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The Husband Trap – Trace Anne Warren

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Aquí viene la novia sustituta. . . .


Violet Brantford siempre ha deseado el abrazo apasionado de Adrian
Winter, el rico duque de Raeburn. El problema es que él se casará
con la hermana gemela de Violet, la vivaz y más solicitada,
Jeannette.
Pero cuando Jeannette se niega a cumplir con la ceremonia unos
minutos antes de que comience, Violet se encuentra caminando por el
pasillo y haciendo votos en el lugar de su hermana. Pronto la tímida
Violet es una esposa de la alta sociedad, tratando de mantener su
identidad real en secreto mientras vive las fantasías de sus sueños más
locos.
Adrian piensa que sabe exactamente en lo que se metió: Jeannette
puede ser frívola y, bueno, un poco egoísta, pero es la esposa perfecta
para hacer honor al apellido Winter.
Sin embargo, este matrimonio de conveniencia le trae al novio más de
lo que esperaba cuando descubre que su dulce e inocente esposa lo
sorprende en todo momento. Y aunque nunca planeó el amor
verdadero, Adrian definitivamente está en peligro de perder su
corazón.

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Capítulo 1

-Yo, Adrian Philip George Stuart Fitzhugh, te tomo, Jeannette Rose, para ser mi
esposa...-Violet sabía que iba a desmayarse, o a morir, ahí mismo, en el altar
delante de Adrian y el Arzobispo. Frente a todo el mundo, casi la totalidad de la
Haut Ton, reunida en la Catedral de San Pablo para presenciar lo que estaba
siendo aclamado como la boda del año.

Mil personas se alineaban en los pasillos. Dos mil ojos centrados en Jeannette
Brantford, la incomparable de esta temporada -y el año pasado también- que
intercambiaba sus votos con Adrian Winter, sexto duque de Raeburn, el soltero
más codiciado de Inglaterra.

El problema era que la novia no era Jeannette Rose Brantford.

La novia era la hermana gemela idéntica de Jeannette, Jannette Violet Brantford, o


Violet, como su familia la llamaba. Y en este momento pensó que tal vez se había
vuelto un poco loca.

Ella fijó sus ojos en sus zapatillas de seda azul, estudió los diseños intrincados
forjado en los suelos de mármol debajo de los zapatos elegantes. La luz nadó
alrededor de ella en una niebla brillante. Unas pequeñas motas de polvo que
parpadeaban en la mezcla de luz de las velas y el sol natural que caía en cascada a
través de coloridas vidrieras en tonos intensos de azules y verdes.

Los olores de las grandes glorietas de rosas y gardenias de color blanco cremoso
dispuestas para la ceremonia acurrucándose en el interior de su nariz, su
demasiado dulce fragancia sólo se sumaban a su incomodidad. Tragó saliva, con la
garganta seca como arena. Un hilillo de transpiración nerviosa se deslizó entre sus
omóplatos, haciéndola deseosa de mover sus hombros contra la humedad.

Debería ser una dama de honor, pensó con un pánico vertiginoso. Debería estar
esperando a un lado ahora con los otros asistentes. En lugar de eso, ella estaba de
pie junto a Adrian frente a un par de columnas barrocas masivas con sus bandas
giradas de mármol oscuro y oro suave, la gran cúpula de la catedral que se

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levantaba a más de trescientos pies sobre ella. Pinturas de la vida de San. Paul la
miró desde el techo, desaprobando con desprecio todos sus movimientos, se
imaginó.

Ella quería estar tranquila.

¿Tranquila?

¿Cómo podía estar tranquila cuando estaba cometiendo el más espantoso engaño
de su vida?

Seguía esperando que alguien notara quién era realmente, y estirace un dedo
acusador gritando…

-¡Farsante!

Pero como su gemela había predicho con exactitud, la gente vio exactamente lo que
esperaban ver. Ciertamente, sus padres y los sirvientes la habían aceptado antes,
como Jeannette cuando se había presentado con el elegante vestido de novia de su
hermana, una brillante confección de seda de color azul hielo con mangas largas
hasta el codo y una falda de organza blanco cubierto de tipo nieve, con perlas
dispuestas en la forma de flores rosa y hojas que se arrastran cosidas en el corpiño
de escote redondo. Nadie había cuestionado su identidad, ni siquiera cuando había
empujado la cómoda de su hermana echa un manojo de nervios ante la necesidad
de tener su cabello arreglado por "segunda" vez esa mañana, la sirvienta se vio
obligada a poner minuciosamente las perlas y los diminutos zafiros brillantes en
su peinado.

Oh, Dios misericordioso, Violet se preocupó por centésima vez, ¿cómo se había
metido en semejante arreglo?

Todo había sido tan benditamente normal cuando despertó esa mañana. Tan
normal como un día de boda podría ser, es decir, la casa entera arrojada en una
ráfaga de actividad. En retrospectiva, ella habría estado mucho más ansiosa si se
hubiera dado cuenta de que era el día de su boda y no el de su hermana.

Deseaba haberse saltado el desayuno de huevos y kippers que había comido. La


comida no le estaba sentando demasiado gratamente a su estómago.

Oh, qué idiota era. Nunca se saldría con la suya.

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Su mano temblaba dentro de la del duque, su agarre fuerte y masculino, tan


caliente contra su propia piel helada. Desde que caminó por el pasillo, le había
dado poco más que una rápida mirada de arriba abajo, demasiado nerviosa para
atreverse a mirarlo completamente. No podía evitar ser consciente de él mientras
se elevaba a su lado. Oscuro, hermoso, poderoso, absolutamente resplandeciente
en su traje formal de boda.

¿Lo sabía él? Ella se preguntó. ¿Lo sospechaba? Oh, Señor, ¿y si lo hacía? ¿La
denunciaría allí mismo a plena vista de toda la Ton? ¿O esperaría hasta que
pudieran estar en privado y exigiría que el matrimonio fuera anulado
inmediatamente? De cualquier manera, ¿cómo iba a ser capaz de explicarlo?

¿Qué podía decir una mujer cuando su propia identidad era una mentira?

¿Qué había tenido ella esta mañana? ¿Cómo podía haberle permitido a Jeannette
convencerla de un truco tan espantoso? No era por eso que había prometido hace
años no cambiar de lugar otra vez con su hermana gemela mayor? Porque siempre
causaba problemas... para Violet. !

¿Por qué, oh por qué, se había dejado atraer por un camino tan traicionero?

¿Era porque Jeannette había decidido renunciar a su promesa de casarse con su


novio rico, guapo e influyente apenas dos horas antes de la ceremonia? Una acción
segura de crear un escándalo tan desastroso que su familia nunca podría
recuperarse de la humillación y la vergüenza de la misma.

¿Era porque Adrian había dado veinte mil libras a Jeannette por el casamiento que
su familia había gastado como agua drenada de un pozo, pagando las deudas
prodigiosas de su padre y de su hermano menor Darrin?

¿O era porque amaba a Adrian Winter? Lo había amado desde el momento en que
lo vio por primera vez en su baile de dos temporadas anteriores. Había seguido
amándolo, doliente y sin recompensa, incluso después de que ofrecido matrimonio
a su hermana. Aunque él sin saberlo había capturado su corazón y lo había dejado
sangrar.

-Ah em…. mi señora -susurró el arzobispo-, es su turno.

-¿Qué? Oh, pido perdón. Y, sí, por supuesto -contestó suavemente, encogiéndose al
darse cuenta de que había sido sorprendida.

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Miró hacia arriba, vio una mirada de curiosidad en Adrian e inmediatamente


apartó la mirada.

El arzobispo recitó las palabras para que ella las repitiera. "Yo, Jeannette Rose, te
tomo, Adrian Philip George Stuart Fitzhugh, para ser mi esposo."

-Yo, Jannette Vi... umm.- Ella aclaró su garganta y tosió. ¿Qué le pasaba? Si no se lo
tomaba en serio, le diría la verdad sin necesidad de que nadie más la delatace.

Inténtalo de nuevo, pensó frenéticamente, concentrada. Respiró hondo.

-Yo, Jeannette Rose, te tomo, a tí Adrian Philip George...- Su mente se quedo


súbitamente en blanco.

Oh, cielos, ¿qué era el resto?

-Stuart Fitzhugh,- le dijo el arzobispo suavemente.

-... Stuart Fitzhugh, para ser mi legítimo esposo...

El Arzobispo recitó la siguiente línea.

Escuchó atentamente, repitiendo las palabras cuando era su turno.

-...De ahora en adelante... en lo bueno, en lo malo, en la riqueza y en la pobreza...

Volvió a alzar los ojos y se encontró con la firme, rica y oscura mirada de Adrian.

-... en la salud y en la enfermedad...

Ella sintió que algunos de sus nervios se derretían, sabiendo que quería decir cada
palabra.

-... para amarte, respetarte y obedecerte, hasta que la muerte nos separe...

Ella lo amaba. Prometió respetarlo todos los días de su vida. En cuanto a la parte
de obedecer... bueno, ella temía que ya hubiera violado eso, pero haría todo lo
posible por reparar el daño en el futuro.

-... según la santa ordenanza de Dios; Y te doy mi fidelidad.

El arzobispo volvió a hablar. Esta vez a Adrian, que levantó la mano izquierda y
deslizó una delgada banda de oro en su lugar al lado del inmenso anillo de
esmeraldas y diamantes que Jeannette había metido en su dedo hace un poco más
de una hora antes. Su anillo ahora.

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-Con este anillo te desposo...- Adrian entonó, con voz melosa profunda, solemne. -
... Con mi cuerpo te venero y con todos mis bienes materiales te doto: En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

-Oremos.- El Arzobispo levantó su libro de oraciones en prontitud.

Con las piernas temblando, Violet se arrodilló junto al hombre que ahora era casi
su marido. Inclinando la cabeza, cerró los ojos y dijo su propia oración, pidiendo a
Dios que la perdonara. Ella era débil y humana, pero amaba a este hombre a su
lado más de lo que él podría imaginar o probablemente sabría. ¿Cómo podría la
falsedad que cometió ser un pecado tan grande cuando su corazón adoraba con tan
firme devoción y verdad? Pareció que su dios contestó su súplica silenciosa cuando
él permitió que el arzobispo concluyera la ceremonia sin escandalo alguno.

"Los que Dios ha unido no lo separen los hombres".

Adrian la ayudó a ponerse de pie, manteniendo la mano derecha dentro de la suya.


Un escalofrío la atravesó mientras él le curvaba un brazo alrededor de su cintura y
la atraía más cerca.

-Su Gracia -le sonrió el arzobispo-, puedes besar a tu novia.

Violet no pudo leer la expresión en los rasgos cincelados, saturninos de Adrian


mientras se inclinaba más cerca, más cerca.

La habían besado una vez antes, un beso robado a la sombra de un manzano por
uno de sus primos Brantford cuando tenía doce años. En aquel momento encontró
la idea del beso mucho más emocionante que el evento real, tuvo que confesar.

Los labios de Adrian tocaron los suyos. Cálido y suave, duro y tierno. Y le
demostró que en realidad nunca la habían besado antes. Un zumbido acelerado le
llenó las orejas, la sangre latía como ríos corriendo en sus venas mientras el mundo
se derretía; Invitados, el Arzobispo, todos. Instintivamente separó los labios para
dejarle tomar más. Y por un breve instante lo hizo, intensificando el beso de una
manera que le robó el aire de sus pulmones, borrando cada pensamiento de su
cerebro.

De repente, todo había terminado. Él se enderezó y metió su brazo en el hueco del


suyo para llevarla de vuelta por el pasillo.

- Sonríe, querida -dijo Adrian por sus oídos-. Estás pálida como la muerte. Aunque
ese beso parece haber puesto un toque de color en tus mejillas.

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Al oír mencionar el beso, su rubor se hizo más profundo. Debido a que él lo había
pedido, ella plantó una sonrisa beatífica en los labios y sonrió a la masa borrosa de
invitados mientras pasaban. Muéstrate feliz, se dijo. Muéstrate como Jeannette. Ella
jugueteó e hizo todo lo posible para evitar temblar.

Siguió caminando mientras retrocedían por el largo camino, pasando por otras
filas de sonrientes invitados sentados en los bancos tallados de roble oscuro, antes
de entrar en una multitud de simpatizantes reunidos en el ancho y abovedado
transepto de la catedral.

Adrian la mantenía cerca de él. Se aferró con gratitud a su brazo de apoyo e hizo
todo lo posible para sonreír y charlar en vez de retirarse en un silencio tímido
como anhelaba hacer. Afortunadamente pronto fueron interrumpidos. Apareció
uno de los asistentes del Arzobispo, apartándola a ella de Adrian después de unas
cuantas palabras murmuradas al duque. Palabras que no pudo oír. Violet no dijo
nada mientras el hombre los conducía a la tranquila intimidad de una cámara
cercana, volviéndose para informarles con grave cortesía que el Arzobispo les
esperaría directamente.

Luego cerró la puerta, dejándola a ella y a Adrian a solas.

Echó una rápida ojeada a su nuevo esposo desde debajo de sus pestañas,
comprobando si su conducta podía insinuar por qué estaban aquí. No parecía
enfadado ni molesto. Aunque era bueno en blindar sus pensamientos cuando lo
deseaba. Había llegado a comprenderlo lo suficiente en los últimos meses para
saberlo.

¿Había adivinado la verdad? ¿La sabía el arzobispo? ¿Es por eso que ellos habían
sido escoltados aquí para esperar al clérigo? ¿Cómo lo sabía? ¿Porque todos lo
sabían? Con las piernas débiles y palmas húmedas de sudor, se dejó caer sobre una
silla cercana. Uno de los dos posicionados frente a un enorme escritorio de nogal
que tenía ángeles tallados en la parte delantera y a los lados, además de
querubines a lo largo de las piernas. Apenas podía distinguir los detalles finos, su
visión cercana no era mucho mejor que un desenfoque indistinto sin sus gafas.

Bajo otras circunstancias -y si le hubieran permitido usar sus anteojos- se habría


inclinado para estudiar el magnífico escritorio. Pero ella había tenido que darle sus
gafas a su gemela esa mañana. Jeannette, por supuesto, no tenía necesidad de las
lentes correctoras, su visión era perfectamente perfecta.

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Pero sin sus gafas Violet no podía apreciar plenamente los muebles gloriosos - una
pena, considerando su amor por el arte. Pintura, escultura, arquitectura: se
deleitaba en todas las cosas de la belleza y de la distinción creativa. Las artes, la
música y la literatura eran, según ella, algunas de las pocas cosas que
verdaderamente elevaban al hombre sobre sí mismo en el reino de los cielos.

En este momento, sin embargo, tenía otras preocupaciones más importantes que
atender. Tales como no ser descubierta.

-Es… -declaró en su mejor imitación de su hermana-, es terriblemente caliente,


debo decir.

- Esa probabilidad se abordó, por lo que recuerdo, cuando se discutieron los planes
de boda,- respondió Adrian.- Tu decidiste realizar la ceremonia a mediados de
julio."

Insistido, más bien. Violet recordó el incidente y el revuelo que había causado en
su casa, especialmente a su madre. Cualquier mujer podría ser una novia de junio,
había declarado Jeannette, pero sólo una mujer de verdadera distinción podría
persuadir a los miembros de la Haunt Ton a permanecer en Londres durante dos
semanas enteras después del final de la temporada. Su boda sería memorable,
prometió Jeannette. El evento más espectacular celebrado desde la última boda
real.

Adrian echó dos copitas de vino tinto de una jarra de cristal en la mesa auxiliar,
extendiendo la primera a ella.

-Aquí, querida, pareces como si necesitaras esto. -Después de aceptar, tomó un


trago de su propio vino. -¿Estás bien? -preguntó en un tono casual.

-¿Por qué lo preguntas?

- Parecías estar a punto de desmayarte durante unos momentos en la ceremonia.


Podría sentirte literalmente temblando en tus zapatos.

Su mente corrió, buscando una respuesta. Decidió utilizar una tan cerca de la
verdad como fuese posible.

- Los nervios de novia, si quieres saberlo. Me he estado sintiendo en mi punto


máximo durante toda la mañana. No podía comer, apenas he cerrado los ojos
anoche. Pero estoy casi recuperada ahora.- Ella le dedicó una pequeña y
reconfortante sonrisa.

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- Bueno, estoy aliviado al saber que no es nada más serio que eso. Cuando llegaste
tan tarde hoy, pensé que tal vez habías cambiado de opinión.

Tragó apresuradamente, casi atragantándose con el pequeño sorbo de vino que


acababa de tomar. ¿Había adivinado el cambio en el corazón de Jeannette? Adrian
era mucho más observador de lo que su hermana le daba crédito. Era la misma
razón por la que ella misma había tenido tantas dudas sobre el éxito de este plan
demente.

-¿Qué quieres decir? -preguntó, débilmente sin aliento.

- Quiero decir que me preguntaba si estabas a punto de abandonarme en el altar”.

¿Ahora qué se suponía que debía decir? Luchando contra una burbuja de pánico,
ella siguió sus instintos, echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír.

-No seas absurdo. Por supuesto que no iba a abandonarte. ¿Por qué querría hacer
eso?

Él bebió otro trago de vino, evidentemente aún no convencido.

-Era mi cabello,- continuó ella.

-¿Tu cabello?

- Sí. Jacobs... ella es mi doncella, ya sabes... bueno, ella no podía acertar con el
estilo correcto. Esto le tomó simplemente horas, pero tuve que esperar hasta que
mi peinado quedara perfecto. No podía aparecer en mi propia boda luciendo
menos que perfecta, ¿no?

Se encontró con sus ojos durante un largo momento mientras ella contenía el
aliento y esperaba su respuesta.

Abruptamente se relajó, sonriendo mientras el humor brillaba en su mirada.

- No, por supuesto que no podías, y tus esfuerzos bien valieron la pena la espera.
Estás preciosa. Eres hermosa. -Se acercó y agarro su mano con la suya-. -La más
bella novia que puede tener un hombre. - Presionó los labios contra la parte
interior de su muñeca en las delicadas venas azules que le trazaban justo debajo de
su piel-. Ella tembló, esta vez de algo que no tenía nada que ver con los nervios.

La puerta se abrió y el arzobispo entró, con sus vestiduras batiendo alrededor de


sus tobillos.

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-Me disculpo por mantener a sus Gracias esperando. Sé que deben estar ansiosos
de continuar con este uno de los días más especiales. Tengo el registro de
matrimonio justo en la habitación contigua. Sólo tienen que firmarlo, entonces
nuestro asunto aquí estará felizmente concluido.

Registro de matrimonio? Violet se dio cuenta de que ella y Adrian tendrían que
firmar el libro para hacerlo oficial a su sindicato. Oh querido. Pues bien, tendría
que falsificar el nombre de Jeannette, eso era todo.

Sin embargo, cuando fue su turno de subir al registro, Adrian había inscrito su
nombre en primer lugar, y dudó.

Para empezar, la pesada página de vellum delante de ella era un gran desenfoque
confuso. Apenas podía distinguir lo que había escrito en la línea al lado de la que
debía usar. Ahora más que nunca se lamentaba la pérdida de sus gafas.

Mientras se preparaba para firmar el nombre de su hermana, se le ocurrió un


pensamiento incómodo. Legalmente, si anotaba el nombre de su gemela, ¿no
significaría que Adrián estaba realmente casado con Jeannette? ¿Incluso si ella,
Violet, fuese con la que realmente había pasado la ceremonia? Oh, Dios, no tenía ni
idea. No era abogada.

De repente, enérgicamente, le disgustó renunciar a la última huella de su propia


identidad. Incluso si pudiera ser un riesgo temerario.

Sólo una sola letra separaba su nombre del de su gemela. Un simple cambio que
dio a la pronunciación del nombre de Jeannette un elegante giro francés, y dejó el
suyo tan simple y aburridamente inglés.

Tal vez si ella hacía un garabato sucio de su primer nombre y omitía su segundo
nombre por completo, la firma pasaría a servir. Suponiendo, por supuesto, que ella
podría mirar lo suficiente como para ver dónde tenía que colocar su firma.

Deseaba poder alegar analfabetismo y simplemente marcar una X en el lugar. Pero


tristemente, ni siquiera Jeannette -su hermana menos erudita- era tan ignorante.

Sabiendo que no se atrevería a perder un momento más, se inclinó y garabateó su


nombre, Jannette Brantford, al otro lado de la página. Se preguntó
melancólicamente si sería la última vez que podría volver a hacerlo.

-¿Todo listo, Su Gracia?

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Ella se giró.

-Sí, sí, listo -dijo, tratando de actuar como si el arzobispo y su inocente pregunta
no la hubieran asustado casi hasta la muerte.

Esperó, con el corazón golpeando como un martillo contra un yunque, para ver si
leería su firma, si notara la discrepancia. Pero después de sólo una mirada
superficial, sacudió el vellum con unos cuantos finos granos de arena para secar la
tinta, los cepilló y cerró el libro.

-Permítame ser uno de los primeros en ofrecer mis mejores deseos para su felicidad
futura, excelencia,- el cura le dijo con una sonrisa, tomando sus manos entre las
suyas. -Que su vida sus Gracias sean bendecidas.

Allí estaba otra vez.

Su gracia.

Qué extraño sonaba. ¡Qué espantoso! ¿Qué sabía ella de ser duquesa? ¿Cómo iba a
arreglárselas? ¿Por qué había seguido la idea impulsiva de Jeannette? Dios sabía,
su engaño no conduciría a nada más que al desastre.

Luego miró a Adrian, esperando a pocos metros de distancia, y recordó por qué.

Que Dios la ayudara, pero ella lo amaba. Puede que nunca se entere quién era
realmente.

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Capitulo dos

El resto de la mañana y la larga tarde pasaron en una neblina irreal. Unos


momentos lentos, otros peligrosamente rápidos mientras esperaba, con cada mano
que presionaba, cada sonrisa que intercambiaba, cada palabra murmurada de
agradecimiento, esperando que alguien se diera cuenta exactamente de quién era.

Pero no lo hicieron.

Y cuanto más tiempo pasaba no era más capaz representar su papel.

De pequeñas, ella y Jeannette solían cambiar de lugar de vez en cuando. A pesar de


sus diferencias innatas en sus personalidades, el juego del fingir había sido fácil
para ambas. Envalentonadas y aventureras, habían probado sus trucos con sus
padres, su institutriz, los sirvientes, incluso con sus amigos, logrando engañarlos a
todos.

Después, se sentaban juntas en la guardería, los brazos alrededor de sus rodillas


arrodilladas mientras reían y sonreían con su broma.

Pensando en esos tiempos casi olvidados, ella resucitó las viejas habilidades,
diferentes ahora ya que ella y Jeannette ya no eran niñas, pero de alguna manera,
extrañamente igual.

Sin embargo, temblaba y se estremeció internamente mientras luchaba por


proyectar un aura de vivacidad elegante de la manera que sabía que su hermana
habría hecho. Sonriendo y charlando, intercambió besos y cumplidos con
literalmente cientos de personas a medida que pasaba el día. Afortunadamente,
como la novia, era capaz de volar de grupo en grupo como una mariposa
majestuosa, deteniéndose sólo el tiempo suficiente para reconocerlos antes de
alejarse a la seguridad de un lugar fresco.

Su peor momento se produjo cuando la mejor amiga de Jeannette, Christabel


Morgan, la alcanzó entre las conversaciones, tirándola a un lado para una
conversación rápida y privada. Coqueta y de moda, Christabel era una de las

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favoritas de la Ton, ganando altas calificaciones por su famoso ingenio y su lengua


rápida. Como Violet sabía, Christabel podía ser generosa y amable, incluso dulce.
Pero sólo si le gustabas y te consideraba digno de su consideración.

Desafortunadamente, Christabel no aprobaba a mujeres jóvenes como Violet que


disfrutaban de la erudición y el aprendizaje. Christabel sostuvo que tales asuntos
eran la legítima competencia de los hombres. Las fiestas y la moda, las compras y
la diversión femenina, ese era el ambiente apropiado de una dama.

Entonces, qué ironía, pensó Violet, ser incluida en una conversación íntima con la
ilustre señorita Morgan.

¡¿Y si Christabel sabía la verdad?!

-Oooh - la chica chilló, uniendo sus brazos juntos mientras maniobraba


ocultándolas en un semi-aislamiento junto a una palmera de maceta. -Simplemente
estoy goteando de envidia. Cuán extasiada debes estar. Esposa del hombre más
guapo de todo el país, y duquesa además. Y te ves tan hermosa hoy, ¿te lo he dicho
ya? Supongo que ahora tendré que dirigirme a ti como "su Gracia".

Qué terriblemente gracioso.

Mirando fijamente a la amiga de su hermana, Violet luchó contra el impulso de


liberar su brazo. Levantó la barbilla en una imitación perfecta de Jeannette, levantó
una sola ceja.

-Por supuesto que te referirás a mí como "Su Gracia", pero sólo cuando estamos en
la Sociedad.- Ella sonrió ampliamente para suavizar el impacto de su altiva
afirmación.

Christabel le devolvió la sonrisa, obviamente no esperaba otra respuesta.

-Quieres mirar esto -comentó Christabel, inclinando la cabeza hacia un hombre alto
y delgado como un palo del otro lado de la habitación.

Violet lo reconoció al instante, incluso sin sus gafas.

Ferdy Micklestone, un notorio hombre molinero, conocido tanto por sus frecuentes
accidentes calamitosos como por los puntos de su camisa de temple alto que
insistía en vestir. Hoy no era distinto, su cuello se levantaba por un total de ocho
pulgadas, dándole la apariencia de un caballo de carreras hecho con anteojeras.

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-Oh, ha derramado punch sobre lord Chumley -prosiguió Christabel. -


Completamente arruinado su traje, me imagino.

Violet vio a Ferdy cepillar frenéticamente la mancha ofensiva en la camisa del otro
hombre. Claramente disgustado, el señor mayor, un distinguido miembro del
parlamento - alejo las manos de Ferdy de su camino, hizo un comentario cortante,
y luego se alejó. Ferdy se volvió rojo como una granada madura, con la cabeza
hundida tan bajo que su barbilla desapareció bajo su corbata.

-Qué pequeño tonto -dijo Christabel-. De verdad debería venir con la palabra
peligro cosida sobre su solapa, ¿no estás de acuerdo?- Violet titubeó porque sabía
lo que se esperaba respondiera. Por dentro, sintió algo de lástima por él. Ella sabía
cómo iba a ser ridiculizado. Cómo se sentía tener intereses e inclinaciones que te
establecen como fuera de la multitud. Durante los siguientes minutos, Christabel
lanzó una animada discusión sobre algunos deliciosos chismes que había oído,
cuando de repente hizo una pausa, empujó su codo suavemente al lado de Violet.-
Mira, al otro lado de la habitación -susurró Christabel. -Es esa miserable, Eliza
Hammond. ¿Qué ve Violet en la chica? Si yo fuera tú, le prohibiría que se asociara
con ella. Una mujer de tu estatus no debería tener que soportar una alianza tan
desagradable. Sólo debes considerar cómo podría reflejar en tus planes de
convertirte en una patrona un día.

Violeta apretó los dientes, sofocó la defensa de su amiga que saltó


instantáneamente a sus labios. Tristemente, sabía que su hermana probablemente
habría estado de acuerdo con Christabel. No podía contar el número de ocasiones
en las que su hermana y su madre habían expresado sentimientos similares,
castigándola por su amistad con la anticuada Eliza. Asociarse con un ratón de
biblioteca no haría nada más que alejar a los pretendientes elegibles, le habían
advertido. Con obstinación, había optado por ignorarlos y continuar su relación
con su amiga. Le gustaba Eliza, este de moda o no, y eso era suficientemente para
ella.

-Ooh-hoo, mis ojos pueden estar engañándome -observó Christabel-, pero si no me


equivoco, Violet está dando a la horrenda señorita Hammond el corte directo.
Quizás verte tan espléndidamente casada hoy ha obligado a tu hermana a
recuperar el juico.

No en esta vida, pensó Violet, observando impotente cómo su hermana gemela dio
un empujón despectivo a su mejor amiga, luego se alejó. El dolor confuso en el
suave rostro de Eliza era evidente.

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Quería correr por la habitación y consolar a su amiga. Quería explicarle a Eliza que
era Jeannette con quien había estado hablando y no ella.

Pero ella no podía ir hacia ella, no podía explicarle, estaba demasiado consciente
de lo peligroso que sería revelar su engaño, incluso a una persona tan digna de
confianza como Eliza. Un pequeño resbalón y esta casa de cartas que ella y
Jeannette habían construido vendrían derrumbándose alrededor de ellas. Se
prometió a sí misma que llegaría a Eliza algún día. De alguna manera encontraría
una forma de reparar el desaire de Jeannette.

Christabel suspiró.

-Evidentemente divertido. ¿No lo crees?

Violet se dio cuenta de que se suponía que ella debía asentir y reír entre dientes de
acuerdo, hacer alguna respuesta ingeniosa. Pero ella no podía, estaba demasiado
triste por dentro para reunir incluso un falso humor. En vez de eso, se encontró
mirando la límpida mirada azul de Christabel.

Una chica odiosa, pensó. Lentamente recuperó el uso solitario de su brazo, incapaz
de soportar el tacto de Christabel por más tiempo, alejándose como si escapara del
apretón reptil de Medusa.

Christabel frunció el ceño y lo miró fijamente.

-¿Está algo mal? Pareces rara de repente. No estás enferma, ¿verdad?

Su bravata recién descubierta la abandonó temporalmente, su lengua se soldó de


repente al fondo de su boca. Silenciosamente, sacudió la cabeza, forzó una sonrisa,
segura de que si intentaba hablar, se entregaría.

Christabel continuó mirándola, obviamente no convencida, justo cuando Adrian


apareció junto al codo de Violet.

-Siento interrumpir, señoras.- dijo, toda simpatía. -Espero que no le importe,


señorita Morgan, pero me temo que debo robarle a mi novia. Ya es hora de que
Jeannette y yo comencemos a bailar. -Dio una sonrisa de satisfacción a ambas.

A regañadientes, Christabel hizo una reverencia, e intercambiaron asentimientos


de despedida.

Violet se volvió en sus brazos con un grato suspiro interior, le permitió alejarla. No
tenía ni idea, pensó, de la inestimable ayuda que acababa de darle.
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Mientras bailaban, sus largos brazos la abrazaron en un cálido y firme abrazo y ella
se relajó. Segura por primera vez desde que había caminado por el pasillo del
brazo de su padre esa mañana. Ridículo, se burló, considerando que él era la única
persona con la que tenía que estar siempre en guardia. El único hombre que, si
descubriera su identidad real, tenía el poder de aplastarla, además de su corazón y
su alma. Y sin embargo ella era su esposa.

Su esposa.

Qué palabras maravillosas e improbables. Hasta esa mañana, hasta esos increíbles
momentos de conmoción, rechazo, aprensión y esperanza después de que
Jeannette declarara que no se casaría con Adrián, Violet nunca se había atrevido a
soñar que tal cosa fuera posible. Nunca se dejó imaginar que podría ser suyo.

Pensó en esos segundos justo después de que Jeannette hiciera su audaz


declaración de no casarse con Adrian, recordando la forma en que se había
quedado boquiabierta. Y el modo, después de que ella hubiese tenido un momento
para recobrar su ingenio, había discutido. Por mucho que despreciara la idea de
que su hermana se casara con el hombre que ella misma amaba, se dio cuenta
instantáneamente de las consecuencias de la negativa de Jeannette.

Sin embargo, a pesar de todas sus súplicas para que Jeannette reconsiderara, su
hermana se había mantenido inflexible.

-Mi felicidad,- declaró Jeannette, -era demasiado importante para preocuparse por
detalles mundanos como el dinero y las restricciones sociales. Durante un tiempo
se había imaginado enamorada de Raeburn, pero se había equivocado en sus
sentimientos. Era un hombre insensible y ella no estaría encadenada a él para toda
la vida », había declarado con exageración dramática. "No iba a ser utilizada para
el beneficio de la familia como una esclava intercambiada en el mercado."

Entonces Jeannette había pronunciado las palabras que habían cambiado


irrevocablemente sus vidas.

~Si te importa tanto salvar a todos, si quieres actuar como mártir y sacrificarte en la pira
familiar, ¿por qué no te casas con él?

La declaración había colgado entre ellas, dramática como un cañonazo

. ¿Casarse con Adrian? Dios mío, Violet no podía pensar en nada que quisiera más.
Pero engañarle?

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¿Engañarle cambiando sus identidades con su hermana? Consignarse a sí misma a


vivir su vida en un juego permanente de fingir?

No, había razonado, sería cruel. Un crimen vil que ninguna persona decente se
atrevería a cometer, ciertamente no una joven tímida y refinada como ella. Por qué,
el concepto mismo era ridículo. Nadie la creería capaz de cometer una broma tan
descarada, había argumentado.

-¿Pero no es eso lo que lo hace todo tan perfecto, tan posible? -preguntó Jeannette. ¿Quién,
después de todo, incluso sospecharía?

A pesar de sus reservas, su terror de un posible descubrimiento, su conocimiento


de que lo que ella consideraba estaba mal, no había podido resistirse. Su única
oportunidad, su oportunidad de estar con el hombre que ella adoraba, ¿cómo
podía pasar eso? Si ella se negaba ahora, Adrian Winter saldría de su vida tan
seguramente como el sol se pondría en el cielo esa noche.

¿Qué importaba si pensaba que era su hermana, siempre y cuando pudiera estar
con él?

Ella consideró su decisión de nuevo ahora mientras bailaban, mientras sonreía en


sus ojos hermosos y expresivos. Vale la pena, pensó, durante el tiempo que dure.

De alguna manera logró pasar el resto del día, debido en gran medida, se dio
cuenta, a la presencia constante de Adrián a su lado. Si no fuera por su apoyo,
temía que hubiera colapsado temblando, deshonrándose a sí misma ante todos y
cada uno.

Y si notó una diferencia en ella, en Jeannette, él no lo comentó. Atribuyendo sus


lapsos, oró, a la tensión inusual del día. Pese a hacer todo lo posible para actuar
como su hermana, le preocupaba que su actuación fuera una pálida imitación.
Torpe como piedras falsas que aparecen junto a los diamantes.

Finalmente, después de largas horas, después del baile, de la charla y de la


elaborada comida -la mayoría de las cuales había empujado alrededor de su plato,
incapaz de comer-, se le permitió retirarse al piso de arriba para cambiarse a la
ropa que usaría para el Viaje de luna de miel

-Ahí estás, querida, casi lista para tu viaje.- Su madre, la condesa de Wightbridge,
navegó en el dormitorio de Jeannette. Un par de sirvientas saltaban alrededor de la
habitación ocupándose del equipaje de última hora. Su madre creía que era

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Jeannette. No podía vacilar ahora. Tenía que hacer creer a mamá. Sólo unos
minutos más, se dijo a sí misma Violet, mientras las náuseas se hinchaban como
una marea dentro de su vientre.

-¡Oh, será tan difícil verte ir, mi dulce niña! -gimió su madre. - todos te
extrañaremos."

-Sí, también te extrañaré -dijo Violet, esforzándose por el tono alegre que estaba
segura de que Jeannette habría afectado. -Pero una mujer debe aprender a aceptar
estas cosas una vez que se casa y va a establecer su casa propia.

-Oh, casada y duquesa.- Su madre juntó las manos con deleite. -Tu padre y yo
estamos muy contentos. La boda fue todo lo que se esperaba.

-Lo fue, ¿no?

-Aunque todavía pienso que es perfectamente terrible que Raeburn haya cancelado
tu viaje de boda al extranjero. Sé lo abrumada que estas. Cuánto esperabas ver el
Continente, Francia, Holanda y Bélgica, ahora que ese demonio Napoleón
finalmente ha sido derrotado y encerrado. ¡Problemas en la propiedad de Raeburn!
Bah. Estoy segura de que son mucho menos graves de lo que afirma. Pero bueno,
los hombres son tercos en estas cosas. Nunca entienden lo importante que son las
ocasiones especiales como una luna de miel para una mujer. Y dicen ser el sexo
más inteligente.

Violet sabía todo sobre la gira europea cancelada. Todos los miembros de la casa
de Brantford lo sabían, hasta el sirviente más bajo. Jeannette había llorado y llorado
y había hecho un puchero durante casi toda la semana pasada, secándose los ojos
justo a tiempo para la boda.

Sólo que, Jeannette no había ido adelante con la boda.

Violet apretó una palma contra su estómago y se esforzó por concentrarse en las
palabras de su madre, en el papel que se suponía que estaba jugando.

-¿Estás segura de que quieres darle a Jacobs a tu hermana? -continuó su madre,


refiriéndose a la doncella de Jeannette. -Violet puede estar muy bien sola. Ella
siempre lo ha hecho. No podría soportar separarme de mi querida señora Phillips.

Violet respiró hondo antes de precipitarse en el discurso que ella y Jeannette


habían acordado antes. Jeannette, al parecer, no podía separarse de su doncella
más de lo que su madre podía separarse de ella.

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-Sí, será una gran pérdida, tienes razón,- aceptó. -Pero Jacobs es tan muy bien
informada sobre todas las cosas del Continente. Con Violet fuera en Italia con la tía
abuela Agatha dentro de unos días, necesitará su ayuda mucho más que yo. No me
sentiría bien dejándola a cargo de una criada extranjera. El cielo sabe los problemas
que podrían derivarse.

Violet agitó una mano, imitando un gesto real que Jeannette había usado
últimamente.

-Así que he decidido dar a Jacobs a Violet como un regalo. Un regalo de boda, si se
quiere, de una hermana a otra. Tomaré a Agnes para mí. Ella es nueva en el hogar
pero gentil. Debería estar muy bien como doncella de una dama, estoy segura, una
vez que esté debidamente entrenada.

En realidad, Jacobs había sido recompensada con creces para calmar sus aires, la
mujer no se había mostrado muy feliz cuando se había dado cuenta que después
de todo no iba a ser la doncella de la duquesa de Raeburn.

-Oh, eres tan buena, Jeannette -proclamó su madre-. -Así que dar y amar. Violet es
bendecida por tenerte como su hermana-. La condesa se enderezó y miró hacia la
puerta. -¿Dónde está esa chica de todos modos? Declaro que nunca está cerca
cuando la quieres.

Violet se encogió por dentro, pero no dijo nada.

-Aquí estoy, mamá. - La auténtica Jeannette se acercó tímidamente a través de la


puerta, vestida con el traje de dama de honor de seda cruda que llevaba puesto,
con sus gafas y mirando reservadamente. Violet se encontró mirándola por un
largo momento antes de apartar la mirada.

Qué sensación curiosa, pensó, al ver a sí misma como viendo a otros. Como mirar
en un espejo tridimensional excepto por el brillo de malicia que asomaba desde el
interior de los ojos de su gemela.

-¿Has visto el cepillo de tu hermana? -preguntó su madre, volviéndose hacia


Jeannette. -Ya sabes, el de la perla. Las criadas dicen que no pueden encontrarlo en
ningún lugar, y tu hermana lo necesita para su viaje. No lo usaste y la dejaste en
alguna parte, ¿verdad? -La condesa le disparó a Jeannette una mirada de
desaprobación.

Jeannette unió sus manos frente a ella.

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-No, mamá, yo... no he usado el cepillo. Estaba en la cómoda esta mañana, por lo
que recuerdo, cuando Jeannette se estaba preparando para la ceremonia. No lo he
visto desde entonces.

Su madre soltó un bufido burlón.

-Bueno, eres de poca ayuda. Despídete tu hermana, entonces, ya que ella debe irse
en cualquier momento. Raeburn no se quedará esperando mucho más tiempo. Ya
sabes cómo los hombres odian esperar. Voy a consultar con Phillips -prosiguió,
hablando a medias. -Quizá sea capaz de arrojar algo de luz sobre este misterio. -
Con un frufrú de faldas la condesa partió, dejando a las dos hermanas
completamente solas.

Jeannette cruzó la habitación, cerró la puerta y giró la llave en la cerradura. Violet


se encontró con la mirada de su gemela.

-Supongo que lo tienes.

-Por supuesto que lo tengo. Es mi cepillo.

-Bueno, no dejes que ninguno de ellos te vea con él. Lo sentirás si lo haces.-
Jeannette se acercó y se dejó caer en un sillón cercano.

-Me importa un higo lo que piensen. Nunca lo hizo. Tú eres la que siempre ha sido
la pequeña y tímida cierva, temblando ante su propia sombra.- Violet apretó los
dientes ante la evaluación poco halagadora de su carácter por su hermana.
Jeannette no entendía la forma en que había estado creciendo, ya que siempre
había sido la favorita, ensalzada y mimada por sus padres. Violet, por otra parte,
había sido simplemente la otra hija.

Durante los últimos veinte años de su vida, se había considerado a menudo el


tema, incapaz de comprender qué era lo que hizo mal. Por qué sus padres hicieron
una distinción tan marcada entre ella y su hermana.

Físicamente los dos eran indistinguibles. Compartieron el mismo pelo rubio ceniza,
el mismo cremoso y amelocotonado cutis, los mismos ojos azul-verdosos radiantes.
Ambos tenían narices atoneadas y labios rosados llenos, pómulos elevados en
perfectas caras ovaladas. Sus figuras estaban redondeadas en las caderas y los
pechos, atractivamente delgados en cualquier otra parte. Incluso sus voces sonaban
exactamente iguales; Sólo por su manera de vestir y de hablar podían

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diferenciarlas. Como un par de guisantes frescos en una vaina, su tío Albert solía
decir de ellas.

Sin embargo, sus personalidades eran marcadamente diferentes, y lo habían sido


desde el momento de su nacimiento, por lo que su madre solía decir. Tal vez bajo
la superficie otros vieron lo que Violet no podía ver en sí misma. Algún
ingrediente esencial, algún defecto de carácter básico que la hizo intrínsecamente
indigna. Había pasado muchas horas rezando por ello. Muchas horas buscando su
reflejo en el espejo para detectar signos de lo que le faltaba.

-Aun así -le advirtió en voz baja a Jeannette-, tu rozamiento sobre el cepillo sería
diferente al mío. Y tenerlo podría llamar la atención en direcciones que no serían
sabias. Después de todo, ahora se supone que yo soy tú.

Jeannette se encogió de hombros. -Lo sé, lo sé. No te preocupes por ello. No voy a
ser atrapada. Nadie ha sospechado nada. Y debo felicitarte. Has estado haciendo
una buena actuación. Te dije que ninguno de ellos sabría la diferencia si
simplemente te aplicas un poco. Ahora, hay algo que debo decirte antes de
separarnos.

Violet frunció el ceño. Siempre que Jeannette la hacía a un lado para decirle algo,
por lo general llevaba a problemas.

-¿Qué? -preguntó con tristeza.

-No estoy diciendo que lo hagas, pero si recibes misivas de un individuo con el
nombre de Kaye, tendrás que pasármelas directamente a mí, sin leer, por supuesto.

Violet frunció el ceño con más fuerza.

-¿Quién es esta persona Kaye y por qué debo pasarte esas notas?

-Porque te lo pido. Porque eres mi hermana y me amas. Ahora, ¿lo harás o no?

¿Era esta persona Kaye un hombre o una mujer? Violet no estaba segura de querer
saberlo, tenía miedo de preguntar.

¿Estaría Jeannette involucrada con alguien? ¿Alguien que no era Adrian? ¿Por eso
había decidido cancelar la boda hoy? Oh, era demasiado escandaloso para
contemplarlo.

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Quería rechazar la petición de Jeannette, pero sabía que sólo sería desagradable. ¿Y
ya tenía suficiente con que preocuparse ahora mismo para aumentar la carga? Si
alguna de las notas llegaba, se aseguró, siempre podría disponer de ellas.

Ella asintió.

-Sí está bien.

Jeannette cogió un adorable capuchón de paja, uno que había sido hecho
especialmente para su traje de viaje, -ahora de Violet,- de sarcenet rosa perla. Una
pelliza de mangas largas de punto blanco suizo abotonada sobre el vestido,
completando el traje. Colocando el sombrero de moda en la cabeza de Violet,
Jeannette ató la cinta rayada en un pequeño y apuesto arco, en un ajustado
elegante ángulo a un lado de su barbilla.

Violet esperó mientras Jeannette retrocedía para examinar su trabajo.

-Perfecta- declaró su gemela. -Es una pena que no pudiera usar ese traje yo, al
menos una vez. Raeburn está obligado a encontrarte muy atrayente.

-¿Tú crees?

-Oh, sí, definitivamente.

Violet se dio la vuelta para echar una mirada a sí misma en el espejo del tocador,
obligada a mirar su imagen.

-Me gustaría tener mis anteojos -murmuró ella. -Todo es tan frustrantemente
borroso".

-Bueno, es mejor que te acostumbres a eso. Dios sabe que nunca los usaría al
menos que me obliguen. -Jeannette señaló los anteojos posados en su cara. -He
estado pensando un poco sobre ese tema. Me parece que Violet pronto podría
cambiar de opinión sobre usar sus gafas. De hecho, creo que pronto podría sufrir
un cambio de opinión acerca de muchas cosas. Este viaje a Italia le hará un mundo
de bien.

Alarmada, Violet agarró el brazo de su hermana.

-Oh, Jeannette, no hagas nada precipitado.

Jeannette arrancó los dedos de Violet.

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-No te preocupes. Violet cambiará muy gradualmente. Nadie sospechará.

Su estómago lanzó en un sonido largo y lento, la tensión fresca golpeándola como


una ola dura en una tempestad furiosa.

Sus manos comenzaron a sudar.

-Quizá no deberíamos hacer esto, después de todo. Todavía hay tiempo para
cambiar de nuevo, cambiar de lugar otra vez”.

Su corazón se hundió al decir las palabras en voz alta. Significaría perder su


oportunidad con Adrian para siempre. Pero mentirle era tan terriblemente erróneo,
¿no? El rostro de Jeannette se endureció.

-No hay vuelta atrás. Tú eres la duquesa de Raeburn ahora. Tú te casastes con él,
yo no. Si quieres ser una tonta y revelarlo todo a todos ahora, adelante. Pero sabes
que todo esto caerá como lluvia sobre tu cabeza. El escándalo, la desgracia y el
castigo. Mamá y papá probablemente renegarán de ti. Mínimo, serás enviada a
algún lugar terriblemente remoto, Escocia o Irlanda tal vez, y nunca más se oirá de
ti de nuevo.

Tenía razón, pensó Violet, así era precisamente cómo reaccionarían sus padres y lo
qué harían.

Jeannette estaría bien; Ágil como un gato, ella siempre aterrizaba sobre sus pies.
No, ella era la que iba a cosechar el peso de la culpa por el engaño. Ella sería vista
como la verdadera culpable por haber aceptado participar en el engaño.

Cuando se había metido en el vestido de novia de Jeannette esta mañana y había


asumido la identidad de su hermana, había sellado su propio destino. Hizo una
elección de la que no podía retractarse. Nunca.

-Así que deja de lado a tu culpable conciencia y muestra algo de agallas -le animó
Jeannette-. "Todo va bien, va a ir bien, siempre y cuando no lo confieses. Ahora,
adelante. Como mamá dijo, los caballos de Raeburn deben estar cada vez más
resentidos y ansioso de irse.

Violet respiró hondo y profundamente. Ella podía hacer esto, se repitió en silencio.
Todo estaría bien.

Forzando a su temblorosa mano para que se quedara quieta, cogió el pomo de la


puerta.

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A pocas puertas por el pasillo, Adrian estaba de pie conversando con su hermano,
Christopher. Sus palabras se deslizaron por su camino.

-... ya que no volveré a verte antes de que vayas a la universidad. Pórtate bien y no
hagas nada tonto. Estas allí para estudiar, recuerda, no para beber e ir de parranda.

-No te preocupes, hermano -murmuró el joven moreno-. Te haré sentir orgulloso.

-A ver si lo haces -concluyó Adrian, sin sonar realmente convencido-.

Los hombres se volvieron para verla acercarse.

Justo como ella había hecho, Adrian se había cambiado su ropa de boda por una
más adecuada para viajar.

Abrigo y pantalones del más fino paño azul oscuro. Camisa blanca y chaleco de
bronce adornado con una modesta franja de oro, su cuello atado en un nudo de
fascinante complejidad. Un par de brillantes Hessians en sus pies.

Sofisticado, refinado, impresionante.

Tragó saliva y luchó contra otra pequeña escaramuza por compostura.

Era tan hermoso, pensó, demasiado hermoso para ella. ¿Qué demonios pensaba
que estaba haciendo?

-Preparada por fin, querida. - Adrian se acercó para tomar su mano.

¿Decirle o no? Ella temblaba. Esta era su última oportunidad para ser honesta.

Entonces sonrió como pensaba que Jeannette lo haría, amplia y llena de confianza.
Ella realizo una pequeña pose para lucir sus galas, sosteniendo sus brazos a los
lados.

-¿Y valió la pena, su Gracia?- Ella movió sus caderas para hacer balancear sus
faldas.

Él barrió sus ojos por ella, sonriendo, larga y lentamente. Se inclinó para besarle la
mano.

-Definitivamente, querida.

Definitivamente.

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Capítulo tres

El coche transitó a lo largo de la carretera al suroeste de Londres a una velocidad


impresionante, conducido por un elegante tiró de cuatro caballos de los más finos
de toda Inglaterra. En el interior, Adrian Winter, duque de Raeburn, relajó sus
largas piernas contra los asientos cubiertos de satén y vio a su nueva esposa
dormir.

Estaba agotada. No había ocultado ese hecho una vez que se habían alejado de la
sala de recepción con aplausos y felicitaciones de su familia y amigos. El ritmo del
coche y el estrés del día pronto se combinaron, sus manos flotando en el regazo,
sus párpados pesados como pesas de plomo, hasta que ella había sido incapaz de
negar la orden de Morfeo.

Adrian la había estado observando durante casi media hora. Se preguntó si había
hecho lo correcto.

Sabía que era demasiado tarde para los arrepentimientos si no lo había hecho.
Como dijeron en los votos, él y Jeannette se habían casado para toda la vida, para
bien o para mal, hasta que la muerte los separe. Una realización seria.

Lo había sorprendido hoy, especialmente en la recepción, comportándose de una


manera mucho más tranquila, más reservada que la que había visto antes. Incluso
había escuchado con interés paciente mientras su primo Bertram, casi siempre
mudo, tartamudeaba durante cinco minutos los mejores deseos por sus nupcias. La
mayoría de la gente comenzaba a inquietarse en el momento en que el pobre Bertie
abría la boca.

Sus ojos vagabundearían, su atención se alejaba después de no más de un minuto o


dos a lo sumo.

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Sin embargo, hoy Jeannette no había sido más que cortesía amable, consideración
agradable, con todos los que encontraba. Quizás la gravedad del paso que los dos
habían tomado hoy había actuado como un recordatorio serio para ella también.

Realmente lo esperaba. En los últimos meses de su compromiso, había sido


atormentado por las dudas sobre la sabia elección de su prometida, encontrando
su comportamiento irritantemente infantil en ocasiones, como el día que puso
pucheros cuando las tormentas habían arruinado un picnic previsto. Y otra vez,
cuando se negaba a acompañarle a dar un paseo en el parque, porque el nuevo
sombrero de su vestido de carruaje favorito no había llegado de la tienda de la
sombrería. A eso se sumaba su adoración por las fiestas y entretenimientos.

Una vez la había dejado sin habla al sugerir que cancelaran sus planes de asistir a
una fiesta de máscaras y pasar una noche tranquila juntos. Nunca más se había
molestado en hacer tal sugerencia de nuevo.

De una naturaleza mucho más seria, Adrian empezó a sospechar que estaba
viendo a otro hombre. Pero aunque lo había intentado, nunca había podido
atraparla, ni siquiera conseguir pruebas tangibles. Como bien sabía, las sospechas
no eran prueba. Un caballero, sin importar sus reservas, no terminaba un
compromiso con nada menos que con una prueba sólida que demostrará una grave
indiscreción.

Mientras ellos estaban cortejando, Jeannette había parecido tan dulcemente vivaz.
Aunque, al reconsiderar el asunto, su madre les había dejado poco tiempo a solas.
Fue sólo después de anunciar su compromiso que había comenzado a observar su
otro lado.

En particular, recordó la semana pasada cuando le informó que su muy esperada


gira por Europa tendría que posponerse durante varios meses debido a las
dificultades en Winterlea, su propiedad principal, en Derbyshire. Había pensado
por un momento, después de que diera la noticia, que pudiera estallar en un
arrebato de lágrimas allí mismo en el salón de seda de su madre, con el rostro
enrojecido. Y cuando le sugirió una semana a la orilla del mar en una de sus fincas
menores, en Dorset, ella se quedó boquiabierta y lo miró como si le hubiera pedido
una luna de miel dentro de la cueva de un ermitaño. Adrian casi esperaba que ella
cancelara la boda en ese momento. Tal vez una parte de él había estado esperando
que lo hiciera.

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Podría haber elegido a Brighton para aplacarla, para suavizar las cosas, ya que se
decía que el príncipe regente estaría trasladando su corte a la ciudad costera
popular un día o dos. Pero Adrian no quería ir a Brighton, donde la mitad de la
Ton estaría descendiendo para pasar su aburrimiento de verano. Quería un poco
de privacidad, lejos de las exigencias de la Sociedad, y pensó que tal vez la calma le
daría a él y a Jeannette algún tiempo para conocerse mejor.

Ella se movió en su sueño en el extremo opuesto del asiento de él, empujando su


sombrero a un lado, así que la cinta debajo de su barbilla quedo tirando
firmemente contra su mejilla. Parecía lejos de ser cómodo. Tomado por la
compasión, se inclinó y tiró del arco soltándolo, dejando que las cintas se
deslizaran libremente bajo su barbilla. Aliviada de la presión, se acomodó más
profundamente, respirando más uniformemente en su sueño.

No había creído totalmente sus excusas con respecto a su llegada tardía a la iglesia
esta mañana. Había más en esa historia que un simple caso de cabello mal
arreglado, pero había decidido no forzar el asunto. Había cumplido con su deber,
no lo había avergonzado delante de sus compañeros. Al final, ¿no eran esas las
cosas que realmente se esperaban su deber y discreción? El coche golpeó una
barranca, Zarandeándolos a los dos a pesar de los excelentes resortes en el coche.
Ella se despertó brevemente, lanzando un grito de alarma. Sus ojos se abrieron por
un momento antes de volverse a bajar una vez más, su cabeza quedó en un ángulo
muy incómodo.

No podía dejarla así, decidió Adrian. Unos pocos minutos en tal posición podría
resultar en un cuello dolorosamente rígido, uno que podría demorar en sanarse
días. Sus labios se curvaron hacia arriba en una postura decididamente
humorística antes de extender la mano y empujarla suavemente a una posición
vertical. Ella se arrellano contra él, murmurando en su sueño. El ala de su elegante
sobrero de paja se clavó en su cuello.

Con los ágiles dedos de un hombre bien acostumbrado a ayudar a las mujeres a
salir de sus ropas, tiró del pequeño Bonnet suelto de sus amarras. Luego lo arrojó
al otro lado del asiento con escasa consideración por su perfección de moda.
Colocándose de nuevo en su propio rincón, la colocó contra él para que pudiera
usar su hombro como una almohada.

Miró hacia abajo, observando la forma en que sus pestañas de oro pálido se
abanicaban contra la suavidad de porcelana de sus mejillas. Sus labios maduros,

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teñidos de un delicado color de rosa como de la puesta del sol, estaban ligeramente
entreabiertos, como para un beso.

Solo unas pulgadas y su boca estaría sobre la suya, robando besos suaves al
principio y luego progresivamente más duros hasta que ella despertará para
encontrarse en sus brazos. Pero Adrian no sabía hasta qué punto las cosas podían
progresar si ahora cedía a la tentación. Y él no quería que su primera vez juntos
fuese en el interior de un coche, incluso uno tan cómodo como este. Habría tiempo
para ese tipo de amor, más tarde, se consoló, mucho tiempo.

Como si sintiera su intención, sus ojos se abrieron, su iris translúcido como las más
finas gemas de aguamarina. Todavía más que media dormida, ella lo miró
fijamente.

-¿Adrian? ¿Qué estás haciendo aquí? -Él le dedicó una sonrisa lenta e indulgente.

-Viajar contigo, querida, en nuestro viaje de luna de miel.

Ella frunció el ceño ligeramente como si estuviera perpleja. Luego llevó una mano
a su mejilla, acariciando su piel de un modo que le hacía doler el cuerpo de deseo.

-Áspero. Tienes que afeitarte -observó, con voz curiosa, como si no se hubiera dado
cuenta de que sus bigotes habían crecido.

Su sonrisa se ensanchó ante su comentario extrañamente inocente.

-Lo haré más tarde, querida. Ahora vuelve a dormir. Estás soñando.

Fue su turno de sonreír.

-Por supuesto que sí -le dijo-. -¿Cómo podría hacer esto?

Ella frotó con el pulgar su labio inferior. Él tuvo que refrenar el impulso de besar y
meter su dedo en su boca.

-Eres tan hermoso -murmuró, y luego con una profunda inhalación de aire, su
mano cayó de nuevo en su regazo.

Acurrucó de nuevo el rostro contra su hombro, profundamente dormida.

Rígido con la necesidad, Adrian levantó la cabeza y cerró los ojos con un gemido.
La sostuvo durante las dos horas siguientes hasta que el coche finalmente se
detuvo.

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El atardecer estaba coronando sobre el horizonte en un resplandor naranja y


magenta. Una casa de campo de ladrillo rojo con hiedra verde sana creciendo en
sus paredes se elevó a través de un patio modesto. La casa pertenecía a un amigo
de Adrian, que estaba de vuelta en Londres, sin duda todavía en las fiestas de la
boda ahogándose en champán. El uso de la casa era un pequeño regalo de bodas y
donde pasarían la noche.

-Jeannette,- dijo,- despierta.

Él la sacudió ligeramente.

-Jeannette-. Ninguna respuesta. -Despierta, querida.

Él la empujó de nuevo, enderezándola en una posición vertical a su lado.

-Estamos aquí.

Sus ojos parpadearon.

-Hmm? ¿Aquí? ¿Dónde es aquí?

Él sonrió de nuevo. Si mantenía este tipo de comportamiento, su luna de miel


podría resultar sorprendentemente divertida.

-Nuestro alojamiento para la noche. Sal ahora.

Ella parpadeó otra vez, sacudió la cabeza ligeramente como para despejarla, luego
lo miró con los ojos entornados.

-¿Su gracia?

-¿Sí?

-Por favor, dígame ¿cuál es mi nombre?

Sus labios se curvaron.

-¿Tu nombre? Quizás no debería haberte dejado dormir tanto tiempo, después de
todo. ¿Cuál te imaginas que es tu nombre?

Ella arrugo su frente rubia.

-Por qué no me lo dices primero, entonces decidiré si estamos de acuerdo.

Adrian le siguió la corriente. ´

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-OK. Tu nombre es Jeannette Brantford Winter, duquesa de Raeburn. ¿Te satisface


esto dormilona?

Un temblor visible la atravesó. Luego, al cabo de un momento, plantó una sonrisa


en su rostro que parecía casi forzada en su brillo.

-Por supuesto. Sólo quería oír a alguien decirlo. No es cada día que una chica se
convierte en duquesa, ¿sabes?

Su propia sonrisa se atenuó ligeramente ante su orgullosa observación, pero


decidió dejarlo ir. Salió del coche y se volvió para levantar una mano.

-Venga, Su Gracia. La noche nos espera.

Silenciosamente, su nueva esposa puso su mano en la suya y salió del coche.

Se sentaron para una cena ligera en un pequeño pero atractivo comedor en la parte
trasera de la casa. Candelabros de plata llenos de velas encendidas de cera de
abejas fueron arreglados para disipar la oscuridad. Desde el pintoresco jardín
inglés que yacía justo más allá de las ventanas entreabiertas, entraba un
embriagador perfume de rosas para perfumar suavemente el aire. El suave sonido
de las criaturas nocturnas añadía una suave música natural.

Violet miró a su plato de sopa de pepino frío, la tensión tensando sus nervios
haciéndola apenas consciente de la agradable atmósfera que la rodeaba.

Era su noche de bodas.

Cerró los ojos por un segundo al pensarlo. No tenía ni idea de qué esperar, ni idea
de lo que Adrian esperaría. Los actos íntimos de hombres y mujeres eran en gran
parte un misterio para ella. -Aunque a lo largo de los años había leído ciertos
pasajes intrigantes en antiguos textos griegos y en latín a los que no se suponía que
las mujeres correctamente criadas tuvieran acceso,- que habían estimulado los
elementos más básicos de su imaginación. Sin embargo, la mayoría de los libros le
habían dejado más preguntas que respuestas.

Ciertamente, su madre no le había dicho nada de tales asuntos delicados. No en el


pasado o el día de hoy, un día que ninguno de ellos se había dado cuenta de que
sería el día de su boda. Emocionalmente, ella estaba, como había sido tan a
menudo a lo largo de su vida, por su cuenta.

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Después de un momento de silencioso auto-castigo, Violet inclinó su mano, la que


sostenía la cuchara de sopa, para que no temblara mientras se llevaba un bocado
de sopa a la boca. El líquido se sentó como pasta contra su lengua antes de que ella
lograra tragar. No era culpa del cocinero, se dio cuenta, ni de la sopa. Simplemente
no tenía apetito.

Ella comió un mordisco más por cortesía antes de dejar la cuchara a un lado.

Sabía que debía decirle algo a Adrián, sonreír e comenzar algún tipo de
conversación fascinante. Jeannette seguramente ya estaría divagando, agasajándolo
con una de sus historias ingeniosas o con el último chiste. Pero, por mucho que lo
intentara, Violet no podía pensar en nada que fuera remotamente interesante de
decir y temía que lo mejor que pudiera hacer sería decir unas cuantas frases torpes
e incómodas. Decidió que sería más seguro mantener la boca cerrada.

Adrian terminó su sopa, dando permiso a un lacayo cercano para que limpiará,
luego sirvieron el siguiente plato.

Un precioso pescado blanco acompañado de una cremosa salsa de eneldo y una


selección de verduras tiernas de verano fue servido. Violet aceptó raciones de cada
uno, luego miró su plato como si de alguna manera pudiera infundirle el valor que
necesitaba. ¿Por qué no podía estar tranquila como Jeannette? se lamentó. ¿Por qué
era tan difícil para ella hacer lo que le era tan fácil a la mayoría de la raza humana?

-Tal vez el rodaballo sea más a tu gusto que la sopa -dijo Adrian.

Su mirada voló hacia arriba para encontrarse con la suya. Maldijo interiormente
cuando sintió una oleada de rubor subir a sus mejillas.

-Oh, la sopa estaba bien. D-delicioso, de hecho.

-Ah, tan deliciosa que noté que apenas tomaste dos mordiscos.- El humor suavizó
su tono.

Ella se sonrojó de nuevo.

-Parece que no tengo mucho apetito esta noche, lo confieso.

-¿Te confieso algo también?

Ella asintió.

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-Yo tampoco tengo hambre. Sin embargo, creo que ambos debemos tratar de
consumir un poco de esta excelente comida que el cocinero de Armitage nos ha
preparado. De lo contrario temo que nos encontremos con poca amenidad del
personal de la cocina mañana.

Ella abrió los ojos. Tan sorprendida que algunos de sus nervios se derritieron sin
que ella se diera cuenta. Por supuesto, Jeannette nunca habría tolerado tal
insolencia de los criados, mucho menos se hubiera preocupado por sus
sentimientos. Pero Adrian parecía considerar tales asuntos comprensibles, incluso
importantes, así que tal vez no lo consideraría extraño si su nueva esposa lo hiciera
también.

-¿Crees que Cook nos sirva un té frío?

-Oh, definitivamente. Y bollos quemados también, a menos que tomemos


precauciones ahora para asegurarnos su buena voluntad.

Violet consideró su declaración, luego tomó su tenedor.

-Lo mejor es intentarlo, entonces, antes de que se enfríe.

Adrian levantó su propio tenedor.

-Estás en lo correcto.

Ella se las arregló para comer la mayoría de la comida en su plato. La primera


comida real que había consumido desde temprano en la mañana. No había comido
nada en la recepción más que un simple bocado de pastel obligada por las
exigencias de la tradición. Mientras tanto, Adrian la entretuvo con una
conversación ligera y poco exigente. Encontró para su sorpresa que era capaz de
mantenerla y ofrecer uno o dos comentarios propios. Por un momento, olvidó su
temor anterior y simplemente disfrutó de estar en su presencia.

Los platos fueron despejados. El café servido. Junto con un trago de brandy para
Adrián. Ambos rechazaron el postre que se veía delicioso.

La habitación se quedó en silencio mientras la conversación terminaba por sí


misma. Adrian se relajó en su silla, observándola con ojos repentinamente
pensativos.

Ellos estarían bien juntos, decidió, mientras un trago de licor calentaba su


garganta. Él no la amaba, admitió. Tampoco esperaba que ella lo amara. Pero eso

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estaba bien. El amor era ridículo. Una emoción destructiva y egoísta mejor dejada a
los tontos y a los poetas medio locos. ¿Acaso sus propios padres no habían sido
ejemplos perfectos de eso? Casados por amor, habían pasado los veinte años de su
vida matrimonial, discutiendo como mercaderes sobre todo -real o imaginado-
hasta la muerte prematura de su padre en un accidente de caballo cuando Adrian
tenía sólo diecinueve años.

Durante su juventud, su madre se quejaba constantemente de los asuntos


indiscretos de su padre y de infidelidades hirientes. Su padre había gruñido que su
madre era fría y sin corazón, que conseguiría más respuesta de una piedra. ¿Qué
otra cosa podía hacer un hombre que buscar otro consuelo? Su había defendido su
padre. Sin embargo, de alguna manera sus padres habían logrado producir seis
hijos: él mismo, sus cuatro hermanas y por último su hermano, Christopher.

Todas sus hermanas estaban casadas. Felices o no él no lo podía decir. Ciertamente


dieron todas las pruebas de que preferían estar casadas. Proclamando sin piedad
en los últimos años que el tiempo se le estaba pasando y debía encontrar una
esposa y llenar el cuarto de niños. A los treinta y dos años, finalmente había cedido
a la pelea.

Si sus padres pudieron producir herederos mientras se detestaban el uno al otro,


entonces suponía que él también podía hacerlo, con amor o sin él.

Jeannette era hermosa, de eso no había duda. La observó mientras se sentaba


radiante y dorada a la luz de las velas. La hija bien educada del Conde de
Wightbridge, cuyo pedigrí remontaba al Conquistador mismo. Estrictamente
hablando, sus linajes eran mejores que los suyos. Su madre era francesa.

No más que la hija de un conde menor que había tenido la sabiduría de abandonar
Francia pocos años antes de la Revolución.

Jeannette había sido el premio inalcanzable que cada hombre había deseado
durante las dos últimas temporadas, a pesar de la falta de fortuna de su familia. La
había deseado, y la había ganado. El deseo físico sería suficiente, se aseguró
Adrian. Era suficiente para la mayoría de la gente de su clase, lo sabía. Y una vez
que ella le hubiera dado un heredero y un por si acaso, como decía el dicho, podía
seguir su propio camino, discretamente, si ese era su deseo. Y él lo haría.

Mientras tanto, temía que estuviera en un maldito paseo. Su novia, se estaba dando
cuenta, podría ser tan voluntariosa e impredecible como una tormenta eléctrica.

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¿Cuál era el propósito de su reserva poco característica esta noche, por ejemplo?
Ella se comportaba más como su gemela que como ella. Tal vez debería haberse
hecho un favor y haberse casado con la otra hermana en su lugar.

Ahora, ¿de dónde salió esa idea? Se preguntó sorprendido.

Violet, un nombre pintoresco que igualaba a la joven tímida y modesta que lo


llevaba. Ella era tan bella como su hermana gemela detrás de los anteojos ocultos
que llevaba. Pero tan incómoda y reservada que apenas podía pronunciarle un
saludo la mitad del tiempo.

Había llegado a conocerla un poco durante su compromiso con Jeannette. La había


tratado ligeramente en una o dos raras ocasiones. Tenía una mente inteligente,
había descubierto, y un corazón amable. La había encontrado junto al río que
bordeaba la finca de sus padres una tarde de la primavera pasada, llorando por un
saco de gatitos ahogados. Había estado tratando de darle vida a una que aún vivía,
dándole aire en su boca diminuta y su fría nariz rosada cubriéndola con sus
propios labios. La escena le había apretado el corazón; Aborrecía la crueldad de
cualquier tipo, particularmente cuando se hacía a animales o niños. El pobre gatito
murió poco después. Había ayudado a Violet a enterrarla y a sus hermanos debajo
de un árbol cercano, le había dado su pañuelo para que se secase las lágrimas
después. En silencio, habían caminado juntos de regreso a la casa.

En ese momento le había gustado, le había gustado mucho. Pero incluso si él no


hubiera estado ya comprometido, casarse con ella era algo que nunca habría hecho.
Necesitaba una mujer confiada y segura. Una compañera preparada. Que no
tuviera miedo de asumir el mando, de sí misma o de los demás. Necesitaba una
mujer que pudiera ser su duquesa, no que se escondiese asustada. No, Violet
Brantford, por más dulce que fuera, simplemente no era material para ser duquesa.

Miró a Jeannette, su novia. Ella sonrió de nuevo, mirando completamente a sí


misma. Había hecho la mejor elección, decidió, con reservas o no. Se reprendió por
sus pensamientos descarriados. ¿Qué había estado haciendo, pensando en su
hermana? No tenía absolutamente nada que pensar acerca de Violet, en cualquier
caso solo de forma fraternal. Ahora eran hermano y hermana. En el futuro, se
aseguraría de que su mente nunca se desviara de nuevo en esa dirección.

Jeannette cubrió un pequeño bostezo con su palma.

-Perdóname.

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-No, está bien, querida. Ha sido un día largo y lleno de acontecimientos. ¿Por qué
no te retiras por esta noche? Me quedaré aquí y terminaré mi coñac. -Él levantó su
copa, giró el oscuro líquido ámbar dentro, sus ojos oscurecidos e intensos. -Me
reuniré contigo en un momento.

Los nervios de Violet volvieron a la vida de un súbito golpe como si fueran


cuerdas de arpa, y él hubiera extendido la mano y arrancado una, dejando que
resonara dentro de ella. Si ella había tenido alguna duda de dónde Adrian
planeaba dormir esta noche, no la tenía más. Por supuesto, no era la parte de
dormir lo que realmente le preocupaba. Era ese misterioso "otro" que la hacía
temblar. Sin embargo, ella lo amaba, así que ¿qué tan mal podría ser?

Con las piernas temblorosas se puso de pie, silenciosamente se excusó y salió de la


habitación.

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Capítulo cuatro

Media hora más tarde Violet estaba sentada frente a un pequeño tocador con
espejos en un alegre dormitorio de rayas verdes y blancas. Su largo cabello estaba
pulcramente cepillado y se lo había dejado atado a la espalda, atado lejos de su
cara por una simple cinta blanca. Su camisón era blanco también. Pero si la
costurera había querido decir que la prenda era virginal, la mujer tenía aún más
necesidad de anteojos que ella misma.

Hecha de una seda transparente, el vestido sin mangas le colgaba hasta los tobillos
pero escondía poco en su camino hacia abajo. El corpiño era el más revelador de
todos, formado de un delicado encajé irlandés que se aferraba a sus pechos
desnudos, suaves y transparentes como la luz de la madrugada. Violet no podía
creer que Jeannette hubiera comprado una prenda tan escandalosa o que su madre
la hubiera dejado.

La mortificación instantánea fue su primera reacción cuando su doncella, Agnes,


sostuvo el vestido para que ella se deslizara en él y Violet se dio cuenta de que
podía verse a través del material a la criada de pie al otro lado. Casi se negó a
ponérselo. Entonces surgió en ella el sentido común. Si se negaba a ponerse el
camisón de noche, su reacción podía alertar a la criada sobre ella. Conocía la
manera en que a los sirvientes les gustaba chismear. Curiosos, podrían empezar a
notar otras pequeñas cosas sobre ella. Cosas que la distinguirían de su hermana, y
antes de que ella lo supiera, su secreto sería revelado.

Afortunadamente Agnes era nueva. El personal de Adrián sería nuevo para ella, y
ella para ellos también. Sin embargo, todo el mundo necesitaba creer que era
Jeannette, desde su mayordomo hasta su arrendatario más joven. Y hacer un lío en
su noche de bodas por negarse a usar el camisón que supuestamente había elegido
ella misma no era la mejor manera de comenzar.

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Así que mientras Agnes esperaba, dispuesta a ayudarla a entrar en el embarazoso


camisón nocturno, Violet dejó a un lado sus objeciones y levantó obedientemente
sus brazos. Una vez vestida -si pudiera llamarse así- se sentó y dejó que Agnes le
cepille y arreglara su cabello. Unos minutos más tarde, la doncella salió de la
habitación, por la puerta dejando un suave y fatalisto clic a sus espaldas.

Violet empezó a caminar. ¿Cómo podía permitir que Adrian la viera así? ¿Qué
pensaría él? ¿Podría no estar tan escandalizado como ella? Seguramente incluso se
negaría a verla en tal prenda. Por otra parte, ella no sabía mucho acerca de
camisolas. Tal vez cuando las mujeres intimaban con hombres no llevaban ropa
alguna. El rubor le escaldó las mejillas, ardiendo allí ante la impactante idea. Violet
caminó más rápido.

Por lo menos el traje vino con una bata, pensó. No es que el corte de la prenda
exterior del mismo material revelador que el camisón fuese toda una gran mejora.
Pero al menos tenía mangas largas y botones. Entonces se le ocurrió un nuevo
pensamiento. Más de un camisón debió haber sido empacado para Jeannette. Tal
vez uno de los otros estaba más modestamente cosido. Quizás uno de
agradable algodón opaco como el que estaba acostumbrada a llevar a la cama.

Una búsqueda rápida del baúl, sin embargo, rompió sus esperanzas, los camisones
que descubrió en el interior eran tan malos como el que estaba usando. Y en un
caso particular, hecho peor con más encajes, menos seda, y teñido de un tono de
rojo, que hasta el diablo habría enrojecido al verlo.

Violet miró alrededor de la habitación, tirando del traje con más fuerza en torno a
su cuerpo. Sus ojos se posaron incómodos sobre la gran cama que estaba a su
derecha, los cobertores doblados en clara invitación. ¿Debería subirse y esperar a
Adrian ahí? ¿Parecería una acción de este tipo demasiado osada? ¿O debería
sentarse en el pequeño sofá cerca de la chimenea, e intentar una postura casual?
Ninguna opción parecía buena. ¿Además quién creía que era ella, después de todo,
una Caro Lamb para Adrian lord Byron?

Normalmente habría leído un libro hasta que se quedará dormida. Pero había
dejado la novela que estaba leyendo en su mesa de noche en casa, medio acabada.
Qué lástima. Era probable que nunca se enterara de cómo la historia había
terminado otra historia muy entretenidamente contada de la inteligente autora
Jane Austen. Era algo inevitable que a Jeannette no le importaría nada el libro. Con
toda probabilidad, su hermana perdería el libro de Violet en algún lugar entre

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Portsmouth y Roma, un accesorio conveniente que llevaría consigo, y luego lo


dejaría distraídamente sobre una mesa o un asiento del coche.

Violet caminó hacia delante y hacia atrás, hacia delante y hacia atrás, sobre la
alfombra de lana, bajo sus pies resbaladizos. ¿Qué había hecho? ¿Cómo iba a ser
capaz de mantener esta charada? ¿Sabría Adrian cuando la viera que era un
fraude? ¿Cuándo la besara? ¿Sentiría que no era la mujer con la que él creía se
había casado? ¿Se daría cuenta de que no era Jeannette? Ese era su verdadero
miedo. La verdadera razón por la que temblaba incluso ahora. No tenía tanto
miedo de lo que Adrian haría con ella esta noche en la cama, aunque eso era algo
que definitivamente tenía que considerar, pero más temblaba por temor a lo que
pudiera descubrir.

Un ligero ruido resonó en una puerta que ella no había notado antes. Se abrió
silenciosamente y Adrian pasó a través de ella.

Su tiempo de solitaria reflexión había terminado.

Contuvo la respiración mientras lo observaba cerrar la puerta y luego volverse


hacia ella. Vestido con una larga túnica de terciopelo marrón oscuro, cuyo color
casi igualaba sus ojos, era alto y poderoso, magnífico como una estatua griega. Su
cabello negro grueso y corto estaba recién cepillado y húmedo en los extremos por
el lavado. Su cara nuevamente afeitada por tercera vez en ese día. Sólo mirarlo
dolía, era tan dolorosamente guapo.

Bajó la mirada hacia el suelo y se sobresaltó al ver que sus pies estaban desnudos.
Largos y bien formados con uñas perfectamente recortadas, unos finos pelos
negros sobre los dedos de los pies, los suyos eran los primeros pies adultos que
había visto. Ni siquiera su hermano y su padre caminaban descalzos, siempre
vestidos con medias, zapatillas o zapatos. Al ver los pies de Adrian, tan
masculinos, tan desnudos, despertó en ella una agitada sensación de conciencia,
junto con una peculiar sensación de intimidad.

Tragó saliva y unió sus manos frente a ella. Luego cruzó los brazos sobre sus
pechos, después de recordar el escaso estado de su atuendo. Ella se movió
incómoda y rezó para que no notara la indecente transparencia del vestido.

-Jeannette -dijo, extendiendo una mano. -Ven acá.

Su tono era suave, gentil, del tipo que un hombre utilizaba para persuadir a una
tímida criatura salvaje. ¿Sabía que estaba asustada? ¿Su timidez innata estaba a

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punto de revelar sus secretos? Dudaba que la verdadera Jeannette fuera tan tímida.
Por otra parte, ella no sabía cómo su hermana se comportaría con un hombre en su
primera vez.

¿Sería esta noche la primera vez para Jeannette? Violet se asustó del pensamiento
deshonroso, pero no pudo evitarlo. Especialmente por la solicitud de su hermana
más temprano hoy, pidiendo que intercepte notas de un individuo llamado Kaye.
Si Kaye era de hecho un hombre -y Violet apostaría un año de su pensión a que lo
era-sabía que no era el primer coqueteo secreto en el que Jeannette se había
comprometido.

Dejando a un lado sus sospechas, se acercó, depositando su pequeña y fría mano


en la grande y cálida de él.

Levantó la palma de su mano hasta los labios, le dio un beso en el interior de la


muñeca, como antes.

-Estás temblando -dijo.

-Sí - admitió, oyendo el raro sonido de su voz al decir la palabra. Sus ojos se fijaron
en la piel expuesta por encima del cuello de su túnica, y los pocos cabellos oscuros
que se podían ver hasta donde las solapas de la bata se encontraban.

¿Había más de ese mismo pelo escondido debajo de la bata? ¿Qué más había
escondido allí? Ella se sonrojó ante la idea. Oh Dios.

-No hay necesidad de estar tan nervioso. Todo estará bien.

Hizo una pausa y acarició su mano, dejando caer un beso sobre sus nudillos que no
hizo nada para disminuir su temblor. Tenerlo tan cerca la hacía sentir débil,
estremecida. Olía tan delicioso, a espuma de afeitar y algo más, algo
misteriosamente masculino y único de él. Sus dedos se curvaron dentro de sus
zapatillas.

-Me preguntaba si podría haber algo que te gustaría decirme,- continuó. Ella
frunció el ceño, perpleja.

-No. Yo... no sé lo que quieres decir.

-Vamos, debes tener una idea. ¿No es ésa la verdadera razón de toda esta inocente
timidez? ¿De todos estos inesperados ataques de nervios nupciales que has
sufrido durante el día?

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El pánico se apretó con fuerza su pecho ante sus palabras. Oh, Señor, así que lo
sabía. ¿Pero cómo? ¿Y desde cuándo? Y si lo sabía, ¿por qué había esperado? ¿Por
qué la charada, pretendiendo aceptarla como su esposa? ¿Por qué este íntimo
interludio entre ellos ahora?

¿Había decidido vengarse de ella esta noche? ¿Castigarla de alguna manera física?
¿Había él... -oh, cielos, qué pensamiento- había decidido burlarse de ella, y luego
tomarla en lugar de su hermana? ¿Desechándola mañana, enviándola a casa
mancillada y en desgracia?

Un plan tan deshonroso como aquél no parecía de la naturaleza de Adrian, por


muy enojado que estuviera. Si él supiera con certeza quién era, ¿no se limitaría a
enfrentarse a ella de una manera directa en vez de jugar, como un gran gato
jugando con un tímido ratón? Tal vez no estaba seguro de sus sospechas y
simplemente esperaba a que ella admitiera voluntariamente su culpa.

Él tocó su mejilla con una mano, colocó sus labios sobre los de ella en apacible
posesión y persuasión. Ella gimió, levantó su mano para mantenerse firme,
apretándola alrededor de su muñeca, sólida y fuerte bajo su toque.

Cuando se separó, se retiró sólo lo suficiente para hablar, su aliento causando un


dulce efecto sobre su cara, sus ojos encontrándose con los suyos.

-Puedes ser honesta -le advirtió, grave y sedosamente. -Estoy dispuesto a perdonar
cualquier indiscreción que haya habido en el pasado, siempre y cuando me las
reveles ahora.

-¿I-indiscreciones? -ella sintió que sus ojos se ensanchaban.

-No intentes convencerme de que estas intacta. He oído rumores, perturbadoras


conversaciones, y tendré la verdad de ti esta noche, madam. De un modo u otro,
conoceré la verdad. Si viene de tus bonitos labios, o si tengo que esperar y
descubrirlo cuando te lleve a esa cama. Sin embargo, preferiría oírlo de ti.

Casi se hundió de alivio. Pensaba que no era virgen, o más bien pensaba que
Jeannette no lo era.

Adrian todavía no se había dado cuenta de quién era en realidad. Por ahora su
verdadera identidad estaba a salvo.

Pero la sensación de alivio fue de corta duración mientras su mano bajaba,


relajándose alrededor de su cuello, su pulgar burlándose atraves de su clavícula.

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-Dime,- repitió. Su tono no toleraba ninguna desobediencia.

-H-honestamente, Su Gracia, no hay nada que decir. No ha habido indiscreciones,


independientemente de lo que usted haya escuchado.- Ninguna que ella, Violet,
hubiese cometido de todos modos.

No le había creído. Podía leerlo en sus ojos.

-No ha habido nadie -dijo ella, intentando aparentar una afrenta a su orgullo como
Jeannette lo habría hecho. -No sé quién podría haber esparcido semejantes
mentiras sobre mí. No sé cómo puedes creer falsedades tan descaradas.

Alzó una ceja.

-Así que persiste en este acto, ¿verdad? ¿Insistes en la pureza de tu inocencia


virginal?

Ella se mantuvo firme, tragando su temor.

-Sí.

-No creas que puedas engañarme con esos trucos -dijo él con un aspecto
amenazador -. No tendrás éxito con ellos y sabré lo que has hecho. Ahora, te doy
una última oportunidad. Te prometo que no me enojaré mientras seas sincera.

Ella cuadro sus hombros, aunque se sentía más como un trapo.

-He sido sincera. Se lo juro, su Gracia, no ha habido nadie. Ningún hombre me ha


tocado jamás. Sólo tú.

Sus ojos se endurecieron.

-Muy bien. Tendré que recurrir a un descubrimiento directo, por lo que veo.
Empecemos.

Adrian extendió la mano y, sin más adornos, liberó los botones de su túnica y los
soltó uno tras otro, tras otro. Ella mantuvo la cabeza en alto bajo su toque,
obligándose a no temblar. Él se desnudó arrojando su túnica descuidadamente al
suelo. Ella miró más allá de su hombro mientras él barría con su mirada su cuerpo
y el vestido casi transparente que tenía puesto, avergonzada por lo que ella sabía
debía estar viendo.

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Adrian aspiró con dificultad ante la belleza perfecta que había descubierto, el
deseo lo golpeó entre sus muslos. Querido Señor, ella parecía la mismísima
tentación. Un espíritu sensual traído a la vida. El exótico encaje blanco abrazaba
sus pechos como una segunda piel. Los pezones rosados se asomaban por debajo
de la tela burlándose y atrayéndolo. La falda transparente, era un velo brumoso
que fluía sobre el vientre y la cadera, a través de las largas y curvilíneas piernas,
atrayendo su mirada a la medio oculta parte de rizos dorados que había entre ellas.

Verla tan espléndida y efectivamente exhibida sólo alimentó su ira. Aumentó su


necesidad de destrozar el acto de falsedad que ella insistía en retratar. ¿Inocente?
bha, ella no era más inocente que él.

No había planeado confrontarla. Lo que estaba hecho, estaba hecho. Las mujeres
eran humanas, se había dicho, sujetas a los mismos antojos carnales que los
hombres. Ellas podían cometer errores. Caer presa de las tentaciones de la carne,
dentro o fuera de la santidad del matrimonio.

Sin embargo, cuando se había sentado en la planta baja, a beber su brandy,


abandonándose a sus propias reflexiones, recordó su reticencia durante todo el día.
Su tranquila reserva durante la cena. Las miradas tímidas, medio ansiosas que ella
le había lanzado. Su suave conversación. El caso obvio de nervios nupciales que
surgió en ella cuando le recordó que se le uniría por la noche. Fue entonces cuando
un escozor se desarrolló en él, creciendo, junto con sus oscuras sospechas.

¿Y si había una razón subyacente para su tímido comportamiento? ¿Un motivo


venidero para su timidez poco característica? ¿Una razón por la que ella sentía
debía probar su inocencia? Cierto, podría ser simplemente culpa; Una mujer bien
educada debía venir a su cama matrimonial como una virgen. Ella podría estar
avergonzada. Entonces quizás, había algo más, algo infame.

¿Estaba embarazada?

La idea le hizo sentirse medio enfermo. Ciertamente, no quería el hijo bastardo de


otro hombre como su heredero. Por supuesto, siempre podía negarse a tocarla.
Esperar unos meses para asegurarse de que no estaba esperando un bebe. Pero si
lo hacía, habría habladurías. La noticia de su alejamiento saldría sin importar
cuanto pudiera tratar de ocultarlo. Entonces, por supuesto, había matemáticas
básicas. Cualquiera podría entender el significado de un bebé sano y robusto que
nacía después de sólo seis o siete meses de matrimonio.

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Y al final, pasara lo que pasara, ella seguiría siendo su esposa. Si él descubriera que
ella lo había engañado, él tendría que divorciarse de ella... Arrastrar todo el asunto
sórdido frente a los tribunales, sus compañeros, el mundo.

No, él descubriría la verdad por sí mismo esta noche. La verdad completa.


Entonces tomaría las medidas necesarias.

Severamente, la observó. Ojalá no fuera tan hermosa, tan deseable.

-Nunca te han tocado. Eso es lo que dijiste, ¿no?- Ella pareció sorprendida por su
pregunta, luego asintió.

-No, nunca.

-Entonces tienes que estar sorprendida, querida, pero no te preocupes. Te prometo


que no te lastimaré... - lentamente, deliberadamente, le quitó la cinta blanca de su
cabello, dejando que sus trenzas giraran libremente sobre sus hombros -... más de
lo que debo.

Sus ojos se ensancharon ante su implicación. Silenciosamente, maldijo a su


hermana por ponerla en tal situación. Dejándola aceptar las consecuencias por
acciones que ella misma no había hecho. Ella quería a Adrian. Pero no con ira, no
con mentiras y desilusiones. Entonces no tuvo tiempo de pensar más mientras su
boca caía sobre la suya, sofocando cualquier protesta o resistencia.

Como si estuviera metido de cabeza en un torbellino profundo del que no había


escapatoria, aplastó sus labios contra los suyos. Apasionada, e impacientemente,
sin preocuparse por su supuesta sensibilidad virginal. Se estremeció y se entregó a
la tormenta. Dejándolo tomar lo que él deseaba. Dejándose encajar contra su firme
cuerpo, con los brazos clavados en la espalda como un par de barras de hierro.

-Abre la boca-, exigió, alejándose lo suficiente como para hablar.

Con sus sentidos nadando, ella obedeció ciegamente, sin tener ni idea de por qué le
había dicho algo semejante. Ella jadeó cuando su lengua empujó fervientemente
entre sus labios. Caliente y húmeda, jugaba con su propia lengua de una manera
que dejaba una cálida y roja neblina corriendo por sus venas. Ella jadeó de nuevo,
luego se estremeció de placer cuando su mano se movió hacia abajo, curvándose
sobre su pecho izquierdo. Amasando su carne. Masajeándola. Acariciando con el
pulgar su pezón a través del corpiño del encaje. De ida y vuelta, hacia adelante y
hacia atrás, hasta que se endureció hasta alcanzar un pico rígido y dolorido.

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-Bésame de vuelta,- dijo. -Deja de fingir que no sabes cómo.

Pero Violet estaba más allá del punto de pretender ser cualquier cosa o alguien que
no fuera quién realmente era, y sólo podía responderle con la verdad.

-No estoy fingiendo -susurró ella.

Sus ojos brillaban, no sabía si irritados o con hambre no podía distinguirlo. Él


deslizó una mano en su cabello, manteniendo su cabeza firme para su deleite. Más
lento, con mayor deliberación, ladeo su cabeza, inclinó su mandíbula hacia un
lado. Suavemente al principio, sus labios rozaron los suyos, agarrando y
mordisqueando. Jugando con ella, en ella, en su boca. La empujaba hacia una
danza que creía saber, pero que estaba empezando a aprender.

La besó de mil maneras. Duro y suave. Lento y rápido. Dulce y agudo. Esperando
entre cada toque que ella igualara su movimiento, que imitará su técnica. Pensar
se hizo imposible, actuando puramente por instinto. Ella aprendió a simplemente
disfrutar y ser disfrutada. Y durante un pequeño lapso de tiempo se olvidó de
todo. Consciente de nada más que de los dos, mientras la atraía hacia un adictivo
acoplamiento de labios y dientes y lenguas que parecían extenderse para siempre.
Cada uno de ellos tomando mucho del otro, agradables corrientes de deseo
calientes, húmedas.

Se apartó de repente y la sorprendió de nuevo inclinándose para tomar el pecho


que tenía en su mano tratando de metérselo completamente en su boca. Apenas
podía respirar mientras lamía y amamantaba su carne a través de la delgada capa
de encaje que aún se interponía entre su piel y sus labios. Un parche de humedad
se esparció por el material.

Nunca se había imaginado tal acto. Nunca soñó que pudiera existir tal placer
delicioso y asombroso. Una oscura necesidad que no entendía comenzó a
arrastrarse por sus venas. Un dolor insistente que se formaba entre sus piernas que
la impulsaba, exigiendo más. Más que? se preguntaba aturdida.

Sus ojos se cerraron cuando ella apretó sus dedos en la tela de su túnica. La
sensación la golpeó en ondas prohibidas, rugiendo, estrellándose. Ella se
estremeció y se esforzó por respirar. Sus pulmones bombeaban escasamente un
sonido alto que no reconoció como si fuera suyo, salió de su garganta. Luego él la
mordió, un pequeño pellizco de dientes en su pezón sensibilizado.

-¡Oh! -gritó ella, con el cuerpo rígido de asombro. Ella dio un paso hacia atrás.

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El levanto la mirada hacia su rostro enrojecido, con ojos vidriosos dilatados por el
shock y el despertar carnal.

Si no la conociera mejor, pensaría que estaba genuinamente asombrada por su


último acto. Como si ningún hombre la hubiera tocado jamás de esa manera.
¿Había cometido un error al juzgarla? ¿Era realmente inocente, o simplemente una
maldita buena actriz?

Ella era apasionada, eso era cierto. Sin embargo. Sus besos ignorantes en su afán de
agradar. Podía percibir la cruda necesidad que le rodeaba, esperando ser liberada.

Ya le hacía palpitar como un joven inexperto listo para aparearse con su primera
mujer. No le haría perder el control del juego ahora. No, él no se entregaría a su
estúpido instinto animal olvidándose de su objetivo. Después de todo, eso era lo
que ella querría si estuviera fingiendo. Que él la necesitara más haya de todo y
olvidara sus mentiras.

Suficiente con los preliminares, decidió. Él sabría la verdad, de un modo u otro.

La tomó en brazos y la llevó a la cama. Se quitó su bata, la arrojó a un sillón


cercano, exponiendo su excitado cuerpo desnudo al calor de la habitación. Cuando
se volvió, los ojos de ella eran anchos como platillos. Su expresión era semejante al
horror.

Era tan grande, pensó Violet. Muy masculino. Completamente diferente de ella.
Nunca antes había visto a un hombre desnudo. No tenía idea de qué esperar. Era
impresionante, magnífico, sus largos miembros duros y sus musculosos músculos,
brazos lustrosos, muslos poderosos, caderas estrechas. Como ella había
sospechado, había más del mismo pelo oscuro que había visto antes espolvoreado
sobre su cuerpo. Estaba espoleado de rizos planos y negros sobre su firme pecho,
estrechándose en una delgada línea que casi desapareció mientras corría sobre su
tenso estómago. Entonces el cabello volvió a volverse más pesado, girando
alrededor de sus... partes masculinas.

No sabía cómo más llamar esa porción de su anatomía. Al verlo cubierto de nada
más que la luz de las velas, su corazón saltó dando un solo y duro latido. Ella lo
intentó, pero de alguna manera no pudo apartar la vista. Su mente se agitó
frenéticamente mientras una idea sorprendente apareció en su cabeza.
Seguramente no tenía la intención de... poner eso dentro de ella? Por un lado,
nunca encajaría; Seguramente la dividiría en dos en el intento. Por otro lado...

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bueno, ella no tenía tiempo para pensar en otra cosa, simplemente sabía que
necesitaba escapar.

Tragó saliva visiblemente y corrió hacia el lado opuesto de la cama.

El extendió la mano, agarrando su tobillo para detenerla, y luego se acostó junto a


ella. Su larga longitud, su gran poder aplastante en su intensidad..

-¿Yendo a algún lugar? -preguntó.

Ella negó con la cabeza, aceptando fatalistamente el hecho de que no había dónde
ir. Sabiendo que estaba real y verdaderamente atrapada. Desesperadamente, se
recordó quién era él: Adrian, el hombre al que amaba, el hombre que era su
marido. Ella lo miró a los ojos y se dijo a sí misma que estaría bien. Sea lo que sea
que planease hacer con ella, estaría bien. ¿No?

Él tomó su barbilla entre sus dedos.

-¿Has cambiado de idea? ¿Quieres admitir la verdad ahora antes de seguir con
esto?

Violet se estremeció, deseando de pronto poder decirle lo que quería oír. Sería
mucho más fácil. Pero se negaba a mentir. No sobre esto. Su integridad, su
inocencia, su honor. Había dicho que sabría si era o no virgen. Pronto, entonces,
supuso, se daría cuenta de que decía la verdad. Si solamente no temiera lo que
debía hacer primero para averiguarlo......

Ella negó con la cabeza, en silencio, sus ojos hablando la verdad que no podía
decir.

Su rostro se endureció. Se acercó al dobladillo de su camisón, empujó su mano por


debajo y acarició con sus dedos la piel de su muslo. Instintivamente, apretó las
piernas contra su avance. Él se detuvo.

-Abre.

Cuando ella no lo hizo de inmediato, volvió a dar la orden, esta vez en términos
mucho más gráficos.

-Abre tus muslos.

Ella tembló de nuevo, luego cerró los ojos y se obligó a hacer lo que pidió.

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-No tengas miedo, querida -dijo, dejando caer un beso en sus labios.- Sabes que no
va a doler. Y me encargaré de que encuentres placer.

Entonces Adrian empujó un par de dedos dentro de ella, estaba caliente y húmeda
y apretada. Más apretada de lo que esperaba. Pero eso no significaba
necesariamente algo. Era una mujer pequeña. Tal vez su experiencia anterior había
sido con hombres pequeños.

Antes de que ella pudiera expresar cualquier objeción, comenzó a trabajar dentro
de ella. Acariciando, frotando, moviendo sus dedos en un ritmo ágil pronto
planeando repetirlo con otra parte de su cuerpo. Él alzó la mirada y observó cómo
sus ojos se ensanchaban y ya abiertos comenzaban a hacerse vidriosos. Sus dedos
se curvaron a sus lados, apretando fuertemente la colcha debajo de ella.

La haría jadear antes de que terminara, se prometió. La haría retorcerse de deseo.

Sus pechos se alzaron. Los miró, con los pezones arrugados, rosados como pétalos
de flores bajo su fina capa de encaje. Tiró de la tela. Luego la rasgó, arrancándola
para alcanzar su carne desnuda. Apretó la boca alrededor de un pezón, lo atrajo
profundamente mientras empujaba sus dedos aún más profundamente.

Las caderas de Violet se arquearon sobre el colchón. Estirándose, tratando de


agarrar algo que ella no entendía pero quería sin importar que fuese. Era como si él
hubiera tomado posesión de su cuerpo. Literalmente alcanzando su interior y
asumiendo el control. Su miedo desapareció, cayendo como hojas esparcidas por
un árbol azotado por el viento.

Había hablado de placer. Y oh, se lo estaba dando. Grandes y pesadas olas de


placer. Un deleite tal como nunca había conocido. Los sonidos. Los olores. Sudor
fresco y otros olores, olores desconocidos, tanto sexuales como prohibidos. Debería
sentirse avergonzada. Pero ella no lo estaba, se sentía demasiado atrapada en el
deseo como para considerar tales cosas.

Cuando trasladó su boca a su otro pecho, para complacerlo con el mismo


tratamiento que había dado el primero, ella levantó una mano. Introduciéndola en
la seda negra de su cabello.

Él gimió y murmuró contra su carne.

-Tócame. Tócame.

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Obedientemente, deseando complacerlo mientras la complacía, levantó la otra


mano y lo acarició. Primero su hombro, luego más abajo, sobre su espalda lisa y
desnuda. Él se estremeció y gimió de nuevo. Ella giró la cabeza de lado a lado. Sin
pensarlo, abrió las piernas para permitir más de su irresistible toque.

Luego, abruptamente, él se retiró, quitando sus labios y manos mientras se movía


para levantarse sobre ella. Él plantó sus rodillas entre sus muslos, estabilizando sus
caderas con sus manos. Estaba lista, lo sabía. Húmeda y palpitante, temblando en
el borde mismo de su finalización.

Ahora, pensó, ahora la haría gritar de éxtasis.

Y gritar fue lo que ella hizo. Sólo que no en la forma que él había planeado. La
suya fue una exclamación de verdadera angustia mientras empujaba dentro de un
solo golpe, firme.

Adrian se quedó inmóvil, sin querer creer lo que su cuerpo le decía. Lo que sus
sentidos gritaban.

¡Una virgen! Dulce Jesús, ella era virgen.

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Capítulo cinco

Adrian tembló cuando su cuerpo quedó suspendido sobre el suyo.

Ella se lo había dicho. Una y otra vez. Sólo que él no había escuchado, no le había
creído. Una virgen. ¿Cómo pudo haber estado tan equivocado?

¿Qué de la charla que él había oído, las confidencias compartidas? ¿No eran más
que infames mentiras? Aparentemente sí. No tenía ninguna duda ahora,
recordando cómo había roto su himen hace apenas unos segundos atrás cuando la
había penetrado obligándose a entrar. Incluso ahora aún no estaba completamente
introducido dentro de ella, en su pasaje tan estrecho.

Una lágrima escapó de la esquina del ojo de Violet. Tal vez si no se movía, pensó,
el dolor cesaría. Tal vez si se quedaba quieta, se iría. Seguramente era imposible
que pudiera ser peor?

-Jeannette, lo…lo siento.

Y entonces supo que podía serlo, sus palabras dolían mucho más que el dolor
físico. Oírle llamarla con el nombre de su hermana en ese momento, con él
acostado sobre ella, dentro de ella de esa manera. Era insoportable. Sólo que no
sabía quién era.

Por su culpa.

Así como él no había sabido acerca de que su inocencia había sido suya solo para
dársela. Su culpa de nuevo, suponía. Ella volvió su cara a un lado, otra lágrima
deslizándose sobre su mejilla.

El la besó incesantemente apretando sus labios contra su piel enrojecida. Su cuerpo


sostenido por el apretón de un deseo feroz, insaciado. A mitad de camino entre el
cielo y el infierno. Probablemente debería retirarse, pensó, dejarla en paz. Sólo que
no podía hacerlo. Ahora no. No cuando se sentía tan extraordinariamente
exquisito. No cuando sabía que podía sentirse aún mejor.

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Era su esposa, se dijo. Tenía derecho. El pensamiento hizo que su cuerpo se


endureciera aún más. Además, si él la dejaba ir ahora, nunca volvería a meterla en
su cama. No sin forzarla. Y él no lo quería de esa manera. Lo único que conocía
ahora era el dolor. Necesitaba mostrarle que había más. Necesitaba mostrarle que
podía haber placer también.

-Relájate y será mejor.- dijo.

Ella hizo un pequeño sonido parecido a un chillido.

El bajó una mano para reposicionar sus caderas, luego alivio suavemente el resto
del camino dentro.

Ella gimió.

-Envuelve tus piernas a mi alrededor - instó.

Violet no creía que pudiera. Pero si le satisfacía, que lo hiciera para terminar lo que
fuera que pretendía hacer, entonces supuso que lo cumpliría.

Levantó las piernas y las enganchó alrededor de sus caderas. Momentos más tarde,
él comenzó a empujar. Golpes superficiales al principio, luego más largos. Sintió su
moderación, como si estuviera negando sus propios impulsos en favor de los
suyos.

Ella se aferró a él, deslizándole los brazos sobre sus hombros. Luego le acarició con
las palmas de la mano la fina y cálida piel de su espalda. Se deleitó en la textura
fluida que se le había creado, la intensidad de su tensión.

El anhelo se apoderó de ella de nuevo. Aquella misma carrera encantadora que


había experimentado antes cuando la había tocado con sus manos. Construyendo,
hinchándose, dejando su cuerpo literalmente llorando de alivio. Ondas de
exquisita necesidad pulsaban a través de su sistema. Hormigueando los dedos de
sus pies. Explotando en su cerebro. Doliendo en sus profundidades más
profundas.

Ella gimió.

No por dolor esta vez sino por deseo. Deseosa, dispuesta y lista. Un sonido alto y
delgado flotaba hacia arriba en la habitación.

El aliento de Adrian cálido y pesado le zumbaba en su oído mientras seguía


embistiendo dentro de ella. De repente, su cuerpo se puso rígido y tembló. Su
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cabeza se arqueó hacia atrás, una mirada de intensa satisfacción, casi fiera grabada
en los rasgos de su cara. Un calor húmedo la llenó antes de que él se derrumbara
sobre ella. Sus pulmones bombeando por respirar. Su cara se acunó contra su
cuello.

Ella esperó. ¿Se acabó? ¿Eso era todo? Le parecía que debería haber habido algo
más.

Como si sintiera sus pensamientos, él se apoyó en sus codos. Quitó la mayor parte
de su gran peso, de su pequeño cuerpo.

-No podía esperar. La próxima vez será mejor, te lo prometo.

Saliendo de ella. Menos de un minuto después, salió de la cama.

Ella tiró la colcha encima de sí misma, alto bajo su barbilla.

¿Se iba?

Se oyó el inconfundible sonido del agua, seguido por un suave movimiento. A


continuación, el tintineo ligero de porcelana en porcelana. Agua usada siendo
vertida en la palangana, cambiándola por agua fresca. Con los pasos casi
silenciosos por la alfombra, se dirigió hacia ella, una jofaina de porcelana pintada
con alegres flores amarillas sostenida en una mano.

Se detuvo junto a ella, completamente desnudo y sin vergüenza. Sus largos muslos
expuestos, y esa otra parte innombrable de él, húmeda donde obviamente se había
lavado. Después de una rápida mirada, apartó los ojos.

-¿Preferirías que me ponga mi bata?

Ella no respondió, no podía responder.

Colocando la jofaína en la mesa auxiliar, tomó lugar junto a ella en la cama.

Ella no reaccionó hasta que él extendió la mano para retirar los cobertores. Ella se
aferró a ello, luchando una silenciosa guerra.

-Déjame,- la instó, en un tono suave. Mojó un paño limpio en la jofaína, quitando el


exceso de agua. -Te sentirás más cómodo.

¿Quería lavarla allí abajo?

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El calor inundó sus mejillas, avergonzada de nuevo incluso después de la


intimidad que acababan de compartir.

-Yo... lo haré yo misma, más tarde.

-Será más fácil si te ayudo ahora. Suelta, querida.- Y volvió a darle a los cobertores
otro tirón. -Ya te he visto, ¿sabes? No hay necesidad de este tipo de modestia.

Tenía razón, suponía. La había visto. Y la tocó de una manera que nunca había
imaginado. Jeannette no habría sido modesta. A estas alturas, probablemente
estaría descansando junto a él, relajada como un gatito. Y por mucho que lo odiara,
se suponía que era Jeannette.

Maldita sea, no quería pensar en su hermana. Ahora no. No estando aquí con él.

Soltó las sábanas y dejó que él se las quitara. El shock se apoderó de ella cuando
vio la sangre manchada sobre sus muslos, a través de las sábanas, manchando su
camisón. No se había dado cuenta de que iba a sangrar así. No era extraño que
perder su inocencia hubiera sido tan doloroso.

El paño húmedo estaba frío. Pero no desagradablemente cuando lo puso contra su


carne para borrar la evidencia de su acoplamiento. Cerró los ojos mientras él la
atendía. Su toque eficiente, tranquilo, tierno como una niñera cuidando a un bebé
querido.

-¿Quieres que te traiga otro camisón? -preguntó cuándo hubo terminado. Desechó
el paño en la jofaína de agua.

Ella se miró a sí misma. Observó la blusa rasgada, las faldas ensangrentadas, y se


dio cuenta de que estaría más cómoda con otra prenda. Hasta que recordó la
elección de vestidos disponibles dentro de su baúl.

Ella sacudió su cabeza.

- Mi túnica, tal vez.

No cubría mucho, lo sabía, pero era mejor que cualquiera de las otras
posibilidades.

Él fue a recogerla.

Se tomó un momento antes de ponerse su propia bata, luego caminó hacia el centro
de la habitación, y se inclinó para recoger su túnica. Sin decir palabra, colocó su

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túnica sobre el pie de la cama. Luego recogió la jofaína con su agua de color rosa, y
cruzó hasta la palangana para tirarla.

Aprovechando que se había dado la vuelta, Violet se quitó la ropa de noche


arruinada y se puso el delgado vestido. Abotonó los cinco botones antes de subir a
la cama.

Adrian regresó pronto, ella se puso las mantas hasta la barbilla y las apretó con
fuerza. EL Le apartó un mechón de pelo de su mejilla.

-Debería haberte escuchado, querida. No debería haber dudado de tu palabra. No


volveré a hacerlo. Tienes mi promesa.

Ahora era su turno de sentirse culpable. Se estaba disculpando por suponer que
había mentido, y luego había descubierto que no lo había hecho, cuando su
presencia aquí era una mentira. El creía que era otra mujer. Ella lo había dejado
creer que era otra mujer. Si Jeannette hubiera estado aquí esta noche, Violet estaba
segura de que Adrian no se habría disculpado. No habría tenido ningún motivo
para disculparse, por nada.

-¿Preferirías que durmiera en la habitación contigua durante el resto de la noche?-,


Preguntó.

Sin duda, Jeannette le habría dado las buenas noches y luego le habría dado la
espalda. Probablemente hubiera preferido dormir sola.

Violet levantó los ojos para encontrarse con los suyos. Vio al hombre a quien
todavía amaba. El hombre que aún quería, sin importar lo que había ocurrido entre
ellos. Alcanzando el covertor, ella lo aparto de la mitad vacía de la cama.

El dudó, luego caminó lentamente alrededor de la cama. Mientras ella se acurrucó


bajo, la cómoda almohada de plumas debajo de su cabeza.

Adrian sopló las pocas velas que todavía estaban encendidas y sumergió la
habitación en la oscuridad. Ella lo oyó quitarse su bata, para luego subir a la cama.
Hundiendo el colchon bajo su peso.

Yacían allí de espaldas. Cada uno de ellos mirando hacia arriba al dosel de la cama,
que no se podía ver en la oscuridad.

Después de un tiempo, Violet lo oyó respirar hondo.

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-Lo siento por lastimarte, querida -dijo-. -Lamento no haber sido más amable
cuando podría haberlo hecho. Cuando debería haberlo hecho. Espero que mañana
podamos comenzar de nuevo.

Ella tragó saliva sintiendo un nudo en su garganta y luego se volvió de lado,


acercándose más para acostarse contra él.

Ella envolvió su mano alrededor de su brazo, presionando su mejilla contra su


hombro.

-Vamos a dormir. Es tarde -murmuró.

El levantó el brazo para acurrucarla con más fuerza junto a él, su rostro apoyado
contra el suave calor de su pecho. Su corazón palpitaba bajo su oído. Ella escuchó,
encontrando su ritmo dulce y relajante.

Cerró los ojos y dejó que el sueño la llevara.

Su doncella, Agnes, la despertó a la mañana siguiente cuando apartó las cortinas.


El sol amarillo crujiente fluía por las ventanas como un par de manos sacando a
Violet de su descanso. Ella gruñó y se volvió, hundiendo la cabeza en la almohada
más cercana.

Olía a Adrián, viril y un poco almizclado.

Delicioso.

Sus ojos se abrieron de par en par esta vez mientras los recuerdos de la noche
anterior inundaban su conciencia. Estaba sola en la cama. Se preguntó hace cuánto
tiempo Adrian se había ido.

-Buenos días, Su Gracia -dijo Agnes-. Lamento haberla despertado tan temprano.
Pero su Gracia dijo que quería estar en el camino no más tarde de las ocho en
punto.

Violet se sentó, apartando el cabello despeinado de la cara.

-Hmm.

La chica le dio una mirada como si esperara que Violet lanzara una rebelión.
Probablemente Jeannette hubiera hecho eso. Podía imaginársela volviendo a la
cama después de entregar un mensaje de que el duque podría estar en la carretera
en cualquier momento que quisiera, pero ella iba a dormir.

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Violet no tenía la energía para cualquier tipo de rebelión en la mañana, sin


embargo. La rabia juvenil de su hermana siempre había sido un punto doloroso
para ella. Pretendía ser Jeannette no seguir se reputación, Violet decidió que
frenaría ese rasgo de carácter particular comenzando esta mañana. Que los criados
creyeran que el matrimonio la había cambiado, la había madurado. Con respecto a
esto, Violet estaba segura de que no sentirían nada más que un profundo alivio.

-Tengo su desayuno, excelencia. ¿Le gustaría tomarlo a la cama?

Violet habría preferido cenar en la pequeña mesa cerca de la ventana. Pero sabía
que Jeannette nunca hacía nada, ni siquiera salir de la cama, hasta haber bebido su
primera taza de té.

-Aquí estaría bien, Agnes.

Después de arreglar las almohadas a la espalda de su señora para que Violet


pudiera sentarse cómodamente en posición vertical, Agnes colocó la bandeja en su
regazo. La doncella no dijo una sola palabra sobre el hecho de que Violet no
llevaba nada más que su bata. Tampoco comentó el estado del camisón nocturno
desgarrado y ensangrentado. Sólo quitó la prenda manchada de la silla donde
Violet la había arrojado anoche, y luego se la llevó.

-He preparado su vestido azul de viaje, excelencia. ¿Será eso satisfactorio?

Violet levantó la mirada de la rebanada de tostada que había estado ahogando con
su mermelada de limón favorita-para dar a Agnes una mirada en blanco. No sabía
absolutamente nada de moda. Y aún menos sobre el contenido del guardarropa de
su hermana. Pídanle que cite a Shakespeare o discuta un punto de un hecho
histórico y ella estaría perfectamente a gusto. ¿Pero ropa? Durante una fracción de
segundo, el pánico se interpuso. Los segundos pasaron cuando ella se recompuso
una vez más, reprimiendo la emoción de nuevo.

-Sí, el azul estará bien, gracias. Ahora, me gustaría terminar mi desayuno, si no te


importa.

-Oh, por supuesto, Su Gracia.- Agnes hizo una reverencia. -Volveré dentro de
unos minutos para ayudarle a vestirse.

Violet asintió, recordándose a sí misma que se debía comportarse como su


hermana, luego levantó la tetera para servirse una taza humeante de té. En cuanto
se cerró la puerta, dejó la tetera y cerró los ojos con alivio.

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¿Cómo iba a mantener esa pretensión?

Un día a la vez, se dijo. Un momento a la vez, en realidad.

Casi dos horas más tarde, Violet bajó por la escalera principal, vestida con el
elegante vestido de viaje que Agnes había elegido. Accesorios complementarios
sombrero, guantes y pequeños zapatos de tacón alto hechos de la más suave piel
de cabrito completaban el traje. Efectuando un aire de indiferencia que ella no
sentía en absoluto, Violet actuó como si su llegada tardía no fuera motivo de
preocupación.

Jeannette raramente llegaba a tiempo.

Una pronta aparición -especialmente esta mañana- habría equivalido a admitir que
se hacía pasar por su hermana.

Adrian esperaba en el vestíbulo, listo para partir. Eran casi las nueve.

Ella captó el más breve indicio de un ceño fruncido en su cara justo antes de que él
la viera.

La mirada se aclaró y él sonrió, acercándose para tomar su mano.

-Buenos días, querida -dijo, dejando caer un beso en el interior de su muñeca justo
en el lugar que le gusta-. -¿Dormiste bien?

El hormigueo habitual corrió sobre su piel por su toque, intensificándose mientras


su cuerpo recordaba todos los otros lugares que él había besado y acariciado
anoche. Tomó cada onza de su determinación detener el rubor que amenazaba con
extenderse como una erupción sobre sus mejillas.

-Sí, bastante bien -respondió. -¿Y tú?

-Muy bien.

Sus ojos se encontraron en una larga mirada que lo decía todo, cada uno de ellos
recordando la forma en que se sentía estar en los brazos del otro durante las horas
tranquilas de la noche. Demasiado rápido, Adrian dejó caer su mano, se dirigió a
una pequeña mesa y cogió unos guantes de cuero.

Vestido para montar, era un cuadro de elegancia masculina casual. Camisa blanca
nívea, pantalones de ante, chaleco a rayas blanco y negro, sus botas de Hesse

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pulidas hasta brillar. Su abrigo apretado y de color oscuro mostraba cada


centímetro de sus robustos y anchos hombros.

-¿Supongo que quieres ir en tú montura? -dijo ella, indicando lo obvio.

-No te importa, ¿verdad?"

-No, en absoluto - negó.

Sin un libro para leer y sin compañía, las horas venideras serían largas y
aburridas. Ni siquiera sería capaz de disfrutar del pasajero paisaje. No sin sus
gafas. Pero tal vez viajar sola sería lo mejor. Sola, ella no se vería obligada a
mantener constantemente esta apariencia.

Adrian se puso los guantes.

-¿Lista?

Ella levantó la barbilla en un gesto que sabía que Jeannette habría usado.

-Muy lista.

La mañana se fue convirtiendo en tarde desde que habían partido hacia Dorset y a
la costa sur de Inglaterra. La culpa se deslizó sobre Adrian por tomar la salida del
cobarde, montar en lugar de pasar el tiempo con su nueva esposa dentro del coche.
Pero después de anoche sentía necesidad de algo de soledad. Quizás ella lo
necesitaba también.

¿Cómo podía haber estado tan equivocado en su juicio sobre ella? Estaba
convencido de que sabía la verdad. Recogida en gran parte de las confidencias que
le relacionaban con su amigo Theodore

"Toddy" Markham, un hombre que tenía una habilidad única para saber cosas
sobre la gente que ellos preferirían que los demás no supieran.

La mayoría consideraba a Toddy un petimetre inofensivo que gastaba mucho


dinero en sus ropas y caballos y demasiado poco tiempo en otras actividades más

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sensatas. Pocos se daban cuenta de que había servido como uno de los principales
espías de Gran Bretaña durante la guerra, reuniendo información en el frente
nacional y en el extranjero y pasándolo a los más altos niveles dentro de la Oficina
de Guerra británica. Adrian había sido uno de los pocos elegidos para servir como
un contacto para recibir esa información vital.

Después de sufrir una herida casi fatal en el primer asedio de Badajoz en 1811,
Adrián había sido forzado a renunciar a su comisión y tomar un papel menos
obvio en el esfuerzo de la guerra. Había intercambiado el calor y la sangre del
campo de batalla por el fresco anonimato de los callejones clandestinos y los
oscuros pubs llenos de humo. En tales lugares se puso en contacto con una
variedad de informantes, algunos de un carácter ciertamente desagradable, que
estaban dispuestos a intercambiar información a cambio de dinero o algún favor o,
en ocasiones, por nada más que la gloria del patriotismo puro. Toddy era uno de
los pocos nobles, contentos meramente por servir a su nación.

A lo largo de los años, él y Toddy habían desarrollado un profundo respeto y


afecto el uno por el otro. Es por eso que Adrian le había creído cuando su amigo le
había confiado a regañadientes informes de algunos rumores inquietantes que
había oído acerca de la futura esposa de Adrian. Aunque las advertencias de
Toddy habían llegado un poco tarde, Adrian le aseguró que podía manejar la
situación, cualquiera que fuera.

Bueno, ciertamente lo había manejado anoche, pensó Adrian con una triste mueca.
¿Cómo pudo él, y la información de Toddy, haber estado tan drásticamente
equivocados? Mercury, su caballo castrado gris, bailaba unos pasos de reojo sobre
la autopista de peaje de grava, asustado por una bandada de palomas torcaces
rojas que pasaban cerca. Sin la más remota concentración, Adrian retuvo su
montura bajo control, y la suave presión de sus rodillas contra el lado de Mercury
fue suficiente como para tranquilizar al corcel y devolverlo a su camino hacia
delante.

Cogió a Jeannette observando el cuadro a través de la ventana del carruaje.


Levantó una mano en saludo. Ella asintió con la cabeza, luego bajó los ojos y se
volvió.

Todavía estaba molesta, suponía, acerca de su elección de destino. Otra marca


negra en su pizarra. A pesar de pensar en ello, no podía recordar su voz diciendo
una sola palabra despectiva desde la boda sobre pasar su luna de miel en Dorset.
Extraño que.... Hasta ese momento, ella había hecho poco, pero antes se quejaba y

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se enojaba. Suspiró al recordar su comportamiento. Como si el viaje cancelado al


continente hubiera echado una plaga permanente en su vida.

Desde la boda, sin embargo, un cambio parecía haberle sucedido, uno de


inesperada serenidad y aceptación. Puede que su padre la hubiera sentado para
una charla significativa en su víspera de bodas. Aunque según sabía de lo que
hacía el conde, parecía improbable. Wightbridge tenía poco interés en cualquier
cosa aparte de su club, el juego y el deporte - la Caza su pasatiempo favorito. El
hombre nunca le había parecido a Adrian un padre terriblemente involucrado. Por
otra parte, tal vez se equivocaba en eso también.

Observó a Jeannette de nuevo por el rabillo del ojo, observando cómo la bonita
pluma que adornaba su capó rebotó mientras el coche rodaba sobre un trozo de
carretera.

Esta noche sería diferente, se prometió a sí mismo. Él usaría una mano más suave
con ella. Tratar de recuperar parte de la confianza de la que había abusado anoche.
No habría nada más que placer y satisfacción cuando la llevará a su cama esta
noche.

Mortificante como era admitir, había perdido el control habitual anoche, allí al
final, de una manera que no había hecho desde que había sido un joven inocente.
Ella tuvo un efecto sobre él que no pudo explicar. Un efecto perturbador. Aunque
había deseado despertarla con besos esta mañana al amanecer, mostrarle que su
reputación de amante experimentado y considerado no era una exageración
después de todo, pero sabía que necesitaba dormir más.

Una virgen. Todavía no lo podía creer.

Un puño de satisfacción apretaba dentro de el ante tal conocimiento,


extendiéndose como lava ardiente por su vientre. No debería importarle, tales
cosas nunca le importaron antes. Sin embargo, sabiendo que era el único hombre
con el que se había acostado, le hacía sentir hambre por ella.

Y ella también lo deseaba. Incluso en su inocencia, no había manera de disimular la


pasión que corría profundamente dentro de su corazón ardiente. El aprovecharía
eso. Persuadiéndola. Acariciándola. Enseñándole todo lo que necesitaba saber y
más. Sonrió, muy ansioso por las instrucciones venideras.

Sus lascivos pensamientos lo hacían moverse incómodamente en la silla,


ondulando sus hombros para disipar la tensión repentina. Frunció el ceño y se

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obligó a pensar en otra cosa. Algo aburrido y tedioso. O algo preocupante, como
los recientes incidentes desafortunados en su propiedad.

La primavera inusualmente fría y el verano húmedo que habían tenido en


Derbyshire estaban haciendo que los ríos y arroyos se agrandaran y se desborden
sus orillas. Varias casas de inquilinos habían sido dañadas en las inundaciones,
obligando a las familias a huir y buscar refugio con sus vecinos y amigos más
afortunados. Tres de sus campesinos habían sido obligados a huir, desamparados,
mientras sus casas eran barridas por completo en las aguas furiosas. Esas familias,
con su ayuda, estaban ahora trabajando para reconstruir sus casas.

Las cosechas en los campos también sufrieron, dejando a muchos temerosos de


una cosecha pobre. Ojalá, los claros cielos por los que muchos oraban llegaran
pronto. Si no, se ocuparía del bienestar de su pueblo este invierno. Incluso si se
veía obligado a importar cereales para compensar el déficit.

Dado eso, él no se había sentido cómodo paseando por el continente, ni siquiera


para su luna de miel. Jeannette simplemente tendría que entender sus
responsabilidades. Las suyas ahora también desde que era su duquesa. Se
embarcaría en una gran gira el próximo año. Visitarían todos los lugares que más
anhelaba ver y unos cuantos más. Hasta entonces tendría que ser paciente.

Él viajaba a caballo, su grupo haría una parada en una posada un rato más tarde
para cambiar caballos y disfrutar de una comida de mediodía calurosa.

Violet bajo del coche al bullicioso patio, aliviada de estirar las piernas y tener algo
de una naturaleza más activa para ocupar su mente. Un par de mozos de cuadra
corrió a ver a los caballos, intercambiando saludos e instrucciones con el cochero y
los lacayos, que saltaron al suelo.

Había estado aburrida sin sentido con nada que hacer, excepto observar el paisaje
borroso pasar y pensar en sus propios pensamientos tristes. Incluso ver a Adrian
no resultó tan entretenido como ella podría haber esperado. Había cabalgado por
delante del coche durante la mayor parte del viaje. Casi fuera de vista,
especialmente su vista, deteriorada como estaba. Su estómago gruñó, su desayuno
de pan tostado y té se había ido hace mucho tiempo. Ella estaría encantada de una
comida.

Consciente de la clase que había llegado, el posadero se apresuró a salir por la


puerta principal. Una sonrisa radiante de bienvenida arrugó sus mejillas enjutas.

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Alto y delgado como un poste, su delantal de la barra envuelto doble alrededor de


su cintura estrecha sobre el jerkin de cuero grueso que usaba. Sobre su cabeza, un
montón de pelo rojizo que parecía lo suficientemente brillante como para encender
un fuego.

-Buenos días, señoría -dijo el posadero-. Y a su señora. Bienvenido a mi humilde


establecimiento. Espero que su viaje haya sido muy bueno hasta ahora.

-Gracias, lo ha sido. Tiene una habitación privada, como manda, ¿no?

-Por supuesto por supuesto. Todo está listo. Si quiere venir por aquí...

En ese instante, sonó un fuerte ruido, seguido por un rugido de pura rabia. Desde
la parte trasera de la posada salió un enorme perro blanco y negro. Corriendo
rápido detrás de él llegó un hombre grande, con la cara roja y agitando un bastón.
El perro habría adelantado al hombre con seguridad si el animal no hubiera tenido
la desgracia de deslizarse sobre un manchón de tierra fangosa en el momento
equivocado. Sus piernas se deslizaron por debajo de él fango, el tiempo suficiente
para que el hombre alcanzara y agarrara su cuello.

El bastón bajó sobre la carne del perro con un espantoso ruido sordo. El perro soltó
un aullido doloroso, tembloroso y encogido incluso mientras luchaba por escapar.
Violet no se detuvo a pensar, actuando totalmente por instinto mientras corría
hacia adelante. Su único pensamiento era evitar el abuso que vio se desplegaba
ante ella.

-¡Para! Deja de hacerlo en este instante -exigió.

El hombre la ignoró y golpeó al perro otra vez. El animal gritó, luego emitió una
serie de ladridos furiosos, mostrando sus dientes y queriendo morder la mano que
empuñaba el bastón.

-Tratas de morderme, ¿cierto?- El hombre levantó su bastón en el aire.

Ignorando el peligro, Violet extendió la mano y envolvió una mano enguantada


alrededor de la base del bastón.

-Dije alto.

El hombre se volvió, con los ojos fríos como la noche ante la inesperada
interferencia. La sacudió tan fácilmente como un mosquito.

-¿Quién demonios eres tú? - rugió. -Quítese. Esto no es asunto suyo.


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Era un bruto fornido, del tipo que probablemente golpeaba tanto a las mujeres
como a los animales. El miedo se apoderó de ella formando un nudo en su vientre.
Se estremeció, pero se mantuvo firme, con su columna vertebral erguida, su ultraje
era demasiado grande para la precaución.

-Estoy haciendo que sea mi asunto. Libera al perro.

-Este bastardo aquí robó mi cena, y le daré exactamente lo que él merece, sin
ningún tipo de consideración por lo que a usted le gustaría.

-Si no estuviera muerto de hambre, estoy segura de que no habría robado nada.-
Incluso Violet, con su visión menos que perfecta, podía ver la terrible condición en
que estaba el perro. Huesos afilados cubiertos de piel negra y blanca, dolía ser
testigo de algo así.

-Es una bestia ladrona, eso es lo que es. Y le agradecería que se ocupara de sus
propios asuntos, mujer.- Sacudió el bastón de nuevo, agitando la mano en su
dirección esta vez.

-¿Y me lo agradecerá a mí también? -interrumpió una voz suave y mortal como un


puño cubierto de seda.

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The Husband Trap – Trace Anne Warren
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Capítulo seis

Adrián se dirigió sobre el trío de hombre, mujer y perro, magnífico como un


arcángel vengador. Incluso el perro detuvo sus apasionados ladridos y cayó en
silencio.

El hombre tenía el buen sentido de tragar. Meneó la cabeza.

-Lo siento, 'eñor, no quería ofenderlo.

Adrian miró hacia abajo por encima de su nariz como si estuviera viendo un
insecto particularmente repugnante.

-Su propia existencia me ofende. Discúlpate con mi esposa.

El hombre tragó con fuerza.

-Perdón, señora.

-Perdón, Su Gracia - corrigió Adrian en un tono duro.

Los ojos del hombre se abrieron, sobresaliendo como si fueran a salirse de su


cabeza. Ahora sabía la importancia de las personas con las que trataba.

-Perdo’, Su Gracia.

-Ahora suelte a ese pobre y desafortunado animal -ordenó Adrian.

El hombre dudó durante un instante, como si estuviera tratando de negarse.


Luego, con un pequeño belicoso fruncimiento de su labio superior, que no pudo
ocultar, hizo lo que Adrian le exigió.

El perro corrió lejos.

-Ahora tu bastón -dijo Adrian.

-¿Mi bastón? ¿Qué quiere con mi bastón?

-Entrégamelo y te lo diré.

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The Husband Trap – Trace Anne Warren
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A regañadientes, el hombre pasó el bastón de sus manos a las manos de Adrián.

Sin revelar un solo indicio de sus intenciones, Adrian tomó el bastón y lo rompió
con elegancia en dos sobre su rodilla levantada.

El hombre jadeó.

Jeannette se sonrojó.

Con indiferencia, Adrian devolvió las piezas.

-Espero que esto sirva para recordarle que un bastón no es un arma. Ciertamente
no una para ser usado en los indefensos. "

-! Me rompió el bastón. Que me costó diez libras.¡¡¡

-Mucho menos, sospecho, de lo que te costará si decido presentar cargos y enviarte


a la cárcel local. Si dices una palabra más, podría cambiar de opinión y hacer eso
mismo.

-¿Por qué? ¿Por golpear a 'una bestia tonta? "

-Por amenazar la seguridad de la duquesa de Raeburn. Aunque yo presionaría por


maltratar al perro también, si creyese que la ley lo castigaría lo suficientemente.
Ahora vete, y no vuelvas a mostrar tu rostro aquí.

El hombre se ruborizó y abrió la boca como si quisiera ofrecer una nueva protesta.
Luego pareció pensarlo mejor, giró sobre sus talones y se alejó.

El posadero se precipitó ha acercarse, retorciéndose las manos.

-Oh, Su Gracia, estoy profundamente apenado por este desafortunado incidente.


Nada de este tipo ha ocurrido antes en mi establecimiento. Yo me ocuparé de que
no reciba ningún servicio adicional de mí.

Adrian inclinó la cabeza.

-El hombre es un problema -continuó el posadero-. "Un soldado, por lo que he


oído, se retiró recientemente. Tiene un mal genio. Supongo que la guerra lo volvió
duro.

-Tal vez.- La brutalidad de la guerra podría dañar incluso a los mejores hombres.
Adrian lo había visto de primera mano, había visto las mentes de los hombres
retorcerse y agrietarse bajo el horror sombrío e implacable de la batalla. Incluso él

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The Husband Trap – Trace Anne Warren
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había sufrido su propia cuota de pesadillas y recuerdos preocupantes a lo largo de


los años.

-Aún así -dijo en voz alta-, no es excusa para azotar a un animal indefenso, sin
importar las dificultades que haya tenido del hombre.

-En verdad -asintió el posadero-.

Adrian se volvió, con la intención de hablar con su esposa. Sólo que ya no estaba a
su lado. Sorprendido y no menos preocupado, puso las manos en las caderas y
escudriñó el patio. ¿En qué tipo de peligro había decidido meterse ella ahora?

La encontró con bastante facilidad, cerca de los establos, donde el perro se había
refugiado. Uno de los mozos de cuadra, -un muchacho de once años, tal vez doce,-
estaba tratando de sacar al animal de detrás de un carro de heno usando el
extremo de la escoba. El perro, encorvado en una bola defensiva, encogido de
miedo, no quería saber nada sobre salir.

-Lo sacaré, milady -le dijo el muchacho con voz ansiosa.

-Por favor dejalo. Sólo lo asustas más de lo que ya esta. -Se inclinó, mostrando una
indiferencia inesperada por cualquier estrago que pudiera llegar a dañar su
elegante atuendo, al parecer sólo interesada en llegar al aterrorizado animal-. Ella
murmuró palabras suaves, bajas y tranquilizadoras. -Estás bien ahora, amor. Nadie
va a hacerte daño. No, no, ya no te harán daño.

El perro no se movió, pero dejó de temblar. Sus ojos ámbar se movieron hacia
arriba para encontrarse con los suyos.

-Está bien. Ven ahora. Ven a mí, muchacho. Estarás bien.

-Jeannette,- dijo Adrian, su voz tranquila, incluso; sin embargo, llevando un borde
subyacente de acero. -¿Qué crees que estás haciendo? Ese perro esta herido,
maltratado. Si no tienes cuidado, te morderá.

-Oh, no me morderá. Es un perro dulce. ¿No eres un perro dulce? - Le dijo al


animal. -Sí, lo eres - estiró una mano, con los dedos enroscados para mostrar al
canino que no representaba ninguna amenaza.

-¡Jeannette!- Adrian se movió para apartarla, pero ella lo evadió, inclinándose más
adentro.

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El perro olisqueó, atrapando su olor. Lentamente, sacó una lengua caliente y


rosada y lamió la parte superior de su mano.

-Ve -dijo-, está bien. Es un buen chico.

La cola del perro golpeó en una onda amistosa. Arriba y abajo, contra el suelo duro
y polvoriento que tenía debajo. Continuó lamiendole la mano, acariciando con su
fría nariz negra su relajada y abierta palma. Luego, poco a poco, se puso de pie, la
delgada cola moteada moviendose como una bandera blanca y negra de tregua.
Salió de detrás del carro para acurrucarse contra las faldas de Jeannette.

-¿Usted vio eso? -se maravilló el muchacho de la cuadra-.

-Si lo vi.- Adrian se relajó, viendo que el perro no representaba una amenaza para
su esposa, sin importar qué tan grande pudiera ser.

A pesar de que tenía el cuerpo delgado, el animal seguía siendo enorme. Sus
mandíbulas eran lo suficientemente grandes como para comer toda la delicada
mano de Jeannette de un solo vocado si ese era su deseo. Su cabeza canina
alcanzaba fácilmente su cintura. Un derivado de un Gran Danes, imaginó Adrian,
y por el collar deportivo también.

-Debe pertenecer a alguien, pero ¿quién? ¿Y dónde debe estar?

Como si el muchacho hubiera escuchado las reflexiones de Adrian, comenzó a


contarles sobre el perro.

-Está extraviado. Ha estado vivendo alrededor de estas partes desde la primavera.


No dejaba que nadie se acercara a él hasta ahora. Ha estado comiendo restos y eso.
Conduciendo a mi jefe, el Sr. Timmons, el chiflado con el que se marcha a revisar la
basura por la noche. Parece que hoy se atrevió a robar el pastel de ese tipo de la
mesa de comedor.

-Bueno, creo que es un perro muy valiente -dijo Jeannette, acariciando la cabeza del
animal, acariciando sus puntiagudas orejas. Los ojos del perro cayeron cerrados en
evidente éxtasis ante su toque. Después de pasar una noche en los brazos de
Jeannette, Adrian sabía exactamente cómo debe sentirse el perro.

-¿Estás seguro de que no tiene dueño, entonces? -preguntó Adrian.

-No, milord. Al menos, ninguno que yo sepa. Si lo quiere, es suyo.

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-Oh, sí, Adrian, mantengámoslo.- Ella giró sus luminosos ojos en su dirección. Ojos
contra cuyo poder, él descubrió, él apenas era inmune. Lo tiraron con una tira casi
mágica.

-¡Qué grande es! -observó Adrian-. -¿Qué harías con él?

Ella sonrió.

-Alimentarlo, por ejemplo, y darle un baño. Huele un poco al corral, ¿no crees?-
Ella arrugó su bonita nariz dando énfasis a su comentario. -Estoy segura de que
será una belleza magnifica una vez que se restaure su salud. Todo lo que necesita
es amor y cuidado.

-Yo hubiese pensado que un perro faldero sería más de tu gusto. Un spaniel o un
poodle jugueton, tal vez.

Hizo una pausa, como si debatía su respuesta, luego se encogió de hombros.

-Bueno, sin duda tienes razón, si estuviera eligiendo un perro. Pero él está aquí y
necesita una casa, sin importar su tamaño. No podemos abandonarlo ahora.
Después de todo, ese villano podría volver y hacerle un terrible daño. No podría
dormir por preocuparme por él si lo dejamos abandonado.

-Quizá si convenciera a una familia de la aldea de que lo aceptara -sugirió Adrian.

-Has oído al muchacho. Ha estado perdido por meses. Si una familia lo quisiera, ya
lo habrían adoptado.

-La señora tiene razón, milord -intervino el muchacho de la cuadra-. La gente


alrededor de aquí cree que 'um grande como él los comería y destruiría su hogar.
Peor que estar ensillado con un par de gemelos de diez libras.

Los labios de Adrian se contrajeron ante la manera colorida de hablar del


muchacho. Su expresión se volvió hacia su esposa. Nunca antes había conocido
que Jeannette demostrara una afinidad particular por los animales. Ese rasgo
específico parecía más de acuerdo con su hermana, Violet, cuyo amor por las
criaturas débiles era evidente para que todo el que lo viera. Sin embargo, tal vez
había vuelto a subestimar a su esposa. Tal vez ella compartiá más en común con su
hermana de lo que imaginaba. Después de anoche, no quería prejuzgar nada de
ella.

-¿Te gustaría de verdad? -preguntó.

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Su rostro se iluminó.

-Oh, sí, de hecho lo haría.

-Parece, pues, querida, que tienes un perro.

-Oh, Adrian -dijo ella, cerrando la distancia entre ellos y arrojándole los brazos a la
cintura. Él la abrazó, miró hacia abajo en sus ojos radiante.

-¿Esto significa que estoy perdonado? -preguntó con voz suave e íntima.

Sus ojos se abrieron, un rubor enrojeció sus mejillas.

Sabía que debía estar pensando en la noche pasada. Sus siguientes palabras la
corrigieron.

-Hmm, por arrastrarme al campo para nuestro viaje de luna de miel.- Ella se relajó,
acomodándose más cómodamente contra él. -Bueno -dijo con lentitud-, eso es muy
dificil de responder, porque todavía estoy muy contrariada contigo por el asunto.
Pero supongo que bajo las circunstancias, debemos sacar lo mejor de nuestra
situación. Sí, Su Gracia, está perdonado.

Él sonrió, observó sus labios en respuesta y casi se inclinó para cubrirlos con los
suyos. Entonces recordó que tenían audiencia. Una audiencia bastante grande,
considerando que estaban de pie en el patio de la posada. Si hubiera sido
únicamente su elección, Adrian habría arrojado las propiedades a un lado y la
habría besado como él deseaba. Pero no sabía cómo su nueva esposa se sentiría con
él por tomarse tales libertades en público.

A regañadientes, la soltó y extendió el brazo.

-¿Tenemos que pasar adentro para tomar una comida?

-Sí, eso sería encantador. Tengo bastante hambre. Pero, ¿qué hay de Horacio?

-¿Horacio?

-Nuestro perro. Horacio es como me gustaría llamarlo. Parece un nombre tan


hermoso y valiente. Y creo que se lo merece mucho después de todo lo que ha
sufrido.

Adrian sonrió.

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-Horacio entonces, querida. Pero tienes razón, no podemos simplemente dejarlo


aquí. -Señaló al muchacho de la cuadra. -Chico, tráenos una cuerda o algo así como
una correa.

-De inmediato, milord.

-Es su Gracia, Robby -corrigió el señor Timmons, bulliciosamente regresando a


examinar. -Este caballero y la señora son el duque y la duquesa de Raeburn, y
usted se dirigirá a ellos correctamente.

Robby tragó saliva.

-Lo siento milord, milady. Yo ... Quiero decir, Su Gracia, sus Gracias. Voy a
conseguir esa cuerda ahora.- Ejecutando una rápida reverencia, Robby salió del
establo.

Adrian hizo una nota mental para dejar al muchacho un buen salario por sus
esfuerzos.

-Y un poco de comida, señor Timmons -dijo Adrian volviéndose hacia el posadero.


-Para el perro. Una mezcla de carne o quizás uno de los pasteles que causó toda la
conmoción. Parece que los prefiere.

Llegaron cerca de la costa de Dorset, temprano en la noche, cuando el sol ascendía


hasta su pico más alto. Más allá, en el horizonte, amplios acantilados caían en una
gran roca que se inclinaba hacia el océano. El agua en sí era un mosaico de azules y
grises. La luz del sol parpadeaba y resplandecía en las olas cubiertas de blanco
mientras rodaban a la orilla. El Canal de la Mancha en toda su majestad y gloria.

Asombroso.

Incluso sin sus gafas, Violet podía decir lo hermoso que era el paisaje mientras el
coche pasaba por el camino de la costa que conducía hacia la finca de Adrián. Los
campos interiores eran de color verde vivo con matorrales de hierba ondulada. Los
pájaros cantores se zambullían en un juego alegre de árbol en árbol, unos pocos
llamaban a las que llenaban sus vientres con el último grano de la noche. Mientras
cruzaban el océano, sus primos amantes del mar buscaban peces. Gaviotas girando
en círculos perezosos y arremolinados, destellos plumosos de blanco contra el cielo
azul penetrante.

Horacio se animó, moviéndose de ventana abierta a ventana abierta a ambos lados


del coche, haciendo una pausa entre colgar de su enorme cabeza, con la boca

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abierta y observar. Violet estaba casi igual. Encantada como un niño, se emocionó
ante el vigorizante sabor de aire salado, su olor dulce y crujiente en sus fosas
nasales.

Violet había estado en la playa sólo una vez antes, en una visita a los primos de su
madre, los Chesters, el verano que cumplió ocho años. Ella lo recordaba
particularmente porque Jeannette no había estado en el viaje, por que estaba
confinada a su cama con la influenza. Un niño enfermo en la casa, su madre
irritada había pronunciado, era más que suficiente.

Así que Violet había sido trasladada a Kent. En lugar de sentir nostalgia, se había
deleitado en la aventura. Todavía podía recordar cómo se había sentido entonces.
La libertad, la diversión de que se le permitiese correr salvajemente en las olas con
los niños Chesters, Jeff y Sarah. Los tres regresaron a casa después de largas, largas
horas, quemados por el sol, con la ropa manchada y goteando, pies y piernas
cubiertas de arena. Los Chesters no los habían regañado. Sólo sacudieron la cabeza
y los enviaron con la niñera para los baños y la cena. Incluso ahora, el recuerdo de
aquellas pocas semanas seguidas seguía siendo uno de sus favoritos, un lugar para
escapar en sus sueños vagos por la tarde.

Jeannette se había puesto muy enfurruñada después del regreso de Violet,


decretando que nunca más quería oír otra palabra sobre la costa inglesa. Tal vez
por eso había estado tan angustiada cuando Adrian le informó que estarían
pasando su luna de miel en la costa sur.

Pero Violet sabía que esta semana iba a ser un regalo raro. Incluso si ella no podía
juguetear en las olas como lo había hecho cuando era una niña. Por esa razón,
tendría que ser muy estricta consigo misma, observando cada reacción para no
revelarse por sí misma. No admiraría demasiado su entorno. "Jeannette" puede
haberle perdonado a Adrian su elección de lugar de luna de miel, pero no se
enamoraría del lugar.

Por la misma razón, tendría que amortiguar un poco de su entusiasmo por


Horacio. Temía que casi se hubiera entregado en la posada. Su hermana toleraba a
los animales siempre que no la molestaran, pero nunca habría luchado por un
animal como lo había hecho ella misma a pesar del aborrecimiento natural de
Jeannette a tal abuso.

Violet alargó la mano y acarició la cabeza aterciopelada de Horacio. Él giró sus ojos
expresivos a su manera y le dio una sonrisa perruna de pura satisfacción, con su

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lengua rosada colgando. Ella sonrió de nuevo al animal, su corazón ahora más
ligero a pesar del peso de sus preocupaciones.

El carruaje enfilo por un largo camino de guijarros y piedras, deteniéndose frente a


una imponente casa georgiana de piedra dorada que ascendía a tres pisos. Adrian
simplemente había dicho que se alojarían en una de las casas de campo de su
familia. Su descripción no había hecho justicia a la residencia.

Para ella, era enorme, cuarenta cuartos por lo menos. Se extendía sobre la tierra
como un enorme gigante. Cristal tras cristal brillaban en la ventana que hacia
destellar la luz del sol. La entrada de los sirvientes estaba al nivel del suelo. Un
conjunto de elegantes escaleras dobles conducían al pórtico principal, acabando en
un estilo palladiano, acabadas con columnas.

Sin embargo, todo eso se convertía en algo insignificante en comparación con las
rosas. Cientos de ellas se aferran al otro lado de la casa, rosadas y exuberantes,
subiendo hacia el cielo en grutas blancas como si quisieran tocar el cielo mismo.

Ah, y la fragancia. Era como estar bañado en una botella del perfume más lujoso
jamás creado. Violet respiró profundamente y cerró los ojos, saboreando la
experiencia.

Era simplemente el lugar más hermoso y romántico que jamás había visto.

Su hermana, pensó, era una tonta. Y no por primera vez, Violet tuvo que admitir
que estaba contenta por el cambio.

La puerta del carruaje se abrió. Horacio saltó, soltando una serie de alegres
ladridos mientras corría dando grandes zancadas de un lado a otro. Ella salió a un
ritmo más tranquilo, permitiendo que Adrian alargase una mano para ayudarla a
bajar los pequeños escalones hasta el suelo, balanceándola los últimos centímetros
sin esfuerzo enrollado un brazo alrededor de su cintura.

-Finalmente aquí -comentó después de que ella estuviera estable-. Ha sido un largo
día de viaje. -Hizo una pausa ante su silencio, como si temiera pronunciar su
siguiente pregunta-. -¿Qué piensas, querida?

Sabía que no debía revelar su deleite. Su hermana no habría estado demasiado


impresionada con la exhibición de belleza natural. Tales cosas le importaban poco
a Jeannette. Pero en ese momento, Violet no podía contener sus verdaderos
sentimientos.

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-Creo que es simplemente encantador.

Los ojos de él se calentaron, pequeñas líneas se dispersaban en las esquinas


mientras sonreía. Un hoyuelo apareció en su mejilla derecha. Ella luchó contra el
impulso de trazar su dedo sobre él, su corazón se paro dentro de su pecho. El amor
se coló a través de ella, se estrelló como las olas del mar fuerte que podía oír
sonando en la distancia.

Ella le había mentido. Su presencia allí era un horrible engaño por el que
seguramente pagaría. Pero en este momento no tenía un solo arrepentimiento. En
este momento, él era su marido y él le pertenecía.

La mirada de sus ojos cambió, con los párpados caídos de súbito deseo. Esperó a
ver si la besaría, justo aquí, frente a la línea de sirvientes que se habían formado al
pie de la escalera principal. Más de una docena de personas esperan a dar la
bienvenida a la casa al amo y la señora.

Deseaba que todos se desvanecieran. Deseaba que ella y Adrian estuvieran solos.

Horacio corrió, introduciendo su gran cuerpo entre ellos en un exuberante


movimiento canino. Rompió el estado de ánimo tan eficazmente como una dueña
regañona.

Adrian arqueó una ceja en divertida resignación.

-¿Vamos, querida?

Ella aceptó el brazo que extendió y lo dejó abrir el camino.

Adrian le presentó primero a los cuidadores regulares de la finca. Los Grimms, una
pareja de ancianos que eran exactamente lo contrario de su nombre, sonrientes y
llenos de buena alegría local. El Sr. Grimm supervisaba los terrenos y el
mantenimiento de la propiedad con la ayuda de dos jardineros y asistentes de
jardineros. La señora Grimm servía como ama de llaves y cocinera, con su propio
personal compuesto de dos personas: Susie, una sirvienta de salón, que era
demasiado tímida para hacer nada más que chillar un saludo, y Cynthia, la
doncella de la cocina, tan redonda y bonita como una recién elegida manzana. El
resto de los criados eran de Winterlea. Josephs, el cochero. Robert y Harry, los
lacayos. Sr. Wilcox, el criado de Adrian. Agnes, la criada de su señora. Y tres
sirvientas adicionales que trajeron para echar una mano dondequiera que pudieran
ser necesarios: Tina, Nancy y Leah.

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Violet se forzó a esconder su timidez natural. No estaría bien asustarse delante de


los sirvientes. Sin embargo, no podía producir esa capa real de autoridad que
estaba segura en que Jeannette se huera deslizado.

A pesar de su rango, Violet se dio cuenta de que los sirvientes eran personas con
vidas y necesidades, esperanzas y aspiraciones bastante separadas de las suyas. En
casa había estado cerca de muchos sirvientes, recibiendo de ellos el tipo de
aceptación y comprensión tolerantes que no había recibido de su propia familia.
Los criados nunca se quejaban de sus formas serenas y estudiosas, nunca criticaban
o ridiculizaban su interés por cuestiones intelectuales como la historia y las
lenguas. La aceptaban por la persona que era y, a cambio, siempre había tratado de
hacer lo mismo por ellos.

Respetando eso, respetando su nueva posición como duquesa, hizo todo lo posible
para saludar a cada uno de ellos con calidez y aprecio. Ella aceptó sus buenos
deseos en su matrimonio, asintiendo gentilmente y sonriendo.

Pronto se hizo evidente que adoraban a Adrian y que harían cualquier cosa a su
alcance para complacerlo. Estaba relajado, amistoso, pero todavía estaba al mando
de una manera que su padre nunca estaba con su propio súbditos. Sabía que
Adrian había estado en el ejército durante la guerra. Un héroe de guerra
condecorado, aunque él prefería no hablar de eso. Se preguntó si era así como
había tratado a los hombres bajo su mando. Si lo habían reverenciado tanto. Ella
sospechaba que lo habían hecho. Sospechaba que habían estado dispuestos a hacer
cualquier cosa, incluso ofreciendo sus propias vidas, por él y su causa.

Las presentaciones se completaron, Horacio hizo ademan de seguirlos mientras


ella y Adrian se dirigían hacia las escaleras. Ella se volvió, el corazón le dolía
cuando se dio cuenta de que no podía llevarlo dentro. Por lo menos no en su actual
condición desaliñada.

-¿Podrían ustedes cuidar a mi perro? -preguntó a los criados. -Necesita un baño y


una buena comida. Luego un paseo mas tarde.

Un largo momento de silencio comenzó cuando todos los ojos se volvieron hacia el
gigante canino de pie junto a la duquesa. Cada uno de ellos calculó las
probabilidades de éxito en el trato con la bestia.

Entonces Robert se adelantó. Un hombre joven y, serio, con ojos color avellana y
cabello castaño recortado.

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-Yo cuidare de él, su Gracia. Me gustan los perros. Tuvimos cuatro grandes 'uns
cuando yo estaba creciendo. Aunque no es tan grande como él.- Asintió mirando
hacia Horacio. -Pero él y yo estaremos bien.

-Gracias, Robert.

El lacayo se adelantó, tomando el collar de Horacio con la mano. El perro


permaneció inmóvil, obviamente renuente a separarse de ella.

Ella se inclinó y alisó las orejas del perro.

-Ve con Robert. No tienes nada que temer. Serás aseado, alimentado y descansaras,
y te veré por la mañana.

Horacio gimoteó como si entendiera cada palabra que decía, infeliz de estar
separado de su salvadora. Pasó otro largo momento, y luego la cola baja,
aceptando, que Robert lo llevara lejos.

Ella se incorporó, consciente de lo que acababa de hacer. Se había puesto efusiva


de nuevo con el animal. ¿Adrian se había percatado de su comportamiento
bastante anti-Jeannette? Levantó los ojos, lo encontró esperando, observando, sin
signo exterior de sospecha en su rostro.

Levantó la barbilla.

-Me gustaría lo mismo-, anunció. -Un baño y una cena tan pronto como se pudiese
arreglar. Me siento muy cansada de tanto viajar.

La señora Grimm se adelantó, a pesar de sus amplias caderas.

-Por supuesto, Su Gracia. Todo será a su gusto. Permítame mostrarle sus


habitaciones.

El ama de llaves subió las escaleras. El duque y la duquesa la siguieron.

Violet tomó su baño, luego dejó que Agnes la ayudara a vestirse con un vestido
adecuado para una comida tranquila y en casa. El vestido era cómodo, una
muselina moteada de amarillo pálido con una falda de color verde mar que su
criada decía hacía que sus ojos brillaran como joyas.

Ella se unió a Adrian, encontrándolo espléndidamente vestido y luciendo muy


elegante en su ropa negra de tarde, llevado a pesar de los parámetros del país.

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Compartieron unos momentos de inconsecuente conversación en el salón antes de


entrar en el comedor.

La señora Grimm se había salido de su ámbito preparando la cena, observo Violet,


en un suntuoso procedimiento tras otro fue presentado para su deleite. Pechuga
asada con salsa de frambuesa.

Pollo y champiñones en un delicada hojaldre. Carne asada y crema de puerros


bebé. Calamares blanco con limón, alcaparras y eneldo. Cada sucesivo proceso fue
servido con una larga selección de acompañamientos, incluyendo un soufflé de
hierbas de queso y berenjenas bebe rellenas. Había ensaladas, salsas y panes. Y
para el postre la señora Grimm había elegido sabiamente, una selección simple de
quesos y fruta fresca.

A diferencia de la noche anterior, Violet comió con un apetito abundante.


Consumía más de lo que solía hacer, principalmente porque estaba tan hambrienta,
pero también, en parte, como un esfuerzo por demostrar su aprecio por el esfuerzo
culinario y la habilidad para su complacer a ella y a Adrian. Ella hizo todo lo
posible por probar una selección de platos que podía comer fácilmente,
encontrando todos ellos igualmente deliciosos.

-¿Dónde encontraste a la señora Grimm? -preguntó, aceptando una taza de café


después de la cena en una delicada taza de porcelana china. -Es una cocinera
excepcional.

Adrian comió un pedazo de queso cheddar de Stilton y una rebanada de pera fina.

-En realidad, ella me encontró -explicó después de tragar-. Cuando compré esta
propiedad hace unos cuatro años, los Grimms vinieron con ella. Un suceso fortuito,
siempre he creído.

-Tengo curiosidad, ¿por qué compraste esta casa? No está en un lugar probable
para una residencia vacacional.- Él arqueó una ceja, y comió otro bocado de pera.

-Probable para algunos, poco probable para otros. A decir verdad, la ubicación es
precisamente la razón por la que la compré. Supongo que no hay nada malo en
decirte, ahora que la guerra ha terminado. Solía hacer una especie de trabajo,
trabajo confidencial, para la Oficina de Guerra. Poseer una casa que mira
directamente hacia el Canal de Francia ofrece varias ventajas. La playa es privada y
muy aislada. Se convierte en un punto de encuentro inigualable en noches
tranquilas y sin luna.

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Violet sintió que sus ojos se abrían. ¿Estaba diciendo que había sido un espía? Qué
extraordinario, pensó, llena de imágenes llenas de mensajes secretos y reuniones
clandestinas. Espías británicos que iban y venían por la playa de Adrian,
probablemente con noticias vitales para el esfuerzo de la guerra. La madre de
Adrian era francesa. Probablemente hablaba el idioma como un nativo. ¡Qué
elección tan perfecta debió ser! Un ex-oficial de confianza y respetado. Un
aristócrata que acaba de poseer una casa en la orilla del mar.

Todavía estaba digiriendo la intrigante revelación cuando él cambió abruptamente


el tema.

-¿Estás segura de que no puede interesarte un bocado de este delicioso postre? -


preguntó.

-No, no, he comido demasiado esta noche como ves. Si consumo más, me temo que
no podré salir de esta silla.

-No te preocupes. Si te quedas atrapada, vendré y te ayudaré a salir.

-¿Sacarme? ¿Estás diciendo que estoy gorda, Su Gracia?

- Cielos, no. En todo caso, podrías hacerte con un pedacito extra de carne en tus
huesos, tan atractivos como son.- El ambiente relajado, la comida agradable y el
papel que estaba realizando se combinaron para hacerla audaz.

-¿Así que no te importaría que aumentara mi circunferencia?- Ella esperó,


encontrándose de repente ansiosa por ver cómo iba a responder.

-Si estuvieras más redonda y ancha que nuestra estimado cocinera, simplemente
me daría más de tu belleza para admirar.- Él sonrió, sus labios se curvaban con un
lento entusiasmo.

Su propia respuesta picara, aceleró su pulso ya inestable.

-Ten cuidado -murmuró-. -Sabes que sólo me daría razones para comprar un
armario completamente nuevo.

Adrian echó la cabeza hacia atrás, rugiendo de risa.

Café consumido, platos consumidos, velas apagadas, la noche avanzó hasta que
pronto era hora de acostarse. Se separaron en la base de la escalera principal, Violet
demasiado tímida para preguntar cuándo o si podría unirse a ella. Apartándose
con un rubor, se retiró por las escaleras.
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Agnes la vistió con otro de los escandalosos camisones. Rosa esta vez, con un
dobladillo de festón y sin encaje, sólo transparentemente fino. Esperó en la sala
contigua a su dormitorio, sentada en un sofá cubierto de seda de damasco.
Normalmente habría encontrado el color encantador. Disfrutando del ambiente de
la habitación decorada en tonos relajantes de melocotón y crema. Esta noche su
mente estaba preocupada por otros asuntos.

¿Vendría él? ¿Ella quería que lo hiciera?

Todavía se esforzaba por encontrar una respuesta cuando Adrian llegó media hora
más tarde, vestido con la misma túnica que había usado la noche anterior.

Un recuerdo la invadió. La rica textura del terciopelo marrón bajo sus manos.
Cómo de cálida y elegante era su piel a su toque después de que se había quitado
la prenda.

Bajó los ojos y contuvo el aliento cuando se acercó.

-¿Quieres un juego de cartas? -preguntó.

Su mirada voló hacia arriba. Seguramente ella lo había oído mal. ¿Cartas?

-Hmm.-Él levantó la baraja que tenía en su mano. -Todavía es temprano. Pensé que
disfrutarías de un poco de diversión.

-Quieres jugar a las cartas -repitió ella, desconcertada.

-Mmm-hmm. Tu elección. ¿Corazones o whist de dos manos?

-Yo ... Yo ... Corazones, supongo."

-Excelente elección. -Sacó un jarrón de flores de una mesa de té redonda de cerezo


que estaba junto a la chimenea sin iluminación. Luego levantó un par de sillas
laterales, tomó asiento y comenzó a barajar las cartas.

-Vamos,- le urgió cuando ella no pudo moverse del sofá.

Totalmente confundida, enmascaró la inesperada punzada de decepción que la


sacudio. Luego se levantó y aceptó el asiento frente a él. Ella levantó la mano y
parpadeó consternada ante la aparición borrosa de la carta.

Sus gafas. ¿Cómo podía haber olvidado que los necesitaría? La había sorprendido
por completo.

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Si entrecerraba los ojos un poco, sin embargo, creía, sólo podía distinguir los
números. Al menos no tenía problemas para distinguir los colores, rojo y negro.
Ella sólo rezó para no mezclar las tarjetas.

-¿Algo malo? -Él alzó una sola ceja oscura.

-No, simplemente estudiando mis cartas. -Estudiándolas mucho, pensó.

De alguna manera logró resarcirse, el juego cayó en un ritmo extraño, de orden.


Aunque él ganó las dos primeras manos, lo derrotó en el tercero, lo
suficientemente relajada como para olvidar la mayor parte de sus dificultades,
mientras se reía de una historia muy divertida que le contó acerca de un vagón de
manzanas y un granjero tratando de escoltar a sus cerdos hambrientos al mercado.

-Mi juego-, declaró, sonriendo triunfalmente mientras extendía sus cartas boca
arriba sobre la mesa.

-Así es.- Adrian echó la mano, anotando los puntos. -Por mi cálculo, tienes veinte
puntos por delante. Exijo otra oportunidad de victoria.

-Muy bien.

-Una bebida primero, sin embargo. ¿Qué quieres, querida?

-Gracias, nada para mí.

-Debes beber algo. Beber solo nunca es bueno.

-Bueno, está bien, si insistes.

Adrian desapareció por la puerta que unía su suite con la suya. Regresó en poco
tiempo llevando un par de copas en forma de cuenco. Él puso una delante de ella.

Miró el líquido ámbar con sospecha.

-¿Que es eso?

-Brandy.- Tomó un sorbo de su copa, luego volvió a sentarse.

-Nunca he bebido brandy. No tengo el hábito de beber licores fuertes, ¿sabes?

-No creía que lo hicieses. Pero me pareció que podrías disfrutar de una pequeña
experimentación.

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Él estaba en lo correcto. Jeannette disfrutaría de tal cosa. Siempre estaba lista para
intentar algo inusual o prohibido. Violet alzó el vaso, le dio un sorbo tentativo. El
olor era dulce pero fuerte y picante.

-No estás tratando de emborracharme, ¿verdad?-, Preguntó.

-Apenas hay unas gotas en ese vaso. Apenas lo suficiente para emborracharse.
Además, ¿qué uso tendría que te emborrachara con licor?

-Para ayudarte a ganar el próximo partido, tal vez.

Adrian se echó a reír, mostrándole una devastadora sonrisa. Bebió otro trago de su
brandy, luego dejó el vaso a un lado y comenzó a barajar las cartas.

Ella olfateó su copa y giró el alcohol, viéndolo correr en riachuelos dentro de la


copa. Su hermana lo intentaría, ella lo sabía. Y se suponía que era su hermana
gemela, después de todo. Ahora también era una mujer casada. ¿Cuál podría ser el
daño, como él dijo, era una pequeña experimentación?

Tomó un trago y se ahogó, su garganta ardía como si una mano feroz la hubiese
envuelto y apretado. Escupió y tosió, luchando por recuperar el aliento.

Adrian extendió la mano, frotando con la palma de la mano su espalda.

-Esta bien ahora, no tanto a la vez.

-Eso es horrible,- jadeó tan pronto como pudo hablar, tosiendo unas cuantas veces
más. -¿Por qué diablos lo bebes?

-No es tan malo. Sólo tienes que adquirir un gusto por el. Toma práctica.

-Hah. Bueno, creo que te dejaré la práctica.

Arregló las cartas que había repartido para sí, luego la atravesó con una mirada de
fingida condena.

-Te haré saber que es el brandy más fino que pudieras encontar. Liberado de las
propias bodegas de Napoleón.

-Todo lo que puedo concluir, entonces, es que tú y el Emperador tienen un gusto


atroz.

Adrian sonrió, saco una tarjeta para comenzar el siguiente juego.

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Violet ganó la primera ronda y extendió su ventaja. Adrian se adjudicó los dos
siguientes, colocándolo unos cuantos puntos por delante. Como una especie de
desafío para sí misma, y para Adrian, tomó un pequeño sorbo de brandy. El licor
se extendió como un confortable fuego dentro de ella, calentando su sangre,
relajando sus músculos. Todavía no le gustaba el sabor, pero quizás no era tan
malo como había pensado originalmente. Tragó otro pequeño sorbo antes de
dejarlo a un lado.

Su turno, sacó la primera carta de la baraja.

-¿Qué sacastes? Te ves como el gato que se ha comido el canario.

-Nunca lo diré,- se burló ella.

El sacó una tarjeta, descartando un cuatro de trébol. Al extender la mano, cubrió la


mano que ella había dejado sobre la mesa, jugueteando con sus dedos. Su piel
hormigueó donde él la tocó.

Tragó saliva y trató de concentrarse en el juego. Ella escogió una tarjeta, y terminó
descartando una que debería haber guardado.

-Creo que estás tratando de distraerme.

-De veras?,- él dijo. -¿Está funcionando?

-Ni un poco.

Pero lo hacia. Su juego comenzó a sufrir a pesar de sus mejores intentos de ignorar
sus propuestas.

El encontró su mano de nuevo la próxima vez que la puso sobre la mesa y tiró
lentamente hacia arriba para presionar un beso en su palma. En lugar de alejarse,
sus dedos se movieron como si tuvieran voluntad propia. Acarició la suave y
limpia piel de su barbilla y mejilla. Él se acarició contra ella, haciendo entrar uno
de sus dedos en su boca.

Su respiración quedó atrapada, las rodillas se volvieron gelatina cuando él giró su


lengua alrededor del dedo. Sus ojos se fijaron en los suyos y la mantuvieron
hipnotizada. Desamparada, lo dejó hacer lo mismo con su siguiente dedo. Y el
siguiente. Ella se estremeció mientras él presionaba besos cálidos en medio de su
palma. Las sensaciones eran devastadoras. Como si la estuviera tocando
íntimamente, no sólo a su mano, sino por todas partes, de repente.

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Embebida y sin aliento, sintió que todo su cuerpo hormigueaba. Las cartas de su
otra mano cayeron a la mesa, olvidadas.

-¿Podemos terminar el juego? -preguntó él con voz ronca. Pasó la punta de la


lengua por la palma de su mano, para terminar plantando un beso contra el
interior de su muñeca. Sus dedos temblaron y se convulsionaron.

-¿Qué juego? -susurro ella.

-Ven acá.

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Capítulo Siete

Adrian sacó a Violet de su silla, con las piernas temblorosas mientras la acomodaba
sobre su regazo.

-Bésame, querida -dijo él-. "Bésame.

Él envolvió un brazo firme alrededor de su espalda, la sostuvo y esperó.

Parpadeó, sorprendida e insegura. Había esperado que él la besara.


Aparentemente estaba dejando el asunto literalmente en sus manos, a pesar de su
obvia necesidad, presionando como estaba contra su cadera. Anoche ella podría
haber encontrado su respuesta física inquietante. Esta noche, descansando cálida y
relajada en sus brazos, con el brandy zumbando agradablemente en su cabeza, ella
sólo quería inclinarse más cerca. Para tocarlo, probarlo, complacida por su
floreciente conocimiento de que la deseaba.

Contempló su bello rostro, sus oscuros y apremiantes ojos. Sus pestañas


revoloteaban mientras estudiaba sus labios. Tan fuerte y masculino, se separó en
anticipación de su toque.

De forma tentativa, vacilante, colocó su boca contra la suya. Suave como las alas de
una mariposa, movió sus labios, cepillándo, deslizándose, absorbiendo las
diminutas ondas de choque que silbaban como luces de luciérnagas a través de su
sistema.

El se mantuvo permisivo, apoyando la cabeza en la silla para dejarla explorar, a su


propio ritmo, a su manera. De alguna manera, ella se olvidó de tener miedo.
Olvidó todas las razones por las que podría estar reacia a dejar que las cosas
progresen entre ellos.

Necesitando el contacto, ella deslizó los dedos en su cabello. Este se rizo contra su
carne. Sedoso, lijero, magnifico. Ella cerró los ojos, abrió los labios y los presionó
con más insistencia contra los suyos. Esperó, deseando que él se hiciera cargo de

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ella, y la arrastrara hasta el remolino como lo había hecho la noche anterior, que la
controlarla, y dirigiera.

Cuando no lo hizo, cuando no fue más allá de los dictados de su propio toque
incierto, se alejó.

-¿Por qué no me besas?

-Te estoy devolviendo el beso.

-No -susurró ella. -Quiero decir, ¿por qué no me besas como lo hiciste anoche?

-¿Es eso lo que quieres? Si lo deseas, debes decírmelo. Estoy completamente a tu


disposición esta noche, querida. Depende de ti encabezar el camino, establecer el
ritmo. Si quieres tomarlo despacio, iremos despacio. Si quieres tomarlo rápido,
iremos rápido. Debes decirme todo lo que deseas, todo lo que quieras.

-¿Y si no sé qué me gusta? ¿Qué deseo?

-Entonces usa tus instintos. Verás que rara vez están equivocados.

Respiró profundamente y trató de desterrar los molestos nervios que amenazaban


con detenerla.

-Bésame.

Ella ordenó esta vez.

El poso sus labios sobre los de ella, lentamente, suavemente.

-No, más fuerte.-respiró.

El la besó con más fuerza.

-Abriendo la boca, como lo hiciste ayer por la noche.

Hizo lo que ella le pidió y envió sus sentidos a tambalearse. Recordando que él la
estaba esperando, se obligó a dar el siguiente paso, tocando su lengua con la suya.
Tímidamente al principio, luego con creciente audacia, enredando su carne con la
suya en un baile tanto húmedo como salvaje. Reconoció sus movimientos, los
emparejó, los labios, los dientes y las lenguas se aparearon en una imitación del
acto más íntimo de todos. Ella se abalanzó sobre él. El tiro de ella hacia si, hasta
que ella se quedó jadeando, temblando. Sus pulmones gritaban por aire cuando se
separaron. Ella descansó su frente contra su mejilla.

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-¿Qué más?- él jadeó, con su aliento caliente en su oído. -¿Qué más te gusta?

Las imágenes aparecieron en su mente. Las imágenes carnales que deberían


haberla hecho sonrojar por vergüenza, pero no lo hicieron. Ella se movió contra él,
inquieta, adolorida.

-Tócame,- susurró ella.

-¿Dónde?

Ella sabía dónde, pero no podía decir las palabras, todavía no, ciertamente no en
voz alta. Pero ella podía mostrárselo. Su cuerpo anhelante la incitaba. Con los ojos
cerrados, tomó su mano, y la colocó sobre su pecho.

-Aquí -susurró ella. -Tócame aquí.

Él ahuecó su carne, la moldeó como si se hubiera formado exclusivamente para su


toque. Él tocó. Acarició. Frotó. La pasión crecía, floreciendo dentro de ella,
exuberante como las rosas que florecieron en las paredes fuera de la casa. Un
fragante calor creció entre ellos, rico en placer, oscuro y prohibido en su intimidad.

El desabrochó la bata, se lo quitó de los hombros, bajándola por los brazos,


dejándolo caer al suelo. Deslizó un dedo bajo la delgada correa que sostenía su
negligé, aflojando el estrecho fragmento de material para que se escurriera hacia
abajo.

-¿Así?,- Constató.

-Sí,- ella estuvo de acuerdo.

Ella gimió cuando sus cálidos dedos tocaron su pecho desnudo, trazando un
camino a través de su piel. La besó, mordisqueando y tirando de el. Burlándose.
Tentándola. Su olor nadó hacia su cerebro, en un vertiginoso deleite. El se apartó
después de un tiempo, midiendo el peso del pecho ahuecándolo con su palma. El
apuntó con un pulgar el pezón tenso.

-¿Aquí?

Ella entendió lo que quería decir. ¿Quería que la besara allí? Ella asintió, dándose
cuenta de que lo deseaba mucho.

Él se soltó un poco de ella retrocediendo y alejándose antes de arquearla sobre la


firme seguridad de su brazo. Él tomó su carne en su boca, amándola con su lengua,

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dientes y labios. Violet gimió, jadeando ante el volátil placer, su cuerpo se ahogaba
bajo las implacables olas de calor y placer. Trató de levantar su mano. Ella
necesitaba tocarlo, pero la tira del camisón en su codo lo impedía.

Al sentir su deseo, su frustración, Adrián levantó la mano, arrancando la tira y


luego arrancó la otra. Se alejó de ella lo suficiente para que el corpiño cayera hasta
su cintura, mostrándola completamente a sus ojos, a su toque.

Violet jadeó. Luego se echó a reír. Segundos después, gimió, sus párpados se
cerraron cuando él inclinó su cabeza hacia su otro seno.

Con las manos libres, le acarició la cabeza, el cuello, trazó la curva externa de su
oreja, instándole inconscientemente a tomar aún mayores libertades. El se agachó,
agarró el dobladillo de su camisón e introdujo la mano. Cuando ella se puso rígida,
se detuvo, alzando su mirada para encontrarse con la suya.

-¿Demasiado pronto?- Preguntó. Deslizándose, suavizando el toque de su mano


ascendiendo sobre su rodilla. Hizo una pausa y comenzó a dibujar círculos
perezosos allí, primero por encima de la articulación, luego por debajo. Arriba y
abajo, como dibujando el número ocho.

Ella tembló y bajó la cabeza.

-No lo sé. Sí. -susurró ella. Ella le besó la mejilla, probó sus labios. Tan dulce, tan
dulce, pensó, con la mente dando vueltas. -Quiero decir, no. No es demasiado
pronto. -Suspiró con anhelo y rendición. -Quiero decir que está bien.

Un pequeño estremecimiento le recorrió el cuerpo. Él aplastó sus labios contra los


de ella, bebiendo de ella, hundiéndolos rápidamente y profundamente en un
mundo donde sólo ellos dos existían. Donde lo olvidaba todo excepto la forma
exquisita en que la hacía sentir.

Su mano se movió, deslizándose más alto esta vez, mientras ponía al azar
delicados besos sobre su rostro, cuello y hombros. Él le acarició los muslos
abriéndolos, metiendo sus dedos por el nido de rizos cortos, para luego, separar su
carne húmeda para su exploración. Y ella lo dejó, enterrando su rostro contra su
cuello, flotando, abruptamente indefensa.

Estaba más allá del habla, colgando suspendida, atrapada dentro de las
sensaciones gloriosas que él estaba encendiendo. Su cuerpo ardía. Caliente. Tan
caliente, parecía que podía ser consumida por las llamas, reducida a cenizas. Ella

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jadeó cuando una áspera y aguda tormenta la agarró. Una urgencia que apenas
entendía la conducía, haciendo que se arqueara y se abriera a él. Apretó la túnica
de él en sus puños mientras la enviaba en espiral hacia arriba, toda su existencia de
repente se puso al borde. ¿Al borde de qué? Se preguntó. Entonces él movió sus
dedos sobre su centro y le dio una maravillosa respuesta, enviándola en picado
salvajemente sobre el limite.

Gritó mientras un placer convulsivo la inundaba. Arrastrándola hacia abajo en un


oleaje tempestuoso amenazaba con ahogarla antes de lanzarla de nuevo hacia
arriba, para arrojarla de nuevo a toda la seguridad en tierra firme.

Jadeando, repleta, se apoyo contra él, con pequeños zumbidos eléctricos resonando
aun en cada terminación nerviosa de su cuerpo. Sin embargo, antes de que ella
tuviera la oportunidad de recuperar sus sentidos, él la estaba impulsando hacia
arriba de nuevo. Conduciendo su cuerpo hambriento de nuevo, codicioso e
incesante en su necesidad.

-No puedo,- gritó, sorprendida por la respuesta de su cuerpo.

-Puedes -insistió él, colocándole una mano en su cabello. Estabilizando su cabeza,


devoró su boca y empujó su lengua profundamente, en el mismo instante en que
acariciaba su centro femenino con un toque perverso y salvaje.

Ella se rompió, gritando su liberación.

Adrian se tragó el sonido, deleitándose con él, sabiendo que él la había llevado con
éxito a la cima. No una vez, sino dos. Se derrumbó contra él, apretando sus pechos
contra él. Tomó uno, delineando su bonito pezón y una vena azul pálida que corría
justo debajo de su lechosa piel. Él podría esperar, se dijo a sí mismo, un poco más.

Sólo estaban empezando.

La dejó tener un minuto o dos para recuperarse, y luego la puso de pie. Él


mantuvo una mano fuerte en su cintura para asegurarse de que no se cayera al
suelo. Su camisón colgaba alrededor de sus caderas, apenas aferrado. Le dio un
ligero empujoncito, lo miró susurrar en una piscina de seda a sus pies.

Adrian se puso de pie y colocó las manos de Violet en el cinturón que llevaba
amarrado en la cintura.

-¿Me ayudarás a desatarlo?

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Ella tembló, vaciló, luego tiró del lazo, ineficaz al principio, pero ganando
confianza con un esfuerzo adicional. Ella deslizo el cinturón ahora sin su nudo. Los
pliegues de su túnica se abrieron, exponiéndolo parcialmente a su mirada.

-Ayúdame con el resto,- la invitó.

Ella lo sorprendió deslizándole las manos por su pecho, por sus hombros, por sus
brazos. Su túnica se unió a su camisón en el suelo. Tomándola de la mano, la
condujo a la cama y los acostó de lado.

El frotó los nudillos sobre su mejilla y le dio algunos besos en los labios. Luego
gimió y rodó sobre su espalda.

Violet yacía a su lado, confundida. ¿Por qué no la estaba besando? ¿Tocándola?


¿Por qué no la estaba tomando como había hecho anoche? Seguramente todavía no
estaba satisfecho. Podía darse cuenta, por la condición vibrante de su cuerpo, que
no lo estaba. Se apoyó en un codo.

-¿Adrian?- El levantó la mano, jugando con los extremos de su cabello.

- Hmm?

-¿No estás ... no vas a ...

-¿A qué?

-Ya sabes. Tu debes querer tomar tu placer también.

-¿Te gusto, mi dulce?

No veía cómo era posible que se ruborizara en tal momento, tumbada


completamente desnuda junto a él, pero lo hizo. Bajó los ojos.

-Sí, tú sabes que sí.- Él sonrió.

-Bueno.

-Pero ¿y tú?

-Te lo dije, esta noche es para ti.

-Pero no puedo ... bueno ... dejarte así.- Ella hizo un gesto hacia su inconfundible
erección. -¿No es incómodo?- Susurró.

-Hmm, pero me las arreglaré.- Hizo una pausa. -A menos que quieras ayudar.

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-¿Ayudar?

-Sí, hazme el amor, querida. Tócame, bésame, todo lo que quieras. Me dejo a
merced tuyo. Mi comodidad, como la llamaste, está literalmente en tus manos.-
Dijo cerrando los ojos.

Violet lo miró fijamente, desconcertada con sus acciones por segunda vez aquella
noche. No había manera de entender a ese hombre esta noche. ¿Tocarlo? ¿Besarlo?
Había supuesto que seguiría haciéndole esas cosas a ella. Y cosas parecidas. Sus
músculos internos se apretaron ante aquellos recuerdos, una nueva oleada de
deseo se abrió paso a través de ella. No había sabido que tales delicias eran
posibles, ni siquiera se las había imaginado. ¿Se sintió deslumbrado cuando lo
había tocado? ¿Podría ella complacerlo como él le había complacido a pesar de su
falta de experiencia?

Adrian esperó en un tormento de necesidad. Temía morir si no aceptaba su


ofrecimiento y tomaba la iniciativa. Cielo misericordioso, ¿qué pasaría si decidiera
acurrucarse junto a él e irse a dormir? Apretó los dientes con una agónica
frustración ante la idea.

Entonces sus oraciones fueron contestadas, sus pequeñas manos frías rozando
experimentalmente sobre su pecho, brazos, hombros. Se obligó a quedarse quieto
mientras el infierno de la necesidad dentro de él se hacía más ardiente, su cuerpo
se estremecía bajo sus caricias inexpertas. Abajo del estómago y los costados, sobre
sus caderas y muslos, rodillas, pantorrillas y tobillos. Incluso le acarició los pies.
Ella lo tocó por todas partes. En todas partes, es decir, pero había un lugar que
dolía por su atención.

El alzo un brazo sobre su cara y se preparo para soportar más de su exquisito


esmero.

-¿Te encuentras bien? -preguntó ella con palabras roncas, sedosas. -¿Te gusta?

Si me gustase más, me temo que me desintegraría aquí en las sábanas. Ojeando por
debajo del brazo, la miró, comprendiendo que no lo entendía completamente, ni
siquiera ahora.

-Sí, me gusta,- dijo con un tono estrangulado.

-¿Entonces lo estoy haciendo correctamente?

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Casi se echó a reír. Ella podría haber dado lecciones a cortesanas entrenadas, su
toque era tan delicioso.

-Sí.

-¿Debo besarte?

-Por favor,- dijo, su tono áspero como grava.

Pero ella no comenzó donde él esperaba, su cabello largo rozó su pecho antes de
que ella separara sus labios sobre uno de sus pezones. Ella trazó la tensa
protuberancia, sus músculos saltando cuando su lengua lo tocó rodeándolo y
dando un golpecito.

Sintió que su confianza empezaba a aumentar mientras se inclinaba hacia arriba


para esparcir besos por su barbilla y mejillas, su garganta y clavícula, antes de
volver a complacer su pecho una vez más.

Él ronroneó débilmente desde la parte posterior de su garganta mientras ella


besaba el camino desde su estómago. Gimió cuando alcanzó sus muslos. Se
estremeció cuando le lamió la parte de atrás de las rodillas.

Entonces tocó la parte más masculina de él. Su brazo se alejó de su rostro, sus ojos
se abrieron de par en par mientras sus pequeños dedos se enrollaban en un agarre
flojo alrededor de su erección.

-Oh, estas muy caliente -susurró ella en una especie de temor. - Duro aunque
suave como terciopelo.

Un gemido áspero y gutural resonó en su garganta. Ella lo soltó.

-¿Te lastimé?

-No. Dios no.

Sus ojos se encontraron. Él se agachó, tomó su mano y la devolvió a su bien


dispuesta erección. Sus ojos se abrieron de sorpresa y asombro, sus párpados
cayeron mientras él gentilmente le demostró cómo anhelaba ser tocado.

Una alumna ágil, se dio cuenta rápidamente.

Cuando no creyó que pudiera soportar más, sacó su mano y la hizo rodar sobre la
cama para quedar en la parte superior. Él capturó sus labios en un beso voraz,

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febril con deseo, ferviente con necesidad. Sus manos recorrieron su esbelta figura,
seduciéndola, acariciándola, incitándola a estallar.

Y todo el tiempo, ella lo tocó. Rodeándolo con su olor. Seduciéndolo con sus
movimientos sinuosos y su ardiente abrazo hasta que apenas podía recordar su
propio nombre.

Violet dejó que la llevara a la tormenta, sus sentidos estaban drogados con un
exceso de pasión. La sangre le retumbaba en un ritmo caliente detrás de sus
párpados cerrados. Puntos de pulso palpitaban en cada extremidad de su cuerpo.
Le dolía, estaba vacía de un modo que nunca antes había estado vacía. Como si el
corazón de ella necesitase ser llenado, necesitase ser reclamado.

Por el. Sólo por él.

Sin embargo, cuando el momento llegó, cuando sintió su necesidad de unirse a


ella, ella se reprimió, se puso rígida a pesar de su innegable ardor.

El se inclinó sobre ella, temblando y listo. Luego se detuvo, notando su súbita


renuencia. Él tomó su mejilla en su mano, la miró a los ojos.

-¿Qué? ¿Qué es?

Pero aun cuando las palabras no salían de su boca, él lo sabía. Tenía miedo,
recordaba el dolor de su penetración. La primera, la única vez que habían hecho el
amor. En una decisión repentina, los tumbó sobre las sábanas, volteándose
quedando sobre su espalda para que ella se levantara por encima de él. No debía
olvidar, se recordó a sí mismo, que esta noche era para ella.

-No va a doler esta vez,- le dijo. Trazando con la punta de un solo dedo a lo largo
de su esternón hasta el estómago. Entonces extendió su palma plana sobre su piel,
justo por encima de su centro intimo donde su cuerpo lloraba por él.

-¿Cómo te sentiste antes cuando te toqué aquí?- Él deslizó sus dedos entre sus
piernas, la acarició lentamente, íntimamente. -Tenerme dentro de ti se sentirá aún
mejor, te lo prometo.-Su cuerpo temblaba bajo sus ágiles manos, y luego las apartó.
-Tú me tomarás esta noche.

-¿Tomarte? No entiendo.

-Sí, lo harás. Así. -La cogió de las caderas, colocando sus piernas para que ella se
sentara a horcajadas sobre él, con la punta de su erección apoyada contra su

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entrada. Él tomó sus manos, las atrajo hacia adelante para descansarlas sobre su
pecho.

-Apalancándote.

-¿Apalancándome?- Ella casi se echó a reír, aturdida por el concepto. Entonces


tembló, atrapada en una agonía de anhelo e incertidumbre.

-Si duele -dijo tranquilizadoramente-, siempre puedes parar.

Animada por la idea, Violet vaciló sólo un segundo más antes de hundirse hacia
abajo, completamente, su poderosa longitud llenándola, casi demasiado, el parecía
demasiado grande. Pero tenía razón, no había dolor. Sólo un profundo, y
compulsivo dolor de deseo. Movió sus caderas, tomando más, tanto de él como
podía.

-¿Y ahora qué?- Ella jadeó.

-Ahora te mueves. Arriba y abajo, una y otra vez hasta que el clímax te lleve.

Y haciendo lo que le ordenó, pronto entendió por qué a él le gustaba esto. Cómo
sus cuerpos estaban perfectamente formados para alimentar mutuamente las
necesidades mutuas, para satisfacer el hambre de cada uno. Ella se hundió en él,
cogiendo un ritmo, montando las oscuras olas mientras estallaban a través de ella.
Su mente pensante dejó de funcionar cuando su cuerpo tomó el control. Ella oyó
sus gritos jadeantes, pero apenas reconoció que fueran suyos. Oyó sus
exclamaciones ahogadas, pero no encontró nada vergonzoso en ellas.

Entonces, sus pulmones estaban bombeando por aire, sus músculos temblaban de
tensión, el frenesí la golpeo una vez más. Ella se estremeció por todas partes,
estrellas y lunas navegando por su cabeza mientras el éxtasis inundaba su sistema.

Agotada, y repleta, se derrumbó sobre él.

Adrian la rodó sobre su espalda y se hundió profundamente, tan profundamente


como pudo. Apretando las caderas con sus manos, acelerando sus embestidas para
encontrar su propia liberación. Lo alcanzó momentos después, tan fuerte que gritó
por la fuerza.

Flotando en un refugio de felicidad cálida, él enterró su rostro en la curva húmeda


de su cuello y esperó a que las ondas del choque se calmaran. Sólo cuando su
cerebro dejó de girar se dio cuenta de que se había quedado dormida.

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Violeta se despertó lentamente, curvando sus brazos sobre su cabeza mientras se


estiraba en puro, y perezoso entusiasmo; sobre las finas sábanas de lino. Extendió
una mano para tocar a Adrian, y no encontró nada más que espacio fresco y vacío
en su lado de la cama.

De la cantidad de luz en la habitación, se dio cuenta de que debía de ser por la


mañana. ¿Cuánto tiempo hace que se había levantado? se preguntó. Deseaba que él
todavía estuviera allí. Ya le echaba de menos. Su almohada tenía un leve pliegue
donde había quedado la marca de su cabeza. Ella la cogió en sus brazos y acurrucó
su cara en el pliegue. Respirando, recordó la pasada noche con una sonrisa muy
satisfecha.

Después de su primer y delicioso asalto haciendo el amor, había caído en un sueño


pesado y sin sueños. La había despertado dos veces más durante la noche para
hacer el amor, como si no hubiese obtenido suficiente. Él entró en ella la última
vez, mientras el amanecer rompía a través del cielo relampagueante en brillantes
tonos de rosa y naranja. Por derecho debía estar agotada. Sin embargo, no podía
recordar la última vez que se había sentido tan espléndidamente descansada.
Saboreó su aroma en la almohada otra vez, luego se sentó.

La puerta del dormitorio se abrió una poco y Agnes miró dentro.

-¿Está despierta, excelencia?- Violet rápidamente sacó la sábana para cubrir sus
pechos desnudos.

-Sí, entra.- Agnes atravesó la puerta y la cerró a su espalda. En sus manos, llevaba
un gran arcón de cobre, además de varias toallas esponjosas sobre sus brazos.

-Buenos días, excelencia. Espero que haya dormido bien. He traído agua caliente. -
Ella colocó su carga cerca de la chimenea. -Su Gracia creyó que le gustaría tomar
un baño. ¿Voy a llamar para que traigan la bañera?

-Sí, un baño sería bueno.

Agnes le dio un tirón a la campanilla, luego cruzó para descorrer las cortinas. Una
inundación de rica y cálida luz de sol entró en la habitación.

-¿Qué hora es? -preguntó Violet.

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-Apenas las doce del día, Su Gracia.

-¡Mediodía! Oh, nunca duermo tan tarde.

Agnes hizo una pausa, claramente mirándola sorprendida. Violet se dio cuenta de
lo que había dicho y se movió rápidamente para corregir su error.

-Quiero decir, nunca duermo tan tarde en el campo. Sólo en la ciudad.

Agnes se relajó, asintiendo en comprensión. Avanzó hacia un enorme armario de


nogal alineado contra la pared del fondo. Abriendo sus pesadas puertas dobles,
retiró una bata, y se la llevó a Violet.

-Su Gracia dijo que estaba cansada por el viaje y que le dejase dormir.

-Qué considerado de su Gracia -murmuró Violet. Obedientemente, ella salió de la


cama para ponerse la bata. La prenda era preciosa, cortada en un pedazo de satén
de color crema, fuertemente bordada con lirios de colores alegres, tulipanes e iris.

Observó que Adrian también había sido considerado en otro asunto: el camisón y
la túnica estaban posados cuidadosamente sobre una de las sillas laterales de
respaldo recto. Los vasos de aguardiente y las cartas de jugar habían desaparecido
de la mesa. Violet formo una sonrisa pequeña y secreta para sí misma, recordando
todo de nuevo.

-Su Gracia es un hombre encantador -insistió Agnes-. -Si no le importa que lo diga,
Su Gracia. Todos los sirvientes no tienen más que alabanzas por su bondad y
generosidad.

-Tienes razón, Agnes. Soy una mujer muy afortunada.- Agnes no tenía ni idea de lo
afortunada que era, pensó Violet, ya que, sin ese golpe de suerte, no estaría aquí en
este momento. Su hermana lo haría.

Agnes acababa de terminar de prender con alfileres el pelo a Violet cuando sonó
un golpe en la puerta.

-Esa debe ser la bañera -dijo Agnes.

Violet se acercó a la ventana mientras dos de los sirvientes, Robert y Harry,


transportaban la gran bañera de metal. Los hombres depositaron su carga, luego se
marcharon, volviendo rápidamente con cuatro grandes cubos de agua humeante.
Lo vertieron en la tina, y se volvieron para irse.

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-Oh, Robert -dijo Violet-. -Por favor, dime ¿cómo está mi perro esta mañana?

Robert se volvió, con los ojos bajados en deferencia a su relativo estado de


desnudez.

-Oh, lo está haciendo bien, excepto de que necesita ganar unas cuantas libras. Pasó
una buena noche en los establos, Su Gracia. Esta mañana le di un abundante
desayuno y lamió el recipiente hasta limpiarlo.

-Excelente.- sonrió. -Si lo trajeras después de vestirme y desayunar, me encontraré


con vosotros dos afuera.

-Por supuesto, Su Gracia. Lo tendré listo. Estará ansioso por verle, estoy seguro.

-¿Has visto al duque hoy, por casualidad?

-Oh, sí, Su Gracia. Pasó algún tiempo caminando por la finca con el Sr. Grimm esta
mañana. Después creo que se llevó a Mercury a galopar.

-Bueno, gracias a los dos.- Ella asintió con la cabeza para incluir al otro lacayo. -Eso
será todo por ahora.

Los hombres se inclinaron respetuosamente y se fueron, cerrando la puerta detrás


de ellos.

-Robert es espantosamente valiente, teniendo que cuidar a esa gran monstruosidad


de perro.- Los ojos de Agnes se ensancharon, dándose cuenta de lo que había
dicho. -Oh, perdón, Su Gracia.

-¿Tienes miedo de Horacio? -preguntó Violet, asombrada por la idea.- No necesitas


estarlo. Es bastante grande, lo reconozco, pero es dulce por dentro, con un amable
y genuino corazón.

De la expresión de la sirvienta, Violet pudo darse cuenta de que estaba lejos de


convencerse.

-En realidad -dijo Violet mientras se acercaba a la bañera-, me recuerda al duque


en ese sentido.

-¿El duque?- Agnes jadeó y luego soltó una risita. -¿Qué quiere decir, Su Gracia?

-Bueno, son ambos muy grandes y temibles criaturas cuando están amenazadas.
Sin embargo, innegablemente dulces en el interior. Usted mismo lo dijo, el duque

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es un hombre encantador. Un hombre con un corazón puro y genuino, bueno


como el oro.

Un corazón bueno y verdadero que ella estaba engañando. Violet dejó de lado el
sentimiento de culpa que la reclamaba, se quitó la bata de la mañana y entró en la
cálida bañera. Inclinando la cabeza contra el lado de la bañera, dejó que el agua la
rodeara en una onda calmante.

-Ocúpate de mí desayuno ¿quieres? -Dijo a Agnes con voz tranquila-, por alguna
razón, estoy muy hambrienta esta mañana.

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Capítulo Ocho

La luz del sol de la tarde fluía en forma descendente, tan brillante que Violet tuvo
que levantar una mano contra ella mientras salía de la casa una hora y media
después. Sus zapatos crujieron ruidosamente en la cuadra mientras caminaba, una
suave brisa soplaba por la costa cercana aliviando lo que de otro modo habría sido
un día caluroso. Y en el aire, fuerte y picante, colgaba el olor del mar, las rosas ricas
en perfume endulzaban la mezcla.

Cerró los ojos y lo bebió. Saboreando el momento en que el viento la envolvió en


sus suaves brazos, de dedos traviesos despeinando su cabello y rodeando sus
faldas.

Momentos después otro par de brazos, brazos reales, se deslizaron a su alrededor


por detrás. La presionaron contra un cuerpo alto, firme y masculino. Un cuerpo
que ella reconoció de inmediato, habiendo pasado la noche pasada enroscada
cómodamente contra el.

-Adrian.- Ella suspiró en una sonrisa. El inclinó la cabeza, posando los labios sobre
su cuello y la parte inferior de su mandíbula.

-Buenas tardes, cariño. O quizá todavía te parezca mañana.- Ella puso sus manos
sobre las suyas.

-Si lo hace, tú eres totalmente culpable. Tú eres el que le dijo a Agnes que me
dejara dormir.

Él inclinó su cabeza hacia atrás, dando besos ligeros sobre su mejilla y labios.

-Pensé sólo que era justo, viendo cómo te desgasté a fondo. Estabas durmiendo tan
serenamente como un niño cuando me fui.- Ella se volvió en sus brazos.

-No deberías haberte ido. Te extrañé cuando me desperté. -El calor ardía en sus
ojos, su voz era profunda e íntima cuando hablo.

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-Me temía que si me quedaba, tal vez nunca dejaríamos la cama. Pensé que era
mejor no escandalizar a los sirvientes.

Violet le acarició con una mano su pecho, mirándolo desde debajo de sus pestañas.
Ella se sorprendió un momento después cuando dijo:

-Un pequeño escándalo no los habría herido, creo.

Adrian se echó a reír, sus dientes blancos destellando.

-Has estado montando,- dijo ella, necesitando distraer sus pensamientos. -Tienes
olor a caballo.

El se apartó unos cuantos centímetros, poniéndose rígido ligeramente.

-Mis disculpas. Estaba entrando en la casa cuando te vi. ¿Debo entrar y


cambiarme?

Sabía que Jeannette habría insistido. Probablemente lo habría seguido adentro y


habría cambiado su ropa también después de que se habían abrazado. Suponía que
debía reaccionar exactamente igual que su gemela. Sin embargo, aborrecía la idea
de poner cualquier tipo de distancia entre ella y Adrian, especialmente sobre un
asunto tan pequeño. Seguramente no notaría la diferencia.

Ella lo acercó de nuevo.

-No. Estás bien exactamente como estas. Cámbiate o no; como quieras, Su Gracia.

El hizo una pausa, una luz agradable entró en sus ojos antes de que se inclinara
para dejar caer un tierno beso en su boca. Hizo otra pausa y luego la volvió a besar
por segunda vez, como si no pudiera negárselo a sí mismo. El beso se calentó, se
profundizó, los cuerpos rápidamente anulaban las mentes.

Antes de que algo demasiado tórrido pudiera encenderse, una serie de ladridos
ruidosos y bulliciosos interrumpieron su abrazo. Se apartaron con triste renuencia,
puesto que un gran destello de blanco y negro entro a toda velocidad.

Horacio se giro hacia ella, sus patas corriendo a través del sendero. Se detuvo unos
segundos antes de llegar hasta ella, los músculos traseros de las piernas se juntaron
para saltar, su gran y húmeda lengua ya se extendía, listo para bañarle la cara de
besos caninos.

-Horacio, sentado -dijo Adrian con fuerza..

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Horacio rompió el salto, dando una solo lamedura a la mejilla de Violet antes de
lloriquear y sentarse sobre su trasero.

Un instante después, Robert rodeó el costado de la casa en una carrera a muerte, se


detuvo en seco cuando vio el cuadro ahí formado.

-Oh, perdonadme, vuestras Gracias -habló él, inclinando la cintura para aspirar el
aliento-. Lo siento. Se escapó de mí ... se soltó de la correa.

Habiéndole negado el placer de lamerle la cara, Horacio le dio un par de golpecitos


húmedos en la mano. Ella lo miró subrepticiamente mirar a Adrian para ver si
había observado el desafío.

Lo había observado.

Ella acarició su cabeza peluda, mientras su cola se movía como un metrónomo.

-Está bien, Robert -dijo-. Simplemente está lleno de juvenil vitalidad.

Robert y el duque intercambiaron una mirada expresándose sin palabras.

-Parece que necesita una larga caminata para desgastar lo peor de su energía
reprimida, eso es todo, estoy segura -concluyó, inclinándose para masajear las
orejas de Horacio. El perro cerró los ojos en éxtasis.

-Lo que necesita,- dijo Adrian, -son lecciones de conducta. Es un completo bárbaro.

-Él no es tal cosa. No seas tan severo con él. Sólo necesita atención y cariño. Robert,
dame esa correa, por favor.- Ella extendió una mano expectante.

El lacayo dio un paso adelante, y le puso la tira de cuero sobre la palma de su


mano. Sin una pizca de dificultad, Violet volvió a colocar la correa en el cuello de
Horacio. El perro se sentó, completamente dócil, aparentemente manso en sus
manos.

-¿Vamos a dar un paseo? -susurró al animal.

Él se puso de pie, la cola agitándola más rápido, el extremo trasero meneándolo en


feliz anticipación.

Violet se volvió hacia Adrian.

-Su Gracia, ¿querría usted acompañarnos?

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-Sí, por supuesto,- él estuvo de acuerdo, extendiendo la mano para tomar su codo.

Horacio sorprendió a ambos al comportarse como un perfecto caballero cuando los


tres salieron a paso lento. Caminaban hacia el océano, su superficie brillaba en la
distancia como un zafiro impecable.

-Pensé que mañana podrías disfrutar de una excursión.- Adrian le pasó un brazo
por la cintura.

-¿Qué clase de excursión?

-Un viaje de un día a una vieja ruina que se considera una atracción turística
alrededor de este lugar. Pensé que podríamos hacer un picnic, asumiendo que el
tiempo este despejado. Algunas de las vistas desde el castillo de Corfe son bastante
espléndidas en esta época del año.

-¿Corfe Castle? -exclamó sin pensar. -¿Quieres decir ese que el rey Juan alguna vez
consideró su residencia favorita, pero que fue arrasada siglos más tarde por las
fuerzas parlamentarias durante la Guerra Civil? ¿El castillo de Corfe?- Adrian se
detuvo, con las cejas arqueadas en gran sorpresa.

-Sí, el mismo. ¿Cómo has llegado a saber tanto sobre el lugar?

Sí, pensó Violet, ¿cómo llegó a saber tanto? Mentalmente se dio un buen golpe
fuerte. Tonta, tonta. Era cierto que Jeannette no se interesaba por la historia, y no se
habría preocupado por un viejo castillo que había sido destruido hace casi
doscientos años. Dudaba que su hermana supiera incluso que Inglaterra había
librado una guerra civil, y mucho menos uno de los asedios o batallas
involucrados. A diferencia de ella, Jeannette nunca había sido una buena
estudiante. A sabiendas de Violet, su hermana no había abierto un libro en los tres
años desde que sus lecciones terminaron con su ex-institutriz, la señorita
Haverhaven.

Entonces, ¿cómo ella, actuando como su hermana, sabía sobre el castillo?


Arruinada por su imprudente lengua.

-Bueno -comenzó ella, agitando la mano en un gesto de casualidad-, no es por


deseo alguno de saberlo, te diré. Mortimer Landsdowne, sabes lo horrible que
puede ser, él metió toda esa información en mi cerebro durante la recepción. Me
acorraló para ofrecerme los mejores deseos, y una vez que se enteró que veníamos
a Dorset para nuestra luna de miel, simplemente no podía detenerlo de ir y venir,

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hablando sobre el lugar. Dijo cómo lo conmueven las ruinas del castillo, y que
debíamos de asegurarnos de visitarlas mientras estábamos aquí. Yo estaba lista
para derribarlo al final de nuestra conversación, debo decir. Cielos.

Cielos de hecho. Ella quería no entrar en pánico, rezando para que Adrian hubiera
creído su cuento de Banbury. Ella lo miró desde debajo de sus pestañas. Un medio
minuto completo de silencio pasó. Un medio minuto, lento, agonizante que parecía
durar para siempre. Finalmente, él respiró hondo.

-Lo siento mucho por tu sufrimiento, querida.- Él la giró para reanudar su paseo. -
Espero que no te haya hecho desestimar el lugar por completo. Siempre podemos
ir a otro lugar si quieres.

-Oh no. Estoy segura de que si tú piensas que vale la pena el viaje, entonces debe
serlo. Particularmente si las vistas son agradables. Un picnic suena una idea
especialmente deliciosa. Tal vez pueda convencer a la señora Grimm de que
incluya algunas de esas deliciosas galletas que ella envió con el té ayer, después de
que llegamos.

-Estoy seguro de que puedes convencerla de incluir un lote, ya que ya son unas de
las favoritas de las que hace ella. ¿Cómo suena el pollo asado como
acompañamiento?

-Delicioso.- Se detuvo de nuevo, la atrajo hacia sí.

-¿Qué hay de un beso? ¿Podrías disfrutar de eso también, aquí con el viento
azotando a nuestras espaldas?

Violet le rodeó la cintura con un brazo y lo atrajo más cerca.

-Eso también suena delicioso.

Su boca estaba sobre la suya, tomando sus labios en un beso lento e hirviente que
rápidamente calentó sus pasiones. Cerró los ojos y se entregó al placer aplastante,
dejando que el mundo a su alrededor se derritiera.

Su semana de luna de miel pasó como las alas de los colibríes, un breve lapso de
tiempo mágico e intenso. Cada día una aventura. Cada noche una magnífica
delicia.

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La salida al castillo de Corfe fue un gran éxito. Violet recorrió los terrenos con
Adrian a su lado, absorbiendo la historia y la atmósfera sin verse obligada a
revelar las verdaderas profundidades de su disfrute. Almorzaron en una loma
cubierta de hierba bajo la sombra de un pequeño roble. Una suave brisa refrescaba
el aire a un grado agradable mientras cenaban pollo asado, suculentos bocadillos
de fruta, dulces y deliciosas galletas de la señora Grimm.

Después, Adrian extendió su largo cuerpo a través de la manta de comida


campestre, colocando su cabeza en el regazo de Violet y se durmió. Se quedó
completamente satisfecha, observándolo mientras los sueños llenaban su mente.
Ocasionalmente, le acariciaba unos cuantos mechones de su grueso cabello negro.
Tocando los extremos que se rizaban tan ligeramente por el aire costero cálido y
húmedo. Lentamente, despertó, con una mirada de sueño que brillaba en sus ojos.
Su corazón dio un salto en respuesta cuando él la atrajo hacia él. Entonces capturó
sus labios en una ardiente unión que seguramente habría atrapado al castillo en
llamas si no hubiera caído ya en ruinas hace mucho tiempo.

Los días que siguieron fueron maravillosos, ocupados por largas caminatas y
conversaciones tranquilas. Horacio los acompañaba con frecuencia. Sus modales y
su salud mejoraron diariamente a medida que ganaba peso y empezaba a confiar.
Violet seguía siendo su persona favorita, pero también amaba a Adrián; La larga y
flaca cola del perro parpadeaba un feliz saludo cada vez que el duque se acercaba.

Violet y Adrian se complacieron en dos excursiones de un día más. Uno para ver
las espectaculares franjas de combustibles fósiles que formaban los empinados
acantilados oscuros de la bahía de Kimmeridge. El otro a la pequeña aldea de
Lulworthfor una mirada a otro castillo, y la ensenada hermosa de Lulworth con
sus formaciones de roca impares e impresionantes arcos de piedra.

Poca duda había en que, Jeannette habría bostezado en cada minuto de su turismo
provincial. Pero Violet lo adoraba, agradecida de que Adrian no conociera a su
hermana lo suficiente como para darse cuenta de lo que habría sido la verdadera
opinión de Jeannette. Sin embargo, estaba siempre en guardia con él y los criados.

La noche era la única vez que se sintió verdaderamente libre para ser ella misma.
Se deleitaba en las oscuras horas de silencio cuando Adrian venia a ella, entraba en
ella, permitiéndose verter todo el amor y la pasión que permanecían dentro de ella.
Cuando hacían el amor, él hacia el amor con ella, con Violet. Cada toque, su toque.
Cada beso, su beso. Cada emoción, real y honesta. Cada grito de placer y deleite se
liberaba de su cuerpo, extraído desde su alma.

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La única tensión en una unión por lo demás perfecta eran los momentos en que él
la llamaba por el nombre de su hermana, dejando un bulto en su pecho, un dolor
en su corazón que ella no podía disipar. Había elegido su camino. Asumió la
identidad de su gemela. Ahora debía vivir con las consecuencias, ya sean alegres o
llenas de dolor.

Quería decírselo. A veces tenía que morderse el labio para evitar que la verdad se
liberara. En tan sólo unos días, había llegado a conocerlo como nunca había
pensado. Lo conocía, al menos en parte. Sabía que estaría herido de una manera
implacable, violentamente enojado, completamente traicionado si ella le dijera la
verdad. Se volvía hacia ella ahora en la noche, la sostenía mientras dormía. No
creía que pudiera soportar un día en que el la apartarse. Cuando él pudiera
rechazarla, dejarla.

Así que ella guardaba su silencio y sus mentiras para sí misma. Y trataba de reunir
tanta felicidad como podía.

-Quítate los zapatos.- Adrian se quitó las botas y las medias, sus pies descalzos se
hundían en la cálida y suave arena. Su atuendo era casual. Una camisa blanca de
lino, un chaleco liso, y un viejo par de pantalones negros que había doblado hasta
las rodillas.

Su esposa cruzó sus brazos, y los pegó contra su pecho, sus hermosas faldas
rosadas ondeando con la cálida brisa de la tarde.

-No gracias. Estoy bien exactamente como estoy.

-Sólo los arruinarás. Estarán atascados con arena antes de caminar diez pasos.
Quítate los zapatos, duquesa.

Ella arqueó una ceja orgullosa.

-Eso es correcto. Soy una duquesa y como tal no hago cabriolas descalzas en
público.

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-Ah, pero ahí está el errar de tú argumento. No hay público aquí; Estamos
completamente solos. Como duque, y tu esposo, decreto que debes estar descalza
para tener el atuendo perfecto para la aventura de hoy.

-De pies descalzos -repitió ella con desprecio, sacudiendo la cabeza.... Momentos
después, sin embargo, ella hizo lo que se le ordenó, rodando sus medias en dos
bolas limpias que metió en su calzado abandonado.

Adrian extendió la mano. Ella la tomó, dejando que la llevara adelante.

El día era soleado y cálido, el más cálido que habían tenido toda la semana. Una
lavandera (calidris) con su cuerpo marrón y blanco rechoncho corrió delante de la
ola entrante, las piernas largas como palillos dirigiéndola rápidamente. El pájaro se
volvió para perseguir una ola oceánica que retrocedía. Hizo una pausa, empujando
rápidamente su estrecho pico en la arena húmeda en busca de un gusano húmedo
o un pequeño crustáceo. Adrian sonrió cuando el pájaro corrió y la ola siguió, los
dos comenzando su curioso baile de nuevo.

Giró la cabeza para mirar a Jeannette, caminando en silencio contenta a su lado a


pesar de sus protestas en contra de venir aquí. Extraño, pensó. No podía contar el
número de veces que la había visto mirar al mar en los últimos días, con un notable
placer vivo en sus ojos mientras estudiaba las olas ondulantes y la belleza de la
costa sinuosa.

A pesar de su obvio disfrute, no expresó ningún interés en explorar la playa. Ella


estaba acalorada, dijo. Se ensuciaría. Arruinaría su atuendo. Sin embargo, sentía
que sus protestas eran, en el mejor de los casos, poco entusiastas. Que bajo ella
ansiaba satisfacer sus sentidos, liberarse de las restricciones que se había impuesto
y simplemente explorar.

Al principio, él se había preocupado de que ella se aburriría desesperadamente sin


la Sociedad y sus constantes diversiones. Había experimentado algunos momentos
incómodos, dudando de su decisión de enterrarse los dos aquí en el campo con
nada más emocionante que hacer que recorrer los lugares de interés local. Sin
embargo, no parecía aburrida en absoluto. Mas bien lo contrario. Se había
divertido, sabía que lo había hecho, su disfrute no era fingido de ninguna manera.
El suyo ciertamente no lo había sido. No podía recordar una semana mejor,
apenado de que su tiempo aquí estuviera casi terminando.

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Ella lo había sorprendido. Sus estados de ánimo eran volubles, difíciles de fijar,
que van desde suave a arrogante, juguetón a espinoso. Nunca supo qué esperar de
ella. Extraño, pero a veces parecía casi dos mujeres. La hermosa extrovertida que
había cortejado en Londres; La mujer que amaba las fiestas y la gente, y tomaba
demasiados esfuerzos con su apariencia. Y la tímido inocente. La chica que se puso
en peligro para rescatar a un perro callejero. Quien parecía completamente
contenta de tomarse de las manos y compartir una noche tranquila de perezosa
charla. Quién lo besó con tan dulce y ansioso abandono, que pensó que su corazón
podría estallar por la pura gloria del mismo.

¿Qué mujer sería hoy?

-Vamos a caminar -dijo de repente. Agarrando su mano, él la arrastró detrás de él y


los hundió en olas.

-Oh, mi vestido. Mira lo que has hecho.- Su vestido rosa de muselina se


arremolinaba en la ola que se alejaba, dejando arena húmeda que se aferraba en
una amplia franja a lo largo de la parte baja del material cuando el agua se
drenaba.

-No te preocupes. Te compraré otro. Cuidado, aquí viene la siguiente ola.- El mar
rugió, empapándolos hasta las rodillas.

Ella se alejó, metiéndose en tierra firme. Su falda empapada estaba húmeda y


pesada, y se aferraba a sus pantorrillas. Ella se inclinó, apretando el dobladillo para
sacar tanta agua como pudo.

-¿Y ahora qué debo hacer? -preguntó, con los brazos extendidos a los costados para
mostrar su triste situación.

-Quítatelo.

-¿Disculpa?

-Quítate el vestido. Mantén tu enagua y mete la falda entre las piernas para que
puedas jugar en las olas.

El color manchaba sus mejillas.

-Adrian, no puedo.

El se inclinó para recoger una concha marina, la devolvió cuando encontró la


mitad de ella erosionada.
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-Por supuesto que puedes. Nadie te verá.

-¿Y los sirvientes? ¿O los aldeanos locales? ¿O los marineros en el mar? -señaló una
mano hacia el mar abierto. -Quién sabe quién podría pasar.

-Los sirvientes no vendrán a buscarnos aquí abajo. El pueblo más cercano está a
dos millas de distancia, por lo que no habrá ningún lugareño aventurándose en
nuestra dirección. Y en cuanto a los marineros ... -Alzó una mano para protegerse
los ojos, escudriñando el lejano horizonte-. No hay un solo barco a la vista. A
menos que una fragata de la Armada cruzara y su capitán tenga un telescopio muy
fino, creo que tu modestia no tiene nada que temer.

-¿La Marina navega a menudo en estas aguas?

-No tanto desde la guerra. Date la vuelta. Te ayudaré con los botones.

Pasó un largo momento antes de que ella accediera.

-Me estás convirtiendo en una completa libertina, lo sabes -gruñó, presentándole la


espalda.

-Bien -murmuró, inclinándose para besarle el cuello.-Siempre que seas mi libertina


y de nadie más.

-No podría haber nadie más. Nadie más que tú.

Sus ojos se encontraron y se mantuvieron firmes durante un largo momento. Su


corazón se apretaba como un puño dentro de su pecho, su garganta cerrada como
si hubiera tragado mal.

Mía, pensó. Ella es toda mía.

Y él mutilaría a cualquier hombre que tratara de alejarla de él. El feroz sentimiento


de posesividad le sorprendió, lo alarmó, la emoción totalmente ajena a su
naturaleza. Había pensado que no importaba, su pureza, su fidelidad. Pero ahora
encontró que, después de apenas una semana de matrimonio, lo hacia.

Tanto le importaba, de alguna manera no había pensado que lo haría.

¿Se estaba enamorando de ella? La noción lo sacudió.

No, decidió mientras forzaba sus dedos repentinamente inestables a seguir


trabajando en sus botones. Ese tipo de emoción era imposible. Él la deseaba. No

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tenía duda de eso. La había tomado todas las noches y la mayoría de las mañanas
desde que habían llegado. Despertándola en la negra oscuridad de terciopelo justo
antes del amanecer. Le encantaba oír sus suaves suspiros sonar en sus oídos
cuando la luz pálida se filtraba por detrás de las cortinas del dormitorio mientras
los pájaros hacían sonar un coro en los árboles afuera para dar la bienvenida al
nuevo día.

Por supuesto que la deseaba. Era su luna de miel, después de todo. Sin embargo, le
preocupaba. La intensidad de sus sentimientos. Las profundidades de su
necesidad. Pero iba a pasar, estaba seguro. La pasión era algo efímero, y su deseo
por ella disminuiría con el tiempo. Si no la deseará tanto. Si él no la deseará ahora
mismo.

Como para demostrarse a sí mismo que podía resistirse a ella, se quitó la camisa
por encima de la cabeza, mostrando el pecho al sol.

-Tengo un súbito antojo por nadar. Venga.

-No dijiste nada sobre un baño,- ella chilló.

-Lo estoy diciendo ahora. Vamos, querida. Será divertido.- Corrió hacia las olas.

Al fin, ella lo siguió.

Adrian era, con mucho, el nadador más fuerte, viajaba cada vez más lejos, lejos de
la costa, donde las olas no eran más que un ligero balanceo del agua. Ella se quedó
más cerca de la orilla, flotando sobre su espalda.

Decadente, así era como se sentía, el sol dándole un cálido beso en su rostro y
hombros, su pelo largo flotando detrás de ella como una capa elegante. Y sin
vergüenza, vestida sólo con sus prendas interiores. Derivando a la intemperie
donde cualquiera pudiera pasar y verla, a pesar de las seguridades de Adrián de lo
contrario. Se sentía feliz también, se dio cuenta, de una manera que nunca había
estado antes. Ella sonrió, contenta de que Adrian la hubiera atraído aquí, donde
había querido estar.

Algo jaló juguetonamente su pelo. Sus ojos se abrieron de par en par, para
encontrar a Adrian parado en el agua a su lado.

Sus labios se movieron pero ella no pudo oír lo que dijo.

-¿Qué?- Ella se levantó.

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-Dije que creí que te habías quedado dormido.

-No, sólo soñaba despierta. ¿Te gustó nadar?

El asintió.

-Mucho. ¿Vamos más cerca ahora?

A un ritmo relajado, nadó junto a él hacia la orilla. Por consentimiento mutuo


tácito, se detuvieron en el mismo momento, con los pies tocando fácilmente el
fondo. Ella lo miró, observando gotas salpicadas en su cabello. Adrian se giro de
espalda, los brazos musculosos y los amplios hombros se flexionaron.

Sus ojos se movieron hacia la cicatriz arrugada que tenia sobre su pecho. La carne
era de color blanco hueso y tenía forma de estrella estrellada. Sabía que otra
cicatriz, igualmente blanca, igualmente irregular, yacía sobre su espalda.

Ya había notado las cicatrices. Eran imposibles de perderse. Sin embargo, nunca le
había preguntado por ellas. Ella raramente las tocaba, no porque la repelieran, sino
porque el daño y la historia detrás de su causa la golpeaban como intensamente
secreto.

Extendió la mano, trazó con las puntas de sus dedos sobre la pequeña curva de la
carne herida, la piel anormalmente lisa y tensa.

-Qué terriblemente doloroso debe haber sido -murmuró.

Se puso de pie, resignado bajo su tacto.

-Tener un punto de bayoneta empujado a través de tu espalda rara vez es


agradable.

Sus dedos se detuvieron.

-Creí que era una bala.

-¿Esa es la historia que está haciendo las rondas en los salones en estos días?- Ella
asintió. -Supongo que es mejor pensar que es una bala -dijo-, menos sangriento
para las damas. Probablemente debería haberte dejado creer eso.

-No -le dijo con ferocidad-, sólo quiero la verdad.

Él la tomó de la mano mientras sus dedos comenzaban a trazar una vez más,
presionando su palma contra su pecho.

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-No sé cuánto de la verdad debo decirte.- Sombras oscuras parpadeaban dentro de


sus ojos. -La guerra es un negocio horrible, trágico, no apto para la discusión en
compañía educada.

Ella levantó la otra mano a la mejilla.

-No soy una compañía educada. Soy tu esposa. Puedes decirme cualquier cosa.

Las sombras retrocedieron, una lenta sonrisa calentando sus labios.

-Gracias cariño. Lo tendré en cuenta.

-No me lo vas a decir.

-¿Decirte qué? ¿Sobre mi herida? Hay bastante poco que decir y probablemente tu
sabes la mayor parte de ella ya. Me apuñalaron con una bayoneta francesa durante
el peor momento del asedio de Badajoz. Mi herida fue bastante dolorosa, me
informaron más tarde, que los doctores me daban por muerto. Por la gracia del
Todopoderoso, sobreviví. Una vez que lo hice, mi madre me escribió para
informarme que si no renunciaba a mi comisión de inmediato y regresaba a casa
donde yo pertenecía, planeaba embarcarse en el primer barco disponible y
arrastrarme a casa. La suya era una amenaza incluso que Wellington no podía
soportar.

Ella dudaba que alguien pudiera forzar a Adrian a hacer algo que no quisiera
hacer, ni siquiera el apasionado torbellino de su madre. Las historias contaban
cómo había salvado a toda una escuadra de hombres ordenando un retiro, luego
manteniendo las líneas de frente con unos pocos escogidos hasta que el resto
pudiera llegar a la seguridad. Había sido apuñalado por su heroísmo, adornado
por su valentía.

Ella envolvió sus brazos alrededor de su cintura.

-Bueno, en este caso, debo estar de acuerdo con tu madre. Tuviste suerte de
sobrevivir. Tentar de nuevo el destino no habría sido prudente.

El le levantó la barbilla con un dedo.

-¿Entonces estás diciendo que estarías triste si me hubieran matado?

-Yo nunca te habría conocido, y por eso me habría entristecido mucho.

Sus pupilas se dilataron con súbita emoción.

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-Como yo. ¡Qué trágico nunca haber visto una cara tan seductora como la tuya!
Estas espléndidas mejillas cremosas...

Se inclinó más cerca, le besó la mejilla derecha, luego la izquierda.

-Y esta barbilla magnífica...

Sus labios se posaron en su barbilla.

-Este cuello delicioso...

Su piel hormigueó mientras él moteaba su garganta con lentos y sensuales roces de


su boca.

-Esta deliciosa frente...

Sus ojos se cerraron y ella suspiró mientras él prodigaba su atención en el lugar.

-Estos gloriosos párpados...

Ella se estremeció mientras él le daba besos de mariposa sobre sus temblorosos


párpados.

-Y por supuesto tus labios, los más bonitos que he conocido.

Lánguida y exuberantemente, capturó su boca, saboreándola como si fuera una


rara delicadeza presentada para su deleite. No había prisa, sólo placer mutuo,
mutuo deleite.

Violet se apoyó más completamente contra su dura y caliente longitud, con los
brazos envueltos alrededor de él. Sus ropas se aferraban como una segunda piel
húmeda, el agua de mar golpeando contra sus caderas, todo lo demás olvidado
mientras se ahogaban en el placer que estaban creando juntos.

Sus manos se deslizaron bajo las olas para cubrirle las nalgas.

Violet le hizo lo mismo, sintiendo su sorpresa así como su aprecio.

El sol caliente golpeó abajo en su cabeza, deseo rodear su cuerpo listo y dispuesto.
Pasaron largos minutos mientras se entregaban a un saludable apareamiento de
labios, dientes y lenguas. Él rompió el beso, sus ojos ardían. Él tomó su mano y la
sacó del agua.

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Ella no dijo una palabra mientras atravesaban la cálida arena, deteniéndose junto a
su ropa desechada. Esperaba que él le entregara su vestido a ella, ponérselo y
poder regresar a casa, hasta la intimidad de su dormitorio. En lugar de eso, tiró la
prenda por encima del brazo, cogió la camisa y luego juntó sus manos para guiarla
por la playa. Lejos de la casa. Se detuvieron cerca de una curva de roca áspera y de
forma extraña que se proyectaba hacia el mar. Proporcionando refugio en tres de
sus lados, creando una ubicación perfecta para una reunión clandestina o una cita
de amantes.

Dentro del paraíso natural, Adrián sacudió su vestido, lo extendió sobre la arena.
Hizo lo mismo con su camisa, colocándola justo encima del vestido.

-¿Aquí? -preguntó ella, mirando a su alrededor, a través del ancho estiramiento de


ondulantes olas azules, gaviotas volando en lo alto de las cambiantes corrientes de
aire.

-Sólo si quieres -le tendió una mano.

Ella se estremeció, asombrada por su propia audacia. Puso su mano en la suya.

-Yo quiero.

La atrajo hacia la plataforma improvisada y comenzó a amarla con lenta y


deliberada atención. Los olores y sonidos del océano los rodeaban. El aire jugaba
sobre su piel, provocando y tentando en delicadas y eróticas caricias. El tiempo se
desaceleró, las inhibiciones se desvanecieron cuando Violet le dejó desnudar su
piel a los elementos. Sus manos recorriendo su cuerpo como si su cuerpo estuviera
poseído, como si fuera alguna otra mujer. No su hermana sino su propio yo, una
mujer libre de timidez y restricciones, capaz de expresar sus sentimientos, sus
necesidades, sin vacilación ni pesar.

Y cuando él la penetro, se glorifico en la posesión. Deseaba que pudieran


permanecer así para siempre, sólo los dos aquí en este lugar. Juntos y felices. Sin
demandas ni expectativas, sin obligaciones ni deberes ni roles. Sin nada más que a
sí mismos y a su pasión. Aquí podía estar completamente sola con nada que
esconder, sin mentiras, sin pretensiones, sólo las profundidades furiosas de su
amor por él.

Cerró los ojos y se entregó al momento, negándose a pensar en las dificultades que
podrían surgir en el futuro. Entonces no pudo pensar en absoluto cuando las

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exigencias de su cuerpo la envolvieron en una larga e implacable cascada de


éxtasis.

Cuando llegó al clímax, el viento robó sus gritos de plenitud. Los pájaros eran los
únicos testigos de sus movimientos mientras ella aferraba a Adrian con brazos
feroces y las piernas entrelazadas, sosteniéndose firmemente incluso después de
que él había encontrado su propia liberación dentro de ella.

Violet observó el paisaje que pasaba mientras el coche se alejaba de la casa.


Deseaba poder ponerse las gafas para poder apreciar su belleza antes de que se
desvaneciera. Después de una semana de ver el mundo a través de una neblina
plácida, se había adaptado, o en su mayoría adaptado, a las limitaciones de su
visión no corregida. Sin embargo, esas limitaciones resultaban muy molestas a
veces, como ahora.

Suspiró y apoyó una mano enguantada en el asiento entre ellos.

El la cubrió con su propia palma enguantada, dándole un apretón tranquilizador.

-No estés melancólica, querida. Regresaremos uno de estos días.

-Lo sé.- Ella forzó una sonrisa. -Y no estoy melancólica, o mejor dicho, no lo estaré.
Hay mucho que esperar, después de todo. Viajamos a casa a Winterlea.

Sus ojos se calentaron ante la mención de su propiedad principal.

-Será bueno estar allí de nuevo. Siempre me lo perdía cuando había estado
demasiado lejos. Espero que llegues a sentir lo mismo. Vas a amarlo como yo,
ahora que eres su duquesa.

Duquesa. La palabra lanzó un estremecimiento de terror a través de sus venas.


¿Cómo iba a estar a la altura de las obligaciones que su nuevo estatus requeriría de
ella? Supervisar la gestión doméstica de una de las casas más grandes de toda
Inglaterra. Había sido entrenada en el servicio doméstico, por supuesto, como
cualquier mujer bien educada se esperaba que fuera. Sin embargo, nunca había
considerado que un día se le exigiría asumir el peso de la responsabilidad de una
finca tan vasta como Winterlea.

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Simplemente tendría que dejar a un lado sus miedos y adaptarse, se dijo a sí


misma. Quizá si lo consideraba una disciplina a ser dominada, no resultaría tan
terrible. Después de todo, enseñarse a sí misma griego no había sido fácil al
principio, ni lo aprendió instantáneamente, pero se había aplicado a sí misma y se
había vuelto experta con el tiempo. Con una actitud optimista y un poco de
determinación, aprender a ser duquesa de Winterlea podría ser igual.

Sin embargo, cuando llegaron tres días después, cansados del viaje y de estar
encerrados en el interior del coche durante tanto tiempo, ella no estaba más lista
para asumir sus deberes de lo que había estado cuando habían dejado Dorset. La
ansiedad la agarró como un puño dentro de su estómago mientras el coche entraba
a través de portones, por un camino de una milla de gigantescos robles que
bordeaban la entrada de la finca.

Había estado en la residencia principal de Adrian una vez antes. Invitada junto con
sus padres, su hermano y Jeannette a finales de la primavera pasada, durante el
compromiso de su gemela. Los terrenos eran extensos, cubriendo más de quince
mil acres que incluían dentro de ellos: un parque y vastos bosques; Un lago
profundo y natural con más de veinte especies diferentes de peces; Varias vías
fluviales puenteadas y un huerto, que en aquel momento había estado brillando de
color y la fragancia de centenares de árboles florecientes.

Una serie de elegantes jardines formales conducían a través, y alrededor, de la


casa; un Paisajismo que podría mantener a una persona vagando muy feliz por
horas. Ella recordó vívidamente la belleza del jardín de Elizabeth uno cerca de la
sección más vieja de la casa, construida en los 1580's, si ella recordaba
correctamente. Columbine, el dardo del cupido, foxglove, woodbine, todos habían
levantado sus caras dulces de flor al sol. Castaño de Indias y arces, desdoblando
nuevos abrigos de hojas, proporcionaban áreas de sombra y refugio para más
adelante en la temporada.

La casa en sí era inmensa, más parecidas a un palacio. Se jactaba de cuatro alas


hechas en tres estilos arquitectónicos separados y un numeró de 145 cuartos, no
incluyendo los cuartos de los sirvientes que se encontraban en una tercera planta.
El tercer duque de Raeburn había encargado las renovaciones más recientes y más
importantes de la casa a partir de 1763. Su contribución había sido la adición de las
alas este y oeste y la fachada central de la casa en forma de U, al estilo palladiano.
Grandes escalones de piedra conducían a columnas iónicas masivas que sostenían
una entrada pedregosa tallada.

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El interior de la casa era tan suntuoso como su exterior. El vestíbulo de entrada era
glorioso, con una cúpula central que proyecta la luz del sol en el pasillo rosa de
mármol antes de mirar hacia arriba para presenciar una pintura de una idílica
aldea veneciana de Robert Adams.

Sólo los mejores muebles y cortinas eran utilizados. Cada habitación contenía por
lo menos una y, a menudo, dos y bien mantenidas chimeneas, echas a mano-
talladas con revestimientos de mármol. Las alfombras blandas, cosidas a mano de
Aubusson y de Turquía amortiguaban los suelos. Antigüedades y obras de arte
invaluables, pinturas, esculturas y frisos adornaban cada corredor, pasillo y
habitación.

Durante su estancia, Violet había podido gozar de no más que una fracción del arte
y de la arquitectura hermosa en exhibición. Como nueva duquesa, tendría tiempo
suficiente para estudiar los objetos a su antojo. Si sólo los deberes que
acompañaban a su nueva posición no la hicieran tragarse una agonía de terror.

A medida que el coche seguía avanzando, se volvió a familiarizar con la grandeza


de la casa y de sus terrenos. Sus ojos se agrandaron ante el espectáculo de los
sirvientes alineados en hileras, cuatro en profundidad, ante la entrada.

Respiró hondo y se obligó a no temblar. Saludar a los sirvientes en la casa de


Dorset había estado bien. Esto no sería diferente, se aseguró.

Adrian la ayudó a bajar del coche. Horacio, que había estado viajando con ellos,
saltó inmediatamente después, moviendo la cola con satisfecho entusiasmo tan
pronto como sus grandes patas golpearon el suelo. Robert, el lacayo, se adelantó
para tomarlo con la mano.

Adrian metió el brazo de Violet en el suyo y luego la condujo hacia adelante. Ella
examinó la masa de rostros expectantes. Oh, Dios, había tantos de ellos. Ciento por
lo menos. ¡Esto no era nada como Dorset!

March, el mayordomo, dio un paso adelante. Era una figura impresionante, como
un capataz recto con unos penetrantes ojos azules.

-Bienvenida a casa, Su Gracia.- Él saludó a Adrian primero, luego se volvió para


saludarla. -Su Gracia.- Asintió respetuosamente. Violet inclinó la cabeza en
respuesta. -Espero que su viaje haya sido agradable - dijo.

-Bastante agradable -admitió Adrian. -Veo que ha reunido al personal.

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-Sí, Su Gracia. Me tomé esa libertad. Puedo hablar por todos, extendiendo nuestras
más sinceras felicitaciones a usted y a su Gracia por su matrimonio. Que los años
venideros sean felices, y fructíferos .

-Gracias, March. Gracias a todos. Es bueno estar en casa.

Adrian y Violet sonrieron.

El pequeño ejército de gente le devolvió la sonrisa.

Adrian la presentó al personal de alto nivel, incluyendo al ama de llaves, la señora


Hardwick, una astuta alta y delgada mujer con un bollo de pelo gris acero envuelto
tan firmemente sobre su cráneo que parecía una maravilla que ella pudiera
parpadear sus ojos. Y François, el cocinero francés de Adrian, que en su juventud
había trabajado como asistente de cocina en Versailles al servicio del rey Louis XVI
y Maríe Antoinette. Sus ojos avellana centellearon cuando le dijo que había hecho
bocanadas de crema en forma de cisnes en honor a ella y al regreso del duque.

Afortunadamente, no se esperaba que ella dijera mucho. Como resultado, sus


nervios comenzaron a calmarse. Se sentía casi relajada cuando ella y Adrian se
movieron para entrar en la casa.

Antes de que lo hicieran, el mayordomo llamó discretamente la atención de


Adrián, hablando en silencio.

-Su Gracia, un momento, si me permite.

Adrian se detuvo y giró la cabeza.

-¿Sí, March? ¿Qué es?"

-Quería informarle que su Gracia está en el salón. Llegó esta mañana desde la casa
de los doctores.

La garganta de Violet se cerró con las noticias.

La madre de Adrian estaba aquí.

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Capítulo nueve

-Adrian, ma chou, por fin estás aquí. Ven y dame un beso.- Desde su lugar en el sofá
tapizado con seda dorada, la duquesa viuda de Raeburn estiró los brazos. Ella no
hizo ningún esfuerzo para levantarse, sentada regiamente como una reina
saludando a sus súbditos.

-Hola, Maman.- Adrian se inclinó, devolviendo su abrazo mientras pasaba los


labios por las mejillas impecables de su madre.- Qué agradable sorpresa
encontrarte aquí. -El humor encendió sus oscuros ojos marrones.

-Estoy seguro de que no te parece nada agradable -replicó ella con franca
honestidad, con su acento francés todavía muy evidente a pesar de haber vivido en
Inglaterra durante más de treinta y cinco años. - Interrumpiéndote, cuando acabas
de regresar de tu luna de miel. Debes perdonarme, porque no se puede hacer nada.
¿ves?- Ella la señaló con una mano. - Jeannette, ni siquiera me hablará.

Violet se alejó de las puertas donde había estado inmóvil. Tragó saliva alejando el
nudo duro de su garganta mientras se preparaba para saludar a la madre de
Adrian.

Marguerite Le Richeaux Winter era como un torbellino galo, apasionado y


altamente impredecible. Durante el compromiso, la duquesa viuda y Jeannette
habían sido escrupulosamente educadas la una con el otra, pero lejos los
pretenderse Violet sabía que tendría que ser cuidadosa, al menos al principio,
alrededor de su nueva suegra.

-No podría estar más equivocada, Su Gracia.- Violet se adelantó para apretar las
manos de la viuda. -Por supuesto que hablaré contigo. Usted es bienvenida aquí. -
Ella se inclinó, rozó un beso sobre la mejilla perfumada de la mujer.

-Pues, gracias, hija mía. Qué graciosa eres. Y debes llamarme Maman, ahora que
somos madre e hija.

-Por supuesto, Maman -replicó obediente Violet.

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La viuda liberó sus manos. Violet cruzó, hundiéndose con gratitud en una silla de
ala frente al sofá.

-Ya llamé para que nos trajeran el té,- anunció la madre de Adrian. -Espero que no
te importe, hija mía.- Ella alzó una sola ceja oscura en un gesto muy parecido al
que Adrian a menudo usaba.

Violet hizo una pausa, preguntándose cómo debía responder. Jeannette, sabía,
estaría ansiosa por establecer su preeminencia como la nueva duquesa.

-No me importa en lo más mínimo.- Violet sonrió, intencionalmente cortés. -Estoy


segura de que hare lo mismo por ti la próxima vez que vengas a visitarme.

La viuda reconoció la respuesta con una leve inclinación de sus sensuales labios,
otro rasgo que había pasado a su hijo.

El parecido entre madre e hijo era bastante fuerte, particularmente alrededor de los
ojos y la boca. No era difícil de dónde Adrian tenía su belleza oscura y magnética.
A los cincuenta años, la duquesa viuda seguía siendo una mujer sumamente
atractiva. Sólo unos cuantos hilos de plata brillaban en su lustroso cabello negro.
Su piel blanca y cremosa era juvenil como la de una niña, la más ligera avidez de
líneas visibles en las esquinas de sus ojos y en las ligeras arrugas que corrían a cada
lado de su nariz.

Adrian se dirigió al aparador y se sirvió una copa de vino de la jarra.

-¿Cómo fue tu viaje? -preguntó su madre. -Puedo ver que debe haber sido
agradable. Los dos parecen verdaderamente renovados.

Adrian tomó un sorbo de su copa.

-Sí, fue muy agradable.- Sus ojos se movieron hacia Violet, pasaron sobre ella en un
largo, lento e íntimo vistazo. -Bastante agradablemente en efecto.

El té llegó. La duquesa viuda sirvió. Habiendo perdido el almuerzo en el camino,


Violet y Adrian aceptaron los platos de sándwiches y pasteles que pasó la viuda.
Sin embargo, él rechazó el té, prefiriendo conservar su vino.

-¿Cómo está toda la familia?- Se hundió en una silla de ala que igualaba a la de
Violet. -Todavía sanos, supongo, desde la última vez que los vimos en la boda.

Su madre se acarició sus labios con su servilleta, ignorando el divertido sarcasmo


en su pregunta.
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-Todo el mundo está bien,- comenzó. -Aunque mi querido primo Filbert estuvo
confinado en su cama con un esguince durante varios días después de la recepción.
Aparentemente tropezó con el vestido de lady Rankin esa noche mientras
caminaban cerca de los jardines. Se tropezó luego de unos cuantos pasos, en
resumidas cuentas.

Sin duda, el resultado de demasiado champán y un merecido empuje de Lady


Rankin, reflexionó Adrian. Filbert era un coqueto empedernido, aunque casi
siempre inofensivo, que a menudo se equivocaba en su juicio cuando se embebía
demasiado libremente. Lady Rankin, una atractiva joven viuda, supuestamente
había decidido que sus palabras no tenía un efecto suficiente y había recurrido a
un medio de negación más físico.

-¿Espero que no sufriera mucho?

Él y la viuda miraron a Jeannette y sus palabras de inocente preocupación. Era


obvio que su esposa desconocía la notoria reputación del primo Filbert.
Sorprendente, pensó Adrian. Las historias sobre Filbert eran una fuente frecuente
de la diversión en los salones de Londres. Aunque tal vez no, al parecer, entre
respetables señoritas.

Cada día hacía algo para sorprenderlo de nuevo. Sonriendo suavemente, comió
uno de los pequeños sándwiches en su plato.

-Filbert está bastante recuperado -reconoció la viuda-. Sin embargo, Sylvia no lo


está.

La atención de Adrián se despertó al oir mencionar a su hermana mayor.

-¿Qué le pasa a Sylvia?

-Ella esta encinta, como sabes, y Herbert no es de ninguna ayuda para ella.

Sylvia, Lady Bramley, estaba embarazada de casi seis meses de su quinto hijo, los
cuatro primeros niños. Ella y Herbert estaban intentando de nuevo por la hija que
Sylvia quería desesperadamente. Los hijos, se quejaba, estaban muy bien, pero no
tenían ningún uso para vestidos, fiestas y actividades femeninas. Una mujer tenía
derecho a tener una niña para quejarse y mimar, para cursar el pasillo cuando
llegue el momento. "¿Y si nunca llegó a ser madre de la novia?" A menudo se
preocupaba. Cada mujer anhelaba planear las nupcias de su hija algún día.

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Todo el mundo a ambos lados de la familia estaba rezando fervientemente para


que este próximo bebé sea una niña.

-Oh, eso,- gruñó él.

-Sí, eso -le reprendió la viuda. -Es muy cruel de tu parte quitarle importancia a el
malestar de tu hermana. Ya sabes lo afligida que estaba por perderse tu boda.

-No estoy quitándole importancia a la condición de Sylvia, y lo siento si se siente


mal. Pero uno pensaría que esta vez estaría bien acostumbrada a las
complicaciones que provienen de estar embarazada.

-Cada bebé es diferente. Ella escribe que sus tobillos están bastante hinchados. Esa
es la razón de mi visita improvisada hoy.

-¿Para hablarnos de los tobillos hinchados de Sylvia?

-No, no seas ridículo. He decidido quedarme con ella por el resto de su


confinamiento. Asegurándome de que esté sana y bien cuidada.

-Estoy seguro de que Bramley ha retenido al mejor médico disponible.

-Claro. Pero una mujer necesita otra mujer en ese momento, una hija a su mamá.
Además, dice que los chicos la están volviendo loca. Voy a ir a jugar a la mère por
un tiempo. Ya he empacado. Me voy mañana.

-¿Mañana? ¿Tan pronto? En ese caso, debes quedarte a cenar. Te invitó.

-Sí -convino Violet suavemente-, por supuesto, debes quedarte.

La dama sonrió, su rostro iluminado.

-Merci beaucoup, yo acepto.- Ella le dio a su nuera una mirada minuciosa. -Hoy
estás muy callada, hija mía. ¿Hay algún problema?"

Violet apenas pudo evitar saltar.

-Por qué, no... no, por supuesto que no. Estoy... un poco cansada del viaje, es todo.

-Naturellement. Y yo soy una bestia egoísta por mantenerte aquí. No creas que
debes quedarte a entretenerme.

La viuda hizo un movimiento de estruendo con las manos.

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-Ve a tus habitaciones. Acuéstate. Voy a jalar la oreja de mi hijo por un poco más
de tiempo, non?

-Gracias, Su Gracia. Sería muy agradable refrescarme el atuendo,- dijo Violet.

La viuda sacudió un dedo reprobador.

-Ahora es Maman, recuerda.

-Sí, maman.- Violet se levantó, le dio una sonrisa. luego se volvió, compartiendo
una sonrisa más íntima con Adrian.

-March hará que la señora Hardwick te muestre tus habitaciones.- Se puso en pie y
caminó con ella hasta la puerta. Paso un dedo por su mejilla. -Descansa bien,
querida. Te veré en la cena.

-Hasta entonces, Su Gracia -contestó suavemente.

Adrian cruzó de nuevo la habitación, seleccionó un pequeño sándwich en forma de


cuña de queso de hierbas y jamón de la bandeja de plata. Se lo metió en la boca,
masticó y tragó saliva.

-¿Qué estás haciendo hoy aquí, mamá?

Con una expresión de asombro, la viuda levantó una mano hacia su pecho.

-Te lo dije, ma mie, quería una oportunidad para verte antes de irme a
Herefordshire. Estaré fuera hasta Martin más por lo menos.

-Y Jeannette y yo estaremos completamente privados sin tu compañía hasta


entonces. Pero no es por eso que has venido.

-Bueno, hay otro asunto pequeño. Algunas reparaciones en la casa de dote que
necesitan atención. La puerta de la sala chilla como un pequeño ratón cada vez que
se abre o cierra. Y hay que arreglar una de las habitaciones de la criada del piso de
arriba. Obviamente, el techo, requiere una inspección ".

Ewan McDougal era el mayordomo en jefe de Adrian que supervisaba Winterlea,


sus terrenos, casas de inquilinos, dependencias y la casa del dote.

-No, te estoy preguntando el asunto real.

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Dio una media sonrisa, muy a sus costumbres. Nunca le gustaba hablar
directamente con el Sr. McDougal. Decía que sólo podía entender la mitad de lo
que decía el escocés.

-Te haré reparar las cosas mientras estés fuera.- Adrian llevó su vaso al aparador, y
se sirvió más vino. -Entonces, ¿me lo dirás?

-¿Decirte qué?.

Él le dirigió una mirada que hablaba por si sola.

-Oh, eso.- Ella frunció los labios, finalmente cayendo cuando quedó claro que él no
lo dejaría pasar -No quería que creyeras que estaba interfiriendo, pero quería ver
cómo se está comportando. Estaba preocupada. Sentí cierta tensión entre tú y tu
novia antes de la boda. No me digas que estoy equivocada.

Volvió a su silla, tragó un bocado de vino y dejó el vaso a un lado.

-No, no te has equivocado, pero todo está bien ahora. El viaje a la costa fue muy
bueno para nosotros dos.

-¿Te perdonó por tu cambio de planes?- Su madre sabía de la reacción menos que
entusiasta de Jeannette a su gira cancelada por el continente.

-Estaba molesta al principio, pero todo fue olvidado una vez que llegamos a
Dorset.

-Y tú eres feliz-, dijo su madre. -Puedo verlo por la forma en que la miras que lo
eres.

¿Miraba a Jeannette de una manera particular? Pensó, sorprendido. Sí, supuso que
sí.

-Estoy muy contento con mi matrimonio.- Y lo estaba. Más de lo que había


esperado.

-Entonces puedo visitar a tu hermana con mi corazón tranquilo -dijo la viuda-. No


me ha gustado pensar en marcharme, dejándote inquieto e infeliz.

-Yo soy un hombre maduro, mamá. Aprecio tu preocupación, pero ahora soy
capaz de cuidar de mí mismo, ¿sabes?

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-¡Bah! puedes ser un hombre, pero sigues siendo mi hijo. Eso y mi amor por ti
nunca cambiará, no importa cuántos años tengas.

-Yo también te quiero, mamá.

Ella le sonrió alegremente.

-Ahora, ¿qué es lo que oigo de George Finchley? -preguntó Adrian, satisfaciendo el


amor de su madre por el escándalo. -¿Realmente aceptó casarse con la delgaducha
mayor de Grenton?

La duquesa se sirvió otra taza de té y se lanzó al cuento.

En el piso de arriba, Violet se despertó, sorprendida al descubrir que se había


quedado profundamente dormida.

Agnes, bendito sea su corazón, se movió unos momentos más tarde para ayudarla
a vestirse para la cena. La ayudó a vestir con un precioso vestido primaveral de
muselina india con mangas cortas y corpiño redondo. Entonces la doncella cepilló
y desenredó su cabello, colocando unas exquisitas perlas alrededor de su garganta.

Gracias a un buen sentido de la dirección, Violet logró encontrar el salón del


segundo piso después de tomar sólo un solo giro equivocado. Adrian ya estaba
adentro, junto con otro caballero. Se hicieron presentaciones. El señor James
Dalton, el secretario privado de Adrian, se reuniría con ellos para cenar esta noche.

Como regla, Violet encontraba a los extraños intimidantes. Pero Dalton, con su
sonrisa torcida y sus mejillas rubicundas, era tan agradable, tan educado, que se
sintió relajada y tranquila en su presencia en muy poco tiempo.

Aprendió que Dalton era un gran amante de los perros y ya se había familiarizado
con Horacio. Un buen espécimen de gracia canina, declaró, ganándola
completamente. Comparaban ávidamente las notas de las razas más igualadas,
Adrian escuchaba con una inclinación divertida en su labio superior, cuando la
duquesa viuda entró en la habitación.

Violet hizo todo lo posible para no tensarse y callarse. Era vital que ella mantuviera
su ardid y no hiciera nada fuera del carácter de su hermana. Sabía que no le
serviría valerse de la excusa del cansancio por segunda vez ese día. Sin saberlo,

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Dalton vino en su ayuda, atrayendo a la madre de Adrian a la conversación como


si hubiera estado allí todo el tiempo. Para el alivio total de Violet, sus largos y
largos silencios parecían pasar sin aviso.

La cena fue servida en el comedor de la familia, pequeña para los estándares


ducales, sólo lo suficientemente grande para asientos de quince a veinte personas.
Una hoja central había sido removida de la larga y pulida mesa de pacanas. De esa
manera, los cuatro podían cenar en una intimidad cómoda, y no verse forzados a
levantar sus voces para ser escuchados.

Adrian se sentó en un extremo, Violet en el otro, en el lugar reservado para la


anfitriona. Qué extraño era, pensó Violet, actuar como anfitriona. Incluso más
extraño aun hacerlo mientras fingía ser su hermana. Por algún milagro, se las
arregló. Silenciosamente dirigió al personal mientras comía y hablaba, forzándose
a llevar su parte de la conversación a medida que se presentaba cada nuevo tema.

Un profundo alivio la atravesó cuando se sirvió el café y el postre. Los hermosos


bollos de hojaldre que el cocinero había prometido poner -uno en cada plato-
pequeño, un delicioso lago de chocolate oscuro derretido, sirviendo como parte
final de la reunión.

Su alivio fue de corta duración, sin embargo.

Una vez que la comida fue concluida, los hombres se excusaron para discutir un
asunto urgente sobre negocios de la propiedad. A Violet se la dejó volver al salón
con la viuda. No tenía ni idea de qué decir. ¿Por qué Adrian tuvo que
abandonarla? !Caramba¡ con ese hombre.

Su madre se sentó en un extremo del cómodo sofá. Violet se acomodó en el lugar


del otro extremo, mientras ella buscaba un tema apropiado. Quizás alguna
mención del tiempo. Generalmente se consideraba un tema seguro.

-El día parece ser lo más agradable para tu viaje mañana -dijo ella.

-Hmm,- respondió la viuda. -Aunque las tormentas repentinas suelen estallar en la


tarde en esta época del año. El tiempo puede resultar muy inclemente.

Violet se guardó de rodar los ojos. Tanto por el tiempo, pensó. Dio un respingo y
volvió a intentarlo.

-Viviste aquí en Winterlea durante un largo número de años ...

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La viuda volvió su rostro refinado hacia ella, con una ceja elevada.

Queridos cielos, Violet se preocupó, ¿acaso inadvertidamente había insinuado que


la viuda era vieja? Ella se corrigió.

-Puede decirme algo de las familias que viven en las cercanías.

Su suegra la clavó con una larga y penetrante mirada, luego cedió.

-Hay varias buenas familias en la zona, aunque ninguna se puede comparar en


riqueza o estatus con la nuestra. Los Winter han sido el par principal y
terratenientes en esta parte de Derbyshire durante casi trescientos años. Desde que
el rey Enrique VIII concedió la tierra al primer conde de Exeford en 1545.

Violet recordó un pequeño detalle de la historia familiar de su visita original a


Winterlea. Si recordaba correctamente, Adrian era, además de ser el sexto duque
de Raeburn, también el décimo Conde de Exeford, Vizconde Trentworth y
Faynehill, Lord Leighton y Barón Crofton. Tenía unos cuantos otros títulos
menores que ella no podía recordar fácilmente. Otro de los que recordaba
claramente era el marqués de Ashton. Su hijo primogénito se convertiría en el
noveno marqués, si ella y Adrián tuvieran un hijo.

Un hormigueo la recorrió al pensarlo.

-Lord y Lady Carter son dueños de Cresthaven, a varios kilómetros de distancia -


continuó su suegra-. Gente muy gentil. Los Milton y los Lyles, son gente muy
buena también. Y, por supuesto, el vicario Thompkins y su esposa. Ellos viven
aquí y residen muy cerca de la aldea. Ciertamente, ellos te llamarán después de un
período razonable.

¿Llamarla? Violet se estremeció imperceptiblemente. No había pensado en tener


que recibir a sus vecinos. Pero por supuesto que lo haría, la cortesía dictaba que
debía hacerlo. Qué estupidez de su parte no haberlo considerado. Ella retorció sus
manos y se obligó a no fruncir el ceño.

-Te llevaras bien con las personas de la zona, siempre y cuando proporciones
entretenimientos aquí y allá. La gente espera que otros los mantengan alejados del
aburrimiento. Pero eso no debería ser un problema para ti, ya que tienes amor por
la sociedad y sus tejemanes.

Violet sonrió, la deliciosa comida que había consumido tan recientemente


quemándose incómodamente dentro de su estómago.

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-Espero que pases una buena cantidad de tiempo en Londres. Es bueno -declaró la
madre de Adrian- que ya hayas establecido tantas conexiones allí. Tu refinamiento
y maneras fáciles será una gran bendición a la carrera de mi hijo, n'est-ce pas?

-¿Qué quieres decir?

-Hasta ahora, él ha puesto sólo un interés casual en sus deberes en la Cámara de


los Lores. Pero ahora que está casado, estoy seguro de que tomará un rol más
activo en el gobierno. Los duques de Raeburn siempre han sido líderes. Incluso su
padre, y no diré más sobre este tema, fue muy activo políticamente. Adrian no es
diferente. Él está destinado a la grandeza, por nacimiento, así como por su
inclinación. Es solo cuestión de tiempo.

Violet la miró fijamente. ¿Adrian tenía aspiraciones políticas? Nunca le había dicho
nada al respecto. Pero entonces, ¿por qué debería hacerlo? Sólo habían estado
casados durante un poco más de una semana, y los hombres no siempre discutían
tales cosas con sus esposas. Simplemente salían y tomaban sus elecciones. Al
menos, así era como se comportaba su padre. Hacia lo que deseaba y dejaba que su
madre llorara y se quejara más tarde si resultara ser algo que no le gustara.

-Tú serás un gran activo para él.- La viuda se acercó, le dio una palmadita en la
mano. -Una anfitriona competente, puede ser tan esencial para un hombre como
sus habilidades y convicciones. Estoy dependiendo de ti para que lo ayudes en
todos sus futuros éxitos.

-Sí, por supuesto -dijo Violet, falsamente alegre-. No deseo nada más que eso.

-Amo a mi hijo. Me sentiría muy angustiada sabiendo que Adrian esta de alguna
manera descontento.

La espalda de Violet se irguió, su barbilla se elevó por sí misma.

-Tú no eres la única que lo ama.

Algo se suavizó en los ojos de su suegra. La viuda asintió una vez y luego se
dirigió a otro tema.

Adrian y el señor Dalton se unieron a ellos unos minutos más tarde.

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Un reloj distante tocaba el tiempo, dos caricias suaves que resonaban en la


suavidad de la noche.

Violet permaneció despierta, contemplando la oscuridad, Adrian dormido a su


lado.

Su conversación con la viuda seguía danzando en su mente, las palabras se


repetían una y otra vez en un circulo que se había convertido en una especie de
tortura diabólica.

"Tu refinamiento y maneras fáciles serán una gran bendición a la carrera de mi hijo".

¿Qué refinamiento y maneras fáciles?

"Los duques de Raeburn siempre han sido líderes ... Él está destinado a la grandeza."

A menos que ella cometiera algún error grave y lo estropeará todo para él.

"Tú serás un activo maravilloso para él."

Oh, pero no lo sería, Violet gimió para sí misma. Sabía poco de la Sociedad y
menos aún de ser una anfitriona política. Si la madre de Adrian estaba en lo cierto,
y él quería tomar un papel prominente en el manejo de la nación, ella era la última
persona a la que debía dirigirse. Estaba flotando alrededor en este momento,
agarrándose a cualquier palillo sólo para conseguir superar cada día. Fingir ser su
hermana entre su nueva familia ya era bastante difícil. ¿Cómo demonios podría
desear deslumbrar al mundo en algo que no estaba segura de que Jeannette
pudiese lograr? Jeannette era tan política como un ratón marrón. Por otra parte, a
ella se le daba bien tratar con la gente. Tal vez eso es todo lo que necesitaba.

Dios mío, ¿por qué había aceptado alguna vez este engaño?

Sería la ruina de Adrian y la suya también.

"Me sentiría muy angustiada de oír que Adrian estuviese de alguna manera descontento."

Las palabras le apuñalaron. Violet rodó a su lado y cerró los ojos con fuerza. Ella lo
amaba. Lo último que quería era obstaculizarlo. El pánico zumbaba en sus venas,
su corazón latía con rapidez dentro de su pecho.

-¿Jeannette?- Murmuró Adrian, despertando a su movimiento. Él deslizó una


mano sobre su hombro.

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The Husband Trap – Trace Anne Warren
127

Se puso rígida, retrocediendo al escuchar el nombre de su hermana. No, pensó, soy


Violet. Soy Violet.

-¿Hay algún problema?

Tenía que responderle.

-Nada. No puedo dormir ", dijo.

-¿Sueños malos?"

Malos sueños, pensamientos problemáticos.

-Mmm-hmm.

-¿Te ayudaría hablar de ello?

Si pudiera hablar de ello. Vuélvete hacia él, dile lo que su madre había dicho,
pregunta si realmente tenía serias aspiraciones políticas. ¿Pero qué si era verdad y
él había discutido ya sus planes con Jeannette durante su noviazgo? Sería extraño
que ella estuviera preguntando de nuevo. No podía correr el riesgo.

-No. Apenas recuerdo lo que estaba soñando -dijo.

-Bueno, tal vez pueda pensar en una forma de tranquilizarte. Ven aquí.-
Suavemente, la volvió en sus brazos, sus labios se encontraron con los suyos en
tierna adoración.

Ella entrelazó los dedos en su cabello, amando su textura sedosa, cálida y revuelta
por el sueño. Sus mejillas eran ásperas con barba nocturna. No le importó,
besándolo más fuerte, de repente desesperada por perderse en su amor.

-Sí -susurró, envolviendo sus brazos a su alrededor-. Llévame lejos. Haz que me
olvide de todo menos de ti.

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Capítulo diez

-Esos son los últimos armarios de lino, Su Gracia.- La señora Hardwick -cerró y
aseguró un juego de altas puertas dobles que bordeaban una sección del pasillo del
ala este. Una vez terminada, poso sus ojos interrogantes sobre la nueva duquesa.

Violet sofocó un suspiro cansado. En las últimas cuatro horas ella y la ama de
llaves habían caminado lo que debía haber sido una milla por lo menos de pasillos
y escaleras. Entró en las habitaciones y volvió a salir cuando la anciana le hacia
conocer los arreglos domésticos de Winterlea. La tortura había comenzado
enseguida después del desayuno con una inspección de las bodegas de vino, luego
se movió gradualmente hacia arriba a través de la casa. Ahora estaban en el
segundo piso.

-Ahora no, señora Hardwick -dijo Violet, obligándose a ser amable pero firme-.
Estoy segura de que están en el mismo orden excelente que el contenido de todos
los otros armarios y armarios que hemos inspeccionado esta mañana. Le doy las
gracias por una excursión muy completa, pero ahora debo regresar a mis
habitaciones para cambiarme para el almuerzo. El duque estará muy enojado si
llego tarde a la mesa.

La señora Hardwick frunció el ceño como si estuviera en desacuerdo. En una


imitación exacta de su gemela, Violet hizo un ademán superficial y luego se volvió.

La señora Hardwick, sin embargo, no estaba lista para ser despedida.

-Si su Gracia tiene tiempo esta tarde, están los menús de la próxima semana que
debe aprobar. El chef es más insistente en saber de antemano qué comidas debe
servir.

Eso era correcto, pensó Violet, echar la culpa al Chef.

-¿Quién ha estado a cargo de aprobar las comidas hasta ahora?,- Preguntó.

El ama de llaves enderezó sus esqueléticos hombros, con forma de cuervo en su


negro vestido de bombazina.

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-Antes de la llegada de su Gracia, ese deber ha recaído sobre mí.

Violet sabía que las decisiones relativas a las comidas, los arreglos de la mesa y tal
caía bajo su control como duquesa. Pero la idea de estar preocupada por tales
detalles mundanos la dejaba menos que entusiástica. Era probable que Jeannette se
hubiese deleitado con tal autoridad doméstica. Por su parte Violet, podía pensar en
cientos y una maneras más interesantes de pasar su tiempo. Deseaba poder
simplemente arrojarlo todo, pero ahora era la duquesa de Raeburn. Ella tenía esas
responsabilidades. No quería decepcionar a Adrian.

-Sí, muy bien -dijo Violet, mirando a los ojos de la otra mujer encenderse con un
sutil resplandor de triunfo. La mirada, y el conocimiento de que su hermana nunca
haría lo que quería un criado, le dio a Violet el coraje de rebelarse un poco. -Pero
no hoy -dijo-. Mañana aun estaremos a tiempo. En la tarde, en mi estudio. Te veré
allí.

El brillo se apagó, la boca de la ama de llaves abriéndose y cerrándose durante un


largo momento mientras ella decidía o no discutir. Luego bajó los ojos e hizo una
reverencia, apartándose para dejar pasar a Violet.

-Como quiera, Su Gracia.

-Buenos días, señora Hardwick.- Violet pasó por delante y se permitió temblar sólo
después de doblar una esquina en el pasillo.

En el dormitorio de Violet, Agnes había puesto un cómodo vestido de día en


muselina de rayas verdes y blancas y zapatillas verdes a juego. Después de lavarse
la cara y las manos, Violet dejó que su criada la ayudara con el nuevo traje. Luego
se abrió paso a través de varios largos pasillos hasta el comedor de la familia.

Adrian llegó diez minutos más tarde, caminando a paso acelerado.

-Perdona mi tardanza, querida. Montones de correspondencia atestan mi oficina.


Dejé a Dalton revisándola. Él afirma ya que está contento de coger un bocado en su
escritorio. Eso es lo que viene de tener tu atención centrada en otras actividades,
luego tienes demasiado trabajo.

Se agachó, pasando los labios por su frente, luego se levanto para asumir su puesto
en la cabecera de la mesa. Él extendió su servilleta sobre su regazo.

-Pero estoy seguro de que no quieres oír hablar mucho de los negocios aburridos.
¿Como estuvo tu mañana?

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Su charla de negocios no era aburrida, quería decirle. Preferiría oír hablar de su


mañana más que discutir la suya. Después de todo, ¿qué podría ser más tedioso
que inspeccionar las bodegas de cocina, botellas de vino y pilas de ropa de cama?
Jeannette, sin embargo, probablemente habría mostrado poco interés en los
asuntos de negocios, especialmente los de su propio marido.

Haciendo todo lo posible por hacerle divertida la situación de su mañana, Violet se


lanzó a un relato abreviado de sus exploraciones de Winterlea. Dejó de lado sus
dudas acerca de la señora Hardwick.

La mujer la hizo sentir incómoda. Por un breve instante pensó en decírselo a


Adrian, luego rechazó el impulso. No era como si la ama de llaves hubiese hecho
algo mal. Ella era muy eficiente, demasiado eficiente. Quizás ese era el problema.
La mujer dejaba a Violet sintiéndose como si fuera una intrusa en su nuevo hogar.
Como si fuera la sierva y sus habilidades se hubieran encontrado claramente
faltantes.

Tal vez era su propio sentido de inseguridad lo que la hacía sentirse así. Jeannette
ciertamente no habría tenido este problema. Lastima que no era Jeannette. Ella
comió otro bocado de la deliciosa tarta de carne y riñón del Chef y guardó sus
preocupaciones para sí misma.

-No quiero que parezca que te descuido, querida -dijo Adrian cuando terminó la
comida-. Pero tengo algunos asuntos urgentes que no pueden esperar. ¿Estarías
terriblemente angustiado si nos saltamos el viaje que habíamos planeado para esta
tarde? Te prometo que te lo compensaré mañana. Pasaremos todo el día juntos, si
quieres. Montar y hacer un picnic. ¿Qué piensas?

Esperó como anticipando una discusión.

De Jeannette probablemente habría conseguido una.

-No puedo afirmar que no me decepcione -dijo con sinceridad-, pero entiendo que
estás muy ocupado. Por lo tanto, trataré de ocuparme en algo esta tarde.

Él se relajó, pareciendo aliviado.

-¿Estas segura?

-Por supuesto que estoy segura. No necesitas estar sobre mí veinticuatro horas al
día. Ahora soy tu esposa. También tengo deberes.

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Después de haber hecho su declaración desinteresada, Violet se preguntó si


debería haberla hecho. En la mente de Jeannette, el negocio siempre podría ser
pospuesto para más tarde, después del placer. Sin embargo, Violet no podía
arrepentirse de sus palabras. No quería que Adrian la considerara demasiado
exigente, sin importar cómo su hermana se hubiera comportado.

-Pero no imagines que no te mantendré firme en tus promesas de mañana. Estaré


muy enfadada si faltas a tu palabra.

Adrian se levantó, caminando hacia ella. Todos los lacayos se habían marchado,
dejándolos solos en la habitación. Él apoyó las manos en los brazos de su silla y se
acercó.

-Nunca temas. No voy a renegar de ella.-La besó, una suave mezcla de labios y
lenguas, suave y dulce como una cálida mañana de primavera. -Creo, querida, que
soy un hombre muy afortunado. Un hombre muy afortunado de tener una esposa
como tú.

Después de que él se fuera, Violet permaneció sentada un rato, absorbiendo lo que


había dicho, cómo había actuado, el recuerdo de su beso todavía hormigueando en
sus labios. La palabra nunca se hablaba entre ellos, y sin embargo ... Su corazón se
hinchó con la feliz esperanza de ello. Sin embargo, su siguiente pensamiento la
hundió dolorosamente en la tierra. ¿Era ella de quien se estaba enamorando? ¿O
sólo de la mujer que creía que era?

Triste, se levantó de la mesa.

Fue entonces cuando se acordó de la biblioteca y se alegro un poco. Quizás la tarde


no sería totalmente triste, después de todo.

Violet nunca había visto tantos libros reunidos en una habitación en toda su vida.
Los elegantes volúmenes encuadernados en cuero abarcaban las cuatro paredes,
trepando en dos gradas hasta la parte superior del techo de veinticinco metros de
altura. Para una amante de los libros como ella, el efecto fue una experiencia
verdaderamente monumental. Por supuesto, había visto la biblioteca de Winterlea
antes, pero ésta era la primera oportunidad que había tenido para explorar su
contenido a su antojo.

Echando un vistazo por encima del hombro para confirmar que estaba sola, sacó
de su bolsillo los anteojos que guardaba escondidos en su caja de recuerdos y los
deslizó sobre su nariz. Aleluya, pensó, mientras el mundo volvía a enfocarse. Podía

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ver. Parpadeó un par de veces para acostumbrarse a la mayor claridad, y luego


comenzó a escudriñar la selección de libros disponibles.

Había tantos de ellos que literalmente podría haber pasado horas haciendo nada
más que leer los títulos. Los clásicos estaban bien representados: Eurípides,
Homero, Sócrates y Platón. Violet consideró sacar las vidas de Plutarco, pero
decidió que no estaba de humor para una lectura tan pesada. Había las obras
recogidas de William Shakespeare y algunos volúmenes escritos por su
contemporáneo, y supuesto mentor, Christopher Marlowe.

Molière, Voltaire y Descartes estuvieron presentes tanto en las traducciones


originales en francés como en inglés. Y hubo varios volúmenes de ensayos de
autores tan notables como Adam Smith, John Milton, Francis Bacon y Edmund
Burke.

Preocupada por el hecho de que estuviera deambulando, tomó un volumen de


poesía de Robert Burns, romántico, relajante y fácilmente interrumpido si se veía
necesitada de un rápido retiro. Tendría que ser cuidadosa de su tiempo, cuidadosa
también en asegurarse de que nadie la viera leyendo en la biblioteca.

Afortunadamente, la habitación tenía varios rincones espléndidos, incluyendo uno


con un asiento de ventana profunda. Arreglándose dentro de un cómodo cojín de
felpa azul, cerró las cortinas y se encerró en su pequeño mundo privado. Con una
sonrisa feliz flirteando sobre sus labios, abrió su libro y empezó a leer.

Tres semanas más tarde, Violet estaba arreglando flores cortadas en un jarrón en
uno de los salones de abajo cuando March dio un toque ligero a la puerta. Ella le
pidió que entrara.

-Buenas tardes, Su Gracia. - Entró, con una bandeja de plata en la mano. -Cierta
correspondencia ha llegado para que usted la atienda.

Deslizó un zinnia de melocotón en medio de varios hollyhocks altos cuyos


soleados pétalos amarillos estallaban como alas de hadas sobre cada largo tallo.

-Oh, gracias, March. ¿Podrías ser tan amable de colocarlos en el escritorio, por
favor? -Ella alcanzó otro zinnia, un carmesí esta vez.

El mayordomo se inclinó.

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-Con mucho gusto, su Gracia.

-¿March?- El hizo una pausa y esperó con cortesía.

-Sí, ¿Su Gracia?

Dio un paso hacia atrás y inclinó la cabeza hacia un lado.

-¿Qué piensas?

-¿Pensar, Su Gracia?,- Repitió.

-Sí.- Ella asintió con la cabeza hacia el jarrón de flores. -¿Qué piensas de mi
arreglo?

-No estaría en mi lugar decirlo.

-¿Por qué no? Tienes ojos, ¿verdad?

-Bueno, sí, Su Gracia, pero ...

-Por favor. Debo valorar su opinión. Tienes un buen sentido estético. Nunca has
puesto nada que no sea una mesa perfecta y todo lo que hay bajo tu dirección aquí
en la casa se hace con los mejores sabores. Ella volvió a mirar el florero de flores y
suspiró. -Me temo que no estoy muy lista para hacer arreglos.

Calentado por sus palabras de alabanza, March dejó escapar una parte de su
habitual rigidez formal. Estudió las flores, un tumulto de colores atrevidos y de
forma irregular, tallos, hojas y pétalos tan apretados, el jarrón parecía en peligro
inminente de estallar. Ella captó su mirada.

-Preferiría que fueras honesto.-Hizo una pausa durante un largo momento


mientras ordenaba sus pensamientos.

-Su elección de color y tipo de flor es deliciosa. Pasteles alegremente


entremezclados con unas pocas primarias en negrita prestan el interés visual del
arreglo. Tallos altos y cortos para darle movimiento. Pero le sugiero, que su diseño
podría ser mejorado usando menos flores. Tal vez podría intercalar a los más altos
en todo el diseño en lugar de agruparlos todos en la espalda.- Cayeron de repente
en un silencio, él temiendo por un instante haber expresado demasiado su opinión.

Sin embargo, la duquesa no pareció enojada. Entrecerrando los ojos al arreglo, ella
inclinó su cabeza en la dirección opuesta de antes.

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-Sabes, creo que tienes razón.- Ella se acercó, arrancó casi una docena de troncos
goteantes. Poniéndolos a un lado, reorganizó a los otros para que los hollyhocks
largos fueran distribuidos más uniformemente.

Retrocedió de nuevo, con las manos entrelazadas bajo su barbilla. Ella sonrió.

-Oh, eso es exactamente lo que necesitaba. Gracias, March. Muchas gracias de


hecho.

Una ligera oleada de color se le notó en las mejillas, dejándolo extrañamente


descompuesto. No se había ruborizado en casi cuarenta años, se dio cuenta, no
desde que había sido un muchacho pequeño aguantando un regaño. Se aclaró la
garganta.

-Es muy grato, Su Gracia. Estoy contento de haber podido ser de ayuda. "

Ella sonrió de nuevo, directamente hacia él. Incapaz de reprimir el impulso, él le


devolvió la sonrisa.

Desde que el duque y su nueva esposa habían tomado la residencia, ella los había
cautivado a todos. Mostrando sorprendentemente poco parecido a la niña mimada
que había visitado Winterlea durante una semana la primavera pasada durante el
período de compromiso, esta joven mujer era pura delicia. Cálida, amable y atenta.
Evidentemente el matrimonio le quedaba.

Idolatraban al duque, lo respetaban y lo admiraban. Él era muy bueno con todos


ellos. Pero adoraban a la duquesa, cada uno de ellos era su devoto.

Todo el mundo excepto la señora Hardwick.

La duquesa recogió las flores que había sacado del jarrón y las entregó a March.

-No voy a necesitar esto. ¿Crees que el personal disfrutaría de ellos? Creo que
aclararían las mesas de comedor para la comida de la noche. -March aceptó las
flores, inclinó la cabeza.

-Muy amable, Su Gracia. De hecho, será una adición alegre.

Un breve ceño arrugó su frente.

-Oh, pero no hay suficiente. Por favor, instruya a Dobbins y al personal de


jardinería para que corten tantos como usted necesite para que todos puedan
disfrutar de ellos.

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March volvió a asentir con la cabeza, restaurando toda su dignidad.

-Se hará como quiera -se inclinó y salió de la habitación.

Sola, Violet estudió el arreglo floral terminado con un orgullo justificable. Incluso
Jeannette no podría haberlo hecho mejor. Llevaba su obra de arte floral a través de
una amplia mesa de mármol, donde sabía que se vería bien y cuidadosamente
puesta. Lo admiró un momento más antes de volverse. Suspiró al ver la pequeña
pila de correspondencia que March había traído.

Más invitaciones, suponía. Habían empezado a llegar hace poco menos de una
semana, justo después de que sus vecinos comenzaran a llegar. Los Miltons habían
sido los primeros en llegar, una pareja mayor, cuyos seis hijos eran adultos y
casados. Su hijo mayor era un abogado que ahora residía en Londres.

El señor Lyle y su esposa, Joan, vinieron después, sus dos hijas mayores
acompañándolos. Chicas lindas, de mejillas sonrojadas de quince y dieciséis años,
los niñas Lyle se habían sentado en silencio mientras los adultos hablaban. El único
estallido se produjo cuando las chicas habían caído en un paroxismo de risa aguda
sobre una estatuilla griega desnuda que se encontraba en uno de los nichos del
vestíbulo.

El vicario Thompkins, alto y solemne de negro, llegó poco después con su esposa,
Emeline. Una diminuta y pálida mujer, la señora Thompkins se acercó al hombro
de su marido y habló en un susurro que uno debía de esforzarse en oír.

Y entonces había llegado Lord y Lady Carter, la única pareja con la que ella y
Jeannette se habían conocido anteriormente. A diferencia de los otros vecinos, que
no la conocían en absoluto, había tenido que estar más en guardia con los Carters,
esforzándose por ser tan genial y vivas como fuera posible.

Casi lo había estropeado todo salpicando té por toda su falda mientras lo había
estado sirviendo nerviosamente. Afortunadamente, lo había atrapado justo cuando
la primera gota estaba a punto de derramarse. Mediante pura fuerza de voluntad,
había logrado pasar el resto de la visita sin delatarse.

Cruzó el escritorio y, consciente de que estaba sola, sacó las gafas del bolsillo del
vestido. Los equilibró en su nariz, saboreando su visión mejorada.

Las dos primeras partes de correspondencia eran invitaciones. Las dejó a un lado
para su posterior consideración.

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La tercera era una carta enviada desde Londres, su título escrito a través de la
telilla color crema pesado en un pergamino ancho y de escritura oscura. Ella
rompió el sello, sus ojos se ensancharon cuando empezó a leer.

Mi querido amor,

No conoces los tormentos que he sufrido desde tu matrimonio...

Ella jadeó.

Una carta de amor.

Dios mío, había olvidado completamente la advertencia de Jeannette de que


podrían llegar cartas de este tipo. Y si había tenido alguna duda sobre el sexo del
misterioso "Kaye", no lo tenía más. Sólo que él no era "Kaye", como había supuesto.
Era "K", la única inicial garabateada en la base de la misiva.

Apresuradamente, Violet rompió la carta.

¿Qué hacer? Jeannette le había dicho que se lo enviara de inmediato. ¿Pero debería
hacerlo? ¿Tenía derecho a no hacerlo?

Incapaz de resistirse, abrió de nuevo la carta y leyó un poco más. No era una nota
larga. Pero, oh mi Dios, la pasión saltaba de la página en cada palabra.

¿Con quién estaba involucrada su hermana? ¿Qué clase de persona debe ser para
perseguir a una mujer que creía casada con otro? Un hombre desesperadamente
enamorado, decidió, la profundidad de su ardor inconfundible, tan imprudente
como ello podría ser.

¿Y qué decir de Jeannette?

Oh cielos, Violet suspiró, qué enredo cada una de ellas había tejido para la otra.

Hasta la fecha, sólo había recibido una carta de Jeannette. Una breve,
apresuradamente garabateada, típica del estilo descuidado de su gemela. Jeannette
le había asegurado que todo estaba bien, dándole su dirección actual en Italia. Ella
y su tía abuela Agatha estaban pasando un tiempo espléndido, había escrito,
asistiendo a muchas fiestas elegantes y reuniéndose con docenas de personas

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fascinantes. "Violet", al parecer, estaba empezando a salir de su concha, para gran


asombro de su tía.

Violet rezó para que Jeannette no estuviera exagerando, sino terminaría revelando
su engaño. Pero su gemela era inteligente. No era probable que se delatara.

Planeaban quedarse en Nápoles hasta la última semana de agosto, luego viajaban


hacia el sur hasta Florencia, donde permanecerían por lo menos un mes. Jeannette
había dicho que volvería a escribir con noticias y la ubicación de sus nuevos
alojamientos después de que llegaran. Violet aún no había recibido otra carta de su
gemela.

Golpeó esa carta de amor contra su mano, suponiendo que debía enviarla a Italia.
El curso de acción más sabio, sin embargo, sería destruirla. Estaba muy bien para
ella saber a quién pertenecían realmente las cartas, pero si alguien más lo veía? Si
Adrian alguna vez leyera ... no podía soportar contemplar el horrendo resultado de
eso.

No, las cartas debían detenerse.

Sin embargo, Jeannette nunca la perdonaría si destruía la cosa. Y había otro


problema además. Independientemente de la acción que tomara, ¿qué iba a
impedir que el tal K enviara otra carta, incluso si lograba deshacerse de ella?

Tendría que escribir a Jeannette. Hacer que ella aceptase romper la conexión con
este hombre misterioso. ¿Qué otra solución podría haber? Tal vez con el tiempo
podría ayudar para que "Violet" y este hombre misterioso se relacionaran para
bien. Asumiendo que su hermana realmente tuviese sentimientos por esta persona
K y desease un futuro con él.

Violet se metió la carta en el bolsillo y se sentó en el escritorio. Buscó una nueva


hoja de papel de escribir. Absolutamente absorta, no oyó inmediatamente los pasos
detrás de ella. Cuando lo hizo, echó un vistazo por encima del hombro y dejó caer
la pluma.

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Capítulo Once

La respiración de Violet se apretó fuerte en sus pulmones cuando Adrian se acercó.


Con gran conciencia de los anteojos posados en su rostro, se los quitó,
agarrándolos dentro de su palma. Tan casualmente como le fue posible, bajó la
mano con los incriminantes anteojos, ocultándolos dentro de los pliegues de su
falda.

Oh, Señor, ¿los había visto?

Su mirada cayó sobre la carta que había estado escribiendo, su corazón se subió a
su garganta. No podía dejar que se diera cuenta tampoco de eso, y estaba casi a su
lado.

Llevó una hoja de papel normal sobre la que había estado escribiendo y luego giró
abruptamente en su silla.

-Adrian -le saludó, sonriéndole.- Qué sorpresa tan agradable. ¿Ya regresaste?
Pensé que dijiste que tu cita con el señor McDougal duraría toda la tarde.

El se detuvo, dirigiéndole una sonrisa curiosa.

-Nuestro negocio tomó menos tiempo del esperado.- Miró hacia el escritorio, luego
lentamente hacia atrás. -¿Qué has estado haciendo, señora? ¿Escribiendo cartas?

Ella se puso de pie, con cuidado de mirarlo mientras se alejaba deliberadamente


del escritorio. Ella inclinó la mano que sostenía sus gafas detrás de su espalda.

-Sí -dijo ella. -Recibimos dos invitaciones más, aunque todavía no he tenido la
oportunidad de revisarlas. Estaba escribiendo una carta a ... umm, Violet. Ella debe
partir pronto para Florencia y no quería echarla de menos antes de que ella
partiera hacia la siguiente etapa de su viaje.

-¿Cómo está tu hermana?

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-Muy bien, la última vez que escribió estaba en Italia que está de acuerdo con ella,
al parecer.

-¿Celosa de sus aventuras? -preguntó.

-Por supuesto -respondió ella con la suavidad de candor que sabía que podía haber
empleado Jeannette.- Pero me consuelo con la seguridad de que un día me llevarás
allí. Lo has prometido, ¿verdad?

-Sí. Un día visitaremos el continente, incluida Italia.- Ella sonrió. Él sonrió a


cambio. -Bueno, ¿me lo vas a decir?

-¿Decirte qué?

Él asintió con la cabeza hacia su mano oculta.

-Sea lo que sea, que estás intentando desesperadamente ocultar detrás de tu


espalda.

Genial. Y había pensado que no se había dado cuenta. ¿Qué hacer? Su corazón latía
furiosamente, dándose cuenta de que no los podía ocultar, ahora no, ya no. A
menos que ella pudiera hacer una osada salida.

Ponerse a la defensiva, se dijo.

-No es nada. Si quisiera que lo supieras, te lo diría.

El dio un paso hacia delante, y apoyó las manos en su espalda.

-¿Por qué no quieres decírmelo?- Violet levantó la barbilla con una inclinación
altiva.

-Es un asunto privado.

-¿Un asunto privado? ¿Aquí en el salón de abajo?- Él arqueó una ceja.

-Sí, y te agradecería que no preguntases más.

Por un momento de esperanza, pensó que iba a desistir. Luego él soltó los brazos y
dio otro paso adelante.

-Esa táctica puede funcionar en todos los demás con los que estas relacionada, pero
no te servirá conmigo. -Él le tendió una mano insistente-. Veamos.

Sus hombros cayeron, junto con su postura desafiante.

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-Adrian, por favor. No es nada importante. Déjalo ser.

Pero su curiosidad se despertó y una vez que Adrian estaba curioso acerca de algo,
no había manera de detenerlo.

-Muéstrame o temo que me vaya a obligar a recurrir a métodos más fuertes.

Él extendió la mano antes de que ella pudiera alejarse, enganchó su muñeca y la


hizo avanzar. Él abrió su puño cerrado.

-¿Gafas?- Violet trató de no dejar que notase que estaba preocupada.

-Los necesito para leer, si quieres saberlo.- La sorpresa se reflejaba en su rostro.

-No tenía ni idea. ¿Y has estado ocultando tus gafas todo este tiempo?

Ella bajó los ojos.

-La visión imperfecta es una aflicción que comparto con mi hermana. Pero a
diferencia de ella, no elijo transmitir el impedimento al mundo. Una mujer nunca
se muestra a favor de usar anteojos, ya sabes. - Ella expresó los sentimientos
fácilmente, repitiendo las mismas frases que su hermana y su madre le habían
dicho mil veces.

-No pueden parecer tan malos -insistió Adrian suavemente.

-Nunca dijiste que se veían bien en mi hermana. - Las palabras salieron de su boca
antes de que pudiera evitarlas.

-La pregunta no se planteó. Pero nunca pensé que tu hermana pareciese insulsa
con sus gafas, si eso es lo que quieres decir.

Una inexplicable dificultad para respirar se apoderó de ella.

-¿No es así?

-Ustedes son mujeres hermosas. Son gemelas, después de todo. Ponte las gafas.

-¡No! No podría.

-Póntelas-exigió con voz gentil.

Ella se quedó en silencio. Temblando, tratando de no mostrarlo, se dio cuenta de


que no tenía otra opción. Estaba total y verdaderamente atrapada. Con gran
reticencia, deslizó los anteojos en su nariz, luego lo miró a través de las lentes de

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cristal, su rostro querido por una vez en clara y nítida atención. Ella esperó, con las
manos agarradas, el corazón golpeando deprisa como una liebre. Ahora vería la
verdad, ¿no? ¿Sabría quién era realmente?

Su estómago se paralizo ante ese pensamiento.

-Te ves exactamente como ella,- murmuró después de un largo momento de


estudio. -Sé que ustedes dos son idénticas, pero es verdaderamente asombroso.

Violet parpadeó.

No se dio cuenta de la verdad. El alivio la atravesó, seguido por una extraña


sensación de decepción. Un saborcillo amargo y vacío que ella sabía que no debía
sentir. ¿Quería que lo averiguara?

Por supuesto que no, se regañó.

Aún así, ¿cómo sería que él la mirara con una expresión de cariño en sus ojos y
saber que era para ella? La verdadera ella. ¿Cómo sería para él besarla como Violet
y saber que la quería a pesar de todo? Oírle pronunciar su verdadero nombre,
Violet, un susurro apasionado en los labios, un murmullo de éxtasis pronunciado
en la oscuridad, en las frías horas de la noche o bajo el calor fresco de un sol
matutino.

Pero esos pensamientos eran pura locura. Tal circunstancia nunca podría ser.
Abruptamente melancólica, se estiró su mano para quitarse las gafas, sin confiar en
que su suerte durara.

-No -dijo él, deteniéndola. -Déjalas.

Ella frunció el ceño.

-Tengo entendido que tu no quieres ponerte tus gafas en público -continuó-, pero
aquí en casa debes usarlas tantas y tantas veces como necesites. -Él le cogió la
mano y se la llevó a los labios. -Te aseguro, querida, que tu resplandor no se ve
disminuido por esta adición.

Ella debía negarse. Incluso ahora era un riesgo demasiado grande. Sin embargo,
qué alivio sería volver a ver normalmente. ¡Qué delicia leer y escribir sin tener que
echar un vistazo a través de sus lentes cuando pensaba que no estaba siendo
observada.

Su sugerencia era una tentación que no se podía negar.


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-Muy bien -respondió, consintiendo como si su petición fuera una gran carga-. Los
usaré si mi necesidad es grande. Sólo aquí en la casa y sólo en privado.

-Ahora que eso está resuelto, me detuve a preguntarte si te gustaría o no ir a remar


en el lago. Es un buen día, demasiado hermoso para quedarse encerrado dentro. Le
pediré a François que nos traiga una comida ligera por la tarde, y podríamos cenar
en la pequeña isla en el centro del lago. Mis hermanos y yo solíamos jugar y nadar
allí en el verano. Sé de un cómodo y apartado lugar perfecto para un picnic. He
estado deseando presentártelo durante algún tiempo.

Violet captó el brillo perverso en sus ojos oscuros y supo que tenía más que la
navegación y la cena en mente. Su cuerpo se calentó ante aquella noción.

-Tengo que terminar mi carta, pero supongo que puede esperar. Sin embargo
debería cambiarme con algo más apropiado para estar en el exterior antes de salir.

-Muy bien.- Él le dio un par de besos sobre sus labios, que sabían a más por venir. -
Voy a hablar con François sobre nuestra comida. ¿Diría en media hora?

-En media hora.- Ella sonrió.

Esperó a que saliera de la habitación y recogió las hojas de la carta que había
escrito a Jeannette. Los encerró con llave, junto con la carta del amante de su
hermana, en un pequeño cajón empotrado en la mesa de escribir. Terminaría la
carta y la enviaría al día siguiente.

Guardándose la llave, subió a cambiarse.

Lo último del verano se desvaneció, el calor de agosto se fue en septiembre.


Octubre amaneció, tratando a los habitantes de la zona para que se refrescasen,
mañanas escarchadas, tardes suaves y noches claras y nítidas. Brillantes como
monedas recién acuñadas, las hojas brillaban en los árboles en colores festivos:
rubí, cobre y oro. Las ardillas, el tejón y el ciervo de cola arbustiva se ocupaban en
preparar sus bosques para el invierno. En el interior, las personas encendían los
fuegos, intercambiaban algodones frescos por el calor de la lana, bebían sidra
caliente y comían sopas calientes en lugar de comida más fría y ligera.

En Winterlea, era casi lo mismo.

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Erin, una de las doncellas de la planta baja, prendió el fuego en el estudio de la


duquesa. Violet le dio las gracias cuando terminó, intercambiando sonrisas con la
chiquita, que no podía tener más de quince años. La sirvienta hizo una tímida
reverencia y se marchó, con el cubo de ceniza y el cepillo de la chimenea en la
mano.

La habitación era cómoda, más pequeña que muchos otras en la enorme casa. A lo
largo de las últimas semanas, Violet la había hecho suya.

Situada en la esquina trasera oeste de la casa, que daba a uno de los jardines, que
fue adornado por el otoño con exuberantes aerosoles de crisálidas doradas y de sol.
Relajante y tranquila, la habitación exhalaba un suave y relajante silencio que
Violet amaba. En las tardes, cuando Adrian estaba ocupado con los negocios y no
había inquilinos que visitar, ni vecinos que viniesen a visitar, se acurrucaba en uno
de los sillones cómodos de la habitación y se perdía dentro de un libro.

Revelándose en un mayor sentido de libertad ahora que podía usar sus gafas sin
temor a que la descubrieran, se entregaba a la lectura aquí en el estudio cada vez
que podía. Mantuvo un pedazo de bordado a mano, por si acaso la interrumpían.
No quería que nadie, especialmente Adrian, se diera cuenta de que estaba pasando
las tardes felizmente enterrada en un libro.

Horacio rezongó, roncando suavemente donde yacía cerca de sus pies, soñando
sueños perrunos. Violet reanudó su lectura y se quedó profundamente absorta
muchos minutos hasta después cuando un ligero arañazo llegó desde la puerta.
Actuando rápidamente, escondió el libro entre su cadera y el cojín del asiento, tiró
del bastidor de bordado unos centímetros más cerca de modo que parecía como si
estuviese cosiendo. Sólo entonces le pidió a la persona que entrara. March estaba
en la puerta.

-Perdone la intrusión, Su Gracia, pero pensé que debía informarle que lord
Christopher ha llegado.

Las cejas de Violet se dispararon hacia arriba ante la noticia. ¿El hermano menor de
Adrian, aquí? ¿Ahora? No había escrito nada acerca de una visita en la carta que
Adrián había recibido de él la semana pasada. Según era de su conocimiento, se
suponía que debía estar en la Universidad, estudiando para los exámenes de
medio término.

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-Lord Christopher ha subido a sus habitaciones para cambiarse -contestó March. -


Preguntó después a su llegada por su Gracia. Cuando le expliqué que su Gracia no
estaba en casa en este momento, pero que usted estaba recibiendo, dijo que no la
molestara. Luego pidió una comida y subió.

Podía decir por el tono de March y por sus acciones que desaprobaba que su
cuñado no se detuviera e inmediatamente la saludara. En las pocas ocasiones que
se habían conocido, Lord Christopher-o Kit, como era conocido por sus íntimos,-
nunca había sido nada inflexiblemente cortés y amable con Jeannette y Violet. No
lo conocía bien, pero dada su inusual conducta, parecía que algo debía de estar
mal.

-¿Se encontraba bien? -preguntó.

-Su Señoría dio todas las apariencias de gozar de buena salud robusta, Su Gracia.

-Hmm. Bueno, ya que él ha llegado, por favor, informe al Chef que habrá tres en la
cena de esta noche. Y que manden una bandeja de té a la sala de estar de la familia.
A menos que Lord Christopher tenga una objeción, pídale que se una a mí en
media hora.

-Muy bien, Su Gracia.- La aprobación apareció en los ojos arrugados de March. Se


inclinó y cerró la puerta tras salir.

Ella suspiró. Tanto por leer esta tarde. Esperaba haber hecho lo correcto pidiendo a
Kit que tomara el té con ella. Tal vez debería haberle dejado a su suerte ya que
claramente no deseaba compañía. Pero estaban relacionados ahora y sería mejor si
pudieran desarrollar una relación cordial desde el principio.

Por supuesto, no tenía idea de cómo Jeannette se había comportado con él en el


pasado. Simplemente tendría que lucir confundida como lo había estado haciendo
durante todas estas semanas. Deslizó su libro en su escondite debajo del grueso
cojín de su asiento, luego abandonó el santuario de su habitación, con Horacio
arrastrándose a su paso.

-Si quieres saberlo, he sido expulsado. Expulsado. Desterrado.

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Kit hizo su declaración dramática, luego se metió un sándwich y té en la boca,


masticando como si necesitara reponerse después de haber emitido una
declaración tan vívida.

Tragó saliva e inmediatamente tomó otro bocadillo.

-Adrian me va a matar cuando se entere de que me han expulsado. Probablemente


me pondrá a cavar zanjas de drenaje en una de sus granjas como castigo.

-Por supuesto que no -dijo Violet, incapaz de evitar que su simpatía apareciera. -
Puede que no sea tan espantoso como te imaginas.

-No, será peor.- Bebió un poco más de té, su largo y delgado cuerpo hundido en su
asiento. Le recordó a Violet una versión más joven de su hermano.

-¿Cuándo volverá, lo sabes?- Kit murmuró en un tono triste.

-En cualquier momento, me imagino.

Kit miró fijamente la tarta de mermelada de frambuesa roja en su plato, su


expresión tan triste como un condenado a la espera de la hora final de su ejecución.
Después de una larga contemplación, comió el dulce en un bocado.

-Yo habría ido a Town, pero ya se ha gastado la asignación de mi trimestre. No


conseguiré otra hasta el año que viene.

-¿Fue el juego o las mujeres, entonces, que provocaron este daño?- Hace un par de
meses ella no habría tenido el valor de hacer una pregunta tan impertinente. Pero
pretender ser su hermana gemela parecía estarle prestando una medida extra de
bravata últimamente.

Él la estudió durante un largo minuto con sus profundos ojos avellana, luego se
encogió de hombros.

-Si quieres saber, no eran ni mujeres ni juegos de azar. Fue una carrera a pie.

-¿Una carrera a pie? ¿Dónde podría estar el daño?- Teniendo la gracia de lucir un
poco disgustado, cruzó sus pies bien calzados y bajó los ojos.

-Una carrera a pie desnudos.

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Ella jadeó, incapaz de ocultar su asombro. Las imágenes sorprendentes


parpadeaban en su mente. Al darse cuenta de que su boca estaba abierta, la obligó
a cerrarse.

-Parecía muy divertido en ese momento-, reflexionó. -Tres vueltas alrededor de los
campos comunes de la Universidad antes de que el reloj llegue a medianoche, el
mejor hombre gana y todo eso. Por supuesto, la suerte de nosotros por desgracia
era ser atrapados cuando trazamos ese estúpido plan. ¿Quién sabía que Dean
Musgrove elegiría esa noche particular para llevar a su esposa a la azotea para una
encuesta astronómica nocturna de los cielos?- Hizo una pausa, una sonrisa traviesa
se deslizó por sus labios. -Supongo que acabó viendo mucho más que estrellas.

El humor de la situación burbujeó dentro de ella.

-Entonces era apuesta, después de todo -acusó ella. Una pequeña risilla escapó,
arruinando por completo el efecto de sus severas palabras.

-Más un desafío realmente. Habíamos estado discutiendo sobre la iniciación de la


casa pasada y, bueno, todo se intensifico desde allí. Brentholden es un corredor
campeón. Le dije que yo era mejor.

-¿Así que sólo tú y este otro hombre?

-El resto de la multitud nos estaba animando, pero eran demasiado pusilánimes
para participar en la carrera.

-¿Qué le pasó al señor Brentholden?

-Está fuera, pero sólo por el resto de este semestre. Si mantiene limpio su
expediente, volverá sin defectos.

-Y tú no lo harás-, dijo ella como una declaración, no una pregunta. Una mezcla de
abatimiento amargo se apoderó de sus facciones.

-No fue mi primera infracción.

Ella consideró sus palabras, pensando en su hermano chiflado. Darrin había


pasado su vida envuelto en un pecadillo tras otro, muchos más graves que esto. El
año pasado había acumulado una deuda de casi cinco mil libras jugando dados y
cartas. Luego apareció en la puerta de su padre, con los bolsillos vacíos por
completo pidiendo, mendicidad de los fondos para cubrir sus pérdidas. Parecía
que los crackers estarían tras sus huesos sino. Peor aún, casi había causado un

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The Husband Trap – Trace Anne Warren
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escándalo público al tener un romance con la esposa de uno de sus profesores en


Cambridge. El profesor había querido atropellarlo. En cambio, se había visto
obligado a conformarse con las disculpas de Darrin y su promesa de abandonar la
escuela y nunca volver a poner pie en la ciudad de Cambridge.

Visto bajo esa luz, la indiscreción de Kit era bastante insignificante. Ciertamente no
merecía ser expulsado. Dejando de lado la mención de Darrin, Violet expresó su
opinión a su nuevo cuñado.

Él se encogió de hombros, viéndose un vez mas abatido.

-Tristemente, la junta de la Universidad no lo vio así. Fui informado por ese cuerpo
político que puedo aplicar de nuevo en el siguiente periodo de readmisión en el
otoño, y puede o no ser concedido. En lo que a mí respecta, pueden mantener su
escuela en mal estado. Por desgracia, mi hermano no está de acuerdo. Tengo que
tener una educación si deseo ser alguien.

-¿Qué harías si no estuvieras en la Universidad?

El hizo una pausa, con una expresión de sorpresa en su rostro, como si nadie
hubiera pensado en hacerle tal pregunta antes. Alcanzó otra tarta de frambuesa,
comió mientras consideraba su respuesta.

-Viajar, creo-, reflexionó. -Hay tantos lugares intrigantes en el mundo: India,


China, los Mares del Sur, las Américas. He oído que tienen manadas de
monstruosas bestias, grandes criaturas marrones y peludas que corren salvajes por
las regiones inexploradas de sus tierras occidentales. Búfalos, creo que son
llamados.

Fascinada, quería preguntarle más. En lugar de eso ella refrescó su té y enterró su


interés dentro de la taza. Jeannette no habría encontrado nada menos fascinante
que oír hablar de búfalos, aunque quisiera viajar al extranjero.

-Bueno -respondió ella, esforzándose más firmemente en el papel que había


aceptado retratar-, el continente es lo suficientemente aventurero para mí.
Asumiendo que tu hermano acepte llevarme. Este fastidioso negocio suyo parece
no tener fin.

Ella observó una luz naciente de interés salpicar en los ojos de Kit.

-Sí, bueno, él tiene mucha responsabilidad sobre sus hombros.

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-Como todos nosotros. El chef está haciendo medallones de carne esta noche para
la cena. He pedido que se establezca un lugar extra para ti, por supuesto.

-Mis gracias, pero puede ser más agradable para todos nosotros si no me reúno con
ustedes esta noche - apartó la taza de té y el plato.

-Como quieras, pero espero que lo reconsideres. Puede que esté enojado ahora,
pero esto se le pasará, probablemente antes de lo que imaginas. Tú eres su
hermano y él te ama mucho. Nada puede cambiar eso.

Antes de que Kit tuviera la oportunidad de responder, Adrian entró en la


habitación.

El duque lanzó una mirada fruncida a su hermano.

-March me dijo que estabas aquí. ¿Qué ha ocurrido?

-¿Es la manera de saludar a tu hermano? -preguntó Violet con voz suave. -Ven a
sentarte y tomar un poco de té.- Ella palmeó el cojín del sofá a su lado. -Debes estar
hambriento después de tu largo día. ¿Como te fue?

Kit esperó, esperando que su hermano hiciera un comentario cortante y despectivo


a su sugerencia, y luego lo miró directamente. En su lugar, Adrian dejó el
interrogatorio e hizo lo que su esposa le pidió, moviéndose para sentarse a su lado.

Le dejó servirle té caliente de una olla fresca que una de las criadas trajo, junto con
un plato de sándwiches y bollos variados. Añadió una cucharada extra de crema
coagulada a lado de la manera que él prefería.

Permitiendo que ella lo cautivara, Adrian les contó los asuntos de su día de
negocios. Al final, Adrian se volvió hacia su esposa.

-Mi querida, gracias por la deliciosa comida. Si nos disculpas, mi hermano y yo


tenemos algunas cosas que creo necesitamos discutir. Kit, ¿Nos vamos a mi
oficina?- Adrian se levantó, dirigiéndose a la puerta, su sugerencia era una orden.

Tomándose una respiración profunda, Kit se levantó de su silla. Hizo una pausa
para hacer una reverencia corta y cortés a su cuñada.

-Nunca me lo dijiste -murmuró ella con una voz demasiado baja para llegar a los
oídos de Adrian-. -¿Quién ganó la carrera?

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Las cejas de Kit dispararon hacia el cielo, una pequeña sonrisa que borró un rastro
del desánimo de su rostro.

-Yo lo hice.

Contrario a la predicción triste de Kit, Adrian no le obligó a realizar trabajo manual


como penitencia por su imprudencia tonta. Tampoco lo relegó a su habitación con
una dieta de pan y agua o fue desterrado a la propiedad más remota de la familia
en las Islas Orcadas de Escocia.

No, lo que Adrián hizo fue mucho, mucho peor. Al menos para el modo de pensar
de Kit.

Su hermano lo puso en un intenso curso de estudio con el vicario Dittlesby. Un


clérigo retirado, el hombre era tan viejo que podía recordar el nacimiento de Mad
King George. Con un sentido de la moda atascado en el siglo pasado, Dittlesby
todavía llevaba una peluca blanca encrespada en su cabeza y se decantaba por los
abrigos largos del capote. Casi sordo, llevaba un pequeño cuerno metálico que se
levantaba al oído para escuchar. A pesar de su uso, Kit a menudo tenía que elevar
su voz a un grito cercano.

Dejando la edad y la enfermedad de lado, la mente del vicario era aguda. Un


erudito, que conocía tan bien el griego y el latín y todos los textos clásicos, podría
haberlos escrito él mismo. Nada le afectaba al vicario Dittlesby.

Adrian ciertamente sabía cómo girar los tornillos cuando le convenía, decidió Kit.
Su plan -expresado en una voz impasible durante esa primera agonizante reunión-
era discutir el estatus de Kit con los funcionarios de la Universidad y hacer que lo
reintegraran. Mientras tanto, Kit iba a completar todo el trabajo que estaba
perdiendo para que pudiera pasar los exámenes al final del trimestre y no
quedarse atrás. No habría más infracciones. Sería tan circunspecto como un monje.
Y voluntariamente estudiaría con el vicario Dittlesby, sin importar cuánto le
doliera hacerlo.

Adrian pronunció la orden y Kit obedeció.

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Sin embargo, sólo había tanta miseria que un hombre podía soportar. Por eso,
después de casi dos semanas de estudio, Kit buscó refugio en el único lugar que
esperaba poder evitar la detección.

El estudio de su cuñada.

Sabía que había desaparecido la mayor parte de las tardes durante unas horas. Al
principio pensó que se estaba escurriendo para hacer una siesta o escribiendo
cartas a sus amigos, o caminar con ese perro gigante suyo. Entonces se dio cuenta
de que no estaba involucrada en ninguna de esas actividades. Le preguntó a una
de las sirvientas, una pequeña muy bonita que reía cada vez que se ponía a diez
pies de el, a donde su Gracia desaparecía cada día. La respuesta: en su estudio en
la parte trasera de la casa.

Su cerebro le dolía después de un día dedicado a cifrar las ecuaciones del cálculo y
traducir pasaje tras interminable pasaje del griego y el latín. Llamó a la puerta del
estudio de Jeannette y se dejó entrar un segundo después de que ella diera su
aprobación. Cerró la puerta y apretó la espalda contra ella, consciente de que debía
parecerse a un zorro que huía de una jauría de perros babosos.

Su cuñada le dirigió una mirada inquisitiva.

-¿Está algo mal, Kit?

Se obligó a relajarse, entrando en la habitación.

-No, en absoluto. ¿Te importa si me siento aquí un rato? Prometo no interrumpir lo


que sea que estás haciendo.

Con ojos astutos, ella hizo una inclinación con la mano hacia un sillón situado en el
lado opuesto de la chimenea. Desesperado por un descanso del vicario, lo tomo.

Se dejó caer en el asiento, aliviado.

-Sí, me gustaría.- Sus labios se curvaron en una sonrisa tímida. -Se estaba
preparando para iniciar un análisis comparativo de Sócrates y los grandes estoicos
romanos cuando se excusó por unos minutos -el llamamiento de la naturaleza,
creo-. Me temo que aproveché su ausencia y salí de la habitación.

-Si no eres cuidadoso -bromeó-, puede organizar un grupo de búsqueda. Pero


puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Sólo estaba ... -hizo una pausa,
deslizando el marco de coser en su codo unos centímetros más cerca -bordando.

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-Llevo un libro conmigo.- Él levantó un grueso tomo cocido en cuero oscuro. -De
esa manera, si me encuentra, puedo afirmar que no entendí lo que dijo el vicario y
entré aquí a estudiar. Sólo escucha la mitad de lo que digo tal como es, y siempre
cuando he cometido algún error tonto. -Se pasó una mano por sus cortos rizos
negros-. -Adrian es un diablo por haberme convencido de ello.

Ella sonrió suavemente.

-Estoy segura de que tenía una buena razón para tomar esa elección.

-Tortura. Ésa era su razón.- Se inclinó hacia delante, inclinando la cabeza. -¿Mis
oídos están sangrando todavía? No fui sometido a tantas horas de conferencia en la
Universidad. Pronto podría estar tan sordo como ese viejo. Y mis ojos. ¿Están tan
rojos como sospecho? Me temo que se caerán con todas las lecturas.

Ella sacudió la cabeza ante su exagerado humor, entrecerrando los ojos


ligeramente mientras trazaba con las puntas de sus dedos sobre la superficie de su
bordado. Ella saltó de repente y se metió un dedo en la boca.

-¿Estás bien?-, Preguntó. Ella asintió.

-Me clave la aguja en el dedo. Estúpida de mí.

-Puede que encuentres un instrumento de costura más aburrido.

-Sí, tal vez -murmuró.

Llamaron a la puerta. Kit se puso rígido. ¿Ya se había descubierto su escondite?

March entró en la habitación, apenas dándole una mirada.

-Su Gracia -dijo el mayordomo-, siento interrumpirle, pero ha habido un accidente


en las cocinas. Una de las criadas dejó caer una olla pesada de agua de lavado
hirviendo y ha sufrido varias quemaduras. Pensé que querría ser notificada. -
Inmediatamente alarmada, se enderezó.

-Por supuesto que sí. ¿Se ha llamado a un médico?

-Un niño fue enviado para llamar al sanador local.

-No, no, tiene que llamar al Dr. Montgomery. -El doctor Montgomery era el
médico personal del duque, un joven médico entrenado en Londres, a quien
Adrian había convencido de venir a la zona dos años antes. -El sabrá qué hacer.

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-Sí, Su Gracia.

-¿Fue Sarah?-, Preguntó.

-No. Brenna, la del norte.

-Oh, pobrecita. -Ella se levantó y se volvió hacia Kit. -Tendrás que disculparme.
Debo ir a ver si hay algo que pueda hacer por ella.

Kit se paró, según dicen los buenos modales.

-Por supuesto. Debes decirme cómo va.

March y la duquesa salieron de la habitación. Kit cerró la puerta detrás de ellos y


se volvió para regresar a su asiento. Con todo el bullicio, podría ser capaz de eludir
la detección durante algún tiempo. Siendo así, decidió tomarse una siesta mientras
tenía la oportunidad.

Su mirada se posó en la silla de su cuñada y en la esquina de lo que parecía ser un


libro, saliendo desde el lado de la silla y el cojín del asiento. Curioso, caminó más
cerca, tiró del volumen de su escondite.

La Eneida.

Parpadeó y se quedó mirando el reverso. Qué extraño, pensó. ¿Qué diablos hacía
en la silla de Jeannette, de todos los lugares? Seguramente se había dado cuenta de
que el desgraciado le había clavado un agujero en la cadera cuando se había
sentado.

Sólo sosteniéndolo le dio escalofríos.

Volvió a abrir la portada, con los ojos vidriosos cuando vio que estaba escrito en el
latín original. Por un breve instante, esperaba que fuera una traducción. Podría
haber sacado algo de eso; Dittlesby adoraba molestarle con pasajes de Virgilio.
Pero Adrian, bastardo astuto que era, se había encargado de que todas las
versiones inglesas de los libros que Kit estudiaba hubiesen sido retiradas de la
biblioteca poco después de su llegada. Pronto tendría que tener una charla con su
hermano mayor. Este acoso flagrante debía terminar, incluso si él hubiera llevado
la mayor parte de él sobre su propia cabeza.

Entonces, ¿qué estaba haciendo este libro en la silla de Jeannette? Ella no era
exactamente del tipo erudita. Dudaba de que alguna vez abriera un libro. Estaba
seguro de que no había estado leyendo este. Señor, no podía leerlo, aunque
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quisiera. Tal vez Adrian lo había llevado a la habitación - él no lo era, fluido en


latín- y lo había olvidado en la silla. No era algo de su hermano mayor ser
descuidado con un libro, sin embargo. Adrian nunca fue descuidado con nada. Ese
era Kit, desconcertado con ese gran misterio.

Lo reflexionó durante unos momentos más, y luego decidió que realmente debería
moverse en ese negocio de su siesta mientras tuviese la oportunidad. Devolviendo
el libro al lugar donde lo había encontrado, añadió un tronco al fuego, se tendió
cómodamente en su silla y cerró los ojos.

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Capítulo Doce

Otra carta para Jeannette llegó a la mañana siguiente.

Como con la primera, Violet no reconoció inmediatamente su significado. Con toda


inocencia, levantó la misiva de la bandeja de plata que March le colocó en el brazo
y rompió el sello. Las escandalosas palabras saltaron de la página, golpeándola
fuerte entre los ojos.

Mi querido amor. Como duele quererte a ti.......

Apresuradamente, volvió a doblar la carta y la apretó en su palma húmeda. Genial


Jeannette. Obviamente ella no había escrito para desalentar a su amante.
Probablemente ni siquiera lo había intentado.

Violet contempló el fuego ardiendo en la parrilla. Una carta era una cosa tan
simple de tirar y verla ennegrecer al convertirse en ceniza. Sin embargo, en última
instancia, el pequeño acto de cobardía no resolvería nada, le daría poco más que un
respiro temporal. Y estaba su conciencia a considerar-cosa molesta que era-
riñéndola para que recuerde que la carta no era suya para poder destruirla.

Tendría que escribir a Jeannette de nuevo, decidió. Insistir que esta peligrosa
correspondencia entre su gemela y su amante misterioso debía terminar.

Con eso en mente, cruzó hasta el fuego. Calentando el abridor de cartas metálico
en las llamas, utilizó una mano hábil para separar el sello de cera. Satisfecha con el
resultado, encontró tinta y pluma y comenzó a escribir su carta.

Un par de días después llegó la carta de la madre de Adrian. Decidiendo que no


tenía sentido retrasar una respuesta, Violet fue al salón del primer piso para
redactar su respuesta.

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Kit y el vicario Dittlesby ya estaban allí, trabajando duro, como generalmente lo


hacían en las tardes. Aunque había otros lugares donde podía haber buscado
pluma y papel, el escritorio de la sala de estar era el más conveniente. Su plan era
entrar, ser apenas advertida -era después de todo una habitación muy espaciosa- y
escribir silenciosamente su mensaje.

Ambos hombres se pusieron de pie en su entrada.

Ella les hizo un gesto para que volvieran a sentarse en sus sillas.

-Por favor, no se preocupen por mí. He venido a escribir unas cuantas cartas.
Estaré muy quieta. Olvídense de que estoy aquí.

-Buenas tardes, duquesa.- El vicario se inclinó, enviando la peluca blanca hinchada


sobre su cabeza en un movimiento peligroso que amenazaba con caer al suelo. -¿La
estamos molestando?

Levantó su cuerno de lata al oído, prestándole atención.

-No, no, me temo que soy la culpable de causar una interrupción-, dijo. -Por favor
continúen con su lección.

El vicario asintió con su voz fuerte.

-Sí, estamos teniendo una lección. Podemos trabajar en otro lugar si prefiere que
nos retiremos.

Encontró los ojos de Kit, que brillaban con humor resignado.

-Hermana-, saludó.

-Kit. -Ella asintió, luego se volvió hacia el vicario. Ella moduló su voz con la
esperanza de que entendiera mejor esta vez. -No se vayan. Escuchen, siéntense. -
Les hizo señas con las manos-. Continúen su trabajo y no me presten atención.
Estaré en mi escritorio, escribiendo unas cuantas cartas.

-¿cartas? No, actualmente estamos revisando la conjugación de verbos latinos


irregulares. Su atención a tales asuntos le da mucho crédito. Es usted una dama
muy refinada y amable. -Ella lo miró boquiabierta por un momento.

-Sí, bueno, gracias. Continúen. Como dije, estaré escribiendo unas cuantas cartas. -
Ella sonrió, haciendo una pantomima del acto. La comprensión se iluminó
repentinamente en los ojos del viejo. Él asintió, y volvió a inclinarse.

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Ella compartió otra mirada divertida con Kit, ahogando una sonrisa y se retiró al
escritorio. Los hombres retomaron la lección.

Con una rápida mirada alrededor para asegurarse de que estaban ocupados, se
puso sus gafas, inclinando la cabeza para que su rostro no pudiera ser visto
fácilmente.

Comenzó la carta a su suegra preguntando por la salud de la viuda, y la de la


hermana de Adrián Sylvia y su familia. Violet había oído hablar, que el embarazo
de Sylvia progresaba bien. Aunque su cuñada había estado en cama durante varios
días después de un desafortunado incidente entre su hijo de cinco años, una fiesta
del té de la tarde y un tarro lleno de ranas.

Ella sonrió, riéndose suavemente ante el recuerdo de la historia graciosa mientras


continuaba su carta. Escuchó con la mitad del oído el progreso que se hacía detrás
de ella. Pobre Kit, pensó, estaba teniendo un horrible momento, luchando por un
tema que tan obviamente detestaba.

Personalmente, disfrutaba del latín. Las mujeres generalmente no estaban


expuestas a tales disciplinas, concentrándose en las actividades femeninas
apropiadas: bordado, acuarela, geografía, francés, tal vez un poco de italiano. Y si
no hubiera sido por las clases de idiomas, tal vez nunca hubiera aprendido latín.
Pero el tutor contratado para enseñarle a ella y a Jeannette Italiano también había
sido contratado para instruir a su hermano en los clásicos. Las similitudes entre los
antiguos y los nuevos lenguajes despertaron su interés inicial. Ayudar a Darrin a
completar sus traducciones hizo el resto. Cuando tenía catorce años, era capaz de
leer el latín por sí sola.

-Eso es incorrecto, su señoría.- El vicario suspiró con evidente frustración. -Debería


haber dominado esto hace mucho tiempo. Debe memorizarlos. Sólo entonces las
traducciones saldrán bien. Por favor recite todos los tiempos del imperfecto
subjuntivo de iré.

Ella escuchaba, silenciosamente repitiéndolos con él. Ella le deseó encontrar la


respuesta correcta a través de cada pausa larga y dolorosa mientras luchaba por
encontrar las palabras.

Finalmente, pasaron a la siguiente.

-Nolle, su señoría, más bien activa.

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Ella murmuró para sí misma mientras escribía otra frase de su carta:

-Nolueram, nolueras, noluerat, nolueramus, nolueratis, noluerant.

Kit confundió su camino con sólo un error en tercera persona del singular.

-Nolleagain, su señoría, perfecto subjuntivo.

Apenas consciente de que lo estaba haciendo, murmuró las respuestas, olvidando


mantener su voz tan baja como debería.

No vio la cabeza de Kit girar en su dirección.

-Continúe. Segunda persona, señoría -dijo el vicario.

-Noluisses,- dijo ella en voz baja.

Kit repitió la palabra.

-Bien, bueno, continúe -le animó el vicario.

-Noluisset -murmuró ella.

El repitió lo que había dicho.

-Excelente. ¿Y el resto?

-Noluissemus, noluissetis, noluissent.

Kit la escuchó, incrédulo, apenas capaz de comprender lo que estaba oyendo.


¡Jeannette sabía latín! ¿Cómo era eso posible? Aturdido, había escuchado mientras
ella decía las respuestas, repitiéndolas de nuevo al vicario en una especie de
asombroso asombro. Jeannette sabía las respuestas. Había conseguido que cada
uno de ellas tuviera razón. Él la miró fijamente mientras se inclinaba sobre su
escritura. Si de repente le hubiese brotado alas y levitado en el aire, no podría
haber estado más sorprendido.

Recordó el libro de Virgilio que había encontrado en su estudio hace varios días.
En ese momento, se había dicho que pertenecía a Adrian. Ahora no estaba tan
seguro.

-Muy bien hecho, milord. Creo que usted está mejorando. Intentemos una
traducción. El vicario escribió una cita sobre la pizarra que había preparado antes.

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Kit forzó su atención hacia el tablero, su mente se olvidó de lo que acababa de


aprender. Luchó por descifrar las palabras.

-Paciente y resistente, herido serás de uso?

-No, mi señor -dijo el vicario en desilusión-. Comienza," Sea paciente y resistente."


Intente el resto.

-Sé paciente y resistente ...- repitió, frunciendo el ceño.

Jeannette rio con tanta suavidad. Él la miró a su manera y fue cuando la vio,
realmente la vio, mientras miraba por encima de su hombro para leer las palabras
indescifrables en la pizarra.

Llevaba anteojos.

Jeannette no llevaba anteojos. Ella le había dicho una vez en una fiesta que las
damas que se preocupaban por su vista deberían encontrar maneras de hacerlo sin
gafas. Por suerte nunca había tenido que preocuparse, ya que tenía la vista
perfecta.

-Milord -le animó el vicario-. "Sé paciente y resistente ..."

Luego la oyó murmurar el resto del dicho en voz baja antes de volver a escribir.

-"Por que un día este dolor te será útil."

Por lo general, se habría burlado bajo la pequeña indirecta en enseñanza del


vicario. Pero ahora mismo no tenía tiempo para preocuparse por la cita porque
había descubierto una verdad asombrosa.

Su cuñada era una impostora.

Al día siguiente, en el almuerzo, mientras cenaban una espléndida ternera estofada


con champiñones, Violet empezó a notar una diferencia en Kit. El cambio no era
nada evidente. La observaba mucho más que de costumbre. Un extraño brillo en
sus ojos verde y dorado cada vez que le dirigía una pregunta o comentario.

Al principio, se encogió de hombros. Imaginación hiperactiva, sin duda, provocada


por la falta de sueño. Adrian había estado en un humor particularmente amoroso

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anoche. La había mantenido despierta hasta altas horas de la madrugada,


despertándola para hacer el amor una última vez poco después del amanecer, para
su delicia soñolienta. Ahora estaba pagando el precio por su indulgencia carnal,
cansada e imaginando cosas.

Adrian, observó, parecía repugnantemente bien descansado y contento. Él le


sonrió después de comer un bocado de zanahorias, luego continuó su discusión
sobre la arquitectura gótica con el vicario y el señor Dalton, que había aceptado
una invitación para cenar.

Levantó una mano a su boca para cubrir un delicado bostezo, y volvió a


sorprender a su cuñado. Ella le lanzó una mirada inquisitiva, arqueando una sola
ceja hacia arriba. Se encontró con su mirada con una inescrutable de las suyas,
luego bajó los ojos y continuó su comida.

Ella quería interrogarlo por su comportamiento poco característico, pero no podía,


no con los otros hombres presentes en la habitación. Y después, no hubo tiempo.

Kit se excusó tan pronto como la comida fue concluida, el vicario se levantó
siguiéndolo, ansioso por continuar sus estudios. Adrian y el señor Dalton le
pidieron permiso para retirarse también; Más negocios que requerían su atención.

Dejando a los sirvientes para que ordenarán, guardó los pensamientos de Kit y su
extraña vigilancia en el fondo de su mente y fue al conservatorio. Horacio se
acurrucó a su lado, con las uñas golpeando musicalmente contra el suelo de losas.

La inmensa sala de cristal era una maravilla de luz y aire, cálida y tranquila,
incluso en los días fríos, tristes como hoy. Las gotas de lluvia chocaban contra las
multitudinarias vidrieras, fundiéndose en finas líneas acuosas que serpenteaban en
espiral hacia la tierra.

La flora floreció en una exuberante abundancia de verde, empapando el espacio


lleno de color y vida. Varias variedades de flores estaban en flor, incluyendo las
rosas que había venido a cortar. En su camino hacia ellas, pasó junto a un par de
naranjos, altos y prósperos en inmensas macetas de barro que debían pesar unas
doscientas libras cada una. Lirios de primavera en tonos de rosa y amarillo y rojo
mostraban su gloria con sus cuellos trompetas, vitales a pesar de una floración bien
fuera de temporada.

Violet se detuvo ante las rosas. Horacio se echo cerca.

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Cuidadosa de cortar sólo unos pocos tallos de cada arbusto, se movió lentamente a
lo largo de la fila. Se detuvo de vez en cuando para cepillar las puntas de los dedos
sobre un pétalo satinado o dos, para respirar un extra-profundo trazo de la
fragancia embriagante.

Estaba inclinada sobre un ejemplar particularmente magnífico de rosa pálido,


debatiendo si debía dejarlo intacto o sujetarlo libremente de su tronco, cuando
Horacio soltó un único y ronco ladrido.

Enderezándose, miró por encima del hombro. Su cuñado estaba a unos cuantos
metros de distancia.

-Kit-, dijo, -no te oí acercarte.

-Mis pisadas son como la de los gatos, o eso me han dicho.- Caminó más cerca. -Lo
siento. No era mi intención sobresaltarte.

-No lo hiciste.- Ella puso sus tijeras en la canasta, y se volvió hacia él. -Al menos no
mucho. ¿El vicario te dio unos minutos de descanso o has venido en busca de un
nuevo santuario?

-He sido liberado por este día, gracias a las estrellas. El vicario Dittlesby temía que
la tormenta pudiera empeorar y decidió viajar a casa temprano. Voy a continuar la
última lección por mi cuenta. -Él puso los ojos en blanco, luego puso una mirada
intencionada sobre ella. -Tal vez podrías ayudarme.

-¿Qué quieres decir?- Ella levantó sus ojos sorprendidos a los suyos, una pequeña
risa escapándose de ella. Allí estaba otra vez, pensó. Esa mirada. Un escalofrió de
alarma hormigueó por su espina dorsal.

-Nada-, respondió. -Sólo estoy desesperado, eso es todo.

Ella se relajó débilmente.

-¿Todo está bien?

-Sí, por supuesto, ¿por qué no lo estaría?

-No lo sé. Pareces ... tenso.

-¿Sí? -se inclinó y tocó una de las flores que había dentro de su cesta. -No lo habría
pensado. ¿Rosas, hmm?

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-Sí. Estoy planeando un arreglo para la sala de estar de la familia. Pensé que éstos
serían alegremente fragantes.

-Por supuesto que sí. Rose es tu segundo nombre, ¿no?

Ella frunció el ceño por un instante antes de relajar la frente.

-Sí. Jeannette Rose.

-Las rosas son preciosas, ¿no?-, Continuó. -Flores tan lujosas, tan suaves y dulces,
pero plagadas de espinas. Una floración astuta, peligrosa para los incautos.

Un horrible temor la atravesó. No podía saberlo, ¿no? No era posible.

-No son como otras flores-, reflexionó. -Tomemos la violeta, por ejemplo. Una flor
igualmente atractiva a su manera, tan suave, tan dulce, pero curiosamente benigna.

Él la atrapó en su mirada.

-¿Entonces, cuál eres? ¿Una rosa o una violeta?

Sus ojos se abrieron de par en par antes de que pudiera evitar la reacción, su
corazón vibrando como un pajarito errático atrapado en una jaula.

-¿Qué tontería estás diciendo?- Ella se volvió para despedirlo.

Él la detuvo, agarró la manija de la cesta todavía enganchada sobre su brazo.

-No te molestes con la charada. Yo sé quién eres. -Él se inclino hacia el final. -
Violet.

Haciendo un último intento por mantener vivo su engaño. Ella se echó a reír, un
ruido que se derramó hacia arriba en el techo.

-¿Crees que soy mi hermana? Qué notable. No hay duda de que Violet estará
excepcionalmente divertida cuando le escriba para decírselo. La historia les dará a
ella y a la tía abuela Agatha una carcajada.

Un reflejo de duda se filtró en su mirada. Entonces, tan abruptamente como había


aparecido, desapareció.

-Buen intento, pero no te creo. Encontré tu libro. El que está escrito en latín que has
escondido bajo el asiento de tu silla en el estudio.

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-¿Qué libro?-, Ella pregunto precavida. -No sé nada sobre ningún libro. Ni siquiera
me gusta leer.

-Si que puedes. Y sabes latín. Te escuché hablándolo. Recitaste mi lección conmigo
ayer. Sabías las respuestas también. Todas ellas -añadió, sonando ultrajado por
ello.

¿La oyó? El pánico se apoderó de su garganta como una mano sofocante. Recordó
que murmuraba una o dos palabras en la sala de estar, pero, sin duda, no lo
suficientemente fuerte como para ser escuchada. Supuso que el impulso provenía
de sus años de recitar declinaciones latinas en voz alta para memorizarlas. Dios
mío, ¿cómo pudo haber sido tan estúpidamente descuidada?

-Tengo un excelente oído-, dijo como si pudiera leer sus pensamientos. -Todos en
la familia lo saben. He sido acusado en muchas ocasiones de ser parte Basset
Hound. Grandes orejas, nariz afilada. Pero bueno, eres nueva en la familia, ¿no?
¿Qué tan nueva? Eso es lo que quiero saber. ¿Cuándo cambiaron los puestos tú y
Jeannette? ¿Cuánto tiempo ha estado ocurriendo esto? Más aún, ¿por qué lo
hiciste? Dime. Quiero algunas respuestas.

Ella se encogió bajo su inquisición, con los hombros caídos. La cesta de flores cayó
al suelo, unas tijeras de metal resonaron cuando golpearon las losas.

-Por favor, no lo entiendes.

-Por el contrario, creo que entiendo muy bien. Ahora, oigamos algo de la verdad.

Horacio se puso en pie de un salto y se colocó delante de ella. Tenso, apretó su


gran cuerpo moteado contra sus faldas.

Ella puso una mano calmante en la cabeza del perro.

Kit lanzó una mirada hacia abajo a su canino campeón.

-Está bien, muchacho -dijo con voz tranquilizadora-. Todo está bien.

Horacio se relajó, pero no bajó la guardia.

-No me dejará si estoy alterada, ¿sabes?

Ella se debatía en cómo manejar la situación.

-Lo sé. Déjame llevarlo a Robert, entonces volveré y podremos hablar.

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Asintió con la cabeza.

Queriendo correr y seguir corriendo, Violet se obligó a dar un paseo desde la


habitación. Con la espalda erguida, no mostró ninguna de las turbulencias que
golpeaban su sistema como un viento con la fuerza de un vendaval.

Localizó a Robert en cuestión de minutos, y le pidió que tomara a Horacio para


que le de un paseo. El perro se resistió al principio, gimiendo, no queriendo
separarse de ella. Lo acarició, largas y tranquilizadoras caricias que le hicieron
temblar los músculos con evidente placer. Pronto se calmó, y dejó que Robert, su
frecuente compañero, lo llevara fuera.

Regreso, caminando con el entusiasmo de un prisionero frente a la horca.

Kit había enderezado la canasta volcada, cuidadosamente guardando las flores


cortadas dentro. Apenas y la vio, su mirada voló directamente a su cuñada.

-¿Prefieres sentarte o estar de pie?-, Preguntó él. -Hay un banco no lejos de aquí.-
Ella tembló.

-Sentarme, creo-. Temía que sus piernas no pudieran apoyarla mucho más.

Y así se sentaron, bajo un grácil arco cubierto de jazmín, el olor luminoso y aireado
como una nube. Pasó un minuto antes de que hablaran.

-No se casaría con él.

-¿Qué?

-Jeannette -dijo con voz baja. -La mañana de la boda. No se casaría con Adrian. Ella
me lo confió, sólo a mí, en el último minuto. No pude persuadirla de lo contrario.
Estaba determinada a hacerlo, a pesar del escándalo que haría caer sobre mi
familia y la tuya.

-Así que tú solución fue cambiar de lugar? ¿Engañar a Adrian con una novia falsa?

-No fue planeado, simplemente sucedió. No había tiempo para pensar en nada, y
en ese momento cambiar de lugares parecía ser el menor de dos males.

-Con escasa consideración por los deseos o sentimientos de mi hermano.

Ella se ruborizó, juntando los dedos en su regazo.

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-¿Vas a decírselo?- Sus palabras salieron estranguladas, las lagrimas picando en la


parte posterior de sus párpados.

-Dame una buena razón por la que no debería hacerlo.

-Porque yo lo amo, si eso hace alguna diferencia. -Ella respiró entrecortadamente. -


Sea lo que sea que haya cometido, nunca fue mi intención herir a Adrian. He hecho
todo lo posible por ser una buena esposa. Hasta ahora él no ha objetado nada.

Kit encontró su mirada fija, oyó la verdad de sus palabras. Según las apariencias,
tenía razón.

La otra noche los había visto sentados uno al lado del otro en el sofá. Él y Adrian
habían estado discutiendo algo ordinario-caballos, pensó- mientras Jeannette ... es
decir, Violet ... escuchaba mientras bebía una taza de té. Cuando dejó la bebida a
un lado momentos después, Adrian había tomado su mano con la suya. Le había
acariciado con el pulgar de un lado a otro en la parte superior de la piel,
deslizándolo ausente y perezosamente. Aparentemente ni siquiera era consciente
de lo que estaba haciendo, como si su necesidad de tocarla fuese instintiva,
visceral.

Kit recordó otros casos. Miradas ocasionales. Breves toques y pequeños gestos que
hablaban sobre el éxito del matrimonio de su hermano. Adrian parecía feliz de una
manera que nunca lo había estado antes. Adrian incluso había comentado con Kit
una tarde que encontraba la vida con su nueva esposa inesperadamente placentera
y para su alivio nada como la unión de sus propios padres menos que satisfactoria.
¿Kit tenía el derecho de interrumpir esa armonía simplemente porque había
descubierto una sorprendente verdad acerca de la novia?

-Está viviendo una mentira-, argumentó, tanto para sí como para ella. -Tendrá que
saberlo alguna vez.

-¿Tendría? Se ha ido demasiado lejos para los arrepentimientos.

-¿Entonces estás dispuesta a vivir como otra mujer por el resto de tu vida?

-Si debo hacerlo, sí. Si eso es lo que se requiere para mantener a ambas familias
lejos de la ruina. La vergüenza no podía soportarse. -Sus ojos de color océano le
suplicaban. -No lo quiere, Kit. Ella nunca lo hizo. Pero yo si. Por favor, te lo ruego,
no me des la espalda.

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-Puede que aún descubra tu truco todo por su cuenta. Adrian no es un cerebro de
guisante, sí te das cuenta.

-Lo sé. Pera es una oportunidad que tengo que tomar.

El se inclinó hacia delante, colgó las manos entre sus rodillas mientras sopesaba
sus opciones.

-No lo sé. Simplemente no lo sé.

-¿Quieres tomarte esta noche al menos? No digas nada hasta que hayas tenido la
oportunidad de pensar las cosas ¿Qué tanto puede doler otras horas?

Parecía desesperada, con las facciones tensas, su rostro bello más vulnerable de lo
que había pensado ver.

Él suspiró.

-Esta bien. Por esta noche, entonces tú sigue siendo Jeannette. En cuanto al futuro,
veremos. Pero quiero que entiendas, aquí y ahora, que no le mentiré por ti si
alguna vez me lo pide. Si me pregunta directamente sobre tú identidad, le diré la
verdad. -Ella asintió.

-Entiendo. ¿Por qué no me ves mañana en el folly? Digamos, a las diez. El estará
inspeccionando las reparaciones hechas a la granja de los Oxley. Me lo mencionó
esta mañana.

Kit frunció el ceño, incómodo con tal engaño.

-Muy bien. Mañana a las diez.

El silencio cayó entre ellos. ¿Qué más podían decir? Por ahora por lo menos.

Kit se marchó, el eco de sus pasos sonando calladamente detrás de él.

Durante mucho tiempo después, Violet permaneció sentada. Ella agacho su cabeza
y dejó correr un par de lágrimas por sus mejillas, la desolación llenando su
corazón.

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Capítulo Trece

El resto de la tarde y de la noche resultó ser una prueba tortuosa.

Apenas podía soportar mirar a Kit, pero sabía que tenía que comportarse como si
nada estuviera mal. Como si no tuviera su mundo en sus manos. Como si él no
tuviera el poder de romper ese mundo completamente con sólo unas pocas
palabras sencillas dichas mañana.

En la cena, trató de comer, pero cada mordedura se quedaba en su garganta,


amenazando con ahogarla. Intentó sonreír y conversar. Sus mejores esfuerzos
cayeron, sonando pesados hasta a sus propios oídos. Cuando Adrian expresó su
preocupación, dijo que era un dolor de cabeza y suplicó que la excusasen.

Los hermanos se pararon mientras salía de la habitación.

Una vez que llegó a su habitación, no podía relajarse, paseando de un extremo de


la habitación espaciosa a la otra. Agnes llegó, alertada de la condición de Violet por
Adrian. Su criada tenía una compresa empapada en agua de lavanda para su
cabeza y un vaso de leche tibia para ayudarla a descansar.

Ella se dejó ayudar a pesar de que era lo último que deseaba. Una vez Violet se
cambió su camisón, y se metido entre las sábanas, Agnes finalmente se fue. Tan
pronto como lo hizo, Violet volvió a salir de la cama, demasiado extenuada para
dormir.

Se retorció las manos mientras se ponía a pasear una vez más.

Oyó a Adrian entrar en el dormitorio contiguo, el bajo murmullo de su voz


mientras hablaba con su criado.

¿Sería su última noche con él?

La idea casi le detuvo el corazón, la idea era tan insoportable. Si Kit le dijera la
verdad, ¿Adrian se alejaría de ella? Ella temía mucho que lo hiciera.

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Tal vez debería simplemente decírselo ella misma. Confesarlo todo, luego arrojarse
a sus pies y suplicarle que la perdone. Decirle que no la eche a un lado. Pedirle que
la mantenga como su esposa.

Sabía que Kit tenía razón. Adrian merecía saber la verdad. ¿Pero a qué costo? Ella
se abrazó alrededor de sí misma.

Antes de que pudiera darse un segundo más para pensar, se quitó el albornoz,
cruzó la habitación y abrió la puerta de su suite que era contigua a la de él.

Adrian y su criado se volvieron hacia su abrupta entrada.

En el curso de su matrimonio, era la primera vez que ella había entrado en la


habitación de Adrian sin invitación previa. Se acercó la bata a su cuerpo,
repentinamente consciente de sí misma.

-Querida, ¿algo no está bien?- Adrian estaba vestido en mangas de camisa, los
pantalones, y con las medias en los pies. Su corbata desechada y zapatos colgaban
en las manos de su valet. El hombre mayor inclinó la cabeza en un gesto
respetuoso, luego ejerció su discreción y se alejó.

Con el corazón encorvado en el pecho, la boca seca como tostada rancia. Las
palabras que ella había estado planeando hablar se evaporaron de su mente.

Adrian se adelantó y la atrajo más hacia el centro de la habitación.

-¿Cómo está tu dolor de cabeza? Iba a ir a verte una vez que me hubiese cambiado
mi ropa. -Ella luchó por encontrar su voz.

-Yo... eso... estoy mucho mejor. Los remedios que enviaste con Agnes eran muy
calmantes. Gracias.

-Me alegro de que te sientas mejor, pero tus gracias deben ir a tu doncella. Los
detalles del tratamiento fueron su idea. Sólo le informé que no estabas bien.

Ella asintió con la cabeza, bajó la cabeza y se quedó mirando la alfombra con
motivos bajo sus pies. Ella clavó su dedo gordo en un aterciopelado parche azul de
medianoche, consciente del silencio que pesaba sobre la habitación como una
mortaja.

Ella respiró hondo.

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-Adrian, yo... -se interrumpió, recordando que no estaban solos. Él se volvió y se


dirigió a su criado.

-Eso será todo por esta noche, Wilcox. Puede retirarse.

-Sí, Su Gracia. Buenas noches.- Wilcox se inclinó y salió por la puerta.

Adrian se volvió hacia ella.

-Ahora, ¿que me ibas a decir, querida?

-Yo..... -¿Qué había estado a punto de decir? ¿Qué estaba haciendo, planeando
entregarse? Tal vez debería, pero... oh, era una cobarde terrible.

En cambio, corrió hacia adelante, envolviendo sus brazos alrededor de él, hundió
su rostro en su pecho.

-Te extrañé, eso es todo-, dijo, sus palabras amortiguadas contra su camisa.

-¿Me extrañaste? Ha pasado poco más de una hora desde que estuvimos juntos en
la misma habitación.

Miró hacia arriba, hacia sus ojos vibrantes, hacia sus iris de un bello y luminoso
marrón que no dejaba de conmoverla. Ella alzó una mano, pasando la palma por
su mejilla, encontrándola áspera con rastrojo, fuerte y caliente e imposiblemente
masculino.

-Lo que yo quería decir -murmuró- es que te quiero.

Sus brazos se apretaron en su espalda, deseo disparando desde su mirada.

-¿En verdad?

-Sí. -Ella pasó los labios por la mandíbula, esparciendo besos aquí y allá, por su
cuello, por la piel expuesta de su pecho.

Las manos de él se deslizaron hacia abajo, le acariciaron el trasero y la atrajo hacia


su cuerpo.

-Déjame terminar de lavarme -le dijo, dándole un par de besos ligeros sobre sus
labios. -Quitar este duro rastrojo de mi rostro y vendré a ti en unos minutos.

Ella apretó su agarre.

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-No, te quiero ahora.- Ella se arqueó parándose sobre los dedos de sus pies, tan alto
como pudo alcanzar, y se presionó contra él, su excitación firme contra su vientre.
Hundió un puñado de dedos en su pelo, tirando su cabeza hacia la suya. -Te
quiero tal como eres-, suspiró. -Siempre tal como eres.

El hambre rugía en el interior de él, agarrándose con las garras afiladas de una
bestia indomable. Ella lo complacía y lo sorprendía. Nunca había tomado el papel
del dominante antes, nunca iniciaba cuando hacían el amor. Pero esta noche era
como una tormenta imparable, caliente, salvaje y dispuesta. Ella tiró de su camisa,
pasándola sobre su cabeza y lanzándola negligentemente al suelo, pasando sus
manos sobre su carne desnuda, brazos, hombros, pecho y estómago.

Respiró hondo cuando ella lo tocó, con sus delgados dedos haciendo un rápido
trabajo con los botones de su pantalón. Sus ojos se cerraron, sus labios se abrieron
cuando su mano se curvó sobre su erección. Él sintió su agarre, quemándolo como
un suplicante bajo su caricia. Ella lo besó por todas partes, incluso allí, cayendo
sobre sus rodillas hasta que él no pudo soportarlo más y la levantó una vez más
sobre sus pies.

Capturó su boca, salvaje y necesitada, la habitación girando en el olvido, poseerla


era su único pensamiento racional.

El se deleitaba con su toque mientras sus manos se zambullían bajo su camisón,


deslizándose por sus muslos desnudos, sus caderas y cintura, sobre sus pechos y
alrededor de la curva carnosa de sus nalgas. Hechizándola, besándola,
acariciándola por todas partes, excepto el lugar que más le dolía por su toque.

Ella gritó, deseándolo, necesitando de él. Si se lo quitasen mañana, quería esto. Un


último recuerdo para mantenerla caliente en las noches frías y solitarias por venir.
Si ocurriera lo peor. Si su secreto era revelado. Pero ahora la decisión no era
solamente suya. Todo lo que podía hacer era mostrarle cómo se sentía y esperar
que fuera suficiente.

Él le quitó el camisón de su cuerpo, luego se quitó la última de sus ropas mientras


se movían juntos hacia la cama. Rodaron sobre la colcha, manos codiciosas, labios
codiciosos, hambrientos e incapaces de obtener suficiente.

Sus mejillas sin afeitar quemaron y rastrillaron su piel delicada, convirtiéndola en


un rosa brillante mientras la besaba, la amamantaba y la lamía, de punta a punta.
Pero no le importaba, las sensaciones, ásperas y suaves, demasiado tentadoras para

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resistirse. Él la volteó sobre su estómago, para prodigar la misma atención en sus


hombros y espalda y nalgas hasta que ella se arqueo y gimió estremeciéndose.
Gritando su nombre, con los puños apretados en las sábanas, mientras un placer
exquisito golpeaba sus sentidos.

Luego la tocó, usando sólo su barba y el golpe de sus dedos para enviarla
subiendo, subiendo, levantándose, hasta que se rompió en un borde de deleite
primal. Ella convulsionó, su cuerpo húmedo y satisfecho.

Él le dio vuelta, hundiéndose en ella hasta donde su cuerpo pudo alcanzar. Ella
salió al encuentro, emparejándolo, capturando su ritmo mientras él penetraba en
ella. Ella regaba besos sobre su sudoroso torso, su rostro enterrado contra su
cuello, sus piernas alrededor de su espalda. El extendió la mano, cogiendo una de
ellas en su mano y lentamente estirándola, ajustando su muslo, su tobillo, su
cuerpo y el suyo, hasta que su tobillo descansó sobre su hombro. Luego movió su
otra pierna.

Ella llegó instantáneamente, la posición hacia que lo tomara increíblemente


profundo. Pero aún no había terminado con ella, penetrándola, llevándola al pico
una última vez antes de que su cuerpo explotara contra al suyo.

Su nombre era un grito ronco en sus labios cuando encontró su placer.

-Jeannette.

Cerró los ojos y dejó que el calor y la desesperación la inundaran.

Lentamente, él se separó de ella, reorganizando sus cuerpos para acurrucarse


cerca. Con la cabeza apoyada en el pecho de él, ambos luchando para aliviar su
dificultosa respiración.

El nombre de su hermana seguía sonando en su cabeza, siempre la misma


provocación agonizante. ¿Habría sentido lo mismo, compartido el mismo hambre
y placer en los brazos de Jeannette como lo había hecho en los suyos? ¿Sus
relaciones sexuales no tendrían el mismo sentido si conociera su verdadera
identidad?

Cerró los ojos y lo abrazó, luchando contra las lágrimas. Sin embargo, ellas
llegaron de todos modos, desde debajo de sus parpados cerrados fugándose en un
charco salado contra la piel de él. Rezó para que estuviera dormido y no se diera
cuenta.

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Él le acarició el pelo con una mano.

-¿Estás bien?

Ella asintió, acurrucándose contra su pecho, con las mejillas húmedas.

-¿Estás llorando?

Sacudió la cabeza, segura de que su voz la traicionaría si hablaba.

No pudo engañarlo, él tiró de ella en posición vertical.

-Estas llorando. ¿Qué pasa? -Hizo una pausa. -No te lastimé, ¿verdad?-, Preguntó,
su tono absolutamente consternado ante tal posibilidad.

-No -dijo, corriendo para tranquilizarlo-. Estoy bien.- Ella sorbió, limpiándose las
mejillas. -Es solo el clímax.

-Es más que el clímax.- Él pasó una mano a lo largo de su brazo. -¿Qué es? ¿Ha
vuelto tu dolor de cabeza?

-No, te lo dije, estoy bien. Yo solo…

-¿Solo que?

Ella lo miró por un momento, luego envolvió sus brazos alrededor de él, decidió
decirle la verdad que ella sentía que podía compartir. La verdad más profunda de
todas.

-Te amo,- susurró ella.

Se echó hacia atrás.

-¿Lo haces?

Parecía momentáneamente sorprendido por la idea.

-Lo hago-, confirmó.

Finalmente, arqueó una ceja.

-¿Y eso te hace llorar?

Una risa escapó de ella, a pesar de su estado de lágrimas.

-Esta noche lo hace.

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Él la atrajo, aplastando su boca contra la suya.

-Entonces tendré que encontrar una manera de aliviar tu angustia.

Se recostaron sobre la cama. Adrian, fiel a su palabra, encontró varias maneras


inventivas de ahuyentar su tristeza.

Sólo más tarde, mientras permanecía laxa y soñadora junto a él, se dio cuenta de lo
que no había dicho. Una omisión que confirmó el más oscuro de sus miedos.
Justificó la sabiduría sobre su decisión de guardar su secreto para sí misma, para
mantener su mentira.

No había dicho que la amaba.

Las hojas de otoño crujían en pedazos secos y frágiles debajo de los zapatos de
Violet mientras se dirigía al folly a la mañana siguiente.

A unos metros de distancia de la casa, el pabellón circular se alzaba en un


esplendor de columnas de piedra blanca y lujo barroco, el techo de una bella
cúpula adornada con un caprichoso querubín de piedra.

Entró en el pabellón, abrazada a su capa contra el frío mientras esperaba a que Kit
llegara. Hacia el este, una pequeña flotilla de patos pasó, remando y charlando a
través del lago de un zafiro vidrioso que iba mucho más allá. Un pez voló hacia
arriba desde el centro del lago. Sus escamas brillaban como plata a la luz del día
antes de desaparecer una vez más en el agua.

Quería no temblar, ya estaba medio enferma de nervios y temor.

Había molestado a Agnes antes, incapaz de comer más que un solo bocado de pan
tostado y media taza de té de desayuno. Su criada rondaba a su alrededor
preocupada, advirtiéndole sobre las fiebres palúdicas que rondaban por el
vecindario. Ella la había instado a permanecer en la cama y descansar,
especialmente teniendo en cuenta su dolor de cabeza de la noche anterior.

Pero no podía descansar. Tampoco podía pasarse el día en la cama. Tenía una cita
que mantener, para enfrentar su destino, y saber si la llevaría al desastre o a un
indulto.

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Le oyó acercarse. Las capas de su gabán se hincharon por una ráfaga de viento, con
la cabeza sin sombrero desnuda a los elementos.

-Bueno aquí estoy -comentó Kit mientras subía al folly. -Habría sido mucho más
cómodo volver a reunirnos en el invernadero, acurrucados entre todas las plantas
de invernadero.

-No quería arriesgarme a que nos oyeran -dijo sin preámbulos-. Aunque si has
decidido exponer mi identidad, la ubicación de nuestra reunión hace poca
diferencia, supongo.

El se frotó las palmas de las manos para calentarlas y asintió con la cabeza hacia
una pequeña zona de asientos que rodeaba el interior de la estructura. ¿Nos
sentamos?

Ella sacudió su cabeza.

-No, gracias, pero hazlo si quieres.

Sin ninguna ceremonia, Kit aceptó su invitación y se sentó.

Ella caminó hacia un lado, dio un paseo hacia el otro, luego se detuvo con un giro
agudo de su talón.

-Quítame este tormento. Dime lo que has decidido. No puedo soportarlo más.

-Muy bien -comenzó él-. No fue una elección fácil, te lo diré. Hice una gran
reflexión sobre el asunto anoche y otra vez esta mañana. Muchos más
pensamientos, debo confesar, del que generalmente estoy acostumbrado a realizar.
Hizo que mi cerebro me doliera bastante, con toda la tensión que he tenido
últimamente.

-Déjalo, Kit. ¿Me lo dirías? -explotó en un arrebato que los sorprendió a ambos.

El arqueó una ceja, un gesto muy parecido a su hermano.

-Esto de pretender ser Jeannette realmente te está contagiando, ¿no?

-Kit, por favor.- Él cedió.

-Esta bien. Contra mi mejor juicio, he decidido guardar tu secreto.

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-Oh, gracias al Señor. -Un débil alivio se disparó por sus piernas, haciéndola desear
haber aceptado su sugerencia de sentarse. Se agarró a una de las columnas, de
pronto temerosa de que pudiera caerse.

-Tendrás que seguir engañándolo -le dijo con una rápida mirada hacia el cielo-, y
reza mucho por si Adrian te descubre. Quise decir lo que dije antes. Si me lo
pregunta, no le mentiré sobre quién eres en realidad.

-¿Pero no le dirás?-, Confirmó.

-No, no se lo diré. No, a menos que me lo pida directamente.- Suspiró. -Has dejado
que te hable en una verdadera confusa, ¿verdad? Debería haber sabido que no eras
Jeannette la primera noche que llegué. Fuiste demasiado comprensiva con mi
situación. Tú hermana, sin duda, se habría reído ridiculizando todo una vez que
hubiera escuchado los detalles.

Conociendo a su gemela, ella supuso que eso era precisamente lo que Jeannette
habría hecho.

-Y tú estuviste tranquila,- él continuó. -No sé por qué Adrian se ha mostrado


flexible con esa irregularidad. Tú hermana, sin duda, estaría planeando codearse
con todos por ahora, queriendo llenar la casa con cada vecino a cincuenta millas o
más, a pesar de ser una recién casada. La cosa es que, mi hermano apenas tolera los
grandes entretenimientos. Es probable que disfrute tanto de la paz y la
tranquilidad, que no quiere cuestionar su buena suerte.

Ella estrechó sus manos, hundiéndose en el banco de hierro junto a él.

-¿Es tan notorio, entonces, que me estoy haciendo pasar por mi hermana?

Sus ojos brillaban con ironía.

-Esto es ahora. Ahora que puedo ver todo a través del lente de la verdad. Pero
maldita sea, si no eres buena en engañar a todo el mundo. Si no hubiera sido por tu
afición por el latín, dudo mucho que alguna vez me hubiera dado cuenta.

-Mamá siempre decía que el aprendizaje de los libros me arruinaría un día.

Sus palabras se asentaron entre ellos, cosquillando como plumas. Ellos


compartieron una sonrisa que se convirtió en una risa, su antigua facilidad entre sí
restaurada.

-A cambio de mantener la boca cerrada -dijo Kit-, espero alguna recompensa.


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-Cualquier cosa. ¿Que puedo hacer?

-Ayudarme con mis traducciones en latín, por ejemplo. Es probable que ese viejo
sea mi muerte.

Ella rio de nuevo.

-Con gusto. ¿Qué pasa con el griego? ¿Cómo estás con eso?

El parecía aturdido.

-Dios mío, ¿sabes griego también?

Ella asintió.

-En realidad, soy más fluida en griego que en latín. El griego no es un lenguaje
muerto, después de todo.

El sacudió la cabeza con asombro.

-Lo añadiré a tu lista de tareas.

Un largo momento de silencio cayó entre ellos.

El giró una hoja que había encontrado en el banco, y luego la tiró a un lado.

-Todavía creo que debes ser clara con Adrian. Al final siempre termina mal cuando
intentas descartar lo evidente. Créeme, hablo por experiencia. Con mi hermano, es
mejor confesar y enfrentar la furia. Él te ayudará más si lo haces.

¿Pero iba a ser más fácil para ella, una mujer que lo había engañado de la manera
más básica? ¿Cómo le dices a un hombre que no está casado con la mujer que creía
que se había casado? ¿Qué decir?

-Querido, hay algo trivial que debes saber. Te he estado mintiendo todo este
tiempo. Mi gemela y yo cambiamos de lugar en el altar, ¿no es gracioso? Te casaste
con la hermana equivocada.

La hermana equivocada. ¿Es eso lo que era? Peor aún, ¿es eso lo que Adrian
pensaría si descubriera la verdad?

Ella se estremeció, pero no por el frío.

-Ya te dije. No puedo arriesgarme.

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El no hizo más comentarios al respecto.

-Será mejor que regresemos -dijo por fin-. No sería bueno para ninguno de
nosotros coger un resfriado.

-Tienes razón, -aceptó.

Se puso de pie y le ofreció una mano para ayudarla a levantarse.

Ella la aceptó, la sostuvo por un breve instante antes de soltarla.

-¿Kit?

-¿Sí?

-Puesto que obviamente lo desapruebas, ¿por qué has acordado guardar mi


secreto?

El se metió las manos en los bolsillos.

-Ah, bueno, eso es fácil. Lo haces feliz. ¿Qué derecho tengo a interferir con la
felicidad?

Adrian se detuvo en su caballo, frenando a galope mientras cruzaba la finca. Una


brisa fresca lo invadió, vigorizante en lugar de fría, su cuerpo bien calentado por el
ejercicio. Los aromas de las hojas secas de otoño, el lodo medio congelado y la
hierba dormida, eran brillantes en el ambiente.

Cortando por el césped trasero que eventualmente lo conduciría a los establos, vio
el lago estallar en su visión, fino y azul a la luz del día radiante.

Un repentino destello de rojo le llamó la atención. Allí, en el folly. Vio que era un
manto y envuelto en él, la figura familiar de una mujer. Incluso a distancia, la
reconoció.

Su esposa.

Dejar el cálido refugio de sus brazos esta mañana había sido una tortura. Su pelo
largo se extendía como el sol sobre las almohadas, su olor a miel en las sábanas y
en su piel. Si cerraba los ojos, podía recordarlo incluso ahora.

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Ella lo amaba, eso era lo que había declarado anoche. Un cálido resplandor se
extendió dentro de él al pensarlo. No debería gustarle oír esas palabras en sus
labios. Pero lo hacia. Tenía que confesar que le gustaba mucho, por egoísta que
pudiera ser tal emoción.

¿La amaba?

Siempre había considerado el amor como una basura estúpida y autodestructiva, y


últimamente había empezado a cuestionárselo. Cuando estaba con ella, la noción
ya no parecía tan absurdo.

Frenó a Mercury para detenerse, pero notó que no estaba sola.

Kit.

Conocía los rizos oscuros de su hermano y los hombros robustos. Los miró
mientras se sentaban dentro del folly. ¿Qué diablos estaban discutiendo? ¿Y por
qué lo hacían al aire libre en una mañana tan cruda? Parecía fuera de carácter para
ambos.

Jeannette no era del tipo intrépida a quien le gustase salir a dar un paseo en
cualquier tipo de clima. Y Kit disfrutaba de las comodidades de su estatus
demasiado a fondo para arriesgarse a un escalofrío por una salida casual.

Pero bueno, tal vez se sentían confinados y necesitaban un poco de aire fresco.
Sabía que el vicario Dittlesby estaba llevando a su hermanito al agobio,
exactamente como había planeado. Se sonrió a sí mismo. Eso le pasaba al
muchacho por hacer que lo expulsarán. Tal vez el próximo período en la
Universidad no pareciese tan terrible después de unas semanas haciendo lecciones
con un viejo sordo.

Mercury relinchó, echó la cabeza en un gesto de impaciencia, los cascos


descansando contra el suelo húmedo y frío. Adrian se estiró para acariciar con una
mano enguantada el sudoroso cuello del castrado, debatiendo si debía o no
cabalgar para unirse a su esposa y hermano.

Mientras los observaba, Kit se puso de pie, extendiendo una mano hacia Jeannette
para ayudarla a levantarse. Ella aceptó, colocando su palma dentro de la suya. Pero
su mano no la soltó inmediatamente; intercambiaron más palabras antes de
separarse.

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Lo que Kit dijera trajo una brote de goce a las facciones de Jeannette, una chispa de
deleite radiante que era evidente incluso a distancia.

Obviamente los dos habían formado un vínculo familiar. Cercano y cómodo como
hermano y hermana debía de ser. Estaba contento. Quería que su esposa se llevara
bien con su familia. Sin embargo, se preguntó qué podrían estar discutiendo de
una manera tan amigable.

Mientras reflexionaba, Kit bajó corriendo por el camino de piedra del pabellón y se
dirigió hacia la casa. Jeannette esperó un minuto más antes de hacer lo mismo. Casi
como si no quisiera que los dos fueran vistos regresando al mismo momento.

Observó a su esposa hasta que desapareció en el interior. Luego, con un ligero


empujón de sus rodillas, puso su caballo en movimiento y continuó hacia los
establos.

-¿Más té, lady Carter? -preguntó Violet.

Millicent Carter inclinó su elegante cabeza plateada.

-Gracias, creo que aceptare uno más.- Ella pasó su taza.

Violet se apoderó de la pesada tetera de Sevres. La porcelana era de color rosa,


pintada con un brocado delicado de campanillas amarillas. Sin derramarla!, el
alivio se extendiendo a través de ella cuando logró manejarla y volvió la taza sin
derramar más que una gota.

-¿Otro pastel de té? -Levantó el plato con una variada selección de golosinas.

-No, gracias, su Gracia, aunque son deliciosas. Usted debe elogiar a su cocinero.
¿No es francés?

-Sí, François es un verdadero tesoro. Vino de París con la familia de la duquesa


viuda pocos años antes de la guerra. Ha estado en Winterlea desde que los padres
de Raeburn estaban casados.

-Me gustaría otro pastel de té-, emitió una voz masculina.

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Violet volvió la cabeza hacia la voz y se encontró con la mirada centelleante de su


cuñado. No importaba la ocasión, solemne o casual, con Kit siempre se podía
contar para comer. Era, admitió él, su única y verdadera vocación.

Ella le pasó el plato.

Lady Carter tragó un sorbo de té.

-¿Cómo está la querida viuda? Espero que esté bien con su hija. La pobre Sylvia
debe estar cerca del parto.

-El bebé llegará el próximo mes-, agregó. -Todo el mundo espera ansiosamente el
nacimiento. Enviaré sus saludos en mi próxima carta.

La mujer más vieja tomó otro trago de té, luego dejó la taza a un lado.

-Es una lástima que no hayan podido disfrutar de los placeres de la Temporada
este año. Carter y yo vamos a la ciudad la próxima semana para participar de lo
que queda, quedándonos hasta casi Navidad. ¿Y tú y Raeburn planeas hacer lo
mismo?

¿Ir a Londres? Ella esperaba sinceramente que no. Aunque suponía que tendrían
que ir. Pero seguramente no antes de la primavera.

-Nuestros planes aún no están decididos,- afirmó.

-¿Qué no está decidido?- Adrian entró en la habitación, elegante como de


costumbre con una chaqueta y pantalones marrones oscuros. -Lady Carter. Qué
bueno verla. -Él se inclinó a modo de saludo. -Estaba fuera supervisando una de
mis granjas, o me hubiese unido antes. ¿Lord Carter no está con usted hoy?

-No, Su Gracia. -La mujer mayor inclinó la cabeza. -Él envió sus disculpas. Su gota
está actuando de forma bastante terrible, ya que el clima ha estado demasiado frío
últimamente. Le estaba diciendo a la duquesa y a su hermano que planeamos irnos
a la ciudad la próxima semana. Esperemos que un cambio de escenario mejore la
salud de Carter.

Adrian tomó asiento en la silla de respaldo recto que coincidía con la de Lady
Carter, frente al sofá donde Violet y Kit estaban sentados.

Sin preguntar, Violet preparó a Adrian una taza de té, con crema sin azúcar, como
sabía que le gustaba, y le tendió la bebida.

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Él se levantó brevemente, aceptándola con una sonrisa agradecida.

-Kit, pasa a tu hermano los panecillos,- ella murmuró.

Kit se quitó las migas de los dedos e hizo lo que le pidieron.

-La duquesa me decía que aún no han hecho planes para el resto de la temporada. -
Lady Carter volvió a Adrian un par de ojos azules. -Simplemente tienen que venir
a la ciudad. Si lo hace, Carter y yo estaremos encantados de organizar un
entretenimiento en su nombre.

Violet se dispuso a aplastar la idea.

-Vaya, esa es una invitación muy gentil, lady Carter, pero...

-Sí, muy amable -interrumpió Adrián. -¿Quieres eso, querida? Debes estar cansada
de estar encerrada aquí en el país. Un par de semanas en la ciudad sería una pausa
refrescante. Recibí una carta de mi hermana Anna esta misma mañana. Ella y
Jameson estarán allí. Están trayendo a su hija mayor con ellos para ver las vistas.
Otro año y Lydia será lo suficientemente mayor para su presentación.

Violet casi se atragantó con el té.

-No -gritó ella-, absolutamente no. No vamos a Londres.

Se mordió la lengua, mirando hacia abajo a su regazo, desesperada por ocultar el


terror que sabía que debía estar brillando en sus ojos. Jeannette, por supuesto,
habría estado extasiada ante la idea de ir a Londres. Aún más ante la idea de una
fiesta que se celebrará específicamente en su honor.

Quería acurrucarse en un rincón y desear que todo desaparezca.

Bajo los pliegues de su falda, apretó un puño, obligándose a hacer lo que debía.
Fingir que debía.

Ella colgó una sonrisa en sus labios y levantó la vista.

-Un viaje a la ciudad sería maravilloso -mintió-. -Sólo me preocupa, querido, que te
aleje de tus deberes aquí en casa.

Adrian se relajó en su silla.

-En realidad, tengo negocios que atender en londres. Pensé en informarte esta
tarde, pero lady Carter abordó el tema antes de que tuviera la oportunidad.

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Su última chispa de esperanza parpadeó como una vela encendida. Encogiéndose


por dentro, ella aplaudió con falso placer.

-Bueno, entonces, ¿no es emocionante? Pasar la última parte de la temporada en la


ciudad. Estoy muy emocionada.

Adrian le dirigió una sonrisa, visiblemente satisfecho de haberla hecho feliz. Si sólo
supiera la verdad, pensó.

-Excelente -dijo Lady Carter-. Voy a empezar con la lista de invitados


inmediatamente. Sólo la mejor gente estará presente, te lo aseguro. -Ella agitó las
manos. -Que interesante. Simplemente me encantan las fiestas.

-¿Como a todos?- Violet se rio para cubrir su angustia, los nervios convirtiendo sus
dedos en témpanos.

Lady Carter se unió a su alegría, mientras los hombres miraban.

Por el rabillo del ojo, Violet vio a Kit cruzar los tobillos. No se atrevía a mirarlo
directamente, sabiendo que cualquier simpatía que vislumbrara podría demostrar
la desharían. Así que mantuvo los ojos apartados, sus rasgos tan felizmente
animados como fuese posible, mientras que dentro de ella se retorcía con miedo
anticipado.

Lady Carter partió unos minutos más tarde, esparciendo promesas de ver a todos
de nuevo pronto en londres. Cuando su carruaje se alejó, Violet se permitió el
pequeño lujo de relajarse contra los cojines del sofá.

-Eso está decidido, entonces.- Adrian se puso de pie y sacó el último dulce del
plato. El único que se escapó de la vista de Kit. -¿Cuándo nos iremos?

-Oh, no lo sé. Tendré que consultar con March y con la señora Hardwick,
informarles de nuestra decisión. El personal tendrá que ser enviado antes para
preparar la casa de Londres para nuestra residencia. Deben dejarse instrucciones
sobre el mantenimiento de Winterlea. Será una gran tarea.

-Una semana, entonces. ¿Te dará tiempo suficiente?

Ciertamente no, pensó, pero tendría que hacerlo. Un respiro de una semana.
Supuso que no podía esperar mucho más.

-Sí, eso estará bien.- Ella imito otra sonrisa resplandeciente para su disfrute.

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Adrian metió la tarta en su boca y masticó.

-Hmm, limón.

-Kit vendrá con nosotros, por supuesto-, agregó ella.

Adrian dejó de masticar, tragó abruptamente.

-Tiene estudios. Se quedará aquí.

Ella agitó una mano desdeñosa exactamente como lo habría hecho su gemela.

-¡Oh, tonterías! ¿No ha sido castigado el tiempo suficiente?

-Su educación no es un castigo.- Adrian frunció el ceño.

Ella ignoró su mirada.

-Eso no es lo que les ha parecido a todos los demás. No pretendía faltar a el buen
vicario.

Kit se aclaró la garganta.

-Um ... Jeannette, tal vez este no es el momento....

-Por supuesto que es el momento-, le interrumpió. -Kit ha sido un estudiante muy


disciplinado desde que ha estado aquí. Incluso debes admitir que merece unos
momentos de diversión de vez en cuando. -Ella se levantó y se dirigió a Adrian.
Mirándolo a los ojos, trazó una palma sobre la costura de su chaleco. -Además, si
está aquí solo, ¿quién lo vigilará para asegurarse de que continúa sus lecciones?
Piensa en todos los problemas en los que podría caer, dejado a su suerte.

Adrian atrapó su mano bajo la suya.

-¿Por qué tan preocupada? ¿Él no te propuso esto por casualidad?

-¿Cómo podría hacerlo? La decisión de trasladarse a Londres se hizo sólo hace


unos minutos. -Se volvió con una sonrisa de satisfacción, bajando la voz-.
Simplemente odio ver a la gente sufrir, incluso a él. Ten piedad, querido. Después
de todo, es tu hermano.

Sus ojos se movieron más allá de ella, estrechándolos en su hermano.

-No habrá juegos. No beber. No mujeres. ¿Está claro?

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Kit se puso en pie de un salto.

-Claro como el cristal.

-Y continuarás estudiando. Yo mismo revisaré su trabajo.

-Chequéalo a distancia.

-Estarás sentado para el examen en enero. Los arreglos ya se han hecho con la
Universidad. Tú pasarás esos exámenes.

-Con gran éxito, nunca temas.

-Y si hay una infracción, no sólo volverás a casa, yo me ocuparé de que tú y el


vicario hagáis todo juntos. Todo el día todos los días.

Kit se estremeció.

-No te preocupes. No te defraudaré. Y lo digo en serio esta vez.

Adrian le lanzó una última mirada severa.

-Bien, en esas circunstancias, puedes acompañarnos a Jeannette y a mí a Londres.


Su mirada volvió a su esposa. -¿Satisfecha, querida?

-Mucho. Parece tan poco amable abandonarlo aquí solo.

-Casi solo. Hay más de cien sirvientes en la finca.

-No puede socializar con los sirvientes. Les haría sentirse muy incómodos.

Sus palabras tardaron un momento en asimilarse, entonces Adrian se rio.

-Supongo que esto también significa que querrás llevar a Horacio con nosotros.

-No puede quedarse por sí solo, como Kit.

-Creo que me han insultado -se quejó Kit.

-No en absoluto.- Ella sonrió. -Nunca necesitas que Robert te lleve a dar un paseo.

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Capítulo Catorce

No tuvo oportunidad de hablar con Kit hasta el día siguiente.

Lo encontró en la biblioteca, con una expresión de disgusto que cubría sus


agradables facciones, y un enorme libro de texto abierto en su regazo.

El levantó la vista mientras ella entraba en la habitación.

-Querido Dios misericordioso, por fin perdonado. El vicario Dittlesby me metió


aquí una hora más con este maldito tomo de sangre en la Guerra de los Cien Años.
Me pregunto, después de los primeros cincuenta, ¿alguno de ellos todavía
recuerda por qué estaban peleando?-Él abofeteó el libro. -Gracias, a propósito, por
sacarme de este lugar para una excursión a la ciudad la próxima semana. La nariz
del vicario ha estado estirada desde que Adrian le dio la noticia esta mañana.

-Eres muy bienvenido. -Se dejó caer en la silla junto a la suya-. Pero no lo hice por
razones exclusivamente altruistas.

-¿Por qué lo hiciste, entonces? Me pregunto.

Ella se inclinó hacia delante y bajó la voz.

-Porque necesito tu ayuda.

Sus oscuras cejas se juntaron.

-¿Qué clase de ayuda?

-Del tipo desesperada. -Apretó sus manos, sus nudillos se volvieron blancos-. Eres
el único al que puedo acudir, el único que sabe la verdad. Oh, Kit, -se lamentó, -
Londres va a ser un desastre total. Nunca podré superarla. Me descascararé en el
primer entretenimiento en el que ponga los pies. Todos lo sabrán.

-Nadie lo ha sabido hasta ahora. ¿Por qué Londres será diferente?

-Porque soy diferente. Porque no soy Jeannette. Una cosa es engañar a algunos
vecinos del campo que nunca la han conocido. Otra muy distinta convencer a un

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par de cientos de la élite de Ton, gente que una vez la nombro su belleza reinante,
que soy la Incomparable Señora Jeannette.

-Tú engañaste al señor y la señora Carter. Que ya habían conocido a Jeannette.

-Pero eso es uno a uno, no en un grupo grande.- Dijo frotando sus dedos inquietos
sobre una cinta de encaje en su vestido. -Simplemente entrar en una multitud
convierte mi lengua en un nudo. Mi mente se queda en blanco y termino
boqueando como un pez arrancado del agua, jadeando por aire. Debes recordar
cómo es. Me conociste antes, en los días en que yo todavía era yo.

Sí, él lo recordaba. Tímida, torpe, con la lengua atada, había sido exactamente
como ella decía. A pesar de su belleza innegable, una vez que las presentaciones
eran hechas, la gente tendía a mirar a otra parte debido a su falta de animación,
dejándola desvanecerse en el fondo. Una flor más tímida olvidada entre las otras
flores tímidas que se alineaban en las paredes del salón de baile, luciendo solas e
indeseadas en sillas solitarias.

Una breve ola de vergüenza pasó por la cara de él, encontrándose cara a cara con el
conocimiento de que no había sido diferente en su evaluación y el trato original de
ella que muchos otros. Ahora que la conocía, le gustaba, se dio cuenta de lo
equivocado que había sido su primera impresión. Sin embargo, otros podrían no
encontrar ninguna falta en sus acciones pasadas, incluso si la verdad era conocida
por ellos.

-Tienes un punto-, reflexionó. -Sin embargo, creo que puedes ser capaz de
superarlo.

Ella sacudió la cabeza vigorosamente.

-No, no, es imposible. Oh, Kit, ¿qué haré?

Él se enderezó, con sus facciones atentas.

-Ten un poco de fe en ti misma, para empezar. Y en mí, para el caso. Me pediste


ayuda, ¿verdad?

-Sí -convino ella con vacilación.

-Entonces déjame ayudar. Hasta ahora has hecho un trabajo excelente engañando a
todo el mundo, sobre todo a mi hermano. Si puedes engañarlo, puedes engañar a
cualquiera. Todo está en la actitud.

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-¿Actitud?

-Hmm. Y lo que sigue. -Presionó un dedo contemplativo en sus labios. -Permíteme


hacer algunas estrategias sobre el tema, luego nos reuniremos de nuevo para
discutirlo.

-¿Y tus lecciones?

-Me ocuparé de mis lecciones, siempre y cuando sigas ayudándome con el latín y
el griego. Oye, eso me da una idea. -Él movió su dedo hacia ella. -Deberíamos
darte lecciones.

-¿A mí?

-Mmm-hmm. Con la instrucción apropiada, creo que podemos enseñarte a


bromear tonterías como los mejores de ellos. Ahora corre antes de que alguien
comience a preguntarse por qué dos aborrecedores de libros tan arraigados se
reúnen juntos en la biblioteca.

Ella asintió, poniéndose de pie. Empezó a alejarse, luego se detuvo, giró hacia
atrás.

-Kit. Gracias. Quiero decir, por todo.

El despidió su gratitud con un gesto negligente.

-No te preocupes. Simplemente lo añadiré a tu lista. -Él sonrió, luego la espantó


para que se fuese.

-Eso no estuvo mal, pero vamos a intentarlo de nuevo.

-Oh, Kit, esto no es bueno.- Violet gruñó. -Nunca me sentiré cómoda hablando con
extraños. Y ni siquiera eres un extraño.

Se levantó de la silla de su estudio, paseó por la habitación.

-Este juego de rol está muy bien, pero cuando se produzca el evento real me
congelaré más rígida que el atizador de la chimenea.- Apuntó con el dedo hacia el
implemento en cuestión.

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-Actitud-, declaró él. -Es simplemente una cuestión de actitud. Eres una duquesa.
Todo lo que necesitas hacer es recordar eso y actuar en consecuencia. Tú hermana
ciertamente lo haría.

-Sí, pero es muy natural para ella. Creo que nació charlando animadamente con la
gente. Yo, por otra parte, me quedé allí en la cuna, silenciosa y mirando.
Probablemente ni siquiera agitaba mi sonajero.

-Hemos pasado por esto antes -suspiró. -Estás dejando que tus miedos te vayan
mejor, y no hay necesidad de eso. Cuando estas en una función social, piensa, 'Yo
soy la duquesa de Raeburn. No hay nadie superior a mí en la habitación.

Ella se aclaró la garganta.

-Yo soy la duquesa de Raeburn. -Sus palabras sonaban tranquilas. -No hay nadie
superior a mí en la habitación.

-Barbilla arriba,- instó Kit. -Repítelo, con más convicción esta vez.

Respiró hondo, trató de añadir la inflexión confiada que deseaba.

-Soy la duquesa de Raeburn. No hay nadie superior a mí en la habitación.

-Bueno. Mucho mejor.

-¿Qué hay de Prinny?

-¿Qué hay de él?- Kit frunció el ceño al non sequitur. (no seguirle)

-Es superior a mí en rango. Es superior incluso a Adrian. ¿Qué útiles declaraciones


debo decirme si me encuentro con el príncipe?

-Dite que es sólo un hombre, entonces sonríe alegremente y bate tus pestañas. Por
lo que he observado de nuestro estimado Regente, él estará demasiado fascinado
por tu belleza para preocuparse mucho por las palabras que estás diciendo. -Kit se
inclinó hacia adelante en su asiento. -Ahora, una vez más con la declaración, y
realmente créelo esta vez.

Ella irguió los hombros, levantando la cabeza con orgullo.

-Soy la duquesa de Raeburn. No hay nadie superior a mí en la habitación.

-¡Maravilloso! Ahora, recuérdalo la próxima semana cuando aparezcas en tú


primera fiesta. Recuérdalo y sabrás que es verdad.

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-Sólo quedan cuatro días hasta que salgamos. -Se sentó el asiento y unió las manos
con fuerza. -¿Crees que estaré lista?

-Lo estarás. Tendrás que estarlo. Ahora, ¿cuáles son los dos C?

-Condescendencia y conversación -respondió ella. -Sólo cuando tenga ganas de


conversar, me condescenderé a conversar.

-Bueno. Temas que no fallan?- Dijo el entrenador.

-Clima. Agradables observaciones sobre la fiesta y sus anfitriones. Con mujeres,


modas y chismes femeninos. Con los hombres, los caballos, la caza y en ocasiones
los acontecimientos del mundo, teniendo cuidado de no estar demasiado bien
informada sobre cualquier tema en particular. ¿Y los amigos de mi hermana?

-Hemos pasado por eso. Deja que den la mayor parte de la charla y si alguien hace
notar tú reticencia, infórmales que tú elevado rango te ha dado una nueva
apreciación por escuchar. La arrogancia y la autoridad hacen mucho para aplastar
cualquier desacuerdo.

-Sé que tienes razón, pero me temo que mis nervios borrarán todo lo que has
estado repitiendo en mi cabeza estos últimos días.

-Es por eso que necesitaras práctica adicional. Cuanta más práctica tengas, menos
probabilidad habrá de fracaso. No quieres que te descubran, ¿verdad?

-No- Ella se estremeció.

-¿No quieres que Adrian lo averigüe?

- Cielos, no.

-Bueno, entonces, siéntate y hazlo bien.

Ella le lanzó una mirada mortal.

-Espera hasta que estés sudando por esas lecciones tuyas hoy más tarde. Puedes
descubrir que te he dejado todas las traducciones realmente difíciles de completar
por tu cuenta.

Su boca cayó abierta por un segundo antes de que la cerrara, con la piel
blanquecina.

-No lo harías.

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-No, pero podría haberlo hecho, así que no seas malo.

-No soy malo, sólo te animo de una manera firme.

-Sí, bueno, por favor recuerda que cuando me niego a darte todas las respuestas a
tus tareas, simplemente te animo de una manera firme. Después de todo, no soy yo
quien debe pasar los exámenes el próximo año, ¿verdad?

Él gruñó brevemente en voz baja.

-Tienes una veta cruel en ti, ¿sabes? Es la razón por la que estoy tan seguro de que
lo harás bien en sociedad. Ahora, reanudemos nuestro trabajo. Imagina que estás
asistiendo a un itinerario y el duque de Wellington aparece a tu lado. ¿Qué le
dirías?

-Le doy la más ínfima de las cortés sonrisas y le digo.....

Cuando escucharon un estruendoso chirrido, acompañado de un grito lloroso que


llegaba desde más allá de la puerta cerrada del estudio. Ambos se movieron para
investigar la conmoción.

Una de las sirvientas estaba en la sala de música, con los ojos redondos como
lunas, las manos aferradas a sus pequeños pechos. Los fragmentos de porcelana y
los lirios estaban esparcidos a sus pies en una explosión acuosa.

Violet entró en escena.

-Tina, ¿qué ha ocurrido? ¿Estás bien?

La mirada de la criada voló hacia la suya. Ella hizo una reverencia.

-Sí, Su Gracia, estoy bien. Pero, oh, Su Gracia, no sé cómo pudo haber sucedido.
Siempre soy tan cuidadosa con cosas frágiles, lo juro. Estaba puliendo y puliendo
aquí. Había puesto el florero en el camino como siempre lo hago cuando limpio el
piano, no quería derramar ninguna agua en esa madera bonita, y cuando fui a
mover el florero a su lugar, bueno, yo no lo sé. Al cabo de un minuto todo estaba
bien, luego al otro, mis pies se tropezaron debajo de mí y el jarrón salió volando de
mis manos. -Emitió un nuevo gemido de angustia, los nudillos presionados en su
boca. -Lo siento mucho.

Violet echó otra mirada sobre el desorden, los charcos de agua y las flores
húmedas, los restos de un jarrón, una vez precioso, esparcido en un mar de

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fragmentos blancos y azules. La media cara de una pastora guiñando un solo ojo
hacia ella desde una astilla de cerámica dentada.

-Bueno, Tina -comenzó ella-, esto es realmente una vergüenza. Pero todo lo que
hay que hacer ahora es ...

-Por todos los santos, ¿qué ha ocurrido aquí?- La señora Hardwick entró en la
habitación, el vestido negro de bombazina que llevaba almidonado e inflexible
como una armadura. Ella lanzó una mirada dura y oscura a la escena, luego a la
joven doncella, cuyas mejillas habían empalidecido hasta el color de la harina.

-Tina -le preguntó la señora Hardwick-, ¿es esto obra tuya?- Ella señaló con el
borde de su barbilla cuadrada en el desorden.

-Sí, señora -chilló la muchacha en voz baja y tímida, con los ojos bajos.

El ama de llaves inclinó la cabeza.

-Su gracia. Señor Christopher. Siento que les haya molestado este desafortunado
incidente. Estoy aquí ahora y haré que se tomen las medidas apropiadas para
poner las cosas en orden.

-Tina me explicó lo que pasó, señora Hardwick -dijo Violet, sintiéndose como una
colegiala, atrapada en alguna travesura. -Claramente, esto fue un accidente. La
chica tropezó con la alfombra, parece. Tal vez debemos inspeccionar los bordes por
el desgaste para evitar esto en el futuro.

La señora Hardwick inspiró por su nariz, luego aceptó con una leve inclinación de
cabeza.

-Yo estaba a punto de decirle a Tina cuando llegaste -continuó Violet- que debería
localizar un trapeador y una escoba para limpiar el daño.

-Oh, ella limpiará el daño, y entonces se irá.

Tina soltó un grito agudo, abrazando sus brazos alrededor de su cintura mientras
dos gruesas lágrimas salpicaban sus pálidas mejillas.

-No, señora, por favor.

-Ni una palabra tuya, señorita- La regañó la ama de llaves.

-Señora. Hardwick, no creo ...

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-Su Gracia, usted no necesita preocuparse más acerca de este asunto. -La mujer
mayor cruzó las manos delante de ella, obviamente esperando a que Tina se fuera.

Violet vaciló.

-Bueno, yo ... supongo. Sin embargo, ¿que significa que se vaya?.

-Exactamente como suena. La niña será despedida.

Tina soltó un nuevo lamento, las lágrimas fluyendo como un torrente.

-¿Despedida? -repitió Violet-. Seguramente eso no es necesario. Fue un accidente


simple sin daño permanente. Un jarrón se rompió, eso es todo.

La señora Hardwick se enderezó hasta donde pudo en sus cinco pies y seis
pulgadas.

-Ese florero pertenecía originalmente a la segunda duquesa de Raeburn, la


bisabuela de su Gracia. Ella trajo la pieza con ella de Austria después de su unión
con el duque. Es insustituible. Su Gracia se desagradará mucho cuando se entere
de su destrucción.

Violet echó una mirada rápida hacia Kit, comprendiendo por su expresión que no
sería de mucha ayuda. Parecía casi tan incómodo como ella se sentía. Oh, cómo
odiaba los argumentos y las confrontaciones.

Ella se encontró con la mirada de la mujer mayor e hizo todo lo posible para no
dudar.

-Bueno, sea como fuere, la chica no lo rompió deliberadamente. Seguramente debía


haber alguna otra manera en la que pudiera reparar el daño. Tal vez una pequeña
reducción en su sueldo hasta que haya ...

-Perdóneme, Su Gracia -respondió el ama de llaves con un tono presuntuoso. -


Tomaría a esta muchacha humilde una vida del trabajo y todavía ella estaría lejos
de ser capaz de pagar incluso una fracción del valor del florero. Le sugeriría que
regrese a lo que estaba haciendo cuando ocurrió el daño y no se preocupe más. Soy
el ama de llaves, después de todo, y este es mi campo de acción. Realmente no hay
necesidad de que se involucre en asuntos disciplinarios relacionados con el
personal.

La joven criada gimoteó de nuevo, llorando en voz alta.

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La señora Hardwick se volvió hacia ella.

-Deja de llorar, niña. Todos hemos escuchado más que suficiente de ti.

-No me gusta tu tono, con la niña ni con la duquesa.- Kit empezó a avanzar.

La señora Hardwick clavo su mirada en él con un par de ojos negros de escarabajo.

Él se detuvo en seco.

-¿Estaba diciendo, amo Christopher?- El ama de llaves esperó, con los brazos
cruzados sobre su pecho cadavérico.

Él bajó la barbilla y su mirada.

-Nada,- murmuró. En un susurro al lado de Violet, preguntó: -¿Voy a buscar a


Adrian?

Ella temblaba, su cuerpo radiante y crudo de nervios.

-No, todo estará bien.

Podía o bien ponerse de pie ante la detestable mujer ahora, decidió, o escabullirse
como una cobarde y siempre concederle la ventaja.

Desde el principio, había sabido que la señora Hardwick era una abusona. Sin
embargo, la mujer mayor había ocupado un alto cargo en la casa durante muchos
años, incluso más tiempo del que Violet había estado viva. En todos los aspectos,
ella era una empleada ejemplar. Y estaba el hecho de que Adrian había confiado en
la mujer en cierto aspecto. De lo contrario, ¿por qué la habría mantenido durante
tanto tiempo con él?

¿Qué sabía ella acerca de la gestión del personal? Ella se preguntó. Sólo había sido
duquesa durante poco más de tres meses. Tal vez tal trato de los sirvientes era de
esperar. Ciertamente iban y venían en casa de sus padres. Sin embargo, un objeto
inanimado, sin importar lo caro que fuera, parecía una mala razón para despedir a
una chica del servicio y arruinar su vida.

Pensó en su hermana, sabiendo que Jeannette probablemente no habría peleado


con el ama de llaves por tal asunto. Por otra parte, su hermana nunca hubiera
permitido que un sirviente -ni siquiera un sirviente superior- invalidara sus deseos
o mandatos. Armada con ese conocimiento, Violet apartó los hombros y levantó la
barbilla.

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Soy la duquesa de Raeburn, se repitió. No hay nadie en la habitación superior a mí.


Soy la duquesa de Raeburn ...

-Vamos, Su Gracia -insistió la mujer mayor-. Voy a ocuparme de este asunto.

-Señora. Hardwick, creo que se ha sobrepasado -dijo Violet con tono acerado. -
Quizá se haya olvidado de a quién está hablando. -Ella unió sus dedos para
controlar su temblor.

El ama de llaves pareció momentáneamente sorprendida.

-No, su Gracia, por supuesto que no ...

-Si eso es cierto, ¿por qué me has interrumpido continuamente desde que entraste
en esta habitación? ¿Acaso crees que tu edad te da ese derecho?

Los labios de la mujer se tensaron.

-No, Su Gracia. Conozco mi puesto.

-¿En serio? Entonces te disculparás conmigo. Y te disculparás con lord


Christopher. No lleva abrigos cortos hace varios años y como tal merece tu respeto.

Las narices de la señora Hardwick se estrecharon contra la reprimenda.

-Perdóneme, Su Gracia. Su señoría.

-Ahora, no habrá más discusión sobre el despido.

-Pero, su Gracia ...

-¡Aah-aah! -exclamó, levantando un dedo. -Estás interrumpiendo de nuevo. Ni una


palabra más, o será tu despedida de la que hablemos.

Una chispa de maldad brilló en los ojos del ama de llaves.

-No tiene por qué mencionar el despedirme, ni el derecho. Su Gracia es él único


que puede tomar tal acción.

-Su Gracia, mi esposo, me confía a mí todos los asuntos de interés doméstico -


señaló. -No se preocupara nada por tu queja.

El ama de llaves empezó a temblar.

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-Le haré saber que he servido fielmente a este hogar durante más de veinticinco
años. Sé cómo se debe llevar. Sé lo que una casa como esta necesita para funcionar
correcta y eficientemente. Viene aquí, una chica que no sabe nada acerca de la
gestión de un gran lugar como Winterlea, y piensa en darme órdenes. No crea que
no he visto la manera en que mima a los sirvientes. Cómo los deja pasar toda clase
de indiscreciones y frivolidades. Es intolerable, insoportable, ofensivo. Debería
estar agradecida por mi consejo y mi interferencia.

Violet forzó su mentón hacia arriba, aunque su estómago se había vuelto


gelatinoso. Ella había comenzado esta confrontación, no podía permitirse perderla
ahora. Tragó saliva contra la sequedad de su garganta.

-Bueno -dijo-, parece que has dejado tus sentimientos muy claros. Ahora déjame
hacer lo mismo. Nunca me ha gustado, señora Hardwick. La encuentro fría e
inflexible, carente de humor y, lo que es más importante, de compasión. Usted
puede saber cómo dirigir una casa, pero no sabe cómo manejar a la gente. Es obvio
que me encuentra inaceptable como una amante. Por lo tanto, dado el hecho de sus
veinticinco años de servicio, le proporcionaré una carta de recomendación. Puede
contar con que esté en su posesión mañana por la mañana cuando salga. Eso sería
todo.

-Voy a hablar con el duque sobre esto. -Los puños de la ama de llaves se apretaron
a los lados, con el rostro enrojecido como una cereza.

Violet sabía que Jeannette siempre igualaba una amenaza con otra. Decidió seguir
su ejemplo.

-Ve si quieres. Y cuando la entrevista concluya, sepa que usted todavía se


encontrará despedida. Sólo que esta vez no habrá ninguna referencia.

La señora Hardwick palideció, luego volvió a colorearse como si pudiera estallar


de mal genio. Ella giró sobre sus talones, saliendo de la habitación.

Los hombros de Violet se desplomaron en el momento en que la mujer mayor se


había ido.

-Queridos cielos,- murmuró. Sólo después se percató de que Kit y la joven doncella
la miraban fijamente con los ojos de par en par, boquiabiertos.

Kit se recupero primero.

-Bravo.

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Tina sorbió, sus ojos aun húmedos, pero ya no lloraba. Ella hizo una breve
reverencia.

-Oh, Su Gracia, gracias, gracias. No sé qué decir. Cómo expresar mi gratitud. Y


quiero que sepa, voy a pagar cada centavo del costo de ese jarrón, no importa si me
lleva toda la vida hacerlo.

-Sí, bueno, está bien, Tina. Ahora ve y trae una palita y una escoba para limpiar
este desastre. Discutiremos lo que hay que hacer con lo otro en un momento
posterior.

Tina volvió a hacer una reverencia, y salió corriendo de la habitación.

-Eso fue increíble,- declaró Kit. -Nunca he visto a nadie enfrentarse al viejo Hard-
Ass antes. ¡Oh, perdón! -se apresuró a añadir cuando los ojos ella agrandarse ante
el crudo apodo.

-Entonces, ¿no soy la única que la encuentra dura y desagradable?

-Dios, no. Ella solía asustarnos con sacar el hígado de mis hermanas y el mío de
niños. Y Adrián siempre se alejaba de ella cuando regresaba de la escuela.

-Entonces, ¿por qué diablos ha estado aquí tanto tiempo?

-Padre la contrató. Creo que lo hizo por rencor a Maman después de una de sus
peleas más espectaculares. Una vez que la Sra. H. fue instalada, nadie tuvo el
coraje de retirarla. Incluso Maman iba de puntillas ligeramente en su presencia, y
Maman nunca pone reparos fácilmente.- él sonrió abiertamente -Debo decirte, Vi,
que eras muy brillante.

Ella rechazó el comentario.

-Te dije que no me llames así, incluso cuando estamos solos.- Ella mostro su
preocupación mordiendo la esquina de su labio. -¿Crees que irá con Adrian?

-Dudoso. Ella necesita esa referencia demasiado para arriesgarla. No, habrá
empacado y estará esperando con la mano extendida por la mañana.

-Pero Adrian tendrá que ser informado.

-Indudablemente. Él te apoyará en este caso, sin embargo. Incluso puede besarte


sin sentido por ello.

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-Kit! - Lo regañó, con un rubor satisfecho cubriendo sus mejillas ante tal noción.

-Eres el más alto de los árboles, hermana.- Él sonrió. - Tomarás a Londres por
asalto, espera y veras sino lo harás.

Por primera vez desde que se inició toda esta mascarada, una oleada de confiada
esperanza surgió dentro de ella. Si pudo estar cara a cara con la señora Hardwick y
ganar, entonces tal vez engañar a los ne'er-do-buenos (holgazanes) de la Ton no
sería tan imposible, después de todo.

Como dijo Kit, con la combinación correcta de actitud y arrogancia, una persona
podría conquistar el mundo.

Sus manos comenzaron a transpirar dentro de sus guantes al momento en que el


carro cruzó los límites de la ciudad en Londres.

Sin mirar, miró fijamente las estrechas calles y las multitudes que se podía ver más
allá de la pequeña ventana de cristal, demasiado concentrada en sus propios
problemas y preocupaciones para notar la actividad que la rodeaba.

Su día del juicio había llegado por fin.

A pesar de su vivas espíritu de hace cuatro días, todos sus viejos temores y dudas
volvieron a caer sobre ella, viciosas como una masa de horribles criaturas
acolmilladas. Actuando por todo lo que valía, puso una cara valiente, cuidando de
no mostrar ninguna de sus inquietudes. Cubriendo su temor de excitación.
Sofocando su ansiedad con sonrisas.

Su coche rodó hasta una fácil parada frente a la casa adosada ducal. Típicamente
grande, la estructura dominada la totalidad de un bloque de la ciudad, así como un
segundo bloque más allá para los jardines y los establos.

Con la excepción de Agnes, el señor Wilcox y el ballet de Kit, Cherry, que viajaban
detrás de ellos en un medio de transporte separado, el resto del personal de la casa
ya estaba en Londres.

March abrió la puerta de entrada, con una sonrisa solemne pero acogedora en su
rostro mientras salían del coche y subían las escaleras.

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-Sus gracias. Milord. ¿Cómo fue su viaje?

-Bastante satisfactorio. -Adrian se quitó los guantes y el sombrero mientras cruzaba


el umbral, entregándolos al mayordomo. Un lacayo se apresuró a ayudar con las
prendas exteriores de todos.

March se volvió hacia ella.

-Su Gracia, qué placer darle la bienvenida a Raeburn House.

-Gracias, March.- Ella sonrió.

-Estará usted muy gustosa de saber que su regreso no ha pasado desapercibido, su


Gracia -le informó March. -Ni siquiera diez minutos después de que instalara el
timbre esta mañana, llegó un mensajero con una invitación. Ha habido seis más
desde entonces. Tres de ellas, me han dicho, son para mañana por la noche. Me he
tomado la libertad de organizarle las cartas en el salón.

Su estómago se alzaba como un barco en un mar agitado. Valientemente, poso una


nueva sonrisa.

-Que encantador. Los revisaré detenidamente junto con unos refrescos, si quisieras
avisar al personal de la cocina.

March se inclinó.

-Inmediatamente, Su Gracia. Ah, un artículo adicional.

Hizo una pausa, permitiendo que Adrian y Kit entraran en la habitación.

-He hecho arreglos con una agencia de gran reputación aquí en la ciudad. -Ella
tenia un ceño confuso, mientras él explicaba en voz baja: -Las entrevistas de ama
de llaves.

-Oh, por supuesto.- Sus labios se curvaron hacia arriba, su sonrisa genuina esta
vez. -Gracias, March. ¿Hay mucho cotilleo en el pasillo de los criados sobre este
tema?

-Definitivamente, y todo está corriendo a su favor.- Ellos compartieron una sonrisa


conspirativa. -Le traeré el té ahora, su Gracia.

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-Doy gracias al cielo que Raeburn ha tenido a bien traerte a la ciudad al fin-gruñó
Christabel Morgan, abanicándose contra el calor del salón. -Ha sido
espantosamente aburrido aquí sin ti, como estoy seguro de que ha sido para ti,
marchitándote en las selvas de Derbyshire, por así decirlo.

Violet contemplo sintiéndose superior a la compañera del alma de su hermana.

La vivaz morena se había apresurado a saludarla menos de un minuto después de


que ella, Adrian y Kit salieran de la línea de recepción. Ante la susurrada
sugerencia de Kit el día anterior, había elegido asistir al baile de la vizcondesa
Braverly, una penosa reunión con unas quinientas personas presentes. Como había
señalado, cuanto más gente, menos oportunidades hay de conversar ampliamente
con un solo individuo.

Ella levantó su lorgnette; otra brillante idea de Kit. Había comprado algo extraño
esta mañana. Una afectación de moda que le permitiría ver más fácilmente,
especialmente luego de que ella encajara la óptica del cristal a su disposición.

Miró a través de la lente.

-Hay mucho que decir de la vida en el campo cuando se hace en una finca tan fina
como Winterlea. Los terrenos son algunos de los más bellos que se encuentran en
toda Inglaterra.

-Por supuesto. Estoy seguro de que lo son -convino Christabel.

-Y la gestión doméstica de la finca deja poco tiempo para la ociosidad ahora que
soy duquesa. Entenderías si estuvieras casada. -Otro de los trucos de Kit, desviar
los comentarios no deseados o preguntas con el uso sutil de la crítica.

Christabel se erizó, su labio inferior lleno empujando en un pequeño puchero


Violet estaba segura de que la joven debía practicar horas delante de su espejo en
casa.

-Tengo un gran número de admiradores.

-Por supuesto que sí. Dime, ¿quiénes son tus últimos favoritos?

Escuchó cuando Christabel se puso poética acerca de sus actuales perspectivas


matrimoniales, aunque era lo último que quería hacer. Se consoló, consciente de
que el tema ocupaba totalmente a la otra joven mientras ella tenia la oportunidad
de permanecer en silencio y observar los acontecimientos en la habitación.

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Deseaba que Kit estuviera a su lado para ayudarla a reanimarse. O Adrian. Habría
preferido mucho permanecer a su lado toda la noche. Pero Kit le había prohibido
estrictamente que se refugiara bajo la protección de los faldones de su marido.

Apareció un trío de caballeros. Firmaron su tarjeta de baile y la de Christabel,


luego se quedaron charlando sobre el gran número de asistentes y las delicias que
se tenían en las mesas de refrescos. Ella les dejó hablar, asintiendo o sonriendo en
los momentos apropiados.

Adrian se materializó a su lado para reclamar el primer baile. Aún recién casados,
la sociedad no pensaría nada si pasaban un rato juntos antes de separarse por la
noche. Con alivio, abandonó a la ahora sonriente Christabel, que estaba felizmente
rodeada de hombres.

Tan pronto como el vals comenzó, se fundió en los brazos fuertes y


tranquilizadores de Adrian. Momentáneamente, ella se olvidó del miedo y la
tensión que tenía, la familiaridad de Adrian era una comodidad mientras él la
giraba alrededor de la habitación.

Muy pronto el vals terminó. Salieron de la pista de baile.

-Mira -le dijo-, veo a un amigo mío.

La llevó hacia un caballero delgado y de cabello castaño. Más bajo que Adrian por
una media cabeza, los rasgos del hombre eran agradables, patricios, sin embargo
nada ordinarios. Sus ojos ámbar, sin embargo, le llamaban la atención y la
observaba como un zorro a una paloma en el instante en que miró hacia ella.

Parpadeó para disipar la inquietante sensación. Extraño, pero por un instante


había vislumbrado intimidad en su mirada, como si la conociera. Y la conocía bien.
Entonces la mirada se había ido, sustituida por una más casual, de interés
amistoso.

Quería darse una sacudida. Sus nervios hiperactivos debían estar haciendo que vea
cosas que no estaban allí, decidió.

-Mi querida -empezó a decir Adrian-, te acuerdas de Toddy Markham. Un viejo


amigo mío de mis días de soldado.

Al menos un misterio se resolvió, pensó. Obviamente Adrian había presentado


previamente al hombre a Jeannette, durante su compromiso, sin duda.

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Ella tendió una mano enguantada.

-Si por supuesto. Sr. Markham, ¿cómo está usted encontrando la noche hasta
ahora?

-De lo más agradable. -Le agarró la palma de la mano y se inclinó sobre ella-. Con
tantas mujeres hermosas presentes, un hombre no puede dejar de disfrutar.

Apretó sus manos unidas, aplicando una presión firme e insistente que se prolongó
por un largo e intenso latido. Transcurrieron segundos, su rostro en ningún
momento traicionando ninguna de las emociones expresadas por su tacto. Luego la
soltó.

Ella apartó el brazo y envolvió sus dedos de manera protectora a su lado.


Imaginando cosas, nah. No se había imaginado ese contacto.

Se deslizó una fracción de pulgada más cerca de Adrian.

El movimiento no escapó de la vista de Markham, un resplandor filoso como una


daga guiñaba en aquellos ojos peligrosos.

-¿Se quedará mucho tiempo en la ciudad?,- Ella preguntó.

-Toddy aborrece la regimentación,- Adrian dijo voluntariamente. -Nunca planea


más allá de su próxima comida.

Markham hizo una mueca.

-Así es. Me parece que uno pierde muchas sorpresas inesperadas de la vida de otra
manera. Es mucho más fácil dejar que nuestras pasiones nos lleven donde puedan,
y no detenernos en la incertidumbre de nuestro futuro .

-Pero hay mucho que decir de los planes -replicó ella-, así como del buen gobierno
de las emociones. Después de todo, sin planes, ¿no estaríamos todos todavía
viviendo en cuevas? -Tan pronto como las palabras salieron de su boca, ella deseó
poder recuperarlas. Jeannette nunca hubiera hecho una observación tan
provocativa desde un punto de vista intelectual.

Ambos hombres la estudiaron, expresiones diferentes en sus caras: orgullo de


Adrian, especulación sorprendida en Markham.

Ella se movió rápidamente para corregir su error, riendo.

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-Entonces, ¿por otra parte qué sabré yo de esos asuntos? Las fiestas, las compras,
las extravagancias divertidas, ése es el tipo de planes que las señoras quieren hacer.

Markham la estudió durante otro largo momento antes de relajarse y sonreír.

-Muy bien, su Gracia. Hablando de extravagancias divertidas, ¿puedo pedir el


honor de un baile contigo esta noche?- Él extendió una mano.

Antes de que pudiera agarrar la tarjeta de baile que colgaba de su muñeca, ella la
dejó fuera de su alcance.

-Normalmente me encantaría, pero toda mi tarjeta ya está llena.

El rostro de él se endureció.

-¿Cada baile? Tal vez usted está en un error y hay uno que se le ha escapado. - Dijo
acercándose de nuevo a la tarjeta.

Ella se alejó, eludiendo su toque.

-No, estoy segura. Hace unos quince minutos, el señor Hughes se sintió
decepcionado por ser rechazado por la misma razón.

Markham hizo una reverencia.

-Tal vez tengas un baile disponible la próxima vez que nos veamos. -Se volvió
hacia el duque. -Raeburn. ¿Un juego de cartas más tarde esta noche?

-Suena bien. Te encontraré en la sala de cartas después.

-Su Gracia.- Markham se inclinó de nuevo hacia ella, luego giró sobre sus talones y
se marchó.

-¿De qué se trataba? -preguntó Adrian en cuanto el otro hombre estaba fuera de
alcance.

-¿Qué quieres decir?"

-Tú y Markham. Tengo la clara impresión de que tratabas de quitártelo. ¿Está tu


tarjeta de baile realmente llena esta noche?

-Sí, claro que lo esta - disimuló, consciente de que quedaban uno o dos espacios en
blanco. -Simplemente porque estoy casada ahora no significa que carezco de
admiradores.

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-Mientras admirar sea todo lo que hagan, -advirtió con un gruñido provocador. Él
suspiró. -Supongo que eso significa que ya tienes pareja para la cena luego del
baile? Esperaba que los dos pudiéramos compartirla.

Ella había esperado lo mismo. Qué fácil, qué dichoso, pasar la noche en los brazos
de Adrian, a su lado, compartiendo su mesa y su conversación durante la
elaborada cena de medianoche por venir. Pero tal exclusividad atraería
comentarios y atención indeseables, y ella ya había tomado demasiados riesgos
esta noche tal como estaba.

Ella le dio con su abanico cerrado un golpe juguetonamente contra su hombro.

-Sabes que no estaría bien. Un esposo y una esposa no deben vivir en los bolsillos
del otro. Habrá mucho tiempo para vernos más tarde. En casa.

Una centellante luz encendió fuego dentro de sus ojos oscuros, el timbre de su voz
cayendo, profundo como el whisky.

-Te haré cumplir esa promesa. No bailes demasiado porque luego estarás cansada.

Un rubor débil cubrió sus mejillas.

-Lo haré lo mejor que pueda.

Una oleada de melancolía se apoderó de ella, ahogándola bajo su fuerza mientras


lo observaba alejarse momentos más tarde. Quería llamarle de vuelta, enterrar su
rostro contra su hombro y suplicarle que la llevara a casa. Odiaba la pretensión, la
frágil superficialidad de todo aquello. Incluso dentro de las mentiras que había
dicho, cuando estaba sola con Adrian, una parte de su verdadero ser permanecía.
Aquí no quedaba nada de ella. Todo era falso y fabricado. Como si fuera sólo una
sombra, un reflejo sin forma ni sustancia. Como si la real ella, la verdadera Violet,
no existiera.

Un pánico repentino drenó la sangre de su cabeza, dejándola mareada,


desorientada. De algún modo se enderezó, fortalecida, como recordaba. Ella estaba
aquí para hacer que Adrian estuviera orgulloso. Debía convencer a todo el mundo
de que era Jeannette, la mujer que él había elegido como su esposa.

Un caballero apareció a su lado; su próxima pareja.

Pegando una sonrisa brillante en sus labios, dejó que la llevara al salón de baile.

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Capítulo quince

Los días que siguieron pasaron en un torbellino de actividad: invitadas en la


mañana, fiestas de almuerzo, tés de la tarde, cenas, fiestas, soirées, bolas y trucos.
helados en Gunter's, paseos en el parque, el teatro, la ópera y el ballet. Apenas
había un momento para respirar y menos tiempo para descansar. Ella bailó hasta el
amanecer. Dormía hasta el mediodía. Y pasaba el resto del tiempo rodeada de
amigas y conocidos que zumbaban a su alrededor como abejas que asistían a la
reina en su colmena.

Jeannette habría prosperado en la atención.

Violet deseaba encontrar un rincón tranquilo y acurrucarse con un buen libro.


También deseaba a Adrian, el esposo que rara vez veía.

Compartían una casa y una cama. Él seguía acudiendo a ella por la noche, aunque
los dos a menudo estaban demasiado cansados para hacer más que fundirse en los
brazos del otro y dormir. Cuando no estaba ocupado por negocios o en uno de sus
clubes, la escoltaba a una variedad de funciones. Una vez allí, sin embargo, iban
por caminos separados, como se suponía que los esposos y esposas debían hacer.

Había momentos en los que pasaba un día entero sin siquiera un vistazo de él. La
huella de su cabeza en su almohada cuando despertaba. El olor cálido de él en las
sábanas cuando se despertaba tarde para encontrarlo despierto y vestido para una
cita temprana ese día.

Pensó en hablarle, preguntarle si debía negarse a recibir más de las docenas de


invitaciones que recibía. Pasar una noche ocasional, tal vez incluso un día entero,
juntos tranquilamente en casa. Pero sabía que no se atrevería a abordar el tema.
Sería algo muy diferente a Jeannette. En el campo, sus diferencias eran excusables.
Aquí en Londres, nunca se las creería.

Bebió una copa de champán y estudió la fiesta a su alrededor a través de su


lorgnette. Ella escuchaba con sólo media oreja al cuento ingenioso que estaba

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tejiendo el Sr. Moncrief, un joven rubio de ojos chicos que se había convertido en
uno de su séquito de devotos seguidores.

Adrian se encontraba de pie al otro lado de la sala, conversando seriamente con


Lord Liverpool, el primer ministro. Adrian lucía un leve pliegue entre sus ojos, una
señal segura de que no estaba de acuerdo con lo que se decía. Sabía lo suficiente de
sus opiniones para darse cuenta de que era un Whig. El Primer Ministro era un
Tory duro. Aunque Adrian no estaba tomando un interés activo en su asiento en la
Cámara de los Lores, tal vez su madre tenía razón, tal vez él deseaba seguir con la
política. ¿Estaba probando su oposición?

Moncrief recitó la línea de gracia de su historia. Todos rieron. Ella rió con ellos, su
prácticada respuesta sonaba hueca a sus propios oídos.

¿Sería esto el resto de su vida?

Sus ojos volvieron a flotar sobre los atrevidos y saturninos rasgos de su marido, a
través de los contornos de su alta, orgullosa y hermosa estructura. Ella suspiró en
silencio. Si necesitaba escuchar miles de tales historias para hacerlo feliz, entonces
las escucharía.

Tragó otro sorbo de champán y le preguntó a lord Northcott sobre su nueva casa
en Sussex. Recientemente la había ganado en una partida de cartas, y nunca se
cansaba de contar la historia o discutir sus planes futuros para la propiedad. La
pregunta seguramente lo mantendría hablando durante media hora como mínimo.

Adrian observó a su esposa por el rabillo del ojo, mientras escuchaba con media
oreja a Lord Liverpool exponer sobre las masas analfabetas y los peligros que
representaban para la Corona. Había oído todo antes, no estaba de acuerdo con
todo eso antes, y sabía que no debía discutir con el gran hombre. No había manera
amable de ganar una discusión con el primer ministro. Y prefería mantenerse en
términos amistosos con tantos de sus pares como fuera posible. Incluso aquellos
con quienes se oponía filosóficamente.

Todo estaba muy bien para burlarse de la política con el brandy y los puros. Otra
muy distinta tratar sobre ella diariamente, como algunos deseaban que lo hiciera.
La idea de lanzar su sombrero a la arena política le hizo temblar de horror. La
política podría ser la de su madre, y algunos de sus compinches, el sueño más
cariñoso que deseaban para él, pero no era suyo.

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Su esposa se rio con sus amigos. Esta noche estaba magnífica, pero siempre lo
estaba. Vestida de terciopelo azul prusiano, reinaba, la pieza central real en un
cuadro de elegantes damas y caballeros.

Principalmente caballeros, notó, una chispa indeseada de celos que le picaba como
una ceniza caliente. Debería estar contento de que fuera popular, que se divirtiese.
¿No es esa la clase de mujer que había querido? Una mujer agradable y
equilibrada. Una joya femenina. Hermosa y lo suficientemente refinada como para
brillar colgada de su brazo cuando estaban juntos, capaz de llevar todo
admirablemente cuando no lo estaban.

¿Por qué, entonces, deseaba que ella fuera un poco menos solicitada? ¿Por qué
parte de él anhelaba que dejara de lado las restricciones de la sociedad con
respecto a las parejas casadas y, desafiantemente, pasara más tiempo con él?

Desde que habían salido de Winterlea, parecía que se había desarrollado un


abismo siempre creciente entre ellos; él por un lado, ella por el otro. Vivían en la
misma casa. Sin embargo, algunos días parecía que no eran más que extraños.

Deseaba poder regresar a su hacienda. Sin embargo, ¿cómo podía pedirle que lo
hiciera cuando acababan de llegar? ¿Cuándo se estaba divirtiendo en la ciudad?

Al otro lado de la habitación, su risa sonó, radiante como la luz del sol en una
mañana de primavera crujiente. Por un momento dejó ahogar cualquier otro
sonido en la habitación.

Luego volvió su atención al Primer Ministro. Cuando apareció una conversación, le


preguntó al otro hombre si podía estar interesado en un juego de cartas.

Más tarde esa noche, Violet comprobó su imagen en un espejo de pared grande
colgado en la sala de las señoras. Suspiró, casi lista para volver al baile cuando su
vieja amiga Eliza Hammond entró en la habitación.

Ella capturó el reflejo de la otra chica en el espejo, viendo rasgos que habrían sido
bonitos si Eliza no estuviera vestida con un indeseable vestido de color mostaza
que drenaba todo el color de sus hermosas mejillas, dejándola pálida y simple.

Obra de la tía de Eliza, sospechaba. Una devota tacaña, las opciones de aquella
mujer eran dictadas generalmente por su bolsillo más bien que cualquier similitud

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de buen gusto. Probablemente el amarillo enfermo había sido el más barato de la


modista el día que habían comprado este vestido.

Como lo había hecho una docena de veces desde su regreso a Londres, Violet
aplastó el impulso de precipitarse y envolver a su amiga en un cálido abrazo. Se
quedó muda y dejó que la otra mujer desapareciera tras la cortina de privacidad
que dividía la habitación.

Cuando Eliza volvió a emerger poco tiempo después, sólo quedaban las dos, la
habitación se calmó después de la salida de un cuarteto de debutantes que
charlaban.

¿Qué daño podría hacer? Pensó Violet. ¿Quién iba a saberlo a excepción de un
encargado, que parecía demasiado soñoliento para cuidar de las damas que
estaban en la habitación?

Tomando impulso, giró sobre su taburete acolchado.

-¿Cómo le va esta noche, señorita Hammond?

Eliza se detuvo, parpadeando con evidente sorpresa al ser reconocida. Vaciló, y


luego se dobló en una cortés reverencia.

-Su gracia. Estoy muy bien. Gracias por preguntar. ¿Y usted?

-Bien, aunque me parece un poco aburrida esta noche. Demasiados cuerpos


calientes en un espacio demasiado pequeño. Pero esto también es una angustia
para ti, ¿no?

Eliza asintió, claramente enferma. No hay duda de que se preguntaba qué podía
querer Jeannette -quien raramente se había detenido el tiempo suficiente para
hablar más que un puñado de palabras con ella en el pasado-. Llevaba un pañuelo
de encaje dentro de la palma de su mano mientras un silencio incómodo descendía
entre ellas.

-¿Estás aquí con tu tía? -preguntó Violet.

-Y su hijo -confirmó Eliza.

Violet sabía todo sobre Philip Pettigrew, un sapo desagradable que se vestía como
una funeraria y tenía menos sentido del humor que un cadáver. Estaba estudiando
para tomar órdenes eclesiásticas, y estaba buscando activamente una vida

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próspera. Dondequiera que terminara, Violet se compadecía de sus futuros


feligreses.

-He recibido una o dos cartas de mi hermana. Ella está en Italia, ya sabes. -Su coraje
se hundió un poco cuando vio a Eliza endurecerse ante la mención de su antigua
amiga. -Quería que le transmitiera un mensaje.

-¿Oh? ¿Qué podría ser?

-Ella me pidió que expresara sus disculpas por su comportamiento poco


característico cuando se vieron por última vez. Ella no se sentía ... um ... ella misma
en ese momento.

Eliza se dobló ligeramente.

-¿Por qué no escribió para decirme eso?

Sí, ¿por qué no lo había hecho? No podía decirle que era porque las cartas habían
sido enviadas de Derbyshire y no de Italia.

-Ella está ... um ... viajando mucho. A la tía abuela Agatha le gusta mantenerse en
movimiento, y mi hermana temía que su carta a usted se extraviara. -Ella hizo una
pausa, recolectando su aliento y sus pensamientos. -Para ser sincera, ella no estaba
segura de que aceptaría una carta suya. En verdad, ella lamenta el desafortunado
incidente que sucedió entre ustedes, y me pidió que dijera cuánto valora su
amistad. Ella querría continuar esa amistad, si todavía la tienes por una amiga,
claro.

Con la garganta apretada, esperó la respuesta.

-Por supuesto que lo hago -dijo Eliza con alivio. -Sabía que debía haber algo mal.
Parecía tan extraña ese día. En realidad, se comportó más como ...- La chica se
interrumpió, sus ojos grises se ensancharon ante la metedura de pata que casi
había hecho.

Violet se obligó a levantar una ceja altiva en imitación de su gemela.

-¿Estabas diciendo?

-N-nada. Estoy aliviada, eso es todo. La pérdida de la amistad de Violet ha sido


para mí un gran dolor.

Se mantuvo alejada de extender una mano reconfortante.

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-Como ha sido para ella.

-¿Cuánto tiempo planea permanecer en Italia?

-Hasta el invierno, creo. A pesar de que su agenda aún no está completamente


decidida. -Violet se puso en pie y se pasó la mano por la falda. -Su dirección no
está firmemente fija. Si desea escribirle a ella, puede darme las cartas y las enviaré
correctamente. Y haré lo mismo con la suya.

La sorpresa brilló una vez más sobre las facciones de Eliza.

-Gracias. Yo le estaría muy agradecida.

Inclinó la cabeza, deseando poder quedarse y hablar, deseando poder dejar a un


lado toda pretensión y revelarle todo a su amiga. Pero ella no se atrevió. Sería
demasiado riesgoso.

-Bueno, debo regresar al salón de baile-, dijo. -Le prometí al Sr. Canning el próximo
baile, y pronto estará buscando en todas partes por mí. Buenas noches, señorita
Hammond.

Eliza hizo una reverencia.

-Buenas noches, Su Gracia.

Violet regresó a la fiesta, a la presión de la multitud, al calor y la luz de un centenar


de candelabros llameantes, a los aromas de los perfumes, a la colonia y a los
cuerpos sudorosos. Pero la atmósfera no pesaba sobre ella con su opresión
habitual, la carga sobre su conciencia más clara por primera vez en meses.

-Ha habido un trágico accidente-, anunció Adrian a la mañana siguiente. -Ben


Yardley, uno de mis arrendatarios, ha sido asesinado. Debo irme a casa
inmediatamente .

Violet se volvió de su lugar en el sofá del salón.

-Oh, Adrian, qué espantoso. Por supuesto debes ir. Le diré a March que notifique
al personal que volveremos al Winterlea

-No puedo decir que no disfrutaría de la compañía, querida, pero no hay necesidad
de que vengas conmigo. Estás pasando un momento tan espléndido aquí en la
ciudad, no me gustaría estropear eso. Además, no hay nada que puedas hacer en
casa. El pobre hombre ya está muerto.
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Él la detuvo cuando ella abrió la boca para protestar.

-No, te quedas aquí con Kit.- Dirigió una mirada hacia su hermano. -Él puede
acompañarte a cualquiera de los compromisos a los que te gustaría asistir. No
estaré fuera mucho, una semana como máximo. Apenas si sabrás que me he ido.-
Él se inclinó y le dio un beso en la mejilla. -Quédate y diviértete.

Un atisbo de inquietud nubló las brillantes y translúcidas profundidades de sus


ojos. Luego desapareció cuando sus labios se curvaron hacia arriba.

-Está bien, mi amor. Si eso es lo que deseas.

-Aquí está la traducción que prometí-. Violet le pasó un trozo de papel doblado a
Kit, luego continuó por el pasillo de arriba hacia la escalera.

Aceptó la nota con una sonrisa, se la metió en el bolsillo de su pantalón mientras él


mantenía el paso a su lado.

-Gracias, hermana, eres una roca. Si no fuera por tu ayuda, me quedaría atrapado
aquí esta noche atormentando mi cerebro en busca de respuestas en lugar de
acompañarte a la fiesta de Lord y Lady Taylor. No es que tengas problemas para
encontrar a otro caballero ansioso, listo para intervenir. -Bajó la voz en un
susurro. -Has asumido que sabes quién es la que manda bastante admirablemente.

Ella se detuvo, volviéndose hacia él.

-¿Realmente lo crees, Kit? A veces tiemblo en mis zapatos esperando que uno de
ellos lo note. Solo tomaría uno, ya sabes.

-No es para preocuparse. En ocasiones, cuando no estoy prestando toda mi


atención, incluso me engañas. Y yo ya lo sé. -Él le dio unas palmaditas
tranquilizadoras en el hombro, con cuidado de mantener la voz baja. -Como tu
mentor, estoy justificadamente orgulloso. Si no fueras duquesa, te sugeriría que
probaras en laa actuación. Avergonzarías a la señora Siddons.

Su comentario debería haberla hecho sonreír. En cambio, suspiró.

-Desearía que Adrian regresara. Han pasado solo dos días y lo extraño
terriblemente.

Lo cual era absurdo en extremo, pensó, viendo que apenas habían pasado dos
minutos juntos cuando él estaba allí. Aún así, la cama se sentía vacía por la

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noche. No se había dado cuenta de lo acostumbrada que estaba a tenerlo a su lado,


tan cálido, fuerte y reconfortante en la oscuridad.

-No temas, volverá antes de que te des cuenta-, dijo Kit. -Este asunto en casa, triste
como es, no puede tardar mucho en resolverse. Ahora vamos, o llegaremos a la
moda más tarde. -Él la fue engatusando hasta llegar a la escalera principal.

Resignada, ella lo siguió.

La velada ya estaba en marcha cuando llegaron. Varios pares de ojos giraron en su


dirección mientras ella y Kit entraban a la habitación. Se disculpó cuando su
multitud habitual pronto se arracimó a su alrededor. No mucho después, el joven
señor Moncrief se zambulló en un soneto que había compuesto en honor a sus
cejas. Lo había titulado "Alas de Ángel en Vuelo". Sus ojos azules conmovedores se
humedecieron de orgullo cuando comenzó su recitación.

Una de sus cejas se disparó al escuchar tales tonterías, provocando una ronda de
suspiros de agradecimiento de varios de sus otros admiradores masculinos. Todos
ellos estaban compitiendo para convertirse en su cisisbeo. Persistieron en
esta búsqueda a pesar de haberles informado muchas veces que ella no estaba en el
mercado para un "amigo" masculino exclusivo.

Christabel Morgan apareció junto a ella, ansiosa por transmitir nuevos


chismes. Violet la dejó charlar, haciendo ruidos alentadores en los momentos
apropiados.

A menos que le diera a Christabel el corte directo, lo que Jeannette nunca haría,
Violet había intentado todo lo que podía pensar para librarse suavemente de la
chica. Pero Christabel era como una enredadera de jardín molesta que se negaba a
irse sin importar cuántas veces la sacase del suelo. Entonces ella se resignó y sufrió
su compañía lo mejor que pudo.

La noche avanzó, sus pies calzados con zapatillas comenzaron a doler por el exceso
de baile, su lengua pastosa con el regusto empalagoso de demasiadas tazas de
dulce ponche. En desesperada necesidad de soledad, decidió desafiar el frío y salir
al balcón para respirar un poco de aire fresco.

La noche de noviembre la envolvió como un par de brazos acogedores. Ella se


adentró en su abrazo, en la calmada y oscura quietud que se curvaba como un gato
a lo largo de los bordes de la casa.

De repente, un par de brazos largos y nervudos, brazos reales, la agarraron y la


volvieron, tirando de ella contra un cuerpo sólido y masculino. Labios
descendieron, duro y hambriento, capturando su boca en un beso humeante y
apasionado.

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Ella gritó alarmada, su angustia amortigua por la boca merodeadora que había
tomado posesión de la suya. Demasiado aturdida para resistirse, se congeló, como
un rígido cadáver dentro del indeseado abrazo.

Pronto ella recuperó sus sentidos, tratando de liberarse sin éxito. Pero sus brazos
carceleros eran tan inflexibles como barras de acero. Ella se estaba animando a
soltar un grito que haría que todos corrieran al balcón, cuando rompió
bruscamente el beso.

Una astilla de luz le cortó la cara, iluminando sus características peligrosas y


familiares.

-Señor. Markham,- ella jadeó en un aliento jadeante.

-¿A quién más esperabas?-, Dijo Toddy Markham casi gruñendo. -¿Uno de esos
chicos pueriles que te sigue, componiendo odas a tus pestañas?- Él presionó otro
beso rápido sobre sus asombrados labios. -Lo siento si te asusté, cariño, pero
cuando te vi venir aquí, no podía dejar pasar la oportunidad. Debes saber que he
estado en agonía. Querer verte, tocarte, mientras me obligan a mantenerte a un
lado y no hacer nada más que mirar y esperar.

Su boca se abrió. Parpadeó y balbuceó, segura de que debía parecer una trucha
recién capturada que trabajaba en busca de aire.

-Señor. Markham,- ella repitió, el discurso sensato la abandonó.

Él giró un ojo avizor en su dirección.

-Oh, ¿estamos siendo formales, Su Gracia ? Parece que tomas demasiado en serio
este nuevo título, ¿no crees? ; "Jeannette" fue lo suficientemente bueno para ti antes
de tu matrimonio. 'Toddy' estaba bien cuando lloraste de placer en mis
brazos. Seguramente Raeburn no es tan hábil como amante, ¿has olvidado lo que
tuviste conmigo?

Sus ojos se hincharon. De hecho, los sintió tensarse y rasparse la nariz. Ella envió
una oración de agradecimiento por la oscuridad oculta.

Markham apretó su agarre, ajeno a su angustia.

-No, no me digas, no quiero saber nada de él-. Respiró fuerte e impaciente. -Lo que
sí quiero saber es sobre estos pequeños juegos tuyos. Actuando como si apenas me
conocieras. Negarte a aceptar mis invitaciones para bailar. Evitándome en cada
vuelta posible. Cualquiera sea el tipo de trucos ingeniosos que creas que haces, no
me importan ni un poco.

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La sangre se apresuró, palpitando en sus sienes, golpeando en sus oídos. Por un


instante, pensó que podría desmayarse. Sabía que su gemela tenía amores. Pero
pese a eso ella nunca había esperado que uno de ellos apareciera en persona y se
enfrentara a ella de una manera tan obviamente física. O que sea Markham, de
todas las personas. Se suponía que era el amigo de Adrian. Obviamente, sus
instintos habían tenido razón en ese aspecto. Ella supo desde el momento en que lo
conoció que no era de fiar.

¿Qué hacer? ¿Qué hacer? se preguntó, frenética. Tenía que pensar, solo que no había
tiempo para pensar. Y si no dijera algo pronto, aparte de su nombre, podría
empezar a preguntarse. Podría comenzar a cuestionar, comenzar a notar una
diferencia en ella. Observar, por ejemplo, que ella no era la mujer que decía ser.

-D-déjame ir, alguien podría vernos.- Ella empujó contra su pecho, usando el
arrebato desafiante para reunir sus emociones dispersas mientras se liberaba. -Q-
¿quieres que todos lo sepan?

Él tomó su mano, pero ella lo evadió.

-No necesariamente me importaría-, dijo.

- Creo que olvidaste. Que soy una mujer casada.

-No, mi amor, eso nunca lo olvidaré.- Frunció el ceño, cruzó los brazos, su voz baja,
brusca. -¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te casaste con él cuando dijiste que no podías
soportar la idea de hacerlo? Y me has escrito una sola vez en todo este tiempo,
instándome a ser paciente. ¿Cómo puedo ser paciente cuando mi corazón duele
por ti? ¿Cuando mi único recurso es enviarle cartas a su casa, ya que has prohibido
cualquier otro contacto?

¿Cartas? Él había escrito cartas. ¿Y ella le había respondido? Recordó la carta que le
había enviado a Jeannette, enviada a una casilla de correos en Londres. Su mente
se tambaleó ante la implicación.

-Dios mío, eres K.

-Por supuesto que soy K. ¿Qué tontería estás diciendo?. K por Kenneth, mi
segundo nombre. Acordamos usarlo para que nadie sospeche. ¿Que pasa contigo?

-Nada, nada. Me has tomado por sorpresa, es todo, asaltarme en la oscuridad. No


me asustes de esa manera otra vez.

-Mis disculpas. No pude evitarlo, especialmente sabiendo que Raeburn está


fuera. Encuéntrame esta noche. Déjame verte, tocarte. Ha sido tan largo.

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Dio un paso adelante.

Ella dio un paso atrás.

-Yo-yo no puedo.

Su mandíbula se apretó, visible incluso en las sombras.

-¿Hipocresía? ¿Cierto?

-Es difícil. Tu no entiendes No puedo simplemente salir de la casa, alguien lo


sabrá. Y Kit, él ... él me mira-, mintió.-Mucho, el pequeño espía, el hermano de
Adrián. ¿Quien lo hubiera pensado?"

-Parece que tienes una afinidad por los espías-. Extendió la mano, trazó un pulgar
sobre la curva de su mejilla. -Muy bien, esperaré. Pero no por mucho. Puedes ser
su esposa, pero eso no significa que no seas mío para amar.- Se abalanzó antes de
que pudiera evitarlo, plantó otro duro beso en sus labios.

Tan pronto como llegó, se había ido, desapareciendo como un espectro en la noche.

Ella se levantó, su corazón tartamudeaba en su pecho como si acabara de correr


una carrera. Un escalofrío recorrió su cuerpo y se filtró a través del material de su
vestido. Se apresuró a entrar, ansiosa por estar caliente, desesperada por estar a
salvo.

Al examinar a la multitud, buscó a Kit.

El conde de Allensby la interceptó; era hora de su baile. Trató de deshacerse de él,


suplicando un dolor de cabeza, lo cual no era una gran mentira, ya que sentía que
uno se acercaba. Caballero como era, Allensby insistió en acompañarla hacia su
cuñado.

-Jeannette-. Kit se levantó de la mesa donde estaba jugando a las cartas, arrojó su
mano. -Te ves blanco como una sábana. ¿Qué es lo que sea que te haya
sobrepasado?

-Kit, llévame a casa, por favor.

Le dieron las gracias al conde, quien se inclinó y le deseó una pronta recuperación
y luego se fue.

Sin decir una palabra, Kit encontró a un sirviente para que recuperase sus ropas
exteriores y alertar a su cochero de que estaban listos para irse.

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Solo cuando encontraron refugio dentro del carruaje pudo hablar. Ella le contó
sobre su encuentro con Markham, sobre la relación de su hermana con él y sobre
las cartas.

-El villano-. La ira de Kit reverberó como cuerdas de arpa en el aire entre ellos. -
Debería llamarlo.

-Oh, Kit, no. Eso solo empeoraría las cosas, ¿no lo ves? -Ella se abrochó la capa con
más fuerza y agachó la cabeza. -Sabía que no debería haberte dicho nada.

-No seas tonta, por supuesto deberías haberlo hecho.- Se inclinó hacia delante con
seriedad. -No te preocupes. Pensaremos en alguna forma de desalentar al
intruso. Solo desearía poder decirle a Adrian la naturaleza repugnante de su
amigo.- Ante la exclamación de consternación, añadió: -Mamá nos enseño esa
palabra. No divulgaré nada. Ahora, vamos a pensar.

Cinco días después ella interrumpió a Kit mientras él estudiaba en la biblioteca.

Ella cerró la puerta fuertemente a su espalda.

-Él quiere encontrarse conmigo.

El miró hacia arriba desde un volumen sobre la Guerra del Peloponeso, un tomo
tan seco que pensó que cada copia debería venir con un estimulante.

-¿El quien?-

-¿Quién crees? Markham, por supuesto. Dice que está cansado de que lo desanime
y que si no estoy de acuerdo en encontrarlo esta noche en el conservatorio del
circulo de Lymondham, tendrá que tomar medidas más drásticas. Aquí, léelo por ti
mismo. -Ella empujó la nota que había recibido hacia él.

Él lo tomó y escaneó el contenido.

-Bastardo descarado, ¿no? Maldita que pena que no me dejes ensartarlo. Me


encantaría tener su sangre en el extremo de mi espada.

-Kit, por favor, sé sensato. ¿Qué voy a hacer?

Durante casi una semana, lo que ella había estado haciendo era esconderse a plena
vista. Con la ayuda incondicional de Kit, lo había estado utilizando como un
escudo, de algún tipo. Manteniéndolo lo suficientemente cerca como para evitar

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avances no deseados, eligiendo entretenimientos que por su propia naturaleza


aplastaron los intentos de Markham de atraparla sola e inconscientemente.

Obviamente, esa estrategia ya no estaba funcionando.

Kit golpeó la nota contra su muslo.

-Deberías encontrarte con el.

Su boca se abrió.

-¿Qué?

-Sí, creo que es hora de que le digas cómo te sientes realmente. Lo que ustedes dos
compartieron en el pasado, ya pasó. Has decidido que quieres que tu matrimonio
funcione. No quieres verlo más y esperas que lo entienda.

-¿Estás loco?- Ella siseó. -Él no es del tipo que entiende.

-Oh, creo que lo hará, siempre y cuando se lo digas correctamente. Dile que lo
amaste, pero tus sentimientos han cambiado. Adrián es tu futuro. Él es tu esposo y
no hay posibilidad de divorcio, especialmente ahora que está encinta.

-Pero no estoy embarazada-. Un leve rubor se extendió por sus mejillas.

-Ah, pero él no sabe eso. Tener que estar en contacto con la descendencia de otro
hombre seguramente enfriará su ardor.

Ella dio unos pasos y luego se detuvo.

-No estoy segura. ¿Qué pasa si él no me cree? ¿Qué pasa si no le importa? Después
de todo, él no está por encima de tener una aventura amorosa con una mujer
casada.

-Él piensa que te ama. Cuando dices que ya no sientes lo mismo, no tendrá más
remedio que irse.

Dio unos pasos más y se detuvo de nuevo.

-Esta bien. Supongo que vale la pena intentarlo. ¿Pero qué hay de mi hermana? A
ella no le gustará esto. A ella no le gustará en absoluto. -Frunció las cejas, y se
abrazó a sí misma.

-Debería haber pensado en eso antes de convencerte en cambiar de lugar. No tienes


elección. Dile que tenía que hacerse. Quién sabe, quizás Markham se encuentre
con Violet algún día y se enamore de ella.

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Ella le lanzó una mirada fulminante.

-Dios no lo quiera. Está bien, lo haré. -Ella agitó las manos, mostrando sus
nervios. -Espero que esta noche sea el final. Y espero que Adrian regrese, para que
todo vuelva a sentirse bien.

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Capítulo Dieciséis

El cochero y los cuatro caballos corrieron a través de la oscuridad de la noche, las


cercanías débilmente iluminadas de la ciudad aparecieron a la vista.

No se esperaba que regresara a Londres hasta en dos días más, pero Adrian había
hecho todo lo posible por el trágico accidente en Winterlea. Había analizado las
circunstancias que rodearon la desaparición del agricultor. Consoló a su afligida
viuda y su familia. Dio sus respetos en el entierro. Instando con la comunidad para
establecer una vez más la tranquilidad.

La muerte nunca era un asunto agradable y estaba ansioso por dejarla atrás y
regresar a la ciudad.

La pura verdad era que echaba de menos a su esposa.

Pensó en ella al menos cien veces al día. Hiso una pausa en momentos extraños
para reflexionar sobre algo que una vez le había escuchado decir o ver hacer,
comprometiéndose a recordar nuevos temas y eventos que deseaba compartir
nuevamente. Las noches desde que él se había ido eran largas. No había dormido
profundamente una sola vez. Nunca antes se había dado cuenta de lo sola que
podía estar su cama sin su forma cálida y femenina acurrucada junto a él.

Antes de que él hubiera dejado la ciudad, los dos se habían separado, las
obligaciones sociales y las convenciones haciendo lo peor para guiarlos por
caminos separados.

Pero todo eso iba a cambiar, juró.

Tan pronto como la viera, iban a rectificar la situación. Él la convencería de reducir


el número de sus compromisos. Elegiría actividades que naturalmente los
mantendrían en contacto más cercano, y pasarían unas noches más juntos en
casa. La sociedad estaba equivocada al dictar que los esposos y las esposas
deberían separar sus vidas. Quería estar con ella, y convencional o no, planeaba
estarlo.

Él también le diría que la amaba.

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Era hora. ¿Cuál era el punto en ocultar la verdad, de sí mismo o de Jeannette? Ella
le había revelado sus sentimientos. Él debería ser lo suficientemente hombre para
hacer lo mismo.

Estaba sonriendo, su buen humor burbujeando, cuando el coche se detuvo en su


casa.

March abrió la puerta, arqueando las cejas con sorpresa.

-Su Gracia, no lo esperábamos antes del viernes.

-Decidí volver a casa antes. ¿Dónde está mi esposa? ¿Ya ha salido esta noche?

-La duquesa y el señor Christopher se marcharon hace un tiempo. Al circulo de


Lymondham, creo.

-Dile a Joseph que volveré a querer el carruaje dentro de una hora. Y mande a
Wilcox a preparar un baño y un cambio de atuendo. Me uniré a su Gracia y a mi
hermano en el baile.

Subió por las escaleras, tomándolas de dos en dos. A mitad de camino, hizo una
pausa.

-Oh, March, ¿un mensajero trajo un paquete de entrega especial de Rundle and
Bridge?

-Sí, su Gracia. Llegó ayer y fue colocado en la caja fuerte de su estudio.

-¿Lo llevarías a mi habitación, por favor?

-Lo haré yo mismo.

Siempre eficiente, Wilcox tenía un baño caliente esperando para el momento en


que Adrian se desanudó, y un nuevo conjunto de ropa de noche se extendió sobre
la cama cuando terminó. Un pequeño plato de queso, galletas y fruta, además de
un vaso de vino de Borgoña, también lo esperaba para calmar su hambre después
del largo viaje.

Refrescado y vigorizado, se puso su atuendo formal. Pantalones, capa cortada y


zapatos negros, todos contrastados con una impecable camisa blanca de lino,
chaleco, medias, pañoleta y guantes.

Sobre la cómoda, donde March la había dejado, descansaba discretamente una caja
de joyas cubierta de terciopelo. Levantó la tapa, miró el collar de esmeraldas,
amatistas y diamantes que le había encargado a Jeannette. Impresionante, la pieza
fue diseñada para parecer racimos de flores, hojas y brillantes gotas de rocío.

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Tal vez debería haber elegido un diseño que presentara rubíes o diamantes rosados
en su lugar. Los colores se asemejan más a su segundo nombre, Rose. Pero cuando
vio el boceto de este collar, supo que era para ella. Por extraño que parezca, le
pareció mejor.

Se imaginó sorprendiéndola con el regalo, imaginó su reacción. ¿Pero cuándo y


dónde hacerlo?

Golpeado por una repentina inspiración, cruzó a su habitación. Con la tapa abierta,
colocó el joyero en el centro de su tocador. El collar brillaba a la luz de las velas,
tan magnífico que sería imposible pasarlo por alto. Esta noche, cuando llegara a
casa, entraría y lo encontraría.

Él sonrió, imaginando lo que esperaba fuera su respuesta de alegría. Tal vez


incluso podría persuadirla de que se ponga el collar -y nada más- esta noche en su
cama. Su cuerpo se aceleró al pensarlo.

Cuando se dio vuelta para irse, vio un trozo de papel que se había caído de la
chimenea. Por lo general, lo habría ignorado, dejar que una de las doncellas hiciera
la limpieza. Pero el nombre de Jeannette estaba escrito en el exterior en una mano
en negrita, con una sola punta del papel ennegrecida en ceniza.

Curioso, lo recogió y abrió la misiva.

Su corazón se detuvo de golpe dentro de su pecho.

Mi querido amor ...

Miró hacia otro lado, un torrente de sangre nadando en su cabeza, golpeando entre
sus oídos. Tragando más allá de la tensión que se alojaba en su garganta, obligó a
sus ojos a leer el resto.

Mi querido amor, no puedo soportar esta agonía ni por un momento más. Alivia mi
corazón, mi mente, y encuéntrame esta noche en el conservatorio de Lymondham. Esta allí
a medianoche y ven sola. No mas juegos. Si no apareces, me veré obligado a actuar de una
manera que ninguno de nosotros desearía. Sé que tu corazón es mío. No te desesperes,
encontraremos un camino. Hasta esta tarde.

Atentamente, K

K? ¿Quién diablos era K?

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El hombre con quien su esposa estaba teniendo una aventura, eso era.

Adrian aplastó la nota en su mano, los nudillos se volvieron blancos sin sangre
contra la tensión. Cerró los ojos con fuerza, intentando combatir la rabia que le
cubría las entrañas como el ácido, la angustia que lo hacía querer enojarse,
arremeter, gritar y rugir.

Arrojó la nota al fuego y observó cómo las llamas se alimentaban hasta que el
papel se había desvanecido como la felicidad en su corazón.

Medianoche. La nota decía que se iban a encontrar a medianoche. Consultó el reloj


en la repisa de la chimenea y vio que ya eran más de las once. Si se apuraba, podría
interceptarlos. Descubrir la identidad de su amante misterioso, tal vez atraparlos
en el acto mismo. ¿Es eso lo que él quería? ¿Eso es lo que realmente deseaba
averiguar?

La cólera, la agonía lo consumieron y supo que tenía que tener la verdad. Tenía
que verlo con sus propios ojos. Sombrío, se armó de valor para el infierno que
estaba por venir y salió de la habitación.

Violet rechazó dos ofertas para bailar, monitoreando cuidadosamente el tiempo


con el magnífico reloj de abuelo de los Lymondhams.

Casi media noche.

Ella luchó contra sus nervios. Medio enferma de tensión, no había podido comer ni
un bocado en toda la noche. Con la esperanza de que la relajaría, había bebido un
poco de vino, y se arrepintió. En lugar de reforzar su coraje, el alcohol la había
dejado sintiéndose muda e inestable sobre sus pies. Afortunadamente, ella lo había
consumido lo suficientemente temprano en la noche para que sus efectos se
desvanezcan.

Comprobó la hora de nuevo.

Dos minutos.

Mejor escabullirse ahora que podía, antes de que apareciera un conocido o un


esperanzado compañero de baile. Kit había prometido que iría con ella a pesar de
la advertencia de la nota de que ella viniera sola. Había prometido esconderse
fuera del alcance, lo suficientemente cerca como para que ella se sintiese cómoda,
pero lo suficientemente lejos como para no ser visto. Moviéndose con pies ágiles,
se deslizó en el invernadero.

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Una jungla de vegetación la rodeaba, la fragancia almibarada de gardenias


flotando como una neblina en el aire. Profundas sombras envolvieron el espacio,
sus suaves pisadas fueron el único sonido mientras se adentraba más en la
oscuridad. Los braseros de baja combustión, encendidos para evitar el frío,
proporcionaron la única iluminación de la habitación.

Como si se materializara de la nada, Markham salió de detrás de la tapa de una


gran palma en maceta.

-No estaba seguro de que vendrías.

-Estoy aquí.

Él alcanzó su mano.

Ella evadió su toque, su interior tan ondulante como un manjar blanco.

-¿Qué es lo que quieres decirme?

-¿Por qué tan frío? ¿Te has vuelto contra mí, amor?

-No me llames así. No soy tu amor, ya no. -Trato de recordar el diálogo que ella y
Kit habían ensayado anoche y nuevamente esta mañana. Dios, ella esperaba que lo
hiciera bien. -Lo ... lo siento, T-Toddy, pero este romance entre nosotros no puede
continuar. Ahora soy una mujer casada, y aunque tuve sentimientos por ti antes,
esos sentimientos han cambiado. Amo a mi esposo y debo pedirte que lo
aceptes. No puedo verte nunca más.

El rostro de Markham se volvió oscuro como una nube de tormenta. Se preparó


para la tormenta que se avecinaba, nada cómoda con lo que vio.

-No te creo.- Apretó sus manos en puños. -No puedes decirlo en serio. ¿Ese
entrometido cachorro de tu cuñado te ha llevado a esto? Te ha estado siguiendo
como un sabueso estos últimos días. ¿Es un chantaje? ¿Te ha amenazado? Porque
si lo hace, hay maneras de remediar el problema.

-No-, dijo ella, horrorizada ante la idea de qué "formas" podría tener. -Kit no ha
hecho nada, así que déjalo en paz. Le pedí que se quedara cerca.

Ella decidió que era hora de jugar su carta de triunfo. Ella solo oró para que la
mentira funcionara.

-Si deseas saberlo, estoy E-embarazada. Hijo de Raeburn. Cualquier relación futura
entre nosotros es imposible ahora, debes ver eso. Yo pertenezco a él. Por favor,
acepta eso y vete.

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Una sombra de dolor se extendió por su cara. Él se volvió como si ella lo hubiera
apuñalado, con los ojos bajos. Después de un largo momento, respiró hondo y se
volvió.

-No importa. Ten al niño, y luego ven a mí.

¿Ir a él?

Eso no era lo que se suponía que debía decir. Se suponía que debía decirle
adiós. Oh, querido Señor, ¿qué iba a hacer ella ahora?

Ella negó con la cabeza con vehemencia.

-No, te lo dije, es imposible.- Su voz se elevó a un chillido agudo. -Se acabó.

-No. No dejaré que se acabe. Te amo.

-Bueno, no te amo-. Esa fue una afirmación que pudo hacer con total sinceridad.

-Eso no es lo que dijiste en tu carta, cuando me suplicabas que esperara. Cuando


escribiste que tu corazón sería mío para siempre y para la eternidad.

Apenas evitó rodar sus ojos. Su gemela podría ser tan melodramático a veces.

-Lo siento, pero mis sentimientos han cambiado. No te quiero, ya no.

Extendió la mano y la agarró por los hombros.

-No te creo.

Ella saltó bajo su toque.

-Déjame ir.

Él frunció el ceño, la empujó hacia atrás, más cerca de un charco de luz que brillaba
desde un brasero cercano. Luego la miró, realmente la miró, mirándola a los ojos
como si estuviera tratando de leer sus pensamientos.

-¿Quién diablos eres tú?-, Exigió.

Su cuerpo se sacudió de nuevo.

-Jeannette Brantford Winter, duquesa de Raeburn".

-Puedes ser la duquesa de Raeburn, pero no eres Jeannette Brantford, no la que yo


conocía al menos.

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The Husband Trap – Trace Anne Warren
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-Cómo te atreves. Déjame ir.

-No antes de demostrar que estoy en lo cierto.- Sin previo aviso, él la hizo girar,
tiró de la manga de su vestido para exponer su hombro desnudo y una parte de su
espalda. -No está ahí.

-¿Qué no está allí?

-Tu marca de nacimiento. ¿Recuerdas, el que tiene forma de un pequeño


gato? Solíamos reírnos de eso porque parecía tan perfecto para tu naturaleza. No
está allí.- Él trazó un par de dedos sobre el lugar, incluso cuando ella trató de
zafarse de su toque. -No está allí porque no eres Jeannette. Dios mío, eres su
gemela, ¿verdad?

Ella se apartó, tiró de su vestido nuevamente en su lugar. Sobre el hombro de


Markham, vislumbró a Kit corriendo hacia su rescate. Ella lo miró a los ojos y
sacudió levemente la cabeza. Él se detuvo, revoloteó, su frustración
palpable. Siguiendo su dirección, retrocedió hacia las frondosas sombras de un
arbusto cercano.

-Sabía que había algo extraño en ti-, dijo Markham, -pero no pude
entenderlo. Ustedes dos cambiaron. Su idea, por supuesto.

Sabiendo que no tenía sentido mentir, asintió con la cabeza.

-¿Lo sabe Raeburn?- Soltó una carcajada. -Por supuesto que no lo hace, de lo
contrario hubiera echado tu mentiroso trasero hace unas semanas. Increíble. -
Caminó unos pasos hacia un lado, luego hacia atrás. -¿Donde esta ella? ¿Dónde
está Jeannette?

-En Italia con nuestra tía abuela.

Él chasqueó los dedos.

-Por supuesto. Ella pretende ser tu. La tensión debe estar matándola. Viajaré hacia
el sur y veré qué puedo hacer para aliviar su terrible carga. -Hizo una pausa y
entrecerró los ojos como los de un lobo-. Ella no sabía sobre esto, ¿verdad? ¿Este
esfuerzo esta noche para echarme a un lado?

-Ella no sabía nada al respecto-. Ella retorció sus dedos. -¿Qué vas a hacer con
Adrian? ¿Se lo dirás?

Él levantó una ceja.

-Debería cierto. Te serviría bien por mentir. Pero me temo que podría arruinar mi
diversión en el continente. Además, si Raeburn es lo suficientemente tonto como

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The Husband Trap – Trace Anne Warren
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para no darse cuenta de la verdad, entonces él te merece. Es bastante gracioso,


tener una impostora como esposa. -Se inclinó.- ¿Estás realmente embarazada?

Sus mejillas se calentaron ante su pregunta.

-No.

Él se rio de nuevo.

-Si quieres conservarlo, hazte un favor y embarázate. Una vez que haya un niño
involucrado, él no se divorciará de ti. Aunque puede contratar a una nodriza y
enviarte a una de sus propiedades menos hospitalarias para vivir el resto de tus
días en solitaria soledad. -Él le dio unas palmaditas en la mejilla. -No te
preocupes. Prometo que no lo escuchará de mí.

Se giró, se alejó.

Solo cuando se fue se dio cuenta de que estaba temblando.

Kit se le acercó, la envolvió en un consolador abrazo fraternal. Contento de su


apoyo, ella le devolvió el abrazo.

-Al menos se fue-, le dijo. -Al menos está fuera de tu vida.

-Me preocupa tenerlo en la vida de Jeannette. Rezo para que no todo se convierta
en desastre.

Medianoche había llegado y se había ido cuando Adrian entró al conservatorio de


Lymondham.

Hubo un accidente de carruaje en el camino, su progreso obstaculizado todo


mientras los caballos y los conductores lo resolvían y continuaban su camino. Una
vez que llegó al baile, se encontró con no menos de una docena de personas, todos
deseando saludarlo y expresar su placer al verlo regresar a la ciudad.

La quietud abundaba mientras caminaba por la habitación llena de vegetación, un


lejano murmullo de voces entrometiéndose lentamente en el silencio. ¿Su esposa y
su amante o alguien más? Siguió el sonido, abriéndose paso entre las plantas
exóticas que eran el placer y el orgullo de su anfitrión. Los confrontaría, pero
primero quería ver la evidencia. Posicionándose en el lado opuesto de un gran
arbusto en flor, miró a la pareja.

Su corazón tuvo su segunda patada discordante en la misma noche.

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The Husband Trap – Trace Anne Warren
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Allí estaban, Jeannette y Kit abrazándose. Por un momento, no entendió, no pudo


comprender lo que estaba viendo. Entonces las palabras en la nota se clavaron en
su mente, la firma críptica en la parte inferior. K. Así es como su amante había
escrito su nombre. K por Kit?

La shock vino sobre él como un sudor. Dio media vuelta, temiendo que realmente
vomitara, respirando con dificultad dentro y fuera de sus pulmones.

¿Su hermano y su esposa? Imposible.

Sin embargo, los había visto juntos, abrazados. Los había visto juntos otra vez
también, reservados y sospechosos ahora que lo consideraba, ese día en el folly de
Winterlea. También recordó la forma en que ella había insistido en que Kit los
acompañara a Londres. Y había leído la nota esta noche, la evidencia más
condenatoria de todas.

Dios mío, ¿qué iba a hacer? Habría desafiado a cualquier otro hombre, se habría
encontrado en el campo de honor y habría hecho todo lo posible para matarlo. Pero
Kit era su hermano. No podía matar a su hermano, no podía asesinar a su propia
carne y sangre.

¿Estaban enamorados? Sus sentidos gritaron ante la idea.

Jeannette y Kit tenían una edad similar, con menos de dos años de
diferencia. Había sido testigo de su cercanía, había estado complacido de ver su
vínculo familiar, sin sospechar que podía ser otra cosa.

¿Qué pasa con sus votos para él? Sus palabras de amor? ¿Sus promesas de
fidelidad?

Mentiras, todas mentiras.

¿Qué tan lejos habían llegado ellos? ¿Estaban durmiendo juntos? Mientras estuvo
fuera, ¿Kit había tomado su lugar en su cama? ¿Había sido él quien le había dado
un toque de color a su piel, suspirando de placer por sus labios, el éxtasis creciendo
dentro de su cuerpo?

Una neblina roja de rabia nadó ante sus ojos, sus manos temblaban. Él los apretó y
luchó por el control. Señor en el cielo, ¿qué iba a hacer? ¿Cómo iba a soportar esto?

Él tenía que irse. Ahora. Él tenía que estar solo.

La idea de intercambiar bromas y charlas triviales durante el resto de la velada fue


un anatema que no pudo soportar.

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Con pasos silenciosos para que Kit y Jeannette no lo oyeran, volvió sobre sus
pasos. Dando sus excusas a su perpleja anfitriona, huyó a la fría noche.

Violet llamó a la puerta de la habitación de Adrián. Cuando no escuchó respuesta,


giró la perilla y entró. La habitación estaba vacía, bañada en un suave baño de luz
de fuego. Una pequeña rama de velas puestas en una mesa auxiliar más temprano
en la noche hacía mucho tiempo se había apagado.

Agregó otro tronco al fuego, observó cómo las llamas emitían una lamida codiciosa
de color rojo anaranjado antes de tomar asiento en un sillón cercano. De rodillas,
balanceó la caja de joyería de terciopelo negro que la había dejado atónita al
descubrir en su tocador. Su aliento literalmente había dejado sus pulmones en el
instante en que había vislumbrado el collar extravagante.

Al abrir la tapa, trazó reverentes dedos sobre las preciosas piedras que brillaban
incluso a la luz tenue. Nadie le había dado nunca un regalo tan exquisito. Y sin
ningún motivo en particular tampoco. No era su cumpleaños y la Navidad todavía
estaba a más de un mes completo.

Ella desesperadamente quería agradecerle. Ella nunca había visto algo tan
extraordinariamente hermoso en su vida.

Adrian estaba de vuelta en la ciudad. Además de las joyas, uno de los lacayos
había confirmado su llegada cuando ella y Kit regresaron a casa esta noche. Si se
podía creer el rumor, había aparecido brevemente en el baile de los Lymondham,
aunque ni ella ni Kit lo habían visto siquiera por casualidad. Era extraño que
volviera de Winterlea solo para ausentarse inmediatamente de nuevo.

El reloj de la chimenea dio las tres y media de la madrugada. ¿Dónde podría


estar? Ella esperaba que nada malo le hubiera sucedido. Ignorando una pequeña
punzada de inquietud, se acomodó más profundamente en el sillón para esperar.

Se sobresaltó, cuando una suave luz gris del amanecer arañaba las ventanas, el
murmullo en voz baja de las criadas cuando pasaban por el pasillo para comenzar
el día de trabajo. Se sentó, y estiró, rígida por haberse quedado dormida en la silla.

Casi las siete en punto. Sus ojos volaron hacia la cama, su cobija intacta, tan
precisamente hecha como lo había sido durante todos los días que él se había ido.

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Adrian no había llegado a casa anoche.

Alarmada, se apresuró a salir al pasillo sin considerar su bata de atuendo y sus


zapatillas, su largo cabello revuelto por el sueño le caía por la espalda. Ya debería
estar en casa, se preocupó. Algo terrible debe haber sucedido. Un accidente,
una enfermedad. Incluso ahora, podría estar sufriendo con dolor o algo peor.

Ella corrió por el pasillo. Betty fue la primera sirvienta que encontró, la chica sobre
sus manos y rodillas restregaba el piso.

La doncella levantó la vista, claramente sorprendida.

-Su Gracia, ¿qué pasa?

-Betty, gracias a Dios. ¿Has visto al duque esta mañana?

-No, señora, no lo he hecho, pero ...

Ella no escuchó más, solo se apresuró.

Bajó corriendo por la escalera principal, ajena a las miradas de los sirvientes por los
que pasaba. Al entrar al salón principal, corrió hacia March.

El mayordomo se volvió, sus ojos azules se abrieron de par en par.

-Su Gracia, ¿está bien?

-Sí, sí, estoy bien-, jadeó, deteniéndose un momento para recuperar el aliento. -Su
Gracia. No regresó a casa anoche y estoy terriblemente preocupada de que algo le
haya pasado. ¿Has tenido noticias suyas? Tal vez deberíamos contactar a las
autoridades, a sus amigos, a cualquiera que lo haya visto por última vez.

Un paso sonó en el pasillo.

-No hay necesidad de eso, señora. Como puedes ver claramente, estoy bien ".

Giró al escuchar el sonido de la voz de Adrian. Poniendo una mano sobre su


corazón, voló hacia donde estaba parado en la entrada de la sala de desayunos,
luego lo abrazó con fuerza en un feroz abrazo.

Todo su cuerpo se puso rígido. Demasiado abrumada por el alivio, no notó de


inmediato su falta de respuesta.

Con manos firmes, él la apartó.

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-Tanto melodrama-, dijo, su voz fría como un lago helado. -Sin duda, se supone
que me conmoverá tu preocupación. Mira a mi esposa, March, tan angustiada por
mí que ni siquiera se molestó en vestirse.

Ella se sonrojó, solo entonces se dio cuenta de que estaba parada en su ropa de
dormir. Tiró de los lados de su bata con más fuerza alrededor de su cuerpo.

-Estaba preocupada. Te esperé ... -bajó la voz-... en tu habitación. Nunca viniste a la


cama.

-Tal vez deberíamos discutir este asunto en privado.- Se hizo a un lado, esperó a
que ella entrara a la sala de desayuno. Descartando al único sirviente adentro, él
cerró la puerta, dejándolos solos. Se dirigió hacia la mesa del desayuno y volvió a
sentarse frente a su plato abandonado.

Ella se movió, extrañamente incómoda.

-¿Dónde estabas anoche?

-¿Te gustaría una de estas salchichas?- Hizo un gesto hacia una bandeja de plata. -
Son bastante buenos".

-Adrián, por favor. ¿Qué está mal?"

-Nada está mal. Estoy muy bien, rompiendo el ayuno con una buena comida.- Se
comió un tenedor lleno de huevos revueltos. -Debes intentarlo. Tal vez una taza de
té también ".

-No quiero huevos o salchichas o té. Quiero saber dónde estabas anoche ".

Le lanzó una mirada rápida y dura, luego bajó los ojos. Cortó un pedazo de
salchicha, su cuchillo raspó discordantemente contra la porcelana.

-En mi club, ya que estás muy interesada.

-¿Tu club? ¿Toda la noche?

-Sí. Misterio resuelto. Ahora, sugiero que te pongas ropa adecuada. Tienes el
aspecto de un doxy sobre ti esta mañana.

Ella jadeó, sus mejillas enrojecidas.

-Estaba preocupado por ti. No pensé Lo siento-. Se abrazó a sí misma y miró la


alfombra. Ella parpadeó una repentina oleada de lágrimas.

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Algo estaba terriblemente mal, pensó. ¿Dónde estaba el hombre que ella
conocía? Era como si el verdadero Adrián se hubiera ido y un extraño hubiera
regresado en su lugar. Sus duras palabras, el frío en sus ojos. Por un momento, casi
había imaginado que él la odiaba. Un escalofrío recorrió su espina dorsal.

-Me iré ahora-, murmuró.

Dejó su platería, y la miró fijamente.

¿Por qué se sentía como si acabara de patear a un cachorro? Ella se veía tan joven,
tan hermosa. Tan inocente. Si no estuviera al tanto de la verdad, la habría creído a
ella y a su angustiada preocupación por su bienestar. Hubiera creído que ella lo
amaba, si no fuera por la traición que había presenciado anoche.

-¿Por qué me estabas esperando?- Las palabras escaparon de él.

-Oh. Yo ... quería agradecerte, por el collar. Es tan exquisito. El regalo más hermoso
que alguien me haya dado.

El collar. Había olvidado todo sobre la maldita cosa.

Sus facciones se endurecieron al recordar su ingenuo y tonto detalle, su feliz


anticipación al presente. Cómo se habría reído si lo hubiera visto.

-Es una pieza atractiva que se verá bien alrededor de tu cuello-, comentó en un
tono profesional. -Las joyas de la familia no se han actualizado durante medio siglo
al menos. Pensé que era hora de que estuvieran refrescados.

Ella se marchitó, una pequeña chispa de placer murió en sus ojos.

-Oh ya veo. Debería volver a mi habitación ahora.

-Sí-. Levantó el tenedor en señal de despedida. -Mi comida se enfría.

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Capítulo diecisiete

Violet se vistió para el conservatorio de los Carter. Deseó poder renunciar al


compromiso esta noche y quedarse en casa. Pero el entretenimiento estaba siendo
arrojado en su honor, el suyo y el de Adrian, así que no había escapatoria.

Agnes puso un hermoso vestido de raso esmeralda con una sobrefalda de gasa
suiza de puntos blancos sobre la cabeza de Violet. El vestido era escotado y al
hombro para la noche, y era una tarea sencilla de ajustar el vestido en su
lugar. Entonces estaba arreglando su cabello.

Se sentó en su tocador, dejó que su doncella cepillara y acomodara sus largas


trenzas en su lugar. Miró su propio reflejo en el espejo, estudió sus ojos y se
preguntó si alguien más podría ver la infelicidad rebosante en ellos.

Algo estaba terriblemente mal con Adrian.

Desde su regreso de Winterlea la semana pasada, se había retirado. Abrupto,


taciturno, sin sentido del humor. Ella no podía imaginar lo que podría haber
sucedido en la finca para molestarlo de esa manera. Incluso había interrogado a los
criados, discretamente, por supuesto, incluido Wilcox, su ayuda de cámara. Sin
embargo, ninguno de ellos fue capaz de proporcionar una pista.

Después de su espantosa primera mañana de regreso, había sido reacia a


cuestionar a Adrian directamente. Finalmente, ella reunió coraje y le preguntó por
qué estaba tan preocupado.

Con los ojos fríos, él negó tal condición, rechazando a ella y sus preguntas. Herida,
no había vuelto a preguntar.

Tampoco le había preguntado por qué él ya no venía a su cama. No habían


dormido juntos ni habían hecho el amor desde que se había ido a Winterlea. Temía
escuchar su razón.

Él también había cambiado con Kit. Por razones que nadie podía entender, Adrian
había empezado a hostigar a su hermano, a menudo por los asuntos más
insignificantes.

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Anoche, durante la cena, había criticado a Kit por su supuesta gula cuando el joven
se sirvió una segunda porción de bagatela para el postre. Kit siempre comió en
segundos. Si no lo hiciera, habría sido más probable que obtuviera un
comentario. Así que el ataque inesperado de Adrián sorprendió a todos, incluso a
los lacayos de turno esa noche, que habían mirado con asombro.

Y dos días antes, Adrian lo había atacado por la compra de un chaleco


nuevo. ¿Cuántos chalecos a rayas necesitaba un hombre? había exigido en un tono
mordaz. ¿Alguna vez Kit se detuvo a considerar el costo de tales artículos? Seguramente él
tenía mejores usos para su asignación que eso. No es de extrañar que siempre estuviese tan
falto de dinero, una bocanada de aire en el River Tick.

Las mejillas de Kit se habían enrojecido mientras permanecía bajo la tormenta del
castigo verbal de Adrián. Había temido que pudieran irse a los
golpes. Especialmente cuando Adrián impugnó la virilidad de Kit al preguntarle si
se estaba convirtiendo en un sombrerero, un tipo afeminado que no pensaba en
nada más que su aspecto y el atractivo de su guardarropa.

Con los ojos marrones de Adrián ardiendo, su mandíbula fija en una inclinación
belicosa, había tenido la clara impresión en ese momento de que Adrián quería
que Kit lo golpeara. Que estaba incitando a su hermano a la violencia para que
pudiera tener la oportunidad de devolverlo. ¿Pero por qué? No tenía sentido.

-Su Gracia, ¿le gustaría usar su nuevo collar? ¿El que le regaló su Gracia? -inquirió
Agnes, interrumpiendo sus reflexiones.

Miró el reflejo de Agnes parada detrás de ella en el espejo.

-Ooh, ¿no es encantador?- La doncella levantó la exquisita pieza. -Será perfecto


para su vestido".

Ella miró el collar, reacia a ponérselo. A ella le había encantado, al principio. Pero
la explicación cortante e impersonal de Adrián para su compra había amortiguado
su placer como una cara llena de agua helada. Tal vez podría aplacarlo de alguna
manera pequeña si ella llevaba su regalo esta noche. Tal vez él podría sentir
orgullo al ver la más nueva de las joyas de la familia adornando su cuello. Tal vez
devolvería un pequeño brillo de placer a sus ojos. Ojos que ya no parecían brillar,
al menos no para ella.

Ella asintió con la cabeza, las piedras se adhirieron contra su garganta cuando se
fijaron en su lugar. Estudió su reflejo una última vez y supo, sin vanidad, que
parecía resplandeciente, en cada centímetro, la duquesa de
Raeburn. Silenciosamente, rezó para que Adrian la encontrara bella, deseable.

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Mientras esperaba en el vestíbulo, él apenas la miró antes de ayudarla a meterse en


su capa, su toque tan impersonal como el de un sirviente. Ni siquiera por una
pestaña traicionó la dolorosa decepción que la atravesó como una espada. Con la
cabeza alta, ella lo precedió hacia el carruaje.

El viaje hacia los Carter se hizo en silencio. Kit no estaba dispuesto a romper la
penumbra opresiva, incluso si hubiera tenido la tentación de intentarlo. Había
aceptado una invitación a cenar con amigos y planeaba reunirse con ella y Adrián
en el baile más tarde en la noche.

Adrian la llevó al primer baile. Ella fijó una sonrisa en su rostro, fingió que todo
estaba bien. Dentro ella quería llorar. Hablaban de trivialidades, menos íntimas
más extrañas. Cada paso se convirtió en una miseria, cada toque una exquisita
tortura.

Ella lo estaba perdiendo, pensó, y ni siquiera sabía por qué. Peor aún, no sabía qué
podría hacer para detenerlo.

Cuando la canción terminó, ella y Adrian se separaron, cumpliendo con su deber.

Lord Hamilton solicitó su mano para el próximo baile. Ella colocó su palma en la
suya y lo dejó guiar el camino.

Ella estaba sentada bebiendo una taza de negus, casi la mitad de la tarde, cuando
Eliza Hammond se acercó sigilosamente a ella, silenciosa como un susurro.

-Disculpe la intrusión, su Gracia-. Eliza hizo una reverencia en un respetuoso


saludo.

Violet inclinó la cabeza en respuesta.

-La última vez que hablamos-, continuó Eliza, obviamente reticente, -dijo que si le
escribía a su hermana, estaría dispuesta a enviarle mis cartas.

Ella dejó su bebida.

-Sí, lo hice.

Eliza extendió un grueso trozo de pergamino doblado. Violet Brantford estaba


escrito con una mano eficiente en el frente.

Ella tomó la carta.

-Veré que ella recibe esto.

Una sonrisa se extendió por la cara de la otra mujer.

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-Gracias, su Gracia. Es muy amable.- Luego desapareció, volando como un gorrión


marrón tranquilo.

Violet quería llamarla, encontrar un rincón cómodo donde poder hablar y


compartir confidencias como solían hacerlo. Con Eliza se relajó, su reticencia se
desvaneció, su conversación tan entretenida y animada como el ingenio más
vivo. Y Eliza sabía cómo escuchar, capaz de alejar a los diablos azules con un oído
comprensivo y una muy necesaria dosis de aliento optimista. Si tan solo la gente se
tomara el tiempo para mirar debajo de la superficie, verían, como lo hizo ella, qué
persona tan maravillosa y fiel era Eliza. Y en este momento, Violet tenía mucha
necesidad de un amigo. Pero Eliza no podía ayudarla. Nadie podría ayudarla.

Miró hacia donde se encontraba la otra chica, sola y olvidada. No, Eliza no podía
ayudarla, decidió, pero tal vez podría ayudar a Eliza, aunque sea muy poco.

Cuando Kit llegó casi media hora más tarde, ella le hizo un gesto para que se
acercara a su lado.

-Pídele a la señorita Hammond que baile-, dijo sin preámbulos.

-¿Señorita Hammond?

Ella lo miró escanear el salón de baile, vio cuando su mirada se posó en su


amiga. Sentada en una silla de respaldo recto junto a un par de soñolientas viudas,
Eliza parecía tan estrujada como su vestido de seda almendra regada.

-¿Quieres decir Eliza Hammond?- No sonó entusiasta.

-No ha bailado en toda la noche.

-Ella nunca baila.

-Eso es porque nadie le pregunta a ella. Sé un caballero y ponte de pie con ella. Y
cuando hayas terminado, haz que uno de tus compinches también se baile con ella.

-Digo, no sé si…

-Es solo un baile. No estoy sugiriendo que te cases con ella.

Kit se estremeció.

-Dios no lo quiera-. Se enderezó las mangas. -Muy bien. Un baile, como un favor
para ti. Y quizás también pueda convencer a Suttlersbury para que haga lo
mismo. Él siempre esta listo para bailar. Pero no creas que no recordaré esto y
llamaré a mi traductor uno de estos días.

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Ella se rio entre dientes.

-Nunca temas. Sé muy bien que lo harás.

Adrián miró a su esposa y a su hermano desde el otro lado de la


habitación. Míralos, pensó, con las cabezas juntas, susurrando como ladrones,
acogedores como amantes. Su mandíbula se apretó en un apretado apretón de
huesos. Golpeando el vaso de Madeira que había estado tomando, se dirigió hacia
ellos.

Kit se estaba alejando cuando se acercó. Sus miradas se encontraron durante un


largo y combativo momento antes de que el joven asintiera y se marchara.

La sonrisa en el rostro de Violet se desvaneció tan pronto como volvió su atención


hacia ella, su reacción aumentó su ira.

-Baila conmigo, señora- Extendió una mano enguantada.

Ella vaciló, miró hacia su izquierda cuando un caballero se adelantó.

-Lo siento, su Gracia, pero se me he prometido a Sir Reginald para este baile".

Puso sus ojos duros en el otro hombre.

-¿Qué dices, Malmsey? No te importa si interrumpo, ¿verdad? Quiero bailar con


mi esposa.

Sir Reginald tragó audiblemente, su tez pálida aligeraba una sombra.

-N-no, su Gracia. No piense nada de eso. Más que feliz de complacer.- Él hizo una
reverencia brusca, le murmuró algo y se escabulló.

Adrian extendió su mano de una manera que no admitía ningún desafío.

-Los músicos están comenzando, señora".

Ella colocó su mano en la suya, caminó junto a él a la pista de baile.

Él la hizo bailar en un vals, su cuerpo ágil bajo su toque, su mano suave y familiar
dentro de la suya. No sabía por qué se había hecho esto a sí mismo. ¿Qué lo había
impulsado a exigir que compartieran un baile cuando sabía que eso no le traería
más que dolor? Sin embargo, se sentía tan traidoramente bueno abrazarla, beber de
su dulce aroma, contemplar su lustroso cabello dorado.

Más temprano esa noche, cuando ella había bajado por la escalera de su casa, con
el collar que le rodeaba el cuello como un ramo de brillantes flores silvestres, le

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había robado el aliento. Le había tomado todo lo que no tenía para dejar que sus
sentimientos no se mostraran. Comportarse como si apenas lo notara, como si ya
no le importara. Y maldita sea, ella no debería. Ella no debería importar, ya no. Sin
embargo, de alguna manera todavía lo hacia.

Furioso consigo mismo y con ella, se concentró en mantener el ritmo de los pasos
del baile, sin decir una palabra.

Violet dejó que la guiara por la sala, las notas de violines y flautas dulces como
perfume en el aire. Estaba tenso. Podía sentir la energía apenas atada en sus tensos
músculos. La furia que hervía a fuego lento justo debajo de la superficie civilizada.

Ella aventuró una mirada hacia arriba, captó el hambriento destello de deseo en
sus ojos. Sorprendida, ella volteo de inmediato, miró su pechera cuando su
corazón se aceleró, feliz. No había mostrado ningún interés en ella desde su
regreso a la ciudad. ¿Era posible que algo hubiera cambiado? ¿Era posible que la
quisiera de nuevo?

Su pulso latió un tándem áspero al ritmo de la música. Ella lanzó otra mirada hacia
arriba, decepcionada al ver que la mirada ya no estaba allí.

Demasiado pronto, el baile terminó. Él la escoltó de regreso a su círculo de


admiradores, se inclinó y se alejó. No había dicho una palabra en todo el tiempo, y
durante la mayor parte parecía resentido, enojado. ¿Por qué la había buscado?

No había nada comprensible en él en estos días. Sin embargo, estaba segura de que
no se había equivocado con esa mirada suya o con el anhelo. Ahora la pregunta
era, ¿cómo debería responder ella?

Esperó hasta que oyó que el ayuda de cámara de Adrian se iba, que su habitación
se calmaba al otro lado de la puerta que los conectaba.

Se miró a sí misma, horrorizada por su propia osadía. Llevaba la escandalosa pieza


de seda roja del camisón de Jeannette, la única prenda que nunca tuvo el valor de
ponerse. El material se adhirió a su cuerpo como una segunda piel.

¿Adrián la querría?

Seguramente lo haría cuando la viera así. El vestido era tan impactante que ni
siquiera había dejado que Agnes la viera en él. Tan pronto como su doncella partió
a dormir, ella había cambiado su camisón por este. Parecía casi desnuda. Grandes

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franjas de encaje, intercaladas con finas tiras de seda que cubrían solo las partes
más esenciales.

La cosa obscena estaba incluso cortada por los lados.

Había mantenido su autoconfianza al recordar la última vez que había decidido


seducir a Adrián. Ese interludio había ido bien, realmente bien, como ella recordó,
entonces, ¿por qué esta vez debería ser diferente?

Tal vez porque él no había estado enojado e indiferente a ella entonces, una
pequeña voz susurró. Quizás porque todavía la deseaba entonces.

Pero había estado esa mirada en sus ojos durante su baile esta noche. No importa
cuán breve, ella sabía que no lo había imaginado. A pesar de su frialdad reciente,
una parte de él todavía la deseaba. Ahora solo tenía que revivir esa necesidad y
demostrarle que sentía lo mismo.

Adrián tomo lo que quedaba de su brandy, y dejó la copa a un lado. Refunfuñó,


mirando distraídamente las llamas que estallaban contenidas en la chimenea.

Jeannette.

Él nunca debería haber bailado con ella esta noche. Darle impulso, apresurarse,
calentarse, había sido un error. Pasó sus días tratando de no pensar en ella y
terminó haciendo poco más que eso. Su vida se había convertido en un infierno
absoluto.

Estaba contemplando otro brandy, por lo que podría ahogar aún más su miseria y
tener alguna posibilidad de dormir, cuando se abrió la puerta de enlace.

Allí vino, deslizándose en la habitación con los pies desnudos y silenciosos. Su


cuerpo estaba vestido con una raya roja de seda que mostraba más carne de la que
ocultaba. Vislumbres de sus piernas desnudas se mostraron mientras
caminaba. Sus pechos eran exuberantes y firmes, frutas suculentas apenas
cubiertas por un velo de encaje color pasión.

Su cuerpo reaccionó por sí mismo, la lujuria instantánea lo cebó de la misma


manera que el olor de una yegua preparada sería para un semental. Apretó un solo
puño y luchó por mantener una fachada impasible.

-¿Qué es?- Deliberadamente, hizo que su tono sonara aburrido y desaprobador.

Ella se detuvo, vaciló.

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-Vi tu luz. Y no puedo dormir.

-Ya es tarde. Deberías llamar a Agnes, que te traiga leche caliente.

Ella dio unos pasos hacia adelante.

-No quiero leche caliente".

-Un poco de brandy, tal vez?.- Agarró su propia copa vacía, se levantó de su silla,
cruzó la habitación. Con la espalda vuelta, tomó un vaso nuevo y sirvió una gran
cantidad de licor en cada una.

Se bebió su propia porción en un par de tragos saludables. El alcohol ardió en su


garganta, en su estómago, donde se extendió como carbones ardientes. Rezó para
que el potente calado amortiguara sus sentidos, embotando su apetito carnal.

Él se volvió y sostuvo su copa a la distancia de un brazo, con cuidado de mantener


sus ojos apartados.

-Aquí.

-Recuerdo la última vez que me tendiste licor.

Él también lo recordó y deseó no haberlo hecho. Hizo su realidad actual mucho


más dolorosa de soportar.

Ella se acercó.

-Lo que necesito esta noche no son espíritus.

-Tómalo de todos modos y listo.

-Adrian, ¿qué es? ¿Qué pasa?- Ella corrió hacia adelante, deslizó sus brazos
alrededor de él, presionó las curvas cálidas y flexibles de su cuerpo contra el
suyo. -¿Ya no me quieres?

Con la cabeza zumbando por la bebida y el deseo, él la miró a los ojos y comenzó a
ahogarse. Sin pensar, sin preocuparse, aplastó sus labios con los de ella, se entregó
al hambre que bullía en su sangre. La copa de coñac se le cayó de la mano y el licor
se empapó en la alfombra mientras el vaso rodaba.

Vertió toda la necesidad, y la frustración en que había estado viviendo bajo su


beso, atacando su boca en un ardiente y codicioso apareamiento que tomó más de
lo que daba. Ella se encontró y se le unió, suspirando bajo su toque mientras
acariciaba con sus manos en todas partes. Él la levantó, muriendo por estar dentro

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de ella, donde estaba cálida y húmeda. Él no pudo resistirse. No podía negarse a sí


mismo lo tenía que tener más que su próximo aliento.

Se hundieron juntos en la cama. Sus manos lo acariciaron, elegante y saboreando,


su boca se deslizó sobre su cuello, cara y pecho.

-Adrián-, susurró. -Adrian, me he perdido esto. Te extraño. Te amo.

Él se congeló, deseo morir en un instante. Los recuerdos latieron violentamente


dentro de su mente. Encontrando la letra. Sabiendo que ella había
mentido. Viéndola envuelta dentro de los brazos de su hermano. Imaginarlos
juntos mientras ella le decía esas mismas palabras. Kit, te amo.

¿Qué le pasaba? ¿Cómo podría estar tocándola? ¿Cómo podría él quererla? Sin
embargo, lo hizo, incluso ahora, incluso sabiendo lo que ella era. Peor aún, la
amaba, a pesar de sus mentiras vacías, su traición. Él estaba disgustado por los
dos.

-Fuera-. Él se apartó de ella, sus palabras bajas, crudas en su garganta.

-¿Qué?- Ella trato de atraparlo de nuevo.

Él salió de la cama.

-Sal. Sal. Aléjate.

-Pero Adrián, no entiendo…

-¿No? ¿Qué hay que no entiendes? Yo no te quiero ¿Es eso suficientemente claro
para que lo entiendas, señora? Ya no estoy interesado en probar tus bellas
mercancías femeninas ".

Las lágrimas brotaron de sus ojos, uno corría por su mejilla.

-¿Por qué? ¿Qué he hecho? -, Suplicó.

-Por favor, no persistan en esta farsa-, dijo con obvio disgusto y burla. -Lo has
probado bien, pero ahora se acabó. Yo sé sobre ti. Te vi.

Él esperaba que ella se rompiera, confesar.

En cambio, se sentó en la cama, con la confusión pesada en su mirada.

-¿Sabes qué? ¿Qué viste? No entiendo.

Dios, qué actriz era ella.

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-Encontré la nota, la de tu amante.

Su rostro palideció.

-Ah, entonces lo recuerdas, ¿verdad? La arrojaste al fuego, pero no se quemó. La


encontré y lo leí.

-No es lo que piensas.

-¿No es así? Te seguí esa noche, a la fiesta. Los vi a los dos juntos. Te vi en sus
brazos.

Se alejó, hacia la chimenea, donde apoyó un brazo en la repisa de la chimenea y


miró ciegamente las llamas.

-¿Como pudiste hacerlo? ¿Cómo puedes traicionarme con mi propio hermano?-


Una triste y dolorida sensación lo inundó, una tristeza como nunca antes había
conocido.

-¿Es por eso que has sido tan bestial con nosotros dos la semana pasada? ¿Porque
crees que tengo una aventura con Kit? El asombro sonó en su voz.

-¿Qué más puedo creer?

-Él es mi amigo, nada más. Él me dio un abrazo esa noche. Él no estaba ...
abrazándome, no de la manera en que piensas ".

Él giró, enfrentándola. -¿Y qué hay de esa nota? Alguien te envió esa maldita
nota. Si no es Kit, ¿entonces quién? ¿Quién demonios es K?

Ella unió sus manos, bajó los ojos.

-No puedo decírtelo.

-¿No puedes o no quieres-" Él cargó hacia adelante, la agarró por los hombros y la
sacudió. -Dime quién es él. ¿Quién es tu amante?- Exigió a punto de gritar.

Con una última mirada furiosa, él se apartó, temeroso de que realmente le hiciera
daño físico.

Se frotó el hombro y se bajó de la cama.

-Adrian, por favor, sé que se ve mal, pero no es lo que piensas. Yo-yo no tengo un
amante. Eres el único hombre que he estado ...

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-No más.- Él levantó una mano. -No voy a escuchar otra palabra. Ya escuché lo
suficiente de tus mentiras. Sal.- Cuando ella no se movió, él le gritó: -¿No me
escuchaste? Dije que salieras. Sal. ¡Ahora!"

Ella se estremeció. Con lágrimas silenciosas fluyendo por sus mejillas, levantó la
barbilla y lo miró a los ojos.

-Te equivocas. No te he traicionado. Por favor déjame…

Él dio un amenazante paso hacia adelante.

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Capítulo Dieciocho

Salieron para Winterlea dos días después.

La Navidad pronto estaría sobre ellos, y según la tradición toda la familia Winter,
incluso las relaciones distantes, se congregarían en Winterlea para compartir la
temporada de vacaciones.

La noticia del nacimiento del bebé de Sylvia había llegado a Londres solo unos días
antes. Para deleite de todos, el niño era una niña. A pesar de que recientemente se
había quedado sin sus hijos, la hermana de Adrián estaba decidida a mostrar su
apreciado bebé. La duquesa viuda, por supuesto, regresaría con su hija, el marido
de Sylvia y sus considerables crías.

Violet había recibido una nota de sus padres. Estarían conduciendo desde su
propiedad en Surrey para unirse a la celebración. Darrin planeaba llegar desde
Escocia, donde había estado compartiendo una caza con amigos. Sin embargo, la
tía abuela Agatha y "Violet" permanecerían en el continente hasta la primavera. A
los sesenta y cinco años, los huesos de Agatha eran demasiado frágiles para ser
sometidos a la humedad y el frío de un invierno inglés, incluso por el bien de la
Navidad.

Y hacía frío, era violento, con algunos copos de nieve girando una danza
vertiginosa en el aire. Violet los vio caerse mientras miraba por la ventanilla del
carruaje, tirando de la manta más arriba en su regazo para protegerse del frío. Ella
estaba sentada sola dentro del carruaje. Los hombres habían decidido montar a
pesar del clima. Aunque por lo que podía ver, ninguno parecía estar disfrutando el
ejercicio.

Desde aquella horrible noche en que ella fue a verlo, ella y Adrián apenas habían
hablado entre sí, pasando menos de un puñado de minutos en compañía del
otro. Teniendo en cuenta las cosas dichas esa noche, ¿qué quedaba?

Él creía que ella era una mentirosa adúltera. Y para ser justos, él tenía la mitad de
razón.

Ella era una mentirosa.

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Ella quería defenderse, demostrarle que no le había sido infiel, pero ¿cómo podía
hacerlo? No sin revelar su otro secreto. Para refutar una falsedad, ella tendría que
revelar demasiado sobre la otra. Como un hilo suelto en un tapiz, una vez libre, la
pieza entera pronto se desenredaría.

Tal vez debería simplemente admitir la verdad, confesar su identidad y terminar


con la farsa. Entonces Adrián podría decidir a cuál de sus muchas propiedades
preferiría desterrarla. ¿O se divorciaría de ella y la rechazaría? Se estremeció ante
la perspectiva aterradora, sabiendo que estaba condenada, sin importar el camino
que eligiera. Suspiró, vio más delicados copos de nieve que se dirigían hacia la
tierra.

Afuera, Kit cabalgaba al lado de su hermano. Después de casi dos horas de


silencio, estaba harto de ser ignorado. Prefería viajar dentro del carruaje con
Violet. Sin duda sería una maldita vista más cómoda. Pero una vez que entrara,
sabía que Adrian insistiría en unirse a ellos. Dejando a los tres rodillas con rodillas
en la miseria por el resto del viaje.

Ya es suficiente, pensó. ¿Cuántas veces tenía que explicarse un hombre?

Violet le había contado acerca de la acusación de Adrián la mañana después del


baile de los Carter. Recordó su mandíbula literalmente abriéndose ante las
noticias. La idea de un amorío con ella era inimaginable. Los dos eran como
hermanos. Cualquiera con ojos podría ver eso. Cualquiera, es decir, excepto un
loco enamorado demasiado cegado por sus propios celos para reconocer la verdad.

La evidencia -la carta de Markham y el desafortunado testimonio de Adrián de que


Kit abrazara a Violet- eran ciertamente condenatorias en la superficie. Adrián
exigió una prueba de su inocencia, y con su propia y menos completa explicación
de los hechos, las sospechas de su hermano mayor permanecieron. Veintidós años
de confianza familiar, al parecer, no fueron suficientes para barrer los
malentendidos y falsedades de una sola noche.

Pero se negó a desenmascarar a Violet.

Le había hecho una promesa y, a menos que Adrian le preguntara sin rodeos sobre
su identidad, no iba a romper ese voto. Pasó toda su vida admirando a su
hermano. En este momento solo quería darle un buen golpe en la cabeza.

-Qué tonto-, murmuró en voz baja.

La cabeza de Adrian se volvió. Las suaves palabras de Kit aparentemente las había
llevado el viento.

-¿Perdón?-, Dijo, sus palabras tan heladas como el aire.

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Kit cuadró los hombros y alzó la voz.

-Dije que eres un tonto. Estás haciendo que tú y todos los que te rodean se sientan
miserables por nada.

Un músculo tictacó en la mandíbula de Adrián.

-¿Crees que el adulterio no es nada?

-Ella y yo te dijimos que no pasó nada. Es la verdad, si simplemente te importa


verlo. Tan innegablemente hermosa como es Jeannette, no la encuentro
remotamente atractiva, no en un sentido romántico.

-Qué tranquilizador. Ahora, si has terminado ...

-No he terminado.- Se lanzó hacia adelante, sin detenerse a maravillarse. -Esa


mujer te ama, aunque Dios sabe por qué, y la estás cortando de tu vida por poco
más que un error.

-¿Error? ¿Sería eso la carta de amor que malinterpreté o verla envuelta en tus
brazos?

-Ya he explicado sobre eso. Le estaba dando un abrazo, un abrazo fraternal, nada
más.

-¿Y la carta? Aún no has considerado oportuno explicar eso, ¿verdad? Si no eres el
autor de la misiva, ¿quién es? Si Jeannette es una inocente en todo esto, ¿por qué el
engaño? ¿Las medias verdades? ¿Las mentiras? ¿Qué estás escondiendo? ¿A quién
estás protegiendo?

-No me corresponde a mí decirlo. Pregúntele a su esposa.

-Lo hice y ella tampoco puede decírmelo.

-No obstante, debes confiar en ella, no importa cómo parezcan las cosas".

Una sombra encantada pasó a través de los ojos de Adrian.

-¿Confianza? Debo confiar en lo que dice y no recibir lo mismo de ella? Debo


aceptar las débiles excusas y las respuestas convenientes que ambos me han
brindado, todo el tiempo sabiendo que han sido menos que completamente
honesto.

-Adrian…

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-Es suficiente-, ordenó Adrián, con un tono tan frío y amargo como el viento. -No
habrá más discusión sobre este asunto, ¿entiendes? No hablaremos de eso otra vez.
-Su caballo, Mercurio, trotó unos pocos pasos a un lado. Adrian lo detuvo y lo
movió suavemente a su lugar. -Cuando acabe la Navidad, volverás a la
Universidad, y harás que te absuelvan admirablemente, ¿lo entiendes?

Kit asintió.

-Completamente.

-En cuanto a Jeannette, la forma en que elijo llevar a cabo mi relación con mi
esposa es un asunto privado, y no es asunto suyo. Sin embargo, te diré esto. -Sus
ojos se encontraron, desafiante. -Si no fueras mi hermano, ya te habría pasado una
bala. Si te atrapo con ella otra vez, hermano o no, lo haré.

Adrian espoleó a Mercury en un galope, trotando adelante.

Kit los vio desaparecer en la nieve arremolinada. Bueno, pensó, eso fue espléndido.

Qué completo desastre habían hecho los tres. Si tan solo tuviese la menor idea de
cómo hacerlo salir bien.

Acurrucándose más profundo dentro de su abrigo, cabalgó hacia adelante.

La casa era una colmena ruidosa de gente. Niños y adultos esparcidos en bandas
de juerguistas determinados. En medio de mucha frivolidad, Adrian había
supervisado la iluminación del tronco de Yule en una de las secciones más
antiguas de la casa, donde la chimenea era lo suficientemente grande como para
acomodar la gran longitud de madera. Según la tradición, el tronco ardería durante
doce días completos. Reducido a cenizas al concluir la celebración navideña en la
Noche de Reyes.

La vela encendida de Navidad ocupaba un lugar prominente en la repisa de la


chimenea, en el salón del primer piso, donde las mujeres y los niños se pasaban el
tiempo armando adornos de papel, lazos y serpentinas hechas de bonitos dorados
y cintas rojas. Mientras tanto, los hombres salieron a los campos para jugar o
cabalgar sobre las colinas cubiertas de nieve, volviendo enrojecidos y hambrientos
por la tarde. Esta noche, Nochebuena, todos intercambiarían regalos, cantarían
melodías alucinantes y beberían syllabub y ponche de ron caliente.

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Por lo general, Adrián amaba esta época del año. Visitando con su familia y
amigos. Haciendo rondas a caballo y en carruaje para llamar a sus vecinos e
inquilinos, dejando regalos de comida y bebida para alegrar su mesa navideña.

Pero este año se alegraría cuando todos se fueran y la casa se calmara una vez
más. Aunque Jeannette había aceptado fingir que todo estaba bien entre ellos, el
acto fue una gran tensión. Justo el otro día, se vio obligado a mentirle a su madre
mientras todos se reunían para admirar al nuevo bebé de Sylvia, Emma.

Un pequeño bulto de alegría de mejillas rosadas, el bebé gorjeaba y parpadeaba en


el mar de caras extrañas, agitando un pequeño puño en el aire antes de caer en un
profundo sueño. Las otras hermanas de Adrian, Anna, Lysande y Zoe, todas
tomaron unos minutos para sostener al bebé.

Entonces fue el turno de su esposa.

No pudo evitar mirar mientras ella se inclinaba sobre la niña. Acunando al bebé
contra sus pechos, arrullaba frases tontas y tiernas. Con la punta de un dedo,
acarició la delicada mejilla del bebé, una expresión de puro placer iluminó su
rostro.

-¿Cuándo van a darme uno de esos dos?- Su madre se acercó a él y le puso una
mano en la manga. -Una mujer no puede convertirse en abuela muchas veces,
¿sabes?

Un puño se cerró en su interior, una terrible melancolía llenó su corazón. Forzó


una sonrisa cordial y rezó para que su madre no lo viera a través de la verdad.

-Estamos trabajando en eso, mamá. Estamos trabajando en ello."

Pero no estaban trabajando en eso.

Ya no tocaba a su esposa y no sabía si volvería a hacerlo. Supuso que


eventualmente tendría que regresar a su cama para producir un
heredero. Suponiendo que ella no apareciera embarazada antes de eso. Ese
pensamiento, y otros similares, lo dejaron en un constante estado de agitación. Un
lento cocer a fuego lento de cólera que hervía justo debajo de la superficie,
negándole cualquier medida de paz o felicidad.

Y Kit. No podía mirar a su hermano sin preguntarse, cuestionar. Quería creer las
negaciones de Kit. Casi lo hizo, especialmente cuando vio que él y Jeannette
interactuaban con la familia. Parecían hermano y hermana, no amantes. Sin
embargo, de vez en cuando, captaba una mirada, casi de naturaleza conspirativa. Y
una nueva ola de furia rugiría a través de él sobre los secretos que se negaron a
revelar.

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Justo esta tarde, mientras los niños jugaban a Hood-man Blind en la larga galería,
los había visto a ellos de pie con las cabezas juntas, susurrando. Indignado, vio a su
esposa pasarle una nota a Kit. Casualmente, Kit se había metido el trozo de
pergamino en el bolsillo, y luego procedió a actuar como un tonto, arrebatando la
capucha de la cabeza de su primo Cicely de una manera que hizo reír a toda la
multitud.

¿Otra carta de amor? Rugiendo de ira, prometió descubrirlo.

Manteniendo a Kit en su punto de mira, esperó su momento hasta que los adultos
se reunieron en el salón para tomar el té. Cuando Kit se levantó para hacer un viaje
de regreso al aparador por unos segundos, él lo siguió.

Deslizándose junto a él, tropezó con Kit justo cuando su hermano tomaba un
bollo. Empleando un truco de prestidigitación que había adquirido durante sus
días de espionaje, robó la nota del bolsillo de Kit, usando el "accidente" como
cobertura.

-Lo siento, me equivoqué-, murmuró en disculpa.

Kit se volvió, le lanzó una mirada, entornó los ojos como si no le creyera del
todo. Después de un momento, se encogió de hombros, llenó su plato y regresó a
su asiento.

Pasaron casi dos horas antes de que Adrián encontrara la oportunidad de leer la
nota. Solo en su escritorio de su oficina, escuchó el suave y rítmico tic-tac del reloj
de la chimenea. Él miró el papel en su mano. Él no quería leerlo. Él no quería saber
lo que decía.

Finalmente, sabiendo que debía hacerlo, obligó a sus dedos a moverse.

El desconcierto surgió a través de él cuando las palabras salieron claras en la


página.

¿Latín?

La maldita cosa fue escrita en latín. ¿Por qué Jeannette le daría a Kit un mensaje
escrito en un idioma extranjero, y uno muerto, sobretodo? No tenía ningún sentido
en absoluto.

Escaneó el texto, leyéndolo con facilidad. Los idiomas antiguos habían sido uno de
sus mejores temas en la Universidad. Definitivamente no era una nota de amor,
decidió. Más bien, una traducción, y una aburrida, sobre una de las batallas
menores libradas por el Imperio Romano.

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Una de las lecciones de Kit? Por cada indicación, sí. Pero, ¿qué había estado
haciendo en posesión de Jeannette? ¿Y por qué se lo había transmitido a su
hermano de forma tan secreta y clandestina?

Le intrigó la curiosa pregunta por lo que quedaba de la tarde, y otra vez cuando
subió a vestirse para la cena. Todavía preocupado, sintonizó con la oreja
la conversación durante la deliciosa fiesta de Nochebuena.

Una y otra vez, sus ojos se volvieron hacia su esposa donde se encontraba en la
parte opuesta de la larga mesa. Siguió volviendo a una pregunta: si ella no lo había
traicionado, si la carta de amor no era de Kit, entonces ¿por qué todas las mentiras
y medias verdades? ¿Qué estaba ocultando?

No estaba más cerca de una solución cuando los caballeros se unieron a las damas
en el salón después de la cena. Sobre tazas de wassail, Zoe fue persuadida a prestar
sus habilidades sobre el piano. Todos se unieron en un entusiasta coro de
canciones navideñas.

De alguna manera, a medida que avanzaba la noche, él terminó cerca de la puerta,


con Jeannette a su lado.

-Oh ho, miren, todos- declaró su primo Reginald, señalando con un dedo sobre sus
cabezas. -Muérdago. Vamos, Raeburn, has sido atrapado. Besa a tu esposa.

Vio la expresión de desconcierto en los ojos de Jeannette mientras miraba hacia


arriba y se dio cuenta del significado de la planta verde y blanca que colgaba sobre
su cabeza. Una melancólica tristeza se dibujó en sus ojos mientras lo miraba, su
reticencia y la de ella se entendieron sin una palabra entre ellos.

Trató de reírse de la sugerencia, pero con toda la familia instándolos, él y Jeannette


no tuvieron más remedio que cumplir con la tradición. Tocándola por primera vez
en semanas, se inclinó, espolvoreando sus labios ligeramente sobre los de ella.

-¿Es eso lo mejor que puedes hacer?- Reginald escarmentado. -Podría besar a mi
propia madre mejor que eso.

-Cuida tu boca, niño, o encontrarás un pedazo de jabón en ella-, regresó su madre,


haciendo que todos se rieran.

Todos esperaron. Esperé a que besara a su nueva esposa como lo haría un esposo
amoroso y feliz.

Sus ojos se fijaron en su corbata, el color tenue manchando sus pálidas


mejillas. Deslizó un brazo alrededor de su cintura, sujetó su boca a la de ella y le
dio un beso real.

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Tenía la intención de hacerlo rápido. Una mezcla rápida y saludable de labios que
fuese todo rapido y no fuego, diseñado únicamente para satisfacer a su
audiencia. Pero tan pronto como su boca se enlazó con la suya, la memoria
sensorial se afianzó, las necesidades reprimidas, los anhelos agridulces se elevaron
a la superficie. Y él estaba perdido.

Violet se estremeció, deseándolo así, la belleza casi olvidada de su toque fue


suficiente para hacer que todo a su alrededor se desvaneciera en el olvido. Una
ráfaga como el viento rugía en su cabeza, un calor febril le quemaba la carne
cuando su cuerpo se volvía obediente. Una eternidad, pensó ella, era una eternidad
desde que supo esto. Ella quería, necesitaba que nunca terminara. Ella extendió
una mano, acarició con su palma su mandíbula delgada, y su querida cara.

De repente, él se alejó y ella estaba libre. Permaneció confundida, perpleja por un


largo y extraño momento mientras las voces zumbaban como abejas en sus
oídos. Por un instante, él la había hecho olvidar quién era, olvidar sus problemas,
olvidar por qué ya no vivían como marido y mujer.

Una ola de intenso calor barrió a través de ella, Violet se sintió avergonzada de ser
el protagonista de todo. Luego, una ráfaga ártica la dejó helada al ver los adustos
ojos de Adrián.

Un acto, eso es todo lo que había sido. Nada había cambiado entre ellos, nada en
absoluto.

Dando una risa vertiginosa como si esta fuera la Navidad más feliz de su vida,
pegó una radiante sonrisa en su rostro, luego cruzó al piano para entonar otra
canción.

Dentro de su corazón lloraba.

Brillantes rayos de sol alegraron un día húmedo de enero, por lo demás


húmedo. Violet alzó su rostro hacia la luz, bebiendo el resplandor que brillaba
exuberantemente pero carecía de cualquier tipo de calor esencial.

Más bien como su vida en estos días.

Temblaba bajo su gruesa capa de lana mientras caminaba por los jardines de
Winterlea. Frío no en un sentido físico, sino en uno emocional.

Solitaria.

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Ella estaba indeciblemente sola; la casa finalmente sola después de semanas de


actividad implacable y frenética. La familia se había ido hace días, volviendo a sus
hogares separados, sus vidas separadas. Incluso la duquesa viuda se había ido a la
casa de la dote, con la promesa de visitar de nuevo cuando el clima se tornara más
clemente en la primavera.

Kit estaba a punto de irse. Sus exámenes de la Universidad lo esperaban, luego el


comienzo del nuevo año. Asumiendo, por supuesto, que pasará las pruebas
requeridas. Ella le había deseado suerte, ofreciendo una o dos sugerencias finales
sobre lo que debería estudiar. Ella observó, con un nudo en la garganta, mientras
su amigo y único aliado verdadero se alejaba.

Adrian se fue último. Negocios urgentes en Londres, afirmó. Pero ella sabía la
verdadera razón. Quería alejarse de ella, de su infelicidad. Él no había pretendido
invitarla. Y él le había prohibido estrictamente viajar sola a cualquier parte.

Si ella realmente fuera Jeannette, su edicto la habría enviado volando fuera de la


casa, sin más motivo que demostrar que podía hacerlo. Pero no importaba cómo
ella pudiera fingir, ella no era su hermana. De todos modos, ¿a dónde iría ella? Por
solitaria que parezca, la finca era su hogar ahora.

Debería estar aliviada de que Adrián se hubiera ido. Estar sola con él era una
miseria, incluso en una casa tan grande como Winterlea. Sin embargo, su ausencia
dejó un vacío espantoso. Puede que no estén hablando en estos días, pero aun así
había una extraña clase de consuelo en saber que estaba cerca. Una oportunidad de
echarle un vistazo en uno de los pasillos, de escuchar su voz mientras hablaba con
su secretario o con uno de los empleados. Y la agonía nocturna de sentarse en
silencio mientras cenaban, fingiendo ignorarse el uno al otro a lo largo de la mesa
de la cena.

Ahora incluso ese pequeño contacto se había ido.

Un año atrás ella se habría deleitado en su soledad. Muchas oportunidades para


dormir y soñar despierta. Un mundo digno de tiempo para estudiar y leer sin una
sola palabra de interrupción o reprobación. Sin embargo, ahora que ella podía
hacer todas esas cosas, no las quería.

Le había escrito a su amiga Eliza, dando una excusa para explicarle la falta de un
matasellos extranjero. Jeannette estaba enviando las misivas por ella, había dicho,
para que no se desviaran. Si Eliza descubrió que el sistema de entrega era extraño,
ella no lo comentó, contenta de haber restablecido su amistad, aunque solo fuera
por correspondencia. Lo que Violet haría cuando su gemela finalmente regresara a
Inglaterra, aún no lo sabía.

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De lo contrario, había poco para mantenerla ocupada en casa. La nueva ama de


llaves, la Sra. Litton, era una verdadera maravilla de la eficiencia. Cálida y
agradable, pero una mano firme cuando era necesario, el pequeño y sensato
torbellino hecho mujer era una joya absoluta.

Insatisfecha con los "sucesos", como los llamaba la Sra. Litton, en el establecimiento
del nuevo marqués de Hartcourt -él era un pariente lejano que había heredado
después de que su empleador de larga data falleciera- había estado ansiosa por
encontrar un nuevo puesto. A diferencia de la señora Hardwick, Violet se había
sentido inmediatamente a gusto con la mujer maternal. Sin entrevistar a ningún
otro solicitante, ella la contrató en el acto.

Si no fuera por la experiencia de la mujer mayor, la Navidad sin duda habría


degenerado en un desastre. En cambio, había ido sin esfuerzo. El ama de llaves la
había ayudado a anticipar las necesidades de todos, a menudo antes de que fueran
expresadas.

En el jardín, Violet hizo una pausa para admirar una cama de rosas
Cuaresmales. La abundante planta que florece en invierno añadió una refrescante
pizca de color al paisaje, que de otro modo estaría inactivo. Ella se inclinó, tomó
una sola flor de crema oscura.

Tan pálido y frágil, reflexionó mientras lo dejaba descansar en su palma


enguantada. Al final del día, los pétalos se marchitarían, su belleza no sería más
que un recuerdo.

¿Es eso todo lo que debía tener ahora? ¿Recuerdos? ¿No iba a tener nada más que
una breve muestra de felicidad tan transitoria como esta flor?

¿Alguna vez Adrián la perdonaría sin conocer toda la verdad?

¿La perdonaría si lo hiciera?

Miró la flor por otro largo minuto, luego la aplastó dentro de su puño. Cuando
abrió la palma de su mano, una ráfaga de viento se llevó los restos, dejando su
mano tan vacía como su corazón.

-¿Otro brandy, su Gracia?

Adrian levantó la vista de sus silenciosas reflexiones. El sirviente del White's Club
se mantuvo a una respetuosa distancia, esperando su respuesta.

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-Hmm, sí, Hoskins, creo que tomará una más".

El hombre se inclinó, recogió la copa vacía de Adrián y se retiró.

Debería haber rechazado, se reprendió a sí mismo. Estaba bebiendo demasiado en


estos días. Él lo sabía, pero no parecía poder detenerse, ahogando sus penas una
solución mucho más fácil que enfrentarlas. Lo que debería hacer era levantarse de
su silla en este momento, ir a casa y dormir bien por la noche. El problema era que
el sueño se había convertido últimamente en su enemigo. Cuando lo intentó,
generalmente terminaba mirando sin descanso en la oscuridad. O de lo contrario,
cayó en un sueño, plagado de inquietantes sueños de ella, de Jeannette.

Necesitaba zafarse de su sombría melancolía y seguir con su vida lo mejor que


podía. ¿Qué estaba haciendo él aquí de todos modos, traqueteando por Londres en
pleno invierno? Odiaba la ciudad en esta época del año, fría y resbaladiza, sin
ninguna compañía decente. Aunque últimamente no era apto para la compañía,
decente o no.

Su traición se había encargado de eso.

El personal de la casa estaba preocupado, lo sabía. Habían empezado a andar


suavemente en su presencia, lanzándole miradas de preocupación que no creía
haber visto. Era una de las razones por las que había venido a su club. Nadie que
lo observe aquí. Nadie para susurrar y preguntarse sobre los problemas entre él y
su duquesa.

Todos lo sabían, por supuesto. Como no podían, cuando él y Jeannette apenas


hablaban, ya no compartían cama, vivían como marido y mujer solo de nombre.

Su brandy llegó. Dio las gracias al sirviente, luego tomó un buen trago. El alcohol
dejó un entumecimiento agradable a su paso.

Maldita sea, pensó. Y maldito sea por su cariño.

Un hombre entró a la habitación. Miró hacia arriba y tuvo la desafortunada suerte


de captar la mirada de Mortimer Landsdowne con los ojos de lechuza cuando el
otro hombre inspeccionó la habitación. Downey Landsdowne, llamado así por su
físico suave y regordete, fue directamente hacia él.

Diablos, pensó, no habría escapatoria ahora. Ni siquiera tenía un periódico para


esconderse detrás.

-Raeburn, no sabía que estabas en la ciudad. En esta degradada época del año para
visitar nuestra capital.- Downey se acomodó en la silla junto a la de Adrian, pidió
una copa cuando el camarero se acercó.

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-Los negocios no se dan cuenta de las estaciones-, disculpó Adrian.

-Muy cierto, bastante cierto. Mi familia vino por el hermano menor de mi


esposa. Se metió un poco en juegos de cartas, ¿puedes creer? Ahora todo ha sido
descubierto. Me lo llevaré a casa conmigo mañana. - Downey tragó un abundante
sorbo del clarete que había colocado a su lado, como si necesitara urgentemente
una fortificación. -¿Esa encantadora esposa tuya se unirá a ti?

-No. Ella permanece en Derbyshire. Como dijiste, esta no es la mejor época del año
para viajar.

-Bueno, debes estar ansioso por volver a casa. Siguen siendo recién casados y todo,
¿eh? ¿Cómo estuvo la luna de miel, por cierto? ¿Dónde fue que fuiste de nuevo?

-Dorset. Creo que brindaste algunos antecedentes históricos y sugerencias sobre


lugares turísticos a la duquesa.

-¿Tu duquesa?- Las cejas de Landsdowne se levantaron. -No puedo decir que
recuerde una conversación así, aunque a veces puedo olvidarlo. Dorset, ¿dices?

Esta vez fue el turno de Adrian de levantar una ceja.

-Sí, Dorset. Compartiste la historia del Castillo de Corfe con ella en nuestra
recepción nupcial.

-No fui yo. Nunca he oído hablar del lugar. De hecho, solo he estado en Dorset una
vez. La orilla del mar en Brighton es más de mi agrado. Debe haber sido algún otro
compañero con el que habló.

-Sí, debes estar en lo cierto- murmuró, seguro de que recordaba correctamente su


larga conversación con Jeannette. En ese momento, ella había sido muy específica,
mencionando a Downey Landsdowne por su nombre. Contando cómo la había
arrinconado en la recepción y la había aburrido hasta casi el coma con su discusión
sobre el área.

-No puedo pensar que discutiría la historia con tu esposa de todos modos-,
continuó Landsdowne. -No es alguien que sufra en una discusión tan tediosa sin
quejarse. Lo más probable es que te encuentres interrumpido a mitad de la frase
antes de dejar una prosa demasiado tiempo sobre esos asuntos. -Hizo un gesto con
el dedo. -Suena más como algo que su hermana haría. Ahora, esa, esa gemela suya,
es una verdadera esposa. Prospera con ese tipo de pesadas charlas académicas,
historia, literatura e incluso idiomas.

Un extraño zumbido comenzó en la cabeza de Adrián.

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-¿Idiomas?

-Hmm, por lo que escuché, ella habla varios con fluidez, incluidos los clásicos. Ella
puede leer y escribir las cosas, tanto griegas como en latin por poco natural que
parezca para una mujer.

Una imagen de la nota de Kit apareció en su mente, la inexplicable traducción


latina que había robado del bolsillo de su hermano hacía unas semanas. Una nota
que Jeannette le había pasado a Kit.

Downey siguió charlando.

Adrián escuchó sus palabras como desde una gran distancia.

-La razón por la que sé mucho sobre Lady Violet es por mi prima Harriet-, dijo
Landsdowne. -La vieja chica y tu cuñada pertenecen a la misma sociedad literaria
femenina. Asistieron a varias conferencias junaos. Harriet dice que Lady Violet es
un modelo de autoeducación, sabe tanto como la mayoría de los eruditos. No es de
extrañar que ella no haya encontrado un marido. Ella puede parecer y sonar
exactamente como su esposa, pero nunca he visto a dos mujeres tan marcadamente
diferentes en cualquier otra forma. Escogiste la correcta de ese par, diré.

De repente, una idea asombrosa tomó a Adrian por la garganta.

No imposible. No podría ser cierto. ¿O podría?

-Raeburn, ¿estás bien? Te has puesto pálido de repente. ¿Algo no estuvo de


acuerdo contigo?

¿En desacuerdo? Sí, uno podría decirlo de esa manera.

Él se levantó de su asiento.

-Debes disculparme, Landsdowne. Acabo de recordar un asunto urgente de


negocios. Yo... ah... debo decirte adiós.

-Oh, bueno, por supuesto, viejo. No te preocupes en mi nombre. Estoy feliz aquí
con mi clarete.

Adrian salió de la habitación, Downey Landsdowne se olvidó en el instante en que


le dio la espalda.

-Mi abrigo- ordenó mientras paseaba por el vestíbulo del club.

-Llamaré a su carruaje, su Gracia-, dijo el mayordomo. Un paje se adelantó con su


prenda.

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Él se encogió de hombros en el grueso abrigo.

-Dile a mi hombre que se vaya a casa. He decidido caminar.

-Caminar, su Gracia? ¿A esta hora?

No le prestó atención, bajando apresuradamente las escaleras hacia el aire helado


de la noche. Sus largas piernas devoraban el suelo debajo de él, sus alrededores
brumosos, su mente en un torbellino.

La idea era insana, absurda. No podría ser posible. Su esposa, Jeannette, no podría
ser otra mujer. En realidad no podría ser su hermana, Violet. Gemelas o no, un
cambio de tal magnitud y audacia estaría más allá incluso de sus
capacidades. Especialmente Violet que nunca había sido capaz de hacer más que
tartamudear algunas palabras tímidas en el mejor de los casos.

No, él estaba equivocado.

Sin embargo, cuanto más lo consideraba, más probable era la idea.

Los recuerdos lo atormentaban. Inconsistencias por las que se había encogido de


hombros en ese momento, atribuidos a los nervios o al cansancio, o simplemente
malhumor. Pero ahora que lo consideraba, ¿cuándo Jeannette había estado
nerviosa por algo?

Él recordó el día de su boda. Cómo temblaba, con la piel blanca como la leche, los
ojos grandes y asustados como una cierva atrapada en el bosque, congelada como
si estuviera demasiado asustada para huir.

Y su noche de bodas. Su virginal reticencia, sus toques inocentes y besos no


instruidos. Su virginidad Había estado tan avergonzado de su comportamiento esa
noche, había descartado todas las señales, las señales. Se había arrullado a sí
mismo para ver lo que quería ver en lugar de lo que había estado allí todo el
tiempo, mirándolo directamente a la cara. Era como si hubiera tenido un gran par
de gafas color rosa.

Se detuvo en seco.

Sus lentes.

Dios mío, ¿cómo pudo haber estado tan ciego? ¿Tan estúpido? Querido Señor, ella
realmente era Violet. ¿Por qué otra razón usaría lentes para leer? ¿Por qué se
retiraría a su estudio todas las tardes para enterrarse en perfecta satisfacción? ¿Por
qué iba ella a pasarle notas a su hermano, escritas en latín, nada menos?

Santa Madre de Dios, ¡se había casado con la otra hermana!

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Empezó a caminar de nuevo, la conmoción de la revelación se apoderó de él. Qué


imbécil era. Qué tonto crédulo. Un hombre que no podía ver la diferencia entre dos
hermanas. Suponía que el hecho de que se parecían tanto físicamente le dio una
excusa. Pero como Landsdowne había señalado, las dos mujeres eran tan
diferentes como el sol y la luna en lo que respecta a la personalidad.

¿Cuándo hicieron el cambio? Antes de la boda, obviamente. Se dio cuenta ahora


que Violet había sido la que temblaba junto a él en el altar. ¿Pero por qué?

Jeannette, por supuesto. Cómo se debe haber felicitado a sí misma por su


truco. Idiota él en casarse con otra mujer. Incluso ahora, Jeannette estaba en Italia,
haciéndose pasar por su gemela.

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Capítulo Diecinueve

-Termina con eso-, demandó Adrian. -He tenido suficiente de tus excusas. Quiero
la verdad.

Kit cerró la puerta de su alojamiento en la Universidad, encerrándose a sí mismo y


a su hermano dentro. Harold, su compañero de habitación, se había escabullido
solo momentos después de la llegada de Adrián. Una mirada a la cara del duque
había sido suficiente para enviar al hombre más joven corriendo, murmurando una
excusa sobre su urgente necesidad de estudiar en la biblioteca. Kit deseó haber
podido huir con él. Permitir que Adrián entrara en sus habitaciones con su humor
actual era más bien como invitar en una tormenta eléctrica.

-¿La verdad sobre qué?-, Preguntó Kit, con cuidado de mantener su tono
suave. Caminó por la habitación, sentándose junto a la ventana, lo más lejos
posible que pudo.

-Lo sabes sobre mi mujer.

-Pensé que no deberíamos discutir ese tema nuevamente.

-No seas frívolo. Cuéntame sobre ella. -Adrian golpeó la pared con el puño. La
pequeña pintura equina que colgaba sobre la cama de Kit se sacudió en su marco.

-Dime quién es ella.

Kit se congeló de sorpresa, eligiendo sus siguientes palabras con cuidado.

-Ella es tu esposa. ¿Quién crees que es?

-No es Jeannette.- Sus miradas se encontraron, se sostuvieron, justas como


espadachines. -Dime si estoy en lo cierto. Tengo que saberlo.

Kit tomó aliento.

-Ella no es Jeannette.

Adrian se dejó caer sobre la única otra silla en la habitación, colapsándose como si
de repente se hubiera desinflado.

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-¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?

-Hace unos pocos meses. Violet prefirió que no dijera nada.

La mandíbula de Adrian se apretó ante la mención de su nombre, un músculo que


hacía tictac bajo su piel.

-No hay duda de que ella lo hizo. ¿Y hubieras mantenido su consejo


indefinidamente? ¿No crees que me gustaría saber que la mujer con la que he
estado viviendo todos estos meses es una impostora?

-Ella me suplicó que no te lo dijera. En ese momento ambos parecían felices, así
que acepté dejar la decisión en sus manos. Quizás fue un error de mi parte.

El silencio de Adrián colgaba entre ellos como una nube ominosa.

-Ella te ama, sabes.- Kit se inclinó hacia adelante, hizo un gesto con una mano. -Si
no hubiera sido por esa maldita carta, nada de esto habría…

-Ah, sí, la carta. Me gustaría saber sobre eso. Quizás ahora me digas quién es el
autor de lo maldita carta, ya que dices que no eres tu.

Kit bajó los ojos.

-Fue Markham.

-"¿Qué?"

-Toddy Markham. Parece que él y Jeannette estuvieron involucrados


románticamente antes de tu matrimonio. La nota fue para ella. Tampoco se dio
cuenta de que era Violet a quien perseguía en Londres. Al menos hasta esa noche
en el invernadero de los Lymondhams.

Adrian se puso de pie, caminando como una bestia enjaulada, de un lado a otro, en
los pequeños confines de la habitación.

-El bastardo. No es de extrañar que nunca pudiera encontrar al hombre que


Jeannette conocía en secreto. Eso me dijo, ¿sabías? Que sospechaba que ella había
visto a alguien más. Sin duda, estaba tratando de advertirme, con la esperanza de
que cancelara la boda. Y pensar que era él todo el tiempo. Debería retorcer su
mentiroso cuello.

-Tendrás que viajar por el continente para hacerlo. Blighter se fue a Italia cuando se
dio cuenta de la verdad sobre Jeannette.

-Diablos y maldición, ¿soy el único que no sabía nada acerca de su cambio?

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-Por supuesto que no. Solo Markham y yo lo sabemos, y su hermana, por supuesto.

-Por supuesto-. Adrián siguió caminando, con los puños abriéndose y cerrándose a
los costados.

-¿Qué planeas hacer ahora?

Adrián se detuvo y lo miró.

-Todavía no lo he decidido, pero sea lo que sea, te agradeceré que te mantengas


alejado.

Kit levantó las manos en señal de rendición.

-No soñaría con interferir-. Hizo una pausa. -No seas tan duro con ella, sin
embargo. Ella tiene buen corazón a pesar de los errores que cometió.

-¿Por qué estás siempre tan listo para saltar en su defensa? ¿Es porque tienes
sentimientos por ella?- Adrián tragó, sus palabras eran bajas y ahogadas. -¿La
amas?

-Amar a Violet?- Señor, Adrian estaba celoso, Kit se dio cuenta. Y embrujado, al
parecer. -Sí, la amo.

Adrian se puso rígido, con la espalda recta.

Kit continuó.

>>La amo como una querida amiga y como una hermana. En solo unos pocos
meses, ella se ha vuelto más cercana a mí que cualquiera de mis propias
hermanas. Tal vez debido a nuestras edades similares. Tal vez porque ella me
ayudó cuando necesitaba ayuda. Pasé mis exámenes, por cierto, debido en gran
medida a ella. No sé de qué se trata ella seguridad. Pero sí sé esto, eres un tonto si
la ahuyentas. Puede que no sea perfecta, pero te admira. Nunca encontrarás una
mujer mejor que ella.

Adrian se puso los guantes. -Haga que este año vaya bien. Sin infracciones.

-No te preocupes. Ser expulsado una vez fue una lección suficiente para mí.

Adrian asintió, luego se fue, caminando por el pasillo.

Kit solo podía esperar que su hermano se dirigiera hacia su salvación y no a su


perdición.

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Dos días después, Violet ingresó en el estudio de Adrian en Winterlea.

-¿Querías verme, su Gracia?- Alzó una mano nerviosa sobre la falda de su vestido
de popelina azul de Clarence y se quedó en la puerta.

No levantó la vista de la carta que estaba escribiendo, la pluma se movió


rápidamente sobre la página.

Ella se puso rígida, preguntándose por enésima vez por qué la había convocado
aquí.

Adrián había llegado a casa ayer por la tarde, pero esta era la primera vez que lo
veía. No había hecho ningún esfuerzo por saludarla a su llegada y no había
aparecido en la cena de anoche. El plato extra que ella había puesto para él no
había sido usado.

Finalmente, dejó su pluma.

-Tome asiento, señora.- Con apenas una mirada, él la señaló hacia una silla. Estaba
ubicado en el centro de la habitación, frente a su escritorio.

Ella vaciló, luego caminó hacia adelante, sintiéndose como una colegiala llamada
ante el director. Ella se sentó, con las manos cruzadas sobre su regazo.

-¿De qué se trata esto, Adrian?

Él la miró, sus ojos eran glaciares.

-Han surgido algunas preguntas que necesito preguntarte, nada más.

Hizo lo que pudo para relajarse, atormentándose el cerebro mientras intentaba


pensar cuáles podrían ser esas preguntas. Tal vez algún asunto relacionado con el
patrimonio, o un proyecto de ley que requiera una explicación. Ella había
comprado varios vestidos nuevos durante su tiempo en Londres. Quizás
desaprobaba el costo.

-Encontré esta misiva.- Extendió una hoja estrecha de papel bien arrugado. -
¿Quizás puedas aclararme su contenido?

Ella tuvo que inclinarse hacia adelante para agarrarlo.

-¿Qué es?

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-Dímelo tu.

-Perdón, pero tendré que ponerme las gafas.

Un músculo se contrajo en su mejilla, un brillo extraño se deslizó en sus ojos.

-Por todos los demonios.

Luchando contra la repentina necesidad de temblar, buscó en su bolsillo y se puso


las gafas. Ella abrió la carta.

Un cosquilleo eléctrico recorrió su espina dorsal. La nota estaba escrita en latín. Era
una de las traducciones que ella había preparado para Kit. No tuvo dificultad para
reconocer su propia letra. ¿había venido por esto? Ella respiró hondo, se obligó a
no entrar en pánico.

-Lo siento, pero no tengo la menor idea de lo que esto dice-. Empujó la nota en el
borde de su escritorio. -Está escrito en algún idioma extranjero.

-Latín.- Su voz cortada como acero.

-¿De Verdad? ¿Eso es lo que es? Darrin solía luchar contra eso cuando éramos
niños. Recuerdo cómo se quejó.

-¿No reconoces la nota, entonces?

Su corazón salto un latido.

-No, no lo creo. ¿Debería?"

-Se la diste a mi hermano. Te vi hacerlo durante las vacaciones de Navidad.

Querido señor.

-No recuerdo- mintió. -Lo siento".

-Parece que en estos días hay muchas notas de las cuales no recuerdas el origen,
señora.- Se puso de pie, caminó alrededor de su escritorio. -Tal vez tengas mejor
suerte con esta.- Le tendió una hoja de papel, crujiente, doblada precisamente por
la mitad. -Léelo".

La sangre latía en sus sienes, su garganta tan estrecha que apenas podía tragar. Sus
dedos temblaron cuando ella aceptó la nota. Él se alejó.

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La puerta de la oficina se cerró. Por un instante, ella pensó que él había salido de la
habitación. Pero su alivio fue efímero, sintiéndolo mientras esperaba en algún
lugar detrás de ella. Ella reprimió el impulso de mirar alrededor.

Sabiendo que no tenía otra opción, abrió la carta.

Tres palabras, escritas con tinta negra, saltaron de la página.

Se quien eres.

Ella parpadeó, tratando de comprender completamente. El aire salió de sus


pulmones como si la hubieran arrojado al suelo.

De repente, él estaba allí, sus labios contra su oreja.

-Hola, Violet-, dijo, su voz sedosa como la del diablo.

Ella saltó, luego trató de levantarse de su asiento. Él la sostuvo en su lugar, sus


dedos mordieron con fuerza la carne de sus brazos.

-¿No tienes nada que decir?-, Exigió.

Ella se estremeció, las lágrimas brotaron de sus ojos.

-No te molestes en encender la pileta de agua, señora. Tus lágrimas no tendrán


ningún efecto sobre mí - Él la soltó, dio vueltas alrededor. - Bueno, ¿no tienes nada
que decir ahora que ambos sabemos quién eres en realidad?

Sus labios se abrieron, pero no salió ningún sonido.

-Hablé con Kit, si te lo estás preguntando. Y sí, finalmente me dijo la verdad de tu


pequeño truco, así que no tiene sentido tratar de convencerme de que estoy
equivocado acerca de ti.- Se inclinó y acercó su rostro al de ella. - Habla. No tuviste
ningún problema parloteando incesantemente cuando fingiste ser Jeannette.

Ella olfateó, todo su mundo se rompió a su alrededor.

-Adrian, lo lamento.

-Lo sientes… te han atrapado, querrás decir.

-Sí. No. Oh, por favor, no entiendes. - Extendió una mano suplicante pero él se
apartó de ella. -No es lo que piensas.

-Es exactamente lo que pienso. Tú y esa hermana tuya conspiraron juntas para
engañarme. No, no me digas. Ella decidió que no quería celebrar la boda la

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mañana de la ceremonia y te pidió que tomaras su lugar. Veo por tu expresión que
estoy en lo cierto. ¿Fue el inminente escándalo o el dinero lo que te obligó a
hacerlo? ¿O secretamente anhelaste ser duquesa y no podías dejar pasar la
oportunidad de oro que de repente cayó en tu regazo? Después de todo, todo lo
que tenías que hacer era prostituirte pretendiendo ser otra mujer.

Ella retrocedió como si él la hubiera abofeteado, agarrándose a los brazos de


madera tallada de su silla para fortalecerse.

-Lo hice porque te amaba, y lo he hecho desde el primer momento en que te vi-,
dijo, con voz baja y temblorosa. - Estuvo mal, lo sé, pero esperaba poder hacerte
feliz. Por un tiempo, creo que lo hice.

-Has satisfecho mi lujuria, señora. ¿Qué hombre no habría sido feliz con eso? -Dijo
arrastrando las palabras en un tono sardónico.

Sabía que él lo había dicho para lastimarla, y lo había logrado. Cerró los ojos, luchó
por calmar sus emociones tumultuosas. Luego ella lo miró de nuevo, suplicando.

-Me doy cuenta de que estás enojado, y tienes todo el derecho de estarlo. Has sido
engañado de la manera más burda. No soy la mujer que creías que era. No soy la
mujer que elegiste. Pero soy tu esposa y puedo quedarme contigo si solo me dejas.

-¿Eres mi esposa?

-¿Qué? ¿Qué quieres decir?

-Completamos una ceremonia juntos pero tomaste votos usando un nombre


falso. Las amonestaciones que se leyeron fueron para tu hermana y para mí, no
para ti.

-Firmé con mi nombre real en el registro.

Él levantó una ceja.

-Qué atrevido e inesperadamente directo de ti. Pero dudo que haga ninguna
diferencia legalmente. Verdaderamente, no sé con cuál de ustedes estoy casado. Si
es que estoy casado con alguna de ustedes en absoluto. Supongo, querida, que tú y
yo hemos estado viviendo en pecado todos estos meses. Lo que te hace poco mejor
que una mujer conservada a los ojos de la ley y la sociedad.

Ella sintió que la sangre se escurría de sus mejillas.

-¿Estas embarazada?

-¿Qué?- Preguntó ella, aturdida, sus pensamientos tambaleándose.

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-Te pregunté si estás embarazada. Quiero saber si puedo esperar que mi


primogénito sea un bastardo. Asumiendo que sería mi hijo”. Ella jadeó.

-Nunca te he sido infiel, te lo dije. La nota que encontraste era para Jeannette, no
para mí. Ella... ella estaba viendo a alguien más antes de la boda.

-Eso me han informado. Mi hermano pequeño es una gran fuente de información”.

-Juro que eres el único hombre con el que he tenido relaciones íntimas.

-En eso, al menos, te creo.- Apoyó una cadera contra su escritorio. -¿Así que? ¿Lo
estás?

-¿Estoy qué?

-Embarazada. ¿Estás embarazada?

Un rubor le calentó las mejillas. Ella deseó estarlo. Ella quería un hijo, sabía
instintivamente que podría ser suficiente para estar juntos. Pero ella no podía
seguir mintiéndole, y en esto no ocultaría la verdad.

-No.- La única palabra raspó de su garganta como una pequeña muerte.

-Eso es un alivio. Al menos no tendremos que preocuparnos por arruinar la vida


de un pobre niño inocente.

-Qué...- tragó convulsivamente, luego se aclaró la garganta. -¿Qué piensas hacer


conmigo?

Sus ojos se volvieron sombríos, reflexivos.

-No lo sé. No lo he decidido todavía.

-Déjame quedarme, entonces.- Se movió sin pensarlo conscientemente,


levantándose de su silla para arrojarse contra él. Ella envolvió sus brazos alrededor
de su cintura, presionó su rostro en su hombro. -Te ruego que no me eches. Sé que
tal vez nunca puedas perdonarme, pero yo te amo. En eso, nunca he mentido. Si
me dejas quedarme, prometo que seré lo que quieras, con quien quieras. Puedo
seguir pretendiendo ser ella, si no puedes soportar pensar en mí. Nadie nunca
tendrá que saberlo.

Él la agarró por los hombros, alejándola lo suficiente como para mirarla a los ojos.

-Pero yo sabré. Y tú también. Tienes razón sobre que fuimos felices, durante un
tiempo lo fuimos. Pero fue solo una ilusión, una parte de tu engaño. La mujer que
creía que era mi esposa no existe. Ella es una ficción, un engaño. No eres la dulce

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chica que una vez estuvo parada llorando sobre una camada de gatitos ahogados,
tan tímida que apenas podía decir mi nombre. Y no eres tu gemela, ahora lo veo
todo muy claro. Realmente no eres como ella. Tú... bueno, no sé quién eres. Pero
me mentiste, me usaste, me engañaste de una manera que no creo poder perdonar
jamás.

Él la apartó, la hizo a un lado como si su toque lo disgustara. Una tristeza la


atravesó como un viento hueco, dejándola entumecida por dentro.

Se retiró detrás de su escritorio.

-Debo consultar a mi abogado sobre el estado legal de nuestra unión. Dudo en


llamarlo matrimonio, ya que dudo que sea eso. En caso de error, se harán los
arreglos adecuados. De lo contrario... bueno, ya veremos. Puede ser necesario
consultar a tus padres. ¿Supongo que desconocen este asunto?

Lentamente, como si lo viese todo a través de la niebla, ella asintió.

-Muy bien entonces. Tu puedes ir.

Y eso era todo. Una entrevista. Su vida como la había conocido, hecho. Todo lo que
quedaba ahora estaba por recibir su castigo, su sentencia.

Permaneció inmóvil durante un largo, largo tiempo, a la deriva dentro de su


desesperación.

Agnes apareció repentinamente junto a su codo. ¿Alguien había llamado por


ella? Oyó a Adrian hablar, algo sobre un malestar. Ella mantuvo sus ojos bajos. No
podía soportar mirarlo, no ahora, ya no. March habló, revoloteando alrededor de
ella con grave preocupación, luego la condujeron fuera de la habitación y escaleras
arriba.

Su doncella la vistió con un camisón caliente y la metió en la cama. Las cortinas


estaban dibujadas contra el brillante sol de la tarde. Horacio dio un solo
ladrido. Dado que sus problemas con Adrian habían comenzado, el perro se había
convertido en un elemento fijo en sus habitaciones. Siguiendo a su ama durante el
día, durmiendo con ella por la noche.

Caminó hacia la cama, pasó la fría y húmeda nariz bajo la palma de su mano y
gimió preocupado.

Ella se acurrucó hacia él. Entonces ella comenzó a llorar.

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Pasó todo el día en la cama, con la esperanza de que si dormía lo suficiente, se


despertaría y descubriría que todo había sido un sueño horrible.

Se levantó a la mañana siguiente, avanzando descalza hasta una de las ventanas de


su dormitorio para mirar el césped. Lo que vio hizo real la pesadilla. El carruaje en
el que viajaba esperaba en el camino de abajo.

Adrian estaba regresando a Londres.

Se agarró a las cortinas, sus uñas se clavaron en el material mientras lo veía entrar
en el vehículo. Un golpe sordo resonó cuando la puerta se cerró, el lacayo saltó a su
percha. Entonces Joseph azuzó el látigo y puso a los caballos en movimiento.

Una oleada de dolor se apretó dentro de su pecho cuando el carruaje desapareció


de la vista.

Agnes entró poco después, llevando la bandeja comida habitual de


Violet. Presentando un espectáculo alegre, la doncella trabajó y habló. Ella tendió
un precioso vestido de día de color rosa, zapatillas a juego y un chal de lana
destinado a mantener lejos los fríos.

Violet se atragantó con unos cuantos bocados de tostadas y bebió suficiente té para
evitar que se le quedase en la garganta. Sin sentido, dejó que Agnes la ayudara a
bañarse y vestirse durante el día.

Con Horacio trotando a su lado, vagó por la casa, consciente con cada paso que ya
no pertenecía, ya no tenía derecho a llamarse a sí misma amante de este lugar. Si lo
que Adrián sospechaba era cierto, ella ni siquiera había era su esposa, duquesa solo
en virtud de su artimaña. Incluso ahora apenas podía comprender el hecho de que
todo, incluso su matrimonio, había sido una mentira.

Ella entró a la galería de retratos, estudió los rostros de los antepasados de


Adrián. Mientras caminaba por el largo pasillo, notó las modas cambiantes y
los peinados, la similitud de una característica aquí y allá.

El magnífico retrato de Lawrence sobre Lawrence colgaba en una ubicación


central. La pintura se completó poco después de la ascensión de Adrián al
ducado. Reed delgado, con solo diecinueve años, aún no había alcanzado su plena
madurez. Qué inocente parecía, pensó ella. Qué serio también cuando posó al aire
libre, de pie junto a su caballo favorito, el lago bordeado de árboles de Winterlea
en la distancia. Había sido agobiado por las responsabilidades incluso entonces,
obligado a aceptar deberes que podrían haber derribado a un hombre inferior.

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Un nuevo retrato debía haber sido encargado en la primavera, junto con una
pintura compañera de ella como su duquesa. Ahora no habría nuevas pinturas, y la
próxima vez que lo viera sería la última.

¿Cuántos días faltaban, se preguntó, antes de escuchar el veredicto? Antes de que


él la desterrara de su vida para siempre? La agonía se apretó en su pecho ante la
idea.

Ella lo había avergonzado, admitió ahora, mancillado su herencia, su familia, su


nombre. El hecho de que ella nunca hubiera tenido la intención de hacerlo, hizo
poca diferencia. Peor aún, ella había hecho el ridículo ante él y con ella misma. Ella
se había degradado, rogándole que se quedara con ella, con la esperanza de que él
la amara lo suficiente como para perdonarla. Pero ella debería haberlo sabido
mejor. El suyo siempre ha sido un afecto unilateral. Conocía los riesgos, ahora debe
pagar el precio.

Esperar aquí como una esposa obediente sin duda sería lo esperado dadas las
circunstancias. Pero de repente ella no se sintió muy obediente. La idea de ser
devuelta a sus padres como una niña traviesa que había sido atrapada en el acto la
hizo estremecerse.

Una idea surgió completamente en su mente, el miedo y la desesperación


añadieron inspiración. No, se dijo a sí misma cuando la idea se apoderó de ella, no
podía. Pero ella tenía que cuidarse ahora, ¿no? Adrián había dejado en claro que no
quería tener nada más que ver con ella. Una vez que él regresara, estaría muerta
para él. Y sabía que su familia sentiría lo mismo.

Actuando por instinto, le dio a su retrato una última mirada melancólica, luego
giró sobre sus talones y se apresuró a salir de la habitación.

-Puede, por supuesto, contar con mi máxima discreción en este asunto, su


Gracia. Archivaré las mociones apropiadas una vez que su Gracia... es decir, una
vez que la señorita Brantford firme los documentos de anulación. - Horace Jaxon
de, Jaxon y Pritchard, abogados de los Duques de Raeburn durante tres
generaciones, entregaron un grueso paquete de documentos a través del escritorio
de Adrian para él.

>>Legalmente, la anulación no debería constituir una gran dificultad. Por lo que


me ha dicho, su matrimonio no fue válido desde el principio. Se le daría un
nombre verdadero durante la lectura de las amonestaciones, que en este caso
claramente no ocurrió. Sin embargo, como había una firma verdadera en el registro
de St. Paul's, fui a la catedral solo dos días antes para examinar el documento: su

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Gracia... discúlpeme otra vez, su Gracia... La señorita Brantford debe aceptar la


anulación.

-¿Y si ella se niega?

-Entonces el problema tendría que ser discutido ante el tribunal. Una sesión
cerrada con un solo juez debería ser suficiente. De cualquier manera, el
matrimonio se disolverá con su consentimiento o sin él.

Jaxon cerró su bolsa de cuero con dedos firmes, poco disminuida por la edad.

-Los tribunales eclesiásticos también deben ser consultados en este asunto. Me


tomé la libertad de abordar el tema con el obispo Canterly, un individuo muy
conocedor y confiable. Solo debe dar su consentimiento y comenzará el proceso de
anulación.

Adrian asintió.

-Puedes avisarle de mi consentimiento.

-Eso concluye nuestro negocio por hoy, entonces, su Gracia. Le dejo con su trabajo.
Jaxon se levantó de su silla, alisó su cabello ralo y blanco con la palma de la
mano. -Si puedo, su Gracia, permítanme expresarle mis condolencias por este
lamentable estado de las cosas. Muy desafortunado, muy desafortunado de hecho.

Adrian le lanzó una mirada implacable.

-Gracias por tu tiempo, Jaxon. Estaré en contacto. Smythe te mostrará la puerta.

El abogado hizo una reverencia, con su bolsa apretada. Siguió al sirviente, que
parecía un fantasma en la puerta de la oficina.

Adrian apartó el paquete de papeles cuando Jaxon se fue.

Intolerable, pensó. Obligado a discutir su vida personal con una pandilla de


obispos y abogados. Obligado a revelar detalles íntimos de su simulacro de
matrimonio, exponer públicamente su propia credulidad y vergüenza. Una vez
que se completara la anulación, se vería obligado a soportar algo peor. Habría
pocas posibilidades de ocultar la noticia de que él no había estado, legalmente
casado con ninguna de las hermanas Brantford.

Toda la sociedad estaría sorprendida. Asombrado por el engaño de las gemelas,


riéndose de su incapacidad para distinguir a una mujer de la otra. Solo podía
imaginar las burlas obscenas que engendrarían en los clubes y en otros lugares. Sus
manos se cerraron en puños mientras una nueva ira lo inundaba. Dios, qué
desastre.

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Jeannette y Violet se arruinarían, por supuesto. Particularmente Violet, ya que ella


estaba indiscutiblemente arruinada. Casi podría compadecerla si no supiese de
primera mano lo que había hecho. Si él no hubiera presenciado los actos
descarados y las falsedades deliberadas que ella había perpetrado con tanta
habilidad consumada.

Todavía no podía entender cómo lo había hecho. Ella había engañado no solo a él,
sino a todos los demás, incluso a sus propios padres. Y también había engañado a
la sociedad. Un hecho que la Haunt Ton no olvidaría ni perdonaría pronto.

En cuanto a él, había enterrado cualquier amor que una vez creyó que sentía. Si
una herida no cicatrizara, goteando un poco de sangre una y otra vez, sanaría. Con
tiempo.

Él la olvidaría también. Con el tiempo.

Él siempre podía quedarse con ella, supuso, para evitar el estigma del
escándalo. Casarse con ella en una ceremonia secreta. Pagar a los abogados y
ministros para que guardasen silencio, luego llevarla a algún lugar remoto donde
pudiera vivir el resto de sus días en la oscuridad y la soledad. Tal vez ese sería el
camino más prudente. Sin embargo, no se atrevía a darle ese tipo de
satisfacción. No la dejaría cosechar cualquier tipo de recompensa por la desgracia y
el dolor que ella había forjado.

En cuanto a su hermana, la bella y audaz Jeannette, haría bien en no permitir que


la volviera a ver. Si ella fuera realmente inteligente, se quedaría en Italia y atraería
a Markham para que se casara con ella. Toddy no tenía ni un centavo a su nombre,
era cierto, pero dadas las circunstancias, tal vez el dinero le importaría menos a su
alma mercenaria que a la respetabilidad.

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Capítulo Veinte

Adrian regresó a Winterlea al final de una ausencia de dos semanas.

En su poder, llevaba los documentos de anulación tanto de la Iglesia de Inglaterra


como de los tribunales ingleses. Su visita sería breve, solo lo suficiente para que
Violet firmara los documentos, empaquetara sus pertenencias y lo acompañe a la
propiedad de sus padres en Surrey. Una vez allí, él explicaría la situación, luego se
iría. Cualquier otro asunto legal relacionado con la resolución del acuerdo
matrimonial podría discutirse entre sus respectivos abogados.

A su llegada, se cambió de ropa, comió una comida ligera y hojeó la pila de


correspondencia que había llegado mientras él estaba ausente. Cuando no pudo
retrasar la entrevista por más tiempo, llamó a March.

-Serías lo suficientemente gentil como para pedirle a mi ... um ... esposa que se
reúna conmigo en el salón-, ordenó.

Con una postura rígida, completamente formal, el mayordomo fijó su mirada en


un punto justo más allá del hombro de Adrián.

-Me temo que no puedo hacer eso, su Gracia.

Adrian frunció el ceño.

-¿Qué quieres decir con que no puedes hacerlo?

La desaprobación irradió del sirviente en una ola de hielo.

De hecho, desde su llegada, había notado una frialdad distintiva que emanaba en
su dirección de todo el personal.

-Quiero decir que la duquesa no está en la residencia en este momento, su Gracia.

-¿Perdón? ¿Qué dijiste?

-Su Gracia no está en residencia…

-Sí, sí, escuché eso. ¿A dónde fue? ¿Está visitando a alguien en el vecindario?

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The Husband Trap – Trace Anne Warren
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-No, su Gracia.

-Entonces, ¿dónde diablos está ella?

-Como le informé, no sé. Su Gracia empacó algunas de sus pertenencias hace casi
quince días y se fue con su doncella y su perro.

-¡Quince días! Y ella se llevó a Horacio?

-En efecto. Ella solicitó un carruaje e hizo que Warton la llevara a una posada de
Derby y …

Su ceño se hizo más profundo.

-¿Y que?

-Ella le ordenó que se fuera. Él, estando justamente preocupado por su bienestar,
insistió en esperar hasta que ella y su doncella estuvieran a salvo a bordo del
carruaje. Aparentemente había una pequeña dificultad con el perro, pero ella lo
resolvió comprando todos los asientos.

-¿Y la dejó ir?

-Sí, su Gracia. Aparte de maltratarla, no podía hacer nada para evitar su partida.

Su sangre corría con furia y algo más, algo peor.

Miedo.

¿Dónde podría haberse ido? Desafortunadamente, no necesitó preguntar por qué


se había ido.

-¿En qué dirección estaba viajando?- Exigió.

-Sur, creo. Bristol fue el destino que su chofer mencionó.

Bristol? ¿A quién podría conocer en Bristol? Pero, por supuesto, ella no conocía a
nadie allí, se dio cuenta, la ciudad era simplemente un punto de embarque. Desde
un centro tan ocupado, ella podría viajar a cualquier lugar de Inglaterra. En
cualquier lugar.

-¿Por qué no me contactaron de inmediato?

March vaciló por primera vez.

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-Ella específicamente solicitó que no le contacte. Tal vez no este en mi lugar decirlo,
pero las dificultades recientes entre usted y su Gracia no han pasado
desapercibidas para el personal.

-Tienes razón, no es tu lugar. No sabes nada sobre la naturaleza de nuestras


dificultades.

March se enderezó.

-Sé que la duquesa estaba a punto de llorar cuando se fue. Sé que ha estado
terriblemente abatida desde ese día en que tuvo que ser escoltada desde su
oficina. Ella pidió que le diera esto. -Él pasó una carta.

Adrian la tomo.

-Llegué aquí hace casi dos horas. ¿Qué demonios te llevó tanto tiempo para darme
esto?

March lo miró con ojos perversos.

-Quería ver cuánto tiempo le tomaría notar que su Gracia se había ido-. Hizo una
reverencia y luego se fue.

Si el bueno de March no hubiera estado con su familia desde de su padre, Adrian


podría haberlo despedido en el acto por su insolencia. En lugar de eso, giró sobre
sus talones y se dirigió al salón, donde había planeado presentarle a Violet los
documentos de anulación.

Se dirigió a la ventana, se detuvo donde la luz del sol proporcionaba la mejor


luz. Él abrió la carta.

Adrian,

Cuando leas esto, me habré ido. Llevé a Agnes y Horacio conmigo; deberán proporcionar la
protección adecuada durante mi viaje. No te diré mi destino, aunque supongo que ya no te
importa a dónde voy, siempre que esté lejos de ti. No te preocupes por presumir sobre ti otra
vez. Sé que debes odiarme ahora. Me odio a mí misma por engañarte, por avergonzarte a ti
y a tu familia. Nunca fue mi intención hacerte daño. Sé que lo que hice es imperdonable y
que pasaré el resto de mi vida tratando de expiar el daño que causé. Sin embargo, estaría
mintiendo si dijera estar completamente arrepentido. El amor es lo que me llevó a tomar las
decisiones que tomé, y solo por eso, no puedo lamentar el tiempo que compartí contigo. Hay
demasiados hermosos recuerdos que apreciar por eso.

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Espero que mi padre reembolse la parte del matrimonio, aunque para mi mayor vergüenza
debo advertirte que es probable que se haya gastado todo. Solo he tomado algunas
pertenencias personales. El resto se queda, incluido mi ajuar de boda y anillos de
compromiso. Si no estamos casados, como usted cree, entonces nunca fueron míos para
usarlos en absoluto.

Por favor se feliz.

Violet

Leyó la carta dos veces, y no encontró ni una pista de dónde podría haber ido.

Él aplastó la nota en su palma, caminó hacia la puerta del salón.

-¡March!, Rugió. -Enlista el personal. Deseo hablar con ellos Todos y cada uno de
ellos.

Seis semanas después, mientras Adrián caminaba por Londres, no estaba más
cerca de encontrar a Violet que el día en que supo de su desaparición.

Como un hombre poseído, había buscado pistas en todas partes, empezando por
los sirvientes. Los había interrogado a todos, incluso a los jardineros y las
doncellas. Pero nadie sabía nada relevante, todos y cada uno voluntarios de cuánto
adoraban a la duquesa, y cómo estaban orando por su regreso seguro y rápido.

Había revuelto sus habitaciones, hurgando en cada cajón, y armario. Encontró sus
anillos, recordando la forma en que habían estado en su mano esbelta. Y el collar
que él había comprado para ella, el que una vez había soñado con ver alrededor de
su adorable cuello mientras ella yacía en su cama. Como ella había declarado,
había tomado muy pocas posesiones: algunas ropas, un cepillo para el pelo, un
cepillo de dientes y otros artículos de tocador variados. Si él hubiera necesitado
alguna prueba adicional de su identidad, ver suficientes vestidos hermosos como
un arcoíris en su armario era suficiente. La verdadera Jeannette nunca hubiera
tolerado dejar esas prendas elegantes.

Frustrado, él había conducido a Derby, a la posada de donde ella había


partido. Interrogó a los hostlers, al posadero, a un servidor que la había traído a
ella y a su sirvienta mientras esperaban que llegara el correo. La recordaban; no
muchas mujeres de alcurnia pasaban por allí, especialmente las que tenían perros
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del tamaño de un caballo pequeño. Sin embargo, ninguno de ellos tenía idea de
adónde se había ido.

Engrasando unas cuantas palmas durante las siguientes dos semanas -incluida la
del chofer del correo que se había llevado a bordo al notable trío- logró localizarla
hasta Londres.

Después de eso, ella desapareció como un espectro.

Había pasado varios días en Londres, visitando todos sus lugares habituales, a
pesar de la inutilidad del intento. Dolefully, se dio cuenta de que los lugares eran
en su mayoría lugares de Jeannette y no de Violet. Sin revelar su verdadera
intención, había sondeado a algunos de sus amigos (los amigos de Jeannette) para
obtener información. Nada. Incluso había enviado una carta a sus padres,
inventando un cuento sobre que ella visitaría a amigos en el área de Surrey, y si
¿había ido a visitarlos? Por supuesto, ella no lo había hecho.

Finalmente, después de tragar una gran cantidad de orgullo, había hecho una
nueva visita a Oxfordshire para ver a su hermano. Kit le lanzó una mirada
lacónica, exigió detalles y luego sacudió la cabeza con triste burla.

No, había dicho, no la había visto, no la estaba albergando y no conocía a nadie


más. Luego hizo una pregunta propia.

Si Adrian realmente despreciaba a Violet y no quería saber nada más de ella, ¿por
qué estaba tan desesperado por descubrir su paradero?

Kit tenía razón. Considerando sus errores, ¿por qué le importa tanto
encontrarla? Ella le había mentido, lo había usado, lo había humillado. Por
derecho, él debería odiarla. Él la odiaba.

Al menos, eso es lo que siguió asegurándose a sí mismo.

Sin embargo, su desaparición comió con él, preguntándose dónde estaba. Lo que
estaba haciendo Si ella estaba segura y saludable. Contenta.

Él soñaba con ella casi todas las noches. A veces ella estaba en peligro
terrible. Perdida, sin dinero y asustada, a merced de un villano mientras ella pedía
ayuda. Si no llegaba a tiempo, se despertaría. Con la piel húmeda, el corazón
acelerado, miraba la oscuridad, sus pensamientos llenos de ella.

Otras noches los sueños eran dulces y seductores. Violet, pensó en ella ahora como
Violet, viniendo a molestarlo, tentarlo, deleitarlo. Se sentían tan reales, esos
sueños. Ella se sintió tan real. Y por un breve tiempo ella sería suya de nuevo como
había sido en esos primeros meses maravillosos. Despertarse de esos sueños era

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peor, su cuerpo rígido por el deseo insatisfecho, su mente obsesionada por el


conocimiento de que incluso en contra de sus deseos, la deseaba con el.

Sin embargo, ¿cómo podría conciliar esas necesidades con lo que ella había
hecho? Durante meses él había creído que ella era Jeannette. Ella había hecho todo
lo posible por engañarlo. Pero ahora que su enojo inicial ya no ardía tanto, podía
mirar atrás y ver las muchas formas en que claramente no había sido como su
hermana.

Su inocencia Su timidez, volviéndose rubor. Las incursiones en la biblioteca que


ella pensó que él no había notado. La aceptación de sus deberes, entendiendo que
no podía leer a todas horas del día. La compañía pacífica y tranquila que había
ofrecido muchas noches. Su amabilidad con el personal. Su apreciación de los
placeres simples, la naturaleza, la música, el arte. Su amor por un gran zoquete
perruno que muchos otros habrían dejado a una vida de miseria y desesperación.

Mirando hacia atrás, no sabía cómo podría haber pasado por alto todas las
señales. Tal vez había querido preocuparse, temeroso de ver la verdad. Temeroso
de que si lo supiera, tendría que reconocer el error que había cometido su elección
original de esposa.

Jeannette, la verdadera Jeannette, lo habría hecho miserable.

Violet lo había hecho feliz. Y él la había echado.

¿Donde estaba ella? Inglaterra seguramente no era una isla tan grande como para
que una mujer pequeña no pudiera ser encontrada. A menos que ya no estuviera
en Inglaterra. ¿Había ido con su hermana? ¿Estaban las dos bañándose ahora bajo
el resplandor de un cálido sol italiano?

Se detuvo, levantó la vista y se dio cuenta de que había llegado a Hatchard's


Bookshop. Había estado tan ocupado recordando, que apenas había notado su
progreso en las calles. Entró, una campana sonó suave como un pájaro en su
entrada.

Había ordenado una cantidad de libros hace algunos meses; finalmente habían
llegado. Mientras el empleado fue a buscarlos, vagó por las estanterías para
examinar las otras muestras.

Una joven mujer giró, levantando la vista de un libro que había estado
leyendo. Ella se hundió en una profunda reverencia.

-Su Gracia, ¿cómo está?

Él hizo una reverencia.

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-Señorita Hammond. No me di cuenta de que había alguien más aquí. El tráfico


peatonal es generalmente liviano a esta hora del día.

-Sí, lo sé, es por eso que me gusta. -Hizo una pausa, un incómodo silencio se
desarrolló a medida que la importancia de su admisión se hundió. Se movió para
cubrir la metedura de pata. -¿Cómo está su familia?

-Bien, gracias. ¿Y la tuya?

-Bien. Mi tía y mi primo están debatiendo la sabiduría de permanecer en la


ciudad. El gasto de otra temporada, ya ve.

Él sí lo vio. Este sería el tercer intento de Eliza Hammond en el mercado


matrimonial. Que él sepa, ella no había recibido una sola oferta durante toda
la temporada pasada. Estaba a punto de encontrar una forma educada de terminar
su conversación, cuando emitió una declaración que atrajo su atención.

-Recibí una carta de su cuñada- dijo.

-¿De Violet?- ¿O se refería a Jeannette?

-Sí. Ella continúa disfrutando del Continente. Ella y su tía abuela se mudaron
recientemente a Roma y encontraron la ciudad muy agradable. Ella dice que
probablemente regresen a Inglaterra pronto.

-¿Eso hizo ella? Qué buenas noticias.

-Por cierto, agradezca a su esposa, la próxima vez que la vea. Ella ha sido muy
amable al enviarme las cartas de Violet.

Un zumbido se arqueó a través de él.

-¿Ha estado ella enviándolas? No lo sabía.

-Oh, sí, desde hace unos meses. Supongo que se unirá a ella en Dorset una vez que
su negocio concluya aquí en la ciudad.

-¿Dorset?

Eliza frunció el ceño.

-Ahí es donde he estado enviando mis cartas últimamente. Dijo que había ido a la
costa para visitar la preciosa casa que tienen allí.

Un ruido acelerado rugió entre sus oídos. Violet estaba en la casa de Dorset. Dios
mío.

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Se apresuró a cubrir su lapso.

-Si. Ella fue hacia el sur por unas semanas. Planeo unirme a ella directamente
desde aquí.

Muy directamente, se prometió a sí mismo.

-Bueno, mi compra debe estar lista ahora- continuó. -Un placer, señorita
Hammond.-Hizo una reverencia, alejándose rápidamente. Salió corriendo de la
tienda, olvidó la orden de su libro, el empleado se quedó boquiabierto ante su
abrupta salida.

Horacio corrió a través de los parches de hierba que salpicaban los campos de los
acantilados, deteniéndose de vez en cuando para olfatear un olor interesante antes
de seguir corriendo. Violet lo siguió a un ritmo más lento. Un viento frío y tieso
tiró de los alfileres en su pelo y le revolvió las faldas como un duendecillo travieso
enfadado. A ella no le importaba, dejar que el viento lo hiciera a su manera, la
tempestad era una lámina perfecta para su estado de ánimo desesperado y
melancólico.

A lo lejos, el mar se agitaba, y las blancas olas se alzaban sobre las olas de acero
azul mientras corrían hacia la orilla. El sol de la tarde hizo todo lo posible para
brillar, sin mucha suerte, oscurecido por espesas nubes que convirtieron el cielo en
un gris sucio.

Después de varios minutos más, ella llamó a Horacio, sus orejas flaqueando para
llamar la atención.

-Vamos, chico. Ven aquí.- El perro corrió hacia ella. Ya era hora de que regresaran
a casa, reflexionó. Era hora de que ella también avanzara.

Los hechos eran hechos, su vida con Adrian había terminado. De alguna manera,
sin importar cuán atemorizante fuera el pensamiento, ella tenía que hacer su
propio camino en el mundo, encontrar el coraje para actuar, seguir. No podía
esconderse aquí para siempre, por mucho que deseaba poder hacerlo.

Cuando ella había llegado en un coche alquilado casi dos meses antes,
acompañada solo por su criada y su perro, los Grimm la habían recibido sin
preguntar nada. Almas de discreción, apenas parpadearon ante su pedido de no
decirle nada al duque sobre su estancia. Siempre la madre gallina, la Sra. Grimm
cloqueaba y alborotaba, preparando una buena comida caliente, persuadiéndola
para que comiera cuando ella solo había querido estar sola.

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Las habitaciones estaban preparadas. Una para Agnes en el alojamiento de los


sirvientes. El master suite para ella; la misma habitación donde ella había pasado
su luna de miel. Los recuerdos se abalanzaron sobre ella desde todos los rincones,
llenos de imágenes de tiempos más dulces del pasado. De Adrian cuando todavía
la miraba con deseo ardiendo en sus ojos. Cuando su frío odio no la había helado
hasta los huesos.

Sus recuerdos estaban en todas partes. En cada habitación Afuera en los


páramos. En su cama por la noche mientras lloraba hasta que el sueño la vencía.

Ella nunca debería haber venido aquí, lo sabía.

Sin embargo, la casa resultó ser un consuelo a medida que pasaban las semanas.

Desesperada, no sabía a dónde más ir. Sus padres estaban fuera de cuestión. Una
vez que descubrieran lo que ella había hecho... bueno, ella se estremeció al
considerarlo.

Su hermano simplemente se reiría si ella le decía y luego la rechazaría.

En cuanto a Jeannette, su hermana no podía ofrecerle nada, ni siquiera refugio, ya


que no tenía propiedades ni dinero propio.

Y la tía abuela Agatha la delataría, exigiendo saber por qué había huido de
Inglaterra y había dejado a su marido. Antes de que Violet lo supiera, Agatha
estaría escribiendo cartas a todos los conocidos que conocía.

No, no había nadie en su familia que la ayudara.

Ella consideró a Kit. Pero como soltero y estudiante de la Universidad, no estaba


en condiciones de ayudar, incluso si lo hiciera.

En cuanto a su amiga Eliza, aunque Eliza le perdonaría todas las mentiras y se


compadecería de ella, no podría ayudarla, ya que ella, como mujer soltera, vivía
totalmente dependiente de sus propios parientes.

A pesar de lo aterrador que parezca, Violet estaba sola en el mundo.

Con eso en mente, ella había pasado los últimos dos meses considerando sus
opciones. Ella tenía una pequeña cantidad de dinero ahorrado de la generosa
asignación mensual que Adrian le había dado. Si ella vivía con frugalidad, podría
hacerlos estirar durante varios meses. Después de eso, ella necesitaría adquirir
algún tipo de empleo. Agnes tendría que ser despedida, por supuesto. Ella le
escribiría una brillante carta de recomendación.

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Y Horacio. Su corazón se desgarró ante la idea de dejarlo atrás, pero ¿qué otra
opción tenía ella? Comía tanto como un niño en crecimiento, e incluso si el dinero
no era una consideración, su tamaño sí lo era. Encontrar alojamiento sería un
problema con él a cuestas. Y si la contrataban como compañera o institutriz, nunca
lo dejarían ir. Ella lo enviaría a Winterlea con una nota pidiéndole a Adrian que
cuidara de su perro. No importaba cuánto la despreciara, sabía que no sería tan
cruel como para encender su ira contra una bestia indefensa. Horacio estaría bien
atendido.

Hizo una pausa en su caminar, se dejó caer al suelo junto al enorme perro. Ella lo
abrazó, apoyando su mejilla contra su cálido y suave flanco. Con los ojos cerrados,
ella luchó contra las lágrimas que amenazaban con vencerla.

Cuando recuperó sus emociones lo suficiente para evitar la mirada sagaz de la


señora Grimm, se levantó y continuó. La casa apareció a la vista sobre una ligera
elevación, brillando como el oro en un parche de luz solar. Luego vio el carruaje en
el camino, con la cresta ducal estampada de lado.

Se detuvo, su corazón latiendo como una mula dentro de su pecho.

Adrian la había encontrado.

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Capítulo Veintiuno

Él estaba esperando en el salón principal cuando ella entró.

Se tomó su tiempo para quitarse la capa, arreglarse el pelo, volver a colocar los
alfileres mientras miraba su reflejo en un pequeño espejo al final del pasillo. El
murmullo de la voz profunda de Adrian flotó hasta sus oídos. Estaba hablando con
Horacio, que se había precipitado al salón en una carrera exuberante en el instante
en que se dio cuenta de que Adrián estaba allí.

Pellizcándose las mejillas para darles un poco de color, se ajustó las gafas que una
vez más se había puesto, y luego enderezó los hombros. Ella podría hacer esto, se
dijo a sí misma. Ella haría esto y no se desmoronaría. Ella había hecho el ridículo
delante de él una vez. Peri no tenía la intención de hacerlo nuevamente.

La cola de Horacio todavía se movía cuando entró en la habitación. Se giró, se


acercó a ella con sus enormes garras, una gran sonrisa de perro que demostraba
que su lealtad hacia ella era más fuerte que nunca. Ella le acarició la cabeza y lo
envió a acostarse cerca de la chimenea.

Habían traído una bandeja de té, cortesía de la Sra. Grimm, un plato extra y una
taza para su uso.

Echó un vistazo a la habitación, mirando a todos lados, pero no directamente a


él. Finalmente, habló, consciente de que ya no podía posponer su saludo.

-Tu gracia.

-Violet.

Qué extraño sonó, después de todo este tiempo, escuchar su nombre en sus
labios. Lo que ella le habría dado, una vez, para que dijera su nombre y supiera
quién era en verdad. Ahora que lo hizo, lamentó el precio al que había llegado ese
conocimiento.

-¿Cómo me has encontrado?- Se movió más adentro de la habitación, esforzándose


por ser la más elegante. Ella se negó a encogerse.

-Primero el té, creo.- Cruzó hacia la bandeja. -Te ves helada.

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-No, gracias.- Su estómago se sacudió ante la idea de comida o bebida.

Ignorándola, levantó la olla.

-la Señora Grimm me informó que estabas caminando por los acantilados.

-Sí.

¿Por qué estaba siendo tan educado? Ella había esperado enojo o al menos fría
cortesía de él. Tal vez lo peor de su afrenta indignada se había desvanecido
durante su ausencia. Tal vez en las semanas intermedias, él había llegado a no
importarle en absoluto.

Insegura de cuánto tiempo sus piernas continuarían apoyándola, se dirigió a la


silla más alejada de él y se hundió agradecida en la silla.

-Tu té-. Extendió la taza.

Ella aceptó, aunque deliberadamente lo dejó a un lado. ¿Que quería el? ¿Por qué la
estaba torturando? ¿Por qué simplemente no dijo lo que fuera que había venido a
decir y se iba?

-¿Quién te dijo que estaba aquí?

Él tomó asiento.

-Tu amiga Eliza Hammond.

Su mirada voló hacia arriba.

-Olvídala. No se dio cuenta de que estaba revelando tus secretos. La encontré por
casualidad en Londres. Ella mencionó que había recibido una carta tuya, enviada
desde Dorset.

-Sabía que no debería haberlr escrito, pero de todas las personas, nunca pensé que
tendría una oportunidad para decírtelo-. Cruzó sus manos juntas en su regazo para
mantenerlas quietas. -¿Todos lo saben? ¿Le has contado al mundo sobre mí?

Él levantó una ceja.

-No. Con la excepción de mi abogado, un obispo y algunos de sus asistentes más


discretos. Me vi obligado a contactarlos sobre la validez de nuestro matrimonio.

Un bulto se hinchó en su garganta. Ella se miró los zapatos.

-¿Y?

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-Es lo que sospechaba. No somos legalmente marido y mujer. Nuestro matrimonio


no es válido. Los documentos de anulación han sido preparados para hacerlo
oficial.

Un último atisbo de esperanza se oscureció en su interior.

-Me diste un buen giro, sabes-, dijo, -cuando llegué a Winterlea y descubrí que
habías huido. Estaba justificadamente furioso.

-¿Recibiste mi carta de March?-

-Sí, me la dio junto con su opinión de que he sido un bruto contigo. El resto del
personal parece estar de acuerdo.

-¿Les enviarás mis saludos, por favor? Explícales cuánto lo siento por haberlos
engañado de la manera en que lo hice. -Abruptamente inquieta, se levantó de la
silla, cruzó para pararse junto a la ventana y contemplar el paisaje sacudido por el
viento. -Firmaré los papeles y me iré mañana-, dijo, desolada en su voz.

-¿Dónde vas a ir?

-Norte, creo, Yorkshire o Escocia, tal vez. No deberían ser tan quisquillosos con
referencias y demás. Espero asegurarme como una institutriz con una familia
adecuada.

-¿Qué hay de tu propia familia?

Ella giró.

-No volveré. No intentes forzarme. Solo me echarán de nuevo en el momento que


te vayas. Nunca tuve la relación fácil que compartes con tu madre y tus
hermanos. Una vez que sepan lo que he hecho, la vergüenza que he causado, no
querrán saber nada más de mí. Seré desheredada, como si estuviese muerta para
ellos.

-¿Y Jeannette?

Sus labios se curvaron.

-Jeannette es Jeannette. Ella estará bien.

-No funcionará, ya sabes-, dijo después de una pausa. -Tu plan de convertirte en
una institutriz.

-No veo por qué no. Estoy bien educado siendo mujer. Ya no temo esconder eso de
ti. Sé idiomas: italiano, francés, español y un poco de alemán.

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-No te olvides del latín y el griego.

-Muy bien-, reconoció con un asentimiento. -Pero esos son los idiomas de los niños
y dudo que sean de mucha utilidad, especialmente si la familia está en el
comercio. Sé matemáticas, geografía, historia y literatura. No coso bien, pero pinto
una buena imagen y mi caligrafía es excelente. Mis credenciales son excepcionales.

-Tus credenciales no serán el problema.

-¿Entonces que?

-Tu apariencia.

Ella levantó la barbilla.

-¿Qué pasa con mi apariencia?

-Nada. Y ese será el problema. Ninguna esposa, una vez que te vea en persona, te
dejará en cualquier lugar cerca de su familia. Su esposo estaría demasiado tentado.

-Nunca lo estuviste-. Las palabras amargas brotaron antes de que ella pudiera
detenerlas. -Todo lo que podías ver era a mi hermana.

Él fue hacia ella.

-Te equivocas. Te vi, incluso escondiéndote detrás de tus gafas. Pero pensé que
eras demasiado tímido.

-¿Para ser tu duquesa, quieres decir?- Ella soltó una dura carcajada. -
Aparentemente estabas equivocado".

-Aparentemente lo estaba. Acerca de muchas cosas.

Cerró los ojos y giró la cabeza para contener las lágrimas que amenazaban
abruptamente en salir.

-No te culpo por odiarme-, dijo en un susurro gutural.

Él se acercó.

-¿Tú no? Es curioso que, por más que intenté odiarte, y créeme, lo hice, parece que
no puedo adquirir ese sentimiento.

Sus ojos se abrieron, una lágrima se deslizó por su mejilla.

Extendió la mano, y la quitó con el pulgar.

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-No llores.

Siguió una nueva lágrima, luego otra, su bondad demostró ser su perdición. De
repente, ella estaba en sus brazos.

-Adrian, lo siento. Lo siento mucho-, sollozó contra su hombro.

Él la acunó cerca, meciéndola contra él.

-Shh, está bien. No llores No llores, querida. -Él empinó besos sobre su sien, frotó
su palma sobre su espalda en amplios y suaves círculos.

Él la abrazó hasta que la inundación disminuyó, metiendo un pañuelo en la palma


de su mano para que ella pudiera pasarse un trapo por los ojos. Ella sopló su nariz
en la seda de una manera muy poco femenina, luego se acurrucó contra él,
exhausta.

Se quedaron quietos, en silencio, abrazados por un largo rato.

Finalmente, él habló.

-¿Lo decías en serio?

Ella olfateó.

-¿Qué cosa?

-¿Cuando Me Dijiste Que Me Amabas? ¿Realmente es así como te sientes, o fue


simplemente para aliviar mis sentimientos heridos?

Su mirada voló hacia arriba para encontrarse con la suya.

-Oh, Adrian, ¿no puedes verlo por ti mismo? Te adoro. Eso nunca ha sido una
mentira. Si no crees en nada más, créelo eso.

-¿Y si te pidiera que te fueras?

Su aliento se atrapó en sus pulmones.

-Entonces me iría. ¿Es eso lo que quieres?"

Él la apretó más fuerte, le apretó la mejilla con la suya.

-No, no quiero eso en absoluto. Estoy tan agradecido de que hayas venido, de que
te escaparas. Si no lo hubieras hecho, me temo que habría cometido el mayor error
de mi vida al dejarte ir. Te amo, Violet. -Se apartó lo suficiente como para mirarla a

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los ojos. -¿Empezaremos de nuevo? ¿Comenzar de nuevo, sin más mentiras entre
nosotros?

-Sí, si yo soy a la que realmente quieres. Dijiste que no me conocías, que no podías
distinguirme realmente. ¿Estás seguro de que estás enamorado de la mujer
adecuada?

-Nunca amé a tu hermana, lo sé. Creo que tal vez por eso no cuestioné las
diferencias entre ustedes dos, la mujer que cortejé y la que me casé. Estaba
demasiado complacido, disfrutando de mi inesperada buena suerte. Nunca soñé
que me sentiría así por nadie, pero sé que te amo. Cualquier otra cosa que necesite
saber, puedo descubrirlo en el camino.

Se inclinó para besarla y golpeó su nariz contra sus gafas. Él sonrió. "

-Creo que comenzaremos con esto. ¿Te importa? -Apoyó las yemas de sus dedos
contra los marcos de alambre.

Ella negó con la cabeza, dando su consentimiento para que él los quitara. Cerrando
los ojos mientras él deslizaba sus gafas, se estremeció ante la dulce presión cuando
sus labios se fusionaron con los suyos.

Ah, había pasado tanto tiempo. Toda una vida. Una eternidad. Cómo ella lo quería
a él. Cómo lo había extrañado. Cuanto lo amaba. La dicha fluyó a través de ella,
sabiendo que en ese momento ella sostenía todo lo que quería en sus brazos. La
levantó, la apretó contra él mientras el hambre ardía entre ellos como una hoguera.

Sus pensamientos se dispersaron, sus miembros se volvieron sueltos y líquidos,


completamente suyos mientras ella le daba todo lo que estaba a su cuidado.

-Llévame arriba-, suspiró.

Él la soltó solo lo suficiente como para tirar de ella, con las manos juntas mientras
corrían con piernas temblorosas por toda la casa.

Horacio lo siguió, gimiendo de desilusión cuando le cerraron las puertas.

Pero en lo único que podían pensar era en el otro. Estar cerca de nuevo. Lo más
cerca posible que dos seres humanos podían. Se desvistieron el uno al otro
lentamente, reverentemente, tomándose su tiempo para saborear las sensaciones,
habitar en la anticipación del deleite que sabían que iba a venir.

Los segundos se redujeron a horas mientras intercambiaban largos y lánguidos


besos. Los pensamientos giraron, los pulsos martillaron en sintonía. Las manos se

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deslizaron en trazos elegantes y aterciopelados. Cada pulgada de carne acariciada


mientras estaba expuesta, la ropa revoloteando olvidada en el suelo.

El fuego ardía bajo en la chimenea, emitiendo un leve escalofrío en la


habitación. Ninguno de ellos lo notó, demasiado acalorados por sus propios fuegos
internos, demasiado perdidos en la mutua pasión y el placer para preocuparse.

Cuando se quedaron desnudos, él la giró y tomó los broches de su pelo,


soltándolos, uno a la vez. Él arrojó los alfileres después la ropa, dejándolos caer en
cascada a la alfombra bajo una lluvia plateada. Hundiendo los dedos en sus
gruesas trenzas, le masajeó el cuero cabelludo hasta que ronroneó de
placer. Temblando de los pies a la cabeza, se puso de pie, temblorosa, mientras él
le peinaba los largos mechones y los acomodaba por la espalda y luego por los
hombros. Deslizó sus manos bajo el velo de su cabello, ahuecó sus pechos.

Ella cubrió sus manos, lo sostuvo allí, mientras disfrutaba de un cielo de alegría
carnal, su aroma y el suyo saturaban sus sentidos. Deslizó una mano hacia abajo,
cabalgando sobre su vientre, su cadera y muslo, viajando aún más abajo para
separar sus apretados rizos y sumergirse dentro con un toque meloso.

-Te amo, Violet".

Ella se vino ante esa muestra de cariño. Sus dedos de los pies se enroscaron en la
alfombra, estremeciéndose mientras ella se regocijaba bajo la habilidad de su
toque, mientras pronunciaba su nombre en tonos de amor y anhelo.

Violet.

Lo dijo una y otra vez, mientras conducía su cuerpo más alto. La empujó al clímax
una y otra vez, y una y otra vez más, hasta que soltó su satisfacción y se quedó
débil y temblando en sus brazos. El le besó el cuello, la mejilla y la oreja antes de
girarla y aplastar su boca contra la de él en un apareamiento febril, oscuro,
húmedo y maravilloso.

Se hundieron en la cama.

Ella esperaba que él la tomara. En cambio, jugó, saboreó, exploró, llevándola en un


viaje exquisito de pasión, ardor, de unirse a nada que nunca antes hubiera
conocido.

Cuando entró en ella, finalmente, con mucho gusto, fue como un regreso al
hogar. Un despertar Ella le dio todo lo que poseía. Él le dio todo a cambio. En esos
momentos cálidos e íntimos, tendidos bajo las sombras que se extendían de un sol
menguante, tomaron vuelo, encerrados en un amor que corrigió todos los males,
perdonaron todas las transgresiones.

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En la secuela tranquila, se acurrucaron juntos sobre sábanas húmedas y


retorcidas. Tiró de las mantas sobre ellos, luego se acostó acariciándole el cabello,
presionando lánguidamente besos en su piel.

Ella sonrió, enrojecida y flotando, con los ojos cerrados de pura alegría. Menos de
un minuto después, sus párpados se abrieron de golpe.

-Adrian, acabo de recordar.

-¿Recordar qué?-, Preguntó, su voz floja, su cuerpo laxo.

Ella se sentó.

-No estamos casados.

Él torció una ceja.

-Por Jove, tienes razón. Y teniendo en cuenta lo que acaba de ocurrir en esta cama,
creo que tenemos buenas razones para hacerlo. -Él le acarició el brazo desnudo con
una palma, un brillo travieso iluminó sus ojos. -A menos que, por supuesto,
prefieres ser mi amante

-¡Adrian! -Sus mejillas se calentaron.

Él soltó una carcajada.

-Por tu expresión, supongo que esa opción está descartada.

Ella empujó su barbilla en el aire.

-De hecho, lo está.

Él se rio de nuevo, y se inclinó para besarla.

-Bien, porque no te quiero de otra manera que como mi esposa.

Él rodó fuera de la cama, tomó su mano para tirar de ella y se sentó en el borde del
colchón. Sin previo aviso, él se dejó caer sobre una rodilla, y desnudo como un
bebé tomó su mano.

Ella trató de alejarse.

-¿Qué estás haciendo?

Él estrechó su mano con fuerza.

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The Husband Trap – Trace Anne Warren
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-Lo que debería haber hecho la primera vez. Pedirle a la mujer adecuada que se
case conmigo.

Sus labios formaron una O cuando su significado se hundió.

-Jannette Violet Brantford-, entonó con voz solemne, -eres el brillo de mi día. El
dulce calor de mi noche. La única mujer que he conocido que podría poner patas
arriba todo mi mundo y dejarme contento de haberlo hecho. Tal vez no
comenzamos precisamente como deberíamos. Pero, bueno, somos humanos y a
veces cometemos errores. Prometo perdonarte, si juras hacer lo mismo por mí
cuando surja la necesidad. te quiero. Me llevó algo de tiempo entender eso, pero
ahora lo se. Juro pasar el resto de mis días mostrándote cuánto. Por favor di que
me harás el hombre más feliz de la tierra y consiente en ser mi esposa.

Una lágrima recorrió cada una de sus mejillas mientras sonreía, sus labios
temblaban.

-Esa es la cosa más hermosa que alguna vez escuché a alguien decir. Sí, oh, sí, por
supuesto que me casaré contigo. -Se lanzó hacia adelante, le rodeó el cuello con los
brazos y lo besó en la cara. -Te quiero tanto. Nunca te daré motivo para
arrepentirte.

-Y no tendré ninguno, nunca.

Él rio, aplastó su boca contra la suya en un embriagador abrazo. Cuando salieron a


respirar, sin aliento, él la estabilizó y se puso de pie. Él cruzó la habitación.

-Una última cosa.- Regresó, llevando una pequeña caja cuadrada de joyería que
había sacado del bolsillo de su abrigo. Abriéndolo, reveló una banda de oro con la
amatista púrpura más vibrante que jamás haya visto.

-Es hermoso, pero ¿por qué?

-Es tu anillo de compromiso. La esmeralda era para otra mujer. Esto es


expresamente para ti. No es una piedra tan cara, pero pensé que era adecuada ...

Ella saltó y se arrojó en sus brazos.

-Lo adoro. No podrías haberme conseguido nada mejor. Es violeta, como yo.

Él sonrió, y deslizó el anillo en su dedo.

-Eso es correcto, y nunca más lo tendré en duda.

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Cinco días después, se casaron por licencia especial en una pequeña iglesia en las
afueras de Londres. La ceremonia fue breve y extremadamente privada, Kit fue el
único miembro de la familia que asistió. Tan pronto como le avisaron, Kit había
bajado de Oxford, orgulloso y complacido de ser el caballero de Adrián.

La esposa del ministro, un alma amistosa con una figura redonda y suave como un
melocotón, sirvió como segundo testigo. Las bodas improvisadas eran sus
favoritas, ella cantaba, sus ojos azules centelleaban. Esas parejas, observó, siempre
estaban profundamente enamoradas.

Y ella también tenía razón esta vez. Cuando Violet unió sus manos con Adrián
para recitar sus votos, sus ojos se encontraron y se sostuvieron. El amor brillaba
claro para que cualquiera lo vea.

-Yo, Adrian Philip George Stuart Fitzhugh, te tomo a ti, Jannette Violet, para que
sea mi esposa ...

-Yo, Jannette Violet, te tomo, Adrian Philip George Stuart Fitzhugh, para ser mi
esposo ...

Las palabras solemnes, una vez pronunciadas en deber y deshonor, adquirieron un


nuevo significado, expresado ahora en alegría y devoción.

Ella no tembló, sus nervios se estabilizaron. Ella no tenía nada que ocultar ahora,
nada que ocultar.

Y cuando Adrian deslizó el anillo en su dedo, repitió su nombre, Violet, con una
voz firme y clara que nadie podía confundir o malinterpretar.

Ahora verdaderamente como marido y mujer, Adrian la besó. Y dejaron de besarse


solo después de que el ministro se aclaró la garganta, sus cejas canosas se
rebulleron en reprobación.

Ella y Adrian se rieron, sus ojos brillaban.

La pequeña fiesta de bodas se realizo en un salón modestamente decorado, donde


les esperaban pasteles y te.

Kit contó historias divertidas mientras se comía el contenido de la bandeja del té,
para disgusto de la esposa del ministro.

Unos minutos antes de que estuvieran listos para partir, Adrian hizo a un lado al
ministro. Sin ahondar demasiado en sus razones, explicó la necesidad de
discreción con respecto a las nupcias recién realizadas. Él lo consideraría, dijo,

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como un favor personal si el ministro y su esposa no decían nada acerca de la


ceremonia si alguien preguntaba.

Una donación saludable a las arcas de la parroquia y un apretón de manos sellaron


el trato.

Antes de la ceremonia, se había ocupado de hacer arreglos similares con su


abogado. Jaxon se había movido rápidamente para aclarar todas las dificultades
legales restantes resultantes del primer matrimonio menos que apropiado de
Adrian y Violet. Otros individuos al tanto de la verdad habían jurado guardar el
secreto.

Concluida la ceremonia, los tres regresaron a Raeburn House en Londres para una
tranquila cena de celebración.

Después, Kit se despidió y se dirigió a Oxford.

Horas más tarde, Violet yacía en la amplia cama de Adrián, sonrojada y radiante
de hacer el amor. Mentalmente, ella revisó los eventos de los últimos días.

-¿Crees que estamos haciendo lo correcto?

Él unió sus dedos, entrelazando las manos sobre su vientre.

-Acerca de que?

-Mantener mi identidad en secreto. Hacer que siga pretendiendo ser mi hermana.

Se movió ligeramente, inclinando la cabeza para ver su rostro.

-Es lo que querías. ¿Has cambiado de opinión?

Recordaba lo firme que había sido su resolución hacía solo dos días. Ella había
discutido su caso con Adrian a favor de continuar la farsa. Él
había replicado. Dispuesto, incluso ansioso, por dejar que la verdad sea conocida
por el mundo. Ella era su esposa, le dijo, su legítima duquesa. Todos, desde
familiares hasta amigos, conocidos casuales, deberían saberlo.

Pero ella había pedido silencio, temerosa del espantoso escándalo que la admisión
seguramente causaría. Después de todo, ella y Adrián habían estado viviendo en
pecado todos estos meses, incluso si no lo habían sabido en ese momento. Incluso
si ahora fueran legalmente marido y mujer.

Por él, a ella no le importaba lo que pensaran los demás. Podía vivir sus días
felizmente en Winterlea con su marido y sus libros y los niños que esperaba tener
algún día. Incluso si la sociedad hacía lo peor y la rechazaba como castigo por la

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incorrección de sus acciones. Sus verdaderos amigos, como Eliza, la


perdonarían. Al menos lo harían una vez que superaran el shock inicial.

Pero había sentimientos de otras personas para considerar. Personas que se verían
afectadas por lo que ella había hecho, ya sea que quisieran o no.

Sus padres se sorprenderían, mortificados. Probablemente, su madre se retiraría a


sus habitaciones durante un mes o más. Su padre, por supuesto, pasaría todo el
tiempo montando y cazando, sus dos actividades favoritas, apenas afectado por el
alboroto de las apariencias. Pero al final, el daño estaría hecho. Muy
probablemente, muchos de sus amigos más influyentes los abandonarían. Y los
viajes a Londres, excursiones que alguna vez fueron tan placenteras, se
convertirían en una experiencia difícil de soportar para ninguno de los dos.

Darrin, sospechaba, se reiría de toda la desventura. Luego, retomaría sus


habituales actividades derrochadoras con un gusto nuevo, desempolvando varios
escándalos menores propios.

Y Jeannette ... bueno, Jeannette saldría un poco maltratada pero nada más.

Luego estaba Adrian.

Aunque se había abstenido de expresarle sus temores, sabiendo que él los


ignoraría, ella estaba preocupada sobre todo por él. Por algún bendito milagro, la
había perdonado.

Otros en cambio podían no ser tan amables.

A través de sus acciones, había echado una mancha sobre su nombre, su


reputación. Y a pesar de su sólida posición con los Haunt Ton, había quienes
podrían optar por desvincularse de él.

Adrián argumentaría que no le importaban esas personas, hipócritas moralistas y


doble caras todos. Sin embargo, si esperaba algún día ejercer un alto cargo político,
como predijo su madre, Violet temblaba al pensar que ella podría ser la única
causa de su fracaso.

Entonces, para salvarlos a todos de un mundo de vergüenza y rechazo, ella había


convencido a Adrián de que guardara silencio, de mantener su secreto.

Ella rodó, se inclinó para apoyar sus antebrazos contra su pecho.

-No he cambiado de opinión. Sé que puede haber dificultades. Pero creo que es lo
mejor para todos, si no decimos nada.

-¿Y tu hermana? ¿Qué pasa si ella desea casarse? ¿Entonces que?

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-Entonces ella tendrá que decirle al hombre. Juntos tendrán que decidir qué es lo
mejor para ellos.

Soltó un suspiro.

-Sigo pensando que deberíamos admitir la verdad, incluso si molesta a muchas


personas. Pero ya que estas tan opuesta, aceptaré continuar la mascarada. Pero
solo cuando estamos en sociedad Aquí en casa, debes ser tú mismo,
completamente tú mismo, ¿lo entiendes?

-Sí, su Gracia, completamente entendido.

Él bajó la palma de su mano sobre su trasero desnudo en un ligero golpe juguetón.

-No te hagas la inteligente.

Ella rio.

-Pero siempre soy inteligente, ¿o no te habías dado cuenta?"

Había media docena de libros en tres idiomas diferentes esparcidos por la sala,
dejados en varias mesas y sillas. Desde su regreso unos días antes, abiertamente
había vuelto a leer, aunque últimamente no había tenido mucho tiempo.

Se inclinó, levantó las gafas de la mesita de noche y se las puso en la cara.

-Ahí, estoy siendo yo misma.

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Capítulo Veintidós

El invierno se derritió en la primavera. Tiernos brotes verdes empujando desde la


tierra oscura y húmeda para florecer y prosperar, extendiendo color y vida en cada
pulgada cuadrada de tierra. Los animales se despojaban de sus pesados abrigos
por más frescos y livianos. Los pájaros cantaban canciones alegres para dar la
bienvenida a los días más cálidos.

En Winterlea, la propiedad bullía desde el amanecer hasta el anochecer. Jardineros


y jardineros cuidaban los jardines, cuidando árboles viejos y plantas jóvenes de
primavera por igual. Carpinteros, pintores y albañiles cubrieron la gran casa como
un laborioso equipo de hormigas, haciendo varias pequeñas reparaciones para
mantener la propiedad en su estado habitual. Mientras, dentro, la Sra. Litton
ordenó al personal, enviándolos como un pequeño ejército para hacer una limpieza
de primavera completa para las próximas festividades.

Dentro de solo cuatro días, los invitados comenzarían a llegar para la fiesta que
Violet estaba realizando. Se enviaron invitaciones a vecinos, familiares y algunas
docenas de amigos cercanos, la mayoría de los cuales solo asistirían a la
espectacular fiesta que se llevaría a cabo en la última noche. La celebración se
celebraba en honor al trigésimo tercer cumpleaños de Adrián, y marcaría la
primera incursión en solitario de Violet en un entretenimiento formal.

Ahora escuchaba el murmullo y el bullicio de las criadas cuando pasaban cerca del
salón de baile principal. Varias doncellas se apoyaban sobre manos y rodillas
frotando y puliendo los intrincados pisos de parquet. Mientras otros
desenganchaban las pesadas cortinas de terciopelo azul oscuro, los llevaban afuera
al aire libre para liberarlos de polvo.

No podía negar un cierto nerviosismo cada vez que pensaba en el próximo


evento. Pero ser sede de una empresa tan ambiciosa había sido su idea.

Toda su idea

Cuando le mencionó a Adrián la idea, él la instó con voz suave a esperar unos
meses. Comienza con una pequeña fiesta al final del verano, había dicho. Cuando
los caballeros podían disparar, y las damas podían divertirse al aire libre,
salpicando pintura de acuarela o practicando su tiro con arco.

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Pero Jeannette ya habría organizado una fiesta, si no más. Y aunque no estaba bajo
presión para hacer lo mismo, Violet quería demostrar que podía, a Adrián y a sí
misma.

Dijo que no le importaba entretenerse, y ella le creyó. Pero ella era su duquesa, y
ser la duquesa de Raeburn tenía ciertos deberes y obligaciones sociales. Ella
necesitaba cumplir con esas responsabilidades. Particularmente ahora que él sabía
quién era en realidad. Ella nunca quiso darle razones para lamentar su
elección. Sobre todo, ella quería hacerlo sentir orgulloso.

Y también había una razón más.

Si lo que sospechaba era cierto, quizás no tuviera ganas de organizar una fiesta a
fines del verano. Si lo que esperaba fuera cierto, ese momento, estaría creciendo el
hijo de Adrian.

Se llevó una mano al vientre, preguntándose, soñando. Había perdido su flujo a


fines del mes pasado y ahora llegaba casi tres semanas tarde. Siempre en el pasado,
había venido con bastante regularidad, como un reloj. Si pasara otra semana, ya
sería dos meses y lo sabría con certeza.

Solo entonces le diría a Adrián.

Por supuesto, ella se moría por decírselo ahora. Pero si resultó ser una falsa alarma,
no quería decepcionarlo al tener que decir que no había bebé, después de
todo. Además, había decidido que las noticias serían un maravilloso regalo de
cumpleaños. Si todo salía como esperaba, ella planeó compartir sus buenas noticias
con él la última noche del baile.

Guardaría el secreto para ella misma. Sus pensamientos se desvanecieron en


ensueños como solían hacer en estos días, con una sonrisa tonta iluminando su
rostro.

Media hora más tarde, justo cuando ella y François estaban terminando su revisión
final de los menús, llamaron a la puerta de su estudio.

Levantó la mirada hacia March, que esperaba en la puerta abierta.

-Los visitantes han llegado, su Gracia. Su familia está aquí.

-Queridísima, es tan maravilloso verte- declaró su madre, envolviéndola en un


cálido abrazo con aroma a gardenia.

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March los había subido al salón familiar, a los cuatro: sus padres, Darrin, que
estaba de pie junto a la ventana con su habitual expresión de aburrimiento, y
Jeannette, o mejor dicho, "Violet", cuya apariencia fue una pequeña conmoción.

Elegantemente vestida, aunque más conservadoramente de lo que la verdadera


Jeannette hubiera elegido para sí misma, su gemela parecía claramente
infeliz. Retraida, con la boca hacia abajo en las esquinas, los ojos tristes y hoscos,
medio escondidos detrás de las gafas de corte cuadrado sobre su nariz.

Y ese fue el panorama más sorprendente de todos. Jeannette todavía llevaba las
gafas de "Violet".

Violet le devolvió el abrazo a su madre por un largo momento, luego se alejó.

-Es bueno verte también. Adrian y yo no te esperábamos hasta unos días después.

La condesa se movió para sentarse en el amplio sofá.

-Bueno, ese era nuestro plan original, pero no ha hecho más que llover en Londres
durante la última semana. Así que decidimos venir temprano y
sorprenderte. ¿Estás sorprendida?"

-Si mucho. Pero gratamente. Déjame llamar para tomar el té y preparar sus
habitaciones. Deben estar cansados de su viaje. -Ella cruzó al campanario.

-Hubo una buena cantidad de surcos en el camino-, se quejó su padre desde donde
estaba sentado en una de las sillas de ala. -Debes recordar hablar con Raeburn
sobre eso. Los carruajes de las personas no pueden traquetear en el camino de ida
y vuelta.

-Como dices, ha sido una primavera húmeda-. Ella sabía de primera mano que
Adrián mantenía su propio camino en excelentes condiciones. Había tenido
equipos de hombres solo unos pocos días antes a llenar los agujeros en el camino
de entrada con tierra, arena y rocas. Decidió no comentar que Adrian no tenía
control sobre las carreteras principales, ya que sabía que su padre solo frunciría el
ceño y se pondría más irritable. Se ponía de esa manera cuando tenía hambre.

-¿Cómo está Londres?-, Preguntó mientras tomaba una silla frente al sofá. -He
estado bastante ansiosa por saber las noticias de todos los acontecimientos.

Jeannette se colocó en silencio junto a su madre. Darrin mantuvo su postura frente


a la ventana, reflexionando hacia afuera.

-La temporada ha tenido un comienzo lento este año, aunque no puedo decir por
qué-, comenzó su madre. -La hija de Hilary Asquith está fuera. La chica de cara de

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suero, no debería pensar que tomará algo. Y la chica DeBrett. Buena complexión,
ojos tolerables, pero esa voz. Señor, cuando ella se ríe, envía escalofríos por tu
espina dorsal. Si su madre es sabia, le aconsejará que mantenga la boca cerrada
hasta que encuentre una buena pareja .

-E Italia. No me has contado todas tus grandes aventuras, Violet.

"Violet" levantó la vista, un brillo extraño chispeó en su mirada.

-Italia fue muy agradable. La tía Agatha te envía saludos.

Y eso fue todo.

¿Qué pasó en Italia? Ella se preguntó. Las primeras cartas de Jeannette desde el
continente habían estado brillando. Entonces Toddy Markham se enteró de la
verdad, y se fue al Continente. No ha habido cartas desde entonces. ¿ Algo Había
ido mal entre ellos? ¿Era esa la razón de la conducta menos que soleada de
Jeannette?

La condesa dio unas palmaditas en la mano de Jeannette.

-Tengo grandes esperanzas para nuestra Violet este año. Varios caballeros parecían
encantados con ella. Y finalmente ha decidió mostrar cierto interés en su
guardarropa. ¿No es este el color más apropiado? -Su madre asintió con la cabeza
hacia la muselina de India con manchas blancas y melocotón que llevaba Jeannette.

-Exquisito-. Forzó una nueva muestra de interés. -¿Qué modista lo realizo?

-Señor sálvame de toda esta conversación femenina-, maldijo su padre, frunciendo


el ceño. -¿Dónde está ese marido tuyo?

-Adrián salió esta mañana con su agente inmobiliario, papá. Para inspeccionar
algunas propiedades de inquilinos, según se. Dijo que trataría de regresar a tiempo
para el té, que creo acaba de llegar.

Un par de doncellas entraron en la sala, llevando dos pesadas bandejas de plata


apiladas con refrescos.

-Sobre el tiempo-, gruñó el conde, animándose al ver la comida.

Darrin se acercó para tomar un plato.

Jeannette aceptó una taza de té y una rebanada de jamón de Westfalia en una


pequeña galleta. Nada mas.

-No tengo hambre-, murmuró Jeannette ante la mirada interrogante de Violet.

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Violet sorbió su propia taza, su estómago se tambaleó ante el aroma de los huevos
rellenos y el pastel de carne fría, que todos los demás proclamaban deliciosos.

Una prueba más, decidió, de que ella podría estar encinta.

Entonces Adrián llegó.

Ella compartió una amplia sonrisa de bienvenida con él. Él se había cambiado de
ropa, vio. Cuando él se inclinó para presionar un breve beso sobre sus labios, ella
captó el agradable aroma del jabón de afeitar que permanecía en su piel.

Él se volvió para saludar a su familia.

Fue primero con su madre, intercambiando un cálido abrazo familiar y palabras de


bienvenida. Luego, le dio la mano a su padre, luego a su hermano. Ambos lograron
arrancarse de sus platos lo suficiente como para obedecer los dictados de los
buenos modales.

Finalmente, se volvió hacia Jeannette.

Adrián dudó, los hombros entumecidos. Violet no creía que nadie más notara su
renuente desagrado.

Jeannette tendió su mano.

Él hizo una reverencia, rápida y superficial.

-Lady Violet.

Si Jeannette escuchó el tono afilado mientras decía su "nombre", no dio ninguna


indicación, su sonrisa era bonita y dulce.

-Su gracia. ¿O puedo llamarte Adrián? Somos hermano y hermana ahora, después
de todo.

-Como quieras, mi señora.

Hecho el deber, aceptó la taza de té que Violet le preparó, y se sentó en el sofá,


frente al que estaba sentada Jeannette y la condesa.

Adrián interpretó al cortés anfitrión, entreteniéndolos a todos. Mientras hablaba,


sonreía y amenizaba, Violet notó que apenas miraba a Jeannette.

Para cuando la señora Litton llegó para acompañarlos a sus habitaciones, se había
formado una línea entre las cejas de Jeannette. Ella podría estar fingiendo ser
Violeta, pero si había algo que Jeannette no podía soportar, era ser ignorada.

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Afortunadamente, Jeannette se mordió la lengua.

Mientras la familia se movía detrás del ama de llaves hacia el pasillo, Jeannette se
deslizó junto a Violet.

-Ven a mi habitación esta tarde-, susurró. -Necesitamos hablar.

Se encontró con los ojos de su gemela por un instante, asintió rápidamente antes de
que Jeannette se alejara.

Una mano familiar se deslizó sobre el hombro de Violet momentos después.

-¿Qué quería ella?-, Preguntó Adrian.

-Hablar conmigo en privado.

-Sin duda ella se irrita por su papel. Tal vez deberíamos simplemente confesarle la
verdad a tu familia y terminar con esta farsa.

Ella se volvió y lo miró.

-No. Todo estará bien, ya verás. Algo sucedió en Italia. Ella es infeliz de una
manera que nunca la he visto.

-Hmm, eso es exactamente lo que me preocupa. Tu hermana es tan mimada y


egoísta como para encontrar la forma de desquitarse. No quiero que arruine este
entretenimiento que has trabajado tan duro en organizar.

-Ella no lo hará. No la dejaré. -Ella apoyó las manos en su pecho. -Te amo. Me
amas. Y nada de lo que ella diga puede arruinar nuestra felicidad.

-No estaría muy seguro de eso, pero esta bien-. Suspiró. -Supongo que ella es tu
hermana, y tendré que resignarme a verla en alguna ocasión.

-Sí lo harás. Y haz tu mejor esfuerzo para no ignorarla por completo. Solo incita su
ira.

-Bueno. Ella merece sentir un poco de ira una y otra vez. -Se inclinó y presionó sus
labios en los de ella, lento y dulce. -Aun así, supongo que debería estar agradecido
con ella.

-¿Por qué?

-Si ella no te hubiera convencido de cambiar de lugar, podría estar casado


con ella ahora-. Exhaló un escalofrío exagerado.

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Ella rio, y le rodeó el cuello con los brazos para acercar su boca a la de ella en otro
largo beso.

Era tarde, la casa estaba tranquila en la noche, cuando Violet golpeó suavemente la
puerta de la habitación de su gemela.

Jeannette se asomó.

-¿Dónde has estado? Pensé que tal vez habías decidido no venir. -Abrió la puerta
de par en par para que Violet entrara.

-Me retrasé-, dijo Violet mientras cruzaba el umbral. -La Señora. Litton necesitaba
discutir los arreglos para el desayuno de mañana. Luego tuve que cambiarme el
vestido de noche.

Se miraron el uno al otro. Ambos llevaban camisones y túnicas, su largo cabello


cepillado y atado con cintas. Eran idénticas a excepción del color de su
atuendo; Violet en azul oscuro, Jeannette en color crema.

Todo eso le trajo recuerdos de los días de su niñez cuando dormían en la


habitación del tercer piso, susurrando juntas después de la hora de acostarse. A
menudo su Nanny tenía que entrar para callarlas por su desobediencia.

Pero ahora eran mujeres adultas, libres de hacer lo que quisieran. Los días de
camaradería de niñas hace mucho tiempo se perdieron.

Jeannette hizo un gesto hacia una silla.

-Siéntate, siéntate. Tengo algo para ti.

Violet se sentó en el borde de la silla y esperó.

-No necesitas traerme nada.

Jeannette hurgó entre algunas de las ropas en su baúl.

-No seas tonta, por supuesto que sí. Quería hacerlo.

-Aquí. -Ella sacó una pequeña caja, atada con una cinta de color jonquil.

Violet se detuvo brevemente, luego lo aceptó. Abrió la caja, para revelar un alfiler
intrincadamente tallado anidado en una tela de terciopelo.

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-Un cameo. Es bonito.

-¿Te gusta?

Recorrió con el dedo un cuadro de diminutos pájaros y flores talladas en el óvalo


de cornalina.

-Es exquisito. ¿Cómo podría no gustarme?.

-Sabía que lo haría.- Jeannette sonrió. -Lo encontré en una pequeña tienda en
Toscana e inmediatamente pensé en ti. Apenas regateé con el tendero por el precio,
solo tenía que tenerlo.

-Bueno, gracias. Es maravilloso. De verdad.- Se levantó y le dio un abrazo a su


hermana. -Lo amo.

-Veamos cómo se ve-. Jeannette abrochó el broche en la túnica de Violet. -Perfecto.

El silencio cayó entre ellos.

-Entonces, ¿ es el regalo por lo que me citaste aquí?- Preguntó Violet después de un


momento.

-Por supuesto. Y para hablar.- agregó Jeannette.

-¿Hablar?

-Sí, ha pasado casi un año desde que nos hemos visto. Pensé que
conversaríamos. ¿No puede una hermana solo querer charlar?

La idea tomó a Violet por sorpresa ya que ella y Jeannette habían dejado de
compartir confidencias nocturnas muchos años atrás.

-Esta bien. ¿Qué deberíamos charlar? Sobre Italia, tal vez? Apenas has mencionado
tu viaje.

Jeannette suspiró.

-No lo he mencionado porque hay poco que decir. Excepto por algunas compras
tolerables, prácticamente no hay nada que hacer allí. La tía Agatha y yo viajamos
alrededor, miramos ruina tras ruina, castillo tras castillo. Comimos alimentos
extraños con nombres extraños como linguini y canelones. La mitad del tiempo,
nos sentamos abanicándonos contra el calor y batiendo el polen de nuestras faldas
de todos los odiosos olivos.

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-Por lo que dijiste en tus cartas, parecías estar divirtiéndote. Pensé que había una
gran cantidad de fiestas y entretenimientos a los que asistir.

-Hubo, y al principio me divertí. Pero la novedad pronto se termino.

-¿No hubo pretendientes fascinantes? ¿Qué hay de ese príncipe que mencionaste?

Jeannette agitó una mano desdeñosa.

-Tenía muchos pretendientes, incluso fingiendo ser tú. Me merodeaban como una
manada de macacos aulladores.

-¿Pero no estabas interesada en ninguno?

-No tengo ningún deseo de quedarme permanentemente en ese invernadero de


país.

-¿Entonces extrañaste Inglaterra?

-Por supuesto que extrañaba Inglaterra.

-¿Y nada más ocurrió?

-¿Qué quieres decir?- Exigió Jeannette, entornando los ojos.

-Toddy Markham. Sé que fue a Italia para encontrarte. ¿Lo hizo?

Su gemela se volvió hacia ella.

-Olvídalo, no vuelvas a mencionar el nombre de ese en mi presencia. Él es un cerdo


despreciable. Él es tan bajo que ni siquiera merece lamer la parte inferior de mis
zapatos. Él ... él ... -Se interrumpió, incapaz de continuar. Una lágrima bajó por su
mejilla.

Violet se apresuró a pasar un brazo por los hombros de su hermana.

-Shh, debes decirme qué hizo para lastimarte. ¿Es por eso que pareces tan
infeliz? No pude evitar notarlo.

Se recostaron juntas en la cama.

-Pensé que me amaba-, gritó Jeannette. -Dijo que no podría vivir sin mí. Luego la
conoció -.Se secó los ojos con el borde de su bata. -La Contessa d'Venetizzo. Una vaca
italiana exagerada. Llegó a una fiesta en la que Markham y yo estábamos
asistiendo, y ella lo sedujo.

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-No entiendo. ¿Por qué cambiaría repentinamente de opinión, porque cambiaría


sus afectos tan abruptamente?

-No sé-, gimió Jeannette. -Porque él es una bestia, una bestia de corazón negro,
hambrienta de dinero. No recuerdo todos los detalles ahora, pero puedo haber
mencionado el hecho de que, como tu, no recibiría casi nada por dote. Y como yo
mismo, no tampoco sería mucho mejor. Aparentemente no se dio cuenta de que los
bolsillos de papá están tan vacíos. Él imaginó una gran dote si nos casáramos. Le
dije que no habría nada. Después de eso, bueno, su ojo comenzó a vagar, y aterrizó
sobre ella.

-Jeannette, lo siento-. Extendió la mano tranquilizadora sobre la de su hermana.

Jeannette se sacudió su toque, se puso de pie.

-Ella es una rica viuda. Joven, y algunos afirman, hermosa -aunque nunca podría
ver la atracción con masas de cabello oscuro y pechos como melones demasiado
maduros. Supongo que a algunos hombres les gusta ese tipo de cosas.

Ella paseó y se calmo.

-Bueno, él puede tenerla, y espero que se hagan el uno al otro completamente


miserables. Espero que ella se canse de él y lo bote a la calle a mendigar con los
mendigos. Y pensar que me entregué a él -, gimió, las lágrimas comenzaron de
nuevo. -Oh, ¿cómo pude haber sido tan tonta?

Violet se movió de nuevo para ofrecer un toque consolador.

-Shh, todo estará bien, ya verás. Con el tiempo, lo olvidarás y encontrarás a alguien
mejor. Alguien a quien ames y que realmente te ame.

-No, nunca habrá nadie mejor. Nada volverá a estar bien nunca más. -Jeannette
sorbió, se sonó la nariz en un pañuelo y sus lágrimas se fueron secando. -Por eso he
tomado una decisión.

-¿Qué tipo de decisión?- Violet se preguntó, de repente cautelosa.

-Las cosas que hice, dejar a Raeburn en el altar, obligándote a cambiar de lugar
conmigo, obligándote a vivir mi vida en mi lugar. Bueno, estuvo mal. Fue el acto
egoísta e inmaduro de una mujer tonta y desesperada. Así que he decidido hacer
las cosas bien.

Jeannette se enderezó, enfrentándose a ella.

-Sé lo terrible que estos últimos meses deben haber sido para ti. Cómo debes haber
sufrido Gestionar un hogar, hacer frente a la sociedad y las exigencias de estar

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casada con uno de los hombres más influyentes de Inglaterra. Sé la tensión que
nuestro engaño ha sido para mí. Solo puedo imaginar la pesadilla que has tenido
que soportar.

-No ha sido tan malo.- Una punzada de advertencia corrió por la espina dorsal de
Violet.

-Oh, no tienes que fingir, no conmigo-. Has hecho un excelente trabajo, fíjate,
asumiendo el puesto de la Duquesa de Raeburn. Lo has hecho tan bien, que incluso
me has sorprendido. Pero es una carga que estoy preparado para levantar de tus
hombros. Ahora estoy lista para cumplir con mi deber, aceptar la responsabilidad
que me correspondía desde el principio.

Las cejas de Violet se arrugaron con creciente incredulidad.

-No creo que lo entienda del todo.

-Estoy aquí para rescatarte, ¿no lo ves? Estoy lista para ser yo mismo otra vez, para
volver. Serás Lady Violet Brantford otra vez, y yo seré Su Gracia, Jeannette
Brantford Winter, Duquesa de Raeburn.

Violet se puso en pie de un salto.

-No, no lo harás.

-Por su puesto que lo hare. Estoy cansada de fingir ser tú. Quiero ser yo misma
otra vez.

-Puede que estés cansada de eso, pero volver a cambiar nunca funcionará. Por un
lado, no estás casada con Adrian, yo sí. Por otro, él lo sabe.

Fue el turno de Jeannette de fruncir el ceño.

-¿Saber qué?

-Sobre nosotras. Sobre tu y yo, y lo que hicimos. Él sabe que cambiamos de


lugar. Él sabe quiénes somos realmente.

-Bueno, ahora no me sorprende que me haya estado mirando de una manera tan
peculiar toda la tarde y la noche. Cuando se molestaba en mirarme, eso es. No
pienses que no me he dado cuenta de la forma en que me ha estado
evitando. Estaba empezando a preguntarme qué había hecho para ofenderlo.

-No es lo que hayas echo-, ella respondió, luchando por controlar su creciente
temperamento. -Es lo que hicimos juntas para engañarlo. Estaba muy enojado
cuando descubrió la verdad. -Ella se estremeció al recordar lo cerca que había

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estado de perderlo. -Estaba furioso, en realidad, como tenía todo el derecho de


estar. Casi terminó nuestro matrimonio, o lo que asumimos que era un
matrimonio. Resulta que no estábamos legalmente casados.

-¿Qué?

-Usé un nombre falso, ¿recuerdas? Tu nombre, que anuló el matrimonio a los ojos
de la ley. Él y yo tuvimos que hacer votos nuevamente para legalizarlo, pero eso no
importa ahora. Lo que debes entender es que Adrian sabe quién soy. Él sabe que
soy Violet.

Jeannette tenía los ojos muy abiertos.

-¿Y Raeburn está dispuesto a mantener esta pretensión?

-Lo convencí de que no revelara la verdad. Oh, Jeannette, solo piensa en el


escándalo. No es correcto avergonzar a nuestras familias, herir a nuestros amigos,
simplemente porque hemos perpetrado una mentira tan escandalosa.

Jeannette reanudó su paseo, una profunda mueca frunciendo el ceño.

-Lo que significa, supongo, que debo seguir viviendo mi vida como tú.

-Y yo como tú. Mantener nuestra mascarada puede no ser la solución más fácil,
pero parece ser la única justa.

-¿Justa? No veo nada justo sobre nada de esto.- El labio inferior de Jeannette se
estremeció. -Nunca te importó nada la sociedad, pero a mi sí. Yo soy quien se
supone que es la duquesa. Soy quien debería ser la dueña de esta hermosa casa. Y
si no hubiéramos intercambiado lugares el día de mi boda, lo estaría. Me parece
que eres tú la que no está siendo justa. No tienes derecho a estar casada con mi
esposo.

Violet se quedó sin aliento.

-¿Tu marido? Estoy casada con mi esposo, el hombre que no querías. El hombre
que tiraste a un lado y lo habrías humillado cruelmente delante de todo Haunt
Ton. Lo traicionaste y lo dejaste por otro hombre. El día que cambiamos de lugar es
el día en que renunciaste a todos los derechos sobre Adrian.

Ella tomo que respirar profundamente antes de poder continuar.

>>Además, ni siquiera lo quieres, en realidad no. Solo quieres su riqueza, su título,


su influencia. Bueno, no puedes tenerlos a ellos o a él. Soy su esposa, la mujer con
la que se casó. La mujer que ama.

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Algo malicioso brilló en la mirada de Jeannette. -¿Estás tan segura de eso? Me


parece que Raeburn estuvo contento por meses, creyéndose casado
conmigo. Incluso ahora apenas puede distinguirnos. Apuesto a que si dejo de usar
estas tontas gafas tuyas, él no nos diferenciaría a ninguna de nosotras de la otra.

La acusación golpeó a Violet como una bofetada dura. Viejas inseguridades, viejas
insuficiencias que volvían a la vida en toda regla. Ella luchó contra las dudas. No es
cierto, se dijo a sí misma, no es cierto en absoluto.

-Él puede distinguirnos-, se defendió, frotando el reluciente anillo de amatista en su


mano izquierda como un talismán. -Adrián sabe quién soy yo. Él me ama .

Su gemela se encogió de hombros.

-Entonces no deberías molestarte por intercambiar lugares conmigo para probarlo.

Violet negó con la cabeza.

-Eso está fuera de cuestión.

-¿Por qué? ¿Te da miedo que tenga razón?- Se burló Jeannette.

-No. Sé que no tienes razón, y ponerlo en un desafío secreto es absurdo,- se


defendió sus palabras mucho más confiadas de lo que ella se sentía. -Está casado
conmigo, y nada va a cambiar eso.

-Quizás no…-, su gemela arrastró las palabras. -Aún así, si fuera su esposa, me
gustaría saberlo. Personalmente, encontraría horrible pasar mi vida
preguntándome si mi marido podría reconocer al verdadero yo. La duda y la
incertidumbre solo me volverían loca.

Violet lo desestimó con una mano al aire.

-Bueno, no necesito tales garantías. Adrian tiene toda mi confianza, y en lo que a


mí respecta, esta conversación ha llegado a su fin.

-Si así lo deseas, pero recuerda que siempre puedes cambiar de opinión.

-No lo haré.

Temblorosa y medio enferma, Violet huyó de la habitación. Al final del pasillo,


encontró una silla y se sentó durante un largo rato mientras luchaba por
recomponer sus emociones. Solo cuando su respiración era pareja, y su cuerpo dejo
de temblar, se dirigió a la cama.

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Adrián estaba dormido. Se quitó la bata, el camafeo que ya no quería aún estaba
abrochado en su frente. Y se deslizó a su lado, rezó para que no se despertara.

Momentos después, su brazo se curvó sobre su cintura por detrás, colocándola


contra él como una cuchara. Presionó un beso soñoliento en su cuello.

-Lo siento, me quedé dormido. ¿Cuánto tiempo demoraste?

-No lo sé, un momento.- Violet pasó una mano por su antebrazo, y se acurrucó más
cerca de su calor. -Vuelve a dormir. Hablaremos por la mañana. -Cerró los ojos, se
obligó a dormir, sabiendo que no lo haría.

-¿Qué quería Jeannette?

Sus ojos se abrieron. Ella obligó a su cuerpo a no tensarse ante su pregunta.

-Ella ... ella me dio un regalo.

-¿Qué tipo de regalo?

-Un cameo. Carnelian. Es bastante encantador. Ella me contó sobre su tiempo en


Italia. Es ... infeliz. Aparentemente Toddy Markham la sedujo y luego se escapó
con otra mujer. Una rica viuda italiana, una contessa.

-Sinvergüenza-, juró Adrian. -No sé cómo pudé haberlo considerado un amigo. Si


pone un pie en Inglaterra otra vez, me ocuparé de que esté expuesto por lo
sabandija que es. Un hombre como él no debería ser tolerado en una sociedad
educada.

-Afortunadamente, nadie sabe que ella estuvo involucrada con él. Por favor, no le
menciones que te lo dije.

-No te preocupes, no voy a decir una palabra.

Un largo momento de silencio cayó entre ellos.

-¿Algo más?-, Preguntó.

Ella consideró la pregunta. ¿Debería ella decirle? ¿Revelar su discusión con


Jeannette? ¿Divulgar la demanda irracional y audaz de su gemela para
intercambiar lugares nuevamente así Jeannette pueda ser su duquesa? No, solo lo
enojaría. Él podría enfrentarse a su hermana. Y comenzaría una terrible disputa
que no haría más que avergonzar a la familia, hacer que esta visita entre ellos sea
imposible de soportar. Mejor permanecer en silencio sobre el tema, incluso si
hacerlo fuera equivalente a una mentira.

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Capítulo Veintitrés

Debido a un clima inusualmente cálido, Violet decidió trasladar el almuerzo de la


tarde al jardín del este. Las mesas cubiertas de tela habían sido arregladas para
permitir una agradable vista del jardín y el lago azul cristalino más allá. Los
árboles circundantes proporcionaban parches de sombra, ramas extendidas verdes
y llenas de tiernas hojas jóvenes.

Todos los invitados a la fiesta habían llegado. Además de varios miembros de la


familia, la madre de Adrian y dos de sus hermanas, sus maridos e hijos, varios
amigos habían viajado desde Londres para unirse a la fiesta. El amigo de Adrian,
Peter Armitage, estaba entre ellos.

Violet le agradeció amablemente una vez más por el uso de su casa la primera
noche de su luna de miel con Adrián. Con los ojos verdes centelleando, Armitage
pronto la hizo reír y ruborizarse por sus comentarios descarados. Eventualmente,
el deber la alejó para conversar con sus otros invitados.

Había considerado invitar a Eliza Hammond, junto con su tía y su primo, pero
temía que pudiera provocar demasiados comentarios curiosos. Era un hecho
reconocido que Jeannette y Eliza nunca habían sido más que corteses
conocidas. Tenerla aquí en la casa como amiga especial levantaría más de una ceja.

Entonces, por supuesto, estaba Jeannette. Esperar que ella, en su papel de Violet,
fingiera estar cerca de Eliza, esperaba francamente demasiado. Y Violet había
trabajado demasiado duro para restablecer su amistad con la otra joven para
permitir que su hermana interfiriera con eso una vez más.

Una brisa refrescante estaba jugando en el aire cuando Violet les indicó a todos que
se reunieran para que comenzara la comida. Cuando se volvió para seguirlos, su
gemela salió de la casa y se dirigió hacia ellos caminando por el césped.

La llegada tardía de Jeannette no la sorprendió en lo más mínimo. La apariencia de


su gemela sí.

Su cabello combinaba, peinado hacia arriba en un elegante remolino dorado, con


unos pocos zarcillos que quedaban enrollados sobre cada pómulo. Peor aún, sus
vestidos se veían iguales, o casi. El corte y el estilo, incluso el del color verde pálido
de Violet, el vestido verde de Pomona, era prácticamente idéntico al que llevaba su
hermana. Pero lo peor de todo fueron las gafas faltantes. Sin ellas, los ojos color

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océano de Jeannette brillaban como una imagen espejo de los suyos. El pícaro
brillo en la mirada de su gemela era la única distinción visible entre ellas.

No se habían vestido igual desde que tenían diez años, cuando su madre las había
preparado para una fiesta como un par de muñecas de porcelana.

¿Cómo lo había logrado Jeannette? Violet se preguntó. ¿Sobornó a una de las


doncellas, tal vez?

Miró por la ventana y luego corrió a perfeccionar un conjunto idéntico?

Violet frunció el ceño severamente.

-¿Qué estás haciendo?

-¿Qué quieres decir?- Jeannette sonrió, una imagen de inocencia.

-Sabes exactamente a qué me refiero.

-Oh, el vestuario? Pensé que sería divertido. -Jeannette inclinó la cabeza. -No
voltees ahora, pero aquí vienen Raeburn y su amigo.

Lentamente, con un temor que la golpeaba como un conjunto inquieto de dedos,


Violet se giró. Ella se puso de pie, y hombro a hombro con su hermana.

Adrián continuó hacia caminando, con una sonrisa en su rostro. Esta se desvaneció
cuando se acercó. Él se detuvo. Dudando La pregunta de qué hermana eran clara
para el sus características.

Violet le sonrió, cálida y acogedora.

Jeannette hizo lo mismo.

Sus ojos la recorrieron, por encima de Jeannette, y luego a través de ella una vez
más.

Silenciosamente, Violet deseó que él la reconociera, que la eligiera. Pero su


incertidumbre se mantuvo. Ella miró, consciente de que estaba a punto de
tomar una decisión. ¿Qué pasaba si él se equivocaba? ¿Qué si él eligia a su gemela?

Abruptamente, ella extendió una mano, y dio un paso adelante.

-¿Tienes hambre, cariño? La comida huele deliciosa incluso desde aquí.

Su alivio era obvio, la tomó del brazo, y colocó su mano sobre la suya.

-De hecho lo hace. Estoy famélico.

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Caminaron hacia las mesas.

Armitage se adelantó para acompañar a Jeannette.

-¿Qué está tramando?- Preguntó Adrian una vez que él y Violet estaban fuera del
alcance del Jeannette.

-Solo era una broma-, le aseguró. -No es nada.

Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Otra capa de duda se plantó en su mente
como una semilla bien regada. Justo como había querido Jeannette.

Tres días más tarde, en la mañana del baile, Violet golpeó ligeramente la puerta de
la habitación de su hermana.

Se abrió una rendija. Jeannette se asomó.

-¿Estás sola?

Jeannette asintió.

Violet entró por la fuerza.

-Está bien-, dijo con prisa. -Lo haré.

Cerrando la puerta, su gemela se adentró en la habitación, con una ceja dorada


muy arqueada.

-¿Hacer qué?

Violet apretó sus manos juntas.

-Voy a intercambiar lugares contigo. Pero solo para el baile de esta noche. Cuando
regresemos arriba, todo estará como estaba. Seré la Duquesa de Raeburn otra vez y
tú serás Lady Violet. ¿Entendido?

-Oh, completamente-. Jeannette sonrió como un gato con la boca llena de plumas. -
¿Qué te hizo cambiar de opinión?

-Sé que Adrian puede distinguirnos. Es solo que ... quiero que este asunto se
resuelva y no queden dudas, eso es todo .

-¿Y si falla la prueba?"

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-No va a fallar-, dijo Violet, sus palabras enfáticas.

Si tan solo ella estuviera realmente tan segura.

El salón de baile brillaba con la luz de cientos de velas de cera de abejas. En el aire
flotaban animadas corrientes de música mientras las parejas se balanceaban al
compás de la melodía de la orquesta.

Violet se mantuvo al margen, el mundo enfocado a través de las gafas una vez más
en su rostro. Qué extraño se sintió usar sus gafas en público una vez más. Qué
extraño se sintió ser ella misma otra vez. Sin embargo, ya no lo era.

Esta noche parecía un sueño. O más bien, una pesadilla. Desde el momento en que
bajó, vestida con el vestido color lavanda que Jeannette había planeado usar para
la fiesta de esta noche, nada había salido como debía.

La mayoría de la familia se había reunido en el vestíbulo, compartiendo unos


minutos de conversación antes de tomar sus lugares en la línea de recepción para
saludar a los huéspedes que llegaban. Violet esperó, silenciosa, casi invisible de
nuevo como una vez había sido. Nadie notó el cambio entre ella y
Jeannette. Incluso la Sra. Litton cruzó para consultar con su hermana acerca de un
detalle de última hora para la fiesta, completamente inconsciente de que estaba
tratando con la mujer equivocada.

Luego apareció Adrian, dominando todas las miradas mientras bajaba las
escaleras. Orgulloso y bello, se movía como un príncipe oscuro, resplandeciente de
negro. Su corbata de lino, su camisa, sus medias y sus guantes, estaban blancos
como la nieve; el único toque de color era un alfiler de esmeralda que parpadeaba
como un gran ojo de gato verde en su paño del cuello perfectamente atado. Uno de
sus regalos de cumpleaños para él.

Ella puso una mano sobre el otro presente, enclavada en paz y seguridad dentro de
su vientre. Ella estaba segura ahora. Cuando llegara el invierno, ella traería al hijo
de Adrian al mundo. Su heredero si fuera un niño. El conocimiento la dejó
aturdida de felicidad y emoción.

Mientras se acunaba con el maravilloso secreto, olvidó por un momento lo que


había hecho. Que ella había intercambiado lugares con su gemela. De nuevo.

Adrián se adelantó.

Ella esperó a que él viniera a ella, a besarla a ella, a su esposa.

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Él pasó junto a ella y tomó la mano de Jeannette, rozando sus labios con los
nudillos de su hermana, un beso en su suave mejilla. Jeannette sonrió, murmuró
algo que lo hizo reír.

La bilis ardía dentro de la garganta de Violet, hirviendo y en carne viva. Él no la


conocía. Después de todo lo que habían compartido, todo lo que habían pasado
juntos, ¿cómo podía él no reconocerla? ¿Cómo no podía ver la verdad mirándola
desde solo unos pocos pies de distancia?

Después de eso, la noche solo empeoró.

Los invitados llegaron, la fiesta comenzó, todo funcionaba como un reloj bien
enrollado. Los elogios que deberían haberle sido ofrecidos se le dieron a
Jeannette. Su hermana sonrió con jactancia como si ella misma hubiera hecho todos
los arreglos.

Amarga, Violet soportó, atormentada por el conocimiento de que ella había traído
todo esto sobre ella misma. Nunca debería haber dejado que Jeannette le
convenciera para que hiciera el intercambio. Nunca debió haber permitido a su
hermana suscitar dudas e inseguridades y convencerla de este negocio
insensato. Pero ella necesitaba satisfacer su curiosidad.

Ahora estaba satisfecha.

Adrian había fallado.

Su marido y su hermana pasaron volando, tomados del brazo. Jeannette lucía


elegante y vivaz con el vestido dorado que se suponía Violet llevaría esa noche. Y
Adrián, querido Adrián, el hombre al que amaba más que a la vida, no tenía ni
idea, había sido engañado una vez más.

Incapaz de mirar por más tiempo, se volvió y salió corriendo del salón de baile.

Algo no estaba bien, pensó Adrian.

Toda la noche, una perturbadora corriente subterránea había estado tarareando


dentro de él. Una inquietud que hizo que los diminutos vellos de la nuca se le
erizaran a intervalos irregulares.

En la superficie, la fiesta era todo lo que debería ser. Un magnífico lugar lleno de
invitados que se divertían mientras comían, bebían, bailaban y conversaban entre
sí. Inicialmente, había tenido reservas sobre la celebración de la fiesta y el baile,

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pero Violet había llegado, haciendo un trabajo espléndido. Lady Jersey, o


cualquiera de las demás patronas de la Sociedad, no podría haberlo hecho mejor.

Sabía que Violet había decidido llevar a cabo el evento para demostrar que sus
capacidades de duquesa, aunque, por lo que a él respectaba, no tenía necesidad
alguna. La amaba y admiraba exactamente como ella era. Sin embargo, estaba
contento de que esta noche hubiera sido un gran éxito. El logro le daría
exactamente el tipo de impulso de confianza que necesitaba y merecía.

La miró mientras bailaban el vals alrededor de la habitación. El extraño picor en la


parte posterior de su cuello regresó con toda su fuerza. Él la miró a los ojos, ojos
que solían brillar con la profundidad y el resplandor de un mar cálido y
soleado. Solo que esta noche esa calidez faltaba. Sus ojos no son más que un
atractivo esmalte de color, toda la superficie sin ninguna intensidad subyacente.

El picor empeoró, el extraño zumbido interno que había sentido toda la noche
cambiando a una frecuencia más alta.

Un pensamiento apareció en su mente, uno que descartó al instante. Luego volvió


otra vez, golpeando como un puño en una puerta.

-Querida-, dijo, su tono deliberadamente suave y uniforme, -¿Aun no te he


felicitado esta noche? Es un triunfo.

-La Señora Litton hizo casi todo el trabajo, pero me alegra que estés feliz. ¿Tu
cumpleaños es lo que esperabas?

-Eso y más.

Su mano izquierda descansaba sobre su pecho. Levantó la mano y la cubrió con la


palma de la mano. Él frotó su pulgar sobre la amatista que llevaba en su dedo
anular.

-¿Recuerdas cuando te di esto?-, Preguntó, su voz sedosa, íntima.

Sus labios se curvaron hacia arriba en una dulce sonrisa.

-Por supuesto.

-¿Recuerdas cuando fuimos juntos a Rundell y Bridge para elegirlo? ¿Cómo te


enamoraste de él en el momento en que lo viste?

-Fue muy romántico. ¿Cómo podría olvidarlo?

Jeannette.

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Dios mío, ella era Jeannette, haciéndose pasar por su esposa.

Las gemelas habían cambiado de lugar de nuevo.

Lo que significaba que Violet, en la peor de las ironías, se retrataba a sí misma esta
noche. La ira rugió a través de él como una explosión de un horno de fuego.

-No podrías olvidarlo-, susurró entre dientes, -porque no hay nada que puedas
olvidar. Nunca sucedió. - Apretó la mano de Jeannette.

Ella soltó un pequeño grito.

-Has sido atrapada en tu propia mentira-, dijo. -Violet no eligió este anillo. Lo elegí
por ella. Y en el momento en que se lo di, no estábamos cerca de Londres.

Jeannette jadeó, tratando de alejarse.

Él la abrazó fuerte.

-Oh, no, Jeannette, no vas a ir a ningún lado. Terminaremos este baile como si nada
pasara, entonces vendrás conmigo.

Ella se erizó, pero dejó de luchar. Sus hombros se desplomaron mientras


continuaban su baile.

Cuando terminó, la sacó de la pista de baile.

Adrian escudriñó a la multitud en busca de Kit, quien había regresado esa mañana
para asistir al baile y celebrar el cumpleaños de Adrián. Lo localizó sin una gran
dificultad.

Kit se quedó de pie al margen flirteando con la hija mayor de los Lyles, una
hermosa morena que acaba de salir de la escuela. Ella soltó una risita ante algo que
Kit dijo y agitó su abanico.

-Señorita Lyle-, dijo Adrian, -disculpe por la intrusión, pero necesito un momento a
mi hermano.

-Oh, por supuesto-. La chica miró con curiosidad al trío familiar.

Cuando ella se fue, Kit se giró, una leve molestia oscureció sus facciones.

-Espero que esto sea importante. La señorita Lyle y yo estábamos haciendo planes
para encontrarnos en el pueblo mañana.

Adrian llevó a su hermano y a Jeannette a un rincón tranquilo.

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-Tus planes pueden esperar. Tengo otra tarea para ti. Kit, conoce a tu cuñada,
Jeannette. La verdadera Jeannette.

Los ojos de Kit se agrandaron.

-Obsérvala. No la pierdas de vista.

Kit se cruzó de brazos y lo miró.

-No te preocupes. Ella no irá a ningún lado.

-Bueno. Ahora solo tengo que localizar a mi esposa y ponerle algo de sentido
común.

Adrián se alejó, se detuvo de repente y volvió sobre sus pasos. Sin siquiera una
despedida, agarró la mano izquierda de Jeannette y retiró los anillos de su dedo.

-Estos-, le dijo, -no te pertenecen. Nunca los uses de nuevo. -Se los metió en el
bolsillo y se fue.

Violet se enjugó una lágrima por el rabillo del ojo y tragó un soplo de aire fresco de
la noche. El aroma de lilas flotaba a través del jardín en una dulce y suculenta
nube.

Debería regresar al salón de baile, lo sabía, antes de que alguien notara que había
desaparecido.

La tarde se estaba haciendo noche. Solo un par de horas más que soportar,
entonces todo volvería a ser como cuando despertó esta mañana. Ella y Jeannette
volverían a ocupar sus lugares y nadie más lo sabría.

Solo que ella lo haría.

Ella sabría la verdad, y ese conocimiento seguramente la perseguiría por el resto de


su vida. Su esposo, el hombre que amaba por encima de todo, no podía
distinguirla de su gemela. Declaró que la adoraba, dijo que la entendía, que la
conocía como solo podía hacerlo un amante, y aún así había sido engañado.

¿Era ella realmente tan intercambiable? ¿Tan genérico? ¿Tan prescindible?

¿Adrián, a pesar de todo lo que dijo, estaría igual casado con Jeannette? En el
fondo, ella sabía que él no lo haría. Aun así, quedaba una duda, junto con el
evidente golpe a su orgullo.

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Pero eso también sanaría a tiempo. Ella continuaría con su vida, su matrimonio, y
dejaría este pequeño asunto a un lado. Ella aprendería a olvidar. No serviría de
nada hurgar en él como una costra sobre una úlcera supurante. Ese camino no
conduciría a nada más que a un desastre, envenenando todo lo que era bueno y
honesto sobre su amor por él.

Adrián era su esposo. Siempre sería su marido, se recordó a sí misma. Su


compañera y amante, el padre del niño que ella llevaba y, si Dios quiere, todos los
demás por venir.

Ella estaría contenta, feliz, a pesar de lo que ahora sabía.

Se puso el chal sobre los hombros y se resignó a regresar a la fiesta. Un sonido


suave de pasos crujiendo en la grava la hizo mirar hacia arriba.

Adrian.

Ella casi corrió hacia él, necesitando desesperadamente ser abrazada.

En cambio, conservó su asiento en el banco de piedra, dolorosamente consciente de


que él creía que era su hermana.

-Buenas noches, su Gracia. ¿Qué le trae a los jardines a esta hora tan tardía?

Se dejó caer junto a ella y estiró sus largas piernas.

-Lo mismo que a tu, me imagino. Un soplo de aire fresco, unos minutos fuera de
tanta multitud. - Volvió la cabeza. -Aunque prefieres multitudes, según recuerdo.

Jeannette, se recordó a sí misma, se suponía que debía ser Jeannette.

-Las amo-, mintió. -Pero una fiesta se vuelve tediosa cuando uno no puede
comportarse como uno desearía. Violet dice que sabes la verdad, sobre ella y yo,
cierto.

-Hmm, de hecho lo hago.

-También dice que estabas terriblemente enojado con ella cuando te enteraste, pero
ahora la has perdonado-. Hizo una pausa. -¿Me has perdonado también?"

Sus dientes blancos brillaron en las sombras.

-Todavía lo estoy decidiendo.

-Bueno, no importa. Me alegra que tu y mi hermana estén tan felices juntos.

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-¿Lo estas? Pensé que quizás podrías sentir un poco de envidia, considerando todo
lo que dejaste pasar cuando decidiste no casarte conmigo.

-Para nada-, dijo con una risa forzada. -Tú y ella están mucho mejor juntos. Solo
lamento no haberme dado cuenta antes.

-¿Antes como el día de nuestra boda, quieres decir?"

-Sí.

-Sin duda tienes razón.- Miró al otro lado del jardín por un momento, luego giró la
cabeza, se encontró con sus ojos. -Aunque en ocasiones todavía me pregunto...

-¿qué te preguntas?

Se movió unos centímetros más cerca.

-¿Qué hubiera pasado si tú y yo hubiéramos hecho todo como estaba planeado?-


Su voz se volvió suave y ronca. -Si tú y yo fuésemos marido y mujer ahora. ¿No
tienes curiosidad alguna vez?

Un bulto se formó dentro de su garganta. ¿Qué estaba diciendo? ¿Seguramente no


podría querer a Jeannette?

-No-, dijo con apuro, -en lo más mínimo.

-¿De Verdad? Siempre me pareciste salvaje, apasionada. -Él deslizó sus brazos
alrededor de ella, la acercó. -Tú y tu hermana son parecidos de muchas
maneras. Me hace pensar en quien realmente eres. Tal vez deberíamos
experimentar y descubrir.

Él bajó su boca a la de ella, pero ella giró su cabeza, evadió su beso. Ella apretó un
codo entre ellos para detenerlo. Pero él era demasiado fuerte y segundos después
la arrastró sobre su regazo.

-No-, lloró, su corazón se rompió en mil pedazos. -No.

Él aplastó su boca contra la suya, ordenándola, inclinándola a su voluntad. Un


nudo de agonía se retorció dentro de su pecho. Por más que intento resistirlo, no
pudo. Ella lo amaba, lo deseaba aún. Por un momento, ella se rindió y dejó que le
tomara la boca. Su lengua entró para sorber como una abeja recolectando néctar.

Finalmente, ella reunió la fuerza suficiente para alejarlo.

-Para-, sollozó en un áspero gemido, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. -
Detente.

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-¿Por qué? ¿Que esta mal mi amor? ¿No te gusta besar a tu marido? - Él deslizó los
labios sobre sus mejillas húmedas, acarició con su boca un punto especialmente
sensible detrás de su oreja izquierda.

Ella se estremeció ante la sensación, el placer corriendo a través de ella. Entonces


sus palabras se aclararon en su mente.

-Q-qué-, tartamudeó. -¿Qué dijiste?

Él se echó hacia atrás, lo suficiente como para mirarla a los ojos en la oscuridad
iluminada por la luna.

-Escuchaste lo que dije, Violet. - Él la sacudió, su mandíbula tensa por la ira. -Sí, te
reconozco. ¿Pensaste que no lo sabría? ¿Exactamente cuánto tiempo se supone que
esta farsa continuaría?

-Esta noche. Solo por esta noche durante el baile. Cuando todos subiéramos las
escaleras por la noche, cambiaríamos otra vez.

-Y se reirían juntas primero por haberme engañado otra vez.- Él la colocó en su


regazo sin demasiada gentileza.

Ella envolvió una mano alrededor de su brazo para evitar que la echara.

-No, no es nada de eso. No quería hacerlo. Es solo que Jeannette dijo que no podías
distinguirnos y yo ...

-¿Tu que? ¿Tú la creíste? ¿Te preguntaste en alguna parte profunda de ti si ella
podría estar en lo cierto?

Repentinamente avergonzada, bajó los ojos.

-No parecías saber quién de nosotros era el día del picnic cuando ella ... cuando se
vistió deliberadamente como yo.

-¿Y por eso, decidiste volver a mentirme?-, Tronó.

-Estaba mal. Me di cuenta de que estaba mal, pero tenía que saberlo.

-¿Saber qué?- Él puso sus manos sobre sus hombros. -¿Sabes que te veo como un
individuo y no como un duplicado de tu hermana? ¿Que te aprecio solo a ti? Que
puedo mirarte a los ojos y decir la diferencia entre ti, la única mujer que amaré
alguna vez, y tu hermana, una mujer que nunca me hubiera hecho feliz. ¿Es eso lo
que querías saber?

Ella asintió, una nueva lágrima de vulnerabilidad corriendo por su mejilla.

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Se limpió la humedad con su pulgar.

-Violet, ¿por qué no puedes confiar en mí? Créeme cuando te digo que te amo y no
quiero a nadie más?

-Te creo. Lo haré de ahora en adelante. Es solo ...

-¿Solo?

Su voz bajó cercano a un susurro.

- Nadie me ha elegido sobre ella. Toda nuestra vida fue siempre la primera, luego
yo. Incluso tú originalmente no me elegiste. Sin saberlo, terminaste conmigo esa
primera vez en la iglesia.

-Bueno, lo supe cuando terminé contigo la segunda vez.- Él la envolvió en sus


brazos. -Te elegí a ti. A ti, a quien reconozco como mi amor, mi único amor. Y lo
hago sabes. Podría reconocerte con los ojos vendados si la necesidad me dicta que
lo haga.

Ella sonrió cuando las últimas lágrimas se secaron.

-¿Crees que sí? Entonces, ¿qué te tomó tanto tiempo esta noche?

-Tienes que darle a un hombre un par de maniobras cuando deliberadamente te


propongas engañarlo. Ustedes dos son gemelas, después de todo.

Ella puso una mano sobre su corazón.

-No quería engañarte. Quería demostrarle a Jeannette que nos puedes distinguir. Y
pasaste la prueba de la manera más admirable.- Hizo una pausa por un momento
y luego señaló con el dedo su pecho mientras lo recordaba. -¿Y qué hay del truco
que me jugaste? Haciéndome creer que estabas seduciendo a mi hermana.

-No fue algo que no merecieras después de intentar de nuevo engañarme-. Él


frunció el ceño. -Hablando de eso, será mejor que nunca más vuelvas a jugar ese
pequeño juego de cambio.

-Te juro que nunca, nunca volveré a mentirte. Jeannette y yo hemos terminado de
intercambiar lugares, tienes mi voto más solemne. Lo digo en serio, Adrian. Nunca
más volveré a engañarte sobre esto o cualquier otra cosa .

-Te voy creer eso-. De lo contrario, puedo recurrir a mi método original de castigo.

-¿Que era?...

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-Zurrar tan fuerte tu trasero que no podrás sentarte durante una semana. De
hecho, creo que podría darte unos cuantos golpes ahora solo por si acaso. -Él tiró
de ella hacia él como si realmente tuviera la intención de seguir adelante con su
amenaza.

-No-, gritó ella. -Podrías lastimar al bebé.

Él se detuvo.

-¿Bebé? ¿Qué bebé? - Sus ojos se ampliaron-. ¿Estás embarazada?"

Su rostro se iluminó y ella asintió.

-Iba a decírtelo más tarde esta noche.

El dio un fuerte grito, se puso de pie y la tomó en sus brazos. Él la hizo girar en
amplios círculos hasta que ambos se rieron y se marearon.

-Supongo que eres feliz-. Ella sonrió, con los brazos alrededor de su cuello.

-Lo soy y ¿Tú?

-Igual.

Ella le sonrió. Él le devolvió la sonrisa, los dos comportándose como un par de


tontos enamorados. La besó largo y profundo, hasta que ambos quedaron sin
aliento.

-Tendremos que contarle a la familia-, afirmó cuando se había recuperado lo


suficiente como para hablar. - Maman estará encantada.

-Quizás deberíamos quedárnoslo por un tiempo más. Recien me acabo de enterar.

Sacudió la cabeza.

-No. No más secretos, no más mentiras, sobre nada. -Él la hizo ponerse de pie,
luego la agarró de la mano y la atrajo hacia sí.

-Adrian, ¿qué estás haciendo? ¿A dónde me llevas?

-De vuelta a la fiesta".

-Pero no podemos ir, no juntos. Todos piensan que soy Violet .

-Eres Violet.

-Sabes a lo que me refiero. Se supone que te casaste con Jeannette.

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Él se detuvo, se volvió hacia ella.

-Bueno, no estoy casado con Jeannette y estoy cansado de que el mundo piense que
lo estoy. Oh, casi lo olvido. -Se metió una mano en el bolsillo. -Aquí, ponte esto.

En la palma de su mano yacían los anillos que le había quitado a Jeannette, el oro y
las gemas brillaban débilmente a la luz de la luna.

-Pero no puedo.

-Por supuesto que puedes. Son tus anillos. Póntelos y júrame que nunca te los
quitarás de nuevo.

Su mano temblaba, flotando.

-No deberíamos hacer esto.

Él la miró a los ojos.

-Sí, deberíamos. No más juegos, eso es lo que me prometiste esta noche.

-¿Pero qué pasa con nuestras familias? ¿Nuestros amigos? ¿Qué hay de tu carrera?

-¿Que carrera? Soy el duque de Raeburn, no tengo una carrera.

-Tu carrera política. Tus aspiraciones de algún día ocupar altos cargos en el
gobierno.

Soltó un aliento exasperado.

-No tengo aspiraciones políticas, no tengo interés en ningún cargo, ya sea alto o
bajo. ¿De dónde se te ocurrió una idea tan absurda? -Levantó su otra mano. -No,
espera. Déjame adivinar. Mi madre.

-Dijo que tu sueño era ascender en la Cámara de los Lores, tal vez incluso
convertirte en Primer Ministro algún día.

-Dios no lo quiera.- Él se estremeció. -La política ha sido durante mucho tiempo el


sueño de mi madre para mí, no el mío. Mi querida mamá significa mucho para mí,
pero en este punto ella está completamente equivocada. Por favor, nunca más creas
esas falsas sugerencias, por nuestro bien.

-Entonces, ¿realmente no quieres ser primer ministro?"

-No. Lo más enfáticamente posible jamás. -El arqueó una ceja. -¿Me has estado
protegiendo, verdad?

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Ella asintió.

-Quizás un poco.

-Bueno, no necesitas molestarte, no en este punto. Y la próxima vez que tengas una
pregunta sobre mis sueños, solo pregúntame. Te diré si son realmente míos o no. -
Sacudió su mano. -Ahora vuelve a ponerte tus anillos.

Ella hizo lo que le dijo, sintiéndose bien y completamente ella misma por primera
vez en mucho tiempo. Ella levantó los ojos hacia él.

-¿Estás seguro?

-Completamente.- Él dejó caer un beso en sus labios. -Pase lo que pase, recuerda
que te amo.

Ella capturó su cara en sus manos.

-Y también te amo. Tanto, Adrian, muchísimo.

Después de un último beso, caminaron tomados de la mano al salón de baile.

Dentro encontraron a Jeannette sentada a lo largo de la periferia de la habitación,


con el labio inferior sobresaliendo en un mohín infeliz.

Kit ocupaba la silla junto a ella, balanceando un pie elegantemente calzado al ritmo
de la música, mientras alejaba alegremente a los posibles compañeros de baile que
se acercaban a su cuñada con la esperanza de acompañarla al salón de baile.

Acababa de enviar a otro hombre a volar cuando Adrian y Violet se acercaban.

-La encontraste, ya veo-, dijo Kit, mirando a través de la pareja. -¿Y?

-Ya casi todo se ha resuelto. Sólo queda un último asunto. -Adrian le tendió la
mano a Jeannette. -Mi señora, si desea, ser tan amable de venir con su hermana y
conmigo.

Jeannette se cruzó de brazos y alzó la barbilla.

-No veo por qué debería hacerlo, no después de tu abominable trato hacia mí. Irte
y dejarme prisionero de este cachorro insolente.

-¿Cachorro? ¿A quién llamas cachorro?- El pie que Kit había estado balanceando
golpeó el piso cuando se enderezó abruptamente.

-A tu, perro faldero.

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-Basta-, ordenó Adrián, silenciando al par de alterados. Le lanzó una mirada feroz
a Jeannette. -Ahora, ven con nosotros de buena gana o a la fuerza. La elección
depende completamente de ti. Pero sé que, de cualquier forma, vendrás con tu
hermana y conmigo.

-¿Para hacer qué?-Jeannette desafió.

-Pronto lo sabrás.

Se produjo una pequeña y silenciosa batalla de voluntades. Justo cuando parecía


que tendría que recurrir a la fuerza, Jeannette se puso de pie y se puso a caminar
junto a él y Violet. Adrian los condujo al frente del salón de baile, indicando a los
músicos que se detuvieran.

-¿Qué está haciendo?-, Susurró Jeannette en voz baja a Violet.

Pero Violet no tuvo tiempo de responder cuando Adrian la apartó. Los alineó a los
tres, una gemela a cada lado de él, una mano en cada uno de sus brazos.

Toda la multitud reunida volvió sus ojos hacia el trío.

Visualmente, Violet localizó a sus padres, a su hermano, a los miembros de la


familia de Adrian, incluida su madre, quienes observaron con leve interés y
curiosidad. Kit estaba parado a un lado, con una expresión de gran expectación en
su rostro.

-Damas y caballeros-, comenzó Adrián, -gracias por asistir a la celebración de esta


noche. Es un placer tenerlos en nuestro hogar. Espero que cada uno de ustedes
tenga una velada agradable. Hay un pequeño anuncio que me gustaría hacer, un
asunto de cierta importancia que por mucho tiempo ha necesitado
corrección. Como saben, todo el mérito de las festividades de esta noche, de hecho
toda la semana de espléndida actividad, le pertenece a mi esposa. Una mujer que
admiro, respeto y amo profundamente.

Violet alzó los ojos, se encontró con los de él y la besaron cálidamente. Ella le
apretó el brazo, pidiendo en silencio, una comunicación íntima si estaba
completamente seguro de que quería continuar.

La mirada que regresó confirmó que lo hacia, sin reservas ni miedo.

Ella se recuperó, sacando fuerza de su confianza.

Él reanudó su discurso.

-Lo que no saben es que la mujer que han asumido como su anfitriona esta noche
no es mi esposa.

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Un murmullo se elevó de la multitud.

Jeannette soltó un chillido y trató de alejarse. Él la sostuvo firmemente en su lugar.

-La mujer a la que han estado felicitando esta noche es en realidad mi cuñada, lady
Jeannette Brantford.

Más murmuraciones, esta vez con evidente desconcierto.

-No los culpo por estar confundidos. Sé que muchos de ustedes asistieron a mi
boda, fueron testigos de la ceremonia en la que parecía casarme con Lady
Jeannette. En realidad, me casé con otra mujer.

Él tomó la mano de Violet, fría por los nervios, y dio un paso adelante.

Él liberó a Jeannette, quien retrocedió y se fue.

-Mi esposa-, anunció, -la mujer con la que me casé, la mujer que amo y estoy
orgulloso de reclamar como mía, Violet Brantford Winter.

Un caos de exclamaciones frenéticas estalló.

Por encima de todo se levantó un gemido penetrante.

La mirada de Violet voló a través de la habitación a tiempo para ver a su madre


desmayarse y ser atrapada en los brazos de su padre. Quien bajó la forma postrada
de su madre al suelo en un charco de seda y plumas. Un par de sus amigas se
apresuraron a avanzar, armadas con abanicos y pañuelos.

-Podrían preguntarse cómo todo esto es posible-, continuó Adrián con voz
potente. -Es bastante simple en realidad. Las gemelas cambiaron identidades, y sí,
me engañaron incluso por un breve tiempo. Pero para entonces ya era demasiado
tarde. Mi corazón había sido capturado por la mujer más maravillosa que he
tenido la buena fortuna de conocer. -Sus ojos buscaron los de ella, y por un
momento Violet olvidó el tumulto a su alrededor, feliz y segura dentro de su amor.

Intercambiaron sonrisas.

Luego volvió una vez más a los invitados reunidos.

-Y hay un anuncio más que nos gustaría compartir, uno para el cual espero que nos
deseen felicidades. En esta noche, mi esposa me informó que vamos a tener un
hijo. -Deslizó un brazo sobre los hombros de Violet, y la abrazó contra su costado. -
Un nuevo Winter nacerá en algún momento a fines de este año.

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Su madre, que finalmente estaba saliendo de su desmayo, se despertó justo a


tiempo para escuchar su declaración sobre el embarazo de Violet. Ella dejó escapar
un gemido, luego se dejó caer en otro desmayo.

Violet apoyó su cabeza en su hombro.

-Bueno, ya lo has hecho-, remarcó. -Pero si vamos a arruinarnos, al menos nos


tendremos el uno al otro.

Miró hacia abajo y compartieron una tierna sonrisa.

-No lo dudes, mi amor. Nunca lo dudes.

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¡Atrapados en la trampa!

Siga leyendo para ver un adelanto de la próxima novela encantadora de la serie


Trap de Tracy Anne Warren...

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WIFE TRAP

Irlanda, junio de 1817

Lady Jeannette Rose Brantford se sonó suavemente con su pañuelo. Replegando


cuidadosamente el cuadrado de seda con su bonita hilera de lirios bordados del
valle, se secó las nuevas lágrimas que se deslizaban por sus mejillas.

Realmente necesitaba dejar de llorar, se dijo a sí misma. Esta miseria incesante


simplemente tenía que cesar.

En el viaje por mar, había pensado que tenía sus emociones firmemente bajo
control. Resignado, por así decirlo, a su ignominioso destino. Pero esta mañana,
cuando el carruaje partió en el viaje por tierra a la propiedad de sus primos, la
realidad de su situación se había estrellado sobre ella como uno de los grandes
cantos rodados que yacían esparcidos por el salvaje campo irlandés.

¿Cómo podrían haberme hecho esto mis padres? ella gimió para sí misma. ¿Cómo
pudieron haber sido tan crueles como para exiliarla a este desierto olvidado de
Dios? Queridos cielos, incluso Escocia hubiera sido preferible. Al menos su masa
de tierra tenía el buen sentido de seguir unida a la Madre Inglaterra. Escocia habría
sido un largo viaje en carruaje desde su casa, pero en Irlanda, ¡estaba separada por
un mar entero!

Sin embargo, mamá y papá se mantuvieron firmes en su decisión de enviarla


aquí. Y, por primera vez en sus veintiún años, había sido incapaz de engatusar, o
llorar para persuadirlos de cambiar de opinión.

Ni siquiera tenía a su doncella de toda la vida, Jacobs, para ofrecerle consuelo y


cuidados en su momento de necesidad. Solo porque le había contado a Jacobs un
poco de mentiras sobre su identidad cuando ella y su hermana gemela, Violet,
habían decidido cambiar de lugar el verano pasado, no era motivo de deserción. Y
solo porque los padres de Jeannette la castigaran por el escándalo con este
destierro intolerable a Irlanda no era razón para que Jacobs buscara un nuevo
puesto. ¡Un servidor leal habría estado ansioso por seguir a su ama al exilio!

Jeannette se secó otra lágrima y miró a su nueva criada, Betsy, al otro lado del
carruaje. A pesar de ser una chica perfectamente dulce y agradable, Betsy era una
extraña. No solo eso, era lamentablemente inexperta, todavía estaba aprendiendo
sobre el cuidado apropiado de la ropa y cómo vestirse y reconocer las últimas
modas. Jacobs lo sabía todo.

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Jeannette suspiró.

Oh, bueno, pensó, entrenar a Betsy le daría un nuevo propósito de vida. Al


recordar su nueva vida, las lágrimas volvieron a brotar en sus ojos.

Sola. Oh, estoy tan terriblemente sola.

Bruscamente, el carruaje se detuvo. Ella se deslizó hacia adelante y casi cayó al


suelo en una nube de faldas.

Betsy la atrapó, o más bien se atraparon, y lentamente se acomodaron en sus


asientos.

-Dios mío, ¿qué fue eso?- Jeannette se arregló el sombrero, apenas podía ver con el
borde medio cubriendo sus ojos.

-Sentí como si hubiéramos golpeado algo, mi señora.- Betsy se giró para mirar por
la ventana pequeña hacia el sombrío paisaje más allá. -Espero que no hayamos
tenido ningún accidente.

El carruaje se balanceó cuando el cochero y los lacayos saltaron al suelo; el bajo


estruendo de voces masculinas llenó el aire.

Jeannette agarró su pañuelo dentro de su palma. Diablos, ¿y ahora qué? Como si las
cosas ya no fueran lo suficientemente malas.

Un minuto después, la cara arrugada del cochero y los hombros inclinados


aparecieron en la ventana.

-Lo siento, milady, pero parece que estamos atascados.

Jeannette enarcó las cejas.

-¿Qué quieres decir con 'atascados'?

-Es el clima, milady. Toda la lluvia últimamente ha vuelto el camino un pantano.

¿Pantano? ¿Como en una especie de tierra de gran fango? Un gemido se elevó en


su garganta. Ella tragó el grito y se mordió el labio inferior, negándose a dejarse
estremecer.

-Jem y yo seguiremos intentándolo-, continuó el cochero, -pero puede pasar un


tiempo antes de que estemos en camino. Tal vez le gustaría salir mientras nosotros
...

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Ella le lanzó una mirada horrorizada, tan horrorizada obviamente que sus palabras
se detuvieron abruptamente en silencio.

¿Qué le pasaba al hombre? Ella se preguntó. ¿Era tonto? ¿O quizás ciego? ¿No podría
él ver su hermoso vestido de viaje de Naccarat? El tono brillante y bonito como
una mandarina perfecta. ¿O las medias botas de cuero para niños que ella había
teñido especialmente para combinar antes de su partida de Londres? Obviamente
no tenía sentido común, ni apreciación de los últimos estilos. Pero tal vez ella
estaba siendo demasiado dura con él porque, después de todo, ¿qué sabía
realmente un hombre de la moda femenina?

-¿Salir a donde? ¿A ese barro? - Ella sacudió su cabeza vigorosamente. -Esperaré


justo donde estoy.

-Puede ser difícil una vez que comencemos a empujar, milady. Hay que tener en
cuenta su seguridad.

-No te preocupes por mi seguridad. Estaré bien en el carruaje. Sin embargo, si


necesita aligerar la carga, tiene permiso para retirar mis maletas. Pero por favor
asegúrese de no ponerlos en el barro. Estaré muy angustiada si están manchados o
dañados de alguna manera. -Agitó una mano enguantada. -Y Betsy puede bajar si
lo desea.

Betsy parecía insegura.

-¿Estás segura, mi señora? No creo que deba dejarla.

-Está bien, Betsy. No hay nada que puedas hacer aquí de todos modos, así que vete
con John.

Además, Jeannette gimió para sí misma, no será nada nuevo ya que estoy acostumbrado
a ser abandonada en estos días.

El hombre de pelo gris fijó un par de bondadosos ojos en la sirvienta. "Lo mejor es
que vengas conmigo. Te veré en un lugar seguro ".

Una vez que Betsy fue levantada del carruaje y lo peor del barro, la puerta del
carruaje se relativó con firmeza. Los sirvientes se dispusieron a descargar el
equipaje y luego comenzaron la agotadora tarea de desalojar las ruedas atrapadas
del vehículo.

Pasó media hora completa sin éxito. Jeannette se mantuvo obstinadamente en su


asiento, ligeramente mareada por el balanceo vigoroso y periódico del carruaje
mientras los hombres y los caballos se esforzaban por sacar al carruaje de su
agujero. A partir de las exclamaciones de disgusto molesto que flotaban en el aire,

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pinchando el silencio rústico, se dio cuenta de que sus intentos no habían hecho
más que hundir las ruedas aún más en el fango.

Retirando un pañuelo nuevo de su bolso, palmeó el sudor de su frente. Ardiendo


desde arriba, el sol había quemado las nubes pero estaba haciendo poco para secar
el pantano fangoso a su alrededor. El calor de la tarde maduró el aire, volviéndolo
pegajoso con una humedad que era inusual para estas partes incluso en pleno
verano, o eso había sido informada.

Al menos ya no lloraba. Una bendición, ya que no serviría para llegar a la casa de


sus primos, suponiendo que alguna vez llegara, con aire hinchado e hinchado, con
los ojos húmedos y bordeados de rojo. Ya era bastante humillante saber qué
deberían pensar sus primos de su destierro. Sería una ignominia mucho peor
saludarlos buscando algo mejor que ella.

Una mosca zumbó en el carruaje, gordo, negro y repugnante.

Jeannette frunció el labio con desagrado. Ahuyentó al insecto con su pañuelo,


esperando que saliera volando por la ventana opuesta. En cambio, giró y corrió
directo hacia su cabeza. Ella soltó un agudo chillido y lo golpeó de nuevo.

Zumbando más allá de su nariz, aterrizó en el marco de la ventana, sus alas


transparentes brillando bajo la brillante luz del sol. El insecto se paseaba
casualmente a lo largo del alféizar de madera pintado sobre unas piernas tensas y
delgadas como el cabello.

Con igual indiferencia, Jeannette buscó su abanico. Ella esperó, pasando un pulgar
evaluador sobre el fino guardia lateral de marfil dorado. Tan pronto como la
criatura se detuvo, Jeannette derribó su ventilador con un sonido audible .

En un solo instante, el gran insecto negro se convirtió en una gran mancha


negra. Satisfecha por su pequeña victoria, inspeccionó su abanico, esperando no
haber dañado los delicados pentagramas ya que el abanico siempre había sido uno
de sus favoritos.

Al captar una nueva visión del insecto aplastado, sus labios se retorcieron en
repugnancia antes de que rápidamente quitara el cadáver de su vista.

"Claro y tienes un objetivo mortal, muchacha", comentó una suave voz masculina,
la melodía cadenciosa tan rica y lírica como una balada irlandesa. "No tuvo
ninguna oportunidad, esa vuela. ¿Eres tan útil con un arma real?

Sorprendida, giró la cabeza y se encontró con un extraño que la miraba desde la


ventana opuesta, con un fuerte antebrazo apoyado en un ángulo impertinente
sobre el marco.

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¿Cuánto tiempo había estado parado allí? Ella se preguntó. El tiempo suficiente para
presenciar el encuentro entre ella y la mosca.

El hombre era alto y fibroso, con el cabello castaño oscuro ondulado, la piel clara y
los ojos penetrantes del azul más intenso, tan vivos como las gencianas en
flor. Ellos centellearon, esos ojos, el hombre no hizo ningún esfuerzo por ocultar su
interés pícaro. Sus labios se curvaron hacia arriba en un humor silencioso y
desprevenido.

Devilish guapo.

La descripción apareció inesperadamente y no deseada en su mente, su atractivo


era imposible de negar. Su corazón dio un vuelco y luego se dejó caer dentro de su
pecho, los senos subieron y cayeron debajo de la tela de su corpiño en un
movimiento repentino y sin aliento.

Gracias.

Ella luchó contra la respuesta involuntaria, forzándose a darse cuenta, observando


más de cerca, que sus rasgos no eran precisamente perfectos. Su frente cuadrado y
bastante ordinario. Su nariz un poco larga, un poco hawkish. Su mentón
contundente y demasiado terco para la comodidad. Sus labios un poco delgados.

Sin embargo, visto como un todo, su semblante hizo un paquete innegablemente


agradable, uno al que ninguna mujer cuerda podría reclamar indiferencia. Y
cuando se combinó con el magnetismo que irradiaba de él en ondas casi visibles, se
parecía más bien al pecado que le dio vida.

Y era un pecado, pensó en un suspiro de pesar, que claramente no era un


caballero. Su tosca y pasada de moda vestimenta, camisa de lino, pañuelo y abrigo
tostado, traicionando sus orígenes plebeyos junto con su evidente falta de modales
ante una dama. Uno solo tenía que mirarlo para saber la verdad mientras se
apoyaba contra la puerta de su carruaje como un rufián o un ladrón.

Ella se puso rígida ante la idea, abruptamente dándose cuenta de que eso es
exactamente lo que podría ser. Bueno, si él estaba allí para robarla, ella no le daría
la satisfacción de mostrar miedo. Ella tal vez rompiera a llorar, pero nunca había
sido una señorita vaporizada con leche y agua. Nunca uno del tipo frágil dado a
llorar por su olor a sales en el más mínimo indicio de angustia.

"Soy capaz de defenderme", declaró en un tono resistente, "si eso es lo que estás
preguntando". Tenga en cuenta que no tendría dificultades para atravesarlo si las
circunstancias lo requieren ".

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Qué mentira, reflexionó, decidiendo que lo más sabio era no mencionar el hecho de
que ella nunca había disparado un arma en su vida y no tenía pistola con ella
dentro del coche. El cochero era el que tenía el arma.

¿Dónde estaba él de todos modos? Ella esperaba que él y los otros no estuvieran,
literalmente, atados.

La sorpresa iluminó los ojos del pícaro. "¿Y por qué crees que tienes motivo para
dispararme?"

"¿Qué más puedo imaginar cuando un hombre extraño me aborda en mi propio


carruaje?"

"Quizás puedas asumir que está aquí para ayudar".

"¿Ayuda con eso? ¿Ayudarse con mis pertenencias?

Sus ojos se entrecerraron, brillando con una peligrosa combinación de irritación y


diversión. "Tienes una mente sospechosa, tienes, muchacha, pintándome de
inmediato como ladrón." Se inclinó más cerca, su voz se volvió ligeramente
ronca. "Suponiendo que fuera un ladrón, ¿qué posees que pueda encontrar de
valor?"

Sus labios se separaron involuntariamente, la alarma y algo mucho más traicionero


aceleraron su sangre. "Tengo mi ropa y algunas joyas, nada más. Si los quieres,
están en los baúles afuera ".

"Si yo tuviera la intención de querer tales cosas, ya las tendría." Sus ojos se
encontraron con los de ella, momentáneamente la sostuvo prisionera antes de que
su mirada bajara lentamente a su boca. "No, solo hay una cosa que anhelo después
..."

Se quedó sin aliento en los pulmones cuando se detuvo, dejando su frase


tentadoramente, frustrantemente inacabada. ¿La quería a ella ? Ella se
preguntó. ¿Tenía la intención de forzar su camino dentro de su carruaje y robar
mucho más que sus pertenencias, pero besos en su lugar, y tal vez otras
intimidades también? Dadas las circunstancias, debería estar gritando a todo
pulmón, debería estar aterrorizada sin medida. En cambio, ella solo podía esperar
con su corazón atronando en sus oídos para que él continuara.

"Sí", le susurró casi en un susurro, "¿qué es lo que anhelas?"

La esquina de sus labios se curvó hacia arriba. "Tú, muchacha, sacando tu trasero
fino de este entrenador para que tus hombres y yo podamos liberarlo del barro".

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Pasó un largo momento de incomprensión a medida que su significado se iba


hundiendo. Seguramente ella no podría haberlo escuchado bien. ¡De hecho, él le
había dicho que la sacara del asiento trasero del carruaje !

Su boca se abrió, sus hombros y columna vertebral se pusieron rígidos.

¿Por qué la hiel del hombre? Nunca en toda su vida se le había hablado de una
manera tan vergonzosa e irrespetuosa. ¿Quién se creía que era?

"¿Y cuál es tu nombre, amigo?"

"Oh, perdón por no haberme presentado antes", dijo. "Si mi querida mamá todavía
estuviera viva, Dios descanse su alma, ella me esposaría pero sería buena por mi
falta de modales." Se irguió en toda su impresionante altura y se llevó un par de
dedos a la frente. "Darragh O'Brien a tu servicio".

"Darr-ah?" Ella arrugó su frente. "Más bien un nombre que suena extraño".

Él frunció el ceño. "No es extraño, es irlandés". Lo cual sabrías si no hubieras


cruzado desde Inglaterra.

"¿Y cómo puedes decir eso?"

"Bueno, no tienes una señal en la frente, pero también podrías hacerlo, ya que es
tan simple como la nariz en tu cara bonita que eres inglés y nuevo en esta tierra".

Podía discernir todo eso de un par de minutos de conversación, ¿o sí? Bueno, al


menos tuvo la gracia de hacerle un pequeño cumplido, incluso si estaba envuelto
en una crítica.

"Ahora bien, muchacha, ya sabes mi nombre, ¿cuál es el tuyo? ¿Y a dónde estás


ligado? Tus hombres no dijeron ".

"Tampoco deberían haberlo hecho, ya que mis planes en realidad no son asunto
tuyo, sobre todo si eres un tipo de pícaro".

"Ah, un pícaro, ¿lo soy ahora? ¿Ya no eres un ladrón?

"Eso aún está por verse."

Él soltó una carcajada. "Claro, y tienes una lengua malvada en la cabeza. Una que
podría cortar a un bandido hasta los huesos y dejarlo huir aterrorizado ".

"Si eso es cierto", preguntó con una media sonrisa burlona, "¿por qué sigues aquí?"

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Él le dedicó una sonrisa irreverente, obviamente divertido por sus


palabras. "Bueno, ahora, nunca he sido uno para huir del peligro. Y no me importa
meter el dedo del pie en un problema interesante cuando lo encuentro de vez en
cuando ".

Levantó su ceja ante su salva. ¿Estaba insinuando que ella era tan
problemática? Ahora que lo pienso, tal vez ella estaba en eso.

"Me detuve para ofrecer mi ayuda ya que intenté decírtelo antes", explicó. "Estaba
pasando por el pasado cuando noté el lamentable estado de su vehículo. Pensé que
usted y sus hombres podrían hacerlo con una mano extra ".

Sus palabras le recordaron la ausencia conspicua de sus sirvientes, algunas de sus


sospechas anteriores regresaron. "¿Y dónde están exactamente mis hombres?"

"Justo ahí". Hizo un gesto con la mano. "Donde han estado todo este tiempo".

Se inclinó hacia adelante y se movió en el asiento, luego miró por encima del
hombro a través de la ventana. Y allí estaban, los cuatro (cochero, dos lacayos y su
doncella) agrupados alrededor de su equipaje en un camino seco. Pensó que se
parecían a náufragos en una isla pequeña y desierta, luciendo caliente, aburrida y
sin ningún temor por sus vidas.

"¿Satisfecho?", Cuestionó.

Haciendo clic en su lengua con un tic apenas audible, se reclinó en su asiento.

"Ahora bien, he compartido mi nombre. ¿Cuál podría ser la tuya, muchacha? "Se
inclinó de nuevo, apoyando ambos musculosos antebrazos a lo largo del alféizar
de la ventana.

"Mi nombre es Jeannette Rose Brantford. LadyJeannette Rose Brantford,


no muchacha. Preferiría que no vuelvas a consultarme en términos tan familiares ".

Su sonrisa se amplió ante su alta respuesta, sus vívidos ojos brillando con una
audacia que hizo que su corazón exprimiera un latido extra.

"Lady Brantford, ¿verdad?" Dijo arrastrando las palabras. "¿Y dónde estaría tu
señor entonces, este esposo tuyo? ¿Te ha enviado a viajar por tu cuenta?

"En este momento me dirijo a la propiedad de mis primos, al norte de Waterford,


cerca de un pueblo llamado Inis ... Inis ..." Se interrumpió, atormentando su mente
y dibujando un completo vacío. "Oh, fiddlesticks, no puedo recordar ahora. Es Inis-
algo-o-otro ".

"Inistioge, ¿quieres decir?" Sugirió.

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"Sí, creo que es eso. ¿Conoces el lugar?

"Sí, lo sé bien".

Suponiendo que no fuera un bribón, aunque todavía tenía sus dudas sobre ese
tema, supuso que podría ser un tipo decente. Un agricultor local o algo así, un
dueño de bolsa o posiblemente un comerciante. Aunque no podía imaginar a
Darragh O'Brien sirviendo a nadie, no con esa actitud descarada e incontrovertida
de él.

Sin embargo, si conocía la aldea cerca de la casa de sus primos, tal vez no tenía
mucho más que viajar. Dios sabe que anhelaba llegar a su destino para poder bajar
de este carruaje y sacudirse las faldas.

"Me quedaré con mis primos allí", dijo. "Y aunque en realidad no es de tu
incumbencia, mi título es de nacimiento, no de matrimonio. Actualmente estoy
soltero ".

El brillo en sus expresivos ojos se hizo más profundo. "¿No lo eres,


muchacha? Siempre supe que los ingleses eran tontos, pero no sabía que estaban
ciegos en el trato ".

Una renovada oleada de conciencia se estremeció en su medio. Lo enterró con una


severa reprimenda interior, recordándose a sí misma que no importaba lo atractivo
que pudiera ser, O'Brien no era el tipo de hombre con quien una dama de su rango
se uniría.

"Creo que te dije que no te dirigieras a mí por el término muchacha ", dijo, su tono
demasiado sin aliento como para sonar como un regaño.

"Sí, y así lo hiciste". Él le sonrió, visiblemente impenitente. "Muchacha."

Luego hizo lo más sorprendente: le guiñó un ojo. Un guiño audaz e irreverente que
envió un torrente de calor corriendo por sus venas, como el desencadenamiento de
una represa hinchada por la lluvia después de una fuerte tormenta.

Si le hubieran hecho sonrojarse, como su hermana gemela idéntica, ahora estaría


teñida de escarlata como una adormidera. Pero afortunadamente sonrojarse por
cada observación que pasaba era uno de los rasgos físicos raros que ella y su
hermana, Violet, no compartían.

El calor del verano, se llegó a la conclusión, que fue la causa de su reacción


adversa. El clima húmedo y fuera de estación debe estar afectando sus ya
sobrecargados sentidos. Si ella volviera a Londres, no le habría dado ni una
segunda mirada. Bueno, tal vez un segundo, pero no un tercero.

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"Venga con usted entonces", declaró O'Brien en un tono sin sentido. "Hemos
hablado lo suficiente, y necesito sacarte de este entrenador".

"Oh, no voy a salir. Tal vez mi cochero no lo mencionó, pero ya tuve esta discusión
con él. Estuvimos de acuerdo en que permanecería exactamente donde estoy hasta
que el barouche pueda ponerse en camino ".

O'Brien negó con la cabeza. "Me temo que tendrás que salir, a menos que desees
comenzar a vivir dentro de este vehículo. En caso de que no lo supieras, el
entrenador está atascado hasta las ruedas, y tus hombres no pueden empujarlo
bien dentro de ti ".

"Si es mi seguridad lo que te preocupa, no lo seas". Estaré bien ".

Un poco mareado, tal vez, pero bien.

"Es más que su seguridad, sin embargo, eso es una preocupación. Está la cuestión
de tu peso ".

"¿Qué pasa con mi peso?" Sus cejas se sacudieron.

Con una mirada audaz y evaluadora, examinó la longitud de su cuerpo, desde el


borde de su sombrero hasta las puntas de sus medias botas. "No estoy insinuando
que eres gordo ni nada, si eso es lo que estás pensando. Tienes una hermosa figura
femenina, no te confundas. Pero incluso algunas piedras pueden marcar la
diferencia entre sacar a este entrenador de su agujero o hundirlo más profundo ".

Ella se sentó, momentáneamente sin palabras, su rudeza sin medida. ¡Imagina


discutir su peso y su figura casi en la misma respiración! Por qué un caballero
nunca se atrevería. Pero entonces este hombre no era un caballero. Él era un
bárbaro. Por su tono, podría haber estado hablando de animales de granja que
debían cambiar de una pluma a otra.

Pasó un largo momento antes de continuar. "Por supuesto, si prefieres, puedes


quedarte aquí mientras sigo. Llevaré un mensaje a tus primos para avisarles que
necesitas ayuda. No espero que te lleve más de cuatro o cinco horas volver a
ponerte en camino ".

¡Cuatro o cinco horas! Ella no podía permanecer en este entrenador tanto


tiempo. Tal vez estaba exagerando, usando el subterfugio para sacarla del
carruaje. Pero, ¿y si él no fuera? ¿Qué pasa si su insistencia en permanecer dentro
de la barra hizo la diferencia entre viajar hacia adelante o quedarse varado? ¿Por
qué en cuatro o cinco horas estaría oscuro?

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Ella se estremeció ante la idea. Solo Dios sabe qué tipo de criaturas horribles
podrían acechar en las cercanías, listas para escabullirse de sus escondites después
del anochecer. Podría haber lobos, ¿Irlanda tenía lobos? O algunas otras bestias
igualmente peligrosas. Bestias hambrientas a las que quizás no les importe
mordisquear a una joven dama.

Deliberadamente mantuvo su voz temblorosa, intentando una última discusión. "Si


todo esto es cierto, ¿por qué estás aquí diciéndome a mí y no a mi cochero? Debería
pensar que si las cosas fueran tan terribles, él mismo daría las noticias ".

"Él estaba recogiendo el coraje para decírtelo, según lo entiendo, cuando


sucedió. No le gustaba tener malas noticias, así que me ofrecí a entregarlas yo
mismo ".

Ella volvió a mirar el océano de barro que lo rodeaba. "¿Pero dónde


esperaría? Seguramente no puedes esperar que me siente encima de mi equipaje en
medio de este pantano mientras el sol me da un brindis. "

El brillo cómico regresó a su mirada. "No te preocupes por ti mismo. Debe haber
una mancha de sombra en algún lugar por aquí. Estoy seguro de que
encontraremos uno que se adapte ".

Ella sinceramente lo dudaba, pero ¿qué opción tenía? O bien abandona el


entrenador o corre el riesgo de seguir estando aquí, prácticamente sola y sin
protección, venga la noche.

O'Brien le lanzó una mirada comprensiva, claramente consciente de su dilema y de


la guerra interna que se libraba. Abriendo la puerta de la barra, dio un paso
adelante. "Acompáñate y salva tu terquedad para otro día. Tú y yo sabemos que
mientras más rápido te saquemos de este entrenador, más rápido estarás en
camino ".

"¿Alguna vez alguien te informó que eres impertinente?" De mala gana, ella se
puso de pie.

Él se rió entre dientes. "Una o dos veces, muchacha. Una o dos veces Ahora reúne
lo que sea que necesites y vámonos ".

Ella vaciló un momento largo e indeciso, luego se inclinó para recuperar su bolso
donde estaba en el asiento del coche. Con eso apenas en la mano, metió la mano
dentro y la levantó en sus brazos. Chillando, casi deja caer su bolso mientras la
sacaba del carruaje, su fuerza y equilibrio eran las únicas cosas que la separaban
del peligro.

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La acunó contra su sólido pecho, llevándola como si no pesara más que una pluma
a pesar de sus anteriores comentarios en sentido contrario. Su cercanía la envolvió,
envolviéndola, rodeándola, el aroma del aire fresco y los caballos jugueteando con
sus fosas nasales junto con otra cosa, algo indescriptiblemente delicioso,
masculino.

De manera subrepticia, ella inclinó la cabeza para captar un olor más profundo, la
ilusoria fragancia exclusivamente suya, se dio cuenta. Ella cerró los ojos y por un
breve momento consideró presionar su nariz contra su cuello. En cambio, se
mantuvo rígida en sus brazos, angustiosamente consciente del denso y marrón
limo que los rodeaba como un mar resbaladizo y blando.

"No te atrevas a soltarme", le reprendió, poniéndose los bordes de las faldas para
evitar que cayeran al fango.

Metódicamente, se arrastró hacia delante, sorbiendo fango en ruidosa protesta


contra sus botas altas mientras la naturaleza luchaba por mantener su control tenaz
sobre él. Estaban a medio camino del oasis donde los sirvientes esperaban
ansiosamente y miraban, cuando O'Brien se tambaleó, sus rodillas se hundieron
precipitadamente en un repentino instante que paralizó el corazón. Ella gritó y
envolvió sus brazos alrededor de su cuello, sin estar preparada para zambullirse
en el tímido estiércol de abajo.

Pero tan pronto como O'Brien vaciló, se recuperó, sus pies tan firmes como si
nunca hubiera vacilado en absoluto.

Su corazón amenazaba con alejarse de su pecho, con la garganta seca y tensa. Pasó
un instante mientras la verdad lentamente amanecía. Una mirada a la sonrisa
amplia, malvada y totalmente sin disculpas en su rostro confirmó su conclusión.

"Eres bestia". Ella lo esposó en el hombro. "Lo hiciste deliberadamente".

"Oh, sí". Pensé que podrías usar un poco de zapping. Gritas todo alto y divertido
como una niña, ¿lo sabías?

“Soy una niña y no fue gracioso". O no hubiera sido si hubiera calculado mal y
realmente la hubiera dejado caer. Ella apretó su agarre.

Él se rió de nuevo.

Si solo supiera quién era, no se reiría ni se burlaría de ella. De vuelta en Inglaterra,


antes del escándalo, estaba acostumbrada a que los caballeros se apresuraran a
cumplir sus órdenes. Hombres ricos y refinados, que atendían a su más mínimo
deseo, que luchaban entre sí para tener la oportunidad de satisfacer su más fugaz
deseo. Ella había sido la Incomparable de la Ton durante las últimas dos

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Estaciones. Y volvería a estarlo, juró, una vez que sus padres recobraran el
sentido. No pasaría mucho tiempo antes de que mamá la echara de menos y el
temperamento de papá se enfriara. Pronto los dos se darían cuenta del terrible
error que habían cometido al enviar a su querida hija a esta rústica frontera.

Hasta entonces, suponía que se vería obligada a soportar indignidades


indescriptibles, como ser llevada por irrespetuosos irlandeses provinciales como
O'Brien.

Sus sirvientes estaban parados en un grupo mudo, sus ojos redondos como
planetas, cuando O'Brien la puso de pie entre ellos. Betsy se apresuró a ponerse al
lado de ella, un acto por el cual Jeannette estaba silenciosamente agradecida, e hizo
un tímido intento de arrancar el bolso de Jeannette de su agarre.

O'Brien se movió para alejarse.

-¿Me estás dejando?,- Preguntó ella.

Hizo una pausa y se volvió.

-Sí. Tengo que ayudar a tus hombres con el entrenador ".

-Pero me prometiste sombra y un lugar cómodo para sentarme.

Él plantó las manos anchas sobre sus caderas estrechas, hizo una demostración de
escanear el área, luego cerró su mirada con la de ella. "Lamento haberte contado,
pero el único matiz que se tiene es en ese pequeño claro que hay justo allí." Señaló
el lugar, un pequeño grupo de abetos plateados de pie a varios metros de
distancia. "Y sospecho que el suelo debajo de esos árboles es tan fangoso como el
suelo aquí. Si tienes una sombrilla, haré que tu doncella la abra para que no te
expongas al sol.

"En cuanto al asiento cómodo, nunca te prometí lo que recuerdo. Si yo fuera tú, me
haría una sentada en tu caso de viaje más fuerte. De lo contrario, tienes un buen
par de pies para pararte. Después de todas las horas que has estado en ese
entrenador, creo que estarías deseando un buen estiramiento por ahora ".

Con eso se volvió y caminó hacia el barouche hundido. Uno por uno, sus hombres
se escabullían detrás de él, la cálida quietud del verano rota solo por el murmullo
ondulante de los insectos que cantaban en los campos.

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