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The Husband Trap – Trace Anne Warren
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The Husband Trap – Trace Anne Warren
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Capítulo 1
-Yo, Adrian Philip George Stuart Fitzhugh, te tomo, Jeannette Rose, para ser mi
esposa...-Violet sabía que iba a desmayarse, o a morir, ahí mismo, en el altar
delante de Adrian y el Arzobispo. Frente a todo el mundo, casi la totalidad de la
Haut Ton, reunida en la Catedral de San Pablo para presenciar lo que estaba
siendo aclamado como la boda del año.
Mil personas se alineaban en los pasillos. Dos mil ojos centrados en Jeannette
Brantford, la incomparable de esta temporada -y el año pasado también- que
intercambiaba sus votos con Adrian Winter, sexto duque de Raeburn, el soltero
más codiciado de Inglaterra.
Ella fijó sus ojos en sus zapatillas de seda azul, estudió los diseños intrincados
forjado en los suelos de mármol debajo de los zapatos elegantes. La luz nadó
alrededor de ella en una niebla brillante. Unas pequeñas motas de polvo que
parpadeaban en la mezcla de luz de las velas y el sol natural que caía en cascada a
través de coloridas vidrieras en tonos intensos de azules y verdes.
Los olores de las grandes glorietas de rosas y gardenias de color blanco cremoso
dispuestas para la ceremonia acurrucándose en el interior de su nariz, su
demasiado dulce fragancia sólo se sumaban a su incomodidad. Tragó saliva, con la
garganta seca como arena. Un hilillo de transpiración nerviosa se deslizó entre sus
omóplatos, haciéndola deseosa de mover sus hombros contra la humedad.
Debería ser una dama de honor, pensó con un pánico vertiginoso. Debería estar
esperando a un lado ahora con los otros asistentes. En lugar de eso, ella estaba de
pie junto a Adrian frente a un par de columnas barrocas masivas con sus bandas
giradas de mármol oscuro y oro suave, la gran cúpula de la catedral que se
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levantaba a más de trescientos pies sobre ella. Pinturas de la vida de San. Paul la
miró desde el techo, desaprobando con desprecio todos sus movimientos, se
imaginó.
¿Tranquila?
¿Cómo podía estar tranquila cuando estaba cometiendo el más espantoso engaño
de su vida?
Seguía esperando que alguien notara quién era realmente, y estirace un dedo
acusador gritando…
-¡Farsante!
Pero como su gemela había predicho con exactitud, la gente vio exactamente lo que
esperaban ver. Ciertamente, sus padres y los sirvientes la habían aceptado antes,
como Jeannette cuando se había presentado con el elegante vestido de novia de su
hermana, una brillante confección de seda de color azul hielo con mangas largas
hasta el codo y una falda de organza blanco cubierto de tipo nieve, con perlas
dispuestas en la forma de flores rosa y hojas que se arrastran cosidas en el corpiño
de escote redondo. Nadie había cuestionado su identidad, ni siquiera cuando había
empujado la cómoda de su hermana echa un manojo de nervios ante la necesidad
de tener su cabello arreglado por "segunda" vez esa mañana, la sirvienta se vio
obligada a poner minuciosamente las perlas y los diminutos zafiros brillantes en
su peinado.
Oh, Dios misericordioso, Violet se preocupó por centésima vez, ¿cómo se había
metido en semejante arreglo?
Todo había sido tan benditamente normal cuando despertó esa mañana. Tan
normal como un día de boda podría ser, es decir, la casa entera arrojada en una
ráfaga de actividad. En retrospectiva, ella habría estado mucho más ansiosa si se
hubiera dado cuenta de que era el día de su boda y no el de su hermana.
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¿Lo sabía él? Ella se preguntó. ¿Lo sospechaba? Oh, Señor, ¿y si lo hacía? ¿La
denunciaría allí mismo a plena vista de toda la Ton? ¿O esperaría hasta que
pudieran estar en privado y exigiría que el matrimonio fuera anulado
inmediatamente? De cualquier manera, ¿cómo iba a ser capaz de explicarlo?
¿Qué podía decir una mujer cuando su propia identidad era una mentira?
¿Qué había tenido ella esta mañana? ¿Cómo podía haberle permitido a Jeannette
convencerla de un truco tan espantoso? No era por eso que había prometido hace
años no cambiar de lugar otra vez con su hermana gemela mayor? Porque siempre
causaba problemas... para Violet. !
¿Por qué, oh por qué, se había dejado atraer por un camino tan traicionero?
¿Era porque Adrian había dado veinte mil libras a Jeannette por el casamiento que
su familia había gastado como agua drenada de un pozo, pagando las deudas
prodigiosas de su padre y de su hermano menor Darrin?
¿O era porque amaba a Adrian Winter? Lo había amado desde el momento en que
lo vio por primera vez en su baile de dos temporadas anteriores. Había seguido
amándolo, doliente y sin recompensa, incluso después de que ofrecido matrimonio
a su hermana. Aunque él sin saberlo había capturado su corazón y lo había dejado
sangrar.
-¿Qué? Oh, pido perdón. Y, sí, por supuesto -contestó suavemente, encogiéndose al
darse cuenta de que había sido sorprendida.
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El arzobispo recitó las palabras para que ella las repitiera. "Yo, Jeannette Rose, te
tomo, Adrian Philip George Stuart Fitzhugh, para ser mi esposo."
-Yo, Jannette Vi... umm.- Ella aclaró su garganta y tosió. ¿Qué le pasaba? Si no se lo
tomaba en serio, le diría la verdad sin necesidad de que nadie más la delatace.
Volvió a alzar los ojos y se encontró con la firme, rica y oscura mirada de Adrian.
Ella sintió que algunos de sus nervios se derretían, sabiendo que quería decir cada
palabra.
-... para amarte, respetarte y obedecerte, hasta que la muerte nos separe...
Ella lo amaba. Prometió respetarlo todos los días de su vida. En cuanto a la parte
de obedecer... bueno, ella temía que ya hubiera violado eso, pero haría todo lo
posible por reparar el daño en el futuro.
El arzobispo volvió a hablar. Esta vez a Adrian, que levantó la mano izquierda y
deslizó una delgada banda de oro en su lugar al lado del inmenso anillo de
esmeraldas y diamantes que Jeannette había metido en su dedo hace un poco más
de una hora antes. Su anillo ahora.
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-Con este anillo te desposo...- Adrian entonó, con voz melosa profunda, solemne. -
... Con mi cuerpo te venero y con todos mis bienes materiales te doto: En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Con las piernas temblando, Violet se arrodilló junto al hombre que ahora era casi
su marido. Inclinando la cabeza, cerró los ojos y dijo su propia oración, pidiendo a
Dios que la perdonara. Ella era débil y humana, pero amaba a este hombre a su
lado más de lo que él podría imaginar o probablemente sabría. ¿Cómo podría la
falsedad que cometió ser un pecado tan grande cuando su corazón adoraba con tan
firme devoción y verdad? Pareció que su dios contestó su súplica silenciosa cuando
él permitió que el arzobispo concluyera la ceremonia sin escandalo alguno.
La habían besado una vez antes, un beso robado a la sombra de un manzano por
uno de sus primos Brantford cuando tenía doce años. En aquel momento encontró
la idea del beso mucho más emocionante que el evento real, tuvo que confesar.
Los labios de Adrian tocaron los suyos. Cálido y suave, duro y tierno. Y le
demostró que en realidad nunca la habían besado antes. Un zumbido acelerado le
llenó las orejas, la sangre latía como ríos corriendo en sus venas mientras el mundo
se derretía; Invitados, el Arzobispo, todos. Instintivamente separó los labios para
dejarle tomar más. Y por un breve instante lo hizo, intensificando el beso de una
manera que le robó el aire de sus pulmones, borrando cada pensamiento de su
cerebro.
- Sonríe, querida -dijo Adrian por sus oídos-. Estás pálida como la muerte. Aunque
ese beso parece haber puesto un toque de color en tus mejillas.
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Al oír mencionar el beso, su rubor se hizo más profundo. Debido a que él lo había
pedido, ella plantó una sonrisa beatífica en los labios y sonrió a la masa borrosa de
invitados mientras pasaban. Muéstrate feliz, se dijo. Muéstrate como Jeannette. Ella
jugueteó e hizo todo lo posible para evitar temblar.
Siguió caminando mientras retrocedían por el largo camino, pasando por otras
filas de sonrientes invitados sentados en los bancos tallados de roble oscuro, antes
de entrar en una multitud de simpatizantes reunidos en el ancho y abovedado
transepto de la catedral.
Adrian la mantenía cerca de él. Se aferró con gratitud a su brazo de apoyo e hizo
todo lo posible para sonreír y charlar en vez de retirarse en un silencio tímido
como anhelaba hacer. Afortunadamente pronto fueron interrumpidos. Apareció
uno de los asistentes del Arzobispo, apartándola a ella de Adrian después de unas
cuantas palabras murmuradas al duque. Palabras que no pudo oír. Violet no dijo
nada mientras el hombre los conducía a la tranquila intimidad de una cámara
cercana, volviéndose para informarles con grave cortesía que el Arzobispo les
esperaría directamente.
Echó una rápida ojeada a su nuevo esposo desde debajo de sus pestañas,
comprobando si su conducta podía insinuar por qué estaban aquí. No parecía
enfadado ni molesto. Aunque era bueno en blindar sus pensamientos cuando lo
deseaba. Había llegado a comprenderlo lo suficiente en los últimos meses para
saberlo.
¿Había adivinado la verdad? ¿La sabía el arzobispo? ¿Es por eso que ellos habían
sido escoltados aquí para esperar al clérigo? ¿Cómo lo sabía? ¿Porque todos lo
sabían? Con las piernas débiles y palmas húmedas de sudor, se dejó caer sobre una
silla cercana. Uno de los dos posicionados frente a un enorme escritorio de nogal
que tenía ángeles tallados en la parte delantera y a los lados, además de
querubines a lo largo de las piernas. Apenas podía distinguir los detalles finos, su
visión cercana no era mucho mejor que un desenfoque indistinto sin sus gafas.
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Pero sin sus gafas Violet no podía apreciar plenamente los muebles gloriosos - una
pena, considerando su amor por el arte. Pintura, escultura, arquitectura: se
deleitaba en todas las cosas de la belleza y de la distinción creativa. Las artes, la
música y la literatura eran, según ella, algunas de las pocas cosas que
verdaderamente elevaban al hombre sobre sí mismo en el reino de los cielos.
En este momento, sin embargo, tenía otras preocupaciones más importantes que
atender. Tales como no ser descubierta.
- Esa probabilidad se abordó, por lo que recuerdo, cuando se discutieron los planes
de boda,- respondió Adrian.- Tu decidiste realizar la ceremonia a mediados de
julio."
Insistido, más bien. Violet recordó el incidente y el revuelo que había causado en
su casa, especialmente a su madre. Cualquier mujer podría ser una novia de junio,
había declarado Jeannette, pero sólo una mujer de verdadera distinción podría
persuadir a los miembros de la Haunt Ton a permanecer en Londres durante dos
semanas enteras después del final de la temporada. Su boda sería memorable,
prometió Jeannette. El evento más espectacular celebrado desde la última boda
real.
Adrian echó dos copitas de vino tinto de una jarra de cristal en la mesa auxiliar,
extendiendo la primera a ella.
Su mente corrió, buscando una respuesta. Decidió utilizar una tan cerca de la
verdad como fuese posible.
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- Bueno, estoy aliviado al saber que no es nada más serio que eso. Cuando llegaste
tan tarde hoy, pensé que tal vez habías cambiado de opinión.
¿Ahora qué se suponía que debía decir? Luchando contra una burbuja de pánico,
ella siguió sus instintos, echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír.
-No seas absurdo. Por supuesto que no iba a abandonarte. ¿Por qué querría hacer
eso?
-¿Tu cabello?
- Sí. Jacobs... ella es mi doncella, ya sabes... bueno, ella no podía acertar con el
estilo correcto. Esto le tomó simplemente horas, pero tuve que esperar hasta que
mi peinado quedara perfecto. No podía aparecer en mi propia boda luciendo
menos que perfecta, ¿no?
Se encontró con sus ojos durante un largo momento mientras ella contenía el
aliento y esperaba su respuesta.
- No, por supuesto que no podías, y tus esfuerzos bien valieron la pena la espera.
Estás preciosa. Eres hermosa. -Se acercó y agarro su mano con la suya-. -La más
bella novia que puede tener un hombre. - Presionó los labios contra la parte
interior de su muñeca en las delicadas venas azules que le trazaban justo debajo de
su piel-. Ella tembló, esta vez de algo que no tenía nada que ver con los nervios.
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-Me disculpo por mantener a sus Gracias esperando. Sé que deben estar ansiosos
de continuar con este uno de los días más especiales. Tengo el registro de
matrimonio justo en la habitación contigua. Sólo tienen que firmarlo, entonces
nuestro asunto aquí estará felizmente concluido.
Registro de matrimonio? Violet se dio cuenta de que ella y Adrian tendrían que
firmar el libro para hacerlo oficial a su sindicato. Oh querido. Pues bien, tendría
que falsificar el nombre de Jeannette, eso era todo.
Sin embargo, cuando fue su turno de subir al registro, Adrian había inscrito su
nombre en primer lugar, y dudó.
Para empezar, la pesada página de vellum delante de ella era un gran desenfoque
confuso. Apenas podía distinguir lo que había escrito en la línea al lado de la que
debía usar. Ahora más que nunca se lamentaba la pérdida de sus gafas.
Sólo una sola letra separaba su nombre del de su gemela. Un simple cambio que
dio a la pronunciación del nombre de Jeannette un elegante giro francés, y dejó el
suyo tan simple y aburridamente inglés.
Tal vez si ella hacía un garabato sucio de su primer nombre y omitía su segundo
nombre por completo, la firma pasaría a servir. Suponiendo, por supuesto, que ella
podría mirar lo suficiente como para ver dónde tenía que colocar su firma.
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Ella se giró.
-Sí, sí, listo -dijo, tratando de actuar como si el arzobispo y su inocente pregunta
no la hubieran asustado casi hasta la muerte.
Esperó, con el corazón golpeando como un martillo contra un yunque, para ver si
leería su firma, si notara la discrepancia. Pero después de sólo una mirada
superficial, sacudió el vellum con unos cuantos finos granos de arena para secar la
tinta, los cepilló y cerró el libro.
-Permítame ser uno de los primeros en ofrecer mis mejores deseos para su felicidad
futura, excelencia,- el cura le dijo con una sonrisa, tomando sus manos entre las
suyas. -Que su vida sus Gracias sean bendecidas.
Su gracia.
Qué extraño sonaba. ¡Qué espantoso! ¿Qué sabía ella de ser duquesa? ¿Cómo iba a
arreglárselas? ¿Por qué había seguido la idea impulsiva de Jeannette? Dios sabía,
su engaño no conduciría a nada más que al desastre.
Luego miró a Adrian, esperando a pocos metros de distancia, y recordó por qué.
Que Dios la ayudara, pero ella lo amaba. Puede que nunca se entere quién era
realmente.
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Capitulo dos
Pero no lo hicieron.
Pensando en esos tiempos casi olvidados, ella resucitó las viejas habilidades,
diferentes ahora ya que ella y Jeannette ya no eran niñas, pero de alguna manera,
extrañamente igual.
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Entonces, qué ironía, pensó Violet, ser incluida en una conversación íntima con la
ilustre señorita Morgan.
-Por supuesto que te referirás a mí como "Su Gracia", pero sólo cuando estamos en
la Sociedad.- Ella sonrió ampliamente para suavizar el impacto de su altiva
afirmación.
-Quieres mirar esto -comentó Christabel, inclinando la cabeza hacia un hombre alto
y delgado como un palo del otro lado de la habitación.
Ferdy Micklestone, un notorio hombre molinero, conocido tanto por sus frecuentes
accidentes calamitosos como por los puntos de su camisa de temple alto que
insistía en vestir. Hoy no era distinto, su cuello se levantaba por un total de ocho
pulgadas, dándole la apariencia de un caballo de carreras hecho con anteojeras.
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Violet vio a Ferdy cepillar frenéticamente la mancha ofensiva en la camisa del otro
hombre. Claramente disgustado, el señor mayor, un distinguido miembro del
parlamento - alejo las manos de Ferdy de su camino, hizo un comentario cortante,
y luego se alejó. Ferdy se volvió rojo como una granada madura, con la cabeza
hundida tan bajo que su barbilla desapareció bajo su corbata.
-Qué pequeño tonto -dijo Christabel-. De verdad debería venir con la palabra
peligro cosida sobre su solapa, ¿no estás de acuerdo?- Violet titubeó porque sabía
lo que se esperaba respondiera. Por dentro, sintió algo de lástima por él. Ella sabía
cómo iba a ser ridiculizado. Cómo se sentía tener intereses e inclinaciones que te
establecen como fuera de la multitud. Durante los siguientes minutos, Christabel
lanzó una animada discusión sobre algunos deliciosos chismes que había oído,
cuando de repente hizo una pausa, empujó su codo suavemente al lado de Violet.-
Mira, al otro lado de la habitación -susurró Christabel. -Es esa miserable, Eliza
Hammond. ¿Qué ve Violet en la chica? Si yo fuera tú, le prohibiría que se asociara
con ella. Una mujer de tu estatus no debería tener que soportar una alianza tan
desagradable. Sólo debes considerar cómo podría reflejar en tus planes de
convertirte en una patrona un día.
No en esta vida, pensó Violet, observando impotente cómo su hermana gemela dio
un empujón despectivo a su mejor amiga, luego se alejó. El dolor confuso en el
suave rostro de Eliza era evidente.
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Quería correr por la habitación y consolar a su amiga. Quería explicarle a Eliza que
era Jeannette con quien había estado hablando y no ella.
Pero ella no podía ir hacia ella, no podía explicarle, estaba demasiado consciente
de lo peligroso que sería revelar su engaño, incluso a una persona tan digna de
confianza como Eliza. Un pequeño resbalón y esta casa de cartas que ella y
Jeannette habían construido vendrían derrumbándose alrededor de ellas. Se
prometió a sí misma que llegaría a Eliza algún día. De alguna manera encontraría
una forma de reparar el desaire de Jeannette.
Christabel suspiró.
Violet se dio cuenta de que se suponía que ella debía asentir y reír entre dientes de
acuerdo, hacer alguna respuesta ingeniosa. Pero ella no podía, estaba demasiado
triste por dentro para reunir incluso un falso humor. En vez de eso, se encontró
mirando la límpida mirada azul de Christabel.
Una chica odiosa, pensó. Lentamente recuperó el uso solitario de su brazo, incapaz
de soportar el tacto de Christabel por más tiempo, alejándose como si escapara del
apretón reptil de Medusa.
Violet se volvió en sus brazos con un grato suspiro interior, le permitió alejarla. No
tenía ni idea, pensó, de la inestimable ayuda que acababa de darle.
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Mientras bailaban, sus largos brazos la abrazaron en un cálido y firme abrazo y ella
se relajó. Segura por primera vez desde que había caminado por el pasillo del
brazo de su padre esa mañana. Ridículo, se burló, considerando que él era la única
persona con la que tenía que estar siempre en guardia. El único hombre que, si
descubriera su identidad real, tenía el poder de aplastarla, además de su corazón y
su alma. Y sin embargo ella era su esposa.
Su esposa.
Qué palabras maravillosas e improbables. Hasta esa mañana, hasta esos increíbles
momentos de conmoción, rechazo, aprensión y esperanza después de que
Jeannette declarara que no se casaría con Adrián, Violet nunca se había atrevido a
soñar que tal cosa fuera posible. Nunca se dejó imaginar que podría ser suyo.
Sin embargo, a pesar de todas sus súplicas para que Jeannette reconsiderara, su
hermana se había mantenido inflexible.
-Mi felicidad,- declaró Jeannette, -era demasiado importante para preocuparse por
detalles mundanos como el dinero y las restricciones sociales. Durante un tiempo
se había imaginado enamorada de Raeburn, pero se había equivocado en sus
sentimientos. Era un hombre insensible y ella no estaría encadenada a él para toda
la vida », había declarado con exageración dramática. "No iba a ser utilizada para
el beneficio de la familia como una esclava intercambiada en el mercado."
~Si te importa tanto salvar a todos, si quieres actuar como mártir y sacrificarte en la pira
familiar, ¿por qué no te casas con él?
. ¿Casarse con Adrian? Dios mío, Violet no podía pensar en nada que quisiera más.
Pero engañarle?
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No, había razonado, sería cruel. Un crimen vil que ninguna persona decente se
atrevería a cometer, ciertamente no una joven tímida y refinada como ella. Por qué,
el concepto mismo era ridículo. Nadie la creería capaz de cometer una broma tan
descarada, había argumentado.
-¿Pero no es eso lo que lo hace todo tan perfecto, tan posible? -preguntó Jeannette. ¿Quién,
después de todo, incluso sospecharía?
¿Qué importaba si pensaba que era su hermana, siempre y cuando pudiera estar
con él?
De alguna manera logró pasar el resto del día, debido en gran medida, se dio
cuenta, a la presencia constante de Adrián a su lado. Si no fuera por su apoyo,
temía que hubiera colapsado temblando, deshonrándose a sí misma ante todos y
cada uno.
-Ahí estás, querida, casi lista para tu viaje.- Su madre, la condesa de Wightbridge,
navegó en el dormitorio de Jeannette. Un par de sirvientas saltaban alrededor de la
habitación ocupándose del equipaje de última hora. Su madre creía que era
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Jeannette. No podía vacilar ahora. Tenía que hacer creer a mamá. Sólo unos
minutos más, se dijo a sí misma Violet, mientras las náuseas se hinchaban como
una marea dentro de su vientre.
-¡Oh, será tan difícil verte ir, mi dulce niña! -gimió su madre. - todos te
extrañaremos."
-Sí, también te extrañaré -dijo Violet, esforzándose por el tono alegre que estaba
segura de que Jeannette habría afectado. -Pero una mujer debe aprender a aceptar
estas cosas una vez que se casa y va a establecer su casa propia.
-Oh, casada y duquesa.- Su madre juntó las manos con deleite. -Tu padre y yo
estamos muy contentos. La boda fue todo lo que se esperaba.
-Aunque todavía pienso que es perfectamente terrible que Raeburn haya cancelado
tu viaje de boda al extranjero. Sé lo abrumada que estas. Cuánto esperabas ver el
Continente, Francia, Holanda y Bélgica, ahora que ese demonio Napoleón
finalmente ha sido derrotado y encerrado. ¡Problemas en la propiedad de Raeburn!
Bah. Estoy segura de que son mucho menos graves de lo que afirma. Pero bueno,
los hombres son tercos en estas cosas. Nunca entienden lo importante que son las
ocasiones especiales como una luna de miel para una mujer. Y dicen ser el sexo
más inteligente.
Violet sabía todo sobre la gira europea cancelada. Todos los miembros de la casa
de Brantford lo sabían, hasta el sirviente más bajo. Jeannette había llorado y llorado
y había hecho un puchero durante casi toda la semana pasada, secándose los ojos
justo a tiempo para la boda.
Violet apretó una palma contra su estómago y se esforzó por concentrarse en las
palabras de su madre, en el papel que se suponía que estaba jugando.
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-Sí, será una gran pérdida, tienes razón,- aceptó. -Pero Jacobs es tan muy bien
informada sobre todas las cosas del Continente. Con Violet fuera en Italia con la tía
abuela Agatha dentro de unos días, necesitará su ayuda mucho más que yo. No me
sentiría bien dejándola a cargo de una criada extranjera. El cielo sabe los problemas
que podrían derivarse.
Violet agitó una mano, imitando un gesto real que Jeannette había usado
últimamente.
-Así que he decidido dar a Jacobs a Violet como un regalo. Un regalo de boda, si se
quiere, de una hermana a otra. Tomaré a Agnes para mí. Ella es nueva en el hogar
pero gentil. Debería estar muy bien como doncella de una dama, estoy segura, una
vez que esté debidamente entrenada.
En realidad, Jacobs había sido recompensada con creces para calmar sus aires, la
mujer no se había mostrado muy feliz cuando se había dado cuenta que después
de todo no iba a ser la doncella de la duquesa de Raeburn.
-Oh, eres tan buena, Jeannette -proclamó su madre-. -Así que dar y amar. Violet es
bendecida por tenerte como su hermana-. La condesa se enderezó y miró hacia la
puerta. -¿Dónde está esa chica de todos modos? Declaro que nunca está cerca
cuando la quieres.
Qué sensación curiosa, pensó, al ver a sí misma como viendo a otros. Como mirar
en un espejo tridimensional excepto por el brillo de malicia que asomaba desde el
interior de los ojos de su gemela.
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-No, mamá, yo... no he usado el cepillo. Estaba en la cómoda esta mañana, por lo
que recuerdo, cuando Jeannette se estaba preparando para la ceremonia. No lo he
visto desde entonces.
-Bueno, eres de poca ayuda. Despídete tu hermana, entonces, ya que ella debe irse
en cualquier momento. Raeburn no se quedará esperando mucho más tiempo. Ya
sabes cómo los hombres odian esperar. Voy a consultar con Phillips -prosiguió,
hablando a medias. -Quizá sea capaz de arrojar algo de luz sobre este misterio. -
Con un frufrú de faldas la condesa partió, dejando a las dos hermanas
completamente solas.
-Bueno, no dejes que ninguno de ellos te vea con él. Lo sentirás si lo haces.-
Jeannette se acercó y se dejó caer en un sillón cercano.
-Me importa un higo lo que piensen. Nunca lo hizo. Tú eres la que siempre ha sido
la pequeña y tímida cierva, temblando ante su propia sombra.- Violet apretó los
dientes ante la evaluación poco halagadora de su carácter por su hermana.
Jeannette no entendía la forma en que había estado creciendo, ya que siempre
había sido la favorita, ensalzada y mimada por sus padres. Violet, por otra parte,
había sido simplemente la otra hija.
Físicamente los dos eran indistinguibles. Compartieron el mismo pelo rubio ceniza,
el mismo cremoso y amelocotonado cutis, los mismos ojos azul-verdosos radiantes.
Ambos tenían narices atoneadas y labios rosados llenos, pómulos elevados en
perfectas caras ovaladas. Sus figuras estaban redondeadas en las caderas y los
pechos, atractivamente delgados en cualquier otra parte. Incluso sus voces sonaban
exactamente iguales; Sólo por su manera de vestir y de hablar podían
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diferenciarlas. Como un par de guisantes frescos en una vaina, su tío Albert solía
decir de ellas.
-Aun así -le advirtió en voz baja a Jeannette-, tu rozamiento sobre el cepillo sería
diferente al mío. Y tenerlo podría llamar la atención en direcciones que no serían
sabias. Después de todo, ahora se supone que yo soy tú.
Jeannette se encogió de hombros. -Lo sé, lo sé. No te preocupes por ello. No voy a
ser atrapada. Nadie ha sospechado nada. Y debo felicitarte. Has estado haciendo
una buena actuación. Te dije que ninguno de ellos sabría la diferencia si
simplemente te aplicas un poco. Ahora, hay algo que debo decirte antes de
separarnos.
Violet frunció el ceño. Siempre que Jeannette la hacía a un lado para decirle algo,
por lo general llevaba a problemas.
-No estoy diciendo que lo hagas, pero si recibes misivas de un individuo con el
nombre de Kaye, tendrás que pasármelas directamente a mí, sin leer, por supuesto.
-¿Quién es esta persona Kaye y por qué debo pasarte esas notas?
-Porque te lo pido. Porque eres mi hermana y me amas. Ahora, ¿lo harás o no?
¿Era esta persona Kaye un hombre o una mujer? Violet no estaba segura de querer
saberlo, tenía miedo de preguntar.
¿Estaría Jeannette involucrada con alguien? ¿Alguien que no era Adrian? ¿Por eso
había decidido cancelar la boda hoy? Oh, era demasiado escandaloso para
contemplarlo.
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Quería rechazar la petición de Jeannette, pero sabía que sólo sería desagradable. ¿Y
ya tenía suficiente con que preocuparse ahora mismo para aumentar la carga? Si
alguna de las notas llegaba, se aseguró, siempre podría disponer de ellas.
Ella asintió.
Jeannette cogió un adorable capuchón de paja, uno que había sido hecho
especialmente para su traje de viaje, -ahora de Violet,- de sarcenet rosa perla. Una
pelliza de mangas largas de punto blanco suizo abotonada sobre el vestido,
completando el traje. Colocando el sombrero de moda en la cabeza de Violet,
Jeannette ató la cinta rayada en un pequeño y apuesto arco, en un ajustado
elegante ángulo a un lado de su barbilla.
-Perfecta- declaró su gemela. -Es una pena que no pudiera usar ese traje yo, al
menos una vez. Raeburn está obligado a encontrarte muy atrayente.
-¿Tú crees?
Violet se dio la vuelta para echar una mirada a sí misma en el espejo del tocador,
obligada a mirar su imagen.
-Me gustaría tener mis anteojos -murmuró ella. -Todo es tan frustrantemente
borroso".
-Bueno, es mejor que te acostumbres a eso. Dios sabe que nunca los usaría al
menos que me obliguen. -Jeannette señaló los anteojos posados en su cara. -He
estado pensando un poco sobre ese tema. Me parece que Violet pronto podría
cambiar de opinión sobre usar sus gafas. De hecho, creo que pronto podría sufrir
un cambio de opinión acerca de muchas cosas. Este viaje a Italia le hará un mundo
de bien.
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-Quizá no deberíamos hacer esto, después de todo. Todavía hay tiempo para
cambiar de nuevo, cambiar de lugar otra vez”.
-No hay vuelta atrás. Tú eres la duquesa de Raeburn ahora. Tú te casastes con él,
yo no. Si quieres ser una tonta y revelarlo todo a todos ahora, adelante. Pero sabes
que todo esto caerá como lluvia sobre tu cabeza. El escándalo, la desgracia y el
castigo. Mamá y papá probablemente renegarán de ti. Mínimo, serás enviada a
algún lugar terriblemente remoto, Escocia o Irlanda tal vez, y nunca más se oirá de
ti de nuevo.
Tenía razón, pensó Violet, así era precisamente cómo reaccionarían sus padres y lo
qué harían.
Jeannette estaría bien; Ágil como un gato, ella siempre aterrizaba sobre sus pies.
No, ella era la que iba a cosechar el peso de la culpa por el engaño. Ella sería vista
como la verdadera culpable por haber aceptado participar en el engaño.
-Así que deja de lado a tu culpable conciencia y muestra algo de agallas -le animó
Jeannette-. "Todo va bien, va a ir bien, siempre y cuando no lo confieses. Ahora,
adelante. Como mamá dijo, los caballos de Raeburn deben estar cada vez más
resentidos y ansioso de irse.
Violet respiró hondo y profundamente. Ella podía hacer esto, se repitió en silencio.
Todo estaría bien.
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A pocas puertas por el pasillo, Adrian estaba de pie conversando con su hermano,
Christopher. Sus palabras se deslizaron por su camino.
-... ya que no volveré a verte antes de que vayas a la universidad. Pórtate bien y no
hagas nada tonto. Estas allí para estudiar, recuerda, no para beber e ir de parranda.
Justo como ella había hecho, Adrian se había cambiado su ropa de boda por una
más adecuada para viajar.
Abrigo y pantalones del más fino paño azul oscuro. Camisa blanca y chaleco de
bronce adornado con una modesta franja de oro, su cuello atado en un nudo de
fascinante complejidad. Un par de brillantes Hessians en sus pies.
Era tan hermoso, pensó, demasiado hermoso para ella. ¿Qué demonios pensaba
que estaba haciendo?
¿Decirle o no? Ella temblaba. Esta era su última oportunidad para ser honesta.
Entonces sonrió como pensaba que Jeannette lo haría, amplia y llena de confianza.
Ella realizo una pequeña pose para lucir sus galas, sosteniendo sus brazos a los
lados.
-¿Y valió la pena, su Gracia?- Ella movió sus caderas para hacer balancear sus
faldas.
Él barrió sus ojos por ella, sonriendo, larga y lentamente. Se inclinó para besarle la
mano.
-Definitivamente, querida.
Definitivamente.
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Capítulo tres
Estaba agotada. No había ocultado ese hecho una vez que se habían alejado de la
sala de recepción con aplausos y felicitaciones de su familia y amigos. El ritmo del
coche y el estrés del día pronto se combinaron, sus manos flotando en el regazo,
sus párpados pesados como pesas de plomo, hasta que ella había sido incapaz de
negar la orden de Morfeo.
Adrian la había estado observando durante casi media hora. Se preguntó si había
hecho lo correcto.
Sabía que era demasiado tarde para los arrepentimientos si no lo había hecho.
Como dijeron en los votos, él y Jeannette se habían casado para toda la vida, para
bien o para mal, hasta que la muerte los separe. Una realización seria.
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The Husband Trap – Trace Anne Warren
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Sin embargo, hoy Jeannette no había sido más que cortesía amable, consideración
agradable, con todos los que encontraba. Quizás la gravedad del paso que los dos
habían tomado hoy había actuado como un recordatorio serio para ella también.
Una vez la había dejado sin habla al sugerir que cancelaran sus planes de asistir a
una fiesta de máscaras y pasar una noche tranquila juntos. Nunca más se había
molestado en hacer tal sugerencia de nuevo.
De una naturaleza mucho más seria, Adrian empezó a sospechar que estaba
viendo a otro hombre. Pero aunque lo había intentado, nunca había podido
atraparla, ni siquiera conseguir pruebas tangibles. Como bien sabía, las sospechas
no eran prueba. Un caballero, sin importar sus reservas, no terminaba un
compromiso con nada menos que con una prueba sólida que demostrará una grave
indiscreción.
Mientras ellos estaban cortejando, Jeannette había parecido tan dulcemente vivaz.
Aunque, al reconsiderar el asunto, su madre les había dejado poco tiempo a solas.
Fue sólo después de anunciar su compromiso que había comenzado a observar su
otro lado.
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Podría haber elegido a Brighton para aplacarla, para suavizar las cosas, ya que se
decía que el príncipe regente estaría trasladando su corte a la ciudad costera
popular un día o dos. Pero Adrian no quería ir a Brighton, donde la mitad de la
Ton estaría descendiendo para pasar su aburrimiento de verano. Quería un poco
de privacidad, lejos de las exigencias de la Sociedad, y pensó que tal vez la calma le
daría a él y a Jeannette algún tiempo para conocerse mejor.
No había creído totalmente sus excusas con respecto a su llegada tardía a la iglesia
esta mañana. Había más en esa historia que un simple caso de cabello mal
arreglado, pero había decidido no forzar el asunto. Había cumplido con su deber,
no lo había avergonzado delante de sus compañeros. Al final, ¿no eran esas las
cosas que realmente se esperaban su deber y discreción? El coche golpeó una
barranca, Zarandeándolos a los dos a pesar de los excelentes resortes en el coche.
Ella se despertó brevemente, lanzando un grito de alarma. Sus ojos se abrieron por
un momento antes de volverse a bajar una vez más, su cabeza quedó en un ángulo
muy incómodo.
No podía dejarla así, decidió Adrian. Unos pocos minutos en tal posición podría
resultar en un cuello dolorosamente rígido, uno que podría demorar en sanarse
días. Sus labios se curvaron hacia arriba en una postura decididamente
humorística antes de extender la mano y empujarla suavemente a una posición
vertical. Ella se arrellano contra él, murmurando en su sueño. El ala de su elegante
sobrero de paja se clavó en su cuello.
Con los ágiles dedos de un hombre bien acostumbrado a ayudar a las mujeres a
salir de sus ropas, tiró del pequeño Bonnet suelto de sus amarras. Luego lo arrojó
al otro lado del asiento con escasa consideración por su perfección de moda.
Colocándose de nuevo en su propio rincón, la colocó contra él para que pudiera
usar su hombro como una almohada.
Miró hacia abajo, observando la forma en que sus pestañas de oro pálido se
abanicaban contra la suavidad de porcelana de sus mejillas. Sus labios maduros,
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teñidos de un delicado color de rosa como de la puesta del sol, estaban ligeramente
entreabiertos, como para un beso.
Solo unas pulgadas y su boca estaría sobre la suya, robando besos suaves al
principio y luego progresivamente más duros hasta que ella despertará para
encontrarse en sus brazos. Pero Adrian no sabía hasta qué punto las cosas podían
progresar si ahora cedía a la tentación. Y él no quería que su primera vez juntos
fuese en el interior de un coche, incluso uno tan cómodo como este. Habría tiempo
para ese tipo de amor, más tarde, se consoló, mucho tiempo.
Como si sintiera su intención, sus ojos se abrieron, su iris translúcido como las más
finas gemas de aguamarina. Todavía más que media dormida, ella lo miró
fijamente.
-¿Adrian? ¿Qué estás haciendo aquí? -Él le dedicó una sonrisa lenta e indulgente.
Ella frunció el ceño ligeramente como si estuviera perpleja. Luego llevó una mano
a su mejilla, acariciando su piel de un modo que le hacía doler el cuerpo de deseo.
-Áspero. Tienes que afeitarte -observó, con voz curiosa, como si no se hubiera dado
cuenta de que sus bigotes habían crecido.
-Lo haré más tarde, querida. Ahora vuelve a dormir. Estás soñando.
Ella frotó con el pulgar su labio inferior. Él tuvo que refrenar el impulso de besar y
meter su dedo en su boca.
-Eres tan hermoso -murmuró, y luego con una profunda inhalación de aire, su
mano cayó de nuevo en su regazo.
Rígido con la necesidad, Adrian levantó la cabeza y cerró los ojos con un gemido.
La sostuvo durante las dos horas siguientes hasta que el coche finalmente se
detuvo.
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Él la sacudió ligeramente.
-Estamos aquí.
Ella parpadeó otra vez, sacudió la cabeza ligeramente como para despejarla, luego
lo miró con los ojos entornados.
-¿Su gracia?
-¿Sí?
-¿Tu nombre? Quizás no debería haberte dejado dormir tanto tiempo, después de
todo. ¿Cuál te imaginas que es tu nombre?
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-Por supuesto. Sólo quería oír a alguien decirlo. No es cada día que una chica se
convierte en duquesa, ¿sabes?
Se sentaron para una cena ligera en un pequeño pero atractivo comedor en la parte
trasera de la casa. Candelabros de plata llenos de velas encendidas de cera de
abejas fueron arreglados para disipar la oscuridad. Desde el pintoresco jardín
inglés que yacía justo más allá de las ventanas entreabiertas, entraba un
embriagador perfume de rosas para perfumar suavemente el aire. El suave sonido
de las criaturas nocturnas añadía una suave música natural.
Violet miró a su plato de sopa de pepino frío, la tensión tensando sus nervios
haciéndola apenas consciente de la agradable atmósfera que la rodeaba.
Cerró los ojos por un segundo al pensarlo. No tenía ni idea de qué esperar, ni idea
de lo que Adrian esperaría. Los actos íntimos de hombres y mujeres eran en gran
parte un misterio para ella. -Aunque a lo largo de los años había leído ciertos
pasajes intrigantes en antiguos textos griegos y en latín a los que no se suponía que
las mujeres correctamente criadas tuvieran acceso,- que habían estimulado los
elementos más básicos de su imaginación. Sin embargo, la mayoría de los libros le
habían dejado más preguntas que respuestas.
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Ella comió un mordisco más por cortesía antes de dejar la cuchara a un lado.
Sabía que debía decirle algo a Adrián, sonreír e comenzar algún tipo de
conversación fascinante. Jeannette seguramente ya estaría divagando, agasajándolo
con una de sus historias ingeniosas o con el último chiste. Pero, por mucho que lo
intentara, Violet no podía pensar en nada que fuera remotamente interesante de
decir y temía que lo mejor que pudiera hacer sería decir unas cuantas frases torpes
e incómodas. Decidió que sería más seguro mantener la boca cerrada.
Adrian terminó su sopa, dando permiso a un lacayo cercano para que limpiará,
luego sirvieron el siguiente plato.
-Tal vez el rodaballo sea más a tu gusto que la sopa -dijo Adrian.
Su mirada voló hacia arriba para encontrarse con la suya. Maldijo interiormente
cuando sintió una oleada de rubor subir a sus mejillas.
-Ah, tan deliciosa que noté que apenas tomaste dos mordiscos.- El humor suavizó
su tono.
Ella asintió.
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-Yo tampoco tengo hambre. Sin embargo, creo que ambos debemos tratar de
consumir un poco de esta excelente comida que el cocinero de Armitage nos ha
preparado. De lo contrario temo que nos encontremos con poca amenidad del
personal de la cocina mañana.
Ella abrió los ojos. Tan sorprendida que algunos de sus nervios se derritieron sin
que ella se diera cuenta. Por supuesto, Jeannette nunca habría tolerado tal
insolencia de los criados, mucho menos se hubiera preocupado por sus
sentimientos. Pero Adrian parecía considerar tales asuntos comprensibles, incluso
importantes, así que tal vez no lo consideraría extraño si su nueva esposa lo hiciera
también.
-Estás en lo correcto.
Los platos fueron despejados. El café servido. Junto con un trago de brandy para
Adrián. Ambos rechazaron el postre que se veía delicioso.
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estaba bien. El amor era ridículo. Una emoción destructiva y egoísta mejor dejada a
los tontos y a los poetas medio locos. ¿Acaso sus propios padres no habían sido
ejemplos perfectos de eso? Casados por amor, habían pasado los veinte años de su
vida matrimonial, discutiendo como mercaderes sobre todo -real o imaginado-
hasta la muerte prematura de su padre en un accidente de caballo cuando Adrian
tenía sólo diecinueve años.
No más que la hija de un conde menor que había tenido la sabiduría de abandonar
Francia pocos años antes de la Revolución.
Jeannette había sido el premio inalcanzable que cada hombre había deseado
durante las dos últimas temporadas, a pesar de la falta de fortuna de su familia. La
había deseado, y la había ganado. El deseo físico sería suficiente, se aseguró
Adrian. Era suficiente para la mayoría de la gente de su clase, lo sabía. Y una vez
que ella le hubiera dado un heredero y un por si acaso, como decía el dicho, podía
seguir su propio camino, discretamente, si ese era su deseo. Y él lo haría.
Mientras tanto, temía que estuviera en un maldito paseo. Su novia, se estaba dando
cuenta, podría ser tan voluntariosa e impredecible como una tormenta eléctrica.
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¿Cuál era el propósito de su reserva poco característica esta noche, por ejemplo?
Ella se comportaba más como su gemela que como ella. Tal vez debería haberse
hecho un favor y haberse casado con la otra hermana en su lugar.
-Perdóname.
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-No, está bien, querida. Ha sido un día largo y lleno de acontecimientos. ¿Por qué
no te retiras por esta noche? Me quedaré aquí y terminaré mi coñac. -Él levantó su
copa, giró el oscuro líquido ámbar dentro, sus ojos oscurecidos e intensos. -Me
reuniré contigo en un momento.
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Capítulo cuatro
Media hora más tarde Violet estaba sentada frente a un pequeño tocador con
espejos en un alegre dormitorio de rayas verdes y blancas. Su largo cabello estaba
pulcramente cepillado y se lo había dejado atado a la espalda, atado lejos de su
cara por una simple cinta blanca. Su camisón era blanco también. Pero si la
costurera había querido decir que la prenda era virginal, la mujer tenía aún más
necesidad de anteojos que ella misma.
Hecha de una seda transparente, el vestido sin mangas le colgaba hasta los tobillos
pero escondía poco en su camino hacia abajo. El corpiño era el más revelador de
todos, formado de un delicado encajé irlandés que se aferraba a sus pechos
desnudos, suaves y transparentes como la luz de la madrugada. Violet no podía
creer que Jeannette hubiera comprado una prenda tan escandalosa o que su madre
la hubiera dejado.
Afortunadamente Agnes era nueva. El personal de Adrián sería nuevo para ella, y
ella para ellos también. Sin embargo, todo el mundo necesitaba creer que era
Jeannette, desde su mayordomo hasta su arrendatario más joven. Y hacer un lío en
su noche de bodas por negarse a usar el camisón que supuestamente había elegido
ella misma no era la mejor manera de comenzar.
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Violet empezó a caminar. ¿Cómo podía permitir que Adrian la viera así? ¿Qué
pensaría él? ¿Podría no estar tan escandalizado como ella? Seguramente incluso se
negaría a verla en tal prenda. Por otra parte, ella no sabía mucho acerca de
camisolas. Tal vez cuando las mujeres intimaban con hombres no llevaban ropa
alguna. El rubor le escaldó las mejillas, ardiendo allí ante la impactante idea. Violet
caminó más rápido.
Por lo menos el traje vino con una bata, pensó. No es que el corte de la prenda
exterior del mismo material revelador que el camisón fuese toda una gran mejora.
Pero al menos tenía mangas largas y botones. Entonces se le ocurrió un nuevo
pensamiento. Más de un camisón debió haber sido empacado para Jeannette. Tal
vez uno de los otros estaba más modestamente cosido. Quizás uno de
agradable algodón opaco como el que estaba acostumbrada a llevar a la cama.
Una búsqueda rápida del baúl, sin embargo, rompió sus esperanzas, los camisones
que descubrió en el interior eran tan malos como el que estaba usando. Y en un
caso particular, hecho peor con más encajes, menos seda, y teñido de un tono de
rojo, que hasta el diablo habría enrojecido al verlo.
Violet miró alrededor de la habitación, tirando del traje con más fuerza en torno a
su cuerpo. Sus ojos se posaron incómodos sobre la gran cama que estaba a su
derecha, los cobertores doblados en clara invitación. ¿Debería subirse y esperar a
Adrian ahí? ¿Parecería una acción de este tipo demasiado osada? ¿O debería
sentarse en el pequeño sofá cerca de la chimenea, e intentar una postura casual?
Ninguna opción parecía buena. ¿Además quién creía que era ella, después de todo,
una Caro Lamb para Adrian lord Byron?
Normalmente habría leído un libro hasta que se quedará dormida. Pero había
dejado la novela que estaba leyendo en su mesa de noche en casa, medio acabada.
Qué lástima. Era probable que nunca se enterara de cómo la historia había
terminado otra historia muy entretenidamente contada de la inteligente autora
Jane Austen. Era algo inevitable que a Jeannette no le importaría nada el libro. Con
toda probabilidad, su hermana perdería el libro de Violet en algún lugar entre
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Violet caminó hacia delante y hacia atrás, hacia delante y hacia atrás, sobre la
alfombra de lana, bajo sus pies resbaladizos. ¿Qué había hecho? ¿Cómo iba a ser
capaz de mantener esta charada? ¿Sabría Adrian cuando la viera que era un
fraude? ¿Cuándo la besara? ¿Sentiría que no era la mujer con la que él creía se
había casado? ¿Se daría cuenta de que no era Jeannette? Ese era su verdadero
miedo. La verdadera razón por la que temblaba incluso ahora. No tenía tanto
miedo de lo que Adrian haría con ella esta noche en la cama, aunque eso era algo
que definitivamente tenía que considerar, pero más temblaba por temor a lo que
pudiera descubrir.
Un ligero ruido resonó en una puerta que ella no había notado antes. Se abrió
silenciosamente y Adrian pasó a través de ella.
Bajó la mirada hacia el suelo y se sobresaltó al ver que sus pies estaban desnudos.
Largos y bien formados con uñas perfectamente recortadas, unos finos pelos
negros sobre los dedos de los pies, los suyos eran los primeros pies adultos que
había visto. Ni siquiera su hermano y su padre caminaban descalzos, siempre
vestidos con medias, zapatillas o zapatos. Al ver los pies de Adrian, tan
masculinos, tan desnudos, despertó en ella una agitada sensación de conciencia,
junto con una peculiar sensación de intimidad.
Tragó saliva y unió sus manos frente a ella. Luego cruzó los brazos sobre sus
pechos, después de recordar el escaso estado de su atuendo. Ella se movió
incómoda y rezó para que no notara la indecente transparencia del vestido.
Su tono era suave, gentil, del tipo que un hombre utilizaba para persuadir a una
tímida criatura salvaje. ¿Sabía que estaba asustada? ¿Su timidez innata estaba a
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punto de revelar sus secretos? Dudaba que la verdadera Jeannette fuera tan tímida.
Por otra parte, ella no sabía cómo su hermana se comportaría con un hombre en su
primera vez.
¿Sería esta noche la primera vez para Jeannette? Violet se asustó del pensamiento
deshonroso, pero no pudo evitarlo. Especialmente por la solicitud de su hermana
más temprano hoy, pidiendo que intercepte notas de un individuo llamado Kaye.
Si Kaye era de hecho un hombre -y Violet apostaría un año de su pensión a que lo
era-sabía que no era el primer coqueteo secreto en el que Jeannette se había
comprometido.
-Sí - admitió, oyendo el raro sonido de su voz al decir la palabra. Sus ojos se fijaron
en la piel expuesta por encima del cuello de su túnica, y los pocos cabellos oscuros
que se podían ver hasta donde las solapas de la bata se encontraban.
¿Había más de ese mismo pelo escondido debajo de la bata? ¿Qué más había
escondido allí? Ella se sonrojó ante la idea. Oh Dios.
Hizo una pausa y acarició su mano, dejando caer un beso sobre sus nudillos que no
hizo nada para disminuir su temblor. Tenerlo tan cerca la hacía sentir débil,
estremecida. Olía tan delicioso, a espuma de afeitar y algo más, algo
misteriosamente masculino y único de él. Sus dedos se curvaron dentro de sus
zapatillas.
-Me preguntaba si podría haber algo que te gustaría decirme,- continuó. Ella
frunció el ceño, perpleja.
-Vamos, debes tener una idea. ¿No es ésa la verdadera razón de toda esta inocente
timidez? ¿De todos estos inesperados ataques de nervios nupciales que has
sufrido durante el día?
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El pánico se apretó con fuerza su pecho ante sus palabras. Oh, Señor, así que lo
sabía. ¿Pero cómo? ¿Y desde cuándo? Y si lo sabía, ¿por qué había esperado? ¿Por
qué la charada, pretendiendo aceptarla como su esposa? ¿Por qué este íntimo
interludio entre ellos ahora?
¿Había decidido vengarse de ella esta noche? ¿Castigarla de alguna manera física?
¿Había él... -oh, cielos, qué pensamiento- había decidido burlarse de ella, y luego
tomarla en lugar de su hermana? ¿Desechándola mañana, enviándola a casa
mancillada y en desgracia?
Él tocó su mejilla con una mano, colocó sus labios sobre los de ella en apacible
posesión y persuasión. Ella gimió, levantó su mano para mantenerse firme,
apretándola alrededor de su muñeca, sólida y fuerte bajo su toque.
-Puedes ser honesta -le advirtió, grave y sedosamente. -Estoy dispuesto a perdonar
cualquier indiscreción que haya habido en el pasado, siempre y cuando me las
reveles ahora.
Casi se hundió de alivio. Pensaba que no era virgen, o más bien pensaba que
Jeannette no lo era.
Adrian todavía no se había dado cuenta de quién era en realidad. Por ahora su
verdadera identidad estaba a salvo.
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-No ha habido nadie -dijo ella, intentando aparentar una afrenta a su orgullo como
Jeannette lo habría hecho. -No sé quién podría haber esparcido semejantes
mentiras sobre mí. No sé cómo puedes creer falsedades tan descaradas.
-Sí.
-No creas que puedas engañarme con esos trucos -dijo él con un aspecto
amenazador -. No tendrás éxito con ellos y sabré lo que has hecho. Ahora, te doy
una última oportunidad. Te prometo que no me enojaré mientras seas sincera.
-Muy bien. Tendré que recurrir a un descubrimiento directo, por lo que veo.
Empecemos.
Adrian extendió la mano y, sin más adornos, liberó los botones de su túnica y los
soltó uno tras otro, tras otro. Ella mantuvo la cabeza en alto bajo su toque,
obligándose a no temblar. Él se desnudó arrojando su túnica descuidadamente al
suelo. Ella miró más allá de su hombro mientras él barría con su mirada su cuerpo
y el vestido casi transparente que tenía puesto, avergonzada por lo que ella sabía
debía estar viendo.
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Adrian aspiró con dificultad ante la belleza perfecta que había descubierto, el
deseo lo golpeó entre sus muslos. Querido Señor, ella parecía la mismísima
tentación. Un espíritu sensual traído a la vida. El exótico encaje blanco abrazaba
sus pechos como una segunda piel. Los pezones rosados se asomaban por debajo
de la tela burlándose y atrayéndolo. La falda transparente, era un velo brumoso
que fluía sobre el vientre y la cadera, a través de las largas y curvilíneas piernas,
atrayendo su mirada a la medio oculta parte de rizos dorados que había entre ellas.
No había planeado confrontarla. Lo que estaba hecho, estaba hecho. Las mujeres
eran humanas, se había dicho, sujetas a los mismos antojos carnales que los
hombres. Ellas podían cometer errores. Caer presa de las tentaciones de la carne,
dentro o fuera de la santidad del matrimonio.
¿Estaba embarazada?
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Y al final, pasara lo que pasara, ella seguiría siendo su esposa. Si él descubriera que
ella lo había engañado, él tendría que divorciarse de ella... Arrastrar todo el asunto
sórdido frente a los tribunales, sus compañeros, el mundo.
-Nunca te han tocado. Eso es lo que dijiste, ¿no?- Ella pareció sorprendida por su
pregunta, luego asintió.
-No, nunca.
Con sus sentidos nadando, ella obedeció ciegamente, sin tener ni idea de por qué le
había dicho algo semejante. Ella jadeó cuando su lengua empujó fervientemente
entre sus labios. Caliente y húmeda, jugaba con su propia lengua de una manera
que dejaba una cálida y roja neblina corriendo por sus venas. Ella jadeó de nuevo,
luego se estremeció de placer cuando su mano se movió hacia abajo, curvándose
sobre su pecho izquierdo. Amasando su carne. Masajeándola. Acariciando con el
pulgar su pezón a través del corpiño del encaje. De ida y vuelta, hacia adelante y
hacia atrás, hasta que se endureció hasta alcanzar un pico rígido y dolorido.
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Pero Violet estaba más allá del punto de pretender ser cualquier cosa o alguien que
no fuera quién realmente era, y sólo podía responderle con la verdad.
La besó de mil maneras. Duro y suave. Lento y rápido. Dulce y agudo. Esperando
entre cada toque que ella igualara su movimiento, que imitará su técnica. Pensar
se hizo imposible, actuando puramente por instinto. Ella aprendió a simplemente
disfrutar y ser disfrutada. Y durante un pequeño lapso de tiempo se olvidó de
todo. Consciente de nada más que de los dos, mientras la atraía hacia un adictivo
acoplamiento de labios y dientes y lenguas que parecían extenderse para siempre.
Cada uno de ellos tomando mucho del otro, agradables corrientes de deseo
calientes, húmedas.
Nunca se había imaginado tal acto. Nunca soñó que pudiera existir tal placer
delicioso y asombroso. Una oscura necesidad que no entendía comenzó a
arrastrarse por sus venas. Un dolor insistente que se formaba entre sus piernas que
la impulsaba, exigiendo más. Más que? se preguntaba aturdida.
Sus ojos se cerraron cuando ella apretó sus dedos en la tela de su túnica. La
sensación la golpeó en ondas prohibidas, rugiendo, estrellándose. Ella se
estremeció y se esforzó por respirar. Sus pulmones bombeaban escasamente un
sonido alto que no reconoció como si fuera suyo, salió de su garganta. Luego él la
mordió, un pequeño pellizco de dientes en su pezón sensibilizado.
-¡Oh! -gritó ella, con el cuerpo rígido de asombro. Ella dio un paso hacia atrás.
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El levanto la mirada hacia su rostro enrojecido, con ojos vidriosos dilatados por el
shock y el despertar carnal.
Ella era apasionada, eso era cierto. Sin embargo. Sus besos ignorantes en su afán de
agradar. Podía percibir la cruda necesidad que le rodeaba, esperando ser liberada.
Ya le hacía palpitar como un joven inexperto listo para aparearse con su primera
mujer. No le haría perder el control del juego ahora. No, él no se entregaría a su
estúpido instinto animal olvidándose de su objetivo. Después de todo, eso era lo
que ella querría si estuviera fingiendo. Que él la necesitara más haya de todo y
olvidara sus mentiras.
Era tan grande, pensó Violet. Muy masculino. Completamente diferente de ella.
Nunca antes había visto a un hombre desnudo. No tenía idea de qué esperar. Era
impresionante, magnífico, sus largos miembros duros y sus musculosos músculos,
brazos lustrosos, muslos poderosos, caderas estrechas. Como ella había
sospechado, había más del mismo pelo oscuro que había visto antes espolvoreado
sobre su cuerpo. Estaba espoleado de rizos planos y negros sobre su firme pecho,
estrechándose en una delgada línea que casi desapareció mientras corría sobre su
tenso estómago. Entonces el cabello volvió a volverse más pesado, girando
alrededor de sus... partes masculinas.
No sabía cómo más llamar esa porción de su anatomía. Al verlo cubierto de nada
más que la luz de las velas, su corazón saltó dando un solo y duro latido. Ella lo
intentó, pero de alguna manera no pudo apartar la vista. Su mente se agitó
frenéticamente mientras una idea sorprendente apareció en su cabeza.
Seguramente no tenía la intención de... poner eso dentro de ella? Por un lado,
nunca encajaría; Seguramente la dividiría en dos en el intento. Por otro lado...
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bueno, ella no tenía tiempo para pensar en otra cosa, simplemente sabía que
necesitaba escapar.
Ella negó con la cabeza, aceptando fatalistamente el hecho de que no había dónde
ir. Sabiendo que estaba real y verdaderamente atrapada. Desesperadamente, se
recordó quién era él: Adrian, el hombre al que amaba, el hombre que era su
marido. Ella lo miró a los ojos y se dijo a sí misma que estaría bien. Sea lo que sea
que planease hacer con ella, estaría bien. ¿No?
-¿Has cambiado de idea? ¿Quieres admitir la verdad ahora antes de seguir con
esto?
Violet se estremeció, deseando de pronto poder decirle lo que quería oír. Sería
mucho más fácil. Pero se negaba a mentir. No sobre esto. Su integridad, su
inocencia, su honor. Había dicho que sabría si era o no virgen. Pronto, entonces,
supuso, se daría cuenta de que decía la verdad. Si solamente no temiera lo que
debía hacer primero para averiguarlo......
Ella negó con la cabeza, en silencio, sus ojos hablando la verdad que no podía
decir.
-Abre.
Cuando ella no lo hizo de inmediato, volvió a dar la orden, esta vez en términos
mucho más gráficos.
Ella tembló de nuevo, luego cerró los ojos y se obligó a hacer lo que pidió.
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-No tengas miedo, querida -dijo, dejando caer un beso en sus labios.- Sabes que no
va a doler. Y me encargaré de que encuentres placer.
Entonces Adrian empujó un par de dedos dentro de ella, estaba caliente y húmeda
y apretada. Más apretada de lo que esperaba. Pero eso no significaba
necesariamente algo. Era una mujer pequeña. Tal vez su experiencia anterior había
sido con hombres pequeños.
Antes de que ella pudiera expresar cualquier objeción, comenzó a trabajar dentro
de ella. Acariciando, frotando, moviendo sus dedos en un ritmo ágil pronto
planeando repetirlo con otra parte de su cuerpo. Él alzó la mirada y observó cómo
sus ojos se ensanchaban y ya abiertos comenzaban a hacerse vidriosos. Sus dedos
se curvaron a sus lados, apretando fuertemente la colcha debajo de ella.
Sus pechos se alzaron. Los miró, con los pezones arrugados, rosados como pétalos
de flores bajo su fina capa de encaje. Tiró de la tela. Luego la rasgó, arrancándola
para alcanzar su carne desnuda. Apretó la boca alrededor de un pezón, lo atrajo
profundamente mientras empujaba sus dedos aún más profundamente.
-Tócame. Tócame.
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Y gritar fue lo que ella hizo. Sólo que no en la forma que él había planeado. La
suya fue una exclamación de verdadera angustia mientras empujaba dentro de un
solo golpe, firme.
Adrian se quedó inmóvil, sin querer creer lo que su cuerpo le decía. Lo que sus
sentidos gritaban.
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Capítulo cinco
Ella se lo había dicho. Una y otra vez. Sólo que él no había escuchado, no le había
creído. Una virgen. ¿Cómo pudo haber estado tan equivocado?
¿Qué de la charla que él había oído, las confidencias compartidas? ¿No eran más
que infames mentiras? Aparentemente sí. No tenía ninguna duda ahora,
recordando cómo había roto su himen hace apenas unos segundos atrás cuando la
había penetrado obligándose a entrar. Incluso ahora aún no estaba completamente
introducido dentro de ella, en su pasaje tan estrecho.
Una lágrima escapó de la esquina del ojo de Violet. Tal vez si no se movía, pensó,
el dolor cesaría. Tal vez si se quedaba quieta, se iría. Seguramente era imposible
que pudiera ser peor?
Y entonces supo que podía serlo, sus palabras dolían mucho más que el dolor
físico. Oírle llamarla con el nombre de su hermana en ese momento, con él
acostado sobre ella, dentro de ella de esa manera. Era insoportable. Sólo que no
sabía quién era.
Por su culpa.
Así como él no había sabido acerca de que su inocencia había sido suya solo para
dársela. Su culpa de nuevo, suponía. Ella volvió su cara a un lado, otra lágrima
deslizándose sobre su mejilla.
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El bajó una mano para reposicionar sus caderas, luego alivio suavemente el resto
del camino dentro.
Ella gimió.
Violet no creía que pudiera. Pero si le satisfacía, que lo hiciera para terminar lo que
fuera que pretendía hacer, entonces supuso que lo cumpliría.
Levantó las piernas y las enganchó alrededor de sus caderas. Momentos más tarde,
él comenzó a empujar. Golpes superficiales al principio, luego más largos. Sintió su
moderación, como si estuviera negando sus propios impulsos en favor de los
suyos.
Ella se aferró a él, deslizándole los brazos sobre sus hombros. Luego le acarició con
las palmas de la mano la fina y cálida piel de su espalda. Se deleitó en la textura
fluida que se le había creado, la intensidad de su tensión.
Ella gimió.
No por dolor esta vez sino por deseo. Deseosa, dispuesta y lista. Un sonido alto y
delgado flotaba hacia arriba en la habitación.
cabeza se arqueó hacia atrás, una mirada de intensa satisfacción, casi fiera grabada
en los rasgos de su cara. Un calor húmedo la llenó antes de que él se derrumbara
sobre ella. Sus pulmones bombeando por respirar. Su cara se acunó contra su
cuello.
Ella esperó. ¿Se acabó? ¿Eso era todo? Le parecía que debería haber habido algo
más.
Como si sintiera sus pensamientos, él se apoyó en sus codos. Quitó la mayor parte
de su gran peso, de su pequeño cuerpo.
¿Se iba?
Se detuvo junto a ella, completamente desnudo y sin vergüenza. Sus largos muslos
expuestos, y esa otra parte innombrable de él, húmeda donde obviamente se había
lavado. Después de una rápida mirada, apartó los ojos.
Ella no reaccionó hasta que él extendió la mano para retirar los cobertores. Ella se
aferró a ello, luchando una silenciosa guerra.
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-Será más fácil si te ayudo ahora. Suelta, querida.- Y volvió a darle a los cobertores
otro tirón. -Ya te he visto, ¿sabes? No hay necesidad de este tipo de modestia.
Tenía razón, suponía. La había visto. Y la tocó de una manera que nunca había
imaginado. Jeannette no habría sido modesta. A estas alturas, probablemente
estaría descansando junto a él, relajada como un gatito. Y por mucho que lo odiara,
se suponía que era Jeannette.
Maldita sea, no quería pensar en su hermana. Ahora no. No estando aquí con él.
Soltó las sábanas y dejó que él se las quitara. El shock se apoderó de ella cuando
vio la sangre manchada sobre sus muslos, a través de las sábanas, manchando su
camisón. No se había dado cuenta de que iba a sangrar así. No era extraño que
perder su inocencia hubiera sido tan doloroso.
-¿Quieres que te traiga otro camisón? -preguntó cuándo hubo terminado. Desechó
el paño en la jofaína de agua.
No cubría mucho, lo sabía, pero era mejor que cualquiera de las otras
posibilidades.
Él fue a recogerla.
Se tomó un momento antes de ponerse su propia bata, luego caminó hacia el centro
de la habitación, y se inclinó para recoger su túnica. Sin decir palabra, colocó su
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túnica sobre el pie de la cama. Luego recogió la jofaína con su agua de color rosa, y
cruzó hasta la palangana para tirarla.
Adrian regresó pronto, ella se puso las mantas hasta la barbilla y las apretó con
fuerza. EL Le apartó un mechón de pelo de su mejilla.
Ahora era su turno de sentirse culpable. Se estaba disculpando por suponer que
había mentido, y luego había descubierto que no lo había hecho, cuando su
presencia aquí era una mentira. El creía que era otra mujer. Ella lo había dejado
creer que era otra mujer. Si Jeannette hubiera estado aquí esta noche, Violet estaba
segura de que Adrian no se habría disculpado. No habría tenido ningún motivo
para disculparse, por nada.
Sin duda, Jeannette le habría dado las buenas noches y luego le habría dado la
espalda. Probablemente hubiera preferido dormir sola.
Violet levantó los ojos para encontrarse con los suyos. Vio al hombre a quien
todavía amaba. El hombre que aún quería, sin importar lo que había ocurrido entre
ellos. Alcanzando el covertor, ella lo aparto de la mitad vacía de la cama.
Adrian sopló las pocas velas que todavía estaban encendidas y sumergió la
habitación en la oscuridad. Ella lo oyó quitarse su bata, para luego subir a la cama.
Hundiendo el colchon bajo su peso.
Yacían allí de espaldas. Cada uno de ellos mirando hacia arriba al dosel de la cama,
que no se podía ver en la oscuridad.
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-Lo siento por lastimarte, querida -dijo-. -Lamento no haber sido más amable
cuando podría haberlo hecho. Cuando debería haberlo hecho. Espero que mañana
podamos comenzar de nuevo.
El levantó el brazo para acurrucarla con más fuerza junto a él, su rostro apoyado
contra el suave calor de su pecho. Su corazón palpitaba bajo su oído. Ella escuchó,
encontrando su ritmo dulce y relajante.
Delicioso.
Sus ojos se abrieron de par en par esta vez mientras los recuerdos de la noche
anterior inundaban su conciencia. Estaba sola en la cama. Se preguntó hace cuánto
tiempo Adrian se había ido.
-Buenos días, Su Gracia -dijo Agnes-. Lamento haberla despertado tan temprano.
Pero su Gracia dijo que quería estar en el camino no más tarde de las ocho en
punto.
-Hmm.
La chica le dio una mirada como si esperara que Violet lanzara una rebelión.
Probablemente Jeannette hubiera hecho eso. Podía imaginársela volviendo a la
cama después de entregar un mensaje de que el duque podría estar en la carretera
en cualquier momento que quisiera, pero ella iba a dormir.
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Violet habría preferido cenar en la pequeña mesa cerca de la ventana. Pero sabía
que Jeannette nunca hacía nada, ni siquiera salir de la cama, hasta haber bebido su
primera taza de té.
Violet levantó la mirada de la rebanada de tostada que había estado ahogando con
su mermelada de limón favorita-para dar a Agnes una mirada en blanco. No sabía
absolutamente nada de moda. Y aún menos sobre el contenido del guardarropa de
su hermana. Pídanle que cite a Shakespeare o discuta un punto de un hecho
histórico y ella estaría perfectamente a gusto. ¿Pero ropa? Durante una fracción de
segundo, el pánico se interpuso. Los segundos pasaron cuando ella se recompuso
una vez más, reprimiendo la emoción de nuevo.
-Oh, por supuesto, Su Gracia.- Agnes hizo una reverencia. -Volveré dentro de
unos minutos para ayudarle a vestirse.
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Casi dos horas más tarde, Violet bajó por la escalera principal, vestida con el
elegante vestido de viaje que Agnes había elegido. Accesorios complementarios
sombrero, guantes y pequeños zapatos de tacón alto hechos de la más suave piel
de cabrito completaban el traje. Efectuando un aire de indiferencia que ella no
sentía en absoluto, Violet actuó como si su llegada tardía no fuera motivo de
preocupación.
Una pronta aparición -especialmente esta mañana- habría equivalido a admitir que
se hacía pasar por su hermana.
Adrian esperaba en el vestíbulo, listo para partir. Eran casi las nueve.
Ella captó el más breve indicio de un ceño fruncido en su cara justo antes de que él
la viera.
-Buenos días, querida -dijo, dejando caer un beso en el interior de su muñeca justo
en el lugar que le gusta-. -¿Dormiste bien?
-Muy bien.
Sus ojos se encontraron en una larga mirada que lo decía todo, cada uno de ellos
recordando la forma en que se sentía estar en los brazos del otro durante las horas
tranquilas de la noche. Demasiado rápido, Adrian dejó caer su mano, se dirigió a
una pequeña mesa y cogió unos guantes de cuero.
Vestido para montar, era un cuadro de elegancia masculina casual. Camisa blanca
nívea, pantalones de ante, chaleco a rayas blanco y negro, sus botas de Hesse
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Sin un libro para leer y sin compañía, las horas venideras serían largas y
aburridas. Ni siquiera sería capaz de disfrutar del pasajero paisaje. No sin sus
gafas. Pero tal vez viajar sola sería lo mejor. Sola, ella no se vería obligada a
mantener constantemente esta apariencia.
-¿Lista?
Ella levantó la barbilla en un gesto que sabía que Jeannette habría usado.
-Muy lista.
La mañana se fue convirtiendo en tarde desde que habían partido hacia Dorset y a
la costa sur de Inglaterra. La culpa se deslizó sobre Adrian por tomar la salida del
cobarde, montar en lugar de pasar el tiempo con su nueva esposa dentro del coche.
Pero después de anoche sentía necesidad de algo de soledad. Quizás ella lo
necesitaba también.
¿Cómo podía haber estado tan equivocado en su juicio sobre ella? Estaba
convencido de que sabía la verdad. Recogida en gran parte de las confidencias que
le relacionaban con su amigo Theodore
"Toddy" Markham, un hombre que tenía una habilidad única para saber cosas
sobre la gente que ellos preferirían que los demás no supieran.
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sensatas. Pocos se daban cuenta de que había servido como uno de los principales
espías de Gran Bretaña durante la guerra, reuniendo información en el frente
nacional y en el extranjero y pasándolo a los más altos niveles dentro de la Oficina
de Guerra británica. Adrian había sido uno de los pocos elegidos para servir como
un contacto para recibir esa información vital.
Después de sufrir una herida casi fatal en el primer asedio de Badajoz en 1811,
Adrián había sido forzado a renunciar a su comisión y tomar un papel menos
obvio en el esfuerzo de la guerra. Había intercambiado el calor y la sangre del
campo de batalla por el fresco anonimato de los callejones clandestinos y los
oscuros pubs llenos de humo. En tales lugares se puso en contacto con una
variedad de informantes, algunos de un carácter ciertamente desagradable, que
estaban dispuestos a intercambiar información a cambio de dinero o algún favor o,
en ocasiones, por nada más que la gloria del patriotismo puro. Toddy era uno de
los pocos nobles, contentos meramente por servir a su nación.
Bueno, ciertamente lo había manejado anoche, pensó Adrian con una triste mueca.
¿Cómo pudo él, y la información de Toddy, haber estado tan drásticamente
equivocados? Mercury, su caballo castrado gris, bailaba unos pasos de reojo sobre
la autopista de peaje de grava, asustado por una bandada de palomas torcaces
rojas que pasaban cerca. Sin la más remota concentración, Adrian retuvo su
montura bajo control, y la suave presión de sus rodillas contra el lado de Mercury
fue suficiente como para tranquilizar al corcel y devolverlo a su camino hacia
delante.
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Observó a Jeannette de nuevo por el rabillo del ojo, observando cómo la bonita
pluma que adornaba su capó rebotó mientras el coche rodaba sobre un trozo de
carretera.
Esta noche sería diferente, se prometió a sí mismo. Él usaría una mano más suave
con ella. Tratar de recuperar parte de la confianza de la que había abusado anoche.
No habría nada más que placer y satisfacción cuando la llevará a su cama esta
noche.
Mortificante como era admitir, había perdido el control habitual anoche, allí al
final, de una manera que no había hecho desde que había sido un joven inocente.
Ella tuvo un efecto sobre él que no pudo explicar. Un efecto perturbador. Aunque
había deseado despertarla con besos esta mañana al amanecer, mostrarle que su
reputación de amante experimentado y considerado no era una exageración
después de todo, pero sabía que necesitaba dormir más.
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obligó a pensar en otra cosa. Algo aburrido y tedioso. O algo preocupante, como
los recientes incidentes desafortunados en su propiedad.
Él viajaba a caballo, su grupo haría una parada en una posada un rato más tarde
para cambiar caballos y disfrutar de una comida de mediodía calurosa.
Violet bajo del coche al bullicioso patio, aliviada de estirar las piernas y tener algo
de una naturaleza más activa para ocupar su mente. Un par de mozos de cuadra
corrió a ver a los caballos, intercambiando saludos e instrucciones con el cochero y
los lacayos, que saltaron al suelo.
Había estado aburrida sin sentido con nada que hacer, excepto observar el paisaje
borroso pasar y pensar en sus propios pensamientos tristes. Incluso ver a Adrian
no resultó tan entretenido como ella podría haber esperado. Había cabalgado por
delante del coche durante la mayor parte del viaje. Casi fuera de vista,
especialmente su vista, deteriorada como estaba. Su estómago gruñó, su desayuno
de pan tostado y té se había ido hace mucho tiempo. Ella estaría encantada de una
comida.
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-Por supuesto por supuesto. Todo está listo. Si quiere venir por aquí...
En ese instante, sonó un fuerte ruido, seguido por un rugido de pura rabia. Desde
la parte trasera de la posada salió un enorme perro blanco y negro. Corriendo
rápido detrás de él llegó un hombre grande, con la cara roja y agitando un bastón.
El perro habría adelantado al hombre con seguridad si el animal no hubiera tenido
la desgracia de deslizarse sobre un manchón de tierra fangosa en el momento
equivocado. Sus piernas se deslizaron por debajo de él fango, el tiempo suficiente
para que el hombre alcanzara y agarrara su cuello.
El bastón bajó sobre la carne del perro con un espantoso ruido sordo. El perro soltó
un aullido doloroso, tembloroso y encogido incluso mientras luchaba por escapar.
Violet no se detuvo a pensar, actuando totalmente por instinto mientras corría
hacia adelante. Su único pensamiento era evitar el abuso que vio se desplegaba
ante ella.
El hombre la ignoró y golpeó al perro otra vez. El animal gritó, luego emitió una
serie de ladridos furiosos, mostrando sus dientes y queriendo morder la mano que
empuñaba el bastón.
-Dije alto.
El hombre se volvió, con los ojos fríos como la noche ante la inesperada
interferencia. La sacudió tan fácilmente como un mosquito.
Era un bruto fornido, del tipo que probablemente golpeaba tanto a las mujeres
como a los animales. El miedo se apoderó de ella formando un nudo en su vientre.
Se estremeció, pero se mantuvo firme, con su columna vertebral erguida, su ultraje
era demasiado grande para la precaución.
-Este bastardo aquí robó mi cena, y le daré exactamente lo que él merece, sin
ningún tipo de consideración por lo que a usted le gustaría.
-Si no estuviera muerto de hambre, estoy segura de que no habría robado nada.-
Incluso Violet, con su visión menos que perfecta, podía ver la terrible condición en
que estaba el perro. Huesos afilados cubiertos de piel negra y blanca, dolía ser
testigo de algo así.
-Es una bestia ladrona, eso es lo que es. Y le agradecería que se ocupara de sus
propios asuntos, mujer.- Sacudió el bastón de nuevo, agitando la mano en su
dirección esta vez.
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Capítulo seis
Adrian miró hacia abajo por encima de su nariz como si estuviera viendo un
insecto particularmente repugnante.
-Perdón, señora.
-Perdo’, Su Gracia.
-Entrégamelo y te lo diré.
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Sin revelar un solo indicio de sus intenciones, Adrian tomó el bastón y lo rompió
con elegancia en dos sobre su rodilla levantada.
El hombre jadeó.
Jeannette se sonrojó.
-Espero que esto sirva para recordarle que un bastón no es un arma. Ciertamente
no una para ser usado en los indefensos. "
El hombre se ruborizó y abrió la boca como si quisiera ofrecer una nueva protesta.
Luego pareció pensarlo mejor, giró sobre sus talones y se alejó.
-Tal vez.- La brutalidad de la guerra podría dañar incluso a los mejores hombres.
Adrian lo había visto de primera mano, había visto las mentes de los hombres
retorcerse y agrietarse bajo el horror sombrío e implacable de la batalla. Incluso él
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-Aún así -dijo en voz alta-, no es excusa para azotar a un animal indefenso, sin
importar las dificultades que haya tenido del hombre.
Adrian se volvió, con la intención de hablar con su esposa. Sólo que ya no estaba a
su lado. Sorprendido y no menos preocupado, puso las manos en las caderas y
escudriñó el patio. ¿En qué tipo de peligro había decidido meterse ella ahora?
La encontró con bastante facilidad, cerca de los establos, donde el perro se había
refugiado. Uno de los mozos de cuadra, -un muchacho de once años, tal vez doce,-
estaba tratando de sacar al animal de detrás de un carro de heno usando el
extremo de la escoba. El perro, encorvado en una bola defensiva, encogido de
miedo, no quería saber nada sobre salir.
-Por favor dejalo. Sólo lo asustas más de lo que ya esta. -Se inclinó, mostrando una
indiferencia inesperada por cualquier estrago que pudiera llegar a dañar su
elegante atuendo, al parecer sólo interesada en llegar al aterrorizado animal-. Ella
murmuró palabras suaves, bajas y tranquilizadoras. -Estás bien ahora, amor. Nadie
va a hacerte daño. No, no, ya no te harán daño.
El perro no se movió, pero dejó de temblar. Sus ojos ámbar se movieron hacia
arriba para encontrarse con los suyos.
-Jeannette,- dijo Adrian, su voz tranquila, incluso; sin embargo, llevando un borde
subyacente de acero. -¿Qué crees que estás haciendo? Ese perro esta herido,
maltratado. Si no tienes cuidado, te morderá.
-¡Jeannette!- Adrian se movió para apartarla, pero ella lo evadió, inclinándose más
adentro.
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La cola del perro golpeó en una onda amistosa. Arriba y abajo, contra el suelo duro
y polvoriento que tenía debajo. Continuó lamiendole la mano, acariciando con su
fría nariz negra su relajada y abierta palma. Luego, poco a poco, se puso de pie, la
delgada cola moteada moviendose como una bandera blanca y negra de tregua.
Salió de detrás del carro para acurrucarse contra las faldas de Jeannette.
-Si lo vi.- Adrian se relajó, viendo que el perro no representaba una amenaza para
su esposa, sin importar qué tan grande pudiera ser.
A pesar de que tenía el cuerpo delgado, el animal seguía siendo enorme. Sus
mandíbulas eran lo suficientemente grandes como para comer toda la delicada
mano de Jeannette de un solo vocado si ese era su deseo. Su cabeza canina
alcanzaba fácilmente su cintura. Un derivado de un Gran Danes, imaginó Adrian,
y por el collar deportivo también.
-Bueno, creo que es un perro muy valiente -dijo Jeannette, acariciando la cabeza del
animal, acariciando sus puntiagudas orejas. Los ojos del perro cayeron cerrados en
evidente éxtasis ante su toque. Después de pasar una noche en los brazos de
Jeannette, Adrian sabía exactamente cómo debe sentirse el perro.
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-Oh, sí, Adrian, mantengámoslo.- Ella giró sus luminosos ojos en su dirección. Ojos
contra cuyo poder, él descubrió, él apenas era inmune. Lo tiraron con una tira casi
mágica.
Ella sonrió.
-Alimentarlo, por ejemplo, y darle un baño. Huele un poco al corral, ¿no crees?-
Ella arrugó su bonita nariz dando énfasis a su comentario. -Estoy segura de que
será una belleza magnifica una vez que se restaure su salud. Todo lo que necesita
es amor y cuidado.
-Yo hubiese pensado que un perro faldero sería más de tu gusto. Un spaniel o un
poodle jugueton, tal vez.
-Bueno, sin duda tienes razón, si estuviera eligiendo un perro. Pero él está aquí y
necesita una casa, sin importar su tamaño. No podemos abandonarlo ahora.
Después de todo, ese villano podría volver y hacerle un terrible daño. No podría
dormir por preocuparme por él si lo dejamos abandonado.
-Has oído al muchacho. Ha estado perdido por meses. Si una familia lo quisiera, ya
lo habrían adoptado.
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Su rostro se iluminó.
-Oh, Adrian -dijo ella, cerrando la distancia entre ellos y arrojándole los brazos a la
cintura. Él la abrazó, miró hacia abajo en sus ojos radiante.
-¿Esto significa que estoy perdonado? -preguntó con voz suave e íntima.
Sabía que debía estar pensando en la noche pasada. Sus siguientes palabras la
corrigieron.
-Hmm, por arrastrarme al campo para nuestro viaje de luna de miel.- Ella se relajó,
acomodándose más cómodamente contra él. -Bueno -dijo con lentitud-, eso es muy
dificil de responder, porque todavía estoy muy contrariada contigo por el asunto.
Pero supongo que bajo las circunstancias, debemos sacar lo mejor de nuestra
situación. Sí, Su Gracia, está perdonado.
Él sonrió, observó sus labios en respuesta y casi se inclinó para cubrirlos con los
suyos. Entonces recordó que tenían audiencia. Una audiencia bastante grande,
considerando que estaban de pie en el patio de la posada. Si hubiera sido
únicamente su elección, Adrian habría arrojado las propiedades a un lado y la
habría besado como él deseaba. Pero no sabía cómo su nueva esposa se sentiría con
él por tomarse tales libertades en público.
-Sí, eso sería encantador. Tengo bastante hambre. Pero, ¿qué hay de Horacio?
-¿Horacio?
Adrian sonrió.
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-Lo siento milord, milady. Yo ... Quiero decir, Su Gracia, sus Gracias. Voy a
conseguir esa cuerda ahora.- Ejecutando una rápida reverencia, Robby salió del
establo.
Adrian hizo una nota mental para dejar al muchacho un buen salario por sus
esfuerzos.
Asombroso.
Incluso sin sus gafas, Violet podía decir lo hermoso que era el paisaje mientras el
coche pasaba por el camino de la costa que conducía hacia la finca de Adrián. Los
campos interiores eran de color verde vivo con matorrales de hierba ondulada. Los
pájaros cantores se zambullían en un juego alegre de árbol en árbol, unos pocos
llamaban a las que llenaban sus vientres con el último grano de la noche. Mientras
cruzaban el océano, sus primos amantes del mar buscaban peces. Gaviotas girando
en círculos perezosos y arremolinados, destellos plumosos de blanco contra el cielo
azul penetrante.
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abierta y observar. Violet estaba casi igual. Encantada como un niño, se emocionó
ante el vigorizante sabor de aire salado, su olor dulce y crujiente en sus fosas
nasales.
Violet había estado en la playa sólo una vez antes, en una visita a los primos de su
madre, los Chesters, el verano que cumplió ocho años. Ella lo recordaba
particularmente porque Jeannette no había estado en el viaje, por que estaba
confinada a su cama con la influenza. Un niño enfermo en la casa, su madre
irritada había pronunciado, era más que suficiente.
Así que Violet había sido trasladada a Kent. En lugar de sentir nostalgia, se había
deleitado en la aventura. Todavía podía recordar cómo se había sentido entonces.
La libertad, la diversión de que se le permitiese correr salvajemente en las olas con
los niños Chesters, Jeff y Sarah. Los tres regresaron a casa después de largas, largas
horas, quemados por el sol, con la ropa manchada y goteando, pies y piernas
cubiertas de arena. Los Chesters no los habían regañado. Sólo sacudieron la cabeza
y los enviaron con la niñera para los baños y la cena. Incluso ahora, el recuerdo de
aquellas pocas semanas seguidas seguía siendo uno de sus favoritos, un lugar para
escapar en sus sueños vagos por la tarde.
Pero Violet sabía que esta semana iba a ser un regalo raro. Incluso si ella no podía
juguetear en las olas como lo había hecho cuando era una niña. Por esa razón,
tendría que ser muy estricta consigo misma, observando cada reacción para no
revelarse por sí misma. No admiraría demasiado su entorno. "Jeannette" puede
haberle perdonado a Adrian su elección de lugar de luna de miel, pero no se
enamoraría del lugar.
Violet alargó la mano y acarició la cabeza aterciopelada de Horacio. Él giró sus ojos
expresivos a su manera y le dio una sonrisa perruna de pura satisfacción, con su
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lengua rosada colgando. Ella sonrió de nuevo al animal, su corazón ahora más
ligero a pesar del peso de sus preocupaciones.
Para ella, era enorme, cuarenta cuartos por lo menos. Se extendía sobre la tierra
como un enorme gigante. Cristal tras cristal brillaban en la ventana que hacia
destellar la luz del sol. La entrada de los sirvientes estaba al nivel del suelo. Un
conjunto de elegantes escaleras dobles conducían al pórtico principal, acabando en
un estilo palladiano, acabadas con columnas.
Sin embargo, todo eso se convertía en algo insignificante en comparación con las
rosas. Cientos de ellas se aferran al otro lado de la casa, rosadas y exuberantes,
subiendo hacia el cielo en grutas blancas como si quisieran tocar el cielo mismo.
Ah, y la fragancia. Era como estar bañado en una botella del perfume más lujoso
jamás creado. Violet respiró profundamente y cerró los ojos, saboreando la
experiencia.
Era simplemente el lugar más hermoso y romántico que jamás había visto.
Su hermana, pensó, era una tonta. Y no por primera vez, Violet tuvo que admitir
que estaba contenta por el cambio.
La puerta del carruaje se abrió. Horacio saltó, soltando una serie de alegres
ladridos mientras corría dando grandes zancadas de un lado a otro. Ella salió a un
ritmo más tranquilo, permitiendo que Adrian alargase una mano para ayudarla a
bajar los pequeños escalones hasta el suelo, balanceándola los últimos centímetros
sin esfuerzo enrollado un brazo alrededor de su cintura.
-Finalmente aquí -comentó después de que ella estuviera estable-. Ha sido un largo
día de viaje. -Hizo una pausa ante su silencio, como si temiera pronunciar su
siguiente pregunta-. -¿Qué piensas, querida?
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Ella le había mentido. Su presencia allí era un horrible engaño por el que
seguramente pagaría. Pero en este momento no tenía un solo arrepentimiento. En
este momento, él era su marido y él le pertenecía.
La mirada de sus ojos cambió, con los párpados caídos de súbito deseo. Esperó a
ver si la besaría, justo aquí, frente a la línea de sirvientes que se habían formado al
pie de la escalera principal. Más de una docena de personas esperan a dar la
bienvenida a la casa al amo y la señora.
Deseaba que todos se desvanecieran. Deseaba que ella y Adrian estuvieran solos.
-¿Vamos, querida?
Adrian le presentó primero a los cuidadores regulares de la finca. Los Grimms, una
pareja de ancianos que eran exactamente lo contrario de su nombre, sonrientes y
llenos de buena alegría local. El Sr. Grimm supervisaba los terrenos y el
mantenimiento de la propiedad con la ayuda de dos jardineros y asistentes de
jardineros. La señora Grimm servía como ama de llaves y cocinera, con su propio
personal compuesto de dos personas: Susie, una sirvienta de salón, que era
demasiado tímida para hacer nada más que chillar un saludo, y Cynthia, la
doncella de la cocina, tan redonda y bonita como una recién elegida manzana. El
resto de los criados eran de Winterlea. Josephs, el cochero. Robert y Harry, los
lacayos. Sr. Wilcox, el criado de Adrian. Agnes, la criada de su señora. Y tres
sirvientas adicionales que trajeron para echar una mano dondequiera que pudieran
ser necesarios: Tina, Nancy y Leah.
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A pesar de su rango, Violet se dio cuenta de que los sirvientes eran personas con
vidas y necesidades, esperanzas y aspiraciones bastante separadas de las suyas. En
casa había estado cerca de muchos sirvientes, recibiendo de ellos el tipo de
aceptación y comprensión tolerantes que no había recibido de su propia familia.
Los criados nunca se quejaban de sus formas serenas y estudiosas, nunca criticaban
o ridiculizaban su interés por cuestiones intelectuales como la historia y las
lenguas. La aceptaban por la persona que era y, a cambio, siempre había tratado de
hacer lo mismo por ellos.
Respetando eso, respetando su nueva posición como duquesa, hizo todo lo posible
para saludar a cada uno de ellos con calidez y aprecio. Ella aceptó sus buenos
deseos en su matrimonio, asintiendo gentilmente y sonriendo.
Pronto se hizo evidente que adoraban a Adrian y que harían cualquier cosa a su
alcance para complacerlo. Estaba relajado, amistoso, pero todavía estaba al mando
de una manera que su padre nunca estaba con su propio súbditos. Sabía que
Adrian había estado en el ejército durante la guerra. Un héroe de guerra
condecorado, aunque él prefería no hablar de eso. Se preguntó si era así como
había tratado a los hombres bajo su mando. Si lo habían reverenciado tanto. Ella
sospechaba que lo habían hecho. Sospechaba que habían estado dispuestos a hacer
cualquier cosa, incluso ofreciendo sus propias vidas, por él y su causa.
Un largo momento de silencio comenzó cuando todos los ojos se volvieron hacia el
gigante canino de pie junto a la duquesa. Cada uno de ellos calculó las
probabilidades de éxito en el trato con la bestia.
Entonces Robert se adelantó. Un hombre joven y, serio, con ojos color avellana y
cabello castaño recortado.
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-Yo cuidare de él, su Gracia. Me gustan los perros. Tuvimos cuatro grandes 'uns
cuando yo estaba creciendo. Aunque no es tan grande como él.- Asintió mirando
hacia Horacio. -Pero él y yo estaremos bien.
-Gracias, Robert.
-Ve con Robert. No tienes nada que temer. Serás aseado, alimentado y descansaras,
y te veré por la mañana.
Horacio gimoteó como si entendiera cada palabra que decía, infeliz de estar
separado de su salvadora. Pasó otro largo momento, y luego la cola baja,
aceptando, que Robert lo llevara lejos.
Levantó la barbilla.
-Me gustaría lo mismo-, anunció. -Un baño y una cena tan pronto como se pudiese
arreglar. Me siento muy cansada de tanto viajar.
Violet tomó su baño, luego dejó que Agnes la ayudara a vestirse con un vestido
adecuado para una comida tranquila y en casa. El vestido era cómodo, una
muselina moteada de amarillo pálido con una falda de color verde mar que su
criada decía hacía que sus ojos brillaran como joyas.
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Adrian comió un pedazo de queso cheddar de Stilton y una rebanada de pera fina.
-En realidad, ella me encontró -explicó después de tragar-. Cuando compré esta
propiedad hace unos cuatro años, los Grimms vinieron con ella. Un suceso fortuito,
siempre he creído.
-Tengo curiosidad, ¿por qué compraste esta casa? No está en un lugar probable
para una residencia vacacional.- Él arqueó una ceja, y comió otro bocado de pera.
-Probable para algunos, poco probable para otros. A decir verdad, la ubicación es
precisamente la razón por la que la compré. Supongo que no hay nada malo en
decirte, ahora que la guerra ha terminado. Solía hacer una especie de trabajo,
trabajo confidencial, para la Oficina de Guerra. Poseer una casa que mira
directamente hacia el Canal de Francia ofrece varias ventajas. La playa es privada y
muy aislada. Se convierte en un punto de encuentro inigualable en noches
tranquilas y sin luna.
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Violet sintió que sus ojos se abrían. ¿Estaba diciendo que había sido un espía? Qué
extraordinario, pensó, llena de imágenes llenas de mensajes secretos y reuniones
clandestinas. Espías británicos que iban y venían por la playa de Adrian,
probablemente con noticias vitales para el esfuerzo de la guerra. La madre de
Adrian era francesa. Probablemente hablaba el idioma como un nativo. ¡Qué
elección tan perfecta debió ser! Un ex-oficial de confianza y respetado. Un
aristócrata que acaba de poseer una casa en la orilla del mar.
-No, no, he comido demasiado esta noche como ves. Si consumo más, me temo que
no podré salir de esta silla.
- Cielos, no. En todo caso, podrías hacerte con un pedacito extra de carne en tus
huesos, tan atractivos como son.- El ambiente relajado, la comida agradable y el
papel que estaba realizando se combinaron para hacerla audaz.
-Si estuvieras más redonda y ancha que nuestra estimado cocinera, simplemente
me daría más de tu belleza para admirar.- Él sonrió, sus labios se curvaban con un
lento entusiasmo.
-Ten cuidado -murmuró-. -Sabes que sólo me daría razones para comprar un
armario completamente nuevo.
Café consumido, platos consumidos, velas apagadas, la noche avanzó hasta que
pronto era hora de acostarse. Se separaron en la base de la escalera principal, Violet
demasiado tímida para preguntar cuándo o si podría unirse a ella. Apartándose
con un rubor, se retiró por las escaleras.
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Agnes la vistió con otro de los escandalosos camisones. Rosa esta vez, con un
dobladillo de festón y sin encaje, sólo transparentemente fino. Esperó en la sala
contigua a su dormitorio, sentada en un sofá cubierto de seda de damasco.
Normalmente habría encontrado el color encantador. Disfrutando del ambiente de
la habitación decorada en tonos relajantes de melocotón y crema. Esta noche su
mente estaba preocupada por otros asuntos.
Todavía se esforzaba por encontrar una respuesta cuando Adrian llegó media hora
más tarde, vestido con la misma túnica que había usado la noche anterior.
Un recuerdo la invadió. La rica textura del terciopelo marrón bajo sus manos.
Cómo de cálida y elegante era su piel a su toque después de que se había quitado
la prenda.
Su mirada voló hacia arriba. Seguramente ella lo había oído mal. ¿Cartas?
-Hmm.-Él levantó la baraja que tenía en su mano. -Todavía es temprano. Pensé que
disfrutarías de un poco de diversión.
Sus gafas. ¿Cómo podía haber olvidado que los necesitaría? La había sorprendido
por completo.
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Si entrecerraba los ojos un poco, sin embargo, creía, sólo podía distinguir los
números. Al menos no tenía problemas para distinguir los colores, rojo y negro.
Ella sólo rezó para no mezclar las tarjetas.
-Mi juego-, declaró, sonriendo triunfalmente mientras extendía sus cartas boca
arriba sobre la mesa.
-Así es.- Adrian echó la mano, anotando los puntos. -Por mi cálculo, tienes veinte
puntos por delante. Exijo otra oportunidad de victoria.
-Muy bien.
Adrian desapareció por la puerta que unía su suite con la suya. Regresó en poco
tiempo llevando un par de copas en forma de cuenco. Él puso una delante de ella.
-¿Que es eso?
-No creía que lo hicieses. Pero me pareció que podrías disfrutar de una pequeña
experimentación.
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Él estaba en lo correcto. Jeannette disfrutaría de tal cosa. Siempre estaba lista para
intentar algo inusual o prohibido. Violet alzó el vaso, le dio un sorbo tentativo. El
olor era dulce pero fuerte y picante.
-Apenas hay unas gotas en ese vaso. Apenas lo suficiente para emborracharse.
Además, ¿qué uso tendría que te emborrachara con licor?
Adrian se echó a reír, mostrándole una devastadora sonrisa. Bebió otro trago de su
brandy, luego dejó el vaso a un lado y comenzó a barajar las cartas.
Tomó un trago y se ahogó, su garganta ardía como si una mano feroz la hubiese
envuelto y apretado. Escupió y tosió, luchando por recuperar el aliento.
-Eso es horrible,- jadeó tan pronto como pudo hablar, tosiendo unas cuantas veces
más. -¿Por qué diablos lo bebes?
-No es tan malo. Sólo tienes que adquirir un gusto por el. Toma práctica.
Arregló las cartas que había repartido para sí, luego la atravesó con una mirada de
fingida condena.
-Te haré saber que es el brandy más fino que pudieras encontar. Liberado de las
propias bodegas de Napoleón.
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Violet ganó la primera ronda y extendió su ventaja. Adrian se adjudicó los dos
siguientes, colocándolo unos cuantos puntos por delante. Como una especie de
desafío para sí misma, y para Adrian, tomó un pequeño sorbo de brandy. El licor
se extendió como un confortable fuego dentro de ella, calentando su sangre,
relajando sus músculos. Todavía no le gustaba el sabor, pero quizás no era tan
malo como había pensado originalmente. Tragó otro pequeño sorbo antes de
dejarlo a un lado.
Tragó saliva y trató de concentrarse en el juego. Ella escogió una tarjeta, y terminó
descartando una que debería haber guardado.
-Ni un poco.
Pero lo hacia. Su juego comenzó a sufrir a pesar de sus mejores intentos de ignorar
sus propuestas.
El encontró su mano de nuevo la próxima vez que la puso sobre la mesa y tiró
lentamente hacia arriba para presionar un beso en su palma. En lugar de alejarse,
sus dedos se movieron como si tuvieran voluntad propia. Acarició la suave y
limpia piel de su barbilla y mejilla. Él se acarició contra ella, haciendo entrar uno
de sus dedos en su boca.
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Embebida y sin aliento, sintió que todo su cuerpo hormigueaba. Las cartas de su
otra mano cayeron a la mesa, olvidadas.
-Ven acá.
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Capítulo Siete
Adrian sacó a Violet de su silla, con las piernas temblorosas mientras la acomodaba
sobre su regazo.
De forma tentativa, vacilante, colocó su boca contra la suya. Suave como las alas de
una mariposa, movió sus labios, cepillándo, deslizándose, absorbiendo las
diminutas ondas de choque que silbaban como luces de luciérnagas a través de su
sistema.
Necesitando el contacto, ella deslizó los dedos en su cabello. Este se rizo contra su
carne. Sedoso, lijero, magnifico. Ella cerró los ojos, abrió los labios y los presionó
con más insistencia contra los suyos. Esperó, deseando que él se hiciera cargo de
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ella, y la arrastrara hasta el remolino como lo había hecho la noche anterior, que la
controlarla, y dirigiera.
Cuando no lo hizo, cuando no fue más allá de los dictados de su propio toque
incierto, se alejó.
-No -susurró ella. -Quiero decir, ¿por qué no me besas como lo hiciste anoche?
-Entonces usa tus instintos. Verás que rara vez están equivocados.
-Bésame.
Hizo lo que ella le pidió y envió sus sentidos a tambalearse. Recordando que él la
estaba esperando, se obligó a dar el siguiente paso, tocando su lengua con la suya.
Tímidamente al principio, luego con creciente audacia, enredando su carne con la
suya en un baile tanto húmedo como salvaje. Reconoció sus movimientos, los
emparejó, los labios, los dientes y las lenguas se aparearon en una imitación del
acto más íntimo de todos. Ella se abalanzó sobre él. El tiro de ella hacia si, hasta
que ella se quedó jadeando, temblando. Sus pulmones gritaban por aire cuando se
separaron. Ella descansó su frente contra su mejilla.
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-¿Qué más?- él jadeó, con su aliento caliente en su oído. -¿Qué más te gusta?
-¿Dónde?
Ella sabía dónde, pero no podía decir las palabras, todavía no, ciertamente no en
voz alta. Pero ella podía mostrárselo. Su cuerpo anhelante la incitaba. Con los ojos
cerrados, tomó su mano, y la colocó sobre su pecho.
-¿Así?,- Constató.
Ella gimió cuando sus cálidos dedos tocaron su pecho desnudo, trazando un
camino a través de su piel. La besó, mordisqueando y tirando de el. Burlándose.
Tentándola. Su olor nadó hacia su cerebro, en un vertiginoso deleite. El se apartó
después de un tiempo, midiendo el peso del pecho ahuecándolo con su palma. El
apuntó con un pulgar el pezón tenso.
-¿Aquí?
Ella entendió lo que quería decir. ¿Quería que la besara allí? Ella asintió, dándose
cuenta de que lo deseaba mucho.
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dientes y labios. Violet gimió, jadeando ante el volátil placer, su cuerpo se ahogaba
bajo las implacables olas de calor y placer. Trató de levantar su mano. Ella
necesitaba tocarlo, pero la tira del camisón en su codo lo impedía.
Violet jadeó. Luego se echó a reír. Segundos después, gimió, sus párpados se
cerraron cuando él inclinó su cabeza hacia su otro seno.
Con las manos libres, le acarició la cabeza, el cuello, trazó la curva externa de su
oreja, instándole inconscientemente a tomar aún mayores libertades. El se agachó,
agarró el dobladillo de su camisón e introdujo la mano. Cuando ella se puso rígida,
se detuvo, alzando su mirada para encontrarse con la suya.
-No lo sé. Sí. -susurró ella. Ella le besó la mejilla, probó sus labios. Tan dulce, tan
dulce, pensó, con la mente dando vueltas. -Quiero decir, no. No es demasiado
pronto. -Suspiró con anhelo y rendición. -Quiero decir que está bien.
Su mano se movió, deslizándose más alto esta vez, mientras ponía al azar
delicados besos sobre su rostro, cuello y hombros. Él le acarició los muslos
abriéndolos, metiendo sus dedos por el nido de rizos cortos, para luego, separar su
carne húmeda para su exploración. Y ella lo dejó, enterrando su rostro contra su
cuello, flotando, abruptamente indefensa.
Estaba más allá del habla, colgando suspendida, atrapada dentro de las
sensaciones gloriosas que él estaba encendiendo. Su cuerpo ardía. Caliente. Tan
caliente, parecía que podía ser consumida por las llamas, reducida a cenizas. Ella
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jadeó cuando una áspera y aguda tormenta la agarró. Una urgencia que apenas
entendía la conducía, haciendo que se arqueara y se abriera a él. Apretó la túnica
de él en sus puños mientras la enviaba en espiral hacia arriba, toda su existencia de
repente se puso al borde. ¿Al borde de qué? Se preguntó. Entonces él movió sus
dedos sobre su centro y le dio una maravillosa respuesta, enviándola en picado
salvajemente sobre el limite.
Jadeando, repleta, se apoyo contra él, con pequeños zumbidos eléctricos resonando
aun en cada terminación nerviosa de su cuerpo. Sin embargo, antes de que ella
tuviera la oportunidad de recuperar sus sentidos, él la estaba impulsando hacia
arriba de nuevo. Conduciendo su cuerpo hambriento de nuevo, codicioso e
incesante en su necesidad.
Adrian se tragó el sonido, deleitándose con él, sabiendo que él la había llevado con
éxito a la cima. No una vez, sino dos. Se derrumbó contra él, apretando sus pechos
contra él. Tomó uno, delineando su bonito pezón y una vena azul pálida que corría
justo debajo de su lechosa piel. Él podría esperar, se dijo a sí mismo, un poco más.
Adrian se puso de pie y colocó las manos de Violet en el cinturón que llevaba
amarrado en la cintura.
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Ella tembló, vaciló, luego tiró del lazo, ineficaz al principio, pero ganando
confianza con un esfuerzo adicional. Ella deslizo el cinturón ahora sin su nudo. Los
pliegues de su túnica se abrieron, exponiéndolo parcialmente a su mirada.
Ella lo sorprendió deslizándole las manos por su pecho, por sus hombros, por sus
brazos. Su túnica se unió a su camisón en el suelo. Tomándola de la mano, la
condujo a la cama y los acostó de lado.
El frotó los nudillos sobre su mejilla y le dio algunos besos en los labios. Luego
gimió y rodó sobre su espalda.
- Hmm?
-¿A qué?
-Bueno.
-Pero ¿y tú?
-Pero no puedo ... bueno ... dejarte así.- Ella hizo un gesto hacia su inconfundible
erección. -¿No es incómodo?- Susurró.
-Hmm, pero me las arreglaré.- Hizo una pausa. -A menos que quieras ayudar.
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-¿Ayudar?
-Sí, hazme el amor, querida. Tócame, bésame, todo lo que quieras. Me dejo a
merced tuyo. Mi comodidad, como la llamaste, está literalmente en tus manos.-
Dijo cerrando los ojos.
Violet lo miró fijamente, desconcertada con sus acciones por segunda vez aquella
noche. No había manera de entender a ese hombre esta noche. ¿Tocarlo? ¿Besarlo?
Había supuesto que seguiría haciéndole esas cosas a ella. Y cosas parecidas. Sus
músculos internos se apretaron ante aquellos recuerdos, una nueva oleada de
deseo se abrió paso a través de ella. No había sabido que tales delicias eran
posibles, ni siquiera se las había imaginado. ¿Se sintió deslumbrado cuando lo
había tocado? ¿Podría ella complacerlo como él le había complacido a pesar de su
falta de experiencia?
Entonces sus oraciones fueron contestadas, sus pequeñas manos frías rozando
experimentalmente sobre su pecho, brazos, hombros. Se obligó a quedarse quieto
mientras el infierno de la necesidad dentro de él se hacía más ardiente, su cuerpo
se estremecía bajo sus caricias inexpertas. Abajo del estómago y los costados, sobre
sus caderas y muslos, rodillas, pantorrillas y tobillos. Incluso le acarició los pies.
Ella lo tocó por todas partes. En todas partes, es decir, pero había un lugar que
dolía por su atención.
-¿Te encuentras bien? -preguntó ella con palabras roncas, sedosas. -¿Te gusta?
Si me gustase más, me temo que me desintegraría aquí en las sábanas. Ojeando por
debajo del brazo, la miró, comprendiendo que no lo entendía completamente, ni
siquiera ahora.
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Casi se echó a reír. Ella podría haber dado lecciones a cortesanas entrenadas, su
toque era tan delicioso.
-Sí.
-¿Debo besarte?
Pero ella no comenzó donde él esperaba, su cabello largo rozó su pecho antes de
que ella separara sus labios sobre uno de sus pezones. Ella trazó la tensa
protuberancia, sus músculos saltando cuando su lengua lo tocó rodeándolo y
dando un golpecito.
Entonces tocó la parte más masculina de él. Su brazo se alejó de su rostro, sus ojos
se abrieron de par en par mientras sus pequeños dedos se enrollaban en un agarre
flojo alrededor de su erección.
-Oh, estas muy caliente -susurró ella en una especie de temor. - Duro aunque
suave como terciopelo.
-¿Te lastimé?
Cuando no creyó que pudiera soportar más, sacó su mano y la hizo rodar sobre la
cama para quedar en la parte superior. Él capturó sus labios en un beso voraz,
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febril con deseo, ferviente con necesidad. Sus manos recorrieron su esbelta figura,
seduciéndola, acariciándola, incitándola a estallar.
Y todo el tiempo, ella lo tocó. Rodeándolo con su olor. Seduciéndolo con sus
movimientos sinuosos y su ardiente abrazo hasta que apenas podía recordar su
propio nombre.
Violet dejó que la llevara a la tormenta, sus sentidos estaban drogados con un
exceso de pasión. La sangre le retumbaba en un ritmo caliente detrás de sus
párpados cerrados. Puntos de pulso palpitaban en cada extremidad de su cuerpo.
Le dolía, estaba vacía de un modo que nunca antes había estado vacía. Como si el
corazón de ella necesitase ser llenado, necesitase ser reclamado.
Pero aun cuando las palabras no salían de su boca, él lo sabía. Tenía miedo,
recordaba el dolor de su penetración. La primera, la única vez que habían hecho el
amor. En una decisión repentina, los tumbó sobre las sábanas, volteándose
quedando sobre su espalda para que ella se levantara por encima de él. No debía
olvidar, se recordó a sí mismo, que esta noche era para ella.
-No va a doler esta vez,- le dijo. Trazando con la punta de un solo dedo a lo largo
de su esternón hasta el estómago. Entonces extendió su palma plana sobre su piel,
justo por encima de su centro intimo donde su cuerpo lloraba por él.
-¿Cómo te sentiste antes cuando te toqué aquí?- Él deslizó sus dedos entre sus
piernas, la acarició lentamente, íntimamente. -Tenerme dentro de ti se sentirá aún
mejor, te lo prometo.-Su cuerpo temblaba bajo sus ágiles manos, y luego las apartó.
-Tú me tomarás esta noche.
-¿Tomarte? No entiendo.
-Sí, lo harás. Así. -La cogió de las caderas, colocando sus piernas para que ella se
sentara a horcajadas sobre él, con la punta de su erección apoyada contra su
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entrada. Él tomó sus manos, las atrajo hacia adelante para descansarlas sobre su
pecho.
-Apalancándote.
Animada por la idea, Violet vaciló sólo un segundo más antes de hundirse hacia
abajo, completamente, su poderosa longitud llenándola, casi demasiado, el parecía
demasiado grande. Pero tenía razón, no había dolor. Sólo un profundo, y
compulsivo dolor de deseo. Movió sus caderas, tomando más, tanto de él como
podía.
-Ahora te mueves. Arriba y abajo, una y otra vez hasta que el clímax te lleve.
Y haciendo lo que le ordenó, pronto entendió por qué a él le gustaba esto. Cómo
sus cuerpos estaban perfectamente formados para alimentar mutuamente las
necesidades mutuas, para satisfacer el hambre de cada uno. Ella se hundió en él,
cogiendo un ritmo, montando las oscuras olas mientras estallaban a través de ella.
Su mente pensante dejó de funcionar cuando su cuerpo tomó el control. Ella oyó
sus gritos jadeantes, pero apenas reconoció que fueran suyos. Oyó sus
exclamaciones ahogadas, pero no encontró nada vergonzoso en ellas.
Entonces, sus pulmones estaban bombeando por aire, sus músculos temblaban de
tensión, el frenesí la golpeo una vez más. Ella se estremeció por todas partes,
estrellas y lunas navegando por su cabeza mientras el éxtasis inundaba su sistema.
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-¿Está despierta, excelencia?- Violet rápidamente sacó la sábana para cubrir sus
pechos desnudos.
-Sí, entra.- Agnes atravesó la puerta y la cerró a su espalda. En sus manos, llevaba
un gran arcón de cobre, además de varias toallas esponjosas sobre sus brazos.
-Buenos días, excelencia. Espero que haya dormido bien. He traído agua caliente. -
Ella colocó su carga cerca de la chimenea. -Su Gracia creyó que le gustaría tomar
un baño. ¿Voy a llamar para que traigan la bañera?
Agnes le dio un tirón a la campanilla, luego cruzó para descorrer las cortinas. Una
inundación de rica y cálida luz de sol entró en la habitación.
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Agnes hizo una pausa, claramente mirándola sorprendida. Violet se dio cuenta de
lo que había dicho y se movió rápidamente para corregir su error.
-Su Gracia dijo que estaba cansada por el viaje y que le dejase dormir.
Observó que Adrian también había sido considerado en otro asunto: el camisón y
la túnica estaban posados cuidadosamente sobre una de las sillas laterales de
respaldo recto. Los vasos de aguardiente y las cartas de jugar habían desaparecido
de la mesa. Violet formo una sonrisa pequeña y secreta para sí misma, recordando
todo de nuevo.
-Su Gracia es un hombre encantador -insistió Agnes-. -Si no le importa que lo diga,
Su Gracia. Todos los sirvientes no tienen más que alabanzas por su bondad y
generosidad.
-Tienes razón, Agnes. Soy una mujer muy afortunada.- Agnes no tenía ni idea de lo
afortunada que era, pensó Violet, ya que, sin ese golpe de suerte, no estaría aquí en
este momento. Su hermana lo haría.
Agnes acababa de terminar de prender con alfileres el pelo a Violet cuando sonó
un golpe en la puerta.
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-Oh, Robert -dijo Violet-. -Por favor, dime ¿cómo está mi perro esta mañana?
-Oh, lo está haciendo bien, excepto de que necesita ganar unas cuantas libras. Pasó
una buena noche en los establos, Su Gracia. Esta mañana le di un abundante
desayuno y lamió el recipiente hasta limpiarlo.
-Por supuesto, Su Gracia. Lo tendré listo. Estará ansioso por verle, estoy seguro.
-Oh, sí, Su Gracia. Pasó algún tiempo caminando por la finca con el Sr. Grimm esta
mañana. Después creo que se llevó a Mercury a galopar.
-Bueno, gracias a los dos.- Ella asintió con la cabeza para incluir al otro lacayo. -Eso
será todo por ahora.
-¿El duque?- Agnes jadeó y luego soltó una risita. -¿Qué quiere decir, Su Gracia?
-Bueno, son ambos muy grandes y temibles criaturas cuando están amenazadas.
Sin embargo, innegablemente dulces en el interior. Usted mismo lo dijo, el duque
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Un corazón bueno y verdadero que ella estaba engañando. Violet dejó de lado el
sentimiento de culpa que la reclamaba, se quitó la bata de la mañana y entró en la
cálida bañera. Inclinando la cabeza contra el lado de la bañera, dejó que el agua la
rodeara en una onda calmante.
-Ocúpate de mí desayuno ¿quieres? -Dijo a Agnes con voz tranquila-, por alguna
razón, estoy muy hambrienta esta mañana.
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Capítulo Ocho
La luz del sol de la tarde fluía en forma descendente, tan brillante que Violet tuvo
que levantar una mano contra ella mientras salía de la casa una hora y media
después. Sus zapatos crujieron ruidosamente en la cuadra mientras caminaba, una
suave brisa soplaba por la costa cercana aliviando lo que de otro modo habría sido
un día caluroso. Y en el aire, fuerte y picante, colgaba el olor del mar, las rosas ricas
en perfume endulzaban la mezcla.
-Adrian.- Ella suspiró en una sonrisa. El inclinó la cabeza, posando los labios sobre
su cuello y la parte inferior de su mandíbula.
-Buenas tardes, cariño. O quizá todavía te parezca mañana.- Ella puso sus manos
sobre las suyas.
-Si lo hace, tú eres totalmente culpable. Tú eres el que le dijo a Agnes que me
dejara dormir.
Él inclinó su cabeza hacia atrás, dando besos ligeros sobre su mejilla y labios.
-Pensé sólo que era justo, viendo cómo te desgasté a fondo. Estabas durmiendo tan
serenamente como un niño cuando me fui.- Ella se volvió en sus brazos.
-No deberías haberte ido. Te extrañé cuando me desperté. -El calor ardía en sus
ojos, su voz era profunda e íntima cuando hablo.
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-Me temía que si me quedaba, tal vez nunca dejaríamos la cama. Pensé que era
mejor no escandalizar a los sirvientes.
Violet le acarició con una mano su pecho, mirándolo desde debajo de sus pestañas.
Ella se sorprendió un momento después cuando dijo:
-Has estado montando,- dijo ella, necesitando distraer sus pensamientos. -Tienes
olor a caballo.
-No. Estás bien exactamente como estas. Cámbiate o no; como quieras, Su Gracia.
El hizo una pausa, una luz agradable entró en sus ojos antes de que se inclinara
para dejar caer un tierno beso en su boca. Hizo otra pausa y luego la volvió a besar
por segunda vez, como si no pudiera negárselo a sí mismo. El beso se calentó, se
profundizó, los cuerpos rápidamente anulaban las mentes.
Antes de que algo demasiado tórrido pudiera encenderse, una serie de ladridos
ruidosos y bulliciosos interrumpieron su abrazo. Se apartaron con triste renuencia,
puesto que un gran destello de blanco y negro entro a toda velocidad.
Horacio se giro hacia ella, sus patas corriendo a través del sendero. Se detuvo unos
segundos antes de llegar hasta ella, los músculos traseros de las piernas se juntaron
para saltar, su gran y húmeda lengua ya se extendía, listo para bañarle la cara de
besos caninos.
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Horacio rompió el salto, dando una solo lamedura a la mejilla de Violet antes de
lloriquear y sentarse sobre su trasero.
-Oh, perdonadme, vuestras Gracias -habló él, inclinando la cintura para aspirar el
aliento-. Lo siento. Se escapó de mí ... se soltó de la correa.
Lo había observado.
-Parece que necesita una larga caminata para desgastar lo peor de su energía
reprimida, eso es todo, estoy segura -concluyó, inclinándose para masajear las
orejas de Horacio. El perro cerró los ojos en éxtasis.
-Lo que necesita,- dijo Adrian, -son lecciones de conducta. Es un completo bárbaro.
-Él no es tal cosa. No seas tan severo con él. Sólo necesita atención y cariño. Robert,
dame esa correa, por favor.- Ella extendió una mano expectante.
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-Sí, por supuesto,- él estuvo de acuerdo, extendiendo la mano para tomar su codo.
-Pensé que mañana podrías disfrutar de una excursión.- Adrian le pasó un brazo
por la cintura.
-Un viaje de un día a una vieja ruina que se considera una atracción turística
alrededor de este lugar. Pensé que podríamos hacer un picnic, asumiendo que el
tiempo este despejado. Algunas de las vistas desde el castillo de Corfe son bastante
espléndidas en esta época del año.
-¿Corfe Castle? -exclamó sin pensar. -¿Quieres decir ese que el rey Juan alguna vez
consideró su residencia favorita, pero que fue arrasada siglos más tarde por las
fuerzas parlamentarias durante la Guerra Civil? ¿El castillo de Corfe?- Adrian se
detuvo, con las cejas arqueadas en gran sorpresa.
Sí, pensó Violet, ¿cómo llegó a saber tanto? Mentalmente se dio un buen golpe
fuerte. Tonta, tonta. Era cierto que Jeannette no se interesaba por la historia, y no se
habría preocupado por un viejo castillo que había sido destruido hace casi
doscientos años. Dudaba que su hermana supiera incluso que Inglaterra había
librado una guerra civil, y mucho menos uno de los asedios o batallas
involucrados. A diferencia de ella, Jeannette nunca había sido una buena
estudiante. A sabiendas de Violet, su hermana no había abierto un libro en los tres
años desde que sus lecciones terminaron con su ex-institutriz, la señorita
Haverhaven.
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hablando sobre el lugar. Dijo cómo lo conmueven las ruinas del castillo, y que
debíamos de asegurarnos de visitarlas mientras estábamos aquí. Yo estaba lista
para derribarlo al final de nuestra conversación, debo decir. Cielos.
Cielos de hecho. Ella quería no entrar en pánico, rezando para que Adrian hubiera
creído su cuento de Banbury. Ella lo miró desde debajo de sus pestañas. Un medio
minuto completo de silencio pasó. Un medio minuto, lento, agonizante que parecía
durar para siempre. Finalmente, él respiró hondo.
-Lo siento mucho por tu sufrimiento, querida.- Él la giró para reanudar su paseo. -
Espero que no te haya hecho desestimar el lugar por completo. Siempre podemos
ir a otro lugar si quieres.
-Oh no. Estoy segura de que si tú piensas que vale la pena el viaje, entonces debe
serlo. Particularmente si las vistas son agradables. Un picnic suena una idea
especialmente deliciosa. Tal vez pueda convencer a la señora Grimm de que
incluya algunas de esas deliciosas galletas que ella envió con el té ayer, después de
que llegamos.
-Estoy seguro de que puedes convencerla de incluir un lote, ya que ya son unas de
las favoritas de las que hace ella. ¿Cómo suena el pollo asado como
acompañamiento?
-¿Qué hay de un beso? ¿Podrías disfrutar de eso también, aquí con el viento
azotando a nuestras espaldas?
Su boca estaba sobre la suya, tomando sus labios en un beso lento e hirviente que
rápidamente calentó sus pasiones. Cerró los ojos y se entregó al placer aplastante,
dejando que el mundo a su alrededor se derritiera.
Su semana de luna de miel pasó como las alas de los colibríes, un breve lapso de
tiempo mágico e intenso. Cada día una aventura. Cada noche una magnífica
delicia.
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La salida al castillo de Corfe fue un gran éxito. Violet recorrió los terrenos con
Adrian a su lado, absorbiendo la historia y la atmósfera sin verse obligada a
revelar las verdaderas profundidades de su disfrute. Almorzaron en una loma
cubierta de hierba bajo la sombra de un pequeño roble. Una suave brisa refrescaba
el aire a un grado agradable mientras cenaban pollo asado, suculentos bocadillos
de fruta, dulces y deliciosas galletas de la señora Grimm.
Los días que siguieron fueron maravillosos, ocupados por largas caminatas y
conversaciones tranquilas. Horacio los acompañaba con frecuencia. Sus modales y
su salud mejoraron diariamente a medida que ganaba peso y empezaba a confiar.
Violet seguía siendo su persona favorita, pero también amaba a Adrián; La larga y
flaca cola del perro parpadeaba un feliz saludo cada vez que el duque se acercaba.
Violet y Adrian se complacieron en dos excursiones de un día más. Uno para ver
las espectaculares franjas de combustibles fósiles que formaban los empinados
acantilados oscuros de la bahía de Kimmeridge. El otro a la pequeña aldea de
Lulworthfor una mirada a otro castillo, y la ensenada hermosa de Lulworth con
sus formaciones de roca impares e impresionantes arcos de piedra.
Poca duda había en que, Jeannette habría bostezado en cada minuto de su turismo
provincial. Pero Violet lo adoraba, agradecida de que Adrian no conociera a su
hermana lo suficiente como para darse cuenta de lo que habría sido la verdadera
opinión de Jeannette. Sin embargo, estaba siempre en guardia con él y los criados.
La noche era la única vez que se sintió verdaderamente libre para ser ella misma.
Se deleitaba en las oscuras horas de silencio cuando Adrian venia a ella, entraba en
ella, permitiéndose verter todo el amor y la pasión que permanecían dentro de ella.
Cuando hacían el amor, él hacia el amor con ella, con Violet. Cada toque, su toque.
Cada beso, su beso. Cada emoción, real y honesta. Cada grito de placer y deleite se
liberaba de su cuerpo, extraído desde su alma.
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La única tensión en una unión por lo demás perfecta eran los momentos en que él
la llamaba por el nombre de su hermana, dejando un bulto en su pecho, un dolor
en su corazón que ella no podía disipar. Había elegido su camino. Asumió la
identidad de su gemela. Ahora debía vivir con las consecuencias, ya sean alegres o
llenas de dolor.
Quería decírselo. A veces tenía que morderse el labio para evitar que la verdad se
liberara. En tan sólo unos días, había llegado a conocerlo como nunca había
pensado. Lo conocía, al menos en parte. Sabía que estaría herido de una manera
implacable, violentamente enojado, completamente traicionado si ella le dijera la
verdad. Se volvía hacia ella ahora en la noche, la sostenía mientras dormía. No
creía que pudiera soportar un día en que el la apartarse. Cuando él pudiera
rechazarla, dejarla.
Así que ella guardaba su silencio y sus mentiras para sí misma. Y trataba de reunir
tanta felicidad como podía.
-Quítate los zapatos.- Adrian se quitó las botas y las medias, sus pies descalzos se
hundían en la cálida y suave arena. Su atuendo era casual. Una camisa blanca de
lino, un chaleco liso, y un viejo par de pantalones negros que había doblado hasta
las rodillas.
Su esposa cruzó sus brazos, y los pegó contra su pecho, sus hermosas faldas
rosadas ondeando con la cálida brisa de la tarde.
-Sólo los arruinarás. Estarán atascados con arena antes de caminar diez pasos.
Quítate los zapatos, duquesa.
-Eso es correcto. Soy una duquesa y como tal no hago cabriolas descalzas en
público.
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-Ah, pero ahí está el errar de tú argumento. No hay público aquí; Estamos
completamente solos. Como duque, y tu esposo, decreto que debes estar descalza
para tener el atuendo perfecto para la aventura de hoy.
-De pies descalzos -repitió ella con desprecio, sacudiendo la cabeza.... Momentos
después, sin embargo, ella hizo lo que se le ordenó, rodando sus medias en dos
bolas limpias que metió en su calzado abandonado.
El día era soleado y cálido, el más cálido que habían tenido toda la semana. Una
lavandera (calidris) con su cuerpo marrón y blanco rechoncho corrió delante de la
ola entrante, las piernas largas como palillos dirigiéndola rápidamente. El pájaro se
volvió para perseguir una ola oceánica que retrocedía. Hizo una pausa, empujando
rápidamente su estrecho pico en la arena húmeda en busca de un gusano húmedo
o un pequeño crustáceo. Adrian sonrió cuando el pájaro corrió y la ola siguió, los
dos comenzando su curioso baile de nuevo.
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Ella lo había sorprendido. Sus estados de ánimo eran volubles, difíciles de fijar,
que van desde suave a arrogante, juguetón a espinoso. Nunca supo qué esperar de
ella. Extraño, pero a veces parecía casi dos mujeres. La hermosa extrovertida que
había cortejado en Londres; La mujer que amaba las fiestas y la gente, y tomaba
demasiados esfuerzos con su apariencia. Y la tímido inocente. La chica que se puso
en peligro para rescatar a un perro callejero. Quien parecía completamente
contenta de tomarse de las manos y compartir una noche tranquila de perezosa
charla. Quién lo besó con tan dulce y ansioso abandono, que pensó que su corazón
podría estallar por la pura gloria del mismo.
-No te preocupes. Te compraré otro. Cuidado, aquí viene la siguiente ola.- El mar
rugió, empapándolos hasta las rodillas.
-¿Y ahora qué debo hacer? -preguntó, con los brazos extendidos a los costados para
mostrar su triste situación.
-Quítatelo.
-¿Disculpa?
-Quítate el vestido. Mantén tu enagua y mete la falda entre las piernas para que
puedas jugar en las olas.
-Adrian, no puedo.
-¿Y los sirvientes? ¿O los aldeanos locales? ¿O los marineros en el mar? -señaló una
mano hacia el mar abierto. -Quién sabe quién podría pasar.
-Los sirvientes no vendrán a buscarnos aquí abajo. El pueblo más cercano está a
dos millas de distancia, por lo que no habrá ningún lugareño aventurándose en
nuestra dirección. Y en cuanto a los marineros ... -Alzó una mano para protegerse
los ojos, escudriñando el lejano horizonte-. No hay un solo barco a la vista. A
menos que una fragata de la Armada cruzara y su capitán tenga un telescopio muy
fino, creo que tu modestia no tiene nada que temer.
-No tanto desde la guerra. Date la vuelta. Te ayudaré con los botones.
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tenía duda de eso. La había tomado todas las noches y la mayoría de las mañanas
desde que habían llegado. Despertándola en la negra oscuridad de terciopelo justo
antes del amanecer. Le encantaba oír sus suaves suspiros sonar en sus oídos
cuando la luz pálida se filtraba por detrás de las cortinas del dormitorio mientras
los pájaros hacían sonar un coro en los árboles afuera para dar la bienvenida al
nuevo día.
Por supuesto que la deseaba. Era su luna de miel, después de todo. Sin embargo, le
preocupaba. La intensidad de sus sentimientos. Las profundidades de su
necesidad. Pero iba a pasar, estaba seguro. La pasión era algo efímero, y su deseo
por ella disminuiría con el tiempo. Si no la deseará tanto. Si él no la deseará ahora
mismo.
Como para demostrarse a sí mismo que podía resistirse a ella, se quitó la camisa
por encima de la cabeza, mostrando el pecho al sol.
-Lo estoy diciendo ahora. Vamos, querida. Será divertido.- Corrió hacia las olas.
Adrian era, con mucho, el nadador más fuerte, viajaba cada vez más lejos, lejos de
la costa, donde las olas no eran más que un ligero balanceo del agua. Ella se quedó
más cerca de la orilla, flotando sobre su espalda.
Decadente, así era como se sentía, el sol dándole un cálido beso en su rostro y
hombros, su pelo largo flotando detrás de ella como una capa elegante. Y sin
vergüenza, vestida sólo con sus prendas interiores. Derivando a la intemperie
donde cualquiera pudiera pasar y verla, a pesar de las seguridades de Adrián de lo
contrario. Se sentía feliz también, se dio cuenta, de una manera que nunca había
estado antes. Ella sonrió, contenta de que Adrian la hubiera atraído aquí, donde
había querido estar.
Algo jaló juguetonamente su pelo. Sus ojos se abrieron de par en par, para
encontrar a Adrian parado en el agua a su lado.
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El asintió.
Sus ojos se movieron hacia la cicatriz arrugada que tenia sobre su pecho. La carne
era de color blanco hueso y tenía forma de estrella estrellada. Sabía que otra
cicatriz, igualmente blanca, igualmente irregular, yacía sobre su espalda.
Ya había notado las cicatrices. Eran imposibles de perderse. Sin embargo, nunca le
había preguntado por ellas. Ella raramente las tocaba, no porque la repelieran, sino
porque el daño y la historia detrás de su causa la golpeaban como intensamente
secreto.
Extendió la mano, trazó con las puntas de sus dedos sobre la pequeña curva de la
carne herida, la piel anormalmente lisa y tensa.
-¿Esa es la historia que está haciendo las rondas en los salones en estos días?- Ella
asintió. -Supongo que es mejor pensar que es una bala -dijo-, menos sangriento
para las damas. Probablemente debería haberte dejado creer eso.
Él la tomó de la mano mientras sus dedos comenzaban a trazar una vez más,
presionando su palma contra su pecho.
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-No soy una compañía educada. Soy tu esposa. Puedes decirme cualquier cosa.
-¿Decirte qué? ¿Sobre mi herida? Hay bastante poco que decir y probablemente tu
sabes la mayor parte de ella ya. Me apuñalaron con una bayoneta francesa durante
el peor momento del asedio de Badajoz. Mi herida fue bastante dolorosa, me
informaron más tarde, que los doctores me daban por muerto. Por la gracia del
Todopoderoso, sobreviví. Una vez que lo hice, mi madre me escribió para
informarme que si no renunciaba a mi comisión de inmediato y regresaba a casa
donde yo pertenecía, planeaba embarcarse en el primer barco disponible y
arrastrarme a casa. La suya era una amenaza incluso que Wellington no podía
soportar.
Ella dudaba que alguien pudiera forzar a Adrian a hacer algo que no quisiera
hacer, ni siquiera el apasionado torbellino de su madre. Las historias contaban
cómo había salvado a toda una escuadra de hombres ordenando un retiro, luego
manteniendo las líneas de frente con unos pocos escogidos hasta que el resto
pudiera llegar a la seguridad. Había sido apuñalado por su heroísmo, adornado
por su valentía.
-Bueno, en este caso, debo estar de acuerdo con tu madre. Tuviste suerte de
sobrevivir. Tentar de nuevo el destino no habría sido prudente.
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-Como yo. ¡Qué trágico nunca haber visto una cara tan seductora como la tuya!
Estas espléndidas mejillas cremosas...
Violet se apoyó más completamente contra su dura y caliente longitud, con los
brazos envueltos alrededor de él. Sus ropas se aferraban como una segunda piel
húmeda, el agua de mar golpeando contra sus caderas, todo lo demás olvidado
mientras se ahogaban en el placer que estaban creando juntos.
Sus manos se deslizaron bajo las olas para cubrirle las nalgas.
El sol caliente golpeó abajo en su cabeza, deseo rodear su cuerpo listo y dispuesto.
Pasaron largos minutos mientras se entregaban a un saludable apareamiento de
labios, dientes y lenguas. Él rompió el beso, sus ojos ardían. Él tomó su mano y la
sacó del agua.
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Ella no dijo una palabra mientras atravesaban la cálida arena, deteniéndose junto a
su ropa desechada. Esperaba que él le entregara su vestido a ella, ponérselo y
poder regresar a casa, hasta la intimidad de su dormitorio. En lugar de eso, tiró la
prenda por encima del brazo, cogió la camisa y luego juntó sus manos para guiarla
por la playa. Lejos de la casa. Se detuvieron cerca de una curva de roca áspera y de
forma extraña que se proyectaba hacia el mar. Proporcionando refugio en tres de
sus lados, creando una ubicación perfecta para una reunión clandestina o una cita
de amantes.
Dentro del paraíso natural, Adrián sacudió su vestido, lo extendió sobre la arena.
Hizo lo mismo con su camisa, colocándola justo encima del vestido.
-Yo quiero.
Cerró los ojos y se entregó al momento, negándose a pensar en las dificultades que
podrían surgir en el futuro. Entonces no pudo pensar en absoluto cuando las
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Cuando llegó al clímax, el viento robó sus gritos de plenitud. Los pájaros eran los
únicos testigos de sus movimientos mientras ella aferraba a Adrian con brazos
feroces y las piernas entrelazadas, sosteniéndose firmemente incluso después de
que él había encontrado su propia liberación dentro de ella.
-Lo sé.- Ella forzó una sonrisa. -Y no estoy melancólica, o mejor dicho, no lo estaré.
Hay mucho que esperar, después de todo. Viajamos a casa a Winterlea.
-Será bueno estar allí de nuevo. Siempre me lo perdía cuando había estado
demasiado lejos. Espero que llegues a sentir lo mismo. Vas a amarlo como yo,
ahora que eres su duquesa.
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Sin embargo, cuando llegaron tres días después, cansados del viaje y de estar
encerrados en el interior del coche durante tanto tiempo, ella no estaba más lista
para asumir sus deberes de lo que había estado cuando habían dejado Dorset. La
ansiedad la agarró como un puño dentro de su estómago mientras el coche entraba
a través de portones, por un camino de una milla de gigantescos robles que
bordeaban la entrada de la finca.
Había estado en la residencia principal de Adrian una vez antes. Invitada junto con
sus padres, su hermano y Jeannette a finales de la primavera pasada, durante el
compromiso de su gemela. Los terrenos eran extensos, cubriendo más de quince
mil acres que incluían dentro de ellos: un parque y vastos bosques; Un lago
profundo y natural con más de veinte especies diferentes de peces; Varias vías
fluviales puenteadas y un huerto, que en aquel momento había estado brillando de
color y la fragancia de centenares de árboles florecientes.
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El interior de la casa era tan suntuoso como su exterior. El vestíbulo de entrada era
glorioso, con una cúpula central que proyecta la luz del sol en el pasillo rosa de
mármol antes de mirar hacia arriba para presenciar una pintura de una idílica
aldea veneciana de Robert Adams.
Sólo los mejores muebles y cortinas eran utilizados. Cada habitación contenía por
lo menos una y, a menudo, dos y bien mantenidas chimeneas, echas a mano-
talladas con revestimientos de mármol. Las alfombras blandas, cosidas a mano de
Aubusson y de Turquía amortiguaban los suelos. Antigüedades y obras de arte
invaluables, pinturas, esculturas y frisos adornaban cada corredor, pasillo y
habitación.
Durante su estancia, Violet había podido gozar de no más que una fracción del arte
y de la arquitectura hermosa en exhibición. Como nueva duquesa, tendría tiempo
suficiente para estudiar los objetos a su antojo. Si sólo los deberes que
acompañaban a su nueva posición no la hicieran tragarse una agonía de terror.
Adrian la ayudó a bajar del coche. Horacio, que había estado viajando con ellos,
saltó inmediatamente después, moviendo la cola con satisfecho entusiasmo tan
pronto como sus grandes patas golpearon el suelo. Robert, el lacayo, se adelantó
para tomarlo con la mano.
Adrian metió el brazo de Violet en el suyo y luego la condujo hacia adelante. Ella
examinó la masa de rostros expectantes. Oh, Dios, había tantos de ellos. Ciento por
lo menos. ¡Esto no era nada como Dorset!
March, el mayordomo, dio un paso adelante. Era una figura impresionante, como
un capataz recto con unos penetrantes ojos azules.
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-Sí, Su Gracia. Me tomé esa libertad. Puedo hablar por todos, extendiendo nuestras
más sinceras felicitaciones a usted y a su Gracia por su matrimonio. Que los años
venideros sean felices, y fructíferos .
-Quería informarle que su Gracia está en el salón. Llegó esta mañana desde la casa
de los doctores.
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Capítulo nueve
-Adrian, ma chou, por fin estás aquí. Ven y dame un beso.- Desde su lugar en el sofá
tapizado con seda dorada, la duquesa viuda de Raeburn estiró los brazos. Ella no
hizo ningún esfuerzo para levantarse, sentada regiamente como una reina
saludando a sus súbditos.
-Estoy seguro de que no te parece nada agradable -replicó ella con franca
honestidad, con su acento francés todavía muy evidente a pesar de haber vivido en
Inglaterra durante más de treinta y cinco años. - Interrumpiéndote, cuando acabas
de regresar de tu luna de miel. Debes perdonarme, porque no se puede hacer nada.
¿ves?- Ella la señaló con una mano. - Jeannette, ni siquiera me hablará.
Violet se alejó de las puertas donde había estado inmóvil. Tragó saliva alejando el
nudo duro de su garganta mientras se preparaba para saludar a la madre de
Adrian.
-No podría estar más equivocada, Su Gracia.- Violet se adelantó para apretar las
manos de la viuda. -Por supuesto que hablaré contigo. Usted es bienvenida aquí. -
Ella se inclinó, rozó un beso sobre la mejilla perfumada de la mujer.
-Pues, gracias, hija mía. Qué graciosa eres. Y debes llamarme Maman, ahora que
somos madre e hija.
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La viuda liberó sus manos. Violet cruzó, hundiéndose con gratitud en una silla de
ala frente al sofá.
-Ya llamé para que nos trajeran el té,- anunció la madre de Adrian. -Espero que no
te importe, hija mía.- Ella alzó una sola ceja oscura en un gesto muy parecido al
que Adrian a menudo usaba.
Violet hizo una pausa, preguntándose cómo debía responder. Jeannette, sabía,
estaría ansiosa por establecer su preeminencia como la nueva duquesa.
La viuda reconoció la respuesta con una leve inclinación de sus sensuales labios,
otro rasgo que había pasado a su hijo.
El parecido entre madre e hijo era bastante fuerte, particularmente alrededor de los
ojos y la boca. No era difícil de dónde Adrian tenía su belleza oscura y magnética.
A los cincuenta años, la duquesa viuda seguía siendo una mujer sumamente
atractiva. Sólo unos cuantos hilos de plata brillaban en su lustroso cabello negro.
Su piel blanca y cremosa era juvenil como la de una niña, la más ligera avidez de
líneas visibles en las esquinas de sus ojos y en las ligeras arrugas que corrían a cada
lado de su nariz.
-¿Cómo fue tu viaje? -preguntó su madre. -Puedo ver que debe haber sido
agradable. Los dos parecen verdaderamente renovados.
-Sí, fue muy agradable.- Sus ojos se movieron hacia Violet, pasaron sobre ella en un
largo, lento e íntimo vistazo. -Bastante agradablemente en efecto.
-¿Cómo está toda la familia?- Se hundió en una silla de ala que igualaba a la de
Violet. -Todavía sanos, supongo, desde la última vez que los vimos en la boda.
-Todo el mundo está bien,- comenzó. -Aunque mi querido primo Filbert estuvo
confinado en su cama con un esguince durante varios días después de la recepción.
Aparentemente tropezó con el vestido de lady Rankin esa noche mientras
caminaban cerca de los jardines. Se tropezó luego de unos cuantos pasos, en
resumidas cuentas.
Cada día hacía algo para sorprenderlo de nuevo. Sonriendo suavemente, comió
uno de los pequeños sándwiches en su plato.
-Ella esta encinta, como sabes, y Herbert no es de ninguna ayuda para ella.
Sylvia, Lady Bramley, estaba embarazada de casi seis meses de su quinto hijo, los
cuatro primeros niños. Ella y Herbert estaban intentando de nuevo por la hija que
Sylvia quería desesperadamente. Los hijos, se quejaba, estaban muy bien, pero no
tenían ningún uso para vestidos, fiestas y actividades femeninas. Una mujer tenía
derecho a tener una niña para quejarse y mimar, para cursar el pasillo cuando
llegue el momento. "¿Y si nunca llegó a ser madre de la novia?" A menudo se
preocupaba. Cada mujer anhelaba planear las nupcias de su hija algún día.
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-Sí, eso -le reprendió la viuda. -Es muy cruel de tu parte quitarle importancia a el
malestar de tu hermana. Ya sabes lo afligida que estaba por perderse tu boda.
-Cada bebé es diferente. Ella escribe que sus tobillos están bastante hinchados. Esa
es la razón de mi visita improvisada hoy.
-Claro. Pero una mujer necesita otra mujer en ese momento, una hija a su mamá.
Además, dice que los chicos la están volviendo loca. Voy a ir a jugar a la mère por
un tiempo. Ya he empacado. Me voy mañana.
-Merci beaucoup, yo acepto.- Ella le dio a su nuera una mirada minuciosa. -Hoy
estás muy callada, hija mía. ¿Hay algún problema?"
-Por qué, no... no, por supuesto que no. Estoy... un poco cansada del viaje, es todo.
-Naturellement. Y yo soy una bestia egoísta por mantenerte aquí. No creas que
debes quedarte a entretenerme.
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-Ve a tus habitaciones. Acuéstate. Voy a jalar la oreja de mi hijo por un poco más
de tiempo, non?
-Sí, maman.- Violet se levantó, le dio una sonrisa. luego se volvió, compartiendo
una sonrisa más íntima con Adrian.
-March hará que la señora Hardwick te muestre tus habitaciones.- Se puso en pie y
caminó con ella hasta la puerta. Paso un dedo por su mejilla. -Descansa bien,
querida. Te veré en la cena.
Con una expresión de asombro, la viuda levantó una mano hacia su pecho.
-Te lo dije, ma mie, quería una oportunidad para verte antes de irme a
Herefordshire. Estaré fuera hasta Martin más por lo menos.
-Bueno, hay otro asunto pequeño. Algunas reparaciones en la casa de dote que
necesitan atención. La puerta de la sala chilla como un pequeño ratón cada vez que
se abre o cierra. Y hay que arreglar una de las habitaciones de la criada del piso de
arriba. Obviamente, el techo, requiere una inspección ".
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Dio una media sonrisa, muy a sus costumbres. Nunca le gustaba hablar
directamente con el Sr. McDougal. Decía que sólo podía entender la mitad de lo
que decía el escocés.
-Te haré reparar las cosas mientras estés fuera.- Adrian llevó su vaso al aparador, y
se sirvió más vino. -Entonces, ¿me lo dirás?
-¿Decirte qué?.
-Oh, eso.- Ella frunció los labios, finalmente cayendo cuando quedó claro que él no
lo dejaría pasar -No quería que creyeras que estaba interfiriendo, pero quería ver
cómo se está comportando. Estaba preocupada. Sentí cierta tensión entre tú y tu
novia antes de la boda. No me digas que estoy equivocada.
-No, no te has equivocado, pero todo está bien ahora. El viaje a la costa fue muy
bueno para nosotros dos.
-¿Te perdonó por tu cambio de planes?- Su madre sabía de la reacción menos que
entusiasta de Jeannette a su gira cancelada por el continente.
-Estaba molesta al principio, pero todo fue olvidado una vez que llegamos a
Dorset.
-Y tú eres feliz-, dijo su madre. -Puedo verlo por la forma en que la miras que lo
eres.
¿Miraba a Jeannette de una manera particular? Pensó, sorprendido. Sí, supuso que
sí.
-Yo soy un hombre maduro, mamá. Aprecio tu preocupación, pero ahora soy
capaz de cuidar de mí mismo, ¿sabes?
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-¡Bah! puedes ser un hombre, pero sigues siendo mi hijo. Eso y mi amor por ti
nunca cambiará, no importa cuántos años tengas.
Agnes, bendito sea su corazón, se movió unos momentos más tarde para ayudarla
a vestirse para la cena. La ayudó a vestir con un precioso vestido primaveral de
muselina india con mangas cortas y corpiño redondo. Entonces la doncella cepilló
y desenredó su cabello, colocando unas exquisitas perlas alrededor de su garganta.
Como regla, Violet encontraba a los extraños intimidantes. Pero Dalton, con su
sonrisa torcida y sus mejillas rubicundas, era tan agradable, tan educado, que se
sintió relajada y tranquila en su presencia en muy poco tiempo.
Aprendió que Dalton era un gran amante de los perros y ya se había familiarizado
con Horacio. Un buen espécimen de gracia canina, declaró, ganándola
completamente. Comparaban ávidamente las notas de las razas más igualadas,
Adrian escuchaba con una inclinación divertida en su labio superior, cuando la
duquesa viuda entró en la habitación.
Violet hizo todo lo posible para no tensarse y callarse. Era vital que ella mantuviera
su ardid y no hiciera nada fuera del carácter de su hermana. Sabía que no le
serviría valerse de la excusa del cansancio por segunda vez ese día. Sin saberlo,
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Una vez que la comida fue concluida, los hombres se excusaron para discutir un
asunto urgente sobre negocios de la propiedad. A Violet se la dejó volver al salón
con la viuda. No tenía ni idea de qué decir. ¿Por qué Adrian tuvo que
abandonarla? !Caramba¡ con ese hombre.
-El día parece ser lo más agradable para tu viaje mañana -dijo ella.
Violet se guardó de rodar los ojos. Tanto por el tiempo, pensó. Dio un respingo y
volvió a intentarlo.
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La viuda volvió su rostro refinado hacia ella, con una ceja elevada.
-Te llevaras bien con las personas de la zona, siempre y cuando proporciones
entretenimientos aquí y allá. La gente espera que otros los mantengan alejados del
aburrimiento. Pero eso no debería ser un problema para ti, ya que tienes amor por
la sociedad y sus tejemanes.
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-Espero que pases una buena cantidad de tiempo en Londres. Es bueno -declaró la
madre de Adrian- que ya hayas establecido tantas conexiones allí. Tu refinamiento
y maneras fáciles será una gran bendición a la carrera de mi hijo, n'est-ce pas?
Violet la miró fijamente. ¿Adrian tenía aspiraciones políticas? Nunca le había dicho
nada al respecto. Pero entonces, ¿por qué debería hacerlo? Sólo habían estado
casados durante un poco más de una semana, y los hombres no siempre discutían
tales cosas con sus esposas. Simplemente salían y tomaban sus elecciones. Al
menos, así era como se comportaba su padre. Hacia lo que deseaba y dejaba que su
madre llorara y se quejara más tarde si resultara ser algo que no le gustara.
-Tú serás un gran activo para él.- La viuda se acercó, le dio una palmadita en la
mano. -Una anfitriona competente, puede ser tan esencial para un hombre como
sus habilidades y convicciones. Estoy dependiendo de ti para que lo ayudes en
todos sus futuros éxitos.
-Sí, por supuesto -dijo Violet, falsamente alegre-. No deseo nada más que eso.
-Amo a mi hijo. Me sentiría muy angustiada sabiendo que Adrian esta de alguna
manera descontento.
Algo se suavizó en los ojos de su suegra. La viuda asintió una vez y luego se
dirigió a otro tema.
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"Tu refinamiento y maneras fáciles serán una gran bendición a la carrera de mi hijo".
"Los duques de Raeburn siempre han sido líderes ... Él está destinado a la grandeza."
A menos que ella cometiera algún error grave y lo estropeará todo para él.
Oh, pero no lo sería, Violet gimió para sí misma. Sabía poco de la Sociedad y
menos aún de ser una anfitriona política. Si la madre de Adrian estaba en lo cierto,
y él quería tomar un papel prominente en el manejo de la nación, ella era la última
persona a la que debía dirigirse. Estaba flotando alrededor en este momento,
agarrándose a cualquier palillo sólo para conseguir superar cada día. Fingir ser su
hermana entre su nueva familia ya era bastante difícil. ¿Cómo demonios podría
desear deslumbrar al mundo en algo que no estaba segura de que Jeannette
pudiese lograr? Jeannette era tan política como un ratón marrón. Por otra parte, a
ella se le daba bien tratar con la gente. Tal vez eso es todo lo que necesitaba.
Dios mío, ¿por qué había aceptado alguna vez este engaño?
"Me sentiría muy angustiada de oír que Adrian estuviese de alguna manera descontento."
Las palabras le apuñalaron. Violet rodó a su lado y cerró los ojos con fuerza. Ella lo
amaba. Lo último que quería era obstaculizarlo. El pánico zumbaba en sus venas,
su corazón latía con rapidez dentro de su pecho.
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-¿Sueños malos?"
-Mmm-hmm.
Si pudiera hablar de ello. Vuélvete hacia él, dile lo que su madre había dicho,
pregunta si realmente tenía serias aspiraciones políticas. ¿Pero qué si era verdad y
él había discutido ya sus planes con Jeannette durante su noviazgo? Sería extraño
que ella estuviera preguntando de nuevo. No podía correr el riesgo.
-Bueno, tal vez pueda pensar en una forma de tranquilizarte. Ven aquí.-
Suavemente, la volvió en sus brazos, sus labios se encontraron con los suyos en
tierna adoración.
Ella entrelazó los dedos en su cabello, amando su textura sedosa, cálida y revuelta
por el sueño. Sus mejillas eran ásperas con barba nocturna. No le importó,
besándolo más fuerte, de repente desesperada por perderse en su amor.
-Sí -susurró, envolviendo sus brazos a su alrededor-. Llévame lejos. Haz que me
olvide de todo menos de ti.
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Capítulo diez
-Esos son los últimos armarios de lino, Su Gracia.- La señora Hardwick -cerró y
aseguró un juego de altas puertas dobles que bordeaban una sección del pasillo del
ala este. Una vez terminada, poso sus ojos interrogantes sobre la nueva duquesa.
Violet sofocó un suspiro cansado. En las últimas cuatro horas ella y la ama de
llaves habían caminado lo que debía haber sido una milla por lo menos de pasillos
y escaleras. Entró en las habitaciones y volvió a salir cuando la anciana le hacia
conocer los arreglos domésticos de Winterlea. La tortura había comenzado
enseguida después del desayuno con una inspección de las bodegas de vino, luego
se movió gradualmente hacia arriba a través de la casa. Ahora estaban en el
segundo piso.
-Ahora no, señora Hardwick -dijo Violet, obligándose a ser amable pero firme-.
Estoy segura de que están en el mismo orden excelente que el contenido de todos
los otros armarios y armarios que hemos inspeccionado esta mañana. Le doy las
gracias por una excursión muy completa, pero ahora debo regresar a mis
habitaciones para cambiarme para el almuerzo. El duque estará muy enojado si
llego tarde a la mesa.
-Si su Gracia tiene tiempo esta tarde, están los menús de la próxima semana que
debe aprobar. El chef es más insistente en saber de antemano qué comidas debe
servir.
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Violet sabía que las decisiones relativas a las comidas, los arreglos de la mesa y tal
caía bajo su control como duquesa. Pero la idea de estar preocupada por tales
detalles mundanos la dejaba menos que entusiástica. Era probable que Jeannette se
hubiese deleitado con tal autoridad doméstica. Por su parte Violet, podía pensar en
cientos y una maneras más interesantes de pasar su tiempo. Deseaba poder
simplemente arrojarlo todo, pero ahora era la duquesa de Raeburn. Ella tenía esas
responsabilidades. No quería decepcionar a Adrian.
-Sí, muy bien -dijo Violet, mirando a los ojos de la otra mujer encenderse con un
sutil resplandor de triunfo. La mirada, y el conocimiento de que su hermana nunca
haría lo que quería un criado, le dio a Violet el coraje de rebelarse un poco. -Pero
no hoy -dijo-. Mañana aun estaremos a tiempo. En la tarde, en mi estudio. Te veré
allí.
-Buenos días, señora Hardwick.- Violet pasó por delante y se permitió temblar sólo
después de doblar una esquina en el pasillo.
Se agachó, pasando los labios por su frente, luego se levanto para asumir su puesto
en la cabecera de la mesa. Él extendió su servilleta sobre su regazo.
-Pero estoy seguro de que no quieres oír hablar mucho de los negocios aburridos.
¿Como estuvo tu mañana?
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Tal vez era su propio sentido de inseguridad lo que la hacía sentirse así. Jeannette
ciertamente no habría tenido este problema. Lastima que no era Jeannette. Ella
comió otro bocado de la deliciosa tarta de carne y riñón del Chef y guardó sus
preocupaciones para sí misma.
-No quiero que parezca que te descuido, querida -dijo Adrian cuando terminó la
comida-. Pero tengo algunos asuntos urgentes que no pueden esperar. ¿Estarías
terriblemente angustiado si nos saltamos el viaje que habíamos planeado para esta
tarde? Te prometo que te lo compensaré mañana. Pasaremos todo el día juntos, si
quieres. Montar y hacer un picnic. ¿Qué piensas?
-No puedo afirmar que no me decepcione -dijo con sinceridad-, pero entiendo que
estás muy ocupado. Por lo tanto, trataré de ocuparme en algo esta tarde.
-¿Estas segura?
-Por supuesto que estoy segura. No necesitas estar sobre mí veinticuatro horas al
día. Ahora soy tu esposa. También tengo deberes.
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Adrian se levantó, caminando hacia ella. Todos los lacayos se habían marchado,
dejándolos solos en la habitación. Él apoyó las manos en los brazos de su silla y se
acercó.
-Nunca temas. No voy a renegar de ella.-La besó, una suave mezcla de labios y
lenguas, suave y dulce como una cálida mañana de primavera. -Creo, querida, que
soy un hombre muy afortunado. Un hombre muy afortunado de tener una esposa
como tú.
Violet nunca había visto tantos libros reunidos en una habitación en toda su vida.
Los elegantes volúmenes encuadernados en cuero abarcaban las cuatro paredes,
trepando en dos gradas hasta la parte superior del techo de veinticinco metros de
altura. Para una amante de los libros como ella, el efecto fue una experiencia
verdaderamente monumental. Por supuesto, había visto la biblioteca de Winterlea
antes, pero ésta era la primera oportunidad que había tenido para explorar su
contenido a su antojo.
Echando un vistazo por encima del hombro para confirmar que estaba sola, sacó
de su bolsillo los anteojos que guardaba escondidos en su caja de recuerdos y los
deslizó sobre su nariz. Aleluya, pensó, mientras el mundo volvía a enfocarse. Podía
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Había tantos de ellos que literalmente podría haber pasado horas haciendo nada
más que leer los títulos. Los clásicos estaban bien representados: Eurípides,
Homero, Sócrates y Platón. Violet consideró sacar las vidas de Plutarco, pero
decidió que no estaba de humor para una lectura tan pesada. Había las obras
recogidas de William Shakespeare y algunos volúmenes escritos por su
contemporáneo, y supuesto mentor, Christopher Marlowe.
Tres semanas más tarde, Violet estaba arreglando flores cortadas en un jarrón en
uno de los salones de abajo cuando March dio un toque ligero a la puerta. Ella le
pidió que entrara.
-Buenas tardes, Su Gracia. - Entró, con una bandeja de plata en la mano. -Cierta
correspondencia ha llegado para que usted la atienda.
-Oh, gracias, March. ¿Podrías ser tan amable de colocarlos en el escritorio, por
favor? -Ella alcanzó otro zinnia, un carmesí esta vez.
El mayordomo se inclinó.
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-¿Qué piensas?
-Sí.- Ella asintió con la cabeza hacia el jarrón de flores. -¿Qué piensas de mi
arreglo?
-Por favor. Debo valorar su opinión. Tienes un buen sentido estético. Nunca has
puesto nada que no sea una mesa perfecta y todo lo que hay bajo tu dirección aquí
en la casa se hace con los mejores sabores. Ella volvió a mirar el florero de flores y
suspiró. -Me temo que no estoy muy lista para hacer arreglos.
Calentado por sus palabras de alabanza, March dejó escapar una parte de su
habitual rigidez formal. Estudió las flores, un tumulto de colores atrevidos y de
forma irregular, tallos, hojas y pétalos tan apretados, el jarrón parecía en peligro
inminente de estallar. Ella captó su mirada.
Sin embargo, la duquesa no pareció enojada. Entrecerrando los ojos al arreglo, ella
inclinó su cabeza en la dirección opuesta de antes.
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-Sabes, creo que tienes razón.- Ella se acercó, arrancó casi una docena de troncos
goteantes. Poniéndolos a un lado, reorganizó a los otros para que los hollyhocks
largos fueran distribuidos más uniformemente.
Retrocedió de nuevo, con las manos entrelazadas bajo su barbilla. Ella sonrió.
-Es muy grato, Su Gracia. Estoy contento de haber podido ser de ayuda. "
Desde que el duque y su nueva esposa habían tomado la residencia, ella los había
cautivado a todos. Mostrando sorprendentemente poco parecido a la niña mimada
que había visitado Winterlea durante una semana la primavera pasada durante el
período de compromiso, esta joven mujer era pura delicia. Cálida, amable y atenta.
Evidentemente el matrimonio le quedaba.
La duquesa recogió las flores que había sacado del jarrón y las entregó a March.
-No voy a necesitar esto. ¿Crees que el personal disfrutaría de ellos? Creo que
aclararían las mesas de comedor para la comida de la noche. -March aceptó las
flores, inclinó la cabeza.
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Sola, Violet estudió el arreglo floral terminado con un orgullo justificable. Incluso
Jeannette no podría haberlo hecho mejor. Llevaba su obra de arte floral a través de
una amplia mesa de mármol, donde sabía que se vería bien y cuidadosamente
puesta. Lo admiró un momento más antes de volverse. Suspiró al ver la pequeña
pila de correspondencia que March había traído.
Más invitaciones, suponía. Habían empezado a llegar hace poco menos de una
semana, justo después de que sus vecinos comenzaran a llegar. Los Miltons habían
sido los primeros en llegar, una pareja mayor, cuyos seis hijos eran adultos y
casados. Su hijo mayor era un abogado que ahora residía en Londres.
El señor Lyle y su esposa, Joan, vinieron después, sus dos hijas mayores
acompañándolos. Chicas lindas, de mejillas sonrojadas de quince y dieciséis años,
los niñas Lyle se habían sentado en silencio mientras los adultos hablaban. El único
estallido se produjo cuando las chicas habían caído en un paroxismo de risa aguda
sobre una estatuilla griega desnuda que se encontraba en uno de los nichos del
vestíbulo.
El vicario Thompkins, alto y solemne de negro, llegó poco después con su esposa,
Emeline. Una diminuta y pálida mujer, la señora Thompkins se acercó al hombro
de su marido y habló en un susurro que uno debía de esforzarse en oír.
Y entonces había llegado Lord y Lady Carter, la única pareja con la que ella y
Jeannette se habían conocido anteriormente. A diferencia de los otros vecinos, que
no la conocían en absoluto, había tenido que estar más en guardia con los Carters,
esforzándose por ser tan genial y vivas como fuera posible.
Casi lo había estropeado todo salpicando té por toda su falda mientras lo había
estado sirviendo nerviosamente. Afortunadamente, lo había atrapado justo cuando
la primera gota estaba a punto de derramarse. Mediante pura fuerza de voluntad,
había logrado pasar el resto de la visita sin delatarse.
Cruzó el escritorio y, consciente de que estaba sola, sacó las gafas del bolsillo del
vestido. Los equilibró en su nariz, saboreando su visión mejorada.
Las dos primeras partes de correspondencia eran invitaciones. Las dejó a un lado
para su posterior consideración.
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La tercera era una carta enviada desde Londres, su título escrito a través de la
telilla color crema pesado en un pergamino ancho y de escritura oscura. Ella
rompió el sello, sus ojos se ensancharon cuando empezó a leer.
Mi querido amor,
Ella jadeó.
¿Qué hacer? Jeannette le había dicho que se lo enviara de inmediato. ¿Pero debería
hacerlo? ¿Tenía derecho a no hacerlo?
Incapaz de resistirse, abrió de nuevo la carta y leyó un poco más. No era una nota
larga. Pero, oh mi Dios, la pasión saltaba de la página en cada palabra.
¿Con quién estaba involucrada su hermana? ¿Qué clase de persona debe ser para
perseguir a una mujer que creía casada con otro? Un hombre desesperadamente
enamorado, decidió, la profundidad de su ardor inconfundible, tan imprudente
como ello podría ser.
Oh cielos, Violet suspiró, qué enredo cada una de ellas había tejido para la otra.
Hasta la fecha, sólo había recibido una carta de Jeannette. Una breve,
apresuradamente garabateada, típica del estilo descuidado de su gemela. Jeannette
le había asegurado que todo estaba bien, dándole su dirección actual en Italia. Ella
y su tía abuela Agatha estaban pasando un tiempo espléndido, había escrito,
asistiendo a muchas fiestas elegantes y reuniéndose con docenas de personas
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Violet rezó para que Jeannette no estuviera exagerando, sino terminaría revelando
su engaño. Pero su gemela era inteligente. No era probable que se delatara.
Golpeó esa carta de amor contra su mano, suponiendo que debía enviarla a Italia.
El curso de acción más sabio, sin embargo, sería destruirla. Estaba muy bien para
ella saber a quién pertenecían realmente las cartas, pero si alguien más lo veía? Si
Adrian alguna vez leyera ... no podía soportar contemplar el horrendo resultado de
eso.
Tendría que escribir a Jeannette. Hacer que ella aceptase romper la conexión con
este hombre misterioso. ¿Qué otra solución podría haber? Tal vez con el tiempo
podría ayudar para que "Violet" y este hombre misterioso se relacionaran para
bien. Asumiendo que su hermana realmente tuviese sentimientos por esta persona
K y desease un futuro con él.
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Capítulo Once
Su mirada cayó sobre la carta que había estado escribiendo, su corazón se subió a
su garganta. No podía dejar que se diera cuenta tampoco de eso, y estaba casi a su
lado.
Llevó una hoja de papel normal sobre la que había estado escribiendo y luego giró
abruptamente en su silla.
-Adrian -le saludó, sonriéndole.- Qué sorpresa tan agradable. ¿Ya regresaste?
Pensé que dijiste que tu cita con el señor McDougal duraría toda la tarde.
-Nuestro negocio tomó menos tiempo del esperado.- Miró hacia el escritorio, luego
lentamente hacia atrás. -¿Qué has estado haciendo, señora? ¿Escribiendo cartas?
-Sí -dijo ella. -Recibimos dos invitaciones más, aunque todavía no he tenido la
oportunidad de revisarlas. Estaba escribiendo una carta a ... umm, Violet. Ella debe
partir pronto para Florencia y no quería echarla de menos antes de que ella
partiera hacia la siguiente etapa de su viaje.
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-Muy bien, la última vez que escribió estaba en Italia que está de acuerdo con ella,
al parecer.
-Por supuesto -respondió ella con la suavidad de candor que sabía que podía haber
empleado Jeannette.- Pero me consuelo con la seguridad de que un día me llevarás
allí. Lo has prometido, ¿verdad?
-¿Decirte qué?
Genial. Y había pensado que no se había dado cuenta. ¿Qué hacer? Su corazón latía
furiosamente, dándose cuenta de que no los podía ocultar, ahora no, ya no. A
menos que ella pudiera hacer una osada salida.
-¿Por qué no quieres decírmelo?- Violet levantó la barbilla con una inclinación
altiva.
Por un momento de esperanza, pensó que iba a desistir. Luego él soltó los brazos y
dio otro paso adelante.
-Esa táctica puede funcionar en todos los demás con los que estas relacionada, pero
no te servirá conmigo. -Él le tendió una mano insistente-. Veamos.
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Pero su curiosidad se despertó y una vez que Adrian estaba curioso acerca de algo,
no había manera de detenerlo.
-No tenía ni idea. ¿Y has estado ocultando tus gafas todo este tiempo?
-La visión imperfecta es una aflicción que comparto con mi hermana. Pero a
diferencia de ella, no elijo transmitir el impedimento al mundo. Una mujer nunca
se muestra a favor de usar anteojos, ya sabes. - Ella expresó los sentimientos
fácilmente, repitiendo las mismas frases que su hermana y su madre le habían
dicho mil veces.
-Nunca dijiste que se veían bien en mi hermana. - Las palabras salieron de su boca
antes de que pudiera evitarlas.
-La pregunta no se planteó. Pero nunca pensé que tu hermana pareciese insulsa
con sus gafas, si eso es lo que quieres decir.
-¿No es así?
-Ustedes son mujeres hermosas. Son gemelas, después de todo. Ponte las gafas.
-¡No! No podría.
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cristal, su rostro querido por una vez en clara y nítida atención. Ella esperó, con las
manos agarradas, el corazón golpeando deprisa como una liebre. Ahora vería la
verdad, ¿no? ¿Sabría quién era realmente?
Violet parpadeó.
Aún así, ¿cómo sería que él la mirara con una expresión de cariño en sus ojos y
saber que era para ella? La verdadera ella. ¿Cómo sería para él besarla como Violet
y saber que la quería a pesar de todo? Oírle pronunciar su verdadero nombre,
Violet, un susurro apasionado en los labios, un murmullo de éxtasis pronunciado
en la oscuridad, en las frías horas de la noche o bajo el calor fresco de un sol
matutino.
Pero esos pensamientos eran pura locura. Tal circunstancia nunca podría ser.
Abruptamente melancólica, se estiró su mano para quitarse las gafas, sin confiar en
que su suerte durara.
-Tengo entendido que tu no quieres ponerte tus gafas en público -continuó-, pero
aquí en casa debes usarlas tantas y tantas veces como necesites. -Él le cogió la
mano y se la llevó a los labios. -Te aseguro, querida, que tu resplandor no se ve
disminuido por esta adición.
Ella debía negarse. Incluso ahora era un riesgo demasiado grande. Sin embargo,
qué alivio sería volver a ver normalmente. ¡Qué delicia leer y escribir sin tener que
echar un vistazo a través de sus lentes cuando pensaba que no estaba siendo
observada.
-Muy bien -respondió, consintiendo como si su petición fuera una gran carga-. Los
usaré si mi necesidad es grande. Sólo aquí en la casa y sólo en privado.
Violet captó el brillo perverso en sus ojos oscuros y supo que tenía más que la
navegación y la cena en mente. Su cuerpo se calentó ante aquella noción.
-Tengo que terminar mi carta, pero supongo que puede esperar. Sin embargo
debería cambiarme con algo más apropiado para estar en el exterior antes de salir.
-Muy bien.- Él le dio un par de besos sobre sus labios, que sabían a más por venir. -
Voy a hablar con François sobre nuestra comida. ¿Diría en media hora?
Esperó a que saliera de la habitación y recogió las hojas de la carta que había
escrito a Jeannette. Los encerró con llave, junto con la carta del amante de su
hermana, en un pequeño cajón empotrado en la mesa de escribir. Terminaría la
carta y la enviaría al día siguiente.
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La habitación era cómoda, más pequeña que muchos otras en la enorme casa. A lo
largo de las últimas semanas, Violet la había hecho suya.
Situada en la esquina trasera oeste de la casa, que daba a uno de los jardines, que
fue adornado por el otoño con exuberantes aerosoles de crisálidas doradas y de sol.
Relajante y tranquila, la habitación exhalaba un suave y relajante silencio que
Violet amaba. En las tardes, cuando Adrian estaba ocupado con los negocios y no
había inquilinos que visitar, ni vecinos que viniesen a visitar, se acurrucaba en uno
de los sillones cómodos de la habitación y se perdía dentro de un libro.
Revelándose en un mayor sentido de libertad ahora que podía usar sus gafas sin
temor a que la descubrieran, se entregaba a la lectura aquí en el estudio cada vez
que podía. Mantuvo un pedazo de bordado a mano, por si acaso la interrumpían.
No quería que nadie, especialmente Adrian, se diera cuenta de que estaba pasando
las tardes felizmente enterrada en un libro.
Horacio rezongó, roncando suavemente donde yacía cerca de sus pies, soñando
sueños perrunos. Violet reanudó su lectura y se quedó profundamente absorta
muchos minutos hasta después cuando un ligero arañazo llegó desde la puerta.
Actuando rápidamente, escondió el libro entre su cadera y el cojín del asiento, tiró
del bastidor de bordado unos centímetros más cerca de modo que parecía como si
estuviese cosiendo. Sólo entonces le pidió a la persona que entrara. March estaba
en la puerta.
-Perdone la intrusión, Su Gracia, pero pensé que debía informarle que lord
Christopher ha llegado.
Las cejas de Violet se dispararon hacia arriba ante la noticia. ¿El hermano menor de
Adrian, aquí? ¿Ahora? No había escrito nada acerca de una visita en la carta que
Adrián había recibido de él la semana pasada. Según era de su conocimiento, se
suponía que debía estar en la Universidad, estudiando para los exámenes de
medio término.
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Podía decir por el tono de March y por sus acciones que desaprobaba que su
cuñado no se detuviera e inmediatamente la saludara. En las pocas ocasiones que
se habían conocido, Lord Christopher-o Kit, como era conocido por sus íntimos,-
nunca había sido nada inflexiblemente cortés y amable con Jeannette y Violet. No
lo conocía bien, pero dada su inusual conducta, parecía que algo debía de estar
mal.
-Su Señoría dio todas las apariencias de gozar de buena salud robusta, Su Gracia.
-Hmm. Bueno, ya que él ha llegado, por favor, informe al Chef que habrá tres en la
cena de esta noche. Y que manden una bandeja de té a la sala de estar de la familia.
A menos que Lord Christopher tenga una objeción, pídale que se una a mí en
media hora.
Ella suspiró. Tanto por leer esta tarde. Esperaba haber hecho lo correcto pidiendo a
Kit que tomara el té con ella. Tal vez debería haberle dejado a su suerte ya que
claramente no deseaba compañía. Pero estaban relacionados ahora y sería mejor si
pudieran desarrollar una relación cordial desde el principio.
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-Por supuesto que no -dijo Violet, incapaz de evitar que su simpatía apareciera. -
Puede que no sea tan espantoso como te imaginas.
-No, será peor.- Bebió un poco más de té, su largo y delgado cuerpo hundido en su
asiento. Le recordó a Violet una versión más joven de su hermano.
-¿Fue el juego o las mujeres, entonces, que provocaron este daño?- Hace un par de
meses ella no habría tenido el valor de hacer una pregunta tan impertinente. Pero
pretender ser su hermana gemela parecía estarle prestando una medida extra de
bravata últimamente.
Él la estudió durante un largo minuto con sus profundos ojos avellana, luego se
encogió de hombros.
-Si quieres saber, no eran ni mujeres ni juegos de azar. Fue una carrera a pie.
-¿Una carrera a pie? ¿Dónde podría estar el daño?- Teniendo la gracia de lucir un
poco disgustado, cruzó sus pies bien calzados y bajó los ojos.
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-Parecía muy divertido en ese momento-, reflexionó. -Tres vueltas alrededor de los
campos comunes de la Universidad antes de que el reloj llegue a medianoche, el
mejor hombre gana y todo eso. Por supuesto, la suerte de nosotros por desgracia
era ser atrapados cuando trazamos ese estúpido plan. ¿Quién sabía que Dean
Musgrove elegiría esa noche particular para llevar a su esposa a la azotea para una
encuesta astronómica nocturna de los cielos?- Hizo una pausa, una sonrisa traviesa
se deslizó por sus labios. -Supongo que acabó viendo mucho más que estrellas.
-Entonces era apuesta, después de todo -acusó ella. Una pequeña risilla escapó,
arruinando por completo el efecto de sus severas palabras.
-El resto de la multitud nos estaba animando, pero eran demasiado pusilánimes
para participar en la carrera.
-Está fuera, pero sólo por el resto de este semestre. Si mantiene limpio su
expediente, volverá sin defectos.
-Y tú no lo harás-, dijo ella como una declaración, no una pregunta. Una mezcla de
abatimiento amargo se apoderó de sus facciones.
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Visto bajo esa luz, la indiscreción de Kit era bastante insignificante. Ciertamente no
merecía ser expulsado. Dejando de lado la mención de Darrin, Violet expresó su
opinión a su nuevo cuñado.
-Tristemente, la junta de la Universidad no lo vio así. Fui informado por ese cuerpo
político que puedo aplicar de nuevo en el siguiente periodo de readmisión en el
otoño, y puede o no ser concedido. En lo que a mí respecta, pueden mantener su
escuela en mal estado. Por desgracia, mi hermano no está de acuerdo. Tengo que
tener una educación si deseo ser alguien.
El hizo una pausa, con una expresión de sorpresa en su rostro, como si nadie
hubiera pensado en hacerle tal pregunta antes. Alcanzó otra tarta de frambuesa,
comió mientras consideraba su respuesta.
Ella observó una luz naciente de interés salpicar en los ojos de Kit.
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-Como todos nosotros. El chef está haciendo medallones de carne esta noche para
la cena. He pedido que se establezca un lugar extra para ti, por supuesto.
-Mis gracias, pero puede ser más agradable para todos nosotros si no me reúno con
ustedes esta noche - apartó la taza de té y el plato.
-Como quieras, pero espero que lo reconsideres. Puede que esté enojado ahora,
pero esto se le pasará, probablemente antes de lo que imaginas. Tú eres su
hermano y él te ama mucho. Nada puede cambiar eso.
-¿Es la manera de saludar a tu hermano? -preguntó Violet con voz suave. -Ven a
sentarte y tomar un poco de té.- Ella palmeó el cojín del sofá a su lado. -Debes estar
hambriento después de tu largo día. ¿Como te fue?
Le dejó servirle té caliente de una olla fresca que una de las criadas trajo, junto con
un plato de sándwiches y bollos variados. Añadió una cucharada extra de crema
coagulada a lado de la manera que él prefería.
Permitiendo que ella lo cautivara, Adrian les contó los asuntos de su día de
negocios. Al final, Adrian se volvió hacia su esposa.
Tomándose una respiración profunda, Kit se levantó de su silla. Hizo una pausa
para hacer una reverencia corta y cortés a su cuñada.
-Nunca me lo dijiste -murmuró ella con una voz demasiado baja para llegar a los
oídos de Adrian-. -¿Quién ganó la carrera?
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Las cejas de Kit dispararon hacia el cielo, una pequeña sonrisa que borró un rastro
del desánimo de su rostro.
-Yo lo hice.
No, lo que Adrián hizo fue mucho, mucho peor. Al menos para el modo de pensar
de Kit.
Adrian ciertamente sabía cómo girar los tornillos cuando le convenía, decidió Kit.
Su plan -expresado en una voz impasible durante esa primera agonizante reunión-
era discutir el estatus de Kit con los funcionarios de la Universidad y hacer que lo
reintegraran. Mientras tanto, Kit iba a completar todo el trabajo que estaba
perdiendo para que pudiera pasar los exámenes al final del trimestre y no
quedarse atrás. No habría más infracciones. Sería tan circunspecto como un monje.
Y voluntariamente estudiaría con el vicario Dittlesby, sin importar cuánto le
doliera hacerlo.
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Sin embargo, sólo había tanta miseria que un hombre podía soportar. Por eso,
después de casi dos semanas de estudio, Kit buscó refugio en el único lugar que
esperaba poder evitar la detección.
El estudio de su cuñada.
Sabía que había desaparecido la mayor parte de las tardes durante unas horas. Al
principio pensó que se estaba escurriendo para hacer una siesta o escribiendo
cartas a sus amigos, o caminar con ese perro gigante suyo. Entonces se dio cuenta
de que no estaba involucrada en ninguna de esas actividades. Le preguntó a una
de las sirvientas, una pequeña muy bonita que reía cada vez que se ponía a diez
pies de el, a donde su Gracia desaparecía cada día. La respuesta: en su estudio en
la parte trasera de la casa.
Su cerebro le dolía después de un día dedicado a cifrar las ecuaciones del cálculo y
traducir pasaje tras interminable pasaje del griego y el latín. Llamó a la puerta del
estudio de Jeannette y se dejó entrar un segundo después de que ella diera su
aprobación. Cerró la puerta y apretó la espalda contra ella, consciente de que debía
parecerse a un zorro que huía de una jauría de perros babosos.
Con ojos astutos, ella hizo una inclinación con la mano hacia un sillón situado en el
lado opuesto de la chimenea. Desesperado por un descanso del vicario, lo tomo.
-Sí, me gustaría.- Sus labios se curvaron en una sonrisa tímida. -Se estaba
preparando para iniciar un análisis comparativo de Sócrates y los grandes estoicos
romanos cuando se excusó por unos minutos -el llamamiento de la naturaleza,
creo-. Me temo que aproveché su ausencia y salí de la habitación.
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-Llevo un libro conmigo.- Él levantó un grueso tomo cocido en cuero oscuro. -De
esa manera, si me encuentra, puedo afirmar que no entendí lo que dijo el vicario y
entré aquí a estudiar. Sólo escucha la mitad de lo que digo tal como es, y siempre
cuando he cometido algún error tonto. -Se pasó una mano por sus cortos rizos
negros-. -Adrian es un diablo por haberme convencido de ello.
-Estoy segura de que tenía una buena razón para tomar esa elección.
-Tortura. Ésa era su razón.- Se inclinó hacia delante, inclinando la cabeza. -¿Mis
oídos están sangrando todavía? No fui sometido a tantas horas de conferencia en la
Universidad. Pronto podría estar tan sordo como ese viejo. Y mis ojos. ¿Están tan
rojos como sospecho? Me temo que se caerán con todas las lecturas.
-No, no, tiene que llamar al Dr. Montgomery. -El doctor Montgomery era el
médico personal del duque, un joven médico entrenado en Londres, a quien
Adrian había convencido de venir a la zona dos años antes. -El sabrá qué hacer.
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-Sí, Su Gracia.
-Oh, pobrecita. -Ella se levantó y se volvió hacia Kit. -Tendrás que disculparme.
Debo ir a ver si hay algo que pueda hacer por ella.
La Eneida.
Parpadeó y se quedó mirando el reverso. Qué extraño, pensó. ¿Qué diablos hacía
en la silla de Jeannette, de todos los lugares? Seguramente se había dado cuenta de
que el desgraciado le había clavado un agujero en la cadera cuando se había
sentado.
Volvió a abrir la portada, con los ojos vidriosos cuando vio que estaba escrito en el
latín original. Por un breve instante, esperaba que fuera una traducción. Podría
haber sacado algo de eso; Dittlesby adoraba molestarle con pasajes de Virgilio.
Pero Adrian, bastardo astuto que era, se había encargado de que todas las
versiones inglesas de los libros que Kit estudiaba hubiesen sido retiradas de la
biblioteca poco después de su llegada. Pronto tendría que tener una charla con su
hermano mayor. Este acoso flagrante debía terminar, incluso si él hubiera llevado
la mayor parte de él sobre su propia cabeza.
Entonces, ¿qué estaba haciendo este libro en la silla de Jeannette? Ella no era
exactamente del tipo erudita. Dudaba de que alguna vez abriera un libro. Estaba
seguro de que no había estado leyendo este. Señor, no podía leerlo, aunque
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Lo reflexionó durante unos momentos más, y luego decidió que realmente debería
moverse en ese negocio de su siesta mientras tuviese la oportunidad. Devolviendo
el libro al lugar donde lo había encontrado, añadió un tronco al fuego, se tendió
cómodamente en su silla y cerró los ojos.
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Capítulo Doce
Violet contempló el fuego ardiendo en la parrilla. Una carta era una cosa tan
simple de tirar y verla ennegrecer al convertirse en ceniza. Sin embargo, en última
instancia, el pequeño acto de cobardía no resolvería nada, le daría poco más que un
respiro temporal. Y estaba su conciencia a considerar-cosa molesta que era-
riñéndola para que recuerde que la carta no era suya para poder destruirla.
Tendría que escribir a Jeannette de nuevo, decidió. Insistir que esta peligrosa
correspondencia entre su gemela y su amante misterioso debía terminar.
Con eso en mente, cruzó hasta el fuego. Calentando el abridor de cartas metálico
en las llamas, utilizó una mano hábil para separar el sello de cera. Satisfecha con el
resultado, encontró tinta y pluma y comenzó a escribir su carta.
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Ella les hizo un gesto para que volvieran a sentarse en sus sillas.
-Por favor, no se preocupen por mí. He venido a escribir unas cuantas cartas.
Estaré muy quieta. Olvídense de que estoy aquí.
-No, no, me temo que soy la culpable de causar una interrupción-, dijo. -Por favor
continúen con su lección.
-Sí, estamos teniendo una lección. Podemos trabajar en otro lugar si prefiere que
nos retiremos.
-Hermana-, saludó.
-Kit. -Ella asintió, luego se volvió hacia el vicario. Ella moduló su voz con la
esperanza de que entendiera mejor esta vez. -No se vayan. Escuchen, siéntense. -
Les hizo señas con las manos-. Continúen su trabajo y no me presten atención.
Estaré en mi escritorio, escribiendo unas cuantas cartas.
-Sí, bueno, gracias. Continúen. Como dije, estaré escribiendo unas cuantas cartas. -
Ella sonrió, haciendo una pantomima del acto. La comprensión se iluminó
repentinamente en los ojos del viejo. Él asintió, y volvió a inclinarse.
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Ella compartió otra mirada divertida con Kit, ahogando una sonrisa y se retiró al
escritorio. Los hombres retomaron la lección.
Con una rápida mirada alrededor para asegurarse de que estaban ocupados, se
puso sus gafas, inclinando la cabeza para que su rostro no pudiera ser visto
fácilmente.
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Kit confundió su camino con sólo un error en tercera persona del singular.
-Excelente. ¿Y el resto?
Recordó el libro de Virgilio que había encontrado en su estudio hace varios días.
En ese momento, se había dicho que pertenecía a Adrian. Ahora no estaba tan
seguro.
-Muy bien hecho, milord. Creo que usted está mejorando. Intentemos una
traducción. El vicario escribió una cita sobre la pizarra que había preparado antes.
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Jeannette rio con tanta suavidad. Él la miró a su manera y fue cuando la vio,
realmente la vio, mientras miraba por encima de su hombro para leer las palabras
indescifrables en la pizarra.
Llevaba anteojos.
Jeannette no llevaba anteojos. Ella le había dicho una vez en una fiesta que las
damas que se preocupaban por su vista deberían encontrar maneras de hacerlo sin
gafas. Por suerte nunca había tenido que preocuparse, ya que tenía la vista
perfecta.
Luego la oyó murmurar el resto del dicho en voz baja antes de volver a escribir.
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Kit se excusó tan pronto como la comida fue concluida, el vicario se levantó
siguiéndolo, ansioso por continuar sus estudios. Adrian y el señor Dalton le
pidieron permiso para retirarse también; Más negocios que requerían su atención.
Dejando a los sirvientes para que ordenarán, guardó los pensamientos de Kit y su
extraña vigilancia en el fondo de su mente y fue al conservatorio. Horacio se
acurrucó a su lado, con las uñas golpeando musicalmente contra el suelo de losas.
La inmensa sala de cristal era una maravilla de luz y aire, cálida y tranquila,
incluso en los días fríos, tristes como hoy. Las gotas de lluvia chocaban contra las
multitudinarias vidrieras, fundiéndose en finas líneas acuosas que serpenteaban en
espiral hacia la tierra.
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Cuidadosa de cortar sólo unos pocos tallos de cada arbusto, se movió lentamente a
lo largo de la fila. Se detuvo de vez en cuando para cepillar las puntas de los dedos
sobre un pétalo satinado o dos, para respirar un extra-profundo trazo de la
fragancia embriagante.
Enderezándose, miró por encima del hombro. Su cuñado estaba a unos cuantos
metros de distancia.
-Mis pisadas son como la de los gatos, o eso me han dicho.- Caminó más cerca. -Lo
siento. No era mi intención sobresaltarte.
-No lo hiciste.- Ella puso sus tijeras en la canasta, y se volvió hacia él. -Al menos no
mucho. ¿El vicario te dio unos minutos de descanso o has venido en busca de un
nuevo santuario?
-He sido liberado por este día, gracias a las estrellas. El vicario Dittlesby temía que
la tormenta pudiera empeorar y decidió viajar a casa temprano. Voy a continuar la
última lección por mi cuenta. -Él puso los ojos en blanco, luego puso una mirada
intencionada sobre ella. -Tal vez podrías ayudarme.
-¿Qué quieres decir?- Ella levantó sus ojos sorprendidos a los suyos, una pequeña
risa escapándose de ella. Allí estaba otra vez, pensó. Esa mirada. Un escalofrió de
alarma hormigueó por su espina dorsal.
-¿Sí? -se inclinó y tocó una de las flores que había dentro de su cesta. -No lo habría
pensado. ¿Rosas, hmm?
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-Sí. Estoy planeando un arreglo para la sala de estar de la familia. Pensé que éstos
serían alegremente fragantes.
-Las rosas son preciosas, ¿no?-, Continuó. -Flores tan lujosas, tan suaves y dulces,
pero plagadas de espinas. Una floración astuta, peligrosa para los incautos.
-No son como otras flores-, reflexionó. -Tomemos la violeta, por ejemplo. Una flor
igualmente atractiva a su manera, tan suave, tan dulce, pero curiosamente benigna.
Él la atrapó en su mirada.
Sus ojos se abrieron de par en par antes de que pudiera evitar la reacción, su
corazón vibrando como un pajarito errático atrapado en una jaula.
-No te molestes con la charada. Yo sé quién eres. -Él se inclino hacia el final. -
Violet.
Haciendo un último intento por mantener vivo su engaño. Ella se echó a reír, un
ruido que se derramó hacia arriba en el techo.
-¿Crees que soy mi hermana? Qué notable. No hay duda de que Violet estará
excepcionalmente divertida cuando le escriba para decírselo. La historia les dará a
ella y a la tía abuela Agatha una carcajada.
-Buen intento, pero no te creo. Encontré tu libro. El que está escrito en latín que has
escondido bajo el asiento de tu silla en el estudio.
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The Husband Trap – Trace Anne Warren
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-¿Qué libro?-, Ella pregunto precavida. -No sé nada sobre ningún libro. Ni siquiera
me gusta leer.
-Si que puedes. Y sabes latín. Te escuché hablándolo. Recitaste mi lección conmigo
ayer. Sabías las respuestas también. Todas ellas -añadió, sonando ultrajado por
ello.
¿La oyó? El pánico se apoderó de su garganta como una mano sofocante. Recordó
que murmuraba una o dos palabras en la sala de estar, pero, sin duda, no lo
suficientemente fuerte como para ser escuchada. Supuso que el impulso provenía
de sus años de recitar declinaciones latinas en voz alta para memorizarlas. Dios
mío, ¿cómo pudo haber sido tan estúpidamente descuidada?
-Tengo un excelente oído-, dijo como si pudiera leer sus pensamientos. -Todos en
la familia lo saben. He sido acusado en muchas ocasiones de ser parte Basset
Hound. Grandes orejas, nariz afilada. Pero bueno, eres nueva en la familia, ¿no?
¿Qué tan nueva? Eso es lo que quiero saber. ¿Cuándo cambiaron los puestos tú y
Jeannette? ¿Cuánto tiempo ha estado ocurriendo esto? Más aún, ¿por qué lo
hiciste? Dime. Quiero algunas respuestas.
Ella se encogió bajo su inquisición, con los hombros caídos. La cesta de flores cayó
al suelo, unas tijeras de metal resonaron cuando golpearon las losas.
-Por el contrario, creo que entiendo muy bien. Ahora, oigamos algo de la verdad.
-Está bien, muchacho -dijo con voz tranquilizadora-. Todo está bien.
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-¿Prefieres sentarte o estar de pie?-, Preguntó él. -Hay un banco no lejos de aquí.-
Ella tembló.
-Sentarme, creo-. Temía que sus piernas no pudieran apoyarla mucho más.
Y así se sentaron, bajo un grácil arco cubierto de jazmín, el olor luminoso y aireado
como una nube. Pasó un minuto antes de que hablaran.
-¿Qué?
-Jeannette -dijo con voz baja. -La mañana de la boda. No se casaría con Adrian. Ella
me lo confió, sólo a mí, en el último minuto. No pude persuadirla de lo contrario.
Estaba determinada a hacerlo, a pesar del escándalo que haría caer sobre mi
familia y la tuya.
-Así que tú solución fue cambiar de lugar? ¿Engañar a Adrian con una novia falsa?
-No fue planeado, simplemente sucedió. No había tiempo para pensar en nada, y
en ese momento cambiar de lugares parecía ser el menor de dos males.
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Kit encontró su mirada fija, oyó la verdad de sus palabras. Según las apariencias,
tenía razón.
La otra noche los había visto sentados uno al lado del otro en el sofá. Él y Adrian
habían estado discutiendo algo ordinario-caballos, pensó- mientras Jeannette ... es
decir, Violet ... escuchaba mientras bebía una taza de té. Cuando dejó la bebida a
un lado momentos después, Adrian había tomado su mano con la suya. Le había
acariciado con el pulgar de un lado a otro en la parte superior de la piel,
deslizándolo ausente y perezosamente. Aparentemente ni siquiera era consciente
de lo que estaba haciendo, como si su necesidad de tocarla fuese instintiva,
visceral.
Kit recordó otros casos. Miradas ocasionales. Breves toques y pequeños gestos que
hablaban sobre el éxito del matrimonio de su hermano. Adrian parecía feliz de una
manera que nunca lo había estado antes. Adrian incluso había comentado con Kit
una tarde que encontraba la vida con su nueva esposa inesperadamente placentera
y para su alivio nada como la unión de sus propios padres menos que satisfactoria.
¿Kit tenía el derecho de interrumpir esa armonía simplemente porque había
descubierto una sorprendente verdad acerca de la novia?
-Está viviendo una mentira-, argumentó, tanto para sí como para ella. -Tendrá que
saberlo alguna vez.
-¿Entonces estás dispuesta a vivir como otra mujer por el resto de tu vida?
-Si debo hacerlo, sí. Si eso es lo que se requiere para mantener a ambas familias
lejos de la ruina. La vergüenza no podía soportarse. -Sus ojos de color océano le
suplicaban. -No lo quiere, Kit. Ella nunca lo hizo. Pero yo si. Por favor, te lo ruego,
no me des la espalda.
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-Puede que aún descubra tu truco todo por su cuenta. Adrian no es un cerebro de
guisante, sí te das cuenta.
El se inclinó hacia delante, colgó las manos entre sus rodillas mientras sopesaba
sus opciones.
-¿Quieres tomarte esta noche al menos? No digas nada hasta que hayas tenido la
oportunidad de pensar las cosas ¿Qué tanto puede doler otras horas?
Parecía desesperada, con las facciones tensas, su rostro bello más vulnerable de lo
que había pensado ver.
Él suspiró.
-Esta bien. Por esta noche, entonces tú sigue siendo Jeannette. En cuanto al futuro,
veremos. Pero quiero que entiendas, aquí y ahora, que no le mentiré por ti si
alguna vez me lo pide. Si me pregunta directamente sobre tú identidad, le diré la
verdad. -Ella asintió.
-Entiendo. ¿Por qué no me ves mañana en el folly? Digamos, a las diez. El estará
inspeccionando las reparaciones hechas a la granja de los Oxley. Me lo mencionó
esta mañana.
El silencio cayó entre ellos. ¿Qué más podían decir? Por ahora por lo menos.
Durante mucho tiempo después, Violet permaneció sentada. Ella agacho su cabeza
y dejó correr un par de lágrimas por sus mejillas, la desolación llenando su
corazón.
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Capítulo Trece
Apenas podía soportar mirar a Kit, pero sabía que tenía que comportarse como si
nada estuviera mal. Como si no tuviera su mundo en sus manos. Como si él no
tuviera el poder de romper ese mundo completamente con sólo unas pocas
palabras sencillas dichas mañana.
Ella se dejó ayudar a pesar de que era lo último que deseaba. Una vez Violet se
cambió su camisón, y se metido entre las sábanas, Agnes finalmente se fue. Tan
pronto como lo hizo, Violet volvió a salir de la cama, demasiado extenuada para
dormir.
La idea casi le detuvo el corazón, la idea era tan insoportable. Si Kit le dijera la
verdad, ¿Adrian se alejaría de ella? Ella temía mucho que lo hiciera.
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Tal vez debería simplemente decírselo ella misma. Confesarlo todo, luego arrojarse
a sus pies y suplicarle que la perdone. Decirle que no la eche a un lado. Pedirle que
la mantenga como su esposa.
Sabía que Kit tenía razón. Adrian merecía saber la verdad. ¿Pero a qué costo? Ella
se abrazó alrededor de sí misma.
Antes de que pudiera darse un segundo más para pensar, se quitó el albornoz,
cruzó la habitación y abrió la puerta de su suite que era contigua a la de él.
-Querida, ¿algo no está bien?- Adrian estaba vestido en mangas de camisa, los
pantalones, y con las medias en los pies. Su corbata desechada y zapatos colgaban
en las manos de su valet. El hombre mayor inclinó la cabeza en un gesto
respetuoso, luego ejerció su discreción y se alejó.
Con el corazón encorvado en el pecho, la boca seca como tostada rancia. Las
palabras que ella había estado planeando hablar se evaporaron de su mente.
-¿Cómo está tu dolor de cabeza? Iba a ir a verte una vez que me hubiese cambiado
mi ropa. -Ella luchó por encontrar su voz.
-Yo... eso... estoy mucho mejor. Los remedios que enviaste con Agnes eran muy
calmantes. Gracias.
-Me alegro de que te sientas mejor, pero tus gracias deben ir a tu doncella. Los
detalles del tratamiento fueron su idea. Sólo le informé que no estabas bien.
Ella asintió con la cabeza, bajó la cabeza y se quedó mirando la alfombra con
motivos bajo sus pies. Ella clavó su dedo gordo en un aterciopelado parche azul de
medianoche, consciente del silencio que pesaba sobre la habitación como una
mortaja.
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-Yo..... -¿Qué había estado a punto de decir? ¿Qué estaba haciendo, planeando
entregarse? Tal vez debería, pero... oh, era una cobarde terrible.
En cambio, corrió hacia adelante, envolviendo sus brazos alrededor de él, hundió
su rostro en su pecho.
-Te extrañé, eso es todo-, dijo, sus palabras amortiguadas contra su camisa.
-¿Me extrañaste? Ha pasado poco más de una hora desde que estuvimos juntos en
la misma habitación.
Miró hacia arriba, hacia sus ojos vibrantes, hacia sus iris de un bello y luminoso
marrón que no dejaba de conmoverla. Ella alzó una mano, pasando la palma por
su mejilla, encontrándola áspera con rastrojo, fuerte y caliente e imposiblemente
masculino.
-¿En verdad?
-Sí. -Ella pasó los labios por la mandíbula, esparciendo besos aquí y allá, por su
cuello, por la piel expuesta de su pecho.
-Déjame terminar de lavarme -le dijo, dándole un par de besos ligeros sobre sus
labios. -Quitar este duro rastrojo de mi rostro y vendré a ti en unos minutos.
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-No, te quiero ahora.- Ella se arqueó parándose sobre los dedos de sus pies, tan alto
como pudo alcanzar, y se presionó contra él, su excitación firme contra su vientre.
Hundió un puñado de dedos en su pelo, tirando su cabeza hacia la suya. -Te
quiero tal como eres-, suspiró. -Siempre tal como eres.
El hambre rugía en el interior de él, agarrándose con las garras afiladas de una
bestia indomable. Ella lo complacía y lo sorprendía. Nunca había tomado el papel
del dominante antes, nunca iniciaba cuando hacían el amor. Pero esta noche era
como una tormenta imparable, caliente, salvaje y dispuesta. Ella tiró de su camisa,
pasándola sobre su cabeza y lanzándola negligentemente al suelo, pasando sus
manos sobre su carne desnuda, brazos, hombros, pecho y estómago.
Respiró hondo cuando ella lo tocó, con sus delgados dedos haciendo un rápido
trabajo con los botones de su pantalón. Sus ojos se cerraron, sus labios se abrieron
cuando su mano se curvó sobre su erección. Él sintió su agarre, quemándolo como
un suplicante bajo su caricia. Ella lo besó por todas partes, incluso allí, cayendo
sobre sus rodillas hasta que él no pudo soportarlo más y la levantó una vez más
sobre sus pies.
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Luego la tocó, usando sólo su barba y el golpe de sus dedos para enviarla
subiendo, subiendo, levantándose, hasta que se rompió en un borde de deleite
primal. Ella convulsionó, su cuerpo húmedo y satisfecho.
Él le dio vuelta, hundiéndose en ella hasta donde su cuerpo pudo alcanzar. Ella
salió al encuentro, emparejándolo, capturando su ritmo mientras él penetraba en
ella. Ella regaba besos sobre su sudoroso torso, su rostro enterrado contra su
cuello, sus piernas alrededor de su espalda. El extendió la mano, cogiendo una de
ellas en su mano y lentamente estirándola, ajustando su muslo, su tobillo, su
cuerpo y el suyo, hasta que su tobillo descansó sobre su hombro. Luego movió su
otra pierna.
-Jeannette.
Cerró los ojos y lo abrazó, luchando contra las lágrimas. Sin embargo, ellas
llegaron de todos modos, desde debajo de sus parpados cerrados fugándose en un
charco salado contra la piel de él. Rezó para que estuviera dormido y no se diera
cuenta.
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-¿Estás bien?
-¿Estás llorando?
-Estas llorando. ¿Qué pasa? -Hizo una pausa. -No te lastimé, ¿verdad?-, Preguntó,
su tono absolutamente consternado ante tal posibilidad.
-No -dijo, corriendo para tranquilizarlo-. Estoy bien.- Ella sorbió, limpiándose las
mejillas. -Es solo el clímax.
-Es más que el clímax.- Él pasó una mano a lo largo de su brazo. -¿Qué es? ¿Ha
vuelto tu dolor de cabeza?
-¿Solo que?
Ella lo miró por un momento, luego envolvió sus brazos alrededor de él, decidió
decirle la verdad que ella sentía que podía compartir. La verdad más profunda de
todas.
-¿Lo haces?
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Sólo más tarde, mientras permanecía laxa y soñadora junto a él, se dio cuenta de lo
que no había dicho. Una omisión que confirmó el más oscuro de sus miedos.
Justificó la sabiduría sobre su decisión de guardar su secreto para sí misma, para
mantener su mentira.
Las hojas de otoño crujían en pedazos secos y frágiles debajo de los zapatos de
Violet mientras se dirigía al folly a la mañana siguiente.
Entró en el pabellón, abrazada a su capa contra el frío mientras esperaba a que Kit
llegara. Hacia el este, una pequeña flotilla de patos pasó, remando y charlando a
través del lago de un zafiro vidrioso que iba mucho más allá. Un pez voló hacia
arriba desde el centro del lago. Sus escamas brillaban como plata a la luz del día
antes de desaparecer una vez más en el agua.
Había molestado a Agnes antes, incapaz de comer más que un solo bocado de pan
tostado y media taza de té de desayuno. Su criada rondaba a su alrededor
preocupada, advirtiéndole sobre las fiebres palúdicas que rondaban por el
vecindario. Ella la había instado a permanecer en la cama y descansar,
especialmente teniendo en cuenta su dolor de cabeza de la noche anterior.
Pero no podía descansar. Tampoco podía pasarse el día en la cama. Tenía una cita
que mantener, para enfrentar su destino, y saber si la llevaría al desastre o a un
indulto.
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Le oyó acercarse. Las capas de su gabán se hincharon por una ráfaga de viento, con
la cabeza sin sombrero desnuda a los elementos.
-Bueno aquí estoy -comentó Kit mientras subía al folly. -Habría sido mucho más
cómodo volver a reunirnos en el invernadero, acurrucados entre todas las plantas
de invernadero.
-No quería arriesgarme a que nos oyeran -dijo sin preámbulos-. Aunque si has
decidido exponer mi identidad, la ubicación de nuestra reunión hace poca
diferencia, supongo.
El se frotó las palmas de las manos para calentarlas y asintió con la cabeza hacia
una pequeña zona de asientos que rodeaba el interior de la estructura. ¿Nos
sentamos?
Ella caminó hacia un lado, dio un paseo hacia el otro, luego se detuvo con un giro
agudo de su talón.
-Quítame este tormento. Dime lo que has decidido. No puedo soportarlo más.
-Muy bien -comenzó él-. No fue una elección fácil, te lo diré. Hice una gran
reflexión sobre el asunto anoche y otra vez esta mañana. Muchos más
pensamientos, debo confesar, del que generalmente estoy acostumbrado a realizar.
Hizo que mi cerebro me doliera bastante, con toda la tensión que he tenido
últimamente.
-Déjalo, Kit. ¿Me lo dirías? -explotó en un arrebato que los sorprendió a ambos.
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-Oh, gracias al Señor. -Un débil alivio se disparó por sus piernas, haciéndola desear
haber aceptado su sugerencia de sentarse. Se agarró a una de las columnas, de
pronto temerosa de que pudiera caerse.
-Tendrás que seguir engañándolo -le dijo con una rápida mirada hacia el cielo-, y
reza mucho por si Adrian te descubre. Quise decir lo que dije antes. Si me lo
pregunta, no le mentiré sobre quién eres en realidad.
-No, no se lo diré. No, a menos que me lo pida directamente.- Suspiró. -Has dejado
que te hable en una verdadera confusa, ¿verdad? Debería haber sabido que no eras
Jeannette la primera noche que llegué. Fuiste demasiado comprensiva con mi
situación. Tú hermana, sin duda, se habría reído ridiculizando todo una vez que
hubiera escuchado los detalles.
Conociendo a su gemela, ella supuso que eso era precisamente lo que Jeannette
habría hecho.
-¿Es tan notorio, entonces, que me estoy haciendo pasar por mi hermana?
-Esto es ahora. Ahora que puedo ver todo a través del lente de la verdad. Pero
maldita sea, si no eres buena en engañar a todo el mundo. Si no hubiera sido por tu
afición por el latín, dudo mucho que alguna vez me hubiera dado cuenta.
-Ayudarme con mis traducciones en latín, por ejemplo. Es probable que ese viejo
sea mi muerte.
-Con gusto. ¿Qué pasa con el griego? ¿Cómo estás con eso?
El parecía aturdido.
Ella asintió.
-En realidad, soy más fluida en griego que en latín. El griego no es un lenguaje
muerto, después de todo.
El giró una hoja que había encontrado en el banco, y luego la tiró a un lado.
-Todavía creo que debes ser clara con Adrian. Al final siempre termina mal cuando
intentas descartar lo evidente. Créeme, hablo por experiencia. Con mi hermano, es
mejor confesar y enfrentar la furia. Él te ayudará más si lo haces.
¿Pero iba a ser más fácil para ella, una mujer que lo había engañado de la manera
más básica? ¿Cómo le dices a un hombre que no está casado con la mujer que creía
que se había casado? ¿Qué decir?
-Querido, hay algo trivial que debes saber. Te he estado mintiendo todo este
tiempo. Mi gemela y yo cambiamos de lugar en el altar, ¿no es gracioso? Te casaste
con la hermana equivocada.
La hermana equivocada. ¿Es eso lo que era? Peor aún, ¿es eso lo que Adrian
pensaría si descubriera la verdad?
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-Será mejor que regresemos -dijo por fin-. No sería bueno para ninguno de
nosotros coger un resfriado.
-¿Kit?
-¿Sí?
-Ah, bueno, eso es fácil. Lo haces feliz. ¿Qué derecho tengo a interferir con la
felicidad?
Cortando por el césped trasero que eventualmente lo conduciría a los establos, vio
el lago estallar en su visión, fino y azul a la luz del día radiante.
Un repentino destello de rojo le llamó la atención. Allí, en el folly. Vio que era un
manto y envuelto en él, la figura familiar de una mujer. Incluso a distancia, la
reconoció.
Su esposa.
Dejar el cálido refugio de sus brazos esta mañana había sido una tortura. Su pelo
largo se extendía como el sol sobre las almohadas, su olor a miel en las sábanas y
en su piel. Si cerraba los ojos, podía recordarlo incluso ahora.
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Ella lo amaba, eso era lo que había declarado anoche. Un cálido resplandor se
extendió dentro de él al pensarlo. No debería gustarle oír esas palabras en sus
labios. Pero lo hacia. Tenía que confesar que le gustaba mucho, por egoísta que
pudiera ser tal emoción.
¿La amaba?
Kit.
Conocía los rizos oscuros de su hermano y los hombros robustos. Los miró
mientras se sentaban dentro del folly. ¿Qué diablos estaban discutiendo? ¿Y por
qué lo hacían al aire libre en una mañana tan cruda? Parecía fuera de carácter para
ambos.
Jeannette no era del tipo intrépida a quien le gustase salir a dar un paseo en
cualquier tipo de clima. Y Kit disfrutaba de las comodidades de su estatus
demasiado a fondo para arriesgarse a un escalofrío por una salida casual.
Pero bueno, tal vez se sentían confinados y necesitaban un poco de aire fresco.
Sabía que el vicario Dittlesby estaba llevando a su hermanito al agobio,
exactamente como había planeado. Se sonrió a sí mismo. Eso le pasaba al
muchacho por hacer que lo expulsarán. Tal vez el próximo período en la
Universidad no pareciese tan terrible después de unas semanas haciendo lecciones
con un viejo sordo.
Mientras los observaba, Kit se puso de pie, extendiendo una mano hacia Jeannette
para ayudarla a levantarse. Ella aceptó, colocando su palma dentro de la suya. Pero
su mano no la soltó inmediatamente; intercambiaron más palabras antes de
separarse.
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Lo que Kit dijera trajo una brote de goce a las facciones de Jeannette, una chispa de
deleite radiante que era evidente incluso a distancia.
Obviamente los dos habían formado un vínculo familiar. Cercano y cómodo como
hermano y hermana debía de ser. Estaba contento. Quería que su esposa se llevara
bien con su familia. Sin embargo, se preguntó qué podrían estar discutiendo de
una manera tan amigable.
Mientras reflexionaba, Kit bajó corriendo por el camino de piedra del pabellón y se
dirigió hacia la casa. Jeannette esperó un minuto más antes de hacer lo mismo. Casi
como si no quisiera que los dos fueran vistos regresando al mismo momento.
-¿Otro pastel de té? -Levantó el plato con una variada selección de golosinas.
-No, gracias, su Gracia, aunque son deliciosas. Usted debe elogiar a su cocinero.
¿No es francés?
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-¿Cómo está la querida viuda? Espero que esté bien con su hija. La pobre Sylvia
debe estar cerca del parto.
-El bebé llegará el próximo mes-, agregó. -Todo el mundo espera ansiosamente el
nacimiento. Enviaré sus saludos en mi próxima carta.
La mujer más vieja tomó otro trago de té, luego dejó la taza a un lado.
-Es una lástima que no hayan podido disfrutar de los placeres de la Temporada
este año. Carter y yo vamos a la ciudad la próxima semana para participar de lo
que queda, quedándonos hasta casi Navidad. ¿Y tú y Raeburn planeas hacer lo
mismo?
¿Ir a Londres? Ella esperaba sinceramente que no. Aunque suponía que tendrían
que ir. Pero seguramente no antes de la primavera.
-No, Su Gracia. -La mujer mayor inclinó la cabeza. -Él envió sus disculpas. Su gota
está actuando de forma bastante terrible, ya que el clima ha estado demasiado frío
últimamente. Le estaba diciendo a la duquesa y a su hermano que planeamos irnos
a la ciudad la próxima semana. Esperemos que un cambio de escenario mejore la
salud de Carter.
Adrian tomó asiento en la silla de respaldo recto que coincidía con la de Lady
Carter, frente al sofá donde Violet y Kit estaban sentados.
Sin preguntar, Violet preparó a Adrian una taza de té, con crema sin azúcar, como
sabía que le gustaba, y le tendió la bebida.
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-La duquesa me decía que aún no han hecho planes para el resto de la temporada. -
Lady Carter volvió a Adrian un par de ojos azules. -Simplemente tienen que venir
a la ciudad. Si lo hace, Carter y yo estaremos encantados de organizar un
entretenimiento en su nombre.
-Sí, muy amable -interrumpió Adrián. -¿Quieres eso, querida? Debes estar cansada
de estar encerrada aquí en el país. Un par de semanas en la ciudad sería una pausa
refrescante. Recibí una carta de mi hermana Anna esta misma mañana. Ella y
Jameson estarán allí. Están trayendo a su hija mayor con ellos para ver las vistas.
Otro año y Lydia será lo suficientemente mayor para su presentación.
Bajo los pliegues de su falda, apretó un puño, obligándose a hacer lo que debía.
Fingir que debía.
-Un viaje a la ciudad sería maravilloso -mintió-. -Sólo me preocupa, querido, que te
aleje de tus deberes aquí en casa.
-En realidad, tengo negocios que atender en londres. Pensé en informarte esta
tarde, pero lady Carter abordó el tema antes de que tuviera la oportunidad.
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Adrian le dirigió una sonrisa, visiblemente satisfecho de haberla hecho feliz. Si sólo
supiera la verdad, pensó.
-¿Como a todos?- Violet se rio para cubrir su angustia, los nervios convirtiendo sus
dedos en témpanos.
Por el rabillo del ojo, Violet vio a Kit cruzar los tobillos. No se atrevía a mirarlo
directamente, sabiendo que cualquier simpatía que vislumbrara podría demostrar
la desharían. Así que mantuvo los ojos apartados, sus rasgos tan felizmente
animados como fuese posible, mientras que dentro de ella se retorcía con miedo
anticipado.
Lady Carter partió unos minutos más tarde, esparciendo promesas de ver a todos
de nuevo pronto en londres. Cuando su carruaje se alejó, Violet se permitió el
pequeño lujo de relajarse contra los cojines del sofá.
-Eso está decidido, entonces.- Adrian se puso de pie y sacó el último dulce del
plato. El único que se escapó de la vista de Kit. -¿Cuándo nos iremos?
-Oh, no lo sé. Tendré que consultar con March y con la señora Hardwick,
informarles de nuestra decisión. El personal tendrá que ser enviado antes para
preparar la casa de Londres para nuestra residencia. Deben dejarse instrucciones
sobre el mantenimiento de Winterlea. Será una gran tarea.
Ciertamente no, pensó, pero tendría que hacerlo. Un respiro de una semana.
Supuso que no podía esperar mucho más.
-Sí, eso estará bien.- Ella imito otra sonrisa resplandeciente para su disfrute.
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-Hmm, limón.
Ella agitó una mano desdeñosa exactamente como lo habría hecho su gemela.
-Eso no es lo que les ha parecido a todos los demás. No pretendía faltar a el buen
vicario.
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-Chequéalo a distancia.
-Estarás sentado para el examen en enero. Los arreglos ya se han hecho con la
Universidad. Tú pasarás esos exámenes.
Kit se estremeció.
-No puede socializar con los sirvientes. Les haría sentirse muy incómodos.
-Supongo que esto también significa que querrás llevar a Horacio con nosotros.
-No en absoluto.- Ella sonrió. -Nunca necesitas que Robert te lleve a dar un paseo.
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Capítulo Catorce
-Eres muy bienvenido. -Se dejó caer en la silla junto a la suya-. Pero no lo hice por
razones exclusivamente altruistas.
-Del tipo desesperada. -Apretó sus manos, sus nudillos se volvieron blancos-. Eres
el único al que puedo acudir, el único que sabe la verdad. Oh, Kit, -se lamentó, -
Londres va a ser un desastre total. Nunca podré superarla. Me descascararé en el
primer entretenimiento en el que ponga los pies. Todos lo sabrán.
-Porque soy diferente. Porque no soy Jeannette. Una cosa es engañar a algunos
vecinos del campo que nunca la han conocido. Otra muy distinta convencer a un
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par de cientos de la élite de Ton, gente que una vez la nombro su belleza reinante,
que soy la Incomparable Señora Jeannette.
-Pero eso es uno a uno, no en un grupo grande.- Dijo frotando sus dedos inquietos
sobre una cinta de encaje en su vestido. -Simplemente entrar en una multitud
convierte mi lengua en un nudo. Mi mente se queda en blanco y termino
boqueando como un pez arrancado del agua, jadeando por aire. Debes recordar
cómo es. Me conociste antes, en los días en que yo todavía era yo.
Sí, él lo recordaba. Tímida, torpe, con la lengua atada, había sido exactamente
como ella decía. A pesar de su belleza innegable, una vez que las presentaciones
eran hechas, la gente tendía a mirar a otra parte debido a su falta de animación,
dejándola desvanecerse en el fondo. Una flor más tímida olvidada entre las otras
flores tímidas que se alineaban en las paredes del salón de baile, luciendo solas e
indeseadas en sillas solitarias.
Una breve ola de vergüenza pasó por la cara de él, encontrándose cara a cara con el
conocimiento de que no había sido diferente en su evaluación y el trato original de
ella que muchos otros. Ahora que la conocía, le gustaba, se dio cuenta de lo
equivocado que había sido su primera impresión. Sin embargo, otros podrían no
encontrar ninguna falta en sus acciones pasadas, incluso si la verdad era conocida
por ellos.
-Tienes un punto-, reflexionó. -Sin embargo, creo que puedes ser capaz de
superarlo.
-Entonces déjame ayudar. Hasta ahora has hecho un trabajo excelente engañando a
todo el mundo, sobre todo a mi hermano. Si puedes engañarlo, puedes engañar a
cualquiera. Todo está en la actitud.
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-¿Actitud?
-Me ocuparé de mis lecciones, siempre y cuando sigas ayudándome con el latín y
el griego. Oye, eso me da una idea. -Él movió su dedo hacia ella. -Deberíamos
darte lecciones.
-¿A mí?
Ella asintió, poniéndose de pie. Empezó a alejarse, luego se detuvo, giró hacia
atrás.
-Oh, Kit, esto no es bueno.- Violet gruñó. -Nunca me sentiré cómoda hablando con
extraños. Y ni siquiera eres un extraño.
-Este juego de rol está muy bien, pero cuando se produzca el evento real me
congelaré más rígida que el atizador de la chimenea.- Apuntó con el dedo hacia el
implemento en cuestión.
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-Actitud-, declaró él. -Es simplemente una cuestión de actitud. Eres una duquesa.
Todo lo que necesitas hacer es recordar eso y actuar en consecuencia. Tú hermana
ciertamente lo haría.
-Sí, pero es muy natural para ella. Creo que nació charlando animadamente con la
gente. Yo, por otra parte, me quedé allí en la cuna, silenciosa y mirando.
Probablemente ni siquiera agitaba mi sonajero.
-Hemos pasado por esto antes -suspiró. -Estás dejando que tus miedos te vayan
mejor, y no hay necesidad de eso. Cuando estas en una función social, piensa, 'Yo
soy la duquesa de Raeburn. No hay nadie superior a mí en la habitación.
-Yo soy la duquesa de Raeburn. -Sus palabras sonaban tranquilas. -No hay nadie
superior a mí en la habitación.
-Barbilla arriba,- instó Kit. -Repítelo, con más convicción esta vez.
-¿Qué hay de él?- Kit frunció el ceño al non sequitur. (no seguirle)
-Dite que es sólo un hombre, entonces sonríe alegremente y bate tus pestañas. Por
lo que he observado de nuestro estimado Regente, él estará demasiado fascinado
por tu belleza para preocuparse mucho por las palabras que estás diciendo. -Kit se
inclinó hacia adelante en su asiento. -Ahora, una vez más con la declaración, y
realmente créelo esta vez.
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-Sólo quedan cuatro días hasta que salgamos. -Se sentó el asiento y unió las manos
con fuerza. -¿Crees que estaré lista?
-Lo estarás. Tendrás que estarlo. Ahora, ¿cuáles son los dos C?
-Hemos pasado por eso. Deja que den la mayor parte de la charla y si alguien hace
notar tú reticencia, infórmales que tú elevado rango te ha dado una nueva
apreciación por escuchar. La arrogancia y la autoridad hacen mucho para aplastar
cualquier desacuerdo.
-Sé que tienes razón, pero me temo que mis nervios borrarán todo lo que has
estado repitiendo en mi cabeza estos últimos días.
-Es por eso que necesitaras práctica adicional. Cuanta más práctica tengas, menos
probabilidad habrá de fracaso. No quieres que te descubran, ¿verdad?
- Cielos, no.
-Espera hasta que estés sudando por esas lecciones tuyas hoy más tarde. Puedes
descubrir que te he dejado todas las traducciones realmente difíciles de completar
por tu cuenta.
Su boca cayó abierta por un segundo antes de que la cerrara, con la piel
blanquecina.
-No lo harías.
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-Sí, bueno, por favor recuerda que cuando me niego a darte todas las respuestas a
tus tareas, simplemente te animo de una manera firme. Después de todo, no soy yo
quien debe pasar los exámenes el próximo año, ¿verdad?
-Tienes una veta cruel en ti, ¿sabes? Es la razón por la que estoy tan seguro de que
lo harás bien en sociedad. Ahora, reanudemos nuestro trabajo. Imagina que estás
asistiendo a un itinerario y el duque de Wellington aparece a tu lado. ¿Qué le
dirías?
Una de las sirvientas estaba en la sala de música, con los ojos redondos como
lunas, las manos aferradas a sus pequeños pechos. Los fragmentos de porcelana y
los lirios estaban esparcidos a sus pies en una explosión acuosa.
-Sí, Su Gracia, estoy bien. Pero, oh, Su Gracia, no sé cómo pudo haber sucedido.
Siempre soy tan cuidadosa con cosas frágiles, lo juro. Estaba puliendo y puliendo
aquí. Había puesto el florero en el camino como siempre lo hago cuando limpio el
piano, no quería derramar ninguna agua en esa madera bonita, y cuando fui a
mover el florero a su lugar, bueno, yo no lo sé. Al cabo de un minuto todo estaba
bien, luego al otro, mis pies se tropezaron debajo de mí y el jarrón salió volando de
mis manos. -Emitió un nuevo gemido de angustia, los nudillos presionados en su
boca. -Lo siento mucho.
Violet echó otra mirada sobre el desorden, los charcos de agua y las flores
húmedas, los restos de un jarrón, una vez precioso, esparcido en un mar de
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fragmentos blancos y azules. La media cara de una pastora guiñando un solo ojo
hacia ella desde una astilla de cerámica dentada.
-Bueno, Tina -comenzó ella-, esto es realmente una vergüenza. Pero todo lo que
hay que hacer ahora es ...
-Por todos los santos, ¿qué ha ocurrido aquí?- La señora Hardwick entró en la
habitación, el vestido negro de bombazina que llevaba almidonado e inflexible
como una armadura. Ella lanzó una mirada dura y oscura a la escena, luego a la
joven doncella, cuyas mejillas habían empalidecido hasta el color de la harina.
-Tina -le preguntó la señora Hardwick-, ¿es esto obra tuya?- Ella señaló con el
borde de su barbilla cuadrada en el desorden.
-Sí, señora -chilló la muchacha en voz baja y tímida, con los ojos bajos.
-Su gracia. Señor Christopher. Siento que les haya molestado este desafortunado
incidente. Estoy aquí ahora y haré que se tomen las medidas apropiadas para
poner las cosas en orden.
-Tina me explicó lo que pasó, señora Hardwick -dijo Violet, sintiéndose como una
colegiala, atrapada en alguna travesura. -Claramente, esto fue un accidente. La
chica tropezó con la alfombra, parece. Tal vez debemos inspeccionar los bordes por
el desgaste para evitar esto en el futuro.
La señora Hardwick inspiró por su nariz, luego aceptó con una leve inclinación de
cabeza.
-Yo estaba a punto de decirle a Tina cuando llegaste -continuó Violet- que debería
localizar un trapeador y una escoba para limpiar el daño.
Tina soltó un grito agudo, abrazando sus brazos alrededor de su cintura mientras
dos gruesas lágrimas salpicaban sus pálidas mejillas.
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-Su Gracia, usted no necesita preocuparse más acerca de este asunto. -La mujer
mayor cruzó las manos delante de ella, obviamente esperando a que Tina se fuera.
Violet vaciló.
La señora Hardwick se enderezó hasta donde pudo en sus cinco pies y seis
pulgadas.
Violet echó una mirada rápida hacia Kit, comprendiendo por su expresión que no
sería de mucha ayuda. Parecía casi tan incómodo como ella se sentía. Oh, cómo
odiaba los argumentos y las confrontaciones.
Ella se encontró con la mirada de la mujer mayor e hizo todo lo posible para no
dudar.
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-Deja de llorar, niña. Todos hemos escuchado más que suficiente de ti.
-No me gusta tu tono, con la niña ni con la duquesa.- Kit empezó a avanzar.
Él se detuvo en seco.
-¿Estaba diciendo, amo Christopher?- El ama de llaves esperó, con los brazos
cruzados sobre su pecho cadavérico.
Podía o bien ponerse de pie ante la detestable mujer ahora, decidió, o escabullirse
como una cobarde y siempre concederle la ventaja.
Desde el principio, había sabido que la señora Hardwick era una abusona. Sin
embargo, la mujer mayor había ocupado un alto cargo en la casa durante muchos
años, incluso más tiempo del que Violet había estado viva. En todos los aspectos,
ella era una empleada ejemplar. Y estaba el hecho de que Adrian había confiado en
la mujer en cierto aspecto. De lo contrario, ¿por qué la habría mantenido durante
tanto tiempo con él?
¿Qué sabía ella acerca de la gestión del personal? Ella se preguntó. Sólo había sido
duquesa durante poco más de tres meses. Tal vez tal trato de los sirvientes era de
esperar. Ciertamente iban y venían en casa de sus padres. Sin embargo, un objeto
inanimado, sin importar lo caro que fuera, parecía una mala razón para despedir a
una chica del servicio y arruinar su vida.
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-Señora. Hardwick, creo que se ha sobrepasado -dijo Violet con tono acerado. -
Quizá se haya olvidado de a quién está hablando. -Ella unió sus dedos para
controlar su temblor.
-Si eso es cierto, ¿por qué me has interrumpido continuamente desde que entraste
en esta habitación? ¿Acaso crees que tu edad te da ese derecho?
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-Le haré saber que he servido fielmente a este hogar durante más de veinticinco
años. Sé cómo se debe llevar. Sé lo que una casa como esta necesita para funcionar
correcta y eficientemente. Viene aquí, una chica que no sabe nada acerca de la
gestión de un gran lugar como Winterlea, y piensa en darme órdenes. No crea que
no he visto la manera en que mima a los sirvientes. Cómo los deja pasar toda clase
de indiscreciones y frivolidades. Es intolerable, insoportable, ofensivo. Debería
estar agradecida por mi consejo y mi interferencia.
-Bueno -dijo-, parece que has dejado tus sentimientos muy claros. Ahora déjame
hacer lo mismo. Nunca me ha gustado, señora Hardwick. La encuentro fría e
inflexible, carente de humor y, lo que es más importante, de compasión. Usted
puede saber cómo dirigir una casa, pero no sabe cómo manejar a la gente. Es obvio
que me encuentra inaceptable como una amante. Por lo tanto, dado el hecho de sus
veinticinco años de servicio, le proporcionaré una carta de recomendación. Puede
contar con que esté en su posesión mañana por la mañana cuando salga. Eso sería
todo.
-Voy a hablar con el duque sobre esto. -Los puños de la ama de llaves se apretaron
a los lados, con el rostro enrojecido como una cereza.
Violet sabía que Jeannette siempre igualaba una amenaza con otra. Decidió seguir
su ejemplo.
-Queridos cielos,- murmuró. Sólo después se percató de que Kit y la joven doncella
la miraban fijamente con los ojos de par en par, boquiabiertos.
-Bravo.
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Tina sorbió, sus ojos aun húmedos, pero ya no lloraba. Ella hizo una breve
reverencia.
-Sí, bueno, está bien, Tina. Ahora ve y trae una palita y una escoba para limpiar
este desastre. Discutiremos lo que hay que hacer con lo otro en un momento
posterior.
-Eso fue increíble,- declaró Kit. -Nunca he visto a nadie enfrentarse al viejo Hard-
Ass antes. ¡Oh, perdón! -se apresuró a añadir cuando los ojos ella agrandarse ante
el crudo apodo.
-Dios, no. Ella solía asustarnos con sacar el hígado de mis hermanas y el mío de
niños. Y Adrián siempre se alejaba de ella cuando regresaba de la escuela.
-Padre la contrató. Creo que lo hizo por rencor a Maman después de una de sus
peleas más espectaculares. Una vez que la Sra. H. fue instalada, nadie tuvo el
coraje de retirarla. Incluso Maman iba de puntillas ligeramente en su presencia, y
Maman nunca pone reparos fácilmente.- él sonrió abiertamente -Debo decirte, Vi,
que eras muy brillante.
-Te dije que no me llames así, incluso cuando estamos solos.- Ella mostro su
preocupación mordiendo la esquina de su labio. -¿Crees que irá con Adrian?
-Dudoso. Ella necesita esa referencia demasiado para arriesgarla. No, habrá
empacado y estará esperando con la mano extendida por la mañana.
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-Kit! - Lo regañó, con un rubor satisfecho cubriendo sus mejillas ante tal noción.
-Eres el más alto de los árboles, hermana.- Él sonrió. - Tomarás a Londres por
asalto, espera y veras sino lo harás.
Por primera vez desde que se inició toda esta mascarada, una oleada de confiada
esperanza surgió dentro de ella. Si pudo estar cara a cara con la señora Hardwick y
ganar, entonces tal vez engañar a los ne'er-do-buenos (holgazanes) de la Ton no
sería tan imposible, después de todo.
Como dijo Kit, con la combinación correcta de actitud y arrogancia, una persona
podría conquistar el mundo.
Sin mirar, miró fijamente las estrechas calles y las multitudes que se podía ver más
allá de la pequeña ventana de cristal, demasiado concentrada en sus propios
problemas y preocupaciones para notar la actividad que la rodeaba.
A pesar de su vivas espíritu de hace cuatro días, todos sus viejos temores y dudas
volvieron a caer sobre ella, viciosas como una masa de horribles criaturas
acolmilladas. Actuando por todo lo que valía, puso una cara valiente, cuidando de
no mostrar ninguna de sus inquietudes. Cubriendo su temor de excitación.
Sofocando su ansiedad con sonrisas.
Su coche rodó hasta una fácil parada frente a la casa adosada ducal. Típicamente
grande, la estructura dominada la totalidad de un bloque de la ciudad, así como un
segundo bloque más allá para los jardines y los establos.
Con la excepción de Agnes, el señor Wilcox y el ballet de Kit, Cherry, que viajaban
detrás de ellos en un medio de transporte separado, el resto del personal de la casa
ya estaba en Londres.
March abrió la puerta de entrada, con una sonrisa solemne pero acogedora en su
rostro mientras salían del coche y subían las escaleras.
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-Que encantador. Los revisaré detenidamente junto con unos refrescos, si quisieras
avisar al personal de la cocina.
March se inclinó.
-He hecho arreglos con una agencia de gran reputación aquí en la ciudad. -Ella
tenia un ceño confuso, mientras él explicaba en voz baja: -Las entrevistas de ama
de llaves.
-Oh, por supuesto.- Sus labios se curvaron hacia arriba, su sonrisa genuina esta
vez. -Gracias, March. ¿Hay mucho cotilleo en el pasillo de los criados sobre este
tema?
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-Doy gracias al cielo que Raeburn ha tenido a bien traerte a la ciudad al fin-gruñó
Christabel Morgan, abanicándose contra el calor del salón. -Ha sido
espantosamente aburrido aquí sin ti, como estoy seguro de que ha sido para ti,
marchitándote en las selvas de Derbyshire, por así decirlo.
Ella levantó su lorgnette; otra brillante idea de Kit. Había comprado algo extraño
esta mañana. Una afectación de moda que le permitiría ver más fácilmente,
especialmente luego de que ella encajara la óptica del cristal a su disposición.
-Hay mucho que decir de la vida en el campo cuando se hace en una finca tan fina
como Winterlea. Los terrenos son algunos de los más bellos que se encuentran en
toda Inglaterra.
-Y la gestión doméstica de la finca deja poco tiempo para la ociosidad ahora que
soy duquesa. Entenderías si estuvieras casada. -Otro de los trucos de Kit, desviar
los comentarios no deseados o preguntas con el uso sutil de la crítica.
-Por supuesto que sí. Dime, ¿quiénes son tus últimos favoritos?
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Deseaba que Kit estuviera a su lado para ayudarla a reanimarse. O Adrian. Habría
preferido mucho permanecer a su lado toda la noche. Pero Kit le había prohibido
estrictamente que se refugiara bajo la protección de los faldones de su marido.
Adrian se materializó a su lado para reclamar el primer baile. Aún recién casados,
la sociedad no pensaría nada si pasaban un rato juntos antes de separarse por la
noche. Con alivio, abandonó a la ahora sonriente Christabel, que estaba felizmente
rodeada de hombres.
La llevó hacia un caballero delgado y de cabello castaño. Más bajo que Adrian por
una media cabeza, los rasgos del hombre eran agradables, patricios, sin embargo
nada ordinarios. Sus ojos ámbar, sin embargo, le llamaban la atención y la
observaba como un zorro a una paloma en el instante en que miró hacia ella.
Quería darse una sacudida. Sus nervios hiperactivos debían estar haciendo que vea
cosas que no estaban allí, decidió.
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-Si por supuesto. Sr. Markham, ¿cómo está usted encontrando la noche hasta
ahora?
-De lo más agradable. -Le agarró la palma de la mano y se inclinó sobre ella-. Con
tantas mujeres hermosas presentes, un hombre no puede dejar de disfrutar.
Apretó sus manos unidas, aplicando una presión firme e insistente que se prolongó
por un largo e intenso latido. Transcurrieron segundos, su rostro en ningún
momento traicionando ninguna de las emociones expresadas por su tacto. Luego la
soltó.
-Así es. Me parece que uno pierde muchas sorpresas inesperadas de la vida de otra
manera. Es mucho más fácil dejar que nuestras pasiones nos lleven donde puedan,
y no detenernos en la incertidumbre de nuestro futuro .
-Pero hay mucho que decir de los planes -replicó ella-, así como del buen gobierno
de las emociones. Después de todo, sin planes, ¿no estaríamos todos todavía
viviendo en cuevas? -Tan pronto como las palabras salieron de su boca, ella deseó
poder recuperarlas. Jeannette nunca hubiera hecho una observación tan
provocativa desde un punto de vista intelectual.
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-Entonces, ¿por otra parte qué sabré yo de esos asuntos? Las fiestas, las compras,
las extravagancias divertidas, ése es el tipo de planes que las señoras quieren hacer.
Antes de que pudiera agarrar la tarjeta de baile que colgaba de su muñeca, ella la
dejó fuera de su alcance.
El rostro de él se endureció.
-¿Cada baile? Tal vez usted está en un error y hay uno que se le ha escapado. - Dijo
acercándose de nuevo a la tarjeta.
-No, estoy segura. Hace unos quince minutos, el señor Hughes se sintió
decepcionado por ser rechazado por la misma razón.
-Tal vez tengas un baile disponible la próxima vez que nos veamos. -Se volvió
hacia el duque. -Raeburn. ¿Un juego de cartas más tarde esta noche?
-Su Gracia.- Markham se inclinó de nuevo hacia ella, luego giró sobre sus talones y
se marchó.
-¿De qué se trataba? -preguntó Adrian en cuanto el otro hombre estaba fuera de
alcance.
-Sí, claro que lo esta - disimuló, consciente de que quedaban uno o dos espacios en
blanco. -Simplemente porque estoy casada ahora no significa que carezco de
admiradores.
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-Mientras admirar sea todo lo que hagan, -advirtió con un gruñido provocador. Él
suspiró. -Supongo que eso significa que ya tienes pareja para la cena luego del
baile? Esperaba que los dos pudiéramos compartirla.
Ella había esperado lo mismo. Qué fácil, qué dichoso, pasar la noche en los brazos
de Adrian, a su lado, compartiendo su mesa y su conversación durante la
elaborada cena de medianoche por venir. Pero tal exclusividad atraería
comentarios y atención indeseables, y ella ya había tomado demasiados riesgos
esta noche tal como estaba.
-Sabes que no estaría bien. Un esposo y una esposa no deben vivir en los bolsillos
del otro. Habrá mucho tiempo para vernos más tarde. En casa.
Una centellante luz encendió fuego dentro de sus ojos oscuros, el timbre de su voz
cayendo, profundo como el whisky.
-Te haré cumplir esa promesa. No bailes demasiado porque luego estarás cansada.
Pegando una sonrisa brillante en sus labios, dejó que la llevara al salón de baile.
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Capítulo quince
Compartían una casa y una cama. Él seguía acudiendo a ella por la noche, aunque
los dos a menudo estaban demasiado cansados para hacer más que fundirse en los
brazos del otro y dormir. Cuando no estaba ocupado por negocios o en uno de sus
clubes, la escoltaba a una variedad de funciones. Una vez allí, sin embargo, iban
por caminos separados, como se suponía que los esposos y esposas debían hacer.
Había momentos en los que pasaba un día entero sin siquiera un vistazo de él. La
huella de su cabeza en su almohada cuando despertaba. El olor cálido de él en las
sábanas cuando se despertaba tarde para encontrarlo despierto y vestido para una
cita temprana ese día.
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tejiendo el Sr. Moncrief, un joven rubio de ojos chicos que se había convertido en
uno de su séquito de devotos seguidores.
Moncrief recitó la línea de gracia de su historia. Todos rieron. Ella rió con ellos, su
prácticada respuesta sonaba hueca a sus propios oídos.
Sus ojos volvieron a flotar sobre los atrevidos y saturninos rasgos de su marido, a
través de los contornos de su alta, orgullosa y hermosa estructura. Ella suspiró en
silencio. Si necesitaba escuchar miles de tales historias para hacerlo feliz, entonces
las escucharía.
Tragó otro sorbo de champán y le preguntó a lord Northcott sobre su nueva casa
en Sussex. Recientemente la había ganado en una partida de cartas, y nunca se
cansaba de contar la historia o discutir sus planes futuros para la propiedad. La
pregunta seguramente lo mantendría hablando durante media hora como mínimo.
Adrian observó a su esposa por el rabillo del ojo, mientras escuchaba con media
oreja a Lord Liverpool exponer sobre las masas analfabetas y los peligros que
representaban para la Corona. Había oído todo antes, no estaba de acuerdo con
todo eso antes, y sabía que no debía discutir con el gran hombre. No había manera
amable de ganar una discusión con el primer ministro. Y prefería mantenerse en
términos amistosos con tantos de sus pares como fuera posible. Incluso aquellos
con quienes se oponía filosóficamente.
Todo estaba muy bien para burlarse de la política con el brandy y los puros. Otra
muy distinta tratar sobre ella diariamente, como algunos deseaban que lo hiciera.
La idea de lanzar su sombrero a la arena política le hizo temblar de horror. La
política podría ser la de su madre, y algunos de sus compinches, el sueño más
cariñoso que deseaban para él, pero no era suyo.
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Su esposa se rio con sus amigos. Esta noche estaba magnífica, pero siempre lo
estaba. Vestida de terciopelo azul prusiano, reinaba, la pieza central real en un
cuadro de elegantes damas y caballeros.
Principalmente caballeros, notó, una chispa indeseada de celos que le picaba como
una ceniza caliente. Debería estar contento de que fuera popular, que se divirtiese.
¿No es esa la clase de mujer que había querido? Una mujer agradable y
equilibrada. Una joya femenina. Hermosa y lo suficientemente refinada como para
brillar colgada de su brazo cuando estaban juntos, capaz de llevar todo
admirablemente cuando no lo estaban.
¿Por qué, entonces, deseaba que ella fuera un poco menos solicitada? ¿Por qué
parte de él anhelaba que dejara de lado las restricciones de la sociedad con
respecto a las parejas casadas y, desafiantemente, pasara más tiempo con él?
Deseaba poder regresar a su hacienda. Sin embargo, ¿cómo podía pedirle que lo
hiciera cuando acababan de llegar? ¿Cuándo se estaba divirtiendo en la ciudad?
Al otro lado de la habitación, su risa sonó, radiante como la luz del sol en una
mañana de primavera crujiente. Por un momento dejó ahogar cualquier otro
sonido en la habitación.
Más tarde esa noche, Violet comprobó su imagen en un espejo de pared grande
colgado en la sala de las señoras. Suspiró, casi lista para volver al baile cuando su
vieja amiga Eliza Hammond entró en la habitación.
Ella capturó el reflejo de la otra chica en el espejo, viendo rasgos que habrían sido
bonitos si Eliza no estuviera vestida con un indeseable vestido de color mostaza
que drenaba todo el color de sus hermosas mejillas, dejándola pálida y simple.
Obra de la tía de Eliza, sospechaba. Una devota tacaña, las opciones de aquella
mujer eran dictadas generalmente por su bolsillo más bien que cualquier similitud
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Como lo había hecho una docena de veces desde su regreso a Londres, Violet
aplastó el impulso de precipitarse y envolver a su amiga en un cálido abrazo. Se
quedó muda y dejó que la otra mujer desapareciera tras la cortina de privacidad
que dividía la habitación.
Cuando Eliza volvió a emerger poco tiempo después, sólo quedaban las dos, la
habitación se calmó después de la salida de un cuarteto de debutantes que
charlaban.
¿Qué daño podría hacer? Pensó Violet. ¿Quién iba a saberlo a excepción de un
encargado, que parecía demasiado soñoliento para cuidar de las damas que
estaban en la habitación?
Eliza asintió, claramente enferma. No hay duda de que se preguntaba qué podía
querer Jeannette -quien raramente se había detenido el tiempo suficiente para
hablar más que un puñado de palabras con ella en el pasado-. Llevaba un pañuelo
de encaje dentro de la palma de su mano mientras un silencio incómodo descendía
entre ellas.
Violet sabía todo sobre Philip Pettigrew, un sapo desagradable que se vestía como
una funeraria y tenía menos sentido del humor que un cadáver. Estaba estudiando
para tomar órdenes eclesiásticas, y estaba buscando activamente una vida
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-He recibido una o dos cartas de mi hermana. Ella está en Italia, ya sabes. -Su coraje
se hundió un poco cuando vio a Eliza endurecerse ante la mención de su antigua
amiga. -Quería que le transmitiera un mensaje.
Sí, ¿por qué no lo había hecho? No podía decirle que era porque las cartas habían
sido enviadas de Derbyshire y no de Italia.
-Ella está ... um ... viajando mucho. A la tía abuela Agatha le gusta mantenerse en
movimiento, y mi hermana temía que su carta a usted se extraviara. -Ella hizo una
pausa, recolectando su aliento y sus pensamientos. -Para ser sincera, ella no estaba
segura de que aceptaría una carta suya. En verdad, ella lamenta el desafortunado
incidente que sucedió entre ustedes, y me pidió que dijera cuánto valora su
amistad. Ella querría continuar esa amistad, si todavía la tienes por una amiga,
claro.
-Por supuesto que lo hago -dijo Eliza con alivio. -Sabía que debía haber algo mal.
Parecía tan extraña ese día. En realidad, se comportó más como ...- La chica se
interrumpió, sus ojos grises se ensancharon ante la metedura de pata que casi
había hecho.
-¿Estabas diciendo?
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-Bueno, debo regresar al salón de baile-, dijo. -Le prometí al Sr. Canning el próximo
baile, y pronto estará buscando en todas partes por mí. Buenas noches, señorita
Hammond.
-Oh, Adrian, qué espantoso. Por supuesto debes ir. Le diré a March que notifique
al personal que volveremos al Winterlea
-No puedo decir que no disfrutaría de la compañía, querida, pero no hay necesidad
de que vengas conmigo. Estás pasando un momento tan espléndido aquí en la
ciudad, no me gustaría estropear eso. Además, no hay nada que puedas hacer en
casa. El pobre hombre ya está muerto.
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-No, te quedas aquí con Kit.- Dirigió una mirada hacia su hermano. -Él puede
acompañarte a cualquiera de los compromisos a los que te gustaría asistir. No
estaré fuera mucho, una semana como máximo. Apenas si sabrás que me he ido.-
Él se inclinó y le dio un beso en la mejilla. -Quédate y diviértete.
-Aquí está la traducción que prometí-. Violet le pasó un trozo de papel doblado a
Kit, luego continuó por el pasillo de arriba hacia la escalera.
-Gracias, hermana, eres una roca. Si no fuera por tu ayuda, me quedaría atrapado
aquí esta noche atormentando mi cerebro en busca de respuestas en lugar de
acompañarte a la fiesta de Lord y Lady Taylor. No es que tengas problemas para
encontrar a otro caballero ansioso, listo para intervenir. -Bajó la voz en un
susurro. -Has asumido que sabes quién es la que manda bastante admirablemente.
-¿Realmente lo crees, Kit? A veces tiemblo en mis zapatos esperando que uno de
ellos lo note. Solo tomaría uno, ya sabes.
-Desearía que Adrian regresara. Han pasado solo dos días y lo extraño
terriblemente.
Lo cual era absurdo en extremo, pensó, viendo que apenas habían pasado dos
minutos juntos cuando él estaba allí. Aún así, la cama se sentía vacía por la
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-No temas, volverá antes de que te des cuenta-, dijo Kit. -Este asunto en casa, triste
como es, no puede tardar mucho en resolverse. Ahora vamos, o llegaremos a la
moda más tarde. -Él la fue engatusando hasta llegar a la escalera principal.
Una de sus cejas se disparó al escuchar tales tonterías, provocando una ronda de
suspiros de agradecimiento de varios de sus otros admiradores masculinos. Todos
ellos estaban compitiendo para convertirse en su cisisbeo. Persistieron en
esta búsqueda a pesar de haberles informado muchas veces que ella no estaba en el
mercado para un "amigo" masculino exclusivo.
A menos que le diera a Christabel el corte directo, lo que Jeannette nunca haría,
Violet había intentado todo lo que podía pensar para librarse suavemente de la
chica. Pero Christabel era como una enredadera de jardín molesta que se negaba a
irse sin importar cuántas veces la sacase del suelo. Entonces ella se resignó y sufrió
su compañía lo mejor que pudo.
La noche avanzó, sus pies calzados con zapatillas comenzaron a doler por el exceso
de baile, su lengua pastosa con el regusto empalagoso de demasiadas tazas de
dulce ponche. En desesperada necesidad de soledad, decidió desafiar el frío y salir
al balcón para respirar un poco de aire fresco.
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Ella gritó alarmada, su angustia amortigua por la boca merodeadora que había
tomado posesión de la suya. Demasiado aturdida para resistirse, se congeló, como
un rígido cadáver dentro del indeseado abrazo.
Pronto ella recuperó sus sentidos, tratando de liberarse sin éxito. Pero sus brazos
carceleros eran tan inflexibles como barras de acero. Ella se estaba animando a
soltar un grito que haría que todos corrieran al balcón, cuando rompió
bruscamente el beso.
-¿A quién más esperabas?-, Dijo Toddy Markham casi gruñendo. -¿Uno de esos
chicos pueriles que te sigue, componiendo odas a tus pestañas?- Él presionó otro
beso rápido sobre sus asombrados labios. -Lo siento si te asusté, cariño, pero
cuando te vi venir aquí, no podía dejar pasar la oportunidad. Debes saber que he
estado en agonía. Querer verte, tocarte, mientras me obligan a mantenerte a un
lado y no hacer nada más que mirar y esperar.
Su boca se abrió. Parpadeó y balbuceó, segura de que debía parecer una trucha
recién capturada que trabajaba en busca de aire.
-Oh, ¿estamos siendo formales, Su Gracia ? Parece que tomas demasiado en serio
este nuevo título, ¿no crees? ; "Jeannette" fue lo suficientemente bueno para ti antes
de tu matrimonio. 'Toddy' estaba bien cuando lloraste de placer en mis
brazos. Seguramente Raeburn no es tan hábil como amante, ¿has olvidado lo que
tuviste conmigo?
Sus ojos se hincharon. De hecho, los sintió tensarse y rasparse la nariz. Ella envió
una oración de agradecimiento por la oscuridad oculta.
-No, no me digas, no quiero saber nada de él-. Respiró fuerte e impaciente. -Lo que
sí quiero saber es sobre estos pequeños juegos tuyos. Actuando como si apenas me
conocieras. Negarte a aceptar mis invitaciones para bailar. Evitándome en cada
vuelta posible. Cualquiera sea el tipo de trucos ingeniosos que creas que haces, no
me importan ni un poco.
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¿Qué hacer? ¿Qué hacer? se preguntó, frenética. Tenía que pensar, solo que no había
tiempo para pensar. Y si no dijera algo pronto, aparte de su nombre, podría
empezar a preguntarse. Podría comenzar a cuestionar, comenzar a notar una
diferencia en ella. Observar, por ejemplo, que ella no era la mujer que decía ser.
-D-déjame ir, alguien podría vernos.- Ella empujó contra su pecho, usando el
arrebato desafiante para reunir sus emociones dispersas mientras se liberaba. -Q-
¿quieres que todos lo sepan?
-No, mi amor, eso nunca lo olvidaré.- Frunció el ceño, cruzó los brazos, su voz baja,
brusca. -¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te casaste con él cuando dijiste que no podías
soportar la idea de hacerlo? Y me has escrito una sola vez en todo este tiempo,
instándome a ser paciente. ¿Cómo puedo ser paciente cuando mi corazón duele
por ti? ¿Cuando mi único recurso es enviarle cartas a su casa, ya que has prohibido
cualquier otro contacto?
¿Cartas? Él había escrito cartas. ¿Y ella le había respondido? Recordó la carta que le
había enviado a Jeannette, enviada a una casilla de correos en Londres. Su mente
se tambaleó ante la implicación.
-Por supuesto que soy K. ¿Qué tontería estás diciendo?. K por Kenneth, mi
segundo nombre. Acordamos usarlo para que nadie sospeche. ¿Que pasa contigo?
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-Yo-yo no puedo.
-¿Hipocresía? ¿Cierto?
-Parece que tienes una afinidad por los espías-. Extendió la mano, trazó un pulgar
sobre la curva de su mejilla. -Muy bien, esperaré. Pero no por mucho. Puedes ser
su esposa, pero eso no significa que no seas mío para amar.- Se abalanzó antes de
que pudiera evitarlo, plantó otro duro beso en sus labios.
Tan pronto como llegó, se había ido, desapareciendo como un espectro en la noche.
-Jeannette-. Kit se levantó de la mesa donde estaba jugando a las cartas, arrojó su
mano. -Te ves blanco como una sábana. ¿Qué es lo que sea que te haya
sobrepasado?
Le dieron las gracias al conde, quien se inclinó y le deseó una pronta recuperación
y luego se fue.
Sin decir una palabra, Kit encontró a un sirviente para que recuperase sus ropas
exteriores y alertar a su cochero de que estaban listos para irse.
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Solo cuando encontraron refugio dentro del carruaje pudo hablar. Ella le contó
sobre su encuentro con Markham, sobre la relación de su hermana con él y sobre
las cartas.
-El villano-. La ira de Kit reverberó como cuerdas de arpa en el aire entre ellos. -
Debería llamarlo.
-Oh, Kit, no. Eso solo empeoraría las cosas, ¿no lo ves? -Ella se abrochó la capa con
más fuerza y agachó la cabeza. -Sabía que no debería haberte dicho nada.
-No seas tonta, por supuesto deberías haberlo hecho.- Se inclinó hacia delante con
seriedad. -No te preocupes. Pensaremos en alguna forma de desalentar al
intruso. Solo desearía poder decirle a Adrian la naturaleza repugnante de su
amigo.- Ante la exclamación de consternación, añadió: -Mamá nos enseño esa
palabra. No divulgaré nada. Ahora, vamos a pensar.
El miró hacia arriba desde un volumen sobre la Guerra del Peloponeso, un tomo
tan seco que pensó que cada copia debería venir con un estimulante.
-¿El quien?-
-¿Quién crees? Markham, por supuesto. Dice que está cansado de que lo desanime
y que si no estoy de acuerdo en encontrarlo esta noche en el conservatorio del
circulo de Lymondham, tendrá que tomar medidas más drásticas. Aquí, léelo por ti
mismo. -Ella empujó la nota que había recibido hacia él.
Durante casi una semana, lo que ella había estado haciendo era esconderse a plena
vista. Con la ayuda incondicional de Kit, lo había estado utilizando como un
escudo, de algún tipo. Manteniéndolo lo suficientemente cerca como para evitar
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Su boca se abrió.
-¿Qué?
-Sí, creo que es hora de que le digas cómo te sientes realmente. Lo que ustedes dos
compartieron en el pasado, ya pasó. Has decidido que quieres que tu matrimonio
funcione. No quieres verlo más y esperas que lo entienda.
-Oh, creo que lo hará, siempre y cuando se lo digas correctamente. Dile que lo
amaste, pero tus sentimientos han cambiado. Adrián es tu futuro. Él es tu esposo y
no hay posibilidad de divorcio, especialmente ahora que está encinta.
-Ah, pero él no sabe eso. Tener que estar en contacto con la descendencia de otro
hombre seguramente enfriará su ardor.
-No estoy segura. ¿Qué pasa si él no me cree? ¿Qué pasa si no le importa? Después
de todo, él no está por encima de tener una aventura amorosa con una mujer
casada.
-Él piensa que te ama. Cuando dices que ya no sientes lo mismo, no tendrá más
remedio que irse.
-Esta bien. Supongo que vale la pena intentarlo. ¿Pero qué hay de mi hermana? A
ella no le gustará esto. A ella no le gustará en absoluto. -Frunció las cejas, y se
abrazó a sí misma.
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-Dios no lo quiera. Está bien, lo haré. -Ella agitó las manos, mostrando sus
nervios. -Espero que esta noche sea el final. Y espero que Adrian regrese, para que
todo vuelva a sentirse bien.
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Capítulo Dieciséis
No se esperaba que regresara a Londres hasta en dos días más, pero Adrian había
hecho todo lo posible por el trágico accidente en Winterlea. Había analizado las
circunstancias que rodearon la desaparición del agricultor. Consoló a su afligida
viuda y su familia. Dio sus respetos en el entierro. Instando con la comunidad para
establecer una vez más la tranquilidad.
La muerte nunca era un asunto agradable y estaba ansioso por dejarla atrás y
regresar a la ciudad.
Pensó en ella al menos cien veces al día. Hiso una pausa en momentos extraños
para reflexionar sobre algo que una vez le había escuchado decir o ver hacer,
comprometiéndose a recordar nuevos temas y eventos que deseaba compartir
nuevamente. Las noches desde que él se había ido eran largas. No había dormido
profundamente una sola vez. Nunca antes se había dado cuenta de lo sola que
podía estar su cama sin su forma cálida y femenina acurrucada junto a él.
Antes de que él hubiera dejado la ciudad, los dos se habían separado, las
obligaciones sociales y las convenciones haciendo lo peor para guiarlos por
caminos separados.
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Era hora. ¿Cuál era el punto en ocultar la verdad, de sí mismo o de Jeannette? Ella
le había revelado sus sentimientos. Él debería ser lo suficientemente hombre para
hacer lo mismo.
-Decidí volver a casa antes. ¿Dónde está mi esposa? ¿Ya ha salido esta noche?
-Dile a Joseph que volveré a querer el carruaje dentro de una hora. Y mande a
Wilcox a preparar un baño y un cambio de atuendo. Me uniré a su Gracia y a mi
hermano en el baile.
Subió por las escaleras, tomándolas de dos en dos. A mitad de camino, hizo una
pausa.
-Oh, March, ¿un mensajero trajo un paquete de entrega especial de Rundle and
Bridge?
Sobre la cómoda, donde March la había dejado, descansaba discretamente una caja
de joyas cubierta de terciopelo. Levantó la tapa, miró el collar de esmeraldas,
amatistas y diamantes que le había encargado a Jeannette. Impresionante, la pieza
fue diseñada para parecer racimos de flores, hojas y brillantes gotas de rocío.
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Tal vez debería haber elegido un diseño que presentara rubíes o diamantes rosados
en su lugar. Los colores se asemejan más a su segundo nombre, Rose. Pero cuando
vio el boceto de este collar, supo que era para ella. Por extraño que parezca, le
pareció mejor.
Golpeado por una repentina inspiración, cruzó a su habitación. Con la tapa abierta,
colocó el joyero en el centro de su tocador. El collar brillaba a la luz de las velas,
tan magnífico que sería imposible pasarlo por alto. Esta noche, cuando llegara a
casa, entraría y lo encontraría.
Cuando se dio vuelta para irse, vio un trozo de papel que se había caído de la
chimenea. Por lo general, lo habría ignorado, dejar que una de las doncellas hiciera
la limpieza. Pero el nombre de Jeannette estaba escrito en el exterior en una mano
en negrita, con una sola punta del papel ennegrecida en ceniza.
Miró hacia otro lado, un torrente de sangre nadando en su cabeza, golpeando entre
sus oídos. Tragando más allá de la tensión que se alojaba en su garganta, obligó a
sus ojos a leer el resto.
Mi querido amor, no puedo soportar esta agonía ni por un momento más. Alivia mi
corazón, mi mente, y encuéntrame esta noche en el conservatorio de Lymondham. Esta allí
a medianoche y ven sola. No mas juegos. Si no apareces, me veré obligado a actuar de una
manera que ninguno de nosotros desearía. Sé que tu corazón es mío. No te desesperes,
encontraremos un camino. Hasta esta tarde.
Atentamente, K
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El hombre con quien su esposa estaba teniendo una aventura, eso era.
Adrian aplastó la nota en su mano, los nudillos se volvieron blancos sin sangre
contra la tensión. Cerró los ojos con fuerza, intentando combatir la rabia que le
cubría las entrañas como el ácido, la angustia que lo hacía querer enojarse,
arremeter, gritar y rugir.
Arrojó la nota al fuego y observó cómo las llamas se alimentaban hasta que el
papel se había desvanecido como la felicidad en su corazón.
La cólera, la agonía lo consumieron y supo que tenía que tener la verdad. Tenía
que verlo con sus propios ojos. Sombrío, se armó de valor para el infierno que
estaba por venir y salió de la habitación.
Ella luchó contra sus nervios. Medio enferma de tensión, no había podido comer ni
un bocado en toda la noche. Con la esperanza de que la relajaría, había bebido un
poco de vino, y se arrepintió. En lugar de reforzar su coraje, el alcohol la había
dejado sintiéndose muda e inestable sobre sus pies. Afortunadamente, ella lo había
consumido lo suficientemente temprano en la noche para que sus efectos se
desvanezcan.
Dos minutos.
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-Estoy aquí.
Él alcanzó su mano.
-¿Por qué tan frío? ¿Te has vuelto contra mí, amor?
-No me llames así. No soy tu amor, ya no. -Trato de recordar el diálogo que ella y
Kit habían ensayado anoche y nuevamente esta mañana. Dios, ella esperaba que lo
hiciera bien. -Lo ... lo siento, T-Toddy, pero este romance entre nosotros no puede
continuar. Ahora soy una mujer casada, y aunque tuve sentimientos por ti antes,
esos sentimientos han cambiado. Amo a mi esposo y debo pedirte que lo
aceptes. No puedo verte nunca más.
-No te creo.- Apretó sus manos en puños. -No puedes decirlo en serio. ¿Ese
entrometido cachorro de tu cuñado te ha llevado a esto? Te ha estado siguiendo
como un sabueso estos últimos días. ¿Es un chantaje? ¿Te ha amenazado? Porque
si lo hace, hay maneras de remediar el problema.
-No-, dijo ella, horrorizada ante la idea de qué "formas" podría tener. -Kit no ha
hecho nada, así que déjalo en paz. Le pedí que se quedara cerca.
Ella decidió que era hora de jugar su carta de triunfo. Ella solo oró para que la
mentira funcionara.
-Si deseas saberlo, estoy E-embarazada. Hijo de Raeburn. Cualquier relación futura
entre nosotros es imposible ahora, debes ver eso. Yo pertenezco a él. Por favor,
acepta eso y vete.
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Una sombra de dolor se extendió por su cara. Él se volvió como si ella lo hubiera
apuñalado, con los ojos bajos. Después de un largo momento, respiró hondo y se
volvió.
¿Ir a él?
Eso no era lo que se suponía que debía decir. Se suponía que debía decirle
adiós. Oh, querido Señor, ¿qué iba a hacer ella ahora?
-Bueno, no te amo-. Esa fue una afirmación que pudo hacer con total sinceridad.
Apenas evitó rodar sus ojos. Su gemela podría ser tan melodramático a veces.
-No te creo.
-Déjame ir.
Él frunció el ceño, la empujó hacia atrás, más cerca de un charco de luz que brillaba
desde un brasero cercano. Luego la miró, realmente la miró, mirándola a los ojos
como si estuviera tratando de leer sus pensamientos.
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-No antes de demostrar que estoy en lo cierto.- Sin previo aviso, él la hizo girar,
tiró de la manga de su vestido para exponer su hombro desnudo y una parte de su
espalda. -No está ahí.
-Sabía que había algo extraño en ti-, dijo Markham, -pero no pude
entenderlo. Ustedes dos cambiaron. Su idea, por supuesto.
-¿Lo sabe Raeburn?- Soltó una carcajada. -Por supuesto que no lo hace, de lo
contrario hubiera echado tu mentiroso trasero hace unas semanas. Increíble. -
Caminó unos pasos hacia un lado, luego hacia atrás. -¿Donde esta ella? ¿Dónde
está Jeannette?
-Por supuesto. Ella pretende ser tu. La tensión debe estar matándola. Viajaré hacia
el sur y veré qué puedo hacer para aliviar su terrible carga. -Hizo una pausa y
entrecerró los ojos como los de un lobo-. Ella no sabía sobre esto, ¿verdad? ¿Este
esfuerzo esta noche para echarme a un lado?
-Ella no sabía nada al respecto-. Ella retorció sus dedos. -¿Qué vas a hacer con
Adrian? ¿Se lo dirás?
-Debería cierto. Te serviría bien por mentir. Pero me temo que podría arruinar mi
diversión en el continente. Además, si Raeburn es lo suficientemente tonto como
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-No.
Él se rio de nuevo.
-Si quieres conservarlo, hazte un favor y embarázate. Una vez que haya un niño
involucrado, él no se divorciará de ti. Aunque puede contratar a una nodriza y
enviarte a una de sus propiedades menos hospitalarias para vivir el resto de tus
días en solitaria soledad. -Él le dio unas palmaditas en la mejilla. -No te
preocupes. Prometo que no lo escuchará de mí.
Se giró, se alejó.
-Me preocupa tenerlo en la vida de Jeannette. Rezo para que no todo se convierta
en desastre.
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La shock vino sobre él como un sudor. Dio media vuelta, temiendo que realmente
vomitara, respirando con dificultad dentro y fuera de sus pulmones.
Sin embargo, los había visto juntos, abrazados. Los había visto juntos otra vez
también, reservados y sospechosos ahora que lo consideraba, ese día en el folly de
Winterlea. También recordó la forma en que ella había insistido en que Kit los
acompañara a Londres. Y había leído la nota esta noche, la evidencia más
condenatoria de todas.
Dios mío, ¿qué iba a hacer? Habría desafiado a cualquier otro hombre, se habría
encontrado en el campo de honor y habría hecho todo lo posible para matarlo. Pero
Kit era su hermano. No podía matar a su hermano, no podía asesinar a su propia
carne y sangre.
Jeannette y Kit tenían una edad similar, con menos de dos años de
diferencia. Había sido testigo de su cercanía, había estado complacido de ver su
vínculo familiar, sin sospechar que podía ser otra cosa.
¿Qué pasa con sus votos para él? Sus palabras de amor? ¿Sus promesas de
fidelidad?
¿Qué tan lejos habían llegado ellos? ¿Estaban durmiendo juntos? Mientras estuvo
fuera, ¿Kit había tomado su lugar en su cama? ¿Había sido él quien le había dado
un toque de color a su piel, suspirando de placer por sus labios, el éxtasis creciendo
dentro de su cuerpo?
Una neblina roja de rabia nadó ante sus ojos, sus manos temblaban. Él los apretó y
luchó por el control. Señor en el cielo, ¿qué iba a hacer? ¿Cómo iba a soportar esto?
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Con pasos silenciosos para que Kit y Jeannette no lo oyeran, volvió sobre sus
pasos. Dando sus excusas a su perpleja anfitriona, huyó a la fría noche.
Agregó otro tronco al fuego, observó cómo las llamas emitían una lamida codiciosa
de color rojo anaranjado antes de tomar asiento en un sillón cercano. De rodillas,
balanceó la caja de joyería de terciopelo negro que la había dejado atónita al
descubrir en su tocador. Su aliento literalmente había dejado sus pulmones en el
instante en que había vislumbrado el collar extravagante.
Al abrir la tapa, trazó reverentes dedos sobre las preciosas piedras que brillaban
incluso a la luz tenue. Nadie le había dado nunca un regalo tan exquisito. Y sin
ningún motivo en particular tampoco. No era su cumpleaños y la Navidad todavía
estaba a más de un mes completo.
Ella desesperadamente quería agradecerle. Ella nunca había visto algo tan
extraordinariamente hermoso en su vida.
Adrian estaba de vuelta en la ciudad. Además de las joyas, uno de los lacayos
había confirmado su llegada cuando ella y Kit regresaron a casa esta noche. Si se
podía creer el rumor, había aparecido brevemente en el baile de los Lymondham,
aunque ni ella ni Kit lo habían visto siquiera por casualidad. Era extraño que
volviera de Winterlea solo para ausentarse inmediatamente de nuevo.
Se sobresaltó, cuando una suave luz gris del amanecer arañaba las ventanas, el
murmullo en voz baja de las criadas cuando pasaban por el pasillo para comenzar
el día de trabajo. Se sentó, y estiró, rígida por haberse quedado dormida en la silla.
Casi las siete en punto. Sus ojos volaron hacia la cama, su cobija intacta, tan
precisamente hecha como lo había sido durante todos los días que él se había ido.
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Ella corrió por el pasillo. Betty fue la primera sirvienta que encontró, la chica sobre
sus manos y rodillas restregaba el piso.
Bajó corriendo por la escalera principal, ajena a las miradas de los sirvientes por los
que pasaba. Al entrar al salón principal, corrió hacia March.
-Sí, sí, estoy bien-, jadeó, deteniéndose un momento para recuperar el aliento. -Su
Gracia. No regresó a casa anoche y estoy terriblemente preocupada de que algo le
haya pasado. ¿Has tenido noticias suyas? Tal vez deberíamos contactar a las
autoridades, a sus amigos, a cualquiera que lo haya visto por última vez.
-No hay necesidad de eso, señora. Como puedes ver claramente, estoy bien ".
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-Tanto melodrama-, dijo, su voz fría como un lago helado. -Sin duda, se supone
que me conmoverá tu preocupación. Mira a mi esposa, March, tan angustiada por
mí que ni siquiera se molestó en vestirse.
Ella se sonrojó, solo entonces se dio cuenta de que estaba parada en su ropa de
dormir. Tiró de los lados de su bata con más fuerza alrededor de su cuerpo.
-Tal vez deberíamos discutir este asunto en privado.- Se hizo a un lado, esperó a
que ella entrara a la sala de desayuno. Descartando al único sirviente adentro, él
cerró la puerta, dejándolos solos. Se dirigió hacia la mesa del desayuno y volvió a
sentarse frente a su plato abandonado.
-¿Te gustaría una de estas salchichas?- Hizo un gesto hacia una bandeja de plata. -
Son bastante buenos".
-Nada está mal. Estoy muy bien, rompiendo el ayuno con una buena comida.- Se
comió un tenedor lleno de huevos revueltos. -Debes intentarlo. Tal vez una taza de
té también ".
-No quiero huevos o salchichas o té. Quiero saber dónde estabas anoche ".
Le lanzó una mirada rápida y dura, luego bajó los ojos. Cortó un pedazo de
salchicha, su cuchillo raspó discordantemente contra la porcelana.
-Sí. Misterio resuelto. Ahora, sugiero que te pongas ropa adecuada. Tienes el
aspecto de un doxy sobre ti esta mañana.
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Algo estaba terriblemente mal, pensó. ¿Dónde estaba el hombre que ella
conocía? Era como si el verdadero Adrián se hubiera ido y un extraño hubiera
regresado en su lugar. Sus duras palabras, el frío en sus ojos. Por un momento, casi
había imaginado que él la odiaba. Un escalofrío recorrió su espina dorsal.
¿Por qué se sentía como si acabara de patear a un cachorro? Ella se veía tan joven,
tan hermosa. Tan inocente. Si no estuviera al tanto de la verdad, la habría creído a
ella y a su angustiada preocupación por su bienestar. Hubiera creído que ella lo
amaba, si no fuera por la traición que había presenciado anoche.
-Oh. Yo ... quería agradecerte, por el collar. Es tan exquisito. El regalo más hermoso
que alguien me haya dado.
-Es una pieza atractiva que se verá bien alrededor de tu cuello-, comentó en un
tono profesional. -Las joyas de la familia no se han actualizado durante medio siglo
al menos. Pensé que era hora de que estuvieran refrescados.
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Capítulo diecisiete
Agnes puso un hermoso vestido de raso esmeralda con una sobrefalda de gasa
suiza de puntos blancos sobre la cabeza de Violet. El vestido era escotado y al
hombro para la noche, y era una tarea sencilla de ajustar el vestido en su
lugar. Entonces estaba arreglando su cabello.
Con los ojos fríos, él negó tal condición, rechazando a ella y sus preguntas. Herida,
no había vuelto a preguntar.
Él también había cambiado con Kit. Por razones que nadie podía entender, Adrian
había empezado a hostigar a su hermano, a menudo por los asuntos más
insignificantes.
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Anoche, durante la cena, había criticado a Kit por su supuesta gula cuando el joven
se sirvió una segunda porción de bagatela para el postre. Kit siempre comió en
segundos. Si no lo hiciera, habría sido más probable que obtuviera un
comentario. Así que el ataque inesperado de Adrián sorprendió a todos, incluso a
los lacayos de turno esa noche, que habían mirado con asombro.
Las mejillas de Kit se habían enrojecido mientras permanecía bajo la tormenta del
castigo verbal de Adrián. Había temido que pudieran irse a los
golpes. Especialmente cuando Adrián impugnó la virilidad de Kit al preguntarle si
se estaba convirtiendo en un sombrerero, un tipo afeminado que no pensaba en
nada más que su aspecto y el atractivo de su guardarropa.
Con los ojos marrones de Adrián ardiendo, su mandíbula fija en una inclinación
belicosa, había tenido la clara impresión en ese momento de que Adrián quería
que Kit lo golpeara. Que estaba incitando a su hermano a la violencia para que
pudiera tener la oportunidad de devolverlo. ¿Pero por qué? No tenía sentido.
-Su Gracia, ¿le gustaría usar su nuevo collar? ¿El que le regaló su Gracia? -inquirió
Agnes, interrumpiendo sus reflexiones.
Ella miró el collar, reacia a ponérselo. A ella le había encantado, al principio. Pero
la explicación cortante e impersonal de Adrián para su compra había amortiguado
su placer como una cara llena de agua helada. Tal vez podría aplacarlo de alguna
manera pequeña si ella llevaba su regalo esta noche. Tal vez él podría sentir
orgullo al ver la más nueva de las joyas de la familia adornando su cuello. Tal vez
devolvería un pequeño brillo de placer a sus ojos. Ojos que ya no parecían brillar,
al menos no para ella.
Ella asintió con la cabeza, las piedras se adhirieron contra su garganta cuando se
fijaron en su lugar. Estudió su reflejo una última vez y supo, sin vanidad, que
parecía resplandeciente, en cada centímetro, la duquesa de
Raeburn. Silenciosamente, rezó para que Adrian la encontrara bella, deseable.
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El viaje hacia los Carter se hizo en silencio. Kit no estaba dispuesto a romper la
penumbra opresiva, incluso si hubiera tenido la tentación de intentarlo. Había
aceptado una invitación a cenar con amigos y planeaba reunirse con ella y Adrián
en el baile más tarde en la noche.
Adrian la llevó al primer baile. Ella fijó una sonrisa en su rostro, fingió que todo
estaba bien. Dentro ella quería llorar. Hablaban de trivialidades, menos íntimas
más extrañas. Cada paso se convirtió en una miseria, cada toque una exquisita
tortura.
Ella lo estaba perdiendo, pensó, y ni siquiera sabía por qué. Peor aún, no sabía qué
podría hacer para detenerlo.
Lord Hamilton solicitó su mano para el próximo baile. Ella colocó su palma en la
suya y lo dejó guiar el camino.
Ella estaba sentada bebiendo una taza de negus, casi la mitad de la tarde, cuando
Eliza Hammond se acercó sigilosamente a ella, silenciosa como un susurro.
-La última vez que hablamos-, continuó Eliza, obviamente reticente, -dijo que si le
escribía a su hermana, estaría dispuesta a enviarle mis cartas.
-Sí, lo hice.
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Miró hacia donde se encontraba la otra chica, sola y olvidada. No, Eliza no podía
ayudarla, decidió, pero tal vez podría ayudar a Eliza, aunque sea muy poco.
Cuando Kit llegó casi media hora más tarde, ella le hizo un gesto para que se
acercara a su lado.
-¿Señorita Hammond?
-Eso es porque nadie le pregunta a ella. Sé un caballero y ponte de pie con ella. Y
cuando hayas terminado, haz que uno de tus compinches también se baile con ella.
-Digo, no sé si…
Kit se estremeció.
-Dios no lo quiera-. Se enderezó las mangas. -Muy bien. Un baile, como un favor
para ti. Y quizás también pueda convencer a Suttlersbury para que haga lo
mismo. Él siempre esta listo para bailar. Pero no creas que no recordaré esto y
llamaré a mi traductor uno de estos días.
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-Lo siento, su Gracia, pero se me he prometido a Sir Reginald para este baile".
-N-no, su Gracia. No piense nada de eso. Más que feliz de complacer.- Él hizo una
reverencia brusca, le murmuró algo y se escabulló.
Él la hizo bailar en un vals, su cuerpo ágil bajo su toque, su mano suave y familiar
dentro de la suya. No sabía por qué se había hecho esto a sí mismo. ¿Qué lo había
impulsado a exigir que compartieran un baile cuando sabía que eso no le traería
más que dolor? Sin embargo, se sentía tan traidoramente bueno abrazarla, beber de
su dulce aroma, contemplar su lustroso cabello dorado.
Más temprano esa noche, cuando ella había bajado por la escalera de su casa, con
el collar que le rodeaba el cuello como un ramo de brillantes flores silvestres, le
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había robado el aliento. Le había tomado todo lo que no tenía para dejar que sus
sentimientos no se mostraran. Comportarse como si apenas lo notara, como si ya
no le importara. Y maldita sea, ella no debería. Ella no debería importar, ya no. Sin
embargo, de alguna manera todavía lo hacia.
Furioso consigo mismo y con ella, se concentró en mantener el ritmo de los pasos
del baile, sin decir una palabra.
Violet dejó que la guiara por la sala, las notas de violines y flautas dulces como
perfume en el aire. Estaba tenso. Podía sentir la energía apenas atada en sus tensos
músculos. La furia que hervía a fuego lento justo debajo de la superficie civilizada.
Ella aventuró una mirada hacia arriba, captó el hambriento destello de deseo en
sus ojos. Sorprendida, ella volteo de inmediato, miró su pechera cuando su
corazón se aceleró, feliz. No había mostrado ningún interés en ella desde su
regreso a la ciudad. ¿Era posible que algo hubiera cambiado? ¿Era posible que la
quisiera de nuevo?
Su pulso latió un tándem áspero al ritmo de la música. Ella lanzó otra mirada hacia
arriba, decepcionada al ver que la mirada ya no estaba allí.
No había nada comprensible en él en estos días. Sin embargo, estaba segura de que
no se había equivocado con esa mirada suya o con el anhelo. Ahora la pregunta
era, ¿cómo debería responder ella?
Esperó hasta que oyó que el ayuda de cámara de Adrian se iba, que su habitación
se calmaba al otro lado de la puerta que los conectaba.
¿Adrián la querría?
Seguramente lo haría cuando la viera así. El vestido era tan impactante que ni
siquiera había dejado que Agnes la viera en él. Tan pronto como su doncella partió
a dormir, ella había cambiado su camisón por este. Parecía casi desnuda. Grandes
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franjas de encaje, intercaladas con finas tiras de seda que cubrían solo las partes
más esenciales.
Tal vez porque él no había estado enojado e indiferente a ella entonces, una
pequeña voz susurró. Quizás porque todavía la deseaba entonces.
Pero había estado esa mirada en sus ojos durante su baile esta noche. No importa
cuán breve, ella sabía que no lo había imaginado. A pesar de su frialdad reciente,
una parte de él todavía la deseaba. Ahora solo tenía que revivir esa necesidad y
demostrarle que sentía lo mismo.
Jeannette.
Él nunca debería haber bailado con ella esta noche. Darle impulso, apresurarse,
calentarse, había sido un error. Pasó sus días tratando de no pensar en ella y
terminó haciendo poco más que eso. Su vida se había convertido en un infierno
absoluto.
Estaba contemplando otro brandy, por lo que podría ahogar aún más su miseria y
tener alguna posibilidad de dormir, cuando se abrió la puerta de enlace.
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-Un poco de brandy, tal vez?.- Agarró su propia copa vacía, se levantó de su silla,
cruzó la habitación. Con la espalda vuelta, tomó un vaso nuevo y sirvió una gran
cantidad de licor en cada una.
-Aquí.
Ella se acercó.
-Adrian, ¿qué es? ¿Qué pasa?- Ella corrió hacia adelante, deslizó sus brazos
alrededor de él, presionó las curvas cálidas y flexibles de su cuerpo contra el
suyo. -¿Ya no me quieres?
Con la cabeza zumbando por la bebida y el deseo, él la miró a los ojos y comenzó a
ahogarse. Sin pensar, sin preocuparse, aplastó sus labios con los de ella, se entregó
al hambre que bullía en su sangre. La copa de coñac se le cayó de la mano y el licor
se empapó en la alfombra mientras el vaso rodaba.
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¿Qué le pasaba? ¿Cómo podría estar tocándola? ¿Cómo podría él quererla? Sin
embargo, lo hizo, incluso ahora, incluso sabiendo lo que ella era. Peor aún, la
amaba, a pesar de sus mentiras vacías, su traición. Él estaba disgustado por los
dos.
Él salió de la cama.
-¿No? ¿Qué hay que no entiendes? Yo no te quiero ¿Es eso suficientemente claro
para que lo entiendas, señora? Ya no estoy interesado en probar tus bellas
mercancías femeninas ".
-Por favor, no persistan en esta farsa-, dijo con obvio disgusto y burla. -Lo has
probado bien, pero ahora se acabó. Yo sé sobre ti. Te vi.
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Su rostro palideció.
-¿No es así? Te seguí esa noche, a la fiesta. Los vi a los dos juntos. Te vi en sus
brazos.
-¿Es por eso que has sido tan bestial con nosotros dos la semana pasada? ¿Porque
crees que tengo una aventura con Kit? El asombro sonó en su voz.
-Él es mi amigo, nada más. Él me dio un abrazo esa noche. Él no estaba ...
abrazándome, no de la manera en que piensas ".
Él giró, enfrentándola. -¿Y qué hay de esa nota? Alguien te envió esa maldita
nota. Si no es Kit, ¿entonces quién? ¿Quién demonios es K?
-¿No puedes o no quieres-" Él cargó hacia adelante, la agarró por los hombros y la
sacudió. -Dime quién es él. ¿Quién es tu amante?- Exigió a punto de gritar.
Con una última mirada furiosa, él se apartó, temeroso de que realmente le hiciera
daño físico.
-Adrian, por favor, sé que se ve mal, pero no es lo que piensas. Yo-yo no tengo un
amante. Eres el único hombre que he estado ...
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-No más.- Él levantó una mano. -No voy a escuchar otra palabra. Ya escuché lo
suficiente de tus mentiras. Sal.- Cuando ella no se movió, él le gritó: -¿No me
escuchaste? Dije que salieras. Sal. ¡Ahora!"
Ella se estremeció. Con lágrimas silenciosas fluyendo por sus mejillas, levantó la
barbilla y lo miró a los ojos.
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Capítulo Dieciocho
La Navidad pronto estaría sobre ellos, y según la tradición toda la familia Winter,
incluso las relaciones distantes, se congregarían en Winterlea para compartir la
temporada de vacaciones.
La noticia del nacimiento del bebé de Sylvia había llegado a Londres solo unos días
antes. Para deleite de todos, el niño era una niña. A pesar de que recientemente se
había quedado sin sus hijos, la hermana de Adrián estaba decidida a mostrar su
apreciado bebé. La duquesa viuda, por supuesto, regresaría con su hija, el marido
de Sylvia y sus considerables crías.
Violet había recibido una nota de sus padres. Estarían conduciendo desde su
propiedad en Surrey para unirse a la celebración. Darrin planeaba llegar desde
Escocia, donde había estado compartiendo una caza con amigos. Sin embargo, la
tía abuela Agatha y "Violet" permanecerían en el continente hasta la primavera. A
los sesenta y cinco años, los huesos de Agatha eran demasiado frágiles para ser
sometidos a la humedad y el frío de un invierno inglés, incluso por el bien de la
Navidad.
Y hacía frío, era violento, con algunos copos de nieve girando una danza
vertiginosa en el aire. Violet los vio caerse mientras miraba por la ventanilla del
carruaje, tirando de la manta más arriba en su regazo para protegerse del frío. Ella
estaba sentada sola dentro del carruaje. Los hombres habían decidido montar a
pesar del clima. Aunque por lo que podía ver, ninguno parecía estar disfrutando el
ejercicio.
Desde aquella horrible noche en que ella fue a verlo, ella y Adrián apenas habían
hablado entre sí, pasando menos de un puñado de minutos en compañía del
otro. Teniendo en cuenta las cosas dichas esa noche, ¿qué quedaba?
Él creía que ella era una mentirosa adúltera. Y para ser justos, él tenía la mitad de
razón.
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Ella quería defenderse, demostrarle que no le había sido infiel, pero ¿cómo podía
hacerlo? No sin revelar su otro secreto. Para refutar una falsedad, ella tendría que
revelar demasiado sobre la otra. Como un hilo suelto en un tapiz, una vez libre, la
pieza entera pronto se desenredaría.
Le había hecho una promesa y, a menos que Adrian le preguntara sin rodeos sobre
su identidad, no iba a romper ese voto. Pasó toda su vida admirando a su
hermano. En este momento solo quería darle un buen golpe en la cabeza.
La cabeza de Adrian se volvió. Las suaves palabras de Kit aparentemente las había
llevado el viento.
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-Dije que eres un tonto. Estás haciendo que tú y todos los que te rodean se sientan
miserables por nada.
-¿Error? ¿Sería eso la carta de amor que malinterpreté o verla envuelta en tus
brazos?
-Ya he explicado sobre eso. Le estaba dando un abrazo, un abrazo fraternal, nada
más.
-¿Y la carta? Aún no has considerado oportuno explicar eso, ¿verdad? Si no eres el
autor de la misiva, ¿quién es? Si Jeannette es una inocente en todo esto, ¿por qué el
engaño? ¿Las medias verdades? ¿Las mentiras? ¿Qué estás escondiendo? ¿A quién
estás protegiendo?
-No obstante, debes confiar en ella, no importa cómo parezcan las cosas".
-Adrian…
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-Es suficiente-, ordenó Adrián, con un tono tan frío y amargo como el viento. -No
habrá más discusión sobre este asunto, ¿entiendes? No hablaremos de eso otra vez.
-Su caballo, Mercurio, trotó unos pocos pasos a un lado. Adrian lo detuvo y lo
movió suavemente a su lugar. -Cuando acabe la Navidad, volverás a la
Universidad, y harás que te absuelvan admirablemente, ¿lo entiendes?
Kit asintió.
-Completamente.
-En cuanto a Jeannette, la forma en que elijo llevar a cabo mi relación con mi
esposa es un asunto privado, y no es asunto suyo. Sin embargo, te diré esto. -Sus
ojos se encontraron, desafiante. -Si no fueras mi hermano, ya te habría pasado una
bala. Si te atrapo con ella otra vez, hermano o no, lo haré.
Kit los vio desaparecer en la nieve arremolinada. Bueno, pensó, eso fue espléndido.
Qué completo desastre habían hecho los tres. Si tan solo tuviese la menor idea de
cómo hacerlo salir bien.
La casa era una colmena ruidosa de gente. Niños y adultos esparcidos en bandas
de juerguistas determinados. En medio de mucha frivolidad, Adrian había
supervisado la iluminación del tronco de Yule en una de las secciones más
antiguas de la casa, donde la chimenea era lo suficientemente grande como para
acomodar la gran longitud de madera. Según la tradición, el tronco ardería durante
doce días completos. Reducido a cenizas al concluir la celebración navideña en la
Noche de Reyes.
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Por lo general, Adrián amaba esta época del año. Visitando con su familia y
amigos. Haciendo rondas a caballo y en carruaje para llamar a sus vecinos e
inquilinos, dejando regalos de comida y bebida para alegrar su mesa navideña.
Pero este año se alegraría cuando todos se fueran y la casa se calmara una vez
más. Aunque Jeannette había aceptado fingir que todo estaba bien entre ellos, el
acto fue una gran tensión. Justo el otro día, se vio obligado a mentirle a su madre
mientras todos se reunían para admirar al nuevo bebé de Sylvia, Emma.
No pudo evitar mirar mientras ella se inclinaba sobre la niña. Acunando al bebé
contra sus pechos, arrullaba frases tontas y tiernas. Con la punta de un dedo,
acarició la delicada mejilla del bebé, una expresión de puro placer iluminó su
rostro.
-¿Cuándo van a darme uno de esos dos?- Su madre se acercó a él y le puso una
mano en la manga. -Una mujer no puede convertirse en abuela muchas veces,
¿sabes?
Y Kit. No podía mirar a su hermano sin preguntarse, cuestionar. Quería creer las
negaciones de Kit. Casi lo hizo, especialmente cuando vio que él y Jeannette
interactuaban con la familia. Parecían hermano y hermana, no amantes. Sin
embargo, de vez en cuando, captaba una mirada, casi de naturaleza conspirativa. Y
una nueva ola de furia rugiría a través de él sobre los secretos que se negaron a
revelar.
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Justo esta tarde, mientras los niños jugaban a Hood-man Blind en la larga galería,
los había visto a ellos de pie con las cabezas juntas, susurrando. Indignado, vio a su
esposa pasarle una nota a Kit. Casualmente, Kit se había metido el trozo de
pergamino en el bolsillo, y luego procedió a actuar como un tonto, arrebatando la
capucha de la cabeza de su primo Cicely de una manera que hizo reír a toda la
multitud.
Manteniendo a Kit en su punto de mira, esperó su momento hasta que los adultos
se reunieron en el salón para tomar el té. Cuando Kit se levantó para hacer un viaje
de regreso al aparador por unos segundos, él lo siguió.
Deslizándose junto a él, tropezó con Kit justo cuando su hermano tomaba un
bollo. Empleando un truco de prestidigitación que había adquirido durante sus
días de espionaje, robó la nota del bolsillo de Kit, usando el "accidente" como
cobertura.
Kit se volvió, le lanzó una mirada, entornó los ojos como si no le creyera del
todo. Después de un momento, se encogió de hombros, llenó su plato y regresó a
su asiento.
Pasaron casi dos horas antes de que Adrián encontrara la oportunidad de leer la
nota. Solo en su escritorio de su oficina, escuchó el suave y rítmico tic-tac del reloj
de la chimenea. Él miró el papel en su mano. Él no quería leerlo. Él no quería saber
lo que decía.
¿Latín?
La maldita cosa fue escrita en latín. ¿Por qué Jeannette le daría a Kit un mensaje
escrito en un idioma extranjero, y uno muerto, sobretodo? No tenía ningún sentido
en absoluto.
Escaneó el texto, leyéndolo con facilidad. Los idiomas antiguos habían sido uno de
sus mejores temas en la Universidad. Definitivamente no era una nota de amor,
decidió. Más bien, una traducción, y una aburrida, sobre una de las batallas
menores libradas por el Imperio Romano.
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Una de las lecciones de Kit? Por cada indicación, sí. Pero, ¿qué había estado
haciendo en posesión de Jeannette? ¿Y por qué se lo había transmitido a su
hermano de forma tan secreta y clandestina?
Le intrigó la curiosa pregunta por lo que quedaba de la tarde, y otra vez cuando
subió a vestirse para la cena. Todavía preocupado, sintonizó con la oreja
la conversación durante la deliciosa fiesta de Nochebuena.
Una y otra vez, sus ojos se volvieron hacia su esposa donde se encontraba en la
parte opuesta de la larga mesa. Siguió volviendo a una pregunta: si ella no lo había
traicionado, si la carta de amor no era de Kit, entonces ¿por qué todas las mentiras
y medias verdades? ¿Qué estaba ocultando?
No estaba más cerca de una solución cuando los caballeros se unieron a las damas
en el salón después de la cena. Sobre tazas de wassail, Zoe fue persuadida a prestar
sus habilidades sobre el piano. Todos se unieron en un entusiasta coro de
canciones navideñas.
-Oh ho, miren, todos- declaró su primo Reginald, señalando con un dedo sobre sus
cabezas. -Muérdago. Vamos, Raeburn, has sido atrapado. Besa a tu esposa.
-¿Es eso lo mejor que puedes hacer?- Reginald escarmentado. -Podría besar a mi
propia madre mejor que eso.
Todos esperaron. Esperé a que besara a su nueva esposa como lo haría un esposo
amoroso y feliz.
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Tenía la intención de hacerlo rápido. Una mezcla rápida y saludable de labios que
fuese todo rapido y no fuego, diseñado únicamente para satisfacer a su
audiencia. Pero tan pronto como su boca se enlazó con la suya, la memoria
sensorial se afianzó, las necesidades reprimidas, los anhelos agridulces se elevaron
a la superficie. Y él estaba perdido.
Una ola de intenso calor barrió a través de ella, Violet se sintió avergonzada de ser
el protagonista de todo. Luego, una ráfaga ártica la dejó helada al ver los adustos
ojos de Adrián.
Un acto, eso es todo lo que había sido. Nada había cambiado entre ellos, nada en
absoluto.
Dando una risa vertiginosa como si esta fuera la Navidad más feliz de su vida,
pegó una radiante sonrisa en su rostro, luego cruzó al piano para entonar otra
canción.
Temblaba bajo su gruesa capa de lana mientras caminaba por los jardines de
Winterlea. Frío no en un sentido físico, sino en uno emocional.
Solitaria.
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Adrian se fue último. Negocios urgentes en Londres, afirmó. Pero ella sabía la
verdadera razón. Quería alejarse de ella, de su infelicidad. Él no había pretendido
invitarla. Y él le había prohibido estrictamente viajar sola a cualquier parte.
Debería estar aliviada de que Adrián se hubiera ido. Estar sola con él era una
miseria, incluso en una casa tan grande como Winterlea. Sin embargo, su ausencia
dejó un vacío espantoso. Puede que no estén hablando en estos días, pero aun así
había una extraña clase de consuelo en saber que estaba cerca. Una oportunidad de
echarle un vistazo en uno de los pasillos, de escuchar su voz mientras hablaba con
su secretario o con uno de los empleados. Y la agonía nocturna de sentarse en
silencio mientras cenaban, fingiendo ignorarse el uno al otro a lo largo de la mesa
de la cena.
Le había escrito a su amiga Eliza, dando una excusa para explicarle la falta de un
matasellos extranjero. Jeannette estaba enviando las misivas por ella, había dicho,
para que no se desviaran. Si Eliza descubrió que el sistema de entrega era extraño,
ella no lo comentó, contenta de haber restablecido su amistad, aunque solo fuera
por correspondencia. Lo que Violet haría cuando su gemela finalmente regresara a
Inglaterra, aún no lo sabía.
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Insatisfecha con los "sucesos", como los llamaba la Sra. Litton, en el establecimiento
del nuevo marqués de Hartcourt -él era un pariente lejano que había heredado
después de que su empleador de larga data falleciera- había estado ansiosa por
encontrar un nuevo puesto. A diferencia de la señora Hardwick, Violet se había
sentido inmediatamente a gusto con la mujer maternal. Sin entrevistar a ningún
otro solicitante, ella la contrató en el acto.
En el jardín, Violet hizo una pausa para admirar una cama de rosas
Cuaresmales. La abundante planta que florece en invierno añadió una refrescante
pizca de color al paisaje, que de otro modo estaría inactivo. Ella se inclinó, tomó
una sola flor de crema oscura.
¿Es eso todo lo que debía tener ahora? ¿Recuerdos? ¿No iba a tener nada más que
una breve muestra de felicidad tan transitoria como esta flor?
Miró la flor por otro largo minuto, luego la aplastó dentro de su puño. Cuando
abrió la palma de su mano, una ráfaga de viento se llevó los restos, dejando su
mano tan vacía como su corazón.
Adrian levantó la vista de sus silenciosas reflexiones. El sirviente del White's Club
se mantuvo a una respetuosa distancia, esperando su respuesta.
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Su brandy llegó. Dio las gracias al sirviente, luego tomó un buen trago. El alcohol
dejó un entumecimiento agradable a su paso.
-Raeburn, no sabía que estabas en la ciudad. En esta degradada época del año para
visitar nuestra capital.- Downey se acomodó en la silla junto a la de Adrian, pidió
una copa cuando el camarero se acercó.
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-No. Ella permanece en Derbyshire. Como dijiste, esta no es la mejor época del año
para viajar.
-Bueno, debes estar ansioso por volver a casa. Siguen siendo recién casados y todo,
¿eh? ¿Cómo estuvo la luna de miel, por cierto? ¿Dónde fue que fuiste de nuevo?
-¿Tu duquesa?- Las cejas de Landsdowne se levantaron. -No puedo decir que
recuerde una conversación así, aunque a veces puedo olvidarlo. Dorset, ¿dices?
-Sí, Dorset. Compartiste la historia del Castillo de Corfe con ella en nuestra
recepción nupcial.
-No fui yo. Nunca he oído hablar del lugar. De hecho, solo he estado en Dorset una
vez. La orilla del mar en Brighton es más de mi agrado. Debe haber sido algún otro
compañero con el que habló.
-No puedo pensar que discutiría la historia con tu esposa de todos modos-,
continuó Landsdowne. -No es alguien que sufra en una discusión tan tediosa sin
quejarse. Lo más probable es que te encuentres interrumpido a mitad de la frase
antes de dejar una prosa demasiado tiempo sobre esos asuntos. -Hizo un gesto con
el dedo. -Suena más como algo que su hermana haría. Ahora, esa, esa gemela suya,
es una verdadera esposa. Prospera con ese tipo de pesadas charlas académicas,
historia, literatura e incluso idiomas.
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-¿Idiomas?
-Hmm, por lo que escuché, ella habla varios con fluidez, incluidos los clásicos. Ella
puede leer y escribir las cosas, tanto griegas como en latin por poco natural que
parezca para una mujer.
-La razón por la que sé mucho sobre Lady Violet es por mi prima Harriet-, dijo
Landsdowne. -La vieja chica y tu cuñada pertenecen a la misma sociedad literaria
femenina. Asistieron a varias conferencias junaos. Harriet dice que Lady Violet es
un modelo de autoeducación, sabe tanto como la mayoría de los eruditos. No es de
extrañar que ella no haya encontrado un marido. Ella puede parecer y sonar
exactamente como su esposa, pero nunca he visto a dos mujeres tan marcadamente
diferentes en cualquier otra forma. Escogiste la correcta de ese par, diré.
Él se levantó de su asiento.
-Oh, bueno, por supuesto, viejo. No te preocupes en mi nombre. Estoy feliz aquí
con mi clarete.
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La idea era insana, absurda. No podría ser posible. Su esposa, Jeannette, no podría
ser otra mujer. En realidad no podría ser su hermana, Violet. Gemelas o no, un
cambio de tal magnitud y audacia estaría más allá incluso de sus
capacidades. Especialmente Violet que nunca había sido capaz de hacer más que
tartamudear algunas palabras tímidas en el mejor de los casos.
Él recordó el día de su boda. Cómo temblaba, con la piel blanca como la leche, los
ojos grandes y asustados como una cierva atrapada en el bosque, congelada como
si estuviera demasiado asustada para huir.
Se detuvo en seco.
Sus lentes.
Dios mío, ¿cómo pudo haber estado tan ciego? ¿Tan estúpido? Querido Señor, ella
realmente era Violet. ¿Por qué otra razón usaría lentes para leer? ¿Por qué se
retiraría a su estudio todas las tardes para enterrarse en perfecta satisfacción? ¿Por
qué iba ella a pasarle notas a su hermano, escritas en latín, nada menos?
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Capítulo Diecinueve
-Termina con eso-, demandó Adrian. -He tenido suficiente de tus excusas. Quiero
la verdad.
-¿La verdad sobre qué?-, Preguntó Kit, con cuidado de mantener su tono
suave. Caminó por la habitación, sentándose junto a la ventana, lo más lejos
posible que pudo.
-No seas frívolo. Cuéntame sobre ella. -Adrian golpeó la pared con el puño. La
pequeña pintura equina que colgaba sobre la cama de Kit se sacudió en su marco.
-Ella no es Jeannette.
Adrian se dejó caer sobre la única otra silla en la habitación, colapsándose como si
de repente se hubiera desinflado.
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-Ella me suplicó que no te lo dijera. En ese momento ambos parecían felices, así
que acepté dejar la decisión en sus manos. Quizás fue un error de mi parte.
-Ella te ama, sabes.- Kit se inclinó hacia adelante, hizo un gesto con una mano. -Si
no hubiera sido por esa maldita carta, nada de esto habría…
-Ah, sí, la carta. Me gustaría saber sobre eso. Quizás ahora me digas quién es el
autor de lo maldita carta, ya que dices que no eres tu.
-Fue Markham.
-"¿Qué?"
Adrian se puso de pie, caminando como una bestia enjaulada, de un lado a otro, en
los pequeños confines de la habitación.
-Tendrás que viajar por el continente para hacerlo. Blighter se fue a Italia cuando se
dio cuenta de la verdad sobre Jeannette.
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-Por supuesto que no. Solo Markham y yo lo sabemos, y su hermana, por supuesto.
-Por supuesto-. Adrián siguió caminando, con los puños abriéndose y cerrándose a
los costados.
-No soñaría con interferir-. Hizo una pausa. -No seas tan duro con ella, sin
embargo. Ella tiene buen corazón a pesar de los errores que cometió.
-¿Por qué estás siempre tan listo para saltar en su defensa? ¿Es porque tienes
sentimientos por ella?- Adrián tragó, sus palabras eran bajas y ahogadas. -¿La
amas?
-Amar a Violet?- Señor, Adrian estaba celoso, Kit se dio cuenta. Y embrujado, al
parecer. -Sí, la amo.
Kit continuó.
>>La amo como una querida amiga y como una hermana. En solo unos pocos
meses, ella se ha vuelto más cercana a mí que cualquiera de mis propias
hermanas. Tal vez debido a nuestras edades similares. Tal vez porque ella me
ayudó cuando necesitaba ayuda. Pasé mis exámenes, por cierto, debido en gran
medida a ella. No sé de qué se trata ella seguridad. Pero sí sé esto, eres un tonto si
la ahuyentas. Puede que no sea perfecta, pero te admira. Nunca encontrarás una
mujer mejor que ella.
Adrian se puso los guantes. -Haga que este año vaya bien. Sin infracciones.
-No te preocupes. Ser expulsado una vez fue una lección suficiente para mí.
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-¿Querías verme, su Gracia?- Alzó una mano nerviosa sobre la falda de su vestido
de popelina azul de Clarence y se quedó en la puerta.
Ella se puso rígida, preguntándose por enésima vez por qué la había convocado
aquí.
Adrián había llegado a casa ayer por la tarde, pero esta era la primera vez que lo
veía. No había hecho ningún esfuerzo por saludarla a su llegada y no había
aparecido en la cena de anoche. El plato extra que ella había puesto para él no
había sido usado.
-Tome asiento, señora.- Con apenas una mirada, él la señaló hacia una silla. Estaba
ubicado en el centro de la habitación, frente a su escritorio.
Ella vaciló, luego caminó hacia adelante, sintiéndose como una colegiala llamada
ante el director. Ella se sentó, con las manos cruzadas sobre su regazo.
-Encontré esta misiva.- Extendió una hoja estrecha de papel bien arrugado. -
¿Quizás puedas aclararme su contenido?
-¿Qué es?
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-Dímelo tu.
Un cosquilleo eléctrico recorrió su espina dorsal. La nota estaba escrita en latín. Era
una de las traducciones que ella había preparado para Kit. No tuvo dificultad para
reconocer su propia letra. ¿había venido por esto? Ella respiró hondo, se obligó a
no entrar en pánico.
-Lo siento, pero no tengo la menor idea de lo que esto dice-. Empujó la nota en el
borde de su escritorio. -Está escrito en algún idioma extranjero.
-¿De Verdad? ¿Eso es lo que es? Darrin solía luchar contra eso cuando éramos
niños. Recuerdo cómo se quejó.
Querido señor.
-Parece que en estos días hay muchas notas de las cuales no recuerdas el origen,
señora.- Se puso de pie, caminó alrededor de su escritorio. -Tal vez tengas mejor
suerte con esta.- Le tendió una hoja de papel, crujiente, doblada precisamente por
la mitad. -Léelo".
La sangre latía en sus sienes, su garganta tan estrecha que apenas podía tragar. Sus
dedos temblaron cuando ella aceptó la nota. Él se alejó.
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La puerta de la oficina se cerró. Por un instante, ella pensó que él había salido de la
habitación. Pero su alivio fue efímero, sintiéndolo mientras esperaba en algún
lugar detrás de ella. Ella reprimió el impulso de mirar alrededor.
Se quien eres.
-Adrian, lo lamento.
-Sí. No. Oh, por favor, no entiendes. - Extendió una mano suplicante pero él se
apartó de ella. -No es lo que piensas.
-Es exactamente lo que pienso. Tú y esa hermana tuya conspiraron juntas para
engañarme. No, no me digas. Ella decidió que no quería celebrar la boda la
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mañana de la ceremonia y te pidió que tomaras su lugar. Veo por tu expresión que
estoy en lo cierto. ¿Fue el inminente escándalo o el dinero lo que te obligó a
hacerlo? ¿O secretamente anhelaste ser duquesa y no podías dejar pasar la
oportunidad de oro que de repente cayó en tu regazo? Después de todo, todo lo
que tenías que hacer era prostituirte pretendiendo ser otra mujer.
-Lo hice porque te amaba, y lo he hecho desde el primer momento en que te vi-,
dijo, con voz baja y temblorosa. - Estuvo mal, lo sé, pero esperaba poder hacerte
feliz. Por un tiempo, creo que lo hice.
-Has satisfecho mi lujuria, señora. ¿Qué hombre no habría sido feliz con eso? -Dijo
arrastrando las palabras en un tono sardónico.
Sabía que él lo había dicho para lastimarla, y lo había logrado. Cerró los ojos, luchó
por calmar sus emociones tumultuosas. Luego ella lo miró de nuevo, suplicando.
-Me doy cuenta de que estás enojado, y tienes todo el derecho de estarlo. Has sido
engañado de la manera más burda. No soy la mujer que creías que era. No soy la
mujer que elegiste. Pero soy tu esposa y puedo quedarme contigo si solo me dejas.
-¿Eres mi esposa?
-Qué atrevido e inesperadamente directo de ti. Pero dudo que haga ninguna
diferencia legalmente. Verdaderamente, no sé con cuál de ustedes estoy casado. Si
es que estoy casado con alguna de ustedes en absoluto. Supongo, querida, que tú y
yo hemos estado viviendo en pecado todos estos meses. Lo que te hace poco mejor
que una mujer conservada a los ojos de la ley y la sociedad.
-¿Estas embarazada?
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-Nunca te he sido infiel, te lo dije. La nota que encontraste era para Jeannette, no
para mí. Ella... ella estaba viendo a alguien más antes de la boda.
-Juro que eres el único hombre con el que he tenido relaciones íntimas.
-En eso, al menos, te creo.- Apoyó una cadera contra su escritorio. -¿Así que? ¿Lo
estás?
-¿Estoy qué?
Un rubor le calentó las mejillas. Ella deseó estarlo. Ella quería un hijo, sabía
instintivamente que podría ser suficiente para estar juntos. Pero ella no podía
seguir mintiéndole, y en esto no ocultaría la verdad.
Él la agarró por los hombros, alejándola lo suficiente como para mirarla a los ojos.
-Pero yo sabré. Y tú también. Tienes razón sobre que fuimos felices, durante un
tiempo lo fuimos. Pero fue solo una ilusión, una parte de tu engaño. La mujer que
creía que era mi esposa no existe. Ella es una ficción, un engaño. No eres la dulce
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chica que una vez estuvo parada llorando sobre una camada de gatitos ahogados,
tan tímida que apenas podía decir mi nombre. Y no eres tu gemela, ahora lo veo
todo muy claro. Realmente no eres como ella. Tú... bueno, no sé quién eres. Pero
me mentiste, me usaste, me engañaste de una manera que no creo poder perdonar
jamás.
Y eso era todo. Una entrevista. Su vida como la había conocido, hecho. Todo lo que
quedaba ahora estaba por recibir su castigo, su sentencia.
Caminó hacia la cama, pasó la fría y húmeda nariz bajo la palma de su mano y
gimió preocupado.
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Se agarró a las cortinas, sus uñas se clavaron en el material mientras lo veía entrar
en el vehículo. Un golpe sordo resonó cuando la puerta se cerró, el lacayo saltó a su
percha. Entonces Joseph azuzó el látigo y puso a los caballos en movimiento.
Violet se atragantó con unos cuantos bocados de tostadas y bebió suficiente té para
evitar que se le quedase en la garganta. Sin sentido, dejó que Agnes la ayudara a
bañarse y vestirse durante el día.
Con Horacio trotando a su lado, vagó por la casa, consciente con cada paso que ya
no pertenecía, ya no tenía derecho a llamarse a sí misma amante de este lugar. Si lo
que Adrián sospechaba era cierto, ella ni siquiera había era su esposa, duquesa solo
en virtud de su artimaña. Incluso ahora apenas podía comprender el hecho de que
todo, incluso su matrimonio, había sido una mentira.
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Un nuevo retrato debía haber sido encargado en la primavera, junto con una
pintura compañera de ella como su duquesa. Ahora no habría nuevas pinturas, y la
próxima vez que lo viera sería la última.
Esperar aquí como una esposa obediente sin duda sería lo esperado dadas las
circunstancias. Pero de repente ella no se sintió muy obediente. La idea de ser
devuelta a sus padres como una niña traviesa que había sido atrapada en el acto la
hizo estremecerse.
Actuando por instinto, le dio a su retrato una última mirada melancólica, luego
giró sobre sus talones y se apresuró a salir de la habitación.
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-Entonces el problema tendría que ser discutido ante el tribunal. Una sesión
cerrada con un solo juez debería ser suficiente. De cualquier manera, el
matrimonio se disolverá con su consentimiento o sin él.
Jaxon cerró su bolsa de cuero con dedos firmes, poco disminuida por la edad.
Adrian asintió.
-Eso concluye nuestro negocio por hoy, entonces, su Gracia. Le dejo con su trabajo.
Jaxon se levantó de su silla, alisó su cabello ralo y blanco con la palma de la
mano. -Si puedo, su Gracia, permítanme expresarle mis condolencias por este
lamentable estado de las cosas. Muy desafortunado, muy desafortunado de hecho.
El abogado hizo una reverencia, con su bolsa apretada. Siguió al sirviente, que
parecía un fantasma en la puerta de la oficina.
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Todavía no podía entender cómo lo había hecho. Ella había engañado no solo a él,
sino a todos los demás, incluso a sus propios padres. Y también había engañado a
la sociedad. Un hecho que la Haunt Ton no olvidaría ni perdonaría pronto.
En cuanto a él, había enterrado cualquier amor que una vez creyó que sentía. Si
una herida no cicatrizara, goteando un poco de sangre una y otra vez, sanaría. Con
tiempo.
Él siempre podía quedarse con ella, supuso, para evitar el estigma del
escándalo. Casarse con ella en una ceremonia secreta. Pagar a los abogados y
ministros para que guardasen silencio, luego llevarla a algún lugar remoto donde
pudiera vivir el resto de sus días en la oscuridad y la soledad. Tal vez ese sería el
camino más prudente. Sin embargo, no se atrevía a darle ese tipo de
satisfacción. No la dejaría cosechar cualquier tipo de recompensa por la desgracia y
el dolor que ella había forjado.
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Capítulo Veinte
-Serías lo suficientemente gentil como para pedirle a mi ... um ... esposa que se
reúna conmigo en el salón-, ordenó.
De hecho, desde su llegada, había notado una frialdad distintiva que emanaba en
su dirección de todo el personal.
-Sí, sí, escuché eso. ¿A dónde fue? ¿Está visitando a alguien en el vecindario?
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-No, su Gracia.
-Como le informé, no sé. Su Gracia empacó algunas de sus pertenencias hace casi
quince días y se fue con su doncella y su perro.
-En efecto. Ella solicitó un carruaje e hizo que Warton la llevara a una posada de
Derby y …
-¿Y que?
-Ella le ordenó que se fuera. Él, estando justamente preocupado por su bienestar,
insistió en esperar hasta que ella y su doncella estuvieran a salvo a bordo del
carruaje. Aparentemente había una pequeña dificultad con el perro, pero ella lo
resolvió comprando todos los asientos.
-Sí, su Gracia. Aparte de maltratarla, no podía hacer nada para evitar su partida.
Miedo.
Bristol? ¿A quién podría conocer en Bristol? Pero, por supuesto, ella no conocía a
nadie allí, se dio cuenta, la ciudad era simplemente un punto de embarque. Desde
un centro tan ocupado, ella podría viajar a cualquier lugar de Inglaterra. En
cualquier lugar.
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-Ella específicamente solicitó que no le contacte. Tal vez no este en mi lugar decirlo,
pero las dificultades recientes entre usted y su Gracia no han pasado
desapercibidas para el personal.
March se enderezó.
-Sé que la duquesa estaba a punto de llorar cuando se fue. Sé que ha estado
terriblemente abatida desde ese día en que tuvo que ser escoltada desde su
oficina. Ella pidió que le diera esto. -Él pasó una carta.
Adrian la tomo.
-Llegué aquí hace casi dos horas. ¿Qué demonios te llevó tanto tiempo para darme
esto?
-Quería ver cuánto tiempo le tomaría notar que su Gracia se había ido-. Hizo una
reverencia y luego se fue.
Adrian,
Cuando leas esto, me habré ido. Llevé a Agnes y Horacio conmigo; deberán proporcionar la
protección adecuada durante mi viaje. No te diré mi destino, aunque supongo que ya no te
importa a dónde voy, siempre que esté lejos de ti. No te preocupes por presumir sobre ti otra
vez. Sé que debes odiarme ahora. Me odio a mí misma por engañarte, por avergonzarte a ti
y a tu familia. Nunca fue mi intención hacerte daño. Sé que lo que hice es imperdonable y
que pasaré el resto de mi vida tratando de expiar el daño que causé. Sin embargo, estaría
mintiendo si dijera estar completamente arrepentido. El amor es lo que me llevó a tomar las
decisiones que tomé, y solo por eso, no puedo lamentar el tiempo que compartí contigo. Hay
demasiados hermosos recuerdos que apreciar por eso.
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Espero que mi padre reembolse la parte del matrimonio, aunque para mi mayor vergüenza
debo advertirte que es probable que se haya gastado todo. Solo he tomado algunas
pertenencias personales. El resto se queda, incluido mi ajuar de boda y anillos de
compromiso. Si no estamos casados, como usted cree, entonces nunca fueron míos para
usarlos en absoluto.
Violet
Leyó la carta dos veces, y no encontró ni una pista de dónde podría haber ido.
-¡March!, Rugió. -Enlista el personal. Deseo hablar con ellos Todos y cada uno de
ellos.
Seis semanas después, mientras Adrián caminaba por Londres, no estaba más
cerca de encontrar a Violet que el día en que supo de su desaparición.
Como un hombre poseído, había buscado pistas en todas partes, empezando por
los sirvientes. Los había interrogado a todos, incluso a los jardineros y las
doncellas. Pero nadie sabía nada relevante, todos y cada uno voluntarios de cuánto
adoraban a la duquesa, y cómo estaban orando por su regreso seguro y rápido.
Había revuelto sus habitaciones, hurgando en cada cajón, y armario. Encontró sus
anillos, recordando la forma en que habían estado en su mano esbelta. Y el collar
que él había comprado para ella, el que una vez había soñado con ver alrededor de
su adorable cuello mientras ella yacía en su cama. Como ella había declarado,
había tomado muy pocas posesiones: algunas ropas, un cepillo para el pelo, un
cepillo de dientes y otros artículos de tocador variados. Si él hubiera necesitado
alguna prueba adicional de su identidad, ver suficientes vestidos hermosos como
un arcoíris en su armario era suficiente. La verdadera Jeannette nunca hubiera
tolerado dejar esas prendas elegantes.
del tamaño de un caballo pequeño. Sin embargo, ninguno de ellos tenía idea de
adónde se había ido.
Engrasando unas cuantas palmas durante las siguientes dos semanas -incluida la
del chofer del correo que se había llevado a bordo al notable trío- logró localizarla
hasta Londres.
Había pasado varios días en Londres, visitando todos sus lugares habituales, a
pesar de la inutilidad del intento. Dolefully, se dio cuenta de que los lugares eran
en su mayoría lugares de Jeannette y no de Violet. Sin revelar su verdadera
intención, había sondeado a algunos de sus amigos (los amigos de Jeannette) para
obtener información. Nada. Incluso había enviado una carta a sus padres,
inventando un cuento sobre que ella visitaría a amigos en el área de Surrey, y si
¿había ido a visitarlos? Por supuesto, ella no lo había hecho.
Finalmente, después de tragar una gran cantidad de orgullo, había hecho una
nueva visita a Oxfordshire para ver a su hermano. Kit le lanzó una mirada
lacónica, exigió detalles y luego sacudió la cabeza con triste burla.
Si Adrian realmente despreciaba a Violet y no quería saber nada más de ella, ¿por
qué estaba tan desesperado por descubrir su paradero?
Kit tenía razón. Considerando sus errores, ¿por qué le importa tanto
encontrarla? Ella le había mentido, lo había usado, lo había humillado. Por
derecho, él debería odiarla. Él la odiaba.
Sin embargo, su desaparición comió con él, preguntándose dónde estaba. Lo que
estaba haciendo Si ella estaba segura y saludable. Contenta.
Él soñaba con ella casi todas las noches. A veces ella estaba en peligro
terrible. Perdida, sin dinero y asustada, a merced de un villano mientras ella pedía
ayuda. Si no llegaba a tiempo, se despertaría. Con la piel húmeda, el corazón
acelerado, miraba la oscuridad, sus pensamientos llenos de ella.
Otras noches los sueños eran dulces y seductores. Violet, pensó en ella ahora como
Violet, viniendo a molestarlo, tentarlo, deleitarlo. Se sentían tan reales, esos
sueños. Ella se sintió tan real. Y por un breve tiempo ella sería suya de nuevo como
había sido en esos primeros meses maravillosos. Despertarse de esos sueños era
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Sin embargo, ¿cómo podría conciliar esas necesidades con lo que ella había
hecho? Durante meses él había creído que ella era Jeannette. Ella había hecho todo
lo posible por engañarlo. Pero ahora que su enojo inicial ya no ardía tanto, podía
mirar atrás y ver las muchas formas en que claramente no había sido como su
hermana.
Mirando hacia atrás, no sabía cómo podría haber pasado por alto todas las
señales. Tal vez había querido preocuparse, temeroso de ver la verdad. Temeroso
de que si lo supiera, tendría que reconocer el error que había cometido su elección
original de esposa.
¿Donde estaba ella? Inglaterra seguramente no era una isla tan grande como para
que una mujer pequeña no pudiera ser encontrada. A menos que ya no estuviera
en Inglaterra. ¿Había ido con su hermana? ¿Estaban las dos bañándose ahora bajo
el resplandor de un cálido sol italiano?
Había ordenado una cantidad de libros hace algunos meses; finalmente habían
llegado. Mientras el empleado fue a buscarlos, vagó por las estanterías para
examinar las otras muestras.
Una joven mujer giró, levantando la vista de un libro que había estado
leyendo. Ella se hundió en una profunda reverencia.
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-Sí, lo sé, es por eso que me gusta. -Hizo una pausa, un incómodo silencio se
desarrolló a medida que la importancia de su admisión se hundió. Se movió para
cubrir la metedura de pata. -¿Cómo está su familia?
-Sí. Ella continúa disfrutando del Continente. Ella y su tía abuela se mudaron
recientemente a Roma y encontraron la ciudad muy agradable. Ella dice que
probablemente regresen a Inglaterra pronto.
-Por cierto, agradezca a su esposa, la próxima vez que la vea. Ella ha sido muy
amable al enviarme las cartas de Violet.
-Oh, sí, desde hace unos meses. Supongo que se unirá a ella en Dorset una vez que
su negocio concluya aquí en la ciudad.
-¿Dorset?
-Ahí es donde he estado enviando mis cartas últimamente. Dijo que había ido a la
costa para visitar la preciosa casa que tienen allí.
Un ruido acelerado rugió entre sus oídos. Violet estaba en la casa de Dorset. Dios
mío.
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-Si. Ella fue hacia el sur por unas semanas. Planeo unirme a ella directamente
desde aquí.
-Bueno, mi compra debe estar lista ahora- continuó. -Un placer, señorita
Hammond.-Hizo una reverencia, alejándose rápidamente. Salió corriendo de la
tienda, olvidó la orden de su libro, el empleado se quedó boquiabierto ante su
abrupta salida.
Horacio corrió a través de los parches de hierba que salpicaban los campos de los
acantilados, deteniéndose de vez en cuando para olfatear un olor interesante antes
de seguir corriendo. Violet lo siguió a un ritmo más lento. Un viento frío y tieso
tiró de los alfileres en su pelo y le revolvió las faldas como un duendecillo travieso
enfadado. A ella no le importaba, dejar que el viento lo hiciera a su manera, la
tempestad era una lámina perfecta para su estado de ánimo desesperado y
melancólico.
A lo lejos, el mar se agitaba, y las blancas olas se alzaban sobre las olas de acero
azul mientras corrían hacia la orilla. El sol de la tarde hizo todo lo posible para
brillar, sin mucha suerte, oscurecido por espesas nubes que convirtieron el cielo en
un gris sucio.
Después de varios minutos más, ella llamó a Horacio, sus orejas flaqueando para
llamar la atención.
-Vamos, chico. Ven aquí.- El perro corrió hacia ella. Ya era hora de que regresaran
a casa, reflexionó. Era hora de que ella también avanzara.
Los hechos eran hechos, su vida con Adrian había terminado. De alguna manera,
sin importar cuán atemorizante fuera el pensamiento, ella tenía que hacer su
propio camino en el mundo, encontrar el coraje para actuar, seguir. No podía
esconderse aquí para siempre, por mucho que deseaba poder hacerlo.
Cuando ella había llegado en un coche alquilado casi dos meses antes,
acompañada solo por su criada y su perro, los Grimm la habían recibido sin
preguntar nada. Almas de discreción, apenas parpadearon ante su pedido de no
decirle nada al duque sobre su estancia. Siempre la madre gallina, la Sra. Grimm
cloqueaba y alborotaba, preparando una buena comida caliente, persuadiéndola
para que comiera cuando ella solo había querido estar sola.
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Sin embargo, la casa resultó ser un consuelo a medida que pasaban las semanas.
Desesperada, no sabía a dónde más ir. Sus padres estaban fuera de cuestión. Una
vez que descubrieran lo que ella había hecho... bueno, ella se estremeció al
considerarlo.
Y la tía abuela Agatha la delataría, exigiendo saber por qué había huido de
Inglaterra y había dejado a su marido. Antes de que Violet lo supiera, Agatha
estaría escribiendo cartas a todos los conocidos que conocía.
Con eso en mente, ella había pasado los últimos dos meses considerando sus
opciones. Ella tenía una pequeña cantidad de dinero ahorrado de la generosa
asignación mensual que Adrian le había dado. Si ella vivía con frugalidad, podría
hacerlos estirar durante varios meses. Después de eso, ella necesitaría adquirir
algún tipo de empleo. Agnes tendría que ser despedida, por supuesto. Ella le
escribiría una brillante carta de recomendación.
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Y Horacio. Su corazón se desgarró ante la idea de dejarlo atrás, pero ¿qué otra
opción tenía ella? Comía tanto como un niño en crecimiento, e incluso si el dinero
no era una consideración, su tamaño sí lo era. Encontrar alojamiento sería un
problema con él a cuestas. Y si la contrataban como compañera o institutriz, nunca
lo dejarían ir. Ella lo enviaría a Winterlea con una nota pidiéndole a Adrian que
cuidara de su perro. No importaba cuánto la despreciara, sabía que no sería tan
cruel como para encender su ira contra una bestia indefensa. Horacio estaría bien
atendido.
Hizo una pausa en su caminar, se dejó caer al suelo junto al enorme perro. Ella lo
abrazó, apoyando su mejilla contra su cálido y suave flanco. Con los ojos cerrados,
ella luchó contra las lágrimas que amenazaban con vencerla.
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Capítulo Veintiuno
Se tomó su tiempo para quitarse la capa, arreglarse el pelo, volver a colocar los
alfileres mientras miraba su reflejo en un pequeño espejo al final del pasillo. El
murmullo de la voz profunda de Adrian flotó hasta sus oídos. Estaba hablando con
Horacio, que se había precipitado al salón en una carrera exuberante en el instante
en que se dio cuenta de que Adrián estaba allí.
Pellizcándose las mejillas para darles un poco de color, se ajustó las gafas que una
vez más se había puesto, y luego enderezó los hombros. Ella podría hacer esto, se
dijo a sí misma. Ella haría esto y no se desmoronaría. Ella había hecho el ridículo
delante de él una vez. Peri no tenía la intención de hacerlo nuevamente.
Habían traído una bandeja de té, cortesía de la Sra. Grimm, un plato extra y una
taza para su uso.
-Tu gracia.
-Violet.
Qué extraño sonó, después de todo este tiempo, escuchar su nombre en sus
labios. Lo que ella le habría dado, una vez, para que dijera su nombre y supiera
quién era en verdad. Ahora que lo hizo, lamentó el precio al que había llegado ese
conocimiento.
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-la Señora Grimm me informó que estabas caminando por los acantilados.
-Sí.
¿Por qué estaba siendo tan educado? Ella había esperado enojo o al menos fría
cortesía de él. Tal vez lo peor de su afrenta indignada se había desvanecido
durante su ausencia. Tal vez en las semanas intermedias, él había llegado a no
importarle en absoluto.
Ella aceptó, aunque deliberadamente lo dejó a un lado. ¿Que quería el? ¿Por qué la
estaba torturando? ¿Por qué simplemente no dijo lo que fuera que había venido a
decir y se iba?
Él tomó asiento.
-Olvídala. No se dio cuenta de que estaba revelando tus secretos. La encontré por
casualidad en Londres. Ella mencionó que había recibido una carta tuya, enviada
desde Dorset.
-Sabía que no debería haberlr escrito, pero de todas las personas, nunca pensé que
tendría una oportunidad para decírtelo-. Cruzó sus manos juntas en su regazo para
mantenerlas quietas. -¿Todos lo saben? ¿Le has contado al mundo sobre mí?
-¿Y?
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-Me diste un buen giro, sabes-, dijo, -cuando llegué a Winterlea y descubrí que
habías huido. Estaba justificadamente furioso.
-Sí, me la dio junto con su opinión de que he sido un bruto contigo. El resto del
personal parece estar de acuerdo.
-¿Les enviarás mis saludos, por favor? Explícales cuánto lo siento por haberlos
engañado de la manera en que lo hice. -Abruptamente inquieta, se levantó de la
silla, cruzó para pararse junto a la ventana y contemplar el paisaje sacudido por el
viento. -Firmaré los papeles y me iré mañana-, dijo, desolada en su voz.
-Norte, creo, Yorkshire o Escocia, tal vez. No deberían ser tan quisquillosos con
referencias y demás. Espero asegurarme como una institutriz con una familia
adecuada.
Ella giró.
-¿Y Jeannette?
-No funcionará, ya sabes-, dijo después de una pausa. -Tu plan de convertirte en
una institutriz.
-No veo por qué no. Estoy bien educado siendo mujer. Ya no temo esconder eso de
ti. Sé idiomas: italiano, francés, español y un poco de alemán.
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-Muy bien-, reconoció con un asentimiento. -Pero esos son los idiomas de los niños
y dudo que sean de mucha utilidad, especialmente si la familia está en el
comercio. Sé matemáticas, geografía, historia y literatura. No coso bien, pero pinto
una buena imagen y mi caligrafía es excelente. Mis credenciales son excepcionales.
-¿Entonces que?
-Tu apariencia.
-Nada. Y ese será el problema. Ninguna esposa, una vez que te vea en persona, te
dejará en cualquier lugar cerca de su familia. Su esposo estaría demasiado tentado.
-Nunca lo estuviste-. Las palabras amargas brotaron antes de que ella pudiera
detenerlas. -Todo lo que podías ver era a mi hermana.
-Te equivocas. Te vi, incluso escondiéndote detrás de tus gafas. Pero pensé que
eras demasiado tímido.
-¿Para ser tu duquesa, quieres decir?- Ella soltó una dura carcajada. -
Aparentemente estabas equivocado".
Cerró los ojos y giró la cabeza para contener las lágrimas que amenazaban
abruptamente en salir.
Él se acercó.
-¿Tú no? Es curioso que, por más que intenté odiarte, y créeme, lo hice, parece que
no puedo adquirir ese sentimiento.
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-No llores.
Siguió una nueva lágrima, luego otra, su bondad demostró ser su perdición. De
repente, ella estaba en sus brazos.
-Shh, está bien. No llores No llores, querida. -Él empinó besos sobre su sien, frotó
su palma sobre su espalda en amplios y suaves círculos.
Finalmente, él habló.
Ella olfateó.
-¿Qué cosa?
-Oh, Adrian, ¿no puedes verlo por ti mismo? Te adoro. Eso nunca ha sido una
mentira. Si no crees en nada más, créelo eso.
-No, no quiero eso en absoluto. Estoy tan agradecido de que hayas venido, de que
te escaparas. Si no lo hubieras hecho, me temo que habría cometido el mayor error
de mi vida al dejarte ir. Te amo, Violet. -Se apartó lo suficiente como para mirarla a
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los ojos. -¿Empezaremos de nuevo? ¿Comenzar de nuevo, sin más mentiras entre
nosotros?
-Sí, si yo soy a la que realmente quieres. Dijiste que no me conocías, que no podías
distinguirme realmente. ¿Estás seguro de que estás enamorado de la mujer
adecuada?
-Nunca amé a tu hermana, lo sé. Creo que tal vez por eso no cuestioné las
diferencias entre ustedes dos, la mujer que cortejé y la que me casé. Estaba
demasiado complacido, disfrutando de mi inesperada buena suerte. Nunca soñé
que me sentiría así por nadie, pero sé que te amo. Cualquier otra cosa que necesite
saber, puedo descubrirlo en el camino.
Se inclinó para besarla y golpeó su nariz contra sus gafas. Él sonrió. "
-Creo que comenzaremos con esto. ¿Te importa? -Apoyó las yemas de sus dedos
contra los marcos de alambre.
Ella negó con la cabeza, dando su consentimiento para que él los quitara. Cerrando
los ojos mientras él deslizaba sus gafas, se estremeció ante la dulce presión cuando
sus labios se fusionaron con los suyos.
Ah, había pasado tanto tiempo. Toda una vida. Una eternidad. Cómo ella lo quería
a él. Cómo lo había extrañado. Cuanto lo amaba. La dicha fluyó a través de ella,
sabiendo que en ese momento ella sostenía todo lo que quería en sus brazos. La
levantó, la apretó contra él mientras el hambre ardía entre ellos como una hoguera.
Él la soltó solo lo suficiente como para tirar de ella, con las manos juntas mientras
corrían con piernas temblorosas por toda la casa.
Pero en lo único que podían pensar era en el otro. Estar cerca de nuevo. Lo más
cerca posible que dos seres humanos podían. Se desvistieron el uno al otro
lentamente, reverentemente, tomándose su tiempo para saborear las sensaciones,
habitar en la anticipación del deleite que sabían que iba a venir.
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Ella cubrió sus manos, lo sostuvo allí, mientras disfrutaba de un cielo de alegría
carnal, su aroma y el suyo saturaban sus sentidos. Deslizó una mano hacia abajo,
cabalgando sobre su vientre, su cadera y muslo, viajando aún más abajo para
separar sus apretados rizos y sumergirse dentro con un toque meloso.
Ella se vino ante esa muestra de cariño. Sus dedos de los pies se enroscaron en la
alfombra, estremeciéndose mientras ella se regocijaba bajo la habilidad de su
toque, mientras pronunciaba su nombre en tonos de amor y anhelo.
Violet.
Lo dijo una y otra vez, mientras conducía su cuerpo más alto. La empujó al clímax
una y otra vez, y una y otra vez más, hasta que soltó su satisfacción y se quedó
débil y temblando en sus brazos. El le besó el cuello, la mejilla y la oreja antes de
girarla y aplastar su boca contra la de él en un apareamiento febril, oscuro,
húmedo y maravilloso.
Se hundieron en la cama.
Cuando entró en ella, finalmente, con mucho gusto, fue como un regreso al
hogar. Un despertar Ella le dio todo lo que poseía. Él le dio todo a cambio. En esos
momentos cálidos e íntimos, tendidos bajo las sombras que se extendían de un sol
menguante, tomaron vuelo, encerrados en un amor que corrigió todos los males,
perdonaron todas las transgresiones.
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Ella sonrió, enrojecida y flotando, con los ojos cerrados de pura alegría. Menos de
un minuto después, sus párpados se abrieron de golpe.
Ella se sentó.
-Por Jove, tienes razón. Y teniendo en cuenta lo que acaba de ocurrir en esta cama,
creo que tenemos buenas razones para hacerlo. -Él le acarició el brazo desnudo con
una palma, un brillo travieso iluminó sus ojos. -A menos que, por supuesto,
prefieres ser mi amante
Él rodó fuera de la cama, tomó su mano para tirar de ella y se sentó en el borde del
colchón. Sin previo aviso, él se dejó caer sobre una rodilla, y desnudo como un
bebé tomó su mano.
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-Lo que debería haber hecho la primera vez. Pedirle a la mujer adecuada que se
case conmigo.
-Jannette Violet Brantford-, entonó con voz solemne, -eres el brillo de mi día. El
dulce calor de mi noche. La única mujer que he conocido que podría poner patas
arriba todo mi mundo y dejarme contento de haberlo hecho. Tal vez no
comenzamos precisamente como deberíamos. Pero, bueno, somos humanos y a
veces cometemos errores. Prometo perdonarte, si juras hacer lo mismo por mí
cuando surja la necesidad. te quiero. Me llevó algo de tiempo entender eso, pero
ahora lo se. Juro pasar el resto de mis días mostrándote cuánto. Por favor di que
me harás el hombre más feliz de la tierra y consiente en ser mi esposa.
Una lágrima recorrió cada una de sus mejillas mientras sonreía, sus labios
temblaban.
-Esa es la cosa más hermosa que alguna vez escuché a alguien decir. Sí, oh, sí, por
supuesto que me casaré contigo. -Se lanzó hacia adelante, le rodeó el cuello con los
brazos y lo besó en la cara. -Te quiero tanto. Nunca te daré motivo para
arrepentirte.
-Una última cosa.- Regresó, llevando una pequeña caja cuadrada de joyería que
había sacado del bolsillo de su abrigo. Abriéndolo, reveló una banda de oro con la
amatista púrpura más vibrante que jamás haya visto.
-Lo adoro. No podrías haberme conseguido nada mejor. Es violeta, como yo.
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Cinco días después, se casaron por licencia especial en una pequeña iglesia en las
afueras de Londres. La ceremonia fue breve y extremadamente privada, Kit fue el
único miembro de la familia que asistió. Tan pronto como le avisaron, Kit había
bajado de Oxford, orgulloso y complacido de ser el caballero de Adrián.
La esposa del ministro, un alma amistosa con una figura redonda y suave como un
melocotón, sirvió como segundo testigo. Las bodas improvisadas eran sus
favoritas, ella cantaba, sus ojos azules centelleaban. Esas parejas, observó, siempre
estaban profundamente enamoradas.
Y ella también tenía razón esta vez. Cuando Violet unió sus manos con Adrián
para recitar sus votos, sus ojos se encontraron y se sostuvieron. El amor brillaba
claro para que cualquiera lo vea.
-Yo, Adrian Philip George Stuart Fitzhugh, te tomo a ti, Jannette Violet, para que
sea mi esposa ...
-Yo, Jannette Violet, te tomo, Adrian Philip George Stuart Fitzhugh, para ser mi
esposo ...
Ella no tembló, sus nervios se estabilizaron. Ella no tenía nada que ocultar ahora,
nada que ocultar.
Y cuando Adrian deslizó el anillo en su dedo, repitió su nombre, Violet, con una
voz firme y clara que nadie podía confundir o malinterpretar.
Kit contó historias divertidas mientras se comía el contenido de la bandeja del té,
para disgusto de la esposa del ministro.
Unos minutos antes de que estuvieran listos para partir, Adrian hizo a un lado al
ministro. Sin ahondar demasiado en sus razones, explicó la necesidad de
discreción con respecto a las nupcias recién realizadas. Él lo consideraría, dijo,
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Concluida la ceremonia, los tres regresaron a Raeburn House en Londres para una
tranquila cena de celebración.
Horas más tarde, Violet yacía en la amplia cama de Adrián, sonrojada y radiante
de hacer el amor. Mentalmente, ella revisó los eventos de los últimos días.
-Acerca de que?
Recordaba lo firme que había sido su resolución hacía solo dos días. Ella había
discutido su caso con Adrian a favor de continuar la farsa. Él
había replicado. Dispuesto, incluso ansioso, por dejar que la verdad sea conocida
por el mundo. Ella era su esposa, le dijo, su legítima duquesa. Todos, desde
familiares hasta amigos, conocidos casuales, deberían saberlo.
Pero ella había pedido silencio, temerosa del espantoso escándalo que la admisión
seguramente causaría. Después de todo, ella y Adrián habían estado viviendo en
pecado todos estos meses, incluso si no lo habían sabido en ese momento. Incluso
si ahora fueran legalmente marido y mujer.
Por él, a ella no le importaba lo que pensaran los demás. Podía vivir sus días
felizmente en Winterlea con su marido y sus libros y los niños que esperaba tener
algún día. Incluso si la sociedad hacía lo peor y la rechazaba como castigo por la
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Pero había sentimientos de otras personas para considerar. Personas que se verían
afectadas por lo que ella había hecho, ya sea que quisieran o no.
Y Jeannette ... bueno, Jeannette saldría un poco maltratada pero nada más.
-No he cambiado de opinión. Sé que puede haber dificultades. Pero creo que es lo
mejor para todos, si no decimos nada.
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-Entonces ella tendrá que decirle al hombre. Juntos tendrán que decidir qué es lo
mejor para ellos.
Soltó un suspiro.
Ella rio.
Había media docena de libros en tres idiomas diferentes esparcidos por la sala,
dejados en varias mesas y sillas. Desde su regreso unos días antes, abiertamente
había vuelto a leer, aunque últimamente no había tenido mucho tiempo.
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Capítulo Veintidós
Dentro de solo cuatro días, los invitados comenzarían a llegar para la fiesta que
Violet estaba realizando. Se enviaron invitaciones a vecinos, familiares y algunas
docenas de amigos cercanos, la mayoría de los cuales solo asistirían a la
espectacular fiesta que se llevaría a cabo en la última noche. La celebración se
celebraba en honor al trigésimo tercer cumpleaños de Adrián, y marcaría la
primera incursión en solitario de Violet en un entretenimiento formal.
Ahora escuchaba el murmullo y el bullicio de las criadas cuando pasaban cerca del
salón de baile principal. Varias doncellas se apoyaban sobre manos y rodillas
frotando y puliendo los intrincados pisos de parquet. Mientras otros
desenganchaban las pesadas cortinas de terciopelo azul oscuro, los llevaban afuera
al aire libre para liberarlos de polvo.
Toda su idea
Cuando le mencionó a Adrián la idea, él la instó con voz suave a esperar unos
meses. Comienza con una pequeña fiesta al final del verano, había dicho. Cuando
los caballeros podían disparar, y las damas podían divertirse al aire libre,
salpicando pintura de acuarela o practicando su tiro con arco.
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Pero Jeannette ya habría organizado una fiesta, si no más. Y aunque no estaba bajo
presión para hacer lo mismo, Violet quería demostrar que podía, a Adrián y a sí
misma.
Dijo que no le importaba entretenerse, y ella le creyó. Pero ella era su duquesa, y
ser la duquesa de Raeburn tenía ciertos deberes y obligaciones sociales. Ella
necesitaba cumplir con esas responsabilidades. Particularmente ahora que él sabía
quién era en realidad. Ella nunca quiso darle razones para lamentar su
elección. Sobre todo, ella quería hacerlo sentir orgulloso.
Si lo que sospechaba era cierto, quizás no tuviera ganas de organizar una fiesta a
fines del verano. Si lo que esperaba fuera cierto, ese momento, estaría creciendo el
hijo de Adrian.
Por supuesto, ella se moría por decírselo ahora. Pero si resultó ser una falsa alarma,
no quería decepcionarlo al tener que decir que no había bebé, después de
todo. Además, había decidido que las noticias serían un maravilloso regalo de
cumpleaños. Si todo salía como esperaba, ella planeó compartir sus buenas noticias
con él la última noche del baile.
Media hora más tarde, justo cuando ella y François estaban terminando su revisión
final de los menús, llamaron a la puerta de su estudio.
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March los había subido al salón familiar, a los cuatro: sus padres, Darrin, que
estaba de pie junto a la ventana con su habitual expresión de aburrimiento, y
Jeannette, o mejor dicho, "Violet", cuya apariencia fue una pequeña conmoción.
Y ese fue el panorama más sorprendente de todos. Jeannette todavía llevaba las
gafas de "Violet".
-Es bueno verte también. Adrian y yo no te esperábamos hasta unos días después.
-Bueno, ese era nuestro plan original, pero no ha hecho más que llover en Londres
durante la última semana. Así que decidimos venir temprano y
sorprenderte. ¿Estás sorprendida?"
-Si mucho. Pero gratamente. Déjame llamar para tomar el té y preparar sus
habitaciones. Deben estar cansados de su viaje. -Ella cruzó al campanario.
-Hubo una buena cantidad de surcos en el camino-, se quejó su padre desde donde
estaba sentado en una de las sillas de ala. -Debes recordar hablar con Raeburn
sobre eso. Los carruajes de las personas no pueden traquetear en el camino de ida
y vuelta.
-Como dices, ha sido una primavera húmeda-. Ella sabía de primera mano que
Adrián mantenía su propio camino en excelentes condiciones. Había tenido
equipos de hombres solo unos pocos días antes a llenar los agujeros en el camino
de entrada con tierra, arena y rocas. Decidió no comentar que Adrian no tenía
control sobre las carreteras principales, ya que sabía que su padre solo frunciría el
ceño y se pondría más irritable. Se ponía de esa manera cuando tenía hambre.
-¿Cómo está Londres?-, Preguntó mientras tomaba una silla frente al sofá. -He
estado bastante ansiosa por saber las noticias de todos los acontecimientos.
-La temporada ha tenido un comienzo lento este año, aunque no puedo decir por
qué-, comenzó su madre. -La hija de Hilary Asquith está fuera. La chica de cara de
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suero, no debería pensar que tomará algo. Y la chica DeBrett. Buena complexión,
ojos tolerables, pero esa voz. Señor, cuando ella se ríe, envía escalofríos por tu
espina dorsal. Si su madre es sabia, le aconsejará que mantenga la boca cerrada
hasta que encuentre una buena pareja .
¿Qué pasó en Italia? Ella se preguntó. Las primeras cartas de Jeannette desde el
continente habían estado brillando. Entonces Toddy Markham se enteró de la
verdad, y se fue al Continente. No ha habido cartas desde entonces. ¿ Algo Había
ido mal entre ellos? ¿Era esa la razón de la conducta menos que soleada de
Jeannette?
-Tengo grandes esperanzas para nuestra Violet este año. Varios caballeros parecían
encantados con ella. Y finalmente ha decidió mostrar cierto interés en su
guardarropa. ¿No es este el color más apropiado? -Su madre asintió con la cabeza
hacia la muselina de India con manchas blancas y melocotón que llevaba Jeannette.
-Adrián salió esta mañana con su agente inmobiliario, papá. Para inspeccionar
algunas propiedades de inquilinos, según se. Dijo que trataría de regresar a tiempo
para el té, que creo acaba de llegar.
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Violet sorbió su propia taza, su estómago se tambaleó ante el aroma de los huevos
rellenos y el pastel de carne fría, que todos los demás proclamaban deliciosos.
Ella compartió una amplia sonrisa de bienvenida con él. Él se había cambiado de
ropa, vio. Cuando él se inclinó para presionar un breve beso sobre sus labios, ella
captó el agradable aroma del jabón de afeitar que permanecía en su piel.
Adrián dudó, los hombros entumecidos. Violet no creía que nadie más notara su
renuente desagrado.
-Lady Violet.
-Su gracia. ¿O puedo llamarte Adrián? Somos hermano y hermana ahora, después
de todo.
Para cuando la señora Litton llegó para acompañarlos a sus habitaciones, se había
formado una línea entre las cejas de Jeannette. Ella podría estar fingiendo ser
Violeta, pero si había algo que Jeannette no podía soportar, era ser ignorada.
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Mientras la familia se movía detrás del ama de llaves hacia el pasillo, Jeannette se
deslizó junto a Violet.
Se encontró con los ojos de su gemela por un instante, asintió rápidamente antes de
que Jeannette se alejara.
-Sin duda ella se irrita por su papel. Tal vez deberíamos simplemente confesarle la
verdad a tu familia y terminar con esta farsa.
-No. Todo estará bien, ya verás. Algo sucedió en Italia. Ella es infeliz de una
manera que nunca la he visto.
-Ella no lo hará. No la dejaré. -Ella apoyó las manos en su pecho. -Te amo. Me
amas. Y nada de lo que ella diga puede arruinar nuestra felicidad.
-No estaría muy seguro de eso, pero esta bien-. Suspiró. -Supongo que ella es tu
hermana, y tendré que resignarme a verla en alguna ocasión.
-Sí lo harás. Y haz tu mejor esfuerzo para no ignorarla por completo. Solo incita su
ira.
-Bueno. Ella merece sentir un poco de ira una y otra vez. -Se inclinó y presionó sus
labios en los de ella, lento y dulce. -Aun así, supongo que debería estar agradecido
con ella.
-¿Por qué?
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Ella rio, y le rodeó el cuello con los brazos para acercar su boca a la de ella en otro
largo beso.
Era tarde, la casa estaba tranquila en la noche, cuando Violet golpeó suavemente la
puerta de la habitación de su gemela.
Jeannette se asomó.
-¿Dónde has estado? Pensé que tal vez habías decidido no venir. -Abrió la puerta
de par en par para que Violet entrara.
-Me retrasé-, dijo Violet mientras cruzaba el umbral. -La Señora. Litton necesitaba
discutir los arreglos para el desayuno de mañana. Luego tuve que cambiarme el
vestido de noche.
Pero ahora eran mujeres adultas, libres de hacer lo que quisieran. Los días de
camaradería de niñas hace mucho tiempo se perdieron.
-Aquí. -Ella sacó una pequeña caja, atada con una cinta de color jonquil.
Violet se detuvo brevemente, luego lo aceptó. Abrió la caja, para revelar un alfiler
intrincadamente tallado anidado en una tela de terciopelo.
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-¿Te gusta?
-Sabía que lo haría.- Jeannette sonrió. -Lo encontré en una pequeña tienda en
Toscana e inmediatamente pensé en ti. Apenas regateé con el tendero por el precio,
solo tenía que tenerlo.
-¿Hablar?
-Sí, ha pasado casi un año desde que nos hemos visto. Pensé que
conversaríamos. ¿No puede una hermana solo querer charlar?
La idea tomó a Violet por sorpresa ya que ella y Jeannette habían dejado de
compartir confidencias nocturnas muchos años atrás.
-Esta bien. ¿Qué deberíamos charlar? Sobre Italia, tal vez? Apenas has mencionado
tu viaje.
Jeannette suspiró.
-No lo he mencionado porque hay poco que decir. Excepto por algunas compras
tolerables, prácticamente no hay nada que hacer allí. La tía Agatha y yo viajamos
alrededor, miramos ruina tras ruina, castillo tras castillo. Comimos alimentos
extraños con nombres extraños como linguini y canelones. La mitad del tiempo,
nos sentamos abanicándonos contra el calor y batiendo el polen de nuestras faldas
de todos los odiosos olivos.
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-Por lo que dijiste en tus cartas, parecías estar divirtiéndote. Pensé que había una
gran cantidad de fiestas y entretenimientos a los que asistir.
-¿No hubo pretendientes fascinantes? ¿Qué hay de ese príncipe que mencionaste?
-Tenía muchos pretendientes, incluso fingiendo ser tú. Me merodeaban como una
manada de macacos aulladores.
-Shh, debes decirme qué hizo para lastimarte. ¿Es por eso que pareces tan
infeliz? No pude evitar notarlo.
-Pensé que me amaba-, gritó Jeannette. -Dijo que no podría vivir sin mí. Luego la
conoció -.Se secó los ojos con el borde de su bata. -La Contessa d'Venetizzo. Una vaca
italiana exagerada. Llegó a una fiesta en la que Markham y yo estábamos
asistiendo, y ella lo sedujo.
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-No sé-, gimió Jeannette. -Porque él es una bestia, una bestia de corazón negro,
hambrienta de dinero. No recuerdo todos los detalles ahora, pero puedo haber
mencionado el hecho de que, como tu, no recibiría casi nada por dote. Y como yo
mismo, no tampoco sería mucho mejor. Aparentemente no se dio cuenta de que los
bolsillos de papá están tan vacíos. Él imaginó una gran dote si nos casáramos. Le
dije que no habría nada. Después de eso, bueno, su ojo comenzó a vagar, y aterrizó
sobre ella.
-Ella es una rica viuda. Joven, y algunos afirman, hermosa -aunque nunca podría
ver la atracción con masas de cabello oscuro y pechos como melones demasiado
maduros. Supongo que a algunos hombres les gusta ese tipo de cosas.
-Shh, todo estará bien, ya verás. Con el tiempo, lo olvidarás y encontrarás a alguien
mejor. Alguien a quien ames y que realmente te ame.
-No, nunca habrá nadie mejor. Nada volverá a estar bien nunca más. -Jeannette
sorbió, se sonó la nariz en un pañuelo y sus lágrimas se fueron secando. -Por eso he
tomado una decisión.
-Las cosas que hice, dejar a Raeburn en el altar, obligándote a cambiar de lugar
conmigo, obligándote a vivir mi vida en mi lugar. Bueno, estuvo mal. Fue el acto
egoísta e inmaduro de una mujer tonta y desesperada. Así que he decidido hacer
las cosas bien.
-Sé lo terrible que estos últimos meses deben haber sido para ti. Cómo debes haber
sufrido Gestionar un hogar, hacer frente a la sociedad y las exigencias de estar
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casada con uno de los hombres más influyentes de Inglaterra. Sé la tensión que
nuestro engaño ha sido para mí. Solo puedo imaginar la pesadilla que has tenido
que soportar.
-No ha sido tan malo.- Una punzada de advertencia corrió por la espina dorsal de
Violet.
-Oh, no tienes que fingir, no conmigo-. Has hecho un excelente trabajo, fíjate,
asumiendo el puesto de la Duquesa de Raeburn. Lo has hecho tan bien, que incluso
me has sorprendido. Pero es una carga que estoy preparado para levantar de tus
hombros. Ahora estoy lista para cumplir con mi deber, aceptar la responsabilidad
que me correspondía desde el principio.
-Estoy aquí para rescatarte, ¿no lo ves? Estoy lista para ser yo mismo otra vez, para
volver. Serás Lady Violet Brantford otra vez, y yo seré Su Gracia, Jeannette
Brantford Winter, Duquesa de Raeburn.
-No, no lo harás.
-Por su puesto que lo hare. Estoy cansada de fingir ser tú. Quiero ser yo misma
otra vez.
-Puede que estés cansada de eso, pero volver a cambiar nunca funcionará. Por un
lado, no estás casada con Adrian, yo sí. Por otro, él lo sabe.
-¿Saber qué?
-Bueno, ahora no me sorprende que me haya estado mirando de una manera tan
peculiar toda la tarde y la noche. Cuando se molestaba en mirarme, eso es. No
pienses que no me he dado cuenta de la forma en que me ha estado
evitando. Estaba empezando a preguntarme qué había hecho para ofenderlo.
-No es lo que hayas echo-, ella respondió, luchando por controlar su creciente
temperamento. -Es lo que hicimos juntas para engañarlo. Estaba muy enojado
cuando descubrió la verdad. -Ella se estremeció al recordar lo cerca que había
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-¿Qué?
-Usé un nombre falso, ¿recuerdas? Tu nombre, que anuló el matrimonio a los ojos
de la ley. Él y yo tuvimos que hacer votos nuevamente para legalizarlo, pero eso no
importa ahora. Lo que debes entender es que Adrian sabe quién soy. Él sabe que
soy Violet.
-Lo que significa, supongo, que debo seguir viviendo mi vida como tú.
-Y yo como tú. Mantener nuestra mascarada puede no ser la solución más fácil,
pero parece ser la única justa.
-¿Justa? No veo nada justo sobre nada de esto.- El labio inferior de Jeannette se
estremeció. -Nunca te importó nada la sociedad, pero a mi sí. Yo soy quien se
supone que es la duquesa. Soy quien debería ser la dueña de esta hermosa casa. Y
si no hubiéramos intercambiado lugares el día de mi boda, lo estaría. Me parece
que eres tú la que no está siendo justa. No tienes derecho a estar casada con mi
esposo.
-¿Tu marido? Estoy casada con mi esposo, el hombre que no querías. El hombre
que tiraste a un lado y lo habrías humillado cruelmente delante de todo Haunt
Ton. Lo traicionaste y lo dejaste por otro hombre. El día que cambiamos de lugar es
el día en que renunciaste a todos los derechos sobre Adrian.
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La acusación golpeó a Violet como una bofetada dura. Viejas inseguridades, viejas
insuficiencias que volvían a la vida en toda regla. Ella luchó contra las dudas. No es
cierto, se dijo a sí misma, no es cierto en absoluto.
-Quizás no…-, su gemela arrastró las palabras. -Aún así, si fuera su esposa, me
gustaría saberlo. Personalmente, encontraría horrible pasar mi vida
preguntándome si mi marido podría reconocer al verdadero yo. La duda y la
incertidumbre solo me volverían loca.
-Si así lo deseas, pero recuerda que siempre puedes cambiar de opinión.
-No lo haré.
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Adrián estaba dormido. Se quitó la bata, el camafeo que ya no quería aún estaba
abrochado en su frente. Y se deslizó a su lado, rezó para que no se despertara.
-No lo sé, un momento.- Violet pasó una mano por su antebrazo, y se acurrucó más
cerca de su calor. -Vuelve a dormir. Hablaremos por la mañana. -Cerró los ojos, se
obligó a dormir, sabiendo que no lo haría.
-Afortunadamente, nadie sabe que ella estuvo involucrada con él. Por favor, no le
menciones que te lo dije.
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Capítulo Veintitrés
Violet le agradeció amablemente una vez más por el uso de su casa la primera
noche de su luna de miel con Adrián. Con los ojos verdes centelleando, Armitage
pronto la hizo reír y ruborizarse por sus comentarios descarados. Eventualmente,
el deber la alejó para conversar con sus otros invitados.
Había considerado invitar a Eliza Hammond, junto con su tía y su primo, pero
temía que pudiera provocar demasiados comentarios curiosos. Era un hecho
reconocido que Jeannette y Eliza nunca habían sido más que corteses
conocidas. Tenerla aquí en la casa como amiga especial levantaría más de una ceja.
Entonces, por supuesto, estaba Jeannette. Esperar que ella, en su papel de Violet,
fingiera estar cerca de Eliza, esperaba francamente demasiado. Y Violet había
trabajado demasiado duro para restablecer su amistad con la otra joven para
permitir que su hermana interfiriera con eso una vez más.
Una brisa refrescante estaba jugando en el aire cuando Violet les indicó a todos que
se reunieran para que comenzara la comida. Cuando se volvió para seguirlos, su
gemela salió de la casa y se dirigió hacia ellos caminando por el césped.
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océano de Jeannette brillaban como una imagen espejo de los suyos. El pícaro
brillo en la mirada de su gemela era la única distinción visible entre ellas.
No se habían vestido igual desde que tenían diez años, cuando su madre las había
preparado para una fiesta como un par de muñecas de porcelana.
-Oh, el vestuario? Pensé que sería divertido. -Jeannette inclinó la cabeza. -No
voltees ahora, pero aquí vienen Raeburn y su amigo.
Adrián continuó hacia caminando, con una sonrisa en su rostro. Esta se desvaneció
cuando se acercó. Él se detuvo. Dudando La pregunta de qué hermana eran clara
para el sus características.
Sus ojos la recorrieron, por encima de Jeannette, y luego a través de ella una vez
más.
Su alivio era obvio, la tomó del brazo, y colocó su mano sobre la suya.
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-¿Qué está tramando?- Preguntó Adrian una vez que él y Violet estaban fuera del
alcance del Jeannette.
Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Otra capa de duda se plantó en su mente
como una semilla bien regada. Justo como había querido Jeannette.
Tres días más tarde, en la mañana del baile, Violet golpeó ligeramente la puerta de
la habitación de su hermana.
-¿Estás sola?
Jeannette asintió.
-¿Hacer qué?
-Voy a intercambiar lugares contigo. Pero solo para el baile de esta noche. Cuando
regresemos arriba, todo estará como estaba. Seré la Duquesa de Raeburn otra vez y
tú serás Lady Violet. ¿Entendido?
-Oh, completamente-. Jeannette sonrió como un gato con la boca llena de plumas. -
¿Qué te hizo cambiar de opinión?
-Sé que Adrian puede distinguirnos. Es solo que ... quiero que este asunto se
resuelva y no queden dudas, eso es todo .
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El salón de baile brillaba con la luz de cientos de velas de cera de abejas. En el aire
flotaban animadas corrientes de música mientras las parejas se balanceaban al
compás de la melodía de la orquesta.
Violet se mantuvo al margen, el mundo enfocado a través de las gafas una vez más
en su rostro. Qué extraño se sintió usar sus gafas en público una vez más. Qué
extraño se sintió ser ella misma otra vez. Sin embargo, ya no lo era.
Esta noche parecía un sueño. O más bien, una pesadilla. Desde el momento en que
bajó, vestida con el vestido color lavanda que Jeannette había planeado usar para
la fiesta de esta noche, nada había salido como debía.
Luego apareció Adrian, dominando todas las miradas mientras bajaba las
escaleras. Orgulloso y bello, se movía como un príncipe oscuro, resplandeciente de
negro. Su corbata de lino, su camisa, sus medias y sus guantes, estaban blancos
como la nieve; el único toque de color era un alfiler de esmeralda que parpadeaba
como un gran ojo de gato verde en su paño del cuello perfectamente atado. Uno de
sus regalos de cumpleaños para él.
Ella puso una mano sobre el otro presente, enclavada en paz y seguridad dentro de
su vientre. Ella estaba segura ahora. Cuando llegara el invierno, ella traería al hijo
de Adrian al mundo. Su heredero si fuera un niño. El conocimiento la dejó
aturdida de felicidad y emoción.
Adrián se adelantó.
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Él pasó junto a ella y tomó la mano de Jeannette, rozando sus labios con los
nudillos de su hermana, un beso en su suave mejilla. Jeannette sonrió, murmuró
algo que lo hizo reír.
Los invitados llegaron, la fiesta comenzó, todo funcionaba como un reloj bien
enrollado. Los elogios que deberían haberle sido ofrecidos se le dieron a
Jeannette. Su hermana sonrió con jactancia como si ella misma hubiera hecho todos
los arreglos.
Amarga, Violet soportó, atormentada por el conocimiento de que ella había traído
todo esto sobre ella misma. Nunca debería haber dejado que Jeannette le
convenciera para que hiciera el intercambio. Nunca debió haber permitido a su
hermana suscitar dudas e inseguridades y convencerla de este negocio
insensato. Pero ella necesitaba satisfacer su curiosidad.
Incapaz de mirar por más tiempo, se volvió y salió corriendo del salón de baile.
En la superficie, la fiesta era todo lo que debería ser. Un magnífico lugar lleno de
invitados que se divertían mientras comían, bebían, bailaban y conversaban entre
sí. Inicialmente, había tenido reservas sobre la celebración de la fiesta y el baile,
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Sabía que Violet había decidido llevar a cabo el evento para demostrar que sus
capacidades de duquesa, aunque, por lo que a él respectaba, no tenía necesidad
alguna. La amaba y admiraba exactamente como ella era. Sin embargo, estaba
contento de que esta noche hubiera sido un gran éxito. El logro le daría
exactamente el tipo de impulso de confianza que necesitaba y merecía.
El picor empeoró, el extraño zumbido interno que había sentido toda la noche
cambiando a una frecuencia más alta.
-La Señora Litton hizo casi todo el trabajo, pero me alegra que estés feliz. ¿Tu
cumpleaños es lo que esperabas?
-Eso y más.
-Por supuesto.
Jeannette.
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Lo que significaba que Violet, en la peor de las ironías, se retrataba a sí misma esta
noche. La ira rugió a través de él como una explosión de un horno de fuego.
-No podrías olvidarlo-, susurró entre dientes, -porque no hay nada que puedas
olvidar. Nunca sucedió. - Apretó la mano de Jeannette.
-Has sido atrapada en tu propia mentira-, dijo. -Violet no eligió este anillo. Lo elegí
por ella. Y en el momento en que se lo di, no estábamos cerca de Londres.
Él la abrazó fuerte.
-Oh, no, Jeannette, no vas a ir a ningún lado. Terminaremos este baile como si nada
pasara, entonces vendrás conmigo.
Adrian escudriñó a la multitud en busca de Kit, quien había regresado esa mañana
para asistir al baile y celebrar el cumpleaños de Adrián. Lo localizó sin una gran
dificultad.
Kit se quedó de pie al margen flirteando con la hija mayor de los Lyles, una
hermosa morena que acaba de salir de la escuela. Ella soltó una risita ante algo que
Kit dijo y agitó su abanico.
-Señorita Lyle-, dijo Adrian, -disculpe por la intrusión, pero necesito un momento a
mi hermano.
Cuando ella se fue, Kit se giró, una leve molestia oscureció sus facciones.
-Espero que esto sea importante. La señorita Lyle y yo estábamos haciendo planes
para encontrarnos en el pueblo mañana.
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-Tus planes pueden esperar. Tengo otra tarea para ti. Kit, conoce a tu cuñada,
Jeannette. La verdadera Jeannette.
-Bueno. Ahora solo tengo que localizar a mi esposa y ponerle algo de sentido
común.
Adrián se alejó, se detuvo de repente y volvió sobre sus pasos. Sin siquiera una
despedida, agarró la mano izquierda de Jeannette y retiró los anillos de su dedo.
-Estos-, le dijo, -no te pertenecen. Nunca los uses de nuevo. -Se los metió en el
bolsillo y se fue.
Violet se enjugó una lágrima por el rabillo del ojo y tragó un soplo de aire fresco de
la noche. El aroma de lilas flotaba a través del jardín en una dulce y suculenta
nube.
Debería regresar al salón de baile, lo sabía, antes de que alguien notara que había
desaparecido.
La tarde se estaba haciendo noche. Solo un par de horas más que soportar,
entonces todo volvería a ser como cuando despertó esta mañana. Ella y Jeannette
volverían a ocupar sus lugares y nadie más lo sabría.
¿Adrián, a pesar de todo lo que dijo, estaría igual casado con Jeannette? En el
fondo, ella sabía que él no lo haría. Aun así, quedaba una duda, junto con el
evidente golpe a su orgullo.
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Pero eso también sanaría a tiempo. Ella continuaría con su vida, su matrimonio, y
dejaría este pequeño asunto a un lado. Ella aprendería a olvidar. No serviría de
nada hurgar en él como una costra sobre una úlcera supurante. Ese camino no
conduciría a nada más que a un desastre, envenenando todo lo que era bueno y
honesto sobre su amor por él.
Adrian.
-Buenas noches, su Gracia. ¿Qué le trae a los jardines a esta hora tan tardía?
-Lo mismo que a tu, me imagino. Un soplo de aire fresco, unos minutos fuera de
tanta multitud. - Volvió la cabeza. -Aunque prefieres multitudes, según recuerdo.
-Las amo-, mintió. -Pero una fiesta se vuelve tediosa cuando uno no puede
comportarse como uno desearía. Violet dice que sabes la verdad, sobre ella y yo,
cierto.
-También dice que estabas terriblemente enojado con ella cuando te enteraste, pero
ahora la has perdonado-. Hizo una pausa. -¿Me has perdonado también?"
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-¿Lo estas? Pensé que quizás podrías sentir un poco de envidia, considerando todo
lo que dejaste pasar cuando decidiste no casarte conmigo.
-Para nada-, dijo con una risa forzada. -Tú y ella están mucho mejor juntos. Solo
lamento no haberme dado cuenta antes.
-Sí.
-Sin duda tienes razón.- Miró al otro lado del jardín por un momento, luego giró la
cabeza, se encontró con sus ojos. -Aunque en ocasiones todavía me pregunto...
-¿qué te preguntas?
-¿De Verdad? Siempre me pareciste salvaje, apasionada. -Él deslizó sus brazos
alrededor de ella, la acercó. -Tú y tu hermana son parecidos de muchas
maneras. Me hace pensar en quien realmente eres. Tal vez deberíamos
experimentar y descubrir.
Él bajó su boca a la de ella, pero ella giró su cabeza, evadió su beso. Ella apretó un
codo entre ellos para detenerlo. Pero él era demasiado fuerte y segundos después
la arrastró sobre su regazo.
-Para-, sollozó en un áspero gemido, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. -
Detente.
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-¿Por qué? ¿Que esta mal mi amor? ¿No te gusta besar a tu marido? - Él deslizó los
labios sobre sus mejillas húmedas, acarició con su boca un punto especialmente
sensible detrás de su oreja izquierda.
Él se echó hacia atrás, lo suficiente como para mirarla a los ojos en la oscuridad
iluminada por la luna.
-Escuchaste lo que dije, Violet. - Él la sacudió, su mandíbula tensa por la ira. -Sí, te
reconozco. ¿Pensaste que no lo sabría? ¿Exactamente cuánto tiempo se supone que
esta farsa continuaría?
-Esta noche. Solo por esta noche durante el baile. Cuando todos subiéramos las
escaleras por la noche, cambiaríamos otra vez.
Ella envolvió una mano alrededor de su brazo para evitar que la echara.
-No, no es nada de eso. No quería hacerlo. Es solo que Jeannette dijo que no podías
distinguirnos y yo ...
-¿Tu que? ¿Tú la creíste? ¿Te preguntaste en alguna parte profunda de ti si ella
podría estar en lo cierto?
-No parecías saber quién de nosotros era el día del picnic cuando ella ... cuando se
vistió deliberadamente como yo.
-Estaba mal. Me di cuenta de que estaba mal, pero tenía que saberlo.
-¿Saber qué?- Él puso sus manos sobre sus hombros. -¿Sabes que te veo como un
individuo y no como un duplicado de tu hermana? ¿Que te aprecio solo a ti? Que
puedo mirarte a los ojos y decir la diferencia entre ti, la única mujer que amaré
alguna vez, y tu hermana, una mujer que nunca me hubiera hecho feliz. ¿Es eso lo
que querías saber?
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-Violet, ¿por qué no puedes confiar en mí? Créeme cuando te digo que te amo y no
quiero a nadie más?
-¿Solo?
- Nadie me ha elegido sobre ella. Toda nuestra vida fue siempre la primera, luego
yo. Incluso tú originalmente no me elegiste. Sin saberlo, terminaste conmigo esa
primera vez en la iglesia.
-¿Crees que sí? Entonces, ¿qué te tomó tanto tiempo esta noche?
-No quería engañarte. Quería demostrarle a Jeannette que nos puedes distinguir. Y
pasaste la prueba de la manera más admirable.- Hizo una pausa por un momento
y luego señaló con el dedo su pecho mientras lo recordaba. -¿Y qué hay del truco
que me jugaste? Haciéndome creer que estabas seduciendo a mi hermana.
-Te juro que nunca, nunca volveré a mentirte. Jeannette y yo hemos terminado de
intercambiar lugares, tienes mi voto más solemne. Lo digo en serio, Adrian. Nunca
más volveré a engañarte sobre esto o cualquier otra cosa .
-Te voy creer eso-. De lo contrario, puedo recurrir a mi método original de castigo.
-¿Que era?...
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-Zurrar tan fuerte tu trasero que no podrás sentarte durante una semana. De
hecho, creo que podría darte unos cuantos golpes ahora solo por si acaso. -Él tiró
de ella hacia él como si realmente tuviera la intención de seguir adelante con su
amenaza.
Él se detuvo.
El dio un fuerte grito, se puso de pie y la tomó en sus brazos. Él la hizo girar en
amplios círculos hasta que ambos se rieron y se marearon.
-Supongo que eres feliz-. Ella sonrió, con los brazos alrededor de su cuello.
-Igual.
Sacudió la cabeza.
-No. No más secretos, no más mentiras, sobre nada. -Él la hizo ponerse de pie,
luego la agarró de la mano y la atrajo hacia sí.
-Eres Violet.
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-Bueno, no estoy casado con Jeannette y estoy cansado de que el mundo piense que
lo estoy. Oh, casi lo olvido. -Se metió una mano en el bolsillo. -Aquí, ponte esto.
En la palma de su mano yacían los anillos que le había quitado a Jeannette, el oro y
las gemas brillaban débilmente a la luz de la luna.
-Pero no puedo.
-Por supuesto que puedes. Son tus anillos. Póntelos y júrame que nunca te los
quitarás de nuevo.
-¿Pero qué pasa con nuestras familias? ¿Nuestros amigos? ¿Qué hay de tu carrera?
-Tu carrera política. Tus aspiraciones de algún día ocupar altos cargos en el
gobierno.
-No tengo aspiraciones políticas, no tengo interés en ningún cargo, ya sea alto o
bajo. ¿De dónde se te ocurrió una idea tan absurda? -Levantó su otra mano. -No,
espera. Déjame adivinar. Mi madre.
-Dijo que tu sueño era ascender en la Cámara de los Lores, tal vez incluso
convertirte en Primer Ministro algún día.
-No. Lo más enfáticamente posible jamás. -El arqueó una ceja. -¿Me has estado
protegiendo, verdad?
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Ella asintió.
-Quizás un poco.
-Bueno, no necesitas molestarte, no en este punto. Y la próxima vez que tengas una
pregunta sobre mis sueños, solo pregúntame. Te diré si son realmente míos o no. -
Sacudió su mano. -Ahora vuelve a ponerte tus anillos.
Ella hizo lo que le dijo, sintiéndose bien y completamente ella misma por primera
vez en mucho tiempo. Ella levantó los ojos hacia él.
-¿Estás seguro?
-Completamente.- Él dejó caer un beso en sus labios. -Pase lo que pase, recuerda
que te amo.
Kit ocupaba la silla junto a ella, balanceando un pie elegantemente calzado al ritmo
de la música, mientras alejaba alegremente a los posibles compañeros de baile que
se acercaban a su cuñada con la esperanza de acompañarla al salón de baile.
-Ya casi todo se ha resuelto. Sólo queda un último asunto. -Adrian le tendió la
mano a Jeannette. -Mi señora, si desea, ser tan amable de venir con su hermana y
conmigo.
-No veo por qué debería hacerlo, no después de tu abominable trato hacia mí. Irte
y dejarme prisionero de este cachorro insolente.
-¿Cachorro? ¿A quién llamas cachorro?- El pie que Kit había estado balanceando
golpeó el piso cuando se enderezó abruptamente.
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-Basta-, ordenó Adrián, silenciando al par de alterados. Le lanzó una mirada feroz
a Jeannette. -Ahora, ven con nosotros de buena gana o a la fuerza. La elección
depende completamente de ti. Pero sé que, de cualquier forma, vendrás con tu
hermana y conmigo.
-Pronto lo sabrás.
Pero Violet no tuvo tiempo de responder cuando Adrian la apartó. Los alineó a los
tres, una gemela a cada lado de él, una mano en cada uno de sus brazos.
Violet alzó los ojos, se encontró con los de él y la besaron cálidamente. Ella le
apretó el brazo, pidiendo en silencio, una comunicación íntima si estaba
completamente seguro de que quería continuar.
Él reanudó su discurso.
-Lo que no saben es que la mujer que han asumido como su anfitriona esta noche
no es mi esposa.
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-La mujer a la que han estado felicitando esta noche es en realidad mi cuñada, lady
Jeannette Brantford.
-No los culpo por estar confundidos. Sé que muchos de ustedes asistieron a mi
boda, fueron testigos de la ceremonia en la que parecía casarme con Lady
Jeannette. En realidad, me casé con otra mujer.
Él tomó la mano de Violet, fría por los nervios, y dio un paso adelante.
-Mi esposa-, anunció, -la mujer con la que me casé, la mujer que amo y estoy
orgulloso de reclamar como mía, Violet Brantford Winter.
-Podrían preguntarse cómo todo esto es posible-, continuó Adrián con voz
potente. -Es bastante simple en realidad. Las gemelas cambiaron identidades, y sí,
me engañaron incluso por un breve tiempo. Pero para entonces ya era demasiado
tarde. Mi corazón había sido capturado por la mujer más maravillosa que he
tenido la buena fortuna de conocer. -Sus ojos buscaron los de ella, y por un
momento Violet olvidó el tumulto a su alrededor, feliz y segura dentro de su amor.
Intercambiaron sonrisas.
-Y hay un anuncio más que nos gustaría compartir, uno para el cual espero que nos
deseen felicidades. En esta noche, mi esposa me informó que vamos a tener un
hijo. -Deslizó un brazo sobre los hombros de Violet, y la abrazó contra su costado. -
Un nuevo Winter nacerá en algún momento a fines de este año.
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¡Atrapados en la trampa!
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WIFE TRAP
En el viaje por mar, había pensado que tenía sus emociones firmemente bajo
control. Resignado, por así decirlo, a su ignominioso destino. Pero esta mañana,
cuando el carruaje partió en el viaje por tierra a la propiedad de sus primos, la
realidad de su situación se había estrellado sobre ella como uno de los grandes
cantos rodados que yacían esparcidos por el salvaje campo irlandés.
¿Cómo podrían haberme hecho esto mis padres? ella gimió para sí misma. ¿Cómo
pudieron haber sido tan crueles como para exiliarla a este desierto olvidado de
Dios? Queridos cielos, incluso Escocia hubiera sido preferible. Al menos su masa
de tierra tenía el buen sentido de seguir unida a la Madre Inglaterra. Escocia habría
sido un largo viaje en carruaje desde su casa, pero en Irlanda, ¡estaba separada por
un mar entero!
Jeannette se secó otra lágrima y miró a su nueva criada, Betsy, al otro lado del
carruaje. A pesar de ser una chica perfectamente dulce y agradable, Betsy era una
extraña. No solo eso, era lamentablemente inexperta, todavía estaba aprendiendo
sobre el cuidado apropiado de la ropa y cómo vestirse y reconocer las últimas
modas. Jacobs lo sabía todo.
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Jeannette suspiró.
-Dios mío, ¿qué fue eso?- Jeannette se arregló el sombrero, apenas podía ver con el
borde medio cubriendo sus ojos.
-Sentí como si hubiéramos golpeado algo, mi señora.- Betsy se giró para mirar por
la ventana pequeña hacia el sombrío paisaje más allá. -Espero que no hayamos
tenido ningún accidente.
Jeannette agarró su pañuelo dentro de su palma. Diablos, ¿y ahora qué? Como si las
cosas ya no fueran lo suficientemente malas.
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Ella le lanzó una mirada horrorizada, tan horrorizada obviamente que sus palabras
se detuvieron abruptamente en silencio.
¿Qué le pasaba al hombre? Ella se preguntó. ¿Era tonto? ¿O quizás ciego? ¿No podría
él ver su hermoso vestido de viaje de Naccarat? El tono brillante y bonito como
una mandarina perfecta. ¿O las medias botas de cuero para niños que ella había
teñido especialmente para combinar antes de su partida de Londres? Obviamente
no tenía sentido común, ni apreciación de los últimos estilos. Pero tal vez ella
estaba siendo demasiado dura con él porque, después de todo, ¿qué sabía
realmente un hombre de la moda femenina?
-Puede ser difícil una vez que comencemos a empujar, milady. Hay que tener en
cuenta su seguridad.
-Está bien, Betsy. No hay nada que puedas hacer aquí de todos modos, así que vete
con John.
Además, Jeannette gimió para sí misma, no será nada nuevo ya que estoy acostumbrado
a ser abandonada en estos días.
El hombre de pelo gris fijó un par de bondadosos ojos en la sirvienta. "Lo mejor es
que vengas conmigo. Te veré en un lugar seguro ".
Una vez que Betsy fue levantada del carruaje y lo peor del barro, la puerta del
carruaje se relativó con firmeza. Los sirvientes se dispusieron a descargar el
equipaje y luego comenzaron la agotadora tarea de desalojar las ruedas atrapadas
del vehículo.
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pinchando el silencio rústico, se dio cuenta de que sus intentos no habían hecho
más que hundir las ruedas aún más en el fango.
Con igual indiferencia, Jeannette buscó su abanico. Ella esperó, pasando un pulgar
evaluador sobre el fino guardia lateral de marfil dorado. Tan pronto como la
criatura se detuvo, Jeannette derribó su ventilador con un sonido audible .
Al captar una nueva visión del insecto aplastado, sus labios se retorcieron en
repugnancia antes de que rápidamente quitara el cadáver de su vista.
"Claro y tienes un objetivo mortal, muchacha", comentó una suave voz masculina,
la melodía cadenciosa tan rica y lírica como una balada irlandesa. "No tuvo
ninguna oportunidad, esa vuela. ¿Eres tan útil con un arma real?
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¿Cuánto tiempo había estado parado allí? Ella se preguntó. El tiempo suficiente para
presenciar el encuentro entre ella y la mosca.
El hombre era alto y fibroso, con el cabello castaño oscuro ondulado, la piel clara y
los ojos penetrantes del azul más intenso, tan vivos como las gencianas en
flor. Ellos centellearon, esos ojos, el hombre no hizo ningún esfuerzo por ocultar su
interés pícaro. Sus labios se curvaron hacia arriba en un humor silencioso y
desprevenido.
Devilish guapo.
Gracias.
Ella se puso rígida ante la idea, abruptamente dándose cuenta de que eso es
exactamente lo que podría ser. Bueno, si él estaba allí para robarla, ella no le daría
la satisfacción de mostrar miedo. Ella tal vez rompiera a llorar, pero nunca había
sido una señorita vaporizada con leche y agua. Nunca uno del tipo frágil dado a
llorar por su olor a sales en el más mínimo indicio de angustia.
"Soy capaz de defenderme", declaró en un tono resistente, "si eso es lo que estás
preguntando". Tenga en cuenta que no tendría dificultades para atravesarlo si las
circunstancias lo requieren ".
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Qué mentira, reflexionó, decidiendo que lo más sabio era no mencionar el hecho de
que ella nunca había disparado un arma en su vida y no tenía pistola con ella
dentro del coche. El cochero era el que tenía el arma.
¿Dónde estaba él de todos modos? Ella esperaba que él y los otros no estuvieran,
literalmente, atados.
La sorpresa iluminó los ojos del pícaro. "¿Y por qué crees que tienes motivo para
dispararme?"
"Si yo tuviera la intención de querer tales cosas, ya las tendría." Sus ojos se
encontraron con los de ella, momentáneamente la sostuvo prisionera antes de que
su mirada bajara lentamente a su boca. "No, solo hay una cosa que anhelo después
..."
La esquina de sus labios se curvó hacia arriba. "Tú, muchacha, sacando tu trasero
fino de este entrenador para que tus hombres y yo podamos liberarlo del barro".
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¿Por qué la hiel del hombre? Nunca en toda su vida se le había hablado de una
manera tan vergonzosa e irrespetuosa. ¿Quién se creía que era?
"Oh, perdón por no haberme presentado antes", dijo. "Si mi querida mamá todavía
estuviera viva, Dios descanse su alma, ella me esposaría pero sería buena por mi
falta de modales." Se irguió en toda su impresionante altura y se llevó un par de
dedos a la frente. "Darragh O'Brien a tu servicio".
"Darr-ah?" Ella arrugó su frente. "Más bien un nombre que suena extraño".
"Bueno, no tienes una señal en la frente, pero también podrías hacerlo, ya que es
tan simple como la nariz en tu cara bonita que eres inglés y nuevo en esta tierra".
"Tampoco deberían haberlo hecho, ya que mis planes en realidad no son asunto
tuyo, sobre todo si eres un tipo de pícaro".
Él soltó una carcajada. "Claro, y tienes una lengua malvada en la cabeza. Una que
podría cortar a un bandido hasta los huesos y dejarlo huir aterrorizado ".
"Si eso es cierto", preguntó con una media sonrisa burlona, "¿por qué sigues aquí?"
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Levantó su ceja ante su salva. ¿Estaba insinuando que ella era tan
problemática? Ahora que lo pienso, tal vez ella estaba en eso.
"Me detuve para ofrecer mi ayuda ya que intenté decírtelo antes", explicó. "Estaba
pasando por el pasado cuando noté el lamentable estado de su vehículo. Pensé que
usted y sus hombres podrían hacerlo con una mano extra ".
"Justo ahí". Hizo un gesto con la mano. "Donde han estado todo este tiempo".
Se inclinó hacia adelante y se movió en el asiento, luego miró por encima del
hombro a través de la ventana. Y allí estaban, los cuatro (cochero, dos lacayos y su
doncella) agrupados alrededor de su equipaje en un camino seco. Pensó que se
parecían a náufragos en una isla pequeña y desierta, luciendo caliente, aburrida y
sin ningún temor por sus vidas.
"¿Satisfecho?", Cuestionó.
"Ahora bien, he compartido mi nombre. ¿Cuál podría ser la tuya, muchacha? "Se
inclinó de nuevo, apoyando ambos musculosos antebrazos a lo largo del alféizar
de la ventana.
Su sonrisa se amplió ante su alta respuesta, sus vívidos ojos brillando con una
audacia que hizo que su corazón exprimiera un latido extra.
"Lady Brantford, ¿verdad?" Dijo arrastrando las palabras. "¿Y dónde estaría tu
señor entonces, este esposo tuyo? ¿Te ha enviado a viajar por tu cuenta?
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"Sí, lo sé bien".
Suponiendo que no fuera un bribón, aunque todavía tenía sus dudas sobre ese
tema, supuso que podría ser un tipo decente. Un agricultor local o algo así, un
dueño de bolsa o posiblemente un comerciante. Aunque no podía imaginar a
Darragh O'Brien sirviendo a nadie, no con esa actitud descarada e incontrovertida
de él.
Sin embargo, si conocía la aldea cerca de la casa de sus primos, tal vez no tenía
mucho más que viajar. Dios sabe que anhelaba llegar a su destino para poder bajar
de este carruaje y sacudirse las faldas.
"Me quedaré con mis primos allí", dijo. "Y aunque en realidad no es de tu
incumbencia, mi título es de nacimiento, no de matrimonio. Actualmente estoy
soltero ".
"Creo que te dije que no te dirigieras a mí por el término muchacha ", dijo, su tono
demasiado sin aliento como para sonar como un regaño.
Luego hizo lo más sorprendente: le guiñó un ojo. Un guiño audaz e irreverente que
envió un torrente de calor corriendo por sus venas, como el desencadenamiento de
una represa hinchada por la lluvia después de una fuerte tormenta.
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"Venga con usted entonces", declaró O'Brien en un tono sin sentido. "Hemos
hablado lo suficiente, y necesito sacarte de este entrenador".
"Oh, no voy a salir. Tal vez mi cochero no lo mencionó, pero ya tuve esta discusión
con él. Estuvimos de acuerdo en que permanecería exactamente donde estoy hasta
que el barouche pueda ponerse en camino ".
O'Brien negó con la cabeza. "Me temo que tendrás que salir, a menos que desees
comenzar a vivir dentro de este vehículo. En caso de que no lo supieras, el
entrenador está atascado hasta las ruedas, y tus hombres no pueden empujarlo
bien dentro de ti ".
"Es más que su seguridad, sin embargo, eso es una preocupación. Está la cuestión
de tu peso ".
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Ella se estremeció ante la idea. Solo Dios sabe qué tipo de criaturas horribles
podrían acechar en las cercanías, listas para escabullirse de sus escondites después
del anochecer. Podría haber lobos, ¿Irlanda tenía lobos? O algunas otras bestias
igualmente peligrosas. Bestias hambrientas a las que quizás no les importe
mordisquear a una joven dama.
El brillo cómico regresó a su mirada. "No te preocupes por ti mismo. Debe haber
una mancha de sombra en algún lugar por aquí. Estoy seguro de que
encontraremos uno que se adapte ".
"¿Alguna vez alguien te informó que eres impertinente?" De mala gana, ella se
puso de pie.
Él se rió entre dientes. "Una o dos veces, muchacha. Una o dos veces Ahora reúne
lo que sea que necesites y vámonos ".
Ella vaciló un momento largo e indeciso, luego se inclinó para recuperar su bolso
donde estaba en el asiento del coche. Con eso apenas en la mano, metió la mano
dentro y la levantó en sus brazos. Chillando, casi deja caer su bolso mientras la
sacaba del carruaje, su fuerza y equilibrio eran las únicas cosas que la separaban
del peligro.
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La acunó contra su sólido pecho, llevándola como si no pesara más que una pluma
a pesar de sus anteriores comentarios en sentido contrario. Su cercanía la envolvió,
envolviéndola, rodeándola, el aroma del aire fresco y los caballos jugueteando con
sus fosas nasales junto con otra cosa, algo indescriptiblemente delicioso,
masculino.
De manera subrepticia, ella inclinó la cabeza para captar un olor más profundo, la
ilusoria fragancia exclusivamente suya, se dio cuenta. Ella cerró los ojos y por un
breve momento consideró presionar su nariz contra su cuello. En cambio, se
mantuvo rígida en sus brazos, angustiosamente consciente del denso y marrón
limo que los rodeaba como un mar resbaladizo y blando.
"No te atrevas a soltarme", le reprendió, poniéndose los bordes de las faldas para
evitar que cayeran al fango.
Pero tan pronto como O'Brien vaciló, se recuperó, sus pies tan firmes como si
nunca hubiera vacilado en absoluto.
Su corazón amenazaba con alejarse de su pecho, con la garganta seca y tensa. Pasó
un instante mientras la verdad lentamente amanecía. Una mirada a la sonrisa
amplia, malvada y totalmente sin disculpas en su rostro confirmó su conclusión.
"Oh, sí". Pensé que podrías usar un poco de zapping. Gritas todo alto y divertido
como una niña, ¿lo sabías?
“Soy una niña y no fue gracioso". O no hubiera sido si hubiera calculado mal y
realmente la hubiera dejado caer. Ella apretó su agarre.
Él se rió de nuevo.
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Estaciones. Y volvería a estarlo, juró, una vez que sus padres recobraran el
sentido. No pasaría mucho tiempo antes de que mamá la echara de menos y el
temperamento de papá se enfriara. Pronto los dos se darían cuenta del terrible
error que habían cometido al enviar a su querida hija a esta rústica frontera.
Sus sirvientes estaban parados en un grupo mudo, sus ojos redondos como
planetas, cuando O'Brien la puso de pie entre ellos. Betsy se apresuró a ponerse al
lado de ella, un acto por el cual Jeannette estaba silenciosamente agradecida, e hizo
un tímido intento de arrancar el bolso de Jeannette de su agarre.
Él plantó las manos anchas sobre sus caderas estrechas, hizo una demostración de
escanear el área, luego cerró su mirada con la de ella. "Lamento haberte contado,
pero el único matiz que se tiene es en ese pequeño claro que hay justo allí." Señaló
el lugar, un pequeño grupo de abetos plateados de pie a varios metros de
distancia. "Y sospecho que el suelo debajo de esos árboles es tan fangoso como el
suelo aquí. Si tienes una sombrilla, haré que tu doncella la abra para que no te
expongas al sol.
"En cuanto al asiento cómodo, nunca te prometí lo que recuerdo. Si yo fuera tú, me
haría una sentada en tu caso de viaje más fuerte. De lo contrario, tienes un buen
par de pies para pararte. Después de todas las horas que has estado en ese
entrenador, creo que estarías deseando un buen estiramiento por ahora ".
Con eso se volvió y caminó hacia el barouche hundido. Uno por uno, sus hombres
se escabullían detrás de él, la cálida quietud del verano rota solo por el murmullo
ondulante de los insectos que cantaban en los campos.
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