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Conclusiones y proposiciones finales

Los problemas actuales de las pensiones son múltiples y de carácter complejo.

En ellos no solo se involucran los fenómenos de las transiciones demográfica y

laboral, la globalización y las tendencias de los mercados financieros, así como

la de los costos de la salud de los jubilados que afectan la suficiencia de sus

ingresos de pensiones; también se confrontan problemas de carácter social, en

lo relativo a la rigidez al cambio de las condiciones en las que, actualmente y en

el pasado, se otorgaron estos beneficios; esto implica que, en general, los

trabajadores rechacen los cambios en los requisitos acostumbrados para tener

derecho a las pensiones.

Toda esta compleja situación ha traído como consecuencia un grave proceso

de deformación de las pensiones de jubilación, de retiro o de vejez, que a su

vez ha implicado un considerable aumento en los costos para el sostenimiento

de los pagos periódicos de las pensiones que fatalmente, llegará a niveles

insostenibles, más aún si se consideran los posibles aumentos en la duración

promedio de la vida que se darán en las próximas décadas.

La grave deformación consiste en que las pensiones de jubilación, retiro o de

vejez, ya han rebasado las condiciones y las finalidades para las que fueron

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creadas: la protección de los ingresos de los trabajadores durante el periodo de

la vida pasiva.

Este rebase implica que cada vez más, ya no solo se proteja la vida pasiva sino

una proporción creciente de la vida activa y productiva, sin que exista ninguna

justificación social y económica para esta ampliación de la protección, que

nunca estuvo prevista en los principios originales que crearon estas pensiones.

Como se mencionó en el desarrollo de los temas del módulo, se puede

demostrar que la única posibilidad de que en el futuro subsistan los sistemas de

pensiones que implican el retiro de la vida activa, consiste en volver a hacer

vigente el principio que otorgaba estos beneficios exclusivamente para la

protección económica de los ingresos de los trabajadores durante su vida

pasiva, cuando debieran retirarse del trabajo por sus condiciones físicas o de

salud.

En el capítulo anterior se demostró que si se vuelve a hacer vigente este

principio, el mismo comportamiento relativo del periodo de la vida pasiva, en

relación con la aplicación futura de la vida activa y productiva, implicará la plena

posibilidad de que se puedan estructurar nuevos sistemas de pensiones para el

retiro de la vida laboral, que sean permanentemente sustentables en lo

financiero y que, a su vez, permitan evitar el injustificable desperdicio de

recursos humanos que significa la jubilación temprana.

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Sin embargo, de acuerdo con las tendencias de las transiciones demográfica y

laboral, los trabajadores podrán constatar por sí mismos, que con el tiempo, la

jubilación temprana e injustificada, solo se convertirá en el desempleo temprano

y en un desaprovechamiento de sus capacidades y oportunidades para obtener

mayores y más duraderos beneficios de su vida laboral y de su vida en general.

Para resolver los actuales prejuicios e ideas fijas sobre las pensiones que

impiden el cambio de las condiciones de retiro de la vida activa, quizá sería

conveniente abolir completamente el sistema de las edades fijas de jubilación o

de retiro y sustituirlo por un sistema en el que, mediante pruebas objetivas

calificadas por cuerpos colegiados, los trabajadores que deseen retirarse del

empleo y de la actividad laboral en general, presenten sus solicitudes

acompañadas de las pruebas necesarias acerca de la disminución de sus

capacidades laborales, a grado tal que les impida desempeñar sus labores en

su empleo o en cualquier otro, acorde con su formación profesional y estado

físico y/o de salud.

De esta manera, el otorgamiento de la pensión se condicionaría a la declaración

del estado de inhabilitación para el trabajo a consecuencia de edad avanzada y

de las condiciones de salud, físicas o mentales, a que hubieran llegado los

trabajadores solicitantes, que requieran y justifiquen su paso a la vida pasiva.

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Es necesario distinguir entre lo que debe considerarse el estado de invalidez y

el denominado de inhabilitación para el trabajo, pues en el caso del estado de

invalidez se implica que durante el periodo de la actividad, ocurra un accidente

o enfermedad que produzcan lesiones permanentes que imposibiliten que los

trabajadores puedan continuar desempeñando sus labores habituales que, por

lo general, corresponden a cambios físicos y de salud por situaciones externas.

En cambio, la inhabilitación se produce por la evolución interna de las

condiciones físicas y/o de salud, con el transcurso del tiempo y de la perdida de

capacidades por el envejecimiento.

Para establecer el requisito de la inhabilitación según la edad, es también

necesario estimular, de forma paralela, la mayor permanencia útil en la

actividad, principalmente en provecho de los trabajadores, pero también por el

interés de la nación, para así aprovechar de mejor manera sus experiencias y

conocimientos, así como su mayor productividad de los trabajadores de edades

mayores, que indudablemente se seguirá ampliando y mejorando en el futuro.

Estos estímulos deberán ser tanto económicos como profesionales, de manera

que para lograr el mayor aprovechamiento de las capacidades de los

trabajadores de edades mayores, resulta indispensable que se les otorguen

cursos de capacitación, actualización y adiestramiento que les permitan

desempeñar sus trabajos con mayor eficiencia y calidad y también, acceder a

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puestos de mayor calificación y remuneración, lo que representa un importante

sistema de estímulos profesionales.

Es necesario mencionar que, si bien la capacitación y el adiestramiento son

necesarios para todos los trabajadores de cualquier edad, en razón del avance

tecnológico y en las formas de producción, debe esperarse que para los

trabajadores de edades mayores los resultados sean mejores, en razón de los

niveles de experiencias y conocimientos adquiridos durante su vida laboral.

Conjuntamente con estos estímulos profesionales, para lograr una carrera

laboral más plena y productiva, también se pueden establecer estímulos de

carácter económico, como los llamados “Bonos de Permanencia en el Empleo”,

que consisten en cantidades que se otorgan como mejoras a los sueldos y

salarios de los trabajadores que, habiendo cumplido sus requisitos para tener

derecho a la jubilación, deciden voluntariamente continuar en el desempeño de

sus trabajos, sujetos a la evaluación de sus capacidades.

Estos estímulos económicos, que únicamente se otorgan si los trabajadores

renuevan anualmente su solicitud para continuar laborando y se sujetan a la

evaluación respectiva, pueden incrementarse en forma acumulativa, de forma

que para los trabajadores que estén en capacidad de hacerlo se estimule,

también en forma creciente, su mayor permanencia útil en la vida laboral.

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El otorgamiento de estos estímulos no representa mayores erogaciones para

las instituciones de pensiones sino, por el contrario, la contemplación de

ahorros importantes, en comparación al pago completo de las jubilaciones, ya

que las cuantías de los estímulos, que en promedio pueden ser de 30% de los

sueldos y salarios, representan cantidades menores que el pago completo de la

jubilación.

Pero lo más importante es que, los trabajadores que estén recibiendo estos

estímulos, al acostumbrarse a la percepción de los aumentos a sus ingresos,

solo se retirarán del empleo cuando verdaderamente lo necesiten o lo

requieran, lo que permitirá el aprovechamiento óptimo de la vida laboral de la

fuerza de trabajo, principalmente para lograr la adecuada relación entre los

periodos de la vida activa y la pasiva lo que, como se mencionó en el capítulo

anterior, permitirá a su vez alcanzar las dinámicas demográfica y laboral

necesarias para aportar una solución definitiva a los problemas financieros y

sociales de las pensiones, que impliquen el retiro de la vida activa.

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