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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

TRACY ANNE WARREN

LA BODA
ENGAÑOSA
Nº3. Serie:La Trampa

TRADUCIDO Y CORREGIDO POR LILIAN

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Índice

TRADUCIDO Y CORREGIDO POR LILIAN..................................................................................2


ARGUMENTO ...........................................................................................................................4
Capítulo 1 ...............................................................................................................................5
Capítulo 2 ............................................................................................................................. 20
Capítulo 3 ............................................................................................................................. 33
Capítulo 4 ............................................................................................................................. 45
Capítulo 5 ............................................................................................................................. 57
Capítulo 6 ............................................................................................................................. 75
Capítulo 7 ............................................................................................................................. 88
Capítulo 8 ........................................................................................................................... 105
Capítulo 9 ........................................................................................................................... 118
Capítulo 10 ......................................................................................................................... 130
Capítulo 11 ......................................................................................................................... 145
Capítulo 12 ......................................................................................................................... 157
Capítulo 13 ......................................................................................................................... 167
Capítulo 14 ......................................................................................................................... 187
Capítulo 15 ......................................................................................................................... 200
Capítulo 16 ......................................................................................................................... 212
Capítulo 17 ......................................................................................................................... 228
Capítulo 18 ......................................................................................................................... 245
Capítulo 19 ......................................................................................................................... 264
Capítulo 20 ......................................................................................................................... 274
Capítulo 21 ......................................................................................................................... 286
Capítulo 22 ......................................................................................................................... 303
Capítulo 23 ......................................................................................................................... 321

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ARGUMENTO

De patito feo a hermoso cisne.


Eliza Hammond siempre ha sido tranquila y reservada, difícilmente las mejores cualidades
para encontrar al hombre de sus sueños y vivir felices para siempre. Se ha convertido en una
nueva heredera, Eliza está financieramente segura, cortesía de la fortuna de su tía, pero
incluso una gran riqueza tiene sus inconvenientes ya que cada soltero codicioso y cazador de
fortuna de repente encuentra a Eliza irresistible
Para ayudar a su mejor amiga, Violeta toma el dilema romántico de Eliza en sus propias
manos, recurriendo a las habilidades sociales de su cuñado, Lord Christopher "Kit" Winter.
Kit ayuda a transformar a Eliza en una belleza impresionante, que seguramente atraerá a un
digno pretendiente. Sólo hay un problema: Eliza siempre ha estado perdidamente enamorada
de Kit, ¡el mismo hombre que está intentando encontrarle un marido! Pero durante el cambio
de imagen de Eliza, espectaculat y extremo, y con unas cuantas lecciones de amor secretas de
Kit, las chispas y los besos apasionados empiezan a volar. Kit pronto se ve completamente
superado por un deseo de Eliza que lo consume todo. Pero si no se da cuenta de su verdadero
amor por ella, puede perder a esta bella dama para siempre...

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Capítulo 1

Londres, febrero de 1820

Este negocio de adquirir un marido va a estar lejos de ser agradable, decidió Eliza

Hammond desde su lugar en el sofá de rayas blancas y azafrán en el salón familiar

de arriba de Raeburn House.

Considerando que ésta sería su quinta temporada, una producción en verdad

decadente, sabía que necesitaría toda la ayuda posible, a pesar de la inmensa fortuna

que su difunta tía le había dejado inesperadamente hacía sólo seis semanas. Por lo

menos sabía que podría contar con el firme apoyo de su querida amiga, Violeta

Brantford Winter, Duquesa de Raeburn. Tal vez con la ayuda de Violeta, el proceso

no sería tan terrible como temía. Por otra parte, pensando en la variedad de

candidatos no potables y los cazadores de fortuna que ya competían por su mano, tal

vez sí.

– Allí está el Sr. Newcomb -dijo Violeta mientras revisaba la selección actual de

los posibles pretendientes de Eliza-. Parece un tipo de caballero muy agradable con

un interés genuino en las artes.

– Sí, estuvo muy atento cuando nos encontramos en la galería el otro día -convino

Eliza, recordando los rasgos parejos y el pelo liso y caoba del hombre, un tono que la

había hecho pensar en un setter irlandés de capa brillante-. Demostró un claro

dominio de los grandes maestros. Tal vez también le interesan los temas históricos.

– Lo que tiene es un interés en jugar a las cartas, seguido de un estrecho segundo

por un amor a los dados, interrumpió una profunda y suave voz masculina que

nunca dejaba de enviar un placentero cosquilleo por la columna vertebral de Eliza,

no importa cuán firmemente tratara de suprimirlo.

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Cambió su mirada hacia Lord Christopher Winter, más conocido por su familia y

amigos como Kit. Alto, de anchos hombros y esbelto, estaba sentado relajado y

tranquilo en una silla cercana. Habiendo pasado los últimos veinte minutos

comiendo a través de una pila de pequeños sándwiches de berro, pepino y pollo, se

inclinó hacia delante para examinar la bandeja de postres.

Un mechón de su oscuro y ondulado cabello marrón cayó sobre su hermosa frente

mientras seleccionaba un par de tartas de lima y una fina rebanada de pastel de ron.

Mientras transfería los dulces a su plato, se le notó una mancha de crema batida en

uno de sus nudillos. El estómago de Eliza se apretó al verle lamerlo.

Forzó la mirada a sus zapatos. Kit era el cuñado de Violeta y nada más, se recordó

a sí misma. Ciertamente no era nada más que eso. Es cierto que una vez había

alimentado un secreto encaprichamiento, pero esa tontería hacía tiempo que había

terminado. Durante el casi año y medio que había estado fuera viajando por el

continente, ella lo había purgado despiadadamente de su corazón. Y cuando regresó

a Inglaterra en las navidades pasadas, ya se había acostumbrado a darle apenas un

pensamiento.

Aun así, eso no significaba que no pudiera admirarlo por el magnífico ejemplar

masculino que era. Y Kit Winter, con sus hermosos y perezosos ojos verdes y

dorados, sus labios sensuales y su sonrisa contagiosamente encantadora, era en

verdad un hombre magnífico, con un apetito infamemente prodigioso que parecía no

tener ningún impacto en su físico delgado y bien musculoso.

Mordió una de las tartas de su plato, una pequeña sonrisa de placer gustativo en

sus labios mientras se acomodaba en su silla. Absorto con la confitura, parecía

totalmente ajeno a la oleada de decepción que acababa de lanzar a la habitación.

Violeta frunció el ceño.

– ¿Qué quieres decir con ese comentario, Kit?

Tragó y miró hacia arriba.

– ¿Hmm? -Tomó un sorbo de té, y luego educadamente se dio palmaditas en la

boca con su servilleta-. Oh, sobre Newcomb, ¿quieres decir?

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– Sí, por supuesto sobre Newcomb. ¿De quién más hemos estado conversando

Eliza y yo?

– Bueno, no hay necesidad de ponerse de mal humor, Vi. Sólo pensé que debía

advertirte que el tipo está a punto de ser sumergido. Lo último que supe es que

perdió 20.000 libras con Limpton jugando al whist de alto riesgo, y su suerte no ha

cambiado desde entonces.

Violeta y Eliza soltaron un par de suspiros mutuos.

– Si ese es el caso, entonces él está fuera -declaró Violeta, volviendo su mirada

azul verdosa con anteojos hacia Eliza-. Seguramente no querrás tomar como marido

a un jugador empedernido.

Eliza aceptó en silencio y se contentó con sorber su té.

– Ahí está Sir Silas Jones -continuó Violeta-. Te envió ese dulce ramillete de rosas

de invernadero la semana pasada. He oído que viene de una parte encantadora de

Kent. Es dueño de una finca que produce una cosecha muy abundante de cerezas y

manzanas cada año. Tiene un buen manejo de las plantas, me han dado a entender.

– Eso no es lo único que sabe plantar –murmuró Kit mientras se deshacía de los

últimos dulces de su plato y se inclinaba hacia delante para obtener más.

Violeta inclinó su atractiva cabeza rubia.

–Supongo que con eso quieres decir que también le pasa algo malo.

– Depende de tu punto de vista. Algunos podrían decir que no hay nada malo en

él en absoluto. -Se comió un bollo del tamaño de una guinea cubierto con una

generosa cucharada de mermelada de grosella, y luego, en silencio, extendió su taza

vacía de Meissen para tomar más té.

Sin pausa, Violeta levantó la pesada tetera de una bandeja de plata que hacía juego

y la sirvió. Un delicado zarcillo de vapor salió en espiral de la superficie de la bebida

durante un momento antes de que Kit se llevase la taza a los labios.

– ¿Y? -le animó Violeta cuando él no dijo más.

Kit puso su taza de té en su platillo con un ligero tintineo.

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– El hombre es un mujeriego. Tiene seis hijos ilegítimos de cuatro mujeres

diferentes y esos son sólo los que él reconoce. Se podría decir que Jones es un hombre

al que le gusta arar el campo.

Eliza sintió que sus mejillas se volvían rosadas. Una pequeña carcajada escapó de

la duquesa antes de que Violeta se recuperara.

– Mira, -dijo reprochándole Violeta-. ¿Puedo recordarte que hay damas presentes,

incluida yo misma? Esa no es una charla para salón.

Forzó una sonrisa irreverente de sus labios.

– Lo siento. Tienes razón, por supuesto. Mis disculpas, señoras.

– No obstante, me alegra saber que Sir Silas no es un hombre al que mi querida

amiga deba dirigir su tiempo o sus atenciones. -Violeta reflexionaba mientras

golpeaba con su uña contra el brazo del sofá-. De los otros caballeros que

recientemente han visitado a Eliza, sabemos que el Vizconde Coyle y el Sr. Washburn

no pueden ser considerados ya que, ambos son conocidos cazadores de fortunas

siempre al acecho de una probable heredera para reponer sus bolsillos.

– ¿Qué hay de Lord Luffensby? -Dijo Eliza-. Me envió ese libro de sonetos tan

agradable de Wordsworth, -recordó con placer-, el poeta es uno de tus favoritos.

– Por supuesto, lo vi sólo una vez y muy brevemente, pero me pareció un hombre

muy amigable. Muy considerado y de voz suave.

Un suave pero inconfundible resoplido surgió de Kit.

Violeta le echó otra mirada, una de exasperación esta vez.

– ¿No me digas que hay algo malo con Lord Luffensby también? Seguramente no.

Conozco a su prima y ella me dio a entender que tiene un ingreso muy cómodo y

ninguna predilección por los vicios usuales.

– No, no los habituales, eso es seguro.

Violeta esperó un largo momento.

– ¡Oh!, sigue adelante antes de que Eliza y yo expiremos de curiosidad.

– No estoy seguro de qué deba decir. Como ya me has recordado, hay damas

presentes. -Kit hizo una pausa, miró a Eliza-. Damas solteras.

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– Bueno, cielos, ¿qué es? Seguramente no puede ser tan terrible como para que

Eliza no pueda escuchar. Y no es como si fuera una señorita recién salida de la

escuela.

Kit golpeó con un preciado dedo contra sus labios.

– Tiene un apodo entre ciertos compañeros: Lord Poofensby.

– ¿Poofensby? -Eliza frunció el ceño. ¿Se refería Kit al vestuario del hombre?

Luffensby tendía a ser un poco dandi pero nada demasiado extremo. Miró a Violeta,

cuyas cejas también estaban arrugadas por la confusión.

–Lo siento pero tendrás que ser más claro -dijo Violeta.

– ¿Más claro? -Kit puso los ojos en blanco, y luego dio un ceñido suspiro-. Sabes,

para una mujer que lee griego y latín y habla cinco idiomas, a veces puedes ser

notablemente ignorante.

– No hay necesidad de insultar. Sólo dilo. Estoy segura de que no puede ser tan

malo.

– De acuerdo. Él... um... tiene una afición por los hombres.

– Bueno, ¿qué hay de notable en eso? Muchos caballeros disfrutan de la compañía

de otros de su sexo. No veo por qué estás haciendo tal... -Violeta se calló, sus cejas se

levantaron-. ¡Oh! ¡Oooh!

Eliza miró entre ellos, sin entender del todo el mensaje que acababa de pasar. De

repente recordó un texto que había leído una vez en uno de sus libros de historia

antigua sobre hombres que se preocupaban por otros hombres de forma amorosa.

Había encontrado la noción bastante sorprendente en ese momento, pero nunca

consideró que tales cosas pudieran continuar. ¡Ciertamente no aquí en la actual

Inglaterra!

Un nuevo rubor se apoderó de sus mejillas.

– Así es. -Kit estiró sus piernas, las cruzó por el tobillo-. No es el tipo de persona

que te daría una familia, asumiendo que eso es lo que quieres.

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Una familia, pensó Eliza, era exactamente lo que ella quería. Era la razón más

importante por la que había decidido encontrar un marido y casarse. Sus hombros se

hundieron, su espíritu se descorazonó por toda la conversación.

– Bueno, ¿quién más hay? -Violeta sacó un pañuelo de seda blanca del bolsillo del

vestido, luego se quitó las gafas y comenzó a limpiar los lentes-. Has recibido tantos

ramos y regalos, que debe haber alguien adecuado en el grupo.

– Pero no hay -se lamentó Eliza-. Oh, Violeta, no lo ves, simplemente no sirve de

nada. Todos ellos son inadecuados de una manera u otra. O van tras mi fortuna o

tienen alguna terrible dificultad personal que desean ocultar a través de un

matrimonio conveniente.

Violeta se volvió a poner los anteojos, luego extendió la mano y le dio una

palmadita a la parte superior de la mano de Eliza.

– Ahora, no dejes que esto te desanime. La temporada aún no ha comenzado. No

se sabe quiénes serán los solteros que llegarán a la ciudad en las próximas semanas.

Hombres que darían sus ojos por tenerte como esposa.

– Tal vez un solo inaceptable, pero no más. -Eliza sacudió la cabeza-. No, los

hechos deben ser enfrentados. La triste verdad es que ningún caballero adecuado me

quería antes de que mi tía muriera y ninguno me quiere ahora. Algunos días desearía

que mi tía no se hubiera enfadado con el primo Philip y lo hubiera excluido del

testamento. En estos días la pobreza parece una opción notablemente más fácil.

– La pobreza nunca es fácil y no digas esas tonterías destructivas. Sé que nunca

desearías volver a esa vida. Viviste bajo el mísero pulgar de esa anciana durante

demasiados años y perdona mis duros sentimientos hacia los muertos, así que bien

puedes disfrutar de un poco de consuelo ahora. Si alguien merece su fortuna, eres tú.

– Tal vez, pero no parece que me sirva de mucho.

– Lo que necesitas es un mentor, -dijo Violeta-, alguien que conozca la sociedad y

que pueda allanar tu camino. Que te enseñe a ser más fácil en compañía, que tengas

más confianza para que tu timidez no te deje con la lengua atada y silenciosa entre

otros, incapaz de mostrar la encantadora personalidad que posees.

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Violeta se detuvo, golpeó con el pulgar contra la rodilla de su elegante vestido de

día de lana merino lavanda.

– Como recordarás, una vez tuve el mismo problema que tú. Tan tímida en

público que apenas podía unir un par de palabras. Luego, durante esos meses locos

en los que cambié de lugar con Jeannette y me casé con Adrián en su lugar, bueno, no

tuve más remedio que cambiar mis costumbres. Si no hubiera sido por Kit. -Se

detuvo y miró fijamente a su cuñado durante un largo y embarazoso momento. De

repente, una risa alegre brotó de sus labios-. Bueno, ¡por supuesto! ¿Por qué no se me

ocurrió antes?

– ¿Pensar en qué? -Preguntó Eliza.

– De ti y Kit. Porque, es perfecto. Kit te ayudará a encontrar un marido digno.

– ¡Haré qué! -Kit se levantó de un tirón en su asiento, su taza sonando

precariamente en el platillo. Solo su innato sentido del equilibrio le impedía

derramar té caliente, por todos sus pantalones de piel de becerro, tan ajustados y a la

moda. Sin ánimo de arriesgarse a una quemadura, especialmente en un área tan

vulnerable de su anatomía, estabilizó la vajilla y la puso sobre una mesa auxiliar

cercana.

Eliza Hammond, notó, se veía tan sorprendida como él, sus labios pálidos se

separaron, su delgada mandíbula floja con obvio asombro.

Enderezó su chaleco con un firme tirón a dos manos.

– Debo haberte escuchado mal. Me pareció que acabas de sugerir que haga de

casamentero para la Srta. Hammond aquí presente.

– No, casamentero, no. Sospecho que Eliza y yo podremos localizar a muchos

caballeros. Tu papel será más bien el de mentor, como ya he dicho. Puedes ayudar a

investigar a sus posibles pretendientes, pero lo más importante es que puedes hacer

por ella lo que hiciste por mí. Enséñale a tener más confianza en compañía. Dale

técnicas y formas de interactuar en la sociedad para que no se sienta tan reticente.

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– Bueno, difícilmente creo que yo sea el adecuado para ayudar -balbuceó, ansioso

por poner fin a las salvajes ideas de Violeta antes de que tuvieran la oportunidad de

propagarse más allá.

– Pero claro que lo eres -dijo su cuñada de ojos muy abiertos-. Eres la mejor

persona para ayudar. Por un lado, eres de la familia, así que no habrá necesidad de

preocuparse de que le cuentes al mundo todos los detalles de nuestro pequeño

proyecto. Por otro lado, conoces absolutamente a toda la sociedad. Si aún no eres

amigo de ellos, conoces a alguien más que sí lo es. Además, escuchas los mejores

chismes, como has demostrado tan elocuentemente esta tarde.

– Apenas conozco a nadie. He estado fuera del país estos últimos meses, te lo

recuerdo. Incluso ahora me estoy poniendo al día. -Sus párpados se entrecerraron

acusadoramente-. Y espero que no estés insinuando que soy un chismoso.

– Nada de eso, -aseguró Violeta-, sólo eres amigable y popular, eso es todo. La

gente te dice cosas, cosas que ni Eliza ni yo estaremos nunca en condiciones de

averiguar. Lo que nos da una gran ventaja ya que podrás eliminar a los cazadores de

fortuna y a los canallas y dejar sólo a los caballeros decentes entre los que Eliza

pueda elegir. De esta manera ella podrá concentrarse en decidir si siente un afecto

genuino por un hombre en particular sin tener que preocuparse de que pueda tener

motivos inescrupulosos. No, no puedo pensar en una persona más adecuada para

ayudar a nuestra querida Eliza que tú.

Kit contuvo la dolorosa mueca que se le apareció en la cara. Si hubiera sabido que

el hecho de dar unas cuantas opiniones sobre un par de compañeros provocaría unos

resultados tan nefastos, habría mantenido su maldita boca cerrada. Debería haber

seguido comiendo, eso es lo que debería haber hecho. Seguir comiendo y guardar

silencio.

Recordando la comida y de repente necesitado de sustento, sacó otra tarta de la

bandeja de servicio y se la llevó a la boca, los deliciosos sabores de la frambuesa y la

crema dulce le quitaron el borde de su angustia.

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– No soy un proyecto, -dijo Eliza en voz baja y rígida.

– ¿Qué pasa, querida? –preguntó Violeta, girando la cabeza hacia su amiga.

– Dije que no soy un proyecto, como comentaste antes. Ninguno de los dos

necesita sentirse obligado a compadecerse de mí. Encontraré alguna manera de

arreglármelas por mí misma. -Terminado el discurso, Eliza herida bajó los ojos, los

dedos unidos, los nudillos apretados lo suficiente para que se volvieran blancos en

los bordes.

Kit se comió otra tarta, sorprendido por el pequeño estallido de orgullo indignado

de Eliza. No se había dado cuenta de que era capaz de tanta fortaleza, la callada y

pequeña ratoncita marrón que era. De hecho, esta tarde había hablado más de lo que

él estaba acostumbrado a oírla decir en todo un día, y no es que él haya pasado

suficiente tiempo a su alrededor como para estar seguro de cuánto hablaba

normalmente. Sin embargo, siempre le había parecido una de esas mujeres sencillas y

reservadas que tienden a entrar en una habitación y a desaparecer de la vista dos

minutos después. Y un florero, para empeorar las cosas. Sólo que ahora era el rico

florero de la manada, y Violeta esperaba que él la convirtiera en un glorioso cisne.

Imposible.

Quizás el haber dado a luz a su último hijo cuatro meses antes había hecho algo

que perturbara el habitual sentido común de Violeta. Quizás si expresaba sus

argumentos correctamente, ella entraría en razón y dejaría este ridículo plan.

Violeta se dirigió hacia Eliza.

– Ahora, no te enfades tanto. Sabes que no quise insultarte, y ninguno de nosotros

te compadece. ¿Verdad, Kit? -Ella le miró fijamente.

–Claro que no –dijo él.

–Me disculpo si mi elección de palabras fue deficiente, -continuó Violeta-. Pero

Eliza, incluso tú admites que eres tímida y no te sientes cómoda en sociedad. Y

aunque no hay deshonra en tal comportamiento, sí hace más difícil que otros vean tu

verdadera belleza. Particularmente los caballeros, quienes, seamos francas, tienden a

dejarse llevar por sus ojos y otras porciones innombrables de su anatomía.

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– Sus cerebros, ¿quieres decir? –comentó Kit, incapaz de contener la broma.

Una pequeña sonrisa se curvó en los jóvenes labios de la duquesa; sus ojos

brillaron.

– Hmm, así es, porque todos sabemos que eso es lo que los hombres suelen pensar

cuando están cerca de una atractiva hembra.

Y ese, pensó Kit, es precisamente el problema.

Eliza Hammond no era lo que cualquier hombre describiría como deslumbrante.

No era que fuera poco atractiva, sino todo lo contrario, si uno se tomaba la molestia

de mirar de cerca, era sólo que no hacía nada para mejorar los atributos que poseía.

En vez de parecer grueso y lustroso, su cabello castaño parecía ordinario, y se

había hecho un aburrido nudo en la nuca. Aunque no se veía afectada por el sol, su

piel blanca a menudo parecía pálida y apagada. Era muy probable que tuviera una

figura agradable, pero quién sabe, ya que ocultaba su delgado cuerpo dentro de un

vestido deforme y horrible, uno tras otro, aunque suponía que a su tía, se le podía

culpar en gran medida por el estado del escaso vestuario de Eliza, ahora teñido de

negro para el luto.

Sin embargo, tenía buenos ojos, brillantes y luminosos a pesar de su suave y poco

llamativo color gris. Y una encantadora estructura ósea, con una clásica curva en su

mandíbula y una linda y fina nariz.

Aun así, convertir a Eliza de un desastre en una mujer a la moda sería un logro

verdaderamente monumental. Casi suspiró en voz alta ante la idea.

Este plan está condenado a fracasar.

Este plan nunca funcionará, pensó Eliza en su cabeza.

¿En qué estaba pensando Violeta para sugerir algo tan ridículo? ¿Imagina querer

lanzarla a ella y a Kit juntos como mentora y alumna? Ella no podía hacerlo. No lo

haría, incluso si él hubiera ayudado una vez a Violeta a superar su naturaleza

desconfiada y a asumir cómodamente su papel de esposa de uno de los aristócratas

más poderosos de Inglaterra. Además, Kit obviamente no deseaba ayudarla. Ella

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podía verlo en sus ojos. La duda. Y sí, la lástima, no importaba que él dijera lo

contrario.

– Por favor, Violeta -suplicó-, estoy segura de que Lord Christopher tiene otras

cosas más importantes que hacer con su tiempo que pasarlo instruyéndome.

– No puedo imaginar lo que podría ser. Kit me estaba contando el otro día lo

aburrido que está con la misma vieja ronda de diversiones y con tan poca gente

todavía en la ciudad. ¿No es así, Kit?

– Creo que he confesado sentir un ligero aburrimiento, pero eso no significa que

no tenga nada que hacer. De alguna manera, me las arreglo para llenar mis días de

manera admirable.

– Pero sólo piensa en lo admirable que sería tu tiempo empleado en asistir a Eliza.

Con ella residiendo aquí, sería algo fácil para ti enseñarle.

Se limpió los dedos en una servilleta de lino, quitando el residuo de las migas.

– Si lo recuerdas, estoy en el proceso de localizar habitaciones para solteros y

mover mis cosas allí. Si no encuentro algo pronto, no quedará nada decente para

alquilar.

– Tal vez podrías poner ese plan en espera por un tiempo. Quiero decir, ¿sería

realmente tan terrible si te quedaras aquí con la familia por un poco más de tiempo?

Mencionaste que casi has vuelto a quedarte sin tu asignación trimestral, y sé cómo

detestas solicitar a Adrián fondos adicionales.

– Recuérdame que en el futuro deje de decirte cosas, Vi. Recuerdas demasiado,

demasiado bien.

Violeta le envió una sonrisa comprensiva.

– También recuerdo que recogerás tu propio dinero en tu cumpleaños este agosto

cuando recibas el legado de tu abuelo. Hasta entonces, ¿por qué no te quedas aquí en

Raeburn House y ahorras un poco? Sólo piensa en lo fácil que será para ti y Eliza

trabajar juntos. Unas horas por la mañana, y luego cada uno de ustedes podrá seguir

con su rutina habitual. Apenas notarán la diferencia.

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Ella notaría la diferencia, pensó Eliza. Hasta ahora, vivir en la misma morada con

Kit había sido tolerable debido, en gran medida, a la enorme envergadura de la casa.

Sus caminos y los de Kit rara vez se cruzaban, excepto por la ocasional comida de la

familia y la poco frecuente visita de la tarde con Violeta, como ahora. Pero, ¿estar

diariamente en su compañía? Tener a Kit, de entre toda la gente, entrenándola en las

formas de superar su timidez... bueno, parecía demasiado íntimo, demasiado

personal.

A pesar de saber que su encaprichamiento por él había disminuido, no estaba

segura de que se sentiría cómoda estando tan cerca de él tan a menudo. Sin embargo,

¿no sería una tonta si rechazara su ayuda? Suponiendo, por supuesto, que él aceptara

ayudar. Asumiendo que ella incluso lo deseaba.

Se volvió a sentar en su silla, obviamente luchando con sus pensamientos mientras

se frotaba un nudillo contra sus expresivos labios.

– Supongo que podría quedarme y ayudar a la Srta. Hammond.

Violeta aplaudió con alegría.

– Oh, sabía que verías el mérito de mi idea.

–Pero sólo si ella desea que lo haga, -añadió Kit.

Los ojos de Eliza y Kit se encontraron, sus iris color avellana claro apareciendo

más verdes que dorados hoy en día, realzadados por el elegante abrigo de corte

verde botella que llevaba.

Su pulso se salteó ante tal escrutinio. ¿Qué podía decir? ¿Cómo podría negarse en

estas circunstancias? Bajó la mirada.

– Será un placer, mi Lord.

– Muy bien, entonces. Pero si vamos a proceder con este plan, debo ser franco y

decirles a ambas que se necesitarán más, que unas pocas lecciones de

comportamiento social y de estilo para darle la vuelta al asunto. La Srta. Hammond

debe ponerse completamente en mis manos y hacer lo que se le instruya, y eso

incluye hacer un ajuste en su apariencia.

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Su cabeza se levantó de golpe. – ¿Mi apariencia? -Era plenamente consciente de

que no era la más bella de las mujeres. Sin embargo, le dolía oírle hablar de esos

asuntos en voz alta.

– Hmm. Si quieres que hombres que son más que cazadores de fortunas y pícaros

te ofrezcan matrimonio, entonces las medias tintas no servirán.

– ¿En qué estás pensando exactamente? -cuestionó Violeta.

– Un cambio de imagen completo de la cabeza a los pies. Cabello y ropa para

empezar...

– Pero sigo de luto -protestó Eliza. A la defensiva, se alisó las faldas negras,

sabiendo lo severas que eran. Aun así, eran más favorecedoras que la mayoría de los

antiestéticos tonos que su tía solía elegir para ella. Cuando el deber la había obligado

a teñir todos sus viejos vestidos de negro, no había sido una gran pérdida.

– Bueno -dijo-, no estarás de luto para siempre, y cuando no lo estés necesitarás

un nuevo guardarropa. Ya tienes bastante con la herencia que recibiste de tu tía.

Él tenía razón en eso, reflexionó ella. Aunque incluso ahora, semanas más tarde,

todavía no se había acostumbrado a lo que había hecho su tía Doris, quien nunca le

había mostrado nada más que desprecio y desaprobación en toda su vida, había

hecho de Eliza la única beneficiaria de una vasta fortuna.

¡Todas las doscientas mil libras de ella!

Eliza no había tenido ni la menor idea de que su tía poseía una riqueza tan

grande. ¿Por qué lo haría cuando la mujer los había obligado a vivir como indigentes

virtuales? Pasando los inviernos, no importaba lo duros que fueran, tapados capa

tras capa de gruesa lana en vez de pagar para quemar unos cuantos troncos extra en

la chimenea. Negarse a dejar que Eliza comprara nuevos pañuelos o guantes hasta

que los viejos estuvieran tan desgastados que estuvieran a punto de parecerse a un

queso suizo. Burlarse de la idea de comprar un equipo de caballos fiable, que

podrían hacer el trabajo de manera suficientemente satisfactoria, para seguir

manteniendo a un par de viejos y cansados jamelgos alquilados. Aparentemente, ni

siquiera el hijo de la tía Doris, Philip Pettigrew, se había dado cuenta del tamaño de

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la finca de su madre. En la lectura del testamento, se había visto tan aturdido como

se había sentido Eliza, claramente tambaleándose tanto por saber la cantidad de la

fortuna de su madre como por el hecho de que acababa de ser apartado de ella.

Incluso ahora recordaba la enfermiza tez de su primo una vez que el procurador

había terminado ese día. También recordaba el instante de feroz odio que se había

apoderado de los fríos y negros ojos de su primo antes de que él hubiese eliminado la

expresión.

Ella tembló ante el recuerdo, apartándolo.

Desde entonces había gastado muy poco de su nueva riqueza, y nada en ella

misma. Había dado a todos los sirvientes de su tía un saludable, y largamente

esperado, aumento de sueldo. También había instruido al hombre de negocios de su

tía para que pagara por varias reparaciones muy necesarias en la casa de su tía en

Londres. Su casa en la ciudad, ya que la morada también le había sido dejada en el

testamento. Pero como mujer soltera, vivir allí sola no habría sido apropiado. Y la

verdad es que no deseaba vivir sola, ni siquiera con una dama de compañía

contratada.

Gracias al cielo por Violeta y Adrián. Bendícelos, pensó, por haberla invitado tan

amablemente a su casa.

Ella supuso que bajo las circunstancias era su deber gastar algo de su herencia.

Miró a Violeta y supo que su amiga sólo se preocupaba por su bienestar. Y

considerando todas las muchas bondades de Violeta, ¿cómo podría hacer otra cosa

que no fuera ceder?

– Un nuevo guardarropa no estaría de más, supongo, -aceptó.

– Bien. -Asintió Kit, mostrando una rápida sonrisa. Se detuvo para sacar su reloj

de oro del bolsillo de su chaleco, abriendo a presión la caja para comprobar la hora-.

En cuanto al resto, ¿por qué no hablamos de ello mañana? Tengo planes

programados para esta noche y si no me preparo ahora, llegaré tarde.

Se puso de pie.

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– Claro, sigue adelante. -Violeta extendió sus manos, y agarró las de Kit para

darles un amistoso apretón de manos-. No te arrepentirás de haber aceptado ayudar.

– Sólo el tiempo lo dirá, -murmuró-. Srta. Hammond, hasta mañana.

Ella asintió con la cabeza.

– Mi Lord.

Ella esperó hasta que él se fue de la habitación. Sólo entonces se dio cuenta de sus

dedos y de lo fuerte que los tenía unidos en su regazo. El dolor pasó por sus manos,

la sangre fluyendo de nuevo con normalidad mientras aflojaba su agarre. Aburrida,

suspiró.

Dios mío, ¿qué he hecho?

~19~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 2

– Mantenga su izquierda, mi Lord. Así es. Excelente.

El impacto de sus guantes acolchados que se conectaban con la amplia y

musculosa caja torácica de su oponente cantaba a lo largo de los brazos de Kit como

si la carne golpeara la piedra. Uno, dos, tres, alejarse. Se dio la vuelta y falló por poco

de dar un fuerte golpe en la cabeza mientras se inclinaba y se movía. El sudor se

reflejaba en su pecho desnudo, humedeció su frente y goteó en una lenta línea a lo

largo de su sien.

El otro hombre dio un giro, sus oscuros ojos buscando una abertura. Kit hizo lo

mismo, estudiando la situación, sabiendo que sus reacciones tendrían que ser rápidas

como un rayo, casi instintivas, si quería prevalecer. Su contrincante de hoy era como

un roble, enorme, sólido y tan poderoso como él.

No era una elección fácil aquí.

El Caballero Jackson nunca enfrentaba a ninguno de los boxeadores menores que

peleaban en su salón, pero sabiendo que Kit prefería un desafío y no era del tipo que

se quejaba si salía con uno o dos moretones después, le enfrentó con un gran

boxeador. De repente, el gran hombre se movió bajo, entrando sin esfuerzo para

hacer que Kit dejara caer sus guantes y cayera presa de la finta. Pero Kit se dio cuenta

de la táctica y se mantuvo firme, ignorando la explosión de dolor en su costado

mientras su oponente recibía un sólido golpe.

Antes de que el otro hombre tuviera tiempo de recuperarse y levantar los guantes,

Kit golpeó, conectando con un sólido derechazo a la mandíbula, seguido

rápidamente por otro par de golpes en las costillas. El hombre retrocedió

tambaleándose unos cuantos pasos. Kit le persiguió y volvió a golpear, dándole una

serie de limpios y poderosos golpes.

~20~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

El gran hombre se balanceó, y luego cayó, el suelo de madera reverberó bajo los

pies de Kit mientras su oponente caía al suelo. Un entrenador corrió hacia delante

segundos después para ayudar al hombre caído a sentarse, el boxeador sacudiendo

su cabeza, claramente desorientado.

Un torrente de satisfacción recorrió a Kit con su victoria. Con los pulmones

forzados a tomar aire, se dobló y apoyó los puños enguantados en los muslos

mientras se recuperaba del esfuerzo.

Empezó una ronda de aplausos de unos cuantos caballeros que se habían reunido

para ver el combate expresando su aprobación.

– Bien hecho, mi Lord -declaró el Caballero Jackson, dando un paso al frente-. No

hay muchos hombres que puedan superar a Finke, quien una vez derrotó al gran

Tom Cribb al principio de su carrera. Si usted no fuera un noble, mi Lord, lo pondría

en una pelea de premios y apostaría por usted para ganar. Me temo, sin embargo,

que su estimado hermano, el duque, no lo aprobaría.

No, pensó Kit mientras aceptaba la ayuda del joven sirviente, que se apresuró a

desatarle los guantes, Adrián decididamente no aprobaría que participara en

puñetazos públicos, ensangrentándose las manos en uno de los combates de boxeo a

puño limpio tan populares en estos días. Un caballero podría boxear por deporte o

para resolver una cuestión de honor en lugar de batirse en duelo con una espada o

una pistola, pero nunca lucharía por dinero o fama, y mucho menos delante de las

masas.

Sin los guantes, Kit cogió una toalla del chico y la usó para secarse la cara húmeda

y frotarse el sudor del pecho.

– Gracias por el voto de confianza, John. Significa mucho viniendo de usted.

Buena ronda hoy. Me ha dejado hambriento.

Jackson se rió, el prodigioso apetito de Kit era bien conocido por todos.

– Me alegro de oírlo, mi Lord. ¿Le veremos la semana que viene a la hora habitual?

Kit abrió la boca para aceptar, y luego se detuvo.

~21~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

No lo sabía, se dio cuenta. Podría tener que dar clases a la Srta. Hammond a esta

hora la semana que viene.

– Aún no estoy seguro de mis planes -le dijo al anciano-. Tendré que hacérselo

saber.

– Muy bien, mi Lord. Es bienvenido aquí cuando lo crea conveniente.

Jackson paseando se alejó, moviéndose para atender a algunos de los otros

púgiles en entrenamiento. Kit se giró y cruzó hacia su contrincante, que había

recuperado lo suficiente de sus sentidos como para volver a ponerse en pie. Kit agitó

la mano del hombre más grande y le dio las gracias por el combate, y luego se giró y

salió del ring.

Hablando de entrenamiento, reflexionó Kit, ¡cómo en las llamas azules me dejé convencer

para jugar de casamentero para Eliza Hammond! Porque, no importaba cómo Violeta

eligiera llamarlo, eso es lo que él había acordado hacer. Concedido, no tendría que

elegir a los hombres para Eliza, pero se le había encomendado investigarlos, de

recoger el honorable trigo y separarlo de la paja de los caza fortuna, por así decirlo.

Peor aún, había dado su palabra de convertirla, de una solterona anodina a una

encantadora belleza de la Sociedad, una transformación que requeriría nada menos

que un milagro.

Dios mío, ¿en qué estaba pensando?

En un minuto se había estado preparando para rechazar, suave pero

educadamente, la escandalosa petición de Violeta y correr hacia la puerta más

cercana y al siguiente, estaba sentado charlando con las dos, acordando trazar planes

para mejorar el peinado y el vestuario de Eliza.

Una locura, eso es lo que era. Puede que sea bueno con la gente, pero no era un

petimetre. Era un atleta. Boxeaba. Hacía esgrima. Remaba. Montaba y conducía

caballos. Incluso ocasionalmente todavía participaba en alguna carrera a pie.

No ayudaba a las mujeres a peinarse y a escoger la ropa.

~22~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Pero parecía que estaba a punto de hacerlo, a partir de esta tarde. Maldita sea, si

alguno de sus compañeros se enteraba de esto, se reirían de él tras la puerta. Más

bien se reirían de él hasta fuera de la ciudad.

Bueno, al menos rehabilitar a Eliza Hammond sería un desafío. Tal vez el esfuerzo

ayudaría a evitar algo del aburrimiento implacable que lo había atenazado desde su

regreso del extranjero. Había disfrutado del continente, le gustaba conocer gente

nueva, explorar nuevos lugares. Si hubiera sabido ésto, se habría mantenido alejado

por más tiempo. Se habría ido a la India, a Oriente, a América, tal vez. Pero Adrián le

había escrito diciéndole que su madre lo extrañaba y que lo quería en casa.

Preguntándole cuándo iba a sentar cabeza, a emprender algún tipo de profesión, a

casarse y a formar una familia.

No quería una esposa y una familia, al menos no todavía.

Sólo tenía veinticinco años, después de todo, demasiado joven para esos lazos y

obligaciones tan inquebrantables. Ni siquiera Adrián, el único de la familia que

nunca eludió sus obligaciones, había caído presa de la soga del párroco hasta los

treinta y dos años. Pero Adrián había tenido suerte. Había encontrado una mujer

maravillosa a la que amaba. Una mujer que lo amaba con la misma fiereza. Una

esposa que hizo de cada día un placer, y la bendición de los niños, que, Kit sabía,

hizo que Adrián agradeciera cada momento que viviera y que pudiera verlos crecer y

prosperar.

Pero Kit no estaba listo para el matrimonio. Y aunque no le importaría algo

significativo con lo que ocupar su tiempo, no tenía ningún interés en los medios de

vida habituales disponibles para el hijo menor de un duque. El ejército y su rígida

disciplina le ahogarían la vida. En cuanto al clero... bueno, digamos que disfrutaba de

los variados placeres de la carne un poco demasiado como para considerar la

posibilidad de recibir órdenes eclesiásticas, lo que no le dejaba otra cosa que esperar

a que su herencia llegara dentro de seis meses y esperar que entretanto ocurriera algo

interesante.

Una mano dura le dio de repente una palmada en el hombro.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Winter. Qué espléndida pelea. Lo acorralaste hasta el final hasta que lo

derrotaste y cayó al piso. Bien hecho.

Kit se giró, y encontró a un par de sus amigos merodeando cerca de su codo.

– Lloyd, Selway, ¿qué los trae por aquí? No sabía que les interesaban las artes

pugilísticas.

– Oh, no lo hago por mí mismo, -dijo rápidamente Lloyd-. Tengo un sentido

demasiado fino de la auto preservación como para arriesgarme a arruinar esta

hermosa cara. Pero no me importa ver como el resto de ustedes, tipos temerarios, se

golpean estúpidamente. Por eso es que Selway y yo vinimos. Nos vamos a un evento

deportivo esta tarde en Hampstead. Pensé que querrías unirte a nosotros.

La oferta era tentadora. Malditamente tentadora y por un largo momento

consideró enviar una nota a Violeta para que cancelara la reunión de esta tarde con

ella y Eliza. Pero una promesa era una promesa y él no era más que un hombre de

palabra.

– Lo siento, pero tendré que unirme a ustedes otro día -dijo Kit.

– ¿Qué clase de compromiso podría ser más importante que un evento deportivo?

-Selway dio un asqueroso chasquido de su lengua-. Oh, ¿a menos que hayas recibido

otra citación de su hermano?

Kit no dijo nada, dejándoles pensar lo que les gustara. Si querían culpar a Adrián

por la negativa de Kit a unirse a ellos, entonces parecía un sacrificio apropiado para

su hermano.

– Bueno, al menos di que puedes unirte a los dos en el desayuno -dijo Lloyd.

Al mencionar la comida, el estómago de Kit retumbó.

– Como bien sabes, nunca rechazo una comida adecuada. Dame unos minutos

para lavarme y cambiarme, y estaré a tu disposición.

Se dirigió hacia los vestuarios, su mente llena de pensamientos sobre el milagro

que se esperaba que hiciera más tarde ese día. -Y ahora, para mi próximo truco, damas y

caballeros, murmuró en voz baja: Intentaré separar el Mar Rojo.

***

~24~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ...setecientos, ochocientos, novecientos, diez. Lista o no, aquí voy.

Con exagerado dramatismo, Eliza bajó las manos de sus ojos y se balanceó,

haciendo un gran espectáculo de mirar alrededor del gran y soleado cuarto de

estudios pintado en sutiles tonos de azul.

– Ahora, ¿dónde se pueden esconder esos chicos? -preguntó con voz fuerte y

clara, como si estuviera completamente perpleja-. No los veo por ninguna parte. -

Poniendo sus manos sobre las caderas, dio un giro lento-. Es una habitación tan

grande, ¿cómo voy a encontrarlos?

Una risa infantil aguda de excitado deleite se elevó, claramente originada en el

rincón más alejado de la habitación donde se encontraba un gran caballo balancín de

madera con una silla de montar de cuero real y una fusta de juguete. A su lado se

encontraba un enorme cofre, lleno casi a rebosar de juguetes.

Fingiendo que no había oído ni un solo pitido, Eliza se giró deliberadamente en la

dirección opuesta al sonido y caminó lentamente hacia delante.

– ¿Podrían estar aquí, debajo de esta gran silla? -Se agachó por la cintura y miró

debajo-. No, no aquí.

Se volvió y caminó hacia las ventanas que daban a los bancos de la parte trasera

de la casa, y sus pasos resonaron suavemente contra las tablas del suelo de roble

pulido.

– ¿Podrían estar aquí detrás de esta cortina? -Se detuvo antes de agarrar una

cortina cercana y apartar el paño con una floritura sobreactuada-. ¡Qué mal!

Tampoco están ahí.

Caminó hacia el escondite de los chicos, asegurándose de no acercarse demasiado.

Vio un par de zapatos pequeños y oscuros que sobresalían una pulgada más allá del

borde del cofre de juguetes y sonrió. Su boca se curvó más ampliamente cuando un

pequeño jadeo de anticipación rompió el silencio, seguido por una segunda risa

conspirativa separada. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para poder

inclinarse y agarrarlos, se detuvo y se dio la vuelta.

– Hmm, creo que me he quedado sin aliento. ¿Noah? ¿Sebastián? ¿Dónde están?

~25~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¡Aquí estoy! -Uno de ellos saltó, y el cuerpo del niño salió rápidamente de su

escondite.

Eliza se giró con fingida sorpresa, con una mano en el pecho y los ojos bien

abiertos.

– ¡Oh, me has asustado! –mintió-. ¿Y dónde está tu hermano, Noah?

– No es Noah. ¡Yo lo soy! -El segundo niño apareció de pie, una imagen de espejo

del primero, con pelo corto y oscuro, ojos marrones agudos y mejillas de querubín,

cuya forma le recordaba a su madre, Violeta.

Ella sabía qué niño era cuál y sólo se había burlado de ellos por sus nombres,

aunque no siempre era tan fácil distinguirlos. Físicamente eran tan parecidos como

podían serlo los gemelos. Pero sus personalidades generalmente los delataban: el

gemelo mayor, Sebastián, un poco más dulce y flexible, el menor era, con el que

generalmente se podía contar para que abandonara el juego, y para más información,

justo como lo que hizo hoy.

Salieron corriendo de su escondite con gritos y exclamaciones exuberantes, y la

rodearon. Cayendo de rodillas, ella les devolvió sus ansiosos abrazos y se unió a sus

risas, amando la sensación de sus pequeños brazos enroscados alrededor de su

cuello, sus robustos cuerpos acurrucados cálidos y resistentes contra los suyos. Cerró

los ojos por un breve momento y cedió al impulso maternal que le hizo desear,

aunque sólo fuera por un instante, que fueran suyos.

Y esto, pensó, era la razón por la que había decidido seguir el salvaje plan de

Violeta. Por qué había dejado a un lado sus miedos, sus dudas y, sí, su orgullo y

había aceptado dejar que Kit Winter actuara como su mentor cuando hubiera

preferido negarse y seguir siendo la persona tímida y callada que siempre había sido.

Pero la verdad era que quería más de su vida que pasarla sola.

Después de sus primeras cuatro desastrosas temporadas, había dejado de pensar

en el matrimonio, había abandonado la idea de encontrar un marido y formar una

familia. Se había resignado a la idea de que tendría que disfrutar de sus amigos,

~26~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

satisfacer su deseo de tener un hogar y niños jugando a la "tía soltera" con los hijos de

otras personas. Siempre afuera viendo lo que ella quería y nunca, nunca lo que

hubiera hecho.

Entonces, de repente, todo cambió. De repente heredó una gran riqueza y las

opciones que venían con ella, y como un ave fénix, la esperanza había batido sus

brillantes y anchas alas y resucitado de las cenizas. Con su nueva fortuna, podía

tener una vida de independencia que pocas mujeres soñaban con lograr.

Sin embargo, como mujer soltera, su existencia sería una que viviría en soledad.

Ciertamente tenía amigos a los que podría visitar, pero no podría disponer de su

amabilidad indefinidamente. Por mucho que apreciara vivir con Violeta y Adrián,

por mucho que adorara a sus queridos hijos, no podía quedarse con ellos para

siempre. Ellos y sus hijos no eran, y nunca podrían ser, suyos. Y cuando ella debiera,

por buena conciencia, dejarlos para dirigir sus propias vidas, la suya pasaría en

compañía de una dama de compañía pagada y de un puñado de sirvientes

indiferentes.

Pero si se casaba, podía tener sus propios hijos, alguien a quien amar de nuevo

para reemplazar a la familia que había perdido tantos años atrás cuando ella misma

había sido sólo una niña.

Recordaba ese día con vívida claridad, el día en que se había despertado de una

fiebre mortal, con el pelo empapado de sudor y pegado como un gorro contra su

cráneo, su cuerpo apático y débil. La esposa del ministro local, una mujer que apenas

conocía, le había tomado la mano y le había dicho con lágrimas en los ojos que ambos

padres de Eliza habían sido reclamados por los ángeles, muertos hacía muchos días

de la misma fiebre a la que Eliza había sobrevivido.

En esos momentos, ella había querido morir, llorando lágrimas que sólo le hacían

doler la garganta, sus pulmones se esforzaban más por cada aliento desgarrado que

tomaba. Había caído en pesadillas inquietas, deseando que la enfermedad la

reclamara también. Pero algo dentro de ella se había aferrado a la vida, y a los once

años se encontró sola.

~27~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Cuando se recuperó, su tía la había acogido en vez de verla ir a un orfanato.

– Mi deber cristiano, -había pronunciado Doris Pettigrew con la nariz ganchuda y

los labios apretados y sin humor.

En los años siguientes, Eliza no había encontrado amor en la casa de su tía. Poco a

poco fue comprendiendo el profundo resentimiento que Doris guardaba contra su

hermana menor, la madre de Eliza, Annabelle. Años antes, Annabelle le había dado

la espalda a su familia aristocrática para huir con el padre de Eliza, el empobrecido

tutor de quien se había enamorado perdidamente. Doris nunca había perdonado a

Annabelle por el escándalo resultante, por avergonzar a la familia y por disminuir las

posibilidades de la propia Doris de hacer una pareja distinguida. Su tía había sido

forzada a casarse socialmente, una circunstancia que nunca había dejado de recordar,

y culpar, a la descendencia de Annabelle, Eliza.

Sin embargo, sorprendentemente, su tía le había dejado su fortuna, dándole los

medios para tener lo que más deseaba: una familia propia. No buscaba un gran amor.

No tenía sueños tontamente ingenuos de que una mujer como ella inspirara a un

hombre a sentir la clase de gran pasión con la que los poetas escribieron y los

románticos soñaron. Pero si pudiera encontrar un hombre agradable, un tipo amable

que le diera un hogar cómodo y los niños que anhelaba, un hombre que no la

maltratara ni la dañara, entonces podría estar bastante contenta. Y si después de

algún tiempo los dos se convirtieran en amigos y compañeros, ella estaría muy

contenta y no tendría lugar para quejarse.

Así que si eso significaba dejar que Lord Christopher Winter la instruyera,

entonces ella lo permitiría. Dejaría de lado cualquier sentimiento que pudiera tener

hacia él y aprendería lo que debe hacerse para ganarse un marido. De todas formas,

pasar tiempo con Kit le daría la oportunidad de probarse a sí misma que había

superado al hombre de una vez por todas. La haría sentirse segura al saber que todo

lo que había sentido por él era un precipitado encaprichamiento y nada más.

~28~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Al darse cuenta de que había sujetado a los chicos demasiado tiempo, dio a ambos

un rápido apretón y los soltó, y luego se puso en pie.

– Toca otra vez -dijo Sebastián, aplaudiendo-. Volvamos a jugar.

Las robustas pisadas de los livianos zapatos cruzaron las tablas del suelo.

– No hoy, mis Lores -dijo su niñera-. Estoy segura que han llevado a la pobre Srta.

Hammond hasta el límite. Deben dejarla seguir su camino. Además, ya es hora de

que se laven y almuercen.

Un par de gemidos resonaron.

– Queremos que la tía Eliza se quede -dijo Noah.

– ¡Tía Eliza, tía Eliza! -secundó Sebastián.

– La tía Eliza no puede quedarse. Tiene otras cosas que hacer en este día, -dijo la

mujer mayor, con un suave trasfondo en su voz que suavizó sus estrictas palabras-.

Ahora, compórtense como deben hacerlo los jóvenes señores bien enseñados y

despídanse educadamente de la señorita Hammond.

Idénticas bocas haciendo pucheros, las lágrimas se acumulaban en los ojos de

Sebastián.

– Ahora, ¿qué es esto? ¿Son lágrimas lo que veo? -Preguntó Violeta cuando entró

en la sala de juegos.

– ¡Mamá, mamá!

Ambos muchachos corrieron hacia ella, enterrando sus caras contra sus muslos,

agarrando puñados de sus faldas punteadas de color albaricoque en sus pequeños

puños.

– Desean que me quede -explicó Eliza, ante la mirada curiosa de Violeta.

– Bueno, por supuesto que lo hacen. Los chicos te adoran y con razón. Eres su tía

favorita, más favorecida incluso que cualquiera de sus tías naturales. Pero, -declaró

Violeta, abrazando a cada uno de sus hijos mientras se inclinaba hacia delante para

dirigirse a ellos-, por mucho que le gustaría, tu tía Eliza no puede quedarse a jugar

todo el día. Tiene cosas que debe hacer que no pueden incluir a un par de niños

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

pequeños. Además, si no me equivoco de hora, es el momento de que ambos coman

y luego duerman una siesta.

– Como les estaba diciendo cuando llegó, su Gracia -dijo la niñera, con las manos

dobladas en su amplia cintura.

No quiero una siesta -dijo Noah con voz desafiante.

– Yo tampoco -aseguró Sebastián.

Violeta sacudió lentamente la cabeza.

– Bueno, supongo que no puedo hacerte dormir, pero si no descansas, tu padre no

te llevará esta tarde a montar en los ponis. Dice que los chicos cansados son pobres

jinetes, y que nunca aceptará dejarte dar una vuelta en Nieve y Ébano si no han

dormido sus siestas.

– Quiero montar los ponis. -Noah lanzó una mirada de súplica a su madre.

– Yo también lo quiero. -Sebastián se apretó más contra su cadera.

– No veo otra alternativa, entonces, que ir con la niñera y hacer lo que se les dice.

¿Prometen ser buenos chicos, comer su comida y tomar una siesta apropiada?

– Sí, mamá, -dijeron al unísono.

– Esos son mis dulces amores. -Violeta plantó exuberantes besos en cada una de

sus mejillas, abrazándolas hasta que las risas estallaron-. Fuera de aquí, diablillos.

Los chicos empezaron a ir hacia su niñera. Sebastián se detuvo y corrió hacia

Eliza. Le hizo un gesto para que se agachara.

– ¿Vendrás a contarnos una historia más tarde? -susurró en voz alta.

Ella sonrió, derritiéndose bajo el hechizo de su inocente encanto.

– Si me entero de que has sido muy bueno, acompañaré a tu madre arriba cuando

vaya a arroparte esta noche.

Noah sonrió desde donde esperaba junto a su niñera. – Seremos buenos, -dijo.

Los labios de Sebastián se curvaron igual que los de su hermano antes de que

abrazara a Eliza, y luego, obedientemente, se dirigió a su niñera. Tomando una

pequeña mano en cada una de ellas, la sirvienta se llevó a los niños.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Gracias a las estrellas por los ponis -dijo Violeta en el momento en que sus hijos

estaban lejos como para oírla-. Sabe Dios con qué me veré obligada a sobornarlos el

año que viene. Por lo menos Georgiana es demasiado pequeña todavía para poner en

práctica sus artimañas.

– Es un bebé precioso.

Una mirada de feliz orgullo bañó los rasgos de Violeta al mencionar a su hija.

– Lo es, ¿verdad? Estoy constantemente sorprendida de lo tranquila que es. No se

queja, casi nunca llora, ni siquiera cuando su pañal está mojado. Estaba en la

guardería dándole de comer y en cuanto terminó, se durmió de inmediato. -Detrás

de sus gafas, los ojos de Violeta brillaban-. Deberías ver a Adrián con ella,

arrullándola y haciéndole carantoñas. Pensarías que un hombre nunca ha tenido un

hijo antes. Él está bastante embobado. ¿Te he dicho que se ha acostumbrado a

llamarla su angelito?

Y el bebé se parecía a un ángel, pensó Eliza, uno con mejillas redondas y rosadas,

ojos verdes, largas pestañas y una cabeza perfectamente formada a la que sólo ahora

le empezaban a crecer las más pequeñas pelusas de pelo oscuro en su superficie.

– ¿El bautismo se celebrará todavía dentro de una semana a partir del domingo?

Sí. Jeannette envió una nota. Ella, Darragh, mi nueva sobrina y la mayoría de los

hermanos de Darragh están en camino. Toda la prole de ellos debería llegar en uno o

dos días, si todo va como está previsto. Sus sirvientes están locamente limpiando su

casa de la ciudad, haciendo preparativos para una casa muy llena.

Eliza tenía sentimientos contradictorios sobre la presencia de la condesa de

Mulholland una vez más. Jeannette Brantford O'Brien la intimidó, logrando de

alguna manera dejarle siempre un sentimiento del tamaño de una pequeña lombriz

verde. Pero Violeta dijo que había notado una marcada suavidad en la disposición de

su gemela malcriada y gregaria desde el matrimonio de Jeannette con su Lord

irlandés. Y desde la adición de su nueva hija, nacida sólo una semana antes que

Georgiana, se había suavizado aún más.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Pero, ¿podría uno deducir tales cosas de las cartas? se preguntó Eliza. Sólo una visita

en persona lo diría.

– Estoy tan contenta de que hayamos decidido esperar y celebrar un bautismo

conjunto aquí en la ciudad -dijo Violeta-. Tradicionalmente, los bautismos familiares

se celebran siempre en Winterlea, pero como esta vez serán nuestras dos hijas, no veo

ningún daño en un pequeño cambio. De todos modos, Jeannette dijo que viajar con el

bebé todo el camino desde el Condado de Clare sería bastante agotador sin tener que

subir a Winter y luego volver aquí a Londres otra vez. Y quiere parar en la ciudad, ya

que se niega a volver a Irlanda sin un vestuario completamente actualizado.

Oh, sí, pensó Eliza, el apaciguamiento de Jeannette quedaba por verse ya que en

algunos asuntos ella claramente no había cambiado en absoluto.

Se oyó un educado golpe en la puerta de la sala. Un lacayo entró e hizo una

reverencia, y luego esperó a ser reconocido.

– Sí, Robert, ¿qué pasa? -preguntó la duquesa.

– Su Gracia, pidió que se le informara cuando llegara Lord Christopher. Está en el

salón amarillo ahora, esperando gustosamente.

El estómago de Eliza cayó duro y rápido como una piedra en la casa. No sabía si

estaba lista pero parecía que sus lecciones estaban a punto de comenzar.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 3

– ¿Es esta la joven que mencionó, mi Lord?

Un desconocido, vestido con un abrigo bien confeccionado y calzones de color

marrón tabaco se dio vuelta ante la entrada de Eliza y Violeta en el salón. Con los

hombros erguidos, marchó en línea recta y se detuvo frente a Violeta. Como no era

un hombre alto, su crítica mirada de mediana edad aterrizó casi al nivel de los ojos

de ella. Con su cabeza de pelo ondulado y cobrizo hasta los hombros, llevó a cabo

una audaz inspección del peinado de Violeta.

– Hmm, no está mal -murmuró en voz alta, levantando la cabeza en un sentido y

luego en el otro-. No está nada mal. Encantador color y textura, pero, por supuesto,

estoy seguro de que podría proporcionarle algo mucho más elegante, más a la moda.

Un estilo que seguro deslumbrará a sus amigos y le hará la envidia de sus conocidos.

Kit se aclaró la garganta en voz alta.

– Ejem, Sr. Greenleaf. No es la joven de la que hablamos, sino mi cuñada, la

Duquesa de Raeburn. La joven que necesita su atención está allí, de pie justo delante

de la puerta.

La mirada de Greenleaf se desplazó y se fijó en Eliza, que se encontraba no lejos

de la entrada.

Vio como sus ojos se abrían de par en par, sus iris azules parpadeaban primero

con sorpresa antes de oscurecerse con una decepción no disimulada. Sus delgadas

fosas nasales temblaban débilmente alrededor de sus bordes, los labios se

redondeaban en una mueca de desaprobación.

– ¡Ohh!

Ella se puso rígida, por el tono y la mirada tan hiriente como una bofetada.

Después de años de recibir muchas reacciones similares, ésta no debería haber

picado. Sin embargo, todo lo que quería hacer era girar sus tacones y huir de la

~33~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

habitación. Sólo el orgullo obstinado y el miedo a una mayor censura la mantuvieron

en su sitio.

Kit se adelantó, señalándola hacia él con una mano.

– Entre, Srta. Hammond, pase. Permítame hacerle saber a usted y a la duquesa, del

Sr. Albert Greenleaf. El Sr. Greenleaf es el mejor peluquero de mujeres de todo

Londres.

Greenleaf echó hacia atrás sus hombros, con su angular barbilla apuntando hacia

arriba.

– Soy el mejor peluquero de toda Inglaterra y probablemente de todo el

continente. Nunca se ha visto nada mejor.

Bueno, ciertamente no le falta autoestima, reflexionó Eliza. Tal vez su segundo nombre

sea Napoleón.

Las presentaciones aparentemente terminaron para el pequeño dictador, el

peluquero se golpeó un par de dedos contra sus labios y la miró fijamente una vez

más como se podría estudiar un escarabajo particularmente desagradable pero sin

embargo intrigante. Caminó en un círculo lento, chasqueando con la lengua,

zumbando y suspirando mientras avanzaba.

Los nervios se apretaron y revolotearon a lo largo de su piel, zumbando como un

enjambre de pequeños mosquitos. Contuvo las ganas de moverse y de dar bofetadas,

manteniéndose firme bajo su escrutinio, con los ojos mirando hacia abajo. A lo largo

de los años había aprendido a soportar todo tipo de encuentros desagradables e

intolerables manteniendo la mirada fija en el suelo.

De repente, los dedos empezaron a arrancarle las horquillas, clavándose con ruda

impertinencia en sus mechones para rozar su cuero cabelludo.

Ella saltó y giró, sus manos volando defensivamente hacia su cabeza. Con los

dedos temblorosos, trató de sostener su caído moño.

– ¿Q...qué está haciendo?

– Bajándole el cabello. Debo verlo libre de este horrible moño en el que se lo

recoge, si quiero imaginar algún tipo de mejora. Ya se ha mejorado simplemente

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

aflojándolo alrededor de su cara. Ahora, baje las manos y déjeme sacar esos alfileres

para que pueda ver el reto que tengo ante mí.

Ella retrocedió un paso.

– ¡No!

Las cejas rojizas se levantaron, imperiosas como un par de monarcas indignados.

– ¿No? -Se volvió hacia Kit, con una clara expresión de exasperación en su cara-.

Milord, si ella no coopera, entonces no le veo sentido a este ejercicio. Soy un hombre

ocupado con muchos clientes que no se resisten a que les quiten unos cuantos

alfileres de su pelo.

Kit miró entre los dos.

– Bueno, prefirió tomarla por sorpresa. Quizás si se lo pide educadamente podría

empezar de nuevo.

Las fosas nasales del hombrecito volvieron a temblar ante la reprimenda. Aun así,

se dio la vuelta y le hizo una pequeña reverencia.

– Mis disculpas, Srta. Hammond, si la asusté. Ahora, ¿me permite continuar, por

favor?

Dudó, queriendo desesperadamente negarse. Miró a Kit y luego a Violeta,

buscando su ayuda e intervención.

La compasión se deslizó como una suave ola del océano en la mirada de Violeta.

– ¿Tal vez yo podría quitar los alfileres? -Sin esperar una respuesta, Violeta se

adelantó, levantó la mano y comenzó a deslizar las horquillas restantes para

liberarlas del cabello de Eliza.

No había ganado la batalla, se dio cuenta Eliza, pero al menos había conseguido

un pequeño punto, gracias a Violeta.

Greenleaf inhaló.

– Como desee, su Gracia

Liberada de sus ataduras, su pesado cabello se balanceaba sobre sus hombros y

bajaba por su espalda hasta su cintura. Sabía cómo debía parecer, colgando recto y

sin inspiración como una capa de color barro. Mirando sus zapatos esta vez, luchó

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

contra la vulnerabilidad que la dejaba sintiéndose desnuda y expuesta. El cabello

desatado de una mujer era un asunto privado, había pensado siempre, una intimidad

que sólo podía compartirse con la criada de su señora, sus amigas íntimas y, un día,

si el destino lo permitía, con su marido. Sin embargo, aquí estaba con su cabello

revelado a todos, o revelado al menos al trío reunido actualmente en el salón para la

ocasión.

Desde debajo de sus pestañas observó a Kit y lo encontró mirándola fijamente,

una expresión ilegible en su normalmente abierta y atractiva cara. Rápidamente miró

hacia otro lado, su corazón palpitaba como una cuerda de violín arrancada.

Entonces el señor Greenleaf volvió a meterle las manos en el pelo.

– Grueso como la cola de un caballo, -proclamó el peluquero, reuniendo sus

mechones dentro de sus puños antes de dejar que las madejas se deslizaran

gradualmente-. Hmm, sí, esto podría ser muy interesante, inspirador incluso, como si

Da Vinci hubiera recibido un lienzo en blanco sobre el que crear.

Caminó a su alrededor, luego extendió la mano y recogió su pelo hacia adelante,

cubriéndola para que los mechones cayeran en cascada sobre sus hombros y pechos

vestidos de negro.

– Arriba. Levante la barbilla, por favor. Hombros hacia atrás, columna vertebral

recta para que pueda observarle correctamente, de lo contrario no podré lograr nada.

Caminó varios pasos por el salón y luego se giró para enfrentarse a ella.

– Arriba, -dije. Suspiró-. Por favor, Srta. Hammond, necesito su cooperación.

¿Cooperación, verdad? Todo lo que el pequeño tirano parecía querer hasta ahora

era obediencia. Por otra parte, ¿no era eso lo que su tía siempre había querido? Una

conformidad incuestionable en todos los asuntos, tanto grandes como pequeños.

Quizás eso, tanto como sus circunstancias actuales, era la razón de su deseo de

resistir, y su decisión final de no hacerlo. Hacía mucho tiempo que había aprendido

la inutilidad del desafío abierto, enseñado bajo la dolorosa bofetada de la dura palma

de su tía contra su mejilla.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Con sus órdenes raspando a lo largo de sus nervios como una garra, ella levantó

su barbilla.

Un puño plantado en su cadera, otro levantado a su boca, Greenleaf la repasó con

sus ojos. Abruptamente, levantó una mano y movió sus dedos en el aire.

– Sí, lo tengo. No sé por qué no pensé en ello inmediatamente. ¡Cortaremos!

– ¡Cortar! -Eliza jadeó, y dio un paso instintivo, con las manos volando hacia su

cabeza.

Kit se interpuso entre ella y el peluquero, con las oscuras cejas fruncidas.

– No lo sé, parece algo extremo, ¿no cree?

– A veces la brillantez requiere medidas extremas.

Violeta se introdujo en la conversación.

– Sí, pero incluso yo, sé que el pelo corto ya no es la moda en estos días. Tal vez se

podríamos llegar a un arreglo.

– ¿Llegar a un arreglo? -El hombre mayor, dio una imperiosa inhalación-. El Gran

Greenleaf no hace arreglos. Y cuando termine, el pelo corto será la moda, recuerde

mis palabras.

– Sí, pero si ella no quiere que le corte el pelo, entonces... –dijo Kit.

– Pensé que había sido claro desde el principio, mi Lord -interrumpió Greenleaf-.

Soy un artista y se me debe permitir que tenga rienda suelta. Si usted y los demás

insisten en interferir, no tiene sentido continuar con la reunión de hoy. Me iré y usted

puede contratar a otro peluquero. Un peluquero sin escrúpulos que, sin duda, se

inclinará y hará precisamente lo que usted sugiere, dándole lo que usted cree que

quiere con resultados nada satisfactorios. Ahora, les digo adiós...

– Adelante y córtelo, -dijo Eliza.

Tres pares de ojos volaron hacia ella.

– ¿Perdón? -preguntó Kit.

Eliza levantó la voz para que se le escuchara claramente.

– Dije que lo cortara. -Tal vez Greenleaf tenía razón, pensó. Tal vez en esta

situación la audacia y el atrevimiento eran precisamente lo que más se necesitaba.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Ella había llegado hasta aquí, decidió. ¿Por qué dejar que el miedo la convenza de

que tire a la basura sus oportunidades?-. El Sr. Greenleaf parece convencido de que

mi cabello se verá mejor que ahora y si es tan bueno como dice…

– No es una pretensión. Soy bueno, -declaró el hombrecito, con el pecho

ligeramente hinchado como el palomo más audaz del parque.

– Entonces me pongo en sus manos. Rece para no decepcionarme.

Un largo momento de silencio descendió, luego una sonrisa tan amplia como el

Canal de la Mancha arrugó su boca.

– ¡Bravo! A trabajar, entonces, a trabajar. ¿Dónde nos instalaremos? Ciertamente

no aquí en este salón. ¿En su alcoba, tal vez?

– Pueden usar mi sala de estar, -dijo Violeta con su voz de duquesa más

autoritaria.

– Excelente. -El peluquero aplaudió dos veces y se dirigió hacia las puertas

dobles-. El personal me espera abajo. Mandaré a buscarlos y comenzaremos luego.

Greenleaf se fue, la energía residual circulando en la habitación como si un

torbellino acabara de atravesarla.

Violeta cruzó hacia Eliza, y le pasó un brazo de apoyo alrededor de su cintura.

– ¿Estás segura? No tienes que hacer esto si no lo deseas.

Eliza se atrevió a mirar a Kit, y se encontró con su mirada de oro verde.

– ¿Es tan bueno como dice?

– El mejor, según todo lo que se me ha dado a entender. Pero cada pulgada tan

temperamental como acaba de presenciar. Podemos encontrar otro hombre, si lo

prefiere, y enviaré a Greenleaf por su camino.

Eliza le correspondió con un suspiro, muy tentada de ceder a su inquietud y hacer

eso mismo. ¿Pero no había aceptado este plan? ¿No se había comprometido a dejar

que Kit la ayudara? Si este Greenleaf era un maestro en emperifollar el cabello,

entonces ella debía arriesgarse y dejar que lo arreglara.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Estaré bien, -le aseguró a Kit y a Violeta con mucho más valor del que ella

sentía-. Además, si queda horrible, siempre puedo usar una peluca mientras me crece

el pelo, -añadió con una sonrisa irónica.

A medida que pasaban las tres horas siguientes, Eliza comenzó a preguntarse si

realmente se vería obligada a recurrir a medidas tan desesperadas.

Con la expresa prohibición de mirarse al espejo, apenas tenía idea de lo que el

Gran Greenleaf le estaba haciendo a su cabello. Pero lo que no podía ver lo sentía, a

menudo con una sensación de creciente preocupación y horror. Incluso ahora un

ligero regusto permanecía en su lengua por el bulto de miseria que se había

acumulado en su vientre cuando el hombrecito trenzó su largo cabello y luego

recuperó un par de tijeras de una mesa cercana.

Había sentido las tijeras apretarse como un voraz par de mandíbulas, las había

oído hacer un ruido de aserrado antes de cerrarse finalmente con ahínco.

Segundos después, su trenza esquilada cayó en su regazo como una piel recién

cortada, oscura y muerta en cada pulgada.

– Un recuerdo -exclamó con una alegría despiadada.

La había agarrado, acariciando la suave trenza mientras luchaba contra las

lágrimas. Pero sólo tuvo unos segundos para llorar antes de que él y sus secuaces se

pusieran a trabajar, frotándole vigorosamente el pelo con jabón, enjuagándolo con

agua fresca y tibia. Después de eso, habían procedido a untarle los mechones con un

brebaje de olor extraño tras otro, envolviéndole el pelo en toallas y enjuagándolo

entremedio. Ella no sabía lo que estaban usando pero se imaginó que había percibido

olores de mora, café y algo que le recordaba a las hojas secas de otoño y al moho del

pan.

Mientras tanto, Greenleaf dirigió a su personal alrededor de la habitación como

un mariscal de campo, ordenándoles de aquí para allá con movimientos precisos y

bien hechos. Cuando la serie de decocciones se completó, le cubrió los hombros con

una toalla y luego le peinó el cabello para que no se enredara con un peine de marfil

de dientes finos.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Ella supuso que la prueba estaba llegando a su fin, cuando él la sorprendió una

vez más pidiendo las tijeras, nuevas esta vez, de plata brillante y malvadamente

afiladas.

En una ráfaga de movimiento, él le agarró y cortó, moviéndose a su alrededor

como si estuviera poseído, inclinando su cabeza de un lado a otro, deteniéndose para

mirar mientras le sacaba trozos de pelo con la punta de los dedos, midiendo y

juzgando. Ella estaba empezando a adormecerse cuando él se detuvo y la despertó

con un fuerte gruñido de satisfacción. Aplaudiendo, pidió las tenacillas de rizar.

Ella temía ser chamuscada por las varillas de metal calentadas pero él trabajó con

una precisión confiada, secándole el pelo y rizándolo todo a la vez alrededor de su

cabeza. Entregando la última pinza rizadora, casi fría, a su ayudante, cogió un par de

pinzas de filigrana de oro y las colocó justo detrás de sus orejas. Tiró de un par de

mechones que caían sobre su frente e hizo una última inspección.

Con una gran floritura, barrió la toalla de alrededor de sus hombros.

– ¡Et voilà! Perfecto.

Uno de sus ayudantes corrió hacia delante, con un gran espejo preparado.

Eliza lo miró y sintió como su boca se abría mientras miraba asombrada su reflejo.

***

Kit se acurrucó más profundamente en la silla del salón e intentó dormir. Y pensar

que incluso ahora podría estar disfrutando de un alegre momento con sus

compinches en Hampstead, viendo pelear a los luchadores, apostando, fumando y

admirando a los bonitas cortesanas que llegaban a tales eventos en los brazos de sus

últimos protectores.

En lugar de ello, pensó, estaba prisionero de su promesa a Violeta mientras

esperaban los resultados del corte de pelo de la señorita Hammond. ¿Quién hubiera

imaginado que una cosa tan simple tomaría tanto tiempo? Rezó para que los

resultados no fueran un desastre. Seguramente cualquier cosa que hiciera Greenleaf

sería una mejora, y a Kit le habían asegurado varias excelentes fuentes que el

imperioso hombrecillo era extremadamente talentoso.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Más le valía a Greenleaf, por lo que cobraba. Si Kit no fuera un Lord y se dedicara

a profesiones tan bajas como las del comercio, podría haber considerado tomar el

oficio él mismo para ese tipo de cosas.

Debió de suspirar; otra vez; aunque no se había oído a sí mismo hacerlo, ya que

de repente Violeta le miró desde el libro que estaba sentada leyendo.

– ¿Voy a ver cómo está? -preguntó.

Él agitó la cabeza negativamente.

– Sólo te echarán como ya lo han hecho tres veces. Imagina tener el valor de

expulsar a una duquesa. Son un grupo orgulloso y reservado.

– Sí, tienes razón y estoy segura que tu madre no soportaría tal tratamiento, pero

de todas formas no había nada que hacer sino mirar y esperar. Sólo espero que la

pobre Eliza esté bien ahí dentro.

– Por supuesto que está bien. Si la estuvieran torturando, creo que ya habríamos

oído los gritos.

Violeta le lanzó una mirada de castigo, aunque él pudo ver el humor que jugaba

en las esquinas de su boca.

Sus propios labios se curvaron hacia arriba mientras mostraba sus dientes con

descarada diversión.

– Así que, ya que he sido consignado para quedarme en casa por la noche, ¿qué

está preparando el Chef para la cena?

Violeta estaba empezando a contarle cuando Greenleaf apareció, entrando a

zancadas en la habitación.

– Mi Lord. Su Gracia. Contemplen mi más reciente creación.

Una mujer se deslizó en la habitación detrás del peluquero y durante un largo y

pronunciado momento Kit no supo quién era. Se puso en pie y miró fijamente, y

luego miró un poco más. Si no fuera por el familiar vestido negro que había llevado

antes, sospechaba que no la habría reconocido en absoluto, el cambio era tan

marcado.

¿Era este sorprendente bocado de feminidad realmente Eliza Hammond?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Casi dejó escapar la grosera pregunta, pero se contuvo en el último segundo.

Violeta mientras tanto se puso de pie y se precipitó hacia su amiga.

– ¡Oh, solo mírate! Tu cabello es precioso, simplemente precioso. ¡Oh, me encanta!

Tocando con una mano tentativa su nuevo peinado, Eliza compartió una tímida

pero obviamente excitada sonrisa.

– ¿De verdad, es tan diferente?, todavía estoy tratando de reconciliarme con la

alteración.

– Es magnífico, -arrulló Violeta-, tal como prometió el Sr. Greenleaf. ¿Qué piensas,

Kit? ¿No lo adoras?

Todos los ojos se volvieron hacia él.

– Sí -dijo, con una extraña opresión en la garganta-. Es bastante cautivador.

– Es más que cautivador. Es divino, -dijo Violeta.

Y era divino, estuvo de acuerdo Kit en silencio. El milagro que habían necesitado.

Ya que, más allá de toda esperanza, un simple corte de pelo había logrado convertir a

Eliza Hammond en alguien que nunca antes había sido: una mujer sorprendentemente

atractiva.

Donde antes había habido un tono de piel amarillenta, casi lúgubre, ahora había

un fresco e inesperado resplandor de una chica pícara que se veía envuelta en los

cortos rizos que espumaban y se deslizaban por sus mejillas y al frente en una

especie de danza salvaje y pagana. Ya no estaba la pesada severidad de su largo y

liso cabello, como si cortarlo hubiera desatado un gran peso, liberándola de una vieja

y confinada carga.

Y el color. El color era puramente impresionante, exuberante como un crujiente

día de otoño. Su cabello brillaba con una vida vibrante, con gloriosos matices rojos

que se asomaban por debajo de una mezcla de castaño cálido y madera quemada.

¿Cómo había logrado Greenleaf tal maravilla? Más concretamente, ¿por qué el

resultado dejó a Kit queriendo pasar sus dedos por esos traviesos rizos para ver si

eran tan sedosos y seductores como parecían?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

A los ojos de su mente, se vio a sí mismo haciendo eso mismo. Cruzando hacia

Eliza y pasando sus manos por esa loca e impulsiva masa de pelo, acariciando su

cráneo, haciéndola girar y sonreír, y luego reírse de él de una manera alegre como

nunca antes la había visto sonreír. Sus ojos grises brillando sólo para él.

Desconcertado por la fantasía, rápidamente la alejó.

Qué tontería, pensó, dándose una sacudida mental.

Obviamente debía estar más necesitado de una mujer de lo que imaginaba. Pero si

tenía tal reacción, piensa en cómo podrían responder otros hombres.

Tal vez Violeta tenía razón. Tal vez su plan no era un caso tan desesperado,

después de todo. Vestida con la ropa adecuada, Eliza se vería bastante presentable.

Más que presentable, en verdad. Y con la promesa de una gran fortuna a cambio de

un anillo de bodas, seguramente podría encontrarle un novio adecuado.

Pero entonces miró de nuevo, la vio arrastrando los pies y apretando las manos en

los pliegues de sus faldas, con la vergonzosa incomodidad de estar una vez más bajo

el escrutinio de los demás. Y no eran más que tres personas, y con la posible

excepción del Sr. Greenleaf, y sus dependientes.

Se sorprendió a sí mismo en un suspiro, al darse cuenta de que casi había

olvidado la parte más difícil de la tarea que tenía por delante.

Su timidez

Su dolorosa, abyecta y absolutamente marchita timidez que la dejaba casi

paralizada en momentos en que el aplomo y la audacia eran esenciales para el éxito.

Su mejor apariencia ayudaría y ayudaría enormemente, pero necesitaba ser capaz de

hacer algo más que murmurar un apenas audible “Hola" para luego mirarse a los pies

cuando se encontraba en compañía.

Aun así, este nuevo peinado fue una mejora notable. Con la instrucción y el

estímulo adecuados de su parte, tal vez el objetivo todavía se podía alcanzar.

Al menos eso es lo que él esperaba. Como Lord, era lo que esperaba.

– Bueno, señorita, ¿no se lo dije? -Dijo Greenleaf-. Una belleza hermosa en lo que

se ha convertido y en menos de un día con mi brillante asistencia. Pero necesitará que

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

regrese regularmente de ahora en adelante. Precisamente dentro de cuatro semanas

volveré para hacer todo de nuevo. Tal esplendor debe mantenerse.

Eliza hundió su barbilla en un asentimiento aprensivo.

– Sí, señor. Dentro de cuatro semanas.

– No piense en posponer nuestra próxima cita o se encontrará con el más

profundo arrepentimiento. Bueno, me voy, más increíbles y esplendorosas hazañas

que lograr.

De alguna manera los tres lograron permanecer en silencio hasta que el oído del

peluquero estuvo fuera del alcance, entonces todos comenzaron a reírse.

Kit estaba limpiando una lágrima del rabillo de un ojo un minuto después cuando

Adrián entró. Alto y formidable, su hermano poseía una presencia imponente que

instantáneamente llenó la habitación.

– Sabes que acabo de pasar junto al pequeño más curioso en el pasillo -observó

Adrián-. Estaba murmurando algo para sí mismo acerca de ser malditamente brillante,

disculpen, señoras, por repetir tal lenguaje.

Adrián giró y sonrió a Violeta, y luego miró distraídamente a Eliza.

Se quedó inmóvil y mirándola fijamente, durante un largo instante como si le

hubiesen golpeado en la frente con un garrote.

– ¡Dios mío!, Srta. Hammond, ¡pero qué se ha hecho en el pelo!

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 4

– También tendremos un vestido de tarde en seda amarillo pálido y otro hecho en

rosa empolvado. Oh, y trajes de montar, ella debe tener trajes de montar. Tres por lo

menos, uno creo hecho de ese divino merino azul de Cerdeña. Un segundo en ese

dulce bosque verde de popelina y el último en el amaranto de Nápoles. -Sonriendo

como una niña suelta dentro de una dulcería, Jeannette Brantford O'Brien aplaudió

con sus manos enguantadas-. ¡Oh, qué encantadores serán!, ¿no está de acuerdo, Srta.

Hammond?

Kit vio a Eliza abrir la boca para responder, pero no consiguió ni siquiera un

sonido más allá de sus labios antes de que la gemela de Violeta se precipitara, la

condesa reflexionando sobre los diversos adornos y botones disponibles. La

propietaria, Madame Thibodaux, toda aquiescencia y asentimiento.

Desde su lugar en el diván cubierto de satén y con fondo de pergaminos de la

estilista, Kit observó el proceso, no sorprendido por el continuo intercambio, o la

falta del mismo, en el caso de la pobre Eliza, ya que Jeannette apenas había dejado

que la otra joven dijera una palabra desde el momento en que entraron en el taller de

la modista. En cuanto a pedir la opinión de Eliza, Jeannette se había hecho cargo de

la expedición de compras como si fuera un general en asedio a una ciudadela, Eliza

no era más que un recluta novato que esperaba aprender y obedecer.

En cuanto a sí mismo, era el superfluo escolta masculino. Ocultando un suspiro,

alcanzó una tostada con paté que el ayudante de Madame Thibodaux había ofrecido

poco después de su llegada.

¿Por qué acepté acompañar a las mujeres esta mañana? se preguntó mientras comía los

entremeses. Un hombre no pertenecía a un bastión femenino como este. Levantó su

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

copa de vino y bebió, vislumbrando el rostro de Eliza, sus pálidas mejillas más

pálidas aun, y recordó la razón. Recordó el ansioso destello que le había llegado a los

ojos cuando se dio cuenta de que Jeannette quería acompañarla a la casa de la

modista en lugar de Violeta.

Violeta fue apartada por un problema estomacal y, lamentablemente, confinada a

su cama. Cuando Jeannette, quien había llegado dos días antes, junto con su esposo,

Darragh, su hija menor, Caitlyn, y los hermanos de Darragh, Michael, Finn, Moira y

Siobhan, escuchó que la expedición de compras de Eliza iba a ser pospuesta, se había

ofrecido ansiosamente para ayudar.

¿Quién mejor que ella, declaró Jeannette, para arreglar el nuevo vestuario de

Eliza? Con el amor de Jeannette por la moda y todas las cosas femeninas, ella era la

elección perfecta para la tarea. Además, confesó, se había estado muriendo

literalmente durante años por ponerle las manos encima a Eliza y vestirla con algo

que no fuera un tejón desaseado y tonos marrones monótonos. Ahora, por fin, había

sonreído, su oportunidad había llegado.

Sabiendo que Jeannette no estaba exagerando en lo más mínimo su talento en las

artes de la moda, y que realmente era la mejor persona para vestir a Eliza con un

nuevo guardarropa, Kit se encontró aceptando la oferta de Jeannette. Lo que no había

planeado era acompañar a las damas en su expedición. Pero esa mirada desesperada

y suplicante de Eliza le había persuadido de lo contrario.

Dulce Jesús, se habría sentido peor que un asesino de cachorros si hubiera

ignorado su silenciosa súplica.

Así que aquí estaba sentado, aburrido y fuera de lugar. Al menos las tostadas eran

tolerables, meditó, mientras se inclinaba hacia delante para seleccionar otra.

– Ahora, empecemos con los vestidos de noche -dijo Jeannette-. Yo diría que

necesitaremos un mínimo de dos docenas.

– Dos docenas! –jadeo Eliza con una débil voz de angustia.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Por supuesto. –Asintió Jeannette-. Una dama nunca desea que la vean con el

mismo vestido dos veces, así que ahora que lo pienso, digamos tres docenas de

vestidos de noche, para estar seguros.

– Pero el gasto...

– Tienes muchos fondos. Te hará bien gastar algunos de ellos, especialmente si

tienes la intención de encontrar un marido. -Jeannette se volvió hacia la modista-.

Empecemos con el satén perlado. Hmm, ¿tal vez deberíamos añadir una fila de rosas

aplicadas a lo largo del dobladillo? Están de moda en esta temporada, ya sabe.

– Sí, mi Lady, las rosas se verían encantadoras, y tal vez una pálida falda de tul

rosa, si puedo sugerir.

– ¿En qué estilo? ¿Tiene un boceto?

– Sí, en efecto. Déjeme encontrar el libro de patrones.

Mientras la mujer se alejaba rápidamente, Jeannette miró de nuevo a Eliza.

– Mi querida Srta. Hammond, ¿por qué no va al probador con la asistente de

Madame antes de que la pobre se desmaye de los nervios? Ha estado flotando en la

espera, por varios minutos

Kit vio a ambas mujeres mirar hacia la chica, la asistente esperando en la periferia

de la habitación exactamente como Jeannette describió.

– Tienes que probarte para que te vean, por si las costureras tienen alguna cosa

que alterar en el par de vestidos que Madame ha reservado para ti. De lo contrario,

no estarán listos para mañana, -continuó Jeannette.

– Y...yo puedo esperar unos pocos días para mis nuevos vestidos, -objetó Eliza en

un tono suave-. No es como si vaya a haber alguna visita pronto.

– Asistirás al bautizo mañana. No te servirá llegar a la iglesia de negro. Es un tono

tan deprimente.

– Pero estoy de luto.

– Medio luto. Nadie pensará mal de ti si usas un poco de color. Ah, aquí regresa

Madame, así que ve. Ella y yo lo haremos bastante bien por nuestra cuenta mientras

tanto.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Por un momento, Eliza pareció como si tuviera la intención de mantenerse firme y

discutir el punto, pero abruptamente sus hombros se inclinaron y se alejó

mansamente. Ella y la joven asistente desaparecieron detrás de una cortina que

llevaba a una habitación en la parte trasera de la tienda.

El cuadro concluyó, Kit apoyó su codo en el alto y sencillo brazo del diván y

sorbió su vino.

Menos de cinco minutos después, la ayudante de la Madame Thibodaux salió

disparada de detrás de la cortina, una expresión de profunda angustia que se

mezclaba con su linda cara de nariz respingona. Una ráfaga de conversación ahogada

se produjo entre la joven y su empleadora.

– Perdóneme, mi Lady. Mi Lord -dijo la modista, con el ceño fruncido-. La

señorita Hammond aparentemente requiere mi ayuda. Volveré en un momento.

Jeannette hizo una pausa en su evaluación del libro de patrones.

– ¿Hay algún problema?

– Oh, no, no hay problema. Sólo un pequeño retraso, parece.

Pero fue más que un pequeño retraso, los obvios alegatos de la modista salieron

de manera audible del vestidor escasos minutos más tarde.

Jeannette dejó el libro.

– ¿Qué demonios pasa?

Kit levantó una ceja y se encontró con la desconcertada mirada de ella que se

cruzaba con una curiosa de las suyas.

La señora salió segundos después, con los labios apretados como si hubiese

comido un caqui sin madurar.

– No los tendrá.

– ¿Quién no tendrá qué? -Preguntó Jeannette.

– La Srta. Hammond. No tendrá los vestidos que seleccionamos.

– Eso no suena como ella. Eliza Hammond es excepcionalmente tranquila y

obediente.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Bueno, hoy no, mi Lady. No quiere los vestidos y no puedo obligarla a

ponérselos. Si no le importan mis creaciones, entonces tal vez debería buscar en otra

parte.

– Estoy segura de que no es así en absoluto. Déjame hablar con ella y averiguar

cuál es la dificultad.

Jeannette se dio la vuelta y se fue por detrás.

Pero para sorpresa de Kit, Jeannette no tuvo más suerte para convencer a Eliza de

que se probara los vestidos que las otras dos mujeres antes que ella. Con sus ojos

color mar, tumultuosos, Jeannette salió del probador, tan claramente perdida como

las otras.

– Está siendo imposible, -declaró Jeannette.

Kit dejó su vino, se puso de pie.

– ¿Qué ha dicho?

– Nada, eso es lo que dijo. Ella se sienta allí y dice: No, no me los pondré, y luego

mira fijamente al suelo.

– Tal vez debería tomar un momento para hablar con ella, -sugirió.

– Bueno, puedes intentarlo si quieres, -dijo ella, con seco escepticismo

– Mientras tanto, ¿por qué no sigues eligiendo la ropa para el guardarropa de

Eliza?

– ¿Aunque no se ponga lo que yo elija?

– Oh, ella los usará. A menos que desee renegar de nuestro acuerdo. Ya me ha

dado su promesa al respecto.

Atravesando la habitación, localizó fácilmente la entrada al probador. Un discreto

toque en el marco anunció su presencia, y luego, sin más preámbulos, hizo a un lado

la cortina de damasco dorado que actuaba como puerta del elegante probador.

Encontró a Eliza sentada en un banco tapizado de terciopelo azul, con la cabeza

baja y la mirada fija en un par de medias botas negras muy aburridas. Su barbilla se

elevó, los ojos se abrieron de par en par mientras él se adentraba sin ceremonias en el

interior.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Mi Lord, ¿qué está haciendo? No puede estar aquí.

– No veo por qué no. No es como si hubiera algún riesgo de atraparte en tus

innombrables. Por lo que he oído, no te quitarás ni una puntada, y mucho menos

probarás ninguno de esos nuevos vestidos.

El color inundó sus mejillas.

– ¡Lord Christopher!

– Kit. Por favor, llámame Kit. Nunca me he preocupado por 'Lord Christopher',

siempre me recuerda a un viejo estirado. Además, tú y yo nos conocemos lo

suficiente como para prescindir de las formalidades, ¿no crees?

Eliza se movió en el banco y dejó que sus lágrimas se extendieran hacia abajo. Lo

que ella pensó fue que él era grande y masculino y que ocupaba demasiado espacio

dentro de los confines de la habitación. De todos modos, ¿por qué estaba aquí? ¿Lo

habían enviado a trabajar con ella también, a pesar de lo impropio de tal acción?

– Sí, supongo. Pero eso no cambia el hecho de que no deberías estar aquí. Este es

un vestidor de damas, -insistió-, y te agradeceré que te vayas.

– No hasta que hayamos hablado. -Se acercó y la sorprendió deslizándose sobre el

banco. Su muslo rozó sus faldas mientras se acomodaba, los limpios aromas del

jabón mezclado con laurel y ron se deslizaban por sus fosas nasales. Ella se agarró a

sí misma antes de ceder al impulso de inclinarse más cerca y olerlo como una rara y

exótica especia.

– Bien, -dijo él, posando su preciosa mirada avellana sobre ella-. Dime qué es lo

que está mal.

Se desplomó en su falda plegada.

– Nada.

– Debe ser algo. Entiendo que te has negado a probarte los vestidos. ¿Por qué?

– Porque no quiero probármelos, eso es todo.

– ¿No te gustan? -Por el rabillo del ojo vio que miraba hacia el par de vestidos que

colgaban de una varilla de madera- . Me parecen bastante bonitos, aunque confieso

que sólo soy un hombre y no conozco todos los detalles de la moda. Jeannette me

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

perdió en algún momento cuando empezó a hablar de las mangas de Gabrielle y de

los estilos palatinos.

– Me perdí mucho antes de eso -confesó Eliza, mirándolo lo suficiente como para

encontrar su sonrisa. Como su humor era contagioso, no pudo evitar sonreír-.Apenas

escucha mi opinión.

– ¿Es eso lo que está mal? ¿Te gustaría que te consultaran?

– No realmente. Es...

– ¿Sí?

Estudió sus botas de nuevo, quedándose en silencio. Cielos, realmente deseaba

que él se fuera. No podía pensar con sensatez con él tan cerca. Ocupó casi todo el

banco, sus anchos hombros apenas a una pulgada de los suyos.

– Vamos, Eliza, dime -insistió cuando ella no respondió a su pregunta-. Estoy

seguro de que sea lo que sea lo podremos resolver. Seguramente no puede ser tan

malo todo eso.

Lo es, se lamentó en silencio. Es peor.

– También podrías sacarlo. -Estiró sus pies en frente de él-. De lo contrario el día

va a ser muy largo mientras los dos nos sentamos aquí juntos.

Al ver la inclinación de su barbilla, se dio cuenta de que él hablaba en serio.

Cuando Kit se decidía por algo podía cavar como una vieira madriguera.

Suspiró y enlazó los dedos en su regazo.

– Es el color -susurró.

– ¿Qué? No he oído bien.

– El color -dijo, obligándose a hablar más alto-. No puedo usar esos colores.

Kit estudió los vestidos de nuevo.

– ¿Por qué no? Los colores me parecen bien.

– ¡Pero son púrpura y dorado!

– Sí, así son, -dijo en un tono agradable-. ¿No te gustan el púrpura y el dorado?

– Lo hago, pero...

– ¿Pero?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Bajó la cabeza, deseando no haber dicho una palabra. Deseando poder retractarse

para no tener que discutir sus miedos, especialmente con él. Kit la consideraría tonta.

Incluso podría reírse. Dios mío, ¿y si se riera?

De repente, ella quiso hundirse en el suelo, o mejor aún, cerrar los ojos y

desaparecer. Qué milagroso poder sería eso, meditó con verdadero anhelo. Qué

hermoso es desear la invisibilidad y encontrarse a sí mismo desvaneciéndose hasta

que no quede nada más que el aire.

Pero por imposible que eso fuera, también lo sería ocultarle esto a Kit. Ni siquiera

necesitaba echar una mirada furtiva para sentir su aguda mirada sobre ella, para

sentir su tranquila paciencia como si fuese un verdadero toque.

Esperó a que él la presionase más, para seguir con las preguntas y las demandas.

En vez de eso, él no dijo nada, una tranquila y firme presencia a su lado. Pasó un

minuto entero, luego un segundo, y aun así no hizo ningún movimiento impaciente,

no dio ninguna señal de que quería estar en otro lugar que no fuera donde estaba en

ese momento.

Una extraña resignación la atravesó.

– Ellos mirarán fijamente, -murmuró finalmente.

Se inclinó hacia delante, con una voz profunda y amable.

– ¿Quiénes mirará fijamente?

– Todo el mundo. -Un escalofrío se apoderó de ella-. Si me pongo esos vestidos,

toda la sociedad se quedará mirando. Y si me encuentran falla, pensaran que soy

ridícula como un simple gorrión marrón que trata de hacerse pasar por un arrendajo

brillantemente emplumado, -concluyó en silencio. Sólo una mujer atrevida podría

esperar llevar unas tonalidades tan ricas, vibrantes y absolutamente cautivadoras.

¿En qué estaba pensando Jeannette para poner sus ojos en esos vestidos tan

llamativos? ¿En tentarla con prendas de vestir que obviamente eran inadecuadas

para una mujer como ella?

– Incluso si se quedan mirando -declaró Kit-, será con nada más que admiración.

Ella se encontró con su mirada y agitó la cabeza.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– No, será con burla y escarnio. Se reirán de mí y se preguntarán quién soy yo para

intentar tal esplendor. Todo el mundo sabe que las mujeres sencillas no deberían

llevar colores brillantes.

Era el turno de Kit de mirar, pero por pura sorpresa. Estudió sus rasgos,

pensando al principio que debía estar bromeando. Pero tristemente se dio cuenta de

que no lo estaba, reconociendo las profundas líneas de vulnerabilidad grabadas en su

cara. Obviamente sabía de su naturaleza tímida, pero nunca había pensado mucho en

su causa. ¿Realmente pensaba que la gente se burlaría de ella por llevar colores

bonitos? ¿Equivaldría el destacar con ser la víctima de las bromas y el ridículo?

– Eso -declaró- son un montón de tonterías. ¿Fue tu tía la que te llenó de cosas sin

sentido?

Su boca se abrió.

– No, yo... bueno, no lo sé.

– Por supuesto que debe haber sido ella. ¿Quién más podría haberte metido

semejante montón de basura en el cerebro? -Gruñó, no a Eliza, sino a la amargada y

avara anciana que la había criado. Golpeó sus manos contra sus muslos-. Bueno, sea

lo que sea lo que te haya dicho sobre esos asuntos, debes olvidarlo todo. A partir de

ahora, debes escucharme. Soy tu mentor, ¿recuerdas? Es mi trabajo guiarte por el

camino correcto.

– ¿Y crees que estos vestidos son el camino correcto?

– Si Jeannette lo cree así, entonces sí. Tiene un excelente gusto, y en esto, al menos,

confío en ella implícitamente.

Eliza tragaba, su agitación aún está en evidencia.

– P...pero los colores que está eligiendo son demasiado atrevidos. No son para

nada lo usual para una mujer soltera durante la temporada.

– Cierto, pero entonces, tampoco eres la de siempre. Perdona mi franqueza, pero

ambos sabemos que esta no es su primera temporada. Como no lo es, no hay

necesidad de seguir las reglas y vestirte con los pasteles recatados y los blancos

delicados que usan la mayoría de las jóvenes. Cuando entres en una habitación, la

~53~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

gente te mirará y tú querrás que lo hagan. Aparecerás a la vez llamativa y dramática.

Los hombres acudirán en masa a tu lado, aliviados de estar en compañía de una

mujer con madurez y un cerebro lleno de algo más que pelusas de cabeza hueca.

Sus labios se apretaron, y luego tembló ligeramente.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro? A los hombres nunca les ha gustado mi cerebro

antes.

– Una vez que terminemos con tus lecciones, lo harán. Tendrás todas las

habilidades necesarias para cambiar sus mentes, justo en la punta de tus dedos.

– ¿Pero qué pasa si no puedo dominar las lecciones? ¿Y si los vestidos no se ven

como te imaginas? Ni siquiera me has visto en uno de ellos todavía.

– Precisamente por eso necesitas probarte uno.

Ella suspiró, dándose cuenta de lo bien que había maniobrado la conversación.

– Te diré algo -le ofreció a su continua reticencia-. -Pruébate uno de los vestidos y

si no te ves positivamente espléndida, entonces desecharemos todo el plan. Tú, yo y

Jeannette empezaremos de cero.

Se iluminó un poco.

– ¿Lo dices en serio? ¿Serás honesto conmigo aunque la verdad sea tan mala como

sospecho?

Por supuesto que seré honesto. Tienes mi palabra de caballero.

Ella asintió, su juramento aparentemente aliviando el peor de sus temores.

– Muy bien. Puedes enviar a la asistente de Madame Thibodaux de vuelta.

– Excelente. Se puso en pie y le lanzó una sonrisa antes de cruzar a la entrada.

Tirando de la cortina dorada, hizo una pausa.

– Ah, y Eliza.

– ¿Sí?

– No vuelvas a referirte a ti misma como simple. Puede que no seas un diamante

de primera agua como Jeannette y Violeta, pero eso no significa que carezcas de tu

propio tipo de belleza.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

La dejó con un asombro que brillaba como la plata en sus suaves ojos grises.

Volviendo a su lugar en el sofá curvo, esperó a que Eliza emergiera, respondiendo

sólo a algunas de las preguntas de Jeannette sobre cómo había logrado convencer a

Eliza de que cambiara de opinión.

Sólo esperaba haber hecho lo correcto. ¿Y si no se veía bien en los vestidos? ¿Y si, a

pesar de todas sus confiadas palabras, ella no era capaz de beneficiarse de su guía y

atraer al marido que tan obviamente anhelaba? Como le había dicho a Violeta, él era

sólo un hombre y no un mago.

Eliza entró en la habitación, su paso vacilante mientras esperaba su reacción, su

mirada incierta se dirigió hacia él y luego la alejó.

Él respiró hondo, asombrado por el cambio que algo tan simple como un vestido

podía lograr. Se quedó mirando y se dio cuenta de que Eliza había tenido razón en

eso, ella le hizo querer mirar y mirar un poco más.

Envuelta en un rico tono de lila oscuro, estaba positivamente radiante. Su piel se

veía cremosa, sus ojos vibrantes y su figura... bueno, su forma era aún mejor de lo

que había sospechado. Siempre antes había usado vestidos demasiado grandes y

bastante amorfos. Pero esta vez Jeannette había escogido el vestido de Eliza de una

manera que enfatizaba el hecho de que ella era en realidad una mujer en cada

centímetro. La femineidad totalmente establecida con un par de pechos pequeños

pero bien formados, caderas curvadas y una cintura delgada que rogaba ser rodeada

por un par de manos masculinas ansiosas. En cuanto a lo que se escondía bajo sus

faldas, él sólo podía imaginar y asumir que debía ser cada onza tan fina como el

resto.

Al darse cuenta de a dónde le habían llevado sus pensamientos, forzó su mirada

hacia una exhibición de cintas cerca de la ventana de la tienda.

– Oh, no mires un cuadro -declaró Jeannette, avanzando a zancadas sobre un

crujido de faldas-. Sabía que ese color te quedaría perfecto y así es. Mira cómo brilla.

¿No brilla justamente?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Sí, él estaba de acuerdo, ella brillaba. De una manera que nunca hubiera pensado

en asociar con la callada amiga de su cuñada.

– Estoy de acuerdo, mi Lady -convino la modista-. Una pulgada de la parte

inferior de la falda y una o dos pliegues aquí y allá y este vestido le quedará bien.

A pesar de las opiniones positivas de las mujeres, la incierta expresión de Eliza no

desapareció.

– ¿Kit? ¿Qué piensas?, -aventuró-. ¿Te... te gusta?

Eliza esperó, claramente insegura y tan incómoda como un jovenzuelo de primer

año enviado ante el director. Qué bruto era él para hacerla sufrir. Dejó a un lado su

inexplicable respuesta, la segunda en tan sólo tres días a partir de su nuevo corte de

pelo, y le respondió con total sinceridad y sin fingir.

– Me gusta mucho. Tú y ese vestido son una pareja hecha en el cielo. -Sonrió

ampliamente-. Ves, te dije que ese color te quedaría bien. No tenías nada que temer.

– ¿Estás seguro? ¿No es demasiado atrevido?

– Claro que no. Te ves increíble, Eliza, y nunca pienses lo contrario.

Una sonrisa de alivio se movió sobre su boca, levantándose como un cálido y

brillante sol.

– Ahora pruébese el vestido dorado -insistió-. Veamos si es aún más deslumbrante

que el primero.

– Muy bien. -En un giro feliz, Eliza volvió al probador.

Kit exhaló un pequeño suspiro de alivio en el instante en que se fue, asegurándose

que tendría el control total cuando ella regresara. Bebió medio vaso de vino, se comió

una tostada y se prometió una noche bien merecida en la ciudad.

Después de todo, ¿qué más podría necesitar?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 5

Eliza se sentó en una silla en un rincón del salón de abajo, en medio de la

aglomeración de parientes y amigos reunidos en el interior de Raeburn House para

celebrar el doble bautismo de esa mañana.

Un constante latido de conversación y risas se mezclaba con las delicadas

fragancias del perfume de los asistentes y las flores frescas. Generosos arreglos de

rosas rosadas y lirios blancos proporcionaron un impresionante despliegue natural

del cuarteto de jarrones de Meissen finamente trabajados que se colocaron a

intervalos alrededor de la habitación. El aroma de la comida y el vino se fueron

desplazando desde el buffet al comedor, superponiéndose sutilmente a la mezcla.

Eliza dejó a un lado su propio plato, el sabor de las fresas del invernadero y la

crema batida todavía dulce sobre su lengua. Observó los grupos de gente charlando,

aliviada de estar en la periferia y ya no necesitar hacer más intentos lastimeros de

charla y conversación casual.

Al comienzo del almuerzo, casi una hora antes, se había comentado con gran

entusiasmo su nuevo vestido lila y sus ingeniosos mechones esquilados. De hecho,

varias personas no la habían reconocido inmediatamente, incluyendo la condesa de

Wightbridge, la madre de Violeta y Jeannette, que la había mirado fijamente durante

la mayor parte de la ceremonia de bautizo con una expresión de frustrada

perplejidad en su fino rostro.

Pero a pesar de los cambios externos en la apariencia de Eliza, ella se sabía a sí

misma como la misma persona que había sido antes, una reservada, con la lengua

atada, que podía citar pasajes de Eurípides, pero que no sabía casi nada sobre los

últimos chismes o jugosos cotilleos. Sabiendo el desastre que era en una conversación

casual, había decidido ahorrarse a sí misma y a los demás una gran cantidad de

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

sufrimiento innecesario retirándose a un asiento tranquilo en un rincón silencioso en

la periferia del grupo.

Anteriormente, ella había sido una de las pocas selectas invitadas a asistir a la

ceremonia de bautizo. Hacía un par de semanas Violeta le había preguntado si ella

serviría como madrina de Georgiana. Sorprendida y profundamente conmovida,

instantáneamente dijo que sí, honrada que se le diera una responsabilidad tan

importante y sagrada.

Eliza esperaba algún día tener la oportunidad de pedirle a Violeta que hiciera lo

mismo por su propio hijo. Si alguna vez lograba tener un hijo. Cuánto más fácil sería

si no tuviera que buscar un marido primero. Si ella pudiera simplemente escoger un

hombre para el trabajo e invitarlo a hacer lo mismo, por así decirlo, sin el beneficio

del matrimonio.

Se sonrió ante la escandalosa idea. La mitad de las damas de la habitación se

desmayarían si tuviesen alguna idea de sus pensamientos. Y sólo podía especular

sobre la reacción de los hombres.

– ¿Sobre qué sueñas despierta? -inquirió una cálida voz masculina cuyo tono se

deslizó como un dedo por su columna vertebral.

Su mirada se dirigió hacia arriba para encontrarse con la de Kit, el calor abrasador

saltó a sus mejillas.

– N...nada.

Por Dios. Estaba tan ensimismada que ni siquiera le oyó acercarse.

Se dejó caer en la silla a su lado, inclinando la cabeza para mirarla.

– Bueno, debe ser algo, para convertirte en un cuadro tan interesante. -Se detuvo

por un largo momento, y luego se acomodó de nuevo en su asiento-. Pero no te

atormentaré con bromas, no tengo la energía.

– ¿Es tu cabeza? ¿Todavía te duele?

Ella había notado su ceño fruncido durante todo el bautizo, la forma en que hacía

un gesto de dolor cada vez que el vicario le pedía que pronunciara sus votos como

padrino de la pequeña Georgiana. Los hermanos de Darragh, Michael y Moira,

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

habían cumplido con los mismos deberes como padrinos de la bebé Caitlyn, con

Violeta y Jeannette actuando cada uno como una segunda madrina para el niño de la

otra.

Kit gruñó débilmente.

– Un poco, sí. Mi castigo, supongo, por el exceso de vino y la falta de sueño de

anoche. -Echó una mirada de reojo-. Perdóname si te he sorprendido.

– No. Me preguntaba si no sería algo por el estilo. Confieso que los escuché a ti y a

Adrián hablando esta mañana antes que los coches llegaran a la iglesia.

Los labios de Kit se apretaron.

– Nunca puede esconder nada de mi hermano mayor. Es una verdadera maravilla

que Vi haya logrado mantener su identidad en secreto de él todos esos meses cuando

se casaron por primera vez.

Eliza todavía recordaba su asombroso aturdimiento al saber la verdad del engaño

de Violeta. Pero su explosión inicial de dolor y rabia se había convertido

rápidamente en perdón y alegría cuando vio la felicidad que su amiga había

encontrado en su matrimonio.

Su mirada siguió a la de Kit al otro lado de la habitación hasta donde estaban

Violeta y Adrián, los dos riéndose alegremente de algún cuento que Darragh estaba

contando con ocasionales gestos de embellecimiento de Jeannette. La joven y

efervescente Duquesa Viuda de Raeburn, dos hermanas de Adrián y sus maridos, el

amigo de Adrián, Peter Armitage, y un par de primos de Brantford completaban el

grupo.

– Por supuesto, Vi no le oculta nada ahora, -comentó Kit.

No tiene necesidad, pensó Eliza. Cuando se ama de verdad no hay lugar para los

secretos.

Sabía Eliza que, Darragh y Jeannette compartían también una profunda y amorosa

intimidad. Sólo había que verlos juntos para comprender la fuerza de su unión, la

profundidad de su evidente compromiso y la pasión que sentían el uno por el otro.

Qué alegría debe ser conocer tal amor.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Para distraerse de pensamientos melancólicos, Eliza volvió a prestar atención a Kit

y a su malestar.

– Podría prepararte una pócima.

Levantó una ceja inquisitiva.

– Para tu cabeza, -explicó-. Conozco un remedio que podría ayudar.

– Gracias, eres muy amable. Pero mi valet ya me ha echado un brebaje en la

garganta a primera hora de la mañana. No creo que pueda tomar otro.

– Ésta es sólo leche caliente y una cucharada de brandy.

– ¿No hay huevo crudo y pimienta?

No se atrevió a mentir.

– No hay pimienta de todos modos.

Se estremeció.

– Creo que pasaré y cerraré los ojos por un minuto, si no te importa.

– No, para nada.

Sus párpados bajaron, unas cortas pestañas oscuras como abanicos en un arco de

hollín contra sus mejillas. Ella recuperó el aliento al verlo, observando la forma de

sus pómulos, el refinado barrido de su nariz, hasta su hermosa y besable boca.

De repente, esa boca se movió.

– Pensé que empezaríamos nuestras lecciones el martes, -murmuró.

Ella saltó ligeramente, aliviada al ver que sus ojos aún estaban cerrados.

– Pero sólo faltan dos días para eso.

– La casa debería estar tranquila para entonces, todas las relaciones se habrán ido

por su camino.

Tragó. – ¡Oh!

– Si vamos a proceder con este plan, debemos empezar. La temporada estará sobre

nosotros en sólo unas pocas semanas y para cuando llegue, necesitarás sentirte

cómoda en compañía. No más escabullirte para esconderte en rincones tranquilos.

– No me escabullo –se defendió, sin decir nada sobre la parte de la ocultación, ya

que él la tenía bien calada en ese tema.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Nunca tengas miedo. Te enseñaré lo que necesitas para salir adelante en la

sociedad. -Sus párpados abrieron una rendija, los ojos color avellana brillando más

dorados que verdes hoy-. A menos que hayas cambiado de opinión.

Parte de ella deseaba mucho poder decir que sí, lo quería. Qué fácil sería renegar

de su acuerdo y aliviar el dolor de la temerosa preocupación que se agitaba dentro de

su vientre. Pero ella estaba decidida. No se dejaría fallar.

– No he cambiado de opinión.

– Entonces será el martes.

***

Dos días más tarde, a las diez en punto, Eliza se encontró con Kit en el estudio de

Violeta. Violeta había sugerido que llevaran a cabo sus lecciones allí, pensando que la

pareja encontraría el entorno más relajado y cómodo que el uso de uno de los salones

mucho más grandes.

– No se preocupen porque los interrumpan -le había dicho la duquesa la noche

anterior-. Planeo pasar la mañana en el parque con Adrián y los niños, y luego ir a

almorzar a la casa de Jeannette. Mamá vendrá y la madre de Adrián también. Gracias

al cielo por Margarita. Siempre es una maravilla para evitar que mamá se queje de su

última enfermedad. Las hermanas de Adrián estarán allí excepto Sylvia, que ya se ha

ido al campo con su familia. Moira y Siobhan, a su pesar, aún no han salido del salón

de estudios. -Violeta hizo una pausa-. ¿Dijiste que no querías asistir, Eliza? Pero eres

más que bienvenida, ya sabes.

Eliza agitó la cabeza.

– Gracias, pero estaré muy contenta de permanecer aquí. -Aliviada en realidad, si

se dice la verdad, ya que era probable que Lady Wightbridge se la quedara mirando

otra vez y luego la acribillara con una serie de preguntas incómodas-. Además, tengo

lecciones.

Violeta hizo una sonrisa conspirativa.

– Justo eso. Cuando regrese debes contarme todo sobre tu progreso.

~61~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Y así, mientras el reloj de la chimenea daba la hora, Eliza se sentó en el sofá

cubierto de seda azul pálido de Violeta. Poco después, Kit entró, elegantemente

vestido con un abrigo acordonado y pantalones leonados, que enfatizaban el ancho

de sus hombros y el largo de sus fuertes y masculinas piernas. Su oscuro pelo llevaba

un rebelde toque de ondulación que ninguna cantidad de recorte podía controlar y

un rebelde mechón ya caído en su frente de la forma más tentadora.

– Buenos días -saludó con una voz agradable.

Juntó las manos en su regazo, los músculos apretados, la espalda antinaturalmente

rígida

– Buenos días, mi Lord.

– ¿Qué es eso ahora? No habrá ningún mi Lord, ¿recuerdas? Sólo Kit y Eliza para

los dos, al menos en privado.

– Sí, por supuesto. -Bajó la barbilla, sintiendo la reprimenda. ¿Qué me pasa? Se

regañó a sí misma. ¿Por qué estoy tan nerviosa? Es sólo Kit, después de todo.

Se sentó a su lado, apoyándose en los cojines.

– Le dije a March que enviara té y galletas. Pensé que nos vendrían bien unos

refrescos para ver las cosas con calma.

Había desayunado no hacía mucho tiempo y no tenía ni un poco de hambre. Pero

tal vez la distracción de beber té le disiparía algunos de sus temores. Kit, por

supuesto, era como un joven hambriento, siempre deseoso de comer, un rasgo que le

resultaba curiosamente entrañable.

Una criada llegó un minuto después, llamando antes de entrar. Poniendo la

bandeja que llevaba sobre la mesa delante de ellos, se excusó en silencio y salió de la

habitación.

Eliza se sentó por un momento, mirando el té. Los modales requerían que ella

sirviera. Sus manos temblaron cuando cogió la tetera.

Kit la detuvo.

– Aquí, deja eso antes de que te quemes. Yo lo haré. -Ella se retiró para dejar que él

arreglase las tazas y las llenase con el té caliente y fuerte. Añadió leche como a ella le

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

gustaba y le pasó la taza-. No derrames eso o nunca empezaremos, -advirtió-. Aquí,

toma un trozo de panecillo.

Cuando ella hizo un murmullo de rechazo, él lo ignoró y deslizó una cuña

recubierta de azúcar en su platillo.

Cogió otro trozo de pasta y se lo metió en la boca, masticando mientras levantaba

su propia taza de té. Ayudándose con otra golosina, se apoyó en los cojines.

– ¿Por qué estás tan nerviosa?

Su taza se agitó. Con cuidado la dejó a un lado.

– No lo sé. Lo siento.

– No lo lamentes. Primera regla, hagas lo que hagas, actúa como si quisieras

hacerlo aunque estés segura de que pareces una tonta.

– Pero...

– Y sin peros. Ellos muestran vacilación e incertidumbre. El Ton es como una

manada de sabuesos. Si sienten que han derramado sangre, irán directamente a

matar. -Tomó su té-. Dime por qué estás ansiosa. No lo estabas el otro día cuando

hablamos.

Respiró profundamente y luego lo dejó salir lentamente.

– No lo sé. Anticipación, supongo. Simplemente no soy buena en... bueno, en la

conversación. Lo siento. -Ella hizo un gesto de dolor-. Lo siento, no quise decir que lo

siento.

Una pequeña sonrisa curvó su boca.

– Bebe tu té. Ya debería estar lo suficientemente frío como para no escaldarte si lo

derramas.

Kit la miró obedecer, tomando su taza con cuidado mesurado antes de ponerla en

sus labios. Bebió, su garganta trabajando con una gracia inconsciente.

Hoy iba a ser peor de lo que temía, pensó. Estaba sensible como un gato

abandonado en una tormenta. Si no se relajaba, nunca harían el menor progreso.

¿Qué hacer?

– Por qué no jugamos un juego -sugirió.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Ella frunció el ceño.

– ¿Qué clase de juego?

– Un juego de actuación. Finges ser yo y yo seré tú. Hazme el tipo de preguntas

que los caballeros hacen a las damas en las fiestas, y yo haré las respuestas.

Sus ojos color paloma se abrieron de par en par.

– ¿Serás yo?

– Mmm-hmm. ¡Oh! ¿dudas que pueda hacerlo? -Agitó sus pestañas de una manera

exageradamente coqueta.

Una risa brotó de sus labios.

– Ya está mejor -dijo-. Ahora, pregúntame algo.

– Oh, por favor, no sabría qué decir.

– Cualquier cosa.

Un surco se formó entre sus cejas.

– Realmente, no puedo. -Ella se quedó en silencio, otro, lo siento, yaciendo

tácitamente entre ellos.

Él bebió más té y comió otro trozo pequeño de pan, dejando que la dulce y

mantecosa masa se derritiera en su boca. Para cuando terminó de masticar, ya tenía

una idea. Cuando terminó su última gota de té, se puso en pie de un salto.

– Ven conmigo.

– ¿Qué? ¿Dónde?

Le cogió la mano y la puso en pie.

– Sin preguntas, sólo sígueme.

– Pero Violeta dijo que deberíamos llevar a cabo nuestras lecciones aquí.

– Violeta tenía buenas intenciones, pero nunca te relajarás si seguimos como hasta

ahora. Así que ven conmigo.

Ella trotaba en su estela mientras él la sacaba al pasillo.

– Pero, ¿a dónde vamos?

– Ahora ella habla, -comentó él-. Ya verás muy pronto.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Pasaron a través de la mansión, sus pasos se acolcharon sin hacer ruido mientras

viajaban de una lujosa alfombra de Aubusson a otra de Turquía, las zapatillas de ella

y las botas de él sonando suavemente contra las islas de madera dura y mármol

brillante que se intercalaban entre ellas. La llevó por la gran escalera, y el par de ellos

sorprendieron a una de las criadas, con un plumero que caía de su mano al ellos

pasar. Finalmente, llegaron a un conjunto de puertas dobles incrustadas que Kit abrió

con un movimiento de su muñeca.

Dentro del portal estaba la sala de música.

Un gran pianoforte ocupaba una posición de prominencia entre un trío de

ventanas de doble guillotina, cortinas transparentes de color crema que se retiraban

para dejar que un diluvio de sol invernal se derramara como la miel sobre los suelos

de nogal pulido. Las alegres paredes con tonos vainilla se elevaban hasta el techo,

que presentaba un delicado estuco rococó, mientras que los detalles en verde apio

añadían refinamiento y una sensación de íntima calidez. A lo largo de una de las

paredes había un arpa dorada, y las sillas se movían en dos semicírculos al este y al

oeste. Un área abierta se encontraba en el centro de la habitación, permitiendo mucho

espacio para el movimiento. Kit la llevó hasta allí, y luego se detuvo.

– ¿Por qué estamos aquí? No esperarás que toque, ¿verdad? -Eliza chirrió con una

voz horrorizada.

Levantó las cejas ante la reacción de ella. ¿Le angustiaba realmente la idea de tocar

un instrumento musical en su presencia? Ahora que lo pensaba, no recordaba haber

visto nunca a Elisa actuar en una reunión social, como la mayoría de las jóvenes eran

animadas, y a menudo deseosas, de hacerlo. Aun así, él sabía que Eliza era capaz.

Hacía sólo dos semanas, había pasado por esta misma habitación y se había

detenido fuera de sus puertas cerradas para escuchar la encantadora sonata de

Mozart que se estaba tocando en el interior. Cuando más tarde ese mismo día felicitó

a Violeta por su mejoría en el pianoforte, ella se había reído y dijo que su talento

musical era tan lamentablemente mediocre como siempre, la música no era de otra

que de Eliza.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

En algún momento, pronto, tendría que hablar con Eliza y convencerla que dejara

de ocultar sus habilidades musicales. Poseía un gran talento, uno que realmente

debería ser compartido con los demás. La mayoría de las jóvenes sólo podían soñar

con tocar tan bien como Elisa. Qué crimen sería dejarla seguir ocultando su don al

mundo. Pero esa, reflexionó, tendría que ser una lección para otro día.

– No -dijo-, no espero que toques, al menos no esta mañana. Pensé que podríamos

bailar.

Ella lo miró fijamente.

– Es una excelente manera de relajarse y aprender, -explicó-. Con los pies

ocupados no tendrás tanto tiempo para preocuparte por cada sílaba que salga de tu

boca. Además, será una buena práctica para cuando realmente estés en la pista de

baile con una pareja. Pero, no pensé muy bien este plan, ¿verdad? No tenemos a

nadie que toque para nosotros. -Se puso una mano en la cintura-. Aquí estamos en la

sala de música y no tenemos música. ¿No crees que la Sra. Litton conocerá el

pianoforte, por casualidad?

– No, no me lo imagino -dijo Eliza, que seguía mirándolo con curiosidad.

Kit ignoró su mirada mientras consideraba llamar al ama de llaves para

preguntarle a la mujer si podía tocar un vals con las teclas. Pero tan rápido como

apareció el pensamiento, lo descartó. Convencer a Eliza para que entablara una

conversación fácil ya iba a ser bastante difícil sin que hubiera un público presente

que escuchara cada palabra que dijera.

– Supongo que deberíamos haber ido al salón de baile a pesar de nuestra falta de

música -continuó-, pero el espacio es tan grande que pensé que nos sentiríamos

perdidos ahí dentro con sólo nosotros dos. Además, los espejos podrían desviarte de

tu camino. -Cuando ella no respondió, él le hizo una elegante reverencia y luego

extendió su mano derecha-. Señorita Hammond, ¿me haría el honor de concederme

un baile?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Ella agitó su cabeza, sin hacer ningún movimiento para aceptar su mano. -

Perdóname, pero no veo cómo el baile me ayudará a aprender a estar más a gusto en

mi alocución. Yo ya sé bailar.

– De hecho lo haces, por eso lo pensé. Eres una excelente bailarina, Eliza. Una pena

que más caballeros no se den cuenta de lo que se pierden.

Sus mejillas se volvieron rosadas por el cumplido.

– Ten un poco de fe. Soy tu mentor, ¿recuerdas? -se burló, sonriéndole-. Vamos a ver

si esto funciona.

Una vez más ofreció su mano. Esta vez aceptó.

No llevaba guantes.

Eliza tembló, su pulso saltando ante la sensación de que su cálida y desnuda carne

que se curvaba alrededor de la suya. La palma desnuda de su mano encajaba

pequeña e inestable dentro de la mano de él, su controlada fuerza evidente en su

tacto.

Dios mío. Esperaba que su mano no empezase a transpirar. Qué mortificante sería

eso. Deseaba poder apartarse y frotar la palma de su mano contra la falda, pero sabía

que el gesto torpe solo empeoraría las cosas.

Al menos Kit no pareció notar su gran aprensión mientras ponía su otra mano

sobre su cintura, su agarre firme pero poco exigente. Con un pequeño tirón, la acercó,

con cuidado de dejar la distancia adecuada entre sus cuerpos. Ella fijó la mirada en

su firme mandíbula y en su mentón cuadrado, trazando el tenue hoyuelo que

arrugaba su centro.

Su pulso volvió a golpear.

Tragando con fuerza, bajó la mirada a su corbata.

Él dio un paso y la impulsó a bailar un vals. Moviéndose por instinto ciego, ella

siguió su ejemplo.

– Dah-daa-Dum,dah-daa-Dum,dah-dah-Dum,dah-dah-Dum,dah-dah-Dum...

Sus ojos brillaron hacia arriba mientras él la hacía girar en círculo, una pequeña

risa escapando de sus labios.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

La improvisada melodía cesó, los sorprendentes ojos de Kit se iluminaron con

humor.

– ¿No es bueno? Intentaba proporcionarnos algo de música.

No pudo evitar una sonrisa. – Está bien. Sólo que inesperado. Rezo para que

continúes.

– No, no puedo ahora, has confundido mi ánimo. Pero supongo que es lo mejor, ya

que no puedo tararear y hablar al mismo tiempo, ¿verdad?

La llevó con facilidad por el salón, sus pies deslizándose a un ritmo suave y sin

esfuerzo.

– ¿Puedo felicitarla por su vestido, Srta. Hammond? Es un encantador tono de

azul, si no le importa que lo diga. ¿Es nuevo?

Esto fue todo, se dio cuenta. La lección había empezado oficialmente cuando Kit

cambió la conversación a un terreno más formal, manteniendo sus palabras ligeras

con solo un toque de coqueteo.

– Sí, -dijo ella. Su respuesta monosilábica sonó rígida y seca como una vieja

rebanada de pan tostado-, y los músculos de su cuello se tensaron cuando los nervios

regresaron. Él esperó educadamente a que ella continuara, pero como de costumbre

ella no pudo pensar en nada más que decir.

– Reconocer el cumplido con una ligera inclinación de la cabeza -instruyó en un

tono suave-. Un sí, contundente no llevará a una mayor conversación.

Obedientemente, bajó su barbilla.

– Bien. Ahora haz algún comentario casual. Algo sobre tu preferencia por el color

o dónde o con quién hiciste la compra.

– Y...yo, gracias, mi Lord -dijo, retomando su papel-. La Condesa de Mulholland

sugirió el color.

– La condesa tiene un gusto excepcional. El color hace que sus ojos brillen.

– ¿Lo hace?

– De hecho.

– No debería llevarlo, sin embargo.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¡Oh! ¿y por qué es eso?

– Todavía estoy de luto por mi tía, pero la condesa odia el negro e instruyó a los

sirvientes de su hermana para que quemaran toda mi ropa vieja.

Kit resopló, rompiendo el personaje.

– No me dijiste que Jeannette se había deshecho de tus cosas viejas.

– Sí. En cuanto empezaron a llegar los primeros vestidos, ordenó a mi criada que

lo tirara todo. La pobre Lucy no tuvo el valor de desobedecerla.

– ¿Y qué hay de ti? ¿Reprendiste a Jeannette por su actitud dictatorial la próxima

vez que la viste?

Eliza agitó la cabeza, haciendo que sus rizos rebotaran en sus mejillas.

– ¿Regañarla? Por Dios, no, resulta que me gusta mi piel exactamente donde está.

Kit lanzó una carcajada, mostrando sus brillantes dientes blancos.

– Ah, una elección sensata. Siempre digo que uno debe ser sabio escogiendo qué

batallas librar.

– Exactamente. La ropa ya se había perdido cuando me enteré de su triste destino.

Pero le dije a Lucy que si la condesa se acercaba a mi habitación dando órdenes de

nuevo, Lucy tenía mi permiso para cerrar la puerta con llave.

Se rió, manchas verdes que brillaban como esmeraldas pulidas dentro de sus

vívidos ojos. La hizo girar suavemente, moviendo su cuerpo con una gracia

inconsciente que derritió cualquier última posibilidad de preocupación por parte de

ella.

Ella exhaló y se relajó entre los movimientos de la danza. Sin pensarlo dos veces,

le sonrió.

– Entonces, Srta. Hammond -dijo él, su voz rica y cálida como el jarabe-, ¿cómo

encuentra el tiempo últimamente?

Parpadeó, sin comprender la inocua pregunta durante un largo, largo momento.

Luego se recuperó. ¿El tiempo? Pero, por supuesto, había regresado a su lección.

– E...el tiempo está bien para finales de febrero -dijo.

– ¿No hace demasiado frío para sus gustos, entonces?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– No. Aunque prefiero la primavera. Es mi época favorita del año.

– ¿Y por qué es eso?

– Porque todo florece y crece de nuevo en la primavera.

– Así que, como la mayoría de las mujeres, disfruta de las flores, -bromeó.

– Por supuesto, pero es más que las flores.

– ¿Lo es?

– Oh, sí. El mundo entero parece cobrar vida en la primavera, -observó, quedando

atrapada en el sentimiento-. Nunca falla, pero me brinda esperanza, al ver que lo que

ha permanecido frío e inactivo todo el invierno resurge una vez más. A menudo

pienso que es la forma en que la naturaleza le da a todo y a todos la oportunidad de

intentarlo de nuevo.

Una mirada cautivada se reflejó en sus rasgos.

– Un pensamiento encantador. Si solamente el hombre pudiera ser la mitad de

generoso en sus acciones, el mundo podría ser un lugar mejor.

Eliza asintió con la cabeza, complacida por la profundidad de su comentario.

– Sí, precisamente.

Entonces el momento de seria reflexión de Kit se desvaneció cuando empezó a

tararear algunas estrofas del vals una vez más. Le lanzó una amplia sonrisa que ella

no pudo evitar devolver.

– Bien, ahora -dijo después de un largo momento-, quizás deberíamos tomarnos

un momento para discutir lo básico.

– ¿Lo básico de qué?

– De la conversación cortés. Hemos agotado el tiempo, que siempre es uno de los

temas más seguros, bueno para cualquier tipo de ocasión y compañía. ¿Qué más? Si

estuviéramos en un espectáculo real, podrías hacer alguna observación agradable

sobre la fiesta, comentar el número de invitados o la decoración. O podrías felicitar al

anfitrión y a la anfitriona, asumiendo, por supuesto, que puedas encontrar algo

genuinamente agradable que decir. Si son aburridos, esto tiende a ponerte en una

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

situación un poco difícil. Hagas lo que hagas, nunca mientas. El silencio es mejor que

una invención.

¿Pero no fue siempre esa su dificultad? ¿Ser demasiado silenciosa?

– Los caballos, la caza y los perros son buenos temas para discutir con los

caballeros.

– Pero no sé mucho sobre caballos y caza, y el único perro con el que estoy

familiarizado es el Gran Danés de Violeta, Horacio. Qué gran y adorable tonto es.

– Es un personaje, eso es seguro. Y también lo es el lobo de Darragh, Vitruvio.

Habla de ellos. Cualquier amante de los perros se divertiría mucho al escuchar sus

payasadas. En cuanto a los caballos y la caza, tendrás que aprender más. Sabes

montar, ¿verdad?

– Sí, pero no bien. Tía Doris creía que el dinero gastado teniendo un caballo en el

establo era un gran desperdicio. Las máquinas comedoras, solía llamarlas, no valían

el gasto de comida y un mozo de cuadra para cuidarlas. Los caballos de alquiler eran

su preferencia, ya que vivió la mayor parte de su vida en Londres. Por consiguiente,

nunca he pasado mucho tiempo alrededor de los caballos, excepto por unas pocas

lecciones en el campo un verano.

Kit frunció el ceño.

– Sabía que tu tía era una vieja bruja de mano dura, pero no tanto como para no

mantener ni un solo corcel. Bueno, tendremos que encontrar tiempo para

reintroducirte en el disfrute de la equitación.

Un leve escalofrío la recorrió. Le gustaban los caballos, pero podían ser criaturas

impredecibles, especialmente con un nuevo e inexperto jinete a sus espaldas. No le

gustaba la idea de que la tirasen.

– Oh, está todo bien. Estoy bastante bien, tal como estoy.

– Pero, como mínimo, debes aprender a sentirte cómoda de nuevo a caballo, en

caso de que te pidan que vayas a montar. No te preocupes. Adrián tiene un

magnífico establo. Te encontraré una dulce yegua que te tratará como a su más

querida amiga.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿Tienen amigos los caballos?, -dijo ella.

– Los tienen, en efecto. -Se rió y le hizo un alegre guiño. Aparte de eso, tú tienes

tres nuevos trajes de montar en tu armario, según recuerdo. No podemos dejarlos sin

usar.

A eso decidió que lo más sabio era no responder.

Momentos después se detuvo, pero no soltó su control sobre ella.

– ¿Continuamos un poco más? ¿Damos otra vuelta por la habitación mientras

entablamos una nueva conversación de práctica?

Ella hizo lo mejor que pudo para no responder a su cercanía, ya que su cuerpo se

había acercado inexplicablemente desde que su baile había cesado. ¿Se había movido

él una pulgada hacia ella? ¿O ella se había movido hacia él?

En cualquier caso, él estaba deliciosamente cerca.

Ella encontró un rastro de fresco jabón de afeitar que permanecía en sus mejillas

bien afeitadas. Disfrutó con la punta de sus dedos la suave textura de la fina tela que

se extendía por sus poderosos hombros. Se deleitó con la sensación de la mano de

ella sostenida tan íntimamente dentro de la suya.

Pero, por supuesto, Kit no notó nada de esto. Y sabía que tampoco, ella debería.

– Sí, continuemos -dijo, decidida a ignorar sus indeseados y caprichosos impulsos.

Los hizo girar de nuevo por la habitación, haciendo que sus faldas se balancearan.

Ella soltó un inaudible suspiro, consciente de que su cuerpo se asentaba una vez más

en un ritmo suave y natural con el suyo propio.

– ¿Y cómo está disfrutando de las delicias de la ciudad, Srta. Hammond? -

comenzó.

– Londres, como siempre, muy agradable.

– ¿Y qué lugares ha visitado hasta ahora?

– Oh, nada de nada. T...todavía hay que considerar que estoy de luto. No he

podido salir mucho este invierno.

– Ah, sí. Muy correcto de su parte.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Y luego está mi mentor -continuó-. Por lo que me informa el mayordomo del

Duque y la Duquesa de Raeburn, mantiene a raya a todos mis pretendientes. -Ahora,

¿de dónde ha salido ese comentario pícaro? se maravilló, y se asombró de sí misma.

Los labios de Kit se apretaron, fácilmente entendiendo el juego.

– ¿Un tipo severo, este mentor suyo?

– Sobre sus deberes, sí. Es muy concienzudo.

– No se parece mucho al tipo que conozco. He oído decir que es dado a malgastar

su vida en frívolas persecuciones y placeres ociosos.

– Oh, se divierte, seguro, pero no lo llamaría de ninguna manera, frívolo o de

naturaleza ociosa.

– Deberías decirle eso a su hermano la próxima vez que tu mentor solicite su

asignación trimestral.

Una sonrisa salió de su boca.

Me esforzaré por hacerlo por su bien.

– Bueno, tengo que admitir que no me sorprende oír que su mentor se toma sus

responsabilidades en serio. No con una estudiante como usted. Cuando llegue el

momento, tendrá que golpear a los pretendientes con un palo.

– ¿Lo hará?

– Sin duda.

Ella le miró a los ojos y sintió que empezaba a ahogarse, como debe hacerlo un

nadador en el instante en que el agua se cierra sobre su cabeza.

¿Qué estoy haciendo? preguntó. ¿Estoy coqueteando? ¡Con Kit! Además, ¿él está

coqueteando también?

Pero no, se recordó a sí misma, sus respuestas eran todas fingidas. Engaños

divertidos y desenfadados que sólo pretendían instruir e informar, ninguno de ellos

de ninguna manera real.

El placer se le escapó abruptamente como un globo pinchado por un alfiler

extremadamente afilado. Con la garganta apretada, dejó de bailar y se alejó,

arrancando su mano de la de él.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– L..lo siento. ¿Te importa si paramos?

Kit frunció el ceño.

– ¿Qué pasa? Lo estabas haciendo muy bien.

Ella bajó la mirada para que él no pudiese ver su expresión.

– Y...yo repentinamente estoy cansada. Tal vez no debería haber aceptado

continuar el baile, después de todo.

– ¿Estás segura? ¿No te estarás enfermando del estómago como Violeta hace un

par de días?

– No, yo... -Ella dio otro paso hacia atrás-. Sólo un poco de dolor de cabeza. Estaré

bien.

– ¿Por qué no subes a tu habitación y te acuestas, entonces? Le diré a tu criada que

no estás bien y haré que te lleve algo para tu malestar.

Como si hubiera algo que se pudiera hacer, pensó Eliza con ironía. Si las cosas se

remediaran de manera tan simple.

– G...gracias.

Con un movimiento de cabeza se giró y salió de la habitación. Sola en el pasillo, se

apresuró cada vez más rápido hasta que su caminata casi se convirtió en una carrera.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 6

Eliza acercó su libro a la débil luz que entraba por la ventana de la biblioteca. El

día estaba triste y frío afuera, colocó su chal de cachemira azul y blanco alrededor de

sus hombros y se acurrucó más profundamente en la silla, agradeciendo el calor de

los leños que ardían en la chimenea.

Violeta se sentó cerca, absorta en la sensacional novela de terror Frankenstein, o El

Prometeo Moderno, una historia que Violeta había prometido prestarle tan pronto

como terminara de leerla. Con su barbilla canina descansando sobre sus inmensas

patas delanteras, Horacio dormía a los pies de su amiga, con un ronquido ocasional

que silbaba de la húmeda nariz negra del perro.

Pasando una página, Eliza trató de centrar su atención en las palabras impresas

allí. Pero después de no más de un párrafo, sus pensamientos se dispersaron, a la

deriva como un puñado de pétalos arrastrados por el viento, para pensar en su

lección con Kit. Apenas había pensado en nada más desde que salió corriendo del

salón de música el día anterior.

Qué perfecta gansa era, se regañó a sí misma por centésima vez. Se había dejado

llevar, eso es todo, superada por las amables atenciones y la innegable buena

apariencia de Kit. Sin embargo, si no tenía cuidado, podría volver a sucumbir a sus

innumerables encantos. Y eso no podría permitírselo.

Una vez, había bebido los vientos por Kit, adorándolo en silencio, demasiado tímida

para ganar más que su más fugaz saludo. El día que él partió hacia el continente,

pensó que podría quebrarse por el dolor. Durante las noches siguientes, había

empapado su almohada con amargas lágrimas hasta que finalmente se agotó, sin más

lágrimas que derramar. A partir de ese momento, guardó sus estúpidos, inútiles e

imposibles sentimientos, haciendo lo necesario para matar su amor por Kit Winter.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Entonces, ¿por qué, cuando ya no lo quería más que como amigo, había huido de

su lección de ayer, desapareciendo como una tonta jovencita inmadura incómoda por

un enamoramiento?

Fue el baile lo que causó todos los problemas, decidió. El baile que le recordó con

nostalgia su primera inmersión de cabeza en un enamoramiento sin esperanza.

Incluso ahora, recordaba la larga noche en todos sus profusos detalles. El cálido

resplandor de la luz de las velas, la espesa multitud de gente, la forma en que se

había sentido al sentarse en los bordes del salón de baile, escuchando distraídamente

a un grupo de canosas matronas cotilleando cerca. Dolorosamente sola, así es como

se había sentido. Dolorosamente sola y totalmente indeseada en su feo vestido de

tafetán marrón aguado.

Estaba trazando visualmente la forma de las cintas de sus zapatillas cuando él

apareció ante ella. Lord Christopher Winter en toda su gloria carismática. El aire

silbaba con doloroso asombro de sus pulmones mientras se inclinaba.

– Señorita Hammond, -dijo-, ¿me daría el placer de un baile?

Ella no podía hablar, ni siquiera una palabra, mirándolo fijamente hasta que él

simplemente se agachó y tomó su mano enguantada para tirar de ella suavemente y

ponerla de pie. El instinto fue lo único que la mantuvo erguida cuando se lanzaron al

centro del salón, mientras él la tomaba en sus brazos para el baile.

Entonces empezó la música y se arremolinaron al ritmo de un vals. Sonriente y

atento, hizo lo posible por entablar una conversación con ella a pesar de su casi

incapacidad para responder. Con su corazón latiendo en su garganta, se las arregló

para responder a algunas de sus preguntas, aunque hasta hoy no había podido

recordar ni una sola. Al final del baile, estaba cautivada y al final de la noche, era

completamente su esclava.

Toda la noche, los jóvenes caballeros se acercaron para llevarla a la pista, uno tras

otro. Ella no era tonta. Se dio cuenta inmediatamente de que los hombres eran

amigos de Kit, sus invitaciones no eran más que favores hechos a él.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Quizás debería haberse ofendido, indignada de que de alguna manera se burlaran

de ella. En cambio, se dio cuenta de que las acciones de Kit se debían a intenciones

caritativas, una amabilidad que nadie la había mostrado en mucho tiempo. Y a

medianoche, le pidió que bailara con él por segunda vez antes de tomar su brazo

para acompañarla a cenar.

Tal vez alguien le había obligado a hacerlo, ella aún no lo sabía, pero Kit Winter le

había dado una de las mejores noches de su vida.

Y se había enamorado.

Un tronco estalló, enviando una lluvia de cenizas rojas hacia el tiro de la

chimenea. Eliza despertó de su ensoñación, parpadeando en una momentánea

confusión ante el libro que yacía olvidado en su regazo. Una rápida mirada le

aseguró que Violeta no se había dado cuenta de que estaba soñando despierta, su

amiga estaba todavía completamente absorta en su propia novela.

Eliza suspiró mientras sus pensamientos volvían a Kit. Se dio cuenta de que estar

cerca de él podría ser peligroso. Obviamente alguna parte de ella era todavía

susceptible a su señuelo, aunque inconscientemente lo exudara. Pero por mucho que

una parte de ella anhelara correr y esconderse como lo había hecho ayer, una parte

más fuerte de ella, estaba decidida a llevar a cabo estas lecciones.

Se dijo a sí misma que podría tener éxito. Tendría éxito, cuidando de tratar a Kit

como a un amigo y maestro. Si lo hacía, su corazón seguiría siendo suyo. Pero para

estar segura, supuso que debía esforzarse al máximo en estas lecciones, trabajar duro

y esforzarse por aprender todo lo que necesitaba saber lo más rápido posible. Cuanto

antes lo hiciera, antes podría encontrar un marido y seguir con su vida.

A menos que pudiera hacer que Kit la quisiera.

Se quedó helada, asombrada por la idea.

Kit como su marido, su amante. Qué sublime. Qué estúpidamente imposible.

Nunca podría suceder, y aun así...

Todavía estaba debatiendo las posibilidades cuando Adrián entró en la habitación.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Buenas tardes, señoras, -dijo-. Ambas parecen cómodas, como un par de gatos,

acurrucadas con sus libros y sus chales. Casi odio interrumpir.

– Entonces te ruego que no lo hagas, -dijo Violeta, marcando su página con un

dedo-. El monstruo acaba de desbocarse.

Adrián sonrió.

– Seguirá arrasando cuando volvamos de nuestro viaje. ¿O has olvidado que

prometiste dejarme que te lleve en el nuevo faetón esta tarde?

Le lanzó una sonrisa vergonzosa mientras se ponía de pie.

– Confieso que lo había olvidado, probablemente debido a este clima sombrío.

Sólo déjame correr, coger mi capa más cálida y el manguito y volveré enseguida.

– Diez minutos o subiré detrás de ti.

Violeta se acercó a él y bajó su voz en un susurro.

– Mejor que no. Recuerda lo que pasó la última vez que viniste a buscarme

mientras me vestía.

Sus ojos se calentaron, mirándola como si quisiera besarla.

Nueve minutos ahora, descarada, así que es mejor que te muevas.

Violeta se rió y siguió su camino. Horacio se puso de pie para seguirla.

Eliza miró rápidamente hacia otro lado y fingió que no había oído ni una palabra

del intercambio íntimo de sus amigos.

Adrián se adelantó y se sentó en la silla abandonada de su esposa. Eliza le echó

una mirada, sorprendida como siempre por el marcado parecido que él compartía

con Kit. Ambos hombres eran de pelo oscuro, hombros anchos y guapos, no dejando

duda de que eran parientes. Ella sospechaba que Kit se parecería aún más a su

poderoso hermano mayor a medida que pasaran los años.

– ¿Y qué es lo que estás leyendo? –preguntó Adrián. Dio la vuelta al libro para que

se viera la fina cubierta de cuero-. Oh, un volumen de Keats Endymion.

– ¿Lo has leído?

Asintió con la cabeza. – He tenido el placer, aunque algunos de los críticos han

sido menos que amables. Escuché que pronto publicará un nuevo volumen, tal vez

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

tenga más éxito. Sin embargo, es una lástima lo que dicen los recientes informes

sobre su salud, drogas, o eso me han dado a entender.

– Oh, no lo había oído. Qué terrible.

Ella y Adrián se sentaron por un momento en un silencio contemplativo.

– Tal vez deberíamos hablar de un tema más alegre, -dijo Adrián-. ¿Cómo van tus

lecciones con mi hermanito?

– ¿Es eso más alegre?, -dijo ella de golpe y se rió-. Por favor, no me malinterpretes.

Las lecciones van bien, aunque hasta ahora sólo hemos tenido una. -Sus nervios se

pusieron de punta al recordar tan abruptamente a Kit y las recientes reflexiones que

hizo sobre él-. Pero me temo que sus amables esfuerzos pueden ser aún en vano. No

tengo esperanzas de poder conversar con él de forma educada.

Adrián sonrió.

– Tú y yo estamos hablando ahora. Sospecho que eres mejor en la conversación de

lo que imaginas.

– Oh, pero te conozco, su Gracia. Son los extraños los que prueban mi perdición.

– Entonces debes esforzarte por hacer a todos tus amigos.

Ella lo miró, sorprendida por la sabiduría única de su declaración.

Las pisadas sonaron en el pasillo.

Adrián se puso de pie, echando una mirada hacia el reloj de la biblioteca.

– Lo hiciste con un minuto de sobra. Bien hecho, querida. -Violeta entró a la

habitación-. Eres bienvenida, amor.

– Pensé que te lo debía por casi olvidar nuestra salida. Pero no debemos

demorarnos. Georgiana no dormirá mucho más de una hora, y sé que tendrá hambre

cuando se despierte.

– Entonces será mejor que nos vayamos. No quiero que tú o Georgiana sufran

ningún contratiempo.

Tan pronto como Adrián y Violeta se despidieron y se fueron, Eliza volvió a su

libro. Se las arregló para apartar a Kit de sus pensamientos el tiempo suficiente para

leer unas pocas estrofas, cuando un discreto golpe sonó en la puerta.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

March se deslizó con sus zapatos silenciosos dentro de la habitación.

– Perdóneme, Srta. Eliza, pero ha llegado un caballero. Dice ser su primo.

Frunció el ceño. – ¿Mi primo? El Sr. Pettigrew, ¿quiere decir?

March inclinó su cabeza canosa.

– Lo he puesto en el salón principal.

Qué singular, musitó. ¿Philip Pettigrew aquí? ¿Qué puede querer?

Normalmente, con Violeta y Adrián ausentes de la casa, sería muy impropio para

ella entretener a un caballero que viene de visita. Incluso Kit estaba fuera, visitando a

algunos amigos, supuso, ya que había cancelado su lección de esta mañana, alegando

efectos persistentes del dolor de cabeza de ayer.

Pero Philip Pettigrew no era realmente un visitante, se recordó a sí misma. Como

su primo, Pettigrew era de la familia, por desagradable que parezca la conexión. A lo

largo de los años había hecho lo posible por ser cortés y agradable cuando estaba en

su compañía, aunque la verdad sea dicha, nunca le había gustado el hijo de su tía.

Todavía recordaba cómo solía coleccionar arañas y sapos cuando eran niños,

dejándolos en lugares impredecibles para que ella los encontrara.

Durante años había tenido miedo de meter la mano en su cesto de costura por

temor a descubrir algo que se arrastrara o saltara. Y una vez, cuando tenía trece años,

él había metido un grillo en el bolsillo de su vestido en la iglesia. Cuando encontró la

criatura, sus gritos habían sacudido las paredes de la capilla de piedra, la conmoción

alteró a toda la congregación y arruinó el servicio del domingo.

Incluso ahora, se estremeció al recordar la paliza que recibió cuando llegó a casa,

su tía se negó a escuchar una sola explicación, de que a Eliza le habían jugado una

broma deliberada.

No, nunca le había gustado Philip Pettigrew.

Luchando contra la necesidad de que March lo rechazara, dejó su libro a un lado y

se puso de pie.

– Gracias, atenderé a mi primo directamente.

– ¿Traigo refrescos? -preguntó el mayordomo.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Sí, supongo que debería. -Aunque realmente deseaba que Pettigrew no se

quedara lo suficiente para beber té o comer pasteles. Pero tal vez manipular con la

bandeja de té le proporcionaría una buena distracción.

Alisando sus faldas púrpuras, se dirigió al salón

Pettigrew se giró en su entrada, su pelo negro se deslizaba hacia atrás desde su

delgada cara para colgar un poco demasiado largo, y alrededor de su cuello. Ella

siempre pensó que la mejor palabra para describirlo era "escuálido" y "sin humor",

gravemente serio, como si una sonrisa pudiera hacerle daño permanente a su cara.

No es que él tuviera ninguna apariencia que cuidar, reflexionó ella, su nariz

ganchuda y su mandíbula con forma de lámpara, lo suficientemente feo como para

hacer temblar a cualquier niño desprevenido.

De hecho, como Eliza recordaba, Pettigrew había hecho que más de unos pocos

niños pequeños tuvieran ataques de lágrimas caóticas en su época, los niños estaban

aterrorizados por su temible rostro y su sombrío comportamiento. Eliza estaba

agradecida de que Noah, Sebastián y Georgiana, estuvieran bien escondidos en la

guardería de arriba o seguramente los habría puesto a llorar también.

Vestido completamente de negro, su color preferido incluso antes de la muerte de

su madre, le recordaba a un cuervo. Un cuervo carroñero siempre listo para arrancar

la carne de los huesos. Un escalofrío onduló justo debajo de su piel cuando se acercó,

sus grandes dientes ligeramente amarillos mostraban algo que no era del todo una

sonrisa.

– Prima Eliza, qué agradable es verle. Ha pasado demasiado tiempo desde la

última vez que nos vimos.

¿Tanto había sido? Ella dudaba de su declaración, ya que la última vez que se

vieron fue en la lectura del testamento de la tía Doris y recordaba la fría rabia que

irradiaba de cada centímetro de su cuerpo cuando supo que había sido excluido de la

herencia.

¿Qué, se preguntó otra vez, quería él? No podía creer que esto fuera sólo una visita

social amistosa, aunque quizás estaba siendo injustamente dura en sus suposiciones.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Tal vez su ira inicial sobre el testamento se había enfriado en las semanas

intermedias. Ella supuso que en deferencia a su conexión familiar debería al menos

escucharlo antes de juzgarlo.

Pettigrew le extendió una mano para que la tomara. Ella dudó, reacia a tocarlo.

Para cubrir su repugnancia, fingió no ver la palma que le ofrecieron mientras pasaba

por delante en su camino al sofá. Se hundió y señaló el sillón de enfrente.

– ¿Quiere sentarse, primo?

Su brazo bajó a su lado. Para su alivio, no hizo ningún comentario, sentándose

donde ella sugirió.

– Siento que el duque y la duquesa no estén aquí para recibirle, -dijo ella, pasando

un dedo por una costura de su falda-. Se fueron poco antes de su llegada. Un paseo

por el parque en el nuevo faetón del duque.

– Qué desafortunado, mi momento no fue muy propicio. Aunque para ser

sincero...

Un sirviente llegó a la puerta. Agradecida por la interrupción, Eliza vio a March

entrar en la habitación, con la bandeja de té cargada en la mano. Su presencia la

sorprendió, ya que esperaba que enviara a una de las criadas como de costumbre.

¿Estaba preocupado por ella? ¿Había decidido llevar a cabo la tarea personalmente

para asegurarse de su bienestar en la untuosa compañía de su primo? Su espíritu se

iluminó ante su preocupación, una amplia sonrisa de aprecio en su rostro.

– Oh, esto parece encantador. Muchas gracias.

– Es un placer servirle, Srta. Eliza. -El hombre mayor dejó la pesada bandeja,

colocándola para su fácil acceso-. ¿Eso es todo?

– Sí, eso creo.

– Por favor, no dude en llamar si necesita algo más, cualquier cosa.

Ella captó la mirada de sus ojos y asintió sutilmente con la cabeza.

– Gracias, March. -Una vez que se fue, se ocupó de las tazas y platos chinos de

porcelana pintados, las bonitas cucharas y tenedores de plata, rezando para no

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

estropear todo el proceso y vertiendo el té en todas partes menos en las tazas-.

¿Crema y azúcar?

– No. Prefiero mi té normal.

– Oh, por supuesto, ahora lo recuerdo.

¿Cómo podría haberlo olvidado? Era realmente una de las personas más ascéticas

que había conocido, menos dado a complacerse en las comodidades que incluso su

difunta tía.

En su propia taza, Eliza añadió una generosa cucharada de azúcar y una saludable

porción de crema, disfrutando del pequeño desafío. A continuación, levantó la tetera,

y su mano mostró sólo el más leve temblor mientras llenaba ambas tazas con

cuidadosa precisión. Después de pasarle el té a su primo, le ofreció una selección de

pasteles y pequeños sándwiches para su percepción.

Por obvia cortesía, aceptó un solo triángulo de pepino y mantequilla y lo puso en

su plato, y luego tomó un sorbo de té. Si Kit hubiera estado aquí, ya se habría comido

al menos tres de los sándwiches y apilado media docena más en su plato, se dio

cuenta Eliza, sonriendo interiormente al pensarlo. Una lástima que no estuviera aquí

para divertirla con sus payasadas.

– Veo que ha dejado el luto.

Su cabeza se alzó ante la declaración de Pettigrew. Apenas, refrenó las ganas de

encogerse.

– Así es. El período de luto está casi terminado, así que no hay que avergonzarse

de llevar unos cuantos tonos oscuros, como este púrpura.

Durante un largo e incómodo momento, la miró fijamente con unos profundos

ojos negros.

– Quizás tenga razón. Su cambio de circunstancias obviamente está de acuerdo

con usted. Nunca le he visto tan bien.

– Gracias.

– Aunque dudo que mamá hubiera aprobado el pelo. -Levantó la mano, tocó con

sus dedos los bordes de sus rizos-. No, probablemente no. -Dejó su taza de té-. Pero

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

una cosa que estoy seguro que ella hubiera aprobado es vernos a los dos

reconciliados.

– Oh, bueno, sí, por supuesto.

– Pero más que eso, creo que hubiera deseado que nos uniéramos.

– ¿Hmm? ¡Qué! -¿Había dicho unidos?

– Me alegro de que sus amigos no estén aquí. Me alegro de que tengamos la

oportunidad de estar solos para poder hablar abiertamente de mis sentimientos.

¿Qué sentimientos? Philip Pettigrew no tenía sentimientos, al menos no del tipo que

la gente común expresa.

– Nunca antes había hablado de esto por miedo a herir su tierna sensibilidad, pero

siempre ha ocupado un lugar especial en mi estimación. Uno particular, si se quiere.

Su boca se abrió.

– He oído los rumores y sé que está buscando un marido, una pareja para toda la

vida por así decirlo. No necesita buscar más. Le conozco, Eliza, sé el tipo de hombre

que necesita. Un fuerte protector que le guíe, que le guíe a través de los cardúmenes

rocosos de la vida. Un hombre de convicciones que le proteja del daño, y que asuma

la gestión sana y equitativa de sus asuntos para que su delicada naturaleza femenina

no le haga desperdiciar tontamente sus recursos. -De repente se puso en pie y se

levantó de su asiento, saltando de su silla más rápido que una rana alzada, para

aterrizar en el sofá junto a ella. Se agarró de sus manos-. Eliza Hammond, ¿te casarías

conmigo?

Ella se retorció.

– ¡No!

– ¿No?

– Querido Dios, es mi primo. -Ella le arrancó las manos, o al menos lo intentó, ya

que él inmediatamente las volvió a coger.

– ¿Qué significa eso? Los primos se casan todo el tiempo.

– ¡No primos hermanos!

~84~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Pero se dio cuenta de que se casaron algunos primos hermanos. No era ilegal,

después de todo, pero probablemente debería serlo en lo que a ella respecta. El

matrimonio con él sería casi incestuoso, por no hablar de lo aberrantemente

repugnante.

¡Ugh!

Le dio un visible escalofrío y le arrancó las manos por segunda vez.

– Gracias por el honor de su propuesta pero de nuevo debo declinar.

– Simplemente está siendo emocional y no ha tenido tiempo de pensar en esto.

– No necesito tiempo. No me casaré con usted. -Se puso de pie en un salto-. Ahora,

realmente debo pedirle que se vaya.

Algo duro se asentó sobre su cara.

– Todavía no. No ha escuchado todo lo que tengo que decir.

– Pero he escuchado todo lo que me interesa. Váyase, Philip. Ahora.

– Sí, Philip -ordenó una voz firme y maravillosamente familiar-. La señora le ha

dicho que no. Acepta su negativa y vete.

La mirada de Eliza se dirigió hacia la puerta, para encontrar a Kit parado ahí como

un ángel guardián. Gracias a las estrellas.

– Lord Christopher, no me di cuenta de que estaba aquí. La prima Eliza y yo

estábamos teniendo una pequeña discusión privada. Asuntos familiares, usted

entiende.

Kit entró en la habitación. – No me pareció que fuera un asunto familiar, sino una

propuesta de matrimonio. Una propuesta que la dama rechazó.

La furia impotente volvió los ojos de Pettigrew oscuros y fríos como una noche sin

luna.

– Esto no es de tu incumbencia.

– Oh, pero lo es. Tal vez no te hayas dado cuenta, pero Eliza es mi protegida. La

instruyo en los puntos más sutiles de la interacción social, como distinguir un

caballero de un canalla. Sus acciones en el próximo medio minuto determinarán cuál

de los dos es usted.

~85~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Las manos de Pettigrew se cerraron en puños a sus lados mientras miraba a Kit.

De repente, soltó un gruñido y salió de la habitación.

Eliza sintió que todo su cuerpo se desplomaba después de que él se fuera, sólo

entonces se dio cuenta de lo tensa que estaba, de lo rápido que se aceleraba su

corazón.

Kit se acercó a ella y le rodeó el hombro con un brazo reconfortante.

– ¿Estás bien?

Sin pensarlo, se inclinó hacia él, apoyando la palma de la mano en la fuerza

decidida de su pecho. Ella notó que él había estado cabalgando, sus ropas calientes y

fragantes con el olor de los caballos, el sudor limpio y Kit.

Cerró los ojos y respiró hondo, disfrutando de la sensación.

– Estoy bien. Ahora.

– En cuanto llegué, March me dijo que Pettigrew estaba aquí contigo en el salón.

¿Sabías que planeaba visitarte?

Sacudió la cabeza.

– Me tomó completamente por sorpresa, al igual que su repugnante propuesta. No

tenía ni idea de que Philip tuviera tal propósito en mente. ¿Por qué lo haría, ya que es

mi primo?

– Bueno, estoy orgulloso de ti por echarlo. Sólo lamento no haber estado aquí

antes para empujarlo a través de la puerta.

– Seguramente no quería aceptar un no por respuesta. -Consideró el asunto por un

momento, soltando un suspiro-. Esperando reclamar la fortuna de su madre, sin

duda.

– Eso y quizás algo más.

– ¿Más? ¿Qué más podría haber?

– Tú, mi pequeño reyezuelo. -Le dio un apretón amistoso a su brazo-.

Últimamente te has vuelto muy atractiva. Estoy seguro que una vez que te vio en tu

bonito vestido y vio tus adorables rizos, también te quiso a ti.

~86~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Una flecha la atravesó. ¿Kit la encontraba atractiva? ¿A ella? ¿La reservada y

anodina Eliza Hammond, que había pasado la mayor parte de su vida siendo

observadora en lugar de ser la observada?

– Pero no puede tenerte, -pronunció Kit en un tono sedoso-, porque pronto serás

reclamada por alguien más. -Mirándola, levantó una mano y le pasó la punta de un

dedo por la mejilla-. Alguien mejor.

Su corazón dio un traspié, la piel se estremeció por su tierno y ligero toque. Con

los labios separados, se perdió dentro de su hipnotizante mirada.

¿Qué estaba diciendo? se preguntaba, medio adormilada. ¿Podría él, por algún

milagro imposible, estar hablando de sí mismo? ¿Era el alguien mejor?

– Y una vez que la temporada comience oficialmente -continuó Kit-,

encontraremos a ese hombre. El marido perfecto para ti. Pero primero tendremos que

continuar con tus lecciones. Has hecho un progreso definitivo, pero aún hay mucho

trabajo por hacer.

Como si la hubiera desplumado y dejado caer por un acantilado, cayó, chocando

con fuerza, el resplandor rosado a su alrededor estalló como un puñado de burbujas

de jabón.

Poco a poco volvió a sus sentidos.

Qué cabeza de chorlito era. Qué decepción.

Usando la mano que aún estaba apoyada en su pecho, se apartó, saliendo de

debajo del círculo de su brazo.

Él pareció no notar su retraimiento.

– ¿Se ha ido tu dolor de cabeza? Podríamos tener una lección esta tarde si te

sientes lo suficientemente bien.

Fijó su mirada en la alfombra mientras se esforzaba por componerse. De repente,

levantó la vista.

– Sí, vamos a tener la lección. Como dices, la temporada llegará pronto y tengo

mucho que aprender. Es mejor que no perdamos ni un instante.

~87~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 7

– ¿Más vino, Winter? –invitó Edwin Lloyd, sosteniendo una botella recién abierta

de Málaga.

Kit inclinó su cabeza, apenas mirando sus cartas. Su amigo sirvió, llenando la copa

de Kit con el fuerte vino marrón rojizo que era muy dulce. Lloyd llenó las copas de

los otros hombres de la mesa, y luego hizo lo mismo para sí mismo antes de dejar la

botella ahora vacía a un lado.

El juego continuó, cada uno de los cinco hombres tomó su turno, esperando

capturar el truco requerido para no ser engañado. Kit bebió un solo trago de vino y

esperó, infinitamente paciente ya que tenía la única carta garantizada para vencer a

todos los demás en la baraja.

Los otros cuatro derrotados, gimieron cuando jugó esa carta en el momento

preciso, arrojando lo que quedaba de sus manos con disgusto.

Con una leve sonrisa, Kit atrajo sus ganancias hacia adelante.

– Tienes la suerte del diablo esta noche, Winter -dijo Selway-. Deberías mantener

tu suerte por un tiempo. A menos que el ángel de la misericordia finalmente salga

volando de tu hombro y tu estrella te abandone.

– Haz otra ronda y ya veremos. -Kit trozó un pedazo de queso Cheshire que estaba

en un pequeño plato cerca de su codo.

Selway tenía razón, reconoció Kit, ya que disfrutaba del sabor ligeramente salado

de la comida que se derretía contra su lengua. Estaba pasando una buena noche en

las mesas. Divirtiéndose con sus amigos, bebiendo, hablando y jugando a las cartas.

Hasta ahora había ganado casi el doble de la asignación trimestral que Adrián le

~88~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

daba, una asignación que sólo necesitaría durante seis meses más. Con los bolsillos

llenos y su independencia al alcance de la mano, Kit sabía que debía estar extasiado.

En cambio, lo que sentía era insatisfacción. Una especie de aburrimiento

subyacente con su actual forma de vida y la perspectiva de todos los años que se

extendían ante él.

¿Qué demonios iba a hacer con todos ellos y con él mismo?

Sentado enfrente, Jeremy Brennolden, su viejo amigo de la universidad, pasó a la

siguiente ronda. Kit examinó sus cartas y calculó si su mano era lo suficientemente

buena para jugar.

– Tremenda pelea se encuentra mañana en el horizonte cerca de Charing Cross.

¿Quién se apunta, eh? -Vickery levantó sus cejas rubio rojizas y miró al grupo.

Los demás asintieron con la cabeza.

Kit agitó la cabeza.

– Lo siento, caballeros, pero tendré que pasar.

– ¡Tienes que pasar! -Lloyd chasqueó su lengua en obvia exasperación-. Es la

segunda pelea que has dejado pasar según mi reciente memoria. ¿Qué pasa, amigo

Winter? No te estás volviendo remilgado con nosotros, ¿verdad? Asqueado por la

vista de toda esa sangre.

Kit le echó un vistazo.

– No, no voy a ser quisquilloso. De hecho, estaría más que feliz de derramar algo

de tu sangre si alguna vez arriesgaras esa cara bonita y entraras al ring de los

caballeros. -Deslizó sus cartas dentro de la palma de su mano y las golpeó contra la

mesa-. Si quieres saberlo, tengo un compromiso previo.

– ¿Qué clase de compromiso? -Cuestionó Selway-. Seguramente, no puede ser el

duque otra vez.

Kit mantuvo sus rasgos impasibles.

– Si no es tu hermano, ¿entonces quién? -presionó Selway-. Vamos a considerarlo,

parece que tienes muchos compromisos últimamente.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Sí, Winter, él tiene razón, -estuvo de acuerdo Lloyd-. Has sido bastante cauteloso

con tu agenda en las últimas dos semanas. ¿Qué es lo que está pasando? Insistimos

en que compartas.

Kit volvió a desplegar las cartas en su mano y las estudió.

– Insiste todo lo que quieras. Es un asunto privado y no es asunto tuyo.

– No tiene nada que ver con una muchacha, ¿verdad? -dijo Vickery-. ¿La que vive

en la casa de tu hermano?

– ¿Quién es esa muchacha? -preguntó Brentholden.

– La amiga erudita de la duquesa. -Vickery hizo una pausa, y luego chasqueó los

dedos-. ¿Cómo se llama? ¿Haywood? ¿Hampton? No, no, Hammond. Eso es todo,

Eliza Hammond.

– ¿Hammond? -Lloyd lanzó una moneda de plata, una corona, al centro de la

mesa como su oferta inicial-. ¿Quién demonios es?

– Ya sabes cuál, -dijo Vickery, moviendo un dedo-. Una muchacha de cara

anodina, que no tiene una palabra que decir por sí misma, miembro permanente del

club de las floreros. Se viste como una institutriz y está casi en la estantería. La has

visto a lo largo de los años, estoy seguro. Por Dios, debes haberlo hecho, ha tenido ya

tantas temporadas que ya deben contabilizarse en los dos dígitos.

Los hombres se rieron, todos menos Kit.

Lloyd sacudió su cabeza en un continuo desconcierto.

– ¿Es pelirroja?

– No, marrón arratonado. Siempre se sienta a lo largo de la pared con las viudas y

las matronas y mira fijamente sus zapatos.

– Bueno, Vickery, no puedo decir que paso mucho tiempo mirando a las viudas y

matronas. –Les disparó Lloyd a todos con una sonrisa juvenil-. Prefiero a las chicas

jóvenes y guapas.

Kit bebió un largo trago de vino, esperando que el licor aliviara la irritación que se

estaba gestando en su vientre.

– Ella es la que heredó esa enorme fortuna hace un par de meses.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Resonó un coro de ¡Ohs!

– Ahora lo sé, -declaró Lloyd-. Tenía una tía arpía.

– Exactamente. -Vickery lanzó su apuesta-. Los cazadores de fortuna ya están

salivando.

– Por decirlo así, ¿cómo puedes culparlos? -Selway puso su dinero sobre el tapete-.

Muchos hombres se casarían por eso, aunque ella fuera tan fea como el culo de un

perro.

Kit golpeó una mano contra la mesa.

– Es suficiente. Les recordaré que están hablando de una dama. No toleraré una

falta de respeto tan flagrante.

Los ojos oscuros de Selway se desorbitaron.

– Lo siento, Winter. No quise ofenderte.

La mandíbula de Kit se apretó.

– Bueno, lo hiciste. La Srta. Hammond no tiene cara anodina ni es fea como el

trasero de un perro.

– No dije que lo fuera, -se defendió Selway con una voz débil-. Sólo dije que si lo

fuera...

– Bueno, no lo es, -mordió Kit-. Es una dama encantadora y la amiga de mi

cuñada. Les agradeceré que no vuelvan a hablar de ella a menos que sea para hacerle

un cumplido.

El otro hombre movió la cabeza.

– Por supuesto, Winter. Lo siento, viejo amigo. No volverá a suceder.

Kit levantó su copa, y tomó el último sorbo de su vino.

Vickery miró al otro lado de la mesa.

– Entonces, es verdad, ¿no? ¿Lo que he escuchado?

– ¿Y qué has oído? -Preguntó Kit, con una mano que se cerraba contra su muslo.

– Que estás entrenando a la Srta. Hammond, eso es.

– ¿Entrenándola en qué?, -cuestionó Brentholden, rompiendo su silencio.

Kit encuentra la mirada de Vickery.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿Y dónde escuchaste eso?

Vickery se golpeó un dedo contra el lado de su nariz.

– Un pajarito en el ala de los sirvientes. Ya sabes cómo va la viña del personal.

Obviamente a uno de los sirvientes de Raeburn House le gustaba chismorrear,

pensó Kit. Tendría que hablar con Violeta y March y ver si se podía hacer algo,

aunque suponía que esas cosas eran inevitables. Se encogió de hombros.

– Como dije antes, lo que hago con mi tiempo no es de tu incumbencia. Ahora,

¿vamos a jugar a las cartas o no?

– Oh, nos echaremos una mano después de que divulgues una parte de la verdad.

-Vickery se balanceó hacia adelante en su silla-. He oído que eres su casamentero.

Lloyd resopló, claramente divertido por la idea.

– No soy su casamentero. -Kit escudriñó las miradas expectantes de sus amigos y

supo que no saldría de esto sin dar algún tipo de explicación. Se mordió una

maldición. Maldito Vickery por su forma de entrometerse. El hombre era un tipo

confiable, del tipo con el que puedes contar para cuidar tu espalda en una pelea. Pero

también era un chismoso de primera clase, un verdadero imán para las insinuaciones

y los rumores, que se lamía con el gusto de un perro con el hocico enterrado en un

plato de morcilla-. La dama es tímida, no se puede negar el hecho, -dijo Kit, frotando

un pulgar a lo largo del tallo de su vaso-. Desea sentirse más a gusto en compañía.

Sólo le estoy dando un poco de orientación, actuando como un mentor, si quieres.

Lloyd sonrió.

– Mentor, ¿tú? Nunca pensé que te vería en ese papel. Sin ánimo de ofender, pero

tienes mucho trabajo por delante con esa.

– Un Pigmalión fuera de serie, nuestro Kit, -bromeó Vickery-. Será interesante ver

si puedes transformar a la Srta. Hammond en la bella Galatea, cincelar una nueva

versión de la piedra, por así decirlo. Yo, por mi parte, espero el resultado con ahínco.

Entonces, ¿cuándo revelarás públicamente tu creación?

– No es mi creación. -Kit frunció el ceño, no le gustó la dirección de la

conversación.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Si tú lo dices.

– Sí. Y preferiría no continuar esta discusión. -Kit miró fijamente a Vickery durante

un largo momento-. ¿Por qué no te das un buen uso y nos traes otra botella de vino?

Vickery se rió y luego se levantó para hacer lo que le dijeron.

El juego se reanudó poco después, Kit perdió un par de manos antes de recuperar

rápidamente sus pérdidas, y un poco más.

Al final de la noche, con los bolsillos llenos, Kit subió al carruaje de Brentholden

para el viaje a casa. Selway y Vickery los acompañaron, saltando a sus destinos

separados para saludar con la mano las buenas noches.

Ahora, casi a las dos de la mañana, las calles residenciales de Mayfair estaban

prácticamente vacías, el sonido de los cascos de los caballos y las ruedas de los

carruajes invadiendo rítmicamente la tranquilidad de la noche, el suave resplandor

de las farolas ayudaba a iluminar el camino.

Kit apoyó su cabeza contra los pichones pintados del carruaje y cerró los ojos.

– Te gusta, ¿verdad?

Sus ojos se abrieron ante la suave pregunta de Brennolden.

– ¿Gustarme quién?

– Tu pequeña erudita. La Srta. Hammond.

– No es mi pequeña nada. Es simplemente una amiga de la familia a la que estoy

tratando de ayudar.

– Amigo de la familia o no, nunca te he visto tan feroz por defender el honor de

una dama.

– Nunca antes había tenido motivos para defender el honor de una dama, pero

había que hacerlo. No me importaban las cosas que Selway y Vickery decían o la

forma en que las decían. La Srta. Hammond es una chica dulce y no merece que se

burlen de ella, ni siquiera a sus espaldas.

– Como dije, te gusta.

Pasó la declaración por su mente.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Tal vez me guste, pero no de la manera que estás insinuando. No tengo planes

para ella, si es lo que te preguntas. Es más como una hermana, una hermana pequeña

que sólo necesita una mano que la guíe. Quiere un marido, un hombre decente, no

un maldito cazador de fortunas que le haga la vida miserable.

Brennolden se rió suavemente. – Así que tú eres su casamentero.

– Nada de eso. Soy su mentor, para allanar su camino en la sociedad. Lo de

casamentero lo dejo estrictamente en manos de la Srta. Hammond y mi cuñada.

– ¿Así que no te importará si tu plan tiene éxito y los hombres empiezan a acudir

en masa a su alrededor?

Un rápido puño se anudó dentro del estómago de Kit antes de forzarlo a

disolverse.

– Señor, no. ¿Por qué debería importarme?

– Hmmph.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Nada. Sólo pensaba que la temporada de este año va a ser bastante interesante,

bastante interesante de hecho.

Kit no hizo más comentarios mientras el carruaje continuaba su camino hacia la

Raeburn House.

***

Tres días después, Eliza enganchó su rodilla en el pomo de la silla lateral antes de

asegurar el pie de su pierna opuesta en el estribo. Se movió, luchando por mantener

el equilibrio mientras intentaba subrepticiamente arreglar las voluminosas faldas de

su traje de montar azul Cerdeña de la forma más respetable posible.

Una vez que dejó de retorcerse, Kit le dio las riendas. Desde su posición, ella miró

a donde estaba él junto a su montura.

– ¿Cómo se siente? -preguntó él.

– Alto, -confesó ella con total honestidad.

Él se rió entre dientes.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Casiopea no es un caballo tan grande, apenas tiene quince palmos. Si quieres un

caballo alto, deberías ver a los cazadores, un par de ellos son grandes bestias. Pero no

tienes nada de qué preocuparte aquí con la vieja Cassie. -Acarició con la palma a lo

largo del cuello, y luego le dio una palmada suave-. Ella es tan suave como se puede.

Un verdadero encanto, ¿verdad, cariño? -Le arrulló al caballo.

Las orejas de Casiopea se movieron y giró la cabeza ligeramente como si estuviera

de acuerdo.

Un par de muchachos del establo se detuvieron en sus tareas matutinas para ver lo

que pasaba. Eliza fingió no verlos, aliviada cuando una mirada feroz del jefe de los

establos los mandó de vuelta al trabajo.

Kit tomó la larga brida del caballo.

– Voy a guiarte por el patio un par de veces hasta que te sientas cómoda.

Se sentó, como una vara tiesa, mientras esperaba que él procediera.

Kit le tocó el codo. – Relájate, estarás bien. ¿Dijiste que sabes montar?

– Sí, pero han pasado muchos años. ¿Y si lo he olvidado?

– Nunca olvidas una cosa así. Una vez que demos unas cuantas vueltas, todo

volverá.

Y Kit tenía razón: la sensación de la silla de montar, el movimiento del animal

debajo de ella, el golpeteo de las pezuñas contra el camino empedrado del patio, el

ligero peso de las riendas en sus manos, todo se combinó pronto para que se sintiera

cómoda. Cuando Kit detuvo a Casiopea, Eliza se sintió casi cómoda.

Desenganchó la correa.

– Inténtalo ahora. Llévala a dar un par de vueltas, sólo una caminata suave como

antes. Suelta las riendas y mantén tu rodilla suave contra su lomo. Cassie es una

buena chica, no necesita mucha dirección.

Con apenas un toque, el caballo comenzó a hacer el circuito una vez más. Eliza dio

tres vueltas antes de detenerse, con una sonrisa en los labios.

– Eso fue divertido.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Me alegra oírlo. Bien hecho, Eliza. Tan bien hecho, que sugiero que vayamos al

parque. Es temprano todavía, nadie más que los pájaros están en pie a esta hora del

día.

Sus manos se apretaron involuntariamente, haciendo retroceder a Cassiopeia.

Detuvo al caballo con un suave aflojamiento de las riendas.

– No lo sé, Kit. ¿Estás seguro?

– Por supuesto que estoy seguro. Déjame coger mi montura.

Veinte minutos después entraron en el cercano Hyde Park, el sólido castrado

negro de Kit, Marte, caminando a paso ligero junto a la yegua de Eliza. Tal como Kit

había predicho, el parque estaba casi vacío, una hora demasiado temprana para que

otros miembros de la sociedad se aventuraran. Un vendedor ambulante, cargando su

pequeño barril de tinta y su cesta de plumas, pasó corriendo, con la cabeza gacha

mientras cortaba por el parque hacia su destino.

Los pájaros saltaban y revoloteaban en las ramas desnudas de los árboles,

cantando su deleite aviar en el soleado nuevo día. Una fuerte brisa golpeaba

ligeramente las mejillas de Eliza, haciéndola agradecer el calor reconfortante de su

traje de montar y sus guantes. Aun así, no le importaba el potente clima, estaba

demasiado vigorizada por su entorno como para preocuparse.

Kit los llevó hacia el Serpentine, donde se congregaban bandas de patos y gansos,

un par de cisnes blancos que flotaban en majestuoso esplendor sobre la superficie

vidriosa del lago.

– Esto es encantador. -Volvió su cara hacia un rayo de sol amarillo-. Me alegro de

haber dejado que me convencieras de levantarme tan temprano para nuestra lección

de equitación, aunque aún me sorprende que quisieras hacerlo.

Le echó una mirada de burla.

– No soy el inveterado dormilón que puedes pensar que soy. Te sorprendería

saber cuán a menudo me levanto temprano para ver el amanecer.

– Verlo, quieres decir, mientras vuelves a casa después de una noche en la ciudad,-

bromeó.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Aquí, señorita, mejor que cuide su lengua. Puedo decir que si no tengo cuidado,

puede que se vuelva afilada.

Su sonrisa se convirtió en una carcajada, una que él devolvió con presteza.

– La mañana es realmente el único momento en que uno puede realmente montar

en el parque, -dijo, dirigiendo su conversación de vuelta a su tema original-. Incluso

ahora, con la temporada que aún no ha comenzado, los terrenos están tan llenos por

la tarde que hay poco espacio para hacer algo más que un paseo tranquilo. Además,

imagino que no disfrutarías teniendo que detenerte a charlar cada pocos metros

como se exigiría si llegáramos aquí más tarde.

Se estremeció débilmente ante la idea.

– Definitivamente no, y mi agradecimiento por tu consideración. Aunque puedo

decir que obviamente planeaste esto todo el tiempo para que viniéramos al parque

esta mañana.

– Siempre y cuando no te hubieras caído de Cassiopeia en el patio del establo, sí,

me imaginé que vería si podía convencerte de que te alejaras. ¿Qué te parece si

intentamos un trote?

Se encontró con su mirada ansiosa y alentadora, un punto de tensión nerviosa que

se alojaba como un puñado de guijarros calientes bajo su esternón. Al exhalar, apartó

la sensación y asintió con la cabeza. Después de una serie de rápidas y eficientes

instrucciones, Kit la instó a ella y a su obediente yegua a un trote que pronto

pronunció: – no es nada malo para una novata.

Eliza estaba empezando a encontrar su confianza en el andar al trote, cuando Kit

la retó a aumentar aún más su velocidad.

– Vamos, Eliza, -le animó, sonriéndole desde lo alto de su impresionante corcel

negro. Kit controló a Marte sin esfuerzo pero la emoción contenida del caballo era

casi palpable, el animal claramente anhelaba estirar sus poderosas piernas y disfrutar

de una buena carrera. Las orejas de Cassiopeia se levantaron también cuando

percibió las posibilidades. En el momento en que Kit puso a la cabeza a Marte, Eliza

supo que su yegua perseguiría al caballo castrado.

~97~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

La pequeña mancha de ansiedad se volvió a formar dentro de su pecho.

– ¿Y si me caigo? -preguntó, esforzándose por no dejar que su voz temblara.

– No te caerás. Tienes un buen asiento. Sólo ajusta tu peso y deja que tu caballo

haga el resto.

Si le decía que no, sabía que Kit acataría su decisión, y ni siquiera la regañaría por

su temor. Pero por muy tentadora que fuera la negativa, otra parte de ella le instó a

no tomar la salida del cobarde. ¿No es eso lo que había pasado la mayor parte de su

vida haciendo? ¿Doblegarse a sus miedos? ¿Retirarse en su pequeño y apretado

capullo para que nada ni nadie pudiera volver a hacerle daño?

Pensando en eso, levantó su barbilla.

– Muy bien, vamos a galope.

Una amplia sonrisa abrió la boca de Kit al dejar salir a un caballero muy poco

caballeroso. Con un ligero movimiento de sus riendas, Marte saltó hacia adelante, las

pezuñas corriendo sobre los campos de hierba del parque. La pequeña yegua de

Eliza la siguió, enviando el corazón de Elisa saltando a su garganta mientras

Cassiopea cargaba hacia adelante, acelerando para mantener el ritmo de su

compañero de cuadra.

Eliza se obligó a no mirar hacia abajo cuando el suelo pasó demasiado rápido para

su comodidad. Y sólo iban a un galope fácil. Piensa en lo rápido que debe ser un

galope, reflexionó, asombrada al darse cuenta. Aun así, mantuvo el equilibrio y

confió en su montura para hacer la mayor parte del trabajo, tal como Kit le había

aconsejado.

Las yardas pasaron volando, y mientras lo hacían sus temores comenzaron a

disolverse, alejándose como molinillos de bellota en el viento fuerte que azotó contra

sus mejillas y tiraba de su cabello.

Se rió y giró la cabeza para encontrarse con la mirada de Kit.

– ¿Divertida? -clamó.

– Oh, sí.

– ¿Al galope? -se atrevió.

~98~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Otra risa surgió de su garganta.

– No, no, esto es bastante rápido para mí.

Se rindió y los llevó a medio galope. Uno al lado del otro, cabalgaron por los

caminos y los caballos sorprendiendo a los pájaros que estaban posados, haciendo

que la ardilla ocasional se detuviera y mirara fijamente mientras colgaba suspendida

por sus diminutas patas con garras del lado de un árbol antes de salir corriendo.

Kit dejó que su caballo corriera un poco más rápido, como si estuviera probando

cuanto se involucraría Eliza. Ella aumentó su ritmo, manteniéndose admirablemente.

De repente, su sombrero se liberó de su amarre y se fue volando hacia los

arbustos. Kit se quedó quieto e hizo que Casiopea disminuyera la velocidad,

tomando la delantera del otro caballo.

Una mano firme en las riendas impidió que la yegua siguiera al trote, mientras

que Kit daba la vuelta a Marte para trotar tras el sombrero perdido de Eliza. Regresó

rápidamente, sacudiendo una mancha de suciedad del extremo de una pluma de

avestruz que ondeaba al viento.

– Su sombrero errante, Srta. Hammond. -Extendió su sombrero con una floritura.

– Gracias, milord, -dijo ella mientras aceptaba. Tocándose el pelo con la mano, se

dio cuenta de por qué había perdido el sombrero-. Parece que he perdido el alfiler de

mi sombrero.

– Entonces tendremos que contentarnos con un paseo de vuelta para que tu

sombrero no se vuele de nuevo.

Ellos giraron sus monturas para volver a su camino a través del parque,

estableciendo un ritmo muy suave.

– Un crimen que no hayas estado montando, -dijo Kit-. Tienes una verdadera

aptitud para ello. Para este otoño, apuesto a que podríamos tenerte lista para unirte a

la Caza.

– Oh, no, no la Caza. Nunca pude manejar los saltos. Además, siempre me da

lástima el pobre zorro. Estaría apoyando que se escapara todo el tiempo.

~99~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿Lo harías de verdad? Seguro que te pondrías sobre la oreja del maestro de la

cacería. -La sonrisa de Kit se desvaneció al inclinarse hacia adelante-. La verdad es

que me siento mal por las pobres criaturas también. La gente los llama sabandijas

pero sólo tratan de sobrevivir. Para el zorro, comer los huevos y las gallinas de la

gente es sólo su versión de la cena. No es peor de lo que haría un hombre, sólo que el

zorro no puede pagar en monedas su comida después de haber terminado.

Surgió un calor dentro de ella que no tenía nada que ver con su reciente esfuerzo.

No podía empezar a nombrar a todas las personas que conocía que eran incapaces de

mostrar ni un atisbo de simpatía por algo que no caminara en dos piernas.

– Puedo ver el dilema del granjero cuando esos huevos y pollos son las únicas

cosas que le impiden a él y a su familia morir de hambre. Si hubiera menos pobreza

en este país, tal vez habría más compasión por criaturas como el zorro.

– Si tan sólo nuestros políticos pudieran ser la mitad de perceptivos.

Lanzó una risa cínica.

– Eso sería un milagro. Muchos de ellos están demasiado ocupados cuidando sus

propios intereses como para molestarse en ver los intereses de aquellos a los que

pretenden representar.

– Entonces quizás deberías cambiar eso.

Le dio una mirada de divertida sorpresa.

– ¿Y cómo sugieres que lo haga?

– Podrías presentarte al Parlamento. Serías un buen miembro de los Comunes.

– ¿Yo? ¿En los Comunes? -Una risa plena y burbujeante brotó de su pecho-. Eres

un genio, mi pequeño reyezuelo, y yo ni siquiera lo sabía.

Sus cejas se arrugaron.

– Fue totalmente en serio.

Kit se rió de nuevo, conociendo la mirada firme de Eliza mientras luchaba

visiblemente para borrar el humor de sus rasgos.

~100~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Sí, ahora veo que sí. Bueno, mi agradecimiento por el voto de confianza pero

creo que dejaré asuntos tan importantes como la política a aquellos que disfrutan de

entrometerse en los asuntos de los demás.

– ¿Pero por qué no deberías?, -preguntó con gran entusiasmo-. Tienes una buena

cabeza sobre tus hombros, a pesar de la despreocupada fachada que eliges mostrar al

mundo.

Se puso serio.

– ¿Y por qué imaginas que mi naturaleza despreocupada es una fachada?

Sus dedos se apretaron en las riendas.

– No lo sé. Es que... bueno, he notado que no siempre pareces estar perfectamente

satisfecho con tus circunstancias. Perdóname si me equivoco en el asunto.

Estuvo en silencio durante un largo minuto.

– No, no te confundas. No es que sea infeliz, claro está, -se apresuró a añadir-. Me

gusta mi vida y me deleito mucho con las diversiones a las que me dedico. Llevo una

existencia bendita, llena de privilegios y placeres y, sin embargo, como dices, a

veces...

– ¿Sí? ¿A veces...?

Kit la miró fijamente. El gris claro e inocente de sus ojos, y se preguntaba por qué

le decía estas cosas. Nunca habló de tales asuntos, ni a sus amigos ni a su familia, ni

siquiera, en gran medida, a sí mismo.

– A veces me aburro un poco, -le ofreció sin quererlo.

– Quieres más de tu vida.

– Sí, supongo. Aunque, ¿qué más hay? Como hijo menor tengo opciones limitadas.

-Captó su expresión, vio su boca moverse y supo instintivamente lo que iba a decir-.

Y no, no quiero presentarme al Parlamento. La verdad es que la política y yo no

encajaríamos bien.

Se movió ligeramente en su silla de montar, y luego se atrapó una esquina de su

labio inferior entre sus dientes en la contemplación.

~101~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿Qué hay del servicio exterior? -Te he oído hablar de tus viajes y puedo decir

que te han reportado un gran placer.

– Sí, pero no veo cómo una tendencia a vagabundear puede ser de utilidad para el

servicio exterior.

– Por supuesto que sí. Tienes una mente inquisitiva, abierta a nuevas personas y

nuevos lugares. Tienes una afinidad natural para llevarte bien con casi todos los que

conoces. Estoy segura que podrías darle un uso valioso a esas habilidades. Incluso

podrías convertirte en embajador algún día.

Kit sonrió con suficiencia.

– Oh, ahora soy un embajador, ¿verdad? Eres una soñadora. ¿Puedes imaginarte a

Su Alteza Real confiándome la responsabilidad de negociar importantes tratados y

lucrativos acuerdos comerciales?

Se rió, esperando que ella se uniera.

Sus rasgos seguían siendo serios.

– Sí, puedo. De hecho, si realmente pones tu mente y tu corazón en una meta,

sospecho que puedes hacer casi cualquier cosa que desees.

Mientras pasaban por la entrada del parque, aprovechó el momento para

componer sus pensamientos. Le sorprendió, que viera en él profundidades,

habilidades y ambiciones que otros no veían. No es que sus amigos lo consideraran

inútil, sólo un poco sin inspiración, tal vez. No mejor ni peor que muchos de sus

compañeros.

Hizo una mueca. Tal vez Eliza tenía razón y debería considerar perseguir objetivos

más elevados que debatir si comer riñones o arenques para el desayuno y considerar

qué color de traje sería el mejor para asistir a una reunión de la carrera.

Blister, sonaba vanidoso. Vano y tonto. ¿Así es como Eliza lo veía? Al final, ¿lo

encontraba deficiente, sin inclinación académica o política para sus gustos eruditos?

Su mandíbula se apretó en una inusual molestia mientras se dirigían a los establos

de Raeburn House. A pesar de todo lo que le enseñó, mostrándole cómo triunfar en

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

la sociedad, ¿le habrá parecido absurdo? ¿Un ridículo derrochador demasiado lleno

de sus propios intereses egoístas y sin rumbo como para tener alguna consecuencia?

Así que no le gustaba leer latín. ¿Y qué? ¿Eso lo hacía menos hombre? ¿Y era

realmente tan terrible que prefiriera pasar un día en el Tattersalls en lugar de

sentarse en casa a leer un libro?

No es que él envidiara a Eliza su amor por los libros y las lenguas antiguas. Sus

tendencias eruditas nunca le habían preocupado como lo harían muchos hombres.

¿Y qué había de ella? ¿Le envidiaba sus elecciones? ¿Pensaría mejor de él si fuera

una criatura menos pendiente de sus propios caprichos y pasiones? Y lo más

importante, ¿por qué su opinión de repente importaba tanto?

Codo con codo, entraron en el patio del establo, los cascos de los caballos

resonando contra los adoquines, los olores de la paja, el estiércol y el heno dulce se

mezclaban como un perfume terrenal en el aire. Un mozo de cuadra emergió de una

de las dependencias mientras Kit bajaba de su montura. Mientras el chico llevaba a

su caballo para que se enfriara, se le diera agua y alimento, Kit fue a ver a Eliza para

ayudarla a bajar de la yegua.

Ella lo miró con ojos solemnes.

– Kit, ¿algo va mal? Te volviste muy callado de repente. ¿Dije... dije algo malo?

Levantó y deslizó las manos alrededor de su cintura para levantarla. Era ligera

como una pluma, su peso apenas alcanzaba para registrarlo en su mano. La dejó

deslizarse unos centímetros y luego la sostuvo, con los pies colgando en el aire, con

los ojos a la altura de los de él.

Y en el momento siguiente, mientras miraba la sinceridad de sus ojos, supo una

cosa con certeza: era un tonto. Firme y sin afectación, Eliza era la misma chica

suavemente tranquila que siempre había sido, abierta y honesta y demasiado

inocente para su propio bien. Todo lo que le había dicho hoy se había dicho con

buena intención. Él podía ver eso, no necesitaba pedir pruebas.

¿Así que ella pensó que podría ser un embajador? Lo absurdo de la idea le hizo

sonreír.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Sólo he estado pensando un poco. Muy poco, -bromeó, poniéndola lentamente

en el suelo-. Nada está mal, nada en absoluto.

Una sonrisa aliviada animó su rostro, y por un momento pensó que nunca había

visto nada tan bonito o tan atractivo en su vida. Se encontró queriendo acercarla.

Un mozo se acercó para tomar las riendas de Cassiopea. Abruptamente, Kit retiró

sus manos de la cintura de Eliza y dio un paso atrás.

– ¿Qué te parece si nos cambiamos de ropa y desayunamos? Yo, por mi parte,

estoy hambriento.

Ella se rió.

– Por supuesto que sí. Y después de nuestro paseo, yo también, lo estoy milord.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 8

– ¿Qué vestido quiere que le planche para la fiesta de esta noche, señorita?

Eliza dejó el libro que estaba leyendo y miró al otro lado de su dormitorio hacia

Lucy. De pie ante el gran armario de nogal de la habitación, con sus puertas dobles

abiertas de par en par, sostenía dos vestidos de noche, cada uno tan bonito como el

otro.

Eliza consideró ambos vestidos con el ceño fruncido.

– No lo sé. ¿Qué piensas, Lucy?

– ¿Hmm? Si fuera por mí, me pondría el rosa. Por otra parte, este verde jade es

muy elegante, seguro que llama la atención. Por otro lado, el rosa es muy bonito y le

dará mucho color a sus mejillas. Es una elección terriblemente difícil, ¿no?

Eliza envió a la otra joven una sonrisa divertida pero exasperada.

– Lucy, estás aún más desesperada que yo, y eso no es un cumplido para ninguna

de las dos.

Estudiando ambos vestidos de nuevo, Eliza titubeó entre los dos.

Sólo elige uno, por el amor de Dios, pensó. ¿Qué posible diferencia podría hacer?

Especialmente porque la mayoría de la compañía que vendría Raeburn House esta

noche sería familia. La mayoría, pero no todos, y eso era lo que la preocupaba.

En la reunión de esta noche para celebrar el cumpleaños de Violeta y Jeannette, se

esperaba que Eliza hablara, que mantuviera, o al menos intentara mantener, una

conversación articulada con los otros invitados antes y después de la cena, y con los

que estaban a su lado durante la comida.

Pero a pesar de sus recientes lecciones, ¿estaba lista? ¿Y si su mente se quedaba en

blanco y olvidaba todo lo que Kit le había enseñado? ¿Y si hacía un terrible lío con

sus frases y volvía a sus viejos malos hábitos de tartamudeo vacilante, y largos y

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

mortificantes ataques de silencio? Si fallaba esta noche, no sólo se avergonzaría a sí

misma, sino también a Kit, y eso sería de lejos la mayor vergüenza de todas.

Durante las últimas tres semanas, Kit había pasado literalmente horas cada día con

ella, esforzándose por enseñarle a dominar los matices de la charla y la conversación

general, mientras continuaba su instrucción sobre cómo montar.

La mayoría de las mañanas ahora los dos comenzaban su día a caballo, saliendo

temprano al parque para ejercitar a Casiopea y a Marte y para trabajar en la mejora

de las habilidades ecuestres de Eliza. Descubrió, después de su primera salida, que

Kit era un instructor mucho más exigente de lo que nunca hubiera esperado. Recibió

poca simpatía de él cuando la hizo seguir sus pasos, recordándole constantemente

que enderezara su columna vertebral y no se desplomara en la silla, que mantuviera

sus manos ligeras y equilibradas en las riendas para no magullar la delicada boca de

su caballo

Una vez terminada la lección de equitación, regresaban a casa para compartir el

desayuno antes de dedicar el resto de la mañana a sus lecciones sociales, un ejercicio

que no podía empezar sin descubrir un bulto estúpido metido en su garganta.

Al principio, pensó que sus esfuerzos eran inútiles, los juegos de simulación verbal

en los que él insistía, trataban de hacerla callar tan a menudo como la animaban a

hablar. Sin embargo, Kit siguió siendo alegremente persistente, rehusando que se

rindiera o se desanimara, aconsejándole que tuviera más confianza en sí misma,

sugiriéndole técnicas y estrategias para que su lengua ya no fuera su enemigo sino su

aliado y amigo.

Durante la segunda semana, le pidió a Violeta y Jeannette que se unieran a ellos en

algunas de sus sesiones para que Eliza pudiera practicar el hablar con damas y no

sólo con caballeros. Charlar con Violeta no había sido muy agotador, pero en cuanto

a Jeannette, Eliza todavía temblaba al recordar. A pesar de todas sus miradas sin

sentido y sus comentarios simplistas, Jeannette había sido sorprendentemente

amable, sin reírse ni una sola vez de los errores de Eliza, aconsejándole en un tono

paciente que simplemente empezara de nuevo cada vez que vacilaba. Durante su

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

última lección, Eliza se había relajado lo suficiente como para olvidar que estaban

ensayando y disfrutó de varios minutos de la conversación.

La pequeña fiesta de esta noche sería su primera prueba real. Una oportunidad

para ella de meter los dedos de los pies en el agua, como dijo Kit. Si tan sólo pudiera

averiguar qué vestido ponerse.

– El verde, -le dijo a su criada-. No, el rosa. No, definitivamente el verde. Sí, el

verde, y guarda el otro antes de que cambie de opinión otra vez.

Lucy sonrió y se inclinó en una rápida reverencia.

-Sí, señorita. Estaré planchando en los cuartos de los sirvientes si me necesita para

algo. Oh, y es casi la una. Me pidió que le recordara para no llegar tarde a la comida

con la duquesa y su hermana.

– Oh, es cierto. Gracias, Lucy, o de hecho habría dejado pasar el tiempo.

Eliza marcó la página en su libro, luego se levantó y cruzó al lavabo mientras su

criada colgaba el vestido rechazado en el armario. Echando agua tibia en una

palangana de porcelana floreada, Eliza se lavó las manos y las secó en una toalla

suave, y luego se volvió para consultar a Lucy sobre su pelo.

– Se ve precioso, mi Lady, -declaró Lucy-. El Sr. Greenleaf le dio un buen corte y

color cuando vino ayer. El hombre es un tirano, si me pregunta, pero es un tirano

talentoso, así que supongo que tendremos que atenernos a sus maneras arrogantes.

– Parece que disfruta aplaudiendo y dando órdenes a todo el mundo, -acordó

Eliza.

Lucy se fue corriendo momentos más tarde con el vestido de noche verde de Eliza

que llevaba sobre su brazo. Eliza la siguió, caminando en dirección opuesta hacia el

comedor familiar.

Jeannette hizo una pausa en su conversación con su gemela mientras Eliza entraba

en la habitación, la mirada de la condesa se dirigió hacia el vestido de día y las

zapatillas de muselina con rayas de bronce de Eliza, una cinta que hacía juego y que

le pasaba por el pelo.

Los ojos color mar de Jeannette se iluminaron con aprobación.

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– Oh, como te luces querida en ese vestido. Sabía que lo harías en cuanto vi el

material de lino. Y las mangas de lana, simplemente las adoro, ¿tú no? Son lo último,

ya sabes, très de rigueur.

– Estoy muy contenta con mi nuevo vestuario.

– Como debe ser, y estoy muy contenta. Ir de compras es siempre una verdadera

delicia para mí, como Darragh puede atestiguar enérgicamente. Se quejaba esta

mañana del importe de la factura del zapatero. Cuando le pregunté si prefería verme

descalza, dijo que no le molestaría en absoluto. Mañana a primera hora planeo salir y

comprar otros seis pares sólo para darle una lección. Una dama tiene necesidad de

zapatos que ningún hombre entenderá jamás. Además, el desgraciado se compró tres

pares de botas nuevas y tiene el descaro de quejarse de mí. En verdad, no sé por qué

lo adoro tanto, pero lo hago.

Subjetivamente exhausta, Jeannette compartió una amplia sonrisa con Eliza y

Violeta.

– ¿Comemos? Es de mala educación decirlo, pero estoy completamente

hambrienta.

– Bien, entonces no decepcionarás a François, -declaró Violeta, haciendo un gesto

para que todas tomen asiento en la mesa-. En honor a nuestro cumpleaños, ha hecho

tus tortillas favoritas de carne y setas en hojaldre y mi postre favorito, gâteau au

chocolat.

– Hablando de regalos de cumpleaños, -Jeannette le dijo a su gemela, con un

curioso brillo en sus ojos...-. Tengo algo interesante para ti, hermana querida. Pero lo

guardaré para más tarde, después de que comamos. -Le echó un vistazo a Eliza-.

Ahora, dime, ¿cuál de tus hermosos vestidos te pondrás en la fiesta de esta noche?

La comida transcurrió en armonía, las tres haciendo admirable justicia a la

deliciosa comida de François. Después de terminar los últimos bocados del rico y

tierno pastel de chocolate, Violeta ordenó que se entregara el té en el salón familiar.

Luego de servida y tomada la bebida, Jeannette fue a recoger su retículo antes de

volver una vez más a tomar asiento en el sofá. Con una pequeña sonrisa secreta

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

jugando alrededor de sus labios, abrió su bolsa de seda y sacó un pequeño objeto

rectangular envuelto en un bonito papel floreado y atado con una cinta de color rosa

brillante.

– Tengo otro regalo para más tarde, -explicó Jeannette-, pero pensé que debía

darte este ahora que sólo estamos nosotras las chicas.

Eliza vio como Violeta se acercaba para aceptar el regalo.

– Bueno, gracias, tengo un par de regalos para ti también. Quizás debería ir...

Jeannette agitó una mano despectiva.

– No, no, yo los disfrutaré más esta noche. Continúa y ábrelo.

Inclinando su cabeza a la tarea, Violeta deslizó el listón libre y luego empujó a un

lado el papel para revelar un volumen delgado y bien usado, encuadernado en cuero

verde liso.

– ¡Oh! Un libro. Qué encantador. ¿Es poesía?

Jeannette sonrió, inclinándose ligeramente hacia adelante con un entusiasmo no

disimulado.

– De alguna manera.

Violeta abrió la tapa para revelar la primera página.

– Las Posturas de Albanino. Qué título tan curioso, -musitó en voz alta.

Hojeó unas cuantas páginas más antes de detenerse abruptamente, con los ojos

azul verdosos saltando en sus órbitas.

– ¡Oh! –Exclamó Violeta, cerrando el volumen con un grito, con las mejillas

enrojecidas como un campo de amapolas escarlata.

Disfrutando de la asombrosa reacción de su gemela, Jeannette soltó una alegre

carcajada.

– ¿De dónde sacaste tal cosa? –dijo Violeta, bajando su voz a un siseo bajito.

Eliza lanzó una mirada entre las dos mujeres, preguntándose qué contenía el libro.

Obviamente, fuera lo que fuera, el tema era lo suficientemente escandaloso como

para que Violeta se sorprendiera.

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– Encontré la pequeña gema decadente en un baúl con las pertenencias de Darragh

en Irlanda, -dijo Jeannette-. Hace varios meses, estaba limpiando los áticos del castillo

cuando me encontré con él por accidente. Cuando le mostré el libro a Darragh, me

dijo que un amigo suyo se lo había regalado en uno de sus viajes a Italia. Parece que

lo empacó después de su regreso y se olvidó por completo de él. -Colocó las manos

en las rodillas-. Bueno, siempre ansiosa por un poco de aventura, lo persuadí para

que probara algunas de las ilustraciones más interesantes. Hay una a mitad de

camino que vale la pena el esfuerzo a pesar de lo improbable que parece. -

Arqueando sus delicadas cejas, concluyó su pequeño discurso con una risita.

La boca de Violeta se abrió.

– Estás más allá de cualquier redención, ¿lo sabes? -Se detuvo, echando una

mirada claramente apologética hacia Eliza-. Y realmente no deberíamos estar

discutiendo tales cosas.

– ¿Por qué no? ¿Quieres decir que te preocupa la delicada sensibilidad de Eliza?

Bueno, si es seria en cuanto a casarse, entonces un poco de educación sobre el tema

no puede fallar.

– ¡No le enseño este libro!

– Nunca sugerí que lo hicieras, pero no creo que estar al tanto de nuestra

conversación vaya a arruinarla. -Jeannette enfocó su mirada en Eliza-. ¿Qué piensas,

Eliza? ¿Quieres salir corriendo de la habitación como una doncella recatada o

quedarte a escuchar?

Su imaginación se desbocó, Eliza se sentó muda e inmóvil, esperando que se

desarrollara el siguiente acto de este interesantísimo drama. Solo que se moría por

saber, lo que estaba dentro de ese libro.

– Mira, -declaró Jeannette-, ella no quiere irse.

– Aquí, devuélvelo. -Violeta empujó el libro hacia su hermana-. Sé que tenías

buenas intenciones, pero no puedo quedármelo.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Oh, pero es tuyo. Tengo el original todavía en casa. Esta es una copia que le pedí

a un librero discreto de Londres que la buscara por mí. Pensé que sería un regalo

encantador que tú y Adrián podrían disfrutar.

Violeta se sonrojó de nuevo.

– Adrián y yo no necesitamos libros. Nos va bastante bien en ese área por nuestra

cuenta.

Jeannette sonrió, negándose a aceptar el volumen que Violeta intentaba empujar

hacia ella.

– Estoy segura de que lo haces muy bien, pero un poco de variedad nunca hizo

daño a nadie. Sólo pensé que te divertirías un poco.

– Nos divertimos. Muchas gracias, así que te lo agradezco pero no gracias. -Tiró el

libro en el regazo de Jeannette-. Dáselo a tu amiga Christabel. Ya que a ellos parece

que le vendría bien un poco de ayuda en el dormitorio.

Jeannette agarró el pequeño libro en sus manos y estalló en una risa renovada.

– Oh, Violeta, debo decir que has desarrollado una veta arisca. Es lo que debe

venir de haber pasado todos esos meses fingiendo ser yo. Pero aquí, insisto en que

tienes el libro. Prueba al menos uno de los dieciséis. Si no te gusta, te prometo que

devolveré el volumen y no volveré a decir nada.

Violeta sacudió la cabeza y se puso de pie.

– Adrián y yo somos muy felices como estamos, y nuestra vida privada es...

bueno, privada. Ahora, será mejor que vuelvas a tu casa para que te prepares para la

cena de esta noche. Te veré entonces.

Jeannette se puso de pie y abrió la boca como si fuera a discutir, y luego soltó un

suspiro.

– Muy bien, pero avísame si cambias de opinión, sobre el libro, quiero decir.

– No lo haré, pero gracias de nuevo por el... el pensamiento. -Violeta cruzó la

habitación y salió al pasillo.

Eliza se puso de pie y empezó a seguir a su amiga desde la habitación. En la

puerta, se giró a tiempo para ver a Jeannette corriendo hacia un pequeño escritorio

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de damas al otro lado de la habitación, un escritorio que Violeta usaba de vez en

cuando. Abriendo el cajón de arriba, Jeannette metió el libro dentro y se giró con una

sonrisa conspirativa.

Jeannette dijo, poniendo un dedo sobre sus labios.

– Déjala que lo encuentre. Sé que se alegrará. -Al cruzar, tomó el brazo de Eliza-.

Mejor apúrate antes que se pregunte qué nos retiene.

Eliza echó una última mirada curiosa al escritorio, y luego acompañó a Jeannette

desde la habitación.

***

Risas y sonrisas de satisfacción llenaron la sala de música mientras los invitados

miraban a Jeannette y Violeta abrir sus regalos de cumpleaños. Lado a lado en el sofá

color damasco, formaban un cuadro perfecto, pensó Eliza, sus encantadoras cabezas

rubias agachadas en su trabajo desenvolviendo cada regalo uno tras otro.

La más impaciente de la pareja, Jeannette rompió sus regalos con gran gusto,

tirando papel y cinta a un lado para aterrizar donde quisieran. Violeta tomó un

enfoque más suave, dedicando más tiempo al proceso, pero formando una pequeña

montaña de envoltorios a sus pies.

Desde su lugar en el sofá de enfrente, Eliza bebió una copa de ratafía de

sobremesa y disfrutó de las expresiones de placer de las gemelas. Jeannette chirrió

como una colegiala cuando abrió el regalo de Darragh, saltando sobre sus pies y a los

brazos de su marido para un entusiasta abrazo y beso antes de darse la vuelta para

que él pudiera abrochar alrededor de su garganta el brillante collar de rubíes que le

había regalado. Violeta, por su parte, estaba tan emocionada con el regalo que recibió

de Adrián, un muy raro y delicado volumen de historia antigua que casi le hizo

llorar a Violeta cuando lo abrió.

El libro único en su especie era ciertamente muy distinto del que Jeannette le había

presentado a Violeta sólo unas horas antes. Eliza consideró la parte de literatura

picante que incluso ahora residía en el escritorio de arriba, preguntándose si era

realmente tan impactante como la reacción de Violeta sugería. Entonces, ¿qué haría

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Violeta cuando encontrara el libro? ¿Enviarlo directamente a Jeanette? ¿O decidiría

conservarlo, después de todo, y tal vez incluso intentarlo?

Eliza sintió que sus mejillas enrojecían y esperaba que cualquiera que la mirara

asumiera que su rubor había sido causado por la bebida espirituosa que consumía.

Tan pronto como se abrieron todos los regalos, los sirvientes entraron y salieron

discretamente para llevarse los envoltorios desechados, Darragh se puso en pie.

– ¿Tenemos algo de música, entonces? –Declaró-. ¿Qué dices, Moira. ¿Nos darás

una melodía? -Miró a su hermana, que le devolvió la sonrisa con una de su propia

cosecha-. Toca una gran melodía en el arpa, bendita muchacha y complácenos con

tus habilidades.

– Sí, Moira, hazlo, -animaron sus hermanos Finn y Michael.

Con apenas dieciséis años, Moira aún no había sido presentada en sociedad.

Durante su almuerzo, Jeannette les había dicho a Eliza y Violeta lo emocionada que

estaba Moira de ser incluida en la celebración de esta noche, ya que las chicas de su

edad no suelen ser invitadas a las fiestas de adultos. Pero considerando que era una

reunión privada con sólo familiares y unos pocos amigos selectos, Jeannette y

Darragh habían acordado que sería aceptable.

Por otro lado, su hermana menor, Siobhan, de trece años, se había desanimado

mucho cuando descubrió que tendría que quedarse en casa. Pero ninguna cantidad

de lágrimas y súplicas de su parte les había convencido de cambiar de opinión, a

pesar de la dolorosa culpa que la niña había despertado en ambos.

Moira, bonita y simpática, de pelo castaño, le dio a sus hermanos otra sonrisa de

bienvenida, luego se puso de pie y cruzó la habitación.

La chica tiene más valor que yo, pensó Eliza, contenta de no ser llamada a actuar.

A pesar del placer que le proporcionaba tocar el piano, sus esfuerzos eran

estrictamente para su propia diversión. Hace años, una vez intentó tocar para un

grupo de amigos de su tía y terminó avergonzándose a sí misma y a su tía cuando se

quedó inmóvil en las teclas, incapaz de tocar más que unas pocas notas erradas.

Como ella recordaba, las notas que había logrado tocar habían sonado peor que el

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mono de un organillero. Había dejado la habitación llorando. Desde ese día, había

jurado no volver a ser objeto de burla pública.

Mientras Moira se acomodaba con elegancia en el taburete del arpa, Eliza sintió

que Kit se acercaba para ponerse detrás de ella, dejando sólo el sofá entre ellos.

Posó una mano en el brazo.

– ¿Quieres otra copa de vino? -preguntó.

Ella agitó la cabeza.

– No, creo que he tomado más de lo que debería, estoy bien tal como estoy.

Se agachó para que su boca estuviera cerca de su oreja.

– Lo estás haciendo muy bien esta noche, por cierto. Quería felicitarte.

Un delicioso temblor se deslizó por su columna vertebral; su voz era tan

oscuramente embriagadora como la fragancia de su aliento con aroma a brandy.

Ella giró la cabeza para encontrarse con su mirada, notas etéreas de música de

arpa flotando como brillantes diamantes en el aire.

– He estado tratando de recordar todas mis lecciones.

– Puedo decirte. Bravo. -Le dio a su hombro un ligero, casi imperceptible apretón,

luego se enderezó, su toque se retiró tan abruptamente como había llegado. Aun así,

no se alejó, se erguía sólido y fuerte, su presencia una distracción y al mismo tiempo

un consuelo.

Durante toda la cena ella lo deseó a su lado en vez de a media docena de asientos

de distancia, pero incluso ella tuvo que conceder que la noche no habría ofrecido

mucha prueba con Kit a su lado.

En cambio, se encontró sentada entre la Duquesa Viuda de Raeburn a un lado y

Michael O'Brien al otro. Se había sorprendido a sí misma al conseguir mantener

conversaciones razonablemente entretenidas con ambos, encontrando la

extravagante suegra francesa de Violeta tranquilizadora y amable, mientras que

Michael O'Brien la hizo reír más de una vez con animados cuentos de su vida como

veterinario rural, contados con su voz de acento irlandés.

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La media hora después de la cena resultó más difícil, las damas dejaron a los

caballeros con su coñac retirándose al salón para hablar y tomar té y cordiales. Eliza

casi se había ahogado con el té cuando la vieja amiga de Jeannette, Christabel

Morgan, ahora Lady Cloverly, se sentó en una silla justo enfrente de ella.

Eliza se maravilló al pensar que ambas tenían sólo 23 años de edad. Comparada

con Christabel y el barniz de sofisticación practicada que usaba como una segunda

piel, Eliza se sentía verde como la hierba recién cortada.

Christabel miraba con unos ojos oscuros que Eliza siempre había encontrado

fríamente hermosos.

– He oído decir que estás buscando un marido otra vez este año, -manifestó

Christabel.

Eliza se forzó a no retorcerse y levantó su barbilla con un mohín en su lugar.

– Así es, mi Lady.

La otra mujer la barría con su mirada de arriba a abajo.

– Bueno, al menos esta vez lo estás intentando de forma honesta. Ese vestido es

muy apropiado.

Le tomó un momento para responder, ya que Christabel nunca antes había

respirado ni una palabra amable en su dirección.

– Lady Mulholland lo eligió para mí.

– Jeannette siempre ha tenido un gusto excepcional. Presta atención, y puede que

actualmente recibas una oferta. Asumiendo que abandones esos libros tuyos. A los

caballeros no les importa una mujer demasiado educada.

Eliza se mordió la lengua y se tragó su refutación. Puede que no tenga mucho que

decir, pero en este tema en particular podía ser bastante habladora. Qué fácil sería

señalar el hecho de que Violeta era una dama que podría ser calificada de "mujer

demasiado educada" y sin embargo eso no había dañado su reputación. Por otra parte,

Violeta era la Duquesa de Raeburn, un título que le había ganado el perdón en

muchos frentes. Sin embargo, recordando el consejo de Kit de nunca, jamás, discutir

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en compañía sin importar la provocación, Eliza se consignó a sí misma a un

asentimiento no comprometido.

Poco después, los caballeros se unieron a las damas y todos se dirigieron al salón

de música para continuar con la fiesta de cumpleaños.

Ahora las cuerdas del arpa resonaban en unas pocas y dulces notas finales, la

melodía era tan encantadora como la joven músico que sólo había cometido un par

de errores apenas perceptibles a lo largo de su entrañable actuación. Los aplausos

sonaron al final de la canción, la tez blanca de Moira se iluminó en una reacción

complacida.

Mientras la chica se levantaba para volver a su asiento, Kit se inclinó y habló en

voz baja.

– Eliza, ¿por qué no eres la siguiente? Sería una maravillosa oportunidad para que

compartas tu talento con todos.

Su estómago se volteó en un abrupto horror.

– No, no podría, -susurró, sacudiendo la cabeza en una feroz resistencia contra la

idea.

– ¿Por qué no? -Presionó suavemente-. Estás entre amigos aquí. Vamos, necesitas

la práctica y sería una excelente oportunidad para que actúes frente a otros.

– ¿También tocas el arpa, Eliza? –preguntó Darragh, habiendo escuchado el último

de los intercambios cercanos.

– El p-piano, m-mi Lord. P-pero no bien, me temo.

– Tonterías, -respondió Kit en su tono de voz-. La he escuchado y toca como un

ángel. Una verdadera virtuosa entre nosotros.

En su interior, Eliza se acobardó y cerró los ojos. ¿Cómo pudo Kit hacerle esto?

¿Cómo pudo atraparla en una situación así, empujándola a hacer algo que

seguramente sabía que nunca habría aceptado hacer voluntariamente?

Y fue entonces cuando se dio cuenta de que lo estaba haciendo deliberadamente.

Que había esperado como un gato salvaje depredador el momento adecuado para

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atacar, apostando a que ella cedería a sus impulsos en lugar de humillarlos en un

foro tan público.

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Capítulo 9

Dos días después, Eliza seguía flotando tras su éxito. Incluso ahora no podía creer

lo bien que se había desempeñado, cómo se habían calmado sus nervios y había

podido tocar como nunca antes en su vida.

Incluso Jeannette y Christabel estaban impresionadas con su habilidad musical,

insistiendo en que debía exhibir sus habilidades en esta temporada cada vez que se

presentara la oportunidad.

Eliza sólo esperaba que su nueva confianza no se desvaneciera. Sin Kit a su lado,

no sabía si sería capaz de encontrar el coraje para actuar frente a una multitud, frente

a extraños. Pero como él le había mostrado anoche, quizás ella se lo debía a sí misma

y a él para intentarlo. A pesar de sus maniobras solapadas y su posterior angustia, él

le había enseñado una valiosa lección, una que ella sabía que nunca más olvidaría.

Quedaban pocos días para la Pascua y el comienzo oficial de la temporada. Las

invitaciones ya habían empezado a llegar a la casa de la ciudad, muchas de ellas con

su nombre, para su gran sorpresa. En cuanto a sus antiguos pretendientes cazadores

de fortuna, Kit también les había enviado a todos y cada uno de ellos. Si aparecían

más, prometió que los enviaría de vuelta.

Para un joven con reputación de irresponsable despreocupado, Kit se había

convertido en un temible protector. Si tan sólo no se viera a sí mismo como su

hermano, reflexionó. Si sólo pudiera él de alguna manera sentir más.

Dejando a un lado estos pensamientos temerarios, Eliza se abrió paso hasta el

salón familiar.

Hasta hace unos minutos, había estado con Violeta y los niños en la guardería,

disfrutando de otra ronda de escondidas con los niños antes de detenerse a acunar a

la pequeña Georgiana en sus brazos durante unos deliciosos minutos. Luego llegó la

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hora de la siesta para los gemelos, así como la comida del pecho de Violeta para la

pequeña Georgiana.

Con sus lecciones terminadas por el día, y Kit fuera de la casa, ocupado con su

habitual ronda de actividades y su legión de amigos, Eliza había decidido ocuparse

contestando la correspondencia de su abogado, el Sr. Pimm.

Además de heredar el dinero de su tía, también había heredado una gran cantidad

de negocios, inversiones, rentas y la administración de algunas propiedades en

alquiler. En general, el Sr. Pimm se ocupaba de los detalles del día a día, pero

necesitaba su autorización para proceder en varios asuntos.

En busca de pluma y papel, cruzó al escritorio de palisandro y abrió el cajón. Se

quedó inmóvil, con la mirada clavada en el pequeño libro verde que había dentro.

El travieso librito verde que Jeannette había colocado allí para que Violeta lo

descubriera. Obviamente Violeta no había encontrado aún la pródiga ofrenda de

cumpleaños de su gemela, sin saber que el libro permanecía en la casa.

Tratando de ignorarlo, Eliza sacó unas cuantas hojas de papel vitela y un pluma, y

luego puso los artículos sobre el escritorio. Se movió para cerrar el cajón pero se

detuvo, echando una rápida mirada sobre su hombro para asegurarse de que seguía

sola.

Sola y libre para echar un vistazo.

¿Qué podría suceder? Nadie lo sabría excepto ella.

Con los dedos en alto, dudó unos segundos antes de sucumbir a la deliciosa

tentación. Abriendo el libro de un tirón, dejó que las páginas se asentaran donde

debían, aterrizando en una sección de versos en algún lugar cerca del centro. El texto

estaba escrito en un italiano antiguo que probablemente databa del siglo XV o XVI.

Leyó un par de líneas de la fluida y pesada escritura negra.

Dios misericordioso, reflexionó, ¿significa eso lo que creo que significa? Lo leyó de

nuevo y frunció el ceño, sin estar segura de que entendiera la estrofa, después de

todo. Tal vez su italiano se estaba oxidando. Pasó una página y sintió que le crecían

los ojos como platos. Aunque bien ejecutada y dibujada con una exuberante pluma y

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

tinta de estilo renacentista, la ilustración era realmente explícita, mostrando a un

hombre desnudo y a una mujer igualmente desnuda entrelazados apasionadamente

en una cama. El hombre estaba acostado sobre la mujer entre sus piernas abiertas, sus

tobillos enganchados, de todas las cosas, ¡sobre sus hombros! Sus amplias palmas de

las manos agarraban los grandes y desbordantes pechos de la mujer, sus rodillas

dobladas y las nalgas desnudas y la parte posterior de sus poderosos muslos se

revelaban prominentemente.

Eliza inclinó la cabeza hacia un lado y estudió la escena desde un ángulo diferente.

Estrellas y centellas, ¿no es incómodo? Aparentemente no, basado en la expresión de

intenso arrebato en el rostro de la mujer.

La delgada lana del vestido de tarde de Eliza se calentó de repente y le picó

levemente la piel; otro tipo de calor desconocido, que la perturbó en muchos niveles,

se acumuló entre sus piernas.

Pasó una página, encontró otra ilustración.

Esta era aún más sorprendente y alarmante, la mujer tumbada de lado con una

pierna levantada, el hombre arrodillado entre sus miembros separados, sus genitales

totalmente expuestos mientras se preparaba para...

Trató de tragar, encontrando su boca extrañamente seca. Sabía que los hombres

eran anatómicamente muy diferentes de las mujeres, había visto las esculturas

griegas y romanas, después de todo, pero esos artistas nunca habían esculpido

hombres como este.

Este era grande. Enorme, en realidad. Su miembro masculino grande y largo como

una calabaza de verano madura.

Confidencialmente se preguntó, ¿cómo un hombre puede caminar con algo así

entre sus piernas? De hecho, ¿cómo encajaba esa cosa en sus pantalones? ¿No se

daría cuenta alguien con ello sobresaliendo de esa manera?

Fue entonces cuando ella dedujo que la parte debe crecer, ¡y crecer mucho! Suave

y pequeño cuando se mete dentro de los calzones de un hombre. Largo y duro

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

cuando... las mejillas de Eliza se encendieron como si estuvieran en llamas, todo su

cuerpo ardiendo con una combinación de calor y estupor.

De repente escuchó una voz en el pasillo y una respuesta de bajo murmullo.

Violeta, hablando con uno de los sirvientes. Oh, Dios, ¿y si Violeta viene aquí y me

atrapa?

Con un pulso tan rápido como el de un conejo que sale corriendo de un sabueso,

Eliza cerró el libro, lo devolvió a su escondite y cerró de golpe el cajón del escritorio.

Al menos trató de cerrar el cajón, la maldita cosa se agarró en el punto medio. Ella

tiró y empujó, haciendo todo lo posible para que el cajón se cerrara. Todo el mueble

tembló cuando el cajón finalmente se fue a casa con un estruendo, el tintero sonó y su

parte superior se liberó para rodar por el escritorio.

La pesada tapa de latón aterrizó en la alfombra. Se inclinó y la tomó en su mano,

logrando arrancar la delicada silla del escritorio de palo rosa francés y caer en su

asiento, sólo segundos antes de que Violeta entrara en la habitación.

– Aquí estás, -saludó Violeta-. Robert dijo que creía haberte visto entrar aquí.

¿Estás trabajando en tu correspondencia?

¿Correspondencia? ¿Qué correspondencia? Eliza pensó locamente, dándose cuenta

de lo bien que el travieso librito verde había borrado su memoria, erradicando todos

los pensamientos de la carta que había venido a componer al salón.

De la manera más casual que pudo evocar, se movió en su asiento.

– Hmm, sí, aunque no he hecho mucho todavía.

Esperaba que Violeta no se acercara lo suficiente como para notar que no había

hecho nada todavía.

– Georgiana comió hasta hartarse y luego se durmió de inmediato, -continuó

Violeta mientras se acercaba a la habitación-. Y los chicos se acomodaron sin

alboroto. Supongo que todo ese juego con su tía favorita debe haberlos agotado. -Le

envió a Eliza una cálida sonrisa-. Así que pensé en unirme a ti aquí mientras trabajas

en tu carta. Adelante, no me hagas caso. Traje un libro, así que estaré perfectamente

contenta aquí en mi silla cerca de la ventana.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Cuando Violeta mencionó los libros, una de las imágenes obscenas de Las Posturas

de Albanino le vino a la mente. La sangre fresca se le metió en las mejillas, reponiendo

el calor y el color de su piel.

Las pálidas cejas de Violeta se arrugaron.

– ¿Estás bien? Pareces sonrojada.

– Estoy bien. Sólo un poco de calor. Las... estaciones están cambiando y este

vestido... debería haberme puesto uno de mis vestidos más ligeros.

– Tal vez te estés enfermando de algo. Aquí, déjame ver.

Eliza se puso en pie de un salto, pero antes de que pudiera eludir a su amiga,

Violeta ya estaba poniendo los dedos extendidos sobre la piel de Eliza para

comprobar si tenía fiebre.

– Tus mejillas están calientes pero tu frente se siente lo suficientemente fresca. Aun

así, tal vez debería hacer que Agnes te haga un té de hierbas. Con el comienzo de la

temporada tan cerca, sería terrible que te pusieras enferma.

– No voy a enfermar y no necesito un té de hierbas. Pero gracias de todas formas.

– Bueno, si estás segura.

– Estoy bien, de verdad. No tienes que ser tan madraza.

Violeta la miró sorprendida y luego se rió con desprecio.

– Si me estoy comportando como una madraza, es sólo porque soy una madre.

Verás cómo se siente cuando te pase a ti.

– Si me pasa a mí, -dijo Eliza en una nota de tristeza.

– Por supuesto que te pasará a ti. -Violeta deslizó un brazo alrededor de sus

hombros y dio un rápido y reconfortante apretón-. Me doy cuenta de que tus

temporadas pasadas han sido decepcionantes. Lo estás haciendo espléndidamente

con tus lecciones y tu progreso con Kit es todo lo que esperaba y más. Incluso Lady

Cloverly... -Violeta se detuvo, frunciendo los labios y poniendo los ojos en blanco

para burlarse de la mujer, refiriéndose a su talento en el pianoforte.

Eliza estalló riéndose de la imitación de Violeta de las maneras altivas de

Christabel Morgan.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Si pudiste ganarte un asentimiento de ella, puedes ganarte a cualquiera.

Eliza intercambió una cálida sonrisa conspirativa con Violeta, recordando

exactamente por qué eran tan buenas amigas. Por un breve segundo consideró

contarle a Violeta sobre el libro en el cajón. Era lógico que no tuviera que admitir que

había mirado dentro, sólo que lo había encontrado. Pero en el momento en que

abriera la boca, Violeta lo sabría. Mejor, decidió no decir nada. Algunas cosas es

mejor no decirlas, incluso entre amigos.

– Otra vez ese color, -comentó Violeta-. ¿Estás segura de que estás bien? A Agnes

no le importará hacer su té especial. Ya sabes cómo le gusta armar jaleo.

Eliza quería negarse, pero tal vez una taza de té no sea tan mala idea, después de

todo. Todavía estaba un poco desbordada.

– Sí, está bien.

Con un asentimiento satisfecho, Violeta cruzó para llamar a su criada.

Fue entonces cuando Eliza notó que el tapón de tinta aún estaba en la palma de su

mano, ligeramente pegajoso por el sudor. Dándole un pulido subrepticio en la

manga, lo colocó de nuevo sobre el tintero.

***

– Es temprano todavía, no son exactamente las tres, así que no deberíamos

encontrarnos con demasiada gente, -dijo Kit dos días después por la tarde mientras él

y Eliza paseaban sus caballos por un largo de Rotten Row en Hyde Park-. Las

multitudes no descienden por lo menos hasta dentro de una hora y media, así que no

deberías tener motivos para sentirte abrumada.

– Habla por ti mismo, -murmuró en voz baja.

– Oí eso, -dijo, con una risa en su voz-. Lo harás bien, Eliza. Recuerda que debes

detenerte cuando veas a alguien con quien debas hablar, decir algunas frases de

cortesía, hacer una o dos preguntas, y luego seguir adelante. No hay necesidad de

dedicar más de cinco minutos a un individuo o grupo.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Bien, reflexionó, ya que en ese momento no sabía si podía recordar más de cinco

minutos de temas de conversación a pesar de todas las lecciones de Kit.

Preferiría haber venido a montar esta mañana como de costumbre, pero anoche

Kit había anunciado su plan para que dieran un paseo por la tarde para "probar" sus

nuevas habilidades. Si llegaban temprano, explicó, ella tendría mucha menos gente a

la que enfrentarse. De esa manera podría probar la experiencia del parque sin tener

que soportar la Hora de la Moda en su cénit

Aun así, había mucha gente ya reunida: carros, jinetes y parejas, muchos paseando

juntos brazo a brazo a medida que atravesaban los terrenos.

No es que esta fuera su primera salida a Hyde Park durante la Hora de la Moda.

En años anteriores, había venido en ocasiones con su tía. Pero sus pocas salidas

habían sido en el carruaje alquilado de su tía. Silenciosa y respetuosa, se había

sentado sin quejarse mientras la tía Doris se detenía para hablar con sus propios

amigos, mujeres de mediana edad y hombres de una generación mayor que

intercambiaban asentimientos y un breve saludo con Eliza antes de darse la vuelta

para hablar con su tía hasta que llegara el momento de seguir adelante.

Así que la excursión de hoy sería una especie de primera vez. La primera sin su tía

y el carruaje y la primera desde sus semanas de estudio con Kit. Ahora sólo tenía que

probarse a sí misma.

Si pudiera.

Sus músculos se tensaron al pensar que su montura, Andrómeda, se movía

inquieta debajo de ella, sintiendo la inquietud de Eliza. Deseaba montar su caballo

habitual, Casiopea, pero la dulce yegua había sufrido un cólico hacía un par de días.

El doctor principal le había suministrado dosis las veinticuatro horas del día hasta

que la crisis había pasado. Aunque ya se estaba recuperando, necesitaba permanecer

en su establo unos días más.

Así que Kit había elegido otro caballo para que Eliza lo montara, una yegua

castaña de movimientos suaves y naturaleza templada. Andrómeda, una yegua más

joven, tendía a ser un poco más juguetona, pero con la mejora de las habilidades de

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Eliza para montar no tenía ninguna dificultad para controlarla, sobre todo porque

ella y Kit estaban obligados a moverse a un ritmo no más rápido que un paseo fácil.

– Aquí vienen Lady Shipple, Lady Eelsworth y Lord Turtlesford, y no te rías de

ninguno de sus nombres, -murmuró Kit-. Aunque la verdad sea dicha, Turtlesford

siempre me ha recordado un poco a una tortuga de jardín. Son esos ojos saltones

suyos.

– ¡Eres un escándalo! -exclamó Eliza entre risas, mientras ella y Kit detenían sus

caballos.

– Ah, Turtlesford. Damas. ¿Cómo estáis esta tarde? -declaró Kit, mostrando una

amplia sonrisa-. Por supuesto, conocen a la Srta. Hammond.

Desde el interior de un carruaje descubierto, el grupo dirigió su mirada colectiva

hacia Eliza. Tres pares de ojos se entrecerraron en un momentáneo desconcierto

como si trataran de colocarla entre sus pares y luego se abrieron abruptamente en un

asombroso reconocimiento.

– Señorita Hammond, bueno, por supuesto, qué placer, -dijo Lady Shipple,

recuperándose primero-. No me di cuenta de que estaba en la ciudad.

Hasta hace unos segundos, probablemente ni recordabas que yo existía, pensó Eliza.

– Sí, -dijo Eliza-. He estado residiendo con el Duque y la Duquesa de Raeburn este

invierno y primavera.

– Ah, sí, ya que tu tía pasó a otra vida. -Lady Eelsworth inclinó su cabeza oscura,

mostrando algunos toques de gris a lo largo de los bordes de sus sienes-. Muy triste,

siempre es difícil perder una relación, pero así es la naturaleza de las cosas. -Se

detuvo, echando una mirada arqueada sobre Eliza-. Debo decir que tienes un aspecto

notablemente bueno, mejor de lo que nunca te he visto, ante de la muerte de tu tía.

Obviamente, estarás de acuerdo.

La mujer sonrió astutamente.

Durante un largo momento, Eliza simplemente miró fijamente. Qué bruja tan

grosera. La vieja Eliza se habría quedado callada y bajado los ojos, deseando que

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

todo el incidente desapareciera. Pero la nueva Eliza decidió que era necesario

responder.

Eliza se encontró con la mirada de la otra mujer.

– No es su muerte con lo que está de acuerdo sino con su dinero, ¿no es eso lo que

quieres decir?

Esta vez fue Lady Eelsworth la que miró fijamente.

– Bueno, yo...

– Fue muy bueno que mi tía me dejara su fortuna, -continuó Eliza-. Y tiene razón,

mi Lady, su dinero ha hecho mi vida mucho más cómoda. Me compró este traje de

montar a caballo. ¿Qué piensa del color y el corte?

Lady Eelsworth tuvo la gracia de sonrojarse.

– Creo que es un traje muy apropiado.

– Más que nada, -dijo Lord Turtlesford con alegre entusiasmo-. Yo diría que fue un

dinero bien gastado.

Eliza giró la cabeza y sonrió.

– Gracias, mi Lord.

– Porque, apenas te reconocí al principio, te has vuelto tan atractiva. Si este es el

resultado, entonces digo que gastemos y gastemos un poco más.

Eliza se rió.

– Y así lo haré, mi Lord. Así lo haré.

Los cinco charlaron durante uno o dos minutos más antes de despedirse. Ella y Kit

instaron a sus caballos a avanzar.

– Estaba a punto de intervenir para protegerte de ese desagradable gato pero vi

que no tenía necesidad. -Kit le lanzó una sonrisa-. Rara vez he visto una puesta en

escena tan agradable. Pronto me darás lecciones.

Sacudió la cabeza.

– Oh, no lo creo. Todavía estoy temblando por el encuentro. No puedo creer que le

haya dicho eso a ella.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Ni puede ella. Pronto se correrá la voz de que has salido de tu caparazón y ya no

debes ser molestada o ignorada. Predigo una temporada muy diferente para ti, mi

pequeño reyezuelo, que cualquier otra que hayas conocido antes. -Miró delante de

ellos en el camino-. Ah, aquí viene un nuevo grupo. Sean amables y prometan no

lastimarlos demasiado.

Pero no hubo percances verbales o enfrentamientos con ese grupo ni con el

siguiente ni con el otro. Para su profundo asombro, Eliza se manejó con un aplomo

cortés en cada encuentro, ganando gradualmente confianza y aplomo tanto en sus

respuestas como en su comportamiento. Parecía que todas sus horas de

entrenamiento con Kit, todos sus consejos y trucos y técnicas se habían alojado tan

firmemente en su cerebro que rodaban de su lengua como las gotas de lluvia que

caían del cielo durante una tormenta.

Ella temblaba con asombroso placer cuando Kit decidió que debían volver a casa.

– La señora Dolby fue muy amable, -dijo mientras caminaban con sus caballos

hacia las puertas de entrada-. Dijo que enviaría tarjetas de invitación para su fiesta la

semana que viene.

– Hmm, eso he oído. Es probable que reciba muchas invitaciones pronto,

demasiadas para aceptarlas.

– Dejaré que tú y Violeta decidan a qué entretenimientos asistir.

– Yo…

Un fuerte grito vino de detrás de ellos. Girando la cabeza, vio que un carruaje

estaba bajando, corriendo demasiado rápido por los carriles del parque mientras la

gente se apresuraba a salir de su camino. Andrómeda se asustó y bailó a un lado,

soltando un relincho de miedo.

Eliza se mantuvo firme y luchó para dirigir a la yegua fuera de peligro. Alcanzó a

ver al conductor, viendo su vívido abrigo de rayas amarillas y verdes y el contraste

de los cabellos negros carbón en su joven cabeza, su rostro apenas mayor que el de

un niño. Entonces ella no tuvo tiempo de ver más, mientras él se acercaba a ella,

golpeando su largo látigo de cochero con un chasquido audible.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Pero el látigo no dio en el blanco, su viciosa punta conectó con los cuartos traseros

de Andrómeda. La yegua soltó un grito de dolor y se encabritó, cortando sus

pezuñas delanteras en el aire y sacudiendo su cabeza tan díscolamente que le arrancó

las riendas de las manos de Eliza.

De alguna manera Eliza mantuvo su asiento, pero sin las riendas no pudo hacer

nada para controlar a la yegua. Aterrorizada, la yegua se puso en cuatro patas y se

lanzó al galope. Confiando en su instinto, Eliza se inclinó y metió sus dedos en la

gruesa melena de la yegua, agarrándose a la vida mientras rezaba para no caer al

suelo. En sus oídos llegó el trueno del latido de su corazón, un sonido tan fuerte que

no podía oír nada más. A través de los prados verdes la yegua corrió, girando

salvajemente alrededor de los árboles y grupos de gente asustada. Las riendas

perdidas colgaban como serpientes retorcidas, asustando aún más a Andrómeda,

manteniéndola corriendo cuando de otra manera podría haberse detenido.

El olor del miedo y el sudor del caballo era agudo en la nariz de Eliza mientras se

aferraba con todas sus fuerzas, su propio sudor mojaba sus manos, volviéndolas

peligrosamente resbaladizas. Pero no se atrevió a moverse ni un centímetro, o se

arriesgaba a caerse.

De repente, un brazo masculino entró en su línea de visión, extendiendo su mano

para agarrar la brida. Por el rabillo del ojo pudo ver una bota hesiana pulida en su

estribo y el destello de los cascos de su caballo golpeando el césped junto a su yegua.

Kit, pensó aliviada, Kit ha venido a salvarme.

Con una orden tranquilizadora y profunda, frenó a los caballos, instando a

Andrómeda a dar un paso adelante y lento. Momentos después, los caballos se

fueron a caminar y finalmente hicieron una completa y bendita parada.

Eliza comenzó a temblar, de cuerpo entero y no podía controlarlo. Escuchó a Kit

desmontar, sintió que se apresuraba a su lado. Y entonces ella estaba en sus brazos

mientras él la ponía cuidadosamente de pie.

Sólo que el hombre que la sostenía no era Kit.

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Sus ojos se abrieron de par en par cuando miró hacia arriba, muy arriba, a la cara

de la perfección masculina, el extraño rubio de ojos azules, muy posiblemente el

hombre más guapo que había visto nunca, como si el propio Adonis hubiera cobrado

vida.

Ella jadeó, y luego jadeó de nuevo, mareada, mientras él la bañaba con el

resplandor de su sonrisa.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 10

Kit escuchó el grito y miró detrás de él para ver el carruaje que avanzaba

imprudentemente por el carril hacia él y Eliza, personas, animales y vehículos que se

movían en una frenética lucha por salir del camino.

Kit maldijo, maldito imbécil con cerebro de tintineo, vio la cara del conductor era

un niño. Debió ser un reto, concluyó en un instante, reconociendo las señales

inequívocas de un joven tonto al que sus amigos idiotas incitaron, sin considerar las

consecuencias o el hecho de que alguien iba a salir herido.

Luego olvidó todo pensamiento cuando vio a la yegua de Eliza asustada y

bailando de costado, inquieta, hacia el lado opuesto del camino. El carruaje se deslizó

entre ellos, las ruedas retumbaban, su vista de Elisa se oscureció. El chasquido de un

látigo dividió el aire, seguido por el grito de Andrómeda mientras el animal se

encabritaba. Kit miró horrorizado, el tiempo se ralentizó momentáneamente,

mientras la yegua zarandeaba la cabeza y arrancaba las riendas de las manos de

Elisa. Entonces el caballo bajó corriendo a todo galope mientras Elisa se aferraba al

lomo de su montura.

Un puño de terror golpeó su estómago. Segundos después, puso a Marte en

movimiento, empujando al caballo para que fuera más rápido. Pero por mucho que

su leal corcel lo intentara, el camino del caballo castrado se vio bloqueado por el caos

que dejó la locura del muchacho. Las mujeres lloraban, los hombres gritaban, los

jinetes y conductores luchaban para calmar a sus propios animales asustados.

Finalmente se liberó y salió tras Eliza. ¡Por favor, Dios, no dejes que se caiga!, pensó.

No dejes que se lastime, o algo peor.

La vio y empujó a Marte para que la alcanzara. A través de los terrenos que atacó,

intentó alcanzarla y llevarla a un lugar seguro. Pero parecía que otro hombre tenía la

misma idea, un caballo y un jinete aparecieron delante, las pezuñas de su caballo

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revolviendo trozos de hierba y barro mientras golpeaba a la yegua descarriada de

Eliza. A toda velocidad, el hombre se acercó a ellos. En un despliegue de

impresionante habilidad ecuestre, se movió de lado y agarró la brida de Andrómeda,

deteniendo al asustado caballo.

Incluso desde la distancia, Kit pudo ver lo mal que temblaba Eliza, sus temblores

eran un claro indicio de su propia reacción de miedo a la salvaje cabalgata.

El hombre desmontó y corrió hacia el lado de Eliza, levantándola de la silla y

llevándola a tierra firme. Mantuvo sus brazos seguros alrededor de ella mientras se

balanceaba y parpadeaba hacia arriba como si estuviera aturdida.

Sólo entonces Kit reconoció al otro hombre, Lord Lancelot Brevard, alto, rubio y

heroico, como el caballero de fábula cuyo nombre llevaba. Era una broma frecuente

entre los compañeros de Oxford que Brevard debería haber nacido hijo de un baronet

en lugar de un vizconde, a pesar de su menor estatus, así podría haber sido conocido

como Sir Lancelot tanto de nombre como de hecho.

En el primer tiempo de Kit en Oxford, y para Brevard el último, ya era una

leyenda entre sus compañeros y profesores. Un líder afirmado, Brevard fue el

primero en todo lo que hizo, ya sea académico o atlético, su récord era una larga

letanía de premios, honores y reconocimientos. Llevaba una encantadora vida de

perfección, o tan cerca de la perfección como cualquier hombre humano podría

alcanzar. Brevard fue una de esas raras personas que parecían no poder hacer el mal,

y no lo hacía, tan honorable como talentoso, tan compasivo como competitivo.

Brevard había probado personalmente el hecho, cuando en el trimestre de la

primavera, Kit, deseoso de poner a prueba su propio valor, retó al hombre mayor a

una carrera de natación. Nadador fuerte y seguro de sus habilidades, Kit había

llegado lleno de arrogante bravuconería y fanfarronería, jactándose de que

prevalecería. Al final, su desconocimiento de la fría y rápida corriente del río y la

infatigable resistencia de su oponente habían sido su perdición. Había hecho un

esfuerzo formidable y casi había ganado, pero "casi" no había sido suficiente.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

En lugar de escuchar las advertencias de su cuerpo como debería, Kit había

desafiado a Brevard a otra carrera, que Brevard claramente no quería. Pero con el

honor en juego, estuvieron de acuerdo. Con la fuerza decayendo, Kit había superado

su resistencia y casi se ahogó por su obstinado e idiota orgullo. Fue Brevard quien le

salvó la vida. Brevard que después se negó a burlarse de él como otros en su posición

seguramente habrían hecho, en lugar de eso tomó a Kit bajo su ala y convirtió a su

joven y supuesto rival en un amigo.

Y esa era la magia diabólica de Lancelot Brevard. Por mucho que un hombre

quisiera despreciarlo, él simplemente no podía hacerlo. Hombre o mujer, perro o

gato, pájaro o escarabajo... a todo el mundo le gustaba Brevard.

Y ahora, ¿Cómo no saberlo? El maldito gran héroe ha corrido al rescate y ha

salvado a Eliza. Por supuesto, Kit se alegró de que ella no hubiera sufrido ningún

daño. Aun así, una parte de él no entendía por qué Brevard no podía llegar a la

escena un minuto o dos después y dejar que Kit hiciera el rescate. Después de todo,

Eliza estaba a su cargo, era su estudiante y su responsabilidad.

Kit detuvo su castrado y se tiró al suelo.

– Eliza, ¿estás bien? -Se apresuró hacia ella. Ella no giró la cabeza y siguió mirando

a Brevard con una peculiar expresión en su rostro, sus ojos grises ligeramente

vidriosos. ¿Estaba en estado de aturdimiento? Después de su experiencia, Kit no se

sorprendería. Le tocó el brazo-. Eliza, soy yo, Kit. ¿Te encuentras bien? ¿Estás herida?

Di algo, por favor.

Sus pestañas se agitaron.

– ¿Kit? -Sólo entonces le echó un vistazo-. Kit. Oh, estás aquí.

– Sí, estoy aquí. Todo estará bien. Has dado un buen giro pero ahora estás a salvo.

-Le echó una mirada al otro hombre-. Hola, Brevard. Menuda salvada. Mi

agradecimiento y el de la dama.

– ¡Winter!, que bien. Esperaba que nos encontráramos aquí en la ciudad, pero no

en circunstancias tan inusuales. ¿Supongo que conoces a la dama?

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– Eliza es amiga de la duquesa y se hospeda con nosotros en Raeburn House para

la temporada. Estábamos disfrutando del paseo de la tarde cuando un joven cabeza

de chorlito decidió correr su carruaje por Rotten Row. ¿Viste el alboroto?

Brevard sacudió la cabeza.

– Estaba demasiado lejos pero escuché carcajadas y gritos suficientes para

despertar a los muertos. Y entonces apareció de repente esta señorita, su caballo

obviamente fuera de control, así que, por supuesto, tuve que ayudar.

Por supuesto, Kit pensó.

Brevard devolvió la mirada a Eliza, una sonrisa en sus labios.

– Sé tan bueno como para presentarnos, ¿podrías, Winter?

Kit captó el brillo en los ojos de Brevard. ¿Fue interés lo que vio, interés masculino

por una mujer atractiva? ¿Por Eliza? El pecho de Kit se apretó, y por un instante

quiso rechazar la petición.

Luego dejó de lado el impulso, desconcertado por su inusual reacción.

– Brevard, permítame que te presente a la Srta. Eliza Hammond. Eliza, el Vizconde

Lancelot Brevard.

– Un placer, mi Lord, -murmuró Eliza-, y gracias. Una vez que perdí las riendas de

Andrómeda no sabía cómo podría convencerla de que se detuviera. Si no fuera por

usted, bueno, seguramente habría salido perjudicada.

No, no lo harías, Kit musitó con la irritación. Si no fuera por él, te habría salvado. Sólo

que me habría llevado un minuto más.

Brevard hizo a un lado sus exhortaciones de gratitud.

– Rezo para que no se angustie, Srta. Hammond. No es necesario dar las gracias.

Sólo estoy aliviado de haberla visto cuando lo hice y de haber podido prestarle mi

ayuda. Y puedo decir que pensé que usted era excepcionalmente valiente..."

– ¡Oh, no lo soy!, -negó Eliza.

– Pero sí lo es. Muchas damas se habrían caído de inmediato y hecho una gran

lesión. Tuvo la presencia y la mente para mantener su asiento y su ingenio a pesar

~133~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

del peligro. Debe ser elogiada por su ingenio, un rasgo refrescante y admirable que

no se encuentra en cualquier mujer.

Un atractivo color empolvaba las mejillas de Eliza, reemplazando su palidez

inducida por el miedo.

– Es usted muy amable, mi Lord, pero en verdad estuve aterrorizada todo el

tiempo y no soy para nada merecedora de elogios.

Brevard sacudió la cabeza.

– Es demasiado modesta y demasiado encantadora. Y aunque quizás no debería

decir esto, confieso que no puedo lamentar completamente que su caballo haya

decidido huir.

Las cejas de Eliza se arrugaron. – ¿Por qué no?

– Porque entonces no habría tenido el placer de conocerle.

Eliza se sonrió.

En realidad se sonrió, como una ingenua recién salida de la escuela.

Kit reprimió las ganas de resoplar y en su lugar extendió la mano y la tomó.

– Debes estar exhausta después de tu calvario. Debemos irnos a casa ahora para

que puedas descansar.

Eliza se volvió hacia él como si sólo entonces recordara su presencia.

– Sí, supongo, aunque extrañamente me siento bastante mejor ahora. -Sacó su

mano libre-. Mira, no más temblores.

– Valiente. Como dije. -Brevard la bañó con una amplia sonrisa, y luego le guiñó el

ojo.

Eliza se sonrió de nuevo.

– Andrómeda parece tranquila ahora, así que debería ser seguro para ti montarla

de nuevo -declaró Kit, dirigiendo suavemente a Eliza hacia la yegua. El caballo, junto

con los otros dos castrados, tenía la cabeza bajada, pastando tranquilamente en la

hierba del parque.

Eliza dudó, su paso era reacio.

– Kit, no sé si... me siento segura cabalgando de nuevo tan pronto.

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– No tiene sentido retrasarlo. Es mejor que vuelvas a subir ahora para no perder la

confianza de jinete. De lo contrario, puede que nunca tengas el valor de volver a

subir a la silla de montar.

Eliza metió una mano en la pesada falda de su traje de montar.

– Me sentiré perfectamente segura en Casiopea una vez que se recupere. No

quiero montar más hoy.

– Puedo hacer que mi hombre pida un carruaje, -ofreció Brevard-. No le llevará

más de cinco minutos.

Por el bien de Eliza, Kit sabía que necesitaba conquistar su miedo y conquistarlo

ahora. Entonces, ¿por qué se sintió de repente como el peor tipo de matón?

– Gracias, Brevard, pero Eliza estará bien. No es más que un corto viaje a casa.

Buscando las riendas de Andrómeda, las trajo y las enrolló contra el cuello del

caballo. Se movió para tomar una posición al lado de la yegua, luego se inclinó y

unió sus palmas para poder subir a Eliza a la silla.

Ella tembló visiblemente, pasando un largo momento antes de poner una mano

sobre su hombro y deslizar un pie en las palmas de sus manos. Él la subió y la puso

en la silla en un instante, moviéndose para colocar las riendas firmemente dentro de

su agarre.

– ¿Cómo te sientes? ¿Bien?

Por primera vez en su vida, ella se negó a mirarlo a los ojos.

– Bien, -dijo, con voz apenas audible.

Un huesudo dedo de culpa pinchó a Kit en el pecho.

– Ya estoy contigo y vamos a dar un paseo lento y fácil.

No parecía tranquila, sobre todo cuando un débil escalofrío se agitó justo debajo

de la brillante manta de Andrómeda.

– ¿Por qué no los acompaño a casa? -sugirió Brevard en un tono de refuerzo-. Voy

a ir a su izquierda, Srta. Hammond. Winter puede ir a su derecha, y usted estará

como un insecto en el medio.

Eliza le dio a Brevard una pequeña sonrisa.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Eso suena encantador, mi Lord, pero no quisiera molestarle de ninguna manera.

– Oh, no es ninguna molestia en absoluto. ¿Qué dices, Winter?

La palabra "no" llegó directamente a sus labios, aunque por su vida no podía

entender por qué se sentía tan malhumorado y perverso. El plan de Brevard parecía

sólido, un método adecuado para tranquilizar a Eliza y que pudiera volver a casa sin

miedo a más calamidades. Aun sabiendo eso, seguía deseando rechazar a Brevard.

Se preguntaba por qué

Debe ser esta maldita tarde, supuso. Ese maldito muchacho que había empezado

todo esto tenía mucho por lo que responder.

– Sí, está bien, -dijo Kit, caminando hacia Marte para subirse a la silla de montar.

Brevard rápidamente hizo lo mismo, sentándose en su caballo con una gracia natural,

casi de centauro, como si él y su animal se hubieran fusionado en un solo ser. Kit

asumió una posición de flanqueo al lado de Eliza, y Brevard en el lado opuesto.

Caminando tres en línea, instaron a sus respectivas monturas a moverse.

Cuando llegaron a Raeburn House, Eliza estaba relajada y sonriente, riéndose de

una de las historias de Brevard. Kit también se rió, el cuento era demasiado divertido

para resistirse a pesar de sus esfuerzos iniciales por mantener su irritación. Brevard

tenía un don para contar cuentos, como parecía tenerlo con todo lo demás en su vida.

– Bueno, Srta. Hammond, parece que hemos llegado sin contratiempos, -declaró

Brevard.

Antes de que Kit tuviera tiempo de desmontar, Brevard se bajó de su caballo y

ayudó a Eliza a bajarse del suyo.

Eliza le sonrió al otro hombre.

– Gracias de nuevo, mi lord. No puedo decirle lo agradecida que estoy por su

ayuda hoy.

– Fue un placer. Créame, Srta. Hammond. Y tal vez nos volvamos a encontrar

pronto en un entretenimiento u otro. Puedo contarle otra historia, narrarle mi tiempo

en la India.

El sorprendente placer convirtió los ojos de Eliza en un tono de gris más profundo.

~136~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿India? Qué interesante. ¿Es tan exótico como dicen?

Normalmente Kit hubiera querido escuchar más sobre la India también, pero no

hoy.

– Me alegró verte de nuevo, Brevard, -interrumpió Kit, viniendo a pararse al lado

de Eliza-. Estoy seguro que nos veremos en uno de los clubes. Debemos hacer planes

para tomar un trago, jugar una o dos manos de cartas.

Brevard cambió su mirada azul para posarla en Kit.

– Sí, vamos. De hecho, Crowe y yo estábamos discutiendo la posibilidad de formar

un grupo para una carrera. ¿Te gustaría unirte a nosotros?

– Sí, por supuesto. Envía los detalles, ¿quieres?

Con un guiño, Brevard se volvió hacia Eliza.

– Srta. Hammond, después de su calvario en el parque, seguramente querrá

descansar, así que le diré adiós. Por ahora. -Hizo una elegante reverencia, y luego se

subió a su caballo-. Winter. -Tocando el borde de su sombrero, se alejó cabalgando.

Un par de mozos de cuadra se adelantaron para llevar a los caballos.

Sin decir nada, Eliza se dio la vuelta y subió los escalones de la casa. March ya

estaba presente para abrir la puerta de par en par. Ella le dio al mayordomo un

saludo murmurado al entrar en la casa.

Kit entró después de ella.

– Eliza, ¿pasa algo malo?

– Estoy bien.

No parecía estar bien. Parecía molesta, incluso enfadada. Tal vez todavía estaba

molesta porque él la había hecho regresar a casa en Andrómeda.

– Lo siento si te incité para la vuelta en el parque, pero pensé que era necesario.

Por tu confianza, ¿entiendes?

– Sí, lo entiendo. -Su expresión no se iluminó.

– Y siento que Andrómeda se asustara tanto. Ella te llevó a un paseo salvaje, y

tenías todo el derecho de estar asustada. Sólo estoy aliviado de que no te hayas

herido. -Frunció el ceño-. No lo estás, ¿verdad?

~137~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– No.

– Entonces, ¿qué es lo que está mal?

– Nada, sólo estoy cansada. Creo que me iré a mi habitación ahora. -Levantando

su larga falda, cruzó el vestíbulo y comenzó a subir la escalera principal.

Kit dudó por un momento, y luego fue tras ella, tomando las escaleras de dos en

dos para alcanzarla.

– Eliza.

Seguía caminando, sus faldas se balanceaban en un susurro sibilante, las botas

silenciosas contra la alfombra del pasillo.

– Eliza, espera. -Le alcanzó el codo y la detuvo-. ¿Qué es? Pareces angustiada.

Poco a poco se dio la vuelta y se encontró con su mirada.

– Eras un maleducado.

Su mandíbula se aflojó por sorpresa.

– ¿Qué yo? ¿Cuándo?

– Cuando estaba hablando con Lord Brevard. Tú... interrumpiste, y tuve la

impresión de que... -Su mirada bajó al suelo.

– ¿Que qué? -Inclinó la cabeza e intentó que ella lo mirara de nuevo-. Continúa.

Dime, -le animó.

– Que preferías que no siguiera hablando con él. ¿Estaba diciendo o haciendo algo

malo? ¿Cometí algún error?

Sacudió enfáticamente la cabeza.

– No, no cometiste ningún error, ningún error en absoluto hoy. En realidad,

estuviste espléndida, tanto durante nuestro paseo como más tarde también.

Sus cejas oscuras se fruncieron, sus suaves ojos estaban confundidos.

– ¿Entonces cuál es la dificultad? A menos que estuvieras tratando de advertirme

de él. ¿Hay algo sobre Lord Brevard que deba saber? No es un cazador de fortunas,

¿verdad?

– Nada de eso. Todo lo contrario, de hecho. Brevard es el mejor de los

compañeros, educado, conoce el mudo, bien hablado y rico. Incluso más rico ahora,

~138~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

entiendo, desde que vino de la India. No, no hay nada malo con Brevard. Es un

caballero modelo, honorable hasta la médula.

– ¿Soy yo, entonces? Mis conexiones, tal vez...

– No seas ridícula. No hay nada malo con tus conexiones, -dijo, indignado en su

nombre-. ¿Quién te ha metido ese gusano en la cabeza?

– Mi tía, ella... -Eliza se detuvo, tiró de los dedos de un guante de montar de cuero

y se lo quitó-. Siempre dijo que mi padre no era más que un humilde e insignificante

tutor que había arrastrado el nombre de la familia. Que mi madre era una vergüenza

por haberse escapado con él. Nunca me había preocupado antes porque eran mis

padres y los amaba, pero tal vez no es sólo mi timidez la que ha mantenido alejado a

los pretendientes todos estos años.

– ¿Y crees que yo siento lo mismo? ¿Que creo que te faltan conexiones?

– No, pero otros pueden. -Sacó el segundo guante y agarró el par con una mano-.

Sólo me preguntaba si me estabas advirtiendo. Otra vez, por mi propio bien. -Ella lo

miró.

– No tengo nada sobre lo que advertirle, no en ese sentido. Tú eres digna de

cualquier hombre de la sociedad, nunca pienses lo contrario. En cuanto a tu timidez,

se resuelve bien con la ayuda de nuestras lecciones. Sólo un par más, ya sabes, y

habremos terminado.

Una peculiar sensación de pérdida se deslizó a través de Kit mientras lo decía.

Debería estar encantado de tener sus días una vez más para sí, libres para dormir o

hacer salir con sus amigos o cualquier otra cosa que deseara hacer. Entonces, ¿por

qué no se llenó de una feliz anticipación? Lo estaría, se aseguró a sí mismo, una vez

que el día llegara.

– El próximo martes es tu primera fiesta, -dijo, sacudiéndose sus insondables

emociones.

– Lo sé, -aceptó-. Espero estar lista.

~139~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Lo estarás. En realidad, ya estás lista, aunque un poco más de repaso no puede

hacer daño. -Le brindó una sonrisa-. ¿Está todo bien de nuevo? ¿Se me perdona por

ser grosero? Un lapsus por el que tienes mi más profunda disculpa.

– Sí, por supuesto. Sabes que no puedo estar enojada por mucho tiempo, y

ciertamente nunca contigo. -Ella le devolvió la sonrisa.

– Bueno, eso es un alivio. -Movía las cejas-. No me gusta hacerte enojar.

Se rió, con toda la cara iluminada, ojos color paloma, brillantes y vivos de

diversión. Su pecho se apretó al verle, su mirada se dirigió a los labios de ella, tan

rosa pálido y bonito. Se veían suaves como el terciopelo y dulces como un plato de

fresas de verano. Lo suficientemente maduras para ser recogidas. Lo suficientemente

maduras para ser degustadas. Se inclinó más cerca y captó el más leve indicio de

madreselva en su piel.

– Oh, bien, ustedes dos están de vuelta.

Kit se enderezó y giró sobre sus talones para ver a Violeta caminar por el pasillo

hacia ellos, Horacio se inclinó obedientemente a su paso.

Al llegar a ellos, se detuvo, lo miró primero a él y luego a Eliza.

– Espero no interrumpir.

– No, para nada, -dijo Kit-. Eliza y yo sólo estábamos discutiendo nuestra salida.

– Oh, bien, ya que es lo que vine a escuchar. ¿Cómo fue? –Exigió Violeta,

deslizando una mano alrededor del codo de Eliza-. ¿Alguna dificultad?

– Señoras, si me disculpan...

Violeta le dio una sonrisa y un asentimiento ausente, luego giró a Eliza para

llevarla de vuelta por el pasillo en la dirección de la que Violeta acababa de venir. El

gran danés se quedó atrás.

– ¿Conociste a alguien particularmente interesante? -Oyó a Violeta preguntar.

– Una persona. El vizconde Lancelot Brevard. Me rescató como un caballero de

antaño...

Caminando en dirección contraria, se dirigió a sus habitaciones.

~140~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

***

Andrómeda se levantó y le arrancó las riendas de las manos a Elisa, el grito de terror del

caballo se agitó en sus oídos. Los cascos golpeaban el suelo con un ruido sordo, los músculos

equinos se ondulaban mientras la yegua se adelantaba, saltando a un galope completo que

empujaba cada onza de velocidad a la orden del animal.

Eliza se aferró con un terror enfermizo, su corazón retumbaba tan fuerte que le dolía la caja

torácica. Clavó sus dedos en la espesa y resistente melena del caballo y luchó por agarrarlo,

luchó por no ser arrojada al suelo que pasaba tan rápido que sólo podía verlo como un borroso

e indistinto color verde y marrón.

Cerró los ojos y rezó.

Un duro brazo masculino se curvó repentinamente alrededor de su cintura. En un hábil

movimiento, la levantó de la silla de montar y la puso de lado ante él en su propio corcel de

carga. Ella se aferró de nuevo, esta vez al hombre, envolviendo sus brazos alrededor de su

fuerte espalda, apoyando su cabeza contra el firme calor de su pecho.

A salvo. Tan segura.

Redujo la velocidad de su montura, llevando al caballo a un paseo fácil antes de detenerse

por completo.

Inclinó la cabeza hacia atrás, vio un destello de fino pelo dorado y un rostro casi demasiado

guapo para ser real. Sus dientes brillaban blancos y rectos mientras le sonreía. Ella le miró

fijamente a los ojos, azules y puros como un lago escandinavo.

Parpadeó, y cuando sus párpados se levantaron sus ojos habían cambiado, ahora verdes,

oscuros y vitales como las hojas de verano después de una empapada lluvia de tarde.

Alrededor de cada pupila había un anillo de oro que lo rodeaba, unos cuantos trozos del mismo

esparcidos hacia afuera para flotar dentro de sus iris como pellizcos de polvo de oro.

Él sonrió de esa manera infantil que ella conocía tan bien, haciendo que su pulso se agitara

salvajemente. Ella le devolvió la sonrisa, suave y lenta, y vio cómo sus ojos cambiaban una vez

más, haciéndose más centellantes e intencionados de una manera que nunca antes había

conocido, mientras su mirada bajaba para acariciar sus labios separados.

~141~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Ella aspiraba el aroma de él, emocionándose con la sensación de que nadaba en un

vertiginoso placer dentro de su cabeza. Permitiendo que se quedara, respiró una y otra vez

hasta que la fragancia pareció filtrarse en sus poros y huesos y se convirtió casi en suya.

Levantando una mano, ensartó sus dedos en la seda gruesa de su pelo oscuro, deleitándose con

su textura.

Él se inclinó más cerca, y luego más cerca aún, acercándola dentro de su abrazo. Con

apenas un aliento separándolos, ella susurró su nombre.

Kit.

Y entonces sus labios tocaron los de ella.

Su cuerpo hormigueaba de pies a cabeza, inundado de la más intensa sensación. La dulce

dicha la iluminó desde dentro y la dejó flotando en una nube de placer decadente. Estiró sus

brazos hacia arriba, los cerró alrededor de su cuello y los apretó más fuerte. Pero no estaba lo

suficientemente apretado, lo suficientemente cerca. Ella quería más. Ella quería todo.

Tampoco era suficiente para él.

Él se agarró a su pierna, moviéndola para que se enfrentara a él en la silla de montar. Ella

jadeaba mientras él le ponía las piernas abiertas sobre sus poderosos muslos, tirando de ella

para que encajara contra él, de pelvis contra pelvis.

Luego se volvieron a besar, salvajes, sin sentido y hambrientos.

Al final, él se alejó. – Oh, no te sorprendas tanto. Sé todo sobre ese pequeño y travieso libro

que estabas leyendo.

Sus ojos se abrieron de par en par, un gemido de consternación escapó de sus

labios al despertar. La tenue luz del amanecer recorrió los bordes de las cortinas de la

ventana de su dormitorio. Las formas de los muebles de la habitación apenas

comenzaban a ser visibles, todavía envueltas en depósitos de sombra nocturna.

Moviéndose contra las finas sábanas de lino, apretó una mano entre sus pechos y

escuchó el sonido de su propia respiración.

Por Dios, pensó, qué sueño. Incluso ahora podía sentir la sensación de los labios

de Kit en los suyos, la fuerza de su largo y firme cuerpo presionado contra el suyo, su

delicioso olor masculino vigorizando sus sentidos.

~142~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Y todo era falso. Una fantasía hilada como un intrincado tapiz que era todo

deslumbrante y figurativo sin un poco de sustancia real. Su cuerpo había pensado

que era real, sin embargo, se dio cuenta, del débil y húmedo dolor que persistía entre

sus muslos. El calor se deslizó por su piel al recordar cómo se había sentado a

horcajadas con Kit en su sueño. Cómo había agarrado sus muslos alrededor de sus

caderas con un abandono descarado digno de una de las mujeres representadas en

Las Posturas de Albanino.

Al menos no habían estado desnudos.

Sus pezones se apretaron ante la idea, el escozor de nuevo entre sus piernas. Se dio

la vuelta, ligeramente avergonzada de las respuestas que apenas entendía.

Avergonzada también de cómo su mente había mezclado los eventos del día: el

salvaje viaje de Andrómeda, sus sentimientos de terror y pánico, Lord Brevard

viniendo a rescatarla.

El apuesto y caballeroso Lord Brevard. Le había gustado, le gustaba mucho. Su

comportamiento atento y su voz amable. También le había gustado la forma en que

la hacía reír y sonreír. Era un hombre que cualquier mujer podía desear.

Pero no había sido a Lord Brevard a quien había besado en sueños, por muy

guapo que fuera.

Fue a Kit.

Pensó en sus ojos en el sueño, y luego en su mirada cuando él le habló ayer en el

pasillo. Había sido Kit. Un Kit normal y corriente que nunca la miraba con otra cosa

que no fuera una paciente amabilidad y una especie de afecto fraternal. Pero

entonces, al final, algo había cambiado, su mirada se alteró por una fracción de

segundo al pasar por la boca de ella. En ese instante, le pareció que se había acercado

más, aunque fuera ligeramente. Por un momento, pareció como si hubiera estado

pensando en besarla.

¿O ella sólo había imaginado el evento no más sustancial que su sueño?

¿Cómo sería besar a Kit de verdad? musitó.

De hecho, ¿cómo sería ser besada?

~143~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

En sus 23 años, ningún hombre había intentado aprovecharse de su inocencia. Se

suponía que las jóvenes solteras no debían besar o tocar a los jóvenes antes del

matrimonio, pero, por supuesto, ella sabía que tales intimidades ocurrían. Y aunque

nadie hablaría nunca de tal cosa en voz alta, muchos se sorprenderían de encontrar a

una mujer de su avanzada edad totalmente inexperta, sin siquiera la experiencia de

un solo beso.

Así que cuando esta temporada comenzara, ¿cambiaría algo? ¿Podría un hombre

finalmente desear besarla? ¿Y ella querría que lo hiciera? ¿Y si a ella no le gustaba su

toque y reaccionaba mal? ¿Y si él la considerara una completa gallina de los huevos

de oro por su ingenuidad?

Quizá para su última lección con Kit debería pedirle que le enseñara a besar,

pensó en una nota humorística.

Segundos después sus labios se separaron con asombro cuando la idea se asentó

más profundamente en su mente. No, era ridículo incluso contemplar tal cosa. Los

ojos de Kit se le saldrían de la cabeza y ambos se morían de vergüenza por su

negativa.

¿Pero y si no se negaba?

Ella pensó de nuevo en su mirada sobre sus labios ayer por la tarde. ¿Había estado

considerando inclinarse para un beso? ¿O eran sólo sus propios deseos los que le

jugaban una mala pasada?

Sólo puede haber una forma de averiguarlo.

¿Pero tendría el valor? ¿O el miedo la detendría? Y si no actuaba, ¿se arrepentiría

para siempre de no saber si los besos reales de Kit eran tan dulces como los de sus

sueños?

~144~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 11

Desde su lugar en el sofá cubierto de satén melocotón en el vestidor de la duquesa,

Eliza vio a la criada de su amiga poner el último broche en el elegante peinado de

Violeta.

– Siento que no vengas con nosotros hoy, pero supongo que no es como si no

hubieras visto ya el Anfiteatro de Astley y el Salón Egipcio de Bullock, -comentó

Violeta-. Jeannette dice que Moira y Siobhan no han hablado de otra cosa desde que

sugirió la salida. Incluso Finn está entusiasmado, aunque intenta actuar como si la

idea fuera una gran patraña y se viera obligado a venir. Ya sabes cómo son los

jóvenes a esa edad, preocupados por mantener su reputación a expensas de todo lo

demás.

– No creo que los hombres cambien en ese sentido, sin importar su edad, -observó

Eliza.

Violeta se rió, moviéndose en su asiento para enfrentarse a Eliza ahora que Agnes

había terminado de arreglarle el cabello.

– Qué verdad. Adrián y Darragh también han estado quejándose ficticiamente,

pero no creo que sean tan reacios a acompañarnos. Aun así, echaré de menos que no

participes.

– Oh, no me importa. Con mi primera fiesta a sólo dos días, debería aprovechar

esta última oportunidad para practicar con Kit. -La garganta de Eliza se apretó al

pensar en lo que esperaba estar practicando.

– Bueno, creo que lo has hecho espléndidamente –la felicitó Violeta, extendiendo

la mano para acariciarla-. Pero supongo que una lección más no puede hacer daño.

***

~145~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Una hora después, Eliza se sentó en el sofá del estudio de Violeta, con la boca tan

seca como uno de los artefactos sepulcrales que conocía Violeta o como los otros que

debían estar ahora viéndose en el Museo de Bullock.

Frente a ella, en el otro extremo del sofá, Kit se relajó con tranquilidad masculina.

Mordió una de las galletas de su plato, y luego la bajó con un largo trago de té

caliente. Con sus modales arraigados, se limpió la boca con una servilleta de tela

antes de pasar a la siguiente golosina en su plato, su disfrute era evidente.

A Kit siempre le gustaba tener algún tipo de refresco disponible durante sus

lecciones. Sustento para mantenerlos, afirmaba, ya que un hombre no puede pasar

mucho tiempo sin comer.

Sin tener el menor apetito, Eliza apartó su propia taza y plato, y la pequeña tarta

que había tomado por cortesía quedó intacta.

– ¿No tienes hambre? -preguntó con un guiño hacia su dulce abandonado.

Agitó la cabeza. – Tomé un desayuno más que adecuado.

– El desayuno nunca se queda conmigo y el almuerzo está a horas de distancia.

Comió un pastel más, luego se tragó lo que quedaba de su té, poniendo su taza en

el platillo con un ligero toque.

– ¿Lista para empezar, entonces? -Se limpió la boca y luego con sus elegantes

manos de dedos largos, dobló la servilleta y la puso junto a su taza vacía.

¿Conversación de salón o de baile? Has dominado ambas cosas bastante bien, pero

un pulido final no puede fallar. Entonces, ¿cuál será hoy?

Miró fijamente el cojín azul claro del sofá entre ellos. Con el estómago tembloroso,

pasó la punta de una uña por la costosa tela. Su mente se aceleró

¿Debería hacerlo? ¿Podría hacerlo? Porque una vez que las palabras salieran, no

habría vuelta atrás.

Tembló y tragó fuerte y luego se lanzó hacia adelante, sabiendo que si no procedía

se volvería cobarde y echaría a perder sus oportunidades para siempre.

– Pensé... es decir... me preguntaba, ya que es nuestra última lección, si tal vez

podríamos hacer algo un poco diferente.

~146~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿Diferente? ¿Como qué? -No es de los que se paraban en las formalidades, Kit se

inclinó hacia adelante y alcanzó la tetera. Deslizando la taza en su lugar, comenzó a

verter.

– Pensé... bueno, he estado pensando que... ¿sabías que nunca me han besado?

Sus ojos se movieron hacia arriba para encontrarse con su mirada.

– ¿Qué?

– Ningún hombre me ha besado nunca y quiero que lo hagas.

El té caliente salpicó sus dedos.

– ¡Cojones! -Soltó la tetera, dejándola caer en la bandeja de plata con un golpe que

provocaría una abolladura-. Lo siento. ¿Qué has dicho?

– Oh, Dios misericordioso, ¿estás bien? -Se puso rígida, alarmada por su daño-.

¿Estás muy quemado? Oh, no debí haber hablado... no quería que te hicieras daño.

– No importa eso ahora. Repite lo que acabas de decir, no sobre ser quemado sino

sobre lo otro.

Respiró hondo, su voz bajó hasta casi a un susurro.

– Dije que quiero que... me beses.

Se metió el nudillo escaldado en la boca y se la quedó mirando.

– No es tanto que quiera que tú me beses, -continuó, ignorando el hecho de que

sus mejillas debían estar manchadas de rojo como las granadas-. Es sólo que quiero

ser besada... en caso de que ocurra en esta temporada... para no hacer el ridículo.

Una pequeña mentira, pensó. Por supuesto que era a él a quien quería besar, pero

algo en ella le advirtió que no debía dejarle saber ese hecho en particular.

Él sacó el dedo de su boca.

– ¿Y qué caballeros imaginas que pueden tener ganas urgentes de besarte?

– Oh, bueno, nadie en particular.

– ¿Brevard? Su mandíbula está visiblemente apretada.

Se encogió de hombros, maravillada por su inesperada bravuconería.

– No lo sé, pero ya que parece que piensas que finalmente voy a tomar marido esta

temporada, sólo deseo estar preparada. Y tú eres mi mentor.

~147~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Sus cejas de caoba se alzaron hacia arriba.

– Pensé que podrías enseñarme... un poco... para que no tuviera miedo, es decir,

en caso de que ocurriera. Pero sólo si tú quieres. Lo entenderé si no lo haces. -En ese

momento, su discurso se redujo a la nada, su falso coraje se agotó tan abruptamente

como había llegado. Bajó la mirada a su regazo, sus dedos se apretaban con fuerza.

Un largo y pronunciado silencio cayó antes de que hablara.

– Así que déjame asegurar de que entiendo esto. ¿Quieres que te enseñe a besar?

Subió la cabeza.

– Sí. Un simple beso servirá.

– ¿Y debo hacer esto para que no te alarmes si otro hombre quiere besarte en el

futuro? Un hombre que puede muy bien convertirse en tu marido. ¿No crees que

debería ser él quien te enseñara a besar?

Ella frunció el ceño.

– Bueno, quizás, pero...

– ¿Pero qué?

– Pero si nunca beso a ningún otro hombre, ¿cómo sabré si es el adecuado para

mí? Violeta dice que no debo conformarme con el primer hombre que me lo pida, a

menos que esté segura de que me conviene. Por supuesto, esta temporada no puede

ir mejor que las otras, y todo el asunto seguirá siendo completamente discutible.

– No creo que tengas que preocuparte. Me sorprendería mucho si no recibieras al

menos una o dos ofertas respetables este año.

– ¿Por mi dinero, quieres decir?

Su mirada se suavizó.

– No, gracias a ti. ¿No es de eso de lo que han tratado todas nuestras lecciones?

Ella asintió, reconfortada por sus palabras.

Pero cuando él no dijo nada más, su pecho se apretó. Pensó que él se negaría.

Obviamente no siente nada por mí. Demasiado para todas sus ridículas reflexiones sobre

la forma en que la había mirado en el pasillo el otro día. De repente deseó poder

encogerse en sí misma, acurrucarse y morir.

~148~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Muy bien.

Al principio no estaba segura de haberlo escuchado, su voz tan baja y áspera.

¿Había dicho "bien"?

Kit se acercó más en el sofá. – ¿Estás segura de que quieres esto?

Su corazón saltó a su garganta.

– Sí.

– ¿Y supongo que deseas comenzar ahora?

Ella asintió.

– Todo el mundo está fuera, y esta es nuestra última lección. Podría ser incómodo

más tarde.

Su boca se curvó en una sonrisa irónica.

– Puede ser incómodo ahora, pero empecemos, si tal es tu deseo.

Hmm, su deseo. Ahora que se había comprometido con este plan, se dio cuenta de

lo peligroso que era su juego, como si hubiera decidido empujar la palma de la mano

directamente sobre un fuego rugiente. Todo lo que quedaba por ver era lo mal que

iba a terminar quemándose.

Él se puso de pie y cruzó la habitación, cerrando la puerta con un silencioso clic

del pestillo. Ella mostraba un estado mental disperso, lo demostraba el hecho de que

se había olvidado completamente de la puerta medio abierta para que cualquier

sirviente que pasara mirara dentro y viera lo que estaban a punto de hacer.

Kit volvió y se hundió a su lado en el sofá, un muslo cubierto de pantalones

rozando su cadera, un largo brazo extendido a lo largo de la parte superior del sofá

en su espalda. En ese momento, se volvió más consciente de su tamaño y

masculinidad de lo que nunca antes había estado.

Inclinándose más cerca, colocó un par de dedos debajo de su mandíbula y le subió

la barbilla.

– Relájate, -murmuró-. No te dolerá, sabes.

~149~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Dio una risa temblorosa y una inclinación de cabeza, pero no pudo decir nada

más, sus manos se enroscaron en puños de ansiosa anticipación en su regazo. Cerró

los ojos y esperó.

Al principio, apenas lo sintió cuando él tocó su boca con la suya, ligera, suave y

tierna, como el polvo de una pluma contra su piel. El contacto aumentó ligeramente,

la forma y textura de sus labios se definió mejor mientras descansaban en un calor

poco exigente contra el de ella. Percibió el perfume del ron de laurel terroso que le

gustaba usar, se dio cuenta del suave susurro de su aliento mientras se movía

lentamente dentro y fuera de su nariz.

Entonces, tan poco propicio como el beso había comenzado, se alejó y se terminó.

Los ojos de ella se abrieron de par en par para encontrarle mirándola, su cara a

sólo unos centímetros de distancia. Ella tragó, consciente de una vaga sensación de

decepción. De alguna manera esperaba más, algo dramático, como la tierra

inclinándose abruptamente sobre su eje, tal vez.

Ella expresó su consternación.

– ¿Es eso?

Una sonrisa iluminó el verde de sus ojos.

– Dijiste simple. No quería asustarte.

– Oh. -Ella digirió eso por un momento-. No tengo miedo.

– Hmm. ¿Entonces lo intentamos de nuevo? ¿Algo más complicado?

– ¿Hay más?

– Oh, sí, volúmenes. Eso último apenas calificó como un beso en absoluto. Ahora,

realmente trata de relajarte esta vez. Oh, y separa tus labios.

– ¿Hacer qué?

– Tus labios, déjalos abrir un poco para que no estén tan apretados como una

costura cosida.

¿Insinuó que ella también estaba como una costura cosida? Bueno, ahora que lo

pensaba, quizás lo estaba. Un poco.

~150~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Cuando ella dudó, él se acercó y le pasó un pulgar por el labio inferior. Su boca se

separó por voluntad propia, su cuerpo obviamente entendió mejor que su mente.

– Bien, -dijo-. Ahora inclina la cabeza.

– ¿Así?

– Mmm…hmm. Así. -Se acercó más y ladeó ligeramente la cabeza.

Ella lo estudió por un segundo y luego repitió su movimiento exactamente,

inclinando su cabeza en el mismo ángulo y dirección que la suya.

La diversión curvó sus labios.

– No, al revés, como una imagen en el espejo.

– Oh. -No entendió completamente el objetivo de su instrucción hasta que inclinó

la cabeza en sentido contrario. Entonces todo se aclaró de repente, la comprensión de

que cuando se besaban, sus narices no chocarían, que sus labios encajarían tan

naturalmente como las piezas de un mismo rompecabezas.

Deslizó una amplia palma alrededor de su cuello, su pulgar inclinando su cabeza

ligeramente hacia arriba. Y luego su boca bajó sobre la de ella y le mostró lo poco

notable que había sido su primer beso.

Su pulso saltó, golpeando como pequeños tambores en sus muñecas y garganta

después de sólo unos segundos dentro de su abrazo. Más calientes y ligeramente

húmedos, sus labios se convirtieron en una revelación, un mundo de maduros

descubrimientos a medida que vagaban y atrapaban, firmes y exigentes, pero

infinitamente dulces. Cautivada, estaba completamente a su merced mientras él la

persuadía y jugaba, usando una mezcla de persuasión lenta, dulce y embriagadora

que ella no deseaba resistir.

Sus dedos se desenroscaron y se relajaron en su regazo cuando un suave zumbido

comenzó a nublar su cerebro. Sintiendo la cabeza de repente demasiado pesada para

su cuello, se sintió aliviada de que Kit la mantuviera firme a su alcance. Mareada y

soñadora, la habitación giraba a su alrededor de una manera que le recordaba la

época de años anteriores en la que había bebido demasiado vino y acababa teniendo

que ser ayudada arriba para caer delirante en su cama.

~151~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Modulando la presión y el ángulo de su beso, él se burló y engatusó, instándola

sutilmente a responder.

– Bésame, -dijo, deteniéndose lo suficiente para murmurar la orden contra sus

labios.

Sus cejas se fruncieron.

– ¿Cómo?

– Sigue mi ejemplo. Haz lo que yo hago y lo entenderás.

Al principio no lo hizo, confundida al intentar obedecer sus instrucciones.

Recordando sus palabras sobre separar los labios, abrió la boca una fracción más

amplia con la esperanza de que lo satisficiera. Se sacudió un segundo más tarde

cuando vaciló una cálida exhalación directamente en su boca.

Sus dedos se enroscaron dentro de sus zapatillas, y todo su cuerpo se calentó.

Cerró los ojos y apretó sus labios con más fuerza contra los suyos, impulsada por un

instinto que no sabía que poseía.

Sus labios se curvaron contra los de ella mientras sonreía, animándola sin palabras

a seguir adelante.

En círculos fáciles y suaves, el frotó su pulgar contra la base de su cráneo. A ella se

le escapó un gemido, seguido de un delicado temblor que amenazaba con quemar

sus ya inflamados sentidos. Volvió a gimotear y profundizó su beso, inclinando sus

labios sobre los de él, codiciosa y hambrienta, queriendo más y sabiendo

instintivamente que nunca, nunca se cansaría de su abrazo cautivador.

Esta vez Kit fue el que gimió, el que presionó su boca más fuerte y

apasionadamente contra la de ella.

Ella se sacudió cuando la punta caliente y húmeda de la lengua de él salió,

rozando la delicada carne interior de su boca. Sus labios palpitaban al contacto, su

pulso saltaba tan rápido y duro como una piedra a través de la superficie vidriosa de

un estanque.

Se escapó con un jadeo.

– ¡Oh, Dios!

~152~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Su mirada se dirigió a los rasgos calurosos de ella, su aliento se convirtió en

corrientes de aire poco profundas.

– ¿Mucho? ¿Deberíamos parar?

Ella tembló y luego sacudió la cabeza.

– No.

– Tal vez hemos ido lo suficientemente lejos.

– No.

Por un instante, pareció como si estuviera a punto de cambiar de opinión de todos

modos, y poner fin a su lección apresuradamente. Luego ella se lamió los labios.

El gesto fue inocente, pero su respuesta no fue la misma, ya que su mirada se

dirigió hacia abajo para posarse en su boca húmeda. Antes de que ella tuviera tiempo

de considerar su reacción, él gimió y capturó sus labios de nuevo.

Atrevido e impetuoso, se sumergió profundamente en ambos. Los párpados

revoloteando, ella jadeó de nuevo al renovado toque de su lengua en su boca.

Atrapando su labio inferior entre sus dientes, él mordisqueó por un largo momento

antes de dar un suave tirón que le abrió la boca.

Entonces su lengua se metió dentro, sorprendiéndola de nuevo. Sus sentidos

giraron mientras él se burlaba y la atormentaba, explorando los contornos de su boca

con una intimidad que la dejó felizmente sacudida. Sobre los dientes y la lengua él la

recorrió, a través de la tierna carne de una mejilla interior antes de pasar a trazar la

otra.

Ella tembló mientras él se alejaba ligeramente.

– ¿Está bien? -preguntó él.

– Mmm…hmm, -murmuró ella, medio adormilada-. Sabes a mantequilla de

cacahuete.

Sonrió y le dio un par de besos rápidos y abiertos.

– Y tú sabes a miel.

– No he comido nada de miel.

– Entonces supongo que eres naturalmente dulce.

~153~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Antes que ella tuviera tiempo de pensar en el comentario, él la besó de nuevo,

enredando su lengua con la de ella en un poderoso apareamiento. Entrando y

saliendo de su lengua. Y dentro y fuera otra vez, retirándose después de cada

incursión hasta que ella se dio cuenta de que él quería que ella fuera tras él, para

meterle la lengua en la boca.

Ella tembló al pensar que su vientre se apretaba con un dolor bajo. Él volvió a

entrar, saqueando y complaciendo hasta que a ella le quedó poco aliento en los

pulmones. Cuando él se retiró de nuevo, ella reunió el coraje para seguirlo,

persiguiendo su lengua, pasando por encima de sus dientes y forjando más

profundamente.

El tiempo se alejó después de eso mientras se perdía en las sensaciones, se perdía

en todo menos en Kit y en el exquisito éxtasis de sus besos.

Inquieta, ella movió sus piernas, los muslos rozando sus muslos. Olvidó dónde

terminaba su boca y la de él comenzó mientras enredaban los labios y la lengua en

un acoplamiento explosivo que amenazaba con volarle la tapa de la cabeza. Ella

había querido que la tierra se moviera sobre su eje, y ¡Señor! arriba, se estaba

moviendo.

Ella gritó, alcanzando a acariciar su mandíbula y sus mejillas suavemente

afeitadas. Viajando más lejos, hundió sus dedos en su grueso cabello y lo acercó.

Él se quejó y la hizo caer de espaldas en el mar de cojines rellenos del sofá a su

espalda, siguiéndola hacia abajo. Deslizando su mano entre sus cuerpos, le tomó el

pecho, masajeando su flexible carne femenina. Su pezón se apretó bajo su pulgar.

Una puerta se cerró de golpe en algún lugar de la casa.

Kit se puso rígido contra ella y se alejó, poniendo un abrupto final a su beso.

Ella parpadeó en una confusa lasitud.

– ¿Kit?

– Se acabó la lección, -dijo, con su voz áspera y gutural mientras se sentaba.

¿Lección? Había olvidado que sus besos eran una lección.

– Siéntate, -ordenó-. Y arregla tu cabello.

~154~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Oh. -Decidiendo no ofenderse por su tono brusco, ella luchó por salir del

mundillo donde anidaba, y luego se pasó los dedos por los rizos-. ¿Mejor?

Echó un vistazo, luego extendió la mano y colocó un par de broches en su lugar.

– Lo estás. Gracias a Dios que tienes el pelo corto. De lo contrario... -Dejó el resto

sin decir.

Ella se acercó a él, pero él saltó del sofá y comenzó a caminar.

– Eso último... bueno, eso fue un poco más lejos de lo que planeé originalmente.

Mis disculpas, Eliza.

¿Disculpas? ¿Ya se estaba arrepintiendo de lo que había pasado entre ellos, antes

de que sus cuerpos tuvieran la oportunidad de enfriarse?

– Besarse es así a veces, -explicó él

– ¿Lo es? -Una enfermiza sensación de terror se retorcía en su estómago.

– Sí. Es fácil dejarse llevar, perderse en el momento.

– Ya veo.

– ¿Lo haces? Eso espero, porque no hay necesidad de que exista ninguna

incomodidad entre nosotros en el futuro. Lo que hicimos no fue más que un ejercicio

de la física humana. Tú querías saber cómo besar y yo te lo enseñé. Aparte de eso, no

significa nada. ¿No es así?

La pena se cristaliza como fragmentos de hielo en su sangre. Tal vez no significaba

nada para él, pero ciertamente había significado algo para ella.

Kit cruzó sus brazos sobre su pecho.

– Estabas curiosa y ahora no tienes por qué estarlo más. Aunque por tu bien te

sugiero que no pongas en práctica tus conocimientos avanzados a corto plazo.

Su mandíbula se endureció.

– ¿Así que no crees que debería mejorar mi técnica esta temporada dejando que

hombres interesantes me atraigan detrás de los arbustos?

Un ceño fruncido de ella hizo fruncir su ceño.

– ¡Claro que no!

– No veo por qué no. Tú lo haces.

~155~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿Hacer qué?

– Llevar a las chicas detrás de los arbustos. Te he visto hacerlo numerosas veces a

lo largo de los años, así que supongo que es de donde proviene tu obvia experiencia

en las artes seductoras. La lección de hoy, me doy cuenta, no ha sido la primera que

has dado.

Su ceño fruncido se volvió más temible, si eso era posible.

– Lo que hago o no hago con las damas detrás de los arbustos del jardín no es de

tu incumbencia.

Sintió su desaire como una bofetada.

– No más que lo que yo elija hacer con los caballeros es asunto suyo. -Miró hacia

abajo, temiendo la angustia que él podría ver en sus ojos-. Bueno, gracias por una

instrucción muy esclarecedora. Hay un libro que compré en Hatchard el otro día que

he estado deseando empezar, así que si hemos terminado...

Su cara se cerró.

– Sí, hemos terminado.

Se puso de pie, alisó el vestido en su lugar, y luego se dirigió a la puerta.

– ¿Eliza?

Se detuvo, con la mano en el pomo, su corazón se aceleró.

– ¿Sí?

– Sólo ten cuidado, hagas lo que hagas. No dejes que te hagan daño.

– No temas, -dijo en un tono despreocupado-. Nunca soy menos que cuidadosa. -

En cuanto a no salir herida, su advertencia llegó de lejos, demasiado tarde para eso.

~156~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 12

Kit arrojó lo último del champán dentro de su copa aflautada y vio a Eliza girar

en los brazos de su última pareja de baile.

Cuando llegaron a la fila de la fiesta de los Lymondhams hacía casi dos horas, ella

estaba aprensiva.

¿Qué pasa si olvido cómo hacer una pequeña charla? le había susurrado en tonos

estrangulados mientras la ayudaba desde el coche ducal.

¿Y si todos los consejos y técnicas, todo lo que me has enseñado en las últimas semanas, se

me va de la cabeza? le exigió mientras la acompañaba por la escalera principal, Adrián

y Violeta a la cabeza.

¿Y si tras una larga y horrorizada pausa nadie me pide bailar y empiezo esta

temporada como empecé todas las demás, como un florero abandonado?

Pero ella no tenía por qué preocuparse.

Por un lado, se veía hermosa y vibrante en un vestido de satén rosa que le daba

color a sus mejillas y le iluminaba los ojos con un tono plateado que no era para nada

soso. Sus oscuros rizos rebotaron alrededor de su cara en una atrevida llegada,

atrayendo más de una mirada masculina interesada.

Los cuatro apenas habían abandonado la línea de recepción y sus breves

conversaciones con sus anfitriones cuando un caballero se acercó para pedir la mano

de Eliza para el primer baile. Durante un largo momento, ella había parecido una

cierva atrapada a la vista de un cazador. Con una mirada nerviosa hacia Kit, había

buscado su apoyo y la aprobación silenciosa del hombre, el hijo de un respetable

barón, que él asintió con una inclinación de cabeza apenas perceptible. Sólo entonces

encontró su voz y aceptó la oferta con graciosa presteza.

El baile salió bien, aunque Kit fue testigo de una gran cantidad de especulaciones

murmuradas y un gran número de miradas sorprendidas en dirección a Eliza

~157~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

mientras se paseaba casualmente por el salón de baile. Muchos apenas podían

reconciliar su nueva apariencia, mientras que otros no podían susurrar nada más que

el aumento de la fortuna de Eliza. Kit hizo todo lo posible por descartar tales

comentarios, sabiendo que la gente hablaría sin importar lo que dijera o hiciera.

Al final del baile, el hijo del baronet devolvió a Eliza al lado de Violeta y se fue con

una educada reverencia. Kit se preguntaba si debía buscarle una nueva pareja en

caso de que no apareciera, cuando su amigo, Lord Vickery, apareció al lado de Eliza

y le hizo una reverencia.

Kit se apresuró a interceptar a la pareja, leyendo el travieso brillo en la familiar

mirada del otro hombre, después de haberlo visto más de una vez o dos a través de

la mesa de naipes. Pero era demasiado tarde, Vickery y Eliza ya estaban paseando

por la pista de baile.

Vickery, un miembro de la sociedad que con su lengua afilada, destrozaría a Eliza

con seguridad. Sin embargo, menos de un minuto después del baile, Vickery echó la

cabeza hacia atrás de buen humor, y no, a expensas de Eliza. Kit se sintió aliviado de

verlo. Vio como Eliza cautivó lentamente a su amigo, Vickery regresó con la mano de

Eliza entrelazada sobre su brazo como si el hombre no quisiera separarse de ella.

Ella estaba siendo llevada por otro caballero cuando Vickery se detuvo y golpeó a

Kit en el hombro.

– Te debo una caja de mi mejor champán francés, viejo amigo.

– ¡Oh!, ¿por qué?

– Por la señorita Hammond, por supuesto. No creí que se pudiera hacer, pero tú

eres realmente un hacedor de milagros. No sólo se ha vuelto bonita en formas que

nunca hubiera imaginado, sino que es una delicia. Me contó una historia sobre el

gran perro de la duquesa que fue tan divertida como cualquier otra que haya

escuchado. La verdadera Eliza Hammond obviamente se ha estado escondiendo, y

tú, chico listo, has encontrado la llave para liberarla.

¿Es eso lo que he hecho? meditó Kit. ¿Liberar a Eliza? ¿O lo ha hecho por sí misma?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Si ella había cambiado desde que empezaron sus lecciones, fue sólo porque sacó

esas cualidades de sí misma. Tal vez la ayudó a recuperar su confianza, vencida por

años de negligencia, pero fue su propio espíritu el que la ayudó a abrir el camino,

permitiendo a la mujer de adentro florecer como una flor radiante a la que finalmente

se le dio sol y calor.

La vio pasar en los brazos de otro hombre, con su cara llena de alegría.

Pensó: ¿Cuándo se ha vuelto Eliza tan bonita? De hecho, ¿cuándo se había vuelto tan

deseable?

Habían pasado dos días desde su interludio en el estudio y aún no podía quitar

sus besos de la mente. Tampoco podía deshacerse del sabor y el aroma de ella que

perduraba en sus sentidos como un abrazo interminable. Sus besos pueden haber

sido sin experiencia al principio, pero se había dado cuenta del juego lo

suficientemente rápido. Se dio cuenta y se unió con una aptitud que hacía burla de su

tranquilo exterior.

Incluso ahora podía recordar lo cálidos y suaves que sus labios se habían sentido

bajo los suyos. Cuán elegante y deliciosa era la textura de su boca y su lengua. Cómo

su sangre había golpeado caliente y fuerte, nadando en su cabeza hasta que casi

había perdido todo el sentido del decoro.

Aunque, para ser totalmente honesto, no había habido nada apropiado en lo que

habían estado haciendo. Debería haber rechazado su sugerencia desde el principio.

¿Qué locura le había poseído, aceptando enseñarle a ella a besar?

Kit tomó otra copa de champán, bebió un largo trago que burbujeó sobre su

lengua y alivió la inusual sequedad de su garganta.

El momento de locura mutua entre él y Eliza había terminado, pensó, para no

volver a repetirse. Ella era su amiga, la amiga de Violeta, por el amor de Dios, más

como una hermana pequeña que como una mujer. Aunque nunca había sentido la

necesidad de jugar con la lengua de Violeta, ni su comportamiento hacia Eliza podía

ser interpretado como algo remotamente en la naturaleza de un acto fraternal.

~159~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Pero sus lecciones habían terminado ahora, dejando a ambos libres para continuar

con sus vidas separadas. Por supuesto, mantendría un ojo vigilante durante toda la

temporada, siempre en busca de pretendientes sin escrúpulos: cazadores de fortuna,

libertinos y pícaros, para asegurarse que Eliza no sufriera ningún daño. Pero por lo

demás, confiaba en que ella poseía las habilidades necesarias para conseguir con

éxito un marido.

Entonces, ¿por qué el conocimiento yacía como un bulto pringoso dentro de su

vientre?

Lo estaba haciendo muy bien esta noche, superando incluso sus expectativas más

esperanzadoras, ya que se mantuvo entre la elite altiva de Ton.

Él debería estar emocionado por ella. Estaba emocionado por ella.

Al menos lo estaría, se aseguró, una vez que tuviera la oportunidad de relajarse y

disfrutar de la fiesta. Con ese pensamiento en mente, dejó su copa y se puso en

marcha en busca de una pareja de baile amable. Cuanto más bonita, mejor, decidió.

Estaba de mucho mejor humor dos rondas de baile más tarde. Devolvió a la bella

Srta. Quigby a su madre, aliviado de escapar de la tendencia de la debutante a reírse,

y luego se puso en marcha para buscar a Eliza.

Frunció el ceño cuando la encontró sentada en una silla a lo largo de la periferia de

la habitación, no lejos de un grupo de matronas. Tal vez la noche no iba tan bien

como él había imaginado, después de todo.

Cruzó la habitación, asintiendo con la cabeza pero sin detenerse a hablar con la

mezcla de amigos que lo saludaron con entusiasmo en su dirección al pasar.

– Eliza, ¿qué haces aquí? -le preguntó sin preámbulos mientras se deslizaba en la

silla junto a ella.

Su barbilla se elevó, una sonrisa fácil en sus labios.

– Kit, creí que estabas bailando. Te vi en la pista no hace mucho tiempo con una

morena muy animado.

– La Señorita Quigby, sí, -dijo, desechando instantáneamente a la otra chica-. ¿Por

qué no estás bailando?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Oh, lo he estado. Demasiado, en realidad, por lo que decidí tomarme un breve

respiro de las festividades. -Sacó los pies de sus zapatillas de satén y movió los

dedos-. He descubierto que mis pies no están acostumbrados a todo este ejercicio.

La tensión se alivió de sus hombros.

– ¿Así que no te sientes abandonada?

– No, en absoluto. La noche ha sido espléndida hasta ahora. La gente ha sido

mucho más receptiva al nuevo yo de lo que había previsto. Y algunos viejos

conocidos han tenido la gracia de parecer avergonzados por no reconocerme

inmediatamente, así como por el trato poco amable que me han dado en el pasado.

Es terrible de admitir, pero he estado disfrutando de su incomodidad.

Kit sonrió.

– Bueno, me parece que tienes derecho a tu placer, sin importar cómo lo consigas.

¿Qué te parece si damos una vuelta por el salón, si tus pies están suficientemente

descansados? Aún no hemos bailado esta noche, tú y yo. Y como el próximo es el

baile de la cena, podemos compartir una comida. Conozco la mesa...

– Perdón, Winter, -una voz suave y familiar interrumpió-, pero la dama ya me ha

prometido el baile de la cena.

Kit echó un vistazo.

– Brevard, no me di cuenta de que estabas aquí esta noche.

– Llego un poco tarde. Mi hermana pequeña está enferma de un terrible resfriado,

así que quise asegurarme de que estuviera bien instalada antes de salir de la casa.

Casi decidí no venir, pero Franny no quiso oír ni una palabra. Me echó en el camino,

mientras se sonaba su pobre nariz roja todo el tiempo. -La barbilla de Brevard se

hundió en la simpatía.

– ¿No es considerado por parte de Lord Brevard, preocuparse tanto por su

hermana? –dijo Eliza, enviando al vizconde una cálida sonrisa.

Si le importa tanto, entonces debería haberse quedado en casa, pensó Kit para sí mismo.

Kit se puso de pie, con una de sus manos enguantadas enrolladas en un puño

suelto en su cadera. Forzó una sonrisa.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿Cómo está la joven Franny? Apenas era un bebé la última vez que nos vimos.

– Ya ha crecido o eso cree. Dieciocho años y lista para salir. Habría estado aquí

esta noche si no fuera por su enfermedad. Estaba muy angustiada por perderse toda

la diversión. Me han asignado la tarea de proporcionar una representación completa

de los acontecimientos en el desayuno de mañana.

– Estoy segura que hará un trabajo admirable, mi Lord, -dijo Eliza-. Sólo no olvide

tomar nota de los vestidos de las damas. Es probable que su hermana quiera saber

qué colores y estilos estaban más en boga esta noche.

Eliza había aprendido bien la lección, pensó Kit, ya que incluso hace un mes no

habría pensado en considerar la moda en absoluto. Por supuesto, hace un mes

tampoco habría estado conversando tan fácilmente. Un momento de orgullo lo

invadió; se sintió profundamente complacido por su logro.

Luego Kit se olvidó de todo, ya que Brevard dirigió su mirada azul a Eliza,

añadiendo un destello cegador de sus dientes blancos y rectos.

– Gracias por una excelente sugerencia, Srta. Hammond, -dijo Brevard-. No tendré

dificultad en recordar cómo describir su encantador vestido, o la aún más

encantadora dama que lo lleva.

Kit refrenó las ganas de fruncir el ceño.

Eliza bajó la cabeza ante el cumplido.

– Es muy amable, mi Lord. Ruego sea tan amable de saludar a su hermana y

desearle una pronta recuperación.

– Lo haré. Se alegrará mucho y lamentará no haberle conocido.

– Nos reuniremos cuando se sienta mejor. Espero con ansias el día.

– Como desee. Pero ahora, si mis oídos no me engañan, creo que está comenzando

el siguiente baile.

Brevard tenía razón, vio Kit, al notar que el pequeño cuarteto de músicos

retomaba sus asientos al otro lado de la sala y tocaba unas notas de práctica en sus

instrumentos en preparación para la siguiente canción.

Brevard extendió su brazo a Eliza.

~162~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Ella se levantó y puso la mano sobre su manga.

– Winter. -Brevard asintió con la cabeza a Kit.

Eliza le envió a Kit una sonrisa bien contenida.

– Lord Christopher.

Luego dejó que el vizconde la llevara.

¿Lord Christopher? ¿Qué demonios fue eso? No lo había llamado por ese nombre

tan cargado en semanas. Pero en compañía supuso que la formalidad era la mejor.

Ya no podían dirigirse el uno al otro como Kit y Eliza, no en público de todos

modos. Muchas cosas serían diferentes entre ellos ahora. Debería estar contento, se

dijo a sí mismo. Sus deberes de mentor estaban cumplidos.

Entonces, ¿por qué el disfrute se había ido de repente de la noche?

Sin querer considerar el por qué, salió del salón de baile y se dirigió a la sala de

cartas, sin ganas de bailar.

***

– Bueno, debes estar flotando en una nube.

Desde su lugar en el asiento del coche junto a Violeta, Eliza miró a través del

interior oscuro de la noche a sus amigos, Adrián y Kit, que ocupaban el asiento de

enfrente.

– Ahora que lo dices, creo que lo estoy, -Eliza estuvo de acuerdo en una especie de

asombro.

– Tienes por qué estarlo. -Violeta se acercó y le dio una palmada en la mano a

Eliza-. Estuviste brillante esta noche, el centro de la charla de la noche, y lo digo de la

mejor manera. Todo el mundo comentaba lo atractiva que te ves y cómo has dejado

de lado tu timidez y has salido de tu caparazón. Y bailaste casi todos los bailes, los

caballeros no pudieron mantenerse alejados.

– Fue una velada encantadora.

Más que eso, fue la mejor fiesta a la que Eliza había asistido, con la posible

excepción de aquella memorable noche de hace mucho tiempo en la que Kit había

bailado con ella, y después obligó a sus amigos a hacer lo mismo. Pero ella no había

~163~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

necesitado ayuda esta noche de Kit, al menos no en ese sentido, un más que

gratificante número de caballeros pidiendo su mano, aparentemente por su propia

voluntad.

Había llegado al espectáculo de esta noche sin saber qué esperar, temblando de

miedo de que pudiera estropearlo todo e inaugurar otro lúgubre fracaso de la

temporada. Pero más rápido de lo que podía imaginar, se encontró con un atento

caballero tras otro. La experiencia había sido bastante novedosa, cuyo impacto aún se

estaba sintiendo.

– Y bailaste dos veces con Lord Maplewood, -continuó Violeta-. Es unos años

mayor que tú y viudo, pero un hombre agradable de todos modos.

– Sí, fue muy amable. Pasamos la mayor parte del tiempo discutiendo las obras. Es

un ávido del teatro con un gran conocimiento de Shakespeare. Me divertí mucho.

– Y te vi con el Sr. Carstairs y Lord Vickery y, por supuesto, con el Vizconde de

Brevard, que te reclamó para el baile de la cena. Unas cuantas jóvenes se han

quedado sin aliento por eso. Jeannette dice que Brevard es la pesca de la temporada,

una pesca muy difícil, según tengo entendido. A riesgo de sonar como mi madre, he

oído que vale veinte mil al año, así que no hay que temer que su interés por ti tenga

algo que ver con tu riqueza.

Eliza trazó un dedo enguantado sobre su pelliza.

– Sospecho que sólo estaba siendo galante y no tiene ningún interés particular en

mí.

– Bueno, ya veremos. Pero particular o no, debo admitir que uno no puede

quejarse de su compañía, es tan apuesto y guapo.

– ¿Y qué hace notando hombres gallardos y apuestos, señora? –interrogó Adrián

desde la oscuridad de enfrente-. Permítame recordarle que usted es una mujer

casada.

– Hmm, pero no una ciega. Y a pesar de mis inclinaciones eruditas, he admirado

durante mucho tiempo la estampa de un apuesto rostro masculino. ¿Por qué crees

que me enamoré de ti?

~164~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Adrián resopló con obvio buen humor y se acomodó más profundamente en su

asiento.

– Kit, has estado bastante callado, -dijo Violeta-. ¿Qué piensas de la gran noche de

Eliza?

Se aclaró la garganta.

– ¿Yo? Oh, estoy de acuerdo, la noche fue un triunfo obvio. Eliza hizo un trabajo

espléndido y superó todas mis expectativas. Como su mentor, o ex-mentor ahora

que sus lecciones han terminado, debo decir que ha sido una alumna apta y muy

atenta, bien merecedora de elogios. Estuviste maravillosa esta noche, Eliza.

– Debido a tu tutela. -Le hizo un gesto de felicitación.

– No, no, fue todo tuyo. Y debido a tu éxito, estoy seguro que no tendrás

problemas para encontrar un excelente marido. La casa olerá como una floristería por

la mañana, repleta de un verdadero jardín de ramos de flores de todos sus

admiradores. Antes de que te des cuenta, tendrás un anillo en tu dedo y todos te

estaremos animando y saludando en tu viaje de luna de miel. Qué día tan glorioso

será, ¿no crees? El día de tu boda, el evento para el que todo el plan de Violeta fue

diseñado.

– Sí, por supuesto -dijo Eliza en voz baja, contenta de que el carruaje ocultara las

sombras para que ninguno de ellos pudiera ver su expresión.

Matrimonio y un marido era exactamente lo que ella quería, se recordó a sí misma,

tal como dijo Kit. Pero, ¿tenía que parecer tan entusiasmado por ello? ¿Deseaba tanto

verla instalada y fuera de su vida?

El agradable resplandor que se había estado abrazando a sí misma desde que dejó

la fiesta se evaporó como una niebla atrapada bajo los rayos de un sol despiadado.

Cruzó las manos y escuchó el ruido de las ruedas de los carruajes en la calle, el grito

de un vigilante nocturno llamando a la hora.

– Aquí estamos, -anunció Kit en tono complacido cuando llegaron a Raeburn

House un par de minutos después. Kit saltó primero, luego Adrián, que se giró para

ayudar a Eliza y Violeta a bajar del carruaje.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿Le pediste a François que nos preparara algo, Vi? -preguntó Kit cuando los

cuatro entraron en la casa-. ¿O tendré que bajar a la cocina y dar vueltas para ver qué

puedo sacar de la despensa?

– Sabes que tienes prohibido acercarte a la cocina. -Violeta se quitó los guantes y

entregó su manto de noche a un lacayo-. François estuvo a punto de dar su aviso de

renuncia la última vez que decidisteis pelearos en sus dominios, y los buenos chefs

franceses son demasiado valiosos para arriesgarse a ofenderlos. Conozco una docena

de hogares, incluyendo a uno de los duques reales, que lo atraparían en un instante.

Pero en deferencia a ti y tu interminable apetito, dejé instrucciones para que se sirva

un ligero refrigerio en el salón.

– Eres la mejor, Violeta. -Kit le guiñó un ojo-. ¿Así que a quién más le vendría bien

un aperitivo?

– No me importaría un brandy, -dijo Adrián, dirigiéndose a las escaleras.

– Nada para mí. -Violeta se levantó las faldas y siguió la estela de su marido-.

Necesito ir a ver a Georgiana ya que ella es la que realmente necesita una comida.

Eliza subió las escaleras después de Kit, ambos se detuvieron cuando llegaron al

rellano. Casi como un pensamiento tardío, se volvió hacia ella.

– ¿Eliza? ¿Te unes a nosotros?

Se le formó un bulto en la garganta y sacudió la cabeza.

– Ha sido una noche larga y emocionante. Creo que es mejor que busque mi

descanso.

– Buenas noches, entonces. -Por un momento dudó como si estuviera a punto de

decir algo más. En lugar de eso, cerró la boca y la mantuvo cerrada.

Balanceándose en sus talones, su impaciencia por desaparecer era más que

evidente.

– Sí, buenas noches, -dijo.

Sus pasos pesados y apáticos, se dirigieron a su dormitorio.

~166~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 13

Las risas estridentes salieron del salón de abajo.

– ¿Qué es todo ese alboroto? -le preguntó Kit a March cuando entró por la puerta

de Raeburn House. Le pasó su sombrero y guantes al mayordomo mientras otro grito

de hilaridad dividía el aire.

– Visitas de la tarde para la Srta. Eliza, mi señor. La mayoría son caballeros.

Kit digirió la noticia.

– Su Gracia tuvo la misma reacción y se fue a su club media hora después.

Mencionó algo acerca de querer ser capaz de oírse a sí mismo pensar.

Kit sonrió débilmente.

– ¿Cuánto tiempo llevan todos aquí?

– Ha habido un flujo constante de visitantes dentro y fuera de la casa desde que

pasó el almuerzo. -March se pausó-. Si no le importa que se lo diga, debe ser muy

gratificante, mi señor, ver a la Srta. Eliza prosperar tan bien esta temporada. El

personal y yo no pudimos evitar ser conscientes de sus lecciones y de lo duro que

trabajó la Srta. Eliza. Estamos todos muy contentos por ella, y por su mentor

también. Debe estar encantado.

Kit se forzó a no tener el ceño fruncido.

– Sí, por supuesto, muy encantado.

Segundos después, un hombre alto con un abrigo azul oscuro salió del salón, sus

pasos sonando en el suelo de mármol.

Las cejas de Kit se levantaron.

– ¿Vickery? ¿Qué estás haciendo aquí?

El hombre levantó la vista, con una leve expresión de disgusto en su rostro.

– Winter. ¿Acabas de regresar de la venta de Ray Croft?

~167~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Sí, sólo. -Kit cruzó sus brazos-. Pensaba encontrarte allí también. Una

impresionante selección de caballos de primera en la subasta, una pena que te la

hayas perdido.

– Cierto, pero ya tengo un establo completo, y tenía... um, otros planes para el día.

Tanto como pudiera ver. ¿Cuánto tiempo ha estado sucediendo esto? ¿Vickery

cortejando a Eliza Hammond? Pensar que el hombre se sentó una vez frente a él y

verbalmente cortó a Eliza en pedazos. ¿Rechazaría a Vickery si lo supiera?

– Bueno, me alegro de verte, -dijo Vickery-. Supongo que podríamos encontrarnos

de nuevo mañana ya que he prometido llevar a la Srta. Hammond a conducir en mi

alto faetón.

Ahora el hombre la estaba llevando a conducir. ¿Qué tan serio era esto?

Kit reprimió las ganas de fruncir el ceño.

– Mira, no conduzcas tan rápido que se caiga cuando tomes una curva cerrada.

Vickery lo miró fijamente durante un largo momento, luego sonrió, asumiendo

que Kit hablaba en broma.

– No te preocupes, estará a salvo como un bebé en una cuna.

– Las cunas también deben ser cuidadas.

– Este lo hará. Ella estará bien. Me aseguraré de ello.

– Confío en que lo harás.

Vickery le mostró una incierta media sonrisa y luego aceptó con gratitud su

sombrero de March. Se lo puso en la cabeza y siguió su camino con una inclinación

de cabeza.

Antes de que March pudiera cerrar la puerta detrás de él, otro caballero llegó.

– Hola, March, -el vizconde Lancelot Brevard lo saludó con evidente familiaridad-.

¿Cómo está esta hermosa tarde?

– Muy bien, mi Lord. ¿Y usted?

– Espléndido.

– La Srta. Hammond está en el salón, mi Lord, -contestó March voluntariamente,

claramente consciente del propósito de la visita del vizconde.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Brevard dio las gracias al sirviente, y luego giró su rubia cabeza. Sus ojos brillaron.

– Winter. No te vi parado ahí.

Kit metió las manos en los bolsillos de sus pantalones

– No me di cuenta de que estabas al acecho.

Brevard se rió.

– ¿Estás a punto de entrar? -Más risas en el salón-. Parece que todos se están

divirtiendo.

– Eso parece. Pero no, voy de camino a mis habitaciones. -Pasó un dedo por la

solapa de su abrigo-. Planes para esta noche.

– Ah, entonces nosotros no te veremos en la ópera, supongo.

– ¿Nosotros?

– Sí, la Srta. Hammond ha aceptado acompañarnos a mi hermana y a mí esta

noche. He venido a informarle de todos los detalles de última hora.

– No me importa mucho la ópera como regla general.

– Bueno, sí, puede ser un gusto adquirido. -Brevard descansó los nudillos contra

una cadera-. Siento no haberte visto el otro día en casa de Gentleman Jackson. Tienes

una gran reputación allí. Escuché que golpeaste a otro de los mejores de Jackson.

Kit inclinó su cabeza.

– Mantengo mi mano en el juego.

– Debemos tener un round una de estas mañanas, -invitó Brevard con una sonrisa

alegre.

– De hecho. Suena divertido.

– Bueno, mejor voy a hacer mi reverencia a las damas. Buen día para ti, Winter.

– Buen día.

Brevard entró en el salón, y el suave y melódico saludo de Eliza sonó por encima

de la contienda.

¿Así que ella iba a ir a la ópera esta noche con Brevard? Ni siquiera se había dado

cuenta. En realidad, ya no sabía mucho sobre su agenda diaria, no como antes. En las

~169~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

tres semanas desde el baile de los Lymondhams y su nueva entrada en la sociedad,

sus vidas se habían separado gradualmente.

Por un lado, sus lecciones estaban terminadas, no más mañanas de instrucción y

conversaciones de práctica. Tampoco cabalgaban juntos por las mañanas, Eliza

sacaba a Cassiopea por la tarde para pasear por el parque. Atrapada en el torbellino

social de constantes bailes y fiestas, había tomado el hábito de la ciudad de dormir

hasta tarde y tomar frecuentemente el desayuno en su habitación. A menudo, la veía

en varios entretenimientos, pero siempre estaba rodeada de su pequeño pero

dedicado círculo de admiradores, por lo que la dejaba con ellos y no interfería.

Por supuesto, todavía la vigilaba. Cuando un libertino con una reputación menos

que estelar tanto en la mesa de juego como con las damas comenzó a insinuarse en el

círculo de Eliza, Kit había llevado al hombre a un lado en silencio y le hizo saber que

sus propuestas no eran bienvenidas.

De hecho, la feroz protección de Kit hacia Eliza no había pasado desapercibida,

algunos de sus compinches lo molestaron por su nueva hermanita hasta que se

dieron cuenta de que no le divertía y decidieron que sería más seguro guardarse las

bromas para ellos mismos.

Kit miró fijamente a la puerta del salón. Durante un largo momento, consideró la

posibilidad de seguir a Brevard en el interior. En vez de eso, giró sobre su talón y se

dirigió a la escalera, subiendo dos escalones a la vez. No tenía ningún interés,

absolutamente ninguno, en ver a Eliza coquetear y revolotear con sus pretendientes.

Para una mujer que solía ser tan tímida que apenas se atrevía a mirar a un

compañero, ciertamente había asumido su nuevo papel de encantadora ingenua con

presteza, aspiró. Algunos días apenas la reconocía, preguntándose dónde se había

ido la dulce y tímida chica que una vez había conocido.

¿Pero no había sido ese el objetivo de sus lecciones, hacer desaparecer a la vieja

Eliza en favor de la nueva versión más audaz? Debería estar encantado con ella, así

como por ella

~170~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

En vez de eso sentía... demonios, ya no sabía lo que sentía. Todo lo que sabía con

certeza era que la echaba de menos.

Se detuvo, se agarró con fuerza a la barandilla.

¿La extrañaba? ¿Echaba de menos a la tranquila, reticente y académica Eliza

Hammond, a la que una vez tuvo tan poco respeto que años antes Violeta

prácticamente le había empujado a la pista de baile para que se pusiera de pie con

ella?

Pero como se había recordado a sí mismo hace unos segundos, Eliza ya no era

particularmente tranquila ni reticente, y hacía tiempo que había superado cualquier

reticencia a que la llevaran a bailar. También le importaba su compañía. De hecho,

había llegado a disfrutarla, bastante, se dio cuenta.

Sus suaves sonrisas y sus inteligentes observaciones. Su risa y la forma deliberada

en que dejaba que una frase colgara antes de pronunciar la parte más selecta. Sus

modales gentiles y su incertidumbre ocasional, buscando guía con esos ojos de

paloma antes de despertar su propio tipo de valentía desde dentro. Cuando ella

hablaba, era con un propósito interesante. Cuando ella se callaba... bueno, él ya no

encontraba sus silencios incómodos, sino tranquilos, como una brisa pacífica en un

día cálido y soleado.

Y sus besos. Sus entrañas se apretaron al recordar sus besos. Sacudió la cabeza y

continuó subiendo las escaleras. No tenía tiempo para tales pensamientos. Tampoco

tenía tiempo para echarla de menos. Eliza Hammond estaba destinada a una vida

que no le incluía, excepto quizás como una amiga ocasional.

La idea le hizo fruncir el ceño. No, reflexionó, definitivamente no la quería como

amiga. ¿Para qué la quería entonces?

¿Un amorío?

Frunció el ceño ante lo mucho que le gustaba la escandalosa idea. Podía

imaginárselo. Lo emocionante que sería llevarla a otras lecciones, que fueran más allá

de unos pocos besos acalorados. Pero tal curso estaba lleno de peligro y tentación,

tentación prohibida que un hombre como él haría bien en evitar. Lo mejor, decidió,

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

era no hacer absolutamente nada. Además, no la echaría de menos por mucho

tiempo. Para la semana siguiente estos sentimientos aberrantes se habrían

desvanecido como un bronceado no deseado.

Una carcajada salía débilmente del salón de abajo.

Gruñó en voz baja y se dirigió a su habitación. Con un temperamento poco

característico, cerró la puerta con fuerza detrás de él.

***

– Gracias por un baile encantador, mi Lord.

Eliza abrió su abanico y lo agitó lentamente frente a su cara mientras Lord

Maplewood la escoltaba fuera de la pista de baile. Por leve que fuera, el aire llegó

como un refrescante alivio a sus cálidas mejillas, el salón de baile estaba demasiado

cerrado y lleno de gente esta noche.

Aparentemente notando su incomodidad, Maplewood emergió su cabeza canosa

en su camino.

– ¿Quiere un vaso de ponche, Srta. Hammond?

Ella levantó su mirada a la de él.

– Oh, no quisiera causarle ningún problema.

– No es un problema. No es ningún problema. -Sonrió suavemente y luego le quitó

la mano del brazo con infinito cuidado-. Espere aquí y volveré en un tris.

Ahogó un suspiro mientras lo veía desaparecer entre la multitud de la

concurrencia, deseando que en vez de ponche, pidiera que le trajeran el carruaje de

Raeburn para poder volver a casa. Pero faltaban unas horas más para que pudiera

poner sus excusas. Después de todo, estaba aquí para divertirse, bailar, conversar y

entretenerse hasta la madrugada.

No es que se sintiera miserable o que tuviera un tiempo terrible, sino todo lo

contrario. Su grupo habitual de admiradores la mantenían bien entretenida, dándole

vueltas por el salón, y luego la obsequiaban durante los intervalos con historias

divertidas y trozos de poesía diseñados para hacerla reír y sonreír. Pero eso fue antes

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

de que viera pasar a Kit, con una pelirroja en un diáfano y escotado vestido verde

esmeralda que desfilaba en su brazo.

La Marquesa Viuda de Pynchon, si no se equivocaba, una joven y hermosa viuda

que solo tenía un año más que Kit. El estómago de Eliza se había contraído, ya que

no pudo evitar notar que Kit y la viuda coqueteaban y retozaban.

¿Era su amante? ¿La acariciaba Kit? ¿La acariciaba con sus manos mientras

devoraba su boca con besos sutiles que hacían que sus rodillas se volvieran tan

débiles y tambaleantes como un bote de remos lanzado por una tormenta? ¿Hacían el

amor, entrelazaban sus cuerpos desnudos en una de las posturas que Eliza había

vislumbrado entre las páginas del travieso librito verde? Bueno, lo que Kit y su viuda

hicieran o no, no le importaba.

En los días siguientes a la lección de besos que nunca olvidaría, al menos ella, una

pequeña e idiota parte de Eliza esperaba que Kit cambiara de opinión sobre su

interludio y la buscara. Mostrarle con palabras, o mejor aún con hechos, que él se

había sentido tan conmovido por su apasionado encuentro como ella. Pero no había

hecho tales propuestas, su comportamiento hacia ella fue tan amistoso e indiferente

como siempre. Aparentemente estaba aliviado de haber cumplido con su deber ahora

que ella se había relanzado con éxito en la sociedad. Ella se alegraba de que ya no se

viera obligado a buscar su compañía.

Pero para su gran sorpresa, se encontró con que otros caballeros elegibles la

buscaban de una manera que la seguía asombrando incluso ahora, un mes entero en

la temporada. Sólo faltaba ver cuál de sus pretendientes, si es que alguno de ellos, se

ofrecía para su mano en matrimonio. Y más aún, a cuál de ellos diría que sí.

Miró de nuevo a Kit y a la viuda, aliviada cuando Lord Maplewood volvió con su

vaso de ponche. Le dio las gracias, y luego sorbió el brebaje con sabor a almendra,

abanicándose las mejillas mientras le escuchaba hablar de su hija de cinco años, a la

que claramente adoraba.

Al final del intervalo, Lord Brevard apareció a su lado.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Buenas noches, Srta. Hammond. Se ve hermosa como una rosa esta noche, si me

permite el atrevimiento. -Le hizo una elegante reverencia y luego la bañó con una

sonrisa deslumbrante que habría hecho temblar el corazón en el pecho de una mujer

muerta.

Eliza descubrió que no era una excepción.

Siempre educado, asintió con la cabeza a Maplewood.

– Mi Lord. ¿Cómo está, disfrutando del baile?

Después de intercambiar unas cuantas bromas más, Lord Maplewood se inclinó

ante ellos y se retiró para buscar a su próxima compañera.

Brevard extendió su brazo.

– ¿Vamos a la pista? La siguiente es una cuadrilla, creo.

– Mi Lord, ¿le importaría mucho si no bailáramos sino que diéramos un paseo? La

habitación está tan llena y es tan cálida esta noche.

– Lo es, ¿no es así? -Estuvo de acuerdo, compartiendo una sonrisa conspirativa-.

Un apretujamiento, como dicen. ¿Por qué no salimos al jardín? Creo que nuestra

anfitriona es conocida por sus flores, aunque puede ser demasiado pronto para

encontrar rosas en flor.

– Rosas en flor o no, un paseo por el jardín suena bastante refrescante.

Poniendo su mano en la manga del superfino traje negro a medida, se paseó con él

hacia las puertas que conducían a los jardines de más allá. Unas pocas criaturas

nocturnas tarareaban y graznaban, tocando una melodía bastante diferente de la

animada que ahora venía del salón de baile.

Una ligera brisa agitaba sus faldas, aliviando algo del desagradable calor de su

piel. Eliza respiró profundamente, contenta de estar fuera de la multitud, aunque

sólo fuera por unos minutos.

– ¿Mejor? -Preguntó Brevard, sus zapatos crujiendo ligeramente sobre el camino

de piedras.

– Mucho. Supongo que debo parecer una terrible gansa por querer escapar de las

festividades.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– No, en absoluto. Algunas fiestas se toman mejor en pequeñas dosis. -Caminaron

en silencio por unos momentos-. Quería agradecerle de nuevo por acompañarme a la

ópera la semana pasada.

– Lo disfruté tanto, los maravillosos trajes y los gloriosos cantantes. Fue una

velada verdaderamente encantadora.

Inclinó su cabeza, la bañó con otra sonrisa. Para mí también.

– Y su hermana es una joven tan agradable. La vi esta tarde, justo después que yo

llegara. Tuvimos una excelente conversación sobre arte.

– Oh Franny ama el arte. Si la deja, le hablará sobre el tema, no se preocupe. El Sr.

Turner es uno de sus favoritos, así que a menos que quiera oír todo lo que hay que

saber sobre el hombre y su pintura, le advierto que no diga nada.

Él sonrió y Eliza se rió.

– De hecho, - continuó el vizconde-, acabo de prometerle a la abuela que las llevaré

a la inauguración de la exposición de verano de la Real Academia. ¿Le gustaría

acompañarnos? Sería un complemento perfecto para nuestra fiesta.

Se detuvo por un momento, sorprendida una vez más por el hecho que le pidiera

que se uniera a él y a su familia en una excursión. Para la mayoría de los hombres, tal

invitación podría ser interpretada como un interés romántico. Pero no podía estar

cortejándola en serio, pensó ella, no un hombre como el Vizconde de Brevard. Podría

tener a cualquier mujer de su elección. No podría quererla. Ella estaba segura de que

sólo estaba siendo amable.

– Sí, -dijo-, suena como una tarde muy entretenida. Estaré encantada de aceptar.

– Bien. -Se detuvo y puso su mano enguantada sobre la de ella, donde descansaba

en su manga-. Ahora, ¿ha aumentado el frío en el aire para ti, o vamos a pasear un

poco más?

– El aire me parece bien. Paseemos.

Se adentraron en el jardín, la música sonaba tenue, las sombras pesadas donde la

vegetación crecía espesa y frondosa. Eliza captó un toque de lilas en el aire,

disfrutando de la dulzura azucarada de su perfume.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Brevard la detuvo.

– ¿Le he dicho lo hermosa que está esta noche?

– Aprecio el cumplido, mi Lord, pero no hace falta que me halague. Sé que no soy

hermosa.

– Se hace una grave injusticia, Srta. Hammond, pero es obvio que no puede verse a

sí misma como yo.

– Supongo que no. Sin embargo, es muy amable, mi Lord.

– No existe tal cosa. Los amigos no mienten, y me gusta pensar que nos conocemos

lo suficiente como para considerarnos amigos.

Compartía una sonrisa genial.

– De hecho, sí.

– Entonces, amiga, ¿se me permitiría llamarte por tu nombre de pila? ¿Eliza?

Ella consideró su petición.

– No veo ningún daño. Sí, por supuesto que puede.

– Y debes llamarme Lance.

Su voz flotaba profunda y cortés en la brisa nocturna. Pensó en otra persona, otro

amigo bendecido con una voz igualmente convincente y se preguntó por su fuerte

reacción a ambos hombres.

Le había dicho a Kit que quería una comparación, aunque en ese momento sus

protestas no habían sido más que una artimaña diseñada para invitarlo a abrazarse.

Sin embargo, aquí estaba ella de pie en un jardín sombrío con un hombre

devastadoramente guapo. Dado que, tal vez debería experimentar, cumplir con su

declaración aún no verificada para desplegar sus alas y probar sus nuevos límites.

Un leve escalofrío la atravesó ante la idea.

– Tienes frío, -preguntó suavemente-. Aquí, déjame llevarte de vuelta adentro.

Ella se volvió hacia él.

– En un minuto. Primero, te haría una pregunta.

Esperó, escuchando.

Ella se puso a prueba antes de mirar hacia arriba a sus brillantes ojos azules.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Lance, ¿me besarías?

Podía leer su sorpresa, una de sus cejas doradas volando hacia el cielo. Entonces

sonrió.

– Si te gusta, Eliza.

– Me gustaría ver si me gusta.

Él dio una sonrisa lenta y leonina.

– Entonces vamos a intentarlo.

Ella respiró con anticipación, exhalando lentamente mientras Lance la tomaba en

sus brazos.

¿Cómo se sentiría su beso? se preguntó. Seguramente diferente del de Kit, pero ¿sería

mejor o peor?

Inclinó la cabeza, uniendo sus bocas un instante después. Ella cerró los ojos y se

permitió relajarse en la sensación. Agradable, pensó, definitivamente agradable, sus

labios cálidos y acogedores mientras se movían contra los de ella con seguridad.

Sintiendo su voluntad, él profundizó el abrazo, exigiendo más.

Ella le devolvió el beso, separando sus labios mientras se entregaba

completamente a su toque. De repente, quiso pasión y calor, quiso que él hiciera que

su mente se fundiera con el deseo, quiso que él quemara limpiamente el recuerdo de

todo lo que había sentido por Kit Winter.

Se lanzó al abrazo en una especie de frágil desesperación. Su corazón se aceleró, su

piel se calentó a pesar del aire frío. Pero su mente permaneció completamente, y de

manera indiscutible, como suya. El beso de Lance fue hábil y gratificante, y estaba

segura de que la mayoría de las mujeres se volverían medio insensibles por el poder

de su toque experto. Sus besos eran encantadores, excepto por una cosa.

No era Kit.

Ella se alejó, inclinando la cabeza para que él no pudiera leer la tristeza que

seguramente se mostraba en sus ojos.

– Debes pensar que soy terriblemente atrevida.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– No, creo que eres encantadora -dijo, sin aire como si no pudiera recuperar el

aliento.

¿Le había hecho eso su beso?

Ella se dio cuenta entonces de que no debería haberlo besado, ya que claramente a

él le había gustado mucho más que a ella. Se obligó a mirarle y a sonreír.

Detrás de un seto de hoja perenne, Kit vio a Brevard besar a Eliza. Retuvo el grito

de indignación que llegó a sus labios, sus manos se enroscaron tan fuerte que le

dolían los nudillos por la tensión.

Había salido para disfrutar de unos momentos de tranquilidad para sí mismo,

para disfrutar de una refrescante bocanada de aire nocturno. También quería poner

una distancia muy necesaria entre él y Marvella Belquirt, la marquesa viuda de

Pynchon.

Nunca debió haber empezado a coquetear con ella, ni haberla besado hacía tres

noches en la biblioteca del baile de los Nightons. Ella tenía la reputación de tomar

amantes, jóvenes y viriles, amantes que eran la antítesis de todo lo que su, ahora

afortunadamente fallecido, marido de casi ochenta años había sido.

Enredado en su abrazo en el sofá de la biblioteca, él sabía que ella le habría dejado

disfrutar de mucho más que unos cuantos besos y un rápido tanteo. Qué fácil habría

sido subirle las faldas y meterse en su calor femenino, para aliviar sus recientes

frustraciones y confusiones con otra mujer, por la que sabía que no debía sentir nada.

Pero sólo el susurro del nombre de Eliza en su mente había sido suficiente para

desinflar su lujuria y poner fin a la apasionada cita.

Así que cuando Marvella comenzó a coquetear con él esta noche, debería haber

puesto fin a sus insinuaciones amorosas. Pero justo cuando abrió la boca para

despedir a la viuda, Eliza se balanceó en el brazo de Brevard, riéndose con obvio

placer de lo que el otro hombre decía.

Y ahora Eliza estaba en los brazos de Brevard y se estaban besando.

Poniendo a prueba sus nuevas habilidades tal y como había prometido. ¿Fue

Brevard el primero o dejó que otros de su círculo la llevaran afuera para tomar una

~178~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

pequeña muestra de sus dulces labios? ¿Dejó que Maplewood la besara? ¿O a

Vickery?

En su corazón sabía que ella no lo había hecho, no lo haría. A pesar de su audaz

discurso de ese día en el estudio de Violeta, él sabía que Eliza no lo haría, no era una

buscona, sino una dama hasta los huesos. Si besaba a Brevard, era porque debía

sentir algo por el hombre.

Su suposición pareció ser cierta cuando Brevard y Eliza se separaron. Mientras

Brevard la abrazaba, ella inclinó la cabeza y la apoyó contra el frente de su camisa

como si tratara de estabilizarse. ¿Estaba tan afectada por la pasión de su beso que

necesitaba un momento para recuperarse?

Entonces miró a Brevard y sonrió, brillante y deslumbrante como si su toque

hubiera iluminado todo su mundo.

Kit miró hacia otro lado, incapaz de presenciar otro momento.

Quiso irse pero no pudo, por miedo a que le oyeran y se dieran cuenta de que

habían sido observados. Así que esperó hasta que volvieron al salón de baile.

Sólo entonces emergió para abrirse camino lentamente hacia el interior.

***

Kit le dio una palmadita en la cara y luego devolvió la toalla al sirviente que lo

esperaba, quien la agarró con una mano hábil. Aceptó un vaso de agua con limón fría

y se lo bebió a largos tragos.

Kit echó un vistazo a su contrincante. El gran hombre estaba apoyado en una

pared del salón de boxeo, literalmente intentando recuperar el aliento. Él y el hombre

de Jackson habían disfrutado de una buena y larga práctica esta mañana, calentando

con varios tipos de trabajo de pies antes de pasar a los golpes de mano y puñetazos y

fintas y contragolpes.

En lo que cualquiera habría confirmado que era un humor hosco si hubiera sido

tan tonto como para mencionarlo, Kit había ido duro y directo a la práctica.

~179~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Negándose a hacer una pausa entre rondas, había presionado aún más fuerte,

pasando de una habilidad a la siguiente como si fuera un hombre poseído.

Y quizás estaba en eso, había meditado Kit, esperando poder usar un par de

guantes de boxeo y un oponente sano para vencer a los demonios que acechaban

dentro de él. Pero todo lo que había logrado era hacer sudar su cuerpo y cansar a su

oponente. Al final, se dio cuenta de lo que hacía, se dio cuenta de que el otro hombre

necesitaba parar pero no podía, no hasta que Kit o el mismo Caballero se lo

ordenaran.

Así que Kit se había detenido.

– Bien hecho, Jones -le dijo Kit al otro hombre-. Ve y límpiate.

– Gracias, mi Lord. -Jones asintió con la cabeza y luego salió de la sala de prácticas.

Kit se dejó caer en un banco de madera lisa y puso sus codos sobre sus rodillas. A

pesar de los esfuerzos de la mañana, estaba apenas sin aliento, la energía acumulada

seguía zumbando como un arco de electricidad a través de sus músculos y dentro de

sus venas. Supuso que podía pedirle a Jackson que le proporcionara un nuevo

compañero para trabajar el resto de sus reservas excedentes, pero el salón estaba

ocupado y no quería molestarle.

Respirando hondo, decidió que también podía dejarlo por hoy. Tal vez llevaría a

Marte a uno de los parques menos concurridos, Green Park o incluso Richmond Park

si tenía ganas de vagar más lejos en el campo, y dejar que el caballo corriera. Un buen

galope podría ser exactamente lo que necesitaba para despejar su mente.

Acababa de ponerse de pie cuando Brevard entró en la habitación. El atuendo de

Brevard, una camisa de lino blanca de cuello abierto y pantalones holgados, no era

muy diferente de la ropa que llevaba Kit, aunque hacía tiempo que Kit se había

quitado la camisa. Despreciaba la sensación del material empapado de sudor que se

aferraba a su carne.

Al notarlo, Brevard cruzó la habitación.

– Winter, buenos días. -Ofreció una mano.

Kit aceptó y devolvió el apretón de manos, rápido y extra firme.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Ya veo que esta mañana ya has hecho unas cuantas rondas, -observó Brevard,

mirando las pocas gotas de sudor que Kit sabía que aún estaban adheridas a su piel.

Kit asintió con la cabeza.

– Sólo la práctica, sin embargo, no llegué al ring.

– Todavía tengo que calentar, pero estoy esperando una buena sesión.

Una buena sesión. ¿No es eso exactamente lo que había estado sentado aquí

anhelando? ¿Alguien nuevo a quien pudiera golpear? ¿Un digno oponente sobre el

que pudiera dirigir la fuerza de todo su exceso de energía? Ni siquiera el mismo

Caballero sería un mejor adversario, especialmente porque Kit no tenía ganas de

golpear al Caballero en el piso del ring de boxeo.

Una imagen de Brevard besando a Eliza pasó por su mente. Viejo amigo o no, Kit

pensó, voy a disfrutar esto.

– Por qué no tenemos ese combate, -sugirió Kit, -cuando estés listo, por supuesto.

Me prometiste un combate, según recuerdo.

Brevard le dio una mirada de sorpresa.

– ¿Quieres decir hoy?

– Sí, hoy. Los dos estamos aquí. ¿Por qué esperar?

– No sé si me sentiría bien desafiándote hoy. No parece deportivo de alguna

manera.

– ¿Cómo es eso? -Kit cruzó los brazos sobre su pecho.

– Bueno, ya llevas un tiempo aquí, trabajando y practicando, mientras que yo

acabo de llegar. Parece que eso me daría una ventaja injusta, viniendo tan fresco

como estoy.

– No, en absoluto. Estaba a punto de pedirle a Jackson un nuevo compañero de

reserva de todos modos. Me gasté el primero y tuve que enviarlo a recuperar el

aliento.

Brevard consideró por un largo momento.

– Si estás seguro...

– Por supuesto que estoy seguro. Estoy listo cuando tú lo estés.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Kit hizo algunos estiramientos para mantener sus músculos calientes mientras

Brevard hacía su propia rutina al otro lado de la sala. La anticipación zumbaba a

través de Kit. Apenas pudo mantenerse quieto cuando permitió que uno de los

sirvientes lo atara a sus guantes. Con los guantes puestos, golpeó un puño duro y

acolchado en el otro, disfrutando de la sensación de poder mientras el impacto

reverberaba en sus brazos.

Oh, sí, voy a disfrutar de esto

Entonces Brevard, se puso de pie, cruzó y se subió al ring. Kit lo siguió,

balanceándose dentro del área de boxeo con fácil familiaridad. Este era su territorio,

y sabía exactamente cómo usarlo.

Varios combates de práctica cesaron en la sala, los caballeros y los plebeyos se

reunieron para ver el combate. Los chicos de las toallas se agachaban, deslizándose

entre la multitud al frente como pequeños monos, para poder ver la acción. Incluso el

propio campeón retirado, el Caballero Jackson, se acercó para presenciar la

competición.

Dentro del cuadrilátero, Kit y Brevard tocaron los guantes en un saludo deportivo,

y luego empezó la pelea.

Kit bailó hacia atrás, los guantes se levantaron instantáneamente y se prepararon.

Daba vueltas lentamente, estudiando a su oponente, juzgando y midiendo mientras

intentaba anticipar cuál sería el movimiento inicial de Brevard.

Ese movimiento vino un instante después en forma de un golpe hacia sus costillas.

Kit estaba preparado, metiendo los brazos en su pecho para desviar el golpe.

Contrarrestó con un golpe propio, un fuerte uppercut que conectaba con la

mandíbula de Brevard. Escuchó el golpe cuando el cuero se unió a la piel, la cabeza

de Brevard se giró bruscamente hacia un lado.

El vizconde sacudió la cabeza, el golpe fue más fuerte de lo que esperaba.

– Oí que tenías un buen golpe, Winter. Ahora sé lo que significa.

– ¿Qué? ¿Este pequeño golpe? -Kit corrió unos pasos en su lugar, sacudió sus

brazos-. ¿Listo para ir de nuevo?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Brevard lo inmovilizó con una mirada de cautela.

– Es un partido amistoso el que estamos teniendo, ¿verdad?

– ¿Qué otra cosa podría ser? ¿No somos ambos caballeros?

La mirada del vizconde se despejó.

– A la derecha. Procedamos.

Se movían uno alrededor del otro, con los guantes listos para la acción. Kit dejó

que Brevard se le acercara en su propio tiempo y a su propio ritmo. Cuando lo hizo,

Kit se enfrentó a sus golpes, los cuales contrarrestó sin esfuerzo. Esperó, repeliendo

dos series más de golpes y contragolpes, dando al otro hombre suficiente espacio

para atraerlo a donde quería.

Entonces, de repente, el momento fue el correcto. Uno, dos, y directo a las costillas

de Brevard. El vizconde hizo un gesto de dolor, metiendo instintivamente los codos

cuando ya era demasiado tarde. Los golpes debieron doler, Kit lo sabía, pero no

habían sido tan fuertes como para romper nada.

Sonriendo, Kit retrocedió unos pasos.

– Tienes que mantener tu derecha, amigo mío. Estabas muy abierto.

Los ojos de Brevard se entrecerraron al enviarle a Kit otra mirada penetrante.

– Lo recordaré. -Hizo una pausa-. Sabes, Winter, no tengo ningún deseo de hacerte

daño.

– Qué decente. -Kit mostró sus dientes-. Supongo que eso hará que el partido sea

mucho más fácil de ganar para mí.

Se callaron y volvieron a dar vueltas, intercambiando puñetazos y golpes al azar.

Brevard conectó un par de veces, golpes ligeros y de refilón que parecían más

picaduras de abeja que golpes reales. Entonces el vizconde cogió su ritmo y entró,

dando un par de golpes sólidos en el estómago de Kit que expulsaron el aire de sus

pulmones. Kit se echó hacia atrás para recuperarse, levantando las manos para

proteger su diafragma antes de que cayera otro golpe.

Se llamó al tiempo, a cada hombre se le dio un pequeño período para descansar y

tomar líquidos. Kit se secó la cara con una toalla y se quitó la sequedad de la boca

~183~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

con un par de tragos de agua con limón. Cuando recuperó el aliento y la fuerza,

volvió a pisar el centro del ring, listo para otro asalto.

No esperó más de unos segundos antes de volver a Brevard, golpeando fuerte y

rápido en una serie de rápidos golpes de martillo. Brevard reaccionó, tratando de

protegerse y dar su propio golpe. Pero fue Kit quien dio el golpe exitoso, un golpe

que cayó en la mejilla y la nariz del otro hombre.

Un goteo de sangre se filtró por la fosa nasal de Brevard. Se lo limpió en la manga

de su camisa.

– Lo siento. Supongo que me puse demasiado rudo, -dijo Kit, con su tono

claramente no arrepentido.

– Todo este combate parece duro. ¿Pasa algo? -exigió el vizconde en tono bajo,

sólo para los oídos de Kit-. Si no lo supiera, pensaría que realmente te interesa la

sangre. Lo cual, casualmente, acabas de perfilar.

Kit se encogió de hombros.

– No sé a qué te refieres. Vamos, Brevard. Vamos a pelear.

El vizconde sacudió la cabeza.

– No hasta que me digas por qué estamos peleando de verdad. Esto es más que un

simple combate de práctica.

– ¿Qué te dio la idea de que no estaba practicando?

Kit se le acercó de nuevo, el vizconde le subió los guantes una fracción de un

instante antes de que Kit le diera otro fuerte golpe en las costillas. Kit siguió adelante,

usando ritmos alternados; tres golpes, luego dos y tres de nuevo; lanzados en grupos

inesperados y a diferentes velocidades para mantener al otro hombre fuera de

balance y a la defensiva.

Los pulmones de Kit estaban trabajando por aire, su piel estaba resbaladiza de

sudor cuando se llamó a otra ronda. Brevard, vio, no estaba mejor, la piel enrojecida,

el pecho agitado para recuperar el aliento. Los músculos de los brazos y las piernas

temblaban, Kit podía sentir un leve cansancio que se le acercaba, pero nada serio,

nada que no pudiera superar, aún vigorizado por la competencia.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Terminado el período de descanso, él y Brevard se reunieron una vez más en el

centro del cuadrilátero, llamadas y gritos de la multitud para animar a los dos,

obviamente se hicieron apuestas.

Kit lanzó una combinación de puñetazos y el vizconde devolvió los mismos, sin

que ninguno de ellos hiciera ningún daño en particular. Cuando Kit se acercó lo

suficiente como para golpear, el vizconde le dio un abrazo que le rompió las costillas.

– Fuera con eso, -dijo Brevard en la oreja de Kit mientras luchaban-. ¿Qué hay

detrás de tu ira?

– Una dama, -escupió Kit.

– ¿Qué dama?

Con un gruñido, Kit se soltó de la agarradera de Brevard y colocó otro par de

trompadas.

– El vizconde se inclinó hacia adelante y enroscó sus brazos alrededor de su

vientre magullado.

Sin querer arriesgarse a ser escuchado, Kit se acercó.

– La dama a la que atrajiste al jardín anoche.

– ¡Oh! -Los ojos azules de Brevard se abrieron de par en par antes de que Kit le

diera otra paliza en las tripas. El vizconde volvió a tropezar pero se agarró a sí

mismo antes de caer.

Sacudiéndose el golpe, Brevard se adelantó.

– Es una amiga, casi una hermana para ti, lo sé, pero no tienes nada de qué

preocuparte.

Kit renovó su ataque.

– Mis intenciones son estrictamente honorables, -dijo el vizconde, esquivando los

golpes de Kit sin hacer mucho esfuerzo para contrarrestarlos.

– No me parecieron honorables. -Kit dio otro golpe.

– Bueno, lo son. Necesita tiempo todavía, pero estoy considerando seriamente

pedirle que sea mi esposa.

– ¿Qué? -La boca de Kit se abrió, sus brazos se cayeron hacia abajo.

~185~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

En alguna parte del cerebro, Kit vio que el golpe que Brevard ya había empezado a

lanzar se acercaba a él, pero no pudo hacer nada para levantar los guantes a tiempo.

Abierto de par en par, recibió el golpe directamente en su cara.

Su cabeza nadaba, el dolor explotaba en su mejilla, pequeños chispazos de luz que

flotaban ante sus ojos. Pestañeó y se balanceó, y luego cayó durante lo que pareció un

tiempo muy, muy largo. Los tablones de madera se estremecieron bajo él cuando

finalmente cayó al suelo. Gimió, su cuerpo se convirtió en un dolor instantáneo.

– Winter, ¿estás bien?

Entrecerró los ojos en la sala, la cara de preocupación de Brevard girando sobre él.

Le pareció extraño. ¿Por qué estaba girando Brevard?

Otra mano masculina apareció en su línea de visión estropeada, dándole un ligero

golpe en el lado no dañado de su cara.

– Oye, ¿qué hay en las llamas azules sangrientas? -Kit se quejó, tratando de

alejarse de la exigencia. Era el Caballero Jackson, Kit se dio cuenta a pesar de su

aturdida confusión.

Jackson levantó la vista para dirigirse a la multitud.

– Está bien.

Una ola de murmullos y exclamaciones flotó en el aire.

– Estabas dos libras encima.

– Maldita sea, es la primera vez que Winter ha caído.

Brevard, sin guantes, extendió una mano para ayudar a Kit a ponerse de pie. Sólo

entonces Kit recordó lo que el vizconde había confesado justo antes de que golpeara

a Kit.

¿Brevard está considerando casarse con Eliza?

Kit palideció y de repente sintió ganas de vomitar. Se sacudió la sensación, como

resultado del golpe en la cabeza, se dijo a sí mismo. Se balanceó y miró fijamente al

vizconde.

– Bueno, Brevard, -murmuró-. Parece que has ganado este asalto.

~186~
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Capítulo 14

Por una vez Eliza no tenía ningún compromiso fijo por la tarde. Esta noche

asistiría al musical de Fitzmarions, donde los invitados escucharían la voz de la

soprano de la reina de la ópera. Hasta entonces Eliza era libre de hacer lo que

quisiera, y lo que eligió hacer fue leer un libro.

Después de compartir una visita a última hora de la mañana con Violeta y los

niños, se desvió a su dormitorio para recuperar de la mesita de noche, la novela que

estaba leyendo. A punto de entrar, se giró ante el ruido sordo de las pisadas, para

encontrar a Kit subiendo por el pasillo.

– Buenos días, -dijo.

Su paso fue más lento y levantó una mano en señal de saludo.

– Eliza.

¿Temblaba?, al menos ella pensó que él se estremeció, no contactando

directamente su mirada. De hecho, parecía estar sosteniendo su cabeza en un ángulo

bastante extraño, como si hubiera algo que no quería que ella viera. Cuando se acercó

lo suficiente para pasar, ella lo miró mejor.

– ¡Kit! –jadeó-. ¡Oh, Dios mío!, ¿qué te ha pasado?

A pesar de su obvia reticencia, se detuvo y exhaló un profundo suspiro. Volviendo

a respirar, se enderezó y se encontró con su mirada.

– No es nada, -murmuró.

Alargando los brazos, le cogió la barbilla en la mano y le hizo un ángulo en la cara

para poder inspeccionar la herida. Púrpura como una tarta de moras y claramente

dolorosa, un moretón lívido recorrió su pómulo derecho, un pequeño corte

incrustado de sangre enroscado en su punta exterior.

– ¡Claro que es algo! -declaró en tono ansioso-. ¿Qué demonios te ha pasado?

– Sólo deporte, nada serio. Bajé la guardia cuando debería haberla mantenido.

~187~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿Puñetazos, quieres decir?

Sabía que Kit disfrutaba de las actividades atléticas, frecuentando la Academia de

Esgrima de Ángelo y el establecimiento de boxeo de al lado, el del famoso Caballero

Jackson.

– Exactamente así, -confirmó.

Sus cejas se arrugaron.

– Bueno, no debe haber sido una pelea justa, si este es el resultado.

– Fue justo. No te preocupes por eso.

– ¿Cómo no voy a hacerlo, cuando estás tan obviamente herido? Necesitas

atención médica. Enviaré por el médico.

Sacudió la cabeza, haciendo una mueca al movimiento.

– No harás nada de eso. Aprecio tu preocupación, pero no permitiré que un

charlatán me pinche y me sangre. Sólo empeorará las cosas.

Quería seguir discutiendo, pero conocía a Kit lo suficiente como para darse cuenta

de que sus ruegos serían inútiles.

– Si no quieres ver al doctor, al menos déjame hacer lo que pueda. Un fomento

debería ayudar a aliviar el moretón antes de que lo peor se fije. Tengo un libro de

hierbas medicinales aquí en mi habitación. Entra y siéntate mientras encuentro la

receta.

Demasiado preocupada como para pensar en la propiedad de invitar a Kit a su

habitación, cogió la palma de su mano dentro de la suya y lo llevó a su habitación.

– No tienes que preocuparte por esto, -dijo-. He sufrido mucho más que esto a lo

largo de los años.

Ella respondió con un delicado resoplido.

– Si es así, me alegro de no haber tenido ocasión de ver los resultados. Ahora,

siéntate. -Ella lo señaló hacia un sillón no muy lejos de su cama.

Con un encogimiento de hombros, obediente Kit cruzó y se hundió en el asiento.

Por más que pretendiera que su herida no le molestaba, su cara palpitaba como el

mismísimo diablo. Conteniendo el impulso de gemir, vio a Eliza mientras se movía

~188~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

serenamente femenina por la habitación, que estaba pintada en relajantes tonos de

cáscara de huevo y azul, su destino era una estantería que estaba en una esquina. Se

podía contar con Eliza Hammond, meditó, para tener lo que equivalía a una pequeña

biblioteca privada a su disposición. Sonrió e instantáneamente se arrepintió del

movimiento.

En silencio, la observó mientras sacaba un libro tras otro, murmurando en voz baja

mientras hojeaba las páginas, buscando la poción de hierbas prometida. Después de

un par de minutos, se volvió.

– He encontrado un par de decocciones que creo que ayudarán, pero no la que

realmente quería. No sé por qué, pero no puedo encontrar el libro correcto. -Golpeó

una uña contra un estante y suspiró.

– Tal vez se dejé el volumen fuera, -sugirió. Sus cejas se arrugaron con

consternación-. Tengo unos cuantos títulos dispersos, como puedes ver.

Y así lo hizo, se dio cuenta, notando una torre de libros de un metro de altura

apilada en una silla cerca de la ventana, y otro conjunto de volúmenes dispuestos

entre las patas de su mesita de noche.

– Tal vez sea uno de estos. -Hizo un gesto hacia los títulos en el suelo.

Agitó la cabeza.

– Esos son mayormente para lectura de placer. No sería uno de esos.

– ¿Y aquí? A veces guardo notas y cosas así en los cajones de mi mesa de noche,

pensando que recordaré exactamente dónde las he puesto, sólo para tener que

golpear mi cerebro más tarde en la búsqueda. Tal vez eres como yo y sólo lo has

olvidado. -Abrió el cajón. Dentro encontró un volumen delgado encuadernado en

cuero verde raspado-. Aquí hay algo, -dijo, levantando el libro-. ¿Es éste?

Un jadeo horrorizado rasgó el aire.

– ¡No! Devuelve eso.

Le echó una mirada extrañada, sorprendido por la expresión de alarma en su

rostro, sus ojos grandes y redondos como canicas.

– ¿Cuál es el problema?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Nada. -Corrió hacia adelante, con las manos extendidas-. Ese no es el libro

correcto.

– ¿Estás segura? -Abrió con el pulgar la portada-. Las Posturas de Albanino. Podría

ser un trabajo médico.

– No lo es, es... por favor, dámelo. -Sus palabras se estremecieron, sonando

extrañamente desesperadas.

– ¿Por qué? ¿Qué es?

Decidiendo instintivamente jugar a mantenerse en su lugar, subió el volumen y lo

puso fuera de su alcance, y luego abrió el libro por el centro. Segundos después, su

boca se abrió, sus ojos se abrieron de par en par mientras miraba atónito la

ilustración que tenía delante.

– ¡Maldito Cristo!

Miró fijamente durante otro largo minuto antes de pasar la página, sólo para

descubrir otra imagen tan lascivamente notable que tuvo que girar el libro para ver el

cuadro desde un ángulo diferente.

– ¿De dónde sacaste esto? -exigió, disparando a Eliza una mirada incrédula.

Rojo langosta hasta la línea de su cabello, Eliza separó sus labios para hablar, pero

no surgió ningún sonido. Cerrando los ojos, tragó y sacudió la cabeza.

Pasó otro par de páginas, deteniéndose para leer uno de los poemas. Sus labios se

movieron.

– Supongo que se podría decir que es un texto educativo, pero no del tipo que

esperaba encontrar en tu posesión. -Sus ojos se abrieron de golpe-. ¿Cómo es que una

joven de buena familia como tú tiene libros obscenos en su mesita de noche?

– ¿Libros? Sólo hay uno, -dijo ella con voz ronca.

– ¿Y de dónde sacaste el uno? -Cerró el libro, y luego lo movió en su dirección.

Sus mejillas brillaban más.

– Yo... um...

– ¿Sí?, -esperó alentadoramente.

– Prefiero no decirlo.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Sospecho que no lo harías, pero como soy un tipo curioso, no podré descansar

hasta que tenga una confesión completa de ti. Así que confiesa.

¿Dónde Eliza había encontrado la lasciva colección que tenía. ¿Algún amigo le

había dado el libro? Y si es así, ¿qué clase de amigos tenía ella en estos días? Este era

el tipo de libro por el que los hombres generalmente se pasaban como las liendres en

sus días en Oxford...de mano en mano secretamente de un tipo lujuriosamente

curioso al siguiente. Seguramente uno de sus pretendientes no le había prestado el

volumen.

Al pensar en ello, sus cejas se agruparon en un temible nudo.

Eliza dio un suspiro audible.

– Muy bien, pero no puedes decirle a ella que lo tengo.

Ella. El alivio surgió a través de él. Al menos la persona misteriosa era mujer.

– ¿Decírselo a quién?

Dudó por otro largo momento.

– Violeta.

La sorpresa lo sacudió como un rayo.

– ¡Qué! ¿Quieres decir que este libro pertenece a Violeta?

– Bueno, ahora sí, aunque originalmente vino de Jeannette. Ella se lo dio a Violeta

como un regalo.

– Dios mío.

– Jeannette pensó que Violeta y Adrián podrían disfrutar. -Eliza se separó, su cara

se sonrojó de nuevo, carmesí como un tomate maduro-. Bueno, no importa lo que ella

pensara. Violeta rechazó el libro, así que Jeannette lo puso en un cajón del salón y...

bueno... um...

– ¿Lo tomaste?

Al asentir, él estalló en risa, gimiendo momentos después por el golpe de dolor

que le cortó la mejilla maltratada.

Su mirada de vergüenza se convirtió instantáneamente en preocupación.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¡Oh, estás sufriendo!, ¿no? Necesitas esa cataplasma y aquí estamos parloteando

sobre los incidentes.

Levantó el fino volumen verde.

– No llamaría a este libro incidental.

– No obstante, necesitas algo en tu pobre cara maltratada, -dijo ella, obviamente

deseosa de cambiar de tema-. Tu mejilla parece aún más hinchada ahora que cuando

te vi por primera vez. Déjame bajar a la cocina a preparar algo.

– Ya te lo he dicho, lo haré bien por mi cuenta.

– No, siéntate y espera, por favor. -Corrió a la estantería y recogió uno de los libros

de hierbas. Mirando con gran prisa para irse, se dirigió hacia la puerta. Al pasar junto

a él, su mirada se dirigió con inquietud hacia el delgado volumen que aún tenía en

sus manos.

– No se lo dirás, ¿verdad?

Sacudió la cabeza.

– No. Será nuestro secreto.

– Entonces, ¿podrías por favor poner eso de nuevo en el cajón? -Preguntó.

– Lo que debería hacer es confiscarlo, pero supongo que sería como cerrar la

puerta del establo después de que el caballo haya galopado. -Dándole una última

mirada divertida, puso el libro en el cajón de la mesa de noche, y lo cerró.

La tensión en sus hombros se alivió ligeramente.

– Ya vuelvo.

– Tómate tu tiempo, -exclamó, pero ella ya se había ido, corriendo por la puerta

como si una jauría de perros pequeños le pisara los talones. Sacudiendo su cabeza en

continuo asombro por su descubrimiento sin precedentes, se hundió en la silla una

vez más, y cruzó sus pies en el tobillo.

Con las mejillas tan calientes como si hubieran sido rociadas con aceite para

lámparas y quemadas, Eliza se apresuró a bajar por el pasillo, al libro de hierbas lo

aferró fuertemente a su pecho. Sabía que si se detenía a considerar lo que acababa de

ocurrir, se derrumbaría en un charco de miseria.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

¡Oh, qué vergüenza! ¡Qué mortificación! ¿Cómo iba a enfrentarse a Kit otra vez?

¿Cómo iba a mirarlo a los ojos sin pensar en ese escandaloso libro? Recordaba su

expresión cuando lo encontró y lo abrió para ver todas las representaciones de

Ribald.

Pero tuvo que admitir que una vez que Kit tuvo un momento para superar su

estupor inicial, no la condenó, no de la manera que ella podría haber esperado.

Incluso a Violeta le habría costado aceptar la situación, y ciertamente no se habría

reído como lo hizo Kit, al menos no tan rápido.

Pero, Dios mío, ¿qué pensará de ella? Que era una persona horrible, lasciva, eso es

lo que era. Oh, ¿por qué se había rendido a sus impulsos más oscuros y había tomado

el libro? Sólo había sucumbido a la tentación ayer cuando encontró el volumen aún

dentro del escritorio del salón y no pudo resistirse. Apenas tuvo oportunidad de

volver a verlo. Fue una estupidez ponerlo en su mesilla de noche donde cualquiera

pudiera verlo, se reprendió a sí misma. Pero no esperaba que nadie mirara dentro de

su mesilla de noche.

Su criada era muy respetuosa con los papeles personales y pertenencias de Eliza.

En realidad, la chica no usaba mucho los libros, movía la cabeza cuando creía que no

era observada, murmuraba sobre cuántos había y cómo llenaban cada rincón de la

habitación. Así que si su criada se hubiera topado con el pequeño libro verde, no

habría pensado en nada, ni siquiera habría tenido la necesidad de mirar dentro.

Kit, por otro lado, era una fuente de curiosidad, siempre deseoso de echar un

vistazo.

Sintiéndose un poco enferma, pero decidida a cumplir su promesa de atender la

herida de Kit, Eliza forzó sus pies hacia la cocina. Tal vez el trabajo de mezclar y

calentar el fomento de las hierbas podría distraerla lo suficiente como para olvidar su

humillación.

De vuelta en la habitación de Eliza, Kit no pudo evitar considerar el hallazgo que

había hecho.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

¿Quién hubiera imaginado, meditó, que la anteriormente tímida y reservada Eliza

Hammond tenía ese tipo de antojos ocultos dentro de ella? ¿Quién hubiera

considerado que ella no se horrorizaría al ver un libro tan explícitamente sexual?

Pero aparentemente había tenido la curiosidad de tomar el volumen, y esconderlo

aquí en su dormitorio para poder examinar las ilustraciones concupiscentes en su

tiempo libre.

Sus entrañas se agitaron, recordando la lección de besos que habían compartido,

recordando el delicioso fervor de sus toques y caricias no tutelados. Sí, ella era

apasionada. O lo sería de todos modos con la instrucción adecuada.

Qué placer, consideró, darle más lecciones de amor. Pero no, no debería permitirse

pensar de esa manera. ¿No se había advertido ya a sí mismo de no involucrarse en

tales enredos traicioneros? Pero si tenía curiosidad por explorar ese lado de su

naturaleza, ¿no podría recurrir a otro hombre?

Un recuerdo de su beso con Brevard. Su puño se apretó, su labio se enroscó en una

mueca de desprecio a la imagen. Maldición, pensó. ¿Esperaba que Brevard le

enseñara las artes amorosas? ¿Y podría el vizconde estar dispuesto a complacerla,

aunque sus intenciones fueran tan honorables como él decía? Si ella le daba a

Brevard un poco de ánimo, ¿por qué se resistiría? No era una joven en su primer

rubor de juventud. A los veintitrés años, Eliza era mucho más tentadora, aunque

todavía era una doncella soltera e inexperta.

Estaba reflexionando sobre estos pensamientos en su cerebro cuando escuchó sus

pisadas en el pasillo.

Entró en la habitación, con un cuenco de porcelana azul en sus manos y una toalla

en un brazo. Él notó que ella tenía cuidado de no mirarlo cuando se acercaba, ni

cuando ponía el contenido de su tratamiento en la mesa de noche.

– Inclina la cabeza hacia atrás, por favor, -murmuró.

Sin hacer ruido, él obedeció, colocando su cabeza cómodamente contra el alto

respaldo acolchado del sillón.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Eficaz como enfermera, le puso la toalla debajo de la barbilla y sobre el hombro

para atrapar cualquier goteo, y luego levantó la cataplasma del tazón.

– Puede que se sienta bastante caliente durante unos minutos, pero el calor debería

aliviar el dolor y en alguna medida la rigidez. Voy a mandar una rebanada de bistec

fresco a tu habitación para después ayudar a sacar lo peor de los moretones. Quiero

que mantengas la carne en tu cara durante media hora como mínimo.

– Prefiero que lo cocinen y lo sirvan con un buen vaso de oporto, -bromeó.

– No le hará ningún bien a tus heridas en el estómago. Ahora, cierra los ojos.

Lo hizo, y luego respiró hondo segundos después mientras ella colocaba la bolsa

de lino contra su cara herida. Una ráfaga de calor inundó su piel, pinchando

ligeramente, la punzante mezcla de hierbas fuerte en sus fosas nasales.

– ¿Qué hay en esto? -preguntó.

– Algunas semillas de mostaza molidas y ortigas trituradas, entre otras cosas.

Violeta tiene un armario de hierbas bien surtido para estas ocasiones.

Gruñendo, se relajó al disminuir el malestar inicial, un agradable calor se extendió

sobre su piel y se filtró más profundamente en el músculo.

– ¿Mejor? -dijo, su voz tan suave como el canto de un pájaro.

– Hmm, sí.

– Traje una toalla de gasa para ayudar a asegurar la cataplasma en su lugar. Si

sigues sosteniéndola contra tu cara, volveré en un momento.

Ella se movió ligeramente, el lado de su pierna rozando su muslo. Alzando su

mano como ella le indicó, él puso su mano encima de la cataplasma, intercalando la

palma de su mano. Pero en vez de dejarla libre, se agarró, enrollando sus dedos

alrededor de su muñeca.

Kit abrió los ojos y la atrapó con la mirada.

– Todavía te sientes incómoda con el libro y no tienes ninguna causa.

Se estremeció y miró hacia otro lado.

– Estoy bien.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Estás avergonzada, -declaró, -y no tienes por qué estarlo. La curiosidad es parte

de la condición humana, así como los sentimientos de lujuria y deseo, todo

perfectamente normal y natural, incluso para las damas.

Su mirada se dirigió a él, y luego se alejó de nuevo.

– Olvidémonos de eso.

– Podemos intentarlo, pero es más fácil ser honesto y abierto. Tú y yo estamos

cómodos juntos estos días, ¿no es así?

– Sí, pero...

– Sin peros y sin disimulos.

– Debería conseguir la gasa.

– En un minuto. Primero quiero saber algo. ¿Te gustó besar a Brevard en el jardín

la otra noche?

Eliza saltó como si la hubiera pinchado con un tenedor de tostar.

– ¡Qué!

– Los vi a los dos. ¿Cómo fue?

Ella trató de liberar la mano de su agarre, pero sus esfuerzos sólo hicieron que él

se agarrara con más fuerza.

– Como fue no es de tu incumbencia, -respondió ella.

– ¿Mejor que mis besos? ¿O peor? Supongo que estabas haciendo un experimento,

tal como me dijiste que harías.

– Mira, -advirtió.

– Eliza. -Le dio una pequeña media sonrisa.

– Fue... yo... sí, dejé que me besara. Y sí, quería saber cómo era. No hay ningún

crimen en eso.

– No dije que lo hubiera. ¿Y? ¿Cómo fue?

Hizo una larga pausa, decidiendo claramente si se negaba a hablar o no.

– Fue agradable.

– ¿Agradable? Eso no suena terriblemente emocionante.

– Fue muy bonito. Encantador, en realidad.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿Encantador, hmm?

Kit no sabía si le gustaba el sonido de "encantador", sabiendo que la palabra podía

significar cualquier cosa desde banal a sublime.

Manteniendo su mano en la muñeca de ella, dibujó su pulgar en el interior de la

palma de la mano de ella en un largo y lento barrido. Sus espíritus se reunieron en

respuesta al temblor de ella, y de nuevo cuando sus labios se separaron en una

pequeña e involuntaria inhalación de aliento. Su mirada trazó la forma y textura de

su boca, notando el color, rosado y sedoso y exuberante, como rosas de verano en

plena floración.

Sin detenerse a considerar sus acciones, puso una mano en su cadera y jugó con la

carne suavemente redondeada que descubrió allí.

– ¿Y mi beso también fue encantador?

Sus ojos se oscurecieron, volviéndose plateados.

– Fue...

– ¿Sí?

– Diferente.

– ¿Diferente?

– ...que la suya. No puedo describir de qué manera.

– Entonces tal vez necesites otro beso para refrescar tu memoria. Así podrás juzgar

más eficazmente.

Deslizando su mano hacia abajo, tomó la impresionante plenitud de su trasero,

dando a la flexible carne femenina un suave apretón. Segundos después, la tiró hacia

adelante y le bajó la cabeza para poder capturar sus labios.

Incluso con la cataplasma presionada en su mejilla, fue lo suficientemente hábil

para manejar la tarea, saqueando su boca con una suave minuciosidad que

rápidamente sacó un gemido zumbador de su garganta. Al acercarla, se entregó sin

prisas, su aroma un perfume embriagador que le nubló el cerebro, su tacto un

encantamiento que le hizo olvidar el dolor de su cara y concentrarse en ella que

ahora se encontraba entre sus piernas. Sabiendo que estaba jugando con fuego, uno

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

que podía pasar de una chispa a una conflagración en meros instantes, se permitió

un último beso encantador, y luego la apartó suavemente de él.

Eliza se balanceó y extendió una mano para estabilizarse.

– Grandioso.

– Estoy completamente de acuerdo. -Al quitarse la cataplasma de su cara, la dejó a

un lado.

– Deberías dejártelo puesto, -instó.

– Creo que me las arreglaré ahora sin ella. Te doy las gracias, ya que me siento

mejor, aunque quizá sea más un efecto secundario del beso que de la compresa, -

añadió con una sonrisa.

Su rostro ya sonrojado se puso aún más rosado. Cuando él se levantó, ella dio un

paso atrás.

Kit se puso de pie.

– Debería irme. Me temo que me he quedado en tu habitación más tiempo del que

debería, especialmente considerando lo que acaba de ocurrir.

Asintió con la cabeza, el leve brillo del deseo todavía brillando en sus ojos.

– Oh, no lo olvides. Pon el bistec crudo en tu herida. Debería ayudar a sacar el

moretón y a una curación más rápida.

– Una vez más, mi gratitud por tu preocupación, pequeño reyezuelo. Tus deseos

serán los míos. -Dio un paso hacia la puerta, y luego se detuvo-. Eliza.

– ¿Sí?

– Una última cosa. Si tu curiosidad persiste y te sientes tentada a experimentar

más en el ámbito de lo físico, no vayas a Brevard, ni a ninguno de tus otros

pretendientes. Puede que ya no nos veamos para las lecciones diarias, pero sigo

siendo tu mentor. -Alargando la mano, acarició con el borde de un nudillo sobre la

delicada curva de su mejilla-. Si deseas tener más lecciones de amor, sólo tienes que

decírmelo. Te enseñaré lo que sea que quieras aprender.

Sus labios se separaron, sus ojos grises se abrieron de par en par con obvio

asombro.

~198~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Con una última sonrisa, giró sobre su talón y se dirigió hacia la puerta, dejando a

Eliza inmóvil y acalorada en el centro de su habitación.

~199~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 15

La hermosa voz de la cantante de ópera se elevó por la habitación, ágil y

majestuosa como una mariposa exótica flotando en una brisa sedosa.

Sin embargo, Eliza apenas escuchó las notas perfectas, sus pensamientos

desconectando del aria, así como habían desconectado a todas las damas y caballeros

elegantemente vestidos sentados a su alrededor en el salón de baile de los

Fitzmarions.

Sólo podía pensar en Kit.

Las palabras de Kit. El beso de Kit. La innegable invitación provocativa de Kit.

Incluso ahora, horas más tarde, su corazón seguía agitado y maravillosamente

deslumbrado. ¿Lo decía en serio? ¿Realmente deseaba experimentar con ella?

¿Darle... cómo lo había llamado... más lecciones de amor?

Por el entusiasmo de sus besos en la habitación de ella, ella pensó que lo decía en

serio. Apenas podía creer que el elegante y cortés Lord Christopher Winter la

deseara.

Después de tantos años inadvertidos y sueños no correspondidos, no podía

entender la idea, diciéndose a sí misma que debía imaginar lo que él había dicho,

advirtiéndose a sí misma que dejara de ser un ridícula marioneta y se sacara todo el

asunto de la cabeza. Pero por improbables que parezcan las circunstancias, sabía que

no había conjurado el interludio, los moretones azules y púrpuras que moteaban la

mejilla y la mandíbula de Kit a prueba de eso.

Entonces, ¿qué iba a hacer?

¿No decir nada y seguir como antes?

¿O decir que sí, y aceptar su tentadora oferta?

~200~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Su cuerpo se estremeció al pensarlo, hirviendo a fuego lento tanto con los nervios

como con algo más, algo más oscuro, el tipo de impulsos que la habían llevado a este

paso en primer lugar. Pero qué delicioso paso sería si significaba compartir más

placeres íntimos con Kit.

¿Hasta dónde podría llevar esos placeres? ¿Hasta dónde le dejaría ella? ¿Hasta

dónde se atrevería? Y si era cierto que él la quería, deseándola con el mismo interés y

profundidad de pasión que mostró con sus otras amantes, ¿qué podía esperar?

¿Sus interludios no serían más que un leve coqueteo? ¿Unos cuantos besos y

caricias inocentes compartidos en algún rincón oscuro y tranquilo, apresurados y

juguetones, sólo como un coqueteo? Una burla instructiva, por así decirlo...

¿O podría su nuevo interés en ella conducir a más, a mayor profundidad? ¿Era

posible, con el incentivo adecuado, que él pudiera llegar a cuidar de ella? Ya le

gustaba, ella estaba segura de ello, pero ¿podría amarla? Si ella se esforzaba lo

suficiente, ¿podría hacer que él la deseara, que la necesitara tanto que enamorarse

fuera el siguiente paso más fácil y lógico?

¿Y qué hay del matrimonio? ¿La familia? Ella todavía quería esas cosas

intensamente. ¿Debería correr tras Kit con la esperanza de atraparlo, o reanudar su

búsqueda original para hacer una alianza matrimonial sólida y alcanzable?

El miedo al fracaso hizo que la sangre se enfriara en sus venas. Pero incluso

cuando se alejó de la idea de tomar este riesgo, sabía que no podía dejarlo pasar. Así

como había decidido dejar a un lado sus miedos y su timidez esta temporada, sabía

que debía perseguir esta oportunidad sin importar el costo potencial.

Y honestamente, ¿cómo podría decir que no a la oportunidad de recibir más

lecciones de amor de Kit? Sólo un tonto o una princesa de hielo se negaría.

A pesar de su preocupación, aguantó el resto de la noche con un aplomo que

aparentemente satisfizo las expectativas de todos, y no llamó la atención a sus

distraídas reflexiones. Una vez más en casa, se quitó la capa y se la entregó al lacayo

que la esperaba con un murmullo de gratitud.

~201~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Al oírlos a todos en el salón, Kit salió del cuarto donde se había entretenido con lo

que dijo que era un aburrido juego de solitario.

– Con esta cara, -comentó-, pensé que debía quedarme en casa por la noche antes

de arriesgarme a asustar a todas las damas.

Violeta se arrulló y se aferró a él, mientras que Adrián hizo un par de preguntas

importantes para confirmar que Kit no se había metido en problemas por alguna

disputa. Tranquilizados por las inocentes explicaciones de su hermano, los cuatro se

dirigieron al salón familiar para una cena ligera. Violeta se excusó poco después para

ir a ver a los niños. Adrián le siguió un poco más tarde.

Eliza se quedó, sorbiendo lentamente su té. Miró a Kit, sintiéndose abruptamente

nerviosa de una manera que no había sentido a su alrededor en mucho tiempo.

Ahora que el momento estaba sobre ella, no sabía qué decir.

– ¿Cómo te sientes?, -dijo con una voz suave que sonaba trémula incluso para sus

propios oídos.

Él la miró tranquilamente, y luego ella cuidadosamente le tocó con un par de

dedos en su maltrecha mejilla.

– No tan mal como lo estaría, creo, si no hubiera tenido tus curas.

– ¿Utilizaste el bistec crudo, entonces?

– Exactamente como lo prometí. Te dije que lo haría. -Sonrió suavemente.

Su corazón pateó con fuerza en su pecho, acelerando el devastador destello de sus

sensuales labios y sus rectos y blancos dientes.

Bebió un trago de brandy.

– ¿Kit?

– ¿Hmm?

– He estado pensando... en lo que dijiste. -Pasó sus dedos por el material de su

falda, plegando la tela entre sus nudillos a pesar de que el vestido no tenía pliegues.

– ¿Sobre qué? -Sus ojos brillaban como piedras preciosas de verde y oro.

¿Se estaba burlando de ella o no estaba seguro?

Ella tembló, su voz apenas por encima de un susurro.

~202~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Ya sabes. Lo que dijiste antes sobre... experimentar... si quería.

Sus ojos volvieron a brillar.

– Ah, sí, esa cosa. ¿Y?

Sus dedos se plegaron más rápido.

– Y bueno... yo... -Ella miró fijamente a sus zapatos, sin poder encontrar su mirada-

. Creo... que es... yo...

– Eliza. Mírame.

Obligada por su orden, ella obedeció.

– No seas tímida, dijo. -No tienes por qué serlo, no conmigo. Nunca conmigo.

Ahora, di lo que quieras decir.

Ella exhaló, los músculos tensos de sus hombros y cuello se relajaron. Kit tenía

razón, con él no tenía motivos para sentirse tímida, sobre todo teniendo en cuenta la

naturaleza íntima del paso que estaba a punto de dar.

Forzando sus ojos, se encontró con su mirada.

– He pensado en lo que dijiste, y sí, quiero hacerlo.

Sus párpados se inclinaron ligeramente, una luz cortante que profundizaba el

color de sus iris.

– ¿Estás segura?

Ella asintió.

– Sí. ¿Cuándo podemos empezar? -De repente se quedó sin aliento.

Sus labios se curvaron en una sonrisa irónica.

– Ojalá pudiera decirte ahora mismo, pero eso estaría lejos de ser sabio. ¿Por qué

no te retiras por la noche mientras considero la mejor manera de proceder?

– ¡Oh!, -dijo, ligeramente desinflada-. Muy bien. -Después de un momento, se

puso de pie.

Lo hizo tan bien como la cortesía dicta a un caballero. Sólo que claramente no fue

la cortesía lo que le hizo acercarse, ni lo que le impulsó a poner su mejilla en la palma

de su mano y agacharse para besarla. Eliza tembló de placer mientras él tiernamente

aplastaba sus labios contra los de ella, robándole el aliento y la fuerza de voluntad en

~203~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

el mismo instante. Suspendida en su abrazo, ella era suya para obligar, suya para

ordenar. Sus párpados se cerraron mientras ella le dejaba hacer lo que quisiera.

Lentamente, a regañadientes, él se sosegó.

– Un poco de sabor para ayudarte, -murmuró, difuminando su mejilla con una

última y prolongada caricia de las yemas de sus dedos-. Duerme bien, pequeño

reyezuelo.

Eliza se estremeció, sabiendo que esta noche no dormiría en absoluto.

En nombre de los santos, ¿qué estoy haciendo? Se preguntaba Kit después que ella

se había ido.

¿Cuándo había decidido exactamente seducir a Eliza Hammond? No estaba

seguro de haber tomado la decisión, no de una manera racional y lógica.

Simplemente había hecho la impulsiva sugerencia de darle lecciones de amor y ella

había aceptado. Ahora que lo había hecho, no podía decir que lo sentía en lo más

mínimo.

El deseo retozó dentro de él, sus sentidos aún se elevaban por su breve beso. Si un

simple beso podía dar tal respuesta, sólo piensa a dónde podría llevar un encuentro

verdaderamente apasionado.

Él no debería quererla, lo sabía. La propiedad y la prudencia le advirtieron que

debía rescindir su oferta y decirle que no habría lecciones. ¿Pero cuándo había sido

prudente? ¿No había creído siempre que el riesgo era la verdadera especia de la

vida? ¿Lo que ponía vigor en la sangre y traía satisfacción al alma?

Y considerando el provocador librito que había encontrado en su posesión, sabía

que estaba lista para correr un poco de riesgo. ¿Quién mejor que él para proporcionar

una medida de coqueteo relativamente inocente? A diferencia de su actual gama de

pretendientes, él se preocupaba genuinamente por Eliza. Tendría cuidado de

mantener las cosas ligeras y juguetonas, cauteloso de no llevar sus encuentros más

allá de lo que deberían. Ambos se divertirían por un tiempo, y luego se separarían

como amigos.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Lo que planeaba hacer con ella, se dijo a sí mismo, no era tan diferente de los

coqueteos que había tenido con muchas otras jóvenes a lo largo de los años. Unos

pocos besos y caricias robados nunca habían hecho daño a nadie, y no le harían daño

a él o a Eliza.

Realmente, cuando consideró el asunto, la estaba protegiendo. Si ella le pedía a

otro hombre que la ayudara en su experimento, el tipo podría aprovecharse, podría

malinterpretar su naturaleza inocente y utilizarla de maneras que no entendería

hasta que fuera demasiado tarde.

¿Y qué hay de Brevard, que reclamaba un interés en el matrimonio?

Kit se llevó la copa de brandy a los labios y apuró los restos de un solo trago de

sabor fuerte. Dejó la copa con un chasquido audible, con la mano apretada a su lado.

Decidió que no iba a pensar en Brevard, sino en estirar cuidadosamente los

músculos de su cuello para aliviar la repentina tensión que se había acumulado allí.

Si el vizconde decidiera renunciar a su soltería y ofrecerse por Eliza, el asunto se

resolvería entonces. Brevard podría decidir retirar su interés antes, y moverse a un

nuevo territorio. Por ahora, Kit se concentraría en sí mismo y en Eliza, no se

preocuparía por Brevard ni por el resto.

Carpe diem, pensó, reconociendo con pesar el hecho de que la frase corta era una de

las pocas partes del latín que le quedaba desde que había completado su educación

formal. Pero siempre encontró la expresión adecuada.

Y así aprovechar el día, y a Eliza Hammon, lo haría.

***

– Espléndida fiesta, ¿eh?

Eliza sonrió a su pareja de baile, un joven agradable cuyo pelo castaño ya

empezaba a ralear en la coronilla a pesar de sus escasos años.

– Sí, -aceptó-, es bastante espléndida. Nuestra anfitriona se ha superado a sí misma

con todas las flores frescas y el estanque de peces vivos en el centro de la mesa del

buffet. Es el centro de la charla esta noche.

~205~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Lo sé. Estoy fascinado por la ingeniería. Una maravilla lo que se puede crear

estos días.

Eliza volvió a sonreír y le dejó hablar, disfrutando del hecho de que no parecía

esperar que ella participara mucho en la conversación. Una vez que su baile

concluyó, él la escoltó fuera de la pista. Su pequeño pero leal grupo de pretendientes

se reunió a su regreso.

Se estaba riendo de una divertida historia sobre un pájaro que había construido un

nido dentro de un sombrero que se exhibía en las mercerías de la calle Bond cuando

Kit apareció en su codo.

– ¿Puedo hablar con usted?, -murmuró cerca de su oreja.

Ella le echó una mirada hacia arriba.

– Por supuesto, dame un momento. -Después de escuchar la conclusión de la

historia, se excusó en medio de joviales gemidos de queja de los otros caballeros.

Colocando una palma enguantada en el antebrazo de Kit, dejó que la llevara. Juntos,

comenzaron a caminar el perímetro del salón de baile.

– Has tenido tantos compromisos sociales estos últimos tres días, apenas te he

visto de pasada, incluso en la casa de la ciudad. En vez de recurrir a enviarte una

nota, decidí acercarme directamente y robarte frente a tus admiradores.

– Lo siento. Sé que he estado muy ocupada últimamente.

– No te preocupes. Te has tomado tan bien esta temporada que estás muy

solicitada, como esperábamos que lo estuvieras. -Se detuvo y la alejó de una pareja

que se acercaba, dándole a Eliza y a sí mismo la ilusión de privacidad-. Quería

hablarte de nuestra discusión de la otra noche. Asumo que todavía estás interesada

en seguir con el asunto.

El aire de repente se exprimió de sus pulmones, dejándola abruptamente

agradecida por el apoyo de su brazo.

– Sí. Todavía estoy interesada.

Le envió una sonrisa íntima.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Siempre podríamos escabullirnos al jardín ahora, pero las cosas se pueden poner

muy difíciles a veces al tratar de volver sin ser detectados.

¿Podrían ellos...? Pero entonces, supuso que él sabría todo sobre esos asuntos,

considerando la práctica que había tenido en el pasado. Mordiéndose la comisura del

labio, se sacudió el susurro de los celos que suspiraba a través de ella, recordándose a

sí misma que finalmente ella era la dama a la que él llevaría por mal camino.

– Estaba pensando, -continuó en voz baja-, en algo un poco más tranquilo para

nuestra lección, algo en casa.

– ¿Quieres decir por la noche en una de nuestras habitaciones? -susurró.

– No, nuestras habitaciones son demasiado arriesgadas y demasiado tentadoras.

Una tarde de ocio serviría mucho mejor a nuestros propósitos. Tal vez puedas

encontrar una razón para quedarte un día mientras todos los demás salen. Tal vez

estar bajo una inesperada jaqueca.

Por Dios, nunca había considerado tal noción. Qué engañoso. Qué deliciosamente

malvado. Su pulso latía como pequeños corazones en sus muñecas.

– Sí, supongo que podría. Pero mi criada seguramente querrá cuidarme con

compresas de lavanda y té de hierbas caliente.

– Así que deja que te cuide, y luego alega una rápida recuperación.

– ¿Y después? ¿Dónde nos encontraremos?

Su mirada fija con la suya, sus ojos profundos y penetrantes.

– ¿A dónde vas a menudo cuando tienes unos momentos libres en el día?

– La biblioteca.

– Precisamente.

– ¿Pero no nos verá alguien si entran?

– No si los dos nos acurrucamos bien en el desván. Los sirvientes sólo suben para

quitar el polvo y no entrarán en la habitación si saben que ya estás ahí.

Ella tragó, la anticipación luchando con la ansiedad, haciendo que los nervios

bailaran una giga dentro de su estómago. Durante un largo minuto ella y Kit

~207~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

continuaron paseando, como si ambos estuvieran discutiendo temas ordinarios en

lugar de organizar una cita romántica.

Vagamente sin aliento, acarició con sus dedos el fino material negro de la manga

de su abrigo.

– Todos estamos invitados a un almuerzo en Richmond el viernes. Haré lo que me

sugieras y alegaré una enfermedad.

– ¿Y si Violeta se ofrece a quedarse en casa contigo?

Sí, ¿entonces qué? Su amiga se angustiaría al oír que no estaba en la cima de la

salud. Pero no importaba que Eliza odiara el engaño, diría una mentira si era el único

recurso. La promesa de pasar una tarde en los brazos de Kit era demasiado

maravillosa para dejarla pasar, así que no importaba el precio, ella encontraría una

manera de pagar.

– La convenceré de que no se quede, -le dijo-. Violeta ha estado esperando la

salida desde que llegó la invitación. Ella y Adrián pueden llevar a los niños, ya ves.

Dado eso, no creo que sea muy difícil de persuadir.

– Entonces será el viernes. -Le cubrió la palma de la mano y le dio un ligero

apretón-. Ahora, si no me equivoco, el próximo baile está a punto de comenzar y tu

pareja de baile se dirige hacia aquí.

Miró al otro lado del salón de baile y vio que estaba en lo cierto, Lord Maplewood

se dirigía hacia ellos en línea directa.

– Lástima que tenga que dejar que te reclame, -Murmuró Kit momentos antes de

que llegara el otro hombre-. Es todo suya, mi Lord, -Kit saludó, entregando su mano-

. Por ahora de todas formas.

Simular una enfermedad un par de tardes después no fue muy difícil para Eliza,

ya que cuando llegó el viernes era un verdadero manojo de nervios.

Dentro de su habitación, invocó la excusa de un dolor de cabeza, sus dedos

temblando débilmente en su regazo.

Los ojos de Violeta se llenaron inmediatamente de preocupación.

– Oh, pobrecita. Pareces estar mal. ¿Es el dolor muy terrible?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Eliza hizo un gesto de dolor, la culpa se hundió tan profunda y afilada como una

cuchilla. Tocando con un par de dedos su frente, miró hacia abajo.

– Hmm, confieso que no me siento como siempre.

Esa era la verdad de todos modos. Desde que ella y Kit arreglaron su cita, no se

sentía normal en absoluto.

– Deberíamos cancelarla, -dijo Violeta-. Me quedaré en casa.

– No, por favor, me sentiría horrible si no fueras al Parque Richmond hoy. -

Horrible y decepcionada, pensó con una nueva punzada de remordimiento-. Me

recostaré un rato y estaré como nueva para cuando regreses.

¿Estarían Kit y ella acostados durante su lección? Se estremeció ante las imágenes

atrevidas que la idea conjuró en su mente.

Violeta arrugó sus pálidas cejas rubias.

– No estoy segura, te ves sonrojada de repente. Me preocuparé todo el tiempo que

esté fuera.

Maldita sea mi molesta propensión a sonrojarme, se regañó Eliza a sí misma

Luchando por controlar sus reacciones así como su imaginación caprichosa, se

apresuró a tranquilizar a su amiga.

– No hay motivos para preocuparse. No es nada más serio que un dolor de cabeza,

y tu presencia aquí no hará ninguna diferencia en mi recuperación. Por favor, vete o

iré contigo, después de todo, aunque sólo sea para asegurarme de que no te he

arruinado el día.

– Nunca podrías hacer eso. -Violeta le dio una palmadita en la mano a Eliza-. Muy

bien, entonces, me iré. Pero insisto en que dejes que Agnes te prepare un poco de té y

te haga una compresa para la cabeza.

– Por supuesto.

Con una última mirada de preocupación, Violeta se dejó persuadir para irse.

Volviendo a su almohada, Eliza dio un suspiro de alivio. Segundos después, las

mariposas de su estómago comenzaron a agitar sus alas de nuevo, la anticipación

aumentó al saber que pronto ella y Kit estarían juntos.

~209~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Solos.

Un breve y estruendoso clamor resonó por la casa mientras Violeta, Adrián, los

niños y su niñera salían por la puerta y entraban en su coche. Después de su partida,

una pacífica calma descendió. Acurrucada bajo un colchón de algodones, con las

almohadas apiladas cómodamente bajo su cabeza, Eliza dejó que la criada de Violeta

y la suya Abigail se movieran a su alrededor, ofreciéndole tisanas y compresas y

palabras de consuelo.

Miserable por la culpa, casi se esfuerza por tener un verdadero dolor de cabeza.

Pero una vez que fue atendida a fondo y dejada en paz por su cuenta, sus "síntomas"

desaparecieron rápidamente. Obligándose a esperar, se quedó en su habitación.

Cuando oyó abrirse la puerta, media hora después, mantuvo los ojos cerrados y

fingió estar dormida, sabiendo que sólo era su criada la que se asomaba para

vigilarla.

Una vez que la chica se fue, Eliza tiró la cobija a un lado y se puso de pie de un

salto, con la expectativa de un hormigueo en su sistema en un suave impulso.

Saliendo de su habitación, cerró la puerta con un clic silencioso y comenzó a bajar

por el pasillo.

Si tenía suerte, nadie se daría cuenta de que se había ido. Y si descubrían su

ausencia, simplemente les diría la verdad: que se sentía mejor y que había ido a la

biblioteca.

Los aromas familiares del cuero y la cera de abejas la saludaron cuando entró en la

habitación, pero hoy no le ofrecieron su comodidad habitual, sus sentidos demasiado

agitados para tal consuelo plebeyo. Mirando hacia arriba, vio el segundo piso del

desván de lectura con su balcón de nogal tallado, sus balaustradas, y su elegante trío

de ventanas con arcos de parteluz. La luz del sol se derramó en una brillante cortina

de oro, bloqueando su capacidad de ver si Kit la esperaba arriba o no. Al cruzar la

escalera de caracol que se encuentra a lo largo de la pared trasera, comenzó la

escalada hacia arriba.

~210~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Una vez allí, caminó por el balcón, con sus finas zapatillas de cuero silenciosas

contra el suelo de madera pulida, su vestido de muselina verde hoja susurrando una

canción sibilante alrededor de sus piernas.

Por un momento pensó que estaba sola. De repente, escuchó un ligero golpe y vio

un movimiento cuando Kit se puso a la vista.

Sonriendo una pícara bienvenida, extendió una mano. Ella colocó la suya en el

interior, temblando cuando él le dio un beso en los nudillos.

– Bueno, ¿estás lista para empezar, mi pequeño reyezuelo?

~211~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 16

Conociendo a Eliza como lo hacía ahora, Kit esperaba que estuviera un poco

nerviosa. Y cuando la hora prevista de su llegada llegó y se fue y ella no apareció, se

preguntó si tal vez había cambiado de opinión sobre su encuentro y había decidido

permanecer dentro de los castos confines de su dormitorio.

No se había dado cuenta de lo decepcionado que estaría por su ausencia hasta que

ella se presentó ante él, su sana belleza robando el aire de sus pulmones, disparando

un hambre lujuriosa que se apoderó de sus huesos y su sangre.

¿Cómo, se preguntó incrédulo, la había encontrado ordinaria?

Extendiendo una mano, sonrió, exultante cuando ella puso la suya a su alcance.

Después de intercambiar algunas palabras de saludo, la condujo a la pequeña sala de

estar que había preparado para ellos. Queriendo que estuviera relajada y cómoda,

había extendido una manta al estilo de un picnic en el suelo alfombrado. Encima de

eso, había amontonado muchos almohadones gordos, recogidos de los sofás y sillas

cercanos.

– Dios mío, -dijo al ver el especial arreglo-. ¿Esperas que nos sentemos en el suelo?

Sus labios se inclinaron hacia arriba en un lado.

– Esa era la idea general. Quería que te sintieras a gusto.

– Oh, bueno, parece bastante cómodo. Nunca antes me había sentado en el suelo.

– ¿Ni siquiera de niña?

Ella frunció el ceño.

– Tal vez cuando era muy pequeña, antes de que mis padres murieran. Sé que

nunca me senté en nada más que en los muebles en la casa de mi tía.

– Entonces es hora de que expandas tus límites. De eso se trata el día de hoy, ¿no

es así? Aprendizaje y experimentación.

Sus pestañas se deslizaron hacia abajo, su tono bajo e inusualmente gutural.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Sí, lo es.

Levantó su mano y le dio otro beso caliente en la parte superior.

– Recuerda, no se permite la timidez. Relájate. No es como si fuera a morderte.

Bueno, no más que un mordisco aquí y allá.

Sus ojos se abrieron de par en par para comprobar si estaba bromeando. Luego los

sorprendió a ambos riéndose.

– Confío en que no dolerá.

– No sentirás nada más que placer, lo prometo.

Ayudándola a ponerse la manta, se sentó a su lado, asegurándose de que tuviera

un par de almohadas en la espalda. Una vez que su comodidad estaba asegurada,

alcanzó detrás de sí mismo y sacó una botella de vino y un sacacorchos. Luego trajo

un par de copas de vino y un plato con una selección de frutas frescas y dulces.

Ella se rió de nuevo.

– Cuento contigo, Kit, para no olvidar nunca la comida.

Le dio una mirada solemne.

– El alimento es uno de los placeres más sensuales de la vida. Una buena comida

tienta todos los sentidos. Tacto, olfato, vista, gusto... -Hizo una pausa y descorchó el

vino...-, incluso el sonido. Añadido al acto de hacer el amor, la comida puede crear

una experiencia verdaderamente trascendente.

Dando la vuelta a la botella, vertió un chorro de Sauterne blanco y dulce en cada

copa antes de pasarle una a ella. Saboreando su reacción, vio como ella se inclinaba

para respirar el delicado y floreado bouquet del vino, tranquilizándola antes de que

tuviera la oportunidad de beber.

– Permíteme, -dijo.

Captando su mirada, sumergió la punta de un dedo en su copa, y luego lo sacó de

nuevo, con una sola gota pegada a su piel. Antes de que ella tuviera idea de lo que

pretendía, extendió la mano y mojó su labio inferior, pintando sobre su suave piel

con un toque hábil.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Eliza tembló visiblemente, su boca reluciente y temblorosa. Inclinándose hacia

adelante, él se mantuvo en el aire por un instante con sus bocas apenas a un suspiro

de distancia, luego deslizó el borde de su lengua a través de su labio inferior para

capturar el sabor de la gota, y un indicio de su propio sabor también.

– Delicioso, -murmuró, inclinándose hacia atrás-. Ahora es tu turno.

Parpadeó, sus ojos plateados se oscurecieron. Su mano tembló en su copa,

haciéndole temer por un momento que ella pudiera derramar el vino. Entonces se

calmó y lentamente sumergió un dedo en su copa.

El deseo se hinchó dentro de él mientras esperaba en una repentina fiebre de

anticipación por su toque. No exhaló hasta que ella hizo contacto, su caricia una de

inocente y poco estudiada seducción. La gota de vino fluyó en un fresco y húmedo

deslizamiento contra su cálida y seca carne. Sin pensarlo, cogió la punta de su dedo

entre los labios y se lo llevó a la boca hasta el nudillo, chupándola como si fuera tan

dulce y azucarada como un palito de menta.

Kit casi se quejó, sintiendo cada lamida hasta sus signos vitales.

Eliza pareció sentirlo también, una conmoción de deseo que se extendía por sus

ojos. Después de un largo minuto y una última lamida, dejó que su dedo se deslizara

de su boca.

Ella lo miró fijamente, obviamente sorprendida de que un acto tan simple pudiera

tener el poder de evocar una reacción tan profundamente física.

– No hacían eso en el libro.

Levantó una ceja y sonrió.

– Ese tipo de libro tiende a centrarse en lo básico más que en lo sublime, y aunque

tal literatura tiene sus usos, hay mucho más en el arte del amor que en el acto

fundamental en sí mismo.

Necesitando humedecer su garganta, Kit bebió un sorbo de vino. Eliza siguió el

ejemplo, sorbiendo más despacio, su mirada se fijó en la suya mientras tragaba.

Sacando la lengua, se lamió los labios.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

El hambre le golpeó, instándole a besarla y a besarla con fuerza. En su lugar, se

acercó al pequeño plato que esperaba no lejos de su codo.

– Cierra los ojos -murmuró.

– ¿Mis ojos? ¿Por qué?

– Porque te voy a alimentar. Inclínate y una vez que tus ojos estén firmemente

cerrados, debes comer y decirme a qué te sabe.

Eliza lo miró de nuevo, y luego se hundió más profundamente en las almohadas

de plumas de su espalda. Obedientemente, bajó sus párpados y esperó.

Esta lección, reflexionó, no era nada de lo que había esperado. Desde el momento

en que se sentó en la manta junto a Kit, él la mantuvo sorprendida y desequilibrada,

tambaleándose en el filo de una cuchilla de anhelo y deseo como nunca había

imaginado.

¡Y ni siquiera la había besado todavía!

El calor la escaldó, la persiguió inmediatamente un frío temblor, su respiración era

inestable mientras esperaba su próximo movimiento. Momentos después, algo

resbaladizo y frío rozó su labio inferior.

– ¿Qué es esto? -Sus palabras tenían una cualidad ligeramente burlona, su tono

profundo, oscuro y delicioso, como una taza del más increíblemente rico cacao jamás

elaborado. Luchó por concentrarse en la tarea que tenía entre manos en vez de en su

cercanía.

Consideró la textura, intentó captar un toque de fragancia, pero la suavidad de lo

que fuera que estuviera contra su boca seguía siendo un misterio.

– No lo sé.

– Vamos, esta es una fácil. Algo que has comido a menudo.

Se frotó de nuevo, rozando su labio superior esta vez, y luego el inferior. A pesar

del toque, estaba perpleja. ¿Por qué no había prestado más atención a la fruta y a las

golosinas del plato? Porque había estado demasiado ocupada pensando en todas las

cosas que Kit le iba a hacer. Y hasta ahora, no la había decepcionado.

– Aquí, pruébalo y lo sabrás.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Separando sus labios, dejó que él la alimentara. Redondo y resbaladizo, el trato era

ligero e inesperadamente firme. Al morder, un dulce y ácido chorro de jugo llenó su

boca.

– Una uva, -declaró después de tragar-. Es una uva.

– Hmm, y así es. Aquí, déjame tomar un sorbo.

Doblándose, su boca reclamó la de ella, jugando en una perezosa exploración que

se burlaba y engatusaba. Ella buscó devolverle el beso, encontrándose con su lengua

mientras él se metía dentro para recoger el sabor de la fruta de la forma más

completa y agradable.

– Sabroso, -dijo él, relajándose-. Algo más ahora, creo. Ojos cerrados, -advirtió.

Ella tembló y esperó. No tardó en presionar otra selección contra sus labios. A

diferencia de la uva, este manjar no era fresco, ni resbaladizo, una fragancia casi

floral que le molestaba en la nariz.

Fruta de algún tipo, concluyó.

– Toma un bocado, -instó.

Lo hizo, hundiendo sus dientes en lo que parecía terciopelo vivo. La pulpa y el

jugo del melocotón inundaron su boca en un lavado azucarado, encantando sus

sentidos. Masticando y tragando, trató de atrapar cada gota, pero una sola se escapó,

deslizándose sobre su mejilla. Levantando la mano, se movió para limpiar la gota

errante.

Pero Kit la atrapó y le tomó la mano.

– No, no, esta es mía.

Sus ojos se abrieron de golpe cuando sus labios se deslizaron sobre su piel,

dejando caer besos y dando pequeños lametazos para borrar la línea de jugo

pegajoso. Lamió su mejilla hasta que no quedó ni un rastro. Sus pies se arqueaban

dentro de sus zapatillas, el cuerpo zumbaba desde el cuero cabelludo hasta los dedos

de los pies.

– Una última, -pronunció.

Ella lo detuvo.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿No te gustaría algo primero? Deja que te alimente. Lo que quieras.

Sus ojos brillaban con esmeralda y oro.

– No deberías hacer comentarios tan sugestivos, mi pequeño reyezuelo. Otro

hombre podría tomarte la palabra.

– Cualquier clase de comida que quieras, entonces, -enmendó.

Lo consideró por un momento.

– Muy bien. Puedes darme placer con una rebanada de higo fresco. -Alargando la

mano, arrancó uno del plato, y luego usó un pequeño cuchillo para cortar la fruta en

cuartos. Dejando la cuchilla a un lado, le dio un cuarto.

– Ya sabes lo que dicen de los higos, ¿no? -señaló, inclinando su cuerpo hacia

delante, con los brazos apoyados a ambos lados de su cintura.

Ella sacudió la cabeza, extendiendo la ofrenda para que él pudiera participar.

– No. ¿Qué dicen?

– Estos higos son eróticos, sus centros se asemejan al núcleo del lugar más secreto

de una mujer. Me sorprende que ese travieso librito tuyo no lo mencione.

Sus ojos se abrieron de par en par al morder profundamente, sus labios rozaban

las puntas de sus dedos al coger la fruta y llevársela a la boca. Al masticar, le hizo

una sonrisa malvada, una sonrisa que iba directamente al lugar que había

mencionado.

Ella se movió, sus piernas abruptamente inquietas.

– Lo siento, Eliza, -dijo, una vez consumido el higo-. No quería molestarte tanto.

Sólo te confunde a ti y a mí me incomoda.

Se inclinó, estirándose para elegir otra ofrenda del plato. Mientras lo hacía, ella

pudo ver precisamente lo incómodo que estaba, sus pantalones azul oscuro ya no

encajaban con su habitual caída fácil y líneas planas.

Un estallido de calor la atravesó como un tronco que estalla en un fuego rugiente.

Se obligó a calmarse, a pesar de la casi imposibilidad del acto, observándolo cuando

se volvió para ver si podía estar consternado. Pero Kit apareció como siempre,

obviamente despreocupado y sin mostrar signos de incomodidad o desconcierto.

~217~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Así que, concluyó, si Kit no estaba descompuesto por la respuesta incontrolada de

su cuerpo, entonces tampoco ella lo estaría. Recordó la forma en que el hombre había

mirado las ilustraciones que ella había visto, comprendiendo que tales reacciones

deben ser aparentemente normales. Y si tenía alguna duda persistente sobre la

honestidad del deseo de Kit por ella, ya no la tenía.

Apoyado en su codo doblado, se instaló de cuerpo entero a su lado.

– Esto, -dijo, sosteniendo una pequeña bola redonda de color blanco cremoso, es

un dulce que no hay que perderse. Se conocen como Capezzoli di Venere.

Al instante, tradujo la frase, las puntas de las orejas se calentaron y, sin duda, se

pusieron rosadas.

– Me estás tomando el pelo, ¿no? No se llaman realmente... -ella no se atrevió a

decir las palabras en inglés-, ¿qué acabas de decir?

Echó la cabeza hacia atrás y se rió.

– Claro que sí. ¿De verdad crees que podría inventar un caramelo llamado

Pezones de Venus?

Una de sus cejas se arqueó hacia arriba.

– En realidad, sí.

Se rió de nuevo.

– Gracias por elogiar mis poderes imaginativos, pero me temo que no puedo

atribuirme el mérito. Descubrí esta particular confección en el continente en una

amigable tienda de dulces vienesa. El dueño estaba encantado de hacer una caja

entera para mi exclusivo deleite. Te aseguro que disfruté de todas y cada una de

ellos. -Sostuvo el dulce hacia sus labios-. Aquí, prueba un mordisco.

Un mordisco de un pezón, meditaba con humor escandalizado. Parecía que había

algo intrínsecamente malo en su forma de pensar.

– ¿De qué están hechos precisamente?

– Bueno, en un inglés sencillo son castañas al brandy bañadas en una capa de

crema de azúcar. Te gustan las castañas, ¿no?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Hmm, lo hago. Pero no es invierno. ¿De dónde has sacado las castañas en esta

época del año?

Le dio una sonrisa lenta que mostró el hoyuelo en su barbilla con un efecto

devastador.

– Tengo mis métodos. Ahora, insisto en que pruebes y me digas si no estás de

acuerdo que esta es una de las experiencias más pecaminosas y divinas que has

tenido.

En lo que a ella le concernía todas sus experiencias con él esta tarde habían sido

pecaminosamente divinas. Sin embargo, ¿no era ese el punto? Se lo recordó a sí

misma. ¿Dar rienda suelta a sus emociones e inclinaciones, ceder a la pasión y a la

persuasión en formas que nunca tuvo, disfrutando de todo lo que cada uno tenía

para ofrecer? Saborear y ser saboreado, y al hacerlo demostrarle a Kit que era la

mujer perfecta para él.

Reuniendo su coraje, levantó la cabeza y mordió la carne dulce, el rico y

mantecoso sabor a castañas que llenaba su boca. Tan exquisito como se había

prometido, el Capezzoli di Venere se derritió en pura decadencia contra su lengua,

haciéndola sonreír. Dio un segundo pequeño mordisco, y cuando lo hizo Kit se unió

a ella, mordiendo desde el otro lado para que sus labios se encontraran alrededor de

la confección. Terminaron la golosina así, riendo y compartiendo, sus bocas

inundadas de azúcar y sensaciones.

Pero una vez que terminaron, las risas cesaron, los juguetones besos cubiertos de

caramelo se convirtieron en largas y profundas incursiones estimulantes que hicieron

que su mente girara como un diente de león atrapado en un vendaval veraniego.

Entregándose a la pasión cantando con su sangre, siguió el ejemplo de Kit,

dejando que la llevara a un viaje de exploración carnal, exactamente como él había

prometido. Sostenida en la seguridad de sus brazos, lo besó con toda la poca

habilidad que tenía a su disposición, tomando sus lecciones y poniéndolas en

práctica en lo que ella confiaba que era un buen uso.

~219~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Kit no se quejaba, murmurando ánimos incluso cuando se detenía ocasionalmente

para hacer una sugerencia o mostrarle un nuevo truco diseñado para maximizar el

placer de ella y el suyo propio.

Entonces, como si sus besos no fueran suficiente satisfacción, empezó a tocarla.

Ligeras caricias al principio. El roce de la punta de un dedo en su mejilla. El

deslizamiento de su mano a lo largo de su garganta. La devastadora presión de sus

dientes al apretar, muy ligeramente, alrededor del extremo carnoso del lóbulo de su

oreja. Casi se desmaya, en ese mismo momento, cuando él le dio un último y

diminuto sorbo, un sonido que era en parte un suspiro y en parte un gemido que

salía de sus labios.

Él sonrió y se movió para acariciar la parte inferior de su mandíbula. Dejando la

clavícula, le dio besos en la estrecha zona de piel expuesta que estaba sobre su

corpiño. Ella gimió, su corazón golpeó con fuerza cuando él detuvo sus besos para

poner una mano sobre su pecho.

Durante un largo momento, no hizo nada, dejándola adaptarse al peso y la forma

de su palma de la mano que la ahuecaba. Al respirar profundamente, su pecho se

elevó, empujando inconscientemente su pecho cubierto de muselina más

completamente a su agarre. Añadió una segunda mano y la sostuvo, luego frotó

lentamente sus pulgares sobre su carne dolorida.

Como si se rigiera por su propia voluntad, sus pezones saltaron a la atención,

alcanzando un pico rápido y duro bajo el hábil e inteligente golpe de sus dedos. Ella

jadeó buscando aire, su boca se secó. Cada caricia de él la encendió, haciéndola

anhelar de maneras que no sabía que podía.

Un hambre voraz destelló como esmeraldas brillantes en sus ojos segundos antes

de que bajara la cabeza y aplastara sus labios contra los suyos. Salvando su boca,

exigiendo que ella le emparejara beso por beso, él la acarició más plenamente, cada

apretón y roce de sus diestras manos disparando directo a su centro como si los dos

estuvieran de alguna manera conectados. El dolor entre sus piernas se intensificó,

~220~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

dejándola temblorosa e incauta, concentrándose sólo en él y en las cosas malvadas y

maravillosas que le hacía a su cuerpo.

Apenas se dio cuenta cuando sus ágiles dedos se pusieron a trabajar, aflojando los

botones y las ataduras de su corpiño y de su corsé. Con el material caído, alisó la tela

hacia abajo y reveló sus pechos desnudos.

Sus miradas chocaron por un momento explosivo mientras ella estaba expuesta

ante él.

– Ahora, estos, -murmuró-, son verdaderos pezones de Venus, dignos de la diosa

del amor.

Pasó un pulgar sobre un pico rosado y tenso, arrancando un gemido de sus labios.

Tocó el otro pecho, frotando ligeramente alrededor de la aureola en un deslizamiento

circular antes de pellizcar ese pezón de una manera que la hizo retorcerse.

– Dios, eres hermosa, Eliza. Y tan apasionada, tan perfecta. ¿Dónde te has estado

escondiendo todos estos años?

Justo aquí, pensó, medio borracha. Siempre aquí, esperándote, por esto.

Jugó con ella, cuánto tiempo no lo sabía, demasiado atrapada en las sensaciones,

en la rapsodia de su toque, para hacer más que sentir. Cuando ella pensó que no

podía soportar más, sus nervios se sensibilizaron tanto que se preguntaba si podría

romperse, él hizo algo que la aturdió de nuevo.

Tomó su pezón en su boca y enrolló su lengua alrededor de su carne antes de dar

un tirón.

– Hmm, yo tenía razón, -dijo-. -Los Capezzoli di Venere saben deliciosos, pero tú,

mi pequeño reyezuelo, eres tan deliciosa como ellos. Podría comerte literalmente.

Y entonces ella apenas podía pensar, su cerebro se volvió a la consistencia de las

gachas mientras él besaba y lamía y amamantaba. Hundiendo sus dedos en su

cabello, acarició su cabeza y sus mejillas mientras él la complacía.

Ella le dejó hacer lo que quería, atrapada en las garras de una fiebre que no tenía

voluntad de resistir. Su mano se sumergió bajo sus faldas, viajando en un

deslizamiento sin prisas desde la pantorrilla vestida con medias hasta la cadera

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

desnuda. Acariciando sus curvas, la acarició por debajo, incluso mientras la besaba y

acariciaba por encima. Alrededor de su rodilla, sobre su muslo, a través del hueso de

su cadera, él vagaba, rozando ligeramente en círculos perezosos y deslizantes.

Curvando la palma de su mano alrededor de la parte superior de su pierna, abanicó

un pulgar a través de la tierna carne de la parte interna de su muslo, de atrás hacia

adelante, cada golpe incitando un dolor cada vez más fuerte. Ella se estremeció, con

los ojos en blanco, cuando él sopló una corriente de aire a través de un pecho mojado

por un beso. Sus dedos se deslizaron, arrastrándose más alto contra su muslo. Justo

cuando ella se preguntaba en algún vago hueco de su cerebro donde su toque podría

viajar a continuación, él se detuvo.

Murmurando lo que parecía una maldición, sus dedos se enroscaron, apretándose

en un puño de acero. Enterrando su cara entre los pechos de ella, silencioso y quieto,

un escalofrío recorrió sus músculos como un hombre en medio de una terrible

batalla. La lucha interior se intensificó durante varios momentos de tensión hasta

que, con evidente reticencia, retiró su mano de debajo de sus faldas.

Haciendo una pausa para dejar caer un beso persistente sobre cada uno de sus

pechos desnudos, emitió un gruñido desgarbado, y luego se alejó.

Sin la calidez de su abrazo, Eliza yacía confundida y desamparada, consternada

por su apresurada retirada.

– ¿Kit?

Por el rabillo del ojo, lo vio sentado con una rodilla levantada, y una mano

extendida por su cara como si estuviera en medio de una terrible agonía.

Considerando el hambre que aún ardía en su propio cuerpo, quizás lo estaba.

– Kit, vuelve, -le hizo señas.

Sí, pensó, por favor, por favor, vuelve.

Poniendo un par de dedos en su cara, se asomó a ella desde entre los dedos

extendidos.

– No puedo, querida. Tenemos que parar.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Pero ¿por qué? se preguntaba, cuando todo lo que hacía se sentía tan exquisito,

cada uno de sus toques y besos como pequeños destellos del cielo.

– Pero no quiero, -se quejó, petulante tal vez por primera vez en su vida.

La comisura de su boca apareció con una sonrisa irónica.

– Yo tampoco quiero, pero debemos hacerlo. No nos atrevamos a ir más lejos, no

hoy. -Hizo una pausa, respiró hondo, y luego exhaló en un suspiro-. De todas

formas, habrá otras oportunidades, con más lecciones por delante. No hay necesidad

de apresurar el proceso demasiado rápido.

¿Lecciones? En algún momento del camino, se olvidó de las lecciones, el hacer el

amor más allá de su imaginación, sus sentidos se centraron sólo en Kit y en la gloria

de estar en sus brazos.

Pero ahora, cuando la neblina de la pasión comenzó a despejarse de su mente,

supuso que él tenía razón. Detenerse antes de que sus pasiones se extendieran más

allá de cualquier apariencia de control era el curso prudente a seguir. Honestamente,

no sabía cómo él había reunido la fortaleza para detenerse. Nunca antes había estado

atrapada en las garras del deseo sin límites, no se había dado cuenta de lo difícil que

sería arrancarla. Si no hubiera terminado las cosas cuando lo hizo... bueno, ella

supuso que su inocencia se hubiera perdido ahora. Por supuesto, no le habría

importado, ya que Kit era el hombre al que le habría regalado su virginidad, el

hombre que quería que fuera su primero, su último, su único.

Pero una dama de buena educación no regalaba su virginidad excepto dentro de

los lazos del matrimonio. ¿Querría Kit casarse con ella? ¿O era una tonta al poner sus

esperanzas en tal resultado, creyendo que un día él podría llegar a amarla y pedirle

que fuera su esposa?

Sin embargo, todos estos años de espera para que se diera cuenta, no habían

funcionado, así que tal vez la pasión era la manera de ganar su corazón. Al menos

ahora la quería, la veía como una mujer deseable en vez de como una simple amiga

de su cuñada. Y ella estaba haciendo progresos, las pruebas saltaban a la vista esta

~223~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

tarde. Si alguien le hubiera dicho hace un mes que ella y Kit harían todas las cosas

maravillosas y apasionadas que habían hecho hoy, no lo habría creído.

Y así esperaría que esto, lo que sea que haya pasado entre ellos, lo llevara al final a

su necesidad de ella y al amor. Con su cuerpo aún derretido, se estremeció ante la

idea de más lecciones, de las que él le había dado hoy. En verdad, no tenía idea de lo

que podría venir después, y apenas podía esperar a averiguarlo.

Afuera, una nube pasaba, bloqueando los rayos de la cálida luz solar que entraba

por las ventanas del piso superior. Se estremeció, dándose cuenta de que sus pechos

aún estaban desnudos. Con una mano temblorosa, tiró de su corpiño y se quedó,

presionando ambas prendas contra su pecho mientras luchaba por sentarse.

– Aquí, -dijo-, déjame ayudarte.

Miró hacia abajo, inexplicablemente tímida.

– Estoy bien.

Metiendo un dedo bajo su mandíbula, le levantó la barbilla y la obligó a que se

encontrara con su mirada.

– ¿Qué dije de no ser tímida cuando estamos juntos? Tampoco hay que tener

vergüenza. Por favor, haznos a ambos el favor de recordarlo.

Debajo de su paciente mirada, su incomodidad se desvaneció.

– Sí, Kit.

– Ahora, si sueltas ese agarre mortal que tienes en tu corpiño, puedo ayudarte a

atarle de nuevo. Debería actuar como tu criada de todos modos, ya que soy el

responsable de poner tu ropa en tal desorden.

Se rió suavemente.

– ¿Sabes actuar como la criada de una dama?

– He tenido un poco de práctica en mi tiempo, suficiente para hacer el trabajo

correctamente, -dijo, moviéndose detrás de ella. Con una mano hábil, le alcanzó los

cordones-. Parece una maldita pena ocultar esos hermosos pechos tuyos, ya que son

realmente magníficos. Por otra parte, sólo me dará algo que esperar, preguntándome

cuándo volveré a mirarlos.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¡Kit!

Riendo y claramente impenitente, rozó un beso sobre un hombro desnudo y luego

procedió a sujetarla. Con su vestido una vez más en su lugar, se levantó, y luego

extendió una mano para ponerla de pie. Despeinado su cabello, se lo arregló, y luego

le pasó una mano por la falda para quitarle las arrugas.

– Bien como nueva, -pronunció.

Para devolverle el favor, le dio un tirón a su chaleco, y luego se acercó para

enderezar la tela de su cuello.

Terminó de peinarle un mechón de pelo de la frente.

– ¿Cuándo nos volveremos a ver?

– Hmm, yo también estoy ansioso, pero tendremos que ver. Supongo que

parecería extraño que empezaras a sufrir muchas enfermedades inesperadas.

Ella asintió.

– Sí, sería sospechoso. Violeta insistiría en que viera al Dr. Montgomery, segura de

que algo estaría muy mal.

Deslizando sus brazos alrededor de ella, la acercó.

– Tal vez te sorprenda, entonces. De esa manera nunca sabrás cuando un beso

puede estar esperando a la vuelta de la esquina.

Su boca se humedeció repentinamente en anticipación.

Doblando la cabeza, la besó, larga y persistentemente.

– Mi agradecimiento por una tarde exquisita, dijo después de que su abrazo

terminara-. La apreciaré siempre.

Su corazón saltó.

– Como lo haré yo.

– Date prisa hacia tu habitación antes que te echen de menos, si es que no lo han

hecho ya. Oh, y aquí... -Se separó, cruzando a un estante cercano. Levantando la

mano al azar, sacó un libro-. Toma esto.

Miró el título.

– ¿Un tratado de cálculo teórico?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Inclinó la cabeza, sorprendido, y luego se encogió de hombros.

– Te gusta mejorar tu mente, ¿no?

– Sí, pero ni siquiera a mí me gustan las matemáticas.

Se rió y besó su mano.

– Eso nos pasa a ambos. Será mejor que te vayas.

Aferrando el libro a su pecho, hizo lo que él le pidió.

Kit disfrutó del balanceo de sus caderas mientras caminaba hacia la escalera de

caracol y bajaba, desapareciendo de la vista. En el piso de abajo, reapareció,

deteniéndose a mirar hacia arriba y hacia atrás para ver si él estaba mirando.

Él fue incapaz de evitar acercarse a la barandilla. Levantando una mano, le ofreció

otra sonrisa para que siguiera su camino. Ella le devolvió la sonrisa, mostrándole un

destello de sus bonitos dientes antes de que se diera la vuelta y se alejara corriendo,

algo impresionante como cuando era una niña.

Una extraña presión se apretó en su pecho.

¿Cómo era, se preguntó, que ella se volvía más encantadora con cada día que

pasaba? Y su piel, brillaba como si estuviera iluminada por dentro. ¿Le habría dado

ese resplandor el hacer el amor? ¿Agregaría un vibrante brillo a sus ojos?

Sabía que le había dado placer, cada beso y cada suspiro era un placer abierto y sin

sofisticación. Ella ciertamente le había devuelto el favor, sus inocentes y

desprevenidos toques lo quemaban hasta la médula. Incluso ahora, el deseo

insatisfecho lo mantenía en su despiadado apretón, exigiendo que lo aplastara.

Detener su acoplamiento había sido un gran esfuerzo, cada fibra de su ser insistía en

que la tomara, envainándose en lo profundo de su carne dispuesta. Pero por una

fuerza de voluntad que no sabía que poseía, había terminado su interludio.

Tanto para mantener las cosas ligeras, meditó con un giro irónico en sus labios.

Dando la vuelta, se dirigió hacia la escena de su mutua seducción. Recogiendo un

montón de almohadas, se movió para emplazarlas en sus lugares originales.

~226~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Así como hoy había dejado de hacer el amor, debería poner fin a todo este asunto.

Ella ya lo había tentado más de lo que él había soñado. Más, si fuera honesto, que

cualquier otra mujer que hubiera conocido.

Pero el encaprichamiento podía ser un poderoso motivador, se atrevería a decir,

una compulsión, y aunque consideraba la idea de decirle a Eliza que no habría más

lecciones, sabía que las habría. La idea de prescindir de sus besos, de renunciar a sus

caricias era simplemente insoportable. Y así continuaría su juego amoroso a pesar de

todos los peligros inherentes al plan.

Tal vez estaba corriendo más riesgos de los necesarios. Hoy se había controlado a

sí mismo. Podía controlarse de nuevo, podía llevar a ambos al borde del precipicio,

pero no más allá.

De todos modos, eso es lo que esperaba.

~227~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 17

– ¿Ha mejorado tu dolor de cabeza? –Le preguntó Violeta a la mañana siguiente

durante el desayuno.

Eliza dejó su taza de té de porcelana con su delicada banda de rayas azules y

doradas. Se secó los labios con la servilleta.

– Oh, sí, estoy completamente recuperada.

– Bien. Me alivia saber que no necesitabas nada más que una tranquila tarde aquí

en casa para sentirte tú misma de nuevo.

Eliza sonrió y luego mordió una rebanada de tostada untada con mantequilla y

mermelada. No diría que su tarde había sido tranquila o que se sentía precisamente

como ella misma, pero no había necesidad de decírselo a Violeta.

Con un apetito que le sorprendió, considerando que los aleteos aún temblaban

dentro de su vientre por la cita de ayer, comió un montón de huevos. Los tragó, junto

con la jugosa confesión que flotaba en la punta de su lengua. Se moría por contarle a

Violeta lo de ella y Kit, pero sabía que era mejor guardar esos secretos para ella.

En cambio, escuchó mientras su amiga le contaba historias sobre la salida al

Parque Richmond. Parece que los niños habían disfrutado especialmente de la

excursión, los gemelos corriendo y dando vueltas por los campos, parándose en un

estanque con su padre para exclamar sobre las ranas que desesperadamente querían

atrapar y llevar a casa.

Eliza intervino con una pregunta ocasional, pero dejó que Violeta hablara la

mayoría de las veces. A pesar de su interés en todo lo que se había perdido en el

parque, sus pensamientos se dirigían una y otra vez a Kit y a su cita en la biblioteca

de Raeburn House.

Ella temblaba de nuevo sólo al recordar.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Kit había dicho que la sorprendería. ¿Cuánto tiempo, se preguntó, se vería

obligada a esperar?

No mucho, se emocionó al descubrir cuando Kit se le apareció en el pasillo esa

tarde y la llevó a una alcoba para un rápido pero caluroso abrazo.

Desde ese momento, nunca supo cuándo la llevaría a dar unos besos clandestinos,

unas cuantas caricias. Empezó a vivir al filo de la navaja, de un lado un pedazo de

cielo, del otro una especie de infierno.

Y siempre tuvo cuidado, asegurándose de que ninguno de ellos fuera visto juntos

en circunstancias que no fueran castas, ya fuera en casa o en público.

De lo contrario, sus días se volverían alarmantemente rutinarios. Visitas matinales

y vespertinas, seguidas de fiestas, salidas, bailes y veladas. Había desayunos y

almuerzos a los que asistir, tés, musicales y una noche ocasional en el teatro o la

ópera.

Sus pretendientes la visitaban la mayoría de las tardes, reuniéndose en el salón

antes de que uno de ellos, con arreglo previo, tuviera el privilegio de acompañarla a

un paseo en carruaje o a un paseo en el parque.

Pasó un día con el vizconde de Brevard y su hermana, que la invitaron a ella, a

Violeta y a Jeannette a ir de compras a Bond Street. Entre los vendedores visitados, se

detuvieron en la librería de Hatchard, donde Eliza encontró una maravillosa primera

edición de la poesía de Burns. Más tarde, concluyeron su excursión con un viaje para

tomar helados en Gunter.

Ella hizo lo mejor que pudo para divertirse, ya que esta era realmente la mejor

temporada que había conocido, pero debajo de cada acción, cada pensamiento,

estaba Kit. Incluso se coló en sus sueños, dejándola dolorida y vacía cuando se

despertó para encontrarse sola y el objeto de su deseo durmiendo sólo al final del

pasillo.

Pero se consoló a sí misma diciéndose que tuviera paciencia. Había esperado tanto

tiempo por él, que podía esperar un poco más.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Tres semanas después de su primera lección de amor con Kit, bajó las escaleras

después de desayunar y recibió la noticia de que tenía un caballero que la visitaba.

– ¿Lord Maplewood está aquí?, -repitió a March, sabiendo que era muy irregular

que el Barón la visitara a una hora tan temprana del día-. ¿Ha sido informada la

duquesa?

El mayordomo inclinó su cabeza real.

– Su Gracia es consciente de su llegada y le pidió que entrara en el salón. Ella se

reunirá con ustedes en unos minutos.

Bueno, reflexionó Eliza, si Violeta pensó que debía entretener a Lord Maplewood

por mi cuenta durante unos minutos, entonces debe estar bien.

Con un murmullo de agradecimiento para March, cruzó y entró en el salón. Para

su sorpresa, el mayordomo cerró las puertas tras ella. Ella miró fijamente por un

momento, con un sospechoso ceño entre las cejas, antes de volverse para ofrecer un

alegre saludo a su visitante.

Impecablemente ataviado con un conservador abrigo y pantalones marrones de

Wellington, su grueso pelo entrecano cuidadosamente peinado hacia atrás desde sus

sienes, Maplewood se adelantó y le hizo una elegante reverencia.

– Mi querida Srta. Hammond, qué bueno que me reciba tan temprano en la

mañana.

– Pero, por supuesto, mi Lord. Siempre me alegra su compañía. -Hundida en el

sofá, enderezó las faldas, y luego señaló una silla cercana-. ¿Quiere sentarse?

Sacudió la cabeza, girando un pequeño anillo de oro y ámbar en su meñique.

– Muchas gracias, pero preferiría permanecer de pie, si no le importa.

– No, en absoluto.

¿Estaba nervioso? Se preguntaba Eliza. Qué inusual, ya que Lord Maplewood era

uno de los hombres más firmes y sensatos que había conocido. Esperó en silencio,

decidiendo que era mejor dejarlo hablar primero.

Dio la vuelta al anillo de sello una vez más antes de que él mirara hacia abajo y se

encontrara con su mirada.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Srta. Hammond... primero déjeme decirle lo mucho que he disfrutado el tiempo

que hemos pasado juntos estas últimas semanas. De todas las damas que he conocido

esta temporada, usted es de lejos la más amable y amigable. Y encantadora, por

supuesto, -se apresuró a añadir.

Débilmente desconcertada, Eliza inclinó su cabeza.

– No soy un hombre muy dado a los discursos floridos, así que hablaré con

claridad. Como viudo, necesito una esposa, y lo que es más importante, una madre

para mi joven hija. Ha expresado su afecto por los niños, y creo que sería una madre

ejemplar. Sé que Clarissa le amará. -Se paró y dio una sonrisa desaprobadora,

obsoleta, lamentable-. Yo también le quiero, aunque quizás debería haberlo

mencionado antes.

El aire salió de los pulmones de Eliza. Antes de que ella tuviera la oportunidad de

recuperarse o responder, Maplewood se agachó y juntó sus manos en las suyas.

– Srta. Hammond, -dijo, con una cálida mirada de esperanza en sus ojos-, ruego

que alivie mi actual ansiedad y diga que se casará conmigo.

Ella giró la cabeza.

No esperaba una propuesta, aunque no podía decir por qué no, ya que Lord

Maplewood fue uno de sus más dedicados pretendientes desde el principio. Quería

casarse con ella. Ella se sentía halagada, por supuesto, pero ¿cómo debía

responderle?

Hacía tan sólo un mes, seguramente habría dicho que sí. Maplewood era todo lo

que ella decía querer en un marido. Considerado y amable, inteligente y educado,

agradable a la vista... bueno, realmente más que agradable, ya que suspiraban

extasiadas las damas cada vez que él se acercaba.

Era un buen hombre, que nunca la regañaba ni abusaba de ella, que hacía todo lo

posible por proporcionarle todas las comodidades y felicidad que ella pudiera desear

y que no tenía necesidad de su riqueza ya que poseía una inmensa fortuna propia. A

esto se añadía su hija, una dulce niña, que a menudo se ganaba un triste apretón de

manos de los que habían conocido a su difunta madre.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Una niña tan querida, decían. Una mujer tan querida, Lady Maplewood. Una pura

tragedia que haya tenido que morir tan joven.

Si Eliza se casara con Maplewood, sería la madre de la niña, cumpliendo al

instante otro de sus sueños más preciados.

Si no hubiera ninguna dificultad.

Si tan sólo no amara a Kit.

Y, en ese instante, tuvo su respuesta.

– Mi Lord, -comenzó-, me hace un gran honor con su propuesta. Es un hombre

maravilloso cuya amistad aprecio sinceramente. -Suavemente, ella le arrancó las

manos de las de él-. Pero me temo que no puedo aceptar.

Parpadeó y se enderezó, la decepción se hizo evidente en sus rasgos. Después de

un momento, pareció recuperar su equilibrio.

– ¿Puedo al menos tener la satisfacción de saber por qué?

Miró sus manos. – No creo que nos adaptemos.

Levantó una sola ceja oscura.

– No estoy de acuerdo. Creo que nos convendríamos mucho. Tenemos intereses

similares y personalidades compatibles. -Se detuvo y se frotó una mano sobre la

mandíbula-. Si esto es por Clarissa, porque le preocupa asumir tanta responsabilidad

tan rápidamente.

– No, mi Lord, -suplicó ella, cortándole el paso-. Esto no tiene nada que ver con su

hija. Parece una niña encantadora, obediente y dulce, que merece su obvio amor por

ella. Ella es una de las razones por las que estaría tentada de aceptarte, pero...

– Ah, pero... -Dio un par de pasos a través del suelo-. ¿Soy yo? ¿Le parece poco

atractiva la idea de que yo sea un marido?

– No, para nada.

– Entonces, ¿es mi propuesta, tal vez? El hecho de que no haya subrayado desde el

principio el gran afecto que le tengo. Si me deja, quizás pueda persuadirle.

Ella sacudió la cabeza y le dio una amable sonrisa.

– Podría intentarlo, pero mi respuesta seguiría siendo la misma.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

La estudió durante un largo momento.

– Entonces hay alguien más. Ah, puedo ver por su expresión que tengo razón.

Asumo que este afecto es serio, ¿y espera una oferta de este hombre?

Bajando la mirada, trazó el borde de una flor bordada en su falda. No sabía por

qué, pero decidió ser honesta. Lord Maplewood se merecía eso.

– Espero que me haga una oferta, -dijo ella, ante su mirada-. Aunque por el

momento no tengo derecho a decir que tengo una firme expectativa de una de él. Él y

yo... seguimos... cortejando.

Maplewood frunció el ceño.

– Bueno, es un tonto si no despabila y la hace su esposa. Supongo que lo ama. No

es un sinvergüenza sin dinero, ¿verdad? ¿Alguien que puede estar aprovechándose

de tu naturaleza amable?

– Oh, no, mi Lord. Es un hombre muy honorable, y no hay motivos para sospechar

que tiene un motivo tan vil. Y sí, lo amo.

Bajando los hombros en la derrota, miró hacia otro lado.

Se puso de pie.

– Mi Lord, lo siento mucho. Nunca quise causarle tristeza o angustia. Y lo dije en

serio cuando dije que es un hombre maravilloso. Sé que algún día encontrará una

mujer que sea digna de su admiración y afecto.

La emoción suavizó sus fuertes rasgos.

– Creo que ya he encontrado una mujer así, pero su corazón, parece, está

comprometido de otra manera. -Alcanzando su mano, la levantó a sus labios y le dio

un beso en la parte superior-. Le deseo toda la felicidad. Adiós, Srta. Hammond.

Con un movimiento de cabeza, salió de la habitación.

No mucho después, escuchó la puerta delantera abrirse y cerrarse, luego el sonido

de su yunta de caballos alejándose por la calle.

Con su partida, ella se cayó en el sofá.

Violeta llegó menos de un minuto después, corriendo con una mirada de

excitación apenas reprimida animando sus rasgos.

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– Bueno, ¿qué dijo Lord Maplewood? ¿Y por qué ya se ha ido? Pensé que

seguramente se quedaría lo suficiente para que ustedes dos compartieran sus

noticias. Tienes noticias, ¿no es así? Quiero decir, no me equivoqué al decir que vino

a proponerte matrimonio.

– No, no te equivocaste.

Violeta se agarró las manos a la altura de sus pechos. – ¿Y?

Eliza reprimió un suspiro. – Y lo rechacé.

Las manos de Violeta cayeron a sus lados.

– ¿Pero por qué? Pensé que te gustaba Lord Maplewood. Siempre parece que lo

pasas bien en su compañía, y los dos comparten muchos intereses, incluyendo el

amor por la literatura. Me pareció que era una pareja espléndida para ti.

– Él también lo pensó. Y me gusta. Es un hombre muy amable. Pero...

– ¿Pero? –animó Violeta suavemente.

Eliza miró a los ojos azules de su amiga.

– Pero no lo amo.

– Oh.

– ¿Está tan mal que quiera amar al hombre con el que me case? -Se puso de pie de

un salto-. ¿Estoy tan desesperada que debo aceptar a cualquier caballero que no sea

un villano o una gárgola?

– No, por supuesto que no, y nunca quise insinuar tanto. -Violeta se acercó y le

rodeó los hombros a Eliza con un brazo-. Tienes todo el derecho de esperar amor,

incluso de exigirlo en el hombre con el que pasarás el resto de tu vida. No me había

dado cuenta pero he sido bastante desconsiderada. No puedo concebir estar casada

con nadie más que con Adrián, ni sé cómo seguiría sin la alegría y la seguridad del

vínculo que él y yo compartimos. Me equivoqué al imaginar que podrías estar

contenta con menos. Perdóname.

– No hay nada que perdonar. -Devolvió el abrazo de Violeta-. Al principio de esta

cacería matrimonial, dije que quería un hombre agradable y amable, y no un cazador

de fortunas. Lord Maplewood cumple con esos requisitos, los supera y sería un

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excelente marido. Pero encuentro que quiero más, quiero amar y ser amada a

cambio.

– Y así debería ser. -Violeta apretó el hombro de Eliza antes de bajar el brazo a su

lado-. ¿Hay algún caballero en particular entre tus pretendientes por el que tengas un

afecto especial?"

Eliza dudó. ¿Debería decírselo a Violeta? ¿Revelar la profundidad de su amor por

Kit y su búsqueda para ganarlo a él y a su escurridizo corazón? Como siempre, el

impulso de compartir con su amiga se elevó dentro de ella.

– No exactamente, dijo, pero...

– ¿Qué es esto que oigo? –Interrumpió Kit, entrando a zancadas en el salón-.

¿Entiendo correctamente que Maplewood hizo una visita inesperada a Eliza esta

mañana?

Violeta se inclinó hacia él.

– Veo que la red de espías de la casa está trabajando con su habitual velocidad y

eficiencia. Pero sí, tienes toda la razón. Lord Maplewood estuvo aquí.

Su mirada voló hacia Eliza.

– ¿Qué quería?

¿Eso era ansiedad lo que leyó en su cara, o era sólo su propio deseo? Se preguntó.

Respiró e inconscientemente enderezó sus hombros.

– Me pidió que me casara con él.

– ¿Lo hizo? -Un ceño fruncido arrugó las cejas oscuras de Kit de una manera que

la alegró.

– No acepté, -añadió con voz suave.

Durante un largo momento él la miró fijamente, un destello de una emoción que

ella no pudo interpretar parpadeando dentro de sus ojos. Luego asintió con la

cabeza.

– Debo pensar que no. No hay motivo para tomar al primer tipo que se acerque,

¿no está de acuerdo Vi? Maplewood es demasiado serio para Eliza. Él los tendría a

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

los dos en el campo, haciendo aburridos negocios inmobiliarios y leyéndose el uno

al otro por las tardes antes de dormir. Me hace bostezar sólo de pensarlo.

Violeta se rió.

– ¡Kit, eres horrible! Lord Maplewood es un hombre encantador, muy considerado

y bueno.

– No dije que no fuera bueno, sólo que necesita aflojarse un poco.

– Como tú, me imagino, -bromeó su cuñada.

– No hay nada malo en divertirse un poco de vez en cuando. -Con una sonrisa

desvergonzada, miró fijamente a Eliza y le guiñó un ojo atrevido-. ¿Es ahí, Srta.

Hammond?

La fuerza de su personalidad la golpeó como un espectáculo de fuegos artificiales,

dejándola simultáneamente hechizada y deslumbrada. Puntadas en su pulso

martillando dentro de sus muñecas, luchó por no mostrar su reacción, consciente de

que Violeta los miraba a ambos.

Eliza bajó su barbilla.

– No, mi Lord, no hay nada malo en absoluto.

***

A la noche siguiente, los aplausos estallaron dentro del teatro, sorprendiendo a

Eliza de sus sueños privados. Abajo en el escenario, los actores hicieron una rápida

reverencia antes de retirarse detrás de las cortinas para prepararse para la segunda

mitad de la obra.

El vizconde Brevard se giró de su asiento junto a ella.

– ¿Le gusta, entonces?

Ella lo miró fijamente por un largo segundo de incomprensión, finalmente se dio

cuenta de que él debía significar la obra. Por suerte, no era la primera vez que veía

Otelo.

– Muy conmovedor, -dijo-, aunque nunca entiendo cómo Otelo se permite ser

presa de un embaucador tan obvio como Iago. Haría bien, después del intervalo, en

tener más fe en su novia, pero por desgracia sé que no lo hará, una vez más.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Brevard dio un triste sacudón de cabeza.

– No, me temo que un trágico final le espera a la pobre Desdémona. La bella dama

está condenada a morir.

El vizconde, su hermana y una de las jóvenes amigas de Franny, la Srta. Twitchell ,

se habían unido a Eliza y al resto de la fiesta del duque en el teatro esta noche.

Sentada en el palco ducal, Eliza tenía una excelente vista del espectáculo.

También tenía una excelente vista de Kit, que había llegado solo, y luego buscó a

un grupo de sus compinches en un palco al otro lado del camino. A pesar de sus

mejores intentos, la acción en el escenario no le había llamado la atención, no lo

suficiente como para evitar que sus ojos se desviaran una y otra vez hacia Kit. Él

también la había estado observando, estaba segura de ello, aunque era difícil saberlo

con certeza en la tenue iluminación del teatro.

Ahora el intervalo había llegado.

¿La buscaría Kit? Sus sentidos palpitaban ante la idea antes de que se dijera a sí

misma que dejara de lado sus fantasías. Kit podría seguir instruyéndola en privado,

pero siempre tenía cuidado de proyectar un aire de benevolencia y platónica amistad

cuando estaban juntos en compañía. A veces ella deseaba que él olvidara su fachada

practicada y dejara que su pasión por ella se manifestara. Por supuesto, lo que ella

deseaba era que se uniera a las filas de sus pretendientes, y luego ordenara que todos

se fueran, declarando al mundo que ella le pertenecía.

Pero hasta ese momento ella continuaría jugando el juego, seguiría dejando que

caballeros como el Vizconde de Brevard le prestaran atención. Con esa

determinación en mente, Eliza se encontró con la mirada de Brevard y compartió una

cálida sonrisa.

Le devolvió la sonrisa, con ojos tan azules como el cielo de junio.

Su hermana, rubia y bonita como un narciso de primavera, apareció a su lado.

– Lance, ¿podemos Jane y yo tener permiso para cruzar al palco de Lady Margate?

Sus hijas están presentes, y nos gustaría mucho hablar con ellas.

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El vizconde miró entre su hermana y la Srta. Twitchell, ambas jóvenes esperando

con expresiones de esperanza en sus rostros.

– Muy bien, -comenzó.

Las jóvenes interrumpieron con aplausos y gritos.

– Siempre y cuando la Srta. Hammond consienta en acompañarme, -continuó

Brevard-. Caminaremos detrás de ustedes dos, así puedo asegurarme que han

llegado al palco de los Margates sin incidentes. La mayoría de la gente aquí en los

niveles superiores es muy educada, pero nunca se sabe cuándo un rufián puede subir

las escaleras para acercarse a las jóvenes sin escolta. -Se volvió hacia Eliza-. ¿Y qué

dice usted, Srta. Hammond? ¿Le gustaría dar un paseo?

Eliza asintió.

– Sí, por supuesto. La Srta. Brevard y la Srta. Twitchell estarían bastante abatidas

si no lo hiciera. Y dar una vuelta por el teatro suena enormemente refrescante.

El vizconde se puso de pie, y luego extendió su brazo para que Eliza lo tomara. Se

detuvo para que Violeta y Adrián supieran su destino, luego los cuatro estaban en

camino.

Las chicas, Franny y Jane, las precedieron en el pasillo, caminando brazo a brazo

mientras charlaban entre ellas. Eliza y Brevard caminaron detrás, con cuidado de dar

a la pareja suficiente espacio para no sentirse amontonadas.

Pronto llegaron al palco de los Margates, Lady Margate y sus hijas se animaron

cuando los recibieron. Un trío de apuestos jóvenes caballeros también estaban en el

palco. Otra razón, supuso Eliza, por la que Franny y Jane estaban tan ansiosas por la

visita.

Después de un par de minutos de conversación cortés, Lady Margate se despidió

de Eliza y del vizconde, prometiendo llevar a las niñas de vuelta al palco del duque

antes de que se reanudara la obra. Conformes de la seguridad de su hermana y su

amiga, Eliza y Brevard reanudaron su paseo.

– ¿Continuaremos en la dirección que hemos estado caminando antes de hacer

nuestro regreso? –preguntó Brevard.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Sí, vamos. Quedan varios minutos en el intervalo, y después de tanto estar

sentados un paseo suena justo algo muy agradable.

Pero sus deambulaciones eran lentas debido a la multitud de damas y caballeros

elegantemente vestidos que abarrotaban el pasillo. La conversación tampoco era tan

fácil de llevar a cabo con una poderosa neblina de ruido tan espesa que flotaba en el

aire como una nube de humo. Pequeños candelabros de pared que ardían en aceite

iluminaban el camino, emitiendo una luz tenue, casi dorada. Ella y el vizconde se

paraban a menudo, deteniéndose para intercambiar bromas con un conocido tras

otro.

Estaban retornado hacia el final del pasillo, y a mitad de camino del palco de

Violeta y Adrián cuando un hombre alto y enjuto se deslizó entre la multitud. Con el

pelo y los ojos tan negros y planos como un abismo sin fondo, se deslizó hacia

adelante, su mirada raspando sobre ella como una garra helada.

Philip Pettigrew.

Ella no lo había visto desde aquel desconcertante encuentro en Raeburn House el

día que prácticamente le exigió que se casara con él. Tal vez después de eso, se había

ido de la ciudad. Obviamente, a dondequiera que se había escabullido, ahora había

regresado, vestido como siempre como un enterrador en un negro implacable.

Ella pensó en darse la vuelta y fingir que no lo había notado. Pero no había ningún

lugar donde retirarse y si lo cortaba públicamente, el incidente causaría un gran

revuelo entre los chismosos. Se mantuvo firme en el brazo musculoso de Brevard y se

forzó una expresión agradable en su cara.

– Prima Eliza, -declaró Pettigrew, deteniéndose ante ellos-. Qué placer encontrarle

aquí esta noche. No me di cuenta de su presencia hasta que le vi entre la multitud

hace un momento.

Ahora, ¿por qué, se preguntaba, pensaba que estaba mintiendo? Sacudiendo la

inquietante sensación, asintió con la cabeza en señal de saludo.

– Primo.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Cayó un incómodo instante de silencio, Pettigrew esperaba claramente una

presentación.

– Lord Brevard, -dijo-, permítame que presente a mi primo, el Sr. Philip Pettigrew.

-Hizo una pausa, no se encontró con la mirada de Pettigrew-. Primo Philip, el

Vizconde Lancelot Brevard. Asumo que ustedes, caballeros, no se han conocido

previamente.

– No, no he tenido la ocasión. Pettigrew. -El vizconde extendió la mano.

Los hombres se dieron la mano.

– No sabía que la Srta. Hammond tuviera familia en la ciudad.

– La prima Eliza no tiene muchas relaciones, -dijo Pettigrew-, sus queridos padres

hace tiempo que se fueron con su creador. Su tía y yo éramos realmente los únicos

parientes cercanos de Eliza. Pero ahora que mamá se ha ido, Dios bendiga su santa

alma, sólo estoy yo. Es una pena que no nos veamos más, ¿verdad, prima?

Eliza lo miró fijamente, frunciendo el ceño. Si ella dijera No, como él debía saber

que ella anhela hacer, sonaría grosera. Y si accedía, él podría aprovechar la

oportunidad para congraciarse con ella de nuevo.

Tomando el camino del medio, ella hizo un ruido no comprometido.

– Bien por ti, primo, pero creo que su señoría y yo deberíamos volver a nuestros

asientos ahora.

– Oh, todavía queda mucho tiempo en el intervalo, suficiente para charlar durante

uno o dos minutos más.

Se acobardó en su interior, queriendo alejarse a pesar de la afirmación de

Pettigrew, pero los modales arraigados durante mucho tiempo la mantuvieron en su

lugar.

– Debe estar disfrutando de la temporada este año, prima, -dijo Pettigrew-. Su

nombre está en boca de todos, remarcando la franja que ha estado cortando entre los

del Ton. -Se detuvo, mostrando sus dientes descoloridos-. Un cambio con respecto a

sus temporadas anteriores. ¿Cuántas fueron?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Un brillo en los ojos de su primo le mostró que sabía exactamente cuántas habían

sido.

Ella se puso rígida y se negó a aceptar su evidente carnada.

– No podría decirlo.

– Bueno, por muchas que sean, -continuó Pettigrew, parpadeando de una manera

lenta y directa que la hizo pensar en un reptil-, es encomiable de su parte mantener

su optimismo. La mayoría de las mujeres de su edad se habrían puesto una gorra de

solterona y se habrían colocado firmemente en el estante hace años. Todo su éxito en

esta temporada debe ser gratificante. Aunque confieso que me sorprende no tener

noticias de un compromiso.

El brazo de Brevard se tensó bajo su mano, pero antes de que pudiera responder,

una voz familiar entró en la pelea.

– Estoy seguro de que la señorita revelará su elección de marido cuando esté lista

para hacerlo, y ni un minuto antes, -dijo Kit, su tono llevaba un filo duro e

implacable que nunca le había oído usar-. Puedes leer el anuncio de compromiso en

el periódico cuando llegue el momento, Pettigrew.

El desdén en las palabras de Kit le llegó como el golpe de un guante a través de la

mejilla demacrada del otro hombre. Por un segundo, una luz malévola parpadeó en

la mirada obsidiana de Pettigrew, y luego se desvaneció tan rápido como había

llegado.

– Lord Christopher, -dijo su primo con falsa calidez-, un placer como siempre.

– Si usted lo dice. -Kit no hizo ningún esfuerzo por saludar al otro hombre como

dictaban los buenos modales.

– Obviamente cree que me he excedido, pero no quise decir nada malo. Como el

pariente más cercano de la prima Eliza, sólo me preocupa su futuro bienestar y

felicidad.

– Oh, estoy seguro de que lo está, -dijo Kit, sus palabras chorreando sarcasmo-. Y

todavía lamentando la pérdida del dinero de su madre también, sin duda. -Se inclinó

hacia adelante, alto e intimidante a pesar de que él y Pettigrew tenían una altura

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similar-. Cualquier cambio salvaje que esté retumbando dentro de esa cabeza suya,

puede guardarlo. Eliza y su riqueza están fuera de su alcance. Ella le rechazó una

vez, y no volverá a recibir sus avances no deseados.

– Me heristeis, mi Lord. Sólo me detuve para conversar y reencontrarme con mi

prima. Seguramente tengo derecho a hablar con mi propia familia.

– Has hablado con ella. Ahora vete.

Pettigrew tenía el antinatural color de su tez, con su complexión usualmente

pálida y le temblaba el labio superior.

– Debería reclamarle por su comportamiento insultante y las acusaciones que ha

hecho sobre mí y mis intenciones.

Kit cruzó los brazos sobre su pecho, claramente divertido.

– Quieres pelear, ¿verdad? Estaré encantado de hacerlo. Brevard aquí puede

actuar como mi segundo.

El vizconde dio un firme y tácito asentimiento.

– Entonces, ¿qué será? -se atrevió Kit-. ¿Pistolas o espadas? Cualquiera de las dos

opciones hace poca diferencia ya que soy experto en ambas. O si te preocupa morir,

podríamos vernos en el ring en casa del Caballero Jackson. Estoy seguro de que

puedo proporcionarte una entrada, ya que sé que no tienes una suscripción.

Al mencionar la violencia, la alarma se apretó en el pecho de Eliza.

– Oh, Kit, por favor, detente. No hagas esto.

Sin mirarla, extendió la mano y le dio una palmadita en el brazo. No obstante,

mantuvo su atención centrada en su primo.

– Bueno, ¿Pettigrew? Estoy esperando.

Para consternación de Eliza, vio que Kit no era el único que esperaba. Un pequeño

grupo de damas y caballeros se había reunido y pretendían, sin mucho éxito,

ocuparse de sus propios asuntos, cuando en realidad estaban fascinados con cada

palabra.

Visiblemente erizado, Pettigrew infló su escuálido pecho y empujó su huesuda

barbilla, su manzana de Adán subiendo y bajando como una boya. Justo cuando todo

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el mundo empezaba a preguntarse si realmente podría ser lo suficientemente tonto

como para acceder a enfrentarse a Kit, gruñó bajo, giró sobre un talón y se abrió paso

a codazos entre la multitud.

– Parece que sus amenazas están tan vacías como su cartera, -dijo Kit en voz alta.

Su público se burló e hizo un par de comentarios remarcándolo. Como el intervalo

estaba a punto de terminar, tuvieron la gracia de disolverse rápidamente y volver a

sus asientos. Una vez que el pasillo quedó desierto, Kit se volvió hacia Eliza-. ¿Estás

bien?

No se había creído afectada, pero ahora que todo el encuentro había terminado,

comenzó a temblar.

Al ver su estado, Kit miró a Brevard.

– Como puede ver, la Srta. Hammond está desbordada. Si tiene la amabilidad de

informar a mi hermano y a su esposa de nuestra partida, acompañaré a la Srta.

Hammond a casa.

– No hay necesidad de que irnos. Estaré bien, -le dijo a Kit.

Sacudió la cabeza.

– No estarás bien con la mitad del público mirándote durante el resto de la noche.

Ya sabes lo rápido que se corre la voz. Déjame llevarte de vuelta a Raeburn House.

Adrián y Violeta pueden manejar cualquier alboroto que siga. Desde que superaron

su propio escándalo hace un par de años, se han vuelto muy hábiles para reprimir las

conversaciones no deseadas.

– Winter tiene razón, Srta. Hammond, -instó Brevard-. Sólo se causaría un dolor

innecesario si se quedara. Y lo más probable es que para cuando se despierte

mañana, habrá nuevo forraje para que todos empiecen a masticar, y se olvidarán de

todo acerca de usted.

Se mordió su labio inferior con los dientes, y luego asintió con la cabeza.

– Muy bien. Pero por favor, dígale a la duquesa que no se alarme y que se quede

para el resto de la obra. No quiero ser la ruina de su noche.

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– No lo serás, -le aseguró Kit antes de dirigirse al otro hombre-. Gracias, Brevard, y

buenas noches.

Le lanzó una débil sonrisa al vizconde.

– Sí, gracias, mi Lord. Le ruego que é mis saludos a su hermana y a la Srta.

Twitchel.

Con un asentimiento y una despedida, Brevard se inclinó, y luego se alejó.

Kit le ofreció su brazo.

– Ven, mi pequeño reyezuelo, déjanos ir.

Puso la mano en su manga y juntos se fueron.

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Capítulo 18

Afuera del teatro, Kit tomó asiento en el carruaje frente a Eliza y esperó mientras

los sirvientes cerraban la puerta y se preparaban para poner en marcha el vehículo.

Durante toda la noche, Kit había mantenido su distancia con Eliza. Al principio,

había considerado fugazmente asistir al teatro con el resto de la familia, pero sabía

que la elección más sabia sería sentarse con sus amigos al otro lado de la galería, en

lugar de dentro del palco con Eliza. Estando tan cerca de ella, sabía que podría ceder

a la tentación de robar un toque rápido o dos, un anhelo que últimamente estaba

empezando a bordear la obsesión.

Así que se contentó con mirarla, satisfecho de poder ver ocasionalmente cómo ella

lo miraba desde el otro lado del oscuro lugar.

Pero durante el intervalo, cuando se encontró con Pettigrew abordándola

públicamente, su intención de permanecer discretamente en el fondo se había

desvanecido, su único pensamiento era de ir en su ayuda y borrar la expresión de

angustia de su cara.

Ahora, mientras estaban sentados juntos a solas en el carruaje, estaba doblemente

contento de haberlo hecho.

El coche se tambaleó un poco cuando el conductor movió las riendas, dando la

orden de seguir hacia adelante a los caballos. Tan pronto como éstos se movieron,

también lo hizo Kit, cruzándose para sentarse al lado de Eliza.

Colocando un brazo sobre sus hombros, la acercó.

– ¿Te sientes mejor? -preguntó.

Ella asintió. – Ahora estoy mejor.

– ¿Entonces qué son estos escalofríos?, -advirtió suavemente, frotando y calmando

con los dedos a través de la franja de piel desnuda que se encontraba entre el borde

de su corta manga de seda y la parte superior de su guante hasta el codo.

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Desde debajo de sus pestañas, ella le echó una mirada.

– Tengo un poco de frío, supongo.

– Aquí, entonces, déjame calentarte. -Sin más preámbulos, la levantó del asiento y

la puso sobre su regazo, poniéndola cómodamente contra él, con los brazos

apretados-. – Ah, ahora, esto es mejor.

Ella se movió por un momento con evidente sorpresa, su trasero rozando contra

él, de una manera que llevó un apuro de anhelo directo a sus entrañas. Como si

supiera exactamente en qué tipo de dificultad lo había puesto, dejó de retorcerse,

pero sus esfuerzos llegaron demasiado tarde.

No podía quejarse, sin embargo, disfrutando de la sensación de tenerla tan cerca.

En un suspiro tranquilo, ella apoyó su cabeza en su hombro.

Acariciando su brazo, él le dio un ligero beso.

– Relájate, cariño. Estás a salvo.

– Lo sé. Así como sé que nunca estuve en un peligro real, es sólo que él es tan

terrible.

– Eso es. Una verruga en el trasero del mundo. Pero Pettigrew ya se ha ido, y no

quiero que te preocupes más por tu primo. Te mantendré a salvo.

Acercándose más, deslizó un brazo alrededor de su cintura.

– Nunca te agradecí por intervenir de la manera en que lo hiciste. Creo que Lord

Brevard estaba a punto de intentarlo, pero...

– Pero él no sabe qué serpiente es tu primo, o qué cobarde. Supongo que todos los

Ton lo sabrán ahora.

Eliza levantó la cabeza para encontrarse con su mirada.

– Philip estaba furioso, Kit. No deberías haberlo incitado de la manera en que lo

hiciste.

– No habría estado en ningún peligro real, te lo aseguro, aunque hubiera tenido el

valor de luchar contra mí.

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– Oh, ya lo sé. Sólo me preocupaba que si lo matabas, acabarías teniendo que huir

del país, sobre todo teniendo en cuenta el número de testigos que había para el

evento.

Kit la miró fijamente durante un instante antes de echar la cabeza hacia atrás con

una carcajada sincera. Todavía se estaba riendo momentos después.

– Eso es lo que es tan encantador de ti, Eliza, siempre eres tan deliciosamente

honesta. Es una cualidad refrescante que pocas personas poseen. Promete que nunca

la perderás, mi pequeño reyezuelo, no importa la edad que puedas tener algún día.

Una sonrisa de ensueño floreció en sus labios, sus mejillas brillando con un placer

visible incluso en el tenebroso interior de la carroza.

– Te lo prometo, -murmuró, su voz solemne y ronca.

El humor en su interior se desvaneció tan rápido como había llegado, el deseo se

agitó una vez más a la vida. Al apretar su mano, levantó la propia y acarició la cálida

y satinada piel de su mejilla, antes de descender en un deslizamiento gradual,

trazando la esbelta columna de su garganta a medida que avanzaba. En la base,

enroscó sus dedos contra la suave parte inferior de su mandíbula, y luego inclinó la

cabeza hacia atrás para posicionarla para su beso.

Apoyó los labios en una mejilla.

– Dijiste algo sobre querer agradecerme. -Se inclinó para rendir homenaje a la otra

mejilla-. Creo que conozco el camino. ¿Por qué no me muestras lo que te he enseñado

y exactamente cuánto has ganado?

Con esa invitación, esperó, ganando su recompensa segundos después cuando ella

enterró sus dedos en su pelo y arrastró sus labios hasta los suyos. Mientras Eliza

saqueaba su boca con impresionante minuciosidad, Kit se dio cuenta de que había

aprendido mucho bajo su tutela, su tacto hacía que sus sentidos se tambaleasen,

convirtiendo su cerebro en papilla.

Como siempre lo hacía, Eliza experimentó un resplandor de emoción, un

chisporroteo en su sangre que, por derecho, debería haber hecho saltar chispas. Los

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dedos de los pies se enroscaron en sus zapatillas de noche de satén, y derramó cada

gramo de pasión y habilidad en su abrazo.

Su lengua se enredó con la de ella en una danza salvaje, dinámica e intensa,

mostrándole que sus esfuerzos estaban resultando efectivos. Gruñendo, deslizó su

mano hacia abajo para tomar su pecho, frotando el tenso pico de su pezón a través de

la delicada seda de su vestido.

Moviéndose en su regazo, ella le animó a tomar más, y para su profundo deleite,

lo hizo. Tirando de una manga y de un lado de su cuerpo, liberó un solo seno,

dándole un apretón tentador antes de levantarla lo suficiente para sujetar su boca

sobre su cuerpo dispuesto.

El tirón de sus labios, dientes y lengua contra la carne sensible de ella la envió al

cielo. Necesitaba desesperadamente tocarlo, y se metió debajo de su abrigo y chaleco

para arrancar frenéticamente su delgada camisa. Incapaz de encontrar piel desnuda,

se contentó con acariciarlo a través de la tela, saboreando su calor y la forma firme de

sus duros músculos masculinos.

Gruñendo, él la amamantó más profundamente, incluso cuando bajó una mano

para arrastrar sus faldas a lo alto. Arriba movió sus dedos, deslizándose como lo

había hecho ese día en la biblioteca, a lo largo de su pantorrilla, sobre la rodilla y el

muslo. Acarició su pierna y su cadera durante varios minutos, pero en lugar de

retirarse esta vez, siguió adelante.

Acariciando el interior de sus muslos, la hizo temblar, con los ojos cerrados en una

cálida y soñadora felicidad. Segundos después, sus párpados se abrieron de par en

par al insertar un dedo en su interior de una manera que ella nunca imaginó que

podría ser tocada.

– Oh, Dios mío, -gimoteó ella, gritando cuando él comenzó a tratarla con

delicadeza allí, en lo profundo de sus piernas. Reclamando su boca de nuevo, él

captó los pequeños gemidos y suspiros y gemidos jadeantes que salían de su

garganta, los sonidos completamente fuera de su capacidad de control.

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Un dolor que se fue acumulando donde la acarició, aumentando con cada golpe

interior subsiguiente. Justo cuando ella pensó que no podía sentirse mejor, añadió

otro dedo y la empujó dentro de ella, profunda y lentamente, tomándose su tiempo

para que ella pudiera ajustarse a la anchura añadida.

Ella se arqueó y dio un grito, el ruido se amortiguó dentro de su boca. Ya no era

capaz de formar un pensamiento coherente, y se quedó totalmente indefensa en sus

brazos mientras él la acariciaba hasta el punto de ruptura. Agarrando la tela de su

camisa, ella se aferró como si estuviera en peligro por su propia vida.

Un grito sonó de sus labios cuando la crisis llegó, todo su cuerpo tembló como un

estallido de placer cegador que la atravesó, feroz y profundo como un relámpago,

chamuscando su sangre, sus huesos y sus tendones.

Jadeando por respirar, se aferró a él mientras los temblores de placer comenzaron

a disminuir gradualmente. Sólo entonces se dio cuenta del estado físico de Kit, el

largo de él presionando como una barra dura contra su trasero. Actuando por puro

instinto, se enroscó ligeramente a un lado y luego alcanzó una mano entre sus

cuerpos.

La carne de él saltó al tocarla, incluso a través del satén de sus pantalones de

noche. Se mordió el labio para contener un gemido, apretando los ojos cerrados en

una expresión que era una mezcla de éxtasis y agonía, mientras ella trazaba la forma

de su rígida excitación.

Bajó su mano y cubrió la de ella, mostrándole paciente pero firmemente la forma

exacta en que deseaba ser tocado. Obedeciendo gustosamente su dirección, ella lo

acarició, sorprendida por las diferencias en sus cuerpos, y la similitud de su

respuesta.

Obviamente queriendo más, él se estiró para desabrochar los botones de sus

pantalones.

En ese momento, el carruaje se detuvo.

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Por un segundo, el repentino cese de movimiento del vehículo no tuvo sentido

para ninguno de los dos. Ella y Kit se miraron fijamente, congelados mientras ambos

trataban de comprender.

Escuchó sonidos: el quejido de los caballos, el tintineo de sus bridas mientras

esperaban con impaciencia para descargar a sus pasajeros y hacer el último viaje

corto alrededor de la casa hacia los mullidos y cómodos establos. Ella también

escuchó la conversación tranquila y fácil del cochero y el lacayo, cuando el segundo

hombre bajó para abrir la puerta del coche.

Más rápido de lo que nunca lo había visto moverse, Kit colocó su corpiño en su

lugar, le bajó las faldas sobre las piernas, luego la levantó y la colocó en el asiento a

su lado. Deslizándose tan lejos como el asiento de la carroza lo permitía, se pasó una

mano a través de su pelo revuelto y se arrimó a la parte delantera de la carroza.

– Por supuesto, mi Lord.

– Y cierra la puerta, ¿quieres?

Robert les envió una mirada curiosa.

– Sí, mi Lord.

Momentos después, la puerta se cerró.

Kit suspiró y apoyó su cabeza contra el dibujo del pichón de terciopelo.

– Dios mío, si hubiéramos sido un segundo más lentos... -Dejó el resto de la

declaración sin decir.

Medio dormida, su cuerpo continuaba estremeciéndose y palpitando en cualquier

número de lugares innombrables, Eliza sólo podía estar de acuerdo.

– ¿Qué pensarán? -susurró, echando una mirada de reojo a los sirvientes que

esperaban que salieran. Incluso March se paró en la entrada, la puerta principal

abierta en preparación para su ascenso.

– Podrían pensar que estamos teniendo una pelea -dijo Kit-. Al menos esperemos

que sea eso lo que piensan. Por otro lado, si intento bajar de este coche en mi estado

actual, ninguno de ellos tendrá que adivinar nada.

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Su mirada se dirigió al abultamiento sustancial entre sus piernas, un abultamiento

que parecía crecer bajo la fuerza de su mirada.

Kit levantó una ceja.

– Te aconsejo que dejes de hacer eso a menos que desees quedarte aquí y terminar

lo que empezamos.

Sus ojos volaron hacia arriba, el calor le quemó las mejillas.

– También te sugiero que entres, -continuó en un tono más suave-. ¿Estarás bien si

no te acompaño a la puerta?

Ella asintió.

– Sí, ¿pero qué hay de ti?

– Viajaré a mi club. Eso debería quitar el viento de mis velas, por así decirlo.

– Oh, -murmuró, abatida de que él no entraría con ella, aunque sabía que él estaba

tomando la decisión prudente. Su mano tembló débilmente mientras reajustaba su

corpiño y alisaba sus faldas.

Después de una profunda inhalación, se movió hacia él en el asiento.

– ¿Cómo me veo?

Un resplandor radiante en sus hermosos ojos de oro verde. Tomando la mano de

ella en la suya, le dio un beso en la palma de la mano.

– Impresionante. Pero entonces, siempre lo estás, querida.

El calor radiante clamaba dentro de su corazón.

Inclinándose hacia adelante, Kit golpeó la puerta, y luego se bajó de nuevo en el

asiento. Cambiando ligeramente de posición, una vez más colocó un brazo

estratégicamente sobre su regazo y cruzó las piernas.

Robert abrió la puerta.

– Ayuda a la Srta. Hammond a entrar, quieres, Robert. Luego informa a Josephs

que iré en coche al Club Brooks.

El lacayo se inclinó.

– Con gusto, Lord Christopher. ¿Señorita? -dijo, extendiendo una mano para

ayudarla a bajar por los pequeños escalones metálicos del coche.

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March le dio un alegre saludo mientras subía la escalera de piedra de la entrada

principal. Una vez que cruzó el umbral, la puerta del carruaje se cerró de golpe, y el

vehículo se alejó por la calle.

Horas después, Kit entró en la oscura casa con una pequeña llave que guardaba

para esas ocasiones. Sus pisadas resonaron suavemente en el suelo de mármol, la

residencia silenciosa, incluso los sirvientes se acostaron a las tres de la mañana.

No había querido ir a su club esa noche.

No cuando cada célula de su cuerpo le había gritado que siguiera a Eliza a la casa,

la metiera en una de sus habitaciones y pasara el resto de la noche embelesándola.

Y maldita sea si no hubiera hecho eso, a pesar de los sirvientes, a pesar de Adrián

y Violeta, si no hubiera sido por la mirada de ingenua perplejidad y conmoción en

los ojos de Eliza cuando ambos estuvieron a punto de ser descubiertos dentro del

coche.

El fuerte recordatorio de su inocencia había despertado su cerebro, junto con su

sentido del bien y del mal. Así que la dejó de lado, y luego trabajó para enfriar su

lujuria en el viaje a través de la ciudad.

A pesar de su necesidad de descanso, cruzó al estudio de abajo donde sabía que

Adrián guardaba una jarra de brandy. Tal vez un trago de licor y unos minutos de

contemplación frente al fuego aliviarían la inquietud que aún se estaba gestando en

su interior, lo suficiente para que se durmiera de todos modos.

Encendiendo una sola vela para disipar las pesadas sombras, se dirigió a un

armario a lo largo de la lejana pared. Buscando una copa y la prometida jarra de

cristal de brandy, se sirvió un trago.

Acababa de poner el tapón y estaba bajando su primer trago cuando un vistazo de

blanco apareció en su línea de visión.

La sorpresa hizo que se ahogara. Chisporroteando, giró y miró fijamente a Eliza.

Tosió dos veces antes de poder respirar bien.

– Como la plaga, no esperaba a nadie. ¿Qué haces levantada tan tarde?

Una pequeña línea arrugó su ceja.

~252~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– No podía dormir y bajé por un poco de leche caliente. Lo siento si te asusté.

Le hizo señas a su disculpa, y luego decidió tomar otro sorbo. El alcohol se deslizó

por su garganta con un calor satisfactorio antes de dejar la copa a un lado.

Sólo entonces se dio cuenta del vaso en la mano de Eliza, un vaso de leche caliente,

sin duda. Imitando sus acciones, ella tomó un trago, y luego se movió para colocar el

vaso cuidadosamente en la misma mesa que su brandy.

A medida que se acercaba, el olor a miel de su piel se burlaba de sus fosas nasales,

su deseo anterior rugiendo vívidamente a la vida. Oscura y despeinada, sus rizos

enmarcaban su rostro en un seductor desorden, su camisón y su túnica de fino y

blanco raso cubriendo sus esbeltas curvas de una manera que ocultaba muy poco a

su vista. Si hubiera tenido un poco más de luz de velas, probablemente podría haber

visto a través del camisón. Y sus pies estaban desnudos.

La sangre caliente corría hasta su ingle. Maldiciendo por dentro, frunció el ceño.

– ¿Cómo estaba tu club? -preguntó.

La miró fijamente por un momento.

– Brooks estaba bien. Gané cien libras jugando al faro.

– Oh, eso es bueno. Tendrás que comprarte algo bonito, algo que hayas estado

deseando.

Lo que él quería era a ella.

A su lado, sus manos enroscadas en puños.

Ella se acercó un paso más, sus ojos gris paloma, oscuros y misteriosos con poca

luz. Durante un largo momento, ninguno de los dos habló, sus miradas hablaban por

ellos.

Cada músculo de su cuerpo se puso rígido mientras luchaba contra la necesidad

de arrastrarla a sus brazos.

– Vete a la cama, Eliza -gruñó con voz áspera. Tal vez si sonaba lo suficientemente

desagradable, podría convencerla de que se fuera. Seguramente hasta ella debía

darse cuenta de que no era el momento de jugar.

Pero ella se mantuvo firme.

~253~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Ya te dije, no puedo dormir. Creo que necesito algo más que leche caliente. ¿No

crees... -dijo en un susurro cercano-, que necesito más?

El cuerpo temblando, se mantuvo a raya.

Su contención duró diez segundos antes de que se rompiera y la arrastrara contra

él. Sus labios se encontraron y se fusionaron, enlazándose en una explosión ardiente

de necesidad apasionada. Besándola con avidez, reclamó su boca en largos y

profundos tragos hambrientos que no permitían negación, y exigió nada menos que

su completa capitulación. En un murmullo de aliento, ella le dio todo lo que pidió y

más, cambiando las tornas para que pronto se encontrara tan atrapado en la telaraña

que estaban tejiendo como ella.

Cogiendo sus nalgas bajo su brazo, la levantó y ajustó sus caderas a las de ella.

Ella gimió, estrechando sus brazos alrededor de su cuello para acariciar sus hombros

y cuello, espalda y cintura, tocándolo en todos los lugares que sus brazos y manos

podían alcanzar.

Con la cabeza dando vueltas, Kit pensó por última vez en bajarla y empujarla de

él, como el buen sentido le advirtió que debía hacer. Pero incluso cuando la idea se

formó, se escabulló, desapareciendo como un trozo de madera a la deriva arrebatado

por la marea y tragado entero.

Pasando sus manos sobre ella, trazó su forma, aprendiendo las líneas alegres y las

curvas vivas de su cuerpo como si fuera la primera vez, su acceso mejoró ahora que

no había enaguas ni estancias que impidieran su exploración. Suave y cálida y

flexible, su feminidad tenía una especie de perfección divina. Se dejó ahogar,

deleitándose con su olor, su tacto y su sabor, la sensación de ella en sus brazos tan

cerca del cielo como un hombre podría llegar.

Y sin embargo, tan cerca como estaba, no estaba lo suficientemente cerca.

Necesitaba más, necesitaba envainarse dentro de ella y saciar el hambre que

palpitaba en su interior, fuerte como una bestia que hace ruido en una jaula para ser

libre.

~254~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Dejando a un lado las ataduras de la precaución, bajó suavemente a Elisa hasta la

gruesa y suave alfombra de lana, y la siguió hacia abajo, recostándose sobre ella

mientras dejaba que sus labios y su tacto vagaran a su antojo. Besándola

salvajemente, se perdió, consciente sólo de su doloroso deseo y el de Eliza.

Abandonada a una neblina de adictiva sensualidad, Eliza se deleitaba con cada

cosa caliente y deliciosa que Kit le hacía a su boca y a su cuerpo. Hormigueando

desde el cuero cabelludo hasta los pies, le permitió guiarla a donde quisiera,

haciendo las pequeñas cosas que ella sabía hacer para intensificar su placer.

Suspirando, se agarró el labio inferior entre los dientes, y tembló de placer

mientras él desabrochaba la pequeña tira de botones que corría por la parte delantera

de su camisón. Ella vio como él empujaba la tela hacia atrás, complacida por la

mirada de sus ojos mientras él miraba una vez más sus pechos desnudos. Los tomó

en sus manos, y luego comenzó a prodigarle caricias y besos, y algún que otro

pellizco perfectamente colocado que disparaba fuego a través de sus venas.

Por derecho, ella debería haber experimentado alguna reticencia, algún

sentimiento de timidez o vergüenza. En cambio, sólo conocía la excitación y la

alegría, a salvo en los brazos del hombre que amaba, confiada bajo el poder de todas

sus caricias.

Con los dedos temblorosos, alargó la mano para devolverle el favor, una fiebre de

curiosidad se elevó dentro de ella para ver su propia carne desnuda. Con un éxito

parcial, logró desabrochar un par de botones antes de que él se hiciera cargo de la

tarea, sacando rápidamente su abrigo y abriendo su chaleco antes de arrancarse la

cola de la camisa de sus pantalones.

Pasando sus brazos por debajo de su camisa, buscó su piel, maravillada por el

juego de texturas que descubrió. Piel cálida y aterciopelada en capas sobre músculos

y huesos duros. Cabello crujiente y elástico que se aferraba a sus dedos cuando los

enhebraba en los suaves rizos que crecían cerca de su pecho.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Temblando al tocarla, enterró su cara entre sus pechos y envió el dolor a lo alto. Su

anhelo se agudizó aún más cuando le empujó el camisón a la cintura y empezó a

tocarla como lo había hecho antes en el coche.

Ella gimoteó y gimió cuando él la llevó a un tono febril, su cuerpo se volvió

resbaladizo en formas que ella no se había dado cuenta que podía, su carne interna se

aferraba a sus dedos con una dulce succión que la volvió medio loca.

Rizando sus uñas en las palmas de sus manos, el placer la atrapó repentinamente,

haciéndola saltar y gritar. Temblando, se montó en la cresta, inundada por una

cascada de sensaciones y emociones. Todavía estaba recogiendo el aliento, sacando

sus pensamientos del borde del olvido, cuando sintió que él se metía entre sus

cuerpos y se liberaba de sus calzones.

Deslizando una mano bajo una de sus rodillas, él separó las piernas de ella,

usando su rodilla para permitirle un acceso aún mayor.

Inclinándose sobre ella, le metió los dedos en el pelo y le destrozó la boca, su beso

crudo y elemental. Sin romper el contacto, bajó las manos para agarrar sus caderas y

posicionarla para aceptar su penetración.

Empezó a presionar dentro de ella, lentamente al principio, y luego con mayor

presión. Tensándose contra la sensación inicial de invasión mientras él empujaba, ella

se preocupó repentinamente de si sería capaz de tomarlo o no. Sabía que él era

grande, dado lo que había sentido de él esa noche en el coche. El miedo la recorrió.

¿Iba a encajar? Pero Kit debía creer que sí, pensó, o si no, no intentaría meterse

dentro de ella.

Obligándose a confiar en él, cerró los ojos y se mordió el labio contra la

incomodidad y la leve sensación de pánico.

Respirando pesadamente, se detuvo, obviamente sintiendo su necesidad de

tiempo, y de una oportunidad para adaptarse a su tamaño y a la sensación de su

carne unida. Murmurando palabras tiernas, la instó a levantar sus piernas y

engancharlas alrededor de sus estrechas caderas. Obediente, obedeció, su carne

femenina se abrió más para llevar más de él adentro.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Aprovechando, se sumergió de nuevo y ganó unos centímetros más, y luego se

detuvo para dejar que ella se adaptara. Levantando la mano, ella deslizó sus manos a

través de su espalda desnuda debajo de su camisa, encontrando su piel ligeramente

húmeda por el sudor. Necesitaba sujetarse, y le clavó las uñas para anclarse. Él gruñó

sorprendido, luego la besó, haciéndole saber que no le importaba el leve dolor.

Tirando hacia atrás, empujó una vez más, duro y firme y hasta la empuñadura,

asentándose completamente.

Un agudo estallido de dolor se extendió profundamente dentro de ella. Ella gritó

contra el dolor, pero para su sorpresa encontró que el dolor se desvanecía casi tan

rápido como había llegado.

– ¿Estás bien? -Gruñó, sus ojos de color verde oscuro flameando y brillando

ferozmente en el brillo rojizo de la luz de la chimenea.

Abrumada, sólo podía asentir con la cabeza.

Tomando su cara en sus grandes palmas, rozó sus labios sobre los de ella.

– No volverá a doler. Lo prometo.

Ella miró su amado rostro, leyendo los signos de su tensión y de su control. Hasta

ese momento, no se había dado cuenta de que Kit se había estado conteniendo,

manteniendo un firme control de sus acciones y sus necesidades.

Temblando por encima de ella como si no pudiera aguantar más, le cogió la boca

con un beso frenético y empezó a empujar. Se sumergió y la llevó a dar largos,

profundos y poderosos golpes. Sus movimientos establecieron un ritmo primitivo

que la hizo tambalearse hasta su centro.

Ella se quedó quieta, bastante preparada para soportar lo que pudiera venir

después, pero mientras él la empujaba, el hambre volvió a cobrar vida. Su columna

vertebral se arqueó por su propia voluntad, su cuerpo se calentó, demostrando que

sabía lo que quería, aunque no lo entendiera del todo. El dulce anhelo la envolvió,

inundando sus sentidos de tal manera que se volvió incapaz de respirar

correctamente, su cordura alzó el vuelo mientras él la arrastraba hacia la cima.

~257~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Moviendo sus caderas con instinto ingenuo, intentó seguir su ritmo, con las manos

deslizándose y agarrándose, arañando con las uñas mientras luchaba por su placer.

Ella cedió su cuerpo total y completamente a él, sabiendo que él la mantendría

segura.

Cuando un gemido salió de su garganta, apenas reconoció el sonido como

perteneciente a ella misma, la intensidad de su liberación fue tan aterradora como

satisfactoria. Deslizándose por encima de las nubes como deben hacerlo los pájaros,

sollozó, temblando violentamente antes de bajar gradualmente.

Las réplicas se oyeron y aparecieron dentro de ella, su mente y su cuerpo se

adormecieron con el éxtasis y la repleción.

Pero Kit aún no había obtenido su satisfacción, acariciando dentro de ella unas

últimas y poderosas veces, antes de endurecerse y gritar su nombre. Sonriendo, lo

sostuvo mientras temblaba, y luego lo acunó mientras él se desplomaba sobre ella y

ponía su mejilla contra la suya.

Acostados juntos, ella sabía que él la amaba. ¿De qué otra forma podría un

hombre hacer lo que ellos habían hecho y no sentir más que simple lujuria? Su

corazón se abrió de par en par ante el pensamiento mientras cernía sus dedos en la

seda húmeda de su pelo.

Te amo, Kit.

Las palabras temblaron en sus labios, a punto de derramarse cuando de repente

notó un cambio en él, un leve enfriamiento de su piel, una nueva tensión que tensó

los músculos de su cuello y hombros.

Exhalando, se liberó de su cuerpo y rodó sobre su espalda a su lado.

– Querido Dios, -gimió, levantando una mano para cubrirse los ojos-, ¿qué hemos

hecho?

Un escalofrío levantó la carne de gallina en su piel, su brillo boyante de felicidad

se desvaneció como una vela empapada. Ella frunció el ceño. ¿Era ese

arrepentimiento lo que escuchaba en su voz? ¿Desearía él que no hubieran hecho el

amor después de todo? Seguramente ella debía estar equivocada.

~258~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

El silencio cayó sobre la habitación, se oía solo el suave silbido y el estallido de un

último leño ardiendo en la chimenea, acompañado por el suave tic-tac del reloj con

tapa de palo de rosa que estaba en un rincón distante.

Levantando sus caderas para meter la cola de su camisa en sus pantalones, Kit se

abrochó los pantalones y se sentó.

Y fue entonces cuando se dio cuenta de que no estaba equivocada.

De repente, brutalmente, se dio cuenta de su estado arrugado, tendida en el suelo

del estudio como una perdida, con su camisón agrupado alrededor de su cintura, sus

pechos desnudos y expuestos. Una corriente de aire la bañó, haciendo que sus

pezones se fruncieran, pero esta vez por el frío, no por el deseo.

Alargando la mano, luchó por cubrirse, arrancándose el camisón y la bata, y la

parte superior abierta de la bata.

– Aquí, -murmuró Kit-, déjame.

Con una irritación totalmente distinta a la de él, consideró darle una bofetada. En

vez de eso le permitió que la ayudara a sentarse, sólo entonces notó la grosera

mancha de sangre en sus muslos, unas gotas carmesí que manchaban la tela blanca

de debajo.

Ella miró fijamente.

Su virginidad perdida, meditó. Entregada en el amor. Profanada por el

remordimiento.

Obviamente sin ser consciente de sus pensamientos, Kit bajó sus faldas sobre sus

piernas, ocultando la evidencia de su reciente acoplamiento. Cuando él movió sus

manos hacia su corpiño, ella encorvó sus hombros y se dio vuelta.

– Yo lo haré.

Se detuvo, y luego dejó caer los brazos a los lados.

– Como quieras.

Ignorando el movimiento rígido y torpe de sus dedos, se forzó a sí misma a

abrocharse hasta el último botón, hasta el mentón, y luego hizo lo mismo con su bata.

De pie, extendió una mano y la ayudó a ponerse de pie.

~259~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

En lugar de soltarla, la tiró contra su pecho y se inclinó para rozar un beso en su

frente, tierno y casi sin sexo, como si estuviera consolando a un niño.

– Perdóname, -dijo, su expresión grave, su voz ronca y seria, más seria de lo que

ella nunca le había oído-. Hoy he perdido completamente la cabeza. Pero la

responsabilidad es toda mía y no debes preocuparte. Estoy totalmente preparado

para hacer lo que el honor requiera.

¿Honor? ¿Qué estaba diciendo?

– Es muy tarde, o muy temprano dependiendo del punto de vista. De cualquier

manera, deberías irte a la cama ahora y dormir. -Le pasó una palma por el pelo y

luego la separó de él-. Mañana será lo suficientemente pronto para discutir nuestros

planes.

Una línea se formó entre sus cejas.

– ¿De qué estás hablando? Me temo que no lo entiendo.

– No, eres demasiado inocente, incluso ahora. -Suspiró y se arrastró los dedos por

el pelo-. Debemos casarnos, Eliza. El deber no nos deja otra opción en este asunto.

¿Matrimonio? ¿Quería casarse con ella?

Pero no, ella se dio cuenta, él no lo deseaba. Habló de deber y honor y, sí,

obligación, diciendo que no tenían elección.

Un profundo dolor se formó dentro de su pecho.

– Solicitaré una licencia especial, y podemos hacerlo ya este fin de semana,

suponiendo que el arzobispo nos dé su consentimiento. Dado el hecho, estoy seguro

de que no tendrá ninguna objeción.

¡Un hecho! ¿Es eso lo que sería un matrimonio con ella? ¿Una tarea que debe

realizarse por desagradable que sea? ¿Una especie de penitencia de la que no podría

escapar? Hizo que la idea de su unión sonara tan agradable como un viaje al saca

muelas. Una astilla de dolor apuñalaba bajo su pecho. Se preguntaba si podría ser la

ruptura de su corazón.

– No, -dijo en un tono bajo y constante.

La palabra le detuvo en seco.

~260~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿No? ¿Qué quieres decir?

– No me casaré contigo.

Por un momento, no podía creer lo que acababa de oírse decir. ¿Realmente había

rechazado una oferta de matrimonio de Kit? Una oferta miserable, como ciertamente

lo fue.

¿No es eso lo que siempre había querido? Lo que había anhelado durante tantos y

largos años... La oportunidad de ser la esposa de Kit, de vivir con él y compartir su

vida y tener sus hijos. Y sí, dormir en su cama. A pesar de las terribles circunstancias,

ella debería haber aprovechado la oportunidad, dispuesta a aceptarlo en cualquier

condición, no importa cuán sombría fuera.

Pero no pudo hacerlo, no ahora, sabiendo que él la deseaba pero nada más.

Sabiendo que él no la amaba.

Y cuando el deseo se desvaneciera con el tiempo, como seguramente lo haría para

él, ¿qué le quedaría a ella sino amargura y dolor?

No, ella prometió que no los ataría dentro de un matrimonio desigual. Uno que

obviamente él no quería. Uno que ella sabía con certeza que destrozaría su alma de a

poco.

Habría sido mejor para ella aceptar a Lord Maplewood. Al menos con él podía

sentirse igual y no como una carga impuesta por un único e imprudente acto de

pasión.

No importa cuánto amara a Kit, se merecía algo mejor. Y así, pensó ella, lo hizo él.

Kit le echó una mirada feroz.

– Tienes que casarte conmigo.

Sacudió la cabeza.

– No lo hago. Ahora, es tarde, como dijiste, y estoy cansada. Ha sido un largo... día

lleno de eventos.

– ¿Eventos? ¿Así es como describes la pérdida de tu virginidad?

Su pregunta trajo calor a sus frescas mejillas.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Él apretó sus manos alrededor de los brazos de ella, entonando su voz con un

suave timbre.

– Tomé tu inocencia, Eliza. Te comprometí y ahora debo enmendarme.

Su resolución se endureció, cualquier ambigüedad que pudiera haber sentido

acerca de su decisión.

– Te agradezco tu sacrificio, pero no hay necesidad. No eres el único que ha

participado en las actividades de esta noche. Te quería tanto como tú a mí, quizás

más. Con todas estas lecciones que hemos tenido, mi curiosidad ha sido

desenfrenada. Debo admitir que has satisfecho con creces mis fantasías más salvajes.

Eres mejor que cualquier libro, incluso que uno malo. -Respiró hondo para continuar

con su acto despreocupado-. Así que, ya ves, no hay necesidad de galantería. Estaré

bien, tal como estoy.

– Pero Eliza.

Ella lo silenció con un dedo sobre sus labios.

– Por favor, no insistas. No quieres casarte conmigo, y yo -se tragó- no quiero

casarme contigo. Dejémoslo así.

Sus ojos de oro verde parecían preocupados.

– ¿Pero qué pasa si estás embarazada? Podrías estarlo, ya sabes.

Sus ojos se abrieron de par en par. No, pensó, no se había dado cuenta de que tal

cosa podía suceder después de una sola vez. Pero mientras consideraba la

posibilidad, sabía en su corazón que no había concebido. Una parte de ella lloró al

saberlo.

Sacudió la cabeza.

– Estoy segura de que no lo estoy.

– Pero podrías estarlo, y si...

– Si algo sucede, te lo haré saber.

Suspiró, ya sea por la frustración o por el alivio, pero no pudo notarlo.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

De repente, necesitando un toque más, ella apoyó las palmas de sus manos contra

sus mejillas y le bajó la cabeza para darle un último beso. Un último, maravilloso, y

cegadoramente dulce beso que la acunó hasta los dedos de los pies.

– Gracias por una velada tan emocionante –susurró-. Sé que nunca lo olvidaré

mientras viva.

Entonces, ya llorando por dentro, se dio la vuelta y lo dejó ir.

~263~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 19

Mucho tiempo después, Kit se dirigió a su dormitorio, con una copa de brandy

recién servida en la mano.

Al acercarse a la habitación de Eliza, su paso fue más lento. Se detuvo ante su

puerta.

¿Ya estaría dormida? se preguntó. ¿Soñando? Y si es así, ¿con qué? ¿Con él? ¿Con

sus relaciones amorosas? ¿O con otra cosa? ¿Su mente totalmente tranquila y en paz?

Apretó un puño en su cadera y bebió otro trago de licor, deseando disparar su

sangre tan fuerte como la bebida. A pesar de su reciente relación amorosa, fue lo

suficientemente honesto consigo mismo para admitir que quería a Eliza de nuevo.

Incluso en su estado virgen, había sido una magnífica amante, cálida y ardiente y

acogedora.

Unos pocos besos de sus dulces labios satinados, un par de caricias de sus

delicadas manos, y él se había perdido de toda razón y sentido común. Tan lejos

había llegado, de hecho, que la había llevado al piso de estudio como un bárbaro.

¿Qué debía pensar ella de él? Aunque, como él recordaba, ella no había protestado,

acogiendo, incluso alentando sus avances.

No tenía excusas, sin embargo, castigándose a sí mismo por su debilidad, su

fragilidad demasiado humana. Él era el que tenía experiencia y control, el maestro,

que debería haber encontrado una manera de detenerse, por imposible que fuera su

necesidad, o la suya propia.

Después, su cuerpo rebosante de satisfacción sexual, la magnitud de su acto se

había precipitado sobre él. Con total claridad, se dio cuenta de que había hecho lo

que ningún caballero se atrevería a hacer fuera del lecho matrimonial. Había tomado

la virginidad de Eliza, robado la virtud que por derecho debía pertenecer sólo al

hombre con el que se casaría un día.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Al momento siguiente, supo que ese hombre debía ser él.

Pero cuando le ofreció el matrimonio, ella lo rechazó. La conmoción aún irradiaba

a través de él al recordar sus palabras.

¿Qué fue lo que dijo? Tú no quieres casarte conmigo y yo no quiero casarme contigo.

Dejémoslo así.

¿Pero cómo podría dejarlo? ¿Cómo podría, con la conciencia totalmente tranquila,

hacer lo que ella decía y simplemente olvidarlo? ¿Comportarse como si la noche que

acaba de pasar no tuviera un significado real? ¿Como si su relación amorosa no

hubiera sido más que un loco, impetuoso y apasionado error?

¿No había sido precisamente eso? ¿Una noche de amor que había ido demasiado

lejos?

Supuso que debía sentirse aliviado. Después de todo, ella lo había liberado de su

obligación, le había devuelto su libertad sin ataduras. Muchos hombres se alegrarían,

felicitándose secretamente por su afortunada fuga.

Entonces, ¿por qué no se sentía afortunado? Al contrario, la verdad escocía. Su

reacción no tenía sentido, ni siquiera para él mismo.

No era como si realmente quisiera casarse con ella. No es que el matrimonio con

Eliza fuera tan malo. De hecho, una unión entre ellos podría tener sus ventajas

definitivas. Le gustaba Eliza, le gustaba mucho, y eran claramente compatibles, tanto

en la cama como fuera de ella. Sería una excelente compañera y una buena amiga.

Toda su familia la adoraba, y sin duda sería una madre maravillosa para cualquier

niño que concibieran juntos.

Es que no estaba listo para casarse ahora mismo. Tenía mucho que vivir antes de

establecerse. Y aun así...

Antes de saber lo que quería hacer, extendió la mano y cogió el pomo de metal frío

de la puerta del dormitorio a su alcance.

Se detuvo, luchando contra sus compulsiones y su confusión mientras se debatía si

dar o no un giro a la manija.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Si entraba en su habitación, ¿qué le diría? ¿Despertarla para exigirle que se case

con él, sin importar sus deseos? ¿Insistiría en que fuera su novia?

Y una vez dentro de su habitación, ¿no estaría tentado de llevarla de nuevo?

¿Treparse entre las sábanas y enredarlas ambas en un hechizo de seducción y sexo

tan acalorado que ninguna de las dos pudiera negarse?

Decidiendo que ya había actuado con suficiente prisa por una noche, soltó el

pomo de la puerta. Tal vez lo mejor sería darle un poco de tiempo, unos días para

reconsiderar sus acciones. Algún tiempo también para considerar las suyas

En un suspiro, bebió el resto de su brandy y se arrastró por el pasillo para

finalmente encontrar su cama.

Eliza se despertó abruptamente.

Había oído un ruido, o al menos eso creía, como si alguien hubiera estado parado

en su puerta. Tumbada en la oscuridad, escuchó de nuevo, sin oír nada más que

silencio. Tal vez el sonido había sido hecho por uno de los sirvientes. Aunque esa

respuesta parecía improbable ya que era demasiado temprano para que el personal

se moviera por la casa.

Sacando las piernas de la cama, se arrastró hasta la puerta. Al abrirla, miró hacia

afuera.

El pasillo estaba en la sombra, oscuro y completamente desprovisto de vida.

Cerrando la puerta, volvió a su solitaria cama.

Sólo un sueño, pensó.

¿Quién había pensado que era? ¿Kit viniendo para decirle que la amaba y que

debían casarse, después de todo?

Una risa hueca brotó de su garganta, convirtiéndose rápidamente en un sollozo.

Enterrando su cara en la almohada, ella lloró.

***

– ¿Más té, señorita?

Eliza levantó la vista de sus cavilaciones, dándose cuenta de que había estado

rumiando sus penas otra vez.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Sí, gracias, -le dijo al joven lacayo, esperando mientras él llenaba su taza de

porcelana con el humeante y delicado sabor del brebaje.

Volvió a prestar atención a la conversación, en la mesa del desayuno, de Adrián y

Violeta, aliviada de que ninguno de los dos pareciera haber notado su breve desliz.

Levantando un triángulo de tostadas con mantequilla a su boca, comió un bocado, y

luego dejó la rebanada a un lado, sin querer más.

La mirada de Violeta se dirigió hacia ella.

– ¿Es eso todo lo que vas a comer? Apenas has tocado tu comida.

– Lo siento. No sé por qué, pero no tengo hambre esta mañana.

– No has tenido hambre las últimas mañanas. ¿Algo va mal?

Eliza forzó una sonrisa tranquilizadora.

– Por supuesto que no. Estoy perfectamente bien. -Bajó la voz y se inclinó hacia

Violeta-. Sólo es esa época del mes, -susurró.

– Oh, -dijo Violeta, obviamente lamentando haber preguntado en un lugar tan

público.

Adrián, siempre tan caballero, pasó una página de su periódico y fingió que no

había oído nada.

Violeta le envió una sonrisa alentadora, y luego suavemente pasó la conversación

a temas más seguros. Eliza sorbió su té y dejó que su amiga hablase, haciendo lo

posible por ignorar los aburridos calambres que tenía en la barriga.

Justo a tiempo, su flujo había llegado esta mañana. Se puso a llorar cuando se dio

cuenta, una reacción estúpida ya que un bebé ahora habría sido un desastre,

obligando a Kit a ofrecer su mano de nuevo y a ella a aceptar esta vez. Debería

haberse sentido aliviada ya que no quería un matrimonio basado en la necesidad y la

obligación, por mucho que quisiera a Kit.

Y aunque pareciera irracional, la noticia la golpeó como una pequeña muerte. Lo

que ella y Kit habían tenido juntos había pasado. Incluso sus apasionados encuentros

clandestinos habían terminado. Podía excusar sus acciones anteriores como una

especie de locura ingenua, alimentada por el amor y el ardor juvenil. Pero

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

encontrarse de nuevo en sus brazos la convertiría en algo muy diferente, y mucho,

mucho peor.

Por supuesto, ahora que él se había acostado con ella, cualquier atractivo sexual

que ella le había guardado podría muy bien desaparecer. Había oído rumores de que

los hombres podían ser así a veces. Y Kit nunca le había parecido un amante

constante, habiéndole visto a lo largo de los años revolotear de joven en joven como

una abeja recogiendo polen.

Durante los tres cortos días desde su noche juntos en el estudio, apenas lo había

visto. Ambos estaban ocupados con compromisos sociales, pero no tanto como para

que sus caminos no se cruzaran. Se preguntaba si él podría estar evitándola.

Lo único que sabía con certeza era que él no la amaba.

Aunque pareciera cruel, era la verdad.

Así que debía aceptar el hecho, dejar de lado sus estúpidos e idiotas sueños y

seguir adelante.

La miseria la envolvió.

Nunca debió hacerlo, se regañó a sí misma. Nunca debió arriesgar su corazón en

una oportunidad tan improbable de amor. ¿En qué estaba pensando para volver a

ponerse en peligro cuando apenas se recuperaba de la primera vez que le robaron el

corazón?

Mirando a sus amigos a través de la mesa del desayuno, una dura puñalada de

envidia se elevó dentro de ella. Míralos, pensó. Tan felices. Tan perfectamente

adaptados el uno al otro. Su unión enraizada en la amistad y el respeto, y por encima

de todo, un profundo y duradero amor que les durará el resto de sus días.

¿Por qué no podía tener eso? ¿Por qué no podía Kit amarla? Si no con todo su

corazón, al menos un poco. Lo suficiente para dejarla fingir que su propuesta estaba

motivada por el afecto en lugar del deber.

Segundos después, Kit entró en la habitación. Su pulso se aceleró cuando él se

detuvo justo dentro de la puerta. Inmediatamente fijó su mirada en ella, sus labios se

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

curvaban hacia arriba, cálidos y tiernos. El poder de su hermosa sonrisa la empaló

hasta la médula, como si hubiera lanzado una pica a través de su corazón.

Ella no le devolvió la sonrisa.

Bajando los ojos, levantó su taza de té hasta la boca y se obligó a tragar un sorbo

que casi la atragantaba.

¿Qué pensó que estaba haciendo? ¿Sonriéndole así?

– Buenos días, -saludó en un tono alegre.

Adrián y Violeta ofrecieron respuestas agradables.

Eliza murmuró una respuesta, y luego empujó una mitad de tostada fría, untada

con mantequilla derretida y mermelada, alrededor del plato en círculo.

Ella lo escuchó cruzar hacia el aparador, tomar un plato y comenzar a servirse a sí

mismo del tentador conjunto de ofrendas que se traían de la cocina.

Mientras tanto, el joven lacayo se acercó y puso una taza de porcelana limpia y un

platillo en el lugar directamente a su izquierda.

Ella quería protestar. ¿Por qué no se podía colocar su asiento en el lado opuesto de

la mesa, al lado de Adrián? No quería que Kit se sentara tan cerca.

Una sirvienta se alejó pero regresó rápidamente, vertiendo café humeante en la

taza, el personal sabía que Kit generalmente prefería una bebida más robusta que el

té por la mañana.

Kit cruzó y dejó su plato, lleno de comida.

– ¿Traigo algo a alguien mientras estoy levantado? -Se ofreció.

Su hermano y su cuñada lo rechazaron con agradecidas negativas.

Kit inclinó su cabeza hacia ella.

– ¿Eliza? ¿Qué hay de ti? Hay unas frambuesas rojas de aspecto muy delicioso. Sé

que te gustan mucho. ¿Por qué no te traigo un plato?

Levantó la barbilla.

– Muchas gracias, pero no.

– ¿Estás segura? Probé una y son muy dulces. Deja que te traiga unas cuantas.

Sus cejas se levantaron al unísono.

~269~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

¿Por qué estaba siendo tan conciliador? se preguntó. ¿Estaba tratando de allanar el

camino entre ellos otra vez? ¿Imaginaba que podían ser amigos? ¿Que podrían dejar

de lado su relación íntima y olvidar que alguna vez habían yacido desnudos en los

brazos del otro?

Bueno, ella no podía olvidar. Tampoco podía ser su amiga. Ya no lo sería.

De repente, desesperadamente, tuvo que alejarse.

Tirando su servilleta, se puso de pie de un salto.

– Si me disculpan, necesito ir a mi habitación. Hoy salgo con Lord Vickery y

necesito cambiarme de ropa.

Violeta le envió una mirada de preocupación.

– Oh, por supuesto, prosigue. Está todo bien.

Sin volver a mirar a Kit, Eliza se apresuró a salir de la habitación.

Cuando se fue, escuchó a Kit exigir saber lo que estaba mal. No esperó a oír la

respuesta de Violeta.

Kit esperó durante casi dos horas antes de que Eliza finalmente saliera de su

habitación y bajara las escaleras.

Se veía tan encantadora como una mañana de otoño con un regio vestido color

caléndula, un pequeño y delicado sombrero con una caprichosa pluma que se posaba

tímidamente sobre sus rizos morenos.

Por un momento, tuvo que recordarse a sí mismo respirar, tuvo que advertirse a sí

mismo de no barrerla entre sus brazos y darle la clase de beso profundo que una

mujer de su innegable atractivo merecía. En lugar de eso, cruzó sus brazos sobre su

pecho y terminó de verla descender.

Su andar se ralentizó por un momento cuando lo vio, pero se recuperó bien,

apenas haciendo una pausa mientras surcaba los últimos pasos.

Esperó hasta que ella se paró junto a él en la base de la escalera.

– Eliza, ¿podemos hablar?

Miró a través de la inmensa entrada hacia la puerta principal.

– Lord Vickery llegará en cualquier momento, así que no creo...

~270~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

La molestia puso líneas en la frente de Kit.

– Vickery puede esperar.

Sin pedir más permiso, le puso una mano en el codo y la giró hacia el estudio. Kit

sabía que podría haber elegido el salón en lugar de volver a visitar la escena de su

reciente noche juntos, pero decidió que la habitación más pequeña les permitiría

tener más privacidad.

Ella se negó por un instante cuando notó adónde la llevaba, pero rápidamente

dejó de oponer resistencia y lo siguió.

Una vez dentro de la habitación, cerró la puerta tras ellos.

Tan pronto como lo hizo, ella se deslizó fuera de su alcance.

Decidió no hacer ningún comentario sobre la distancia que ella puso entre ellos, y

se compuso para hacer la pregunta más importante de su mente.

Eliza levantó una ceja.

– ¿Qué es lo que quieres decirme?

El péndulo del alto reloj de la habitación giraba a un plácido ritmo, su ritmo en

total desacuerdo con las emociones que se combatían en su interior.

– Que estaba preocupado, por ejemplo, -comenzó-. Considerando cómo saliste

corriendo de la sala de desayuno esta mañana, me pregunté qué era lo que estaba

mal. Violeta me dice que no estás bien, pero fue muy vaga en los detalles. -Se

encontró con su mirada-. Sé que sólo han pasado unos días, pero ¿ya lo sabes?

¿Llevas a mi hijo?

Antes de que ella pudiera hablar, él se apresuró.

– Porque si es así, debemos casarnos rápidamente. Así nadie sospechará que has

concebido antes de nuestro matrimonio. Una semana de una forma u otra no hará

ninguna diferencia. Solicitaré una licencia especial esta misma tarde.

La pluma de su sombrero se movió suavemente mientras sacudía la cabeza.

– No tienes necesidad de obtener una licencia, especial o de otro tipo, ya que tus

suposiciones son incorrectas.

– ¿Qué?

~271~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Ella desvió su mirada y trazó la punta de un dedo sobre una cinta dorada que

decoraba su abrigo de seda.

– Mi flujo mensual llegó esta mañana, y por eso no me siento bien. Puedes estar

tranquilo con la certeza de que definitivamente no estoy embarazada.

– Oh.

Se quedó inmóvil, momentáneamente perplejo por su declaración. En las horas

que pasaron desde que Eliza dejó el desayuno con tanta prisa, se convenció de que

estaba embarazada y que debían casarse, después de todo. Lo tenía todo planeado,

hasta llevarla a una casa de verano en Middlesex, donde pasarían su luna de miel, y

compartirían interminables noches de pasión antes de volver a establecer su nuevo

hogar.

Pero ella dijo que no había ningún niño.

La tensión salía de sus hombros, los músculos que ni siquiera conocía se anudaban

y se relajaban de repente. Sin embargo, para su consternación, la emoción

predominante que sintió no fue de alivio, sino de decepción.

Se burló de la idea, diciéndose a sí mismo que no fuera un tonto. Seguramente no

quería que ella estuviera embarazada. Y era absurdo imaginar que estaba realmente

emocionado por la perspectiva de hacerla su novia.

– Entonces, eso es bueno, ¿no es así? -Declaró con una alegría forzada.

– Sí, -dijo ella en voz baja-. Absolutamente es el mejor resultado posible.

Tirando de sus guantes, volvió a apretar un pequeño botón de perlas en una

muñeca.

– Lord Vickery debe haber llegado ya. No debería hacerlo esperar más tiempo.

– No, supongo que no deberías. -Alargó la mano y la envolvió con una palma

alrededor de su brazo-. ¿Estás segura, Eliza?

Su mirada voló hacia arriba para encontrarse con la de él.

– ¿Sobre qué?

– ¿Sobre nosotros? Sobre tu decisión de que no nos casemos. Me doy cuenta de

que no hay bebé, pero aun así...

~272~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Una luz tenue suavizó sus ojos color paloma.

– ¿Sí?

– No me siento conforme sabiendo que te he comprometido. Se suponía que yo era

tu mentor, tu protector. En lugar de eso, dejé que el deseo sacara lo peor de mí. Te

robé tu inocencia.

La luz se apagó dentro de sus ojos.

– Era mi inocencia para dar, y la di libremente. No tienes que sufrir ninguna culpa.

– Sí, pero...

Ella exhaló un aliento que sonaba casi enojado.

– Rezo para que no actúes como un mártir, Kit. Es un papel que no te sienta bien.

Ahora, tengo que dar un paseo en carruaje.

Puntualmente, miró hacia abajo a la mano que sostenía su brazo.

Relajando su agarre, dejó que se alejara y diera un paso hacia la puerta.

Persiguiéndola, la siguió hasta el pasillo, viendo como ella recibía a su amigo con

una cálida sonrisa y un muy bonito saludo.

Un hábil truco, se dio cuenta. Uno de los muchos que le había enseñado.

Vickery levantó la vista y lo vio, y asintió con la cabeza. Kit se adelantó por

cortesía obligatoria, y se paró en la entrada mientras intercambiaban algunas bromas.

Eliza parecía como si no le importara nada, como si los dos no se hubieran

encerrado en el estudio discutiendo temas que habrían escandalizado a la mayoría de

las jóvenes gentiles.

¿Es eso a lo que la había llevado? ¿La principal lección que había aprendido de su

mano? ¿Cómo disimular? ¿Cómo mentir y fingir con el resto de los superficiales

amigos de la Sociedad?

A él no le gustaba, no le gustaba en absoluto.

Tampoco le gustó verla un minuto después cuando ella le ofreció una alegre

despedida, luego se dio vuelta y salió de la casa del brazo de Vickery.

~273~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 20

Las siguientes dos semanas pasaron volando como si estuvieran en el aire.

Decidida a no ceder a su propia agonía interior, una secreta desesperación que

flotaba justo debajo de la superficie, Eliza se lanzó a la vida social con un entusiasmo

sin precedentes. Aceptando tantos compromisos como le fue posible, se mantuvo

ocupada desde la mañana hasta la noche. Sin ahorrarse ningún momento extra, se

encontraba tan agotada al recostar su cabeza en la almohada que su cuerpo y su

mente no tenían otra opción que dejarla dormir.

Violeta comentó su ritmo implacable, pero Eliza le aseguró que simplemente se

estaba divirtiendo. Incluso Jeannette notó el inusual entusiasmo de Eliza,

remarcando lo celosa que parecía estar abrazando las últimas semanas de la

temporada. Las palabras de Jeannette estaban teñidas de aparente admiración por la

energía aparentemente ilimitada de Eliza.

En cuanto a Kit, Eliza hizo todo lo posible por evitarlo sin ser evidente.

Rodeándose de su pequeña pero fiel banda de pretendientes, dejó que actuaran como

una especie de escudo. Con el cuidado de tener al menos uno de ellos siempre a su

lado, se las arregló para pasar relativamente poco tiempo en compañía de Kit.

Si él se oponía, no lo decía, aunque ella encontraba su mirada sobre ella más

frecuentemente de lo que deseaba, una expresión melancólica brillando en sus ojos

enjoyados.

En casa, desayunaba en su habitación antes de bajar a sumergirse en la miríada de

eventos que componían su día, sin dejar ninguna oportunidad para un encuentro

casual o privado con Kit. A pesar de su determinación anterior, no confiaba en sí

misma para estar a solas con él, temiendo lo fácil que sería ser presa de sus encantos

magnéticos una vez más.

~274~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Esta tarde, sin embargo, no pudo eludirlo completamente, numerosos miembros

de la familia Winter, incluido Kit, se reunieron a las afueras de Londres para una

excursión a la finca de uno de los primos de Adrián.

Desde su lugar dentro de un pequeño bote de remos, dirigido por el Vizconde de

Brevard, tenía una vista clara de los treinta y tantos invitados organizados en grupos

en la hierba casi en la orilla. Algunos estaban sentados sobre mantas bajo la sombra

de árboles maduros y frondosos, mientras que otros recorrían los verdes terrenos y

jardines.

Entre ellos se contaban varios niños, incluyendo los gemelos, Sebastián y Noé, y la

pequeña Georgiana, quien, a los ocho meses de edad, había desarrollado un estilo de

gateo vivaz que mantenía a Violeta y a la niñera luchando por mantenerse al día.

Jeannette y Darragh también habían traído a la pequeña Caitlyn. Una compañera de

juegos de Georgiana, ella encantó a todos con su contagiosa risa infantil. Los

hermanos de Darragh la pasaban muy bien visitando a otros jóvenes cercanos a su

edad, incluyendo a Franny Brevard y su amiga Jane Twitchell.

Tres hermanas de Adrián y sus familias también asistieron, incluyendo a Sylvia y

su marido, que habían llegado recientemente a la ciudad para pasar unas semanas.

Sin querer dejar a su cría, también trajeron a sus hijos, los seis, cinco varones y

Emma, la muy querida única hija.

Gritos y chillidos resonaban en el aire mientras los niños corrían y jugaban, los

adultos les dejaban hacer lo que quisieran con sólo una ocasional reprimenda para

calmarlos.

A un lado se movió un pequeño contingente de sirvientes, ocupados en preparar

el elegante buffet al aire libre donde todos los de la fiesta cenarían en poco tiempo.

Eliza vio a Kit cuando se acercó a una de las mesas y cogió un puñado de lo que

parecía, a la distancia, ser bayas frescas o nueces. Se comió su recompensa robada,

riendo y burlándose de una de las sirvientas mientras ella trataba de ahuyentarlo sin

entusiasmo.

~275~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Con una incómoda tensión apretando su garganta, Eliza forzó su mirada a un lado

y se centró de nuevo en el Vizconde de Brevard. Él le estaba contando sobre su

patrimonio y sus tierras, su voz infundida de un inconfundible orgullo por su hogar

ancestral. Por la descripción del lugar, tenía todo el derecho de sentirse jactancioso, la

casa y los terrenos parecían un verdadero refugio, con varios miles de acres de tierra

de primera y dos lagos naturales de aguas profundas.

Actualmente estaba remando a través de un lago artificial mucho menos vasto,

pero sin embargo encantador, Eliza sumergió sus dedos en el agua, disfrutando de la

sensación de fresca humedad que fluía contra su piel mientras el pequeño bote se

deslizaba hacia adelante. Inclinó la sombrilla para captar un momento del cálido sol

de junio en su cara antes de volver a colocar la cubierta de seda en su posición

correcta para que su piel no se quemara.

– ¿Está cómoda?

Miró hacia Brevard, sentado en el extremo opuesto de la barca, haciendo girar los

remos en un movimiento suave y fácil.

– Muy cómoda, -respondió ella con total sinceridad. Una ligera brisa se agitaba en

sus mejillas, burlándose de sus cortos rizos-. Me alegro que me haya convencido para

salir. Rara vez he estado navegando y nunca con tan buen estilo.

– Entonces debo recordar que debo llevarle al agua más a menudo. De hecho, sería

un gran placer para mí que usted y los duques se reunieran conmigo en mi finca en

las próximas semanas. Franny y yo tenemos la costumbre de comer allí de vez en

cuando, disfrutando de las vistas de las aves acuáticas y de otros animales salvajes

que tienen el valor de aventurarse cerca. Sé que se deleitan con la naturaleza. Creo

que disfrutaría de la experiencia.

Visitar su casa... pensó. Los caballeros piden a las damas que visiten su casa sólo

cuando consideran un compromiso más serio. ¿Estaba el Vizconde de Brevard

pensando en pedirle que fuera su esposa?

Ella tuvo su respuesta a esa pregunta un momento después cuando el vizconde

levantó los remos del agua y los puso a gotear en sus ganchos laterales.

~276~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Permitiendo que el barco se hundiera, se inclinó hacia ella.

– Señorita Hammond, Eliza, me doy cuenta de que este no es el más convencional

de los lugares en los que puedo hablar con el corazón, pero es uno de los pocos que

nos ofrece una soledad total.

Contuvo la respiración por un instante, sin estar segura de si quería o no que

procediera.

Al encontrarse con su mirada, sus ojos aparecieron de un azul vivo, mucho más

azul que el agua del lago que los rodeaba.

– Seguramente no debe ignorar mi respeto por usted, -continuó-. Desde el

momento de nuestro primer, aunque poco convencional, encuentro, en el que le vi en

ese caballo fugitivo, he sido capturado por su belleza y gracia y, sí, por su asombrosa

valentía. Desde entonces, he llegado a descubrir lo dulce y sabia que es, lo generosa y

amable, todas las cualidades que un hombre desea en la mujer con la que elegiría

compartir su vida. -Alargando la mano, dobló una de sus manos dentro de la suya-.

Eliza, te amo. Por favor, di que serás mi esposa.

Mirando la mano que él había reclamado, ella luchó por una respuesta. ¿Qué decir

cuando la alegre aceptación no llegó inmediatamente a sus labios? ¿Y cómo podría

rechazarlo?

Ya había rechazado a Lord Maplewood, un hombre bueno con el que podría haber

tenido una buena vida. Rechazar a Brevard también, sería una locura.

Cielos, era la presa indiscutible de la temporada. Si ella lo aceptaba, la conmoción

se extendería por todo el Ton. El asombro se apoderó de ella ahora mismo, ya que

nunca había creído seriamente que él se ofrecería por ella.

Y sin embargo, inconcebiblemente, lo había hecho. Entonces, ¿qué hacer?

Sabía que, ni en mil años, podría esperar encontrar un hombre mejor. Era

prácticamente perfecto. Guapo y encantador. Inteligente y bien educado. Rico y con

título. Sin duda, él le daría todo lo que ella deseaba. Un hermoso hogar. Niños

encantadores. Compañía y protección. Incluso dijo que la amaba. Si ella pudiera

sentir lo mismo.

~277~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Los pensamientos de Kit inundaron su mente. Labios firmes, los apartó, junto con

la consideración de su propia propuesta de matrimonio. Dada bajo coacción como

había sido, su oferta apenas contó. Y sin embargo...

¿Y aun así, qué? se exigió a sí misma. Ella lo había rechazado, dos veces. Era poco

probable que él volviera a preguntar. Y aunque lo hiciera, no podía decir que sí, no

cuando hacerlo la pondría en una posición de subordinación emocional, dejándola

rogar por apreciadas migajas de su atención y afecto.

¿Pero sería justo para él aceptar casarse con Brevard? ¿Y qué había de ella? No

había renunciado a su deseo de tener hijos. No quería vivir su vida sin casarse,

cómoda en su riqueza pero angustiosa miserablemente sola.

Sin acercarse a una respuesta, decidió ofrecerle la verdad, y dejar que él dirigiera

su camino.

Alejando suavemente su mano, la enroscó en su regazo, y luego miró sus

hermosos y cincelados rasgos.

– Lance, antes de darte mi decisión, hay algo que creo que tienes derecho a saber.

Sonrió en la interpelación, una ceja rubia arqueada hacia arriba.

– ¿Oh? ¿Qué es eso?

– No soy la joven dama que puedes imaginarte.

– Por supuesto que sí. Eres absolutamente maravillosa.

– No sé si seguirás pensando eso después de que te diga lo que tengo que decir.

No soy de ninguna manera infalible o sin debilidades. Lance, había... bueno, ya se

acabó... pero había alguien más. Un hombre.

– ¿Qué hombre?

– Su nombre no es importante. Lo que importa es el hecho de que si me caso

contigo, no vendré a ti con mi... pureza intacta. Ya no soy... -Se quebró, sus mejillas se

calentaron bajo la sombra de su bonete-. Bueno, yo no soy.

Durante un largo momento, se quedó en silencio.

– Ya veo. ¿Amabas a ese hombre?

– Sí.

~278~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Y está terminado, ¿dices? No hay esperanza de reconciliación...

Sacudió la cabeza. – No.

Otro silencio descendió. Al final, habló.

– Bueno, supongo que estás en una edad en la que no debería sorprenderme del

todo. Después de todo, no eres una joven recién salida de la escuela. Aun así...

– Entiendo, y no necesitas decir más, pero no podría consentir un matrimonio

entre nosotros sabiendo que creías algo de mí que no es verdad. Eres un hombre

demasiado honorable para eso.

Alcanzó de nuevo su mano.

– Tienes mucho valor para decírmelo; muchas damas no lo harían.

– Debes pensar que soy terrible.

– No, creo que eres una mujer que vive por el gobierno de su propio corazón.

Entonces, ¿qué dice tu corazón sobre mí? ¿Podrías amarme, Eliza?

Así como no había mentido antes, no podía mentirle ahora.

– Puedo intentarlo. No prometo nada, pero me gustaría intentarlo, Lance, si me

aceptas.

Desde su punto de vista, en una ligera subida cerca de la mesa del buffet, Kit

observó a Eliza y Brevard. La pareja estaba remando en el lago, pero por lo que pudo

ver, su bote no se movía. De hecho, Eliza y el vizconde parecían estar en una

profunda conversación.

¿Sobre qué tema?

Su mandíbula se apretó, el dulce sabor de las frambuesas negras que había comido

se volvió amargo en su boca.

Durante las últimas dos semanas, se había quedado quieto, en silencio, mientras

Eliza tomaba la ciudad por asalto, saliendo del brazo de un hombre tras otro de una

manera sin precedentes, especialmente para ella.

Según todas las apariencias, se estaba divirtiendo como nunca.

Y lo estaba haciendo, con bastante determinación, al parecer, sin él.

~279~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Desde su noche, juntos en el estudio, apenas habían pasado más de un puñado de

minutos en compañía del otro. Al principio, él pensó que tal vez ella se sentía tímida

e incómoda en su presencia después de las intimidades que habían compartido.

Pero pronto se dio cuenta de que su reticencia provenía de algo totalmente

distinto. Como siempre, ella era dulce y amistosa con él, sonriendo y comportándose

como siempre lo había hecho. Excepto que ahora faltaba algo esencial. Un calor

subyacente que ya no brillaba en sus ojos. Un brillo especial en su sonrisa que solía

reservar exclusivamente para él, pero ya no.

Por necesidad, sus lecciones de amor se habían detenido abruptamente.

Obviamente, sin el beneficio del matrimonio, su devaneo no podía continuar sin

control. Sin embargo, toda la lógica y las buenas intenciones del mundo no le habían

impedido desearla, no podían evitar que la anhelase con una especie de obsesión en

su espíritu que rayaba en la locura.

Durante el día, se sorprendió a sí mismo dando vueltas a las fantasías,

vagabundeos mentales que lo dejaron semi-articulado, a veces en el más insostenible

de los lugares y compañía. Por la noche, ella se le acercaba en sueños. Sueños

sexuales calientes, terrenales y atrevidos que le dejaban dolorido e insatisfecho,

sábanas retorcidas alrededor de sus miembros, sus entrañas palpitando cuando se

despertaba.

¿Pero qué pasaba con ella? Por todo lo que había observado, Eliza parecía haber

dejado atrás su noche con una especie de fría finalidad. ¿Podría realmente encender y

apagar sus pasiones tan precipitadamente? Ella dijo que lo había deseado esa noche,

dijo que había tenido un gran placer en su unión. Inocente como había sido, sabía por

sus respuestas sinceras y abiertas que no había estado mintiendo.

Y sin embargo, ahora que su pasión se había consumado, ¿no quería nada más?

¿Sus lecciones no significaban para ella más que una oportunidad de sumergir sus

dedos en las oscuras aguas de lo prohibido? ¿Experimentar en el mundo secreto de

las delicias libidinosas, como una vez le dijo que deseaba hacer?

Tal comportamiento no parecía propio de Eliza.

~280~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Por otra parte, su comportamiento tampoco parecía propio de ella.

Él no entendía lo que ella quería. De hecho, apenas sabía lo que quería, excepto

por una cosa.

Quería a Eliza, la necesitaba de vuelta en sus brazos, en su vida. Deseándola con

un hambre que ardía como una llama incluso ahora. Cualquiera que fuera la chispa

que había entre ellos, no podía dejarla morir. Pero tener lo que quería significaba el

matrimonio.

Y ahí estaba el obstáculo.

Él ya se había declarado, dos veces, y ella había dicho que no quería casarse con él.

Pero ahora se dio cuenta de que sus palabras habían sido las del deber y el honor,

redactadas en términos poco emotivos. Tal vez si ella entendiera cuánto la deseaba,

cuán desesperadamente anhelaba su toque, ella lo consentiría. Muchos matrimonios

se habían construido con mucho menos de lo que ambos compartían. Eran amigos. Si

la pasión entre ellos se desvanecía, su amistad permanecería. Si él tenía sus ideas,

esperaría para casarse. Y sin embargo, cuanto más consideraba la idea, más le

gustaba.

Sí, pensó, viendo como Brevard finalmente comenzó a remar. A Eliza cuando

llegara a la orilla, Kit le propondría matrimonio de nuevo.

Sólo que esta vez aceptaría.

Eliza apartó su porción de pastel sin comer.

Aunque la abundante comida en el almuerzo al aire libre era deliciosa, se había

encontrado mayormente hurgando en su comida, usando su tenedor para deslizar

varias ofrendas en su plato con la pretensión de comer realmente.

¿Había tomado la decisión correcta? reflexionó de nuevo, como lo había hecho

repetidamente durante la comida. ¿Era su decisión la mejor para su vida futura, su

futura felicidad?

Su indecisión sólo se agravó por el conocimiento que tenía de Kit. En cierto modo,

siempre fue consciente de él cuando estaban cerca el uno del otro. Sin embargo, hoy

~281~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

en día sus sentidos estaban alerta, captando su aguda y perezosa mirada enfocada en

ella más de una vez.

Ella la captó de nuevo ahora, esa mirada, mientras él levantaba su copa de vino a

sus labios y bebía. Se estremeció, sintiendo el toque visual tan agudamente como si él

hubiera extendido la mano y trazado las yemas de sus dedos lentamente a lo largo de

su columna vertebral.

Ahogando un suspiro, volvió la cara para poder no verlo más.

No podía pensar en él de esa manera otra vez, se advirtió a sí misma. Tales

intimidades se habían acabado entre ellos. Tenían que serlo, ahora que había tomado

su decisión.

De repente, esa decisión se hizo más real, más fija, cuando el Vizconde Brevard se

puso de pie. Con la mano levantada y unas pocas palabras pronunciadas sin

esfuerzo, la atención de los invitados reunidos se volvió hacia él. Radiando un

cómodo y extrovertido encanto, agradeció a su anfitrión y a la anfitriona por la

encantadora salida y el día tan memorable. Después de unas pocas palabras más bien

escogidas, sonrió a Eliza.

– Queridos amigos, -dijo-, este día es especial para mí por otra razón, una que

espero que todos me ayuden a celebrar. Es con gran alegría que deseo hacer un

anuncio. Esta misma tarde, aquí en este idílico escenario, le pedí a la Srta. Eliza

Hammond que fuera mi esposa. Para mi más profundo alivio, ella aceptó. ¿Eliza?

Al bajar, Brevard la puso de pie, con jadeos y exclamaciones en el aire.

Abajo de la mesa, se oyó como se rompía en pedazos el vaso de Kit, el vino tinto

fluía a través del mantel blanco como un obsceno chorro de sangre.

La mirada de Eliza chocó con la de Kit. Su mandíbula colgaba floja, una expresión

de profunda conmoción afectaba a sus atractivos rasgos. Pero fueron sus ojos los que

detuvieron el aliento en sus pulmones, su mirada de perplejidad y, si no se

equivocaba, de dolor.

Entonces no tuvo más tiempo para considerar lo que había o no había visto, ya

que los deseosos se agolpaban a su alrededor en un mar de felicitaciones.

~282~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Violeta la cogió en un fuerte abrazo, soltando un grito de felicidad y sorpresa,

antes de bombardearla alternativamente con preguntas, y regañarla por no decir ni

una palabra sobre la propuesta del vizconde.

Mucho tiempo después, la excitación se calmó lo suficiente como para que buscara

a Kit.

Momentos después, se dio cuenta de que se había ido.

***

– Ven con nosotros al Nuevo Mercado.

Los amigos de Kit le habían instado a unirse a ellos en la reunión de la carrera

durante las últimas dos semanas. Originalmente, él no estaba dispuesto a aceptar,

por las circunstancias tan irresueltas con Eliza.

Ahora no podía esperar para escaparse.

– Veamos, estos deben ser llevados abajo, -el valet de Kit, Cherry, instruyó a un

lacayo, señalando un gran portafolio de cuero marrón y otro pequeño maletín de

viaje que estaba cerca de la puerta. El lacayo recogió su carga y salió al pasillo.

– Si no necesita nada más, mi Lord, le esperaré abajo.

Kit le echó un vistazo al otro hombre.

– Adelante, Cherry. Yo iré directamente.

El sirviente asintió con la cabeza, recogió un último par de objetos suyos y salió de

la habitación.

Kit comprobó la cantidad de dinero en su posesión, y luego metió el monedero en

el bolsillo de su traje. Añadió un pequeño cortaplumas y un frasco de brandy de

plata antes de cruzar a recoger una copia de las últimas noticias de las carreras que

planeaba examinar en el viaje al norte. Decidiendo que tenía todo lo que necesitaba

para su viaje, salió al corredor.

Sin esperar encontrar a nadie a esta hora de la mañana, dobló la primera curva con

un rápido clip y casi choca con Eliza.

~283~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Ella soltó un débil grito, obviamente tan sorprendida como él, y dio un paso atrás.

Instintivamente, la agarró, estabilizándola con un par de manos firmes en la parte

superior de sus brazos. Al darse cuenta de repente de que la estaba sujetando, y

disfrutando de la sensación, la soltó, alejándola de él como si llevara la plaga.

– Kit. No te vi. -Su voz sonaba sin aliento, sin duda por su sorpresa.

– Ni yo a ti.

Se miraron fijamente durante un largo momento, un silencio incómodo entre ellos.

– Bueno, será mejor que me vaya. -Kit se inclinó para recuperar la copia de las

noticias de las carreras que había dejado caer al suelo.

– Oh. ¿Tienes un compromiso? -preguntó.

Él asintió bruscamente.

– Estoy viajando hacia el Nuevo Mercado para una reunión de carreras.

– Ah.

Otra incómoda pausa se estableció entre ellos.

Trató de no mirarla directamente pero no pudo evitarlo, trazando ojos

hambrientos sobre su cara. Respirando rápidamente, inmediatamente se arrepintió

de la acción, su cuerpo se tensó mientras su fragancia familiar se hundía en su

cabeza, dulce y embriagadora como las flores de los manzanos en primavera.

Casi violentamente, apretó el panfleto en su mano, librando una batalla de

impulsos contradictorios: la mitad de él quería sacudirla por haber aceptado casarse

con otro hombre, la otra mitad quería arrojarla en sus brazos y besarla sin sentido,

besarla hasta que ella no suplicara por nada y ni nadie más que por él.

Él no hizo ninguna de las dos cosas, manteniéndose a raya.

– Nunca te ofrecí mis mejores deseos en tus próximas nupcias, -dijo, sin sonreír.

Sus pestañas se abrieron en abanico sobre sus pómulos.

– No, no lo hiciste.

Y yo tampoco lo haré, por Dios, se gruñó a sí mismo.

Aplastando una palma contra la pared junto a su cabeza, se inclinó cerca,

enjaulándola efectivamente con su cuerpo mucho más grande. Cuando habló, su voz

~284~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

se registró apenas por encima de un susurro, sonando áspera como la grava incluso a

sus propios oídos.

– ¿Y? ¿Lo sabe?

– ¿Sabe qué?

– ¿Sobre nosotros? -Y más aún, el hecho de que no va a conseguir una novia

virgen.

Respiró hondo, con la mirada amplia y profundamente gris. Sus hombros se

endurecieron.

– En realidad, él lo sabe.

Sus cejas se arquearon.

– Ahora estoy sorprendido. Qué increíblemente comprensivo es Brevard. Nunca

me ha parecido del tipo liberal. Así que no le importa compartirte conmigo, ¿verdad?

– No me comparte en absoluto. Y no sabe que eres tú, no específicamente. Le dije

que había un hombre. También le dije que la relación entre nosotros había terminado.

Un dolor lacerante le atravesó el pecho, un dolor que le hizo querer devolver el

golpe.

– ¿A qué te refieres? No estaría completamente seguro de eso. Puede que después

de unas noches en su cama prefieras volver a la mía. Si me lo pides amablemente,

puede que decida dejarte.

Antes de que ninguno de ellos supiera lo que ella quería hacer, su mano apareció,

haciendo un sólido contacto con su mejilla. El golpe picó, pero no tanto como la

herida a su dignidad, el daño a lo que quedaba de su antigua y cómoda amistad,

destrozaba ahora su antiguo yo.

Nervioso, se alejó, maldiciéndose a sí mismo por la necesidad de castigo que aún

rugía en sus venas. Incluso ahora, la quería con un hambre que apenas podía

controlar, y era incapaz de negarla.

– Llego tarde y mi carruaje me espera abajo. -Hizo una reverencia brusca-. Buenos

días, Eliza.

Obligándose a no volver a mirarla, se alejó.

~285~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 21

Los últimos días de junio llegaron, cada uno cálido, largo y lleno de actividad. La

noticia del compromiso de Eliza con el Vizconde de Brevard se extendió

rápidamente, como el fuego a través de un bosque antiguo, un tema instantáneo en

los labios de todos.

Como resultado, Eliza tuvo incluso menos tiempo para ella misma que antes,

inundada por un constante aluvión de visitas, preguntas e invitaciones de todo tipo

de bienhechores y curiosos. Parte de ella se consoló en el frenesí ya que ayudó a

mantener a raya sus pensamientos y emociones problemáticas. Evitó que se

cuestionara su decisión de casarse con Brevard. Y más importante aún, de pensar en

Kit, especialmente en su último encuentro.

Incluso ahora no podía creer que lo hubiera abofeteado. Hasta el momento en que

la palma de su mano se conectó con su mejilla, no se había dado cuenta de que era

capaz de tal acción. Pero Kit parecía sacar toda la gama de emociones de ella, desde

la dulce ternura hasta el temperamento furioso.

¿Cómo pudo haberle dicho tales cosas a ella? Nunca antes le había oído ser tan

mordaz con nadie. Por un segundo, fue como si quisiera lastimarla, como si ella lo

hubiera lastimado a él y él ansiaba una medida de venganza a costa de ella.

¿Pero por qué?

Orgullo herido, supuso ella, su autoestima se agudizó cuando aceptó casarse con

otro hombre tan pronto como se lo propuso. Ella consideró el atisbo de conmoción y

dolor que pensó haber visto en sus ojos el día del picnic, justo después de que se

anunciara su compromiso. ¿Había sido una mirada de verdadera angustia?

Seguramente si él sintiera algo más por ella, se habría declarado en lugar de decirle

cosas tan horribles. En lugar de hacerla llorar.

~286~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Después de su enfrentamiento, ella huyó a su habitación y sollozó durante una

hora seguida. El ataque de lágrimas dejó su nariz tapada, sus ojos hinchados y su

cabeza dolorida tan ferozmente que no tuvo necesidad de mentir a su criada, o a

Violeta, sobre su malestar.

Más tarde esa noche, se había compuesto lo suficiente para asistir a la ópera con

Lance, diciéndose a sí misma una y otra vez que él la haría feliz si tan sólo le diera la

oportunidad.

Y en los días siguientes, ciertamente lo había intentado. Ninguna mujer podría

pedir un novio más atento. A cada paso, él se esforzaba por complacerla, cuidando

de su comodidad, sorprendiéndola con un regalo tras otro.

Empezó por regalarle un magnífico anillo de compromiso de diamantes, la piedra

tan grande y brillante que provocaba comentarios envidiosos de todas las mujeres

que la veían. Y anoche le había regalado un hermoso brazalete de perlas y diamantes

a juego. Los aretes, había insinuado, podrían ser los siguientes.

Ella miró las piedras preciosas y suspiró.

Al menos la temporada estaba casi terminada. Pronto Jeannette, Darragh y su

familia volverían a Irlanda, mientras que ella, Violeta, Adrián y sus hijos viajarían a

Winterlea. Permanecerían allí durante un mes y luego viajarían al norte para visitar a

Lance y a su hermana en los campos de sus antepasados, para que ella pudiera

conocer su futuro hogar.

El pensamiento la hizo temblar. Francamente, no sabía si estaba hecha para ser

una buena anfitriona. Lance le aseguró que lo haría espléndidamente, dejándola con

la esperanza de que su predicción se cumpliera.

Se consoló al saber que él no esperaba que fuera una gran anfitriona. Ya le había

asegurado que podrían permanecer en el campo gran parte del año, si así lo prefería,

diciendo que le encantaba la vida tranquila y rural.

Tenía suerte de casarse con él, se dijo a sí misma. Lance era un hombre

maravilloso y la amaba. Si ella sintiera la misma intensa devoción por él. La culpa la

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

pinchó con un feo dedo, y luego la pinchó por segunda vez cuando los recuerdos de

Kit le inundaron la mente.

Cerrando los ojos, luchó por desterrarle de sus pensamientos traidores.

– ¿Está todo bien? -preguntó Violeta desde su ligar junto a Eliza en un banco del

jardín de Raeburn House-. Es la segunda vez que suspiras.

– ¿Lo es? -murmuró Eliza consternada, viendo al duque y a sus alborotados hijos

jugar en un lugar cercano de césped verde. Adrián estaba dando a los chicos paseos a

caballo, para su deleite.

– De hecho lo es -continuó Violeta.

– Estoy bien.

Siguió un pequeño silencio.

– No estaba segura, -dijo Violeta-. Has parecido... bueno, no te veo últimamente

feliz como siempre.

– ¿No lo he hecho? No te preocupes, sólo estoy un poco cansada de la pesada

presión de las rondas sociales y las obligaciones.

– Bueno, has estado corriéndote a ti misma de forma desordenada estas últimas

semanas. ¿Por qué no te quedas un poco más. A Adrián y a mí no nos importará

rechazar unas cuantas invitaciones y pasar alguna noche en casa, te lo aseguro.

– Aprecio la sugerencia, pero no quiero decepcionar a Lance.

– ¿Crees que se decepcionaría? Podríamos invitarlo a cenar con la familia. No creo

que se oponga.

Eliza dio una sonrisa genuina.

– No, es probable que no. Sí, está bien, pero sólo por una o dos noches.

Violeta giró los ojos hacia adelante para ver a su marido y a sus hijos jugar.

– ¿Y está todo bien entre tú y Lance? Te alegras del compromiso, ¿verdad?

– Por supuesto. Lance es todo lo que una mujer podría querer.

– Y tú lo amas, ¿sí? Sé que eso es lo que querías, amar y ser amada a cambio. Si no

estás segura...

– Por supuesto que estoy segura. Estoy muy enamorada.

~288~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Violeta cruzó la mano y la apretó. Eliza sonrió y no dijo nada más para corregir la

suposición errónea de su amiga.

Ella no había mentido, pensó Eliza. Estaba enamorada. Pero no del hombre que

Violeta imaginaba que quería decir.

***

Kit se desplomó en su silla ante el fuego.

A unos pocos metros de distancia, sus amigos se sentaron alrededor de una mesa

en uno de los dos salones privados de la posada, jugando a las cartas y bebiendo, la

última de sus cenas hacía mucho tiempo que había pasado.

Tres de los hombres se quejaron de la derrota, mientras que un cuarto cacareó la

victoria mientras acercaba las ganancias hacia sí mismo.

Vickery sonrió a Kit.

– Ven a jugar, Winter. Estamos a punto de comenzar un nuevo juego, y me

vendría bien una nueva cosecha.

Kit levantó su copa de oporto en un saludo silencioso, y luego saludó al otro

hombre.

– Estoy contento quedándome aquí con mi vino. Ya he perdido demasiado en las

carreras de hoy.

En realidad no había perdido mucho, una libra o dos en total, pero no estaba de

humor esta noche para darse el gusto de jugar a las cartas. Últimamente no estaba de

humor para nada, y no lo había estado desde que dejó Londres. No sabía cómo lo

toleraban sus amigos, estaba de un humor negro y asqueroso. Cuando llegó al Nuevo

Mercado, esperaba que la compañía amistosa, el deporte y el cambio de aires le

proporcionaran la suficiente diversión para librarse de su imposible ansia por Eliza.

Pero no fue así. Si acaso, la ausencia de ella sólo había hecho que su anhelo

aumentara, hizo que la terrible melancolía dentro de él se hiciera más profunda y

oscura. Durante el día, intentaba ignorar su descontento, pero por la noche tales

intentos se volvían imposibles ya que se lanzaba contra las sábanas en un tormento

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

de inquieta frustración, incapaz de escapar a los pensamientos de ella incluso en sus

sueños.

¿Qué estaba haciendo ella esta noche? Reflexionaba. En la ciudad, sin duda, con su

prometido. Devolvió el vino y dejó la copa con un golpe seco que estuvo a punto de

romper el tallo.

Prometido.

Aún no podía creerlo, su mente se alejaba de la realidad de aquel día de pesadilla

hacía poco más de una semana cuando le dieron la noticia.

¿Por qué demonios lo había hecho? ¿Cómo pudo prometerse a casarse con

Brevard cuando rechazó a Kit un par de semanas antes?

Bueno, si ella prefería al vizconde, que así sea, se mofó. Los dos se aburrirían hasta

la muerte con su incesante cortesía y perfección, mientras que él seguía siendo libre

de hacer lo que quisiera sin estorbos ni responsabilidades.

Y como podía hacer lo que quería, lo que debía hacer era bajar a la sala de la

posada y encontrar una compañera de cama dispuesta. Había una moza en particular

que le había estado echando el ojo desde que llegó, sonriendo y coqueteando con él

cada vez que se acercaba. Guapa y joven, tenía suficiente relleno para darle a un

hombre un paseo duro y saludable, y un enorme pecho que seguramente

desbordaría hasta sus grandes e inquietas palmas.

Pero incluso mientras consideraba la idea de llevar a la chica a su cama para saciar

su hambre, su cuerpo permanecía inmóvil.

En cambio, se encontró deseando otro par de pechos, más pequeños, pero

totalmente exquisitos, con pezones del color de los pétalos de rosa y una piel que olía

cada centímetro como dulce. Delicados y delgados brazos, piernas y manos que

pudieran acariciar y enroscar e intoxicar. Y caderas suavemente redondeadas que se

apretaban contra las suyas como si hubieran sido formadas por una mano divina,

encajando en perfecta armonía como si sus dos cuerpos separados estuvieran

destinados a unirse como uno solo.

~290~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Con el palpitar de su cuerpo, se forzó a sí mismo a retirarse de tan peligrosas

reflexiones. Revolcarse en su actual oscuridad no le haría ningún bien terrenal.

Simplemente tendría que encontrar una manera de superar su deseo por Eliza. Los

días y las semanas pasarían, y con ellos su casi desesperación por ella se desvanecería

hasta que finalmente el anhelo desapareciera por completo. La pasión física siempre

fue así, y así volvería a ser.

Al menos eso es lo que se iba a decir a sí mismo.

Si tan sólo no tuviera que volver a Londres mañana. Pero las carreras habían

terminado, sus amigos estaban listos para volver. Supuso que podía ir en busca de

otros entretenimientos, Selway y Lloyd eran siempre los primeros en tener nuevas

aventuras, pero ir a otro pueblo sería una cobardía, no más que una excusa febril

diseñada para posponer lo inevitable.

Tendría que volver a ver a Eliza en algún momento, así que bien podría terminar

con esto tan pronto como sea posible. Y tal vez si tuviera suerte, volvería para

encontrar que su poder de atracción sobre él disminuyó, el magnetismo de su

encanto ya se había debilitado.

Aun así, no era masoquista. Cuando los de la casa se fueran pronto a Winterlea, no

viajaría con ellos. Tal vez pasaría unos meses en su casa de campo, invitando a

Brentholden y a los demás a ir a disparar con él en otoño. Cuando llegara la Navidad

y se viera obligado a presentarse en la finca familiar, habría terminado con este loco

capricho por Eliza.

Cerrando los ojos, rezó para que lo superara.

Fuertes exclamaciones eran emitidas desde la mesa de naipes, sus amigos estaban

haciendo cada vez más ruidos con su exuberante juego. Decidiendo que había tenido

suficiente compañía para la noche, Kit se puso de pie cansadamente.

– Hola, Winter. -Dijo Selway, los otros tres hombres de la mesa miraron a Kit con

curiosidad.

– Si quieres saberlo, me voy a la cama.

~291~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿A esta hora? Apenas es medianoche. ¿No querrás decir que te vas a ir a dormir

como un viejo loco?

– Mañana tenemos un largo día de viaje y no estoy de humor para ser miserable

por ello.

– Puedes descansar en el carruaje, -murmuró Lloyd-. Lo mejor que se puede hacer

en un coche, si me lo preguntas.

Podía pensar en otras actividades, meditaba Kit, y luego deseaba no tener tan

acalorados recuerdos de Eliza como los que le pasaron a él. Un feo ceño fruncido

descendió por su frente.

– Sin embargo, la cama es a donde quiero ir.

– Un desperdicio, si me preguntas, -persistió Selway-. Seguro que podemos

convencerte para que juegues una mano de cartas.

Brentholden le echó a Kit una larga y extrañada mirada antes de volver a los otros.

– Déjalo en paz. Ahora, ¿vamos a terminar esta mano o no? Vickery, creo que era

tu apuesta.

Mientras sus amigos volvían a su juego, Kit salió al estrecho pasillo de la posada.

Una vez dentro de su dormitorio, se quitó el abrigo, el pañuelo del cuello y las botas,

y luego se volvió a la cama de la posada.

Debió haber invitado a la sirvienta a unirse a él, decidió. Una pena que no fuera la

mujer que él anhelaba. Obligando a sus párpados a cerrarse, intentó dormir,

sabiendo que aunque lograra el truco, sus sueños serían todos de Eliza.

***

Dos días después, una nota llegó a la bandeja del desayuno de Eliza.

– El lacayo dijo que el mensaje llegó para usted esta mañana temprano, señorita, -

observó su criada mientras colocaba la bandeja en una pequeña mesa cerca de la

ventana.

~292~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Cubriendo un bostezo con una mano, Eliza se levantó de la cama y cruzó para

tomar la nota, su criada se movía afanosamente por la habitación, retirando las

cortinas para dejar entrar la luz de la mañana.

Eliza abrió la misiva.

Nos vemos en el parque a las diez en punto.

Te estaré esperando en la puerta de Grosvenor.

Brevard

Dobló la nota y la volvió a poner en la bandeja.

Lance no le dijo nada anoche sobre querer montar hoy. Tal vez se sentía impulsivo

esta mañana. Ciertamente esperaba que nada estuviera mal. Por supuesto, si algo

estuviera mal, habría venido aquí a la casa. Es extraño que quisiera encontrarse con

ella en el parque.

Llamó la atención de su criada.

– Lord Brevard me ha escrito invitándome a ir con él esta mañana. Por favor, ten la

amabilidad de traer mi traje de montar, Lucy.

Su criada hizo una reverencia y se dirigió al armario mientras Eliza se sentó a

comer un desayuno rápido.

Una hora después, con el tiempo justo, Eliza bajó las escaleras. Antes, había

mandado un mensaje para que ensillaran a Cassiopeia. El caballo y su mozo de

cuadra estaban esperando como se les ordenó cuando Robert la dejó salir por la

puerta principal.

– Tenga un buen paseo, señorita, -exclamó el lacayo.

Colocada en su montura, le dio un saludo alegre.

– Gracias, lo haré.

Con un suave movimiento de las riendas, se alejó.

***

Kit subió los escalones de Raeburn House, contento de haberse librado finalmente

de la carroza.

~293~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Quería un baño caliente, una muda de ropa y una buena comida, en ese mismo

orden. Mientras se bañaba, decidió que uno de los sirvientes debía liberar una fina

botella de Borgoña de la bodega para disfrutarla con su comida.

La noción de la pequeña indulgencia le levantó el ánimo un poco.

– Bienvenido a casa, mi Lord, -saludó el lacayo, manteniendo abierta la puerta

principal-. ¿Se lo pasó bien en las carreras? ¿Apostó por algún ganador?

Kit se quitó el sombrero y los guantes y se los pasó al otro hombre, junto con una

sonrisa.

– Uno o dos, Robert. No me deshonré perdiendo una fortuna con los apostadores,

en cualquier caso. De hecho, salí con unas libras de más.

El lacayo sonrió.

– Bien hecho, mi señor.

Kit echó un vistazo a la gran área de entrada. – ¿Está la familia por aquí?

– El duque está en su despacho y su Excelencia se reúne con la Sra. Litton por los

menús, creo.

– ¿Y la Srta. Hammond? -Kit sabía que no debía preguntar, pero se vio impulsado

como por el diablo.

– Salió, mi Lord. Se fue no hace mucho para cabalgar con el Vizconde de Brevard.

El alivio se batió en duelo con la decepción, su mandíbula se apretó al mencionar a

Brevard. Asintiendo con la cabeza para agradecer al sirviente, se volvió para subir las

escaleras de sus habitaciones.

Kit no había avanzado ni un metro cuando el sonido de un recién llegado golpeó

la puerta.

La persona que llamó era Brevard.

– Buenos días, -saludó el vizconde mientras entraba. Se quitó el sombrero de

castor y le entregó el tocado y el bastón al sirviente.

Kit le dio una rápida bienvenida. Reafirmando su resolución, se preparó para

encontrarse cara a cara con Eliza por primera vez desde su volátil encuentro en el

~294~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

pasillo de arriba. Después de las cosas que le había dicho, puede que ni siquiera le

devolviera el saludo.

Sin embargo, los momentos pasaron, y Eliza no apareció.

– ¿Dónde está la Srta. Hammond, Brevard? –Preguntó Kit-. Seguramente no la

dejaste ir a los establos por su cuenta.

Una línea de perplejidad arrugó la frente de Brevard.

– No sé a qué te refieres. Supongo que está aquí en la casa.

– ¿No está contigo?

– No. ¿Por qué iba a estarlo?

La alarma se enrolló como una serpiente dentro del intestino de Kit.

– Porque los dos salieron a montar esta mañana.

– No fuimos a montar a caballo. Acabo de llegar.

– Perdóneme, mi Lord Brevard, -interrumpió Robert-, pero vi a la Srta. Hammond

salir con un mozo de cuadra. Ella misma me dijo que se reuniría con usted en el

parque.

La preocupación oscureció la mirada del vizconde.

– No hice ningún arreglo con la dama. ¿Por qué pensaría ella tal cosa?

March entró en la sala y fue rápidamente informado de la situación.

– Déjame mandar a buscar a su criada. Tal vez la chica pueda arrojar algo de luz

sobre el asunto.

Kit asintió con la cabeza.

– Mientras tanto ensillaré mi caballo, -dijo Kit-. Uno de nosotros debería salir a

buscarla.

Brevard recuperó su sombrero.

– ...me uniré a ustedes.

Antes de que ninguno de los dos tuviera la oportunidad de actuar, un clamor

apresurado de cascos de caballo sonó en la calle. Más allá de la puerta abierta, vieron

al mozo de cuadra de Eliza subir, llevando a Casiopea detrás de él. La silla de montar

del caballo estaba vacía.

~295~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Kit bajó deprisa las escaleras, Brevard le pisaba los talones.

El mozo de cuadra se deslizó de su montura, la sangre brillaba en una violenta

mancha en su sien, más enmarañada en su pelo.

Kit lo atrapó antes de que cayera de rodillas.

– Joshua, ¿qué pasó?

– Mi Lord, he venido tan pronto como he podido, - jadeó Joshua.

– ¿Viene aquí desde donde? ¿El parque?

El mozo asintió con la cabeza, haciendo un gesto de dolor evidente.

– Alguien se acercó a mí, me tomó desprevenido y me golpeó bien en la cabeza. Mi

Lord, lo siento. Se la llevaron. Se llevaron a la Srta. Eliza, y no hubo nada que yo

pudiera hacer.

El pánico golpeó a Kit como un duro y paralizante puñetazo.

– ¿Quién se la llevó? ¿Quién se llevó a Eliza?

– No lo sé con seguridad, mi señor. Otro tipo tenía un gran carruaje negro

adelante. Debía estar esperándonos cuando llegamos al parque.

– ¿Qué aspecto tenía este hombre? –exigió Brevard con una voz tranquila pero

implacable.

– Alto y delgado, cabello oscuro, ojos malvados. Estaba vestido como un caballero,

todo de negro. Lo recuerdo. La Srta. Eliza lo llamó su primo.

– ¡Pettigrew! -Kit reconoció la mirada de acero de Brevard como propia.

Brevard asintió con la cabeza.

– ¿Pero por qué haría tal cosa?

La furia rugió por las venas de Kit, sabiendo precisamente por qué.

– Debe querer forzarla a casarse. Quiere su dinero.

– ¿Pero qué posibilidades tiene de tener éxito? Seguramente sabe que lo

perseguiremos.

– No importa si se casa con ella antes de que los encontremos.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

La angustia y la ira se extendieron por Kit, emociones dirigidas tanto a sí mismo

como a Pettigrew. Le había dicho a Eliza que la mantendría a salvo, y ahora el villano

la tenía. Kit había bajado la guardia y le había fallado. No volvería a fallarle.

Entregando a Joshua al cuidado de uno de los lacayos para que atendieran las

heridas del hombre, Kit se volvió a Brevard.

– Una vez que Pettigrew y Eliza se casen y ella se comprometa, no habrá nada que

podamos hacer. Él tendrá lo que quiere, el control de su fortuna. No tenemos un

momento que perder. Tenemos que detener al canalla.

– Supongo que la ha llevado a Gretna , -dijo Brevard.

– Parecería el lugar más probable, aunque podría haber pensado en otra cosa. He

oído historias de parejas que huyen hacia el sur a Guernsey para despistar a sus

perseguidores.

El vizconde sacudió la cabeza.

– No estoy tan seguro. Guernsey parece una posibilidad remota. ¿Y si te

equivocas?

Sí, pensó Kit, ¿y si se equivocaba y juzgaba mal la situación? Si cometía un error

vital, Eliza podría perderse para siempre.

– Exactamente la razón por la que debemos echar una red tan amplia como sea

posible y cubrir la mayor cantidad de territorio. Conseguiremos la ayuda de Adrián

y Darragh en la búsqueda. Con nosotros cuatro persiguiéndolos, seguro que haremos

caer a Pettigrew.

Y que Dios ayude a la pequeña comadreja cuando lo hiciera, pensó.

¿Y si ya era demasiado tarde y Pettigrew había forzado a Eliza a casarse con él

cuando los descubrieran? Si ese fuera el caso, Kit juró que vería que las cosas se

arreglaran. Después de todo, una mujer puede enviudar tan fácilmente como casarse.

Por supuesto, el cobarde probablemente la habría violado para entonces.

La amarga hiel se le metió en la garganta a Kit, la idea de Eliza herida y

aterrorizada le puso literalmente enfermo. Pero por mucho que él se enfureciera y se

lamentara por su abuso, para él ella no será diferente. Él no la amaría menos.

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¿La amaría?

Sus músculos temblaban cuando las palabras reverberaban en su mente, una ola

de profunda emoción amenazaba con ponerlo de rodillas.

Cielos, él la amaba. La adoraba, de hecho.

Casi se rió, sintiéndose medio loco. Qué ciego y estúpido había sido todos estos

meses, incapaz de reconocer la verdad de sus propias emociones. Pero de repente

comprendió, consciente de que su corazón no había sido suyo durante mucho

tiempo, quizás desde esa primera inocente atracción del deseo.

No era de extrañar que hubiera sido tan miserable estas últimas semanas, sus

sentidos comprendieron lo que su intelecto no pudo.

Y ahora Eliza había desaparecido.

Debía encontrarla, la encontraría, y una vez que volviera a casa en sus brazos, se

pondría a reclamarla para sí.

Segundos después, se puso rígido, notando a Brevard. Con qué facilidad se había

olvidado del otro hombre, olvidó también que Eliza ya había prometido su trofeo al

vizconde. Pero los compromisos podían romperse. Kit tendría que convencer a Eliza

de que ella pertenecía a él, no a Brevard.

Sin embargo, ahora no era la ocasión para insistir en esos temas. Tiempo después,

una vez que Eliza estuviera sana y salva.

– Prepárate para cabalgar, Brevard, -ordenó Kit, caminando en dirección al estudio

de su hermano para poder informar a Adrián de la situación-. Nos vamos en una

hora.

***

A Eliza le dolía la cabeza como si una banda entera de monos saltara sobre ella y

chillara sus pulmones de primate. Ella rebotó contra el asiento cuando el carruaje se

topó con un profundo bache, sólo entonces se hizo gradualmente consciente de su

entorno.

~298~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Estaba tumbada, con una mejilla presionada en la tapicería de tela descolorida que

olía a moho, como si la carroza no se hubiera usado en algún tiempo. Las ruedas

chirriaban, el vehículo se balanceaba sobre unos muelles mal ajustados.

Pensó que su primo era un tonto incluso cuando se trataba de conseguir un

vehículo que planeaba usar para un secuestro. Podría haber sido divertido si las

circunstancias no hubieran sido tan sombrías, y si no hubiera sido ella la que estaba

siendo secuestrada.

Mantuvo los ojos cerrados y alejó su dolor de cabeza. Su estómago se retorcía, con

náuseas por el vapor que había usado para someterla. Cerrando sus labios, rezó para

no avergonzarse vomitando. Aunque a Philip le vendría bien que ella se pusiera

enferma en sus zapatos. Casi valdría la pena hacer un resumen de sus cuentas sólo

para verle alborotar y saltar de un lado a otro con asco.

Pero si ella vomitaba, ya sea accidentalmente o a propósito, él la haría pagar más

tarde; ella lo conocía lo suficientemente bien como para estar segura de ello.

Manteniendo los ojos cerrados, intentó enroscarse más fuertemente en sí misma y

descubrió, para su horror, que sus manos y pies estaban atados.

– Sé que estás despierta -dijo Pettigrew desde donde estaba sentado en el asiento

de enfrente de ella-. Así que es mejor que dejes de fingir.

Se estremeció pero no respondió.

– Vuelve a ser el ratoncito silencioso, si eso es lo que quieres –despreció-. No hará

ninguna diferencia para mí. Tú y yo nos casaremos de cualquier manera. Además,

creo que me gustabas más cuando sabías lo suficiente para mantener la boca cerrada.

Mamá tenía una manera de dar esas bofetadas, ¿no es así?

Sus ojos se abrieron de golpe, la repulsión le aflojó la lengua.

– Nunca me casaré contigo.

– Oh, te casarás conmigo y no creas que no lo harás. Ya tengo un ministro que no

se preocupa mucho por las novias consentidas mientras esté bien pagado por sus

problemas. Así que ya ves, tu voluntad no es una preocupación.

Ella tragó contra su terror.

~299~
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– ¿A dónde me llevas?

– ¿Qué importa eso? Harás aquí lo que yo diga hasta que hayas cumplido tu

propósito.

– ¿Y qué propósito es ese? -se atrevió a preguntar-. Si es mi fortuna lo que quieres,

yo... te la daré. Sólo tienes que redactar los papeles y...

Él volvió su mirada malévola sobre ella.

– Si tan sólo pudiera ser así de simple, pero no lo es. Tu prometido, por ejemplo,

podría tener alguna objeción a que regalaras tu riqueza, sin mencionar a esos amigos

entrometidos suyos. No creas que he olvidado cómo me trató Lord Christopher esa

noche en el teatro. Él y los demás se encargarán de que cualquier acuerdo legal entre

nosotros se anule tan pronto como seas liberada.

Se agarró a la correa del coche mientras se metían en otro bache.

– Por supuesto, todo este problema podría haberse evitado si simplemente

hubieras aceptado casarte conmigo cuando te lo pedí. Te habría tratado con algo de

respeto, te habría encontrado una bonita casa donde podrías vivir tranquilamente tus

días.

– Mientras tú te ibas a gastar mi dinero.

El color se precipitó en sus mejillas, manchando su tez pálida. Se clavó un dedo en

el pecho.

– Mi dinero, quieres decir. Yo era el heredero, esa fue mi herencia que tú tomaste.

Todo habría llegado a mí si esa estúpida vieja bruja no me hubiera cortado. Si

hubiera sabido que tenía tanto dinero escondido, habría hecho más para asegurarme

de que no cambiara el testamento.

– ¿Por qué la tía te cortó? -Preguntó Eliza.

Él sonrió, la expresión no tenía ninguna calidez. Por un momento, se detuvo,

considerando claramente si debía o no contestarle.

Finalmente, se encogió de hombros.

– Una pequeña indiscreción mientras yo era vicario. Parece que mi benefactor

apoyó las mentiras de algún vasallo sobre mi acceso carnal con su hija. Afirmaron

~300~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

que me aproveché de ella, cuando no era más que una vulgar ramera. ¿Cómo iba a

saber que sólo tenía trece años?

Eliza se mordió el labio para contener el jadeo.

– Dijeron que había otra chica que era una furcia, que se brindaba a cualquiera que

pagara su precio. A pesar de mis protestas, me obligaron a renunciar a mi vida.

Cuando mi madre se enteró, me cortó el paso. -Refunfuñó en voz baja-. Vieja bruja.

– De todas formas, -continuó su primo-, una vez que esté en posesión de mi

fortuna, consideraré qué hacer contigo. Después de todo, no es que esté realmente

interesado en tenerte como mi esposa, prima. -Él la miró lascivamente-. Aunque

tendremos que consumar nuestra boda para satisfacer todas las legalidades de

nuestra unión.

Se acobardó en el interior pero hizo lo posible por no dejarlo ver.

– Vendrán por mí, ya sabes, -dijo.

Su cara se endureció.

– Vendrán. Para cuando lo hagan, será muy, muy tarde.

Eliza cerró los ojos y rezó para que se equivocara.

***

Kit arregló su montura, preparando al animal enjaulado para un paseo. Había

montado a la bestia, y a otros como él, con fuerza durante todo el día, presionando

para conseguir todo el tiempo y la velocidad que pudiera manejar con seguridad.

De vuelta en Londres antes de que partiera, él y los otros hombres se conocieron.

Después de un rápido debate, se decidió que Adrián y Brevard cabalgarían hacia el

norte hasta Gretna Green. Darragh cabalgaría hasta Dover y preguntaría si Pettigrew

y Eliza planeaban cruzar a Francia por Calais. Y Kit se dirigiría a Southampton, y

luego haría el cruce a la isla de Guernsey para ver si descubría pruebas de que la

pareja había pasado en esa dirección.

~301~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Cualquier otro habría ido a Gretna Green y enviado a Brevard en su lugar a la

costa. Pero el instinto de Kit le había llamado a tomar el camino menos probable, y

siempre seguía su instinto.

Para su alivio, su intuición una vez más había demostrado ser correcta.

En la última posada para cambiar caballos, mientras esperaba que un caballo

fresco se preparara, había interrogado a los mozos de cuadra. Cuando un joven

comenzó a describir a una delgada dama morena acompañada por un alto

espantapájaros de pelo negro, Kit supo que había dado en el blanco. El mozo de

cuadra los recordó más particularmente porque el caballero le había dado una

propina muy miserable por su servicio. El muchacho también contó que el hombre le

había gritado a la joven cuando ella se había negado a dar un paso atrás dentro del

carruaje mientras se preparaban para partir.

Animado por el hecho de que estaba definitivamente en el camino correcto, Kit

compuso mensajes apresurados para Darragh, Adrián y Brevard, y los envió con los

corredores. También escribió una nota para ser enviada por correo urgente a Violeta,

que sabía que debía estar preocupada en Londres.

Ahora en la carretera de nuevo, corrió rápido, sabiendo que no estaba a más de

una hora detrás de Eliza y Pettigrew. Si los atrapaba antes de que zarparan, podría

acabar rápidamente con los viles planes de Pettigrew. Pero incluso si los perdía,

encontraría a Eliza. Nunca dejaría de buscar, no hasta que la tuviera a salvo entre sus

brazos.

~302~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 22

La travesía por mar era dura y miserable y, a diferencia de la carroza, Eliza no

había podido evitar enfermarse violentamente. A pesar de la agonía de su estómago

mareado y revuelto, una parte de ella se había alegrado de su sufrimiento desde que

su enfermedad mantuvo a Pettigrew a raya.

Si no hubiera estado enferma, temía que él hubiera decidido obligarla a consumar

su unión, como él la llamaba. La idea de que la tocara de esa manera sólo aumentó

sus náuseas. Por eso, no le molestaban las largas y frías horas que pasaba dentro de

la pequeña cabina bajo cubierta, con la cabeza inclinada sobre un cubo de madera. En

su opinión, su miserable estado había valido la pena hasta el último de sus

miserables esfuerzos.

El sol de la mañana iluminaba el cielo cuando su barco atracó y Pettigrew vino a

buscarla. La repugnancia arrugó su cara al oler la escuálida atmósfera, sus ojos se

posaron sobre lo que ella sabía que debía ser su pálido cutis y su desaliñado aspecto.

Si se veía tan terrible como se sentía, debía ser una verdadera visión.

La llevó a una posada, donde consiguió una alcoba para él y su esposa.

Una criada le trajo agua caliente, toallas y un peine para el pelo. Eliza no tenía ni

idea de la excusa que Pettigrew había usado para explicar su falta de equipaje y otras

comodidades de viaje. La comida llegó poco después, y fue puesta en una pequeña

mesa de tablas sueltas cerca de la chimenea.

– Límpiate, -ordenó Pettigrew cuando la criada se fue-. Voy a buscar al ministro y

asegurarme de que todo está en orden para la ceremonia. Estate lista para cuando

regrese.

– ¿Y cuánto tiempo será eso? -dijo con más espíritu del que sentía.

– Mediodía más bien, así que te sugiero que descanses mientras estoy fuera. -Una

fea y cruda luz brilló en su mirada-. Necesitarás tu fuerza para más tarde.

~303~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Ella se estremeció cuando él salió por la puerta, la llave raspando audiblemente en

la cerradura. Si ella tenía alguna duda, sus últimas palabras le aseguraron que quería

forzarla esta noche. Tendría que llevársela contra su voluntad, prometió ella, ya que

nunca le dejaría tocarla de otra manera.

Ignorando la fatiga que la arrastraba como cadenas, fue a la puerta y tocó el pomo,

confirmando que estaba bien cerrada. Luego cruzó a la ventana.

Mirando hacia fuera, su corazón se hundió tan precipitadamente como la fuerte

caída que había debajo, la tierra inclinada hacia una costa áspera y rocosa que

conducía directamente al mar.

El primo Philip había elegido bien su prisión. Se preguntaba cuánto tiempo había

estado planeando esto. Algún tiempo, decidió, ya que él tenía ya al ministro bajo su

control.

Consideró golpear la puerta y gritar, pero no sabía si había contratado a un

guardia, uno de los hombres del barco, tal vez, que estuviera dispuesto a ver que ella

no recibiera ayuda de ninguno de los empleados de la posada.

Desanimada y cansada, cruzó al lavatorio y se enjuagó la cara y las manos. La

sirvienta también dejó un cepillo de dientes y el polvo correspondiente, que usó para

lavarse los dientes. Ligeramente refrescada, se dirigió a la mesa, se dejó caer en la

silla de madera dura y estudió la bandeja de comida. Sabía que sus esfuerzos no se

veían favorecidos por el hambre, así que se obligó a comer algunos bocados de pan y

a beber té caliente.

La última de sus náuseas se alivió, el hambre reemplazó sorprendentemente el

dolor de estómago. Tomando un cuchillo, extendió la mano para cortar un pequeño

trozo de queso, y luego se detuvo, su interés fue capturado por el instrumento.

Especulando, giró el cuchillo en su mano y miró de nuevo a la ventana.

No, pensó, sacudiendo la cabeza ante la idea salvaje que le vino a la mente.

Intentar tal cosa sería una locura. ¿Pero qué otras opciones tenía? Kit y los demás la

estarían buscando, lo sabía, pero puede que no la alcanzaran a tiempo. O actuaba

ahora o esperaba mansamente como un cordero a que el primo Philip regresara.

~304~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Sabiendo que no tenía ni un segundo que perder, se puso de pie rápidamente.

– Ahora tendré esa llave. -Kit fijó al posadero con una mirada implacable mientras

empujaba un par de monedas por la barra de madera entre ellos.

– ¿Dices que eres su hermano? -El hombre miró las monedas de forma

introspectiva.

– Así es. -Kit añadió otra moneda a la pila, y luego otra más cuando las primeras

no dieron resultados.

El gran puño del posadero salió y recogió el dinero. Desenganchando una llave de

un clavo debajo de la barra, se la pasó a Kit.

– No querría alejar a un hombre de su familia, ¿verdad?

Sin reconocer el lascivo guiño del hombre, Kit dobló la llave de metal en la palma

de su mano y se dirigió hacia las escaleras.

– Primera puerta en lo alto de los escalones, -exclamó el hombre mayor detrás de

él.

Kit sabía que Eliza estaba sola y presumiblemente encerrada en el interior, ya que

el posadero había dado previamente la información de que su marido la había

llevado a la habitación, y luego había bajado y salido.

Kit no lo creía. Seguramente no podían estar ya casados, a menos que el capitán

del barco hubiera realizado la ceremonia durante el viaje. Pero si el hombre lo

hubiera hecho, pensó Kit, reafirmando silenciosamente su voto, Eliza no

permanecería como novia por mucho tiempo.

Subió las escaleras y entró en un estrecho pasillo poco iluminado. Al cruzar la

primera puerta, metió la llave en la cerradura y le dio una vuelta. La puerta se abrió

con bisagras silenciosas.

Esperaba ver a Elisa. En vez de eso, la habitación parecía vacía, la ventana abierta,

con cortinas de guinga baratas que se abrían hacia dentro con una fuerte brisa con

olor a sal. Las sombras se apoderaban de la habitación, el sol de la mañana, grisáceo,

atravesado por una banda de nubes oscuras y pesadas que venían del mar.

~305~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Frunció el ceño, su mirada voló hacia la cama, que había sido despojada de sus

lienzos. Caminando hacia adelante, se movió para investigar. A su izquierda, las

tablas del suelo crujían ligeramente, y los finos pelos de la nuca se mantenían

erguidos.

Actuando por puro instinto, se movió sobre los talones de sus pies y levantó un

brazo. Recibió un golpe de refilón en el hombro desde el lavabo de porcelana que

tenía la intención de abrirle el cráneo.

Dando vueltas, se preparó para una pelea. Un par de ojos grises, suaves y

vidriosos, chocaron con los suyos.

De repente, la palangana azul y blanca se estrelló contra el suelo mientras Eliza

tiraba la vajilla a un lado y se arrojaba a sus brazos.

– Kit, Dios mío, ¡estás aquí! Pensé que eras Philip. Pensé que había vuelto por mí.

Kit la agarró fuerte y le cerró los ojos. Acunándola, saboreó la sensación de su

cuerpo flexible presionado contra el suyo. Sin pensarlo, aplastó sus labios contra los

de ella y respiró su cálido y vital aroma, abrumado por tenerla de nuevo en sus

brazos. Profundizando su beso, se entregó al momento, la sangre tronaba en su

cabeza, latiendo por sus venas con una mezcla de completo alivio e inmensa alegría.

Eliza respondió, devolviéndole sus besos con un afán que lo estremeció hasta la

médula. Con su toque, dejó que ambos saborearan la conexión, y se regocijaran en la

desenfrenada satisfacción de estar juntos una vez más.

Al final, se obligó a alejarse, descansando su cabeza contra la de ella.

– ¿Estás bien? -susurró, su voz era un fuerte y bajo estruendo.

Ella se inclinó lo suficiente para mirarlo.

– Sí. Al menos ahora lo estoy.

La besó de nuevo, una suave y gentil unión de labios.

– Pensé que te había perdido. Mi corazón casi se detuvo cuando nos dimos cuenta

de que te había secuestrado.

Ella tembló.

~306~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Sabía que vendrían por mí, pero no creí que ninguno de ustedes se diera cuenta

de su destino, no de inmediato. Asumí que todos ustedes se dirigirían a Escocia en

este momento.

– Brevard y Adrián están viajando allí ahora. Estoy seguro de que aún están en

camino. Todos nosotros, incluyendo a Darragh, salimos tan pronto como nos dimos

cuenta de que habías sido secuestrada.

– Gracias al cielo por tu rapidez de pensamiento. -Echó una mirada triste hacia el

suelo-. Lamento haberte atacado con la palangana. Me alegro ahora de haber fallado.

Sonrió. – Me alegro también de que tú fallaras. Me habrías dejado un chichón en la

cabeza, sin mencionar el dolor.

– Cuando oí pasos en el pasillo, supuse que había regresado antes de tiempo, que

había vuelto antes de que yo tuviera la oportunidad de escapar.

– ¿Y cómo ibas a hacer eso si no era con la palangana? -Miró alrededor de la

habitación, sólo entonces notó una tira de tela de siete pies de largo al menos, que

estaba en el suelo en la base de la ventana-. ¿Son esas sábanas? O debería decir, ¿con

esas sábanas?

Ella asintió.

– Las corté en tiras y las trencé juntos con la esperanza de usarlas como una

cuerda. No creí que tuviera suficiente longitud y estaba a punto de empezar con las

cortinas cuando llegaste.

– ¿Una cuerda para qué? -La soltó y cruzó a la ventana abierta, con el estómago

tambaleándose al ver la caída al acantilado de abajo-. Señor ten piedad, Eliza, no ibas

a intentar salir por la ventana, ¿verdad? Habría sido nada menos que un suicidio.

Nunca habrías bajado de una sola pieza.

Ella cruzó sus brazos.

– Tenía que hacer algo. No podía quedarme sentada y dejar que me obligara a

casarme.

– ¿Así que no estás casada, entonces?

Sacudió la cabeza.

~307~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– No, todavía no. Ahí es donde fue, a consultar con el ministro. Puede volver en

cualquier momento. No deberíamos demorarnos.

– Tiene razón, sabes, -declaró una sombría voz masculina desde el pasillo-. No

deberías haberte quedado.

Pettigrew entró en la habitación y cerró la puerta tras él. En su mano, tenía una

pistola.

Eliza aspiró audiblemente.

Kit extendió la mano, la agarró y la tiró detrás de él.

Pettigrew sonrió con suficiencia.

– Esconderla no te servirá de nada. Yo soy el que tiene la ventaja aquí.

– Te aseguro, Pettigrew, -dijo Kit-, no tienes ventaja, ni la tendrás nunca.

La furia destelló en la mirada de Pettigrew, su nariz sobresaliendo como el pico de

un gran buitre.

– A diferencia de la última vez, no está en posición de insultar, así que le aconsejo

que refrene su lengua. Y estoy harto de su intromisión, Winter. ¿Cómo nos has

encontrado aquí?

– Simple razonamiento deductivo. Hay un número limitado de lugares a los que

podrías haber huido con Eliza. Envié un hombre a cada uno de ellos.

El odio de Pettigrew brilló más.

Como si no estuviera en absoluto preocupado, Kit puso una mano en su cadera.

– Si yo fuera tú, correría mientras tuviera la oportunidad.

Los labios de Pettigrew se separaron, mostrando en su rostro una incrédula

diversión.

– ¿Debería correr? ¿Debo? Usted es el único que es un tonto, Lord Christopher. Un

segundo hijo descuidado y autocomplaciente, que no tiene los medios para tener

éxito en nada que tenga el más mínimo valor en este mundo.

– Tal vez sí, pero al menos nunca me he arrastrado tan bajo que haya tenido que

recurrir a secuestrar a una mujer inocente por su dinero.

Los ojos del otro hombre ardían calientes como brasas.

~308~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¡Mi dinero!, -escupió Pettigrew, haciendo un gesto hacia sí mismo con su pistola-

. ¡Tiene mi dinero y lo quiero de vuelta!

Kit saltó, usando el instante de distracción para agarrar el arma. Casi logró liberar

el arma de la mano del otro hombre, pero Pettigrew contraatacó justo a tiempo y

mantuvo firme su agarre como un loco. Lucharon, forcejeando entre ellos. Kit luchó

por la posesión de la pistola, ignorando cualquier indicio de preocupación por que el

arma se disparara antes de que pudiera liberarla.

El bastardo era fuerte, pensó Kit, mucho más fuerte de lo que jamás hubiera

imaginado.

Sin embargo, Pettigrew no era rival para él, Kit usó la fuerza bruta para retorcer

gradualmente la mano del canalla y el brazo sobre su cabeza. Al apretar la mano, Kit

forzó la muñeca de Pettigrew hacia atrás, presionándola en un ángulo antinatural

que amenazaba con desgarrar el músculo y romper el hueso.

Al apretar los brazos, la cara de Pettigrew se retorció por la frustración y el dolor,

entonces dio un grito y dejó que el arma golpeara el suelo. Soltó una perversa

maldición mientras Kit pateaba el arma detrás de él.

– Eliza, coge el arma, -ordenó Kit.

No dudó, corriendo hacia delante para recuperar el arma del suelo. Visiblemente

temblorosa, la tomó y la sostuvo frente a ella, apuntando el arma de fuego

directamente a su primo.

Incapaz de contener su ira, Kit golpeó con el puño la mandíbula del otro hombre.

Pettigrew gritó mientras volvía a tropezar, lloriqueando en su miseria.

– Debería azotarte por lo que has hecho, -le dijo Kit-, y después ponerte a los

magistrados encima. Sólo el cargo de secuestro podría enviarte a prisión por un

largo, largo tiempo. Pero hacerlo inevitablemente traería el nombre de Eliza al

asunto, y ya ha sido suficientemente perjudicada. No veré su reputación manchada

por gente como tú. Así que por mucho que me moleste, te dejaré ir, pero sólo si juras

que no volverás a poner un pie en Inglaterra, mientras vivas.

– ¿Y si me niego? –desafió Pettigrew, acunando la muñeca herida en su pecho.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Kit entrecerró los ojos mientras le disparaba al otro hombre una mirada peligrosa.

– Entonces mejor que te prepares para vigilar tu espalda, porque te prometo esto,

si te vuelves a acercar a Eliza, te mataré. Es tan simple como eso. Vete, Pettigrew. Mi

sugerencia es Francia, ya que está a un paso rápido desde aquí. O ir a América. Dicen

que es la tierra de las oportunidades.

Pettigrew se mantuvo firme durante otro largo momento, su mandíbula se inclinó

hacia adelante. Luego, abruptamente, sus hombros se hundieron. Echó una última y

venenosa mirada de ojos negros a Eliza antes de girar sobre sus talones y escabullirse

de la habitación.

Kit no se permitió relajarse hasta que la puerta se cerró detrás de Pettigrew. Al

cruzarla, giró la llave de la cerradura y accionó el pestillo nocturno para evitar más

intrusiones. Volviendo rápidamente al lado de Eliza, liberó la pistola de su

temblorosa empuñadura y dejó el arma a un lado, con cuidado de asegurarse de que

el gatillo no estaba amartillado.

La cogió con comodidad en sus brazos, la sostuvo con fuerza y dejó que se

acercara.

– Se acabó, mi pequeño reyezuelo. Te tengo ahora y nada ni nadie te hará daño de

nuevo.

Su mirada gris se derritió y en el espacio de un solo latido, se besaron.

Ferviente y necesitado, él le tomó la boca con una especie de desesperación salvaje,

liberando todo el miedo, la angustia y la aprensión que lo habían asediado durante

las últimas veinticuatro horas. Cerrando los ojos, se perdió en la dulzura de su tacto,

exaltado en las dispares sensaciones de bendito alivio y ardiente pasión, el fuego

interior que siempre ardía por ella saltando a la vida en su sangre y en sus signos

vitales.

Acariciando con sus manos por sobre su espalda, acarició sus caderas, y luego se

deslizó de nuevo hacia arriba para trazar la longitud de tensión de su columna

vertebral. Deslizándose hacia abajo, y luego más abajo aún, curvó las palmas de las

manos sobre la redondeada suavidad de su trasero, ahuecándola, amasando

~310~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

suavemente su carne, antes de levantarle los dedos de los pies del suelo para

ajustarla a su cuerpo. Devorando su boca, se deleitó con el ronroneo de placer que

sacó de su garganta, el maravilloso y sensual peso de su ligera figura acunada dentro

de su poderoso agarre.

Eliza se aferró, rodeando con sus brazos el cuello de Kit, mientras se vertía en su

ardiente abrazo. Su pelo retenía el aroma del mar, o quizás era la brisa lanzada por la

tormenta que entraba en la habitación a través de la ventana abierta, el viento audaz

y robusto, pero sin competir por el dominio del toque de Kit.

Ensanchando su boca, como él le había enseñado todo una vez, ella lo invitó a

tomar más. A sumergirse más profundamente. Para sumergirlos a ambos en un

mundo de hambre y posesión, donde podrían deleitarse con oscuras y húmedas

delicias y placeres de seda. Temblando, ella suspiró en una nebulosa de felicidad, sus

besos eran lo más cercano a la perfección que ella sabía que encontraría en esta tierra.

Una fuerte ráfaga de viento sopló en la habitación, enviando sus rizos bailando

alrededor de su cara, tirando de sus faldas como las manos de un niño impaciente.

Temblando, abrazó a Kit con más fuerza y lo besó hasta que se preguntó si podría

explotar, brillante y deslumbrante como una vela romana en un espectáculo de

fuegos artificiales.

Un fuerte trueno resonó afuera, lo suficientemente fuerte como para hacer sonar

las paredes de la posada. Un instante más tarde, las hojas de lluvia se desprendieron,

cortando un camino diagonal hacia el suelo de abajo. Llevadas por el viento

implacable, las gotas de lluvia helada salpicaron hacia adentro, salpicando su piel y

la de Kit, y mojando sus ropas.

Jadeando, los dos se separaron, sacudidos por la fría humedad. Parpadeando

confundidos, vieron cómo el agua entraba en la habitación y se derramaba por el

suelo como una caída. Un rayo iluminó y cortó un arco dentado en el cielo, que se

volvió negro a pesar de la hora de la mañana. Desatando toda su furia, la lluvia

golpeó con más fuerza.

~311~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Al entrar en acción, Kit se puso de pie y corrió hacia la ventana. Luchando contra

el viento, cerró los cristales y apagó el aguacero de fuera. Como si se quejara, la

tempestad formaba un tatuaje implacable que pataleaba y se estrellaba contra el

vidrio.

Se giró, el agua de lluvia brillando en su pelo, en su piel. Cruzando hacia ella, se

inclinó y la alzó de sus pies, luego la llevó a la cama.

– Sin sábanas, -murmuró, acariciando su cuello mientras la acostaba. Déjame coger

la colcha. Volveré en un momento.

Pero un momento fue suficiente para que su conciencia le diera un repentino y

doloroso pinchazo.

¡Por Dios!, ¿qué estoy haciendo? Estaba a punto de acostarse con Kit. Otra vez. Un

secuestro, un rescate, un abrazo consolador, y prácticamente se había lanzado sobre

él, lista para rendirse en cuerpo y alma. Pero a pesar de su galantería al salvarla, nada

entre ellos había cambiado.

Temblando ahora de frío, su mente comenzó a aclararse como si saliera de un

estupor intoxicado.

Volvió con la cobija y la extendió sobre ella.

– Esto debería sacarte el frío.

– No podemos hacer esto -dijo, luchando por sentarse en posición vertical contra el

colchón abultado que parecía decidido a arrastrarla hacia abajo.

Poniendo una mano ligera contra su hombro, la hizo caer hacia atrás y la siguió

hacia abajo.

– ¿No podemos?

– No. Por si lo has olvidado, estoy comprometida.

Un ceño fruncido se asentó sobre sus cejas.

– No tienes que estarlo.

La sorpresa se extendió a través de ella.

– ¿Qué?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– No te cases con él. -Inclinándose sobre ella, la miró a los ojos, los suyos brillando

como fragmentos de vidrio verde y dorado-. Cásate conmigo en su lugar.

La confusión se anudó bajo su pecho.

– Ya hemos pasado por esto antes. No quieres casarte conmigo.

– ¿No lo hago? -Un suave aliento salió de su pecho mientras deslizaba sus labios

por la mejilla de ella.

Ella agitó la cabeza.

– Sólo quieres mi cuerpo.

Le pellizcó el lóbulo de la oreja, y luego le dio una serie de besos a lo largo de la

columna de su garganta.

– ¿Es eso cierto?

– Es necesario hablar, -se apresuró-, porque me deseas. Porque estamos aquí

juntos y solos, y si hacemos esto, estaré muy comprometida otra vez.

Levantando la colcha, se deslizó debajo de ella.

– Debo decir que lo estarás, ya que planeo violentarte hasta que ambos nos

derrumbemos por la fatiga. Pero esto… -se detuvo, presionando la inconfundible

longitud de su férrea erección contra su cadera-, no tiene nada que ver con la

obligación.

– Lujuria, entonces. -Luchó por alejarse.

Agarrándola, la presionó suavemente para volver al colchón, capturando sus

muñecas para sujetar sus manos junto a su cabeza. En la tenue luz de la tormenta,

ella se encontró con su mirada.

– Por favor, Kit. Por favor, déjame ir.

Lentamente, sacudió la cabeza.

– No puedo. Créame, lo he intentado, pero simplemente no lo puedo hacer. Y

aunque indudablemente me duele la lujuria por ti, mis emociones son mucho, mucho

más profundas que eso. -Con una expresión seria, le dio un beso en la boca-. Te amo,

Eliza.

Al principio ella no creía que lo había escuchado.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿Qué?

– Te quiero. Debería habértelo dicho antes, pero fui demasiado tonto para darme

cuenta yo mismo. Cuando te secuestraron... bueno, sabía que mi vida ya no valdría la

pena vivirla, no sin ti en ella.

El aire salió de sus pulmones, dejando su cabeza dando vueltas como si hubiera

tenido una mala caída. No podía estar diciendo estas cosas, se maravillaba. En

realidad debe haberse golpeado la cabeza y estaba alucinando. Todo esto, quizás

incluso el secuestro, no era más que un sueño fantástico.

El tentador golpe de sus pulgares contra el interior de las palmas de sus manos la

trajo de vuelta, le hizo saber que todo lo que sentía era de hecho la realidad. Su tacto

puso su cuerpo en el agua, sus nervios en llamas.

– Di algo, cariño, -le instó-. Dime si crees que podrías sentir lo mismo. Si pudieras

soportar casarte conmigo y compartir mi vida y tener mis hijos. Sé que quieres tener

hijos. Te aseguro que será un gran placer tenerte embarazada, y mantenerte así,

tantas veces como quieras. Todo lo que necesitas hacer es decir que sí. Por favor,

Eliza, por favor di que sí y déjame pasar mis días haciéndote feliz.

Sus labios temblaban, un torrente de emociones se acumulaban en su interior.

Como una presa de primavera inundando sus puertas, estalló en lágrimas. Girando

la cabeza, comenzó a sollozar.

Kit se quedó mirando, la devastación lo llenó mientras él la miraba llorar.

Soltándole las muñecas, se quedó suspendido en el aire por un momento incierto,

acariciándole el pelo de sus húmedas mejillas con la misma ternura con que lo haría

con las de un niño.

Sin embargo, por mucho que le doliera, tuvo que preguntar, su voz se hizo añicos

cuando finalmente logró ahogar las palabras.

– ¿Lo amas, entonces? ¿Brevard? ¿Es con él con quien realmente quieres casarte?

Llorando, sacudió la cabeza.

– No.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿No? -Perplejo, frotó una mano a lo largo de su brazo-. ¿Entonces por qué? ¿Qué

pasa, cariño? ¿Qué es lo que pasa? Si no quieres casarte conmigo, te esperaré. Sé que

puede que no me ames ahora, pero...

Una risa ahogada se agitó entre sus lágrimas cuando se levantó y rodeó su cuello

con sus brazos, instándole a guardar silencio.

– Shh, no lo entiendes.

– ¿No entiendo qué?

– Que te amo. Tanto, demasiado. Te he amado durante años, tanto tiempo que he

perdido la esperanza de que sientas lo mismo por mí.

– ¿Lo has hecho? ¿Entonces por qué me rechazaste antes cuando te pedí que te

casaras conmigo?

Ella aspiró y se acurrucó más cerca.

– Pensé que sólo estabas siendo honorable. Supongo que la mayoría de las mujeres

lo habrían aceptado, pero no podría atraparte a ti, ni a mí misma, para el caso.

Ambos merecíamos más que estar encadenados dentro de un matrimonio sin amor.

No podía conformarme con menos de la medida completa de tu amor.

– Ni debería haberlo hecho. Dios, qué idiota fui al hablar del deber y el honor

cuando debería haberte dicho lo mucho que significas para mí. -Inclinándose hacia

abajo, presionó sus labios contra los de ella en una lenta y suave fusión que los dejó a

ambos temblando-. Perdóname por ser tan lento. No sé por qué tardé tanto en ver la

verdad, en reconocer el tesoro que tenía, esperando allí mismo delante de mí todo

este tiempo.

Sus labios se curvaron en una sonrisa radiante.

– Me ves ahora, eso es todo lo que importa. No hay nada que perdonar.

La alegría estalló como un sol radiante dentro de su pecho.

– Di que sí, entonces. Dime que serás mi esposa. Dime que serás mía.

Sus ojos se volvieron soñadores.

– Soy tuya, Kit. Por ahora y siempre. Por supuesto que seré tu esposa.

~315~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Aplastando los labios de ella bajo los suyos, selló sus promesas, usando su tacto

para forjar votos y lazos de la manera más antigua e íntima que un hombre puede

hacer con la mujer que ama.

Ninguno de los dos respiraba con firmeza cuando levantaron la cabeza de su beso

tempestuoso. Su cuerpo desbocado por la necesidad, se quitó el abrigo y lo tiró al

suelo.

Después de hacer lo mismo con su chaleco, buscó los cierres de su vestido.

– Saquémonos esta ropa húmeda. No quiero que te resfríes.

Sus manos se movieron a sus hombros, los dedos se movieron con impaciencia.

– Sí, ambos deberíamos tener cuidado.

Ella se quedó quieta mientras él la desnudaba de su delgado vestido de lino.

Inclinándose para saquear su boca, se tragó los zumbidos de placer que ella hacía,

acariciándola mientras desataba la cinta de su ropa interior para liberar sus pechos.

Afuera, la lluvia tamborileaba en el techo, el viento aullaba y lloriqueaba a su

alrededor como una banshee. Pero Kit no oyó nada más allá de un débil silbido, un

susurro, ahogado por el latido de su propio corazón. Los golpes aumentaron hasta

convertirse en un rugido casi ensordecedor cuando la pequeña mano de Eliza se

deslizó por debajo de su camisa y recorrió la dura llanura de su pecho.

Temblando bajo el poder de su aún inocente toque, dejó que ella lo acariciara, y

que los bordes de sus pequeños e inquisitivos dedos pasaran por su piel. Como si se

hubiera sumergido en el fuego, ella le prendió fuego, calentándole de dentro a fuera.

Él gimió en voz alta cuando sus dedos rodearon un pezón plano masculino, luego el

otro, golpeando cada uno con la punta de una uña antes de deslizarse más abajo.

Deslizándose justo debajo del borde superior de sus pantalones, ella acarició su

vientre, la sensación era suficiente para empujarlo hasta el borde.

– Nunca llegué a verte, -murmuró, coqueta sin saberlo.

Con el zumbido del cerebro, tuvo que concentrarse en sus palabras.

– ¿Qué?

– Cuando hicimos el amor la primera vez, nunca llegué a verte.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Su frente se arqueó hacia arriba.

– ¿No lo hiciste?

– No.

Una lenta y torcida sonrisa inclinó sus labios.

– Bueno, entonces, ¿rectificaremos esa omisión?

Asintió con la cabeza, la mirada ansiosa en sus ojos confirmando su respuesta.

Inclinándose, se sacó la camisa sobre su cabeza, su excitación se hizo más espesa

en respuesta a su jadeo de apreciación. Se endureció aún más cuando se quitó los

pantalones y se desnudó completamente ante su mirada.

– Oh, Dios mío -exclamó ella, mirando fijamente la parte de él que ya no podía ni

siquiera intentar controlar.

– ¿Mucho? -preguntó él, alcanzando la colcha.

Ella lo detuvo.

– No, no lo hagas. -Sus mejillas se sonrojaron por su atrevimiento, sus ojos se

desviaron-. ¿Puedo tocar?

Su erección se movió como si ya lo hubiera envuelto en su pequeño puño. Casi

gimió, forzándose a sí mismo a relajarse.

– Sé mi invitada.

En lugar de empezar con la parte de él que obviamente estaba rogando por su

toque, ella puso una palma contra la parte superior de su muslo. Sus músculos se

sacudieron y tensaron, sus manos delicadas y frías mientras trazaban su carne

caliente, carne que ardía más caliente con cada caricia de ella.

Eliza tragó y dejó de lado sus escrúpulos, negándose a sentirse tímida o vacilante.

Kit le había enseñado a tener confianza en sí misma. Había ayudado a convertirla en

la mujer que ahora era.

Independiente, segura y ya no tenía miedo, ni siquiera de sí misma.

Sintiéndose audaz, le acarició la piel. Desde el muslo hasta el pie, desde el vientre

hasta los brazos, recorrió un camino maravilloso, aprendiendo su forma y textura,

~317~
Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

fascinada por las diferencias fundamentales entre su físico masculino y el suyo

propio.

Duro donde ella era suave. Grande donde era ligera. Fuerte donde ella era frágil.

Sin embargo, no se sentía frágil, dándose cuenta del poder que tenía sobre él, su

cuerpo literalmente temblando bajo sus manos de búsqueda para cuando ella

finalmente se detuvo.

Él gimió en voz alta cuando ella enroscó su mano alrededor de la parte más

obviamente masculina de él, asombrado por la sensación de sostenerlo tan

íntimamente. Arqueando su mano, la instó a tocarlo como nunca pensó hacerlo.

Y ella se convirtió de nuevo en la estudiante atenta, dejándole instruirla en todas

las formas que anhelaba ser complacido.

Después de largos minutos, le agarró las muñecas y le apartó las manos.

– Basta, sirena, antes de que me hagas perder el poco control que me queda.

La hizo rodar sobre su espalda, le quitó la ropa, desnudando su cuerpo a su

mirada ardiente, con los párpados llenos de hambre.

– Mi turno ahora.

Antes que ella pudiera respirar completamente, él la reclamó con su toque. Los

sentidos se arremolinaban, el deseo se elevaba caliente y húmedo entre sus muslos

mientras la acariciaba. Ella no sabía cómo, pero con unos cuantos golpes

deliciosamente mágicos, la llevó al máximo, sus suspiros sonando fuertemente en el

aire tormentoso.

Luego, con un deslumbrante movimiento de sus dedos, lo hizo de nuevo.

Pero no había terminado.

– Una vez más, Eliza. Estás tan guapa cuando te vienes. Vente para mí otra vez.

– No puedo, -dijo jadeando.

– Tú puedes, -prometió él.

Entonces la estaba llevando de nuevo. Por imposible que pareciera, pronto la hizo

derretirse, haciendo que su arco se endureciera contra sus dedos mientras el placer

más devastadoramente intenso la azotaba por dentro y por fuera.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Indefensa, se retorció debajo de él mientras él elevaba su hambre, hizo que el dolor

tembloroso se elevara y se hiciera más profundo, tan profundo que temió por un

momento que la destrozara.

Entonces el éxtasis la atrapó, su lamento de terminación se ahogó por un

estruendo de trueno, como si los cielos la instaran a seguir adelante. Gruesa y

dorada, una alegría estimulante se extendió a través de ella como miel caliente y

viscosa.

Aturdida, sus brazos cayeron flácidos a sus lados.

Pero Kit estaba lejos de haber terminado.

Dándose un festín con ella, le tomó la boca en una serie de largos y profundos

besos embelesadores que hicieron que su sangre chisporroteara y que su cerebro se

pusiera borroso. Luego comenzó a besar sus pechos, dibujando sobre ella,

acariciándola de una manera que, para su asombro, le hizo revivir su necesidad.

Ella estaba lista para él cuando le abrió las piernas, su cuerpo le dio la bienvenida,

aceptando con gusto su impresionante penetración.

No había dolor, descubrió, sólo placer cuando él se sumergió profundamente. Un

placer intenso e implacable que le arrancó pequeños gritos de placer de su garganta,

sonidos que no pudo detener más que la respiración de sus propios pulmones.

Estableciendo un ritmo primitivo que vibraba a través de ella, él empujó y empujó

con fuerza, una y otra vez. Haciendo lo mejor para igualar su ritmo, ella se mantuvo

mientras subía hacia su cima. Cediendo su cuerpo completamente a él, le permitió

guiarla, sabiendo que la llevaría a donde ambos anhelaban ir.

Otro trueno rompió el aire, la tormenta hizo sonar las ventanas cuando llegó su

clímax, sacudiéndola como una muñeca de trapo. Ella gritó contra la intensidad de

su liberación, casi abrumada por la profundidad de las sensaciones. Llevada al aire,

sollozó su éxtasis.

Kit empujó dentro de ella unas cuantas veces más, casi brutalmente, y luego se

puso rígido.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Dios, te amo, Eliza, -gritó mientras reclamaba su propia, claramente

devastadora, satisfacción.

– Yo también te amo, -murmuró ella, sosteniéndolo mientras él temblaba.

Acariciando su mano sobre su pelo, lo acunó cerca, sonriendo mientras él acariciaba

su cara contra su cuello.

Saboreando su conexión, ambos se durmieron.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Capítulo 23

Eliza y Kit llegaron a Londres dos tardes después.

Segundos después de que el carruaje que Kit había contratado para el viaje se

detuviera, la puerta de Raeburn Housese se abrió de par en par.

Violeta corrió por las escaleras.

– ¡Estás en casa!

Kit apenas tuvo tiempo de sacar a Eliza del vehículo antes de que Violeta la

aplastara en un feroz abrazo. Felizmente Eliza devolvió el abrazo de su amiga.

– ¿Estás bien? -Exigió Violeta, preocupada como un mar embravecido, con sus ojos

azul verdosos.

– Bien, -la tranquilizó.

– ¿No te ha hecho daño? -cacareó, indignada como una gallina madre cuyo

polluelo había sido puesto en peligro por un zorro.

– No, aunque lo habría hecho si Kit no me hubiera encontrado cuando lo hizo.

– Bueno, gracias a las estrellas por Kit. -Violeta bañó a su cuñado con una sonrisa

de júbilo-. Es un príncipe.

Eliza correspondió la brillante mirada de Kit con una especial propia.

– Sí, lo es.

Demasiado emocionada para notar la importancia del intercambio íntimo, Violeta

continuó.

– Darragh está aquí. Recibió la nota de Kit de camino, y regresó hace sólo unas

horas. Jeannette y las chicas están esperando dentro también. Y esperamos que

Adrián y Lord Brevard lleguen a casa esta noche. Una vez que todos hayan llegado,

tendremos una comida especial para celebrar tu regreso a casa. Y como

agradecimiento adicional a Kit, le diré a François que prepare una bandeja extra de

panecillos bañados con miel, sólo para él.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¡Panecillos bañados en miel para mí! -Los atractivos rasgos de Kit se arrugaron

con un claro reconocimiento-. Veo que tendré que rescatar a Eliza más a menudo.

Movió sus cejas, haciendo que todos se rieran.

– Bueno, entra donde puedas contármelo todo, -dijo Violeta, pasando su brazo por

la cintura de Eliza-. Y una vez que hayas terminado, no volveremos a mencionar el

nombre de ese hombre. Siempre pensé que Philip Pettigrew era un sapo

completamente repugnante.

– No tendrás ninguna objeción de mi parte.

Eliza enganchó su brazo alrededor de la cintura de Violeta a cambio y dejó que su

amiga la llevara dentro.

En su dormitorio, Eliza se bañó y lavó el pelo, y luego se puso uno de sus propios

vestidos recién lavados. Mientras tanto, regaló a Violeta los detalles de su

desgarradora aventura, teniendo cuidado de omitir la parte más importante del

cuento, el glorioso giro de los acontecimientos entre ella y Kit.

Aunque se moría por confiar en Violeta, Eliza decidió que le debía a Lance la

dignidad de contarlo primero. Una vez que rompiera su compromiso con él,

compartiría sus extáticas noticias con su amiga. No podía esperar a ver la reacción de

Violeta, ya que sabía que Violeta se sorprendería mucho.

Unas horas más tarde, se sentó en el sofá de rayas blancas y azafrán del salón

familiar, tomando un jerez de preludio. Los demás estaban reunidos con ella,

incluyendo a Darragh y a toda la prole de Jeannette, todos ellos esperando la llegada

anticipada de Adrián y Brevard.

Poco después, suaves pisadas atravesaron las alfombras turcas del pasillo, Adrián

y Lance entraron en la habitación sin previo aviso.

Abruptamente nerviosa, Eliza dejó su bebida a un lado y se puso de pie. La culpa

la asaltó cuando vio el estado del vizconde manchado por el viaje. Su mandíbula no

estaba afeitada, sus ojos estaban enrojecidos por un claro agotamiento. Sin pausa,

cruzó instantáneamente hacia ella y la tomó en sus brazos.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Antes que ella pudiera decir una sola palabra, sus labios estaban sobre los de ella y

él la besaba apasionadamente, sin importarle su público.

– Querida, -dijo-, estoy muy agradecido de que estés a salvo. Estaba frenético

hasta que recibí la nota de Winter, y durante todo el camino a casa, bueno, Raeburn y

yo no sabíamos si te había encontrado o no. Estoy tan aliviado de que estés aquí.

Asumo que estás bien.

– Sí, estoy bien.

Eliza se sumergió en la misma serie de garantías y explicaciones que ya había

dado a todos los demás. Acunada dentro de las garras de Lance, trató delicadamente

de salir sin hacer un problema obvio.

Pero Lance no lo dejaba ir.

Consciente del resplandor de los celos y el disgusto que debía estar montando la

cara de Kit, se abstuvo de mirar en su dirección.

– Lance, -dijo en voz baja-, necesitamos hablar.

Suavemente, ella intentó de nuevo alejarse de su abrazo, pero él no captó la

indirecta.

Le sonrió.

– Hablaremos más tarde, querida. Primero, déjame abrazarte, déjame sentir que

estás bien.

Luchando contra el impulso de retorcerse, se forzó a sí misma a permanecer

tranquila durante otro largo par de momentos.

– ¿Ves? -murmuró con falsa sonrisa-. Estoy bastante bien. Ahora, déjame ir, Lance.

Estamos en compañía.

Desechó su petición.

– Todos aquí son familia. Nadie puede objetar si compartimos un abrazo. Somos

una pareja comprometida, después de todo. Siempre se hacen concesiones a las

parejas comprometidas.

Podría pensar en al menos una persona que se moriría por objetar. Una vez más,

ella no miró a Kit.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Sí, pero...

– ¿Pero qué? -Una ligera línea arrugó la frente patricia de Brevard-. ¿Qué pasa,

Eliza? Algo está mal, ¿no?

En un suspiro interior, ella se encontró con su mirada.

– Vayamos a la otra habitación, donde podemos estar en privado.

Las líneas de su frente se profundizaron hasta llegar a un ceño fruncido.

– ¿Por qué necesitamos privacidad? ¿Qué es lo que tienes que decirme tan

urgentemente?

Un silencio descendió sobre la habitación, todos los demás, salvo uno, claramente

queriendo saber la respuesta también. Un bulto de plomo por el pánico se asentó en

su garganta, su corazón repentinamente latiendo tan frenéticamente como las alas de

un pequeño pájaro enjaulado. Necesitando tranquilidad, su mirada finalmente se

dirigió a Kit, buscando su fuerza y guía. Sus ojos se cerraron con los de ella,

transmitiendo un mensaje silencioso de calma resistente.

El breve contacto fue suficiente para alertar a Brevard, cuyos músculos se

endurecieron. El vizconde lanzó una larga e inquisitiva mirada entre ella y Kit.

Lentamente, sus brazos se deslizaron y finalmente la liberó.

– ¿Qué es exactamente lo que está pasando aquí? –preguntó Brevard.

– Sal al pasillo. Por favor, Lance, -suplicó, una amarga lluvia de culpa cayendo

sobre ella.

Kit se adelantó. Después de un breve momento de vacilación, puso lo que sólo

podía verse como una mano propia en su hombro.

– Creo que es un poco tarde para el secreto. Creo que ya sabe la verdad.

Brevard miró fijamente otro largo momento antes de que sus ojos se volvieran más

estrechos sobre Kit, volviéndose perverso.

– ¡Por qué, despreciable canalla! La has comprometido, ¿verdad?

Los jadeos resonaban por toda la habitación.

Eliza extendió una mano.

– Lance, no es lo que piensas.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Es exactamente lo que él piensa, cariño, -declaró Kit en un tono suave y

pragmático.

– ¡Te mataré!

En un parpadeo, el puño de Brevard se disparó y se conectó directamente con la

barbilla de Kit.

La cabeza de Kit se echó hacia atrás, más jadeos llenando la habitación, junto con

algunos improperios.

Eliza gritó y alcanzó a Kit.

Sacudiendo la cabeza para despejar las estrellas, Kit se mantuvo firme.

Lentamente, se levantó para frotar una mano sobre su mandíbula maltratada.

– Supongo que me merezco ese golpe, -le dijo al vizconde, -pero si quieres intentar

otro golpe, tendremos que llevarlo a un lugar alternativo.

Eliza le puso una mano de contención en el brazo.

– No harás nada de eso. No permitiré que se peleen, ninguno de los dos. Y

ciertamente no por mí.

– Lo siento, Brevard. Eliza y yo no queríamos decírtelo así, no tan abiertamente y

con tan poca delicadeza. -Kit hizo una pausa, y luego pasó un brazo alrededor de la

cintura de Eliza-. Pero la dama y yo estamos enamorados. Lo que sea que haya

pasado entre nosotros en los últimos días nació de ese amor. Y para que no haya

malentendidos, Eliza ha aceptado ser mi esposa.

La piel de Brevard palideció, su mirada se dirigió a ella.

– ¿Es cierto lo que dice? ¿Has prometido casarte con él?

El remordimiento le picó cuando leyó el abyecto dolor en los ojos del vizconde,

junto con una medida de su creciente ira.

– Sí.

– ¿Es porque ustedes dos estaban solos? ¿Porque sientes que debes casarte con él?

Parte de ella deseaba poder salvar su orgullo, deseaba poder suavizar su herida y

dejarle creer una mentira. Pero tal deshonestidad parecía equivocada, parecía

indigna de todos ellos.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Lentamente ella agitó su cabeza.

– No. Lo amo. Oh, Lance, lo siento muchísimo.

– Es él, ¿no? -Brevard envió un guiño cortante a Kit.

Ella asintió con la cabeza.

– Pensé que habías dicho que se había acabado.

– Pensé que lo era. Por favor, debes creerme, nunca quise hacerte daño.

Sus hombros bajaron en una repentina renuncia.

– No, supongo que no.

Sin saber qué más hacer, se quitó su anillo de compromiso y se lo ofreció.

– Lance, yo... perdóname.

Sus angustiados ojos azules se encontraron con los de ella por un largo momento

antes de tomar el anillo.

– Sé feliz, Eliza.

Agarrando la gema con fuerza dentro de la palma de su mano, Brevard se giró y

salió de la habitación.

Temblando, Eliza dejó que Kit la acercara. Posando un beso sobre su mejilla,

acarició su espalda con la palma de la mano en forma relajante. Permanecieron en

silencio, tristes y llenos de arrepentimiento.

– Tenía que hacerse, -murmuró contra su oreja.

– Lo sé, ¿pero le viste la cara? Estaba tan herido.

– Sí, pero se curará con el tiempo.

– Supongo. Me siento muy mal. No se merecía esto.

– No, pero no había alternativa.

Ella suspiró.

– Sólo espero que encuentre a alguien más algún día. Alguien que lo ame con todo

su corazón.

– Yo también lo espero. -Desechando el ávido interés de su público, Kit se inclinó

y la besó-. Te amo.

Sus brazos se deslizaron alrededor de su cintura y se apretaron.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Yo también te quiero, mucho.

Inclinándose hacia atrás, estudió el moretón que había comenzado a colorear su

mandíbula.

– Oh, querido, sólo mira tu pobre cara. Vas a necesitar una cataplasma de hierbas

y un trozo de carne fresca para esa herida.

– Y aquí estaba yo deseando cenarlo, no llevarlo en la cara. -Se rió, luego gimió,

haciendo una mueca de dolor.

– Entonces, ¿presumo que hay una boda en perspectiva? -interrumpió Adrián,

cruzando la habitación hacia ellos.

Eliza se acurrucó contra Kit mientras éste se volvía para enfrentar a su hermano

– Ciertamente lo hay, tan pronto como la ceremonia pueda ser arreglada. Eliza me

ha hecho el más feliz de los hombres al aceptar ser mi novia.

Cuando Adrián miró fijamente a Kit, Eliza se puso rígida y levantó el mentón.

– Eliza te ha hecho un gran honor, aceptando aguantarte a ti y a tus payasadas, -

dijo Adrián-. Un regalo que confío en que no olvidarás pronto.

– Nunca, -prometió Kit.

Una amplia sonrisa se extendió por la boca de Adrián, su mirada se dirigió a ella.

– Bienvenida a la familia, Eliza. No puedo pensar en otra joven que preferiría tener

como mi hermana.

Ella se sonrió y dio un paso adelante para un beso familiar en la mejilla.

– Y gracias por recibirme.

– Son totalmente bienvenidos.

Después de contenerse el tiempo suficiente, Violeta se precipitó hacia adelante,

gritando su deleite. Las dos mujeres se abrazaron, saltando arriba y abajo como

colegialas mareadas.

– ¿Estás enfadada? -Preguntó Eliza.

Violeta levantó una ceja dorada. – ¿Sobre qué?

– No, te digo. ¿Te sorprendió mucho?

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Un poco sorprendida, pero no tanto. Siempre supe que acarreabas un secreto

para con Kit.

– ¿Lo hiciste?

– Por supuesto. No estoy ciega.

– Yo tampoco, -expresó Jeannette.

Los labios de Eliza se separaron, un halo de asombro la recorrió mientras miraba a

Jeannette.

– ¿Qué?

– Bueno, tu adoración era evidente, si uno sólo se preocupaba en mirar, -dijo

Jeannette-. Me alegro de que Christopher finalmente decidiera entrar en razón. Me

preocupaba que te dejara casarte con Lord Brevard.

– Buenos cielos, -exclamó Eliza-. ¿Lo sabían todos?

Darragh y Adrián tuvieron la gracia de mirar sus zapatos, mientras que los cuatro

hermanos de Darragh observaron el procedimiento con gran interés y ojos redondos.

– Parece que ambos hemos sido engañados, cariño. Kit la abrazó de nuevo.

– Pero no importa. Ahora nos hemos encontrado y nunca nos separaremos de

nuevo.

– No. Nunca, nunca más, mi amor, -murmuró, sonriendo mientras le miraba a los

ojos.

Jeannette se aclaró la garganta.

– Bueno, ahora que estamos todos de acuerdo en que ustedes dos deben estar

juntos, debemos discutir esta boda. Simplemente no servirá de nada que te apresures

a ir al altar.

– Planeaba conseguir una licencia especial, -declaró Kit.

Jeannette aclaró su garganta.

– Eliza debe tener una ceremonia en la iglesia y un hermoso vestido, nada menos.

Ya he hablado con Madame Thibodaux sobre su vestido, así que ya está en marcha.

Las amonestaciones deben ser leídas, lo que significa que tendrá que decidir si desea

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

casarse aquí en la ciudad o en Winterlea. Personalmente, creo que el campo sería

mucho más agradable ahora que la temporada está casi terminada.

Kit frunció el ceño.

Eliza suspiró.

Violeta sonrió y se acercó.

– Más vale que te rindas. Ya sabes cómo le gusta planear eventos festivos.

Eliza intercambió una mirada con Kit.

Momentos después, empezaron a reírse.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Epílogo

– Oooh, eso fue encantador. -Eliza luchó por recuperar el aliento mientras caía de

espaldas contra las sábanas junto a Kit.

Él inclinó su cabeza hacia ella, sus propios pulmones bombeando aire.

– ¿Agradable? Fue mejor que encantador. Fue fantástico.

Una sonrisa feliz se dibujó en sus labios.

– Tienes razón. Fue fantástico. Estupendo, en realidad.

– Magnífico, especialmente el último.

Se rió y se dio la vuelta para apoyarse en su pecho.

– Sí, eso último fue bastante delicioso. Casi haces que me desmaye.

La gran palma de su mano cayó sobre sus nalgas desnudas en un juguetón golpe.

– Quizás la próxima vez, lo haré.

Si hacía una actuación tan espléndida como la que acaba de pasar, ella decidió que

tenía muchas posibilidades de conseguir su objetivo. Ella tembló con anticipación.

– Me alegro de que hayamos decidido pasar nuestra luna de miel aquí en Escocia.

-Miró la brillante banda de oro y la esmeralda que acompañaba a su dedo anular,

una nueva emoción la recorrió al saber que ella y Kit estaban realmente casados.

– Pensé que te encantaría esta casa. Es tranquila y aislada, con sólo un par de

sirvientes para cocinar y limpiar. Si queremos, no tenemos que salir de esta

habitación excepto para comer.

– Bueno, no nos fuimos ayer. Creo que nunca antes había cenado en la cama.

– Pero te gustó, me di cuenta. Sobre todo el postre.

Sus mejillas se calentaron, recordando los trozos de crema batida que él le había

persuadido para que le dejara comer de sus pechos, vientre y muslos desnudos. Ella

tuvo que admitir que le había terminado gustando mucho. Muchísimo.

Le hizo una sonrisa diabólica.

– Aparte de eso, teníamos que recuperar el tiempo perdido.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– ¿Todavía te lamentas de nuestra decisión de esperar hasta la noche de bodas

para hacer el amor otra vez?

– Tu decisión. Me hubiera gustado escabullirme por el pasillo hasta tu dormitorio

todas las noches. Nunca he tomado tantos baños fríos en mi vida como en los últimos

tres meses.

– También fue difícil para mí, pero pensé que sería mejor si nuestro primer hijo

fuera realmente concebido después de tomar nuestros votos. Además, tenía que

considerar ese vestido de novia especialmente diseñado. ¿Y si ya no me quedaba

bien?

– Habría encajado, con o sin un par de meses de diferencia. Pero esto nos ahorrará

la molestia de inventarnos las reclamaciones de un parto prematuro. -Le quitó un

rizo de la frente-. Y aunque me duele confesar, los resultados valieron la pena la

espera, tanto en la cama como fuera de ella. Estuviste hermosa. La novia más perfecta

que he visto nunca.

– El poder de nuestro amor me hizo así. En esos momentos en que estaba a tu lado

en el altar, me sentí realmente hermosa.

Él puso sus manos en sus mejillas y la instó a que se encontrara con su mirada.

– Porque eres realmente hermosa. No sé cómo pude haber pensado en otra cosa,

ya que cada vez que te veo, simplemente me quitas el aliento.

– ¡Oh, Kit!

Sus labios se encontraron con los de ella, lentos y soñadores. Ella le devolvió el

beso, derritiéndose como chocolate al vapor en su abrazo. Con los ojos cerrados,

arrastró su mano a lo largo de la suave piel y los firmes músculos de su cuerpo,

deteniéndose en su exploración cuando encontró una firmeza de otro tipo.

– Veo que has recuperado tu fuerza.

Se rió. – ¿Cómo no podría con esa mano errante tuya? Pero no te detengas ahora.

Por favor, sigue vagando.

Se rió e hizo exactamente lo que se le ordenó.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Cuando salieron a la superficie mucho, mucho tiempo después, Eliza se acurrucó

completamente contra él, su cabeza se acolchó cómodamente en la anchura de su

hombro desnudo. A pesar de la ligera brisa en el aire de principios de otoño, habían

pateado todas las sábanas hasta los pies de la cama.

Una cosa que ella sabía con seguridad, es que nunca más tendría frío por la noche.

El hombre era como un horno.

– ¿Eliza? -Posó sus dedos sobre su brazo.

– ¿Hmm?

– Hay algo de lo que he querido hablarte. ¿Recuerdas tus sugerencias?

– ¿Qué sugerencias?

– Sobre mi futuro, nuestro futuro ahora. He estado pensando en lo que dijiste. En

realidad he hecho un poco más de lo que pensaba, he estado hablando con algunas

personas.

Su interés se despertó, abrió los ojos.

– ¿En serio? ¿Qué gente?

– Un par de señores y un ministro del gobierno adscrito al servicio exterior. Tengo

entendido que hay una interesante asignación disponible, una suerte de enlace. Si lo

reclamo yo, el puesto podría ser mío.

Se sentó. – ¿En serio? ¿Qué estarías haciendo?

– Ayudando en los esfuerzos de reconstrucción de la posguerra, coordinando

entre los británicos y los franceses.

– Oh, suena excitante, si crees que te gustaría.

– Creo que me gustaría, al menos lo suficiente como para intentarlo. Pero eso

significa que tendríamos que mudarnos a Francia, tal vez por varios años. Sé que es

pedirte mucho, renunciar a tu casa y a tus amigos. Sé lo cercanos que son tú y

Violeta.

Al agarrar su labio entre los dientes, le dio al asunto un momento de reflexión.

Pero sólo un momento.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Por supuesto que iremos. -Inclinándose hacia abajo, ella lo besó-. Sin duda,

extrañaré a Violeta, a Adrián y a los niños, pero quiero hacer lo mejor para nosotros.

De todos modos, Francia no está tan lejos, pueden venir a visitarnos.

Kit sonrió, los ojos se iluminaron ante la idea.

– Tienes razón. Con la guerra terminada, no es un gran viaje en estos días. Pueden

cruzar el Canal de la Mancha en un santiamén.

– Y seguramente tendrás un permiso ocasional, para que podamos volver a casa, a

Inglaterra.

– Sí, estoy seguro de que lo tendré. Un par de meses al año, creo.

– Si quieres la asignación, entonces todo lo que tienes que hacer es decir sí.

– Muy bien, entonces, ¡sí! Escribiré a Lord Exmeyer para que acepte directamente

cuando volvamos a casa.

Se animaron mutuamente con un beso exuberante.

– París, -meditó-. Nunca he estado en París. Oh, sólo piensa en todos los libros.

Hay textos que han sido inaccesibles al resto del mundo desde antes de la

Revolución. Es simplemente emocionante. Violeta se pondrá muy celosa.

– ¿Celosa, verdad? -Se burló-. Veo que tendré que trabajar duro para que te

quedes embarazada.

– Todavía puedo estudiar y tener bebés, ya sabes. -Hizo una pausa. A menos que

te disguste la idea de tener una esposa erudita.

Con una mano suave, la hizo caer sobre él.

– Por supuesto que no me desagrada la idea, de que los estudios te hagan feliz.

Siempre que estés disponible para la cena ocasional.

La delicia se extendió a través de ella como los rayos del sol de la mañana.

– Te acompañaré a todas las cenas que elijas. -Ella lo besó-. Tú eres mi corazón.

Le devolvió el beso.

– Y tú eres mi alma. Lo que significa, supongo, que ninguno de los dos puede

prescindir del otro.

– Exactamente.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

Reclamó su boca de nuevo, para su inmenso disfrute.

– Hablando de libros, -dijo cansinamente-. Traje uno que pensé que podríamos

disfrutar.

– Oh, ¿qué es eso?

Saliendo de la cama, cruzó la habitación y abrió una maleta de viaje. Sus ojos se

abrieron de par en par cuando vio lo que él sostenía, reconociendo la familiar

encuadernación verde. Movió el volumen entre sus dedos.

– Supongo que podría llamarlo un viejo amigo. En cierto modo, esto ayudó a

unirnos.

Las posturas de Albanino

– Pero lo puse de nuevo en el escritorio del salón, -balbuceó.

– No esta copia. Fui al librero de Jeannette y le pedí que localizara una sólo para

nosotros. El otro volumen debe estar todavía donde lo dejaste, a menos que Violeta

decidiera recuperarlo para su uso y el de Adrián, después de todo.

– ¡Buen Dios! -Una ráfaga de color manchó sus mejillas.

Le guiñó un ojo y le dio el libro.

– Considera esto como un pequeño regalo de bodas. No es que necesitemos ayuda,

pero pensé que sería divertido.

– Divertido, ¿eh? -Incapaz de resistirse, abrió el libro y comenzó a hojearlo. Se

detuvo en una posición particularmente retorcida-. ¿De verdad crees que esto parece

divertido?

Se asomó por encima de su hombro.

– Podría, si fuera un acróbata. Elige otro, entonces.

Ella hojeó las páginas, y luego las devolvió.

– Bueno, tengo que admitir que el número nueve parece intrigante.

Estudió el dibujo y sonrió.

– ¿Es esa tu elección?

– Lo es. -Asintió con la cabeza, abruptamente tímida.

Poniendo el libro en la mesita de noche, abrió los brazos.

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Tracy Anne Warren La Boda Engañosa

– Entonces ven a buscarme, mi amor.

Al reírse, ella se lanzó hacia él, y juntos dieron un buen intento al número nueve.

Fin

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