Está en la página 1de 89

El perdón que te mereces

Libera tu carga emocional en siete


sencillos pasos

Patricia Franco Andía


Copyright © 2020 Patricia Franco Andía

Todos los derechos reservados.

Ilustración de Portada: @cristina_fernandez_ilustracion


Mi sincero agradecimiento a los jóvenes participantes

del proyecto “La Akademia Zaragoza” (2019-2020).


CONTENIDO

INTRODUCCIÓN

1 DOLOR DORMIDO

2 UNIÓN E INOCENCIA

3 EL PERDÓN QUE TE MERECES

CONCLUSIONES

LA PRACTICA

Cambia tu enfoque
Ve de adentro a afuera
Toma responsabilidad
Siente
Observa
No albergues resentimiento
Actua desde la paz

EPÍLOGO

ACERCA DE LA AUTORA
INTRODUCCIÓN

Durante la mayor parte de la vida, muchas personas nos consideramos


rencorosas o, al menos, con dificultades para perdonar.

Esta idea de nosotros mismos se forja debido a que habitualmente acuden a


nuestra memoria, una y otra vez, hechos y situaciones, también conductas
de otras personas o propias, que han tenido lugar en el pasado.

Esos recuerdos no aparecen solo en forma de imágenes mentales de aquello


que aconteció, sino que van acompañados de parecidas o las mismas
emociones que suscitaron la primera vez que presenciamos o
protagonizamos los hechos. Es como si volvieran a producirse una y otra
vez.

Por otra parte, también es habitual toparse con experiencias que desatan
recuerdos y emociones relativos a situaciones o personas de nuestro pasado.

Para completar el cuadro, con relativa frecuencia, las situaciones vividas en


el pasado se repiten de idéntica forma o de manera muy similar, aunque sea
en escenarios y con actores diferentes.

A partir de todas esas vivencias internas -o emocionales- y externas, se


instala en nuestro interior la desagradable sensación de llevar a cuestas una
terrible y pesada carga.

Durante la época infantil, a muchos de nosotros nos han reprendido o


castigado, alguna vez, por negarnos a pedir perdón por algo considerado
incorrecto que hubiéramos hecho.

No es habitual, sin embargo, que los padres pidan perdón a los hijos. En la
mayoría de los casos no creemos que hubiera ninguna razón en especial
para que lo hicieran, pero algunas personas sí se sienten resentidas y
añoran, cuando menos, unas disculpas por parte de sus progenitores. En la
edad adulta, siguen esperando a que sus padres -u otros allegados- les pidan
perdón por las ofensas que consideran que les causaron.

Es probable que de niño o niña hayas escuchado decir a los adultos que te
rodeaban “Que Dios me perdone, pero…” justo antes de que emitieran un
juicio negativo o una dura crítica sobre alguien. Casi seguro que conoces la
aseveración “Eso no tiene perdón de Dios”.

Todas estas cuestiones y, probablemente, la educación religiosa que, la


mayoría, recibimos en la infancia, hicieron que, desde los albores de la
adolescencia, tuviéramos bien arraigada una imponente colección de ideas
erróneas sobre el perdón.

La más potente de estas ideas suele ser que el perdón es asunto de Dios, la
cual casa muy bien con la de justicia divina. Por lo general, tardamos
muchos años -y tenemos que vivir muchas experiencias- en comprender que
el Principio o la Fuente de todo lo Real -Dios-, no tiene nada que ver con
juicios, premios ni castigos.

Otra idea inútil que solemos atesorar es que el primer paso para perdonar a
alguien -y condición sine qua non- es que ese alguien te pida perdón y que
lo haga arrepentido por haberte hecho daño. Lo mismo sucede si tú quieres
acceder al perdón de los demás -no digamos al de Dios-. Igualmente, tienes
que estar y mostrarte arrepentido.

La mayoría de nosotros, cada vez que consideramos que hemos fallado en


algo o que nuestras palabras o actos pueden haber decepcionado a alguien,
nos sentimos apenados e, inconscientemente, nos imponemos alguna forma
de autocastigo.

Que se autoinfrinjan un castigo también es algo que solemos esperar de los


demás cuando etiquetamos sus conductas como ataques u ofensas hacia
nosotros. Juzgamos lo contrario como una actitud egoísta e insensible.

En muchas ocasiones, deseamos que las personas por las que nos sentimos
maltratadas u ofendidas reciban una corrección o un castigo. A veces
consideramos que ese castigo ha de llegarles de nuestra propia mano.
Pareciera que eso pudiera sacarnos de nuestro estado de malestar emocional
cuando, lo cierto es que, albergar esos deseos o actuar con el fin de
imponer correcciones y castigos, intensifica nuestro malestar.

Como consecuencia de habernos educado creyendo que es posible dañar y


ofender a otros, buena parte de nuestras relaciones con los demás están
teñidas de dolor y culpa aunque, en muchos aspectos, sean satisfactorias.

La mayoría de los conflictos que experimentamos en el ámbito familiar y


laboral, se derivan de nuestra creencia en la existencia de ese daño que se
supone que nos hacemos los unos a los otros y del que está lleno el mundo.
Sin embargo, a nosotros nos parece que los conflictos están ahí para
confirmar esta creencia que consideramos verdadera.

A partir de todas las ideas erróneas que se van acumulando, la mayoría de


las personas también creen que el amor duele y sin saberlo, le temen. Nos
cuesta llegar a comprender que lo que duele son los obstáculos que le
ponemos al mismo. Son las barreras que no permiten que el amor fluya con
naturalidad dentro de nosotros y hacia afuera las que duelen. Estas barreras
son el miedo y la desconfianza junto con todas sus variantes.

Con todo este panorama mental no es extraño que nos sintamos no solo
cargados sino, por momentos, sobrepasados. Desde nuestra frustración,
lamentamos sinceramente estar cosechando un considerable nivel de
sufrimiento en importantes áreas de nuestra vida. Pero es habitual que, al
mismo tiempo, nos sintamos no solo incompetentes para liberarnos de la
carga emocional del pasado, sino también incapaces de cambiar nuestra
situación presente.

Como la mayoría de las personas, yo viví mucho tiempo en ese estado de


confusión. Lo hice hasta que un día dejé de esforzarme, deje de arar el
mismo terreno baldío y simplemente me detuve. No fue algo consciente,
más bien la Vida propició que me detuviera.

Al parar y reconocer que mis viejos esquemas no servían más que como
lastre, al darme cuenta de que no sabía lo que tenía que hacer, descubrí una
pequeña idea nueva a partir de la cual indagar: Si no era capaz de perdonar
ni de liberarme de la carga emocional que acumulaba, quizá se debía a que
no sabía hacerlo. La cuestión entonces era si podía o no aprender.

Esa pequeña idea parecía muy real. Lejos de ser una elucubración más de
mi mente, sonaba verdadera. Esa verdad había estado ahí siempre, solo que
nunca antes me paré a mirarla. El deseo intenso de descubrir un camino
diferente, es lo que produce el milagro de que éste aparezca ante nosotros.

Andando ese nuevo camino, poco a poco me di cuenta de que no solo


comprender, sino integrar en nuestra experiencia de vida el verdadero
significado del perdón, es la clave para disipar la confusión mental que
mantiene firme y robusta la carga emocional que acumulamos.

Cuando logramos comprender lo que significa realmente perdonarnos y


perdonar, no hay ningún obstáculo que impida que logremos hacerlo de
manera sencilla.

De esta forma nos liberamos de los conflictos del pasado, cesan las voces
del resentimiento y la culpabilidad y se desvanece la sensación de
frustración por no poder pasar página respecto a determinados episodios
que revivimos mentalmente una y otra vez. Entonces, nuestras relaciones
con los demás ascienden a un nivel de satisfacción muy superior y también
cosechamos paz interna.

Mi intención al escribir este libro es ahorrarte, al menos, parte de la


confusión en la que yo estuve inmersa por largo tiempo y en la que quizá
sientes que te encuentras ahora. Para ello te ofrezco la información que he
aprendido y experimentado acerca del verdadero perdón liberador.

Las ideas que leerás aquí no son mías en sentido estricto. Son una forma de
acercarte, aquí y ahora, lo que de la sabiduría profunda -que muchos
maestros conocen y transmiten mejor que yo- he logrado captar respecto a
lo que significa realmente perdonar.

Deseo que este trabajo sirva a tu mayor bien. Gracias por querer acoger esta
enseñanza.
1 DOLOR DORMIDO

Es común que a lo largo de tu vida experimentes dolor y frustración. A


menudo crees que son los demás, con sus pensamientos, intenciones,
palabras, actitudes y conductas quienes te causan daño. Es esa creencia la
que te proporciona una experiencia emocional singular: la de ser reactivo
ante las conductas de las demás personas o ante acontecimientos y
situaciones que conforman el escenario en el que transcurre tu experiencia
personal.

Lo cierto es que nada ni nadie puede causarte daño y lo que realmente


experimentas cuando así lo crees es el despertar de un dolor, una frustración
que ya formaba parte de tu repertorio emocional desde mucho tiempo atrás.

Puede parecerte extraño que me refiera a la conducta de los demás o a


determinadas situaciones de la experiencia humana como un despertador
que pone en marcha tus sentimientos de soledad, vulnerabilidad, desarraigo,
desvalorización, miedo y culpa. Esto es algo que irás comprendiendo poco a
poco a lo largo de las páginas de este libro y lo harás tanto de forma teórica
como práctica y concreta.

…….

Cuando nacemos somos seres completamente emocionales. Con ello me


refiero a que nuestra experiencia se reduce meramente a lo emocional, esto
es que sentimos dentro de nosotros una serie de movimientos de energía que
más tarde van a ser pensados y nombrados con distintos vocablos y
juzgados por los demás primero, y por nosotros después, como agradables o
desagradables, buenos o malos y por lo tanto deseables o indeseables.

Pero lo cierto es que al bebé no le interesa -ni puede hacerlo hasta dejar de
ser bebé- juzgar ni valorar lo que siente, pues tan solo se dedica a eso: a
sentir con total intensidad. Podemos decir que su experiencia emocional es
plena. Es la que es. Los pequeños son esponjas de todo lo que está presente
en el ambiente emocional de las personas que les rodean.
Más adelante su atención se va a centrar en el lenguaje y después en los
logros y metas físicas. Poco a poco olvidará que, al principio, su sentir era
su universo y, en el mejor de los casos, habrá adquirido una serie de ideas -
casi todas erróneas- acerca de las emociones. En el peor de ellos relegará al
baúl de los recuerdos su época infantil, reprimirá sus emociones y, de una
forma totalmente programada y automatizada, renunciará a una de las áreas
más importantes -si no la que más- de su condición humana. La mayoría de
las personas combina estos dos mecanismos de confusión y represión
emocional.

Sentir es fuente de alegría y creatividad, sin embargo hemos interiorizado -


en el mejor de los casos, repito- que solo es grato sentir de determinada
manera o determinadas emociones y, en el peor, lo que impera en nosotros
es el miedo a sentir.

Cuando irrumpió en tu vida la etapa en la que empezaste a poner tu


atención en el pensamiento, comenzaste a etiquetar y juzgar tu campo
emocional o, dicho de otro modo, tus emociones, tu sentir.

El Ser Humano actual se identifica fuertemente con su pensamiento. Nos


limitamos a experimentar la vida un organismo formado tan solo por cuerpo
y mente, amputado de emociones. Negamos así parte de nuestra naturaleza.

El rechazo de lo emocional y hacer prevalecer solo lo que dicta nuestra


mente a la hora de afrontar las experiencias, nos lleva a buscar
desesperádamente todo aquello que creemos que nos hace sentir bien y a
huir de todo aquello que creemos que nos hace sentir mal.

Esos supuestos “bien” y “mal” son etiquetas que se imprimieron en nuestra


mente durante la infancia. a través de diferentes mecanismos psicosociales.
Lo cierto es que no hay nada bueno ni malo que sentir. Lo cierto es que no
hay desarrollo emocional para ti a menos que te dispongas a sentirlo todo,
sin juzgarlo.

Cuando eras pequeño o pequeña todo lo que captabas lo sentías, formaba


parte de ti y te zambullías en ello. Sentirlo era sentirte a ti mismo con toda
tu riqueza emocional, estabas integrado emocionalmente. Todo ello lo
hacías naturalmente, utilizando tu músculo emocional el cual se iba
fortaleciendo.

Sin embargo, como nos pasó a todos, tus padres y las personas adultas que
te rodeaban, recelosas de sus propias emociones, te instruyeron con el fin de
protegerte de las tuyas. Sin querer, te empujaron a desconfiar de una parte
de ti mismo. Te inculcaron lo que era correcto e incorrecto sentir, las
emociones a las que había que aspirar y aquellas que teníamos que rechazar
de plano.

Todos nosotros fuimos criados por personas ciegas, que habían dado la
espalda a su mundo emocional porque quienes les criaron también lo habían
hecho previamente.

Así es como también a ti se te atrofió el músculo emocional, así es como


perdiste contacto con todas tus emociones. El miedo, la decepción, la
tristeza, la frustración, el dolor, la soledad, la desesperanza,... tienen valor
en sí mismas pues son la otra cara del amor, la felicidad, el coraje, la
satisfacción, la unión y la confianza. Todas ellas, constituyen el sentir
humano que en su completa extensión es paz, gozo y amor profundos.

…….

En este momento -en cualquier momento realmente-, puedes recuperar tu


dimensión emocional allí donde quedó abandonada. Puedes poner orden en
tu mundo interno, lo cual tendrá dos efectos en ti: mayor desarrollo
emocional y liberación de la carga.

Cuando hablo de carga emocional me estoy refiriendo a tus bloqueos


emocionales y, concretamente, a tu resistencia a sentir el miedo, la tristeza y
la ira, lo cual hace que estas emociones estén, casi constantemente,
llamando a tu puerta.

Todas las personas hemos pasado por situaciones similares a las que he
descrito más arriba, en las que los adultos de nuestro entorno nos
transmitieron su supuesto saber acerca del mundo de las emociones. Este
era un saber cargado de prejuicios, recelos e ideas erróneas.
A menos que pongas tu voluntad en desarrollar tu aspecto emocional vas a
tener que pagar un precio en forma de carga que se irá acumulando y que se
verá reflejada una y otra vez en el conjunto de tu experiencia de vida y,
concretamente, en tus relaciones familiares y personales.

Si te ha llamado la atención el título de este libro seguramente es porque


has sentido la necesidad de liberar tu carga emocional e intuyes que la hora
de remangarte ha llegado para ti. En eso estás en lo cierto. Ha llegado el
momento de que dejes de relacionarte con tu mundo emocional como si
fuera un perfecto desconocido, como si no fuera contigo y como si no
formara parte de tu existir en este mundo.

Lo interesante de comenzar esta tarea es que ni siquiera es una tarea. Es un


modo natural de darte cuenta de que tus emociones no son un complicado
laberinto del que no puedes escapar, sino un precioso paseo en el barco del
que tú eres el capitán.

Sí, ya sé que no tienes la sensación de ser el patrón del barco de tus


emociones y que te gustaría que éstas te llevaran a lugares maravillosos en
vez de a esos callejones sin salida en los que a menudo consideras estar.

Te aseguro que eres el capitán del barco y que sabes navegar. Solamente
requieres una puesta a punto. Atrévete a atravesar el proceso del perdón
liberador. No es un proceso de aprendizaje como tal, sino una forma eficaz
de conectar con tu sentir y con todo tu saber emocional olvidado.

Ya he dicho más arriba que naciste con ese conocimiento. Todos


comenzamos en la vida como seres que se desempeñaban eficazmente con
la herramienta emocional hasta que empezaron a aparecer las interferencias
que nos desconectaron de nosotros mismos a este nivel.

…….

Hasta que no concluyas tu proceso de maduración emocional que quedó


interceptado e interrumpido, no podrás llevar a cabo el avance personal,
relacional y espiritual que necesitas. El desorden de tu área emocional, tu
desconexión con el saber que rige ese área y sus leyes, son la causa de tu
sensación de malestar -interno y con el mundo- y no lo que ocurre ahí
afuera.

El dolor, la frustración, la decepción,... llaman a tu puerta desde dentro para


que los atiendas porque son esas emociones, precisamente, el hilo del que
has de tirar o la llave que va a abrir la puerta tras la que encontrarás el modo
de equilibrarte emocionalmente.

Ese área precisa de tu atención consciente, de tu dirección. De lo contrario,


será como estar dentro del barco pero a la deriva, sin saber a dónde te lleva.
¿Te suena?

Los conflictos, internos o con los demás, pero sobre todo, entender bien en
qué consiste superarlos y hacerlo, son el vehículo idóneo para nuestra
curación emocional. En concreto, nuestra sanación va a depender en gran
medida de la capacidad que desarrollemos para perdonar las ofensas y el
daño que creemos que otros nos han causado.

De nuevo señalaré que nada ni nadie puede causarte daño, pero sí que
algunas actitudes, comportamientos y situaciones despiertan en ti el dolor
que supuso relegar tus emociones. Lo hacen para que dejes de resistirte a
sentir y lo hagas con urgencia.

Sentir es sanar pero, si ante cada conflicto o desafío, en vez de sentir todo lo
que haya que sentir sin juzgarlo y hacerlo de principio a fin, te dedicas a
culpar al otro, a la situación o a ti mismo, nunca saborearás los frutos de la
dicha y la paz.

Si no te adentras con valentía a desbloquear ese dolor que se acaba de


despertar en ti a través de ese supuesto conflicto, nunca experimentarás el
verdadero perdón que supone la liberación de tu carga emocional retenida
durante largo tiempo. Solo pondrás fin a todas esas experiencias repetitivas
y molestas cuando comprendas que es, precisamente esa molestia o
incomodidad, la señal de alarma para poner orden en tus emociones.
Dependiendo de cómo atravieses tus experiencias más desafiantes,
obtendrás mayor crecimiento y evolución emocional o acumularás más
carga.

…….

Todos los conflictos se generan y viven en la mente. Cuando justificamos


nuestro disgusto o sufrimiento en relación a algún acontecimiento externo,
aludiendo a que somos objetivos en nuestras apreciaciones respecto a él, en
realidad de lo único que estamos hablando es de los límites que nuestra
mente impone a la realidad.

Nuestra mente -o el pensamiento- no puede funcionar sin objetos, pero los


objetos con los que funciona la mente son objetos creados por ella misma
independientemente de que formen parte de la experiencia o no lo hagan.
Los objetos con los que nuestra mente puede operar son infinitos y
fabricados por ella misma.

Nuestras preocupaciones, miedo, sufrimiento, sensación de carencia y


vulnerabilidad, etc. jamás están basados en nada objetivo entendido como
algo real, medible, observable. Sin embargo, creemos que tienen una
correlación real con hechos y situaciones que se encuentran en nuestra
experiencia.

La mente trabaja con objetos mentales, los cuales son profundamente


dependientes de la configuración de la psique de cada sujeto; o sea,
absolutamente subjetivos.

Nuestra percepción de la realidad solo es pura cuando no media en ella


ningún tipo de interpretación mental, cuando la información pasa
directamente desde los sentidos al campo del sentir, valga la redundancia.
Para que esto ocurra tenemos que mantenernos en una estrecha conexión
con nuestro yo profundo, en estado meditativo o de presencia. Este es un
estado que no solemos visitar o en el que no permanecemos apenas tiempo.
Lo que suele pasar el noventa y nueve por ciento de las veces es que la
mente adultera la información que captan nuestros sentidos con todo un
repertorio de creencias, prejuicios, y automatismos. En definitiva, objetos
mentales. A través de estas imágenes u objetos mentales se genera una
determinada percepción subjetiva y distorsionada de lo que está ocurriendo.

Las distorsiones que fabrica nuestra mente producen una especie de velo
que solapa la información real, de forma que ésta no puede ser captada
eficazmente. Son esos errores perceptivos los que producen inquietud y
malestar en nosotros y no la situación en sí.

La mente comete errores que no es capaz de identificar, por lo que han de


ser corregidos a otro nivel. Para que la información que obtenemos de la
realidad sea veraz, hemos de integrarla a través de nuestros tres ámbitos:
físico, mental y emocional.

En el transcurso de la vida la mayoría de las personas dan una gran


preponderancia a la mente y aprenden a temer las emociones, las cuales
experimentamos a través de sensaciones en nuestro cuerpo.

Cuanto más identificado estás con tus pensamientos y sistemas de


creencias, con la mente, más dificultades tendrás para apreciar la valiosa
información que la experiencia te aporta. O, lo que es lo mismo, cuanto más
desconectado estés de tu parte emocional, intuitiva etc., más incompleta y
sesgada será tu percepción acerca de la experiencia que estés viviendo.

…….

No eres tu cuerpo ni tu mente; no eres sus contenidos, los pensamientos.


Tampoco eres tus emociones. Todo ello te constituye y ha de ser atendido,
valorado y bien empleado. Hasta que no logres armonizar estas tres esferas
sentirás una falta de integración, una ruptura interior.

Los conflictos no nos definen ni definen nuestras relaciones con los demás.
Si lo haces, harías bien en dejar de llamar “tóxicas”, “conflictivas”, etc. a
las personas o a los vínculos con ellas para empezar a considerar seriamente
que lo que llamas experiencias negativas o conflictos son un reflejo, una
llamada, una señal de lo que el ámbito emocional requiere de ti en cada
momento.

Experimentas conflicto en la medida que tus creencias se oponen a los


hechos, a las situaciones, a las experiencias internas o externas que estás
viviendo. El principal error es creer que son los demás, con sus ideas y
actitudes y conductas, quienes nos causan daño.

Si juzgas conductas -propias o ajenas- emociones, situaciones como buenas


o malas -más aún si las calificas de tóxicas, horribles, insoportables, etc.-
generas tu propio conflicto a nivel mental. Es ese conflicto mental lo que
experimentas como sufrimiento y no las emociones que despertó en ti la
situación.

Es muy probable que lo que consideras una mala experiencia se repita


cíclicamente, ya sea de igual forma con diferentes escenarios.

En algún momento de nuestro pasado infantil hicimos una serie de


asociaciones mentales entre las emociones que estábamos sintiendo y
determinadas situaciones, palabras, gestos, miradas que percibimos en
nuestro entorno inmediato. Esto pudo producirse en relación a una situación
doméstica y, seguramente, en relación a nuestra madre, padre, hermanos o
algún otro familiar muy cercano.

Recuerda que primero lo sentíamos todo, pero poco a poco, con la irrupción
de los objetos mentales -pensamientos-, fuimos asociando situaciones del
exterior con algunos movimientos emocionales internos. También fuimos
adoptando como propias las ideas y asociaciones mentales de los demás
acerca de llorar, gritar, temer, estar eufórico, reir,... A día de hoy nuestro
campo emocional es el gran desconocido por nuestra conciencia. Está tan
condicionado y reprimido que lucha por salir en cuanto se le presenta la
ocasión. Es una parte constitutiva de ti y no va a dejar de llamar a tu puerta
hasta que lo atiendas y pongas orden ahí adentro.

Sin embargo, invertimos mucho tiempo y energía en intentar resolver los


conflictos fuera de nosotros, haciendo o diciendo cosas, evitando
situaciones o a personas, luchando, ofreciendo resistencia o accediendo para
complacer o responder a algún prerrequisito para el cual se nos ha
condicionado o porque nos sentimos obligados.

Nada de eso va a dar resultado. El conflicto es mental y allí donde se genera


es donde tenemos que ir a liberarlo. Se trata de deshacernos de viejos
patrones de ideas y de atender nuestras emociones.

El pensamiento es una poderosa herramienta que puede ser utilizada


funcional o disfuncionalmente. Es potente tanto para generar oportunidades
y soluciones como para generar conflicto e inventar caos. La mente humana
solo es autónoma en cuestiones puramente utilitarias. Sin la conveniente
madurez emocional, comete continuos y graves errores que afectan a
nuestra esfera interna y a las relaciones entre nosotros. Estos errores son
percibidos por nuestro campo emocional que se resiente. Estar resentido es
volver a sentir con resistencia aquello que no hemos sentido de forma
integrada en su momento.

Para deshacer los errores perceptivos, para ver la vida con realismo, para
perdonar hay que sentir. En definitiva, para ser humanos hay que sentir. No
temas sentir, no hay nada de malo ahí adentro. Solo hay dos alternativas
respecto a tu ámbito emocional: o lo diriges tú, lo liberas y lo sanas o sus
irrupciones en tu experiencia llegarán cuando menos te lo esperes. Sin tu
atención amorosa será tu pensamiento, utilizado de forma disfuncional, con
su repertorio de creencias erróneas el que determinará, una vez más, lo que
hay que hacer, cómo son las cosas y qué debes o no sentir... Tú sabes que
ese es el camino directo al sufrimiento.
2 UNIÓN E INOCENCIA

Si has comprendido que el dolor emocional que albergas en tu interior es


previo a cualquier situación o conducta externa y que por lo tanto, esa
situación o conducta no puede ser en modo alguno su causa, estás a punto
de darte cuenta o, mejor dicho, de hacerte consciente de una realidad que se
encuentra dentro de ti: tu realidad emocional.

El siguiente paso que has de dar y urge que lo hagas ahora mismo, es
hacerte cargo de esa realidad que bulle dentro de ti. Es importante que lo
hagas justo desde donde te encuentras, estés como estés y esté pasando lo
que sea que esté pasando allí afuera. Tu contexto externo, la situación en la
que se desenvuelve tu experiencia actual es tu aula de aprendizaje.

Nos han enseñado que somos nosotros y también nuestras circunstancias


pero esto no es verdad. Cuando así lo creemos tenemos serias dificultades
para sobreponernos a dichas circunstancias y de ahí que nos cueste tanto
pasar página en relación a algunos acontecimientos que han ocurrido en
nuestra trayectoria de vida y que tengamos la sensación de estar soportando
una carga muy pesada que en realidad no es tal.

En las páginas siguientes vamos a aclarar esta confusión.

Lo que crees que te ocurre, no te ocurre a ti, simplemente está ocurriendo.


La forma en que tú te sientes respecto a lo que ocurre está determinada por
tus pensamientos en relación a ello. Si crees que ese acontecimiento o
conducta en particular es negativo y está dirigido a ti personalmente, habrás
activado el miedo o el pesar que guardas -sin elaborar- en tu inconsciente.

Esa activación, por lo general, te pasa desapercibida, con lo que reafirmas


tu creencia en que ese dolor ha sido o fue provocado por la situación o la
conducta de tal o cual persona, por el trato que se te dio o se te está dando,
etc.
Sin un procesamiento e integración de tu contenido emocional, ese que está
sepultado en tu inconsciente, la asociación errónea de causa y efecto se va
imponiendo en tu experiencia cada vez que sucede algo que te desagrada.

Las experiencias que, en función de tus patrones de pensamiento, valoras


como desagradables reaparecen de cuando en cuando y poco a poco
comienzas a verte como una víctima de ellas. Es esa identificación mental
con el papel de víctima la que, de alguna manera, te empuja a reaccionar de
forma automática -o inconsciente-. Estas reacciones automáticas no solo
tienen lugar en relación a cómo te sientes, sino que también se reflejan en
comportamientos reactivos negativos, los cuales también añaden dolor y
malestar a tu experiencia.

A menudo, lo que pudo ser una oportunidad para crecer emocionalmente, se


convierte en un círculo vicioso que se juega en el campo mental. Piensas
erróneamente acerca de la realidad y esos pensamientos equivocados
provocan sufrimiento dentro tu esfera mental. Si, por el contrario, ante
cualquier circunstancia, atiendes tu miedo y tu pesar sin buscar causas ni
culpables, experimentarás los beneficios inmediatos que esto acarrea pero,
lo más importante es que habrás iniciado el camino de tu sanación
emocional.

En efecto, aparentemente tu existencia parece reducirse a un baile de acción


reacción entre las circunstancias que vives -con las que hace tiempo te
identificas y confundes- y tú. Cuando esas circunstancias son actitudes,
conductas o reacciones emocionales de las demás personas, tu confusión
todavía es mayor y esta confusión pone en jaque la posibilidad de mantener
relaciones sanas con ellas.

Vamos a detenernos en este punto por un momento.

Ya he dicho que todas las personas nacemos como seres emocionales que
no tienen reserva alguna para sentir lo que sienten los seres humanos. Como
hemos visto antes, esto es así hasta que los juicios sobre las emociones
hacen su aparición en el ámbito del pensamiento, momento en el cual
comenzamos a reprimir o a evitar muchas de ellas. Las sepultamos en el
fondo de nuestro inconsciente o, para entenderlo mejor, las rechazamos
forzándonos de ese modo a olvidarnos de ellas.

A esta desconexión entre nuestra mente y nuestras emociones también la


llamamos inconsciencia.

Lo diré de otra manera: las emociones que manifestabas naturalmente en tu


niñez ahora no son atendidas ni reconocidas por tu conciencia; todo lo
contrario: es precisamente desde el ámbito mental, racional, desde donde
las niegas y las reprimes. Te resistes a sentir porque has desarrollado algún
grado de temor a tus emociones las cuales, sin excepción, son naturales y
humanas.

A liberarse de ese miedo a sentir, derivado de nuestro pasado infantil no


integrado, también le llamamos madurar emocionalmente o ganar
inteligencia emocional. Sin ser imprescindible, para lograr este objetivo,
algunos casos requieren el acompañamiento terapéutico de un profesional.

Lo que sí te va a resultar imprescindible para tu maduración emocional, la


cual es el principio del fin de todo sufrimiento, es tu voluntad. ¿Voluntad de
qué? Voluntad de vivir con paz todas las experiencias sean estas cuales sean
o, lo que es lo mismo, voluntad de dejar de sufrir por lo que ocurre. No hace
falta más.

Si has escogido esta lectura es porque algo dentro de ti te ha llevado a


averiguar si el modo que propongo para liberarte de tu carga emocional
resulta útil. Reconocer que llevas esa carga y pretender desalojarla es
imprescindible para lograrlo. Así que, sabiéndolo o no, has elegido madurar
emocionalmente. Te propongo que lo hagas a través de la vía del perdón.

…….

Lo primero que tienes que saber en relación a la inconsciencia o


desconexión entre la parte mental la parte emocional, es que se trata de un
desequilibrio que está presente, en mayor o menor grado, en todos y cada
uno de nosotros. Lo segundo pero no menos importante que te conviene
saber es que, al igual que nosotros, cuando los demás exhiben una
determinada conducta, solo pueden hacerlo desde el grado de inconsciencia
que presenten en ese momento. Dicho de otro modo, pueden actuar más o
menos conectados a su ámbito emocional.

En la medida que las conductas de los seres humanos son conscientes, es


decir, se llevan a cabo desde una mayor integración emocional o desde un
mayor equilibrio y coherencia entre lo mental y lo emocional, son
conductas más benéficas y armoniosas tanto para quien las ejerce como
para el resto.

En la medida que un alto nivel de inconsciencia inspira nuestras acciones -a


las cuales llamamos reacciones por su carácter automático y los muchos
condicionamientos que llevan aparejados-, éstas serán más desarmonizadas.

En este sentido, sí podemos establecer una clara relación de causa y efecto:


Un mayor grado de consciencia e integración de las propias emociones, da
lugar a pensamientos y acciones más coherentes con nuestra verdadera
naturaleza. Así mismo, un menor grado de consciencia, da lugar a una serie
de dificultades para sentir y expresarnos tal como somos realmente.

Quizá te estés preguntando cómo somos realmente. Pues bien, no es fácil


responder a esta pregunta y es imposible hacerlo de forma cabal, pero sí
podemos hacer una afirmación contundente que nos vendrá bien para
abordar el resto del contenido de este capítulo.

¿Cómo somos los seres humanos? Somos iguales. Sí, la naturaleza humana
es la misma en cada uno de nosotros. Obviamente no somos iguales en
nuestras características físicas, ni en nuestra personalidad, ni en la forma en
la que nos comportamos. No son iguales nuestras historias de vida.
Tampoco es fijo ni el mismo para todos, el grado de consciencia -o
inconsciencia- al que me he referido antes.

Esas cuestiones que acabo de mencionar no son la sustancia que nos


constituye. Todo ello es modificable. Cuando digo que somos iguales, me
refiero a que lo somos en esencia. Para que me puedas entender mejor
pondré un ejemplo. Podemos ser tan diferentes en la forma como lo son un
pedazo de carbón y un diamante. Ambos, sin embargo, están constituidos
por idénticos átomos. Esos átomos están organizados, eso sí, de forma
diferente lo cual le da al carbón una estructura y un aspecto exterior bien
distintos a los del diamante.

Siendo todos iguales, cada quien se muestra al mundo desde su grado de


consciencia siendo imposible hacerlo de otro modo. El grado de consciencia
de alguien vendría a ser, -siguiendo el símil del carbón y el diamante- el
orden o estructura interna que ha logrado en un momento determinado o,
como hemos dicho antes, el grado de madurez emocional, su equilibrio
cuerpo-mente-emociones.

Cada uno de nosotros, por nuestra parte, respondemos con consciencia o


reaccionamos inconsciente y automáticamente -de pensamiento, palabra y
obra u omisión- ante las circunstancias y las conductas -más o menos
conscientes- que exhiben nuestros congéneres.

Resumiendo: cada quien proyecta en el mundo y el mundo le refleja,


exactamente, el orden o desorden que hay en su interior. Por increíble que a
tu mente le pueda parecer, todos pensamos, actuamos e interpretamos la
realidad según nuestro grado de consciencia, es decir, de la mejor manera
que podemos y sabemos en cada momento.

¿Puede decirse entonces que somos los autores de nuestra propia


experiencia sea ésta como sea, nos guste o no? Sí, exacto.

Si notas que la afirmación anterior te lleva a sentirte culpable por lo que sea
que estás viviendo ya que acabas de darte cuenta de que, de algún modo, tú
mismo lo has provocado es porque de nuevo has desconectado. Si has
sentido cualquier atisbo de culpa o inquietud es porque tu mente ha tomado
el mando de forma autónoma para dictarte una vez más lo que debes sentir.

Este proceso reactivo es muy común y sucede cuando algo que acabamos
de descubrir acerca de nosotros mismos es contrario a nuestros viejos
paradigmas. No te inquietes, solo es un automatismo mental que pretende
hacerte regresar a lo conocido aunque eso conocido sea un pensamiento
erróneo y frustrante. Con razón se dijo que la verdad nos hace libres.
Saber que eres inocente sienta y se siente muy bien. No escuches en este
momento a esa voz que grita en tu interior: “Siéntete fatal porque tienes la
culpa de todo”. Sigue leyendo, por favor.
…….

Comúnmente te fijas en aspectos exteriores, tuyos o de los demás, como


son las conductas y otras cuestiones que nos diferencian. Por ello no estás
percibiendo la Unidad entre quienes compartimos la misma naturaleza.
Cuando te enfocas en lo externo y das la espalda a lo interno y esencial, te
sientes solo, separado e incluso atacado.

Cuando, ante la inconsciencia ajena, reaccionamos de forma desconectada


de nuestro campo emocional, contribuímos aumentando dicha
inconsciencia. No podemos ocuparnos de la desconexión de los otros, pero
sí de la nuestra. En realidad solo nos es posible reconectarnos a nosotros
mismos, para lo cual hemos de hacernos cargo de nuestra desconexión
emocional.

La forma en que nos sentimos y reaccionamos a las conductas de los demás


y a las situaciones, es asunto nuestro de principio a fin. Si queremos dejar
de preocuparnos, de sentirnos atacados o ignorados, frustrados, deprimidos,
resentidos,... en definitiva, si lo que queremos es dejar de sufrir por aquellas
cuestiones que creemos erróneamente que son la causa de nuestro dolor,
hemos de responsabilizarnos al cien por cien de lo que estamos
experimentando, de la interpretación que le damos a esa experiencia y de lo
que esa interpretación -no los demás ni la situación- nos hace sentir.

No hay otro camino para tu sanación emocional. De nuevo, has de sentir


todo lo que sea que sientas en cada momento, pues tu dolor emocional
reprimido se activa -o aparece en tu conciencia- con una función muy clara.
Si creas un drama mental en torno a ese dolor, si estableces una falsa
asociación de causa-efecto entre tus sentimientos y lo que está ocurriendo,
si rechazas lo que sientes, le echas la culpa al exterior por sentirlo y vuelves
a catapultarlo en el fondo de tu inconsciente, no haces más que crear más
desconexión dentro de ti. Esta es la forma en la que pierdes de vista la
función que tiene ese dolor que acaba de emerger a tu conciencia gracias -
sí, gracias- a eso tan malo que crees que te está ocurriendo.
Ese miedo, pesar, dolor, impotencia,... aparecen para que los atiendas, para
que dejes de juzgarlos como malos e indeseables y, a través de ellos, te
conectes con tu área emocional.

Deseas provocar en ti las emociones que juzgas como buenas y dedicas la


mayor parte de tu tiempo y esfuerzo a lograr cosas o metas que crees que te
las van a proporcionar. Sin embargo, hasta que no alcances cierto grado de
madurez emocional, no estarás abierto a sentir, de forma natural y completa,
la alegría, la satisfacción, la gratitud, la confianza, los afectos,... Lo mejor
de todo es que ni siquiera necesitas hacer nada, ni conseguir nada para
sentir ese rango de emociones.

La sabiduría, la filosofía, así como la psicología, nos invitan a mostrarnos


agradecidos cada vez que se nos presenta el dolor emocional, el pesar o el
miedo, ya que éstos nos dan la oportunidad de mirarlos frente a frente,
sentirlos completamente y liberarlos, por fin, tras tantos años de represión.

Es más, estar y mostrarnos agradecidos con las personas que expresaron su


inconsciencia ante nosotros, exhibiendo actitudes y conductas incoherentes
con lo que son en esencia, es fundamental para nuestro progreso. Gracias a
ese escenario que nos proporcionaron, pudimos aumentar nuestro grado de
consciencia acerca del dolor reprimido que albergábamos. Pase lo que pase
en el exterior de ti, agradecer en vez de culpar es la señal de que estás
tomando responsabilidad del dolor que albergas. Asumir la responsabilidad
sobre tu carga emocional es el primer paso para liberarte de ella.

…….

El dolor, miedo y pesar que forman parte de tu carga emocional se


generaron a partir de los juicios que, otros y luego tú mismo, estableciste
acerca de los hechos vividos y de las conductas de tus padres, de los seres
allegados de tu infancia o de las tuyas propias. Se despierta ante situaciones
o conductas que sigues interpretando de la misma manera aunque no sean
exactamente iguales. La oportunidad que tienes ante ti, cada vez que esto
sucede, es la de reinterpretar de forma madura las situaciones y abrirte a
sentir sin bloqueos.
Por eso es tan importante que mientras transcurre ese proceso sanador,
mantengas alejadas de tu pensamiento las ideas obsoletas que te hacen
permanecer encerrado en el círculo mental que alimentas
inconscientemente.

Los pensamientos del tipo “Siempre me pasa lo mismo”, “¿Por qué otra
vez?” “No puedo más con esto” “De nuevo me abandonan, me gritan, me
hieren, me…, me…” aparecen de forma automática. Has de hacerte
consciente de ellos, apartarlos con firmeza y sustituirlos por otros más
acordes con esta nueva forma de afrontar las situaciones que estás
adquiriendo ahora.

Al principio, sobre todo en caliente, cuando se haya desencadenado en ti un


malestar emocional que puede parecerte ingobernable, quizá te resulte
costoso reemplazar tus viejas ideas.

La práctica te demostrará que no es difícil y que puedes lograrlo más


rápido de lo que crees. No pierdas ninguna ocasión de abordar tus
experiencias del modo que te expongo aquí, en vez de recurrir a tus viejos
esquemas y pronto verás resultados en forma de paz interior y autocontrol.
En la parte práctica de este manual tendrás la oportunidad de ejercitarte,
entre otras cosas, en la sustitución de creencias e ideas que te están
limitando.

…….

Una buena parte de hacerse consciente, de integrar y equilibrar nuestras


emociones, de volver a sentir lo que toque sentir con la libertad de un niño
o una niña, sin restricciones, tiene que ver con conectar con nuestra propia
inocencia.

La inconsciencia es, en sí, inocente. A medida que maduramos


emocionalmente, nos desprenderemos de la culpa que sentimos y la iremos
sustituyendo por una clara conciencia de inocencia y lo mismo hacia los
demás.
A medida que seas consciente de estar hecho de la misma esencia -sea cual
sea pues no es algo que podamos definir-, podrás reconocerte en unidad con
el otro. Sabrás que, en su lugar, con sus aprendizajes y recursos, con sus
miedos y bloqueos, viviendo su historia de vida y sus circunstancias,
interpretándolas como él o ella las interpretó, tú hubieras actuado igual.

Es más, esa retahíla de automatismos a través de los cuales el otro actúa,


están reflejando los tuyos propios y también los que viste en las personas de
tu pasado infantil. Es por eso por lo que tienen el poder de hacer de
despertador de tu dolor reprimido.

No pases por alto que lo que interpretas del exterior es un reflejo de lo que
previamente, en el pasado, has interpretado. Ahora se te presenta la
oportunidad de mirar toda la escena con otros ojos, sin miedo, con la mirada
del adulto al que ya no le asustan los monstruos porque sabe que son
ficticios.

Aunque también puedes declinar esta responsabilidad y seguir asustándote


y sufriendo por lo que quieras. Puedes dar crédito a tus viejas creencias, a
esos pensamientos terroríficos con los que te juzgas primero a ti mismo y,
luego, a los demás, así como a las situaciones y acontecimientos de tu
experiencia de vida.

Si al llegar a este punto de la lectura de nuevo estás experimentando culpa o


miedo en mayor o menor grado, lo más probable es que se deba a que
mantienes activa la creencia errónea de que tu grado de conciencia -de
desarrollo o inteligencia emocional-, es inamovible o muy difícil de
aumentar. Esto no es así en modo alguno.

Ya hemos dicho que son, precisamente, esas circunstancias que juzgas


como negativas, esas situaciones y esas personas con esos comportamientos
que crees que te alteraron y movieron todos tus cimientos, los encargados
de ayudarte a aumentar tu nivel de inteligencia emocional o a obtener un
grado superior de consciencia.

Todo lo que te ha dado miedo hasta ahora, todas tus supuestas fuentes de
preocupación, frustración o dolor, son tus oportunidades para comenzar a
trabajar en el desarrollo de tu músculo emocional. Puedes, a través de tus
circunstancias actuales, por difíciles que te parezcan, tomar tus
instrumentos de navegación y retornar a tu interior para reconocerte,
atenderte con amor y volver a sentir.

Esas circunstancias o personas que consideras la causa de tus males son los
desafíos que se presentan ante ti hoy para que acometas esta feliz tarea. En
algunos casos esos desafíos son tus propios resentimientos en relación a
hechos pasados. Has de aceptar todas esas situaciones para recuperar esa
parte de ti a la cual, inconscientemente, le diste la espalda.

En ese viaje no estás solo. Te aseguro que vas a encontrarte con muchos
compañeros en el camino. Hay más buscadores como tú que te aportarán y
a quienes aportarás apoyo y visión.

…….

Es muy posible que hayas entendido, o al menos ya te hayas abierto a la


idea de que los demás, al igual que tú, hacen lo que pueden y que el grado
de inconsciencia o desconexión de nuestro mundo emocional es elevada.
Pero quizá no comprendes todavía cómo no podría hacerte sufrir un
acontecimiento o situación de esas que consideramos desgracias. Pues bien,
me detendré un momento en esto.

El pensamiento humano tiene una particularidad que ya hemos visto de


alguna forma en las páginas precedentes. Esta particularidad es que puede
juzgar y luego clasificar la realidad, las experiencias vividas, las conductas
y a los seres en dos categorías: bueno y malo, y hacerlo con sus
correlativos: lo quiero y no lo quiero, respectivamente.

Esta capacidad de nuestra mente está tan sobrevalorada que la utilizamos


para casi todo. La usamos para lo que es lógico y sano utilizarla y para lo
que es absurdo y signo claro de ignorancia. Esta capacidad corresponde a la
parte más primitiva de nuestro cerebro, la cual está destinada a garantizar
nuestra supervivencia física ante determinados peligros inminentes. Como
sabes, hay plantas venenosas y otras nutritivas, hay animales depredadores
y otros inofensivos.
Esta función cerebral básica surgió en los primeros estadíos de la vida
humana, mucho antes de que se desarrollara la parte evolucionada de
nuestro cerebro.

Nuestro cerebro evolucionado no se limita a juzgar y clasificar para


garantizar nuestra supervivencia y alertarnos de posibles peligros, sino que
está destinada a que despleguemos toda nuestra capacidad creativa. La
creatividad humana tiene como finalidad hacer de este mundo un lugar cada
vez más hermoso, apacible, en el que nuestra naturaleza pueda expresarse
en plenitud.

Así, nuestra parte más primitiva se enfoca en ver los ataques, los peligros,
etc. activando en nosotros la desconfianza, el miedo y generando las
reacciones de huída o lucha. La parte evolucionada del Ser Humano se
enfoca en todo lo contrario, en apreciar no solo la utilidad y benevolencia
del entorno, las cosas y las personas, sino en las posibilidades que éstas
tienen de convertirse en más útiles y más benevolentes para nosotros.

En la parte práctica también tendrás la oportunidad de indagar acerca de


cuánto y cómo usas tu creatividad o los automatismos reflejos en distintas
situaciones o en áreas concretas de tu vida. Si eres totalmente honesto en
esta indagación, vas a descubrir mucho acerca de ti mismo. Toda la
información que obtengas va a ser valiosísima como herramienta para
liberarte de tu carga emocional, vivir conectado a tus emociones y no
generar más bloqueos en el futuro.

Vamos a seguir distinguiendo algo más los enfoques primitivo y


evolucionado de nuestro cerebro.

No tiene ningún sentido práctico juzgar como malo un día de lluvia pero
nosotros lo hacemos habitualmente. Es ese juicio lo que hace despertar en
nosotros frustración y enojo, los cuales forman parte de nuestro repertorio
emocional como del de cualquier otro ser humano. Estos sentimientos no
surgen precisamente porque la lluvia nos haya perjudicado realmente en el
pasado.
Del mismo modo cuando juzgamos, por ejemplo, un divorcio o una ruptura
sentimental como algo malo -no digamos un conflicto interpersonal o una
disputa-, estamos obviando todo lo que he señalado anteriormente acerca de
los distintos grados de inconsciencia con los cuales nos relacionamos entre
nosotros. Lejos de aprender algo sobre este tipo de situaciones cuando se
presentan, solemos culparnos, culpar a la otra parte y repetir los patrones
emocionales no conscientes de siempre. En la siguiente disputa, con la
misma persona, con otra o en la próxima relación sentimental volveremos a
repetir el ciclo interminable.

El material emocional no integrado, irrumpe muy a menudo -para ser


atendido, como ya sabes, en el contexto de las relaciones interpersonales
más íntimas, con los progenitores, los hijos y, muy especialmente, en las
relaciones de pareja.

Es innegable que, en la mayoría de las ocasiones, la enfermedad, las


dificultades laborales y económicas, las rupturas sentimentales y sobretodo
la muerte de los seres queridos, provocan en nuestro campo físico y/o
emocional un intenso dolor. Pero también es innegable que, la causa de
nuestro sufrimiento es la represión de ese dolor y no la circunstancia
dolorosa en sí.

Una máxima budista afirma que “el dolor es inevitable, el sufrimiento es


opcional”.

Así es. Ante circunstancias dolorosas podemos cuidarnos y atendernos


confiando en nuestra capacidad de recuperación, o podemos volver a
nuestra vieja costumbre de enterrar el dolor en el inconsciente, temerle,
reprimirlo,... Podemos sentir en calma el dolor o añadir dificultad a nuestra
experiencia con juicios del tipo: “Esto es terrible”, “La situación es
insoportable”, “Yo no sirvo para esto”, “Nunca lo superaré”. Todos estos
pensamientos refuerzan la idea de que somos víctimas de nuestras
circunstancias, incapaces de ser felices e incluso culpables de los
padecimientos que soportamos.

A estas alturas ya te habrás dado cuenta de que son nuestros juicios sobre lo
que es bueno o malo de la experiencia humana, los que complican nuestro
desarrollo emocional. El juicio de lo bueno y lo malo produce atracción y
repulsión respectivamente. La separación entre el bien y el mal que hace
nuestra mente, produce ansia por conservar lo deseable y miedo a perderlo
cuando lo tenemos y temor y preocupación porque suceda lo indeseable y
ansiedad por evitarlo. Este estado de lucha interna es conocido como estrés
y, lamentablemente, muchas personas viven afincadas en él el noventa y
nueve por ciento del tiempo.

Utilizar la parte primitiva de tu cerebro para juzgar la realidad como buena


o mala y persistir en ello pasados los días, los meses y los años, te mantiene
paralizado y preso del miedo, la rabia y la frustración. Te ancla en el estrés.

La llave que te va a permitir abrir la puerta de esa jaula mental es la


aceptación. Nuestra inteligencia se desarrolló exponencialmente en la
medida en que algunos seres humanos comenzaron a salir del esquema del
“bien y el mal”, consideraron que todo lo que estaba ahí era necesario
aunque no supieran para qué y se aventuraron a descubrirlo, a anticiparlo.
Fue esa curiosidad, esa apertura mental la que trajo el avance de la psique
humana.

Abriéndote a la idea de neutralidad de lo que acontece -tanto en la esfera


externa como en tu interior-, alimentando tu curiosidad por conocer qué
puedes aprender de una determinada experiencia y qué no estás viendo de
valioso detrás de ella, comenzarás a expandir tu inteligencia emocional, lo
cual te llevará indiscutiblemente a sentirte más satisfecho.

Quizá te preguntes de qué modo vas a poderte sentir más satisfecho si lo


que ocurre no te agrada en lo más mínimo y no lo quieres en tu vida.

Aceptar la realidad tal como acontece y con ella también a los demás con
sus actitudes y conductas, así como nuestra experiencia emocional ante todo
ello, no significa justificar las acciones que nos disgustan, negar los efectos
que pueden provocar esas acciones ni las emociones que desatan en
nosotros. Es justo todo lo contrario.

Aceptar es reconocer y observar todo, de principio a fin. A lo único que


hemos de renunciar, para poder aceptar la realidad, es a emitir cualquier
juicio sobre ella. El único sacrificio que tendremos que hacer es desterrar de
nuestra mente el mecanismo de separación entre lo bueno y lo malo. Este
mecanismo, lejos de prevenirnos de algún tipo de peligro, es un arcaico y
obsoleto artefacto creado a partir de automatismos y condicionamientos
familiares y socioculturales limitantes.

Ante cualquier situación que te resulte desafiante puedes tratar de pensar de


forma diferente al viejo estilo; más o menos así: “Lo que pasa pasa. No
niego que me disgusta y que despierta determinadas emociones en mí que
no me resultan cómodas. También reconozco que entre los cambios que
requiere la situación hay algunos que no me agradan, etc.”

Es la mente, como ya hemos visto en el capítulo anterior, el lugar donde


albergamos el conflicto, el rechazo y la resistencia. Tú no eres tu mente y
mucho menos esclavo de ella. Necesitas saber esto para empezar a
experimentarte como un ser completo. El poder de no rechazar
absolutamente nada con tu mente reside en ti. Hazlo cambiando tu forma de
pensar, no te aferres a los viejos esquemas, quizá cumplieron su misión en
el pasado pero ahora, en este momento no tienen nada más que aportarte.

Resistirnos mentalmente a lo que ocurre es la vía que nos conduce al


sufrimiento porque supone resistirnos a sentir lo que un Ser Humano siente
en esas circunstancias. La resistencia a experimentar plenamente nos
desconecta de nosotros mismos, de los demás y de la vida. La resistencia
nos aísla y, en definitiva, nos deshumaniza.

La escritora Byron Katie en su libro “Amar lo que es” dice: “Cuando crees
que existe una razón legítima para sufrir, te apartas totalmente de la
realidad”. Además sufres, claro.

Dejar de justificar nuestro sufrimiento es el primer paso para liberarnos de


él. Dejar de justificar nuestro resentimiento hacia nosotros mismos y hacia
los demás es la clave del perdón. Recuerda, nada ni nadie puede hacerte
daño realmente a menos que tú lo creas y bases tu sufrimiento en esa
creencia.
Honestamente, preferimos sufrir en vez de sentir, porque el sufrimiento, al
estar albergado en nuestra mente, nos da una falsa sensación de control
frente al desconocido mundo de las emociones. Si nos sentimos bloqueados
para poder sentir el dolor y liberarlo, es porque previamente también lo
juzgamos mentalmente como malo e indeseable y, más aún, lo hemos
investido con las características del sufrimiento y pensamos, con muy buen
criterio, que de eso ya hemos tenido bastante.

Tardamos en darnos cuenta que podemos elegir entre sentir naturalmente el


dolor o sufrir. Desconocemos que las dos cosas no son posibles: o sientes o
sufres. ¿Qué prefieres?

Puede que te sientas más seguro con tu conocido modo de catalogar las
situaciones, las relaciones y con tu sufrir de siempre. Es posible que éste se
haya convertido en parte de tu zona psíquica de comodidad y temas que el
cambio sea peor.

Te diré algo: Solo el sufrimiento es voluntario -opcional, como reza el dicho


budista- y por ello controlable tanto al alza como a la baja hasta su total
desaparición si es que decides que así sea. El dolor, sin embargo, no es
voluntario ni opcional. No puedes aumentar ni disminuir tu dolor, no
puedes manipularlo.

Lo que sí puedes hacer con el dolor es reprimirlo, lo cual es equivalente a


optar por sufrir. Reprimir el dolor generará en ti disfunción psíquica y la tan
traída y llevada carga emocional de la que te vengo hablando en las páginas
anteriores. A la larga, la represión del dolor también genera secuelas físicas.

Sentir el dolor para liberarlo consiste, simplemente, en dejar que pase a


través de ti. Has de permitir que te invada primero para que te abandone
después, desvelando toda la paz y todo el bienestar que su bloqueo
ocultaba.

No confundas sentir dolor con sufrir. El dolor no quiere nada serio contigo,
así que puedes liberarlo y así serás tú quien te liberes. Sin embargo, eliges
al sufrimiento como compañero, éste se aferrará cada vez más a tu mente y
no va a haber quien os divorcie salvo tú cuando así lo decidas. Yo espero
que sea hoy mismo.
3 EL PERDÓN QUE TE MERECES

Perdonar -o aceptar- consiste básicamente en comprender y experimentar,


en todas nuestras dimensiones: cuerpo, mente y emociones, la verdad que
expresé en varias ocasiones desde el inicio. Esa verdad no es otra que la de
que nadie nos puede dañar ni podemos dañar a nadie.

Sabemos que hemos perdonado cuando, tras atravesar todo el dolor que ha
despertado en nosotros una determinada situación, sentimos, en lo más
profundo de nosotros, que nunca hubo nada que perdonar.

Lamentablemente, el significado del perdón no nos ha sido transmitido


correctamente. Esto es así, con total probabilidad, porque las personas que
nos intentaban enseñar a perdonar no disponían del bagaje emocional
necesario para poder experimentar el verdadero perdón.

Como quiera que fuese, muchas personas hemos pasado gran parte de
nuestra vida sintiéndonos frustradas al no conseguir perdonar de la forma
que se supone que teníamos que perdonar la cual era y es, bastante
incomprensible, por cierto.

Debido a esto puede que creas que eres una persona rencorosa o incapaz de
perdonar. Puede que hayas ido acumulando culpa y resentimiento no solo
hacia quienes crees tus ofensores, sino también hacia ti mismo por no poder
perdonarles a pesar de esforzarte mucho en ello.

Por el contrario, quizás eres de esas personas que se consideran a sí mismas


grandes perdonadoras debido a tu carácter afable y complaciente, tan
asociado erróneamente en nuestra cultura, a la benevolencia. En este último
caso, es muy probable que guardes cierto resentimiento hacia quienes no
muestran las mismas conductas de afabilidad que tú cuando se sienten
ofendidos y, en cambio, te presentan sus quejas. Es muy probable también
que incluso tengas resentimiento hacia ti mismo por ser, a tu entender, una
persona demasiado blanda o confiada.
Tanto si te identificas con los buenos o los malos perdonadores, lo cierto es
que lo haces desde una confusión patente acerca de lo que verdaderamente
significa perdonar. La forma de perdonar en la que se nos ha adoctrinado a
la inmensa mayoría, es un tributo al juicio y a la condena, contiene una
forma sutil de superioridad moral respecto a los demás. La idea tradicional
del perdón está cargada de condescendencia y de una falsa comprensión de
las circunstancias personales y debilidades del ofensor, como si el supuesto
ofendido fuera ajeno a ellas, estuviera hecho de otra naturaleza o no pudiera
haber llevado a cabo los mismos actos, en el caso de estar en su lugar.

El perdón que se nos ha transmitido es poco más que mero puritanismo. En


vez de potenciar la conexión entre nosotros ayudándonos a enfocarnos en lo
común, nos separa a los unos de los otros.

Peor aún, el perdón moralista que se nos ha inculcado reafirma más la


brecha interna entre pensamiento y emociones, dificulta nuestro desarrollo
madurativo, obstaculiza así mismo que podamos vivir nuestras
experiencias, y que podamos relacionarnos con los demás, desde el
reconocimiento de nuestra naturaleza común.

El verdadero perdón no consiste en enfocarse en las diferencias externas


como pueden ser las que tienen que ver con el comportamiento que
exhibimos o exhiben los demás para categorizarlas después y ser
comprensivos y condescendientes.

Tampoco se trata, en un intento de sentirnos personas más elevadas, de


identificar y diferenciar nuestros respectivos grados de inconsciencia -en
caso de que esta identificación fuera posible- para sentirnos motivados a
perdonar falsamente al prójimo.

Lejos de acentuar las diferencias, saber que cada quien actúa desde su grado
de integración emocional, es importante para afirmarnos en las ideas de
inocencia y común unidad. Hacer de este nuevo enfoque un motivo más de
catalogación y separación nos conduce al mismo lugar al que nos conducía
cualquier otro viejo criterio.
Todas estas formas de entender el perdón y de practicarlo favorecen que las
ideas de culpa y separación entre buenos y malos, santos y pecadores,
ofensores y ofendidos, etc. Estas ideas alimentan el miedo, la desconfianza
y, en definitiva aportan conflicto a nuestra mente.

Si además de sufrir por lo que sea que crees que estás obligado a sufrir,
sufres porque no puedes pasar página de antiguos agravios o perdonar, estás
generando dentro de ti mayor bloqueo y carga emocional.

Puedes salir de ese bucle de rumiación de ideas de culpa, traición, ofensa y


miedo empezando por un gesto muy sencillo: acepta como te estás sintiendo
y trátate con mucho respeto, cariño y comprensión. Comprende, sobretodo,
que la razón por la que te ves inmerso en ese aparente caos es porque aún
no conoces ni has experimentado el verdadero perdón.

…….

Las versiones adulteradas del perdón surgen de nuestros intentos fallidos de


resolver los conflictos en el exterior. Los conflictos se originan y viven en
nuestra mente y es allí donde tenemos que ir a deshacer los errores.

No eres rencoroso ni incompetente para las relaciones humanas, es que te


estás esforzando mucho en practicar una modalidad de perdón que no es tal.
A los demás les sucede exactamente lo mismo respecto a ti. No es que no
quieran perdonarte y restablecer una buena relación contigo, es que todavía
no saben hacerlo.

Te equivocas cada vez que, en vez de mirar primero en tu interior,


reaccionas ya sea en modo lucha o en modo evitación. No es buena idea
hablar o actuar antes de aceptar tu sentir y buscar dentro las claves para
responder a lo que está ocurriendo fuera. Tampoco te llevará a ninguna
parte evitar situaciones o presentar resistencia ante ellas. Y por supuesto
que el camino no es complacer a los demás más allá de tu amor propio,
intentando apaciguarles para evitar enfados y crisis. Son ellos los únicos
que pueden hacerse cargo de su ámbito emocional cuando están alterados.
Todos nos hemos sentido frustrados hasta que hemos tenido acceso a la
información sobre el verdadero perdón que estoy compartiendo contigo en
estas páginas. Si sigues leyendo, pronto conocerás toda esta información.
Unas páginas más adelante, tendrás la oportunidad de empezar a practicar.

Verás como el nuevo enfoque hará que sientas que todo va sobre ruedas. No
es que antes no fuera sobre ruedas, solo que éstas eran cuadradas. Te
aseguro que vas a notar la diferencia.

Lo he dicho ya: cuando comprendemos e integramos en nuestra vida el


perdón tal como es realmente, comprendemos e integramos que no hay
nada que perdonar ni que perdonarnos. Es obvio que si no hay juicio del
prójimo ni de nosotros mismos, no hay carga de intencionalidad y por lo
tanto tampoco hay ofensa a la que aferrarnos y por la que sufrir.

Actuó, actué del mejor modo que fue posible. Pensar que pudo haber sido
de otra manera es complicarse la vida.

Obviamente, pasará un tiempo hasta que logres integrar ese concepto del
perdón y llevarlo a la práctica de una forma lo suficientemente consistente
como para no sentirte ofendido ni por nada ni por nadie. Transcurrirá un
periodo más o menos largo en el que seguirás percibiendo ataques y
conflictos en tus relaciones personales más íntimas y en muchas de tus
interacciones con conocidos y meros desconocidos.

Casi en cada ocasión, además, a esos escenarios de drama y conflicto, les


añadirás inconscientemente el aderezo de tu pasado no integrado,
especialmente toda tu experiencia emocional de los primeros años de vida.

Antes de llegar a la comprensión y a la experiencia de perdonar, antes de


convertirte en un auténtico practicante del perdón liberador, has tenido que
pasar por muchas situaciones en las que te has sentido ofendido, dolido,
dañado, decepcionado por alguien o por ti mismo. En otras muchas
ocasiones seguro que te has identificado con el papel del ofensor y quizá
estás esforzándote o esperando a que alguién te otorgue el “pseudoperdón”
que conoces.
Si te has sentido atraído por la lectura de este libro, es muy probable que
buena parte de ese recorrido en círculos concéntricos ya lo hayas transitado
y que estés preparado o preparada para salir de él.

Aunque hasta ahora te ha pasado desapercibido que cada una de esas


situaciones complicadas no han sido más que una oportunidad de conocerte
más, de amarte más, de crear relaciones más plenas y satisfactorias, no te
preocupes porque nada se ha perdido.

Tendrás asuntos pendientes, sí y quizás te abrume pensar en la cantidad y


complejidad de los mismos. No te desesperes, tengo una buena noticia para
ti. La potencialidad de crecimiento emocional que te brindan todos esos
episodios de tu presente o de tu pasado sigue ahí, intacta.

En tu listado de agravios por liberar es posible que aparezcan los adultos


que estuvieron a tu cargo en la infancia, algún familiar cercano, más de un
amigo con quien terminaste enemistado,... También las personas con las que
convives actualmente, tu pareja actual, exparejas o quienes comparten tu
contexto de vecindad, estudios o trabajo.

No hay mejor momento que ahora para ponerte al día. Actualízate y


aprende a no generar más conflicto ni nuevas cargas en el futuro.

…….

He dicho en más de una ocasión que nadie nos puede dañar y que el perdón
auténtico consiste en experimentar este hecho a nivel emocional, de forma
que comprendamos que realmente nunca hubo nada que perdonar.

Si lo que acabo de decir te plantea la duda de si perdonar es lo mismo que


dejar pasar y resignarse indemnes a lo que sucede, es porque, al llegar a este
punto de tu lectura, el viejo concepto del perdón que tienes tan bien
instalado en tu software, pretende colarse por la puerta de atrás de tu mente
para volver a estar operativo y convencerte de que no lo desinstales. ¡Ojo
con eso!
La aceptación de lo que sucede y de la inocencia propia y ajena es
incompatible con buscar justificaciones a las acciones, con negar los efectos
de las mismas o con reprimir las emociones que han despertado en nosotros.
Todo lo contrario.

Resignarse no es aceptar sino presentar resistencia. Es aguantar


contraponiendo una fuerza de oposición a lo que sucede aunque sea
poniendo muy buena cara. Resignarse es, precisamente, intentar perdonar a
la antigua, lo cual es una misión inútil e imposible.

Perdonar no consiste en conmutar una condena a nadie porque perdonar no


es algo que sucede posteriormente al juicio, sino que es anterior a él.
Perdonar es, de hecho, una forma de pensar -y de sentir- que opera en
nuestra mente para bloquear todo juicio que ésta pueda llevar a cabo.

Los efectos que la conducta en cuestión tuvo pueden requerir reparación,


corrección y aprendizaje para no cometer los mismos errores en el futuro.
Negar estos efectos y no abordarlos es señal inequívoca de que no has
aceptado lo ocurrido ni perdonado.

Lo mismo sucede en el ámbito emocional. Perdonarás realmente atendiendo


tus propias emociones y facilitando a los demás que atiendan las suyas sin
tus interferencias.

A lo único que renunciarás cuando perdones será a la carga emocional


condenatoria, tanto hacia el supuesto ofensor como hacia ti mismo. Sin
establecer distinción entre víctima y verdugo.

Perdonarás realmente renunciando a ver mala intención en la conducta de


alguien o en la tuya propia y desalojando de tu mente cualquier idea de
castigo.

Así perdonarás y te perdonarás con éxito. Te liberarás.


CONCLUSIONES

Hasta aquí la parte teórica o conceptual de este manual. Lo que encontrarás


en adelante es la descripción de cómo puedes llevar todo lo leído a la
práctica en tu experiencia actual y con el paso del tiempo.

Antes de pasar a los ejercicios que te propongo voy a ahondar, a modo de


conclusión, en algunas de las cuestiones que ya he tratado.

Recuerda que perdonar es no juzgar, aceptar lo que acontece incluída la


conducta de otras personas y, como no, también los sentimientos y
emociones que esos acontecimientos y conductas despiertan en ti.

Para perdonar tendrás que aprender a prestar especial atención a aquellos


pensamientos que juegan en tu contra, haciéndote ver ataque y ofensa. En
vez de eso podrías estar viendo unidad y hermandad, aunque éstas no
terminen de fraguarse debido a los muchos límites que, a todos, se nos
imponen a través de los condicionamientos y sistemas de creencias
obsoletos.

Perdonar implica abandonar antiguos clichés sobre lo que significa el


perdón y empezar a practicar bajo un nuevo enfoque o paradigma. Tu
capacidad para perdonar se sustenta en el reconocimiento de la igualdad
radical de todas las personas. Meditando a menudo en la idea de que tú, en
el lugar del otro, hubieras hecho lo mismo notarás como aumentan tu
empatía, tu discernimiento y tu comprensión. También aumentará tu
satisfacción porque disfrutarás de relaciones más plenas.

Perdonarte a ti mismo o a ti misma es fundamental para extender ese perdón


fácilmente hacia los demás. Acéptate y recuerda que eres inocente y haces
todo lo mejor que puedes, lo cual no significa que en adelante no vayas a
mejorar si así lo deseas. Estás aprendiendo.

Solo cuando aceptas y comprendes tus reacciones negativas sin justificarlas,


quedas libre para poder hacer los cambios que decidas hacer. Sin embargo,
los pensamientos intransigentes hacia ti mismo, desencadenan -al igual que
cuando los aplicas a los demás- una reacción en cadena inconsciente, una
serie de actitudes orientadas a recibir el castigo que, erróneamente, crees
merecer. En vez de ayudarte a madurar y progresar, este tipo de reacciones
boicotean tus avances, reforzando tus creencias asociadas al miedo y la
culpa.

A partir de ahora, cada vez que se presente ante ti una situación en la que te
consideres dañado u ofendido, sabrás que tienes la oportunidad de
implementar todo lo nuevo que has aprendido sobre el perdón, integrar su
verdadero significado y disfrutar de todos los beneficios que ello conlleva.

Date permiso para despojarte de la carga emocional que acumulas y para


dejar de añadir más en tu experiencia.

A perdonar aprendemos perdonando. ¡Adelante!


LA PRACTICA

A continuación te presento un proceso de siete etapas para que puedas


practicar de forma didáctica el verdadero perdón liberador. Sin embargo, no
se trata de un proceso de aprendizaje como tal. Ser y sentir libremente,
alejado de toda percepción de ataque u ofensa por parte de los demás o de la
vida, es algo natural. Lo hacías cuando viniste a este mundo.

Recuperarás tu condición natural, esa inocencia, en la medida que te


despojes de todas las creencias erróneas de las que te has revestido y en la
medida que regreses al interior para poner orden en tus emociones. De eso
es de lo que se ocupa el modelo práctico que estás a punto de leer, de
acompañarte a realizar con éxito estas dos tareas.

Los siete pasos que lo componen son los siguientes:

En el primero, te invito a cambiar tu enfoque sobre lo que significa


perdonar.

En el segundo, te señalo desde dónde has de partir. La línea de salida eres


tú, siempre has de ir de adentro a afuera.

Estos dos primeros pasos son imprescindibles y prioritarios. Ambos tienen


que ver con tu estado de preparación para que puedas abordar con éxito los
restantes. Los cinco pasos siguientes están relacionados con las situaciones
concretas que necesites abordar.

El tercero y el cuarto consisten en que tomes responsabilidad de la totalidad


de tus emociones y que, consciente de que están bajo tu responsabilidad, las
atiendas.

En el quinto paso, vas a aprender a observar la situación con claridad


mental y calma emocional. Así vas a poder extraer la enseñanza que la
experiencia te brinda.
El sexto te vuelve a dirigir dentro de ti. Una vez analizados los hechos y
sus posibles efectos, has de mantener a raya la culpa y el resentimiento. Te
ayudaré a que impidas que se alojen en ti, pues no son buenos compañeros
de camino.

Para terminar, en el séptimo y último paso, te animo y te ofrezco claves


para actuar desde la paz en relación a la persona o a la situación. Esas
claves te servirán en el caso de que sea necesaria alguna acción y desees
llevarla a cabo.

¡Empezamos!
Cambia tu enfoque sobre lo que significa perdonar

El primer paso es tomar la decisión de cambiar el enfoque a la hora de


interpretar las conductas que te disgustan o que percibes como dañinas.

Ábrete a experimentar otro tipo de abordaje de lo que hasta ahora


considerabas “ofensas”, “injusticias”, “ataques”, “faltas de respeto” o
“conflictos”, ya seas tú u otras personas quienes los estén protagonizando.

Deja de intentar perdonar y perdonarte como hasta ahora lo venías


haciendo. Deja de esforzarte en seguir el camino de siempre sabiendo,
como sabes ya, que no te conduce al éxito.

Sin dar este paso no es posible continuar. El primer hito de este proceso
consiste en acceder a la información veraz acorde con el verdadero
significado del perdón, para enfocarte en ella. Esta información ya se ha
puesto a tu disposición en la parte teórica de este libro.

Por diferente o chocante que sea este nuevo enfoque en contraste con tu
sistema de creencias, es necesario que te abras a irlo integrando como
propio. Tienes que saber que para poder liberar totalmente la carga
emocional, ambas formas de pensar no pueden coexistir. Bien es cierto que
pasará un tiempo de transición hacia el nuevo enfoque, en el que todavía
estará presente, en algún grado, el viejo. Esa situación te generará un poco
de tensión que paulatinamente irá desapareciendo.

Hasta que no tomes la decisión de despojarte de tus viejas ideas, no podrás


dejar de percibir, buena parte de lo que experimentas, como algo doloroso u
ofensivo. Tampoco podrás responder emocional y conductualmente a ello
de un modo distinto a como lo vienes haciendo. En resumen, no podrás
dejar de sufrir por las mismas cosas que has estado sufriendo en el pasado y
por las que sufres actualmente.
De manera inconsciente nos aferramos a nuestros esquemas mentales
resistiéndonos a cambiarlos. A pesar de que no nos sean útiles e incluso nos
perjudiquen, los mantenemos porque, al resultarnos conocidos, nos ofrecen
un marco de aparente seguridad.

Es importante que en este punto respetes tu libertad de elección entre esa


seguridad que te ofrece lo conocido y la aventura de adoptar un nuevo
enfoque.
Si todavía no has tomado la decisión de enfocarte en los nuevos
planteamientos que vas conociendo por medio de este libro -quizá también
a través de otros muchos materiales que están disponibles-, te sugiero que
vuelvas a leerlos, lenta y reflexivamente. Luego decide si continuar o no
con este proceso
Céntrate primero en ti. Ve de adentro a afuera

Esta segunda etapa del proceso se basa en utilizar tu disponibilidad para


cambiar de estrategia a la hora de perdonarte y perdonar. Desde esta
apertura ya puedes comprender que perdonar no tiene que ver tanto con la
otra persona ni con su conducta, sino contigo mismo y con tus
pensamientos acerca de ella y de la situación que aconteció o que está
aconteciendo.

Recuerda, todos estamos hechos de la misma sustancia. No puedes acceder


al interior de otro ser humano, por lo que has de buscar esa sustancia en la
persona más inmediata: en ti.

El punto de partida del proceso de perdonar, o de liberarnos de la carga


emocional, eres tú. El verdadero perdón es un acceso a tu interioridad, un
camino de autoconocimiento y la forma más directa de descubrir la
felicidad, el amor y la paz que están dentro de ti.

Si recuerdas y te repites a menudo que siempre has hecho y haces lo mejor


que puedes, estarás reconociendo tu inocencia aunque todavía no te sientas
cómodo con esa idea revolucionaria.

Reconocerte inocente no significa que no vayas a cambiar todo aquello que


quieres cambiar. Al contrario, para llevar a cabo los cambios que deseas
necesitas aceptarte completamente y desarrollar una confianza básica hacia
ti a pesar de los errores cometidos. Comienza por aceptar que, a día de hoy,
hay muchas situaciones que no has aceptado. Perdónate por aquello que no
logras perdonar.

Perdonarte a ti mismo es fundamental para extender ese perdón hacia


afuera: las situaciones y los demás. Podrás dirigir paz y sentido de
inocencia afuera una vez hayas identificado estos estados dentro de ti.
Perdonar y perdonarte es lo mismo.

Ha llegado el momento de situarte en la línea de salida que está en tu


interior y comenzar a poner en práctica todo lo que corresponde a este
segundo paso del proceso. Como ya sabes, junto con tu cambio de enfoque,
este paso te permitirá
abordar con éxito cualquier situación concreta, pasada o actual, ante la que
necesites perdonar o liberarte emocionalmente.

…….

Una de las prácticas más potentes para lograr los objetivos que buscamos
ahora, es la del “encuentro con tu niño o niña interior”. Con este
ejercicio estarás atendiendo tu pasado emocional infantil.

El miedo, la ira, la tristeza que sientes de adulto, no son más que los ecos de
esas mismas emociones que quedaron bloqueadas cuando eras una niña o
un niño pequeño.

Nadie, independientemente de lo buenas personas que fueran sus padres,


recibió en la infancia la aceptación y el amor incondicional que necesitaba
para madurar emocionalmente. Todos tenemos, a ese nivel, heridas que
sanar.

Sin embargo, para madurar emocionalmente, es necesario que ese niño o


esa niña que dejamos atrás reciba la atención que necesita.

Solo tú, en tu etapa adulta, puedes proporcionarte la orientación y el


sustento emocional que te faltó, completa o parcialmente, cuando eras un
niño o una niña. No hay otra persona que pueda hacerlo en tu lugar porque
ese niño o esa niña solo vive dentro de ti.

La mayoría de los adultos no abordamos la tarea de atender a nuestro niño o


niña interior o lo hacemos de forma equivocada. Muchas perso- nas,
sabiéndolo o no, optan por desatender a ese niño interior, lo cual, dicho de
otro modo, supone dar la espalda a sus emociones o desconectarse de ellas.
Otras delegan en los demás la tarea de atender su pasado emocional no
resuelto. La mayoría de las personas adultas alternan estos dos abordajes
aunque tengan mayor tendencia hacia uno de ellos.
Ambas alternativas nos conducen al mismo lugar conocido: Interpretaremos
todas las experiencias a través del filtro de nuestro dolor infantil no
resuelto, reviviéndolo cíclicamente. Exigiremos a los demás atenciones
emocionales que no saben ni pueden darnos. Culparemos a otras personas o
a las situaciones de la ira, la tristeza o el miedo que experimentemos.
Finalmente, añadiremos más carga emocional a la que no estamos
consiguiendo liberar.

Sin embargo, cuando tu niño o tu niña interior reciba de tu mano aquello


que necesitaba, el dolor empezará a remitir. Entonces aparecerán la paz, la
alegría y la creatividad que se ocultaban tras él y que creías perdidas.

…….

Practica el ejercicio que expongo a continuación una vez al día durante una
semana seguida. Su duración es de diez a veinte minutos.

Tras esa semana de práctica intensiva te conviene mantenerte en contacto


“con tu niño o tu niña interior” para lo cual puedes repetir el ejercicio tal
como lo presento aquí o recurrir a otras variantes. Esta es una práctica
segura y altamente efectiva para liberar poco a poco tu carga emocional.
Todo lo que vayas experimentando tiene una función curativa, que se va
produciendo sin darte cuenta, de manera inconsciente. Confía en ello. Sé
constante y paciente.

Acomódate en un lugar tranquilo donde no vayas a ser interrumpido. Antes


de empezar lee las instrucciones y asegúrate de que las has comprendido.

Lo más importante de este ejercicio es que, en todo momento, mantengas


una actitud compasiva hacia ti mismo.

Estas son las instrucciones:

. Siéntate en una postura cómoda y toma tres respiraciones profundas antes


de empezar.
. Mantente todo el tiempo relajado pero evita quedarte dormido. No hagas
esta práctica si te sientes muy cansado.

. En primer lugar cierra los ojos para concentrarte mejor y recuerda la


imagen de ti mismo cuando eras un niño o una niña. Puedes apoyarte en una
fotografía que tengas y escoger tu imagen a cualquier edad, entre los cero y
los quince años. Una vez tengas la imagen del niño o la niña que fuiste con
determinada edad no la cambies. Cuando hagas el ejercicio en otra ocasión
elige la misma u otra edad cualquiera para tu niño o niña interior.

. Con tu imaginación, vas a situar a ese niño o niña en la habitación en la


que dormías a esa edad. Si no recuerdas exactamente la habitación porque
eras muy pequeño, no importa, imagínatela.

. Observa con tu imaginación -durante dos o tres minutos[1]-, lo que el niño


o la niña que fuiste está haciendo en este momento en su habitación.
Observa su postura corporal y sus movimientos. Intenta identificar su
energía: si está activo(a) o pasivo(a), también si le duele algo y cómo se
siente, en general, físicamente.

. A continuación indaga en sus pensamientos durante otros dos o tres


minutos. ¿Qué está ocupando su mente? ¿Está concentrado(a) o
disperso(a)? ¿Dirías que tiene claridad o confusión? ¿Le preocupa algo en
este momento?

. Después dedica otros dos o tres minutos más o menos a descubrir sus
emociones. ¿Tiene miedo o se siente valeroso(a)? ¿Siente rabia, culpa o
tristeza o está alegre, tranquilo(a), ilusionado(a)?

. Cuando creas que ya has observado lo suficiente a este niño o niña en sus
aspectos físico, mental y emocional, imagínate a ti mismo, de adulto, tal
como estás ahora, entrando en su habitación.

. Sigue imaginando esta secuencia:


- Acércate como el adulto que eres ahora y observa su reacción.
- Situate a su lado, mírale a los ojos con ternura y, si te lo permite,
abrázale.
- Ahora dile: (repite internamente frente a la imagen de tu niño o
niña interior).
“Perdóname por haberte dejado solo(a) todo este tiempo. Eres
completamente inocente. Nunca hiciste nada malo. A partir de
ahora nunca volverás a estar solo(a). Siempre estaré contigo y
para ti. Te amo.”
- Inmerso en esta situación que has creado con tu imaginación,
permanece todo el tiempo que desees junto a ese niño o niña que
reconoces como una parte esencial de ti mismo. Observa y
sobretodo, siente. Libera las emociones que surjan, no te resistas
a sentir.
- Despídete de tu niño o niña interior asegurándole que vas a
volver (promesa que tendrás que cumplir).
- Sal de la habitación.

. Dedica un minuto aproximadamente a volver mentalmente a donde te


encuentras, siente tus manos, tus pies, el resto de tu cuerpo. Muévete
despacio y cuando lo desees abre los ojos. No te levantes hasta que no te
sientas totalmente despejado.

…..
Si has llegado hasta aquí es porque decidiste cambiar tu enfoque acerca de
lo que significa perdonar y también has entrado en contacto con tu ámbito
emocional a través de la práctica del encuentro con tu niño o niña interior.
Haber dado estos dos pasos es decisivo para integrar el verdadero
significado del perdón.

Te doy la enhorabuena porque este proceso ya no tiene vuelta atrás para ti.
Podría ser que te quedases parado un tiempo en algún punto del camino,
pero es imposible que retrocedas. La carga emocional que ya has liberado y
el reconocimiento que, en mayor o menor grado, has hecho de tu inocencia,
han puesto unos cimientos firmes para que recorras, sin ningún obstáculo, el
resto del camino.
A partir de aquí aprenderás a abordar tus experiencias concretas, actuales o
pasadas, desde el nuevo enfoque y siendo mucho más consciente del papel
real que juegas en ellas que no es, en absoluto, ni el de víctima ni el de
verdugo.
Los cinco pasos que completan el proceso los puedes aplicar una o varias
veces a cada situación según lo necesites. Hazlo hasta que vivas esa
experiencia con paz, en cuyo caso ya no te va a ser necesario practicar más.

Cada vez que abordes una de tus experiencias con este método apreciarás
diferentes matices en ella, también en tu forma de interpretarla y de sentir.
No tengas prisa, el proceso de liberación de tu carga emocional es un arte
minucioso que has de llevar a cabo con paciencia y buen ánimo, poniendo
atención a cada oportunidad que se te vaya presentando.

Te recomiendo que leas estos cinco pasos antes de empezar a aplicarlos de


forma práctica. Te resultará más fácil si previamente te has familiarizado
con el método.
Toma responsabilidad sobre lo que estás experimentando tú

El objetivo de esta práctica y del tercer paso del proceso de perdón que te
propongo es que te hagas cargo de las emociones que experimentes ante
cada circunstancia, para lo cual has de tomar responsabilidad sobre lo que
estás viviendo tú.

Independientemente de cómo se comporte alguien con respecto a ti u otras


personas, tú eres responsable de las emociones que ese comportamiento
despierta en tu interior. Si el desagrado que experimentas va acompañado
de intensas emociones, lo más probable es que se haya activado tu dolor no
resuelto del pasado, o tu carga emocional.

Por supuesto que puedes alejarte de situaciones y personas que se


comportan de forma que te desagrada, pero hazlo asumiendo el cien por
cien de la responsabilidad sobre tus emociones.

Este paso implica que decides no reaccionar ante lo que está sucediendo,
que te retiras asumiendo la responsabilidad de lo que sientes ante los hechos
que se están produciendo porque vas a ocuparte de ti. En ese momento,
renuncias conscientemente a quejarte, a dejarte llevar por tus impulsos
actuando inconscientemente y a forzar cambios en la situación.

Para no reaccionar de forma inconsciente y luego arrepentirte de ello, has


de responsabilizarte de lo que sientes. Es muy probable que tu forma de
sentir se corresponda con determinados bloqueos emocionales del pasado.
Si, por ejemplo, de pequeño te sentiste herido y rechazado cada vez que tus
padres prestaban atención a uno de tus hermanos o hermanas y no has
integrado ese tipo de dolor, cada vez que las personas de tu entorno se
comporten de forma parecida, el dolor va a despertarse para que lo atiendas
y superes tus celos reprimidos.
No te quepa duda que, al igual que tú, la otra persona actúa ante las
experiencias que se le presentan de la mejor forma que puede hacerlo. Con
todo, ten presente también que su conducta es de su exclusiva
responsabilidad y no te corresponde a ti modificarla. Este paso implica
hacerte cargo de lo que tú sientes independientemente de cómo se presente
la situación o cuál sea la conducta de los demás.

Ten en cuenta que tomar responsabilidad y sentirse culpable son dos


cuestiones completamente distintas. Para empezar, la toma de
responsabilidad es un acto consciente, mientras que el sentimiento de culpa
surge de manera automática, es parte del bloqueo emocional que necesitas
liberar. Lo harás tomando responsabilidad sobre él al igual que sobre el
resto de emociones que despertó la situación.

El ejercicio para practicar este paso consiste en “elaborar dos listas”.

En la primera lista vas a escribir lo que ha sucedido -o sucedió en caso de


que la situación se remonte al pasado-. Puedes incluir todos los detalles que
consideres oportunos siempre y cuando solo recojas los hechos. Cinco
hechos como máximo.

Tu primera lista solo puede describir lo que sucedió, lo que hicieron otras
personas o tú, lo que dijeron o dijiste. Los hechos pueden listarse en el
orden tal como se desarrollaron o como te vengan a la cabeza, no importa.
No puedes incluir en esta lista ninguna interpretación o juicio. No puedes
incluir lo que crees que pensaron los demás, las supuestas intenciones de
nadie. Tampoco los “porqués” ni tus convicciones de ningún tipo, solo los
hechos.

Te sorprenderá comprobar que la lista puede ser muy corta. La mayoría de


las veces son muy pocos hechos -y casi siempre los mismos o muy
parecidos- los que pulsan nuestros “botones” emocionales.

Cuando hayas terminado haz la segunda lista, la cual ha de incluir tan solo
tus emociones. De nuevo serán cinco como máximo.
Es posible que no identifiques exactamente lo que estás sintiendo, puede
que tan solo percibas incomodidad, falta de paz, inquietud,... Llámalo como
quieras, anótalo en tu lista.

Estas son las instrucciones:

Si la situación en relación a la cual estás haciendo este ejercicio es actual o


muy reciente, encabeza cada frase de tu lista con estas palabras: “En este
momento me siento...” Añade, a continuación, tus emociones.

En caso de que estés haciendo este ejercicio en relación a una situación del
pasado que necesitas integrar, anota no solo tus emociones de aquel
momento, sino también las actuales. Utiliza para ello estos dos
encabezamientos: “En aquel momento me sentí…” y “En relación a todo
ello, en este momento me siento…”

Cuando tengas tus dos listas elaboradas coloca una leyenda a modo de título
a cada una de ellas tal como te muestro a continuación.
Ejemplos:

ESTA ES MI LISTA CON LOS HECHOS SUCEDIDOS. ME OCUPARÉ DE


REVISARLA CON CALMA EN OTRO MOMENTO.
1. Esta mañana me han dado la carta despido.
2. El jefe me ha dicho que no he desempeñado mi puesto según
las expectativas que él tenía cuando me contrató.
3. Ante mi pregunta de en qué me había desviado de sus
expectativas me ha respondido que prefería no entrar en
detalles y que nos despidiéramos.
4. Su tono ha sido amable en todo momento.
5. El finiquito es correcto, incluye todo lo que me corresponde y
también la gratificación acostumbrada.

ASÍ ES COMO YO ME SIENTO ANTE LOS HECHOS SUCEDIDOS.


COMO ÚNICO/A RESPONSABLE DE MIS EMOCIONES VOY A
ATENDERLAS CUANTO ANTES.
1. En este momento siento miedo a no poder encontrar un
nuevo trabajo a medio plazo y que mi economía se resienta.
2. En este momento me siento injustamente tratado.
3. En este momento me siento rechazado.
4. En este momento tengo una sensación extraña, entre
vergüenza y tristeza.
5. En este momento me siento culpable.

…….

Hasta aquí la práctica para identificar y tomar responsabilidad de tus


emociones. Una vez la hayas realizado no tardes más de 24 horas en
abordar el paso número cuatro de este proceso.
Atiéndete con cariño, siente

La práctica de este cuarto paso consiste en atender las emociones más


inmediatas que una determinada situación despierta en ti. Tanto si has
identificado claramente esas emociones como si se trata de vagas
sensaciones en tu cuerpo que no sabes definir, tu tarea ahora es atenderte
con comprensión y cariño.

Antes de describir el ejercicio para una situación concreta, me detendré en


la cuestión del sentir en términos generales.

Eres un ser que siente. A diario, experimentas movimientos emocionales


dentro de ti. Es muy importante que no pases por alto esos flujos de energía
emocional. Como sabes, gran parte de lo que llama a la puerta de tu campo
emocional, es lo que, por diferentes causas -la mayoría inconscientes-, te
resistes a sentir. Es tu carga emocional que necesita ser liberada. A medida
que venzas tus resistencias y lo hagas, tu sentir se va a convertir en algo
ligero, suave y gozoso.

Sentir es abrirte a la Vida tal como se manifiesta en ti. También se le conoce


como estar presente para ti mismo, poner la atención y la intención en tu
interior, estar en estado presencia o estar presente. Ser tú mismo es sentir y
sentirte. Eres cuando sientes.

Sentir las emociones no es lo mismo que pensar en ellas que es lo que


solemos hacer. Sentir es observarlas y aceptarlas tal como se presentan.
Para poder sentir emocionalmente necesitamos silencio. No me refiero al
silencio de palabras, sino sobretodo al silencio del pensamiento.

Si no estás familiarizado con la meditación es algo que te recomiendo


encarecidamente que hagas. Meditar no es otra cosa que acallar la mente a
partir de un estado de relajación del cuerpo. No acallamos la mente
“dejándola en blanco” o parando de pensar, lo cual es imposible. Acallamos
la mente observando nuestros pensamientos como si fueran nubes que
atraviesan el cielo, sin implicarnos con ninguno de ellos.
Ya sabes que es la mente la que crea las interpretaciones y juicios que
generan nuestros conflictos emocionales. También sabes que es nuestro
pensamiento quien juzga las emociones como buenas o malas. Es
fundamental que entiendas que, para poder sentir lo que necesitas sentir en
cada momento de una manera natural -como hacías de bebé- has de
silenciar tu mente.

Una emoción a la que no le pones resistencia es como una ola que te inunda
por un momento -unos minutos quizás-, nada más. Acepta lo que sientes, no
te resistas. Ni siquiera desees que se vaya. La única razón por la que una
emoción te resulta desagradable es porque la rechazas mentalmente. Es tu
niño o niña interior quién teme sentir esa emoción.

Ábrete a sentir. Desde el adulto que eres tranquiliza a tu parte inmadura y


permite que esa emoción surja, se desarrolle en tu interior y luego se
marche. Permítela cada vez que aparezca. Abraza ese movimiento
emocional en ti. Más pronto de lo que imaginas surgirá con menos
frecuencia y también con menos intensidad. Poco a poco estás liberando tu
carga emocional. Estás haciendo algo grande por ti, te estás amando.

Cuando no rechazas nada de cuanto acontece en tu interior pero tampoco te


identificas con ello -tú eres mucho más-, te vas sintiendo, te vas conociendo
a nivel profundo.

…….

Además de ir poniendo tu sentir al día a través del hábito de la meditación,


necesitarás atender tus emociones más inmediatas ante una situación
desafiante. En esto consiste la práctica del cuarto paso. Se llama
“meditación para el sentir”.

En el paso anterior ya reconociste que te sentías herido o agraviado de


algún modo y ya separaste tus emociones de los hechos que acontecieron.
Si no dejas pasar mucho tiempo para aplicar este paso impedirás que se
desencadene un proceso reactivo que desate pensamientos y conductas
dictadas por tu carga emocional del pasado. Estas reacciones nunca son
deseables pues, lejos de aportar luz a la situación, la complican.

Es muy probable que, inmediatamente después de producirse los hechos ya


se haya desencadenado en ti este proceso reactivo automático. Casi seguro
que ha ocurrido, al menos, a nivel mental. Atenderte y cuidarte con total
prioridad es la forma de no alimentar los juicios, los pensamientos
negativos y otras reacciones indeseables, tanto a nivel del pensamiento
como reflejadas en tu comportamiento.

Retírate a sentir lo que estás sintiendo como único responsable que eres de
ello, hazlo sin culpar a nada ni a nadie. Acalla tu mente. Tan solo entra en
contacto con tus sentimientos, déjate sentirlos, permítete experimentarlos
sin pensar erróneamente en qué o quién los causó. Te aseguro que esas
emociones estaban ahí antes de que te sintieras herido por una circunstancia
u otra persona, todas ellas tienen causas diferentes a las que crees y más
profundas. Por lo tanto estás ante la oportunidad de dejarlas ser. Permite
que esas emociones se desbloqueen, que se expresen a través de ti. Verás
que muy pronto recuperarás la calma.

Estas son las instrucciones:

Busca un lugar tranquilo en el que no vayas a ser interrumpido. Siéntate en


una silla, en el suelo con las piernas entrelazadas o sobre tu cama sin
recostarte. Mantén la columna vertebral recta desde el cuello -con la
barbilla ligeramente retraída- hasta el coxis. Relaja los hombros y sitúa tus
manos sobre tus muslos.

Comienza tomando tres respiraciones profundas, calmadas. Inspira y lleva


en aire hacia el vientre hasta que lo notes hinchado. Luego exhala
suavemente.

A continuación respira de forma natural, presta atención a tu ritmo


respiratorio sin modificarlo. Permanece atento un rato.
Comienza sintiendo las distintas partes de tu cuerpo, haz un recorrido
tranquilo por tus manos, antebrazos, brazos, hombros, cuello, cabeza,
rostro, tronco, piernas, pies,... Cuando termines vuelve a atender el ritmo de
tu respiración.

Cuando aparezca una idea, un pensamiento en tu mente, obsérvalo como si


lo estuvieras viendo en la pantalla del cine. No te distraigas con él, solo
observa ese pensamiento y déjalo pasar. Vuelve a poner la atención en tu
respiración.

Si te atrapa alguno de tus pensamientos no te juzgues, en cuanto te des


cuenta de la distracción vuelve a atender tu respiración. Ese ir y venir es
meditar. Estás meditando.

Del mismo modo harás con tus emociones cuando surjan. Las observas, las
aceptas, las dejas que te atraviesen. Siente sin juzgar aquello que vaya
llegando.

Puede que tus emociones aparezcan entremezcladas con pensamientos e


ideas. Céntrate en sentir la emoción y suelta los pensamientos.

Puede que haya llanto u otras manifestaciones físicas de esa energía


emocional. Entrégate al llanto, al intenso calor,... a las sensaciones
corporales sean las que sean. Aunque te resulten desagradables acógelas por
un momento. Serán como oleadas que pasarán, no rechaces nada. No
juzgues lo que está sucediendo, no reprimas nada, déjalo ser. Estás
sintiendo. Estás siendo. Te sientes a ti mismo por dentro.

…….

Este ejercicio puedes realizarlo como práctica cotidiana, una vez al día,
dedicándole al menos diez minutos cada vez. Resulta muy eficaz para ir
conociendo tus bloqueos emocionales e irlos liberando.

También puedes aplicarlo a situaciones concretas que quieras liberar ya


sean recientes o del pasado. En ese caso, tras el recorrido sintiendo las
diferentes partes de tu cuerpo vas a evocar la situación en cuestión como si
se tratara de una imagen fotografiada -no los hechos tal como los recogiste
en tu lista-. En cuanto aparezcan las emociones que el recuerdo de la
situación ha despertado, atiéndelas tal como he descrito antes.

La práctica de este paso también puede consistir, simplemente, en retirarte


a atender tus emociones cada vez que te veas desbordado por ellas.

Por último, los efectos más potentes de esta meditación se manifiestan


cuando, en vez de reaccionar ante una persona o una situación, decides
retirarte a sentir lo que estás sintiendo. De este modo no acumulas carga
emocional.

Mientras realices cualquier modalidad de esta práctica has de alejar de tu


mente toda idea y toda imagen de la persona por la que te sientes agraviado.
Salvo una leve imagen evocadora si la necesitas, aleja todos los recuerdos
de la situación. Atiéndete solo a ti. No es momento de pensar, solo de sentir.
Llega hasta el final de esas emociones que estás experimentando,
atraviésalas -o déjate atravesar- pues tras ellas está tu paz interior.
Alcanzarla es tu prioridad en este momento.

Nota: Utiliza esta idea si el momento de sentir te da miedo. Puede venir en


tu auxilio: “Yo no soy esta emoción como no soy mis pensamientos pero la
acepto, la acojo y dejo que me atraviese sin restricciones. Estaba
reteniendo esta emoción, ahora la libero. Soy un canal por el que pasa la
Vida”.
Suspende todo juicio, observa

Antes de comenzar con la práctica del paso número cinco en una situación
concreta, te propongo un ejercicio general preparatorio.

Se trata de que hagas una “indagación acerca de tu forma más habitual


de interpretar situaciones o conductas” .

Estas son las instrucciones:

Retírate a un lugar tranquilo en el que no vayas a ser interrumpido y toma


entre cincuenta minutos y una hora de tu tiempo como mínimo para
reflexionar y tomar notas.

Esta práctica consta de cuatro partes diferenciadas, así que también puedes
hacerla en cuatro momentos diferentes. En ese caso, has de dedicar un
mínimo de media hora de tu tiempo a cada parte.

La primera parte consiste en revisar una por una las áreas que te propongo,
preguntándote cómo piensas respecto a cada una de ellas. Has de distinguir
si te enfocas en lo que para ti tienen o pueden tener de peligroso o
amenazante o, por el contrario, estás apreciando no solo lo que te resulta
grato, sino todas sus potencialidades de mejora.

Las áreas sobre las que vas a hacer esta reflexión son las siguientes: Salud,
Trabajo/creatividad, Prosperidad/dinero y Relaciones. Puedes hacer una
reflexión muy general de esta última área o distinguir entre: amistades,
familia, pareja e hijos. Hazlo como prefieras.

Anota algunas afirmaciones que reflejen el tipo de pensamientos que tienes


respecto a cada área. Observa cuántos pensamientos de miedo y
desconfianza sostienes y también cuántos de gratitud y aliento.
La segunda parte del ejercicio también consiste en indagar acerca de tus
pensamientos pero esta vez será en relación a ti mismo. Reflexiona sobre
cuál es la mirada con la que te contemplas: La del miedo, la desconfianza y
la culpa -por no ser suficiente o haber hecho algún mal-, o la del amor que
siempre espera lo mejor de todo y de todos. ¿Te acoges con cariño estés
como estés o te juzgas y diriges reproches contra ti mismo? Escribe tu
forma de pensar acerca de ti mismo. Repara en la cantidad de ideas que
manejas y, sobretodo, aprecia su calidad y la conveniencia de seguir o no
pensando de ese modo.

En la tercera parte de este ejercicio de indagación date cuenta de cuánto y


en qué ocasiones, o en relación a qué personas, haces un uso abusivo de tu
mente más primitiva y funcionas desde el miedo o, al contrario, en relación
a qué personas, confías y te expresas con libertad creativa y con amor
esperando lo mismo de vuelta. En resumen, tu mirada hacia los demás es
crítica, desconfiada y temerosa, o sabes ver más allá de lo aparente y te
abres a gratas sorpresas.

Anota todos los pensamientos que descubras. Luego pregúntate con qué
frecuencia piensas así y, si puedes, identifica en qué ocasiones te ves más
inclinado a sostener determinadas ideas, tanto las temerosas como las que
reflejan tu confianza en los demás.

Después de reflexionar sobre el tipo de enfoque mental que le das a las


distintas áreas de tu vida, personas y a ti mismo, estás preparado para
abordar la cuarta parte de este ejercicio. Se trata de mirar los frutos que
recoges respecto a cada uno de esos aspectos. ¿Cómo se desarrollan las
diferentes áreas que has revisado: tu trabajo, lo que te gusta y se te da bien
hacer, los bienes materiales que obtienes de tu actividad laboral? ¿Cómo
está actualmente tu estado de salud, aprecias fortaleza en tu cuerpo,
flexibilidad, equilibrio? ¿Qué tal duermes? ¿Te sientes con energía la mayor
parte del día? ¿Cómo estás interiormente? ¿Sientes aprecio hacia ti mismo?
¿Te valoras? ¿Cómo son tus relaciones con los demás? ¿Hay muchos
conflictos actualmente en tu entorno laboral o familiar? ¿Te resulta fácil
dejar de preocuparte y salir de las encrucijadas o sientes que llevas una
mochila pesada en tu espalda? Revisa y anótalo todo.
Cuando creas que ya has reflexionado suficiente, date cuenta de la relación
que hay entre cada enfoque de pensamiento que practicas y un determinado
tipo de resultados a nivel de pensamientos, sentimientos y acciones. Escribe
tus conclusiones.

…….

Ahora sí, ya es el momento de pasar a la práctica de esta fase del proceso.


El paso número cinco supone “observar analíticamente los hechos” de los
que se compone la situación concreta que quieres aceptar o perdonar.

No comiences hasta que no sientas un mínimo de paz en tu interior para lo


cual has tenido que hacerte cargo de tus emociones sintiéndolas
comprensivamente. Si crees que todavía no estás listo no dudes en volver a
ejercitarte en el paso anterior y detenerte en él todo el tiempo que necesites.
De nada servirá tu análisis si no lo haces desde la calma.

Estas son las instrucciones:

Es el momento de revisar tu lista de los hechos. Léela y si crees que


olvidaste algo, agrégalo. Recuerda que no deben aparecer interpretaciones
ni creencias tuyas. Dedica un mínimo de media hora a revisar los hechos de
cada situación.

No niegues nada de lo ocurrido porque negarlo es una forma de no


aceptarlo. Tampoco te resignes creyendo que has de soportar estoicamente
una y otra vez determinadas situaciones o conductas. No justifiques al autor
o autora de los hechos, tanto en la parte que te corresponda a ti como a la
otra u otras personas. Cada quien es responsable no solo de lo que sintió,
sino de lo que pensó, dijo e hizo.

Si identificas que las acciones tuvieron efectos concretos más allá de los
puramente emocionales de los que cada quien ha de ocuparse, anótalos.
Negar los efectos que las conductas -tuyas o ajenas- han causado es un error
que te puede hacer caer en la resignación y la apatía. Eso sí, no fantasees
sobre posibles efectos futuros ni des por hecho determinadas consecuencias
sin comprobar que existen en realidad. Luego manten tu mente abierta
porque una vez analices la situación con calma, aparecerán soluciones
prácticas para restablecer todo aquello que sea reparable o para prevenir
nuevos conflictos. Anota todo lo que se te ocurra en este sentido.

Todas esas consideraciones las harás sin emitir juicios de culpabilidad sobre
nadie. Los juicios te devuelven a la casilla de salida, al conflicto mental que
originó que se despertaran en ti intensas emociones. Si durante esta fase del
proceso te ocurre, no te alarmes, regresa al punto de responsabilizarte de
todo lo que se mueve a nivel emocional dentro de ti y siéntelo.

La premisa para no juzgar es no creer todo lo que te pasa por la mente. Ya


has visto a través del ejercicio de indagación que muchos de tus
pensamientos están muy condicionados, tienen un carácter automático que
hace que te enfoques en la polaridad bien/mal. Cuando una de estas
polaridades se ha activado no es fácil dar marcha atrás hasta haber
adquirido un poco de práctica. En concreto, hay situaciones desafiantes
repetitivas en las que te puede parecer que no tienes ningún control sobre
tus pensamientos enjuiciadores.

Si te ves en apuros para llevar a cabo el análisis de los hechos porque no


puedes dejar de emitir juicios sobre la situación, las personas o sobre ti
mismo y, sobretodo, si esos pensamientos recurrentes vuelven a movilizar
tus emociones iniciales una y otra vez, tómate un respiro para hacer lo que
te propongo a continuación.

Esta propuesta también te servirá si quieres comenzar esta práctica más


reforzado. Se trata, simplemente, de “sustituir tus viejos pensamientos
por ideas que se corresponden con el nuevo enfoque del perdón”.

Estas son las instrucciones:


Lee con calma e interioriza estas ideas que aparecen a continuación antes de
empezar el análisis de los hechos o si, como hemos dicho, te resulta
complicado llevarlo a cabo.

“Lo que ha ocurrido ha ocurrido sin más, este tipo de situaciones


ocurren”.

“Yo no deseaba que esto ocurriera (o que ocurriera de esta forma) pero
ahora que veo que ha sido así, quiero poder aceptarlo”.

“No hay una única forma de ser feliz. La vida es diversa y cada situación
ofrece distintas posibilidades. Quiero descubrir lo que de bueno me pueden
ofrecer estos acontecimientos ”.

“Ahora no comprendo muchas cosas, preguntarme por qué sucedieron no


me conduce a hallar ninguna solución práctica”.

“Ya que tengo que vivir esta situación que (no entiendo, no me agrada, me
resulta dolorosa, etc.) voy a vivirla desde la calma”.

“Ante estos hechos reconozco y acepto la inconsciencia con la que está


obrando esta persona (o estas personas) y la inconsciencia con la que estoy
reaccionando yo”.

“Ambos estamos sometidos a temores y condicionamientos aprendidos, a


inestabilidades anímicas, a constantes cambios en nuestras motivaciones y
a un complejo de variables más que nos impiden, hoy por hoy, pensar,
sentir y actuar de otra manera”.

“No puedo hacer nada por evitar la inconsciencia ajena pero sí puedo
ponerme manos a la obra respecto a la mía y eso es lo que voy a hacer por
mi propio bien y el de todas las partes”.

“Soy responsable de cómo me estoy sintiendo en relación con esta


situación. Estoy atendiendo mis emociones con comprensión y lo haré cada
vez que sea necesario. Obtengo paz siempre que acojo mi sentir tal como se
presenta”.
…….

Hasta aquí este paso del proceso que no es fácil. Sin embargo, no podemos
llegar al final, liberados, sin haberlo hecho.

A menudo, nos quedamos tan satisfechos cuando nos hemos tranquilizado y


logramos suspender el juicio y la condena, que omitimos este paso de
observación y análisis de lo ocurrido. De este modo, sin saberlo,
interrumpimos el proceso. Hay todo un desarrollo de comprensión y
autocomprensión en el análisis de los hechos que no podemos saltarnos.
Nuestro bienestar momentáneo quizá nos haga pensar que hemos
perdonado. No es así. Sin completar este paso del proceso tan solo
habremos cubierto una parte del camino del perdón. Asegúrate de estar
listo antes de continuar.
No albergues resentimiento

El resentimiento constituye un modo de mantenernos aferrados


mentalmente y de la peor de las formas posibles a quienes consideramos
ofensores o enemigos. Pone de manifiesto que no podemos ver al otro
inocente porque no nos llegamos a ver inocentes a nosotros mismos.

Si estás resentido o resentida es porque, de algún modo, estás proyectando


inconscientemente en el otro, la culpa que no has liberado. Es sabido que el
sentimiento de culpa humano se genera en la primera infancia y en relación
a las personas con las que más nos vinculamos al nacer, generalmente la
madre. Es a esa culpa a la que me refiero y no a que te sientas culpable
respecto a la persona hacia la que guardas resentimiento.

Para entenderlo mejor, también podemos pensar en esa culpa primaria como
una sensación honda de no ser suficientes o no merecer el amor de los
demás. Si no recibiste todo el amor que necesitabas de niño o de niña -lo
cual es algo común a todos nosotros- hiciste la asociación inconsciente de
que no eras merecedor de todo aquello que anhelabas y sí de las anomalías
del trato que recibiste.

“No tengo el amor de mi (madre, padre,...) porque no me lo merezco, algo


malo hay en mi. No soy inocente” o “Recibo este trato desagradable de mi
(madre, padre,...) por algo malo que he pensado, dicho, hecho…”

Este tipo de asociaciones y creencias forjadas en la primera infancia,


acuñan en todos nosotros una herida o culpa que nos condiciona. Esta culpa
o sensación de no ser suficiente ni merecedores de amor -o de estar en
deuda- es la madre de toda nuestra carga emocional.

Curar las heridas provenientes de nuestro pasado infantil, nos libera del
resentimiento hacia nosotros mismos. Mientras este resentimiento persista,
vamos a proyectarlo en los demás.
La dinámica del resentimiento es tremendamente perniciosa. Consiste en
seguir reforzando nuestra creencia inconsciente de no ser merecedores del
amor sino del rechazo. Guiados por esa herida emocional, nos enfocamos
en determinadas conductas y actitudes de los demás que parecen confirmar
esa supuesta falta de amor o ese rechazo. La persona resentida juzgará, con
una ceguera absoluta, que los demás -especialmente algunas personas- están
obrando mal respecto a ella. Lo paradójico -y lo tortuoso también- de esta
dinámica es que, en realidad, está interpretando la información
inconscientemente, de acuerdo al trato que le dieron de niño y que es el que
cree merecer.

El resentimiento mantiene a las personas atrapadas, alimentando


inconscientemente este sistema de pensamiento de autojuicio y miedo a
perder el amor de los demás que se generó en la infancia. Como acabamos
de ver, para mantener este sistema de pensamiento hay que justificar los
juicios y culpabilizaciones insistiendo en que la conducta del otro es
“imperdonable”. La persona que se mantiene resentida está ejerciendo suma
violencia contra sí misma, está recibiendo un castigo autoimpuesto derivado
de la falta de autoperdón y necesita liberarse. [2]

…….

Como ves, el resentimiento nos mantiene aferrados a la creencia


inconsciente en el daño y la culpa. Es el mecanismo a través del cual
nuestra carga emocional puede aumentar hasta niveles patológicos. A pesar
de ello, no nos enfocaremos en ver el resentimiento como el mayor
obstáculo para poder perdonarnos y perdonar, no haremos más problema de
esto. Para abordar el sexto paso del proceso de forma proactiva, vamos a
adoptar la siguiente idea:

“Estar completamente libres de resentimiento es otro de los nombres del


perdón”.

Nuestro objetivo entonces será liberarnos del antiguo resentimiento hacia


nosotros mismos y soltar -para no albergar más- el resentimiento hacia los
demás. Ya sabemos que alimentar uno de ellos es alimentar al otro y
viceversa. Para lograr este objetivo necesitamos primero identificar aquello
de lo que nos queremos liberar.

El resentimiento se percibe fundamentalmente como indignación y como


rabia. No una rabia momentánea sino sostenida en el tiempo y a la que le
tratamos de buscar justificación principalmente en la conducta de otra
persona. A veces también sentimos indignación o rabia respecto a
abstracciones como “mi vida” o “la Vida”, “las cosas”, “la realidad”, “el
destino”, “el Universo”, “Dios”, etc. Independientemente de dónde o en qué
la estemos proyectando, esta rabia nos pertenece y cuando surge es, cómo
sabes, porque necesita ser atendida.

El primer movimiento de la práctica de este sexto paso consiste en


“identificar dentro de ti el resentimiento que puedas estar albergando”.

Sabrás si estás resentido o resentida cuando observes que te aferras al


enfado creyendo que éste te protege del dolor y la culpa interna que no
terminas de aceptar y no te atreves a sentir. El resentimiento te da una falsa
sensación de poder y control sobre la persona que juzgas como ofensora. Si
notas esa sensación es que estás resentido. El resentimiento también se
manifiesta cuando pretendes -sutil o explícitamente- hacer que la otra
persona se sienta culpable y cuando evitas comunicarte afectivamente
reprimiendo tus sentimientos positivos respecto a ella. Afirmar que tienes
razones para estar enojado, repasar -mentalmente o contándote y contando a
otros- la historia una y otra vez, también son señales de resentimiento.

Efectivamente, todo lo que acabo de describir son señales de que estamos


alimentando el resentimiento hacia nosotros mismos y proyectándolo en
alguién más.

Una vez que hayamos detectado el resentimiento hemos de proceder como


hicimos con el resto de emociones que despertaron a raíz la situación. Nos
haremos cargo de él pues es nuestra responsabilidad liberarlo.

El resentimiento hacia una persona es un claro signo de que la hacemos


depositaria y culpable de nuestro pasado emocional, en vez de ponernos a la
tarea de responsabilizarnos de él. Respecto al conflicto con la persona en
cuestión, el resentimiento nos indica que no hemos aprovechado la
experiencia para sentir completamente lo que ese conflicto o las conductas
de la persona despertaron en nosotros. De nuevo, es prioritario ir hacia
dentro, detectar esas señales de resentimiento y dejarnos atravesar por todas
las emociones que se mueven en nosotros, especialmente por la rabia, la
culpa y la sensación de no merecer amor. De nuevo es prioritario
atendernos tal como nos sintamos, poniendo en ello mucho cariño y
amabilidad hacia nosotros mismos.

Cuando, en vez de liberarlo, albergamos resentimiento hacia una persona o


hacia la relación con ella, permitimos que el miedo nos guíe en dicha
relación. El miedo nos induce, bien a presentar conductas de ataque como
pueden ser desde los reproches hasta las agresiones, o de huída de la
relación provocando la ruptura de la comunicación con esa persona. Este
tipo de conductas serán justificadas -por nosotros y a menudo por nuestro
entorno- como defensivas o de justicia a partir de la ofensa no perdonada
cerrando así el círculo de nuestro sufrimiento. De este modo, nuestra carga
emocional no solo habrá quedado intacta tras el desencuentro o el conflicto
con esta persona, sino que se habrá incrementado.

La buena noticia es que en lo que atañe a ti esto es reversible. Quizá la otra


persona permanezca resentida contigo y se mantenga en la distancia y la
incomunicación, pero tú puedes hacerte cargo de tus emociones en
cualquier momento y liberarte. Esto significa perdonar a alguien y no,
necesariamente, restablecer la comunicación o seguir en relación con esa
persona. Es cierto que, muchos casos, cuando ambas personas se hacen
cargo de sí mismos tras un conflicto o una crisis, no solo pueden restablecer
la relación sino mejorarla significativamente.

La cuestión es que aproveches cada desencuentro y cada situación


desafiante para perdonar, para ver -más allá de la aparente ofensa- la
oportunidad de liberar tu culpa inconsciente, tu carga emocional. Sabrás que
ya no albergas resentimiento hacia alguien cuando no solo sientas paz al
pensar en todas las experiencias vividas con esa persona sino cuando,
además, te sientas agradecido o agradecida. Sin esa persona, sin esas
experiencias, no hubieras podido encontrarte a ti mismo y curar tus heridas
pendientes.

Resentir es sentir una y otra vez en clave de víctima, es volver a sentir la


ofensa como tal ofensa una y otra vez. Mantenerse resentido es resistirse a
liberar el dolor, es retenerlo asociado a la creencia de que alguien te dañó y
lo provocó. Liberarse del resentimiento o, lo que es lo mismo, no permitir
que se instale en nosotros ni en nuestras relaciones, es responsabilizarnos de
nuestras propias emociones, sentirlas.

Como ves, la práctica de este sexto paso no es diferente de la del resto del
proceso. De nuevo se trata de ir hacia adentro y abrirte a sentir todo lo que
estés sintiendo.
…….

Todos estamos enfadados por no haber recibido el amor incondicional de


nuestros padres, todos necesitamos perdonarles por no habernos podido
ofrecer el amor sin las limitaciones que sus propios patrones y
condicionamientos les imponían.

El ejercicio que te propongo a continuación consiste en “liberar el


resentimiento que albergamos hacia otras personas”. Considerando que
los primeros vestigios del resentimiento y del sentimiento de culpa y no
merecimiento, se encuentran en relación a nuestros padres o a las personas
que se hicieron cargo de nosotros en nuestra infancia, vamos a aplicar esta
práctica, en primer lugar, hacia ellos. Dedica una de estas prácticas a tu
padre y otra a tu madre.

Al mismo tiempo, a medida que lleves a cabo esta práctica, vas a sentirte
liberado de la sensación de no merecimiento, contactarás con tu propia
inocencia ademaś de con la de los otros.

Estas son las instrucciones:


Busca un lugar tranquilo en el que no vayas a ser interrumpido. Siéntate en
una silla, en el suelo con las piernas entrelazadas o sobre tu cama sin
recostarte. Mantén la columna vertebral recta desde el cuello -con la
barbilla ligeramente retraída- hasta el coxis. Relaja los hombros y sitúa tus
manos sobre tus muslos.

Comienza tomando tres respiraciones profundas, calmadas. Inspira y lleva


en aire hacia el vientre hasta que lo notes hinchado. Luego exhala
suavemente.

A continuación respira de forma natural, presta atención a tu ritmo


respiratorio sin modificarlo. Permanece atento un rato.

Comienza sintiendo las distintas partes de tu cuerpo, haz un recorrido


tranquilo por tus manos, antebrazos, brazos, hombros, cuello, cabeza,
rostro, tronco, piernas, pies,... Cuando termines vuelve a atender el ritmo de
tu respiración.

Una vez sientas tu cuerpo relajado y a ti mismo habitándolo, llenándolo,


empieza por evocar la imagen de tu padre o de tu madre en una situación
cotidiana o específica de tu infancia. Pronto aparecerán recuerdos,
pensamientos y emociones asociadas a esa primera imagen evocadora.

En un primer momento observa todo sin juzgarlo. Advierte qué es lo que


piensas y qué es lo que sientes respecto a esa imagen, a esa situación.
Probablemente, tus primeros pensamientos y emociones te resultarán
familiares, más de una vez habrán acudido a ti tal como acuden ahora.

Luego aparta los pensamientos que han aparecido y céntrate en sentir las
emociones. De nuevo, puede que haya llanto o que tengas sensaciones
físicas -calor, temblor,...- fruto de esa energía que te recorre. Ya lo sabes,
aunque esas oleadas de sensación te resulten desagradables acógelas por un
momento. No juzgues lo que está sucediendo, no rechaces nada. Ocurre lo
que tiene que ocurrir, déjalo ser. Estás sintiendo lo que no te habías
permitido sentir durante mucho tiempo.
Es el momento de conectar con tu niño o niña interior y reconfortarle.
“Todo está bien”, le dirás. “Puedo cuidar de ti, estamos juntos en esto”.
Cuando sientas las emociones que suscita tu relación con tus padres, lo
harás hasta el final, sin restricciones. Mientras, te tratarás con extrema
comprensión y cariño.

Una vez hayan pasado las oleadas de emoción vas a conectar con tu propia
inocencia y con la de tus padres, integrando las afirmaciones siguientes, las
cuales irán sustituyendo paulatinamente a los pensamientos que surgieron al
inicio de este ejercicio. Léelas despacio, siente todo lo que estas ideas te
evocan.

“No hay una única forma de ser feliz en la infancia, ni existen los padres,
las madres ni las familias perfectas.

“Mi infancia y las circunstancias o la relación con mi (padre/madre) en esa


época de mi vida fue como fue”.

“He vivido situaciones dolorosas en relación a mi (padre/madre) pero no


tienen por qué seguir condicionando mi vida ni mis relaciones ahora que
soy adulto/a”.

“Quiero poder aceptar todas estas situaciones, liberar todo el dolor


sintiendo los resquicios que hayan quedado pendientes”.

“No voy a justificar a mi (padre/madre) por no haberme dado el amor


incondicional que todo niño/niña merece y que yo también merecía”

“Tampoco justificaré su comportamiento del cual solo él/ella es


responsable. Reconozco mi total inocencia de niño/niña respecto a todo
ello”.

“Puedo reconocer también el grado de inconsciencia con el que actuaba mi


(padre /madre). Él/ella estaba sometido a distintos condicionamientos y,
sobretodo a su propia carga emocional;. Eso le impidió pensar, sentir y
actuar de otra manera. Yo, en su lugar, hubiera hecho lo mismo”.
“No puedo hacer nada por cambiar mi pasado infantil ni la relación que
mantuve con mi padre/madre durante mi infancia. Sin embargo, sí estoy
preparado/a para completar mi maduración emocional y liberar mi carga
de dolor y culpa. También estoy listo(a) para sanar, en mi interior,[3] mi
relación con mi padre/madre.”.

“Ahora que soy adulto/a, soy responsable de mi carga emocional infantil


no resuelta. También soy responsable si en vez de sanar esa etapa de mi
vida y la relación con mi padre/madre, proyecto en otras relaciones el dolor
pasado que todavía no he integrado”.

“No deseo contaminar ninguna de mis actuales relaciones con el peso de


mi carga emocional. Estoy decidido(a) a atender mis bloqueos emocionales
no resueltos en relación a mi padre/madre”.

“Hago este trabajo con comprensión y respeto hacia mi mismo/a. Me


pondré a ello cada vez que sea necesario”.

Este ejercicio puedes realizarlo cada vez que lo desees, evocando un


determinado momento, situación o vivencia de tu infancia.

Poco a poco, el resentimiento que albergabas hacia tus padres -sea mucho o
poco- irá surgiendo para ser liberado. Hay personas que tienen bien
identificado el resentimiento que albergan hacia sus padres pero en otros
casos no es así. No te asustes si lo que sientes haciendo esta práctica no lo
esperabas. Es señal de que habías reprimido tus emociones de rabia y dolor
tras una aparente infancia feliz o unas relaciones perfectas con tus
progenitores. Todo lo que descubras a través de esta práctica estaba ahí,
estaba condicionándote sin saberlo, necesitaba ser liberado y ya lo está. No
obstante, repite el ejercicio más veces si crees que lo necesitas.

Tras hacer esta práctica en relación a tus padres, puedes llevarla a cabo en
relación a tus hermanos u otros familiares que fueron significativos durante
tu infancia. Luego, aplicando este mismo ejercicio pero utilizando las
afirmaciones que viste en el paso número cinco, puedes pasar a liberar el
resentimiento que guardas hacia cualquier otra persona.
Sin duda, el proceso en relación a otras personas te resultará mucho más
fácil cuando te hayas liberado del resentimiento hacia tus progenitores.
Restablece la comunicación cuando puedas actuar desde la paz

Cuando detectamos resentimiento hacia alguien tomar cierta distancia con


la persona o personas en cuestión durante un tiempo puede ayudarnos. Este
tiempo tiene una función: estamos atendiéndonos sin juzgar, sin culpar a
nada ni a nadie por lo que estamos sintiendo. Sin embargo, si se trata de una
distancia fruto del resentimiento, ésta no hará más que alimentarlo. Por eso
en el paso precedente aprendiste a no albergar resentimiento, a renunciar a
aferrarte al enojo o a la incomunicación como forma de protección frente al
daño que crees que otros te han causado en el pasado y pueden causarte
ahora.

A lo largo de todo este libro te has acercado al verdadero significado del


perdón. Seguramente has comprendido y experimentado, a través de los
ejercicios prácticos, que perdonar es reconocer los hechos y aceptarlos sin
juzgar a nadie, abrazar y vivir los sentimientos que esos hechos despertaron
en ti y, sobretodo, no permitir que el resentimiento se instale en tu interior
guiando tu proceder. Perdonar también es renunciar a cualquier tipo de
venganza e, incluso, renunciar a pensar en posibles venganzas o castigos
que, de nuestra mano o por otras causas, pudiera sufrir la persona en
cuestión.

Cada paso de ese proceso te conducirá suavemente a pensar, sentir y actuar


desde la paz porque te habrás liberado de tu carga emocional, el obstáculo
que impide que expreses tu voluntad de amar y tu deseo de ser amado.

Como hemos visto también, perdonar no es resignarse. No es renunciar ni


negar nuestros derechos, tampoco es justificar al autor de una acción
negativa ni quedar impasible ante sus efectos.

Perdonar no solo no es incompatible con la acción sino que, algunas veces,


la situación va a requerir algún tipo de actuación por nuestra parte. Salvo en
casos muy concretos, será bueno que restablezcamos la comunicación con
la otra persona. Eso sí, cuando podamos y sin forzar.
Es muy común que, antes de recorrer todo el proceso del perdón, sintamos
grandes impulsos de actuar precisamente para evitar realizar ese proceso. El
miedo a nuestras propias emociones suele marcar el ritmo de esos impulsos.

Hablar y actuar precipitadamente es lo que solemos hacer para salir fuera de


nosotros mismos y evitar atender nuestras emociones así que has de estar
muy atento a esos primeros impulsos de comunicarte o actuar. El verdadero
perdón requiere que, antes de llevar a cabo cualquier acción, sopesemos si
está inspirada por nuestro miedo a sentir, por un anhelo de que sea la otra
persona quien, de alguna manera, nos haga sentir bien en vez de ocuparnos
de nuestras emociones. También es importantísimo darnos cuenta si
nuestros impulsos de hablar o actuar contienen algún resto de resentimiento
por sutil que sea.

Conforme vayas avanzando en el proceso será más fácil para ti mantener a


raya esos impulsos porque ya estarás cosechando los beneficios de
atenderte, porque irás sosegando tu marea emocional sintiéndola y sin
necesitar hacer ni decir nada.

A medida que tu carga emocional vaya aligerándose, ganarás claridad


mental y, gracias a ella, comprenderás mejor todo lo que ha ocurrido. Es
normal, que cuando llegues a ese punto, reconozcas tus pasos en falso y que
quieras corregir tus errores cuanto antes. Es muy posible que te veas
inclinado a forzar cambios que todavía no pueden tener lugar por diversas
razones.

En esos momentos, deja pasar los pensamientos que te dicen que es “ahora
o nunca” o que “si no actúas ya, no podrás revertir la situación jamás”, etc.
Tienes ante ti una nueva oportunidad de sentir. En este caso siente tu
impaciencia con compasión por ti mismo, atiende con cariño a tu niño o
niña interior que reclama todo ya, ayúdale, ayúdate a esperar mientras llega
el momento para actuar. Si procedes con la impaciencia como con el resto
de emociones y te dejas atravesar por ella sintiéndola, esa impaciencia
desaparecerá y podrás seguir tranquilamente con tu proceso.
Cualquier acción ha de llevarse a cabo desde la paz y el respeto a nosotros
mismos y a la otra persona. Sólo podremos actuar desde este lugar de paz
cuando el proceso de perdón esté muy avanzado. Valora con cuidado
cualquier acción que desees emprender pero no postergues tu actuar por
miedo sino priorizando completar el proceso de perdonar sin prisas.

Puede que la situación requiera algún tipo de acción inexcusable que no


puedes evitar, entonces tendrás que acometerla estés como estés. Si llega
ese caso, aplica los principios que estás practicando en este libro a la
situación que te toque afrontar. Así no tendrás ningún problema con acudir
donde tengas que acudir para hacer lo que tengas que hacer. Ten cuidado
con aceptar compromisos u obligaciones que no sean tales ni las inventes
como subterfugio para ceder a tus impulsos de actuar.

Fuera de ciertas responsabilidades u obligaciones que quizá tengas que


asumir en algún momento, el propio proceso irá inspirando todas tus
acciones en el momento que estas sean necesarias y convenientes para el
bien de todas las partes implicadas en el conflicto. Confía en ello, confía en
ti.

Lo más probable es que te sientas guiado a restablecer la comunicación de


forma natural cuando estés en paz. Mientras llega esa paz mantente abierto
sin mostrarte hostil ni reactivo. No hagas ni digas cosas de las cuales
puedas arrepentirte después. No actúes bajo el desánimo respecto a poder
aceptar o perdonar la situación o a la persona porque cuando lo hayas
logrado te gustará ver que todo lo que dijiste o hiciste -por poco que fuera-
iba abonando el terreno del perdón. No siegues la hierba bajo tus pies. Por
el contrario, siembra pequeñas semillas de perdón aún cuando todavía no
hayas completado el proceso.

El tiempo que te lleve este proceso no importa, lo relevante es que no tiene


vuelta atrás. Sigue el camino que has decidido seguir, se respetuoso y
comprensivo contigo mismo, sobretodo cuando creas que no lo estás
haciéndolo bien. Es imposible hacer este proceso mal. Estás buscando tu
paz interior, no obres como si estuvieras luchando o defendiéndote de otros
o de ti mismo. Se coherente. Apóyate, confía en ti.
…….

A estas alturas del proceso ya has de haberte dado cuenta de que no hay
ninguna razón para seguir reviviendo -o resintiendo- del mismo modo una
determinada experiencia. De hecho, en la medida que te sientas en paz
respecto a una situación concreta, te verás inspirado a actuar de un modo
completamente novedoso, creativo, en el que descubrirás capacidades que
tu miedo y resentimiento ocultaban. Sentirás ligereza y facilidad al actuar.

Puedes finalizar el proceso respecto a una situación determinada


practicando este ejercicio que consiste en “reescribir el final de la historia
desde el agradecimiento”.

A nivel del pensamiento, ya conoces -y has aplicado- las ideas del nuevo
enfoque a la situación concreta que deseas aceptar y perdonar. Ya has
sentido -y seguirás sintiendo mientras sea necesario- las emociones que esta
situación despierta en ti.

En esta práctica te centrarás en el plano de las acciones, reescribiendo el


final de la situación de modo que ya no siga la ruta que hubiera seguido
antes de aceptarla y de perdonar. Se trata de decidir cómo vas a vivir esta
historia desde hoy en adelante.

Estas son las instrucciones:

La primera vez que hagas esta práctica en relación a una situación concreta,
has de haber hecho el resto de ejercicios al menos una vez, aplicados a esa
misma situación.

Este ejercicio consta de tres momentos. El primero de ellos es reflexionar


sobre toda la información que has obtenido de ti mismo y de la situación a
lo largo de la aplicación del proceso. Relee tus listas de hechos y emociones
así como todas las notas que tomaste en los diferentes ejercicios. Luego
reflexiona sobre todo ello de acuerdo a la propuesta siguiente. Toma notas
si así lo deseas.

. Primero observa el análisis de los hechos que hiciste en el paso número


cinco. Reconoce tanto aquello que es inamovible como las posibilidades
que la propia situación ofrece para hacer algún cambio positivo. Date
cuenta de si tu análisis arrojaba algunas propuestas de acción y valora si
esas propuestas son adecuadas en este momento. Retoca todos los aspectos
de este análisis que consideres conveniente. Dedica un mínimo de media
hora a esta reflexión.

. Trabaja ahora con la información emocional. Dedica a esta otra reflexión


entre media y una hora.

En primer lugar reflexiona acerca de la evolución de tus emociones respecto


a esta situación. ¿De cuál de estas emociones te sientes más liberado en este
momento? ¿Necesitas desbloquear alguna otra, dejar de asociarla con los
comportamientos de otra persona? ¿Necesitas profundizar en el sentir?

Por otra parte: ¿Qué has descubierto de tu pasado infantil como fruto de
dejar ser a tus emociones? ¿Has detectado como tus heridas no resueltas
influyen en tus experiencias y en tus relaciones con los demás? En concreto,
en esta situación ¿Puedes ver la relación entre tu carga emocional y algunas
de tus reacciones o interpretaciones de los hechos?

Por ultimo, contacta con tus emociones del momento. Adopta la postura de
meditación que más cómoda te resulte y dedica unos minutos a observar tu
interior: ¿En qué medida está ahora tu mente libre de juicios? ¿Qué
emociones ha despertado en ti la práctica anterior? ¿Sientes las mismas
emociones que al principio respecto a la situación? ¿Con la misma o
distinta intensidad? ¿Hay alguna emoción nueva en este momento? ¿Estás
sintiendo agradecimiento? ¿Hacia qué o hacia quien y por qué?¿Qué sientes
en relación a la posibilidad de actuar o restablecer la comunicación?
¿Aparecen prejuicios o ideas negativas sobre la evolución de esta situación
en el futuro?
El segundo movimiento de esta práctica consiste en valorar el grado de paz
interior que has alcanzado con respecto a la situación.

Como fruto de las reflexiones que acabas de hacer quizá hayas observado
que, a menudo, todavía necesitas pararte a sentir y atender las emociones
que la situación despierta en ti o que aún estás liberando resentimiento -en
relación a la situación en cuestión o respecto a las personas significativas de
tu infancia-. Es posible que notes que todavía tienes que profundizar más en
el sentir tal como se describe en los pasos número cuatro y seis. Quizá
quieres seguir trabajando en sustituir las creencias erróneas por las ideas del
nuevo enfoque del perdón.

Una vez hayas detectado aquello que consideras que “te falta” para estar en
paz con la situación y con las personas, valora cuidadosamente también
todos los avances que has hecho en este proceso de perdonar. Las
reflexiones anteriores también te habrán dado muchas pistas acerca de estos
avances. Párate a sentir tu propio reconocimiento por ellos. Siente tu
satisfacción y las ganas de continuar.

Independientemente de cuál sea tu valoración de la paz que sientes respecto


a la situación en el momento de hacer este ejercicio, no omitas este último
paso. Se trata de reescribir el final de la historia como si fueras el guionista
de una película.

Si has descubierto que todavía tienes que profundizar en el proceso


tomándote tiempo para repetir prácticas anteriores, tu guión será un boceto
sencillo que irás enriqueciendo poco a poco hasta completarlo. Si, por el
contrario, sientes ligereza emocional y paz respecto a la situación, tu guión
tendrá más detalles y es muy posible que hasta puedas planificar las
actuaciones que dependan de ti para que se haga realidad.

A la hora de escribir el final de esta historia utiliza toda la información libre


de juicios que tienes disponible, tanto la emocional como la relativa a los
hechos. Sin embargo, lo que te ha de guiar es tu parte intuitiva, tu
creatividad. Siente la ligereza de ser tú mismo a la hora de escribir lo que
deseas. Crea un final satisfactorio no solo para ti y recrea tu papel con
libertad. ¿Cómo sería el mejor desenlace de esta historia para todas las
partes implicadas? y… ¿Qué me compete a mí realizar para que ese final se
materialice? Despliega tu poderosa imaginación, libre de carga emocional.

La fuente de la creatividad es el agradecimiento, así que para activarla, tu


guión incluirá una primera parte en la que puedes agradecer todo lo que esta
experiencia -y el proceso de perdón- te ha aportado y revelado. A partir de
ahí comienza a reescribir el final de esta historia.

Créalo a tu imagen y semejanza. Crea ese final desde el amor que eres,
desde el perdón que te mereces.
EPÍLOGO

Perdonar es entrar en contacto con tu inocencia y, desde ella, con la de los


demás. Perdonar es llegar a la conclusión de que no hay nada que perdonar.
Solo es necesario sentir y sanar nuestro pasado emocional.

Si profundizas -un poco más y de manera habitual- en la idea de que tanto


tú como los demás solo pueden comportarse en coherencia con su grado de
madurez emocional, descubrirás que la voluntad última de cada uno de
nosotros es la de amar y ser amado de forma incondicional. Todos
queremos ser aceptados, recibidos en el corazón de los demás seres
humanos, así como recibirles en el nuestro.

La voluntad del Ser Humano es amar porque el amor es lo que le


constituye. Bien es cierto que en nuestra experiencia concreta, lejos de
expresar esa natural voluntad de amar, le ponemos toda una serie de
obstáculos. La maduración emocional, el perdón, consiste en eliminar esos
obstáculos.

El amor no puede enseñarse ni aprenderse, el amor es. Puesto que todos


albergamos el obstáculo de una importante carga emocional, lo que
enseñamos y aprendemos los unos de los otros son solo versiones más o
menos cercanas al amor, todas ellas equivocadas.

Despojarse de la carga emocional que, en definitiva, es despojarse de lo que


hemos creído erróneamente que es amar, significa conectar con nuestra
verdadera sustancia: el amor real que busca expandirse.

Espero que este libro te haya ayudado a descubrir cuánto amor hay -por ti y
por todos los implicados- en cada una de las circunstancias que atraviesas
independientemente de cómo las percibas e interpretes. Seguro que ya te
has dado cuenta de lo irrelevantes que son para el amor cada una de las
conductas inconscientes que tú o el resto de personas exhibimos en cada
situación. Hasta esas conductas y situaciones que aparentan ser
perjudiciales, han sido concebidas por y para amar. Aunque su sentido
último, a menudo, no está a nuestro alcance y es muy difícil que nuestra
mente se conforme a esa idea, siempre podemos decidir confiar en que
"algo mayor que nosotros", sostiene la voluntad de amar de todos y opera
para el mayor bien.

A medida que perdones y te perdones, te despojarás de las falsas


definiciones del amor que te impiden verlo brillar con todo su esplendor en
cada momento de tu presente. Por ti mismo y a tu ritmo sentirás, con total
claridad y más pronto que tarde, la inmensidad de Amor que te habita, te
rodea y circula a través de ti.
ACERCA DE LA AUTORA

Patricia Franco Andía. Zaragoza 1967


Licenciada en Psicología especialidad clínica.

Otras publicaciones:
“Psicología de la Buena Noticia”
"Vida. Un deseo que ya es tuyo"
“Las cosas que nos pusieron tristes”
“Un cofre de oro”

Cursos y talleres.

patriciafrancoandia@gmail.com
psicologiadelabuenanoticia.wordpress.com
@patriciafrancoandia_autora

[1] Los tiempos que se marcan en el ejercicio no han de contarse, se intentarán mantener de
forma intuitiva.

[2] Si notas que el resentimiento que albergas en relación a alguna persona, situación o hacia ti
mismo se alarga en el tiempo y es demasiado opresivo para ti, no sigas con este proceso de autoayuda
a solas. Pide el apoyo de un profesional de la psicología.

[3] Puede que tu progenitor haya fallecido o no tengas -ni tengas por qué tener- relación con él.
Recuerda que el perdón es algo que se produce en tu interior y no necesariamente produce cambios
en la situación externa.

También podría gustarte