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– 2do parcial –
- Teórico 1:
- Texto: Responsabilidad jurídica y subjetiva – Gutierrez.
Ingresar al tema de la responsabilidad –sumamente complejo– requiere partir de una
afirmación indispensable para su tratamiento: no es posible establecer una concepción de
responsabilidad sin situar la noción de sujeto. Es decir, de la noción de sujeto que se tenga
procede el criterio de responsabilidad.
En el art. 34 de Código Penal se señala en qué condiciones alguien no es punible. Es decir, en
qué condiciones alguien no es acreedor a ninguna forma de castigo. Tomaremos tres incisos del
art. 34:
Inciso 1º: El que no haya podido en el momento del hecho, ya sea por insuficiencia de sus
facultades, por alteraciones morbosas de las mismas o por su estado de inconsciencia, error o
ignorancia de hecho no imputable, comprender la criminalidad del acto o dirigir sus acciones.
En caso de enajenación, el tribunal podrá ordenar la reclusión del agente en un manicomio, del
que no saldrá sino por resolución judicial, con audiencia del ministerio público y previo
dictamen de peritos que declaren desaparecido el peligro de que el enfermo se dañe a sí
mismo o a los demás.
En los demás casos en que se absolviere a un procesado por las causales del presente inciso, el
tribunal ordenará la reclusión del mismo en un establecimiento adecuado hasta que se
comprobase la desaparición de las condiciones que le hicieron peligroso.
Inciso 6º: El que obrare en defensa propia o de sus derechos, siempre que concurrieren las
siguientes circunstancias:
a) Agresión ilegítima;
b) Necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla;
c) Falta de provocación suficiente por parte del que se defiende.
Inciso 7º: El que obrare en defensa de la persona o derechos de otro, siempre que concurran
las circunstancias a) y b) del inciso anterior [...]
Se trata de las condiciones psicológicas en las que el derecho considera que alguien no es
responsable por sus actos. Es decir, distintas circunstancias en las que el sujeto atraviesa un
estado de obnubilación de la consciencia.
Existe en derecho una concepción del sujeto basado exclusivamente en su capacidad de
consciencia. El sujeto de la imputación es un sujeto psicológico. Y este sujeto psicológico es
aquel capaz de consciencia, el que es consciente de sus actos. El sujeto puede haber realizado
un hecho, pero sólo es culpable si la consciencia lo acompaña al momento del hecho. No basta
con probar que alguien llevó a cabo algo tipificado como delito. Pudo haberlo hecho; pero si no
era capaz de consciencia, no estaba al momento de hacerlo: fuera de sí, el sujeto estaba
enajenado. Por lo tanto, no debe declarar sobre aquello que le es ajeno. No debe dar
testimonio, no debe responder por lo que hizo, porque no estaba al momento de actuar. No
fue él sino lo que su locura o ebriedad hicieron con él.
Pasemos ahora a la noción de responsabilidad subjetiva. Para ello, nos serviremos del
magnífico relato de “El muro”, el cuento de J. P. Sartre:
El muro narra la historia de Pablo Ibbieta, un anarquista español que durante la guerra civil es
apresado por soldados franquistas. Allí se le interroga por el paradero de Ramón Gris ─líder del
movimiento─, a lo cual contesta que ignora su ubicación. Es enviado a una celda junto con
otros dos hombres: Tom, y Juan.
Pasadas algunas horas, un comandante ingresó al calabozo para comunicarles que serían
fusilados a la mañana entrante.
Llegado el alba, ingresaron los soldados pero únicamente tomaron a Tom y a Juan; Ibbieta fue
obligado a permanecer en el lugar. Al término de una hora lo condujeron a una habitación en
donde se lo interrogó nuevamente por el paradero de Ramón Gris. A cambio de su confesión,
se le perdonaría la vida. No obstante, a pesar de conocer su ubicación (estaba oculto en la
residencia de sus primos), decide engañar a sus captores afirmando que Gris se escondía en el
cementerio, más precisamente en la cabaña del sepulturero.
Al regreso de los soldados, esperando con ansias sus caras decepcionadas, para su sorpresa
Pablo Ibbieta es enviado nuevamente al campo de prisioneros en lugar de recibir su condena.
Al anochecer se encuentra con García, el panadero, quien le asegura que Gris fue hallado en el
cementerio y asesinado por la mañana. Al parecer, había decidido guarecerse en ese lugar
luego de una pelea con su primo.
Ahora bien, ¿dónde ubicar la responsabilidad de Ibbieta? Concurren en su auxilio, a modo de
justificación, problemas de dos órdenes.
En principio, el de la determinación material (necesidad). Aquello que se presenta como dado
y que no puede ser modificado. Este tipo de determinación material es externo a Ibbbieta. Es
decir, algo que no puede ser atribuido a Ibbieta porque él no lo ha producido, aunque quizás
no por ello resulte ajeno. La presión de los falangistas, el tremendo ofrecimiento que le
formulan –su vida o la de su amigo–, es de esta naturaleza.
A esto puede agregársele las circunstancias puramente accidentales (azar). Es una pura
contingencia la coincidencia temporal entre aquello que dice Ibbieta y la disputa de Gris con el
primo que lo obliga a abandonar su refugio. Una amarga coincidencia que contribuye de un
modo decisivo al resultado: la muerte de Gris.
Hasta aquí nada permite atribuir responsabilidad a Ibbieta, a menos que introduzcamos la
siguiente consideración: tanto la determinación material como el azar es un real que interpela
al sujeto, que lo invita a dar una respuesta. El sujeto no es responsable del mundo, pero sí de
su lugar en él.
La responsabilidad emerge como una posición por el deseo inconsciente. En este sentido,
suponer al sujeto dividido, al sujeto del inconsciente, otorga la condición para atribuirle
responsabilidad. Interpelar al sujeto es atribuirle responsabilidad por su deseo.
Presentemos un esquema para desarrollar un poco más lo que queremos decir.
Ubiquemos un primer tiempo, aquel en el que Ibbieta tiene su última chance de hablar. Ahí, él
responde con su jugarreta: "Está en el cementerio". Es el tiempo de la absoluta confianza en sí
mismo. Del hombre al que nada puede intimidarlo.
Más tarde, en un segundo tiempo, se presenta ante él García, quien le trae una noticia: lo
agarraron a Gris. Ibbieta comienza a temblar. Aquello que él creyó una mentira en forma de
jugarreta, resultó una cruda verdad. Es el momento de la perplejidad, de la confianza perdida y
la expresa con un interrogante: "¿En el cementerio?”. Estas noticias lo obligan a leer el tiempo
uno.
La pretendida broma alcanza un estatuto distinto a partir de la retroacción que opera desde lo
que llamamos tiempo dos. Es decir, este tiempo dos constituye al tiempo uno en el mismo
instante en el que destituye el campo de sentido que en éste se sostenía: el bromista queda
destituido por el que tiembla.
Retroacción
Tiempo 1: Tiempo 2:
- Jugarreta. - Perplejidad
- Obstinación - Suspensión de la creencia.
- Ser de la Testarudez - Interrogación por su acto
- Temblor
Tiempo 3:
¡En el cementerio!
El tiempo dos no borra el tiempo uno, sino que se sobreimprime con él. El tiempo dos opera
como interpelación en la medida que obliga al sujeto a leer su acto. Si decimos que ese tiempo
obliga a una relectura del primero, si eso que introduce el segundo tiempo retorna sobre el
primero, esto permite que ambos tiempos se constituyan como tales a partir de esa
retroacción que sobreimprime un término con otro.
Aquí aparece el tiempo tres: el tiempo dos se sobreimprime con el tiempo uno produciendo un
tercero. Es la respuesta a aquello que ha suscitado la interpelación. Este tercer tiempo en
Ibbieta es el del asombro por aquello que él ha producido. Es el tiempo de la risa y el llanto. El
tiempo de la implicación del sujeto, el tiempo del acto.
Quisiera introducir en este esquema algo que me parece central en el relato y en el modo de
leerlo por nuestra parte. Si de responsabilidad se trata, esta debe ser la de la implicación del
sujeto con su palabra.
A ibbieta le han hecho un ofrecimiento, su vida por la de Gris. Alguno de los dos irá a parar al
cementerio. Cuando le preguntan dónde está Gris, responde cementerio. Si se mantiene la
creencia de que el yo controla lo que dice y hace; que el sujeto es autónomo, la coincidencia
seria producto exclusivo del azar. Es decir, que entonces carece de responsabilidad acerca de su
palabra.
Cuando dice cementerio, no es el conocimiento lo que se pone en marcha sino un saber
inconsciente. La palabra cementerio, delata su deseo de vivir: el no tener que ir él a ese sitio; el
mandar a otro a ese lugar.
Revisemos esto una vez más. Son tres tiempos en los que Ibbieta formula tres frases. Tres
frases radicalmente diferentes. Y aunque estén construidas con los mismos términos (“El
cementerio”), suponen tres lugares de enunciación que producen tres posiciones subjetivas.
Estas tres frases sitúan a Ibbieta de un modo distinto frente a la fuente de la interpelación:
1. Interpelado por el falangista, es la afirmación infatuada del yo en la testarudez: En el
cementerio.
2. Interpelado por la revelación de García, es la interrogación sobre su acto: ¿En el
cementerio?
3. Interpelado por su acto, en soledad, la frase es admirativa: ¡En el cementerio!
En cada una de estas tres frases, un sujeto distinto se produce por la enunciación que
comportan. El sujeto de la afirmación, el de la interrogación y el de la admiración. En la última
de las frases estamos ante el sujeto admirado por lo que ha producido como sujeto deseante.
Decimos que ese tiempo tres es el momento del acto de implicación. En ese tercer tiempo, se
trata de la soledad del sujeto frente a su acto. Es la confrontación misma del sujeto con un
punto de articulación de su deseo, con lo que él ha producido desde su deseo inconsciente
Aquí puede destacarse la diferencia respecto al tiempo de la responsabilidad en el derecho.
Para el derecho, el sujeto y la acción son contemporáneos. Para el psicoanálisis, en cambio, no
se trata del “momento de los hechos” sino del tiempo introducido por el après-coup.
La responsabilidad de Ibbieta no es jurídica, porque no se trata del saber consciente. Si
decimos que Ibbieta miente nos mantenemos en el campo del sujeto de la consciencia y en
una comprensión de la verdad en la lógica bivalente de verdadero-falso. Es decir, la verdad en
el terreno de la constatación empírica.
La responsabilidad de Ibbieta no es jurídica porque, recuerden lo que señala el art. 34 de CP, el
“error o ignorancia de hecho no imputable” impide “comprender la criminalidad del acto o
dirigir sus acciones”.
Es posible que, para los fines sociales, no haya muchas posibilidades de extender la
responsabilidad a terrenos donde el yo no tiene dominio alguno. Si esto es así, pues bien, que
el juez lo haga, pero se trata de una arbitrariedad. Es arbitrario estrechar los márgenes de la
responsabilidad desconociendo al deseo inconsciente.
- Practico 2:
- Texto: El sujeto dividido y la responsabilidad – Salomone, G.
Hay dos tipos de responsabilidad –provenientes de corpus conceptuales y prácticas distintas–,
convocan a dos posiciones subjetivas diferentes, convocan al sujeto a responder desde
diferentes lugares.
Llamaremos responsabilidad subjetiva a aquella que se configura a partir de la noción de sujeto
del inconsciente; sujeto no autónomo que, por definición no es dueño de su voluntad e
intención.
El concepto de responsabilidad jurídica es un concepto específico y bien recortado en función
del sistema de referencias legales, diremos que constituye una de las formas de la
responsabilidad moral, aunque ésta no se agota en aquélla. Cabe agregar que ambas,
responsabilidad moral y jurídica, responden a una misma lógica y se constituyen en base a las
mismas tramas conceptuales. De allí, que nos interese fundamentalmente distinguirlas del
concepto de responsabilidad subjetiva.
- Responsabilidad y formaciones del inconsciente
Freud relata un episodio en el que una pareja lo invita a sentarse con ellos. Como él tenía algo
que hacer, se retira un momento y cuando vuelve, no había lugar para él en la mesa ya que la
silla vacía estaba siendo ocupada por el abrigo del hombre.
A raíz de este relato, Freud dice: “las acciones cumplidas de manera involuntaria han de
convertirse inevitablemente en fuente de malentendidos en el trato entre los hombres. El
actor, que nada sabe de un propósito que se les enlace, no se las imputa a sí mismo ni se
considera responsable de ellas”.
Es decir que este tipo de acciones involuntarias conllevan un propósito que el actor de la
acción desconoce; de este modo, el sujeto no se atribuye responsabilidad en relación a ellas. La
responsabilidad que indica Freud aparece vinculada a ese propósito desconocido para el
sujeto. Se va desarrollando aquí otro tipo de responsabilidad: la subjetiva.
Freud se detiene a indagar sobre acciones simples e inocentes en apariencia, y dice: “Expresan
algo que el actor mismo ni sospecha en ellas y que por regla general no se propone comunicar,
sino guardar para sí.” Tales acciones conllevan en todos los casos un “propósito inconsciente”;
las operaciones fallidas poseen una motivación oculta para el sujeto.
Es así como encontramos en estas acciones fallidas un sentido; un significado que se asocia al
propósito inconsciente que persiguen, más allá de la intención o voluntad consciente.
Claramente, ya no nos referimos al sujeto autónomo.
“Las interpretaciones de estas pequeñas acciones casuales, se obtienen en cada caso, a partir
de las circunstancias que rodean a la sesión, del tema que en ellas se trata y de las ocurrencias
que advienen cuando se orienta la atención hacia esa aparente casualidad.” Así, si la solución
de estas acciones sintomáticas va a ser alcanzada a través de las ocurrencias del paciente,
entonces tenemos que entender que el significado de ellas va a surgir del sentido singular que
esa acción tenga para el sujeto.
No se trata de confrontar al sujeto con la dimensión de los valores compartidos, ni de
confrontarlo con la referencia moral. No se trata de la realidad objetiva ni de medir sus dichos
en relación a una verdad constatable. Se trata en cambio, de la realidad psíquica. Es decir que,
otra vez aquí, Freud nos guía hacia la distinción entre la dimensión moral y la dimensión del
sujeto.
La indicación freudiana es escuchar la verdad que se produce en su decir y que compromete al
sujeto, aún más en esos puntos donde el yo –que se pretende autónomo– no puede dar
cuenta. Es en este punto donde Freud ubica la responsabilidad: en relación a aquel propósito
inconsciente que, ajenamente a la voluntad del yo, propició la acción.
Tanto para las formaciones del inconsciente como para los síntomas, la interpretación siempre
estará sujeta a los dichos del paciente bajo la regla de la asociación libre.
Detengámonos en los sueños. El contenido manifiesto del sueño es pasible de ser reconducido
tras un análisis a lo que Freud llamó los “pensamientos oníricos latentes”. Freud parte de un
supuesto fundamental: “…es muy posible, y aún muy probable, que el soñante a pesar de todo
sepa lo que su sueño significa, sólo que no sabe que lo sabe y por eso cree que no lo sabe”.
Con respecto a los sueños, formula además la siguiente pregunta: “¿Debemos asumir la
responsabilidad por el contenido de nuestros sueños?”. Su respuesta es taxativa: “Desde luego,
uno debe considerarse responsable por sus mociones oníricas malas”.
En el sueño, como en todas las formaciones del inconsciente, un elemento accesible a la
conciencia es medio de expresión de otra cosa, de algo desconocido, pero sobre el cual
podemos suponer un saber no sabido. Nos enfrentamos entonces, nuevamente, al campo de la
responsabilidad subjetiva, y su relación con aquello que perteneciéndole al sujeto le es ajeno.
Tal ajenidad no es tomada por Freud como causa de inimputabilidad; por el contrario, es a ese
punto donde dirige la responsabilidad.
Sin embargo, si bien Freud responsabiliza al sujeto de aquello que desconoce de sí mismo, no
imputa al sujeto en el campo moral por aquello que se juega en lo inconsciente.
Freud transcribe el siguiente relato de un amigo suyo: “Hace algunos años acepté ser elegido
para integrar el comité directivo de una sociedad literaria porque suponía que esto podría
ayudarme a conseguir que se representara mi pieza dramática, y participé regularmente,
aunque sin mucho interés, en las sesiones que se realizaban todos los viernes. Ahora bien, hace
unos meses recibí seguridades de que mi pieza se representaría en el teatro de F., y desde
entonces me ocurrió olvidar habitualmente las reuniones de esa sociedad. Cuando leí su libro
sobre estas cosas, me avergoncé de mi olvido, y me reproché que era una bajeza faltar ahora,
cuando ya no podía servirme de esa gente; tomé entonces la resolución de no olvidar por nada
del mundo la reunión del viernes siguiente. Mantuve continuamente en la memoria este
designio hasta que lo cumplí y me encontré ante la puerta de la sala de sesiones. Para mi
asombro, estaba cerrada. La reunión ya se había realizado; yo había errado el día: ¡ya era
sábado!”.
En un primer momento las motivaciones inconscientes se expresan más allá de la voluntad e
intención del yo. El yo desconoce que los olvidos reiterados son el signo de un conflicto que el
sujeto no se dispuso a resolver por la vía de la decisión. Sin embargo, no es hasta encontrarse
con el libro de Freud que esta acción interpela al sujeto. La interpelación, retroactivamente, lo
lleva a resignificar esos olvidos; ahora sabe que los olvidos no son casuales y que tienen un
sentido para él. En términos del Circuito de la Responsabilidad, diremos que se ha constituido
el Tiempo 1.
La vergüenza nos pone en la pista de un sujeto interpelado por aquello que, aunque vivido
como ajeno, le pertenece y perturba su intención consciente confrontándolo a un punto de sin-
sentido. Esa hiancia, ese punto de inconsistencia, lo interpela, llama al sujeto a responder. La
interpelación, que nombraremos como Tiempo 2 del circuito, es lógicamente anterior al
Tiempo 1.
¿Cómo responde el sujeto a esa interpelación? En nuestro ejemplo, el reproche, posterior a la
vergüenza, genera un movimiento en el sentido opuesto al de la responsabilidad subjetiva.
Toma la interpelación, pero se responsabiliza moralmente y trata de enmendar. Evalúa su
accionar, lo encuentra moralmente malo y se reprocha por ello. Entonces, en un intento
desesperado por recuperar su cualidad de autónomo el sujeto se dispone a fortalecer su
voluntad vía imposiciones morales. Esto resulta muy contraproducente ya que, en realidad,
fortalece el conflicto original. Prueba de esto último es la equivocación del día de la reunión. El
propósito inconsciente desbarata nuevamente la intención consciente. Un acto logrado, sin
dudas. Una y otra vez, la indestructibilidad del deseo inconsciente.
Tiempo 1 Tiempo 2
Tiempo 3
Se trata de los que llamaremos el circuito de la responsabilidad. En el Tiempo 1, el personaje
lleva adelante una conducta con determinados fines, en el supuesto de que su accionar se
agota en los objetivos para los cuales fue concebida. En un Tiempo 2, recibe de la realidad
indicadores que lo ponen sobre aviso respecto de que algo anduvo mal. Las cosas fueron más
allá -o más acá- de lo esperado. El sujeto se ve interpelado por esos elementos disonantes.
Algo de esa diferencia le pertenece.
Ante tal interpelación puede hacer dos cosas bien distintas. Una de ellas es la que inferimos
hizo Truman a lo largo de su vida, sintetizada en lo que podríamos llamar la escena del
reflector. Creerse la explicación del avión cuyas partes se desprenden, le ahorra la angustia que
devendría de la pregunta ¿quién soy? No se trata, claro, de un mecanismo consciente para el
personaje.
Un sujeto puede pasarse la vida huyendo de sí mismo. Pero existen ciertas circunstancias en las
que algo cambia, en las que se encuentra eligiendo, pero no ya desde el cálculo y la certeza
precedentes. Cuando todo parece reducirse a un círculo vicioso, algo sucede en Truman. Se
trata de la responsabilidad. No la responsabilidad moral de levantarse cada mañana para ir a
trabajar, la de no defraudar a los demás. Se trata de una respuesta que supone un cambio de
posición del sujeto frente a sus circunstancias. Nuevamente, no se trata de un mecanismo
consciente ni voluntario. Es una transformación de la cual el primer sorprendido es el propio
protagonista.
En nuestro esquema, este movimiento supone que el Tiempo 2 se sobreimprime al Tiempo 1,
resignificándolo. La hipótesis que explica clínicamente este movimiento aparece ubicada en el
arco superior del grafo. Es la que abre la potencialidad de un Tiempo 3, el de la
responsabilidad. El sujeto que adviene en ese Tiempo 3 no es el mismo que dejamos en el
Tiempo 1. Sin embargo, es en la acción emprendida en el Tiempo 1 donde el sujeto anticipa,
sin saberlo, una verdad sustancial para su existencia.
El del tiempo 3 es el sujeto de la renuncia, el que enfrenta su existencia. El que esta dispuesto a
quebrar el último de los horizontes que aun permanecía intacto y abrir la puerta de la
incertidumbre.
- Teórico 2:
- Texto: Eichmann y la responsabilidad – Gutierrez, C.
Al finalizar la 2ª Guerra Mundial se realizó el célebre juicio de Nüremberg, para resolver
jurídicamente la responsabilidad de los oficiales nazis por los horrores producidos durante el
conflicto. Existía una fuerte discrepancia entre los aliados acerca de los límites jerárquicos de
tal responsabilidad: ¿quiénes eran los responsables? ¿Debía extenderse a todos quienes
habían actuado o sólo a los principales funcionarios?
Eichmann fue la gran figura organizativa de la expulsión de Alemania y la posterior deportación
hacia el Este – con destino a los campos de exterminio – de los judíos. En su juicio, se establece
que Eichmann era un oficial de segunda línea. Ninguna decisión importante del régimen
pasaba por él. Era sólo un engranaje, un simple agente de transmisión. Todo el peso de su
defensa estaba puesto en demostrar cómo él fue un simple ejecutor de órdenes superiores.
Pues bien, aquí estaba el problema ya que la obediencia a las órdenes superiores no es pasible
de castigo en términos jurídicos. Por ello, resultaba necesario para la acusación salir del terreno
de la obediencia.
El problema reside en que el derecho escamotea la verdadera cuestión: la obediencia no es
ajena a la responsabilidad. En las órdenes criminales, no todo se reduce a la ejecución de un
acto criminal sino que la cuestión central reside en que la obediencia es el crimen. La
responsabilidad del sujeto reside exactamente allí, al ofrecerse como instrumento de la
maquinaria. Eichmann dice no tener nada que ver con el exterminio, como si ese exterminio
hubiera sido posible sin todas las pequeñas y grandes tareas de cada uno de los que
contribuyeron de un modo decisivo para lograr ese resultado.
Es precisamente de esta obediencia y de sus consecuencias inmediatas que él es culpable.
UNIDAD 6: Filiación
- Teórico 3:
- Texto: Cuestiones éticas y epistemológicas ante la experimentación psicológica con
niños – Fariña, M.
Lidia Castagno de Vicentini escribió el articulo “Los verdaderos padres son los padres
psicológicos” íntegramente dedicado a analizar el proceso de restitución de niños encarado por
las Abuelas de Plaza de Mayo. A través de un recorrido bibliográfico por diversos autores del
campo psicológico y psicoanalítico la autora se mostraba adversa al proceso de devolución de
los niños a sus legítimas familias. El argumento utilizado consistía en afirmar que la paternidad
no constituye un dato biológico sino social y que por lo tanto el lazo sanguíneo que unía a los
niños con sus abuelas era irrelevante frente a los casi diez años que en algunos casos los niños
habían permanecido en sus familias sustitutas.
Un grupo de psicólogos ligados al movimiento de derechos humanos ensayó una respuesta que
fue publicada bajo el provocador título “Los verdaderos padres son los padres”.
Esta controversia iba a ser anticipatoria de tormentas más fuertes. En octubre de 1985, durante
una mesa organizada por las Abuelas de Plaza de Mayo, se fundamentaba la necesidad de dar
carácter de ley a la iniciativa del Banco de datos genéticos. Como se sabe, este recurso permite
reconocer la filiación de los niños a partir de un análisis sanguíneo de histocompatibilidad. A
partir de allí la genética devendría elemento probatorio de la identidad. Pero las familias
sustitutivas, y especialmente aquellas ligadas al aparato militar, no se resignaban a perder la
potestad sobre los niños apropiados.
El caso argentino ha sido ejemplificador -por lo extremo- de las profundas dificultades que
encuentra la teoría para explicar situaciones de filiación fuertemente determinadas por los
atravesamientos políticos y del curso mercantil del desarrollo tecnológico. En 1986, Francoise
Dolto, psicoanalista francesa, visitaba Buenos Aires y producía un gigantesco equívoco al
proponer la noción de 'segundo trauma' para comprender el problema de los niños
secuestrados. Según Dolto estos niños habían vivido ya una fuerte situación traumática cuando
fueron separados de sus hogares de origen, y por lo tanto no se les debía infligir una nueva
injuria privándolos ahora de las familias en que habían pasado muchos años de su vida.
Estamos así ante la puesta en marcha de un argumento montado en un concepto mecanicista
del psiquismo, una suerte de dispositivo 'acumulativo' del trauma, completamente alejado de
una ética de la subjetividad.