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Ciencia Jurídica y Filosofia Del Derecho
Ciencia Jurídica y Filosofia Del Derecho
PUCALLPA – PERÚ
2023
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INDICE
INTRODUCCIÓN.................................................................................................................................4
I. LA FILOSOFÍA.............................................................................................................................5
1. EL CONCEPTO DE DERECHO...................................................................................................5
2. CONCEPTODE LA FILOSOFÍA DEL DERECHO..........................................................................7
A. JURISPRUDENCIA O FILOSOFÍA DEL DERECHO.............................................................10
B. TEORÍAS DEL DERECHO NATURAL Y POSITIVISMO.......................................................11
3. EL DERECHO EN SENTIDO PROPIO Y PRIMARIO..................................................................12
4. DESCRIPCIÓN DE LA FILOSOFÍA DEL DERECHO....................................................................17
5. EL OBJETO FORMAL DE LA FILOSOFÍA DEL DERECHO..........................................................18
6. DIMENSIÓN ESPECULATIVA Y DIMENSIÓN PRÁCTICA DE LAFILOSOFLA DEL DERECHO.....19
7. FUNCIÓN Y SENTIDO DE LA FILOSOFÍA DEL DERECHO........................................................20
8. FILOSOFÍA DEL DERECHO Y EXPERIENCIA JURÍDICA............................................................22
II. FILOSOFIA DEL DERECHO EN COMPENDIO..............................................................................23
III. CIENCIA JURÍDICA................................................................................................................26
1. SOBRE EL CONCEPTO DE “CIENCIA JURÍDICA”....................................................................26
2. MODELOS DE CIENCIA JURÍDICA (EN SENTIDO AMPLIO)....................................................32
3. CIENCIA JURÍDICA NORMATIVISTA......................................................................................33
4. CIENCIA JURÍDICA REALISTA................................................................................................35
A. DOGMÁTICA JURÍDICA (REALISTA-)TECNOLÓGICA......................................................40
B. DOGMÁTICA JURÍDICA CRÍTICA..................................................................................42
C. LA JURISPRUDENCIA COMO CIENCIA DOGMÁTICA......................................................44
6. EL OBJETO DE ESTUDIO DE LA CIENCIA JURÍDICA...............................................................48
A. OBJETO MATERIAL.....................................................................................................48
B. EL OBJETO FORMAL....................................................................................................49
IV. RELACIONES ENTRE CIENCIA JURIDICA Y FILOSOFIA DEL DERECHO...................................51
1. LA ACITITUD REFLEXIVA.......................................................................................................51
2. LA AMPLITUD DEL OBJETO FORMAL...................................................................................52
3. RELACIÓN ENTRE OBJETO MATERIAL Y FORMAL................................................................52
4. DIFICULTAD DEL OBJETO FORMA........................................................................................53
V. CONCLUSIONES........................................................................................................................54
VI. REFERENCIA BIBLOGRAFICA................................................................................................57
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DEDICATORIA
Este trabajo lo dedico a mi
madre y hermanos que con
su ejemplo y mucho cariño
me apoyaron en todo
momento y fueron el
impulso para poder culminar
con éxito esta etapa de mi
vida.
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INTRODUCCIÓN
Los temas fundamentales que aborda la filosofía del derecho discuten, no sólo cuestiones
inherentes a la autonomía y a la especificidad del fenómeno jurídico, en cuanto tal, sino
sus mismas instituciones, entendidas como res pública, super partes garante de los
derechos del hombre.
Compromiso de la filosofía del derecho es, de otro lado, aclarar y advertir, al mismo
tiempo, que el hombre no se presenta como un “yo diverso” dentro de
normas, sino que expresa la ratio juris, como parámetro-medida de las relaciones
jurídicas. La génesis del derecho no se puede resumir o concretar, en términos de
Jankélévitch, en ‘una violencia que resultó eficaz’, vale decir, triunfante; al contrario, el
compromiso del jurista es buscar el derecho en la relación de reconocimiento, guiada por
las formas de la praxis a la institución de un derecho positivo que se cualifica como
tercero y súper partes, regido, a su turno, por los a priori indisponibles de la justicia
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I. LA FILOSOFÍA
Etimológicamente «filosofía» proviene del antiguo griego: philia, amor y sophia, sabiduría,
amor a la sabiduría. Cuentan que el primero que usó la palabra «filósofo» o amante de la
sabiduría, a la que tiende a alcanzar, fue Pitágoras. La anécdota se nos ha transmitido por
autores de la Antigüedad -Heráclides Póntico, Cicerón, Jámblico y otros-; en síntesis, se
narra que Pitágoras fue a Fliunte y disputó allí docta y largamente con Leonte, príncipe de
los fliaseos. Habiéndose admirado Leonte de su ingenio y elocuencia, le preguntó qué
arte profesaba; Pitágoras respondió que no sabía ciencia alguna, sino que era filósofo.
Admirado Leonte con la novedad del nombre, le preguntó quiénes eran los filósofos, a lo
que Pitágoras contestó: los estudiosos de la sabiduría. Esta denominación agradó tanto a
la posteridad -atestigua Agustín de Hipona- que todo el que sobresalía en el conocimiento
de la sabiduría se designó en adelante con el nombre de filósofo.
«La Escuela itálica tuvo por fundador a Pitágoras, del que se cuenta que inventó el
nombre de filosofía. Pues, como quiera que en un principio se llamaban sabios a los que
sobrepujaban a los demás en cierto modo de laudable vida, por eso, habiendo sido él
interrogado acerca de su profesión, respondió que era filósofo, esto es, estudioso o
amante de la sabiduría, pues le pareció arrogantísimo tenerse por sabio».
1. EL CONCEPTO DE DERECHO
El tema más central de la filosofía del derecho es la respuesta a la pregunta ¿qué es el
derecho? Se trata de identificar qué realidad es la que merece el nombre de derecho en
sentido propio y estricto y, una vez identificada, considerarla en su más íntima esencia y
en sus últimas causas. A este asunto central dedicaremos nuestra atención ahora, como
corresponde después de la noción de justicia. Vamos, pues, a entrar en el análisis y
exposición de la noción o concepto de derecho.
Ante todo, conviene decir unas palabras sobre el concepto mismo de derecho. Puesto que
se trata de captar aquellas notas que convienen a todo derecho existente -se parte, pues,
de la experiencia jurídica-, el concepto de derecho es un universal. Contiene, por lo tanto,
aquellas notas que son propias de todo derecho, en cuya virtud es precisamente derecho
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Puede advertirse así que la filosofía del derecho no tiene como función el estudio y la
elaboración de ideas puras o nociones formales a priori, sino que su objeto de estudio es
la realidad, la experiencia jurídica, de la que abstrae los conceptos. Estos conceptos, si
bien son fruto de la razón, tienen un fundamento in re, esto es, expresan lo universal
realizado en lo particular existente. Los conceptos, pues, son entes de razón, pero
expresan una realidad extramental.
Por ser un universal, el concepto de derecho es metaempírico; penetra más allá del
fenómeno jurídico, traspasando la experiencia sensible. Lo cual significa que el concepto
de derecho no se limita a ser la descripción de una experiencia. Por lo mismo, el concepto
de derecho se forma a partir de dimensiones, aspectos y estructuras metafenoménicos
del derecho, en los cuales residen los rasgos más esenciales del derecho. No todo lo que
aparece como derecho es derecho, sino tan solo aquello que realiza el concepto de
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Como la ética y la filosofía política, las partes de la filosofía de las cuales depende de
manera directa, la filosofía del derecho pertenece a la filosofía de la razón práctica. La
razón práctica, y con ello la filosofía de la razón práctica (filosófica porque considera los
problemas de la razón práctica en su completa universalidad) procura hacer razonables
las deliberaciones y elecciones a través de las cuales las personas dan forma a sus
acciones libremente escogidas y de ese modo también se configuran a sí mismas y a sus
comunidades. La ética considera tales problemas en la forma en que ellos colocan a todo
individuo, sin excepción, ante la situación de elegir una conducta significativa (acción o
inacción), elección que, dando forma al mundo, también modelará su propio carácter. La
filosofía política (comprendiendo —aunque sin absorberla— a la filosofía de lo doméstico
y de lo familiar) considera los problemas que se nos plantean a cada uno de nosotros
precisamente en la medida en que necesitamos actuar en conjunto con otros miembros
de nuestras comunidades, como miembros o líderes cuyas elecciones son elecciones
para la comunidad a cuyas acciones intentamos que nuestras acciones contribuyan. La
filosofía del derecho (filosofía jurídica) ** amplía y especifica la filosofía política al
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considerar precisamente en qué medida las elecciones hechas hoy para el futuro de la
propia comunidad política deberían estar determinadas o configuradas por elecciones
hechas y actos realizados en el pasado, en la forma de contratos, testamentos,
Constituciones, actos legislativos, costumbres, decisiones judiciales y cosas por el estilo.
Para su comprensión de los bienes comunes a todas las personas, incluyendo todo lo que
pueda ser pensado filosóficamente acerca de la realización humana, la filosofía jurídica
apela directamente a la ética. Tal comprensión toma la forma de los pri- meros principios
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de la razón práctica, dirigiéndonos a cada uno de nosotros a todos los bienes humanos
básicos (cada uno un as- pecto irreductible del florecimiento humano), y de los principios
específicamente morales que nos dirigen a elegir y actuar razonablemente, enfrentados
como lo estamos no con uno sino con muchos bienes, no con una forma de realizar cada
bien sino con varias, y no con una persona en el cual esos bienes pueden ser realizados,
respetados u ofendidos, sino con muchas. Para su comprensión del bien común de las
familias, de otras asociaciones de la sociedad civil y del Estado, la filosofía jurídica se
apoya directamente en la filosofía política. Esta comprensión incluye lo que puede decirse
en general, sobre la base de una amplia experiencia humana, acerca de las condiciones
fácticas de coexistencia y cooperación en la vida política y en la acción colectiva,
condiciones que el poder estatal y la legislación necesitan considerar plenamente y que
por eso son parte de la materia de la filosofía política y jurídica.
Sobre estas bases, la filosofía del derecho extiende la ética y la filosofía política al campo
de lo específicamente jurídico. Tal campo, como he dicho más arriba, se caracteriza
porque los fundamentos para las decisiones presentes acerca del futuro se arraigan en
hechos del pasado. Esos hechos son las fuentes del derecho, ya sea en legislación
escrita o en la práctica y costum- bres de los jueces o de otros, o en doctrina disponible
de juristas académicos. Las fuentes son entendidas en el sentido de ofrecer un conjunto
de proposiciones normativas (acerca de poderes y obligaciones) que a su turno son
interpretadas de modo que sean coherentes en un sentido más rico y exigente que la
mera evita- ción de contradicciones directas al momento de su especificación completa
como normas de elección y de acción. Cada uno de ta- les conjuntos de proposiciones
—“el sistema jurídico”, “la ley del país”, “nuestro derecho”, etcétera— es considerado
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En tanto que “derecho natural”, en el presente contexto, significa lo mismo que “los
principios y standards normativos de la ética y la política” (o “filosofía política normativa”),
todo lo dicho hasta aquí en este artículo es una pieza de teoría del derecho natural. Tal
teoría contiene de manera autónoma, como uno de sus elementos intrínsecos, la tesis de
que las sociedades humanas necesitan el derecho positivo, y una descripción de varias
características necesarias del derecho, de los sistemas jurídicos y del Estado de derecho.
La teoría del derecho natural, en este contexto, sólo es otro nombre de la filosofía jurídica.
Ella es plenamente positivista, si por tal se entiende que, apropiadamente desarrollada,
produce una descripción suficiente y completa del concepto, instituciones características y
fuentes del derecho positivo y del Estado de derecho. No existe un lugar apropiado para
un positivismo fuera de la teoría del derecho natural.
ser superados prestando atención a la evidencia y leyendo textos clásicos con algún
cuidado y atención. El escepticismo sobre la verdad práctica puede aparecer a primera
vista como una base más plausible para el positivismo jurídico. Pero, dejando de lado las
respuestas que podrían darse con toda corrección contra las tesis y argumentos
escépticos en ética (o “metaética”), ha de reconocerse que si el escepticismo es correcto,
la filosofía del derecho no existe. A lo sumo puede haber exposiciones históricas
(siguiendo los relatos de competentes prácticos del derecho) de sistemas normativos —
aceptados o impuestos— de comunidades particulares autointerpretados como jurídicos,
y de sistemas análogos a aquéllos. La historia o conjunto de historias podría ser
complementada con alguna clase de estadística acerca de la frecuencia o “tipicidad”. Pero
si no puede decirse nada verdadero acerca del bien humano, no hay nada que pensar o
decir sobre normatividad, autoridad, obligación, validez y conceptos similares, pues todos
ellos obtienen su sentido a partir de la presuposición de que la razón práctica puede
distinguir entre verdadero y falso, buena razón y falta de razón, y así sucesivamente.
Para situar la cuestión en sus justos términos, nuevamente hemos de recordar lo que
tantas veces hemos dicho: el modo de conceptualizar depende de la perspectiva
adoptada. Y la perspectiva de la filosofía del derecho es la perspectiva jurídica, que es la
perspectiva del jurista. Desde esta perspectiva, la palabra «derecho» designa
propiamente el objeto del oficio de jurista. El derecho es, justamente y no otra cosa, el
objeto del saber y de la acción de determinar y decir que constituyen lo propio del oficio
del jurista. Es aquello que el jurista sabe determinar y declarar: ius dicere. Es el objeto de
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su ciencia, de su arte o prudencia, que por eso recibe el nombre de iuris prudentia y de
iuris peritia. El jurista es el jurisprudente y el jurisperito, sabedor y sentenciador del
derecho. Recordemos, a la vez, que el objeto del oficio del jurista coincide con el objeto
de la justicia; lo que la justicia conduce a dar: el ius suum o lo suum, lo suyo de cada uno.
Hemos visto que los juristas romanos tenían el arte del derecho como la ciencia de lo
justo, que es el objeto de la justicia; lo justo es, pues, el objeto del oficio del jurista, lo que
equivale a decir que lo justo y el derecho -lo hemos repetido ya- son lo mismo. La
pregunta crucial es, pues, esta: ¿a qué llamamos justo, qué es lo justo: ¿la ley, el derecho
subjetivo o la cosa debida? Aquello que sea lo justo, esto es, lo suyo de cada uno, eso es
el derecho en sentido propio y primario.
Que el derecho en sentido propio y primario es la ley ya lo dijo Buridán (siglo XIV) y lo
encontramos también en Oldendorp (siglo XVI), lo cual no hay que confundir con llamar
derecho o ius a la ley -en sentido derivado-, como ya se ha advierte en los juristas
romanos (no así en Grecia, donde la ley se llamó nómos y nunca díkaion ni por otros
derivados de díke o dikaiosyne). Tampoco hay que confundirlo con la postura de legistas
y canonistas, afirmando que su estudio se ordenaba principalmente a las leyes, por ser la
ars iuris la collectio praeceptorum, que era una postura más práctica que teórica. El
normativismo -la ley es el derecho y el derecho la ley-, aunque con precedentes en siglos
anteriores, tanto de filósofos como de juristas, es propiamente una corriente que fue
extendiéndose en el siglo xvm y se generalizó a partir del siglo XIX. Con la Escuela
histórica y la Escuela francesa de la exégesis, puede considerarse consolidada, de modo
que es, sin duda y con mucho, la corriente que ha prevalecido en los dos últimos siglos.
La filosofía del derecho, de Kant a nuestros días, ha sido fundamentalmente normativista,
de forma que los seguidores del realismo jurídico clásico han constituido una minoría. Por
su parte, la ciencia jurídica moderna también ha seguido -prevalentemente- el
normativismo, sin que los canonistas hayan constituido una excepción significativa.
Pero ¿está asentado el normativismo en sólidas bases científicas? En otras palabras, ¿es
correcto sostener que la ley sea el derecho en sentido propio y primario, o tal postura es
producto de una inadecuada evolución de la ciencia jurídica?
Afirmar que la ley es el derecho en sentido propio, quiere decir que el arte del derecho es
la ars legum. Pero ello significa, ante todo, el arte de hacer leyes. Esto supuesto, si la
filosofía del derecho fuese filosofía política, si la ciencia jurídica fuese ciencia política y si
el jurista tuviese por fin de su arte el correcto dinarriismo de la sociedad -la consecución
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total del bien común-, en otras palabras, si la justicia consistiese en el orden total de la
pólis y de su dinamismo -la armonía política-, sin duda el derecho sería un concepto
político y su acepción propia y primaria sería la ley. Es, en efecto, la ley la que señala la
conducta recta hacia el bien común y lo que ordena las conductas humanas a él. Por eso
la ley -el ordenamiento legal- es un elemento vital de la pólis y, en consecuencia, un factor
de primer orden en la filosofía y la teoría políticas. De ahí que los libros clásicos de la
filosofía política lleven por nombre De legibus o Las leyes y, en todo caso, que la filosofía
de la ley constituya el centro, o al menos parte importante, de los tratados de filosofía
política. Si lo típico y especificador del oficio de jurista fuese dar leyes o saber dar leyes,
el derecho -objeto del oficio de jurista- sería la ley.
Pero quienes dan las leyes, quienes tienen por oficio y ministerio procurar que la
comunidad humana tenga buenas leyes son los políticos, no los juristas. No son el juez ni
los tribunales quienes instituyen las leyes, no es esa su función propia. Ciertamente los
juristas pueden tener una función consultiva en el proceso de elaboración de las leyes,
especialmente si se trata de leyes que recogen soluciones de derecho nacidas de los
juristas (cosa frecuente en el derecho privado), pero aun en este caso la función del jurista
es meramente consultiva. Los trámites legislativos son cosa de las comisiones
parlamentarias y del Parlamento y, en todo caso, del poder legislativo que cada régimen
político tenga instituido. Hacer las leyes es función de los políticos, no de los juristas.
Mas ¿no cabe entender la ars legum, como el arte de interpretarlas? Bien es verdad que
función del jurista, y muy principal, es interpretar las leyes y, en este sentido, la ley tiene
una directa e íntima relación con el oficio de jurista. Decir el derecho requiere muchas
veces interpretar la ley, declarar lo que la ley dice. Pero esta función no es terminal -no se
termina la función del jurista en la interpretación de la ley-, sino que es una función medial
e instrumental. ¿Para qué interpreta la ley el jurista? La respuesta es clave, porque las
artes se especifican por su finalidad, no por su instrumental. Pues bien, la interpretación
de la ley no la realiza el jurista en función del bien político -no se trata de conducir a los
ciudadanos a la consecución de todos los fines de la pólis-, sino en función de la justicia,
es decir, en función de decir y determinar lo justo, sea legal, sea distributivo, sea
correctivo-conmutativo. En efecto, la ley cumple la función de regla y medida del justo y
no pocas veces crea títulos de derecho (causa de derecho). Ello es obvio en lo justo legal,
pero no es menos claro en lo justo distributivo o correctivo: si la ley -por ejemplo- señala
partes alícuotas de una herencia, es causa y regla de lo justo distributivo; si fija el precio
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Hacer de la ley el derecho lleva consigo un trastrueque en el oficio de jurista. El objeto del
oficio de jurista se transforma en la aplicación de la ley. El orden jurídico, en lugar de ser
orden de la justicia, es visto como el orden de las conductas conforme a la ley; ello
supone ceñirse a la justicia legal -desapareciendo de la perspectiva del orden jurídico lo
justo distributivo y lo justo conmutativo, lo cual no es razonable- y confundir el orden
jurídico (cumplimiento de la justicia) con el orden político (ordenación de la sociedad
mediante leyes). Asimismo, si el oficio de jurista se limita a la aplicación de la ley, se
entiende como una función política: garantizar el desarrollo de la vida social de acuerdo
con las leyes. ¿Dónde queda, entonces, el orden justo, el orden de la justicia? La
distorsión que introduce el normativismo en la función del jurista, al que identifica
incorrectamente, muestra su falsedad. En el fondo, el concepto de derecho del
normativismo no es un concepto de derecho, porque está elaborado desde la perspectiva
política y no desde la perspectiva jurídica, que es la perspectiva del jurista.
Por de pronto, tal postura introduce una inversión de términos, casi imperceptible, pero
real, en la noción de justicia. Lo justo sería el ejercicio del derecho subjetivo, lo cual
llevaría como consecuencia el respeto a ese derecho. Por eso no son pocos los autores
que ven la justicia y lo justo en el libre ejercicio de los derechos subjetivos. Pero esto es
una confusión. Si el derecho subjetivo es una facultad moral o potestad de la persona, su
ejercicio es un acto de dominio, no un acto justo, el cual, en todo caso, consiste en el
respeto a dicho ejercicio. Si la justicia consiste en dar a cada uno su derecho, la justicia y
lo justo no consisten en ejercer los derechos subjetivos, sino en respetarlos. El sistema de
derechos subjetivos es un sistema de facultades o sistema de dominio, no el sistema de la
justicia o el sistema jurídico, el cual, en todo caso, se refiere al respeto de los derechos
subjetivos. En otras palabras, no se es justo porque se ejerzan los derechos -por eso se
es dueño-, sino porque se cumplen los deberes.
Por otra parte, como sea que en relación con el derecho subjetivo la justicia y lo justo
coinciden en su respeto, esto lleva consigo que lo justo no sea el derecho subjetivo o su
ejercicio, sino la no interferencia al derecho y a su ejercicio. Pero si esto es así, el derecho
subjetivo no es el objeto de la justicia, no es lo justo -que lo es el respeto-, por lo cual la
tesis criticada cae por su base.
Naturalmente, el derecho no es la cosa en sí, sino la cosa en cuanto está relacionada con
unos sujetos en la situación complementaria atribución-deuda: la cosa atribuida a un
titular, que es debida por quien intetfiere la situación de pacífica posesión, uso y disfrute.
El derecho es, pues, la cosa en una relación social, la cosa relacionada con dos o más
personas como atribuida-debida.
La ciencia jurídica nos da a conocer la realidad jurídica tal como se encuentra positivizada
y formalizada. A través de ella conocemos, pues, la realidad jurídica en sus causas
próximas e inmediatas y según nos aparece de acuerdo con las fuentes positivas:
legislación, jurisprudencia de los tribunales, contratos, etc. Por su propia índole, la ciencia
jurídica no penetra en las últimas causas ni en la más íntima esencia de la realidad
jurídica. No responde a los más altos y profundos interrogantes acerca del ser del derecho
y de sus últimas causas, ni de los principios supremos del ordenamiento jurídico. Se trata,
en consecuencia, de un conocimiento insuficiente y radicalmente insatisfactorio. Junto al
conocimiento científico, cabe el saber filosófico de la realidad jurídica. Este conocimiento
filosófico es aquel que constituye la filosofía del derecho.
Como saber filosófico que es, la filosofía del derecho es el conocimiento metacientífico de
este. Es un conocimiento superior y más profundo que el conocimiento científico.
Lo que caracteriza formalmente a la filosofía del derecho es que es jurídica, esto es, que
estudia la realidad en cuanto jurídica, o dicho de modo más gráfico, que estudia el
derecho en cuanto objeto del oficio del jurista -no en cuanto factor político o ético- y, por
ello, es una rama específica de la filosofía, distinta en consecuencia de la filosofía política
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y de la filosofía moral o ética. El derecho, además de otros modos que no son del caso,
puede estudiarse como fenómeno político-social (instrumento y límite del poder, elemento
del Estado) y en relación con la ética (teoría moral de la justicia y conductas éticamente
justas); en un caso es objeto de la filosofía política, en el otro lo es de la filosofía moral.
Ninguna de estas orientaciones es propia de la filosofía del derecho, que se distingue por
su perspectiva jurídica. Esta última se refiere a la perspectiva del jurista (que se distingue
del político y del moralista). ¿Quién es el jurista? El jurista es el que trata del derecho
desde la perspectiva de su cumplimiento o satisfacción. Esta es la perspectiva de la
filosofía jurídica. La filosofía del derecho es la filosofía sobre la realidad jurídica desde la
perspectiva del oficio del jurista. Cuando se filosofa sobre la realidad jurídica desde una
perspectiva jurídica (en cuanto objeto del oficio del jurista), la filosofía se hace jurídica,
esto es, filosofía del derecho. La filosofía del derecho es filosofía jurídica.
Los saberes filosóficos requeridos por la filosofía del derecho son múltiples, pero hay una
unidad formal: la perspectiva jurídica. Ello permite a la filosofía del derecho constituirse en
una ciencia filosófica unitaria.
Esto pone de manifiesto cuán importante es para la filosofía del derecho mantenerse
rigurosamente en los términos de esa formalidad, sin decantarse hacia la filosofía política
o hacia la filosofía moral, las dos perennes tentaciones del filósofo del derecho.
Por eso no puede juzgarse correcta la derivación que hacia la ética se observa ahora en
una serie de filósofos del derecho, por influencia -sobre todo- de la doctrina ética
anglosajona; la filosofía jurídica no debe confundirse con la filosofía moral. Curiosa
coincidencia la que se está produciendo -en este punto- entre neocontractualistas,
analíticos y antimetafísicos con la neoescolástica: la confusión entre ética y filosofía del
derecho. Tampoco la filosofía del derecho es filosofía del Estado, como han pretendido
algunos, atribuyéndole cuestiones y temas propios de la filosofía política. Mezclar la
filosofía del derecho con la filosofía política o la filosofía moral, destruye su especificidad.
La filosofía del derecho, en cambio, no es un nivel del conocimiento jurídico o ciencia del
jurista, sino una ciencia filosófica autónoma. Esto nos lleva a considerar a la filosofía
jurídica como una ciencia especulativa. Lo cual quiere decir que la misión de la filosofía
del derecho consiste en conocer -por sus últimas causas y en su íntimo ser- la realidad
jurídica, pero no tiene la misión de construirla o realizarla. Estudia el derecho, pero no lo
realiza.
Pero esto no significa que no tenga una vocación crítica y valorativa, y por lo tanto, que no
se oriente a la mejora y transformación de la realidad jurídica. El saber teórico y el saber
práctico no se distinguen por el desinterés del primero por la praxis. Lo que los distingue
es que el saber práctico es conocimiento del obrar y del hacer y el saber teórico es
conocimiento de los presupuestos, del fundamento y del sentido de la acción, por lo cual
critica, valora, fundamenta y da sentido a esta. En este orden de cosas, el saber teórico
es enormemente útil para el saber práctico. La matemática, saber ejemplarmente
especulativo, es un claro exponente de la utilidad de lo especulativo para la práctica.
En segundo término, la filosofía del derecho critica y valora el hecho jurídico tal como
aparece en sus fuentes de positivación y formalización. Como conocimiento superior, que
alcanza los principios supremos y el más íntimo ser de la realidad jurídica, la filosofía del
derecho es capaz de juzgar y valorar un ordenamiento jurídico dado, según su corrección
o incorrección de acuerdo con las exigencias más fundamentales del ser de la persona
humana y de la vida social.
Es lógico que así sea, porque la ciencia jurídica depende del sistema filosófico. La
filosofía del derecho proporciona al jurista la explicación última de la realidad jurídica, su
más profundo sentido y su más alta orientación. Y, por lo tanto, ningún sistema científico
está desconectado ni es independiente de algún sistema filosófico. Tanto la interpretación
del derecho como la forma de desarrollar la función del jurista dependen de la filosofía.
A algunos juristas les puede parecer que no es así. A ellos les basta -dicen- saber las
leyes y aplicarlas. Pero esta actitud es ilusoria. Tal actitud presupone ya una filosofía del
derecho: el positivismo legalista. Así como todo hombre tiene una filosofía, aunque
rudimentaria y vulgar (es decir, no científicamente estructurada), así también todo jurista
opera con rudimentos filosóficos, a veces con contenidos poco coherentes entre sí. La
pretensión de estar libre de la filosofía jurídica es una pretensión vana. Son muchas las
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decisiones jurídicas que dependen de unos supuestos filosóficos. Por ejemplo, el derecho
penal no es inteligible si no se parte de que el hombre es libre; los contratos suponen que
el hombre tiene una capacidad de compromiso, etc.
El saber filosófico del derecho enriquece el oficio del jurista. Le da profundidad, le ilumina
con luces nuevas, le da mayor penetración, le proporciona un conocimiento más completo
de las soluciones de derecho y le permite huir de las falsas soluciones asentadas en
prejuicios implícitos y a veces inconscientes.
La filosofía del derecho no tiene por objeto ideales, sino realidades. Ciertamente se trata
de dimensiones que trascienden la experiencia, porque la realidad no es solo lo empírico;
pero todo cuanto alcanza parte de la experiencia: la experiencia jurídica. De ahí que la
filosofía del derecho deba partir de unos hechos: la vida del foro, el reparto de las cosas,
la legislación vigente, etc. Por eso, para una correcta elaboración de un sistema de
filosofía jurídica es fundamental la correcta detección de los hechos objeto de
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observación, o lo que es lo mismo, la correcta delimitación del objeto material: sobre qué
parcela de la vida social filosofa la filosofía del derecho (la praxis jurídica o realización y
cumplimiento del derecho).
La definición del concepto del Derecho es la primera tarea que se impone a la Filosofía
jurídica. Esta definición es el presupuesto, aunque sea implícito o sobreentendido, de las
otras investigaciones, incluso de la histórica, porque como se ha dicho agudamente, la
historia debe ser historia de alguna cosa, y no podríamos recoger los datos de la
fenomenología jurídica positiva si no supiésemos ya de algún modo distinguir o jurídico de
lo no jurídico. Una verdadera y completa definición lógica del Derecho no puede, por otra
parte, consistir en una mera declaración verbal ni en una intuición provisional o
aproximada, sino que debe necesariamente comprender un preciso examen de las
relaciones entre el Derecho y la Moral, e incluso de los diversos aspectos (objetivo y
subjetivo) del Derecho mismo, aclarando, además, ciertos conceptos inherentes o
complementarios, como los de relación jurídica y sujeto del Derecho.
La tercera investigación, que cabe llamar deontológica porque concierne más a un deber
ser que a un ser de hecho, esto es, al ideal de justicia, se conecta con la primera
indagación en cuanto que la justicia propiamente entendida encaja en el esquema lógico
(le la juridicidad, como su suprema expresión ; y se conecta también con la segunda
porque la evolución histórica o positiva del Derecho, enfocada en su generalidad,
representa pese a parciales detenciones o retrocesos- un progresivo avance hacia el
ideal.
Desde las edades más remotas está anclada en la mente humana la idea de que las leyes
positivas se subordinan a una ley más alta, que, emana directamente de la naturaleza o
de la divinidad, fuente y artífice de la naturaleza misma. Puede observarse que el
problema del Derecho natural, esto es, de la justicia absoluta, fue sentido y propuesto
antes incluso de que se llevase a cabo un verdadero análisis científico del Derecho
positivo. La Filosofía del Derecho es así, en un cierto sentido, más antigua que la misma
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derecho y qué deben hacer los estudiosos del derecho; (ii) un segundo grupo de
trabajos analiza las tesis sostenidas por algunos autores —normalmente Kelsen, Hart
y Ross, más algún otro, dependiendo de las preferencias de los autores— sobre qué
es o debe ser la ciencia del derecho; (iii) además de la ordenación por escuelas
históricas y autores, algunos pocos estudios presentan diferentes modelos
metodológicos. para abordar el estudio del derecho; (iv) un cuarto grupo versa sobre
las condiciones de verdad de los enunciados que describen el contenido del derecho,o
sobre algunas de las actividades supuestamente desarrolladas por los científicos del
derecho; (iv) finalmente, existe un grupo de trabajos que afronta cuestiones más
específicas como en qué sentido el estudio del derecho sería una disciplina
dogmática, normativa, técnica,o incluso científica,etc.
Para poder abordar el tema de la ciencia jurídica lo primero que necesitamos es por
tanto una definición que nos permita aclarar de qué estamos hablando cuando
utilizamos la expresión “ciencia jurídica” u otras análogas. A tal fin, debemos
deshacernos de algunos equívocos y ambigüedades iniciales.
Como es bien sabido desde los trabajos de Nino, “ciencia jurídica” es una expresión
equívoca (ambigua) a la que podemos atribuir significados parcialmente diferentes,
muchos de los cuales adolecen a su vez de una importante vaguedad. Veamos cuáles
son tales fuentes de ambigüedad.
actividades desarrolladas por (o que deberían desarrollar) los estudiosos del derecho
como a las premisas metodológicas que gobiernan (o deberían gobernar) dichas
actividades, pero no al producto de tales actividades.
2. La segunda ambigüedad se produce toda vez que se utiliza “ciencia jurídica” para
referirse al conjunto de todas las disciplinas que tienen al derecho, en algún sentido,
como objeto de estudio. Además, algunos autores utilizan dicha etiqueta en plural para
hacer referencia a la totalidad de las disciplinas que tienen que ver con el derecho:
ciencia de la legislación, teoría del derecho, dogmática jurídica, sociología del
derecho, antropología jurídica, derecho comparado, historia del derecho, etc.
todavía hoy dura— el debate acerca de las condiciones que debe satisfacer una
disciplina para ser considerada científica.
El término “ciencia” tiene, además y como ya insistió Nino, una importante carga
valorativa positiva. Esto no produce ambigüedad en sentido estricto, pero quien
califica una actividad como científica tiende a desplazar el centro de atención hacia el
plano emotivo. La mayoría de intentos de definir el concepto de ciencia —siempre
según Nino— habrían dado lugara definiciones persuasivas, es decir, definiciones que
se centran en el contenido emotivo del término, modificando subrepticiamente el
contenido cognitivo.
Además, el significado del término “ciencia” no es sólo ambiguo sino también vago.
Esto se produce porque, aunque optemos por uno de los posibles significados del
término “ciencia”, son frecuentes los casos en los que se duda si una determinada
disciplina cumple con los requisitos para ser calificada como científica.
Para ofrecer una definición que permita aclarar qué significado podemos atribuir a esta
expresión es posible adoptar diferentes estrategias. La más importante de ellas, y
también la más seguida, consiste en el análisis conceptual de “ciencia jurídica”, es
decir, en el esclarecimiento de a qué se refieren los hablantes de una determinada
comunidad y presuponen cuando usan esta expresión. No se trata, por supuesto, de
una mera recopilación de significados sino de construir un concepto más sencillo y con
mayor capacidad explicativa acerca de qué estamos haciendo cuando hablamos de
“ciencia jurídica”.
concepto de derecho para, a partir de dicho análisis, derivar consecuencias sobre qué
hacen o deben hacer los estudiosos del derecho positivo. Veamos algunos ejemplos:
“Entendemos por ciencia del derecho el saber que trata de describir las normas
jurídico-positivas y que tradicionalmente se ha denominado dogmática jurídica o
jurisprudencia”.
La raíz del problema se encuentra en una idea equivocada acerca del papel que
juegan los conceptos en nuestro conocimiento; en este caso, el papel que juega
nuestro concepto de derecho. Por supuesto, el análisis del concepto de derecho —y
de cualquier otro concepto— es un instrumento útil en la reflexión teórico-jurídica.
Ahora bien, lo que resulta peligroso es pensar que el análisis del concepto de derecho,
o una definición de “ciencia jurídica” fundada en aquél, nos van decir algo acerca de
qué hacen los estudiosos del derecho, o incluso sobre lo que deberían hacer.
Una confianza demasiado amplia en las virtudes del análisis conceptual conduce en
este ámbito a obviar dos problemas. El primero de ellos es que —si lo que
pretendemos es realizar una descripción acerca de lo que hacen los estudiosos del
derecho— definir “ciencia jurídica” con base en un concepto de derecho nos devolverá
una imagen distorsionada de su actividad porque ni todos los estudiosos del derecho
asumen el mismo concepto, ni tampoco los estudiosos utilizan coherentemente el
mismo concepto de derecho en todas las actividades que desarrollan. En segundo
lugar, si lo que se pretende es ofrecer directivas acerca de qué deben hacer los
estudiosos del derecho, entonces sería necesario ofrecer argumentos de carácter
práctico, no una definición.
Para delimitar nuestro objeto de estudio aquello que necesitamos es, por tanto, una
definición que no se aleje demasiado de lo que normalmente entendemos por “ciencia
jurídica”, pero que al mismo tiempo no prejuzgue respuesta alguna a las preguntas
sobre qué hacen y qué deben hacer los estudiosos del derecho. Pues bien, la mejor
definición de “ciencia jurídica” de la que disponemos, al menos por el momento, es
aquella que hace directamente referencia al método utilizado y/o a las actividades
desarrolladas por los estudiosos del derecho positivo: penalistas, civilistas,
constitucionalistas, etc.
Llegados a este punto es posible definir “ciencia jurídica en sentido amplio” como la
actividad y/o el método utilizado por quienes se dedican a determinar el contenido del
derecho, y a la que no se le atribuye ningún valor jurídico por parte de ningún
ordenamiento. Es decir, el método y/o las actividades desarrolladas por quienes se
dedican a establecer cuál es la calificación jurídica que corresponde a una conducta
según un sistema jurídico, y a los que el ordenamiento no les reconoce ningún valor
jurídico.
Es posible dirigir dos críticas a esta definición de ciencia jurídica. La primera de ellas
es que se trataría de una definición poco informativa y que no nos explica nada acerca
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de qué hacen o qué método utilizan los estudiosos del derecho; la segunda es que
sería una definición radicalmente ambigua pues desde la teoría (normativa) de la
ciencia jurídica se han ofrecido métodos muy diferentes para abordar la determinación
del contenido del derecho.
Pero, además, tal definición constituye base suficiente para distinguir, por un lado, la
actividad de los estudiosos de concretas partes del ordenamiento respecto de aquella
de otros estudiosos que toman por objeto de estudio el derecho y, por el otro, su
actividad de aquella de los operadores jurídicos como jueces y abogados. De este
modo, resulta posible identificar nuestro objeto de estudio, dejando abiertas las
cuestiones acerca de qué actividades son las efectivamente llevadas a cabo por los
estudiosos del derecho, o qué deben hacer aquellos.
La consideración tiene que ver con el carácter de estos modelos, y es que si bien han
sido modelados a partir de diferentes doctrinas acerca de qué deben hacer los
estudiosos del derecho, tienen un valor heurístico en cuanto permiten ordenar las
diferentes doctrinas de la ciencia jurídica en sentido amplio. Pero, además, dichos
modelos sirven analizar las actividades efectivamente desarrolladas por los estudiosos
del derecho. Ahora bien, en la medida en que se trata de reconstrucciones de tipos
ideales, no todas las doctrinas normativas de la ciencia jurídica, ni el quehacer de
todos los estudiosos del derecho, encajan perfectamente en alguno de estos modelos.
Aunque no resulta en absoluto obvio qué significa describir normas, y menos todavía
establecer cuál es el conjunto de normas que la ciencia jurídica tiene que describir, por
“descripción de normas” la mayoría de los defensores del modelo normativista de
ciencia jurídica entienden interpretación de enunciados normativos. Es decir, la
descripción del significado expresado por un conjunto de enunciados normativos
previamente identificados.
Ahora bien, ¿en qué consiste interpretar según los defensores del modelo
normativista? Para la mayoría de estos autores interpretar consiste en aplicar un
conjunto de reglas lingüísticas convencionales a los enunciados provenientes de las
autoridades normativas; es decir, subsumir los enunciados proferidos por el legislador
(enunciados token) en el conjunto de reglas del lenguaje del legislador (enunciados
type) como instancias particulares de uso del lenguaje. Si bien se dan casos dudosos “
debido sobre todo a la inherente vaguedad del lenguaje natural” y en ocasiones el
intérprete debe decidir qué significado atribuir a un enunciado, el lenguaje en el que se
expresa el legislador suele ser claro en la mayoría de los casos. Interpretar, en
resumen, consiste en describir el significado de los enunciados del legislador.
Los defensores del modelo normativista de ciencia jurídica defienden, desde luego,
diferentes tesis interpretativas, y existen desacuerdos sobre qué criterio interpretativo
debe prevalecer: literal, sistemático, intencionalista, etc. Sin embargo, estos autores
parecen estar comprometidos al menos con alguna suerte de descriptivismo
moderado ya no solo porque —si no se diera normalmente correspondencia unívoca
entre enunciados y las normas por ellos expresadas— el derecho no podría cumplir su
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Describir normas no es, sin embargo, la única actividad que —según los defensores
de la ciencia jurídica normativista— deben desarrollar los estudiosos del derecho. Esta
primera fase se vería acompañada de una segunda de sistematización. Por
“sistematización” podemos entender, no obstante, al menos tres tipos diferentes de
actividades.
El modelo de ciencia jurídica realista más conocido en la cultura jurídica del civil law
es sin duda aquél de Alf Ross. Según este autor, las proposiciones de la ciencia
jurídica deben ser predicciones acerca de cómo decidirán los jueces las futuras
controversias. Como es bien sabido, Ross realiza una síntesis entre dos tipos de
realismo —conductista y psicologicista— sosteniendo que el derecho vigente es el
conjunto de normas que los jueces sienten como obligatorias (válidas) y estarían
dispuestos a aplicar (si se diera el caso previsto en el antecedente de la norma).
económicos los que determinan las soluciones de los procesos judiciales, y función de
la ciencia jurídica es precisamente realizar predicciones acerca de cómo los jueces
decidirán las futuras controversias, entonces resulta necesario establecer cómo tales
factores influyen o condicionan las decisiones judiciales.
El debate sobre la cientificidad de la ciencia jurídica es sin duda uno de los que mayor
espacio ha ocupado a lo largo de la historia de la teoría de la ciencia jurídica. Sin
embargo, desde hace algunas décadas, este debate ha sido parcialmente sustituido
por otro de carácter meta-teórico y normativo. En síntesis: según autores como Aarnio,
Alexy, Atienza, Nino, o Peczenik, los estudiosos del derecho no se limitan, ni sobre
todo deben limitarse, a describir el contenido del derecho positivo, sino que deben
proponer soluciones para los casos difíciles para los que, al menos aparentemente, el
derecho no proporciona claramente una única respuesta.
Frente a los modelos de ciencia jurídica en sentido estricto, los defensores del modelo
argumentativista de dogmática jurídica dirigen una crítica radical: una ciencia jurídica
(en sentido estricto) o bien no es puramente descriptiva (y es por tanto ideológica) o
bien está condenada a la total irrelevancia práctica. Los estudiosos del derecho
tradicionalmente cumplirían, según los defensores del modelo argumentativista, una
función social importante que no tiene un carácter meramente descriptivo pero que no
por ello resulta arbitraria o irracional, y de la que los modelos de ciencia jurídica en
sentido estricto no podrían dar cuenta. Dicho con las palabras de Nino: “uno se
encuentra en la posición algo ridícula de tener que argüir cosas obvias y casi banales
como que la actividad de los juristas satisface otras funciones que la que estos
modelos [de ciencia jurídica en sentido estricto] permiten”.
Antes bien, dicha actividad debe estar regida por dos elementos: en primer lugar, por
el conjunto de valores y principios, jurídicos y/o morales, positivizados en el
ordenamiento y/o que rigen la práctica social llamada derecho; en segundo lugar, los
estudiosos del derecho deben justificar —ofrecer argumentos en favor de— cada una
de sus propuestas de solución de los casos difíciles; es decir, los estudiosos deben
ofrecer raz El RAZONAMIENTO JURÍDICO, en la medida en que justifica sus tesis con
base en principios y valores, sería – según la mayoría de estos autores – un tipo
particular (caso especial) de razonamiento práctico. Es decir, pese a las diferencias
que aquí se dan entre los defensores del modelo argumentativista, entre el
razonamiento jurídico y el moral no se darían diferencias demasiado relevantes a la
hora de justificar y establecer cuándo una tesis está justificada. ones en favor de sus
propuestas.
Entre los defensores del modelo argumentativista es frecuente distinguir entre tres
dimensiones del razonamiento jurídico. En extrema síntesis: la primera aproximación
se ocupa de la validez lógica de los argumentos, el segundo de su capacidad
persuasiva, mientras que el tercero trata específicamente de la plausibilidad material
(o sustantiva) de una argumentación. Lo que resulta específico de esta dimensión
material del razonamiento jurídico es que no es posible identificar previamente cuáles
son las condiciones suficientes que tiene que satisfacer una tesis para ser finalmente
considerada como la mejor respuesta jurídicamente posible. Es decir, la determinación
de cuál es la mejor respuesta al problema jurídico no es una cuestión que pueda ser
reducida a la aplicación de un conjunto de reglas. Establecer cuál es la mejor
respuesta posible es una actividad guiada por un modelo de racionalidad (y de
objetividad) diferente a aquél que gobierna nuestras actividades teóricas o cognitivas:
la razón práctica o phronesis.
Sin embargo, los defensores del modelo tecnológico van un paso más allá respecto a
la tesis de la indeterminación del derecho. Según aquellos, el modelo de racionalidad
práctica deontológica —aquél que subyace a la dogmática argumentativista—
42
Esto no implica que los defensores del modelo tecnológico sean radicalmente
escépticos en materia de razonamiento práctico, o al menos no en todos los posibles
sentidos de “escepticismo”. Si bien la mayoría de estos autores son no-objetivistas
(niegan la existencia de criterios últimos de corrección moral), cuando estos autores
desarrollan trabajos de dogmática jurídica —proponiendo soluciones para casos
difíciles— presentan argumentaciones de carácter práctico aparentemente racionales,
aunque en un sentido diferente de racional (respecto al modelo de racionalidad
práctica que pretende justificar decisiones prácticas con base en normas, valores y
principios morales y/o jurídicos).
como una razón moral en un determinado caso puede no tener ninguna relevancia en
otro caso. Sin embargo, las tesis de estos autores resultan mucho más plausibles si se
reconstruye el modelo de racionalidad práctica que subyace a sus trabajos como
aquél de las éticas consecuencialistas, esto es, las éticas —entre las que el
utilitarismo es la más conocida— que sostienen que el criterio exclusivo para calificar
moralmente una acción es que aquella sea idónea para, o contribuya a, realizar el
mejor estado de cosas posible. De este modo, los enunciados que califican
moralmente conductas, en cuanto vierten indirectamente acerca de hechos y
relaciones causales, pasan a tener valores de verdad.
Esto no implica que los estudiosos del derecho deban buscar algún fin del derecho o
intenciones secundarias del legislador; ni tampoco que algún tipo de investigación
sociológica, psicológica o económica permita descubrir cuál es el mejor estado de
cosas. Antes bien, el modelo tecnológico de dogmática jurídica obliga a los estudiosos
del derecho a elegir un estado de cosas como el mejor —haciendo explícita dicha
elección— y a ofrecer pruebas en favor de que una determinada solución normativa es
la idónea para alcanzar tal estado de cosas.
tipos de casos descritos de una manera más rica (casos más finos); por último,
actualizar tales conceptos a luz de los posibles cambios que se hayan podido producir
en la realidad social.
Ahora bien, si no es posible un conocimiento objetivo del derecho (ni siquiera a nivel
meta-jurisprudencial), y cualquier consideración sobre el derecho está expresada
desde un punto de vista político, entonces —según los críticos— mejor tomar
conciencia de tales condicionamientos y hacer una “dogmática jurídica
conscientemente comprometida”. Todo ello porque mediante sus categorías e
interpretaciones los juristas estarían en disposición de modificar tanto la forma en la
que se aplica el derecho (y en un cierto sentido, el derecho mismo) como la propia
sociedad, lo que constituye el objetivo último del modelo crítico de dogmática jurídica.
Podemos articular esta dogmática comprometida en dos fases: una primera fase
crítica y una segunda constructiva.
De cualquier manera, hay que tener en cuenta que algunos autores (Kelsen, Hart,
Weber, Luhman: los dos primeros juristas y los restantes sociólogos) han defendido la
autonomía de la dogmática frente a la sociología, pero hay otros que han pretendido
integrar una y otra (Ross) y otros han abogado por la sustitución en buena medida de
la dogmática por la sociología (Ehrlich, Geiger). Ello significa que no es posible evitar
en la actividad dogmática una dimensión sociológica e incluso política, siempre que se
establezca un límite.
Existen dos periodos diferentes en cuanto al concepto de ciencia del Derecho: a) El anterior al
siglo XIX; b) La ciencia jurídica moderna, a partir del siglo XIX que, a su vez, tiene tres
manifestaciones: 1) La Escuela de la Exégesis, en Francia; 2) La Escuela histórica del Derecho,
en Alemania; y, 3) La Jurisprudencia analítica, en Inglaterra. Todas estas manifestaciones
tienen como objeto de estudio el derecho positivo, pero todas ellas se han cuestionado el
carácter científico de la jurisprudencia o ciencia del Derecho y se han postulado diversas
soluciones: (Atienza, 1991:197):
Existe también una metodología de estilo finalista, que tiende a ver el derecho como una
forma de resolución de conflictos y es más flexible en cuanto a la interpretación de la ley,
admitiendo criterios metajurídicos o no estrictamente normativos, por lo que si de la
aplicación de la ley se obtiene un resultado justo y en caso contrario, adoptarían otros
criterios. Tratarían de observar cuál es el interés jurídicamente protegido y justificarían una
jerarquía de intereses.
Como dificultad añadida, hay que tener en cuenta que cuando hablamos del saber acerca del
Derecho, jurisprudencia o dogmática jurídica, nos estamos refiriendo a un objeto de estudio
que es el Derecho vigente, esto es, en un lugar y en un momento determinados, es decir, el
objeto de estudio es contingente
Por esta razón, desde la segunda mitad del siglo XIX se escuchan constantemente los ecos de
la afirmación de von Kirchmann, señalando el carácter no científico de la dogmática jurídica, al
propio tiempo que se confeccionan diferentes modelos y clasificaciones de ciencias donde
encuadrar a la ciencia del Derecho.
Los puntos más controvertidos en torno a la caracterización de la ciencia jurídica como una
auténtica ciencia son: el objeto, el método y la verificación, por lo que vamos a referirnos a
cada uno de ellos.
A. OBJETO MATERIAL
Son los actos humanos personales y libres, pero no todos, sino solo aquellos que
constituyen las relaciones de carácter patrimonial contraídas libremente por las
personas o aquellos imperados por las leyes.
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Los juristas han logrado un conocimiento general y abstracto de los actos humanos
libres mediante su observación, los cuales son objeto de la ciencia jurídica, y han
podido formar un amplio conjunto de conceptos, por ejemplo, “acto jurídico”,
“contrato”, “derecho de propiedad”, “sucesión hereditaria”, “delito” (y sus diversos
tipos), “acto administrativo”, “ley”, “concesión”, “permiso”, “proceso”, “prueba”,
“sentencia”, “ejecución patrimonial”, “tratados”, “conflictos de leyes”, “patrimonio”,
“domicilio”, y muchos otros más. Todos estos conceptos debidamente ordenados y
clasificados constituyen lo que solemos llamar la “doctrina jurídica”.
B. EL OBJETO FORMAL
La ciencia jurídica no se agota en esa conceptualización teórica de los actos humanos
jurídicamente relevantes, pues es una ciencia práctica que tiende a determinar cuál es
el acto justo o debido en una determinada relación o situación imperada por la ley. Su
objeto formal es el juicio acerca de la justicia de los actos jurídicos.
En una relación de derecho privado, la persona debe practicar el acto debido a la otra
u otras, es decir, practicar el acto justo, como el comprador que debe pagar el precio,
el vendedor que debe entregar las mercancías, el mutuario que debe pagar la
cantidad prestada, o el depositario que debe devolver lo guardado. Si alguien no
practica el acto justo debido, causa un daño a la otra persona, y debe entonces
repararlo, de modo que se restablezca la justicia, que es la igualdad entre las
personas.
En una relación de derecho público la persona debe practicar el acto imperado por la
ley, como pagar impuestos, respetar y cumplir los reglamentos de construcciones,
ejecutar los actos preventivos y prescritos por las leyes para evitar o mitigar la
contaminación ambiental, respetar los bienes públicos, solicitar los permisos
necesarios para desarrollar actividades empresariales, y todos los demás que están
prescritos por todo tipo de leyes u ordenamientos imperativos. Si alguien no practica el
acto justo imperado por las leyes causa un daño a la comunidad que debe reparar, de
modo que se restablezca la justicia, que es la colaboración entre la persona y la
comunidad.
La ciencia jurídica juzga cuáles son los actos humanos justos o debidos en una
determinada relación. Los criterios para determinar cuáles son los actos justos son, en
51
El juicio de los actos justos en una determinada relación se puede hacer de modo
general, por ejemplo, cuando se juzga que es justo que el comprador pague el precio
convenido, o que el funcionario público otorgue un permiso o concesión a quien ha
cumplido todos los requisitos legales; cuando se afirma cuáles son los derechos y
obligaciones de las partes en una determinada relación. La doctrina jurídica está llena
de estos juicios generales. Pero la ciencia jurídica no se agota en ellos, pues tiende
finalmente al juicio de casos concretos y particulares, por ejemplo, si en esta
compraventa en que el vendedor ha entregado mercancía defectuosa, ¿debe el
comprador pagar el precio completo?, ¿o si esta persona indigente está obligada a
solicitar el permiso que las leyes prescriben para poder vender su mercancía en la vía
pública? Por esa vocación al juicio concreto, la ciencia jurídica debe complementar la
doctrina con colecciones de casos concretos y sus respectivas soluciones, es decir,
con una casuística, que suele hacerse por medio de la colección de las sentencias
judiciales.
Uno y otro conocimiento, sin embargo, presentan diferencias diametrales, las cuales
pueden estructurarse sobre la base de cinco parámetros, que en todo caso no
constituyen una enumeración taxativa. Dichos criterios son a nuestro juicio los
siguientes: la actitud reflexiva, la amplitud del objeto formal o en-foque de estudio, la
relación entre el objeto material o contenido de la investigación y su perspectiva u
objeto formal, las dificultades en torno al objeto formal, y finalmente, lo concerniente al
problema de investigación.
1. LA ACITITUD REFLEXIVA
La primera diferencia entre Filosofía y Ciencia Jurídica que cabe destacar, es aquella
referente a la actitud reflexiva.
Por otra parte, tal como acontece con la Filosofía en sentido genérico, la Filo-sofía
Jurídica se caracteriza por la totalidad de su objeto formal, es decir, por una
perspectiva u objeto de análisis indefinido, universal e indeterminado. De esta forma,
la Filosofía del Derecho no se ocupa de lo individual, ni de un con-junto de elementos
individuales, sino de la estructura fundamentante, esto es, del Derecho considerado
como un todo. Precisamente este carácter holístico genera luego el problema de
determinación de su objeto material.
Como señala Theodor Viehweg, la Filosofía del Derecho no desea preguntar dentro de
los límites de una investigación especializada, por ejemplo, de la Historia del Derecho,
como tampoco de una investigación dogmática.
Como señala Theodor Viehweg, la Filosofía del Derecho no desea preguntar dentro de
los límites de una investigación especializada, por ejemplo, de la Historia del Derecho,
como tampoco de una investigación dogmática.
La Ciencia del Derecho no tiene un objeto formal dificultoso, ya que al igual que en las
ciencias particulares, el número de problemas es por principio limitado, en tanto su
objeto formal de estudio es acotado. Es así, que para Kaufmann toda ciencia particular
puede agotar, teóricamente al menos, su perspectiva y materia de estudio.
Mientras tanto, la Filosofía del Derecho tiene un objeto formal problemático. En efecto,
la carencia de un objeto material delimitado y la universalidad de su objeto formal,
generan también un objeto formal dificultoso, puesto que este último se encuentra en
constante expansión y el objeto material tiende a ir más allá de las fronteras
empíricas.
V. CONCLUSIONES
Para considerar la ciencia jurídica como ciencia normativa hay que ver lo que se
entiende por normativo (proponer norma, describir normas, expresar normas). Si se
entiende el trabajo científico-jurídico como una actividad para preparar la decisión
judicial el objeto de la ciencia jurídica es el derecho constituido por las normas
indiscutiblemente válidas y también las problemáticas; en este caso, la tarea a realizar
no es sólo descriptiva de normas, sino también de propuesta de normas (dogmática
jurídica).
Si optamos por la primera vía estamos ante la postura del racionalismo crítico, por lo
que habría de desempeñar una labor científica real: explicar la validez fáctica y la
eficacia de las reglas jurídicas. Los enunciados de la ciencia jurídica son sobre normas
y no tienen carácter normativo, por lo que sólo le correspondería presentar propuestas
de lege ferenda (Albert, 1973), la concepción socio-tecnológica de la ciencia jurídica
estaría orientada a la praxis sin carácter normativo. Pero una limitación en estos
términos de la ciencia jurídica no es posible ni deseable porque la concepción
sociotecnológica se reduce a un tipo de argumentación: el que se basa en las
consecuencias. La afirmación de que una propuesta determinada de significado es
una interpretación posible contiene una valoración. Por otra parte, el que la ciencia
jurídica se comprenda como una tecnología social orientada en base a determinados
puntos de vista valorativos no cambia nada porque las valoraciones lo son en las
consecuencias y van unidas, a la vez a la realización de una propuesta de
interpretación y son diferentes de aquellas otras valoraciones que intentan concordar
una interpretación con el texto de la ley, la voluntad del legislador o la justicia.
Si la ciencia quiere criticar no sólo las actitudes de los que deciden sino también las
decisiones mismas necesitan un criterio de adecuación de decisiones en cuanto al
contenido, es decir, la verdad de las proposiciones jurídicas (medida transpositiva de
derecho correcto). Esta verdad no puede comprenderse desde la teoría de la
correspondencia (concordancia entre las proposiciones jurídicas y las normas
establecidas de antemano, por lo que parece mejor la teoría del consenso (“la
condición para la verdad de las proposiciones es el consenso potencial de todos los
demás”. Si el concepto de verdad se corresponde con el de justificabilidad discursiva
de la pretensión de validez de un acto de lenguaje, les corresponde también a las
normas un valor de verdad, pues también con los mandatos y las valoraciones se
elevan exigencias de validez que hay que justificar en un discurso práctico. L
pretensión de verdad no significa la idea de una única decisión correcta ya
establecida, sino que lo que pretende es una fundamentación convincente. La ciencia
jurídica sería una ciencia argumentativa. La racionalidad de la ciencia jurídica se
encontraría en la racionalidad de sus argumentos (posibilidad de comprobar los
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La jurisprudencia realiza también una labor prescriptiva. A través de los principios más
abstractos se pueden introducir criterios metajurídicos. Sería un aspecto constructivo
(cognoscitivo y reformulador a la vez), ya que teoría y práctica no están separadas. La
dogmática tiene un carácter híbrido: descripción y prescripción.
Hay que distinguir entre derecho y ciencia del derecho. Kelsen señaló que la función
de la norma es prescribir y la de la proposición jurídica es describir. La función del
derecho es prescriptiva y la de la ciencia del derecho es descriptiva.