominan por su
resistencia a las fuerzas que cada individuo puede emplear para permanecer en tal estado.

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Este estado primitivo no puede ya subsistir, y el género humano perecería si no cambiase su
manera de ser" (15).
De esta forma, el problema fundamental al cual da solución el Contrato Social es el de
"Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común a la
persona y bienes de cada asociado, y por la que cada cual, uniéndose a todos, no obedezca,
sin embargo, más que a sí mismo y permanezca tan libre como anteriormente (...). Las
cláusulas de este Contrato (...), aunque no hayan sido nunca formalmente enunciadas, son las
mismas para todos y por todos tácitamente admitidas y reconocidas, hasta que, violado el
pacto social, cada uno recobra sus primeros derechos y su libertad natural, perdiendo la
libertad convencional por la cual renunció a aquélla. Estas cláusulas, bien entendidas, se
reducen a una sola: a la enajenación completa de cada asociado, con todos sus derechos, a la
comunidad entera, ya que, dándose íntegramente cada uno, la condición es igual para todos,
y, siendo igual para todos, nadie tiene interés en hacerla onerosa a otros" (16).
Como podemos observar, la teoría del Contrato Social implica la suposición de que
las personas, frente a una situación hipotética apremiante de la que necesitan escapar
(ya sea para salir del estado de guerra de todos contra todos de Hobbes, sea para permitir
una vida cómoda, segura y pacífica de Lokce o para defender y proteger con toda la fuerza
común a la persona y a sus bienes de Rousseau), deciden "renunciar" a todos sus
derechos y encomendar su protección a la comunidad, a través del convenio imaginario
llamado Contrato Social.
III. Nuestra Constitución como Contrato Social
Trasladar esta ficción del Contrato Social a las constituciones escritas no conlleva ninguna
dificultad, ya que éstas contienen, básicamente, las reglas fundamentales por las que se rige
una sociedad, las cuales son modificadas por sus representantes.
De allí que "Tradicionalmente el concepto de Constitución ha[ya] sido asociado al
Contrato Social. Las doctrinas contractualistas clásicas desde Hobbes han sido base para la
creación de constituciones que establecen la organización del gobierno y las declaraciones de
derechos" (17).
Siguiendo esta asociación, podemos decir que nuestra Constitución Nacional sería
producto del acuerdo de los integrantes de nuestra sociedad sobre sus derechos y la forma de
organizarse, y nuestra primera Constitución, entonces, sería el primero de estos acuerdos.
Así planteada, esta idea enfrenta el siguiente problema: "¿qué cuerpo de hombres, por
muy linces que sean, pueden sentar anticipadamente preceptos que arreglen los problemas de
la futuridad?" (18).
En efecto, aun si suponemos que la Constitución Nacional fue producto del acuerdo de
todos los integrantes del incipiente Estado argentino allá por 1853, es evidente que más de
160 años después todos esos integrantes han cambiado, por lo que los actuales difícilmente
podrían llegar al mismo acuerdo si se lo propusieran. De ahí surge la necesidad de que ese
pacto sea revisado y modificado a medida que avanza el tiempo y cambian las generaciones.
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Sin embargo, y contrariamente a lo que sugiere esta argumentación, nuestra Constitución
es bastante reacia a que se le hagan modificaciones, lo que permite caracterizarla como una
constitución rígida.
Las razones que se alegan para justificar su mecanismo rígido de reforma son básicamente
dos: por un lado, se dice que con ella se intenta evitar que una mayoría circunstancial
imponga una reforma constitucional según su propia conveniencia (19). Por otra parte, se
sostiene que una Constitución que pueda ser fácilmente modificada atentaría contra la
seguridad jurídica, puesto que "Una constante mutación normativa conspira contra la
certidumbre acerca de lo que tales disposiciones establecen y daña la confianza de los
ciudadanos en que ellas serán cumplidas por los demás y por los poderes públicos" (20). Por
estas razones, un mecanismo rígido de reforma sería no sólo conveniente sino incluso
necesario.
IV. La rigidez de nuestra Constitución en los hechos
Veamos, entonces, cómo ha funcionado en los hechos la aparentemente necesaria rigidez
de nuestra Constitución. En total, la misma fue objeto de siete reformas en sus 162 años de
historia, lo que indica que, en promedio, es reformada una vez cada 23 años. Este dato, a
simple vista, podría llevarnos a pensar que la rigidez de la Constitución no es lo
suficientemente extrema como para impedir que vaya reflejando los cambios de nuestra
sociedad, o que se vaya "reformando nuestro Contrato Social".
Sin embargo, al prestar apenas un poco de atención a cada reforma, veremos que la
importancia del dato anterior se diluye y nos lleva a sacar una conclusión diferente.
La primera reforma, llevada a cabo en 1860, tuvo como objeto principal incorporar la
Provincia de Buenos Aires a lo que hasta ese entonces se conocía como la Confederación
Argentina y, de manera concordante, introdujo otros cambios a fin de hacer a la Constitución
"más federal" (21).
La segunda reforma ocurrió en 1866, y su objeto fue garantizar que los derechos de
exportación fueran propiedad del Estado Nacional en forma indefinida y no solo hasta 1866
(como disponía la Constitución anterior), a fin de sostener los gastos que implicaba la Guerra
de la Triple Alianza. Esta reforma no incorporó cambios en el resto de la Constitución (22).
En la siguiente reforma, ocurrida en 1898 (32 años después de la anterior), nuevamente los
cambios fueron mínimos. Se modificaron solamente dos artículos: el 37, sobre la cantidad de
diputados por habitantes, y el 87 sobre la cantidad de ministros del Poder Ejecutivo (23).
Tuvieron que pasar 51 años para la siguiente reforma, que llegó con Perón, en el año 1949.
En este caso los cambios fueron mucho mayores, pero la nueva Constitución fue dejada sin
efecto por la Proclama del 27 de abril de 1956, de Aramburu, que declaró vigente la
Constitución Nacional de 1853 con las reformas de 1860, 1866 y 1898, excluyendo la de
1949 (24).
En 1957, la Convención Constituyente resolvió su propia legitimidad (ya que, en ese

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momento, el gobierno era ejercido de facto por militares), convalidó la proclama militar de
1956 y reformó la Constitución nuevamente en dos aspectos: incorporó el art. 14 bis y
sustituyó las palabras "de minería" por "de minería y del trabajo y seguridad social" (25) en el
por entonces artículo 67, inciso 11.
En 1972, los militares, que habían tomado el poder a través de un nuevo golpe de Estado
en 1966, impusieron su propia reforma a través de lo que llamaron Estatuto Fundamental, el
cual limitaba su vigencia como máximo hasta el 24/05/1981 (26). Curiosamente, muchos de
los cambios introducidos por este Estatuto fueron incorporados luego a la siguiente (y, hasta
ahora, última) reforma constitucional.
Finalmente, en 1994 se reformó por última vez la Constitución Nacional. Fue una reforma
amplia: se incrementó la cantidad de derechos y garantías reconocidos (de la mano de la
incorporación de numerosos tratados internacionales en materia de Derechos Humanos) y
también hubo cambios respecto de nuestro sistema republicano, el cual se publicitó como un
giro decisivo hacia un semiparlamentarismo.
Volvamos a ver entonces la estadística acerca de las reformas constitucionales. ¿De
cuántas de las reformas podríamos decir que expresan o expresaron (en los términos ficticios
del Contrato Social) el consenso de todos los integrantes de nuestra sociedad sobre las
normas básicas que nos regirían? En otras palabras, ¿cuántas de las constituciones resultantes
de las reformas pueden ser consideradas como nuestro Contrato Social?
Siguiendo el breve repaso histórico anterior, podemos descartar casi todas: las de 1860 y
1866, que fueron muy próximas a la primera Constitución y no tuvieron como objeto "reflejar
un nuevo Contrato Social" sino ajustar ciertas variables de acuerdo a la coyuntura histórica;
la de 1949, que fue derogada; y las de 1957 y 1972, que fueron hechas en épocas de
gobiernos militares.
Esto nos deja con dos reformas de la Constitución en 160 años.
V. La paradoja
Esta estadística me deja con serias dudas acerca de la idea de legitimar nuestra
Constitución a través de la teoría del Contrato Social. En efecto, ¿no resulta contradictorio
pretender que nuestra Constitución represente nuestro acuerdo básico a lo largo de todas las
generaciones cuando éste ha sido modificado (en los términos de este trabajo) tan solo dos
veces en 162 años? Nuestra concepción del mundo, de nuestras relaciones sociales, de
nuestras potestades, límites y derechos, de la forma de organizarnos, ¿ha sufrido tan pocos
cambios en ese lapso?
Si vamos a pretender que nuestra Constitución es producto de un Contrato Social y que
todos estamos de acuerdo con las reglas básicas que nos rigen, ¿no deberíamos acercar lo más
posible la realidad a dicha ficción? ¿Cómo podemos sostenerla si en 162 años reformamos
ese Contrato Social tan sólo dos veces, la última hace ya 21 años? Sin ir muy lejos, pensemos
la situación con base en nuestra actualidad. ¿No hemos aprendido cosas desde la última
reforma constitucional? ¿No podemos decir ya, por ejemplo, a 21 años del supuesto giro al
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semiparlamentarismo, que los mecanismos adoptados al efecto han fracasado rotundamente?
(27)(28).
El punto es el siguiente: como toda ficción, la idea del Contrato Social tiene cierta
utilidad; sin embargo, partiendo de la base de que toda ficción es necesariamente falsa (si
fuera verdadera ya no sería una ficción) debemos tener mucho cuidado al emplearla, porque
puede volverse en nuestra contra (29). En este caso particular, la idea de Contrato Social
legitima nuestra Constitución al invitarnos a hacer de cuenta que todos formamos parte de su
creación/modificación y que estamos de acuerdo con lo que dispone; por decirlo de alguna
manera, nos permite "sentir nuestra a la Constitución". De ahí que cualquiera se sienta con
derecho, ante lo que cree que es una violación a alguna norma constitucional, a exigir
"respeto por la Constitución Nacional" (30) o por "las instituciones".
Ahora bien, si esa exigencia se funda en sentir nuestra a la Constitución, ¿qué pasaría si ya
no la sintiéramos así? ¿Exigiríamos, de la misma forma y con el mismo ímpetu, que se la
respete? Yendo más lejos aún, ¿por qué respetaríamos nosotros mismos una Constitución que
nos resulta ajena, que no representa nuestra forma de concebir la organización social?
VI. Un tercer camino
Naturalmente, una Constitución que no es respetada es una Constitución que perdió todo
sentido.
De modo que, si el camino escogido para legitimar la Constitución es la teoría del
Contrato Social (también podría legitimársela de otra forma y buscar que se la respete por
otra vía), habría que tomarse muy en serio la idea, y llevar la ficción lo más cerca posible
de la realidad. Esto implica, siguiendo el razonamiento del trabajo, flexibilizar su
mecanismo de reforma para que cada generación pueda hacer sus propias contribuciones
al Contrato. Sin embargo, ello nos podría llevar nuevamente a los problemas señalados en el
punto III: una constitución flexible permitiría que mayorías circunstanciales impongan una
reforma según su propia conveniencia y, además, atentaría contra la seguridad jurídica. En
una palabra, la haría imprevisible.
Obviamente, una forma de solucionar estos problemas es continuar por la senda actual y
dejar intacto el mecanismo de reforma riguroso (constitución rígida), pero la idea es
encontrar una solución que supere todos los problemas planteados, en lugar de buscar el mal
menor. Pienso que, para lograr eso, debemos encaminar la búsqueda de soluciones por otro
lado; debemos encontrar una manera de flexibilizar el mecanismo de reforma sin que la
Constitución pierda su previsibilidad.
Un camino posible es establecer una cláusula de reforma periódica de la
Constitución. Dicha cláusula establecería que, cada cierta cantidad de años
(supongamos 20 o 30), debe convocarse a una Convención Constituyente para
reformarla. Por supuesto, la Convención podría decidir que la Constitución no debe ser
reformada, con lo que el texto se conservaría intacto; sin embargo, ello implicaría que
los representantes de esa generación optaron por conservarlo así, en lugar de que eso les
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haya sido impuesto por antepasados temerosos y conservadores.
A simple vista, esta idea puede resultar chocante, y puede pensarse que no resolvería
ninguno de los problemas mencionados. Quizás ello sea cierto, pero sin duda los relativizaría:
(i) Podría sostenerse que no evitaría que mayorías circunstanciales impongan reformas
según su conveniencia. Esto es cierto, ya que el partido que ostente la mayoría en el momento
de reforma constitucional podría hacerlo perfectamente y, en un punto, se le dejaría el camino
servido para hacerlo. Sin embargo, el mecanismo propuesto garantizaría que, cierto tiempo
después de esta reforma "indeseada", una nueva reforma podría corregir los errores
cometidos, y no habría que esperar a que, con mucha suerte y quién sabe cuándo, una
mayoría agravada llegue a un acuerdo para hacerlo. Por otra parte, hay que reconocer que, en
rigor, una Constitución rígida no elimina el problema de la reforma impulsada por mayorías
circunstanciales, sólo requiere que dichas mayorías sean muy grandes.
(ii) También podría sostenerse que las reformas periódicas de la Constitución atentarían
contra la seguridad jurídica, puesto que cada cierta cantidad de años las normas
constitucionales podrían cambiar, y ello afectaría la previsibilidad del sistema. Sin embargo,
el plazo propuesto es de 20 años o más entre cada reforma, el cual da un margen de
previsibilidad razonable. Además, y volviendo al argumento expuesto en (i), la Constitución
rígida no garantiza que las normas constitucionales no puedan cambiar de un momento a otro:
de hecho, con el sistema actual es imposible prever (en el mediano y largo plazo) cuándo
habrá una reforma constitucional, con lo cual el sistema también es, en cierto sentido,
imprevisible.
Sin embargo, creo que esta propuesta y el enfoque de este trabajo, en general, deben
enfrentarse a una objeción que, quizás, sea de mayor peso. Me refiero a una segunda lectura
que se puede hacer de la estadística expuesta en el punto IV.
Lo que planteé en esa ocasión es que la escasa cantidad de reformas que presenta nuestra
Constitución Nacional indica que el mecanismo de reforma adoptado por ella es
excesivamente rígido, y que eso conspira contra la teoría del Contrato Social como forma de
legitimarla.
Esta no es la única lectura que puede hacerse: podría decirse que, en realidad, el hecho de
que la Constitución haya sido reformada en pocas oportunidades solamente representa una de
las posibilidades que brinda la ficción del Contrato Social. Podría sostenerse que eso
demuestra más bien que las sucesivas generaciones, en general, han aceptado la Constitución
y que, simplemente, no han querido modificarla.
Por más plausible que sea dicha postura, pienso que, en realidad, no tiene en cuenta que
nuestra historia institucional y democrática ha sido más bien turbulenta. En efecto, la
cantidad de golpes de Estado que hubo en el siglo XX, muchos de los cuales incluso gozaban
de cierto apoyo popular, dan cuenta de que la supremacía de la Constitución no siempre fue
un valor innegociable para nuestro pueblo. Decir, entonces, que la escasa cantidad de
reformas se dio por la conformidad de la sociedad con la Constitución, me parece erróneo.
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Quizás (aunque admito que la siguiente es una conjetura aún más hipotética que todo lo dicho
hasta acá), si el mecanismo de reforma de nuestra Constitución hubiera sido más flexible, no
se habría siquiera pensado en los golpes de Estado como forma de resolver situaciones
institucionales delicadas.
VII. Conclusión
Conforme lo dicho en la Introducción, en este trabajo intenté analizar la teoría del
Contrato Social como forma de legitimar nuestra Constitución, a la luz de la complejidad de
su mecanismo de reforma. Para hacerlo, mencioné las principales formulaciones históricas de
la teoría del Contrato Social, hice un pequeño resum
en histórico de las reformas constitucionales en nuestro país y les apliqué la idea del
Contrato Social.
El resultado obtenido fue que las reformas de la Constitución, en términos de "reformas
del Contrato Social plasmadas en el texto constitucional", fueron escasas, y atribuí ese
"hecho" a la rigidez del mecanismo de reforma por ella adoptado. También mencioné las
principales razones por las que se suele justificar un mecanismo rígido y propuse una manera
de superar al mismo tiempo los problemas generados por una constitución flexible y los
generados por una rígida, siempre a la luz de la teoría del Contrato Social. Intenté anticipar
ciertas críticas que podría recibir una propuesta semejante y brindé argumentos para
superarlas.
Sin embargo, el objetivo del trabajo no era llegar a la propuesta del punto anterior (que es
una idea mucho menos meditada que la del trabajo en general), sino más bien alertar sobre
los peligros que puede acarrear la teoría del Contrato Social como forma de legitimar nuestra
Constitución. Pienso que esta teoría asume que el Contrato Social irá variando a lo largo del
tiempo y, por ello, echar mano de ella sin que la Constitución también lo haga puede ser
sumamente peligroso.
En tiempos en donde sectores de la sociedad miran de reojo al sistema político en su
totalidad, en donde sectores incluso dudan de que todos tengamos derecho a la vida, ¿llegará
el día en que algunos se pregunten por qué deben respetar una Constitución que no representa
sus ideales sino los de sus antepasados?
(1) Por ejemplo, en sentencias de la CSJN de suma trascendencia como "Mazzeo" (Fallos
330:3248) o "Simón" (Fallos 328:2056).

(2) A raíz de los "linchamientos" ocurridos en abril de 2014, muchos sostuvieron que los
mismos reflejaban un regreso al "estado de naturaleza" postulado por Hobbes y que "se había
roto" el Contrato Social.

(3) En palabras de Andrea Mrad, "Esa verdadera empresa que implica el establecimiento
de una Constitución crea un compromiso en todos aquellos que han participado de la gesta"
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(MRAD, Andrea. El mito constitucional. Publicado en LLC2001-747, 2001).

(4) Aplicando esta idea a los órganos de poder: "Dado que es el mismo pueblo quien
celebra el común pacto de unión y delega atribuciones en los órganos de poder, éstos
obtienen su legitimidad del consenso popular que les dio origen" (GELLI, María Angélica.
Los discursos sobre el consenso en la reforma constitucional. Publicado en LA LEY 1993-D,
1055).

(5) "El Contrato Social es un modelo para describir la Constitución. Y, si se cumple,


legitima la Constitución existente" (SOLA, Juan Vicente. Tratado de Derecho Constitucional.
Buenos Aires: La Ley, 2009, Tomo I, p. 7).

(6) También existen formulaciones más recientes, como la Teoría de la Justicia de John
Rawls, publicada por primera vez en 1971. Según esta teoría, más compleja que las tres
mencionadas, las personas convienen específicamente acerca de los "principios de justicia"
que regirán sus relaciones en sociedad, lo cual hacen en "la posición original" a través del
"velo de ignorancia". Lo que ignorarían "las partes" en esta posición original, concretamente,
es "su lugar en la sociedad, su posición o clase social, (...) su suerte en la distribución de
talentos y capacidades naturales, su inteligencia y su fuerza" así como "su propia concepción
del bien", y "los rasgos particulares de su propia psicología" (RAWLS, John. Teoría de la
justicia. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2010, p. 135).

(7) HOBBES, Thomas. Leviatán o la materia, forma y poder de una república,


eclesiástica y civil. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 102.

(8) HOBBES, op. cit., p. 105.

(9) HOBBES, op. cit., p. 141.

(10) Según su opinión existe una clara diferencia "entre el estado de Naturaleza y el
estado de guerra. Sin embargo, ha habido quien los ha confundido [por Hobbes] (...). Los
hombres que viven juntos guiándose por la razón, pero sin tener sobre la tierra un jefe común
con autoridad para ser juez entre ellos, se encuentran propiamente dentro del estado de
Naturaleza. Pero la fuerza, o un propósito declarado de emplearla sobre la persona de otro, no
existiendo sobre la tierra un soberano común al que pueda acudirse en demanda de que
intervenga como juez, es lo que se llama estado de guerra" (LOCKE, John. Ensayo sobre el
gobierno civil. Buenos Aires: Ed. Aguilar, 1963, p. 45)

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(11) LOCKE, op. cit., p. 108.

(12) LOCKE, op. cit., p. 109.

(13) LOCKE, op. cit., p. 119.

(14) LOCKE, op. cit., p. 121.

(15) ROUSSEAU, Jean-Jacques. El Contrato Social. Madrid: Ed. ALBA, 1998, p. 32.

(16) ROUSSEAU, op. cit., p. 33.

(17) SOLA, Juan Vicente. Manual de Derecho Constitucional. Buenos Aires: La Ley,
2010, p. 63.

(18) MRAD, Andrea, op. cit.

(19) Este mecanismo de protección contra el aprovechamiento político de una mayoría


circunstancial tiene una contracara que no es frecuentemente señalada: "Como contrapartida
puede constituirse en un factor pernicioso cuando la realidad impone la necesidad de cambios
institucionales y sociales profundos, y la oposición adopta conductas de especulación frente a
las mismas" (CUELI, Hugo O. Reforma constitucional. Principios y análisis. Publicado en
LA LEY 1993-C, 955).

(20) GONÇALVES FIGUEIREDO, Hernán R. La seguridad jurídica y sus proyecciones


en el derecho electoral argentino. Publicado en LA LEY 2009-A, p. 1059.

(21) GALLETTI, Alfredo. Historia constitucional argentina. La Plata: Editora Platense,


1974, Tomo 2, p. 574.

(22) De hecho, la reforma consistió únicamente en la supresión de las siguientes partes:


"hasta 1866, con arreglo a lo establecido en el inciso 1 del artículo 67" (art. 4) y "hasta 1866,
en cuya fecha cesarán como impuesto nacional, no pudiendo serlo provincial" (art. 67).
(GALLETTI, op. cit., p. 579)

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(23) Curiosamente, el proyecto presentado por el diputado Lucas Ayarragaray para
declarar la necesidad de reforma de la Constitución apuntaba a 14 artículos, muchos más que
los que finalmente fueron modificados (GALLETTI, op. cit., p. 579/83).

(24) Proclama del 27 de abril de 1956: "Por ello, el gobierno provisional de la Nación
Argentina, en ejercicio de sus poderes revolucionarios, proclama con fuerza obligatoria:
Artículo 1°: Declarar vigente la Constitución Nacional sancionada en 1853, con las reformas
de 1860, 1866, 1898 y exclusión de la de 1949, sin perjuicio de los actos y procedimientos
que hubiesen quedado definitivamente concluidos con anterioridad al 16 de septiembre de
1955".

(25) GALLETTI, op. cit., p. 594.

(26) Art. 4: "Este Estatuto regirá hasta el 24 de mayo de 1977. Si una Convención
Constituyente no decidiera acerca de la incorporación definitiva al texto constitucional, o su
derogación total o parcial, antes del 25 de agosto de 1976, su vigencia quedará prorrogada
hasta el 24 de mayo de 1981".

(27) "Pues lo cierto es que a partir del proceso reformador constitucional de 1994, el cual
se publicitó como el comienzo de una nueva etapa semiparlamentaria, la delegación
legislativa en el poder ejecutivo (art. 76), la promulgación parcial de las leyes (art. 80) y los
decretos de necesidad y urgencia (art. 99 inc. 3°) son facultades presidenciales
normológicamente constitucionales. (...) Conclusivamente podemos decir que la reforma
realizada por aquella Convención Constituyente Nacional —saturada de omisiones y
prohibiciones vagas-, no sólo fracasó en su objetivo de alumbrar un sistema
'semiparlamentario', sino que además, mediante el conocido juego de reglas y excepciones,
terminó incorporando al nuevo texto de la Constitución prácticas ejecutivas propias del
voluntarismo presidencial" (RISSO, Guido I. 10 años de la reforma constitucional de 1994. A
propósito de lo que pudo haber sido y no fue. Publicado en LA LEY 25/10/2004, p. 1).

(28) Es sencillo concluir que, en los términos que Mario Resnik empleó para describirlos
antes de la reforma de 1994, nuestros presidentes constitucionales siguen siendo "dioses
todopoderosos" (RESNIK, Mario H. Propuestas para un debate. Elementos psicosociológicos
de una eventual reforma constitucional. Publicado en LA LEY 1990-B, 793).

(29) Por esta razón disiento con Sola cuando afirma que "Los modelos teóricos deben ser
considerados primariamente por la certeza de sus predicciones antes que por la realidad de
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sus presunciones" (ídem 5, p. 4). Si bien ello puede ser cierto en cuanto al Contrato Social
considerado exclusivamente como modelo teórico, este pacto, como él mismo explica apenas
renglones antes, también es un "modelo de legitimación de la pertenencia del individuo frente
al Estado". De este modo, de la realidad de las presunciones del Contrato Social depende su
capacidad de legitimación, por lo que es sumamente pertinente analizarla al momento de
considerar la teoría.

(30) "Las reformas propuestas en el despacho que estamos discutiendo constituyen un


paso imprescindible para revertir esta situación, al establecer un nuevo equilibrio de poderes
que hará posible un efectivo respeto a la Constitución por quienes tienen la responsabilidad
del Gobierno Nacional" (ALFONSÍN, Raúl R. Núcleo de coincidencias básicas. Publicado en
LA LEY 1994-D, 824; Derecho Constitucional - Doctrinas Esenciales, Tomo I, 873; cita
online: AR/DOC/15901/2001).

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