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Ética y Derechos Humanos

– 2do parcial –

- Teórico 1:
- Texto: Responsabilidad jurídica y subjetiva – Gutierrez.
Ingresar al tema de la responsabilidad –sumamente complejo– requiere partir de una
afirmación indispensable para su tratamiento: no es posible establecer una concepción de
responsabilidad sin situar la noción de sujeto. Es decir, de la noción de sujeto que se tenga
procede el criterio de responsabilidad.
En el art. 34 de Código Penal se señala en qué condiciones alguien no es punible. Es decir, en
qué condiciones alguien no es acreedor a ninguna forma de castigo. Tomaremos tres incisos del
art. 34:
Inciso 1º: El que no haya podido en el momento del hecho, ya sea por insuficiencia de sus
facultades, por alteraciones morbosas de las mismas o por su estado de inconsciencia, error o
ignorancia de hecho no imputable, comprender la criminalidad del acto o dirigir sus acciones.
En caso de enajenación, el tribunal podrá ordenar la reclusión del agente en un manicomio, del
que no saldrá sino por resolución judicial, con audiencia del ministerio público y previo
dictamen de peritos que declaren desaparecido el peligro de que el enfermo se dañe a sí
mismo o a los demás.
En los demás casos en que se absolviere a un procesado por las causales del presente inciso, el
tribunal ordenará la reclusión del mismo en un establecimiento adecuado hasta que se
comprobase la desaparición de las condiciones que le hicieron peligroso.
Inciso 6º: El que obrare en defensa propia o de sus derechos, siempre que concurrieren las
siguientes circunstancias:
a) Agresión ilegítima;
b) Necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla;
c) Falta de provocación suficiente por parte del que se defiende.
Inciso 7º: El que obrare en defensa de la persona o derechos de otro, siempre que concurran
las circunstancias a) y b) del inciso anterior [...]
Se trata de las condiciones psicológicas en las que el derecho considera que alguien no es
responsable por sus actos. Es decir, distintas circunstancias en las que el sujeto atraviesa un
estado de obnubilación de la consciencia.
Existe en derecho una concepción del sujeto basado exclusivamente en su capacidad de
consciencia. El sujeto de la imputación es un sujeto psicológico. Y este sujeto psicológico es
aquel capaz de consciencia, el que es consciente de sus actos. El sujeto puede haber realizado
un hecho, pero sólo es culpable si la consciencia lo acompaña al momento del hecho. No basta
con probar que alguien llevó a cabo algo tipificado como delito. Pudo haberlo hecho; pero si no
era capaz de consciencia, no estaba al momento de hacerlo: fuera de sí, el sujeto estaba
enajenado. Por lo tanto, no debe declarar sobre aquello que le es ajeno. No debe dar
testimonio, no debe responder por lo que hizo, porque no estaba al momento de actuar. No
fue él sino lo que su locura o ebriedad hicieron con él.
Pasemos ahora a la noción de responsabilidad subjetiva. Para ello, nos serviremos del
magnífico relato de “El muro”, el cuento de J. P. Sartre:
El muro narra la historia de Pablo Ibbieta, un anarquista español que durante la guerra civil es
apresado por soldados franquistas. Allí se le interroga por el paradero de Ramón Gris ─líder del
movimiento─, a lo cual contesta que ignora su ubicación. Es enviado a una celda junto con
otros dos hombres: Tom, y Juan.
Pasadas algunas horas, un comandante ingresó al calabozo para comunicarles que serían
fusilados a la mañana entrante.
Llegado el alba, ingresaron los soldados pero únicamente tomaron a Tom y a Juan; Ibbieta fue
obligado a permanecer en el lugar. Al término de una hora lo condujeron a una habitación en
donde se lo interrogó nuevamente por el paradero de Ramón Gris. A cambio de su confesión,
se le perdonaría la vida. No obstante, a pesar de conocer su ubicación (estaba oculto en la
residencia de sus primos), decide engañar a sus captores afirmando que Gris se escondía en el
cementerio, más precisamente en la cabaña del sepulturero.
Al regreso de los soldados, esperando con ansias sus caras decepcionadas, para su sorpresa
Pablo Ibbieta es enviado nuevamente al campo de prisioneros en lugar de recibir su condena.
Al anochecer se encuentra con García, el panadero, quien le asegura que Gris fue hallado en el
cementerio y asesinado por la mañana. Al parecer, había decidido guarecerse en ese lugar
luego de una pelea con su primo.
Ahora bien, ¿dónde ubicar la responsabilidad de Ibbieta? Concurren en su auxilio, a modo de
justificación, problemas de dos órdenes.
En principio, el de la determinación material (necesidad). Aquello que se presenta como dado
y que no puede ser modificado. Este tipo de determinación material es externo a Ibbbieta. Es
decir, algo que no puede ser atribuido a Ibbieta porque él no lo ha producido, aunque quizás
no por ello resulte ajeno. La presión de los falangistas, el tremendo ofrecimiento que le
formulan –su vida o la de su amigo–, es de esta naturaleza.
A esto puede agregársele las circunstancias puramente accidentales (azar). Es una pura
contingencia la coincidencia temporal entre aquello que dice Ibbieta y la disputa de Gris con el
primo que lo obliga a abandonar su refugio. Una amarga coincidencia que contribuye de un
modo decisivo al resultado: la muerte de Gris.
Hasta aquí nada permite atribuir responsabilidad a Ibbieta, a menos que introduzcamos la
siguiente consideración: tanto la determinación material como el azar es un real que interpela
al sujeto, que lo invita a dar una respuesta. El sujeto no es responsable del mundo, pero sí de
su lugar en él.
La responsabilidad emerge como una posición por el deseo inconsciente. En este sentido,
suponer al sujeto dividido, al sujeto del inconsciente, otorga la condición para atribuirle
responsabilidad. Interpelar al sujeto es atribuirle responsabilidad por su deseo.
Presentemos un esquema para desarrollar un poco más lo que queremos decir.
Ubiquemos un primer tiempo, aquel en el que Ibbieta tiene su última chance de hablar. Ahí, él
responde con su jugarreta: "Está en el cementerio". Es el tiempo de la absoluta confianza en sí
mismo. Del hombre al que nada puede intimidarlo.
Más tarde, en un segundo tiempo, se presenta ante él García, quien le trae una noticia: lo
agarraron a Gris. Ibbieta comienza a temblar. Aquello que él creyó una mentira en forma de
jugarreta, resultó una cruda verdad. Es el momento de la perplejidad, de la confianza perdida y
la expresa con un interrogante: "¿En el cementerio?”. Estas noticias lo obligan a leer el tiempo
uno.
La pretendida broma alcanza un estatuto distinto a partir de la retroacción que opera desde lo
que llamamos tiempo dos. Es decir, este tiempo dos constituye al tiempo uno en el mismo
instante en el que destituye el campo de sentido que en éste se sostenía: el bromista queda
destituido por el que tiembla.
Retroacción

Tiempo 1: Tiempo 2:

“En el cementerio” “¿En el cementerio?”

- Jugarreta. - Perplejidad
- Obstinación - Suspensión de la creencia.
- Ser de la Testarudez - Interrogación por su acto
- Temblor

Tiempo 3:

¡En el cementerio!

- Admiración por su acto


- Implicación

El tiempo dos no borra el tiempo uno, sino que se sobreimprime con él. El tiempo dos opera
como interpelación en la medida que obliga al sujeto a leer su acto. Si decimos que ese tiempo
obliga a una relectura del primero, si eso que introduce el segundo tiempo retorna sobre el
primero, esto permite que ambos tiempos se constituyan como tales a partir de esa
retroacción que sobreimprime un término con otro.
Aquí aparece el tiempo tres: el tiempo dos se sobreimprime con el tiempo uno produciendo un
tercero. Es la respuesta a aquello que ha suscitado la interpelación. Este tercer tiempo en
Ibbieta es el del asombro por aquello que él ha producido. Es el tiempo de la risa y el llanto. El
tiempo de la implicación del sujeto, el tiempo del acto.
Quisiera introducir en este esquema algo que me parece central en el relato y en el modo de
leerlo por nuestra parte. Si de responsabilidad se trata, esta debe ser la de la implicación del
sujeto con su palabra.
A ibbieta le han hecho un ofrecimiento, su vida por la de Gris. Alguno de los dos irá a parar al
cementerio. Cuando le preguntan dónde está Gris, responde cementerio. Si se mantiene la
creencia de que el yo controla lo que dice y hace; que el sujeto es autónomo, la coincidencia
seria producto exclusivo del azar. Es decir, que entonces carece de responsabilidad acerca de su
palabra.
Cuando dice cementerio, no es el conocimiento lo que se pone en marcha sino un saber
inconsciente. La palabra cementerio, delata su deseo de vivir: el no tener que ir él a ese sitio; el
mandar a otro a ese lugar.
Revisemos esto una vez más. Son tres tiempos en los que Ibbieta formula tres frases. Tres
frases radicalmente diferentes. Y aunque estén construidas con los mismos términos (“El
cementerio”), suponen tres lugares de enunciación que producen tres posiciones subjetivas.
Estas tres frases sitúan a Ibbieta de un modo distinto frente a la fuente de la interpelación:
1. Interpelado por el falangista, es la afirmación infatuada del yo en la testarudez: En el
cementerio.
2. Interpelado por la revelación de García, es la interrogación sobre su acto: ¿En el
cementerio?
3. Interpelado por su acto, en soledad, la frase es admirativa: ¡En el cementerio!
En cada una de estas tres frases, un sujeto distinto se produce por la enunciación que
comportan. El sujeto de la afirmación, el de la interrogación y el de la admiración. En la última
de las frases estamos ante el sujeto admirado por lo que ha producido como sujeto deseante.
Decimos que ese tiempo tres es el momento del acto de implicación. En ese tercer tiempo, se
trata de la soledad del sujeto frente a su acto. Es la confrontación misma del sujeto con un
punto de articulación de su deseo, con lo que él ha producido desde su deseo inconsciente
Aquí puede destacarse la diferencia respecto al tiempo de la responsabilidad en el derecho.
Para el derecho, el sujeto y la acción son contemporáneos. Para el psicoanálisis, en cambio, no
se trata del “momento de los hechos” sino del tiempo introducido por el après-coup.
La responsabilidad de Ibbieta no es jurídica, porque no se trata del saber consciente. Si
decimos que Ibbieta miente nos mantenemos en el campo del sujeto de la consciencia y en
una comprensión de la verdad en la lógica bivalente de verdadero-falso. Es decir, la verdad en
el terreno de la constatación empírica.
La responsabilidad de Ibbieta no es jurídica porque, recuerden lo que señala el art. 34 de CP, el
“error o ignorancia de hecho no imputable” impide “comprender la criminalidad del acto o
dirigir sus acciones”.
Es posible que, para los fines sociales, no haya muchas posibilidades de extender la
responsabilidad a terrenos donde el yo no tiene dominio alguno. Si esto es así, pues bien, que
el juez lo haga, pero se trata de una arbitrariedad. Es arbitrario estrechar los márgenes de la
responsabilidad desconociendo al deseo inconsciente.

- Texto: Responsabilidad entre Necesidad Y Azar – Fariña, M.


¿Cómo discernir responsabilidad y azar? Imaginemos la siguiente situación: una fila de tubos
fluorescentes se desprende del techo y cae sobre las compañeras que ocupan las primeras filas
de bancos, a causa de lo cual algunas de ellas se lastiman con los vidrios. ¿Son responsables
estas alumnas de lo que les acaba de suceder?
¿Por qué se caen los tubos? Efectivamente, porque están mal sostenidos, y por la ley de la
gravedad. La ley de la gravedad es un ejemplo de lo que llamaremos el orden de necesidad.
Para los griegos, Necesidad era el nombre de la diosa que regía justamente aquellos sucesos
ajenos a la voluntad humana. Las personas no somos responsables de todo lo que nos sucede.
Cuando en una situación rige por completo el orden de necesidad, la pregunta por la
responsabilidad del sujeto carece de toda pertinencia. De acuerdo a la fórmula “responsable es
aquél del que se espera una respuesta”, no se espera respuesta alguna de las alumnas frente al
imperio de la ley de gravedad. Hay hechos que existen por fuera del designio humano.
Hoy en día, hemos inventado un nombre cotidiano para designar aquello que va a ocurrir
inexorablemente. Ese nombre es destino. Destino es a nuestra mitología lo que para los
antiguos se nombraba de diversos modos. Para referirse a la diosa Necesidad, Parménides
utilizaba las expresiones “In-flexible”, “Forzuda”, “Rigurosa”, “Firme”, “Imprescindible”.
Volviendo a nuestro ejemplo de los tubos fluorescentes, digamos que en realidad lo sucedido
no se explica sólo por la presencia de necesidad. Porque si la fila de tubos que caía no era ésta,
sino aquélla que está alejada, nadie salía lastimado porque no hay alumnos sentados debajo de
ella. En otras palabras, el accidente fue una combinación de necesidad y azar. Junto a la ley de
la gravedad fue necesaria la coincidencia de que los tubos se desprendieran sobre las cabezas
de las alumnas ¿Cuál es el nombre cotidiano con que designamos al azar? Efectivamente se
trata de la suerte.
También los griegos tenían una diosa Azar, que regía los eventos ajenos al orden humano, pero
que escapaban a la égida de Necesidad. Otros nombres para Azar son “Suerte”, “Coincidencia”
“Casualidad”, “Accidente”. Los nombres que designan a Azar y Necesidad son importantes
porque a la hora de lidiar con las situaciones ustedes deberán reconocerlos y naturalmente se
les presentarán bajo apariencias diversas.
En su texto, Juan Carlos Mosca sugiere que la responsabilidad del sujeto se encuentra en la
grieta entre necesidad y azar. Es decir, que cuando rigen por completo Necesidad o Azar, o una
combinación de ambos, no es pertinente la pregunta por la responsabilidad. Pero basta que se
produzca una grieta, una vacancia entre ellos, para que la pregunta por la responsabilidad
adquiera toda su dimensión.
Lo interesante para la práctica psicológica es que las situaciones con las que debemos lidiar no
se presentan de manera pura, sólo compuestas por necesidad y azar o transitando
exclusivamente el terreno de la responsabilidad subjetiva. La realidad es mucho más compleja
y nuestro arte radica en una fina discriminación entre los elementos que integran una
situación. Frente a la complejidad existen dos errores posibles, dos formas de reduccionismo
en las que podemos incurrir:
1. El primero de ellos radica en asignar responsabilidad al sujeto allí donde ésta no existe.
Es el caso del accidente con los tubos.
2. El segundo radica en relevar a un sujeto de su responsabilidad atribuyendo lo sucedido
a azar y/o necesidad cuando en realidad debe responder por su acción. Es el caso de la
Obediencia Debida que veremos mas adelante.

- Practico 2:
- Texto: El sujeto dividido y la responsabilidad – Salomone, G.
Hay dos tipos de responsabilidad –provenientes de corpus conceptuales y prácticas distintas–,
convocan a dos posiciones subjetivas diferentes, convocan al sujeto a responder desde
diferentes lugares.
Llamaremos responsabilidad subjetiva a aquella que se configura a partir de la noción de sujeto
del inconsciente; sujeto no autónomo que, por definición no es dueño de su voluntad e
intención.
El concepto de responsabilidad jurídica es un concepto específico y bien recortado en función
del sistema de referencias legales, diremos que constituye una de las formas de la
responsabilidad moral, aunque ésta no se agota en aquélla. Cabe agregar que ambas,
responsabilidad moral y jurídica, responden a una misma lógica y se constituyen en base a las
mismas tramas conceptuales. De allí, que nos interese fundamentalmente distinguirlas del
concepto de responsabilidad subjetiva.
- Responsabilidad y formaciones del inconsciente
Freud relata un episodio en el que una pareja lo invita a sentarse con ellos. Como él tenía algo
que hacer, se retira un momento y cuando vuelve, no había lugar para él en la mesa ya que la
silla vacía estaba siendo ocupada por el abrigo del hombre.
A raíz de este relato, Freud dice: “las acciones cumplidas de manera involuntaria han de
convertirse inevitablemente en fuente de malentendidos en el trato entre los hombres. El
actor, que nada sabe de un propósito que se les enlace, no se las imputa a sí mismo ni se
considera responsable de ellas”.
Es decir que este tipo de acciones involuntarias conllevan un propósito que el actor de la
acción desconoce; de este modo, el sujeto no se atribuye responsabilidad en relación a ellas. La
responsabilidad que indica Freud aparece vinculada a ese propósito desconocido para el
sujeto. Se va desarrollando aquí otro tipo de responsabilidad: la subjetiva.
Freud se detiene a indagar sobre acciones simples e inocentes en apariencia, y dice: “Expresan
algo que el actor mismo ni sospecha en ellas y que por regla general no se propone comunicar,
sino guardar para sí.” Tales acciones conllevan en todos los casos un “propósito inconsciente”;
las operaciones fallidas poseen una motivación oculta para el sujeto.
Es así como encontramos en estas acciones fallidas un sentido; un significado que se asocia al
propósito inconsciente que persiguen, más allá de la intención o voluntad consciente.
Claramente, ya no nos referimos al sujeto autónomo.
“Las interpretaciones de estas pequeñas acciones casuales, se obtienen en cada caso, a partir
de las circunstancias que rodean a la sesión, del tema que en ellas se trata y de las ocurrencias
que advienen cuando se orienta la atención hacia esa aparente casualidad.” Así, si la solución
de estas acciones sintomáticas va a ser alcanzada a través de las ocurrencias del paciente,
entonces tenemos que entender que el significado de ellas va a surgir del sentido singular que
esa acción tenga para el sujeto.
No se trata de confrontar al sujeto con la dimensión de los valores compartidos, ni de
confrontarlo con la referencia moral. No se trata de la realidad objetiva ni de medir sus dichos
en relación a una verdad constatable. Se trata en cambio, de la realidad psíquica. Es decir que,
otra vez aquí, Freud nos guía hacia la distinción entre la dimensión moral y la dimensión del
sujeto.
La indicación freudiana es escuchar la verdad que se produce en su decir y que compromete al
sujeto, aún más en esos puntos donde el yo –que se pretende autónomo– no puede dar
cuenta. Es en este punto donde Freud ubica la responsabilidad: en relación a aquel propósito
inconsciente que, ajenamente a la voluntad del yo, propició la acción.
Tanto para las formaciones del inconsciente como para los síntomas, la interpretación siempre
estará sujeta a los dichos del paciente bajo la regla de la asociación libre.
Detengámonos en los sueños. El contenido manifiesto del sueño es pasible de ser reconducido
tras un análisis a lo que Freud llamó los “pensamientos oníricos latentes”. Freud parte de un
supuesto fundamental: “…es muy posible, y aún muy probable, que el soñante a pesar de todo
sepa lo que su sueño significa, sólo que no sabe que lo sabe y por eso cree que no lo sabe”.
Con respecto a los sueños, formula además la siguiente pregunta: “¿Debemos asumir la
responsabilidad por el contenido de nuestros sueños?”. Su respuesta es taxativa: “Desde luego,
uno debe considerarse responsable por sus mociones oníricas malas”.
En el sueño, como en todas las formaciones del inconsciente, un elemento accesible a la
conciencia es medio de expresión de otra cosa, de algo desconocido, pero sobre el cual
podemos suponer un saber no sabido. Nos enfrentamos entonces, nuevamente, al campo de la
responsabilidad subjetiva, y su relación con aquello que perteneciéndole al sujeto le es ajeno.
Tal ajenidad no es tomada por Freud como causa de inimputabilidad; por el contrario, es a ese
punto donde dirige la responsabilidad.
Sin embargo, si bien Freud responsabiliza al sujeto de aquello que desconoce de sí mismo, no
imputa al sujeto en el campo moral por aquello que se juega en lo inconsciente.

Freud transcribe el siguiente relato de un amigo suyo: “Hace algunos años acepté ser elegido
para integrar el comité directivo de una sociedad literaria porque suponía que esto podría
ayudarme a conseguir que se representara mi pieza dramática, y participé regularmente,
aunque sin mucho interés, en las sesiones que se realizaban todos los viernes. Ahora bien, hace
unos meses recibí seguridades de que mi pieza se representaría en el teatro de F., y desde
entonces me ocurrió olvidar habitualmente las reuniones de esa sociedad. Cuando leí su libro
sobre estas cosas, me avergoncé de mi olvido, y me reproché que era una bajeza faltar ahora,
cuando ya no podía servirme de esa gente; tomé entonces la resolución de no olvidar por nada
del mundo la reunión del viernes siguiente. Mantuve continuamente en la memoria este
designio hasta que lo cumplí y me encontré ante la puerta de la sala de sesiones. Para mi
asombro, estaba cerrada. La reunión ya se había realizado; yo había errado el día: ¡ya era
sábado!”.
En un primer momento las motivaciones inconscientes se expresan más allá de la voluntad e
intención del yo. El yo desconoce que los olvidos reiterados son el signo de un conflicto que el
sujeto no se dispuso a resolver por la vía de la decisión. Sin embargo, no es hasta encontrarse
con el libro de Freud que esta acción interpela al sujeto. La interpelación, retroactivamente, lo
lleva a resignificar esos olvidos; ahora sabe que los olvidos no son casuales y que tienen un
sentido para él. En términos del Circuito de la Responsabilidad, diremos que se ha constituido
el Tiempo 1.
La vergüenza nos pone en la pista de un sujeto interpelado por aquello que, aunque vivido
como ajeno, le pertenece y perturba su intención consciente confrontándolo a un punto de sin-
sentido. Esa hiancia, ese punto de inconsistencia, lo interpela, llama al sujeto a responder. La
interpelación, que nombraremos como Tiempo 2 del circuito, es lógicamente anterior al
Tiempo 1.
¿Cómo responde el sujeto a esa interpelación? En nuestro ejemplo, el reproche, posterior a la
vergüenza, genera un movimiento en el sentido opuesto al de la responsabilidad subjetiva.
Toma la interpelación, pero se responsabiliza moralmente y trata de enmendar. Evalúa su
accionar, lo encuentra moralmente malo y se reprocha por ello. Entonces, en un intento
desesperado por recuperar su cualidad de autónomo el sujeto se dispone a fortalecer su
voluntad vía imposiciones morales. Esto resulta muy contraproducente ya que, en realidad,
fortalece el conflicto original. Prueba de esto último es la equivocación del día de la reunión. El
propósito inconsciente desbarata nuevamente la intención consciente. Un acto logrado, sin
dudas. Una y otra vez, la indestructibilidad del deseo inconsciente.

- Texto: The Truman Show – Fariña, M.


En la ficción futurista de un mundo cada vez más agresivo un bebé desamparado es adoptado
por una corporación televisiva. Emitida en directo durante las veinticuatro horas, todos saben
lo que Truman desconoce respecto de su vida.
Todos advertimos que, en su ordenada vida, Truman se ve confrontado más de una vez con
sucesos absurdos, cosas que no cierran. Se trata siempre de accidentes técnicos consecuencia
de fallas en el set. Ante sus propios ojos, un reflector se estrella en el asfalto, y si bien la radio
le ofrece inmediatamente una explicación razonable para el accidente, Truman no se interroga
más allá de sus límites. El saber popular nos lo enseña: no hay mejor sordo que el que no
quiere oír. Y también: ojos que no ven, corazón que no siente. Todos los días vemos ejemplos
que confirman estos dichos. De la trama del film se infiere, de hecho, que así ha transcurrido
toda la vida de Truman. A nosotros nos toca presenciar sólo un fragmento, el del film, el cual es
el momento del viraje: de la determinación a la responsabilidad. Para explicitar mejor la
cuestión, vamos a valemos de un pequeño esquema:

Tiempo 1 Tiempo 2

Tiempo 3
Se trata de los que llamaremos el circuito de la responsabilidad. En el Tiempo 1, el personaje
lleva adelante una conducta con determinados fines, en el supuesto de que su accionar se
agota en los objetivos para los cuales fue concebida. En un Tiempo 2, recibe de la realidad
indicadores que lo ponen sobre aviso respecto de que algo anduvo mal. Las cosas fueron más
allá -o más acá- de lo esperado. El sujeto se ve interpelado por esos elementos disonantes.
Algo de esa diferencia le pertenece.
Ante tal interpelación puede hacer dos cosas bien distintas. Una de ellas es la que inferimos
hizo Truman a lo largo de su vida, sintetizada en lo que podríamos llamar la escena del
reflector. Creerse la explicación del avión cuyas partes se desprenden, le ahorra la angustia que
devendría de la pregunta ¿quién soy? No se trata, claro, de un mecanismo consciente para el
personaje.
Un sujeto puede pasarse la vida huyendo de sí mismo. Pero existen ciertas circunstancias en las
que algo cambia, en las que se encuentra eligiendo, pero no ya desde el cálculo y la certeza
precedentes. Cuando todo parece reducirse a un círculo vicioso, algo sucede en Truman. Se
trata de la responsabilidad. No la responsabilidad moral de levantarse cada mañana para ir a
trabajar, la de no defraudar a los demás. Se trata de una respuesta que supone un cambio de
posición del sujeto frente a sus circunstancias. Nuevamente, no se trata de un mecanismo
consciente ni voluntario. Es una transformación de la cual el primer sorprendido es el propio
protagonista.
En nuestro esquema, este movimiento supone que el Tiempo 2 se sobreimprime al Tiempo 1,
resignificándolo. La hipótesis que explica clínicamente este movimiento aparece ubicada en el
arco superior del grafo. Es la que abre la potencialidad de un Tiempo 3, el de la
responsabilidad. El sujeto que adviene en ese Tiempo 3 no es el mismo que dejamos en el
Tiempo 1. Sin embargo, es en la acción emprendida en el Tiempo 1 donde el sujeto anticipa,
sin saberlo, una verdad sustancial para su existencia.
El del tiempo 3 es el sujeto de la renuncia, el que enfrenta su existencia. El que esta dispuesto a
quebrar el último de los horizontes que aun permanecía intacto y abrir la puerta de la
incertidumbre.

- Texto: Responsabilidad subjetiva y culpa – Damore, O.


No hay responsabilidad subjetiva (singular) sin culpa (particular).
En sentido lato la culpa no es más que la imputabilidad de un daño por el que hay que pagar,
incluso con la cautividad del cuerpo. Es necesario destacar en el proceso, el carácter
económico que comprende esa deuda, contraer una deuda es contraer una culpa (falta,
pecado, delito) estar en deuda obliga a responder, es decir, pagar la deuda. Entonces,
responsabilidad y culpa se limitan a expresar dos aspectos de la imputabilidad jurídica. Solo
con posterioridad estos conceptos serían importados fuera del ámbito del derecho, desde otras
disciplinas.
El derecho ha desarrollado con más especificidad a través del tiempo otras “figuras” de
desresponsabilización. Soportado en el positivismo ha llegado a la conclusión de que “todo
sujeto es responsable de sus actos.
Encontramos algunas entidades que no tienen la posibilidad de responder: el niño, el loco, el
embargado por la emoción violenta, el intoxicado y, entre otros, el obediente. Estas figuras son
inimputables de culpa y por lo mismo no son responsables.
Vamos a incorporar ahora dos conceptos que resultan cruciales para el derecho en la
construcción de esas figuras de desresponsabilización.
1. La razón. El conocido “principio de razón” es ese bien del que los niños (porque
todavía no la han adquirido); los locos (porque la perdieron) y los embargados por la
emoción violenta (porque la razón naufragó en la acción violenta) quedan excluidos.
2. La intención. Ella es un elemento que liga de modo directo a la responsabilidad y la
culpa, lo que quiere decir que, para esta disciplina, es la intención, la que obliga a
responder. La intención es lo que “compromete”.
Estos son los operadores con los que se analiza objetivamente la responsabilidad jurídica, para
la imputación o no de culpa. En la que se destaca la conclusión: no podría existir la culpa
jurídica sin la responsabilidad objetiva que otorga la razón.
Hasta aquí, hemos planteado una dimensión que podríamos caracterizar como jurídica,
objetiva y moral (en sentido general) de la relación responsabilidad y culpa. Es una forma de
referirnos a los códigos jurídicos para iluminar lo que legalizan de la moral, y según ella quiénes
pueden responder y quiénes no, cuando son interpelados objetivamente.
- Circuito de responsabilidad subjetiva
En esta dimensión ya no hablamos solo de buenas o malas intenciones o de buenas o malas
acciones por las que mereceríamos ser juzgados por otro. Entramos en una zona que resulta de
máxima importancia clínica porque implica una experiencia: la experiencia de deseo
inconsciente.
La interpelación subjetiva es la puesta en marcha del circuito. Luego la culpa obliga a una
respuesta ad hoc a la interpelación; es decir, dado el tiempo 2 que es el tiempo de la
interpelación en el circuito, se funda en su resignificación el tiempo 1, facilita una respuesta
que aunque no es considerada todavía tiempo 3 –aquél de la responsabilidad subjetiva–
responde a la interpelación.
La culpa hace a la retroacción, hace que se retorne sobre la acción por la que se “debe”
responder.
Todavía no hemos hablado de responsabilidad subjetiva y lo que implica un tiempo 3, es decir,
el efecto sujeto. Estamos diciendo que el recorrido puede volver sobre los elementos
disonantes sin que esto implique una apertura sino para cerrar el circuito.
Dado un tiempo 2: el de la interpelación, la ligadura al tiempo 1 es ya una obligación a
responder a esa interpelación. No hay forma de no responder pues la interpelación exige
respuesta. La interpelación “implica” ya una deuda por la que hay que responder, es el llamado
a responder para volver al surco de lo moral, en este caso, la respuesta es particular. No hay
singularidad en la vuelta al surco moral porque la respuesta resulta un taponamiento de la
dimensión ética.
Se abre como respuesta a la interpelación, de un modo general, un abanico de posibilidades; a
saber: el sentimiento de culpa, la proyección, la negación, la intelectualización y, en líneas
generales, la formación sintomática. Cada uno de estos elementos puede ser considerado una
respuesta que dice sí –cada una a su manera– a la interpelación. No estamos diciendo que
todas las respuestas son iguales, tampoco pretendemos ejemplificar todas las variables, solo
estamos diciendo que responden, de un modo genérico, a la interpelación subjetiva.
En este sentido es que planteamos una diferencia respecto del tiempo 3 como responsabilidad
subjetiva. El efecto sujeto es también una respuesta a la interpelación, pero ya estamos
hablando allí de una dimensión ética. Y eso implica la noción de acto en la que el sujeto se
produce. De modo que, al hablar de efecto sujeto, estoy hablando del acto, y es ético, porque
es el acto en que se produce un sujeto de deseo inconsciente.
- Especies de la respuesta
La negación, la proyección y las formaciones sintomáticas asociadas al sentimiento
inconsciente de culpa. En ellas la culpa, por distintas circunstancias, no favorece el efecto
sujeto. Se trata de dos niveles discernibles: el caso del culpógeno, en donde se alcanza un
efecto sustancializador por el goce de la culpa, y esas otras formaciones en las que es la culpa
la que resulta “anestesiada” y por lo mismo es proporcionalmente ajena a la responsabilidad
subjetiva. Pero queda claro que en estos casos no es que hay más de una que la otra:
anestesiada la culpa, no hay responsabilidad subjetiva. Pueden ir en su lugar formaciones y
transformaciones a modo de respuesta a la interpelación.
“Saberse” culpable implica pasar por una experiencia analítica de deseo inconsciente que, una
vez más, obliga. Sin duda es más sencillo querer desligarse del asunto, no querer saber nada de
ello.
a) El culpógeno, en el que no hay implicación, sino que se transforma en el sujeto-joya que
cuadra perfectamente en las coordenadas de una responsabilidad moral u objetiva;
b) las vicisitudes del sentimiento inconsciente de culpa que, como hemos dicho, encuentra un
modo regio de manifestación, por ejemplo, en lo inequívoco de la angustia, pero que tampoco
implica emisión subjetiva sobre lo real del acto;
c) en la negación, que también es una alternativa a la interpelación, pero que es del mismo
modo un manifiesto de la misma y que encuentra su mejor aliado en la proyección. Recuerden:
si el culpable es el otro yo no soy responsable;
d) y en fin, también la producción sintomática en donde lo que retorna será siempre aquello
que coincide con lo que se ha reprimido.
EJEMPLO:
Un analizante trae lo siguiente. Es el cumpleaños de la esposa y decide comprarle un regalo, es
algo pensado y repensado: ¿Qué es lo mejor para ella?
Entra en un hipermercado, da vueltas y luego de un par de horas compra un tacho de basura.
“El mejor tacho de basura”. Tiene pedal para abrir la tapa, rueditas, el color que hace juego con
el mobiliario de la cocina, etc. También alude al dinero que desembolsa puesto que era el más
caro. Luego el detalle del papel para regalo, una tarjeta de cumpleaños y es entregado a la
mujer que, sin dudarlo, se lo tira por la cabeza. “Yo tenía las mejores intenciones” –dirá–.
Y no tendríamos por qué dudarlo: El yo puede tener las mejores intenciones. Por lo mismo
insiste en su mejor defensa que podría resumirse más o menos así: “Mire lo que me hace esta
loca”. Si la loca tiene la culpa, entonces él no es responsable. Que quede claro: no se trata
hasta aquí sino de quién es el responsable moral de la situación odiosa.
Aunque hay algo insoslayable: el episodio lo interpela, no es algo que sucede y nada más. Dirá
que ella está loca, que no lo comprende, que el amor que puso para la elección del regalo y ella
le responde de esta forma, etc. El yo se sorprende, quiere comprender, pero está excluido de la
situación.
La sanción del partenaire lo mantiene en su particular y vacila ahora frente a un posible error
en la elección del regalo, que puede culpabilizarlo moralmente. La pregunta de su compañera
insiste “¿Por qué un tacho de basura?”. La respuesta es sencilla: se equivocó. De esto se
responsabiliza, del yerro electivo; luego es el culpable de la situación: la próxima vez tiene que
elegir mejor.
Se arrepiente de su elección, y puede verse el giro: la interpelación lo lleva desde la culpa del
otro, la locura del otro, a su responsabilidad moral por la elección. Sin embargo, a fuerza de
repetición volverá a “equivocarse”, y a defender su posición sintomática a ultranza.
El deseo inconsciente –reprimible pero indestructible– sigue haciendo su jugada, iluminándose
en cada acto.
Pero no hay equívoco. El “me equivoqué” es una disculpa por la que el yo se desculpabiliza del
deseo, aceptando la culpa moral del reconocimiento de la pretendida equivocación. La
equivocación es una coartada para la recomposición yoica, es un recurso de la conciencia moral
para rectificar el rumbo errático del deseo que se posó fugazmente sobre el objeto de su
elección: un burdo tacho de basura.
De lo “logrado” en el momento de la elección inconsciente, a la sustancialización del “me
equivoqué”, se constituye la secuencia en la que se enlazan hasta aquí dos respuestas a la
interpelación. La primera, a expensas de la proyección queda momentáneamente
desresponsabilizado: “la loca tiene la culpa, yo no tengo nada que ver”. La segunda respuesta
es una modificación en la que intenta responsabilizarse moralmente: “la culpa es mía porque
me equivoqué”.
Para finalizar, luego de una nueva reyerta conyugal está muy enojado, la mujer lo ha
maltratado frente a terceros, y dice: “Me trata mal, me basurea, llegó al extremo de no
interesarle que quede como la peor de las basuras”. Y su discurso se escande: –Para la peor
basura... Recién aquí hay efecto sujeto de aquella elección en la que se posó el deseo. La
resignificación de la acción de elegir el tacho de basura produce en acto un sujeto, es en este
sentido que el acontecimiento es proceso de verdad. Él es su basura, no hay yerro en la
elección, sino algo logrado que viene a decir algo de esa relación.

- Teórico 2:
- Texto: Eichmann y la responsabilidad – Gutierrez, C.
Al finalizar la 2ª Guerra Mundial se realizó el célebre juicio de Nüremberg, para resolver
jurídicamente la responsabilidad de los oficiales nazis por los horrores producidos durante el
conflicto. Existía una fuerte discrepancia entre los aliados acerca de los límites jerárquicos de
tal responsabilidad: ¿quiénes eran los responsables? ¿Debía extenderse a todos quienes
habían actuado o sólo a los principales funcionarios?
Eichmann fue la gran figura organizativa de la expulsión de Alemania y la posterior deportación
hacia el Este – con destino a los campos de exterminio – de los judíos. En su juicio, se establece
que Eichmann era un oficial de segunda línea. Ninguna decisión importante del régimen
pasaba por él. Era sólo un engranaje, un simple agente de transmisión. Todo el peso de su
defensa estaba puesto en demostrar cómo él fue un simple ejecutor de órdenes superiores.
Pues bien, aquí estaba el problema ya que la obediencia a las órdenes superiores no es pasible
de castigo en términos jurídicos. Por ello, resultaba necesario para la acusación salir del terreno
de la obediencia.
El problema reside en que el derecho escamotea la verdadera cuestión: la obediencia no es
ajena a la responsabilidad. En las órdenes criminales, no todo se reduce a la ejecución de un
acto criminal sino que la cuestión central reside en que la obediencia es el crimen. La
responsabilidad del sujeto reside exactamente allí, al ofrecerse como instrumento de la
maquinaria. Eichmann dice no tener nada que ver con el exterminio, como si ese exterminio
hubiera sido posible sin todas las pequeñas y grandes tareas de cada uno de los que
contribuyeron de un modo decisivo para lograr ese resultado.
Es precisamente de esta obediencia y de sus consecuencias inmediatas que él es culpable.

UNIDAD 6: Filiación
- Teórico 3:
- Texto: Cuestiones éticas y epistemológicas ante la experimentación psicológica con
niños – Fariña, M.
Lidia Castagno de Vicentini escribió el articulo “Los verdaderos padres son los padres
psicológicos” íntegramente dedicado a analizar el proceso de restitución de niños encarado por
las Abuelas de Plaza de Mayo. A través de un recorrido bibliográfico por diversos autores del
campo psicológico y psicoanalítico la autora se mostraba adversa al proceso de devolución de
los niños a sus legítimas familias. El argumento utilizado consistía en afirmar que la paternidad
no constituye un dato biológico sino social y que por lo tanto el lazo sanguíneo que unía a los
niños con sus abuelas era irrelevante frente a los casi diez años que en algunos casos los niños
habían permanecido en sus familias sustitutas.
Un grupo de psicólogos ligados al movimiento de derechos humanos ensayó una respuesta que
fue publicada bajo el provocador título “Los verdaderos padres son los padres”.
Esta controversia iba a ser anticipatoria de tormentas más fuertes. En octubre de 1985, durante
una mesa organizada por las Abuelas de Plaza de Mayo, se fundamentaba la necesidad de dar
carácter de ley a la iniciativa del Banco de datos genéticos. Como se sabe, este recurso permite
reconocer la filiación de los niños a partir de un análisis sanguíneo de histocompatibilidad. A
partir de allí la genética devendría elemento probatorio de la identidad. Pero las familias
sustitutivas, y especialmente aquellas ligadas al aparato militar, no se resignaban a perder la
potestad sobre los niños apropiados.
El caso argentino ha sido ejemplificador -por lo extremo- de las profundas dificultades que
encuentra la teoría para explicar situaciones de filiación fuertemente determinadas por los
atravesamientos políticos y del curso mercantil del desarrollo tecnológico. En 1986, Francoise
Dolto, psicoanalista francesa, visitaba Buenos Aires y producía un gigantesco equívoco al
proponer la noción de 'segundo trauma' para comprender el problema de los niños
secuestrados. Según Dolto estos niños habían vivido ya una fuerte situación traumática cuando
fueron separados de sus hogares de origen, y por lo tanto no se les debía infligir una nueva
injuria privándolos ahora de las familias en que habían pasado muchos años de su vida.
Estamos así ante la puesta en marcha de un argumento montado en un concepto mecanicista
del psiquismo, una suerte de dispositivo 'acumulativo' del trauma, completamente alejado de
una ética de la subjetividad.

- Texto: Restitución del padre – Gutiérrez, C.


1. Los nombres de los padres
La desaparición de niños durante la dictadura militar de 1976/1983, y luego apropiados
ilegalmente -en muchos casos por los propios represores de sus padres-, constituye un grave
problema de múltiples alcances.
Más tarde, con la llegada del gobierno constitucional y tras la detección de algunos de estos
niños por el trabajo de los organismos de derechos humanos, se presentó, en particular, una
dificultad de enorme envergadura, cuyos efectos últimos no son aún del todo visibles: ¿qué
destino familiar corresponde dar a esos niños?
Estos, luego de permanecer un tiempo junto a sus padres y vivir con ellos una corta vida
familiar, pasaron a convivir, durante muchos años, con la familia que los apropió y se ocupó de
su crianza. Los niños convivieron con ésta creyéndola su familia de origen.
Esta delicada cuestión trajo consigo un abanico de perspectivas donde se han mezclado
profusamente las diversas formas de opinión. El interrogante fundamental se presentaba a la
hora de designar a los integrantes de ambas familias: ¿cómo nombrar a los primeros?, ¿cómo
nombrar a los segundos? Las dudas para designar los vínculos implicaban tomar una decisión
crucial para la vida de esos niños ya que se pretendía ubicar nada menos que el lugar paterno.
No era, por tanto, un problema de tipo práctico, sino que tal decisión dependía del criterio de
legitimidad que se sostuviera sobre la paternidad. ¿Cuáles son los padres legítimos? ¿Aquellos
que dieron origen al hijo o los que durante años fueron reconocidos explícitamente como tal
por el niño?
Por nuestra parte querríamos iniciar este trabajo con la siguiente afirmación: es necesaria una
decisión jurídica sobre la paternidad. La paternidad necesita una decisión desde la ley.

- Texto: Niños desaparecidos. La construcción de una memoria – Kletnicki


1. Punto de partida
La existencia de un plan sistemático para la apropiación de hijos de personas víctimas de la
desaparición forzada, o de niños que han nacido durante el cautiverio de sus madres, ha sido
uno de los rasgos distintivos de la dictadura militar que asoló al país entre 1976 y 1983.
La apropiación ilegal de niños es la marca de un dolor que no cesa, de un horror que
permanece en el tiempo, de una herida incurable, huella de esa verdadera catástrofe social y
subjetiva.
Este trabajo no necesita hacer aclaración alguna acerca del carácter criminal de la apropiación:
toma como punto de partida la realización de un delito que comienza con la desaparición del
niño que debió ser, continúa en la negación del nombre, de la historia, del deseo que lo
esperaban, y extiende sus consecuencias en la interrupción de la trama generacional que funda
el orden humano, produciendo así una ruptura no sólo individual, sino al mismo tiempo social,
colectiva: hablamos de niños que han quedado perdidos del entramado generacional.
Más de veinte años después, sigue siendo necesario decir algo acerca de aquellos destinos,
interrogando desde las referencias propias del campo de la subjetividad, sobre los efectos en la
constitución del psiquismo de la acción de un delito continuado y permanente.
Al secuestro y la desaparición física del niño, o del bebé aún por nacer, debe adicionársele la
siniestra categoría de apropiación psicológica, ya que, desde la usurpación de los lugares
paternos, y de las marcas que desde esa posición se transmiten, se aportan las condiciones
para estructurar un sujeto.
La restitución aparece como la pieza clave de una ética centrada en el develamiento de lo
oculto, en el cese del efecto siniestro que ejerce su poder desde lo más íntimo: centrada, por
fin, en la recuperación del orden legal de los intercambios.
Cabe preguntarse, sin embargo, acerca del estatuto posible de la restitución, analizando sus
alcances, sus límites y sus condiciones de posibilidad, en tanto una siguiente paradoja,
centrada en el carácter ficcional de la verdad, indica que es ilusorio sostener para esta temática
una ‘reconstrucción’ de lo destruido. Partiendo, por ejemplo, de la definición que para la ley
tiene el concepto de restitución (volver a colocar un objeto en el lugar del que ha sido extraído,
y reparar los daños que en tanto ha sufrido), cabe preguntarnos si tal conceptualización puede
ser acompañada sin más desde el punto de mira de la constitución de lo humano: hay que
hacer notar que, cuando el objeto en cuestión es un sujeto, la complejidad de la situación deja
entrever los límites de la ilusión reparadora del derecho.
Al ser la apropiación contraria a la ley, ilegal, y bajo las pautas especificadas en un código
particular, puede sostenerse la pretensión jurídica de un restablecimiento del estado anterior y
una reparación del daño producido, por la vía del castigo que el delito exige.
Pero hay que admitir, sin que por ello se reduzca la demanda de justicia, que en el eje de los
efectos sobre el sujeto es necesario ubicar el límite y la especificidad de aquello que puede
restablecerse, ya que encontramos aquí las huellas de lo irreparable.
Por esta razón, se requiere un análisis que avance al menos por dos vías, separando lo relativo
a la realización del delito y su sanción, de las posibilidades de reparación de sus consecuencias.
2. Las grietas de la ley
Puede pensarse para la ley, mediador simbólico por excelencia, una doble acepción: una Ley
(con mayúsculas), condición necesaria a la fundación y estructuración del psiquismo, y una ley
(con minúsculas) cuya producción hace referencia a cada uno de los sistemas sociales,
particulares, en los que el hombre se desenvuelve.
Una pretensión un tanto ideal apunta al hallazgo de una correlación estricta entre ambas
dimensiones: dicho de otro modo, que las leyes particulares que regulan las relaciones
sociales, la convivencia humana, representen de manera acabada la dimensión en la que la Ley
soporta y estructura el campo de la subjetividad.
La transgresión de la ley social, y la determinación de culpa jurídica que conlleva, encuentran
en el campo del derecho la consecuencia del castigo; pero para las fallas de la otra Ley, las que
se expresan por la vía del padecimiento subjetivo, no funciona el contexto judicial de
penalización.
Pensar la apropiación ilegal y sus consecuencias en términos de constitución subjetiva, de
construcción de lo humano, implica ubicar algunos límites al restablecimiento de “la situación
que imperaba antes del acto antijurídico”.
Se presenta así de manera paradojal la relación entre una demanda de justicia, en la que se
insiste en no ceder, y un estatuto que nombra como no plenamente reparables las
consecuencias de un delito como la apropiación, al interrogar acerca de sus resultados en la
subjetividad de quien lo padece.
Si para el derecho la ley cubre lo que falta y repara ‘lo que se ha roto’, el psicoanálisis indica
que algo de lo alterado no vuelve al lugar original.
Debe advertirse que la posición señalada no significa decir que no haya un trabajo de
elaboración posible de las consecuencias. Pero se trata de establecer si los procesos en los que
el sujeto se ha fundado se han construido de tal manera que le permitan el cuestionamiento
del saber que lo conformaba, para que desde allí pueda dar cabida a lo que es función del
derecho develar.

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