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FICHA DE CÁTEDRA

UNA MIRADA CRÍTICA SOBRE EL CONCEPTO DE PELIGROSIDAD

El concepto de peligrosidad, específicamente referido a la peligrosidad de una persona,


surge en el siglo XIX, en el contexto del positivismo criminológico, considerando que hay
ciertas características que tornan peligrosos a los individuos, en consecuencia, la sociedad
debe tomar medidas para defenderse de estos sujetos, las cuales históricamente han sido
la marginación, el aislamiento y el encierro.
La noción de peligrosidad criminal ha sido muy cuestionada, tanto desde las ciencias
jurídicas como las disciplinas de la salud mental. No obstante, aún persiste, especialmente
en el ámbito forense, la idea de que existen sujetos que por sus características innatas o
adquiridas son potencialmente peligrosos, y en consecuencia pueden llegar a ser
delincuentes.
Al respecto, Cleopatre Montandon (1982) plantea que la conceptualización de peligrosidad,
por influenciar la toma de decisiones y poner en juego las libertades individuales, requiere
de revisión, especialmente los estudios sobre violencia y aquellos referidos a la relación
entre salud mental y criminalidad.
Diversos trabajos empíricos parten de la captación de la definición social de la
peligrosidad, los cuales a fin de establecer las características del individuo peligroso,
examinan a las personas en prisión o institucionalizadas, que son consideradas ya como
peligrosas, y por consiguiente, reproducen la definición social de peligrosidad.
En relación a esto, Ariana García (2011) señala que la noción de peligrosidad criminal va a
depender del contexto histórico, cultural y social dentro del cual se la defina, por
encontrarse íntimamente ligada a los valores y costumbres sociales, y en definitiva, a lo
que una sociedad define como peligroso para ella y lo plasme en sus leyes penales.
En este sentido, podemos afirmar que el concepto de peligrosidad es relativo.
Sobre la relatividad de la definición de peligrosidad, Montandon refiere que ciertos
individuos o categorías de individuos, como por ejemplo los enfermos mentales o los
delincuentes mentalmente perturbados, son considerados como peligrosos, en tanto que
otras personas o grupos que pueden igualmente presentar un peligro para la sociedad, a
priori no lo son, como por ejemplo los conductores en estado de ebriedad.
La autora se plantea porqué la ley trata de modo diferente al joven que agrede a las
personas en la calle, del dirigente que a sabiendas, descuida hacer reemplazar los
depósitos defectuosos de los aviones de la compañía. En relación a este tipo de casos,
expresa que la acción de un gobierno frente a las diversas fuentes de peligro dentro de una
comunidad no está en relación con la amplitud del peligro. Ello depende del poder de que
disponen los grupos cuestionados.
Así, nuestras sociedades occidentales reprimen fundamentalmente los actos peligrosos de
los individuos particulares, más que las prácticas sociales que amenazan la salud, la
seguridad y el bienestar de los ciudadanos.
Por otra parte, expresa que hay cierta confusión entre la peligrosidad de un
comportamiento dado y la peligrosidad de la persona, ya que el comportamiento es
considerado como el reflejo de la personalidad de un individuo que en consecuencia es él
mismo juzgado como peligroso.
Los actos considerados como peligrosos en una sociedad se producen dentro de
situaciones de interacción y de contextos específicos, dependen a menudo de ciertos
estados dentro de los que puede encontrarse un individuo y no son generalmente
representativos del comportamiento habitual de esa persona. En consecuencia, no puede
hacerse depender la definición de peligrosidad de las características de un sujeto, sino que
es necesario tener en cuenta las situaciones en las que se encuentra.
La peligrosidad, término “peligroso”, no es una disposición establecida de un individuo.
En Estados Unidos, la Suprema Corte de Nueva Jersey ha sentado jurisprudencia al
declarar: “…el comportamiento peligroso no es idéntico al comportamiento criminal. La
conducta peligrosa implica no solamente la violación de normas sociales que son
impuestas mediante sanciones penales, sino un daño físico o psicológico grave a personas
o una destrucción sustancial de propiedad. Las personas no deberían ser encarceladas
indefinidamente porque ellas presentan simplemente riesgos de un comportamiento futuro
socialmente indeseable…”
Los profesionales de la salud mental, psiquiatras y psicólogos son los más consultados por
la justicia para definir, evaluar y prever los comportamientos peligrosos.
Ariana García cuestiona el aporte de la ciencia psicológica para la determinación de la
peligrosidad de un sujeto. Refiere que la ciencia psicológica no posee herramientas para
determinar la peligrosidad, ya que ésta conlleva la necesidad de predecir una conducta a
futuro. Sin embargo, muchos profesionales responden sobre cuestiones de peligrosidad,
avalándose en técnicas psicológicas creadas para otros fines, confundiendo conceptos
jurídicos con alcances psicológicos.
Alvarez, Varela y Greif (1992) ponen el acento sobre las implicaciones valóricas que puede
asumir el diagnóstico de peligrosidad, ya que el mero pronunciamiento sobre este índice
diagnóstico es ya un juicio de valor, por poseer carácter subjetivo. Lo entienden como una
defensa de la sociedad frente a un acto que amenaza su estructura y atenta contra el
“contrato social”, y no como unas características intrínsecas al propio delincuente. Es en
este sentido que proponen al perito un cuestionamiento ético sobre los alcances que tiene
el pronunciarse sobre acciones futuras (pronóstico), y las características asociales del
sujeto.
Estos autores establecen que, en cuanto a la noción de peligrosidad criminal, la ley no
puede ni debería establecer medidas pre-delictuales para ningún tipo de conducta, por
ejemplo las “detenciones por sospecha”, ni post-delictuales, como el pronóstico de
reincidencia de quien ha infligido la ley.
De acuerdo con Montandon, la definición de peligrosidad no es satisfactoria y su predicción
lo es aún menos.
Desde las teorías de la desviación se realiza un análisis crítico del concepto de
peligrosidad. Las teorías interaccionistas del etiquetaje de los actos desviantes han
mostrado que para explicar los actos definidos como desviantes, no es suficiente
interrogarse sobre las características psicológicas o sociales de los actores, sino que es
necesario estudiar las razones por las que ciertos miembros de la sociedad son
considerados y etiquetados por otros como desviados. Desde esta perspectiva, la
peligrosidad no es una disposición innata particular de ciertos individuos, sino un status
que se le ha prescrito.
Los enfoques de la desviación han cuestionado también los datos empíricos,
especialmente las estadísticas, ya que advierten sobreevaluaciones sistemáticas del
comportamiento peligroso. Morahan indica que las falsas predicciones de peligrosidad
varían entre 54 y 99%, bien sea que los métodos de predicción provengan de exámenes
psiquiátricos, de test psicológicos, de indicadores comportamentales o de análisis
multivariados.
Estas teorías han puesto el acento sobre la relatividad de los valores y de las normas que
coexisten dentro de toda sociedad, sobre la arbitrariedad de una ley que representa
principalmente los intereses de la clase dominante. Cuestionan al Derecho y su tratamiento
diferencial de la peligrosidad.
Ariana García propone discutir, como profesionales de la salud mental, ideas relacionadas
con la teoría de la Vulnerabilidad Psico-social propuesta por Juan Carlos Domínguez
Lostaló, como un intento de abordaje humanista de las situaciones de violencia y peligro en
que estos sujetos se encuentran. Este autor cuestiona la forma en que la sociedad trata a
los sujetos implicados en acciones delictivas, teniendo en cuenta el grado de fragilidad
psíquica que la persona tiene por haber sido desatendida en sus necesidades psico-
sociales básicas.
Esta teoría sostiene la existencia de una corresponsabilidad social, ya que es en el marco
del grupo social, donde un sujeto puede hacerse “peligroso”. La vulnerabilidad está
vinculada a las funciones que el Estado debe cumplir para con sus ciudadanos: salud,
educación, trabajo, seguridad. Entonces, el índice de vulnerabilidad está relacionado a la
desatención de alguna de estas funciones básicas, y esto es responsabilidad del todo
social.
El planteo de la corresponsabilidad genera la implicación en las situaciones de riesgo de la
sociedad toda, que hace que el suceso deje de ser propio de su autor, y nos involucra a
todos. La teoría de la vulnerabilidad se sostiene en una perspectiva humanista del conflicto
social, dejando de lado la objetivación del proceso, que resulta del modelo científico
positivista, en el que se desconoce la conformación especial de los procesos sociales y
culturales.
Hasta aquí queda planteado un debate criminológico surgido en el siglo XIX, que aún hoy
se mantiene en los ámbitos forense y penitenciario, generando ciertos conflictos y tensión
a partir de los requerimientos de la justicia a los profesionales de la salud mental.
La justicia requiere respuestas acerca de la peligrosidad de las personas en conflicto con la
ley penal. Los profesionales de la salud mental nos cuestionamos éticamente si contamos
con métodos objetivos que permitan predecir la conducta futura de las personas, teniendo
en cuenta que si bien nuestras conclusiones no son vinculantes, pueden ser tenidas en
cuenta para fundamentar la privación de libertad o el acceso a ella.
En virtud de lo antes expuesto, es importante considerar la relatividad y subjetividad del
concepto de peligrosidad, como así también las limitaciones de nuestras herramientas
profesionales para diagnosticar la peligrosidad de una persona y especialmente para
predecir su conducta futura.

Texto basado en:


Artículo “La Peligrosidad” Cleopatre Montandon. Revista Criminología. México. 1982
Artículo “Psicología Forense Crítica: ¿Es posible la determinación de la peligrosidad en la
práctica pericial psicológica? Ariana G. García. Psicología y Derechos Humanos. Serie
Psicojurídica. Argentina. 2011
Lic. Inés Guzmán. Prof. Adj. Cátedra Psicología Criminológica. Fac. Psicología. U.N.C.
2022

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