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¿Qué ha pasado con la verdad? Esta es una pregunta bien pertinente que
todo cristiano debe hacerse en pleno siglo XXI. “Cada persona define lo
que es verdad”; “es intolerante decir que el cristianismo es la verdad
absoluta”. Frases como estas ocasionan interminables discusiones en
nuestras redes sociales todos los días. Sin embargo, ya la mera
proposición de que no existen verdades absolutas genera una
contradicción léxica importante, debido a que si la verdad es relativa, la
propia frase es también relativa y, por lo tanto, se invalida a sí misma. En
palabras de un artículo publicado por el Instituto de Ciencia y Política de
Colombia: “Esa es una afirmación que se refuta a sí misma”. No es de
extrañar que en un mundo posverdad, intentar afirmar que existe la verdad
absoluta resulte en un mal entendimiento de la fe cristiana, y se la
considere erróneamente como un movimiento extremista que “violenta la
libertad” que debería gozar todo ser humano.
Lo cierto es que, nos guste o no, la posmodernidad llegó tal vez para
quedarse por mucho tiempo. Seamos o no conscientes, es evidente que la
cultura popular actual se propone día a día ahogar en el mar del relativismo
los pilares fundamentales del cristianismo. Pero es precisamente en este
contexto desalentador donde aparece el evangelio como un firme
centinela. El cristianismo se alza como una verdad comprobable y
objetiva, como un absoluto que sienta las bases de lo verdadero,
expone lo erróneo y se ratifica como la única cosmovisión que permite
al hombre vivir de manera coherente con la realidad y en el mundo que le
rodea.
Otra razón que nos debe movilizar a entender la cultura popular es la cruda
verdad de que un cristiano desconectado de la realidad resulta poco
influyente y útil para la sociedad. Si seguimos aceptando la falsa idea
de que la religión pertenece a un sector privado, a un valor personal que
debe limitarse a ser vivido en la esfera de lo individual y no de lo
colectivo, perdemos de vista el hecho de que, sobre todo, el cristianismo
es una verdad total, objetiva y completa que explica la realidad del hombre
y su relación con el mundo.
Todos los días somos bombardeados por diferentes ideas que van
conformando nuestra manera de pensar. Todos tenemos presuposiciones
y una opinión respecto a casi todos los asuntos esenciales que competen a
nuestra humanidad. La cosmovisión es tan intrínsecamente humana
que, de hecho, no existe tal cosa como una persona sin una respecto a
algún tema.