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CRÍTICA A LA PELIGROSIDAD COMO FUNDAMENTO Y MEDIDA DE LA REACCIÓN PENAL FRENTE AL

INIMPUTABLE (SOTOMAYOR)

El texto hace una crítica de la noción de “peligrosidad” y de las medidas de seguridad que implican el
encierro para los casos en los que se declara la inimputabilidad del acto. Hay que recordar el Artículo 34
del Código Penal que trata justamente de la inimputabilidad, que en su primer inciso define quién es
considerado no-punible: “el que no haya podido, en el momento del hecho, ya sea por insuficiencia de
sus facultades, por alteraciones morbosas de las mismas o por su estado de inconsciencia, error o
ignorancia del hecho no imputable, comprender la criminalidad del acto o dirigir sus acciones”.

En el caso de declararse la “enajenación” de la persona el Tribunal puede ordenar que se la recluya en


un manicomio hasta que, con una sentencia judicial con previa audiencia en el Ministerio Público, y con
previo dictamen de los peritos, se dictamine que la persona ya no representa un peligro.

El autor problematiza este vínculo entre “inimputabilidad” y “peligrosidad”, ya que el último término ha
quedado en desuso en los casos en los que se le imputa el acto a la persona. Se concentra
principalmente en los casos en los que hay un padecimiento mental. La “peligrosidad” se basa en una
“probabilidad pronóstica”, en la posibilidad de pensar temporalmente el devenir de sujeto y de su
potencial peligro. Esta cuestión temporal es criticada en el texto, dado que a quien se le adjudica una
pena, se lo declara imputable, tiene una condena que está determinada, mientras que en los casos de
inimputabilidad donde se aplica una medida de seguridad no hay una determinación específica del
tiempo en que tiene que permanecer internado.

A pesar de fundarse este tipo de medidas en una noción como la “peligrosidad”, también se aclara que
es un concepto muy criticado y dejado en desuso por la psiquiatría, la antropología y otros discursos.
Desde la psiquiatría, la idea de que “el loco es peligroso” es ya considerado un mito. No hay ningún dato
concreto que señale que una persona con padecimiento mental sea más propensa a delinquir que una
persona “sana”. También, en los casos en los que una persona con algún grado de padecimiento
transgrede alguna norma, no siempre se puede adjudicar o responsabilizar de ilícito a su condición de
salud mental; pensar de tal manera conduciría a un reduccionismo de la persona a su padecimiento, y
entendiendo que cada acto responde a un síntoma de su patología, descuidando otros factores
determinantes. Desde el punto de vista forense, si la función del psiquiatra también se reduce a
determinar quién es peligroso y quién no, su actuación queda enmarcada en la vigilancia, el control y el
castigo.

¿Si la noción de “peligrosidad” ha sido desestimada desde tantos discursos, por qué sigue teniendo
vigencia en el ejercicio real del poder punitivo? ¿De qué riesgo es entonces portador la persona con un
padecimiento subjetivo que ha cometido una transgresión? Lo que el autor responde es que el “peligro”
radica en que atenta contra un orden social y moral que implica un paradigma de “normalidad”. El
riesgo está en que la persona irrumpe un orden convencional, y por lo tanto se requiere su restitución a
través de medidas específicas que al mismo tiempo lo legitiman.

Si bien se puede considerar al manicomio como un dispositivo disciplinario, una contracara de la cárcel,
a esta institución social se le adjudica además una función particular y única: demarca lo racional de lo
irracional, la normalidad de la locura.
Para plantear nuevamente la pregunta acerca de cómo delimitar la “peligrosidad” de una persona, se
acude a Castel: no hay nada de científico en su definición, sino que es meramente estadística y
probabilística. Aun siendo así, no hay manera de hacer un cálculo de probabilidades sobre la
“peligrosidad” de una persona, es algo que se comprueba sólo cuando se manifiesta en un acto
particular. Se trata de una “hipótesis” que se constata únicamente en los hechos.

La “peligrosidad” se considera a partir de estas puntuaciones como una noción legitimante de las
medidas de seguridad que se imponen, en pos de la pretendida “defensa social” que siempre tiene
como trasfondo la defensa de un status quo. No es una garantía de protección, de cuidado de las
personas, trabajar con esta noción.

Como no podemos tener a ciencia cierta un indicador objetivo de la “peligrosidad”, y como se dijo ya
que es meramente una hipótesis, esta noción queda ligada indisociablemente al padecimiento mental:
se es peligroso porque se padece una patología mental. En la declaración de la inimputabilidad, recae
sobre la persona un estado de inermidad respecto al poder médico-legal, quedando al libre arbitrio de
las decisiones que se tomen sobre su destino, basadas justamente en un concepto caduco y mítico como
el que se está criticando. Si la peligrosidad queda ligada al padecimiento, sólo mermaría cuando se
extinga la patología, lo cual en la mayoría de los casos suele ser muy improbable.

De lo que se trata con el concepto de “peligrosidad” es de legitimar ideológicamente, al mismo tiempo,


el “control social” que puede ejercer el Estado sobre su población. Se hace una recapitulación de esta
noción, remontándose a finales del Siglo XIX y principios del XX, en Europa, con la expansión del modelo
capitalista que requería de un control poblacional para disciplinar a los individuos y hacerlos funcionales
al nuevo paradigma productivo. La Criminología Positivista fue la encargada de popularizar el término,
adjudicándose al mismo tiempo el saber requerido para identificar en la naturaleza de los individuos los
caracteres que los harían peligrosos potencialmente. Y al tratarse de una noción tan abstracta e
imprecisa ha adquirido el carácter universal, extendible a cualquier ámbito o cultura. De hecho, se ha
convertido en una noción más cercana al sentido común que al ámbito académico o científico, lo cual
conlleva a que se emparente con otra serie de prejuicios que nada tienen que ver con un saber experto.

Habiendo marcado estas críticas a la noción, la conclusión a la que se arriba naturalmente es que debe
dejarse de lado. Sin embargo, desechar la “peligrosidad” conllevaría a poner en tensión la
“culpabilidad”, que en contraposición ofrece mayores garantías. “Culpabilidad” no es entendido aquí
como “reprochabilidad”, sino como “responsabilidad”. El autor supone un sujeto que es capaz de
asumir, integrar sus actos como propios, y que no aparezcan como una mera exterioridad. A esto último
se opone radicalmente el paradigma de la “peligrosidad”.

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