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32a Conferencia. Angustia y vida pulsional.

Freud nos comienza advirtiendo que los planteamientos que expondrá sobre la angustia son
nuevos respecto a lo dicho en 1916 y que dichos planteamientos deben ser tomados como
concepciones, es decir, “representaciones abstractas correctas, cuya aplicación a la materia bruta de
la observación hace nacer en ella orden y trasparencia” (p.75). Esto lo que deja claro es que en
primer lugar él no considera estas ideas sobre la angustia como una explicación definitiva, y en
segundo lugar, creo que le da el estatuto a la materia con la cual se trabaja en las teorías: los
conceptos. Los conceptos no son más que nociones que permiten el ordenamiento de una realidad
fenoménica; su articulación con otros conceptos es la maniobra por establecer una lógica que
permita un nivel de operación e incidencia sobre el fenómeno.

En ese sentido, nos hace un recuento de las ideas principales que sostuvo en la conferencia
25 y que se sintetizan así:

1. Considera la angustia como un estado afectivo. Recordemos que el estado afectivo incluye
en primer lugar, inervaciones o descargas motrices y, en segundo lugar, sensaciones que pueden
ser percepciones de las acciones motrices ocurridas, y sensaciones directas de placer y displacer.
Lo que une los distintos elementos de la angustia es la repetición de una determinada vivencia
significativa que se origina en una impresión, reminiscencia que Freud ubica en lo hereditario, en lo
prehistórico; y especialmente en el acto del nacimiento y en la separación de la madre.
2. Distingue entre angustia realista y angustia neurótica. La primera corresponde a una
reacción ante un peligro que se percibe en lo externo. La segunda se comporta de un modo distinto
puesto que pareciera carente de fin en tanto la fuente de peligro no se muestra desde el orden
fáctico. La angustia realista se caracteriza por un estado sensorial incrementado, y una tensión
motriz que corresponde al apronte (preparativo/afrontamiento) angustiado. El estado de apronte
angustiado produce la activación motriz y el sentimiento de angustia. Freud muestra que ante dicho
estado puede darse dos desenlaces: el primero es que el desarrollo de angustia se reduzca a un
amago, a una señal que permite la activación motriz acorde con la situación de peligro para que se
produzca una respuesta de huida, defensa o ataque. El segundo, es que el desarrollo de angustia se
concentra en la repetición de una antigua vivencia traumática, de modo que la reacción ante el
peligro percibido produce un estado afectivo paralizante que impide la activación motriz para el fin
adecuado. Lo llamativo aquí, es que el desarrollo de angustia rememora o intenta repetir una
vivencia traumática.
3. Respecto a la angustia neurótica, la dividió en tres grupos:
El primer tipo de angustia es flotante o expectante puesto que puede pegarse de cualquier
representación para influir sobre el juicio. Este tipo de angustia se manifiesta en personas que
prevén posibilidades terribles ante una situación. Freud le llama a esta angustia expectante o
expectativa de angustia, "neurosis de angustia" que es una afección neurótica dentro de las neurosis
actuales. A estos sujetos suele denominársele popularmente como pesimistas.
El segundo grupo corresponde a las fobias o angustia de fobias. Freud las agregó dentro de lo que
denominó “histeria de angustia” por su cercanía con el mecanismo de la histeria conversiva. Este
tipo de angustia no es libremente flotante, sino que está ligado psíquicamente y anudado a ciertos
objetos y situaciones, pero su reacción pareciera desmedida. Freud divide en tres grupos la angustia
de fobias: el primero se refiere a objetos que por sí mismo producen la sensación de peligro, el
segundo corresponde a situaciones a las que se les adjudica un peligro, y el tercer grupo
corresponde a objetos que producen angustia pero que no se percibe un nexo claro con la fuente de
peligro.
El tercer tipo de angustia posee la cualidad particular de que el peligro exterior que se supondría
como fuente de angustia no se percibe. Dicho estado de angustia puede manifestarse en compañía
de otros síntomas o como un ataque de forma independiente presente en la histeria o en otras
formas de neurosis graves.
4. Freud recuerda dos preguntas muy importantes: ¿de qué se tiene miedo en la angustia
neurótica? Y ¿cómo se compadece esta con la angustia realista ante peligros externos? Para cada
tipo de angustia hay una respuesta:
En el primer tipo, la angustia flotante o expectante, podríamos decir que el miedo es producto de un
nexo con la economía de la libido en la vida sexual. Freud le denomina excitación frustránea a una
situación que produce una excitación y sin embargo, la libido no se aplica, se frustra, entonces es
reemplazada por angustia. Situemos la secuencia: una escena que produce excitación, no hay
descarga libidinal, se muda en angustia, y cuando aparece una situación similar, la descarga normal
de la libido está reemplazada por angustia, el sujeto prevé un desenlace terrible de la situación. Lo
que no me queda claro aquí es que si bien no hay objeto ligado, lo que hay es una escena, una
situación, ¿qué la hace entonces libremente flotante?
En el segundo tipo, es decir, las fobias, ocurre algo similar en el sentido de la relación con una
aplicación anormal de la libido. Freud plantea el ejemplo de lo que hoy conoceríamos como
agorafobia o angustia social: el niño anhela el rostro de la madre, pero al ver un rostro ajeno, que no
es el que espera, esta libido que busca descargarse termina frustrada y mudada en angustia. Me
queda como pregunta qué hace que la angustia quede ligada a un objeto, puesto que esa es la
diferencia con la angustia expectante. Lo que sí es claro es que tanto en fobias infantiles como en la
expectativa de angustia el mecanismo obedece a una trasmudación directa de la libido.
En el tercer tipo de angustia, el mecanismo tiene la similitud de una trasmudación de afecto libidinal
en angustia como en los dos tipos anteriores, pero se le agrega un proceso que es la represión de
una representación inconcebible para el yo a la cual está previamente adherido el afecto libidinal
(amor/agresión) que a la postre trasmuda en angustia. Como sabemos, por efecto de la formación
de síntoma, la representación es luego desfigurada a un punto irreconocible.
5. Lo que muestran las observaciones es que el desarrollo de angustia y la formación de
síntomas son procesos que se subrogan y se relevan entre sí. Freud da el ejemplo de la agorafobia
que parte de un ataque de angustia en la calle que luego se repetirá ante esa situación. El síntoma
que se crea para evitar el ataque de angustia es la inhibición a estar en la calle. En las acciones
obsesivas ocurre lo mismo, el acto obsesivo tiene la función de proteger al sujeto del desarrollo de
angustia que se puede constatar cuando se priva al sujeto de dicho acto. En las fobias, un desarrollo
de angustia luego ha producido el síntoma fóbico. Así pues, las respuestas a las dos preguntas que
Freud se planteó son las siguientes: “aquello a lo cual se tiene miedo es, evidentemente, la propia
libido. La diferencia con la situación de la angustia realista reside en dos puntos: que el peligro es
interno en vez de externo, y que no se discierne concientemente” (p.78).
6. Freud explica el modo en que en las fobias el peligro interno muda en externo, es decir, una
angustia neurótica se muestra como angustia realista: en el caso del agorafóbico, este experimenta
unas mociones de tentación en la calle que le son insoportables; así, la fobia se crea para
defenderse del desarrollo de angustia, pero suponiendo el peligro en la calle y no en el verdadero
origen del cual no es consciente. Lo problemático, muestra Freud, es que de un peligro externo se
puede huir, mientras que de uno interno no; de ahí que deba crearse el síntoma y la posterior
inversión de interno en externo.
7. Freud concluye su resumen de la anterior conferencia afirmando que hace falta algo que
unifique los fragmentos de esta comprensión sobre la angustia.
Los planteamientos sobre la nueva tópica llevan a Freud a tomar otra dirección respecto al
análisis de la angustia. Parte diciendo que hay una nueva tesis: la angustia solo puede ser producida
y sentida por el yo. Además, habla de tres variedades de la angustia: la realista, la neurótica y la de
la conciencia moral. Con cada una de ellas se corresponden los vasallajes del yo, es decir, angustia
respecto al mundo exterior, respecto al ello y respecto al superyó. A esta comprensión se le suma la
función que ocupa el complejo de Edipo en la emergencia de la angustia: recordemos que en la
conferencia 25, Freud había antepuesto la represión a la angustia:
En el caso de las fobias, por ejemplo, es posible diferenciar nítidamente dos fases del proceso
neurótico. La primera tiene a su cargo la represión y el trasporte de la libido a la angustia, que
es ligada a un peligro exterior. La segunda consiste en la edificación de todas aquellas
precauciones y aseguramientos destinados a evitar un contacto con ese peligro considerado
como algo externo. La represión corresponde a un intento de huida del yo frente a la libido
sentida como peligro (p.373).

Lo que se muestra en ese pasaje es que la represión causa la angustia en tanto la represión
de una representación es acompañada de una mudanza de la libido en angustia producto de un
peligro percibido exteriormente. Sin embargo, en esta nueva conferencia, Freud plantea la tesis
contraria: “No es la represión la que crea a la angustia, sino que la angustia está primero ahí, ¡es la
angustia la que crea a la represión” (p.79). En el caso de las fobias (histeria de angustia), la lectura
era que el niño experimentaba una investidura libidinosa hacia la madre que luego era reprimida por
percibirse como un peligro externo, lo que luego producía la mudanza en angustia; la explicación
cambia con la nueva tesis puesto que lo que causa la represión es la angustia realista (externa) que
el niño percibe primero como sanción por desear a la madre, la castración, lo que luego
internamente le produce una angustia neurótica producto del peligro interno de tener que renunciar a
dicho objeto. Es allí cuando se produce la represión como defensa a un peligro interno, pero que
primero ha sido externo. Lo que no entiendo es la siguiente frase de Freud que pondría al peligro
interno como previo al peligro externo: “confesémoslo llanamente: no esperábamos que el peligro
pulsional interno resultara ser una condición y preparación de una situación de peligro objetiva,
externa” (p.80) (leer pasaje completo). En todo caso, como se acaba de expresar, el peligro externo
no es otro que el de la castración que el niño aprende desde la fase fálica; además, recordemos que
es el complejo de castración una de las fuentes principales (pero no la única) de la represión, del
periodo de latencia en el que el niño olvida sus mociones de deseo libidinosas y los objetos a los que
estaba dirigidos. Freud aclara que la angustia de castración es sentida por los niños, pero no por las
niñas, puesto que estas no experimentan el temor a perder el pene sino a perder el amor que
corresponde a una continuación de la angustia del lactante cuando extraña a la madre. Recordemos
que estas sensaciones de angustia son repetición de la angustia del nacimiento.

Freud cita una contribución importante de Otto Rank, quien plantea que “la vivencia de
angustia del nacimiento es el arquetipo de todas las situaciones posteriores de peligro” (p.81). Freud
no está de acuerdo con todo lo planteado por Rank, pero sí reconoce algunas implicaciones de esta
tesis, por ejemplo, que a cada etapa del desarrollo le corresponde una determinada condición de
angustia y una situación de peligro:

El peligro del desvalimiento psíquico conviene al estadio de la temprana inmadurez del yo; el
peligro de la pérdida de objeto (de amor), a la heteronomía de la primera infancia; el peligro
de la castración, a la fase fálica; y, por último, la angustia ante el superyó, angustia que cobra
una posición particular, al período de latencia. (p.82)

Freud se sigue ocupando de la relación entre la angustia y la represión y recuerda que hasta
el momento hay dos nuevas intelecciones: que la represión es creada por la angustia, y que una
situación pulsional temida se remonta, en el fondo, a una situación de peligro exterior (aquí parece
seguir predominando lo exterior por sobre lo interior). Se pregunta entonces: “¿cómo nos
representamos ahora el proceso de una represión bajo el influjo de la angustia?” Lo que entiendo de
este proceso es que en primer lugar el yo percibe que la satisfacción de una moción pulsional
convocaría una de las situaciones de peligro (la de las fases de desarrollo); en ese sentido, la
investidura libidinal tendría que ser sofocada (reprimida) para que sea impotente y no produzca el
peligro del que el yo se protege. En segundo lugar, lo que sucede es que el yo hace una especie de
tanteo, como ocurre en el pensamiento normal (aquí habría que estudiar cómo es el proceso de
pensamiento para Freud), con el cual anticipa si la satisfacción que produciría la moción pulsional
reproduciría el displacer que genera el peligro temido; con esa anticipación se produce un
automatismo de la relación placer-displacer que luego lleva a la represión de la moción de deseo
peligrosa. Seguidamente Freud explica lo que ocurre con el yo y el ello tras la represión, sin
embargo, no puedo más que captar la idea, respecto al segundo, que hay un cambio de tesis y es
que, si antes Freud consideraba que tras la represión la libido mudaba en angustia, ahora va a
considerar que el destino de esa energía puede ser múltiple, por ejemplo, seguir adherida a la
moción de deseo reprimida en el ello, o incluso su destrucción completa, lo cual me es
incomprensible. Habría que leer el sepultamiento del complejo de Edipo para entender mejor esa
idea. De resto no entiendo casi nada de lo que ocurre con el yo y el ello en los tres párrafos
destinados a ello.

Un último asunto del que se ocupa respecto a la angustia corresponde a la siguiente


pregunta: “¿Qué es en verdad lo peligroso, lo temido en una de tales situaciones de peligro?” (p.86);
aunque Freud ya nos había dicho que es el nacimiento el origen de la angustia, en tanto es una
experiencia de separación de la madre, Freud da un paso más allá de lo fenoménico para pasar a lo
teórico. Nos explica que lo que se produce en esa situación es la vivencia de una excitación tan
elevada que produce una tensión displacentera y que por lo demás no puede ser descargada. A ese
vivenciar le denomina factor traumático que corresponde a un fracaso del principio de placer.
Recordemos que el principio de placer que rige al ello corresponde a un intento de mantener en un
nivel bajo la excitación libidinal, por eso es que ante la presencia de una moción pulsional el modo
de reducir la tensión que produce es por la vía de la descarga energética. En ese sentido, Freud
llega a la siguiente concusión: “lo temido, el asunto de la angustia es en cada caso la emergencia de
un factor traumático que no pueda ser tramitado según la norma del principio de placer” (p.87). Aquí,
nuevamente, el factor cuantitativo es definitivo, pues solo a partir de cierta magnitud de excitación es
que se producirá el factor traumático que hace fracasar el principio de placer y generar la percepción
de peligro; y concluye con lo siguiente: “ya no afirmaremos que sea la libido misma la que se muda
entonces en angustia. Pero no veo objeción alguna a un origen doble de la angustia: en un caso
como consecuencia directa del factor traumático, y en el otro como señal de que amenaza la
repetición de un factor así” (pp.87-88).

Como asunto para la discusión queda la pregunta por la primera tesis de Freud según la cual
“el yo es el único almacigo de la angustia, sólo él puede producirla y sentirla” (pp.78-79), ¿cómo es
posible que la angustia solo sea producida por el yo si en el nacimiento no hay un yo constituido?
Sabemos que Freud nos ha planteado que el yo es una extensión del ello, que por su contacto con
el mundo externo ha dado lugar a la consciencia; sin embargo, no podemos hablar de un yo en el
nacimiento, asunto que deja una duda enorme ante la tesis planteada por Freud. Por otra parte,
recordemos que al final nos ha mencionado que lo que ocurre en el nacimiento es un factor
traumático, es decir, una cantidad de excitación en el psiquismo que ha producido una tensión
excesiva y que no ha podido ser descargada o tramitada según el principio del placer. Podría
plantearse que este factor traumático es en realidad sentido en el ello, quedando registrado como
una huella mnémica biológica a la que luego se le agregará una representación que a la postre
podrá ser causa de angustia. Recordemos que Lacan ha hablado del tiempo en términos de
anticipación y retroacción, y es con la retroacción que podríamos plantear que es en un segundo
momento a partir de una simbolización, que un hecho toma el estatuto de lo traumático. En ese
segundo momento el yo ya está constituido, de modo tal que allí sí se cumpliría la tesis de Freud,
pero esta misma tesis impide afirmar que la experiencia de nacimiento pueda ser denominada
propiamente como angustia sino más bien como una experiencia original sobre la cual a la postre se
produce la angustia; con Lacan, podríamos arriesgarnos a plantear que lo que hay allí no es otra
cosa que lo real, en tanto extracción de goce del viviente.

En la segunda parte de la conferencia, Freud se ocupa de las nuevas concepciones sobre la


teoría de la libido y sobre las pulsiones. Parte de una frase para la discusión: “la doctrina de las
pulsiones es nuestra mitología, por así decir. Las pulsiones son seres míticos, grandiosos en su
indeterminación. En nuestro trabajo no podemos prescindir ni un instante de ellas, y sin embargo
nunca estamos seguros de verlas con claridad” (p.88). ¿Qué nos quiere decir Freud con estas
ideas? Me parece a mí que al platear la doctrina en términos de mitología, ya se están reconociendo
por lo menos tres cosas: lo primero, que la pulsión es un concepto que busca representar una lógica
psíquica y de la cual solo se puede saber por sus manifestaciones observables en lo corporal, es
decir, en un organismo atravesado por el lenguaje. Segundo, que, en ese sentido, la doctrina de las
pulsiones no podemos asumirlas como hechos, sino como un intento por otorgarle un cierto
ordenamiento a una realidad que se supone subyacente a las manifestaciones fenoménicas. Y
tercero, que la pulsión no es un órgano observable como lo sería en la medicina, por ejemplo, el
hígado, lo cual también plantea que el concepto de pulsión no remite a una realidad
predominantemente biológica, o que más bien, no se reduce a ese nivel.

Freud menciona que en un primer momento hablaba de dos pulsiones principales: el hambre
y el amor; así, un grupo de pulsiones (el primero) es del interés de la biología y da lugar a una
psicología que estudia lo psíquico que parte de lo biológico. La división que realizó de estos dos
grupos dio lugar a las pulsiones yoicas o de autoconservación y las pulsiones sexuales: “entre las
primeras incluimos todo lo que tiene que ver con la conservación, la afirmación, el engrandecimiento
de la persona. A las segundas debimos conferirles la riqueza que exigían la vida sexual infantil y la
perversa” (pp.88-89). Freud nos explica que la pulsión, a diferencia de los estímulos externos, se
corresponde a un estímulo interno que opera con una fuerza constante para la cual no hay acción
específica que la cancele; es decir, mientras que un estímulo externo como un rayo de luz puede ser
cancelado, por ejemplo, retirando la mirada, en la pulsión el estímulo continúa solo que con un nivel
de tensión variante. Hay cuatro conceptos que intervienen en la lógica de la pulsión: el primero es el
esfuerzo que corresponde al factor motor, es decir, la fuerza o movimiento que la pulsión implica. La
fuente es un estado de excitación corporal, es decir, un estímulo que luego es representado
(recordemos que la pulsión no es la representación, lo que hace que la pulsión no tenga objeto). La
meta de la pulsión es su satisfacción, Freud lo denomina cancelación de la excitación, lo cual no
significa cancelación de la pulsión. Y el objeto sería aquello mediante el cual se cumple la meta de la
pulsión.

En este funcionamiento, Freud nos aclara que hay metas pulsionales activas y pasivas, lo
cual no significa que no haya actividad en las segundas; además, el propio cuerpo puede utilizarse
para procurar la satisfacción de determinadas pulsiones. Por otra parte, las pulsiones tienen un
comportamiento en el que unas de una fuente pueden acoplarse a la de otra, y también la
satisfacción puede ser sustituida por otra; esto ocurre con las pulsiones sexuales en general, pero
con las pulsiones de autoconservación como el hambre y la sed no, puesto que son inflexibles en la
vía de sus metas. Luego nos menciona un destino de la pulsión que es la sublimación, allí lo que
ocurre es que la pulsión cambia en su meta y en el modo cómo se dirige hacia el objeto que ahora
toma una cualidad mucho más social. También nos muestra lo que significan las pulsiones de meta
inhibida, es decir, pulsiones que han renunciado a su satisfacción, pero mantienen una investidura
de objeto duradera y una aspiración continua, por ejemplo, a través de la ternura.

Freud reitera algunas ideas que ya nos había presentado en las conferencias 20 y 21. Nos
muestra que en un principio las pulsiones no están organizadas en función de una meta reproductiva
que es lo que comúnmente se entiende por sexualidad. Más bien, el niño desarrolla luego del
nacimiento unas zonas erógenas susceptibles de placer. En ese sentido, en un primer momento las
pulsiones se dirigen a estas zonas de forma independiente y según la etapa de desarrollo libidinal.
Esta satisfacción autoerótica es también llamada por Freud placer de órgano, que comienza con la
fase oral, en la que el niño obtiene placer con su boca a través de la lactancia (objeto externo) y
luego con el chupeteo, por ejemplo, de un dedo, es decir, de forma autoerótica. Luego, se encuentra
la fase sádico-anal, que se caracteriza por la obtención de placer gracias al crecimiento de los
dientes, el fortalecimiento de la musculatura y el manejo de los esfínteres. La tercera es la fase fálica
que se concentra en la obtención de placer por medio de los órganos genitales, aquí advienen las
prácticas onanísticas y todo el conjunto de investigaciones y creaciones del niño para explicar su
diferencia genital. Solo en un cuarto momento aparece la fase genital en la que hay una
organización sexual definitiva, y las pulsiones parciales se han unificado en torno a una meta
principal que es la reproductiva. Las pulsiones parciales en este proceso de desarrollo libidinal van
perdiendo su utilidad o van siendo reprimidas quedando relegadas a papeles secundarios en el acto
sexual; es decir, es lo que queda de la sexualidad perversa polimorfa del niño.

Una nueva intelección, dice Freud, consiste en el descubrimiento de unas subfases o


subestadios dentro de la fase oral y la fase sádico anal que muestra la emergencia de la
ambivalencia en el sujeto. En la fase oral, hay un primer subestadio que solo está concentrado en la
incorporación oral, pero en un segundo momento, con el crecimiento de los dientes, aparece por
primera vez el carácter destructivo de la pulsión, que con el acto de morder se le puede denominar
sádico-oral. Desde aquí puede verse surgir el fenómeno de la ambivalencia hacia el objeto, es decir,
la polaridad amor-destrucción. Algo similar ocurre en la fase sádico anal, pues en un primer
momento, según Abraham, las pulsiones dirigidas a esta zona se concentran en destruir, aniquilar y
perder; mientras que en un segundo momento aparece la tendencia de guardar (retener) y poseer, lo
cual posee un contenido amistoso hacia los objetos (las heces) y que representa una cualidad
precursora que luego se manifestará en las investiduras de amor. El valor más importante de esta
intelección es que permite puntualizar mucho mejor en la investigación clínica el lugar de la
predisposición para la contracción de una determinada forma de la neurosis según los puntos de
fijación libidinal, que a la postre pueden producir los fenómenos de la regresión.

Una segunda intelección, consiste en que cada fase ya no se considerará como un momento
que se disipa con la aparición de la nueva fase, sino que representa una adquisición en la economía
libidinal y en el carácter del sujeto que suma a lo que acontece en las fases subsiguientes; en otras
palabras, una fase del desarrollo libidinal no se supera, sino que representa un desarrollo
acumulativo en la organización libidinal. Un asunto que se amplía con esta idea es el de las
trasposiciones pulsionales; es decir, cómo la ganancia de placer en una fase luego entra en
conexión con otros objetos y va definiendo ciertas formas de comportamiento. Un primer ejemplo es
el de la multiplicidad de usos que adquiere la zona erógena anal:
Dejemos por eso que Abraham [1924] nos explique que el ano corresponde
embriológicamente a la boca primordial que ha migrado hacia abajo, hasta la extremidad del
intestino. Luego nos enteramos de que, con la desvalorización de la propia caca, de los
excrementos, este interés pulsional de fuente anal traspasa hacia objetos que pueden darse
como regalo. Y con derecho, pues la caca fue el primer regalo que el lactante pudo hacer, del
que se desprendió por amor a su cuidadora. (p.93)

Es por ello que podemos apreciar en los niños un comportamiento con sus heces muy
particular en función del afecto que siente por la persona presente; además, respecto a la tendencia
a la retención, vemos luego la necesidad por la acumulación, por ejemplo, de dinero. Dice Freud al
respecto: “es imposible orientarse en las fantasías —las ocurrencias influidas por lo inconciente— y
en el lenguaje sintomático del ser humano si no se conocen estos profundos nexos. Caca-dinero-
regalo-hijo-pene son tratados aquí como equivalentes y aun subrogados mediante símbolos
comunes” (p.93). Un segundo ejemplo es el siguiente:

También podemos estudiar muy bien en la niña cómo normalmente el deseo de poseer un
pene, enteramente afemenino, se trasmuda en el deseo de tener un hijo, y luego en el de
tener un varón como portador del pene y dador del hijo, de suerte que también aquí se vuelve
visible el modo en que un fragmento de un interés anal-erótico en su origen se forja un sitio
en la posterior organización genital. (p.94)

Una tercera intelección corresponde a la incidencia de las fases de desarrollo u organización


libidinal en la formación del carácter. Ya en la primera parte de la conferencia Freud nos había dicho
algunas cosas sobre el carácter. Planteó que este es solo atribuible al yo, y que de su formación
participan la incorporación de la instancia del superyó, las identificaciones con los progenitores y con
otros similares, y las formaciones reactivas que adquiere el yo tras ciertas represiones debido a
mociones pulsionales indeseadas. Como ejemplos, aparecen cualidades reunidas con regularidad
como el orden, el ahorro y la terquedad, que Freud denomina como carácter anal, debido a que
surgen del consumo y empleo diverso del erotismo anal. Lo que no me queda claro es si esta
reunión es producto de una satisfacción lograda o no lograda en la fase sádico anal; Freud dice:
“hablamos entonces de un carácter anal toda vez que hallamos esa llamativa reunión, y ponemos el
carácter anal en una cierta oposición con el erotismo anal no elaborado hasta su acabamiento”
(p.94). El segundo ejemplo relativo al carácter corresponde a la relación entre la ambición y el
erotismo uretral. Aquí Freud dice una idea que no capto suficientemente y para lo cual vendría bien
leer Sobre la conquista del fuego, 1932: “ya saben ustedes cuánto tiene que ver el orinar con el
fuego y su extinción” (pp.94-95).

Seguidamente Freud retoma el problema de la división entre las pulsiones yoicas y las
pulsiones sexuales. Recordemos que esta división luego da lugar a la división entre libido yoica y
libido de objeto que se ha explicado ampliamente con el fenómeno del narcisismo y que posee una
justificación que Freud capta en la diferencia entre neurosis y psicosis. Pues bien, la libido o energía
sexual de las pulsiones nace del ello, pero tras el fenómeno del narcisismo, el yo se convierte en el
reservorio de la principal cantidad de libido que luego es prestada a los objetos para su respectiva
investidura (he ahí la distinción entre libido yoica y libido de objeto, su diferencia es su destino, no
otra). El avance que comparte Freud consiste en la introducción de la división entre dos pulsiones de
distinta naturaleza: las pulsiones sexuales que serán denominada Eros, y las pulsiones de agresión,
cuya meta es la destrucción (Freud no utiliza la palabra Tánatos). Lo novedoso es sin duda la
introducción de la segunda, pues pone el debate sobre la naturaleza buena del ser humano que ha
sido objeto de discusión por muchos filósofos. A la pregunta por si el ser humano es bueno o malo
por naturaleza, el psicoanálisis aporta los dos contenidos: hay una tendencia a la unificación y hay
otra tendencia a la expulsión (destrucción); más adelante sabemos que Freud planteará que en el
fondo, la pulsión de muerte siempre vence; para ello, un texto recomendado es la bella entrevista
que le realiza George Viereck en 1926 y que tiene por nombre El valor de la vida. Freud explica que
la base de este tipo de pulsión lo ha colegido de los fenómenos del sadismo y del masoquismo en
los que se goza, bien de dañar o infringir dolor al otro, o bien de ser objeto de ello:

Creemos, pues, que en el sadismo y el masoquismo nos las habemos con dos destacados
ejemplos de la mezcla entre ambas clases de pulsión, del Eros con la agresión, y ahora
adoptamos el supuesto de que ese nexo es paradigmático, de que todas las mociones
pulsionales que podemos estudiar consisten en tales mezclas o aleaciones de las dos
variedades de pulsión, desde luego que en las más diversas proporciones. (p.97)

Freud muestra que el masoquismo es un fenómeno que atestigua la existencia de una meta
autodestructiva, y ya que en un principio todas las pulsiones están albergaras en el yo (aquí hay una
frase muy importante de Freud: “pero más bien pensamos aquí en el ello, en la persona total” (p.97),
lo cual indica que el yo es una parte del ello), entonces el masoquismo es primero que el sadismo.
En otras palabras, el sujeto primero calma sus deseos autodestructivos dirigiéndolos a sí mismo, y
luego, con la investidura de los objetos puede exteriorizar esa destrucción hacia los objetos
(sadismo). Ahora bien, si la pulsión de agresión encuentra un choque con la realidad externa, puede
retroceder hacia sí mismo y multiplicar la escala de autodestrucción, de modo que:

Una agresión impedida parece implicar grave daño; las cosas se presentan de hecho como si
debiéramos destruir a otras personas o cosas para no destruirnos a nosotros mismos, para
ponernos a salvo de la tendencia a la autodestrucción. ¡Triste revelación, sin duda, para el
moralista! (p.98)

¿Cómo sostener la idea de un tipo de pulsión general a partir de la manifestación en sujetos


particulares (los sadistas y masoquistas)? Pues bien, Freud echa mano de una explicación
biologicista y afirma que las pulsiones no solo rigen la vida anímica, sino que la extiende a la vida
vegetativa, lo cual en sí mismo es ya muy problemático: “estas pulsiones orgánicas muestran un
rasgo que merece nuestro mayor interés: se revelan como unos afanes por reproducir un estado
anterior” (p.98). Esta reproducción consiste en que cuando un organismo ha llegado a determinado
estado y sufre una perturbación o pérdida, procura reproducir su estado anterior; a esto Freud le
llamó compulsión de repetición y daría cuenta de la naturaleza conservadora de las pulsiones. Esta
compulsión parece tan fuerte, que incluso se expresa contrariando al principio de placer; es decir,
muestra comportamientos que parecen ir en contra del mismo sujeto en su equilibrio energético.
Agrega Freud:

Hay personas que durante su vida repiten sin enmienda siempre las mismas reacciones en su
perjuicio, o que parecen perseguidas por un destino implacable, cuando una indagación más
atenta enseña que en verdad son ellas mismas quienes sin saberlo se deparan ese destino.
En tales casos adscribimos a la compulsión de repetición el carácter de lo demoníaco. (p.99)

La relación particular entre la pulsión de autodestrucción y esta compulsión de repetición se


concentra en que, de acuerdo con Freud, existe una tendencia en el ser humano a repetir el estado
inanimado e inorgánico del que ha surgido para la vida:

Si es cierto que alguna vez la vida surgió de la materia inanimada —en una época inimaginable
y de un modo irrepresentable—, tiene que haber nacido en ese momento, de acuerdo con
nuestra premisa, una pulsión que quisiera volver a cancelarla, reproducir el estado inorgánico.
Y si ahora pasamos a discernir en esa pulsión la autodestrucción que habíamos supuesto,
estamos autorizados a concebir esta última como expresión de una pulsión de muerte que no
puede estar ausente de ningún proceso vital. (p.99).

Freud le da el crédito a Schopenhauer sobre la existencia de un impulso a la muerte, pero


toma distancia al afirmar que no es la meta única, sino que a su lado convive el impulso a la vida.
Quedan varias preguntas que se hace Freud, y otras que me surgen a mí: ¿cómo se mezclan estas
dos pulsiones en el proceso vital?, ¿cómo la pulsión de muerte es puesta al servicio de Eros, para la
agresión?, ¿el carácter conservador que se mencionó con la compulsión de repetición es también
aplicable a las pulsiones eróticas?, ¿si las pulsiones sexuales corresponden a Eros, entonces no hay
propósitos sexuales en la pulsión de muerte?, ¿de dónde surge ese impulso de asimilación y de
destrucción de ambas pulsiones?

Esta intelección sobre la pulsión de muerte dice Freud, se halla en las investigaciones que
llevaron al descubrimiento de la relación entre el yo y el inconsciente. El sujeto no es consciente de
sus resistencias y menos de las razones que la fundamentan, esto mismo ocurre cuando en el sujeto
se manifiesta una intensa necesidad de castigo. Freud nos explica que este fenómeno se
corresponde con un deseo masoquista presente en toda contracción de la neurosis y que representa
un enemigo para el empeño terapéutico. Esta necesidad inconsciente de castigo la ubica Freud
como una expresión de la conciencia moral, que como sabemos, es una de las funciones del
superyó; por eso es que la expresión más adecuada sería la de sentimiento inconsciente de culpa.
En este punto se agrega una idea muy interesante y es que la tenacidad con la que el superyó
castiga al yo no depende completamente de la educación de los padres, sino que en la relación ya
explicada entre masoquismo y sadismo, el niño experimenta mociones agresivas que quiere
exteriorizar hacia los padres; sin embargo el amor que les tiene le impide dicha descarga, lo cual
genera una inversión de esas mociones hacia la propia persona correspondiendo con un superyó
muy severo que castiga adentro lo que no pudo castigar afuera. Freud cierra la conferencia
mostrando que la dificultad de la convivencia humana está favorecida por ambos tipos de pulsiones,
y es así porque tanto las pulsiones sexuales como las destructivas amenazan el pacto social; su
freno o su limitación es una estrategia que regula la vida social y no con mucho éxito. Me pregunto si
en ese sentido el proyecto humano tiene en realidad alguna esperanza de mayor continuidad en el
tiempo.
Referencias

Freud, S. (1932) Sigmund Freud Obras Completas XXII. Amorrortur, Buenos Aires.

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