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Sinopsis

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
© 2023 Vanny Ferrufino. Todos los derechos reservados.
La trampa del duque infame.
Diseño de portada: José Domingo Seco Cuenca.

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Sinopsis
El pez cae por su propia boca y Ewan Lockhart, duque de Saint Albans,
mejor conocido como el duque infame, está a punto de comprender que la
trampa que intentó ponerle a su enemigo eterno le costará muy cara, puesto
que ahora tiene bajo su merced a una incontrolable Briseida Milton, una
mujer tan bella como ardiente que lo llevará al límite de su auto-control,
provocando que se cuestione si realmente es el canalla que todo el mundo
cree, dado que ningún hombre de su calaña renunciaría a una probada de
esa mujer.
La noche apenas está empezando y el duque infame no tiene la menor
idea de a qué santo debía rezarle para evitar caer en su propia trampa.
Prólogo
“La sensatez ya no parece ser una prioridad para la familia Milton. De
haber estado en su lugar, yo habría elegido un destino muy lejano para la
hermosa reina de hielo, quien al parecer debe emplear todo su encanto para
encontrar un nuevo pretendiente y, en esta ocasión, llevarlo al altar.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

20 de agosto, 1852
Londres
Desde hace siete meses, para Ewan Lockhart, cualquier lugar era un
paraíso en comparación de su hogar, el cual terminó siendo invadido por
tres damas que resultaron ser todos unos personajes. Sus pupilas podían ser
consideradas como encantadoras, cada una a su manera, pero
lastimosamente ser encantadora no era una cualidad que fuera de mucha
ayuda para encontrar marido.
¡Ellas eran todo un fracaso social!
Las hermanas Sheeran generaron gran conmoción con su llegada a
Londres y no precisamente por ser guapas o damas de suma importancia,
sino porque la hermana mayor, la recatada Colette, estaba sometida a llevar
un delicado velo para cubrir su rostro la mayor parte del día. Ese hecho no
hizo más que levantar una ola de rumores referentes a posibles
deformaciones o cicatrices vergonzosas, puesto que su pupila también se
esmeraba en esconder su piel y figura con horribles vestidos oscuros.
«¿Por qué nadie me advirtió que la chica estaba defectuosa?», se
preguntó abatido y alborotó su cabellera con cansancio.
Colette era la mayor de las hermanas con sus diecinueve primaveras y la
que poseía una dote superior, ahora Ewan entendía mejor el por qué. Se
podía decir que era la hermana más dócil e inteligente, puesto que Louisa,
el diablillo de diecisiete años, era más dada a entrenar esgrima o pasar
tiempo en los establos, mientras que Harriet, con tan sólo catorce años, era
considerada como un ratón de biblioteca.
—Repito: te estás enfocando en la hermana equivocada. —Su buen
amigo, el marqués de Teingham, mejor conocido como el marqués
misógino por todo par de la nobleza, adoptó un semblante más serio para
abordar el delicado tema—. Nadie se casará con la abominación Sheeran,
enfócate en la hermana más salvaje, es guapa y puede resultar entretenida.
Ewan mentiría si dijera que no lo había pensado con anterioridad. Si bien
lo correcto era casar a la hermana mayor primero, sus esperanzas de triunfo
murieron desde el primer día que la vio ingresar a su casa.
—Louisa es desdeñosa —observó de pronto, analizando su segundo
problema—, parece un cachorro con rabia, un hombre sólo necesita
acercarse a ella para escuchar sus gruñidos.
Leighton se rio por lo alto, algo muy propio del marqués misógino, él
nunca se tomaba nada en serio, ni siquiera la ruina que se avecinaba para
destrozar sus cuentas bancarias.
—Llévalas a la fiesta campestre que mi tía está organizando —añadió de
pronto, generándole algo de sorpresa—. Quizá encuentran algo interesante.
—Es una fiesta cuyo objetivo principal consiste en encontrarte una
esposa, ¿estás seguro que las quieres como candidatas?
—Nunca las consideraría como una opción —confesó—, pero es un
evento al que no sólo asistirán mujeres. Mi tía ha sido bastante permisible
con sus invitaciones debido a mi intachable reputación —ironizó—, por lo
que será una fiesta bastante entretenida.
Lady Agatha Kilbrenner estaba decidida a casar a su sobrino esta
temporada y tenía razones de sobra para encapricharse con ello. Leighton
estaba arruinado, sus vicios y falta de interés en los negocios lo llevaron a la
quiebra, y todo indicaba que su tía ya no estaba dispuesta a seguir gastando
su dinero en él.
—Quiero la suerte de Kornmack —comentó su amigo—. Una esposa
como lady Raphaella; bella, joven y rica no estaría nada mal, llevan más de
medio año casados y las cosas parecen ser muy pacíficas entre ellos. Al
menos la bestia escocesa no se ha quejado mediante sus misivas.
No estaba de acuerdo con ese pensamiento, pero tampoco estaba
dispuesto a refutar. Leighton sólo quería una heredera como esposa, no
pensaba más que en el dinero y lo mucho que podría divertirse con él, y lo
cierto era que Ewan sentía algo de pena por la futura marquesa de
Teingham.
—Por cierto. —Su amigo lo miró con diversión—. ¿Adivina quienes
estarán presentes en la fiesta?
Negó con la cabeza, ahora mismo no se sentía muy imaginativo. La
preocupación lo estaba carcomiendo por dentro, ¿qué diablos haría él con
tres solteronas bajo su cuidado?
—Los Milton.
Esa noticia le dio una razón para sentirse mejor y dibujó una perversa
sonrisa en su rostro. Sabía que ahora mismo la familia Milton no contaba
con la mejor de las reputaciones, los dos desplantes que lady Briseida
Milton sufrió el año pasado generaron muchos rumores al respecto y
muchos pensaban que la hermosa pelinegra de mirada tan fría como el hielo
estaba defectuosa.
—Si aceptaron la invitación de tu tía, su situación debe ser muy mala. —
De más estaba decir que ni sobrino ni tía contaban con la mejor de las
reputaciones—. ¿Están seguros que quieren confraternizar con tres de los
miembros de La sociedad de los canallas?
Lastimosamente, la bestia escocesa heredó muchas obligaciones junto al
ducado que la muerte de su padre le dejó y por ende él estaría fuera de
Londres por un tiempo indefinido.
—Después de lo ocurrido con Winchester y Aberdeen nadie está muy
dispuesto a cortejar a lady Milton, por lo que la familia tendrá que bajar sus
estándares si no quieren una solterona más entre ellos.
De cierta manera, sentía algo de pena por lady Briseida, ella no había
hecho nada malo y su reputación terminó por los suelos por culpa de dos
libertinos que terminaron enamorados de otras mujeres. Sin embargo,
considerando que la mujer era tan cruel y despreciable como su hermano
mayor, el duque de Carlisle, su compasión no solía durar más de dos
minutos.
—¿Qué se traen entre manos? —musitó pensativo—. Los Milton no
hacen las cosas sólo porque sí.
Leighton tamborileó los dedos sobre la mesa del club y meditó unos
segundos antes de dar su punto de vista.
—Estoy seguro que van por Ryne. —Ewan se tensó—. Después de todo,
a pesar de ser el cuarto miembro de la sociedad de los canallas, sigue siendo
el vizconde perfecto y cuenta con un título de bastante antigüedad, sin
mencionar que es malditamente rico.
—Ryne no está buscando una esposa y la única razón por la que asistirá
a la fiesta de tu tía es porque su hermana fue presentada en sociedad este
año.
Su amigo asintió, entretenido.
—He de admitir que la reina de hielo me parece una opción excelente; es
hermosa, sumisa y rica, todo lo que necesito como esposa si no quiero
alterar mi estilo de vida.
—Carlisle preferiría matarte antes que entregarte a su hermana en
matrimonio —dijo con diversión, disfrutando de la sola imagen de fastidiar
a su enemigo jurado, y una idea perversa atravesó su cabeza y su sonrisa no
hizo más que agrandarse.
Leighton enarcó una ceja, preguntándose si sus sospechas eran ciertas y
estaban pensando lo mismo, y finalmente Ewan se inclinó en su dirección.
—Debes atraparla.
—No puedo creer que me estés sugiriendo algo así.
—Nada hundiría más a los Milton que emparentar contigo.
—¿Gracias? —ironizó el marqués, siseando la pregunta por lo bajo—.
No importa que sea hermosa, la reina de hielo es un tema de bastante
seriedad y no sé si quiero hacerme cargo de ella por el resto de mis días.
—Su dote es de veinticinco mil libras, sabes que lo necesitas.
Su amigo tragó con fuerza.
—No me aceptarán.
—Lo harán si un nuevo escándalo toca a su puerta. —Sonrió con
malicia.
—¿Qué estás tramando?
—Creo que ya es hora de que el mundo conozca la verdadera cara de
Zander Milton. —El marqués torció los labios con disgusto al darse cuenta
que un matrimonio con la reina de hielo implicaba aceptar a un cuñado
demasiado molesto—. Después de todo, la perfección que él aparenta no es
más que una vil mentira.
Ewan se juró a sí mismo que nunca descansaría hasta hundir a la familia
Milton y devolverles todo el daño que causaban a su paso, por lo que la
fiesta campestre en la casa de su amigo parecía el terreno perfecto para
tenderle una trampa al duque soberbio.
Capítulo 1
“La ausencia de invitaciones ha llevado a la familia Milton a aceptar la
encantadora invitación de lady Kilbrenner a su fiesta campestre. Me
pregunto si en dicho acontecimiento habrá un hombre digno de desposar a
la reina de hielo.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

«¿Estás demente? Un viaje por el continente nos tomaría alrededor de


dos años, ¿quién querría casarse con una solterona de veintidós años?
Debemos encontrarte un esposo esta misma temporada y acabar de una vez
por todas con los rumores que aseguran que estás dañada».
Su tía y su hermano estaban molestos con ella y Briseida no lograba
entender el porqué. No era como si ella hubiera provocado que lord
Winchester y lord Aberdeen terminaran casándose con otras mujeres. En
primer lugar, fue su tía, lady Georgia, quien eligió a ambos hombres para
que la cortejaran. En ningún momento se le preguntó lo que pensaba al
respecto y no era como si hubiera esperado que algo tan bueno como eso
sucediera.
Desde que tenía uso de razón, la gente solía decidir por ella.
Briseida prefería quedarse en silencio y hacer de cuenta que todo lo que
sus familiares buscaban era su verdadera felicidad y no su beneficio propio.
Hacerse la ignorante en cuanto a ciertos temas era lo más sabio que una
mujer de su posición podía hacer. Una mujer sumisa y hermosa tenía el
favor del mundo entero. Todo el mundo solía admirar su regio
comportamiento acompañado de su indiscutible belleza, aunque algunos la
llamaban reina de hielo, un apelativo que en primera instancia la hirió, pero
finalmente terminó aceptándolo porque fue ella misma quien reprimió sus
emociones para satisfacer a su familia.
«Todo esto me lo he buscado yo misma», se reprochó con odio, sumida
en su tristeza porque quizá todo habría sido diferente si hubiera dicho que el
marqués de Winchester no le gustaba desde un principio o hubiera
comentado que la decisión del vizconde de Aberdeen de comprometerse era
muy apresurada y se necesitaba más tiempo.
Briseida acarició su ceja derecha con nerviosismo y evitó mirar por
encima de su hombro en dirección de la casa campestre de lord Teingham.
Su tía y su hermano estaban tan desesperados por encontrarle un esposo que
terminaron aceptando la peor invitación de todas, puesto que esta fiesta
consistía en buscarle una esposa al marqués misógino y eso sólo quería
decir que los invitados estaban muy relacionados con el despreciable
hombre y sus amigos.
«El vizconde de Hunt es la mejor opción de todas», aseguró su tía,
planteando un posible matrimonio con uno de los miembros de la sociedad
de los canallas, y Briseida aún podía sentir como la piel se le erizó y su
cuerpo tiritó sin piedad alguna.
¡No quería relacionarse con esos hombres!
En el peor de los casos estaba dispuesta a aceptar las insinuaciones del
joven barón de Zouche, un misántropo de primera que al parecer estaba más
que arruinado porque había reunido todas sus fuerzas para asistir a esta
fiesta campestre que lo obligaba a sociabilizar con los pares de la nobleza.
Briseida sabía muy poco del barón, pero al menos era un joven que venía
de una familia respetable y no cargaba ningún escándalo sobre sus hombros
más que la pobreza generacional que seguía a su familia.
Comprendía que debido a su situación a lo único que podía aspirar era a
un noble en la quiebra o uno con un rango bajo que quisiera utilizarla como
escalón para codearse con el duque de Carlisle. No era tonta, el vizconde de
Hunt estaba fuera de su alcance, el hombre nunca trataba con mujeres ni
hacia el esfuerzo de cortejar a una, su única razón para aparecer en sociedad
era su pequeña hermana, lady Delphina Grayson, quien claramente
necesitaría un esposo tarde o temprano.
La situación era tan irónica que quería llorar, ¿cómo alguien que en el
pasado tuvo un éxito inminente en su presentación podía estar tan arruinada
ahora? No era justo, menos cuando ella hizo todo lo que se le ordenó desde
un principio, ¿de qué le sirvió ser una dama ejemplar?
Dos libertinos lo echaron todo a perder, arruinaron su vida sin siquiera
quererlo y ahora ella tendría que pagar los platos rotos.
Todas sus alarmas se prendieron al oír un par de risillas y jadeó
horrorizada, ¿no se suponía que todo el mundo debería estar cenando? Si
alguien llegaba a verla en el bosquecillo, cuando ella aseguró que se
encontraba delicada de salud, su reputación ya no estaría solo por los
suelos, sino hundida bajo tierra.
Se deshizo de las piedras que estuvo lanzando al hermoso lago y se
incorporó con rapidez, encontrar un escondite no debería ser difícil, había
muchos árboles alrededor y con suerte esas personas no vendrían
precisamente al lago. Sin embargo, la suerte no parecía estar de su parte
porque cuando giró sobre su eje, de la arboleda salieron una hermosa mujer
que no lograba reconocer y el detestable duque infame.
Esto era malo, el enemigo jurado de su hermano no podía encontrarla en
medio de la nada sin protección alguna a estas horas de la noche.
Él debió pensar lo mismo porque su sonrisa se agrandó con cinismo y la
estudió de pies a cabeza con la mirada. Briseida se aferró a su capa, rezando
en silencio para que no se notara que debajo de la gruesa tela lo único que
llevaba puesto era su camisón.
Hizo mal en confiarse, esta no era su tierra, en este lugar ella no podía
caminar como se le viniera en gana siempre y cuando su tía y hermano no la
vieran.
La mujer debió ser una infiltrada en la fiesta o una persona no deseada
por estos lares, dado que sólo necesitó verla ahí para lanzar un suave gritillo
y salir huyendo. El duque de Saint Albans se quedó atrás, pero su sonrisa
nunca tembló cuando su acompañante se retiró como una cobarde.
—¿No cree que es algo tarde para caminar por esta tierra? —inquirió
entretenido, mirando la hora en su reloj de bolsillo—. Es medianoche,
milady, ¿podría ser que esté esperando a alguien y la esté importunando?
Briseida abrió los ojos de hito a hito, ¡no pudo quedarse meditando sobre
su horrible presente durante más de tres horas!
—¿No debería seguir a su acompañante? —respondió con otra pregunta.
—No es necesario, ella ni siquiera debería estar aquí. —Le restó
importancia—. Es más, me salvó de su no deseada compañía y lo mínimo
que puedo hacer por usted es escoltarla a…
—No necesito que me escolte —escupió con desprecio, tenía razones de
sobra para odiar a ese hombre y no confiaría en su extraño desborde de
amabilidad—. ¿Por qué mejor no se va por dónde vino?
Saint Albans enarcó una ceja con cinismo y en esta ocasión su sonrisa
desapareció.
—Usted es tan desagradable como su hermano. —Briseida jadeó—. Pero
—caminó peligrosamente en su dirección— su hermano no se ve tan bonito
y apetitoso a mitad de la noche.
Estaba bastante segura de que ese hombre jamás le pondría una mano
encima en contra de su voluntad, pero incluso así no pudo contra su instinto
y dio un paso hacia atrás con miedo. Ahora entendía por qué una mujer no
debía vagar sola por ninguna tierra a ninguna hora del día.
—¿Cómo se siente ser una paria, milady? —preguntó con sorna y la
rabia hizo que sus pies se clavaran en la hierba—. ¿Estaré haciendo bien en
conversar con usted? No quisiera que dañe mi reputación, según escuché
usted está...
Gracias a los santos, Saint Albans estuvo lo suficientemente cerca como
para que Briseida sólo necesitara estirar su mano para golpearlo firmemente
en la mejilla. En ese momento se dio cuenta de su error porque recordó la
primera vez que lo golpeó, cuando él estiró los brazos y tiró de ella hacia su
cuerpo para amenazarla.
Lo vio venir y quizá por eso reaccionó con mayor rapidez y evitó que la
agarrara; no obstante, sus movimientos no fueron calculados correctamente
y perdió el equilibrio total de su cuerpo mientras caía hacia el lago.
—Cuidado.
El duque intentó sujetarla, pero sólo llegó a aferrar su capa y por ende
esa fue la única prenda que no terminó empapada debido a su caída. El
chapuzón hizo que todo su cuerpo abandonara su letargo y agitó los brazos
con rapidez para poder emerger a la superficie.
Ahora entendía por qué su hermano y tía hacían hasta lo imposible por
alejarse de Saint Albans, ¡el duque infame no hacía más que ocasionar
problemas!
Su cabello color azabache, el cual estuvo atado en un moño improvisado,
ahora estaba suelto y en su rostro. Briseida lo llevó hacia atrás, fastidiada
por la situación, y cuando salió del lago con rapidez toda ella se encogió al
darse cuenta que su camisón se había transparentado.
«No puede ser, ¿por qué a mí?»
El gruñido masculino le hizo recordar que no estaba sola y se acuclilló
en su lugar para abrazarse las rodillas con rapidez.
—¡Todo es su culpa! —chilló entre molesta y avergonzada y los ojos
comenzaron a arderle con impotencia—. Desde un principio, ¡todo es su
maldita culpa!
—No recuerdo haberle sugerido que saliera escasa de ropa por una tierra
ajena—siseó con un tono de voz que no reconocía en él y lo miró con odio,
pero odió más que una lágrima se deslizara por su pálida mejilla.
Esto era humillante.
El duque infame la observó con fijeza por lo que le pareció una eternidad
y finalmente suspiró y alborotó su rizada y dorada cabellera con cansancio.
Abrió la boca para decirle algo, pero en esta ocasión unas voces masculinas
provocaron que ambos se congelaran y miraran horrorizados.
Claramente, no querían ser encontrados en esta situación.
Briseida se incorporó con rapidez, ignorando el saberse tan expuesta, y
Saint Albans miró hacia un costado antes de sujetarla de la muñeca y tirar
de ella hacia la arboleda.
¿Es que su lugar secreto en los últimos días ya no era tan secreto?
¡¿Por qué todo el mundo tenía que ir en esa dirección esta noche?!
—De acuerdo —gruñó él y la empotró contra la corteza del árbol más
ancho y seguro como escondite—. Guarda silencio si no quieres ser
condenada.
Si su comportamiento le pareció impropio, comprendió mejor sus
razones al sentir la fragancia del whisky acariciando su mejilla. El duque
había bebido más de la cuenta, pero incluso así no lograba sentirse lo
suficientemente asustada por su presencia.
—Quítate la ropa —ordenó en voz baja y lo observó como si estuviera
loco—. Hazlo, estás temblando y tus dientes castañean. Date prisa, tienes
mi palabra de que no miraré. —Extendió su capa para cubrirla y en ese
momento Briseida cayó en cuenta que su cuerpo no podía dejar de temblar
por el frío y la única forma de controlarlo era quitándose la ropa mojada.
¿Quería vivir una experiencia divertida y lejos de todo protocolo social?
Pues ahí la tenía.
Inhaló profundamente y al darse cuenta que las voces se hacían cada vez
más cercanas, siguió la orden de Saint Albans, pero sólo se sintió
relativamente segura cuando su capa cubrió su cuerpo desnudo. El frío
disminuyó a grandes escalas, pero no estaba segura si fue por el fuego que
la invadió por dentro cuando se dio cuenta de que el duque estaba
observando el pedazo de tela que tiró al suelo.
—Esto parece irreal —musitó él con voz ronca, buscándola con la
mirada—. Me pregunto si he bebido de más —Briseida apretó la mandíbula
con enojo—. No sabía que tenía emociones, milady —bromeó.
—Claro que las tengo —siseó— y no se meta conmigo si no quiere ver
de lo que soy capaz cuando mi tía no me está vigilando —amenazó y el
duque se rio por lo bajo, pero ambos guardaron silencio cuando por fin las
voces masculinas pudieron escucharse con mayor claridad.
Briseida contuvo el aliento cuando Saint Albans se pegó a ella, buscando
mayor protección tras el árbol.
—Van tres días de fiesta y tus avances con lady Milton han sido pobres,
Zouche. —La sorpresa la golpeó con fuerza al reconocer la voz del duque
de Somerset y no supo qué pensar al darse cuenta que estaba a punto de
escuchar una conversación referente a ella—. Debes casarte lo antes
posible, el anterior duque te ha dejado un par de deudas que no puedes
obviar.
—No me agrada su familia —confesó el barón con recelo—. Ella no
habla mucho, eso la convierte en la esposa perfecta, pero siento que su
hermano será un grano en el culo.
¿Qué ella no hablaba mucho?
Qué poco la conocían, ella amaba hablar, pero nunca se le permitía decir
más de lo necesario. Esas palabras la hirieron demasiado y quizá por eso se
abrazó a sí misma debajo de su capa al darse cuenta que nunca podría tener
un matrimonio feliz si su futuro esposo esperaba que fuera como su tía y
hermano querían.
El matrimonio no le daría libertad, sólo la haría cambiar de cadenas.
—Eso es lo de menos —espetó el duque—. Piensa lo feliz que serás con
una mujer tan bella como la pelinegra en tu cama. —La indignación
incendió sus venas—. Sólo imagina su pelo suelto y despeinado, sus curvas
sin una sola capa de ropa y —algo en su interior empezó a calentarse y
cerró los muslos con fuerza. No estaba segura, pero tenía la leve sospecha
de que se veía tal cual la descripción del duque— lo grandioso que sería
derretir a ese tempano de hielo con una rica y profunda follada.
La mano de Saint Albans se estrelló contra la corteza, a la altura de su
rostro, y demandó su atención en silencio. Estaba tenso, la observaba con
demasiada atención y le resultó humillante que tuviera que empujar
suavemente su mentón para cerrarle la boca.
—He de admitir que se ve exquisita —atribuyó Zouche y se obligó a sí
misma a enderezar la espalda—. ¿Puedes imaginarte la reacción de su
cuerpo? Cuando sus generosos pechos se pongan tan duros como dos rocas
y sus pezones… —Juntó los ojos con fuerza y odió que su cuerpo
reaccionara ante esas palabras, ahora entendía por qué las mujeres no
podían hablar con los caballeros.
—Estarán tan doloridos que la única solución será amasarlos y
estrujarlos.
Por inercia y desesperación sus manos se movieron por sí solas y aferró
sus pechos con desesperación, ahogando un suave gemido. La acción
aliviaba el picor, pero lejos de controlar el dolor no hacía más que
inquietarla.
—Tttt… —Saint Albans la reprendió con diversión al darse cuenta de lo
que estaba haciendo debajo de su capa y el corazón se le atoró en la
garganta al ver como infiltraba una mano bajo la prenda para retirar una de
sus manos y ocupar su lugar.
Briseida tiró la cabeza hacia atrás y liberó su segundo pecho. Ese toque
era mil veces mejor y a su tía le daría un infarto si supiera lo que estaba
haciendo.
Sonrió con diversión de solo pensarlo, una noche para olvidar no le
sentaría mal a nadie. Abrió los ojos con rapidez al sentir como Saint Albans
pellizcó su pezón y se tensó al tenerlo tan cerca.
—Shh… —le pidió y con su mano libre le indicó su oído.
Quería que siguiera escuchando a los canallas que estaban hablando a
pocos metros de distancia.
—No sé tú, pero yo amaría tener uno de esos pechos en mi boca.
Abrió los ojos con sorpresa al sentir demasiada presión en el agarre
masculino y Saint Albans la retó con la mirada al mismo tiempo que lo
aflojaba. Su molestia hizo que pensara en su respuesta, en el riesgo que
estaba corriendo al hacer algo tan impropio con alguien que claramente no
era dueño de todas sus facultades, pero finalmente comprendió que una
situación como esta jamás volvería a repetirse en su vida y juntó los ojos
con rendición al tiempo que se arqueaba hacia él.
Durante años se sumergió en muchas historias que hablaban de este tipo
de romances o escenas tórridas, siempre se imaginó todas al pie de la letra,
pero nunca pensó que podría ser la protagonista de una.
Un escalofrío recorrió todas sus extremidades cuando Saint Albans
apartó la mitad de su capa para exponer su pecho y lo buscó con la mirada.
Él estaba inclinado y sus labios estaban a pocos centímetros de su pezón, no
obstante, él no estaba mirando el punto rosado y erguido, la estaba mirando
a ella, esperando algún cambio en su decisión.
—No tengo planes de hacer lo correcto —musitó con voz ronca, sólo
para que ella escuchara, y Briseida no necesitó que aclarara sus palabras.
Ella tampoco se atrevería a aceptar una propuesta matrimonial de su
parte, menos si esta estaba siendo forzada debido al honor que claramente él
no poseía.
—Si fuera así, huiría ahora mismo —se sinceró y el duque se rio con
malicia al tiempo que le cubría la boca con una mano y apresaba su pezón
en su cálida boca.
En un principio no entendió el por qué la silenció, pero ahora que su
cuerpo se sacudía y su garganta no parecía tener recato, lo entendió mejor.
Esto era la gloria, el movimiento de la áspera lengua de Saint Albans contra
su frágil pezón era todo lo que estaba bien.
Apresó sus cabellos rubios en un puño y tiró la cabeza hacia atrás,
deseando que él tomara más, que él acabara con esa necesidad que se estaba
alimentando en su vientre bajo. Las carcajadas masculinas provocaron un
quiebre en su letargo, no podía perderse en los brazos del enemigo de su
hermano.
—Estamos soñando, esa mujer ni siquiera debe mojarse —bufó
Somerset, generándole un mal sabor en la boca a pesar de no entender sus
palabras.
—No importa cuán bella sea, ella no podrá excitarme —acotó Zouche
con un suspiro—. La reina de hielo es como una estatua, sólo sirve para
admirar y todo estará bien en tu admiración hacia ella mientras mantengas
tus manos lejos de juego para evitar decepcionarte.
¿Eso era lo que la gente pensaba de ella?
Los pasos masculinos empezaron a hacerse más distantes e incapaz de
seguir disfrutando de la lengua de Saint Albans, Briseida lo empujó con
violencia y lo hizo trastabillar hacia atrás.
—Suficiente —gruñó con disgusto y aferró su capa contra su cuerpo.
—¿Qué, tienes sentimientos y sus palabras te hirieron?
Su última pregunta consiguió hacerle más daño del esperado.
—Claro que no —respondió con frialdad, comprendiendo mejor por qué
su tía le pedía que mantuviera siempre la cordura y su personalidad fría y
distante.
Sólo así la gente no podría lastimarla.
Saint Albans debió darse cuenta de su error porque siseó algo por lo bajo
y se pasó una mano por sus cabellos, no muy seguro de cómo proseguir.
—Jamás me dejaría llevar por las palabras de hombres como ellos —
escupió ella con desdén, logrando ganarse su antipatía, y levantó el mentón
con altanería—. Aquí no sucedió nada de gran relevancia, por lo que esta
noche nunca pasó y usted no tiene razón alguna para dirigirse a mí en un
futuro cercano.
—Como si quisiera hacerlo —siseó.
—Perfecto.
Giró sobre su eje y se marchó a paso apresurado, agradeciendo en
silencio que Saint Albans la siguiera a una distancia razonable para
asegurarse de que llegara en perfecto estado a su habitación.
¿Cómo pudo dejarse llevar de esa manera por su libido?
¡Por todos los santos, podría haberse arruinado para todos los hombres
con el peor de todos!
«Mi hermano jamás me lo perdonaría».
Se dejó caer sobre el mullido colchón y en ese estado terminó en un
sueño profundo, pero la confusión que sintió a la mañana siguiente fue
inmensa, puesto que podría jurar que ella no llegó a meterse bajo las
sábanas.
Capítulo 2
“Una fiesta campestre de locos. No hay otro termino para describir dicho
acontecimiento, según fuentes cercanas, el sobrino de nuestra anfitriona
hizo de las suyas y llevó a invitadas especiales por tiempo limitado.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

—Eso no es verdad, tía —dijo Leighton apresuradamente, tratando de


limpiar su nombre sin éxito alguno, y lady Agatha lo fulminó con la mirada
mientras le lanzaba uno de los volantes que esa mañana aparecieron en
todos los pasillos de su hermoso hogar.
Lady Berricloth no se quedó en Londres. La chismosa más peligrosa de
todo Londres estaba entre ellos.
—No mientas, Leighton —ordenó y sus ojos color avellana se posaron
en Ryne y Ewan, quienes hasta ese momento prefirieron guardar silencio—.
Ustedes son sus cómplices, ¿no es así?
Lady Agatha era una mujer agradable, la dama sólo contaba con cuarenta
y tres años, por lo que quizá esa era la razón por la que le urgía deshacerse
de la responsabilidad tan grande que su sobrino significaba para ella.
—Ellas sólo aparecieron —espetó Ewan con sinceridad, puesto que él no
tenía nada que ver, en esta ocasión, con todo lo ocurrido, y su amigo lo
fulminó con la mirada al tiempo que la castaña jadeaba horrorizada.
—¿Trajiste cortesanas a mi fiesta?
—No volverá a pasar. —Leighton se encogió de hombros—. ¡Ah! —Se
quejó cuando lady Agatha lo golpeó con su abanico—. Debe entenderme,
tía, el evento está resultando de lo más aburrido.
—Porque no estás haciendo lo que te pido —respondió con enojo—.
Debes encontrar una esposa, no invité a más de veinte jóvenes en edad
casadera para que tú mandes a traer a despreciables cortesanas.
—No me gusta ninguna de sus invitadas —admitió desvergonzadamente
y la castaña inhaló una gran bocanada de aire, todo indicaba que estaba en
busca de un poco de paciencia y auto-control.
Su sobrino la estaba sacando de quicio.
—Seré clara contigo, Leighton —espetó con voz suave e incluso Ewan
sintió un escalofrío en toda su espina dorsal—. Si no te casas esta
temporada, olvídate de mi existencia. Tus números están en cero y no
permitiré que toques un solo penique mío, ¿me entiendes?
Ewan torció los labios con preocupación, la amenaza iba muy en serio.
—Tengo a una dama en la mira. —La sorpresa lo golpeó con fuerza e
intercambió una rápida mirada con Ryne, el vizconde era lo suficientemente
sabio como para guardar silencio y mantenerse muy al margen de la
situación—. Cortejaré a lady Milton.
Los recuerdos de la noche anterior lo llevaron a removerse con inquietud
y se relamió los labios al recordar lo bien que la piel de esa mujer podía
llegar a sentirse dentro de su boca. La incredulidad lo golpeó con fuerza al
darse cuenta de lo idiota que estaba siendo al pensar de esa manera y negó
rápidamente con la cabeza.
Fue el alcohol ingerido lo que lo llevó a atacar a la hermana de Carlisle.
No la deseaba, nunca la desearía, pero en ese momento ella fue su única
opción.
—Después de esto —lady Agatha señaló el volante de lady Berricloth—,
ten por seguro que los Milton serán los primeros en abandonar mi fiesta.
—A decir verdad —Ryne recuperó la voz con elegancia y lady Agatha lo
observó con fascinación, era evidente que, entre todos los miembros de la
sociedad de los canallas, Ryne era el favorito de la tía de su amigo—, los
Milton no apoyan a lady Berricloth, buscarán quitarle crédito a sus palabras
y eso sólo lo conseguirán quedándose en la fiesta.
«Espero que así sea», pensó distraídamente y se maldijo a sí mismo con
disgusto.
¡¿Por qué sentía un imperioso deseo de reunirse una vez más con lady
Briseida?!
Ewan no negaría que la dama siempre se le hizo muy hermosa, pero ni
en sus más remotos sueños se atrevió a pensar en ella de otra manera que no
fuera como la hermana menor de su enemigo.
Sin embargo, las cosas parecían ser muy diferentes ahora.
—Puede ser —musitó Agatha, pensativa—, pero incluso así, los Milton
están interesados en usted, milord. —Todos observaron a Ryne con
curiosidad.
—Es simplemente imposible, no me considere una amenaza, milady.
De alguna manera, su respuesta alivió a Ewan en exceso.
—Bien —susurró la castaña y volvió a enfocarse en su sobrino—. El
tiempo está en tu contra, te quedan diez días para conseguir una esposa, no
los desaproveches.
—Como usted diga, tía —siseó Leighton con disconformidad y ninguno
se atrevió a emitir palabra alguna hasta que la dama abandonó el despacho
—. Es una locura, no quiero casarme con lady Milton —confesó
apresuradamente y Ewan se rio por lo bajo con malicia.
—Dudo mucho que lo consigas —acotó Ryne, entretenido—. No eres
elegible para ellos.
Nadie era lo suficientemente bueno para la familia Milton y eso era algo
que Ewan sabía muy bien, por lo que decidió no hacer ningún comentario al
respecto.
—Ewan tiene un plan que me hará llegar al altar con lady Milton, ¿no es
así?
La piel se le erizó de sólo imaginarse esa escena y curiosamente ya no se
le hizo tan atractiva ni divertida como hace unos días.
—¿De verdad? —Los ojos azules de su amigo brillaron con interés—.
¿Y cuál es tu grandioso plan, Ewan?
—Haremos que Carlisle haga el ridículo esta noche —decretó Leighton
con suficiencia y sonrisa triunfante—. Su comportamiento será tan
vergonzoso que yo saldré al rescate para pedir la mano de su desgraciada
hermana.
Ryne ladeó el rostro, consternado.
—Ajá, ¿y cómo harán que Carlisle haga el ridículo?
Ewan tragó con fuerza y rezó en silencio para que Leighton no hubiera
comprado aquello que sugirió en el club la semana pasada, pero…
—Con esto. —Sacó un pequeño frasco y su corazón empezó a bombear
sin control alguno.
Briseida Milton no podía convertirse en la esposa de su mejor amigo.
¡Él no iba a desear de por vida a la esposa de Leighton!
—¿Y no hay otra dama que llame tu atención? —preguntó por impulso y
sus amigos lo miraron con curiosidad—. Es decir, ¿de verdad quieres atarte
de por vida a la reina de hielo?
—Tiene la mejor dote de la temporada —explicó Leighton.
—Colette tiene la misma suma.
—Sí, pero lady Sheeran no tiene rostro, piel ni cuerpo para nosotros —
acotó Ryne con sabiduría, evitando sonar grosero.
—Tu hermana tiene una dote de veinte mil —siseó de pronto con
fastidio.
Ryne se rio por lo alto.
—Sí, pero Leighton no tocará ni a mi hermana, ni su fortuna.
Tenía mucha lógica, su mejor amigo no era el mejor partido de la
temporada.
—Como sea. —El marqués hizo que ambos lo miraran—. Elija o no a
lady Briseida, realmente deseo ver al duque soberbio haciendo el ridículo
en el baile de esta noche, ¿ustedes no?
La boca se le hizo agua de solo pensarlo y asintió con determinación, al
igual que Ryne. No había que ahondar en el tema y dejar en evidencia que
la sociedad de los canallas odiaba a los hombres como el duque de Carlisle,
quienes solían creerse superiores a los demás y no tenían el más mínimo
ápice de piedad en la sangre.

***
«No importa cuán bella sea, ella no puede excitarme. La reina de hielo es
como una estatua, sólo sirve para admirar y todo estará bien en tu
admiración hacia ella mientras mantengas tus manos lejos de juego para
evitar decepcionarte».
Si alguien se lo hubiera contado, Briseida jamás habría creído que el
barón de Zouche fuera capaz de hablar así de ella. Era el primer baile de la
fiesta campestre y el barón no había hecho más que lanzarle flores y
halagos durante las primeras dos horas, algo que comenzaba a hartarla
porque ahora le caía muy mal.
—No es una mala opción —reconoció su tía, analizando al hombre con
pericia—, pero es muy joven, sólo tiene veintiún años.
—Prefiero al vizconde perfecto.
—Pero Hunt no se desprende de su hermana y no se ve interesado en
bailar con nadie —acotó Zander, su hermano mayor, barriendo el lugar con
la mirada—. Es una fiesta despreciable, somos las únicas personas decentes
en este salón.
¿Ella era una mujer decente?, ¿se la podía considerar de esa manera
después de lo ocurrido la noche anterior con el duque de Saint Albans?
Dejó que el hombre la viera desnuda, la tocara y… tragó saliva, ¿cómo
alguien podía disfrutar tanto mientras otra persona tenía parte de su seno
entre sus dientes? Un escalofrío recorrió su espina dorsal y la incomodidad
que sintió entre las piernas hizo que las cerrara con fuerza.
¿Por qué cada vez que recordaba esa escena su cuerpo reaccionaba de
esa manera tan inaceptable y vergonzosa?
—Tal vez deberíamos retirarnos —sugirió Zander.
—No —zanjó su tía con suficiencia—. Zouche no es un mal partido, si
las cosas no fluyen con Hunt, él será el elegido.
«¿Elegido por quién?», quiso preguntar, pero finalmente negó
lentamente con la cabeza.
—Necesito beber algo —comentó con cansancio y su hermano le tendió
el brazo.
—Te llevaré a la mesa de bebidas.
—Vayan ustedes. —Lady Georgia no estaba dispuesta a perder más
tiempo—. Iré con el vizconde de Hunt, no puede ser tan difícil llegar a él.
Su tía no quiso perder de vista a su objetivo y eso le generó un poco de
alivio, su compañía estaba empezando a resultarle molesta y quería cruzar
un par de palabras con su hermano a solas.
—He pensado en abandonar la fiesta campestre —confesó su hermano
una vez que llegaron a su destino. La mesa de bebidas estaba vacía,
seguramente la llenarían pronto, pero gracias a eso el lugar estaba desolado
—. Nuestra tía es más que suficiente para encontrarte un buen partido.
—No es justo, tú sí puedes huir.
Zander le regaló una sonrisa amable, cualquiera que pudiera admirar al
rubio desde ese ángulo diría que es un ángel caído del cielo, pero lo cierto
era que su hermano era un ser frío, soberbio y egoísta.
—El barón no es una mala opción.
—Él nunca me amará.
«Ni me deseará», añadió mentalmente y su hermano rodó los ojos con
aburrimiento.
—El amor no existe, Briseida, ¿para qué diantres nuestro padre contrató
tantos maestros si no te enseñaron lo más importante?
—Permíteme elegir a mí —suplicó desesperada—. Nuestra tía ha fallado
en las dos ocasiones que decidió por mí, ¿no crees que mi buen juicio
merece una oportunidad?
Zander lo pensó por breves segundos y un lacayo se acercó a él con una
copa de champagne en su bandeja. Su hermano la aceptó en silencio, pero
no bebió de la copa, sino que la dejó en la mesa antes de brindarle una
respuesta.
—No quiero que elijas a un canalla.
—Los evitaré fervientemente. —Sonrió risueña y su hermano suspiró
con cansancio.
—Pero en serio me iré, si me quedo un día más aquí enloqueceré.
Briseida asintió con rapidez y en un abrir y cerrar de ojos se hizo de la
copa de su hermano y la levantó por lo alto.
—Por mi futuro esposo —brindó en voz baja y bebió todo el contenido
de un solo trago, provocando que la cólera enrojeciera el semblante
enfurecido de Zander.
—Las damas no beben —gruñó con disgusto y ella le guiñó el ojo.
—Una copa de champagne no mata a nadie.
Zander emitió unas cuantas palabras para reprenderla, pero al final dijo:
—Me iré mañana a primera hora, confiaré en tu buen juicio y el cuidado
de tía Georgia.
—De acuerdo.
Briseida le regaló la mejor de sus sonrisas, pero dos horas más tarde
empezó a cuestionarse si realmente una copa de champagne sería capaz de
matar a alguien. Durante la cena todo marchó de maravilla y su tía tuvo que
tragar su disgusto y aceptar la condición de su hermano para encontrar a su
siguiente pretendiente: ella debía aprobarlo y sólo así seguirían con todo el
proceso de cortejo hacia adelante.
Tenía razones de sobra para sentirse satisfecha, pero lo cierto era que
ahora mismo se sentía fatal. Una horrible punzada atravesó su vientre bajo y
se apoyó sobre su codo en un intento fallido de abandonar su cama para ir
en busca de su tía. Algo no andaba bien, nunca antes le había sucedido algo
así. El ardor, la inquietud, la sequía en su boca y la inestabilidad en su
cuerpo no parecía ningún tipo de enfermedad o malestar que hubiera
presentado antes.
«No me siento bien».
Admitió con el pulso desbocado y la piel perlada por el sudor.
Empleó toda la fuerza que en ese momento poseía y abandonó la cama
con esfuerzo. Llamar a una criada no le parecía prudente, no deseaba que
todos los invitados se enteraran de su malestar, por lo que lo más sensato
por el momento era ir por su tía. Estuvo a punto de girar el pomo de la
puerta, pero la sangre se le congeló cuando una fuerza mayor atenazó su
muñeca y tiró de ella hacia atrás. Quiso gritar, pero su voz murió en su
garganta cuando sus ojos se encontraron con los del duque de Saint Albans.
—Shhhh… —pidió desesperado y ella negó con la cabeza—. No tiene
nada malo, se le pasará en unas horas.
—¿Qué hace aquí? —preguntó desesperada y empezó a respirar con
dificultad, su toque y proximidad sólo estaban alterando aún más su estado
—. Un momento, ¿cómo sabe que no me siento bien?
Saint Albans siseó una palabrota por lo bajo.
—¿Qué dama bebe champagne de un solo trago? —se quejó—. Esa copa
no era para usted.
Briseida rodeó su garganta con angustia.
—¿Intentó envenenar a mi hermano y yo bebí de su copa por error?
—No quería envenenarlo —aseguró con enojo—. Sólo quería que
perdiera el control de sí mismo por unas horas. —Le dio una rápida mirada
a su aspecto y Briseida se tensó cuando sus ojos se posaron en sus duros y
muy marcados pezones—. No le está yendo nada bien, ha sudado mucho y
he escuchado sus lamentos en la última hora. —Conectó sus miradas con
inmediatez.
La luz era escasa, pero era evidente que él no estaba mejor que ella.
—¿Cuánto tiempo lleva en mi habitación? —preguntó con indignación y
él se rio.
—Lo suficiente como para escuchar sus lindos sonidos, milady.
Quiso golpearlo, pero él sujetó su mano con firmeza y la pegó aún más a
su cuerpo.
—Ah —suspiró y lo sintió tensarse.
—Nada de golpes, reina de hielo —gruñó y rodeó su cintura con
determinación—. Te estoy cuidando, así que… —guardó silencio al oír
unos pasos en el exterior—. ¿Esperabas visitas? —preguntó con una ira
inexplicable.
—Claro que no —chilló horrorizada y él tiró de ella para que se metieran
juntos al armario—. ¿Qué hace?
—Sea quien sea, no puede verte así. —La aferró contra su cuerpo antes
de cerrar la puerta del mueble con firmeza. El espacio era amplio, pero
incluso así no dejaba de ser angosto y oscuro para los dos.
En ese lugar, su malestar no hizo más que empeorar y se dio cuenta de
que la presión del duque contra su cuerpo era reconfortante, por lo que
ignorando como se abría la puerta de su habitación en el exterior, lo abrazó
por el cuello y empezó a frotarse contra él.
¡Sí, por fin sus pechos dejaron de arderle!
El agarre del duque se hizo más certero y un suave gemido emergió de
su garganta, provocando que ambos se quedaran inmovibles en su lugar.
Saint Albans la soltó y en la oscuridad del reducido espacio pudo ver sus
movimientos. El duque se quitó el pañuelo con rapidez y la amordazó con
el mismo sin dudarlo, generándole una gran conmoción y placer al mismo
tiempo.
—No está.
Ambos miraron hacia la puerta del armario.
Era el marqués de Teingham, ¿qué hacia ese hombre en su habitación?
—Quizá se fue con su tía —espetó el vizconde de Hunt—. ¿Estás seguro
de que Ewan iba a vigilarla?
Saint Albans dijo algo apenas entendible y tomándola por sorpresa la
obligó a pasar sus piernas por encima de las suyas para que sus rodillas
quedaran a cada lado de sus caderas. Acarició sus costados, posando sus
amplias manos en su cadera, y tomándola por sorpresa la empujó hacia
abajo.
El pañuelo hizo su tarea y amortiguó su gemido, al tiempo que el placer
no hacía más que extenderse por todo su ser.
¿Esto era lo único que calmaría el dolor de su cuerpo?
Lo abrazó por el cuello con firmeza y empezó a mecerse sobre él,
sintiendo una extraña protuberancia contra su centro mientras se frotaba con
descaro, y se mordió la lengua cuando restregó sus pechos contra el torso
masculino como una descarada de primera.
—Creo que lo mejor será irnos, no pueden vernos aquí —acotó Hunt en
voz baja.
—Iré a buscar a Ewan, lo último que necesita es meterse en problemas
con lady Milton.
El marqués tenía razón, ellos dos no deberían estar juntos, pero ya era
demasiado tarde y ahora mismo necesitaba a ese hombre para darle un poco
de paz a su sensible y excitado cuerpo.
La mano masculina rodeó su nalga y la apretó más contra su erección,
indicándole como debía moverse. Los hombres salieron de su habitación y
eso sólo la motivó a moverse con más prisa, odiando con creces que el
duque no hiciera nada más por ayudarla.
Él sólo estaba apoyado sobre el mueble, con las manos a cada lado de su
cuerpo, observándola en silencio.
—Mmm… —empezó a menear la cadera, como si estuviera sobre un
semental, y levantó su camisola tanto como pudo para poder unirse más a la
cadera masculina. Empujó con violencia, percatándose de que el roce era
mucho más satisfactorio de esta manera y no se detuvo cuando lo escuchó
rugir dentro de su garganta—. Mmm… —blanqueó lo ojos, deseando tener
sus manos sobre su cuerpo, y se bajó el pañuelo con rapidez para susurrar
en su oído—: Ayúdame.
—¿No crees que ya estoy haciendo mucho por ti? —preguntó con voz
ronca y ella tragó con fuerza.
—¿Qué me hiciste?
No hubo respuesta.
Con el dolor de su alma, dejó de moverse.
Tal vez a él no le gustaba lo que le estaba haciendo.
—Joder —gruñó él y levantó su cadera con violencia, al tiempo que
rodeaba su cintura y le robaba un gemido—. Bebiste un afrodisiaco —
confesó, empujando con más calma contra su excitación—. Por unas horas
tu cuerpo sólo querrá sexo, lo necesitará y ansiará como un hambriento
ansía un pedazo de pan.
—No puedo, mi pureza…
—Por eso estoy aquí —dijo con esfuerzo—, no dejaré que nadie se
aproveche ni te arrastre a ningún altar.
¿Por qué el duque infame se tomaría la molestia de cuidar de ella?
—Pero ¿esto?
—Lo necesitas para calmarte, muévete como hace un momento y verás
cómo te alivias un poco.
Briseida siguió su orden y tuvo que apoyarse contra la madera para
poder controlar todo lo que su cuerpo experimentó con las arremetidas de
Saint Albans, quien no se limitó a quedarse sentado y empezó a
complacerla con determinada violencia. Rodeó su pierna con seguridad,
levantándola lo suficiente para brindarle una mejor posición, y le cubrió la
boca con una mano para amortiguar el grito que atravesó su garganta
cuando algo en su interior se rompió en mil pedazos y se deslizó por sus
muslos.
Saint Albans pateó la puerta del armario y ambos terminaron sobre el
piso alfombrado. Lo sintió temblar mientras jadeaba en su oído y separó las
piernas con deleite al sentir como su excitación seguía golpeando contra
ella.
—Joder. —Rugió él, sacudiéndose contra su cuerpo, y cuando hubo
terminado ambos quedaron boca arriba, observando el techo en silencio—.
¿Te sientes mejor? —preguntó con esfuerzo y ella negó con la cabeza.
No lo entendía, pero su cuerpo seguía ardiendo en llamas.
—Maldición, debí utilizar sólo dos gotas como me lo dijeron —farfulló
y se incorporó con rapidez. Tomó un par de mantas del armario, sacó una
capa para cubrirla y la obligó a levantarse—. No puedes quedarte aquí,
Leighton podría regresar y no tengo pensado seguir con el plan b.
¿Podría ser que el marqués tuviera en mente atraparla para así hacerse de
su dote?
Era lo más probable, por lo que lo mejor sería seguir al duque.
—¿A dónde iremos? —preguntó temerosa, pero no opuso resistencia
alguna cuando la sacó de la casa.
—Debes refrescarte, será una noche bastante larga —musitó con
arrepentimiento en la voz y no la soltó hasta que llegaron hacia la arboleda
—. Puedes caminar sola, no es necesario que te guie hacia el lago.
—No me siento bien. —Detuvo su marcha y se apoyó contra la corteza
de un árbol—. El cuerpo me arde —lloriqueó desesperada—, ¿por qué
querías que mi hermano bebiera esto?
—Para que hiciera el ridículo —confesó y se acercó a ella—. ¿Debería
cargarte?
—¿Por qué los hombres no hacen más que arruinarme? —se quejó y de
un manotazo apartó sus manos—. No quiero que me cargues, ni siquiera
quiero que me toques. ¡Esto es tu culpa!
Se acuclilló en su lugar y se abrazó las rodillas, deseando acabar con el
malestar entre sus piernas.
—No soporto sentirme así, es como estar en el infierno —confesó con
lágrimas en los ojos y el rubio se arrodilló junto a ella y miró por los
alrededores.
—¿Dónde te duele?
No le dio una respuesta, pero se abrazó las rodillas con fuerza.
Saint Albans tendió una manta sobre la hierba y la empujó suavemente
por los hombros para que se recostara.
—¿Qué hace?
—Te ayudo —respondió con voz ronca y cierta tensión en los hombros
—. ¿Alguna vez te has tocado? —inquirió con nerviosismo y ella frunció el
ceño—. Maldito infierno, este castigo está bien merecido —gruñó y sujetó
su muñeca derecha—. Sé dónde te duele y te enseñaré a calmar el dolor, ¿de
acuerdo?
—Por favor —rogó entre lloriqueos.
—Debes lamer tu dedo índice y corazón.
—¿Qué? —Se apoyó sobre sus codos, indignada.
—Si no lo haces tú tendría que hacerlo yo —dijo desesperado y ella
tragó con fuerza—. Recuéstate, te gustará y luego me dirás gracias por todo
lo que aprenderás esta noche.
Como si eso fuera posible.
Briseida se recostó y Saint Albans la obligó a meter sus dedos en su
boca. Se miraron fijamente por lo que le pareció una eternidad y finalmente
él guio su mano hacia la unión de sus piernas, donde sin mirar hacia abajo,
la instó a subirse la camisola.
—Pero…
—Tú tranquila, le darás un poco de paz a tu cuerpo.
La sorpresa la golpeó con fuerza al encontrarse con una mata de rizos y
tragó con fuerza cuando sus dedos se sumergieron más y encontraron una
gran humedad entre sus piernas.
—Estoy mojada —comentó para sí misma, pero Saint Albans cerró los
ojos con fuerza, como si esa verdad le doliera—. Oh… —suspiró cuando
tocó un duro botón.
—Acarícialo —ordenó, como si supiera muy bien donde se encontraba,
y el miedo a todas las sensaciones que ese simple toque le provocaron la
llevaron a morderse el labio inferior con nerviosismo—. Hazlo, te gustará
—musitó con mayor suavidad y siguió sus instrucciones, gimiendo por lo
bajo—. Acaricia toda tu hendidura, disfruta de la sensación y sólo cuando te
sientas lista desliza tu dedo dentro de ti.
Saint Albans la estaba mirando a los ojos, para él en ese momento no
existía otro punto en el cual fijarse. Su paciencia podía considerarse una
virtud y cada vez que un gemido emergía de su garganta él cerraba los ojos
con fuerza y negaba con la cabeza.
—No puedo, no se siente bien —confesó con frustración minutos más
tarde, odiando no poder sentirse de la misma manera que en su armario, y el
duque abandonó su lugar y empezó a revolverse la cabellera.
—Baja tu camisola —pidió antes que nada y sólo cuando estuvo cubierta
la ayudó a levantarse y se hizo una vez más de las mantas—. Debemos ir al
lago, el frío te ayudará a calmar tu malestar.
—Pero…
—¿Qué tan congelada debes estar por dentro para no poder darte a ti
misma un simple orgasmo? —preguntó con rabia y la presión que sintió en
el pecho hizo que se soltara de su agarre con violencia.
—¡Perdona si no soy una libertina como tú! —escupió furibunda—. A
mí sí me enseñaron a respetar mi cuerpo y no a envolverme con cualquier
cosa que se mueva.
El rubio abrió los ojos con sorpresa.
—Lo siento, no me di cuenta…
—Tú fuiste quien me puso en esta situación —le cortó—, pero si no
quieres ayudarme puedes irte. ¡Yo no pedí que te quedaras conmigo!
Salió corriendo en dirección al lago y sólo cuando llegó al mismo con
Saint Albans pisándole los talones pudo sentirse tranquila. Lo cierto era que
no quería estar sola en un momento como este.
¿Por qué todo el mundo la creía un ser sin sentimientos? ¿Es que acaso
Saint Albans no podía ver lo asustada que se sentía?
—Lady Milton…
—Voy a nadar —le cortó, pero no lo miró por encima de su hombro—
desnuda —acotó por si quería voltearse y sólo le dio tres segundos antes de
deshacerse de la única prenda que le cubría para después lanzarse al agua.
Quizá el frío que la rodeó consiguió calmar el ardor de su cuerpo por
breves minutos, pero ¿qué se suponía que haría con aquello que ahora
mismo estaba hiriendo profundamente su corazón?
Capítulo 3
“Las fiestas campestres albergan grandes secretos, ciertos sucesos que
transcurren en nuestras propias narices, me pregunto qué pensaría lady
Kilbrenner si le comento que su encantador sobrino parece llevarse muy
bien con cierta dama que carece de un rostro.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

La indiferencia de Ryne no era algo que a Leighton le pareciera extraño.


El vizconde era muy reservado y así como le gustaba mantener su
privacidad intacta, él buscaba no incomodar la de los demás; no obstante, él
no podía quedarse tan tranquilo ante la repentina desaparición de Ewan y
lady Milton, porque sí, estaba seguro que ellos dos estaban juntos y no
podía hacerse una idea del por qué.
Ambos se odiaban.
Su amigo quería la ruina de la dama, ¿entregarla a él no sería el camino
más fácil para conseguirlo?
Vio una ranura de luz debajo de la puerta de la biblioteca y aceleró su
marcha para indagar un poco, la mayoría de los invitados estaban
descansando en sus aposentos y las posibilidades de encontrarse con su
amigo ahí eran muy altas. Sin embargo, sólo necesitó abrir la puerta y
escuchar una suave voz femenina para descubrir su error.
Lo más sensato habría sido dar media vuelta y salir del lugar, pero la voz
le pareció tan suave y dulce mientras leía que se adentró al lugar y cerró la
puerta con mucho cuidado tras de sí.
“Estaba tan convencida de que eras para mí, que no quise dejarte ir, y
llené con tu presencia el lugar que era para alguien más”.
Leighton paró en seco al visualizar a la dueña de la voz de sirena y
lamentó con creces el haberse infiltrado en la biblioteca porque lady Colette
Sheeran notó su presencia y levantó su rostro totalmente cubierto.
A veces se preguntaba qué era lo que escondía debajo de ese velo.
—¿Puedo ayudarlo en algo, milord?
Su pregunta lo hizo carraspear, ¿ella quería ayudarlo en algo?, ¿es que
esa mujer no era consciente de que pronto sería la una de la mañana y
estaba fuera de su habitación?
—Iba a hacerle la misma pregunta, milady, ¿no debería estar en su
habitación?
—No podía conciliar el sueño, ¿le molesta que ocupe su biblioteca?
Su sola presencia lo fastidiaba, puesto que no era una joven de muchas
palabras, pero cuando decidía abrir la boca podía irritarlo con bastante
facilidad por sus ingeniosas respuestas.
—¿Qué leías? Nunca antes he escuchado ese verso.
—Oh, eso se debe a que dicho verso es mío.
Enarcó una ceja.
—¿Escribes?
—Es mi manera de pasar el tiempo.
«Porque no tienes amigas y nadie quiere estar contigo».
—Lo haces muy bien. —Se sentó en el posa-brazo y la miró con
curiosidad. Como siempre, no había un solo rastro de piel a la vista—.
¿Podrías leerme más?
Su voz narrando le generaba la tranquilidad que llevaba años sin sentir.
—No sé si debería, no es apropiado que se quede a solas conmigo en una
habitación.
Ese comentario le generó algo de gracia.
—Todos están dormidos, nadie tiene por qué saberlo —respondió con
sencillez—, te doy mi palabra de que no te tocaré un solo pelo —ironizó y
le pareció percibir una mirada aniquiladora sobre él.
Tal vez estaba siendo demasiado grosero.
—Le seré sincera —cerró su libreta y volvió el cuerpo en su dirección—,
su compañía me parece nefasta y ahora mismo estoy corrigiendo mis
escritos, necesito silencio.
La mandíbula se le desencajó, ¿qué su compañía era nefasta?
—¿Sabes cuantas mujeres matarían por gozar de mi compañía y tener mi
atención?
—Por favor, milord, deje de hacer sufrir a ese gran número de féminas y
vaya por ellas, estoy segura que gustosas valorarán su presencia.
¿Era impresión suya o Colette Sheeran se estaba burlando de él con su
menosprecio?
—¿Te caigo mal? —Ahora se sentó junto a ella, no era propio que las
mujeres lo rechazaran—. Nunca he sido grosero contigo.
«Al menos no en tu presencia».
—No puede caerme mal, es el mejor amigo de mi tutor, ya hemos
compartido varios almuerzos y cenas juntos, simplemente quiero mi
privacidad.
—Tú no deberías estar aquí y lo sabes, las damas solteras y decentes no
visitan las bibliotecas por la noche.
—¿Porque los canallas sin principios ni auto-control vagan por los
pasillos? —empleó un tono burlón que lo hizo reír por lo bajo, ciertamente
era ingeniosa e inteligente, otras dos razones que la condenaban a quedarse
como una solterona.
—Me temo que estás en lo cierto.
—Nadie atacará a la abominación Sheeran. —La sangre se le congeló,
¿ella sabía cómo solían llamarla en los clubes?—. No se preocupe por mí, el
único que me ha encontrado aquí ha sido el barón de Zouche y fue lo
suficientemente caballeroso como para darme unos cuantos consejos de
poesía antes de retirarse.
¿El barón de Zouche?
Era un chiquillo recién graduado y ya estaba en serios problemas
económicos, por lo que quizá él sí era una amenaza para la pupila mayor de
su mejor amigo, a veces la necesidad llevaba a uno a cometer actos
desesperados.
—No me iré si usted no se retira a su habitación primero, no puedo
dejarla sola. —Se apoyó en el respaldar del asiento con despreocupación y
miró su libreta—. Es más, si me lee un poco, quizá pueda darle un par de
consejos.
—No planea irse, ¿verdad?
—No —respondió con sencillez y su pecho se infló con satisfacción
cuando cinco minutos más tarde Colette se dio por vencida y comenzó a
leerle sus exquisitos escritos.
Su mente viajó al pasado, cuando su madre solía leerle todas las noches
antes de dormir y por un momento su corazón se llenó de odio y desprecio,
pero curiosamente este se acabó cuando reconoció la voz de alguien más en
esos versos.
Era la primera vez en años que se sentía tan cómodo y relajado en
compañía de una mujer.

***
Esto era un castigo divino.
Briseida Milton acabaría con la poca cordura que Ewan estaba tratando
de mantener en pie desde la noche que se pasó de copas y consideró que
atacarla sería lo más entretenido que haría en esa aburridísima fiesta
campestre.
Por todos los santos, se suponía que su mejor amigo debía
comprometerla, pero en lugar de seguir con el plan, terminó alejándola del
peligro porque no quería que otro hombre la besara, la tocara ni mucho
menos la tuviera en ese estado.
La garganta se le cerró.
¿En qué momento empezó a desearla con tanta posesividad?
¡Era una Milton, maldita sea!
El sólo portar ese apellido debería ser razón suficiente para que él no
sintiera nada más que odio hacia ella. Se frotó el rostro con cansancio,
observando como la fémina se movía en el agua como sirena, y se preguntó
si no se estaría congelando. Llevaba cuarenta minutos esperando que
decidiera salir del lago y esperaba que una vez que lo hiciera se sintiera
completamente recuperada.
Cometió un terrible error al vaciar todo el frasco del afrodisiaco en esa
copa de champagne, tal vez a estas alturas ella ya estaría bien si sólo
hubiera utilizado las dos gotas recomendadas.
Si tan sólo ella no hubiera bebido esa copa.
«Podría ir a su alcoba», había dicho Leighton, dejando en claro que le
parecía una buena oportunidad para pasarse de listo, pero Ewan se rehusó a
dejar a Briseida sola y se ofreció a cuidar de ella.
Por supuesto, a pesar de su reticencia, estuvo dispuesto a seguir con el
plan de su amigo, al menos así fue hasta que terminó encerrado en el
armario con ella y la fémina empezó a restregarse contra él con tanto
abandono.
«Mía», esa fue la única palabra que pudo retumbar en su cabeza en ese
momento y ahora no tenía la menor idea de qué excusa le daría a su amigo
para justificar su desaparición y la de la dama.
Lo sentía por Leighton, pero tendría que buscarse una nueva candidata
para el puesto de esposa. Ewan no pensaba permitir que su amigo le pusiera
una sola mano encima a Briseida, eso de compartir mujeres nunca fue un
problema para él, pero la pelinegra no pasaría por los brazos de su amigo.
No si él podía impedirlo.
Se tumbó boca arriba sobre las mantas que tendió en la hierba y se
cubrió los ojos con el antebrazo. En ese momento daría lo que fuera por
encontrarse en su cama y no esperando a que cierta dama dejara de nadar y
sentirse malditamente excitada. En su vida pensó que lady Briseida Milton
podría adueñarse de sus pensamientos las veinticuatro horas del día ni
mucho menos que desperdiciaría sus horas de sueño en ella sólo para
cuidarla.
El sonido del agua chapoteando y los pasos femeninos hicieron que el
aire se atorara en sus pulmones y se quedó inmóvil en su lugar, no muy
seguro de cómo reaccionar al respecto porque posiblemente ella seguía
totalmente desnuda.
La imagen que dibujó su depravado cerebro se le hizo agradable.
Se atrevió a retirar levemente el brazo y la vio secándose el cuerpo con
su capa. De costado era una obra de arte, con unas nalgas y senos
generosos, pero ahora mismo él sólo podía pensar en sus ojos color cielo
suplicando por un nuevo orgasmo. Cubrió sus ojos de nuevo para evitar ser
descubierto e inhaló profundamente cuando la dama se recostó a su lado en
silencio.
Por un momento pensó que sólo compartirían cama y manta
improvisada, pero todas sus alarmas se prendieron cuando ella se pegó a su
costado y lo abrazó por el vientre, enterrando el rostro contra su pecho.
—¿Qué quieres? —preguntó con voz ronca y bajó su mano para posarla
sobre su cintura.
Dios santo, seguía desnuda.
—Tengo frío. —Se pegó más a él—. Necesito más, el lago ha
funcionado muy poco.
—Ya te enseñé como hacerlo. —Mantuvo los ojos cerrados, simulando
indiferencia.
—Y lo he hecho en el lago, pero estoy haciendo algo mal porque no me
gusta.
La idea de que Briseida se hubiera tocado en el lago hizo que sus
pantalones se ajustaran a la altura de su cadera y se relamió los labios con
ansiedad. Esa mujer no tenía ni la mejor idea del daño que sus palabras
podrían provocar a un hombre malditamente excitado.
—No sé cómo darme placer, nadie me ha enseñado antes.
Porque era una dama y él no pudo controlar su bocaza hace unos
minutos.
—Presiona tus muslos y contrae tu sexo, eso te ayudará un poco —
aconsejó con un hilo de voz y supo que siguió su orden cuando se aferró a
él como soporte.
—No es suficiente —se quejó y sin previo aviso se montó sobre él.
—¿Qué haces? —Abrió los ojos con rapidez, no muy seguro de si
apartarla o disfrutar del como sus rodillas se posicionaron a cada lado de su
cuerpo.
—Repetir lo que hicimos en el armario —respondió jadeante y empezó a
frotarse contra él.
¡Esto era un maldito infierno!
¡¿Cuándo se convirtió en el juguete sexual de esa mujer?!
O peor aún, ¿desde cuándo él rechazaba la posibilidad de tener a una
mujer tan bella entre sus brazos?
«Es peligrosa, no puedes comprometerla».
—Te he dicho que no estoy buscando nada serio —respondió con voz
dura y ella dejó de moverse—. Pase lo que pase esta noche, no me casaré
contigo ni hoy, ni mañana, ni nunca. —Sus palabras fueron duras, pero
ciertas.
Lejos de sentirse herida, Briseida apoyó las palmas en su pecho y muy
lentamente se incorporó, dejándole admirar su desnudez en primer plano.
La boca se le hizo agua, esa mujer no tenía ni la menor idea de lo que
estaba provocando y despertando en él.
Tenía hambre, un apetito voraz y ella era el bocadito que se quería
comer.
—Nunca sería tan tonta como para buscar un matrimonio contigo.
Era una desgraciada, pero no podía esperar menos de la hermana menor
de Zander.
—Mmm… —gruñó cuando empezó a mecerse sobre su miembro y se
sentó con rapidez para sujetarla de la cintura—. ¿Estás segura que quieres
esto? —Moldeó sus costados y apresó sus pechos con deleite,
observándolos con descaro.
—Siempre y cuando me mantenga pura —acotó con necesidad,
meciéndose sobre su verga—. Enséñeme, su excelencia.
Que le hablara con respeto y devoción lo excitó de sobremanera, puesto
que ella siempre era algo desdeñosa cuando se dirigía hacia su persona.
—Pero ¿qué obtendré a cambio? —inquirió con malicia, como si tocarla
y probarla no fuera premio suficiente.
—Ayúdeme esta noche y le daré lo que quiera.
—¿Me darías el privilegio de poder tocarte y hacer contigo lo que quiera
durante esta aburridísima fiesta?
—Sí —gimió gustosa, sorprendiéndolo de sobremanera—. Enséñeme
todo lo que sabe, desde lo más básico a lo más complicado.
Esta criatura necesitaba mucho amor y Ewan no era quién para
negárselo, ¿verdad?
«No lo hagas, Zander te matará».
—Mi hermano se irá hoy a primera hora —musitó en su oído, instándolo
a tomar su decisión de una vez por todas—. Nunca se enterará de nada, será
nuestro secreto.
Besó el hombro femenino, meditando su respuesta mientras disfrutaba de
su tersa piel, y lamió sus pechos por largos minutos mientras ella se
arqueaba y se entregaba a él con abandono.
Zander le debía una muy grande, él se había metido con una persona que
él amaba con cada fibra de su ser y la había herido profundamente; al
menos Ewan estaba llegando a un acuerdo con la bruja de su hermana y
ambos estaban a favor de pasarla en grande durante los siguientes días.
—¡Ah! —chilló Briseida cuando mordió su pezón con saña y lo buscó
con la mirada—. ¿Qué ha sido eso? —Lo miró con disgusto y él le sonrió.
—¿Tú qué crees, querida?
Briseida le regaló la sonrisa más hermosa que jamás hubiera visto y
sujetó una de sus manos sin previo aviso para llevar sus dedos a su boca,
lamió los mismos que le pidió que se lamiera hace más de una hora y lo
miró a los ojos.
—Creo que estás listo para derretirme por dentro —musitó finalmente
después de dejar sus dedos en libertad y Ewan la tendió sobre las mantas
con habilidad para invertir los papeles.
Ella separó las piernas para él.
—No tienes idea de a lo que te estás metiendo, milady —siseó y ya no se
reprimió más, estudió cada maldita extremidad de su cuerpo y gimió
encantado al ver que era más perfecta de lo que se imaginó.
—¡Ah! —Se arqueó cuando hundió dos dedos en su estrecho canal y se
estremeció de satisfacción al descubrir lo húmeda que estaba—. Sí, por
favor —rogó cuando empezó a moverse en ella con suavidad—. ¡Oh por
Dios! —se sacudió y Ewan dobló sus dedos como un gancho para hacerla
tiritar de placer.
Era preciosa, demasiado para su propio bien.
Tal vez lo mejor sería no perderse en su imagen.
Como un animal hambriento se lanzó contra sus pechos y durante los
siguientes cinco minutos la hizo gritar sin piedad alguna, orillándola al
máximo placer mientras se adueñaba, besaba y marcaba su cuerpo sin
cordura alguna.
En esta ocasión escuchó con claridad como llegaba al orgasmo y por
segunda vez se quedó con su excitación dentro de sus pantalones. Se
derrumbó sobre sus pechos, no muy seguro de cómo proseguir, y no opuso
resistencia cuando minutos más tarde ella acunó su rostro y lo instó a
levantarlo.
La sorpresa lo golpeó con fuerza cuando sus labios se unieron, pero su
falta de experiencia no la permitió llegar más lejos, por lo que fue él quien
la sujetó de la nuca y profundizó el beso como si no existiera un mañana.
Ella no sabía besar, pero su lengua se enredaba a la perfección con la
suya y su sabor le pareció el más delicioso de todos.
—¿Te sientes mejor? —inquirió entre besos, acunando su rostro, y ella
se rio contra sus labios.
—Me sentiré mejor si lo haces de nuevo.
Su miembro empezó a golpear contra sus pantalones sin control alguno y
ambos se tensaron cuando las gotas empezaron a caer del cielo.
—Maldición. —La ayudó a levantarse y la cubrió con su capa.
—No quiero volver, aún no estoy bien —confesó abrumada, al parecer
recién era consciente de lo que estaban haciendo, y Ewan observó el camino
de regreso.
Él tampoco quería volver, estaba seguro que una vez que el afrodisiaco
se fuera, esta mujer que ahora estaba a su merced dejaría de existir.
—Hay una cabaña de caza aquí cerca, ¿quieres refugiarte ahí?
—Sí, sí quiero —musitó con voz suave, mirándolo significativamente, y
Ewan volvió a besarla con voracidad, pero por un tiempo más corto.
—Esto apenas y está empezando.
Ella había aceptado el trato, fue ella quien se puso a su merced y Ewan
estaba dispuesto a hacer justicia al título que recibió por la sociedad como
el duque infame. Tal vez Briseida nunca sería suya en cuerpo y alma, pero
probaría cada maldito rincón de su cuerpo y haría que esa mujer lo llevara
tatuado en el alma.
Después de esta noche, ella jamás volvería a ser la misma.
Esa sería su venganza contra Carlisle, se robaría el corazón de su
hermana y ella nunca encontraría la felicidad en el lecho matrimonial.
Cuando llegaron a la cabaña de caza, Ewan utilizó los primeros minutos
para prender el fuego mientras Briseida paseaba por el lugar y estudiaba las
armas con bastante interés. Al parecer el último encuentro que tuvieron
logró calmarla, porque ahora estaba más silenciosa de lo esperado.
«Si lo piensas detenidamente, no tienen un tema de conversación», le
dijo una vocecilla y él la ignoró con descaro. Ellos no necesitaban hablar,
ella quería orgasmos y él se los iba a dar, eso era todo.
—Mi padre y mi hermano nunca me enseñaron a manejar un arma —
comentó ella de pronto, captando su atención—. Aseguraban que es muy
peligroso.
Sonaba como algo que el difunto duque de Carlisle y su hijo pensarían,
pero… Ewan se volvió sobre su eje y se congeló en su lugar al ver a
Briseida con un arma en mano, apuntándole.
—Baja esa arma si no sabes cómo manejarla —siseó con histeria y ella
se rio por lo alto, generándole un extraño calor en el pecho.
—Es broma, sé un poco y claramente no está cargada. —Dejó el arma en
su lugar—. Sólo quería asustarte. —Se balanceó sobre su lugar como si se
tratase de una niña pequeña—. Creo que ya estoy bien, ¿podemos regresar?
Enarcó una ceja.
—Espero sea otra broma.
En esta ocasión ella dejó caer su capa, quedando totalmente desnuda y
Ewan no pudo reaccionar en primera instancia, lo cual la hizo sentirse
victoriosa y caminó en su dirección con superioridad.
—Te he dejado sin palabras, debo gustarte mucho —añadió con
coquetería y se plantó frente a él, era una joven alta y hermosa, y
curiosamente sabía cómo bromear y sonreír.
—Sabes que eres hermosa.
—Para Zouche no parece suficiente.
—No lo nombres —ordenó y la rodeó por la cintura con posesividad
desmedida—. Serías una tonta si lo consideras como pretendiente después
de…
—No es tu problema, no opines al respecto.
La sangre se le congeló y no precisamente por la orden que le dio, sino
porque tenía razón y no existía una lógica para su enojo.
—Tienes razón —farfulló—, ahora mismo sólo debo complacerte. —
Atenazó su nuca con violencia y la besó con enojo, totalmente furibundo
por su respuesta y consigo mismo por sentirse así, pero lejos de asustarse o
resistirse, Briseida lo abrazó por el cuello y lo besó con la misma
intensidad.
—Espera. —Ella rompió el beso, jadeante, y empezó a abrirle el abrigo
para continuar con su chaleco—. Quítate la ropa, estás muy vestido.
Ewan lo dudó un poco, no estaba seguro de poder controlarse si se
desvestía por completo, por lo que sólo le dio el gusto de desnudar su torso.
—Cuidemos tu virtud —musitó con voz ronca, dejando que acariciara su
piel con la mirada, y le señaló la cama que estaba en el lateral derecho de la
habitación—. ¿Nos ponemos cómodos?
Briseida miró la cama y luego lo besó con ternura.
—Confío en ti.
¿Quién lo diría?
Lady Briseida Milton estaba confiándole su cuerpo; su pureza, el más
grande de sus tesoros al duque infame. Ciertamente su inocencia era muy
grande y él demasiado creyente como para suponer que nada podría salir
mal en su retorcido acuerdo.
Capítulo 4
“El barón de Zouche ha cambiado de objetivo y eso ha indignado a cierta
matrona muy respetable. Quién lo diría, de tener los ojos sobre la mujer más
bella de la fiesta el barón los posó en la única dama que no tiene un rostro
para nosotros.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

El cosquilleo que se suscitó en su brazo derecho provocó que Briseida


empezara a luchar contra el peso de sus párpados y poco a poco dejó que la
escasa luz se filtrara por sus ojos para anunciarle que pronto amanecería.
Estaba agotada y no existía un solo músculo de su cuerpo que no
estuviera entumecido. Se removió con inquietud, suspirando por el cómo su
entrepierna reaccionó por el movimiento y abrió los ojos con rapidez al
darse cuenta que estaba desnuda.
El aire se atoró en sus pulmones.
¿Dónde estaba?
Esta no era su habitación.
—Tu olor a orquídeas sigue intacto —musitó Saint Albans, mordiendo
suavemente su hombro, y la realidad la golpeó con fuerza al recordar todo
lo que sucedió la noche anterior debido a la estúpida copa de champagne
que se le ocurrió beber durante la velada—. No puedo más, necesito
probarte. —Rodeó su pecho con una mano y Briseida supo que debía
detener esa locura ahora mismo.
No entendía a qué se refería con probarla, pero lo había dicho en varias
ocasiones mientras la besaba, tomaba sus pechos y le hacía el amor con los
dedos.
—No —susurró con esfuerzo, apartando el cuerpo masculino del suyo.
—¿Es necesario? —preguntó con enojo, viendo como salía de la cama y
se cubría con su capa con inmediatez—. He visto y tocado cada rincón de tu
hermoso cuerpo, puedes estar segura que es una imagen fácil de recrear
para mí —añadió con picardía y no pudo hacer más que jadear horrorizada.
Era un desvergonzado, nadie en su sano juicio se atrevería a decir algo
así.
Por todos los santos, ¿en qué estuvo pensando al quedarse a dormir con
Saint Albans en esa cabaña de caza?, ¿cómo era posible que un afrodisiaco
le hubiera robado la capacidad de razonar?
El rubio debió darse cuenta de su rechazo porque pronto arrugó el
entrecejo y abandonó la cama con movimientos escuetos. Ese hecho le
permitió confirmar que al menos él aún llevaba los pantalones puestos.
—Te aseguro que sigues siendo tan pura como antes de que bebieras esa
copa de champagne —espetó con sorna, dibujando una sonrisa retorcida en
su hermoso rostro, y esa desagradable actitud altanera le hizo perder los
estribos.
—¡Una copa que tú y tus amigos adulteraron! —explotó y lo empujó por
el pecho al ver que pretendía acercarse—. No te acerques, ¿crees que esto
es divertido? ¡Me arruinaste!
—Sigues siendo pura —repitió con molestia.
Sí, pero para ella nada volvería a ser lo mismo después de haber
conocido todo el placer que ese hombre podía hacerle sentir con su boca,
caricias y dedos. Empezó a respirar con dificultad, al parecer los efectos del
afrodisiaco aún seguían en ella porque pudo sentir la humedad ardiente
entre la unión de sus piernas.
—No sigas con este teatro, no pienso casarme contigo por nada en el
mundo. —La mandíbula se le desencajó, ¿ese hombre creía que quería
atraparlo?—. No negaré que tu pasión fue todo un descubrimiento para mí,
pero ambos sabemos que estás podrida por dentro por la sangre que corre en
tus venas.
—¿De verdad cree que me casaría con usted? —recuperó la cordura y
levantó el mentón con suficiencia—. Justamente por la sangre que corre en
mis venas usted ni siquiera llega a ser una opción para mí.
Sus palabras lo hirieron porque terminó empuñando las manos con rabia.
—Anoche parecía ser la mejor de tus opciones —le reprochó y empezó a
vestirse.
—Anoche no era yo.
—¿Eso crees? —inquirió con sorna y Briseida se percató de que el
duque había dejado las formalidades de lado—. Creo que anoche fuiste más
tú que nunca, sin restricciones y con libertad.
Briseida apretó la mandíbula.
—Usted no me conoce, no hable de mí con tanta soltura. Se lo prohíbo.
—¿Y en qué cabeza cabe que voy a obedecerte? —preguntó con enojo,
fulminándola con la mirada.
Era una patán de primera.
—Maldita la hora que mi familia aceptó la invitación de lady Kilbrenner
—pateó el piso, disgustada—. Mi hermano tenía razón, usted es un ser
despreciable que no hace más que condenar a todo aquel que se le acerca y
¡Ah! —chilló cuando el rubio se abalanzó sobre ella y ambos terminaron de
nuevo sobre el mullido colchón.
—Cuida tus palabras —ordenó con ira, obligándola a cerrar los labios en
una fina línea. Sus ojos oscuros tenían un brillo peligroso y le daban un aire
amenazador a su semblante—. He cuidado de ti, he sido generoso al
soportarte durante toda la noche y no escucho ningún tipo de
agradecimiento. —No le gustó que sus ojos la estudiaran con desprecio—.
Follarse a un pedazo de madera sería más fácil que seducirte, me debes
mucho por el suplicio al que fui sometido durante las últimas horas.
—Levántese —ordenó con un hilo de voz y él debió percibir el dolor en
su voz porque la obedeció sin rechistar, algo curioso porque el duque dejó
claro que nunca la obedecería.
En otra ocasión se habría preocupado con creces de solo llevar una capa
encima, pero ahora mismo no le importaba salir de la cabaña en ese estado.
No obstante, no pudo ni abrir la puerta porque Saint Albans apoyó sus
manos con violencia sobre la madera cuando giró el pomo y la acorraló
contra la misma.
—Volverás aquí esta noche —espetó con voz ronca, prendiendo sus
alarmas—. Hicimos un trato.
«¿Me darías el privilegio de poder tocarte y hacer contigo lo que quiera
durante esta aburridísima fiesta?»
—Estaba fuera de mis cabales, todo lo que sucedió entre nosotros es
irrelevante.
Saint Albans la sujetó de los hombros y la obligó a girar sobre su eje
para conectar sus miradas.
—Me importa un carajo la excusa que tengas ahora, volverás esta noche
porque me diste tu palabra y si no lo haces las cosas terminarán muy mal
para ti.
—¡A mí no vas a amenazarme! —rugió dolida y lo empujó por el pecho,
al diablo con las formalidades, ese hombre no merecía su respeto—.
Búscate una tabla, eso será más placentero. —Dichas esas palabras salió
corriendo de la cabaña y durante el camino de regreso él no hizo nada por
alcanzarla, pero la siguió en silencio para asegurarse una vez más de que
llegara a salvo a su habitación.
Le pareció un milagro que nadie los hubiera visto y durante el desayuno
su tía no se hubiera inmutado por su extraño comportamiento, puesto que se
la pasó la mayor parte del tiempo mirando sus huevos revueltos en vez de
comerlos.
—¿El desayuno no es de su agrado, milady? —El barón de Zouche
reclamó su atención y se vio obligada a forzar la mejor de sus sonrisas.
—No tengo apetito, sir Zouche.
—¿Vendrá de paseo con nosotros? Tengo entendido que iremos al
mirador, debemos aprovechar que el clima está a nuestro favor.
Porque en el momento menos pensando empezaba a llover y todos los
invitados quedaban reclutados en la propiedad.
—Aún no lo he hablado con mi tía.
Lo más probable era que su tía prefiriera no asistir a la larga caminata y
la obligara a quedarse con ella y todas las matronas que encontrarían más
entretenido una merienda a media mañana en el salón de bordados.
—Dudo que lady Milton desee venir —espetó una tercera voz, pensativa.
Briseida se tensó, era la primera vez que lady Colette Sheeran intentaba
conversar con ella—, ¿cree que su tía le permita asistir a la caminata si dice
que irá conmigo y mi hermana?
—No lo sé…
Las pupilas de Saint Albans no eran del agrado de su tía ni de su
hermano.
—Iremos con el vizconde de Hunt y lady Delphina.
Su tía, quien en ese momento se encontraba a tres sillas de donde ella se
encontraba, escuchó aquello que le convenía y le regaló una radiante
sonrisa mientras captaba su atención.
—No me molestaría en lo más mínimo que fueras, querida.
—Si no es molestia, me gustaría unirme al grupo —espetó el barón con
rapidez, observando con curiosidad a Colette, quien como de costumbre
estaba cubierta de la cabeza a los pies.
—Dudo que eso represente un inconveniente —acotó Colette con
amabilidad, dejando claro que la timidez no era algo que estuviera en sus
venas.
La juzgaban erróneamente, algo bastante normal entre la nobleza
inglesa.
—Es tu oportunidad —dijo su tía una vez que estuvieron en su
habitación, mientras elegía el sombrero que le haría juego a su vestido
verde marino—. Irás de paseo con el vizconde y el barón, podrás evaluarlos
a ambos al mismo tiempo.
Ella no quería evaluar a ninguno.
—Y lo mejor de todo es que lady Colette y su hermana la salvaje no
serán competencia para ti, por lo que tendrás la atención de ambos
caballeros al mismo tiempo.
Enarcó una ceja, ella estaba subestimando a las hermanas Sheeran.
—No olvide que también irá lady Grayson.
—Por favor, la he observado en los últimos días y si bien es atractiva, no
se esfuerza en confraternizar con nadie.
Lady Georgia no era la persona más generosa, amable ni mucho menos
humilde que Londres conocía, por lo que Briseida estaba muy familiarizada
con sus comentarios desdeñosos.
—Muy bien. —Le ayudó a ponerse su sombrero y le entregó su
sombrilla—. No me defraudes, dejaré que vayas sola, pero espero tener
buenas noticias a la hora del almuerzo, ¿me entiendes?
Por todos los santos, se suponía que iría a un paseo, pero repentinamente
tenía la sensación de que se estaba dirigiendo a un terreno de batalla y debía
ganar a como dé lugar si no quería que su tía la castigara.
Tragó con fuerza.
¿Es que nunca podría hacer ningún tipo de actividad por diversión?
La caminata hacia el mirador no se le hizo desagradable, era la primera
vez que realizaba una actividad sin la supervisión de su tía y le resultó más
que divertida, puesto que ciertamente lady Louisa era todo un personaje y
no parecía tener pelos en la lengua a la hora de expresarse, algo que
claramente disgustaba al duque de Somerset, quien se unió a ellos al ver
que su mejor amigo ya tenía planes para la mañana. En cuanto al vizconde
de Hunt, tanto él como su hermana hicieron el camino en silencio, sólo
respondían con monosílabos ante cualquier pregunta y eso provocó que el
grupo terminara olvidando su presencia. Sin embargo, hubo un determinado
momento en el paseo cuando no pudo hacer más que escuchar la
conversación de Colette y el barón de Zouche, quien claramente encontraba
muy interesante todo lo que la mujer decía porque aparte de ser
encantadora, era más lista que cualquier otro caballero.
Briseida se dio cuenta que comenzaba a hacer un mal tercio en cuanto a
la pareja y empezó a ralentizar su paso hasta quedar al lado de los hermanos
Grayson. Su tía estaría muy a gusto al lado de los pelinegros, eran recatados
y elegantes, todo lo que importaba a la hora de buscar una buena familia
con la cual emparentar.
—Lady Colette es todo un personaje, ¿no lo cree? —La hermana del
vizconde fue la primera persona en entablar una conversación—. Es
encantadora y Zouche acaba de notarlo.
—Sí.
—Diría que lo único que Zouche notó es que la dama cuenta con una
dote muy atractiva —espetó Hunt con frialdad, incapaz de creer en el
interés mutuo que podía nacer entre las personas—. Las relaciones
personales tienen como fin un beneficio mutuo, Delphina.
Él pensaba igual que su tía y hermano.
—¿Usted qué opina, lady Briseida? —Delphina decidió ignorar a su
hermano.
—Creo que ellos se llevan muy bien, Zouche se ve muy entretenido.
Si lo pensaba detenidamente, ningún hombre la observaba con tanta
fascinación mientras la escuchaba hablar, puesto que ella no hablaba mucho
cuando tenía compañía masculina.
—Saint Albans no se lo dejará tan fácil. —La mención del duque hizo
que mirara al vizconde con inmediatez y lamentó su reacción al darse
cuenta que él la estaba observando con demasiada atención.
—Imposible, todo Londres sabe que está desesperado por casar a sus
pupilas —añadió Delphina.
—Lleva conviviendo con ellas casi ocho meses, les ha tomado cariño y
buscará buenos esposos, Saint Albans no es tan egoísta como todo el mundo
cree.
Era verdad, después de todo, el duque infame no la abandonó en su peor
momento de vulnerabilidad, sino que se quedó junto a ella para cuidarla
incluso cuando todo eso significaba un gran sacrificio para él.
—Ahora que lo mencionas, no vi al duque ni al marqués por ninguna
parte —añadió Delphina, mirando por los alrededores.
—Aparecerán pronto y lo harán escandalosamente —aseguró el
vizconde y no se equivocó, puesto que una vez que se encontraron en el
mirador, apreciando la grandiosa vista, los cascos de unos caballos acabaron
con la tranquilidad del momento y los jinetes sólo podían ser los dos
miembros más revoltosos de la sociedad de los canallas.
Ewan Lockhart.
Su padre y hermano siempre lo mencionaban con desprecio y cada vez
que su nombre solía salir a flote, ambos se encerraban en el despacho para
discutir. Briseida no entendía cuál era el verdadero problema que su familia
tenía contra Ewan, pero sabía que todo Milton estaba en la obligación de
odiarlo y despreciarlo con cada fibra de su ser.
Pero ella no podía hacerlo.
Nunca lo haría.
El duque nunca le generó un daño irreversible, no había razón para llenar
su corazón de odio y desprecio, aunque en ocasiones sabía fingirlo muy
bien.
—¿Nos echaron de menos? —preguntó el susodicho nada más alcanzar
al vizconde y Hunt les regaló una engreída sonrisa a sus amigos.
—Creí que no vendrían.
—Y perdernos de la buena vista —espetó el marqués con coquetería,
desmontando a su semental—. Lady Delphina, déjeme decirle que se ve
radiante.
Era evidente que compartían una relación amistosa porque la joven
sonrió entretenida, mientras el vizconde rodaba los ojos con aburrimiento.
No debería sorprenderle, después de todo, eran grandes amigos y por ende
las mujeres de su familia debían encontrarse con mucha frecuencia,
¿verdad?
Un escalofrío recorrió su espina dorsal al sentir una penetrante mirada
sobre ella y no necesitó girar el rostro para saber de quién se trataba.
—Veo que el grupo ha crecido —comentó Saint Albans con sequedad—.
¿Por qué mis pupilas están con ellos? —inquirió con cierta molestia,
pasándola por alto, y el marqués enderezó la espalda para seguir la
dirección que el duque estaba mirando.
—Zouche encontró la conversación de Colette interesante y Somerset ha
encontrado a alguien con quien descargar sus deseos de discutir —
respondió Hunt con indiferencia—. No te preocupes, las estoy vigilando
mejor de lo que te imaginas.
Al recibir esa información, Saint Albans dejó de mirar a sus pupilas y
caminó en su dirección.
—¿Y usted, lady Milton, desde cuando nos regala el honor de su
presencia?
Se sintió una estúpida al no poder darle una respuesta inmediata y
primero observó al vizconde, luego a su hermana y finalmente al marqués,
todos parecían muy interesados en su siguiente respuesta.
—Colette y Zouche me invitaron a unirme al grupo.
No era mentira y en esta ocasión la verdad parecía su única aliada.
—Y al parecer la abandonaron a medio camino —acotó con una risilla
maliciosa en el rostro, él estaba disfrutando de su incomodidad—. Espero
no se sienta ofendida de que mi pupila le haya arrebatado a su pretendiente.
La estaba provocando.
—Zouche no es mi pretendiente —siseó, agradeciendo mentalmente que
los invitados estuvieran lo suficientemente lejos como para escucharlos.
—Así parece —respondió con suficiencia y la estudió con la mirada de
pies a cabeza—. Todo indica que usted no es de su agrado.
Sus palabras hicieron que recordara los horribles comentarios del barón
y su amigo y torció los labios con desagrado al darse cuenta que el duque de
Saint Albans pensaba fastidiarla con eso.
—Sí, bueno… —Dio un paso hacia atrás, nerviosa— creo que pasearé
un poco.
—¡Cuidado! —chilló lady Delphina una vez que giró sobre su eje, pero
ya era demasiado tarde.
—Ah —retuvo su grito adolorido, sintiendo como sus manos y rodillas
impactaban contra las puntiagudas rocas que había olvidado por completo
que tenía tras de ella.
—Milady. —Saint Albans la tomó en brazos en cuestión de segundos y
Briseida se estremeció cuando la sentó en el césped bajo la atenta mirada de
todos los invitados que al parecer recordaron su presencia, y Hunt y
Teingham se acercaron para inspeccionar su estado.
—¿Le duele algo, milady? —El vizconde no se atrevió a ponerle una
sola mano encima.
Los ojos le ardieron mientras observaba sus manos enguantadas y luego
sus rodillas.
—Me arde.
Volver a la casa principal a pie sería todo un suplicio.
—Hazte a un lado. —Saint Albans apartó al marqués con violencia y se
acuclilló junto a ella, dispuesto a sacarle los guantes para observar sus
manos, pero luego se percató de que hacerlo podría ser demasiado
escandaloso y susurró—: te llevaré en mi caballo, el camino de regreso es
muy largo.
—No, no podemos montar juntos, sería muy escandaloso.
—La primera parte del camino montarás sola. —Sin previo aviso la
tomó en brazos y la subió a su semental con ayuda del marqués—. ¿Puedes
venir con nosotros, Hunt? Teingham se quedará con las damas.
El marqués siseó algo por lo bajo y observó a Colette y al barón de reojo.
—Bien, pero si me aburro, me las llevo a todas y sin rechistar.
Él era un anfitrión bastante curioso.
El vizconde no opuso resistencia alguna, pero cruzó un par de palabras
con su hermana antes de tomar al semental del marqués misógino y subirse
en él con maestría. Por supuesto, no era correcto que regresara en compañía
de dos hombres hasta la casa principal —menos si uno de esos hombres
tenía mala relación con su hermano—, pero debido a la situación, no había
otro camino que seguir.
Saint Albans sujetó las riendas del animal y lo hizo caminar a un paso
moderado, durante los primeros minutos él hizo el camino a pie, pero
cuando los invitados los perdieron de vista, el duque no demoró mucho en
montar al semental y posarse tras de ella.
—Hoy te esperaré en la cabaña a las diez —musitó cerca de su oído,
enviándole un escalofrío por toda la espina dorsal, y odió que el vizconde
estuviera tan adelantado.
¿No se suponía que debía ir a la par suya?
—Ya le he dicho que no iré.
—Hicimos un trato y yo hice lo que me pediste.
—Por su insistencia, veo que no fue un sacrificio cuidar de mí —ironizó
y lo escuchó tragar con fuerza.
—¿Te duele mucho?
Recordó su caída y cerró los ojos con frustración.
—Usted es el único culpable de todas mis desgracias —se descargó
contra él y lejos de molestarse, Saint Albans se rio por lo bajo—. Sí, me
duele —confesó con un mohín en los labios y la sangre se le congeló
cuando pegó los labios a su cuello desnudo—. ¿Qué hace?
Se apartó con inmediatez y él la buscó con la mirada.
—Si no vienes a mí, juro por mi vida que yo iré a ti.
La garganta se le cerró.
—¿Es una amenaza?
—Tómalo como quieras, pero yo no perderé ni un solo día.
Por todos los cielos, esto debía ser una pesadilla.
¡Esta locura no podía llegar más lejos!
El duque infame debía entrar en razón.
Capítulo 5
“¿Pueden creerlo? El duque infame puede ser un caballero y nada más y
nada menos que con la reina de hielo, la hermana pequeña de su enemigo
jurado. Sin embargo, ¿es impresión mía o el vizconde de Hunt ha
demostrado demasiado interés por la dama y su bienestar?
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

Decir que estaba nerviosa era poco.


Su caída no fue nada trascendental, pero debido a que no quiso bajar a
almorzar y ahora a cenar, todos en la fiesta creían que se había causado un
gran daño en el cuerpo y, según su doncella, no hacían más que hablar de
cómo Saint Albans la escoltó a la casa junto al vizconde de Hunt y cómo
Zouche la descartó con facilidad para centrar su total atención en lady
Colette.
A veces se preguntaba si la gente no se cansaba de mencionarla en sus
temas de conversación, ¿es que nunca dejarían de hablar a sus espaldas?
Empezó a caminar de un lugar a otro en su habitación con nerviosismo,
no muy segura de querer ver a su tía ahora mismo. Georgia se molestaría
cuando el rumor de Zouche y Colette llegara a sus oídos, demás estaba
decir que su tía no consideraba a la pupila del duque infame como alguien
de alto valor.
La garganta se le cerró.
Tenía la leve sospecha de que estaba en problemas.
Un suave toque en la puerta la hizo respingar y cuando se volvió para
enfrentar a su tía, la sangre se le congeló al ver a Saint Albans allí.
—¿Qué hace? —preguntó horrorizada, era demasiado temprano para que
a él se le ocurriera visitarla.
¡Todos estaban cenando en el piso inferior!
El rubio se adentró a la habitación con rapidez y se acercó a ella sin
titubear para sujetar sus muñecas y estudiar las palmas de sus manos.
—¿Cómo te encuentras?, ¿qué tan grave fue la caída? —Ni siquiera la
estaba mirando a los ojos, estaba muy ocupado estudiando sus raspaduras
—. Puedo hacer que llamen al doctor, nadie se enteraría que la petición es
mía y…
—Estoy bien —musitó con timidez y apartó sus manos con cierto recelo
—. No deberías estar aquí.
Ni mucho menos debería preocuparse por ella.
¡Ellos no eran nada!
—Si estás bien, ¿por qué no quieres salir de tu habitación? —Frunció el
ceño y ella negó con la cabeza—. Habla.
—No quiero.
¿Quién se creía para darle una orden?
—¿Es porque la gente está hablando de ti?
Hizo un mohín con los labios.
—Quizá para usted es algo normal, pero yo odio ser el tema de
conversación.
Ewan rodó los ojos con aburrimiento, como si ese tema de conversación
le resultara una pérdida de tiempo, y Briseida jadeó cuando sin previo aviso
rodeó su cintura y pegó sus cuerpos con descaro.
—Eres demasiado interesante para los demás, siempre serás el tema de
conversación —susurró con voz ronca, rozando sus narices con picardía, y
Briseida inhaló profundamente, llenando sus fosas nasales con su fragancia
masculina—. ¿Quieres aprender algo nuevo?
«Sí».
—No —mintió con un hilo de voz—, debe olvidar lo que sucedió entre
nosotros.
—Lo haré cuando la fiesta termine —gruñó y Briseida jadeó cuando
atenazó su nalga y restregó su erección contra su vientre bajo con cinismo
—. Tú lo disfrutaste, ¿por qué no puedes rendirte a tus deseos?
Sus ojos color cielo lo miraron con fijeza.
—Porque a diferencia suya, mis deseos más bajos pueden condenarme.
—¿Entonces me deseas?
¿Es que eso era lo único que a ese hombre le importaba?
—Yo…
Un toque en su puerta la hizo enmudecer.
—Briseida, ¿estás despierta?
¡Su tía estaba del otro lado de la puerta!
Saint Albans reaccionó con inmediatez y en esta ocasión no usó el
armario para esconderse, sino que se deslizó debajo de la cama,
seguramente topándose con cientos de pelusas.
Briseida tragó con fuerza.
Al menos él no mentía cuando aseguraba que no tenía intención alguna
de casarse con ella.
—Voy a entrar.
Su tía abrió la puerta sin dudarlo y Briseida pudo detectar el enojo y la
impotencia en su semblante. La mujer de cabello blanco y cuerpo delgado
cerró tras de sí y se dio unos segundos para acomodar sus ideas antes de
tomar la palabra.
—¿Me puedes decir en qué momento Zouche decidió que esa
abominación es mejor que tú?
Esto era malo.
—No hable así de lady Colette, tía, se sorprendería si descubriera lo lista
que es.
—¿Y eso qué importa? —explotó—. Los hombres no necesitan mujeres
listas, sino hermosas y que puedan procrear niños sanos.
Inhaló profundamente, debía mantener la calma.
—De todas formas, le dejé claro que no pensaba considerar la oferta del
barón.
—¡Tú no eres quien para elegir!
Enarcó una ceja, levemente desconcertada.
—No fue eso lo que mi hermano dijo.
Su tía palideció y miró por su habitación con cierta inquietud, al parecer
había olvidado ese punto de suma importancia.
—Permitiste que ese infame te trajera.
—El vizconde de Hunt vino con nosotros.
—¡Tú no puedes acercarte a esa paria!
—No tenía otra opción, tía, me caí y…
—¡Estás actuando como una idiota! —le cortó con violencia—. ¿Desde
cuándo una dama de tu nivel tropieza?, ¿dónde diablos tienes la cabeza?
Briseida tenía que admitir que no le gustaba la idea de que Saint Albans
estuviera escuchando el deplorable trato que estaba recibiendo de su tía.
—Fue un accidente.
La anciana se puso roja de la cólera y se acercó peligrosamente en su
dirección.
—¿Al menos hiciste un avance con el vizconde de Hunt?
—Sí —mintió, pero era la única respuesta que lograría calmarla.
—Es el único pretendiente que te aceptaré, ¿me entiendes? —aseveró y
ella asintió en silencio—. Y si no consigues un avance con él en los
siguientes días, tú y yo volveremos a Londres.
Nunca pensó que diría algo así, pero las palabras simplemente surgieron
de su garganta.
—Pero quiero quedarme.
La bofetada que recibió de su tía no le generó conmoción ni dolor
alguno. Estaba bastante acostumbrada a sentir esa palma contra su mejilla,
puesto que siempre que no podía contener su lengua, ella solía castigarla.
—¿De verdad crees que puedes llevarme la contraria?
—No —musitó con voz rota.
Ni en sus más locos sueños pensaría algo así.
—Tal vez tu hermano te dio permiso para elegir, pero recuerda que soy
yo quien tiene la última palabra.
Porque su tía sabía muy bien como manipular a Zander.
—Lo sé, tía.
—Ahora discúlpate conmigo. —Chasqueó los dedos con cinismo y
Briseida bajó el rostro, apenada—. Ni se te ocurra contradecirme de nuevo,
creí que ya habíamos dejado atrás ese mal hábito.
—Lo siento mucho, tía Georgia, nunca más volveré a contradecirla.
Esto era humillante, ¿por qué Saint Albans tuvo que elegir ese momento
para colarse en su habitación?
Cuando su tía se retiró, el silencio que reinó en el lugar le hizo pensar
por breves segundos que se encontraba sola y se sentó en el sofá que estaba
frente a la chimenea.
Para muchos su tía la adoraba y la cuidaba como se debía cuidar las
rosas de un jardín, pero lo cierto era que su tía era un ser despreciable que
ejercía violencia sobre ella cuando las cosas no salían como quería.
—Teingham debería pedir que sus criadas limpien debajo de la cama. —
No tenía idea de cuánto tiempo pasó para que Saint Albans saliera de su
escondite, pero ahora estaba de pie junto a ella, esperando recibir una
respuesta.
—¿Podría irse?
—No quiero. —Se sentó a su lado, juntando sus cuerpos más de lo
necesario—. Su tía siempre me pareció una víbora, no entiendo por qué…
—No quiero hablar de eso. —Lo menos que necesitaba era que Saint
Albans se inmiscuyera en sus asuntos familiares.
—¿Por qué permites que apaguen tu voz? —Su pregunta la tomó por
sorpresa y lo buscó con la mirada—. ¿De verdad quieres existir para vivir
una vida que tú no elegiste?
—¿Acaso tengo otra opción? —Sonrió con melancolía y los ojos
comenzaron a arderle—. Soy la hija de un duque respetable, mi destino ya
está escrito.
—Nadie más que tú puede escribir tu destino —siseó y Briseida negó
con la cabeza, cabizbaja—. Eres una tonta, tú…
—No quiero hablar de eso —lo interrumpió, obligándolo a guardar
silencio, y lo observó con enojo—. No quiero que opine sobre mi vida.
—Bien, entonces dejemos de hablar.
Abrió los ojos con sorpresa cuando Saint Albans acunó su rostro y no
pudo reaccionar cuando sus labios cayeron sobre los suyos en un beso voraz
y hambriento. Lo correcto habría sido apartarlo y pedirle que se retirara de
su habitación, pero ahí estaba ella, abrazándolo por el cuello mientras se
recostaba en el sofá y separaba las piernas para brindarle una posición más
acogedora.
Él era todo lo que ella nunca podría ser. A Saint Albans no le importaba
lo que la gente pudiera decir de él, no le tenía miedo al escándalo y siempre
se mostraba tal cuál era con el fin de encontrar su propia felicidad.
Ella estaba condenada a ser infeliz.
Los besos masculinos empezaron a ralentizarse y pronto él estuvo
regando un camino de besos por su mejilla y mentón.
—Debes relajarte.
—No puedo —confesó con frustración y él la buscó con la mirada—. No
me obligues, por favor —suplicó con un hilo de voz y para su sorpresa
Saint Albans se incorporó, pero no se marchó, sino que la tomó en brazos y
la llevó hacia el mullido colchón—. ¿Qué haces? —preguntó abrumada al
ver como empezaba a desvestirse de la cadera para arriba.
—Mi ropa está toda empolvada, no puedo recostarme a tu lado en este
estado.
—¿Vas a quedarte? —Lo miró como si estuviera loco.
—¿Crees que alguien venga? —corrió las oscuras cortinas del dosel y
Briseida tragó con fuerza.
—¿No crees que es arriesgado?
Saint Albans miró la cama y luego conectó sus miradas.
Le pareció que el hombre entró en un debate interno consigo mismo, por
un momento pensó que daría marcha atrás y media vuelta, pero para su
sorpresa él negó con la cabeza y retiró las sábanas del lado vacío de la
cama.
—Valdrá la pena.
En un principio no supo cómo tomar el hecho de encontrarse junto al
duque infame en una cama, usando su brazo y parte de su pecho como
punto de apoyo y consuelo, pero finalmente decidió disfrutar del momento
y poco a poco fue cerrando los párpados para sumergirse en un sueño
profundo.
¿Quién lo diría?
Llevaba dos noches durmiendo entre los brazos del mayor enemigo de su
hermano.
Zander y su tía podrían matarla si llegaban a enterarse de su
imprudencia.
Ella cayó rendida con un montón de pensamientos negativos, mientras
que Ewan no podía entender por qué carajos estaba haciendo algo tan
arriesgado por la pelinegra. Comprendía que su familia era una mierda, pero
no entendía por qué le molestó tanto no haber podido hacer nada por ella
cuando lady Georgia la atacó sin razón alguna.
La gente solía llamarla la reina de hielo por la fría indiferencia que
siempre mostraba ante los demás, pero Ewan empezaba a sospechar que esa
fachada sólo era un medio de auto-defensa para impedir que su horrible tía
la agrediera físicamente.
Acarició la delicada mejilla con suavidad y la garganta se le cerró al
darse cuenta de una cosa: sentía una terrible necesidad de defender a
Briseida Milton de todo aquel que quisiera lastimarla.
Esto era absurdo, ¡ella no debería importarle en lo más mínimo!
Quizá lo mejor sería implementar distancia.
Capítulo 6
“La partida del duque de Carlisle ha desatado a los caballeros, ahora
todos aspiran a cortejar a la reina de hielo y nuestro querido misógino ha
conseguido su oportunidad para derretir su congelado corazón.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

Saint Albans estaba huyendo de ella.


Esa mañana despertó totalmente sola en su habitación —gracias a los
santos—, pero le pareció bastante curioso que a lo largo del día el duque
infame ni siquiera haya hecho acto de presencia ante los demás invitados.
¿No se suponía que él no quería perder un solo día junto a ella?
Si fuera así, el rubio ya habría planeado su tercera cita, pero en su lugar
Briseida no hacía más que buscarlo con la mirada cada vez que las
oportunidades se presentaban ante ella, puesto que tampoco quería ser muy
obvia en cuanto a su incertidumbre.
Si el duque ya no veía conveniente acercarse a ella, mejor.
No había razón para deprimirse por eso, ¿verdad? Es decir, era el duque
infame, una paria, alguien que debía mantener a varios metros de distancia
si quería seguir siendo quien era.
—Es un buen refugio, ¿no cree? —Dio un respingo sobre su lugar e
inmediatamente se volvió hacia Colette, quien ingresó la biblioteca en
silencio—. Nada mejor que un libro en un día lluvioso.
—Sí.
Aunque ella sólo estaba sujetando uno porque no podía prestarle la
debida atención al texto.
—Tengo entendido que se lleva muy bien con el barón —comentó y
pudo percibir la tensión en sus hombros—. No lo malentiendas —quitó las
formalidades—, nunca hubo nada serio entre Zouche y yo.
—Su tía no lo tomó de muy buena manera —acotó con vergüenza—. La
verdad es que sólo somos buenos amigos, él es muy bueno y considerado
conmigo.
—Descuida, no me molesta. La verdad es que el barón nunca fue una
opción para mí.
La mujer asintió y se acercó con cautela.
—Debes tener muchas opciones.
En realidad, no tenía ni una que pudiera considerarse decente.
—Yo no diría eso. —Torció los labios con disgusto—. No tengo la
capacidad de entablar una buena conversación con ningún caballero, lo
cierto es que te envidio por eso.
—¿Y nunca ha intercambiado cartas con uno?
Enarcó una ceja.
—Digo, si las palabras no le funcionan, podría ver otros caminos.
—Me temo que el romance nunca ha sido parte de mi vida.
—Es una lástima —espetó Colette y se dirigió hacia los estantes—.
Zouche posee una hermosa caligrafía y tiene una prosa simplemente
maravillosa.
—¿Intercambias cartas con él?
Ella meditó su respuesta.
—Compartimos ciertos gustos y nos gusta pedir opiniones.
¿Podría existir una amistad de ese tipo entre un hombre y una mujer sin
que ninguno terminara bajo las redes del amor?
—¿Qué opina Saint Albans de esto?
—No lo sabe, no creo que sea necesario contarle nada.
No pensaba de igual manera.
—¿Te ha escrito algo el día de hoy? —curioseó con entusiasmo y estaba
segura que, de no haber sido por el velo, habría visto perfectamente un
intenso rubor en sus mejillas.
—Sí.
—¿Puedo ver?
No era propio de una mujer ser tan entrometida, pero era la primera vez
que tenía una amiga cuya vida amorosa era realmente interesante.
Colette lo pensó, pero luego asintió y sacó un papel doblado.
—No se lo cuentes a nadie. —Ella también dejó las formalidades de
lado.
Briseida desdobló la carta e inhaló profundamente al confirmar que el
barón realmente contaba con una hermosa caligrafía.
“Tengo una gran fortuna, pero soy miserable. Tengo un hermoso rostro,
pero mi alma es la de un monstruo. Tengo todo lo que alguien más podría
querer, pero lo único que quiero es el corazón de la mujer que nunca me ve.
Deseo que este texto le robe un suspiro y espero verla de nuevo esta
tarde.
Z”.
La garganta se le cerró, Zouche era un romántico empedernido.
—Es hermoso —admitió con voz ronca y se preguntó si algún día
alguien se molestaría en escribirle algo tan bonito o hacer una locura de
amor por ella.
—Sí, yo…
La puerta de la biblioteca se abrió abruptamente y la estridente risa del
marqués misógino las hizo respingar. Saint Albans y Hunt estaban junto a
su amigo y por ende Colette se apresuró a guardar su carta antes de volverse
hacia los tres caballeros.
—Miladies. —El marqués hizo una venía burlona—. No esperábamos
encontrarlas por aquí desde tan temprano y sin compañía alguna. —Briseida
se mantuvo serena por fuera, pero por dentro una furia inmediata se desató
en ella al sentir la indiferencia del duque infame.
¿Qué diablos le sucedía a ese hombre?
Por más que lo intentaba, no podía entenderlo.
—No es temprano —observó Colette—, pronto se servirá el almuerzo.
El marqués observó a la pupila de su amigo con cierto enojo y revisó su
reloj de bolsillo.
—Entonces espero nos permitan escoltarlas hasta el comedor.
Era impresión suya o el hombre estaba más animado de lo normal.
Saint Albans le tendió el brazo a Colette y Briseida respingó cuando el
vizconde le tendió el suyo, no debería sorprenderle que actuaran con
respeto, era lo mínimo que ellos debían hacer en su presencia, pero incluso
así no le gustó que Saint Albans la ignorara tan vilmente.
¡Era un idiota!
¿Por qué la noche anterior fue tan amable con ella si tenía pensado
tratarla de esta manera?
Cuando abandonaron la biblioteca, Briseida se dio cuenta que el marqués
no estaba siguiendo sus pasos, por lo que miró por encima de su hombro y
frunció el ceño al ver que el marqués alegre y entusiasta de hace unos
segundos desapareció por completo una vez que abandonó la tranquila
estancia.
Se veía furioso.
De más estaba decir que los ojos de su tía se abrieron como platos al
verla ingresar detrás del duque infame; no obstante, se mostró algo serena al
ver que el vizconde de Hunt era quien la estaba escoltando.
Eso no podía considerarse como algo bueno, no deseaba que su tía se
encaprichara con el vizconde.
—¿Te gustaría comer con nosotros? —la pregunta de Colette fue muy
generosa, pero ella se quedó observando los ojos penetrantes y oscuros de
su tía—. Delphina también estará presente.
Georgia Milton hizo un leve asentimiento en señal de aprobación y la
piel se erizó al percatarse de que Ewan estaba muy atento a las señales de su
tía, como si quisiera estudiar de cerca el poder que la mujer poseía sobre
ella.
—Será un placer.
El vizconde retiró una silla para ella y cuando pensó que Colette se
sentaría a su lado, el marqués misógino se interpuso entre ellas.
—Lo siento, lady Sheeran, pero me gustaría conversar con lady Milton,
¿es mucha molestia que demande este lugar?
Curioso, ¿acaso tenían algún tema que tratar?
—Para nada, milord.
Saint Albans retiró la silla para su pupila y terminó bastante lejos de
donde se encontraba, pero eso no pareció importarle porque al parecer para
él ella no era nadie relevante.
¿Podría ser que se hubiera aburrido de ella?
Se removió con inquietud ante la posibilidad de haber hecho algo
impropio mientras dormía junto a él la noche anterior y se odió a sí misma
por atormentarse ante algo tan estúpido.
¡El duque infame ni siquiera debería importarle!
—Dígame algo, lady Milton, ¿está disfrutando de la fiesta?
Leighton Kilbrenner no era conocido como el caballero más gallardo y
generoso de Londres, sino todo lo contrario, puesto que tenía fama de odiar
y menospreciar a las mujeres; sin embargo, Briseida no quería juzgar al
atractivo castaño basándose únicamente en las habladurías.
—Es un acontecimiento encantador, la verdad es que me he divertido
mucho en los últimos días.
«Porque ya no paso la mayor parte del día a la par de mi tía».
De alguna forma, quería creer que Colette era su primera amiga.
La primera de muchas.
—¿Le gustaría dar un paseo conmigo en la tarde, cuando el clima esté a
nuestro favor? —Decir que no sintió miedo ante tal invitación sería una
mentira, pero lastimosamente, para su tía, Teingham estaba jugando
adecuadamente sus cartas porque muchos pares de ojos se posaron en ellos
con discreción y bastante curiosidad.
—El clima no es favorecedor, milord.
—Estoy seguro que mejorará en un par de horas. —Sonrió triunfante,
dejando claro que no recibiría un no como respuesta.
—Yo…
—Lady Sheeran podría acompañarnos, sería lo más adecuado y estoy
seguro que no representaría ninguna molestia para ella, ¿verdad? —Según
tenía entendido, Colette quería reunirse con el barón—. ¿O tiene planes,
milady?
Frunció el ceño, ¿por qué el marqués estaba disponiendo del tiempo de
la pupila de Saint Albans?
—No, no tengo planes. —Fue la simple respuesta y Briseida miró a su
tía de reojo, la mujer parecía estar pensando a mil por hora y debatiendo
consigo misma en sus adentros. Estaba claro que rechazar la invitación de
su anfitrión no sería nada cortés.
—Yo… —repitió.
—Lady Milton, ¿cree que pueda haber algún inconveniente? —El
marqués se dirigió a su tía y esta respingó con inquietud, pero se recuperó
con rapidez para actuar con mayor cordura.
—Si el clima mejora, no habrá ningún problema, milord.
Briseida estaba segura que su tía rezaría durante muchas horas para que
el diluvio no se fuera y la tormenta se intensificara. No obstante, su fe no
alcanzó para impedir la incómoda cita que el marqués misógino sugirió.
—Los Kilbrenner han perdido la cabeza si creen que los elegiremos
como familia política —siseó su tía, caminando de un lugar a otro en su
habitación cómo león enjaulado, y Briseida dejó que su doncella le pusiera
su abrigo.
—Sabíamos que me consideraban como una buena opción desde el
momento que nos llegó su invitación. —Y si no hubiera sido la primera
invitación que les llegó después de siete meses en Londres, tal vez ni
siquiera habrían considerado aceptarla—. No tiene que preocuparse, sólo
seré amable con él y dejaré muy en claro mi falta de interés.
—Por todos los cielos. —Su tía se derrumbó en el sofá con angustia—.
¿En qué momento caímos tan bajo? Desde la muerte de tu padre, nada nos
ha salido bien.
Ciertamente la muerte de su padre no hizo más que desatar el primer
escándalo de una lista que parecía interminable.
—Lord Teingham es todo lo que no quiero para ti; ni como amigo ni
como esposo. No podemos olvidar que su madre se marchó con su amante,
esa es una mancha que siempre estará en su historial y ni siquiera nosotros
seremos capaces de borrar.
«Pero no es culpa del marqués», pensó distraídamente, considerando lo
injusto que resultaba todo esto para los Kilbrenner.
—Debimos pensar en todo esto antes de venir —respondió con sencillez,
últimamente su reputación ya no le importaba como antes, puesto que sólo
necesitó considerar a dos pretendientes para que quedara pisoteada por los
suelos.
—Tiene dos hermanos y sólo Dios sabe dónde se encuentran, sino me
equivoco el segundo hijo es el más rico de todos, algo inaceptable.
—Sólo será un paseo, tía.
—Es un canalla, puede aprovecharse de ti.
—Estaré con lady Sheeran, nada malo sucederá.
—Lo que faltaba. —Extendió los brazos a ambos lados de su cuerpo,
indignada—. Ahora confraternizas con esa abominación, estoy
considerando seriamente retirarnos de esta fiesta.
—¿De verdad? —Enarcó una ceja, entretenida—. ¿Acaso olvida que fue
a la primera que nos invitaron después de siete meses en el olvido?
Lay Georgia cerró los labios en una fina línea y gruñó.
—Debes encontrar un marido, Briseida, pero nuestra desesperación no es
tanta como para considerar al peor miembro de la sociedad de los canallas,
¿estamos de acuerdo?
Asintió, ella tampoco se creía capaz de someterse a un matrimonio con
uno de esos hombres. No necesitaba ser más infeliz de lo que ya era.
—Si no es con el vizconde de Hunt, no será con ningún otro.
No, eso sí que no. Ella no seguiría los pasos de su tía, estaba segura que
podría encontrar un buen esposo. Quizá no uno que la amara, pero sí uno
que le brindara respeto y cariño.
Nunca le disgustaron los paseos a calesa, pero en esta ocasión el
vehículo le parecía algo angosto y no le gustaba que Colette estuviera tan
incómoda en uno de los laterales. Ciertamente el marqués no estaba siendo
nada caballeroso con su amiga.
—Supongo que asistirá a la velada de esta noche —comentó sonriente,
espoleando a los animales con mucho cuidado para evitar inconvenientes—.
Sería muy desastroso no contar con su agradable presencia.
La fría brisa hizo que sus dientes castañearan, pero logró sonreírle con
amabilidad.
—Por supuesto que mi tía y yo estaremos presentes.
La pregunta era si Saint Albans asistiría al baile o volvería a escapar de
ella.
No lo entendía, ¿qué pudo haber pasado para que de repente actuara con
tanta frialdad hacia ella?
—Me alegra oír eso. —Respingó en su lugar cuando el marqués sujetó
su mano enguantada y dejó un casto beso en el dorso.
Briseida sabía cómo lidiar con los hombres coquetos, durante años fue
asediada por varios pícaros, pero ahora mismo no se sentía con la capacidad
de responder a sus halagos y todo porque muy en el fondo sospechaba que
la actitud del marqués estaba hiriendo a su nueva amiga.
Colette estaba muy callada y tensa a su lado, su presencia era tan
insignificante para el marqués que uno podía pensar que el hombre ni
siquiera la recordaba.
—Será una velada entretenida. —Retiró su mano con fingida ignorancia
y observó el cielo nublado—. Creo que la tormenta se avecina, ¿no
deberíamos volver?
Se sentía a gusto paseando por el campo, pero no quería verse envuelta
en una tormenta. A lo lejos observó a un jinete dirigiéndose en su dirección
a toda velocidad y achicó los ojos, sea quien sea, su dominio con el
semental era majestuoso.
Cuando el animal estuvo lo suficientemente cerca, Briseida se encogió
en su lugar al ver de quien se trataba.
—Debes dar media vuelta, Teingham, la tormenta se avecina —comentó
Saint Albans cuando los alcanzó y nuevamente decidió ignorarla—.
Miladies. —Las saludó con propiedad y observó a Colette—. Estás a punto
de caerte, ¿por qué no conseguiste una calesa para tres personas, Leighton?
—Reprobó a su amigo con la mirada y extendió el brazo en dirección de su
pupila.
Briseida sintió inmensas ganas de sujetar su mano, pero por supuesto no
lo hizo y se quedó observando como la mano de Colette ocupaba el lugar
que ella quería tomar. En esta ocasión, Teingham respingó levemente
provocando que su rodilla golpeara el costado de su muslo.
—Está haciendo de carabina —espetó él en voz baja, casi masticando las
palabras, pero Saint Albans no se detuvo y rodeó la pequeña cintura de su
pupila, demasiado pequeña ahora que pudo fijarse bien, y con facilidad la
montó en su semental.
—Iremos a la par suya, pero ella merece un lugar más cómodo.
«¿Es normal sentir tantos celos de alguien que aprecias mucho?», se
preguntó con desesperación, deseando ocupar el lugar de Colette.
No debería sorprenderle que ella se llevara bien con su tutor, Colette
tenía una personalidad dulce y serena, si uno le abría las puertas de su
corazón, ella simplemente entraba y se asentaba con facilidad.
Era una lástima que tuviera un problema con su aspecto físico que la
obligara a estar totalmente cubierta, porque de haber sido diferente, ella
posiblemente ya estaría casada con algún caballero de buena cuna.
—¿Fuimos muy descuidados al no darnos cuenta de su incomodidad? —
rompió el silencio, pues los ojos de su acompañante estaban pegados en la
pareja que estaba levemente adelantada, y el castaño la miró de reojo.
—Ella estuvo de acuerdo, de ser diferente se habría quejado.
—No parece el tipo de mujer que recurra a las quejas.
El marqués guardó silencio.
—Ha sido un paseo agradable, gracias por la invitación.
La comisura del labio masculino se elevó.
—No ha sido nada, usted es agradable cuando su tía no está presente —
admitió con descaro y Briseida se rio por lo bajo.
—¿Eso cree?
El relinchido del caballo, seguido del suave grito de Colette, hizo que
ambos dejaran su conversación de lado y enfocaran la vista hacia adelante.
En ese momento, los brazos de la mujer estaban alrededor del cuello del
duque y él la sujetaba con fuerza desmedida por la cintura, algo debió
inquietar al semental que se estaba sacudiendo con cierto recelo.
—Maldición. —Teingham detuvo la calesa y se bajó de un salto con
rapidez—. Eh, bonito. —Logró calmar al animal y ni bien este dejó de
moverse, tiró de Colette con rapidez hacia el césped, obligándola a soltar a
Saint Albans—. Irá en la calesa con lady Milton —decretó con aspereza y
pronto Briseida tuvo a Colette a su lado—. ¿Alguna sabe dirigirla?
—Sí —respondió su amiga y tomó las riendas con habilidad—. Supongo
que tomará uno de los caballos.
—Así es —respondió con un gruñido y con ayuda de Saint Albans
soltaron a uno de los cuatro caballos que tiraban la calesa.
Mucha gente solía criticarlos por ser miembros de la sociedad de los
canallas, para la mayoría eran personas despreciables, pero Briseida sólo
necesitó verlos trabajar en equipo durante cinco minutos para comprender
que eran grandes amigos y en realidad eran muy agradables.
No debería sorprenderle que Saint Albans la estuviera ignorando, su
relación había sido así desde el día que fue presentada en sociedad, pero lo
cierto era que ese comportamiento la estaba hiriendo profundamente.
«Te lo mereces, tú lo rechazaste primero».
—Lo siento mucho, no quise estropear tu paseo con el marqués de
Teingham —dijo Colette a mitad de camino con abatimiento, robándole una
suave risita.
—No te sientas mal, no hiciste nada malo.
—Él se ve interesado —comentó con voz neutra.
—¿Tú crees? —Su sonrisa creció—. Teingham sólo quiere mi dote,
nunca seré su tipo de mujer.
—Pero eres el tipo de mujer que elegiría.
—¿Qué me dices de ti? —desvió el tema, entre el marqués y ella nunca
sucedería nada trascendental—. ¿Qué harás con el barón? Hoy no pudiste
verlo.
—Por las noches tiende a ir a la biblioteca, sé que me reuniré con él ahí.
Ella no era chismosa, pero esa historia se oía fascinante. Hizo un gesto
con la mano para instarla a hablar, quería la historia completa cuanto antes.
—En un principio, cada uno se enfocaba en su propia lectura, pero luego
él empezó a hablarme.
El barón misántropo apreciaba la compañía de la tranquila y muy
inteligente Colette; sin embargo, él era un vividor, alguien que sabía cómo
sacar ventaja de ciertas situaciones y no estaba segura si sabría apreciar
todo lo que Colette tenía para dar.
—Perdí su carta —confesó con cierta congoja en la voz—. No sé cómo
pudo pasar, pero cuando subí a mi habitación después del almuerzo ya no
estaba en mi bolsillo.
—¿Te gusta?
Su respuesta tardó en llegar.
—Me gusta cuando la gente no actúa con repulsión cuando estoy cerca.
Briseida tragó con fuerza y observó el velo con atención.
—¿Puedo preguntar qué te sucedió?, ¿por qué cubres toda tu piel?
—No fui víctima de un incendio y tampoco tengo una deformidad en el
rostro. —Esa información la alivió en exceso, eso quería decir que ella
escondía una cicatriz—. Así me siento más segura.
—Tus hermanas son muy guapas, debes ser tan bella como ellas.
No recibió una respuesta, pero pensó en las castañas con interés, Louisa
y Harriet se parecían mucho, ambas de cabelleras castañas y ojos oscuros,
seguramente Colette tenía los mismos rasgos que sus hermanas.
Sus ojos se movieron por sí solos y enderezó la espalda cuando su
mirada se encontró con la del duque infame; no obstante, el momento fue
muy corto porque él apartó el rostro con rapidez y volvió a concentrarse en
el camino de regreso.
Debía admitir que comprender a ese hombre le estaba resultando toda
una proeza.
Capítulo 7
“Ni su hermano perfecto y ni su cuantiosa dote están resultando muy
eficaces para llamar la atención de los caballeros, ¿podría ser que lady
Grayson fracase rotundamente en la búsqueda de un esposo en su primera
temporada?
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

—¿Qué diantres te traes entre manos, Leighton? —preguntó Ewan ni


bien pudo encontrarse a solas con su amigo en el salón de juegos y el
marqués dejó de estudiar sus cartas.
—Quiero jugar esta noche, pero tengo muy poco dinero en mis bolsillos.
—No me refiero a eso —siseó y el castaño de ojos ambarinos lo miró
ceñudo—. ¿Por qué invitaste a lady Milton a dar un paseo? Creí que el tema
de atraparla había quedado en el olvido.
Su amigo dejó las cartas sobre la mesa y se volvió en su dirección con
interés.
—¿Sucedió algo que no me contaste entre ustedes? —La garganta se le
cerró—. No lo niegues, tú la escondiste la noche que bebió el afrodisiaco
cuando el plan era muy distinto.
—No podía permitir que te aprovecharas de ella —respondió con rapidez
—. Ella merece elegir.
—¿Desde cuándo crees que un Milton merece tanta consideración? —
Ahogó un juramento—. ¿Podría ser que la reina de hielo te guste?
—Claro que no. —Su respuesta sonó muy apasionada, demasiado para
su gusto porque delataba su nerviosismo—. Simplemente no podía permitir
que cayeras tan bajo, recuerda que no quieres ser como tu padre.
El marqués apretó la mandíbula y se cruzó de brazos, meditando sus
siguientes palabras.
—Mejor hablemos de algo más interesante.
¡¿Qué podía ser más importante que sus intenciones de desposar a
Briseida?!
—¿Algo como qué? —farfulló.
—Que eres un pésimo tutor. —Su tono de voz sonó más brusco de lo
esperado—. Tengo la leve sospecha de que Zouche quiere pasarse de listo
con lady Colette, ¿no deberías ser más cuidadoso?
Arrugó el entrecejo.
—Gracias por advertirme, pero no entiendo por qué te preocupa —fue
sincero—. Tú mejor que nadie sabe que casar a Colette será todo un reto,
¿no deberíamos alegrarnos de que exista un interesado?
—He podido tratar con ella en los últimos días y es agradable.
Claro que lo era, Colette era su pupila más dulce y razonable.
—Zouche no es el adecuado para ella.
—La eligió a pesar de no conocer su aspecto físico; si él no es el
adecuado, no sé quién lo sería.
—No puedes casarla con un cualquiera —explotó y se enderezó con
rapidez.
—¿Podrías relajarte? Ni siquiera me ha pedido un cortejo oficial. —Ni
mucho menos estaba al tanto de que su relación fuera tan buena—. Además,
no es tu problema con quién decida casar a mis pupilas.
—Si crees eso, no deberías pedirnos a Ryne y a mí que las vigilemos
mientras tú haces quien sabe qué con la reina de hielo.
—¿Qué? —Abrió los ojos con sorpresa y su amigo sonrió con malicia.
—¿Crees que no lo sé? Esa noche que desaparecieron decidí esperarte y
pude ver como llegaste detrás de ella, es evidente que pasaron la noche
juntos. —Bajó la voz para que sólo él pudiera escucharlo y Ewan tragó con
fuerza.
—No pasó nada significativo.
«Sólo la toqué, la probé y me volví adicto a ella», pensó con frustración,
debía reconocer que evitarla estaba resultando toda una proeza.
—Eso es bueno, porque no he cambiado de parecer —reconoció su
amigo, pensativo—. Creo que lady Milton es la mejor de mis opciones.
—Su tía nunca te aceptará.
—No me casaré con su tía, Ewan.
«Ni tampoco con Briseida», respondió mentalmente, empuñando sus
manos con impotencia.
Leighton observó cada una de sus reacciones y sonrió con malicia.
—Amigo mío, estás cometiendo un terrible error al fijarte en la hermana
de Carlisle. —Le dio unas palmaditas en el hombro—. Consíguete una
mujer durante la fiesta y olvídate de la pelinegra, es terreno peligroso,
demasiado para tu propio bien.
—Ella no me interesa.
—Me pregunto si debes repetírtelo con mucha frecuencia para auto-
engañarte.
Ewan cuadró los hombros con disgusto y Leighton se rio.
—¿Me quitas a la mejor de mis opciones?
—Aléjate de ella o tendremos problemas —se sinceró y el castaño lanzó
un suspiro dramático.
—Los problemas los tendrás tú si sigues con eso.
—Pienso alejarme de ella, así que no te preocupes por mí.
—¿Y aun así no dejas que la corteje?
—Créeme que no quieres tenerla como esposa.
Porque antes de verla como la esposa de su mejor amigo, prefería
robársela y esconderla para siempre.
—Digamos que te creo —Hizo un gesto con la mano con desinterés—,
pero ¿no crees que alguien debería vigilar a tus pupilas?
Ewan achicó los ojos con cierto recelo.
—¿Por qué te importa tanto?
El castaño respingó y parpadeó varias veces, pensando en su respuesta.
—No lo sé, he tratado con ellas y son agradables, no quiero verlas
arruinadas.
—Seré más cuidadoso.
—Mejor déjame a cargo de ellas —sugirió con cautela e indiferencia—.
Como no planeo buscar una esposa, quizá con ellas pueda pasar el tiempo.
¿Leighton a cargo de las hermanas Sheeran?
Harriet estaba en Londres, por lo que ella no sería un problema, pero
Louisa no era fácil de tratar y Colette… bueno, estaba seguro que su amigo
ni siquiera le prestaría la debida atención.
—¿A cambio de qué?
No era propio del marqués hacer favores, menos si estos implicaban
cuidar a jóvenes solteras.
—¿Crees que te pediré algo a cambio? —Se llevó una mano al pecho,
ofendido.
—Leighton…
—Sólo quiero que le informes en privado a lady Colette el poder que
tendré sobre ellas ahora.
Por alguna extraña razón, su manera de expresarse le disgustó.
—¿Para qué?
—Para que esté al tanto de que la vigilaré y no permitiré que el barón se
burle de ella.
Esta conversación no tenía sentido, lo mejor sería acabarla cuanto antes.
—De acuerdo.
—Hazlo ahora, en media hora empezará el baile y quiero que esté al
tanto de la situación. —Su amigo iba a sacarlo de quicio—. O si no, estaba
pensando en hablar con Ryne sobre tu aventura con lady Milton.
—¡No!
Lo menos que necesitaba era que más personas se enteraran sobre su
desliz. Poco importaba que Ryne fuera uno de sus mejores amigos, lady
Berricloth estaba entre ellos y mientras menos se hablara del tema, mejor.
—Ya te dije que esto terminará pronto, no hay razón para que más
personas se enteren de lo ocurrido.
Podría parecer absurdo, pero no deseaba mancillar la reputación de la
pelinegra. No quería que nadie, ni siquiera sus amigos, tuvieran la libertad
de imaginarse todo lo que podría hacerle a esa hermosa mujer.
La conversación llegó a su fin y se retiró a su dormitorio con
incertidumbre, Briseida nunca le perdonaría si llegaba a enterarse que
Leighton estaba muy al tanto de todo lo que estaba sucediendo entre ellos.
¡Se suponía que era su secreto!
«¿Por qué me importa tanto?» Se preguntó con molestia. «Ella no vale
nada para mí».
Tal vez lo mejor sería seguir el consejo de su amigo y buscar una mujer
para pasar el rato esta noche.
Después de todo, había más de tres viudas interesantes entre los
invitados.

***
Colette no era el tipo de persona que estuviera acostumbrada a meterse
en los problemas ajenos; a decir verdad, evitaba enterarse de los secretos
que no eran de su incumbencia. Sin embargo, le resultaba imposible no
percatarse de la extraña actitud de su tutor y como sus ojos seguían a
Briseida en cada oportunidad que ella y su tía estaban distraídas.
En un principio pensó que todo era parte de su imaginación, dado que
sólo necesitó llegar a Londres para conocer la terrible enemistad que existía
entre Saint Albans y la familia Milton, pero ahora estaba convencida de que
algo no andaba bien entre la pareja.
¿Un amor imposible?
Se ruborizó, eso parecía tan romántico e inalcanzable para ella.
Aunque… el barón de Zouche instaló algo parecido a la esperanza en su
corazón.
Él, a pesar de todo, era capaz de mirarla.
—Quiero volver a Londres —dio un respingo en su lugar y se concentró
en la conversación de Delphina y su hermana, quienes al tener edades muy
similares lograron congeniar bastante bien.
—La pasarías bien si hicieras el esfuerzo de llevarte bien con las
personas, Louisa —espetó Delphina con paciencia y Colette asintió,
lastimosamente su hermana era demasiado huraña para el gusto de los
caballeros.
Se mordió el labio inferior con nerviosismo, comprendía que formar una
familia era algo que estaba fuera de su alcance, su condición nunca le
permitiría ser elegible entre tantas damas solteras, pero nada le daría más
gusto que ver a sus hermanas casadas y resguardadas bajo el manto de un
buen hombre.
—Toda la gente de este lugar es estúpida.
—¡Louisa! —Tuvo que intervenir y para su fortuna el vizconde de Hunt
se unió a ellas para controlar la bocaza de su hermana con una simple
mirada.
El vizconde de Hunt era algo así como un tutor de repuesto, cada vez
que Saint Albans quería liberarse de sus obligaciones como tutor las
mandaba con su gran amigo, aprovechando que él debía encontrar un buen
marido para su hermana menor.
Era un hombre agradable, pero demasiado silencioso y observador para
su gusto.
Tenía la leve sospecha que se la pasaba juzgando a medio mundo la
mayor parte del tiempo y no era para menos, el vizconde se creía el hombre
perfecto y los pares de la nobleza no hacían nada para bajar sus aires de
grandeza, sino todo lo contrario.
—Modera tu lengua —ordenó en voz baja, captando la atención de la
castaña, y su hermana intentó sisear algo por lo bajo, pero sus intenciones
se vieron interrumpidas cuando el barón de Zouche se acercó a ellas junto a
su gran amigo el duque de Somerset.
—Miladies. —Hicieron una venía perfecta y Colette tragó con fuerza,
normalmente Zouche y ella se reunían cuando la audiencia era escasa,
jamás se imaginó que el barón se acercaría a ella bajo la atenta mirada de
tantas personas—. Lady Colette, ¿me pregunto si tiene algún baile
disponible para mí?
«Todos están disponibles», contestó mentalmente.
Ella sabía bailar muy bien, pero ningún caballero estaba dispuesto a
bailar con una mujer que se cubría de la cabeza a los pies, por lo que le
resultaba bastante normal observar a los bailarines durante las veladas.
El duque le hizo una invitación a su hermana y a regañadientes la
castaña fue dirigida a la pista de baile.
—Sí, y será un honor bailar con usted —admitió con cierto entusiasmo,
aún sin poder creer en su buena suerte, y bajo la atenta mirada del vizconde
se dirigió a la pista de baile.
Si había algo que no podía negar, era que Hunt las cuidaba muy bien
cuando estaban bajo su protección.
—Lamento mucho no haber podido reunirme con usted esta tarde —se
disculpó, sintiendo un cúmulo de emociones al sentir su mano tan cerca de
su cintura.
—No se preocupe, estuve cerca cuando Teingham le impuso la tarea de
carabina —respondió el castaño con una amplia sonrisa en el rostro y ella se
ruborizó—. Tal vez podamos reunirnos en otra ocasión —añadió y un
escalofrío recorrió toda su espina dorsal al sentir una penetrante mirada
sobre ella.
El baile demandó que girara sobre su eje y se sintió algo preocupada al
ver al recién nombrado junto a Hunt y su hermana, observándola con cierto
disgusto.
Saint Albans le había informado que a partir de ahora el marqués
también cuidaría de ellas en caso de que él no estuviera presente, pero ella
no lograba entender por qué un hombre tan ocupado y despreocupado como
Teingham se centraría en dos pupilas que su tía despreciaba con cada fibra
de su ser.
Colette no era tonta, si lady Kilbrenner las aceptó en su fiesta era porque
adoraba a su tutor y no precisamente porque le parecieran jóvenes
interesantes.
—¡Arg! —Un rugido masculino provocó que muchos invitados
interrumpieran la coreografía y Colette palideció al ver que el duque de
Somerset estaba doblado en su lugar, aferrándose a su bota derecha,
mientras que su hermana se infiltraba por uno de los largos pasillos.
Esto tenía que ser una broma, ¡Louisa no podía actuar de manera tan
escandalosa y patear, o pisar, a un duque en medio de un baile!
—Tengo que ir con ella —musitó, lamentando tener que dejar al barón a
medio baile, y el castaño asintió.
—Sí, yo lidiaré con Somerset.
Con suerte y el barón convencería al duque despreciable de no hacer de
esto un gran escándalo. Consideraba que su hermana no necesitaba uno más
en su larga lista de razones por las que los hombres debían huir de ella
durante las veladas.
—Me puedes decir ¿qué pasa contigo? —preguntó nada más ingresar al
salón de música que estaba fuera de uso y su hermana se volvió sobre su eje
con rapidez.
—Ese hombre es desagradable, ¿por qué dejaste que me invitara a
bailar?
—Porque desde el momento que te hacen una invitación, no tienes otra
opción.
—¡No me gusta estar aquí! —Louisa pateó el piso, furiosa—. No es
justo, no quiero casarme, hermana.
Colette inspiró profundamente, dudaba mucho que Saint Albans
estuviera dispuesto a lidiar con tres solteronas en un futuro.
—Me temo que no tenemos muchas opciones.
—Si me caso será con Ewan. —Se cruzó de brazos y la sorpresa la
golpeó con fuerza—. Él no es amargado, no respeta las reglas sociales y es
muy guapo.
—Es tu primo —le recordó.
—No seríamos los primeros primos en casarnos. —Se encogió de
hombros.
—Él no te tomará en cuenta para el puesto de duquesa, te aprecia como a
una hermana.
Louisa no le dio una respuesta y la puerta de la estancia se abrió con
rapidez, dejando ver al marqués de Teingham.
—¿Qué diantres pasó allí afuera? —preguntó con brusquedad, dejando
claro que no pensaba ser tan tolerante como Saint Albans, y Colette tragó
con fuerza.
—No es asunto suyo —siseó su hermana sin pudor alguno.
—Louisa, compórtate —exigió con frustración, ¿por qué simplemente no
podía guardar silencio?
—Vete a tu habitación —ordenó el marqués y su hermana palideció—. Y
reza durante toda la noche para que Somerset te tenga piedad y el día de
mañana no despiertes arruinada.
—Milord… —Estaba siendo muy duro con su hermana.
—Silencio. —La señaló con enojo—. No creas que te librarás de esto.
Abrió los ojos con sorpresa, ¡ella no hizo nada malo!
—Retírate, Louisa.
Su hermana hizo una mueca desdeñosa y prefirió retirarse antes que
seguir discutiendo con el marqués, algo muy sabio de su parte porque
estaba segura de que ese hombre no se dejaría amedrantar ni manipular
como Saint Albans.
—Lord…
—Todo es tu culpa —la acusó con molestia una vez que la puerta estuvo
cerrada y Colette respingó—. Si no te inmiscuyeras con gente como el
barón, el duque no habría fastidiado a tu hermana.
—El barón sólo me invitó a bailar.
—Deberías entender que, debido a tu condición, nadie te invitaría a
bailar sólo porque sí.
Sus palabras fueron un golpe bajo y por varios segundos no supo qué
decirle. Nunca antes la habían insultado tan descaradamente por usar el velo
y cubrir su piel y cabello, por lo que esta situación le resultaba nueva y
humillante.
—Te prohíbo que te acerques a ese hombre.
—No puede hacer eso —respondió con sencillez y entrelazó sus manos
sobre su regazo—. Es un buen amigo.
—Un buen amigo que te manda cartas y te pide citas en la biblioteca,
¿no es así?
La garganta se le cerró y el marqués le enseñó la nota que ella dio por
perdida.
—¿Cómo la consiguió?
—Eso no importa. —La guardó de nuevo y caminó peligrosamente en su
dirección—. Lo único que importa es que ese hombre quiere tu dote y está
dispuesto a hacer mucho con tal de conseguirlo, así que no permitiré que se
salga con la suya.
—Él puede quedarse con mi dote siempre y cuando se case conmigo.
Esa era la función de su dote: conseguirle un marido.
—No te conviene.
Tenía que ser una broma, ese hombre le estaba tomando el pelo, ¡él no
era quien para opinar al respecto!
—Mejor no se meta donde nadie lo llama, Teingham.
Salió del salón de música como alma que se lleva el diablo y se preguntó
qué podría hacer para recuperar la nota que Zouche le envió.
Le parecía injusto que el marqués se quedara con ella.
Capítulo 8
“No existe nada más despreciable que ser rechazado en plena pista de
baile, ¿verdad?
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

Briseida debía admitir que la deplorable actitud de la hermana menor de


Colette le brindó la oportunidad perfecta para salir huyendo de la fiesta por
el balcón más cercano. Lo cierto era que la velada se le estaba haciendo de
lo más tediosa y ahora mismo sentía que el aire que aspiraba no era
suficiente para sus pulmones.
«Necesito huir», pensó angustiada, aferrándose a la falda de su vestido
color rosa mientras corría por el césped húmedo y pesado, pensando en el
hombre que la ignoró durante todo el día y desapareció de su vista hace ya
varios minutos.
¿A quién quería engañar?
No estaba lista para casarse, lo más sensato que su hermano podía hacer
por ella era mandarla lejos de Londres lo antes posible.
Su reputación estaba por los suelos, por el momento no era digna para
nadie, y en una situación así lo único que le quedaba era resignarse con un
partido aceptable, algo que no estaba dispuesta a hacer porque quería
quedarse con el mejor partido que sintiera adecuado para ella.
Los ojos comenzaron a arderle y detuvo su marcha una vez que estuvo
refugiada dentro de la arboleda. La noche la resguardaba, pero el frío la
hacía tiritar sin control alguno mientras analizaba lo mal que podría irle una
vez que su tía descubriera que había abandonado el salón de baile.
«Es lo mejor, un nuevo escándalo nos hará huir de Londres».
Un nuevo escándalo la llevaría a alejarse del hombre que no podía sacar
de su cabeza y el cual le estaba generando una horrible sensación en el
pecho que le resultaba imposible de controlar.
Sus piernas empezaron a moverse por sí solas y se dirigió al lago, un
lugar que consideraba seguro y especial, pero a mitad del camino escuchó
una risa femenina y paró en seco al ver como una mujer se acercaba a un
hombre que estaba inclinado en su dirección para hablarle al oído.
No quería volver, pero rodearlos significaba seguir un camino que no
conocía.
Iba a pasarlos de largo, pero sus músculos se tensaron cuando la pareja
se percató de su presencia y el hombre se enderezó en toda su gran altura.
No necesitó más que la luz de la luna para darse cuenta que ese hombre era
Saint Albans y su acompañante era una viuda ligera que ahora mismo
estaba disfrutando de su libertad.
«Ese no es tu problema», le dijo una vocecilla, pero incluso así le dolió
con creces ver como él afianzaba la cintura de la mujer con firmeza.
—Siga su camino si no quiere terminar escandalizada —ordenó él con
frialdad y lejos de cohibirse, Briseida hizo exactamente lo que le dijo.
—Lo siento —se limitó a susurrar cuando los pasó de largo y se sintió
orgullosa de sí misma al mostrar una fría indiferencia.
Al parecer, después de todo, tal vez sí era la reina de hielo.
La pareja quedó atrás y un debate interno surgió en su pecho a pocos
metros de llegar al lago. El viento azotó contra su delgado cuerpo y terminó
cambiando de ruta para dirigirse a la cabaña de caza que compartió con
Saint Albans la noche que todo se salió de su control.
Fue una decisión acertada porque ni bien entró al pequeño refugió el
diluvio se desató convirtiéndose inmediatamente en una furiosa tormenta.
Le tomó mucho tiempo prender el fuego del hogar por sí misma, pero
gracias a los santos pudo conseguirlo y terminó acurrucada en el sillón con
una manta rodeando su cuerpo.
Hizo mal al abandonar la fiesta, puesto que ahora la idea de volver era
simplemente imposible. Empezó a quitarse los pasadores del cabello con
frustración y revolvió su cabellera, abatida. Estaba perdida, su tía
enloquecería al descubrir que no se encontraba en su habitación. Después
de esta noche no le sorprendería que la enviaran a América para que
escarmentara sus acciones.
Se abrazó las rodillas y juntó los ojos con frustración.
«Lo único que pido es que el duque no traiga a su amante aquí».
Lo menos que necesitaba era quedar encerrada con la pareja.
Los minutos empezaron a transcurrir y la tormenta siguió azotando
contra la cabaña con violencia, por lo que Briseida tuvo que resignarse a la
dura realidad y prepararse para pasar la noche allí. Con el pelo en libertad y
los temores a flor de piel, observó la cama que utilizó con el duque infame
hace unos días y se incorporó con lentitud.
Iba a recostarse, haría hasta lo imposible para conciliar el sueño, y
mañana a primera hora volvería a su habitación. Era el plan más prudente y
adecuado, pero se vio interrumpido cuando la puerta de la cabaña se abrió
con violencia, prendiendo todas sus alarmas.
Su miedo se esfumó tan rápido como vino cuando sus ojos se
encontraron con los de Saint Albans, quien estaba empapado y se veía tan
pálido como una hoja. En otra situación, Briseida lo habría ignorado y
menospreciado, pero se sentía tan agradecida de no estar sola en un
momento tan aterrador que soltó la manta que la cubría y se lanzó a sus
brazos con inmediatez.
Nunca antes había pasado una noche sola en un lugar desconocido, su
cuerpo no había hecho más que temblar en los últimos minutos y no
precisamente por el frío.
—Quiero matarte, ¿tienes idea de lo asustado que estuve cuando me
enteré que no regresaste a la casa? —La abrazó con fuerza, mojando su
ropa con inmediatez, pero Briseida no hizo ademan alguno para apartarlo.
—Mi tía…
—Colette se hizo pasar por ti, ella cree que estás de lo más cómoda en tu
habitación, así que no tienes que preocuparte.
Era una noticia agradable, al menos le daba una razón para no sentirse
mortificada, pero… rompió el abrazo con lentitud, recordando cómo Saint
Albans la ignoró durante todo el día y empuñó las manos con impotencia.
—No debiste preocuparte, te veías muy entretenido con tu amante.
—Briseida…
—Puedo cuidarme sola. —Dio un paso hacia atrás, odiando el temblor
que percibió en su voz, y se abrazó a sí misma con abatimiento.
¿Por qué se sentía tan celosa y dolida?
¡Él nunca le ofreció nada serio!
—Para empezar, la señora Paston no es mi amante. —Lo miró con
obviedad y percibió el nerviosismo en sus ojos oscuros—. Sabes que no
pasó absolutamente nada, ni bien te fuiste le pedí que regresáramos al salón
de baile.
«¿Cómo sé que no es mentira?», quiso preguntar, pero decidió ser
sensata y hacer lo correcto.
—No me importa —apretó la mandíbula—. Lo mejor será que te
marches. —«Por favor no me dejes»—. Si alguien supiera de esto… ¡¿Qué
haces?! —chilló con nerviosismo al ver como se quitaba el abrigo y
proseguía con sus demás prendas.
—Tengo frío —respondió con sencillez y le dio la espalda antes
desnudar su fuerte torso—. Corrí durante más de veinte minutos bajo la
tormenta por ti, no pienso dejarte sola.
Briseida levantó la manta que estuvo utilizando hace unos segundos del
piso y se mordió el labio inferior al detectar los violentos temblores en el
cuerpo masculino. Era una tonta, ¿cómo pudo ser tan distraída?
Saint Albans se sacrificó por ella y lo mínimo que podía hacer por él era
ser agradecida. Inhaló profundamente antes de dar el primer paso y se armó
de valor para estirar los brazos y cubrir la espalda del rubio con su manta.
—Cúbrete —pidió con voz suave y él la miró por encima de su hombro
antes de volverse en su dirección—. Quítate el pantalón, no entrarás en
calor si no te desvistes —susurró con esfuerzo, no quería ni imaginarse el
color que ahora tendrían sus mejillas.
—No es necesario, estoy bien así.
—¡No seas idiota! —explotó y empezó a abrirle los pantalones con
movimientos torpes. No tenía la menor idea de dónde estaba sacando el
valor para actuar de esa manera, pero necesitaba verlo en un mejor estado y
eso sólo sucedería cuando él dejara de temblar—. No debiste venir, yo
puedo cuidarme sola —repitió con impotencia y gracias a los santos fue él
quien se bajó los pantalones y los calzones.
Briseida alzó la mirada con rapidez, no deseaba ver más de lo necesario.
—No volveré sin ti, Briseida. —La llamó por su nombre de pila y ese
simple hecho le envió un escalofrío por toda su espina dorsal—. Me enojas,
eres desquiciante y eres la hermana menor del hombre que detesto con cada
fibra de mi ser, pero hay algo en ti que me impide dejarte atrás y sacarte de
mi cabeza.
«Te entiendo mejor que nadie».
—¿Por eso decidiste ignorarme y hacer de cuenta que no existo? —
preguntó con frialdad, el trato que recibió era uno que no pensaba pasar por
alto—. Si tan molesta soy para ti, debiste quedarte con la viuda. —Se
dirigió hacia la chimenea con nerviosismo, sería una noche larga y lo mejor
sería avivar el fuego para que Saint Albans entrara en calor—. ¿Prefieres
recostarte o acercarte al fuego? No hay nada para beber, pero podría llenar
la caldera con el agua de…
—Por tu culpa ninguna mujer se me hace lo suficientemente buena —le
cortó y lo miró ceñuda, ahora él estaba envuelto en la manta y caminaba en
su dirección—. Quise alejarme de ti porque te hago la única responsable de
dicho suceso, y no quiero obligarte a cargar con una responsabilidad tan
grande.
—Ya veo… —sujetó el atizador y removió el carbón.
¿Qué más podía decirle?
Él decidió alejarse de ella y ella aceptaría su decisión.
—Tú me dijiste que querías aprender —se arrodilló junto a ella—, que
querías sentir y estoy más que dispuesto a enseñarte todo lo que sé, pero…
—Es peligroso —terminó por él y el duque suspiró con frustración.
—No quiero que malinterpretes las cosas, no quiero que te enamores de
mí.
—Nunca me enamoraría de un hombre que disfruta insultándome.
¿Por qué tenía que ser tan engreído?, ¿acaso no existía la posibilidad de
que fuera él quien terminara enamorado?
¡Era un idiota de primera!
—Esos insultos fueron viles mentiras —confesó abrumado—, sólo
quería molestarte, pero me arrepiento por cada una de mis palabras, no
pensé que llegarían a afectarte de esta manera.
—Tengo sentimientos, Ewan. —Lo llamó por su nombre de pila y le
pareció ver un temblor en sus hombros. Sí, incluso para ella sonó bastante
extraño—. Nada de lo que se dice de mí se acerca a la realidad, así que deja
de creer que me conoces si esa es tu fuente de información.
Él debió sentir el dolor en sus palabras porque pronto acunó sus mejillas
y las acarició con ternura, ese simple gesto le dio una razón para acercarse y
sus cuerpos terminaron muy próximos.
—Perdóname, no quise herirte.
Ese era el problema, ni siquiera era consciente de lo fácil que resultaba
para él lastimarla.
—Estás helado. —Sujetó una de sus manos y tiritó al sentirla tan fría—.
Necesitas entrar en calor.
—Si me hablas con tanta dulzura y no haces nada por alejarte de mí,
temo que podría perder el control —confesó con voz ronca y Briseida lo
abrazó por el cuello—. Necesito tu calor.
—Y yo te necesito a ti.
Lo besó con ternura y en cuestión de segundos el roce de sus bocas se
convirtió en uno voraz y hambriento mientras Ewan le abría el vestido con
movimientos certeros. Empujó la manta que lo cubría con timidez, pero
luego se dijo a sí misma que era válido que quisiera verlo desnudo.
Rompió el beso, jadeante, y lo estudió con la mirada al tiempo que Ewan
detenía sus movimientos para brindarle su espacio. Se quedó con el vestido
y camisola arremolinados a la altura de su cintura, pero eso no le importó.
En ese momento estaba muy concentrada en la fisionomía del rubio.
Él era muy diferente a todo lo que ella representaba físicamente y no
podía dejar de admirar el gran falo venoso y de tonalidad rojiza que se
elevaba en su dirección. Era largo, grueso y no tenía la menor idea de qué
debía hacer con él, pero se quitó un guante con timidez para poder rodearlo
con su mano.
—Ah… —Ewan tiró la cabeza hacia atrás, dejando que sus húmedos
rizos cayeran por su espalda, y ella lo apretó con suavidad—. ¡Joder! —Se
enderezó y rodeó su mano con la suya—. Acarícialo, así. —Le marcó un
ritmo ascendente y descendente y la boca se le humedeció al sentir como el
miembro se deslizaba con mayor facilidad en la palma de su mano.
Esto era excitante.
Lo abrazó por el cuello con su brazo libre y se pegó a él mientras su
mano seguía con su labor. Buscó sus labios para devorar sus gemidos y
aceleró los movimientos de su mano, gozando de las sacudidas de su falo,
pero ahogó un lamento cuando Ewan sujetó su muñeca y la instó a soltarlo.
—¿Por qué? —lloriqueó apenada y él la rodeó de la cintura para
tumbarla sobre la alfombra.
—Aún es muy pronto —musitó con esfuerzo y apresó uno de sus pechos
con su boca mientras sus manos seguían trabajando con su vestido—. Vas a
volverme loco —decretó y Briseida jadeó cuando enterró un dedo en su
interior—. He soñado con esto tanto tiempo; quería besarte, tocarte y
probarte sin ningún tónico en tu organismo —confesó y la buscó con la
mirada.
—Bésame —suplicó y separó las piernas, permitiéndole una posición
más cómoda, y sus lenguas volvieron a entrelazarse con vehemencia, al
tiempo que en esta ocasión ella sentía toda su piel contra la suya.
Estaba cometiendo un terrible error al permitir algo tan impropio, pero
esto era la gloria, era todo lo que ella deseaba, y tomar un poco de esta
satisfacción antes de huir de Londres era lo mínimo que se merecía después
de veinte años vividos en amargura.
—¿Lista para aprender algo nuevo? —preguntó entre besos, rodeando
una de sus nalgas, y ella gimió.
—Sí, por favor.
Intentó besarlo de nuevo, pero Ewan retrocedió y muy lentamente
descendió por su cuerpo, prendiendo sus alarmas.
—¿Qué haces? —Intentó cerrar las piernas, pero él se le prohibió—.
Ewan. —Se apoyó sobre sus codos, asustada.
—Sí, así, quédate ahí y mira cómo te pruebo, belleza.
—¡Ah! —Tiró la cabeza hacia atrás, sintiendo como su boca se
abalanzaba sobre aquel punto que ardía con creces, y no se sintió capaz de
pedirle que se detuviera—. Es maravilloso —pensó en voz alta, sintiéndose
una desvergonzada, y él se rio contra su centro al tiempo que afianzaba su
cadera y posaba una de sus piernas por encima de su hombro para aumentar
la intensidad de sus embistes.
Le hizo el amor con la boca y ella agradeció que estuvieran a muchos
kilómetros de distancia de la casa principal porque eso le permitió gritar,
suplicar y gemir sin reparo alguno. Una sensación mayor a cualquier otra se
acumuló en la unión de sus piernas y cuando su cuerpo se sintió listo para
liberarla, Ewan se apartó, clavó las rodillas bajo sus nalgas y tiró de ella
para que se sentara sobre su regazo.
—¿Qué haces? —gimió con necesidad al ver que intentaba meter la
manta entre sus cuerpos—. No. —La tiró lejos al comprender su intención y
lo abrazó por el cuello—. Quiero sentir tu piel contra la mía.
—Es peligroso.
—Confío en ti.
Ewan gruñó y ambos gimieron cuando él acomodó su miembro entre sus
pliegues, manteniendo su glande muy lejos de su entrada, y Briseida tiró la
cabeza hacia atrás cuando empezó a marcar un agradable vaivén.
—No puedo más —confesó, lo abrazó con fuerza, y fue ella quien
empezó a moverse con desespero al tiempo que él rodeaba su cintura y
bombeaba con violencia.
Ambos gimieron por lo alto, sin restricción alguna, y Briseida pudo
sentir con claridad como sus esencias se deslizaron por sus muslos y se
mezclaron en el camino. La sensación le resultó tan abrumante que no se
movió y agradeció que él no la apartara y en lugar de eso buscara sus
labios.
Se besaron con ternura y ninguno dejó de moverse, sólo que en esta
ocasión dejaron de parecer dos animales salvajes.
—Júrame que no hiciste nada con la viuda —suplicó entre besos.
—Te doy mi palabra que no he hecho más que pensar en ti durante todo
el día. —Lo buscó con la mirada, sus ojos oscuros tenían un brillo extraño
que no logró identificar, pero de todas formas le sonrió—. Te juro que no
hice nada con esa mujer.
—Bien, voy a creerte —musitó y él afianzo sus caderas.
—Aléjate de Teingham, no pelearé con mi mejor amigo por una mujer
como tú.
Su orden hizo que la magia se viniera abajo y Briseida se liberó de su
agarre, odiando sentir las piernas temblorosas mientras implementaba
distancia entre ellos.
—¿Una mujer como yo? —preguntó con indignación—. ¿A qué te
refieres?
—No es lo que parece. —Se apresuró a decir y abandonó su lugar.
—¿No puedes emitir una sola oración sin ofenderme?
¡¿Es que ese hombre nunca aprendería a tratarla con respeto?!
—Créeme que no es ninguna ofensa, es sólo que…
—Si al final de la fiesta me parece el indicado, ninguna orden tuya me
impedirá elegirlo como mi futuro esposo —lo provocó, consciente de que
estaba mintiendo, y la sangre se le congeló cuando Ewan la empotró contra
la pared con firmeza.
No esperó una reacción tan violenta.
—¿Qué? ¿Una mujer como yo no es digna de casarse con el canalla de tu
amigo? —ironizó y Ewan la calló con un beso violento, sujetando sus
muñecas contra la pared a ambos lados de su cabeza—. Suéltame —pidió
cuando la dejó respirar y empezó a forcejear con él.
—No, esto no se trata de si eres digna o no —aclaró con dureza—. Una
mujer como tú hará que pierda el juicio y olvide quien es mi mejor amigo.
¿Qué tanto poder se podía tener sobre un hombre que estaba gobernado
por el placer?
Briseida no tenía la menor idea, pero en esta ocasión lo único que hizo
fue estirar el cuello para besarlo como realmente deseaba hacerlo. Por
supuesto, su respuesta fue inmediata, pero no supo en qué momento terminó
de cara contra la pared con Ewan poseyéndola con los dedos mientras
besaba su espalda y le decía todo lo que le haría con ella en los siguientes
días.
—Vas a venir a mí y yo iré a ti cuando lo quieras.
—Sí… —gimió encantada, cada vez más próxima a su orgasmo y él
gruñó en respuesta, hundiendo un tercer dedo en su interior—. ¡Ewan! —Se
corrió en su mano, agradeciendo que él la tomara en brazos para recostarla
en la cama, y usó el fuerte brazo masculino como almohada cuando se
recostó junto a ella.
—No confundas nada, Briseida, esto durará pocos días.
—Lo sé —contestó con tranquilidad, segura de que muy pronto ella
estaría en un barco alejándose cada vez más y más de Londres—. No debes
preocuparte.
Difícilmente ella podría enamorarse de alguien como el duque infame.
—¿Te reunirás conmigo durante las noches?
—Siempre y cuando mi tía no esté vigilando. —Se acurrucó contra su
costado y él besó su coronilla—. ¿Podemos dormir un rato? Aún no ha
dejado de llover.
—Duerme lo que quieras, yo te haré llegar a tu habitación antes de que
el criado más responsable de esa casa abandone su cama.
Una vez más, confió ciegamente en él y terminó profundamente
dormida.
Capítulo 9
“El marqués de Teingham parece muy entretenido en su nuevo rol de
tutor, me pregunto si no está al tanto de que su tía organizó toda esta fiesta
para encontrarle una esposa adecuada y, por supuesto, muy rica.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

«Tengo sentimientos, Ewan. Nada de lo que se dice de mí se acerca a la


realidad, así que deja de creer que me conoces si esa es tu fuente de
información».
Evitar a Briseida era simplemente imposible y después de la noche que
pasaron juntos en la cabaña de caza, no estaba seguro si unos días serían
suficientes para tomar todo lo que deseaba de esa mujer.
Sin mancillarla, claro está.
Nunca se detuvo a pensar en el daño que sus palabras pudieron haberle
generado hace unos días. Le resultaba algo irónico, puesto que siempre la
juzgaba por su falta de empatía y al parecer en esta ocasión fue él quien
pecó de imbécil.
Lo más sensato y prudente sería que renunciara a este acuerdo antes de
que las cosas se salieran de su control, pero no podía. Se rehusaba a aceptar
la idea de alejarse de ella, de no poder besarla y abrazarla, aunque sea por
un par de horas.
La garganta se le cerró.
Briseida era la responsable de que ninguna mujer lo atrajera lo
suficiente, por lo que lo mínimo que podía hacer por él era
responsabilizarse de sus acciones durante los siguientes días.
—¿Todo en orden? —Ewan dio un respingo en su lugar ante la llegada
de Ryne y dejó su copa de coñac de lado para acercarse a la mesa de billar y
retomar su solitario juego.
Lo menos que necesitaba era que el vizconde perfecto se percatara de su
incertidumbre.
—Mejor que nunca.
—¿Seguro? Estás apuntando a la bola negra —comentó entretenido y
Ewan juntó los ojos con frustración.
¡Todo era culpa de la reina de hielo!
—¿Y tu hermana?
—Con tus pupilas, Leighton y su tía, al parecer lady Kilbrenner deseaba
llevarlas a tomar el té y no quise unirme a ese fastidioso suceso.
Una verdadera lástima porque no deseaba conversar con nadie.
—Ya veo… —Se alejó de la mesa de billar y dejó su taco de lado, lo
cierto era que no tenía cabeza para seguir con el juego—. ¿Qué te trae por
aquí?
—Creo que estás cometiendo un terrible error al involucrarte con lady
Milton. —La sangre se le congeló.
—No sé a qué te refieres.
Sólo esperaba que el imbécil de Leighton no le hubiera mencionado nada
a Ryne, porque de ser así, él mismo lo mataría.
—¿Seguro? —El pelinegro enarcó una ceja—. Podría jurar que el día
que ella bebió el afrodisiaco tú la escondiste durante toda la noche y, como
buen samaritano, lidiaste con su malestar.
Esto era malo.
—No…
—Fuimos a su habitación, Ewan, y ella no estaba. No pretendas
mentirme.
A diferencia del marqués, Ryne no necesitaba pruebas para dar por
sentado lo evidente.
—Ella sigue siendo pura. —Su amigo se frotó el mentón, abatido—. No
hice nada que no quisiera.
—Por supuesto que en ese momento ella lo querría todo, maldita sea,
vaciaste el afrodisiaco en su copa.
—Creí que la bebería su hermano.
Ahora el vizconde alborotó su cabellera con angustia.
—¿Por qué actúas de esta manera? —Frunció el ceño—. No es para
tanto.
—Por favor —bufó Ryne con molestia—, mira cómo te tiene. —Lo
señaló y le indicó la estancia, haciendo referencia a su extraña necesidad de
estar solo—. Es evidente que caerás en sus garras y me veo en la obligación
de advertirte que, si no te alejas, esa mujer te romperá el corazón.
Ewan no pudo evitarlo y se rio por lo alto.
—Deja la paranoia, Ryne.
Él jamás se enamoraría de alguien como Briseida.
Él nunca le daría un espacio en su vida a ningún Milton.
—Mira, Louisa se metió en un gran problema la noche anterior con el
duque despreciable y a ti no parece importante en lo más mínimo.
—¿Qué es un escándalo más o un escándalo menos? —Se encogió de
hombros.
—Si no controlas a tus pupilas, ellas podrían poner tu mundo patas
arriba.
Ryne se veía desesperado, era como si estuviera intentando hacerlo
entrar en razón y su actitud le estaba resultando demasiado exagerada.
—¿Tienes algo para decirme en cuanto a mis pupilas? —preguntó con
cansancio, no era normal que Ryne se metiera en asuntos que no eran de su
incumbencia.
—Sí, no es propio que el duque de Somerset fastidie a una dama soltera
y creo que deberías ser más cuidadoso con Colette.
—¿Lo dices por Zouche?
—Lo digo porque Leighton no quiere alejarse de ellas y eso me genera
mucha desconfianza.
—Si lo pienso detenidamente, sí fue algo insistente cuando me pidió
permiso para lidiar con ellas.
—Ves. —Estiró los brazos con frustración—. ¿Por qué Kornmack tuvo
que irse? Al menos él me ayudaba a hacerlos entrar en razón, puedes estar
seguro que él no aceptaría este comportamiento.
—Puede que tengas razón. —Se limitó a responder.
No le gustaba que sus amigos estuvieran al tanto de sus andares, Briseida
se molestaría mucho si llegaba a enterarse.
Se suponía que su aventura era un secreto.
—Bueno, te prometo que seré más cuidadoso a partir de ahora. —Le dio
la respuesta que le pareció más prudente, pero su amigo lo observó con una
seriedad desquiciante que lo hizo enderezar la espalda y dirigirse hacia la
puerta de salida—. No lo puedo creer, ahora ni siquiera puedo tener un
momento de paz durante el día.
—Una vez que cases a tus tres pupilas, te aseguro que vivirás en un
tranquilo paraíso —acotó, pisándole los talones mientras ambos se dirigían
al jardín donde efectivamente un gran número de invitados estaban
tomando el té.
Sin embargo, cuando Ewan estuvo lo bastante cerca de la multitud, sus
ojos ni siquiera se molestaron en buscar a sus dos pupilas, sino que se
quedaron en la hermosa pelinegra que en ese momento conversaba
amenamente con lady Kilbrenner y besaba con delicadeza su taza de té.
¿Era normal que ahora mismo quisiera ser esa maldita taza?
—Ewan… —farfulló Ryne con disgusto, obligándolo a volver en sí, y se
dirigió hacia la mesa donde Leighton bebía el té con sus pupilas, lady
Delphina y Zouche.
Por un momento pensó que lady Berricloth estaba exagerando con sus
notas, pero todo indicaba que el barón realmente tenía toda la intención de
cortejar a Colette, puesto que se veía muy contento mientras conversaba
con ella.
Curioso… por un momento pensó que Colette sería la pupila más difícil
de emparejar.
Esbozó una sonrisa victoriosa, ¿podría ser que en esta ocasión la suerte
estuviera de su lado?
El barón era joven, demasiado para su gusto, considerando que él tenía
veintisiete y Zouche veintiuno, pero Ewan no era tan codicioso como para
creer que su pupila encontraría un mejor partido, al menos no si se
empañaba en esconder cada milímetro de su piel y cabello. Sin embargo,
para nadie era un secreto que el barón estaba arruinado y necesitaba
desposar a una heredera lo antes posible.
Zouche eligió a Colette por encima de Briseida y Ewan tenía una leve
sospecha del por qué. No era imbécil, el hombre que se casara con Colette
no tendría que lidiar con suegros ni cuñados violentos. Para muchos, las
hermanas Sheeran estaban desprotegidas, puesto que el único familiar
lejano que tenían era él, el duque infame, un hombre al que todo le
importaba muy poco; pero para sorpresa e ignorancia de todos, Ewan les
tenía cariño y por ende estaba dispuesto a ser un buen hermano para ellas.
Beber el té en el jardín nunca fue una actividad de su agrado, por lo que
cuando la gente empezó a caminar por el lugar para estirar las piernas,
Ewan pudo observar como Briseida se adentraba a la casa principal y
esperó el tiempo necesario antes de seguir sus pasos.
Esa mañana no pudieron acordar dónde y cuándo sería su próximo
encuentro, por lo que se podía decir que ambos tenían una conversación
pendiente.
Gracias a los santos, Ryne se mantuvo ocupado con su hermana menor y
no se dio cuenta de su partida ni el gesto que le hizo a Leighton para que
vigilara a Colette, quien ahora mismo tenía compañía masculina y se
encontraba caminando por el jardín del brazo de Zouche.
Louisa no sería un gran problema, ella estaba muy ocupada hablando con
los hombres mayores sobre los perros de caza que estos poseían.
Cuando ingresó a la casa no logró encontrar rastro alguno de Briseida,
por lo que le tomó más de media hora dar con ella después de revisar
cuidadosamente la habitación de la fémina. Se maldijo a sí mismo por no
haber elegido la biblioteca como la primera estancia en revisar.
—Habría llegado antes si me hubieras enviado una nota —comentó
entretenido y Briseida dejó el libro que estaba leyendo de lado para volver
el rostro en su dirección—. Aún no quedamos donde será nuestro próximo
encuentro.
Ella abandonó su lugar con rapidez, se veía demasiado nerviosa, dulce y
hermosa.
Haría bien en recordar que era una virgen sin experiencia en citas
clandestinas.
—¿No te parece muy peligroso vernos a plena luz del día?
—No lo sé —admitió entretenido—, todos están en el jardín. —Caminó
lentamente en su dirección, admirando como la luz del sol iluminaba sus
bellas facciones y tragó con fuerza al darse cuenta que hasta el momento
sólo la tuvo en lugares oscuros y sombríos.
—Es peligroso —dijo con sinceridad, mostrando su desacuerdo, y él
evitó rodar los ojos con aburrimiento.
—¿Y el peligro no te excita? —inquirió con voz ronca, posándose
delante de ella, y su cejo se arrugó.
—No, el peligro me asusta.
—Ttt… —chasqueó la lengua con diversión y se pasó una mano por sus
rizos rubios y sedosos—. Entonces estoy haciendo algo mal.
—¿Qué? —preguntó desconcertada y Ewan no esperó un segundo más y
la abrazó por la cintura para pegarla a su cuerpo y brindarle un beso voraz.
Por un momento pensó que ella se apartaría, pero terminó abrazándolo
por el cuello mientras le regalaba el gemido más estimulante y erótico que
hubiera escuchado en su vida.
—Vas a matarme —gimió contra su boca y acunó sus mejillas antes de
buscarla con la mirada.
Sí, a la luz del día era simplemente maravillosa. Sus ojos color cielo
estaban consumidos por el placer y sus labios llenos y apetitosos lo
llamaban en silencio.
—Ewan… —Negó con la cabeza y volvió a besarla, pero la guio a
traspiés hacia las escaleras que los llevaría al segundo piso de la biblioteca.
No era tan tonto como para quedarse ahí, donde podrían ser descubiertos
con demasiada facilidad.
—Mmm… —gimió ella cuando en un mal paso ambos terminaron sobre
los últimos peldaños y lejos de romper el beso, Ewan infiltró su mano
debajo de su falda y palmó su intimidad con malicia—. Subamos —pidió
con frustración, arrastrándose sobre su trasero, y ni bien llegaron al segundo
piso y lograron refugiarse detrás de un estante, ella se tumbó en el piso y se
abrió para él.
¡Dios!
La reina de hielo era puro fuego y ahora mismo lo estaba consumiendo
en sus llamas.
—Veo que estás igual o más ansiosa que yo —observó entretenido
mientras acariciaba las pantorrillas femeninas.
—Por favor, haz algo —le suplicó y escuchando al diablillo que
reposaba en su hombro izquierdo, empezó a abrirse los pantalones.
Ewan notó cierta tensión en el cuerpo femenino y sin dejar su labor de
lado, se cernió sobre ella y la besó con lujuria, entrelazando sus lenguas con
necesidad. Se había dicho que mientras durara esa relación nunca permitiría
que su miembro quedara en libertad, pero ahora mismo le urgía sentir sus
apetitosos labios rodeando su polla.
Ella quería aprender y él estaba dispuesto a enseñarle todo lo que
quisiera.
—Quiero verte —confesó ella entre besos y la buscó con la mirada.
Su curiosidad era inmensa.
—¿No te gustaría probarme?
Era el duque infame, el hombre más odiado entre la nobleza inglesa, por
lo que era normal que no sintiera pudor alguno a la hora de plantearle esa
pregunta a la hermana de su enemigo, una dama virginidad que ni siquiera
debería estar mirando su verga dura y excitada.
—¿Probarte? —Briseida se relamió los labios y Ewan se incorporó sobre
sus dos pies con rapidez, dejando su erguida verga frente a la cara de la
pelinegra.
—Arg… —gruñó cuando rodeó su falo con su pequeña mano después de
quitarse el guante y juntó los ojos con rapidez—. No tengo la menor idea de
quién fue, pero cometió un error al nombrarte como la reina de hielo.
Ella era más como la dueña del infierno, porque ahora mismo lo estaba
haciendo arder en llamas.
—Ewan…
Empuñó su cabellera, dispuesto a enseñarle paso a paso lo que debía
hacer, pero todo su cuerpo se petrificó y contuvo las ganas de rugir ahí
mismo cuando alguien abrió la puerta de la biblioteca con demasiada
violencia.
«¿Acaso podían tener peor suerte?»
Capítulo 10
“Nuestro anfitrión no está contento con cierto invitado, puesto que no
ha dudado en estampar su firme puño en la mejilla del apuesto barón
misántropo. Me pregunto ¿qué mal hizo ese hermoso hombre para merecer
semejante castigo?
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

Toda la excitación se esfumó del cuerpo de Briseida al darse cuenta que


pronto podría ser descubierta en una situación demasiado comprometedora
con Ewan y recordó la razón por la que nunca tomaba riesgos tan grandes.
Sus manos se movieron por sí solas y empezó a acomodar la falda de su
vestido con desesperación, agradeciendo en silencio que Ewan volviera a
cerrar sus pantalones, aunque debía admitir que muy en el fondo lamentaba
que los hubieran interrumpido.
—Debemos irnos —moduló con desesperación una vez que se incorporó
y él la sujetó de los hombros y le hizo una seña con el dedo para que
guardara silencio y mantuviera la calma.
Algo imposible, considerando que estaban más que acorralados. Ewan le
señaló el final del pasillo hacia el lateral más alejado de la estancia y
Briseida llegó a la conclusión de que conocía un pasadizo secreto.
Sus manos se entrelazaron y antes de dar un paso en falso, escucharon
una voz que conocían muy bien.
—¡Te dije que te alejaras de él! —vociferó el marqués de Teingham,
cerrando la puerta tras de sí, y Briseida se estremeció en su lugar.
Era la primera vez que oía al hombre tan molesto.
—Suélteme, por favor. —La voz llorosa de Colette provocó una terrible
tensión en el cuerpo de Ewan y ella se cubrió la boca con una mano para no
emitir ningún sonido de sorpresa.
—No le interesas, Colette, abre los ojos o quítate ese maldito velo que
no te deja ver bien. —Torció los labios con disgusto, él estaba siendo
demasiado duro—. ¡Zouche sólo quiere tu dinero!
No tenía la menor idea de qué tipo de relación tenían el marqués y
Colette, pero él le estaba hablando con demasiada soltura y egoísmo y ella
no parecía encontrar su lengua para poder defenderse.
—Tal vez no lo sepa, milord, pero todo hombre que se acerque a mí sólo
lo hará por mi dinero.
Mentira, Briseida estaba segura de que Zouche realmente sentía un gran
agrado hacia las conversaciones que compartía con Colette.
—¿Y qué tan desesperada puedes estar para aceptar algo así?
Ewan dio un paso hacia atrás y muy lentamente le soltó la mano. Lo
buscó con la mirada, se veía apenado de tener que dejarla atrás, pero ella
asintió.
—Lo entiendo —moduló, no podían permitir que esa pelea llegara muy
lejos.
El marqués misógino estaba fuera de sí y ellos ya tendrían tiempo para
reunirse de nuevo. No obstante, Briseida no hizo nada para apartarse, sino
que lo instó a avanzar hacia la baranda para que pudieran observar la escena
antes de anunciar su presencia.
La sangre se le congeló al ver como Colette forcejeaba por su libertad y
el marqués no mostraba indicio alguno de querer liberar sus brazos.
—Ibas a besarlo —escupió el castaño fuera de sí—. Dejaste que viera tus
labios, vi como levantaste tu velo y…
—Él iba a besarme a mí.
—¡Y tú querías que lo hiciera! —La zarandeó—. ¿Así actúas con los
hombres que quieren besarte? Si es que existe alguien más aparte de
Zouche.
Ewan empuñó las manos sobre la baranda y Briseida arrugó el entrecejo
al verlo tan serio, ¿lo correcto no sería intervenir?, ¿qué estaba esperando
para anunciar su presencia?, ¿por qué se limitaba a observar la escena con
tanta atención?
—Suélteme —ordenó Colette, tratando de implementar algo de dureza
en su voz.
—Ni Ewan ni yo podemos verte, pero ¿ese imbécil sí puede hacerlo? —
En esta ocasión soltó sus brazos, pero afianzó su pequeña cintura. En ese
momento Briseida se dio cuenta de la realidad, esto no se trataba de la
reputación de Colette, el marqués estaba celoso del barón—. Bien, veamos
si conmigo eres tan permisible como con el barón.
Todas sus alarmas se prendieron al ver que pretendía quitarle el velo y en
esta ocasión, gracias a los santos, su acompañante ya no pudo quedarse en
silencio.
—¡Alto ahí, Leighton!
Ewan apareció en el primer piso y con un simple empujón hizo que su
amigo soltara a Colette, pero al parecer eso no fue suficiente para él porque
estrelló un puño en el rostro del marqués. Esto era malo, ellos eran mejores
amigos y no estaba segura si era normal para ellos propinarse golpes.
—¿Qué crees que estás haciendo? —exigió saber y el marqués sonrió
con sorna.
—Evito que tu pupila termine arruinada —farfulló.
—Gracias por el dato, estoy seguro que el barón aceptará casarse con
Colette para cumplir con su deber.
¡¿Qué?! ¡¿Ni siquiera iban a preguntarle a Colette si quería casarse con
Zouche?!
Si por un momento Briseida pensó que nada iba a sorprenderla más, se
equivocó.
El marqués se abalanzó sobre Ewan y ambos cayeron al piso para iniciar
una salvaje pelea. Esto parecía irreal, dos miembros de la sociedad de los
canallas se estaban peleando por el futuro de una dama soltera.
—¡No, paren, por favor! —chilló Colette y Briseida se vio obligada a
salir de su escondite para consolar a su amiga y tratar de hacer entrar en
razón a Ewan, dado que estaba segura que Teingham era un caso perdido.
—Basta, Ewan —cometió el error de llamarlo por su nombre de pila y se
inclinó sobre él para sujetar el brazo que ahora mismo tenía en el aire, listo
para estampar otro puño en el rostro del marqués—. No lo hagas, esto es un
malentendido.
El duque gruñó e inmediatamente se incorporó para proteger a ambas
mujeres con su cuerpo.
—Te di mi autorización para que pudieras cuidar de mis pupilas, pero en
ningún momento te dije que podías interferir en sus decisiones.
—Zouche iba a forzarla, estuvo a punto de levantarle el velo —espetó el
castaño atropelladamente.
—Los escuché, Leighton —lo llamó por su nombre de pila—, y estás
interfiriendo en el cortejo del barón. —Miró a Colette por encima de su
hombro—. ¿Zouche intentó forzarte? —Ella negó con la cabeza—.
¿Estabas a gusto con él?
—Sí —musitó con un hilo de voz y Ewan fulminó al marqués con la
mirada—, pero el marqués nos interrumpió y lo golpeó, le ordenó que se
alejara de mí y me trajo hasta aquí a la fuerza, aprovechando que ningún
invitado estaba cerca para observar la escena.
—Lo hice por tu bien.
—Por su culpa el barón no volverá a acercarse a mí.
Briseida tragó con fuerza al escuchar el sollozo de su amiga y sintió algo
de pena por ella. Teingham terminó arruinando la única oportunidad que le
había llegado en los últimos meses.
—Te hice un favor —siseó el marqués, furioso, y Briseida tuvo la
impresión de que el hombre sólo necesitaba un par de minutos para volver a
reaccionar de manera violenta.
—No te preocupes, Colette —espetó Ewan con rapidez—, yo me
encargaré de Zouche y si tú estás dispuesta a casarte con él, lo haré cumplir
con su deber.
El marqués se rio por lo alto.
—Si harás que Zouche cumpla con su deber, yo haré que tú cumplas con
el tuyo. —La amenaza fue certera y provocó una terrible tensión en el
ambiente—. ¿De verdad crees que puedes hacer lo que se te venga en gana
con lady Milton y no salir afectado en el proceso?
Briseida sintió una horrible presión en el pecho y por un momento sus
pulmones dejaron de funcionar.
¿El marqués misógino estaba al tanto de lo que estaba ocurriendo entre
Ewan y ella?
—Leighton…
—No, Ewan, si ella se casa con Zouche; tú te casarás con…
—Es diferente —siseó el duque—. Colette quiere casarse con el barón,
yo jamás consideraría casarme con la reina de hielo.
No debería, pero lastimosamente sus palabras la hirieron profundamente.
Una cosa era que la rechazara dentro de una habitación de cuatro paredes
estando solos, pero otra muy distinta que la menospreciara ante su mejor
amigo y pupila.
¿Qué tan bajo estaba dispuesta a caer por una aventura con un hombre
que no le tenía el más mínimo de los respetos?
Su secreto estaba expuesto, ahora era una cualquiera para el marqués de
Teingham y tampoco le sorprendería que el vizconde de Hunt estuviera al
tanto de todo. Cerró las manos en dos puños con impotencia y tragó con
fuerza.
—El duque y yo no volveremos a vernos —aseguró con valentía y
frialdad, provocando que Ewan se volviera en su dirección con inmediatez,
y cuando sus miradas se encontraron, él dio un paso hacia atrás al
comprender lo que estaba sucediendo—. No quiero sabotear la felicidad de
Colette por algo sin sentido.
Porque eso era lo que ella significaba para Ewan.
—Briseida… —Colette sujetó su brazo con suavidad—, yo no quería
que esto llegara tan lejos.
Sabía que su amiga estaba al tanto de su aventura con Ewan; es decir,
después de ayudarla la noche anterior, ella sólo necesitaba sumar uno más
uno, pero incluso así se sintió avergonzada.
—Es lo mejor. —La voz le tembló—. He sido imprudente y ya no quiero
seguir regalando mi tiempo a gente que no merece la pena. —Se zafó de su
agarre con suavidad e intentó pasar a Ewan de largo, pero él bloqueó su
camino.
—Si te marchas, esto se termina.
No había nada que terminar, porque entre ellos nunca empezó nada.
Lo pasó de largo sin duda alguna y pudo ver un deje de preocupación en
los ojos del marqués, como si recién fuera consciente del gran problema que
había ocasionado, pero incluso así no se quedó para seguir escuchando la
discusión.
Ewan no era su problema y por ende lo mejor sería mantenerse alejada
de sus altercados. Después de todo, lo menos que quería era que el marqués
vociferara su aventura a los cuatro vientos en un momento de ira
descontrolada.
Ahora estaba segura que en caso de que la situación se complicara, Ewan
no sería más que el duque infame.
Capítulo 11
“¿Es impresión mía o la sociedad de los canallas está con problemas de
faldas?
No es propio ver a sus miembros tan separados y silenciosos, ¿alguien
me puede decir por qué el vizconde de Hunt está pasando tanto tiempo con
lady Milton, por qué Teingham deja que su tía le organice citas y por qué
Saint Albans está actuando como un tutor perfecto?
Algo me esconden, pero pronto lo descubriré y estén seguros que ustedes
serán los primeros en saberlo.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

Briseida llegó a esa fiesta campestre sin entusiasmo, sin esperanza y sin
amigas, pero, por casualidades de la vida, ahora contaba con un reducido
grupo de amigas; y es que todas estaban escapando de sus horribles
acompañantes.
No tenía la menor idea de cómo lo hizo su tía, pero desde hace tres días
había conseguido que el vizconde de Hunt pasara mucho tiempo con ella, el
hombre incluso se tomó la molestia de invitarla a varios paseos que, de no
haber sido por la tormenta, se le habrían hecho de lo más aburridos.
Él nunca tenía nada para decirle.
Observó a sus amigas de reojo, todas estaban en el salón de música que
estaba en desuso detrás de un piano, jugando a las cartas para matar su
tiempo.
—Esto se está saliendo de control —suspiró con frustración y las
hermanas Sheeran y lady Grayson apartaron la vista de sus cartas—. Es
como si se hubieran puesto de acuerdo.
Todo indicaba que Delphina era la nueva pupila de su tía y Ewan, con
quien por cierto llevaba días sin hablar, ahora era el mejor tutor del mundo
porque no dejaba solas a Colette y Louisa por nada en el mundo.
Era opresivo, necesitaban un respiro o terminarían enloqueciendo.
—Sí, he de admitir que incluso la compañía del barón no se me hace
agradable con Saint Albans a la par nuestra todo el tiempo —admitió
Colette con frustración.
—Dímelo a mí, debo escuchar todo lo que tú y ese hombre hablan sobre
literatura, hallazgos y otras tonterías —bufó Louisa, tirando sus cartas al
piso.
—¿Creen que les va mal? —siseó Delphina y le dirigió una mirada—.
Con todo respeto, pero tu tía quiere emparejarme con hombres que podrían
irse a la tumba con mi padre en menos de un año.
Tal vez esa era la razón por la que Hunt accedió a pasar más tiempo con
ella, lo más probable era que hubiera llegado a un agradable acuerdo con su
tía para que así él pudiera respirar unos cuantos días lejos de su hermana.
—Cierto, a ti te va peor —bromeó Louisa—, casi y puedo sentir pena
por ti. Creo que el marqués misógino te entendería a la perfección, su tía ya
lo ha obligado a salir con más ocho jóvenes y parece que está a punto de
enloquecer.
Briseida odiaba admitirlo, pero tenía la leve sospecha de que por su
culpa la sociedad de los canallas estaba divida. Los tres caballeros llevaban
muchos días sin ser vistos juntos, incluso lady Berricloth se había percatado
de ello y eso no hacía más que angustiarla.
¿Por qué?
No estaba segura.
Observó a Colette con atención, lo que más odiaba de su velo era que no
podían enviarse miradas confidenciales, pero tenía la leve sospecha de que
ella también la estaba mirando.
—Si no me equivoco, debes ver a mi hermano dentro de diez minutos,
¿verdad? —Delphina captó su atención—. No entiendo por qué sintió ese
repentino interés hacia ti, pero lo estoy odiando por haberme dejado a cargo
de tu tía —refunfuñó con disgusto.
Desde hace días que tanto ella como las hermanas Sheeran se habían
dado cuenta de que Delphina no era tan tímida como todo el mundo
pensaba, lo único que la pelinegra necesitaba para hablar con soltura era
sentirse cómoda.
—No diría que tu hermano está interesado en mí —comentó con
sinceridad—. Él nunca me hace preguntas interesantes, ni siquiera quiere
saber de mis gustos y aficiones.
—¿Entonces de qué hablan? —inquirió Colette.
—Casi no hablamos —confesó con frustración—, no entiendo por qué
nos somete a ambos a esta tortura.
—Algún mal debiste hacer para que Ryne actúe de una manera tan
descabellada —añadió Delphina con diversión.
—¿Manera descabellada? —preguntó y ella asintió.
—Pregúntale, él te lo dirá, no tiene reparos a la hora de ser sincero.
—No estoy segura si quiero que sea sincero.
Tenía la leve sospecha de que Delphina no estaba mintiendo y estaba
segura de que ella no era del total agrado del vizconde, por lo que algo le
decía que el hombre no sería muy generoso a la hora de restregarle la
verdad en la cara.
—Como sea, si no quieres ir con el vizconde, no vayas. Yo pienso huir
de Ewan durante toda la tarde —admitió Louisa con altanería—. Me
escaparé por el jardín y me refugiaré en las caballerizas.
Briseida observó a Colette.
—He de suponer que no la dejarás sola.
Tal y como lo predijo, su amiga asintió.
—¿No ibas a verte con el barón?
Colette guardó silencio y Briseida se preguntó si todos podían perder el
interés así de rápido por una persona. Ella no podía dejar de pensar en Ewan
y la última vez que estuvieron juntos. Durante las noches se atrevía a
imaginarlo en su cuarto, besándola y enseñándole aquello que no pudieron
hacer en la biblioteca, pero por el cómo estaban marchando los días, tenía
claro que el rubio no la amenazó en vano.
Él ya no estaba interesado en ella y era lo mejor, puesto que ella no
necesitaba un hombre que la menospreciara ante los demás.
—Pienso quedarme aquí —admitió Delphina—. No me reuniré con tu tía
esta tarde, no me importa si Ryne se fastidia.
Briseida quería quedarse con ella, pero le resultó simplemente imposible
considerar la idea de dejar plantado al vizconde perfecto. Lo cierto era que
de alguna manera lo estaba utilizando para llamar la atención de Ewan
porque quería creer que aún era capaz de despertar sus celos y atraerlo hacia
ella en el momento menos pensado.
Sin embargo, un paseo a calesa no serviría de mucho para despertar los
celos del duque infame porque ahora mismo se encontraban muy lejos de la
casa principal y no había rastro alguno del hombre.
—No entiendo por qué se somete a esto, usted no disfruta de mi
compañía —fue sincera y el pelinegro apartó la vista del camino para
centrarse en ella.
—Pero disfruto de su miseria. —La mandíbula se le desencajó, ahora
entendía por qué la antigua madrastra del vizconde no pudo librarse de él el
año pasado y terminó casada con un comerciante.
Era un hombre cruel y sin pelos en la lengua.
—¿Podría ser que le generé algún mal y no me di cuenta de ello?
—Por su culpa mis amigos discutieron, algo que no suele suceder entre
ellos.
—¡No fue mi culpa! —Se molestó, no le parecía justo que le pusiera una
carga tan grande sobre los hombros.
—¿Está segura?
—Segurísima, todo empezó porque Teingham no pudo controlar sus
celos y arruinó la cita de Colette.

—El vizconde clavó la vista al frente y siseó una maldición por lo bajo,
pero le pareció escuchar un “lo sabía” —. Me debe una disculpa.
—Claro que no —respondió con sencillez, desconcertándola—. Le estoy
haciendo un favor al ser su acompañante en los últimos tres días.
—¿A qué se refiere? —Frunció el ceño.
—Si no estaría conmigo, estaría con su tía y mi hermana merodeando a
esos vejestorios.
Achicó los ojos, recelosa.
—¿Y por qué no siente pena por su hermana?
—Delphina puede superarlo; además, soy yo el que debe aceptar a su
futuro esposo, pero usted, querida, está sometida a la voluntad de su
desagradable tía.
Tenía razón, pero…
—¿Y me ayuda por qué…?
—Porque Saint Albans podría matar a cualquier hombre que intente
acercarse a usted. Claro, a excepción de mí, por supuesto.
—¿Entonces lo hace para ayudar a su amigo?
—Sólo evito desgracias.
Su sinceridad le permitió sentirse más cómoda en su compañía y apoyó
la mejilla en su mano, pensativa.
—¿Y no teme que su amigo se ponga celoso de usted?
Hunt se rio por lo alto.
—Ewan me conoce lo suficientemente bien como para saber que usted
no es de mi agrado.
Definitivamente, todos los miembros de la sociedad de los canallas eran
unos patanes.
—Si lo conoce tan bien, ¿por qué evita acercarse a usted? —lo provocó y
el hombre la fulminó con la mirada. Briseida sonrió triunfante—.
Claramente su acto de fraternidad le está costando caro.
—Debería ser más agradecida.
—Y usted más juicioso —atacó—, esto podría generar un escándalo.
El vizconde sonrió con cinismo.
—No sería el primer hombre en dar marcha atrás después de cortejarla,
milady.
—¡¿Cómo se atreve?!
Perdiendo todo el recato, Briseida se abalanzó sobre el hombre para
empujarlo, pero todo salió mal cuando la calesa brincó por culpa de un
bache y su empujón provocó que tanto Hunt como ella salieran expulsados
del vehículo.
Lo último que escuchó fue un gruñido por parte del vizconde, puesto que
luego el dolor atravesó sus sienes y la oscuridad se apoderó de ella en ese
mismo instante.
Ahora entendía por qué las damas de buena cuna no perdían los estribos.

***
Ewan debía admitir que los últimos tres días le resultaron los peores de
su existencia, pero este día en particular sentía una gran inquietud en el
pecho que no lo dejaba sentirse tranquilo; y no precisamente porque sus
pupilas se hubieran escondido de él durante las últimas horas, sino por algo
más… algo que tenía que ver con Briseida y Ryne dando un paseo en
calesa.
Era absurdo sentirse así, sabía que Ryne nunca le tocaría un solo pelo a
Briseida, pero incluso así se sentía furioso y traicionado.
¡¿Por qué sus amigos no querían entender que esa mujer era suya?!
«Porque no es tuya y nunca lo será si no la haces tu esposa», le susurró
una vocecilla que parecía su enemiga y tragó con fuerza.
Briseida nunca lo aceptaría, ella no quería convertirse en su duquesa y él
no tenía la menor idea de por qué estaba considerando una vida junto a la
fémina. Tal vez todo se debía a que el día que Leighton lo amenazó con
delatarlo, él no sintió miedo, sino una terrible satisfacción ante la idea de
hacer a Briseida total y únicamente suya.
Ese pensamiento lo llevó a decir la peor de las incoherencias y
humillaciones sin darse cuenta del daño que podría causar en ella, puesto
que una vez más le faltó el respeto y en esta ocasión lo hizo con un público
presente.
«Debes disculparte con ella».
Iba a hacerlo, ya no podía seguir pasando más tiempo lejos de la
pelinegra, pero su orgullo a veces podía ser desquiciante.
—Su excelencia —la voz de Colette lo hizo parar en seco y giró sobre su
eje con rapidez.
—¿Dónde estaban metidas? Llevo más de una hora…
—Ha sucedido algo —le cortó exaltada y sus alarmas se prendieron—.
No sé cómo pudo pasar, pero la calesa en la que salieron lord Hunt y
Briseida regresó sin ellos, los caballos estaban muy alterados cuando los vi
en los establos.
Maldición.
—¿Alguien más lo sabe?
—No que yo lo sepa —confesó entrecortadamente y ambos se dirigieron
hacia las caballerizas con paso apresurado; no obstante, no muy seguro si
fue para su fortuna o desgracia, Louisa había ido por Leighton.
—¿Qué crees que pudo haber sucedido? —preguntó como si nada malo
hubiera sucedido entre ellos y su amigo lo observó con vergüenza, por un
momento pensó que no le contestaría, pero finalmente dijo:
—No lo sé, Ryne es un excelente conductor.
—Debemos ir a buscarlos, la gente no puede darse cuenta de su
ausencia.
Leighton ordenó que ensillaran dos caballos y Colette sujetó a Ewan del
brazo con firmeza.
—Nosotras iremos por detrás en la calesa.
—¿Qué? —Frunció el ceño—. Claro que no, deben quedarse y…
—¿Te das cuenta que si no los encontramos antes de tiempo ellos
tendrán que casarse? —La sangre se le congeló, él jamás permitiría algo así
—. Sí, Ewan —lo llamó por su nombre de pila—, y estoy segura que
Briseida no quiere algo así, por lo que es necesario que ella sea vista llegar
con un gran número de personas. Podemos decir que salimos de paseo y
sucedió algo en el camino, pero no será prudente que ella llegue sola en
compañía de tres hombres.
Odiaba admitirlo, pero Colette tenía razón.
—Bien.
Ayudó a sus dos pupilas a subir a la calesa y no supo cómo tomar el
hecho de que Leighton se mantuviera al margen y muy lejos de ambas
mujeres. Se rehusaba a creer que él estaba atraído por Colette, su amigo era
muy visual y Colette no dejaba nada a la vista, por lo que lo resumiría en un
interés que se enfocaba en el bondadoso corazón de su pupila.
Ewan no se sintió tranquilo hasta que pudo partir en su semental a toda
velocidad para buscar a su amigo y Briseida. Si no se daban prisa, pronto la
tormenta los alcanzaría y si de algo estaba seguro, era de que Ryne no
perdería una calesa tan fácilmente.
—No parece propio que él se meta en problemas —comentó Leighton a
la par suya, siguiendo su ritmo, y Ewan lo miró de reojo—. De verdad lo
siento, ese día actué como un patán, pero lo estoy pagando con creces, mi
tía me ha presentado a debutantes que te harían tiritar de desagrado.
Evitó reírse y clavó la vista en el camino.
—Quiero que te disculpes con Colette.
«Como yo lo haré con Briseida».
—Ella no merecía el trato que le diste ni todo lo que le dijiste.
—Lo sé, pero…
—Y luego preferiría que te alejes de ella. —Su amigo enmudeció—. No
pude reconocerte, Leighton, y eso me hace sentir algo de incertidumbre por
mi pupila.
—Está bien —fue su única respuesta y siguieron cabalgando en silencio
hasta que por fin visualizaron a dos personas sentadas bajo un árbol.
—¡Ryne! —gritó por lo alto, agradeciendo que su amigo estirara el
cuello con rapidez, y miró por encima de su hombro, al menos Colette pudo
mantener su ritmo a una distancia prudente, pronto los alcanzaría.
Algo en su interior se estrujó al ver que Briseida estaba dormida contra
el hombro de su amigo y no se dejó llevar por sus impulsos, simplemente
azuzó al animal y lo desmontó con rapidez ni bien estuvo cerca de la pareja.
—¿Qué sucedió?
—Se desmayó. —La sangre se le congeló—. Está herida, se golpeó la
sien y…
—¿Qué?
Se arrodilló con inmediatez y con mucho cuidado tomó a Briseida entre
sus brazos para pegarla a su cuerpo. Esto era malo, tenía la sien rodeada de
sangre seca y estaba muy pálida.
—¿Por qué no la llevaste de regreso? —Su cuerpo empezó a tiritar sin
control alguno—. ¡¿Qué diablos tienes en la cabeza, Ryne?! No es momento
para quedarse sentado y…
—Porque me lastimé la pierna y el hombro por culpa de tu mujercita —
farfulló disgustado, aceptando la ayuda de Leighton—. Tuvimos una
discusión, me atacó y ambos caímos de la calesa, creo que no tuvo mucha
suerte. Necesita un médico lo antes posible.
Ewan acarició la pálida mejilla de Briseida y al darse cuenta que estaba
muy fría la tomó en brazos y se incorporó con rapidez. Ryne era un imbécil
y muy pronto se las pagaría por haber provocado este accidente, pero ahora
mismo necesitaba un médico que atendiera a Briseida lo antes posible.
No se sentiría tranquilo hasta que ella abriera los ojos y le dijera que se
encontraba bien.
Capítulo 12
“No ha sido la mejor temporada para los Milton y lady Briseida está
siendo la principal afectada, un paseo en calesa que pudo terminar en
tragedia podría detonar en una boda inminente.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

Cuando Briseida volvió en sí, lo primero que sintió fue una horrible
punzada en la sien izquierda, por lo que llevó su mano al lugar donde le
dolía, pero no llegó a tocar nada porque una mayor fuerza rodeó su muñeca,
obligándola a separar los párpados con rapidez.
Ya era de noche y no hubo un impacto de luz con sus ojos celestes, pero
incluso así se sintió mareada e indispuesta.
—Tranquila, belleza, pronto te dejará de doler —musitó Ewan cerca de
su oído y todo su cuerpo entró en una terrible tensión y lo buscó con la
mirada.
Él estaba sentado junto a la cama, tratando de mantener una distancia
prudente, y tenía dos grandes bolsas debajo de sus ojos oscuros.
—¿Qué sucedió?, ¿qué haces aquí? —retiró su mano con lentitud—. Lo
último que recuerdo es que estaba con el vizconde de Hunt y… —La
imagen de ella abalanzándose hacia el pelinegro llegó a su cabeza y juntó
los ojos con frustración.
Todo era su culpa.
—Te lastimaste en la sien, pero el doctor aseguró que no es nada grave.
Acarició el parche que cubría su nueva herida y los ojos comenzaron a
arderle.
—Mi tía debe estar muy molesta.
—Creo que sí —admitió él—. La vi salir hace muchas horas y desde
entonces no ha regresado.
Lo que quería decir que era Ewan quien la estuvo cuidando durante las
últimas horas.
Era frustrante saber que su tía mostró muy poco interés en su bienestar
después de su accidente, ¿lo normal no habría sido que se quedara con ella
hasta que despertara?
«Quizá estás esperando mucho de Georgia», le dijo una vocecilla y ella
suspiró.
—Vete, por favor, ya me siento bien.
Ewan abandonó su lugar y se sentó en el espacio vacío de la cama para
acunar su mano.
—No, no puedo dejarte sola. —Cualquiera podría decir que realmente
estaba preocupado por ella—. No te molestaré, sólo quiero cuidarte —
imploró, algo bastante curioso, y muy lentamente se sentó sobre el mullido
colchón y carraspeó por el ardor que sintió en la garganta.
Ewan se movió con rapidez y pronto tuvo un vaso de agua a su alcance.
—No te entiendo —confesó con amargura—. Yo no significo nada para
ti, no soy nada para ti, pero cuando estás a solas conmigo me tratas como si
fuera lo único que pudieras ver. —Se odió a sí misma por no ser capaz de
retener la lágrima rebelde que se deslizó por su mejilla.
Sucedió aquello que ni siquiera pensó que pasaría, terminó
enamorándose del duque infame.
¿Es que podía ser más estúpida?
—Briseida —la obligó a levantar la mirada—, eres lo único que puedo
ver, pero no sé qué esperas de mí.
—Fuiste cruel delante de Colette y el marqués.
—¿Y qué querías que hiciera?, ¿qué dijera sí me casaré con la mujer que
me odia con cada fibra de su ser?
—No te odio —admitió con frustración.
—Pero llegarías a hacerlo si te obligo a llegar a un altar conmigo.
Sorbió su nariz con impotencia y él besó su frente con ternura.
—Perdón, he sido un imbécil al no controlar mis palabras, pero debes
ponerte en mi lugar. —La abrazó por los hombros—. Leighton estaba fuera
de sí y yo…
—Tú ¿qué?
—No soy más que un idiota infame cuando estoy contigo.
—¿Por qué les dijiste? —quiso saber.
—No hice tal cosa —aclaró aceleradamente—, pero ambos mantuvieron
sus sospechas porque la noche que bebiste el afrodisiaco tú desapareciste y
ellos me conocen lo suficientemente bien como para saber que nunca te
abandonaría.
Pensar que nada de esto estaría sucediendo si ella no hubiera bebido ese
afrodisiaco. No estaba segura si ese suceso fue un error o un milagro del
destino.
—¿De verdad nunca considerarías casarte conmigo? —Estaba
cometiendo un terrible error al hacerle una pregunta de ese tipo, pero
necesitaba sacar esa duda que la corroía por dentro.
—¿Tú lo harías? —Ewan le respondió con otra pregunta, tan tenso como
una vara, y la tristeza la invadió por dentro.
No era la respuesta que quería.
—No.
Porque su hermano y su tía nunca lo aceptarían en su familia y
claramente él tampoco le daría un lugar en su vida como su esposa.
El silencio se cernió sobre ellos y le resultó desquiciante, no le parecía
justo que ellos siguieran perdiendo el tiempo de esta manera, por lo que
muy lentamente se arrodilló frente a él y levantó las manos hacia arriba.
—¿Qué haces? —preguntó con voz ronca y la miró con intensidad.
—Te extraño —confesó con una sonrisa en el rostro y Ewan subió su
camisola con movimientos estudiados, dejándola totalmente desnuda.
—Yo también te extraño, Briseida. —La abrazó con fuerza y acarició su
espalda por largos segundos, desconcertándola. Estaba actuando de manera
muy extraña—. Pero no puedo tocarte, el doctor ordenó que no hicieras
ningún esfuerzo durante las siguientes horas.
—¿Cómo sabes eso?
—Me escondí.
Abrió los ojos con sorpresa y lo buscó con la mirada.
—¿Por qué harías algo así?
—Porque desde el día que te encontré en el lago, cuando estabas sola y
desprotegida, realmente no he podido mirar a nadie más que a ti.
No era justo, él acababa de rechazarla, pero seguía diciéndole cosas muy
hermosas.
—¿Te quedarás conmigo esta noche?
—Sí, mi… me quedaré contigo —se cortó con nerviosismo y la tendió
en la cama con lentitud.
—Recuéstate a mi lado, quiero abrazarte.
«Porque en los últimos tres días no he hecho más que pensar en ti».
Ewan la obedeció sin rechistar, pero en esta ocasión no se desnudó, todo
indicaba que realmente estaba preocupado por ella y no quería dejarse
llevar por la lujuria y la pasión.
—¿Qué pasó con el vizconde? —inquirió somnolienta.
—Está con la pierna y el hombro heridos.
—Es mi culpa.
—Se lo merece, no debió posar sus ojos en ti. —La abrazó por los
hombros con posesividad.
—Lo hizo para que mi tía no me ofertara a sus conocidos, él estaba
seguro de que no lo tomarías de buena manera. —Ewan se tensó—. Tienes
un gran amigo, siento envidia por ello, en mi caso nadie se preocupa por mí.
Y la clara prueba de ello era que de no haber sido por Ewan, habría
despertado sola y herida en su habitación.
—Yo me preocupo mucho por ti.
—Pero todo acabará cuando la fiesta termine y ya no sea útil para ti.
Sus palabras le resultaron amargas y todo porque eran muy ciertas. Una
vez que Ewan tomara todo lo que quisiera de ella, la desecharía como a un
pedazo de basura.
—Duerme un poco.
—Tal vez lo del afrodisiaco fue un error —no pudo dejar de hablar—,
pero desde que lo bebí, cosas muy buenas han pasado en mi vida.
—¿De verdad? —Se rio por lo bajo—. ¿Consideras como algo bueno
caerte de una calesa?
—He hecho amigas, Colette, Louisa e incluso Delphina disfrutan de mi
compañía, es una sensación agradable.
—¿Nunca has tenido amigas? —inquirió con un nudo en la garganta.
—No, toda persona que se acercaba a mí debía ser evaluado por mi tía y,
en aquel entonces, mi padre, y si no la consideraban lo suficientemente
digna, mi deber era alejarme de esa persona para siempre.
—Háblame de tu madre.
—Sólo era una niña de ocho años cuando murió por la fiebre, lo poco
que recuerdo de ella era que le gustaba mucho hacer compras y evitarme.
No era amorosa conmigo, su adoración y el niño de sus ojos era Zander, por
lo que desde mi perspectiva era la duquesa perfecta para mi padre.
—¿Alguna vez la extrañaste?
—No, sé que nunca fui lo suficientemente buena para ella.
«Y quizá por eso trato de ser lo suficientemente buena para mi tía y mi
hermano».
—Tú eres grandiosa, Briseida. —Lo buscó con la mirada—. Nunca lo
dudes ni permitas que te lo hagan dudar.
—Si fuera grandiosa ya estaría casada.
—Si tú lo quisieras, tal vez ya estarías casada.
Tenía razón, antes de que Winchester y Aberdeen arruinaran su
reputación, ella había recibido un sinfín de proposiciones, pero ninguna le
había generado mariposas en el estómago.
—Quiero irme —confesó de repente y Ewan respingó.
—¿Irte?
—Sí —asintió y clavó la vista en el techo del dosel—. Lejos de Londres
y del escándalo, pienso plantearle la idea a mi hermano cuando regresemos
a la ciudad.
—¿Por cuánto tiempo?
Ewan sólo podía pensar que para Briseida nada de lo que estaba
sucediendo ahora mismo entre ellos era importante, ella sólo lo estaba
utilizando para disfrutar del momento y la fiesta.
—Dos o tres años.
Demasiado tiempo para su gusto.
—¿Tan segura estás de que nadie pedirá tu mano en matrimonio?
Ella sonrió con amargura.
—Estoy segura que nadie llegará a amarme. —Ewan la miró con los ojos
muy abiertos, ¿ella quería amor?—. Para todos es más fácil decir que
carezco de emociones, que no tengo sentimientos y que los hombres sólo se
acercan a mí por mi dote y mi rango social.
—Estás siendo fatalista.
—Por eso acepto todo lo que me ofreces, Ewan —confesó de pronto—,
porque yo sé que nadie más va a ofrecerme esto. Un caballero nunca me
tocaría ni haría conmigo lo que tú haces.
Ewan no estaba seguro si eso era un halago o un insulto, pero el fuego en
sus venas se encendió y su corazón empezó a bombear sin control alguno.
—He de admitir que me sorprende que el duque infame haya hecho algo
bueno por mí —bromeó, pero él no se rio.
Briseida no podía ni imaginarse lo mucho que sus palabras lo estaban
hiriendo.
—Hay hombres que tienen mucho dinero y les importa una mierda tu
rango social y matarían por estar contigo —espetó de pronto,
considerándose uno de ellos, y ella carcajeó por lo bajo.
—Hombres indignos, cuya reputación está por los suelos —agregó y
Ewan se rio sin humor alguno.
—Eso es lo único que te importa, ¿verdad?
—No te entiendo —hizo un mohín.
—Que lo único que te importa es tu estúpida reputación —escupió y
Briseida retrocedió un poco.
—¿Estás molesto?
—Eres una farsa, si tanto te importara tu reputación, no estarías desnuda
ni me pedirías que…
—No sigas, Ewan, o todo terminará muy mal —le advirtió y terminó
cerrando los labios en una fina línea.
¿Desde cuándo esa mujer tenía el poder de brindarle una orden y ser
inmediatamente escuchada?
—Tienes razón, para qué seguir hablando.
Ewan se abalanzó sobre ella y la besó con dureza, con saña, buscando
castigarla por menospreciarlo, pero todo su enojo empezó a disiparse
cuando su respuesta fue apasionada y sincera.
«¡Te quiero para mí!».
La realidad lo golpeó con fuerza y los nervios lo traicionaron.
—Separa las piernas —ordenó entre besos, jadeante.
«Vas a ser mía».
Ella se rio.
—Creí que estabas preocupado por mi bienestar.
Gruñó en respuesta al recordar que ella no podía hacer ningún esfuerzo y
se dijo a sí mismo que no era el momento, que quizá estaba siendo muy
impulsivo al creer que tomando su virtud ella aceptaría convertirse en su
esposa.
—No te vayas —rogó con frustración y ella lo buscó con la mirada—.
Quédate conmigo, tú y yo nos llevamos muy bien.
—¿Qué? —jadeó sorprendida—. ¿Me estás pidiendo que sea tu amante?
No, él le estaba pidiendo algo más serio, más trascendental, pero ella
nunca podría considerar ninguna oferta suya como algo decente. La besó,
no tenía caso seguir con la conversación, su buen juicio estaba demasiado
nublado por el placer.
Capítulo 13
“No se sorprendan, queridos lectores, el regreso del duque de Carlisle
no es coincidencia, puesto que me vi en la obligación de informarle
mediante una misiva que su hermana ha hecho buenos amigos en los
últimos días y se ha comportado de lo más encantadora con la sociedad de
los canallas, algo que claramente no encaja en lo más mínimo con los
Milton.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

Ewan no dormía con mujeres, pero curiosamente dormir junto a Briseida


se le estaba haciendo una costumbre simplemente maravillosa. Antes de
abandonar la habitación de su musa decidió vestirla y una vez que se
aseguró de que todo estuviera en orden, salió de la estancia y caminó por el
ensombrecido pasillo.
Era temprano, bastante temprano como para que un criado se levantara,
por lo que los sonidos de unos cascos y un carruaje captaron su atención y
bajó las escaleras con curiosidad para ver quién pudo haber llegado.
La sangre abandonó su rostro al ver el blasonado del duque de Carlisle
en el carruaje.
¿Qué diantres estaba haciendo Zander allí?
¡Él abandonó la fiesta hace mucho!
Se escondió con rapidez al oír unos pasos en el piso superior y
aprovechó la pesada cortina para refugiarse tras de ella y pasar inadvertido.
—Fue él quien provocó todo esto. —Esa voz era de lady Georgia Milton
y no se oía nada feliz—. Si no le hubiera dado tantas libertades, esa niña no
se habría metido en tantos problemas en los últimos días.
Tragó con fuerza cuando la puerta principal se abrió y se estremeció
cuando la fría brisa azotó su hermoso cuerpo.
—¿Dónde está?
—En su habitación, por supuesto —respondió la mujer con frialdad.
—Lady Berricloth se tomó la molestia de enviarme una carta y quiero
saber si todo lo que me dijo es verdad. —Zander se oía muy molesto.
—Tendría que leerla.
—¿Se hizo amiga de las pupilas del duque infame?
Silencio.
—Diría que cruzan un par de palabras.
Ewan enarcó una ceja, entretenido, así que lady Georgia sí le tenía miedo
a su sobrino.
—¿Qué diantres tiene en la cabeza para permitir algo así, tía?
—Debía cambiar mi estrategia, Zander —explotó—, a mi lado ella no
conseguía absolutamente nada.
—Y al lado de esas mujeres ha conseguido ser nombrada en las notas de
lady Berricloth.
Contuvo su carcajada, eso era verdad.
—El día de ayer tuvo una cita con el vizconde de Hunt. —Cuadró los
hombros con inmediatez, no le gustaba el rumbo que estaba tomando la
conversación—. Quiero creer que a partir de ahora nuestros problemas se
solucionarán y podremos emparejarlos.
—Una cita no es suficiente para…
—Tuvieron un accidente. —Silencio—. Él se lastimó el hombro y la
pierna.
—¿Cómo está mi hermana?
Era bueno saber que al menos Zander tenía la capacidad de preocuparse
por Briseida.
—Bien, sólo recibió un golpe en la cabeza.
No podía verla, pero podría jurar que la mujer hizo un movimiento de
mano para restarle importancia.
—¿Hunt dijo algo al respecto?
Ewan se tensó, no estarían pensando en…
—No, pero creo que es nuestra oportunidad para atraparlo. —Esa mujer
era despreciable—. Nuestra Briseida sufrió un accidente por su culpa, lo
mínimo que puede hacer por ella es desposarla.
—Lo hablaremos más tarde, ha sido un viaje muy largo y necesito
descansar.
¿Ni siquiera pensaba visitar a su hermana primero?
Ellos no merecían a Briseida.
Ella era demasiado dulce como para seguir siendo parte de los Milton.
Se quedó en su escondite por largos minutos, tratando de procesar el
gran problema que se avecinaba para su amigo, Briseida y su persona, y
ladeó el rostro con frustración al darse cuenta que la única que podía lidiar
con Zander era la pelinegra.
Ella debía ser dura con sus decisiones.
Briseida debía rechazar a Ryne a como dé lugar, esa boda era
simplemente imposible.

***
Su hermano regresó a la fiesta campestre y eso no podía ser un buen
presagio.
Briseida se abrazó a sí misma con nerviosismo y rezó en silencio para
que su doncella demorara horas en finalizar su peinado; no obstante,
lastimosamente, a los cinco minutos se le informó que estaba lista y ya
podía reunirse con su hermano y tía en planta baja.
A estas alturas su hermano ya debía estar enterado de sus nuevas
amistades, sus últimos andares y el accidente que sufrió con el vizconde de
Hunt. El sólo pensarlo hizo que la piel se le pusiera chinita y pasó saliva
antes de ingresar al salón verde.
Su pulso se ralentizó al ver a su hermano ahí y no fue precisamente por
la emoción, Zander estaba tan serio como de costumbre y en sus ojos no
existía un ápice de compasión, lo que quería decir que estaba molesto con
ella.
—Hermano, no esperaba…
—¿De verdad no esperabas que hiciera acto de presencia? —Le cortó
con brusquedad—. Te pedí que te comportaras, que fueras una dama
ejemplar y la misma lady Berricloth se atrevió a enviarme una misiva para
informarme de tu deplorable comportamiento.
Ahora tenía otra razón para repudiar a esa mujer.
—No hice nada malo.
—¡Te estás relacionando con la chusma! —Empuñó las manos con
enojo, esperaba que no se estuviera refiriendo a sus nuevas amigas—. Mira
ese acto de rebeldía —señaló sus manos con indignación y alborotó su
cabellera—. Maldita la hora que aceptamos esta invitación.
—Estás maldiciendo en mi presencia —decidió provocarlo y su hermano
la fulminó con la mirada.
—¿Crees que esto es divertido? —Claro que no lo era, desde el
momento que él regresó la diversión amenazó con esfumarse—. Todos
están hablando de tu accidente con Hunt, ¿te das cuenta de lo que eso
significa?
Un escalofrío hizo que la piel se le erizara y negó lentamente con la
cabeza.
—No pasó nada relevante, fue un accidente y…
—Estuvieron solos durante mucho tiempo. Mírate, estás herida por su
culpa.
—¡Fue mi culpa que nos cayéramos de la calesa!
—No me importa —farfulló Zander— y deja de contestarme —ordenó.
—Jamás aceptaré casarme con el vizconde de Hunt.
—¡Esto es inaudito! —gruñó su tía y abandonó su lugar para unirse a la
discusión—. Te lo dije, está incontrolable.
—No pueden juzgarme por querer elegir a mi futuro esposo.
Llevaba tantos días distanciada de su tía que se olvidó de lo importante
que era para ella guardar silencio en su presencia.
Fue su firme cachetada lo que la hizo volver en sí.
—Tú nunca podrás elegir, niña tonta —farfulló Georgia roja de la cólera
—. La razón por la que nos quedamos aquí fue para atrapar al vizconde de
Hunt y lo hemos logrado.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y buscó algo de ayuda en su
hermano, pero lastimosamente Zander no dijo nada al respecto y se cruzó
de brazos con fría indiferencia. Esta era su familia, ellos eran las personas
que supuestamente querían lo mejor para ella, las personas que no hacían
más que ejercer violencia y autoridad en su vida.
—No quiero casarme con el vizconde —susurró con un hilo de voz,
odiando que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas.
—No hay elección —sentenció Zander—, yo hablaré con él ni bien se
recupere.
—Pero…
—Y si no lo haces, te puedes ir olvidando de nosotros. —Abrió los ojos
con sorpresa—. Te quitaré tu dote, te enviaré a la peor propiedad que
podamos poseer y te haré trabajar para que ganes tu pan de cada día, ¿lo
entiendes?
Briseida siempre supo que su familia era fría, nunca esperó recibir una
gran muestra de amor por parte de sus padres, hermano o tía, pero el hecho
de que Zander le hiciera una amenaza de este tipo hizo que todo su mundo
se viniera abajo.
«Estoy sola y siempre será así».
Ella nunca podría elegir, al menos no si su intención era quedar en la
calle.
«Tienes a Ewan».
No, la oferta de Ewan no era digna, él la quería como su amante, no
como su esposa ni señora de su hogar.
—¿Qué harás si el vizconde no acepta tu oferta?
Todavía existía la posibilidad de que Hunt pisoteara las intenciones de su
hermano.
—Su hermana pagará las consecuencias —espetó su tía con malicia.
Ahora entendía por qué nadie quería relacionarse con ellos, eran
personas malas, no servían como amigos, eran egoístas y soberbios, o al
menos esa era la cara que su hermano y su tía exteriorizaban con bastante
orgullo.
—¿Puedo irme?
—No —espetó Zander con dureza—, a partir de ahora te quedarás al
lado de nuestra tía durante la mayor parte del día e ignorarás a las
desagradables pupilas de Saint Albans, ¿me entiendes?
Por todos los santos, con su tía pisándole los talones le resultaría
imposible reunirse con Ewan y lo menos que deseaba era que él creyera que
lo estaba menospreciando. Tendría que ver la manera de entregarle una nota
a Colette para que se la hiciera llegar y lograran verse durante la noche.
El duque infame debía enterarse de las intenciones de su hermano y el
poco poder que ella tenía para cambiar las cosas.
Capítulo 14
“El vizconde perfecto y la reina de hielo; una pareja capaz de helarte el
corazón con una simple mirada.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

—Supongo que ahora que Carlisle ha regresado tu aventura con lady


Milton finalizará —comentó Leighton, agradeciendo que Ewan hubiera
perdonado sus deplorables acciones, y el rubio se frotó el rostro con
preocupación.
—¿Ha venido a verte?
Ewan prefirió no responderle y observó a Ryne, quien debido al
accidente que Briseida provocó estaba en cama, sometido a un reposo
estricto.
—No —estaba molesto—, pero que ni se le ocurra hacerlo. No
conseguirá nada de mí.
—Algo me dice que intentarán obligarte —admitió Ewan y Leighton se
rio por lo bajo.
Ryne era un alma libre, él nunca hacía nada que no quisiera.
—¿Sabes algo? —inquirió el vizconde y su amigo suspiró.
—Colette me hizo llegar una nota de Briseida. Su tía no la dejará
tranquila en lo que queda de la fiesta y al parecer su hermano sólo está
esperando que te recuperes para recordarte cuál es tu obligación.
—Ese accidente sucedió por culpa de su hermana, no me haré
responsable de nada —gruñó.
—Tranquilo, Ryne —ordenó Ewan—, nadie te obligará a casarte con
Briseida. Todos aquí sabemos que eso es simplemente imposible, pero…
—¿Qué harás? —le cortó y sus miradas se encontraron—. Está claro que
la reina de hielo te gusta, bebes los vientos por ella, ¿por qué no asumes tus
sentimientos y tomas cartas en el asunto?
—Ella nunca me elegirá —espetó con frustración y Leighton sintió algo
de pena por su amigo, él era muy digno como para jugar sucio y atrapar a la
dama de sus sueños.
—Seamos sinceros. —Ryne tenía mucho para decir—. Con todo lo que
sucedió entre ustedes, ella no tiene otra opción más que aceptarte.
—No puedo obligarla, me importa mucho.
Leighton miró a Ryne con preocupación, era la primera vez que veía a
Ewan en un estado tan lamentable por culpa de una mujer y no le gustaba
que esa mujer fuera la hermana menor del duque soberbio.
—¿Te dijo algo más en la nota que te envió?
Ewan negó con la cabeza, pero algo en su interior le dijo que le estaba
mintiendo. No podía culparlo, después de lo que sucedió en la biblioteca era
normal que Ewan prefiriera mantener todo en secreto.
—Creo que lo mejor, por el momento, es que mantengas distancia de
lady Milton. —Ewan exteriorizó su disgusto y él tuvo que explicarse mejor
—. Piénsalo, su tía la está vigilando y si ellos los descubrieran… —
Leighton no quería ni imaginarse lo que podría suceder.
—De acuerdo.
¿Por qué tenía la leve sospecha de que Ewan sólo le estaba diciendo lo
que quería escuchar?
Observó la hora en su reloj de bolsillo y recordó que su tía le pidió que
se vieran en el despacho antes de la cena, al parecer tenía algo muy
importante que decirle.
—Debo irme, tengo un asunto que atender.
Ewan decidió que cenaría con Ryne en su habitación esta noche y
Leighton lamentó no poder unirse a ellos, puesto que estaba seguro que su
tía estaba entrando en una crisis nerviosa porque la fiesta estaba llegando a
su fin y él no encontró ninguna candidata adecuada para el puesto de
marquesa.
Estuvo a punto de pasar el salón de música de largo, pero escuchó la
melodiosa voz que siempre lo hacía detenerse en su lugar; sin embargo, ella
no estaba cantando, sino que una vez más estaba leyendo.
Leighton quiso seguir con su camino, pero la sangre empezó a bullirle
por dentro al escuchar una risa masculina.
Se había dicho que se mantendría lejos de la pupila de su amigo, que no
se metería en lo que sea que ella quisiera tener con el barón de Zouche, pero
al parecer sólo fueron palabras vacías porque sus pies se movieron por sí
solos y se acercó a la puerta con lentitud para escuchar su conversación.
—Creo que esto es lo único que extrañaré cuando la fiesta termine —
espetó Zouche en un tono ronco y bajo, enfureciéndolo aún más.
—Podremos vernos en Londres.
—Me temo que partiré a Egipto en unas semanas. —Bien, lo mejor sería
que ese hombre se largara y…—. Me gustaría que viniera conmigo, como
mi esposa.
Leighton no estaba seguro si Colette se mantuvo en silencio o fue la
rabia lo que no lo dejó escuchar más por los siguientes segundos.
—¿Quiere casarse conmigo? —se oía bastante sorprendida.
—Sólo piénsalo, por favor —dijo apresuradamente—. No quiero
presentarme ante el duque de Saint Albans sin antes tener tu aprobación.
Vaya... eso quería decir que ella no le gustaba lo suficiente, porque si
Leighton estuviera en su lugar y realmente quisiera a Colette para él, la
arruinaría para los demás hombres sin dudarlo.
—Pero ni siquiera me ha visto, yo…
—No necesito mirarla para saber que me agrada, será una excelente
compañera.
—Yo…
—¿Por qué no nos reunimos aquí mismo más tarde, cuando todos estén
dormidos?
Ese hombre de estúpido no tenía nada.
—Está bien.
Y Colette estaba siendo una boba de primera al aceptar algo así, ¡ese
hombre iba a seducirla, él realmente quería asegurarse con su dote!
Escuchó unos pasos aproximándose y retomó su camino con paso
apresurado, no muy seguro de cómo actuar al respecto. Ewan le había
pedido, o más bien ordenado, que se mantuviera al margen de todo, pero él
estaba muy distraído con la llegada de Carlisle, por lo que lo único que
podía hacer era impedir que Colette cometiera el peor error de su vida.
Zouche no era para ella.
Nadie era lo suficientemente bueno para ella.

***
Briseida no estaba segura si ese día la comida le supo desagradable o
realmente la cocinera de lady Kilbrenner no puso de su esfuerzo en la
cocina, puesto que apenas y pudo pasar bocado durante todo el día.
Hace unas semanas, guardar silencio durante la mayor parte del día le
habría parecido de lo más normal, pero ahora le resultaba asfixiante. Quería
hablar con Colette, con sus amigas e irse de paseo por el jardín con ellas;
pero no, Zander no quería que se acercara a ellas y su tía tenía órdenes
estrictas de no dejarla sola.
Ingresó a su habitación con los ánimos por los suelos y el pánico la
invadió cuando una sombra masculina se cernió sobre ella y le cubrió la
boca con una mano con inmediatez para impedir que emitiera un grito de
sorpresa. La fragancia varonil que conocía muy bien inundó sus fosas
nasales y parpadeó varias veces para poder vislumbrar la imagen de Ewan.
Lo abrazó por la cintura sin duda alguna y él la acogió en sus brazos con
firmeza.
—No sabía que él vendría —confesó y Ewan empezó a prender un par
de velas.
—No puedes casarte con Hunt, Briseida. —La sujetó de los hombros e
hizo que lo mirara—. Tienes que negarte, no puedes permitir que ellos
decidan por ti.
—No tengo otra opción —sollozó y él tragó con fuerza.
—Claro que la tienes, tú…
Unos pasos al otro lado de la puerta los alertó y en esta ocasión la cama
estaba muy lejos de su alcance, por lo que Ewan no tuvo más remedio que
meterse debajo del pequeño escritorio; no obstante, no era un escondite
muy bueno y Briseida tuvo que sentarse en el diván para esconderlo bajo
sus faldas.
Justo cuando el desapareció de su campo de visión, la puerta de su
habitación se abrió sin previo aviso y su tía ingresó a la estancia con paso
altanero. Esto era malo, si su tía descubría que Ewan estaba allí, la mataría
con sus propias manos.
—Desapareciste, te pedí que me esperaras en el salón de té —espetó
Georgia con frialdad.
—Lo siento, me sentí algo cansada y quise escribir un poco.
De alguna manera debía justificar que estaba en su escritorio y no
preparándose para dormir.
—Tu hermano se reunirá con Hunt mañana a primera hora, así que desde
ahora te informo que no toleraré ninguna actitud nefasta por parte tuya.
Su cuerpo empezó a temblar sin control alguno y juntó los ojos con
fuerza cuando Ewan acarició sus pantorrillas.
—Está bien.
La miró por encima de su hombro, su tía se veía algo perpleja por su
respuesta, tal vez había esperado que iniciara algún tipo de disputa; y quizá
lo habría hecho si Ewan no estuviera debajo de su falda acariciando sus
piernas de manera ascendente.
No debería, pero le causó algo de gracia su descaro.
—El vizconde de Hunt es un excelente partido. —La mano masculina
rozó la fuente de su placer y Briseida sujetó una pluma con rapidez para
fingir que estaba escribiendo.
—Lo sé. —Se mordió el labio inferior para no gemir y separó
imperceptiblemente las piernas para brindarle mayor espacio.
—De acuerdo. —Briseida contuvo su jadeo y empezó a sudar con
nerviosismo al sentir como el dedo de Ewan se hundía en su interior—.
Entonces eso sería todo.
«¡Sí, lárgate y déjame con él!» pensó mentalmente y miró de reojo como
su tía abandonaba su habitación en silencio.
Uno, dos, tres y ya no pudo más, tiró la cabeza hacia atrás y separó las
piernas con descaro para que Ewan pudiera tomarla con su boca. Se aferró
al escritorio, implementando toda su fuerza para no caer hacia atrás, y la
desesperación con la que la tomó hizo que acabara en su boca en cuestión
de segundos.
Era una locura, ese hombre siempre la orillaba a un abismo sin final.
—Ewan —musitó jadeante, apoyando la mejilla en la fría madera, y el
rubio salió de su escondite con habilidad y maestría.
—Veámonos en la biblioteca en dos horas —suplicó con voz ronca,
lamiendo sus labios.
—Sí, ahí estaré.
—Ven en tu ropa de dormir —besó su mejilla con ternura antes de
abandonar su habitación con sigilo.
Tal vez fueron interrumpidos en medio de una conversación de suma
importancia, pero gracias a los santos él le hizo recordar que aún estaba
viva y seguía siendo muy capaz de sentirlo.
Juntó los ojos con frustración.
¿Por qué ese hombre tenía que gustarle tanto?
Capítulo 15
“Hasta una abominación parece tener más atractivo que un templé de
hielo.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

Lejos de todo pronóstico, Zouche le había pedido que se convirtiera en


su baronesa. Parecía un sueño, aunque ni en sus más locos sueños Colette se
atrevió a pensar que alguien le pediría matrimonio debido a su condición;
pero no, ahí estaba Stephen Willmott, un hombre joven, atractivo y bastante
inteligente, dispuesto a convertirla en su esposa.
Muchos lo llamaban el barón misántropo, puesto que no era muy
comunicativo con los demás, pero lo cierto era que él tenía mucho para
decir, sólo que nadie podía comprenderlo.
Si todo iba bien, algún día podría llegar a amarlo, porque sí, era lo
suficientemente lista para los negocios, la poesía y los números, pero una
estúpida para el amor porque no podía sentir nada más que aprecio por el
único hombre que era capaz de mirarla más allá de todas las capas de tela
que la cubrían.
Un hombre que quería reunirse con ella a horas inapropiadas durante la
noche.
No era tonta, sabía cuáles eran sus intenciones, y no estaba segura si
seguirle el juego antes de casarse sería lo adecuado. Se abrazó el vientre
con nerviosismo, sentía muchas ganas de vomitar, la situación no le
generaba la emoción esperada y no tenía la menor idea del por qué.
¿Estaría forzando su relación con Zouche?
Era normal que sintiera miedo de perder esta oportunidad, pero no estaba
segura si era el tipo de oportunidad que quería en su vida.
«No seas tonta, él te dará la familia que anhelas», le reprochó una
vocecilla y negó rápidamente con la cabeza.
Ella no buscaba amor, era consciente que nunca nadie podría amarla, por
lo que se aferraría a aquello que Zouche le estaba ofreciendo: un hogar, una
familia y un lugar al cual pertenecer.
Se quitó el corsé con nerviosismo, considerando que la prenda estaría de
más, y se atavió con el vestido que utilizó ese día para después cubrirse con
una capa y abandonar su habitación a paso apresurado. Aún era temprano
para la hora acordada, pero prefería ser la primera en llegar a recibir un par
de sorpresas.
Por un momento se atrevió a pensar que todo saldría bien, pero la suerte
no era algo que estuviera de su lado y justamente por ello su marcha se vio
interrumpida cuando se encontró con el marqués de Teingham sentado en el
piso a mitad del pasillo.
El olor a whisky la llevó a cubrirse la nariz con inmediatez.
¿Ese hombre tenía pensado alcoholizarse?
—¿Qué haces aquí? —gruñó él, haciéndola regresar en sí, y los nervios
la traicionaron.
—Paseaba un poco.
El alto y atractivo castaño se incorporó con movimientos torpes y la
estudió con altanería. Tal vez la oscuridad los protegía, pero incluso así una
mínima luz procedente de la luna le permitía apreciar sus facciones.
Se veía bastante molesto.
—Regresa a tu habitación.
No entendía en qué momento el marqués misógino adoptó una actitud
tan desquiciante y dominante en cuanto a su persona.
—Quiero ir a la biblioteca —mintió, puesto que su destino era el salón
de música—. Ah —jadeó cuando el hombre sujetó su brazo con firmeza y
tiró de ella en su dirección—, suélteme, por favor —la voz le tembló, no
quería creer que el amigo de Saint Albans estaba dispuesto a ejercer
violencia sobre ella.
—¿La biblioteca? —Su aliento acarició su mejilla y todo su cuerpo tiritó
sin control alguno—. Qué casualidad, yo también voy a la biblioteca.
Maldición, debía deshacerse de él.
—¿No debería ir a la cama? No está en condiciones de leer.
—Mmm… ¿vendrías a la cama conmigo? —Todo su cuerpo se tensó, no
muy segura de qué pensar en cuanto a sus palabras y lo buscó con la
mirada. Los labios masculinos se torcieron con disgusto y su agarre se hizo
más fuerte—. Es broma, ¿por qué no me lees un poco?
Teingham ni siquiera le dio tiempo para rechazar su petición y tiró de
ella para llevarla hacia la biblioteca. Esto era malo, no quería pasar tiempo a
solas con ese hombre que le generaba tanta incertidumbre e inquietud,
puesto que aún podía recordar cómo intentó quitarle el velo la última vez
que estuvieron juntos en la biblioteca.
Sus ojos se clavaron en los pies del marqués y arrugó el entrecejo al
darse cuenta que su paso era muy certero para alguien que se encontraba tan
borracho, aunque si lo pensaba detenidamente, el olor del whisky era más
intenso en su ropa que en su aliento.
—Entra —la metió a la estancia y cerró tras de sí.
—Creo que lo mejor será que regrese a mi habitación, alguien podría…
—Nada de eso. —En esta ocasión la mano del marqués se posó en su
espalda baja y Colette no supo qué pensar al sentir la terrible tensión que se
extendió por todo el cuerpo masculino.
«Huye, sal de la biblioteca cuanto antes», le advirtió su sexto sentido.
—Vaya —musitó en tono muy bajo y espeso—, creo que lo mejor será ir
arriba. —Una vez más la obligó a avanzar y cuando llegaron al segundo
piso sujetó el primer libro que estuvo a su alcance y se lo entregó.
Estaba muy serio, no se veía como alguien que quisiera escuchar una
larga lectura.
—La estancia está muy oscura, ¿por qué no…? —En cuestión de
segundos tuvo dos velas consigo—. Está actuando extraño, milord —fue
sincera, no era normal que alguien como el marqués quisiera pasar tiempo
con ella.
—Por favor, sólo quiero que me leas un poco.
No entendía la extraña fascinación que él sentía al escucharla leer.
—Alguien podría…
—Nadie nos encontrará, si alguien llega sabré como sacarte de aquí. —
Se cruzó de brazos con altanería y suficiencia y Colette se dio cuenta de que
el alcohol ya no estaba en su organismo, o quizá nunca lo estuvo—.
Además, no haremos nada malo, ¿verdad?
En ese momento recordó que el barón de Zouche la estaba esperando en
el salón de música y respingó en su lugar. Abrazó el libro contra su pecho
con desespero y bajó el rostro, angustiada.
—Tengo otro compromiso —se sinceró, era la única manera de librarse
de él ahora.
—¿Una cita?
Asintió con timidez.
—El barón de Zouche ha pedido mi mano en matrimonio, no debe temer
por mi integridad porque pienso aceptar su oferta.
—Si piensas aceptar su oferta, ¿por qué no esperar hasta el día de su
supuesta boda?
—¿Supuesta boda? —preguntó con disgusto, ¿qué estaba insinuando?
—Sí, supuesta, porque estoy seguro que él sólo está jugando contigo.
Colette dejó caer el libro con inmediatez y no se molestó en levantarlo.
—¿Tan difícil le resulta creer que alguien puede quererme en su vida?
—A ti te resulta muy fácil, ¿no crees?
No era una mujer violenta; a decir verdad, odiaba la violencia, pero
incluso así no pudo contra sus impulsos y terminó empujándolo por el
pecho con enojo. Sí, era una abominación, pocas personas la miraban con
agrado y consideraban interesante, pero eso no quería decir que estuviera
dispuesta a permitir que ese imbécil la insultara con tanta facilidad.
—No sé qué tan real es la propuesta del barón de Zouche, pero nada de
lo que usted pueda decirme impedirá que asista a la cita que tengo con él.
—Le dio la espalda con toda la intención de marcharse, pero todas sus
alarmas se prendieron cuando en un abrir y cerrar de ojos terminó
estampada contra uno de los altos muebles que estaba repleto de viejos
ejemplares.
Estaba sucediendo de nuevo, una vez más sus ojos color miel la
observaban con una agresividad desquiciante. Sus manos se aferraban a sus
brazos como dos fuertes pinzas, sabía que no conseguiría su libertad por
mucho que luchara, por lo que optó por rodear las muñecas masculinas con
suavidad, entrando en pánico al darse cuenta que olvidó ponerse los
guantes, y tragó con fuerza.
—¿Por qué tiemblas? —exigió saber él en un tono de voz muy bajo y
ronco.
—Tengo miedo —confesó—, usted…
—Me temes a mí, que soy el mejor amigo de tu tutor, pero no a Zouche
que es un extraño y todo el mundo sabe que sólo busca una esposa para salir
de la quiebra.
Era extraño, pero esa era la realidad.
Leighton Kilbrenner la alteraba, hacía que todo su cuerpo se pusiera
alerta y su corazón bombeara a un ritmo desquiciante, ¿cómo no iba a
tenerle miedo si él alborotaba todos sus sentidos?
—Usted también está buscando una esposa para salir de la quiebra —le
recordó y lejos de molestarse, el castaño se rio por lo bajo.
—Pero nunca te consideraría como una de mis opciones.
Ella ya lo sabía, pero incluso así sus palabras le parecieron muy
ofensivas.
—Lo sé —decidió responder con frialdad e indiferencia.
Se dio cuenta que el olor de whisky provenía de su ropa y ladeó el rostro
con consternación.
—¿Podría soltarme?
—No quiero. —Su agarre se hizo más ligero, pero juntó sus cuerpos con
mucho descaro—. Lo siento. —Él le hizo mucho daño y no sabía con
exactitud de qué se estaba disculpando, si del ataque que recibió hace unos
días o de la forma en la que acababa de hablarle.
Juntó los ojos con fuerza cuando los brazos masculinos la rodearon con
lentitud y el aire se atoró en sus pulmones en el momento que sus manos
acariciaron su espalda, sus costados y se detuvieron en su espalda baja. La
estaba abrazando de una manera escandalosa e impropia, pero la posición le
resultaba tan estimulante que no se atrevió a empujarlo por el pecho.
—¿Por qué no llevas corsé? —La sangre se le congeló, con todo lo
ocurrido ni siquiera pudo recordar que no llevaba una prenda de suma
importancia—. Dime la verdad, Colette, ¿qué pensabas hacer con el barón
de Zouche?
—Yo… no lo sé.
No sabía nada de las relaciones amorosas, nunca antes alguien había
decidido cortejarla, pero suponía que su cita de esta noche fue pactada con
toda la intención de conseguir un mayor acercamiento físico entre el barón
y ella.
—Dejaste que él te levantara el velo.
Sí, en ese momento se sintió demasiado embelesada con el barón, pero lo
cierto era que cuando se arrepintió ya era demasiado tarde y gracias a los
santos el marqués llegó a tiempo para impedir que Zouche viera más de lo
necesario.
—No llegó a hacerlo —confesó y el agarre masculino se hizo más fuerte
—, ¿podría soltarme?
—Sólo si me dejas verte.
Su corazón empezó a bombear sin control alguno, ¿por qué Teingham
querría verla sin su velo? Las acciones de ese hombre no hacían más que
desconcertarla, el marqués ni siquiera debería fijarse en ella ni reparar en su
existencia.
—El velo tiene una función —recuperó su voz— y es cubrir algo
espantoso.
—No puede ser tan espantoso si estuviste dispuesta a mostrarte ante el
barón.
—Me dejé llevar por la insensatez, eso no volverá a suceder. —Trató de
justificarse.
—¿Y qué diantres te dijo ese imbécil para quitarte la sensatez que
siempre exteriorizas y refuerzas cuando estás conmigo? —inquirió con voz
ronca, presionándose contra ella.
—Dijo que no me atacaría —susurró escandalizada, percibiendo una
extraña protuberancia contra su vientre bajo.
—No te estoy atacado.
—¿Qué es lo que quiere? —preguntó con frustración, todo indicaba que
no le permitiría marcharse con demasiada facilidad.
—Quiero que te quites el velo.
—Creo que hay un error —se apresuró a decir—, no pensaba permitir
que el barón viera mi rostro, sólo iba a mostrarle mis labios.
Lo sintió tiritar contra ella y le pareció escuchar un gruñido bajo.
—Muéstramelos —ordenó.
—¿Si lo hago me dejará ir?
—Voy a pensarlo —respondió con malicia y acarició su espalda con una
lentitud desquiciante. No debería, pero su toque le encantaba.
—¿Me promete que no intentará quitarme el velo ni ver más de lo que
estoy dispuesta a mostrarle?
—Te doy mi palabra.
Inhaló profundamente y armándose de valor dirigió sus delicadas manos
hacia la costura de su velo, la cual estaba por debajo de sus hombros. Si lo
pensaba de manera positiva, la estancia no tenía la iluminación necesaria
como para que el marqués pudiera percibir sus facciones con exactitud.
Se estremeció de la cabeza a los pies cuando Teingham dejó de abrazarla
para sujetar sus manos con inmediatez.
—Tu piel… —Colette respingó cuando acarició el dorso de su mano, él
tampoco llevaba guantes—. Es tan blanca y suave. —La garganta se le
cerró cuando dejó un casto beso en sus nudillos.
Apartó las manos con rapidez y volvió a su labor con las manos
temblorosas, no muy segura de cómo sentirse al respecto.
Esto era demasiado para ella.
«Esconde tu mejilla derecha», le recordó una vocecilla y con mucho
cuidado empezó a subirse el velo.
Durante años vivió escondida bajo su velo y varias capas de ropa,
deseando que nunca nadie sintiera la necesidad de ver todo lo que escondía;
pero ahí estaba él, uno de los peores canallas de todo Londres,
acorralándola con tal de ver sus labios.
¿Por qué?
Dejó sus labios al descubierto, sintiendo un horrible nudo en la garganta
por la presión que toda esta escena le generaba y dejó caer la tela con
inmediatez al ver como Teingham daba dos pasos hacia atrás.
—¿Por qué te escondes?
—Debo irme.
La mano masculina impactó con violencia contra el mueble y bloqueó su
camino.
—Ni se te ocurra marcharte.
—Usted dijo…
—No he visto nada malo hasta el momento, quiero saber qué escondes.
—No le he mostrado ni la mitad de mi rostro —le explicó con desespero
y él gruñó.
—Quiero verte —confesó apasionadamente y cuando estiró la mano para
apartar el velo, Colette pudo cogerla a tiempo para impedir su cometido.
—Me prometió que… —Su voz murió abruptamente al oír como la
puerta de la biblioteca se abría con violencia.
Imposible, se suponía que a estas horas de la noche todos los invitados
deberían estar descansando en sus respectivas habitaciones.
—Ewan, espera —susurró una sonriente Briseida y cuando Colette quiso
anunciar su presencia para no escuchar nada que no fuera de su
incumbencia, el marqués la sujetó del brazo y le hizo una seña con el dedo
para que guardara silencio—. Alguien podría entrar…
—Vamos arriba.
Abrió los ojos horrorizada y Teingham tiró de ella para llevarla hacia el
rincón más alejado y oscuro de la biblioteca. No le parecía el mejor de los
escondites, pero incluso así dejó que el castaño la metiera en un estrecho
espacio entre dos estantes de libros. La proximidad de sus cuerpos no
respetaba las reglas que dictaba la decencia, pero suponía que en una
situación como esta no tenían más opción que permanecer muy apretados y
en silencio.

***
Usar el pasadizo secreto no era una opción.
Leighton no pensaba sacar a Colette de la biblioteca porque lo que estaba
a punto de suceder la haría olvidar por completo al hombre que ahora
mismo la estaba esperando en el salón de música con toda la intención de
aprovecharse de su inocencia.
Por todos los santos, que le partiera un rayo si permitía que el barón le
pusiera una sola mano encima a Colette.
Se fijó en el horrible velo una vez más, evocando la imagen de sus
hermosos y llenos labios rosas, su pequeño mentón puntiagudo y la piel
tersa y clara que ella debería presumir y no esconder con tanto ahínco.
La boca se le hizo agua y obviando toda etiqueta de decoro se restregó
contra ella y deslizó un muslo entre sus esbeltas piernas.
—¡Ah! —el jadeo de lady Milton fue capaz de amortiguar el de Colette,
pero él solo pudo pensar en el suave sonido que hizo eco en su estrecho
escondite.
Apresó su cintura, atrayéndola hacia su prominente erección y
aprovechando la ausencia de su corsé acunó sus pequeños pechos para
amasarlos con lentitud. Dios, ¿por qué se escondía del mundo cuando cada
maldita curva parecía ser más que perfecta?
—Milord… —intentó apartarlo, pero no se lo permitió.
—Shh…
—¡Sí! —el grito de la pelinegra volvió a levantarse entre ellos y en esta
ocasión sólo provocó que ambos se tensaran—. Por favor, Ewan, déjame
probarte.
De acuerdo, si su amigo podía gozar de la hermana de su peor enemigo
sin sentir remordimiento alguno ni tener intención alguna de casarse, él
también podía hacer exactamente lo mismo con su pupila, ¿verdad?
Con el brazo derecho rodeó la diminuta cintura femenina y en esta
ocasión no dudó en mover su rodilla hacia la fuente de su placer para
estimularla sin piedad alguna. Ellos podían hacer más que escuchar, ellos
tenían tanto derecho como Ewan y lady Milton de disfrutar del placer.
En un principio ella golpeó su hombro en señal de protesta, pero luego lo
abrazó por el cuello y se aferró a él para no caer. Mordió su abrigo,
amortiguando cada uno de sus sonidos, y Leighton levantó la pierna
femenina para tener un mejor acceso y en esta ocasión frotar su polla contra
el centro femenino.
—Debe parar —susurró con esfuerzo.
—¿Quieres escucharlos o te gustaría sentir lo que ellos están sintiendo?
—Mmm… —amortiguó su gemido, un sonido secreto y prohibido, y
dejó de arremeter contra ella—. No, no se detenga.
—¿Quieres más? —gruñó, no tenía la menor idea de dónde estaba
sacando la paciencia para permanecer inmóvil en su lugar—. Porque yo
quiero y necesito más. —La soltó con lentitud y dio un paso hacia atrás—.
Ven conmigo, podemos ir a un lugar más cómodo. —Al no recibir una
respuesta, posó su mano en la fuente de su placer por encima de todas las
telas que la protegían y presionó su palma con saña.
—Ah…
—Por favor, sé que lo quieres tanto como yo.
—Oh, Briseida, un poco más, cariño…
—De acuerdo —dijo Colette rápidamente, deseando alejarse de la pareja
que sabe Dios que estaría haciendo, y Leighton se encargó de abrir la puerta
del pasadizo secreto—. ¿Por qué no hizo eso antes? —se quejó una vez que
se alejaron del bullicio erótico y terminaron totalmente resguardados por la
oscuridad.
—Lo olvidé —mintió.
—Debemos movernos, necesitamos un poco de luz —comentó ella y
Leighton la sujetó por los brazos y la acorraló contra el frío muro.
—La oscuridad podría ser una buena aliada.
Él quería tocarla bajo la luz, probarla al aire libre con el sol sobre ellos,
pero sabía que Colette nunca permitiría algo así, por lo que podía
conformarse con un encuentro en profunda oscuridad.
—¿Qué?
—Quiero lo mismo que Ewan tiene con lady Milton —confesó
apasionadamente y atenazó su cintura con firmeza para pegarla a su cuerpo
—. Te necesito, quiero tocar tu piel y…
—No quiero que toque mi rostro —confesó apresuradamente.
—¿Es un sí?
—Siempre y cuando mi pureza se mantenga intacta, creo que podría
aceptar.
Leighton tiró del velo con violencia, sintiendo una gran satisfacción a
pesar de no poder ver nada, y la besó con vehemencia, apartando cada
maldita capa de ropa que lo privaba de la piel más suave que pudiera haber
tocado jamás.
Parecía el acuerdo perfecto, pero existía un gran problema, Leighton y
Ewan eran como el día y la noche.
Él no era un caballero como su amigo, él no tenía el autocontrol del
duque infame y claramente Colette no conocía ni estaba acostumbrada a
tantas restricciones como lady Milton.
—¡Leighton! —lo llamó por su nombre de pila con desesperación, su
voz mezclada con el placer, el dolor y el horror, y él cerró los ojos con
fuerza, gozando con creces el cómo las paredes vaginales se cerraron con
violencia alrededor de su polla—. ¿Qué hiciste?
Esperó unos segundos, buscando que ella se adaptara a su tamaño, y
empuñó su suave cabellera con fuerza antes de empezar a bombear en su
interior. Era su rostro, el problema real estaba en su rostro, porque por lo
que pudo sentir, su piel era simplemente perfecta.
—Duele… —confesó jadeante, empuñando sus cabellos—, pero no
quiero que te detengas.
—Sólo será esta vez —respondió con esfuerzo antes de derramar su
semilla en su interior y derrumbarse en su encima.
Por todos los santos, atacó a una dama soltera y virginal y…
—¿Qué hiciste? —repitió ella con voz llorosa y Leighton tragó con
fuerza.
—Te hice mía —espetó con severidad, comprendiendo mejor la
situación, y sintiéndose dueño de la mujer que yacía desnuda bajo su
cuerpo, rompió su palabra y acunó su rostro con firmeza.
En ese momento pudo sentirlo, pudo sentir el problema en su mejilla
derecha.
Se alejó de ella como si su tacto quemara y en ese momento lamentó
mucho todo lo que sucedió en los últimos minutos.
«Cometí un terrible error».
Colette se percató de la situación sin necesidad de que él expresara su
desagrado y se sentó sobre su lugar con lentitud, palmeando el piso para
buscar su ropa.
—He de suponer que fui una ingenua.
«El confiado fui yo».
¿En qué estuvo pensando al creer que un matrimonio entre ellos podría
funcionar?
Nunca se casaría con una mujer cuyo rostro no pudiera tocar ni mucho
menos mirar.
—Al menos fui claro contigo al decirte que nunca serás una opción para
mí —musitó con voz ronca, dejando claro que no pensaba hacerse cargo de
la situación, y agradeció que la oscuridad no le dejara ver el semblante de la
mujer a la cual seguramente acababa de romperle el corazón.
Era el marqués misógino, ella siempre lo supo e incluso así lo aceptó en
su vida, por lo que no podía hacerle reclamo alguno al respecto.
Capítulo 16
“Se avista nuevo compromiso, yo los denomino una pareja bajo cero.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

Esto no estaba bien.


Una dama de la alcurnia de Briseida no debía estar de rodillas ante él, ni
mucho menos moviendo su boca alrededor de su polla, pero Ewan mentiría
si dijera que este maldito momento no lo hacía sentir en el mismísimo cielo.
—¡Ah! —rugió, percibiendo el final, y empuñó la cabellera oscura con
firmeza para encontrar un soporte—. Deberías apartarte.
Ella siguió moviendo su pequeña cabeza de adelante hacia atrás,
recibiéndolo tanto como le fuera posible, y juntó los ojos con fuerza al
darse cuenta que estaba llegando a su límite y ya no podría seguir
soportando.
—Tú lo pediste. —Le folló la boca con violencia, bombeando en ella sin
control alguno, y las manos femeninas se cerraron en sus nalgas para no
caer en cada una de sus arremetidas—. Joder —rugió, dejando que su
semilla se derramara en su lengua, y para su sorpresa ella no se apartó, sino
que, con los ojos llorosos y el rostro enrojecido, siguió lamiéndolo hasta
dejarlo limpio y satisfecho.
Se arrodilló ante ella, reconociendo para sí mismo que no había marcha
atrás y deseaba a esa mujer en su vida y para siempre, y acarició sus
delicadas mejillas con ternura.
—Me encantó —besó su frente y ella se rio por lo bajo.
—Aún no quiero volver —confesó con timidez y empezó a abrir los
botones de su camisola para quitársela por encima de su cabeza y enseñarle
su desnudez.
Era tan perfecta que le dolía haber creído lo peor de ella durante todo
este tiempo.
—Haré lo que tú quieras, cariño. —Empezó a desvestirse y cuando
ambos quedaron totalmente expuestos, él la abrazó por la cintura y ella
rodeó su cuello con soltura para unir sus labios con pasión desmedida.
—Nunca tengo suficiente de ti —admitió ella entre besos, tirando de sus
rubios cabellos mientras se montaba a horcajadas sobre él—. No sé qué será
de mí cuando este viaje termine, cuando lo nuestro deba culminar por
nuestro bien.
Ewan apresó su pezón con saña y no quiso darle una respuesta hasta
pensar detenidamente en su respuesta.
—No dejaré que te cases con Hunt.
Los celos actuaron por sí solos y las palabras emergieron de su boca sin
reparo alguno.
—Hay cosas de las que simplemente no tengo control.
Cada músculo de su cuerpo entró en tensión y la buscó con la mirada.
—¿Qué?
La luz de la estancia era escasa, pero incluso así podía ver la tristeza en
su hermoso rostro.
—Mi hermano lo ha elegido, Ewan.
—No estarás pensando en casarte con uno de mis mejores amigos,
¿verdad? —La instó a bajar de su regazo y se incorporó con rapidez para
empezar a vestirse. Esto era una locura, Briseida no podía estar
considerando algo tan absurdo.
—No tengo otra opción —soltó con frustración una vez que se puso su
camisola y la miró con los ojos muy abiertos.
Seguramente escuchó mal.
—¿Cómo dijiste?
Ella lo miró con congoja.
—Escuchaste a mi tía.
—¡Me importa un carajo lo que tu tía o hermano puedan pensar! Es tu
vida, maldita sea, ¿no deberías luchar por tu felicidad?
—No es tan sencillo. —Se abrazó a sí misma y una vez que estuvo
vestido empezó a alborotar su cabellera.
Ella realmente estaba considerando la idea de casarse con Ryne.
Briseida era igual que su hermano y su tía, los Milton nunca dejarían de
considerarlo una basura y por eso ella era incapaz de elegirlo como la mejor
de sus opciones. El dolor que sintió en el pecho fue tan intenso que por
primera vez en su vida se quedó sin palabras, ¿qué se suponía que debía
hacer en una situación como esta?, ¿rogarle?
No, esa no era una opción.
Mendigar por amor no era lo suyo, Ewan buscaba algo sincero.
—Nadie va a elegirme —agregó y él tragó con fuerza.
«Dile que la eliges, cuéntale cómo te sientes», le rogó una vocecilla,
pero él negó con la cabeza.
—Ryne nunca te elegirá por voluntad propia, lo que ustedes quieren
hacer es despreciable.
Le pareció ver un deje de tristeza en su hermoso rostro.
—¿Tratas de proteger a tu amigo?
—Por supuesto —mintió, a estas alturas sólo quería matarlo, nada de
esto estaría pasando si él no hubiera salido a pasear con Briseida—. ¿Qué
otra cosa podría preocuparme aparte de la felicidad de mi amigo? —
preguntó con sorna.
—Tienes razón —le sonrió sin humor alguno y sujetó la capa que estaba
tirada a pocos metros de distancia—. Espero que lo puedas ayudar, de
alguna forma me harías un gran favor si logras detener a mi hermano —
fueron sus últimas palabras antes de salir huyendo de la biblioteca a paso
apresurado.
Quizá, sólo quizá, actuó como un verdadero imbécil y cobarde al no
decirle como se sentía al respecto, pero… ¿acaso no fue ella quien le dejó
claro que él nunca sería un buen candidato como esposo?
«Tú hiciste exactamente lo mismo», le recordó una voz con reproche y
Ewan negó con la cabeza. Nunca debió jugar con fuego, cometió un terrible
error al subestimar las quemaduras que Briseida podría dejar en su alma.
Tenía dos opciones: ignorar la situación y dejar que Zander manejara la
vida de su hermana o tomar las riendas del asunto y hacerla su mujer de una
vez por todas.
Sus piernas se movieron por sí solas y salió de la biblioteca con paso
resuelto. No había rastro alguno de Briseida, pero él sabía muy bien donde
iba a encontrarla.
—¿Qué haces en mi habitación? —preguntó horrorizada al verlo
ingresar sin previo aviso y Ewan barrió el lugar con la mirada, le gustaba
que ese lugar oliera a ella.
—Creo que hemos llegado muy lejos —espetó con frialdad y ella arrugó
el entrecejo—. Te he atacado sin previo aviso con tu tía dentro de la misma
habitación, te he obligado a darme placer de una manera vergonzosa y he
hecho con tu cuerpo cosas indebidas en el piso de la biblioteca de mi mejor
amigo.
—No hicimos nada que no hubiéramos hecho antes —fue su fría
respuesta—. Sigo siendo pura y eso es lo único que importa. —¿Cómo
podía ser tan cruel?—. Pero tienes razón, hemos llegado muy lejos y quizá
debemos implementar algo de distancia y ponerle un fin a este peligroso
acuerdo.
—¿Esa es la solución que ofreces? —Para este momento, Ewan empezó
a cuestionarse si después de todo esa mujer realmente contaba con un
corazón.
—No quiero herirte ni que me hieras, es evidente que esto ha dejado de
ser sólo una actividad de entretenimiento.
Bien, al menos ella era consciente de que las cosas se estaban saliendo
de su control.
—Tienes razón y nada de lo que hicimos podrá borrarse muy fácilmente.
—Te equivocas —lo desafió con valentía—. Hemos sido cuidadosos y
entre tú y yo no pasó nada trascendental.
«Claro que surgió algo trascendental, ahora te quiero sólo para mí», no
se atrevió a decir aquello en voz alta y se acercó peligrosamente hacia el
cuerpo femenino.
—He cambiado de parecer.
Ewan odiaba irse por las ranuras, era un hombre directo y no veía razón
alguna para seguir escondiendo sus verdaderas intenciones. Esa mujer iba a
ser suya en cuerpo y alma tarde o temprano.
Briseida achicó los ojos, todo indicaba que aún no entendía en su
totalidad el significado de sus palabras, pero luego negó con la cabeza y
levantó el mentón con altanería.
—Yo sigo pensando exactamente igual.
Era terca, pero él era diez veces peor.
—Pienso responder por esto.
La pelinegra palideció y dio un paso hacia atrás. Su acción le generó
dolor, pero también un profundo sentimiento de competitividad, ¿de verdad
pensaba que podía llevarle la contraria?
—Creo que no te estoy entendiendo —admitió con la voz en un hilo y
Ewan arregló sus gemelos con fría calma, odiando que los latidos de su
corazón se desbocaran sin control alguno.
—Voy a casarme contigo, Briseida Milton, te haré mi duquesa.
—No —su voz apenas y fue un susurro—, no es necesario.
Su respuesta no le generó una gran sorpresa, pero sí hirió profundamente
su ego. Avanzó peligrosamente en su dirección y ahogó un juramento al ver
como retrocedía, tuvo que sujetarla de la muñeca para tirar de ella en su
dirección e impedir que saliera huyendo.
—No te estoy dando a elegir, cumpliré con mi deber y me casaré
contigo.
—Mi familia nunca te aceptará.
—Pero tú...
—Yo tampoco. —Los ojos femeninos se llenaron de lágrimas y Ewan
usó todo su ingenio para no sucumbir y dejarla huir, la conversación aún no
había llegado a su fin.
—Mientes, tú sientes algo por mí.
Sus besos, sus caricias y la forma en la que lo miraba hablaban por ella,
lo suyo no podía terminar en una simple aventura, ellos podían formar un
futuro juntos, pero ella debía elegirlo por encima de su familia para que
pudieran conseguirlo.
—Dijiste que esto no terminaría en matrimonio —trató de hacerlo entrar
en razón, pero ya era demasiado tarde.
Terminó siendo víctima de su propia trampa.
—¿Estás olvidando quién soy? Soy la hermana del duque de Carlisle,
tú...
—Me casaré contigo, no con tu detestable hermano.
—¿Por qué cambiaste de parecer tan repentinamente? No te entiendo,
¿lo haces por el vizconde?
—No puedo imaginarte con otro hombre. —Briseida abrió los ojos con
sorpresa—. Odio que tu familia quiera alejarte de mí, no son lo
suficientemente dignos como para juzgarme.
Carlisle y él tenían un acuerdo, el secreto del duque soberbio estaría a
salvo siempre y cuando él no se metiera con la felicidad de los vizcondes de
Aberdeen. Aunque, de cierta manera, Ewan estaba convencido de que
Carlisle no se metería con la vizcondesa de Aberdeen porque eso implicaba
hacerse enemigo de su hermano y nadie en su sano juicio se haría enemigo
de la bestia escocesa por voluntad propia.
—Mi tía jamás permitiría un matrimonio entre tú y yo.
—No necesito el permiso de tu tía para hacerte mi esposa.
—¡Reacciona, Ewan! —explotó—. Estás siendo irracional. —Extendió
las manos con frustración—. Te prometo que haré hasta lo imposible por
librar a tu amigo de las intenciones de mi hermano y buscaré la manera de
irme por el continente por tres años, te aseguro que no me casaré con…
La abrazó por la cintura y la pegó a su cuerpo.
—Irracional me volveré si permito que te marches por el continente. —
La besó con dureza, dejando claro que nada lo haría cambiar de parecer.
Ese beso sólo lo hizo confirmar sus sospechas: probarla fue su peor error
porque ahora ya no podía imaginarse una vida sin ella.
—Mierda —gruñó cuando Briseida le mordió los labios con demasiada
fuerza y se vio obligado a soltarla mientras saboreaba el sabor de su propia
sangre.
—No me casaré contigo —se limpió la boca como si besarlo le generara
demasiado asco—. Te lo dije desde un principio y lo vuelvo a repetir: nunca
serás elegible para mí, Ewan.
—Disfrutas de mi compañía, ¿por qué te engañas? —preguntó con
esfuerzo, sintiendo un horrible nudo en la garganta.
—¿Qué yo me engaño? —Sonrió con malicia—. Eres tú el que no se da
cuenta que lo nuestro jamás podrá ser. Eres el duque infame y yo una
Milton, nunca serás lo suficientemente digno para mi familia, ni lo
suficientemente aceptable.
—Pero tú…
—Yo estoy buscando un matrimonio para salvar mi reputación. —Lo
miró de pies a cabeza con desprecio—. No para hundirla más.
Sus palabras consiguieron herirlo y lo único que pudo hacer fue retirarse
de la habitación de la fémina en silencio. Por un momento pensó que ella lo
aceptaría, que ella reconocería sus sentimientos, pero se equivocó.
Briseida era una Milton y los Milton carecían de un buen corazón.
Fue rechazado por lady Aldrich y lady Aberdeen, pero ninguno de esos
rechazos le hizo sentir tan miserable ni le quitó el sueño por largas horas,
condenándolo a pasar la peor noche de su vida y a cuestionarse si estaba
haciendo lo correcto al seguir siendo parte de esta fiesta campestre.
Después de todo, no era como si a sus pupilas les estuviera yendo tan
bien.
«Tal vez es hora de regresar a Londres».
***
«¿Qué otra cosa podría preocuparme aparte de la felicidad de mi
amigo?»
Ella no valía absolutamente nada para el duque infame y la única razón
por la que le pidió matrimonio fue para salvar al vizconde de Hunt de ese
destino tan fatalista; porque sí, para Ewan un matrimonio con ella
significaba el peor de los finales.
¿En qué estuvo pensando al decirle que se casaría con ella después de
haberla tratado tan cruelmente en la biblioteca?
—Nos hace un favor al encerrarse en su habitación —espetó su tía con
desagrado y Briseida abandonó su letargo para centrarse en la conversación
de las matronas con quienes estaba obligada a pasar la mayor parte del
tiempo durante el día—. Es una abominación, estoy segura que lady
Kilbrenner ni siquiera quiso tomarla en cuenta para su fiesta, pero no tuvo
más opción que ceder porque su sobrino no sabe elegir amistades.
Briseida no necesitó ser un genio para determinar de quién estaban
hablando, su tía sentía cierta fascinación a la hora de criticar a Colette. No
entendía por qué su amiga llevaba todo el día encerrada en su habitación,
pero efectivamente era algo que se había comentado más de lo esperado
porque a mediodía el barón de Zouche decidió abandonar la fiesta sin
previo aviso y la gente adoraba armar sus propias teorías.
Las puertas del salón de té se abrieron de par en par y cuadró los
hombros con inmediatez al ver a su hermano allí. Como de costumbre, el
rubio estaba más serio de lo normal y sus ojos color cielo brillaban con
altanería y suficiencia.
—Miladies. —Saludó a las mujeres adultas con propiedad y luego posó
sus ojos en ella—. Me gustaría hablar con mi hermana, por lo que se las
robaré por breves minutos.
El que Zander quisiera hablar con ella a solas no era algo nuevo, pero
incluso así no pudo evitar que la piel se le erizara y todas sus alarmas se
prendieran. No había que ser un genio para saber que traía nuevas noticias
consigo, pero sí habría que ser ingenua para creer que esas noticias le
generarían algún tipo de felicidad.
—¿Sucedió algo? —inquirió una vez que salieron al jardín, lejos de los
oídos curiosos.
—Hunt se está resistiendo a cumplir con su deber.
«Gracias a Dios».
—¿No crees que lo mejor es dejarlo tranquilo? —sugirió con valentía—.
¿Por qué no empiezo un viaje por el continente hasta que las habladurías
cesen?
—No irás a ninguna parte —siseó con molestia y observó la casa
principal por encima de su hombro—. Pienso amenazarlo, si no se casa
contigo por las buenas lo mataré en duelo.
—Eres un pésimo tirador —le recordó con cierto recelo.
—Sí, pero él está herido del hombro y la pierna.
—Eso es cobarde —torció los labios con disgusto y su hermano se cruzó
de brazos.
—Resulta que conseguirte marido está resultando muy difícil, hermanita.
—Zander podía ser un idiota cuando se lo proponía—. Te reunirás con
Hunt.
—¿Qué? —Abrió los ojos con sorpresa—. Pero está herido y dijiste
que…
—Me dijo que desea tener una conversación a solas contigo y que eres tú
quien debe convencerlo de aceptar este matrimonio.
¿Por qué tenía la leve sospecha de que el vizconde de Hunt se traía algo
entre manos?
—Está en tus manos, Briseida. —Lejos de sentirse aliviada, un horrible
escalofrío recorrió su espina dorsal—. Por tu bien, que las cosas salgan
como yo espero.
—¿Y si no logro convencerlo?
—Yo elegiré a tu esposo.
No, casi y podía imaginarse casada con uno de los conocidos de su tía.
—Hermano…
—No serás una solterona, no seguirás los pasos de nuestra tía. —Casarse
sin amor era un peor destino que la vida solitaria y amargada que su tía
poseía—. El vizconde te está esperando junto a su hermana para dar un
paseo en calesa.
La garganta se le cerró.
Quería gritar, quería decirle que ella estaba enamorada de alguien más y
ese alguien era el duque infame, pero sabía que esa confesión no haría más
que complicarlo todo.
—No queremos hacerlo esperar, ¿verdad? —Le indicó el camino hacia
las caballerizas y tragó con fuerza.
Su hermano estaba tan desesperado por casarla con el vizconde de Hunt
que estaba olvidando por completo que ese hombre era un miembro de la
sociedad de los canallas y uno de los mejores amigos de su peor enemigo.
—Espero que su hermana sea mejor conductora que usted, lord Hunt —
ironizó su hermano, ayudándola a subir a la calesa, y el pelinegro no se
molestó en esconder su disgusto.
—Mientras su hermana se esté quieta, puede estar seguro que no habrá
otro accidente.
Briseida se ruborizó, no le parecía justo que siguiera recordando ese
suceso.
¡Fue él quien la provocó!
—Espero verlos de regreso en menos de una hora.
Delphina ni siquiera se molestó en observar a su hermano, era evidente
que Zander no era del agrado de muchas personas y los Grayson no eran la
excepción. La calesa partió con prontitud y el vizconde se tomó alrededor
de tres minutos para reacomodar sus ideas y abordar el tema que era de
suma importancia ahora mismo.
—Por eso no tiendo a ser generoso, mis buenas acciones siempre me
traen grandes problemas —dijo con molestia y Briseida se mordió la lengua
para no emitir ningún comentario al respecto—. Debe encontrar una
solución para esta situación, milady, no tengo intención alguna de casarme
con usted.
—¿Cree que no me he negado? Mi hermano y mi tía están encaprichados
con este matrimonio —confesó cabizbaja.
—Esa debe ser la razón por la que Ewan ha decidido marcharse junto a
sus pupilas a Londres.
La sangre en las venas se le congeló y evitó abrir los ojos con desmesura
y observar a su acompañante con incredulidad, ¿Ewan abandonaría la fiesta
campestre?, ¿cómo era eso posible?, ¿de verdad ya no buscaría hablar
nuevamente con ella?
«El mundo no gira a tu alrededor, Briseida, para él eres fácil de
reemplazar y fuiste tú quien lo rechazó».
—Ya veo. —Un horrible nudo se formó en la boca de su estómago y
tragó con fuerza con toda la intención de pasarlo, pero lastimosamente le
resultó imposible—. ¿Sabe a qué se debe sus cambios de planes?
—Pues parece que se enamoró de la mujer más cruel y déspota, aparte de
su tía, que existe en Londres —espetó con sencillez y Briseida lo observó
con incredulidad, Ewan no estaba enamorado de ella, eso era simplemente
imposible—. Su hermano estaría muy orgulloso de usted si supiera que le
rompió el corazón al duque infame.
—Eso no es así, yo no hice nada parecido. —Ewan sólo quería casarse
con ella para poner en su lugar a su hermano y su tía, él deseaba humillarlos
y en el camino salvar a Hunt de un matrimonio por conveniencia con ella
—. El duque infame me dejó muy clara la situación desde un principio: yo
nunca seré una prioridad para él.
—¿Usted no siente nada por él?
Le resultó imposible darle una negativa, estaba harta de seguir
mintiendo.
—Se enamoró de un hombre que juró nunca amar, ¿por qué usted sí
puede hacerlo y Ewan no?
Briseida bajó los hombros con impotencia.
—Nunca lo aceptarían, mi familia…
—Si se casa con Ewan, él será su única familia.
Él no la comprendía.
—Se aburrirá de mí, yo…
—Si usted lo aburriera, él no habría llegado tan lejos, milady —aclaró
con desdén—. ¿Le importa más su reputación o su felicidad?
No era tan fácil de elegir.
—Se olvida de mi hermano y mi tía, no quiero perderlos.
—Si el amor que ellos sienten hacia usted es sincero, no los perderá —
aseveró con disgusto y lo observó con tristeza—. No todo lo que brilla es
oro, milady, y le aseguro que la reputación de su familia es una farsa y la
peor mierda que existe entre la nobleza inglesa.
Briseida jadeó por su forma tan arcaica de expresarse, nunca se imaginó
que el vizconde perfecto llegaría a hablarle de esa manera.
—No le permito…
—¿Su brillo es sincero, milady? —Cada músculo de su cuerpo se tensó
—. ¿Diría que las personas podrían descifrarla con una sola mirada?
—No —respondió con un hilo de voz—, nadie me conoce, todos me
juzgan sin saber absolutamente nada de mí.
—Lo ve, su reputación es una farsa. —Todo lo que ella representaba era
una mentira que su difunto padre, su tía y hermano crearon—. Me atrevería
a decir que ahora mismo nadie la conoce mejor que Ewan.
Porque sólo él sabía cómo hacerla brillar, porque sólo él había visto su
verdadera faceta y, al parecer, incluso sabiéndola imperfecta, deseaba estar
con ella.
—¿Podría detener la calesa? —preguntó de pronto y el vizconde enarcó
una ceja—. Si mi hermano lo cuestiona sobre mi paradero, dígale que le
expresé mi disgusto en cuanto a su persona y decidí rechazarlo.
—Una jugada peligrosa, ¿no cree que es escandaloso? —Por primera vez
en su vida vio una ligera sonrisa sincera en el apuesto rostro del vizconde.
—No me importa.
Delphina detuvo la marcha de la calesa y le guiñó el ojo con
complicidad, dejando claro que estaba a favor de su decisión, y eso le dio el
valor para bajar de la calesa sin recibir ayuda de nadie y emprender un
camino de regreso por la arboleda.
Ewan podía ser su familia.
Ewan nunca le pediría que fuera alguien que no era, nunca le diría qué
hacer o decir, estaba segura que ese hombre sólo buscaría hacerla sentir
cómoda y feliz bajo su protección porque incluso actuando como dos
amantes, él siempre buscó lo mejor para ella.
Inhaló profundamente.
¿Podría ser que esa libertad y felicidad que tan desesperadamente
anhelaba encontrar estaba junto al duque infame, el hombre que jamás se
imaginó que llegaría a considerar como un excelente marido?
Era una locura, pero ahí estaba ella, entrando a la cabaña donde toda esta
locura empezó, mientras consideraba que vivir lejos de su hermano y su tía
quizá no sería algo tan malo como pensaba.
Cuando pensó en la cabaña de caza lo hizo con la mera intención de estar
sola y analizar la situación con mayor calma y sabiduría, pero nunca se
imaginó que el escondite de Ewan durante esas horas del día sería ese lugar,
por lo que no tuvo la menor idea de cómo reaccionar al verlo sentado en el
sillón junto al fuego, observando a la nada sin expresión alguna en el rostro.
Lo más sabio habría sido girar sobre su eje y salir huyendo, pero cuando
los oscuros ojos del rubio se posaron en ella, le resultó imposible dar
marcha atrás.
—¿Es verdad que volverás a la ciudad? —inquirió con esfuerzo, tratando
de encontrar su propia voz, y Ewan enderezó la espalda y se apoyó en el
respaldar del sillón con movimientos escuetos.
—Si —respondió con sencillez—, Colette no se ha sentido bien y tanto
su hermana como yo estamos de acuerdo en que la fiesta está resultando
más tediosa de lo esperado.
—Ewan…
—Vete, Briseida —pidió con frialdad—, estaba muy bien hasta que
llegaste.
Sus palabras la hirieron profundamente, pero no le hizo caso y cerró la
puerta tras de ella con rapidez.
—Tenemos que hablar.
—¿De qué?, ¿aún no me haz insultado lo suficiente? —La fulminó con
la mirada—. Lárgate, no quiero verte, ya he tolerado mucho de ti y juro que
mi amabilidad se irá si me sigues imponiendo tu presencia.
—Mientes —se envalentonó—. Tú nunca me harías daño.
—No me tientes —amenazó.
—¡Tú no me entiendes! —explotó, sulfúrica, decidida a confesar su
verdad—. Mi familia nunca me lo perdonaría, me quitarían todo y buscarían
destruirme por arruinar su buen nombre. Tal vez no lo creas, pero yo amo a
mi hermano y a mi tía, son todo lo que tengo y no puedo imaginarme una
vida sin ellos.
Porque nunca tuvo amigos, porque no tenía a nadie más que a ellos.
—Hay una vida y más gente después de tu hermano y tu tía, Briseida —
espetó él con voz tensa, abandonado el sillón con lentitud.
—Una vida desconocida y gente que no me tolera —sollozó con
amargura y se cubrió el rostro con sus dos manos, odiándose a sí misma por
mostrarse tan débil y vulnerable ante el duque infame.
Odiaba que ese hombre la hiciera sentir con tanta intensidad.
Los cálidos brazos masculinos la rodearon con suavidad, esperando un
rechazo inmediato, pero como este nunca llegó, Ewan la abrazó con mayor
soltura y besó su coronilla con ternura.
Él era muy bueno y considerado, al parecer ella no era la única que
estaba siendo juzgada injustamente por una sociedad despreciable.
—Ewan…
—¿Podemos despedirnos? —preguntó él con voz tensa, temiendo por la
respuesta, y Briseida lo abrazó por la cintura.
Una despedida parecía más prudente que una reconciliación, ¿verdad?
Ellos nunca podrían estar juntos, decir adiós era lo más sensato.
—Sí.
Capítulo 17
“No tengo pruebas, pero tampoco dudas, queridos lectores. El duque
infame actuó con mucha cautela, pero todo indica que ha empezado un
amorío prohibido con cierta dama que estoy dispuesta a encontrar y
exponer.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

Sus manos se movieron solas y sus bocas se encontraron con inmediatez


mientras empezaban a desvestirse con necesidad. Siempre era así, cuando
sus cuerpos se encontraban, ellos no necesitaban palabras para decirse lo
mucho que se deseaban o hacían falta.
Después de rechazarlo, ella pensó que Ewan nunca más le daría la
oportunidad de besarlo o tocarlo de nuevo, pero ahí estaba él, perdonándola
con demasiada facilidad cuando lo correcto habría sido echarla de su vida
sin piedad alguna.
Otro hombre lo habría hecho sin dudarlo.
Una vez que estuvieron desnudos, Ewan presionó su trasero y la instó a
saltar sobre su lugar para envolverlo por la cintura con ambas piernas.
Gimió contra su boca, amando el contacto de piel con piel y terminó
tendida en la cama con el rubio entre sus piernas.
—Eres perfecta, Briseida —musitó en su oído, regando un camino de
besos por su cuello—. Me encanta tu manera de sentir, tan intensa y sincera,
y como te pierdes entre mis brazos.
—Eres tú el que consigue eso —confesó sin vergüenza alguna y sus
lenguas se entrelazaron—. Te extraño, Ewan, no sé cómo haré para asimilar
tu ausencia cuando me marche de Londres.
Porque lucharía por su libertad y se enfrentaría a su hermano y a su tía
sin temor alguno. Tenía derecho a elegir, a expresar sus sentimientos y
emociones, ellos no podían controlar su vida en su totalidad.
Ewan se tensó contra su cuerpo, pero no dijo nada al respecto, sólo
siguió besándola y moldeó su cuerpo con una delicadeza desquiciante,
como si temiera romperla en el momento menos pensado.
—¿Por qué te empeñas en esconder lo perfecta que eres? —Su pregunta
la tomó por sorpresa y dejó que regara un camino de besos por su mentón,
cuello y…
—¡Ah! —gimió cuando apresó uno de sus pezones con su boca y arqueó
la espalda con necesidad.
—Todos te amarían si fueras tú misma, si mostraras lo inteligente,
divertida y apasionada que puedes llegar a ser.
—¡Ewan! —gritó cuando enterró dos dedos en su interior sin previo
aviso y clavó las uñas en sus hombros, no muy segura de qué responderle, y
jadeó con esfuerzo al sentir que estaba siendo más rudo de lo normal y eso
le encantaba. Acunó su rostro, creyendo que sujetarlo era la única manera
de mantener estabilidad para no caer en un abismo de excitación, y lo besó
con violencia.
Debía decirle la verdad.
No podía terminar esa maravillosa experiencia bajo mentiras.
—Si yo pudiera, si yo fuera alguien más, ten por seguro que te elegiría
—confesó con voz llorosa, odiando que la tensión se expandiera por todo el
cuerpo masculino y él quedara petrificado en su lugar—. Perdóname, Ewan,
no soy lo suficientemente valiente como para aceptar lo mucho que me
importas.
—¿Me quieres? —conectó sus miradas y Briseida tragó con fuerza.
¿Cómo no iba a quererlo si era un hombre maravilloso?
—Sí, mejor no respondas —espetó con voz ronca y se abalanzó contra
su boca con vehemencia, tomándola por sorpresa por el cómo su peso cayó
sobre ella y la apresó contra el mullido colchón.
Al principio le costó mucho entender lo que estaba pasando y seguir con
sus besos acelerados, pero al final de todo lo abrazó por el cuello con
firmeza y le respondió con avidez, gimiendo por lo alto mientras lo rodeaba
con las piernas por la cadera.
—Me encantas —confesó él entre besos, rodeando sus nalgas para elevar
sus caderas, y Briseida se arqueó con violencia al sentir como su glande
acariciaba su hendidura—. Nunca antes he sentido algo así por ninguna
mujer.
—Ewan, por favor… —suplicó desesperada, tirando la cabeza hacia
atrás, y lo buscó con la mirada—. Frótate contra mí.
—No —gruñó con dureza y frunció el ceño—. Tú te metiste con el
duque infame por voluntad propia y ahora por tu culpa seré el duque más
infame de toda Inglaterra, Briseida Milton.
—¿Qué? —intentó apoyarse sobre sus codos, pero un punzante dolor se
instaló en su ingle y se extendió por toda su espina dorsal cuando Ewan se
impulsó en su estrecho canal para hacerla totalmente suya—. ¡Ah!
Se aferró al cuello masculino, conteniendo los temblores de su propio
cuerpo, y juntó sus frentes perladas con frustración.
—Ewan…
—Podemos ser felices juntos —susurró con esfuerzo, su voz sonaba
atormentada e inquieta, claramente había actuado sin pensar—. Yo puedo
hacerte feliz, mi amor. —Los ojos se le llenaron de lágrimas, ¿por qué no
podía sentirse molesta con todo lo ocurrido?
—Me traicionaste.
—Quiero evitar que te traiciones a ti misma. —Lo buscó con la mirada
—. Me quieres, quieres esto, pero tienes miedo del qué dirán y me preocupa
que te marches y luego sea muy tarde para nosotros.
¿De verdad podía existir algo más que una enemistad entre ellos?
Ewan acababa de tomarla, acababa de marcarla como suya y lejos de
sentirse molesta o indignada, Briseida sólo podía pensar en todo lo bueno
que podría venir a partir de ahora.
—Tengo miedo que te aburras de mí —confesó con voz rota y él se rio
por lo bajo.
—Ten por seguro que es más probable que tú te aburras de mí primero,
amor. —Dejó un casto beso en sus labios y salió lentamente de su interior,
robándole un suave suspiro—. Soy algo intenso, celoso y enamoradizo,
puede que cada día te ame más que el anterior.
—¡Mmm! —Volvió a ingresar en ella con violencia y comprendió que
no era el momento adecuado para hablar y lo besó con aceptación y
redición—. No hables, no quiero oírte ahora, necesito sentirte.
Ewan gruñó contra sus labios y empezó a bombear en su interior con
movimientos lentos y cortos, motivándola a llegar al límite de su paciencia.
Le abrió las piernas con mayor ímpetu, buscando la mayor comodidad
posible y cuando ella empezó a gemir sin restricción alguna, sus
movimientos se hicieron violentos y certeros.
Sentirlo era la gloria, el dolor estaba totalmente justificado y el placer
iba en aumento a cada impacto de sus caderas. Con los cuerpos
entrelazados, perlados por el sudor y jadeantes, Briseida colapsó en un
trance de máximo placer y gritó por lo alto, sin restricción alguna, sintiendo
como sus esencias se mezclaban mientras sus labios se devoraban sin
piedad alguna.
Ewan Lockhart era su hombre, su futuro esposo y todo lo que necesitaba
para sentirse completa, su compromiso se había pactado, nada ni nadie
podría separarlos, puesto que después de lo ocurrido quería pensar que ni su
tía ni su hermano podrían interponerse en su relación.
El rubio se derrumbó sobre su cuerpo, evitando aplastarla con su peso, y
Briseida lo abrazó con fuerza, deseando que ese momento durara para toda
la eternidad.
—Cásate conmigo, Ewan —pidió sin vergüenza alguna, comprendiendo
que era ella quien debía pedirlo ahora porque fue lo suficientemente tonta
como para rechazarlo la noche anterior.
La tensión se expandió por el cuerpo masculino y ella tragó con fuerza.
—Tal vez cambiaste de parecer, pero…
—No me cansé de ti —aclaró con voz ronca y la envolvió en sus brazos
con firmeza. Briseida gimió al sentir como volvía a llenarse en su interior
—. Y no necesitas pedírmelo, porque con tu o sin tu aprobación pensaba
hacerte mi duquesa, Briseida.
—Ewan —suspiró y en esta ocasión él empezó a moverse con tal
precisión que la cama se sacudió sin pudor alguno.
—Eres mía, no hay forma de que nadie más pueda tenerte, mi amor. —
Aceleró sus movimientos, obligándola a arquear la espalda—. Me elegiste
porque me quieres, porque te importo y te doy mi palabra que jamás te
arrepentirás.
Le creía, no había forma que esto que estaba sintiendo por él fuera irreal
o pasajero.
Ewan era lo mejor que le pasó en la vida y sería una estúpida si lo dejaba
ir.
Sus cuerpos encontraron liberación por segunda vez y en esta ocasión
Ewan sí abandonó su recinto y se tumbó junto a ella para rodearla con sus
brazos y pegarla a su cuerpo como muestra de afecto.
—Fui una cobarde, pero te prometo que no me callaré más —dijo
después de quince minutos de silencio y sus miradas se encontraron—.
Hablaré con mi hermano y mi tía.
—Lo haremos juntos, no te dejaré sola en esto.
Besó su coronilla con ternura.
—Te quiero como no te imaginas —confesó ella de repente y estiró el
cuello para dejar un casto beso en sus labios—. No puedo ni quiero
imaginarme un solo día sin ti, sin tus besos ni caricias. Me has hecho adicta
a ti, me gusta quien soy cuando estoy contigo, quiero ser tu duquesa infame
—admitió con una hermosa sonrisa en el rostro y él se rio por lo alto—. Lo
siento por ti, pero tendrás que hacerte responsable de tus acciones.
—En mi vida pensé que disfrutaría tanto siendo responsable —se mofó.
—No te vayas, la fiesta aún no ha terminado.
No quería que Ewan se marchara y la dejara sola con su hermano y su
tía.
—Colette no se siente bien, debo llevarla a Londres para que un doctor
la revise.
Briseida hizo un mohín con los labios.
—Entonces yo también quiero irme, sin ti aquí no tiene caso quedarme.
Ewan meditó sus siguientes palabras y finalmente acarició su mejilla.
—Tal vez es lo mejor, puede que tu hermano decida maldecirnos una vez
que pida tu mano y deba conseguir una licencia especial lo antes posible.
La sangre se le congeló de sólo pensar en esa escena y tragó con fuerza.
Esto era una verdadera locura, sólo esperaba que su hermano no hiciera
nada imprudente ni buscara lastimar a Ewan.
—Yo…
El sonido de unos cascos provocó que ambos se alertaran y Briseida fue
la primera en salir de la cama para empezar a vestirse, por supuesto, Ewan
sólo se puso sus pantalones y empezó a ayudarla con el corsé.
—No puede ser —musitó alarmada, temiendo lo peor, y cuando Ewan
presionó su vestido con habilidad la puerta de la cabaña se abrió dejando
ver a la persona que menos deseaba ver en aquel momento.
La tensión que se cernió en el ambiente fue simplemente asfixiante y
Briseida se olvidó hasta de cómo respirar, no pudo encontrar su voz ni
mucho menos poner sus pulmones en funcionamiento.
Zander no sólo la había encontrado, sino que la había descubierto.
Su hermano la estudió con la mirada de la cabeza a los pies y luego
clavó sus penetrantes ojos azules en la cama que tenía la clara prueba de
que su virtud fue reclamada y luego miró a Ewan con un odio estremecedor.
—Tenía mis sospechas de que estabas metida en algo extraño, pero
nunca me imaginé que caerías tan bajo, Briseida —escupió y ella inhaló
profundamente.
«Mi tía y Zander nunca aceptarán a Ewan en mi vida».
Pero era su vida, ¿verdad?
—Cuida tus palabras, Carlisle, no permitiré que la ofendas —espetó
Ewan, cubriéndola con su cuerpo como modo de protección, y ella se
preguntó si eso no era algo demasiado extremista.
Su hermano nunca la lastimaría físicamente.
—Mira, Saint Albans, si no quieres lamentar por el resto de tu vida este
desagradable suceso, te sugiero que liberes a mi hermana y te olvides de
todo lo ocurrido lo antes posible.
—Es imposible —espetó él con dureza—. Amo a tu hermana y no
renunciaré a ella sólo porque tú me lo dices.
Su corazón empezó a bombear sin control alguno.
¿Él la amaba?, ¿de verdad Ewan fue capaz de enamorarse de ella a pesar
de todos los defectos que poseía?
—Haces mal al aspirar a alguien que está muy por encima de tu nivel —
escupió Zander y Briseida recuperó su voz y se armó de valor para sujetar
el brazo de Ewan.
—Eso no es verdad, Ewan es perfecto para mí —espetó con valentía y su
hermano la acusó con la mirada.
—Dejará de serlo cuando descubras la verdad.
Ewan se tensó bajo su agarre y Briseida lo buscó con la mirada, ¿por qué
de repente estaba tan pálido?
—Zander… —Ewan lo llamó por su nombre de pila y su hermano se rio.
—Aléjate de mi hermana o todo el mundo se enterará que eres el
bastardo del difunto duque. —La sangre se le congeló, ¿Ewan no era un
hijo legítimo? —. Si eso sucede lo perderás todo, incluso serás juzgado por
la corona y podrías terminar colgado.
Briseida liberó el brazo masculino y dio dos pasos hacia atrás. La
temperatura en la estancia bajó con violencia y pudo escuchar el eco de los
latidos de su corazón que bombeaban sin control alguno.
¿Esa era la razón por la que su hermano cortó su amistad con Ewan
cuando sólo eran unos adolescentes?, ¿por esa razón su padre empezó a
repudiar al duque de Saint Albans y todo lo que él representaba?
Ewan era un bastardo, un nacido fuera del matrimonio, pero el duque no
pudo tolerar no tener un heredero con su esposa y se encargó de acomodar a
su único hijo varón bajo una gran mentira.
—¿Cómo te atreves? —Ewan quiso abalanzarse sobre su hermano, pero
Briseida reaccionó con rapidez y lo pasó de largo para interponerse entre
ellos.
—¡No! —Extendió los brazos, no quería que llegaran a los golpes—.
Basta, por favor. —Lo miró con súplica, Ewan debía obedecerle.
Conocía a su hermano y sabía que él no lanzaba una amenaza en vano.
—Pero Briseida…
—Déjame tranquila, cometí un error al pensar que entre tú y yo podría
existir algo más que una enemistad.
Debía rechazarlo, era lo mejor para todos, Ewan no podía hundirse
socialmente por su culpa. Si esa verdad salía a la luz él no sólo correría el
riesgo de perder todo lo que poseía, sino de ser juzgado duramente por la
corona por esconder una verdad tan importante.
«No permitiré que lo lastimen por mi culpa».
Jamás permitiría que le hicieran tanto daño al hombre que amaba, si en
sus manos estaba, ella iba a protegerlo.
La verdad la golpeó con fuerza y los ojos se le llenaron de lágrimas. Ese
hombre la enamoró en cuestión de días, hizo que perdiera el buen juicio y
ahora estaba sometida a vivir con el corazón roto.
—¿Me abandonas porque…?
—Porque eres un bastardo —completó Zander por él y ella no se atrevió
a desmentir esa gran farsa—. Porque ella sabe que no le convienes y
prefiere una vida solitaria antes que una junto a alguien tan despreciable
como tú.
La violencia que su hermano ejerció para sujetarla del brazo la hizo
jadear, pero Ewan no pudo moverse de su lugar. Estaba tan pálido como una
hoja, tratando de procesar lo ocurrido.
Él pensaba que lo estaba dejando por su pasado, por un hecho del cual ni
siquiera era culpable, pero en realidad ella le estaba dando la oportunidad
de huir y mantener su vida en orden, porque sabía que su tía y su hermano
podrían destruirlo si se lo proponían con esa verdad.
—Mantén tu distancia, Saint Albans, o juro que lo lamentarás —repitió
su hermano antes de abandonar la cabaña y obligarla a subir al carruaje que
esperaba por ellos.
No debería sorprenderle que todo hubiera acabado de esta manera, su
familia tenía una asombrosa habilidad para arrebatarle la felicidad y en esta
ocasión no habría una excepción.
Capítulo 18
“La fiesta de lady Kilbrenner fue un verdadero fracaso para alcanzar su
objetivo, pero me ha dejado mucho trabajo encima; y es que el barón de
Zouche partió a Egipto con demasiada prisa, lady Sheeran lleva días
encerrada en su habitación y ahora lady Milton se prepara para emprender
un largo viaje por el continente.
¿Alguien podría decirme de qué me perdí?
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

Hace más de quince años la verdad de su nacimiento lo hizo perder a su


mejor amigo y ahora debía ver como la mujer que amaba le daba la espalda
por ser el error más grande de su difunto padre.
Ewan sonrió con amargura, le resultaba tan injusto que ambas personas
poseyeran la misma sangre y la misma capacidad para herirlo.
Cuando le contó a Zander su mayor secreto pensó que nada malo
sucedería, que su gran amigo nunca lo traicionaría; pero no fue así, él no
sólo lo despreció en ese mismo instante, sino que se encargó de que su
padre y tía descubrieran ese hecho y le hicieran el feo a él y a su padre.
Ese suceso le resultó decepcionante y se juró a sí mismo que nunca más
hablaría de su pasado con nadie. No obstante, el que Briseida lo hubiera
rechazado después de descubrir su secreto no hizo más que romperle el
corazón.
¿Tan poca valía tenía para esa mujer por la cual él daría la vida?
Se frotó el rostro con abatimiento, odiando reconocer lo mucho que la
quería, y se preguntó cómo le estaría yendo con la ira de su hermano. Sólo
esperaba que Zander no cometiera el error de contarle a su tía lo ocurrido, la
sola idea de que esa mujer golpeara a Briseida lo enfurecía.
Ya había pasado dos días desde que ella abandonó la fiesta campestre y
se sentía demasiado intranquilo.
—Olvídala, tú mejor que nadie sabe que las mujeres son reemplazables
—espetó Leighton, manteniéndose tenso en su lugar mientras se cruzaba de
brazos, y Ewan lo observó con desprecio—. No debería sorprenderte que te
haya abandonado, las mujeres aman hacer eso.
«No todas son como tu madre», quiso decirle, pero se ahorró el
comentario.
—No lo abandonó, ella está siendo guiada por la educación que recibió y
es evidente que su hermano tiene un gran poder sobre su juicio. —Para su
sorpresa, Ryne defendió a Briseida—. Cruzaron la línea, ella podría estar
encinta, tienes todo el derecho de reclamarla y llevarla al altar.
—Rechazó mis orígenes, nunca me aceptará.
Una de las condiciones más valiosas que se implementó cuando
fundaron la sociedad de los canallas era que debían confesar su mayor
secreto y todos los miembros estaban obligados a guardarlo y utilizar su
poder o influencia si en algún futuro el mismo llegaba a salir a la luz.
—Por favor, Ewan, abre los ojos —bramó Ryne con enojo—. Se entregó
a ti, Briseida Milton, la reina de hielo, te regaló su virtud, ¿de verdad crees
que esa mujer no siente algo por ti?
Leighton boqueó, pero curiosamente ninguna palabra surgió de su
garganta.
—Nosotros nunca te rechazamos por tus orígenes y estoy seguro que ella
tuvo razones mayores para seguir a su hermano.
—Yo…
—Quizá sólo quiere protegerte —acotó Leighton con voz tensa—. Si
ellos dijeran en voz alta que eres un bastardo, se te podría arrebatar todos
los privilegios que tienes e incluso tu vida podría estar en riesgo.
La sangre abandonó su rostro y se incorporó con rapidez, temiendo que
sus amigos tuvieran razón. ¿Y si Briseida sólo quería protegerlo y al final
de todo era él quien la estaba abandonado a ella?
—Debo ir por ella. —Si salía a caballo podría llegar a la ciudad antes del
atardecer—. No puedo permitir que Carlisle y su tía elijan por ella, ¿qué tal
si la envían lejos?
—Creo que Leighton y tú deben adelantarse —acotó Ryne con rapidez
—. Yo iré con Delphina y tus pupilas a carruaje, no podemos dejarlas en la
fiesta sin ninguna protección.
Maldición, se había olvidado por completo de Colette y Louisa.
—Sí, por favor, encárgate de ellas y asegúrate de que un doctor revise a
Colette al llegar a Londres.
Con todo lo ocurrido ni siquiera pudo pensar en la salud de su pupila.
Posiblemente lady Kilbrenner lo odiaría toda una vida por llevarse a su
sobrino de su fiesta campestre, pero lo sentía por ella, ahora mismo no
podía permitir que la familia Milton se metiera con su felicidad y la de
Briseida.
Cuando llegaron a la mansión del duque de Carlisle ya era de noche y
Ewan no esperó a las presentaciones y se adentró al lugar con paso altanero,
jactándose de su título como duque para terminar cara a cara con su peor
enemigo, el hombre cuyos ojos azules eran más fríos que el mismísimo
hielo.
—Supuse que no te quedarías tan tranquilo —siseó Carlisle, rojo de la
cólera, y abandonó su lugar—. ¿En qué diablos estuviste pensando al poner
tus asquerosas manos sobre mi hermana? —Estrelló un puño en su
mandíbula y él se lo permitió, desvirgar a Briseida sin haberse casado con
ella no fue lo más sabio que hizo, pero no se arrepentía de nada.
—Me haré cargo de mis actos.
Carlisle se rio sin humor alguno.
—Nunca te entregaré a mi hermana en matrimonio.
—Nosotros nos amamos.
—¡Tú la sedujiste! ¡La engatusaste y ella fue lo suficientemente ingenua
como para caer en tu trampa!
—Esto no es conversable, Zander. —Lo llamó por su nombre de pila—.
Nuestras acciones podrían tener consecuencias.
—Creo que ya sabes cómo manejo ese tipo de consecuencias —se mofó
y Ewan empezó a ver todo en tonalidad rojiza y lo sujetó de las solapas de
su abrigo con violencia.
—Ni se te ocurra —lo zarandeó—. ¡No tocarás ni dañarás a los míos!
Era despreciable, pero ni siquiera el vínculo de sangre que él compartía
con Briseida lo haría alejarse de ella.
—Aléjate o todo el mundo se enterará…
—Divulga mi secreto y yo divulgaré el tuyo y el hecho de que tu
hermana es mía en cuerpo y alma.
Zander palideció, al parecer al amenazador no le gustaba recibir
amenazas.
—Ese secreto es una farsa, ambos sabemos que yo no tengo nada que ver
en eso.
Estaba tan equivocado que casi y podía sentir pena por él.
Perder tanto por tu reputación se le hacía un hecho despreciable.
—Por favor, Ewan, suéltalo —suplicó una voz llorosa a su espalda y
siguió la orden sin titubear para volverse hacia Briseida.
Estaba pálida y tenía los ojos hinchados, claramente no la estaba pasando
nada bien.
—Mi amor… —Intentó acercarse a ella, pero Briseida se pegó a la pared
buscando marcar una gran distancia entre ellos—. Briseida… —La tristeza
oprimió su pecho sin piedad alguna y ella negó con la cabeza.
—Tienes que irte.
—No puedo dejarte.
Una lágrima se deslizó por su delicada mejilla.
—Olvídate de ella, Ewan, se irá esta noche y no la volverás a ver en tu
vida —escupió Zander con desprecio y lo miró con sorpresa—. Ella sabe lo
que le conviene y es lo suficientemente lista como para actuar con
prudencia, ¿verdad, hermana?
Un suave sollozo surgió de la garganta femenina y Ewan empuñó las
manos con violencia.
¡¿Por qué ella no podía liberarse de esas cadenas?!
¡Su familia era una mierda!
—¿Quieres que me vaya?
Briseida asintió, pero no se atrevió a mirarlo a los ojos.
—Lo entiendo.
Salió de la casa de Carlisle sin mirar atrás, manteniendo la frente en alto,
y no permitió que su cordura titubeara.
—¿Qué sucedió? —preguntó Leighton con incertidumbre y Ewan se
montó a su semental con violencia.
—Lo mismo de siempre —escupió y espoleó al animal.
—¿Y eso es…? —Logró alcanzarlo y posicionarse a la par suya.
—Esto se arreglará por las malas —sentenció.
Briseida estaba muy equivocada si pensaba que renunciaría a ella y
permitiría que la infelicidad la agobiara de por vida. Quizá al principio ella
lo odiaría por actuar con tanta imprudencia, pero algún día, cuando fueran
una feliz familia, ella se lo agradecería.
—¿Podrías explicarme qué tienes en mente? —preguntó Leighton una
vez que llegaron a su casa y entraron a su despacho y Ewan empezó a
caminar de un lugar a otro con desespero.
—Soy el duque infame —espetó apresuradamente y alborotó su
cabellera—. Robarme a mi futura esposa no es lo peor que haré a lo largo
de mi mísera existencia, ¿verdad?
Leighton abrió los ojos de hito a hito, no muy seguro de qué respuesta
brindarle, y una tercera voz se unió a su conversación alertándole que su
despacho no estaba tan desolado como pensaba.
—Sólo te diré que una esposa inglesa puede resultar el peor grano en el
culo —espetó Kornmack McDoughall, duque de Argyll, mejor conocido
como la bestia escocesa, y dejó su relajada posición en el sofá para
incorporarse.
Por todos los santos, su amigo no podía ser un mejor milagro caído del
cielo.
—Necesito tu ayuda —dijo con rapidez y el pelirrojo sonrió con malicia.
—¿Quién es la dama?
—Briseida Milton —farfulló Leighton y Kornmack enarcó una ceja—.
Una locura, lo sé.
—¿Podrían concentrarse en lo que realmente importa? —exigió—.
Carlisle la quiere sacar de Londres esta misma noche, no puedo permitirlo.
—¿Cuál es el plan?
Quizá Kornmack no estaba al tanto de nada, pero incluso así él haría
hasta lo imposible por ayudar a sus amigos.
—Robarla, encargarnos de su tía y distraer a su hermano mientras me la
llevo a Escocia.
Sonaba fácil, pero realmente era difícil.
—Puedo lidiar con todo lo que suceda en Londres, pero no pienso volver
a Escocia por un buen tiempo —farfulló Kornmack, dejando claro que su
matrimonio no iba tan bien como ellos pensaban.
—De acuerdo.
Él sólo quería recuperar a Briseida, sacarla de esa maldita jaula y darle
las alas que necesitaba para volar.

***
—Tienes prohibido comunicarte con él una vez que llegues a Valencia,
Briseida —espetó Zander con voz dura y autoritaria, y Briseida se encogió
en su lugar—. Tus irresponsables actos no arruinarán la reputación que
nuestra familia ha construido por años, ¿me entiendes?
Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas y sorbió su nariz con poca
delicadeza, ¿acaso tenía caso darle una respuesta?
Su hermano no iba a escucharla, lo dejó claro desde el primer momento
y cada vez que abría la boca su tía no hacía más que abofetearla.
«Pero mi tía no está aquí», se respondió a sí misma con mayor valentía y
observó a su hermano a los ojos por primera vez desde que la encontró con
Ewan en la cabaña de caza.
—Él quiere casarse conmigo —musitó con un hilo de voz.
—¡Nunca te entregaría en matrimonio al duque infame, no seas
insensata!
—Podría estar embarazada —soltó con impotencia y dio un paso hacia
atrás cuando su hermano extendió los brazos y luego alborotó su cabellera.
—Cállate, maldita sea, o juro que te daré los azotes que nuestra tía
sugirió desde el primer día. —Zander estaba fuera de sí y ahora mismo no
estaba segura si su hermano no sería capaz de levantarle la mano—. Si esa
desgracia sucede lo solucionaremos, siempre hay una solución para todo.
Briseida empuñó las manos ante tal sugerencia y apretó la mandíbula.
—No dejaré que me lo quiten.
Todavía no estaba segura si estaba encinta, pero si eso llegaba a suceder
no estaba dispuesta a permitir que su tía y su hermano decidieran por su
hijo.
—No tienes más opción que obedecernos, tú dependes de nosotros.
—¿Por qué no puedes entender que lo quiero? —preguntó con
frustración.
—El amor no existe, Briseida, sólo estás viviendo una breve ilusión que
con la distancia y el tiempo adecuado se esfumará.
—Qué tú seas incapaz de querer a la gente no quiere decir que otros no
podemos amar —lo desafió con valentía, decidida a hacerse escuchar antes
de partir, y Zander achicó los ojos con molestia.
De alguna forma, sus palabras lo habían herido.
—Saint Albans nunca llegará a amarte, estoy seguro que sólo se metió
entre tus piernas para vengarse de mí.
Jadeó horrorizada ante sus vulgares palabras y su hermano enarcó una
ceja con cinismo.
—¿Te escandalizas? Ya no eres una joven inocente, con la influencia de
Ewan tan cerca estoy seguro que escuchaste cosas peores.
No, con la influencia de Ewan, Briseida sólo descubrió las inmensas
ganas que tenía de luchar por su felicidad y libertad.
—La única razón por la que estoy siguiendo tu orden es porque no
quiero que divulgues su secreto —confesó de pronto.
—¿Ah sí? —preguntó con curiosidad—. ¿No temes quedarte sola y sin
ningún penique?
—Tal vez eso es mucho mejor que una vida junto a ti y nuestra tía.
Sus palabras lograron conmocionarlo porque abrió los ojos de par en par
y selló los labios en una fina línea, indignado.
—No sabes lo que dices, la lujuria ha cegado tu buen juicio.
—El amor me ha abierto los ojos, ¡cualquier cosa es mejor que ser una
Milton!
—¡Suficiente! —bramó fuera de sí y Briseida se cubrió el rostro con sus
dos manos, pensando que pronto él la abofetearía, pero para su sorpresa eso
nunca sucedió—. ¿Me temes?, ¿de verdad me crees capaz de ejercer un
daño físico sobre ti?
¿Por qué había tanta incertidumbre en su voz?
—Dejaste que nuestra tía lo hiciera y no me defendiste —su voz tembló,
no estaba segura de qué le dolió más, si los golpes de su tía o la fría
indiferencia de su hermano.
Zander se quedó inmóvil en su lugar.
—Si yo pudiera elegir, si yo no fuera su ruina perpetua, juro que correría
hacia él.
Porque Ewan nunca la lastimaría ni buscaría deshacerse de ella con tanta
facilidad como lo estaba haciendo su familia por considerarla un escándalo.
Todo indicaba que su hermano y su tía eran más infames que el mismísimo
duque infame.
—Ya es hora, querido. —La puerta del despacho de su hermano se abrió
y la piel se le erizó de solo sentir la presencia de su tía en la misma estancia
—. Te escribiré cuando lleguemos a Valencia, será un viaje largo, pero
estoy segura de que encontraré el castigo perfecto para ella.
¿Desde cuándo el amor se castigaba?
«Lo haces por Ewan, tú puedes soportarlo», se consoló a sí misma.
—Basta de castigos —ordenó él, pero Briseida no se sintió agradecida
por eso—. Sólo manténgala lejos del duque infame.
—Ese bastardo lamentará haberla tocado.
—Si ustedes hacen algo en su contra, huiré con él.
—¡¿Cómo te atreves?! —Esperó con valentía la cachetada de su tía, pero
Zander no permitió que la mano femenina se estrellara en su rostro.
¿Qué, ahora sí quería ser un buen hermano?
—Suficiente —ordenó con frialdad y su tía dio un paso hacia atrás por
inercia—. Le prohíbo que vuelva a tocarla.
Nada de lo que Zander dijera o hiciera lograría calmar a Briseida, para
ella, ahora mismo, su hermano y su tía sólo eran dos personas
despreciables. Abandonó el despacho con paso apresurado para refugiarse
en el carruaje que la llevaría al muelle, donde tomaría el barco que la
llevaría lejos del hombre que amaba.
Recordó las tres ocasiones que rechazó a Ewan y se percató de que quizá
a estas alturas él la repudiaba con cada fibra de su ser al creerla un ser sin
sentimientos.
—Tienes suerte —gruñó su tía nada más subir al carruaje—. Si yo
hubiera sido tu hermano, hubiera utilizado un látigo para castigarte.
Porque era un ser cruel y despreciable.
—Tantos años y dinero invertido para que resultes ser una cualquiera, tu
padre debe estar retorciéndose en su tumba.
Tal vez hizo mal al hacerles creer que ella podría ser lo que ellos querían
que fuera.
—Ahora tu destino es vivir como una solterona —agregó a medio
camino—. ¿Es eso lo que querías? —La desafió a decir algo al respecto,
pero ella no le dio el gusto—. Reza, muchacha, reza para que tus acciones
no tengan consecuencias. —Miró su vientre con desprecio—. ¿Qué hice
para merecer esto? Hace un año fue tu hermano y ahora tú.
¿Qué?
Cuadró los hombros con rapidez.
—¿Qué hizo mi hermano? —quiso saber y su tía meditó sus siguientes
palabras.
—Se metió a jugar con la chusma y la chusma quiso pasarse de lista.
Arrugó el entrecejo, no estaba entendiendo nada.
—¿A qué se refiere?
—Me refiero a que, si pude encaminar nuevamente a tu hermano, tú no
serás más difícil de corregir, ¿me entiendes?
—Los sentimientos no pueden corregirse.
—¿Qué sabes tú de sentimientos? —bufó—. Se te crio para que no los
tuvieras.
Briseida empuñó las manos con rabia, no quería irse con esa mujer, no
quería seguir tratando con gente como su tía y hermano, pero… ¿de verdad
podía ser tan egoísta como para arriesgar todo lo que Ewan tenía?
Cuando llegaron al muelle le resultó bastante difícil dar los primeros
pasos para dirigirse hacia el barco. Era un viaje de tres años, tres años lejos
de Ewan y con la latente posibilidad de perderlo para siempre.
Él no iba a esperarla, ni siquiera iba a pensarla más de lo necesario,
pero…
Iba a dar un paso hacia atrás, pero la sangre se le congeló al sentir como
alguien la sujetaba por detrás y posaba una hoja metálica contra su
garganta.
—¡Mmm! —El grito de su tía fue silenciado y Briseida la buscó con la
mirada.
En la oscuridad de la noche sólo podía apreciar que un hombre
encapuchado la tenía muy bien sujeta mientras otro hombre, uno demasiado
grande para su tranquilidad, se encargaba de los tres lacayos que las
escoltaban con bastante facilidad.
¿Las estaban asaltando?
—No le hagan nada —rogó abatida, viendo como tiraban de su tía hacia
el barco, y el sujeto que estaba a su espalda cubrió su boca con una mano
con rapidez.
Tal vez ahora mismo estaba molesta con Georgia, pero ni siquiera así
desearía que algo malo le sucediera.
Zander debió escoltarlas, él…
—Tranquila, mi amor. —La sangre se le congeló y abrió los ojos
anonadada.
El hombre encapuchado que la tenía sujeta era Ewan.
¡Su Ewan!
—Tu tía sólo hará un emocionante viaje sola.
Sus músculos se relajaron en demasía y la visión se le cristalizó al ver
como llevaban a su tía hacia el barco. Ewan apartó la cuchilla de su cuello,
pero no dejó de acallarla con su mano cuando la instó a avanzar hacia un
carruaje que estaba a unos cuantos metros de distancia en las penumbras.
—Soy el duque infame —musitó de pronto, logrando relajarla con su
voz— y soy capaz de cometer cualquier locura por la mujer que amo. —La
subió al carruaje con delicadeza, apartando la mano de su boca para dejarla
hablar y Briseida esperó que él subiera detrás suyo y golpeara el carruaje
para que este se pusiera en movimiento.
—¿Qué hiciste? —musitó con amargura.
—Te amo —Su corazón empezó a bombear sin piedad alguna—. No
puedo permitir que te alejen de mí.
—¡Eres un tonto! —Se volvió sobre sus rodillas y lo empujó por el
pecho—. Divulgarán tu secreto, arruinarán tu vida, ¡yo sólo quería
protegerte! —explotó y Ewan la sujetó de las muñecas con firmeza y tiró de
ella para pegarla a su cuerpo.
—¿No me rechazaste porque soy un bastardo? —preguntó con un hilo de
voz y Briseida sollozó con amargura.
—Yo también te amo, Ewan —confesó—, pero no quiero ser tu ruina.
Los brazos masculinos la rodearon con avaricia, brindándole todo el
consuelo que ella necesitaba recibir y por primera vez en días dejó de sentir
miedo por su futuro y bienestar físico.
—Pueden quitarme mi título, mi fortuna y todas las comodidades que
tengo, no me importa y nunca me importaron, pero tú eres lo más valioso
que tengo y nunca permitiré que te lleven lejos de mí.
La única razón por la que la gente nombraba a Ewan como el duque
infame era porque era un noble que podía sentir y no tenía miedo de
hacerlo.
—Lo siento, nunca quise lastimarte.
—Lo hiciste porque me amas y eso me alivia y justifica todo el dolor que
me hiciste sentir en los últimos días.
Briseida sonrió con ternura y acarició su espalda.
—Estás temblando.
—Necesito verte —rompió el abrazo por breves segundos y encendió la
lámpara a gas para iluminar el carruaje—. Nos iremos… —Su voz fue
muriendo cuando sus ojos se posaron en ella y Briseidia tragó con fuerza al
ver como la rabia empezaba a teñir su semblante.
—¿Fue tu hermano? —acarició su pómulo derecho y ella respingó por la
leve molestia—. Porque si es así, te juro que lo mataré.
—Mi tía ha estado un poco violenta en los últimos días —respondió
cabizbaja y no objetó cuando él empezó a abrirle el vestido para revelar sus
hombros y brazos magullados.
—Quiero matarla.
—Créeme que le diste el peor castigo al subirla a ese barco —respondió
con sencillez y se apoyó en su pecho—. Ya no duele, créeme que tu
presencia aquí ha conseguido calmar mi alma.
Por breves minutos, él no pudo decir nada al respecto y se quedó
acariciando su magullada piel. Sabía que estaba en un debate interno entre
tomárselo como algo personal o seguir su ejemplo y superarlo.
—Ewan…
—¿Sí? —Besó su coronilla.
—¿Aún quieres casarte conmigo? —preguntó con timidez y lo buscó con
la mirada.
Él se rio.
—¿Por qué?, ¿vas a pedirme matrimonio de nuevo?
Briseida se ruborizó, pero se armó de valor y asintió.
—Quiero casarme contigo.
Ewan abrió los ojos con sorpresa.
—¿Y si me quitan mi título y mi fortuna?
—Mi mejor título será ser tu esposa y mi mayor fortuna tenerte a mi
lado, no necesito más que eso —confesó con timidez y lo abrazó por el
cuello mientras él presionaba su abrazo con seguridad.
Durante años tuvo un título y una gran fortuna y nunca pudo ser feliz
hasta que ese hombre llegó a su vida para cambiarlo todo, estaba claro que
mientras estuvieran juntos, ellos estarían muy bien.
—Yo también quiero casarme contigo —espetó él con voz ronca y unió
sus labios con suavidad—. A decir verdad, ahora mismo estamos de camino
a Escocia —confesó de pronto y ella se rio por lo alto.
—Jamás creí que este día concluiría de una manera tan dichosa para mí
—admitió entretenida y en esta ocasión sus labios se entrelazaron con
mayor ímpetu y sus manos recorrieron sus cuerpos con habilidad,
despojando cada prenda que se interponía en su camino.
Su primera vez le había parecido maravillosa, ambos sumidos en el
placer y la desesperación de no poder estar juntos, pero ahora que ambos
sabían que su amor había triunfado y se quedarían juntos para siempre, el
momento le resultó simplemente mágico a pesar de estar tumbada sobre el
piso de un carruaje con Ewan meciéndose sobre ella con potencia
desmedida.
El orgasmo llegó sin previo aviso y se aferró a él de tal manera que
temió fundirlo entre sus piernas. Ewan la llenó con su semilla y su pecho se
encogió de alegría mientras lo envolvía en sus brazos y recuperaba el
aliento perdido.
—Puedo acostumbrarme a esto —dijo de pronto, entretenida, y él rio
roncamente.
—Qué bueno, porque ten por seguro que te haré mía en los momentos
menos pensados y en los lugares menos adecuados.
—Mmm… —enarcó una ceja—, suena tentador.
Ewan volvió a adueñarse de sus labios y no se detuvieron en ninguna
posada hasta tres horas más tarde, cuando consideraron que seguir con el
camino a horas tan tardías podría ser demasiado arriesgado y quizá no había
razón alguna para preocuparse por Zander por el momento.
Es decir, la información de que fue secuestrada no le llegaría con tanta
prontitud, ¿verdad?
Capítulo 19
“El viaje de la reina de hielo se cancela, pero su tía ya se encuentra de
camino para visitar una hermosa Valencia.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

No era la primera vez que pasaba la noche junto a Ewan, en la casa


campestre de lady Kilbrenner durmieron juntos en más de una ocasión, pero
ahora la situación era muy diferente. Estaban huyendo a Escocia para
casarse, para concretar su unión e impedir que su hermano intentara
separarlos; no obstante, había algo que no la dejaba sentirse tranquila.
—¿Qué te atormenta?, ¿te estás arrepintiendo?
Y todo indicaba que Ewan podía leerla bastante bien.
—No, no me arrepiento de nada. —Sonrió con ternura y lo abrazó por el
vientre para acurrucarse contra su costado.
Cometieron un error al creer que se hospedarían en esa posada para
descansar, puesto que desde que entraron a su habitación habían hecho de
todo menos dormir.
—Es sólo que… —Sus ojos oscuros la observaron con curiosidad—.
Acabo de darme cuenta que no sé nada de ti, Ewan. —Vio el recelo en su
semblante—. ¿Cómo es posible que mi familia esté al tanto de un secreto
tan grande?
Él se removió con inquietud y suspiró con frustración.
—Quizá no lo recuerdes, pero tu hermano y yo solíamos ser grandes
amigos en nuestra infancia. —Le resultaba imposible imaginar un cuadro de
ese tipo, pero había escuchado algo al respecto—. Pensé que podía confiar
en él, creí que el cariño de Zander era real, pero ni bien se enteró de mi
secreto se lo dijo a tu padre y cortó todo lazo de amistad. No era lo
suficientemente aceptable para él.
—Debió ser muy duro para ti.
No le era difícil imaginar el escenario, si para Zander no eras suficiente,
él simplemente te daba la espalda.
—Desde ese entonces pensé que nadie podría quererme de verdad, que la
gente sólo me buscaba para sacar beneficio de mi título y riqueza, pero
entonces conocí a Leighton y me di cuenta que no todos son iguales.
—¿El marqués misógino conoce tu secreto?
—Para ingresar a La sociedad de los canallas debes confesar tu mayor
secreto, todos tenemos uno y ninguno de mis amigos dejó de quererme o
buscarme al descubrir el mío.
—Porque es a ti a quien quieren —respondió con sencillez y sus miradas
se encontraron—. Zander no supo valorarte.
—Ya no me importa —acarició su mejilla con ternura—, sólo agradezco
con cada fibra de mi ser que tú me aceptes tal y como soy.
—Tú me aceptaste primero —musitó con cansancio y los párpados
empezaron a pesarle—, ¿algún día podremos hablar de tu madre?
Silencio.
Eso la preocupó en exceso.
—¿No confías en mí?
—No es eso —susurró con frustración y clavó la vista en el techo—. Es
complicado, hay secretos que están mejor guardados en el rincón más
oculto de mi corazón.
Ewan no confiaba en ella y eso le provocó un gran dolor en el pecho.
Briseida concilió el sueño con un extraño sentimiento de abatimiento en
la boca del estómago. Comprendía que las cosas podían cambiar con el
tiempo, pero ¿qué tal si Ewan nunca llegaba a verla como una buena
compañera y confidente?
Cuando retomaron el viaje a la mañana siguiente, ambos intentaron
hacer de cuenta que la noche anterior no tocaron ningún tema de suma
importancia; no obstante, eso no impidió que la tensión se cerniera sobre
ellos y la incertidumbre los obligara a guardar silencio.
Ese hecho exasperó a Briseida, ¿qué tanto podía esconder Ewan que
ahora mismo lo tenía tan sumido en sus pensamientos?, ¿qué tipo de
matrimonio les esperaba si eran incapaces de hablar de su pasado?
—Tienes más secretos, ¿verdad?
Una de las razones por las que eligió a Ewan era porque él le permitía
hablar, le permitía expresar sus emociones y ella no iba permitir que las
dudas la atormentaran. Quería la verdad.
—Todos tenemos secretos —acotó con cierta molestia.
—No quiero un matrimonio a base de mentiras, Ewan.
—No te estoy mintiendo, Briseida, yo te amo y eso es lo único que
necesitas saber de mí.
Sonrió con amargura.
—¿Por qué siento que eres tú quien siempre trata de contener sus
emociones? —Él abrió los ojos con sorpresa y ella decidió no dar marcha
atrás—. Algo te atormenta, ¿qué me escondes?
Ewan selló los labios en una fina línea y no necesitó mucho tiempo para
comprender el por qué.
—¿Temes que te traicione como te traicionó mi hermano?
—Hay errores que no pienso cometer dos veces. —Tal vez la amaba,
pero su confianza nunca sería para ella—. No puedo arriesgarme a que
decidas dejarme ni darte el poder para destruirme después.
—¿Acaso no entiendes que te amo? —explotó—. ¿Por qué buscaría
destruirte? ¡Iba a dejar Londres por ti!
—¡No puedo! —soltó con brusquedad, invitándola a guardar silencio—.
Hay secretos que simplemente no puedes saber, ¿lo entiendes? No insistas,
confórmate con lo que te ofrezco, ¿de acuerdo?
Briseida se rio con histeria.
¿Eso era lo que le esperaba?, ¿una vida donde debía sentirse agradecida
con todo lo que él le daba así no le resultara suficiente?
—Debe ser una broma, ¿qué es lo que escondes que no me lo puedes
decir?
Ewan dudó, entró en un debate interno que le generó una gran inquietud,
y cuando abrió la boca para decirle algo, Briseida tuvo que preguntarse qué
tipo de respuesta pensaba darle porque de repente el carruaje frenó
abruptamente y el cochero lo llamó con desespero.
—¡Bajen del carruaje ahora mismo!
Un escalofrío recorrió su espina dorsal y observó a Ewan con los ojos
muy abiertos.
El rubio torció los labios con disgusto, al parecer él sí tuvo dentro de sus
posibilidades el hecho de que su hermano pudiera alcanzarlos.
—Quédate aquí —pidió con un suspiro derrotado y bajó del carruaje con
inmediatez.
En otras circunstancias quizá lo habría obedecido, pero ahora ella era
una nueva Briseida y no estaba dispuesta a escuchar ninguna orden sin
importar de quien viniera. Salió del carruaje y se alarmó al ver que su
hermano los había rodeado con todos sus hombres.
Esto era malo.
—¿Por qué simplemente no nos dejas tranquilos, Zander? —preguntó
Ewan con despreocupación, como si la situación no fuera lo
suficientemente delicada.
—Cometiste un error al enviar a mi tía hasta Valencia y secuestrar a mi
hermana, Ewan. —Zander se bajó de su semental y avanzó peligrosamente
en su dirección—. Ya te lo dije con anterioridad y lo vuelvo a repetir: jamás
te entregaré a mi hermana en matrimonio.
—¿Por qué no puedes aceptar nuestra unión? —preguntó ella con
frustración y en esta ocasión su hermano se limitó a observarla con
severidad, mas no la juzgó con sus fríos ojos color cielo.
—Porque él te está mintiendo, te está escondiendo algo de suma
importancia.
—¡Eso es mentira! —La exaltación de Ewan prendió todas sus alarmas.
—Tú nunca serás su prioridad —continuó su hermano, ignorando al
rubio—, él ama a alguien más y te quiere utilizar para cometer el mismo
delito que cometió su padre.
—¿A qué te refieres? —La garganta se le cerró, ¿por qué todos sus
miedos en cuanto a los secretos de Ewan empezaban a tomar mayor fuerza?
—Él sólo quiere una esposa para así poder acomodar a su bastardo y
nombrarlo su heredero.
—¿Qué? —su voz murió en el instante y las piernas comenzaron a
temblarle.
—Como oyes, Briseida, el duque infame tiene un bastardo y estoy
seguro que una vez que te haga su esposa, te obligará a vivir con su amante
y ese niño.
¿Ewan tenía un hijo?
—¿Eso es verdad? —preguntó angustiada y Ewan barrió el lugar con la
mirada antes de decir:
—Lo hablaremos a solas, aquí hay muchas personas y te aseguro que
todo tiene una explicación.
—Es verdad —determinó con un hilo de voz y ladeó el rostro con
congoja—. Todo lo que me dijiste fue una mentira.
—Briseida…
—Claro que fue una mentira, él nunca llegará a amarte, Briseida; eres mi
hermana, una Milton, todo lo que Ewan repudia en esta vida, ¿no crees que
es momento de abrir los ojos?
—¡Cállate, Zander! —ordenó el duque infame con rabia—. Tú mejor
que nadie sabe que eso no es real, nada de lo que dijiste es cierto.
—¿Entonces por qué no lo desmientes? —preguntó con voz llorosa y
una vez más Ewan miró a todos los lacayos que escoltaban a su hermano.
—Ven conmigo, Briseida —suplicó con desespero—, te prometo que
todo tiene una explicación.
Negó con la cabeza, comprendiendo mejor toda esta situación y el por
qué él se rehusó a darle esa información en las últimas horas. La razón por
la que ella terminó bajo los efectos del afrodisiaco fue porque Ewan quería
castigar a su hermano, llevándolo a la ruina total, ¿y qué mejor ruina que
ver a la hermana del duque de Carlisle casada con el duque infame y
lidiando con el bastardo del mismo?
Él sólo la estuvo utilizando.
Ewan quería vengarse de Zander a través de ella.
—Fui una estúpida al creer en ti —musitó con un hilo de voz, pero
cuadró los hombros para exteriorizar el valor que en ese momento no sentía.
—No me dirás que piensas irte con tu hermano, ¿verdad? —La miró con
incredulidad—. A él no le importa tu felicidad, mira cómo te dejó tu tía,
estoy seguro que él no hizo nada para defenderte.
La piel se le erizó y miró a su hermano de reojo, la culpabilidad estaba
impresa en su semblante.
—Todo será diferente a partir de ahora, Briseida, si tomas la decisión
correcta, no te obligaré a casarte con nadie que no quieras ni tampoco te
enviaré lejos si no es lo que deseas.
¿Podía creen en las palabras de su hermano?
«¿Acaso tengo otra opción?»
Dio un paso en dirección de su hermano y la mano de Ewan atenazó su
muñeca con firmeza.
—Si lo eliges, si te marchas con él, te doy mi palabra de que nunca más
volveré a buscarte, Briseida.
Se zafó de su agarre con violencia.
—No tengo interés alguno de estar junto a un hombre que no puede
confiar en mí.
—Ese secreto no es sólo mío —siseó desesperado y ella negó con la
cabeza.
—Claro que no, es un secreto que incluye a tu amante y a tu hijo.
Dichas esas palabras corrió hacia su hermano y dejó que Zander se
encargara de todo lo demás. No se molestó en mirar hacia atrás, ni mucho
menos en buscar los ojos de Ewan antes de su partida.
Todo lo que vivió junto a ese hombre no fue más que una vil mentira.
Él amaba a otra mujer y ese amor tenía un fruto al cual ella nunca
buscaría lastimar.
Debía rechazarlo y olvidar todo lo que vivieron juntos para que él entrara
en razón y se hiciera cargo de su hijo, ese niño merecía un apellido y la
protección de su padre, al igual que su madre.
Capítulo 20
“Veinte días sin la presencia del duque infame en un salón de baile me
están pareciendo de lo más aburridos, ¿alguien podría sacar al hombre de
su hermosa mansión?
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

Ewan apartó la vista de su botella de whisky y usó todo su ingenio para


visualizar a una Colette y no a tres; no obstante, le resultó casi imposible,
en las últimas semanas sus problemas y penas no hacían más que
multiplicarse.
—¿Qué haces aquí? —arrastró sus palabras y abandonó su lugar con
torpeza—. Dije que quería estar solo —caminó en su dirección con paso
tambaleante—, además, podría jurar que la puerta estaba cerrada con llave.
—Lleva muchos días encerrado —musitó con voz débil y Ewan paró en
seco.
—¿El doctor vino a verte?
—Sí —respondió con inmediatez y arrugó el entrecejo, ¿era impresión
suya o estaba más delgada?
—¿Y cómo pagaron sus servicios si el mayordomo no me dijo nada? —
intentó recuperar su marcha, pero su cuerpo se fue para adelante. Colette
intentó ser su soporte, pero lastimosamente era demasiado delgada y débil
para alguien de su tamaño y ambos terminaron en el piso.
—Ah… —se quejó ella, adolorida—, pesa mucho, su excelencia.
Ewan lo sabía, pero en ese momento no era dueño de ninguna de sus
extremidades.
—Te siento muy débil —comentó distraídamente y la puerta de su
despacho volvió a abrirse.
—Ayúdenme, por favor —pidió Colette—, está muy borracho, perdió el
equilibrio y…
—¡Arg! —gruñó adolorido cuando alguien lo pateó con demasiada
violencia y ahogó una maldición al ver a sus amigos allí—. ¿Cómo
entraron?
—Esto es lamentable —observó Ryne con disgusto, mientras ayudaba a
su pupila a levantarse—. De no haber sido por lady Sheeran, tu gente
seguiría despachándonos como en las últimas semanas.
Sí, era verdad, él había prohibido las visitas y en los últimos días Colette
se mostró bastante preocupada por su bienestar, por lo que no debería
sorprenderle que hubiera mandado a llamar a sus amigos.
—¿Qué diablos tienes en la cabeza, Ewan? —Leighton lo levantó con
violencia del piso y fue fácil adivinar que fue él quien le propinó la patada
segundos atrás—. Vives con tres damas solteras, tres damas que son tu
responsabilidad, ¿cómo puedes estar en un estado tan lamentable?
Lo lanzó al sofá con violencia y Kornmack tiró del hombro de su amigo
para alejarlo.
—Nada de violencia, Leighton.
Colette se disculpó con todos sus amigos y salió de su despacho a paso
apresurado, brindándole la privacidad que necesitaba para preguntar:
—¿Saben algo de ella?
—Sigue en Londres y está muy ocupada asistiendo a diferentes bailes
con su hermano —expresó Leighton sin tino alguno y Kornmack le dio un
codazo que lo hizo encogerse por el dolor—. ¿Qué? Él debe saber que la
víbora está bien.
—No la llames así —ordenó con frialdad y el castaño enarcó una ceja,
desafiante.
—Te abandonó.
—No me abandonó —golpeó la pequeña mesa con impotencia—. Yo soy
el único culpable de que decidiera irse.
—Explícate —pidió Kornmack con impaciencia—, ¿por qué no
pudieron llegar a Escocia?
—Carlisle nos alcanzó.
—Sí, y como es un gran luchador no pudiste deshacerte de él —se mofó
Leighton, colmándole la paciencia.
—Él fue con toda una tropa de lacayos, había mucha gente presente y
dijo en voz alta que tenía un bastardo y una querida que Briseida tendría
que soportar una vez que estuviéramos casados.
Todos los miembros de la sociedad de los canallas enmudecieron,
dejando claro que no era un tema que pudiera tomarse a la ligera.
—Pero eso no es verdad —susurró Ryne.
—Briseida le creyó.
—¡Debiste decirle que ese niño no es tuyo! —explotó el marqués,
sulfúrico.
—No puedo delatar a Gillian, le di mi palabra que los protegería y había
muchas personas presentes.
—¿No deberías buscarla y decirle la verdad en privado? —Kornmack se
sentó frente a él y Ewan negó lentamente con la cabeza—. ¿Por qué no?
—Su hermano me traicionó hace más de quince años, ¿por qué ella no
haría lo mismo?
—Porque te ama —espetó el escoces, apasionadamente.
—Si me amara no me habría dejado, habría confiado en mí y habría
esperado para escuchar mi versión.
—¿Nosotros te abandonamos cuando descubrimos tu secreto? —Ewan
negó con la cabeza—. ¿Te abandonamos cuando descubrimos lo que pasó
con Gillian? —Volvió a negar con la cabeza—. No, sucedió lo contrario,
nos unimos a ti y juramos protegerte porque eres nuestro amigo. ¿De verdad
crees que esa mujer que estuvo a punto de renunciar a todo por ti va a
traicionarte?
—Si solo se tratara de mí, si fuera el único perjudicado, no le temería a
la verdad, pero Gillian…
—Ella va a entenderte —le cortó Ryne con rapidez.
No les dio una respuesta, lo cierto era que ahora mismo su razonamiento
era nulo. Lo único que quería hacer era hundirse en el alcohol y sus penas,
Briseida se fue con su hermano, no confió en sus palabras y tal vez era lo
mejor para todos.
Zander tenía razón, él no estaba al nivel de su hermana.
En esta ocasión, cometió un error al aspirar tan alto.
—Briseida Milton no es para mí y nunca lo será, creo que es momento
de aceptar esa verdad y seguir con mi vida. —Abandonó su lugar con
esfuerzo y Leighton logró alcanzarlo para impedir que su equilibrio lo
abandonara de nuevo.
—Nosotros aceptaremos que sigas con tu vida siempre y cuando salgas
de aquí —aseveró Ryne y le hizo una seña a Leighton y Kornmack—.
Debemos llevarlo a su habitación, necesita un baño y una buena afeitada,
está hecho un desastre.
Ewan se dio cuenta de lo mucho que echó de menos a sus amigos
mientras estos permanecían a su lado. Querían sacarlo de su tristeza,
arrancarlo de la soledad a la que se estaba aferrando y temía que hicieran
algo imprudente con tal de ayudarlo.
—¿Por qué no has vuelto a Escocia? —observó a Kornmack, quien
estaba revisando su armario, y el pelirrojo se tensó.
—Me gusta estar en Londres.
Se oía muy inquieto.
—Consiguió una amante —espetó Leighton, delatando a su amigo, y la
bestia escocesa lo fulminó con la mirada—. ¿Qué? —Se encogió de
hombros—. Es algo normal, más si tu esposa no te cumple.
Ewan frunció el ceño, ahora que lo pensaba detenidamente, con todo lo
ocurrido nunca pudo preguntarle a su amigo cómo le estaba yendo con su
esposa inglesa.
Al parecer, no muy bien.
—Sólo sé cuidadoso. —Presionó el puente de su nariz con cansancio—.
Aberdeen no lo tomará bien si descubre que el esposo de su hermana tiene
una amante.
Kornmack no le dio una respuesta y él entendió su silencio, lo más
probable era que la idea de traicionar a su esposa lo estuviera atormentando
cruelmente porque iba en contra de todos sus principios.
—Tienes que volver a los salones de baile. —Ryne captó su atención y
esa orden no le hizo mucha gracia—. No olvides a tus pupilas, necesitas
casarlas y pronto la temporada llegará a su fin.
—Seamos realistas, ellas no conseguirán marido en esta ni en las
próximas temporadas.
Estaba decidido a darse por vencido.
—¿Eso crees? —inquirió Ryne con disgusto—. He sido yo quien ha
tenido que lidiar con Louisa en las últimas semanas por petición de Colette
y la joven no ha sido nada fácil, es evidente que su enemistad con el duque
despreciable puede ser muy peligrosa.
No, sus pupilas podían traerle todo tipo de pretendientes, pero el duque
de Somerset era algo que prefería evitar a toda costa.
—Lamento mucho que tuvieras que lidiar con ella, no debió ser nada
fácil.
—Es mala influencia para Delphina, mi hermana es demasiado tímida e
inocente para tratar con una joven tan… hostil.
—Salvaje suena mejor.
Una vez más, la bocaza de Leighton se movió con rapidez para ofender a
otra mujer.
¿Era impresión suya o estaba más irritable de lo normal?
—De acuerdo, retomaré mis funciones y a partir de ahora mis pupilas no
volverán a molestarte.
El pelinegro cuadro los hombros y se removió con inquietud.
—¿Qué sucede?
—Quiero que me devuelvas el favor.
Enarcó una ceja.
—¿Cómo?
—Debo salir de la ciudad por unos días, ¿podrías cuidar de mi hermana?
—¿No que mis pupilas son mala influencia?
—Déjala junto a Colette y ella sobrevivirá, no tomará más de tres días,
tengo unos asuntos de trabajo que atender.
Si bien su título poseía una gran riqueza, Ryne tenía una cierta obsesión
por incrementar su oro por separado. Era como si no quisiera depender
únicamente de los privilegios que portaba su vizcondado.
—No habrá ningún problema.
Quizá y el tener que encargarse de cuatro protegidas lo ayudaría a
olvidar a su ángel de cabello oscuro y ojos color cielo.

***
No deseaba estar aquí
Briseida debía admitir que era una pésima semana para asistir a un
evento social. Debería sentirse aliviada, su desliz con Ewan no tuvo
consecuencias, pero curiosamente sólo quería meterse a su cama y llorar en
silencio.
Él se olvidó de ella, posiblemente estaba refugiado en su hijo y amante,
algo bastante normal si consideraba que ellos eran su número uno, pero…
¿cómo lidiaría con el dolor que el abandono de su número uno dejó en ella?
Todo esto era tan injusto.
—No te ves bien, ¿quieres que nos retiremos?
Los bailes de los duques de Beaufort siempre eran muy hermosos, pero
en esta ocasión ni la mejor decoración, música ni comida podrían animarla.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó con un hilo de voz y los ojos se le
llenaron de lágrimas.
Zander respingó, abatido.
—¿Qué?
Era agradable saber que detrás de ese pilar nadie podía observarla.
—Tú dijiste que con el tiempo podría olvidarlo, pero el efecto ha sido
todo lo contrario, mientras más tiempo pasa más lo extraño —confesó con
amargura y cerró los ojos con fuerza para impedir que las lágrimas bajaran
por sus mejillas—. Quiero irme a Carlisle Abbey.
Tal vez si huía de Londres todo mejoraría para ella.
—Te ha estado yendo bien en los últimos bailes, tus pretendientes han
ido aumentando, ¿por qué quieres irte ahora?
—No importa cuántos pretendientes tenga, hermano, ninguno será como
él —confesó con voz rota y bajó la mirada para esconder la tristeza que
cargaba consigo en su pecho.
—¿Estás segura que quieres irte? —inquirió con aspereza y ella asintió
—. ¿Cambiarías de parecer si te dijera que Saint Albans acaba de llegar?
Un escalofrío recorrió su espina dorsal y enderezó la espalda con
rapidez, manteniendo los ojos muy abiertos por la noticia que acababa de
recibir. Según tenía entendido, él llevaba semanas encerrado en su casa,
¿qué cambió ahora que decidió salir de su escondite?
—¿Tanto te importa? —preguntó Zander con una mueca, como si ese
hecho le doliera demasiado, y Briseida tragó con fuerza—. ¿Qué me dices
de mi advertencia?
—Sólo eso me mantiene alejada de él —confesó con tristeza y muy
lentamente giró sobre su eje.
Tal y como su hermano lo dijo, Ewan estaba junto a su pupila más
salvaje y la hermana menor del vizconde de Hunt. Era lamentable no ver a
Colette por ningún lado, suponía que su amiga podría darle algún tipo de
información sobre lo que estuvo haciendo Ewan en las últimas semanas,
pero no importaba cuanto intentara encontrarse con ella, Colette permanecía
encerrada en su casa la mayor parte del tiempo.
Según tenía entendido el vizconde de Hunt salió de viaje esta mañana y
por ende Ewan estaba a cargo de Delphina por el momento, algo que no le
gustaba mucho porque la joven era muy atractiva y femenina.
¿Ewan podría seducirla de la misma manera que lo hizo con ella?
—Creo que es hora de marcharnos —dijo de pronto, percatándose de los
absurdos y peligrosos celos que estaban surgiendo en su interior, y se volvió
hacia su hermano—. No quiero estar aquí, no quiero que él me vea.
«Fui yo quien lo rechazó y no soy digna de hacerle cualquier reclamo».

***
Ewan observó en silencio como Briseida salió huyendo del salón de
baile junto a su hermano y usó todo su autocontrol para no seguirlos ni
expresar la decepción que en ese momento lo estaba invadiendo.
¿Así sería su vida a partir de ahora?
Cada vez que sus caminos se toparan ambos buscarían huir del otro.
—¿Tiene idea de a dónde pudo ir mi hermano, milord? —inquirió lady
Delphina, regresándolo a la realidad.
—No lo sé —forzó su mejor sonrisa—, pero creo que para el día de
mañana ya estará de regreso. —Le tendió el brazo y se dirigieron a la pista
de baile con gracia—. ¿No le gusta estar bajo mi cuidado?
—No, no es eso —musitó con timidez—. Es sólo que esta mañana lo
escuché rezongar para una mujer y…
—¿Una mujer? —Frunció el ceño y Delphina asintió.
—Sí, dijo que odia los problemas de faldas.
Ryne no era dado a involucrarse con muchas mujeres y lidiar con
problemas de faldas. Él sólo tenía uno y según tenía entendido trataba de
mantenerse muy alejado y oculto de dicha falda.
—Su hermano es un misterio —se limitó a decir, no muy seguro de
querer ahondar en el tema, puesto que estaba seguro que su amigo no haría
lo correcto.
Llevaba muchos años huyendo de su pasado como para que de la noche
a la mañana cambiara de parecer.
—Por cierto —musitó la joven, segundos más tarde—, creo que Colette
no se siente bien.
Ewan frunció el ceño.
—¿Por qué lo dice?
—Sé que debido a su velo y peculiar gusto para vestir es imposible ver
su semblante, pero el día de hoy, poco antes de la hora del almuerzo. —Uno
que, por cierto, Colette prefirió saltarse—. La escuché algo indispuesta en
su habitación.
—¿Indispuesta cómo? —Enarcó una ceja.
Delphina pensó en sus siguientes palabras.
—Problemas estomacales —prefirió decir—, muchas criadas estaban
chismorreando afuera de su habitación.
¿Podría ser que Colette se sintiera mal y no quisiera decírselo para no
causarle más problemas?
—Gracias por la información, milady, he estado algo ausente estos días,
pero hablaré con ella esta misma noche.
Al menos ahora tenía la excusa perfecta para abandonar ese salón de
baile lo antes posible.
Una hora más tarde, Ewan se paró frente a la puerta de la habitación de
Colette y llamó con suavidad, al no recibir una respuesta después de varios
intentos se vio obligado a ingresar a la estancia con bastante prudencia.
—Colette… —Frunció el ceño al ver que estaba tendida sobre su cama
con su ropa del día—. ¿Estás dormida? —Se acercó a la cama con cautela,
parando en seco al ver un largo mechón rubio sobre su hombro.
Era rubia, algo curioso, si consideraba que sus hermanas eran castañas.
Se tensó al darse cuenta de que no llevaba su velo puesto y entró en un
debate interno entre salir de la habitación o descubrir cómo lucía el rostro
de su pupila mayor.
—Colette —volvió a llamarla, tenía la leve sospecha de que algo no
andaba bien.
Ella jamás se recostaría tan despreocupadamente.
La comprensión lo golpeó con fuerza e ignorando sus principios se
acercó a la cama y la levantó por los hombros.
Sí, ella se había desmayado.
—Colette —la zarandeó suavemente y no obtuvo una respuesta—.
¡Louisa! —gritó con demasiada fuerza, no muy seguro si la rubia era así de
pálida o realmente se sentía mal, y gracias a los santos la castaña respondió
a su llamado con inmediatez.
—¿Qué sucedió? —Se congeló al ver el estado de su hermana y lo miró
con los ojos muy abiertos—. ¿Usted le quitó el velo?
—Eso es lo de menos, tráeme sales aromáticas.
Una cicatriz en su mejilla derecha, eso era lo que Colette escondía con
tanto ímpetu y a él no le parecía la gran cosa considerando los hermosos
rasgos que poseía. Una nariz pequeña, piel inmaculada, pestañas largas y
cejas pobladas junto a una voluptuosa boca en forma de corazón.
¡Era una tonta!
—Colette —la llamó Louisa, realmente asustada, mientras pasaba las
sales por la pequeña nariz de su hermana, y Ewan se relajó en demasía al
ver como unos ojos verdosos aparecían en su campo de visión.
—¿Qué te sucedió? Te ves muy mal —susurró la castaña y Ewan
carraspeó.
La rubia se tensó con brusquedad, pero ni siquiera fue capaz de sentarse.
Ella no estaba bien.
—Mandaré a buscar al doctor.
—No… —pidió con esfuerzo y trató de incorporarse sobre sus codos.
—Espera. —Su hermana la ayudó a recostarse—. No te sobre esfuerces,
pronto el doctor vendrá y te sentirás mejor.
—No necesito un médico —respondió con mayor claridad y lo buscó
con la mirada—. No mande a buscar a nadie, su excelencia.
—No tienes buen semblante.
Colette se llevó una mano a la mejilla y tiritó en su lugar al darse cuenta
de que no llevaba el velo encima. Sus ojos se llenaron de lágrimas y Ewan
se posicionó al lado de Louisa para calmarla.
—Tranquila, recuerda que ahora soy como tu hermano mayor, no tienes
que temer. —Sujetó su mano con firmeza, tratando de explicarle con esa
acción lo mucho que la apreciaba, y la rubia cerró los ojos con fuerza—.
Dime qué te sucede.
—Yo…
Silencio.
Louisa empezó a golpear el piso con su pie.
—Yo…
Esto estaba resultando inquietante, claramente no tenía buenas noticias
para él.
—Tengo un retraso.
Ewan pudo sentir como la piel se le ponía de gallina.
—¿A qué te refieres con eso? —preguntó varios segundos después.
—¿No sabe sobre la menstruación de las mujeres? —inquirió Louisa y él
levantó una mano para que guardara silencio.
—No me perturbes —pidió con nerviosismo y miró a Colette—. ¿Tienes
un retraso porque es un retraso o tienes un retraso porque…? —No pudo
continuar, pero ella terminó asintiendo.
—Creo que estoy encinta.
Por todos los santos, ¿es que los escándalos nunca dejarían de
perseguirlo?
¡Se suponía que Colette era la pupila que menos problemas debía
causarle!
Recordó que hace poco leyó en el periódico que el barón de Zouche salió
de viaje hacia Egipto de una manera demasiado precipitada y apretó la
mandíbula.
—Fue el barón, ¿verdad?, ¿por eso salió huyendo de la fiesta campestre?
No recibió una respuesta y terminó alborotando su cabellera con
abatimiento.
—Leighton tenía razón, ese hombre no era de fiar, no debí confiarme
tanto.
Todo sería diferente si hubiera obedecido a su amigo.
Louisa, quien normalmente siempre tenía algo para decir, en esta ocasión
guardó silencio y se quedó petrificada en su lugar.
—Debemos interrumpirlo —musitó Colette de pronto, helándole las
venas.
«Siempre hay una solución, si el niño es mío, tengo el derecho de elegir
y prefiero interrumpir el embarazo», recordó las palabras de Zander, las
mismas que le advirtieron que Gillian y el bebé corrían peligro, y se dejó
caer sobre el diván más cercano para pensar las cosas con mayor calma.
«¿Estás loco? Es arriesgado». Fue su respuesta y no pudo tolerar que
Zander se encogiera de hombros.
«Ambos sabemos que es tu bastardo y eres tú el enamorado, a mí no me
importa perderlos».
Si llegaba a decirle la verdad a Briseida, Zander buscaría la manera de
encontrar a Gillian y cumplir con su principal objetivo, puesto que él odiaba
a los bastardos y jamás podría soportar la idea de tener uno tan cerca.
«Lo nuestro nunca podrá ser, ella nunca será mi esposa».
Sus ojos se posaron en Colette, quien se veía asustada, cansada y
avergonzada por su error. Era una joven hermosa, buena e inteligente, le
resultaba doloroso saber que Zouche terminó burlándose de ella. Actuó
como un pésimo tutor al ser tan descuidado, pero enmendaría su error.
—Vamos a casarnos.
No había razón para acabar con la vida de un inocente, él nunca podría
hacerlo.
—¿Qué? —jadeó Louisa al tiempo que Colette negaba rápidamente con
la cabeza.
—Es lo mejor para todos.
Él no volvería a enamorarse y como Colette nunca se quitaría el velo
para enseñar su angelical rostro, nunca conseguiría un esposo. Zouche no
aceptaría al bebé, huyó con claras intenciones, pero él… él nunca tuvo afán
alguno de engendrar un heredero para seguir con su legado, por lo que
aceptaría a ese bebé sin problema alguno.
La única manera de olvidar a Briseida era llenando el lugar que anhelaba
que ella ocupara.
Capítulo 21
“El duque infame ha encontrado un marido para lady Sheeran, ¿alguien
sabe quién es el desafortunado?
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

Esto tenía que ser una broma de mal gusto, Ewan no llevaba ni un día
fuera de su casa y ya había conseguido un prometido para una de sus
pupilas. Tal vez Leighton cometió un error al no acompañarlo al baile de la
noche anterior.
—Lord Teingham, ¿qué lo trae por aquí? —preguntó lady Harriet, la
pupila más sumisa y dócil de Ewan, y él observó el recibidor con ansiedad.
El mayordomo no estaba por ningún lado y la dama llevaba un cuenco
de galletas en manos y al parecer interrumpió su caminata hacia la
biblioteca.
—Vine a ver a Ewan.
Quería saber qué pupila iba a casarse y con quién.
—Tengo entendido que no pasó la noche en casa.
Sus ojos se abrieron de par en par, eso tenía que ser una broma de mal
gusto, lo menos que necesitaban era que Ewan fuera a ahogarse en alcohol a
un lugar que ellos desconocían.
—¿Está segura de lo que dice?
—¿Por qué mi hermana le mentiría? —gruñó Louisa, haciendo acto de
presencia, y Leighton ahogó un juramento, tal vez eran damas atractivas,
pero le resultaban muy irritantes.
—Sí, ¿por qué le mentiría? —Harriet pateó el piso con disgusto.
—¿Saben dónde se encuentra? —siseó—. ¿Dónde está el mayordomo?
—No tenía sentido que se quedara hablando con esas mocosas.
—Ewan le pidió que se encargara él mismo de unos asuntos de suma
importancia.
Enarcó una ceja.
—¿Qué tipo de asuntos?
Louisa resopló sin elegancia alguna y se cruzó de brazos con altanería.
—¿Leyó la nota de lady Berricloth?
Esa era la razón por la que se encontraba allí.
—Sí, la leí, ¿debería felicitarla?
La castaña torció los labios con disgusto y lo estudió con desdén, como
si él fuera una cucaracha de mal gusto.
—Mejor felicite a su amigo, porque Ewan y Colette se casarán en dos
semanas.
—Imposible —pensó en voz alta y dio un paso hacia atrás.
Ewan amaba a lady Milton, ¡él nunca se casaría con alguien como
Colette!
—¿No me cree? —Se llevó una mano al pecho con fingida ofensa—. La
noche anterior él pidió la mano de mi hermana en matrimonio y nos dijo
que se encargaría de planificar todo lo antes posible.
Mentira, Ewan nunca tomaría una decisión tan precipitada sin hablarlo
con ellos previamente. No obstante, incluso pensando de esa manera, sus
piernas se movieron por sí solas e intentó subir las escaleras.
Lastimosamente las dos hermanas se interpusieron en su camino.
—No puede subir, lord Saint Albans no está en casa, milord.
Pero Colette sí, y ella podría decirle qué diablos estaba sucediendo.
«No seas iluso, las hermanas Sheeran no te dejarán avanzar».
Leighton empezó a pensar a mil por hora. Ryne no estaba en Londres
para hacer entrar a Ewan en razón y Kornmack seguramente estaría
retozando con su querida, por lo que ahora mismo estaba solo y su deber era
encontrar a su amigo para impedir que cometiera una locura.
Colette y Ewan no podían casarse.
Salió de la casa de su amigo como alma que se lleva el diablo y analizó
las posibles opciones donde Ewan buscaría refugio. Por supuesto, un burdel
quedaba fuera de lugar, puesto que estaba seguro que su amigo no buscaría
estar con otra mujer que no fuera la pelinegra, por lo que su instinto lo llevó
a tocar la puerta de Las garras de Lucifer, uno de los clubes más populares
de la ciudad y el cual su amigo adoraba con cada fibra de su ser.
—Rosemary predijo que usted vendría por él —dijo el guardia nada más
abrir la puerta y se hizo a un lado para que pudiera pasar—. Se encuentra en
el salón de entretenimiento, no le sugiero molestarlo mucho, parece un
animal rabioso.
Ningún empleado de las casas más finas de Londres se habría referido al
duque de Saint Albans de esa manera, pero Rosemary, la dueña del club, les
otorgaba un gran poder a sus empleados y ellos estaban en la obligación de
brindarles el respeto que querían recibir.
Visualizó a Ewan sentado en una de las mesas principales y de un
gruñido hizo que todas las cortesanas que revoloteaban a su alrededor,
esperando recibir un poco de su atención, salieran huyendo del salón con
paso apresurado.
—Me puedes explicar ¿qué carajos tienes en mente? —golpeó la mesa
con violencia y su amigo levantó el rostro con molestia—. No puedes
casarte con la abominación Sheeran —escupió furioso.
—No vuelvas a llamarla de esa manera si quieres que nuestra amistad
perdure.
Leighton se sentó frente a él.
—Creí que estabas perdidamente enamorado de lady Milton.
—Lo estoy y mis sentimientos por ella nunca cambiarán, pero ella y yo
nunca podremos estar juntos.
—No si te casas con Colette —siseó y Ewan negó con la cabeza.
—Ella nunca me aceptará.
—¡Dile la verdad y volverá a ti!
Una vez más, él negó con la cabeza.
—No abandonaré a Colette. —Iba a darle un nuevo sorbo a su copa de
whisky, pero él se la arrebató con violencia.
—Dime qué diablos está sucediendo, encontraremos una solución juntos,
¿por qué quieres casarte con tu pupila?
Era una decisión demasiado precipitada, claramente algo no andaba bien,
por lo que él necesitaba una respuesta lo antes posible.
—No puedo decírtelo.
—Soy tu amigo, nunca te traicionaría y lo sabes.
Su amigo se frotó el rostro con frustración.
—Soy un pésimo tutor. —Arrugó el entrecejo—. Por mi culpa Zouche se
aprovechó de Colette y ahora ella está encinta y el muy desgraciado muy
bien refugiado en Egipto.
Leighton sintió un horrible escalofrío en toda su espina dorsal y la
garganta se le cerró con violencia. Colette estaba embarazada, el mayor de
sus temores de las últimas semanas acababa de hacerse realidad y no tenía
la menor idea de qué debía hacer al respecto.
Ewan no sabía que ese bebé era suyo, él estaba echándole toda la culpa a
Zouche, y por alguna extraña razón no quería aclarar la situación por el
momento. Le dio fin a la copa de whisky y la llenó de nuevo para tratar de
aliviar su incertidumbre.
Un bebé.
¿Esa era la razón por la que Colette llevaba tanto tiempo escondida?
—Pienso reconocerlo, debo salvar su reputación.
¿Ewan quería ser el padre de su hijo?
¿Colette estaba dispuesta a casarse con su amigo después de haberse
entregado a él con tanto descaro?
—¡Y una mierda! —tiró la copa de cristal contra el piso y la misma se
hizo añicos en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Qué diablos pasa contigo? —bramó Ewan, exaltado.
—Tú te casarás con la mujer que amas, ¿me escuchas? —aseveró y el
rubio arrugó el entrecejo—. No te harás cargo del bastardo de nadie ni te
quedarás con una mujer que es de alguien más.
«Menos si esa mujer es mía».
Ahora comprendía la rabia que Ewan sintió cuando intentó meterse con
lady Milton, no era nada agradable visualizar a tu mejor amigo cortejando y
poseyendo a la dama que… ¿qué?
¿Qué era lo que él sentía por Colette? ¿Por qué Kornmack sí pudo
conseguir una amante sin problema alguno y él sintió desagrado ante la idea
de tocar a otra mujer?

***
Briseida tuvo que parpadear una, dos, tres y hasta cuatro veces para
poder creer lo que estaba viendo.
¿Por qué Zander aceptaría la visita de Colette cuando en la fiesta
campestre de lady Kilbrenner ni siquiera le permitió dirigirle una palabra?
Todo aquel que conocía a su hermano estaba muy al tanto que él no tenía
reparo alguno a la hora de rechazar visitas o echar a gente de su casa, por lo
que le parecía casi un milagro que su amiga estuviera sentada en el salón de
té más bonito de su casa, siendo gratamente bienvenida por el duque de
Carlisle.
Si lo pensaba detenidamente, Zander estuvo actuando bastante extraño
durante las últimas semanas.
—Colette… —musitó con suavidad, no muy segura de que todo esto
fuera real, y su amiga levantó el rostro cubierto por su velo con inmediatez.
—Briseida, lamento tanto importunarte —abandonó su lugar y ella negó
con la cabeza y se acercó a su amiga con inmediatez.
Era real, su hermano le estaba permitiendo ser amiga de Colette.
—Ha pasado tanto tiempo. —La abrazó, tensándose con inmediatez al
sentirla tan delgada—. Por un momento pensé que se trataba de una broma
de mal gusto, he sabido muy poco de ti en las últimas semanas. —Ambas
tomaron asiento en el sofá y pudo detectar el temblor en sus manos.
—Hay algo que debo decirte.
—¿De qué se trata? —inquirió mientras le servía un poco de té, tenía la
leve sospecha de que ella no estaba nada bien—. Leí en la nota de lady
Berricloth que Louisa se casará, ¿quién es el caballero?
—Briseida… —Aceptó la taza de té que le tendió, pero no bebió del
contenido, sólo la regresó a la mesa—. No tengo la menor idea de qué
sucedió entre Ewan y tú, pero debes saber que él sólo quiere ayudarme. No
malinterpretes nada de lo que estoy a punto de decirte.
Sintió una horrible presión en el pecho y tragó con fuerza.
—¿Qué sucedió? —su voz bajó una octava y empuñó las manos en la
falda de su vestido.
—La pupila de la que lady Berricloth habla en su nota soy yo, Briseida
—soltó con frustración—. Ewan quiere casarse conmigo y está decidido a
anunciar nuestro compromiso en unos días.
—No… —Ahora fue ella quien empezó a tiritar sin control alguno.
—Debes hacer algo para impedir esto, eres la única que puede ayudarme
—suplicó desesperada.
—¿Por qué? No lo entiendo, ¿cómo pudo suceder algo así?
No quería perderlo, sonaba egoísta, pero no quería que él se casara con
ninguna otra mujer que no fuera ella.
—Colette… —insistió con impaciencia, quería saber la verdad.
—Prométeme que no se lo dirás a nadie.
—Dime que sucedió —exigió, toda esta situación la estaba inquietando
en demasía.
—Se enteró que estoy encinta y cree que el padre del bebé es el barón de
Zouche —soltó apresuradamente, dejándola estupefacta—. Ewan dio por
sentado que él no aceptará al bebé y quiere darle su apellido.
Las sienes comenzaron a martillearle y se las frotó con inmediatez.
«¿Cree que el padre del bebé es el barón de Zouche?»
¿Eso quería decir que el barón no era el padre del bebé?
—No lo entiendo, ¿en qué momento pasó?
—Eso no importa ahora —zanjó el tema con incomodidad—. Él es muy
leal y bueno conmigo, pero no puede cargar con mis errores. Sé que Ewan
te ama, la ha pasado muy mal en las últimas semanas y nada me daría más
gusto que verlos juntos.
Colette fue a buscarla para impedir que Ewan cometiera una locura y
ambos terminaran siendo muy infelices. Otra mujer habría aceptado la
ayuda del rubio y la habría traicionado para así salvar su pellejo, pero
Colette no… ella no era una mujer egoísta.
—Pero…
—¿De verdad no hay nada que se pueda hacer, Briseida? —insistió—. Si
Ewan se casa conmigo, sólo la muerte podrá separarnos, ¿estás dispuesta a
perderlo para siempre?
Colette le había confesado que estaba embarazada y lo más sensato sería
contarle sobre sus inseguridades en cuanto a Ewan, su amante y su hijo;
pero no podía, era un secreto y nunca podría traicionar al hombre que
amaba de esa manera. Lo menos que quería era que más personas
descubriera esa verdad que tanto lo inquietaba.
—Él nunca podrá ofrecerme lo que yo quiero.
—Ewan no se casará con usted, lady Sheeran. —Una tercera voz
provocó una horrible tensión en los dos cuerpos femeninos y ambas mujeres
abandonaron su lugar al ver al marqués misógino en el salón de té.
¿En qué momento se había colado en la estancia?
—Lord Teingham… —Si de algo estaba segura, era de que su hermano
no estaba al tanto de su nueva visita—. ¿Cómo…?
—No perderé el tiempo —gruñó con molestia, obligándola a guardar
silencio—. Lo que su hermano le dijo de Ewan es mentira. —Un escalofrío
recorrió su espina dorsal y el castaño dibujó una sonrisa retorcida en su
apuesto rostro—. Sí, milady, no debería creer todo lo que le dicen.
Empuñó las manos con molestia, ¿quién diantres se creía ese hombre
para hablarle de esa manera?
—¿Me está diciendo que no existe otra mujer?
—En realidad, sí existe una mujer y también un bebé. —La tristeza hizo
que su pecho se oprimiera—. Pero esa mujer no es la amante de Ewan y ese
bebé tampoco es su hijo.
Colette ahogó un jadeo horrorizado ante su nuevo descubrimiento y
Briseida sólo se irritó más en cuanto al marqués.
¿Por qué tenía que ser tan bocazas?
—Miente —aseguró con rebeldía—. Si eso fuera verdad, Ewan me lo
habría dicho.
Su hermano ingresó al salón hecho furia, buscando a su siguiente
víctima, y Briseida apretó la mandíbula al darse cuenta que no quería que
Zander se metiera.
—No recuerdo haber permitido tu presencia en mi casa, Teingham.
—Ni yo haber solicitado tu permiso —siseó el marqués—, pero no me
molesta tu llegada, Carlisle —aseguró con esa misma petulancia de siempre
—. Estoy aquí para aclarar algo con tu hermana y no me molestaría que
oyeras esta verdad.
—¡Largo de mi casa! —bramó Zander.
—¡No! —lo desafió y su hermano la miró con sorpresa—. Quiero
escucharlo, quiero oír esa verdad.
—Briseida…
—Sí no quieres escucharlo, puedes retirarte, hermano.
Zander rugió con rabia y empezó a alborotar su cabellera.
—¿Hasta dónde planeas llegar con tal de regresar con Ewan? —escupió,
rojo de la cólera—. Él tiene un…
—Gillian no es la amante de Ewan —aseguró Teingham con firmeza,
provocando que Zander sellara los labios en una fina línea—. Y nunca
podrá serlo, porque ellos son hermanos de sangre, ambos son hijos del
difunto duque de Saint Albans.
Un tenso silencio se cernió en la estancia y Briseida pudo sentir como su
corazón empezó a bombear sin control alguno. Ewan no tenía una amante y
un bastardo, sino una hermana y un sobrino a los cuales sólo estaba tratando
de proteger.
¿Por qué no podía confiar en ella? ¿De verdad Ewan creía que algo así la
haría huir de su lado?
Esas verdades no hacían más que incrementar todo el amor que sentía
por él.
—Y sí, Carlisle —continuó el marqués fuera de sí, obligándola a
prestarle mayor atención—, ese niño al que llamas bastardo con tanta
soltura es tuyo.
Briseida contuvo el aliento y miró a su hermano con los ojos muy
abiertos.
¿Ese era el error que su tía mencionó la última vez que se vieron en el
carruaje de camino al muelle?
Zander no dijo nada al respecto, él sólo mantuvo la mirada fija en el
piso, pero su rostro perdió color y su respiración se ralentizó.
Teingham conectó sus miradas y Briseida tragó con fuerza.
—Puede usar mi carruaje, milady, mi cochero sabe que debe llevarla con
Ewan.
El marqués misógino le estaba dando la oportunidad de ir por Ewan, de
aclarar la situación de una vez por todas, de hacer lo correcto por primera
vez en su vida y ella sería una estúpida si la rechazaba.
Estuvo a punto de pasar de largo a su hermano, pero Zander la sujetó de
la muñeca.
—Lo amo —espetó con frialdad y se zafó de su agarre—. Y no me
importa si quieres ventilar su secreto, yo estaré con él en las buenas y en las
malas, y si Ewan debe ser condenado por el error de su padre, gustosa
recibiré la misma condena, hermano —admitió con valentía y seguridad y
Zander palideció aún más—. Si quieres hundirlo, hazlo, no te tenemos
miedo, pero recuerda que esa decisión sólo hará que me pierdas.
—Briseida…
—Y creo que tu orgullo ya te hizo perder mucho —añadió con enojo,
pensando en su sobrino, y para su sorpresa su hermano volvió a recuperar
su frío semblante.
—Quieres casarte con él, pues hazlo. —La sorpresa la golpeó con fuerza
—. Pero no te metas en mis asuntos, yo sé lo que hago con mi vida.
Sonrió con amargura, él realmente no tenía pensando hacerse cargo de su
hijo.
—Bien.
Pero quizá era lo mejor para ese niño y la hermana de Ewan.
El amor no debía mendigarse.
Salió corriendo del lugar sin reparo alguno, importándole muy poco si
ese hecho iba en contra de toda regla de conducta y cuando intentó subirse
al carruaje del marqués, una delicada mano rodeó su muñeca, obligándola a
frenar sus movimientos.
—Debo irme, Colette —le informó con impaciencia.
—Toma. —Se quitó la capa con nerviosismo y por primera vez desde
que la conoció pudo ver con mayor detalle la figura de su amiga.
El vestido gris era horrible, pero marcaba sus delicadas curvas con
precisión.
—La necesitarás, estoy segura que Ewan no se encuentra en ningún
lugar que pueda considerarse decente.
Aceptó la prenda sin dudarlo y se rio por lo bajo.
Lo más probable era que su amiga tuviera razón.
—Gracias por todo.
Colette nunca intentó traicionarla a pesar de su difícil situación.
—Ve, yo me iré en mi carruaje, no pierdas más tiempo.
—De acuerdo.
Sólo esperaba, de todo corazón, que Ewan estuviera dispuesto a darle
una última oportunidad, pues debía reconocer que durante todo este tiempo
no fue más que una vil bruja de primera con él.
—¡Colette! —bramó el marqués al mismo tiempo que su carruaje se
ponía en marcha y Briseida observó por la ventanilla del vehículo como el
hombre sujetaba con demasiada brusquedad a su amiga para meterla al
carruaje y subir tras de ella.
No podía quedarse, debía ir por Ewan, pero quería creer que el marqués
sería incapaz de lastimar a la pupila de su mejor amigo.
Capítulo 22
“La reina de hielo tiene corazón y ha decidido seguir sus instintos. Se
viene boda, damas y caballeros, lady Milton está más que lista para
convertirse en la duquesa infame.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

Briseida nunca se vio a sí misma ingresando a un club nocturno a plena


luz del día; no obstante, por Ewan era capaz de hacer eso y más, puesto que
ahora que sabía la verdad y comprendía mejor que nadie todos sus temores,
estaba más que dispuesta a luchar por su amor.
En el fondo comprendía que él tenía razones de sobra para odiarla, es
decir, lo rechazó en más de tres ocasiones, pero él debía ser tolerante y
flexible con ella, porque en cada uno de esos rechazos ella sólo estaba
sacando a flote su instinto de protección, puesto que de ninguna manera
buscaría perjudicarlo.
Ahora comprendía que huir no tenía sentido, él estuvo dispuesto a todo
por ella y Briseida iba a corresponderle de la mejor manera.
—El marqués de Teingham me envió —espetó con valentía una vez que
abrieron las puertas de Las garras de Lucifer y el guardia la observó entre
sorprendido y entretenido, al parecer ese tipo de situaciones no sucedían
con mucha frecuencia.
—Saint Albans no te prestará atención —al menos el hombre no conocía
su identidad—. Ha ignorado a más de veinte mujeres desde ayer en la
noche.
Eso la alivió en exceso y no dudó en adentrarse al lugar con rapidez. En
otras circunstancias le habría agradecido por el dato, pero en esta ocasión
prefirió guardar silencio y dejar que la guiara por el espacioso y elegante
pasillo.
Unas risas femeninas le generaron un terrible temblor en las piernas,
pero no permitió que sus pasos titubearan.
—Puede seguir las voces —sugirió el guardia con frialdad, indicándole
la puerta que estaba al final del pasillo, y Briseida no perdió el tiempo y
aceleró sus pasos.
Nada le parecía más importante que reunirse con Ewan de una vez por
todas, por lo que cuando llegó al salón correspondiente, las piernas le
temblaron al ver al rubio rodeado de más de siete mujeres.
Todas cortesanas, para ser precisa.
Cada mujer era más hermosa que la anterior, pero en sus ojos brillaba la
codicia, el deseo y la lujuria, ellas estaban esperando que Ewan cediera, que
sucumbiera a sus encantos, pero eso nunca pasaría, ella nunca lo permitiría.
—¿Esta es tu manera de celebrar tu compromiso con Colette? —
preguntó con dureza, haciendo notar su presencia, y Ewan se incorporó de
un salto por la sorpresa.
Las cortesanas dejaron de bailar alrededor de la mesa y una mesera trajo
una botella de coñac para reemplazar la que estaba vacía.
—¿Cómo diantres entraste?
—¿Importa? —le respondió con otra pregunta y bastante altanería.
Ewan apretó la mandíbula.
—Lárgate.
—No —Avanzó en su dirección—. Tenemos que hablar.
—¡Largo, tú no eres bienvenida aquí!
Él quería asustarla, quería echarla de su vida para siempre, pero ella se
creía incapaz de abandonarlo.
—No me iré hasta que hablemos. —Clavó los pies en el piso y Ewan se
lamió los dientes con ira contenida—. Tienes que escucharme.
Él se rio con malicia.
—Eres la última en la fila, todas estas mujeres quieren mis atenciones
ahora y llevan mucho tiempo esperando por mí.
Bien, era su venganza, una que validaría sólo en esta ocasión.
—Si me disculpa, milady, tengo asuntos más interesantes que atender. —
Hizo una venia graciosa y la miró con suficiencia—. Nos vamos. —La
orden fue dirigida hacia las siete cortesanas y ninguna dudó a la hora de
seguirlo, por lo que Briseida se armó de valor y fue tras de ellos.
No se quedaría atrás, Ewan estaba muy equivocado si creía que en esta
ocasión terminaría huyendo. Subieron dos pisos para llegar a su destino y
todos sus temores se incrementaron cuando ingresó a una habitación.
Las piernas le temblaron al ver la espaciosa cama que estaba en la
instancia y dio un respingo en su lugar cuando alguien cerró la puerta tras
de ella. Giró sobre su eje con inmediatez, deseando haberse confundido de
destino, pero su corazón se encogió al ver a Ewan frente a ella,
observándola con una ira desquiciante, mientras todas las cortesanas los
observaban con curiosidad y diversión.
—No te invité a formar parte de esto —aseveró y Briseida mantuvo la
frente en alto—. Quiero que te marches.
—Te dije que no pienso hacerlo.
Ewan enarcó una ceja con cinismo.
—¿De verdad quieres quedarte y ver lo infame que puedo llegar a ser?
—No —respondió con sencillez y armándose de valor se quitó la capa,
deshizo su peinado y empezó a abrirse los botones de su vestido—. Pienso
quedarme para ser tan infame como tú.
—¿Qué haces? —toda su seguridad se esfumó y la miró con
incredulidad.
—Soy la última en la fila, pero seré la primera en pasar por esa cama —
aseguró y su vestido terminó arremolinado en el piso.
—¡No lo hagas! —ordenó y ahora empezó a desatar su corsé.
—Seré tu duquesa infame por las buenas o las malas, Ewan Lockhart.
—Largo —la frialdad que empleó para brindar esa orden le heló las
venas, pero lejos de obedecerlo, tiró su corsé al piso y empezó a levantar su
camisola—. ¡Largo, fuera de aquí!
La sorpresa la golpeó con fuerza al darse cuenta que esa orden fue
dirigida a las cortesanas y con gran satisfacción muy bien oculta vio como
Ewan se deshizo de las siete mujeres en cuestión de segundos para luego
cerrar la puerta con llave con rapidez.
—¿Cómo te atreves a venir hasta aquí? —preguntó con aspereza, de
espalda a ella, y Briseida terminó de desnudarse.
—No me importa cuán infame puedas llegar a ser, siempre estaré para ti,
mi amor.
Caminó en su dirección y Ewan se rio sin humor alguno, generándole un
horrible nudo en la garganta.
—Otra promesa vacía —escupió, dejando claro que lo había herido más
de lo esperado con todos sus abandonos—. ¿Olvidas que tengo una amante
y un bastardo?
—No me mientas. —Se volvió hacia ella con rapidez y Briseida no dejó
que sus ojos oscuros la cohibieran—. Sé que no confías en mí, me duele
saber que quizá nunca lo harás, pero quiero que sepas que yo protegeré cada
uno de tus secretos con mi vida.
—¿Qué sabes? —preguntó furibundo.
—Lo sé todo —aseguró con valentía y dio un paso en su dirección—.
¿Por qué no me dijiste que es tu hermana? ¿Por qué no puedes confiar en
mí? No lo entiendo, Ewan, ¿qué debo hacer para ser digna de tu confianza?
—¿Cómo lo supiste?
—El marqués de Teingham me lo dijo.
—Ese imbécil —siseó y la sujetó firmemente de los brazos—. Tú y yo
nunca podremos estar juntos, Briseida, lo mejor que puedes hacer es huir de
mí y olvidar todo lo que vivimos juntos.
—No quiero ni puedo hacerlo. —Se zafó de su agarre—. Yo te amo,
Ewan.
—Colette está encinta, cuando esto se sepa yo…
—Yo quiero estar a tu lado —le cortó, obligándolo a cerrar los labios en
una fina línea—. No me importa el escándalo, no me importa si llegas a
perderlo todo, yo sólo quiero estar contigo.
—Eres una tonta —gruñó con impotencia, alborotando su cabellera, y
Briseida no pudo contenerse más e hizo lo que le pareció más sensato.
Se abalanzó sobre el hombre, rodeándolo por el cuello para unir sus
labios con violencia y con un gemido disfrutó de su inmediata respuesta. Lo
besó como si no existiera un mañana, tomando todo lo que estuvo
anhelando en las últimas semanas, y Ewan rompió el beso con brusquedad.
—Te estás condenando —susurró entre besos, abrazándola duramente
por la cintura.
—¿A una vida llena de felicidad y dicha?; lo sé. —Empezó a abrirle los
botones de su chaleco—. ¡Ah! —jadeó asustada cuando la lanzó hacia la
espaciosa cama y lejos de cohibirse, retrocedió sobre su lugar y se abrió
para él, observando con lujuria como se despojaba de su ropa.
—Si tu hermano viene por ti, lo mataré —advirtió, cerniéndose sobre
ella totalmente desnudo, y Briseida lo abrazó por la cintura y con un rápido
movimiento invirtió los papeles y terminó sobre él.
—No vendrá, sabe que no puede hacerlo. —Sonrió con coquetería y
empezó a mecerse sobre él—. No quiero ser una Milton, renuncié a ese
estúpido apellido el día que me entregué a ti.
—¿Huiremos a Escocia? —Atenazó sus caderas, acomodándola en el
lugar adecuado para que su glande tocara su entrada, y Briseida gimió.
—Hasta el fin del mundo si es lo que quieres —espetó y se dejó caer
sobre su dura verga, disfrutando con creces como la llenaba una vez más—.
Te amo, eres mío y no permitiré que seas de nadie más.
Dichas esas palabras empezó a montarlo con violencia, agradeciendo que
él también guiara cada uno de sus embistes, y con el cuerpo perlado por el
sudor y la respiración jadeante por el esfuerzo, Briseida pudo sentir como
su cuerpo alcanzaba la liberación y dejó que Ewan la tumbara sobre el
colchón para empezar a arremeter contra ella sin piedad alguna, logrando
así brindarle un segundo orgasmo mientras él derramaba su semilla en su
interior.
—Voy a hacerte mi esposa por las buenas o las malas y tú vas a
aceptarme porque eres tú la que no me deja vivir tranquilo ni me permite
olvidarte. —Se derrumbó sobre ella, tratando de recuperar el aliento
perdido.
—No, no me olvides —rogó con un hilo de voz, abrazándolo con fuerza
—. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, no quiero perderte.
—No sé cómo, pero juro que te protegeré de todo el escándalo que
represento para ti.
—Quédate a mi lado y todo estará bien.
—Creí que mi verdad te haría huir de mis brazos —confesó cuando sus
miradas se encontraron y Briseida negó con la cabeza.
—Nada me hará huir de tus brazos, mi amor —aseguró con diversión—.
Quiero ser tu duquesa infame.
Ewan carcajeó por lo bajo y enterró el rostro en su cuello para morder su
piel con saña.
—Tus deseos son ordenes, milady.
Ni el escándalo, ni los secretos, ni su tía y ni su hermano podrían
separarlos.
Ellos iban a quedarse juntos para siempre.

***
Colette no tenía la menor idea de dónde se encontraba, pero sabía que
ese lugar no era la casa del marqués de Teingham, aunque claramente tenía
su inconfundible fragancia. Ahora mismo se encontraba recostada sobre su
costado, sin ningún corsé ajustando su vientre, y sólo podía preguntarse qué
pasó en los últimos minutos.
Sólo una estúpida como ella terminaba desmayada en manos del
marqués misógino.
Se incorporó con lentitud, odiando el violento mareo que azotó sus
sienes, y agradeció que su velo siguiera en su lugar, al menos el marqués
respetó su privacidad y no le quitó esa prenda.
«Sabes que él no quiere verte, te tiene miedo», le susurró una vocecilla y
una vez más el desasosiego encogió su corazón.
Él le había hecho el amor con abandono, incluso la reclamó como suya,
pero sólo necesitó tocar su cara para echarla de su vida e ignorar todo lo
ocurrido entre ellos.
Eso pasaría siempre, cualquier hombre que se acercara a ella saldría
huyendo al conocer su verdad, por lo que quizá lo mejor que podría hacer
sería salir huyendo de Londres y tener a su bebé.
—Me pregunto ¿en qué diablos estuviste pensando al creer que dejaría
que Ewan reconociera a mi hijo? —La sangre se le congeló e
inmediatamente giró el rostro hacia la puerta de la habitación.
Leighton estaba ahí, cruzado de brazos, mirándola con un odio
alarmante.
—No sé de qué habla.
Ewan no pudo haberla delatado, él debía guardar su secreto.
—Mejor, porque pronto dejará de existir.
—¿Qué? —La garganta se le cerró y el marqués le sonrió con malicia.
—Ten por seguro que yo me encargaré de todo y en menos de un mes
todo esto no será más que un horrible recuerdo.
No, Leighton Kilbrenner estaba muy equivocado si pensaba que ella
permitiría que se metiera con su hijo. Su padre intentó matarla en vida y
Colette pudo sobrevivir, por lo que no permitiría que le arrebataran ese
derecho a su hijo estando en su vientre.

***
—¿No deberíamos marcharnos? —inquirió somnolienta, escuchando
todo un bullicio en el exterior de la habitación.
—Tengo miedo —confesó él, captando su atención—. ¿Qué tal si
salimos de Las garras de Lucifer y tu hermano acaba con esta magia?
—No pasará —le aseguró y lo abrazó por el vientre—. No lo
permitiremos.
Ewan iba a contestarle, pero un toque en la puerta los alertó a ambos.
—Te juro que si es él lo mataré. —Salió de la cama de un salto y
Briseida se aferró a las sábanas con nerviosismo.
Zander no sería capaz de llegar tan lejos, ¿verdad?
Ewan atendió al criado que tuvo la osadía de molestarlos, manteniendo
la puerta lo más cerrada posible, y frunció el ceño al ver que le tendían un
sobre blanco.
—¿Qué es eso? —preguntó una vez que estuvieron solos y él revisó el
sobre con curiosidad.
—No tiene firma.
Lo abrió con rapidez y por breves segundos el silencio se instaló en la
habitación. Briseida comenzó a exasperarse al darse cuenta que Ewan no
pensaba decir nada al respecto y no pudo seguir callada.
—¿Ewan?
—Tu hermano aceptará nuestra boda, no quiere que huyamos a Escocia
ni hagamos de esto un nuevo escándalo.
—¿Qué? —Sus ojos se abrieron de par en par y Ewan se rio por lo alto.
—Sólo necesitamos una licencia especial y podremos tener una boda
decente.
Se veía tan contento que ella no pudo evitar incorporarse y correr hacia
sus brazos para celebrar con él. Tendría su boda soñada con su hombre
amado y su hermano no buscaría echar todo a perder.
—Al final todo salió bien —musitó más tranquila y ambos se abrazaron
con fuerza.
—Lo primero es hacerte mi esposa. —Al parecer temía que su hermano
cambiara de parecer—. Lo demás lo descubriremos más adelante.
¿Lo demás?
No tenía la menor idea de a qué se estaba refirieron, pero no quería hacer
ninguna pregunta al respecto.
Se sentía demasiado feliz como para adquirir una nueva mala noticia.
FIN
Epílogo
“Cierto pajarito me ha informado que el vizconde de Hunt tiene a una
dama muy bien oculta y su último viaje ha sido por ella, ¿alguien me
podría decir si el vizconde perfecto ya tiene a su futura esposa en la mira?
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.

La boda de su hermana estuvo destinada a ser un suceso escandaloso


desde el momento que Londres descubriera quién era el novio, por lo que
Zander determinó que lo mejor y más sensato era permitir que esa locura
siguiera su protocolo y no terminara en Escocia.
Odiaba la idea de entregarla a Saint Albans, pero las semanas que ella
estuvo lejos de ese hombre le resultaron un infierno, puesto que su felicidad
le importaba más de lo que todos podían imaginarse.
Estaba seguro que cuando su tía regresara lanzaría el grito al cielo al
descubrir que su adorada sobrina ahora era la duquesa de Saint Albans, pero
por primera vez en toda su vida, Zander estaba velando por sus propios
intereses.
Desde su alejado lugar en el salón de baile observó a la feliz pareja que
acababa de dar el sí en el altar y empuñó las manos con ira contenida.
Gillian era la hermana de Ewan, no su amante, ella era otra bastarda del
difunto duque de Saint Albans y ahora no tenía la menor idea de dónde se
encontraban ella y su… hijo.
Hoy era un día especial para su hermana y no pensaba declararles la
guerra a los miembros de la sociedad de los canallas, pero muy pronto esos
imbéciles descubrirían que meterse con él era lo más insensato en la faz de
la tierra.
Gillian y el niño eran suyos y si tenía que acabar con todo lo que esos
hombres amaban para encontrarlos lo haría. Ewan tenía la protección de su
hermana, pero su misericordia hacia sus amigos dependería del entusiasmo
que él demostrase para ayudarlo a conseguir lo que quería.

***
—Sé que es un día especial y que todo ha salido mejor de lo esperado,
pero hay algo en la actitud de Zander que no me permite sentirme tranquilo
—admitió Ewan en el jardín de su casa, admirando la hermosa sonrisa de su
esposa y ella negó con la cabeza.
—Todo saldrá bien, me dio su palabra de que no se metería en nuestra
relación.
Ewan no creía en la palabra de ese hombre.
Zander era un tramposo de primera, el duque soberbio no era de fiar.
—¿Estás feliz con tu nuevo título, con tu nuevo marido y tu nuevo
hogar? —quiso saber y ella sonrió, risueña.
—Nunca me he sentido tan feliz. —Juntó sus frentes con ternura—.
Estoy lista para enfrentar cualquier adversidad.
—Te di mi palabra de que protegería tu reputación lo mejor posible.
—Una licencia especial en menos de siete días no sé si puede
considerarse un buen escudo —bromeó y ambos rieron por lo bajo.
—Pudieron haber sido tres días, pero Ryne no me lo permitió.
—Mi Dios, bendito sea el vizconde.
En esta ocasión, rieron por lo alto.
—No debes preocuparte por Colette. —Acarició su mejilla y la hermosa
sonrisa de su esposa tembló—. Accedió a retirarse al campo.
—¿Qué?, ¿por qué?
—No quiere perjudicar el compromiso de su hermana, ¿puedes creer que
Louisa se casará?
—No lo entiendo, ¿por qué no sé nada de esto, Ewan?
—Porque Leighton me pidió la mano de Louisa en matrimonio ayer por
la noche y me prometió que sería un buen esposo y cuidaría adecuadamente
de ella.
—¿Qué? No entiendo…
—Lo sé, fue repentino, pero acordamos que nada se hará público hasta
que Colette determine qué desea hacer con su embarazo.
Briseida lo observó con temor, había algo en esa historia que no
terminaba de cuadrarle en lo más mínimo.
—Descuida, Leighton me prometió que cuidará adecuadamente de
Louise.
Si era sincero, la proposición de su amigo le había caído de sorpresa y le
resultó desconcertante, pero debido a la situación de Colette y el riesgo que
corrían sus hermanas de quedar arruinadas de por vida por su desliz, incluso
Colette consideró que ese matrimonio era el mejor camino a seguir.

***
—Cumplí con mi parte del trato y ahora tú debes cumplir con la tuya —
espetó Leighton con frialdad, acorralando peligrosamente a Colette contra
el estante de libros, y la mujer se encogió en su lugar con nerviosismo.
—Lo haré —susurró con un hilo de voz y eso no hizo más que
encolerizarlo.
—¿Cuándo?
—Cuando me retire al campo.
Ella iba a irse, esa mujer saldría de su vida para siempre, durante
semanas había deseado perderla de vista y ahora su deseo se haría realidad,
¿por qué no estaba feliz con el resultado?
—Si me entero que seguiste con el embarazo, tú y este bebé —posó la
mano en su vientre plano y ella dejó de respirar—, lamentarán su mísera
existencia.
—¿Y si consigo a alguien que quiera reconocerlo?
Leighton se rio sin humor alguno, tal vez hizo mal al alcoholizarse en la
boda de su amigo, porque sobrio no habría aceptado algo tan estúpido y
peligroso.
—Tienes los días contados, este embarazo no puede seguir avanzando.
Quiso alejarse de la fémina, pero su olor a peonias lo retuvo por varios
segundos y se tensó al darse cuenta que su mano aún seguía sobre el vientre
plano que llevaba una gran amenaza dentro.
No tendría un hijo con la abominación Sheeran, su primer y más grande
error no estaría vinculado con esa mujer.

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