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Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
© 2023 Vanny Ferrufino. Todos los derechos reservados.
La trampa del duque infame.
Diseño de portada: José Domingo Seco Cuenca.
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cualquier otro sin el permiso previo del autor.
Sinopsis
El pez cae por su propia boca y Ewan Lockhart, duque de Saint Albans,
mejor conocido como el duque infame, está a punto de comprender que la
trampa que intentó ponerle a su enemigo eterno le costará muy cara, puesto
que ahora tiene bajo su merced a una incontrolable Briseida Milton, una
mujer tan bella como ardiente que lo llevará al límite de su auto-control,
provocando que se cuestione si realmente es el canalla que todo el mundo
cree, dado que ningún hombre de su calaña renunciaría a una probada de
esa mujer.
La noche apenas está empezando y el duque infame no tiene la menor
idea de a qué santo debía rezarle para evitar caer en su propia trampa.
Prólogo
“La sensatez ya no parece ser una prioridad para la familia Milton. De
haber estado en su lugar, yo habría elegido un destino muy lejano para la
hermosa reina de hielo, quien al parecer debe emplear todo su encanto para
encontrar un nuevo pretendiente y, en esta ocasión, llevarlo al altar.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
20 de agosto, 1852
Londres
Desde hace siete meses, para Ewan Lockhart, cualquier lugar era un
paraíso en comparación de su hogar, el cual terminó siendo invadido por
tres damas que resultaron ser todos unos personajes. Sus pupilas podían ser
consideradas como encantadoras, cada una a su manera, pero
lastimosamente ser encantadora no era una cualidad que fuera de mucha
ayuda para encontrar marido.
¡Ellas eran todo un fracaso social!
Las hermanas Sheeran generaron gran conmoción con su llegada a
Londres y no precisamente por ser guapas o damas de suma importancia,
sino porque la hermana mayor, la recatada Colette, estaba sometida a llevar
un delicado velo para cubrir su rostro la mayor parte del día. Ese hecho no
hizo más que levantar una ola de rumores referentes a posibles
deformaciones o cicatrices vergonzosas, puesto que su pupila también se
esmeraba en esconder su piel y figura con horribles vestidos oscuros.
«¿Por qué nadie me advirtió que la chica estaba defectuosa?», se
preguntó abatido y alborotó su cabellera con cansancio.
Colette era la mayor de las hermanas con sus diecinueve primaveras y la
que poseía una dote superior, ahora Ewan entendía mejor el por qué. Se
podía decir que era la hermana más dócil e inteligente, puesto que Louisa,
el diablillo de diecisiete años, era más dada a entrenar esgrima o pasar
tiempo en los establos, mientras que Harriet, con tan sólo catorce años, era
considerada como un ratón de biblioteca.
—Repito: te estás enfocando en la hermana equivocada. —Su buen
amigo, el marqués de Teingham, mejor conocido como el marqués
misógino por todo par de la nobleza, adoptó un semblante más serio para
abordar el delicado tema—. Nadie se casará con la abominación Sheeran,
enfócate en la hermana más salvaje, es guapa y puede resultar entretenida.
Ewan mentiría si dijera que no lo había pensado con anterioridad. Si bien
lo correcto era casar a la hermana mayor primero, sus esperanzas de triunfo
murieron desde el primer día que la vio ingresar a su casa.
—Louisa es desdeñosa —observó de pronto, analizando su segundo
problema—, parece un cachorro con rabia, un hombre sólo necesita
acercarse a ella para escuchar sus gruñidos.
Leighton se rio por lo alto, algo muy propio del marqués misógino, él
nunca se tomaba nada en serio, ni siquiera la ruina que se avecinaba para
destrozar sus cuentas bancarias.
—Llévalas a la fiesta campestre que mi tía está organizando —añadió de
pronto, generándole algo de sorpresa—. Quizá encuentran algo interesante.
—Es una fiesta cuyo objetivo principal consiste en encontrarte una
esposa, ¿estás seguro que las quieres como candidatas?
—Nunca las consideraría como una opción —confesó—, pero es un
evento al que no sólo asistirán mujeres. Mi tía ha sido bastante permisible
con sus invitaciones debido a mi intachable reputación —ironizó—, por lo
que será una fiesta bastante entretenida.
Lady Agatha Kilbrenner estaba decidida a casar a su sobrino esta
temporada y tenía razones de sobra para encapricharse con ello. Leighton
estaba arruinado, sus vicios y falta de interés en los negocios lo llevaron a la
quiebra, y todo indicaba que su tía ya no estaba dispuesta a seguir gastando
su dinero en él.
—Quiero la suerte de Kornmack —comentó su amigo—. Una esposa
como lady Raphaella; bella, joven y rica no estaría nada mal, llevan más de
medio año casados y las cosas parecen ser muy pacíficas entre ellos. Al
menos la bestia escocesa no se ha quejado mediante sus misivas.
No estaba de acuerdo con ese pensamiento, pero tampoco estaba
dispuesto a refutar. Leighton sólo quería una heredera como esposa, no
pensaba más que en el dinero y lo mucho que podría divertirse con él, y lo
cierto era que Ewan sentía algo de pena por la futura marquesa de
Teingham.
—Por cierto. —Su amigo lo miró con diversión—. ¿Adivina quienes
estarán presentes en la fiesta?
Negó con la cabeza, ahora mismo no se sentía muy imaginativo. La
preocupación lo estaba carcomiendo por dentro, ¿qué diablos haría él con
tres solteronas bajo su cuidado?
—Los Milton.
Esa noticia le dio una razón para sentirse mejor y dibujó una perversa
sonrisa en su rostro. Sabía que ahora mismo la familia Milton no contaba
con la mejor de las reputaciones, los dos desplantes que lady Briseida
Milton sufrió el año pasado generaron muchos rumores al respecto y
muchos pensaban que la hermosa pelinegra de mirada tan fría como el hielo
estaba defectuosa.
—Si aceptaron la invitación de tu tía, su situación debe ser muy mala. —
De más estaba decir que ni sobrino ni tía contaban con la mejor de las
reputaciones—. ¿Están seguros que quieren confraternizar con tres de los
miembros de La sociedad de los canallas?
Lastimosamente, la bestia escocesa heredó muchas obligaciones junto al
ducado que la muerte de su padre le dejó y por ende él estaría fuera de
Londres por un tiempo indefinido.
—Después de lo ocurrido con Winchester y Aberdeen nadie está muy
dispuesto a cortejar a lady Milton, por lo que la familia tendrá que bajar sus
estándares si no quieren una solterona más entre ellos.
De cierta manera, sentía algo de pena por lady Briseida, ella no había
hecho nada malo y su reputación terminó por los suelos por culpa de dos
libertinos que terminaron enamorados de otras mujeres. Sin embargo,
considerando que la mujer era tan cruel y despreciable como su hermano
mayor, el duque de Carlisle, su compasión no solía durar más de dos
minutos.
—¿Qué se traen entre manos? —musitó pensativo—. Los Milton no
hacen las cosas sólo porque sí.
Leighton tamborileó los dedos sobre la mesa del club y meditó unos
segundos antes de dar su punto de vista.
—Estoy seguro que van por Ryne. —Ewan se tensó—. Después de todo,
a pesar de ser el cuarto miembro de la sociedad de los canallas, sigue siendo
el vizconde perfecto y cuenta con un título de bastante antigüedad, sin
mencionar que es malditamente rico.
—Ryne no está buscando una esposa y la única razón por la que asistirá
a la fiesta de tu tía es porque su hermana fue presentada en sociedad este
año.
Su amigo asintió, entretenido.
—He de admitir que la reina de hielo me parece una opción excelente; es
hermosa, sumisa y rica, todo lo que necesito como esposa si no quiero
alterar mi estilo de vida.
—Carlisle preferiría matarte antes que entregarte a su hermana en
matrimonio —dijo con diversión, disfrutando de la sola imagen de fastidiar
a su enemigo jurado, y una idea perversa atravesó su cabeza y su sonrisa no
hizo más que agrandarse.
Leighton enarcó una ceja, preguntándose si sus sospechas eran ciertas y
estaban pensando lo mismo, y finalmente Ewan se inclinó en su dirección.
—Debes atraparla.
—No puedo creer que me estés sugiriendo algo así.
—Nada hundiría más a los Milton que emparentar contigo.
—¿Gracias? —ironizó el marqués, siseando la pregunta por lo bajo—.
No importa que sea hermosa, la reina de hielo es un tema de bastante
seriedad y no sé si quiero hacerme cargo de ella por el resto de mis días.
—Su dote es de veinticinco mil libras, sabes que lo necesitas.
Su amigo tragó con fuerza.
—No me aceptarán.
—Lo harán si un nuevo escándalo toca a su puerta. —Sonrió con
malicia.
—¿Qué estás tramando?
—Creo que ya es hora de que el mundo conozca la verdadera cara de
Zander Milton. —El marqués torció los labios con disgusto al darse cuenta
que un matrimonio con la reina de hielo implicaba aceptar a un cuñado
demasiado molesto—. Después de todo, la perfección que él aparenta no es
más que una vil mentira.
Ewan se juró a sí mismo que nunca descansaría hasta hundir a la familia
Milton y devolverles todo el daño que causaban a su paso, por lo que la
fiesta campestre en la casa de su amigo parecía el terreno perfecto para
tenderle una trampa al duque soberbio.
Capítulo 1
“La ausencia de invitaciones ha llevado a la familia Milton a aceptar la
encantadora invitación de lady Kilbrenner a su fiesta campestre. Me
pregunto si en dicho acontecimiento habrá un hombre digno de desposar a
la reina de hielo.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
***
«No importa cuán bella sea, ella no puede excitarme. La reina de hielo es
como una estatua, sólo sirve para admirar y todo estará bien en tu
admiración hacia ella mientras mantengas tus manos lejos de juego para
evitar decepcionarte».
Si alguien se lo hubiera contado, Briseida jamás habría creído que el
barón de Zouche fuera capaz de hablar así de ella. Era el primer baile de la
fiesta campestre y el barón no había hecho más que lanzarle flores y
halagos durante las primeras dos horas, algo que comenzaba a hartarla
porque ahora le caía muy mal.
—No es una mala opción —reconoció su tía, analizando al hombre con
pericia—, pero es muy joven, sólo tiene veintiún años.
—Prefiero al vizconde perfecto.
—Pero Hunt no se desprende de su hermana y no se ve interesado en
bailar con nadie —acotó Zander, su hermano mayor, barriendo el lugar con
la mirada—. Es una fiesta despreciable, somos las únicas personas decentes
en este salón.
¿Ella era una mujer decente?, ¿se la podía considerar de esa manera
después de lo ocurrido la noche anterior con el duque de Saint Albans?
Dejó que el hombre la viera desnuda, la tocara y… tragó saliva, ¿cómo
alguien podía disfrutar tanto mientras otra persona tenía parte de su seno
entre sus dientes? Un escalofrío recorrió su espina dorsal y la incomodidad
que sintió entre las piernas hizo que las cerrara con fuerza.
¿Por qué cada vez que recordaba esa escena su cuerpo reaccionaba de
esa manera tan inaceptable y vergonzosa?
—Tal vez deberíamos retirarnos —sugirió Zander.
—No —zanjó su tía con suficiencia—. Zouche no es un mal partido, si
las cosas no fluyen con Hunt, él será el elegido.
«¿Elegido por quién?», quiso preguntar, pero finalmente negó
lentamente con la cabeza.
—Necesito beber algo —comentó con cansancio y su hermano le tendió
el brazo.
—Te llevaré a la mesa de bebidas.
—Vayan ustedes. —Lady Georgia no estaba dispuesta a perder más
tiempo—. Iré con el vizconde de Hunt, no puede ser tan difícil llegar a él.
Su tía no quiso perder de vista a su objetivo y eso le generó un poco de
alivio, su compañía estaba empezando a resultarle molesta y quería cruzar
un par de palabras con su hermano a solas.
—He pensado en abandonar la fiesta campestre —confesó su hermano
una vez que llegaron a su destino. La mesa de bebidas estaba vacía,
seguramente la llenarían pronto, pero gracias a eso el lugar estaba desolado
—. Nuestra tía es más que suficiente para encontrarte un buen partido.
—No es justo, tú sí puedes huir.
Zander le regaló una sonrisa amable, cualquiera que pudiera admirar al
rubio desde ese ángulo diría que es un ángel caído del cielo, pero lo cierto
era que su hermano era un ser frío, soberbio y egoísta.
—El barón no es una mala opción.
—Él nunca me amará.
«Ni me deseará», añadió mentalmente y su hermano rodó los ojos con
aburrimiento.
—El amor no existe, Briseida, ¿para qué diantres nuestro padre contrató
tantos maestros si no te enseñaron lo más importante?
—Permíteme elegir a mí —suplicó desesperada—. Nuestra tía ha fallado
en las dos ocasiones que decidió por mí, ¿no crees que mi buen juicio
merece una oportunidad?
Zander lo pensó por breves segundos y un lacayo se acercó a él con una
copa de champagne en su bandeja. Su hermano la aceptó en silencio, pero
no bebió de la copa, sino que la dejó en la mesa antes de brindarle una
respuesta.
—No quiero que elijas a un canalla.
—Los evitaré fervientemente. —Sonrió risueña y su hermano suspiró
con cansancio.
—Pero en serio me iré, si me quedo un día más aquí enloqueceré.
Briseida asintió con rapidez y en un abrir y cerrar de ojos se hizo de la
copa de su hermano y la levantó por lo alto.
—Por mi futuro esposo —brindó en voz baja y bebió todo el contenido
de un solo trago, provocando que la cólera enrojeciera el semblante
enfurecido de Zander.
—Las damas no beben —gruñó con disgusto y ella le guiñó el ojo.
—Una copa de champagne no mata a nadie.
Zander emitió unas cuantas palabras para reprenderla, pero al final dijo:
—Me iré mañana a primera hora, confiaré en tu buen juicio y el cuidado
de tía Georgia.
—De acuerdo.
Briseida le regaló la mejor de sus sonrisas, pero dos horas más tarde
empezó a cuestionarse si realmente una copa de champagne sería capaz de
matar a alguien. Durante la cena todo marchó de maravilla y su tía tuvo que
tragar su disgusto y aceptar la condición de su hermano para encontrar a su
siguiente pretendiente: ella debía aprobarlo y sólo así seguirían con todo el
proceso de cortejo hacia adelante.
Tenía razones de sobra para sentirse satisfecha, pero lo cierto era que
ahora mismo se sentía fatal. Una horrible punzada atravesó su vientre bajo y
se apoyó sobre su codo en un intento fallido de abandonar su cama para ir
en busca de su tía. Algo no andaba bien, nunca antes le había sucedido algo
así. El ardor, la inquietud, la sequía en su boca y la inestabilidad en su
cuerpo no parecía ningún tipo de enfermedad o malestar que hubiera
presentado antes.
«No me siento bien».
Admitió con el pulso desbocado y la piel perlada por el sudor.
Empleó toda la fuerza que en ese momento poseía y abandonó la cama
con esfuerzo. Llamar a una criada no le parecía prudente, no deseaba que
todos los invitados se enteraran de su malestar, por lo que lo más sensato
por el momento era ir por su tía. Estuvo a punto de girar el pomo de la
puerta, pero la sangre se le congeló cuando una fuerza mayor atenazó su
muñeca y tiró de ella hacia atrás. Quiso gritar, pero su voz murió en su
garganta cuando sus ojos se encontraron con los del duque de Saint Albans.
—Shhhh… —pidió desesperado y ella negó con la cabeza—. No tiene
nada malo, se le pasará en unas horas.
—¿Qué hace aquí? —preguntó desesperada y empezó a respirar con
dificultad, su toque y proximidad sólo estaban alterando aún más su estado
—. Un momento, ¿cómo sabe que no me siento bien?
Saint Albans siseó una palabrota por lo bajo.
—¿Qué dama bebe champagne de un solo trago? —se quejó—. Esa copa
no era para usted.
Briseida rodeó su garganta con angustia.
—¿Intentó envenenar a mi hermano y yo bebí de su copa por error?
—No quería envenenarlo —aseguró con enojo—. Sólo quería que
perdiera el control de sí mismo por unas horas. —Le dio una rápida mirada
a su aspecto y Briseida se tensó cuando sus ojos se posaron en sus duros y
muy marcados pezones—. No le está yendo nada bien, ha sudado mucho y
he escuchado sus lamentos en la última hora. —Conectó sus miradas con
inmediatez.
La luz era escasa, pero era evidente que él no estaba mejor que ella.
—¿Cuánto tiempo lleva en mi habitación? —preguntó con indignación y
él se rio.
—Lo suficiente como para escuchar sus lindos sonidos, milady.
Quiso golpearlo, pero él sujetó su mano con firmeza y la pegó aún más a
su cuerpo.
—Ah —suspiró y lo sintió tensarse.
—Nada de golpes, reina de hielo —gruñó y rodeó su cintura con
determinación—. Te estoy cuidando, así que… —guardó silencio al oír
unos pasos en el exterior—. ¿Esperabas visitas? —preguntó con una ira
inexplicable.
—Claro que no —chilló horrorizada y él tiró de ella para que se metieran
juntos al armario—. ¿Qué hace?
—Sea quien sea, no puede verte así. —La aferró contra su cuerpo antes
de cerrar la puerta del mueble con firmeza. El espacio era amplio, pero
incluso así no dejaba de ser angosto y oscuro para los dos.
En ese lugar, su malestar no hizo más que empeorar y se dio cuenta de
que la presión del duque contra su cuerpo era reconfortante, por lo que
ignorando como se abría la puerta de su habitación en el exterior, lo abrazó
por el cuello y empezó a frotarse contra él.
¡Sí, por fin sus pechos dejaron de arderle!
El agarre del duque se hizo más certero y un suave gemido emergió de
su garganta, provocando que ambos se quedaran inmovibles en su lugar.
Saint Albans la soltó y en la oscuridad del reducido espacio pudo ver sus
movimientos. El duque se quitó el pañuelo con rapidez y la amordazó con
el mismo sin dudarlo, generándole una gran conmoción y placer al mismo
tiempo.
—No está.
Ambos miraron hacia la puerta del armario.
Era el marqués de Teingham, ¿qué hacia ese hombre en su habitación?
—Quizá se fue con su tía —espetó el vizconde de Hunt—. ¿Estás seguro
de que Ewan iba a vigilarla?
Saint Albans dijo algo apenas entendible y tomándola por sorpresa la
obligó a pasar sus piernas por encima de las suyas para que sus rodillas
quedaran a cada lado de sus caderas. Acarició sus costados, posando sus
amplias manos en su cadera, y tomándola por sorpresa la empujó hacia
abajo.
El pañuelo hizo su tarea y amortiguó su gemido, al tiempo que el placer
no hacía más que extenderse por todo su ser.
¿Esto era lo único que calmaría el dolor de su cuerpo?
Lo abrazó por el cuello con firmeza y empezó a mecerse sobre él,
sintiendo una extraña protuberancia contra su centro mientras se frotaba con
descaro, y se mordió la lengua cuando restregó sus pechos contra el torso
masculino como una descarada de primera.
—Creo que lo mejor será irnos, no pueden vernos aquí —acotó Hunt en
voz baja.
—Iré a buscar a Ewan, lo último que necesita es meterse en problemas
con lady Milton.
El marqués tenía razón, ellos dos no deberían estar juntos, pero ya era
demasiado tarde y ahora mismo necesitaba a ese hombre para darle un poco
de paz a su sensible y excitado cuerpo.
La mano masculina rodeó su nalga y la apretó más contra su erección,
indicándole como debía moverse. Los hombres salieron de su habitación y
eso sólo la motivó a moverse con más prisa, odiando con creces que el
duque no hiciera nada más por ayudarla.
Él sólo estaba apoyado sobre el mueble, con las manos a cada lado de su
cuerpo, observándola en silencio.
—Mmm… —empezó a menear la cadera, como si estuviera sobre un
semental, y levantó su camisola tanto como pudo para poder unirse más a la
cadera masculina. Empujó con violencia, percatándose de que el roce era
mucho más satisfactorio de esta manera y no se detuvo cuando lo escuchó
rugir dentro de su garganta—. Mmm… —blanqueó lo ojos, deseando tener
sus manos sobre su cuerpo, y se bajó el pañuelo con rapidez para susurrar
en su oído—: Ayúdame.
—¿No crees que ya estoy haciendo mucho por ti? —preguntó con voz
ronca y ella tragó con fuerza.
—¿Qué me hiciste?
No hubo respuesta.
Con el dolor de su alma, dejó de moverse.
Tal vez a él no le gustaba lo que le estaba haciendo.
—Joder —gruñó él y levantó su cadera con violencia, al tiempo que
rodeaba su cintura y le robaba un gemido—. Bebiste un afrodisiaco —
confesó, empujando con más calma contra su excitación—. Por unas horas
tu cuerpo sólo querrá sexo, lo necesitará y ansiará como un hambriento
ansía un pedazo de pan.
—No puedo, mi pureza…
—Por eso estoy aquí —dijo con esfuerzo—, no dejaré que nadie se
aproveche ni te arrastre a ningún altar.
¿Por qué el duque infame se tomaría la molestia de cuidar de ella?
—Pero ¿esto?
—Lo necesitas para calmarte, muévete como hace un momento y verás
cómo te alivias un poco.
Briseida siguió su orden y tuvo que apoyarse contra la madera para
poder controlar todo lo que su cuerpo experimentó con las arremetidas de
Saint Albans, quien no se limitó a quedarse sentado y empezó a
complacerla con determinada violencia. Rodeó su pierna con seguridad,
levantándola lo suficiente para brindarle una mejor posición, y le cubrió la
boca con una mano para amortiguar el grito que atravesó su garganta
cuando algo en su interior se rompió en mil pedazos y se deslizó por sus
muslos.
Saint Albans pateó la puerta del armario y ambos terminaron sobre el
piso alfombrado. Lo sintió temblar mientras jadeaba en su oído y separó las
piernas con deleite al sentir como su excitación seguía golpeando contra
ella.
—Joder. —Rugió él, sacudiéndose contra su cuerpo, y cuando hubo
terminado ambos quedaron boca arriba, observando el techo en silencio—.
¿Te sientes mejor? —preguntó con esfuerzo y ella negó con la cabeza.
No lo entendía, pero su cuerpo seguía ardiendo en llamas.
—Maldición, debí utilizar sólo dos gotas como me lo dijeron —farfulló
y se incorporó con rapidez. Tomó un par de mantas del armario, sacó una
capa para cubrirla y la obligó a levantarse—. No puedes quedarte aquí,
Leighton podría regresar y no tengo pensado seguir con el plan b.
¿Podría ser que el marqués tuviera en mente atraparla para así hacerse de
su dote?
Era lo más probable, por lo que lo mejor sería seguir al duque.
—¿A dónde iremos? —preguntó temerosa, pero no opuso resistencia
alguna cuando la sacó de la casa.
—Debes refrescarte, será una noche bastante larga —musitó con
arrepentimiento en la voz y no la soltó hasta que llegaron hacia la arboleda
—. Puedes caminar sola, no es necesario que te guie hacia el lago.
—No me siento bien. —Detuvo su marcha y se apoyó contra la corteza
de un árbol—. El cuerpo me arde —lloriqueó desesperada—, ¿por qué
querías que mi hermano bebiera esto?
—Para que hiciera el ridículo —confesó y se acercó a ella—. ¿Debería
cargarte?
—¿Por qué los hombres no hacen más que arruinarme? —se quejó y de
un manotazo apartó sus manos—. No quiero que me cargues, ni siquiera
quiero que me toques. ¡Esto es tu culpa!
Se acuclilló en su lugar y se abrazó las rodillas, deseando acabar con el
malestar entre sus piernas.
—No soporto sentirme así, es como estar en el infierno —confesó con
lágrimas en los ojos y el rubio se arrodilló junto a ella y miró por los
alrededores.
—¿Dónde te duele?
No le dio una respuesta, pero se abrazó las rodillas con fuerza.
Saint Albans tendió una manta sobre la hierba y la empujó suavemente
por los hombros para que se recostara.
—¿Qué hace?
—Te ayudo —respondió con voz ronca y cierta tensión en los hombros
—. ¿Alguna vez te has tocado? —inquirió con nerviosismo y ella frunció el
ceño—. Maldito infierno, este castigo está bien merecido —gruñó y sujetó
su muñeca derecha—. Sé dónde te duele y te enseñaré a calmar el dolor, ¿de
acuerdo?
—Por favor —rogó entre lloriqueos.
—Debes lamer tu dedo índice y corazón.
—¿Qué? —Se apoyó sobre sus codos, indignada.
—Si no lo haces tú tendría que hacerlo yo —dijo desesperado y ella
tragó con fuerza—. Recuéstate, te gustará y luego me dirás gracias por todo
lo que aprenderás esta noche.
Como si eso fuera posible.
Briseida se recostó y Saint Albans la obligó a meter sus dedos en su
boca. Se miraron fijamente por lo que le pareció una eternidad y finalmente
él guio su mano hacia la unión de sus piernas, donde sin mirar hacia abajo,
la instó a subirse la camisola.
—Pero…
—Tú tranquila, le darás un poco de paz a tu cuerpo.
La sorpresa la golpeó con fuerza al encontrarse con una mata de rizos y
tragó con fuerza cuando sus dedos se sumergieron más y encontraron una
gran humedad entre sus piernas.
—Estoy mojada —comentó para sí misma, pero Saint Albans cerró los
ojos con fuerza, como si esa verdad le doliera—. Oh… —suspiró cuando
tocó un duro botón.
—Acarícialo —ordenó, como si supiera muy bien donde se encontraba,
y el miedo a todas las sensaciones que ese simple toque le provocaron la
llevaron a morderse el labio inferior con nerviosismo—. Hazlo, te gustará
—musitó con mayor suavidad y siguió sus instrucciones, gimiendo por lo
bajo—. Acaricia toda tu hendidura, disfruta de la sensación y sólo cuando te
sientas lista desliza tu dedo dentro de ti.
Saint Albans la estaba mirando a los ojos, para él en ese momento no
existía otro punto en el cual fijarse. Su paciencia podía considerarse una
virtud y cada vez que un gemido emergía de su garganta él cerraba los ojos
con fuerza y negaba con la cabeza.
—No puedo, no se siente bien —confesó con frustración minutos más
tarde, odiando no poder sentirse de la misma manera que en su armario, y el
duque abandonó su lugar y empezó a revolverse la cabellera.
—Baja tu camisola —pidió antes que nada y sólo cuando estuvo cubierta
la ayudó a levantarse y se hizo una vez más de las mantas—. Debemos ir al
lago, el frío te ayudará a calmar tu malestar.
—Pero…
—¿Qué tan congelada debes estar por dentro para no poder darte a ti
misma un simple orgasmo? —preguntó con rabia y la presión que sintió en
el pecho hizo que se soltara de su agarre con violencia.
—¡Perdona si no soy una libertina como tú! —escupió furibunda—. A
mí sí me enseñaron a respetar mi cuerpo y no a envolverme con cualquier
cosa que se mueva.
El rubio abrió los ojos con sorpresa.
—Lo siento, no me di cuenta…
—Tú fuiste quien me puso en esta situación —le cortó—, pero si no
quieres ayudarme puedes irte. ¡Yo no pedí que te quedaras conmigo!
Salió corriendo en dirección al lago y sólo cuando llegó al mismo con
Saint Albans pisándole los talones pudo sentirse tranquila. Lo cierto era que
no quería estar sola en un momento como este.
¿Por qué todo el mundo la creía un ser sin sentimientos? ¿Es que acaso
Saint Albans no podía ver lo asustada que se sentía?
—Lady Milton…
—Voy a nadar —le cortó, pero no lo miró por encima de su hombro—
desnuda —acotó por si quería voltearse y sólo le dio tres segundos antes de
deshacerse de la única prenda que le cubría para después lanzarse al agua.
Quizá el frío que la rodeó consiguió calmar el ardor de su cuerpo por
breves minutos, pero ¿qué se suponía que haría con aquello que ahora
mismo estaba hiriendo profundamente su corazón?
Capítulo 3
“Las fiestas campestres albergan grandes secretos, ciertos sucesos que
transcurren en nuestras propias narices, me pregunto qué pensaría lady
Kilbrenner si le comento que su encantador sobrino parece llevarse muy
bien con cierta dama que carece de un rostro.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
***
Esto era un castigo divino.
Briseida Milton acabaría con la poca cordura que Ewan estaba tratando
de mantener en pie desde la noche que se pasó de copas y consideró que
atacarla sería lo más entretenido que haría en esa aburridísima fiesta
campestre.
Por todos los santos, se suponía que su mejor amigo debía
comprometerla, pero en lugar de seguir con el plan, terminó alejándola del
peligro porque no quería que otro hombre la besara, la tocara ni mucho
menos la tuviera en ese estado.
La garganta se le cerró.
¿En qué momento empezó a desearla con tanta posesividad?
¡Era una Milton, maldita sea!
El sólo portar ese apellido debería ser razón suficiente para que él no
sintiera nada más que odio hacia ella. Se frotó el rostro con cansancio,
observando como la fémina se movía en el agua como sirena, y se preguntó
si no se estaría congelando. Llevaba cuarenta minutos esperando que
decidiera salir del lago y esperaba que una vez que lo hiciera se sintiera
completamente recuperada.
Cometió un terrible error al vaciar todo el frasco del afrodisiaco en esa
copa de champagne, tal vez a estas alturas ella ya estaría bien si sólo
hubiera utilizado las dos gotas recomendadas.
Si tan sólo ella no hubiera bebido esa copa.
«Podría ir a su alcoba», había dicho Leighton, dejando en claro que le
parecía una buena oportunidad para pasarse de listo, pero Ewan se rehusó a
dejar a Briseida sola y se ofreció a cuidar de ella.
Por supuesto, a pesar de su reticencia, estuvo dispuesto a seguir con el
plan de su amigo, al menos así fue hasta que terminó encerrado en el
armario con ella y la fémina empezó a restregarse contra él con tanto
abandono.
«Mía», esa fue la única palabra que pudo retumbar en su cabeza en ese
momento y ahora no tenía la menor idea de qué excusa le daría a su amigo
para justificar su desaparición y la de la dama.
Lo sentía por Leighton, pero tendría que buscarse una nueva candidata
para el puesto de esposa. Ewan no pensaba permitir que su amigo le pusiera
una sola mano encima a Briseida, eso de compartir mujeres nunca fue un
problema para él, pero la pelinegra no pasaría por los brazos de su amigo.
No si él podía impedirlo.
Se tumbó boca arriba sobre las mantas que tendió en la hierba y se
cubrió los ojos con el antebrazo. En ese momento daría lo que fuera por
encontrarse en su cama y no esperando a que cierta dama dejara de nadar y
sentirse malditamente excitada. En su vida pensó que lady Briseida Milton
podría adueñarse de sus pensamientos las veinticuatro horas del día ni
mucho menos que desperdiciaría sus horas de sueño en ella sólo para
cuidarla.
El sonido del agua chapoteando y los pasos femeninos hicieron que el
aire se atorara en sus pulmones y se quedó inmóvil en su lugar, no muy
seguro de cómo reaccionar al respecto porque posiblemente ella seguía
totalmente desnuda.
La imagen que dibujó su depravado cerebro se le hizo agradable.
Se atrevió a retirar levemente el brazo y la vio secándose el cuerpo con
su capa. De costado era una obra de arte, con unas nalgas y senos
generosos, pero ahora mismo él sólo podía pensar en sus ojos color cielo
suplicando por un nuevo orgasmo. Cubrió sus ojos de nuevo para evitar ser
descubierto e inhaló profundamente cuando la dama se recostó a su lado en
silencio.
Por un momento pensó que sólo compartirían cama y manta
improvisada, pero todas sus alarmas se prendieron cuando ella se pegó a su
costado y lo abrazó por el vientre, enterrando el rostro contra su pecho.
—¿Qué quieres? —preguntó con voz ronca y bajó su mano para posarla
sobre su cintura.
Dios santo, seguía desnuda.
—Tengo frío. —Se pegó más a él—. Necesito más, el lago ha
funcionado muy poco.
—Ya te enseñé como hacerlo. —Mantuvo los ojos cerrados, simulando
indiferencia.
—Y lo he hecho en el lago, pero estoy haciendo algo mal porque no me
gusta.
La idea de que Briseida se hubiera tocado en el lago hizo que sus
pantalones se ajustaran a la altura de su cadera y se relamió los labios con
ansiedad. Esa mujer no tenía ni la mejor idea del daño que sus palabras
podrían provocar a un hombre malditamente excitado.
—No sé cómo darme placer, nadie me ha enseñado antes.
Porque era una dama y él no pudo controlar su bocaza hace unos
minutos.
—Presiona tus muslos y contrae tu sexo, eso te ayudará un poco —
aconsejó con un hilo de voz y supo que siguió su orden cuando se aferró a
él como soporte.
—No es suficiente —se quejó y sin previo aviso se montó sobre él.
—¿Qué haces? —Abrió los ojos con rapidez, no muy seguro de si
apartarla o disfrutar del como sus rodillas se posicionaron a cada lado de su
cuerpo.
—Repetir lo que hicimos en el armario —respondió jadeante y empezó a
frotarse contra él.
¡Esto era un maldito infierno!
¡¿Cuándo se convirtió en el juguete sexual de esa mujer?!
O peor aún, ¿desde cuándo él rechazaba la posibilidad de tener a una
mujer tan bella entre sus brazos?
«Es peligrosa, no puedes comprometerla».
—Te he dicho que no estoy buscando nada serio —respondió con voz
dura y ella dejó de moverse—. Pase lo que pase esta noche, no me casaré
contigo ni hoy, ni mañana, ni nunca. —Sus palabras fueron duras, pero
ciertas.
Lejos de sentirse herida, Briseida apoyó las palmas en su pecho y muy
lentamente se incorporó, dejándole admirar su desnudez en primer plano.
La boca se le hizo agua, esa mujer no tenía ni la menor idea de lo que
estaba provocando y despertando en él.
Tenía hambre, un apetito voraz y ella era el bocadito que se quería
comer.
—Nunca sería tan tonta como para buscar un matrimonio contigo.
Era una desgraciada, pero no podía esperar menos de la hermana menor
de Zander.
—Mmm… —gruñó cuando empezó a mecerse sobre su miembro y se
sentó con rapidez para sujetarla de la cintura—. ¿Estás segura que quieres
esto? —Moldeó sus costados y apresó sus pechos con deleite,
observándolos con descaro.
—Siempre y cuando me mantenga pura —acotó con necesidad,
meciéndose sobre su verga—. Enséñeme, su excelencia.
Que le hablara con respeto y devoción lo excitó de sobremanera, puesto
que ella siempre era algo desdeñosa cuando se dirigía hacia su persona.
—Pero ¿qué obtendré a cambio? —inquirió con malicia, como si tocarla
y probarla no fuera premio suficiente.
—Ayúdeme esta noche y le daré lo que quiera.
—¿Me darías el privilegio de poder tocarte y hacer contigo lo que quiera
durante esta aburridísima fiesta?
—Sí —gimió gustosa, sorprendiéndolo de sobremanera—. Enséñeme
todo lo que sabe, desde lo más básico a lo más complicado.
Esta criatura necesitaba mucho amor y Ewan no era quién para
negárselo, ¿verdad?
«No lo hagas, Zander te matará».
—Mi hermano se irá hoy a primera hora —musitó en su oído, instándolo
a tomar su decisión de una vez por todas—. Nunca se enterará de nada, será
nuestro secreto.
Besó el hombro femenino, meditando su respuesta mientras disfrutaba de
su tersa piel, y lamió sus pechos por largos minutos mientras ella se
arqueaba y se entregaba a él con abandono.
Zander le debía una muy grande, él se había metido con una persona que
él amaba con cada fibra de su ser y la había herido profundamente; al
menos Ewan estaba llegando a un acuerdo con la bruja de su hermana y
ambos estaban a favor de pasarla en grande durante los siguientes días.
—¡Ah! —chilló Briseida cuando mordió su pezón con saña y lo buscó
con la mirada—. ¿Qué ha sido eso? —Lo miró con disgusto y él le sonrió.
—¿Tú qué crees, querida?
Briseida le regaló la sonrisa más hermosa que jamás hubiera visto y
sujetó una de sus manos sin previo aviso para llevar sus dedos a su boca,
lamió los mismos que le pidió que se lamiera hace más de una hora y lo
miró a los ojos.
—Creo que estás listo para derretirme por dentro —musitó finalmente
después de dejar sus dedos en libertad y Ewan la tendió sobre las mantas
con habilidad para invertir los papeles.
Ella separó las piernas para él.
—No tienes idea de a lo que te estás metiendo, milady —siseó y ya no se
reprimió más, estudió cada maldita extremidad de su cuerpo y gimió
encantado al ver que era más perfecta de lo que se imaginó.
—¡Ah! —Se arqueó cuando hundió dos dedos en su estrecho canal y se
estremeció de satisfacción al descubrir lo húmeda que estaba—. Sí, por
favor —rogó cuando empezó a moverse en ella con suavidad—. ¡Oh por
Dios! —se sacudió y Ewan dobló sus dedos como un gancho para hacerla
tiritar de placer.
Era preciosa, demasiado para su propio bien.
Tal vez lo mejor sería no perderse en su imagen.
Como un animal hambriento se lanzó contra sus pechos y durante los
siguientes cinco minutos la hizo gritar sin piedad alguna, orillándola al
máximo placer mientras se adueñaba, besaba y marcaba su cuerpo sin
cordura alguna.
En esta ocasión escuchó con claridad como llegaba al orgasmo y por
segunda vez se quedó con su excitación dentro de sus pantalones. Se
derrumbó sobre sus pechos, no muy seguro de cómo proseguir, y no opuso
resistencia cuando minutos más tarde ella acunó su rostro y lo instó a
levantarlo.
La sorpresa lo golpeó con fuerza cuando sus labios se unieron, pero su
falta de experiencia no la permitió llegar más lejos, por lo que fue él quien
la sujetó de la nuca y profundizó el beso como si no existiera un mañana.
Ella no sabía besar, pero su lengua se enredaba a la perfección con la
suya y su sabor le pareció el más delicioso de todos.
—¿Te sientes mejor? —inquirió entre besos, acunando su rostro, y ella
se rio contra sus labios.
—Me sentiré mejor si lo haces de nuevo.
Su miembro empezó a golpear contra sus pantalones sin control alguno y
ambos se tensaron cuando las gotas empezaron a caer del cielo.
—Maldición. —La ayudó a levantarse y la cubrió con su capa.
—No quiero volver, aún no estoy bien —confesó abrumada, al parecer
recién era consciente de lo que estaban haciendo, y Ewan observó el camino
de regreso.
Él tampoco quería volver, estaba seguro que una vez que el afrodisiaco
se fuera, esta mujer que ahora estaba a su merced dejaría de existir.
—Hay una cabaña de caza aquí cerca, ¿quieres refugiarte ahí?
—Sí, sí quiero —musitó con voz suave, mirándolo significativamente, y
Ewan volvió a besarla con voracidad, pero por un tiempo más corto.
—Esto apenas y está empezando.
Ella había aceptado el trato, fue ella quien se puso a su merced y Ewan
estaba dispuesto a hacer justicia al título que recibió por la sociedad como
el duque infame. Tal vez Briseida nunca sería suya en cuerpo y alma, pero
probaría cada maldito rincón de su cuerpo y haría que esa mujer lo llevara
tatuado en el alma.
Después de esta noche, ella jamás volvería a ser la misma.
Esa sería su venganza contra Carlisle, se robaría el corazón de su
hermana y ella nunca encontraría la felicidad en el lecho matrimonial.
Cuando llegaron a la cabaña de caza, Ewan utilizó los primeros minutos
para prender el fuego mientras Briseida paseaba por el lugar y estudiaba las
armas con bastante interés. Al parecer el último encuentro que tuvieron
logró calmarla, porque ahora estaba más silenciosa de lo esperado.
«Si lo piensas detenidamente, no tienen un tema de conversación», le
dijo una vocecilla y él la ignoró con descaro. Ellos no necesitaban hablar,
ella quería orgasmos y él se los iba a dar, eso era todo.
—Mi padre y mi hermano nunca me enseñaron a manejar un arma —
comentó ella de pronto, captando su atención—. Aseguraban que es muy
peligroso.
Sonaba como algo que el difunto duque de Carlisle y su hijo pensarían,
pero… Ewan se volvió sobre su eje y se congeló en su lugar al ver a
Briseida con un arma en mano, apuntándole.
—Baja esa arma si no sabes cómo manejarla —siseó con histeria y ella
se rio por lo alto, generándole un extraño calor en el pecho.
—Es broma, sé un poco y claramente no está cargada. —Dejó el arma en
su lugar—. Sólo quería asustarte. —Se balanceó sobre su lugar como si se
tratase de una niña pequeña—. Creo que ya estoy bien, ¿podemos regresar?
Enarcó una ceja.
—Espero sea otra broma.
En esta ocasión ella dejó caer su capa, quedando totalmente desnuda y
Ewan no pudo reaccionar en primera instancia, lo cual la hizo sentirse
victoriosa y caminó en su dirección con superioridad.
—Te he dejado sin palabras, debo gustarte mucho —añadió con
coquetería y se plantó frente a él, era una joven alta y hermosa, y
curiosamente sabía cómo bromear y sonreír.
—Sabes que eres hermosa.
—Para Zouche no parece suficiente.
—No lo nombres —ordenó y la rodeó por la cintura con posesividad
desmedida—. Serías una tonta si lo consideras como pretendiente después
de…
—No es tu problema, no opines al respecto.
La sangre se le congeló y no precisamente por la orden que le dio, sino
porque tenía razón y no existía una lógica para su enojo.
—Tienes razón —farfulló—, ahora mismo sólo debo complacerte. —
Atenazó su nuca con violencia y la besó con enojo, totalmente furibundo
por su respuesta y consigo mismo por sentirse así, pero lejos de asustarse o
resistirse, Briseida lo abrazó por el cuello y lo besó con la misma
intensidad.
—Espera. —Ella rompió el beso, jadeante, y empezó a abrirle el abrigo
para continuar con su chaleco—. Quítate la ropa, estás muy vestido.
Ewan lo dudó un poco, no estaba seguro de poder controlarse si se
desvestía por completo, por lo que sólo le dio el gusto de desnudar su torso.
—Cuidemos tu virtud —musitó con voz ronca, dejando que acariciara su
piel con la mirada, y le señaló la cama que estaba en el lateral derecho de la
habitación—. ¿Nos ponemos cómodos?
Briseida miró la cama y luego lo besó con ternura.
—Confío en ti.
¿Quién lo diría?
Lady Briseida Milton estaba confiándole su cuerpo; su pureza, el más
grande de sus tesoros al duque infame. Ciertamente su inocencia era muy
grande y él demasiado creyente como para suponer que nada podría salir
mal en su retorcido acuerdo.
Capítulo 4
“El barón de Zouche ha cambiado de objetivo y eso ha indignado a cierta
matrona muy respetable. Quién lo diría, de tener los ojos sobre la mujer más
bella de la fiesta el barón los posó en la única dama que no tiene un rostro
para nosotros.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
***
Colette no era el tipo de persona que estuviera acostumbrada a meterse
en los problemas ajenos; a decir verdad, evitaba enterarse de los secretos
que no eran de su incumbencia. Sin embargo, le resultaba imposible no
percatarse de la extraña actitud de su tutor y como sus ojos seguían a
Briseida en cada oportunidad que ella y su tía estaban distraídas.
En un principio pensó que todo era parte de su imaginación, dado que
sólo necesitó llegar a Londres para conocer la terrible enemistad que existía
entre Saint Albans y la familia Milton, pero ahora estaba convencida de que
algo no andaba bien entre la pareja.
¿Un amor imposible?
Se ruborizó, eso parecía tan romántico e inalcanzable para ella.
Aunque… el barón de Zouche instaló algo parecido a la esperanza en su
corazón.
Él, a pesar de todo, era capaz de mirarla.
—Quiero volver a Londres —dio un respingo en su lugar y se concentró
en la conversación de Delphina y su hermana, quienes al tener edades muy
similares lograron congeniar bastante bien.
—La pasarías bien si hicieras el esfuerzo de llevarte bien con las
personas, Louisa —espetó Delphina con paciencia y Colette asintió,
lastimosamente su hermana era demasiado huraña para el gusto de los
caballeros.
Se mordió el labio inferior con nerviosismo, comprendía que formar una
familia era algo que estaba fuera de su alcance, su condición nunca le
permitiría ser elegible entre tantas damas solteras, pero nada le daría más
gusto que ver a sus hermanas casadas y resguardadas bajo el manto de un
buen hombre.
—Toda la gente de este lugar es estúpida.
—¡Louisa! —Tuvo que intervenir y para su fortuna el vizconde de Hunt
se unió a ellas para controlar la bocaza de su hermana con una simple
mirada.
El vizconde de Hunt era algo así como un tutor de repuesto, cada vez
que Saint Albans quería liberarse de sus obligaciones como tutor las
mandaba con su gran amigo, aprovechando que él debía encontrar un buen
marido para su hermana menor.
Era un hombre agradable, pero demasiado silencioso y observador para
su gusto.
Tenía la leve sospecha que se la pasaba juzgando a medio mundo la
mayor parte del tiempo y no era para menos, el vizconde se creía el hombre
perfecto y los pares de la nobleza no hacían nada para bajar sus aires de
grandeza, sino todo lo contrario.
—Modera tu lengua —ordenó en voz baja, captando la atención de la
castaña, y su hermana intentó sisear algo por lo bajo, pero sus intenciones
se vieron interrumpidas cuando el barón de Zouche se acercó a ellas junto a
su gran amigo el duque de Somerset.
—Miladies. —Hicieron una venía perfecta y Colette tragó con fuerza,
normalmente Zouche y ella se reunían cuando la audiencia era escasa,
jamás se imaginó que el barón se acercaría a ella bajo la atenta mirada de
tantas personas—. Lady Colette, ¿me pregunto si tiene algún baile
disponible para mí?
«Todos están disponibles», contestó mentalmente.
Ella sabía bailar muy bien, pero ningún caballero estaba dispuesto a
bailar con una mujer que se cubría de la cabeza a los pies, por lo que le
resultaba bastante normal observar a los bailarines durante las veladas.
El duque le hizo una invitación a su hermana y a regañadientes la
castaña fue dirigida a la pista de baile.
—Sí, y será un honor bailar con usted —admitió con cierto entusiasmo,
aún sin poder creer en su buena suerte, y bajo la atenta mirada del vizconde
se dirigió a la pista de baile.
Si había algo que no podía negar, era que Hunt las cuidaba muy bien
cuando estaban bajo su protección.
—Lamento mucho no haber podido reunirme con usted esta tarde —se
disculpó, sintiendo un cúmulo de emociones al sentir su mano tan cerca de
su cintura.
—No se preocupe, estuve cerca cuando Teingham le impuso la tarea de
carabina —respondió el castaño con una amplia sonrisa en el rostro y ella se
ruborizó—. Tal vez podamos reunirnos en otra ocasión —añadió y un
escalofrío recorrió toda su espina dorsal al sentir una penetrante mirada
sobre ella.
El baile demandó que girara sobre su eje y se sintió algo preocupada al
ver al recién nombrado junto a Hunt y su hermana, observándola con cierto
disgusto.
Saint Albans le había informado que a partir de ahora el marqués
también cuidaría de ellas en caso de que él no estuviera presente, pero ella
no lograba entender por qué un hombre tan ocupado y despreocupado como
Teingham se centraría en dos pupilas que su tía despreciaba con cada fibra
de su ser.
Colette no era tonta, si lady Kilbrenner las aceptó en su fiesta era porque
adoraba a su tutor y no precisamente porque le parecieran jóvenes
interesantes.
—¡Arg! —Un rugido masculino provocó que muchos invitados
interrumpieran la coreografía y Colette palideció al ver que el duque de
Somerset estaba doblado en su lugar, aferrándose a su bota derecha,
mientras que su hermana se infiltraba por uno de los largos pasillos.
Esto tenía que ser una broma, ¡Louisa no podía actuar de manera tan
escandalosa y patear, o pisar, a un duque en medio de un baile!
—Tengo que ir con ella —musitó, lamentando tener que dejar al barón a
medio baile, y el castaño asintió.
—Sí, yo lidiaré con Somerset.
Con suerte y el barón convencería al duque despreciable de no hacer de
esto un gran escándalo. Consideraba que su hermana no necesitaba uno más
en su larga lista de razones por las que los hombres debían huir de ella
durante las veladas.
—Me puedes decir ¿qué pasa contigo? —preguntó nada más ingresar al
salón de música que estaba fuera de uso y su hermana se volvió sobre su eje
con rapidez.
—Ese hombre es desagradable, ¿por qué dejaste que me invitara a
bailar?
—Porque desde el momento que te hacen una invitación, no tienes otra
opción.
—¡No me gusta estar aquí! —Louisa pateó el piso, furiosa—. No es
justo, no quiero casarme, hermana.
Colette inspiró profundamente, dudaba mucho que Saint Albans
estuviera dispuesto a lidiar con tres solteronas en un futuro.
—Me temo que no tenemos muchas opciones.
—Si me caso será con Ewan. —Se cruzó de brazos y la sorpresa la
golpeó con fuerza—. Él no es amargado, no respeta las reglas sociales y es
muy guapo.
—Es tu primo —le recordó.
—No seríamos los primeros primos en casarnos. —Se encogió de
hombros.
—Él no te tomará en cuenta para el puesto de duquesa, te aprecia como a
una hermana.
Louisa no le dio una respuesta y la puerta de la estancia se abrió con
rapidez, dejando ver al marqués de Teingham.
—¿Qué diantres pasó allí afuera? —preguntó con brusquedad, dejando
claro que no pensaba ser tan tolerante como Saint Albans, y Colette tragó
con fuerza.
—No es asunto suyo —siseó su hermana sin pudor alguno.
—Louisa, compórtate —exigió con frustración, ¿por qué simplemente no
podía guardar silencio?
—Vete a tu habitación —ordenó el marqués y su hermana palideció—. Y
reza durante toda la noche para que Somerset te tenga piedad y el día de
mañana no despiertes arruinada.
—Milord… —Estaba siendo muy duro con su hermana.
—Silencio. —La señaló con enojo—. No creas que te librarás de esto.
Abrió los ojos con sorpresa, ¡ella no hizo nada malo!
—Retírate, Louisa.
Su hermana hizo una mueca desdeñosa y prefirió retirarse antes que
seguir discutiendo con el marqués, algo muy sabio de su parte porque
estaba segura de que ese hombre no se dejaría amedrantar ni manipular
como Saint Albans.
—Lord…
—Todo es tu culpa —la acusó con molestia una vez que la puerta estuvo
cerrada y Colette respingó—. Si no te inmiscuyeras con gente como el
barón, el duque no habría fastidiado a tu hermana.
—El barón sólo me invitó a bailar.
—Deberías entender que, debido a tu condición, nadie te invitaría a
bailar sólo porque sí.
Sus palabras fueron un golpe bajo y por varios segundos no supo qué
decirle. Nunca antes la habían insultado tan descaradamente por usar el velo
y cubrir su piel y cabello, por lo que esta situación le resultaba nueva y
humillante.
—Te prohíbo que te acerques a ese hombre.
—No puede hacer eso —respondió con sencillez y entrelazó sus manos
sobre su regazo—. Es un buen amigo.
—Un buen amigo que te manda cartas y te pide citas en la biblioteca,
¿no es así?
La garganta se le cerró y el marqués le enseñó la nota que ella dio por
perdida.
—¿Cómo la consiguió?
—Eso no importa. —La guardó de nuevo y caminó peligrosamente en su
dirección—. Lo único que importa es que ese hombre quiere tu dote y está
dispuesto a hacer mucho con tal de conseguirlo, así que no permitiré que se
salga con la suya.
—Él puede quedarse con mi dote siempre y cuando se case conmigo.
Esa era la función de su dote: conseguirle un marido.
—No te conviene.
Tenía que ser una broma, ese hombre le estaba tomando el pelo, ¡él no
era quien para opinar al respecto!
—Mejor no se meta donde nadie lo llama, Teingham.
Salió del salón de música como alma que se lleva el diablo y se preguntó
qué podría hacer para recuperar la nota que Zouche le envió.
Le parecía injusto que el marqués se quedara con ella.
Capítulo 8
“No existe nada más despreciable que ser rechazado en plena pista de
baile, ¿verdad?
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
Briseida llegó a esa fiesta campestre sin entusiasmo, sin esperanza y sin
amigas, pero, por casualidades de la vida, ahora contaba con un reducido
grupo de amigas; y es que todas estaban escapando de sus horribles
acompañantes.
No tenía la menor idea de cómo lo hizo su tía, pero desde hace tres días
había conseguido que el vizconde de Hunt pasara mucho tiempo con ella, el
hombre incluso se tomó la molestia de invitarla a varios paseos que, de no
haber sido por la tormenta, se le habrían hecho de lo más aburridos.
Él nunca tenía nada para decirle.
Observó a sus amigas de reojo, todas estaban en el salón de música que
estaba en desuso detrás de un piano, jugando a las cartas para matar su
tiempo.
—Esto se está saliendo de control —suspiró con frustración y las
hermanas Sheeran y lady Grayson apartaron la vista de sus cartas—. Es
como si se hubieran puesto de acuerdo.
Todo indicaba que Delphina era la nueva pupila de su tía y Ewan, con
quien por cierto llevaba días sin hablar, ahora era el mejor tutor del mundo
porque no dejaba solas a Colette y Louisa por nada en el mundo.
Era opresivo, necesitaban un respiro o terminarían enloqueciendo.
—Sí, he de admitir que incluso la compañía del barón no se me hace
agradable con Saint Albans a la par nuestra todo el tiempo —admitió
Colette con frustración.
—Dímelo a mí, debo escuchar todo lo que tú y ese hombre hablan sobre
literatura, hallazgos y otras tonterías —bufó Louisa, tirando sus cartas al
piso.
—¿Creen que les va mal? —siseó Delphina y le dirigió una mirada—.
Con todo respeto, pero tu tía quiere emparejarme con hombres que podrían
irse a la tumba con mi padre en menos de un año.
Tal vez esa era la razón por la que Hunt accedió a pasar más tiempo con
ella, lo más probable era que hubiera llegado a un agradable acuerdo con su
tía para que así él pudiera respirar unos cuantos días lejos de su hermana.
—Cierto, a ti te va peor —bromeó Louisa—, casi y puedo sentir pena
por ti. Creo que el marqués misógino te entendería a la perfección, su tía ya
lo ha obligado a salir con más ocho jóvenes y parece que está a punto de
enloquecer.
Briseida odiaba admitirlo, pero tenía la leve sospecha de que por su
culpa la sociedad de los canallas estaba divida. Los tres caballeros llevaban
muchos días sin ser vistos juntos, incluso lady Berricloth se había percatado
de ello y eso no hacía más que angustiarla.
¿Por qué?
No estaba segura.
Observó a Colette con atención, lo que más odiaba de su velo era que no
podían enviarse miradas confidenciales, pero tenía la leve sospecha de que
ella también la estaba mirando.
—Si no me equivoco, debes ver a mi hermano dentro de diez minutos,
¿verdad? —Delphina captó su atención—. No entiendo por qué sintió ese
repentino interés hacia ti, pero lo estoy odiando por haberme dejado a cargo
de tu tía —refunfuñó con disgusto.
Desde hace días que tanto ella como las hermanas Sheeran se habían
dado cuenta de que Delphina no era tan tímida como todo el mundo
pensaba, lo único que la pelinegra necesitaba para hablar con soltura era
sentirse cómoda.
—No diría que tu hermano está interesado en mí —comentó con
sinceridad—. Él nunca me hace preguntas interesantes, ni siquiera quiere
saber de mis gustos y aficiones.
—¿Entonces de qué hablan? —inquirió Colette.
—Casi no hablamos —confesó con frustración—, no entiendo por qué
nos somete a ambos a esta tortura.
—Algún mal debiste hacer para que Ryne actúe de una manera tan
descabellada —añadió Delphina con diversión.
—¿Manera descabellada? —preguntó y ella asintió.
—Pregúntale, él te lo dirá, no tiene reparos a la hora de ser sincero.
—No estoy segura si quiero que sea sincero.
Tenía la leve sospecha de que Delphina no estaba mintiendo y estaba
segura de que ella no era del total agrado del vizconde, por lo que algo le
decía que el hombre no sería muy generoso a la hora de restregarle la
verdad en la cara.
—Como sea, si no quieres ir con el vizconde, no vayas. Yo pienso huir
de Ewan durante toda la tarde —admitió Louisa con altanería—. Me
escaparé por el jardín y me refugiaré en las caballerizas.
Briseida observó a Colette.
—He de suponer que no la dejarás sola.
Tal y como lo predijo, su amiga asintió.
—¿No ibas a verte con el barón?
Colette guardó silencio y Briseida se preguntó si todos podían perder el
interés así de rápido por una persona. Ella no podía dejar de pensar en Ewan
y la última vez que estuvieron juntos. Durante las noches se atrevía a
imaginarlo en su cuarto, besándola y enseñándole aquello que no pudieron
hacer en la biblioteca, pero por el cómo estaban marchando los días, tenía
claro que el rubio no la amenazó en vano.
Él ya no estaba interesado en ella y era lo mejor, puesto que ella no
necesitaba un hombre que la menospreciara ante los demás.
—Pienso quedarme aquí —admitió Delphina—. No me reuniré con tu tía
esta tarde, no me importa si Ryne se fastidia.
Briseida quería quedarse con ella, pero le resultó simplemente imposible
considerar la idea de dejar plantado al vizconde perfecto. Lo cierto era que
de alguna manera lo estaba utilizando para llamar la atención de Ewan
porque quería creer que aún era capaz de despertar sus celos y atraerlo hacia
ella en el momento menos pensado.
Sin embargo, un paseo a calesa no serviría de mucho para despertar los
celos del duque infame porque ahora mismo se encontraban muy lejos de la
casa principal y no había rastro alguno del hombre.
—No entiendo por qué se somete a esto, usted no disfruta de mi
compañía —fue sincera y el pelinegro apartó la vista del camino para
centrarse en ella.
—Pero disfruto de su miseria. —La mandíbula se le desencajó, ahora
entendía por qué la antigua madrastra del vizconde no pudo librarse de él el
año pasado y terminó casada con un comerciante.
Era un hombre cruel y sin pelos en la lengua.
—¿Podría ser que le generé algún mal y no me di cuenta de ello?
—Por su culpa mis amigos discutieron, algo que no suele suceder entre
ellos.
—¡No fue mi culpa! —Se molestó, no le parecía justo que le pusiera una
carga tan grande sobre los hombros.
—¿Está segura?
—Segurísima, todo empezó porque Teingham no pudo controlar sus
celos y arruinó la cita de Colette.
—El vizconde clavó la vista al frente y siseó una maldición por lo bajo,
pero le pareció escuchar un “lo sabía” —. Me debe una disculpa.
—Claro que no —respondió con sencillez, desconcertándola—. Le estoy
haciendo un favor al ser su acompañante en los últimos tres días.
—¿A qué se refiere? —Frunció el ceño.
—Si no estaría conmigo, estaría con su tía y mi hermana merodeando a
esos vejestorios.
Achicó los ojos, recelosa.
—¿Y por qué no siente pena por su hermana?
—Delphina puede superarlo; además, soy yo el que debe aceptar a su
futuro esposo, pero usted, querida, está sometida a la voluntad de su
desagradable tía.
Tenía razón, pero…
—¿Y me ayuda por qué…?
—Porque Saint Albans podría matar a cualquier hombre que intente
acercarse a usted. Claro, a excepción de mí, por supuesto.
—¿Entonces lo hace para ayudar a su amigo?
—Sólo evito desgracias.
Su sinceridad le permitió sentirse más cómoda en su compañía y apoyó
la mejilla en su mano, pensativa.
—¿Y no teme que su amigo se ponga celoso de usted?
Hunt se rio por lo alto.
—Ewan me conoce lo suficientemente bien como para saber que usted
no es de mi agrado.
Definitivamente, todos los miembros de la sociedad de los canallas eran
unos patanes.
—Si lo conoce tan bien, ¿por qué evita acercarse a usted? —lo provocó y
el hombre la fulminó con la mirada. Briseida sonrió triunfante—.
Claramente su acto de fraternidad le está costando caro.
—Debería ser más agradecida.
—Y usted más juicioso —atacó—, esto podría generar un escándalo.
El vizconde sonrió con cinismo.
—No sería el primer hombre en dar marcha atrás después de cortejarla,
milady.
—¡¿Cómo se atreve?!
Perdiendo todo el recato, Briseida se abalanzó sobre el hombre para
empujarlo, pero todo salió mal cuando la calesa brincó por culpa de un
bache y su empujón provocó que tanto Hunt como ella salieran expulsados
del vehículo.
Lo último que escuchó fue un gruñido por parte del vizconde, puesto que
luego el dolor atravesó sus sienes y la oscuridad se apoderó de ella en ese
mismo instante.
Ahora entendía por qué las damas de buena cuna no perdían los estribos.
***
Ewan debía admitir que los últimos tres días le resultaron los peores de
su existencia, pero este día en particular sentía una gran inquietud en el
pecho que no lo dejaba sentirse tranquilo; y no precisamente porque sus
pupilas se hubieran escondido de él durante las últimas horas, sino por algo
más… algo que tenía que ver con Briseida y Ryne dando un paseo en
calesa.
Era absurdo sentirse así, sabía que Ryne nunca le tocaría un solo pelo a
Briseida, pero incluso así se sentía furioso y traicionado.
¡¿Por qué sus amigos no querían entender que esa mujer era suya?!
«Porque no es tuya y nunca lo será si no la haces tu esposa», le susurró
una vocecilla que parecía su enemiga y tragó con fuerza.
Briseida nunca lo aceptaría, ella no quería convertirse en su duquesa y él
no tenía la menor idea de por qué estaba considerando una vida junto a la
fémina. Tal vez todo se debía a que el día que Leighton lo amenazó con
delatarlo, él no sintió miedo, sino una terrible satisfacción ante la idea de
hacer a Briseida total y únicamente suya.
Ese pensamiento lo llevó a decir la peor de las incoherencias y
humillaciones sin darse cuenta del daño que podría causar en ella, puesto
que una vez más le faltó el respeto y en esta ocasión lo hizo con un público
presente.
«Debes disculparte con ella».
Iba a hacerlo, ya no podía seguir pasando más tiempo lejos de la
pelinegra, pero su orgullo a veces podía ser desquiciante.
—Su excelencia —la voz de Colette lo hizo parar en seco y giró sobre su
eje con rapidez.
—¿Dónde estaban metidas? Llevo más de una hora…
—Ha sucedido algo —le cortó exaltada y sus alarmas se prendieron—.
No sé cómo pudo pasar, pero la calesa en la que salieron lord Hunt y
Briseida regresó sin ellos, los caballos estaban muy alterados cuando los vi
en los establos.
Maldición.
—¿Alguien más lo sabe?
—No que yo lo sepa —confesó entrecortadamente y ambos se dirigieron
hacia las caballerizas con paso apresurado; no obstante, no muy seguro si
fue para su fortuna o desgracia, Louisa había ido por Leighton.
—¿Qué crees que pudo haber sucedido? —preguntó como si nada malo
hubiera sucedido entre ellos y su amigo lo observó con vergüenza, por un
momento pensó que no le contestaría, pero finalmente dijo:
—No lo sé, Ryne es un excelente conductor.
—Debemos ir a buscarlos, la gente no puede darse cuenta de su
ausencia.
Leighton ordenó que ensillaran dos caballos y Colette sujetó a Ewan del
brazo con firmeza.
—Nosotras iremos por detrás en la calesa.
—¿Qué? —Frunció el ceño—. Claro que no, deben quedarse y…
—¿Te das cuenta que si no los encontramos antes de tiempo ellos
tendrán que casarse? —La sangre se le congeló, él jamás permitiría algo así
—. Sí, Ewan —lo llamó por su nombre de pila—, y estoy segura que
Briseida no quiere algo así, por lo que es necesario que ella sea vista llegar
con un gran número de personas. Podemos decir que salimos de paseo y
sucedió algo en el camino, pero no será prudente que ella llegue sola en
compañía de tres hombres.
Odiaba admitirlo, pero Colette tenía razón.
—Bien.
Ayudó a sus dos pupilas a subir a la calesa y no supo cómo tomar el
hecho de que Leighton se mantuviera al margen y muy lejos de ambas
mujeres. Se rehusaba a creer que él estaba atraído por Colette, su amigo era
muy visual y Colette no dejaba nada a la vista, por lo que lo resumiría en un
interés que se enfocaba en el bondadoso corazón de su pupila.
Ewan no se sintió tranquilo hasta que pudo partir en su semental a toda
velocidad para buscar a su amigo y Briseida. Si no se daban prisa, pronto la
tormenta los alcanzaría y si de algo estaba seguro, era de que Ryne no
perdería una calesa tan fácilmente.
—No parece propio que él se meta en problemas —comentó Leighton a
la par suya, siguiendo su ritmo, y Ewan lo miró de reojo—. De verdad lo
siento, ese día actué como un patán, pero lo estoy pagando con creces, mi
tía me ha presentado a debutantes que te harían tiritar de desagrado.
Evitó reírse y clavó la vista en el camino.
—Quiero que te disculpes con Colette.
«Como yo lo haré con Briseida».
—Ella no merecía el trato que le diste ni todo lo que le dijiste.
—Lo sé, pero…
—Y luego preferiría que te alejes de ella. —Su amigo enmudeció—. No
pude reconocerte, Leighton, y eso me hace sentir algo de incertidumbre por
mi pupila.
—Está bien —fue su única respuesta y siguieron cabalgando en silencio
hasta que por fin visualizaron a dos personas sentadas bajo un árbol.
—¡Ryne! —gritó por lo alto, agradeciendo que su amigo estirara el
cuello con rapidez, y miró por encima de su hombro, al menos Colette pudo
mantener su ritmo a una distancia prudente, pronto los alcanzaría.
Algo en su interior se estrujó al ver que Briseida estaba dormida contra
el hombro de su amigo y no se dejó llevar por sus impulsos, simplemente
azuzó al animal y lo desmontó con rapidez ni bien estuvo cerca de la pareja.
—¿Qué sucedió?
—Se desmayó. —La sangre se le congeló—. Está herida, se golpeó la
sien y…
—¿Qué?
Se arrodilló con inmediatez y con mucho cuidado tomó a Briseida entre
sus brazos para pegarla a su cuerpo. Esto era malo, tenía la sien rodeada de
sangre seca y estaba muy pálida.
—¿Por qué no la llevaste de regreso? —Su cuerpo empezó a tiritar sin
control alguno—. ¡¿Qué diablos tienes en la cabeza, Ryne?! No es momento
para quedarse sentado y…
—Porque me lastimé la pierna y el hombro por culpa de tu mujercita —
farfulló disgustado, aceptando la ayuda de Leighton—. Tuvimos una
discusión, me atacó y ambos caímos de la calesa, creo que no tuvo mucha
suerte. Necesita un médico lo antes posible.
Ewan acarició la pálida mejilla de Briseida y al darse cuenta que estaba
muy fría la tomó en brazos y se incorporó con rapidez. Ryne era un imbécil
y muy pronto se las pagaría por haber provocado este accidente, pero ahora
mismo necesitaba un médico que atendiera a Briseida lo antes posible.
No se sentiría tranquilo hasta que ella abriera los ojos y le dijera que se
encontraba bien.
Capítulo 12
“No ha sido la mejor temporada para los Milton y lady Briseida está
siendo la principal afectada, un paseo en calesa que pudo terminar en
tragedia podría detonar en una boda inminente.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
Cuando Briseida volvió en sí, lo primero que sintió fue una horrible
punzada en la sien izquierda, por lo que llevó su mano al lugar donde le
dolía, pero no llegó a tocar nada porque una mayor fuerza rodeó su muñeca,
obligándola a separar los párpados con rapidez.
Ya era de noche y no hubo un impacto de luz con sus ojos celestes, pero
incluso así se sintió mareada e indispuesta.
—Tranquila, belleza, pronto te dejará de doler —musitó Ewan cerca de
su oído y todo su cuerpo entró en una terrible tensión y lo buscó con la
mirada.
Él estaba sentado junto a la cama, tratando de mantener una distancia
prudente, y tenía dos grandes bolsas debajo de sus ojos oscuros.
—¿Qué sucedió?, ¿qué haces aquí? —retiró su mano con lentitud—. Lo
último que recuerdo es que estaba con el vizconde de Hunt y… —La
imagen de ella abalanzándose hacia el pelinegro llegó a su cabeza y juntó
los ojos con frustración.
Todo era su culpa.
—Te lastimaste en la sien, pero el doctor aseguró que no es nada grave.
Acarició el parche que cubría su nueva herida y los ojos comenzaron a
arderle.
—Mi tía debe estar muy molesta.
—Creo que sí —admitió él—. La vi salir hace muchas horas y desde
entonces no ha regresado.
Lo que quería decir que era Ewan quien la estuvo cuidando durante las
últimas horas.
Era frustrante saber que su tía mostró muy poco interés en su bienestar
después de su accidente, ¿lo normal no habría sido que se quedara con ella
hasta que despertara?
«Quizá estás esperando mucho de Georgia», le dijo una vocecilla y ella
suspiró.
—Vete, por favor, ya me siento bien.
Ewan abandonó su lugar y se sentó en el espacio vacío de la cama para
acunar su mano.
—No, no puedo dejarte sola. —Cualquiera podría decir que realmente
estaba preocupado por ella—. No te molestaré, sólo quiero cuidarte —
imploró, algo bastante curioso, y muy lentamente se sentó sobre el mullido
colchón y carraspeó por el ardor que sintió en la garganta.
Ewan se movió con rapidez y pronto tuvo un vaso de agua a su alcance.
—No te entiendo —confesó con amargura—. Yo no significo nada para
ti, no soy nada para ti, pero cuando estás a solas conmigo me tratas como si
fuera lo único que pudieras ver. —Se odió a sí misma por no ser capaz de
retener la lágrima rebelde que se deslizó por su mejilla.
Sucedió aquello que ni siquiera pensó que pasaría, terminó
enamorándose del duque infame.
¿Es que podía ser más estúpida?
—Briseida —la obligó a levantar la mirada—, eres lo único que puedo
ver, pero no sé qué esperas de mí.
—Fuiste cruel delante de Colette y el marqués.
—¿Y qué querías que hiciera?, ¿qué dijera sí me casaré con la mujer que
me odia con cada fibra de su ser?
—No te odio —admitió con frustración.
—Pero llegarías a hacerlo si te obligo a llegar a un altar conmigo.
Sorbió su nariz con impotencia y él besó su frente con ternura.
—Perdón, he sido un imbécil al no controlar mis palabras, pero debes
ponerte en mi lugar. —La abrazó por los hombros—. Leighton estaba fuera
de sí y yo…
—Tú ¿qué?
—No soy más que un idiota infame cuando estoy contigo.
—¿Por qué les dijiste? —quiso saber.
—No hice tal cosa —aclaró aceleradamente—, pero ambos mantuvieron
sus sospechas porque la noche que bebiste el afrodisiaco tú desapareciste y
ellos me conocen lo suficientemente bien como para saber que nunca te
abandonaría.
Pensar que nada de esto estaría sucediendo si ella no hubiera bebido ese
afrodisiaco. No estaba segura si ese suceso fue un error o un milagro del
destino.
—¿De verdad nunca considerarías casarte conmigo? —Estaba
cometiendo un terrible error al hacerle una pregunta de ese tipo, pero
necesitaba sacar esa duda que la corroía por dentro.
—¿Tú lo harías? —Ewan le respondió con otra pregunta, tan tenso como
una vara, y la tristeza la invadió por dentro.
No era la respuesta que quería.
—No.
Porque su hermano y su tía nunca lo aceptarían en su familia y
claramente él tampoco le daría un lugar en su vida como su esposa.
El silencio se cernió sobre ellos y le resultó desquiciante, no le parecía
justo que ellos siguieran perdiendo el tiempo de esta manera, por lo que
muy lentamente se arrodilló frente a él y levantó las manos hacia arriba.
—¿Qué haces? —preguntó con voz ronca y la miró con intensidad.
—Te extraño —confesó con una sonrisa en el rostro y Ewan subió su
camisola con movimientos estudiados, dejándola totalmente desnuda.
—Yo también te extraño, Briseida. —La abrazó con fuerza y acarició su
espalda por largos segundos, desconcertándola. Estaba actuando de manera
muy extraña—. Pero no puedo tocarte, el doctor ordenó que no hicieras
ningún esfuerzo durante las siguientes horas.
—¿Cómo sabes eso?
—Me escondí.
Abrió los ojos con sorpresa y lo buscó con la mirada.
—¿Por qué harías algo así?
—Porque desde el día que te encontré en el lago, cuando estabas sola y
desprotegida, realmente no he podido mirar a nadie más que a ti.
No era justo, él acababa de rechazarla, pero seguía diciéndole cosas muy
hermosas.
—¿Te quedarás conmigo esta noche?
—Sí, mi… me quedaré contigo —se cortó con nerviosismo y la tendió
en la cama con lentitud.
—Recuéstate a mi lado, quiero abrazarte.
«Porque en los últimos tres días no he hecho más que pensar en ti».
Ewan la obedeció sin rechistar, pero en esta ocasión no se desnudó, todo
indicaba que realmente estaba preocupado por ella y no quería dejarse
llevar por la lujuria y la pasión.
—¿Qué pasó con el vizconde? —inquirió somnolienta.
—Está con la pierna y el hombro heridos.
—Es mi culpa.
—Se lo merece, no debió posar sus ojos en ti. —La abrazó por los
hombros con posesividad.
—Lo hizo para que mi tía no me ofertara a sus conocidos, él estaba
seguro de que no lo tomarías de buena manera. —Ewan se tensó—. Tienes
un gran amigo, siento envidia por ello, en mi caso nadie se preocupa por mí.
Y la clara prueba de ello era que de no haber sido por Ewan, habría
despertado sola y herida en su habitación.
—Yo me preocupo mucho por ti.
—Pero todo acabará cuando la fiesta termine y ya no sea útil para ti.
Sus palabras le resultaron amargas y todo porque eran muy ciertas. Una
vez que Ewan tomara todo lo que quisiera de ella, la desecharía como a un
pedazo de basura.
—Duerme un poco.
—Tal vez lo del afrodisiaco fue un error —no pudo dejar de hablar—,
pero desde que lo bebí, cosas muy buenas han pasado en mi vida.
—¿De verdad? —Se rio por lo bajo—. ¿Consideras como algo bueno
caerte de una calesa?
—He hecho amigas, Colette, Louisa e incluso Delphina disfrutan de mi
compañía, es una sensación agradable.
—¿Nunca has tenido amigas? —inquirió con un nudo en la garganta.
—No, toda persona que se acercaba a mí debía ser evaluado por mi tía y,
en aquel entonces, mi padre, y si no la consideraban lo suficientemente
digna, mi deber era alejarme de esa persona para siempre.
—Háblame de tu madre.
—Sólo era una niña de ocho años cuando murió por la fiebre, lo poco
que recuerdo de ella era que le gustaba mucho hacer compras y evitarme.
No era amorosa conmigo, su adoración y el niño de sus ojos era Zander, por
lo que desde mi perspectiva era la duquesa perfecta para mi padre.
—¿Alguna vez la extrañaste?
—No, sé que nunca fui lo suficientemente buena para ella.
«Y quizá por eso trato de ser lo suficientemente buena para mi tía y mi
hermano».
—Tú eres grandiosa, Briseida. —Lo buscó con la mirada—. Nunca lo
dudes ni permitas que te lo hagan dudar.
—Si fuera grandiosa ya estaría casada.
—Si tú lo quisieras, tal vez ya estarías casada.
Tenía razón, antes de que Winchester y Aberdeen arruinaran su
reputación, ella había recibido un sinfín de proposiciones, pero ninguna le
había generado mariposas en el estómago.
—Quiero irme —confesó de repente y Ewan respingó.
—¿Irte?
—Sí —asintió y clavó la vista en el techo del dosel—. Lejos de Londres
y del escándalo, pienso plantearle la idea a mi hermano cuando regresemos
a la ciudad.
—¿Por cuánto tiempo?
Ewan sólo podía pensar que para Briseida nada de lo que estaba
sucediendo ahora mismo entre ellos era importante, ella sólo lo estaba
utilizando para disfrutar del momento y la fiesta.
—Dos o tres años.
Demasiado tiempo para su gusto.
—¿Tan segura estás de que nadie pedirá tu mano en matrimonio?
Ella sonrió con amargura.
—Estoy segura que nadie llegará a amarme. —Ewan la miró con los ojos
muy abiertos, ¿ella quería amor?—. Para todos es más fácil decir que
carezco de emociones, que no tengo sentimientos y que los hombres sólo se
acercan a mí por mi dote y mi rango social.
—Estás siendo fatalista.
—Por eso acepto todo lo que me ofreces, Ewan —confesó de pronto—,
porque yo sé que nadie más va a ofrecerme esto. Un caballero nunca me
tocaría ni haría conmigo lo que tú haces.
Ewan no estaba seguro si eso era un halago o un insulto, pero el fuego en
sus venas se encendió y su corazón empezó a bombear sin control alguno.
—He de admitir que me sorprende que el duque infame haya hecho algo
bueno por mí —bromeó, pero él no se rio.
Briseida no podía ni imaginarse lo mucho que sus palabras lo estaban
hiriendo.
—Hay hombres que tienen mucho dinero y les importa una mierda tu
rango social y matarían por estar contigo —espetó de pronto,
considerándose uno de ellos, y ella carcajeó por lo bajo.
—Hombres indignos, cuya reputación está por los suelos —agregó y
Ewan se rio sin humor alguno.
—Eso es lo único que te importa, ¿verdad?
—No te entiendo —hizo un mohín.
—Que lo único que te importa es tu estúpida reputación —escupió y
Briseida retrocedió un poco.
—¿Estás molesto?
—Eres una farsa, si tanto te importara tu reputación, no estarías desnuda
ni me pedirías que…
—No sigas, Ewan, o todo terminará muy mal —le advirtió y terminó
cerrando los labios en una fina línea.
¿Desde cuándo esa mujer tenía el poder de brindarle una orden y ser
inmediatamente escuchada?
—Tienes razón, para qué seguir hablando.
Ewan se abalanzó sobre ella y la besó con dureza, con saña, buscando
castigarla por menospreciarlo, pero todo su enojo empezó a disiparse
cuando su respuesta fue apasionada y sincera.
«¡Te quiero para mí!».
La realidad lo golpeó con fuerza y los nervios lo traicionaron.
—Separa las piernas —ordenó entre besos, jadeante.
«Vas a ser mía».
Ella se rio.
—Creí que estabas preocupado por mi bienestar.
Gruñó en respuesta al recordar que ella no podía hacer ningún esfuerzo y
se dijo a sí mismo que no era el momento, que quizá estaba siendo muy
impulsivo al creer que tomando su virtud ella aceptaría convertirse en su
esposa.
—No te vayas —rogó con frustración y ella lo buscó con la mirada—.
Quédate conmigo, tú y yo nos llevamos muy bien.
—¿Qué? —jadeó sorprendida—. ¿Me estás pidiendo que sea tu amante?
No, él le estaba pidiendo algo más serio, más trascendental, pero ella
nunca podría considerar ninguna oferta suya como algo decente. La besó,
no tenía caso seguir con la conversación, su buen juicio estaba demasiado
nublado por el placer.
Capítulo 13
“No se sorprendan, queridos lectores, el regreso del duque de Carlisle
no es coincidencia, puesto que me vi en la obligación de informarle
mediante una misiva que su hermana ha hecho buenos amigos en los
últimos días y se ha comportado de lo más encantadora con la sociedad de
los canallas, algo que claramente no encaja en lo más mínimo con los
Milton.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
***
Su hermano regresó a la fiesta campestre y eso no podía ser un buen
presagio.
Briseida se abrazó a sí misma con nerviosismo y rezó en silencio para
que su doncella demorara horas en finalizar su peinado; no obstante,
lastimosamente, a los cinco minutos se le informó que estaba lista y ya
podía reunirse con su hermano y tía en planta baja.
A estas alturas su hermano ya debía estar enterado de sus nuevas
amistades, sus últimos andares y el accidente que sufrió con el vizconde de
Hunt. El sólo pensarlo hizo que la piel se le pusiera chinita y pasó saliva
antes de ingresar al salón verde.
Su pulso se ralentizó al ver a su hermano ahí y no fue precisamente por
la emoción, Zander estaba tan serio como de costumbre y en sus ojos no
existía un ápice de compasión, lo que quería decir que estaba molesto con
ella.
—Hermano, no esperaba…
—¿De verdad no esperabas que hiciera acto de presencia? —Le cortó
con brusquedad—. Te pedí que te comportaras, que fueras una dama
ejemplar y la misma lady Berricloth se atrevió a enviarme una misiva para
informarme de tu deplorable comportamiento.
Ahora tenía otra razón para repudiar a esa mujer.
—No hice nada malo.
—¡Te estás relacionando con la chusma! —Empuñó las manos con
enojo, esperaba que no se estuviera refiriendo a sus nuevas amigas—. Mira
ese acto de rebeldía —señaló sus manos con indignación y alborotó su
cabellera—. Maldita la hora que aceptamos esta invitación.
—Estás maldiciendo en mi presencia —decidió provocarlo y su hermano
la fulminó con la mirada.
—¿Crees que esto es divertido? —Claro que no lo era, desde el
momento que él regresó la diversión amenazó con esfumarse—. Todos
están hablando de tu accidente con Hunt, ¿te das cuenta de lo que eso
significa?
Un escalofrío hizo que la piel se le erizara y negó lentamente con la
cabeza.
—No pasó nada relevante, fue un accidente y…
—Estuvieron solos durante mucho tiempo. Mírate, estás herida por su
culpa.
—¡Fue mi culpa que nos cayéramos de la calesa!
—No me importa —farfulló Zander— y deja de contestarme —ordenó.
—Jamás aceptaré casarme con el vizconde de Hunt.
—¡Esto es inaudito! —gruñó su tía y abandonó su lugar para unirse a la
discusión—. Te lo dije, está incontrolable.
—No pueden juzgarme por querer elegir a mi futuro esposo.
Llevaba tantos días distanciada de su tía que se olvidó de lo importante
que era para ella guardar silencio en su presencia.
Fue su firme cachetada lo que la hizo volver en sí.
—Tú nunca podrás elegir, niña tonta —farfulló Georgia roja de la cólera
—. La razón por la que nos quedamos aquí fue para atrapar al vizconde de
Hunt y lo hemos logrado.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y buscó algo de ayuda en su
hermano, pero lastimosamente Zander no dijo nada al respecto y se cruzó
de brazos con fría indiferencia. Esta era su familia, ellos eran las personas
que supuestamente querían lo mejor para ella, las personas que no hacían
más que ejercer violencia y autoridad en su vida.
—No quiero casarme con el vizconde —susurró con un hilo de voz,
odiando que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas.
—No hay elección —sentenció Zander—, yo hablaré con él ni bien se
recupere.
—Pero…
—Y si no lo haces, te puedes ir olvidando de nosotros. —Abrió los ojos
con sorpresa—. Te quitaré tu dote, te enviaré a la peor propiedad que
podamos poseer y te haré trabajar para que ganes tu pan de cada día, ¿lo
entiendes?
Briseida siempre supo que su familia era fría, nunca esperó recibir una
gran muestra de amor por parte de sus padres, hermano o tía, pero el hecho
de que Zander le hiciera una amenaza de este tipo hizo que todo su mundo
se viniera abajo.
«Estoy sola y siempre será así».
Ella nunca podría elegir, al menos no si su intención era quedar en la
calle.
«Tienes a Ewan».
No, la oferta de Ewan no era digna, él la quería como su amante, no
como su esposa ni señora de su hogar.
—¿Qué harás si el vizconde no acepta tu oferta?
Todavía existía la posibilidad de que Hunt pisoteara las intenciones de su
hermano.
—Su hermana pagará las consecuencias —espetó su tía con malicia.
Ahora entendía por qué nadie quería relacionarse con ellos, eran
personas malas, no servían como amigos, eran egoístas y soberbios, o al
menos esa era la cara que su hermano y su tía exteriorizaban con bastante
orgullo.
—¿Puedo irme?
—No —espetó Zander con dureza—, a partir de ahora te quedarás al
lado de nuestra tía durante la mayor parte del día e ignorarás a las
desagradables pupilas de Saint Albans, ¿me entiendes?
Por todos los santos, con su tía pisándole los talones le resultaría
imposible reunirse con Ewan y lo menos que deseaba era que él creyera que
lo estaba menospreciando. Tendría que ver la manera de entregarle una nota
a Colette para que se la hiciera llegar y lograran verse durante la noche.
El duque infame debía enterarse de las intenciones de su hermano y el
poco poder que ella tenía para cambiar las cosas.
Capítulo 14
“El vizconde perfecto y la reina de hielo; una pareja capaz de helarte el
corazón con una simple mirada.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
***
Briseida no estaba segura si ese día la comida le supo desagradable o
realmente la cocinera de lady Kilbrenner no puso de su esfuerzo en la
cocina, puesto que apenas y pudo pasar bocado durante todo el día.
Hace unas semanas, guardar silencio durante la mayor parte del día le
habría parecido de lo más normal, pero ahora le resultaba asfixiante. Quería
hablar con Colette, con sus amigas e irse de paseo por el jardín con ellas;
pero no, Zander no quería que se acercara a ellas y su tía tenía órdenes
estrictas de no dejarla sola.
Ingresó a su habitación con los ánimos por los suelos y el pánico la
invadió cuando una sombra masculina se cernió sobre ella y le cubrió la
boca con una mano con inmediatez para impedir que emitiera un grito de
sorpresa. La fragancia varonil que conocía muy bien inundó sus fosas
nasales y parpadeó varias veces para poder vislumbrar la imagen de Ewan.
Lo abrazó por la cintura sin duda alguna y él la acogió en sus brazos con
firmeza.
—No sabía que él vendría —confesó y Ewan empezó a prender un par
de velas.
—No puedes casarte con Hunt, Briseida. —La sujetó de los hombros e
hizo que lo mirara—. Tienes que negarte, no puedes permitir que ellos
decidan por ti.
—No tengo otra opción —sollozó y él tragó con fuerza.
—Claro que la tienes, tú…
Unos pasos al otro lado de la puerta los alertó y en esta ocasión la cama
estaba muy lejos de su alcance, por lo que Ewan no tuvo más remedio que
meterse debajo del pequeño escritorio; no obstante, no era un escondite
muy bueno y Briseida tuvo que sentarse en el diván para esconderlo bajo
sus faldas.
Justo cuando el desapareció de su campo de visión, la puerta de su
habitación se abrió sin previo aviso y su tía ingresó a la estancia con paso
altanero. Esto era malo, si su tía descubría que Ewan estaba allí, la mataría
con sus propias manos.
—Desapareciste, te pedí que me esperaras en el salón de té —espetó
Georgia con frialdad.
—Lo siento, me sentí algo cansada y quise escribir un poco.
De alguna manera debía justificar que estaba en su escritorio y no
preparándose para dormir.
—Tu hermano se reunirá con Hunt mañana a primera hora, así que desde
ahora te informo que no toleraré ninguna actitud nefasta por parte tuya.
Su cuerpo empezó a temblar sin control alguno y juntó los ojos con
fuerza cuando Ewan acarició sus pantorrillas.
—Está bien.
La miró por encima de su hombro, su tía se veía algo perpleja por su
respuesta, tal vez había esperado que iniciara algún tipo de disputa; y quizá
lo habría hecho si Ewan no estuviera debajo de su falda acariciando sus
piernas de manera ascendente.
No debería, pero le causó algo de gracia su descaro.
—El vizconde de Hunt es un excelente partido. —La mano masculina
rozó la fuente de su placer y Briseida sujetó una pluma con rapidez para
fingir que estaba escribiendo.
—Lo sé. —Se mordió el labio inferior para no gemir y separó
imperceptiblemente las piernas para brindarle mayor espacio.
—De acuerdo. —Briseida contuvo su jadeo y empezó a sudar con
nerviosismo al sentir como el dedo de Ewan se hundía en su interior—.
Entonces eso sería todo.
«¡Sí, lárgate y déjame con él!» pensó mentalmente y miró de reojo como
su tía abandonaba su habitación en silencio.
Uno, dos, tres y ya no pudo más, tiró la cabeza hacia atrás y separó las
piernas con descaro para que Ewan pudiera tomarla con su boca. Se aferró
al escritorio, implementando toda su fuerza para no caer hacia atrás, y la
desesperación con la que la tomó hizo que acabara en su boca en cuestión
de segundos.
Era una locura, ese hombre siempre la orillaba a un abismo sin final.
—Ewan —musitó jadeante, apoyando la mejilla en la fría madera, y el
rubio salió de su escondite con habilidad y maestría.
—Veámonos en la biblioteca en dos horas —suplicó con voz ronca,
lamiendo sus labios.
—Sí, ahí estaré.
—Ven en tu ropa de dormir —besó su mejilla con ternura antes de
abandonar su habitación con sigilo.
Tal vez fueron interrumpidos en medio de una conversación de suma
importancia, pero gracias a los santos él le hizo recordar que aún estaba
viva y seguía siendo muy capaz de sentirlo.
Juntó los ojos con frustración.
¿Por qué ese hombre tenía que gustarle tanto?
Capítulo 15
“Hasta una abominación parece tener más atractivo que un templé de
hielo.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
***
Usar el pasadizo secreto no era una opción.
Leighton no pensaba sacar a Colette de la biblioteca porque lo que estaba
a punto de suceder la haría olvidar por completo al hombre que ahora
mismo la estaba esperando en el salón de música con toda la intención de
aprovecharse de su inocencia.
Por todos los santos, que le partiera un rayo si permitía que el barón le
pusiera una sola mano encima a Colette.
Se fijó en el horrible velo una vez más, evocando la imagen de sus
hermosos y llenos labios rosas, su pequeño mentón puntiagudo y la piel
tersa y clara que ella debería presumir y no esconder con tanto ahínco.
La boca se le hizo agua y obviando toda etiqueta de decoro se restregó
contra ella y deslizó un muslo entre sus esbeltas piernas.
—¡Ah! —el jadeo de lady Milton fue capaz de amortiguar el de Colette,
pero él solo pudo pensar en el suave sonido que hizo eco en su estrecho
escondite.
Apresó su cintura, atrayéndola hacia su prominente erección y
aprovechando la ausencia de su corsé acunó sus pequeños pechos para
amasarlos con lentitud. Dios, ¿por qué se escondía del mundo cuando cada
maldita curva parecía ser más que perfecta?
—Milord… —intentó apartarlo, pero no se lo permitió.
—Shh…
—¡Sí! —el grito de la pelinegra volvió a levantarse entre ellos y en esta
ocasión sólo provocó que ambos se tensaran—. Por favor, Ewan, déjame
probarte.
De acuerdo, si su amigo podía gozar de la hermana de su peor enemigo
sin sentir remordimiento alguno ni tener intención alguna de casarse, él
también podía hacer exactamente lo mismo con su pupila, ¿verdad?
Con el brazo derecho rodeó la diminuta cintura femenina y en esta
ocasión no dudó en mover su rodilla hacia la fuente de su placer para
estimularla sin piedad alguna. Ellos podían hacer más que escuchar, ellos
tenían tanto derecho como Ewan y lady Milton de disfrutar del placer.
En un principio ella golpeó su hombro en señal de protesta, pero luego lo
abrazó por el cuello y se aferró a él para no caer. Mordió su abrigo,
amortiguando cada uno de sus sonidos, y Leighton levantó la pierna
femenina para tener un mejor acceso y en esta ocasión frotar su polla contra
el centro femenino.
—Debe parar —susurró con esfuerzo.
—¿Quieres escucharlos o te gustaría sentir lo que ellos están sintiendo?
—Mmm… —amortiguó su gemido, un sonido secreto y prohibido, y
dejó de arremeter contra ella—. No, no se detenga.
—¿Quieres más? —gruñó, no tenía la menor idea de dónde estaba
sacando la paciencia para permanecer inmóvil en su lugar—. Porque yo
quiero y necesito más. —La soltó con lentitud y dio un paso hacia atrás—.
Ven conmigo, podemos ir a un lugar más cómodo. —Al no recibir una
respuesta, posó su mano en la fuente de su placer por encima de todas las
telas que la protegían y presionó su palma con saña.
—Ah…
—Por favor, sé que lo quieres tanto como yo.
—Oh, Briseida, un poco más, cariño…
—De acuerdo —dijo Colette rápidamente, deseando alejarse de la pareja
que sabe Dios que estaría haciendo, y Leighton se encargó de abrir la puerta
del pasadizo secreto—. ¿Por qué no hizo eso antes? —se quejó una vez que
se alejaron del bullicio erótico y terminaron totalmente resguardados por la
oscuridad.
—Lo olvidé —mintió.
—Debemos movernos, necesitamos un poco de luz —comentó ella y
Leighton la sujetó por los brazos y la acorraló contra el frío muro.
—La oscuridad podría ser una buena aliada.
Él quería tocarla bajo la luz, probarla al aire libre con el sol sobre ellos,
pero sabía que Colette nunca permitiría algo así, por lo que podía
conformarse con un encuentro en profunda oscuridad.
—¿Qué?
—Quiero lo mismo que Ewan tiene con lady Milton —confesó
apasionadamente y atenazó su cintura con firmeza para pegarla a su cuerpo
—. Te necesito, quiero tocar tu piel y…
—No quiero que toque mi rostro —confesó apresuradamente.
—¿Es un sí?
—Siempre y cuando mi pureza se mantenga intacta, creo que podría
aceptar.
Leighton tiró del velo con violencia, sintiendo una gran satisfacción a
pesar de no poder ver nada, y la besó con vehemencia, apartando cada
maldita capa de ropa que lo privaba de la piel más suave que pudiera haber
tocado jamás.
Parecía el acuerdo perfecto, pero existía un gran problema, Leighton y
Ewan eran como el día y la noche.
Él no era un caballero como su amigo, él no tenía el autocontrol del
duque infame y claramente Colette no conocía ni estaba acostumbrada a
tantas restricciones como lady Milton.
—¡Leighton! —lo llamó por su nombre de pila con desesperación, su
voz mezclada con el placer, el dolor y el horror, y él cerró los ojos con
fuerza, gozando con creces el cómo las paredes vaginales se cerraron con
violencia alrededor de su polla—. ¿Qué hiciste?
Esperó unos segundos, buscando que ella se adaptara a su tamaño, y
empuñó su suave cabellera con fuerza antes de empezar a bombear en su
interior. Era su rostro, el problema real estaba en su rostro, porque por lo
que pudo sentir, su piel era simplemente perfecta.
—Duele… —confesó jadeante, empuñando sus cabellos—, pero no
quiero que te detengas.
—Sólo será esta vez —respondió con esfuerzo antes de derramar su
semilla en su interior y derrumbarse en su encima.
Por todos los santos, atacó a una dama soltera y virginal y…
—¿Qué hiciste? —repitió ella con voz llorosa y Leighton tragó con
fuerza.
—Te hice mía —espetó con severidad, comprendiendo mejor la
situación, y sintiéndose dueño de la mujer que yacía desnuda bajo su
cuerpo, rompió su palabra y acunó su rostro con firmeza.
En ese momento pudo sentirlo, pudo sentir el problema en su mejilla
derecha.
Se alejó de ella como si su tacto quemara y en ese momento lamentó
mucho todo lo que sucedió en los últimos minutos.
«Cometí un terrible error».
Colette se percató de la situación sin necesidad de que él expresara su
desagrado y se sentó sobre su lugar con lentitud, palmeando el piso para
buscar su ropa.
—He de suponer que fui una ingenua.
«El confiado fui yo».
¿En qué estuvo pensando al creer que un matrimonio entre ellos podría
funcionar?
Nunca se casaría con una mujer cuyo rostro no pudiera tocar ni mucho
menos mirar.
—Al menos fui claro contigo al decirte que nunca serás una opción para
mí —musitó con voz ronca, dejando claro que no pensaba hacerse cargo de
la situación, y agradeció que la oscuridad no le dejara ver el semblante de la
mujer a la cual seguramente acababa de romperle el corazón.
Era el marqués misógino, ella siempre lo supo e incluso así lo aceptó en
su vida, por lo que no podía hacerle reclamo alguno al respecto.
Capítulo 16
“Se avista nuevo compromiso, yo los denomino una pareja bajo cero.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
***
—Tienes prohibido comunicarte con él una vez que llegues a Valencia,
Briseida —espetó Zander con voz dura y autoritaria, y Briseida se encogió
en su lugar—. Tus irresponsables actos no arruinarán la reputación que
nuestra familia ha construido por años, ¿me entiendes?
Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas y sorbió su nariz con poca
delicadeza, ¿acaso tenía caso darle una respuesta?
Su hermano no iba a escucharla, lo dejó claro desde el primer momento
y cada vez que abría la boca su tía no hacía más que abofetearla.
«Pero mi tía no está aquí», se respondió a sí misma con mayor valentía y
observó a su hermano a los ojos por primera vez desde que la encontró con
Ewan en la cabaña de caza.
—Él quiere casarse conmigo —musitó con un hilo de voz.
—¡Nunca te entregaría en matrimonio al duque infame, no seas
insensata!
—Podría estar embarazada —soltó con impotencia y dio un paso hacia
atrás cuando su hermano extendió los brazos y luego alborotó su cabellera.
—Cállate, maldita sea, o juro que te daré los azotes que nuestra tía
sugirió desde el primer día. —Zander estaba fuera de sí y ahora mismo no
estaba segura si su hermano no sería capaz de levantarle la mano—. Si esa
desgracia sucede lo solucionaremos, siempre hay una solución para todo.
Briseida empuñó las manos ante tal sugerencia y apretó la mandíbula.
—No dejaré que me lo quiten.
Todavía no estaba segura si estaba encinta, pero si eso llegaba a suceder
no estaba dispuesta a permitir que su tía y su hermano decidieran por su
hijo.
—No tienes más opción que obedecernos, tú dependes de nosotros.
—¿Por qué no puedes entender que lo quiero? —preguntó con
frustración.
—El amor no existe, Briseida, sólo estás viviendo una breve ilusión que
con la distancia y el tiempo adecuado se esfumará.
—Qué tú seas incapaz de querer a la gente no quiere decir que otros no
podemos amar —lo desafió con valentía, decidida a hacerse escuchar antes
de partir, y Zander achicó los ojos con molestia.
De alguna forma, sus palabras lo habían herido.
—Saint Albans nunca llegará a amarte, estoy seguro que sólo se metió
entre tus piernas para vengarse de mí.
Jadeó horrorizada ante sus vulgares palabras y su hermano enarcó una
ceja con cinismo.
—¿Te escandalizas? Ya no eres una joven inocente, con la influencia de
Ewan tan cerca estoy seguro que escuchaste cosas peores.
No, con la influencia de Ewan, Briseida sólo descubrió las inmensas
ganas que tenía de luchar por su felicidad y libertad.
—La única razón por la que estoy siguiendo tu orden es porque no
quiero que divulgues su secreto —confesó de pronto.
—¿Ah sí? —preguntó con curiosidad—. ¿No temes quedarte sola y sin
ningún penique?
—Tal vez eso es mucho mejor que una vida junto a ti y nuestra tía.
Sus palabras lograron conmocionarlo porque abrió los ojos de par en par
y selló los labios en una fina línea, indignado.
—No sabes lo que dices, la lujuria ha cegado tu buen juicio.
—El amor me ha abierto los ojos, ¡cualquier cosa es mejor que ser una
Milton!
—¡Suficiente! —bramó fuera de sí y Briseida se cubrió el rostro con sus
dos manos, pensando que pronto él la abofetearía, pero para su sorpresa eso
nunca sucedió—. ¿Me temes?, ¿de verdad me crees capaz de ejercer un
daño físico sobre ti?
¿Por qué había tanta incertidumbre en su voz?
—Dejaste que nuestra tía lo hiciera y no me defendiste —su voz tembló,
no estaba segura de qué le dolió más, si los golpes de su tía o la fría
indiferencia de su hermano.
Zander se quedó inmóvil en su lugar.
—Si yo pudiera elegir, si yo no fuera su ruina perpetua, juro que correría
hacia él.
Porque Ewan nunca la lastimaría ni buscaría deshacerse de ella con tanta
facilidad como lo estaba haciendo su familia por considerarla un escándalo.
Todo indicaba que su hermano y su tía eran más infames que el mismísimo
duque infame.
—Ya es hora, querido. —La puerta del despacho de su hermano se abrió
y la piel se le erizó de solo sentir la presencia de su tía en la misma estancia
—. Te escribiré cuando lleguemos a Valencia, será un viaje largo, pero
estoy segura de que encontraré el castigo perfecto para ella.
¿Desde cuándo el amor se castigaba?
«Lo haces por Ewan, tú puedes soportarlo», se consoló a sí misma.
—Basta de castigos —ordenó él, pero Briseida no se sintió agradecida
por eso—. Sólo manténgala lejos del duque infame.
—Ese bastardo lamentará haberla tocado.
—Si ustedes hacen algo en su contra, huiré con él.
—¡¿Cómo te atreves?! —Esperó con valentía la cachetada de su tía, pero
Zander no permitió que la mano femenina se estrellara en su rostro.
¿Qué, ahora sí quería ser un buen hermano?
—Suficiente —ordenó con frialdad y su tía dio un paso hacia atrás por
inercia—. Le prohíbo que vuelva a tocarla.
Nada de lo que Zander dijera o hiciera lograría calmar a Briseida, para
ella, ahora mismo, su hermano y su tía sólo eran dos personas
despreciables. Abandonó el despacho con paso apresurado para refugiarse
en el carruaje que la llevaría al muelle, donde tomaría el barco que la
llevaría lejos del hombre que amaba.
Recordó las tres ocasiones que rechazó a Ewan y se percató de que quizá
a estas alturas él la repudiaba con cada fibra de su ser al creerla un ser sin
sentimientos.
—Tienes suerte —gruñó su tía nada más subir al carruaje—. Si yo
hubiera sido tu hermano, hubiera utilizado un látigo para castigarte.
Porque era un ser cruel y despreciable.
—Tantos años y dinero invertido para que resultes ser una cualquiera, tu
padre debe estar retorciéndose en su tumba.
Tal vez hizo mal al hacerles creer que ella podría ser lo que ellos querían
que fuera.
—Ahora tu destino es vivir como una solterona —agregó a medio
camino—. ¿Es eso lo que querías? —La desafió a decir algo al respecto,
pero ella no le dio el gusto—. Reza, muchacha, reza para que tus acciones
no tengan consecuencias. —Miró su vientre con desprecio—. ¿Qué hice
para merecer esto? Hace un año fue tu hermano y ahora tú.
¿Qué?
Cuadró los hombros con rapidez.
—¿Qué hizo mi hermano? —quiso saber y su tía meditó sus siguientes
palabras.
—Se metió a jugar con la chusma y la chusma quiso pasarse de lista.
Arrugó el entrecejo, no estaba entendiendo nada.
—¿A qué se refiere?
—Me refiero a que, si pude encaminar nuevamente a tu hermano, tú no
serás más difícil de corregir, ¿me entiendes?
—Los sentimientos no pueden corregirse.
—¿Qué sabes tú de sentimientos? —bufó—. Se te crio para que no los
tuvieras.
Briseida empuñó las manos con rabia, no quería irse con esa mujer, no
quería seguir tratando con gente como su tía y hermano, pero… ¿de verdad
podía ser tan egoísta como para arriesgar todo lo que Ewan tenía?
Cuando llegaron al muelle le resultó bastante difícil dar los primeros
pasos para dirigirse hacia el barco. Era un viaje de tres años, tres años lejos
de Ewan y con la latente posibilidad de perderlo para siempre.
Él no iba a esperarla, ni siquiera iba a pensarla más de lo necesario,
pero…
Iba a dar un paso hacia atrás, pero la sangre se le congeló al sentir como
alguien la sujetaba por detrás y posaba una hoja metálica contra su
garganta.
—¡Mmm! —El grito de su tía fue silenciado y Briseida la buscó con la
mirada.
En la oscuridad de la noche sólo podía apreciar que un hombre
encapuchado la tenía muy bien sujeta mientras otro hombre, uno demasiado
grande para su tranquilidad, se encargaba de los tres lacayos que las
escoltaban con bastante facilidad.
¿Las estaban asaltando?
—No le hagan nada —rogó abatida, viendo como tiraban de su tía hacia
el barco, y el sujeto que estaba a su espalda cubrió su boca con una mano
con rapidez.
Tal vez ahora mismo estaba molesta con Georgia, pero ni siquiera así
desearía que algo malo le sucediera.
Zander debió escoltarlas, él…
—Tranquila, mi amor. —La sangre se le congeló y abrió los ojos
anonadada.
El hombre encapuchado que la tenía sujeta era Ewan.
¡Su Ewan!
—Tu tía sólo hará un emocionante viaje sola.
Sus músculos se relajaron en demasía y la visión se le cristalizó al ver
como llevaban a su tía hacia el barco. Ewan apartó la cuchilla de su cuello,
pero no dejó de acallarla con su mano cuando la instó a avanzar hacia un
carruaje que estaba a unos cuantos metros de distancia en las penumbras.
—Soy el duque infame —musitó de pronto, logrando relajarla con su
voz— y soy capaz de cometer cualquier locura por la mujer que amo. —La
subió al carruaje con delicadeza, apartando la mano de su boca para dejarla
hablar y Briseida esperó que él subiera detrás suyo y golpeara el carruaje
para que este se pusiera en movimiento.
—¿Qué hiciste? —musitó con amargura.
—Te amo —Su corazón empezó a bombear sin piedad alguna—. No
puedo permitir que te alejen de mí.
—¡Eres un tonto! —Se volvió sobre sus rodillas y lo empujó por el
pecho—. Divulgarán tu secreto, arruinarán tu vida, ¡yo sólo quería
protegerte! —explotó y Ewan la sujetó de las muñecas con firmeza y tiró de
ella para pegarla a su cuerpo.
—¿No me rechazaste porque soy un bastardo? —preguntó con un hilo de
voz y Briseida sollozó con amargura.
—Yo también te amo, Ewan —confesó—, pero no quiero ser tu ruina.
Los brazos masculinos la rodearon con avaricia, brindándole todo el
consuelo que ella necesitaba recibir y por primera vez en días dejó de sentir
miedo por su futuro y bienestar físico.
—Pueden quitarme mi título, mi fortuna y todas las comodidades que
tengo, no me importa y nunca me importaron, pero tú eres lo más valioso
que tengo y nunca permitiré que te lleven lejos de mí.
La única razón por la que la gente nombraba a Ewan como el duque
infame era porque era un noble que podía sentir y no tenía miedo de
hacerlo.
—Lo siento, nunca quise lastimarte.
—Lo hiciste porque me amas y eso me alivia y justifica todo el dolor que
me hiciste sentir en los últimos días.
Briseida sonrió con ternura y acarició su espalda.
—Estás temblando.
—Necesito verte —rompió el abrazo por breves segundos y encendió la
lámpara a gas para iluminar el carruaje—. Nos iremos… —Su voz fue
muriendo cuando sus ojos se posaron en ella y Briseidia tragó con fuerza al
ver como la rabia empezaba a teñir su semblante.
—¿Fue tu hermano? —acarició su pómulo derecho y ella respingó por la
leve molestia—. Porque si es así, te juro que lo mataré.
—Mi tía ha estado un poco violenta en los últimos días —respondió
cabizbaja y no objetó cuando él empezó a abrirle el vestido para revelar sus
hombros y brazos magullados.
—Quiero matarla.
—Créeme que le diste el peor castigo al subirla a ese barco —respondió
con sencillez y se apoyó en su pecho—. Ya no duele, créeme que tu
presencia aquí ha conseguido calmar mi alma.
Por breves minutos, él no pudo decir nada al respecto y se quedó
acariciando su magullada piel. Sabía que estaba en un debate interno entre
tomárselo como algo personal o seguir su ejemplo y superarlo.
—Ewan…
—¿Sí? —Besó su coronilla.
—¿Aún quieres casarte conmigo? —preguntó con timidez y lo buscó con
la mirada.
Él se rio.
—¿Por qué?, ¿vas a pedirme matrimonio de nuevo?
Briseida se ruborizó, pero se armó de valor y asintió.
—Quiero casarme contigo.
Ewan abrió los ojos con sorpresa.
—¿Y si me quitan mi título y mi fortuna?
—Mi mejor título será ser tu esposa y mi mayor fortuna tenerte a mi
lado, no necesito más que eso —confesó con timidez y lo abrazó por el
cuello mientras él presionaba su abrazo con seguridad.
Durante años tuvo un título y una gran fortuna y nunca pudo ser feliz
hasta que ese hombre llegó a su vida para cambiarlo todo, estaba claro que
mientras estuvieran juntos, ellos estarían muy bien.
—Yo también quiero casarme contigo —espetó él con voz ronca y unió
sus labios con suavidad—. A decir verdad, ahora mismo estamos de camino
a Escocia —confesó de pronto y ella se rio por lo alto.
—Jamás creí que este día concluiría de una manera tan dichosa para mí
—admitió entretenida y en esta ocasión sus labios se entrelazaron con
mayor ímpetu y sus manos recorrieron sus cuerpos con habilidad,
despojando cada prenda que se interponía en su camino.
Su primera vez le había parecido maravillosa, ambos sumidos en el
placer y la desesperación de no poder estar juntos, pero ahora que ambos
sabían que su amor había triunfado y se quedarían juntos para siempre, el
momento le resultó simplemente mágico a pesar de estar tumbada sobre el
piso de un carruaje con Ewan meciéndose sobre ella con potencia
desmedida.
El orgasmo llegó sin previo aviso y se aferró a él de tal manera que
temió fundirlo entre sus piernas. Ewan la llenó con su semilla y su pecho se
encogió de alegría mientras lo envolvía en sus brazos y recuperaba el
aliento perdido.
—Puedo acostumbrarme a esto —dijo de pronto, entretenida, y él rio
roncamente.
—Qué bueno, porque ten por seguro que te haré mía en los momentos
menos pensados y en los lugares menos adecuados.
—Mmm… —enarcó una ceja—, suena tentador.
Ewan volvió a adueñarse de sus labios y no se detuvieron en ninguna
posada hasta tres horas más tarde, cuando consideraron que seguir con el
camino a horas tan tardías podría ser demasiado arriesgado y quizá no había
razón alguna para preocuparse por Zander por el momento.
Es decir, la información de que fue secuestrada no le llegaría con tanta
prontitud, ¿verdad?
Capítulo 19
“El viaje de la reina de hielo se cancela, pero su tía ya se encuentra de
camino para visitar una hermosa Valencia.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
***
No deseaba estar aquí
Briseida debía admitir que era una pésima semana para asistir a un
evento social. Debería sentirse aliviada, su desliz con Ewan no tuvo
consecuencias, pero curiosamente sólo quería meterse a su cama y llorar en
silencio.
Él se olvidó de ella, posiblemente estaba refugiado en su hijo y amante,
algo bastante normal si consideraba que ellos eran su número uno, pero…
¿cómo lidiaría con el dolor que el abandono de su número uno dejó en ella?
Todo esto era tan injusto.
—No te ves bien, ¿quieres que nos retiremos?
Los bailes de los duques de Beaufort siempre eran muy hermosos, pero
en esta ocasión ni la mejor decoración, música ni comida podrían animarla.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó con un hilo de voz y los ojos se le
llenaron de lágrimas.
Zander respingó, abatido.
—¿Qué?
Era agradable saber que detrás de ese pilar nadie podía observarla.
—Tú dijiste que con el tiempo podría olvidarlo, pero el efecto ha sido
todo lo contrario, mientras más tiempo pasa más lo extraño —confesó con
amargura y cerró los ojos con fuerza para impedir que las lágrimas bajaran
por sus mejillas—. Quiero irme a Carlisle Abbey.
Tal vez si huía de Londres todo mejoraría para ella.
—Te ha estado yendo bien en los últimos bailes, tus pretendientes han
ido aumentando, ¿por qué quieres irte ahora?
—No importa cuántos pretendientes tenga, hermano, ninguno será como
él —confesó con voz rota y bajó la mirada para esconder la tristeza que
cargaba consigo en su pecho.
—¿Estás segura que quieres irte? —inquirió con aspereza y ella asintió
—. ¿Cambiarías de parecer si te dijera que Saint Albans acaba de llegar?
Un escalofrío recorrió su espina dorsal y enderezó la espalda con
rapidez, manteniendo los ojos muy abiertos por la noticia que acababa de
recibir. Según tenía entendido, él llevaba semanas encerrado en su casa,
¿qué cambió ahora que decidió salir de su escondite?
—¿Tanto te importa? —preguntó Zander con una mueca, como si ese
hecho le doliera demasiado, y Briseida tragó con fuerza—. ¿Qué me dices
de mi advertencia?
—Sólo eso me mantiene alejada de él —confesó con tristeza y muy
lentamente giró sobre su eje.
Tal y como su hermano lo dijo, Ewan estaba junto a su pupila más
salvaje y la hermana menor del vizconde de Hunt. Era lamentable no ver a
Colette por ningún lado, suponía que su amiga podría darle algún tipo de
información sobre lo que estuvo haciendo Ewan en las últimas semanas,
pero no importaba cuanto intentara encontrarse con ella, Colette permanecía
encerrada en su casa la mayor parte del tiempo.
Según tenía entendido el vizconde de Hunt salió de viaje esta mañana y
por ende Ewan estaba a cargo de Delphina por el momento, algo que no le
gustaba mucho porque la joven era muy atractiva y femenina.
¿Ewan podría seducirla de la misma manera que lo hizo con ella?
—Creo que es hora de marcharnos —dijo de pronto, percatándose de los
absurdos y peligrosos celos que estaban surgiendo en su interior, y se volvió
hacia su hermano—. No quiero estar aquí, no quiero que él me vea.
«Fui yo quien lo rechazó y no soy digna de hacerle cualquier reclamo».
***
Ewan observó en silencio como Briseida salió huyendo del salón de
baile junto a su hermano y usó todo su autocontrol para no seguirlos ni
expresar la decepción que en ese momento lo estaba invadiendo.
¿Así sería su vida a partir de ahora?
Cada vez que sus caminos se toparan ambos buscarían huir del otro.
—¿Tiene idea de a dónde pudo ir mi hermano, milord? —inquirió lady
Delphina, regresándolo a la realidad.
—No lo sé —forzó su mejor sonrisa—, pero creo que para el día de
mañana ya estará de regreso. —Le tendió el brazo y se dirigieron a la pista
de baile con gracia—. ¿No le gusta estar bajo mi cuidado?
—No, no es eso —musitó con timidez—. Es sólo que esta mañana lo
escuché rezongar para una mujer y…
—¿Una mujer? —Frunció el ceño y Delphina asintió.
—Sí, dijo que odia los problemas de faldas.
Ryne no era dado a involucrarse con muchas mujeres y lidiar con
problemas de faldas. Él sólo tenía uno y según tenía entendido trataba de
mantenerse muy alejado y oculto de dicha falda.
—Su hermano es un misterio —se limitó a decir, no muy seguro de
querer ahondar en el tema, puesto que estaba seguro que su amigo no haría
lo correcto.
Llevaba muchos años huyendo de su pasado como para que de la noche
a la mañana cambiara de parecer.
—Por cierto —musitó la joven, segundos más tarde—, creo que Colette
no se siente bien.
Ewan frunció el ceño.
—¿Por qué lo dice?
—Sé que debido a su velo y peculiar gusto para vestir es imposible ver
su semblante, pero el día de hoy, poco antes de la hora del almuerzo. —Uno
que, por cierto, Colette prefirió saltarse—. La escuché algo indispuesta en
su habitación.
—¿Indispuesta cómo? —Enarcó una ceja.
Delphina pensó en sus siguientes palabras.
—Problemas estomacales —prefirió decir—, muchas criadas estaban
chismorreando afuera de su habitación.
¿Podría ser que Colette se sintiera mal y no quisiera decírselo para no
causarle más problemas?
—Gracias por la información, milady, he estado algo ausente estos días,
pero hablaré con ella esta misma noche.
Al menos ahora tenía la excusa perfecta para abandonar ese salón de
baile lo antes posible.
Una hora más tarde, Ewan se paró frente a la puerta de la habitación de
Colette y llamó con suavidad, al no recibir una respuesta después de varios
intentos se vio obligado a ingresar a la estancia con bastante prudencia.
—Colette… —Frunció el ceño al ver que estaba tendida sobre su cama
con su ropa del día—. ¿Estás dormida? —Se acercó a la cama con cautela,
parando en seco al ver un largo mechón rubio sobre su hombro.
Era rubia, algo curioso, si consideraba que sus hermanas eran castañas.
Se tensó al darse cuenta de que no llevaba su velo puesto y entró en un
debate interno entre salir de la habitación o descubrir cómo lucía el rostro
de su pupila mayor.
—Colette —volvió a llamarla, tenía la leve sospecha de que algo no
andaba bien.
Ella jamás se recostaría tan despreocupadamente.
La comprensión lo golpeó con fuerza e ignorando sus principios se
acercó a la cama y la levantó por los hombros.
Sí, ella se había desmayado.
—Colette —la zarandeó suavemente y no obtuvo una respuesta—.
¡Louisa! —gritó con demasiada fuerza, no muy seguro si la rubia era así de
pálida o realmente se sentía mal, y gracias a los santos la castaña respondió
a su llamado con inmediatez.
—¿Qué sucedió? —Se congeló al ver el estado de su hermana y lo miró
con los ojos muy abiertos—. ¿Usted le quitó el velo?
—Eso es lo de menos, tráeme sales aromáticas.
Una cicatriz en su mejilla derecha, eso era lo que Colette escondía con
tanto ímpetu y a él no le parecía la gran cosa considerando los hermosos
rasgos que poseía. Una nariz pequeña, piel inmaculada, pestañas largas y
cejas pobladas junto a una voluptuosa boca en forma de corazón.
¡Era una tonta!
—Colette —la llamó Louisa, realmente asustada, mientras pasaba las
sales por la pequeña nariz de su hermana, y Ewan se relajó en demasía al
ver como unos ojos verdosos aparecían en su campo de visión.
—¿Qué te sucedió? Te ves muy mal —susurró la castaña y Ewan
carraspeó.
La rubia se tensó con brusquedad, pero ni siquiera fue capaz de sentarse.
Ella no estaba bien.
—Mandaré a buscar al doctor.
—No… —pidió con esfuerzo y trató de incorporarse sobre sus codos.
—Espera. —Su hermana la ayudó a recostarse—. No te sobre esfuerces,
pronto el doctor vendrá y te sentirás mejor.
—No necesito un médico —respondió con mayor claridad y lo buscó
con la mirada—. No mande a buscar a nadie, su excelencia.
—No tienes buen semblante.
Colette se llevó una mano a la mejilla y tiritó en su lugar al darse cuenta
de que no llevaba el velo encima. Sus ojos se llenaron de lágrimas y Ewan
se posicionó al lado de Louisa para calmarla.
—Tranquila, recuerda que ahora soy como tu hermano mayor, no tienes
que temer. —Sujetó su mano con firmeza, tratando de explicarle con esa
acción lo mucho que la apreciaba, y la rubia cerró los ojos con fuerza—.
Dime qué te sucede.
—Yo…
Silencio.
Louisa empezó a golpear el piso con su pie.
—Yo…
Esto estaba resultando inquietante, claramente no tenía buenas noticias
para él.
—Tengo un retraso.
Ewan pudo sentir como la piel se le ponía de gallina.
—¿A qué te refieres con eso? —preguntó varios segundos después.
—¿No sabe sobre la menstruación de las mujeres? —inquirió Louisa y él
levantó una mano para que guardara silencio.
—No me perturbes —pidió con nerviosismo y miró a Colette—. ¿Tienes
un retraso porque es un retraso o tienes un retraso porque…? —No pudo
continuar, pero ella terminó asintiendo.
—Creo que estoy encinta.
Por todos los santos, ¿es que los escándalos nunca dejarían de
perseguirlo?
¡Se suponía que Colette era la pupila que menos problemas debía
causarle!
Recordó que hace poco leyó en el periódico que el barón de Zouche salió
de viaje hacia Egipto de una manera demasiado precipitada y apretó la
mandíbula.
—Fue el barón, ¿verdad?, ¿por eso salió huyendo de la fiesta campestre?
No recibió una respuesta y terminó alborotando su cabellera con
abatimiento.
—Leighton tenía razón, ese hombre no era de fiar, no debí confiarme
tanto.
Todo sería diferente si hubiera obedecido a su amigo.
Louisa, quien normalmente siempre tenía algo para decir, en esta ocasión
guardó silencio y se quedó petrificada en su lugar.
—Debemos interrumpirlo —musitó Colette de pronto, helándole las
venas.
«Siempre hay una solución, si el niño es mío, tengo el derecho de elegir
y prefiero interrumpir el embarazo», recordó las palabras de Zander, las
mismas que le advirtieron que Gillian y el bebé corrían peligro, y se dejó
caer sobre el diván más cercano para pensar las cosas con mayor calma.
«¿Estás loco? Es arriesgado». Fue su respuesta y no pudo tolerar que
Zander se encogiera de hombros.
«Ambos sabemos que es tu bastardo y eres tú el enamorado, a mí no me
importa perderlos».
Si llegaba a decirle la verdad a Briseida, Zander buscaría la manera de
encontrar a Gillian y cumplir con su principal objetivo, puesto que él odiaba
a los bastardos y jamás podría soportar la idea de tener uno tan cerca.
«Lo nuestro nunca podrá ser, ella nunca será mi esposa».
Sus ojos se posaron en Colette, quien se veía asustada, cansada y
avergonzada por su error. Era una joven hermosa, buena e inteligente, le
resultaba doloroso saber que Zouche terminó burlándose de ella. Actuó
como un pésimo tutor al ser tan descuidado, pero enmendaría su error.
—Vamos a casarnos.
No había razón para acabar con la vida de un inocente, él nunca podría
hacerlo.
—¿Qué? —jadeó Louisa al tiempo que Colette negaba rápidamente con
la cabeza.
—Es lo mejor para todos.
Él no volvería a enamorarse y como Colette nunca se quitaría el velo
para enseñar su angelical rostro, nunca conseguiría un esposo. Zouche no
aceptaría al bebé, huyó con claras intenciones, pero él… él nunca tuvo afán
alguno de engendrar un heredero para seguir con su legado, por lo que
aceptaría a ese bebé sin problema alguno.
La única manera de olvidar a Briseida era llenando el lugar que anhelaba
que ella ocupara.
Capítulo 21
“El duque infame ha encontrado un marido para lady Sheeran, ¿alguien
sabe quién es el desafortunado?
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
Esto tenía que ser una broma de mal gusto, Ewan no llevaba ni un día
fuera de su casa y ya había conseguido un prometido para una de sus
pupilas. Tal vez Leighton cometió un error al no acompañarlo al baile de la
noche anterior.
—Lord Teingham, ¿qué lo trae por aquí? —preguntó lady Harriet, la
pupila más sumisa y dócil de Ewan, y él observó el recibidor con ansiedad.
El mayordomo no estaba por ningún lado y la dama llevaba un cuenco
de galletas en manos y al parecer interrumpió su caminata hacia la
biblioteca.
—Vine a ver a Ewan.
Quería saber qué pupila iba a casarse y con quién.
—Tengo entendido que no pasó la noche en casa.
Sus ojos se abrieron de par en par, eso tenía que ser una broma de mal
gusto, lo menos que necesitaban era que Ewan fuera a ahogarse en alcohol a
un lugar que ellos desconocían.
—¿Está segura de lo que dice?
—¿Por qué mi hermana le mentiría? —gruñó Louisa, haciendo acto de
presencia, y Leighton ahogó un juramento, tal vez eran damas atractivas,
pero le resultaban muy irritantes.
—Sí, ¿por qué le mentiría? —Harriet pateó el piso con disgusto.
—¿Saben dónde se encuentra? —siseó—. ¿Dónde está el mayordomo?
—No tenía sentido que se quedara hablando con esas mocosas.
—Ewan le pidió que se encargara él mismo de unos asuntos de suma
importancia.
Enarcó una ceja.
—¿Qué tipo de asuntos?
Louisa resopló sin elegancia alguna y se cruzó de brazos con altanería.
—¿Leyó la nota de lady Berricloth?
Esa era la razón por la que se encontraba allí.
—Sí, la leí, ¿debería felicitarla?
La castaña torció los labios con disgusto y lo estudió con desdén, como
si él fuera una cucaracha de mal gusto.
—Mejor felicite a su amigo, porque Ewan y Colette se casarán en dos
semanas.
—Imposible —pensó en voz alta y dio un paso hacia atrás.
Ewan amaba a lady Milton, ¡él nunca se casaría con alguien como
Colette!
—¿No me cree? —Se llevó una mano al pecho con fingida ofensa—. La
noche anterior él pidió la mano de mi hermana en matrimonio y nos dijo
que se encargaría de planificar todo lo antes posible.
Mentira, Ewan nunca tomaría una decisión tan precipitada sin hablarlo
con ellos previamente. No obstante, incluso pensando de esa manera, sus
piernas se movieron por sí solas e intentó subir las escaleras.
Lastimosamente las dos hermanas se interpusieron en su camino.
—No puede subir, lord Saint Albans no está en casa, milord.
Pero Colette sí, y ella podría decirle qué diablos estaba sucediendo.
«No seas iluso, las hermanas Sheeran no te dejarán avanzar».
Leighton empezó a pensar a mil por hora. Ryne no estaba en Londres
para hacer entrar a Ewan en razón y Kornmack seguramente estaría
retozando con su querida, por lo que ahora mismo estaba solo y su deber era
encontrar a su amigo para impedir que cometiera una locura.
Colette y Ewan no podían casarse.
Salió de la casa de su amigo como alma que se lleva el diablo y analizó
las posibles opciones donde Ewan buscaría refugio. Por supuesto, un burdel
quedaba fuera de lugar, puesto que estaba seguro que su amigo no buscaría
estar con otra mujer que no fuera la pelinegra, por lo que su instinto lo llevó
a tocar la puerta de Las garras de Lucifer, uno de los clubes más populares
de la ciudad y el cual su amigo adoraba con cada fibra de su ser.
—Rosemary predijo que usted vendría por él —dijo el guardia nada más
abrir la puerta y se hizo a un lado para que pudiera pasar—. Se encuentra en
el salón de entretenimiento, no le sugiero molestarlo mucho, parece un
animal rabioso.
Ningún empleado de las casas más finas de Londres se habría referido al
duque de Saint Albans de esa manera, pero Rosemary, la dueña del club, les
otorgaba un gran poder a sus empleados y ellos estaban en la obligación de
brindarles el respeto que querían recibir.
Visualizó a Ewan sentado en una de las mesas principales y de un
gruñido hizo que todas las cortesanas que revoloteaban a su alrededor,
esperando recibir un poco de su atención, salieran huyendo del salón con
paso apresurado.
—Me puedes explicar ¿qué carajos tienes en mente? —golpeó la mesa
con violencia y su amigo levantó el rostro con molestia—. No puedes
casarte con la abominación Sheeran —escupió furioso.
—No vuelvas a llamarla de esa manera si quieres que nuestra amistad
perdure.
Leighton se sentó frente a él.
—Creí que estabas perdidamente enamorado de lady Milton.
—Lo estoy y mis sentimientos por ella nunca cambiarán, pero ella y yo
nunca podremos estar juntos.
—No si te casas con Colette —siseó y Ewan negó con la cabeza.
—Ella nunca me aceptará.
—¡Dile la verdad y volverá a ti!
Una vez más, él negó con la cabeza.
—No abandonaré a Colette. —Iba a darle un nuevo sorbo a su copa de
whisky, pero él se la arrebató con violencia.
—Dime qué diablos está sucediendo, encontraremos una solución juntos,
¿por qué quieres casarte con tu pupila?
Era una decisión demasiado precipitada, claramente algo no andaba bien,
por lo que él necesitaba una respuesta lo antes posible.
—No puedo decírtelo.
—Soy tu amigo, nunca te traicionaría y lo sabes.
Su amigo se frotó el rostro con frustración.
—Soy un pésimo tutor. —Arrugó el entrecejo—. Por mi culpa Zouche se
aprovechó de Colette y ahora ella está encinta y el muy desgraciado muy
bien refugiado en Egipto.
Leighton sintió un horrible escalofrío en toda su espina dorsal y la
garganta se le cerró con violencia. Colette estaba embarazada, el mayor de
sus temores de las últimas semanas acababa de hacerse realidad y no tenía
la menor idea de qué debía hacer al respecto.
Ewan no sabía que ese bebé era suyo, él estaba echándole toda la culpa a
Zouche, y por alguna extraña razón no quería aclarar la situación por el
momento. Le dio fin a la copa de whisky y la llenó de nuevo para tratar de
aliviar su incertidumbre.
Un bebé.
¿Esa era la razón por la que Colette llevaba tanto tiempo escondida?
—Pienso reconocerlo, debo salvar su reputación.
¿Ewan quería ser el padre de su hijo?
¿Colette estaba dispuesta a casarse con su amigo después de haberse
entregado a él con tanto descaro?
—¡Y una mierda! —tiró la copa de cristal contra el piso y la misma se
hizo añicos en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Qué diablos pasa contigo? —bramó Ewan, exaltado.
—Tú te casarás con la mujer que amas, ¿me escuchas? —aseveró y el
rubio arrugó el entrecejo—. No te harás cargo del bastardo de nadie ni te
quedarás con una mujer que es de alguien más.
«Menos si esa mujer es mía».
Ahora comprendía la rabia que Ewan sintió cuando intentó meterse con
lady Milton, no era nada agradable visualizar a tu mejor amigo cortejando y
poseyendo a la dama que… ¿qué?
¿Qué era lo que él sentía por Colette? ¿Por qué Kornmack sí pudo
conseguir una amante sin problema alguno y él sintió desagrado ante la idea
de tocar a otra mujer?
***
Briseida tuvo que parpadear una, dos, tres y hasta cuatro veces para
poder creer lo que estaba viendo.
¿Por qué Zander aceptaría la visita de Colette cuando en la fiesta
campestre de lady Kilbrenner ni siquiera le permitió dirigirle una palabra?
Todo aquel que conocía a su hermano estaba muy al tanto que él no tenía
reparo alguno a la hora de rechazar visitas o echar a gente de su casa, por lo
que le parecía casi un milagro que su amiga estuviera sentada en el salón de
té más bonito de su casa, siendo gratamente bienvenida por el duque de
Carlisle.
Si lo pensaba detenidamente, Zander estuvo actuando bastante extraño
durante las últimas semanas.
—Colette… —musitó con suavidad, no muy segura de que todo esto
fuera real, y su amiga levantó el rostro cubierto por su velo con inmediatez.
—Briseida, lamento tanto importunarte —abandonó su lugar y ella negó
con la cabeza y se acercó a su amiga con inmediatez.
Era real, su hermano le estaba permitiendo ser amiga de Colette.
—Ha pasado tanto tiempo. —La abrazó, tensándose con inmediatez al
sentirla tan delgada—. Por un momento pensé que se trataba de una broma
de mal gusto, he sabido muy poco de ti en las últimas semanas. —Ambas
tomaron asiento en el sofá y pudo detectar el temblor en sus manos.
—Hay algo que debo decirte.
—¿De qué se trata? —inquirió mientras le servía un poco de té, tenía la
leve sospecha de que ella no estaba nada bien—. Leí en la nota de lady
Berricloth que Louisa se casará, ¿quién es el caballero?
—Briseida… —Aceptó la taza de té que le tendió, pero no bebió del
contenido, sólo la regresó a la mesa—. No tengo la menor idea de qué
sucedió entre Ewan y tú, pero debes saber que él sólo quiere ayudarme. No
malinterpretes nada de lo que estoy a punto de decirte.
Sintió una horrible presión en el pecho y tragó con fuerza.
—¿Qué sucedió? —su voz bajó una octava y empuñó las manos en la
falda de su vestido.
—La pupila de la que lady Berricloth habla en su nota soy yo, Briseida
—soltó con frustración—. Ewan quiere casarse conmigo y está decidido a
anunciar nuestro compromiso en unos días.
—No… —Ahora fue ella quien empezó a tiritar sin control alguno.
—Debes hacer algo para impedir esto, eres la única que puede ayudarme
—suplicó desesperada.
—¿Por qué? No lo entiendo, ¿cómo pudo suceder algo así?
No quería perderlo, sonaba egoísta, pero no quería que él se casara con
ninguna otra mujer que no fuera ella.
—Colette… —insistió con impaciencia, quería saber la verdad.
—Prométeme que no se lo dirás a nadie.
—Dime que sucedió —exigió, toda esta situación la estaba inquietando
en demasía.
—Se enteró que estoy encinta y cree que el padre del bebé es el barón de
Zouche —soltó apresuradamente, dejándola estupefacta—. Ewan dio por
sentado que él no aceptará al bebé y quiere darle su apellido.
Las sienes comenzaron a martillearle y se las frotó con inmediatez.
«¿Cree que el padre del bebé es el barón de Zouche?»
¿Eso quería decir que el barón no era el padre del bebé?
—No lo entiendo, ¿en qué momento pasó?
—Eso no importa ahora —zanjó el tema con incomodidad—. Él es muy
leal y bueno conmigo, pero no puede cargar con mis errores. Sé que Ewan
te ama, la ha pasado muy mal en las últimas semanas y nada me daría más
gusto que verlos juntos.
Colette fue a buscarla para impedir que Ewan cometiera una locura y
ambos terminaran siendo muy infelices. Otra mujer habría aceptado la
ayuda del rubio y la habría traicionado para así salvar su pellejo, pero
Colette no… ella no era una mujer egoísta.
—Pero…
—¿De verdad no hay nada que se pueda hacer, Briseida? —insistió—. Si
Ewan se casa conmigo, sólo la muerte podrá separarnos, ¿estás dispuesta a
perderlo para siempre?
Colette le había confesado que estaba embarazada y lo más sensato sería
contarle sobre sus inseguridades en cuanto a Ewan, su amante y su hijo;
pero no podía, era un secreto y nunca podría traicionar al hombre que
amaba de esa manera. Lo menos que quería era que más personas
descubriera esa verdad que tanto lo inquietaba.
—Él nunca podrá ofrecerme lo que yo quiero.
—Ewan no se casará con usted, lady Sheeran. —Una tercera voz
provocó una horrible tensión en los dos cuerpos femeninos y ambas mujeres
abandonaron su lugar al ver al marqués misógino en el salón de té.
¿En qué momento se había colado en la estancia?
—Lord Teingham… —Si de algo estaba segura, era de que su hermano
no estaba al tanto de su nueva visita—. ¿Cómo…?
—No perderé el tiempo —gruñó con molestia, obligándola a guardar
silencio—. Lo que su hermano le dijo de Ewan es mentira. —Un escalofrío
recorrió su espina dorsal y el castaño dibujó una sonrisa retorcida en su
apuesto rostro—. Sí, milady, no debería creer todo lo que le dicen.
Empuñó las manos con molestia, ¿quién diantres se creía ese hombre
para hablarle de esa manera?
—¿Me está diciendo que no existe otra mujer?
—En realidad, sí existe una mujer y también un bebé. —La tristeza hizo
que su pecho se oprimiera—. Pero esa mujer no es la amante de Ewan y ese
bebé tampoco es su hijo.
Colette ahogó un jadeo horrorizado ante su nuevo descubrimiento y
Briseida sólo se irritó más en cuanto al marqués.
¿Por qué tenía que ser tan bocazas?
—Miente —aseguró con rebeldía—. Si eso fuera verdad, Ewan me lo
habría dicho.
Su hermano ingresó al salón hecho furia, buscando a su siguiente
víctima, y Briseida apretó la mandíbula al darse cuenta que no quería que
Zander se metiera.
—No recuerdo haber permitido tu presencia en mi casa, Teingham.
—Ni yo haber solicitado tu permiso —siseó el marqués—, pero no me
molesta tu llegada, Carlisle —aseguró con esa misma petulancia de siempre
—. Estoy aquí para aclarar algo con tu hermana y no me molestaría que
oyeras esta verdad.
—¡Largo de mi casa! —bramó Zander.
—¡No! —lo desafió y su hermano la miró con sorpresa—. Quiero
escucharlo, quiero oír esa verdad.
—Briseida…
—Sí no quieres escucharlo, puedes retirarte, hermano.
Zander rugió con rabia y empezó a alborotar su cabellera.
—¿Hasta dónde planeas llegar con tal de regresar con Ewan? —escupió,
rojo de la cólera—. Él tiene un…
—Gillian no es la amante de Ewan —aseguró Teingham con firmeza,
provocando que Zander sellara los labios en una fina línea—. Y nunca
podrá serlo, porque ellos son hermanos de sangre, ambos son hijos del
difunto duque de Saint Albans.
Un tenso silencio se cernió en la estancia y Briseida pudo sentir como su
corazón empezó a bombear sin control alguno. Ewan no tenía una amante y
un bastardo, sino una hermana y un sobrino a los cuales sólo estaba tratando
de proteger.
¿Por qué no podía confiar en ella? ¿De verdad Ewan creía que algo así la
haría huir de su lado?
Esas verdades no hacían más que incrementar todo el amor que sentía
por él.
—Y sí, Carlisle —continuó el marqués fuera de sí, obligándola a
prestarle mayor atención—, ese niño al que llamas bastardo con tanta
soltura es tuyo.
Briseida contuvo el aliento y miró a su hermano con los ojos muy
abiertos.
¿Ese era el error que su tía mencionó la última vez que se vieron en el
carruaje de camino al muelle?
Zander no dijo nada al respecto, él sólo mantuvo la mirada fija en el
piso, pero su rostro perdió color y su respiración se ralentizó.
Teingham conectó sus miradas y Briseida tragó con fuerza.
—Puede usar mi carruaje, milady, mi cochero sabe que debe llevarla con
Ewan.
El marqués misógino le estaba dando la oportunidad de ir por Ewan, de
aclarar la situación de una vez por todas, de hacer lo correcto por primera
vez en su vida y ella sería una estúpida si la rechazaba.
Estuvo a punto de pasar de largo a su hermano, pero Zander la sujetó de
la muñeca.
—Lo amo —espetó con frialdad y se zafó de su agarre—. Y no me
importa si quieres ventilar su secreto, yo estaré con él en las buenas y en las
malas, y si Ewan debe ser condenado por el error de su padre, gustosa
recibiré la misma condena, hermano —admitió con valentía y seguridad y
Zander palideció aún más—. Si quieres hundirlo, hazlo, no te tenemos
miedo, pero recuerda que esa decisión sólo hará que me pierdas.
—Briseida…
—Y creo que tu orgullo ya te hizo perder mucho —añadió con enojo,
pensando en su sobrino, y para su sorpresa su hermano volvió a recuperar
su frío semblante.
—Quieres casarte con él, pues hazlo. —La sorpresa la golpeó con fuerza
—. Pero no te metas en mis asuntos, yo sé lo que hago con mi vida.
Sonrió con amargura, él realmente no tenía pensando hacerse cargo de su
hijo.
—Bien.
Pero quizá era lo mejor para ese niño y la hermana de Ewan.
El amor no debía mendigarse.
Salió corriendo del lugar sin reparo alguno, importándole muy poco si
ese hecho iba en contra de toda regla de conducta y cuando intentó subirse
al carruaje del marqués, una delicada mano rodeó su muñeca, obligándola a
frenar sus movimientos.
—Debo irme, Colette —le informó con impaciencia.
—Toma. —Se quitó la capa con nerviosismo y por primera vez desde
que la conoció pudo ver con mayor detalle la figura de su amiga.
El vestido gris era horrible, pero marcaba sus delicadas curvas con
precisión.
—La necesitarás, estoy segura que Ewan no se encuentra en ningún
lugar que pueda considerarse decente.
Aceptó la prenda sin dudarlo y se rio por lo bajo.
Lo más probable era que su amiga tuviera razón.
—Gracias por todo.
Colette nunca intentó traicionarla a pesar de su difícil situación.
—Ve, yo me iré en mi carruaje, no pierdas más tiempo.
—De acuerdo.
Sólo esperaba, de todo corazón, que Ewan estuviera dispuesto a darle
una última oportunidad, pues debía reconocer que durante todo este tiempo
no fue más que una vil bruja de primera con él.
—¡Colette! —bramó el marqués al mismo tiempo que su carruaje se
ponía en marcha y Briseida observó por la ventanilla del vehículo como el
hombre sujetaba con demasiada brusquedad a su amiga para meterla al
carruaje y subir tras de ella.
No podía quedarse, debía ir por Ewan, pero quería creer que el marqués
sería incapaz de lastimar a la pupila de su mejor amigo.
Capítulo 22
“La reina de hielo tiene corazón y ha decidido seguir sus instintos. Se
viene boda, damas y caballeros, lady Milton está más que lista para
convertirse en la duquesa infame.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
***
Colette no tenía la menor idea de dónde se encontraba, pero sabía que
ese lugar no era la casa del marqués de Teingham, aunque claramente tenía
su inconfundible fragancia. Ahora mismo se encontraba recostada sobre su
costado, sin ningún corsé ajustando su vientre, y sólo podía preguntarse qué
pasó en los últimos minutos.
Sólo una estúpida como ella terminaba desmayada en manos del
marqués misógino.
Se incorporó con lentitud, odiando el violento mareo que azotó sus
sienes, y agradeció que su velo siguiera en su lugar, al menos el marqués
respetó su privacidad y no le quitó esa prenda.
«Sabes que él no quiere verte, te tiene miedo», le susurró una vocecilla y
una vez más el desasosiego encogió su corazón.
Él le había hecho el amor con abandono, incluso la reclamó como suya,
pero sólo necesitó tocar su cara para echarla de su vida e ignorar todo lo
ocurrido entre ellos.
Eso pasaría siempre, cualquier hombre que se acercara a ella saldría
huyendo al conocer su verdad, por lo que quizá lo mejor que podría hacer
sería salir huyendo de Londres y tener a su bebé.
—Me pregunto ¿en qué diablos estuviste pensando al creer que dejaría
que Ewan reconociera a mi hijo? —La sangre se le congeló e
inmediatamente giró el rostro hacia la puerta de la habitación.
Leighton estaba ahí, cruzado de brazos, mirándola con un odio
alarmante.
—No sé de qué habla.
Ewan no pudo haberla delatado, él debía guardar su secreto.
—Mejor, porque pronto dejará de existir.
—¿Qué? —La garganta se le cerró y el marqués le sonrió con malicia.
—Ten por seguro que yo me encargaré de todo y en menos de un mes
todo esto no será más que un horrible recuerdo.
No, Leighton Kilbrenner estaba muy equivocado si pensaba que ella
permitiría que se metiera con su hijo. Su padre intentó matarla en vida y
Colette pudo sobrevivir, por lo que no permitiría que le arrebataran ese
derecho a su hijo estando en su vientre.
***
—¿No deberíamos marcharnos? —inquirió somnolienta, escuchando
todo un bullicio en el exterior de la habitación.
—Tengo miedo —confesó él, captando su atención—. ¿Qué tal si
salimos de Las garras de Lucifer y tu hermano acaba con esta magia?
—No pasará —le aseguró y lo abrazó por el vientre—. No lo
permitiremos.
Ewan iba a contestarle, pero un toque en la puerta los alertó a ambos.
—Te juro que si es él lo mataré. —Salió de la cama de un salto y
Briseida se aferró a las sábanas con nerviosismo.
Zander no sería capaz de llegar tan lejos, ¿verdad?
Ewan atendió al criado que tuvo la osadía de molestarlos, manteniendo
la puerta lo más cerrada posible, y frunció el ceño al ver que le tendían un
sobre blanco.
—¿Qué es eso? —preguntó una vez que estuvieron solos y él revisó el
sobre con curiosidad.
—No tiene firma.
Lo abrió con rapidez y por breves segundos el silencio se instaló en la
habitación. Briseida comenzó a exasperarse al darse cuenta que Ewan no
pensaba decir nada al respecto y no pudo seguir callada.
—¿Ewan?
—Tu hermano aceptará nuestra boda, no quiere que huyamos a Escocia
ni hagamos de esto un nuevo escándalo.
—¿Qué? —Sus ojos se abrieron de par en par y Ewan se rio por lo alto.
—Sólo necesitamos una licencia especial y podremos tener una boda
decente.
Se veía tan contento que ella no pudo evitar incorporarse y correr hacia
sus brazos para celebrar con él. Tendría su boda soñada con su hombre
amado y su hermano no buscaría echar todo a perder.
—Al final todo salió bien —musitó más tranquila y ambos se abrazaron
con fuerza.
—Lo primero es hacerte mi esposa. —Al parecer temía que su hermano
cambiara de parecer—. Lo demás lo descubriremos más adelante.
¿Lo demás?
No tenía la menor idea de a qué se estaba refirieron, pero no quería hacer
ninguna pregunta al respecto.
Se sentía demasiado feliz como para adquirir una nueva mala noticia.
FIN
Epílogo
“Cierto pajarito me ha informado que el vizconde de Hunt tiene a una
dama muy bien oculta y su último viaje ha sido por ella, ¿alguien me
podría decir si el vizconde perfecto ya tiene a su futura esposa en la mira?
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
***
—Sé que es un día especial y que todo ha salido mejor de lo esperado,
pero hay algo en la actitud de Zander que no me permite sentirme tranquilo
—admitió Ewan en el jardín de su casa, admirando la hermosa sonrisa de su
esposa y ella negó con la cabeza.
—Todo saldrá bien, me dio su palabra de que no se metería en nuestra
relación.
Ewan no creía en la palabra de ese hombre.
Zander era un tramposo de primera, el duque soberbio no era de fiar.
—¿Estás feliz con tu nuevo título, con tu nuevo marido y tu nuevo
hogar? —quiso saber y ella sonrió, risueña.
—Nunca me he sentido tan feliz. —Juntó sus frentes con ternura—.
Estoy lista para enfrentar cualquier adversidad.
—Te di mi palabra de que protegería tu reputación lo mejor posible.
—Una licencia especial en menos de siete días no sé si puede
considerarse un buen escudo —bromeó y ambos rieron por lo bajo.
—Pudieron haber sido tres días, pero Ryne no me lo permitió.
—Mi Dios, bendito sea el vizconde.
En esta ocasión, rieron por lo alto.
—No debes preocuparte por Colette. —Acarició su mejilla y la hermosa
sonrisa de su esposa tembló—. Accedió a retirarse al campo.
—¿Qué?, ¿por qué?
—No quiere perjudicar el compromiso de su hermana, ¿puedes creer que
Louisa se casará?
—No lo entiendo, ¿por qué no sé nada de esto, Ewan?
—Porque Leighton me pidió la mano de Louisa en matrimonio ayer por
la noche y me prometió que sería un buen esposo y cuidaría adecuadamente
de ella.
—¿Qué? No entiendo…
—Lo sé, fue repentino, pero acordamos que nada se hará público hasta
que Colette determine qué desea hacer con su embarazo.
Briseida lo observó con temor, había algo en esa historia que no
terminaba de cuadrarle en lo más mínimo.
—Descuida, Leighton me prometió que cuidará adecuadamente de
Louise.
Si era sincero, la proposición de su amigo le había caído de sorpresa y le
resultó desconcertante, pero debido a la situación de Colette y el riesgo que
corrían sus hermanas de quedar arruinadas de por vida por su desliz, incluso
Colette consideró que ese matrimonio era el mejor camino a seguir.
***
—Cumplí con mi parte del trato y ahora tú debes cumplir con la tuya —
espetó Leighton con frialdad, acorralando peligrosamente a Colette contra
el estante de libros, y la mujer se encogió en su lugar con nerviosismo.
—Lo haré —susurró con un hilo de voz y eso no hizo más que
encolerizarlo.
—¿Cuándo?
—Cuando me retire al campo.
Ella iba a irse, esa mujer saldría de su vida para siempre, durante
semanas había deseado perderla de vista y ahora su deseo se haría realidad,
¿por qué no estaba feliz con el resultado?
—Si me entero que seguiste con el embarazo, tú y este bebé —posó la
mano en su vientre plano y ella dejó de respirar—, lamentarán su mísera
existencia.
—¿Y si consigo a alguien que quiera reconocerlo?
Leighton se rio sin humor alguno, tal vez hizo mal al alcoholizarse en la
boda de su amigo, porque sobrio no habría aceptado algo tan estúpido y
peligroso.
—Tienes los días contados, este embarazo no puede seguir avanzando.
Quiso alejarse de la fémina, pero su olor a peonias lo retuvo por varios
segundos y se tensó al darse cuenta que su mano aún seguía sobre el vientre
plano que llevaba una gran amenaza dentro.
No tendría un hijo con la abominación Sheeran, su primer y más grande
error no estaría vinculado con esa mujer.