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Antes de abordar la clase en cuestión, un pequeño repaso.

Uno de los subtítulos de esta clase reza lo siguiente: “La relación simbólica define la posición
del sujeto en lo imaginario.”

Sabemos, por la clase anterior, que el sujeto es alienado por el orden imaginario. En esta
alienación ubicamos lo esencial del estadio del espejo, como la operación de constitución del
yo (moi) a partir de la unidad imaginaria del cuerpo. Esto nos indicaba la naturaleza ilusoria del
yo, y nos remitía al descentramiento que produjo el descubrimiento freudiano: el yo es otro, el
yo no es el centro, el sujeto ha de estar en otro lado.

Esta alienación imaginaria, la captura del sujeto a partir de la imagen especular de su cuerpo,
no se da sin que el orden simbólico intervenga. Sin la indicación del Otro, sin la relación
simbólica con ese Otro, el sujeto no podría encontrar su lugar en el imaginario.

La “revolución copernicana” que introduce Freud alrededor de la noción del yo, se traduce
como la fractura de la concepción de una idea de sí mismo, por parte del hombre, entendida
hasta entonces como unitaria y real, para pasar a considerarse como una construcción
imaginaria. Por otra parte, el inconsciente toma un lugar preponderante sobre este yo
imaginario, lo que puede expresarse con la frase de que “el yo no es el amo en su propia casa”.

En otras palabras, podemos hablar de una noción preanalítica del yo (amo de su propia casa),
y, luego de Freud, de una noción analítica del yo.

Esta idea de que el yo es una construcción ilusoria era el punto de partida, al mismo tiempo,
para una crítica hacia los desarrollos posfreudianos, en tanto tomaban al yo nuevamente como
centro, como eje sobre el que medir la virtud, la areté; olvidando lo esencial del
descubrimiento freudiano.

Este olvido, este desconocimiento, constituye una reabsorción del saber analítico a la
psicología preanalítica, un retorno al viejo yo preanalítico. Lacan, al respecto, señala esa inercia
propia a todo saber de cristalizar esa verdad en estado naciente, y en virtud de esa tendencia
olvidar su propio sentido. Olvidar, dicho de otro modo, la verdad que le dio origen.

Ahora sí, vamos a los comentarios acerca de la clase.

Se sigue releyendo Introducción del narcisismo (1914), principalmente lo que tiene que ver con
las vías de acceso al estudio del narcisismo. Alrededor del tema del retiro de libido que inviste
al mundo exterior, se plantea la idea del camino regrediente que toma dicha libido y la
consecuente investidura de objetos de la fantasía (en el caso de los neuróticos). Sabemos que
hay un extrañamiento de la realidad, pero sin embargo no se presentan toda la serie de
manifestaciones que caracterizan a la psicosis. Entonces vemos cierta equivalencia entre los
objetos reales y los objetos imaginarios en la economía libidinal. Esto nos introduce –dice
Lacan- al carácter imaginario del yo.

Otro punto en este texto de Freud que nos remite a la cuestión imaginaria es la distinción
entre la elección de objeto propia del hombre y de la mujer. Se nos habla de que el individuo
tiene dos objetos sexuales primitivos: él mismo y la mujer que se ocupa de él. Él mismo,
subraya Lacan, es decir su imagen.

Pero el foco en la lectura de este texto está en la distinción que se hace entre yo ideal e ideal
del yo. Al yo ideal se consagra el amor ególatra de que en la niñez era objeto el yo verdadero
(yo real). El narcisismo original se desplaza a este yo ideal. Este amor ególatra transferido a
este yo ideal se busca recobrar, como sabemos, a partir del ideal del yo.

El yo ideal lo podemos ubicar en lo imaginario, dice Lacan, al ideal del yo del lado de lo
simbólico. ¿Por qué lo asociamos a lo simbólico al ideal del yo? Porque es una instancia que
establece exigencias para el cumplimiento del ideal, que favorece la represión, que encuentra
su lugar entre las exigencias de la Ley.

El desarrollo instintual del animal nos da la pauta de dos cosas: por una parte la identidad del
innenwelt (mundo interior) y el umwelt (el ambiente o mundo exterior), y por otra parte (y la
más importante) la extrema relevancia que adquiere la imagen. Lo que pone en marcha la
serie de conductas reproductivas en los animales son las imágenes del compañero, las
gestalten. Esto ya nos lo indicaba Lacan en la clase anterior. En estos comportamientos
animales, el sujeto se aliena a la imagen de su compañero, queda capturado en ella lo cual
desencadena toda esa serie de conductas que acabamos de enunciar. Hay una suerte de
fijación narcisística con esa imagen exterior. Algo de todo esto nos da la pauta de la relación
del sujeto con el yo imaginario (moi).

En resumen, el comportamiento sexual en el animal está comandado por lo imaginario, pero


es también en este campo (el de la sexualidad) donde hay mayor posibilidad de
desplazamiento. Lo que hay que preguntarse es si en el ser humano sucede lo mismo, y para
responderlo hay que remitirse nuevamente al esquema óptico que Lacan nos presentó la clase
pasada.

El fenómeno de imagen real que produce el espejo cóncavo es situable entre los objetos
reales, incluso introduce la posibilidad de un ordenamiento de ellos a partir de lo imaginario.
Esto no es otra cosa que lo que sucede en el reino animal: a un objeto real se lo hace coincidir
con una imagen que está en el animal, y eso ejecuta la serie de comportamientos sexuales.
En el hombre vemos que la sexualidad está sujeta a un desorden, no encontramos en ella esta
armonía que suponíamos en el animal. No hay identidad entre el objeto real y la imagen, hay
un desfasaje entre ambos términos. Las imágenes que incitan el comportamiento sexual no
coinciden con los objetos reales, aquellos supuestos objetos propios para la reproducción de
nuestra especie. Esto es lo que se pone en relieve en las perversiones, desde ya. Sin embargo,
debe haber algún mecanismo por el que esta imaginación en desorden puede llegar a cumplir
su función. Al fin y al cabo, los seres humanos terminan reproduciéndose.

Al pasar, Lacan nos introduce un interrogante acerca del fin o finalidad del análisis. ¿Cuál es?
¿Es realmente lograr esa coincidencia entre lo imaginario y lo real, como suponemos en el
animal? Acá hay otra pista sobre la crítica hacia los posfreudianos.

Volviendo al esquema, la imagen real sólo se nos hace visible ubicando el ojo (que representa
al sujeto) en el interior de un espacio real del aparato, constituido por el espejo cóncavo y el
cajón con el florero y el ramillete.

Algo que se nos añade en el esquema de esta clase es el SV, el sujeto virtual del otro lado del
espejo plano. Espejo, que como ya sabemos, representa al Otro (A), al orden simbólico. Ese SV,
sujeto virtual, se ubica en un relación simétrica frente al S que está en el campo de lo real,
anterior a la reflexión del espejo plano, y tomando a este espejo plano como eje de la simetría.
Es decir, el campo simbólico da lugar a un sujeto virtual, como reflexión del sujeto del campo
real.

La imagen real del florero invertido (representación de la unidad del cuerpo, conteniendo a
esos ramilletes que simbolizan a las pulsiones parciales) puede verse como imagen virtual por
la reflexión del espejo plano (Otro, orden simbólico, lenguaje).

El SV, reflejo del ojo mítico (S), se nos presenta fuera nuestro. Es decir, el lugar desde el cual el
sujeto reconoce su posición se le presenta fuera de sí mismo.

La inclinación del espejo plano la dicta la voz del Otro. Esto significa que la relación del hombre
con el imaginario, con ese campo virtual que produje el espejo plano, está dada por la relación
simbólica. No hay una relación directa del hombre real con el imaginario si no es mediada por
el vínculo simbólico entre los seres humanos. Esta regulación simbólica no es otra cosa que la
Ley. El yo se sitúa en relación a los otros (“a”, o semejantes) en virtud del intercambio de
símbolos.

Lo real y lo imaginario funcionan a un mismo nivel. En el animal hay cierta adecuación de lo


real con lo imaginario. En el ser humano, como vemos, esto no se da sin que intervenga otro
registro, que es el simbólico, o el espejo plano en el esquema óptico. El posicionamiento del
sujeto en lo imaginario sólo se da si hay algo preexistiéndolo desde fuera, desde otro orden,
diciéndole dónde está ubicado. Este Otro no es más que el ideal del yo.

La carga libidinal de los objetos, la transferencia, el amor, son fenómenos de lo imaginario. Se


dice que en el amor hay algo semejante a una anulación del registro simbólico, el ideal del yo
(que decimos que es simbólico) se enmudece. Acá está lo interesante de la relación entre el yo
ideal y el ideal del yo. El ideal del yo puede llegar a situarse en el campo imaginario como yo
ideal, y es allí donde puede producirse esa alienación narcisista. Cuando se produce esta
confusión (ideal del yo simbólico trocado por yo ideal imaginario), el aparato queda
desregulado simbólicamente. De aquí las virtudes, la seducción, lo amargo del amor: cuando
se está enamorado se está loco. En el amor se ama al propio yo, realizado a nivel imaginario.

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