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** LA DIMENSIÓN RELIGIOSA:

Constituye una de las características más importante de la vida de


los hombres y de los pueblos, en la medida en que muchos casos
determinan sus conductas, sus modos de vida, su manera de pensar, de
sentir y actuar.

Ante todo, deberíamos preguntar qué es la dimensión humana


etimológicamente. No se puede analizar ningún tema sin antes saber que
significa esa definición que uno está tratando de desarrollar, sea cual
fuere el objetivo. Si buscamos dimensión en un diccionario cualquiera,
encontraremos, ante todo, que proviene de la raíz latina -nsione, y que es
una magnitud de un conjunto que sirve para definir un fenómeno,
segundo, que es un producto de las potencias de las unidades físicas
fundamentales que sirve para definir otras unidades físicas derivadas.
Las unidades fundamentales son la masa, la longitud y el tiempo.
También tiene dos significados con respecto a la geometría, en que
representa la longitud de una línea, área de una superficie o volumen de
un cuerpo, o una extensión de un objeto en dirección determinada.
Veremos también que en el área de la música simboliza la medida de los
compases, y por último, que se usa cuando se le quiere dar importancia o
relieve a una cosa.

Si buscamos humano, hay varias definiciones posibles. Indica algo


relativo al hombre (por ejemplo, que el linaje humano es la inteligencia
humana), y también se usa cuando se señala a alguien compasivo o
generoso, o para indicar una persona.

O sea que la dimensión humana indica la magnitud del conjunto de


las personas.
Las personas son seres que pueden, o no, tener vida. ¿Cuál es el
sentido de la vida humana? En ésta juegan un papel fundamental la idea
de la inmortalidad (que daría sentido a la existencia humana) y de un dios
(que debe ser el sostén del hombre), que están enfrentados entre la razón
del individuo, que le lleva al escepticismo, y su corazón, que necesita
desesperadamente de Dios.

Se apoya como en dos columnas:

1.- Muy humana. Toda religión que se estima de serlo tiene como
expresión tangible el amor, comprensión, respeto, solidaridad hacia el otro
que nos rodea.

2.- Es la fe, que nos abre un conocimiento insospechado de realidades


creídas que no se ven todavía, pero que nos marcan la vida presente y
abren el horizonte después de la muerte.

La fe en Dios, su presencia cercana en la tierra que es Jesús, el


misterio de su actuar en nosotros respetando nuestra libertad y, al mismo
tiempo, invitándonos a unirnos a su causa etc… son realidades muy
grandes.

Los antivalores del sistema neoliberal nada tienen que ver con esta
dimensión religiosa, aunque en su marketing siempre buscan usarla
porque saben la fuerza que tiene.

La dimensión religiosa, usando una frase conocida, es el mayor


valor de la humanidad. Su objetivo es aquí la felicidad toda para todos,
abierta a lo que va a venir después que la supera infinitamente más.

Un tesoro como esta dimensión religiosa de la vida hay que cuidarla


y ayudarla siempre a crecer.
** IDENTIDAD DEL SER CRISTIANO:

En primer lugar, la identidad cristiana no es un conjunto de


valores, ritos o incluso culturas, sino que es el hecho de llegar a ser como
Cristo, seguirle e imitarle. Esta imitación es, así, el motor en la historia,
que hay que interpretar siempre según los signos de los tiempos. De la
misma manera que la «Francia de siempre» no existe, «la identidad
cristiana de siempre» no existe: la identidad se ancla en la historia, se
actualiza, desde un punto de vista individual y colectivo. Por eso, yo
hablaría más bien de «identidades cristianas», en plural.

1. La identidad no es una conquista para siempre, se construye


durante todo la vida, se acopla y afirma en cada época y cada cultura.
Además se va haciendo poco a poco entre varias identidades; donde hay
una como la más importante, que predomina en la persona. Con la que
cada quien es reconocido.
Para descubrir la propio identidad hay que responderse a las siguientes
preguntas: ¿Quién soy? ¿Quién dicen que soy? ¿Cuál es el sentido para mi
vida? ¿Cómo va cambiando ese sentido a lo largo del tiempo?

2. La identidad tiene que ver con «Ser uno mismo» en la


diversidad del mundo. Por ejemplo, la auténtica identidad cristiana
en medio de todas las corrientes de pensamiento de la vida social implica
fortalecer las capacidades de diálogo y tolerancia. No sólo hacer una
profesión de fe, al modo de doctrina según los dogmas de la Iglesia; más
bien, se trata de dar razones de lo que se cree, o dar evidencia de la
esperanza a través de la propia experiencia o la ajena. Este camino del
diálogo, tan necesario, no debe hacernos olvidar tener presente las líneas
fundamentales del ser cristiano a la luz del Evangelio de Jesús.

3. Ser auténticos en la novedad tecnológica y la diversidad


cultural. El mundo de la tecnología nos confiere una infinidad de
posibilidades para evolucionar y ser mejores personas. Hay muchas cosas
no están siendo bien aprovechadas, quizá porque entrañan riesgos que no
se pueden soslayar, de los cuales debemos estar prevenidos, so penaperder
la verdadera identidad cristiana. Por consiguiente conviene considerar dos
presupuestos:
 Un primer presupuesto es conocer el cristianismo a la luz del Evangelio
de Jesús. El asombroso panorama cultural de la fe (que con razón puede
llamarse católica en su sentido etimológico: universal, ya que se ha
encarnado de múltiples formas a lo largo de XXI siglos y a lo ancho del
orbe-) es ya de por sí invaluable. Ese conocer no debe ser para «creernos»
que somos «mejores que otros», sino para aprender y crecer como
personas. Se trata de hacer nuestro propio camino, para heredar a las
próximas generaciones, aún no conocidas, aquello que ellos deben
perfeccionar.
 En segundo lugar, es indispensable poseer una auténtica cultura
cristiana - formarnos más allá del catecismo escolar- para no ser presas de
la manipulación a causa de la propia ignorancia. Podríamos fácilmente
sentir un cierto complejo ante los clichés y los ataques sistemáticos de los
diversos medios de comunicación; por ejemplo a raíz de tópicos tales como
la inquisición, las cruzadas, el antisemitismo y más recientemente la
pedofilia; hasta el punto de que alguno pudiera avergonzarse de su fe y
por supuesto ocultarla en la plaza pública o en los ámbitos más personales
de la vida. Tal actitud mostraría ignorancia, enemiga mayor de Dios sobre
la Tierra.
4. Reconocer nuestros orígenes. No hay que olvidar por ejemplo –entre
otras muchas realidades- que los ideales de la Revolución Francesa tienen
una matriz incontrovertiblemente cristiana: libertad, igualdad y
fraternidad que impregnan el mensaje cristiano. Ha sido en la cultura
cristiana donde ha surgido la democracia, y el fenómeno de la universidad,
como lugar de saber y como manifestación de la confianza del hombre en
su propia razón. El cristianismo se ha trascendido hacia diversos fueros.
Así, la Iglesia Católica, por ejemplo, ha sido promotora desde sus inicios
de los grandes valores universales, como la justicia y la paz. La Iglesia ha
sido siempre, como decía Juan Pablo II, «experta en humanidad» y
continúa siéndolo. Los derechos humanos y la reflexión sobre la dignidad y
la defensa de la persona son indudablemente un legado cristiano;
actualmente la Iglesia entabla una feroz y pacífica batalla para
defenderlos, siendo en ello casi una voz aislada en el conjunto de la
sociedad. Con ello sólo busca ser fiel a la herencia que se ha desprendido
directamente del mensaje de Jesús.

5. La fe cristiana se ha enriquecido con las múltiples facetas de


la inculturación a lo largo de este tiempo, y simultáneamente ha realizado
una labor de criba, purificando aquellos elementos culturales
incompatibles con el mensaje cristiano y sobre todo con la dignidad
humana, para saber tocar después las mejores notas de las sinfonías que
cada cultura pueda ofrecer desde su hermosa herencia ancestral. Con ello,
la misma fe se ha purificado, al punto de pedir perdón por los enormes
pecados históricos que le han alejado del Evangelio de Jesús. El legado
cultural y humano de la fe es invaluable; va del Mausoleo de Constanza en
Roma a la Capilla del Rosario en Puebla, de “La Ciudad de Dios” de San
Agustín al Quijote de Cervantes, de San Francisco a Teresa de Calcuta,
etc. Más aún en la cercanía y afinidad con las culturas originarias de los
Pueblos de África, los Mayas de Guatemala, los Incas del Perú, los árabes
y la enorme diversidad cultural.

6. Solidaridad con los cristianos. Además de conocer la fe cristiana, su


tradición y su vida, y valorarla convenientemente, es necesario estar al
tanto de lo que hacen y sufren los cristianos en todo el mundo. Las malas
noticias se propagan con mayor rapidez, que las realidades buenas del
heroísmo cristiano de tantos fieles a lo largo del mundo. Es preciso
conocerlos y servir de altavoz para que el mensaje cristiano pueda seguir
fecundando el mundo y no se repliegue a causa de la presión ejercida en su
contra.

7. La identidad cristiana empieza «por conocerse uno mismo» a


partir de las experiencias internas y la realidad social que nos abraza. Se
trata, también de conocer lo que se cree, dar razones de ello. Eso permite
mirar a través de un cristal limpio, lejos de ideologías perversas y
malintencionadas. Lo cual permite amar realmente, bajo el principio de
que sólo se ama lo que se conoce.

«El sentido que emana de la fe determina la identidad». La identidad bien


discernida da consistencia a la vida en todos los ámbitos de la vida. Ayuda
a buscar respuestas a las inquietudes más importantes de la persona
dentro de los límites humanos y no en la dispersión del mundo. Una
buena construcción del ser a partir de la identidad configura al buen
adulto, al buen ciudadano, al buen profesional y cristiano. Eso quiere
decir, ser personas auténticas y responsables que llegan a afirmar, sin
tapujos: soy cristiano.
** DERECHO CANONICO:

El derecho canónico (del griego κανον kanon, para regla, norma o


medida)1 es una ciencia jurídica que conforma una rama dentro
del derecho cuya finalidad es estudiar y desarrollar la regulación jurídica
de la Iglesia católica. Bajo esta definición se engloban tres conceptos que
han conformado controversia acerca de su consideración a lo largo de la
historia hasta nuestros días: su finalidad, su carácter jurídico y su
autonomía científica.

La Iglesia católica está dotada desde sus inicios de una organización


propia y de un ordenamiento jurídico específico. Este sistema de derecho
es comúnmente conocido como derecho canónico, haciendo alusión a una
de sus principales fuentes normativas: los cánones o acuerdos conciliares.

El derecho canónico constituye un ordenamiento jurídico. Cuenta


con sus propios tribunales, abogados, jurisprudencia,
dos códigos completamente articulados e incluso con principios generales
del derecho.

** HISTORIA DEL DERECHO CANÓNICO:

Los cánones de los concilios se complementan con decretos papales,


y juntos se recogen en recopilaciones como el Liber Extra (1234), el Liber
Sextus (1298) y las Clementinas (1317).

Entre 1140 y 1142 Graciano redactó la Concordia discordantium


canonum, más conocida como Decreto de Graciano, una obra que trata de
conciliar la masa de cánones existentes desde siglos anteriores, muchos de
ellos opuestos entre sí.
Posteriormente, se formó una colección denominada Corpus Iuris
Canonici, que incluía las seis principales obras canónicas oficiales y
particulares, compuestas entre 1140 y 1503, que fue aplicada hasta la
promulgación del Código de Derecho Canónico de 1917.

En el siglo XX se inicia un proceso de codificación formal por medio


de recopilación del ya extenso cuerpo de normas que era complejo y difícil
de interpretar. Aunque la recopilación del derecho positivo vigente
comenzó en el pontificado de San Pío X, el primer Código de Derecho
Canónico se promulgó por Benedicto XV en 1917. Este hecho es
considerado el acontecimiento intraeclesial más importante de este
pontificado, porque el Código se constituyó como un elemento básico de la
organización de la Iglesia católica.

El Código de Derecho Canónico (Codex Iuris Canonici en latín) que


rige actualmente fue promulgado por el papa Juan Pablo II el 25 de
enerode 1983, derogando al entonces vigente, el pío-benedictino de 1917.
Consta de siete libros, que tratan (en orden) de los siguientes asuntos:
normas generales, el pueblo de Dios, la función de enseñar de la Iglesia,
las funciones de santificar a la Iglesia, los bienes temporales de la Iglesia,
las sanciones en la Iglesia y los procesos.

Este código de derecho canónico solo estaba en vigor para la Iglesia


católica de rito latino. En el ámbito de las Iglesias Católicas sui
iuris de ritos orientales se comenzó la codificación en 1917, pero no se
llegó a terminar; solo se promulgaron algunas partes antes de la
convocatoria del Concilio Vaticano II. Una vez promulgado el Código
latino en 1983, se comenzó una nueva codificación oriental que terminó
en 1990, promulgando el Código de los Cánones de las Iglesias
Orientales (Codex Canonum Ecclesiarum Orientalium), actualmente en
vigor.
Ramas del derecho canónico

El derecho canónico puede dividirse en distintas ramas:

 Derecho canónico constitucional,


 Derecho canónico fundamental,
 Derecho canónico administrativo,
 Derecho canónico penal,
 Derecho canónico procesal,
 Derecho canónico sacramental,
 Derecho canónico matrimonial, etc.

Los sacramentos —en la teología de la Iglesia católica— son signos


sensibles y eficaces1 de la gracia de Dios y mediante los cuales se otorga la
vida divina; es decir, ofrecen al creyente el ser hijos de Dios.

Los sacramentos se administran en distintos momentos de la vida


del cristiano y simbólicamente la abarcan por entero, desde
el bautismo hasta la unción de los enfermos (que antes del Concilio
Vaticano II se aplicaba solo a los que estuvieran en peligro de muerte).

La mayoría de los sacramentos solo pueden ser administrados por


un sacerdote. El bautismo, en ocasiones excepcionales, puede ser
administrado por cualquier seglar, o incluso no cristiano, que tenga la
intención de hacer con el signo lo que la Iglesia hace. Además, en el
sacramento del matrimonio los ministros son los mismos contrayentes.

Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la


Confirmación y la Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda vida
cristiana. "La participación en la naturaleza divina, que los hombres
reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el
origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los fieles
renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la
Confirmación y, finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el
manjar de la vida eterna, y, así por medio de estos sacramentos de la
iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la
vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad"

La iniciación cristiana, un proceso unitario

El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía son los tres


sacramentos que configuran la iniciación cristiana, entendida como un
proceso unitario. Los momentos más importantes de dicho proceso son el
catecumenado, los ritos bautismales, la experiencia celebrativa y el
encuentro con la comunidad.

Este proceso pretende conseguir tres objetivos:

* la conversión y la fe personal a través de la palabra catequética y


del rito;

* la participación en el misterio de Dios a través de la iluminación


bautismal;

* la incorporación plena a la vida nueva y a la comunidad eclesial.

En los primeros siglos la unidad del proceso estaba fuertemente


subrayada por el hecho de que el único ministro era el obispo y todos los
ritos quedaban enmarcados en la única celebración de la vigilia pascual.
Los tres sacramentos de la iniciación formaban parte de una totalidad
celebrativa y aparecían como momentos específicos dentro de un proceso
único. Cada gesto y cada rito de un sacramento se entendía en referencia
a los otros.

A partir del siglo V, se fue rompiendo la unidad de la iniciación y se


fueron separando los sacramentos postbautismales: Confirmación y
Eucaristía.

Esta situación de ruptura ha llegado hasta hoy, puesto que casi


todos los cristianos han sido bautizados de niños, han recibido la
Confirmación cuando el obispo visitaba la comunidad, y han participado
en la Eucaristía al llegar a la edad del uso de razón.

Esta separación temporal de los tres sacramentos ha contribuido a


desdibujar el sentido teológico y existencial de todos ellos.

3.2. El Bautismo y la existencia

El nacimiento de un nuevo ser

El nacimiento de un nuevo ser humano está cargado de misterio, de


tensiones, de esperanzas y de temores.

De misterio, porque la vida del nuevo ser trasciende a los mismos


que han sido los instrumentos, a veces ciegos, de su nacimiento. Y evoca
en su trasfondo a Dios como fuente misteriosa de la vida, que comunica a
los hombres la capacidad de dar vida.

De tensiones, porque el nuevo ser, desde su fragilidad, reclama


dedicación, atenciones, un espacio físico y afectivo. Y eso implica una
invitación constante a que los padres salgan de su comodidad y de su
egoísmo. Es una ocasión de practicar la generosidad, la gratuidad, la
ternura.

Y de esperanzas y temores, porque es inevitable que los padres y


familiares se planteen una serie de interrogantes sobre el futuro: ¿Qué
será de este pequeño ser humano? ¿Podremos realmente ayudarle a vivir?
¿Cómo lo tratará la vida? ¿Encontrará en su camino gente que lo quiera y
le ayude a vivir?

Desde la percepción de la vida como misterio, desde la tensión del


amor, desde los interrogantes de futuro, puede cobrar sentido el bautizar
a un hijo. Dios, a través de su Iglesia, comunidad de amor y de esperanza,
se hace cargo del nuevo ser humano. Los padres asumen su papel de
primer sacramento del amor de Dios en manos de la Iglesia de Dios.

La existencia, con toda su carga de misterio y de tensiones, penetra


en el rito.

El Bautismo: una nueva vida

En el caso del Bautismo de un adulto es todavía más claro que la


existencia no puede quedar fuera del rito bautismal.

Antes del encuentro con Cristo y con la Iglesia, el catecúmeno tenía


su vida ya hecha. ¿Sobre qué valores la había fundamentado? Ante la
irrupción de Cristo y de los cristianos en su vida, ¿qué nuevos horizontes
de futuro se le han abierto?

También en este caso serán inevitables las tensiones. Tensiones en


el mismo bautizado: para vivir una vida nueva, hay que morir a muchas
cosas, que no será fácil dejar atrás. Tensiones con la misma comunidad
eclesial: no es fácil hacer sitio real a un recién llegado, cuando se ha ido
cayendo en la rutina y en la comodidad. Y tensiones con el mundo y la
sociedad: habrá que reestructurar la vida, es decir, las relaciones, quizás
las amistades, los hábitos económicos y sociales, la dedicación del tiempo
libre y tantas otras cosas.

Toda esta carga existencial penetra con el catecúmeno en el rito del


Bautismo, en busca de sentido y de fuerza.

3.3. El Bautismo: comienzo de una vida nueva

Es Dios mismo el que comunica su propia vida a sus hijos de


adopción. Y la comunica a través de una serie de mediaciones.

La fe y la conversión prebautismal

El candidato al Bautismo no llega al rito bautismal de improviso.


Previamente siempre existe una prehistoria de fe, vivida con mayor o
menor intensidad, o una prehistoria de conversión en el caso de los
adultos.

Los padres, al pedir a la Iglesia el Bautismo para sus hijos, están


movidos por la fe. El hecho de pedir el Bautismo les lleva a plantearse
cómo viven su propia vida cristiana.

La fe de los padres, de los padrinos, de la Iglesia, constituye la


prehistoria de la fe de los bautizados. Los niños son bautizados en la fe de
los padres.

También en el caso de los adultos se da una historia previa al rito


bautismal. Otros bautizados les han ido anunciando la vida nueva y ellos
se han ido interesando y la han ido asimilando progresivamente hasta
decidirse por el Bautismo.

Una comunidad que acoge y bautiza en nombre de Dios

La Iglesia es una porción de la humanidad que, por la acción del


Espíritu, ha empezado ya a vivir la vida de Dios. Por eso es una
comunidad acogedora: abre sus puertas a los pequeños y a los que buscan
una vida nueva, los llama por su nombre propio, y les ofrece lo mejor que
ella tiene: la vida de Dios como vida de comunión. "Es de desear que toda
la comunidad cristiana, o alguna parte de ella compuesta por los amigos y
familiares, por los catequistas y sacerdotes, tenga parte activa en la
ceremonia" (De la acogida a los catecúmenos. Ritual de la iniciación de
adultos, n. 70).

La actitud de acogida no debe reducirse al rito, sino que debe


impregnar toda la existencia de la comunidad. La vida de Dios se encarna
en la comunidad cristiana. Por eso el catecúmeno, sumergiéndose (=
bautizándose) en la comunidad, se va impregnando ya de la vida de Dios.

Vivir, morir y resucitar con Cristo

La celebración del Bautismo por parte de la Iglesia es un


acontecimiento salvífico, es un momento privilegiado en el que se expresa
y se actualiza el amor gratuito de Dios para con una persona concreta.

La Iglesia, cuerpo de Cristo, comunica en el rito lo que ella misma


lleva dentro: la vida de Jesús, su capacidad de autodonación hasta la
muerte, y la fuerza de su resurrección.
Por eso se habla también de "bautizarse en el nombre de Jesús"
(Hch 2,38), es decir, se trata de incorporarse a la experiencia vital de
Jesús: sentirse amado por el Padre para amar a los hombres hasta dar la
vida por ellos, lo cual conduce a la resurrección. Este es el camino de
Jesús, su misterio pascual. Y es en este río de gracia donde se sumerge el
bautizado para ir impregnando su existencia de este nuevo modo de vivir.

La Iglesia en el rito bautismal pone en juego sus mejores signos


para expresar y comunicar la vida de Dios:

× la comunidad de los bautizados, que vive ya la vida nueva y acoge


a nuevos miembros;

× el ministro, que preside y actúa en nombre de Cristo;

× la palabra, que invita a la fe;

× la oración, que invoca la gracia de la vida nueva;

× la inmersión en el agua, signo eficaz de la acción fecundante del


Espíritu y de la inmersión en la vida de Dios;

× las unciones con aceite, que tonifican y fortalecen;

× la vestidura blanca, que simboliza la gracia;

× la luz, que permite ver caminos y posibilidades nuevas y que


evoca el calor de la presencia del Resucitado.

A través de todos estos signos, que actúan como mediaciones


eficaces, entran en contacto dos vidas: la vida frágil de un ser humano
concreto, marcada por e pecado; y Dios con su vida, llena de comunión y
de gracia. El resultado es que "donde abundó el pecado, sobreabundó la
gracia" (Rm 5,20).

Participar del espíritu filial

Ser bautizados en el nombre de Jesús es lo mismo que ser


bautizados en e Espíritu, pues el espíritu que se da en el Bautismo no es
otro que el Espíritu de Cristo. Así lo expresa san Pablo: "Habéis sido
lavados, habéis sido santificados habéis sido justificados en el nombre del
Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Cor 6,11).

El es un Espíritu creador. Así como hizo brotar la vida a partir de


las aguas primordiales (cfr. Gen 1,2), del mismo modo hace brotar la vida
nueva en el hombre a partir de las aguas bautismales.

Y esa vida nueva es básicamente vida filial. Ya que "los que se


dejan llevar por e Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios" (Rm 8,14). En
el Bautismo hemos recibid un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace
gritar "¡Abba! (Padre)" (Rm 8,15).

El hecho de entrar en la gran familia de Dios como hijos adoptivos


implica que los bautizados tienen que hacer un largo aprendizaje
existencial hasta que aprenden a comportarse como hijos. En el Hijo
Primogénito tienen el modelo que habrán de ir imitando.

Esta será la gozosa tarea de los bautizados a lo largo de su vida:


aprender a ser hijos de Dios como el Hijo Mayor y aprender a ser
hermanos del resto de los hijos adoptivos de Dios. En la medida en que
vivan su existencia bautismal se convertirán en signo del amor de Dios,
en medio de un mundo marcado por otros espíritus.
3.4. La Confirmación del Bautismo

Si se quiere recuperar el sentido y la riqueza del sacramento de la


Confirmación, hay que situarlo en relación con el Bautismo, tal como
invita a hacer la Iglesia en el Vaticano II (SC 71 y LG 11) y en el Ritual
de la Confirmación. Desde esta perspectiva habría que subrayar tres
aspectos:

Bautismo - Confirmación

La Confirmación no ha de ser vista como un sacramento autónomo


ni independiente del Bautismo, sino como un desdoblamiento de éste,
para subrayar que se trata de un Bautismo, inmersión, en el mismo
Espíritu con el que fue ungido Jesús.

La unción de Jesús, en continuidad con la unción de los reyes en el


Antiguo Testamento, capacita al cristiano para ser el defensor y el
salvador de los pobres (cfr. Sal 72,1-75). Así lo reconocerá el mismo Jesús
en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él
me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres" (Is. 60.1; Lc 4,18).

Jesús comunica su mismo Espíritu a los Apóstoles en Pentecostés


(Hch 2,4). Y es en ese Espíritu en el que son bautizados los cristianos.

La Iglesia expresa y celebra este hecho por medio de la unción


postbautismal que constituye la esencia del sacramento de la
Confirmación. En él los cristianos "reciben la efusión del Espíritu Santo,
que fue enviado por el Señor en el día de Pentecostés" (Ritual, 4.1).

Participación en la vida eclesial


La Confirmación capacita para la participación activa en la
dinámica comunitaria y misionera de la Iglesia.

Esto implica que la comunidad cristiana sea capaz de hacerle un


lugar al bautizado-confirmado, acogiendo la riqueza de su fe y contando
realmente con él para el anuncio del Reino de Dios en el mundo.

Praxis nueva, en favor de la justicia

El Espíritu de Jesús, comunicado en la Confirmación, impulsa a


una praxis nueva, en favor de la justicia. Es el Espíritu que impulsó a
Jesús a anunciar el Evangelio a los pobres y a liberar a los cautivos. Por
eso no se puede reducir la acción de este Espíritu a un ámbito intimista e
individual. Su ámbito de acción es la realización en la historia del Reino
que Jesús anunció. Todo lo que hay de justo y de bueno en el mundo
procede de la acción de ese Espíritu.

El bautizado-confirmado sabe que su compromiso activo por la


justicia y el amor es una colaboración activa con el Espíritu. Los signos
que confirman la presencia nueva de Dios en el mundo son las obras de la
justicia al servicio del amor. Ese es el signo de que el Espíritu de Jesús ha
sido acogido de verdad en la existencia de los bautizados-confirmados.

LA EUCARISTÍA

3. Elementos de reflexión

Memorial del Señor


"Nuestro Salvador, en la Ultima Cena, instituyó el sacrificio
eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, con el cual [...] iba a confiar a su
Iglesia el Memorial de su Muerte y Resurrección" (SC 47).

La Eucaristía ha sido siempre el centro de la vida de la Iglesia. Con


razón el presidente se dirige a la asamblea eucarística proclamando:
"Este es el sacramento de nuestra fe". Y es que en la Eucaristía
convergen, de un modo o de otro, todas las verdades que un cristiano tiene
que creer y todo lo que tiene que vivir.

La Eucaristía es la "fuente y cima de toda la vida cristiana" (LG


11).

En ella los cristianos anunciamos la Muerte de Cristo y confesamos


su Resurrección hasta que vuelva glorioso al fin de los tiempos. La
asamblea, aclamando: "Anunciamos tu Muerte. Proclamamos tu
Resurrección. Ven, Señor Jesús", confiesa gozosa que realiza el Memorial
del Señor, obedeciendo al mandato de Jesús en la Ultima Cena: "Haced
esto en conmemoración mía" (Lc 22,19).

Lo que manda repetir Jesús en conmemoración suya es, en primer


lugar, lo que ya desde el principio se llamó la Cena del Señor (1 Cor
11,20).

Sobre la institución de dicha Cena por parte de Cristo se nos habla


en cuatro textos: Mc 14,22 25; Mt 26,25-29; Lc 22,15-20; 1 Cor 11,23-25.

Una mentalidad excesivamente intelectual o espiritualista podría


sorprenderse de que Jesús mandara hacer Memoria de él a través de algo
tan material como cenar juntos.
Pero hay que recordar el sentido profundo que daba Jesús al hecho
de comer juntos, participando así de la mejor tradición de su pueblo.
Comer juntos en la mesa común significaba participar en la bendición de
Dios y entrar en comunión con él y con los comensales.

La comida ritual por excelencia era la Cena Pascual. En el curso de


ella se evocaban las maravillas del Éxodo y de la Alianza y se invitaba a
los presentes a participar en ellas.

Las múltiples comidas de Jesús, de las que nos habla el Nuevo


Testamento, hay que entenderlas en este contexto. Se nos presenta a
Jesús comiendo con sus discípulos, con publicanos y pecadores (Mc 2, 13-
17) y con las multitudes (Mc 6,41 -44).

Muchos se escandalizaron de que compartiera la mesa con los


descreídos y marginados (cfr. Lc 15,1-2). Pero él manifestó la intención
salvífica de sus comidas, afirmando: "No necesitan médico los sanos, sino
los enfermos. No he venido a invitar a los justos, sino a los pecadores" (Mc
2,17).

Al comer y beber con los hombres, Jesús les trae la cercanía


misericordiosa de Dios y el perdón de sus pecados.

La carga simbólica de sus comidas se hizo todavía más densa en el


momento de su despedida, cuando Jesús supo que había llegado su hora.
"Se puso a la mesa y les dijo: <<¡Cuánto he deseado comer con vosotros
esta Pascua antes de mi pasión! Porque os digo que nunca más la comeré
hasta que tenga su cumplimiento en el Reino de Dios>>" (Lc 22,14-16).

Esta fue la última vez que cenaron juntos antes de la muerte de


Jesús. Las palabras aclaratorias que, según costumbre, acompañaban los
gestos de la cena, Jesús no las pronuncia sobre el cordero, los ácimos o las
hierbas amargas, como se hacía en la Cena Pascual, sino sobre el pan y el
vino. "Mientras comían Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo
partió y se lo dio a ellos diciendo: <<Tomad, esto es mi cuerpo>>. Y
tomando una copa, pronunció la acción de gracias, se la pasó y todos
bebieron. Y él les dijo: <<Esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que
se derrama por todos>> (Mc 14,22-24).

Era la síntesis sacramental de lo que había sido su vida y de lo que


sería su muerte: autodonación total hasta la muerte para dar vida a
todos.

Y, al comer el pan partido y beber la copa, los discípulos participan,


comulgan, de la entrega que Jesús hace por los demás. Entran en
comunión con su destino y participan de la fuerza reconciliadora de su
Muerte.

Hacer el Memorial del Señor es algo más que un puro recuerdo del
pasado. Cuando Jesús dice a sus discípulos: "Haced esto en Memoria mía"
(Lc 22,19), no les está invitando simplemente a repetir un gesto ritual con
el pan y con el vino. Les está invitando a revivir existencialmente todo el
significado de su vida de autodonación, a dar vida con la propia vida,
como hizo él.

3.2 "La Eucaristía, fuente y cima de toda la vida cristiana"


(LG 11)

Si el Memorial del Señor sintetiza y condensa toda la vida de Jesús,


es evidente que sintetiza también toda la vida cristiana. Todo
comportamiento cristiano se relaciona con la misa, de ella procede y a ella
se ordena.

Participar en la Eucaristía es tener la oportunidad de entrar


activamente en la dinámica existencial de Jesús: de su vida de su Muerte
y de su Resurrección.

La celebración eucarística, con su enorme riqueza de elementos


simbólicos, educa en los participantes las actitudes cristianas
fundamentales y, con la fuerza del Espíritu, comunica una vida nueva,
una manera nueva de vivir: la vida de Dios.

Cada momento del rito presupone una actitud cristiana


determinada. Y, al mismo tiempo, la celebración educa y enriquece esas
actitudes para que puedan ser vividas en la existencia de cada día. Se
celebra lo que ya se ha empezado a vivir, para vivir más intensamente lo
que se celebra. Veamos cómo.

Ritos de entrada y actitud de éxodo

La finalidad de estos ritos es que los fieles reunidos constituyan


una comunidad y se dispongan a oír la Palabra de Dios y a celebrar
dignamente la Eucaristía.

Pero, para entrar en la celebración, hay que salir antes de otros


lugares o actitudes.

¿De dónde viene cada uno de los participantes? ¿De dónde ha salido
(=éxodo) para llegar a la celebración?
La respuesta más inmediata sería decir: "De su casa". Pero ese
pequeño éxodo doméstico: "Sal de tu casa" (Gen 12,1), no es más que una
muestra de la larga cadena de éxodos en que se va habituando a vivir el
bautizado. Salir del egoísmo, salir de sus intereses, de su pecado, de sus
miedos, salir de sí mismo: una larga historia de salidas, estimuladas por
su encuentro con Cristo.

Y ¿adónde entra? "La tierra que yo te mostraré" (Gen 12,1 ) es, en


este caso, la comunidad celebrativa. Es decir, el lugar en que es posible el
encuentro con el Padre por la mediación de Cristo y la fuerza del Espíritu,
y el encuentro con los hermanos .

La Tierra Prometida se anticipa en la celebración, a la espera de su


plenitud definitiva.

Liturgia de la Palabra y actitud de escucha

En las lecturas, que luego desarrolla la homilía, Dios habla a su


pueblo. Y el mismo Cristo, por su palabra, se hace presente en medio de
sus fieles.

Tras entrar en la celebración, lo primero que se le pide al creyente


es que escuche.

"La fe comienza con la escucha del mensaje" (Rm 10,7). Sin


capacidad de escucha, no hay fe ni celebración.

La auténtica escucha supone la asimilación y la interiorización de


la palabra. Una escucha que no acabe en obediencia no es escucha real,
sino fingida.
A escuchar de este modo no se aprende sólo en los breves minutos
que dura la liturgia de la Palabra. El verdadero creyente ya está
habituado a escuchar. La capacidad de escucha es lo que define a un
creyente, y no sólo en la celebración, sino en la vida.

Oración universal y actitud de intercesión

Sin capacidad de salir de sí mismo, sin capacidad de escuchar las


voces que vienen de afuera, la oración correría el riesgo de ser más
egoísta que universal. En cambio, después de haber escuchado a Dios, el
creyente está más preparado para hacer suyos los intereses de Dios y las
necesidades de sus hijos. Por eso está dispuesto a interceder activamente
por las necesidades de todos, ejercitando su oficio sacerdotal.

Y esta actitud de interceder activamente por las necesidades de los


demás quedará reducida al rito, sino que, si es auténtica, seguirá dándose
también

vida.

Preparación de los dones y actitud de "ofertorio"

Terminada la liturgia de la palabra, empieza la liturgia eucarística.


Al comienzo de ella, se llevan al altar los dones que se convertirán en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo.

La preparación de los dones, aunque a veces tenga el aspecto de un


momento de transición, no puede pasar inadvertida, y exige la
participación activa parte de la comunidad. Esta no puede limitarse a ser
espectadora pasiva de la ofrenda del sacerdote. Tiene que llegar a la
Eucaristía con algo que ofrecer. Y las ofrendas no se improvisan. El pan
no se improvisa. Para tener algo que ofrecer en el rito, hay que haber
vivido con actitud de ofertorio toda la semana. Para que el ofertorio no sea
un gesto vacío, tiene que recoger los pequeños o grandes ofertorios de
cada día y unirlos al autoofrecimiento de Cristo al Padre por la salvación
de los hombres.

El creyente aprende a vivir la vida como un ofertorio permanente,


prepara su vida para que sea un don de calidad. Aprende de su Maestro
"a servir y a dar la vida" (Mt 20,29).

Gran plegaria eucarística.

Actitud de Memoria agradecida y de invocación confiada

Según la introducción al Misal Romano, "ahora es cuando empieza


el centro y culmen de toda la celebración, a saber, la plegaria eucarística,
que es una plegaria de acción de gracias y de consagración".

El presidente de la asamblea invita a "dar gracias al Señor nuestro


Dios", y el pueblo reconoce que "es justo y necesario".

A continuación se hace Memoria agradecida de los dones de Dios.


Es imposible enumerarlos todos en una sola celebración. La variedad de
prefacios va enumerando los beneficios de Dios, según las fiestas y según
los momentos del año litúrgico. Por los prefacios va desfilando toda la
panorámica de la historia de la salvación.

Y el núcleo de la plegaria lo constituye la Memoria agradecida del


Misterio Pascual de Cristo. Se evoca su ofrecimiento al Padre por la
salvación de los hombres. Se invoca al Espíritu para que transforme los
dones del pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Cristo. Y para que ese
mismo Espíritu transforme a la comunidad en Cuerpo de Cristo, es decir,
en mediadora eficaz, para que el amor del Padre llegue en forma humana
a los hombres.

La narración de la institución de la Eucaristía por parte de Jesús y


la consagración ocupan el centro y condensan su significado: "Tomad y
comed: ésta es mi vida".

La comunidad recibe en este momento un mandato explícito:


"Haced esto". La introducción al Misal ofrece esta explicación: "La Iglesia
pretende que los fieles no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que
aprendan a ofrecerse a sí mismos y que, de día en día, perfeccionen la
unidad con Dios y entre sí".

Situada en la Memoria viva de tantas acciones salvíficas de Dios, la


comunidad lo invoca confiadamente para que siga obrando salvación en
favor de todos.

Pero, para vivir con sentido este momento de la celebración, se


requieren algunas actitudes que tampoco se improvisan.

En primer lugar, habrá que tener capacidad de memoria. Si uno no


tiene ojos para ver la cantidad de pasado que gravita en su presente, no
podrá entrar en una celebración, que consiste, sobre todo, en hacer
memoria. Hay personas que viven como si la historia hubiera empezado
con ellos, ignorando que lo que son no es más que un desarrollo de los
dones recibidos de otros. ¿Cómo puede hacer memoria de los dones de
Dios uno que no tiene el hábito de recordar los dones de los hombres?

Habrá que tener también capacidad de agradecimiento. Hay


personas que sí recuerdan lo que otras han hecho por ellas. Pero, como se
creían con derecho a todo, no son capaces de agradecer nada. No han
descubierto aún que todo es gracia. Cuando se va por la vida con una
constante actitud de acción de gracias, se puede penetrar en el corazón de
la Eucaristía. En ella se agradece lo que se vive y se vive lo que se
agradece.

Rito de la comunión y actitud de comunión

Dice la introducción al Misal que "la fracción del pan y los demás
ritos preparatorios tienen la finalidad de ir llevando a los fieles hasta el
momento de la comunión". Llevar a los fieles hasta la comunión no es fácil
ni en el rito ni en la vida. Hace falta un proceso de preparación ya que no
es fácil superar las barreras del miedo, del egoísmo o de la rutina, que tan
a menudo nos impiden entrar en comunión con el otro.

La pedagogía litúrgica nos va conduciendo hacia la comunión a


través de algunos ritos específicos:

× La oración del Padre nuestro: en ella se pide al Padre común el


pan de cada día y la liberación del pecado, que es el obstáculo más serio
para la comunión con Dios y con los hombres.

× El rito de la paz, "con el que los fieles imploran la paz y la unidad


para la Iglesia y para toda la familia humana, y se expresan mutuamente
la caridad, antes de participar en un mismo pan".

× El gesto de la fracción del pan. "Este rito no tiene sólo una


finalidad práctica, sino que significa además que nosotros, que somos
muchos, en la comunión de un solo pan de vida, que es Cristo, nos
hacemos un solo cuerpo".
Si el creyente se deja conducir por la dinámica de estos ritos, se va
acercando, y no sólo materialmente, al momento de la comunión. La
capacidad de vivir en comunión, en el rito y en la vida, es el signo de la
presencia de Dios en la vida humana. Porque Dios es comunión.

Enviados a repartir los dones recibidos

La conclusión de la Eucaristía consta de un saludo, la bendición del


presidente y la despedida con que se disuelve la asamblea. Podría dar la
impresión de que todo se acaba aquí. Pero no es así. En torno a la
asamblea que celebra están las multitudes hambrientas que caminan
como ovejas sin pastor. Y a la asamblea que se dispersa Jesús le dice:
"Dadles vosotros de comer" (Mt 14,16)". Podéis ir en paz, a repartir todo lo
que aquí habéis recibido: paz, comunión, vida, perdón, esperanza. . . " .

No todos van a misa, pero la misa debe llegar a todos.

Derecho Canónico

La Iglesia Católica, como institucion religiosa y política, crea su


propio derecho y actúa conforme a normas jurídicas en sus relaciones con
los diversos estados del orbe. Como comunidad religiosa universal,
sus preceptos se extienden a los fieles de todo el mundo, sin limitaciones
de orden territorial. En el aspecto político
y jurídico es una sociedad independiente u perfecta, que asume
una personería internacional semejante a la de un estado.

Según el canonista ferreres, por derecho Canónico debe entenderse "el


conjunto de leyes dadas por Dios, o por la potestad eclesiástica, por las
cuales se ordena la constitución, régimen y disciplina de la Iglesia
Católica".

Por su parte, sehling entiende por derecho Canónico "el conjunto de


normas jurídicas dictadas para el buen régimen de la Iglesia ". Para este
mismo autor, el derechoCanónico debe considerarse como
una disciplina jurídica que excluye toda discusión religiosa o teológica, en
tanto que esa discusión no es inexcusable para
entender sus preceptos jurídicos.

Relaciones con el estado: en esta materia se presentan dos soluciones


extremas: 1) identificación de la Iglesia y el estado, y
2) separación absoluta de la Iglesia y el estado. En algunos países,
como Estados Unido s de Norteamérica, la legislación equipara la

Iglesia Católica y los otros culto s a las demás asociaciones privadas.

Conforme a la tesis admitida por la Iglesia Católica y los otros cultos a las
demás asociaciones privadas.

Conforme a la tesis admitida por la Iglesia, esta y el estado son


dos sociedades distintas, pero que no deben estar disociadas. Tienen
sus competencias y fines exclusivos, pero una y otra deben armonizarse.
León XIII, en su encíclica inmortale Dei (1885), dijo:

"Dios ha hecho copartícipes del gobierno de todo el linaje humano a dos


potestades: la eclesiástica y la civil...
Ambas son supremas, cada cual en su género".

Así, el estado declara oficial la religión, o por lo menos sostiene el culto y


contribuye al respecto y propagación de la fe catolica.

Generalmente el estado, fundado en la soberanía, ha afirmado y afirma


su derecho a regir unilateralmente sus relaciones con la Iglesia; es el
regalismo. Por su parte, la Iglesia sostiene que estas relaciones deben
establecerse por vía de acuerdos, denominados concordatos.

Son expresiones del regalismo el patronato y el pase regio.

Por patronato, se entiende, según la definición del canon 1448 del Codex
juris canonici de 1918, "el conjunto de privilegios, con ciertas cargas, que
por concesión de la Iglesia competen a los fundadores católicos
de capilla o beneficio, o también a sus causahabientes".
La denominación, e incluso algunos aspectos del patronato Canónico,
tienen sus raíces en el patronatus con que el derecho romano vinculaba al
señor de la gens con sus clientes o también al amo con su esclavo
manumitido.

Resulta del canon 1448 que el patronato se compone de ciertas ventajas


excepcionales o privilegios, a los que se anejan ciertos gravámenes o
cargas; que este derecho no se funda en la estricta justicia, sino en
una concesión graciable de la Iglesia, que así "juridifica" sus sentimientos
de gratitud hacia sus benefactores, que el patronato surge en cabeza de
un fundador que ha de ser católico, entendiéndose por fundacion el acto de
edificar y dotar una iglesia o
capilla en un inmueble donado al efecto o siquiera realiza alguno de éstos
tres actos, o bien constituir la dote de un beneficio; por último, mientras
no sea personalísimo, ese derecho de patronato puede transmitirse a los
sucesores del fundador.

El patronato no apareja jurisdicción alguna sobre el oficio o


beneficio respectivo; y antes que un derecho
privado del fundador y causahabientes, stricto sensu, más bien habría que
pensarlo como una situación jurídica basada en el derecho público de la
Iglesia. El patronato, por lo demás, se sujeta por entero a
la disciplina canónica, lo mismo legislativa que administrativa
y jurisdiccional.

Para completar la caracterización del patronato, sealaremos que


los canonistas ven en el una servidumbre del oficio o beneficio; y es así en
realidad, ya que los poderes del patrono restringen de manera estable
la libertad de los referidos oficio o beneficio, en orden a la provisión,
rentas y algunos otros aspectos.

El pase regio (regium placet, regium exsequatur) consiste en


el derecho que se atribuye la autoridad secular de impedir que las
decisiones de las autoridadeseclesiásticas circulen y obliguen a
los súbditos de un país hasta tanto no cuenten con su aprobación previa.
Los canonistas consideran ilegitima esta exigencia, que ha sido condenada
por el concilio Vaticano I porque desconoce el carácter de sociedad perfecta
e independiente que tiene la Iglesia.

Fuentes del derecho canónica: son fuentes principales


del derecho Canónico las decisiones de los papas, los decretos de
los concilios, la doctrina y la costumbre.

Como ya hemos dicho, la Suprema potestad legislativa de la Iglesia reside


en el papa. Sus disposiciones asumen diversas formas:

1) generadoras de normas de carácter general.

A) decretales o constituciones. Son decisiones reglamentarias de carácter


general. Cuando la decisión del papa se dirige a toda la Iglesia, o a gran
parte de ella, con un fin principalmente doctrinario, se la llama encíclica.

Si se trata de una decisión tomada por el papa sin que medie iniciativa
de interesado, se la llama motu propio.

B) bulas. Forma solemne para asuntos muy fundamentales, en las que se


utiliza es sello de plomo.

C) breves. En estilo solemne, empleándose el sello del anillo del pescador.

D) epístolas. Simples por su forma.

A diferencia de las encíclicas, se dirigen solamente a un sector de la


cristiandad.

2) generadoras de normas jurídicas singulares.

Rescriptos: son las decisiones o consultas solicitadas al papa por personas


determinadas, en materia de gracia o de justicia.
Los decretos de los concilios -que para su obligatoriedad requieren
la aprobación del papa- constituyen también una fuente importantísima
advertirse a través de las citas del Codex.

El derecho Canónico reconoce a la costumbre como fuente de derecho, con


el mismo valor que la ley, pero solo adquiere la fuerza de tal por
el consentimiento de la autoridad eclesiástica competente.

El derecho Canónico ha sido codificado en varias oportunidades,


en particular por el corpus juris canonici de 1917.

Divisiones: se divide en público y privado. Siguiendo a OttaViani, diremos


que el derecho Canónico público es "el sistema de leyes acerca de
la constitución y derechosde la Iglesia, considerada como sociedad perfecta
ordenada a un fin sobrenatural"; y derecho Canónico privado es "el
sistema de leyes que determina los derechos y obligaciones de los
miembros de la Iglesia para el régimen y santificación de los mismos".

El derecho Canónico público se subdivide a su vez en divino y humano, y


en interno y externo.

El derecho divino, según Montero y Gutiérrez, "es el procedente de Dios,


del que depende el derecho fundamental, esencial, nativo y constitutivo de
la Iglesia, que es de institución divina", y el humano "es el procedente de
la misma iglesia, en conformidad siempre con el divino, pero que explica y
completa la constitución de las misma iglesia y su tipo
de organización territorial o personal".

En cuanto al derecho Canónico público interno, es el que se refiere a


la constitución de la Iglesia en si misma como sociedad, forma de
gobierno, jerarquías, etcétera, y a las relaciones con los fieles; y el externo,
el que comprende las relaciones jurídicas de la Iglesia con
otras sociedades (especialmente con el estado).

Dentro del derecho Canónico público interno se hacen aun otras


divisiones:

administrativo, procesal, penal, etcétera.

Por su parte, el derecho Canónico privado se refiere a la vida particular de


los fieles, y rige el culto, los sacramentos y las órdenes religiosas. Entre
los sacramentos, algunos han tenido y tienen una gran importancia
jurídica, como el matrimonio. Por ello también se ocupa de cuestiones
como el divorcio y la nulidad del matrimonio.

Campo de aplicación del derecho Canónico: durante mucho tiempo, sobre


todo en la edad media, el derecho Canónico regia con carácter exclusivo en
gran parte del orden civil (matrimonio,
divorcio, sucesiones, etcétera), pero, en la actualidad, ha perdido aquella
importancia, pues estas instituciones han sido
secularizadas.

Mas concretamente, dejó de aplicarse en los estados protestantes, desde


la reforma y, en la mayoría de los católicos, desde la época de
la revolución francesa, o bien desde mediados del siglo XIX. En Argentina,
por ejemplo, hasta 1888 en que se dictó la ley de matrimonio civil, regía a
ese respecto el derecho Canónico.
Como dice radbruch, "el derecho eclesiástico empezó siendo un derecho de
la Iglesia para el mundo", terminando por ser "un derecho de la Iglesia
para la Iglesia ".

Diferenciación el derecho eclesiástico:

no hay al respecto uniformidad de opiniones, pero lo más acertado nos


parece llamar derecho eclesiástico, al que rige las relaciones entre la
Iglesia y el estado.

El derecho de patronato, es decir, la facultad del estado de proponer a la


silla Apostólica candidatos para los altos cargos eclesiásticos, y el
llamado pase regio, que consiste en la facultad de

controlar las disposiciones papales que hayan de aplicarse en el país


respectivo (aceptandolas o no, según el caso), constituyen puntos básicos
del derecho eclesiástico.

Como es obvio, las fuentes formales del derecho eclesiástico de un país,


son en primer término la constitución -si la hay-, las leyes nacionales que
a el se refieran y los tratados celebrados con el
sumo pontífice llamados concordatos.

Constituciones pontificias (o decretales):

son disposiciones papales de carácter general, según decíamos al


referirnos a las fuentes.

Citamos esta fuente en primer término, inclusive antes que el código de


derecho Canónico, porque, como hemos manifestado, el papa tiene
atribuciones para modificar el derecho Canónico general, en cualquier
momento.

Código de derecho Canónico de 1917: este cuerpo legal conocido más aun
por su designación en latín (Codex iuris canonici), comprende
2414 artículos, llamados cánones y se divide en cinco libros:

lo. I: normas generales.

Lo. II: de las personas (se refiere a los clérigos en general, incluyendo al
papa, los concilios, etcétera, como asimismo a los laicos).

Lo. III: de las cosas (el vocablo esta empleado en un sentido amplio,
incluyendo las "cosas" espirituales, como los sacramentos-
bautismo, confirmación, extremauncion, matrimonio, etcétera- que se
hallan legislados en la parte del código).

Lo. IV: de los procesos.

Lo. V: de los delitos y las penas.

El código esta complementado por algunas constituciones pontificias


publicadas en apéndice.

La codificación del derecho Canónico en este cuerpo legal, se debió a la


existencia de fuentes numerosas y a veces contradictorias, lo que hacia
difícil su conocimientoy aplicación.
Para remediar este problema, el papa Pio x nombró en 1904
una comisión codificadora, en la que tuvo actuación destacada
el Cardenal Pedro gasparri. La tareas fue concluida en 1916, y el Codex
iuris canonici, o código de derecho Canónico-que deroga toda
la legislación anterior en cuanto se oponga a sus disposiciones (Ver Canon
6)- fue promulgado por Benedicto XV mediante la
constitución pontificia providentissima mater eclesia, el 27 de mayo de
1917 (día de pentecostés), comenzando a regir el mismo día de
1918.

El código de derecho Canónico es la fuente básica de esta rama jurídica y,


para su interpretación, el papa Benedicto XV creó también en 1917, la
llamada comisión pontificia permanente.

El Derecho Canónico es el derecho de la Iglesia. Y el derecho es el orden


de los hombres en su aspecto social, el orden jurídico, pues es una
dimensión de la realidad social, que a ella se ajusta y de ella recibe los
principios sustanciales que lo informan.

Por esta causa, la comprensión de lo que es el Derecho Canónico está muy


relacionada con la dimensión y estructura social de la Iglesia. A este
respecto, el Concilio Vaticano II ha mostrado un aspecto poco conocido
hasta ese momento, el de la Iglesia como Pueblo de Dios. Y con ello, una
determinada modalidad de comprender a la Iglesia como grupo social, en
el contexto de la totalidad de su misterio.
Queremos aquí ayudarte a entender el concepto de Derecho Canónico con
preguntas y respuestas breves para entender mejor qué es y cuál es su
función.

1. ¿Qué es el Derecho Canónico?

Con el término Derecho Canónico se designa el derecho vigente en la


comunidad formada por quienes creen en Cristo, agrupados bajo la
obediencia de a la Iglesia católica. Se puede resumir diciendo que es el
ordenamiento jurídico de la Iglesia y por tanto, afecta a todos los
bautizados.

2. ¿Por qué tiene ese nombre?

Entre otras razones se le denomina canónico al derecho de la Iglesia


porque las primeras disposiciones y normas en la Iglesia recibieron el
nombre de canon o cánones, palabra que significa norma o medida.

3. ¿Cómo se formó?

Durante el primer milenio la Iglesia celebró un buen número de concilios.


Las disposiciones de esos concilios junto a las normas de retales que
dictaron los distintos Papas a lo largo del tiempo fueron recogidos en
colecciones o recopilaciones.

Ejemplo de estas colecciones son el «Liber Extra», el «Liber Sextus» o las


«Clementinas». Entre los años 1140 y 1142 Graciano redactó su famosa
«Concordia Discordantium Canonum», más conocida como Decreto de
Graciano. Una obra que trataba de conciliar la ingente cantidad de
cánones existentes desde siglos anteriores, muchos de ellos opuestos entre
sí.

Posteriormente, se formó una colección denominada «Corpus Iuris


Canonici», que incluía las seis principales obras canónicas oficiales y
particulares, compuestas entre 1140 y 1503. Y que fue la norma jurídica
vigente en la Iglesia hasta la promulgación del Código de Derecho
Canónico de 1917.

4. ¿En qué sentido me puede afectar?

Como se ha señalado anteriormente el Derecho Canónico es el derecho que


rige en la Iglesia y por tanto, afecta a todos los bautizados. Me afecta como
bautizado y miembro de la Iglesia, pues determina cuáles son los
derechos y deberes que tengo según sea mi condición en la
Iglesia. El contenido de estos derechos y deberes es principalmente de
carácter espiritual.

5. ¿Existen varios tipos?

Fruto del movimiento codificador, la Iglesia reunió su derecho en un


código denominado Código de Derecho Canónico (en latín «Codex Iuris
Canonici», representado como «CIC» en las citas bibliográficas).

Este código no es más que el conjunto ordenado de las normas jurídicas de


la Iglesia, que regulan su organización, su gobierno, los derechos y
obligaciones de los fieles. Los sacramentos y las sanciones que se
establecen por la contravención de esas normas.
Actualmente existen dos códigos de Derecho Canónico, uno para el
rito latino occidental y otro para el oriental. Aunque son muy similares en
organización y contenido. El actual Código de Derecho Canónico se
promulgó el 25 de enero de 1983 y entró en vigor el 27 de noviembre del
mismo año.

6. ¿Qué cuestiones regula el Derecho Canónico?

El Derecho Canónico no es muy distinto del derecho que poseen las


sociedades, salvando las distancias. Es decir, el derecho canónico contiene
normas y disposiciones que se refieren al derecho administrativo,
matrimonial, procesal o penal, como pasa en el derecho de los estados.

De ello el Código de Derecho se divide según las materias que


regula. Y así se divide en seis partes o libros que se refieren a las normas
en general que existen en la Iglesia. De los fieles que forman el pueblo de
Dios, de las funciones que tiene la Iglesia de enseñar y santificar a sus
fieles principalmente por medio de los sacramentos. De los bienes
temporales que son de la Iglesia, de las sanciones que puede imponer y de
los tipos de procesos que se realizan en la Iglesia.

bibliografia
https://www.webislam.com › articulos › 60571-la_dimension_humana

https://www.ultimahora.com › la-dimension-religiosa-n975376

www.filosofia.org › aut

https://www.monografias.com › docs115 › dimension-religiosa-del-hombre

joseguillermodelgado.blogspot.com › identidad-cristiana-de-los-jovenes-de

https://mercaba.org › ARTICULOS › los_sacramentos_de_la_iniciacion

https://es.wikipedia.org › wiki › Sacramento_(Iglesia_católica)

www.vatican.va › archive › catechism_sp

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