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Reflexiones acerca de “El hombre postorgánico” de Paula Sibilia.

Inteligencia artificial, genética, clonaciones, prótesis robotizadas, relativismo


epistemológico, búsqueda de inmortalidad, globalización, revolución digital, expansión de
la tecnociencia, telecomunicaciones. Todo conduce hacia una hibridación cada vez mayor
entre el ser humano y la tecnología.

Desde la época del renacimiento se observan indicios de la matriz cultural posmoderna que
condiciona y delimita nuestra actual manera de ser y los horizontes de nuestro
pensamiento. En la actualidad, poco a poco se va instalando una idea acerca de la
naturaleza humana en vías de convertirse en sentido común: la naturaleza no
es fija ni eterna, cambia con las eras geológicas; y en las actuales sociedades basadas en la
economía y cultura capitalista pululan sin cesar numerosas técnicas para modelar los
cuerpos y las subjetividades.

Aparece entonces una sentencia cada vez más frecuente: el cuerpo humano se está
volviendo obsoleto. En este sentido, bajo la noción de actualización (upgrade) se
interioriza más a fondo el mandato epocal de compatibilizar nuestros cuerpos con la
tecnología digital. Comenzamos a relativizar, acaso a repensar, categorías o conceptos que
otrora se presentaban unívocas: el ser humano, la naturaleza, la vida, la muerte son puestas
en entredicho. Según algunos pensadores hemos ingresado en un proceso de postevolución
o evolución posthumana.

Los conocimientos y tecnologías actuales despiertan, y hacen ver como posibles, deseos
ancestrales, únicamente realizables en la ciencia ficción; se avivan los deseos de
autocreación humana, vuelven las ambiciones eugenésicas de la primera mitad siglo XX que
habían sido enterradas ante el horror universal de los experimentos de la Alemania nazi.

Según Paula Sibilia, “Alejados de la lógica mecánica e insertos en el nuevo régimen digital,
los cuerpos contemporáneos se presentan como sistemas de procesamiento de datos,
códigos, perfiles cifrados, bancos de información” 1.

Capitalismo

Es inevitable hablar del capitalismo y sus transformaciones a la hora de hablar del ser
humano, sus mutaciones, deseos y ambiciones. Los avances, cambios y perfeccionamientos

1
Sibilia, Paula, El hombre postorgánico: Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales, Fondo de Cultura Económica,
Buenos Aires, 2009, p. 14.
científicos y tecnológicos no son neutrales, no nos ayudan únicamente a transformar el
mundo a nuestra conveniencia, nos transforman también a nosotros. Es decir, cambiamos y
transformamos la naturaleza a través de nuestros inventos, y los inventos,
inesperadamente, nos cambian a nosotros. Cambian nuestra manera de ver, comprender y
de relacionarnos con el mundo, con los demás seres y hasta con nosotros mismos; es
inevitable.

Estamos en una época gobernada por el universo digital, por las mass-media, por la redes
sociales; allí parece estar lo revolucionario. Sin embargo, no hay que perder de vista el
pasado reciente, que le abre la puerta el presente que transitamos. Quiero decir: “el
capitalismo nació industrial”, según palabras de Paula Sibilia (2009) y es por eso que todos
los emblemas de la Revolución Industrial son mecánicos: la locomotora, el telar, la máquina
a vapor. Pero en ese período nació otra máquina, mucho más discreta, sutil, naturalizada,
como si hubiera existido desde siempre, que, sin embargo, parece haber influido tanto o
más que aquellas otras en los profundos cambios del mundo moderno: el reloj.

La transición al industrialismo no se ha dado de manera automática y natural, ha


necesitado de una lógica disciplinaria, sincronizando rutinas sumamente regulares y
ordenadas, para la cual el reloj ha jugado un papel esencial. Así, los organismos humanos
debieron “sufrir una serie de operaciones para adaptarse a los nuevos compases”, muy
diferentes de los ritmos del clima, el sol, la luna y la naturaleza en general, con la que se
regía la vida en tiempos pre-industriales.

El tiempo, dejó de ser marcado por la naturaleza y comenzó a serlo por un aparato
mecánico. Así es que se inicia un proceso de organización social que va desde fines del siglo
XVIII hasta mediados del XX. En poco más de siglo y medio, el mundo y la vida humana
con toda su cosmovisión habían cambiado de manera radical.

Se puso así en marcha una enorme, compleja y rigurosa maquinaria de disciplinamiento de


los individuos que orquestaron el entramado social de aquellos siglos, estamos hablando de
los estados nacionales. Con el auge y cumbre de las ciencias positivas (en la técnica) y las
ciencias del ser humano (en la psicología conductista, la medicina, la antropología, etc.)
puestas al servicio del poder, se pone en funcionamiento un preciso tejido que Foucault
llamó “instituciones de encierro”: escuelas, fábricas, hospitales, prisiones, cuarteles, asilos,
etc.

Todas ellas con algo en común, las minuciosas técnicas disciplinarias, con el eje puesto en la
arquitectura panóptica, la técnica de la confesión (como constante examen de sí mismo) y la
reglamentación del tiempo de todos los seres humanos. El objetivo, la normalización de los
sujetos. Es así como Foucault explica el surgimiento del biopoder, “un poder que apunta
directamente a la vida, administrándola y modelándola para adecuarla a la normalidad.
Como resultado de esos procesos, se fueron configurando ciertos tipos de cuerpos y
determinados modos de ser”2. El interés era claro, aumentar y optimizar la producción de
las fábricas gracias a cuerpos y sujetos más dóciles y útiles.

Pese a todo esto, hay que hacer ver un detalle importante. Antes decíamos que los cambios
no se dieron de manera armónica, no se dieron sin cierta violencia, y claro, semejante
aparato disciplinatorio no generó pocas resistencias. De ahí su famoso corolario “donde hay
poder, hay resistencia”. Sin embargo, eso no evitó que se constituyera y consolidara a los
sujetos como trabajadores/productores disciplinados atrapados en un régimen de poder y
sometidos a un sinfín de reglas y normas funcionales a la producción capitalista de la época
industrial.

Sin embargo, en las últimas décadas, el esquema industrial muta a un nuevo tipo de
capitalismo, de carácter globalizado, digital, y “postindustrial”. La automatización creciente
devalúa la fuerza de trabajo obrera y la globalización del mercado mundial genera
profundos cambios geopolíticos.

Al mismo tiempo, se produce una separación casi absoluta del capital financiero (y su
capacidad de generar ganancias de manera virtual) con el capital productivo (y su
generación de riqueza por el trabajo concreto y material). Aparece entonces una tendencia a
la virtualización y digitalización del dinero, volviéndose cada vez más obsoleto en su
formato material. Esto mismo sucede con todos los demás aspectos de la vida del siglo XXI.

Se opera un paso de las sociedad disciplinarias de la Industrialización (con una lógica


mecánica) a las sociedades de control Postindustriales (con una lógica y órdenes
informáticos y digitales).

Es decir, las computadoras, los smartphones, Internet, las redes sociales y de información,
los gadgets teleinformáticos, etc., contribuyen de forma oblicua con la producción de los
nuevos cuerpos y subjetividades del siglo XXI. En palabras de Gilles Deleuze, se impone un
nuevo tipo de sociedad, con un nuevo régimen de poder y de saber, la sociedad de control.
La vida, sumamente digitalizada e informatizada en casi todos sus ámbitos, es fácilmente
monitoreada. “El nuevo capitalismo se erige sobre el inmenso poder de procesamiento
digital […] lanzando y relanzando constantemente al mercado nuevas subjetividades” 3.
2
Ídem. p. 26.
3
Ídem. p. 28.
En este sentido, para Sibilia, el papel del consumidor ha ido adquiriendo un papel cada vez
más importante, formando parte de diferentes muestras de mercado, segmentos de público
y bancos de datos que se enriquecen constantemente gracias a la oferta de productos y
servicios gratuitos, pero no tan gratuitos, dado que el pago implícito consiste en crearse
usuarios en los que previamente se deben ingresar datos de identidad, preferencias de
consumo, y todo lo que sea relevante para establecer un “perfil” que luego pueda ser
almacenado y pase a formar parte de un meta-data que pueda venderse a empresas de
marketing con fines publicitarios.

En el mundo globalizado “la lógica de la empresa impone su modelo omnipresente a todas


las instituciones. Antes, esa función correspondía a la cárcel, que operaba como modelo
analógico de la fábrica y las demás instituciones de encierro. Pero ahora se observa una
transición del productor disciplinado (el sujeto de las fábricas) hacia el consumidor
controlado (el sujeto de las empresas).

Tecnociencia

El contexto Postindustrial descripto anteriormente dio lugar a un nuevo tipo de saber-


poder, como diría Lyotard, basado en la acumulación y gestión del conocimiento e
información. Para Foucault, el poder, desde la época industrial, se genera como redes de
relaciones que constituyen un complejo juego de fuerzas, de vectores, que nadie posee como
propietario, sino que se administran y alternan constantemente. De ahí la alusión a la
resistencia constitutiva del poder.

En nuestro mundo contemporáneo, las constantes tendencias a la hibridación e


incorporación entre los cuerpos y la tecnología configuran juegos de poder que “inducen al
placer, además de engendrar diversas prácticas, discursos y saberes, que dan a luz
nuevas de pensar, vivir y sentir. En síntesis: nuevos modos de ser” 4.

Como consecuencia de estos procesos, surgen nuevos tipos de cuerpos y subjetividades, con
la ayuda de la informática, la nanotecnología y los avances en biotecnología. Pero esto no se
da en el vacío conceptual, no se da sin supuestos antropológicos y epistemológicos, sobre
todo de las ciencias más modernas. Veamos cuáles son las bases filosóficas de la
tecnociencia contemporánea que han suscitado semejante revolución y la vida de los sujetos
a nivel global.

4
Ídem. p. 36.
Paula Sibilia toma del sociólogo y epistemólogo portugués Hermínio Martins el recurso de
las figuras míticas de Prometeo, por un lago, y Fausto, por el otro, para analizar dos modos
paradigmáticos y distintos de desarrollo tecnocientífico.

Prometeo, en la mitología griega, es un titán que le proporcionó el fuego a los hombres (y


al mismo tiempo, la técnica) y por tal motivo, obtuvo el más duro castigo de parte de los
dioses. El mito pretende denunciar soberbia de los hombres que intentan robar el poder
divino mediante prácticas y saberes terrenales.

La tradición prometeica apuesta a un papel liberador del conocimiento científico buscando


mejorar las condiciones de vida a través de la tecnología que se desarrolla gradualmente
gracias a la acumulación de conocimientos que llevan a la construcción de una sociedad
racional, apoyada en una sólida base científico-industrial, la cual sería capaz de erradicar la
miseria humana gracias a una firme confianza en el progreso.

Sin embargo, los científico de cuño moderno que se inscriben en esta línea, sostienen hay
límites respecto a lo que se puede conocer, hacer y crear. Concluyen que los conocimientos y
las técnicas de los humanos no son todopoderosos, y, por lo tanto, puede haber un
perfeccionamiento del cuerpo humano, pero sin superar jamás ciertos límites impuestos por
la propia “naturaleza humana”.

Fausto, de origen difuso, en cambio, animado por una voluntad de crecimiento infinito y
con un profundo deseo de superar más allá del límite sus propias posibilidades, firma un
pacto con el Diablo y asume el riesgo de desatar las potencias del infierno.

La tradición fáustica, catapultada por los avances más recientes en biología molecular con
toda la potencia informática puesta al servicio del desciframiento de la vida, pretende
romper esos límites supuestamente impuestos por la “naturaleza humana”. Según esta
perspectiva, la ciencia no tiene como meta la verdad o el conocimiento profundo de la
naturaleza de las cosas, sino solo la comprensión ilimitada de los fenómenos para ejercer la
previsión y el control

Para Hermínio Martins, la filosofía de la tecnociencia contemporánea se inscribe en la


segunda de esas dos tendencias, es decir, la tendencia fáustica. Por eso, Sibilia, se permite
pensar que la meta del proyecto tecnocientífico actual “parece atravesado por el impulso
insaciable e infinitista, que ignora explícitamente las barreras que solían delimitar el
proyecto científico prometeico y posee lazos ostensibles con los intereses del mercado. Un
impulso ciego hacia el domino y la apropiación total de la naturaleza, tanto interior como
exterior al cuerpo humano”5

Hay que aclarar que estas tradiciones no existen como contradicciones absolutas,
frecuentemente conviven en el ámbito científico y hasta se confunden una con la otra. Sin
embargo, podemos ver que, en una época, por ejemplo, la industrial, predomina la
prometeica; y en la digital o postindustrial, predomina la fáustica.

La inmortalidad es una de las grandes obsesiones de la ciencia de cuño fáustico. La


existencia humana, y la animal en general, tiene dos grandes ejes constitutivos que se
resisten con gran fuerza a sus ambiciones: el eje espacial y el temporal, los dos
característicos de la constitutiva materialidad orgánica.

La tecnociencia busca reconfigurar lo vivo, en franca lucha contra el envejecimiento y la


muerte. La tecnociencia, antes que extender y ampliar las capacidades del cuerpo humano,
busca crear vida, viendo en los organismos actualmente existente como materia prima
manipulable. Constantemente se combinan y recombinan lo orgánico con lo inorgánico, lo
natural con lo artificial. A eso apuntan muchas investigaciones actuales en los campos de la
inteligencia artificial, la ingeniería genética, la criogénica y, en palabras de Paula Sibilia,
“toda la farmacopea antioxidante”.

En esta línea, la propia definición de muerte está puesta en juego, ya no es tan claro cuándo
alguien puede ser declarado muerto. Para la fundación Alcor, Life Extension la definición de
muerte que hoy está en vigencia no es más que “una confesión de ineficacia de la medicina
actual”6. Según las últimas perspectivas, se ha formado la idea fuerte de que lo que
constituye la identidad de cada individuo no es más que información, para Sibilia, “una
perspectiva perfectamente coherente con el paradigma digital” 7.

La esencia de todo ser vivo, no es más que un conjunto de informaciones, desde los rasgos
físicos recogidos en la foto o huella digital de los documentos de identidad, pasando por los
datos de cuentas bancarias y redes sociales, hasta el código de ADN o los recuerdos de la
mente, susceptibles de ser almacenados como impulsos eléctricos y reconvertidos a
determinado número de bits en plena lógica digital.

En cuanto a la espacialidad, la mayor arma de combate tiene que ver con la virtualidad
digital. Según, Paula Sibilia, existe actualmente, una especie de “imperativo de la conexión”
que responde al deseo de superar aquellas barreras espaciales. Algunos pioneros de la
5
Ídem. p. 42.
6
Ídem. p. 46.
7
Ídem. p. 47.
experimentación con dispositivos teleinformáticos como Roy Ascott llegan a sostener que
“A medida que interactúo con la Red, me reconfiguro a mí mismo; mi extensión-red me
define exactamente como mi cuerpo material me definía en la vieja cultura biológica; no
tengo ni peso ni dimensión en cualquier sentido exacto, sólo me mido en función de mi
conectividad”8.

El mensaje o la idea de fondo no es otro que el de que el cuerpo biológico se va volviendo, a


ojos de estas influyentes personalidades, cada vez más obsoleto.

Además, también en este sentido, además de intentar superar los duros límites impuestos
por el espacio y el tiempo de la materialidad orgánica, estas concepciones y sus tecnologías,
ofrecen un amplio poder de control para quienes posean la propiedad de los códigos y
licencias de éstas teconologías.

Deleuze, en su breve texto “Posdata sobre las sociedades de control” escrito en 1990
sostenía que “no es necesaria la ciencia ficción para concebir un mecanismo de control que
señale a cada instante la posición de un elemento en un lugar abierto, animal en una
reserva, hombre en una empresa”. Los datos y las tecnologías actuales amplían
infinitamente las posibilidades de rastreo y colonización de las pequeñas prácticas
cotidianas.

Todo esto nos lleva a pensar que el contexto actual del capitalismo postindustrial en el que
vivimos, lo que entendemos y lo que somos como seres humanos, como naturaleza y como
vida, se está redefiniendo radicalmente.

Ser Humano

Asistimos a un constante proceso de digitalización de la vida. Para Sibilia, los discursos y


retórica de los medios de comunicación y la información, de las distintas ciencias y de las
artes están dando lugar a la aparición de un nuevo personaje en la historia humana: el
hombre postorgánico.

La característica principal de este proceso radica en el cambio que se fue operando desde
una radical distinción entre lo natural y lo artificial, vigente durante muchos siglos en la
tradición occidental de la que estamos inmersos, hasta la puesta en cuestión misma sobre lo
que es no natural o artificial.

8
Roy Ascott, “Cultivando o hipercórtex”, en El hombre postorgánico: Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales, Fondo
de Cultura Económica, Buenos Aires, 2009, p. 51.

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